Policías de Neón. En la Argentina de los años ochenta, el vaciamiento de las empresas públicas causó una crisis política y económica que tenía como fin empujar a los ciudadanos a solicitar o aceptar pasivamente la necesidad de la privatización para sanearlas. Una de las consecuencias de esta crisis fue la organización de una serie de cortes de energía planificados en diferentes sectores de la ciudad para afrontar los problemas energéticos. Este país que no conocía las cadenas multinacionales y que vivía a través de los negocios barriales que se sostenían con muchas dificultades y sacrificios y que soñaba con el primer mundo, tenía unas clases altas claramente definidas pero que también estaban en crisis. Así, los propietarios de terrenos cultivables que cada vez daban menos ganancias y los descendientes de personajes de alta alcurnia con apellidos dobles que remitían a protagonistas de la historia argentina, redefinían su identidad y su lugar en la economía del país. Muerte en Buenos Aires es una metáfora sobre este contexto. Situada en 1989, un año de cambios importantes que transformaron la realidad, la identidad, la idiosincrasia y las expectativas de los argentinos, el film escenifica el asesinato de un miembro de la clase alta, Jaime Figueroa Alcorta, en su casa en el centro de la capital en una situación íntima sadomasoquista. El inspector Chavéz (Demián Bichir) es designado para investigar el caso junto a su compañera Dolores Petric (Mónica Antonópulos), y comienzan a indagar en una pista de un oficial que llegó primero a la escena del crimen, el agente Gómez (Chino Darín). Todas las pistas apuntan hacia el responsable de las relaciones públicas del Jockey Club, Kevin González (Carlos Casella), un cantante de una banda de pop electrónico, amante del difunto y ladrón de cuadros. La presión del juez Morales (Emilio Disi) y del Comisario San Filippo (Hugo Arana) ejemplifican la corrupción judicial y policial y el contubernio de la justicia y la fuerza pública con el poder económico, que en los ochenta provenía en gran parte del comercio de la cocaína, estupefaciente preferido por las clases altas y medias del mundo. En un recorrido por algunos de los lugares de Buenos Aires que siempre mantuvieron su esplendor, como Recoleta y cierta parte de Retiro lindante con el centro financiero y político de la ciudad, Chávez y Gómez investigan al sospechoso y toman el té en el Jocky Club, dejando en claro que lo único que importa es cerrar el caso pero no resolverlo ni encontrar la verdad, premisa de los sistemas judiciales de la teoría política occidental.
Entre masivos cortes de luz programados y luces de neón por doquier en una suntuosa y erótica Buenos Aires a fines de los '80 transcurre la trama de Muerte en Buenos Aires, el debut cinematográfico de Natalia Meta, que sigue apostando al cine nacional de calidad. Con el asesinato de un importante personaje de alcurnia de la ciudad se dispara la acción del híbrido entre policial, thriller y comedia negra, a caballo de exponentes tan raros y alejados como una versión porteña de la serie Miami Vice y un gran dejo de Brokeback Mountain -en palabras de la directora, que se imaginó que en tierras nativas la historia ocurriría entre policías en vez de vaqueros-. Si bien está lejos de ser perfecta -algunos diálogos y un confuso tercer acto merecían una pulida extra- Muerte en Buenos Aires se beneficia de un elenco comprometido con la labor de entretener y juguetear con sus personajes, al borde de la caricatura en una ciudad que se prestaba a ello. Sin ir más lejos, el secundario de Mónica Antonópulos sabe que es una especie de femme fatale que nunca hubiese existido en una Buenos Aires real de los años '80, y entonces se dedica a pasearse con conjuntos de la época, bailar sensualmente y ser la única protagonista femenina que tiene peso alguno, aunque su persona quede desdibujada más y más con el correr del metraje. El centro neurálgico lo componen el Inspector Chávez de Demian Bichir -una elección extraña e inesperada pero muy festejada, que le da el vuelo internacional necesario al film - y Chino Darín, que no es el completo desastre que ha demostrado ser en pequeños papeles en el pasado, y en su primer protagónico hecho y derecho genera una complicidad y credibilidad impensadas. La química de ambos, borroneando la línea entre la connivencia y la atracción pasional, es muy palpable durante toda la película, incluso cuando ciertas situaciones arremeten de lleno contra toda la relación construida a base de pequeños pasos entre ellos. El resto del elenco es un compilado de cameos interesantes, como el comisario de Hugo Arana, el corrupto juez de Emilio Disi o la aparición meteórica de Luisa Kuliok que si tiene una o dos líneas en toda la película para justificar su cameo, se puede llamar contenta. Juzgar al film por ese extraño teaser presentado en cines es demasiado apresurado y me siento contento de saber que el resultado final de Meta tiene sentido en su totalidad, tanto como historia de corrupción y muerte, como por su apartado técnico y estético. Es difícil saber cómo lucía la ciudad en los años '80, así que les propongo a los que sí la conocieron así que jueguen a ver las diferencias entre la realidad y la ciudad de ficción, a mi parecer una justa y agradable caracterización que funciona también como pulmón de la historia, un lugar donde todo es posible, incluso esa alocada y onírica carrera de caballos por las calles de la ciudad que tanto se promocionan en los avances, prometiendo ser la escena más destacada y recordable de la propuesta. Junto con la reciente Betibú, Muerte en Buenos Aires es un engranaje más del cine nacional comercial, que sigue aportando interesantes exponentes del género y que demuestra que no todo tiene que ser una secuela de Los Bañeros más locos del Mundo o una Esperando la Carroza 2.
Muerte en Buenos Aires es la ópera prima de Natalia Meta, un policial que oscila entre el under gay y la oligarquía de fines de los ’80. Protagonizada por el Chino Darín y el actor mexicano Demián Bichir. Chongos Porteños La historia de Muerte en Buenos Aires sucede en 1989. El inspector Chavez, interpretado por el actor Demián Bichir (el mismo que se puso en la piel de Fidel Castro en la doble película sobre el Che Guevara de Steven Soderbergh) llega junto a su compañera de trabajo Dolores (una provocativa Mónica Antonópulos) a la escena de un asesinato. Allí se encuentran confusamente con el agente Gómez (Chino Darín) que estaba en el lugar debido al llamado realizado por una vecina. El conflicto se refuerza cuando se sabe que el asesinado es un hombre de la alta sociedad porteña por lo que no hay lugar para la normal desiria de la fuerza y el crimen debe ser resuelto sí o sí. Chavez comienza su investigación y debido a la condición sexual de la víctima debe sumergirse en el entonces submundo gay, pero no va solo ya que Gómez le insiste en cooperar en la pesquisa y él cede ante el ruego del agente. Casi un Policial Tenés la noche, una ciudad increíble como Buenos Aires que lo tiene absolutamente todo, una década bisagra como los ´80, un ambiente sumamente under como lo era el gay en aquella época, un crimen, ¿qué puede salir mal para hacer un policial? Bueno, prácticamente todo. Hay una selección del punto de vista bastante acertada y eso es lo que quizás más se asemeja a un policial. Se toma a un personaje marginal como el inspector Chavez, un policía corrupto (perdón la redundancia) que tiene un carácter duro, actitud parca y un conflicto interno que se exterioriza continuamente en una tensión sexual con el agente Gómez. Sin embargo hay algo fastidioso que tira a tierra todo lo anterior: al parecer tiene trastornos en el habla. Si se trabaja con un actor extranjero -en este caso un mexicano- es muy difícil nacionalizarlo y hacerlo pasar por porteño porque nunca va a quedar bien, es sentido común. Lisa y llanamente, escuchando el tono “porteño” de Demián Bichir me sentía más incómodo que Scioli en musculosa. Otro elemento que tampoco llega a explotarse del todo es la ciudad de Buenos Aires. Hay apagones, drogas, destape y un submundo gay que conformarían el clima ideal para representar ese mundo oscuro del policial y, sin embargo, todo parece tan ameno, tan estable. El boliche gay parece la reconocida Marcha del orgullo en Madrid, el barrio de La Boca está más cerca de formar parte de una publicidad de Macri que como es realmente ese lugar hoy en día, la comisaría sería un espacio más si no fuera por el comisario (interpretado maravillosamente por Hugo Arana) que toma merca todo el tiempo y la gatuna Dolores (una también excepcional Antonópulos). Por último en cuanto al elemento principal del policial que es el delito, en este caso el asesinato de un aristócrata, se plantea y presenta con una construcción sólida durante todo el primer acto pero a medida que avanza la película se va disipando y hasta pasa a un segundo plano. El resolver el crimen es anecdótico y no el fin. Conclusión Muerte en Buenos Aires es una película efímera con una excelente producción y hasta da lástima el derroche de plata que se hace por no trabajar bien el guión de una idea que podría haber funcionado. Si cuentan con la plata sugiero que vayan al cine y saquen sus propias conclusiones, sino acá les dejo un resumen del film:
Caminando en laberintos de neón Nada es lo que parece en Muerte en Buenos Aires (2014), de Natalia Meta, no porque esta frase trillada encierre el entramado de relaciones que se irán tejiendo en la ficción, sino porque, principalmente, el aura nostálgica que le imprime la realizadora a toda la película termina atrapando y desconcertando a la vez. Muerte en Buenos Aires cuenta la historia de Chávez, un inspector de la Federal, algo machista y estereotipado (Demián Bichir), que debe resolver un homicidio ocurrido en la alta sociedad porteña a finales de la década de los ochenta del siglo pasado. El neón fucsia y rosado iluminará los pasos que irá dando en medio de la profunda noche gay de Buenos Aires, espacio en el que supuestamente por los indicios y deducciones hechas hasta el momento, esconde al presunto asesino. Acompañado por el agente Gómez (Ricardo "Chino" Darín) y la oficial Dolores (Mónica Antonópulos) las presiones que irán recibiendo por parte de la familia y jueces allegados harán que cada vez que se acerquen a una pista algún giro se plantee para que la verdad permanezca oculta. Para evitar que eso continúe deciden que el agente Gómez sea la carnada para que el asesino termine de confesar el delito. Así el joven oficial aceptará ser “seducido” por Kevin (Carlos Casella) un señor por las mañanas, y un cantante desprejuiciado en las noches, y que misteriosamente intentó escaparse luego del asesinato. “Dirigiendo” al equipo estará un distraído comisario (Hugo Arana) que sólo seguirá los pasos del resto sin una injerencia directa sobre la investigación. Con una cuidada recreación de época, desde la vestimenta, mobiliario, programas de TV (La extraña Dama en las pantallas) y looks (basta con observar a Antonópulos, casi una chica de poster PAGSA), la ambientación y banda sonora van generando el clima sórdido en el que los policías deberán resolver el misterio. Pero Muerte en Buenos Aires también cuenta otra historia, la de las incipientes pasiones que en la rutina laboral se van gestando y ocultando, porque a medida que vayan pasando los minutos y que los policías interactúen entre sí y con el entorno, todo se tornará denso y prohibido. Natalia Meta además de hablar de lo que se dice y lo que no, argumenta a través de pequeños guiños históricos sobre una Buenos Aires que vive al ritmo de sintetizadores y cortes de energía, con una fuerza policial que se muestra como honesta frente a la complicidad y corrupción de la justicia (de antología el juez que compone Emilio Disi) y una serie de nefastos personajes (la hermana del muerto, Luisa Kuliok, el sastre elegido por la alta sociedad, Gino Renni, etc.) que una vez más hablan de la vulnerabilidad de las instituciones y el sangriento poder del dinero y las drogas en las altas esferas. En un momento histórico en el que aún la moral pesaba sobre los cuerpos con una especial resistencia de Chávez para compartir sus deseos más íntimos, hacen más que interesante la propuesta de Muerte en Buenos Aires, un film con algunos baches, pero que a fuerza de detalles y actuaciones logra mantener el suspenso hasta el final.
