Con el espíritu de El juego del miedo y El cubo, la película Escape Room; Sin salida juega con la atmósfera claustrofóbica y repleta de acertijos que impone la trama para poder escapar con vida de un juego peligroso. Seis desconocidos entre sí se presentan en la sala de espera de un juego tentador que les promete 10.000 dólares de recompensa si consiguen sortear los obstáculos y complicaciones que los obligará a pensar rápidamente para sobrevivir. Este es el comienzo de un film, que acentúa el clima de encierro, que vivirán una alumna inteligente y nerd, el repositor de un supermercado, una veterana de guerra, un exitoso corredor de bolsa, un camionero y un aficionado a los juegos de encierro. El filme irá mostrando por qué ellos -con flashbacks de su pasado- fueron los elegidos para atravesar semejante prueba. Si bien la película resulta entretenida en muchos tramos -una habitación que se incendia, otra invertida y un exterior congelado- va perdiendo el clima asfixiante del comienzo y se encamina hacia una serie de falsos finales innecesarios que le restan efectividad y abren la puerta para una secuela. Cualquier semejanza con las malévolas invenciones de Jigsaw no es pura coincidencia.
Es un entretenimiento dirigido por Adam Robitel que tiene “inspiraciones” en “El juego del miedo pero sin su sadismo, en “Destino final” y algunos toques de “Los juegos del hambre” pero sin su visión apocalíptica. Seis personajes reciben de regalo un cubo que no se puede abrir pero que tiene una invitación con una recompensa, el ganador podrá poner l0.000 dólares en su bolsillo. Lo que parece divertido, de hecho entre los invitados hay un chico fanático de los tan de moda “juegos de escape” que hacen furor hoy en día, se torna siniestro. Lo que descubren apenas entran a un edificio muy particular es que ponen en peligro sus vidas en sucesivas habitaciones, una mas complicada que la otra en materia de escenografía- mas de una genial- y que el ingenio para descubrir el pase a un nuevo lugar requiere resolver acertijos muy complicados. El error del guión bien armado, es que el espectador nunca puede acompañar la resolución de los enigmas planteados y solo se tiene que conformar con mirar. Eso que le quita un poco de diversión aunque la tensión se mantiene. Entre el personaje ya nombrado y los que completan el grupo, un alto ejecutivo de finanzas, una estudiante brillante pero retraída, un camionero, un empleado de supermercado y una veterana de guerra, queda descubrir que los que el organizaron el desafío perverso conocen sus problemas y tensiones, sus traiciones y miedos. Parece una versión pasteurizada de los sangrientos desafíos de Jigssaw, sin sangre, sin torturas, solo el miedo y la tensión en escenarios sorprendentes. Pero aún con sus problemas el entretenimiento esta asegurado y quizás sea el inicio de una saga.
Escape Room: Sin salida es una de esas películas que se han visto muchas veces antes. No porque se trate de una franquicia o un reboot, sino porque su premisa es cualquier cosa menos novedosa. Lo que no sería necesariamente malo: es sabido que si hay algo que escasea en el cine de Hollywood contemporáneo son justamente las ideas. El problema es que su trajinar por lugares archiconocidos tiene un automatismo y una falta de vuelo notables, como si se tratara de una película hecha a reglamento. La historia, se dijo, remite a otras tantas, desde la de El cubo hasta las de El juego del miedo y Hostel: seis desconocidos fácilmente encuadrables en arquetipos (el nerd, la chica tímida, el empleado pobretón con aspiraciones de crecer, un empresario millonario y sigue la lista) reciben un misterioso paquete citándolos en una oficina para vivir una experiencia que los aleje del tedio de la rutina. Sin saber muy bien de qué se trata, los seis acuden y, charla va, charla viene, descubren que el picaporte para salir no anda. Primer indicio de que las cosas no son exactamente como les prometieron. De allí en adelante, el film de Adam Robitel irá mostrando cómo uno a uno irán cayendo ante las trampas –ninguna muy original– ubicadas en las distintas habitaciones del recorrido. La falta de empatía de los protagonistas y la previsibilidad de los mecanismos vuelven al asunto poco más que un acto burocrático, haciendo que importe poco quién sobrevive y quién no. El resultado es un juego donde nadie se divierte. Ni siquiera el espectador.
El cine de terror siempre se las arregla para encontrar premisas sencillas y atractivas a partir de alguna tendencia actual y/o del reciclado de éxitos anteriores. La tercera película de Adam Robitel (La posesión de Deborah Logan y La noche del demonio 4) aprovecha la moda de los juegos de escape y la lleva al mundo de las sagas El juego del miedo, El cubo y Destino final. Seis desconocidos se encuentran en la sala de espera de un juego de escape en busca de un premio en efectivo sin saber que sus vidas peligran mientras no descifren cuál es la salida del lugar. El gancho de Escape Room: sin salida funciona enseguida, aunque la película demora demasiado en juntar a esos seis personajes unidimensionales que presenta sin ninguna posibilidad de evolución. Una nerd tímida, un repositor, un corredor de bolsa, una veterana del ejército, un camionero y un entusiasta de los juegos de escape tienen que esquivar la muerte resolviendo los vistosos acertijos impuestos por quien consiguió confinarlos por propia voluntad. Los seis tienen alguna cuestión en común del pasado que la película se encarga de subrayar en repetidas oportunidades sin que eso le aporte nada a la narración ni a los personajes. El único gran atractivo de la película pasa por el ingenio en el diseño de esas habitaciones - rompecabezas del mal, cada una relacionada con el calor, el frío, las alturas, el mundo interior o el espacio-, a resolver por los protagonistas. En una decisión extraña, Robitel prefiere dejar al espectador afuera de Escape Room y no lo hace partícipe de los juegos: casi todas las claves son imposibles de adivinar desde afuera y están ocultas en esos recuerdos de los personajes que se disparan por alguna cuestión arbitraria de cada habitación. El cineasta no aprovecha su público cautivo, encerrado en una sala oscura, y requiere solo una presencia pasiva de los espectadores en la sala. La alusión al público es obvia e incluso explícita en Escape Room al otorgarles a los personajes consciencia del espectáculo que brindan cuando descubren cámaras ubicadas estratégicamente en cada una de las habitaciones. La otra determinación cuestionable de Escape Room está relacionada con las muertes de los personajes. Robitel no se regodea en el gore como El juego del miedo, pero las ejecuciones sosas de la película no logran deshacerse de ese mismo sadismo purificador del asesino Jigsaw.
“Escape Room: Sin salida”, de Adam Robitel Por Jorge Bernárdez Lo primero que hay que saber es que el juego Escape Room existe y consiste en encerrar un grupo de persona en una habitación, simular una situación en un mundo determinado y que el grupo a través de pistas y pautas que se le dan resuelvan la situación dada. El juego comenzó a jugarse en Japón y la empresa origina se llama Real Escape Game y parece una extensión de lo que fueron los juegos de rol que en una época se pusieron de moda y que hacían pie en el mundo de El señor de los Anillos. Partiendo de ese juego real Escape Room: Sin salida reúne seis personajes que en principio no tienen nada en común, pero que a medida que el juego avanza y la trama de la película se va desarrollando se entiende que las diferencian entre ellos que a pesar de ser notorias, esconden que algo los hermana: todos ellos han sido sobrevivientes de situaciones extremas. Todo muy lindo pero esto ya lo vimos por ejemplo, contado de otra manera en la serie de películas conocidas como El juego del miedo. A partir de ese momento las comparaciones entre las situaciones a las que se ven sometidos los jugadores pasan a ser automáticamente comparadas. SI El juego del miedo era truculento mientras que en principio, las trampas y las situaciones que presenta Escape Room son más ingeniosas pero rápidamente se pone todo muy violento y los participantes empiezan a morir horriblemente. La película es rutinaria y no hay ningún virtuosismo en la puesta en escena de las distintas muertes, las vueltas de tuerca son previsibles y que el final quede tan claramente servido para una segunda parte, sólo promueve que el espectador se quede mirando la pantalla y preguntándose si realmente se proponen hacerlo pasar por esto una vez más. ESCAPE ROOM: SIN SALIDA Escape Room, Estados Unidos/2019). Dirección: Adam Robitel. Intérpretes: Taylor Russell, Deborah Ann Woll, Logan Miller, Tyler Labine, Jay Ellis, Nik Dodani, Adam Robitel, Kenneth Fok, Jessica Sutton y Vere Tindale. Guión: Maria Melnik y Bragi F. Schut. Fotografía: Marc Spicer. Música: John Carey y Brian Tyler. Edición: Steven Mirkovich. Distribuidora: UIP (Sony). Duración: 99 minutos.
