Lágrimas ideológicas que caen sobre novelas rosa. La noción de pecado ha sido una de las invenciones ideológicas más eficaces en la cultura occidental para instaurar un sentimiento de culpa religioso sobre las clases bajas para controlarlas y que ellas mismas acepten la sumisión a un sistema que las priva de derechos como ciudadanos libres. Philomena (2013) es la última película del director Stephen Frears (The Grifters, 1990; Dangerous Liaisons, 1988) y está basada en la investigación periodística de Martin Sixsmith, un corresponsal de la BBC y Director de Comunicaciones del Gobierno de Tony Blair en Gran Bretaña: The Lost Child of Philomena Lee. Luego de ser despedido como Director de Comunicaciones, debido a una filtración de información sobre la cobertura mediática de los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos, Martin Sixsmith (Steve Coogan) comienza a presentar síntomas de extravío y depresión que le impiden decidir cómo retomar su actividad laboral. Mientras madura la posibilidad de escribir un libro sobre la historia de Rusia para aprovechar sus conocimientos adquiridos como corresponsal en Moscú durante los últimos años de la Guerra Fría, una camarera lo aborda en un evento social de la clase media alta británica y le ofrece investigar un caso peculiar sobre la adopción irregular de un niño hace cincuenta años.
La inteligencia detrás de la simpleza. Un grupo de monjas irlandesas que obligan a una joven embarazada, de tan sólo 18 años, a vivir con ellas en un convento y a cederles todos sus derechos sobre su hijo. Un grupo de monjas que se niega a dar explicaciones aún años más tarde. Un niño adoptado que crece y se mete en política, sólo para sufrir de la homofobia que caracteriza al Partido Republicano. Philomena cuenta con todos los elementos para indignar al espectador; es una película que podría haber rebalsado de odio y, sin embargo, gracias al encantador toque de Stephen Frears, de alguna manera rebalsa de amor. Basada en una historia real, la película cuenta la historia de Martin Sixsmith, un periodista que, tras haber sido despedido poco honorablemente, busca una historia que cubrir. Philomena Lee (interpretada a la perfección por Judi Dench) es una mujer de clase media baja muy sencilla. Décadas luego de haber tenido que ver a su hijo irse en manos de extraños, el recuerdo de su pequeño Anthony la sigue atormentando. Sixsmith se ofrece entonces a viajar con Lee a los Estados Unidos, en búsqueda de su hijo. Martin consigue su historia, Philomena encuentra a su hijo: todos ganan, todos felices.
Búsqueda incansable El director inglès Stephen Frears regresa con esta historia sobre un búsqueda de vida que tiene cuatro nominaciones para los Premios Oscar, incluída la de "mejor film". El realizador de Relaciones peligrosas y Alta Fidelidad basa su trabajo en la historia real de Philomena Lee (Judi Dench, famosa por su personaje de M en la saga Bond, y vista recientemente en El exótico Hotel Marigold, entre otros tantos), una enfermera irlandesa jubilada y de extracción obrera que se vio obligada a entregar a su hijo en adopción y durante cincuenta años dedicó su vida para encontrarlo. Philomena es una pelìcula contundente que emociona al espectador sin rodeos y muestra un presente desesperante como consecuencuia de un pasado atroz. La narración va y viene mostrando a una Philomena adolescente que quedó embarazada en un convento y presa de monjas que luego la separaron de su bebé, enbtregado en adopción a una familia de los Estados Unidos. El film es una travesía que cruza a la protagonista con Martin Sixsmith (el comediante británico Steve Coogan), un ex presentador de televisión en la BBC caído en desgracia y antiguo director de comunicaciones de Tony Blair, quien escuchó su historia y decide ayudarla en su doloroso proceso de búsqueda. Con una fuerte carga crítica sobre el horror que encerraba el convento, Frears construye un relato que se apoya en los eficaces diálogos que mantienen los dos personajes centrales a lo largo de su viaje, salpicado por momentos graciosos que oportunamente descomprimen el drama central alimentado por recuerdos y secretos bien guardados que salen a la luz. Las espléndidas interpretaciones de Dench y Coogan, sumadas a la envolvente banda sonora de Alexandre Desplat que acompaña y nunca exagera, hacen del film una experiencia tan perturbadora como emocionante que se mueve entre el amor, el sexo, la culpa y el pecado.
Philomena es una película increíblemente bella narrada con maestría que a pesar de su historia desgarradora te permite salir del cine con una sonrisa. El guión es impecable logrando atrapar al espectador desde el primer fotograma al último. La dupla protagónica de Judi Dench y Steve Coogan es memorable gracias a su admirable interpretación y buena química. Y la...
La historia verídica de Philomena Lee, en la que se basa Philomena, es tan increíble que parece salida de una telenovela, pero la realidad, una vez más, es más poderosa que la ficción. El personaje, quien le guardó a su familia un secreto durante cincuenta años, es una persona llena de contradicciones, entre lo que siente y lo que debe hacer según sus firmes creencias católicas. Este tire y afloje interno genera un interesante conflicto que lleva a varios choques entre su ferviente religión y el ateísmo del Martin de Steve Coogan. El drama de localizar a un hijo dado en adopción hace tantos años atrás tiene su debida cuota de dramatismo, pero también sus momentos de picardía y sutil comedia, además de unas cuantas vueltas de tuerca inesperadas que parecen manufacturadas por el guión, pero no, sucedieron de verdad. Si bien la historia es dura, fuerte y tiene varios embates melancólicos, se agradece al director que nunca se convierta en un festival de lágrimas y le aporte ligereza y liviandad a la trama con toques de humor ácido y una relación sana y entrañable. Más allá de todo tópico polémico, Philomena también es un choque entre dos personas de diferentes estratos sociales, un periodista que considera a esta enfermera retirada un tanto bobalicona y superficial, pero que con el correr del tiempo logran concertar en un terreno igualado sus diferencias y entender un poco la vida del uno y el otro. Philomena es más sobre el mensaje que el oficio. Stephen Frears narra una sucinta historia de abandono, culpa y redención que dispara duro y parejo contra el catolicismo. No es una película que sea recordada por escenas francamente alucinantes ni momentos sobrecogedores, sino que es más bien una amena adaptación del libro de Martin Sixsmith con muchos dejos a telefilm. Con esto no quiero decir que la película sea mediocre, pero es un proyecto menor, aumentado en todo caso por las excelentes interpretaciones de la Dama Judy Dench y su compañero de viaje, el agradable Coogan, también co-guionista aquí. Philomena es una poderosa y emotiva historia contada en pequeña escala, íntima. Ante las grandes obras nominadas este año a los premios de la Academia, su aura intimista la termina favoreciendo. Un crowd-pleaser inteligente y entretenido, con un protagónico excepcional de parte de Judy Dench.
Para la hora del té… Aunque amaga con ser una película sobre la búsqueda de una madre por encontrar a su hijo, una de las (pocas) virtudes de Philomena es no serlo. Explicar por qué sería un gran spoiler que se da a conocer antes de lo esperado. Animarse a criticar a la institución religiosa es otro punto a favor, sumado a la dinámica entre Philomena y Martin que resulta sumamente interesante e incluso cuenta con un momento de buddy movie en la escena en que ambos se encuentran viajando en auto. Pero hay algo más interesante aún y es la otra faceta que propone en esta ocasión Judi Dench (que a esta altura ya se ha ganado el título no oficial de mujer dura, fría e inconmovible), la de mujer cínica pero entrañable, chistosa y hasta querible. El desarrollo del arco dramático del Martin de Steve Coogan es una transformación de personaje notable y una verdadera lección de interpretación.
Adaptada de una historial real, Philomena es una poderosa película que brilla gracias a una precisa dirección, fantásticas actuaciones y un guión inteligente. Muchos años atrás, Philomena Lee (Judi Dench) quedó embarazada siendo tan solo una joven. Por vergüenza, la familia la envía a vivir a un convento de monjas donde no solo tiene que trabajar para que sus pecados sean perdonados sino que también es obligada a firmar un contrato donde acepta dar a su hijo en adopción y nunca intentar rastrearlo. Con el correr de los años Philomena ya no puedo guardar este secreto y termina confesándoselo a su hija, quien a su vez y casi de casualidad, se lo cuneta a Martin Sixsmith (Steve Coogan), un periodista recientemente despedido de su trabajo que intenta escribir un libro que no parece interesarle a mucha gente. Con la condición de que Sixsmith luego escriba una nota sobre la búsqueda, él y Philomena salen a encontrar el hijo perdido. Philomena es una adaptación del libro El Niño Perdido de Philomena Lee, escrito por el periodista de la BBC Martin Sixsmith. Con Pecado Concebido La historia detrás de Philomena es una de esas que ni siquiera el mejor guionista de Hollywood podría haber imaginado, con sus personajes, situaciones y giros. Si bien en los papeles la trama suena sumamente simple, el nuevo film de Stephen Frears (Negocios Entrañables, La Reina, Alta Fidelidad) hace un gran trabajo indagando en las relaciones humanas y, sobre todo, en la naturaleza del pecado. Al fin y al cabo, al menos en lo ojos de Frears y el guionista y actor Steve Coogan, este último resulta casi un negociado. Donde la persona perjudicada acepta las reglas sin protestar por el simple hecho de tener que “pagar” por lo que hizo mal, o lo que según alguien hizo mal. Philomena era tan solo una joven cuando quedó embaraza y tuvo que empezar a trabajar en un convento para saldar su deuda con Dios y con las monjas que cuidaban de ella. Como si esto no fuera suficiente, el fruto de su indecencia también debe ser alejado de ella, aunque claro que por una módica suma de dinero. Es por eso que en este convento, las monjas no solo esperan que pagues por tus pecados trabajando, sino que también entregan a tu hijo en adopción a familias ricas y a cambio de “una donación”. Pero Frears y el guión son lo suficientemente inteligentes como para saber que las cosas no son solo blanco y negro. Uno de los puntos mas interesantes de la historia está en que a pesar de todos los atropellos que tuvo Philomena por parte de la Iglesia, es aun una católica devota que esta convencida de que lo que le hicieron fue lo correcto y era la única forma de pagar por su pecado. Por otro lado tenemos al personaje de Coogan, el periodista Martin Sixsmith, ateo y que en un comienzo solo se interesa por la historia desde el punto de vista periodístico, pero lentamente comienza a ser atraído hacia un plano mas emocional y termina convirtiéndose en el contrapunto de Philomena. El guión escrito por el propio Steve Coogan (a quien recordarán de 24 Hour Party People, entre otras) con la ayuda de Jeff Pope hace un gran trabajo balanceando entre el drama y la comedia. Si bien el film es sumamente emotivo e incluso por momentos difícil de ver, los toques de comedia están perfectamente distribuidos y surgen de manera espontanea y oportunamente. Frears encara el guión sabiamente e incluso siendo sumamente crítico en algunos trazos de la película, nos da espacio para que cada uno saque sus propias opiniones de los hechos. Frears también dirige a sus actores con la misma maestría que demostró a lo largo de toda su carrera. Judi Dench, quien logró su séptima nominación al Oscar con este papel, nos presenta a una Philomena que parece suspendida en el tiempo. Una persona que luego del aberrante hecho que le tocó vivir dejó su vida en pausa. Por su lado, Steve Coogan resulta un intrigante contrapunto y muestra una interesante faceta dramática que no siempre tenemos la oportunidad de ver. Conclusión Philomena es una película sumamente bien contada, y a pesar de que presenta una historia dura, no busca alivianarla con sus toque de comedia. Frears y compañía no están interesados en hacer una crítica a la Iglesia católica sino mas bien mostrar el atropello que se hace en algunos lugares en el nombre de Dios. Los personajes de Philomena y Sixsmith están perfectamente delineados y ambos entregan dos interesantes puntos de vista de una misma historia que logra emocionar, divertir e incluso indignar por igual. - See more at: http://altapeli.com/review-philomena/#sthash.pTpcIdVN.dpuf
En su regreso al cine Stephen Frears vuelve con una historia basada en hechos reales gracias al impulso que el actor Steve Coogan le dio al escribir el guión de "Philomena"(UK, 2013). Con "The Lost Child of Philomena Lee" como punto de partida Frears convenció a Judi Dench de interpretar a esta madre que luego de vivir atormentada por su pasado decide salir a la búsqueda de un hijo que tuvo en su juventud. Philomena vive encerrada en su casa, y en sus pensamientos recuerda la imagen de aquel niño que le quitaron para darlo en adopción y así ofrecerle una "vida mejor" en palabras de las monjas que la hospedaron en su convento durante su embarazo. Un día decide contarle la historia a su hija y esta contacta al periodista interpretado por Coogan (quien está saliendo de una crisis personal y profesional) para que pueda darle trascendencia y visibilidad al caso y así al menos conocer dónde está el hijo perdido de su madre. Pero Philomena es testaruda, y así como durante 50 años se mantuvo en silencio, duda de darle publicidad a su búsqueda, una búsqueda que comienza a obstaculizarse por el propio peso y paso de los tiempos. La iglesia y la fe cuestionada por el periodista pero avalada por la mujer, que sigue creyendo que más allá de las torturas a las que fue sometida durante su estadía en Roscrea (el convento) la decisión de dar en adopción a su hijo fue correcta. El caso de Philomena es tan sólo uno de los muchos niños que fueron arrancados de los brazos de sus madres y llevados a otros lugares del mundo para que crezcan con sus familias postizas. La objetividad y frialdad del periodista se contrasta con la cercanía y calidez con la que Philomena se relaciona con todo el mundo. De a poco entre ambos se establecerá un vínculo que los irá acercando a la verdad, más allá que justamente ese acercarse al objetivo haga que se vayan separando o al menos que contrasten sus diferencias sobre la manera correcta de hacer o decir. Philomena sueña en fílmico y recuerda a su pequeño hijo en imágenes coloridas que le dan la seguridad necesaria para poder develar la verdad. A pesar del miedo avanza y oculta sus sentimientos. Si bien Frears por momentos opaca la fuerza de la historia con la incorporación de un discurso pseudo positivista (en el sentido de ser "positivo" ante todo), las ideas sobre la ontología de la vida, qué es pecado y el valor de la iglesia como institución son puestos en juego. El periodista le dice a Philomena "No creo en algo porque dicen que deba hacerlo" y ella sabe que hay algo de verdad en esa máxima, pero piensa y siente que antes que nada el respeto debe ser cosntruido más allá del resentimiento. Qué somos, quiénes pueden hablar de nosotros, quiénes realmente nos conocen, algunas preguntas que Frears va desplegando y respondiendo apoyándose en la mirada de una madre que a pesar del dolor y de qué encuentra del otro lado del mundo decide seguir apostando a la vida. Imágenes bellas acompañados por una música que motiva, planos lejanos y la intimidad de las habitaciones en las que se descansa y se piensan los siguientes pasos, son las que acompañan la búsqueda de Philomena y que otorgan la verosimilitud necesaria en este tipo de historia. Para aplaudir de pie a Judi Dench. PUNTAJE: 7/10
Todo sobre mi hijo Philomena está basada en una historia real, que luego fue plasmada en el libro El Niño Perdido de Philomena Lee, escrito por el periodista de la BBC Martin Sixsmith. La historia es la siguiente: Philomena Lee (Dench) queda embarazada siendo tan solo una adolescente. Por vergüenza de su pecado, la familia la envía a vivir a un convento de monjas donde no solo tiene que trabajar para que sus pecados sean perdonados sino que también es obligada a firmar un contrato donde acepta dar a su hijo en adopción además de renunciar a cualquier derecho sobre él, incluyendo cualquier futura búsqueda. A los cuatro años de edad, Anthony es separado de su madre Philomena; quien guarda el secreto de su juventud hasta el día en que su hizo cumple 50 años. Cuando ella ya no puedo guardar este secreto, se lo confiesa a su hija, quien a su vez y casi de casualidad, se lo cuenta a Martin Sixsmith (Steve Coogan), un periodista de la BBC recientemente despedido que intenta escribir un libro y retomar su carrera y buena imagen. Con la condición de que Sixsmith escriba una nota sobre la búsqueda, él y Philomena incian un viaje primero por la abadía de las monjas en Irlanda, y luego en Washington de donde obtienen más pistas sobre el hijo perdido. Stephen Frears en Philomena apunta a narrar una historia sobre abandono, culpa y redención que cuestiona y critica tanto a la religión católica como a la política mundial. A través de sus recursos cinematográficos logra, sin caer en lugares comunes ni acudir a golpes bajos, conmover y/o manipular la emoción del espectador para trasmitirle el dramatismo que los actores le imprimen a la cinta. Sin embargo, la cuestión de la emotividad se queda a medio camino ya que si bien podemos sentir el drama que se atraviesa durante los 98 minutos, la reiteración narrativa y visual, lejos de conmover, cansan y vuelven a un tema sumamente interesante y sensible, en una cuestión alivianada acercandose a un film estilo Hallmark Channel. Tal vez si el film se hubiese entregado a su costado confrontativo que se diluye con el pasar de los minutos, o al cinismo cómico políticamente incorrecto de los protagonistas, la película podría resultar más que un mero drama demasiado calculado. A pesar de eso, además de la riqueza de la historia original y real de Philomena Lee y las magníficas interpretaciones de Judy Dench y su compañero de viaje/investigador periodístico Steve Coogan ( quien también oficia de co-guionista del largometraje) hacen de la proyección más amena, sobre todo en los momentos donde la solemnidad se ausenta de la producción de Frears. Por Marianela Santillán
¿Qué es lo que pasa cuando una película es triste, nos hace llorar y sin embargo decimos que es hermosa? ¿Estamos locos? No, lo que sucede es que apreciamos un buen cine que viene por parte de un film hecho con corazón. Más aún cuando se trata de una historia real. Eso es Philomena, una hora cuarenta en donde el espectador de ve inmerso en la historia desde el minuto uno y vive casi en carne propia todas las desgracias que le pasan al personaje principal que luego busca respuestas para grandes preguntas que no había podido hacer. Es en ese viaje en donde se la acompaña a una Judi Dench, a quien dan ganas de abrazar y que hará llorar hasta a los más duros. Nos hará indignar con su historia de vida y odiar a las monjas que le robaron su hijo. La rica relación que tiene con el periodista Martin Sixsmith (un gran Peter Coogan) construye el relato serio y acongojante con pizcas del mejor humor inglés en momentos claves para que el público no estalle en congoja. Aplausos para Stephen Frears, quien ya nos había regalado magníficas obras tales como La reina (2006) o Alta fidelidad (2000), por darle forma a una historia aparentemente sencilla pero que en realidad tiene un trasfondo inmenso: tortura ideológica, religión, culpa y perdón. Esto acompañado por una fotografía soberbia, planos que hablan por sí solos y una banda sonora justa, confluyen en dos puntos de vista encontrados que se entrelazan para brindar una hermosa película inobjetable.
