Volver a vivir En los últimos años, el cine argentino se dictaminó en aprovechar los enormes paisajes patagónicos, la cuestión es que al momento de filmar en esas tierras, diversos realizadores tomaron tal lugar del país como un sitio de redención, quizás por lo alejado, inmenso, frío o en ciertas partes no tan poblado. A partir de ahí se narraron diversos films en los que sus personajes intentan cambiar su presente y su destino, siendo el caso de películas como Nacido y Criado de Pablo Trapero, Las Vidas Posibles de Sandra Gugliotta o Días de Pesca de Carlos Sorín. La Reconstrucción de Juan Taratuto no será la excepción y en relación a lo mencionado, relata una destacada historia...
El poeta inglés John Donne dijo una vez “Ningún hombre es una isla”, y con eso hizo una referencia exacta a la extraña pero necesaria manera que tenemos los seres humanos para comunicarnos unos con otros; no podemos vivir a menos que sea en relación con otras personas. El hombre no puede existir solo, necesita coexistir, cohabitar para poder vivir. Y esta parece ser una de las premisas de La Reconstrucción, que por mucho que uno se aísle de los afectos, tarde o temprano ellos vienen a buscarlo, los recuerdos aparecen y uno termina cayendo de golpe en que además de estar constituido por uno mismo, uno es parte de otros. Polvo de estrellas Eduardo se nos presenta como un monótono, rutinario y eficiente empleado de un yacimiento en la ciudad de Río Grande, al sur de nuestro país. Vive de manera prácticamente precaria, preparado para huir en cuanto alguna ocasión lo solicite, se lo ve parcialmente instalado en su casa, durmiendo en una bolsa de dormir sobre colchones y manteniendo todo lo que rememora una vida anterior oculto bajo llave, en otra habitación. Reniega del contacto con sus compañeros de trabajo y se castigo a una vida solitaria; Eduardo parece haberse puesto a sí mismo en un rincón, manteniéndose lejos de toda actitud racional, convirtiéndose lentamente en un recluso de su historia. La situación cambia cuando Eduardo recibe un llamado de un viejo amigo, quién le pide su ayuda durante unos días ya que el tiene que someterse a un estudio. Luego de una larga insistencia, Eduardo decide viajar a Ushuaia para cumplir con su amigo, y de esta manera reencontrarse con sentimientos, personas y situaciones que había enterrado bien en el fondo de él. A partir de este encuentro, y con una desgracia de por medio, nos acercamos al protagonista y logramos adentrarnos un poco en el porque de todo su accionar, descubrimos una parte de la pregunta que decanto en esta solitaria respuesta. La edad del cielo El joven director Juan Taratuto es quien está a cargo de este film; esta vez no sólo dirigió la película sino que, al igual que en No sos vos, soy yo, también fue el artífice del guión. A muchos nos sorprendió cuando el año pasado nos enteramos que este talentoso director argentino abandonaba momentáneamente la comedia, para debutar en un drama, dudamos si podría llegar a estar a la altura, pensábamos si iba o no a salir bien y sobretodo, al menos yo, me veía totalmente intrigada por el resultado final. Taratuto, consigue un debut dramático sorprendente por varias razones. En primer lugar la manera en que están constituidos sus personajes es impecable, vemos en la actuación de Diego Peretti (Eduardo) una honestidad avasallante y es por lejos el personaje mejor constituido de todo el film, logra conmover al espectador con una simple mirada y trasmitir su esencia, su soledad con simples gestos; ese hombre despojado de todo, hasta de su propias normas de convivencia. Acompañan Claudia Fontán y Alfredo Casero de manera acorde, estimulando una y otra vez al personaje principal para develar lentamente sus mil capas y su absoluta profundidad. Conclusión La reconstrucción, se abre de par en par sobre un hombre solo que sin buscarlo consigue volver a construirse, como el nombre de la película aclara, es la reconstrucción de una persona, de una familia, del corazón, es todo lo que vive una hombre luego de una dura perdida y como lentamente se logra ese volver a componerse, retomar el estado previo a la ruptura solo de manera parcial, para poder a partir de él volver a acomodarse y a sentirse humano.
Las Vidas Posibles Tras conseguir un auspicioso debut con tres comedias románticas, con algunos tintes melodramáticos, Juan Taratuto ha regresado en voz baja al cine con un drama hecho y derecho, con sutiles toques de humor. No voy a decir que tanto No sos vos, soy o ¿Quién Dijo que es Fácil? sean películas que me desagradan, pero cierta sensación de querer hacer comedias efectistas con remates televisivos, nunca termina por convencerme. Admito que los guiones son bastante interesantes y Taratuto trata de darle un giro a la visión de la vida en pareja, especialmente cuando se trata de segundas oportunidades amorosas, acaso el eje de toda su filmografía – incluso Un Novio para mi Mujer o La Reconstrucción – pero quedaba latente esa perspectiva, de que sus historias parecían apuntar a un público más acostumbrado a la televisión que al cine. Esta perspectiva cambia por completo en La Reconstrucción, donde el realizador demuestra con guión propio esta vez, una visión más personal e introspectiva de la vida, en un tono más sobrio y dramático que confirman, que este cuarto opus, sea acaso el mejor de su carrera. Desde un comienzo, la geografía patagónica nos recibe con la visión de un desierto, y en ese desierto encontramos a Eduardo – Diego Peretti – un personaje callado, austero; un ingeniero hidráulico, que fuera de su trabajo, vive como un completo ermitaño, casi como un salvaje, un hombre incivilizado que ha escapado de la sociedad, y disfruta, en cierta forma de la condena que se impuso. La llamada de un amigo, Mario – Alfredo Casero, nuevamente en el fin del mundo, como con Todas las Azafatas van al Cielo – provocará en Eduardo un cambio radical en su rutina, encontrando la oportunidad de redimirse, reconciliarse con su pasado, explorar sus sentimientos y reinsertarse en la sociedad. La evolutiva forma que tiene el director de ir mostrándonos al protagonista con sus conflictos internos y el admirable trabajo – sin duda la mejor actuación de su carrera – de Peretti, son los pilares de esta película que decide expresarse mejor en imágenes y sensaciones que en palabras. Durante la primera media hora, el director va construyendo lentamente el panorama, para que cuando suceda el principal golpe bajo, no caiga de sorpresa a fin de causar una sorpresa. Taratuto juega con la previsibilidad. No tiene la intención de sorprender. Es un relato que de por sí se vuelve sentimentalista, pero a través de la mirada de este personaje lacónico logra evitar hasta los últimos 15 minutos caer en el efecto lacrimógeno y emotivo. La Patagonia nuevamente se convierte en una geografía ideal para personajes solitarios que andan en una búsqueda interna de descubrimiento. Ya sea el personaje de Alejandro Awada en Días de Pesca, de Carlos Sorín, o Ana Celentano en Las Vidas Posibles de Sandra Gugliotta, o el taxidermista epiléptico de El Aura, De Bielinsky. La áridez y el frío no solamente son parte del arte, sino tiene que ver con el tono del film y del corazón del protagonista. Taratuto logra, que ninguna acción que toma el protagonista sea imprevisible, porque hay un armado muy sólido, basado en las mínimas acciones y las repercusiones que dichas acciones del protagonista tienen en el desarrollo de la trama. Sí, es un film soul food, pero no cae mal. Por lo menos hasta los últimos 15 minutos, en los cuáles el director tiene una búsqueda simbólica y un incremento del volumen de la banda sonora completamente forzada. Los diferentes signos que aparecen de fondo de las situaciones adquieren protagonismo por la banalidad y obviedad que tienen en el plano visual. Sin embargo, este film consigue un resultado equilibrado más allá de todo. El drama no se hace pesado, el humor aparece en los momentos justos para romper la tensión y la solemnidad, las actuaciones superan la corrección. A Peretti lo acompaña Claudia Fontán, que consigue una interpretación verosimil, y Alfredo Casero que le aporta comicidad a sus diálogos. El resto proviene de la propia sensibilidad que transmite el film. Situaciones que generan empatía: el duelo, la ausencia, la figura paternal, la madurez, la adolescencia, y una forma identificable de ver estas mismas escenas. Todo trabajado en forma sutil, apreciando los silencios y momentos de contemplación. Acompañado por un factoría técnica notable, y gracias a una tremenda interpretación de Peretti, La Reconstrucción es un film lento, pero que atrapa a pesar de todo, que no pretende gustar inmediatamente al espectador medio, acostumbrado a productos superficiales. Taratuto logra evitar los clisés y aunque cae en algunos lugares comunes y dispersa piezas del rompecabezas en ciertas escenas que era un poco innecesario agregarlas, consigue un relato fluido y honesto.
Las islas y sus archipiélagos Si bien la imponente Ushuaia es la geografía elegida para el desarrollo de este drama intimista, La reconstrucción, cuarto largometraje del director Juan Taratuto, quien vuelve a contar entre sus actores con Diego Peretti, acompañado por Claudia Fontán y Alfredo Casero, son en realidad los paisajes interiores aquellos que predominan en la trama del film. En esta propuesta diferente encarada por el director de Un novio para mi mujer; un interesante desapego del género de la comedia romántica trabajado en sus anteriores películas para encarar con audacia un coqueteo con el cine de autor, con un meticuloso manejo de los recursos cinematográficos desde el aspecto del lenguaje audiovisual, prevalece el punto de vista del protagonista Eduardo (gran composición de Diego Peretti), un trabajador del petróleo, parco y con un código de conducta muy personal, quien arrastra en su paso algo desganado un pasado que nunca termina por configurarse pero del que Taratuto se encarga de entregar a través de los ajustados y creíbles diálogos la información justa para que el espectador comprenda ciertos impulsos de Eduardo y su hostilidad manifiesta con el entorno. Eduardo es una isla conceptualmente hablando pero está rodeado de archipiélagos como Mario (un sobrio Alfredo Casero), un viejo amigo que le pide un favor de esos que comprometen y de los que no se puede retroceder una vez aceptado el encargo: sustituirlo durante un tiempo de ausencia tanto en el manejo de su local de venta como en la atención de su familia constituida por Andrea (Claudia Fontán), su esposa, y dos hijas adolescentes (Maria Casali, Eugenia Aguilar, ambas verosímiles en sus papeles como hermanas), atravesadas por los conflictos familiares cotidianos y también en pleno desarrollo de una edad difícil y definitoria como esa, en el particular escenario de la Patagonia. A partir del choque de estas islas en la desolación; en la angustia por la pérdida y durante el "mientras tanto" de un doloroso duelo devenido depresión en el caso de Andrea y malestar e impotencia en sus hijas, Eduardo se sumerge en un viaje iniciático que lo conecta por un lado con un presente distinto al imaginado y con un pasado que necesita ser reconstruido desde los afectos para que el futuro implique la creación de un nuevo puente comunicante para con los otros y lo más importante para consigo mismo. La reconstrucción también se ancla en la reparación de los sentimientos para dejar de vivir aislado, a pesar de los sufrimientos que implica comprometerse con el otro cuando todo parece estar encaminado a un viaje solitario y sin rumbo definido. El guión que Taratuto escribió con la colaboración de Diego Peretti se encarga de abrir el espacio a la reflexión sobre los grandes temas como la ausencia, la soledad, desde el detalle y con el foco en la subjetividad del protagonista, dado que el espectador observa y mira lo mismo que él; descubre también lo mismo pero no siente igual aquel dolor o la frustración de no cambiar, hasta que se realiza el intento. La puesta en escena habilita el espacio cinematográfico para que la distancia entre la cámara y los personajes no contaminen los climas ni tampoco desperdicie el cúmulo de tiempos muertos o silencios incómodos que sobrevuelan constantemente la atmósfera, a veces tensa en el período de convivencia y conocimiento mutuo entre Eduardo y la familia de Mario. Tampoco contamina la mirada de Taratuto el paisaje exterior, aspecto de la imagen muy bien aprovechado por la fotografía, así como la presencia de la luz muy distinta para interiores y en sintonía muchas veces con el estado anímico de los personajes. El nuevo desafío de Juan Taratuto esta vez también como productor marca un punto de inflexión en su filmografía como ocurriera hace unos años con Pablo Trapero y su personal film Nacido y criado, particularmente rodado en locaciones en los confines del mundo donde el bullicio de lo urbano y la monocromía de sus junglas de cemento no existen para poder escuchar otros sonidos de la vida o el propio silencio de la muerte, mientras los vientos de cambio soplan entre la furia del dolor y alivian las heridas del corazón en un abrazo dado a tiempo antes de que sea demasiado tarde. Nunca es tarde para cambiar y Juan Taratuto lo ha entendido pronto con esta gran película.