Seis desconocidos reciben un misterioso paquete. En su interior, se encuentra un mensaje que promete al propietario una oportunidad para alejarse de sus vidas rutinarias. El grupo llega a la localización señalada y se dan cuenta de que se disponen a competir en un laberinto compuesto de cuartos de escape. La idea les parece interesante, pero para cuando se dan cuenta ya están dentro del laberinto y los cuartos son verdaderamente peligrosos. Lo peor es que el organizador del juego conoce los detalles más traumáticos de la vida de los personajes, con lo cual a la dificultad natural del juego se le sumará el dolor de revivir esos momentos. Llena de ideas, aunque parecidas a otras ya vistas, con algunos momentos originales o visualmente atrapantes, la película es más el deseo del espectador de ver el juego que del sentido del mismo dentro del guión. La dirección de arte también se luce, como se luciría en un parque de diversiones recreado para cualquier historia. Pero a medida que pasan los minutos todo queda en la rutina y las vueltas de tuerca finales apuntan más a hacer nacer una franquicia que a realmente sorprender a quienes ven la película.
Deudora del sadismo de la saga de Juego del miedo, pero sin las toneladas de sangre propia del gore, Escape Room: Sin Salida comienza por el final. Un jugador desesperado intenta descifrar un código para escapar de un salón victoriano que resulta ser una trampa mortal. De allí vamos hacia el pasado y a los engranajes del juego, que sin ser deslumbrantes resultan tener algo de ingenio en el diseño de arte. Seis personajes distintos, fruto de algún cóctel de arquetipos, resuelven el acertijo de una misteriosa caja y asisten, invitación en mano, al elegante edificio que resulta ser la entrada hacia su irremediable destino. Adam Robitel, quien ya había incursionado en el género en La noche del demonio: La última llave, ambienta con corrección la tensión previa al comienzo del juego, trasciende las pobres actuaciones, y elige una puesta canchera y nada pretenciosa para darle a la película una pátina de secreto humor negro. Sin embargo, a medida que avanzan los peligros en las habitaciones, los hilos que conectan a los personajes se hacen gruesos y sobreexplicados. Robitel parece lidiar con un guion que se inunda de forzadas vueltas de tuerca, de soliloquios culposos, de intentos de ser más sagaz que cualquier fórmula. Los mejores momentos resultan ser los más alucinados, aquellos en los que el humor asoma aunque sea de manera involuntaria.
El diálogo muerto Parece que alrededor del mundo hay más de diez mil escape rooms, PYME de moda; habitaciones con acertijos y diferentes puzzles y enigmas que un grupo de jugadores tiene que resolver en un tiempo máximo determinado (generalmente una hora), para poder salir ganador de un encierro ficticio. Tanto la dinámica del juego como de la película que nos ocupa -dirigida por Adam Robitel- remiten, entre otras cosas, a Saw (2004) de James Wan, donde un asesino moralista y resentido llamado justamente Jigsaw (Rompecabezas), encerraba a supuestos miserables en un cuarto lleno de trampas mortales y les daba unos minutos para zafarla. La película de Wan, que fue una de las más taquilleras del terror mainstream de la década pasada y una marca de agua de la porno tortura soft que tuvo su mini moda en esos años, fue escrita por Leigh Whannell, también guionista de la saga Insidious, serial del que Adam Robitel dirigió la floja cuarta parte, Insidious: The Last Key (2018). Las similitudes con Saw -con la venia de Whannell o no- son obvias e incluso se incrementan en el final. Pero hay parecidos aún mayores con Cube (1997), donde un grupo de seis personas tenían que escapar de un cubo gigante lleno de habitaciones mortales. Porque aunque la película de Robitel se llame Escape Room, en singular, sus también seis protagonistas no tratan de escapar de una habitación sino de varias. Entre los seis protagonistas hay diferentes estereotipos (el gamer, la nerd, el loser, el ambicioso); muñecos vacíos que podrían formar parte de un relato de post-terror como el de la inagotable Cabin in the Woods (2011), pero que acá parece que hay que tomarlos en serio. Mediante una invitación plagiada de la caja puzzle de Hellraiser (1987), el grupo llega a la cita de juegos. Por desgracia el único eco de la obra maestra de Barker es la caja de Lemarchand, el resto es terror mainstream para nenes de mamá sin nada cojonudo para decir. La estética es más genérica que de género y remite más a Final Destination (2000) que a la mencionada Cube. Lo que mejor podría transmitir una película como Escape Room es la claustrofobia. Y al principio lo hace. El problema es que esa tensión que genera se diluye después del escape de la primera habitación. Como decíamos, los cuartos son varios y remiten a diferentes traumas de los personajes, que van pasando, como pueden, a través de un camino diseñado por los malos, en este caso, los voyeurs. ¿Nosotros? Puede ser, pero sobre todo los poderosos que pagan fortunas para ver palmar a los traumados; tal como en Hostel (2005), aunque ahí tenían una participación más activa, o como los Dioses hambrientos de mito de la mencionada Cabin in the Woods, que -obviamente- juega en otra liga. Escape Room parece querer dialogar con todos los de la fiesta pero si no hay nada para decir, a veces es mejor quedarse en el molde.
Escape Room parte de una buena premisa. No es una original, porque se la siente como un rompecabezas armado a partir de muchas piezas ya conocidas, principalmente tomadas de Saw o Hostel. Pero sí había terreno fértil como para encarar un proyecto sólido, aprovechando el boom que tienen las salas de escape. Y más allá de que tiene algunos elementos inspirados a destacar, que permiten que se la pueda ver sin padecerla, lo cierto es que es bien diferente el poder jugar en una de estas salas que el ver cómo se juega.
Juegos (de)mentes La premisa de Escape Room: Sin salida, es similar a la de las tantas otras películas del género “juegos de supervivencia” como por ejemplo El Cubo, y por supuesto El juego del Miedo. En este caso, seis desconocidos son convocados para participar en un juego de escape por la atractiva suma de $10.000. Con base en un edificio moderno y sofisticado, el grupo se embarcará en una aventura de lo más macabra. Vale decir que es una tropa muy heterogénea: la joven nerd, un fanático de la causa, un señor que necesita el dinero para cambiar su estilo de vida, una ex veterana de la guerra de Irak, un looser traumado y un empresario codicioso. Pero a pesar de las diferencias, ellos no saben que tiene algo en común que los une, ni tampoco que detrás de esta elaborada estrategia se encuentra gente poderosa y bien perversa. La acción no tardará en llegar, y nuestros participantes muy pronto se darán cuenta de que la propuesta trasciende lo lúdico. Conforme avancen los retos, más densa y sangrienta se pondrá la cosa. Si bien estamos ante un relato cliché, en cuanto a temática nos referimos, la cinta funciona desde el tempo y la puesta en escena. Los desafíos sorprenden, asfixian, queman y asustan. En un marco de espectacularidad, tienen sentido. Quizá lo más débil sea el trazo grueso para describir a los personajes, lo cual nos aleja de sus motivaciones y de ese extra empático a la hora de desear que alguien se salve. Pero definitivamente la historia se construye elevando como protagonista al juego y sus perversos mecanismos. Podemos decir que dentro de este universo de películas, cumple con las expectativas: entretiene, sugestiona y aterra (más desde lo físico que de lo mental). Si eres fan de los escapes no te vas a desilusionar, y prepárate porque se viene la saga.
