Menos experimental pero no por eso menos audaz que muchas de las películas que suele exhibir el BAFICI, El último Elvis es una interesante apuesta por parte de los programadores del festival para una función de apertura: una opera prima argentina que, en principio, puede resultar más convencional, más clásica (desde lo narrativo) que el resto de la programación, pero que, en definitiva, es un trabajo muy sólido, incluso bastante arriesgado, y sin ningún tipo de concesiones. Llegué a la proyección de El útlimo Elvis con cierto prejuicio: es que no me había gustado nada Biutiful, el film que Bo y Giacobone escribieron para el mexicano Alejandro González Iñárritu. Por suerte, aquí -más allá de algún exceso de simbolismo religioso, cierto patetismo o algún aislado golpe bajo- estamos en un terreno mucho más convincente,´menos recargado, más humano, menos manipulador. El segundo prejuicio (sí, los críticos también tenemos unos cuantos) tenía que ver con la "estética publicitaria". Bo es un director estrella de comerciales y, muchas veces, este tipo de realizadores caen en cierto regodeo de su talento, en exhibicionismos y efectismos varios, cuando incursionan en el cine. No es este caso, ya que -más allá de la estilización y del virtuosismo de Bo- el trabajo visual, los encuadres, el diseño de los planos-secuencia, están siempre en función de lo que se quiere contar, de los estados de ánimo de los personajes y de los climas por los que ellos atraviesan. La propuesta es sencilla y compleja a la vez. Sencilla porque se trata de la historia de un cantante, de su relación con su ex esposa (Griselda Siciliani) y con su hija (Margarita López). Compleja porque debajo de esa superficie de culebrón familiar se esconden contradicciones íntimas, conflictos ligados a lo más profundo y visceral de la existencia humana. Carlos Gutiérrez es "el último Elvis", un imitador (brillante) del Rey del Rock que nunca ha pasado de hacer covers en fiestas, geriátricos o sociedades de fomento. Gordo, semi calvo, sudoroso, parece úna decadente versión de la ya decadente figura del Presley de los últimos días. Se gana la vida como operario en una fábrica de electrodomésticos y es (fue) un hijo ausente (con una madre postrada), un marido ausente, un padre ausente... un hombre ausente. Muchos lo toman como un freak (por allí desfilan los dobles de otros artistas famosos como John Lennon o Iggy Pop), pero él se considera (y actúa) como un verdadero artista, aunque ni siquiera pueda cobrar las regalías en el sindicato. No voy a adelantar qué pasa luego de ese arranque, sólo que el protagonista quiere "triunfar", "hacer algo grande", que los demás estén "orgullosos de mí". Así, lo que sigue es una épica íntima, un viaje interior y exterior, un cuento de hadas pesadillesco sobre la culpa, la renuncia y la redención. Bo recurre muy poco a los diálogos porque confía en la fuerza de sus imágenes, sostiene los planos sin caer en el vértigo de un montaje que le dé "ritmo" porque eso conspiraría contra la intensidad del relato. También merecen destacarse aspectos no muy transitados por el cine argentino como las secuencias musicales (que son vistosas y duran lo que tienen que durar: ni más ni menos) en las que John McInerny se luce mucho más que cuando tiene que "jugar" situaciones más densas (aquí el no-actor pierde frente al cantante). Además de la proeza de haber conseguido los derechos de tantos clásicos musicales, otro gran hallazgo de la producción es el diseño de producción y, en particular, la reconstrucción de Graceland que hace el talentoso Daniel Gimelberg. En estos detalles que aquí no son menores, pero sobre todo en la convicción, el aplomo, la coherencia y la prestancia de un director de rápida madurez como Bo, reside el corazón de una película con muchos atractivos y, también, con unas cuantas aristas (y un desenlace) para el más apasionado de los debates cinéfilos.
Publicada en la edición impresa de la revista.
Larga Vida al Rey Tras realizar el guión de Biutiful de Alejandro González Iñarritú con Nicolás Giacobone, Armando Bo, hijo de Victor y nieto del director de India (que también se presenta en el Festival), inaugura el BAFICI con una ópera prima de bastante producción que cuenta con el apoyo de Telefé y del director de Amores Perros...
El Trono del Rey Difícil que algo caiga si nunca subió. El Último Elvis es la historia de un hombre en busca de reconocimiento, de gloria, estados a los que nunca arriba por relegar su vida intentando llevar a cabo la de otro, muy distante. Carlos Gutiérrez (John McInerny) es un obrero que reside en la provincia de Buenos Aires, separado, con una hija a la que sólo lo conecta su nombre: Lisa Marie (Margarita López). Es que Carlos no sueña con ser Elvis, lo es. Porque está en cada detalle, y sigue siéndolo aún en las instancias más dramáticas de su vida. Una vida que fuera de su imaginario resulta ser monótona y gris. No queda muy claro si Carlos quiso tener una hija, a la que impone gustos que corresponden a la verdadera hija del Rey, o si buscó tenerla para conformar el cuadro de su vida alterna.
Elvis vive en Avellaneda Armano Bo, nieto del legendario realizador de las películas de Isabel Sarli, co-escribió el guión de Biutiful y viene del área publicitaria. Su largometraje, El último Elivis, propone un viaje melancólico sobre un personaje que quiere ser "otro" y parece vivir en (y del pasado) para transitar un duro presente. Carlos Gutiérrez (John McInerny) es un excelente imitador de Elvis Presley que vive en Avellaneda, trabaja como operario en una fábrica de electrodoméstios y también se gana la vida cantando en fiestas, casinos y sociedades de fomento. Su pasar no es nada alentador: desea recomponer la situación familiar con su ex mujer (Griselda Sicialiani) y su hija (Margarita López) mientras deambula por las calles exigiendo lo que le pertenece. El último Elvis recurre a una narración convencional (el logrado plano secuencia del comienzo descubre al Elvis local en plena acción) para crear el clima de desesperanza y nostalgia que arrastra el personaje central. Bo da la información justa y resuelve los números musicales de manera notable (al igual que su intérprete) para servir en bandeja las similitudes y diferencias que existen entre Carlos Gutiérrez y el Rey del Rock. Y la decisión del personaje de seguir a su ídolo hasta el final. Un viaje de locura que llega hasta los Estados Unidos se adueña de la pantalla en esta historia de contrastes (la escena final sorprende) que tiene pocos diálogos y coloca la banda sonora en los momentos justos. Un promisorio debut que espía el mundo del arte, la decadencia y la música con unos minutos finales en los que uno espera (al igual que Gutiérrez) la aparición fantasmal del ídolo.
(Parte del siguiente artículo es extractado de la reseña escrita para la apertura de BAFICI 2012, que este film abrió) Muchos de ustedes ya conocen a Armando Bo, hijo del legendario actor. Un director que viene del mundo de la publicidad y que tiene una extensa y exitosa carrera en el medio. "El último Elvis" es su primer largometraje, realización apoyada por nombres fuertes de la industria local que apostaron a favor de una gran idea y ahora esperan un merecido recibimiento del público este jueves de estreno. Es cierto, el film de Bo transmite fielmente el espíritu del cine independiente y de autor y esa fue la razón por la que los programadores del BAFICI la eligieron para que sea la marca del fest hace días.. Recordemos además que la cinta ya viene haciendo un recorrido interesante, compitió en "Sundance" hace poco y viene generando mucha atención por parte de la prensa especializada. Elvis, como un ícono de la cultura rock, atrae la atención de todos los públicos. En este caso en particular, "El último Elvis " combina, en cierta manera, una manera de narrar simple y austera, pero con gran calidad técnica y sobrias actuaciones. El film de Bo habla de la libertad, el precio de las elecciones, la paternidad y el arte, de una manera que impacta y desestructura al espectador. Quizás no haya mucho diálogo en el transcurso de la historia, pero seguro que es el justo y necesario para complementar un poderoso lenguaje visual que pinta claramente un derrotero lleno de matices, que alternan belleza y oscuridad en partes iguales. La historia nos presenta a un imitador del "rey", Carlos Gutiérrez (John Mc Inerny), quien se gana la vida haciendo shows pequeños caracterizado como Elvis. Está separado de su esposa, Alejandra (Griselda Siciliani) y tiene una hija, Lisa Marie (!!!) a la que conoce poco y nada. Su alienación es poderosa y a pesar de que entendemos las razones que alimentan su pasión, lo cierto es que su adaptación a la realidad cotidiana no es la mejor, sin dudas. Un evento fortuito lo pondrá de cara a abordar su paternidad (real, no la ficticia que se juega en su mente) a la vez que intenta elaborar un nuevo camino para su historia, situación que modificará las vidas de los involucrados, para siempre. "El último Elvis" está atravesada por la música (que tiene un rol fundamental en la construcción de escenas, cada canción habla por el protagonista) y de más está decir que Mc Inerny es un intérprete sólido y convincente a la hora de imitar al genio de Memphis. Canta de maravillas y su vocalización conmueve al espectador. Griselda Siciliani y Margarita López (ex mujer e hija en la ficción) están correctas, cálidas y vulnerables y rodean con solvencia al intérprete principal... Bo utiliza un interesante lenguaje visual y nunca le faltan recursos a la hora de resolver el peso de cada escena. Es cierto que el actor que lleva el peso de la historia se luce más como cantante, pero eso no le quita brillo a la película. El relato es profundo y ciertamente gráfico (más de lo que superficialmente se ve) y fluye naturalmente, aunque es cierto que los primeros minutos son un poco áridos para el espectador corriente. También en el debe, su extensión total podría ser ajustada para beneficiar el relato. Pero más allá de estas observaciones, "El último Elvis" es una muy buena propuesta y no deberían perdérsela en estos días (estreno, jueves 26/4)... Material fotográfico cedido por: The Last Elvis movie image. Copyright(c) Anonymous Content, Rebolucion and K&S Films.
He’s caught in a trap, he can’t go out Armando Bo’s El último Elvis shatters a man’s delusions of grandeur They can’t go on together / With suspicious minds. But I certainly could go on and on about Armando Bo’s directorial début El último Elvis, an official selection at the last Sundance Festival and the Opening Night Feature of this year’s BAFICI. I must admit that I have seldom witnessed so much expectation about an upcoming movie. “Is it good?” is the first question people ask, and it’s evident from the look on their faces that they expect it to be. To answer the question, I must say that the film, minor quibbles and all, is indeed a very good study not in the personality of Elvis but in the self-replicating events in the life of an ordinary man, your average next-door guy who aches to be someone else. In El último Elvis, with exquisite cinematography by Javier Julia, there’s this forty-something guy, Carlos Gutiérrez (John Mc Inerny), who scrapes a living as an Elvis impersonator. Very little is left after picking up the crumbs at the seedy joints he and his band members play every weekend. That is, provided their agent can book them on a date. Estranged from his wife, Alejandra (Griselda Siciliani) and daughter Lisa Marie (Margarita López), Elvis/Gutiérrez leads a rather lonesome life, occasionally seeing friends at his life-time club de barrio and performing daylight chores to supplement his modest (insufficient) income as his alter ego — Elvis, the man he sees on the mirror instead of a chubby middle-aged man living in the southern suburbs of Buenos Aires. Succintly put, El último Elvis is a coming-of-age story developing against the background of someone who, for fear of perceiving his own emptiness, plays a game of mirrors doubling as the one revered personality he will never be. This Elvis (our own) is very good in this regard, with a profound bass voice that conveys Elvis’ (the real one) and his own excruciating pain over the lack of professional and popular recognition. He’s not alone there. In one of the film’s most hilarious and self-contemplating scenes, there’s dozens like our own Elvis — posing as somebody else, making a living out of their likenesses with certain personalities but knowing, deep inside, that all they will ever be is a shadow of the real thing. Writer-director Armando Bo — third in line of a dynasty of filmmakers-actors — is certainly familiar with the technical side of producing and directing compact, beautiful, self-contained scenes. After all, he’s been in the publicity business for over six years, running his own company with international success and renown. Producing commercials and co-writing the script for Alejandro González Iñarritu’s acclaimed movie Biutiful, Bo knows very well how to pull the strings at the right time, and evidently has a knack for perfection, which he almost always achieves on the sound stage or in the editing room. But before that process there’s this thing called script. In this regard, El último Elvis is very neatly laid out, developing and illustrating a conventional story in a gripping manner, interspersing the lead’s perambulations with the troubles and tribulations of pretending to be someone else, and having the world (mainly his estranged wife) remind him that his name is Carlos Gutiérrez, not Elvis, and that no way is he going up the Graceland way. Reality has strange ways of having us confront things as they are. Due to unexpected circumstances, Elvis/Carlos, nearing the age when the real Elvis died, is forced to take care of his little daughter, Lisa Marie.
