Nadie es perfecto Puede fallar. Nombres rutilantes no aseguran que un film esté a la altura de las expectativas. Tras una serie de películas hechas por encargo, con resultados óptimos, el guionista Peter Morgan (El Último Rey de Escocia, The Damned United, La Reina y Frost / Nixon) decidió dar a conocer un guión original que no involucra a ningún personaje político o reconocido e incluso viajar… al más allá, literalmente hablando. Se puso en contacto con un tal Steven Spielberg para que realizara la producción ejecutiva quien delegó la producción final a los productores Kennedy / Marshall que vienen trabajando con él desde los años ’80 y la dirección cayó en las manos de Clint Eastwood, nada menos. Trifecta. Pues, no. A veces grandes nombres no pueden salvar un producto que fallaba desde su concepción. En este sentido, si la obra logra mantener interés y tiene varios puntos para destacar es gracias a que su director, a los 80 años, sigue estando más cerca de acá que del… retiro. Si alguno piensa que al realizar un film sobre lo que sucede después de la muerte, Clint Eastwood empieza a despedirse de la industria, está muy equivocado. Más Allá de la Vida es quizás la película más esperanzadora que el director de Los Imperdonables haya dirigido en su vida. Se trata de un film optimista acerca de personas que deben decidir vivir y superar sus miedos a la muerte. Generando climas secos y sin caer en golpes bajo o de efecto facilista; llevando a la emoción genuina de forma sólida pero contenida, Eastwood pone cabeza fría (en parte gracias a la ayuda de su excelente director de fotografía habitual, Tom Stern) a escenas melodramáticas. El problema de Más Allá de la Vida, es el guión de Morgan. No porque los personajes no estén bien construidos, los diálogos no sean verosímiles o las historias no contengan ritmo, sino porque el desarrollo de cada una de ellas, se queda corto. Cada historia merece su propia película, acaso como hizo con el díptico, La Conquista del Honor / Cartas desde Iwo Jima. Aunque acá había dos puntos de vista de la misma historia. En la última obra, todo se superpone y el resultado final, es meramente curioso. No dudo de la capacidad para narrar de Eastwood, pero sí me sorprende que su instinto para leegir proyectos no lo haya acompañado esta vez. Los 126 minutos se hacen cortos porque ninguna de las tramas logra establecerse y profundizar en el mensaje. Este aspecto la acerca justamente a La Conquista del Honor. Las historias corales no suelen funcionar en el cine de Eastwood. Pero, al menos esta vez, los personajes y sobretodo las interpretaciones son mucho más palpables y sólidas. Por un lado tenemos la historia de Marie, la periodista francesa (brillante Cecile de France) que revive tras una catástrofe (una escena inicial magníficamente realizada, un prodigio visual) y decide dedicar su carrera a la investigación acerca de sus visiones del “más allá”. Varios asociarán la historia de este personaje con la de un periodista argentino fallecido recientemente. Con los primeros 5 minutos, se podría haber hecho una emocionante película de tres horas o incluso una miniserie de Hallmark. El personaje no logra entusiasmar demasiado durante el resto del relato, hasta que logra justificar su presencia en el final. La segunda, es la historia de un chico inglés de los barrios humildes de Londres. Con una interpretación austera, sutil, cálida y emocionante de los hermanos Mc Laren, Eastwood demuestra una precisión y economía de recursos majestuosa. Relata de forma directa, dando a entender todo con apenas pocas imágenes y gran intuición para sorprender. En este episodio, lo inesperado es el arma de Eastwood. Si solo tendría que elegir una de las tres historias para desarrollar en una película completa de dos horas, me quedaría con esta. Lo mejor de Río Místico y Million Dólar Baby se encuentran en este episodio, al que le juega en contra tener que compartir lugar con dos historias más, que no están a la altura, en sentidos cinematográfico. Aún así, lo más destacado de la dirección en estos casos, es como Eastwood demuestra su versatilidad e invisibilidad para dirigir. Si bien uno, puede palparlo debido a su puesta en escena y las notas musicales que suenan de fondo, tanto el episodio de Francia como el de Inglaterra no parecen haber sidos dirigidos por un estadounidense. Como sucedía en Cartas desde Iwo Jima con Japón, Eastwood estudió el ritmo, el timing de los realizadores franceses e ingleses para poder imitar su estilo y ser fiel a la idiosincracia del país donde posa su mirada (no como cierto neoyorquino que no cambia su estilo, filme donde filme). Sin salir del clasicismo que lo caracteriza, Eastwood prueba diferentes posiciones y acierta en tonos, climas y dirección actoral. Pero el episodio en Estados Unidos (particularmente en San Francisco, acaso su ciudad preferida para filmar) tiene su impronta emotiva y discursiva. La narración fluye de taquito. Nuevamente con Matt Damon como alfil, secundado por los excepcionales Bryce Dallas Howard y Jay Mohr. Sin embargo, aunque tiene el personaje más complejo y ambiguo (muy bien Damon), la historia carece de la emoción contenida del episodio de Londres o el dinamismo del francés. Es todo más obvio y previsible. Aunque hay pequeñas escenas que son una delicia (todas las que suceden en la escuela de cocina). La última media hora de la película, si bien no carece de lógica, está demasiado forzada para que todas las piezas encuentren su lugar. Aún así, cuando no se trata del film más logrado de su carrera, acaso por ser demasiado fiel al guión de Morgan, Eastwood acierta en la dirección una vez más. Más Allá de la Vida da pie a la reflexión y a la emoción, es cierto. Pero también, necesita desarrollar mejor cada una de sus historias y subtramas. Inclusive, de todas las bandas sonoras que ha compuesto para sus films, esta es la que menos incide en la narración lo que demuestra, junto a la decisión de tomar una posición de cámara más alejada de lo habitual, que esta vez Eastwood no se tomo esta película a modo más “personal”. Ha perdido su “Invicto”, pero su prestigio lo sigue avalando. Como diría Billy Wilder, nadie es perfecto. Pero a no desesperar. No falta mucho para que realice la biografía sobre el fundador del FBI: J. Edgar Hoover con Leo Di Caprio como protagonista. Esto demuestra, sin dudas, que Eastwood “sigue siendo el dueño de su destino, el capitán de su alma”.
Al maestro, con cariño: ¿En serio la filmó Clint? Al salir de la proyección de Más allá de la vida, a principios de diciembre, en el microcine de Warner Bros. nos miramos con los otros asistentes (en su mayoría, críticos de la revista El Amante) y no lo podíamos creer "¿En serio la filmó Eastwood?", era la frase más repetida. Seamos claros: Más allá de la vida no es una mala película, pero es una muy mala película para un director (un maestro, un emblema, un mito viviente del mejor cine norteamericano) como el viejo Clint. Si la hubiese dirigido M. Night Shyamalan (sería algo así como un remedo de Sexto sentido) o Alejandro González Iñárritu (en sintonía con su cine "trascendente"), estaríamos hablando de un film más, mediocre y efímero. Pero viniendo de las manos del creador de Los imperdonables, Cazador blanco, corazón negro, Bird, Los puentes de Madison, Medianoche en el jardín del bien y del mal, Río místico, Million Dollar Baby y Gran Torino uno no puede conformarse con un producto tan menor, tan obvio, tan impersonal. Es como si el "toque Eastwood" se hubiese perdido aquí por completo, como si fuese una película del guionista Peter Morgan (La Reina, Frost/Nixon) o en todo caso del productor Steven Spielberg (aunque SS nunca cayó tan bajo). De hecho, la película arranca con una (muy buena) escena a puro CGI que bien podría pertenecer a un film spielbergiano con un tsunami que arrasa un paradisíaco enclave turístico en Maui, Hawaii. De esa catástrofe se salva de manera milagrosa una reconocida conductora de TV y escritora francesa (Cécile de France). Esta mujer -cuya vida cambia para siempre luego de esa experiencia extrema- se irá conectando con el correr del film con otros dos personajes: un norteamericano (Matt Damon) con un poder infrecuente para conectarse con los muertos, pero que reniega de sus dotes como psíquico; y un niño inglés con una madre adicta que sufre la muerte de su hermano mellizo. Ni buen thriller psicológico, ni buen melodra, Más allá de la vida es una historia coral del montón, sin logros destacables y con algunos aspectos (la forma absolutamente "grasa" de filmar Londres, París o San Francisco, las obvias referencias a Dickens o el espantoso uso de la música compuesta por el propio Eastwood) que desmerecen por completo los inmensos pergaminos de este verdadero maestro del cine. Lo dicho: no estamos ante una película que indigne, pero para quienes amamos el cine del gran Clint resulta una enorme, profunda decepción.
Matt Damon habla con los muertos El director Clint Eastwood se sumerge en un género que antes no había tocado: el thriller sobrenatural y lo hace a partir de la historia de tres personajes que tuvieron contacto con la muerte. Si bien Más allá de la vida no es su mejor film, tiene su sello y la trama cuenta tres historias paralelas que finalmente cruzan a los personajes. El primer tramo (cuenta con diez minutos impactantes en la secuencia del tsunami) muestra a una periodista de la televisión francesa (Cécile de France) que vuelve a la vida luego del fenómeno natural que azotó al Sudeste Asiático y dejó cientos de miles de víctimas. La segunda tiene que ver con un niño que pierde a su hermano gemelo en un accidente de auto y lleva adelante su hogar junto a su madre adicta (Lyndsey Marshall) y, la tercera, sigue los días de George (Matt Damon), un hombre que ha perdido su trabajo y tiene el "don" de comunicarse con el "más allá". Tanto la periodista como el niño tomarán contacto con George, quien es presionado por su hermano para comerciar con su capacidad de hablar con los muertos, aunque prefiere mantenerse alejado de esa actividad que lo atormenta. Eastwood juega a varias puntas, pero su dirección es contenida, sin excesos. El relato tarda en comenzar y resulta un poco disperso cuando se trata de un film de "corte fantástico". El cineasta elige el costado nostálgico y romántico sobre el desenlace, como lo hiciera en Los puentes de Madison y explota también la mirada ingenua de un chico en un mundo adulto que no termina de comprender (como en Río Místico). Todos los personajes buscan respuestas desde "el más acá" para entender y entablar contacto con "un más alla" añorado que tiene que ver con los afectos perdidos. El dilema se resuelve entre visiones, apretones de mano y romance.
Hay que ver Más allá de la vida Más allá de la vida (Hereafter) pone en escena el más allá. Epa. Eastwood se anima a todos los temas. Claro, dirán, a los ochenta está preocupado por la cercanía de la muerte. Yo diría que más bien le preocupa qué hacer con lo que le queda de vida. Y de hecho, la película está mucho más centrada en qué hacen los personajes con sus vidas que con el más allá (representado con una simplicidad extrema). Eastwood piensa en esta vida, en este mundo. En esta ocasión, los protagonistas se relacionan por sus distintas experiencias con la muerte: y la película los sigue, y se fija en cómo viven con esa cercanía, cuáles son sus cambios, sus anhelos, sus deseos. Enmarcado en un comienzo devastador y espectacular pero de una sobriedad muy Eastwood, y un final intenso emocionalmente, la parte central del relato es reposada, reflexiva, con la fluidez que otorga el manejo experto del clasicismo narrativo del maestro Eastwood. Así, el director hace una película de personajes en sufrimiento y de ideas en conflicto. Aunque Eastwood sigue haciendo un cine que tiene como uno de sus temas recurrentes el peso de las decisiones que se toman –un poco como John Huston en muchas de sus películas–, reflexiona sobre lo que podría considerarse un cambio brusco en su filmografía. Quizás por eso, para comentar él mismo este cambio, incluye en la película a personajes como el editor de Marie (la periodista francesa), que se hecha atrás y hasta la desprecia soterradamente en cuanto ella cambia el tema de su libro (pasa de una biografía sobre Mitterrand a una investigación, a partir de la experiencia de haber estado muerta unos segundos, sobre el más allá), o como la médica (la científica que habla de evidencias). Lejos de hacer una película religiosa, Eastwood plantea reflexiones de otro orden, que pasan sin quiebres de la búsqueda más cotidiana de una pareja a grandes reflexiones sobre la existencia (nunca explicitadas sino integradas a la narración, que esto no es un cine de tesis). La película ha sido polémica para la crítica internacional (hasta hubo varios textos desdeñosos) y lo será seguramente en la nacional (en El Amante, por ejemplo, ha motivado extensas discusiones). Por mi parte, creo que es una demostración cabal del gran talento de Eastwood, un cineasta de una capacidad narrativa y una valentía singulares, alguien que en los últimos años se preocupa por su legado como artista: en Gran Torino (una película política a fin de cuentas y la última en la que ha aparecido como actor) planteaba un final sacrificial, que desde lo individual comentaba algunos males sociales; Invictus fue política en un sentido más directo, y dividió aguas mucho más (para mí estuvo entre lo mejor de 2010). Ahora, con Más allá de la vida, Eastwood hace un nada corriente cine de meditación, y hasta remueve la carga de banalidad que suele tener adosada ese habitualmente maltratado sustantivo.
Un mal paso Primera incursión del gran Clint Eastwood en el género fantástico, Más allá de la vida (Hereafter, 2010) resulta una película fallida. El realizador no logra imponer el dramatismo que tienen sus grandes films y a los pocos minutos de metraje el guión muestra el maniqueísmo y las resoluciones arbitrarias que no cesarán hasta el final. Es paradójico que la productora de Eastwood se llame Malpaso y haya dado obras como Millon Dollar Baby (2004) o Gran Torino (Big Torino, 2008). En su último trabajo, el octogenario realizador parece haber tomado ese nombre de manera literal. Decir que Más allá de la vida es una mala película es una exageración. Pero cuesta creer que su director sea el mismo que en una prolífica obra hizo del clasicismo narrativo el camino más noble para construir emociones sin subestimar al espectador. El guión de Peter Morgan (La reina, The queen, 2006) tampoco ayuda demasiado. El relato comienza con una lograda secuencia en donde vemos cómo una periodista francesa, Marie, (la belga Cécile de France) es arrasada por un tsunami, el mismo que hizo estragos en el Océano Índico en el 2004. La joven muere por unos segundos (o al menos eso parece ocurrir) pero “vuelve” a la vida. De allí en más se interesará por el más allá, aún cuando ese interés la aleje de la fama y la aprobación del medio de la que antes gozaba. Simultáneamente, el relato muestra la actual vida del empleado portuario George Lonegan (Matt Damon), un treinteañero que en el pasado se dedicaba a establecer contactos con los antepasados de las personas, hasta que decidió ponerle punto final a ese trabajo por “ser una condena, no un don”. Por último, asistimos a la desdichada vida de un pre adolescente inglés (Frankie McLaren, dentro de lo mejor del film), hijo de una adicta al alcohol y las drogas que pierde a su querido hermano de forma trágica. Tamaño cóctel de traumas y desdichas no implican un tratamiento maniqueo per se, pero sí lo facilitan. Y ese es el camino que toma el relato, que explota al máximo los infortunios de sus protagonistas y que previsiblemente los junta al final. Es llamativo que una película que busca reflexionar en cada secuencia sobre la muerte no tenga nada original para decir sobre ella. Tanto Marie como George tienen esas “visiones” con las que deben lidiar, la primera con entusiasmo y al mismo tiempo temor, el segundo con más hastío que sensación de bienestar. A tono con las fábulas morales de Alejandro González Iñárritu (Amores Perros, Babel), Más allá de la vida explora otras culturas pero no encuentra nada significativo en ellas, como si el salto cartográfico fuera tan sólo una excusa para repetir que “la muerte es igual para todos”. La película no “fluye”, carece de timming. En el camino, coquetea con el romance (de George y una compañera de un curso de cocina) y el drama social (en el caso del chico, finalmente adoptado de forma temporal). La sub-trama más convincente es la de la francesa Marie. En primer lugar, es la menos previsible, la más justificable en relación al vínculo entre el personaje y el contexto. Marie es una espectadora pasiva al comienzo, del drama de los demás y poco a poco de su propio drama interno. Su vida perfecta se cae a pedazos, y desde las ruinas busca indagar en su destino mediante la escritura de un libro que finalmente le devuelve el reconocimiento de los demás. Cécile de France es una buena elección de casting, con unos planos sostenidos en su mirada basta para comprender su incertidumbre. Y no es que el resto del elenco no “cumpla”. Más allá del guión, Eastwood no ha podido imprimirle a la historia la tensión necesaria para que el interés no decaiga, con secuencias que oscilan entre el tedio y la congoja gratuita en poco más de dos horas que se hacen tan eternas como la muerte. Esperamos el próximo proyecto del director, una gloria del cine que todavía tiene tela para cortar. Se trata de una película basada en la vida del controvertido J. Edgard Hoover, ex director de la CIA. Al fin de cuentas, el viejo Clint mantiene intacta su lucidez y lozanía. Un mal paso… no es caída.