Muerte en Buenos Aires es al género policial lo que Los Wachiturros a la música. Una historia que trae al recuerdo las películas malas que solían hacer en este estilo Rodolfo Ranni y Gerardo Romano en las décadas del ´80 y ´90. La única diferencia es que este estreno presenta un trabajo decente en los aspectos técnicos de realización. La trama es tan mala como Maldita cocaína, con Osvaldo Laport, con la particularidad que está mejor filmada. En el caso de esta producción nos encontramos con una muy buena labor de fotografía y una lograda reconstrucción de los años ´80. Es una lástima porque son recursos que se desperdiciaron en un argumento pobre y aburrido. Cualquier guionista que hubiera leído en su vida un libro de Elmore Leonard, Joseph Wambaugh o James Ellroy jamás podría concebir una historia tan mala como Muerte en Buenos Aires, porque hubiera aprendido de estos maestros a evitar los clichés estúpidos que afectan a las propuestas mediocres de este género. No te gusta la literatura, tenés una auténtica universidad del cine policial en los trabajos de directores como Sam Fuller, Sam Peckinpah, Umberto Lenzi, Enzo Castellari, William Friedkin o David Ayer. La verdad que uno ve lo que hace la BBC en series como Luther (Idris Elba) y después te encontrás con esto en el cine argentino y te dan ganas de llorar. La trama es completamente inverosímil de entrada. Un cabo novato de la Policía Federal con total facilidad termina trabajando en un caso mediático de homicidio junto al detective de una brigada, simplemente porque se trata de un muchacho colaborador. Lo que sigue a continuación es un collage de lugares comunes y situaciones ridículas que son desarrolladas con personajes estereotipados. El juez que interpreta Emilio Disi, el comisario de Hugo Arana o el gay trillado que compone Carlos Casella parecen más caricaturas que personas reales . En una escena Demián Bichir se despide del Chino Darín y entra a su casa. El policía se descambia y se acuesta luego de la jornada de trabajo. Mientras duerme, su hijo toma un revólver y lo dispara accidentalmente. Entonces de la nada aparece Darín, quien escuchó el disparo con su oído bioníco, e irrumpe en la habitación de Bichir para salvar al niño y quitarle el arma. Escenas ridículas como esa abundan en el film y son la que generan que uno mire esta película hasta el final simplemente para reírse de lo mala que es. Ni hablar de la relación forzada que se gesta entre los dos protagonistas que entra directamente en el terreno de lo bizarro. Dentro del reparto, Demián Bichir se esforzó por brindar una interpretación decente pese al material que le brindaba el guión. Cosa que no ocurre con el Chino Darín y Mónica Antonópulos, quienes no resultan creíbles en los roles de policías. En el caso de la actriz, con el transcurso de la historia, su personaje queda completamente desdibujado y no tiene mucho para hacer en el conflicto. Por otra parte, la directora Natalia Meta nunca logra construir con su narración situaciones de tensión y suspenso sólidas que generen interés por la trama que se presenta. Un elemento clave en una propuesta de estas características. Antes de perder tiempo y dinero con Muerte en Buenos Aires la mejor recomendación que se le puede hacer a un amante de este género es buscar la excelente miniserie de la BBC, Line of duty, que ofrece una gran historia policial en serio.
Muerte en Buenos Aires es lo más parecido a Hollywood a lo que una película argentina ha llegado en cuestión de lanzamiento y promoción. Y salvando las distancias (y presupuesto) la puesta en escena y fotografía están a esa altura. La recreación de la década de los 80s es genial no solo en vestuario sino en que Buenos Aires misma se convierte en un personaje más cuando lugares muy conocidos y transitados por los porteños se inundan de autos y detalles de la época. La directora Natalia Meta tuvo bien en claro sus objetivos y los logró: mucho de todo y extravagancia. Porque eso es lo que se muestra sobre Buenos Aires, la vida nocturna gay y sus secretos así como también los hechos característicos de ese momento tales como los cortes de luz programados y la híper inflación. Meta también juntó a un cast de lujo encabezado por Damián Bichir, que lamentablemente no se luce y da la sensación de que es porque lo doblaron para hacer desaparecer su acento. El que si se luce es el Chino Darín en su primer protagónico cinematográfico en un papel bastante jugado y que podría haber flaqueado pero no lo hace. Carlos Casella está excelente, y uno se queda con ganas de más del sexy personaje de Mónica Antonópulos. Ahora bien, teniendo en cuenta todo esto, no nos encontramos con la película argentina del año porque el guión es demasiado flojo, a tal punto que por momentos opaca lo destacado anteriormente. El mayor problema es que a los cinco minutos te das cuenta de quién es el asesino y que en lugar de hacer énfasis en las cuestiones de género policial la historia vira para la sexualidad de los personajes, lo que produce que el espectador se pregunte ¿Cuándo se encamarán? En lugar de ¿Quién lo mato?. Hay escenas que son un sinsentido total y con diálogos muy pobres, tanto que secuencias que tendrían que ser serias y tensionantes dan gracia. Muerte en Buenos Aires no cae en el absurdo gracias a su calidad actoral y gran producción y despliegue que, sin embargo, no logra ocultar las falencias de la historia que dejará boyando al espectador.
Los sospechosos hacen fila Con el apoyo de una gran campaña publicitaria que invita al espectador a descubrir al culpable de un asesinato, llega esta película de Natalia Meta (antes productora de Un amor y Las Acacias) ambientada en 1989, en una Buenos Aires sacudida por los cortes de luz. El inspector Chávez (el mexicano Demián Bichir, nominado al Oscar como "mejor actor" por Una vida mejor) queda a cargo de la investigación del crimen de Jaime Figueroa Alcorta (Martín Wullich), quien es encontrado muerto en su cama. A la escena llega -anticipadamente- el agente Gómez ("Chino" Darín), un atractivo policía que afronta su primer caso y se convierte en la "carnada" para atrapar al asesino. Con estos elementos, la realizadora tiene entre manos una historia situada en un selecto boliche gay, donde hace sus presentaciones musicales Kevin Carlos González (Carlos Casella), el cantante de Manila que era amante de la víctima. En Muerte en Buenos Aires todos hacen fila y se convierten en posibles sospechosos de una trama que explota la búsqueda de la identidad sexual, las inseguridades de los personajes (el hombre de familia salvado por el novato)y que sólo muestran la punta del iceberg que esconde una red de narcotraficantes, robos de pinturas y más. El film tiene el mérito de ser entretenido, visualmente atrapante e incluye una banda de sonido con temas populares de la década. Y a todo su andamiaje de apariencias engañosas, mundos de neón, miradas seductoras, cámaras ocultas y estampida de caballos en pleno centro financiero de la ciudad, se suman la policía sexy (Mónica Antonópulos), el comisario (Hugo Arana), el juez (Emilio Disi) y la hermana -de alta clase- de la víctima (Luisa Kuliok en una fugaz aparición). La trama se expande en varias direcciones y, aunque por momentos no logra cerrar cada una de las historias, propone un juego en el que confluyen la intriga, el suspenso y la pasión. Chino Darìn, en su primer protagónico, sale airoso, seduce y convence con su agente aniñado de La Boca que se debate entre su novia y sus desos más íntimos, en un micromundo violento que está por asomar.
El asesinato de un adinerado coleccionista de cuadros es el disparador de esta historia policial ambientada en la Buenos Aires de los 80 e inspirada, según ha declarado su directora, la debutante Natalia Meta, en Secreto en la montaña, aquel exitoso film de Ang Lee estrenado en 2005 que ponía el foco en la relación amorosa entre dos cowboys de Wyoming. La película intenta reproducir la estética y el espíritu de aquellos años de destape posdictadura a partir de una recreación deliberadamente kitsch -el cantante de synth pop gay, la agente policial que parece escapada de Flashdance- cuyo despliegue evidentemente preocupó más que el rigor histórico. El ambiente de la seccional donde trabaja ese inspector agobiado y expeditivo encarnado por un Demián Bichir (el Fidel Castro de la película sobre el Che Guevara dirigida por el estadounidense Steven Soderbergh) obligado a un esfuerzo sobrehumano para sonar un poco porteño, se parece demasiado al de una comedia costumbrista televisiva, con Hugo Arana en el rol de comisario caricaturizado como mascarón de proa. La línea argumental es débil, decididamente inverosímil en unos cuantos tramos de la película, la historia de amor entre los personajes del actor mexicano y el Chino Darín -un joven policía de moral ambigua- resulta forzada, y el enigma a resolver -¿se trató de un crimen pasional, un ajuste de cuentas o un asesinato por encargo?- se va diluyendo a medida que la película se enreda en extravagancias vacías, como la suelta de caballos en plena Diagonal Sur, una escena que sintetiza con claridad meridiana sus objetivos: el efecto antes que la profundidad. La vocación por revelar que el glamour del pasado hoy luce bizarro condena a la película a sufrir el tironeo entre la intriga y la farsa. Sin un plan de acción muy claro -las insinuaciones de humor y oscuridad se alternan anárquicamente-, Muerte en Buenos Aires revive, más que una época, un cine aplastado sin piedad por el transcurso del tiempo.
Un raro aprendiz de policía La directora Natalia Meta ingresó por la puerta grande del cine con esta "opera prima" que asombra por su despliegue técnico, un guión que continuamente da giros que sorprenden y un equipo actoral que entendió muy bien el mensaje de la joven cineasta, que en definitiva fue hacer una especie de "guiño" a los filmes policiales. Porque "Muerte en Buenos", si bien se ubica en el género policial, no rehuye un humor sutilmente sarcástico y cierta dosis de parodia a la novela negra. EL DUO PERFECTO Ambientada en la década del 80, en el ambiente gay de una Buenos Aires que tiene cierto glamour en sus locales frecuentados por distintas generaciones, el filme aborda la investigación del asesinato de un hombre de la clase alta porteña, que fue encontrado muerto en su casa. Hasta el lugar del crimen es asignado un policía novato el agente Gómez, apodado "el Ganso" (Ricardo "Chino" Darín), quien más tarde trabaja como ayudante del inspector Chávez (Demián Bichir), un veterano que no se lleva demasiado bien con uno de sus jefes, el juez Morales (Emilio Disi) y con el torpe comisario San Filippo (Hugo Arana). La dupla Gómez-Chávez, es el mayor atractivo de esta historia. Ambos personajes se convierten en la clásica pareja de policías que se complementa a la perfección, cuando el segundo, le pide al novato, que sirva como carnada para ubicar a un taxi boy, al que se sospecha culpable del asesinato. Para eso Chávez instigará a Gómez a que se mezcle en el ambiente gay porteño, con sus locales de bailes eróticos y jóvenes, entre los que se mueve el coreógrafo Kevin "Carlos" González (Carlos Casella), del que todos saben fue el amante del hombre asesinado. RECURSOS DRAMATICOS Natalia Meta recrea con muy buenos recursos dramáticos, ese clásico juego del gato y el ratón, en el que se intenta descubrir al posible criminal. A la vez que desarrolla muy bien, mediante un acertado lenguaje narrativo, los distintos secretos que esconden cada uno de esos policías, jueces y familiares del difunto, todos inmersos en un marco de corrupción y negocios sucios, de los que ninguno parece ajeno. La directora no deja de asombrar por su conocimiento del oficio, que llama la atención en una debutante en el largometraje. También es cierto que contó con un equipo de actores de primer nivel, en el que se lucen un soberbio Demián Bichir y Mónica Antonópulos, en el papel de su ayudante, la agente Dolores Petric. Una mención aparte merece Ricardo "Chino" Darín, capaz de jugar los distintos "dobleces" que esconde su personaje, con excelentes matices interpretativos. En el mismo nivel se ubica Carlos Casella, como el sospechoso del crimen.