La gran paradoja de este estreno es que se llama El último Elvis pero en realidad tiene poco que ver con Presley, la magia de su arte o el mundo loco de sus imitadores. La trama en realidad gira en torno a un hombre con serios problemas psicológicos que en la obsesión por tratar de ser alguien más se desconectó por completo de su verdadera identidad y vive totalmente ausente del mundo que lo rodea. A Carlos, el personaje principal, le pegó el fanatismo por el lado de Elvis pero creo que podría haber sido fanático de Palito Ortega y su vida no hubiera sido muy distinta. El film es interesante por ese lado al seguir la rutina diaria de este hombre que quedó atrapado en su propia trampa de fantasías adolescentes y no lograr encontrar una salida para encaminar sus relaciones familiares y su vida. Carlos vive en un mundo de espejos tratando de ser alguien que no es. Desde la realización El último Elvis es impecable y trabaja estas cuestiones de un modo interesante, al menos hasta los últimos minutos del film El director Armando Bo (quien fue guionista de Biutiful, de Alejandro Gonzáles Iñárritu) lleva muy bien el relato desde la narración, que se apoya más en la fuerza de las imágenes que en las grandes escenas de diálogos. También se destaca la fotografía de Javier Julia y la realización de las secuencias musicales que son muy buenas. Esto nos llevar directamente a mencionar lo mejor de la película que es el trabajo del protagonista John McInerny. No tengo idea donde sacaron a este tipo pero es genial. Sus interpretaciones de las canciones de Presley son brillantes y sorprende con algunas obras muy difíciles de replicar como “Unchained Melody” que hace en un piano y remite a un momento histórico del verdadero Elvis. Antes de morir, cuando ya estaba muy enfermo, Presley hizo ese tema en un piano durante un concierto que se registró en video y es un momento de su carrera totalmente desgarrador porque literalmente entregó su corazón y alma en esa canción. Es muy escalofriante y doloroso de ver porque al poco tiempo se murió y dejó todo en ese escenario. Deben ser muy pocos los imitadores de Elvis en el mundo que pueden brindar una interpretación tan apasionada de esa canción como la que entrega John McInermy en esta película. Por eso lo suyo es excelente. Lamentablemente el film decae luego en lo argumental. El último Elvis es una muy buena película hasta los 10 minutos finales donde los guionistas derraparon por completo y se estrellaron en la banquina con un cierre inverosímil y grotesco que me pareció completamente tirado de los pelos. Salvo que explicaran que el personal de seguridad de Graceland (muy bien recreada, por cierto) fue entrenado por el jefe de policía Gorgory de los Simpsons, no hay manera de creerse las acciones del protagonista hacia el final. Es como que se desesperaron por darle un cierre emotivo a la historia y terminaron haciendo algo bizarro que no está en sintonía con el tono que tenía la trama hasta ese momento. Una lástima porque venían ofreciendo un buen cuento.
La autenticidad no tiene glamour Crepuscular, melancólica, emotiva y profunda son cuatro calificativos que calzan justo en El último Elvis, ópera prima de Armando Bo, hijo de Víctor y nieto del director que junto a Isabel Sarli escribieran un interesante capitulo en la historia del cine argentino, a quien pudo conocerse por haber sido el guionista de la película Biutiful -junto a Nicolás Giacobone, también coguionista de El último Elvis- de Alejandro González Iñárritu que en este caso aparece en los créditos como productor. La devoción y la idolatría de figuras populares son dos cosas completamente distintas y de eso se encarga de dar testimonio el protagonista Carlos Gutiérrez (John McInerny, brillante), quien se mimetiza en su vida cotidiana nada menos que con el rey del rock: Elvis Presley. Su casa de Avellaneda, que en realidad pertenece a su madre internada en un geriátrico a quien visita de vez en cuando, refleja la sordidez en la que Carlos vive pero también encierra todas las cualidades de que allí ocurre algo extraño cuando, ya sea desde la voz o la aparición de reportajes o recitales de Elvis Presley en el televisor, la imagen sobre el protagonista se transforma. Es que a diferencia de los imitadores de cantantes que aparecen durante el desarrollo de la película en el mundo del entretenimiento donde se desenvuelve Carlos y pelea cotidianamente por el pago de shows atrasados, su particularidad consiste en la encarnación de la figura decadente de Elvis que pese al paso del tiempo conserva intacta su mística cada vez que pisa el escenario aunque se trate de una fiesta de 15, casamientos o amenizar un evento para una sociedad de fomento. Carlos es el último Elvis, el olvidado y postergado, pero en definitiva el más auténtico de todos que no renuncia a su calidad de artista a pesar de estar rodeado de malas imitaciones en un mundo donde lo obsoleto se genera a cada segundo. Sin embargo, en ese juego de ser otro y creerse otro –algo muy distinto- se superpone de manera contundente la realidad y la monótona y gris existencia de un cuarentón separado de Priscila (Griselda Siciliani) y con una hija, que se gana la vida como operario en una fábrica que acumula electrodomésticos obsoletos en un gran cementerio de heladeras y otros artefactos. No obstante, cada revés de esa realidad cruda y sin demasiados matices no impide que Carlos mantenga firme su proyecto de hacer algo grande para que su hija llamada Lisa Marie (Margarita López, tierna y muy convincente) se sienta orgullosa de un padre ausente aunque la posibilidad de conocerla llegue también bastante tarde. El último Elvis es antes que nada el mejor tributo que se le puede hacer al cantante de Memphis por el respeto sobre su figura, que a diferencia de cualquier biopic convencional sobre un artista aquí no se trata de representar ni personificar sino solamente de evocar desde el presente y desde un contexto anómalo un pasado de gloria y por eso la duración de cada número musical, donde se luce John McInerny no sólo por su voz sino por su presencia escénica que fluye en cada plano y encuadre como pocas veces se logra, dura el tiempo que debe durar y aparecen insertadas de forma progresiva y complementaria a la historia. Un relato sobre la culpa y la redención al igual que ocurría en Biutiful que se toma las licencias poéticas necesarias para que el camino iniciático y la transformación del personaje resulte verosímil a la trama; un sentido homenaje a los artistas anónimos que huyen de la grandeza y el glamour para vivir con intensidad los pequeños momentos, que en definitiva son los más verdaderos e irrepetibles.
Un monarca suburbano Inquietante opera prima de Armando Bo acerca de la vida de un imitador del Rey del Rock. Nunca quisiste ser otra persona? ¿Algún famoso, por ejemplo? ¿Imaginarte cómo puede ser tener la fama, el talento, el dinero y la voz de, digamos, Elvis Presley? A Carlos Gutiérrez no sólo le pasa eso, sino que parece estar convencido de ser la reencarnación del Rey del Rock & Roll. Sólo que este monarca suburbano trabaja en una fábrica metalúrgica del Gran Buenos Aires, tiene una solitaria existencia en una casa que en nada se parece a Graceland (el fastuoso hogar de su ídolo) y mira por televisión, incansablemente, conciertos y entrevistas del cantante. Eso sí, come todo el tiempo emparedados de mantequilla de maní y banana, tal como lo hacía Presley. En su opera prima, Armando Bo (nieto) elige contar la vida de este hombre, pero no desde la parodia ni desde el ridículo. Carlos es obsesivo y posiblemente esté al borde de la esquizofrenia, pero El último Elvis camina a su lado sin juzgarlo. Es obvio darse cuenta que ha sido y es un pésimo padre y que no por nada su mujer (Griselda Siciliani, muy bien en su rol y casi irreconocible en su aspecto) lo dejó y no quiere que se acerque demasiado a su hija (Margarita López). Pero hasta ella, que seguramente sufrió muchas cosas junto a él, le tiene más compasión y piedad que odio o bronca. Es que Carlos pasa de la obsesión al hecho, y si hay algo que no se puede negar es que es un gran imitador de Elvis. Con shows en casinos, clubes, boliches y hasta geriátricos, el hombre –que jamás se saca los auriculares “full time Presley” - se gana la vida haciendo temas como Suspicious Minds o Always on My Mind y se luce en la tarea. Pero su vida como imitador y operario parece no satisfacerlo del todo y asegura estar planeando “algo grande” por lo que renuncia a su trabajo. Pero, en medio de sus grandes planes, su ex mujer (a la que llama Priscilla, aunque su nombre sea Alejandra) tiene un accidente y la pequeña hija (Lisa Marie, por supuesto) queda a su cuidado, trastocando sus planes y forzándolo a volver a trabajar, a pasar tiempo con ella y así conocerla, algo que hará en esos días más de lo que pareció haberlo hecho hasta ahí. Eso sí, arrastrándola en su cotidiana lógica de una vida armada como perpetuo homenaje al Rey. El último Elvis es fascinante en su exploración de un personaje pequeño pero con ambiciones gigantes, de un hombre casi sin identidad y que ha tomado una que le permite evadirse de su realidad. Y todo eso dentro de un filme casi sin fisuras desde lo formal. Con su experiencia en publicidad, Bo maneja los tiempos del relato a la perfección, sus actores son impecables, el diseño de producción es notable (Graceland está reconstruido en estudios locales, por ejemplo) y hasta la bromita algo banal de mostrar una galería de imitadores (además de nuestro Elvis, hay un Jagger, un Lennon, un Iggy Pop, un Charly García y hasta Paolo el Rockero...) resulta simpática y hasta tierna. Es que pese a tratarse de una película oscura, hasta densa en su lógica –y en el casi depresivo personaje que la protagoniza-, Bo y el notable John Mc Inerny (un excelente imitador real de Presley) logran que nos involucremos en las peripecias, alegrías y desgracias de este tal Carlitos, que un día se convirtió en Elvis y, a su manera, se consagró para siempre.
Un film que por su profesionalismo y sobriedad se convierte en una gran osadía Comienza El último Elvis . La cámara -en un plano virtuoso, extenso, generador de expectativas- descubre un lugar, un acontecimiento: una fiesta en uno de esos salones a priori destinados para ellas. Pero la cámara, ya lo sabemos, no es todo el cine. La intención de esta cámara y de este equipo de sonido y de este diseño de producción y de este guión -entre otros aportes comandados por la visión, en este caso segura, de un director- es descubrir a un personaje, al protagonista: al inolvidable Carlos Gutiérrez. Carlos trabaja en una fábrica de este país del hemisferio sur, pero también es Elvis Presley. Uno podría decir que es un imitador de Elvis, pero Carlos es algo más. Va más allá, vitalmente, con tozudez, con convicción: en su televisor no hay otras opciones que los conciertos del Rey, intenta alimentarse como Elvis, su hija se llama Lisa Marie y a su ex mujer la llama Priscilla. Su Elvis no es el del principio sino el del final: excedido de peso, sudoroso y ya no en su plenitud física, pero con la pasión desbordante y un manejo aplastante del escenario. Así lo comprobará en ese show que ve su hija, en el que pasa del fastidio a la afirmación certera de su arte. Un arte que, como casi cualquier otro, no tiene completa originalidad. Carlos es un gran cantante, un gran showman, y un hombre que busca el sentido de su vida lejos de las coordenadas más cercanas (esas que a veces se agotan en trabajo, familia y lugar de origen). El último Elvis nos convence de la inevitabilidad de esa búsqueda con gran claridad estilística, con un aplomo llamativo para una ópera prima. Y con la ayuda, difícil de exagerar, de la performance de John McInerny, un arquitecto platense que tiene una banda llamada Elvis Vive, que canta como Elvis y que debuta en el cine con El último Elvis . Quizás esta sea la primera y la última película de McInerny como actor pero, como ocurrió con Gian Franco Pagliaro en Soñar, soñar (esa fue su única película) su calidez y su entrega física y emocional le aseguran un lugar memorable en el cine argentino. El también debutante Armando Bo (nieto del homónimo director de Fiebre , Carne y Embrujada , entre muchas otras) comanda una película que, como su protagonista, hace de la decisión y el trabajo eficiente -la dirección de arte de Daniel Gimelberg permite creer, como rara vez ocurre en el cine local, en el poder de los decorados- un camino posible hacia las emociones cinematográficas. Si a eso se le suma la capacidad para el humor y para animarse a temas como los sueños, la identidad cargada de confusión, desilusiones y trabas, y hasta una relación padre-hija que debe armarse de improviso, se podrá comprobar con facilidad que El último Elvis no sólo es segura, decidida y convincente: es, además, una película en la que el profesionalismo y la sobriedad son las máscaras de una inusual osadía.
