Arranco aclarando que soy un gran admirador del genial Woody Allen. En su mejor época, ha escrito/dirigido excelentes films, tanto dramas ("Manhattan", "Hannah and her Sisters", "Crimes and Misdemeanors", "Husbands and Wives") como comedias ("Annie Hall", "The Purple Rose of Cairo", "Manhattan Murder Mistery"). Pero en los últimos quince años, su carrera ha sido muy despareja, con trabajos buenos ("Mighty Aphrodite", "Sweet and Lowdown", "Match Point", "Vicky Cristina Barcelona") y trabajos malos ("Anything Else", "Melinda and Melinda", "Scoop", "Cassandra`s Dream"), por lo que su nombre ya no es necesariamente sinónimo de una buena película. "Whatever Works" es sin duda uno de sus proyectos más flojos. El primer problema es Larry David. David es el co-creador de "Seinfeld" y actualmente escribe/actúa en la excelente serie "Curb your Enthusiasm", en donde todas las escenas son improvisadas y no existe un guión que seguir. En este formato, no hay mejor que él. El tema es que Larry David no es actor y en esta película se nota mucho, sus diálogos son forzados y sus escenas mal actuadas. El personaje que le toca es el típico neurótico de las películas del director, que hasta algunos años atrás solía interpretar el propio Woody Allen. Queda claro que ya está viejo para seguir haciendo este papel, pero el reemplazo que eligió es un gran error. Evan Rachel Wood está bien, quizás un poco exagerada por momentos. El otro problema es que es una comedia cero divertida. Los típicos diálogos de Allen no funcionan y el final redondito no me cerró. Encima ese tema de hablarle a la cámara, ¿para qué? Le pongo Regular porque es Woody, sino sería Mala. Por suerte, tengo sus clásicos para seguir disfrutando.
Si sos un gran seguidor de las películas de este director, esta nueva entrega no te va a sorprender mucho, pero no se puede negar que la historia es entretenida y divertida manteniendo al espectador atento de principio al fin. Y si nunca...
LO VIEJO ES LO NUEVO Al volver a un guión escrito en 1977, Woody Allen vuelve a ser él mismo a través no sólo de su personaje protagónico, interpretado por Larry David, sino también, de sus temas favoritos, sus motivos visuales y, por último pero no menos importante, a través de un manejo de la comedia que lo devuelve a su mejor forma. Woody Allen se ha convertido, sobre todo en la última década, en un gran malentendido. Su cine, seguido con pasión y admiración por varias generaciones, ha dejado de cosechar nuevos adeptos y ha comenzado a envejecer junto con esas mismas generaciones que lo tenían como un importante referente artístico. Para complicar aún más este panorama poco auspicioso, la única película de este período que ha logrado cierta repercusión y aprobación por parte del público y de la crítica ha sido no sólo una de las más mediocres de su cine, sino también la que sin lugar a dudas menos lo representa. Así, Match Point, caracterizada por su excesiva solemnidad y su ausencia de originalidad, ha conseguido, a pesar de lo anteriormente dicho, ser considerada como la gran película de Woody Allen de los últimos años. Aquello por lo cual Allen trabajó desde el año 1969, cuando dirigió su primer largometraje de ficción: Robo, huyó y lo pescaron, es desmentido por completo en Match Point, ya que no sólo es un film que carece de cualquier viso de sentido del humor, sino que además intenta por todos los medios anunciarse como una película que debe necesariamente ser tomada en serio. En los tiempos que corren –aunque para ser sinceros, antes también- anunciarse como una obra importante da más prestigio que serlo. Un abismo separa Crímenes y pecados –su última obra maestra, según se ha establecido de forma unánime- de Match Point, un abismo que sin embargo Allen no duda en intentar franquear al conectar uno de sus temas favoritos y de sus obsesiones recurrentes: “Crimen y castigo”. Pero eso que antes Allen podía sugerir, ahora lo hace explícito: en Match Point el protagonista lee la gran obra de Tolstoi: “Crimen y castigo”. Como si Allen ya no pudiera confiar en que el espectador pueda descubrir los temas por sí mismo. Woody Allen había logrado convencer a un público reacio al humor de que la comedia era una forma artística importante, que no sólo se la podía combinar con el drama, sino que además en estado puro era capaz de otorgar la complejidad y la profundidad necesarias. Sin embargo, siempre estuvo claro que ese público al que Woody Allen atraía a la comedia era un tipo de público que subestimaba el género, y que sólo podía aceptarlo si llevaba su firma, por el universo intelectual plagado de referencias a grandes cineastas y escritores a los que hacía permanente referencia dentro de sus films. En estos años desdibujados, el realizador se descuidó y aquel público al que había convencido del prestigio de la comedia, ya no la acepta. Poco a poco sus nuevas comedias fueron perdiendo timing y eso derivó en que el público fuera perdiendo interés. Que la cosa funcione, su nueva película, es entonces una gran prueba de fuego pues tiene su origen en el 1977, cuando Allen escribió el guión para Zero Mostel (el protagonista de Los productores, de Mel Brooks, la versión original) quien trabajó junto a Woody Allen en El testaferro (The Front, 1976), película dirigida por Martin Ritt. En esa época surgió esta idea que recién ahora, y debido a la amenaza de una huelga de actores, Allen desempolvó para no dejar de producir su cuota anual. No es la primera vez que Allen retoma un guión de antaño. Cuando hizo Un misterioso asesinato en Manhattan (1993) tomó la trama policial que había desechado de Annie Hall (1977) y la convirtió en una película en sí misma, convocó a la protagonista de aquel film: Diane Keaton, y salió al cruce en uno de los momentos más complicados de su carrera. Tanto en esa ocasión como en ésta, Woody Allen sale más que airoso. Sin duda, 1977 era una época de una desbordante creatividad para el director y guionista; Que la cosa funcione lo demuestra a las claras. El personaje, que el público enseguida asociará con el propio Allen, está interpretado por Larry David (uno de los creadores de la serie “Seinfield”), un actor mucho más parecido físicamente al director de lo que era Zero Mostel. La ambigüedad se reduce, el espectador nuevamente va sobre terreno seguro. Asimismo se repiten dos obsesiones de Woody Allen: la relación hombre mayor - mujer joven y el vínculo entre un hombre intelectual y una mujer tonta (no recuerdo muchos ejemplos de lo contrario, de hecho no recuerdo ninguno en el cine de Allen). Cuando la vida privada de Allen se volvió pública por un escándalo, Allen perdió para siempre la confianza absoluta que los espectadores –como si fueran fans de una estrella de rock adolescente- habían depositado en él como abanderado de sus sueños, ambiciones y angustias. Allen no se recuperó más, y aunque la relación hombre mayor - mujer joven ya existía, incluso con una menor, desde Manhattan (1979), Allen fue juzgado cada vez que este tema volvía a surgir luego de su separación de Mia Farrow. Sin embargo, nada falla en esta nueva película del viejo Woody Allen. Su recurso de comedia, de hablar a cámara -muy al uso del comienzo de Annie Hall-, y su humor al estilo La rosa púrpura del Cairo, de plantear una interacción entre la pantalla y los espectadores, acá tienen el respaldo de un guión sólido, lleno de ideas, con situaciones realmente cómicas donde Woody Allen logra, como en sus mejores films, balancear comedia y tragedia a lo largo de una trama que muestra la elasticidad del corazón humano. Si la cosa funciona parece demostrar que hay espectadores que ya no siguen a Woody Allen, que ya no lo respetan ni lo quieren ni lo admiran. Que luego de haber logrado entrar en la comedia han desandado ese camino para sólo aferrarse al cine solemne y sin riesgo que Allen entregó en Match Point. Si la cosa funciona es la película más auténticamente “Allen” que Woody Allen haya hecho en muchos años. Su guión, potente y efectivo, lleno de material rico y apasionado como hacía mucho no veíamos en su cine, es la muestra de que el realizador ya no sólo no tiene admiradores nuevos, sino que ha perdido a muchos de aquellos que decían admirar su cine. Que la cosa funcionees una comedia tragicómica que muestra el lado más luminoso de un director que, a pesar de todo, se conmueve con la comedia humana. Cercano a las comedias de Shakespeare y no a sus tragedias, Allen muestra la circulación de los afectos, los cambios de rumbo de las personas y la idea de que la vida aun es capaz de sorprendernos. Resulta irónico que Woody Allen hoy sea rechazado por ser él mismo y que, los que admiramos mucho su nuevo film, veamos como algo nuevo aquello que estaba escrito hace más de treinta años. Pero así es esta etapa del cine de Woody Allen, donde lo que parece nuevo es en realidad lo viejo.
Woody Allen nos acompañó -aunque sea con altibajos- a muchos que supimos seguir a sus películas, que se convirtieron en interlocutoras ideales de un mundo reconocible, estable y hasta familiar. Eso ocurrió por lo menos desde 1977 y hasta 1998 con Annie Hall como inauguradora de un patrón autoral reconocible durante dos décadas. El corte es y no es arbitrario: Annie Hall inaugura un artificio imposible, un imaginario inexistente, pero confortable. Es poco feliz o perezoso hacer un inventario de ese imaginario, pero -nos guste o no- es una marca reconocible donde el existencialismo es el eje que organiza la ética del universo Allen. Con Los secretos de Harry ese imaginario pareció estallar por los aires, cerrándose sobre el propio mundo: todo lo que supo ser encantador ahí se convertía en material corrosivo y celebración narcisista, por lo que la sensación era de despedida, de testamento: no more Mr. nice guy. Desde Celebrity en adelante, la filmografía de Allen no sólo se volvió reiterativa (Ladrones de medio pelo, La maldición del escorpión de Jade, La mirada de los otros, Scoop) y/o solemne (de Match Point a El sueño de Cassandra) sino que pareció abandonar cualquier tipo de reflexión sobre la propia obra, ya que la originalidad no sería el elemento que fuera a primar. Pues bien: Que "la cosa" funcione no es original, no es nueva, es teatral, es impostada, está repleta de personajes estereotipados, pero, sorprendentemente, el artificio vuelve a funcionar placenteramente como no lo hacía desde hacía más de una década, quizás en parte porque lo anacrónico de su ejercicio se deba a que el guión es de 1978 y apenas fue retocado en el presente. Pero… ¿por qué funciona la cosa? Porque aunque todo lo que sucede en ella está visto, Allen vuelve, a lo más interesante de Annie Hall, de Manhattan, de Broadway Danny Rose, de Hannah y sus hermanas y de Crímenes y pecados: misoginia, azar, existencialismo, placeres cotidianos como salvación, el matrimonio como mentira, la conciencia de la propia obra y el lugar ocupado como artista como el último refugio. Allen lo hace con crueldad, con sarcasmo y narcisismo. Muestra un mundo cerrado y muerto, por eso la película, si bien es una visita a un greatest hits museificado, no deja de ser disfrutable: el ejercicio de su anacronía nostálgica dice mucho más sobre la obra del director y la idea (presente) del lugar de sus películas que muchas otras incursiones y aggiornamientos para el nuevo público que lo descubrió desde Match Point. Uno puede discutir una y mil veces con las bajadas de línea de Allen, puede darse cuenta de que sus personajes son marionetas, puede resultarle un ejercicio autoindulgente, lo que es innegable aquí es la identidad, ese lugar seguro al que se va a morir cuando todo se desvanece en el aire.
La cosa sigue funcionando Woody Allen fue quien renovó a la comedia norteamericana, que con su tinte intelectual entre la cinefilia, lo cultural y artístico. A través de guiones brillantes, hizo de sus personajes entes profundos e interesantes dispuestos a desarrollar relaciones excéntricas dentro de universos desequilibrados. Después de dos años, se estrena la postergada Que la “cosa” funcione, film anterior a Conocerás al hombre de tus sueños que había sido exhibida hace tres meses en Argentina; esta anteúltima obra de Allen (aunque pronto se presentará en el festival de Cannes Midnight in Paris) no esta a la altura de sus mejores comedias, pero sí es una de las mejores del realizador en los últimos diez años. Que la “cosa” funcione cuenta la historia de Boris (Larry David) un hombre mayor, antipático y creído que le dará cobijo a Melody (Evan Rachel Wood), una ingenua joven que se había escapado de la casa de sus padres y de la cual se terminará enamorando. Los inconvenientes surgirán cuando aparezcan John y Marietta (Ed Begley y Patricia Clarkson), los padres de ella, quienes peleados entre sí reprobaran la relación que mantiene su hija. Como en todos los films de Allen, los diversos personajes se inmiscuirán en diversos y alocados enredos amorosos, los cuales sostendrán una inteligente y entretenida trama en torno a ciertas relaciones humanas y las clásicas discusiones existenciales, sexuales y artísticas que mantienen. Pero todo el film gira entorno a la gran actuación de David, creador de Seinfeld, quién en este caso cumple la función de reemplazar al típico personaje de Woody: el excéntrico y temeroso neoyorquino, que entre sus problemas hipocondríacos, sus ataques de pánico y odio a la humanidad cumplirá la función cómica planteada en el guión como lo supo hacer el mejor Allen en films como Annie Hall, Manhattan o Los secretos de Harry. Ya desde el comienzo se puede ver la profundidad de Boris, quién le relata su historia a los espectadores, Allen hace un gran trabajo con el recurso de mirar a cámara, dónde el personaje ficticio le da pie a su relato directamente a los receptores que se encuentran viendo la película. Que la “cosa” funcione es una obra de un ritmo llevadero, que entre inteligentes diálogos cómicos y situaciones disparatadas dejan al regreso de Allen a filmar en la ciudad de Nueva York, una atractiva comedia en dónde resalta la gran actuación de David entre los clásicos acordes de jazz y las sinfonías de Ludwig van Beethoven que acostumbra el director.
