Una angustia a la deriva En La Reina del Miedo (2018), ópera prima de Valeria Bertuccelli como directora y guionista, la realizadora construye un papel a su medida para destacar su carácter actoral a partir de la interpretación de una famosa actriz argentina sumida en una profunda crisis emocional respecto de su vida personal y su trabajo. En codirección con Fabiana Tiscornia, reconocida asistente de dirección en Zama (2017), de Lucrecia Martel, y El Clan (2015), de Pablo Trapero, el film construye los problemas que aquejan la vida de la actriz, los miedos y las angustias de Robertina (Valeria Bertuccelli), una mujer casada recientemente y separada a poco de realizado el veloz e inesperado matrimonio, que ensaya para una obra de teatro que no encuentra su eje narrativo ni estético, que está sumida en la tecno dependencia de los celulares, la comunicación constante con su entorno y que encuentra sosiego en los instrumentos de vigilancia, apabullada por la construcción mediática de la sensación de inseguridad, síntoma de la propia inseguridad en su carácter y la de construcción de un otro excluido por una clase social que transforma la culpa en miedo y eventualmente en odio de clase. Bertuccelli ofrece aquí una gran actuación histriónica, intimista y descarnada y una dirección correcta a través de un guión demasiado reiterativo y autorreferencial sobre una mujer tironeada por una crisis existencial en su vida laboral, típica de la idiosincrasia conflictiva de los artistas, que se sumerge incompresiblemente en sus irreales problemas domésticos y decide abandonar todo ante el traumático descubrimiento de la enfermedad de un amigo de toda la vida que reside en Copenhague. La Reina del Miedo aprovecha las locaciones en la capital danesa para trabajar casualmente sobre los paisajes de la hermosa ciudad en largos recorridos y paseos, intentando construir un paralelismo con la ajetreada Buenos Aires. Bertuccelli es secundada por Diego Velázquez, Darío Grandinetti, Gabriel Goity y Marta Lubos en una obra que realiza una autocrítica sobre el rol del artista y su espíritu rebelde e incluso caprichoso, que pone en relieve los problemas de los actores exitosos ante ese mismo éxito y la culpa y la angustia existencial que los invade. La música de la obra fue compuesta e interpretada por Gabriel Fernández Capello, mejor conocido como Vicentico, que crea una banda sonora de melodías pop y pasajes post rock densos y saturados de distorsiones que funcionan como conductor de las emociones que el film busca producir. Más allá de las buenas actuaciones, un buen guión y una correcta dirección que potencia la interpretación de la actriz y realizadora, el opus incurre en la redundancia de la temática asociada a la angustia buscando generar también una matriz cómica desde la repetición constante y la exacerbación de las exigencias que abruman a la ahogada protagonista, que busca en su viaje a Dinamarca y su reencuentro con su amigo una vía de escape de sus problemas que la esperan, incrementados por su ausencia, en Buenos Aires. La Reina del Miedo introduce así una semblanza de una actriz como autorreflexión sobre sí misma y su profesión, los miedos que tornan la vida una pesadilla, las crisis ante los estrenos, la presión de los productores y los anhelos que se desvanecen en una deriva que parece no tener final.
A mil por hora La reina del miedo es una película argentina dramática que constituye la ópera prima de Valeria Bertuccelli como realizadora. Ella la protagonizó, escribió y dirigió (esto último junto a Fabiana Tiscornia). Completan el reparto Diego Velázquez, Sary López, Gabriel “El Puma” Goity y Darío Grandinetti. Fue producida por Rei Cine, Patagonik y el conductor Marcelo Tinelli. Tuvo su estreno mundial en el Festival de Sundance donde se llevó el Premio Especial del Jurado por Mejor Actuación. La historia se centra en Robertina (Valeria Bertuccelli), una actriz de teatro muy exitosa que está a pocos días de estrenar su nueva obra. En el momento en el que más debería estar ensayando, Robertina no puede concentrarse debido a que la ansiedad es un factor constante en su vida. Cuando se entere que su amigo Lisandro (Diego Velázquez) la está pasando mal, ella viajará hasta Dinamarca y se dará cuenta de lo que verdaderamente importa. Como su título lo indica, esta película nos habla del miedo, una sensación que todos los humanos atravesamos en mayor o menor medida. Robertina es más miedo que persona, lo que la convierte en un personaje tan complejo como interesante. Valeria Bertuccelli supo construir un sólido guion y brindar una de sus mejores interpretaciones. Su personaje se enreda con asuntos que, vistos desde el exterior, son de lo más superficiales, pero desde su punto de vista forman una espiral de ideas inacabable. Esto produce que en el día a día de Robertina la mente funcione a mil por hora, sin la posibilidad de relajarse ni por un escaso minuto. La duda lidera su vida, logrando que el espectador acepte desde el comienzo su excéntrica forma de manejarse con los demás. La ansiedad parece detenerse cuando, a pesar de que lo mejor sería quedarse en Argentina para que todo quede preparado en el teatro, Robertina toma un vuelo hacia Dinamarca sin tener en claro qué día regresará. Al reconectarse con su amigo Lisandro, del que se decide no darnos mucha información sobre la relación que tenían, Tina sale de su entorno habitual y baja un poco los decibeles. En sus conversaciones se tocarán temas como la culpa, la muerte, los sueños que aún quedan por cumplir y la reencarnación, todo tratado desde la tragicomedia, gran elección para que nunca la película se convierta en un dramón. La fotografía a cargo de Matías Mesa acompaña muy bien lo que le sucede a la protagonista. Plena oscuridad, casa puramente blanca y una tonalidad sepia que se mantiene en la mayoría del metraje hacen que la cinta sea exquisita de ver. La música de Vicentico también ayuda a crear una atmósfera cálida y cotidiana. Es para destacar el tratamiento que se le da a un asunto en particular. La personalidad de Robertina para muchos puede ser egocéntrica ya que ella vive en su mundo y se relaciona poco con las personas. Un día caminando con Lisandro se da cuenta que no lo conoce tanto como creía, por más que él le afirma haberle contado de qué trabajaba. Ahí vemos cuán arrepentida está Tina de no haber sido más atenta en su momento, y que ser despistada no es algo que ella haga a propósito. Tanto el paso del tiempo como el tomar conciencia del desaprovechamiento de éste dejan reflexionando al espectador. La reina del miedo desconcertará a más de uno por su confuso desenlace, sin embargo vale mucho la pena meterse en la psique de una actriz súper aclamada que por dentro vive dominada por la inseguridad.
Temores, dudas, soledad, angustias, inseguridades, ansiedad. Son efectos colaterales que acarrea más de una profesión pero que en el mundo de las artes muchas veces quedan expuestos en carne viva. Un microclima que Valeria Bertuccelli acaso conoce bien de cerca. En su debut como directora (en compañía de Fabiana Tiscornia), la actriz de Silvia Prieto, Un novio para mi mujer y Me casé con un boludo logra impregnarle toda esa incertidumbre a su protagonista, que por cierto no es otra que ella misma.
No es la primera vez que el cine se acerca a las angustias, ansiedades, fobias, temores, paranoias, contradicciones y miserias de una actriz en las semanas previas al lanzamiento de una obra de teatro. De hecho, Santiago Giralt ya había registrado ese proceso interno y externo en la notable Antes del estreno (2010), con Erica Rivas. En este caso la protagonista es Robertina ("Rober" para algunos, "Tina" para otros), una reconocida intérprete que está cerca del estreno de un unipersonal en el Liceo. Si bien hay algunas escenas ligadas a los ensayos, a la puesta y a la presentación de la obra (con un pico de humor absurdo cuando hace llevar un enorme cerezo que han cortado del jardín de su casa hasta el teatro), la película de Bertuccelli y Tiscornia se concentra sobre todo en los trastornos e inestabilidades de esta "reina del miedo". Es que nuestra antiheroína se ha divorciado luego de un efímero matrimonio con un hombre mayor que ella (Darío Grandinetti) y su simpática pero patética empleada doméstica (Sary López) le trae más problemas que soluciones. Cualquier ruido, cualquier mínimo contratiempo son capaces de derrumbar su precario equilibrio. Ni que hablar de un corte de luz, que en la primera escena de la película la hace llamar de inmediato a la empresa de seguridad (un "chivo" bastante torpe a Prosegur, compañía que es coproductora de la película). La paranoia, sus TOC y su creciente neurosis (pasa de la euforia hiperactiva a la depresión) van acaparando su vida hasta que un llamado del exterior le advierte que uno de sus mejores amigos, Lisandro (Diego Velázquez) está atravesando un muy delicado estado de salud. El detalle no tan menor es que este hombre gay vive en... Copenhague. Y hacia Dinamarca partirá la impulsiva Robertina sin importarle las consecuencias en un canto a la amistad, sí, pero también como una forma de escapar del caos cotidiano y las presiones artísticas. No conviene adelantar más de lo que ocurre durante ese viaje y con el destino de la obra, pero en esta tragicomedia lúdica por momentos, amarga en otros, ligera de a ratos e inesperadamente negra en ciertos pasajes (o incluso dentro de una misma escena, como cuando la protagonista va a la depiladora y esta le cuenta cómo perdió su bebé) percibimos toda la ductilidad, la multiplicidad de matices de una actriz como Bertuccelli que es capaz de (hacernos) reir y llorar casi al unísono. Como guionista y codirectora, si bien no todos los personajes, conflictos y resoluciones tienen la misma intensidad y eficacia (para mi gusto, por ejemplo, todo el desenlace peca de una musicalización ampulosa), La reina del miedo surge como una más que valiosa carta de presentación.
Robertina es una famosa actriz de teatro, a punto de estrenar su nuevo unipersonal. Pero a una sumatoria de inseguridades, donde se incluyen problemas de cortes de luz, nervios por el estreno, se le suma un cáncer terminal a su mejor amigo. Ahora Tina deberá dividir sus tiempos y hacer un stop en su caótica vida, mientras analiza sus prioridades y hace un balance de su vida hasta ese momento. Hoy nos toca hablar del debut como realizadora de Valeria Bertuccelli, quien se despacha con una solida película, que seguramente va a sorprender a más de un espectador, ya que estamos ante un buen drama con tintes cómicos. Y es que La reina del miedo ES Valeria Bertuccelli. La actriz y directora se devora la película dando un personaje que podría parecer una caricatura, pero que tiene muchos matices con los cuales el espectador se puede sentir identificado. En la misma persona podemos ver ingenuidad, soledad, cinismo, bastante egocentrismo, pero que en el fondo es una buena mujer que intenta no hacerle mal a nadie, pese a su particular carácter. Por desgracia no la podemos ver demasiado bien secundada, hasta que aparece en pantalla el personaje interpretado por Diego Velázquez. No solo por la humanidad que transmite su rol; sino porque en los diálogos entre él y Valeria Bertuccelli, vemos dos personas que llevan años de conocerse, con sus códigos internos, y que parecen hermanos separados al nacer. Pero esto se da ya bien entrada la película, logrando que lo visto anteriormente, si bien sea simpático, caiga más de una vez en la monotonía o la repetición de escenas para generar cierta comicidad que se vuelve forzada. En cambio cuando Robertina interactúa con su mejor amigo, los momentos graciosos se dan de forma natural y resultan de lo mejor de La reina del miedo. Porque lo que más destacable de este film, es su fotografía. Podemos decir que estamos ante un trabajo digno de una producción norteamericana. Y Bertuccelli junto con su co directora, Fabiana Tiscornia, nos muestran una paleta de colores que inundan la pantalla pero sin sobrecargarnos. La reina del miedo es hermosa visualmente y hacía tiempo que no veíamos un film así. Para los amantes del cine nacional, les recomendamos que le den una oportunidad. También si les da curiosidad ver el primer trabajo como directora de Valeria Bertuccelli. Pero en especial, si les gusta el buen cine, no pueden dejar de ver La reina del miedo.
Drama queen made in Argentina. La Reina del Miedo marca el debut como directora y guionista de Valeria Bertuccelli quien, además, es la protagonista de esta comedia dramática que cuenta en su elenco con figuras como Darío Grandinetti y Gabriel Goity. Presentada en el prestigioso festival de Sundance, la película recibió el Premio Especial del Jurado en el rubro Actriz Protagónica. Tina (Bertuccelli) es una talentosa actriz que se encuentra en el pico de su carrera y su historia comienza en los momentos previos al estreno de su unipersonal en el Teatro Liceo. Con una personalidad obsesiva y severos trastornos de ansiedad, este simpático personaje nos invitará a recorrer ese camino que la separa del que tal vez sea el momento más importante de su carrera mientras los problemas y eventualidades no se hacen esperar. Pero lo que no estaba en los planes de nadie era el llamado de Lisandro, el mejor amigo de Tina, que desde su casa europea le cuenta sobre la mortal enfermedad que lo aqueja estableciendo así un duro paréntesis en los preparativos de Tina para su estreno. La Reina del Miedo funciona porque se toma todo el tiempo necesario para construir las bases muy complejas de lo que termina siendo una historia muy simple. Pero cuidado con las palabras. Compleja significa profunda e interesante, no rebuscada. Y simple es carente de exageraciones o elementos rimbombantes, que toca las teclas justas. Porque a fin de cuentas lo que tenemos es un personaje con problemas que para ella significan el mundo y que para la gran mayoría de la gente pueden parecer nimiedades y que cuando se golpea de frente con lo que podríamos llamar una de esas cosas “importantes” de la vida puede ver las cosas en la perspectiva correcta. Dicho así todo parece soplar y hacer botellas pero la verdad es que es mucho más complejo que eso, sobre todo si la cuestión busca ser llevada a la pantalla. Bertuccelli logra, tanto desde la dirección como desde la actuación, componer un personaje paranoico, perseguido y clínicamente ansioso que, a la vez, resulta gracioso, interesante y que permanentemente transmite la sensación empática de “a mí me pasa” o “yo estuve ahí”. Pero ¿no estamos hablando de una actriz famosa preocupada por si un árbol de su jardín va a caber en la sala de teatro para su obra unipersonal? ¿Cómo alguien normal podría identificarse con eso? La pregunta es válida. Y ahí reside el valor del personaje. Porque a partir de su forma de ser y de exteriorizar sus sentimientos es que logra universalidad, algo muy difícil de por sí que acá se ve agravado por el hecho de tratarse de una figura tan distante de “la persona normal”. El personaje de Tina podría ser una actriz famosa, un ama de casa, una ingeniera industrial o una astronauta y siempre nos identificaríamos con su forma de tomarse la vida. Por eso es un personaje brillante. En adición a esto, esa construcción de base que tiene la película a partir de su protagonista queda muy bien sustentada por los personajes secundarios, como la empleada de Tina de origen paraguayo, el empleado del sistema de seguridad que protege a su casa o las pobres almas que ayudan a que el unipersonal de esta desequilibrada actriz pueda estrenarse en tiempo y forma. Por medio de pequeñas escenas con todos ellos (sumada a una de distinto tono pero igual efecto con su ex marido interpretado por Darío Grandinetti) es que se cimentan esas bases para que el mensaje final de la película tenga el peso dramático que sí consigue lograr maravillosamente en el desenlace. Un actriz largamente probada y por demás talentosa como es Valeria Bertuccelli se anima a más encargándose también la dirección con un resultado tan positivo que solo puede hacernos esperar que este sea apenas el nacimiento de la carrera de otra brillante directora argentina.