Más allá de la vida (Hereafter) es un blanco fácil para las lecturas arrojadas desde la soberbia y la precipitación. Mary Ann-Johansson, por ejemplo, dice en su reseña que lo único que explica la existencia de esta película es que Clint Eastwood se está volviendo senil. Muchos críticos se confiesan asombrados frente al nivel de “ridiculez” de Hereafter, pero en vez de detenerse a desmenuzar los matices, se quedan en el rechazo irónico, ese acto reflejo tan cómodo y tan extendido en este oficio. Algún mandato periodístico internalizado -aunque no demasiado discutido- nos apura a establecer juicios conclusivos que demuestren la “seguridad” del ojo entrenado, y en este automatismo mucha veces se eluden los grises, esas zonas que quizás contengan lo más complejo de la obra, la puerta que invita a transitar las formas. Ya que empieza un nuevo año, y este blog sigue con ganas de seguir interrogando al cine, espero sintonizar cada vez más con esta idea de hurgar en las dudas antes de alojarme en los diagnósticos cerrados. (Atención: se revelan algunos aspectos del argumento del film). En Hereafter Matt Damon es un médium que se comunica con personas recientemente fallecidas. Tiene ese don desde su adolescencia, cuando una enfermedad lo dejó al borde de la muerte. Le alcanza con tomar un instante las manos de un allegado al muerto para conectarse con la voz que le habla desde el otro lado. También puede ver el rostro del muerto en una especie de flash fugaz y muy artificial (y sí, el cine depende de la figuración). La comunicación dura un par de unos minutos, pero aporta suficiente información como para que el familiar en pena se quede conforme. Nada de esto es demasiado nuevo para el cine. Es más, resulta llamativamente elemental la manera en que Eastwood expone estas “intervenciones paranormales”, con una discreción que nos deja un poco helados, quizás porque al tópico lo tenemos muy asociado a otros géneros y otros contextos. Y aquí está el desafío del film, porque justamente la primera barrera a romper es nuestro escepticismo, la jactancia de creer sólo en aquello que puede probarse. Hereafter demuestra un enorme respeto por lo que no conocemos. Es una película sobre la fe, un intento por recuperar el espacio de lo metafísico en la vida cotidiana. Este anhelo debe ser lo que a muchos críticos les resultó absurdo. Otra vez, lo que más cuesta es vencer el prejuicio. “Al final, no te explican bien qué pasa después de la muerte”, dijo una señora ansiosa cuando terminó la proyección. Es que hacer una gran revelación no es el objetivo de la película. Nadie sabe qué pasa después, salvo a través de los numerosos “testigos” que confirman el cliché: quien se acerca a la muerte ve una luz y se siente invadido por la paz. Luz brillante, siluetas espigadas, imágenes repetidas que se han convertido en lugar común, el único lugar que tenemos, por eso el relato insiste con esos túneles blancos. Lo demás es silencio. No pretendamos inventar el reverso. Aceptemos que la Razón no puede penetrar lo más esencial. Asumamos los límites, partamos de lo que conocemos -la tierra firme del clasicismo- a ver si al menos algunas emociones genuinas logran compensar el vacío radical. Estas son las motivaciones de Eastwood en Hereafter, un film fallido pero más inquieto y complejo que otros tropiezos recientes del director (como Changeling o Invictus). Aunque es clara la atmósfera de solemnidad que baña la película, por momentos parece no tomarse demasiado en serio a sí misma, como en la secuencia de la feria del libro, en donde se evidencia cómo la producción editorial lucra con las experiencias en catástrofes, ya sea con un ensayo espiritual como el que publica el personaje de Cécile de France, o con un relato de supervivencia en apariencia morboso como el que presenta el autor que la sucede en el mismo stand. Existe toda una industria cultural dispuesta a explotar el temor a la muerte, y Hereafter no esconde que es parte del juego. Lo más triste del film es que se queda en el romanticismo de la redención individual. De acuerdo, no tiene sentido pedirle a Eastwood una mirada más amplia sobre el mundo si no le interesa ofrecerla, pero entonces uno se pregunta si el contexto del drama realmente importa o es sólo una excusa para el impacto. Me refiero al tsunami, las explosiones en el subte y los despidos en la empresa donde trabaja el personaje de Damon, hechos que pasan pero no pesan, que quedan suspendidos en la trama como notas inconclusas. Finalmente, el médium deprimido decide poner buena voluntad para empezar a ver la vida en colores en lugar de atarse a la muerte, y así el film cierra con la ética de un manual de autoayuda, género que minutos antes amagaba con cuestionar. Lo más intenso es la historia de los hermanos gemelos ambientada en un barrio humilde de Londres. La escena que reúne a uno de ellos y a Damon en el hotel es probablemente la más significativa de la película. Porque allí se impone una diferencia: las palabras que vienen desde el más allá no son suficientes. Es el ser viviente, y no el fantasma, el único capaz de encontrar las palabras justas para el consuelo.
Cuestión de vida o muerte Eastwood aborda por primera vez lo sobrenatural. La filmografía de Clint Eastwood incluía, hasta Más allá de la vida , dramas hechos y derechos como Río Místico y Million Dollar Baby , westerns revisionistas como Los imperdonables , filmes sobre la guerra antes que de guerra ( La conquista del honor ) thrillers y una olvidable cantidad de títulos de acción fascistoide, cono Firefox y El guerrero solitario a la cabeza, pero nunca uno, digamos, sobrenatural. Y a los 80 años, Eastwood abordó el primero, probablemente el único de su frondosa carrera. Lo llamativo en Más allá de la vida no es tanto, proviniendo de Eastwood, el asunto elegido –la posibilidad de entablar contacto con espíritus de gente querida- sino la parsimonia con que la realizó (un rasgo que era más evidente en la insípida Invictus , que quedó como un filme por encargo antes que una obra de autor), incluyendo un final muy a lo González Iñárritu, de historias que se cruzan. Y que lo hacen más por capricho del guionista que por obra del destino. La película abre con Cécile De France como una periodista televisiva francesa de vacaciones, poco antes del tsunami asiático de 2004. Su personaje sobrevive, cuando todos la daban por muerta, en una secuencia que, siendo el filme producido por Spielberg, es dable apostar que Eastwood habrá monitoreado todo desde una consola, aprobando o desaprobando con la cabeza. La segunda historia arranca con un (ex)psíquico, que se hartó de tomar las manos a extraños para sentir una conexión y relatar las visiones que tiene. Interpretado por Matt Damon, parece mejor estructurado, inclusive psicológicamente, hasta que irrumpe el tercero, un niño inglés que acaba de perder a su gemelo, tiene una madre alcohólica y termina en un hogar prestado, mientras lo que más ansía es recuperar a su alma… gemela. El estilo de Eastwood, allí donde se ve y se siente que el director se mueve a sus anchas, se expresa mejor en la secuencia de la casa de Damon, entre la cocina y el living, cuando George trata de convencer a Melanie (Bryce Dallas Howard) que mejor no, que no le pida que la contacte con su padre muerto. Inclusive la resolución de la escena se emparenta con un tema que al director parece obsesionarlo cada vez más desde Río Místico , y es el abuso o maltrato de menores. No es un filme sobre lo paranormal, sino sobre tres personajes en busca de la verdad; alguna verdad que les devuelva las ganas de vivir al ser rozados, de una u otra manera, por la muerte. Pero la reflexión que uno quisiera suponer es el alma mater del relato se desdibuja acercándose al final, cuando por más que uno adivine que las tres historias deberán cruzarse, lo hagan de la manera más clisada posible. Y es extraño, porque el guionista Peter Morgan (el mismo de La reina y Frost/Nixon ) suele trabajar con habilidad y meticulosidad las escenas para desnudar las características de sus personajes. Bueno, en Más allá de la vida se tomó un descanso. Damon es lo mejor de la película (su segunda escena en la cocina, comiendo solo, tiene el desenlace que mejor pinta a su personaje) y el pequeño Frankie McLaren, por carisma, se roba algunas escenas. Más allá de la vida , cuando el fan haga un repaso de la filmografía de Eastwood, no estará en el cielo ni en el infierno; permanecerá en el limbo.
La dignidad de un clásico El realizador de Los imperdonables consigue remontar un guión poco feliz del británico Peter Morgan, que desarrolla tres historias relacionadas con el más allá. Convicción y nobleza son algunos de los atributos que despliega el viejo Eastwood. Le alcanzan para conmover. Combinación del trasnochado género “cruces de historias” con una New Age alla Víctor Sueiro, frente a Más allá de la vida cabría preguntarse qué llevó a Clint Eastwood a filmar esta película. Pero también admirarlo quizá más que nunca, por haberlo hecho con una dignidad, convicción y nobleza tales, que pueden llegar a generar en el espectador una esquizofrenia incurable. Mientras la razón tal vez juzgue intragable buena parte del relato, la emoción lleva a involucrarse con él de cuerpo y alma, del mismo modo en que el realizador notoriamente ha hecho. Hasta el punto de que el nuevo Eastwood lleva a reflotar, como pocas películas recientes, la polémica sobre la “política de autores”, que en los años ’50 puso a rodar la redacción de Cahiers du Cinéma. Esa “política” proponía una idea extrema: en cine no importan el guión, las actuaciones o rubros técnicos, sino sólo lo que el director (l’auteur) hace con todo ello. Más allá de la vida podría verse, así, como la batalla que Eastwood libra contra un guión que, vaya a saber por qué, él mismo eligió filmar. Batalla que en ocasiones gana ostensiblemente, cayendo en otras ampliamente derrotado. El guión del británico Peter Morgan (el de La reina y Frost-Nixon) desarrolla tres historias relacionadas con el más allá. Las tres dan la impresión de circular en paralelo, hasta que por arte de artificio terminan convergiendo, a la manera de los bodoques que el mexicano Guillermo Arriaga supo escribir para su compatriota González Iñárritu. Una de las historias es protagonizada por una periodista (la belga Cécile de France), que durante unas vacaciones “muere y resucita”, arrastrada por el tsunami indonesio. Otra, por un niño (alternativamente interpretado por Frankie y George McLaren) que pudo haber muerto en un accidente automovilístico, si su hermano mellizo no se hubiera ofrecido a salir en su lugar. Finalmente, el vidente (Matt Damon, jamás tan oscuro y reconcentrado) que, harto de dedicar la vida a los muertos, se niega a seguir ejerciendo sus poderes. Y que terminará sirviendo, claro, no sólo de contacto de los otros dos con el otro mundo, sino de amalgama narrativa. Lo más molesto de Más allá de la vida es la “conversión” de la periodista, que renuncia a su posición de estrella mediática (conduce un programa de investigación de alto rating) para escribir un libro que difunda las ideas de una santona New Age (la suiza Marthe Keller, estrella de los ’70, resucitada por Eastwood para la ocasión). Allí, el propio guión se vuelve propagandístico, despotricando como desde algún púlpito contra el racionalismo y materialismo contemporáneos. Borrosas y bañadas por una luz sobrehumana, las visiones de ultratumba de los tres protagonistas parecen más una idea de Steven Spielberg, productor ejecutivo de la película, que del propio Eastwood. De otra película –una mucho más tonta y banal– parece escapada también la love story hacia la que todo esto deriva, haciendo pensar que a esa altura el realizador de Los puentes de Madison, uno de los más infaliblemente sobrios y sensatos del medio, habrá optado por bajar los brazos y rendirse. Más allá de esas flaquezas, el abordaje de Eastwood es tan directo, lúcido e intenso, que reconvierte la culpa a la que el guión parece apuntar (otro clásico de la línea Arriaga) en algo mucho más noble: dolor humano. Dolor de la periodista, a la que el tsunami le arrancó una niña de la mano; dolor del chico, que vive la falta del hermano casi como si le hubieran seccionado un órgano; dolor del vidente, para quien el don es maldición. La compenetración de Eastwood con los tres, característica de un artista clásico, es absoluta y conmovedora. Una verdadera película aparte, la impresionante, larguísima secuencia del tsunami puede considerarse, sin temor a error, una de las más consumadas piezas de cine catástrofe jamás rodadas. Menos por obra de la digitalización (si así fuera, el género se habría llenado de obras maestras en los últimos años) que de la nudosa mano del realizador, que la ejecuta con el swing, el tempo y la dinámica de una inspirada improvisación de jazz al piano.
Clint Eastwood y una incursión despareja, y por momentos decepcionante, en lo sobrenatural Es ciertamente una demostración de lozanía que Clint Eastwood se atreva, a los 80 años, a probar suerte en nuevos terrenos como lo hace en esta despareja (y en muchos aspectos, decepcionante) incursión en lo sobrenatural. Peter Morgan, a quien suele irle bastante mejor cuando aborda el retrato de celebridades (Frost/Nixon, La reina) le proporciona una historia sobre la muerte, el duelo, el más allá y los vínculos entre los vivos y los muertos, concebida como un tríptico, estructurada a la manera de Babel y generosa en coincidencias y alusiones a hechos de la actualidad. Precisamente, es una impresionante reconstrucción del tsunami que devastó Indonesia, Tailandia y otros países del Indico, la secuencia con la que el film se introduce en el tema. Sorprendida por la catástrofe, una periodista francesa de vacaciones (la excelente actriz belga Cécile de France) es arrastrada por las olas y milagrosamente logra sobrevivir, no sin antes pasar por la experiencia de asomarse al más allá (una visión que, luz enceguecedora mediante, responde a las representaciones de rutina). Pronto aparecerán los protagonistas de las otras historias. Uno es un chico inglés de clase modesta (vagamente extraído del mundo de Dickens), que vive desconsolado por la trágica muerte de su hermano gemelo; el otro, un obrero de San Francisco (Matt Damon, impecable), cuya excepcional condición de médium no es para él un don sino una pesadilla. Mientras se siguen alternadamente las andanzas de cada uno -la periodista busca sustento científico para dar testimonio en un libro sobre los contactos con el más allá, un tema que alguna conspiración se empeña en ocultar; el chico se obstina en lograr contacto con su hermano, de quien recibe alguna oportuna ayuda, y el médium ensaya otro oficio, vive una frustración amorosa y pierde el empleo-, resta saber cómo el destino logrará entrecruzarlos, lo que se resuelve de la manera más forzada y previsible y en algún caso, próxima al ridículo. Pero que al final todas las piezas encajen genera un efecto tranquilizador irresistible para mucho público: que lo digan González Iñárritu-Arriaga. Eastwood se rehúsa al melodrama y a dar respuesta sobre la existencia del más allá: quiere que el film hable del modo en que cada uno sobrelleva o debería sobrellevar la idea de la mortalidad y hasta incorpora alguna nota de humor, pero el tratamiento del tema suena trivial y sólo en contadas oportunidades (una escena romántica, por ejemplo, o el encuentro de Matt Damon con el chico en el hotel) puede sospecharse que es él quien está detrás de la cámara. El empleo que hace de su música -esta vez con ayuda de Rachmaninov- tampoco puede contarse como un acierto.
Más allá de la vida es el film más sentimentalista que brindó Clint Eastwood como director desde Los puentes de Madison. Se trata de una película que pasó sin pena ni gloria por los cines de Estados Unidos y que al estudio Warner le costó bastante vender. El trailer, por ejemplo, se centra principalmente en Matt Damon, cuando él es apenas una pieza más del rompecabezas que presenta el conflicto, ya que no hay un protagonista especial. Tampoco es un thriller de los que suele hacer M Night Shyamalan, como se había anunciado en los medios en un comienzo. No hay elementos fantásticos ni grandes momentos de suspenso. El tema de los psíquicos no es un asunto de ciencia ficción y existe gente que realmente cuenta con una percepción especial, como la que tiene el personaje de Damon. Claro que también existen los chantas que lucran con eso como muestra muy bien el film. Con este trabajo Eastwood reflexiona acerca de la muerte y Más allá de la vida en realidad se enfoca en las perdidas humanas y las dudas y planteos que se hace el ser humano frente a estos temas. De alguna manera es la contracara del fiasco de Peter Jackson, Desde mi cielo, estrenado el año pasado, que tocaba temáticas similares, donde la atención estaba puesta en los efectos especiales realizados por computadora y los actores quedaban a la deriva. Clint se enfoca en la emociones y se toma su tiempo en presentar bien a los personajes, a tal punto que el film, desde la narración tiene un ritmo diferente a lo que fueron sus últimos trabajos. La historia es interesante porque comienza con la escena de un tsunami, digna de las películas de Roland Emmerich (2012), algo que Eastwood nunca había hecho en su carrera hasta ahora y luego se convierte en un drama muy interesante sobre la muerte y la soledad que evitan todo tipo de moralina religiosa. Salvo por la banda de sonido, donde se destaca el clásico pianito y guitarra, que el director siempre utiliza a la hora de componer la música de sus filmes, Más allá de la vida es una película distinta de Eastwood y para quienes son seguidores de este gran artista ese es un gran motivo para no dejar pasar esta película. Tal vez no genere la misma atención que Río Místico o Gran Torino pero merece su visión.