Policial en la alta sociedad Con gran despliegue publicitario y las actuaciones de Chino Darín, Bichir y Antonópulos se estrenó este film que apela a lo básico del género en una trama con varios tropiezos. Algo extraño ocurre con los créditos finales de Muerte en Buenos Aires, apuesta a todo o nada del cine argentino industrial de este año debido a la avalancha publicitaria (gráfica, televisión, radio) previa al estreno. Mientras se suceden nombres y más nombres, en uno de los márgenes del cuadro, aparecen imágenes que quedaron afuera del montaje final. Esto, por un lado, permite suponer que la edición fue trabajosa y que mucho material fue descartado, pero también, que algunos de esos momentos pueden resultar necesarios para suplir los agujeros narrativos que manifiesta la historia. Partiendo de un whodunit ("¿quién lo hizo?") de manual, la trama de Muerte en Buenos Aires se ubica a fines de los '80 y toma como punto de partida el asesinato de un personaje de aquella high society porteña, habitué del Jockey Club. La escena inicial tiene un planteo lógico pero seductor: un joven policía, apodado El Ganso (Darín), sentado en la cama junto al cadáver, hasta que llega el inspector Chávez (Bichir) y su ayudante Dolores (Antonópulos). De allí en adelante, la trama mostrará el acercamiento (profesional y también "afectivo") entre El Ganso y Chávez en una ciudad que adquiere un protagonismo central. "Nada es lo que parece ser", aduce el diccionario básico del género policial (frase ahora convertida en eslogan de la publicidad del film) y dentro de esos códigos se maneja una historia que escarba en la investigación del crimen. El recorrido es acumulativo, pero también disperso: boliches gay con luces de neón, música de la década reversionada por Daniel Melero y Carlos Casella (éste último voz de los temas y también protagonista central de la historia), jueces corruptos, comisarios que aspiran sustancias, puesta al día de un micromundo de época transformado por la luz, la edición y la escenografía en publicidades ad hoc. La trama avanza a base de tropiezos narrativos, no configurando una mínima dosis de verosimilitud que vaya más allá del dinero invertido y del envoltorio que intenta, con poca suerte, disimular los intentos de construir un film genérico en un marco de época determinado. Aun cuando en la primera media hora el relato describe sin inconvenientes la presentación de los personajes y su disparador argumental, los problemas surgen de inmediato al subrayarse los estereotipos y la mayoría de los trabajos actorales (con las excepciones de Casella y un esforzado Bichir) que, por momentos, estimulan su energía interpretativa por la vía del disparate. Hasta que surge una escena contundente, que refiere al galope de unos caballos por Diagonal Sur, en una ciudad iluminada desde el artificio visual que no hace otra cosa que engordar el inverosímil ya construido en varios pasajes anteriores. Sin destino fijo, el grupo de nerviosos equinos se manifiesta como potente metáfora del film.
Policial abarcativo Con el Chino Darín en su primer protagónico, la película es un thriller con algo de comedia, que también bucea en la identidad sexual. Una noche, mientras muchos bufaban por los cortes de energía en la Argentina de fines de los años ’80, “Copito” Figueroa Alcorta, proveniente de una familia de doble apellido y alta alcurnia, aparece muerto en su cuasi mansión en Recoleta. El inspector Chávez (el mexicano Demián Bichir, que fue Fidel Castro en el Che de Soderbergh), un policía que maneja una cupé Fuego, toma a su cargo el asunto, y conoce en el lugar del hecho al agente Gómez (Chino Darín, abriéndose camino propio), un novato al que apodan El Ganso, vaya uno a saber por qué. Bueno, ya se sabrá por qué. Muerte en Buenos Aires es un policial con intenciones de denuncia, de corrupción policial y judicial, pero también una comedia y, por si fuera poco, es un filme que busca ahondar en las identidades sexuales de los personajes para crear un entramado más grande y complejo aún que el simple que podría imaginarse al ver un tocadiscos, o una birome Bic azul de capuchón blanco. Con la reconstrucción de época acertada, con guiños para quienes vivimos esa época, Muerte...coquetea más que lo que llega a enamorar. Cada personaje tiene su costado secreto, o al menos no resuelto. A la ambigüedad sexual -“Copito” Alcorta era “un puto”, como lo define Chávez, y todas las sospechas se dirigen a Kevin (Carlos Casella), su amante y cantante- se suman jugadas turbias de parte de un comisario (Hugo Arana) y el juez de turno (justamente, de apellido Morales -Emilio Disi-). Algo raro se cocina por abajo, y Chávez, con Gómez como su mano derecha, más la agente Dolores (Mónica Antonópulos) indagarán, como siempre, hasta llegar ”hasta las últimas consecuencias”. Es, sí, un policial descontracturado, con escenas que juegan a la Arma mortal, acción, humor, sexo, sadomasoquismo, drogas, pistas falsas, sorpresas y vueltas de tuerca. La opera prima de Natalia Meta es de factura impecable, aunque algunos momentos o actuaciones que pretenden generar mayor verosimilitud no estén acordes a lo que se propone. Los giros idiomáticos muy del Buenos Aires de los ’80 (“ni fu ni fa”, qué churro”, “a calzón quitado” o “quedate piola”), tienden a acercar al espectador, a generar empatía con un filme de los llamados “comerciales” que cumple su cometido y no defraudará a su público.
Una película particular. Dirigida y escrita por Natalia Meta, se mete en un argumento policial donde nada es lo que parece, en los años 80, en el mundo gay. Y a eso se le agregan algunas puntas exageradas y otras que no son coherentes. Pero sin embargo, entretiene por el buen trabajo de los actores. Chino Darín sorprende con su personaje ambiguo, Demian Bichir convence bien con su policía machista, Emilio Disi es un juez increíble con reconocibles ecos de realidad, Monica Antonópulos acierta en su rol, muy bien Carlos Casela. Aún con los errores propios de una ópera prima, por querer abarcar demasiado y mostrarse con despliegue, el film gustará.
Pretencioso policial argentino Un film con muchísima producción pero con un guion que no está a la altura de las circunstancias. “Muerte en Buenos Aires” narra sobre un asesinato de un hombre de la Alta Sociedad producido en 1989 donde la corrupción, la vanidad, la sexualidad eran moneda corriente, sobre todo al conocerse que el occiso era frecuentador del ambiente y, en ese momento, submundo gay. Dicho asesinato será investigado por el Inspector Chávez acompañado de la Agente Petric. A su vez ingresara en escena un joven oficial de policía, el agente Gómez, primero en llegar a la escena, y que comenzara a relacionarse de forma especial con el Inspector Chavez. Cuando van avanzando en el caso, el poder comenzara a tratar de embarrar la misma hasta tratar de que el espectador no sepa quién es el verdadero asesino. El film tiene una gran producción en algunos aspectos, pero falla y mucho en otros cuanto a lo que es la época en si. El personaje de Demian Bichir habla en un idioma que se hablaba a principios de los setenta o sesenta y no a finales de los ochenta. Hay diálogos y situaciones que son muy poco verosímiles, factor principal de cualquier thriller policial que se precie de tal. Según su directora en una se inspiro en el film cuando vio “Secretos en la Montaña” y que sería bueno hacerlo entre dos policías, situándolo en Buenos Aires y le daría pie, a su vez, de mostrar la corrupción en los ordenes de poder, ya sea la alta sociedad porteña, la policía o la justicia. Más allá de las buenas actuaciones y, como decía una buena producción de ejecutiva, el guión que comienza bien, después se disuelve y no es creíble, convirtiéndolo en un film previsible. Las actuaciones son muy buenas y solidas. Demian Bichir y Mónica Antonopulos demuestran ser grandes actores desperdiciados, lo mismo que Humberto Tortonese y Hugo Arana. Carlos Casella realiza una muy buena labor y el Chino Darin cumple con lo que su personaje le pide. “Muerte en Buenos Aires” es una ópera prima fallida. Igualmente por lo que se muestra, algunas cosas pueden llegar a ser rescatable, con lo cual quedan las puertas abiertas para esperar que el segundo film sea mucho mejor.
Si hay que destacar algo sobre "Muerte en Buenos Aires" es la promoción (casi como si fuera un producto masivo, una gaseosa, un electrodoméstico...) como nunca antes en nuestro país. La ciudad inundada de carteles, posters, mensajes vía redes sociales, radio, etc... y debo decir, muy bien por eso. Una película con una atmósfera interesante, buena música y grandes actuaciones por parte del Chino Darín (una gran promesa), Mónica Antonópulos (gran look en la peli), Carlos Casella y algunos personajes más chiquitos pero impecables a cargo de Jorgelina Aruzzi, Emilio Disi, Fabián Arenillas, y demás. Demian Bichir es un actor internacional que me gusta mucho profesionalmente, pero en esta oportunidad no me convenció para nada su trabajo. La fotografía es destacable y la producción se lleva gran parte de esta realización. ¿La historia? Bueno... creo que el problema más importante está en el guión (pero solo es mi opinión)... Cine argentino con espíritu de los 80´s es lo que vas a encontrar en "Muerte en Buenos Aires" y quiero que vos vivas la experiencia.
Afectada de falta de humor y de experiencia Bien actuada por Chino Darín, Damián Bichir y con un buen elenco desaprovechado, los descuidos argumentales de “Muerte en Buenos Aires” hacen perder respeto e interés por una trama de larvada malicia, que en principio resultaba entretenida. "Muerte en Buenos Aires" (Argentina, 2014). Dir.: N. Meta. Guión: N. Meta, L. Farhi, L.O. Brennan. Int.: D. Bichir, C. Darin, C. Casella, E. Disi, H. Arana, J. Aruzzi, L. Kuliok. Tras hacer de inocente futbolista en la comedia hispano-argentina "Fuera de juego", Chino Darin compone ahora un policía inocente, sospechoso y perverso, todo a la vez, para perplejidad del inspector que lo tiene a cargo en un molesto caso de asesinato. Damián Bichir compone al mencionado inspector, hablando un porteño tieso al que sólo en una brevísima ocasión se le escapa el acento mexicano. Buenos actores ambos, y buen elenco de apoyo, donde se luce particularmente Carlos Casella, en tanto Jorgelina Aruzzi y Luisa Kuliok parecen algo desaprovechadas. El asunto resulta entretenido, con diálogos iniciales de gracia solapada, un juez bien caricaturizado, cierta sintonía con aquel Jean-Francois Casanovas del policial de Emilio Vieyra "Todo o nada", referencias indirectas a la historia nacional (en la reproducción de un cuadro de Angel Della Valle y el doble apellido del primer occiso, Copito para los íntimos, etc.), y, sobre todo, una larvada malicia en la trama que a varios interesa: ¿el joven policía seducirá a su superior? ¿aflojará éste con el susto que tiene? Hay algo de Almodóvar en este asunto. Cabezas de arte, fotografía, vestuario, maquillaje y peinado, música, se lucen a pleno ambientando la historia a fines de los 80, y el trabajo de producción es realmente elogiable, destacando una escena antológica con una estampida de caballos de raza en plena Diagonal Sur, después de lo cual puede venir cualquier cosa. Lamentablemente, el problema es que viene cualquier cosa. Varios descuidos argumentales hacen perder respeto y/o interés por la trama, que ya venía coleando. Quizás eso se hubiera evitado aplicando más humorismo, mayor dinámica, o más descaro. Y teniendo más experiencia. Esta es la primera película de Natalia Meta. Para atender, en los créditos finales, unos cuantos fragmentos de descarte, una toma de filmación donde compañeros y extras aplauden a Hugo Arana, que hace de comisario viejo, y otra donde el inspector y su esposa leen una revista "Gente" de enero de 1989 que anuncia el nacimiento... del hijo de Darin.
El policial ausente Muerte en Buenos Aires es un film que parte del género policial pero opta por abandonarlo estilística, formal y estructuralmente a los pocos minutos. Luego de plantear un homicidio que será el motor del eje de acción o trama principal, la película decide renunciar a él junto con todos los condimentos de la investigación que podrían incluir participativamente al espectador en su resolución. El ABC del policial entonces desaparece y el homicidio en cuestión termina siendo una excusa para contar otra historia. Eso otro que se decide exponer es justamente la subtrama, una que sólo está presente como tal, formalmente, ya que como anticipé, termina infiltrándose en el eje de acción principal y lo deforma. Esa subtrama es una pulsión homoerotica que va in crecendo y establece la relación primaria entre los encargados de resolver aquel homicidio, el inspector Chavez (Demian Bichir) y el agente Gómez (Darín hijo). Lo extraño de Muerte en Buenos Aires radica en que todo lo que no funciona es lo relacionado con el manejo del género policial. Justamente el punto que debería haber sido la columna vertebral del film. Esta decisión de camuflar una historia con otra (sean cuál sean los motivos) genera en principio una extraña ausencia de figura identificante clara. La elección está apuntada a una focalización doble entre ambos personajes, ¿quién es el protagonista?, o hablando en términos del genero policial, ¿con quién debe identificarse el espectador y mediante quién intentará resolver el caso?. Mediante nadie, puesto que siquiera los implicados parecen querer resolverlo. Luego de unos primeros veinte minutos bastante flojos en donde la presentación de los personajes resulta poco trabajada la película logra repuntar al menos en entretenimiento y el metraje termina haciéndose llevadero aun cuando ningún elemento funcione para que el giro final no sea esperado. La falta de humor o la fría solemnidad de muchas de las escenas ridiculizan algunas situaciones, sin embargo, una vez acostumbrados al tono la película logra captar al espectador en mayor o menor medida. Muerte en Buenos Aires puede ser una interesante historia de amor correctamente contextualizada en una época de excesos. Sin embargo, de policial, no tiene nada.