Afrontar nuestros temores y vivir con ellos, ese es el infierno que nos retrata esta modesta ópera prima. En “La reina del miedo” veremos a la reconocida artista Robertina (Valeria Bertuccelli) a punto de estrenar un nuevo y misterioso unipersonal, pero entre pequeños problemas, dudas, tormentos e idas y vueltas de realización, la performance contraerá dudas sobre el éxito y todos los que se encuentran alrededor de la protagonista darán su juicio antes de su inicio. Es por eso que ella preferirá realizar otras actividades antes de la actuación, como el viaje a Dinamarca para ver a su viejo amigo (Diego Velázquez), que contrajo cáncer, o la obsesión que tiene de poner un árbol dentro del teatro durante los días previos al debut, entre otras tantas procrastinaciones. La protagonista vive un oasis de miedos contradictorios, no quiere estar sola pero tampoco rodeada de gente, no quiere actuar pero tampoco dejar de trabajar, no quiere irse pero tampoco quiere quedarse. Son esas pujas de pavores las que la encierran en un mundo universal, en aquellas casas donde también se corta la luz, y la intérprete llama a Prosegur para asegurase que todo está bien o, mejor dicho, para que nada malo le pase. Sería una idea vaga y general declarar: “Valeria Bertuccelli actúa de ella misma”, una frase que se hace redundante en la mayoría de los visionados que se obtiene de la actriz, la actuación de la protagonista es un desborde incesante. Un matiz lúcido y autoconsciente que mantiene al espectador a la espera de la siguiente escena. Y otra de sus parafraseadas y monótonas rutinas de las películas de Juan Taratuto (“Un novio para mi mujer”; “Me case con un boludo”). En otra línea actoral, quien se destaca de forma natural es Velázquez en un papel de gran envergadura. En cuanto al apartado musical, el sello de Vicentico nos platea cuánto de estrategia de marketing hay en ella o si realmente fue una fuerte apuesta para montar escenas opulentas y pomposas que se van esclareciendo al llegar al final. Más allá de sus distinciones en el Festival de Sundance (Actriz, entre otros) y de la difusión por parte de su coproductor Marcelo Tinelli (quien recibió una cuantas risas tímidas e injustificadas en la proyección de prensa), la película se postula como un gran primer paso sin sobresaltos para la actriz detrás de cámara.
La oscuridad en una casa grande, donde una actriz sola y consagrada, con la única compañía de una mucama, desata lo que después impera en el reino interno de esa mujer con toda la sensibilidad a flor de piel. Ella, encarnada por una Valeria Bertucelli que magnetiza cada escena del film con una actuación merecidamente premiada en Sundance, conmovedoramente entregada a un desafío que no solo la tiene como protagonista, sino como guionista y co-directora con Fabiana Tiscornia. Ese ser en el medio de un vendaval que incluye vientos reales, emociones como ráfagas que la arrastran y le impiden con esa inseguridad y ese pánico, disfrutar, estar en el aquí y ahora, pensar en su próximo debut con un unipersonal. La veremos al lado de ese amigo que se muere en Dinamarca, pero también lejos de él sufriendo lo indecible. La reina del miedo, como una anti-heroína, que sin embargo, saca fuerzas impensadas para seguir a flote entre tanto naufragio. Una profunda mirada sobre una naturaleza femenina torturada por inseguridades y miedos irracionales, sufriente, sin entender como se vive lo simple, lo cotidiano, los adioses definitivos. La película tiene un empuje, un suspenso, se sostiene, por la actuación de Valeria y por unos rubros técnicos sobresalientes que la hacen parecer lujosa y costosa. Interesante, entretenida y conmovedora.
La ópera prima de Valeria Bertuccelli (actriz, guionista y codirectora) nos introduce en el mundo de una actriz de renombre, “Robertina” o “Tina” según el caso, quien está a punto de debutar en una gran apuesta, un unipersonal. Está casada hace poco pero su matrimonio (con Darío Grandinetti) está terminando y tiene miedo de todo, de la soledad de esa gran casa en la que vive, de los ruidos que escucha cada noche y que la hacen llamar a los de su compañía de alarmas bastante seguido y del estreno que ya se le viene encima, aunque como profesional parece bastante segura. Vive con una empleada que llora por todo y no resuelve nada y eso resulta bastante divertido. Le da tanta importancia al tema que lo usa como excusa para dejar los ensayos y volver a su casa ante el mínimo conflicto con el personal doméstico. No le basta con tener todas las inseguridades posibles. Cuando más tiene que ensayar recibe un llamado que le avisa que su gran amigo Lisandro (Diego Velázquez) está gravemente enfermo. Esta noticia la saca de su eje y ya nada importa, ni su trabajo, ni el amor. Sólo ver a su “casi hermano” y estar con él. Por eso viaja a Dinamarca, donde él vive y con el que tiene charlas increíblemente hermosas y graciosas, sobre el amor, la muerte y la reencarnación. En su debut como directora (junto a Fabiana Tiscornia) Bertuccelli sale bastante airosa en todo sentido porque es una actriz excepcional, que ve todo el panorama. Ser esa gran actriz la llevó a ganar el Premio Especial del Jurado por Mejor Actuación en el Festival de Sundance. Y es así, a nosotros también nos puede llevar de viaje, del drama a la comedia en segundos, desde sus miedos e inseguridades hasta ser la amiga que se planta al lado del que la necesita. De una rencilla con el jardinero a la actriz que da todo. La música de Gabriel Fernández Capello o Vicentico, como prefieran, resulta ideal para cada momento. Debut auspicioso para la dupla Bertuccelli-Tiscornia.
El caso de “La Reina del Miedo”, de Valeria Bertuccelli y Fabiana Tiscornia, puede enmarcarse en un subgénero denominado “cine de actores”, no porque en él haya actores haciendo de actores, sino porque, principalmente, la búsqueda de la esencia del acto y el hecho interpretativo trasciende el soporte que lo contiene. Robertina (Bertuccelli) exorciza sus temores a partir de evadir responsabilidades y huir a Dinamarca para estar con un amigo (Diego Velázquez), en el devenir un tour de forcé épico que posiciona a la propuesta como una de las más profundas reflexiones sobre la soledad del creativo y su necesidad de trascender lo efímero de la fugacidad de su trabajo.
Esa angustia frente a una noche de estreno En su debut como guionista y correalizadora, la actriz de Me casé con un boludo se corre de las comedias al estilo de la factoría Suar y elige un formato en el que lo risible se torna existencial, ligeramente absurdo, corrido de lugar. Rejtmaniano, en fin. Dejando claro por dónde pasa su sensibilidad artística, en su debut como guionista y correalizadora cinematográfica Valeria Bertuccelli pone distancia con el mainstream cómico al que había servido en películas como Alma mía, Un novio para mi mujer y, recientemente, Me casé con un boludo, y elige un formato en el que lo risible se torna, si se quiere, existencial, ligeramente absurdo, corrido de lugar. Un formato más afín, en una palabra, al mundo angustiadamente cáustico de Martín Rejtman (para quien actuó en Silvia Prieto y Los guantes mágicos) que al preformateado de la factoría Suar y sucedáneos. Nueve de cada diez autores-actores cuentan, en su debut, historias protagonizadas por un alter ego. Bertuccelli no es la excepción. Como el dúo Cassavetes-Gena Rowlands en Opening Night (1977), la actriz que en Silvia Prieto fue vendedora de líquidos de limpieza a domicilio eligió narrar, en su ópera prima cinematográfica, el momento más aterrador en la carrera de un actor (junto con ese otro en el que tiene que ser no otro sino él mismo): el del estreno. Como la propia realizadora, la protagonista de La reina del miedo está por correr el telón de una obra que escribió (o no, porque no da la sensación de que la tenga muy escrita) y en la que dirige y actúa. Por lo que puede verse se trata de un unipersonal del que se ignora todo, menos lo que hace a cuestiones de puesta o escenografía. Una de cuyas mayores apuestas consiste en la implantación en el escenario de un árbol real, de dimensiones tan desmesuradas como la angustia que invade a Robertina, quien llora por cualquier cosa. Tal vez por eso es que de pronto, sin avisar a nadie, días antes del estreno se aparece en Copenhague. También como Cassavetes en un viaje relámpago de Gena Rowlands a París en Torrentes de amor, Bertuccelli y la codirectora de La reina del miedo, Fabiana Tiscornia, comunican la decisión de Robertina con la misma brusquedad con la que fue tomada: pasando, por corte directo, de una escena de lo más común en Buenos Aires, al ajetreo del aeropuerto de la capital danesa. En Copenhague vive su amigo Lisandro (Diego Velázquez, calvo y sin los bigotes con los que se lo veía en La larga noche de Francisco Santis), quien tras tener éxito con una quimioterapia acaba de experimentar una recidiva. Liberada de la presión profesional, haciéndole compañía a su amigo enfermo, Rober luce tan relajada como hasta entonces no se la había visto. De hecho, para las fotos de promoción de la obra su manager se vio obligado a hacerle una sonrisa de Photoshop, y ahora sin embargo ella sonríe y todo, junto a un aliviado Lisandro. Que Bertuccelli sigue siendo una extraordinaria capacomica (ganó el Premio a Mejor Actriz un par de meses atrás, en el Festival de Sundance) se comprueba muy rápidamente, en la torpe precipitación con que le indica a su empleada doméstica “Llamemos a Prosegur” (auspiciante de la película, dicho sea de paso), ante un corte de luz en el espectacular caserón que ocupa ella sola (“no sé si mi marido se fue de viaje o me dejó”, asegura). Esa secuencia inicial a oscuras, extendida y sin apuros, llena de miedo e inseguridad, comiquísima y ligeramente aterradora a la vez, es una de las introducciones más intrigantes, resueltas y atrapantes del cine argentino en mucho tiempo. Un cine al que le cuesta empezar pisando fuerte, y aquí Bertuccelli y Tiscornia lo hacen. Primer signo de una puesta que no por concentrarse en los actores deja de ser elegante, fluida y visual, con planos-secuencia que las dimensiones de la casa de Robertina justifican. Con Bertuccelli presente en todos los planos (¿si Messi se probara como técnico, dejaría de pedir la pelota?), el casting y la dirección de actores son dos de los grandes aciertos de La reina del miedo, con actuaciones notables por breves que sean (Mercedes Scapola como depiladora con tragedias exstenciales, Darío Grandinetti como el ¿ex? de Robertina, Gabriel Goity como su manager, Marta Lubos como la escenógrafa y la revelación de Sary López, como la empleada paraguaya con propensión al llanto). Y también, por supuesto, en los casos de mayor exposición, como el de Diego Velázquez. De la mano de Lisandro ingresa el drama a ese mundo hasta entonces dominado por el desajuste, la falta de proporción y la exageración cómica. La idea se entiende: recordar que puede haber dramas mayores que el de un estreno, introducir la idea de que siempre hay otro, ante una Robertina tan ombliguista como suelen serlo los actores. Frente a ese corte tan marcado de tono y punto de vista hay dos posturas posibles: entender que era necesario, como forma de descolocar la perspectiva egomaníaca de la protagonista, o lamentar la ruptura de un registro que hasta entonces, y después de ese reencuentro, había funcionado de modo tan redondo y autosuficiente que no dan ganas de salirse de él.
¿Qué es el miedo, parece decirnos desde su película Valeria Bertuccelli, que no sea la inseguridad? En su debut como realizadora -la codirige Fabiana Tiscornia- la actriz de Luna de Avellaneda y Un novio para mi mujer es la protagonista absoluta. Es Tina, una actriz de renombre a poco de estrenar un unipersonal, pero que en vez de dedicarse a full al estreno, se abre, se dispersa ante otras motivaciones. ¿Son excusas? Tal vez. ¿Es la incertidumbre o la indecisión? Bertuccelli elige empezar el filme mostrándose vulnerable ante un corte de luz en su caserón. No está sola: la señora que trabaja en la casa, duerme detrás de una puerta. Oye ruidos y reclama atención. No sólo de la empleada, también llama a la compañía de seguridad que cuida su casa. Así, la película comienza casi como una de suspenso, con Tina pareciéndose más a Silvia Prieto, su personaje en el filme homónimo de Martín Rejtman. Cómo es Tina, al margen de temerosa, lo iremos viendo a partir que transcurra la trama y de las decisiones que tome. Podrá entretenerse hablando por el celular, preocupada por los quehaceres domésticos más que por la puesta en escena de su obra. Al enterarse de que un amigo sufre una enfermedad en Dinamarca, no lo duda y se sube a un avión con destino a Copenhague. Deja así la casa y su jardín en refacción, la obra paralizada. No sabe si su marido se fue de viaje o la dejó. Tina afronta varios frentes acaso al unísono y no se siente capaz de resolver ninguno. Se muestra resoluta, sí, con un árbol, un cerezo que quiere sacar de su jardín para montarlo en escena en su obra. Pero está en un momento de su vida en el que está más para preguntar que para responder. Bertuccelli acierta en el traslado de la acción a Copenhague, donde la relación que su personaje tiene con el de Diego Velázquez permeabiliza el suyo al espectador. Y sabemos más acerca de sus deseos que de sus miedos. Que haya elegido como personaje a una actriz -no importa si exitosa como es Tina, o no- debe haberle servido de plataforma y tal vez de catarsis. Hay mucho de Bertuccelli en Tina, y mucho de Tina en la gente que se involucra en el arte, en el teatro. ¿Tina podría tener otra profesión, y sería lo mismo? Aparentemente, no. Bertuccelli ha dado un paso firme en una dirección en la que quizá siga sorprendiendo. Los rubros técnicos tienen una calidad no inusitada en la industria del cine argentino, con Matías Mesa en la iluminación, cámara y steadicam. Mucho de la narración de la película está resuelta, sí, desde los encuadres. Y el final puede dejar desacomodado a más de uno. Pero seguramente no a Tina.