Sentir el dolor De un tiempo a esta parte la crítica tiene muy poco que ofrecer frente a cada nuevo film de Clint Eastwood, dicha labor apenas si se limita a remarcar lo ya sabido por todos los espectadores con la sensibilidad necesaria para apreciar la obra de este maestro de maestros del séptimo arte: resulta francamente increíble que a los 80 años el estadounidense aún tenga el coraje suficiente para ampliar sus horizontes y destruir el cerco de lo que se puede esperar de él. Quizás una de las películas más radicales al respecto es la que hoy nos ocupa, Más Allá de la Vida (Hereafter, 2010), una suerte de melodrama con elementos fantásticos que nos presenta en forma paralela tres historias centradas en las consecuencias que se derivan del contacto con la muerte y el mismo hecho de suponer una existencia posterior. El interesante guión de Peter Morgan, quien continúa cuesta arriba luego de Frost/Nixon (2008), comienza con la periodista televisiva Marie Lelay (Cécile de France) sobreviviendo a un tsunami en Tailandia y experimentando casi de inmediato visiones protagonizadas por figuras humanas. La trama corta a Londres, en donde los hermanos gemelos de doce años Jason y Marcus (George y Frankie McLaren) hacen lo imposible para que su madre heroinómana conserve la patria potestad: sin embargo con la súbita desaparición de Jason, a quien atropellan accidentalmente, Marcus padece la soledad, elude la pérdida e inicia un periplo en pos de respuestas. Como si esto fuera poco, el trajín incluye también a George Lonegan (Matt Damon), un psíquico de San Francisco que trata de huir de sus facultades. Aquí el director supera lo alcanzado en Invictus (2009) y otra vez sale airoso analizando tópicos que a primera vista parecerían ajenos: de este modo vuelve a metamorfosear la propuesta para sumergirla en su clásico humanismo crepuscular. La perspectiva individual de los protagonistas en relación al tema ha sido plasmada en términos narrativos con sumo respeto y sin especulaciones inconducentes. Queda claro que desde Million Dollar Baby (2004) el mítico cineasta está escribiendo su testamento a partir de un andamiaje ideológico tan esperanzado como de costumbre aunque relativamente más amargo, metiéndose en disyuntivas que plantean lo irremediable de determinadas situaciones mientras señalan a los responsables de turno (tanto en lo que atañe a los rasgos positivos como a los negativos). Lejos de los típicos atajos de la idiosincrasia norteamericana, Eastwood se toma su tiempo para desarrollar los personajes, dibujar su entorno y explicitar opciones que en muchos ámbitos no son tales precisamente porque escapan al control de estos seres contradictorios, complejos y testarudos a más no poder. Así es cómo el realizador, fiel a su coherencia y sabiduría, optó por construir su opus alrededor de la circunstancia de sentir el dolor y la frustración en vez de la alternativa de priorizar a la mera muerte. Como siempre la fotografía, la música y el desempeño del elenco se condicen con la extraordinaria riqueza general y colaboran para que estemos ante una experiencia cinematográfica de una belleza abrumadora, capaz de involucrarnos -creamos o no- en todos estos vaivenes del corazón.
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El film rebautizado con titulo de telenovela venezolana cuenta la historia de tres personas, la principal es la que protagoniza Matt Damon como George, un psíquico devenido en obrero por elección, Marie, una famosa periodista francesa y los gemelos británicos Marcus y Jason que lidian con una madre adicta. En común tienen un lazo que los une con la muerte. Con un comienzo prometedor el film atrapa y conmueve hasta cierto punto, luego cae en picada concentrando el argumento en la historia de amor, dejando cada vez más de lado el misterio que surge de la pregunta: ¿Hay vida después de la muerte?. Inicia al mejor estilo hollywoodense para luego adoptar una estética europea que no termina de cerrar, se disfruta la historia londinense y se sobreentiende la del estadounidense, pero es la parisina la que va quedando atrás adoptando otro ritmo y finalmente desembocando donde se predice pero con menos ímpetu que en el comienzo. Es subestimar un poco al espectador que por cada cambio de historia, para que este se ubique, se incluya en el cuadro la torre Eiffel o la de los Ingleses: esto llega a incomodar. El vaquero más famoso se arriesga con un film que refleja por momentos el mundo de los médiums: Un tema que si no se trata cuidadosamente podría resultar por demás trillado, Más Allá … bordea el limite.
Víctor Sueiro tenía razón. La muerte intriga, asusta, apasiona, perturba, atrae y aterra. Será por eso que a través de la historia de la humanidad, a falta de un saber científico, el hombre no ha podido más que buscar todo tipo de respuestas espirituales en el asunto. Sigmund Freud decía que lo único en lo que no hay inscripción en el inconsciente es en la diferencia de los sexos y en la muerte, y es esto lo que le da el carácter traumático a dichas cuestiones. El cine no ha sido la excepción, hay numerosos ejemplos fílmicos donde se aborda la temática (After Life, Sexto Sentido, Ghost, El Orfanato). Clint Eastwood, que a pesar de sus ochenta años, está más cerca de acá que de allá, decide tomar cartas en el asunto y hacer una película totalmente distinta a toda su filmografía. A partir del guión de Peter Morgan (El Último Rey de Escocia, Frost / Nixon), realiza una obra que incursiona en algunas de estas respuestas sobre lo que ocurre cuando pasamos a “mejor vida”. He leído por ahí que muchos críticos al salir de la proyección privada, se encontraban desconcertados al tratarse de una película dirigida por el viejo Clint, con cierto dejo de decepción y subestimación hacía la obra. Y sí, no parece una película de “Harry el sucio”, y ese es el gran mérito, que un octogenario, el cual podría apostar a fórmulas seguras, decida arriesgarse con un tema tan metafísico como lo es el más allá. Pero así y todo, el film aborda lo sobrenatural sin ser esotérico, termina siendo más clásico que fantasioso. La delicadeza y sutileza con la que Eastwood narra la cuestión, es sólo una excusa para hablar de la vida y de lo difícil e insoportable que suele ser a veces la existencia humana. Con un esquema coral, se relatan tres historias de manera simultánea en la que cada uno de los protagonistas tiene una vivencia distinta y traumática a la vez con la muerte. Marie (Cecile de France), es una mujer francesa, periodista, sobreviviente del catastrófico Tsunami pero que experimentó el estado letal por algunos minutos. George (Matt Damon), es un psíquico que se comunica con los muertos, “profesión” que quiere dejar atrás, siente que ese don es en realidad una maldición. Y la historia más desgarradora y lograda quizás, es la de un niño inglés (Frankie McLaren), hijo de una madre adicta que pierde fatalmente a su hermano gemelo, compañero de vida y hace lo que puede, con los pocos recursos que tiene para elaborar tremendo duelo. Los tres protagonistas experimentan lo más profundos conflictos humanos que devienen de la soledad y problemáticas afectivas importantes. Viven en tres grandes urbes: París, San Francisco, Londres y están expuestos frágilmente a una sociedad devoradora de deseos subjetivos, pero en algún punto y paradójicamente, la muerte los rescata a la vida, aunque en maneras muy distintas. Luego de un comienzo arrollador situado en el Tsunami del sur asiático, el guión pierde fortalezas en algunos relatos más que en otros. Sin dudas dan más deseo de ver la historia del niño inglés que el de la mujer francesa, la cual por momentos queda media desdibujada, excepto cuando estamos entrando en los fragmentos definitorios del metraje donde su personaje va adquiriendo más ímpetu. Las tomas de las ciudades no son de lo mejorcito, imágenes harto repetidas y obvias, no hace falta estar en una oficina en París con la Torre Eiffel prácticamente en la nuca. A veces peca de un sensibilismo, más cercano a El Sustituto que a la profundidad narrativa de El Gran Torino, pero en su mayoría la intensidad dramática es tal que logra escenas absolutamente conmovedoras. Afectos que se van adquiriendo gracias a la genialidad de un director, que puede hacer que un espectador tan escéptico y prejuicioso con estas cuestiones, como lo es quien escribe, se termine creyendo, por lo menos por 126 minutos, algo que en su racionalidad conciente rechazaría a priori.
Carlos Bianchi en una nota realizada con motivo del repaso de algún titulo obtenido en Vélez Sarfield como director técnico, comentaba que el momento que le tocó dejar de jugar al futbol como profesional fue como morir. La “primera muerte” mencionaba el ex jugador devenido a entrenador, explicaba que el deportista profesional siente el abandono de su profesión como un vacío similar a un deceso. Clint Eastwood tuvo su “primera muerte” en Gran Torino, ese maravilloso testamento fílmico que significó su retiro definitivo de su profesión original; actor de cine. Atrás quedan maravillas como el cinismo del “hombre sin nombre” o el desaforado “Harry el sucio” entre otras grandes actuaciones en la historia del viejo Clint. Y en Gran Torino, Eastwood decide finalizar su participación como actor con velatorio y todo, el último plano en la historia de su carrera es adentro de un cajón en una funeraria. Tras los honores de su despedida, Eastwood finaliza la película con un bellísimo plano general del mar, con tonos bien azules fuertemente iluminados por el sol. Mas Allá de la Vida comienza exactamente con el mismo plano general del mar construyendo un puente entre dos películas que dialogan; el mar como sinónimo de inmensidad, de infinitud, de algo más grande de lo que podemos explicar. La potencia de la primera secuencia de la película es implacable, la naturaleza arrasando con un tsunami y el viejo Eastwood mostrándolo desde adentro, incluso con algunos planos subjetivos del personaje de Marie LeLay (Cécile De France) que tiene una experiencia cercana a la muerte (es resucitada luego de ahogarse). Luego comienza la maquina de narrar que es el viejo Clint para mostrar la historia de los tres personajes de la película, la mencionada LeLay, el chico Marcus (interpretado intercaladamente por los hermanos mellizos McLaren) y el personaje central del film, George Lonegan , un brillante Matt Damon en su segunda colaboración consecutiva con Eastwood luego de Invictus. La historia de la muerte ronda a los tres personajes, pero es casi una excusa, un Macguffin para que Eastwood ponga su aparato narrativo clásico para contar una historia de personajes con densidad, que crecen, se modifican y cambian. Marie LeLay muere en el tsunami, la periodista política sagaz y punzante desaparece tras su experiencia con la muerte y cambia recorriendo un camino de investigación en el terreno de la espiritualidad. Marcus, tras la muerte de su hermano es un zombi viviente, como si él también estuviera muerto. George Lonegan está literalmente muerto. En el primer plano que Eastwood lo muestra aparece de costado, sin iluminación alguna, casi como un espectro. Su trabajo de psíquico, del que reniega, lo hace dialogar con los muertos casi como un par de ellos , un tipo que tiene la certeza que existe la vida después de la muerte es uno de los personajes mas tristes que dio el cine en años, esto nos da la pauta que acá no hay “visiones optimistas y esperanzadoras” por parte de Eastwood , de hecho , la conclusión tras el dialogo entre Marcus y Lonegan es que el psíquico no tiene idea de lo que sucede después de la muerte, él solo reproduce lo que le dicen los muertos. La colaboración entre los personajes los hace crecer y reinventarse, procedimiento clásico del cine de Hollywood. Lonegan ayuda a Marcus que vuelve en búsqueda de su madre , Marcus ayuda a Lonegan , lo hace verse por primera vez un igual con el resto de las personas y Lonegan ayuda a LeLay con su carta y su comprensión. El final a pura emoción frankcapriana encuentra a un Lonegan que le puede dar la mano a una mujer sin vivir otra vez una pesadilla. El viejo Eastwood ya lo enfoca bien iluminado, sonriente y por primera vez feliz. El personaje que estaba muerto termina mas vivo que nunca. Eso hace Eastwood, cuenta historias, modifica, convierte, les da calidez y espesor a sus personajes, los quiere, los respeta. Puro cine americano, del mejor, del que queda poco. Esperemos poder disfrutar a Clint para siempre, aún mas allá de la vida.
Una película para la polémica. Todos esperan más. Todos quieren más del maestro. Pero él es humano, y está aquí en el mundo de los vivos, de los que experimentan y también se pueden equivocar en el trayecto. En esta oportunidad Eastwood cambió de registro. Pasó de “Invictus”, sobre el legado de Mandela, a un thriller sobrenatural. Inicia la acción con un “tsunami” (sí, es una película de Clint aunque usted no lo crea) realizado con la maestría de un director clásico pero con el respaldo de un productor de la talla de Steven Spielberg. Una periodista (Cécile de France) sobrevive milagrosamente a este desastre natural después de experimentar visiones durante los minutos en que estuvo muerta. En otro lado del mundo un psíquico (Matt Damon, siempre con el registro de los grandes actores) trata de cambiar su vida, después de vivir de ayudar a la gente a comunicarse con sus seres queridos en el más allá. Y la tercera historia –por suerte no es “Babel” aunque se le parece en el armado– sucede en Londres cuando un chico pierde a su hermano gemelo. La acción se sucede así entre estos tres personajes y las vicisitudes de sus nuevas experiencias de vida. La periodista intentará investigar sobre sus visiones, el psíquico tratará de mantenerse en su tesitura de “no vivir pensando todo el tiempo en la muerte” y el pequeño londinense intentará llegar a comprender el por qué del trágico final de su hermano. Como logros se pueden destacar el clasicismo de Eastwood a la hora del relato y del final, siempre redentor, como acostumbra. Y los climas, en especial en la historia encarnada por Matt Damon en tándem con Bryce Dallas Howard -la actriz de “La Aldea”- donde la sutileza y el oficio del director como narrador parecen intactos. La polémica se genera por el hecho de que “Más allá de la vida” es sólo una buena película, pero no una gran obra. Y la crítica internacional y la local, junto a los fans no saben (sabemos) donde pararse. Porque no es una historia descollante, que plantee grandes temas o hechos, como tiene acostumbrados el director de “Los Puentes de Madison” y “Los Imperdonables”. Eastwood, desde “Río Místico” pasando por “Cartas desde Iwo Jima” no ha podido regresar a su mejor cine: aquel que pese a lo áspero fue siempre conmovedor. Igual, no parece preocuparle mucho. Sigue filmando, octogenario ya, aunque no es casual que elija un guión sobre la vida después de la muerte, escrito por el británico Peter Morgan, al que le ha ido mejor con historias como “La Reina” o “Frost/Nixon”. De esta manera, el último director clásico, presenta “Más allá de la vida” con sus aciertos y fallas. Ya está pre-produciendo otro film para estrenar en 2012, sobre la vida de John Edgar Hoover, el creador del F.B.I., que protagonizará Leonardo DiCaprio. Eastwood, sigue produciendo. Como dice el dicho: “el que no hace, nunca se equivoca”.
Anexo de crítica: Para ser sinceros de no estar detrás de las cámaras un director de tanta categoría como Clint Eastwood -que extrae oro del barro con su sabiduría cinematográfíca- este drama de tintes sobrenaturales sería una película del montón totalmente descartable. No obstante, desde la secuencia inicial (la impactante devastación que provoca un tsunami) Eastwood logra imprimirle su sello clásico a esta historia tripartita que se anuda en el final algo convencionalmente. El guión de Peter Morgan es muy básico y si bien en general le falta vuelo también es cierto que el talento de Clint logra sacarle lustre al texto trabajando conjuntamente con sus brillantes actores. Más allá del notable elenco protagónico resulta muy gratificante ver a la coloradita Bryce Dallas Howard en un breve rol como un posible interés romántico para el psíquico renuente que encarna Matt Damon. Los primeros planos que le dedica el viejo Clint en una escena clave son tan ejemplares como la sensibilidad y la convicción manifestada por la bella hija de Ron Howard. Más allá de la vida no es una obra genial pero sí sólida y atendible: merece verse…
Luego de leer las críticas de dos colegas redactores de “A Sala Llena”, he encontrado en ellas un factor común en la redacción “Clint Eastwood está más cerca de acá que de allá”, su participación en la dirección de Más Allá de la Vida lo evidencia claramente. Otros hablan de la ausencia del “toque Eastwood”, personalmente no creo tal “toque” exista, Eastwood ha venido reinventándose en éste, el último tramo de su carrera como director. El film comienza con una escena a gran escala, nada menos que un tsunami arrasa con una hermosa costa veraniega, derriva estructuras edilicias, posadas, arrastra vehículos, personas, una verdadera catástrofe. Dentro de las víctimas se encuentra Marie (Cécile De France), una periodista francesa que, de vacaciones junto a quien estuviera ligada sentimentalmente, el encargado del programa televisivo donde trabaja, Marie sale a buscar unos presentes para los hijos de éste, a segundos de avistar la gran mareada, queda inconsciente, ahogada, transita unos segundos en el más allá y resucita. Uno bien podría considerar que por la espectacularidad de las imágenes estaríamos sumergiéndonos en una nueva odisea de Emmerich, pero apenas pasados unos escasos minutos, ese tsunami es infimo en tamaño comparativamente con el desarrollo de narración, estilos y profesional sentimentalismo arraigado a esta maravillosa historia, “el verdadero tsunami todavía está por venir”. George (Matt Damon) es un persona con una virtud (aunque él la considere una desgracia), es un psíquico, cuyo mínimo roce de sus palmas con otro ser, genera visiones o lecturas, mensajes, recuerdos, vivencias, un perfecto puente de conexión entre los vivos y los muertos allegados. Más Allá de la Vida, tiene todos los condimentos para ser vinculado a un film de género fantástico y es aquí donde al menos mi visión del film fue dirigida hacia otros encantos, otros temas que vinculan a los personajes principales, basta está decir que son tres, Marie, George y Marcus, un pequeño que pierde a su gemelo. Mas Allá…trata de la soledad, el duelo, la incertidumbre sobre lo inexplicable y cómo éstas tres instancias repercuten de distintas maneras sobre un diversos seres humanos. La soledad, vinculada a la pérdida, cual un amor o un fallecimiento, en las etapas que ésta involucra, el insostenible dolor y angustia inicial, la búsqueda por salir a flote como sea, el querer buscar una explicación… A Marie, el suceso le cambia la vida por completo, son diferentes sus necesidades, su óptica, su motor e incesante el cuestionamiento por querer entender o dilucidar qué hay en el más allá, ella lo ha experimentado, lo ha percibido, vivió la experiencia. Su soledad está vinculada al no entendimiento del resto, ya sus requisitos para conecer a alguien han cambiado. Marcus, es quien más siente la perdida y anhela la vuelta de su hermano, algo que no ha de suceder, ansía el mínimo contacto, extraña, es hasta capaz de quitarse la vida para volver a estar con el. Como un extraño deambula por las calles en busca de una respuesta, en toda actividad estudiantil se encuentra disperso. George, es quien se siente solo en gran parte por su aptitud, las mujeres lo han dejado por ello reiteradas veces, cuestión que ante su insatisfacción lo obligó a abandonar una actividad redituable relacionada con su don, ha de comprender al resto y sin ser egoista, no quiere ayudar más al prójimo por que entiende que primero debe ayudarse a sí mismo. Los enfoques de Eastwood a partir de éstos tres personajes, donde también podríamos hacer mención de un cuarto, el de Melanie (Bryce Dallas Howard) (que sirve para entender el descreimiento de George), reflejan el excelente estado narrativo del director, quien no permite que relato caiga en golpes bajos y sensiblería aleccionadora. Vehículo por el cual el film termina o mejor dicho comienza a convertirse en una hermosa y esperanzadora historia de amor.