Las historias ambientadas en inextricables laberintos kafkianos se han filmado muchas veces, y traen ecos de más de un clásico episodio de la serie “Dimensión desconocida”. Si bien al comienzo del film resulta todo demasiado familiar, a medida que avanza la acción el asunto se va poniendo mejor, más interesante y terrorífico. Luego de un vertiginoso prólogo, el punto de partida de la trama lleva como protagonista a un grupo de personas diferentes, que no se conocen entre sí, y reciben una especie de cubo misterioso con una invitación para resolver un escape imposible y ganar 10 mil dólares. Todos aceptan y pronto se encuentran sumergidos en una auténtica pesadilla. Desde el primer lugar donde los reúnen, cada sitio y habitación se convierten en trampas mortales de las que sólo pueden escapar según una lógica más bien extraña. En especial, un paisaje helado y un bar que dan lugar a un abismo son algunos de los escenarios que funcionan bien para alterar tanto a los protagonistas como al espectador. Quizá lo mejor de “Escape room” es que hacia el final levanta vuelo con la explicación de las razones de estas espantosas pruebas. Como film de ciencia-ficción de bajo presupuesto, el resultado no esta nada mal.
En el último tiempo, un sinnúmero de salas de “juegos de escape” ha aparecido a lo largo y ancho de Buenos Aires. Como si se tratase del emprendimiento del momento (convengamos que seguir abriendo cervecerías artesanales y barberías palermitanas mucho sentido no tiene), las “escape rooms” se han vuelto todo un fenómeno, tanto en nuestro país como a nivel mundial (aparentemente Estados Unidos y ¡Polonia! encabezan la lista de los países con mayor cantidad de salas). Teniendo esto en cuenta, que dicho entretenimiento –parte juego de deducciones, parte aventura física– llegara a la pantalla grande era sólo cuestión de tiempo. Dirigida por Adam Robitel (responsable de la última entrega de Insidious), Escape Room: Sin salida comienza in medias res con una tensionante escena: un personaje cae, literalmente, en una habitación cuyo tamaño se reduce segundo a segundo, a la manera del trash compactor de La guerra de las galaxias. Apresurado, busca las pistas que le permitan escapar, las encuentra y resuelve el acertijo pero, justo cuando está por salir, fracasa. Un sólido y potente inicio que, además de captar la atención del espectador, lo introduce a lo que parece ser un film capaz de construir suspenso y entregar las dosis necesarias de información (en este caso, la lógica y peligrosidad del juego) en muy poco tiempo y con una inusitada facilidad. Lamentablemente, estas loables cualidades narrativas rara vez vuelven a manifestarse durante el resto del relato. Por el contrario, durante su hora y media restante, la película se desenvuelve con más torpezas y descuidos que con la seguridad y méritos formales exhibidos en la secuencia inicial. Como consecuencia, uno no puede evitar sentirse tan engañado como los protagonistas. De hecho, Escape Room: Sin salida comienza a evidenciar su pereza en las presentaciones de sus personajes o, más bien, en la falta de ellas: tres aparecen súbitamente en el relato y éste continúa como si nada, dejándolos en la unidimensionalidad. Lo mismo ocurre con los flashbacks, a los que apela constantemente y que, pese a estar bien ubicados, no dejan de ser innecesarios y contraproducentes al ritmo general del film. Por otra parte, parecen funcionar como pistas de un juego destinado al espectador –una suerte de “adiviná qué trauma tiene cada personaje”–, pero incluso esta dinámica lúdica es rápidamente agotada y desechada; en parte porque los flashbacks muestran demasiado pero, sobre todo, porque en determinado momento los propios personajes deciden suspender su corrida contra el tiempo para, espontáneamente, ¡contarse unos a otros las tragedias de su pasado! Para colmo, el fin de esa catarsis grupal parece no ser otro que el de “develarnos” que la presencia de los personajes en este juego mortal no es en absoluto arbitraria, sino el fruto de una cuidadosa investigación y selección; es decir, un giro cuya sorpresa para el espectador y consecuencias para el devenir del relato son prácticamente nulas. Eso sí, hay que admitirlo, el diseño de las escape rooms es bastante destacable, a tal punto que uno se lleva la impresión de que toda la inventiva y el tiempo que no se destinaron al desarrollo del guión fueron a parar, de algún modo, a la concepción de estas claustrofóbicas habitaciones. Incluso así, con sus visuales extravagantes e ingeniosas pistas, ni siquiera ellas son capaces de salvaguardar a un film cuyas limitaciones se podrían haber intentado camuflar, por ejemplo, con muertes explícitas e ingeniosas (Destino final construyó toda una saga a partir de esta lógica). Pero no, ni eso. En cambio, las operaciones que Escape Room: Sin salida lleva a cabo eluden cualquier tipo de búsqueda formal. Peor aún, no sólo no aportan nada nuevo al survival horror ni a la narrativa que films como El cubo, The Belko Experiment, La cabaña del terror o El juego del miedo abrazaron con orgullo, sino que además demuestra un escaso interés por el género y busca meramente “colgarse” de él para aprovechar una tendencia. En efecto, y en sintonía con otras producciones recientes concebidas a partir de fenómenos populares como Emoji: la película o Ugly Dolls, las motivaciones de Robitel acaban siendo pura y exclusivamente comerciales, algo que la propia película confirma durante su final: un cliffhanger mal ejecutado cuyo único objetivo es despedirnos con la promesa de una secuela, de una invitación a volver a jugar. Dudo que alguien desee hacerlo.
Escape Room es una película con la que el estudio Sony pretende establecer una nueva franquicia dentro del cine de terror. A diferencia de lo que vendieron los trailers, donde parecía que se trataba de un burdo robo de la saga SAW, el film se encaró más por el terreno del thriller psicológico que el slasher sangriento. La verdad que la historia no está mal y podía haber resultado una propuesta superior si los productores no estuvieran obsesionados por construir una franquicia. El problema con este film es que sus realizadores dan por sentado que los espectadores van amar este relato y pedirán desesperados su continuación. Por supuesto después sucede lo contrario. En lugar de preocuparse por presentar la historia con una película decente lo que hicieron es construir un gran teaser para futuras entregas y el final es tan malo y trillado que no transmite ningún entusiasmo. Hasta el acto final donde se revela el misterio principal del conflicto el film consigue ser entretenido y cuenta con algunos méritos. Para tratarse de un proyecto realizado con apenas nueve millones de dólares, todo el diseño de producción que tienen las habitaciones macabras es excelente y el director Adam Robitel hizo un buen trabajo al crear situaciones claustrofóbicas en esos escenarios. Escape Room además cuenta con un buen reparto de actores donde sobresalen especialmente Taylor Russell ( de la serie Perdidos en el espacio), Logan Miller (I love Simon) y Debora Ann Woll, quien aparece en un rol muy diferente a lo que hizo en la serie Daredevil como Karen Page. Lamentablemente el atractivo de la película se desinfla en la parte final, cuando el director comienza a cerrar la historia. De todos modos no es una producción malísima que se haga odiar. Dentro del género se estrenan cosas peores todos los meses y los seguidores de este tipo de cine lo saben. En Estados Unidos le fue muy bien comercialmente por lo que no sería raro que se estrene la continuación en un futuro cercano.