No es una novedad que Valeria Bertuccelli es una muy buena actriz, algo que ha quedado claro en películas tan diversas como Silvia Prieto y Un novio para mi mujer, entre muchas otras. Pero para demostrar las sutilezas y niveles que es capaz de manejar en una interpretación tuvo que escribir ella misma un personaje complejo y co-dirigir con Fabiana Tiscornia una película que le permitiera investigar el alcance de su talento. El personaje elegido es Robertina, una actriz exitosa, pero acosada por un miedo que parece ser la manifestación de una crisis en múltiples frentes: un divorcio en términos poco claros; una casa hermosa, pero demasiado grande para ella sola y cuya organización la desborda, y la preparación de un unipersonal que resulta evidente que no tiene muchas ganas de hacer. A esto se suma la noticia de la enfermedad de Lisandro (Diego Velázquez), un amigo muy querido, pero con el que está un poco distanciada, que la lleva a viajar a Dinamarca para pasar unos días con él. Todos los elementos de La reina del miedo están al servicio de las notables actuaciones, no solo de la protagonista sino de todo el elenco. En especial se destacan Diego Velázquez y Mercedes Scápola, quien comparte con Bertuccelli una escena fascinante, representación perfecta de la incomodidad en situaciones cotidianas, realista en su surrealismo. Esa escena es uno de los ejemplos del tono particular que maneja la película y que es un gran acierto, sobre todo por tratarse de una ópera prima. El film propone al espectador acompañar a su protagonista en una maraña de sentimientos encontrados y acciones confusas. Robertina dicta ese tono que va de la comicidad a la tragedia en un segundo; Bertuccelli encarna esos cambios bruscos con una facilidad llamativa. En el comienzo se trata con humor el pánico constante que la protagonista siente en su propia casa pero, a medida que avanza la historia, se muestra lo que hay detrás de eso. No se reduce al personaje a una "loca paranoica", un cliché para reírse, sino que se la desarrolla lo suficiente como para que se la vea como una persona completa con una riqueza de espíritu y un coraje aún por descubrir. Enfrentando su propia mortalidad, Lisandro alienta a Robertina a tomar una decisión, a correrse de la idea de que las cosas siempre tienen que fluir. El camino que hace la protagonista la lleva hacia esa decisión, a hacerse cargo de su vida. Bertuccelli decide terminar la historia ahí, con un final enigmático no apto para aquellos que piensan que el cine solo tiene que dar respuestas.
La oscuridad, el miedo y la magia La reina del miedo (2018) es la gran ópera prima de Valeria Bertuccelli como guionista y directora. Un lujo de película para conectarse y dejarse llevar por los tremendos climas que construye. A días del esperado estreno de su unipersonal, la famosa actriz Robertina (Valeria Bertuccelli) vive un estado de ansiedad, presión, angustia, fobias y paranoias que la paralizan y la desconcentran. Realizada en co-dirección con Fabiana Tiscornia, Valeria Bertuccelli estrenó su película en el prestigioso Festival de Cine de Sundance en Estados Unidos, donde fue distinguida con el premio a Mejor Actriz de Ficción Internacional. Bertuccelli es una actriz que ya cuenta con el cariño del público por películas familiares que fueron muy populares. Esta vez tuvo la posibilidad de crear su propia oportunidad para demostrar su real potencial y talento en un trabajo más maduro, más profundo y complejo. Tiene un rostro magnético y construye con gran sensibilidad una presencia indefensa y melancólica con un lindo toque de frescura y simpatía. Por otro lado en lo que refiere a su visión como directora, en esta nueva faceta nos introduce en un mundo de climas fuertes y en el interior de un personaje sobrecargado de complejidades y conflicto. Los recursos del drama combinados con momentos de misterio y humor hacen a un ritmo dinámico y la película respira constantemente. Una de las características más interesantes, es la de tomar una trama con un conflicto en el plano realista y añadirle un aire de magia que capta toda atención y tensión. Como sucede en películas como La cordillera (2017) de una forma mucho más concreta y palpable, en La reina del miedo predomina la sutileza. La noche es la fuente de los enigmas y está cargada de pequeños detalles, como delgadas sub-tramas que tiñen de misterio los espacios oscuros, como si algo más fuera a pasar, pero no cualquier cosa, algo fantástico. Además de lo que remite en esencia al miedo de los niños a la oscuridad, a lo extraño o lo sobrenatural. El miedo es el clima fundamental. Se apodera enteramente de las escenas nocturnas, y en situaciones que interpelan directamente en la percepción sensorial, con escenas que pivotean entre varios tonos. La película sorprende y propone acompañar un tránsito de personaje que llegado el final satisface por completo.
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La reina del miedo, de Valeria Bertuccelli Por Paula Caffaro Valeria Bertuccelli debuta en el rol de directora con La reina del miedo, un film de ficción que narra la historia de una mujer súper ansiosa y con una batería de tocs. Es actriz y los síntomas se agudizan los días previos al estreno de su propio show: un unipersonal en el Liceo. Dueña de su particular estilo actoral con registros que van del drama a la comedia, el personaje de Bertuccelli se sostiene sobre la estructura de una película hecha a su propia medida. Como la estrella protagónica de su vida, pero también de la obra que está punto de estrenar, la cámara de Bertuccelli nos ubica en un punto de vista que, sin ser estrictamente subjetivo, se parece mucho a ello. Compartimos con ella sus miedos y nos lleva de viaje por ese laberinto que son sus emociones y su entorno más cercano: su mejor amiga, la empleada doméstica y otro viejo amigo con un cáncer terminal que vive en Dinamarca. La trama es sencilla, una actriz está dispersa en su mundo y no puede conectar con el timing del estreno de su show mientras que su mente vuelva por millones de lugares imaginándose miles de problemas, algunos existentes, pero otros no como por ejemplo la obsesión por los cortes de luz y su pavor a la oscuridad, así como los robos. El condimento a esta escena pintoresca es su estado civil, casada hace poco, pero en el medio de una separación de la que parece no hacerse mucho cargo. La reina del miedo explora de forma sutil el mundillo interno de la fama encarnado en la piel de una actriz a la que ser actriz le cuesta más que cualquier otro trabajo. Es una estrella del teatro, pero para ella, actuar es un trabajo tan igual (o peor) al de su empleada. Por eso, el film, además de una fotografía prolija pero que por momentos parece “lavada”, recuerda que todo lo que está en pantalla es un artificio. Todo es una puesta en escena: la obra que debe estrenarse y su propia vida, a la que no puede tomarle las riendas. LA REINA DEL MIEDO La Reina del miedo. Argentina/Dinamarca, 2018. Dirección: Valeria Bertuccelli y Fabiana Tiscornia. Guión: Valeria Bertuccelli. Intérpretes: Valeria Bertuccelli, Gabriel Goity, Darío Grandinetti, Mercedes Scapola, Anders Hvidegaard, Sary López, Stine Primdahl, Diego Velázquez. Producción: Benjamín Doménech, Christian Faillace, Santiago Gallelli, Juan Pablo Galli, Matías Roveda y Juan Vera. Distribuidora: Buena Vista. Duración: 107 minutos.
Llega el debut cinematográfico como directora de Valeria Bertuccelli en co-dirección con la también debutante Fabiana Tiscornia. Bertuccelli es quien, además, encarna a la protagonista de La reina del miedo, esta particular y atrayente película sobre un personaje singular. Robertina (Tina en el ambiente laboral) es una prestigiosa actriz. A días del debut de su nuevo y muy esperado espectáculo teatral, Tina está perdida. Temerosa, paranoica, desconcentrada, fluye a través de las horas que se suceden, evitando enfrentar el hecho de que no sabe bien qué es lo que va a pasar en su obra de teatro mientras la fecha de estreno se acerca. Vive sus días siguiendo la omnipresente voz de Albert que, constantemente, le dice a través del teléfono todas las cosas que aún le quedan por hacer, hasta que un llamado le informa que uno de sus amigos más queridos, que vive en Dinamarca, tiene cáncer. Shockeada por la información, Tina se sube a un avión sin darle aviso a nadie para ver a Lisandro, quien parece ser la única persona con la cual se siente contenida. Como una imagen reflejada invertida en un espejo, la película arranca con un apagón de luz e inmediatamente Tina sucumbe ante lo desconocido, como en ese momento en que la platea queda a oscuras y el actor sólo depende de él para llevar a buen término la obra. Tina, sin embargo, se ve aterrada por la situación, desatando una escena paranoica que desnuda todas sus inseguridades al mismo tiempo que nos muestra la complejidad del personaje. Lamentablemente no se llega a disfrutar del todo el momento por la constante y poco disimulada inclusión de pauta publicitaria en la secuencia inicial. Sin embargo, apenas terminada la escena el espectador se ve liberado de esa incomodidad y se mete de lleno en el extraño mundo del personaje que compone de forma brillante Valeria Bertuccelli. Con un código de actuación y un clima emparentado con los filmes de Ana Katz y Martin Rejtman, Bertuccelli y Tiscornia llevan al personaje a deambular de lo patético a lo tierno, pasando por la risa, el ridículo y la desesperación. Es justamente en ese vaivén emocional donde el film se luce más. Los cambios de género logran mostrar un ser complejo que parece no tener puntos medios, siempre tironeado entre la pasividad absoluta y el histrionismo. Mención aparte para las excelentes actuaciones en el film. La química entre los personajes en la pantalla trasciende, particularmente la lograda entre Lisandro (Diego Velázquez) y Robertina, quienes reconstruyen para el espectador años de amistad con apenas unos segundos en la pantalla.
La Reina del Miedo: Y su hermosa locura. “Soy egoísta, impaciente y un poco insegura. Cometo errores, estoy fuera de control y a veces soy difícil de manejar. Pero si no puedes soportarme en mis peores momentos, puedes estar condenadamente seguro de que no me mereces en los mejores”. Marilyn Monroe El proyecto fue creciendo de a poco, de las primeras escenas en que se descubrió pensando, como contaba en las entrevistas, al lento proceso de darle forma a un guion. Un trabajo que dirige, escribe y protagoniza, una historia simple donde el conflicto es la protagonista y sus dudas, requiebres y búsquedas. Un entretejido de cotidianidades que dibujan al personaje y su entorno, una mujer que crea no solo sobre las tablas, también en su día a día. Pueden escribirse interminables líneas sobre la historia y el personaje que Valeria Bertuccelli interpreta, las singularidades de esta mujer que hace un drama, casi en exceso, de su vida, pero no en su profesión, que es nada menos que la actuación. La escena inicial del film así lo atestigua; con un corte de luz desata una marea de actividad casi paranoica a su alrededor. En medio de la noche, la vemos ir y venir con su empleada doméstica, el perro y los vigiladores de la empresa de seguridad buscando las causas del apagón, metáfora si se quiere de sus propios interrogantes, de también, un inminente estreno; ese instante catártico antes de que el telón se levante y porqué no de la visión partida (ella, el perro y los otros) que todos tendrán de ella, que mostrarán que es. A partir de aquí, sabremos que está sola, que su esposo no está, ni ella ni nosotros sabemos si volverá. Entenderemos que es una afamada actriz a punto de estrenar en el teatro y que un amigo en Dinamarca enferma de gravedad, todo esto en la vorágine algo amanerada en la que se sumerge a partir del día siguiente. Un detalle que particularmente llamará la atención; su nombre, Robertina, no él en sí que ya es hermoso, sino como lo mutilan de acuerdo a la parte que de ella perciben. “Tina” es para la marquesina, para el público que ama una actriz que sabrá darles sobre el escenario un cuerpo y voz con potencia. Y “Robert” para los íntimos, que está para su amigo, a pesar de tanta presión en su inminente estreno, para la madre de éste que duda y gesticula, para un esposo que solo viene para confirmar que finalmente no volverá, para ese productor que escucha sin oírle. Es como si vieran a la mujer en los trozos que más les place, y en la que ninguno parece notar la imagen toda. Una que nos da a los espectadores, y que irremediablemente congeniaremos, mérito de Bertuccelli que borda una criatura que simula, y lo hace muy bien. Porque Robertina lo hace, simula. Podremos creer que hay dudas, porque el hecho creativo mismo surge y conmueve a través de ella, es una mujer que en el caos crea rituales y modos, y aunque nos desvivamos diciendo que es una neurótica, con esos cambios de humor y energía, Robert, Tina, se expande absorbiendo todo, macerándolo en su interior y haciendo de ellos combustible de lo siguiente. Tan rica en matices es, que hará reír con la tristeza de sus desventuras y golpear cuando menos se lo espere. Porque cada personaje no parece otra cosa que una prolongación de ella, una faceta, una arista. Un film completo y que si no fuera por ese final algo extraño, tanto como lo es Robertina, quedaría bien lejos del artificio. Esmerado en su producción destaca la fotografía de Matías Mesa y la labor de su co-director en ciertos pasajes realmente poéticos en la imagen. Elegante, de puesta calma pero no lerda, la carta de presentación, como guionista y directora de Valeria Bertuccelli es una más que grata sorpresa.
La opera prima de ambas realizadoras tiene como protagonista a la intérprete de “Me casé con un boludo” en el papel de una actriz que vive con miedo a casi todo y que enfrenta el estreno de un unipersonal en teatro. Una comedia dramática para fóbicos. Todas las cosas que suelen decirse o pensarse respecto a los actores que pasan a dirigir pueden decirse o pensarse respecto a LA REINA DEL MIEDO, la opera prima de Valeria Bertuccelli, codirigida con Fabiana Tiscornia. Sí, la película está hecha para el lucimiento de su directora y protagonista. Y sí, la película es casi un unipersonal de su directora y protagonista. Ahora bien, eso no significa que sea mala ni mucho menos. En su doble rol delante y detrás de cámara Bertuccelli encontró una historia que la representa y que logró contar mediante una puesta en escena sobria pero a la vez ingeniosa. ¿Tiene mucho de ego trip? Probablemente. Pero es uno que resulta interesante seguir. Bertuccelli es Robertina (alias “Tina”), una actriz famosa que está por estrenar una obra de teatro que, como podrán imaginar, es un unipersonal. Ante la inmnencia del estreno y a partir de otros factores (algunos, digamos, preexistentes; otros, circunstanciales), Tina empieza a vivir en un estado paranoico, temeroso, obsesivo. Como dice el título, es la literal reina del miedo, que se manifieta especialmente a partir de ruidos que escucha en su casa y que la hacen llamar todo el tiempo (publicidad mediante) a una reconocida compañía de seguros, cuyos sacrificados empleados van una y otra vez hasta allí para comprobar que nada realmente sucede. ¿O sí? Además del miedo escénico y de los problemas técnicos de montar la obra (tiene que lidiar con colgarse de cables y con… árboles reales), Tina lidia con un divorcio (de Darío Grandinetti) y con la mala noticia de que un muy querido amigo que hoy (coproducción mediante) vive en Dinamarca está muy delicado de salud. Una sumatoria de pánicos, un TOC tras otro a los que Bertuccelli como actriz sabe darle un uso cómico. En cierto punto es su especialidad la de transformar la fobia e ineptitud social en material humorístico. La película se va oscureciendo y volviendo más dramática con el correr de los minutos (la subtrama del amigo enfermo, muy bien interpretado por Diego Velázquez, lleva para ese lado el tono) pero nunca pierde del todo el espíritu cómico del comienzo, especialmente cuando se acerca el temido estreno de la obra en cuestión. Es el tipo de personaje y situación con la que los fóbicos se sentirán seguramente identificados. El aporte de Tiscornia (aquí codirectora, pero reconocida en la industria como la asistente de dirección de Lucrecia Martel, a quien acompañó toda su carrera, entre otros trabajos) habrá sido, seguramente, clave a la hora de desdoblar esfuerzos ya que Bertuccelli está en cámara en casi todos los planos del filme. Así, este tandem de realizadoras logró una opera prima en común que logra destacarse como una propuesta original en un panorama de estrenos comerciales cada vez más rutinarios y previsibles tanto argentinos como internacionales.