En el nombre del hijo Stephen Frears no es precisamente lo que los franceses (y los cinéfilos que aún defienden la “política” o la “teoría” nouvelle-vaguera) consideran un “autor”. Ha incursionado en casi todos los géneros posibles, ha trabajado sobre novelas, a partir de guiones de terceros y -como buen artesano- ha sabido en casi todos los casos sacarle el máximo jugo posible a esos materiales ajenos (no siempre valiosos). Tras algunos films menores, el director de Ropa limpia, negocios sucios, Relaciones peligrosas, Alta fidelidad y La reina regresa en su mejor forma con una película de pequeñas dimensiones, pero múltiples connotaciones; de denuncia (contra la Iglesia católica), pero que nunca pierde su dignidad, su carga emotiva y al mismo evita tanto la demagogia como la bajada de línea obvia, recargada, discursiva (tenía todo servido para eso). Inspirado en un libro que a su vez se basó en un caso real, el film narra la historia de Philomena Lee, una adolescente irlandesa que queda embarazada y su bebé es entregado a las monjas del convento de Roscrea, quienes luego lo venden -como a tantos otros niños- a acaudalados estadounidenses. Ese es sólo el punto de partida, ya que cinco décadas más tarde, Philomena (ya interpretada por una aquí muy contenida y creíble Judi Dench) acepta salir de su encierro, de su negación, de su resignación y buscar a su hijo. Lo hace con la ayuda de un periodista (de fugaz y penoso paso por el gobierno de Tony Blair) que es su antítesis, pero resultará su complemento perfecto (la veterana creyente, sensible e inocentona vs. el intelectual cínico, ateo y avispado). La película logra narrar una historia durísima sin que el espectador se resienta por el golpe bajo y la rechace de plano. Y, al mismo tiempo, no banaliza el conflicto y da a entender que los tiempos han cambiado, las formas también, pero mucho de la hipocresía, la doble moral y el cinismo se mantienen casi inalterables. Vale la pena adentrarse, por lo tanto, en la historia de Philomena (la persona) y en la interpretación que de ella hace Philomena (la película). Es un film que emociona con buenas armas, con nobles recursos. No es algo tan frecuente en el cine de hoy.
Cuando al flamante ex corresponsal extranjero de la BBC Martin Sixmith alguien lo pone al tanto del caso vivido por Philomena Lee, califica el relato como una historia de interés humano. Nada podría definir mejor el contenido de esta equilibrada realización de Stephen Frears. Que es bastante más que la dramática historia de la mujer que pasó medio siglo soñando con descubrir el paradero del hijo que le habían arrebatado de pequeño (para entregarlo en adopción), las monjas del orfanato en que estuvo recluida por su condición de madre soltera. Es la historia de la búsqueda que, con el periodista como aliado y guía, emprende una vez que ha confiado el "vergonzante" secreto a su hija, es decir la historia del libro que dio origen a este film. Por tratarse en buena parte de esa búsqueda y de las sucesivas revelaciones a que conduce, conviene no detenerse demasiado en detalles. Pero el film no sólo avanza en esa dirección. También crece en el rico juego dramático que propone una pareja tan extraña y discordante como esta del profesional experimentado, escéptico y descreído, y la mujer sencilla, inocente y compasiva que a pesar de los todos los golpes sufridos conserva la fe y está más dispuesta al perdón que a la venganza. No puede haber concepciones del mundo y actitudes frente a la vida más opuestas que las que exhiben un personaje y otro y sin embargo -también por la increíble química que hay entre Judi Dench y el comediante (y aquí coguionista) Steve Coogan-, la sutil conexión humana que crece entre ellos y hasta parece hacerse visible constituye una de las principales fortalezas del film. Algunos flashbacks alcanzan para recrear los orígenes del caso y al mismo tiempo abrir el relato en otra dirección, la misma que en Magdalene Sisters , aunque en feroz franco tren de denuncia, abordó como director Peter Mulan, el excelente actor de los films de Ken Loach: entonces también se trataba de uno los muchos hogares religiosos fundados en el siglo XIX en Irlanda para asilar a mujeres abandonadas por sus familias, víctimas de la condena social o prostitutas. Tales hogares (que ya no existen) habían sido convertidos en lavanderías, donde las internadas expiaban sus pecados trabajando sin paga, sin descanso y sin perspectivas de liberación en un régimen de disciplina extrema. De allí había visto Philomena cómo un auto lujoso se llevaba una mañana a su hijito, por el que ya no tendría derecho a reclamar. Con la ayuda de Sixmith y con mucho coraje llegará a conocer la verdad, lo que derivará en un tercer capítulo más breve, pero igualmente conmovedor. El mayor mérito del film reside precisamente en el rigor con que Frears esquiva todos los peligros que lo acechan: no hay manipulación, ni tintas cargadas, ni sentimentalismo. Sí en cambio, un inteligentísimo empleo del humor. Y por supuesto un admirable par de actores, lo que no sorprende en el caso de Dench, aunque aquí, sin abandonar el carácter, se muestre especialmente sensible y a ratos también deliciosamente graciosa.
Tibio academicismo inglés Nominada a cuatro premios Oscar (incluso mejor película y mejor actriz), la nueva obra del inglés Stephen Frears está basada en la historia real de la búsqueda de un hijo. Extraña trayectoria la del cineasta Stephen Frears, un buen director sin estilo. Allá lejos y hace tiempo, revolucionó ciertos cimientos apolillados del cine británico con Ropa limpia, negocios sucios y Susurros en tus oídos; más tarde exploró el policial en The Grifters, el terror académico con El secreto de Mary Reilly, la literatura pecaminosa en la excelente Relaciones peligrosas y los amores de una vida a través de la música en Alta fidelidad. En una carrera con más de treinta obras concebidas en cine y televisión, con subas y bajas, el inestable Frears presentó hace un par de años La reina para gloria y honor de su intérprete Helen Mirren, excelente en su composición de la emperatriz eterna. Por los mismos tópicos navega el relato de Philomena, una historia construida al servicio de la dupla actoral, con filosos diálogos, lectura directa o indirecta sobre la sociedad inglesa y algún que otro dardo envenenado que se le dispara a la iglesia como institución que mete miedo. Pero siempre, como suele suceder en los films británicos biempensantes, no corriéndose de ciertos límites, mirando al conflicto desde una posición presuntuosa, flemática, invadida por una pizca de arrogancia. Frears apela en más de una oportunidad al flashback de manera bastante pueril para narrar la odisea de Philomena Lee (Judi Dench), a quien en su juventud unas monjas le quitaron su bebé para luego ser vendido a ricachones estadoudinenses. Esta mujer creyente decide encarar el tema luego de medio siglo y para eso se necesita un personaje contrapunto, en este caso, el periodista que personifica Steve Coogan, por supuesto, ateo confeso, antisistema, defraudado con su profesión, en fin, el perfecto contraste ideológico con la inocente Philomena, ya entrada en años y que aún confía en dios y la santa biblia. Por esos parámetros poco novedosos ronda una película filmada con la prolijidad académica de un programa de la televisión inglesa donde el sustento mayor condice con las interpretaciones y el rigor de la escritura del guión. Sin embargo, en medio de esa perfección formal que no disimula ciertos síntomas de pereza, Frears se escapa de los lugares comunes y de la lágrima fácil con la astucia que caracteriza a buena parte de su obra. Como si nuevamente observara de costado a sus personajes, sin comprometerse demasiado con aquello que narra, Philomena resulta atendible por evadirse del maniqueísmo y del riesgo que reclamaba semejante debate dialéctico entre dos formas de contemplar al mundo. Para conseguirlo cuenta con Dench y el versátil Coogan (24 Hour Party People) a la cabeza del reparto de una película agradable, conservadora en su forma e ideal para ver a las cinco de la tarde luego de un suculento almuerzo neutralizado por un té de boldo.
Es esté un drama británico de enorme intensidad, brillantemente dirigido por STEPHEN FREARS, con un guión inteligente cargado de emoción y sutilezas, que se luce por las enormes actuaciones de STEVE COOGAN y sobre todo JUDI DENCH, que vuelve a regalarnos una caracterización cargada de sentimientos y humanidad, una interpretación para el aplauso. Y como toda cinta británica que se precie, el drama no impede que cierto humor irónico, se haga presente, humor que sirve para descomprimir una historia que atrapa desde el incio del metraje.
El horror de perder a un hijo El filme tiene un sólido guión y una Judi Dench que nunca cae en el recurso fácil, la que pinta a una ama de casa común, necesitada del empuje del otro para incentivar la fuerza de la búsqueda. Philomena (Judi Dench) no sabe que su contacto con el periodista Martin Sixsmith (Steve Coogan), va a llevarla al fin de una búsqueda de cincuenta años. Una irlandesa sencilla y un intelectual de la palabra, culto y sarcástico, que toma la relación como la necesidad de completar ""una nota humana"", que, de alguna manera, lo haga olvidar su reciente desvinculación con un importante medio en el que trabajó por años. Pocos días antes, la hija ya adulta de Philomena, se enteró que tenía un medio hermano. Su madre, lo confesó, luego de ocultarlo por años. Desde la adolescencia, soltera y en trance de dar a luz, fue encerrada por su familia en el monasterio de Roscrea, donde pierde a su hijo. La ayuda del periodista, que va entablando poco a poco un lazo emocional con Philomena, la conduce a Estados Unidos, donde el pequeño Tony, el hijo ausente, va tomando un rostro, una identidad. UN BUEN GUION La película está basada en una historia real que contó el periodista Martin Sixsmith en el best seller "El hijo perdido de Filomena Lee", sobre la base del caso de Philomena Lee, actualmente de ochenta años y que desnuda la trama de la entrega de bebés por organizaciones religiosas y la explotación de menores en el ámbito laboral. Philomena se vio obligada a trabajar durante varios años, a cambio de casa y comida en el convento, junto con otras adolescentes, siendo testigo de la entrega de su hijo, un niño de tres años, a una pareja que luego sabría era de origen norteamericano. El filme personaliza un tema ya tratado hace doce años por el director escocés Peter Mullan en "Las hermanas de la Magdalena", sobre la explotación laboral y la intolerancia de las monjas irlandesas del asilo católico. La historia que retoma Stephen Frears, revulsivo director de "La reina" se encuadra dentro de la línea del melodrama de buen ritmo, austero, con toques de humor, de tono más cercano al cinismo y al sarcasmo. "Philomena" tiene un sólido guión y una Judi Dench que nunca cae en el recurso fácil, la que pinta a una ama de casa común, necesitada del empuje del otro para incentivar la fuerza de la búsqueda. A su lado, se lucen un discreto y contenido Steve Coogan, Sophie Kennedy Clark en la Philomena adolescente y Barbara Jefford, como la polémica Hermana Hildegarde.