A alguien se le ocurrió mezclar la premisa de la franquicia Saw (El juego del miedo) con la moda de los “Escape Rooms” (cuartos para escaparse), que pululan alrededor del mundo, y que en Argentina también hay. El resultado no es bueno. La película tiene un par de secuencias bien construidas, pero nada más. Luego es un cliché detrás de otro cliché. Primero y principal, los personajes están demasiado estereotipados, y salvo por Deborah Ann Woll (True Blood, Daredevil) es imposible creerles. No solo eso, sino que los odiás un poco y querés que les suceda lo peor. Al film le cuesta mucho arrancar y una vez que entrás en sintonía, se va por las ramas tratando explicar por demás la historia de cada uno. El director Adam Robitel, quien viene de hacer la última Insidious (la peor de la saga), no logra mantener la tensión ni generar expectativa en el espectador por más de un par de minutos. El climax puede llegar a ser un poco interesante si es que llega a haber una secuela, si eso no sucede se convertirá en inviable. Escape Room entretiene, pero solo un poco. No llega a ser ni lo suficientemente aterradora, ni lo suficientemente gore, ni ridícula, ni seria.
Con las salas de escape de moda, la película de Hollywood -con el mismo nombre en el original- no tardaría en llegar. Se trata de un thriller psicológico que pone en jaque los peligros que este nuevo lúdico entretenimiento puede traer consigo. Seis personas frustradas por diferentes motivos en sus vidas personales son invitados a jugar un curioso juego: se encierran en una habitación temática símil real y deben encontrar pistas y descifrar acertijos para poder salir y así, pasar de nivel o ganar el juego. Claro que, los que pierden son descalificados mientras que en el film corren peligro de muerte. ¿Qué pasa si una sala de estas es diseñada por un psicópata que decide asesinar participantes? La premisa no es original y hay una larga lista de films que recuperan la fusión de juego virtual y realidad. Lo cierto es que con sus vueltas de tuerca y argumentos Escape Room: Sin Salida (Escape Room, 2019) parece mencionar a todas implícitamente. Avanzada la trama nos enteramos que los “encerrados” son sobrevivientes de distintas catástrofes y la cosa se convierte en un experimento psicológico. Incluso las pistas están relacionadas con sus traumas personales. Se cruzan también las diferencias sociales, aparece el instinto egoísta de quien traiciona al resto, y varios lugares comunes más que ya vimos en otros films. En fin, Escape Room: Sin Salida está bien contada, mantiene al espectador atento en toda su duración y, lo más importante, abre un abanico temático inexplorado que puede dar mucha tela para cortar. Una nueva saga de terror juvenil se pone en marcha.
Juego de sobrevivientes. Al parecer, para algunos, el mundo se ha convertido en un lugar demasiado sereno y tranquilo; así, estas personas se embarcan en la búsqueda de algo salvaje y adrenalínico. Para ellas se ha creado este juego cínico y morboso, un espectáculo que intenta rozar la tragedia prefabricada para un público multimillonario y poderoso. Escape room: sin salida (2019), es un thriller de suspenso, que relata lo que sucede cuando seis personas que no se conocen entre sí, -pero que desean escapar de sus vidas o buscan una solución externa, diferente y arriesgada- reciben misteriosas cajas negras con invitaciones para una sala de escape, con la oportunidad de ganar una suma de dinero tentadora. Cada integrante del juego en cuestión tendrá sus motivos para aceptar el reto. Al estar encerrados en condiciones extremas, descubren los secretos detrás de la sala de escape, reviven sus más íntimos traumas y descubren cuál es el nexo que existe entre ellos: Escape room – Sin salida: Juego de sobrevivientes 3deben luchar para sobrevivir y encontrar una salida, tópico muy recurrente en la actualidad. El director Adam Robitel juega con atmósferas extremas sin dejar de lado un manejo de las escenas de suspenso que mantienen al espectador atento al desenlace en todo momento. La escenografía y fotografía acompañan el buen manejo de los efectos especiales para lograr una ambientación creíble. Las actuaciones resultan correctas y acompañan al desarrollo del film de forma apropiada. Desafía de forma permanente los sentidos de los participantes, con pruebas que los empujan más allá de sus límites y de su resistencia psíquica, consiguiendo una tensión constante entre ellos. Si bien el guion es débil y predecible, para el público amante del género la película resultará entretenida (aunque cuente con todos los clichés esperables y un final abierto). Cierto sector de la sociedad norteamericana es adepto a este tipo de cine con temáticas basadas en el morbo de los poderosos, frente a la debilidad de la mayoría, que, sin embargo, se verá tentada a participar de su juego a partir de un señuelo que casi siempre se traduce en una recompensa económica. Aquí es donde se refuerza el postulado hegemónico de quién es “el jefe”-dueño de nuestros secretos-, con una clara alusión al dominio de la información de bases de datos a través de las redes que pululan en internet.
Juegos de escape Escape Room parte de una premisa que, si bien no es novedosa, apunta bien a la hora de usar la mira para alcanzar su objetivo. Tiene un comienzo liviano en tono ligero de comedia, luego se endurece un poco para darle la ruptura necesaria a la situación en que los personajes comenzarán a hacerle honor al título, aprendiendo a cada paso como salir de los planteos de cada habitación. Luego el juego se pone denso y los sucesos van sorprendiendo a los participantes de lo que en principio parece una actividad lúdica para empresarios aburridos y nerds y pasa luego a convertirse en una amenaza nada sutil. Por desgracia la sorpresa inicial se va diluyendo con el correr de los minutos hasta que la utilización del planteo termina por tornarse liviano y pobre; hasta casi diría obvio. Es entonces que los personajes (alerta spoiler) (no pensé que iba a usar esta frase en una reseña) que sobreviven pierden peso, identidad, por lo que creo es una deficiente construcción de su imagen e interés; así se vuelven poco reales. Bueno, todo lo reales que pueden ser en una película como la que nos ocupa. Eso deriva en el hecho que no tengan fuerza por sí mismos para sostener el nuevo camino trazado desde el guion. Quizás un trabajo de mayor profundidad los hubiera hecho (a ellos y a las situaciones por venir) más creíbles y menos…planos. Nadie en su sano ejercicio del rol de espectador más o menos avezado en este tipo de films -con trabajo abierto para una continuación- puede tomarlos en serio. Una pena que una película que, si bien no se lleva ni en sueños la máxima calificación (voy a aplicar de ahora en más los Gastones al mérito) prometía un entretenimiento llevadero pero que al final se desinfla y aburre. Se desaprovechan las posibilidades a partir de la premisa planteada. Por las dudas, si quieren escapar, identifiquen apenas ingresen a la sala la salida de emergencia. 7 Gastones.