Juan Taratuto, hasta este film, era conocido en el medio como un hacedor de sólidas comedias románticas, productos a los que les fue bien en la taquilla y que lo posicionaron bien en la industria. En su cuarto opus como director, decide dar un golpe de timón y escribir, junto a Diego Peretti, un drama hecho y derecho. Y el hombre demuestra estar a la altura del desafío. Decididamente, “La reconstrucción” es la película más personal de Taratuto. Lo percibimos en cada fotograma, en la prolija manera de narrar silencios a través de la imagen y en el alto nivel de las interpretaciones logradas: aquí hay corazón, y se nota. Ambientada en el sur, la historia de un hombre abrumado por la adversidad, inmóvil y abandonado, cala hondo en los espectadores y moviliza emociones y procesos reflexivos que desde la butaca, se valoran y agradecen. El relato presenta a Eduardo (Peretti), parco y cortante ingeniero hidráulico que trabaja en Río Grande y desde su manera de conducirse en su mundo, sabemos que algo está mal. Es visible que alguna tragedia personal lo ha hecho perder su centro y él está entregado a su dolor, sin poder reaccionar. Un viejo amigo de la infancia, Mario (Alfredo Casero), llama para pedirle un favor enorme: que pase por Usuahia a hacerse cargo de su negocio por unos días, dado que él debe ausentarse y no quiere descuidarlo. Eduardo acepta y parte a dar una mano, no sin antes protestar de lo lindo: él rehúye el contacto humano, su dolor le impide abrirse al mundo. El afecto de Mario y familia (su esposa es jugada por una destacada Claudia Fontán) le abren las puertas de su casa, y pronto, Eduardo se encontrará con la necesidad de (re) crear vínculos nuevos, amplios, complejos, de manera de poner afuera lo que tiene en su pecho y… sanar, o dejarse ir. “La reconstrucción” posee un guión interesante, en el que dominan escenas donde las palabras, sobran. Basta ver la enorme interpretación de Peretti, como elemento basal del andamiaje propuesto: su interioridad desborda, invade, conmueve. Es gesto adusto y transmisión de infinita melancolía. El relato (hay que reconcer), es áspero, incómodo de a ratos pero magnético: difícil desconectarse de los sentimientos que genera. Taratuto se apoya en la belleza natural de la zona donde filma y eso le suma: el frío cala los huesos y la platea lo siente, hay mucho hielo (y angustia) en el corazón de los protagonistas y es una sensación palpable, física. En síntesis, un film que propone poner el lente en los procesos de reconstrucción personales e íntimos. Acierta en casi toda su extensión (aunque nos hubiese gustado algún giro menos previsible para su resolución) aunque demanda mucho trabajo interno en el espectador, ya que es de las propuestas que tocan situaciones límites y la intrincada geografía del corazón humano. Dentro de la profunda oscuridad, siempre hay posibilidad de generar un cambio, ahí nace el gen de la reconstrucción aquí propuesta. Muy buena alternativa para este fin de semana largo.
Digno de ser Juan Taratuto y Diego Peretti vuelven a trabajar juntos en esta nueva producción que, sorpresivamente, no es una comedia. En La reconstrucción (2013) el director parece dar un giro hacia un estilo diferente, más cercano al drama. Su alejamiento de las convenciones del género cómico es auspicioso, si bien todavía parece estar en la búsqueda de su propia voz narrativa en esta nueva faceta. Eduardo (Diego Peretti) es empleado de un yacimiento petrolífero en el sur de Argentina. Las primeras imágenes lo describen como un ser solitario, apático, antisocial. Desganadamente accede a viajar a Ushuaia por pedido de su amigo Mario (Alfredo Casero), si bien no sabe muy bien para qué. Sin esperarlo, su estadía allí lo enfrenta a su propio pasado y se cruza en su camino una posibilidad de redención. Es imposible ver las imágenes de un hombre solo viajando por las rutas del sur argentino sin recordar las personales películas de Carlos Sorín. En cierta forma, Taraturo parece estar dialogando con sus films y sus acotados relatos. Más allá de estas comparaciones, el director busca su propio camino, en el que la confianza en su versátil actor resulta aquí imprescindible. La película de este realizador sorprende, en el sentido que los ritmos que maneja en sus comedias aquí no le sirven, como tampoco los planos o los diálogos. Dejar de lado los tiempos y los códigos de aquel género le otorga otra libertad, sin tener que hacer responder cada plano a las funciones meramente narrativas y buscando lo dramático a partir de la crisis existencial del personaje. Quizás sí se detiene por demás en esta descripción y, para alejarse de lo conocido, por momentos se regodea en una estética visual y rítmica que no deja de transmitir lo mismo una y otra vez. De entrada se entiende que no hay una necesidad inmediata por crear expectativa en el espectador, o de explicar por demás. Hay escenas en las que apenas se dialoga, y momentos de silencio y soledad del personaje se vuelven una constante. Es por eso que se percibe un cierto apuro por buscar un desenlace más esperanzador y para ello ciertas formas de actuar de Eduardo no se condicen con la forma de ser que tanto se esfuerza en construir la película. Como si después de tanta apatía social fuera necesario complacer al público con algunos detalles más simpáticos. No conviene aquí seguir revelando detalles de la trama porque sería arruinar el giro narrativo central de la película. Sí se puede decir que el film habla de las ausencias, de la soledad, del miedo; situaciones y sentimientos inherentes a todo ser humano, aunque a veces padecidos muy dolorosamente por algunos. Y de la forma de transitar el dolor y la angustia se encarga este film. Por otro lado, con lo que se fue diciendo queda más que claro que el espectador se encontrará con un film diferente a todos los de este director y que por eso las expectativas deben ser otras. Aún así, es bueno tenerlas y dejarse sorprender.
Apenas el fin del mundo Diego Peretti interpreta a un hombre solitario que vive en el sur, estancado en su angustia existencial. Hasta que un hecho inesperado lo “acorrala” en Ushuaia. Un hombre aislado, perturbado y a la deriva, en medio de Patagonia, rodeado por un áspera atmósfera que refleja su estado anímico. El cine argentino ha dado muy buenos filmes con este lineamiento general. Por ejemplo, ciertas películas de Carlos Sorín, como la última, Días de pesca; o Nacido y criado, de Pablo Trapero; o El aura, de Fabián Bielinsky; o Las vidas posibles, de Sandra Gugliotta (en este caso, es una mujer la que está a la deriva). El asombro principal que provoca La reconstrucción, que podría inscribirse en este grupo de dramas, es que fue hecha por Juan Taratuto y Diego Peretti: una dupla a la que todos vinculábamos con la comedia romántica. La película, a la manera de las mencionadas -sobre todo, de Nacido y criado-, está construida en base a silencio y dolor y duelo y culpa, con poca acción, con pocos diálogos. En primer plano, la muda angustia existencial, la inmovilidad, el vacío. Los vacíos: el que padece el protagonista y el que transmite la película, para que el espectador lo complete subjetivamente. Y sin embargo, a pesar de su austeridad narrativa, La reconstrucción muestra alguna ampulosidad, algún exceso de énfasis a la hora de representar la tragedia y el posible intento de mitigar sus daños. Eduardo (un lacónico, hierático, aunque hiperexpresivo Peretti) trabaja en una compañía petrolera del sur. Lleva el pelo grasiento, camperón naranja y guantes sin dedos, tan mugrientos como sus uñas crecidas. Vive solo, en un estado de abandono casi salvaje: un lobo estepario. Habla, apenas, cuando se ve obligado a hacerlo: apático, con la infinita indolencia del deprimido. Es, no sabemos por qué, una suerte de ermitaño, de penitente. Hasta que un amigo, Mario (Alfredo Casero), le pide -una y otra vez- que viaje a Ushuaia, donde él vive con su esposa (Claudia Fontán) y sus dos hijas adolescentes. Eduardo finalmente lo hace, de muy mala gana. Allá, un hecho inesperado por casi todos le agregará drama al drama contenido del protagonista. Un giro que, para bien o mal, impactará en su mente autoflagelada y lo encerrará en una situación de la que le costará, esta vez, escaparse. Taratuto y Peretti evitan explicar los cambios internos de Eduardo: prefieren mostrar, con saludable ambigüedad, sus efectos externos. Aunque en una secuencia, sí, le permitan desahogarse contando datos de su pasado. El arte y la fotografía son impecables. Taratuto no cae en la tentación de la postal turística y nos hace sentir, de un modo casi físico, el frío, la desolación, la tristeza de lado B de Ushuaia, con su luz melancólica, comparable, fuera de la Patagonia, con la que suele capturar Aki Kaurismäki en Finlandia. Pero el fin del mundo argentino transmite, también, la sensación de que se puede recomenzar. No la certeza. Espacio de rara convivencia de la esperanza con la pena.
Con películas como No sos vos, soy yo , ¿Quién dijo que es fácil? y Un novio para mi mujer , Juan Taratuto se convirtió en uno de los guionistas y directores más exitosos dentro de esa comedia que tiene en el diálogo (y en el remate punzante y eficaz) su principal sustento. En su cuarto largometraje, el realizador se arriesga con un fuerte cambio de género, tono y registro. Si bien mantiene a Diego Peretti como protagonista, en La reconstrucción se sumerge en terrenos del melodrama, abandona la gran ciudad para viajar hasta la Patagonia profunda y aborda temas, conflictos y sentimientos inéditos hasta ahora en su filmografía. El resultado de semejante salto -un cambio saludable para un artista que ya había encontrado una fórmula reconocida y reconocible- es más que digno. Puede que La reconstrucción no sea todo lo "redonda" que sí fueron sus comedias, que especialmente durante la segunda mitad subraye demasiado los cambios de los personajes y "apure" un poco las resoluciones, pero al mismo tiempo significa desde su trabajo como cineasta un indudable paso adelante: más áspera y exigente que sus trabajos anteriores, demandó una concepción, un diseño y una puesta en escena que rompen por completo con cierta estética "televisiva" con la que se minimizó a sus primeros tres films. La primera mitad -que transcurre bastante en exteriores y remite por momentos al cine "patagónico" de Carlos Sorín- prescinde prácticamente de la palabra (toda una audacia y una búsqueda rupturista para los antecedentes citados de Taratuto) para describir con imágenes -y los acertados gestos faciales y corporales de Peretti- el grado de soledad, desconexión, irritabilidad, desprecio y amargura que acumula Eduardo, un trabajador calificado de la industria petrolera que carga con una pesada "mochila" de dolor y frustración cuyo contenido conoceremos promediando el relato. Luego de múltiples insistencias por parte de Mario (Alfredo Casero) y aprovechando unas vacaciones, Eduardo deja la zona de Río Turbio para trasladarse a Ushuaia, donde de a poco comenzará a interactuar con la familia de su amigo: su esposa, Andrea (Claudia Fontán), y sus dos hijas adolescentes. Hasta aquí lo que se puede contar, ya que en esa segunda mitad -en la que Taratuto retorna al imperio de los diálogos y se instala mucho en interiores- se producen los grandes cambios que la película sólo sugería en el prólogo. Es probable que cierto sector del público se sienta algo manipulado con algunos aspectos casi del terreno de la "autoayuda" que el film tiene a la hora de abordar temas como la muerte, el dolor, las segundas oportunidades o el valor de las familias sustitutas, pero Taratuto tiene la suficiente sabiduría, recato y sensibilidad como para evitar el golpe bajo y mantener la película a flote. Las actuaciones, los rubros técnicos y -quedó dicho- el tratamiento visual y la riqueza narrativa (sobre todo en la primera parte) hablan de un futuro alentador, con más matices, con mayor riqueza, para el cine de Taratuto. En La reconstrucción hay riesgo, cambios de rumbo y no pocos logros. Nuevas búsquedas que se reconocen y, en definitiva, se agradecen.