Una mirada reaccionaria hacia el pasado Los tópicos, tal como están mencionados, constituyen elementos de excelsa riqueza para su tratamiento, tanto cinematográfico como en cualquier otro medio artístico, ya que configuran aquello que guarda intrínsecamente distintas imágenes valiosas para indagar respecto de la sociedad actual. Pero el problema básico es que en esta película, la mirada que se teje alrededor de ellos es sumamente pobre y superficial, exageradamente teñida con capas de humor facilista que intentan desesperadamente quitarle una seriedad propia a un tema semejante como el nacimiento casi en cautiverio, que ni siquiera como en este país se constituía dentro de un régimen dictatorial, sino que se hacía dentro del simple poder cristiano intocable, amparado a priori por un marco legal de hierro, añejo de la Inglaterra de mediados del siglo pasado. Con lo cual se termina configurando una suerte de, si se quiere, drama cómodo de ver, absolutamente precario, insustancial, que está lejos de desarrollar una mirada crítica o una reflexión profunda respecto a ese sistema cristiano ortodoxo, al que supuestamente denuncia. Sin embargo, había algo que ya se olía desde el principio de la película, y que hasta en algún punto un poco la excusaba de alguna manera: se notaba que ya de por sí el libro en el que estaba inspirado -juicio que emito aún bajo el peligro de no haberlo leído-, también era un pobre best-seller, realizado por un periodista aburrido como el que tanto se remarca en el film, donde también se esmeran en denotar su enorme desinterés por el tema y el hecho de haberlo aceptado únicamente a falta de otro trabajo mejor. Sinceramente dudo mucho que en el libro haya una crítica con mayor desarrollo en base a la historia de esta mujer, que apenas es un caso de cientos y cientos; representando mínimamente un símbolo de la enorme dictadura de castidad cristiana, que guardaba secretamente jugosos intereses económicos, amparándose en el obscenamente ridículo y deshumano castigo de los pecados de la carne. Pero por supuesto, dejando un momento al margen la enorme labor de Judi Dench en su constitución de Philomena, una mujer antes esclava de su propia ignorancia e ingenuidad que de la propia religión católica, que tantos males le causó; el problema es que la propia protagonista sirve de expiación inmediata de los crímenes de la Iglesia, dejando entonces una suerte de moraleja casi tan estupidizante como la protagonista en sí misma: es inútil buscar justicia, es inútil intentar que la Iglesia reconozca alguno de sus nefastos actos, es más fácil perdonar como nos enseñaron y listo. No obstante, es interesante el choque que hay entre el periodista (Steve Coogan) y Philomena, donde el primero hace realmente notoria la ingenuidad de la segunda. En efecto, la protagonista produce rechazo, su falta de enojo para con los responsables, su falta de reacción respecto al tema, el hecho de haber esperado tantos años para intentar dar con su hijo. Por otro lado, demás está decir que tampoco hay una búsqueda estética que apunte a un verdadero ejercicio de memoria. La fotografía y la música son acompañantes recíprocos excesivamente descriptivos, meros ilustradores de acciones. No hay casi búsqueda de los encuadres, más que en los contados flashbacks de Philomena en el convento. Es más, como ejemplo ¿por qué cuándo el periodista sale a correr al comienzo del film como se lo recomendó el médico, lo acompañan unos violines lacrimógenos que luego se repiten en los verdaderos momentos lacrimógenos, como corresponde? Si intentaron producir una suerte de efecto cómico, salió muy mal. De todas formas, como mencioné antes, por lo único que vale la pena ver la película es para asombrarse con la capacidad interpretativa de Judi Dench, quien deja de lado la agresividad seca de M en 007 -supongo que la extrañaremos- y adopta ese tono de niña-jubilada curiosa e inocente. Por eso nada más.
Pequeña gran película Muchas veces una película pequeña en lo presupuestario se puede convertir en un gran film. Esto puede ser gracias, primordialmente, al director, puede ser por las actuaciones, por el guión. Lo bueno es encontrar todo eso en el mismo film. Todo esto es “Philomena”. Un film pequeño con un gran director, una de las mejores actrices a nivel mundial y un buen, concreto, conciso y sólido guión. Una historia real basada en el libro de Martin Sixsmith y que aquí los guionistas en vez de enfocarse propiamente en el libro convierten al autor en un coprotagonista de peso ya que se narra como fue creado y llevado adelante la escritura del mismo. “Philomena” cuenta la historia de una mujer irlandesa que a los catorce años queda embarazada en su primera relación y que su padre, su madre había muerto, la envíe pupila a un convento de monjas. Allí tendrá que trabajar en la lavandería para pagar su estadía y podrá ver a su hijo solo una hora por día. El tema es que dichas religiosas daban los chicos en adopción a ciudadanos americanos a cambio de una suma de dinero y allí fue el hijo de Philomena rumbo a los EE.UU. Luego saldrá del convento, formara una familia y tendrá hijos pero nunca pudo olvidarse de su hijo y en la fecha que su primogénito cumpliría 50 años, se decide dar a conocer su historia a su familia. Un hecho fortuito la pondrá en contacto con un periodista que viene de varios fracasos laborales, incluso había sido asesor de Tony Blair. Dos personas totalmente diferentes en busca del sueño y de la esperanza de una mujer sencilla, devota y sumamente creyente acompañada de un ateo con pocas esperanzas en los seres humanos. Este melodrama que podría convertirse en un montón de golpes bajos, Stephen Frears lo convierte en una comedia dramática donde la emoción esta a flor de piel pero lo suficientemente sutilmente tratada como para no dejar de lado la lucha de Philomena por su hijo. En el papel protagónico una Judy Dench en uno de sus mejores trabajos. Steve Coogan, que es un reconocido cómico ingles, muestra la faceta dramática pero lo suficientemente delicado como para, gracias a la química con Dench, conviertan una película dramática en un canto a la vida, a la esperanza y a la fe. “Philomena” es una de esos enormes pequeños filmes.
No me iré sin mi hijo La nueva película del británico Stephen Frears llega con todo a nuestros cines para apelar a los más profundo de nuestros corazones y mover cada fibra de nuestro ser con un cuchillo sierrita bien afilado… ¿para tanto? Sí. ¿Vale la pena sufrir así? Definitivamente! Es que “Philomena”, la cual está basada en una historia real (y de ahí la lacrimogenidad),es una de esas pequeñas grandes películas que nos recuerdan que el buen cine se apoya básicamente en un buen guión, una buena dirección y sólidas actuaciones. El film, basado en el libro “El niño perdido”, cuenta la historia de Philomena Lee (Judy Dench) una señora irlandesa de clase trabajadora quien le confiesa a su (¿única?) hija que 50 años atrás, mientras vivía recluída en un convento en Irlanda, había dado a luz a un niño, el cual le fue arrebatado y dado en adopción por las monjas del lugar sin su consentimiento. De ahí en más entra en la trama Martin Sixsmith, un spin doctor en descenso y periodista, quien ayuda a Philomena a buscar a su hijo perdido con la condición de poder publicar su historia. De ahí en más la trama despega, haciendo viajar a sus protagonistas por Londres, Irlanda y Washington DC en una historia aparentemente sencilla que, sin embargo, está cargada de mensajes y sub-temas que la enriquecen. El eje principal de la historia yace en la cuestión moral del perdón. La protagonista es una devota católica quien, no pretende ningún tipo de revancha por lo que le sucedió, simplemente saber la verdad sobre su hijo perdido. Por otro lado, Martin Sixsmith, quien es abiertamente ateo, muestra actitudes más reaccionarias al comportamiento de las monjas. Sin embargo, el film en ningún momento pierde el eje y uno logra empatizar tanto con Philomena y su filosofía del perdón tanto como con el escéptico periodista dejando a merced de cada espectador el veredicto final. A esta cuestión moral, se le suman el tema de la hipocresía eclesiástica y política (representadas en el film por la Iglesia Católica y el Partido Republicano), la inescrupulosidad del periodismo y las divisiones sociales en Gran Bretaña. En cuanto al guión se refiere, si bien la historia toca temas delicados y emociona en muchos momentos, la adaptación que Steven Coogan y Jeff Pope lograron es sencillamente brillante ya que sabe balancear a la perfección la emotividad del asunto con el sutil humor inglés. Sumado a todo esto, está la dirección impecable de Stephen Frears quien nos trae una historia intensa pero para nada extensa. Las actuaciones, tanto de Judy Dench como de Steven Coogan, merecen ser destacadas una y otra vez. Judi entrega una actuación sublime que dista mucho de otros papeles en los cuales se la acostumbra ver, y reafirma su lugar como una de las grandes actrices británicas del cine. Steven Coogan, quien es altamente reconocido como comediante, construye muy acertadamente un personaje que al principio de la trama es un tanto snob y arrogante pero que evoluciona considerablemente luego de sus experiencias con Philomena. Sin duda, una de las mejores parejas desparejas del cine en los últimos años. Aunque quizás queden un par de cabos sueltos en la historia (al ser una adaptación esto es casi siempre inevitable), “Philomena” se posiciona como una de esas películas que es necesaria ver, al menos una vez, para refrescar esas nociones de simpleza y calidad que parecen escapar al cine (comercial) actual.
Más corazón que odio Candidata al Oscar, basada en una historia real, tiene a Judi Dench como la madre que busca al hijo que hace medio siglo le arrebataron. Hay amores de la vida real que uno vive y no parecen de película. Pero éste se trata de un amor materno, y la historia de Philomena es tan increíble que parece de película. Pero es verdadera. Philomena Lee era una huérfana que, como madre adolescente, fue forzada a dar a su hijo en adopción por las monjas del convento Roscrea en el que vivía -las monjas vendieron al hijo de 3 años a padres desconocidos-. Philomena calla durante cincuenta años, y un buen día no puede más. Llora y habla. Quien la escucha es su hija. A partir de entonces comenzará la búsqueda de la madre de su hijo perdido, encabezada por Martin Sixsmith, un ex periodista que se encargó de temas políticos en la BBC, convertido en vocero del Gobierno inglés, descreído del poder de las historias de vida, quien, ya sin trabajo, ve una oportunidad. Y allí va con Philomena a buscar a Anthony. La película sigue su viaje para encontrar a su hijo, y refleja aquello que aflora en la relación entre Philomena y Martin, la suerte de amistad que nace entre ellos, nacida de la mutua confianza. Y del entendimiento, pese a las claras, convincentes y e inequívocas diferencias entre ellos. Así contada la historia no sería más que la de una road movie , una película de camino en la que los personajes parten hacia un fin, que no saben si llegarán a alcanzar (encontrar a Anthony) y en la que -siempre- el recorrido, por H o por B, los cambia. Por fortuna, Stephen Frears le escapa al juego de las lágrimas. Cada golpe bajo que se avizora, lo elude. Cada vez que una cuota de almíbar parece que va a decorar la torta, aleja el cuchillo de untar. Frears, que sabe de vínculos de amistad y de los otros, forzados o no, como lo demostró en Las relaciones peligrosas, Alta fidelidad, o inclusive La Reina, se muestra por primera vez compasivo con su protagonista. Philomena Lee tiene todo como para sentirse resentida. Pero es una católica creyente -y practicante-, y en su corazón, antes que odio, tiene misericordia y piedad ante quienes la afrentaron. Judi Dench tiene la particularidad, como actriz, de ponerse los diferentes trajes de los personajes que le otorgan o acepta. Y adaptarse a la medida que sean. Puede ser M en los filmes de Bond, madre castradora o reina, pero a los casi 80 años que cumplirá en diciembre tiene la fuerza -y la fiereza- de una mujer con todas las letras. La película, que tiene cuatro candidaturas al Oscar (filme, actriz, guión adaptado y música) es un conglomerado de géneros. Es filme de denuncia, drama, tiene retoques de película del camino cómica y hace colisionar la fe con la razón. También ofrece una mirada crítica hacia la Iglesia que prefiere esconder la suciedad bajo la alfombra. Steve Coogan, que interpreta a Sixsmith, el ateo que acerca a Philomena a la luz -al menos a la luz de la verdad-, también es coautor del guión. Su personaje es arrogante, como contraste de Philomena, esa mujer tan simple y amorosa, tan devota como con pocas pulgas que en la vida, tal vez, perdió más de lo que ganó.
Brilla Judy Dench en un emotivo film La vieja foto de un pequeño. Una señora ya grande, su hija, y un dolor silenciosamente mantenido 50 años en el pecho, que al fin estalla. Una búsqueda tardía: la del hijo natural vendido en adopción cuando ella era apenas adolescente. Un periodista en desgracia. Un hombre que no se animó a salir del closet. Varias monjas dañinas, una peor que todas. Suficiente con eso, como para que el lector se haga buena idea de la historia y los personajes. E imagine lo que puede hacer Dame Judy Dench en el rol de madre. Pero hay que verla, cómo nos hace reir y emocionar limpiamente, y a veces hasta le creemos que tiene 65 años como su personaje, y no 79 como dice la libreta. Stephen Frears, director de buen pulso, y Steve Coogan, actor y aquí también productor y coguionista, la ayudan a lucirse. El resultado es una comedia dramática muy bien templada, con sus puntos justos de humor, dolor, angustia y emoción. Y un cuidado diálogo entre la filosofía cínica del periodista, y el sencillo cristianismo de la mujer, que distingue entre religión y seres humanos, y aún más: sabe perdonar. En el Festival de Venecia Judy Dench se consagró mejor actriz, y el jurado católico Signis premió la película "por su vibrante y conmovedor retrato de una mujer que busca la verdad y supera con el perdón el peso de la injusticia cometida contra ella". Pero hay algo más. Es que esto se basa en un caso real. En 1954, una nena de 14, Philomena Lee, quedó embarazada. Entonces la gente pensaba distinto. La echaron de su casa, la recibieron las monjas, pero a los tres años entregaron el chico a una rica pareja norteamericana. Con el tiempo, él se hizo abogado republicano, ocultando su homosexualidad por miedo al qué dirán. Justo le tocaron los 80 de la explosión del sida. Ella empezó a buscarlo cuando ya tenía 65 cumplidos. La ayudó un periodista en desgracia, Martin Sixsmith. Las monjas les retacearon información. Ahora dicen que no lo vendieron, simplemente aceptaron donaciones. Y que la mala de la película, la hermana Hildegarde McNulty, en su vejez ayudó a muchas madres a reencontrarse con sus hijos. Vaya uno a saber. Lo único comprobable es que, cuando empezó la búsqueda, doña Hildegarde ya hacía 9 años que estaba en el purgatorio (seamos clementes), así que la reunión que vemos en pantalla es una "licencia dramática" de los autores. No importa, si no fue con ella habrá sido con otra igual. Pero acá también hay algo más. La semana pasada, Philomena, su hija y Steve Coogan le pidieron en audiencia al papa Francisco que interceda ante el gobierno irlandés, por una ley que obligue a abrir los archivos de adopción. La película ha puesto el asunto en el candelero, y eso es bueno. Otra cosita, para equilibrar: esas monjas eran malas pero no quemaron los registros. Quien mandó destruir documentación pública fue el propio Martin Sixsmith, cuando integraba el gobierno laborista. Esto trascendió y tuvieron que echarlo. Buscando reivindicarse, conoció a Philomena Lee. Como vemos, no hay mal que por bien no venga, aunque se cuente cambiado.