Caso curioso el de “Escape Room: Sin Salida”, una propuesta que cuando termina por definir su sentido, desvaría y pierde la gracia y la poca lógica que había ordenado dentro de su micro universo. En tiempos de anuncios como el reboot de “The Twilight Zone”, propuestas como ésta, o la recién incorporada al servicio de streaming de la N “Velvet Buzzsaw”, no hacen otra cosa que emular aquel programa creado por Rod Serling que mantuvo en vilo a generaciones frente al televisor. Hoy el televisor no es necesario, la pantalla de cine tampoco, por eso llama tanto la atención que “Escape Room…”, con un arranque que determinará cierta empatía por alguno de los personajes, privilegie su forma narrativa simil TV para construir un verosímil que nunca logra atravesar la propuesta. Seis elegidos serán los que tendrán por delante el desafío de escapar de unas siniestras pruebas (cualquier similitud con “El juego del miedo” no es casual tampoco) en las que deberán enfrentarse, sin saberlo, a sus más profundos temores. Hasta ahí, todo bien, presentación de personajes, sus características, la inevitable confrontación que se producirán, pero luego, en el más profundo de las incertidumbres, el espectador quedará varado entre especulaciones sobre cuestiones que ni siquiera el guion y el director contemplaron. “Escape Room: Sin Salida” parece salida del algoritmo de Netflix, algo probado, un poco de género, otro poco de tal película, un cast perfecto, convirtiéndose en un producto menor a los pocos minutos de iniciado. Si se especulaba con algún giro que tal vez remontara la poca gracia e interés por generar una película diferente sobre la base de algo probado, el correr del metraje no hace otra cosa que confirmar que el espectador no tendrá escapatoria más que la del cartel del fin. Adam Robitel presenta las acciones como puede, sobre la base de un guion poco convincente de Bragi F. Schut y María Melnik, que han, a su vez, absorbido todos los referentes posibles para llegar al espectador con una propuesta anestesiada, obvia y muy predecible. En tiempos en los que se ha generado un debate sobre cine vs. streaming, un producto como éste, no hace otra cosa que afirmar que la multiplicidad de opciones terminaran generando un híbrido que sólo apela a la pirotecnia visual, a la búsqueda del mejor cast, para suplir, desde allí todas las falencias que en todos los rubros hay. Cine explosivo e instantáneo, cine fast food, que seguramente encontrará en los más jóvenes, un público ideal, como al salir de la función de prensa un colega ha dejado pasar, pero que en la misión de advertir al espectador, y del propio disfrute cinéfilo de este cronista cinematográfico, sólo me resta resumir en que allá aquellos que quieran ir al cine a no ver cine.
Teniendo más malas que buenas, Escape Room ya piensa en volverse franquicia antes de completar una primera entrega solida. En los últimos tiempos las películas de terror han optado por volcarse de manera preponderante hacía temáticas que tienden más a incomodar al espectador que a asustarlos. Al mismo tiempo, y de la mano de franquicias como El Juego del Miedo (2004-2018), toda película que venga de este palo busca más permanecer en el tiempo y establecerse como franquicia y hacer pie dentro de la cultura pop, antes que hacer efectivo su propósito principal. Claro que siempre va a causar más impacto en el público cuando desde las oficinas que manejan el marketing, una película que llegue con el rotulo de “terrorífica”, “espeluznante” y demás adjetivos calificativos sumamente exagerados. En esta linea actual de thrillers psicológicos, suspenso y demás llega Escape Room, un film dirigido por Adam Robitel (Insidious: The Last Key) que tiene la premisa de tomar la esencia de esta nueva moda de encerrar a un grupo determinado de personas en una sala y que este grupo consiga salir de dicho lugar utilizando su ingenio, y junto con elementos de suspenso psicológico, crear un espacio que incomode al espectador. Estos jugadores que entre sí no tienen ningún tipo de vinculo y llegan de diferentes formas, está compuesto por Danny (Nik Dodani), Mike, (Tyler Labine), Amanda (Deborah Ann Woll), Jason (Jay Ellis), Ben (Logan Miller) y Zoey (Taylor Russell). Ellos deberán conocerse, limar sus asperezas, luchar con los fantasmas de su pasado y convertirse en un equipo lo suficientemente apto como para sobrevivir al escape room más grande y peligroso que jamás se había visto antes. Teniendo en cuenta todo lo dicho en el comienzo, hay que empezar por aclarar que esta película no es de terror. Si bien los posters, trailers y demás están enfocados para transmitir la sensación de que sí lo es, la película no asusta en ningún momento. Aclarado esto, la peli tiene muchos puntos a favor y otros tantos en contra. Del lado positivo de la balanza, se puede destacar la original premisa y las ganas de transformar una situación totalmente amena en otra donde abunda la desesperación y las ganas de resolver todas las situaciones que se presentan. Al mismo tiempo, tiene un gran desarrollo de producción donde los escenarios elegidos están muy bien logrados y cumplen su propósito sin lugar a dudas. En el lado negativo, Escape Room cuenta con fallas a nivel de guion que hacen que todo lo bueno que podía parecer la primera parte de la película se vaya directo al tacho. Entrando en el desarrollo del segundo acto, las decisiones de los personajes empiezan a ser estúpidas, sin ningún tipo de razón y por sobre todo, sin ningún fin productivo. Las ganas de querer establecer esta franquicia desde el vamos, hace que se introduzcan elementos para desarrollar en un futuro, pero los tiempos parecen acelerados y todo lo que se ve desde el principio termina siendo casi que absurdo. La película toma caminos muy peligrosos si no son resueltos de manera correcta, e inevitablemente aquí son tomados erróneamente. Las actuaciones si bien no tienen un punto demasiado destacable, todos cumplen con su labor. Quizás los que más importancia toman, son los papeles de Logan Miller y Taylor Russell que solo por tener más minutos en cámara y por tener una historia complementaría un poco más importante que los demás, terminan logrando una empatía mínima con el espectador. Escape Room termina consolidando una mediocre performance que pudo haberse resuelto de una manera mucho más digna, si en lugar de pensar a futuro en forma de franquicia y querer establecerla desde el minuto uno, hubiera aprovechado la oportunidad para hacer una gran película.
La supervivencia del más apto “Escape Room: Sin Salida” (Escape Room, 2019) es un thriller de aventuras dirigido por Adam Robitel (La Noche Del Demonio: La Última Llave) y escrito por Bragi F. Schut y Maria Melnik. El reparto incluye a Taylor Russell, Logan Miller (Si No Despierto, Yo Soy Simón), Deborah Ann Woll, Tyler Labine, Jay Ellis, Yorick van Wageningen, Nick Dodani, entre otros. La historia se centra en seis personas a las que les llega una misteriosa invitación para la Sala de Escape Minos, ubicada en un edificio con muchísimos pisos. El que sea tan ingenioso como para descubrir la manera de salir de ese lugar obtendrá como recompensa diez mil dólares. La gran suma de dinero constituye el principal incentivo para la estudiante de física Zoey (Taylor Russell), el empresario Jason (Jay Ellis), el minero Mike (Tyler Labine), la veterana de guerra Amanda (Deborah Ann Woll), el repositor de supermercado Ben (Logan Miller) y el apasionado gamer Danny (Nik Dodani). Así es como estos seis desconocidos deberán rebuscárselas para escapar; no obstante a medida que pasa el tiempo lo que creían que era un juego inofensivo se irá transformando en un acertijo donde el peligro es completamente real. Calificada en el género de horror psicológico erróneamente, la cinta contaba con buenas ideas para otorgar un producto cinematográfico decente. Y aunque en cierta parte lo consigue gracias a los diversos escenarios (una habitación que pasa a ser un horno, una sala de billar al revés, un espacio a temperatura bajo cero, etc.), los giros de guión resultan tan cliché que inevitablemente hacen que la cinta pierda su atractivo. Como nunca se profundiza en cada personaje (solo sabemos de qué trabajan y algún que otro aspecto de su personalidad), resulta imposible establecer una conexión que nos haga preocuparnos por sus vidas. El hecho de que al pasar los nuevos desafíos siempre alguno quede atrás ya se ha visto en otros filmes, además de que no ayuda en nada que la primera escena muestre a uno de los participantes en una situación límite: de esta manera ya sabemos desde los primeros minutos quién es el que superará todas las pruebas. Con unas notorias ganas por parte de los guionistas para que Escape Room se transforme en una saga, la última media hora abunda de elementos cada vez más patéticos e inverosímiles. No obstante, si estás buscando una opción entretenida (hasta cierto punto) que no requiera usar el cerebro (los personajes no hacen partícipe al espectador de la resolución de los acertijos), ésta película puede llegar a funcionar.
