Tras esta producción se encuentra detrás de cámaras y escribiendo el guion Leigh Whanell, un experimentado realizador de películas de género que ha sabido condmientar sus propuestas con dosis exactas de horror y climas. En esta oportunidad aggiorna el clásico personaje de H.G. Wells para narrar el derrotero de una mujer asfixiada por una relación violenta. Apoyándose en la magistral actuación de Elisabeth Moss (cuándo veremos algo en lo que no se pueda decir esto), los avances técnicos le permiten cruzar "Durmiendo con el enemigo" con una problemática de agenda que tal vez se regodea en exceso en detalles escabrosos. La tensión que logra en las escenas en las que el silencio predomina, clave para la confrontación con el hombre invisible, o aquellas en las que la distorsión sonora son fundamentales para confundir a Cecilia (Moss), demuestran que el cine puede seguir sorprendiendo en pantalla con productos clásicos y a la vez innovadores. Hacia el final giros y más giros disuelven ese encanto y terror inicial, pero así y todo la propuesta cumple con sus premisas, un tour de force para una de las actrices más versátiles que el cine y la televisión nos ha ofrecido en el último tiempo.
Nuestra función para prensa de la película El Hombre Invisible fue en realidad en la Avant premiere que se realizó en la sala Imax tan solo un día antes del estreno. Digo esto solo para mencionar que esta crítica se está haciendo con el film recién digerido, algo que sirve para poder expresar las sensaciones que llegó a provocar un rato después de haber salido de la sala. Si bien es una realidad que la trama suena bastante loca como que un hombre encuentre la forma de volverse invisible para acosarte y torturarte de formas poco imaginable, pero la cosa resulta bastante bien. Esto se debe primero a una actuación entregada de Elisabeth Moss, y un manejo de la tensión tan bien logrado que sobrepasa lo inverosímil. Una de las grandes virtudes que tiene el film, es como logra mantener el suspenso y la acción de una forma equilibrada, que el espectador queda enganchado aunque cueste creer algunas cosas que sucede. Es así como la historia comienza con el personaje de Moss intentando huir de su hogar, escapando de una aparente relación violenta de la que parecía no tener salida. Si bien al principio parece que se trata de las secuelas de una relación con violencia de género, las cosas luego se empiezan a ver un poco más raras. La excusa es que este hombre controlador y violento era un famoso emprendedor e investigador del rubro de la óptica, y es así como logra crear un traje que lo hace invisible a los ojos. Si, la cosa suena más como para un film de clase B, y el querer mostrarlo como una propuesta más seria o realista, a veces termina estropeando la calidad de un film. Y quizá esto sucede en cierta medida, vemos que las cosas no son del todo verosímiles, que hay algunas lagunas en el desarrollo de la trama, pero que si nos centramos en el drama de la protagonista, la experiencia es sumamente atrapante y entretenida. Por suerte el film sabe manejar muy bien los ritmos en el que se presenta el suspenso, la acción y la evolución de los personajes, aunque hacía el final la resolución se vaya diluyendo en relación a la trama construida. Cómo quería tratar de aclarar en el primer párrafo, no es una historia perfecta pero aún así funciona y se disfruta. Uno de los principales motivos de este disfrute viene desde lo actoral, y es Elisabeth Moss la gran protagonista, ya que es el foco de atención desde el lado del sufrimiento que vive y del lado del acoso que tenemos de este hombre invisible. Puede que también los motivos por el cual el personaje huye se quede sin algunas respuestas, ya que sabemos un poco sobre la violencia doméstica tiene que ver, y que claramente es un motivo para escapar, pero en el inicio nos da a entender que los motivos eran mucho más que ello y lamentablemente no se termina de responder. En cuanto a los personajes secundarios, logran lucirse algunas actuaciones como las de Storm Reid, Aldis Hodge, al menos con aportes repentinos que completan al personaje principal. Quizá quien no queda muy bien parado es Oliver Jackson Cohen, ya que su personaje sabe a poco teniendo en cuenta el protagonismo que tiene desde las sombras o la invisibilidad… La dirección de Leigh Whannell sabe manejar con precisión los ritmos que la historia requiere, esto se lleva a cabo a través de planos bien implementados en la persecución del la víctima desde la cámara, evitando el abuso de sustos como en las películas de terror. Los efectos del hombre invisible se sienten muy bien desde su diseño (obviamente cuando lo puedes ver) y a través del sonido, que nos envuelve en su escenario. El hombre invisible es una película muy bien lograda desde la experiencia que brinda al espectador, que es dar una película que cautiva desde el suspenso y el drama psicológico de su protagonista. Todo no es color de rosa, más bien algunas cosas se ven invisibles, como la respuesta a la acción de los personajes y que la historia sobrepasa lo hilarante en un momento. Aún así, debido a la gran actuación de Elisabeth Moss y toda la tensión que nos genera, es una película que es sumamente atrapante si te olvidas un poco de lo verosímil. Calificación 7.5/10
Leigh Whannell -guionista de populares sagas de terror como El juego del miedo y La noche del demonio- coescribió y dirigió esta enésima transposición de la clásica novela de H.G. Wells, aunque muy a tono con estos tiempos de #MeToo (y casi en simultáneo con la condena contra el otrora todopoderoso productor Harvey Weinstein). Esta producción de Blumhouse (responsable de títulos como ¡Huye! y Fragmentado) tiene como heroína a Cecilia Kass (la siempre sufriente Elisabeth Moss), una arquitecta de la zona de San Francisco que vive aterrorizada (y profusamente medicada) por una relación tóxica con Adrian (Oliver Jackson-Cohen), su marido multimillonario y experto en óptica y nuevas tecnologías. Ella se escapa de la mansión costera y pide ayuda a su hermana Alice (Harriet Dyer) y James (Aldis Hodge), un amigo policía, quienes intentan tranquilizarla con la noticia de que su marido se ha suicidado. Sin embargo, mientras todos la consideran una trastornada con comportamientos paranoicos, ella sigue percibiendo que subsiste una amenaza cada vez más cercana: sí, el hombre invisible del título. Whannell -discípulo de James Wan- construye un relato con un uso bastante austero y eficaz de los efectos visuales y se apoya en la solidez y convicción de Moss para concebir escenas climáticas, cada vez más inquietantes y por momentos aterradoras. Es cierto que hay algunos lugares comunes del género (la sábana que se mueve cuando duermen) y que la banda sonora de Benjamin Wallfisch en algunos pasajes es demasiado altisonante, pero en líneas generales las dos horas de El hombre invisible modelo 2020 regalan buenas dosis de suspenso y tensión, además de un bienvenido mensaje de empoderamiento femenino frente a hombres violentos, controladores y abusivos.
Después del fracaso de La momia (2017), Universal replanteó su plan de relanzamiento del Dark Universe, como denominó al mundo cinematográfico donde iban a convivir sus monstruos clásicos: la momia, Dr. Jekyll y Mr. Hyde, Frankenstein y su novia. Y también el hombre invisible, que originalmente iba a ser interpretado por Johnny Depp. Pero todo cambió, empezando por el tono y el foco de la historia. Lo que se suponía –a juzgar por el antecedente de La momia y el actor elegido- sería una comedia de acción, se convirtió en una de terror a partir de las contrataciones del director y guionista Leigh Whannell (guionista de las sagas El juego del miedo y El conjuro) y el productor Jason Blum (¡Huye!, Nosotros). En el cambio de rumbo, el hombre invisible pasó a un segundo plano y el protagonismo recayó en su esposa, Cecilia (una lucida Elisabeth Moss, digna heredera de Jodie Foster en uno de esos papeles de mujer a la vez dura y desbordada). Nada queda aquí de la novela original de H. G. Wells, de 1897. En una época en la que hay que hablar hasta la saturación de machismo y violencia de género, un psicópata controlador invisible ofrecía una gran oportunidad para mostrar los alcances del maltrato psicológico. La película arranca por el final feliz de estas historias: la mujer logra escapar de las garras de su marido violento. A medias, en realidad, porque en su mente el hombre sigue aterrorizándola, aun cuando se entera de que su victimario se suicidó. Todo funciona a la perfección mientras se desarrolla en el terreno del terror psicológico y se mantiene la duda sobre la cordura de la protagonista. Pero en este género, más que en otros, suele cumplirse el axioma de que insinuar es mejor que mostrar: la película decae cuando aparecen las explicaciones, que casi nunca están a la altura del enigma creado.
En una fortaleza vidriada sobre la costa de San Francisco, Cecilia (Elizabeth Moss) abre los ojos. El minucioso plan que ocupa su mente incluye la escapatoria perfecta de las garras de Adrian Griffin (Oliver Jackson-Cohen), genio de la óptica que la tiene controlada en su morada. No es un extraño ni un secuestrador, sino su pareja, sociópata cultor de una violencia sutil y asfixiante. Es ese temor a lo cercano e imperceptible la pista inicial que elige el australiano Leigh Whannell para su mirada sobre un mundo de poder y opresión. Apenas inspirada en el clásico de H. G. Wells y abiertamente nutrida de historias de terror doméstico como Luz de gas (1944), la nueva El hombre invisible revierte el punto de vista del original, anclado en el científico loco que anhela controlar el mundo, para seguir a su víctima, prisionera del silencio y los espacios vacíos, acorralada por amenazas en las que nadie cree. Más allá de ciertos efectismos visuales y algunos excesos en los giros narrativos del final, Whannell consigue inquietar a partir de certeros movimientos de cámara que llevan la empatía del espectador hasta el imperativo de avistar lo incomprensible. La película tensa el imaginario de la mujer abusada entre el recuerdo de las historias de venganza de los 70, la estética analógica de los thrillers de los 90 y una búsqueda nueva, concentrada en las extraordinarias expresiones de Elizabeth Moss, quien nos deja ver un horror allí donde solo podíamos imaginarlo.
Universal Pictures, en el año 2014, decidió lanzar su propio universo cinematográfico. Bajo el nombre de «Dark Universe», donde reuniría a personajes clásicos, lanzó «Drácula: la historia jamás contada». Sin embargo, la película no fue bien recibida. Luego, ya en el 2017, el estreno del largometraje de «La momia», protagonizado por Tom Cruise, significó el reestreno de esta suerte de mundo similar al de Marvel, pero una vez más falló. Ahora, Leigh Whannell nos trae esta película, aspirando tener mejor éxito que sus predecesoras. Cecilia (Elizabeth Moss) es presionada y controlada en todo sentido por su pareja. Él es una persona de renombre dentro del mundo de la óptica. Igualmente, días más tarde después de que Cecilia lograra escaparse de sus manos, él se suicida. A pesar de eso, encuentra las maneras de hacerle creer a su ex-pareja que continúa vigilándola. La historia presentada está bien. Entretiene, pero posee algunos baches de información que causan cierta confusión al momento de mirar el film. Whannell también se encargó de este aspecto, así que todo recae en él: maneja muy bien los momentos de tensión, pero de a ratos es bastante predecible. A su vez, los giros argumentales que posee, pueden resultar clichés. En una película donde la historia flaquea, debe buscarse apoyo en el elenco, y sin dudas esto es lo que sucede. Elizabeth Moss saca a relucir sus mejores armas para este género que se inclina más hacia el terror que a la ciencia ficción. Aldis Hodge como James y Storm Reid como Sydney, junto al resto del equipo, conforman un reparto con un buen desempeño individual, pero uno mejor de forma grupal. «El hombre invisible» es un largometraje que, a pesar de todo, decepciona. Promete más de lo que en realidad es. Sin embargo, es un buen producto que entretiene y, de a ratos, asusta. Ojalá sea el primer paso en un mundo nuevo que nos otorgue un aire diferente al de los superhéroes.
La omnipresencia del miedo En 2018, cuando Leigh Whannell se juntó con los ejecutivos de Universal no tenía idea del motivo de la reunión; recién había terminado Upgrade (2018) y pensaba que iban a hablar de eso. Pero no. Universal le propuso que se haga cargo de El Hombre Invisible (The Invisible Man, 2020), una nueva versión de la novela de H.G. Wells que iba en sintonía con la idea de reflotar a los monstruos clásicos del estudio. Un año antes había salido una remake de La Momia (The Mummy) a la que le había ido mal en la taquilla y que había bajado el entusiasmo de los productores y los distribuidores pero sin poner en pausa el proyecto; tal vez por ese motivo el encargo a Whannell fue con un poco más de libertad y por fuera de la idea de un nuevo universo de monstruos que inicialmente se había pensado con un nivel de explotación similar al del boom de los superhéroes. Con esa libertad, y a diferencia de la versión de James Whale de 1933, Whannell decidió contar la historia desde el punto de vista de la víctima y no del villano. El plano inicial es tal vez el mejor de la película y a la vez una promesa incumplida: las olas rompen contra las rocas como en El Pozo y el Péndulo (Pit and the Pendulum, 1961) de Roger Corman, y vemos que asoma una mansión moderna en contrapicado que bien podría ser una actualización de un castillo. Pero esas formas deudoras del gótico y del expresionismo duran un plano, la estética en general no tiene que ver con ese inicio ni con la película del 33 sino más bien con la idea de actualizar en clave feminista y con el bajo presupuesto del modelo Blumhouse la Hollow Man (2000) de Paul Verhoeven, esa gran película de principios de siglo odiada incluso por su director y hecha en un momento en que Hollywood aún no veía nada de malo en bancar a sus mil Harvey Weinstein. Hoy, con el mercado -como siempre- fagocitando los discursos en boga, que el punto de vista elegido haya sido el femenino parece más una movida cantada de una industria generalmente hipócrita y oportunista que una idea del director. De todos modos, lo discursivo no sólo no fue idea de los ejecutivos sino que nunca está por encima o separado de lo narrativo. Más allá de lo temático, no hay búsqueda de realismo, el personaje de Adrian (Oliver Jackson-Cohen), la pareja violenta de Cecilia (Elisabeth Moss) y el hombre invisible del título que perseguirá y acosará a su pareja durante toda la película, no está desarrollado, como tampoco está desarrollada su relación porque no es relevante para la historia fantástica; Adrian es el representante de la maldad en un sentido mítico, y en tal sentido y más allá de que a los intentos hitchcockianos de falso culpable presentes le falten los intentos hitchcockianos de generación de suspenso, hay un mínimo triunfo de las formas. Vaciada de los aspectos fantásticos, El Hombre Invisible es la omnipresencia del miedo, que en este caso lo siente Cecilia (como representación de las mujeres víctimas de un tipo violento) pero que podemos sentir todos; porque el hombre invisible de Whannell es el poder, representado acá por un empresario psicópata y millonario que no vive escondido en un laboratorio sino en una mansión vidriada que es también símbolo de su impunidad tal como su invisibilidad es símbolo de la ubicuidad de su capacidad de daño. Que la falsa culpable de la maldad del hombre invisible sea Cecilia y que además la acusen de loca, es otro gesto interesante que va unido al punto de vista y que no queda en analogía berreta porque tiene su correlato constante en la trama. El Hombre Invisible es una película chiquita que no pretende utilizar al género de cáscara para imponer agenda, sino hablar a través de él, tradición de la que no todos los directores consiguen participar y gesto que se festeja independientemente de los gustos personales.