Regreso a las fuentes El director Woody Allen regresa a Manhattan para contar una historia que, una vez más, espía sus propias obsesiones a través del personaje principal, Boris Yellnikoff (Larry David, el creador de la serie Seinfeld), un misántropo malhumorado. Que la cosa funcione es anterior a Conocéras al hombre de tus sueños (estrenada recientemente en Argentina). pero mantiene puntos de contacto con ésta al revisar la relación que nace entre un hombre mayor y una joven inexperta del sur (Eva Rachel Wood) que llega a Manhattan para empezar una nueva vida. Boris tiene una visión trágica de la existencia humana, inicia una relación particular con la muchacha y enfrenta a los padres (Ed Begely y Patricia Clarkson) que descubren el paradero de su hija y se enteran de la situación. Allen arremete con situaciones humorísticas que no tienen desperdicio, hace que su personaje principal rompa la ficción (habla con el espectador mirando a cámara) y lanza sus bromas sobre la sexualidad y las relaciones humanas en todas sus formas, tópicos habituales y obsesiones presentes en todos sus trabajos. Para algunos es más de lo mismo, pero el cineasta saca provecho de cada escena y abre el abanico afectivo de sus criaturas hacia nuevos rumbos (la madre que se transforma en una libertina y convive con dos hombres). En Que la cosa funcione la desgracia de muchos se transforma en la gracia de otros. El comienzo verborrágico que se plantea entre un grupo de amigos; la irrupción de un joven carilindo que se acerca a su presa; el contraste permanente entre lo moderno y lo clásico durante la convivencia, son sólo algunos de los hallazgos que plantea el film. Larry David es el intérprete ideal para llevar adelante el relato y está muy bien respaldado por todo el elenco.
Pequeñas nuevas obsesiones Volvía Woody Allen a Nueva York con Que la cosa funcione (Whatever Works, 2009) y no fueron pocas las voces que aseguraron su adiós definitivo a Europa. Sin embargo, y más allá de que este mismo año estrene Medianoche en París (Midnight in Paris, 2011), las claves de este puntual regreso nos las da la propia película. Y es que, a la vista de las imágenes del film, se diría que Allen está de vuelta para ajustar cuentas con la administración Bush, la derecha más recalcitrante y los fanatismos religiosos. Y lo cierto es que, aunque la postura del director no es ni original ni objetiva; más allá de que nos deje algún detalle poco sutil (la figura en primer plano del muñeco de cera de George W. Bush) o que en alguna reflexión a la cinta le falte profundidad y se quede en las meras ganas de polemizar (en especial acerca de los matrimonios no convencionales), ésta funciona. Para ello, el director americano vuelve a cargar el peso de la trama sobre un personaje que trabaja como su álter ego: Boris es un neoyorquino para el cual, el sexo, la inestabilidad en las relaciones de pareja, la suerte o la muerte se presentan una vez más como la tierra sobre la que abonar sus grandes dudas existenciales. Sin embargo, esta vez, a parte de las citadas obsesiones, el protagonista adolece de una misantropía muy marcada que comulga con el tono general (bastante destroyer) del film y que, si tenemos en cuenta los tintes políticos de la misma, puede hacernos imaginar porqué el autor ha decidido colocarse detrás de la cámara para dejar su sitio al guionista Larry David (Seinfield, 1989-1998) en el papel de actor principal. La política, pues, se torna más material que nunca en la obra del norteamericano en este nuevo trabajo para erigirse finalmente como una marcada disonancia dentro de su filmografía. Sin embargo no es la única en la cinta. Si atendemos a la condición social de Boris, veremos que no pertenece a la clase media alta a la que suelen estar vinculados los “Sujetos Allen”. Parece que el autor quisiera hacer un guiño a la América más desfavorecida, pero todo ello resulta postizo. Y es lógico: el neoyorquino es un hombre en cuya obra las grandes metas siempre han tenido que ver con el éxito. Su pensamiento, paradójicamente, tiene que ver más con la posición social que adquiere finalmente Melody, el personaje interpretado por Evan Rachel Wood (El luchador, 2009), que con la de su álter ego. Y, quizás por ello, el happy end de la cinta, a pesar de sus buenas intenciones y su capacidad para conmover por la actualidad de su reflexión, surge ciertamente forzado, simple y moralista. A pesar de todo, las susodichas cavilaciones políticas y actuales, esas que parecen haberle obligado al autor a volver a Nueva York, asoman como los asuntos más enjundiosos y originales de un film que se pierde en ocasiones en las sobadas pasiones de uno de esos guiones que parecen salirle casi sin querer, pero en el que se echa de menos la alegría de sus primeros años. No obstante, el paso del tiempo también nos revela una madurez en el cineasta a la hora de filmar los interiores y los exteriores neoyorquinos, alejados, por fin, de la belleza de postal tan habitual de sus primeros trabajos. Y es precisamente en esos espacios donde la obra nos regala algunos momentos de emoción genuina, como, por ejemplo, la secuencia en la que Melody sale por la noche con unos amigos y Boris se encuentra solo en su casa donde, en el silencio, parece descubrir la necesidad humana de la relación. Son estas escenas (junto con las nuevas obsesiones antes esbozadas) lo más relevante de un film, a priori, destinado al consumo rápido del fan.
Que la cosa funcione es una historia que Woody Allen escribió a comienzos de los años ´70 pero nunca llegó a filmar. Hace unos años decidió revisarla otra vez y finalmente concretó este viejo proyecto que marca su regreso a Nueva York, luego de filmar sus últimas cuatro películas en Europa. En esta ocasión el director eligió al comediante Larry David, como su alter ego, para interpretar a un científico pesimista que prácticamente odia a la raza humana. David además de haber sido uno de los creadores de Seinfeld, fue la principal influencia en esa serie del personaje de George Constanza, interpretado por Jason Alexander, que por momentos esta película trae al recuerdo. Su personaje, Boris Yellnikoff, es un ser absolutamente desagradable e insoportable, que vive quejándose de todo, como él mismo lo reconoce en ese excelente monólogo inicial, donde David le habla a los espectadores al mejor estilo Alfie. Un recurso que Allen ya había utilizado en Annie Hall y que probablemente es la escena más graciosa de este estreno. Comparado con los trabajos recientes que hizo el cineasta como Match Point y El sueño de Cassandra, Que la cosa funcione es un film menor y olvidable, donde Woody acudió una vez más a su clásico personaje neurótico, esta vez interpretado por otro actor, para reciclar temáticas y situaciones que ya vimos en filmes anteriores de él, con las particularidad que en esta ocasión los chistes son realmente malos. Lo más rescatable del film es el trabajo que presentan Patricia Clarkson y Evan Rachell Wood, quienes son las que más se destacan en el elenco con muy buenas interpretaciones y logran sacarte una sonrisa en un par de escenas. Larry David repite la misma clase de personaje detestables por la que se hizo conocido con Seinfeld y la serie de HBO, Curb Your Enthusiasm. La película no es mala, pero la historia de Allen es pobre. En un artista que cuenta con el récord de nominaciones al Oscar por mejor guión (14 exactamente) cuando la trama no es buena las falencias sobresalen con mayor fuerza. Sólo para fans acérrimos de Allen.
Narciso (y esto Woody Allen, famoso por su inacabable psicoanálisis fílmico, debería saberlo) muere ahogado por intentar besar su propio reflejo en el agua, por estar enamorado de sí mismo. Y el cine de Woody Allen, al menos en los últimos años, se ahoga por auto reivindicarse una y otra y otra vez; hablando sobre sí mismo, sobre su constante personaje hipocondríaco, anti-social, frustrado, que ya conocemos de memoria, recluido en esa isla personal llamada Manhattan, que, por más que hace rato que se tomó unas vacaciones fílmicas en distintas partes de Europa como Inglaterra (Matchpoint, Cassandra´s Dream, Scoop) y España (Vicky, Cristina, Barcelona, Conocerás al hombre de Tus Sueños); sin embargo, vuelve una vez más a Nueva York y, quizás a modo de saludo formal, presenta esta nueva versión de la interminable saga acerca de su inmortal personaje neoyorkino, comparable, quizás, a la del legendario Charlot. Y así, aunque se ahoga, paradójicamente, también respira. Confieso que, quizás, con mi propia mención de Chaplin a cuestas, es posible que me resulte un tanto irritante ver las interminables secuelas de Allen por hacerlo en una perspectiva fríamente presente. Probablemente en unos años toda la filmografía de Allen sobre Manhattan, con sus infaltables constantes a cuestas, resulte en gran medida memorable e interesante. Con lo cual, a Woody Allen, por sólo ser Woody Allen, se le perdona hablar sobre Woody Allen una y otra vez. Es una suerte de Narciso que consiguió la forma de besarse a sí mismo sin ahogarse. Eso es justamente, una de las armas más potenciales del cine. Permite dirigir batallas y a su vez, participar en ellas. En fin. La historia gira en torno a Boris, o, básicamente, Larry David (Curb Your Entusiasm, Seinfeld) haciendo de Woody Allen, un hombre que viene con todo el conocido paquete allenesco incluido: hipocondría, soberbia, terquedad, misantropía, etc. Boris, un premio Nobel de mecánica cuántica frustrado, se “exilió” en un departamentito neoyorkino, con el único oficio de dar unas pobres clases de ajedrez a niños en el parque, tras un intento fallido de suicidio; a raíz de una depresión causada por descubrir que el universo llegaría a su fin y, por ende, su vida también. El giro, más allenesco imposible, viene dado cuando la (cada día más) hermosísima Evan Rachel Wood aparece literalmente en la puerta de su departamento pidiendo cobijo tras escaparse de su pueblerina casa en alguno de esos condados yankis. Y todo se complica aun más cuando, luego de que ambos entablen una relación amorosa, aparezcan el padre y la madre, ambos con sus propios mambos amorosos, sexuales y morales. La película, se sostiene en base a los inmortales chistes rápidos de su autor (y encima en manos de un experto como David), enredos de personajes, cambios rotundos en ellos que buscan marcar la influencia cultural del contexto, la sexualidad con sus constantes y variantes, las reflexiones cómicas sobre la edad, la muerte, el amor y demás; entretiene, hace reír en muchas escenas, hace pasar un rato agradable. Que "La Cosa" Funcione es análoga a un recital de Rolling Stones, donde, a pesar de las décadas de tocar los mismos viejos temas de siempre; aún resulta agradable volver a verla, sumado al hecho de que cada vez que se da el recital o la película, la máquina aparece tan aceitada como siempre, experta en hacerle pasar un buen rato a la audiencia. Whatever works...
La felicidad es individual Dentro de la carrera reciente de Woody Allen Que la Cosa Funcione (Whatever Works, 2009) se destaca por reunir dos características que pueden ser consideradas tanto centrales como nimias según las inquietudes del observador: por un lado hablamos del regreso del cineasta a su amada New York luego del periplo europeo de Match Point (2005), Scoop (2006), El Sueño de Cassandra (Cassandra´s Dream, 2007) y Vicky Cristina Barcelona (2008); por el otro debemos señalar que la propuesta está basada en un guión escrito originalmente en la década del ´70 para Zero Mostel y abandonado después de su muerte. A todos estos avatares hay que sumar el hecho de que en Argentina Conocerás al Hombre de tus Sueños (You Will Meet a Tall Dark Stranger, 2010) se estrenó primero cuando en realidad es un proyecto posterior en orden cronológico. La explicación de la demora se amalgama con los rasgos subrayados y fundamentalmente pasa por la ausencia de estrellas hollywoodenses de peso y por ser el film menos interesante del pasado lustro, dicho esto por supuesto teniendo en cuenta el siempre altísimo nivel de calidad del director. Hoy estamos frente a una comedia romántica existencialista marcada por un tono muy lúdico. En esta oportunidad la trama hace eje en la singular relación de Boris Yellnikoff (Larry David), un misántropo y ególatra que estuvo a punto de ser nominado al Premio Nobel por sus trabajos en física cuántica, y Melodie St. Ann Celestine (Evan Rachel Wood), una tierna e inexperta joven de Mississippi que se desvela por establecerse en la Gran Manzana. Mientras que él está divorciado, posee un grupo reducido de amigos que lo soportan y sobrevive dando clases de ajedrez a niños, ella comienza pidiéndole alojamiento, pronto consigue empleo paseando perros y eventualmente se convierte en su encantadora esposa. Desde ya que la crisis no tarda en llegar de la mano de la inclinación de Boris hacia el nihilismo y las visitas imprevistas de los padres de Melodie, Marietta (Patricia Clarkson) y John (Ed Begley Jr.). Valiéndose de sus clásicas interpelaciones a cámara símil Dos Extraños Amantes (Annie Hall, 1977) y reflotando algunos elementos de Poderosa Afrodita (Mighty Aphrodite, 1995), en especial las disquisiciones alrededor de la condición de “genio” y la presencia de un personaje femenino transparente, Allen construye un relato agridulce protagonizado por un álter ego malhumorado que “disfruta” de sus compulsiones. Si bien la puesta en escena es deliberadamente artificial y las vueltas de tuerca cargan con una ironía prototípica, la película avanza un tanto en piloto automático y en general se asemeja a una obra teatral, perfecta en su concepción pero con pocas sorpresas para ofrecer a los fanáticos históricos del neoyorquino. Una vez más la maravillosa dirección de actores y la inteligencia de los diálogos deslumbran en un paneo por la irracionalidad del corazón, la influencia del azar, el principio de entropía, el eterno fantasma de la muerte y esa certeza de que la felicidad es individual debido a que nuestra especie está condenada a la extinción.