Escape room: sin salidaes el título de la tercera película de Adam Robitel, quien vuelve al género del terror para contar una historia donde seis extraños participan de un juego en el que deben descifrar una serie de claves para salir con vida de una trampa mortal. El elenco está formado por un grupo de actores de trayectoria televisiva: Taylor Russell, Logan Miller, Jay Ellis, Tyler Labine, Nik Dodani y Deborah Anne Woll, una elección interesante porque al no haber estrellas todos tienen la misma posibilidad de morir en cualquier momento de la trama. Adam Robitel demuestra con esta película que maneja con mucho oficio el género de terror. Ahora, al igual que en El juego, dirigida por David Fincher, los protagonistas no logran distinguir entre lo que es un peligro real y lo que forma parte de una puesta en escena. Y al espectador se le presenta un mayor misterio al ver que muchas de las claves para sobrevivir están vinculadas con hechos traumáticos del pasado de cada uno de ellos y que se van revelando de a poco. Lo que hace que el argumento de esta película funcione es la poca información que se le da al espectador, ya que sabe lo mismo que los protagonistas, y va aprendiendo las reglas con las consecuencias de las acciones de estos. Y si bien este argumento es similar al de El juego del miedo 2, se diferencia de toda aquella saga por privilegiar el buen uso del montaje para generar suspenso por sobre la violencia explícita. En conclusión, Escape room: sin salida es un digno heredero de La dimensión desconocida, que al igual que la exitosa serie televisiva, muestra el comportamiento de personas comunes en situaciones extraordinarias haciendo un muy buen uso del misterio. Por eso el resultado final es una película muy entretenida, ideal para ver en alguna plataforma de streaming y disfrutarla sin saber demasiado de qué se trata para dejarse sorprender.
Seis desconocidos reciben una invitación para participar de un juego de escape con una recompensa económica interesante para el que resulte ganador. Sin embargo, se darán cuenta de que lo que parecía solo lúdico se volvió real y que su propia vida estará en juego. La trama de “Escape Room” es similar a la de otras cintas de este estilo de films, como la saga “El juego del miedo” o la película canadiense “El cubo”, donde seres humanos que no se conocen entre sí se encuentran encerrados en un lugar particular y que deberán trabajar en conjunto para intentar salir de ahí. Pero siempre habrá alguien tras las sombras que esté jugando con ellos y que utilizará trampas mortales sobre los distintos miembros del equipo. Partiendo de la base, entonces, de que “Escape Room” no propone una historia novedosa, el espectador que acepte estas condiciones podrá disfrutar de un film entretenido e intenso. A partir de las distintas salas que ofrece el juego iremos conociendo poco a poco el trasfondo personal de los diferentes protagonistas, para indagar sobre la selección de cada uno de ellos para el juego y cómo se encuentran conectados entre sí, a pesar de tener perfiles diversos. En este caso se utiliza, en varias oportunidades, el recurso del flashback, que por momentos queda medio forzado y nos saca de la tensión que estábamos viviendo, pero que es funcional para abordar el contexto de los personajes. El tono del film dista bastante del gore presentado en, por ejemplo, “El juego del miedo”, cuyos films van escalando en el exceso de sangre. En este caso predomina el suspenso y la tensión, sin caer en muertes impactantes, pero que están bien resueltas. Es una historia que sugiere más de lo que se muestra. La banda sonora también ayuda a construir este clima, y en un momento se vuelve un elemento clave para la trama. Los escenarios están muy bien confeccionados y ambientados, tanto en el aspecto visual como en su concepto. Están muy bien pensados los detalles de las pistas, como también la relación con los distintos personajes. Se sienten muy realistas, y los efectos especiales están muy bien utilizados. En cuanto al elenco, nos encontramos con varias caras poco conocidas o vistas en algún que otro film o serie, a excepción de Deborah Ann Woll, cuyo papel de Karen Page en “Daredevil”, “The Punisher” o “The Defenders” hace que la tengamos presente. A ella se le suman Logan Miller, Taylor Russel, Jay Ellos, Tyler Labine y Mil Dodani. Comocionábamos, cada uno de los actores interpreta un perfil distinto dentro del grupo que ayudará al trabajo en conjunto. En este sentido, las distintas actuaciones son muy correctas y nos muestran diferentes actitudes del ser humano. Una parte muy importante de este estilo de películas es exponer a las personas hacia diversos límites para mostrar su reacción y su verdadera cara. Acá también se comportarán según su pasado y por lo que tuvieron que transitar. Tal vez lo menos logrado de “Escape Room” sea su final, un poco sobre explicado, pero que luego de que el público crea que la historia llegó a su fin, sigue continuando, escalando en cuanto a lo absurdo y explotando, de una manera no tan atinada, el concepto que se abordó a lo largo del film. A veces menos es más y una resolución más sencilla nos podría haber dejado un mejor gusto. En síntesis, si bien antes de ver “Escape Room” el espectador sabe con qué se va a encontrar, porque repite el estilo de otros largometrajes vistos anteriormente, va a pasar un momento entretenido y un viaje vertiginoso a través de estos distintos escenarios que provocarán suspenso y tensión. Buena construcción de personajes y revelaciones que sorprenderán a pesar de lo que uno espera. Una resolución un tanto floja que viene a sobreexplicar y a querer darle mayor vuelo a una historia que estaba bien llevada y que podría haber terminado de una mejor manera. Pero sin dudas uno de esos films que logran otorgar puro divertimento para todos aquellos que disfrutan de acotadas locaciones y de grandes (y mortales) desafíos para los protagonistas.
UN JUEGO DEMASIADO SIMPLE Si la premisa de Escape room: sin salida es bastante atractiva, lo cierto es que requiere una cierta sofisticación en su ejecución. No basta con simplemente decir “bueno, hay seis extraños que por razones desconocidas son convocados a un juego en el que deben escapar de cuartos con trampas letales si quieren sobrevivir”. No, hay que saber otorgarle entidad a los conflictos y al camino de los personajes, además de dosificar apropiadamente la información, para de esta manera sostener el suspenso y hasta coquetear con el terror. Sin embargo, Escape room nunca logra cumplir con los objetivos mencionados previamente, y eso puede intuirse desde la primera escena, que es un arranque en mitad de la acción, con uno de los personajes tratando de escapar de uno de los cuartos-trampas, explicando todo lo que hace y lo que le pasa en voz alta, por más que está solo, como para que el espectador no se pierda de nada. Ahí está una de las claves para explicar lo fallido de todo el asunto: la sobre-explicación y la redundancia son constantes en el relato, con lo que el desconcierto de los protagonistas frente a las situaciones que van atravesando no se contagia al espectador. De ahí que no solo no haya empatía con los eventos que se van acumulando, los dilemas internos de los personajes –todos seres conflictuados y con pasados oscuros- y los choques entre ellos, sino que encima los enigmas encimas que flotan en el argumento –por qué fueron elegidos, quiénes armaron todas esas retorcidas trampas y con qué fin- empiezan a importar cada vez menos. De hecho, lo enigmático también es bastante flojo en Escape room y las vueltas de tuerca que empiezan a surgir en la última media hora –revelaciones sobre hechos pasados, giros que rompen con reglas o las motivaciones del juego- se ven venir a la distancia, sea porque carecen de originalidad o porque se brindan demasiadas pistas previas. Debe reconocerse que hay un trabajo definitivamente interesante desde la dirección de arte –particularmente en una secuencia que transcurre en una representación de un bar al revés- que contribuye al desarrollo de la trama. Pero eso no deja de ser un aspecto meramente técnico dentro de un conjunto tan prolijo como intrascendente. Es clara la intención de Escape room de tomar elementos presentes en sagas como Destino final o El juego del miedo, donde se destacan la planificación (con su consiguiente puesta en escena) de las muertes y la presencia de mentes maestras detrás de cada acto, aunque con dosis menos elevadas de gore. De hecho, el cierre deja todo abierto para una secuela con vistas a ir construyendo una nueva franquicia. En un punto, el film ha sido exitoso en su propósito, ya que ha tenido una recepción más que aceptable, lo que abre las puertas para una continuación. Sin embargo, lo que pesa más es la sensación de estar ante un producto decepcionante, que pretender ser complejo en su armado narrativo pero no sabe utilizar las herramientas a su disposición y pierde la oportunidad de explotar a fondo las reglas de un juego sanguinario. En Escape room, tanto lo lúdico como la crueldad (esa que nace del retorcimiento de las expectativas) faltan a la cita.