Un director de comedias en los dominios del drama Juan Taratuto es uno de los pocos directores argentinos que consiguieron algo parecido a convertirse en un cineasta “mainstream” de cierta calidad; aunque “mainstream” sea una etiqueta discutible al hablar de cine nacional. A fuerza de comedias hechas con eficacia –No sos vos, soy yo (2004); ¿Quién dice que es fácil? (2007)–, Taratuto logró que sus servicios fueran requeridos por los más poderosos productores de cine en el país: los canales de televisión. Si hace unos años filmó para Patagonik (Canal 13) Un novio para mi mujer, escrita a la medida de Adrián Suar por Pablo Solarz (también autor de ¿Quién dice que es fácil?), ahora es Telefe quien produce La reconstrucción, su opus cuatro. Como su primer trabajo, este vuelve a tener guión del propio director. Aunque su oficio lo llevó a destacarse como un narrador de comedias románticas de estructura clásica (amor inesperado entre personajes dispares; choque de opuestos; crisis, quiebre y final feliz), con esta última película Taratuto se revela como un director audaz. Lejos de dormirse en los laureles de lo probado, con La reconstrucción, un drama de título a título, el director decide aventurarse en el territorio de un género que, si bien no le es del todo desconocido, se encuentra a buena distancia de su zona de confort. Aunque, se sabe, riesgo tomado no significa éxito seguro. Un auto avanza por una ruta que atraviesa la estepa y la montaña. El conductor, hombre de 40 y pico mal llevados, maneja con el rostro tomado por un gesto tan árido como el paisaje: Eduardo (Diego Peretti) es ingeniero en una planta petrolera en la Patagonia y tiene la simpatía de un pedazo de piedra pómez. Apenas responde cuando le hablan, no se detiene a dar explicaciones ni acepta órdenes, y si un amigo al que no ve hace años lo llama por teléfono para invitarlo a Ushuaia, le corta tras un par de monosílabos y de avisarle que está ocupado y no puede hablar. Este podría ser el comienzo de una película de Carlos Sorín. El paisaje del sur, un protagonista solitario que esconde un conflicto y hasta el ritmo pausado con que la cámara acompaña al personaje permiten imaginar que es así. Y, sin embargo, no. Cuando viene manejando por la ruta, Eduardo se cruza con una mujer que pide auxilio con desesperación junto a un automóvil volcado en la banquina, pero en lugar de detenerse elige seguir de largo. Esa efectista búsqueda inicial de impacto, impensada en un director llano como Sorín, es esperable en otro como Taratuto, que no suele despreciar este tipo de recursos para definir un personaje e incluso una película. Esa escena es uno de los excesos moderados sobre los que se monta La reconstrucción. El protagonista al fin accede a visitar a su amigo (Alfredo Casero), que vive con su mujer (Claudia Fontán) y dos hijas adolescentes, para hacerle el favor de cuidar su negocio mientras él se realiza unos estudios que, según le dice, no son simple rutina. Podría contarse un poco más, pero no es necesario: por un lado para no birlarle a la película el derecho de hacerlo por sí misma; por el otro, porque no será difícil para los cinéfilos aventurar un par de alternativas con bastante certeza. Aun lejos de la comedia romántica, Taratuto vuelve a apoyarse en el juego de opuestos que acá representan el tosco Eduardo y la femenina familia de su amigo. Pero ésta no es su única reincidencia. Como en todas sus películas, excepción hecha de Un novio para mi mujer, Peretti vuelve a cargar con el protagónico y la decisión es acertada: se trata de uno de los actores más eficaces del cine argentino y en el drama responde con la misma solvencia que en la comedia. La otra es más bien de fondo: los personajes masculinos de Taratuto son en algún momento vistos o acusados de cobardes por sus contrapartes femeninas. Le ocurría al propio Peretti con Carolina Peleritti en ¿Quién dice que es fácil?, y también a Suar con Valeria Bertuccelli en la siguiente. No es un dato menor: también ahí parece estar el origen del dolor de un tipo que eligió cortar todos los puentes emocionales con el mundo. La reconstrucción es la proyección de ese protagonista agobiado y agobiante, en la que se extraña el remanso de alguna sonrisa, recurso que Taratuto ha sabido manejar con habilidad.
Lo que hay que señalar a priori de este estreno es que puede perturbar un poco en lo sentimental. Si el espectador es de lágrima fácil seguramente va a llorar, pero eso no es lo mas remarcable si nos referimos a lo que el film puede producir porque de hecho es lo de menos. La reconstrucción nos llevará hacia una sensación desoladora por un lento camino y si bien nos va avisando desde el principio no hay nada que se pueda hacer para evitarlo. Las buenas películas causan eso, y el último trabajo de Juan Taratuto no se queda atrás en su filmografía a pesar de haber cambiado de género. El realizador se la jugó al salir de su cómodo (y exitoso) lugar como generador de comedias para encarar una historia difícil en lo narrativo. Cambió los desopilantes monólogos de sus verborrágicos personajes por silencios prolongados en espacios contemplativos. También hay que señalar que cuesta un poco adaptarse al ritmo del film, incluso en los primeros minutos uno puede llegar a pensar que se está aburriendo, pero ni bien el espectador se mete de lleno en la historia es imposible no engancharse con el personaje de Peretti y su reconstrucción personal. Taratuto fue muy inteligente al elegir la Patagonia para rodar. El salir de las grandes ciudades y espacios que estamos acostumbrados a ver le imprimen identidad a la película y complementa a la perfección lo que se quiere transmitir: tristeza y abandono para luego llegar a la esperanza. Al protagonista principal lo acompaña una excelente Claudia Fontán, cuyo personaje dan ganas de abrazar y consolar. Las mejores escenas de la película suceden cuando ella está en la pantalla. Sin dudas debe ser uno de los mejores papeles que interpretó. Alfredo Casero vuelve a demostrar una vez más que también puede laburar en dramas y sus momentos complementan muy bien para darle forma y consolidación a un elenco bien asistido por las actrices que hacen de sus hijas. La película es dura y eso no puede negarse, no es para decir “Andá a verla porque vas a pasar un buen rato” porque nos alejaríamos de la realidad a no ser que por “buen rato” nos estemos refiriendo a buen cine. Si ese es el caso, no hay que dudar en ir a ver La reconstrucción para admirar como una película puede desatar varias sensaciones.
De fluidez perfecta y sin momentos muertos se destaca el alto contenido emotivo del filme y su sencillez cinematográfica. El último trabajo de Juan Taratuto invita a un cine reflexivo ambientado en la gélida Patagonia, lugar en el cual se desarrolla una sobria tragedia familiar que Eduardo (Diego Peretti) deberá reconstruir. Esta será una reconstrucción doble ya que tendrá que sostener a una reciente viuda con sus dos hijas adolescentes pero al mismo tiempo enfrentarse a sus propios miedos que lo acechan desde el pasado. Encargado de una planta petrolífera y de comportamiento casi ermitaño, Eduardo carga con un dolor inmenso que lo ha mantenido en silencio permanente y alejado de las personas que lo rodean. El teléfono suena sin parar un día tras otro, la muela sangra. La oscuridad en la que vive no solo se debe a la falta de luz y los recuerdos amontonados y empolvados, sino a un vacio interior extremo que no logra llenar con nada. El drama se tornará intenso con la muerte de Mario (Alfredo Caseros). Disparador de demencias necesarias que Eduardo tendrá que acomodar en silencio. Como un fantasma que ronda los lugares en los que alguna vez vivió, su objetivo es hacer encajar las piezas de un puzzle que el destino desarmó. Con actuaciones medidas y un gran papel de Peretti, el film es un bello retrato de lo que tristemente muchas personas viven solas. La soledad haya su lugar en la nieve, los techos congelados y la llovizna helada permanente. Desesperados por ver el Sol, los personajes necesitan algo de contención deambulando como almas en pena en busca de una caricia. Pero cuando la última pieza del rompecabezas ya encontró su lugar, es tiempo de dejarlo y continuar. Es por eso que Eduardo, a modo de maestro que aprueba el progreso de sus aprendices, deja a las tres mujeres solas que con el tiempo intentarán seguir con sus vidas normalmente. De fluidez perfecta y sin momentos muertos, la cinta se desarrolla vivamente y con el tiempo interno necesario para la elaboración de acciones que luego darán lugar a la comprensión global del tema. Con destacadas escenas de alto contenido emotivo y sencillez cinematográfica, una de ellas para destacar es cuando Eduardo se está duchando y del fuera de campo emerge una mano femenina tímida que con vergüenza le regala una caricia de solidaridad. Eduardo rompe en llanto y abraza a Andrea (Claudia Fontán) con la intermediación de la cortina de baño. A partir de aquí, su realidad ha cambiado y como las venas abiertas de un corazón volviendo a latir, Eduardo se aleja por las rutas patagónicas hacia un futuro incapaz de predecir. De emotividad extrema y gran delicadeza, el filme llega a activar sentimientos profundos en la audiencia que, con lágrima rodando en la mejilla, abandona la sala en silencio.
Una película oscura y melancólica Eduardo es un hombre huraño, taciturno, que se abandono como si la vida no le importara. Trabaja en una planta petrolífera del sur de nuestro país. Se tomara sus vacaciones yendo, no de muy buena gana, a ayudar a Mario, un antiguo amigo, con su negocio de merchandising en Ushuaia mientras es internado para, aparentemente, hacerse unos estudios. Cuando Eduardo llegue se encontrara con Mario, la mujer y las dos hijas adolescentes. Una circunstancia inesperada le hará comenzar a replantearse para que fue allí, si fue casualidad o el destino y como hacer para seguir con su vida pasada, presente y futura. Juan Taratuto se aleja de la comedia para adentrarse en una película dramática, con personajes oscuros y luminosos por igual, haciendo que, por el guión, la luz también pareciera que se fuera oscureciendo. Un film melancólico La actuación de Diego Peretti en el papel protagónico es el que lleva adelante una película que por momentos se vuelve densa. Claudia Fontan en un papel sumamente dramático realiza un personaje que resalta más por su actuación que por lo que marca el guión. “La reconstrucción” es un film del que se esperaba mucho más, pero que sin embargo vale la pena ver.
Un hombre solo Eduardo (Diego Peretti) es un ermitaño con todas las letras, vive en condiciones tan solitarias como básicas, evita todo contacto con los demás, y por las dudas también evita ser amable. Ante la insistencia de Mario (Alfredo Casero), un viejo amigo que hace tiempo le viene pidiendo un favor, se toma vacaciones de su trabajo en una planta petrolera en el sur, y va hasta la ciudad de Ushuaia a verlo. Al llegar a la casa de Mario, Eduardo siente como si hubiese entrado en otro mundo; su amigo tiene una esposa, Andrea (Claudia Fontán), dos hijas adolescentes, una casa, un negocio, y una vida llena de ruidos y de idas y venidas. Este choque con otra realidad parece no provocarle nada, sigue en su mundo, hablando lo justo y necesario y refugiándose lejos en un hotel, tan pronto como le es posible. El favor en sí, se trata de encargarse del local de su amigo, mientras este se interna unos pocos días para realizarse un tratamiento en una clínica. La película tiene un uso impecable de los silencios, porque los personajes no necesitan hablar de sí mismos para que sepamos qué les pasa, ni hacer gestos exagerados cuando sufren, cambian, se quiebran, o logran acercarse a los demás. En esa austeridad, está narrada la historia del camino que recorre Eduardo, cuando casi por accidente la vida lo pone de cara a sentimientos que tenía anestesiados, y una vez que se despiertan se encuentra no solo acercándose a otras personas sino conteniéndolas, consolándolas y ayudándolas. Es un relato con alguna que otra obviedad, pero con un gran guión. Tan minimalista como contundente, y eso se ve también en la estética y la música, los paisajes desolados, el frío, y esas canciones que parecen no estar ahí. Los trabajos de los tres protagonistas son excelentes, absolutamente creíbles en sus angustias y sus transformaciones. Es la historia de un hombre que se aisló del mundo por elección, hasta que una situación inesperada lo saca de donde estaba escondido, y lo enfrenta con su pasado pero también con su futuro, porque ya no puede seguir archivando sus recuerdos y sus sentimientos. Juan Taratuto sorprende con el guión y la dirección de esta película, tan diferente a las comedias que realizó anteriormente.