Crítica emitida al aire en Zensitive Radio
En época de remakes “The Invisible Man” vuelve a la pantalla dirigida por Leigh Whannell, además actor y guionista, aquí en su tercer trabajo como director. Basada en la novela de HG Wells, (ya tuvo una adaptación en 1933) relata la vida de una pareja formada por Cecilia Kass (Elisabeth Moss, “The Handmaid’s Tail”, entre otras cosas) y Adrian Griffin (Oliver Jackson-Cohen, “Hillhouse”). Después de tanto tiempo y con la tecnología actual existente en efectos visuales, éstos son dignos de destacar, igual que la actuación de Moss, siempre impecable como la mujer perseguida. El comienzo no deja lugar a dudas, Cecilia es víctima de una relación densa, cruel y abusiva emocional y físicamente de la que quiere escapar. Lo hace al comienzo, y con mucho miedo ya que su pareja puso cámaras en toda la casa (lugar increíble por cierto) y controla cada uno de sus movimientos, pero ella tiene un plan muy bien ideado. La fuga se vive con tensión, y es ayudada por su hermana Alice (Harriet Dyer). Se aloja en la casa de su amigo James Lanier (Aldis Hodge) quien tiene una hija adolescente, Sydney (Storm Reid). A los pocos días se entera del suicidio de su ex y comienza el constante asedio, que hace que ella misma y otros duden de su cordura. Adrian fue (o es?) un científico millonario de la tecnología óptica con la que intenta llegar a la invisibilidad y, hará uso de ella cuando llegue el momento. Su ex cuñado Tom (Michael Dorman) aparece en escena para complicar aún más su situación. El film cuenta con momentos de suspenso, algún que otro jump-scare y utiliza la ciencia ficción al servicio de lo que intenta ser terror. Para no spoilear la trama, sólo diré que es una película aceptable, sobre todo por el diseño de producción de Alex Holmes y la espectacular música de Benjamin Wallfisch, además de Elisabeth Moss, maravillosa, siempre. Algo repetitiva y con agujeros en el guión de cosas que no se explican o no cierran, son las contras que encontré en “El Hombre Invisible”, pero se salva con lo expuesto anteriormente, más algunos giros que hacen que tenga momentos sorprendentes si no van con demasiada expectativa. ---> https://www.youtube.com/watch?v=TVCnCZfKMvE ---> TITULO ORIGINAL: The Invisible Man ACTORES: Elisabeth Moss, Storm Reid, Oliver Jackson-Cohen. GENERO: Suspenso . DIRECCION: Leigh Whannell. ORIGEN: Estados Unidos. DURACION: 124 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 16 años FECHA DE ESTRENO: 27 de Febrero de 2020 FORMATOS: 2D.
l hombre invisible es un relato clásico de H. G. Wells que ha sido llevado varias veces a la pantalla grande con distinta suerte. Esta vez el título estaba dando vuelta desde hace rato como parte de un proyecto fallido de revivir algunos personajes bajo un mismo proyecto, pero esa idea fracaso después de tratar de hacer de Dracula una especie de héroe al estilo de los de Marvel o DC. Así fue como los derechos de esta historia fue a parar a manos de Blumhouse, la para productora de cine de terror clase B de esta época. Y así, entre James Blum y Leigh Wannell (el último es el responsable de la saga Saw) y encontraron una manera de traer la historia a este tiempo con una nueva mirada. Cecilia (Elizabeth Moss) es arquitecta y vive en pareja con un hombre que la tiene sometida y no le permite desarrollarse. Al empezar la película, Cecilia se escapa en medio de la noche de Adrian (Oliver Jackson Cohen), su huida es traumática y ella termina refugiándose en la casa de un amigo que tiene una hija adolescente, así que ambos se convierten en sus protectores. Un día Cecilia, que a duras penas puede salir de la casa para ir a buscar algo al jardín, recibe la noticia de que su abusivo novio ha muerto. El hecho no termina con el lazo entre Cecilia y Adrian, porque ella es su única heredera pero su ex pareja deja una serie de reglas a cumplir para que la herencia se efectivice, que en definitiva es una manera más de someter a Cecilia, incluso después de muerto. La cierto es que empiezan a pasar cosas en la vida de Cecilia, situaciones que llevan a que sus amigos y su hermana que la había ayudado a escaparse comiencen a dudar seriamente de su equilibrio mental. No es ningún spoiler si decimos que Adrian no ha muerto y que como dice la protagonista, ha encontrado la forma de hacerse invisible para mortificarla de distintas maneras. La película se apoya en la enorme actuación de Elizabeth Moss (protagonista de películas como Queen of Earth, Her Smell y las series Mad Men y El cuento de la criada entre otras), pero además el director Leigh Whannell (guionista de La noche del demonio y El juego del miedo) maneja el ritmo y los FX con solvencia y hace que el espectador siga la historia y se sobresalte en la butaca más de una vez. No es una película perfecta porque tiene algunos caprichos de guión que hay que aceptar sin analizar demasiado, pero es un relato que se vale de un género noble como el terror para contar en clave de cine clase B una historia de violencia doméstica de manera efectiva. EL HOMBRE INVISIBLE The Invisible Man. Estados Unidos/Australia, 2020. Guion y dirección: Leigh Whannell. Intérpretes: Elisabeth Moss, Oliver Jackson-Cohen, Aldis Hodge, Storm Reid, Harriet Dyer, Michael Dorman y Benedict Hardie. Fotografía: Stefan Duscio. Edición Andy Canny. Música: Benjamin Wallfisch. Distribuidora: UIP (Universal). Duración: 124 minutos.
Gaslighting nivel dios En medio de la noche y con sumo cuidado, Cecilia (Elisabeth Moss) lleva adelante un plan que evidentemente pensó hace un tiempo para escapar de su abusivo marido Adrian (Oliver Jackson-Cohen). Con ayuda de su hermana Emily (Harriet Dyer), abandona la lujosa mansión y se esconde durante semanas sin perder nunca el temor de que Adrian la está vigilando a la espera de un momento apropiado para atacarla. Refugiada por James (Aldis Hodge) y su hija Sydney (Storm Reid), Cecilia solo recupera un poco la calma cuando recibe la impactante noticia de que Adrian fue encontrado muerto en su casa en un evidente caso de suicido, dejándole a ella una importante suma de dinero a modo de herencia que le permitiría reconstruir su vida. Ella tiene sus reparos ante la historia oficial, convencida tras padecer años de abusos físicos y psicológicos: su ex sería capaz de haber fingido su propia muerte solo para torturarla. Aún más incrédulo se vuelve su entorno cuando ella afirma que, además, encontró la forma de hacerse invisible y que la está acechando haciendo uso de su invención. Esta nueva versión de El Hombre Invisible no guarda relación con la historia original de H. G. Wells y ni siquiera está contada desde su punto de vista, sino desde los ojos de su víctima. En una alegoría muy directa de lo que implica escaparle a una relación abusiva, especialmente cuando se trata de alguien con tanto poder como Adrian, Cecilia ve atacada su cordura y sus relaciones por esta presencia capaz de menoscabar su credibilidad o sabotear sus planes, sin poder demostrar que hubo alguna intervención ajena. Con metódica paciencia Adrian le va cerrando todas las puertas, dejándola sola para hundirla en la desesperación; todo con el plan de finalmente quebrar su voluntad. No le interesa herirla físicamente sino desarmar toda la estructura de sostén que le permitió escaparse de él, por lo que gran parte de la tensión que va construyendo la película no tiene que ver con efectos especiales, combates ni sobresaltos, sino con un gran trabajo de Moss y del director para transmitir la desesperación y el miedo que sufre su personaje aunque esté completamente sola en pantalla, cargándose al hombro de manera destacable todo el peso de una historia que deja algunos puntos sin explicar satisfactoriamente. Como viene haciendo usualmente Blumhouse con sus largometrajes para cine, El Hombre Invisible es una producción que no derrocha recursos innecesarios pero explota al máximo los que tiene para sacarle el mayor rédito. Por eso, en vez de construir un enemigo en CGI simplemente construye la tensión con su ausencia, dejando siempre abierta la posibilidad de que realmente no esté en la habitación acechando, porque en el fondo una vez que establece su existencia no lo necesita para aterrar a su víctima. Cada detalle eventualmente significa algo o regresa para justificar otra acción, con una dirección de arte que narra junto con los personajes y una fotografía que genera claustrofobia con planos largos hasta en las escenas de acción. Remarcan esa sensación de impotencia que oprime a Cecilia o a cualquiera que se enfrente a esa amenaza invisible, capaz de hacer lo que quiera sin que nadie pueda impedírselo, logrando una propuesta bien ensamblada que resulta ser más que la suma de sus partes individuales.
Es la primera vez que el hombre invisible es un acosador implacable que quiere controlar y dominar a su esposa. Y cuando ella huye, hará todo lo posible para tenerla bajo su dominio absolutista aun haciéndola pasar por asesina y loca. Un depredador insaciable, millonario, inventor de una invisibilidad muy ingeniosa, lejanamente inspirada en H. G. Wells. Es que el director y guionista Leigh Whannell (escribió “El juego del miedo” y “La noche del demonio”) transforma la historia en un film de impecable suspenso y también terror. Y aunque copia algunas escenas innecesarias muy vistas, en general construye con el talento de Elizabeth Moss climas muy bien logrados, con picos de tensión, horror y sangre. Sabedor del género, retacea efectos y busca con inteligencia meternos en la cabeza de la protagonista, una mujer empoderada de acuerdo con los tiempos que vivimos. Desde el comienzo en una casa fabulosa junto al mar, cuando vemos, sin comprender demasiado, el meticuloso plan de la víctima, la película atrapa al espectador y no lo soltara jamás a los largo de sus 124 minutos de duración. Un verdadero logro del género que suele tener pasos en falso y muchas vueltas de tuerca. Aquí el interés por lo que ocurre transforma a esta producción en un entretenimiento que gustará al público.
"El hombre invisible", la revisión de un clásico A diferencia de otras remakes recientes, la película consigue encontrar un giro atendible a la historia ideada por H. G. Wells. La protagonista de "El cuento de la criada" vuelve a lucirse. La prehistoria de El hombre invisibleversión 2020 hay que rastrearla apenas un par de años atrás. Con La momia, protagonizada por Tom Cruise y Russell Crowe, los centenarios estudios Universal intentaron insuflarles nueva vida a las viejas criaturas de la oscuridad de los años 30 (Drácula, Frankenstein et al), las mismas que inventaron el cine de terror tal y como lo conocemos. El fracaso de público de la película dirigida por Alex Kurtzman provocó un borrón y cuenta nueva y el concepto seminal de Universo de Monstruos –inspirado en gran medida en las sagas de superhéroes– nunca llegó a despegar. Así nació esta nueva adaptación del clásico de H. G. Wells, un poco huérfana y, por ende, un poco más libre. A la vista de los resultados, no parece haber sido una mala idea: lejos de la adrenalina, el exceso de efectos digitales y la falta de sangre de los productos pensados para el público adolescente, el film escrito y dirigido por el australiano Leigh Whannell, producido por la compañía especializada Blumhouse, está más cerca del suspenso y los sustos genuinos que de la adrenalina pochoclera. La primera escena marca la cancha y anticipa el gran tema de fondo del relato. Mientras su pareja duerme, Cecilia Kass (impecable, como casi siempre, Elizabeth Moss) lleva a cabo el escape que venía planeando meticulosamente. La casa, ubicada en un risco sobre el mar, recuerda a otras mansiones similares de otros villanos de turno, que aquí no es otro que el novio de la protagonista. Un tal Adrian Griffin, renombrado científico dedicado a la tecnología óptica que, en el seno del hogar, se transforma en una bestia dominadora y golpeadora, un hombre capaz de ejecutar los juegos psicológicos más sádicos. De hecho, cuando su hermana la recoge en la ruta, Cecilia está hecha una piltrafa, y las cosas no mejoran cuando un amigo policía la protege en su propia casa: la pobre mujer tiene miedo hasta de salir a la vereda a recoger el correo. El tono, a partir de ese momento y hasta el final, será dramático, sin lugar para las ironías o el humor. Una apuesta que, al menos en este caso, rinde sus frutos. Por supuesto, nadie le cree a Cecilia, pero una vez que es dado por muerto, Adrian sigue haciendo exactamente lo mismo que cuando todo el mundo podía verlo caminar. Esto es, transformar la vida de su ex en un calvario cotidiano. En esos primeros tramos, con una construcción del suspenso que se toma (para bien) su tiempo, El hombre invisible se asemeja al clásico La luz que agoniza o a su versión británica previa: un hombre empeñado, por razones en principio desconocidas, en hacer que su mujer quede en evidencia como una lunática. Claro que aquí el malvado, siendo invisible, la tiene más fácil y puede pasar completamente iinadvertido. Los primeros noventa minutos de proyección, cuando todo parece diseñado (y así es) para que a la heroína le vaya de mal en peor, la película logra describir, en formato de cine de género, algunas de las cuestiones presentes en las conversaciones actuales sobre la violencia también de género. Cuando la protagonista toma finalmente al toro por las astas llega la catarsis y El hombre invisible se transforma en un más que apreciable derivado del slasher, aunque a esa altura el monstruo titular (que en el fondo no es otra cosa que alguien demasiado humano) comienza a mostrar su silueta y, por lo tanto, también recibe sus más que merecidos golpes. Moss logra aportarle al personaje, construido con delicadeza desde el papel, dosis extras de aparente complejidad, una mujer al mismo tiempo frágil y tremendamente resiliente. En esa ecuación que logra sumar una férrea confianza en el material, el talento de la protagonista y un desarrollo muchas veces imprevisible, la película logra encaramarse en un lugar más que atendible dentro del terror mainstream contemporáneo.