El otro yo de Carlos El debut en el largo de la rama más joven de los Bo comienza como una comedia amarga y sigue como drama íntimo, pero termina como una tragedia de Iñárritu, para quien Armando colaboró en Biútiful. Imaginar una película en la cual la premisa es contar las desventuras de un imitador de Elvis que trabaja en una fábrica de cocinas y vive en un barrio populoso del sur del Gran Buenos Aires parece, a priori, un camino de ida hacia la comedia. Y un poco así es como empieza El último Elvis, ópera prima de Amando Bo, hijo de Víctor Bo, el Delfín de los superagentes, y nieto del legendario director de las películas de Isabel Sarli. La sola mención de semejante árbol genealógico es en sí mismo un incentivo a la curiosidad y no es extraño que quienes conozcan el prontuario cinematográfico de la familia Bo sientan deseos de saber qué clase de película será ésta. El caso es que los de sus ancestros no son los únicos antecedentes de Armando Bo nieto: él es además uno de los guionistas de Biútiful, primera película del famoso director mexicano Alejandro González Iñárritu luego de romper su relación profesional con Guillermo Arriaga, el guionista de sus primeras tres películas (las exitosas y maniqueas Amores perros, 21 gramos y Babel). De hecho, que el propio Iñárritu figure en los créditos como productor puede hacer que muchos miren de costado con algo de desconfianza. Y no sin razón: El último Elvis comienza como una comedia amarga y sigue como drama íntimo, pero termina como una de Iñárritu. Durante el primer acto de la película se presenta a Carlos Gutiérrez como un proletario roquero que se gana unos pesos imitando a Elvis Presley en cumpleaños, fiestas y eventos de todo tipo. Las escenas de él entre una multitud de dobles amontonados en la agencia encargada de conseguirles trabajo bien pueden ser el inicio de una comedia que se propone marchar por las diagonales del absurdo. Pero no es así. El último Elvis, aun con humor, comienza a volverse seca, realista, y el espectador descubrirá en Carlos ciertos desequilibrios. Que haya bautizado Lisa Marie a su hija e insista en llamar Priscilla a su ex cuando ése no es su nombre, irá dándole al cuento una pátina oscura. Como en el ensayo de Freud dedicado a Lo siniestro, lo que aparece cada vez con mayor nitidez es la figura del doble, con todas sus aristas ominosas y fantasmales. Pronto se sabrá que él no se siente un imitador: como ocurre con la santa trinidad cristiana, este hombre de patillas tupidas entrado en kilos es Carlos, pero al mismo tiempo también es Elvis (o así lo siente él). Los problemas con su ex, la distancia con Lisa, la frustración de la vida en una fábrica son las piezas de un detonador a punto de hacer estallar a Carlos. Es la crónica de un final anunciado. No puede decirse que el guión tenga fisuras que merezcan marcarse, más allá de su impiedad con los personajes. Tampoco que la película falle en lo técnico, lo estético o en la producción: las locaciones son estupendas; la fotografía es buena; la puesta de cámara, inteligente; los actores están muy bien. Uno de los puntos fuertes de la película de Bo es su protagonista, John Mc Inerny. En la piel de este Elvis del conurbano, Mc Inerny consigue atraer al espectador tras de sí, ya sea por esa extraña y permanente mirada de hastío o por la magnífica voz con que el actor interpreta una decena de temas del repertorio clásico de Presley. Ese es el mayor mérito de la película y de Bo como director: haber encontrado el actor para su personaje. Pero, con la excusa de filmar como quien mira bonito, Bo abusa del preciosismo para perseguir a su personaje hasta acorralarlo sin salida. Que es cierto, es allí a donde el mismo Elvis quiso llegar. Sin embargo, hay un regodeo casi voyeurista en ese retrato magnífico de las miserias tomado casi por la fuerza. En la escena final, los recursos de una cámara súper lenta y el fuera de foco se complotan para mostrar en una sola toma lo mejor y lo peor de El último Elvis. El retrato que Bo traza de Carlos tiene muchas veces la perfección del hielo, un frío que desaparece cada vez que Elvis entra en escena. El debut de Armando Bo nieto como director merece verse, ya sea para amarlo o para pelearse con él.
El rock y su doble Así como el cuerpo de Carlos Gutiérrez cobija dos personalidades opuestas, la del negado Gutiérrez y la de Elvis, el ídolo ya no a imitar, sino a ser, a encarnar, así también en El último Elvis conviven dos cuerpos, dos registros, dos maneras de narrar. Por un lado, está la vida cotidiana de Carlos, su trabajo en la fábrica, los encuentros con su hija Lisa Marie (Margarita López) y su ex mujer Alejandra (Griselda Siciliani) y la rutina de doble de Elvis que ejercita en tugurios nocturnos, en bingos, en fiestas familiares, rodeado de imitadores decadentes de leyendas del rock. Y después está Elvis en acción, no importa si falso o no, porque John Mc Inerny/Carlos Gutiérrez se vuelve auténtico en su acto, su performance excitada y transpirada, allí donde El último Elvis ya no narra una trama realista, una sucesión de conflictos mundanos en una línea de tiempo, sino que la cámara se abre al espectáculo, hipnótico y fascinante, de una voz y un cuerpo que es puro cine. Tal vez por eso, después de ver a Carlos varias veces en acción (sobre un piano, con una banda de rock, con una guitarra acústica cantándole covers a su hija hasta hacerla dormir), la historia de fondo -que involucra el accidente de Alejandra y los devaneos de Carlos por ser Elvis en un duro contexto en el que sólo se lo permiten los escenarios- padece de cierta caída de intensidad. Y es que no está claro si el doble en cuestión está loco en su fanatismo por Elvis (su mueca risueña por momentos lo insinúa), si lo suyo es un mero escapismo (cuestión que recrudece hacia el potente final), o si en realidad Carlos es más humano que todos, pálpito que transmiten sus emotivas y exaltadas puestas en escena. Así, el filme entusiasma más cuando exhibe al personaje sin explicarlo, cuando éste se pasea envuelto de épica exploitation con sus anteojos oscuros y su auto vintage por los parajes de suburbio y vibra en sus mágicos estallidos musicales. Aún así, el filme de Bo también es digno al no subrayar, al no adornar, al no buscar el efecto, al limitarse a contar una (o dos) historias.
Mito suburbano Carlos Gutiérrez (John Mc Inerny ) trabaja de día en una fábrica, y de noche junto con su banda imita a Elvis en casamientos, bingos y eventos. A medida que la película avanza, vemos que no es un simple imitador de Elvis, sino que vive y actúa como él. Su hija se llama Lisa Marie (Margarita López), y a su exmujer le dice Priscila, aunque su nombre sea Alejandra (Griselda Siciliani). Carlos solo ve peliculas y conciertos de Elvis, come lo mismo que él, y utiliza las frases de se ídolo en cualquier momento de su vida; para aconsejar a su hija, despedirse de su jefe, y otras situaciones cotidianas que resuelve como si fuera el mismísimo rey del rock´n roll. Carlos trata de vivir exactamente como Elvis, en una realidad completamente diferente, pero que no parece afectarlo, ni influirlo en la vida que eligió. Lo que no sabemos es por qué Carlos se comporta de esta manera; si se creyó el personaje, si está loco, o si solo necesita ser otra persona. Desde el principio del filme vemos que tiene un objetivo, al que va tratando de alcanzar paso a paso, hasta que un incidente cambia sus planes y forzosamente debe hacerse cargo de su hija por unos días. Por primera vez en su vida tiene que cumplir el rol de padre, y en esos pocos días logra establecer un vinculo con su hija, quien lo acepta como es. Aún así, su objetivo no cambia y una vez que las cosas vuleven a la normalidad el sigue con su plan, al que de a poco vamos descubriendo de que se trata. La pelicula podría facilmente caer en una estética bizarra, o de un humor simple, pero no hace ninguna de las dos cosas, sigue a este personaje con naturalidad, que no es exagerado en su imitación, pero es brillante en la interpetación de las canciones. Las actuaciones se destacan por lo natural, su simpleza, no hay impostaciones, y la película no cae en lugares comunes. La actuación de Margarita López es excelente, y el principiante John Mc Inerny está correctísimo en su personaje. La película no tiene sobresaltos, ni siquiera en lo técnico, es correcta la dirección de Bo, la iluminación, el sonido, y la música que acompañan a este Elvis en su camino gris por shows del conurbano, donde se cruza con otros dobles, pero él no es un doble como cualquier otro, él es Elvis, y va a vivir como Elvis hasta el final. El producto final es efectivo, pero nos vamos con la sensación de que nos podrían haber contado algo mas, de que vimos la obra de un director talentoso, con muchos recursos desde lo visual, pero que no se arriesga demasiado; o que tal vez no tiene nada mas para decir.
Armando Bo se mete en un mundo fascinante y cerrado; esos fans que de tanta admiración se pierden en el error de vivir las vidas de sus amados ídolos. La historia de quien se cree Elvis en nuestro país, que llama a su mujer Priscila y a su hija Lisa Marie es honda, patética, trágica, y también única. Con un debutante como protagonista, con una inspirada Griselda Siciliani. Conmueve.
Yo y mi otro yo La ópera prima de Armando Bo, nieto del controvertido director argentino, aborda el derrotero personal de un imitador de Elvis Presley que es devorado por el propio personaje, de la misma manera que una araña lo hace con una mosca. Elvis (como quieren que lo llamen) se gana la vida trabajando de “imitador” del gran Elvis Presley. Sus días pasan entre la indiferencia por el mundo circundante y algunos shows que parecieran ser lo único que hacen sentirlo vivo. Separado y con una hija pequeña su vida se tornará caótica cuando su ex mujer sufra un accidente y quede inconsciente. Entre eventos, pagas miserables, una hija que no lo siente su padre y una vida que ya no es lo fue, "Elvis" irá mutando en el verdadero "Elvis" hasta llegar al límite de lo extremo. El último Elvis (2011) se divide en dos puntos de abordaje. El primero es el de la disfuncionalidad familiar reflejado de la misma forma que lo hacen en cierto punto las típicas comedias independientes norteamericanas como pueden serlo Historias de familia (The squid and the wale, 2005) o Pequeña Miss Sunshine (Little Miss Sunshine, 2006). Para esto se emplea un tono melodramático pero sin olvidarse de la ironía y cierto humor negro. Mientras el segundo punto y el fundamental de la trama muestra a un hombre que a lo largo de la vida irá actuando de la misma forma que lo hizo aquel al que durante tanto tiempo se dedicó a imitar y que terminó por fagocitar su verdadero yo. Armando Bo, junto a su coguionista Nicolás Giacobone, quienes ya habían trabajado juntos en el guión de Biutiful (2010), del mexicano Alejandro González Iñárritu, vienen de la escuela de un cine narrativo, de composición de personajes aunque sin descuidar una puesta en escena que vira entre la suciedad de la imagen y el estilo cool, elementos que sin duda le sientan más que bien a la historia que se propusieron contar y que logran hacerlo sin ningún tipo de fallas. El último Elvis tiene algunos ítems que valen la pena destacar como es el uso de la música y su crescendo a medida que la historia avanza desde la composición dramática del personaje de Elvis. En la primera parte ésta será más bien suave mientras que en la segunda se volverá estruendosa, no en forma brusca sino paulatinamente a medida que los cambios en el personaje central se hagan más evidentes y se vaya acercando al desenlace. Si hay un mérito en la dirección y el guión también lo hay en lo actoral. Es el platense John Mclnerny quien dejará a más de uno boquiabierto con su genial interpretación. Un actor que logra olvidarse de la cámara para construir un personaje contradictorio capaz de generar apatía y empatía al mismo tiempo, al que resulta imposible juzgar por cada una de las decisiones que toma en su vida por más radicales que parezcan. Con la impronta del cine independiente americano, El último Elvis es una película chica desde la producción pero grande en los sentidos estéticos y narrativos. Está bien contada, bien actuada, bien dirigida, técnicamente es impecable y con el plus de tener un soundtrack de temas de Elvis Presley en la voz de John Mclnerny para el deleite de los oídos de los melómanos más exigentes. Una de las grandes sorpresas del cine argentino de 2012 que vale la penar ver.