La propuesta de esta película es mantenerte sin aliento durante todo el metraje, sin siquiera darte la posibilidad de respirar tranquilo, porque las situaciones de tensión no tienen pausa. Hasta ahí todo bien, si vas con una caja de pochoclos a pasar el rato, pero es sin duda, una propuesta floja en cuanto a la trama, pese a que los artilugios de las habitaciones (en donde los personajes deben escapar) sea donde los creativos se han roto la cabeza. En mi caso, donde considero que los personajes son lo más importante para que una historia simple se convierta en un camino extraordinario, en este caso de redención, están ausentes, y las actuaciones… obvias maquetas que no ayudan a ninguna identificación posible con el público. Aquí, 6 personas con un pasado de supervivencia son invitadas a ganar una obscena suma de dinero si logran escapar de una serie de habitaciones que esconden acertijos relacionados con su vida. No es otra cosa que otra versión que la saga de “El juego del miedo”, pero menos sangrienta, el elemento morboso fundamental y retorcido que la hicieron exitosa.
Escape Room: Ratas de laboratorio. Este jueves 7 de Febrero llega a las salas “Escape Room (2019)”, una nueva propuesta de terror con reminiscencias a otras películas del género que se volvieron populares en los últimos años y que tienen fans a lo largo del mundo. Quizá esa sea la clave de cara a las nuevas producciones del cine de horror. Adam Robitel, conocido por películas como “La posesión de Deborah Logan (The Taking of Deborah Logan, 2014)” y “La noche del demonio: La última llave (Insidious: The Last Key, 2018)”, es sin duda un director de cine de subgéneros. Con dichas producciones ha demostrado que lo sobrenatural y las posesiones demoníacas son su fuerte. En cambio, con “Escape Room (2019)” Robitel vira hacia lo más realista recurriendo a una temática ya explotada. Pura psicología experimental: las distintas reacciones de un grupo de personas en una misma habitación desesperadas por sobrevivir. Inevitable pensar en “El juego del miedo (Saw, 2004)”, “El cubo (Cube, 1997) o “La casa en la montaña embrujada (House on Haunted Hill, 1999)”. Seis personas desconocidas entre si reciben una extraña invitación para participar en un juego de escape. El ganador se llevará un millón de dólares. Una propuesta atractiva, en principio. Al llegar al lugar, el maestro del juego nunca se presenta y los jugadores tendrán que arreglárselas solos. Los hechos se van precipitando. Las reglas se vuelven cada vez más retorcidas y las condiciones en las que se encuentran estas personas ponen en riesgo su vida. Así van pasando de una habitación a otra, cada una con un objetivo diferente. Si no fuera porque “Escape Room” es una réplica exacta de la ya mencionada “El juego del miedo”, sería una película más interesante, aunque –hay que admitirlo- cuenta con un ritmo y recursos narrativos muy buenos, no aburre en ningún momento, es vertiginosa y tiene dos puntos de giro significativos. Y si de copia seguimos hablando, habrá seguramente algunos puristas que la relacionen con “Destino Final (Final Destination, 2000)”. Un punto a destacar en el guión: cuando creemos que estamos en presencia de algo totalmente predecible, la película se encarga de destrozar dicho pensamiento. Este aspecto resulta efectivo en este tipo de películas, en las que – por más que presente un argumento visto reiteradas veces – la adrenalina y la imprevisibilidad tienen que ser la clave. El gore de “El juego del miedo” no se hace presente nunca, sin embargo la tensión y el suspenso inundan la pantalla desde el minuto uno.
Todo gira en torno a seis personas que son invitadas a participar en un juego que ofrece 10 mil dólares de recompensa a quien sobreviva. Supuestamente no se conocen entre sí, ellos se encuentran en un edificio de Chicago; por un lado esta una veterana de guerra, un fanático de los juegos, un empleado de supermercado, un ex minero, un exitoso hombre de negocios y una estudiante introvertida. Una vez allí comienza un juego mortal, deben ser muy ingeniosos para salvar sus vidas, tienen que hacer lo correcto para ganar un juego muy peligroso, pueden morir chamuscados, congelados, envenenados, entre otros retos y el espectador gozoso de este tipo de propuestas sufre con los protagonistas. Posee cierta similitud con “Los juegos de miedo” y “El cubo”, pero sin ese terror gore. Dentro del elenco hay algunos que son más conocidos que otros y sus actuaciones son correctas: Ben Miller (Logan Miller, “Yo soy Simon”, “Si no despierto”), Jason Walker (Jay Ellis, “Movie 43”), Mike Nolan (Mike Nolan, “El origen del planeta de los simios”), Amanda Harper (Deborah Ann Woll series de “The punisher” y “Daredevil”), entre otros. El director Adam Robitel (“La noche del demonio 4”) sabe crear suspenso, generar climas y atmósferas, los siete minutos finales le da una vuelta de tuerca y te anticipa que se viene una segunda parte. No es demasiado pretenciosa, pero consigue lo que busca y eso es entretener a lo largo de un poco más de hora y media.