Alguien está allí “El hombre invisible” (The invisible man, 2020) es un thriller de horror dirigido y escrito por Leigh Whannell (La noche del demonio: Capítulo 3, Upgrade). Ligeramente basada en la novela homónima de H. G. Wells, y coproducida entre Estados Unidos y Australia, la cinta está protagonizada por Elisabeth Moss (The handmaid’s tale). Completan el reparto Harriet Dyer, Aldis Hodge, Storm Reid (Euphoria), Oliver Jackson-Cohen (La maldición de Hill House), Michael Dorman, entre otros. La historia gira en torno a Cecilia Kass (Elisabeth Moss), una arquitecta que vive siendo controlada por su marido Adrian Griffin (Oliver Jackson-Cohen), el cual es un pionero biónico. Al escaparse de su hogar, Cee pasa a vivir junto con su amigo James (Aldis Hodge) y la hija de éste, Sydney (Storm Reid). Aunque su hermana Emily (Harriet Dyer) le comunica que Adrian se suicidó, Cee no puede creer que sea verdad. En poco tiempo, Cecilia comenzará a experimentar situaciones de lo más extrañas, lo que la llevará a creer que Adrian encontró la manera perfecta para seguir arruinándole la vida: convertirse en una persona invisible. Harta del sociópata de su ex, Cee tendrá que hacer todo lo posible para que su entorno crea en sus palabras. Luego de varias películas de terror que dejaban muchísimo que desear, por fin llegó a la cartelera una producción que sabe cómo poner los pelos de punta. Con una historia que recuerda a filmes como “Durmiendo con el enemigo” (Sleeping with the enemy, 1991) o “Nunca más” (Enough, 2002), la cinta de Leigh Whannell es el claro ejemplo de que se pueden seguir explorando este tipo de temáticas sin caer en clichés ni melodramas. Al mezclar la ciencia ficción con el suspenso, el director y guionista crea un largometraje que desde el inicio atrapa al espectador ya sea por los movimientos de cámara, los nerviosos silencios o la genuina preocupación que se logra alrededor del personaje principal. Más enfocada en el terreno de lo psicológico, “El hombre invisible” escapa al susto fácil para generar tensión desde la construcción de atmósferas. No hay nada más perturbador que ser observado por alguien al que no se puede ver, por lo que Whannell saca provecho de eso al contar con una actriz ideal para el rol principal. A Elisabeth Moss los papeles dramáticos le calzan como anillo al dedo, si encima le sumamos que aquí debe lidiar con que los demás la consideren loca, tenemos como resultado una actuación protagónica admirable. Con gran expresividad, Moss genera empatía desde el comienzo, representando muy bien cuánto le puede afectar a una persona el estar dentro de una relación plenamente tóxica y abusiva, donde el otro desde siempre se esforzó por hacer creer que la que está equivocada es ella. Aunque en el tercer acto el impacto se pierde bastante por mostrar mucho al enemigo o por los giros del guión, “El hombre invisible” consigue hacernos saltar de la butaca en varias oportunidades. Sin perder el interés en ninguna ocasión, el padecimiento de Cecilia cuenta con un digno desenlace que dejará buen sabor de boca en el espectador.
Llega una nueva versión de El hombre invisible de H. G. Wells a cartelera, esta vez dirigida y escrita por Leigh Whannell y con Elisabeth Moss como protagonista. Leigh Whannell fue uno de los responsables de la saga El juego del miedo. Desde su participación, tanto como guionista como protagonista de la primera entrega, hasta la fecha continuó trabajando con James Wan hasta incluso dirigir uno de los olvidables episodios de Insidious, la precuela del capítulo 3, su ópera prima. El hombre invisible es su tercer largometraje y el más ambicioso: un nuevo acercamiento a uno de los monstruos de Universal, producido por la exitosa Blumhouse. El primer acierto de esta nueva versión que propone Whannell es la de presentar a un villano que, más allá del rasgo de ciencia ficción, genera un miedo muy real. La trama sitúa a Cecilia, una mujer que intenta escapar de una relación abusiva y consigue encerrarse en la casa de un amigo gracias a la ayuda de su hermana. Al poco tiempo de no poder salir ni siquiera a la vereda a buscar el correo, le llega la noticia de que el hombre está muerto: se suicidó y le dejó una cuantiosa suma de dinero. Cuando las cosas parecen empezar a acomodarse, percibe una extraña presencia que se va manifestando hasta límites impensados. Ella sabe que su pareja era un científico millonario capaz de cualquier cosa con tal de controlarla. Cecilia sufre el acoso de esta persona a la que no puede ver, de la que no puede defenderse y para lo que no puede recibir ayuda alguna porque nadie le puede creer. Una persona que la va aislando, que va armando cada escena de manera meticulosa para que su vida se transforme en un infierno. La violencia de quien no le permite que tenga una vida sin él, quien necesita controlar cada paso. Elisabeth Moss es la actriz que tiene un personaje muy difícil no sólo por lo que conlleva entregarse a un género que siempre exige mucho de una, sino por hacerlo sola, como las escenas en las que es atacada por esta figura que no vemos. Ella siempre está muy creíble y es el corazón de la película como esta mujer que además de luchar contra un violento machista, lucha contra algo que no puede ver, lo que lo vuelve más aterrador. Moss es el elemento principal de una película que demuestra además no necesitar de grandes efectos especiales. Porque más allá de la lectura evidente, también estamos ante una película de género entretenida y atrapante, con necesarias vueltas de tuerca y sorpresas, aunque quizás al final suceden muchas cosas de un modo rápido. Si bien funciona mejor en el plano de thriller psicológico también se permite jugar con la premisa poderosa que tiene entre sus manos: la historia de un hombre invisible puede abrir muchas puertas. El hombre invisible es una efectiva película de terror con necesarias dosis de suspenso y sorpresas. Es también la historia de una mujer que sufre abuso por parte de su pareja y nadie le cree porque se les dificulta creer en lo que no pueden ver. Y es una muestra más del talento actoral de Elisabeth Moss.
“El Hombre Invisible” de Leigh Whannell. Crítica. Ojos que no ven.... Inspirada en la novela de H. G. Wells, Universal y Blumhouse se reunieron para traer una nueva adaptación del clásico monstruo de la legendaria productora cinematográfica. Por Bruno Calabrese. Luego del fiasco de “La Momia” del año 2017, donde Universal Pictures trató de relanzar la franquicia de los monstruos clásicos del género de terror, esta vez le tocó el turno a “El Hombre Invisible”. Pero la productora no quería volver a repetir viejos errores y para asegurarse eso, que mejor que aliarse con quién más sabe del género en este momento: Jason Blum y su productora Blumhouse, responsable de películas como “Huye!” de Jordan Peelle y “La Noche del Demonio” de James Wan, entre otras. Pero para que nada vuelva a fallar era necesario conseguir un buen director, y para eso citaron al promisorio Leigh Whannell, un asiduo colaborador de James Wan en los guiones de “El Juego del Miedo” y “La Noche del Demonio”. Su único antecedente como director era la sorprendente “Upgrade” del año 2018, una historia de ciencia ficción que sorprendió a más de uno. Una película que parecía salida de un capítulo de Black Mirror con mucho frenesí, violencia y buenos efectos de cámara, pero también era un drama triste y profundo.. Con todos esos antecedentes llegaba esta nueva película de “El Hombre Invisible”, adaptación libre del propio director. Cuenta la historia de Cecilia, una arquitecta que decide escaparse del hogar que comparte con su abusivo y controlador marido, un reconocido científico. Encerrada en la casa de un amigo de la hermana, junto a la hija de este, con pánico a salir a la calle, se entera que su ex marido se ha suicidado, dejándole una suma importante de dinero. Sin embargo, su sentido de la realidad se pone en tela de juicio cuando comienza a sospechar que su ex novio en realidad no está muerto, como había pensado. Claramente el film se divide en dos partes, la primera apoyada en clásicos del cine como “El Ente” de 1982, mezclado con “Durmiendo con el Enemigo” de 1991 que tocaban el tema de la violencia de género de distintas maneras. En formato sobrenatural la primera, aunque esté basada en un hecho real, y con mayor realismo la segunda. Leigh Whannell logra en esa primera mitad insertar al espectador en el drama de Cecilia, con las secuelas propias del trauma generado por su ex marido, pero también la mirada de los que la rodean y tratan de ayudarla. Toda esa angustia con la que acompañamos a la victima en ese proceso, tendrá un quiebre a partir de la segunda parte, con un momento que conviene no saberlo de antemano para no desaprovechar el efecto sorpresa. A partir de ahí el film no solo gana en acción y suspenso, sino que cobra mayor dinamismo. De manera similar a su anterior película, el director nos mete en una historia de terror que recuerda a films como “Depredador”, donde el miedo está presente pero no lo podemos ver. La violencia psicológica se hace explícita y se devela el secreto que rodea al misterioso hombre invisible, lo que conducirá a un final polémico, sobre todo porque nos deja la duda como hará para trasladarse esta historia al universo cinematográfico de los monstruos de Universal. “El Hombre Invisible” recupera a un clásico del cine de terror, lo lleva a un plano metafórico sobre la violencia de género y sube la vara en relación a todas las películas anteriores del personaje. Terror psicológico y drama en la primera parte, puro suspenso y acción en la segunda mitad. De esta manera Leigh Whannell se posiciona muy bien como uno de los directores a tener en cuenta dentro del género, con una propuesta arriesgada pero efectiva. Aunque nada de esto hubiera sido posible de no ser por la brillante actuación de Elizabeth Moss, quien carga con todo el peso dramático y emocional de la película. Puntaje: 85/100.