Allen vuelve a Manhattan y a sus obsesiones, pero en tono optimista De vuelta en casa. Después de cinco años, Woody Allen regresa a Manhattan, a sus obsesiones y a su humor inconfundible; a su mundo personal, en fin. No trae demasiadas novedades, pero hay otra frescura en su mirada, algo del tono armonioso y amable de sus viejas comedias y un soplo de optimismo en el espíritu: concluye que si la vida es como es, si el azar cuenta de manera tan decisiva en ella, el secreto está en disfrutar de cualquier amor que pueda entregarse o recibirse, cualquier felicidad, cualquier instante de gracia? siempre que funcione. Este retorno al modelo de comedia de otros tiempos tiene su explicación: Whatever Works proviene de un guión que Woody había escrito en los setenta para Zero Mostel, fallecido en 1977. Ahora, el papel de Boris Yellnicoff, el físico misántropo, gruñón, obsesivo, pedante, pesimista y aprehensivo que estuvo a punto de ganar el premio Nobel (según dice) y se gana la vida enseñándoles ajedrez a sus maltratados alumnitos, le fue confiado a Larry David, figura emblemática del humor judío en Nueva York. La elección puede haber sido acertada dada la minuciosa composición que David hace de este nuevo álter ego de Woody Allen (alejada de cualquier imitación), si bien tanta convicción en la pintura del personaje puede producir, por lo menos en la primera parte del film, más rechazo que gracia. Es él quien abre el relato en plena reunión de amigos y en seguida derrumba la cuarta pared para dirigirse al espectador, con lo que prueba que es -como suele decir- "el único que ve el cuadro entero". El autodenominado genio ha fracasado en su matrimonio (y en el ulterior) intento de suicidio, pero un día se cruza en su camino una chica ingenua e ignorante recién llegada de Mississippi (Evan Rachel Wood, encantadora y buena comediante) y le pide un bocado y un refugio. Contra lo que podría suponerse, consigue, de a poco, bastante más: que el hombre se convierta en su profesor Higgins y que la admiración que le despierta por su sabiduría (ella incorpora todas sus enseñanzas, aunque mantiene su fe en el mundo), se transforme en afecto. En el cine de Allen abundan los amores entre hombres maduros y jovencitas. Pero cuando todo empieza a volverse reiterativo y las sentencias (a veces muy graciosas) del protagonista amenazan con apoderarse de todos los diálogos y estancar la acción, irrumpen en escena los padres (divorciados) de la muchacha, a quienes el aire permisivo de Manhattan parece impulsar a despojarse de caretas, asumir sus verdaderas personalidades y adoptar bruscos cambios. Con ellos (con Patricia Clarkson y Ed Begley Jr.), el film se vuelve farsesco y gana en vitalidad y diversión. Todo el elenco se contagia, y como otras veces Woody se da el gusto de premiar a sus personajes manipulando un poco los designios del azar. No será su mejor comedia ni hará cambiar de idea a quienes están anunciando desde hace años su decadencia. Pero se sale del cine con una sonrisa.
Una debilidad imperdonable La antepenúltima película de Woody Allen se estrena aquí después que la anteúltima y apenas un día después de que la nueva se haya visto en Cannes. Y otra vez el cineasta reescribe su propia obra, aunque en esta ocasión no encuentra muchos giros novedosos. Por esas razones a las que se puede llamar destino, azar o negocio, da lo mismo, la antepenúltima película de Woody Allen se estrena en Buenos Aires tres meses después que la anteúltima y apenas un día más tarde de que la más reciente tuviera su premiere mundial en la apertura de Cannes. Esta inversión hace que Que la cosa funcione, película de 2009, suceda a Conocerás al hombre de tus sueños (2010), que pasó por aquí a principios de febrero con el relativo éxito que siempre tienen las películas de Allen. Suficiente como para que sus trabajos sigan llegando, aun los menos afortunados, como es el caso esta vez. Un hecho curioso funciona como disparador. Si bien es cierto que Woody Allen lleva ya seis años filmando en distintas ciudades del Viejo Continente, Que la cosa funcione no pertenece a esa serie europea que va de Match Point a la recién llegada Midnight in Paris. Por un rato, el viejo Woody se permitió volver con sus cámaras a su Nueva York querida, para rodar esta comedia que lo sacó un rato del voluntario destierro. Imposible evitar el lugar común de referir al grueso de su obra anterior: como Borges, Allen se empeña en rescribir las mismas historias una y otra vez, probando en cada ocasión giros novedosos. Esta vez apenas consigue alcanzar ese objetivo, a pesar de que los primeros quince minutos prometen bastante. El papel que suele corresponderle al propio director cuando se permite habitar ambos márgenes de la pantalla esta vez es interpretado por Larry David, exitoso guionista de Seinfeld y de notable parecido con Carlos Bianchi. Boris es un físico cuántico sesentón, genio absoluto, alguna vez mencionado como candidato al Nobel, que sin embargo no puede dejar de ver al mundo del peor modo. Es tremendista, sarcástico, hipocondríaco, fóbico y muchas otras cosas que los personajes de Woody arrastran ya desde su primera película como director en 1966 (y antes también). Pero Boris tiene un extra más o menos inesperado: es tremendamente agresivo, verbal y hasta físicamente violento. Para él los otros –incluyendo a sus amigos– son idiotas, fracasados, ignorantes y hasta retrasados mentales que no terminan de entender que son parte de una farsa absurda y sádica, llamada Vida. Ya en la primera escena, Boris echa mano de otro recurso clásico de Allen: rompe la convención de la cuarta pared, para explicar al público, él mismo y sin vueltas, algunos detalles de su pensamiento. Y así se sabrá que acaba de divorciarse por exceso de compatibilidad con su ex; que da clases de ajedrez a algunos chicos de los que se burla y a los que incluso agrede, tirándoles el tablero por la cabeza, por ineficientes; que ha intentado suicidarse arrojándose por una ventana y que por eso carga con una renguera. Eventualmente, Boris le dará asilo a una chica recién llegada a la ciudad, que se escapó de su casa en algún estado sureño y no tiene ni para comer. Ella, aun con su mente simple, es todo lo humana que Boris no puede. En el juego de opuestos, ella terminará deslumbrada por él y él acostumbrándose a ella, motivos suficientes para que acaben casados. La madre de la chica, mujer burguesa, religiosa y bruta que viene buscando a su hija perdida, no tardará en aparecer. Por supuesto, detestará a su yerno e intentará por todos los medios hacer que se separen. Como ocurre en al menos otras 32 películas de Allen, en el fondo nadie está conforme con su lugar en el mundo. La diferencia es que aquí los estereotipos son tan abundantes y básicos y los cambios que operan sobre ellos tan obvios y remanidos, que si el propio Boris pagara una entrada para ver esta película, no dudaría en pedir la cabeza del director. Sin dudas, Boris es el gran acierto de Que la cosa funcione, un personaje de verdad notable no por lo que arrastra de la genética Allen (en exceso), sino por la poco frecuente violencia que acompaña esos mohines clásicos. Aun así, la película (con momentos de humor aceptables) no lo acompaña y hasta lo abandona, cediendo a la tentación del “Hollywood ending”, cliché del cual el propio director ha sabido burlarse. A diferencia de Conocerás al hombre de tus sueños, acá hay final feliz. Que, es cierto, no es convencional, pero que no deja de ser feliz. Y esto, en una película con un protagonista como Boris, no deja de ser una debilidad imperdonable.
Woody´s greatest hits Esta película es anterior a la estrenada hace unos meses "Conocerás al Hombre de tus Sueños". Cosas de la distribución tardía, al menos podemos disfrutar del mejor Woody en años. Porque cuando empezábamos a acostumbrarnos a sus filmes europeos, en los que reconocemos que Inglaterra y España le sentaron muy bien, de pronto el genio de Manhattan nos lleva de nuevo a su adorada Nueva York. Desde el inicio, con los clásicos títulos sobre fondo negro, al escuchar a Groucho Marx cantar su "Hello, I Must be Going", Woody nos predispone a disfrutar de un rato de risas y reflexión. Esta vez eligió a su alter ego más perfecto: el actor Larry David, quien consigue emular a Allen como nadie. Nos preguntamos por qué decidió no estar adelante de cámaras, pero la elección no podía haber sido más perfecta. David compone a Boris, un nihilista absoluto, incapaz de confiar en la raza humana, despechado por haber sido "casi" premio nobel de física. De entrada nos tira en la cara su opinión sobre la sociedad y las relaciones humanas. Pero como suele suceder, sus convicciones son puestas a prueba cuando una jovencita se aparece en su vida. Los conocedores de la obra de Allen encontrarán en Boris algo del Frederick que Max Von Sydow compuso en "Hannah y sus Hermanas", con algo del Mickey que Allen encarnó para el mismo filme. La relación entre un hombre mayor y una jovencita, casi "lolita", tampoco resultará extraño, ya que también es una constante en la filmografía de Woody, como sus chistes sobre religión, política y la sociedad en general. Corrosivo como hacía tiempo no le veíamos, en este filme hallaremos casi sin esfuerzo una buena cantidad de gags y situaciones a la altura de muchos de sus buenos viejos filmes. Como es costumbre, en el reparto se lucen actores que aceptan un pequeño papel sólo por estar en una de Woody Allen, así vemos a Michael McKean, creador y protagonista de la ya legendaria "This is Spinal Tap", o al ascendente Henry Cavill, a quien pronto veremos lucir las calzas de Superman. El título hacer referencia a que si algo funciona, está ok. Y está claro que Woody lo tuvo claro al hacer esta película. Hizo lo que mejor sabe hacer, y le salió bien.
Yo, el peor de todosGracias a Larry David, Allen hace su filme más ácido en años.Mientras Woody Allen estrena su película número 41 en Cannes y se prepara para filmar su 42° en Roma, aquí llega con un retraso aún mayor que el habitual su opus 39, titulado Que “la cosa” funcione y estrenado mundialmente en 2009. El retraso puede deberse a la falta de estrellas que tiene la película, pero la demora es una lástima porque se trata de lo mejorcito que Allen ha hecho en los últimos años. La película lo devuelve a Nueva York y aquí encuentra a su mejor alter-ego en mucho tiempo, el cocreador de Seinfeld y figura de la serie de TV Curb Your Enthusiasm , Larry David. Tomando un guión escrito en los ‘70 para el fallecido Zero Mostel que nunca se filmó, Allen parece por momentos volver a esa mezcla de acidez, experimentación y ternura de sus filmes de entonces. David es Boris Yelnikoff, tal vez el más misántropo, y ácido de los protagonistas de Allen en toda su filmografía: un tipo desagradable que dejó a su mujer porque se llevaba demasiado bien, que sobrevive enseñando ajedrez a chicos a los que maltrata y tiene una teoría terriblemente nihilista para todo. Según él, pudo haber ganado un Nobel por su estudio de Física Cuántica, pero perdió “en la final”. Como en Annie Hall , Boris por momentos le habla a cámara y trata de hacer cómplice a la audiencia de la superioridad que siente respecto a los que lo rodean, inclusive a Melody (Evan Rachel Wood), la joven sureña algo tonta que un día se aparece en su casa y él, a regañadientes (casi como en Un cuento chino , película con la que tiene más de una similitud, especialmente en la negatividad de su protagonista), termina alojando. La chica es otra de esas criaturas prototípicas del universo “woodyallenesco”: rubia simplona, que no se da cuenta de su belleza ni de lo que provoca en los hombres y que termina modificando la vida de nuestro antihéroe. Mientras Boris se dedica a lanzar sus diatribas contra el mundo, a sufrir sus ataques de pánico y a recorrer hospitales por enfermedades que no tiene -y Melody lo acompaña, enamorada de su “sabiduría”-, la película encuentra su mejor ritmo. “Vi el abismo ”, le dice él cuando ella pone la TV. “No te preocupes, pongo otra película”, le responde ella. Ese ida y vuelta empieza a perderse cuando David cede protagonismo a los personajes que aparecen en la segunda mitad del filme: los padres de Melody, sus más jóvenes pretendientes que le complicarán su vida sentimental. No es que los aportes de Patricia Clarkson y Michael McKean como los padres tradicionalistas que cambian de vida al llegar a Nueva York sean malos. Sólo que la esencia del filme se pierde para pasar a otra comedia de enredos sentimentales, más típica de los últimos relatos de Allen y en donde se lo ve repitiéndose, sin poder entender demasiado el pulso de una relación actual. De cualquier manera, el filme es pura fábula. Por momentos cruel y ácida como la dupla Allen/David se atrevieron a hacerlo. Claro que el cinismo de Boris será curado, y la más oscura de las recientes comedias de Woody se convertirá en una película tímidamente luminosa. Tanto como se lo pueden permitir, a esta altura del partido, ese par de gruñones neoyorquinos.