Bloqueos afectivos en el sur Un punto alto lo alcanzan los actores, desde el doliente Eduardo de un Diego Peretti interior, intenso en un personaje difícil, porque sólo se expresa a través de su gestualidad y sin palabras; hasta la frescura de un espíritu libre como Alfredo Casero, en el papel de Mario, o la cálida Claudia Fontán como Andrea. Eduardo (Diego Peretti) vive en Río Grande y se desempeña en una empresa petrolera. Es un buen trabajador y su silencio y ausencias del grupo hacen pensar en algo fuerte que pasó y no sabemos. Sus compañeros, ocupados con su familia, el trabajo y el tiempo difícil en esa zona, prefieren no preguntarle casi nada a ese hombre más bien silencioso. Su pieza descolorida, abandonada, con mínimos objetos de confort hablan de una actitud solitaria y ascética frente a la vida. Esporádicamente, con alguna situación que Eduardo no puede manejar, el golpe contra algún objeto dice que ese hombre de silencios y austeridades tiene un volcán escondido. VIAJE DIRECTO En medio de la nada, la súbita llamada de Mario (Alfredo Casero), un amigo, que vaya a saber cómo hizo para penetrar su intimidad, lo sacude desde otro lugar del sur, Ushuaia, la llamada es para pedirle que vaya a verlo. Y Eduardo toma su viejo auto y va. Firme como un dardo disparado a un blanco lejano. Su viaje se dirige recto, sin detenerse ni ante el pedido de ayuda de alguna mujer en la ruta, ni ante ninguna particularidad de la carretera solitaria por la estepa patagónica. El mundo familiar de Eduardo se enfrenta con el de Mario. Como una gota en la piedra, la calidez, el entorno, la realidad, Andrea (Claudia Fontán), la mujer de Mario, las pequeñas hijas, comienzan a golpetear en esa caparazón que Eduardo, por alguna razón creó a su alrededor. "La reconstrucción" es una película difícil, interior. Y decimos difícil, porque la vertiginosidad de la vida diaria, impide detenerse ante algo que tenga el tiempo de la reflexión. Su director, Juan Taratuto ha sabido armar la historia y dar tiempo al tiempo, para mostrar la particular situación por la que atraviesa este personaje bloqueado en su individualidad, incapaz de reaccionar o pedir ayuda. LOS SILENCIOS Sus tiempos densos, ciertas tomas casi morosas pueden llegar a atentar contra la paciencia del espectador. Pero la intensidad y algunos pequeños elementos, como miradas, movimientos de manos, la misma imagen de un acto doloroso visto por Eduardo, en la habitación del hospital, en el que Andrea, la mujer de Mario, acompaña a su marido, son suficientes para conformar una radiografía de sentimientos. Un punto alto del este filme de excelente fotografía, lo alcanzan los actores, desde el doliente Eduardo de un Diego Peretti interior, intenso en un personaje difícil, porque sólo se expresa a través de su gestualidad y sin palabras; hasta la frescura de un espíritu libre como Alfredo Casero, en el papel de Mario, o la cálida Claudia Fontán como Andrea.
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Espíritu desierto Eduardo (Diego Peretti) es un hombre amargado, seco y áspero como el paisaje que lo rodea. Trabaja en la extracción petrolera -podemos observarlo en toda su dedicación durante un largo rato- y su hobby es cazar liebres; no tanto así limpiar su casa, donde vive solo. Más allá de su aspereza, poco podemos saber en principio sobre el personaje, gracias a su parquedad y su habilidad para evitar cualquier tipo de interacción social. No hay mucha indicación de por qué es así, en un principio, sólo que lo es. Y nos queda en claro: a lo largo del primer acto de su film, Juan Taratuto insiste en demostrar una y otra vez las características de su protagonista. Por otro lado, hay una abundancia de planos dedicados a los viajes en ruta de sus personajes que parecieran jugar más a favor de la marca a la que pertenecen los autos y el sistema de transporte de la región sur del país que a la supuesta idea introspectiva que pareciera querer construir el director, ya sea por su cantidad como su calidad. Pero como bien indica el título, hay un hecho que para Eduardo implicará el reconstruir ciertos aspectos de su vida -por lo menos, sus habilidades sociales. Al Scrooge patagónico no lo visitan tres fantasmas en Navidad, si no que es él el que tiene que ir hasta Ushuaia, donde vive su ex compañero de trabajo Mario (Alfredo Casero), tras mucha insistencia de éste. La excusa es una serie de estudios médicos para los que Mario tiene que internarse, por lo que Eduardo quedaría al cuidado del negocio y -de paso- de su familia: su mujer Andrea (Claudia Fontán) y sus dos hijas adolescentes. La inserción de Eduardo al grupo y la rutina familiar -así como las actuaciones de Fontán, Casero y quienes interpretan a sus hijas, con una cotidianeidad que fluye de forma natural- imprime una nueva dinámica al film. Mientras el protagonista vuelve lentamente y con resistencia a la vida (y aparecen indicios de quien tal vez fue), el film un poco también. Taratuto logra retratar una dinámica típica, la de un matrimonio y sus dos hijas en plena adolescencia, y al mismo tiempo todo lo que encierra como trama de relaciones -más allá de griteríos como índice de la vorágine diaria de responsabilidades a los que muchos otros se limitan. El director y guionista logra construir en esa familia a personajes con actitudes verosímiles. A la vez, deja lugar para un par de ideas originales, como un plan para ayudar a que una de las chicas pase un examen. Sin embargo, un nuevo conflicto más adelante en el desarrollo de la historia implica una cierta vuelta al tono más sombrío del inicio de La Reconstrucción. De todos modos, no se regresa al ritmo lento aunque distante con el que presentaba a Eduardo (por suerte). Es imposible, porque ahora hay otros personajes involucrados; como también es imposible volver a la situación previa, dado el quiebre narrativo que el director propone. El film, después de todo, es un drama y Taratuto realmente se esfuerza en dejar en claro que nada tiene que ver con las comedias con las que hizo su nombre (aunque alguna de éstas tampoco tuviera un final ingenua y típicamente feliz). Es tal vez en este esfuerzo por demostrar el tono apesadumbrado del film y su protagonista, que La Reconstrucción pierde buena parte de su fuerza potencial como relato, que de por sí no es una historia innovadora. Sin embargo, es importante reconocer la habilidad de Taratuto y su elenco para no recaer en cierta sensiblería cliché del género, o por lo menos lo logran durante la mayor parte del film.
Juan Taratuto, con una película distinta a sus anteriores films, en los que la comedia servía de soporte para sus inteligentes apuntes de una generación. Aquí se muestra un hombre en estado casi primitivo, que vive con lo elemental en objetos y lenguaje, que despierta su ira violenta, que sobrevive como un ser prehistórico hasta que se abre, para emoción del espectador. Un gran trabajo de Diego Peretti que conmueve hasta las lágrimas.
Drama asordinado de un hombre retraído Luego de tres exitosas comedias, Juan Taratuto se probó con un drama. Pudo haber hecho una comedia dramática, pero se jugó a pleno. Hizo un drama. Eso sí, con final "positivo". El dolor habrá servido para mejorar algo. Pero todo se cuenta de un modo asordinado, sin explosiones actorales ni situaciones subrayadas. Lo que pasa es demasiado fuerte como para subrayarlo. Y el desarrollo es lo bastante creíble como para exagerarlo. Cuanto mucho, sentimos un particular extrañamiento. Ese extrañamiento impresiona al comienzo, cuando recién conocemos al personaje protagónico, un posible ingeniero en hidrocarburos. Un técnico respetado, obedecido, que conoce su oficio, pero reservado, casi ermitaño, capaz de reacciones inesperadas, muy poco sociable, por decirlo amablemente. En vísperas de vacaciones ese hombre recibe el pedido de un amigo que debe internarse. Luego percibiremos que allí hay una amistad de otros tiempos. De cuando este tipo era normal y tenía familia. Ahora debe dar una mano en el negocio del amigo. Y por un tiempo también deberá hacerse cargo de la familia del amigo. Una mujer, dos hijas adolescentes. Nada fácil, sobre todo para quien se ha cerrado a las relaciones y las emociones. Nada fácil tampoco para ellas. No corresponde adelantar detalles. Solo decir que la acción transcurre en Rio Grande y Ushuaia (no precisamente la parte turística, pero el paisaje igual es atractivo), en meses de frío y nieve barrosa, que hay un par de canciones melancólicas en inglés, de Alexi Murdoch, un prólogo singular, y dos escenas todavía más singulares. La primera, de perturbadora emoción, es una despedida espiada detrás de la puerta. La otra, en la ducha, es un reencuentro que descubriremos simbólico y tremendo, pero necesario. Alguien dirá por ahí que ésta bien podría ser una película americana filmada en Alaska. Tono, circunspección y ambiente hacen pensar algo así. Pero esas dos escenas marcan la diferencia, y además, y sobre todo, comparada con cualquier americana de asunto y estilo parecido esta película le gana limpiamente por una nariz. Y acá actúa Diego Peretti. Un Peretti totalmente distinto, notable, con recursos inhabituales, que impresionan como si fuera otro, que vemos por primera vez. Y en cierto sentido es la primera vez. La escena donde empieza a aflojar, un primer plano con cámara quieta, palabras precisas y expresión contenida, es de antología. A su lado, Claudia Fontán, igualmente señalable, Alfredo Casero, y las chicas María Casali y Eugenia Aguilar. Música, Iván Wyszogrod. Fotografía, Nico Hardy. Sonido (esencial), Catriel Vildisola. Productora ejecutiva, Dolores Llosas. Temas de Murdoch: "Wait" y "Towards the Sun".
La Reconstrucción es, en todo sentido, una sorpresa. Lo es por un director como Juan Taratuto que, con un promedio de trabajo de una película cada dos años, se tardó cinco en volver a la pantalla grande, número que se acrecienta si se considera el éxito arrollador que había sido Un Novio para mi Mujer. El mayor motivo de asombro, no obstante, es que un realizador que proviene del lado de la comedia –no tengo ningún afecto por esa faceta en No sos vos, soy yo, como si lo tienen otros- se despache con un drama de esta naturaleza. El cada vez más grande Diego Peretti –acompañado por buenas interpretaciones de Claudia Fontán y Alfredo Casero- se pone al frente de una propuesta íntima de exploración personal y emociones contenidas. Lo encuentra como Eduardo, quien vive en soledad recluido en la Patagonia, locación que permite un aprovechamiento de los espacios abiertos además de un bello retrato del sur argentino, en donde ha desencantado en una suerte de ermitaño a medias que va camino a la desconexión total. Trabaja y es un destacado valor en su planta, un último jirón de vida civilizada para un hombre que ha decidido mantenerse de la caza en un hogar desvencijado. Desde el primer momento se evidencia que este ascetismo autoimpuesto es un castigo por algo que le ha sucedido, detalle que Taratuto mantendrá resguardado con pulso firme durante buena porción del metraje. Es hacia la segunda parte en la que todo empezará a brotar de una forma que condice los cuidados iniciales, no solo con la revelación de los secretos guardados, sino con el apuro de resoluciones de los personajes centrales, específicamente en torno al concepto del duelo. Peretti entrega una actuación notable y sincera en la piel de un protagonista que, pese al rechazo que debería generar con sus actitudes, logra un fuerte vínculo empático con el espectador. El hombre se ha desprendido de todo. Come con las manos por más que se queme, usa una lámpara con extensión como los electricistas para moverse por su casa –es decir que tiene luz eléctrica, sólo que elige la complicación- y tiene una falta de cuidado patente para con su propio bienestar. La hiperbolización de los rasgos de este sujeto podría quedar en el ridículo en las manos de cualquier otro, pero él convence y conmueve. Taratuto incursiona en el drama más introspectivo, lidia con otro tipo de problemas, madura y rompe el techo temático bajo el que se colocó años atrás, justamente con un personaje que, para salir adelante, también debe correrse de su zona de confort.