Llamar a El hombre invisible (2020) “una nueva adaptación” del libro de H.G. Wells puede resultar tan cuestionable como compararla con la obra maestra homónima de James Whale. Esto ocurre ya que, desprovista de las ataduras que cualquier intento de fidelidad a su material de base podría imponerle, la película de Leigh Whannell se desprende de aquel para, en cambio, ofrecer una novedosa y original perspectiva en torno a la figura del hombre que no puede ser visto. Según sus créditos, El hombre invisible está efectivamente basada en la novela de Wells; sin embargo, teniendo en cuenta la distancia que toma de ella y la audacia con la que decide apropiarse de tan sólo algunos de sus elementos, su operación transpositiva se asemeja más a la de una película “inspirada en” —como El hombre sin sombra (2000)— que a la de una adaptación más lineal y cercana al texto original. De hecho, esta nueva versión del hombre invisible también se inscribe en el cine de terror; aunque, a diferencia de la película de Verhoeven, se desarrolla exclusivamente desde el punto de vista de su protagonista, encarnada por una inmejorable Elisabeth Moss. Es cierto, El hombre sin sombra apelaba al punto de vista de Elizabeth Shue, pero lo hacía en constante pivot con aquel de Kevin Bacon, su villano, lo que la posicionaba —sorpresivamente— en las inmediaciones del slasher. Por el contrario, Whannell opta por un registro más bien ligado al thriller psicológico, y es desde allí que la película emprende su reflexión acerca de la masculinidad tóxica, la invisibilización de la mujer y la violencia doméstica; temáticas que —afortunadamente— no aborda de forma tan frontal como, digamos, el cine de Jordan Peele, sino confiando en el género y los subtextos que éste puede ocultar bajo sus jump scares, gore e inquietante atmósfera. De cualquier modo, cabe aclarar que nada de esto aplica para el final del film, el cual —curiosamente, y sin ánimos de adelantar mucho— prescinde de cualquier tipo de sutileza al momento de retratar el empoderamiento último de la protagonista. Incluyo esta aclaración no gratuitamente, sino porque la creo un fiel reflejo de uno de los principales problemas de El hombre invisible, que tiene que ver —precisamente— con sus modos, por momentos sutiles e ingeniosos, pero también descuidados y obvios. Esta ambivalencia puede apreciarse, por ejemplo, en la puesta de cámara: mientras que en algunas escenas Whannell genera tensión dramática de forma económica, con apenas un reencuadre o un cambio de foco, en otras lo hace directamente a los gritos, pidiéndonos que miremos ese espacio vacío de la habitación que nos está señalando y que podría, en verdad, estar “lleno”. Algo similar ocurre con la larga serie de indicios que la protagonista debe reunir para confirmar sus sospechas: muchos presentan una lograda ambigüedad que permite poner en duda su cordura y alimentar su paranoia, pero también hay otros tantos que son sumamente evidentes y que, pese a ello, fallan en suscitar algún tipo de reacción en el personaje. En consecuencia, éste permanece en su estado de pasividad, la trama no progresa y lo que se manifiesta es la imperiosa necesidad de que la epifanía ocurra pronto. Lejos de ser buscada, esa ansiedad no es más que una demanda del espectador (y del relato), un deseo ineludible por una mayor celeridad. No obstante, y en defensa de la película, una vez que ésta logra superar los obstáculos de su guión y entrar en ritmo, Whannell saca adelante la historia a fuerza de inesperados giros argumentales y de un puñado de potentes golpes de efecto en los que la violencia aparece de forma explícita y repentina, y en los que el diseño sonoro prueba jugar un papel fundamental. Aún así, uno no puede evitar pensar a El hombre invisible en relación a Upgrade, la anterior película del director, en la que, por algún motivo, sus habilidades como narrador parecían más fácilmente perceptibles; probablemente, porque se trataba de un proyecto mucho más libre, enérgico y autónomo, preocupado por sus formas y no tanto por su agenda ideológica, y que, además, supo reconocer los puntos débiles de su premisa y sobrellevarlos dotándose de autoconciencia. Contrariamente, la última producción de Blumhouse carece de ella y un poco se la extraña: el verosímil del relato está satisfactoriamente establecido, eso nadie lo discute, pero Whannell parece verse obligado a reafirmarlo constantemente mediante una sostenida solemnidad y una abrumadora música extradiegética cuya única razón de ser, creo yo, es la de operar como contrapunto dramático de la acción y así evitar que, por ejemplo, cuando vemos a los personajes volando de un lado a otro de la casa, no recordemos a Martín Karadagián y las muecas que hacía al pelear contra el Hombre Invisible. La presencia de algunas risas aisladas en la sala durante tales escenas invita a pensar que aquellas decisiones posiblemente hayan funcionado, aunque no del todo. Lo mismo podría decirse acerca de la totalidad de El hombre invisible de Whannell: una destacable nueva versión, aunque definitivamente no un upgrade.
Las huellas del mal Cecilia rehace su vida luego de recibir la noticia de que su ex novio, un maltratador empedernido, falleció. Sin embargo, su cordura comienza a tambalearse cuando empieza tener la certeza de que en realidad sigue vivo. Este jueves estrena en Argentina El hombre invisible (The Invisible Man) de Leigh Whannell y con Elizabeth Moss, quien se destaca muchísimo con su actuación. Y es que resulta increíble cómo a la actriz de Mad Men y The Handmaid’s Tale le creemos todo lo que personifique. Sin dejar de lado el guion y la dirección de Whannell, quien nunca logra que caiga la tensión en las pocas más de dos horas de duración de la película: consigue que te mantengas al borde del asiento. Además, algo que se destaca mucho de esta película, es el hecho de tomar una novela clásica y modificar su historia, para que funcione a la perfección. Los diálogos resultan muy inteligentes, la puesta en cámara muy cuidada, la cinematografía muy buena, los movimientos de cámara que van de un lado para al otro, son importantes para la trama. Hay que destacar además a Oliver Jackson-Cohen, quien en su rol de psicópata, juega con la mente de cualquiera. Lo único a destacar como fallido son algunos problemas con la continuidad que nos pueden sacar del clima que genera la película, pero más allá de eso es sumamente disfrutable.
Más allá de ofrecer una de las mejores películas de terror que brindó el cine norteamericano en mucho tiempo, El hombre invisible celebra con toda su gloria a uno de los monstruos clásicos del estudio Universal que contribuyó a cimentar las bases de este género a comienzos del siglo 20. Leigh Whannell, quien fuera co-creador de las sagas SAW e Insidious junto a James Wan, toma a un personaje que cuenta con más de un siglo de vigencia en la cultura popular para reimaginarlo con creatividad en un contexto moderno. Una tarea que no es tan sencilla de conseguir como parece, especialmente si recordamos todos los intentos fallidos que hubo en los últimos años a la hora de relanzar a los íconos del Dark Universe. El suceso de este film radica en que el director evitó refritar las clases de producciones que se hicieron en el pasado para trabajar el concepto del hombre invisible desde una perspectiva diferente. En esta oportunidad el foco del conflicto no se centra en la ciencia ficción sino en el thriller de horror piscológico que además le da una vuelta inédita al relato. La trama es narrada desde la perspectiva de la víctima acechada por el villano, en lugar de la clásica historia de origen del psicópata que se narró con diversos conflictos desde 1993. Whannell toma un elemento clave de la película original de James Whale, como era la paranoia, para desarrollarlo dentro de una temática distinta que tiene relevancia en la actualidad. El conflicto gira en torno a las relaciones tóxicas y la violencia de género y gracias a una dirección impecable y la gran actuación de Elizabeth Moss, la película resulta muy efectiva. Los numerosos momentos de tensión que tiene El hombre invisible funcionan porque el relato está anclado en la realidad y el colapso emocional que traviesa la protagonista, en lugar de situaciones sobrenaturales disparatadas. Muy especialmente en los dos primeros actos, que ofrecen escenas fantásticas, el director construye momentos de horror y suspenso con muy pocos recursos técnicos. La sugestión de una amenaza que no podemos ver sumada a la obsesión que desarrolla mente de la protagonista con la idea que es acechada por su ex pareja son los ingredientes que explota Whannell para conseguir que este clásico del género vuelva a ser aterrador en el siglo 21. Moss presenta una labor brillante a la hora de transmitir la fragilidad emocional que experimentó una víctima de abusos físicos y psicológicos y contribuye a otorgarle una enorme vulnerabilidad a un personaje complejo que evade los lugares comunes en torno a la representación de estos temas. Inclusive las pocas situaciones de jump scares que se presentan en la trama funcionan de un modo orgánico y no degradan al film con esas escenas trilladas que solemos ver a menudo en otras propuestas mediocres. Motivo por el cual, El hombre invisible restaura la dignidad perdida en el género y permite que podamos disfrutar otra vez una película de este tipo en una sala de cine, algo que se había convertido en una tarea imposible en los últimos meses.
El hombre invisible es uno de los monstruos clásicos de Universal y, por supuesto, de Hollywood. Se han hecho varias películas que lo han retratado con diferentes orígenes y tonos. Este estreno iba a ser parte del Dark Universe de Universal Studios, aquel que comenzó con la fallida La Momia (2017), protagonizada por Tom Cruise, y que iba a desarrollar películas por separado de Drácula, Frankenstein, El Hombre Lobo, Dr Jekyll/Mr Hyde y El Hombre Invisible, para luego juntarlos en un solo film al mejor estilo Avengers. Como la franquicia no terminó de arrancar se cancelaron varios proyectos y a algunos se les dio otro enfoque, tal como ocurre aquí. Como resultado nos encontramos con una buena película de terror psicológico que tensiona bastante de principio a fin, gracias a su muy lograda atmósfera. El director y guionista Leigh Whannell, quien ya se había probado con la tercera entrega de la saga Insidious (2015) y Upgrade (2018), le escapa a muy bien a todos los clichés del género. Asimismo, y con mucha pericia, se apoya por completo en la protagonista. Es Elizabeth Moss quien carga y realza por completo este film. Sin dudas es una de las mejores actrices en actividad y lo demuestra en cada producción en la que participa, ya sea para cine o TV. Tampoco es casual su elección, dado al enfoque coyuntural feminista que tiene la película. Lo cual aquí no está para nada forzado y es un plus. En definitiva, es una buena película para disfrutar en una sala de cine. Te tensionás y metés de lleno en la historia.
En la escena inicial de El hombre invisible una mujer escapa de su moderna mansión frente a la Bahía de San Francisco. Se la nota aterrada porque no quiere que su marido despierte. Es una escena de gran suspenso que consigue pintar por completo la situación. Ella escapa de un hombre que la aterroriza, un multimillonario experto en nuevas tecnologías ópticas. Todo eso se entiende mientras ella consigue a duras penas escapar. Si quedaba alguna duda, al subir al auto de su hermana él viene detrás persiguiéndolas. Versión absolutamente libre pero inspirada en el gran clásico El hombre invisible (1897) de H. G. Wells, la película resuelve con inteligencia dos cosas. La primera es actualizar una historia tan conocida para darle un sentido y un interés renovado, y la segunda es la explicación acerca de la invisibilidad del título. Ambas cosas se logran y le permiten a la película funcionar. La violencia de género en el centro de la trama es una gran idea. Podrá ser oportunista el subirse a una temática tan actual, pero eso es lo que han hecho las películas desde el comienzo de la historia del cine. La historia consigue que la protagonista tenga mucho miedo incluso antes de la invisibilidad del título. Su inseguridad, su soledad frente a un mundo que no le cree, su vulnerabilidad, todo eso funciona para el personaje y para la película. Y en cuando al recurso que hace invisible al personaje del título, también está logrado y se hace razonable para el espectador. A estas dos cosas combinadas se le suma lo mejor que tiene la película y es su desesperante suspenso. Mientras que todos creen que su marido ha muerto, ella está convencido de que está vivo. Ella ve las pruebas de que, de alguna manera, él se ha vuelto invisible y la persigue. Para cualquier ser humano normal esto es imposible, pero tanto para ella como para los espectadores, no hay duda de lo que estamos presenciando. También entendemos porque nadie le cree, pero al tener la misma información que ella sufrimos junto con ella. Lamentablemente el desenlace de la historia no está ni cerca de lograr mantener el nivel de todo lo analizado hasta acá. Se vuelve rutina, explicación, vuelta de tuerca e incluso contradictorio e inaceptable. El hombre invisible pudo haber sido un nuevo clásico, pero se transforma en un film más debido a ese final alargado, forzado y subrayado. Subestimar al espectador no es una buena forma de cerrar una historia. No solo parece que nos tienen que explicar demasiado, sino que además nos bajan línea. El entretenimiento en estado puro se arruina y el contenido ideológico del film que ya habíamos entendido y disfrutado nos lo presentan en un cartel de neón gigante que nos repite lo que ya sabíamos. Una pena, porque todo lo demás está muy bien.
Es indiscutible el hecho de que el director australiano Leigh Whannell sabe amalgamar de una manera brillante los mecanismos de los género de suspenso, terror y ciencia ficción. Y no solo sabe entretejer estos recursos sino que los mezcla de una manera tal que el resultado es un cóctel explosivo de pura adrenalina. Basta con ver su currículum, tanto de director como de guionista. - Publicidad - Para empezar, Whannell escribió la espeluznante saga de horror gore Saw —y la creación de su criatura Jigsaw—. También fue guionista de las cuatro entregas de terror sobrenatural Insidious —Chapter 2, Chapter 3 y The Last Key—; del film Cooties (2014) en donde mezcla la comedia y el horror y, ya en su faceta de guionista como de director, se hizo cargo de Upgrade (2018) una película australiana en donde se aventura en la ciencia ficción y de El Hombre Invisible (2020), basado en la novela de H.G. Wells en donde la ciencia ficción deja paso a un cine de denuncia: el del acoso liso y llano. ¿Signo de los tiempos? Tal vez, pero el giro que Whannell le da a la historia —un clásico de ciencia ficción de todos los tiempos— es sumamente acertado y, quizás, más realista. Así como Joker (2019) es Joaquín Phoenix y Judy (2019) es Reneé Zellweger —por nombrar películas del último año—, El Hombre Invisible es Elisabeth Moss. Su papel de mujer menospreciada, vulnerable y temerosa por el continuo acoso físico y mental a la que es sometida por un marido manipulador y psicópata —y para colmo de males, invisible— es sencillamente extraordinario. Cada gesto, cada mirada exorbitada, cada grito de impotencia y puro terror es tan contundente que merecería estar en las nominaciones a Mejor Actriz en los próximos Premios Oscar. Los demás protagonistas —Oliver Jackson como Griffin, su marido; Darriet Dyer, como su hermana y Aldis Hodge como el amigo policía— son solo sombras que aparecen en la historia para aportar contenido y espesor a una trama absolutamente vertiginosa. A esta altura, todos sabemos que Elisabeth Moss es una de las grandes estrellas del firmamento de Hollywood que se lució como Peggy Olsen en la serie televisiva Mad Men y como Offred en la serie de Netflix El Cuento de la Criada, por el que obtuvo un Premio Emmy a Mejor Actriz. Es así que no es extraño que utilice todas sus herramientas actorales para encarar un nuevo proyecto, tanto si se trata de drama, de terror o de ciencia ficción. Y, en lo que respecta a El Hombre Invisible, todas estas variables están expuestas de una manera abrumadora. El daño psicológico que presenta su personaje es tan convincente como perturbador. Es por eso que esta película es enteramente ella y su papel como Cecilia. Así como Alien, el octavo pasajero (1979) de Ridley Scott es una película de terror envuelta en un contexto de ciencia ficción o como Blade Runner (1982) es un policial negro amparado también en el género de ciencia ficción, El Hombre Invisible es una película de terror psicológico que toma a la ciencia ficción como un paraguas para adscribirse al clásico de 1897, pero que no cumple con los requisitos del género, y eso es lo valioso y original de la propuesta. Aquí no existe un suero experimental que vuelve invisible a los seres humanos. Sí existe un brillante ingeniero óptico que diseña un traje para tal fin. Precisamente es el marido de Cecilia, que luego de ser abandonado por ella decide utilizar este artilugio tecnológico para vigilarla, acosarla —como siempre lo había hecho— y violentar su psiquis mediante acciones que llevan al peligro de muerte a su propia familia y amigos. Claro, nadie le cree. Y menos cuando Griffin monta la escena falsa de un supuesto suicidio. Cecilia es vigilada constantemente por un ser invisible, ¿Cómo podríamos lidiar con eso? Y aquí se encuentra la doble lectura de este film. Sacando radicalmente las connotaciones fantásticas de la historia, El Hombre Invisible es un sólido alegato en contra de la violencia de género, y obviamente no me refiero a los géneros literarios o cinematográficos, sino a los personales. Es la visibilidad de la víctima, vaya la paradoja, mediante un ser invisible. Influenciado por Darío Argento y David Lynch y por películas como El Resplandor (1980) de Stanley Kubrick y Réquiem por un sueño (2000) de Darren Aronofsky—dichas por él mismo en un reportaje—, Whannell utiliza el recurso del silencio absoluto en momentos de muchísima tensión o de una música atronadora en persecuciones y momentos de acción. Tanto unos como otros son de una factura técnica excelente, así como la vuelta de tuerca que hacia el final de la película nos deja verdaderamente sorprendidos. Si bien hay algunas lagunas argumentales y errores de narración—en estos casos no hay otra manera que seguir el pacto de ficción—, son contrarrestados por una dirección impecable, en donde las diferentes tomas —primerísimo primer plano, contrapicados, plano secuencia y travellings— están puestos de una manera sumamente inteligente y estéticamente elegantes. En resumen, esta versión del clásico de Wells está anclada más en un drama que nos aqueja en el día a día como sociedad; una sociedad que muchas veces hace caso omiso a denuncias de maltrato de género por creer que no existen, que son invisibles. En este sentido, si bien las coordenadas de ambos argumentos se distancian, los dos personajes que experimentan con la idea de la invisibilidad, tanto en el libro como en esta película, se llamen Griffin. Y los dos están completamente locos.