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Relaciones desparejas pero no peligrosas Basado en una historia real, el film acompaña a una mujer que decide ir en busca del hijo que le arrancaron cuando era novicia. En ese recorrido encuentra un aliado de hierro en un hombre, a priori, muy distinto. El peligro de derrape sensiblero está, pero no se concreta. Historia (¡verdadera, faltaba más!) de una mujer huérfana, a quien unas hermanitas de la caridad le arrancaron de las manos el hijo que tuvo siendo novicia –y que tras silenciar el asunto durante medio siglo decide ir finalmente en búsqueda del que ya será un cincuentón–, en manos de cualquier amanuense de Hollywood Philomena hubiera sido exactamente lo que uno entiende por “una de Hollywood”, haciendo un gesto de resignación. Un amuchamiento de sensiblería, golpes bajos, identificación fácil y actuaciones de esas que remueven el corazón como si fuera un guiso. Coescrita y coproducida por Steve Coogan (el genial comediante de 24 Hour Party People), dirigida por Stephen Frears (el de Relaciones peligrosas, The Grifters y Alta fidelidad, entre muchas otras) y protagonizada por Dame Judi Dench, a quien no costaba nada creer en el papel de una despiadada M en la última de Bond, Philomena cuenta con el factor ácido que le permite regular el ingreso de glucosa a su organismo. Aunque no bloquearlo del todo, por cierto. Basada en un libro del periodista Martin Sixsmith, hay también algo de buddy movie en esta película que sabe qué botones apretar y cuándo y con cuánta presión. Vaya a saber cómo fue la historia real. No por nada está nominada a cuatro Oscar: Película, Actriz Protagónica, Guión Adaptado y Banda de Sonido. Lo que desarrolla la película es la desparejísima relación entre Sixsmith (el propio Coogan) y Philomena Lee (Dench), que tal como indica el decálogo de las buddy movies terminarán siendo aliados de hierro, contra todos los males de este mundo. Ex jefe de prensa de un ministro en tiempos de Tony Blair, a Sixsmith acaban de echarlo porque “habló de más”. Desempleado, deprimido y pensando en escribir un tratado de historia rusa (su especialidad), aunque la película no lo dice claramente, el hombre, que tiene muy buen pasar, en algún momento se habrá planteado que con la historia rusa no iba a llegar muy lejos en materia económica. El hecho es que por una de esas casualidades de biógrafo (¿pero cómo, no era una historia real?), Sixsmith se encuentra con la hija de Philomena, que justo, justo estaba trabajando como camarera en un ágape al que él concurrió. Ahí la chica le larga en seco, como quien sirve champán sin preguntar primero, si no quiere escribir la historia de “una persona que conoce”, a quien las monjas le robaron el hijo. De aquí en más, Philomena coquetea con la metalingüística, porque el culto Sixsmith se niega a escribir esas “historias de vida” de las que vive tanto periodismo. Y medio Hollywood, claro. Es como si la película dijera: “Ojo, que nosotros sabemos que éste es un crowd-pleaser, una hecha para gustar”. Y también: “La vamos a hacer igual, pero como somos autoconscientes queda más fino”. Jugando en varias mesas al mismo tiempo, Philomena apuesta al dramón en los flashbacks de juventud de la protagonista, a la historia de búsqueda –con el consecuente suspenso– a partir del momento en que Dench & Coogan salen al camino y a la buddy movie en todo momento. En ese terreno, Coogan tiene camino expedito para sacar a relucir su timing de comediante, tan justo como un tren inglés en el cumplimiento de los horarios. “¿Usted es graduado en Oxbridge?”, le pregunta Philomena, que no es precisamente una mujer instruida. Siguiendo con la metalingüística, es imposible no imaginar a Sixsmith como intento de autorrepresentación por parte de Stephen Frears, cineasta que llegó al cine popular proviniendo de otro más indie (Ropa limpia, negocios sucios) o exquisito (Relaciones peligrosas). El paralelismo director/personaje se acentúa cuando, conmovido por la historia de su “sujeto”, Sixsmith deja de lado su máscara cínica e intenta bajarse del proyecto. Pero su insensible editora (léase Hollywood, el negocio, el sistema, lo que sea) se lo impide. Un paralelismo bastante tramposillo, por cierto. Que se sepa, ni este proyecto ni el de La reina (la película más exitosa de Frears) fueron encargos de alguna gran compañía, sino ideas surgidas de Frears y sus socios creativos. Nada indica que Frears, Coogan & Co no hayan filmado la película que quisieron. Que podría calificarse de “una para llorar” sin grasadas de por medio. Y que no recula ante el clero ni ante Dios, cosas que Hollywood jamás hubiera permitido.
Llena eres de gracia El británico Stephen Frears es regularmente eficaz para las ideas de otros. Un caso significativo es Alta fidelidad, la adaptación del libro de Nick Hornby acerca de un disquero que cataloga sus romances como discos, que Frears llevó a la pantalla por iniciativa de John Cusack. En Philomena, el impulsor del proyecto es el comediante Steve Coogan, coproductor, coguionista e intérprete de este virtual tête-à-tête con la prestigiosa Judi Dench. Durante la posguerra, una madre adolescente es abandonada en el convento irlandés de Roscrea. Las monjas luego entregan al hijo en adopción a una familia norteamericana (en lo que, parece, por un puñado de dólares, era una práctica sistemática). Cincuenta años después, Martin Sixmith (Coogan), ex periodista de la BBC y ex empleado del gobierno inglés, descubre el caso y acompaña a Philomena (Dench) en la búsqueda de su hijo por los Estados Unidos, con la finalidad de reactivar su carrera. El caso es real: Sixmith publicó un libro sobre la historia de Philomena Lee, que Coogan abrazó como una causa personal y la llevó al cine. Exceptuando el sentimentalismo de algunas escenas y un humor algo condescendiente respecto de la anciana irlandesa, Frears es soberbio en la realización; halla el contexto justo para los flashbacks de la joven Philomena y retrata como tragicomedia a la relación entre Sixmith y Lee. Coogan también mete ideas: tira pálidas al periodismo, reflexiona sobre los pros y contras de tener fe y, bajo un tono amable, reabre un debate dormido sobre el rol social del catolicismo. Como colofón, días atrás Coogan y Lee visitaron al Papa como parte de una campaña para que la Iglesia reabra sus archivos de adopciones ilegítimas. Así, Philomena sale del cine y vuelve a la vida real. Y a sus ochenta años deja la puerta abierta para escribir otra historia.
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Melodrama suavizado Después de adquirir experiencia en la televisión, Stephen Frears (1941, Leicester, Inglaterra) se ganó con Ropa limpia, negocios sucios (1985), Susurros en tus oídos (1987) y Sammy y Rosie van a la cama (1987) merecida fama de director desafiante, mostrando con causticidad una Inglaterra sucia, marginal, en la que ciertos actos de libertad o desobediencia se escapaban por los resquicios. Unos desmañados y muy jóvenes Daniel Day Lewis, Gary Oldman y Alfred Molina asomaban en estas películas incómodas, que removieron el avispero en los ’80. Al comenzar a trabajar con actores de Hollywood y otros presupuestos, Frears siguió dando muestras de sagacidad, sobre todo en tres producciones espléndidamente dirigidas y actuadas: Relaciones peligrosas (1988), Ambiciones prohibidas (1990) y El secreto de Mary Reilly (1996). El resto de su filmografía es indudablemente menor, incluyendo Alta fidelidad (2000) –aunque los espectadores de edades o gustos musicales similares a los de sus personajes la recuerden razonablemente con cariño– y la discreta La reina (2006). Philomena es un melodrama con todas las de la ley (pulsiones reprimidas, dramáticas separaciones, secretos ocultos, revelaciones al final de la vida) suavizado con pinceladas de comedia. Su protagonista es una señora sencilla, quien, después de cincuenta años, decide contar la historia de un hijo que tuvo en un convento y del que nada supo después (por qué resuelve revelar sorpresivamente ese misterio tras mantenerlo tanto tiempo escondido es algo que no se aclara). Basado en un caso real, el film permite conocer hechos que, de una u otra manera, tocaron a miembros de la Iglesia Católica, a algunos prominentes políticos estadounidenses e inclusive a una diva de Hollywood. El tono no es de denuncia, sin embargo: se trata, más bien, de una buddy movie, ese tipo de películas en las que dos personas de temperamentos diferentes deben enfrentar juntos diversas peripecias, ya que a Philomena (una querible y graciosa Judy Dench) se le suma un periodista que la acompaña en busca de aquel hijo (Steve Coogan, también co-guionista). No conviene contar aquí lo que irán descubriendo en el camino, pero se puede señalar que los ingredientes son lo suficientemente fuertes como para que, en algún momento, la editora del diario en el que se publicará la historia pueda relamerse. Las imágenes en espejos deformantes de un parque de diversiones o los entrecortados registros en super 8 son buenas ideas a las que Frears recurre para trasladarnos a otros tiempos, aunque las sorpresas en Philomena son las derivadas de los recodos de la historia y no de su estilo narrativo o visual. Tiene, por otra parte, un final demasiado blando y algo concesivo, donde, al señalar qué fue de la vida de las personas retratadas en el film, se saltea información sobre los victimarios (insensibles monjas y curas irlandeses que parecen algo fuera de época, más por sus desplantes que por su manera de pensar). Lo mejor y lo peor de Philomena es su falta de ambiciones y su clara intención de emocionar y divertir al espectador evitándole disgustos o complicaciones.
Búsquedas y encuentros Philomena Lee es una adolescente irlandesa que queda embarazada. Su familia la desprecia y ella y su bebé van a parar al convento Roscrea. Philomena trabaja de sol a sol y es casi una esclava. Y a su bebé, como a tantos otros, las monjas de ese orfanato lo venden a ricas familias estadounidenses. Cincuenta años después, Philomena se anima a volver sobre su pasado, le cuenta a su hija este secreto tan guardado y, acompañada por un periodista, viajará a Estados Unidos tras los pasos de ese hijo. Quiere encontrarlo para saber qué fue de él y para sacarse de encima sus preguntas y su culpa. Es un hecho real y lo mejor que tiene este filme, convencional pero noble, son las filmaciones caseras que se pudieron recuperar de ese hijo tan perdido y tan negado. Cuando su madre llega a Estados Unidos se enterará que años atrás había muerto, que era homosexual, que fue un abogado exitoso que trabajó para el presidente Reagan y que mal o bien ahora revive para su madre desde esos filmes familiares. ¿La recordaba, sabía quién era? Stephen Frears (“La reina”) es un realizador con oficio pero muy ceñido a sus textos. Su obra es respetuosa y correcta, pero nada más. Aquí lleva con buena mano una historia cargada de resonancias. El tema interesa y lo mejor está en la parte final, cuando el filme confronta verdades y mentiras, recuerdos y realidad, cuando surge claro una crítica implacable contra la actitud hipócrita de las monjas y cuando esa madre al final comprende que a veces en la vida la verdad y la venganza deben rendirse ante la fuerza purificadora del perdón. “Philomena” es algo complaciente en la pintura de sus personajes (buenos y malos) y adopta algunos recursos fáciles, pero es una historia que invita a reflexionar sobre la culpa, la religión, el perdón, el destino y las cambiantes máscaras que adopta el pecado. Y habla de la búsqueda cargada de expectativas y esperanzas de una mujer que –tal como lo prefigura la cita de T.S.Eliot- tuvo que regresar a sus comienzos para poder darle sentido a su final.
Madre misericordiosa Otra película basada en hechos reales. Un drama que narra una crónica que es mucho más desgarradora desde cómo verdaderamente se lee que aconteció que de la forma en que es volcada a la pantalla. Philomena, súper nominada, enuncia viles acontecimientos y se anima a criticar a la iglesia católica y a su cerrado pensamiento, pero también destila valores y una muestra de condonación que quizás pueda encolerizar a muchos. Philomena Lee (Judi Dench) es una señora irlandesa que, en su adolescencia, quedó embarazada. Ha “pecado”, entonces, bajo mandato y costumbres del convento, su hijo Anthony fue dado en adopción. Tras cincuenta años rompe el silencio y revela su secreto. Nuestra protagonista entabla relación con el periodista Martin Sixsmith (Steve Coogan de sobria interpretación) y juntos emprenden viaje hacia la búsqueda de Anthony. Bajo la dirección de Stephen Frears, el film transita afablemente cuando nos enseña la contraposición entre sus personajes principales que, a pesar de sus claras diferencias ideológicas-religiosas, mantienen un buen feeling. El ateísmo versus la fe imponderable. Martin cuestiona todo lo que tenga que ver con la adoración a Dios; Philomena (y este es el aspecto que menor empatía puede en algunos generar con la figura que encarna), a pesar del terrible episodio que padeció, no pierde la fidelidad hacia el dogma. Ella se compadece de todo y elude cualquier sentimiento asociado al odio, al rencor, reemplazándolo con el perdón. El director recrea unas cuantas secuencias en Súper 8 que reflejan recuerdos por aquel niño acogido por padres norteamericanos. Imágenes acompañadas de melodías que refuerzan la nostalgia pero a la vez y con el correr del metraje, reiterativas. Frears acierta cuando evita recaer en sentimentalismos empalagosos pero falla en los momentos que vira bruscamente hacia un intento de humor que, en su afán de quitarle dramatismo al asunto, entorpece la percepción del espectador. Con las actuaciones del dúo que va a la cabeza de la cinta, Philomena suma puntos y cobra mayor atención y calidad. En cuanto al desarrollo, al relato le falta completar la fuerza emotiva o bien el salvajismo (por decirlo de algún modo) que se requiere en este tipo de historias y que aquí alcanza sólo en contadas secuencias. LO MEJOR: las interpretaciones. El contraste entre los protagónicos. LO PEOR: repetitiva de a ratos, cuando se invoca al pasado. La falta de una escala elevada de conmoción. Poco aprovechada teniendo en cuenta tamaño suceso real. PUNTAJE: 4,5
Cuatro nominaciones al Oscar para la nueva película de Stephen Frears que no pasa desapercibida en la cartelera de Buenos Aires. “Un buen director sin estilo” dice Gustavo Castagna en el diario Tiempo Argentino de Stephen Frears, cuya última pelicula está nominada para el premio Oscar en rubros como mejor pelicula, mejor guión adaptado, mejor actriz y banda sonora. En todo caso, si no se tuviera en cuenta la firma, no llevaría a pensar automáticamente en películas como Ropa limpia negocios sucios, Susurros en tus oidos, o la fundamental Relaciones peligrosas. Lo de Philomena no pasa de la media de estilo, es verdad. Ahora bien, hay dos cosas que sí tiene Philomena que la hacen atractiva como un imán: una, ese adorable personaje que construye Judy Dench, una actriz de 79 años que llena la pantalla con su enfermera, clase baja, lectora del Reader Digest, la otra la relación que establece con su partenaire, el periodista caído en desgracia Martin Sixsmith, interpretado por Steve Coogan. Coogan es un polémico actor, productor, personaje de los medios ingleses, que hace de su Martin Sixsmith un hombre amigable, protector, respetuoso, dueño de la enunciación de esta historia sobre la búsqueda que una madre irlandesa y septuagenaria que busca a su hijo arrancado de pequeño por las monjas de una institución de jóvenes expulsadas de sus casas por quedar embarazadas. La acusación directa a la institución del catolicismo más anquilosado, el juicio sobre el periodismo inescrupuloso que busca la historia infeliz, el flagelo del SIDA en los años 90, son los tres costados más obvios de esta historia, obviedades que el guión bordea, sin profundizar y sin convertirlos en alegatos obtusos. Lo mejor de Philomena es la cuestión humana que el guión del propio Coogan y Jeff Pope articula con destreza dentro de una historia demasiado densa y que se podría sintetizar en ese relato interminable que hace la mujer del contenido de una novela y que para Martin reemplaza la lectura del libro mismo. Un guiño a través del cual se intuye que esa relación entre Philomena-Martin es algo que recién empieza y la idea es que los hijos son los de la vida a veces mucho más que los del cuerpo.