La muerte de personas cercanas nos deja una sensación de desamparo, de carencia afectiva irremediable, que puede afectar el curso de nuestras vidas. A pesar de saber que tendremos que enfrentar esas pérdidas, la muerte pareciera ser un tema que los seres humanos no incorporamos nunca como parte de nuestra existencia. Resulta sumamente arduo superar la muerte de un hermano, un cónyuge, un hijo… Es necesario vivir el dolor de las pérdidas para poder seguir con nuestras vidas y continuar creciendo. Sin embargo, muchas son las personas que no pueden asumir la muerte, y desean conectarse con sus seres queridos que dejaron este mundo terrenal. Las pérdidas familiares dejan un vacío tal que surge la necesidad de saber si hay un “más allá”, si los que se fueron están bien en ese nuevo lugar. Clint Eastwood se anima a encarar en "Hereafter" este tema espinoso y complejo, a través de un guión de Peter Morgan, entrecruzando tres relatos de forma alternada. El filme gira en torno a la historia de tres personas que han sido tocadas por la muerte de diferentes maneras. George (Matt Damon) es un obrero estadounidense que tiene una capacidad especial y logra conectarse espiritualmente con el Más Allá; pero más que como don, lo vive como una pesadilla y quiere alejarse de su pasado como médium. En la otra parte del mundo, Marie (Cecile De France), una periodista francesa, ha sufrido una experiencia cercana a la muerte (es una sobreviviente del tsunami asiático) que ha trastocado su concepto de la realidad, y su personalidad aguerrida y fría se modifica por completo. Y Marcus es un niño londinense que ha perdido a su hermanito gemelo en un accidente y necesita respuestas desesperadamente, ya que no puede dejar ir a su otra mitad. Cada uno de ellos intenta continuar con su propia vida, y lo vemos en un montaje alterno, saltando de una historia a la otra. La película, producida por Steven Spielberg, abre con la secuencia del tsunami, recreando increíblemente, con efectos (más que) especiales, la catástrofe considerada como el noveno desastre natural más mortal de la historia moderna. La proyección de la película transcurre sosegadamente, con largas secuencias que van mostrando el perfil de los tres personajes protagonistas, hasta que (demasiado casualmente) se comienzan a interrelacionar. Matt Damon compone con ajustado tono a su desesperanzado trabajador, que huye de su capacidad de conectarse con los muertos, para intentar, de a poco, conectarse con los vivos. Es por ello que se anota a unas clases de cocina y allí conoce a una tierna mujer (excelente Bryce Dallas Howard), resultando muy cálido y sensible el acercamiento romántico con ella, a pesar de que ésta esconde algo que puede interferir en la relación. También es de destacar la historia de los niños gemelos y la tierna relación con su alcohólica madre, logrando escenas de alto contenido dramático y muy bien actuadas. Eastwood sigue filmando tan bien como siempre y sigue siendo autor de la música de sus historias (algo repetida en esta peli). A pesar de no ser un gran filme dentro de su intensa y vasta filmografía, logra conmover, más especialmente a aquéllos que creen que el “Más allá” nos espera del otro lado.
Tres personajes en busca de respuestas Muchos sostienen que la 35ª película dirigida por Clint Eastwood (1930, San Francisco, EEUU) no encaja del todo en la obra del viejo maestro, pero los motivos de ese desconcierto resultan discutibles. Si es por el empleo de efectos especiales, debe aclararse que se utilizan únicamente en una secuencia de la película y que la misma (que finaliza con el plano de un ojo que parece un homenaje a Psicosis) está realizada con más sagacidad narrativa que efectismo. Si es porque algunos esperan un cine con cowboys, policías, soldados y deportistas, y no con el clima melodramático que aflora aquí, habría que recordarles que Eastwood es el mismo que hizo, por ejemplo, Los puentes de Madison (1995) y Río místico (2003). Pero, fundamentalmente, si Hereafter se integra cómodamente a la filmografía previa de Eastwood, es porque está realizada con el clasicismo que siempre lo ha caracterizado como director: sin ánimos de renovación ni pretensiones experimentales, el relato sigue siendo lo importante. Éste –escrito por Peter Morgan– relaciona tres personajes diferentes, que terminarán cruzándose: George (Matt Damon), joven con una capacidad especial para conectarse con personas ya fallecidas; Marie (Cecile de France), exitosa periodista que permanece inquieta después de sobrevivir milagrosamente a una desgracia; y Marcus (interpretado por los hermanos Frankie y George McLaren), chico londinense que sufre la pérdida de un ser muy querido. Si, en primera instancia, el guión recuerda a los que Guillermo Arriaga ha escrito para Alejandro González Iñárritu (21 gramos, Babel), un rasgo marca la diferencia: Morgan y Eastwood quieren a sus personajes, reservándoles un lugar para el bienestar o la esperanza. Es cierto que no están los tres desarrollados con la misma eficacia: mientras el niño parece la mera ilustración de un cuento de Dickens –al que se homenajea explícitamente en el film– y la periodista vive una historia demasiado impostada y adornada, el joven medium resulta más creíble, entre otras cosas porque Eastwood ha sabido capitalizar la imagen de chico bueno de Matt Damon (quien se muestra, además, realmente abatido y mesurado). Con habilidad, el guionista hace que el rumbo que van tomando los sucesos resulte, en varios momentos, imprevisible: un proyecto de la periodista se retoma cuando ya parecía cerrado, la relación de una joven pareja se clausura imprevistamente cuando todo parecía indicar lo contrario. En tanto, la calidad del director (evidente en la forma con la que sabe generar tensión en los momentos previos a una catástrofe natural o a un accidente) no impide que algunas situaciones se plasmen de manera pedestre. Que rompa a llover en una dramática escena de llanto o que se inicie un juego de seducción saboreando comida, por ejemplo, son recursos gruesamente convencionales, y lo mismo puede decirse de la música que subraya escenas sentimentales o de las miradas que se dirigen los asistentes sociales, que retrotraen a los recursos dramáticos del cine mudo. Por otra parte, la visión de algunas circunstancias y personajes es conservadora. Esto se manifiesta en la imagen que da la película sobre los jóvenes, por ejemplo (unos adolescentes que molestan a Marcus en la calle provocan una tragedia, la chica que conoce George en el curso de cocina es irremediablemente frívola), pero también en las referencias al consumo de drogas o las relaciones de pareja, e incluso en la pasividad con la que se acepta un despido injustificado. En buena medida, Hereafter se maneja con estereotipos: el glamour y el compromiso político para los franceses, el disfrute de la comida para los italianos, etc. El error sería achacarle esto exclusivamente a Eastwood: en sus anteriores películas como guionista (El último rey de Escocia, La reina, Frost-Nixon), Morgan mostró que trabaja con patrones predecibles, modelando ciertos personajes (dictador, monarca, periodista, político corrupto) a partir de lo que se sabe y se espera de ellos, con más astucia que matices. Indudablemente, Más allá de la vida está muy lejos de la poesía pudorosa y nostálgica de After life (1998, Hirokazu Kore-Eda), o de la elegía de Luz silenciosa (2009, Carlos Reygadas), pero, aún siendo un producto liviano, rústico y en muchos aspectos cuestionable, trasunta cierta nobleza y resulta una desacostumbrada incursión del cine hollywoodense en el tema de la muerte y sus derivaciones: la fatalidad, la tristeza ante los seres queridos que ya no están, las dudas sobre el más allá. Y aunque quienes hablan y escriben sobre esto con hipócritas certezas pueden encontrar en el film agua para su molino, Más allá de la vida no reparte aforismos fáciles y hasta cuestiona la engañosa prédica de algunos oradores. Pueden resultar ridículas las palabras de una escritora-científica atea convertida o las visiones de George, pero, al mismo tiempo, se lo ve a éste negándose, una y otra vez, a lucrar con su don, y al pequeño Marcus defraudado por el único sacerdote católico que aparece en el film y por predicadores varios a los que acude después. En este sentido, es significativo el desenlace: al margen de las realidades psíquicas e inmateriales que preocupan a George, Marie y Marcus, pocas cosas más carnales que las que, en el final de la película, parecen conducirlos a la felicidad: una mirada, una sonrisa, un abrazo, un apretón de manos.
Por encargo, y sin emocionar Basada en tres historias paralelas de personas que sufrieron experiencias traumática, relacionadas con la muerte, la película del director de Río místico recurre a artificios narrados con solvencia, y construye un final previsible. De las figuras del cine estadounidense Clint Eastwood es uno de los contados exponentes que reúne en sí las profesiones de productor y realizador, guionista y creador de la banda sonora, actor y aún hoy galán para una cierta platea. A sus ochenta años sigue pensando en un próximo proyecto. Y en su larga trayectoria, que nos lleva a los años de los spaghetti westerns de los 60, encontramos numerosos films que marcan no sólo caracterizaciones diferentes en la construcción de personajes sino en proyectos fílmicos absolutamente disímiles. Una de sus más fanáticas biógrafas, considera que Clint Eastwood define: "al típico geminiano, al que desconcierta, al que nos sorprende por sus continuas máscaras, al que participa de una continua operación de desdoblamiento". Acérrimo defensor de la política republicana, Eastwood, no obstante es autor de una serie de films que miran con virulencia crítica la esquizofrenia del sistema estadounidense, tal como se juega en uno de sus más personales films, Río Místico y es al mismo tiempo un realizador que, desde su condición de autor, se permite interrogar a los falsos pilares en lo que se sostienen los conceptos de imperio y potencia, llegando a desmitificar a aquellos atributos fordianos de valentía, honor y patriotismo. Clint Eastwood me sorprende y me desconcierta. Me movilizan algunas de sus historias, me irritan otras. Tal vez sería importante aquí transcribir opiniones valorativas y enfáticas sobre algunos de sus films. En tal caso, cada lector ya estará pensando en las suyas. Al entrar al cine, en compañía de amigos, para ver este su último film Más allá de la vida inmediatamente pensé en títulos similares como Más allá de los sueños, aquel film con diseño escenográfico de Eugenio Zanetti, que transforma la otra dimensión en como una empastada y fluorescente incursión al más allá, con banda sonora fuertemente edulcorada y con estridentes golpes de efecto. De igual manera, me vino a la mente la imagen final de Gran Torino, cayendo el personaje de Eastwood con los brazos en cruz, la cámara sobrevolándolo y ese dejo de culposa redención; tal vez respecto de tantos films de violencia que el mismo Harry el sucio, interpretó. Con todo este peso es que entré a la sala. Más aún, ya en los títulos iniciales sobresalía en carácter de coproductor ejecutivo el nombre de Steven Spielberg. Y una vez más, volví a sospechar. Lo que sigue podría llamarse "Crónica de una decepción". Algo que corroboré más tarde cuando recibí la información acerca de que los órganos oficiales del Vaticano habían saludado con beneplácito estos dos últimos films. Claro está una vez Eastwood se me presentaba escindido desde su ajustada modalidad narrativa, que me remite a cierto cine clásico, y a su tono de aburrida complacencia respecto de lo que allí se está narrando. Mi conclusión antes de terminar la nota: este sí es, para quien firma esta crítica, "un declarado film de encargo". Esta apreciación que puede sonar terminante, de ninguna manera pretende dejar de lado lo que reafirma su oficio narrativo y su conocimiento de los géneros. Producida igualmente por quien está en la base de E.T. y Benjamin Button, Kathleen Kennedy, el film de Eastwood va más allá de los típicos productos New Age del cine de los últimos años. Y si logra este plus es, básicamente, porque detrás de la cámara está un hombre que se identifica con el mundo del cine y que representa, desde su figura de ícono, ese cine que sigue gustando por igual al gran público y que despierta admiración en el campo de la crítica. Recordemos, en ese sentido, que en los últimos diez años numerosos festivales internacionales han ofrecido en la noche de inaugural algunos de sus films. El film de Clint Eastwood, Más allá de la vida, que ya desde el título nos lleva a ubicarnos en otro espacio, en otra dimensión, describe situaciones que competen, en latitudes geográficas diferentes, a tres personas afectadas por espacios lindantes con situaciones límites. El film pretende, para mí sin lograrlo, abrir interrogantes, pero, lejos de ello, los maneja con familiar convencionalismo reparador. Y para lograr su ambicioso objetivo, de experiencias riesgosas y supuestas incertidumbres, apela a un modelo estructural ya en parte agotado: el de que sus personajes al final de la historia, partiendo de geografías diferentes, se encuentren en una misma situación, en un nuevo acontecimiento, en una insistencia de resolución. San Francisco, París y Londres, tres (o cuatro personajes básicos) afectados por situaciones traumáticas movilizadoras y lamentablemente, un guión que aplasta lejos de generar dudas y llevarnos a nuestras propias reflexiones. En esta oportunidad Eastwood filmó un guión de Peter Morgan, autor del libro cinematográfico de La reina, celebratoria realización de Stephen Frears. Si algo me propuse a la salida del cine, tras haber experimentado un sentimiento de enojo por tanto previsible y conformista The end, fue tratar de repensar el film. Y lo que ahora surge, cada vez más con mayor nitidez, es que Eastwood realizó un montaje con situaciones de films cuasi dramáticos, con films de catástrofe (véase la secuencia del tsunami, despliegue de los grandes estudios), notas de actualidad social y política mediante la presencia de atentados terroristas (añoro London River), historias dickensianas del lado inglés en la vida de los hermanos (tal vez, para mí, lo mas logrado del film) y desganadas impostaciones sobre el don de la videncia. Todo ello, sin olvidar el toque spielbergiano de un film como Always, en los que hace a las figuras fantasmales de ese túnel luminoso y borroneado que nos lleva a otra dimensión. Destaco sí las composiciones musicales del propio Eastwood, el haber elegido ciertos pasajes operísticos y particularmente la historia ambientada en Londres, con algo del Oliver Twist de Polanski y del universo domestico de Preciosa. Pero pienso ahora en el próximo proyecto del realizador: su perfil biográfico sobre ese contradictorio, camaleónico personaje que fundó el FBI, Edgard J. Hoover. Y será DiCaprio quien asuma este desafiante rol.