Un policial que termina perdiendo la brújula El despliegue publicitario y la campaña de marketing vuelven al estreno de Muerte en Buenos Aires un evento prácticamente insoslayable para la comunidad cinematográfica atenta a las novedades de la cartelera. El problema es que la ópera prima de Natalia Meta no parece estar a la altura de sus propias circunstancias, convirtiéndose en un film más preocupado por exhibir sus valores de producción y tirar por la cabeza un cúmulo de referencias de los años ’80 (desde peinados altos y los cortes de luz de la postrimería alfonsinista hasta las luces de neón y la música con sintetizadores), que por construir un núcleo narrativo que evada lo tipificado e irregular. La irregularidad proviene de la tendencia generalizada al desinfle. Es cierto que Muerte en Buenos Aires comienza como otros mil y un policiales, pero la distribución iniciática de las claves detrás del asesinato de un acaudalado bon vivant homosexual de la alta alcurnia porteña genera atracción en el espectador y ganas de saber un poco más. En ese sentido, el film intenta articularse como un whodunit clásico, con una galería de potenciales sospechosos del crimen y pocas certezas, en el que, se sabe, nada es lo que parece. Los encargados de la investigación serán el inspector Chávez (el mexicano Demián Bichir hablando en un curioso porteño, híbrido entre el Pucho de Hijitus y Maravilla Martínez) y la oficial Chávez (una Mónica Antonópulos estéticamente salida de Flashdance), a quienes luego se sumará Gómez (Chino Darín). Las pistas llevan al trío a uno de los principales boliches de la movida gay, donde encontrarán en el performer del lugar y amigo de la víctima (Carlos Casella, también voz principal de la banda sonora) al principal sospechoso. Pero sobre la mitad del film, luego de la artificiosa escena de la suelta de caballos en plena Diagonal Sur que se ve en el trailer, Muerte en Buenos Aires pierde la brújula, adosándole más y más subtramas y niveles de lectura que sin embargo jamás adquieren la tonalidad justa. Porque como retrato de su tiempo –algo que sí era, salvando las enormes distancias, Los dueños de la noche, de James Gray– es una aproximación deliberadamente kitsch e inverosímil, como comedia es un cúmulo de estereotipos y como historia homoerótica peca de confundir represión e introspección con tibieza.
Un policial que camina y no galopa Muerte en Buenos Aires es una ópera prima de Natalia Meta con todas las condiciones para acomodarse como uno de los potenciales referentes comerciales del cine argentino en la cartelera porteña dada su adecuada campaña de marketing y sus inteligentes estrategias de promoción, que resaltan la figura de Darín Jr y la presencia del mexicano Demián Bichir, quien en declaraciones públicas enfatizó las bondades del guión, de la propuesta y sobre todo de su personaje para dar su visto bueno a la convocatoria y sumarla a una carrera internacional donde realmente ha compartido cartel con grandes actores y fue dirigido por notables realizadores. Pero toda esa impronta positiva se desinfla al tomar contacto con este policial que coquetea con la buddy movie al estilo Arma mortal, se mezcla con la sordidez en una trama que viste un homicidio de un hombre de la alta sociedad con apetencias sexuales masculinas en el contexto del Buenos Aires de aquellos años de las privatizaciones y los cortes de luz, mientras la música pop aquietaba las almas intranquilas y apostaba a imágenes paganas o a historias de amor de una noche. Los personajes no cuentan con un desarrollo acorde a lo que pide un policial como el que se pretende desde el enunciado y donde todos los hilos son tan visibles como inverosímiles. Si el público logra evadirse de esta tensión entre lo que ocurre en pantalla y lo que debería ocurrir si es que se buscaba construir un relato policial preciso y atractivo por sus marchas y contra marchas es probable que sintonice con la propuesta de la directora y guionista Natalia Meta, solvente a la hora de dirigir pero con problemas de criterio a la hora de desarrollar personajes y un racimo de subtramas que no se resuelven de manera coherente. Los méritos en los valores de la producción deben repartirse entre la fotografía, la musicalización y la propuesta estética en la que Buenos Aires y sus noches también ganan protagonismo, incluso más que algunos personajes secundarios planos como por ejemplo el juez a cargo de Emilio Disi o la policía en la piel de una desaprovechada Mónica Antonópulos, por citar un ejemplo concreto. Las actuaciones de Bichir y el Chino Darín son correctas en relación a lo que cada uno de sus personajes está dispuesto a revelar en una trama que hace de las apariencias y el secreto su mayor capital.
Muerte en Buenos Aires ROCÍO GONZÁLEZ on 17 mayo, 2014 at 09:52 8 Luego del estreno de Betibú, llega a las carteleras porteñas otro policial argentino de calidad: Muerte en Buenos Aires. Probablemente sea recordado por ser el film que le dio el primer protagónico al Chino Darín, hijo del actor predilecto del cine nacional. Afortunadamente brilla con luz propia, en un papel ambiguo, como todos los personajes del film. Ambientada en los años 80, el inspector Chávez (Demián Bichir, actor mexicano nominado al Oscar en 2012), es un hombre de familia y rudo policía que queda a cargo de la investigación de un homicidio en la alta sociedad porteña. En la escena del crimen conoce al agente Gómez, alias El Ganso (Chino Darín), un atractivo policía novato que se convierte en su mano derecha y al que usa como carnada para atrapar al asesino. La ópera prima de Natalia Meta mantiene esa dualidad propia de los personajes del cine policial negro: la ciudad es una jungla de cemento donde la violencia y la corrupción están a la orden del día. Incluso el personaje principal, el investigador Chavez, es un hombre solitario a pesar de que tiene una familia, y aunque tiene un sentido muy fuerte de que se debe hacer justicia a toda costa, no tiene problemas en hacerlo fuera de los límites de la Ley (acepta sobornos del Juez cuñado de la víctima(Emilio Disi), roba cuadros y objetos de la escena del crimen…). Pero la mayor dualidad la aporta el personaje de Darín, quien logra hacer dudar al espectador acerca de su verdadero rol en la historia (¿es uno de los sospechosos?¿se siente atraído por los hombres o va a casarse con su novia?). Tal vez se demora un poco la aparición de un punto de giro en la historia, puesto que la primera escena da cuenta del asesinato y hasta que eso conlleva a otro conflicto pasa mucho tiempo. Pero más allá de esta cuestión de timing, se agradece el desarrollo de los personajes y de la escena porteña. Más allá de que como película de género esté muy bien lograda, hay que destacar especialmente el trabajo de arte a la hora de reconstruir los años 80 en Buenos Aires. Desde la ropa a la música, pasando por las tomas en exteriores (la de los caballos en la Avenida Figueroa Alcorta es realmente impresionante) Meta demuestra que es posible en Argentina realizar un film de género con reconstrucción de época, y filmando con un sentido estético impecable.
Un policial muy enredado Inverosímil y extravagante policial ambientado en la Buenos Aires de mediados de los 80, con mucho glamour de plástico, partidos de polo, coleccionistas de arte, comisarios ingenuos y consumidores y jueces vendidos y sinuosos, una realidad no tan diferente a la de estos días. Asesinan a un homosexual en su buen departamento. Y un inspector de la Federal, con algún entuerto familiar, se encarga del caso, aunque el juez le aconseja no investigar demasiado. Se suma a la pesquisa un agente novato y alrededor de ellos entra y sale un cantante gay y la ayudante del inspector. La ambientación está bien y la presentación del tema, también, pero la realización (Natalia Meta, también guionista) deja muchos cabos sueltos, dirige mal los actores (Hugo Arana y Emilio Disi dan pena) y llena de pistas falsas una trama sin sustancia que revive el viejo juego del cazador cazado. La historia hace agua, se enreda y se complica y encima presenta un par de escenas efectistas (lo del nene con la pistola; la tropilla que galopa por Diagonal Sur; el crimen final) que restan más de lo que suman. Al final, cuando desfilan los títulos, aparecen imágenes nuevas que aportan otra mirada: ¿Qué paso? ¿No entraron en el corte final? ¿Agregan nuevas lecturas? ¿Completan o corrigen? Hasta en el segundo final la autora sigue tocando timbres en busca de nuevos ganchos narrativos.
Superficies de displacer Muerte en Buenos Aires tiene una fuerte impronta publicitaria. Y no está mal, en el sentido que se introduce en el universo de los 80’s más iconográficos, con una música pop electrónica plena de sintetizadores que induce a ciertas superficies de placer, y en un submundo gay que es -también- pura brillantina. Esa impronta publicitaria se adivina en imágenes como la de los caballos corriendo por Diagonal Sur, esa que vimos hasta el hartazgo en los teasers y trailers, que tiene un impacto visual inmediato. Incluso el primer plano del film, un policía sentado en una cama que al levantarse deja al descubierto un cadáver que hasta ese momento parecía otra cosa, tiene una fuerza no sólo simbólica sino narrativa: nos genera una intriga inmediata por saber qué hace ese sujeto ahí y cómo es que fue asesinado aquel señor. Lástima que Muerte en Buenos Aires, opera prima de Natalia Meta, crea demasiado en el poder de sus imágenes y se olvida de darles una coherencia en el sucedáneo de postales y postales bellamente fotografiadas. El principal inconveniente de Muerte en Buenos Aires son las palabras. Porque ni bien Demián Bichir hable y quede en evidencia su esforzado tono porteño, ya nada podrá ser tomado demasiado en serio. Los diálogos son increíbles y dan lugar a situaciones ridículas, imposibles de sostener aún dentro del espíritu marcadamente kitsch que merodea constantemente. Así, la película comienza a descender progresivamente al territorio de lo inverosímil, sumando en cada uno de sus increíbles componentes -el improbable policía inexperto de Chino Darín, la innecesaria agente lookeada de Mónica Antonópulos- una trama policial mal trazada, que no genera intriga alguna y que está apoyada en lugares comunes jugados sin gracia ni espíritu autoconsciente. En defensa de la película se nos podrá decir que lo policial termina siendo un elemento de distracción mientras pasan otras cosas más importantes, pero aún eso -la historia de amor gay, la mirada sobre cierta oligarquía ochentosa- es un desfile hueco nunca profundo y siempre inducido por la cáscara sin alma del diseño publicitario. Si bien hay una bienvenida ambigüedad y tensión entre los personajes de Bichir y Darín, todo se arruina -otra vez- por diálogos increíbles y situaciones que, incluso, hasta lucen poco profesionales (la irrupción de Chino Darín en la casa de Bichir, por ejemplo). Eso sí, hay una línea que se abre, esa que podría haber sido y nunca termina siendo, convencida de cierta gravedad que gana sobre el final. Y tiene que ver con un ridículo buscado, cierto absurdo no del todo elaborado y que estaba ahí para convertir a la película en otra cosa: las presencias de Emilio Disi, Hugo Arana y Gino Renni, más algunas situaciones de un humor sincero (la mujer que atiende en la galería de arte) o la aparición autoconsciente en un televisor de La extraña dama dan muestras de una sátira ochentosa almodovoriana que amaga pero nunca aparece. Incluso el buen trabajo de Carlos Casella, no sólo actoralmente sino aportando -junto a Daniel Melero- una banda sonora ajustadísima y enciclopédica respecto de las posibilidades expresivas del tecno-pop se ve anestesiada por una sumatoria de elementos y tonos que nunca consiguen un sentido. Muerte en Buenos Aires luce demasiado enamorada de sus ideas visuales sin saber muy bien qué hacer con ellas, qué contar, cómo hacerlo y para qué. Eso: ¡¿para qué?!