CON LAS MEJORES INTENCIONES El retorno del rey El actual Armando Bo es nada más ni nada menos el nieto del legendario Armando Bo, aquel conocido director, escritor y actor nacional de las décadas del '60 y '70. Este sucesor homónimo desarrolló gran parte de su formación como director de comerciales, y comenzó su carrera en el cine como co-escritor del guión de Biutiful (2010), de Alejandro González Iñárritu. Sin más preámbulos, escribió (también junto a Nicolás Giacobone, su colega de Biutiful ) y dirigó El último Elvis , su ópera prima. El film es un caso particular, ya que fue exhibido en la función de apertura del BAFICI, pero al mismo tiempo se trata de uno de los estrenos nacionales "tanque" de la temporada, es decir, es una producción de gran presupuesto, en la que están involucradas productoras como Telefé Contenidos o hasta el mismísimo Iñárritu. La calidad técnica del film da cuenta de ello: la fotografía es impecable, la cámara elaborada y compleja (la película cuenta con varios planos secuencia de excelente factura), una dirección de arte y diseño de vestuario insuperables y la banda sonora potente. Es por ello que las principales falencias de esta película no radican allí, en los rasgos técnicos, sino en el guión, en la estructura y desarrollo del conflicto. Por momentos, Armando Bo descansa demasiado en la interesante premisa que precede a El último Elvis , en lo llamativo de su argumento y de su personaje protagónico, y deja de lado el desarrollo dramático de la narración, dando lugar así a un film irregular e inconsistente que, aunque funciona, se encuentra plagado tanto de hallazgos como de desaciertos. El vestuario, la iluminación, la fotografía y la interpretación de John McInerny como un Elvis decadente son admirables. La película tiene como protagonista a un imitador de Elvis de nombre Carlos Gutiérrez (John McInerny, uno de los mejores imitadores argentinos), y narra la vida de este personaje que de día trabaja en una fábrica, ninguneado por su jefe, y de noche se convierte en el "Rey", en el mismísimo Elvis, ya sea en el escenario de un bar poco concurrido, en un Casino o en un geriátrico. En constante conflicto y contrapunto con esto, se nos narra su vida familiar: divorciado de la que alguna vez fue su esposa, Alejandra (Griselda Siciliani), y con una hija pequeña, Lisa Marie (Margarita López), con la que le cuesta conectarse. Así, el protagonista sufre de una crisis de identidad intensificada por ambos flancos: su ausencia como Carlos Gutiérrez, padre de Lisa y ex marido de Alejandra, y su anhelo de ser Elvis Presley, una de los músicos más influyentes del rock. Es entonces que sucede algo inesperado: Alejandra y Lisa tienen un accidente de auto. Su hija recibe sólo un golpe en la cabeza, pero su ex mujer queda internada, en coma y con graves lesiones físicas. Así, Carlos es literalmente forzado a hacerse cargo de su asunto, de cuidar a su hija y convivir con ella, y Alejandra pasa a ser su máxima preocupación. Esta vida, sin embargo, va en contra de su don natural, su otra vida, su pasión. El film, como dijimos al comienzo, posee una estructura un tanto irregular (si pensamos en términos narrativos, es muy similar a la propuesta de El luchador (2008), de Aronofsky). Ya desde el comienzo, que se encuentra planteado de una manera sumamente interesante, la narración va a las corridas, a los saltos, como queriendo ganar tiempo para que el corte final de la película dure menos (apostaría por ello). El relato se ve entorpecido por este apuro para introducirnos al personaje y a su contexto, y así saltamos de situación en situación sin respetar los tiempos internos de esas escenas, que se encuentran desaprovechadas. Y este apuro evidente en los cortes y en la progresión dramática luego se estanca, hacia el final de la película. Pierde muchísima fuerza, muchísima vida que había logrado transmitir, y el crecimiento dramático se ve truncado sin motivo alguno. Lo más destacable del film son las escenas musicales, con sus planos secuencia (el del principio, por ejemplo, logra crear una escena grandiosa, y es brillante en los tiempos que maneja, y su fotografía y encuadre son perfectos), justamente porque en ellas Bo se detiene, como si supiera (o quisiera hacernos saber) que allí radica lo más interesante de la película. Si hubiera usado este mismo ritmo para todo el metraje (y quizá quitado un puñado de escenas que no suman nada a la trama) estaríamos ante una muy buena película. En todas estas secuencias musicales, la voz e interpretación de McInerny es fantástica, lo cual juega en contra de su actuación. Por ley de contraste, esa ductilidad que muestra al momento de estar sobre un escenario y cantar no es la misma que encuentra en la actuación, en su papel como Carlos Gutiérrez. Así, sus diálogos son forzados y sus líneas no suenan muy convincentes. Por otro lado, las actuaciones tanto de Griselda Siciliani como de Margarita López son buenas, bastante sólidas en sus personajes (sobretodo la niña) aunque no destacan en demasía. Un ingrediente divertido de El último Elvis es ver y asociar todos los rostros de los viejos rockeros que se suceden en la pantalla con personalidades reconocidas de la música, como John Lennon, Iggy Pop o hasta el mismísimo Charly. Sus intervenciones en una fiesta o en el reclamo de dinero ante el sindicato aportan frescura y humor. Griselda Siciliani en un papel en el que aporta lo justo y necesario sin destacarse en lo absoluto. Pero volviendo a la estructura narrativa, la mayor deficiencia se encuentra en el final. En esa especie de epílogo prolongado (que en realidad funciona como resolución de todo lo planteado en la película) que resulta débil, raquítico y sentimentaloide. Puro capricho, no se encuentra justificado, funciona casi como un deus ex machina , en el sentido de que todo se resuelve en una conclusión que es completamente ajena a la trama, a la evolución de los personajes, al desarrollo dramático que habíamos presenciado hasta el momento. Lo que se propone a sí mismo como un íntimo sacrificio, como un acto emotivo propio de un héroe (o un antihéroe, en este caso) resulta un recurso articulado a contrapelo de la historia, con el único objetivo de crear un final colosal, magnífico, tremendo, glorioso y trágico dentro de una historia que hasta el momento se había presentado como humilde, sencilla y sinceramente emotiva. Bo falla en combinar esa vida de Elvis con la vida "familiar" de Carlos, y allí está el problema. Ambos universos, desde el comienzo, son incompatibles (o al menos así son presentados), y el director pareciera que nunca termina de decidir entre ambos. Igualmente, y hace falta repetirlo, es un film que funciona, y eso no es poco decir.
Comedia triste con un “Elvis” sorprendente Años atrás, Armando Bo nieto y Néstor Giacobone le mostraron a González Iñarritu el guión que estaban escribiendo sobre un tipo inmerso en su propio mundo, dispuesto a cumplir su cometido en circunstancias inhabituales. El mexicano, apenas leyó eso, les pidió que lo ayuden a escribir el guión de «Biutiful», sobre un hombre así, que tiene un don especial, sigue un modelo, debe hacerse cargo de una familia desintegrada, enfrenta con cierta hidalguía la mezquindad que lo rodea, pero también, quizá sin darse cuenta, es autodestructivo. Esas cosas, y alguna otra, tienen en común estos dos personajes agónicos, el sufrido Uxbal, vidente y buscavidas de «Biutiful» y el gordito Carlos Gutiérrez, cantante y tornero del conurbano. Pero las diferencias también son notables. Las descubrirá el público, por supuesto. Acá solo diremos que, por algo, la primera es una tragedia agobiante y la que vemos ahora es una comedia triste, o un drama medio gracioso, como suelen causarnos risa las desgracias ajenas. En este caso, el hombre sufre la desgracia de ser confundido con un simple imitador de Elvis Presley, cuando él se siente algo superior. El es un seguidor absoluto, tan fuertemente pegado a su imagen y su voz que actúa cotidianamente casi como si fuera el propio Rey. Cuando dice, por ejemplo, sentenciosamente, «Dios me dio su voz. Yo solo tuve que aceptarla», no parece estar muy medicado que digamos, pero él se ve muy seguro de lo que dice. Y tiene la voz, de eso no caben dudas. En los shows lo bicicletean, sus dos amores lo verduguean, él sigue adelante con su destino. «Pero, Señor, todas mis pruebas pronto terminarán», dice una parte del «American Trilogy». Una prueba puede cambiar su vida y redimirlo como padre de familia. La cumple debidamente, como lo hubiera hecho su ídolo en similares circunstancias. El sigue los pasos de su ídolo. No diremos más. La película es muy sentida, comprensiva con su personaje, pudorosa con los sentimientos, singular, perturbadora también, limpiamente emotiva en ciertas partes, y realmente bien hecha. Bravo por el nieto de Armando Bo. Pero hay algo más. Nada de esto existiría sin un auténtico artista capaz de interpretar al mejor estilo presleyriano temas como «Estoy tan triste que podría llorar», o «Siempre estabas en mi mente». Ese artista existe, es el arquitecto platense John McInerny, cabeza de la banda Elvis Vive, que acá debuta muy bien como actor, canta como se debe, y cuando interpreta al cien por ciento la «Melodía desencadenada» le pone la piel de gallina a toda la sala. Ad majorem Dei gloriam, lo registraron en vivo, sin trampas posteriores de montaje o grabación. Sí que vale la pena.
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Nuevos Aires A decir verdad el trailer de El Último Elvis me había comprado desde el primer momento en que lo vi y para continuar sentía una inquietud bastante importante por ver que tipo de cine nos iba a plantear el Armando Bo Jr., siendo hijo de Victor y nieto de Armando, con todo este bagaje llegue al cine a ver su ópera prima y debo decir que me alegra enormemente el resultado final de su obra. ¿Porque siento alegría? Preguntará el lector, porque hay un nuevo cineasta argentino que promete y mucho. El Último Elvis retrata la vida de Carlos (o Elvis como se hace llamar) un imitador del rey del rock´n roll que se encuentra en un punto culmine de su vida. Carlos (John Mc Inerny, catalogado como el mejor imitador latinoamericano de Elvis) camina todo el tiempo en el terreno de la decadencia y está siempre al filo del abismo del patetismo y ahí es donde radica la grandeza con que Bo lleva el relato porque desde el argumento y desde la puesta de cámaras el director no juzga en ningún momento al personaje y eso se transmite directamente al público, en El Último Elvis no hay nada en lo puramente narrativo que nos haga juzgarlo y si el espectador termina haciéndolo es por proyectar sobre esa realidad y ese personaje algún sentimiento profundo, latente. Armando Bo crea una cámara fisgona y al mismo tiempo una "cámara moral", una cámara que se debate todo el tiempo entre mostrar y no mostrar, entre juzgar y no juzgar las acciones personales de Carlos, una cámara que se esconde, que se acerca silenciosa, que deja de lado los encuadres académicos en pos de la construcción del retrato de este hombre que sufre la mayor pena que una persona puede sufrir, Carlos está encerrado en una vida que no es su vida, y ahí hay una esposa, Priscilla (Griselda Siciliani) y una hija llamada Lisa Marie (Margarita López). A pesar de alimentar su mundo interior y sus deseos con sus nombres ellas dos no pertenecen a su mundo, él las desconoce, se desconoce y lucha entre este don de tener "SU voz" como el afirma y no poder tener "SU vida", esta lucha se aclara más cuando Elvis sube al escenario, ahí en ese que es su reino la "cámara moral" desaparece y se transforma en plano secuencia que gira alrededor del ídolo como atraído por su propia órbita, en ese momento, nada más existe, sólo él y su enorme pasión, pasión que John Mc Inerny transmite como nadie. El final como resolución del conflicto es otro elemento a destacar, algún que otro critico no lo entendió por lo que pude ver, tal vez se fueron antes, tal vez olvidaron que el primer fotograma de una película y el último son esenciales para entender cualquier film, de todas maneras esto Armando Bo lo tiene claro y eso es lo importante, que el realizador lo tenga claro, por eso el último fotograma de El Último Elvis es fundamental para entender los últimos 10 minutos, para comprender que pasó o no pasó en Graceland (que dicho sea de paso se recreó de manera sublime desde el arte). El Último Elvis además de ser una gran película es una promesa, un lugar donde poner fichas en el futuro, esperemos que todo esto que generó no haga agua y que Armando Bo siga por este camino, su camino.