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Primer drama de Taratuto tras tres comedias exitosas Juan Taratuto corría el riesgo de ser encasillado como un típico director de comedias comerciales. Tanto su debut (“No sos vos, soy yo”) como su segundo largometraje (¿Quién dice qué es fácil?) además de compartir el mismo género tenían en el rol central a Diego Peretti, a quien a esta altura ya se lo puede calificar como su actor “fetiche”. Su tercera comedia (“Un novio para mi mujer”) apuntó aún más alto, comercialmente hablando, al convocar a Adrián Suar, hoy por hoy la máxima figura local en la comedia de la misma manera que Ricardo Darín lo es en roles dramáticos. Con esos antecedentes pocos hubiesen apostado a un cambio de registro tan agudo como el que muestra en “La reconstrucción”, cuarto largometraje en su exitosa carrera. Lo único en común con algunos de sus films anteriores es el regreso de Peretti, aunque en un rol totalmente opuesto, lo que valoriza su riqueza actoral. Eduardo, su personaje, es un técnico petrolero que trabaja en el sur argentino, cerca de Río Grande y no muy distante de Ushuaia, a la que se dirigirá al ser convocado por su amigo Mario (Alfredo Casero). Este se encuentra en un estado delicado de salud y necesita que durante unos días, en que se hará unos tests en un hospital, Eduardo lo reemplace en la atención de su negocio de ventas de souvenirs. Mario a su vez está casado con Andrea (Claudia Fontán) y tiene dos hijas adolescentes (notables performances de Eugenia Aguilar y María Casali). La galería de personajes se reduce a este reducido núcleo, lo que resulta comprensible dado que Mario y especialmente Eduardo no parecen tener muchos amigos ni familia cercana. En verdad a lo largo del relato se irá revelando que el último nombrado tuvo una esposa y conserva un hijo, del que está bastante distanciado. Los dramáticos acontecimientos que tendrán lugar de allí en más son algo previsibles, siendo el título de la película bastante revelador. Pese a lo señalado el enfoque intimista de Taratuto, con predominio de silencios y monosílabos sobre todo en el personaje de Peretti, sostiene la trama y en algunos momentos, como uno cerca del final logran conmover al espectador. Es saludable el intento del realizador en su giro dramático y destacables las interpretaciones que consigue de sus actores. Los aspectos técnicos: fotografía (Nico Hardy) y música (Iván Wyzogrod) realzan los logros de “La reconstrucción”.
Diego Peretti es Eduardo, un trabajador de la industria del petróleo del cual en principio contamos solamente con algunos datos a nivel laboral con algunas primeras escenas que ofrece la película. Más tarde, cuando llega a su casa, ya nos sumergimos un poco más en su mundo y con sólo algunos primeros detalles es evidente que se encuentra atravesando desde hace mucho tiempo, un momento particular, de crisis personal. Con situaciones que lo muestran casi al borde del abandono, no contaremos sino hasta más avanzado el film, con los datos necesarios que el guión irá aportando progresivamente, para tener más claro el cuadro de situación de este personaje central del filme. Un guión que elige ir dejando marcas, pistas, muy lentamente sin invadirnos de información en las primeras imágenes, con lo que requerirá la paciencia necesaria para ir armando su perfil y su historia personal. Sabemos que también inicia su periodo de vacaciones y conjuntamente con esto, aparece el llamado de un viejo amigo que hace que Eduardo deba trasladarse hasta Ushuaia. Mario (Alfredo Casero) vive allí con su esposa (Claudia Fontán) y sus dos hijas adolescentes y necesita pedirle que se quede a cargo del negocio familiar de regalos y souvenires patagónicos, sólo por una semana. Ya desde un primer momento, la dinámica familiar en la casa de su amigo y el contacto que comienza a tener con el público en el negocio, hacen que Eduardo tenga que romper en cierto modo con esa desconexión básica que parece tener con el exterior. Ese será quizás el primero de los muchos movimientos internos, vivencias, emociones, cambios, que se irán gestando y desplegando en ese tiempo. Un tiempo que finalmente quedará grabado como mucho más profundo que unas simples vacaciones. "La reconstrucción" es una sorpresa por varios motivos. Primeramente porque es un propuesta arriesgada y más aún si viene de la mano de Juan Taratuto, de probadísima eficiencia y éxito en el terreno de la comedia con sus anteriores trabajos en "No sos vos, soy yo" "Quién dijo que es fácil?" (ambas con el protagónico de Diego Peretti, una especie de actor fetiche del director) y otro gran éxito de taquilla como fue "Un novio para mi mujer". Casi absolutamente ninguna de las marcas de sus trabajos anteriores aparecen en "La Reconstrucción" donde uno de las pilares sobre los que parece trabajar, es no solamente mostrar el proceso de cambio del personaje central, sino testimoniar en cierto modo su propio proceso de cambio. Demuele todo el camino construido por el director, para iniciar algo completamente antagónico, cinematográficamente hablando, aunque Taratuto logre la misma precisión y muy buenos resultados. El paisaje helado e inhóspito de la Patagonia parece ser el escenario ideal para que se mueva Eduardo, congelado hace tiempo en sus sentimientos. Ya desde el cuadro geográfico en el que está inmerso aparecen la desolación, la incomunicación, las distancias y la soledad, con lo que se convierte en el espacio óptimo para plantear esta historia de desconexiones afectivas y de posibles reparaciones. Peretti una vez más le pone el cuerpo a este nuevo personaje -con el que no es fácil lograr una empatía a primera vista- y se carga prácticamente la película a sus espaldas construyendo a Eduardo desde el fondo, para que aparezca luego, indiscutiblemente, en la forma. Taratuto elige más contar la historia y construir a sus personajes, desde los silencios o desde las pequeñas acciones que desde los diálogos. Y aún cuando hay situaciones en donde imprime un ritmo demasiado ceremonioso, más apuntado a lo formal y parezca un tanto solemne, con el discurrir de la película logra el clima intimista que se necesitaba para retratar este proceso. Junto a Peretti, dos actores de probada trayectoria en el terreno de la comedia, también demuestran un cambio, desplegando su veta más dramática: Alfredo Casero aparece en un Mario mucho más contenido y sereno que en sus trabajos anteriores (como "Dos más Dos", "El día que me amen" o "Todas las azafatas van al cielo") aún cuando siempre pone su impronta personal en cada papel. Claudia Fontán, por su parte, transmite toda la emocionalidad a flor de piel de Andrea, sus contradicciones, sus quiebres, sus dudas. Y en muchas de las escenas que le toca jugar, su fuerte presencia en la pantalla ya dirá todo, sin necesidad de subrayar demasiado con diálogos que expliquen lo que pasa. Fontán acierta en la construcción de un personaje completamente en las antípodas de sus trabajos televisivos, llenos de extroversión y casi construidos al ritmo de sitcom. Muy en el sentido en que Taratuto traza un camino completamente nuevo dentro de su filmografía, Fontán transita en el mismo andarivel, entregando un trabajo visceral y absolutamente diferente a otros anteriores como en "Igualita a mi" "Un día en el paraíso" o "El hijo de la novia" y quizás más compatible con la película que rodó en España junto a Eduardo Blanco, "Pajaros Muertos", aún inédita en nuestro país. Otro acierto en el casting son las dos adolescentes, hijas de Mario y Andrea, Maria Casali y Eugenia Aguilar que son quienes aportan la cuota de chispa en algunos diálogos y distienden algunos momentos dramáticos del guión. Una apuesta fuerte de Taratuto de la que sale triunfador. Seguramente en caso que elija seguir transitando por este camino, logrará también descomprimir un poco más ese rictus ascético que le imprime sobre todo a la primer mitad del filme en la construcción de sus personajes y poder liberarse un poco más y transitar el terreno del drama sin que esto implique olvidarse por completo de los momentos de comedia que aún en todo buen drama, pueden coexistir. Un trabajo fuerte, comprometido, que nos deja como descolocados, pensando en lo efímero de algunas cosas. Y hablando del resultado de "La Reconstrucción" creo que eso es lo mejor que puede pasar como espectadores, quedar atravesados por un sentimiento que permanece en uno, mucho después que se prendan las luces de la sala.
Un cineasta y su apuesta Juan Taratuto construyó una carrera vinculada a la comedia romántica con No sos vos, soy yo (2004), ¿Quién dice que es fácil? (2007) y Un novio para mi mujer (2008), que por ende hilvanó un horizonte de espectador que espera ver determinadas cosas cuando se le presenta un nuevo film del director. Sin embargo, con La reconstrucción, el realizador apuesta a romper con los esquemas previos y los prejuicios, dando un giro de 180º en su filmografía. Es que La reconstrucción es un drama hecho y derecho, casi sin humor (incluso las secuencias que podrían ser catalogadas como humorísticas están cimentadas desde una perspectiva dramática), que seguramente va a desconcertar a los que esperaban ver lo nuevo “del director de Un novio para mi mujer”. De hecho, es notorio el contraste entre el tráiler (que intenta vender una comedia con aspectos dramáticos, casi como una de las Historias del corazón, a ser presentada por Virginia Lago) y lo que se ve finalmente en el largometraje. El film arranca centrándose fuertemente en Eduardo (Diego Peretti), un trabajador de la industria petrolera terriblemente parco, inexpresivo y hasta mala leche en ciertas ocasiones, en el que se puede intuir un pasado doloroso. Ya Taratuto arriesga fuertemente desde el vamos, porque nunca sale del punto de vista de este personaje, jamás toma un descanso y por momentos el asunto se torna asfixiante. Y el tono continúa a pesar del avance del relato, con Eduardo teniendo que trasladarse de Río Turbio a Ushuaia para darle una mano a un antiguo amigo, Mario (Alfredo Casero), quien debe hacerse una operación impostergable y necesita que le cuiden tanto su negocio como su familia, integrada por su esposa, Andrea (Claudia Fontán) y sus dos hijas. Lo que sigue es tan lógico en sus giros que ni siquiera los giros del guión están muy marcados y la historia fluye casi como un río, con apenas un diálogo fuerte, donde Eduardo y Andrea dejan aflorar un poco de sus sentimientos. Incluso se percibe que el director pareciera interrogar, desde el lugar de alguien que conoce a la comedia al dedillo, a los códigos, herramientas y situaciones de las típicas narraciones dramáticas focalizadas en tópicos como la pérdida y la redención. Un ejemplo es una escena donde Taratuto utiliza la profundidad de campo, sosteniendo el plano, mostrando en el fondo a Andrea y sus hijas discutiendo por una tontería, mientras en primer plano se lo ve a Eduardo comiendo con cara de nada. Es evidente la intención primaria de mostrar la desconexión del protagonista con su contexto, pero hay además una voluntad de dialogar con lo esperable dentro del género dramático, como preguntándose si estas discusiones no son ya demasiado típicas en las familias en casos de pérdidas repentinas, si esto no está ya está demasiado transitado, si por ahí hay otras formas de contar esto, porque las familias e individuos no son siempre los mismos. La sequedad con que va manejando los acontecimientos le permite a Taratuto salirse de lo obvio, y eso se nota incluso en las actuaciones, ya que Peretti, Casero y Fontán también eluden las expectativas previas: los tres en ningún momento caen en el desborde y menos que menos en el chiste fácil, llegando a extremos en el caso del primero. También es cierto que este virtuoso medio tono por momentos se convierte en defecto: el film repite el estereotipo del sur argentino repleto de gente parca, con demasiados problemas a cuestas, y a la vez cuesta identificarse con el cambio en Eduardo y su reapertura hacia lo que le propone el mundo. No deja de ser llamativo que por momentos diera la impresión de que el director notara esto, y en consecuencia cae en algunas escenas y líneas en los últimos momentos que se podría decir que están de más, aunque nunca calificarlas como de trazo grueso. Primera obra realizada con su productora propia, aunque financiada por Telefé, La reconstrucción puede vislumbrarse como la película que Taratuto quiso hacer en este momento, su momento, contra viento y marea. Difícil que el film tenga éxito, pero no deja de ser un acto de saludable atrevimiento, mucho más interesante que la gran mayoría del cine argentino, más si tenemos en cuenta que proviene de uno de los máximos exponentes de la parte más industrial.