Segmentos de música desconsolada. Un nuevo año y una nueva película de Clint Eastwood. Ya se ha vuelto una costumbre. Como el cambio de las estaciones o como el calor, últimamente la regularidad del veterano director es implacable. Otro año que acaba de pasar; un año más para todos nosotros, que envejecemos, como es ley, igual que el mundo y sus cosas. Menos las películas de Eastwood, que parecen volverse más jóvenes y libres cada vez. Como si, en un movimiento prodigioso, el hombre remontara la flecha del tiempo y alcanzara a rozar el aura azulada de un estado casi beatífico en el que el cine adquiere el contorno de una invocación que no termina de completarse. De un balbuceo. No sabemos nada, podría decir el director. Sus ojos también son los de un niño con gorra arrancado de unas páginas no escritas de Dickens que espera una palabra de su hermano muerto. ¿Cómo es allá? Genial. Pero no es posible obtener mucha más información que ésa. La señal se pierde y ya no se puede retomar. Hasta las comunicaciones celestes tienen fallas. El médium que acepta con resignación hacer la “lectura” no tiene respuestas concluyentes pero puede inventar algo, ya que se compadeció de ver al chico esperándolo en el frío invernal puede hacer algo más por él, lo mínimo como para que no se vaya a su casa con el corazón helado de dolor. Eastwood hace que el misterio sobrenatural que toca a los protagonistas siempre esté en un más allá del sentido, una zona venturosamente resguardada de la que no es posible obtener lecciones de vida ni prescripciones de ninguna clase. Si la vida no terrenal es una maravilla, eso no constituye ningún desahogo para los que permanecemos de este lado. Los que nos quedamos un poco más solos. La mujer que experimentó el trance de estar entre la vida y la muerte –con lo que la palabra “trance” se vuelve también la descripción de un estado de éxtasis de índole mística –pierde el prestigio del que gozaba entre sus colegas periodistas, su figura se adelgaza hasta desaparecer de forma literal de la consideración pública. Por su parte el médium, como en la literatura beatnik, no siente que tenga un don sino una carga pesada de por vida sobre sus hombros: una maldición. Lo que está más allá, sea lo que fuere, sólo les sirve a los muertos. El asombro que produce la última película de Clint Eastwood proviene en parte del modo en el que algunas de sus imágenes comienzan en lo figurativo para dirigirse hacia una chatarrería abstracta. El materialismo del director se expresa en el realismo extremo con que se muestra la acción devastadora de un tsunami: sin el menor comentario musical, el agua arrastra a la periodista rodeada de objetos de toda clase, restos de embarcaciones, postes de luz, cables eléctricos que se desprenden y largan chispas, chapas, carteles, automóviles, cuerpos exánimes, cuerpos que se tuercen de desesperación. Hasta que la mujer, golpeada en la cabeza por un objeto, se hunde inconsciente y la cámara la sigue hasta descender sobre uno de sus ojos abiertos, en una especie de trip demencial. El “más allá” (presumiblemente, ella ha muerto durante unos segundos y ha podido acceder a una visión de lo que hay del otro lado) se representa como imágenes vaporosas de personas de frente, que se le acercan y la miran, acompañadas por murmullos y una nota musical que se estira como un “drone” fantasmal. Eastwood está libre, no le tiene miedo a nada. Como ocurre en el cine de su amigo Manoel de Oliveira, el ridículo también se transforma en belleza. De la mejor secuencia en la que se muestra un desastre natural de la historia del cine se pasa a una visión codificada, prácticamente vuelta cliché, de lo que puede ser la vida después de la muerte. El director recurre a una “vulgata”, una versión ampliamente aceptada, y así declara ese más allá como irrepresentable. Pero, también, como prescindible para la aventura humana. El cine sólo puede mostrar lo que está de este lado, parece decir, sólo puede tener certezas sobre un mundo hecho de contundente materia: el mar que se eleva embravecido, los monumentos reconocibles que le sirven (como predicaba Hitchcock) para dejarnos claro de un solo golpe en qué ciudad tiene lugar la acción, los planos contrapicados de la fábrica, el edificio del canal de televisión. Planos de establecimiento, planos de conjunto. Acontecimientos de dominio público: desempleo, terrorismo, marginación, violencia social. Signos universales del mundo visible, fragmentos desfallecientes de una melodía en loop. Como nunca, Eastwood conecta su película de una manera casi periodística con su tiempo, pero lo hace para dejar en claro que la intimidad de las personas, su valor último como tales, permanece como un misterio intransferible. El vaivén de la película, resumida de manera ejemplar en la secuencia del tsunami, que oscila entre lo general y lo particular, la visión de conjunto y también la subjetiva –ya que vimos brevemente a la par de la mujer –le concede a lo particular un carácter en definitiva inabordable. En este caso, representado en el don casi maléfico del médium y el atisbo fulgurante, demoledor, de la mujer. Un punto que al cine le está prácticamente vedado como no sea destinándole imágenes gastadas, varias veces vistas. Humanista y materialista, Eastwood deja aquello en suspenso para concentrarse en las luchas diarias de esta tierra, en ver qué hacen los individuos con ese conocimiento condenado a nunca poder trasmitirse del todo más que como llamado estéril o literatura de segundo grado. Si Eastwood parecía en los últimos años estar apurando el tranco, despachando películas con una especie de urgencia hasta entonces desconocida, con Más allá de la vida entrega tres películas en una. Tres historias desplegadas en secuencias que se alternan sucesivamente y confluyen al final pero que podrían constituir de manera individual una película distinta cada una. Con gracia y delicadeza, el director construye bloques de espacio y tiempo en los que la narración es conducida con una mano invisible. Después de las escenas del tsunami –espectaculares per se –Eastwood se vuelca inesperadamente hacia una filigrana introspectiva que parece ser el único modo para describir con auténtica empatía el drama de los protagonistas. El plano que le faltaba a Invictus para ser poco menos que una obra maestra (uno ubicado en los tramos finales, que le dejara ver al espectador que Mandela, deslizándose en su auto por entre el gentío alborozado, estaba en verdad ocultando un agobio interior, secretamente apartado de la felicidad de la que participaban sus connacionales y preocupado por la tarea titánica que le quedaba por delante), puede ser que le sobre por algún lado a Más allá de la vida, una película que descree de las formas perfectas para exhibir, en cambio, una elegancia despreocupada en la que la conciencia de un mundo esencialmente injusto no encuentra consuelo en el voluntarismo ni en una improbable armonía celeste por venir.
Este filme, con el nombre original en inglés de “Hereafter” (otra vida) demuestra que ni siquiera para Clint Eastwood es fácil incursionar en lo fantástico. Ni tampoco es fácil con ese género complacer a los seguidores del director que, al endiosarlo, van a ver sus películas convencidos de antemano de la uniforme calidad de las mismas. Esta no es una mala obra cinematográfica. Aunque tiene muchas dispersiones es llevadera para el espectador. Y la temática que aborda es uno de los principales interrogantes del ser humano: ¿qué hay después de la muerte? Una cuestión que ha sido abordada por infinidad de guionistas, escritores y autores teatrales. La película comienza con un toque al estilo de Spielberg con impresionantes escenas de un tsunami, fenómeno que hace pocos años mató a miles de personas en Asia. Con esas gigantescas olas llega la muerte a la playa y metafóricamente une (desde el guión) casi todas las circunstancias con las que llega a los seres vivos. A algunas personas les llega sorpresivamente. A otras, las que tienen estertores, con un ronco zumbido. Muchas veces se la puede pronosticar pero siempre se espera que ese pronóstico sea fallido. Su llegada provoca un golpe casi imposible de evitar. Es una catástrofe “natural” ligada a la vida. ¿O sólo es un puente entre la vida y “otra” vida? Este es el planteamiento de la historia que comienza cuando una periodista, Marie, es alcanzada por las rugientes olas de un tsunami y por efectos de los golpes que recibe entra en coma (¿una muerte no definitiva?) y cuando despierta su concepto del significado de vivir o morir está lleno de nuevas preguntas. Paralelamente un niño llamado Marcus necesita elaborar el duelo por la muerte de su hermano gemelo en un accidente provocado indirectamente por delincuentes. Marie y Marcus recurren a George, un hombre no demasiado joven que posee la facultad de que con sólo tocar las manos de las personas puede visualizar episodios de la vida de las mismas que estuvieron ligados a la muerte. Una variedad muy particular, muy cinematográfica, de “mediumneidad”. Todos buscan respuestas, incluso el mismo medium, que se niega sistemáticamente a comercializar su “don”, quizá porque él mismo no encuentra respuestas para su vida y quiere regresar de la muerte espiritual que siente que lo alcanzó. En estas tramas, con el mismo tema subyacente que conponen una coral, se desarrollan superficialmente y con alguna distorsión subtemas tales como la desorientación ante el fin de una etapa laboral, la delincuencia que no vacila en asesinar de diferente modos, y con breves diálogos se implanta temáticamente la mentalidad de los médiums, el regreso de la muerte y la conexión entre hermanos gemelos, sin llegar a desarrollarlos. Las historias conforman un filme muy frío (no es metáfora sobre la frialdad postmortem), que no movilizan al espectador a buscar las mismas respuestas que buscan los personajes. Las actuaciones son muy convencionales. Seguramente eso sucedió porque los actores compusieron desde su memoria emotiva sobre un tema que generalmente se quiere olvidar. Es una realización bien filmada que entretiene en algunos tramos de su extenso metraje y en otros pasajes el espectador puede encontrar una cierta identificación existencial, si cree en esa línea de pensamiento. De todas maneras no llega al trhiller psicológico. Clint Eastwood buscó innovar en su carrera y lo logró. El riesgo es que sus seguidores cinéfilos no comiencen a desconfiar sobre lo que encontrarán en las futuras producciones de este director.
Seguir viviendo Desde tiempos inmemoriales la muerte es uno de los temas de la humanidad. Para la filosofía, la medicina, la psicología, el arte, desentrañar el misterio de ese estado se convirtió en una cuestión a (re)visitar con asiduidad. Cuando el cine se hizo popular difícilmente podía escaparse de recurrir a ella y entonces se volvió para Hollywood en una fuente inagotable de películas. Hay en la mayoría de las sociedades un miedo ancestral a lo desconocido que atrae, perturba e inquieta, pero especialmente en la yanqui se observa una necesidad de representar a la muerte en una búsqueda catártica que posibilite la tranquilidad en el espectador. Como un niño al que los adultos intentan evitarle cualquier dolor real construyéndole un artificio feliz, la máquina de los sueños fabricó y fabrica innúmeros filmes que procuran ofrecer el sosiego que la desaparición física quita en el mundo de los que quedan (sería interesante analizar los filmes animados de Disney y su posición sobre la muerte tan contraria a esta premisa), o aleccionan o lo que es peor inventan la ilusión de que es factible, aún después de muertos, regresar para “resolver” lo que no pudimos en vida (véase: ¡Qué lindo es vivir!, Sunset Boulevard, Ghost, Sexto sentido, Más allá de los sueños, Desde mi cielo). Clint Eastwood, uno de los últimos clásicos, no podía escapar a tocar el tema de la muerte en su filmografía pero sin embargo lo que uno puede encontrar siempre en ellas es la cercanía de la misma en los personajes, -lo que los lleva a jugarse más de lleno por lo que resta de vida-, o el golpe que provoca la pérdida en los que sobreviven. Eastwood no se detiene en lo que ya no está sino en lo que aún vive. Más allá de la vida (Hereafter: el más allá, la otra vida) no creo que debiera leerse de otra manera. Si trazáramos una línea que separara ambos estados (para Oriente la vida y la muerte son una continuidad, no una divisoria), con este filme volvemos a pararnos de este lado. Del de la vida. Marie (Cécile de France), una periodista francesa, ha sobrevivido a una catástrofe natural y desde ese momento sus prioridades cambian y su vida se modifica. Marcus es un niño londinense que pierde a su gemelo en un accidente, internan a su madre y lo dan en adopción. Sin poder superar la situación se entrega a la búsqueda de algún médium que le permita comunicarse con su hermano. George (Matt Damon), un trabajador manual estadounidense, tiene un don (¿o un castigo?) que le permite “comunicarse” con quienes han muerto y así transmitirles a los supervivientes los mensajes que necesitan. Agobiado con su papel de psíquico quiere olvidar lo que “padece” y se niega a los afectos y una vida plena. Estos tres personajes andarán y desandarán la trama cada uno en su historia que acabarán en el final uniéndose indefectible y previsiblemente (por causa de un guión bastante obvio de Peter Morgan, el mismo de La reina o Frost/Nixon). Si bien es cierto que uno puede asombrarse al pensar en un Eastwood trabajando lo sobrenatural o lo fantástico, el asombro se abandona inmediatamente licuado en el manejo de los géneros a los que sí nos tiene acostumbrados: el melodrama, el drama, la historia romántica. Que a veces puede resultar más o menos logrado, más o menos interesante, pero nunca indiferente y siempre resultado de una mirada adulta y noble y que, en algún momento, consigue conmover y emocionar con las mejores armas. Es más que claro que al director no le interesa construir nuevas formas para representar el más allá (la luz, el túnel, las figuras difuminadas), elige trabajar los lugares comunes y los clisés visuales y además se queda de este lado: la voz de George es la que se escucha diciendo los mensajes de los muertos, no hay pruebas de otra cosa. Inteligentemente Clint no desperdicia el tiempo en mostrar aquello de lo que no tiene certezas. He ahí otra prueba de su interés. Con una cámara que siempre sabe desde dónde mirar, una puesta en escena y un encuadre que desborda clasicismo y es capaz de entregar un comienzo de catástrofe de una intensidad como pocas veces se ha visto y que demuestra que no alcanza sólo con los efectos especiales, el octogenario director vuelve a demostrar sus dotes. Pero es imposible negar que Más allá de la vida resulta fallida y despareja, tanto en sí misma como en lo que respecta a la filmografía eastwoodiana. Y esto tiene que ver con cierta sensiblería maniquea, con un trabajo de la casualidad que aparenta aleatoriedad, con una necesidad de un happy ending tranquilizador, una mirada fabricadamente inocente, que uno siente en el transcurso de la película y confirma en sus títulos finales cuando lee el nombre de Spielberg como productor. Esa tendencia spielberiana a un humanismo mal entendido, a un progresismo barato y superficial, liviano y vacuo, casi infantilista (epítome de la sociedad que representa), y que a veces Eastwood -en sus peores momentos- también ha mostrado, en este filme se posiciona con preponderancia y echa a perder el producto final. Igual convengamos que un Eastwood regular es mucho mejor que el promedio al que nos tiene acostumbrado el cine de hoy día
Más Allá de la Vida representa el último trabajo del gran Clint Eastwood a sus 80 años. Con las actuaciones de Matt Damon, Cécile De France y los hermanos Frankie y George McLaren el viejo Clint aborda el tema de cómo sería la vida después de la muerte, un tema siempre complicado y controvertido. Quizás la trama de esta historia fue una especie de premonición de alguien que ya se encuentra, lamentablemente, viviendo las últimas primaveras de su vida. O quizás también una manera de demostrar que si el día de mañana él ya no se encuentra con nosotros estará en ese lugar donde uno se siente realizado, como bien se comenta varias veces a lo largo del film. La historia nos contará las diferentes experiencias que viven tres personajes, situados en distintos lugares del mundo, relacionadas con la muerte. Por un lado, en Estados Unidos para ser más exactos, tenemos a un inexpresivo e infeliz psíquico llamado George Lonegan que conlleva una especie de don -aunque para él represente lo contrario y con el cuál no quiere saber nada- de poder comunicarse con el más allá y así entablar conversaciones con seres que ya no habitan este mundo. En la siempre hermosa París encontramos a Marie LeLay, una periodista que sufre una terrible tragedia que le produce la muerte por varios minutos para luego ser revivida de manera casi imprevista. Y por último, en Londres, tenemos a Marcus un muchachito que acaba de sufrir la devastadora pérdida de su hermano gemelo. Lamentablemente la historia de Más Allá de la Vida carece totalmente de ritmo narratorio, además de pretender transmitir sentimientos que solo llegan a su cometido en los 30 minutos finales de la cinta. Matt Damon nos pasa una indiferencia pasmosa durante todo el film, las puertas que le cierran a Cécile De France y su experiencia con la muerte pasan inadvertidas; posiblemente la historia que nos conmueva solo en algunos pasajes sea la de los hermanos Frankie y George McLaren, que vendría a ser la que menor lugar ocupa en importancia. Quizás estas palabras puedan parecer un poco duras y créanme que las escribo con todo el dolor del mundo, pero realmente creo que a un director de esta experiencia, creador de grandes hitos del cine y máximo exponente del clásicismo en la actualidad, hay que exigirle bastante más que una película regularona. Obviamente como toda historia coral en algún momento existirá un encuentro entre estas tres historias, e incluso allí también existe una especie de atadura con alambre para que las mismas logren entrecruzarse, que deja cierta sensación de incredulidad muy importante. Mención aparte merece ese piano meloso que intenta conmover, pero termina siendo altamente irritable, luego de sus excesivas repeticiones. Si una película con una carga sentimental tan importante como Más Allá de la Vida, que habla de la vida más allá de la muerte, pasa inadvertida por nuestras sensaciones es porque algo falló de manera garrafal. Algo muy extraño en una persona capaz de tomar una historia tan simple y pequeña como Gran Torino y elevarla a la máxima expresión. Cuesta creer que Eastwood alla sido capaz de hacer un film falto de ritmo, tan trivial y poco profundo en un tema tan complejo como el que trata en esta oportunidad. Tristemente hay que decir que a veces los maestros también pueden equivocarse. Lamentablemente Más Allá de la Vida es simplemente un mal paso en la extensa y brillante filmografía del gran Clint Eastwood.
Hablar de lo que sucede después de la muerte es riesgoso para cualquiera: de todas las tierras incógnitas que quedan, es la única que ni siquiera se puede imaginar con precisión. Sin embargo, y si bien este nuevo film de Clint Eastwood se relaciona con ello, no es en su pintura austera y sucinta del “más allá” donde el realizador coloca el acento, sino en cómo tres personajes deben enfrentar la experiencia de la muerte. Aquí hay un hombre que puede comunicarse realmente con los muertos (Matt Damon), pero cuyo don le causa más tristezas que alegrías; una mujer que ha muerto y revivido en un tremendo tsunami (una secuencia extraordinaria), y un niño inglés, pobre, con madre adicta, cuyo hermano gemelo muere en un accidente. Para que la clave quede clara, Eastwood cita varias veces a Dickens, y es cierto que los personajes y el modo en que las tres hebras se tejen en la trama recuerdan al escritor inglés. También es cierto que Eastwood no está realmente hablando del más allá, sino de las relaciones entre las personas, y de lo que la vida significa incluso en su momento final. El gran problema del film es su falta de inspiración formal, su tartamudeo narrativo. A secuencias admirables, desparramadas en todo el transcurso, siguen momentos triviales, incluso perezosos, resueltos a puro lugar común. Como siempre, Eastwood maneja con maestría a algunos actores (Damon y los niños están muy bien) y no tanto a otros. Las ironías funcionan a veces, a veces no. El film, varado entre la vitalidad y la abulia, parece él mismo, entre la vida y la muerte.