Humor, crimen y pop en los ochenta La ópera prima de Natalia Meta está caracterizada por valerse de una producción brillante desde la puesta en escena. Se destaca el trabajo de ambientación logrado para plantar una estética que merodea en la oscuridad, en las luces de neón y que juega con el color fucsia en determinados escenarios para representar energía, entusiasmo y mucha vibra. Interesante encuadre ochentoso, con guiños a situaciones que tuvieron lugar en la época y con una crítica irónica hacia la corrupción y “adornos” de quienes ocupan posiciones de poder o rangos jerárquicos elevados en los sistemas judiciales-policíacos. El inspector Chávez (Demián Bichir) es el encargado de investigar un homicidio de trasfondo pasional-homosexual, ocurrido en una distinguida zona de Buenos Aires. El agente Gómez (“Chino” Darín), intenta cooperar en la resolución del crimen, aliándose a nuestro protagonista y alistándose en cada salida que pueda orientar a una pista para encontrar al asesino. Época en la que los cortes de luz también se daban con asiduidad, algo a lo que la directora recurre para contextualizar y sumergirnos en aquel entonces. La luminosidad desaparece. De repente se enciende la luz nuevamente. Lo mismo le ocurre a Chávez en su mente, al seguir diferentes indicios desmoronando y renovando su confianza y su percepción en diversas instancias. La noche de boliches como distracción y entretenimiento, evocando una música pop que conquista y enlaza al espectador con melodías que supieron hacer sonar de gran forma los muchachos del grupo Virus. Sería quizás equivocado, o erróneo, si se permite el término, observar a Muerte en Buenos Aires como un neto policial de intriga o intentar elaborar un veredicto sobre este producto solamente analizándolo desde la seriedad que le remite a ese tipo de género en especial. En la cinta entra en juego el humor en porciones abundantes, descomprimiendo el asunto, jugando a una suerte de buddy film pero principalmente apelando a la sátira y a pasajes en donde lo bizarro se hace presente con bastante recurrencia. Es a partir de estos últimos elementos donde la película se hace más fuerte y disfrutable y desde los cuales es necesario examinarla para luego elaborar una opinión certera. Convence el mexicano Bichir y sorprende con una más que aceptable labor el “Chino” Darín, al igual que Carlos Casella. Los secundan actores que le aportan carisma a sus personajes, como es el caso de Hugo Arana, Humberto Tortonese y Emilio Disi; y con participación acotada pero solvente Mónica Antonópulos. Es cierto, si nos referimos a los puntos negativos, que la historia tiene algunas cuestiones o resoluciones que dan la sensación de no estar del todo pulidas, pero los apenas noventa minutos de metraje que posee, la destacable fotografía, el baño de sarcasmo y las interpretaciones hacen de Muerte en Buenos Aires un más que buen film. LO MEJOR: musicalización, estética, actuaciones. Llevadera, con bastante humor e ironía. LO PEOR: vueltas de tuerca o determinaciones faltas de fuerza. PUNTAJE: 8
"Muerte en Buenos Aires termina siendo como un producto de esos ochentas en lo que se enmarca, década en la que muchas propuestas artísticas tuvieron trascendencia más por extravagancia que por sustancia: un film apenas regular, pero que no pasa inadvertido". Escuchá el comentario. (ver link).
Hace unos días, leíamos que, bajo la mirada de algunos colegas, este era un año muy bueno para el cine argentino. Indudablemente, es imposible negarlo (a modo de muestra, la nutrida delegación que va a Cannes, las cifras de espectadores de algunos títulos en este tiempo como "Betibú", "Gato Negro" o "El Crítico", la calidad de la Competencia Nacional en el último #BAFICI, la expectativa creada por "Relatos Salvajes", etc) y aquí tenemos un lanzamiento que hará su aporte a dicha afirmación. Es importante saber, además, que en este último tiempo, un grupo de realizadores y productores viene generando cada vez más productos, “no festivaleros" (es decir, más accesibles para el público corriente), comercial (o “mainstream” si lo prefieren) y hasta de género, en las pantallas argentinas. Hay esfuerzo en esa dirección, buscando trazar puentes con la audiencia masiva, sin perder calidad. Este conjunto de voluntades se arriesgan económica y creativamente y desde aquí, no podemos desconcer su aporte. Ese es el camino para que nuestra industria lleve más público a sala a ver cine nacional. Allí es donde ubicamos esta ópera prima de Natalia Meta, un relato atractivo (el policial clásico siempre convoca), una destacada producción y un escenario cuidado, ambientado en los 80' (con todas las de la ley) que sirve como marco de una historia donde el misterio y la corrupción, se encuentran a la vuelta de la esquina… "Muerte en Buenos Aires" nos presenta al inspector Chávez (Demian Bichir, actor mexicano que viene de rodar “Machete kills” y que fue nominado al Oscar –nada menos- por “A better life” en 2011), hombre de familia y policía talentoso (algo parco y escéptico, digamos), quien tendrá por delante la investigación del homicidio de Jaime Figueroa Alcorta (Martin Wullich). El problema es que “Copito” (su apodo), era de familia de alta alcurnia y con gustos... particulares, lo cual podría generar problemas si se daban a conocer detalles de su vida privada… Cuando visite la escena del crimen, Chávez tendrá su primer encuentro con el agente Gómez, alias El Ganso (Chino Darín), policía novato que descubrió el cuerpo del millonario en su departamento. Luego de unos pocos roces, comenzarán a trabajar juntos para descubrir el misterio de su muerte: En pocos pasos, el inspector da con la pista más visible, un amante de Alcorta (Kevin, jugado por Carlos Casella), cantante y taxi boy, sobre quien recaen las primeras sospechas. Sin perder tiempo, la idea surge espontánea: utilizar a Gómez para acercarse al sospechoso y conseguir pruebas que confirmen la autoría del crimen. Todo, en el marco de una Buenos Aires donde la luz se va en calurosas noches de verano (recuerdan esa época durante el final del gobierno de Alfonsín donde se hacían cortes programados? -1988/ 1989) y el tecno pop rugía en discotecas y radios de todo el país. La búsqueda estética y la creación de atmósfera ochentosa esta lograda y contribuye al peso de la realización (punto para Daniel Melero, quien hizo una banda sonora bárbara). Meta logra en su debut, un film interesante, algo estridente (en el buen sentido) en el que el recorrido es bastante lineal y donde las sorpresas no abundan. Quizás ese sea el lado menos desarrollado de “Muerte en Buenos Aires”, esperábamos un guión que encierre más intriga y que potencie lados más oscuros en los perfiles de los protagonistas. Bechir se siente poco natural en su rol (quizás por tener que hacer de alguien demasiado “porteño”) y eso tampoco ayuda. Sin embargo, hay mucha energía en el aire y un par de puntos altos en las interpretaciones, para tener en cuenta: el Chino Darín está bastante bien (tiene prestancia y mucho futuro), Mónica Antonópulos suma y atrae, Casella la rompe (y su repertorio en el film está muy cuidado, lo pueden escuchar online si lo buscan) y algunos secundarios le aportan carisma (Hugo Arana y Humberto Tortonese) para redondear un producto más que aceptable. Seguramente saldrán de sala satisfechos. No se olviden de compartir las canciones de Carlos Casella, un músico al que hay que tener en cuenta.
La clave para entender cuál es la mística alrededor de "Muerte en Buenos Aires" la encontramos segundos iniciada la proyección, aún antes de la primer escena; en los créditos iniciales que anuncian la co-producción en la que intervino RGB Entertainment. La empresa de Yankelevich/Gonzáles es la encargada de productos televisivos de moda y estilo pop; ficciones destinadas al público juvenil, programas de entretenimiento que mezclan el clasisismo con cierto modernismo, y reality shows vertiginosos; todo tiene una impronta similar, impronta que saben trasladarla acertadamente al lenguaje cinematográfico en esta, la opera prima de Natalia Meta, y el producto más serio y arriesgado de la productora. A todo ritmo nos introducimos en una escena del crimen, Jaime Figueroa Alcorta (Martín Wullich) aparece muerto en una cama, los indicios son varios y hay que seguirlos. El primero en llegar a la escena es el Agente Gómez (o El Ganso según su apodo), un joven policía que casi de casualidad irrumpe en el lugar. Al llegar quienes deben hacerse cargo del caso, el Inspector Chavez y la Agente Dolores Petric se encuentran con Gómez deseoso de colaborar. Hay un dato fundamental, Jaime, como se adivina en su apellido, pertenece a la alta sociedad, y como lo adelanta su sobrenombre Copito, tenía gustos no muy aceptados en esas esferas… sobre todo en los años en que se ubica la acción, década del ’80. Estamos frente a un policial, por lo tanto adelantar más de lo debido es un crimen que no cometeremos. Sabiamente el argumento, también a cargo de Meta, desarrolla un abanico de posibilidades, y juego con el espectador; tal cual se adelanta en la ganchera promoción, como si estuviésemos frente a una partida del popular Clue (que casualmente tuvo una adaptación cinematográfica en los ’80). Se presentan una serie de personajes, todos, pero todos, son sospechosos, y hay dilucidar a lo largo de casi dos horas quién es el culpable. Hablamos de la estética pop, ese es sin dudas el punto más logrado y diferenciable de esta producción de alto impacto. Colores fluo, neón, peinados batidos, maquillajes recargados, cupés Fuego y Taunus, datos precisos de la época que hasta pueden hacer referencia al pasado de alguno de los actores (atención a los guiños) y el ambiente noïr oculto de la noche particular en que se mueven los sospechosos y el film en sí. Hay personajes claves en este sentido, como el principal sospechoso Kevin (o Carlos) Gonzáles a cargo del hallazgo de la película Carlos Casella quién no solo hace una lograda interpretación, sino que interpreta la pegadiza banda sonora (otro de los puntos más altos con un cover de Splendido Splendente de Donatella Retteli a la cabeza); y Calígula Moyano (un Humberto Tortonese enigmático y divertido). El manejo de cámara y fotografía también es soberbio con planos realmente logrados y escenas para el deslumbre (atención a las dos tomas con caballos y la toma del paraguas). La edición es ligera y colabora con el vertiginoso ritmo de la acción. Directo desde México, Demian Bichir compone a un Chavez con los problemas idiomáticos típicos (y por suerte no innecesariamente explicados) pero por el que pasan todas las emociones que logra transmitírselas al espectador; es el inspector infalible frente a un caso que lo puede dejar, por varias circunstancias, falible. También interesante es el aporte del “Chino” Darín como Ganso, un joven que tiene más para decir y hacer de lo que parecía, una interpretación ambivalente, carismática y muy lograda. El trío lo completa Mónica Antonópulos como Dolores, en un papel de menor importancia que los otros dos, pero al que la actriz sabe imponerle buen registro. Los secundarios de Emilio Disi y Hugo Arana (los comic relief) y Fabián Arenillas también lucen más que correctos. Si la ecuación no llega a ser lo perfecta que pudo ser tal vez sea por una trama policial de resolución algo fácil, como si se estuviese jugando en un nivel inicial del juego. Aun con esta salvedad, "Muerte en Buenos Aires" demuestra tener los suficientes elementos para destacarse dentro de la creciente actividad de películas de género en el país. Verla es entretenimiento puro.
"ATRACTIVO POLICIAL CON DOS IMPONENTES PROTAGONISTAS" (por halbert) Se pueden decir muchas cosas de este nuevo filme argentino: que se pasó “de rosca” con la publicidad gráfica y audiovisual, que un actor mexicano haciendo de argentino no es creíble, que el hijo de Darín es protagonista por portación de apellido, que la película es buena por su estética ochentosa pero no tanto por su guión, etc., etc.… Sabemos que lo primordial de ir al cine es poder pasar un momento de entretenimiento, y eso, este filme, lo consigue con creces, al margen de los cuestionamientos previos. La secuencia inicial que se nos presenta es la de la escena de un crimen que ocurre a fines de los años 80s: el muerto en su cama y alguien que custodia el cadáver; él es Gómez, un agente policial novato (Chino Darín) que, irresponsablemente, no deja de tocar los elementos del lugar, dejando huellas por doquier. Al rato, el primer encuentro con el arribo de Chávez, el policía a cargo de la investigación (el mexicano Demián Bichir), marcará la relación entre ambos, llevándolos a cruzar límites bastante insospechados (o, tal vez, no tanto…). Por suerte, la trama policial se despliega inmediatamente, al mismo tiempo que hurga en las personalidades de sus protagonistas, más especialmente en la del veterano detective, que esconde (no muy en el fondo) una naturaleza inusitada y secreta para su familia y sus compañeros (y también sorprendente para el espectador desprevenido). Dado que el asesinado era un hombre homosexual de la alta sociedad, el primer sospechoso es su ocasional amante, un refinado cantante en un colorido boliche gay (Carlos Casella) que sucumbirá a los encantos del debutante policía devenido en carnada para atraparlo. La trama ira revelando, de a poco, los posibles móviles del crimen, al mismo tiempo que la discordancia entre ambos policías va mutando a una relación (aparentemente) de padre-hijo, entre simpática y sensible. Y sumado a esto, el peligro para ellos irá in crescendo, dado que el misterio del crimen irá camino a resolverse. Lo particular (y no “lo malo”) es que, para muchos espectadores, cobrará más importancia esta estrechez entre ambos hombres que la resolución del enigma. La puesta en escena, la fotografía y la música resaltan por su excelencia técnica en esta “Muerte en Buenos Aires” de Natalia Meta, ambientada en 1989, con sus estrafalarios peinados y vestuario, las luces de colores y, contraria pero acertadamente, la oscuridad de los cortes de luz, típicos de esos años de vacas flacas. El joven Darín, en su primer protagónico, defiende con creces su personaje, aportando la ambigüedad todo el tiempo, logrando mostrarse en el filo entre la astucia y la inocencia. Bichir es un dignísimo protagonista y resulta imponente su aparente rudo personaje. Se suma Mónica Antonópulos, cuyo rol cobra jerarquía al comienzo (sin dejar de mascar chicle en cada escena), pero luego, lamentablemente, se diluye. Sin dudas el filme entretiene por lo atractivo de sus actores, por la idea argumentativa y por la propuesta audiovisual; sin embargo, a pesar de su final seco y sorprendente (o no tanto para los más "avivados"), cojea en el desarrollo del guión, a mitad de camino entre el policial hecho y derecho, y el drama de sus protagonistas. Vale la pena disfrutarla y sucumbir a los encantos de la película, que no son pocos, especialmente por el cuarteto central y los actores que se suman a ellos: Hugo Arana, Emilio Disi, Luisa Kuliok, Humberto Tortonese, Fabián Arenillas, Jorgelina Aruzzi y Gino Renni. Antes de irse de la sala conviene quedarse a ver los créditos finales, acompañados por escenas (sin audio) que quedaron fuera del montaje final.