Una sombra ya pronto serás “La reconstrucción” es el primer drama que dirige Juan Taratuto, sobre un hombre sin nada que perder que emprende un viaje a Ushuaia, donde volverá a encontrar sentido a su vida. Nuestro comentario. La primera secuencia de La reconstrucción cumple con dos objetivos: establece el tono de aspereza dramática que tendrá la película y plantea el interrogante del personaje principal. Un hombre conduce sobre una ruta del sur. Sobre la banquina, una chica grita auxilio desesperada, al lado de un auto volcado. Él mira de reojo, acelera y sigue de largo. ¿Qué le pasó a este personaje para ser inmune al dolor ajeno, a la más eminente humanidad? Ese es el norte del relato de Juan Taratuto, que se aleja de las comedias (Quién dice que es fácil, Un novio para mi mujer) para contar una historia de dolor y redención. El conductor en cuestión es Eduardo (Diego Peretti), un hombre huraño, solitario y seco, que trabaja en una plata petrolera del sur. No tiene a nadie y no se preocupa por nadie. Hasta que un día, un viejo amigo (Alfredo Casero) lo llama para pedirle un favor, y Eduardo se ve casi obligado a viajar más al sur (a Ushuaia) para estar con su amigo y su familia, integrada por su mujer (la convincente Claudia Fontán) y dos hijas. Taratuto cambia de página, de género y de tono, y para eso se va no sólo al punto más extremo de la geografía argentina, sino también al punto más áspero del drama. La reconstrucción es un filme duro, de diálogos lacónicos. Y enlaza directamente con esa tradición tan del cine y la literatura argentina, del viaje introspectivo y solitario al sur patagónico, en el que el paisaje, el viento y el horizonte dicen más que los personajes.Por eso, justamente, es difícil evitar comparaciones, sobre todo tras toda una filmografía de Carlos Sorín, un experto en encontrar la expresividad de esos páramos en la fotografía de sus películas. La reconstrucción en ese aspecto, quizá peca de minimalista en exceso. Y mientras los personajes callan y la cámara apenas capta sus miradas, el retrato del lugar es acotado, funciona apenas como clima de fondo. Sin embargo, el cambio de dirección de Taratuto abre un nuevo camino, que evita con dignidad el melodrama y el golpe bajo y se anima a contar una historia incómoda.
La tristeza puede tener un fin La nueva producción del director Juan Taratuto deja de lado su especialidad en la comedia romántica y pone el mayor acento en el tono melancólico de la historia y sus personajes, con actores como Peretti, Casero y Fontán. En la segunda mitad de La reconstrucción se produce un momento que resume las intenciones de la película. Además, es el instante necesario para que Eduardo (Diego Peretti, excelente) comprenda su dolor y el dolor de quienes lo rodean. El personaje se está duchando y una mano empieza a rodear su cuello. No importa de quién es, porque en principio es solo eso, una mano que acaricia a un personaje derrotado, furioso, nada altruista, silencioso, con una bronca interna que la película develará en el transcurso. Juan Taratuto realizó en su cuarto opus un drama de silencios, pesares y ausencias de un pasado cercano y de un presente inesperado, luego de la trilogía de comedias desde las que se convirtió en un emperador genérico en su vertiente industrial. Pero aun en algunos momentos de aquellos films se desliza una pátina melancólica sobre personajes abandonados que deben superar una crisis. El diálogo por celular entre Peretti y Soledad Villamil en No sos vos soy yo, cuando se produce la ruptura de pareja, está teñido de un matiz agridulce y de despedida, aumentado por la voz de Jorge Drexler desde la banda de sonido. En La reconstrucción cambia el paisaje y el tono. La nieve de Tierra del Fuego tiene barro y cobra protagonismo para describir la vida un ser huraño, al que no sabe qué le ocurre ni tampoco porqué no detiene su auto cuando una mujer le pide ayuda luego de un accidente. Eduardo trabaja, habla poco y nada y cuando lo hace se comunica con monosílabos que parecen gruñidos de alguien que carga una cruz muy pesada. Aparecerá su amigo junto a su familia (sólidas interpretaciones de Casero, Fontán y de las adolescentes Aguilar y Casali), el dolor inesperado y la posibilidad de que Eduardo cambie de eje, se comprometa otra vez con la vida y trate de olvidar ese pasado cercano que le corroe el alma y que hasta lo expone a algún ataque de furia sin sentido. La reconstrucción tiene la virtud de no ir más de sus acotadas y bienvenidas pretensiones. A Taratuto le importa ese pasaje que media entre el dolor más crudo y la chance de salir adelante. Pero no lo hace desde la contundencia verbal ni por vía de la lágrima fácil. Calibra los tonos con astucia y maneja los tempos narrativos con sutil sabiduría. En este punto, el segmento en que el personaje de Casero permanece internado en el sanatorio se manifiesta como una lección de cine en el uso del fuera de campo y del espacio off. Al fin y al cabo, esos tempos pausados del relato, representan aquello que Eduardo necesita para comprender y destruir su tristeza y las de los otros. Pese a los duros, durísimos golpes de la vida.
Y un día, todo empieza a cambiar La escena inicial marca el tono: Eduardo (Peretti) avanza con su 4x4 por las rutas del sur; en su rostro hay dolor, desamparo, tristeza, vacío; una mujer al costado de la ruta le pide ayuda y él no se detiene porque está tan desbordado de angustia que ni ve ni siente lo que pasa a su lado. Hosco, ajeno, lleno de silencios, Eduardo acepta ir a Ushuaia para darle una mano a su amigo Mario (Casero) que está casado y tiene dos hijas adolescentes. Y no se puede contar más. Es un drama. Lo escribió y lo dirigió Juan Taratuto, un director que ha demostrado ser uno de los mejores autores de comedia del cine nacional (“No sos vos, soy yo”, “Un novio para mi mujer”, “¿Quién dice que es fácil?”) y que aquí se atreve a incursionar en un género absolutamente distinto. Y lo hace con dignidad, con buenos apuntes, con un guión concentrado y de pocas palabras. Es cierto, el remate parece apresurado y poco creíble, pero el clima está logrado y hay un soberbio trabajo de Diego Peretti, que dibuja con finos trazos a un ser arrasado por la pena y el desasosiego. Es una historia triste sobre las segundas oportunidades que ofrece la vida. Y habla de la soledad en un paisaje que parece convocarla. Enseña que aun las crisis más arrasadoras pueden marcar el camino de un recomienzo. Y nos lleva a un lugar que lo dice todo: Ushuaia, donde todo termina y todo puede comenzar. Los personajes, transidos de dolor, saben que allí el cielo está siempre gris y el anochecer parece eterno, pero también aprenderán que el amanecer siempre llega, trayendo renacimiento y luz.
En tierras ásperas No es fácil arriesgar. Y menos cuando se probó la zona de confort del éxito. Sin embargo, el director Juan Taratuto, que se hizo conocido con comedias como “¿Quién dijo que es fácil?” y “Un novio para mi mujer”, decidió encarar un cambio de género y registro con “La reconstrucción”, su cuarta película. “La reconstrucción” es un drama áspero, sin concesiones, que bucea en temas profundos como la muerte y la elaboración de los duelos. En el centro de la trama está Eduardo (Diego Peretti), un trabajador de la industria petrolera que vive en un total abandono, hundido en una depresión que exterioriza con una terrible apatía. El personaje sale levemente de su carcasa cuando acude a la llamada de un amigo que vive en Ushuaia. Pero allí, en el fin del mundo, el protagonista se encuentra con un hecho inesperado que va a sacudir su estructura. La película logra captar momentos de fuerte dramatismo que se expresan en silencio y sin golpes bajos. El director también acierta en poner la geografía al servicio de la trama: los paisajes del sur aparecen despojados de su encanto turístico, y por el contrario se acentúa su costado de desolación y aislamiento. Peretti, por su parte, logra componer un personaje que realmente duele. El único punto en contra es que el guión parece apurarse en la resolución, entonces el desenlace no tiene el impacto o la fuerza esperada.
Un hombre solitario: ¿Puede reconstruir su vida? ¿Existe una segunda oportunidad? El cineasta Taratuto (“¿Quién dice que es fácil?”, “Un novio para mi mujer”), viene más de la comedia y ahora se introduce en el drama, aquí se toma sus tiempos para ir mostrando a uno de sus personajes principales.Eduardo (Diego Peretti), un ser solitario, huraño, antisocial, seco, hosco y sin modales, trabaja en la industria del petróleo en la zona de Río Turbio (Provincia de Santa Cruz). En su cabaña solo se alumbra con un farol, se las ingenia para vivir, se nota en su rostro la tristeza, hundido en una gran soledad, sin emociones y lleno de frustraciones. Pero su rutina es alterada cuando debe viajar hasta Ushuaia (Provincia de Tierra del Fuego), por unos días. Surge el viaje por la ruta, su personalidad la muestra una vez más en el camino y se presenta el reencuentro con su amigo Mario (Alfredo Casero) y su familia compuesta por Andrea (Claudia Fontán) y sus dos hijas adolescentes :Ana (María Casali) y Cata (Eugenia Aguilar). En esos días llega el imprevisto que cambiará el rumbo de su vida y quizás tenga la posibilidad de reconstruir su pasado, su presente y porque no proyectar su futuro. El film nos va introduciendo en el melodrama, se va realizando una descripción con imágenes, gestos, situaciones y conflictos, cada unos de los personajes tendrán que reencontrarse, en medio de un paisaje atractivo, pero por momentos sus vidas se encuentran tan frías como ese hielo y la lluvia helada que los rodea, va abordando varios temas: la rebeldía, la soledad, el dolor, la muerte, la separación, la ausencia, los miedos y el amor, para cada una de esta situaciones se van creando diferentes climas. La actuación de Diego Peretti como protagonista es sublime, se pone la película a cuestas para poder llevarla adelante porque por momentos se vuelve algo densa. El personaje de Claudia Fontan es bastante dramático representando una mujer que debe afrontar la vida desde otro lugar, se destaca desde su rostro, la mirada, sus gestos, (muy buena química entre ambos) y resulta una notable actuación, y el resto de los personajes secundarios están correctos. “La reconstrucción” es un film emotivo, tierno, con estupendas locaciones y para reflexionar. Aunque por momentos puede resultar monótono, se deja ver.
PREPARADO PARA LA LUZ La reconstrucción es una de las mejores películas estrenadas en el año, habla de un director argentino que entiende qué debe hacer con los elementos específicos del cine para conmover al espectador y hacer con grandeza su trabajo. Eduardo (Diego Peretti) recorre el pasillo de su casa hasta llegar a un cuarto cerrado. Arriba de la puerta está la llave que abre ese espacio físico (y más allá de lo físico) donde tiene que entrar para buscar un bolso para acudir al llamado de un amigo. La potencia condensada en los pasos, en la mirada, en los gestos del actor, hacen que ese ingreso conmocione a quien lo mira. La puesta en escena destaca un pañuelo femenino prolijamente colgado entre los trastos viejos. Eduardo parece más abatido de lo que lo hemos visto hasta aquí. Necesita apoyarse sobre los objetos, es como si algo lo sepultara más, como si el peso más grande que pueda afrontar un hombre se duplicara o triplicara en intensidad. Esta brillante y emotiva escena condensa la descripción del personaje que Juan Taratuto, director de La reconstrucción, comenzó a narrar desde el inicio de la historia. Su película parece estructurarse en tres escenas núcleo que aúnan la carga emocional primero de Eduardo, luego de Eduardo, Andrea (Claudia Fontán) y Mario (Alfredo Casero) y finalmente de Eduardo, Andrea y sus hijas. Taratuto lleva a su protagonista por un camino con desnivel, que sube hasta el límite humano donde la angustia no tiene más lugar y obliga a crear una salida. Las decisiones del director-autor y de su colaborador autoral (Peretti quien ya nos tiene acostumbrados a textos impecables con Los simuladores) son exactas. La construcción del off mediante sonidos, objetos que pasan de un campo a otro, miradas, hace que La reconstrucción sea hasta aquí el estreno del año. Pero volvamos a esas escenas núcleo. La segunda. A ella llegamos conociendo más a Eduardo, valorando su gesto de ayuda para con su amigo Mario, pese a ese mundo interno que lo mantiene anulado, casi tapado por la mugre (la de su cuerpo, la de su ropa, la de algunas de sus actitudes poco fraternas), quizás a salvo, de la (otra) muerte. Si nos parecía que Taratuto no podía conmocionarnos más que con aquella entrada al cuarto en la casa de Eduardo, nos equivocamos. Todos los elementos del cine al servicio de la sensibilidad del director hacen que duplique esa emoción antes experimentada. Como si estuviésemos en un melodrama de Douglas Sirk la banda sonora combustiona con las interpretaciones de Peretti y Fontán para declarar nuestro colapso. El plano general forzado de manera que contiene a los personajes y a su entorno pero que nos permite el detalle de su rostro, de su gestualidad sumado al off que invade el campo provocando un impacto en la vida de los protagonistas tan fuerte e intenso como el miedo más humano. Todo administrado por Taratuto con ondas expansivas cuyo epicentro no deja de irradiarnos. La reconstrucción es la historia de la búsqueda de la identidad de Eduardo, una construcción desmoronada por la muerte. Es el camino de un hombre que ha fracasado, que se ha topado con el límite humano, que ha sido “bloqueado” por ese sin sentido. Este recorrido nos lleva a la última de esas escenas. Previo a este punto, un cambio radical en la puesta en escena: hay más luz (desde la fotografía y desde todos los aspectos fílmicos). Hay un cuerpo que se baña y otro que acaricia, gestos de solidaridad, de cuidado por el otro y por sí mismo. La llegada a esa hermosa escena será de la manera que Eduardo arribó a todos los puntos de su itinerario: con su camioneta. Este dato concreto habla de otro acierto: el uso correcto del símbolo. Serán varios los intentos de apuntalar a ese ser, pero el interesado deberá consentir ese nuevo destino, deberá estar preparado para la luz. Así llega el protagonista a esta última escena núcleo donde con un gesto humano se encuentra física y metafísicamente consigo mismo y con los otros.