Girando de manera casi excluyente alrededor de la figura y la voz de John Mc Inerny, un soberbio imitador de Elvis Presley, El Ultimo Elvis alcanza notables picos narrativos, emotivos y cinematográficos. Un arranque con un plano secuencia que recorre la entrada a un club, llega al cantante a punto de salir a escena y registra el comienzo de su performance, da pie a una virtuosa travesía por la existencia de un hombre obsesionado con un ídolo. Hablamos del perdurable icono musical y cultural de Memphis, con el cual el protagonista está encandilado a niveles patológicos, al punto de llamar Priscilla a su mujer y Lisa Marie a su hija. Tras colaborar con Alejandro Gonzalez Iñarritu en el guión de Biutiful y con su nombre emblemático a cuestas, Armando Bo logra una ópera prima de gran calidad visual y sensorial. El final es acaso muy extremo, pero aporta interesantes toques místicos y poéticos. John McInerny, platense hijo de irlandeses, distinguido por la BBC de Londres por su tributo, desarrolla una abarcativa labor; como artista luce descomunal y como intérprete más que correcto. Resulta llamativa la participación de dobles de otros ídolos musicales y sustancial la contribución de Griselda Siciliani y la niña Margarita López. Excelente la música de punta a punta, tanto la que interpreta McInerny como el soundtrack de Sebastian Escofet.
La pasión y los sueños de grandeza El debut del nieto del legendario Armando Bo es una película extraordinaria, sencilla en su superficie y compleja en realización. El último Elvis tiene en su título un juego de palabras. Por un lado, remite a la idea de que es el último de su estirpe y a la vez que estamos hablando de la última etapa de la carrera y la vida de Elvis Presley. El protagonista de la película es un hombre cuya pasión es ser Elvis. Tiene una gran voz y para todos es un imitador del cantante. Pero él no lo vive de esa manera. No quiere ser llamado por su verdadero nombre, Carlos Gutiérrez, y salvo cuando la realidad de forma prepotente lo obliga a lo contrario, él se hace llamar Elvis –de Memphis, obviamente. Su vida no es glamorosa, la relación con su hija y su ex mujer no es buena, trabaja como obrero en una fábrica de cocina, donde sólo sus auriculares le permiten seguir conectado con la música. Pero cuando se sube al escenario él es Elvis, tiene estilo, gracia, voz, y dominio de la escena. Son sus momentos de gloria, de felicidad. La película no permite nunca que esos momentos se arruinen, allí Elvis siempre brilla, incluso cuando se va y vuelve al escenario. El actor que interpreta a Elvis (no lo volveré a llamar por su otro nombre) se llama John McInerny y es sin duda uno de los pilares que sostienen la película de punta a punta. Todas las escenas lo tienen a él, todo gira en torno a su figura y a su universo. Actor debutante, pero imitador de Elvis en la realidad, McInerny es uno de los hallazgos de la película. Pero el hallazgo mayor es el director Armando Bo (nieto del extraordinario director de El trueno entre las hojas, Fuego y Carne) que en su opera prima tiene oficio y talento para no caer nunca en las tentaciones del novato. Su película, sobria y emocionante, es un lujo narrativo que, aun en sus momentos virtuosos (el plano inicial), no desvía el rumbo del interés principal que es el de contar una historia compleja y llena de matices, con pocos personajes pero con varios temas en paralelo. El último Elvis es un extraordinario ejemplo de película sencilla pero enorme. Porque su sencillez está en la superficie que fluye y conmueve, pero no en su realización, plagada de detalles brillantes y de gran complejidad. El director y los actores siempre se llevan las palmas, pero el sonido de la película, la luz y la dirección de arte dan cuenta de que el trabajo serio es a todo nivel. La película, insistimos, habla de muchas cosas, pero sobre todo de la necesidad de grandeza, de la pasión –incluso terrible– y de la coherencia para llevar lo que amamos hasta las últimas consecuencias.
El rey del shock Ya se ha repetido hasta el hartazgo: Armando Bo es el nieto del homónimo director de las películas de Isabel Sarli, viene de la publicidad y co-escribió el guión de Biutiful, de González Iñárritu. Con este prontuario (y dado que ciertos talentos no se heredan), uno bien puede prepararse para presenciar una de las peores películas del año. Pero no; afortunadamente El último Elvis...
Después de la muy mala Biútiful, de la que fue guionista (aquí el realizador de ese film es productor) uno podía desconfiar de este primer largo de Armando Bó, nieto del nunca suficientemente reivindicado salvaje de nuestro cine. Hay aquí también un hombre agobiado en busca de una redención que lo justifique, pero de lo que se trata también es del placer del cine y de la música. Un hombre (extraordinario cantante este John Mc Ierney) es el último y mejor imitador de Elvis Presley, con una vida pobre en casi todo otro sentido. A punto de llegar a la edad en la que murió el gran icono del rock, decide hacer algo espectacular. El film tiene rémoras de imagen publicitaria, algunos desajustes actorales y algún lugar común, pero la fuerza de su protagonista (en ocasiones parece una versión musical del Rulo de Mundo Grúa) y la originalidad del planteo, además de las muy buenas secuencias melódicas hacen de la película un raro ejemplo de cine argentino comercial que confía en la inteligencia del espectador y le provee placer.
Con Elvis hasta el final No imita a Elvis. Es Elvis. El filme retrata el fanatismo desbordado de un apasionado que no hace otra cosa que vivir a la sombra de su ídolo. A su hija le piso Lisa Marie y a su mujer le dice Priscilla. Desaliñado, gordo, con barba, cuando alguien lo llama por su nombre verdadero, Carlos, se enoja. Anda con su Fairlane por esas calles del conurbano animando todo lo que puede: fiestas familiares, geriátricos, bingos. Pero su idolatría está más allá del éxito. Lo pedalean con el cachet, pierde a su mujer, en su casa es un ausente. El tiene una sola devoción y con eso le basta para mantenerse en pie. Una película viva, carnal, con defectos, pero auténtica, fresca, intensa, que mira con piedad a estos perdedores. Bo sabe retratar ese mundo, sus maneras y sus diálogos, sus sueños y sus patinadas. Y tiene como mejor aliado a John McInerny, el actor platense que no siempre acierta en las escenas dramáticas, pero que cada vez que canta se transforma y llena el escenario y la película con su voz, su presencia, su mirada, su entrega. Como Elvis, conmueve y como Carlos no desafina. El saldo es más que bueno. No es una gran obra. Pero hay energía, soltura y ganas. Y encima, el regalo de media docena temas del gran Elvis Presley.
Esta es la ópera prima de Armando Bo, (nieto), fue la apertura en la 14ta edición del Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente (BAFICI); viene de competir en el Festival de Sundance, Estados Unidos, y es el debut en la realización del hasta ahora director de cine publicitario, guionista de la película Beautiful del mexicano Alejandro González Iñárritu y nieto del famoso actor y cineasta argentino Armando Bo. Se centra en la vida de un hombre cuyo nombre es Carlos Gutiérrez (John Mc Inerny), él no quiere dar a conocer su nombre real, trabaja durante el día en una metalúrgica, pero en sus momentos libres se considera como la reencarnación de Elvis Presley, se viste como este, organiza show y canta en diferentes eventos, vive en un barrio de Buenos Aires, escucha toda la música relacionada con el ídolo y mantiene una dieta para parecerse físicamente a él. Se encuentra divorciado de su ex Alejandra (Griselda Siciliani, es su debut cinematográfico conocida por sus papeles televisivos en series como "Para vestir santos" y "Los únicos" y además por encontrarse en pareja de Adrian Suar de quien se encuentra embarazada), a su ex mujer la llama Priscilla y su hija la llama Lisa Marie (Margarita López). Pero en su vida irán sucediendo diferentes situaciones que cambiaran parte de su vida, y más aun cuando su edad se entrecruce con la de Elvis a sus 42 años, es el momento de tomar decisiones y buscar más su interior. Todo está en juego, las vivencias, la pasión por el cantante, el ídolo, el amor por la familia y el continuar con su sueño, con buenos números musicales en que se muestra la imitación de Elvis, llena de matices con una muy buena actuación de John Mc lnerny, el resto acompaña bien, están bien aplicados los rubros técnicos, no tiene mucho diálogo, se apoya más en un lenguaje visual, si bien es una historia sencilla resulta ser eficaz, aunque pierde un poco el ritmo en algunas escenas se vuelve lenta y monótona, pero no dejar de ser una buena elección cinematográfica.
Con el ritmo impuesto por la soledad Festejada en el festival de Sundance, la película retrata la vida de un soldador bonaerense que ama imitar a Elvis Presley. Más allá de las consideraciones que hoy nos pueda despertar el cine de un ya legendario realizador como Armando Bo, cuyo nombre con sólo pronunciar lleve a que asome la figura de ese nombre mítico que es Isabel Sarli; más allá de todos esos films que cubren una trayectoria de dos décadas y que hoy son motivo de ciclos y muestras internacionales, y que han sido modelados desde un canon tan particular que ha polarizado el mundo de la crítica; más allá de todo esto, hay algo que no se puede negar. Y es que ciertamente la pasión que el abuelo sentía cuando estaba detrás de la cámara se la pudo transmitir a sus descendientes: su hijo Víctor, intentó el camino de la actuación, pero reconoció humildemente que no lo podía lograr y se retiró tras algunos intentos en más que olvidables comedias. Pero esa fuerza, la vocación, renace en su nieto quien elige llamarse como él, sin ninguna aclaración, ni segundo nombre. Tal vez como un continuador de ese abuelo que creyó en sus sueños, como afirmaba el mismo Torre Nilsson del mismo Armando Bo, independientemente de cómo se valoren sus films. Como también ciertamente lo hace en El último Elvis, la opera prima del joven Armando Bo, su personaje Carlos Gutiérrez, de oficio soldador, quien de noche adopta el ropaje de su idolatrado Elvis y se lanza sobre sus huellas, abriendo un periplo de indicios que van delineando un entrecruzamiento de perfiles, de fusión de identidades, que pueblan ese mundo suburbano de su desteñida existencia, que brinda sus canciones en clubs de barrios, bingos, geriátricos. En este admirable film, saludado por Sundance (espacio de Cine Independiente que abrió sus puertas a tantos jóvenes realizadores), Armando Bo hace partícipe al espectador de un relato de tintes claroscuros dominado por el dolor y la soledad, pero al mismo tiempo con la mirada puesta en una impostergable cita, con ese tercer acto que el film nos reserva en un espacio que se erige como un altar aurático del propio sufrimiento. En el deambular errático del personaje, que se libra en su mundo interior y las presiones externas, entre los vínculos familiares, un tanto distantes, pensados desde el propio álbum familiar de su idolatrado Elvis Presley, el modo del transcurrir del film acerca a una historia con fracturas y tiempos quebrados, sin explicaciones que puedan llegar a eclipsar la dimensión del alcance metafórico de ciertos encuadres. Es más que admirable, y por cierto muy inusual, el trabajo sobre el transcurrir del tiempo, el recorte sobre un elemento de un plano de conjunto (como los rostros de la madre, Priscilla, y Lisa, la hija, a la salida del hospital público, vistos por él, desde el espejo retrovisor del auto), o bien la angulación dada a una figura como la que corresponde, en diferentes momentos, al juguete?ícono, regalo de su propia hija. Sobre notas de producción, y los actores, como asimismo sobre director y co?guionista, numerosos medios se han encargado de publicar entrevistas a lo largo de estos días. Y mientras quedan en los oídos tantas melodías interpretadas por Elvis, quien falleció a los 42 años en su residencia de Graceland, en Memphis, aspectos no anecdóticos en este sorprendente film de Armando Bo. Particularmente recuerdo, entre otras, Love me tender, Are you lonesome tonight, The wonder of you y particularmente, Always on my mind, que Elvis dio a conocer en 1972, cinco años antes de su fallecimiento y que se puede pensar como el motivo central sobre el cual se ha levantado este destacable film; retratado en ese tono que tanto lo acerca a los films de los de la generación de los "road movies" y de los "broken hearts". Mientras pienso en todo esto, imagino a los guionistas pensar ese penúltimo momento en el que ahora, luego de ese recital en ese Bingo de Avellaneda, en el que ese último Elvis interpretara Unchained Melody, se dispone a dejar algunas cosas en orden, entre ellas, la carpeta personal de Lisa Jane, para luego solicitar por teléfono una limousine blanca.