LO QUE NO VES, PUEDE LLEGAR A SER El cine de terror, al igual que la comedia, han sido vehículos para realizar comentarios políticos y sociales. Dos géneros denostados desde un principio. Seguramente, porque desde la solemnidad no se puede considerar que uno puede llegar a la reflexión mediante la risa o el miedo. Ignorando aquella frase de Howard Hawks donde decía que el cine tiene 10 reglas, y 9 son entretener. A lo mejor, mediante aquellos dramones, uno puede captar aquella frase que se repite con dichas películas: “tiene un mensaje”. Obras que apelan al golpe bajo, las nominaciones y que finalmente terminan siendo olvidadas. Pero el género que nos convoca aquí es el terror llevado a un terreno de thriller. La película “inspirada” en la novela de H.G. Wells, que tiene la versión más reconocida de los 30’s de James Whale y la de Verohoeven en el 2000. Universal, tras haber fallado en su intento de emular a Marvel, con su “Dark Universe”, recurre a la opción B de seguir a DC con Joker. Una película que no intenta generar una puerta a otros personajes, teniendo una libre interpretación de construcción, y un presupuesto para nada exorbitante. Cayendo en las buenas manos de la productora Blumhouse, que junto a A24, van marcando la agenda del género. El hombre invisible inicia con una gran secuencia de suspenso, donde plantea los puntos hacia donde se dirigirá la película. Cecilia (Elisabeth Moss) huye de la casa de su pareja, tras años de abusos, principalmente psicológicos. A pesar de que está dormido, la idea de su presencia de alguna manera se mantiene en los pensamientos de Cecilia. Pensamientos que la acompañarán pese a lograr el escape, gracias a la ayuda de su amiga. Iniciando, según los amigos que la rodean, una paranoia sobre una persona que ya no puede hacerle daño. La presentación del terror de manera visible, ahora llevada a lo que escapa de nuestros ojos. Leigh Whannell dirige en base a trabajos anteriores que ha hecho junto a James Wan, principalmente referido a lo paranormal (Insidious). Haciendo del terror un in crescendo, sumado a la buena actuación de Moss que desde su rostro, uno entiende todo. Además, la banda sonora que no trata de producir saltos e incluso por momentos calla. En palabras de Bernard Herrmann conversando con Hitchcock: “La música viene de donde uno pone la cámara”. Y en el caso de la composición de Benjamin Wallfisch, lo que podemos ver. Los monstruos van cambiando, reinterpretando miedos que nos acompañan desde el inicio de la humanidad. Los clásicos de la Universal, basándose en las obras literarias de Bram Stoker, Mary Shelley y el mencionado H.G Wells, pueden tener el rostro de Drácula y Frankenstein. Figuras que en nuestra infancia hacían que nos ocultáramos bajo las sábanas, pero al crecer dichos miedos evolucionan a lo que no vemos pero podemos sufrir: el acoso, no sentirse entendido, el prejuicio, perder el control sobre uno mismo. Miedos que están distribuidos de manera acorde en El hombre invisible.
El poder de lo invisible Una nueva versión de la novela de H. G. Wells de 1897 llegó a los cines. Tras varias adaptaciones y secuelas desde la primera en 1933, esta vez fue Leigh Whannell (Upgrade) quien se puso detrás de cámaras para realizar una moderna y actualizada película sobre el mítico personaje de Universal. Cecilia (Elisabeth Moss) intenta recuperar su vida luego del fallecimiento de su maltratador ex-novio, pero nada es tan fácil. El problema se agudiza cuando ella tiene la certeza de que, en vez de morir, su ex se hizo invisible y no deja de acosarla, pero nadie le cree. La premisa, de por sí, está más estrechamente vinculada a la realidad social que sufren las mujeres y su visibilización hoy en día que el resto de las versiones anteriores de El hombre invisible. Nadie mejor que Elisabeth Moss (Mad Men, The Handmaid’s Tale) para interpretar el personaje de una atormentada mujer que quiere dejar el pasado atrás. La cinta entera se deposita sobre sus hombros y no le pesa nada. Quizá sin su actuación no podría haberse alcanzado generar esa desesperación, ese miedo a lo que parece imposible, el terror con algo que no se puede ver. Otro de los factores que, sin dudas, colaboraron con la credibilidad de la cinta fue todo el aspecto técnico. Desde los efectos visuales -sin resultar ordinarios ni falsos- hasta el manejo de la cámara. Este último punto fue vital para colocar a la audiencia en una relación de complicidad con el hombre invisible, con una utilización de los espacios rigurosamente genial, que generaba una tensión y, a su vez, atención en el espectador para no despegarse de la pantalla. Los detalles en lo visual tuvieron mucho más impacto que cualquier otro recurso de la película. El guión, dentro de lo esperado, correcto. En más de una ocasión pudo haberse despegado hacia algo más efectista pero no sucedió en ningún momento. Quizás hubo algún giro de más, pero es innegable que varios de ellos le sumaron impredecibilidad a la cinta, sin resultar extraños ni sinsentido. Y, por sobre todo, las dos horas de metraje no se hacen en ningún momento largas. El hombre invisible es un remake satisfactorio que se apoya en el excelente trabajo de Elisabeth Moss y una factura técnica bien aprovechada. Mucha tensión e intriga desde el principio hasta su catártico final. Una valiosa apuesta para disfrutar en cine. Puntuación: 7/10 Manuel Otero
Terror psicológico con un enfoque actual. De los Monstruos clásicos de la Universal el hombre invisible debe ser uno de los personajes con menos apariciones en las últimas décadas (esto podría dar pie a alguna humorada pero mejor dejémoslo ahí). En los 90’s tuvimos Diario de un hombre invisible, híbrido sin hallazgos que dirigiera con evidente desgano el gran John Carpenter como vehículo para un Chevy Chase que ya había iniciado un declive artístico innegable. A principios de los 2000 le tocó el turno a El hombre sin sombra, película también fallida pero mucho más jugada en tono: no podía ser de otra forma estando el holandés Paul Verhoeven a cargo de la dirección. Veinte años después, el rentrée de tan icónico personaje de la era de oro del cine de terror llega de la mano de un realizador sin tanto nombre pero con algunos buenos antecedentes como guionista: se trata del australiano Leigh Whannell, conocido gracias a su asociación con James Wan en la saga de El juego del miedo. Vale aclarar que la Universal intentó reeditar su Universo de monstruos y villanos a partir de La momia (2017), pero el filme con Tom Cruise resultó un fiasco de taquilla y el proyecto de plasmar El hombre invisible fue cambiando no sólo de protagonista (se suponía que sería Johnny Depp) sino de argumento y, especialmente, de enfoque. Whannell sacó provecho de una temática actual tan urticante como la violencia de género para articular un relato que construye un buen protagónico para esa excelente intérprete que es Elisabeth Moss (premiada actriz de la serie El cuento de la criada) y abandona a su suerte al resto del elenco que no logra evitar caer en la unidimensionalidad. Ejemplo: el antagonista no sólo es un ser detestable sin redención sino también plano, maniqueo, sin matices. Por cierto, que lleve el título del filme es una cuestión meramente de marketing. Supongo que La ex del hombre invisible no parece una alternativa muy comercial que digamos, ¿no? Esta nueva versión sobre un científico (loco o no) que descubre la fórmula de la invisibilidad no demora nada en presentar a Adrian Griffin (Oliver Jackson-Cohen) como un abusador sádico y manipulador, aunque el maltrato nunca se muestre explícitamente con la sola excepción del comienzo donde es utilizado como golpe de efecto. El escape desesperado de Cecilia Kass (Elisabeth Moss) de la aislada mansión frente al mar en la que convive junto a este millonario experto en tecnología aplicada a la óptica, expone con suma claridad el tipo de relación tóxica que tenían y, desde ya, el rol que ocupaba cada uno en la misma. La fantástica expresividad de Moss nos permite imaginarnos con lujo de detalles el padecimiento de un personaje que se arma de coraje para cambiar el estado de cosas sin por eso dejar de sentir un miedo terrible. Lo más destacado de El hombre invisible hay que buscarlo en la primera mitad de una trama que apela al minimalismo y a la sugestión para transmitirle incertidumbre y tensión al espectador. Whannell no es un director creativo como su amigo James Wan pero se las rebusca para que el interés no decaiga nunca sin excederse en el usufructo de recursos artificiosos para alcanzar su objetivo. El gran logro, qué duda cabe, es la actuación de Elisabeth Moss que es el centro y corazón de una historia en la que es imposible no empatizar con su Cecilia. El arco de transformación de esta mujer joven es bastante drástico, y aún cuando el guión se desboca al ponerla en situaciones donde el verosímil tambalea, la actuación de Moss es siempre creíble y sostiene el conflicto hasta un final no del todo satisfactorio. Contundente, sí, convincente… no tanto. Leigh Whannell se reserva algunas sorpresas y un par de vueltas de tuercas sabiamente ejecutadas durante el desarrollo de esta película de mediano impacto que se eleva del montón gracias a una interpretación femenina electrizante (seguramente merecedora de un material dramático más inspirado). Sin ser una maravilla, El hombre invisible está por encima del promedio que ofrece el género hoy día.