Algo del orden de la verosimilitud mal constituida y del peor desarrollada es lo que gravita indefectiblemente sobre esta producción. Los primeros cincuenta minutos giran en torno a la construcción de un personaje. En la primera secuencia nos enfrentamos a Eduardo (Diego Peretti) manejando un vehiculo de los de alta gama, léase muy caro, por rutas del sur argentino, algo muy identificable sobre todo por lo desértico y árido. En medio de esta situación Eduardo y nosotros vemos el resultado de un accidente automovilístico, un auto volcado al costado de la ruta y una mujer pidiendo auxilio, pero él no detiene la marcha, sigue de largo, no por no haberlo visto sino sólo porque decide continuar sin prestarle atención. A partir de este incidente toda su presentación, excesivamente larga, no hace más que confirmar que estamos frente a un típico misántropo, hecho y derecho, además de ingeniero vinculado a la extracción del petróleo. ¿Metáfora de alguien que perfora para hacer salir y poder mostrar lo que tiene adentro? Puede ser, pero resulta muy poco, al menos en un principio, ya que todo quedaría supeditado a la libre interpretación de los espectadores. No se dan razones. Mejor dicho, el director decide no justificar al personaje, y sólo la llamada de un amigo hará que por primera vez su accionar vaya dirigido hacia la ayuda que le solicita Mario (Alfredo Casero). Éste vive en Ushuaia con su familia, una mujer y dos hijas adolescentes, y opera como dueño de un negocio de venta de artículos para turistas. A punto de internarse en un nosocomio para realizarse exámenes físicos por una dolencia, le solicita que se haga cargo del grupo familiar y del comercio, al menos por un tiempo. Situación que sólo se devela con la llegada de Eduardo a la ciudad más austral del mundo. Esta situación, a partir de determinados sucesos, hará que las tres mujeres se vean obligadas a interactuar con el recién llegado. Todos los actos de todos los personajes son aceptados de manera inmediata, sólo porque quiero creer que así esta escrito en el guión, tal es el descuido sobre su construcción y la de los personajes. Para colmo, querer arreglar este desatino con alguna frase, y no con acciones, que justifiquen el maniobrar de Eduardo, y presentar un giro empático con tintes de golpe bajo, es tomar al espectador por tonto, o podría pensar qué es lo que pudo haberse hecho. Dicho esto, se aprecia que todos los rubros técnicos son impecables, desde la dirección de fotografía hasta el diseño de sonido. Lo mejor del filme son las actuaciones, pues Diego Peretti conforma un personaje difícil y lo hace de manera extraordinaria, en tanto Alfredo Casero esta muy bien… contenido, o digamos que dirigido, ya que evita exageraciones en el trazado de su personaje, lo que se agradece. Por su parte Claudia Fontán, en el papel de la esposa, también cumple casi a la altura de Peretti, en tanto las responsables de animar a las hijas hacen lo que pueden con lo que les tocó en suerte. El punto es que no puede sostenerse un filme sólo por las actuaciones, menos aún cuando más de la mitad del metraje hace foco solamente en un personaje, lo que permite observar claramente que la falla esta en el guión, por lo que ya no importa si la elección de las posiciones de cámara son correctas, si el montaje es clásico, si los encuadres son muy buenos. La primera premisa cinematográfica no se cumple, no entretiene. Conclusión, aburre todo el tiempo, y el final sorprende por lo ofensivo hacia los espectadores.
Volver a empezar Primero lo obvio: La reconstrucción representa un cambio dramático de tono respecto del cine anterior del director y guionista Juan Taratuto. El humor no es ahora una música constante que acompaña los movimientos de los personajes, ese aire ligero destinado a seguir, por ejemplo, los bailoteos atolondrados de Diego Peretti mientras se hunde cada vez más en el estupor porque su mujer lo dejó y él no fue capaz de prever el golpe (como en No sos vos, soy yo): esta vez, en cambio, el héroe de Taratuto (de nuevo Peretti) está ya en el fondo del pozo, en una zona indefinida de catatonia emocional que lo convierte en un pariente cercano de los protagonistas abandonados y endurecidos por la vida de películas tan dispares como Nacido y criado (Pablo Trapero), Días de pesca (Carlos Sorín) o incluso de Liverpool (Lisandro Alonso), criaturas que andan como sonámbulas por esa tierra de los desamparados que aparenta representar el extremo sur de la Argentina en parte del cine reciente. De manera que la película deja de lado los modales tal vez un poco chuscos propios de lo que parecía ser la especialidad del director, a saber, esas comedias simpáticas, a veces un poco zonzas pero inofensivas, de gran repercusión popular y vocación por trabajar el costado humorístico de las relaciones amorosas como si fuera el pasaporte obligado a alguna clase de saber, resignado y levemente amargo, de reparación universal, para reemplazarlo por un manto de amargura genuina. La reconstrucción no disfraza nada. El director sigue la lógica de una cierta franja transitada por el cine independiente americano para expresar un dolor de contornos reales con el menor desgaste de gestos permitido, usando además adecuadamente las posibilidades crepusculares del paisaje, tanto natural como urbano, la funcionalidad perfecta de la música (más que nada con la inclusión sorpresiva de dos canciones en inglés) y la capacidad de expresión de los actores, sometida a un verdadero tour de force en la administración de sus recursos como tales que resulta por lo menos sorprendente. Taratuto filma días grises y noches heladas en las que refulgen de pronto las luces de la ciudad con una fuerza emocional que parece provenir directamente de esa franja misteriosa –siempre sujeta a apreciaciones risibles– que es la interioridad de los personajes. Por momentos, La reconstrucción nos dice como en un murmullo que esos seres que se tambalean arrollados por la sorpresa guardan una inclinación poderosa por no dejarse arrastrar hacia el abismo. Con esa premisa en mente, el director elabora una modesta parábola sobre del resurgimiento de los vínculos afectivos dormidos que opera, también, como fábula acerca de la función reparadora del encuentro con el otro.
Emocionar sin golpes bajos La Reconstrucción comienza presentando a Eduardo, el personaje que interpreta Peretti, y lo hace a través de un gesto: estamos frente a un personaje que no para su camioneta para ayudar a una chica desesperada que ha tenido un accidente a un costado de la ruta. No hace falta nada más que eso para que sepamos frente a qué tipo de personaje estamos. Un Peretti tosco, ermitaño, rústico, en un papel muy arriesgado, porque no es en el que el público está acostumbrado a verlo y porque es un personaje que la mayor parte de la película no causa empatía alguna, y hasta quizás rechazo en sus modales, su trato con las personas, su mirada casi perdida y extrema sordidez...
Cuando el alma duele En su cuarto largometraje, el realizador argentino Juan Taratuto se arriesga con un fuerte cambio de género, tono y registro. Si bien mantiene a Diego Peretti como protagonista, se sumerge en terrenos más ásperos y oscuros. Ese cambio también se refleja en el paisaje: abandona la gran ciudad para viajar hasta el sur patagónico donde aborda conflictos y sentimientos inéditos hasta ahora en su filmografía (“No sos vos, soy yo”/ “Quién dice que es fácil” y “Un novio para mi mujer”). Eduardo (Peretti) es un obsesivo y eficiente trabajador en la dura industria del petróleo. Desconectado de cualquier tipo de emoción, parece una isla abandonado en sí mismo: se desentiende de sus dolores físicos y de su apariencia, está siempre desalineado, no se saca los guantes de trabajo ni para comer y duerme como un faquir sobre una cama que parece una catrera de campaña. De su pasado nada se sabe pero sus días presentes lo muestran en una soledad que solamente mitiga trabajando. No es casual que sean las vacaciones impuestas por reglamento, lo que dispara el proceso de humanización del personaje. A pesar de su desinterés por todo lo que lo rodea, aparece la decisión de ocupar su tiempo libre con un amigo lejano que necesita de su ayuda. Él no sabe bien los detalles pero parte hacia Ushuaia para averiguarlo. Hasta aquí, las palabras se escuchan como con cuentagotas y las acciones con planos y gestos elocuentes. Todo converge para transmitir el grado de aislamiento, desconexión y amargura que acumula Eduardo bajo una máscara impasible. Fuera del marco de una estética televisiva, desde la puesta en escena y el montaje, la vida aparece mirada por los cristales del protagonista, con un guión trabajado desde el punto de vista de la puesta en escena y la parquedad verborrágica de los personajes. La mirada optimista El dolor, sus efectos y reparaciones son el gran tema de la película pero no tanto el dolor físico sino más bien el sufrimiento interno. La pérdida irreparable en la historia que se cuenta es un punto de giro en la vida de cada uno de los personajes y la posibilidad de reformular; de seguir viviendo y aceptando que es así. La reparación o reconstrucción es intrínseca, comprendiendo que la muerte es parte del contrato, que está en el tablero de juego, aunque no se quiera ver. La película subraya la posibilidad de que las pérdidas deberían potenciar los lazos que subsisten. Al hablar del dolor, el poeta César Vallejo decía que “... de resultas del dolor,/ hay algunos que nacen, otros crecen, otros mueren’’ . Es una de las opciones para este personaje, que comienza acorazado emocionalmente, pero que logra ponerse en movimiento. Sin buscarlo, el azar golpea a su puerta para darle la posibilidad de volver a construirse. A pesar del componente dramático, el director asegura que este filme tiene la esencia de sus tres comedias anteriores que coinciden en el interés de ahondar en las relaciones humanas. El enfoque puede ser algo más duro que en las otras, pero esa esencia se mantiene. Eduardo comienza a transitar un camino que viene desde su pasado y que lo pone en el presente con la necesidad de bucear más profundo, tal vez de forma muda, pero siempre con movimiento. La película tiene una mirada optimista de la vida, porque sigue atravesando historias de personajes, de relaciones humanas que pueden mejorar, de ahí la continuidad. “La Reconstrucción” abre un mundo que sigue decantando después de verla, emociona desde lo profundo. Párrafo aparte merece la sensible iluminación, sorprendente en algunas escenas intimistas, como una de las más dramáticas entre los también buenos actores Claudia Fontán y Alfredo Caseros -que se muestra a contraluz- donde el espectador se siente un espía de momentos inefables. Allí, además, con naturalidad asombrosa el guión se permite un guiño cómico para cerrar un momento de máxima emoción.