Un Paso al más allá. Deliveradamente, la mayoría de la crítica farragosa y la pseudo "yo-las-entiendo-todas-porque-sé-mirar-cine", no se han puesto de acuerdo sobre esta última peli del viejo Clint, quién de haber entregado joyas superlativas como "Los puentes de Madison", "Río místico" o "Gran Torino", ahora integra su filmo con esta producción hecha casi por encargo, que si bien no puede encuadrarse dentro de lo mejor, tampoco es para el cajón de lo pésimo. Nunca, jamás, el ex-cowboy sin nombre de los viejos westerns-spaghetti ha entregado un bodrio. Con tan solo apreciar su marcación actoral -jamás un actor suyo está mal-, se sabe nada suyo es tan terrible. El tema es un ir y venir del género "new age", el cual tiene un mayúsculo ejemplo de cine-asqueroso en aquella "Más allá de los sueños" (What dreams may come, 1998) que protagonizaba Robin Williams, y esa sí era un pésimo ejemplo tan burdo como mediocre. Aqui Eastwood toma tres historias en simultáneo con un psíquico, que ya no desea trabajar de ello (Matt Damon correcto actoralmente) en USA, un chico en Inglaterra, cuyo hermano gemelo ha muerto en un accidente y el de una periodista francesa exitosa que sobrevive a un Tsunami en el Océano Indico, asi estos personajes van por más respuestas de vida, e intentarán conexión con los dramas vivivos. Un punto en contra es su excesiva duración, sin dudas con menos metraje el filme ganaba, con algunos plus como apariciones de figuras importantes: Marthe Keller, la actriz suiza en una intervención especial, y el shakespereano y recordado actor de la miniserie british "Yo Claudio", el sr. Derek Jacoby haciendo aquí de él mismo. No es de lo mejor de nuestro venerable actor/director de 80 años, y tiene mucho más de su productor Steven Spielberg. Esto último es indudable.
El más acá Ya hace tiempo que Clint Eastwood es un director que vive dentro del canon cinematográfico. De unos años hasta acá, ese reconocimiento con poca disidencia le dejó costearse producciones que no se hubiera permitido en otros momentos. Esa puerta que se abrió a fuerza del trabajo exhaustivo sobre sus personajes, sobre historias particulares que daban cuenta de un mundo entero, lo llevó a lugares insospechados (como la reciente Invictus o el díptico La conquista del honor-Cartas desde Iwo Jima) donde la H de historia se escribía con mayúscula. En Más allá de la vida, que cuenta con la producción ejecutiva de Steven Spielberg, se podía esperar que Eastwood volviera a ofrecernos un modelo del mundo desde el todo, pero como si quisiera desembarazarse de toda esa responsabilidad, apenas empieza la película se gasta toda la plata en la escena inesperada del tsunami. Luego de eso, luego de jugar en los terrenos de Spielberg y lograr una ola gigante que arrastra todo a su paso, con una autenticidad a la que los genios de los efectos especiales ni se asoman, vuelve a las verdades que le ofrece el trabajo de orfebre que hizo con sus personajes en películas como Los imperdonables o Un mundo perfecto. En Más allá de la vida toda referencia a “temas importantes” ?como los desastres naturales, la crisis económica de Estados Unidos o el terrorismo en las ciudades europeas? funciona de manera lateral, atraviesan a los personajes sin determinarlos. Y si a eso que hay después de la muerte, que está presente desde el título, también se lo concibe como a uno de esos temas trascendentes, hay que decir que a Eastwood tampoco le interesa más que para mostrar la acción y los sentimientos de los que seguimos acá en la Tierra. Por eso las pequeñas escenas que visitan ese lugar secreto duran apenas unos segundos y se parecen a los relatos populares de la muerte, más conocidos por estos pagos como el viaje de Victor Sueiro ?no parece casual que su primer libro, publicado en 1990, gran éxito de ventas en Argentina y en varios países de América, se titule igual que esta película. George Lonegan (Matt Damon) es un obrero americano que puede contactarse con los difuntos, algo que siente más como un castigo que como un don; Marie Lelay (Cécile De France) es una periodista francesa que permanece sin vida durante algunos segundos y eso cambia toda su perspectiva; Marcus es una suerte de Oliver Twist que pierde a su hermano gemelo y necesita volver a comunicarse con él para seguir adelante. Los tres protagonistas, en diferentes partes del mundo, están conectados por un saber velado al resto de los mortales. Pero si esta película se acerca a un relato coral (cosa que desprecio con pasión), el oficio y la mano artesana de Eastwood, más el guión sin fisuras de Peter Morgan, se encargan de borrar cualquier huella que la vincule a ese tipo de cine. Con la magia y los trucos que sólo puede desplegar el último de los grandes directores clásicos, las tres historias funcionan como una sola. Y las únicas verdades que se plantean son las que atraviesan las búsquedas que llevan a cabo los personajes, con un grado de sobriedad en su forma narrativa que logra que cualquier cosa que muestra, por más terrible que sea, esquive el golpe bajo o la conmiseración barata. Si hay alguien que está lejos de la muerte, ése es el viejo Clint, que a los ochenta años nos entrega un regalo tras otro, con algún desliz cada tanto pero siempre cuesta arriba, con la fuerza de un joven recién iniciado y la experiencia de quien lleva décadas en el oficio de hacer cine. La siguiente parece una parada difícil: la vida de J. Edgar Hoover es la de esos hombre que quieren abarcarlo todo, casi un opuesto al obrero de Matt Damon que le escapa a la vida pública pero tampoco un Mandela, ya saben, el chico se ponía vestidos. Dentro de un año veremos cómo sale parado Eastwood esta vez.
El problema acá no radica en que la película sea mala, porque no lo es, sino que el espectador está acostumbrado a ver películas de Eastwood con otro estilo, y por lo tanto con Más allá de la vida se va a sentir desorientado. Es decir, más que seguro todos los seguidores de Shyamalan que vean este film van a salir...
EL MÁS ACÁ Hereafter (Más allá de la vida, en la versión local) es la nueva película de Clint Eastwood, un director que, como los protagonistas de esta película, es leal a sus inquietudes sin especular con la forma en que éstas sean recibidas por el público y la crítica. La escena inicial de Más allá de la vida es posiblemente la mejor escena de este 2011 que recién empieza y, aunque seguramente será olvidada por la acumulación de estrenos durante el correr del año, difícilmente sea superada. La maestría de una escena terrible, gigantesca, narrada como no creo que pueda hacerlo ningún otro director actual. Clint Eastwood establece con claridad y en pocos minutos que estamos frente a una película cuya estética clásica y sobria acompañará la trama. ¿Es posible filmar una catástrofe de forma sobria? Quienes hemos visto mucho cine catástrofe podemos afirmar que nadie ha podido hasta ahora hacer lo que Eastwood hace aquí: impactar y emocionar con un material que a priori suele entregarse para el disparate estético. Sin música inicial, y siguiendo a uno de los tres protagonistas del film, Eastwood se da el lujo de hacer que la escena sea melancólica. Y esa misma melancolía será la que acompañe a los personajes principales durante el transcurso de toda la historia. Ser un buen director no es más que eso: establecer un juego, una estética y un tono en una película a través de las imágenes, con pura narración. Si el guión difiere de otras estructuras de la filmografía de Eastwood, la forma narrativa no. Hereafter toca un tema que ha servido para lograr grandes films del género fantástico, pero que produce desconfianza en los films dramáticos. Una de las características de un gran maestro es la de tocar estos temas y salir más que airoso. De hecho, el film de Clint Eastwood es tan poco parecido a cualquier otro que se haya hecho sobre el tema que no queda duda alguna de que éste es apenas el punto de partida y no el fin en sí mismo. Deberíamos poder estar más allá -no de la vida-, sino de las lecturas superficiales, para comprender que estamos frente a uno de los films más finos y emocionantes de la carrera del director. Porque hay algo que sí está claro, y es que ésta es una película con un contenido emocional importante. Hereafter necesita el tema de la vida después de la muerte y del contacto entre vivos y muertos para que el director explore lo que realmente le interesa. Y de lo que la película habla no es del mundo de los muertos, de los fantasmas ni nada de ningún otro tema místico. Más allá de la vida trata del más acá, de la vida de los que estamos aquí, de las conductas, las decisiones, los dolores y las angustias de los vivos. A la inesperadamente melancólica escena inicial, le sigue una serie de situaciones donde los tres personajes principales – George (Matt Damon, un psíquico norteamericano, Marie (Cécile De France) una periodista y escritora francesa y Marcus (Frankie McLaren) un niñez inglés- habitan en un mundo de soledad. El norteamericano se ha recluido, se ha convertido en un ermitaño porque su talento es su maldición –algo que ya hemos visto en otros personajes de Eastwood, desde Los imperdonables hasta Million Dollar Baby. La periodista tiene el mundo a sus pies, pero una experiencia cambia su sensibilidad y queda aislada de ese entorno que tanto la veneraba (así como podrían sentirse los admiradores de Eastwood frente a este film, alejados). Y el niño se ha encontrado con la soledad al perder a su hermano mellizo, con quien la vida le otorgaba una simetría que ya no está (la foto de ambos lo muestra). Para cada uno la muerte tiene un significado distinto, pero los tres quedan unidos por ser diferentes a los demás. Y la película trata de su vida cotidiana, no del otro lado. El más allá que Eastwood muestra es notablemente simple, incompleto, falto de información. Eastwood no imagina que los muertos protegen a los vivos ni mucho menos. En el único momento –emocionante, por cierto- en que esto parece ocurrir, luego es desmentido. Los muertos se niegan a velar por los vivos. “Dejen en paz a los muertos”, parece decir el film, “vivan sus vidas y olvídense del más allá”. Incluso es posible que éste sea uno de los films menos religiosos del director. Eso se debe a que, justamente, al tocar un tema cercano a la religión, Eastwood prefiere enfatizar que el tema es otro, y deja a la religión y la espiritualidad bien lejos del asunto. De la misma forma que sus films religiosos no excluían lecturas no religiosas, acá se da el caso a la inversa. Tampoco es un film anti religioso, sólo se subraya que el tema de la película no tiene que ver con eso. Otro hallazgo del film es la manera en la que Eastwood habla sobre la coherencia y reflexiona sobre el camino, no solo del individuo en general, sino del artista en particular. Incluso la publicidad que aparece en el film, en realidad, es ironizada en su falta de lealtad hacía el personaje de Marie. Hay sin duda, como ya mencionamos, algo de Eastwood en ese personaje que prefiere escribir un libro “poco serio” en lugar de concentrarse en la escritura segura –para una periodista de éxito- de una biografía de un político popular. La sensibilidad de una persona y la experiencia de vida condicionan sus vínculos y sus decisiones. Las escenas en las que Matt Damon comienza una relación con su compañera de las clases de cocina son impecables y, sin embargo, la distancia entre ambos se abre como un abismo, y deben separarse violentamente en uno de los momentos más negros y angustiantes del film. Porque si bien hay espacios de encuentros y reencuentros, la mirada del mundo sigue siendo oscura y perturbadora, como habitualmente lo es en el director. En esta etapa de su carrera, y desde sus primeros films, los vínculos humanos son la única forma de felicidad. Desde El fugitivo Josey Wales a Jinetes del espacio, desde Interludio de amor a Los puentes de Madison, Eastwood propone esas conexiones, de pareja o de grupo, que son el único refugio en un mundo gris o directamente atroz. Fue Claudia la que curó de todos sus males al malvado William Munny, protagonista de Los imperdonables. Uno imagina que la maldición que acosa a George, cesa cuando encuentra a esa persona que cura sus fantasmas y sus miedos. Un momento sublime es cuando George fantasea –no es ni una premonición ni un sexto sentido, es un deseo- el beso con Marie. El mundo de los vivos es todo lo que le importa a Eastwood, al menos en este film. Narrador brillante, Eastwood filma diferentes ciudades con una belleza abrumadora y, como lo dijo siempre Alfred Hitchcock, ubica cada ciudad con sus edificaciones más reconocidas. Para quienes no son conocedores de estos lugares, ésta es una manera muy inteligente y pragmática de no perder el tiempo con confusiones inútiles. Si Eastwood fuera confuso, tal vez estaría más de moda. Por suerte, como el mencionado Hitchcock, prefiere el cine a la moda. Agradecerá el espectador esto, como así también una visita a la casa museo de Dickens y la lectura de algunos pasajes del extraordinario escritor. Si acaso Dickens fue el modelo que tomó David W. Griffith (padre del lenguaje cinematográfico) para darle estructura al cine en sus primeros años, es una hermosa casualidad que Dickens aparezca aquí como pasión de uno de los personajes protagónicos del más grande narrador clásico del cine actual.