“Espejo de la sociedad” Film de terror, thriller psicológico, basado en la novela de ciencia ficción de H.G. Wells de 1987, El Hombre Invisible. Una nueva adaptación, con hincapié en las relaciones nocivas y en el suspenso constante. Película escrita y dirigida por Leigh Whannell (Upgrade, 2018). Invisible Man (2020), nos cuenta la historia de Cecilia (Elizabeth Moss), quien intenta rehacer su vida luego de escapar de Adrian (Oliver Jackson-Cohen), su ex novio maltratador y controlador. Emily (Harriet Dyer), la hermana de Cecilia le comunica la muerte de su ex novio, lejos de estar tranquila ella sospecha que de alguna forma él sigue vivo. La dirección de Leigh Whannell es excelente, y deslumbra más con el inteligente trabajo de cámaras, al momento de presentar al “hombre invisible”, planos vacíos que generan de cierto modo una tensa sensación de empatía con la desprotección de la protagonista. Otro aspecto a destacar es el nivel técnico, una composición musical a cargo de Benjamin Wallfisch que genera ciertos vacíos muy bien colocados y la fotografía de Stefan Duscio acompaña muy bien, logrando matices oscuros. La actuación de Elizabeth Moss es impecable tanto a nivel emocional como en el lenguaje físico. El hombre invisible es una adaptación que logra sacarle jugo de otra forma a la historia, sin embargo, hay que remarcar también el flojo CGI que posee el traje, y alguna que otra explicación que puede pasar por alto y que por momentos se puede poner lenta, de todas maneras, no opaca todo lo bueno que tiene la película y el mensaje que quiere transmitir. "Cuando digo que es un espejo de la sociedad, es por la forma en la que la protagonista es tratada durante el film, se quiere reflejar ese estigma que hay en el desestimar o minimizar hechos en los que las personas sufren de algún tipo de acoso para luego terminar siendo castigados por el ojo ajeno." Puntaje: 7.5/10 Título original: The Invisible Man Año: 202 Duración: 124 min. País: Estados Unidos Dirección: Leigh Whannell Guion: Leigh Whannell (Novela: H.G. Wells) Música: Benjamin Wallfisch Fotografía: Stefan Duscio Productora: Coproducción Estados Unidos-Australia; Blumhouse Productions / Dark Universe / Universal Pictures / Goal Post Film. Distribuida por Universal Pictures Género: Ciencia ficción. Intriga. Terror | Remake Grupos: Adaptaciones de H.G. Wells | Blumhouse Productions
Dirigido y escrito por Leigh Wannell, el filme logra una reelaboración de la novela homónima de H. G. Wells, que alertaba sobre el peligro del mal uso de las ciencias, y el saber, que en manos de alguien peligroso puede convertirse en un arma letal, Wannell reformula la premisa, a través de nuevas y poderosas implicancias que van desde la manipulación y el abuso dentro de una pareja ejercidos a través de la vigilancia, el control y la violencia, hasta las ventajas de la invisibilidad, incluso para cometer crímenes con impunidad… Cecilia (Elizabeth Moss), una arquitecta de San Francisco, logra escapar del ojo invasivo y controlador de su marido Adrian (Oliver Jackson Cohen), un genio en tecnología óptica que además de multimillonario es un psicópata manipulador, controla todo lo que Cecilia dice, come, y hasta cómo se viste. Para librarse de esta relación tóxica, durante la noche, y con el marido sedado, Cecilia huye de la residencia que no es otra cosa que una cárcel panóptica, tiene cámaras en todas y cada una de las habitaciones que Cecilia deberá desactivar antes de lograr salir y escapar gracias a la ayuda de su hermana Alice (Harriet Dyer) que la estará esperando en la ruta… Cecilia busca refugio entonces en la casa de un amigo, casualmente un policía, James (Aldis Jodge) que vive junto a su hija adolescente Sydney (Storm Reid). Mientras vive con ellos se enterará de que su esposo Adrian se ha suicidado y le ha dejado una fortuna que ella recibirá con la sola condición de que se encuentre en plenas facultades mentales. Lo que se convertirá en algo casi imposible de lograr, mantenerse cuerda, en medio del acecho constante y metódico de una presencia omnisciente que la persigue, la controla, la acosa y la vigila como si fuera un hombre invisible que comienza a trastocar su entorno de allegados haciendo todo lo posible para ponerlos en su contra… El filme sólo toma la idea original de la novela de H. G. Wells de 1897, un científico que logra un filtro que lo convierte en invisible. En la película de Whannell, Adrian ha diseñado un traje que gracias a la implantación de micro cámaras logrará convertir en invisible al que lo lleve puesto ya que las micro cámaras lograran camuflarlo con el entorno. Así, esta reescritura irá más allá de lo que la novela original proponía, e incluso, llegará más lejos de la perspectiva feminista que alcanza y propone la heroína del filme, literal y metafóricamente, ya que la mismísima Moss le propuso a Whannell ciertos cambios en el guion con el fin de resaltar el valor y la fortaleza física y espiritual de la protagonista que logrará huir de una relación tóxica con un marido abusivo y violento. El filme va más allá porque apunta justamente al poder y a la invisibilidad para salirse con la suya y así actuar con impunidad. El conflicto diseñado entre lo que Cecilia ve o cree ver, su propia percepción del acecho al que la somete su supuestamente suicidado marido, y lo que es visto o mejor aún, lo que no es visto por su entorno (el policía amigo, su hija Sydney, y hasta su propia hermana), el puro vacío, la incredulidad. El director así tirará de la cuerda entre los que no le creen, negando su percepción, y creyéndola loca, o por lo menos paranoica, y lo suficientemente trastornada como para no creer en nada de lo que Cecilia diga, y menos todavía en lo que crea ver o presentir. Gaslighting En este punto, la paranoia, o el trastorno de Cecilia la emparenta con la protagonista del filme La Luz que Agoniza (Gaslight, George Cukor, 1944), nada menos que con Ingrid Bergman, en el que un marido sociópata y criminal intenta volver loca a su mujer que sufrirá una especie de desmoronamiento mental a través de una puesta en escena, montada por su marido criminal y misógino, que consistirá en cambiar de lugar cuadros y objetos, y mitigar cada vez más una luz de gas menguante para trastornarla, y trastocar así su percepción. De hecho, el término ya acuñado en la lengua inglesa, gaslighting, remite al abuso psicológico que consiste en cambiar la percepción de la realidad que tiene otra persona, haciéndole creer que todo lo que ve, recuerda o capta es producto de su invención. En los tiempos que corren podríamos pensar en esta técnica de manipulación dentro de una relación de pareja cuando el abusador planta la semilla de la duda, y convence a su cónyuge de que lo que ve o cree ver es un error de su percepción. El horror, el horror… Una de las premisas del cine de horror es aquella que nos dice que lo que nos da más miedo es justamente aquello que no podemos ver. Por eso no podemos nombrarlo, y por ende tampoco podemos defendernos o luchar contra esa fuerza invisible cuyo poder reside justamente en ser invisible. Eso que nos ve pero que nosotros no podemos ver, que se convierte en una amenaza constante porque siempre nos acecha y está ahí aunque nosotros no podamos verlo. En una extraña pero efectiva combinación de terror psicológico y horror gótico, la atmósfera del filme logra tensionarnos con esos inquietantes e hipnóticos planos fijos de espacios vacíos que registran la inmovilidad de los objetos, tanto que una silla vacía, o una sábana con pisadas logren inquietarnos a tal punto de compartir con la heroica protagonista el mismo terror frente a esa presencia invisible y siempre acechante… El hombre invisible Lo interesante es pensar qué es lo que hace a una persona invisible. El traje es una metáfora que quizás esté aludiendo al dinero y al poder que hace que la persona que lo lleve puesto sea invisible ante la mirada de los demás, es decir, que pueda actuar impunemente cometiendo crímenes sin ser castigado por la ley. Y este es uno de los planteamientos más relevantes del filme. Valdría preguntarnos qué ocurriría si nuestras malas acciones, crímenes, asesinatos, no tuvieran consecuencias adversas para nosotros justamente porque amparados por ese traje, que nos hace invisibles, nadie se enteraría de nuestros actos. Seguramente, garantizada la impunidad, seguiríamos cometiendo más crímenes amparados en nuestra propia invisibilidad. Por Gabriela Mársico @GabrielaMarsico
Dos potencias se juntan. Por un lado H.G Wells, autor, además de El hombre invisible, de muchos clásicos de la ciencia ficción como La guerra de los mundos y La máquina del tiempo. Por otro lado Leigh Whannell, guionista de Saw, Insidious y ahora director con tres películas que demuestran que está creciendo tanto cinematográficamente como industrialmente. En realidad no se trata de un peso pesado pero si alguien que ama al género, trata de hacer lo mejor que puede y es honesto, y eso hoy en día en el cine es más que valorable. Pero ojo aunque esta nueva adaptación del clásico de Wells lo muestra creciendo a un así le falta mucho para entregar una obra maestra como se está diciendo en muchos medios. Se trata de una película satisfactoria en sus mejores momentos pero que tiene unas taras que espero no se conviertan en una constante en su cine. Lo bueno es que aprendió de su amigo James Wan (con quien trabajo en la primera Saw y las dos primeras Insidious) y durante la primera mitad de la película logra escenas que generan tensión. La mezcla entre saber que hay alguien viendo al personaje principal sumado a la frustración de saber que nadie puede ayudarla esta mas que logrado. Para lograr esto Whannell utiliza las ventanas como ojos que ven constantemente a los protagonistas. En esa primera parte la película se acerca más a Actividad paranormal o a la primera Insidious y muestra a un director que perfecciono su arte. Que la historia transcurra en una casa en un barrio de lo más normal hace que la historia se sienta verosímil e incluso coquetee con la original Halloween que, no está mal recordar, trataba de un hombre que acechaba niñeras. Es por eso que la elección de Elizabeth Moos termina siendo un acierto, a pesar de por momentos su actuación se vuelve exagerada y de que no cambia su tono. Se trata de alguien normal en una situación de violencia de género y eso genera que se empatice con ella. El resto de los actores acompañan para servir de soporte a la historia escrita por Whannell y nada más. Pero pareciera que no puede con su ingenio y es ahí cuando empieza los problemas. De pasar a un tono chiquito, que se contenta con poco y con un estilo visual marcado, se pasa a otro cercano al de acción y ciencia ficción que, si bien tiene sentido dentro de la trama, no pega con la estética que venía manejando el director de fotografía Stefan Duscio Todas las anteriores adaptaciones de El hombre invisible eran hijas de su época. Algunos casos como The invisible agent (1942), Memoirs of an invisible man (1992) o Hollow man (2000) respondían a esto. Esta nueva adaptación no es la excepción y eso le juega tanto a favor como en contra. Por un lado remite al cine de acoso muy en boga en los setenta, como demostraban sus anteriores trabajos. Pero el director quiere ir más alla y en ese afán termina lastimando a sus personajes y metiéndose en arenas peligrosas. Es como si el discurso actual fuera más importante que el cine y al caer en eso genera que los personajes se conviertan en algo que no son. Al final El hombre invisible termina demostrando que es una historia puritana y reaccionaria, y eso es una verdadera lá stima.Calificación: 70/100
El hombre invisible: Puedes correr pero no esconderte. Esta semana una nueva versión de El hombre invisible desembarcó en las salas con gratas sorpresas: un guion sólido, un protagónico a la altura y un tema coyuntural: la violencia de género. Es época de «reversiones» y revisiones. Estamos en la era del refrito y las nuevas franquicias de grandes películas que supieron conseguir su público en su momento. Por su parte, El hombre invisible, el clásico de 1933 de James Whale, basado en la novela homónima de H. G. Wells, hoy -año 2020- muestra otra cara. Hace un tiempo, desde los estudios Universal se barajó la idea de crear un nuevo universo de monstruos y villanos revisitados en nuevas películas (La momia de 2017, por ejemplo, protagonizada por Tom Cruise). Este fue un intento fallido, dado que la taquilla no respondió como esperaban y las críticas menos. Esta versión de El hombre invisible, protagonizada por Elisabeth Moss (el rostro inigualable de mirada intensa de la serie «El cuento de la criada«) y dirigida por el australiano Leigh Whannell -guionista y coprotagonista de El juego del miedo y guionista, además, de la saga La noche del demonio -, afortunadamente se aleja de todo ese contexto. Igualmente siempre cuesta creer que lo nuevo supere a lo viejo. Aquí el resultado fue sorprendente. Por supuesto que todo producto nuevo tiene que saber venderse como tal en un actual mercado cinematográfico muy diferente al de los años 30, con nuevas reglas de juego y una coyuntura particular. La versión 2020 del clásico de terror tiene una vuelta de tuerca de violencia contra la mujer y empoderamiento femenino. ¿Les resulta familiar en el cine de estos días? La primera escena de la película es contundente. Se destaca por su fuerza narrativa y un clima de suspenso y peligro constantes. Cecilia Kass (interpretada por Moss) intenta escapar de la mansión donde convive con su pareja, mientras él duerme, llevando a cabo un plan meticulosamente pensado. Esta secuencia no tiene casi banda sonora, lo que implica que el espectador se concentre pura y exclusivamente en la acción con una especie de sensación de «vivo». Por su parte, el villano en cuestión, el novio de la protagonista – a quien no vemos completamente hasta casi el final del film – recibe en la ficción el mismo apellido que el hombre invisible de los años 30: Griffin. Sólo cambia su nombre de pila pero también es un científico reconocido, como el Griffin de Claude Rains. Aquí el «monstruo» humano logra ser invisible por medio de la tecnología luego de haber sido dado por muerto. En la película de 1933, Jack bebe sustancias que lo convierten en un hombre cargado de violencia, pero en vida. Lo que sigue es la historia de una mujer acosada, perseguida y sometida que tiene miedo de poner un pie fuera de la casa de su amigo, lugar donde pretende llevar una nueva vida. Cecilia siente constantemente la presencia de Adrian en su vida, se asusta aún más, es dada por loca y lo que sigue es spoiler. Pero lo cierto es que Whannell sabe de construcción para la ficción. En cuanto a clima, nos mantiene todo el tiempo aferrados a la historia, empatizados, sumergidos. A su vez, no descuida el trabajo de arte y representación de los alrededores de los protagonistas. A nivel narrativo, se toma su debido tiempo para presentar a los personajes y sus historias y contiene algún giro inesperado. El nuevo hombre invisible es una apuesta potente dentro del cine de género pochoclero. Se puede decir que está entre medio de ese y aquellas nuevas películas que nos quieren contar y decir otras cosas mucho más profundas. Aquí no hay lugar para el humor o la ironía. Whannell va al hueso y sabe lo que hace.