El desperfecto Un moco inesperado sale de la nariz; la luz se corta en la noche y suenan las alarmas; una tormenta se desata al entrar en la casa después de una función de teatro; el viento sopla y abre la ventana en la noche. Si bien el propio film no consigue enunciar del todo la fuente del miedo, a veces se adivina en el desperfecto. “No todo huele bien en Dinamarca”, dice un personaje citando a Shakespeare. Lo más interesante de La reina del miedo reside en esos pocos momentos en los que se presiente la falla detrás de la escena. La escena es el mundo y sus convenciones, como también las conductas y los hábitos. El mejor momento de la película transcurre en una representación teatral, y es en dicho pasaje cuando ese sentimiento no del todo articulado en una palabra —el que intenta descifrarse en el vocablo miedo— pone en jaque a los espectadores de la obra y del film. La duplicación es aquí un sistema. Valeria Bertuccelli escribió y dirigió (en verdad codirige, pues Fabiana Tiscornia aparece en los créditos, y su entrenamiento como asistente de dirección permite conjeturar una escuela, una tradición). En el film, ella protagoniza una obra de teatro escrita y dirigida por su personaje, una tal Tita Minelli, actriz famosa. No será la primera vez que una actriz interpreta a una actriz, posición que no implica narcicismo ni catarsis; sí conocimiento directo de una profesión y de un ambiente en el que esta se desarrolla. Lo destacable del personaje es la soledad que experimenta, incluso cuando está rodeado por grupos no poco numerosos. Vive con un perro y la empleada doméstica, pero en la mañana el jardín y su casa están colmados de gente que trabaja, situación que se repite en el teatro, donde está ensayando una obra titulada El tiempo de oro. No hay padres ni hermanos en la palabra o en la cotidianidad de Tita, sí el deseo de un hijo, aunque no hay con quién: se acaba de divorciar, y además a poco tiempo de casarse. La soledad revela acaso otra dimensión del miedo. Pero hay alguien a quien quiere, un amigo que vive en Dinamarca y que no está pasando por su mejor momento. Es así que con el estreno acechando decide ir a visitarlo por unos días. La muerte, otra fuente de miedo bastante evidente, parece reclamar a su amigo. No se especifica la enfermedad, pero es fácil adivinarlo. Todo el segmento en Copenhague tiene una precisión narrativa y una liviandad sorprendentes. Las elipsis son justas, las escenas tienen el ritmo justo, los diálogos son orgánicos a los vínculos; incluso una ocasional conversación sobre el budismo y la reencarnación encuentra el punto justo de su exposición: se trata de un sistema de creencias que los personajes saben de oído, pero que les queda a mano para simbolizar precariamente el miedo concreto que inspiran un convaleciente y su destino. Parte del encanto proviene de la interpretación de Diego Velázquez y de la interacción con Bertuccelli, que se desenvuelve con la prestancia habitual de sus películas precedentes, aunque aquí recurre menos al histrionismo y logra un tono de registro que le prodiga más ambivalencia y misterio a su trabajo. No es tan fácil como parece situar La reina del miedo en el ecosistema diverso del cine argentino. Lo más parecido es el cine de Ana Katz, al menos en un primer intento de lectura. En verdad, no se trata de un film masivo, tampoco de uno independiente, y resulta desmedido adjudicarle una huella autoral. Hay ostensibles decisiones de encuadres y movimientos de cámara. La geometría y la distancia para filmar la onerosa casa en la que vive Tita son tan manifiestas como el deseo de recorrer los espacios interiores (y del teatro también) sin interrumpir el desplazamiento de Bertuccelli; el ritmo interno de las escenas es perceptible, de tal modo que la película no necesita acudir a los típicos retoques de montaje para insuflarle una dinámica que el registro desmentiría. Esas marcas de registro son un indicio y también despiertan una duda futura: ¿seguirán filmando juntas Bertuccelli y Tiscornia? El binomio es aquí inseparable, un poco como sucedía con Verónica Llinás y Laura Citarella en La mujer de los perros. Más allá del inclasificable lugar que tiene el film en el cine argentino de hoy, pertenece indudablemente a un imaginario de clase que la propia puesta en escena se encarga de erigir sin ninguna contrafuerza que equilibre la posición de su personaje principal respecto de uno de sus secundarios, la empleada doméstica, cuya función en el relato oscila entre un ente viviente decorativo y un recurso humorístico esporádico. En esto, La reina del miedo se parece en mucho a varias películas de su época, donde la distinción entre cine industrial e independiente no conlleva ninguna diferencia sustancial. He aquí un límite frecuente en cómo los cineastas en plena actividad sienten su lugar en el mundo y lo replican automáticamente en el cine. Algunos cineastas filman para reforzar lo que creen y vindicar las certidumbres. Hay otros cineastas que filman para intensificar las preguntas y aventurarse en ciertas zonas de la vida humana en las que no todo lo que existe tiene un lugar y una función. Tiscornia-Bertucelli oscilan entre un modo y otro. El hermoso e inquietante plano final sintetiza esa ambivalencia.
El debut en la dirección de Valeria Bertuccelli (en colaboración con Fabiana Tiscornia), "La reina del miedo", peca de una falta de definición y un absoluto protagonismo que deglute todo a su paso. El juego se abre con unas voces alertas en medio de un apagón en una casa alejada. Afuera el viento anuncia tempestades, y en la casa sólo se encuentran la dueña y su empleada. La cámara acompaña temblorosa a la primera, extremádamente verborrágica, que teme a un nivel casi fóbico y se lo traslada a su empleada. Hay que llamar a la empresa de seguridad para controlar que no sea un corte de luz particular con otros propósitos. Esta primera escena aclara el panorama de lo que seguirán en los minutos restantes. "La reina del miedo" nos abre las puertas al mundo de Robertina (Valeria Bertuccelli), una actriz a punto de atravesar un torbellino, o por lo menos eso es lo que expresa su también guionista Valeria Bertuccelli. A punto de estrenar una obra de teatro en el Regio (se apela mucho a la veracidad del mundo actoral), Robertina está con los ensayos y el estreno que le pisa los talones. La obra, con un título tan genérico como Los años de oro, es un unipersonal que exige mucho de su entrega, y Robertina no pareciera estar en el mejor de los momento para eso. Cláramente se dividen los planos personales y profesionales de Robertina, como si fuesen esferas que no se tocan. Por un lado corren las obligaciones profesionales, por el otro su vida en pleno caos. No se trata de una mujer fácil. Sus compañeros de trabajo la reconocen como caprichosa, con algunos aires de diva moderna, con ocurrencias artísticas algo estrafalaria, y un método de trabajo personal, por no decir egoísta. En lo personal, su pareja, con la que contrajo matrimonio recientemente, no sabe si la abandonó o se fue de viaje sin avisarle. Tal es el grado de incertidumbre que maneja. Su casa se encuentra en refacciones, y eso también influye en su vida. Hay dos empleadas domésticas que se pelean y ella debe arbitrar. Para cantar bingo, un amigo con el que se encuentra distanciada, contrajo cáncer, y está en un grado muy avanzado de la enfermedad. Ah, y claro, está su obsesión con la oscuridad, las calles solitarias y la seguridad. El mundo del espectáculo siempre despierta curiosidad en el público. Revistas y programas de radio y TV se encargan de repasar la llamada prensa del corazón sobre la intimidad de sus vidas. Como si hubiese una necesidad de parte de “la gente” de querer saber más de los artistas a los que sigue, saber cómo son en la intimidad. El consumo de ese tipo de prensa, más el seguimiento de la obra del artista, hace que sea casi inevitable que nos hagamos una idea, falsa o real, de cómo es esa persona cuando las cámaras se apagan, o el telón se cierra. "La reina del miedo" responde de algún modo a esa “necesidad” e idea. No es difícil imaginar que Valeria Bertuccelli tiene muchos puntos en común con Robertina. Que se trata de una película personalísima en la que dirige, escribe, protagoniza, y produce. El tema es que Robertina no es un personaje con el que sea sencillo empatizar más allá de que el guion se esfuerce en que lo hagamos.Varias características del personajes, como su verborragia, no queda claro si se deben a composición o naturalismo. Su vida caótica es responsabilidad de sus acciones, de su falta de decisión y compromiso, de la falta de sensibilidad sobre lo que le sucede al otro. Cargada de alegorías muy obvias, de un lenguaje propio del ambiente con guiños que nos hace acordar a la manía de "El crítico" de mirarse el ombligo, con una fluidez narrativa episódica que quiebra la cohesión del todo. En La reina del miedo están claras las intenciones, no tanto los resultados. A Robertina, sus allegados del mundo personal le dicen Rober, pero su seudónimo como actriz es Tina. Está empeñada en traer un cerezo que quiere podar de su jardín al escenario de su obra, y es un cerezo grande, incómodo, que lo ocupa todo, y hasta hay una larga escena en la que hace el intento. Robertina camina en su casa sobre un caos de ropa y objetos ocultos. La empleada doméstica paraguaya, es sumisa, y crea un conflicto inexistente. El metalenguaje en el film es demasiado evidente y pierde toda efectividad, cuando no roza lo ofensivo. Cuando Robertina reciba el llamado de Lisandro (Diego Velazquez, lo mejor de la película, lejos), ella no dudará e irá a visitarlo. En esa Dinamarca, mostrada a travésdel montaje como si fuese la vuelta de la esquina, "La reina del miedo" encontrará sus mejores momentos, aquellos más calmos y más distanciados del intramundo Bertuccelli. La actriz de "Un novio para mi mujer" no solo está en cada escena, protagoniza cada plano de la película; la cámara no la abandona ni un segundo, y ni siquiera osa en ponerla en segundo plano. Tanto protagonismo huele a exceso y termina por derribar cualquier otra mirada externa que se pueda hacer sobre la propuesta. Con un tono cercano al indie norteamericano bastante alejado de nuestras tierras (quizás similar a algunas propuestas pensadas con el ojo puesto en el BAFICI), La reina del miedo crea una distancia que no es sencillo zanjar. Su duración, que no es extensa en sí, se siente. Queda como anécdota una de las inserciones publicitarias más obscenas y declamatorias que se recuerden en el cine reciente, y que casi nos da la bienvenida a partir la primera escena. Las múltiples participaciones especiales de una sola escena, entre las que se cuentan a Mercedes Scápola (con un cuadro que parece haber sido creado con el solo propósito de incluirla), Marta Lubos, Darío Grandinetti, Marío Alarcón, y Gabriel Goyti, hablan también de esa necesidad de mirar puertas adentro, en todo sentido. "La reina del miedo" parte de ideas interesantes, pero se queda en un desarrollo no demasiado feliz. Su tono medio entre lo comercial y el cine más de autor, su intento de humor negro incómodo mayoritariamente fallido, algunas ideas que en el contexto actual pueden ser consideradas xenófobas, las alegorías obvias, y sobre todo el excesivo e innecesario protagonismo ególatra, terminan malográndola.
¿Qué se esconde tras la aparente frivolidad del mundo del espectáculo? ¿Qué vida hay detrás de la pantalla de actriz? En La reina del miedo, Valeria Bertuccelli hace su debut como directora y responde estos interrogantes a través de su mayor obstáculo: el miedo; el miedo que aquella persona que sube a un escenario o se ubica delante de una cámara debe abandonar, dejando el verdadero drama para cuando las luces se apagan y ya nadie está mirando.
Una Semana en la vida de De día y para el afuera Robertina es una estrella exitosa, una actriz que convierte en oro cualquier guion que toca, al punto que los productores le dan carta libre y le financian obras sin verlas. Para el adentro, está tan ansiosa y en un estado de miedo constante que no puede dormir, pasando buena parte de la noche con la mira fija en el velador y entrando en pánico si se corta la electricidad en el barrio. Las circunstancias del día a día se la llevan por delante y le cambian el rumbo, distrayéndola de sus metas. O quizás eso es justo lo que quiere, una excusa para no hacer lo que tiene pero no desea hacer. La enfermedad de un amigo muy querido que vive en el exterior y con el que está algo distanciada, es motivo más que suficiente para dejar colgado el unipersonal que prepara y viajar a su encuentro. Mejor llamo al auspiciante Como tomó la costumbre parte del cine nacional, La Reina del Miedo es más que nada un fragmento de vida de un personaje que no abandona nunca el plano, con un inicio y final de selección un tanto caprichosos. Es cierto, la protagonista tiene un conflicto que no sabe cómo resolver, pero no sabemos mucho más que algunas insinuaciones sobre cómo llegó hasta allí ni de cómo va a seguir. Lo importante es el mientras tanto. El resto queda a discreción del público, porque en el fondo es más que nada un ejercicio de actuación con el que lucirse. El centro de todo es Robertina; un personaje odioso por diseño, encerrada en su burbuja autocomplaciente. Por más que sus problemas sean menores, siempre encuentra excusas para ser la víctima y el centro de todo. Es difícil empatizar con su suerte, ni siquiera para desear que las cosas le salgan mal. Ese lugar lo ocupa su amigo interpretado por Diego Velázquez (Kryptonita), quien con mucho menos histrionismo logra conectar y transmitir la emoción que necesita. Las escenas más interesantes de La Reina del Miedo son justamente donde el protagonismo es compartido y se hacen contrapeso, poniéndole algo de humanidad a la frialdad y humor incómodo que rodea a la protagonista el resto del tiempo. La puesta en escena es todo lo prolija que se le puede exigir a una película con esos nombres figurando en la producción, incluso atreviéndose a salir un poco de lo tradicional al hablar desde la imagen. Todo lo claustrofóbicas que pueden sentirse las escenas en Buenos Aires se relajan en Dinamarca, a juego con Robertina. Eso no impide que caigan en una de las costumbres más irritantes del cine de industria local: exactamente lo primero que vemos es una escena dedicada al product placement más burdo, nombrando al hilo cinco veces a la marca del patrocinador, antes de hacer aparecer a varios empleados enfundados en su uniforme. Y por si no quedó claro, llegando al final lo volvemos a nombrar un par de veces aunque no la escena mucho no lo justifique. Conclusión De trama inconsistente, ritmo cansino, y teniendo siempre en cámara a un personaje bastante odioso con el que es difícil empatizar, La Reina del Miedo no parece quedar a la altura de sus propias pretensiones. Más allá de algunos destellos, cuesta mantenerle la atención.