Soy Elvis Hay un costado interesante en la película de Armando Bo y es su lado quijotesco. Al igual que el inmortal personaje de Cervantes, el protagonista es un ser melancólico que, si bien no ha perdido del todo sus ligaduras con la realidad, no puede salir de su monomanía y efectivamente se cree Elvis. John McInerny (más cerca de un Neil Young excedido de peso que del rey del rock n’roll) le pone el cuerpo y la humanidad a un ser decadente, al borde del ridículo, pero perfectamente querible. La cámara le hace justicia en este sentido y lo acompaña desde un lugar incómodo, como su existencia, pero con la intención de captar la triste situación de “querer ser” frente “a lo que se es”. Al mismo tiempo, nos saca en forma permanente como espectadores de un marco de estabilidad con sus reiterados fuera de foco y sus juegos circulares. El trasfondo de la historia es poco alentador: no se puede aceptar vivir en un mundo al que no se pertenece, fuera de tiempo, en condiciones laborales degradantes y con la presión de ser padre, cuando no se puede serlo. De la misma forma que Alonso Quijano, la fantasía es la vía de escape y después de ello, la muerte. El film se mueve por lugares seguros y en su justa medida para no desbarrancarse en zonas harto conocidas. Por momentos, ensaya situaciones bizarras con cameos televisivos incluidos, ráfagas de humor y una galería de imitadores dignos del Bad Cover Version de The Pulp (legendario videoclip que parodia los números benéficos de los cantantes); en otros, parece caer en la conocida trama vendible del padre que debe hacerse cargo de su hija. Sin embargo, y por fortuna, cuando se encuentra al borde del precipicio sensiblero, decide retroceder. Las actuaciones están bien y los números musicales no se extienden como un mero muestrario. Técnicamente es irreprochable. ¿Qué es lo que falla entonces? La respuesta, a mi criterio, está en un cierto regodeo visual, de colores publicitarios, de atmósfera televisiva, para acompañar una historia que es mucho más fuerte en lo que cuenta que en la forma en que lo hace. No puedo evitar al respecto, pensar en los pilares de producción que sostienen este tipo de películas y en problematizar su aparente independencia. El último Elvis funciona porque sus resortes narrativos y estéticos son reparadores, tranquilizantes. Nunca asume el riesgo como principio. Toda la secuencia final lo confirma: música e imágenes ralentizadas al servicio de estilizar un momento delicado en la historia con el propósito de ganarse al espectador con herramientas expresivas, al menos, discutibles (tal vez, el equipo de producción conformado por González Iñarritu, entre otros, tenga que ver con esto). De todos modos, no es justo pedir aquello que no se piensa como tal. Ahora bien, que el último BAFICI haya seleccionado el film de Bo como apertura, más allá de los posibles méritos, es un síntoma de lo que representa el cine argentino que transita por los festivales y un buen aliciente para discutir lo que se entiende por independencia.
Carlos Gutiérrez trabaja en una fábrica durante el día y personifica a Elvis Presley en bares y shows privados durante la noche. A punto de alcanzar la edad que su ídolo tenía al momento de fallecer, se encuentra ante una difícil decisión: Elvis o su pequeña familia destrozada. La contracara de este tipo de fanatismo que presenta el director Armando Bo es dolorosa: los imitadores extremos de las estrellas viven a la sombra de sus ídolos, configurando una vida vacía y patética para sí mismos. Incluso llega a ser desesperante la disociación de la realidad que sufre Carlos, enloqueciendo a su jefe, su ex esposa y a su introvertida hija Lisa Marie, con quien deberá construir una relación filial de la noche a la mañana. John McInerny es el corazón de esta cinta, responsable de conmovernos y hacernos sentir toda la pasión por Elvis que nace desde lo más profundo de su ser (la excelente elección del repertorio también debe ser destacada). Asimismo, Griselda Siciliani sorprende en un registro totalmente diferente al que nos tiene acostumbrados. El cambio le sienta a la perfección y demuestra sus condiciones para historias de veta dramática.
Bo elige bien la trama, construye correctamente el personaje pero falla a la hora de definir la organización dramática. Esta ópera prima de Armando Bo tiene elementos para ser muy potente. Un personaje bien compuesto dramáticamente y con un actor (no actor) que logra asirlo con profundidad; el encuentro entre la marginalidad y el deseo en esos bordes de la realidad, que suele ser muy productivo narrativamente; y una niñita que maneja sus propios tiempos como una actriz profesional. El problema central es que el joven Bo decidió hacer una película pautada por la narrativa clásica hollywodense y pensada probablemente para el mercado de EEUU, pero articulando en ella iconografías y recursos del cine independiente latinoamericano. Es por ello que el resultado es un melodrama que exagera lo que debería manejar con sutileza y banaliza realidades y relaciones. Por momentos la película podría haberse llamado Papá es un buen tipo y contar la historia de un hombre descarrilado por sus locos sueños que puesto a ejercer la paternidad encuentra su camino. Carlos Gutierrez es Elvis. No se siente, no se disfraza, no se imagina, no camina como y mucho menos canta como. Él es Elvis. Lo conocen en este mundo suburbano con otro nombre, pero eso es puramente contingente. Su camino, por lo tanto, no puede ser otro que el del rey de Memphis. Una hija algo abandonada se interpone momentáneamente en su camino y le permite dudar de su identidad y su destino. Bo resuelve todo con absoluta liviandad, al mejor estilo salvataje de último minuto. A pesar de la simpleza del guión, que reniega de lo patológico del personaje, del exagerado trabajo de la dirección de arte por dar tono miserable a toda imagen y “exotismo latinoamericano” a todo escenario, la película se sostiene y por momentos logra atraer. La potencia del personaje encarnado notablemente por McInerny y las circunstancias en que el mismo se constituyó y desarrolla, alcanzan para sostener el film. Porque además de componer físicamente (no por lo parecido, sino por lo agobiado) el actor debutante canta con precisión y sentimiento algunos de los más conocidos temad de Elvis. Algunas cuestiones formales muy bien trabajadas como la presencia permanente del auto llamado Lisa Marie y la extraña concepción de película de carretera filmada en un pequeño espacio del conurbano, brindan marco y estructura narrativa y poética. Bo elige bien la trama, construye correctamente el personaje pero falla a la hora de definir la organización dramática. Apuesta por un melodrama superficial y personajes estereotipados y poco trabajados (la madre, por ejemplo). El cuadro final, con los dos planos visuales y la música incidental, hablan por si solos.
El primer largometraje de Armando Bo (nieto), acertadamente elegido para la inauguración del reciente BAFICI, ya puede ser ahora apreciado en nuestras pantallas. Cerrando el primer cuatrimestre del año, con casi cien estrenos de los cuales treinta nacionales, es probablemente la mejor muestra de cine local vista hasta ahora (excluido el BAFICI). “El último Elvis” es una película atípica en varios sentidos. Carlos Gutiérrez (notable debut de John Mc Inerny) es un imitador y fanático del famoso cantante de rock, alejado de los prototipos locales, que se hace llamar Elvis. Si hasta su nombre y apellido (¿artístico?) no suenan argentinos. La trama reserva varias sorpresas y sólo conviene decir que se lo ve al principio solo y sin pareja, separado de su esposa Alejandra (Griselda Siciliani) a la que él llama Priscilla. Su pequeña hija (Margarita López), en general, no lo soporta pero una circunstancia fortuita los acercará en más de un sentido. Un aspecto notable es la calidad de las imitaciones (interpretaciones) de las canciones de Elvis que hace Mc Inerny. En verdad él tiene una banda de rock que se llama “Elvis vive” y para los fanáticos del famoso músico, que nació en Memphis y murió muy joven en Graceland, seguramente serán muy disfrutados los “covers” de temas tan famosos como “Always in my Mind”, “Unchained Melody” y “I’m so lonesome I could cry”. Técnicamente “El último Elvis” resulta inobjetable desde la misma primera y notable toma, en que la cámara virtualmente parece estar subiendo una escalera para al final del ascenso explotar sonoramente. Pero además debe elogiarse el guión que el realizador compuso junto a Nicolás Giacobone. A señalar que Bo ya tenía un antecedente importante al haber coparticipado en la escritura de “Biútiful” del mexicano Alejandro González Iñárritu, aquí uno de los productores. Este Elvis es en el fondo un personaje solitario y triste y lo que le acontece tiene más de un punto de contacto con el famoso personaje que él busca emular. Pese a trabajar en una fábrica de heladeras, no se siente tal cual es, apenas un imitador, sino como un elegido por el destino. Más cercana a las producciones de cine norteamericano independiente que a nuestro repetido cine, que oscila principalmente entre documentales y películas de bajo costo ambientadas en medios rurales, “El último Elvis” es una bocanada de aire fresco que se debe festejar. Por suerte hay varias películas prometedoras para el resto del año, algunas de las cuales estarán en Cannes y que en parte han sido vistas en el 14º BAFICI. Unite al grupo Leedor de Facebook y compartí noticias, convocatorias y actividades: http://www.facebook.com/groups/25383535162/ Seguinos en twitter: @sitioLeedor Publicado en Leedor el 1-05-2012
Así como sucedió con “Vaquero” (2011), de Juan Minujin, la producción que abrió el BAFICI 2012, “El ultimo Elvis”, denotó aspectos interesantes como para creer en las buenas ideas, independientemente del modo en que son llevadas a cabo en términos presupuestarios. Carlos (John McInerny) es un empleado de fábrica, separado y con una hija, cuyas horas transcurren de forma tan parsimoniosa como decidida. Lo vemos callado, cansado, y a la vez con una actitud meticulosa. Como si cada acción estuviera cuidadosamente planificada. Poco a poco nos vamos acercando a su personalidad. Si hay algo en su vida funcional a lo que recurre para escapar de una realidad rutinaria y vacía es la música. No sólo escucharla, sino interpretarla. Como fanático de Elvis Presley tiene una banda, como un tributo con el que va girando por distintos eventos, bares y otros lugares. También se nos va revelando que su fanatismo lo lleva a mimetizarse cada vez más con su ídolo, al punto de caminar, hablar, y hasta vestirse como él. De todo esto se desprende una subtrama en la que la hija (obviamente se llama Lisa Mary) se halla en proceso de conocer a su padre, y éste, a su vez, la recibe como el golpe que lo devuelve de tanto en tanto a la realidad. El hallazgo del director con su protagonista es haber encontrado a alguien que responde a las necesidades del guión. John McInerny no es actor, sin embargo lleva años en el escenario, los suficientes como para entender algunos códigos y subirse cómodamente a la propuesta. Armando Bo (nieto de quien formara exitosa pareja cinematográfica con Isabel Sarli) construye una historia en la que se permite jugar a no ser uno en desmedro de querer ser alguien. En los rubros técnicos, la dirección de arte se lleva grandes méritos, así como la dirección de fotografía. Ambos crean una relación simbiótica con la cámara logrando una atmósfera de espacios chicos y lúgubres en los interiores de la vida cotidiana de Elvis, o luminosos, hasta oníricos, cuando el protagonista actúa en vivo. Como si quisiera mostrar la vida como un circo, y recordar aquello de Charly García de que “cada cual tiene un trip en el bocho, difícil que lleguemos a ponernos de acuerdo”, Armando Bo rodea la vida de su Elvis cruzándolo con el propio Charly, Iggy Pop, Nina Hagen o Kiss. La vida cual universo de estrellas y más abajo, en la tierra, la gente con sus sueños y frustraciones. “El último Elvis” vale como un gran espejo de todo aquello.