AHORA NO ME VES: Un thriller que crea buenas atmósferas Un clásico monstruo de Universal tiene una nueva chance de la mano de este thriller terrorífico que pone el acento en la violencia contra la mujer. El mandato cinematográfico de la década pasada parecía ser que cada estudio debía probar suerte con su propio “universo compartido”, no necesariamente superheroico. Algunos fueron por esa vía, otros le apostaron a los kaijus destructores, y Universal Pictures decidió desempolvar a sus clásicos monstruos, los mismos que se convirtieron en marca registrada de la compañía allá por la década del treinta. Así, “Drácula: La Historia Jamás Contada” (Dracula Untold, 2014) intentó convertirse en la punta de lanza de un Dark Universe moderno, donde estas figuras legendarias adquirían un nuevo significado o, al menos, una mirada diferente para estos relatos tan conocidos. La película de Luke Evans no consiguió hacer gran cosa con este emprendimiento terrorífico y el segundo intento, “La Momia” (The Mummy, 2017) de Tom Cruise, terminó por hundirlo después de presentar en sociedad a sus futuros protagonistas: Javier Bardem como el monstruo de Frankenstein y Johnny Depp en la piel del Hombre Invisible. El fracaso estrepitoso de la aventura dirigida por Alex Kurtzman, uno de los arquitectos de este universo cinematográfico, archivó todos los proyectos y cambió las riendas de la franquicia. De la mano de Jason Blum y su productora Blumhouse Productions -casa matriz de varias sagas de terror de bajo presupuesto como “La Noche del Demonio” (Insidious), “12 Horas para Sobrevivir” (The Purge), “Feliz Día de tu Muerte” (Happy Death Day) y “Sinister”, entre otras-, el Dark Universe tiene una segunda oportunidad que arranca con “El Hombre Invisible” (The Invisible Man, 2020), thriller de ciencia ficción que reimagina el clásico literario de H. G. Wells y muchas de sus adaptaciones fílmicas. Leigh Whannell, actor, guionista y director, artífice de la saga de “El Juego del Miedo” (Saw) junto a James Wan, se carga esta historia de suspenso al hombro, corriendo el ángulo de atención del personaje del título hacia su víctima, Cecilia Kass (Elisabeth Moss), protagonista que intenta escapar de una relación tóxica y abusiva. Esta metáfora poco sutil sobre los tiempos que corren, y la importancia de visibilizar la violencia contra la mujer en la era del #MeToo y el Time’s Up, es la gran excusa para crear un relato de suspenso muy bien llevado en ritmo y atmósfera, que nos hace dudar (y temer) hasta de nuestra propia sombra. Puede que Cecilia no esté alucinando... ¿o sí? Todo arranca una noche muy bien planificada, cuando Cecilia logra finalmente escapar de la aislada mansión costera que comparte junto a su controlador esposo Adrian Griffin (Oliver Jackson-Cohen), un adinerado y brillante científico experto en el campo de la óptica. Con la ayuda de su hermana Emily (Harriet Dyer), Kass se refugia en la casa de James Lanier (Aldis Hodge), detective de la policía y un viejo amigo desde la infancia que junto a su hija adolescente le dan la contención necesaria durante este periodo de transición. Igual, Cee no deja de estar aterrada y apenas abandona la casa por miedo a las represalias. Todo cambia semanas después de su partida, cuando se entera que Adrian cometió suicidio dejándole una gran parte de su fortuna, la cual solo podrá aprovechar si sigue ciertas demandas. Hasta ahí, todo bien, y el alivio parece haber llegado finalmente a su vida, pero Kass no puede dejar de sentir la presencia invasiva de su ex, paranoia que empieza a complicar su día a día, sus ofertas de trabajo y sus relaciones más estrechas. La tecnología la servicio de los nuevos villanos Conociendo de lo que es capaz su marido, Cecilia no puede alejar la sospecha de que su muerte no fue más que una farsa, creyendo que Griffin encontró la manera de torturarla sin que nadie pudiera verlo, posiblemente con la complicidad de su hermano Tom (Michael Dorman). Pronto, una serie de extraños sucesos pone en tela de juicio la sanidad de la chica, ya sea para las autoridades, sus seres queridos y el espectador, que intenta resolver qué es verdad y qué es alucinación en este juego macabro. “El Hombre Invisible” juega con todos los tropos conocidos del thriller y el terror psicológico, construyendo una trama sólida, atrapante y entretenida aunque no pueda evitar algunos lugares comunes. Sus inconsistencias y algunas previsibilidades son apenas detalles menores que se pueden dejar pasar gracias a los climas de tensión y el buen manejo de la cámara (sobre todo de los espacios) que nos presenta Whannell, siempre con la ayuda de su director de fotografía (Stefan Duscio), el diseño de producción de Alex Holmes y la banda sonora de Benjamin Wallfisch, elementos que se conjugan para incomodar durante dos horas película que no dan respiro. Rodeate de gente que te quiera... y te crea Ayuda tener a Moss como cara más visible y dramática de esta historia, a pesar de que ya la hayamos visto pasar penurias parecidas (o peores) en las tres temporadas de “The Handmaid's Tale”. También que el realizador no pierda tiempo en esclarecer a este villano (es un hombre invisible), corriendo cualquier aspecto sobrenatural a un plano científico que puede explicarse en apenas un par de escenas. Esta es la película de Cecilia batallando contra sus miedos y la imposibilidad de recuperar una vida normal cuando todavía la ronda el fantasma del abuso constante, un fantasma mucho más tangible que cualquier espectro o monstruo clásico que supo alimentar nuestras pesadillas.
El pasado que nos persigue Inspirada en un personaje creado por H. G. Wells, este film reversiona la historia con un giro interesante que la vuelve más atrapante. "El Hombre Invisible" es un personaje creado por H.G. Wells para una novela de ciencia ficción que narraba las memorias de Griffin, un científico que teoriza sobre la invisibilidad, y al realizar el experimento, logra llevar a cabo este proceso consigo mismo. La historia llegaría al cine adaptada en 1933 (como uno de los monstruos clásicos de Universal, junto con Frankenstein, Drácula, La Momia y otros), y luego en 1992. En esta oportunidad, Griffin seguirá siendo un científico y nuevamente encontrará la forma de hacerse invisible, pero aquí pierde el protagonismo. El filme está más alejado del género que lo hizo famoso y virará hacia el suspenso y terror. La historia aquí tendrá como foco a Cecilia Kass (Elisabeth Moss), que, tras años de sufrimiento, decide escapar de una relación violenta y controladora que tiene con Griffin (Oliver Jackson-Cohen). Desaparece en la clandestinidad con la ayuda de su hermana (Harriet Dyer), su amigo de la infancia (Aldis Hodge) y su hija (Storm Reid), pero, al enterarse de que su ex pareja apareció muerto, no podrá encontrar la paz. Es que su ex comenzará a perseguirla en su nueva vida, como si se tratara de un fantasma en busca de venganza. También te puede interesar: ¡No convence! Reciclaje yanqui para dejar pasar La vuelta de tuerca y de perspectiva que tiene la propuesta la hace atractiva para nuevo público, y acerca más a aquel monstruo de Universal ya mencionado, aunque este nuevo Hombre invisible sea más sádico y peligroso que los anteriores. También vale decir que la temática de violencia de género se da de manera orgánica, y no por simple corrección política. La adaptación funciona coyuntural y artísticamente. Además, la actuación de Moss es excelente, aunque estemos ante una película de género, en donde no suele importar demasiado el talento de los intérpretes. Quizás el mayor problema que carga el largometraje es justamente el peso con el que debe lidiar por traer a la vida una vez más a un personaje clásico, conocido por todos, y lo que se espera de él quizás sea más de lo que puede entregar en esta oportunidad.
Otra muestra del talento que ejerce Leigh Whannell al momento de abordar el género. Toma ciertas decisiones narrativas que pueden cuestionarse pero su manejo del suspenso es excelente. Como siempre Elisabeth Moss hace bien los deberes.
Será insoslayable mencionar el bajísimo nivel de expectativas que generaba la llegada de “El hombre invisible” frente a la posibilidad de que siguiese el mismo camino que Universal se había trazado con el estreno de “La momia” en 2017. Los que aún tratan de olvidar esa traumática experiencia frente a la pantalla deberán salir de terapia y entrar en la sala un poco más tranquilos, porque peor que aquella no podía ser. ¿Sobre qué se podía a priori apoyar el espectador para ver este estreno sin ser fanático de los viejos monstruos (La momia, Frankenstein, etc)? No mucho. Como guionista Leigh Whannell ha creado dos sagas muy exitosas: “El juego del miedo” (“Saw”, 2003) y “La noche del demonio” (2010), o sea un enorme puñado de fórmulas repetitivas y truculentas. Como director fue culpable de “La noche del demonio 3” (2015), pero a su vez de una pequeña gema de acción – ciencia ficción no estrenada en nuestro país que se llama “Upgrade” (2018). Aún con escasísimos antecedentes, estamos frente a una de esas excepciones en donde los currículums quedan de lado para dar paso a uno de los estrenos del año dentro del género del terror. Terror psicológico si se quiere, pero sobre todo uno de esos ejemplos en los cuales este género se ofrece como la sublimación del drama con los elementos fantásticos aportando a la construcción de esa sublimación. Es difícil saber si desde un primer momento Leigh Whannell quiso hablar de violencia de género pero “El hombre invisible” lo hace, y si es por eso el gran monstruo ya no pasa a ser él, sino el hombre en general como parte de la posible lectura. Cecilia Kass (Elizabeth Moss) está viviendo una relación más que tóxica. Su vínculo con Adrian (Oliver Jackson-Cohen) ha llegado a un punto de dominación física y emocional a la cual esta mujer está decidida a rebelarse. Se refugia con su hermana y su mejor amigo James (Aldis Hodge), un policía que vive a su vez con su hija Sydney (Storm Reid). Allí trata de dilucidar qué hacer de su vida lo más lejos posible del infierno, pero la noticia del suicidio de Adrian trae al mismo tiempo alivio y descreimiento. La historia la podemos adivinar porque el científico se vuelve invisible (no hace falta aclarar aquí como) y planea llevar a las últimas consecuencias su instinto posesivo y obsesión de venganza. A partir de este punto el guión comienza a trabajar en dos ejes dramáticos: el espiral de deterioro que va sufriendo Cecilia a medida que los sucesos de violencia y acoso ocurren, y la construcción de un entorno que no sólo endilga paranoia a las advertencias de la víctima, sino también una creciente culpa por generar situaciones tensas e incómodas. Precisamente la misma situación que viven las mujeres sometidas y subyugadas por la violencia machista, primitiva e irracional, “El hombre invisible” se convierte en símbolo de esa indiferencia que sufren las víctimas de violencia de género. y el guión juega a la perfección esa dualidad desesperante entre la el silencio y la falta de escucha. Y lo hace de manera tal que el espectador jamás abandonará a Cecilia. Desde el minuto uno estamos con ella, pero el texto cinematográfico nos interpela desde otro lugar. ¿Qué hacemos cuando la desesperación se nos presenta en carne y hueso? ¿Cómo reaccionamos frente a las denuncias? Es cierto, cuando la película vuelve al género y se ocupa de los golpes de efecto que este necesita, algo de su poder dramático se diluye y algunas escenas regatean el verosímil. Por eso, “El hombre invisible", en este aspecto, no logra aquello que sí se puede ver en “Joker” (2019) Una amalgama perfecta entre un universo ficticio y la observación de fenómenos sociales. Así y todo, el ritmo narrativo, la generación de situaciones realmente escalofriantes por virtud del montaje. los efectos de sonido (que también son la gran estrella técnica en este estreno), y el estupendo trabajo (físico y emocional) de Elizabeth Moss, hacen que la realización asome la cabeza por fuera del género al cual pertenece y lo trascienda.
Suele ser una maldición que el didactismo y la agenda del día se impongan en las ficciones, salvo cuando eso se utiliza para darle credibilidad a la pura invención. Esa es la primera virtud de esta nueva vuelta de tuerca sobre un personaje clásico. Aunque no estamos aquí ni en la novela de Wells, ni en las películas de James Whale o –siquiera– de Paul Verhoeven, sino que la idea de una persona invisible que representa una amenaza absoluta porque posee una característica que lo provee de poder absoluto se mira desde lo cotidiano. Hay una mujer abusada por una pareja psicótica; huye. El hombre se suicida, pero no: todos sabemos que no es así y eso es lo que provee el suspenso. Primero, si se trata de una amenaza real o si está en la cabeza de la víctima. Una vez que resolvemos esa cuestión, la creación constante de un miedo creciente –claro que aquí es fundamental el fuera de campo porque el villano no se ve– a través del sonido, del montaje y, sobre todo, de la actuación de Elisabeth Moss. Solemos olvidar en los films de gran presupuesto que los actores no solo deben convencernos de la existencia de sus propios personajes sino, muchas veces, de que existe lo que está frente a ellos y que ellos no ven, porque es algo que se agrega digitalmente luego. Ese tipo de juego requiere un gran talento; Moss logra hacerlo aquí actuando “contra nada” y contagiando un miedo que supera, de modo metafísico, la agenda del día. Esto es el cine.