Todos se llaman Kevin Hay películas que nacen condenadas. Empujadas al descrédito, al escarnio o al ridículo, incluso al odio. Muerte en Buenos Aires es el blanco perfecto para un destino semejante –la clase de presa que parece estar esperando dócilmente ser despedazada– pero es también, con un impulso por lo menos desvergonzado, la que logra escabullirse de él: porque se desentiende de sus enemigos, porque no le importan, porque no les teme, porque sus objeciones no le conciernen. En la primera escena de la película un joven con uniforme de policía se yergue delante de cámara, ocupando casi la totalidad del plano; enseguida el personaje se mueve hacia un costado y deja ver, como en un pase mágico, una cama sobre la que yace el cuerpo ensangrentado de un hombre. Ese joven vestido de policía va entonces hacia el equipo de música, busca entre los discos de vinilo(la mano recorre una pila de discos y descarta Vasos y Besos, de Los Abuelos de la nada) y coloca en la bandeja uno cuya tapa está atravesada en letras grandes por la palabra Splendido. En cuanto empieza a sonar la música –una versión en castellano del clásico del pop italiano de los ochenta Splendido splendente– el policía se pone a bailar delante del cadáver. Son los primeros segundos de película y nos enfrentamos a una pregunta obligada, que formulamos en la oscuridad de la sala con una sonrisa solitaria de incredulidad en la cara: ¿Estamos ante un despropósito encantador o solo nos parece? Empieza una investigación por asesinato. El muerto es un personaje de peso, un miembro destacado de la alta sociedad porteña. El oficial a cargo (Demián Bichir) hace algunas preguntas y obtiene un nombre: Kevin. El nombre es una pista que lo conduce a su vez a un boliche gay: “Acá todos se llaman Kevin”, le dice el encargado del lugar al policía. La ambigüedad recorre de punta a punta una película cuyo tema es el misterio de la identidad en un sentido casi metafísico. Muerte en Buenos Aires hace gala de un humor zumbón que atraviesa cada escena como si fuera un salvoconducto para sortear con gracia el carácter endeble y siempre disparatado de la trama. La película desafía desde su inicio a los espectadores que esperan ver un policial de “buena factura” (sintagma odioso), guionado con habilidad y eficiencia, una narración bien reticulada y ensamblada y el efecto tranquilizante que se deriva con naturalidad de un horizonte de expectativas perfectamente calibrado (el género). Si es verdad que toda película policial que se precie tiene en su haber una muerte, del mismo modo que cuenta con una investigación, una incógnita y una moral más o menos discernible. Muerte en Buenos Aires es un perro verde, una rareza sin rumbo aparente, que carece de ambición para ser un policial como Dios y el género mandan pero no tiene, tampoco, la astucia necesaria como para ser su opuesto: es decir, una parodia, una variante en clave irónica. En lugar de todo eso, la película parece ensayar otra cosa muy diferente, una curiosidad a la altura de su desparpajo: una comedia lacónica montada sobre una idea de los años ochenta en la Argentina, más precisamente en Buenos Aires. ¿Qué incluye esa idea entre sus señas principales? Incluye cocaína, destape sexual e instituciones corrompidas; sobre todo incluye jolgorio, música y mucha noche (la película está filmada casi toda de noche, seguramente por una cuestión de producción pero que al final resulta muy oportuna). Como si fuera un despliegue de hits acerca de eso tiempo retratado, reconstituidos y actualizados desde el presente, la película presenta un asesinato que involucra la actividad “licenciosa” oculta de las clases altas, muestra la venalidad de la justicia, la ambigüedad moral de la policía; establece la sensación, con una alegría feroz no disimulada, de que todo se trastoca y de que todo es posible, básicamente porque esa ebullición tiene lugar en un mundo nuevo, un edén en sus años de juventud. Pero lo que resulta sorprendente en todo momento en la película es el tono: desapegado, casi sigiloso, diseñado para que los personajes sean observados desde la distancia más que para que nos involucremos con ellos desde cerca. El uso de un estupendo cover del tema de Virus ¿Qué hago en Manila? cuando el comisario recorre las calles de la ciudad de noche destila ráfagas de un lirismo seco e inesperado. En la escena en la que el Chino Darín baja las escaleras mientras se oye de fondo la música del disco que acaba de dejar puesto en la habitación, envuelto en las luces imposibles (presuntamente de un patrullero estacionado frente al edificio) que dibujan círculos rojos a su alrededor, podemos captar tempranamente esa actitud ligera y desmelenada de la película, su marca de fábrica más distintiva y acaso también la más disfrutable. Muerte en Buenos Aires no es “bizarra”, no pide ser aceptada con la excusa de que está mal hecha a propósito y por ello divierte; ni tampoco es una película que salió mal y resulta redimida a causa de la ingenuidad grotesca en la exhibición de sus defectos. En cambio es una película extraña, desprejuiciada e insospechadamente libre. Para Muerte en Buenos Aires el ridículo es una pasión desconocida.
CRIMEN GLAM Muerte en Buenos Aires, la opera prima de Natalia Meta, transcurre en los extravagantes años ochenta. Entre luces de neón intermitentes y una agitada vida nocturna, la película recupera aquellos años dorados de la escena underground porteña. En un filme donde nunca es de día, el homicidio de un acaudalado empresario pone en evidencia el trabajo diario de una central de policía que, a pesar los cortes de luz programados y la mediocre distribución jerárquica, lleva adelante la resolución de un nuevo caso. Todo comienza a partir del hallazgo del cuerpo, cuerpo que en un silencio infinito ha dejado más de una incógnita. El relato pretende guiar el foco de atención hacía la intriga de develar la identidad del asesino pero el verdadero eje temático no recae en aquel acertijo sino en la extraña relación de un policía novato (Chino Darín) y su jefe (Demian Bichir). Por momentos exagerada y por otros desdibujada, la interacción de estos dos personajes es la columna vertebral de la trama. La siempre excitante figura del recién iniciado versus la experimentada vida de un policía que bordea la locura, presentan una especie de placer anticipado. No sólo porque conforman un binomio laboral asimétrico sino porque también son los protagonistas de un amor prohibido. Al menos para los cánones imperantes de aquella década. Si bien lo hasta aquí señalado podría presentar un escenario alentador, la magia inicial va en franco deterioro. Todo aquello que los primeros quince minutos de metraje nos promete, pronto se va diluyendo hasta desaparecer. Mareados por la cocaína, los números de baile en Manila y los excesos de la nocturnidad, el filme se vuelve un objeto más preocupado por la estética que por el guión. Claro está que la presencia de una imagen fotográfica y artística bien definida hace a la calidad del producto final, pero los extremos son peligrosos y en Muerte en Buenos Aires el acabado bonito ha opacado el drama. En raudo vuelo superficial por temas como la falsificación de obras de arte o el narcotráfico, el filme parece perder cada vez más el rumbo. Tambaleando al borde del abismo “zigzagea” errante en una estructura narrativa que le queda grande. Por Paula Caffaro redaccion@cineramaplus.com.ar
"...Desde el punto de vista técnico hay que reconocer que es una película impecable, el problema viene en cuanto al guion y en cuanto a la actuación [...] Demián Bichir es un actor realmente muy bueno, el problema es que él es mexícano [...] parece que hablara en castellano neutro, o sea como en los dibujitos animados o en las películas dobladas..." Escuchá la crítica completa en el reproductor (hacé click en el link)
Atráeme si puedes Muerte en Buenos Aires, a pesar de su título tan poco agraciado, resulta una película interesante por las decisiones estéticas y un buen trabajo con los actores, sobre todo porque la cara de la película es el Chino Darín, que tenía todo para fracasar al lado de un gran actor como Demian Bichir, pero sale airoso y logra un buen trabajo y una conexión interesante con el mexicano nominado al Oscar, quien pelea mucho con el acento porteño pero convence principalmente por su papel de policía atribulado. Los personajes de Muerte en Buenos Aires son poco tridimensionales y algo estilizados, pero encajan bien en una narración clásica con un tono bastante oscuro, sin muchas pretensiones, a pesar del gigantesco despliegue de producción, con puestas de cámara rimbombantes y un impecable trabajo técnico. Por momentos la directora Natalia Meta coquetea con el cine moderno de directores como Nicholas Winding Refn, sobre todo por el desempeño en la fotografía y la combinación con una banda sonora muy particular. Por otros momentos la película quiere agarrar el tono de típico policial argentino para la taquilla, y ahí es donde tambalea un poco en el resultado final. No obstante, la película se sostiene bastante y, lo más importante, se deja ver . La historia está bien contada y los personajes tienen condimentos interesantes que no se suelen ver en el cine más industrial de nuestro país, sobre todo por la idea de la homosexualidad dentro de una institución generalmente tan machista como la policía aportando al plot principal de la trama. Eso, sumado a algunas escenas muy bien logradas, como la escena de los caballos (yo no habría promocionado el film con eso, lo habría dejado para la sorpresa del espectador) y ciertos aportes actorales como el de Humberto Tortonese, Emilio Disi o Hugo Arana, la hacen un film diferente a lo habitual que se ve en el cine local. Aun así, la película se estanca cuando no sabe si respetar las reglas del género o jugársela por algo más fresco, más instintivo. Así como tiene giros novedosos y “atrevidos”, tiene mucha decisión de manual. Hay algo de riesgo estético, hay una historia bien contada e interesante y hay un buen despliegue técnico, lo cual garantiza muchas cosas positivas, pero el todo no es tan convincente a fin de cuentas. Queda cierto sabor a que pudo haber sido mucho mejor, tras varios pasos después de dejar la sala.