“No sé si se fue o si me dejó”, dice en un momento Robertina (Bertuccelli) en referencia a su marido. Esas palabras se cuelan en su verborragia nerviosa y pasan casi inadvertidas, casi divertidas, aunque en ellas se esconda un verdadero huracán existencial. Me importa poco el diagnóstico clínico del personaje o que sus miedos se deban a traumas no resueltos que arrastra desde siempre: ser abandonado sin aviso (sin la dignidad de una despedida, al menos) debería alterar la psiquis de cualquier persona con un mínimo grado de sensibilidad. En esas crisis todo en nuestro entorno queda desencajado, agrisado, corrido de eje, al borde del colapso, aunque la rutina siga y debamos atender con solvencia todos los compromisos previamente pactados (para eso elegimos ser profesionales independientes, ¿no?). Y encima ese amigo del alma a quien necesitamos abrazar hoy está muy lejos… muy pronto ya no estará más. La soledad y la muerte son los verdaderos temas de esta película, justamente aquello que nadie puede dominar. Sin embargo, según muchas de las reseñas publicadas sobre La reina del miedo, parece que resulta muy fácil distanciarse de la protagonista, catalogarla como un caso excéntrico y reducir sus conflictos al cuento de una mujer fóbica/insegura/histérica, con un plus de estrés por el inminente estreno de una obra de teatro. Desconfío de toda persona que diga que no sabe qué es la inestabilidad emocional. Esa persona miente, o no está realmente viva. Un grácil pero persistente temblor atraviesa todo el relato. Bertuccelli sabe perfectamente cómo matizar la ansiedad con simpatía y humor, pero aun así en cada escena la incertidumbre termina ganándole a cualquier otra sensación. La aparición de Lisandro (Diego Velázquez) resulta clave, ya que con él llega la ternura que Robertina necesitaba. Pero también llega el abismo. La mejor escena del film -por su precisión y su calado- transcurre durante una noche en el departamento de Lisandro, en Copenhague. El viento golpea las ventanas y Robertina no consigue dormir. De repente percibe una sombra detrás de ella. De repente aterrizamos en una película de terror. Ahí está su amigo, Lisandro, sentado en la escalera, encorvado, abstraído. Lo que leemos en su rostro no es miedo. Es pavor. Un pavor inconmensurable. En ese instante ella intuye una profundidad desconocida. Tal vez una intuición-bisagra. En la ficción, Bertuccelli debe montar el unipersonal “El tiempo es oro”, título que confirma la vocación existencialista que impulsa la película. En varias escenas el reloj se hace sentir en su urgencia opresiva y uno teme que Robertina no logre llegar nunca, ni a los ensayos, ni al aeropuerto, ni a la noche del gran debut. Y además a cierta edad -y esto es un hecho, aunque la ciencia y el discurso de autoayuda pretendan negarlo- también comienzan a acortarse los tiempos para alcanzar esas otras cosas, esas metas que supuestamente son las que le dan un sentido a nuestro tránsito por la Tierra: tener un hijo, escribir un libro, plantar un árbol. De un día para otro, y para su sorpresa, a Robertina le plantan como cuarenta ficus en el parque de su casa, cuando su prioridad era quitar de allí un árbol seco para trasladarlo al escenario de su obra. Creo que la trama vinculada al teatro, más allá del bucle autorreferencial, funciona principalmente como dispositivo abierto a la circulación de símbolos y preguntas. ¿Por qué llevar al teatro ese árbol incómodo de ramas peladas y tristes? ¿Qué busca Robertina con ese árbol? ¿Por qué la insistencia en arrancarlo de raíz? ¿No es mejor plantar un árbol joven, para cuidarlo y verlo crecer? ¿Por qué colocarlo justo allí, en su espacio de creación? ¿Para convertirlo en ficción? ¿Para salvarlo del tornado que aún no terminó de devastar su hogar? ¿Aspira a resucitarlo, quizás? Ya no tenemos 20 años. No podemos plantar un tallo y sentarnos a esperar. Por eso me gusta la idea del crítico Shikhar Verma, quien postuló que esta película, en el fondo, se trata del miedo a empezar de nuevo. Hay que asumirlo nomás. La ansiedad se vuelve inevitable cuando uno por fin descubre que lo único que realmente importa es aprender a decidir, minuto a minuto, qué hacer con el tiempo que nos queda.
Valeria Bertucelli volvió del Festival de Sundance con un muy merecido premio a mejor actriz por su trabajo en "La reina del miedo". La actriz también debutó como directora y escribió esta película cuyo personaje protagónico es Robertina, una reconocida actriz en pleno proceso para estrenar un unipersonal en un teatro comercial. Pero Robertina también es una mujer con una vida complicada: actualmente sola, no sabe si su marido se fue de viaje o la abandonó; su mejor amigo vive en Dinamarca y tiene una enfermedad terminal, tiene un perro intrigante que le ladra obsesivamente a la oscuridad, el control que ejerce sobre lo que pasa en su casa también es obsesivo, pero al mismo tiempo caótico. Y lo peor: tiene todo casi listo para su estreno, la publicidad callejera, la marquesina del teatro, la escenografía y el vestuario, pero no puede explicar muy bien de qué se trata el texto. Bertucelli recurrió el tipo de humor y la gestualidad austera que suele mostrar como actriz y en eso radica la eficacia de su trabajo: lo que propone y cómo lo resuelve e interpreta resulta hilarante aunque sean situaciones angustiantes, pero no se esfuerza en hacer reír. También en la forma de abordar lo que podría ser un drama y en el cierre de todas las subtramas, aún las que parecen más prescindibles para esta reina del miedo que en algún momento tendrá que patear el tablero para, paradójicamente, poner las cosas en su lugar.
Debut de Valeria Bertuccelli como realizadora, esta comedia tierna sobre una gran actriz demasiado ansiosa que, por azares, encuentra un espacio para el cambio está narrado con sensibilidad, respeto por los personajes y cariño por el espectador. En ciertos momentos, la necesidad de ser “cinematográficamente correcto” conspira contra alguna visceralidad necesaria. Bertuccelli, de todos modos, tiene la sabirudría suficiente como para mantener su personaje en el tono justo.
Una actriz en la temible espera En La reina del miedo, la fobia, el pánico, la soledad y la inseguridad se hacen carne en Robertina, una actriz de renombre interpretada por Valeria Bertuccelli. Al borde. A punto de. Siempre por llegar. Esa ansiedad que se transforma en crónica, que no abandona y se transforma en parte de la personalidad. Muchos actores, tímidos en exceso o que padecen temores infundados, salen al mundo -o a escena- para combatir de alguna manera ese sentimiento. Fobia o pánico, necesidad, soledad, inseguridad, se hacen carne en Robertina (Valeria Bertuccelli), conocida por todos en el país como Tina. Ella es una actriz de renombre, que está a punto de estrenar su obra teatral unipersonal, que también dirige. Pero algo la paraliza. Siempre. En la escena inicial, ella se despierta por un corte de luz en su enorme casa, recientemente abandonada por su marido. La interrupción del servicio la hace padecer un temor inmanejable y decide llamar a la empresa de seguridad para calmarse. El límite de la normalidad lo traza su incapacidad de trabajar en su proyecto artístico, pues siempre tiene alguna excusa para faltar a los ensayos, incluso cuando ya está en el teatro y todos están esperando sus directivas. Y todo tiene su punto límite cuando decide viajar, sin valija, a Copenhagüe, para ver a un amigo que necesita de su ayuda. En donde nadie la conoce, al lado de gente que la quiere, y ya sin responsabilidades, ella puede ser como es, y esto le da perspectiva. Si bien en “La reina del miedo” todo corre en cuenta regresiva por el pronto estreno de la obra, el tema es más descriptivo que narrativo y por ello su espíritu es indie. La idea desde la dirección es crear un retrato de esta mujer que padece el miedo como una enfermedad de la que siempre quiere escapar, pero si lo logra es por poco tiempo. El trabajo de Valeria delante de cámara es exquisito, sutil pero extremo a la vez. Ella también fue la guionista y una de las encargadas de sacar adelante el filme porque es quien lo dirigió junto a Fabiana Tiscornia. En la búsqueda del mejor contexto posible para armar el cuadro general, se destaca la música de Vicentico (sobre el final con un sonido imponente simil ópera/épica) y los colores tenues y blancos que acompañan la vida de la protagonista, que juegan un papel importante juntamente con la ambientación climatológica (otoño, frío, y tormenta en sus peores momentos, sol y verano en los mejores).
PÁNICO ESCÉNICO Valeria Bertuccelli debuta como directora con este dignísimo drama con toques de absurdo. En lo que va de 2018, todavía no tuvimos ninguno de esos “estrenos fuertes” nacionales. “La Reina del Miedo” (2018) podría cambiar este panorama, de la mano del debut tras las cámaras de Valeria Bertuccelli. La actriz codirige (junto a Fabiana Tiscornia) y protagoniza este drama centrado en Robertina, exitosísima intérprete que está a pocas semanas de estrenar un unipersonal y sus ansiedades la empiezan a devorar peligrosamente. Tina es atolondrada, hiperquinética y tiene tatuada la palabra procrastinación a lo largo y ancho de toda su frente. La gente que la conoce le tiene la debida paciencia, pero está llegando a un punto donde estas actitudes comienzan a afectar su vida, su trabajo y a las personas que la rodean. La ansiedad se manifiesta en angustia, pánico, todo tipo de fobias y paranoia, síntomas que se elevan a la enésima potencia cuando los problemas de salud de un querido amigo (Diego Velázquez) se agravan y ahí, sin previo aviso y de manera espontánea, pone todo en suspenso y viaja rumbo a Dinamarca para acompañarlo, tal vez, en sus últimos días. Ni así, logra poner sus asuntos en orden, no está acá ni está allá. En Buenos Aires, sus productores la reclaman, a días del estreno de una obra de la que nadie sabe muy bien de qué se trata. Hay asuntos domésticos sin resolver, y un marido que está de viaje… o que la abandonó, ni ella lo sabe realmente. Y Tina sigue retrasando, sus actividades, sus ensayos, sus decisiones. “La Reina del Miedo” arranca como una historia (casi) de suspenso, tras un corte de luz en casa de la actriz, que le pone los pelos de punta. Pronto descubrimos que estos “miedos” y esta necesidad de atención pasan por otro lado, pero tampoco es simple histeria femenina. Robertina es capaz de alterar a cualquiera, incluso al espectador cinematográfico, pero Bertuccelli la humaniza a lo largo de cada una de sus escenas y nos permite ir retirando las capas hasta descubrir la fragilidad y las inseguridades que esconde. No por nada, la protagonista se trajo un premio actoral tras su paso por el último Festival de Cine de Sundunce. Como Tina, es el centro de la historia alrededor del cual giran todos, muchas veces, un tanto desconcertados; y otras tantas, entendiendo sus problemas, incluso, mejor que ella misma. Bertuccelli y Tiscornia logran climas fabulosos, pasando del suspenso al absurdo casi sin escalas. Sí, en “La Reina del Miedo” hay momentos dramáticos, risas incómodas y algunas bizarreadas, y todo logra convivir de forma natural en el mismo universo que rodea a la protagonista. Robertina vive situaciones súper mundanas con jardineros o la chica que trabaja en su casa; se sincera cuando está relajada, o llega al extremo de la irracionalidad cuando los miedos la desbordan. Cada una de estas sensaciones se refleja en la pantalla, apuntaladas por una gran banda sonora (la de Vicentico, obvio) y una puesta en escena donde la casa de Robertina juega un papel más que importante. Eso, cuando los PNT no interfieren con la trama, uno de los desaciertos y tropiezos del principio de la película, al incluir a la “compañía de seguridad” dentro de la narración con la única excusa para nombrarla descaradamente. Entendemos que estas ayudas económicas son importantes para la realización cinematográfica, pero Marcelo Tinelli (como productor) no es nada sutil a la hora de encontrar “auspiciantes”. Un detalle que podría ser menor, pero molesta y nos aleja en primera instancia. Por suerte, al rato Bertuccelli inunda cada recuadro y nos olvidamos de estas atrocidades. No hay ninguna otra actuación que realmente sobresalga más allá de la protagonista. Hay interpretaciones correctas como la de Velázquez, algunas un tanto exageradas y estereotipadas, pero todo suma para recrear la psique proyectada de Robertina. Tal vez, estamos más acostumbrados a ver a Bertuccelli en el típico papel hilarante de minita alterada en comedias pasatistas. Acá se agarra de esos mismos elementos y los resignifica, pero además se muestra más vulnerable e inestable, y agrega trastornos mentales reales y dolorosos que, muchas veces, esta sociedad confunde con simple histeria. La película no profundiza específicamente en estos temas, pero nos deja diferenciarlos junto a Robertina. No es casual que Bertuccelli (también guionista) haya elegido a una actriz exitosa como personaje principal que, además, carga con el peso de la creación artística, imposible de concebir en semejante estado psicológico. ¿O sí? Habrá que ver si las experiencias le ayudan o no, si es capaz de exteriorizar todos sus miedos y ansiedades, y transformarlos en algo productivo y positivo; o si va a terminar avasallada por esa angustia que no termina de asimilar del todo. “La Reina del Miedo” es inconsistente desde su narrativa, abusa de algunos recursos y muchas veces se pierde en detalles banales que nos llevan por callejones sin salida. Su punto más fuerte es Bertuccelli como protagonista absoluta que, al igual que la obra que se representa en pantalla, la pone al frente y al centro de su propia criatura. LO MEJOR: - Valeria Bertuccelli es un tesoro nacional. - Una gran puesta en escena. - La banda sonora de Vicentico. LO PEOR: - Que la trama muchas veces desvaría, como su protagonista. - Esos chivos son muy molestos, muchachos.