Esta producción nos pone en el dilema de decidir sobre una definición, estamos frente a una filme del ¿Genero del terror? o frente a ¿la concepción del terror?, o simplemente es otro típico producto que se atribuye el derecho de “ser una degeneración del género. Me inclino por la última, pero tampoco en esto es original, hay muchos ejemplos anteriores que entran en esa misma categoría. Se puede decir que además de transitar por todo lo antedicho es, en tanto desarrollo, un catálogo de lugares comunes, pero de los peores clichés, sin dejar de pretender hacer un buen estofado mezclando el resto de las ensaladas. Entonces podemos visualizar, o reconocer, otras tantas mediocres películas, o sagas, de ese estilo que apuntan a cautivar un público cada vez menos pretencioso. Entre ellas las sagas de “El juego del miedo”, “Destino final”, etc, siendo las mencionadas la columna vertebral de este relato. Ahora que lo pienso, una columna vertebral bifida y, utilizando la metáfora, se puede decir que nunca termina de definirse hacia dónde quiere ir, si mostrarnos que todos tenemos un destino final o que mientras estemos presentes sigamos participando del juego. El problema es que desde todas las variables cinematográficas esta película no puede ser entendida desde la percepción metafórica, ni por asomo. Digamos que el filme comienza antes, o después según se lo piense, de una primera escena que nos muestra los carriles por los que va a transitar el mismo: Un joven dentro de una habitación en la que comienzan a cerrarse las paredes con el final de quedar aplastado. Corte, fundido, tiempo antes. En este punto la producción retrocede en el tiempo para presentarnos a los personajes principales y el inicio del conflicto, o del juego, o de lo que sea que haya sido esto. En relación a los personajes, tanto la presentación como sus desarrollos son tan pobres como el resto del guión, todos son arquetipos clásicos de este tipo de películas, en este caso no hay ni dobleces de los mismos, ni proyección, ni modificación, ni nada. Ni siquiera en los intentos de transitar sobre algo parecido al suspenso está logrado, a pesar de la infinidad de vueltas de tuercas que les den a las situaciones, pues la previsibilidad es su principal arma mortal. Mata a la película por ausencia total de sorpresa, y mata al espectador de aburrimiento. Tampoco ayudan demasiado las actuaciones. Nunca se transfiere a los que están viendo el filme, lo que supuestamente sienten los personajes. El hecho de no saber la razón de haber sido elegidos, misterio si los hay, se ira develando con sucesivas analepsis, según corresponda el momento de cada personaje, lo que determinara qué es lo que tienen en común. Aunque en este caso el autor que estaban buscando parece que se dio a la fuga (Perdón Luigi Pirandello, no es con vos el tema). La historia gira alrededor de seis desconocidos que invitados, por alguien que nadie conoce, se encuentran en una habitación mortal en la que deberán usar su ingenio para sobrevivir. Entonces se puede proponer hacer apuestas de cómo irán muriendo cada uno, un dato nos lo dieron al comenzar a proyección, en realidad esto es mucho más divertido. Sólo una aclaración, todo termina con la clara idea de empezar con una secuela, (Gómez Bolaños falleció y ahora ¿quién podrá salvarnos?), digamos que una de las máximas del cine de Hollywood, incluyendo el género del terror es: si no te muestran al personaje muerto, reaparecerá “vivito y coleando” (gracias Hugo Midón) y acá se hace presente, claro. Como siempre la dirección de arte, la fotografía, el montaje, el diseño de sonido son de muy buena factura, lastima el relleno.
Seis personas llegan a un lugar con una promesa: el que salga de ahí se lleva un millón de dólares. Y el que no salga, morirá. Seis personas llegan a un lugar con una promesa: el que salga de ahí se lleva un millón de dólares. Sabemos que a) no será fácil, b) habrá mil y un acertijos por resolver, c) o salen o mueren. Hay muchas películas así desde que Vincenzo Natali hizo “El Cubo” al empezar este siglo. Y su problema es doble: por un lado, confundir inteligencia con ingenio; por el otro, no saber cómo terminar lo que arranca para nada mal. Al menos no hay regodeo en la muerte como en “El juego del miedo”.
¿Te copa la moda de las Escape Room? Esta peli en tono terrorífico te puede sacar las ganas de probar este nuevo entretenimiento. Adam Robitel tiene algo de experiencia delante y detrás de las cámaras en cuanto al género terrorífico se refiere. Entre sus trabajos se encuentra “La Noche del Demonio: La Última Llave” (Insidious: The Last Key, 2018), lejos de lo peorcito de la franquicia iniciada por James Wan, pero insiste con este thriller de suspenso que intenta tomar lo mejor del terror psicológico de sagas como “El Juego del Miedo” (Saw) o las elaboradísimas (e inverosímiles) muertes de “Destino Final” (Final Destination). “Escape Room: Sin Salida” (Escape Room, 2019) tiene un poco de todo esto, pero carece de una premisa interesante para sostenerse a lo largo de casi dos horas donde seis extraños deben resolver pistas e intentar zafar de una muerte segura. Logan Miller, Deborah Ann Woll, Taylor Russell, Tyler Labine, Jay Ellis y Nik Dodani son los protagonistas de esta historia. Seis individuos que no se conocen entre sí y que deciden romper la monotonía aceptando una invitación para participar de una de las mejores Escape Room del momento. Este nuevo escenario ofrece una cuantiosa recompensa de diez mil dólares al primero que logre escapar, un gran incentivo para estos participantes que ni saben lo que les espera detrás de esas puertas. El grupo es ecléctico, obvio, y aunque vienen de estratos socioculturales muy diferentes, todos tienen algo en común: son sobrevivientes de alguna tragedia. Zoey (Russell), estudiante de física; Ben (Miller), repositor de una tienda; Amanda (Woll), veterana de guerra; Mike (Labine), camionero; Jason (Ellis), exitoso inversionista, y Danny (Dodani), un nerd aficionado a estos juegos, van a estar en las mismas circunstancias cuando entren a las instalaciones de Minos, la compañía detrás de la experiencia que va a cambiar sus vidas para siempre… o va a terminarlas. El reto no se hace esperar y una vez que los seis ingresan en la sala de espera, la habitación se convierte en la primera trampa mortal de la que tienen que escapar. Sí, acá nada es chiste y los peligros son reales. Al principio, creen que Minos está exagerando con la teatralidad y la autenticidad, pero a medida que avanzan, y cambian de escenario, se dan cuenta que los desafíos impuestos son mortales y que el Escape Room está diseñado para que ninguno pueda contarla. Esta es básicamente la premisa de la película de Robitel, pasearnos de cuarto en cuarto, ver como los participantes afrontan los retos y van muriendo de a uno. De tanto en tanto, conocemos sus historias personales, pero cuando el guión de Bragi F. Schut y Maria Melnik se pone muy reiterativo, deciden escupir toda la información y asesinar la sorpresa. Lo que queda, es descubrir quién y por qué está detrás de esta tortura, una revelación todavía más zonza. “Escape Room” es una sucesión de escenas de acción y un poquito de suspenso que logra sostenerse, por lo menos, el primer tercio de su historia. Después desbarranca y se agarra demasiado de lugares comunes, desperdiciando el potencial de sus protagonistas. Ninguno de los personajes tiene el atractivo suficiente para captar nuestra atención, y ni hablar de la facilidad con la que aceptan lo que les está pasando. Robitel le pone mucha atención a los detalles de cada escenario y a las trampas mortales que esconden, logrando que una película de bajísimo presupuesto (apenas unos nueve millones de dólares) parezca más ostentosa ante nuestros ojos; pero se olvida de lo principal: la trama y los protagonistas, una mera excusa para presentarnos una variada colección de acertijos (ni que fueras Edward Nigma) y su resoluciones. Como espectadores queremos que estos personajes salgan con vida (aunque sabemos que no va a pasar), pero mucho más el por qué fueron seleccionados estos individuos en particular. Ahí es donde está la mayor decepción de todas, y donde la trama no logra sostenerse, incluso ante la promesa de una segunda parte. La relación inversión/recaudación (ya superó los cincuenta millones en los Estados Unidos) es el primer indicio para que “Escape Room” se convierta en una nueva franquicia, elevando la apuesta y, seguramente, el nivel de violencia y complejidad de los retos. Los realizadores nos quieren hacer creer que detrás de esta aventura pasatista hay una lectura más profunda sobre el instinto de supervivencia y cierto fetiche voyerista. La intención puede haber formado parte de la teoría para Robitel, Schut y Melnik, pero en la práctica los resultados son muy diferentes. “Escape Room” no aburre y mantiene su ritmo a la par de estas “postas” que los protagonistas deben ir sorteando. El problema es que no sabe darle un buen cierre ni justificación a una historia creada a partir de elementos demasiado reconocibles de otras sagas que sí funcionaron.