Medianoche en el jardín del bien y del mal Dickens por un lado, Eastwood por otro, hacen universal lo más particular de un hombre: su propio destino. Acabamos de sentarnos sobre una cómoda butaca, y esperamos ser entretenidos por una buena historia contada por un gran director. Sin embargo, a los pocos minutos, nuestra tranquilidad se ve alterada, vemos avanzar hacia nosotros una ola inmensa que va creciendo con fuerza extraordinaria hasta alcanzar la altura justa para arrasar con todo lo que le salga a su paso: hombres, mujeres y niños, tanto así como casas y autos. Es un tsunami. Ocurre en Tailandia, es diciembre de 2004, pero afortunadamente para nosotros, los espectadores, no estamos en la playa. Sino en una sala de cine. Y nos alivia pensar que no seremos arrastrados ni devorados por el mar. Como sí lo es, en este filme, Hereafter o Más allá de la vida, Marie Lelay (Cécile de France) que es sumergida y ahogada por la fuerza devastadora de las aguas. Marie experimenta la muerte o entra en una zona fronteriza entre vida y muerte de la que logra volver... Así comienza el filme del ya octogenario Clint Eastwood que, con guión de Peter Morgan, consigue no sólo una de las mejores escenas del cine catástrofe -aunque Más allá de la vida no pertenezca a ese género- sino que logra hacernos entrar por un instante a esa zona oscura, secreta y siempre elusiva de misterio que se cierne en torno a la muerte, a la pérdida y al dolor que experimentamos los que quedamos vivos. Porque en definitiva el filme no sólo aborda la no tan ineludible muerte, y la pérdida irreparable de los seres queridos, sino de los intentos de los vivos por hacer contacto de un modo u otro con los muertos, y mitigar así, en alguna medida, todo el dolor que conlleva aceptar su ausencia. Grandes Esperanzas A George Lonegan (Matt Damon, más talentoso y hermoso que nunca ) le ha pasado lo mismo que a Marie. Pero, a cientos de kilómetros, y hace ya muchísimos años. La distancia temporo-espacial en el filme es lo de menos como ya se verá. George siendo niño sufrió un accidente que lo dejó en esa misma zona fronteriza entre vida y muerte en la que también estuvo Marie. A George lo dieron por muerto, pero al igual que Marie, George volvió no sin que ese estado hiciera mella en su salud mental. Le diagnosticaron esquizofrenia pasiva. Los psiquiatras deciden, en aquel entonces, suprimir con medicación no sólo sus alucinaciones, sino además el dolor. George deja el tratamiento, y opta por el dolor, por la vida. En esta elección descubre un don: cómo logra comunicarse con los muertos, con sólo tomar la mano del familiar que desea hacer contacto con el recientemente fallecido. Sin embargo, después de transcurrido un tiempo, cuando se da cuenta de que su conexión con la vida sólo pasa a través de la muerte, George decidirá abandonar su redituable profesión de psíquico y dedicarse a trabajar como obrero en una planta de la que más tarde será despedido... Historia de dos ciudades En Londres, los gemelos Marcus y Jason (Frankie/George McLaren) sufrirán una traumática separación. Jason perderá la vida al ser atropellado en plena calle de vuelta de un mandado que su madre le había encargado a Marcus que, ya sin la presencia de su hermano Jason, se hundirá en la más negra desesperación por volver a contactar con él, su alma gemela. Separado de su madre alcohólica, y enviado a un hogar para huérfanos, Marcus se escapa con trescientas libras para visitar a todo psíquico que se le cruce en su camino. En este punto de convergencia, en el que la desdicha, y la necesidad de encuentro y de contacto, y no sólo con los muertos, sino más bien consigo mismos, que experimentan los tres personajes: George, Marie y Marcus, es donde el fino hilo de la trama parece debilitarse, quizá porque el que lo maneja, Eastwood, haya tirado con demasiado entusiasmo, o bien porque ya a sus ochenta, menos combativo, pero mucho más sabio confíe en la fuerza todopoderosa del azar, o en este caso, del destino... De todas maneras, la riqueza de los personajes, su mundo interior, la voluntad de encontrarse consigo mismos, se impone a los vaivenes siempre caprichosos del azar y compensa el encastre algo forzado tanto en el espacio -Paris, Londres, San Francisco- como en el tiempo, los tres personajes coinciden en la feria del libro que se lleva a cabo en Londres. Marcus es la personificación más acabada de la niñez desamparada, esa orfandad que Dickens, como quizás ningún otro escritor, ha conseguido plasmar en casi todas sus novelas, pero muy en especial, con la ya clásica David Copperfield, a la que Eastwood recurre para acunar las largas y solitarias noches de su héroe George. Parecería que Eastwood no utilizó la pluma de Dickens para rendirle un homenaje, sino que, por el contrario, recurrió a algunas líneas de sus historias (David Copperfield, La pequeña Dorrit, Cuento de navidad) como una fuente de inspiración, valiéndose del melodrama (género por demás bastardeado, si los hay) y que Dickens redefinió para siempre recortándolo contra los movimientos sociales de una pavorosa Inglaterra industrial, para contarnos una historia de lineamientos simples pero absolutamente reveladores sobre la naturaleza humana. Million dollar baby Marie descubre, durante una licencia que se ha tomado a instancias de su novio-productor para recuperarse del shock, que ha sido reemplazada en su puesto de trabajo como periodista de un noticiero por otra mujer que también ha tomado su lugar en la vida íntima de su novio, y en los afiches que se despliegan sobre las fachadas del exclusivo barrio parisino. Al ser desplazada dentro de la empresa a Marie se la contrata para escribir un libro sobre el ex presidente francés F. Mitterrand, sin embargo después de haber visitado el umbral de la muerte decide escribir sobre un tema algo más alentador: su experiencia de haber estado muerta. Se pone en contacto con una especialista en el tema, y se dedica a la escritura del libro. Mientras tanto, George decide a instancias de su hermano volver a su antiguo trabajo de psíquico, y recaudar fondos, por otro lado, a raudales, leyendo los mensajes que los muertos dejan a los vivos. Pero, a último momento, maldecirá y renegará de su tan redituable talento con el fin de escapar de su presente tomándose unas merecidas vacaciones con la indemnización del retiro voluntario, para irse de San Francisco a Londres sin escalas a visitar la casa en la que vivió su admirado Dickens... Tiempos difíciles En el viejo melodrama el villano era un hombre malvado que se relamía retocándose el bigote ante sus víctimas. En el melodrama posmoderno, el villano es el mal que se esconde dentro de las nuevas instituciones (corporaciones, cadenas de televisión, fábricas, terrorismo) que se relamen ante la incertidumbre y el miedo que provocan en sus nuevas y siempre desprevenidas víctimas: empleados y obreros, en fin, ciudadanos en general. Ante este panorama desolador, Eastwood, como Dickens hace bastante más de un siglo, utiliza los mecanismos propios del melodrama (situaciones extremas, tragedias personales, coincidencias imposibles) para redescubrir que es lo más importante en la vida: claro, la vida misma, enfrentándonos a nuestros propios miedos, necesidades, esperanzas...O para que nos demos cuenta de que para sentirnos satisfechos no tenemos que ir en busca de algo que se encuentre fuera de nosotros mismos... Henry James dijo de Dickens que tenía un ojo militar, haciendo referencia al riguroso poder de observación del gran escritor británico. Lo mismo podría decirse de Eastwood, quién no sólo posee ese mismo ojo que con el correr de los años no la ha perdido sino que lo ha venido agudizando. Prueba de ello: Invictus y Gran Torino. Con Hereafter Eastwood nos hace reflexionar sobre la posibilidad de que en algún momento de nuestras vidas una desgracia pueda lanzarse sobre nosotros con la fuerza devastadora de un tsunami, de un bombardeo, de un accidente automovilístico o de una despiadada política laboral de despidos y de retiros voluntarios, y que con furia aniquiladora logre derribar tanto a edificios como a personas, dejándonos abatidos, y reducidos a la desvalidez de un huérfano... Tras la apariencia de dramedia (léase drama más tragedia) se esconde un melodrama catártico, cumpliendo así la función más importante de purga y purificación que tiene la tragedia y todos sus subgéneros desde Aristóteles hasta la fecha. Por esa razón, desde nuestras cómodas butacas experimentamos la misma pérdida que sufrieron los personajes, pero también, la recuperación, y el renacimiento a través del encuentro consigo mismos. O acaso la Marie que flotaba sumergida dentro de las aguas es la misma que le da la espalda al irresistible glamour de la exposición mediática. O quién es ese otro George que logra escapar a tiempo de la explotación de su talento y de la vacuidad del éxito económico... Sí no es fácil darle la espalda a presencias tan seductoras como la fama, el éxito o el dinero. Tal vez haya sido necesario haber pasado por la muerte, o volver de ella, para lograrlo. Las estrategias del mal son cada vez más deslumbrantes y seductoras, y justamente por eso, más difíciles de detectar. Se agazapan junto a la codicia y a la mezquindad de ciertas estructuras de poder (materializadas en corporaciones, fábricas o cadenas de televisión) que, como Dráculas posmodernos, seguirán vampirizando nuevas víctimas de renovadas generaciones. Omniscientes y todopoderosas resultan tan indestructibles que a pesar de los tsunamis y ataques terroristas siempre saldrán indemnes y permanecerán intactas... Jinetes del espacio Dickens por un lado, Eastwood por otro, hacen universal lo más particular de un hombre: su propio destino. Y nos hacen recorrer el intrincado y arduo camino que nos lleva a construirlo. Dickens supo cómo hacerse un destino de hombre particular para convertirse en un escritor universal, Eastwood, dentro del cine, también. Hace rato ya ha logrado trascender lo estrictamente americano para convertirse en un director universal. Quizás porque ambos hayan conseguido crear poéticamente un lugar soñado, un universo luminoso y a la vez sombrío que de ningún modo es reflejo del mundo real, sino un espacio de vitalidad inextinguible, sin límites precisos, donde no existe la ley de gravedad. Un lugar que sólo existe en la mente, donde la imaginación se impone y la fantasía logra vencer a la muerte...
La vida y nada de lo que viene después. Gran desafío para Clint Eastwood: filmar una película sobre lo que viene después de la vida. La sola idea de la vida después de la muerte (afterlife, o hereafter, en inglés) ya es bastante compleja y abstracta. Muchos cineastas incursionaron en esas caudalosas y peligrosas aguas y terminaron naufragando. Basta recordar The Lovely Bones (Desde mi cielo, de Peter Jackson) para ver qué tan mal puede salir todo. A decir verdad, Clint Eastwood evita bastante bien todos los problemas que pueda llegar a tener con ese concepto, pero las complicaciones en la película son otras. Esta historia coral entrelaza tres vidas afectadas por la muerte (como dice un personaje: "una vida que gira alrededor de la muerte no es una vida"): la de un médium (Matt Damon), la de una periodista que sobrevivió al tsunami de Indonesia (Cécile De France) y la de un chiquito que perdió a su hermano gemelo en un accidente (Frankie McLaren en ambos roles). A partir de esos fragmentos, Eastwood construye una historia superior. No sobre la vida después de la muerte, sino sobre la necesidad de creer en la vida después de la muerte. Cada uno de estos personajes está realmente afectado pero ninguno está fuera de sus cabales. La composición del personaje de Matt Damon así lo sugiere: un verdadero médium no estaría celebrando su poder, ni lucrando con él, sino sufriendo sus consecuencias. Es como si el nene de Sexto sentido creciera superando el trauma de ver a la gente muerta. O bueno, algo así. Una de las secuencias claves para entender a ese personaje, y quizás la mejor secuencia romántica de toda la película, se empieza a desarrollar cuando George (el que habla con los muertos) intenta tener una vida normal. Atiende a un curso de comida italiana, donde conoce a Melanie (la bella Bryce Dallas-Howard, re-afirmando que Shyamalan no sabía filmarla) una tímida, bonita, y algo torpe compañera de curso. La situación sentimental de la periodista francesa no parece ir mucho mejor. Cuando el tsunami (literalemente) la golpee, su vida cambiará. En ese momento estaba de vacaciones con su marido y productor. Él le aconsejará tomarse un tiempo para relajarse y escribir un libro. Ella empezará a indagar sobre la vida después de la muerte, ya que la experiencia la dejó con destellos de lo que podría ser el más allá (en una pequeña -pero feísima- escena donde ve a los supuestos fantasmas de la catástrofe). El tsunami es casi tan artificial como la breve visión. En los planos abiertos es cuando peor se ve. En los cerrados, Eastwood maneja mejor las cosas, distrayendo la atención en autos y demás peligros que arrastra el mar. Increíblemente ganó una nominación al Oscar por efectos visuales (a los académicos parece que les gustan las olas CGI como esta y la de Poseidón de Wolfgang Petersen). Como sea, salvo por esa introducción, estamos hablando de una película menor del director sutil y poderoso de Los imperdonables y Cartas desde Iwo Jima. Si bien la grandilocuencia se acaba luego de los primeros 10 minutos, lo que sigue es muy irregular. El guionista es Peter Morgan, uno de los mejores guionistas actuales. Entre sus trabajos se encuentran La reina, Frost/Nixon y El último rey de Escocia. Está claro que es él quien, inteligentemente, adhiere todo un contenido socio-político (el mundo está en caos: el tsunami, los atentados en Londres) y Eastwood se refugia en el minimalismo lacrimógeno de la música y la fotografía con colores apagados. En sí, Más allá de la vida no es un desastre, pero tampoco una obra brillante (o por lo menos, algo más entretenida como Invictus). Es prueba de algunos de los peores vicios de Clint (los golpes bajos como en El sustituto) pero también es un testamento de la habilidad narrativa del director. Con 80 años, sigue fiel a su estilo de cine. Para algunos, lleno de golpes bajos y sensiblero. Para otros, emocionante e inteligente. Para mí, esta película es mezcla de ambos.
El viejo Clint. Ese es el apodo cariñoso que se ha ganado el señor Clint Eastwood en este blog, a fuerza de historias clásicas, sensibles y poderosas que lo han puesto -no sólo en este humilde sitio sino en el mundo- entre los mejores realizadores que trabajan actualmente. Si repasamos algunas de las obras de este genial autor norteamericano nos encontramos con tantos clásicos que nos da escalofríos: tan solo en las últimas dos décadas, Eastwood nos deleitó con nombres como Los imperdonables, Un mundo perfecto, Los puentes de Madison, Río místico, Million dollar baby, El sustituto o Gran Torino. Cualquier director del montón se alegraría de tener al menos uno de esos nombres en su filmografía. Si bien hay muchos dramas dentro de los filmes que dirigió, esta vez Eastwood se mete en un terreno bastante poco explorado: Más allá de la vida es una película que, tal como lo indica su título, relata historias que tienen que ver con la muerte y con lo que hay más allá. Matt Damon interpreta -con su habitual solvencia, a pesar de que su gesto adusto y tristón aburra un poco- a George Lonegan, un obrero que tiene la capacidad de comunicarse con el más allá, aunque ya no se dedica a eso y se resiste a utilizar sus "poderes". Mientras tanto, Marie (Cecile de France) es una periodista que casi muere luego de que un tsunami arrase la ciudad en la que vacaciona y es resucitada a último momento. Por su parte, los hermanos mellizos Frankie y George McLaren interpretan a dos hermanitos que tienen que lidiar con su madre adicta y que cerrarán el triángulo coral que propone el argumento. La dirección de Clint se hace más notoria que otras veces cuando admiramos la escena inicial en la que el tsunami arrastra a Marie y a todo lo que encuentra a su paso en una ciudad paradisiaca. También se nota su mano en las convincentes actuaciones -esta vez el elenco no tiene fallas, no como algunos de los personajes de Gran Torino-, en la cadencia de la acción, en la intensidad dramática de algunas escenas y en la insistencia sobre algunas temáticas que se repiten a lo largo de sus filmes -la familia vista de modo interesado y el tema del abuso infantil vuelven a rondar el relato, aunque bastante más como condimento que como tópico-. El guión es de Peter Morgan, el mismo de La reina y Frost/Nixon, que también había colaborado en los guiones de El último rey de Escocia y El nuevo entrenador (la anterior película del director Tom Hooper, responsable de El discurso del rey). Eastwood y Morgan nos ofrecen una historia coral cuyos protagonista deben cruzarse y tardan mucho en hacerlo, con una cadencia "a la francesa" (no por nada gran parte del metraje transcurre en Francia) y en la que el hilo conductor es el mundo del más allá, pero todo transcurre en el más acá. El filme tiene momentos muy buenos desde lo narrativo -los segmentos en los que participan Damon y la bellísima Bryce Dallas Howard realmente inspiran el amor de una pareja naciente-, desde lo dramático -la escena del accidente automovilístico, aunque predecible, está bien lograda- y desde lo visual -la ya mencionada escena del tsunami-, sin embargo -y aunque es por todos sabido que la película apunta a que los tres personajes principales se reúnan- no está nunca demasiado claro a dónde se está yendo con la narración. En definitiva, estamos ante la misma cuestión que abordamos con Woody Allen y es por eso que comparten esta reseña: no es la mejor película de Eastwood, no se trata de un filme con escenas memorables ni una historia que nos atrapará para no soltarnos, como sucedía con muchas de sus últimas historias. Sin embargo, la solvencia de este gran director de 80 años hace que hasta su película más extraña y menos atractiva sea una película interesante y digna de verse. Certificado de calidad, que le dicen.
Clint, como si nada hubiera sucedido El nuevo film de Eastwood incursiona en el género fantástico a través de tres historias que se entrelazan y que giran en torno al tema de la muerte: un tsunami, un accidente y el don de comunicarse con el más allá. Hace tiempo que Clint Eastwood está como despidiéndose. Lo atestiguan su adiós a la actuación en Gran Torino (2008), su último gran film hasta ahora, tanto como el tono crepuscular de varias de sus películas, donde no tuvo reparos en hablar (y hasta bromear) acerca de su edad avanzada. En este contexto, una película sobre la muerte parece ir en ese mismo sentido. Si no, es difícil de entender por qué realizó este proyecto que nada tiene que ver con su filmografía. Más allá de la vida se compone de tres historias alternadas cuyo denominador común es la experiencia con la muerte. Una periodista francesa (Cécile de France) que sobrevive al devastador tsunami del Océano Índico de 2004, un psíquico norteamericano (Matt Damon) que rehúye a su don de comunicarse con los muertos y un niño inglés que pierde a su hermano gemelo en un accidente (ambos interpretados por Frankie y George McLaren). Una experiencia, en cada caso, que cambiará la forma de valorar y encarar la vida. A pesar de que el tema amenaza con el abordaje místico, el comienzo es prometedor en la presentación de los personajes y hasta sorprende con la espectacular escena del tsunami, que Clint filma mejor que cualquier catastrofista profesional. Pero, claro, se trataba de hablar de la muerte o lo que habría después de ella, y aunque uno de sus protagonistas, justo el que puede comunicarse con los que pasaron al otro lado, reconozca sobre todo dudas, el film viene a comunicar certezas y privilegiar la postura de la periodista que, después de su ida y vuelta al más allá, arremete con un bestseller en plan Víctor Sueiro, donde pregona con fervor militante que efectivamente hay un más allá y que está bárbaro (aunque lo poco que se muestra es bastante vago y apenas interesante). Era cantado que las tres historias iban a entrelazarse, el problema es que estos encuentros sean tan rutinario uno, como forzado el otro. Y está bien, Eastwood no es Coelho, y no va a caer tan fácilmente en la banalidad de la fábula con moraleja, pero en el final sí se deja ganar por la espiritualidad vaga y los lugares comunes acerca de que la muerte no es el fin. No siempre ofreció mensajes tan tranquilizadores, cabe recordar las palabras de su ex asesino en Los imperdonables (1992): “Es algo duro, matar a un hombre. Le quitás todo lo que tiene y todo lo que tendrá.” Pese a los traspiés, a los 80 años, Clint sigue vivo y filmando, y dejando su despedida como director para más adelante. De hecho ya tiene nuevo film en producción (una biopic sobre Edgar J. Hoover) que, se espera, sí esté a la altura de su trayectoria. <
Ya desde la primer escena (un imponente tsunami que arrasa con todo un pueblo), se puede percibir que estamos frente a un film diferente del gran Clint Eastwood, incursionando en un género que hasta ahora no había trabajado, algo alejado del resto de su filmografía. Lo que a primera vista parece ser un thriller sobrenatural/psicológico, con tres historias paralelas (que terminarán cruzándose en el final) sobre personas que han tenido contacto con la muerte, pronto se transforma en un denso melodrama con elementos sobrenaturales. Sobre un guión de Peter Morgan ("Frost/Nixon", "The Queen"), Eastwood construye un relato emocional, tedioso y deprimente, con un desarrollo lento y una extensa duración, en donde se destaca la talentosa Cécile De France ("Haute Tension") por encima de un apagado Matt Damon. "Hereafter" es un trabajo mediocre en la carrera del reconocido director de "Mystic River", "Million Dollar Baby" y "The Bridges of Madison County".