UNA VOZ EN LA OSCURIDAD Valeria Bertuccelli debuta en la dirección (codirige junto a la experimentadísima asistente de dirección Fabiana Tiscornia) con La reina del miedo, una película escrita por ella misma y centrada en la experiencia de Robertina Minelli, una actriz que se enfrenta a los días previos al debut de un unipersonal escrito, dirigido y protagonizado por ella misma. Toda esta reflexión sobre su oficio puede llevar al temor del espectador por enfrentarse a un ejercicio de egomanía (bastante reiterado, por cierto, entre los intérpretes que se ponen la meta de dirigir), pero ese miedo queda velozmente desbaratado desde el primer plano: la película arranca con una larga secuencia a oscuras, un corte de luz en la casa de la actriz, que no sólo inhabilita su exposición -o la expone entre penumbras- sino que además ridiculiza bastante su turbación. Y por más que pueda parecer un regodeo de puesta en escena, resulta una presentación de personaje genial, ambiciosa y arriesgada a la vez: si con La reina del miedo Bertuccelli venía a mostrar su mirada, la misma no puede estar más vedada y puesta en crisis. Una voz que se expresa desde la oscuridad y sin la soberbia del que lo tiene todo claro, como en el intrigante último plano de la película. Desde ese notable arranque, La reina del miedo se presenta como uno de los debuts más interesantes y honestos del cine nacional reciente. No es para nada sencillo proponer un juego de autoconsciencia tan excesivo y que a la vez luzca tan poco vanidoso: tal vez se deba a la codirección y a la posibilidad de que Tiscornia ofrezca un punto de vista externo al laberinto interior al que se someten Bertuccelli/Robertina. Bertuccelli juega con elementos bastante trillados, con ese miedo prototípico y estereotipado del actor de teatro frente a un estreno, pero le quita el regodeo y el morbo. El miedo de Robertina es profesional, está claro, pero también social: la inseguridad en el relato adquiere sentido metafórico y literal. El miedo del título está vinculado con la forma en que Tina atraviesa esas horas, pero también con una forma de reaccionar ante el dolor que la rodea: la soledad, el fracaso emocional, los vínculos que pueden estar a punto desaparecer como el de ese amigo enfermo que vive en Copenhague. La película nunca es explicita ni remarca sus conflictos, básicamente porque su protagonista puede decir mil palabras sin nunca decir aquello que importa. Palabras. Son la clave en La reina del miedo, porque básicamente es clave en la comicidad de Bertuccelli su forma de hablar, la manera en que le da cuerpo a las palabras. Bertuccelli es seguramente hoy por hoy la mejor comediante del cine argentino porque tiene dos cualidades, maneja con inteligencia tanto lo corporal como lo verbal. No es habitual que alguien se luzca en los dos terrenos; o se tiene talento para una cosa o para la otra. Pero Bertuccelli avanza y en su andar se descifra una postura corporal que traduce en hilaridad cada movimiento. Su andar a tientas cuando la casa está en penumbras o cómo construye comedia con sólo estar colgada de un arnés en medio del escenario, son muestras de su capacidad slapstick. Como desde lo verbal, que sabe poner las palabras en el momento preciso o construir diálogos que miran con humor el mundo como en esa fascinante charla sobre budismo que tiene con su amigo. Obviamente el humor es la mejor manera de reflexionar sobre un mismo, porque le quita solemnidad y autoimportancia, algo que le sobra al cine del presente. Pero si hicieran falta más detalles para demostrar la manera en que La reina del miedo se desprende del exhibicionismo personalista, por más que Bertuccelli aparezca en el 95% de los planos, alcanza con observar el trabajo del reparto: la actriz, guionista y directora no sólo entrega un show personal descomunal, sino que permite en la interacción con los demás el lucimiento de los otros. En grandes o pequeñas participaciones, todos los que pasan por allí están sólidos: Diego Velázquez, Darío Grandinetti, Sary López, Gabriel Goity. Todos. Ese es el otro gran acierto de las directoras y el que aleja a La reina del miedo de otras miradas impiadosas y facilistas sobre el artista y sus dilemas existenciales.
Según la definición del Diccionario de la Real Academia, el miedo es la angustia que provoca estar expuesto a un daño real o imaginario. Todos padecemos algún tipo de temor. La oscuridad es quizás el más ancestral y, por ende, origen de todos los demás terrores que se despliegan en nuestra existencia, como el miedo a lo desconocido, a la enfermedad, a la muerte, al encierro, a la soledad y a todas sus variantes (que son incontables) que se diversifican en nuestro inconsciente como las raíces de un árbol. La película La reina del miedo (2018) comienza con el más primitivo de todos: la oscuridad. Una oscuridad que trae aparejado otros miedos como el terror a lo desconocido, el de sentirse vulnerable, desprotegido y que, en conjunto, nos arrastre a pensar que una muerte inminente se encuentra precisamente dentro de esa temible oscuridad. Es por eso que los primeros cinco minutos de esta ópera prima de Valeria Bertuccelli nos sumerge de lleno en la oscuridad, un inicio que podría, tranquilamente, ser el de una película de terror. Las razones son varias: un corte de luz en la casa de la protagonista, el perro que misteriosamente deja de ladrar y una casa laberíntica que desemboca en varios espacios cubiertos de vegetación. Uno esperaría que en cualquier momento apareciese algún asesino con un hacha en la mano, un muñeco que cobre vida o un fantasma con la cabellera cubriéndole la cara. Pero no. No sucede eso. Ocurre algo más terrenal y realista como la aparición de Prosegur —una secuencia por demás fallida que no hace más que demostrar quién es uno de los auspiciantes de la película— la empresa de seguridad que la dueña de casa llama como tantas otras veces en que el pánico la asalta a altas horas de la noche. Y es que Robertina (Valeria Bertuccelli) es un compendio de miedos. Miedos que le impiden llevar una vida tranquila, apaciguada y con cierto orden. La historia transcurre en una instancia muy particular: la de una actriz (Robertina) que está por estrenar una obra de teatro. Lo que podría interpretarse como pánico escénico para quién se dedica a la actuación o terror a la página en blanco para quien se dedica a escribir, en Robertina es mucho más complejo. En ella se enquistan diferentes tipos de miedos, miedos que ensombrecen todas sus actividades y rutinas que va enfrentando como puede, es decir, dando rodeos sobre la marcha para eludir sus obligaciones, poniendo en práctica una y otra vez esa premisa tan conocida que reza: lo urgente no deja paso a lo importante. ¿Pero qué es lo importante para Robertina? Para Tina, como la llaman sus conocidos, es más importante consolar a la mujer que la ayuda en su casa antes que ensayar una obra que está por estrenar en días, es más importante ir a visitar a Lisandro, un amigo enfermo de cáncer, que dar las últimas directrices para su esperado regreso a los escenarios del teatro Liceo, es más importante poner orden en su vida sentimental, que elegir cuál de los vestidos va a usar para su debut en los escenarios porteños. Y ese orden de prioridades lo consigue a medias cuando se aleja de todos y de todo, sin avisar a nadie, ni al elenco, ni a la producción, ni a sus asistentes para irse a Dinamarca. En las frías y lejanas tierras nórdicas vuelve a encontrarse no solo con su amigo de toda la vida (muy buena interpretación de Diego Velázquez), sino con su propia existencia. Y lo hace, paradójicamente, a través del supuesto fin existencial en el que parece estar condenado Lisandro. Un planteo que irá elucubrando en su viaje de regreso para inaugurar su obra teatral. Es así que Robertina se plantea un sinfín de dudas existenciales. Si la vida es tan efímera, ¿por qué cargar con el peso de obligaciones en las que no se siente cómoda? ¿Por qué malgastarla en locas carreras en una profesión en la que ya perdió todo deseo de trascendencia? Su mirada a los carteles publicitarios en donde se ve posando sin ninguna muestra de alegría, nos señala la incomodidad que le produce verse a sí misma, de lo efímero de la popularidad, del estrellato, de la vida misma, una vida que en cualquier momento se nos escapa como arena entre los dedos, como advierte en la situación en que se encuentra el amigo que tanto quiere. Yo no tendría que estar acá, le dice a su manager. Y no lo dice en cualquier lugar, lo dice en su camarín, minutos antes de entrar a una sala llena de espectadores. ¿Y dónde tendría que estar, podría preguntarse? No lo sabe muy bien, pero luego de su regreso —una especie de viaje iniciático— empieza a intuirlo. Porque lo que advierte a su regreso de Europa es otra vez el caos, los miedos y las inseguridades. Claro que en Robertina el miedo no opera como un bloqueo, como una parálisis que invalida sus prioridades, sino que opera lo que en psicología se llama: “huida hacia adelante”. Huir hacia un horizonte que no logra visualizar con claridad pero, como la polilla a la luz, va a dejarse llevar sin importar las consecuencias. Además del drama existencial de Robertina, en donde cualquier contratiempo logra desarmar su de por sí precario equilibrio emocional, y de un costado en el que la película roza el humor negro —la escena en donde la depiladora le cuenta cómo perdió su bebé es magistral—, Bertuccelli nos muestra cómo se vive parte del proceso creativo de una obra de teatro. Vestuario, iluminación, puesta en escena, coreografía, etc., sirven para ver al personaje en acción, claro que es una acción que no solo logra poner nerviosos a productores y técnicos sino que lo hace utilizando todas las herramientas que están a su alcance —colgarse de una cuerda para una supuesta performance arriba del escenario, llevar un árbol al teatro, viajar a Dinamarca, ponerse a refaccionar la casa justo en pleno estreno— para dar rodeos a la puesta final de un unipersonal que, inconscientemente, no quiere hacer. Por eso el continuo escape a terrenos más conocidos como su casa —que también es un caos de jardineros, paisajistas y una empleada que se disculpa todo el tiempo (una gran actuación de Sary López) — para al menos lograr un frágil remanso de tranquilidad. ¿Cómo no interpretar el deseo de llevar un cerezo de su jardín al medio del escenario del teatro, sino como una desesperada manera de llevar algo de su propio entorno para sentirse más segura? Valeria Bertuccelli logra encarnar un personaje fascinante —ganó el Premio Especial del Jurado a la Mejor Actriz en el Festival de Sundance por este film— lleno de matices que enlaza de manera extraordinaria todos los estados emocionales que van desde el llanto a la risa, y viceversa, en cuestión de segundos. A esta altura no podemos discutir su versatilidad como una excelente actriz de comedia, pero aquí, además de lograr un registro más dramático y oscuro, no solo dirigió su primer film junto a Fabiana Tiscornia, asistente de dirección de muchas de las películas de Lucrecia Martel, sino que fue su guionista. Es decir que acapara todos los rubros más importantes del film, casi como el unipersonal que Robertina tiene que hacer en la película. La reina del miedo es un gran film lleno de facetas actorales de primerísimo orden, por donde desfilan actores de la talla de Darío Grandinetti y Gabriel Goity, por un lado, y la empleada doméstica y la depiladora, por el otro, que con escasísimos minutos de aparición, imprimen una presencia tan fuerte que apuntala el film de una manera excepcional. La fotografía, de suaves color pastel, parece darle una atmósfera lavada, casi como de película antigua que contrasta con la música decididamente moderna de Vicentico, su marido en la vida real. Bertuccelli comenzó una carrera como directora cinematográfica con el pie derecho. No sabemos si continuará en esta faceta, pero su ópera prima resulta una gran sorpresa que destila un alto profesionalismo en dirección de actores, encuadres de cámara —el uso de steadycam en planos secuencia dentro de su laberíntica casa está muy bien lograda— y la acertada inclusión de música en la película —algo que muchos directores argentinos desdeñan, como si los films desprovistos de música ambiental, los dotara de una pátina de mayor “seriedad”—. La reina del miedo, en resumen, viene a reflejar todas las inseguridades que en mayor o menor medida llevamos a cuestas y por eso mismo, es un gran acierto.
Crítica emitida en Cartelera 1030 por Radio Del Plata (AM 1030) de 19-20hs.