Juan Taratuto, director de las comedias, "No sos vos soy Yo", "¿Quién dice que es fácil?" y "Un Novio para mi Mujer", incursiona en el género dramático con su nuevo film La Reconstrucción, un drama intimista que se enfoca en un hombre solo, rutinario y algo abrumado y abandonado que sin proponérselo consigue reconstruir no solo su vida personal sino la su familia más cercana. Con paisajes de la Patagonia como escenario tiene lugar esta historia que gira en torno de Eduardo (interpretado por Diego Peretti), un callado, apático y rutinario ingeniero que trabaja en un yacimiento petrolífero y que más allá de su trabajo vive como un completo ermitaño, hasta que la llamada de un amigo rompe con su rutina. El reencuentro con su viejo amigo Mario (Alfredo Casero) y su familia sumado a otro hecho trascendental, será una prueba de fuego que le permitirá explorar sus sentimientos, enfrentarse a su pasado y la posibilidad de reconstruir su vida y la de la familia de su amigo. Con una puesta en escena que hace foco en el protagonista, y con una estética visual que aprovecha los fríos y despojados escenarios de la Patagonia para amalgamarlos con el estado de anímico de los personajes, Tarattuto va construyendo lentamente un relato que intenta permanentemente exponer los procesos personales e íntimos de sus protagonistas. Pero tras la primera media hora el relato se vuelve completamente previsible y comienza a prevalecer los clímax y atmosferas, bien logradas a través de sus ajustados diálogos, silencios incómodos y el gran trabajo actoral de su protagonista, logrando cautivar aunque no empatizar con sus personajes. Diego Peretti logra trasmitir muy bien el dolor y la angustia de un personaje al que el destino le da una segunda oportunidad, acompañado por un Alfredo Casero que sabe aportar sutilmente su humor en los diálogos para romper la tensión en los momentos justos, y una correcta Claudia Fontan en el papel de la esposa. La Reconstrucción es un film de notable calidad técnica, que atrapa por sus atmosferas y la gran interpretación de Peretti, pero con un relato previsible donde la ausencia, la soledad se transmiten más por los escenarios que sus personajes.
Bien actuada y escrita, esta historia de un hombre hosco que toma a su cargo la famlia de un amigo -más bien un “buen conocido”- que pierde la vida busca constantemente el medio tono, es decir no caer ni en el melodrama o lo lacrimógeno ni en la comedia desaforada o el grotesco. Lo logra a medias con nobleza, incluso en sus errores, sostenida especialmente por actores en estado de gracia y un paisaje que complementa sus emociones. Imperfecta pero, en cierto modo, querible.
Aportando un significativo golpe de timón a su filmografía, Juan Taratuto logra con La reconstrucción un acercamiento genuino y profundo al melodrama, alejándose de la comedia romántica y el humor, sus aparentes especialidades en el mettier. El director de No sos vos, soy yo y Un novio para mi mujer se introduce con sensibilidad y madurez en una trama dolorosa y de gran alcance emocional. Sin embargo su película va aportando pasajes en los que el drama se distiende sigilosamente, suerte de descansos dramáticos que no apelan necesariamente al paso de comedia o al apunte ocurrente, lo cual le otorga un mérito aún mayor al nuevo trabajo del realizador. La reconstrucción responde dócilmente al mandato de su título, dando pasos sutiles, apocados pero firmes, hacia el restablecimiento de sus personajes de la insondable desdicha que los aqueja. A través de una historia que integra dos o más personajes que sobrellevan situaciones críticas y que adolecen de la voluntad –o acaso de herramientas culturales- para expresar o verbalizar sus sentimientos, el film muestra un arranque ciertamente lacónico. La trama se permite luego luego alguna comunicatividad, hasta arribar al principio de una redención; otra novedad en Taratuto, con films previos profusamente dialogados. Diego Peretti en un rol complejo, atravesado por emociones ocultas, ofrece una excelente y conmovedora performance, muy bien complementado por una notable Claudia Fontán. Ambos navegan por aguas poco habituales y enriquecen, junto a las contribuciones de Casero, de las dos adolescentes y del gélido y bello paisaje fueguino, a un pequeño gran film.
Volver a empezar Un hombre solo maneja su auto por las rutas de la Patagonia argentina. En un costado del camino ve a una mujer pedir ayuda a los autos que pasan tras sufrir un accidente, pero él -pese a advertir lo que sucede- no se detiene y sigue su marcha. Una vez en su trabajo (en una petrolera) lo vemos comer desaforadamente mientras evita contestar una llamada telefónica. En sólo unos minutos queda en claro que todo lo humano parece serle ajeno al protagonista de LA RECONSTRUCCION, el drama de Juan Taratuto protagonizado por Diego Peretti. Pero también advertimos -por su mirada confundida, su incomodidad ante casi todo, sus pequeñas reacciones- que esa separación entre él y el mundo es consciente, una elección a partir de lo que, suponemos, debe haber sido un evento traumático en su vida. la reconstruccinEl camino hacia la segunda oportunidad, la “reconstrucción” a la que se refiere el título, empieza a partir de un llamado de un amigo suyo que vive en Ushuaia y que le pide si no va hasta allá a darle una mano. El, claro, preferiría no hacerlo, pero son sus vacaciones en el trabajo y no puede ya negarse a la insistencia de su viejo amigo, al que no ve hace muchos años. Una vez allá comparte algunos días con él (Alfredo Casero), su mujer (Claudia Fontán) y sus dos hijas adolescentes, que lo miran como si se tratara de un alienígena ensimismado consigo mismo, sin hábitos sociales (come con las manos) y que casi no habla ni cruza mirada con nadie. Eso sí, para no tener que convivir con esta familia disfuncional y peleadora (humana, demasiado humana), el hombre prefiere pasar las noches en un hotelucho. Pero de a poco y a partir de unos hechos que se irán revelando lentamente, a Eduardo (Diego Peretti, en una composición muy interior y silenciosa) no le queda más opción que empezar a conectarse con esa familia, que atraviesa una situación mucho más complicada que lo que él preveía al llegar. Y esas idas y vueltas son las que narrará este drama seco, de cámara e intimista, que disimula su minimalismo narrativo al transcurrir en las rutas, ciudades y espacios abiertos de la Patagonia con su gran belleza natural. la reconstruccion 2Alejado del costumbrismo humanista y minimal de Carlos Sorín (si bien hay cosas muy similares a DIAS DE PESCA aquí) pese a usar similares locaciones, Taratuto construye un drama hecho y derecho, crudo y austero, que por momentos parece más cerca del Nuevo Cine Argentino que del tipo de películas más livianas y masivas que el director de NO SOS VOS, SOY YO, QUIEN DICE QUE ES FACIL? y UN NOVIO PARA MI MUJER ha venido haciendo hasta el momento. Es que si uno le saca cierto preciosismo visual y las canciones “nickdrakeianas” del talentoso Alexi Murdoch (“Wait” y “Towards the Sun”, ambas escuchadas también en la banda sonora de AWAY WE GO, de Sam Mendes), LA RECONSTRUCCION recuerda más a NACIDO Y CRIADO, de Pablo Trapero, que a casi cualquier película, digamos, “grande” o industrial. Esa confusión entre lo que se espera que la película sea y lo que realmente es puede desacomodar a muchos de entrada, pero una vez que se entra en la lógica narrativa y estética de lo que propone el director, en sus silencios y sus tiempos, la película nunca engaña ni es otra cosa de lo que parece, un drama humano austero y emotivo sobre la posibilidad de tener segundas oportunidades en la vida. Y es entonces que la Patagonia deja de ser un escenario bello en el que se mueven los personajes para ser ese territorio alejado de todo en el que uno puede desaparecer en la piel de otro para reinventarse, transformarse, o bien, volver a empezar.
Tierra Fría No es simple cuando uno viene desarrollando una carrera como director de comedias románticas como Juan Taratuto pegar un giro de 90 grados para entregar un filme en extremo dramático.Eso es jugarse sin dudas, y confirma la inteligencia del director a no quedarse cómodamente pegado o instalado en lo que le venía funcionando, recordemos que "No sós vós, soy yo" (2004), "Quién dice que es fácil?" (2006) y "Un novio para mi mujer" (2008) tuvieron una muy buena aceptación tanto de público como de crítica, y cuando todo parecía certeza, surge la incertidumbre de conocer ahora su obra última. "La Reconstrucción" se construye presentando a Eduardo (un taciturno, desagelado, silencioso Diego Peretti) que tomándose unos dias en su labor en una gran Petrolera patagónica, irá reencontrarse con un amigo (Alfredo Casero) que intentará sacarlo de esa gris vida que lleva al ofecerle que lo reemplaze en su comercio en el centro de Usuhaia. Eduardo parece vivir cómodamente en la dejadez, en cierto abandono melancólico, vemos que bajo llave oculta una habitación con trastos de un pasado que en principio no conoceremos, pero también podemos intuir que el haber tocado fondo en su vida puede llevarlo a buscar cierta bocanda respiratoria como puede ocurrir con cualquier humano de este planeta.La trama mostrará pues como a partir de un hecho límite él tipo revisará la oportunidad que le ofrecerá la vida de desandar su solitaria alma en pena para empezar (quizás) otra vez a transcurrir. El oficio de Peretti es notable, compone un Eduardo increiblemente desolador por momentos y esperanzado por otros.Nos conmueve como forma inesperada, el paisaje frío del fin del mundo ayuda a ésto, la impecable fotografía y el resto de las actuaciones también. Hay que destacar una impresionante actuación de Claudia Fontán como la esposa de Casero y unas estupendas chicas que hacen de las hijas del matrimonio. Enhorabuena Taratuto por mostrar la capacidad de contar otra vez una historia que nos atrape.
Sobre afectos, penas y esperanzas El ambiente árido del Este de la Patagonia, el clima irascible, sus silencios, distancias y vacíos, son el reflejo del ser de Eduardo. Se trata del protagonista de la nueva película de Juan Taratuto, un director que ha mostrado en su filmografía un interés peculiar por los vínculos afectivos, que hasta el momento ha desarrollado a manera de comedia, con las efectivas No sos vos, soy yo y Un novio para mi mujer. La cinta de hoy, La reconstrucción , vira de género aunque no de eje. A modo de drama, vuelve a indagar en el amor, la amistad; lo ganado, lo perdido; lo que la vida da y quita, y la contínua necesidad del ser humano de capitalizar, madurar y seguir construyendo desde la experiencia. Sí varían en forma drástica las circunstancias y Eduardo (Diego Peretti) parece no tener nada que construir, excepto aquello que hace a su labor como ingeniero de planta de una petrolera en Río Grande. Sus movimientos se limitan a lo justo y necesario para cumplir con la tarea para la que fue contratado. Habla poco y nada. Come de lo que caza y su casa tiene el aspecto de un reducto marginal, que no condice con la posición que ocupa. Tiene la actitud de un inadaptado, y no exactamente a sus expensas, y es un ser que genera en su entorno una dualidad de rechazo-apego, que el director, muy inteligentemente, logra trasladar a la platea, porque se trata de un personaje que molesta, pero intriga. Atrapa. La falta de compromiso de Eduardo con el otro se ve alterada ante el insistente llamado de Mario (Alfredo Casero), un amigo que lo convoca desde Ushuaia, para ayudarlo a apoyar a su mujer (Claudia Fontán) en un asunto personal. No se sabe bien por qué, Eduardo termina respondiendo y arriesgándose, en la realidad, lo que su amigo le anuncia en una frase: "esto es un viaje al pasado". Porque, en un tiempo --se irá descubriendo--, Eduardo tuvo una familia que compartió momentos felices con la de Mario; pero eso fue. ¿Cómo ese hombre que, se entiende, logró una educación universitaria de alto nivel y un futuro promisorio e ideal, llegó a ser quien es? ¿qué es lo que ve en él la gente que lo llama a compartir su mesa? Y, sobre todo, ¿por qué Mario cree en él para llamarlo a cumplir una misión que, hasta en el más agnóstico de los seres humanos, implica un acto de fe? El espectador debe entregarse a este relato que responde a partir de la pluralidad de elementos que ofrece el lenguaje cinematográfico, más allá de las actuaciones y las palabras. Respecto de las interpretaciones, Taratuto le puso a Peretti la carga de una película que funciona a partir de su más mínimo gesto, pero le dio el sostén de un elenco tan breve como sólido y de un guión que no se desluce en trivialidades. En un tono muy diferente del ensayado hasta el momento, el realizador demuestra que, como narrador, puede contar y conmover con historias personales y profundas, y trasladarle al cinéfilo la sensación de compartir una experiencia humana común. De hecho, Taratuto dedica esta película, en principio, a sus padres ya fallecidos, motivo de pena; y a continuación, a su mujer, la actriz y productora Cecilia Dopazo, y a los hijos de ambos, una prueba de la esperanza.
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