Una buddy movie dramática La calificación es 6 puntos (si no te gusta llorar en el cine), 7 puntos (si te encanta usar toda una caja de pañuelos en el cine). En 1952, en aquella Irlanda rigorista de posguerra, Philomena Lee (Judi Dench), todavía adolescente, quedó embarazada. Rechazada por su familia, fue enviada al convento de Roscrea donde las hermanas le quitaron el hijo que tuvo para ser adoptado. Nunca lo volvió a ver. Cincuenta años después, vuelve a emprender su búsqueda, esta vez con la ayuda de Martín Sexsmith, un periodista desempleado y desilusionado (Steve Coogan, también coguionista). Philomena lee novelas lacrimógenas. Martín estudió en Oxford y trabajó en la BBC y en el Gobierno. Ella es ingenua y humilde. El es a veces condescendiente. Ella sigue siendo devota a pesar de lo que sufrió. El es agnóstico. Obviamente aprenderán a conocerse mejor y a apreciarse y, en este mismo viaje, descubrirán lo que le pasó al hijo de Philomena durante estos cincuenta años. Con estos ingredientes típicos tanto del drama como de la buddy movie, el director inglés Stephen Frears elabora una salsa (muy) emotiva y (bastante) divertida en Philomena. Gracias al talento de sus dos actores, en particular de Dench -que con su reserva contiene la inclinación de Coogan hacía el histrionismo-, logra mantener este equilibrio frágil entre drama y comedia. Los toques de humor y la dignidad de Philomena, que nunca se apiada de ella misma, permiten también no caer del todo en el sentimentalismo hacia el cual empujan inevitablemente los varios giros del relato (que no contaremos acá), inspirado en una historia auténtica. Si por la fuerza de esta historia, hasta su última y desgarradora vuelta de tuerca, Philomena es un fuerte alegato contra la Iglesia católica irlandesa, su moral reaccionaria y su crueldad desmedida, la complejidad de la protagonista la vuelve menos edificante que, por ejemplo, Las hermanas de Magdalena, de Peter Mullan. Philomena no deja de ir a la iglesia y, al mismo tiempo, a pesar de su devoción, está lejos de tener el mismo pensamiento conservador. En contraposición a esa institución que es la Iglesia, es la que lleva lo que sería el verdadero mensaje evangélico: busca entender a los demás, sin juzgar y hasta perdonando. Es posible también que parte de su comportamiento refleje simplemente esta tendencia que tienen a veces las víctimas a incriminarse en lugar de los verdaderos culpables. Por suerte, el perdón de Philomena Lee encontró su límite: decidió divulgar su historia. Pero lo hizo a su manera, sin odio. Gracias al talento de Judi Dench y su interacción en total sintonía con Steve Coogan, la película de Stephen Frears logra evitar gran parte de los escollos del sentimentalismo para contar sin demasiados estereotipos una historia terrible acerca de las exacciones de la Iglesia católica.
Existir a través de la imagen Philomena no es una obra menor, a pesar de que a simple vista sí lo parezca. Es un típico drama inspirado en hechos reales, bastante inofensivo pero muy bien contado por su director, el gran Stephen Frears (The Grifters, High Fidelity, The Queen, entre otras), quien también se apoya en un excelente montaje, una hermosa banda sonora a cargo de Alexandre Desplat, y una monumental actuación de Judi Dench, estos dos últimos nominados al Oscar por sus trabajos. Cuando hay tantos elementos bien desarrollados, difícilmente el resultado final sea malo. Con esta película pasa que cuesta entrar en la historia, por un comienzo muy lento, ya que lo más valioso está a partir de la mitad, cuando los dos protagonistas logran una conexión. Y en esto último cabe remarcar también el trabajo de Steve Coogan, quien además produjo y coescribió la adaptación a la pantalla del libro en que se basa la historia. A pesar de quedar opacado por la actuación de Dench, Coogan logra un papel muy convincente que transmite muy bien las diferencias de personalidad entre ambos personajes. Quizás lo que está demás en la historia es la excesiva cantidad de referencias a la “ignorancia” del personaje de Dench, quien encarna a una amigable anciana que se encuentra perdida por el misterio del paradero de su primer hijo, el que le fue arrebatado cuando ella era joven. Philomena tiene algunas escenas que deslumbran por la claridad con la que encara los hechos, y otras en que luce como una mujer completamente desorientada e incapaz de seguir adelante, algo que va a contramano de la fortaleza con la que siempre se planta ante las situaciones (sobre todo en el desenlace de la historia). Las constantes discusiones con el personaje de Coogan –un periodista venido a menos por un conflicto en su anterior trabajo como asesor del gobierno-, si bien nutren la química necesaria para que la trama fluya, por momentos peca de demasiado dispar y atenúa demasiado las diferencias culturales de ambos. Dicho esto, la película funciona excelentemente como una crítica a las formas de operar de la iglesia católica, el periodismo y el conservador partido republicano de Estados Unidos. Esta última bajada de línea política no es más que un factor que respeta los hechos que realmente ocurrieron en los noventa y son mencionados en el libro del periodista Martin Sixsmith (el personaje de Coogan) en el que se basó el guion, y no tanto como una visión del realizador. De hecho, la denuncia más fuerte que hace la película es el tráfico de bebés en los conventos, no sólo de Irlanda -como pasa en la película- sino en muchas otras partes del mundo. Pero lo que más se agradece del film, además del papel de Dench, es el ya mencionado montaje. Si la historia no hubiera sido montada de esta manera, sería una película insoportable de ver. La ruptura de la línea narrativa para intercalar imágenes de la vida del hijo de Philomena (que hacia el final nos enteramos de dónde vienen, con una conmovedora escena) es un acierto total desde el guion hasta la edición de esas imágenes en 16mm y 8mm. No es una película gigantesca, ni es la mejor de Frears, pero se deja ver por el ritmo que va tomando conforme avanza la trama y, por supuesto, gracias a una impresionante actuación de Judi Dench, quien se roba todas las escenas en que está. Las imágenes con las que se reconstruye el personaje buscado además sirven como reflexión sobre las revelaciones del ser humano en su encuentro con lo que hay en la pantalla: la cámara –tanto de foto como de video- es al fin y al cabo nuestro boleto a un viaje en el tiempo, un instrumento de inmortalidad.
Ni bien salí del cine sentí que había visto una película bastante intrascendente, una historia que estaba bien pero que no iba a perdurar en mi memoria por mucho tiempo. Una película menor. Es algo que me viene pasando con varias películas de Stephen Frears. Lo que no sé es hasta dónde eso es personal o ahí hay una estrategia. Con el correr de los días, si bien Philomena no me enloqueció, la sigo recordando con cierta ternura y afección. Y creo que parte de ese sentimiento tiene que ver con Steve Coogan, aun más que con el cine de Frears. Coogan es inglés y, como buen inglés, actúa con el acento (ese llamado “inglés de la reina” que tan lindo suena). Hay algo en la dicción de los ingleses, en la excesiva aspiración de los plosivos, en el ritmo y en la cadencia, que nos resulta muy placentero al escucharlos hablar. Hay un tono amable, que no deja de decir ciertas cosas pero lo dice como quien lo menciona al pasar. Steve Coogan tiene eso. Y actúa, también, con la boca. Cierto rictus, que deja entrever los dientes blancos y grandotes, la manera de mover los labios, la forma de reírse. Y, para acompañar todo eso, los ojos saltones y fisgones, siempre listos para darle el toque final a los tag lines con los que remata cada frase de manera tan maravillosa. Pero Coogan no es el único encargado de despachar amabilidad; es, en todo caso, quien aporta humor. Basada en un hecho real, la película cuenta la historia de Philomena Lee (Judi Dench), quien tuvo su hijo a los 17 años en un convento de monjas en Irlanda. Pero también muestra a las adorables religiosas que lo vendieron (como solían hacer con todas las pupilas que quedaban embarazadas) a una familia estadounidense y cómo Philomena pasó años buscando a su hijo, hasta que un día conoció al periodista y ex asesor del gobierno británico Martin Sixmith (Coogan) y decidió sacar a la luz su historia. Parece que las monjitas copadas (en ciertas congregaciones en Irlanda y otros países de Europa alrededor de los años ‘50) vendían niños a familias estadounidenses de clase alta por interesantes sumas de dinero y quemaban todos los registros para que después no fuese posible localizar a los niños. Alabado sea el Señor. Así y todo, con amable sentido del humor inglés, la película cuestiona algo tan básico como las eternas contradicciones de la iglesia (“nos dan el deseo sexual pero después hay que reprimirlo”, dice Sixmith), una institución que, por un lado, pregona amor al prójimo, tolerancia y comprensión y, por otro, es capaz de apartar a una madre de su hijo, solo por ahorrarse el bochorno de tener a una feligresa pecadora que mantuvo sexo extramarital. A pesar de los horrores incuestionables que se denuncian, lo más interesante del film (aparte de Coogan) radica justamente en el contrapunto amable (es decir, el retorno del tono Frears pero con el filtro Coogan) entre la postura de Philomena y la de Martin. La protagonista, a pesar de haber sido víctima de tal atrocidad, no condena a la iglesia ni termina de enojarse del todo con las monjas execrables que ni siquiera son capaces de pedirle perdón cuando ella las desenmascara y descubre que le ocultaron la identidad de su hijo durante tantos años. Martin es el opuesto absoluto: el ateo, el cínico, el que reflexiona sobre las innumerables contradicciones de la doctrina religiosa, el crítico, el que insta a Philomena a que se enfurezca, a que libere su ira y le demande explicaciones a una institución que le cagó la vida. Pero no. He aquí las grandes paradojas de la protagonista y de la fe en general: desestimando cualquier tipo de evidencia contundente, el fanático religioso elige seguir creyendo. Quizás en esa oscilación radica el efecto retardado que convierte la intrascendencia inicial en la sensación de haber estado frente a algo mucho más interesante de lo que se preveía. Al final del día, ambos mantendrán su postura porque, si bien la película es una suerte de road trip (y sabemos lo que eso significa con respecto a transformaciones de caracteres), no hay aleccionamiento final, ni mensajes moralizadores para uno ni otro lado. La película evade el maniqueísmo y presenta a los personajes con sus propias contradicciones, sus creencias, sus estilos, sin querer imponerle nada a nadie. Gran acierto. A tal punto que uno termina, de alguna forma, simpatizando con Philomena (o, por lo menos, comprendiendo su accionar, teniendo en cuenta su historia y su pasado). Y Coogan está ahí como interludio humorístico a la vez que alivio para nosotros, los ateos, como esa voz que expone y denuncia, que satiriza las contradicciones y los horrores más burdos pero que también es capaz de empatizar y hasta encariñarse con una víctima de la fe y de la religión católica. Tal vez se trate de una película menor y no quede en mi memoria por mucho tiempo (como si eso les importara a ustedes, lectores) como una historia entrañable, pero hay algo ahí que vale la pena descubrir, aunque eso jamás sirva para hacer tambalear convicciones. Tal como Philomena y Martin, a los espectadores nos ocurre lo mismo; no salimos transformados: el que no cree sigue sin creer y el que cree sigue creyendo y defendiendo lo indefendible.
Un viaje para confirmar lo que intuía En la película de Frears, se plantean numerosos interrogantes en lo que hace a las creencias religiosas y el nombre de Dios. Una historia que si bien parte de hechos de la crónica, se viste, por momentos, de tonos de fábula. En el último Festival de Venecia, la nueva y tan esperada realización de Stephen Frears obtuvo el premio al "mejor guión", escrito por Jeff Pope y Steve Coogan, este último igualmente co-productor y actor principal del film. Para la inminente entrega de los Oscars, a celebrarse el 2 de marzo, Philomena está presente con cuatro nominaciones: mejor film, actriz, guión y banda sonora. Una observación inicial me asalta y me confunde: ¿si un film es elegido como el mejor en ese rubro, en este caso, Philomena, esto no nos lleva inmediatamente a su director?. Esto es a esta figura que diseña, reúne, planifica, pone en acto, revisa y recrea, coordina, junto con todo un gran equipo de nombres destacados según sus las diferentes funciones y responsabilidades. Y entonces ¿por qué no ha sido nominado como "mejor director", Stephen Frears? Lo mismo golpea de cerca a los realizadores de Her y Dallas Buyers Club. Un film conmovedor, ¡con mayúsculas!. Quise iniciar este párrafo de esta manera. Un film que se plantea, a partir de un relato clásico que bien nos puede retrotraer a un cine de años idos, como una búsqueda, frente a un ultraje institucional, frente al ocultamiento, a la simulación y a la mentira. Un film que en su desandar un camino de vida, páginas autobiográficas, deja al descubierto, desde una entrecortada voz, el grito semiahogado de los que intentaron ser silenciados. A sus ochenta años la actriz Judi Dench luego de habernos brindado en el cine variados y notables roles, compone desde este testimonio literario, firmado por el periodista Martin Sixsmith, a Philomena Lee, una mujer que se coloca en el camino de un deseo interno, que siempre estuvo presente: salir al encuentro de aquel hijo que le fue arrebatado, cuando era adolescente, cuando estaba como interna padeciendo los castigos en ese asilo religioso, en el que las monjas explotaban a las madres solteras hasta el desmayo, en su Irlanda natal; vendiendo esos hijos a adineradas familias, muchas de ellas, extranjeras, que cruzaban el Atlántico para comprar por elevadas sumas a esos "hijos del pecado". Fue entonces cuando recordé, en relación con esta ominosa situación, denunciada hoy en numerosos libros, aquel film de Peter Mullan, actor de Ken Loach en Mi nombre es Joe, ambientado en Dublin en los 60, En el nombre de Dios: The Magdalene Sisters, cercano a lo que es un film de terror, por las vejaciones, castigos, humillaciones que padecían las internas. Una historia que en Philomena nos conduce al nombre de la hermana Hildegarde, que se mueve entre los recuerdos de la protagonista y a partir de un presente que lleva a dos actitudes confrontadas. Al nombrar a Frears, nacido en Inglaterra en el 41, recordamos Ropa limpia, negocios sucios, Susurros en tus oídos, Relaciones peligrosas, Ambiciones que matan, La Reina. Y con la misma Judi Dench esa sorprendente y eufórica comedia ambientada en Londres en los años de entreguerra, en el mundo del music hall, Mrs. Henderson presenta. Con su mirada siempre atenta a los comportamientos, a los vínculos entre sus personajes, a esos momentos epifánicos que los espectadores compartimos con ellos. En el film de Frears, que ha llegado en estos días a las puertas de la sede del nuevo Papa, de la misma mano de la actriz junto a la persona que inspiró el libro y el film, Philomena Lee, se plantean numerosos interrogantes en lo que hace a las creencias religiosas y el nombre de Dios. Y siempre en situación de diálogo, Philomena con su acompañante, este escritor, ya no periodista de las Cámaras, degradado en sus funciones por haber escrito "de más", abrirán numerosos debates en torno a complejos temas, a medida que van construyendo, ese viaje, que los llevará a otras tierras, en el que la misma madre podrá llegar a conocer, a saber un poco más, a confirmar todo lo que intuía. Con algunos momentos de sincera emoción, de franca ternura, Philomena nos invita a escuchar y a ser partícipes del relato de los otros. Y el mismo humor está presente en más de una situación, entre la ingenuidad y la ironía. Y este ir preguntando sobre ese hijo, este querer saber sobre su paradero, va acercando a esta mujer, lectora de novelas románticas, a este escritor que va detrás de la Historia de Rusia, en un primer momento, desde un aprendizaje mutuo que desafía a los prejuicios. Desde aquel personaje víctima del Alzheimer, la novelista Iris Murdoch, en el film Iris de 2001, dirigido por Richard Eyre, junto a Jim Broadbent y Kate Winslet hasta llegar al rol de esa despiadada y posesiva madre que asume en el film de Clint Eastwood, J.Edgar (2011), junto a Leonardo di Caprio, entre tantas otras composiciones, Judi Dench nos sigue asombrando (al igual, que Helen Mirren y Meryl Streep) por esa capacidad de poder construir sus personajes desde los pequeños gestos, desde esos matices discursivos, desde sus miradas. Cómo olvidar, desde aquí su pudoroso rol en el film de David Jones, junto a Anthony Hopkins y la siempre excepcional y recordada Anne Bancroft, Nunca te vi, siempre te amé y al mismo tiempo su pérfida violencia, su sinuoso accionar, al lado de Cate Blanchett, en Escándalo? Ahora, tanto ella como Steve Coogan nos ofrecen en Philomena, una historia que si bien parte de hechos de la crónica, se viste, por momentos, de tonos de fábula. Y que es al mismo tiempo un relato en el que ciertas notas de humor nos salen al cruce a la vuelta de la esquina, dando a un giro a su reconocible fisonomía de melodrama de los años 50, con flash-backs incluidos, que por otra parte despierta a interrogantes de proyección actual. Y la voz de su realizador sigue allí, al gritar con fuerza, al denunciar de manera contundente, la impunidad de la gozan ciertas instituciones.