El riesgo de oficiar un triple rol dentro de una película, en este caso con una Valeria Bertuccelli como guionista, codirectora y protagonista, encierra la tentación del "egotrip", amplificada por el hecho de que la figura en cuestión está interpretando algo que tiene mucho que ver consigo misma: un momento de encrucijada en la vida de una actriz, a días de estrenar un unipersonal. Seguramente, la artista habrá volcado en el guión muchas de sus vivencias como intéprete, pero La reina del miedo está lejos de ser un relato ombliguista, más allá de que ella esté de manera omnipresente en todas las escenas. Tina (Valeria Bertuccelli) está atravesada por una suerte de caos generalizado, que va de la crisis con su pareja (Darío Grandinetti), hasta la inseguridad con la que transita los instantes preliminares al debut de su nueva obra teatral. En medio de ese sacudón, la desconcertada antiheroína recibe un llamado que anuncia que su gran amigo (Diego Velázquez) está pasando un duro momento de salud en Conpenhague. El guión se desdobla con solvencia entre el aparatoso mundo cotidiano de Tina y sus insólitos conflictos domésticos, en los que su empleada y el jardinero acompañan algunos de los pasajes más desopilantes de esta historia; alternados con otros momentos en los que el relato se permite ingresar en zonas más vulnerables. La reina del miedo es una película sabiamente escurridiza, que logra desplazarse de la pirotecnia de gags que Bertuccelli domina a la perfección, hacia algunas instancias de corte intimista. A pesar de los apuntes de humor, entre los que se incluye la obsesión de la protagonista por trasplantar un árbol de cerezo desde su jardín hasta el escenario del teatro Liceo; lo que impera es una atmósfera que linda entre la confusión y las penumbras. Más allá del título, el film de Bertuccelli atraviesa todas las capas visibles del miedo, para zambullirse de lleno en el abismo del caos. Lo admirable en el resultado final, es como la película logra abstenerse de un festín de estridencias, para priorizar la mixtura de unos pocas escenas catárticas, intercaladas con otras tantas construidas desde una atmósfera más contenida. La reina del miedo es también una película que incluye una rareza en su esquema de producción. La compañía de seguridad privada Prosegur es una de las patrocinantes. Por lo tanto, el nombre de dicha empresa es mencionado no sólo una, sino cinco veces a lo largo del metraje. Las primeras citas suenan algo torpes, pero a medida que avanza el relato, el guión logra darle un giro creativo a la irrupción de los uniformados; y demuestra su astucia para transformar un chivo comercial en algo que cobra un verdadero sentido. Al estar siempre en el centro de la escena, Valeria Bertuccelli (ganadora del premio a Mejor Actriz en el Festival de Sundance) optó por trabajar junto a la codirectora Fabiana Tiscornia; y entre ambas labraron un relato con aristas tan femeninas como feministas. La vulnerabilidad de una mujer en crisis afectiva, la ilusión de pensar en un hijo como proyección y sustituto de algunas ausencias, se superponen con el empoderamiento de Tina en su trabajo; siempre controlada por un universo masculino de productores y asesores. Es ella quien se encarga sistemáticamente de tomar cada decisión, aún en plena explosión de conflictos. Entre un vuelo fugaz a Dinamarca para compartir unos días con su amigo enfermo, los asechantes cortes de luz, las pequeñas tragedias domésticas, los inciertos ensayos finales de la obra a punto de estrenar; La reina del miedo postula que aquello de madurar los cambios de manera calma y reflexiva es pura patraña. Bertuccelli abraza el caos, que en varias instancias se corresponde con fuerzas de la naturaleza tan elocuentes como el viento o la tormenta, y comprende que sólo atravesando una crisis integral, con una indescriptible mezcla de perplejidad y arrogancia; puede llegarse a una suerte de redención. Enunciado en esos términos podría tildarse de "lección de vida" a su opus como directora. No lo es, ni pretende serlo. La virtud más bella y poderosa de este primer paso de la actriz en el terreno de la dirección, consiste en asociar las nociones de temor, abismo y libertad. Pudo ser un film de manual, con una clara apuesta a un catálogo de fórmulas, pero se inclina hacia un registro más personal, que no descuida el interés del espectador; ni tampoco se pasa de vueltas en pos de un guión canchero. Es una película que transita a sabiendas instancias de probada eficacia, con otras en las que se respira ese fresco aroma a ópera prima. Aplausos para este primer paso de Bertuccelli delante y detrás de cámara. La reina del miedo / Argentina / 2017 / 107 minutos / Apta para mayores de 13 años / Guión: Valeria Bertuccelli / Dirección: Valeria Bertuccelli y Fabiana Tiscornia / Con: Valeria Bertuccelli, Diego Velázquez, Sary López, Gabriel Goity, Darío Grandinetti
Para filmar el miedo -dada la propuesta de la película‑ parece que el cine tiene que ingeniárselas cada vez más. Al menos desde lo que significa establecer lazos publicitarios, que financien lo que se ve y permitan, señalamiento de la marca mediante, la dramática. El juego -si es que lo es‑ tiene sus limitaciones y contradicciones. Hay ejemplos obtusos y otros que saben salir airosos. La reina del miedo, afortunadamente, está en la segunda de las instancias. Lo señalado viene a cuento, porque evidencia una matriz económica que está subsumiendo todo lo que toca. El cine, todo arte, tiene derecho a ser desconfiado. Será, tal vez, por el miedo mismo que la película de Valeria Bertuccelli y Fabiana Tiscornia tematiza, que la empresa de seguridad mencionada -reiteradamente‑ y asumida como personaje sirve a la trama de manera concreta y ambigua. Concreta, porque es quien dice ser, con sus operarios solícitos al llamado del cliente y demás, pero también ambigua porque es su función la que evidencia un clima o malestar inserto entre sombras y fantasmas. Un enrarecimiento que tales empresas, dedicadas a dar "soluciones" o evitar problemas de "inseguridad", alimentan desde un temor que procuran y logran instalar. En otro orden, Valeria Bertuccelli ofrece en La reina del miedo un film que podrá distinguirse como un salto cualitativo, porque está destinado a significar un despunte de relieve en su trayectoria. Actriz, guionista y directora, Bertuccelli es dueña de una puesta en escena capaz de lograr y ahondar en un clima rarificado, que trabaja a través de matices, suaves pinceladas, mientras se sumerge en las contradicciones de su personaje: Robertina, más conocida como la célebre Tina ("¿Usted no es?", le dicen, ella asiente, y asegura cabizbaja que se queda de piedra cuando alguien la mira), está a punto de estrenar una nueva obra. Los carteles y marquesinas la anuncian, con sonrisas que ella no tiene. Todo a punto, pero cuando sube las escaleritas del escenario para ensayar, siempre hay algo que la retrae, la devuelve al lugar anterior, su casa. Sale de esa puerta y sin embargo vuelve, otra vez. En este sentido, el inicio del film ofrece una situación sintomática, puesto que Tina está en su cama, dentro de la seguridad ilusoria de las sábanas que la tapan, acunada con luces que acompañan el dormir y esconden las sombras, así como sucede con los niños. Pero la luz se apaga y los temores se encienden -y a la par, la molesta mención de la agencia de alarmas aludida, en fin‑; Tina está y no está cómoda en esta situación de cuerpo ensimismado, vuelto sobre sí mismo. Sale de la cama, se viste rimbombante, pero hay algo que no cierra del todo con sus lentes enormes, que se empecinan en caer sobre su nariz. Mientras, repite los mismos pedidos de siempre al jardinero y a su mujer de limpieza: joven y del interior, con acento evidente y un respeto vuelto miedo, asumido como tal en el decir y comportamientos hacia su "patrona", ante la cual llora en cuanto puede. Un devenir repetido se siente en el día a día de Tina, mientras se dirige a ese teatro fatídico que promete una obra de título "El tiempo de oro". Hay distintas cuestiones que la tienen casi atada, en un mismo lugar, pero sin razón aparente. O sí. Porque se suman aspectos nada menores, entre ellos una separación en curso, tal vez consumada. Pero, ¿por qué el empecinamiento en hacer quitar el árbol del jardín? Tal vez no esté seco, es lo que responde el jardinero. Peor aún, ese árbol tiene que ser parte de la escenografía teatral, insiste Tina, pero no sabe explicar por qué. Este árbol, vale agregar, será uno de los mejores elementos de la historia, tendiente a provocar una imagen desolada, trasplantado de su hogar al escenario, volcado con sus raíces desnudas junto a su dueña, observada de modo inclemente. Justamente, este mirar sin reparo no deja de aludir a la participación misma de todo espectador teatral -lugar diferente al cinematográfico, mediado por la cámara‑. La reina del miedo parece sumergirse en ese lugar indeterminado y determinante, con Tina atrapada. Ahora bien, todo esto ocurre mientras su mejor amigo (Diego Velázquez) se muere, en Dinamarca. Hacia allá viaja Tina, y con ella otros miedos al encuentro. Pero entre ella y Lisandro opera un contrapunto, dado por quien exterioriza temores y quien parece -tal vez‑ ocultarlos. Entre ambos, una retroalimentación invisible: de sus diálogos surgen cuestiones ligadas a la descendencia, la reencarnación, la creencia. o invisible sucede porque La reina de la noche nunca es explícita. Es una de sus virtudes. Por ejemplo, Tina sale de Buenos Aires e ingresa en Dinamarca, prácticamente desde el corte directo. No hay necesidad de narrar de modo obvio, sino que lo que cuenta es lo elusivo, lo elíptico. Son puntos suspensivos los que quedan flotando, mientras obligan a completar de otras maneras. También en relación a esa obra tal vez nunca ensayada, así como sobre las decisiones mismas de Tina, sugeridas por varios diálogos, pero nunca cristalizadas. Habrá que estar atento, por eso mismo, al desenlace elegido, que acumula vientos de tormenta, desánimo y ladridos. Por momentos, el film acude a cierta construcción que linda con el suspense o thriller, luego la deja repicando para después retomarla, a la manera de una sensación que reflota y habrá, de una buena vez, que enfrentar.
La reina del miedo es una especie de parábola sobre la crisis de una mujer que ha pasado apenas los 40, la fantasía lúdica y aterradora sobre la soledad, los miedos inacabados y la dolorosa angustia de un amor que se marchó, son los ejes principales de una historia breve en donde la “queen” del drama es la gran Valeria Bertucelli. Bertucelli- y la voy a nombrar hasta el cansancio- es tan genial que propone un monologo extenso, en primerísimo primer plano, de Robertina, una actriz ultra sensible, nerviosa e impulsiva, que está ensayando una obra – unipersonal- en medio de una intermitencia amorosa. Bertucelli, quien además co dirige (junto con Fabiana Tiscornia) y escribió esta película, propone un pasaje reposado sobre la vida de una mujer temerosa que está en plena incertidumbre. El placer de ver La reina del miedo se centra en explorar las hazañas de la protagonista, quien se muestra vulnerable y nerviosa. La gracia deviene de la pantagruélica imagen de una mujer en pleno proceso de maduración, Robertina es como una niña que expone su llanto tierno ante las azarosas variaciones de la vida. Los sonidos, las sombras fuera de foco, las voces susurrando, la sorpresa de una lágrima cayendo expuesta con el detalle del expresionismo acompañan un drama en donde uno se rie con pesar del infortunio. Claramente, y perdón mi contrera acérrima con otros colegas, La reina del miedo NO ES UNA COMEDIA, la sonrisa se dibuja ante una Bertucelli aturdida y desorientada – quien no lo estuvo acaso- pero el pesar se posiciona fuerte en todo el metraje. La película empieza con una atmosfera pesada, un corte de luz es la excusa perfecta para describir el carácter nervioso de la protagonista y la relación con la gente que trabaja en su casa. Es una mujer sola en una casa inmensa. “Rober yo se cómo sos” le dice con cierta ironía por teléfono su amigo Lisandro (Diego Velázquez) y le pide que lo vaya a visitar a Dinamarca. Robertina viaja con lo puesto – el vestuario es bellísimo- para reencontrarse con su amigo que tiene cáncer. La “reina” del miedo, Robertina, sale de su caótico mundo y se encuentra libre, sincera junto a Lisandro con quien tiene charlas memorables. La atención nunca se detiene, y el encanto de la película siempre se posa como una brisa en Robertina/Bertucelli (de pie para nombrarla) quien muestra una vida interesante, clausurada por la tensión de la vehemencia. La musiquilla de Vicentico y de algunos clásicos ochenteros, suman más nostalgia a una película nerviosamente femenina. La actriz que se filma a si misma a punto de estrenar, y la ocurrencia que incomoda y se siente trágica y ella temerosa, miedosa, allí esperando en silencio un desenlace. Valoración: Muy Buena
Impacto 24 Inicio Cinefilos Los estrenos de la semana CINEFILOS Los estrenos de la semana Por Susana Salerno - 26 marzo, 2018 73 0 “LAS TRAVESURAS DE PETER RABBIT” (2018). Dirección: Will Gluck. Voces Originales: Daisy Ridley, Margot Robbie, Elizabeth Debicki, Género: Animación. Origen: Reino Unido/ Australia/ Estados Unidos. Versiones: Subtitulada/Doblada. Duración: 95 minutos. Apta para todo público. Peter Rabbit y su familia se apropian de la vieja finca de Mr. Mc Gregor, donde realizan fiestas interminables de frutas y vegetales. Cuando un Mc. Gregor más joven y fastidioso llega para reclamar su herencia, Peter decide seguir con la fiesta. Pero el joven Mc. Gregor no es sólo un enemigo formidable, sino que también se está enamorando Bea, la artista local y tutora de los conejos. Ahora, Peter se pondrá en campaña para echar a Mc. Gregor en una guerra en la que los dos se querrán quedar tanto con el jardín, como con el afecto de Bea. Su rivalidad los llevará desde el idílico Lago District hasta el tumultuoso subte de Londres, a los pasillos de una gran juguetería de Harrods y de vuelta a casa. Pero al final, Peter se dará cuenta que las zanahorias y la gloria no son tan gratificantes como el amor y la familia. Mi Opinión: Este simpático personaje fue creado en 1902 por la ilustradora y escritora inglesa Beatrix Potter, quien publicó 23 libros de Peter Rabbit a lo largo de 28 años. Con el transcurrir de los años cosechó muchos seguidores y conocedores las travesuras de este conejo, sus hermanas, padres y amigos, acompañados por liebres, patos, venados y puercoespines, entre otros. El cineasta norteamericano Will Gluck (“Annie”) logra entremezclar muy bien a los humanos y la animación digital, la historia tiene mucho ritmo, es dinámica, posee un gran despliegue, se encuentra llena de situaciones alocadas, gags y varios personajes. Es una linda comedia familiar. Los efectos visuales son excelentes, en varios momentos se van recreando con imágenes actuales que se mezclan con fragmentos de los libros, eso le da un toque distinto incluyendo material original. Contiene mucho humor, es emotiva, contiene lindas canciones, momentos bien coreografiados, se encuentra llena de mensajes y de humanos encantadores como la dulce y protectora Bea (Rose Byrne, “Buenos vecinos 1 y 2”), un viejo gruñón y malhumorado Mr. McGregor (irreconocible Sam Neill, “Jurassic Park”) y el joven Thomas McGregor (Domhnall Gleeson) que quiere conquistar a Bea. Hay distintas persecuciones y peleas con el conejo Peter similares a las del coyote y el correcaminos, también hay algo de Bugs Bunny, entre otros. En idioma original están las voces de: Sam Neill, Margot Robbie, Daisy Ridley y James Corden, entre otros. El film se desarrolla sobre escenarios naturales, y un recorrido por Londres, aquí se divierten todos, chicos y adultos. Te recuerdo que entre los créditos finales hay escenas extras. Muy Buena. “TITANES DEL PACÍFICO- LA INSURRECCIÓN” (2018). Dirección: Steven S. DeKnight. Actores: Scott Eastwood, Adria Arjona, Tian Jing, Origen: China/Estados Unidos. Duración: 111 minutos. Versiones: Subtitulada/Doblada. Formatos: 2D/3D/4D. Apta para mayores de 13 años. Un futuro cercano. Después de la primera invasión que sufrió la humanidad, la lucha aún no ha terminado. El planeta vuelve a ser asediado por los Kaiju, una raza de alienígenas colosales, que emergen desde un portal interdimensional con el objetivo de destruir a la raza humana. Ante esta nueva amenaza para la cual los humanos no están preparados, los Jaegers, robots gigantes de guerra pilotados por dos personas para sobrellevar la inmensa carga neuronal que conlleva manipularlos, ya no están a la altura de lo que se les viene encima. Será entonces cuando los supervivientes de la primera invasión, además de nuevos personajes como el hijo de Pentecost (John Boyega), tendrán que idear la manera de sorprender al enorme enemigo, apostando por nuevas estrategias defensivas y de ataque. Con la Tierra en ruinas e intentando reconstruirse, esta nueva batalla puede ser decisiva para el futuro. Mi Opinión: Recordemos que este film se estrenó en 2013 con la dirección de Guillermo del Toro predominando mucho el anime japonés y tuvo una importante recaudación, ahora es uno de los productores. Esta es una entretenida secuela en la que vemos enormes robots jaeger que luchan contra los monstruos kaiju que vienen de otra dimensión para atacar al mundo, aparecen de una grieta e incluyen impresionantes batallas se van desarrollando a lo largo de la historia. Contiene mucha acción y es visualmente impresionante, hay varias batallas pero la que se desarrolla recreando el monte Fuji es de alto impacto. Personajes de la anterior: Mako Mori (Rinko Kikuchi), Dr. Newton Geiszler (Charlie Day) entre otros, nuevos personajes están quien sigue los mandatos de su padre Stacker Pentecost (interpretado por Idris Elba de la anterior) es Jake Pentecost (John Boyega, quien tiene mucho carisma, “Star Wars”); la debutante adolescente Cailee Spaeny hace todas las cosas típicas de su edad (imprudente, rebelde, inquieta y no mide el peligro); Scott Eastwood (hijo del actor Eastwood); la actriz puertorriqueña de origen guatemalteco Adria Arjona (hija del cantante Ricardo Arjona) estos dos últimos no expresan mucho. Su ritmo es vertiginoso y contiene mucho humor. Hay drones, edificios, autopistas, estupendas locaciones, la música y el sonido están logrados, los espectadores que busquen todo lo comentado lo tienen pero contiene poco suspenso, tensión y argumento. Seguramente dará buenos réditos económicos por lo tanto es posible que en la próxima entren en acción King Kong y Godzilla. Buena. “LA REINA DEL MIEDO” (2018). Dirección: Valeria Bertuccelli y Fabiana Tiscornia. Actores: Diego Velázquez, Gabriel Goity, Valeria Bertuccelli, Dario Grandinetti, Género: Drama. Origen: Dinamarca/Argentina. Duración: 107 minutos, Apta para mayores de 13 años. Robertina, una exitosa actriz interpretada por Bertuccelli, que está a solo un mes de estrenar su esperado unipersonal teatral. Pero en lugar de encarar los preparativos como correspondería para semejante evento, vive evadiendo sus responsabilidades en un estado de ansiedad constante. Cuando la situación personal de un amigo la lleva a irse lejos de casa por unos días, Robertina ve en perspectiva su vida absurda y entiende que a veces es preciso perderlo todo para ser uno mismo. Mi Opinión: La protagonista de esta historia está sobrellevando los conflictos internos que a veces puede llegar a tener un actor, ella está por estrenar un unipersonal y atraviesa todo esa previa, una crisis artística y personal. Comienzan a verse una serie de problemas domésticos, se casa y repentinamente se separa (Darío Grandinetti), a los cuales le va sumando actividades. Algunas mujeres se cambian el look, ella contrata personas para que hagan arreglos en su vivienda. Se siente tan sola como el personaje que esta por representar en escena, en su casa la persiguen problemas de interrupción del suministro eléctrico y con el personal que trabaja con ella, sufre ataques de paranoias. Hasta en pleno ensayo hace un viaje relámpago a Dinamarca, para ver a su amigo Lisandro (Diego Velázquez) que se encuentra atravesando un importante problema de salud, los diálogos entre ellos resultan interesantes. Aprovecha para hablarnos de los miedos, culpa, la muerte, ansiedad, las presiones y los sueños, entre otros temas. Esta tragicomedia se encuentra bien interpretada y está llena de matices, con toques de comedia negra y sátira, agrega algunos símbolos y metáforas, todo acompañado con una música acorde. Su ritmo es pausado y explota recursos conocidos por todos, tornándose un tanto reiterativa.