Solidez narrativa y ética discutible Si bien se mueve entre los tópicos del cine de géneros y la denuncia del machismo, este hombre invisible deja un sabor raro cuando todo vuelve a la luz. Alguna vez el escritor británico Alan Moore señaló a Griffin, el “hombre invisible” de H. G. Wells, como el personaje más desagradable de toda la literatura. Así lo plasmó en su serie de cómics La Liga de los Caballeros Extraordinarios. Ególatra y misógino, el Griffin de Moore viola reiteradamente a las señoritas de un colegio, ante la creencia impávida de las monjas, convencidas de que los embarazos son consecuencia de algún espíritu santo. En lo que al cine respecta, éste puso una rápida piedra basal, ejemplar, con la versión de la Universal y James Whale, de 1933. La estela arrojó secuelas y variaciones, junto a dos títulos notables, de dos maestros: Memorias de un hombre invisible de John Carpenter, y Paul Verhoeven con El hombre sin sombra (Hollow Man). La actual versión de Leigh Whannell, El hombre invisible, agrega un eslabón más y no menor. Hay sustos a la vieja usanza y desconfía de los efectismos y efectos visuales (que los tiene). Crea climas y fuerza el verosímil. Mejor aún, deja a Griffin en un segundo plano, por fuera de cuadro, y elige el punto de vista de la víctima. Con ella hay que escapar. Con Cecilia. Y encontrar la manera de hacer visible lo que sus palabras no pueden explicar. De este modo, la puesta en escena se asegura el desafío. Porque Griffin está de vuelta, con mismo nombre, así como en la novela de Wells. De modo astuto, el film de Whannell deposita el protagónico en la gran Elisabeth Moss, quien lleva adelante su personaje desde un primer momento ya desesperado. Cecilia despierta en medio de la noche y lo primero que hace es quitarse de encima y con cuidado el brazo de su pareja. Acto seguido y sin ruidos, sigue el camino trazado, para escapar de la guarida alejada en donde vive prisionera. Lo hace a la manera de una prófuga cuando salta el tapial y la sirena ulula; mientras, un coche la espera, así como en las huidas perpetradas en tantos films carcelarios. Precisamente, una de las virtudes de El hombre invisible radica en jugar con los tópicos cultivados por el cine de géneros. Los asume, reitera clichés y funcionan. Así, le basta establecer una elipsis –de intertítulo, bien clásica– para resituar a Cecilia en la casa de un amigo (policía y novio de su hermana), y entender que vive otra vez encerrada pero por sus miedos, aterrada como está de ser encontrada por su marido. La promesa misma de la película, la del hombre invisible, resuelve lo que el público espera y lo anuda desde una problemática en la que Cecilia es síntesis: mujer golpeada y abusada, verá menguar el apoyo y la creencia de quienes le rodean. De modo previsible, la película profundizará en su tesitura a través de las apariciones fantasma de este acosador, en cuya invisibilidad nadie cree más que ella. La ambigüedad entre invisibilidad y espectro –que tiene su razón también– hace que la película de Whannell juegue con el registro del terror, a la manera de una casa encantada, habitada por una presencia malvada. La locura de la mujer aparece como posibilidad. Y es por esto que no faltará la situación que permita a El hombre invisible recurrir a ese tipo de films también, con psiquiátricos como escenario. En este sentido, si se tiene en cuenta la morada donde Griffin vive y de la cual Cecilia escapa, nada cuesta pensarla como émulo del castillo alejado de tanto científico loco, aquí de raigambre visual cercana a la que habitara Boris Karloff en El gato negro (1934), la obra maestra de Edgar Ulmer. Todo un logro, hay que decirlo. Tiene su explicación entre películas que pueden gustar más o menos, pero que hacen de Leigh Whannell un realizador atento con el género que cultiva: es uno de los guionistas de El juego del miedo e Insidious, junto a James Wan en dirección; éste es su tercer largometraje como director. Y es un disfrute, porque lo que emerge –como se apuntó al inicio– es la atención en el relato y la creación de climas, conjugados con el terror de una mujer ante el marido que la amenaza. En otro orden, el ardid paracientífico de la invisibilidad es utilizado de manera congruente con los nuevos tiempos tecnológicos. Este Griffin es un científico que sabe todo lo que hay que saber sobre óptica y mucho más. Su morada solitaria asevera experimentos secretos. Para lograrlos, se vale de la herramienta visual por todos utilizada, presente en tantas cámaras como teléfonos o sistemas de vigilancia se quieran. No casualmente, Cecilia tapará en un momento la cámara de su notebook. No querer ser espiada por este psicópata también guarda eco con la vigilancia invisible, cotidiana, que se ejerce sobre la ciudadanía. Es porque te interesa la información rigurosa, porque valorás tener otra mirada más allá del bombardeo cotidiano de la gran mayoría de los medios. Página/12 tiene un compromiso de más de 30 años con ella y cuenta con vos para renovarlo cada día. Defendé la otra mirada. Defendé tu voz.
La nueva adaptación del Hombre Invisible no actualiza al clásico literario de sci-fi / terror de H. G. Wells meramente a través de mejores efectos especiales e interpretaciones (aunque, claro, eso también sucede), sino a través de la relevancia de su temática, que sirve como metáfora para hablar de horrores mucho más tangibles pero solo recientemente visibilizados. Sí, se trata de una adaptación feminista, pero que en ningún momento se queda en el mero oportunismo: El Hombre Invisible es un grito que sale del #MeToo y que aquí podría hacerlo desde el #NiUnaMenos, pero es el más sensato, inteligente y contundente de todos los que emergieron desde que el cine norteamericano prestó sus medios a la causa. Dicho de manera sencilla: la metáfora del horror hasta hace poco completamente invisibilizado, por más que dicho de esta manera pueda resultar un tanto obvia, es la más potente del montón. Gran parte de ello se debe a la hábil dirección de Leigh Whannell (Upgrade, Insidious: capítulo 3), pero sobre todo a la impecable interpretación de Elisabeth Moss, que compone a Cecilia, una treintañera presa de una relación tóxica, que escapa a la violencia (física y psicológica) de su pareja abusiva, pero no tarda en descubrir que un perverso controlador no abandona a su “presa” tan fácil. Rehén de un sistema patriarcal que elige no creerle a la víctima, o sencillamente la termina revictimizando, la protagonista padece el infierno de la mujer acosada, llegando a sufrir incluso un paralizante estado de agorafobia como secuela del trauma. Cuando sospecha que su ex, lejos de haber muerto como se le indica en un primer momento, está ahí presente con ella -y no solo en un sentido simbólico-, el martirio vuelve a decir presente de la manera más literal posible. El hombre invisible es una apuesta fuerte al género, que no se enreda en explicaciones fácticas en cuanto a sus aspectos más fantásticos. No es el punto: se entiende que el acoso existe, y que la historia merece ser contada por la víctima. Y, aunque por momentos no consigue escaparle del todo a ciertos clichés del terror, esa historia se cuenta aquí con sobrada fuerza y compromiso.
Estudios Universal: la tierra de los Monstruos mas Famosos de Hollywood. Drácula, Frankenstein, el Hombre Lobo, la Momia, el Hombre Invisible… el Monstruo de la Laguna Negra. Entre la década del 30 y la del 50 arrasaron en taquilla hasta que el exceso de secuelas dejó de hacerlos atractivos. Terminaron peleándose entre ellos en publicitados monster bash o participando de las comedias mediocres de Abbott y Costello hasta que terminaron por salir de circulación por el escaso atractivo de taquilla producido por la saturación. Saltemos a la primera década del segundo milenio: Marvel comienza a arrasar en la taquilla y se anota un poroto enorme con Los Vengadores (2012), un crossover de personajes presentados en varias películas previas, una apuesta cuyos resultados dieron generosos dividendos. Todos los productores de Hollywood se excitaron y comenzaron a planear sus propios universos cinematográficos – Sony con el Hombre Araña y todos los villanos de su saga para llegar eventualmente a un crossover con The Sinister Six, cosa que ahora sí parece posible después del éxito en solitario de Venom; Netflix en asociación con Marvel tomó los héroes callejeros neoyorkinos de la editorial y terminó con The Defenders; Warner / DC quiso hacer lo mismo con los personajes de DC pero el apuro y la falta de coordinación lo hicieron fracasar en La Liga de la Justicia (hasta que vino gente de afuera con una mirada fresca y reencaminaron la saga, enfocándose en películas individuales mas que en universos compartidos); incluso hubo gente que reflotó a los monstruos de la Toho (los que sí tenían un universo cinemático compartido desde hace mas de 50 años) y lanzó su saga de Godzilla & friends con resultados que van de lo excelente a lo pasable -, y la Universal no quiso quedarse atrás. Primero probó con la injustamente menospreciada Dracula Untold, y luego se lanzó con el desastroso reboot multiestelar de La Momia (cuanto menos hablemos de la horrenda El Hombre Lobo, mejor). No se trata de contratar estrellas ni de convertir a los monstruos en una especie de superhéroes oscuros. Se trata de recuperar su esencia: bichos que te asustan y se convierten en la peor de tus pesadillas. Entra Jason Blum a escena, un tipo que está construyendo un imperio con películas de terror de bajo presupuesto, total libertad creativa y productos que en su mayoría rinden en la taquilla y obtienen muy buenas críticas. El tipo le propone un nuevo acercamiento al universo de los Famosos Monstruos al estudio y se trae a Leigh Whannell, un tipo que sabe de sustos con su sociedad imbatible con James Wan que ha dado a luz Saw, Silencio desde el Mal, El Conjuro, Insidious… Ahora Wan se ha vuelto mas mainstream y Whannell – libretista desde siempre – está haciendo sus primeros pininos como cineasta. Ahora tiene un enfoque nuevo pero no para Drácula o Frankenstein sino para un monstruo secundario del panteón: el Hombre Invisible. En lugar de convertirlo en un criminal demente que quiere apoderarse del mundo, prefiere ceñirlo a una historia mas íntima y efectiva: la del esposo sicópata que no puede dejar de acosar a su sufrida esposa… por el medio que sea. Whannell no reinventa la rueda sino que simplemente adapta Durmiendo con el Enemigo (1991) (la de Patrick Bergin acomodando compulsivamente toallitas en el baño) a su enfoque, solo que el marido sicópata ahora es Tony Stark, un genio multimillonario que ha hecho maravillas en el campo de la óptica y ha diseñado un traje lleno de cámaras que retransmiten el fondo y le permiten ser invisible. Simulando su muerte, el tipo se dedica a acosar a su mujer, hasta el punto de hacerla encerrar en un manicomio. ¿Quién va a creer que su esposo muerto la acosa y que, encima, se ha vuelto invisible?. Si el filme es efectivo es porque Elisabeth Moss es una actriz de lujo. Tiene un rango enorme y puede ir desde la mas devastadora crisis de nervios hasta el polo opuesto, demostrando inteligencia y frialdad. El escape de la mansión de su esposo, su refugio en la casa del novio de su hermana, la paranoia de que un tipo tan sádico y abusivo como su marido puede aparecer de un momento a otro en la puerta de la casa… da lugar a escenas completamente electrizantes y uno puede palpar el horror en el rostro de la Moss. Y cuando los sucesos paranormales ocurren (porque, ¿qué otra explicación puede haber?; o es un fantasma o a la Moss se le chifló el moño e imagina cosas), uno pega flor de repingo. Whannell dirige al estilo de Actividad Paranormal o, mejor aun, como la escena de la enfermera de El Exorcista III (considerada oficialmente la escena mas shockeante de la historia del cine según una tonelada de encuestas), con cámara fija en un punto durante demasiado tiempo y algo imperceptible que se mueve en el fondo… o que no pasa nada y cuando la cámara regresa con la Moss hay una revelación espeluznante. Con cero música, solo sonidos ambientales, es un prodigio de suspenso. Me gustó todo lo que tiene El Hombre Invisible: el clima, las perfomances, la locura, la mutación de Elisabeth Moss de víctima desamparada a princesa guerrera, las revelaciones. Hay algunos sustos pero no es el gran filme de terror como El Conjuro o Insidious; en cambio está plena de clima y posee grandes revelaciones, y el final definitivamente me encanta. Ok, si uno lo analiza con ojo crítico y busca el realismo verá que todo es muy rebuscado, pero es la habilidad de Whannell como director para entretenerte lo suficiente sin que vos le veas los costurones. Y al final termina dando a luz algo sólido, chiquito, eficiente y creativo, un enfoque novedoso sobre un personaje que parecía restringido a los mismos mecanismos narrativos de la historia original. Si esto es el inicio de una nueva etapa de la Universal con versiones minimalistas y mucho mas intimas de Frankenstein, Drácula y otros monstruos, bienvenido sea. Me encantaría ver una versión de Frankenstein de Whannell con un marido desesperado por recuperar a su esposa muerta y creando un adefesio hecho de cadáveres… tomando la idea de base de la leyenda y aplicando un criterio mas moderno, intimo y con el cual el público pueda sentirse identificado. Algo similar a lo que ocurre con Elisabeth Moss y la audiencia, en donde cada triunfo de la sufrida heroína es digno de un aplauso de pie.
Leigh Whannell renueva al clásico hombre invisible con un relato digno del siglo XXI.
“Sorpresa”, una palabra que es repetida muchas veces en el film y tiene otra significación que es fundamental para comprender el tema del film. Por ejemplo: en la escena del ático donde el personaje de Elisabeth Moss encuentra el teléfono de Andy Griffin su esposo(nombre clave para llegar al simbolismo de la historia), y en ese momento le llega un mensaje que dice “Sorpresa”. Ella se da vuelta dentro de ese lugar muy tenebroso y bien representado por el director si entendemos que ella llego ahí subiendo con una escalera pensando en el eje vertical introducción a lo trágico según Faretta. Pero no encuentra nada ni a nadie. Pareciera que no hay nada, pero en realidad si existe algo, si hay algo presente, en este caso Griffin que aparece al final de la escena. Y así funciona un poco el cine y las películas. Estamos en una escena que parece que nada significa nada pero en realidad si hay algo y todo tiene que ver con todo. Todo esto tiene aun mas sentido ya que somos autoconscientes de que el padre del cine fue D.W. Griffith, el cual fue el que transformo la maquina o el objeto del cinematógrafo a cine como lenguaje con sus términos y reglas como todos hoy conocemos. Y aquí pasa lo mismo con el personaje de Griffin (no por casualidad ese apellido) que fue uno de los pioneros con las ópticas y las cámaras de vídeo. Un personaje que logro ser invisible y parecer muerto pero en realidad nunca lo estuvo. Lo mismo pasa con Griffith simbólicamente ya que fue un cineasta el cual le debemos todo. Al final del film Moss que da una increíble actuación siendo el gran sostén de la película, usa el objeto, mas bien el traje inventado por Griffin para poder engañarlo y descubrir el secreto, o mas bien el truco. Porque es Griffin el que le dice “Sorpresa” a Moss hacia el final, pero con ese subtexto, nos da a entender a ella y a nosotros que fue el, el que cometió todas las atrocidades en las escenas antecesoras si tenemos en cuenta la escena en el ático ya mencionada en este texto donde el personaje de Moss y nosotros nos sorprendemos con ese mensaje. Gran película y un gran homenaje al creador del cine.