Dos historias de vida se entrecruzan cuando un periodista desocupado se entera de la historia de una mujer que debió dar en adopción a su hijo cinco décadas atrás y sueña con encontrarlo. Stephen Frears acompaña con su cámara la búsqueda que inician el escritor y la madre por Irlanda primero, y por los Estados Unidos después. Van tras los pasos de un fantasma que acosa a la mujer desde su adolescencia, cuando quedó embarazada tras un fugaz romance y debió entregar a su hijo en adopción a través de las monjas de un convento donde trabajaba como lavandera. El periodista, que se encuentra atravesando una crisis personal de la madurez acentuada por su falta de trabajo, asume a regañadientes la tarea de investigar, junto a la mujer, un pasado que encierra demasiadas incógnitas. El resultado de la experiencia fílmica es altamente positivo. La película le permite a la veterana Judi Dench dar cátedra de actuación, apoyada en un libro excepcional adaptado por el también actor Steve Coogan, que asume el rol del periodista que contó la historia. El valor más alto del filme se revela a través de los dramas que atraviesan a los personajes centrales y una ausencia que gravita sobre ellos como elemento aglutinante. Tanto la mujer que busca a su hijo, como el periodista que rastrea una historia, desnudadan sus carencias a lo largo de un viaje que deben realizar juntos para conjurar los dolores del pasado y tratar de encontrar la verdad que puede aportar un bálsamo a sus vidas. “Philomena” es una de esas películas que quedarán en el recuerdo porque refleja fielmente algunas de las curiosas formas que adoptan el dolor y la esperanza para convertirse en motores de las vidas de las personas.
"Philomena" tiene 4 nominaciones a los próximos premios "Oscars", incluido mejor película y mejor actriz (y bien merecidos si se los lleva). Una gran historia que te va a robar el corazón por completo. Una madre en busca de su hijo durante casi 50 años, y una pareja, totalmente despareja, la de ella y el periodista que la ayuda en su búsqueda. Película con flashbacks (para entender que pasó años atrás) y con un muy buen guión, que seguro te robará tanto una sonrisa, como alguna que otra lagrima. Judi Dench ya sabemos que es increíble, pero en la película se pasa de genial, al igual que Steve Coogan, el periodista, que la acompaña perfectamente. Te repito, un guión totalmente ingenioso, con buena dirección por parte de Frears y un cierre que te va encantar, eso es Philomena... (una de mis pelis favoritas de la próxima entrega de los Oscars)
¡Qué bueno es tener a mano directores comprometidos con su forma de hacer arte y que ese compromiso no sea sólo desde el discurso hablado o escrito; sino plasmado, bien visible en la pantalla! Stephen Frears es uno de ellos. Siempre propone. No le es indiferente (como sucede con hombres convertidos en empleados de los productores) el hecho de estar detrás de una cámara porque desde ese lugar construye un universo tan sólido como coherente. Luego puede gustar o no, pero el cine del inglés oriundo de Leicester nunca pasa desapercibido porque ha recorrido un largo camino dejando varias huellas imborrables como “Ropa limpia, negocios sucios” (1986), “Sammy y Rosie van a la cama” (1987), la joyita de “Ambiciones prohibidas” (1990), o esa farsa sobre la opinión pública llamada “Héroe accidental” (1992). Ni que hablar de “Relaciones peligrosas” (1988) o “Alta fidelidad” (2000). Stephen Frears es de los directores que posan su mirada sobre la sociedad y por carácter transitivo sobre personas. Como si su forma de entender el mundo occidental fuese mirando a través del prisma que ofrece el comportamiento humano a nivel social y, según su circunstancia, para poder así ofrecer su particular visión de la sociedad en la cual vivimos. Difícil encontrar alguna temática sin abordar en su filmografía. Esta vez es la fidelidad, la intolerancia, la rigidez de las instituciones y, por qué no, el cuestionamiento a algunos preceptos religiosos demasiado rígidos u obsoletos. Presentación de los personajes. Martin (Steve Coogan) está con el médico escuchando su consejo. Se lo ve preocupado. Luego vemos algún informe que da cuenta de cómo ha perdido su presencia en la función pública de alto rango. Debe conseguir un trabajo. Tal vez termine el libro que estaba escribiendo, o vuelva al periodismo. Philomena está en la iglesia. Se la ve triste. En un flashbacks rememora hechos ocurridos en Irlanda hace más de cincuenta años: una feria en la cual es seducida por un joven; una manzana mordida cae a los pies de la pareja (simbolismo con el pecado original); en el orfanato de monjas, donde vivía, por tal acción es condenan a que, tiempo después de haber dado a luz a una criatura, su hijo sea entregado en adopción sin su consentimiento. La narración vuelve al presente. Philomena observa una foto y se emociona. Es la foto, en blanco y negro, de un niño que cumpliría 50 años. El realizador, haciendo gala de su astucia, presenta a sus personajes de afuera hacia adentro para que vayamos conociendo de a poco su postura frente a la vida. Utiliza a la hija Kathleen (Charlie Murphy) como nexo. Philomena quiere encontrar a su hijo; Martin necesita una salida a su situación laboral por lo cual debe recurrir, pese a él, a escribir una historia de “interés humano”. “Las historias de interés humano son para gente ignorante y débil de corazón”, dice, y con esas palabras ayuda al director y al espectador a entender por qué estamos en la sala en esta oportunidad. La búsqueda se extenderá fuera de las fronteras, elemento útil para profundizar en la humanidad de cada una de las personas involucradas en la trama. Lentamente, el interés de Martin se vuelve el interés del público en una notable capacidad para amalgamar a ambos. Philomena, el personaje, establece una clara posición frente a lo que le toca vivir durante y después de la búsqueda, mientras que “Philomena”, la película, logra con creces plantar cuatro o cinco preguntas de esas para responder en la mesa del café, sobre todo en cuanto a los sentimientos que quedan a flor de piel frente a la simple capacidad de perdonar.
Basada en hechos reales, Philomena es la historia de una mujer que tras haber recibido una fuerte educación católica fue obligada a dar en adopción a su primogénito. Luego de varios años de silencio y de conservar intacto su secreto, decide comenzar la búsqueda. Sin más que una foto clandestina de hace más de cuatro décadas y un nombre que ya no lo identifica, Philomena (Judy Dench) inicia un agotador derrotero acompañada de Martin (Steve Coogan), un ex periodista político que sin mucho entusiasmo intentará recopilar datos para escribir un artículo de interés social. Con una marcada presencia de los mandamientos religiosos como huella de un pasado disciplinado y estricto, el filme aborda en reiteradas oportunidades la temática del pecado, el perdón y la fe. Grandes temas de debate popular que marcan diferencias entre las personas que no piensan de la misma manera como es el caso de Philomena y Martin. Mientras que ella es ultra católica, él se burla de las imágenes santas y en actitud cuestionadora no puede acceder al concepto de creer sin comprobar. Extrapolando el concepto hacía el terreno del quehacer cinematográfico, el contrapunto entre Philomena y Martin, marca el ritmo de este drama que tiende a la lágrima. philomena-imagen-3 Si bien la historia genera cierto tipo de intriga, el filme se torna un tanto extenso y repetitivo, sobre todo por el exceso de escenas en el auto en donde la dupla protagónica alcanza diálogos de cierta comicidad o emoción, pero que no llegan a clasificar como grandes escenas. No se puede evitar hablar de la calidad actoral de Judy Dench quien, en un papel que le sienta de maravilla, despliega todas sus herramientas para darle vida a un personaje complejo. Philomena recrea el ambiente hostil de una comunidad de monjas irlandesas quienes, en nombre de la palabra del Señor, han causado estragos en la vida de decenas de niñas huérfanas. Encerradas en la cárcel de creer vivir una vida de pecado muchas de esas jóvenes han perdido la vida. Pero también habla de como el destino obliga a cerrar círculos y evitar dejarlos inconclusos. Sin grandes pretensiones pero con muchos lugares comunes, el filme se vuelve, por momentos, demasiado predecible. Por Paula Caffaro redaccion@cineramaplus.com.ar
El cine inglés tiene trayectoria en narrar historias de marcado tinte social con un tinte de agradable humor para descomprimir o bien burlarse de sus propias desgracias. El célebre Mike Leigh es uno de los ejemplos más fuertes con su filmografía plagada de comedias dramáticas en barrios obreros. Dentro de ese “estilo”, Stephen Frears siempre buceo por las ambigüedades, dueño de una carrera ecléctica, podemos hablar de dramas victorinos, films generacionales, biopics de la realeza, y claro, también, alguna película de denuncia sin llegar nunca al fondo de la cuestión. Philomena es el nuevo film de Stephen Frears, por el cual recibió varias nominaciones a los Premios Oscars, inclutendo a Mejor Película, y podríamos decir a primera línea que todos los tópicos de su filmografía están ahí presentes, esta vez en plan “historia de vida”. Basada en un hecho real, Philomena Lee (Judi Dench, magnífica como – casi – siempre) es una mujer que sabe de pelearla, y cómo. Su historia bien podría integrar el panel de testimonios de algún programa “vespertino”, de esos que se dedican a escuchar (¿y solucionar?) dramas personales. Philomena es una enfermera jubilada, realmente entrañable, perteneciente a los barrios obreros, a las clases bajas, pero necesita seguir en pie. Hace cincuenta años tuvo que dar a su hijo en adopción, obligadamente, y de ahí en más su vida está dedicada a encontrarlo. Frears sabe cómo narrar una historia y llegar al alma del espectador, unió a la Philomena de Dench con el personaje de un ex presentador de la BBC que también supo integrar la dirección de comunicaciones de Tony Blair, personaje que también se encuentra atravesando una mala etapa. Que este personaje, Martin Sixsmith, sea interpretado por el simpático Steve Coogan ya nos marca algo. El film nos muestra la búsqueda actual de Philomena, la relación con Sixsmith que se interesa en su historia, y el pasado de la mujer, como una adolescente interna de un colegio de monjas, que quedó embarazada y a la que, básicamente, le quitaron su bebé, o la obligaron a desprenderse de él. Inteligentemente Frears no recarga las tintas, cuando la crudeza de la represión religiosa se pone áspera, intercala una situación amena, para relajarnos. También es cierto que cuenta con un manejo técnico envidiable al que hay que sumarle una banda sonora más que potente a cargo del reconocido Alexander Desplat. Dench y Coogan se encuentran en su juego, juntos o separados sus interpretaciones realzan el film; y como ya se ha dicho, esta calidad interpretativa es acompañada por un armado técnico sobresaliente similar al que Stephen Frears realiza en cada uno de sus films para coronar un todo redondito. Philomena es un film que sabe ser agradable, y sabe ponerse serio cuando lo necesita; talvez pueda reprochársele cierto “paseo” por algunos temas, alguna falta de profundización. Pero estamos frente a un típico producto de temporada de premiaciones, y en ellos, la profundización no es lo acostumbrado.
Philomena, de Stephen Frears, es una historia pequeña, sobre una madre que busca al hijo que dio en adopción, acompañada por un periodista. Se lucen Judi Dench y Steve Coogan, que es también guionista. "Maldito catolicismo", dice el periodista Martin Sixsmith (Steve Coogan) en un pasaje de Philomena, y con ello resume la disputa que hace a la sustancia del filme, un abismo en apariencia insalvable entre el periodismo liberal y sensacionalista que él representa y el conservadurismo ancestral de la religiosidad católica irlandesa, responsable del argumento de la historia (verídica): Philomena Lee, una mujer de tercera edad brillantemente interpretada por Judi Dench, fue obligada a desprenderse de su hijo 50 años antes por las monjas del orfanato al que pertenecía, y ahora necesita encontrarlo. Sixsmith, periodista político recién retirado de la BBC, busca a su vez la historia de su vida en la investigación de Philomena, y por eso la acompaña hasta Estados Unidos para rastrear el paradero de su hijo. La relación entre ellos, claro, oscilará entre la complicidad emocional por un lado, y la especulación y la sospecha por otro: Philomena sabe lo que Sixsmith quiere, pero no puede hacer nada sin su asistencia. Historia pequeña y narrativamente convencional, el filme de Stephen Frears seduce así y todo por lo sigiloso de su trama, ajena a los golpes de efecto o al melodramatismo, esperables en una cinta como esta. Sixsmith es un tanto inescrupuloso y Philomena tiende a la emotividad de cualquier madre en su situación, pero en ningún caso son una caricatura. Además, la cinta despliega subcomentarios como la diferencia entre norteamericanos e ingleses, a veces graciosos y un tanto ingenuos, como cuando Philomena piensa que su hijo radicado en los Estados Unidos puede ser "obeso". Ese candor también es un mérito. Philomena, al fin, trata sobre creencias arraigadas y difícilmente conciliables. El catolicismo acérrimo de Philomena es incomprensible para Sixsmith, que no entiende cómo ella sigue creyendo en Dios y la Iglesia después de que ésta la forzara a desprenderse de su hijo, entre otras maldades que se cuentan después. Pero ella también le marca a él que el periodismo "daña a la gente", y ante eso Sixsmith no tiene respuesta. Sin juzgar ni ponerse a favor de uno u otro, y al mismo tiempo confiando en la humanidad de sus personajes, Philomena ostenta sus propios agradables y agradecibles principios.