La Ausencia Adictiva ¿Alguna vez quisiste ser otra persona? Que idea tan poderosa y magnífica para trabajar en el cine. Ya se ha hecho, con resultados muy buenos y muy malos también. Armando Bo (Jr.) tiene que estar orgulloso de debutar en largometrajes haciendo un trabajo tan emotivo y bien ejecutado, elaborando una trama simple pero llena de riquezas. ¿Quién nunca se visualizó cantando como Axl Rose, Madonna o Chris Martin de Coldplay? ¿Quién nunca fantaseó con recibir todo ese reconocimiento? ¿Quién nunca envidió, aunque sea un poco, la vida de otra persona? En el film, se encara la trama teniendo en cuenta esta idea pilar, pero además se trabaja sobre otro abanico de matices que incluye la interacción familiar, la tragedia, la pateticidad, el amor a la música y sobre todo el convertirse en un ánima ausente, todo con gran profesionalismo y con un ojo enfocado en lo que el público va a validar en el cine cuando disfrute la propuesta. Tiene la capacidad de dejar contento al espectador comercial y al que gusta más del cine independiente también. Yendo más al desarrollo de la peli, no se deben confundir los tantos. La historia de fondo, la importante, es la de Carlos Gutiérrez, un tipo que se ha obsesionado tanto con su ídolo que por momentos realmente cree que es él, un tipo que se ha perdido a sí mismo para poder convertirse en alguien que no es, que nunca va a poder ser y que va a significarle la infelicidad perpetua. Es una tragedia, con algunos toques cómicos por supuesto, con momentos de enseñanza y gran virtuosismo de su protagonista, que encarna a un personaje tan patético como querible, tan admirable como reprochable. El hecho de que sea Elvis no es lo más relevante, eso es un aspecto que enriquece al film, que ofrece entre otras cosas, momentos musicales buenísimos, sobre todo para un ignorante (como es el caso de quien escribe) que hasta el momento no tenía idea quien es este gran artista llamado John McInerny. Un muy buen producto "made in Argentina" que va a sorprender a más de uno y va a emocionar hasta las lágrimas a quien se deje tocar por este último Elvis.
Ópera prima de Armando Bo que logra conjugar un estilo visual impecable, con un manejo de cámaras delicado y con un relato muy interesante y bien contado sobre un hombre que se pierde todo en la vida por tratar de ser quien no es. Una propuesta de calidad y, pese a algunos golpes bajos innecesarios, una película muy bien actuada y con un ritmo musical muy bien manejado.
Armando Bo, guionista de Biutiful, se tira al ruedo con una ópera prima que aunque lograda desde lo emocional, no llega a enganchar. La figura de Elvis Presley es, para más de un melómano, el epitome y ejemplo paradigmático de lo que es el estrellato en el Rock N’Roll. En la Argentina no cobro mucha difusión sino hasta llegados los años ’90 y porque una leyenda nuestra, Sandro ni más ni menos, admitió haber hecho sus primeras armas imitando a este hombre llamado durante mucho tiempo El Rey. Era un tipo con un sentido del espectáculo descomunal, que se dejaba la vida, la voz y el cuerpo en el escenario. Una devoción que reflejan los miles de imitadores que circulan alrededor del mundo. A nivel guion tenemos una película que tiene un claramente desarrollado objetivo emocional. Este muchacho desde que empieza la película tiene a Elvis en la cabeza y el corazón, a tal punto que uno ve que la locura es inevitable. Uno siente el descenso en el que está metido y su intención de interpretar este “show” hasta el final. Pero señores, a pesar de este merito, el guion falla y falla por que el objetivo argumental, cuya función es tirar palos en la rueda al emocional, es cuando no corto, nulo. La estructura se fue demasiado en introducir al personaje, y lo parecido que canta como Elvis ––por lo que la intención de contratar a un imitador parece clara desde el vamos––. Se les va tanto la mano, que el conflicto principal está prácticamente de adorno y era interesante: Un tipo que debe elegir entre ser Elvis y ser un buen padre. Hay escenas con la hija y la madre que proveen una base, pero no la profundizan. Pecaron de sutiles y la metáfora les tapo el contenido. A nivel técnica tenemos una fotografía en 2.35:1 (Cinemascope) de composición sobria. Con sombras y luces ambarosas, como si el personaje estuviera en el escenario en todos los aspectos de su vida. Los movimientos de cámara son en muchas ocasiones innovadores, pero perdieron puntos en este departamento cuando intentan disfrazar muchas veces una evidente cámara en mano como un travelling. Las puestas son justas y necesarias, ricas en primeros planos, que encuentran un cómplice adecuado en el montaje. El trabajo de sonido también merece mucho mérito. A nivel actuación, John McInerney ––un arquitecto que es imitador de Elvis en la vida real–– borda el papel decentemente. El tipo toma algo que conoce muy bien y lo interpreta instintivamente. No es para decir que es una excelente actuación, pero bastante por arriba del promedio que la mayoría de los crooner que intentan actuar. Si bien no se parece a Elvis ni siquiera en las patillas, tengo que reconocerle que la polenta y la voz que le pone al cantar las canciones de El Rey no pueden ser ignoradas y se lleva al hombro de un modo espectacular no solo las canciones que interpreta en escena sino de cuando aparecen en la banda sonora. Sus escenas con la nena que hace de su hija (Margarita López, no será una revelación, pero la chica promete) están entre lo más alto a nivel interpretativo. Griselda Siciliani no se luce, y no es por que interprete mal, todo lo contrario; debe lidiar con un personaje que en para ser tan intenso, su desarrollo en el guion es tan breve y tan poco confrontativo, que su interpretación estaba mejor en las manos de un actriz X. Conclusión: Aquí tenemos una película que desarrolla muy bien un personaje complejo. Virtud destacable si las hay; cuando casi siempre se da el caso inverso en la mayoría de las películas. Pero esa virtud no alcanza para salvar a la película de lo que es, no un conflicto débil, pero superficialmente tratado.
Tocala de nuevo, Elvis A poco de correr "El último Elvis" ya estamos sorprendidos. Hay varios factores que se conjugan para que uno sienta que está disfrutando de un producto cinematográfico muy sólido, pero fundamentalmente lo que asombra es la contundencia y la claridad con las que el director Armando Bo, en éste, su primer film, despliega las imágenes. Bastan unos pocos minutos para que uno sienta que es una Opera Prima en la que el director hilvana minuciosamente las diferentes escenas y que le encuentra a cada una de ellas un sentido directo para ir llevando al espectador al clima en el que quiere internarnos: ese ritmo de blues y melancolía pocas veces visto en el cine nacional. Sin caer en los golpes bajos ni en los grandes discursos, Armando Bo -autor también del guión conjuntamente con Nicolás Giacobone- nos cuenta la historia de Carlos Gutiérrez, alguien que niega rotundamente su identidad y atraviesa su vida como si fuese Elvis. Poco importan las horas que pasa como obrero de una fábrica, poco importa que su ex lo baje en todo momento a la realidad y que su vida personal se acerque cada vez más al vacío. El sigue siendo Elvis, pero justamente como señala el título es el último Elvis, ese del final: excedido de peso, sudoroso, malhumorado, quebrado por todos los costados. Y Carlos hace rato dejó de ser Carlos, si es que alguna vez haya logrado serlo. Carlos ES Elvis. Y todo lo que hace en cada movimiento cotidiano de su vida -que se refleja en esas imágenes que lo transmiten todo con sólo ver su intimidad-, será en función de eso: dejó hace un buen rato de vivir su vida para comenzar a vivir la vida de un otro. Como dice en algún fragmento del film "Dios quiso que tuviera su voz y yo no hice más que aceptarlo". Atravesando ésto como una especie de designio divino, como imbuido en un cierto misticismo de su referente, en un forma particular de Vía Crucis personal, Carlos irá recorriendo cada una de las estaciones de la vida de Elvis, tal como él las ha recorrido. Come lo mismo, tiene una hija que también se llama Lisa Marie, parece anclado en los sesenta en su ropa, en su manera de andar, en su auto, no hay para el ningún programa de televisión más que ver sus recitales, sus entrevistas, sus películas, escuchar permanentemente y tararear sus canciones. Su admiración, su potencial para imitarlo se transforma en una especie de obsesión ciega que no se detiene por ningún otro suceso de su vida. Aún cuando un accidente grave en su vida personal intenta cambiar el giro y su modo de vincularse con su hija y su ex mujer, nada hace que Carlos detenga su marcha y cada vez encuentre en la figura de Elvis y en cada detalle de la vida de Elvis uan especie de paradigma, único motivo para el cual seguir viviendo. La película tiene muchos puntos meritorios. Como ya fuese dicho una dirección con un pulso seguro y que sabe lo que quiere contar. Por otro lado, un guión que corre en el mismo sentido, evitando obviedades, mostrando cada uno de los detalles y las particularidades para poder pintar con diferentes pinceladas muy pequeñas, todo el mundo de Carlos, el mundo de su Elvis. La sinceridad de los diálogos, la honestidad de las situaciones, la franqueza y la seguridad con la que se abordan los diferentes temas que lateralmente examina el guión, son sin duda el mérito de una cuidada forma de narrar que han elegido los autores, que se plasma además con un elenco ideal para contar esta historia. John Mc lnerny es Carlos, pero fundamentalmente crece, se agiganta y respira cuando es Elvis. Su actuación es impecable, y logra hacernos sentir la crisis de no poder escapar al designio de vivir otra vida que no es exactamente la suya. La imposibilidad de echar raíces en sus afectos y la necesidad de refugiarse en otro para vibrar con deseo y con pasión. Carlos/Elvis vive de acuerdo a su pulsión, a su irrefrenable pasión y aunque en ciertos momentos sus decisiones bordeen el delirio y el desconcierto, no hacen más que mostrar claramente que nuestro protagonista aparece atrapado en ese otro que quiere ser y que le resulta sumamente difícil encontrar una salida. Con muy pocas escenas pero con un personaje que resulta atractivo cada vez que aparece en pantalla, Griselda Siciliani compone a una Priscilla/Alejandra que hace lo que puede para seguir adelante con su hija (muy tierna composición de Margarita López, que va creciendo a lo largo del filme) a pesar de tener que lidiar con ese Elvis que ella misma lo marca como un gran error en su vida. Intensa, llena de sutilezas y con una apoyatura técnica de primer nivel (excelente fotografía y una banda de sonido impecable llena de los grandes éxitos de El Rey -la versión de "Melodía desencadenada" en el Bingo realmente quedará como un icono del nuevo cine argentino, seguramente-) "El ültimo Elvis" ha sido película de apertura en el ultimo Festival de Cine Independiente de Buenos Aires, ha sido selección oficial en el Festival de Sundance y seguramente tiene una larga carrera por delante.