Allen: a veces la cosa no funciona Los dos años que se tomó la distribución local para estrenar este film de Woody Allen (anterior a «Conocerás al hombre de tus sueños», vista en febrero) parecen nada al lado de los casi cuarenta que demoró el realizador en llevar a la pantalla el guión sobre el que está basado. Tanta demora disculparía la insistencia de Allen sobre un tema que dentro de su obra está agotado (la relación de un hombre neurótico más que maduro con una jovencita inexperta que lo idolatra), siempre que se olvide que, a cuatro años de cumplir 80, sigue obsesionado con lo mismo. A diferencia de «Conocerás...», cuya estructura era mucho más ingeniosa pese a que al personaje de Anthony Hopkins le ocurriera lo mismo que aquí a Larry David, «Que la cosa funcione» apenas maquilla un formato casi teatral y algo primitivo, en el cual el protagonista, a la manera de un stand up comedian, sermonea permanentemente al espectador, rompiendo inclusive la «cuarta pared» en el largo monólogo inicial, con sus opiniones sobre la vida, las mujeres, el amor, la estupidez humana y la inmortalidad. Seguramente, el público norteamericano haya disfrutado al escuchar despotricar a Larry David, aunque no es imposible que quienes no lo conocen reaccionen de la misma manera que lo haría un auditorio de Minnesota ante un monólogo de Pinti. David, así, hace de un Woody Allen mucho más cabrón; antes que un «alter ego», un doctor Jeckyll. Ex científico candidato al Nobel, ermitaño, divorciado de una mujer intolerablemente perfecta, su vida transcurre en un bar en el que abruma a sus amigos con sus discursos. Hasta que se le cruza la veinteañera Melody (Evan Rachel Wood), a quien termina hospedando en su casa por piedad primero y más tarde por amor, en el sentido más alleniano de la palabra. La posterior aparición de los padres de Melody, oriundos del sur norteamericano (la madre, una profunda religiosa; el padre, socio conspicuo de la Sociedad del Rifle) introduce uno de los pocos momentos auténticamente divertidos de una película malhumorada, seria, escasamente divertida, características éstas que lejos de ser involuntarias son, a creerle al protagonista que lo anuncia desde el primer momento, por completo deliberadas. Los esporádicos chispazos de ingenio de «Que la cosa funcione» no atenúan nunca la sensación de que lo que se está viendo es una obra anacrónica, pensada para una etapa de la carrera de Allen superada hace mucho, y cuyo forzado aggiornamiento produce el mismo efecto que tendría hoy un remake de «Sueños de un seductor» o la misma «Manhattan».
VideoComentario (ver link). QUE LA COSA FUNCIONE es un nuevo trabajo fílmico de Woody Allen, cuyo mayor atractivo radica en su regreso a las calles de New York. Aquí Larry David encarna a un claro alter ego de Allen, Boris un neoyorquino con dudas existenciales que pasan por el sexo, las relaciones de pareja y la muerte. Rompiendo “la cuarta pared” el actor protagónico dialoga con la cámara y transita una hora y media de metraje de situaciones más o menos divertidas, algunos lugares comunes del cine de Allen, y muy pocos gags efectivos. Mas teatral que las ultimas cintas del director, resulta solo recomendable para incondicionales de Woody Allen
Anexo de crítica: Woody Allen regresa a Nueva York con este film que a pesar de su anacronismo funciona sin aportar ninguna novedad a aquellos espectadores que vienen siguiendo sus obsesiones desde los primeros trabajos. Sin embargo, en este caso Larry David fagocita al director neoyorkino con todos sus tics y estilo que para el público familiarizado con la serie Seinfeld o con su propia serie Curb Your Entusiasm no resulta para nada extraño, aunque con un guión de Woody Allen dotado de inteligencia y reflexiones existenciales, con una fuerte carga de nihilismo y sarcasmo, cualquier comedia por más convencional que resulte se enriquece.
Un cuarto de siglo ha transcurrido desde que Woody Allen estrenó Hannah y sus Hermanas, film con el que clavó una bisagra en su carrera y comenzó a desgranar un estilo netamente discursivo, de frontman verborrágico y/o de ventrílocuo en las sombras, según el caso. Desde aquel 1986 hasta hoy pasaron 28 largometrajes, en su mayor parte con personajes que desplegaron el ideario alleniano a través de diálogos, acciones y, como en el caso de este opus, monólogos ante cámara. La película, protagonizada por Larry David (co-equiper de Jerry Seinfeld en la autoría de la gran serie americana de los 90s), es quizá el trabajo reciente más sólido que parió Allen desde lo discursivo, además de ser, quizá, y junto a Deconstructing Harry (1997), de lo mejorcito dentro de su filmografía de las últimas dos décadas. Porque aquí, como en gran parte de la cosmogonía de su autor, hay una historia de amor trunca y, más que ninguna otra cosa, una mirada oscura y fatalista sobre la condición humana. Líneas de diálogo que disparan textualidades como "Democracia, gobierno manejado por el pueblo... todas grandes ideas que tienen un gran defecto: están basadas en la falacia de que la gente es decente", o también "esta no es una película para sentirse bien, si son de esos idiotas que necesitan sentirse bien, vayan por un masaje". Aguijones-punta de lanza de una película que tiene en David a uno de los alter egos más contundentes con los que haya contado Allen, tras haber probado a interlocutores como Kenneth Branagh (Celebrity, 1998); Alan Alda (Everyone Says I Love You, 1996) o la reciente (y fallida) Naomi Watts (You Will Meet a Tall Dark Stranger, 2010). Obsesiones, depresiones, un hombre mayor que estrena divorcio en un pequeño departamento de New York y una joven del sur profundo yanki recién llegada a la gran ciudad, que arrastra una educación conservadora y retardataria. Las patas de una historia simple en su planteo formal, más allá de la vuelta de tuerca que implica que el personaje principal hable a cámara para trazar las líneas generales del relato. Allen eligió reforzar los textos y salió victorioso, pisó el acelerador de su mirada de intelectual dark y la hizo comedia. Porque no hay visos de tragedia aquí, como en las recientes Casandra´s Dream (2007) o Match Point (2005), el viejo Woody puso todas sus fichas a la risa y su guión, sólido y concreto, funciona en ese sentido como hacía mucho que no lo hacía, más allá de las volteretas de Melinda and Melinda (2004), que apenas esbozaron las buenas artes de su writer pero con más pretenciones que logros. Whatever Works podría haber sido el cierre perfecto -de no ser porque planea seguir al ritmo de una película por año y porque la de 2010 fue una de sus peores películas- para una obra artística no exenta de baches pero brillante en su concepción, en su mirada del mundo, del cine y, con mayor o menor búsqueda, de la condición humana.
Un hombre maduro y excéntrico de Nueva York decide abandonar su acomodada vida para llevar una existencia más bohemia. Su relación con una bella joven sureña desembocará en una serie de enredos familiares y sentimentales. Siempre es agradable toparse con una nueva película del prolífico Woody Allen, no importa si es inferior a los clásicos que regaló a lo largo de su carrera o si se trata de un trabajo digno. En los últimos años parece ser que el ejercicio de ver un filme de este director se convirtió en un juego de las siete diferencias entre el Allen del presente y el de su lejano pasado. Más allá del resultado final que cada realización tenga, Whatever works en particular no es una obra maestra pero sí superior a muchos de sus títulos de la última década, es refrescante encontrar esa pluma irónica siempre afilada. Los diálogos y monólogos del protagonista, sobre todo en la primera mitad, demuestran el por qué de su grandeza. Esta película tiene una importante diferencia con aquella que el director hizo después pero que en Argentina se estrenó antes, You will meet a tall dark stranger, y es que el personaje neurótico típico del mundo Allen está bien llevado y funciona. Es que el protagonista no es cualquier intérprete, sino que es Larry David, el co-creador y guionista detrás de Seinfeld, la mejor serie cómica de todos los tiempos. Sólo comediantes de su talla, familiarizados con el cinismo y la neurosis por haberlas plasmado en sus creaciones, pueden ponerse los amplios zapatos de Woody Allen y hacer que su ausencia no se lamente. Su Boris, que no es Grushenko sino Yellnikoff, es un físico genio que tuvo épocas de mayor gloria y vive protestando por la estupidez que lo rodea. Desde un primer momento romperá la cuarta pared y hablará directamente hacia una audiencia que él percibe pero el resto de los personajes no. El director nuevamente hace gala de su talento para los diálogos ágiles e inteligentes acerca de sus tópicos predilectos, moviéndose con soltura entre la existencia y el amor pasando por la muerte o la música, así como de su capacidad para encontrar la gracia en cualquier línea del guión. El aspecto negativo más importante que presenta este filme es la dependencia total que se genera con el personaje de Larry David. Con todas sus excentricidades, la presencia de Boris es tan necesaria en la pantalla, que su sola ausencia por algunos minutos genera que inevitablemente la historia pierda fuerza. La aparición de Patricia Clarkson, más allá de que ella esté muy bien y sea un punto a favor en la construcción del relato, conduce a que su hija (Evan Rachel Wood) tome distancia del protagonista para acercarse a un hombre joven. Este aspecto conduce a una reducción notable en la comicidad de la propuesta, recuperándose recién hacia el final cuando la vuelta del personaje central es imprescindible. Todo el arco de romances que el director abarca hacia el cierre demuestra que la "cosa" podía funcionar para muchos, cuando en realidad la película se construye en su totalidad para que nos importe sólo si funciona para uno. Más allá de esto, que resulte hilarante la crueldad de un sujeto capaz de insultar a los más chicos porque no saben jugar al ajedrez o maltratar a una veinteañera dulce e inocente, es algo que pocos pueden lograr. Que sus sentencias, maldiciones y el uso constante de una palabra tan poco utilizada en cine como "imbécil" se vuelvan una necesidad imperiosa para el espectador, es algo que sólo Woody Allen puede hacer.
Si la cosa funciona es porque lleva un nombre de detrás y ese nombre es nada más ni menos que Woody Allen, que si no me iba directo al masajes de pies. Allen es un director prolifero que aún enamorado de su gran ciudad Nueva York decide encarar a partir de su último gran filme “ Match Point” un nuevo camino buscando locaciones e historias en el viejo continente. Lo cierto es que con “Si la cosa funciona”, en medio de esta nueva hoja de ruta, decide volver a filmar en su querida ciudad , pero también es cierto que este filme no es lo último de él; su premiere fue en el festival de Tribeca en abril de 2009 para luego estrenarse comercialmente en Estados Unidos, unos meses después. Más allá del delay en su estreno en Argentina — su posterior “Conocerás al hombre de tus sueños” ya pasó por nuestra cartelera porteña —, no hay cómo ponerse contento de ver un filme de este tan particular director. Aunque ésta vez la alegría no es para tanto. “Si la cosa funciona” es una típica comedia alleniana, con sus clásicos temas críticos sobre el amor, la sexualidad, la religión, la infidelidad, el intelecto y la vida, que esta vez abruman, molestan y terminan boicoteando la historia. El trabajo de Larry David es lo único valioso de la cinta en el que protagoniza a Boris Yellnikoff, alter ego del director neoyorkino, que después de muchas decepciones sentimentales y suicidios de por medio conoce a una joven (Evan Rachel Wood) que termina encantada por su brillante y superior ingenio. Desde que conviven juntos hasta que él conoce a cada uno de sus padres, la historia se convierte en monólogos muy bien desarrollados por David para luego decaer por la falta de novedad en los guiones de Allen. Es como estar viendo siempre la misma película desde hace muchos años. Tiene algunos gags simpáticos y más de uno se reirá en más de una escena, pero no pretendan mucho más de este filme. Espero que su nueva cinta recientemente estrenada en el Festival de Cannes “Midnight in Paris” con Owen Wilson, Rachel McAdams y Kathy Bates, siga la línea alleneuropea (por llamarla de algún modo). Ésta que parecer ser la cara más renovada del pintoresco director. A mí lo único que me preocupa es si saber la magia de New York ha muerto, porque Allen seguramente se recuperará. De hecho él mismo declara en boca de su alter ego que ésta no es la película del año y si uno quiere sentirse mejor, lo ideal es tomar un masaje de pies. ¿Alguien tiene un lugar para recomendarme? Porque mis pies están realmente doloridos.
Hace más de quince años que Woody Allen dejó de ser un intocable para la cinefilia. Todos, o casi todos, se han tropezado con al menos uno de sus varios bodrios de los últimos años de la misma manera que seguro se encontraron con alguno de sus aciertos. Qué películas entran en cada una de esas categorías es muy discutible y es algo que cambia mucho según quién elija. Que la cosa funcione no es de las mejores de su última etapa pero está lejísimos de las peores (¿Scoop?, ¿La mirada de los otros?). Sus alter egos usuales maduraron (Anthony Hopkins en Conocerás al hombre de tus sueños o, en este caso, Larry David) y demuestran que las películas pueden crecer cuando su protagonista para por un gran momento.
Un físico brillante y misántropo –Larry David– abandona su vida y se dedica a una nueva pareja con una chica más bien inocente (más bien tonta) que pronto lo sobrepasa. La chica viene con madre adosada –que también, originaria del sur profundo estadounidense y obnubilada por las luces neoyorquinas–, cambia radicalmente. Mientras, la banda de sonido se puebla de sarcasmos que encubren (muy apenas) una personalidad melancólica y romántica. Bienvenidos al último film de Woody Allen. Que no es de los malos pero, definitivamente ya no es de los buenos. Algo ha sucedido en la última década y media con Mr. Woody: más allá de que a mucha gente le gusta “Match point” (film que, comparado con “Crímenes y pecados”, parece su versión “for dummies”), ha perdido el filo o –quizás esta sea la razón más precisa– no ha podido profundizar más en los temas que le han preocupado siempre. Si “Que la cosa funcione” es relativamente mejor que otras de sus últimas realizaciones, tiene que ver con que se trata de un viejo guión de la época de “Manhattan” y del trabajo de David, cocreador de Seinfeld y discípulo de Allen, con la suficiente inteligencia para interpretarlo (en todo el sentido del término: casi es un doble de los viejos personajes del actor/director) y poner el acento humorístico donde corresponde. El resto de los actores logra darle autenticidad al asunto.