Una gran historia de amor y de dolor. Aquí nos metemos una vez más en una historia real, cuenta cuando Philomena Lee (Sophie Kennedy Clark /Judi Dench), en 1952 queda embarazada siendo una adolescente y este es uno de los tantos casos que existen, la familia por vergüenza la aparta, todos envueltos en mentiras, la envían a un convento irlandés, en Roscrea. Nace el niño Anthony, ella cree que va a poder poder criarlo pero no es así, cuando este tiene cuatro años, junto a su amiguita Mary son vendidos a una familia desconocida de Norteamérica y todo indica que nunca lo volverá ver. Pero pasa el tiempo y ella tiene la idea de reencontrarse algún día con su amado hijo, y lo busca a lo largo de cincuenta años. Un día muy angustiada decide contarle a su hija, lo que vivió en su adolescencia, por intermedio de esta un tiempo después conoce al periodista Martin Sixsmith (Steve Coogan, co-guionista de la película) ex agente de la BBC que acaba de perder su trabajo como asesor del Partido Laborista del Reino Unido, quien le ofrece su ayuda y ambos comenzarán una intensa búsqueda. El primer lugar que visitan es el convento de las monjas, quienes intentan ayudarlos pero lamentablemente los registros de las adopciones desaparecieron hace años en un incendio. Ellos van encontrando una serie de dificultades pero a pesar de todo no bajan los brazos y todo resulta más difícil, pero por suerte Martin cuenta con un gran número de contactos en los Estados Unidos y esto será una gran ayuda. Este film dirigido por el inglés Stephen Frears (“Alta fidelidad”; “La Reina”), se encuentra muy bien narrado, es intenso, te emociona, contiene suspenso, llega a sensibilizar el corazón de los espectadores, cuenta una historia que le puede ocurrir a cualquiera y con distintos resultados, va tocando temas sobre: el amor, la culpa, el pecado, el perdón y el sexo. Las locaciones donde se desarrolla son Irlanda y Washington, acompaña una bella banda sonora que va armonizando el relato y contiene una crítica a las monjas del convento irlandés del Sagrado Corazón de Jesús, quedando al descubierto aquellas instituciones que les quitaron a tantas madres sus hijos. Además la cinta cuenta con las excelentes actuaciones de Judi Dench y Steve Coogan, con algunos toques de humor, sin golpes bajos, dan clases de actuación y ellos marcan las diferencias de sus personajes y te hacen sentir cada uno de sus estados de ánimo. Dentro de los créditos finales hay escenas extras muy interesantes. La historia tiene un plus especial: se basa en el libro “The lost child of de Martin Sisxmith”, resulta más atractiva porque se basa en hechos reales, a tal punto que por estos días se supo que la autentica Philomena Lee (80 años) y el actor Steven Coogan fueron recibidos por el Papa Francisco en el Vaticano. Vale recordar que en los premios Óscar de 2013 se encuentra nominada como: Mejor película, Mejor actriz principal, Mejor banda sonora y Mejor guion adaptado, los mismos se darán a conocer el próximo domingo 2 de marzo de 2014.
"EN EL NOMBRE DEL HIJO" (por halbert) Dura historia verídica con una gran Judi Dench y un guión que no elige el golpe bajo. El filme recrea la vida de la irlandesa Philomena Lee, una heroína real cuya adolescencia se vio malograda, siendo enviada pupila a un convento de monjas. Embarazada tras su debut sexual con un jovencito que apenas conocía, su familia la encarcela en un lugar para tener al bebé, donde sufriría los peores momentos de su vida en manos de la congregación de monjas, que no titubeaban en castigarla por su "pecado", en nombre de Dios... La película está ambientada en el 2007; Philomena es una mujer de siete décadas, y junto a Martin Sixsmith, un periodista en crisis que necesita una historia que contar (Steve Coogan), se embarca en una búsqueda que la llevará de nuevo a revivir su pasado. Todos esos recuerdos de la protagonista en el convento son presentados a través de flashbacks que completan la información, describiendo los tormentos de la joven paria 50 años atrás y las vicisitudes que, luego de parir, la separaron de su hijo. El guión de Coogan y Jeff Pope (basado en el libro del verdadero Sixsmith) tiene deparadas un par de sorpresas, alejándose del lugar común y permitiendo el lucimiento de sus dos protagonistas. Siempre que los diálogos se encaminan para provocar lágrimas (ya que lo dramático del tema lo amerita), algún personaje (incluyendo a Philomena) se encarga de hacer una broma o un comentario irónico para no desbarrancar y virar a un estilo de telefilme meloso. Este último trabajo de Stephen Frears ("Relaciones peligrosas", "La reina") se cuela nuevamente en la contienda de los Oscars, recibiendo 4 nominaciones (película, actriz, guión adaptado y música), y está enfocada a un público adulto que podrá deleitarse con una dramática historia de vida.
A 45 años de sus inicios en la realización y a casi 30 de su salto a la fama mediante exitosas y críticamente muy celebradas películas como ROPA LIMPIA, NEGOCIOS SUCIOS; SUSURROS EN TUS OIDOS y LAS RELACIONES PELIGROSAS, Stephen Frearse ha perdido durante la última década mucho del prestigio que solía tener, embarcado en decenas de proyectos poco trascendentes o definitivamente mediocres (MRS. HENDERSON PRESENTA, TAMARA DREWE, CHERI, LAY THE FAVORITE), entremezclados con alguna película que nos hace recordar no sólo de su existencia sino de su talento, como LA REINA o NEGOCIOS ENTRAÑABLES. Por suerte, PHILOMENA se puede contar entre las últimas. Se trata de una película simple y efectiva. Frears nunca fue un estilista visual ni un realizador narrativamente arriesgado. En sus mejores filmes (ALTA FIDELIDAD, AMBICIONES PROHIBIDAS, además de los de la década del ’80), siempre fue un hombre que supo trasladar la compleja humanidad de sus personajes a la pantalla con sutileza, empatía y un toque de realismo emocional (muy inglés) que lo distanciaron siempre de colegas de más ampulosos y llamativos estilos. Siempre fue, además, muy dependiente de contar con muy buenos guiones y/o materiales originales. Sus mejores películas –hagan el esfuerzo de recorrer su carrera–, se basaron siempre en novelas de muy buenos escritores (Hanif Kureishi, Jim Thompson, Roddy Doyle, Nick Hornby) o contaron con grandes guionistas (Alan Bennett, Christopher Hampton, Donald Westlake, Peter Morgan, el propio Kureishi). Y en este caso supo aplicar esos dos talentos para una película pequeña, humana y emotiva que, si bien no sorprenderá a esta altura de su carrera, resulta un efectivo entretenimiento y uno más inteligente y sutil de lo que puede parecer a simple vista. philomena2PHILOMENA se basa en el caso real de Philomena Lee, una mujer que quedó embarazada durante su adolescencia, fue llevada a vivir con unas monjas en Irlanda, tuve su bebé y fue forzada a darlo en adopción (este tipo de casos fue tratado, muy crudamente, en LAS HERMANAS MAGDALENA, dirigida por Peter Mullan). La muy católica Philomena ha pasado 50 años guardando ese secreto hasta que un día se lo confiesa a otra hija suya, quien la convence de investigar qué sucedió con su hijo y, de ser posible, encontrarlo. La hija se cruza con Martin Sixsmith (Steve Coogan, también coguionista del filme), un ex periodista que acaba de ser echado de un trabajo como asesor político y no sabe muy bien qué hacer con su vida. Madre e hija lo convencen de investigar la historia y él, pese a odiar ese tipo de notas periodísticas “de interés humano” termina embarcándose en la tarea, pero más por necesidad de trabajo que por motivación real. Esa tarea los lleva a viajar a los Estados Unidos, en donde transcurre gran parte de esta suerte de “road movie”. Más allá de algunos flashbacks que narran las circunstancias dolorosas que debió atravesar Philomena durante su embarazo y los años de encierro en el convento (el momento de la forzada adopción es particularmente intenso), el filme transcurre durante principios de la década pasada y combina muy bien dos ejes temáticos: la búsqueda específica por el hijo dado en adopción y la relación entre estos dos muy diferentes personajes. Philomena es un señora religiosa y más bien conformista que lee best-sellers, come en cadenas de restaurantes y es tan cordial como cuidadosa en su trato con la gente. Sixsmith es muy diferente: un periodista bastante cínico, irónico (y ateo), que va a buenos restaurantes y suele viajar en Primera Clase, y al que los hábitos, costumbres y gustos de Doña Lee lo fastidian, pero –como necesita su historia– tolera sus comportamientos aunque le den vergüenza. A Lee le fastidian también buena parte de las actitudes de Martin, pero es la clase de persona que trata de no juzgar demasiado a los demás, algo que quedará muy claro cuando avance la trama. philomenaEsta relación puede no salir de lo prototípica en los papeles (y algunas bromas un tanto fáciles van por ese camino), pero está puesta en escena con bastante gracia y discreción. La de Judi Dench es una actuación llamativamente contenida y por eso mismo mucho más lograda, mientras que Coogan se complementa a la perfección con la “Dama”, dándole a la película un toque sorprendentemente liviano en función de los durísimos temas que toca. Ese es parte del mérito de Frears y del guión: lograr llegar al corazón más, digamos, horroroso de la historia sin por eso tirarnos por la cabeza con un drama aleccionador. La “lección”, si se quiere, está ahí, pero se complementa perfectamente con las historias de los personajes y sus relaciones. Philomena y Martin viajan a Estados Unidos y lo que descubren del hijo no lo vamos a adelantar aquí. Lo que se puede decir es que la “investigación” los lleva por caminos y situaciones inesperadas, pero que no se alejan de un fuerte eje central que es la condena a las prácticas de la Iglesia católica en los años ’50, especialmente en su trato con las jóvenes madres solteras, tratadas casi como prisioneras de campos de concentración. Pero Frears va aún más lejos, dando a entender que la Iglesia puede haber cambiado sus formas (más amables, menos severas y oscurantistas), pero que el ocultamiento, la mentira y una buena dosis de crueldad permanecen, en especial en los temas relacionados al sexo. Y que, sobre esos mismo temas, las cosas en los Estados Unidos –al menos en ciertos ámbitos– no funcionan mucho mejor. philomena07Sin alejarse de su eje central, Coogan y Frears hacen algo similar a lo que Sixsmith hace con su artículo periodístico: una “historia de interés humano” hecha por alguien que, de a poco, va entendiendo la dureza de esta historia y aprendiendo a no juzgar tanto ni a sus entrevistados ni a este tipo de relato “para señoras”. Es una película británica que toma ciertas tradiciones del cine hollywoodense en cuanto a su acercamiento más directo a las emociones, como si el choque cultural y de estilos entre los dos países se notara tanto en las locaciones, como en la personalidad de los protagonistas y, más que nada, en el tono del filme. Es una lástima que NEBRASKA no se estrene en la Argentina ya que es una película con muchísimos puntos de contacto temáticos y narrativos con esta, pero con una puesta en escena y un tono casi opuestos. El mérito de que PHILOMENA sea una muy buena película más allá de una historia que daba para una cadena de golpes bajos (algunos hay, pero funcionan bastante bien en el contexto) es del guión y de las actuaciones, sí, pero no hay que dejar de lado el trabajo de Frears, que entendió a la perfección el desafío tonal que presentaba la historia. Si bien alguno puede discutir algunos puntos de la trama (el final, por ejemplo), es claro que Frears se toma el trabajo de presentar ambos puntos de vista como igualmente válidos o, al menos, representativos de la personalidad de sus protagonistas. Da la sensación de que él tiene claro cuál de los dos lo convence más, pero deja que sea el espectador el que tome su decisión.
"Uno de los temas de la película es el debate filosófico religioso, ¿por qué dios permite estas cosas? y por qué se dan ciertas cuestiones. Philomena a pesar de todo lo que sufrió y a pesar de que la mayor crueldad de su vida la recibió en una institución religiosa, sigue siendo una mujer de fe". Escuchá la crítica radial en el reproductor: (hacé click en el link)
Philomena Lee es una mujer cerca del abismo. Reza y cree en Dios como parte de la educación que tuvo cuando era jóven en un convento. pero ese también es su mayor castigo, y es que hace 50 años, en una pequeña aventura de una inocente criatura, nació Anthony, quien le fue arrebatado de las manos por las "mujeres de Dios" para venderlo por una buena cantidad de dinero "para Dios". Ahora, con ayuda de un periodista, inicia la búsqueda de su hijo perdido sin importar lo que encuentre. Quizá no es intención del director Stephen Frears (The Queen), ni tampoco lo fue de Martin Sixsmith, autor del libro (interpretado por Steve Coogan) generar una polémica al rededor de las monjas irlandesas de ese convento. no he leído el libro y no sé hasta que punto entren en esa temática, pero bien podríamos considerar que está a la altura de los curas pederastas en cuanto a obras de los "hombres de Dios". Vender a un niño a costa de su madre solo como "castigo" cuando hablas de un Dios misericordioso sigue siendo una contradicción, y como tal, lo muestran sutilmente en la película sin entrar en más detalles. Pero es un buen debate para abrir. Magistral Judi Dench en su actuación, justificando su nominación, no así la película que, si bien es sentimental y tiene notas bonitas, el hecho de saber el destino del hijo practicamente a la mitad del filme le resta un poco de emoción. Aún así, hora y media de metraje no está tan mal para una pequeña historia de la que hay muchas, llena de sentimientos y buenas actuaciones
El burgués encanto de la discreción Otra película basada en hechos reales (pronta nota sobre esta tendencia) que bien podría haber desbarrancado en otras manos pero que llega a buen puerto gracias a la sobriedad del director y los intérpretes. En particular Judi Dench, cuya actuación es secretamente extraordinaria, sin las exigencias físicas que propician los premios, pero exacta. Su personaje lleva adelante el peso de una trama llena de ingredientes que conviene no revelar, y sus ideas a contramano y a contratiempo terminan llenando de ambigüedad algo que podría haberse agotado en una simple denuncia. Su Philomena es una mujer en apariencia muy simple con una vida muy complicada, que un día se decide a buscar a su hijo, con el que no tuvo contacto en cincuenta años, desde que le fuera arrebatado por una institución religiosa que lo dio en adopción. Para eso se vale de un cínico periodista en decadencia interesado en su historia, interpretado por Steven Coogan (también responsable del guión). Hay algo de fórmula en ese choque de opuestos obligados a convivir, pero prima el talento sobre el lugar común. Stephen Frears es un hábil artesano con una extensa carrera que incluye títulos más arriesgados (los primeros sobre todo) y otros más intrascendentes. Philomena, como el personaje que retrata, se ubica cómodamente en un punto medio. Tiene mucho para decir, pero eso no le hace perder el equilibrio.