PERSONA La desesperación de no querer ser sí mismo, como lo planteaba Kierkegaard, es muy distinta a la simple locura de creerse o pensar que acaso uno efectivamente puede convertirse en otro. Quizá esto suene algo pesimista, pero la vida consiste en ese estancamiento, en una movilidad dentro de una identidad cuyo movimiento es la siempre desde la interioridad hacia la interioridad. Por eso, el filósofo danés recomienda pensar la posibilidad de otro como pregunta, y no como modelo a seguir, pues ello impulsa al individuo hacia afuera de fronteras inexistentes para sí. Sin embargo, Carlos Gutiérrez (John McInerny) cree que su misión es convertirse en Elvis, como si pudiera tomar la posta de un difunto y reencarnar en él. Su voz prodigiosa (la que el actor en la realidad también posee) lo convence de esto. Trabajando para una fábrica que no representa sus intenciones verdaderas e interpretando al Rey en eventos sociales de poca monta, Carlos logra mantener a la esposa con quien se halla distanciado, Priscilla (Griselda Siciliani), y a su pequeña hija Lisa Marie (Margarita López), en una emulación de la vida del cantor de Memphis. Detrás de todo esto, que da la idea de la paródica vida de clase media-baja suburbana, el director Armando Bo -en su ópera prima- deja en claro que la vida del Elvis de Avellaneda refleja, más bien, los problemas psiquiátricos del protagonista. De allí el tono oscuro y hasta algo letárgico del film, que muestra la seriedad de un retrato pulido. Es entonces como, en este sentido, la película tiene un límite prácricamente clínico en cuanto al legado que entrega al espectador, lo cual pone a la obra en un original marco -sellado con la eficacia técnica del montaje, la fotografía y la dirección artística- plausible de ser atesorado, pero hacia un futuro, y en tanto material para la historiografía del cine. De modo que podría esperarse que el próximo film de Armando Bo produzca mayores destellos en el público que el presente, de una precisión parcialmente inocua en términos artísticos.
El Discurso del Rey Carlos es un tipo cuarentón que piensa que él es Elvis, en su reencarnación canora perfecta: "Algunos nacen con un don, como yo...!" -explica a su pequeña hija-, y si, a no dudarlo... canta excepcionalmente, y destacable es el protagonista seleccionado (John Mclnerny), quién lo hace naturalmente sin ningún tipo de doblaje de voz, y esto es el acierto 1 del filme. El guión va por el lado de un personaje que en su diario vivir imita en carbónico perfecto al "Rey" Presley, -alguien puede comer en la Argentina: sandwiches de mantequilla de maní con rodajas de banana..??-, pero su supervivencia mundana detenta oscuros fragmentos como la relación con su ex mujer y su hija niña que es conflictiva, aguantar un trabajo rutinario y pesado de soldador, relacionarse con placeres pasajeros como alguna que otra puta, y aceptar ser figura en un submundo de imitadores que maneja una agencia de dobles, y eso si: cantar en cualquier sitio, y a veces en los peores. Todo cabe en esta historia, donde estamos ante otro hombre que está solo y espera, un cambio quizás...un algo distinto. El nieto del gran Armando Bó, e hijo del "ex-superangente" criollo de la pantalla: Víctor, viene bien con esta propuesta, alberga posibilidades de estar ante una promesa interesante del cine autóctono, y tiene además de talento su posibilidad ampliada -aqui por ejemplo hay dinero de coproducción americana y participación activa en el proyecto de Alejandro González Iñárritu, para quién el director trabajó como guionista en "Biutiful"-, ya que ha logrado un filme conmovedor y magníficamente trazado, sin dudas.
El oscuro sueño de ser otro Habitar la piel de otro es una experiencia común para los artistas y particularmente para los imitadores, aunque en este último caso están más atados a un personaje que a veces puede devorarlos y alejarlos de su propia realidad. Esta situación, llevada al extremo, es la que plantea la historia de Carlos Gutiérrez, quien de día trabaja como obrero en una ruidosa fábrica de electrodomésticos y de noche imita a Elvis Presley en fiestas familiares, bares y bingos del conurbano porteño. Entrado en años y peso, es una versión de la figura decadente del ídolo en su última etapa, pero la voz y la entrega física de cada interpretación son perfectamente conmocionantes. En el plano familiar es un solitario, con la madre en un geriátrico, una ex mujer y una pequeña hija distantes. Salvo por su arte, este Carlos es un hombre ausente que vive fuera del tiempo y de sí mismo. Porque para él, la música no es un paliativo, sino la única forma posible de felicidad y realización. Creerse Elvis es una obsesión que lleva adelante con convicción: solamente escucha o mira conciertos del inmortal monarca roquero, su hija se llama Lisa Marie y a su ex mujer la llama Priscilla. La mesa está puesta para un melodrama, que se decanta progresivamente en tragedia. Un lujo narrativo “El último Elvis” es una película con muchos atractivos donde brilla cada detalle. Se advierte un estilo en la excelente fotografía, la iluminación y sus matices, el diseño de vestuario, el sonido, el clima logrado con decorados, atmósferas visuales y auditivas. Es notable el registro de una ciudad que -como su personaje- parece atemporal. Salvo el protagonismo del celular podría decirse que la película sucede en torno de los años setenta. En la primera parte, la historia se asoma al mundo de los que no son ellos sino por otros. Se introduce en el universo de los imitadores musicales y recorre con solapado humor ese mundo bizarro de imitadores donde rondan como filtradas por un espejo deformante, émulos de estrellas musicales. El director recurre muy poco a los diálogos, prefiriendo la fuerza de las imágenes. Privilegia la intensidad del relato antes que un montaje vertiginoso, buscando planos-secuencia como el de apertura, donde se presenta al personaje. Son antológicas las eximias secuencias musicales y la última media hora que reserva la posibilidad de disfrutar de una asombrosa reconstrucción de Graceland, escenario ideal para el clímax emocional al que arriba la historia. También se destaca con sello propio un registro documental de alienados ambientes fabriles, trajinados hospitales, calles suburbanas o clubes barriales, exteriores o interiores reales puestos al servicio de la ficción. La madurez de la película es sorprendente para tratarse de una ópera prima: contada con maestría, despliega un infrecuente lujo narrativo como soporte de una historia al mismo tiempo sencilla y compleja, simple pero enorme, que transita entre lo excelente y lo patético hasta afirmarse en un terreno más humano que manipulador. “El último Elvis” -como sólo se da en pocos casos- también permite involucrar a distintos tipos de público, frívolo o intelectual; puede verse en Buenos Aires o en cualquier parte del mundo sin perder interés. Nadie queda afuera de este viaje interno y externo de un hombre gris con un don excepcional: este último Elvis, olvidado y postergado que alcanza una dimensión heroica con su costado quijotesco que arremete contra la chatura del mundo.
Por amor al rock and roll Carlos es un obrero, está separado de su mujer y se encuentra esporádicamente con su hijita. Los únicos momentos en los que alcanza la felicidad son aquellos en los que personifica a su ídolo, Elvis Presley. A punto de cumplir 42 años, dice estar planificando "algo grande". Armando Bo (nieto del legendario realizador argentino) es uno de los directores de comerciales más cotizados del país. Escribió, además, el guión de "Biutiful" (junto con Nicolás Giacobone, que también lo acompaña como guionista en esta producción). Con estos antecedentes (entre muchos otros) se lanzó a retratar la vida y los padecimientos de Carlos Gutiérrez, un trabajador metalúrgico que se "transforma" en Elvis Presley para cantar en clubes de barrios o aniversarios de geriátricos. Pero Carlos no imita a "El Rey"; se convierte en el fallecido cantante cada vez que se viste con los característicos atuendos de Elvis y se contonea en los escenarios estrechos y mal iluminados en los que le toca actuar. La trama lo va a mostrar tratando de sobrevivir mientras intenta recuperar el cariño de su pequeña hija, a la que ve con intermitencias hasta que un accidente que sufre su ex esposa lo obliga a convivir con la pequeña. En esa etapa de reconstrucción del mutuo afecto, le confesará a la niña que está preparando "algo grande", y se encaminará a un desenlace angustiante, a tono con el clima general del filme. Bo adopta deliberadamente una estética oscura e imprime a su relato un ritmo lento, que administra con inteligencia y sobriedad. El resultado es una trama interesante que discurre entre climas muy bien logrados y que atrapa al espectador sobre todo por el magnetismo del personaje protagónico (John McInery, sorprendente como Elvis y menos convincente en su faceta estrictamente actoral). El director incluye los números musicales en los momentos precisos, y no cede a la tentación de mostrarlos a cada instante, sino cuando contribuyen al desarrollo de la narración. Con paciencia y sentido dramático, va encaminando al personaje hacia el desenlace, y abre una posible reinterpretación del remate con la última toma; el final, entonces, es abierto, y le suma un detalle de interés a la producción. Construida con cariño y respeto hacia el "imitador" de Elvis y con enorme admiración por la figura de "El Rey", la película interesa y atrapa al espectador, y abre un interesante debate sobre los ídolos, los fanáticos, y las contradicciones inherentes a la propia naturaleza humana.
Anexo de crítica: -El relato está muy bien armado y demuestra gran solvencia narrativa en casi todos los rubros del argumento. Excelente la actuación del protagonista y excelentes las performances musicales. Sin embargo el desenlace del film, amen de su previsibilidad, no hace justicia al desarrollo de la narración. El impulso narrativo pierde mucho de su potencia dramática, y sobre todo de su humanidad, al tomar partido por la concreción del viaje, con el abandono de la hija. Creo que el film se hubiera tornado muy atractivo si la madre hubiera muerto y el protagonista hubiera tenido que lidiar con la crianza definitiva de su hija, aún en las condiciones patológicas en las que se desarrolla su personaje. Creo que con la decisión de salvar a la madre y devolver a la hija al hogar, se ha perdido la oportunidad de abrir todo un amplio espectro de potencialidad dramática en la relación padre-hija. De todas formas, el film es una muy buena apuesta.-
Un Elvis criollo La fantasía de querer ser otra persona, sobre todo, de algún ídolo o referente de la infancia puede llegar a ser perjudicial para la salud. Los estilos de vida de nuestros héroes, en este caso de Elvis Presley, no son siempre el mejor camino para escapar de la rutina y del aburrimiento que la realidad suele ser para algunos mortales. En “El Último Elvis”, Carlos Gutierrez, interpretado por John Mc Inerny, transita su vida de esta forma, creyéndose otro. El escenario armado por Gutierrez en su afán de encarnar a Elvis es convertirse en un imitador que se gana la vida haciendo temas como Suspicious Minds o Always on My Mind en casinos, hoteles, clubes, boliches y hasta en un geriátrico. Sin embargo su mundo como “El Rey del Rock” no termina ahí. Su trabajo como operario en una fábrica metalúrgica del Gran Buenos Aires es el que le permitirá viajar a su codiciado paraíso, Graceland (casa de Elvis en Memphis) para la búsqueda de “ese algo grande” que Gutierrez quiere conseguir. Mientras tanto sus auriculares, siempre con canciones de Elvis, actúan como un escape a esos ruidos industriales que tanto le fastidian. La familia de Gutierrez está integrada por su ex mujer Alejandra (una casi irreconocible Griselda Siciliani) a la que llama Priscilla, nombre de la única esposa de Elvis, y Lisa Marie (Margarita López) su hija con la que no posee mucha relación hasta que un accidente lo obliga a hacerse cargo de la niña. Al principio el poco tacto con personas de corta edad por parte de Gutierrez se hace notorio, pero al pasar el tiempo logran conectarse. Sin embargo siempre dentro de ese pseudo mundo creado por este Elvis del conurbano: comparten horas de recitales de Presley frente al televisor, Lisa Marie lo acompaña en sus diferentes shows y comen emparedados de mantequilla de maní y banana, tal como lo hacía Elvis. Esos días tal vez fueron los más cercanos que Gutierrez compartió con su pequeña ya que a lo largo de la película no se lo presenta como a un padre estable y contenedor sino como todo lo contrario. Alguien con una personalidad esquizoide que vive en una realidad alternativa para no asumir algunas responsabilidades adultas que son necesarias para no perder la cordura, aunque finalmente el personaje nos parezca tierno y hasta genere cierta compasión. Armando Bo, supo crear en su opera prima, una obra cinematográfica sin grietas desde lo formal probablemente gracias a su experiencia en publicidad y hasta se dio el lujo de aparecer en una de las escenas cercanas al final. Bo organiza los tiempos del relato a la perfección, sus actores son precisos en sus papeles, el trabajo de producción es notable (Graceland está reconstruido en estudios locales, por ejemplo) y hasta se pueden observar una galería de imitadores (hay un Jagger, un Lennon, un Iggy Pop, un Charly García y hasta Paolo el Rockero...) sin duda “El Último Elvis” es una de las grandes sorpresas del cine argentino de 2012 que vale la pena ver.
Publicada en la edición digital de la revista.
Publicada en la edición digital #2 de la revista.