Cada vez que asistimos a un estreno de Woody Allen, (y este es su film número 40 de los 41, que tiene en su haber) hay siempre una esperanza de talento: es innegable que ha sido y sigue siendo ese genio que dirige sus propios guiones, que los actúa directa o indirectamente, y mantiene un estilo con el cual ha construido una carrera y creado una filmografía, que aprecian sus devotos. Desde su primer guión, que escribiera en 1965 para What`s New, Pussycat? (1965) de Clive Donner, su cine adhiere a un particular modo de retratar la realidad, donde implícita o explícitamente habla de sí mismo y, cuya base es el diálogo que surge en las relaciones de pareja, y alrededor de la gente que conoce, lo que permite el filtro de los aspectos personales, para enriquecer la sicología de sus personajes. Del mismo modo que incluye siempre a personajes públicos de la sociedad norteamericana, pertenecientes a diferentes ámbitos del espectáculo, de la ciencia, del psicoanálisis, de la filosofía o de la literatura. Bastaría recordar la maravillosa aparición por televisión de Primo Levi, “Somos el resultado de nuestra elecciones…. Donde operaba, por una parte el azar y por otra la certeza, de lo que el sujeto hace para y por sí, nadie puede hacerlo por él… ni Dios, ni ningún “otro”) de Crímenes y pecados (1989) Tan presente hoy, incluso tangencialmente, y en referencia a la política, en la figura de Bush en cera, que permite (antes y después de cada llegada de los padres de la novia) realizar, una exacerbada crítica en tono de parodia, sobre a la religión y sus creencias. Que “la cosa” funcione es la historia de Boris Yellnicoff, de hecho el alter ego de Allen, un experto en física cuántica, que estuvo cerca de obtener el Premio Nobel, y que tiene una idea muy negativa sobre el género humano en general, a la vez que posee un gran complejo de superioridad respecto de sus semejantes. Un tremendo pensante que habla sin parar de estas cuestiones y que sufre de pánico. Azarosamente se cruza con una joven que aparece algo así como detrás de un árbol, obviamente bella. Ella le pide la aloje hasta que consiga un trabajo. Ergo, final previsible, primero 30 minutos aburridos, verdadero cliché de estas situaciones típicas de comedia, hasta que aparece la madre, y la acción comienza a repuntar. Como casi todos los films de Allen este es otro pequeño documento de las relaciones entre grupos de parejas que habitan en Nueva York, lo que invariablemente remite a hablar de problemas que tipifican a ese momento de la realidad, donde sus planteos, no son otros que su propia visión de la vida, siempre con una intención de relacionar la ficción con la realidad, comienzo y cierre de un film, donde se impone un relato en primera persona, con un diálogo frente a frente con los espectadores. Cuyo referente sigue siendo el propio Woody, quien pertenece a la ciudad de Nueva York, tanto o más que la estatua de la libertad. La vida, la muerte, el sexo, la religión, las uniones alternativas, son los temas alrededor de los cuales giran sus diálogos o largos monólogos. Esta vez, su título más que una metáfora es una frase a la que alude el personaje al comienzo y al final de su historia. Y que remite a cómo debemos aprovechar los encuentros azarosos de nuestra vida, en todos los sentidos, y vivir intentado, que “la cosa”, la relación, que establecemos funcione, sin forzarla demasiado, porque en todo caso, el hecho de que deje de fluir, implica, que surgirá “otra” en reemplazo de esta. Ya que la adaptación a los cambios contribuye a agilizar ese disfrute, mientras se pueda. Y que en todo caso “la flexibilidad” viene a constituirse en un preciado bien, al cual cualquier persona sensible e inteligente debe aspirar, si desea aprovechar, lo que la vida le ofrece. Que “la cosa” funcione, es una comedia optimista, con excelentes actuaciones (Larry David, Evan Rachel Wood, Patricia Clarkson) densa al comienzo, algo más que un entretenimiento para sus fieles adeptos.
Larry David juega a ser Allen por un rato Hace unos doce años, cuando era cinéfilo ocasional y no tenía la tarea de ver tanto cine casi diariamente, recuerdo esperar los estrenos de Woody Allen como si fueran días de fiesta. Era así, si bien yo no soy de la generación setentosa que lo siguió y consagró con "Bananas", "Annie Hall", "Manhattan" y "Love & death" (aclaro que las vi todas, pero en video); si soy de los noventosos que amamos "Husbands and wives", "Mighty Aphrodite" y "Deconstructing Harry". Mis recuerdos con su trabajo siempre están rodeados de amigos, debates y tertulias donde nos reíamos mucho de cómo este director presentaba muchas de nuestras inquietudes y contradicciones en la vida desde un costado humorístico e ingenioso. Sus relatos parecían girar sobre lo mismo (el hombre intelectual conflictuado -muchas veces, judío- que vive quejándose del mundo que le toca vivir y las personas que lo rodean), situaciones que tenían, de extraña manera, conexión con la vida real (todos somos un poco neuróticos no?) y sobre todo, mucho psicoanalisis. Sabemos que Allen disfruta mucho estar inmerso en desarmar y bucear en los conflictos interpersonales de sus sujetos y mirarlos con fina ironía y cruda perspectiva. Es un cine particular, donde si no aceptás los estereotipos que el director te presenta, no vas a pasar un buen momento. Por el contrario, si sintonizás a este neurótico obsesivo y querés reirte a su lado de sus miedos y visiones... Siempre Allen va a tener algo que ofrecerte. Es un tipo realmente talentoso para lo que hace, aunque su audiencia siempre fue reducida. En los lejanos setenta tuvo títulos taquilleros pero luego, sus propuestas en los 80 pasaron a integrar la lista de "prestigio" de los cines, pequeña en distribución y mucho más aún en presupuesto. Pero claro, Woody tiene tanto carisma que todos quieren filmar con él, y todos (y cuando digo todos, digo todos eh!) los actores de porte de este tiempo, han sido dirigidos por él. El problema es que, excepto "Match point", sus últimos trabajos se repiten demasiado, ofrecen relatos fríos y extremadamente cerebrales y no son films que a uno lo dejan satisfecho. Mucho más a quienes conocemos el potencial de semejante director. Lo cierto es que en un momento a Woody Allen se le fueron cerrando las puertas para filmar en su país y Europa lo sedujo con dinero fresco para producir en otras tierras. Así es que hubo una serie de películas de este neoyorkino en el Viejo Continente, desparejas (aunque "Vicky Cristina Barcelona" fue muy premiada - en mi opinión, sobrevalorada) y la que lo encuentra de vuelta por un rato en su terruño es "Whatever works". Cinta que data del 2009 (extrañamente estrenada aquí después de "You will meet a tall dark stranger", que es del año pasado) y que nos llega justo cuando Allen presenta nuevo trabajo en Cannes (y la crítica allí lo está aclamando en este mismo momento)... "Que la cosa funcione" es su regreso a New York. Regreso sin gloria, diría yo. Para este reencuentro con su ciudad, él se consigue al sujeto más parecido a él en el universo actoral americano: Larry David. Para quienes no lo conocen, es el creador de "Seinfield" (serie de televisión que se ve por Sony en Argentina, serie de culto de la que han corrido ríos de tinta y jamás pudo ser imitada) y protagonista de "Curb your enthusiam" (que va por HBO y ya está en su octava temporada): un tipo que hace un humor sutil, desconcertante y que se rie bastante de sus propias acciones. Tiene un estilo único. En lo personal, va en gustos, a mi me pasa ver "Curb..." y descostillarme de risa y a mi esposa no se le mueve un rulo. Bueno, creo que la escena es gráfica para ver que es un personaje que tiene distinta llegada al público. El es el elegido para encarnar al alter ego de Allen: comparten mucho y la gente lo sabe. Así que el guión es una excusa para que Woody nos cuente un poco más de su vida, en forma de tragicomedia urbana neoyorkina. A veces, le sale bien. Esta vez, no. La trama nos presenta a un hombre de inteligencia extraordinaria, Boris (David). El estuvo a punto de recibir el Premio Nobel de Física y cree que todos los que lo rodean son tontos, simples y que no entienden su talento. O sea, se lleva mal con todo el mundo. Cierto día conocerá a una mujer muy joven que llega a su vida por accidente, Melody (Evan Rachel Wood), que es como el resto del mundo... Pero es joven y bella. Y eso afectará radicalmente su visión de las cosas, al menos por un tiempo. "Whatever works" es un film sobre la experiencia y la dolorosa tarea de aprender de los errores. Larry David hace un rol idéntico al de su "Curb..." y fuerza la situación a la cuestión primaria: si te gusta este tipo de cine, (neurótico-intelectual diría yo), te va a gustar. De lo contrario, el efecto es negativo. Es cierto que hay algunos buenos gags, sobre todo porque Boris se presta para que le pase lo peor, siempre, pero nada está tomado muy en serio (los amigos de Boris ni siquiera son llamados por su nombre en el film) y hasta parece que por momentos, la película fue una excusa para que viejos amigos se reencuentren y rueden algo y no mucho más. Más allá de eso, es Woody Allen. Tiene sus cositas y a los fans incondicionales les va a gustar. En ese sentido, yo estoy un poco desencantado con su actualidad. Esta es la película más floja que ví de él en varios años y estoy empezando a perder el entusiasmo ante cada estreno suyo...Veremos que sucederá cuando conozcamos "Midnight in Paris" (de vuelta en Europa, con Owen Wilson y Rachel McAdams), por el momento, lo dejo "Stand by" y le saqué "me gusta" a su perfil público en Facebook. Tiene que volver a ganárselo. Ir advertidos que no es de lo mejor de este cineasta y que es probable que salgan con un sabor amargo de la sala... Habrá que volver a apostar en que su talento reecontrará el camino en poco tiempo...
Que alegría volver al clásico Woody Allen, el judío amante de Manhattan, ácido como nunca, con chistes bien pensados que son simples y efectivos. Abandono el viejo continente y volvió a Nueva York de la mano de Larry David, uno de los creadores de Seinfield, quien tiene el papel protagónico y lo sabe llevar como lo ha hecho el propio Allen años atrás. Whatever Works es el título original de esta comedia que trata la vida de Boris Yellnikoff; un genio en mecánica cuántica que casi fue nominado al premio Nobel, el mismo se describe como malhumorado, prejuicioso, escéptico e hipocondriaco entre tantas otras cosas. Un día por casualidad se topa con Melody, una jovencita sureña que huyo de su casa en Eden porque no estaba de acuerdo con la forma de vida familiar. Boris decide hospedar a Melody hasta que ella consiga trabajo y pueda costearse un alquiler. Era necesario este viejo nuevo Woody Allen después de tanta comedia romántica de enredo y asesinato que vimos; era completamente indispensable para sus seguidores volver a escuchar esos diálogos brillantes e inteligentes, esos gags que terminan siendo frases de cabecera. Larry David es sin duda el mejor cómico que puede tomar la posta que dejo Allen al no protagonizar esta película; David es el nuevo Allen, y encarna ese papel maravillosamente. Boris Yellnikoff nos hace reír con teorías ilógicas, bastardeando a toda mente inferior que ose molestarlo. La película tiene una particularidad que la hace increíble, el protagonista está convencido de que lo están filmando y le habla a los espectadores, le cuenta su vida, su pasado y hasta saca conclusiones con nosotros e incluso nos juzga. Esta pequeña genialidad hace que uno se encariñe con Boris, con sus defectos y con su gran inteligencia y rapidez mental. Bravo por Woody Allen, su cine volvió con la frescura que conocimos en Manhattan y Annie Hall, sin duda la mejor película dirigida y escrita por el de los últimos diez años.
Woody se impone a Larry El cine de Woody Allen de los últimos tiempos viene siendo una acumulación de paradojas. No parece haberse renovado mucho en sus más recientes filmes, que a la vez siguen conservando aristas de interés. Sus temas y formas siguen siendo las mismas, y se percibe un envejecimiento en el conjunto, pero con poco esfuerzo se sigue imponiendo por sobre buena parte del cine norteamericano actual. Es predecible, tanto en sus defectos como en sus virtudes, pero ya tiene un piso de público asegurado, que conecta permanentemente con su mirada, se fascina con sus hallazgos y le perdona sus errores (o incluso horrores, como Scoop). Debo decir que en lo personal tenía algunas expectativas extras con Que la cosa funcione, básicamente por la presencia de Larry David, no sólo un gran actor, sino también uno de los mejores guionistas de las últimas décadas en la televisión estadounidense, co-responsable de Seinfeld y estrella absoluta de Curb your enthusiasm. David daba la impresión de ser un alter-ego casi perfecto para Allen, por su visión del mundo neurótica, desencantada, sarcástica, nihilista, pero a la vez con cierto dejo de esperanza en el medio de mucho humor negro. Pero a la vez, había que tener en cuenta ciertas cuestiones vinculadas al trabajo de los actores con el director. Me parece que la razón más fuerte por la que Allen consigue seguir armando grandes elencos para sus obras ya no es tanto por su prestigio sino más bien por su sencillo método de filmación y puesta en escena, que permite que los rodajes sean ágiles y relajados a la vez. Por ejemplo, Colin Farrell supo decir, luego de rodar El sueño de Cassandra, que había hecho para toda esta película la misma cantidad de tomas que para una escena de Miami Vice, que había sido una pesadilla para el actor por el estilo obsesivo del director Michael Mann. El precio que hay que pagar es que el mundo del realizador tiende a absorber la personalidad del actor, en vez de mimetizarse o confluir apropiadamente. Eso no estaría necesariamente mal, pero en casos como el de Will Ferrell en Melinda o Melinda (donde se extraña la expansión física del intérprete de El reportero) es un pequeño gran desperdicio. Algo similar ocurre en Que la cosa funcione. No es que no hayan vínculos entre el universo de Allen y David. El filme del primero, al igual que las creaciones televisivas del segundo, trabaja con elementos y mecanismos de causa-efecto y de acción-reacción. Pero aunque en los dos casos se construye en base al disparate, las aventuras de los cínicos personajes de Seinfeld o del Larry de Curb your enthusiasm funcionan con mucha más lógica y verosimilitud. En Que la cosa funcione, con su relato sobre un intelectual frustrado por la vida que por casualidad conoce a una chica mucho más joven que él y que parece encarnar lo opuesto a sus valores y creencias, pero con la que termina iniciando una relación, todo da la impresión de ser mucho más forzado. De hecho, la utilización del dispositivo de hablar a cámara por parte del protagonista, más que promover un diálogo con el espectador, redunda en explicaciones sobre las acciones y la progresión del relato. A pesar de todo lo anteriormente señalado, Que la cosa funcione tiene un par de líneas memorables, algo que es un rasgo de fábrica del cine del neoyorquino, en especial en sus comedias. Como decíamos antes, a Woody con ese poquito le alcanza y hasta diríamos que le sobre. La pregunta que surge entonces es la siguiente: ¿eso habla bien de él o mal del resto del panorama cinematográfico?