Una celebración del “más acá” “El Chinolope había logrado fotografiar la muerte. La muerte estaba allí: no en el muerto, ni en el matador. La muerte estaba en la cara del barbero que la vio”, escribió Eduardo Galeano en “El libro de los abrazos”. Parece una obviedad, pero el registro de la muerte es patrimonio de los vivos, ya que no es habitual que los muertos digan lo suyo... al menos oficialmente. Y los vivos se interesan por lo ultraterreno ante la pérdida de un ser querido, o ante una experiencia cercana a la muerte. “Más allá de la vida” sigue la historia de tres personajes: Marie LeLay, una periodista que estuvo brevemente muerta durante el tsunami del océano Índico y comenzó a interesarse por lo que había entrevisto en ese momento, iniciando una investigación personal; George Lonegan, un medium natural estadounidense que no quiere ejercitar su don, al que considera una maldición que le impide el desarrollo de una vida normal; y Marcus, un niño británico que tras perder a su admirado gemelo en un accidente y ser separado de su madre drogadicta por los servicios sociales comienza un peregrinar por el mundo de la espiritualidad en busca de una línea directa al más allá. Diferentes circunstancias (y sus particulares viajes interiores y físicos de maduración) llevarán a los personajes fuera de su cotidianeidad y acercarán sus historias, hasta llegar a un clímax donde la vida pueda celebrarse por encima de la adversidad. Experiencia múltiple Clint Eastwood es un director peculiar: el cowboy spaghetti de “Por un puñado de dólares” y “El bueno, el malo y el feo”, el paradigma de la justicia personal en “Harry, el sucio”, se convirtió un buen día en un director lleno de buen gusto e inclinación por historias llenas de experiencias cruciales, donde el coraje, el honor trágico y la determinación son puestos en juego. Parió así una filmografía que tuvo en esta década una saga gloriosa, conformada nada más y nada menos que por “Río místico”, “Million Dollar Baby”, el díptico sobre Iwo Jima (“La conquista del honor” y “Cartas desde Iwo Jima”), “El sustituto”, “Gran Torino” e “Invictus”. Eastwood se juega aquí con un filme diferente, diverso en sí mismo, coral, lleno de la crudeza de sus obras anteriores pero luminoso según crece el relato, con lo que podría ser un happy ending. Pasa del tsunami filmado a la Roland Emmerich, con un explosivo despliegue de efectos (y mostrando en la gran perspectiva, “como al pasar”, cómo éste o aquel sujeto son arrollados por la fuerza de la naturaleza), a un final de película europea, apoyado en la actuación de sus intérpretes y en la fuerza de sus rostros en la pantalla. Para esto, se asoció al guionista Peter Morgan (autor de “El último rey de Escocia”, “La reina” y “Frost/Nixon - La entrevista del escándalo”), quien despliega un relato múltiple, al estilo de “Babel” (o de la nunca bien ponderada “El grito 2”, lucida en su construcción), aunque aquí las tres historias avanzan casi paralelas, para así desembocar en un espacio y tiempo determinado, con bastante naturalidad. Quizás fueron los años de western los que le enseñaron a Eastwood la importancia del entorno y del paisaje en la determinación de los personajes. Y así los muestra con belleza, desde las barracas de San Francisco a la clínica en los Alpes, pasando por capitales de postal como París y Londres. Alguien podría intuir cierta mímesis estética: por momentos parece que la historia de George luce como una película americana, mientras que las otras dos podrían ser sendos filmes europeos. El director es nuevamente el compositor de la banda sonora, que entre lo clásico y lo jazzístico aporta un encanto que trasciende el mero acompañamiento: especialmente en el tramo final de la historia. Dueños de la pantalla Como se decía, una de las mejores herramientas en acción es el elenco. Matt Damon (estrella de la anterior película del viejo Clint, “Invictus”) es, como Leonardo DiCaprio, uno de esos actores que Hollywood adoptó por carilindos pero que demostraron que tenían pasta. Aquí se mueve entre la gravedad de quien sabe demasiado y cierto vuelo humorístico en su relación con el niño, haciendo crecer su personaje conforme avanza el relato. Cécile de France luce con el mismo esplendor que en “Lo mejor de nuestras vidas”, su más célebre filme. Su sola presencia y su sonrisa (rara en la mayor parte del metraje) ilumina la pantalla, demostrando que pertenece como Emmanuelle Béart a la tradición de las divas francesas (aunque a pesar de esto, y de su apellido, Cécile es belga). Un párrafo aparte merecen los gemelos Frankie y George McLaren en su doble e intercambiado rol entre Marcus y Jason. Desde el trabajo a dúo, cuidando de su madre, hasta la búsqueda de Marcus por un contacto con su hermano, construyen a unos personajes alejados de la inocencia que se asocia a la infancia. Entre los secundarios, se destaca Lyndsey Marshal como Jackie, la madre de los gemelos (casi un personaje de Irvine Welsh, el autor de “Trainspotting” y “La casa del ácido”); y por supuesto Bryce Dallas Howard, a quien no le cuesta demostrar que sigue siendo una de las mejores cosas que hizo el oscarizado “Colorado” Ron Howard. Ellos consolidan un relato que, más allá de explorar las orillas de la afterlife, busca destacar la importancia de la vida, el aquí y ahora y las personas que lo componen.
Una première de Clint, un lujo per se. No hay modo de no reeditar en cada estreno del magnífico Eastwood las emociones de Los puentes de Madison (The Bridges of Madison County -1995), los planos notables de Millon Dólar Baby (2004), el llanto de Sean Penn y las dudas/certezas de Río Místico (Mystic River-2003) o Gran Torino (2008) y su maravillosa manera de mostrar una construcción de vínculos que parecen imposibles, pero para no dilatar la cuestión aclaro que aquí en Más allá de la Vida (Hereafter) no pasa nada. Es la muerte misma. Y si uno no dice que la película es mala es porque es de ese enorme actor/director/músico que logró avasallar con la cámara las percepciones de sus espectadores, seguidores, fanáticos, etc. Pero la verdad es que la historia es maniquea al extremo. Corren los días en que la palabra Tsunami se apoderó con terror de las vidas de miles y en ese contexto Marie (encarnada por la actriz belga Cécile de France) es arrasada por el fenómeno natural, muere y retorna, como en los peores best seller que se han ocupado del tema. Al mismo tiempo, el relato da cuenta de la vida diaria de un obrero, George Lonegan, en la piel de Matt Damon, que ha tratado de dejar atrás su don de médium que se comunica con los muertos porque, como ya hemos visto en otros engendros norteamericanos, la vida de esta gente es tortuosa. Para completar el cuadro trágico, un niño inglés, interpretado por Frankie McLaren, pierde a su hermano mellizo que es además de su otra mitad un lazo a la vida ya que éste tiene una madre adicta al alcohol y las drogas. Conclusión, todos buscan un sentido para la muerte. ¿La muerte tiene alguno? En esta zona de previsibilidad se mueve la película de Eastwood que cuenta además con su música que no alcanza a convertirse en un signo más que le otorgue a este drama una sustancia que no nos haga mirar el reloj. Porque hay que decirlo: la película resulta eterna. Las debilidades del guión de Peter Morgan, aquel de The Queen (2006) ayudan a que imaginemos lo que será de estas vidas hacia el final del film, solo logrando algunos aciertos en el decurso de la vida de Marie quien logra dar vuelta las cosas. Como si el nombre de la productora de Eatswood fuera una afirmación de autoayuda, sólo resta decir que la incursión en el género fantástico es un Mal Paso como tantos que dan algunos mortales.
Salvada por la experiencia Hereafter (Más allá de la vida) es la última producción del reconocido director y actor Clint Eastwood, ganador de los premios más prestigiosos que entrega la industria del cine. Trata la temática de la vida después de la muerte, un tema súper trillado y que hemos visto en muchos films buenos y malos. Son 3 historias distintas de personas que enfrentan situaciones en las que la muerte ha tocado su vida. La película es buena, ya que en ciertos detalles se nota que es obra de Eastwood, pero creo que si la hubiera dirigido otra persona, habría sido un fracaso total. ¿A qué me refiero con esto?, a que si no fuera por algunos trucos que tiene el viejo Clint debido a su experiancia, la cinta no sería más que "otra de espíritus". El tema está requete gastado y convierte a este film en algo totalmente efímero, es más, podría apostar que en 1 año nadie se acordará de él, ni lo asociarán con el director. Cuando más capacidad se demuestra, mayor es la exigencia, porque se sabe que se puede obtener mejores resultados, y eso es lo que sucede aquí. Luego de Millon dollar baby, Río místico o Los puentes de Madison (todas dirigidas por Eastwood), esta peli se vuelve insignificante, la comparación es odiosa, ya lo sé, pero no tengo la culpa de que el gran Clint halla establecido un estandar tan alto. Si son de los que difrutan las cuestiones sobrenaturales, es una buena opción para ver un punto de vista maduro acerca de la vida y la muerte, los actores cumplen y se puede evidenciar ese golpe en seco que le gusta dar a Eastwood sobre la vida de los portagonistas. A mí se me hizo un poco larga la verdad. Un dato curioso es que el film comienza con una escena de un tsunami muy bien logrado, con los efectos justos y necesarios, que desencadena la historia de uno de los protagonistas. En Japón, por la reciente tragedia, fue retirada de los cines como muestra de respeto a las víctimas del desastre.
La invitación a alejarse un rato del escepticismo Cuando un film me hace emocionar hasta las lágrimas repetidas veces durante su transcurso, cuando salgo de la sala sin querer pronunciar una palabra porque todavía una parte de mí quedó en esa pantalla (y en esa historia, por ende), cuando una historia me mantiene por días pensando y formulando preguntas acerca de ella, etc. realmente puedo decir que me encuentro ante un película que se destaca; sin meternos en buenos o malos, simplemente (lo que no es cosa menor) se destaca entre lo demás. Ya a esta altura, podrán interpretar que la última película del gran Eastwood (Hereafter, Clint Eastwood, 2010) me ha gustado. Pero debo admitir, que aunque objetivamente me parece un film de gran calidad, el mismo me ha tocado hondamente, por lo cual considero que hay una buena parte de mi apreciación que depende de una gran emoción despertada en mí por esta historia (lo cual es sumamente subjetivo). Con este aviso hecho puedo continuar con mi opinión. Los cuestionamientos en relación a la muerte, dios, la trascendencia y todas las cuestiones “espiritistas” (digamos así) están muy presentes en la cultura occidental, y muchos de nosotros terminamos por agotarnos de tanta vuelta metafísica y nos nombramos como totales escépticos o incluso ateos. El nuevo film de Clint Eastwood ronda justamente alrededor de estos tópicos; enfocados desde tres vidas que tocan tres partes diferentes de esta amplia temática: Quien puede comunicarse con el más allá, quien necesita hacer ese contacto y quien lo ha vivido. Más allá de la posición que uno pueda tener ante estas cosas el film obliga a dedicarles un tiempo de análisis de nuestro día… nos invita a pensar que además del frío escepticismo hay una posible trascendencia. Hereafter Poster Más Allá de la Vida: La invitación a alejarse un rato del escepticismo cine Comenzando la película, una de sus primeras imágenes ya deslumbra: un Tsunami arrasando con una ciudad y sus habitantes. A partir de esto comenzamos a conocer a los integrantes de esta fascinante historia: Cécile de France encarna a una periodista francesa que sufre una experiencia paranormal luego de (casi) morir ahogada en el Tsunami; Matt Damon le da vida a George, quien tiene el poder de comunicarse con quienes han muerto; y el último eslabón de la cadena lo representa un niño londinense (interpretando por el joven Frankie McLaren, en una actuación deslumbrante) que ha perdido en un accidente a su hermano gemelo y quiere comunicarse con él. Desde su planteo, considero que el film se presenta interesante y logra generar ese misterio y curiosidad que nos suelen dar este tipo de cosas a nosotros los occidentales sensacionalistas. Pero creo que un punto interesante es que en la progresión de la historia se logran mostrar la gran mayoría de las facetas que abre la temática del más allá: el científico, el incrédulo, el embustero, el crédulo hasta la ceguera, quien lo hace por vocación y el que lo hace por dinero, el que lo necesita, el curioso, etc. Lo cual es una muestra que no se ha intentado postular como creíble el relato contado; creo que simplemente la película pretende mostrar una pequeña parte de este tema tan misterioso, y cómo para ciertas personas se convierte en algo muy importante, tanto que condiciona el curso de su vida. Desde la parte técnica y desde el guión, Más allá de la vida, no deja nada que desear, como es de esperar del impecable Clint Eastwood. Las actuaciones se presentan satisfactorias y se podría decir que cada carácter experimenta un crescendo bastante interesante que arrastra al espectador inevitablemente. Encontrarnos un Matt Damon bastante maduro y sensible que transmite una soledad, desamparo y un encierro muy reales, logrados magníficamente. En este sentido se puede decir que todas las actuaciones logran transmitir una gran cuota de emotividad que, se hace muy difícil no sentirse tocado. Realmente recomiendo Más allá de la vida, no sólo porque la disfruté muchísimo, sino porque considero interesante ahondar un poquito, aunque sea, en un tema que está tan ridiculizado y que ya se he convertido en tabú en nuestra cultura que de todo descree.
La vida después de la muerte Los verdaderos autores se revelan en sus peores obras, pues allí demuestran que a pesar de todos los fallos siempre tienen algo para dar, ya que incluso en esas piezas mantienen una mirada personal sobre el mundo. Todos los buenos directores, además, tienen obras menores, acaso porque se suelen aventurar a lo desconocido, animarse a aquéllos géneros que nunca pensaron abordar: nadie se imaginaba que Clint Eastwood, a sus 80 años, filmaría una película de tintes sobrenaturales sobre la vida después de la muerte, pero sin embargo nos encontramos debatiendo aquí sobre Más allá de la vida, el filme en cuestión. Y el debate, aún de los temas más superfluos, es siempre bienvenido. Se trata, sin dudas, de una obra menor de Eastwood. Hasta incluso se podría pensar que es una típica película “de encargo”, como muchos colegas especulan, donde el gran Eastwood ha tenido que batallar con un guión ajeno (de Peter Morgan, el mismo de La Reina) y con un productor de peso y sin duda influyente como es Steven Spielberg. Pero así y todo, nadie puede dudar de que es una película suya, y a pesar de los reparos, es un filme que eleva la calidad del género, y que incluso mantiene cierta coherencia autoral con la obra previa de Eastwood. Acaso la primera aclaración a hacer es que no se trata de una película de aspiraciones metafísicas: si bien Más allá de la vida se relaciona con ése mundo inmaterial que hoy se encuentra codificado por la New Age, sus temas son en realidad bien concretos, y transcurren en el mundo que conocemos. Uno de los pocos aciertos del filme, acaso capital, es tratar de esquivar ése espiritualismo liviano tan en boga en nuestros días, especie de mercancía inmaterial que diariamente nos veden miles de libros y películas, a pesar de que al mismo tiempo se alimenta de ella: Eastwood elige no pontificar sobre el otro mundo, y e incluso consigue desnudar y ridiculizar los manejos que se hacen con el tema (todo lo contrario a lo que, por ejemplo, hace Gaspar Noé en Enter the Void, filme de contundente éxito crítico, que sin embargo es una estilización vacua del misticismo contemporáneo), aunque su protagonista central sea, precisamente, un psíquico capaz de comunicarse con los muertos. Tampoco las religiones encuentran eco en la exploración metafísica de Eastwood, e incluso son sutilmente parodiadas en el único pasaje en el que aparecen explicitadas (un entierro), y en el que dichas creencias se muestran como meras instituciones burocráticas creadas para lidiar con lo inexplicable. Y es la muerte, precisamente, el eje central del filme, o bien cómo sus protagonistas se relacionan con ella, cómo intentan enfrentar un duelo y volver a la vida, temas absolutamente terrenales. Los problemas empiezan en otro lado, acaso por un guión plagado de clichés, con una estructura narrativa demasiado transitada, que apuesta a acumular géneros disímiles y citas de actualidad sin mucha coherencia, y termina aplicando soluciones al borde de la inverosimilitud. Al estilo del mejicano Alejandro González Iñárritu, el filme superpone tres líneas narrativas que al final convergerán mágicamente: la central es la de nuestro protagonista, un psíquico capaz de comunicarse con los muertos (Matt Damon), que en realidad se encuentra acosado por su “don”, al que entiende como una maldición, y ha renunciado a ejercerlo para tener una vida normal. También hay una prestigiosa periodista francesa (la bellísima Cécile de France) que experimenta una transformación mística a partir de un accidente en el que muere por unos segundos, y donde llega a contemplar el otro mundo (filmado con una discreción digna de un agnóstico, dato no menor). Por fin, está un pequeño niño de clase baja londinense (homenaje explícito a Dickens), cuya madre adicta se encuentra asediada por los servicios sociales, y cuyo mundo se destruye con la muerte de su hermano mellizo (ambos, interpretados por Frankie y George McLaren). Se trata, cada uno a su modo, de tres outsiders, personajes típicos de Eastwood, cuyas vidas han sido sacudidas o marcadas por la muerte, y cuyas formas de relacionarse con ella se irán desarrollando paulatinamente por el filme, con el clasicismo y la seguridad acostumbradas por el director. La elegancia formal de Eastwood es admirable, y acaso salva más de una vez a la película. Los primeros diez minutos son un filme aparte, una verdadera lección de cine (sobre todo para los seguidores de la ciencia ficción), donde se reconstruye el tsunami que arrasó las cosas de Indonesia con una precisión imposible de lograr sin efectos digitales, pero sobre todo sin la conciencia que exhibe el director sobre los medios cinematográficos. Una sabiduría que sin embargo parece extrañamente ausente en otros tramos de la película, como en la utilización de la música para potenciar los efectos dramáticos de ciertas escenas, o en la construcción de algunos personajes y situaciones que terminan banalizando los temas que aborda, por no hablar de la deriva romántica que termina encontrando hacia el final. Despareja y a veces desmedida, capaz de dejar escenas para atesorar en el recuerdo y luego pisar la línea del ridículo, lo cierto es que Más allá de la vida sería otra película sin Eastwood, una que seguramente no valdría la pena ni comentar. Por Martín Ipa