La primera película de Valeria Bertuccelli como guionista y directora (esto último en colaboración con Fabiana Tiscornia que antes fue asistente de dirección en varias películas, entre ellas todas las de Lucrecia Martel) es una exploración nebulosa y original de lo que su título propone: la protagonista, Robertina, cuyo nombre artístico es Tina Minelli, es una actriz que está por estrenar en el teatro una obra que aparentemente, como Bertuccelli con la película, también escribe y dirige. En esa exploración, cuyo territorio es eminentemente la imagen y en muy menor medida la palabra (punto para Bertuccelli), importa tanto el miedo en tanto problema, en el sentido en que funciona como límite o condicionamiento fuerte del movimiento, como la dignidad de reina que ostenta la protagonista. O mejor dicho, la película construye una tensión entre la cualidad de reina de Robertina y ese miedo que parece ser su rasgo principal, que elige un camino distinto al de la resolución clásica del artista que es débil en la vida real, pero en el escenario saca fuerza, se transforma, hace lo que sea necesario bajo ese lema de que “el show debe seguir”. Robertina, como dije, es actriz, pero la película la aborda primero y casi todo el tiempo como una mujer que trata de sostener con dificultad una vida cotidiana: lidiar con los albañiles y jardineros, tener un trato con otros mediado muchas veces por la chica que trabaja en su casa (Sary López), gestionar el trabajo en el teatro. O resolver cuestiones tan simples como un corte de luz, en la escena brillante y fantasmática que abre la película y demuestra cómo el miedo, antes que ser una reacción frente a un evento particular, es una sensación difusa y omnipresente que Robertina lleva a todas partes. Por eso es interesante que la película esté partida al medio por un viaje a Dinamarca en el que el miedo más real posible se concreta de una manera radical: un amigo de Robertina (Diego Velázquez) está enfermo y ella quiere acompañarlo. Frente a la desgracia concreta, ella parece mucho más segura y capaz de manejar la situación como no se la vio manejar nada desde el comienzo de la película. Hay una escena muy interesante al respecto, cuando ella tiene que ponerle una inyección al amigo y lo hace sin dudarlo pero tampoco con una demostración ostensible de valentía: simplemente lo hace. En ese sentido Bertuccelli construye un personaje memorable, que puede ser frágil y adulta al mismo tiempo pero también sigue llevando encima a esa niña que alguna vez fue, la que jugaba durante mucho tiempo a que era una piedra. Hay algo de la infancia, al parecer, que se pone en juego en el trabajo de Robertina y genera algunas de las escenas más hermosas de la película, fragmentos que cobran vida propia y en los que algo que se parece al juego roba la escena: en un momento, Robertina se balancea colgada de un arnés, con un aire circense pero también cierto gesto de bailarina. En otro, un montón de tipos dirigidos por ella tienen que meter un árbol, que será parte de la escenografía, en el teatro. La idea es brillante, y el resultado rarísimo: la elegancia de la pana roja del teatro contra las ramas grises y secas del cerezo saca chispas, y Bertuccelli parece haber entendido ya que algo del cine tiene que ver con ese tipo de propuestas en las que el sentido deja paso a la materialidad pura -que no deja de remitir, a su vez, a lo simbólico de hacer entrar una naturaleza muerta arrancada de su casa en ese espacio de representación que es el teatro. El agujero que queda en la tierra aparece después cuando la protagonista lo mira al pasar y se parece más a una tumba que al hueco que contuvo algo vivo. Esa circulación entre la casa y el teatro, entre la intimidad y la escena, replica también el movimiento que va de “reina” a “miedo”. Bertuccelli se luce vestida con capas de suaves estolas rosadas o kimonos, llora como una niña en bombacha y mientras tanto despliega un mundo cargado de fantasmas en el que gestionar las emociones como se nos pide ahora, para seguir siendo productivos, no es del todo posible. En parte, porque la muerte existe.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
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CULTURA, ARTE Y EVENTOS Por Patricia Chaina Crítica cine: "La Reina del Miedo" (Por Patricia Chaina (Especial para Motor Económico)) El miedo es una sensación particular, al tiempo que provoca rechazo también atrae. Y cuando se trata de cine conforma un género tan popular como difícil de lograr. Sin embargo La Reina del Miedo, sin ser parte del género –porque se trata de un drama-, lo consigue. Sus grandes momentos de miedo logran darle a la pantalla esa sensación que atemoriza. Y permite darle contexto a una película centrada en un momento especial de la vida de Tina, una famosa actriz en el proceso de montar una obra que promete ser un boom. No es una película de miedo, es una película sobre el miedo, sobre el miedo a la muerte. Ese desplazamiento configura el corpus de la primera película de Bertuccelli como directora. Allí reside el núcleo de su narración. Porque la actriz que es también guionista; en el filme que dirige junto a Fabiana Tiscornia; interpreta a un personaje atravesado por el caos y muy ligada a sus afectos. También muy cercana a si misma en el perfil profesional. Quizá por eso las secuencias del teatro; los ensayos, el armado de la escenografía, incluso lo que sucede con la obra -las escenas con un árbol son memorables-, se encuadran entre los mejores momentos del filme, con el que además, Bertuccelli gano en el Sundance Festival, el premio mayor por su protagónico. Hay miedo, hay una gran amistad, hay una vida cotidiana cercada por el temor y la ansiedad. La película propone un inicio y un final en los ribetes del periurbano capitalino, de miedo real: a la noche, a las sombras, al ruido. De una tensión supina. Entre una cosa y la otra, un decisivo viaje a Dinamarca marca el eje del drama, ahonda en lo cotidiano sin volverse tediosa –porque además es muy graciosa-, y le aporta el giro realista capaz de sostener un relato que se presenta como “una carrera contra la nada”, en palabras de su directora/protagonista. La música de Vicentico da el clima y el ritmo necesarios. Y los actores que la acompañan, no la dejan sola: su amigo en Dinamarca, Diego Velázquez; su empleada doméstica, Sary López; y Gabriel Goity y Darío Grandinetti, con roles pequeños pero esenciales completan el cuadro de honor de este réquiem ante la incertidumbre de la muerte que también es una pincelada de dolor ante las pérdidas y un canto a la amistad. La reina del miedo flyer.jpg FICHA: Título original: La Reina Del Miedo (2018)/ País: Argentina, Dinamarca / Dirección: Valeria Bertuccelli y Fabiana Tiscornia / Guión: Valeria Bertuccelli / Montaje: Rosario Suárez / Música Original: Gabriel Fernández Capello “Vicentico” / Elenco: Diego Velázquez, Sary López, Mercedes Scapola, Gabriel Goity y Darío Grandinetti / Co-producción: Marcelo Tinelli / CON EL APOYO DE: INCAA, Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y PROSEGUR / Duración: 107 min. Periodista de Espectáculo. Colaboradora de Motor Económico
Estrenada el jueves pasado en los cines argentinos, La reina del miedo es la cinta debut tanto de la aclamada actriz Valeria Bertuccelli, como de Fabiana Tiscornia, quien está a cargo de la co dirección. El rol en Bertuccelli en la misma es completo; dirección, guión y papel protagónico, poniendo un peso enorme sobre si misma, y un máximo de compromiso con el proyecto. Vale añadir también que la actriz argentina ganó un premio por su actuación en el último Festival de Sundance. Quizás no haga falta decirlo, porque muchas veces los títulos son engañosos, pero no es el caso; el foco principal en La reina del miedo está puesto exactamente sobre el miedo mismo. La película inicia con la protagonista Tina, una exitosa actriz, interpretada por Valeria Bertuccelli, que tras un corte inesperado de luz en el medio de la noche siente pánico. Sus movimientos, su voz, su rostro lo expresan; la sensación de pánico que vive en el momento está latente, por lo que acude a la empleada doméstica para que la asista y la saque un poco de esa instancia, que pese a todo persiste. Eso será Tina a lo largo de toda la cinta, y la actuación de Bertuccelli será tan acertada y pertinente, que su presencia siempre estará en el aire. Su entorno es escandaloso; gente trabajando todo el día en su casa, una obra que está por estrenar que representa un sinfín de presiones, un ex marido que acaba de abandonarla sin muchas explicaciones, y demás instancias que sostendrán a la actriz en un constante estado de estrés. Tras enterarse de la compleja situación de salud de un amigo que vive en Dinamarca, al cual en algún punto descuidó, decide ir a visitarlo, un poco por culpa, otro poco porque le importa, y quizás otro tanto porque necesita escapar de un entorno que la aqueja, la sofoca y la amedrenta, exponiendo su frágil estabilidad psicológica constantemente, dejándola al al borde de un colapso. Sin dudas estamos ante una gran película; pese a que tanto Bertuccelli como Tiscornia son debutantes en la dirección, Bertuccelli supo construir y desarrollar un personaje en base a sus capacidades actorales, que no son pocas; quizás este sea su papel más completo y complejo hasta la actualidad. La actriz logra sobrellevar a la perfección a una mujer que lucha tanto contra el miedo externo, así como demonios propios, con inseguridades, y con un constante estado de estrés y una ansiedad insostenible. Otro de los grandes aportes es la actuación de Diego Velázquez, así como las breves, pero oportunas, apariciones de Gabriel Goity y Darío Grandinetti. La historia está delineada casi a la perfección, con un más que interesante trabajo de guión. Por momentos jugando con la comedia, pero sin dudas sobre un trasfondo puramente dramático, a veces la cinta incomoda, y eso es logro tanto desde el despliegue actoral, como desde la dirección. El trabajo de cámara, fotografía, y encuadres, brindan a su manera fuerza a la historia, así como algunas pausas, y pasajes, que en su totalidad la dotan de ciertos rasgos que la aproximan al cine de autor, aunque algunos lo renieguen. Quizás haya algún que otro detalle a cuestionar, pero son mínimos, en una historia que vale la pena ver.
En medio de la noche, un corte de luz asusta a Robertina, quien como una reina encerrada en las alturas de su palacio, se levanta de su cama atemorizada, baja las escaleras y despierta a la mujer que trabaja en su casa para, aunque sea, compartir su miedo con ella. La escena finaliza con la llegada de una liga de la justicia humanizada y a la altura de la situación: cuatro hombres de una empresa de seguridad (el primero de muchas PNT de Prosegur) quienes consiguen tranquilizar a la dueña. De este comienzo penumbroso digno de cualquier thriller psicológico veremos como la fobia y el temor en esta reconocida actriz de teatro será una constante en su rutina diaria. Sin embargo, la psiquis de Tina se mantendrá siempre hermética al espectador quién guiado por su propia interpretación deberá unir con puntos las impulsivas reacciones de la protagonista para descifrar o por lo menos, imaginar que oculta tan compleja personalidad porque a fin de cuentas, poco se sabe qué es aquello tan horrible a lo que le teme o por lo menos, cómo se las ingenia para superar ese temor -si es que logra superarlo en alguna instancia del filme-. Está bien, hay innumerables saltos de tensión y ansiedad en la explosiva actuación de Valeria Bertuccelli que uno creería que tienen explicación en las mil y un circunstancias que la oprimen: una obra a punto de estrenar hasta el momento sin rumbo estético ni narrativo, un mejor amigo que llama desde Copenhague para comunicar su delicado estado de salud, un marido que ni bien acaba de casarse ya armó la valija para irse y otras cuestiones domésticas protagonizadas por “siervos y criadas” que subrayan sutilmente la culpa de la clase media-alta. No obstante, visto desde afuera esa sensación que envuelve a la actriz -que siguiendo la dudosa directriz marcada por el título llamaremos “miedo”- resulta exagerada y hasta diría caprichosa. Por eso, a medida que nos interiorizamos en la compleja personalidad de “Tina”, lo que en la escena inicial coqueteaba con el suspenso, con el transcurrir de las escenas tomará formas cercanas a la comedia dramática. Más allá de la valorable ambición de Bertuccelli por haber querido encarar el filme desde tres lugares distintos, poniendo el cuerpo tanto delante como detrás de cámara, La Reina del Miedo -por cierto, premiada en el Festival de Cine de Sundance- termina siendo una historia que va a la deriva, distraída como la protagonista, que se enrueda la lengua de tanto hablar de lo mismo y que al llegar a la segunda mitad flaquea al no poder cerrar todas las ventanas que había abierto. Por eso, frente a lo ambiguo del final lo mejor es tomar la película como un atractivo envase para el sobrio unipersonal de esta actriz que conoce en carne propia las inseguridades que se ocultan detrás del telón, a veces, las mismas inseguridades que consiguen abrirlo. Por Felix De Cunto @felix_decunto