Entre las “Historias mínimas” y las “Grandes esperanzas” Gracias a los avatares de la distribución y exhibición vernácula podemos ver esta producción, ya para este momento la antepenúltima realización del gran genio neoyorkino, al mismo tiempo que en el festival de Cannes se esta estrenando la última, “Medianoche en Paris”, y sucede meses después de conocerse entre nosotros la anterior, “Conocerás al hombre de tus Sueños”, y poco tiempo antes que Woody comience a filmar en Roma lo que sería su film numero 42. ¿A qué viene toda esta introducción? En realidad, luego de verla me quede pensando en una frase de Jean Luc Goddard, cuando en una entrevista dijo...“Siempre estas filmando la misma película” Algo de esto encontramos en esta realización de Woody Allen. Si bien es un retorno al rodaje en Nueva York, ciudad de la cual está enamorado y no lo disimula, también estamos en presencia de una obra que no deja de ser la continuidad de un discurso inherente a su larga filmografía, pero reconociendo que no es el mismo de antes, que el tiempo ha pasado y es inexorable. Como dice una parte del poema de Israel Rojas “Hay que ser un tonto para no ver eso, que también nosotros nos pondremos viejos, que de los queridos serán más los muertos y se irá oxidando nuestro pensamiento, que de la osadía quedará un recuerdo tal como los dientes que ya no tendremos. Y cuánto daría remontar el tiempo y ver entonces qué hacemos…..”. La historia, bastante pequeña por cierto, gira en derredor de Boris, interpretado por Larry David, un sosia del argentino Carlos Bianchi, pero que aquí funciona como un perfecto alter ego del realizador. Boris es un intelectual, “casi” ganador de un premio Nobel en Física Quántica, malhumorado, pesimista, misántropo en general y misógino en particular, fóbico, por momentos un hipocondríaco, en otros megalómano, que ama la “buena vida” pero tiene intentos de suicidios cada vez que se debe enfrentar a una disyuntiva existencial y/o cotidiana, plagado de estas y otras muchas más contradicciones. Se junta con sus amigos sólo para demostrarles que él es superior, a punto tal que es el único, (muy buen juego de Woody Allen) que se da cuenta que estamos los espectadores viéndolos, esto cumpliría con la misma función de la estructura cuando en el teatro se quiebra con la cuarta pared y se nos hace participes de la acción. En este caso la relación que se rompe es la diegética, se le dice al público que él sabe que esta ahí al mismo tiempo, que se rompe con la idea de una unidad aislada dando cuenta que esto no es más que una ficción. Luego, siguiendo con la historia, conoce a Melody (Eva Rachel Wood), una joven pueblerina, inteligente, de muy buen corazón y muy poca intelectualidad, que le pide comida y albergue por una noche, para termina seducida por la sabiduría de Boris, y a partir de ese momento ir seduciendo al ermitaño gruñón hasta casarse con él. Luego las vueltas de la vida y las revueltas de las historias implicadas en un guión maravilloso, con el humor que lo hizo famoso, típico de sus mejores performances. En relación a lo estrictamente cinematográfico, habría que aclarar que este guión de su autoría, fue escrito a mediados de la década del ´70, pensado en ese momento para el actor Zero Mostel. Lo que si marca es una diferencia clara con sus producciones europeas, siendo posiblemente “Match Point” (2006) el punto más alto de ese período, pero que había empezado a incursionar muy gratamente en la utilización de la música en función netamente narrativa, ahora retoma el jazz y la música clásica en función de creación de climas y construcción de personajes Nótese que el personaje femenino se llama Melody, y esto no es casual, como tampoco lo es que al final su discurso se torna esperanzador. A medida que pasan los años los seres humanos exacerbamos tanto las virtudes y los atributos como también los defectos, estamos a las claras frente a un caso significativo de tales circunstancias, pero en la balanza del equilibrio debemos reconocer que el gran Woody esta más cerca de ser un añejado buen vino fino que un apolillado vinagre. Salud
Reviviendo Otra vez Woody Allen crea un alter ego. Otra vez sus personajes exponen cada uno de sus pensamientos. Otra vez los procesos mentales son más importantes que la acción. Otra vez. El recipiente discursivo de su anteúltima película es Boris (Larry David, buena elección, es afín al estilo y visión). Este es quien verbaliza con profundo cinismo su forma de ver el mundo. Él (Boris) es un físico que intentó suicidarse pero que obviamente falló en su ejecución (y por eso renguea a cada paso). Sus quejas y denostaciones del mundo todo no dejan de sucederse, lleno de manías y desesperanza, siente que no necesita mucho más en la vida. Hasta que un día encuentra su vereda a una hermosa joven sureña. Tan bella como ignorante (uno de los primeros clisés de la película) la alberga en su hogar porque no tiene lugar donde dormir. Ella, arquetipo de la belleza, se obnubila ante Woody/Larry por su inteligencia y cultura. No es la primera vez que en un film de Woody una joven ninfa cae bajo su "encanto", ya en Manhattan (1979) una joven Mariel Hemingway se enamoraba de él. La cuestión es que a fuerza de ignorancia (bueno, de sus noveles años en realidad) logra conquistarlo. Ya en convivencia es cuando de la nada (uno de los primeros de los varios acontecimientos funcionales a la narración) aparece golpeando a la puerta de Boris/Larry/Woody la madre de la joven. Católica recalcitrante, no puede creer con quién formó pareja su hija y por todos los medios tratará de alejarla de ese extravagante señor mayor. Esta entrada le permite a Allen incluir en sus críticas a la religión, objetivo fácil y obvio pero que por momentos, funciona. Promediando la narración la madre (interpretada por Patricia Clarkson) se vincula con un profesor amigo de Boris quién descubre su veta "artística". Por causa de la liberación urbana (lo que al parecer causa la ciudad de Nueva York) cambia radicalmente su postura y modo de vida a excepción de su profundo deseo de alejar a su hija del amargado físico que "casi" gana el premio nobel. Y posteriormente como si fuera poco, aparece el padre.... Viendo la trayectoria fílmica de Allen uno no puede más que sentir un constante deja vu de ideas y situaciones. Esta más cercana a sus películas cínicas y divertidas lo cual la hace grata, pero uno no deja de sentir la existencia de un piloto automático de su parte. Los personajes profundamente maniqueos hacen de ese mundo una farsa que solo cabe en la cabeza de Allen. La represión producto de la religión, la dualidad campo/ciudad, la belleza vinculada a la ignorancia y la inteligencia emparentada con la decepción y cinismo hacen a la película demasiado simplificadora. Y considerando que es un film sustentado en las actuaciones, no ayuda ver a los personajes como marionetas parlantes, cambiando de carácter sin un mínimo desarrollo emocional. Alejado ya de sus mejores películas, Allen continúa repitiéndose quizás intentando no aburrirse. Le agradeceríamos que nos incluya en su ecuación para que la "cosa" funcione.
LA MEJOR COMEDIA DE ALLEN DE LA ÚLTIMA DÉCADA Luego de una exitosa experiencia en Europa donde, supuestamente, Woody Allen es más respetado, querido y mejor criticado que en su USA natal (Inglaterra, España, Francia fueron sedes de sus últimos rodajes), éste vuelve a su amada New York para retratar la existencia de un ser peculiar, muy similar a los protagonistas de muchas de sus obras. Su alter ego es Boris Yellnikoff, interpretado por Larry David, creador de la serie “Seinfeld”, uno de los shows más exitosos en la historia de la televisión, muy bien elegido para este rol. Este hombre que rezuma antipatía general hacia la especie humana, es un fallido suicida que conoce por casualidad (o por destino) a una joven del sur que vaga por las calles (cándidamente interpretada por Evan Rachel Wood) con la que comienza, contra todo pronóstico, un romance de lo más particular, a pesar de las trabas que ponen a la relación los ausentes padres de ella (Ed Begley y la exquisita Patricia Clarkson). Yellnikoff sufre constantes ataques de pánico, se considera un genio por haber estado cerca de ganar el Premio Nobel por sus trabajos sobre física cuántica, tiene un alto concepto de sí mismo y denosta a todo ser humano que no sea él mismo, incluyendo a su flamante y joven pareja, que lo ama por lo que es y por sentirse protegida. Los diferentes personajes principales y secundarios empezarán a modificarse, a encontrarse a sí mismos, a ser fieles a sus verdaderos sentimientos, a encontrar el amor, cualquiera sea su forma: heterosexual, homosexual, de a dos o de a tres, no importa cómo se es feliz… mientras la cosa funcione. Con los diálogos como base, Woody salpica los mismos con graciosos chistes y réplicas inteligentes, tanto en lo que dice el protagonista, así como también los roles secundarios. Además, elige un recurso previamente utilizado en su filmografía: la de hacer participar al público, esto es, que Boris nos hable directamente a nosotros, a los espectadores sentados en la sala, convirtiéndonos en cómplices de sus rabietas, sus miedos, pero también de sus más esperanzadoras reflexiones. Con acompañamientos musicales como las Sinfonías Nro. 5 y 9 de Beethoven, o la romántica Butterfly by de Heinz Kiessling, la jazzística Salty Bubble de Ray Ronnei, o la trompeta de Jackie Gleason, Allen vuelve a un estilo de otras épocas (no por nada el guión original del presente filme data de 1977); nos regala uno de sus viejos guiones, salpicado de cinismo, picardía, comicidad y la eterna lucha entre optimismo y pesimismo. Una de sus mejores comedias de la última década.
Que “la cosa” funcione de Woody Allen. Sí, “la cosa” funciona, pero antes digamos que el título en Argentina suena horrorosamente, parece faltar algo, hay que hacer una elipsis verbal para decirlo. Whatever Works es el título original (o sea algo así como “Si la cosa funciona”, como se la conoció en España). Esta es la película Allen de 2009, anterior a Conocerás al hombre de tus sueños (2010), estrenada hace unos meses. (Por otra parte, Allen ya estrenó su modelo 2011, Midnight in Paris, en Cannes.) Whatever Works... ¡transcurre en Nueva York! (desde 2004, con Melinda y Melinda, el cine de Allen venía dando vueltas por Europa), y es de lo mejor del Allen del siglo XXI (lo que para este columnista no es mucho decir). Whatever Works tiene a Larry David como protagonista, en ese rol de alter ego del director que alguien tiene que cumplir desde que Allen no actúa en sus películas (la última fue La vida y todo lo demás, de 2003), y este alter ego está bien: la sombra de Allen no se come a David, porque este tiene su propia personalidad artística cargada de misantropía. Con gran sentido rítmico (tal vez por filmar en la ciudad y en la cultura que conoce más y mejor), Allen desparrama muy buenas historias para los personajes secundarios (dos de ellos interpretados por los enormes Patricia Clarkson y Ed Biegel Jr.) y se permite una tesis que se infiere pero no se dice: Manhattan convierte a los republicanos más conservadores en sofisticados liberales. Por supuesto, en la sala había fans de Allen, que se reían para que se notara “que entendían” todos y cada uno de los chistes más tradicionales y gastados de Allen sobre psicoanálisis y sobre política. Yo no soy fan (fui casi fan de Allen hace casi veinte años) y apenas sonreía. Pero debo decir que solté algunas carcajadas: ya no soy fan ni siquiera de ser antifan de los más petulantes fans de Allen.