¿Podría llegar a ser esta la producción argentina más promociona del año? Casi con seguridad. Su constante aparición en todos los medios, televisivos (aire y cable), radiales, ¿Internet?, gráficos, revistas, diarios, vía pública… y aquí me detengo un instante, pues en uno de los afiches con el que empapelaron Buenos Aires, desconozco que sucedió en el resto del país, rezaba, “hubo un asesinato en Buenos Aires”, mostrando a los actores con la leyenda: ¿Fue ël o ella? El punto es que el dilema, el interrogante, el suspenso, la intriga, cada uno por separado o todos juntos, se dilucidan una vez que se terminó la presentación de los personajes, o sea, ya se sabe quién es el asesino. Un espectador atento, avezado, posiblemente lo descubra antes, no mucho antes, hasta allí pasaron sólo 15 minutos. Pero esto es netamente culpa de un guión paupérrimo, con una trama principal que parece estar buscando una definición que nunca llega, y varias subtramas que de manera muy desprolija no se desarrollan, no se continúan, o no terminan por cerrarse, por lo cual genera que varios de esos personajes presentados en ese cuarto de hora inicial desparezcan sin justificación, como por arte de magia, y no por magia del arte que en este caso brilla por su ausencia. Tampoco tiene demasiada justificación la elección temporal en que se desarrolla la historia, a fines de los ’80. ¿Podría ser la ausencia de celulares? ¿De qué la va la historia? Sus personajes centrales son dos policías. Ok. El Inspector Chávez (Demian Bichir), policía experimentado, un duro, padre de familia, queda a cargo de la investigación de un homicidio ocurrido dentro del seno de una familia prominente, en uno de los barrios más elegante, caro y selecto de Buenos Aires. En la escena del crimen, siempre acompañado por la leal policía Dolores Petri (Monica Antonopulos), encuentran al agente Gómez, alias “El Ganso” (Chino Darín), un novato que automáticamente se convierte en la mano derecha del inspector, ¿Por qué? Dolores aparte. A medida que avanza la investigación (salvo Chavez todos ya saben quién es el asesino), las dudas harán caer la sospecha sobre el círculo íntimo de Chávez, por lo cual utilizará al novato para desenmascarar al asesino que particularmente no usa mascaras de ninguna naturaleza. Esto dicho sin la menor intención de ofender, el punto que produce algún tipo de bronca es que todos los rubros técnicos son casi impecables. Hay escenas muy bien filmadas, particularmente, y desde lo estrictamente estético, una, nocturna, con caballos desbocados en pleno centro de la ciudad, sobre la avenida Diagonal Norte, es muy bella. La dirección de arte es también casi perfecta hasta en los mínimos detalles, lo que redunda en una buena reconstrucción de época. Una colega me lo confirmaba, desde los atuendos usados por los personajes, asumo mi ignorancia al respecto sobre la diferencia de ropa que se usaba en esos y estos tiempos. La iluminación, los encuadres, las posiciones y movimientos de cámara, que hacen alarde de clasicismo, no intentan, y damos gracias por eso, situarse en algo del orden de la vanguardia, y sobre todo la fotografía que es de muy buena factura; el diseño de sonido no tiene nada que envidiarle a cualquier película extranjera, no así la banda de sonido, en un escalón más abajo. Asimismo, el diseño de montaje es el adecuado, y desde lo técnico bien realizado. Las actuaciones acorde a todo lo técnico, el mejicano Demian Bichir cumple con la personificación del policía porteño, sólo una o dos veces se le escapa una mejicaneada en el tono de voz; el Chino Darin está correcto en su performance; ni hablar del infalible Hugo Arana, quien aquí personifica de manera increíble a un jefe de policía cocainómano al que Stanfield, el personaje de Gary Oldman en “El perfecto asesino” (1994), ya lo empezó a envidiar. Otra grata sorpresa en el rubro de las actuaciones es la dan Emilio Disi en el rol del juez y Carlos Casella en el rol de Kevin. Entonces, buscando cual es el motivo que derrumba toda esa estructura volvemos al muy mal guión considerado desde varias aristas: construcción de personajes, inverosimilitudes varias, nunca ví que un policía casado, padre de un pequeño, llegue a su casa y deje el arma sin desarmar, martillada, al alcance de cualquiera, esta ridiculez da pie, o sea sólo esta puesta como justificativo, a otra escena posterior más inverosímil que la narrada con anterioridad. Todo el guión entre repetición de situaciones que impiden el desarrollo del nudo del conflicto, malo y pequeño, pero lo tiene, con los clisés argumentales, atentan contra la empatia del espectador sin profundizar demasiado, hay un personaje que repite varias veces la frase “¿Que haces acá?”, a la cuarta vez que la pronuncia tuve la sensación, creo que a muchos espectadores le sucederá lo mismo, que se dirigía a mi persona, digamos habiendo tanta oferta en la cartelera porteña. ¿Qué haces acá?
Policías en la ciudad de las tentaciones El primer plano del Chino Darín marca el escenario de la película Muerte en Buenos Aires. El actor es el señuelo para que el espectador entre y salga, se entusiasme o dude con respecto a los hechos que la cámara muestra. La opera prima de Natalia Meta propone un juego de ambigüedades que comienza con ese rostro y un crimen. "Copito" Figueroa Alcorta yace en su cama en el señorial piso donde vivía. De ahí en más la investigación queda en manos del inspector Chávez (el mexicano Demián Bichir) y su equipo.La película arma un cóctel entre las prácticas de manual de los policías frente a un homicidio y las implicancias que la cuna del muerto tiene en las altas esferas de la justicia. El cartel, de rigor, sobre las coincidencias, que la directora muestra al principio, funciona como paraguas protector de una historia que puede ser materia de una saga, con inspiración episódica. Completan el equipo, Mónica Antonópulos como la compañera del inspector; Hugo Arana, el comisario que prefiere ver la realidad superficialmente; Luisa Kuliok, la hermana del muerto, y Emilio Disi, el juez, con peinado y look que aluden a un juez muy conocido por el público argentino. El agente Gómez, El Ganso (Darín) se relaciona a pedido del inspector con el sospechoso del asesinato, Kevin González (Carlos Casella). Chávez arrastra una vida sin alegría, junto a su esposa y un hijo insomne. Le gusta decir: "arriesgar la vida por dos mangos", mientras estudia el caso que lo ha movilizado profundamente. La directora incursiona en el melodrama queer en una película que plantea la homosexualidad como una trampa del guión. Copito y su amigo Kevin son investigados. Para el punto de vista desprevenido, El Ganso arriesga la hombría, pero la historia tiene sus vueltas. La película entretiene, con momentos de tensión, imágenes de quiebre onírico (la escena de los caballos de noche en la ciudad) y una descripción esquemática de los vínculos homosexuales. En ese sentido, el abordaje del tema se convierte en un obstáculo conceptual. El guión elude el centro de la cuestión y el final hace pensar en una continuación. Se destaca el Chino Darín por la naturalidad y el manejo del misterio con que viste al Ganso; Bichir da muy bien en el rol pero su voz es un problema; y Antonópulos juega un personaje que puede convertirse, en el futuro, en heroína incorrecta. La historia, para salir del cliché, toma un giro derrotista en el escenario de simulaciones y deseos reprimidos.
A BRILLAR MI AMOR “El whodunit (quiénlohizo) suscita una curiosidad desprovista de emoción y las emociones son un ingrediente necesario del suspense”. Se lo dijo Hitchcock a Truffaut en 1962 para dejar en claro que un policial no puede sostenerse en la pregunta por el culpable. “Muerte en Buenos Aires” es un policial. O al menos intenta serlo. Durante el gobierno de Alfonsín un hombre de la clase alta aparece muerto en su departamento de Recoleta. El inspector Chávez (Bichir) quedará a cargo de la investigación del homicidio y deberá lidiar con el joven y apuesto Gómez (Darín), policía novato que insiste en ayudar a encontrar al criminal. La primera hipótesis apunta a un taxiboy y por eso Gómez será utilizado como carnada para adentrarse en el circuito gay porteño. La película arranca con un primer plano sostenido del “Chino” Darín, el que funcionará como un aviso de lo que vendrá: la búsqueda por fascinar. La proliferación de pósters y carteles que pueblan nuestra ciudad funcionan como síntoma de una película amparada en su ostentosa producción y que propone un cine solo para los ojos. Será por eso que castearon al oscarizado Damián Bichir, mexicano, para ponerlo a hablar en argentino, o que apelaron al nombre de Luisa Kuliok para encarnar un personaje que jamás pronuncia una palabra. Un guión forzado hasta lo insólito (la escena de la suelta de caballos por Diagonal Sur es el pináculo de lo artificial), y planos destinados meramente a exhibir el culo y los abdominales de tal o cual personaje, logran que el espectador no solo quede a la deriva sino que tampoco pueda identificarse con el protagonista (que, por cierto, ¿quién es?). El final trae consigo la respuesta al quiénlohizo y la revelación es apenas un dato. La que nunca llega es esa emoción tan necesaria de la que hablaba Hitchcock, que de contar historias sabía y mucho.
Este es el primer protagónico de Ricardo “Chino” Darín que se atreve a meterse en el mundo gay. Todo gira en torno al asesinato de Jaime Figueroa Alcorta (Martín Wullich) un hombre de la Alta Sociedad que vive en la zona de Recoleta y es coleccionista de arte. Este crimen pudo ser: pasional, por un ajuste de cuentas, por drogas o por alguna otra razón que hay que develar. Se desarrolla en 1989 donde el país se encontraba con cortes de luz programados y en pleno proceso hiperinflacionario. La primera persona que se encuentra en la escena del crimen es un joven policía, el Agente Gómez, alias “El Ganso” (Ricardo “Chino Darín, lo del apodo queda para que lo descubra el espectador, como otras situaciones), y quien toma el caso es el experimentado Inspector Chávez (el mexicano Demian Bichir, “Una vida mejor”, “Machete Kills”), acompañado por Dolores Petric, oficial y compañera de Chávez (Mónica Antonópulos, “Cuestión de principios”) y el Comisario San Filippo (Hugo Arana), entre otros. En un principio quien no pertenece al grupo es el Agente Gómez, por ser aprendiz, pero lentamente será parte del mismo, ganará su confianza y se meterá en la investigación como carnada. Los policías se encontrarán frente a ocultamientos y varias dificultades. Blanca Figueroa Alcorta, hermana de la víctima (Luisa Kuliok, apenas una participación) y el Juez Morales (Emilio Disi, esta correcto) no quieren que la prensa tome el caso y la búsqueda debe ser silenciosa y cautelosa. A medida que avanza la investigación nos introducimos en: la corrupción y los vínculos de la víctima cuyo apodo era “copito” y frecuentaba el submundo gay, además se muestra la noche de Buenos Aires. Todo se encuentra envuelto en secretos; él concurría a la disco “Manila” cuyo dueño es Calígula Moyano (Humberto Tortonese, en un personaje desaprovechado) y allí mantenía una relación con Kevin “Carlos” González, cantante de ese lugar (Carlos Casella, excelente su participación). Esta es la ópera prima de la directora Natalia Meta (Productora "Las Acacias"), que logra una buena reconstrucción de los años 80 (con algunos excesos), una banda sonora con temas de la época, muy buena labor de fotografía mostrando: la noche de la ciudad, las vanidades, la sexualidad, la corrupción, policial y judicial, donde cada uno de los personajes tienen su secreto, posee un gran gasto de producción y lo técnico está bien logrado. Intenta ser un policial oscuro y sórdido pero no logra atrapar. un derroche de recursos como: la suelta de caballos en plena Diagonal Sur, escenas insólitas, un argumento y diálogos que resultan pobres, le falta tensión, demasiado cuidado lo estético y da la sensación que se descuidó el guión. El actor Ricardo “Chino” Darín se luce en su primer protagónico aprovechando bien la cámara, el muy buen actor Damián Bichir compone un policía rudo que con el correr de los minutos y por querer hacer desaparecer su acento, su personaje se vuelve pobre. Mónica Antonópulos está correcta, luce muy sexy y su vestuario es exagerado para la época, el resto de los personajes son: Ana, esposa de Chávez (Jorgelina Aruzzi); Doctor Anchorena, médico forense (Fabián Arenillas); El sastre (Gino Renni); Miguel, hijo del Inspector Chávez (Nehuén Penzotti); Hombre de polo (Arturo Goetz) y Hombre de Manila (Maxi Diorio).