Pecados de Juventud: Siempre decimos que la santa Madre Iglesia alguna vez deberá expiar, confesar y hacerse cargo de sus horrendos pecados. La trama argumental de este filme de Stephen Frears (Relaciones peligrosas, Alta Fidelidad, La reina, etc) cuenta el caso real de Philomena Lee, una joven irlandesa que a mediados de los años 50 es obligada a ser desterrada de su familia a un convento por ingrato pago de haber sido madre soltera y joven, y a entregar su bebé a las monjas del convento de Roscrea, quienes luego lo venden -como a tantos otros niños- a acaudalados estadounidenses. Media década más tarde, la mujer hoy ya sexagenaria intentará salir de su negación -se puede llamar también resignación- y buscará a su hijo, ayudada por un periodista tan ateo como cínico, y en su arrogancia la cara opuesta de la mujer. La relación entre estas dos personas tan distintas, tan peculiares, ofrece otra significativa extraña pareja que también quedará imborrable para el cinéfilo y/o el espectador común. Los diálogos a veces medidos, llenos de ternura y con humor -pese a todo-, quedan al decir de la inmensa Judi Dench, que extiende otro papel mayúsculo a su carrera fílmica como la protagonista. Simplemente magistral! En tanto su aliado a cargo de Steve Coogan -coautor del guión también- es magnífico. El filme no llega en ningún momento a ser sensiblero afortunadamente, sino conmovedor, casi una "road-movie" de búsqueda, en la cual no se sabe bien cual será el final. Toda una gran película, honesta y necesaria.
Para hacer esta película menor pero tierna sobre una mujer que da a su hijo en adopción y pasa medio siglo buscándolo es necesario tener a) un director inteligente que no haga lagrimear automáticamente y b) actores inteligentes que manejen la ironía. El film lo dirige Stephen Frears y lo protagonizan Steve Coogan y Judi Dench, con lo cual la historia (triste pero trivial) va por los mejores caminos posibles, los más agradables.
Antes que nada, la película de Stephen Frears puede definirse como un entramado de preguntas y desafíos. Pero no sólo en sí misma, sino también para sus espectadores. Uno de los retos tiene que ver con las expectativas: Philomena es la historia de un no-encuentro y, como consecuencia, es también y como antídoto una comedia, una road movie por necesidad (lo que importa es el viaje) y una historia de personajes o, más bien, de actitudes ante la vida. Pero incluso ante la posibilidad de tomar partido por alguna de esas actitudes, la película es cuidadosa al punto de evitar cualquier tipo de resolución, incluso si eso significa una simple comunión de ideas. Así, Philomena construye sobre un fondo de espectros y abstracciones un entramado de humor y drama cuyo sostén confía casi por completo a la personalidad de su protagonista, acaso también y por momentos ella misma indescifrable. La pregunta que persigue a Martin Sixsmith (Steve Coogan), el periodista que la acompaña, entonces, llega a resonar en toda la película: ¿cuál es y dónde está la historia de Philomena? Aun sabiendo, luego, que la historia está en muchas partes y sobre todo en la personalidad de esa mujer, o en las raíces, la familia, la fe y la religión, la película arrastra un vacío inconmovible. Siempre con el temor de no poder vencer con las dosis de comedia lo triste de su historia, Philomena es un film que expone sin riesgos y con disciplina los hechos en los que se inspira, acaso evadiendo al mismo tiempo la profundidad y la ligereza. Sabemos —y aceptamos— que el cine no siempre nos acaricia, pero también que jamás deja de ofrecer sus ojos para seguir buscando. Quizás esa certeza sea la que nos haga preguntarle tantas cosas a la última película de Frears.
En las décadas del 50 y 60, en Irlanda, centenares de niñas fueron enviadas a conventos y monasterios para quedar al cuidado de monjas. Muchas veces, esas jóvenes sin padres tenían deslices consecuencia de su falta de educación sexual y volvían al convento embarazadas. Naturalmente semejante comportamiento amoral era duramente castigado por las autoridades del convento, y en ocasiones el castigo era demasiado árduo, ya que privaba a las jóvenes madres de volver a ver a sus hijos luego de que fuera adoptados por familias ambos lados del atlántico. Philomena (Judi Dench en una actuación que le valió una nominación al Oscar como mejor actriz) es una de las madres cuyo hijo ha sido alejado de ella a corta edad. Y esta es la historia de cómo con ayuda de un periodista (Steve Coogan, también guionista del film y también nominado al Oscar por mejor guión adaptado) se dispone a encontrarlo a toda costa. Esta premisa basada en hechos reales, que de entrada parece bastante lúgubre, se encuentra completamente amenizada gracias a una sutil dirección por parte de Stephen Frears (director de Alta Fidelidad y La Reina entre otras) y la composición de dos personajes desarrollados con mucha ternura y compasión. Steve Coogan en su rol de periodista escéptico y superado ateo ofrece la contraparte perfecta de una Judi Dench que se convierte en algo así como la "Doña Rosa" Irlandesa que desde sus primeros parlamentos consigue la empatía del espectador. Philomena resume la verídica historia de una mujer adulta traumada por una crianza y religión que desde pequeña le inculcó una culpa que sigue intacta aun tras sufrir casi media década sin ver a su hijo consecuencia del clero que profesa. Creyente o no, aquel que tenga la oportunidad de ver esta película (una de las 9 nominadas al Oscar como mejor película de este año) disfrutará más allá del humor un mensaje que se puede interpretar como la capacidad de una buena católica de perdonar al prójimo o la traición de una institución religiosa que en cierta época conspiró contra el bienestar de sus propios adeptos por intereses mundanos y para nada espirituales.
Una trama de mentiras no tan piadosas “Philomena” está basada en un caso real que ocurrió en Irlanda, a mediados del siglo pasado. Es la historia de una mujer que durante su adolescencia quedó embarazada como producto de una relación ocasional y por ese motivo, el padre (viudo) la internó en un orfanato para niñas regenteado por monjas. Philomena (Judi Dench) tuvo su hijo en cautiverio, al que crió hasta los tres años de edad, y luego fue dado en adopción, contrariando los deseos de su madre. Pero al parecer, ése era el destino prefijado para los hijos de madres solteras, las que iban a ocultar su vergüenza en este tipo de instituciones, y debían pagar con trabajo y reclusión la culpa de haber cedido a los placeres de la carne, el pecado de no haber sabido mantenerse castas y con ello, ofender a Dios y convertirse en el oprobio de sus familias. Ésa era la perspectiva católica que imperaba en Irlanda por esa época. La cuestión es que la protagonista de esta historia guardó el secreto durante cincuenta años. El relato comienza cuando, siendo una mujer mayor, decide revelarle el asunto a una de sus hijas (se supone que se casó, tuvo hijos y aparentemente, ha enviudado), quien la insta a averiguar qué fue de aquel niño. Por esas casualidades de la vida, la hija de Philomena conoce al periodista Martin Sixsmith (Steve Coogan) y le propone investigar el caso y darlo a conocer a la opinión pública. Martin ha sido despedido recientemente de su empleo en la BBC News y si bien en un principio se niega a aceptar la propuesta (su especialidad es el periodismo político internacional), finalmente asiente y con los escasos datos que le proporciona Philomena, comienza su tarea investigativa. El primer paso es solicitar una entrevista con las actuales autoridades del convento, quienes le aseguran que toda la documentación desapareció en un incendio, y de paso le recuerdan a la mujer que en su oportunidad firmó un papel en el que decía renunciar a todo derecho de reclamo por su hijo nacido en el orfanato. A partir de esta primera frustración, comienza una suerte de periplo en el que el periodista y la mujer atraviesan por diversas instancias, al tiempo que se van conociendo. Él es un hombre de mediana edad, que se confiesa ateo, y es cultor de un estilo bastante irónico, a veces cínico, y se muestra escéptico y desencantado. Ella es una mujer sencilla, lectora de best-sellers, consumidora de series televisivas, y evidencia una gran fortaleza para soportar el dolor y el fracaso sin por ello convertirse en una resentida llena de odio. Philomena es consciente de sus derechos, pero también sabe que el mundo en el que creció tenía sus reglas y a ella no le tocó estar en una situación favorable. Finalmente, gracias a los contactos y las habilidades de Martin, y con un poco de ayuda del azar, descubren que el niño fue adoptado por una familia estadounidense y deciden viajar al país americano a seguir las pesquisas. Allá, logran avanzar bastante en la investigación, aun cuando deben sortear varias dificultades, hasta que consiguen desentrañar todos los vericuetos de la vida del hijo perdido. El caso abunda en detalles interesantes y es representativo de cómo determinados factores históricos y culturales pueden llegar a marcar las vidas de las personas de manera imborrable y hasta trágica. La sexualidad humana El film dirigido por Stephen Frears tiene el tono del cine de denuncia social, en el cual se muestra el sufrimiento de una madre, tanto físico como moral y espiritual, por haber sido obligada a separarse de su hijo, primero, y luego, por habérsele obstaculizado el reencuentro con él. La crítica fundamental está dirigida a la rigidez de la Iglesia Católica irlandesa. Pero el tema central, en realidad, es la siempre conflictiva temática de la sexualidad humana y sus múltiples implicancias para la vida de las personas, según las circunstancias históricas que les toquen vivir. Philomena es conmovedora, al menos, según la versión de Frears, quien confió el papel a la gran actriz británica Judi Dench, cuya interpretación moviliza las fibras más sensibles del espectador, que no puede sino sentirse identificado con ella, sobre todo cuando debe contraponer su interés a la rígida oposición del sistema, representado por una monja que raya en la crueldad recalcitrante. Y si bien se trata de una historia triste, el relato no resulta agobiante, transmite una calidez muy humana y se resuelve de una manera que permite una suerte de reconciliación sanadora.
El don del perdón "Philomena" fue otra de las películas que logró varias candidaturas para los premios Oscar 2014 aunque finalmente no se quedó con ninguna estatuilla. Su nominación como Mejor Película del Año fue un tanto sorpresiva y para algunos (me incluyo) un tanto injusta. "Philomena" es un muy buen film del director inglés Stephen Frears ("La reina", "Alta fidelidad"), pero creo que hubo otras películas del 2013 que la superan y merecían estar en su lugar. Algunas de ellas son "Antes de la medianoche" de Richard Linklater, "Mud" de Jeff Nichols y "Balada de un hombre común" de los hermanos Coen. En esta película de Frears, se toma un tema polémico como fue la venta de niños por una orden que formaba parte de la iglesia católica en Irlanda y cómo una mujer, con la ayuda de un periodista bien particular, logra luego de muchos años saber qué fue de la vida de su hijo. El ritmo del film es bien británico aunque con un toque de liviandad que la hace más "mainstream" que la mayoría de sus pares. La principal fortaleza está en la interpretación de su dupla protagonista, con una Judi Dench ("Casino Royale", "Notes on a Scandal") fantástica y muy convincente y un Steve Coogan ("Tropic Thunder", "Alan Partridge") que se pone más serio y pasa a jugar en las grandes ligas, ganándose un lugarcito en lo más alto de la creme inglesa. Lo más flojo se podría decir que tiene que ver con la frialdad del abordaje, sin muchos momentos que realmente hagan sentir al espectador lo que sus protagonistas están viviendo. He leído que muchos críticos hacen alusión a la emotividad a la que supuestamente apela la película, pero yo no sentí esto y de hecho la percibí un tanto distante con el público, como muy ensimismada en su arrogancia. Es un film que se disfruta y que está filmado con mucho profesionalismo, que pone en pantalla un tema polémico y sabe conjugarlo en clave de drama y también de comedia. No creo que sea un producto fundamental, pero entretiene y hace reflexionar sobre algunas cuestiones de la vida, cuestiones importantes como el perdón a los otros y hacia uno mismo.
Monjas sádicas y falsos pecadores Stephen Frears es lo que podría llamarse un director multifacético, o quizás inquieto. Sus películas (La Reina, Alta Fidelidad) abarcan todo tipo de temáticas, y toman como base hechos reales, libros de ficción o fantasía. Salta de la comedia al drama de una manera inverosímil, como un experto malabarista. Y en Philomena -nominada al Oscar como mejor Película- logra crear un mix perfecto entre humor y tragedia, y lleva a la pantalla grande una de las historias más desgarradoras de los últimos tiempos. "Te perdono porque no quiero permanecer enojada". Philomena Lee es una anciana irlandesa y una católica devota, que, luego de 50 años, decide buscar a su hijo del que fue despojada por un grupo de monjas cuando era apenas una adolescente. Para ello, cuenta con la ayuda de Martin Sixmith, un periodista caído en desgracia que decide cambiar de rumbo y trabajar en una "historia de interés humano". Las investigaciones de esta extraña pareja los llevan al tétrico convento donde Philomena pasó su juventud trabajando casi como una esclava –para pagarle a las Hermanas por "el favor" de haberla acogido- y a Estados Unidos, en una constante travesía en búsqueda de su hijo perdido. El film está basado en la historia real relatada en el libro del propio Sixmith, "The Lost Child of Philomena Lee". Judi Dench interpreta a la actriz principal, y logra un personaje tierno y maravilloso, que dista mucho de sus usuales papeles de mujer dominante y matriarcal como M en James Bond. En Philomena, Dench muestra un costado vulnerable que no había dejado ver antes, de una anciana torturada, por su pasado y por la culpa impuesta por la Iglesia católica por su "pecado", que es descripto por una monja como "incontinencia carnal", por haberse quedado embarazada sin estar casada. El cómico británico Steve Coogan –quien adaptó el libro para la película- interpreta al ateo y cínico Sixmith que contrasta radicalmente con el personaje de Dench, creyente y con una sólida base moral y predisposición para el perdón, lo que Sixmith –y cualquiera que vaya a ver el film- no puede llegar a comprender, luego de enterarse de las atrocidades de las que fue víctima, como la venta de su hijo a una pareja estadounidense por parte del convento en donde se encontraba. Pero uno de los temas más importantes del film es el perdón. Philomena no busca venganza por lo que sufrió, sino la verdad y la redención a través de una fe inquebrantable, que provee un leve equilibrio a una película que es una clara crítica a la opresión y el dogma estricto e hipócrita de Iglesia católica del siglo XX.