¡Ah, Woody Allen! Allen tiene ese no sé qué, que hace que la crítica le reclame las cosas más variadas y más aun, que se confiese y formule aclaraciones de todo tipo. De esta forma, antes de ver alguna de sus películas sabemos lo que la película “no” es. Sabemos también si el crítico en cuestión es “fan” o si apenas se rió con Bananas, pero por sobre todo nos queda claro que “Allen hace más de una década ya no es lo que fue”, lo que a esta altura no es más que una frase sin sentido, porque convengamos: ¿alguno de ustedes está igual que hace diez años? Si la respuesta es sí, hágase ver. Claro que evolución no es lo mismo que involución, pero esto último no es una característica que podamos adjudicarle a Allen, aunque algunas de sus películas sean peores o más fallidas que otras. Así estamos entonces, viéndonosla en figuritas, porque todos aquellos que reclamaban que sus guiones habían perdido la agudeza que tenían en la década del setenta, o que no filmar en Manhattan era poco más que un sacrilegio, ahora no saben cómo justificar que Whatever Works (¿o creyeron que iba a utilizar el espantoso título local?), que tiene un guión hecho en los setenta y está filmada en una tremendamente alleana Manhattan, es buena. Y no, no es buena, incluso a pesar de Larry David que es uno de los personajes más geniales que haya pisado este planeta. Aunque sea justamente esa genialidad la que le otorgue un rasgo redimible a Whatever Works. El personaje de Boris parece hecho para David, incluso comparte más de una característica con el David de Curb Your Enthusiasm. Por eso mismo es que los primeros cuarenta minutos son magníficos: hay acidez, humor, nihilismo, ruptura de la cuarta pared y un ritmo para el monólogo (y la escenificación de lo que se dice) como hacía mucho no se veía en una comedia de Allen, como si estuviéramos presenciando una película filmada allá lejos y hace tiempo. Pero poco después de que aparece el personaje de Evan Rachel Wood, Whatever Works muta hacia un híbrido que pivota entre la comedia romántica y un cierto existencialismo, no se define y se desdibuja (ver ese final feliz y lavado por ejemplo o el chiste sobre el Viagra). No es que la chica lo haga mal, es que se rompe el verosímil. Sí, tiene algo de Manhattan (la escena del café donde Melody lo deja puede ser la hermana boba de la del hall del edificio donde Tracy abandona a Isaac). La diferencia radica en que en Manhattan creíamos en la relación entre Isaac y Tracy, pero cuesta mucho creer en eso que hay entre Boris y Melody, precisamente por esos dichosos primeros cuarenta minutos. Boris no podría enamorarse de esa bobalicona sureña de la misma manera que no soportaría ver la segunda mitad de esta película.
Si la cosa funciona representa el regreso del autor a su mejor forma. El Opus 39 de Woody Allen marca el regreso del viejo maestro a la ciudad de Nueva York, ese gigantesco set que albergó a algunas de sus mejores obras. Y para ese regreso saca del baúl de los recuerdos a un viejo guión pensado originalmente para Zero Mostel (1915-1977) archivado tras la muerte del protagonista de la versión original de Los productores. El filme cuenta la historia de Boris Yellnikoff, un misántropo cuyo desprecio por la raza humana es tan alto como su autoestima. El galardón que exhibe hasta el hartazgo es haber sido considerado para el Premio Nobel de Física que, desde luego, no le fue concedido. La solitaria rutina que lleva Boris desde que abandonó su vida de físico eminente y padre de familia se verá afectada por la aparición en la puerta de su casa de Melody, una joven proveniente del sur profundo estadounidense. Pese a ser pensado para otro actor, Boris es uno de esos traumados personajes que Woody Allen supo interpretar más de una decena de veces, es neurótico, pesimista e hipocondríaco. El encargado de darle vida y carnadura a Boris es nada menos que Larry David. El trabajo del co creador de Seinfeld es notable, logra ciertos gestos y tics comunes al personaje alleniano arquetípico sin imitar nunca al autor de Manhattan, sino realizando una suerte de reinterpretación de sus personajes. Pero “la cosa” seguramente no funcionaría si el protagónico no recayera en Evan Rachel Wood, joven actriz de extensa carrera y notable capacidad y versatilidad. Su Melody es esa flor que nació en el fango de la ignorancia, el fanatismo religioso y el conservadurismo del interior estadounidense, pero que llega a Nueva York escapándose de todo ello y absorbe en primera instancia la cosmovisión, las enseñanzas y el pesimismo de Boris sin perder nunca la sonrisa y la alegría. Resulta muy entretenido e interesante ver como la ciudad de Nueva York, cosmopolita por excelencia, transforma la vida de los personajes más conservadores, como los padres de Melody, al poco tiempo de hacer pie en la gran manzana. Boris cree ser un genio, le gustaría serlo, su ego se alimenta con las cosas que le dicen sus pocos amigos y con lo que repite de sí mismo. Pero a juzgar por lo que muestra la película él es una persona crítica de todas las situaciones que se presentan frente a sus ojos o en su mente. La autoproclamada genialidad Boris no se fundamenta con ninguno de sus actos y solo se justifica con un ingenioso guiño/chiste que empieza con el relato y termina en la escena final. Sin alcanzar a ese Allen que entre finales de los 70 y la década del 80 estrenó algunas de sus mejores películas, el regreso de Woody a New York representa un regreso del autor a su mejor forma, por eso no sorprende que originalmente el guión haya sido escrito por aquellos años.
1. Viajes. Acá se estrenó después de Conocerás al hombre de tus sueños, pero Que “la cosa” funcione en realidad le sigue a Vicky Cristina Barcelona, esa especie de frutilla de postre colorida de la feísima trilogía anterior de Woody Allen. Después de hacer un viaje de tres películas por Inglaterra y una pasada rápida por Barcelona, Allen vuelve a New York. El problema es que, como toda la gente sabe, los viajes cambian a las personas, uno nunca es igual después de haberse movido de un lugar a otro del planeta, sin importar la distancia que haya recorrido. La clave es un poco esa. El cine de Rossellini mutó de la urgencia neorrealista al didactismo televisivo seguramente por muchos motivos, pero detrás de ese cambio hubo viajes, que muchas veces se aprecian hasta en los títulos de sus películas: de Roma a toda Italia (Paisá, Viaje en Italia), de Italia a Alemania (Alemania año cero), después a todo un continente (Europa 51) hasta arribar en la India, esa tierra extraña que el director mira desde el asombro más respetuoso. La pasión por el cine y los viajes lo llevó incluso a convertirse en una especie de Doc Brown adelantado a su época: cuando el mundo le quedó chico, Rossellini empezó a viajar en el tiempo con películas como La toma del poder de Luis XIV o Sócrates. Como decía Godard, Rossellini saltó de lo particular a lo más general, ese es el eterno movimiento que alimentó secretamente su cine. Woody Allen filmó más películas que el italiano, pero igual, a grandes rasgos y dejando de lado excepciones, el viajar también lo arrancó de una cierta comodidad y seguridad del mundo neoyorquino y lo llevó a explorar otros, ya fueran ciudades, países, continentes o, como Rossellini, otras líneas de tiempo. Y, como Rossellini, Allen también realizó una especie de pasaje de lo particular a lo general: la trilogía británica habla desde la tragedia griega y de problemas existenciales bastante más amplios que el abanico de neurosis que el director observaba en sus películas en New York. 2. Colores. Moverse es bueno, desentumece el cuerpo, fuerza los músculos y obliga a mirar el paisaje, a estar atento a lo que pasa alrededor. Mientras viajaba, Rossellini descubrió, entre tantísimas cosas, el color. Al revés, Allen, que ya había trabajado con una enorme variedad de gamas de colores y con el blanco y negro, en su paso por Inglaterra terminó reduciendo la paleta de su cine, que se reconcentró más en el azul y el gris, condimentados ocasionalmente por alguna luz amarilla que horadaba la bruma apagada de Londres. A golpe de vista, lo primero que se siente en el comienzo de Match Point es una pérdida cromática, como si al pasar a la generalidad de la tragedia y los “grandes temas” el cine de Allen no pudiera mantener el trabajo con el color de otras de sus películas más locales, más particulares. El color era lo primero que, de nuevo, golpeaba al ojo en Vicky Cristina Barcelona, pero se trataba de un color pintoresco, pretendidamente típico, como esa escena en un restaurante con aire muy andaluz y un guitarrista de flamenco en la que se habla de la “magia” de las noches españolas. Entonces, color local y variado pero filtrado por el prisma de lo pintoresco, de estética de postal. En Que “la cosa” funcione el color, una vez más, es una de las primeras cosas que atacan la vista. Pero esta vez la fotografía pareciera estar en consonancia con el clima y el lugar de la historia: Allen vuelve a New York, y esa gama de rojos y ocres salpicados por verdes y azules ya no opera como pintoresquismo sino como color propio de una ciudad que el director demuestra conocer como nadie a lo largo y ancho de su cine. No importa acá su historia personal; Allen conoce New York y eso se nota en un nivel puramente cinematográfico, por ejemplo, en la falta de imágenes de lugares típicos o representativos de la ciudad: la única visita a uno de esos lugares (el mausoleo de Grant) es fugaz, el lugar prácticamente ni se ve, y el personaje de Boris lamenta haber ido y explica que nunca había estado allí a pesar de haber vivido toda su vida en New York. 3. Cinismo. Entonces, al cine Allen parece haberle hecho mejor el regreso a casa que todo el recorrido por Inglaterra y Barcelona (peligros de viajar: las cosas no siempre salen como uno espera y el retorno puede ser la mejor parte de la travesía). El problema es que, exitosos o no, decíamos, los viajes cambian a las personas. Y Allen, aunque aceitado, de nuevo en su ambiente y pertrechado con restos de su humor de antaño, cambió, y no hay fotografía, ciudad o historia que pueda disimular eso. Su cine se volvió cínico porque toma distancia de sus personajes y los mira sufrir desde la lejanía, porque desnuda los mecanismos del cine de ficción de manera muchas veces gratuita, porque no respeta la coherencia interna de su historia y obliga a los personajes a hacer cosas que jamás harían (no por nada en Que “la cosa” funcione abundan los vacíos temporales: los momentos más incoherentes son relegados al off mediante elipsis que a veces duran hasta un año entero). Pero, principalmente, se volvió cínico porque su cine es cada vez más un vehículo para un mensaje: Que “la cosa” funcione es una película bien “discursiva”, que todo el tiempo interpela al espectador (los apartes de Boris son apenas un recurso dentro de su aparataje comunicativo) recordándole siempre que está frente a un relato y que, en última instancia, lo que importa no es tanto la humanidad de los personajes sino los temas que se tocan y su posible confirmación, como ocurre con el pesimismo de Boris (que tiene razón y se equivoca alternativamente). Por eso es que el espesor narrativo de los personajes es tan delgado, tan poroso; muchas veces pareciera que lo que le interesa al director no es tanto contar una historia con seres creíbles sino hablar (o seguir hablando, en todo caso) de “grandes temas”: la muerte, la soledad, la genialidad, el amor, la sociedad, etc. Los personajes no son más que depósitos de opiniones y creencias que el director cruza, pone en tensión, con los que juega. A fin de cuentas, de qué otra manera puede entenderse el casamiento de Boris con Melody sino como una unión imposible hecha con el propósito de reírse un poco de los dos y de ver qué sale de la colisión de credos tan distintos. 4. La vida. Sí, es cierto que, casi como por ósmosis, el cine de Allen recupera algo de su vitalidad anterior. La rutina de Boris, las salidas al cine, los paseos, los parques, el cocinar, la forma de vestirse, ir a bares; detrás de la batería de temas “importantes” hay un resto nada despreciable de energía vital que parecía haberse perdido para siempre en los paisajes londinenses y andaluces más pintorescos y que resurgen en la primera escena de Que “la cosa” funcione con un grupo de amigos tomando algo en un café de barrio sentados en una mesa de la vereda. El descenso de las alturas de la tragedia más universal a los hábitos y manías urbanos le hace bien al cine de Allen, lo oxigena. Obvio, en esto cumple un papel fundamental Larry David: es difícil imaginarse la película sin él, casi como si el cómico (otro que hizo stand-up y fue guionista, como Allen) trajera la enorme carga de su universo personal (denso, inquisitivo, neurótico, obsesivo, lúcido) y le inyectara a Que “la cosa” funcione la dosis de urbanidad y observación cotidiana necesaria para que la fórmula no fracase. Woody Allen vuelve a New York pero lo hace cambiado: cínico, algo pretencioso, no cree en sus personajes y decide utilizarlos como piezas en el tablero de los grandes temas. Sin embargo, algo de la vitalidad que rebozaban sus mejores películas se vislumbra de nuevo en Que “la cosa” funcione.
Que "la cosa" funcione o cuando Woody regresó a NY La nueva película de Allen recupera ciertos tópicos celebrados por sus seguidores y explota un humor fantástico como es costumbre en él. No estoy segura de que la estadía de Allen en Europa haya sido un fracaso, como aseveran algunos colegas. Es más, considero que Match Point o El sueño de Casandra re escribieron obsesiones de Allen en torno al asesinato considerado como una de las bellas artes (De Quincey Dixit). En esos films, el jazz había sido remplazado por la música clásica y el humor se hallaba ausente porque, a qué negarlo, Inglaterra tiene de gracioso sólo las bodas reales encarnadas en los sombreros que usan las damas asistentes. Esas obras de Allen, re inventaban una historia, mostrando aquel axioma de Melinda-Melinda (2004) en el que un ligero cambio de trazo, convertía una comedia en una tragedia, funcionaron como re escritura y también como comprobación de una tesis. Aquellos amigos que tomaban café y degustaban distintos dulces antes de partir a un velatorio, plasmaban desde esa escena inicial cómo lo trágico de la muerte puede ser productivo para debatir la praxis vital de la escritura de los géneros justo antes del postrer momento. La vida es eso. Pero Allen volvió a New York esta vez retomando el tópico de los amores desparejos entre hombres mayores y mujeres jóvenes. Su alter ego aquí, Boris Yellnikoff, será encarnado por un genial Larry David. Un hombre grande, engreído y con ese aire que tienen los que se dedican a las ciencias duras. Descreído de que la humanidad tenga una oportunidad, conocerá azarosamente en un parque a Melody, interpretada por Evan Rachel Wood, una chiquilla inocente que huyó de la casa paterna y de la cual terminará perdidamente enamorado. Pero como no hay film sin conflicto, aunque el tono de comedia impere siempre, pronto llegarán los problemas cuando John y Marietta, protagonizados por Ed Begley y Patricia Clarkson, padres de la joven en cuestión y con una guerra propia entre ellos, reprueben ese vínculo que Boris y Melody están construyendo. Tal vez Allen haya encontrado luego de mucho tiempo un doble fantástico de sí mismo, ya que Larry David, rememora los tips de ese Allen hipocondríaco y panicoso de Hannah y sus hermanas (1986), al amante temeroso y fracasado documentalista de Crímenes y pecados (1989) y al excéntrico escritor de Deconstructing Harry (1997). La trama va in crescendo en virtud de los enredos amorosos, con el escenario de New York de fondo, el jazz más maravilloso como cortina y algunos sones de música clásica cuando la historia lo pide. Si le gustaba Allen y se dejó llevar por esas críticas que no valoran que este genio hace una película por año (como señaló Perrone en esta misma publicación) o si nunca dejó de gustarle, porque el peor Allen es siempre un mejor “complete con el nombre que UD. prefiera”, llegó la instancia de ver el film de uno de los más geniales directores y guionistas que dio EEUU, tan fresco como siempre, tan cómico como antes y por sobre todo, tan fiel a sí mismo. Los muertos que los críticos matan gozan de espléndida salud.