Un policial en fucsia y negro Tal como nos advierte el leit motiv de los afiches, nada es lo que parece o casi, en esta película de la debutante pero nada improvisada Natalia Meta, con sólidos antecedentes en producción y guión. “Muerte en Buenos Aires” está llena de sorpresas y secretos, por lo que la crítica debe moverse como en un campo minado para no revelar nada que disminuya esos efectos, aunque también es importante advertir que otra de las consignas previas sobre “descubrir al autor de un asesinato” es apenas un objetivo que da paso a otras denuncias más importantes, las que pueden ratificarse solamente si los desprevenidos no abandonan la sala hasta que se prendan las luces. Ante todo hay que tener en cuenta que deliberadamente la película no se propone seguir las reglas del género al pie de la letra. Tironeada entre la intriga y la farsa, “Muerte en Buenos Aires” se construye como un policial políticamente incorrecto, desenfadado y bizarro, donde las insinuaciones de humor y oscuridad se alternan anárquicamente. Superficies de placer El film entretiene y muestra a su manera la corrupción policial y judicial que deja -a su vez- entrever un entramado más grande, inquietante y complejo. La acción transcurre en 1989, entre los cortes de luz programados y la hiperinflación, que marcaron la bisagra entre la primavera alfonsinista y el menemismo. También incluye guiños a hechos privados posteriores que comprometieron a personajes públicos, aunque algunos casos reales semejantes ocurrieron bastante después. El disparador del argumento es el asesinato de un aristócrata vinculado al ambiente gay del momento (mucho más en el clóset que el actual). Este crimen debe ser resuelto por el malpagado dúo que forman en principio el rudo inspector Chávez (el mexicano Demián Bichir) y su colaboradora, la sensual agente Dolores (Mónica Antonópolus) caracterizada como una literalmente peligrosa chica de cómic, bien armada y con muchas curvas. Pero a ellos se sumará un novato policía: El Ganso, interpretado por Chino Darín, que es el primero en llegar al lugar de los hechos. Aprovechando la apostura del inexperto aprendiz, lo convierten en carnada para encontrar un culpable en el submundo de la noche porteña. Porque el objetivo inicial será seguir al principal sospechoso, la pareja de la víctima, un refinado cantante (Carlos Casella) que realiza su show en una disco frecuentada por homosexuales y travestis. Un ambiente que se muestra más ameno que peligroso, donde suenan temas que son un homenaje a este ícono de la cultura pop argentina que fue Federico Moura, una voz de referencia para el colectivo LGBT local. Es aquí donde la formalidad de la película se explaya con una estética definida por sus contrastes de oscuridad y fucsias propios de las luces de neón ochentosas y el enigma a resolver se va diluyendo a medida que la historia vira hacia la sexualidad de los personajes y cierto tono de comedia. Luces artificiales La puesta en escena y fotografía se lucen con la recreación de época, desde el vestuario y maquillaje hasta la caracterización de la ciudad que muestra autos y detalles indiciales de aquellos años. Empezando por el promisorio hijo de Ricardo Darín, el elenco está lleno de revelaciones, pero queda la sensación de grandes posibilidades desperdiciadas. La ingeniosa caracterización de Mónica Antonópulos no está seguida de una intervención que pese en el argumento y como otros actores secundarios: Tortonese, Arana o el juez (Disi) y la intrigante hermana del occiso (Kuliok) no superan la caricaturización del estereotipo. El guión se desarrolla con alta pretensión, entre escenas formalmente complejas y costosas bastante bien logradas, entretenidas y con suspenso. Llena de indicios ¿innecesarios o no? como el botón flojo en la camisa del detective que dirige la investigación o una cajita de fósforos que cambia de mano. La ambientación y banda sonora van generando un clima más que todo extravagante, donde la búsqueda del efecto supera la verosimilitud y la profundidad. La gran producción y despliegue de “Muerte...” no logran ocultar las falencias de una historia con hilos sueltos como el de la camisa que deja caer un botón. Y por último, es una pena que Demián Bichir no resulte creíble con una voz de ogro que suena como separada de su cuerpo y porque se mueve como si trabajara en un policial clásico sin acusar que las reglas rígidas se fueron con la posmodernidad.
Con intriga y una pasión inesperada El promocionado debut del "Chino" Darín en el cine se centra en un misterio, atravesado a la vez por la relación del joven policía con su superior. La ópera prima de Natalia Meta es también todo un relato sobre el deseo que se va abriendo. Pocos films argentinos se han ido presentando de la manera en que lo ha hecho esta opera prima de Natalia Meta; casi ninguno de esa larga lista que da cuenta de esos nuevos títulos, ha gozado de tales beneficios. Más aún, algunos de los films que sólo se dan a conocer en el espacio Incaa de Buenos Aires, en la ahora recuperada sala del cine Gaumont, ni siquieran salen del radio de Capital. Y es que tal vez el gran debut como protagónico del hijo de uno de los actores más aplaudidos del cine del mundo hispano, Ricardo "Chino" Darín, cuya participación en la tan renombrada serie televisiva "Farsantes" había sido ya destacada, llevó a que desde los carteles y afiches (que desde semanas antes de su estreno poblaran las calles de la ciudad) subrayara la presencia de una nueva figura en la pantalla nacional, heredero de una tradición familiar, que llega hasta sus mismos abuelos. Un policial no es algo menor, por otra parte, en nuestra cinematografía de hoy. Son muy contados los films que apuestan a una narración clásica de género, que promueven cierta intriga. Y en tal caso el inmediato antecedente que pueda tener el público a mano es el que el mismo padre de este joven actor (nacido en enero del 89, en la ciudad de San Nicolás), sea el film de Patxi Amezcúa, Séptimo; para quien escribe esta nota un convencional film que sólo apunta a remarcar el protagonismo del personaje central... como está ya diseñado en el mismo afiche de promoción. 1989 también es el año en el que Muerte en Buenos Aires escenifica su acción. Año que recordaremos por ese forzado y prepotente cambio de figuras institucionales, orquestado por la patria financiera con los sectores más conservadores; con esa figura de turno, que cambiará su ropaje tradicional por la moda Versace, que será reelegido pese a los diferentes vaciamientos que la sociedad irá experimentando. En este año 1989, de las llamadas corridas económicas y continuos y no programados cortes de luz, transcurre esta historia que se abre en el mismo ámbito donde ha tenido lugar un asesinato. Estamos ahora en una habitación de un departamento de la zona de Recoleta y junto al cuerpo de la víctima un joven agente de policía se encuentra a la espera de sus superiores, revisando objetos a la vista. De doble apellido, perteneciente a la alta alcurnia de la sociedad porteña, miembro del Jockey Club, coleccionista de obras pictóricas, el recientemente asesinado marcará un lugar de ingreso a toda una serie de interrogantes que circularán por diferentes derroteros. Y es así que entre este muy joven agente llamado Gómez ("Chino" Darín) que vive allá, cruzando el puente del barrio de La Boca, y su superior, el inspector Chávez, rol que asume el actor mejicano Demian Bichir (admirable su labor en A better life), el curso de los acontecimientos irá recreando el permanente juego entre el gato y ratón; a partir de órdenes y mandatos, de deseos reprimidos, de una búsqueda y rechazo, que en su recorrido van a ir expandiendo el círculo inicial de la investigación. La ciudad de Buenos Aires adquiere en este film el carácter de un espacio fuertemente dramatizado desde la misma construcción de un guión, que colocan al film en el espacio de la tradición del cine negro argentino. Y desde este perspectiva, creo reconocer las huellas de los policiales de Daniel Tinayre de principios de los 60; particularmente, Extraña ternura del 64, en el cual está muy presente la temática de la pasión homosexual, film precedido por otros dos notables títulos: El rufián y Bajo un mismo rostro. Los fines de los ochenta en este film de Natalia Meta nos permiten reconstruir el mundo de la noche, sus particulares matices y un acercamiento, en relación con el planteo de la historia, a los boliches gays; tomando como referente, tal vez, el film "Cruising" de William Friedkin, que aquí estrenada en tiempo de censura fue mutilada y cambiado en su montaje final. La tensión sexual, el sentimiento amoroso, nos lleva a escuchar a la misma realizadora, quien en más de una oportunidad ha comentado que su deseo era trasponer esa historia de amor, no ya entre vaqueros, sino entre agentes del orden, que se daba en el premiado film de Ang Lee, Secreto en la montaña del 2005. Por el camino de los indicios, los agentes irán abriendo nuevas puertas, aunque la orden desde arriba sea cerrar ya el caso. A los espectadores les basta con observar rostros, gestos, actitudes, tonos de voz y ver cómo los pactos de silencio y la connivencia se amalgaman en la perpetuidad de los actos de corrupción. Y simultáneamente, entre esos renglones de sospecha, irán asomando otras pistas: las que hablan de una pasión amordazada, de una atracción en permanente movimiento vaivén, como la que se juega entre el superior y su subordinado; como la que se libra desde sus miradas, desde esos cada vez más cercanos encuentros. Ya desde el título, Muerte en Buenos Aires va señalando el territorio por el que transitaremos. Y es la nocturnidad la que nos asalta en este film que entreteje más allá de la misma intriga, un relato sobre el deseo; un deseo que se va abriendo como cada nuevo interrogante sobre la escena del cuerpo asesinado, un hecho que se irá proyectando de manera progresiva sobre sus personajes; que los llevará a asumir una fuga y persecución nocturnas, que lindan con el destello y lo pesadillesco de lo onírico.
Si Marlowe viviera... Un adinerado coleccionista de arte es asesinado y la investigación recae en el experimentado inspector Chávez, auxiliado por el novato agente Gómez. El avance de la pesquisa irá sufriendo inesperados giros que desconciertan a Chávez, a medida que se revela una trama de corrupción y de ilícitos. La directora y guionista Natalia Meta se planteó varios desafíos interesantes en su primer largometraje. Abordó un planteo que involucra a la policía, la Justicia, el tráfico de influencias entre los poderosos y el ambiente gay de la noche de Buenos Aires. Y puso en el centro de su relato las indecisiones que asaltan a uno de los protagonistas, que terminan por jaquear sus convicciones, su vida familiar y su propia identidad sexual. Uno de los principales logros tiene que ver con los aspectos visuales; la recreación del Buenos Aires de fines de los 80 es obsesivamente correcta, con una clara atención en la elección de los modelos de los automóviles, el vestuario, los peinados y las locaciones para el rodaje. La puesta en escena y los tiros de cámara revelan un cuidado especial, y todo está puesto al servicio del desenvolvimiento de la trama policial. Aquí es donde aparecen los tropiezos, porque quedan hilos sueltos en el esquema y porque los personajes no aparecen delineados de manera precisa. El elenco se desempeña satisfactoriamente, aunque Demián Bichir no siempre sale airoso en su lucha por disimular su acento mexicano y hablar en “porteño”. “Chino” Darín resuelve correctamente su personaje, quizá uno de los más ricos que propone el guión, y los veteranos Emilio Disi y Hugo Arana disimulan con oficio algunas obviedades de sus personajes. El filme se aparta de aquellos policiales negros en los que los protagonistas eran durísimos inspectores al estilo de Philip Marlowe (surgido de la imaginación de Raymond Chandler) o Sam Spade (creación del genial Dashiell Hammett), ambos encarnados en dramático blanco y negro por Humphrey Bogart. Por eso la directora elige el color, un ambiente brillante a plena luz del día (o profusamente iluminado por el neón ochentoso) y elude uno de los propósitos fundamentales del film noir: usar como pretexto la trama policial para disecar con fiereza a una sociedad decadente. Meta quiere realizar un filme prolijo, estéticamente atractivo y narrado con amenidad. A pesar de ciertas debilidades del guión, logra aceptablemente gran parte del objetivo.
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Un absurdo regreso a los '80 Muerte en Buenos Aires es un policial, ópera prima de Natalia Meta, que narra la historia del inspector Chávez (Demián Bichir), un detective de la bonaerense a cargo de la investigación de un homicidio en la alta sociedad porteña. En la escena del crimen conoce al agente Gómez (el Chino Darín en su primer protagónico), policía novato que se convierte en su mano derecha y al que decide meter de encubierto en la operación para usarlo como carnada para atrapar al asesino. Con un elenco interesante y una fotografía más que acertada, Muerte en Buenos Aires no parece al principio el absurdo papelón que termina siendo. Pero el mexicano Demián Bichir, nominado al Oscar por Una Vida Mejor, está muy lejos de alcanzar la profundidad actoral que logró en películas como Che, el argentino, o en la serie The Bridge. Y el Chino Darín es directamente otra historia. Lejos de la calidad de interpretación de su padre –de cuyo apellido se cuelga desesperadamente, y el único resquicio por el que puede escapar- Darín junior es por ahora sólo una cara bonita, y éste, su primer protagónico en el cine, no le llega a los talones de su ascendencia. Hugo Arana tiene un papel secundario muy chico, pero que salva por momentos a este film de caer estrepitosamente a la mediocridad. Sólo por momentos. Mónica Antronopulos, Carlos Casella, Emilio Disi, Humberto Tortonese completan el resto del elenco. Algo rescatable de Muerte en Buenos Aires es el retrato de la clandestinidad gay en los '80, durante la presidencia de Alfonsín. Argentina, joven democracia, y con noches de placeres ocultos, y una nostalgia que no es capturada fielmente por el film, pero que salva algo de su esencia. Neones fucsias, luces desconcertantes y la constante imagen de caballos, galopantes metáforas de lo salvaje y de la majestuosidad reprimida. El erotismo y la extravagancia se entremezclan de una manera casi atrapante en Muerte en Buenos Aires, pero que no llega a profundizar lo suficiente para hacerla una película creíble, y que deja al espectador desconcertado, sin saber si reír o llorar ante un acoplamiento de géneros que marea, confunde y borda lo tragicómico.