Qué la cosa funcione (fórmula tradicional pero con más risas) Muchos se decepcionaron con la última incursión de Allen en el cine. Conocerás al hombre de tus sueños no parecía estar a la altura de un realizador de su talla. Lo dijimos: tampoco se puede esperar que todo lo que haga sea oro. Sin embargo, este blog defendió aquel filme, discreto, simpaticón y mínimamente ingenioso. En su vuelta a las salas argentinas, Allen nos entrega Que la cosa funcione, una comedia en donde Larry David (creador de Seinfeld y otras sitcoms menos conocidas) interpreta al personaje que hubiera hecho Allen en otros tiempos: un viejo cascarrabias, negativo y neurótico, aunque aquí también es ateo y científico. En resumen, lo que ofrece el filme son bastantes chistes, como si se tratara de un par de capítulos de una sitcom unidos para que duren más de una hora. Las reflexiones sobre el amor, la vida, la vejez, la suerte, etc. están presentes, como siempre ocurre en las películas de Woody, tan solo que esta vez con un destino más humorístico que dramático. Podremos coincidir o no con que uno tiene que ser feliz con el tipo de amor que pueda encontrar en el mundo, premisa principal del filme, pero de todas formas disfrutar de los momentos cómicos desparramados a mansalva en un guión armonioso y sencillo y por un elenco al que Allen logra hacer funcionar una vez más, liderado por Evan Rachel Wood en uno de sus mejores papeles últimamente.
Más neurótico que nunca Esta podría ser una nueva-vieja película de Woody Allen, en dos sentidos. Primero, porque se trata de un guión escrito en 1977, pensado para otro actor (Zero Mostel), que Allen decidió rodar 30 años más tarde; segundo, porque estamos viendo en cine este filme dos años después de su lanzamiento (la peor de las estrategias si las distribuidoras quieren pelearle el terreno a la piratería). Que la cosa funcione es la traducción fallida del título original (Whatever works), no sólo por la falta de literalidad, sino por que altera el sentido. "Lo que sea que funcione" resultaría más apropiado para traducir la frase que guía la filosofía de vida del protagonista, Boris Yellnikoff. Boris es un científico, un "casi" premio Nobel, un nihilista convencido de que la ignorancia de la humanidad no tiene remedio, huraño, altanero y cascarrabias. En esa piel está Larry David, quizá el mejor alter ego de Allen hasta ahora. Porque si había alguien más neoyorquino, judío y neurótico que Allen, es él. Larry David (el cerebro detrás de Seinfeld) quizá no sea un gran actor, pero en este registro de un neurótico malhumorado y egoísta (el mismo que interpreta en la serie Curb your enthusiasm) logra visos de genialidad. Boris, justamente, en cuyas palabras recaen dos monólogos que funcionan como prólogo y epílogo del filme, conoce a una mujer, más joven, ingenua y con bastante menos luces que él (una fija de Allen) con la que termina casándose. El encuentro estre estos dos personajes, el regreso al universo neoyorquino y la intransigencia de este Boris obsesivo-compulsivo, son los mejores aciertos del filme. Pero la cosa deja de funcionar tan bien cuando el guión se diluye en las historias de enredos que protagonizan el resto de los personajes y Boris queda abandonado por la trama. No falta mérito en los secundarios (hay buenos trabajos de Patricia Clarkson y Ed Begley Jr, los padres de la joven), pero sus roles parecen limitarse sólo a marcar las antinomias entre la clase media, académica y progresista de NY frente a la conservadora, religiosa y provinciana del interior.
Por siempre Woody Boris Yellnicoff trata de definir ante sus amigos el tipo de relación que tiene con la joven Melody. "Me acompaña a las guardias de los hospitales cada vez que creo tener un melanoma", relata con naturalidad. En la platea, los seguidores (admiradores) de Woody Allen se regocijan íntimamente o festejan con carcajadas. Es que el viejo maestro neoyorquino vuelve con todo y despliega su arsenal de ironías, comentarios ácidos, chistes eficaces y reflexiones profundamente lúcidas (y absurdas) en esta comedia, filmada sobre un guión escrito hace más de tres décadas y ambientada nuevamente en su adorada Manhattan. Desde los títulos (las archiconocidas letras blancas sobre fondo negro, con los nombres ya familiares de los integrantes del equipo técnico) y la primera escena (el protagonista conversa con tres amigos y termina dirigiéndose a la cámara para hablarles a los espectadores) se tiene la sensación de que el Woody de las viejas comedias está de vuelta. El personaje central (neurótico, ácido, hipocondríaco, de a ratos insoportable) es el que en los viejos tiempos hubiera encarnado el propio director; en esta oportunidad se lo confía a Larry David (coautor de "Seinfeld", autor y protagonista de la sitcom "Curb your enthusiasm") y logra un notable acierto. Y vuelve a dar en la tecla con el tratamiento del filme: la narración es ágil, la introducción de nuevos personajes refresca el relato y los chistes funcionan a la perfección. El protagonista se dirige abiertamente al público no sólo como recurso cinematográfico, sino como confirmación de la idea, ya expuesta en el cine de Allen, de que la pantalla no es otra cosa que un límite difuso que, lejos de dividir, vincula a dos mundos fantásticos. El guión es sólido, los actores (en especial esa muy buena comediante que es Ewan Rachel Wood) le sacan el jugo a las situaciones de que disponen, y la historia cierra con un final que sólo Woody Allen es capaz de animarse a proponer.
Woody y la búsqueda de la felicidad El siempre sorprendente director deposita en Larry David la responsabilidad de encarnar a Boris Yellnikoff, un científico escéptico, malhumorado, hipocondríaco y enojado con el mundo que, pese a todo, buscará el camino para ser feliz. Estrenada en numerosos países europeos y latinoamericanos a fines del 2009, finalmente llega a la ciudad, tras su reciente lanzamiento en Buenos Aires, el antepenúltimo film de Woody Allen (si bien hace algunos meses se exhibió Conocerás al hombre de tus sueños, cuya reposición se anuncia para este miércoles a las 21 en la sala Madre Cabrini, y a pocas semanas de conocer el que es su último film Midnight in Paris). Pese a que el genial y siempre sorprendente Allen se ha mantenido firme respecto a cambios en los títulos de sus films, o a cualquier corte, los distribuidores en Argentina modificaron su título original (o por lo menos el más cercano a él) Si la cosa funciona, expresión que escuchamos en varios pasajes del film, por Que la cosa funcione, logrando un efecto anzuelo, más aún si se tiene en cuenta el gesto que está haciendo con sus manos su protagonista, un tal Boris Yellnikoff, a la joven que está a su lado. Durante mucho tiempo los distribuidores del film se negaban a su estreno. Consideraban que no tenía ese atractivo que, para ellos (siempre dependiendo de "ellos"), les garantizaba una abultada taquilla. Y sin embargo, para su sorpresa, el film funcionó y sigue funcionando, algo que ya estaba anticipando, por azar o por destino, su título original. A la hora de elegir un puntaje, de antemano y a propósito de Allen, me inclino siempre a pensar en términos mayúsculos y superlativos. Y no dudé ahora de elegir el puntaje máximo para este film que trae otro de los alter ego que Woody Allen ha guionado a lo largo de su filmografía; que comienza, en carácter de actor y coguionista con la efusiva y burbujeante comedia Que pasa, Pussycat de Clive Donner de 1965 y que se abre como director y guionista en el 69 con Robó, huyó, y lo pescaron, de fuerte tono autobiográfico. A posteriori, en tantos film, cada uno de sus alter ego nos fue acercando fragmentos de un modo de ser, que se construyen desde el entramado neurótico y obsesivo de la sociedad de nuestro tiempo. Y ya tras haber pasado los primeros años de su séptima década, Allen deposita en su personaje Boris, compuesto por el actor Larry David, la suma de sus rasgos más reconocibles: escepticismo, enojo contra el mundo, malhumor, hipocondría, entre otras conductas que, en el plano de la ficción, se representan de manera hiperbolizada. En tanto espejo sobre el mundo contemporáneo, en el que se reconocen frustraciones, sus personajes, en tanto reproducen y amplifican su voz, adquieren comportamientos por momentos cínicos, en la tradición del cine de Ernst Lubitsch y Billy Wilder. Pero en la mayor parte de sus films, igualmente, y esto se reafirma sobre los momentos finales de Que la cosa funcione, siempre hay un cambio, transformación, esperanza, sea por destino, suerte, azar; o lo que sea... lo importante para él es abrirse a eso que llaman amor, en sus tantas maneras de manifestarse. En el film que hoy comentamos, largamente anunciado a través de afiches y noticias sobre él, su alter ego: Boris Yellnikoff, un hombre separado, cojo (tras un intento fallido de suicidio), alguna vez candidato al premio Nóbel de Física, particularmente ajeno a los vaivenes cotidianos y por lo general, salvo ocasiones, con una vida a puerta cerrada, remarcando su condición de misántropo. Narrada de manera particular en primera persona, tal como si pensáramos en los films de Nanni Moretti, Caro Diario y Aprile, con esa fuerte marca de subjetividad, con mirada a cámara, este hombrecillo que pasea su enojo por las veredas neoyorquinas verá cómo de pronto, como ocurría en ese olvidado film que es Melinda y Melinda, alguien irrumpirá en su vida, tal como sobreviene en algunos cuentos. El personaje que nos hace llegar la voz y los gestos de Allen está interpretado en este film por Larry David, actor de seriales televisivos y de dos films anteriores de Allen: Días de radio de 1987, en el que el actor interpretaba a un vecino de filiación comunista, y en el film compartido con Coppola y Scorsese, Historias de Nueva York, del 89, film en el que David, en el episodio "Edipo reprimido", componía al manager de un teatro. Relato a cámara, de manera confidencial, Boris vivirá un primer sobresalto cuando llegue a la noche a su casa. Un segundo momento, tras su convivencia con una joven de nombre Melody St. Anne Celestine, cuyo modo de ser, en la primera parte del film, nos puede llegar a recordar a la soñadora y virginal Sandra Dee en sus films de mediados de los 50. Pero tal como la "Quinta Sinfonía" de Beethoven anuncia con sus primeros acordes, el destino llamará a las puertas; la puerta de la vivienda ahora se abrirá para dar paso a Marieta, la madre de la joven, rol que asume, brillantemente, la siempre admirable Patricia Clarkson. Y como reza la expresión popular, no hay dos sin tres: desafiando toda la paz familiar, alguien más está a punto de llegar, cargado de letanías y mandatos religiosos. Film que se disfruta desde las actuaciones y parlamentos, que rompe todo tipo de convencionalismo, donde dos pueden ser tres, y las obligadas tareas domésticas llegan a modificarse por creaciones artísticas. Donde cada uno, sea por azar, suerte o destino, encontrará otras vías de felicidad, pudiendo llegar a ser lo que postergadamente, siempre quiso ser. Si hasta Dios, en este film de Allen puede ser definido como "un gran decorador". Sobre el final del film, que revive tantos encuentros familiares, ahora lejos de la imborrable angustia y el vacío de Match Point, y más cerca de Hannah y sus hermanas, desde el parlamento de nuestro personaje, que nos vuelve a reconocer como público, ya se insinúa y anticipa la primera secuencia de su siguiente film: Conocerás al hombre de tus sueños.
El Amor Líquido Whatever Works o Que la Cosa Funcione, es lo último en llegar a nuestros pagos del famoso director neoyorquino Woody Allen (Vicky, Cristina, Barcelona y Manhattan), que en esta ocasión presenta una historia donde el personaje principal es una mezcla de él mismo y de Larry David, un escritor, actor y productor de series conocidísimas como Seinfeld y Curb your Enthusiasm (HBO), ambas ganadoras de varios premios de la TV. Entre los 2, moldearon un personaje que cuenta lo que vendría a ser su historia de vida, la de un neoyorquino tipo que presenta algunas características especiales como ser obsesivo compulsivo, depresivo, genio, pesimista, gracioso, misógino, comunista y más!, bien al estilo Allen. Boris Yellnikoff, el personaje principal, luego de divorciarse de su esposa, conoce por accidente a una joven sureña con poco cerebro, pero con mucho encanto, a la que ayuda en un principio a instalarse en la gran manzana hasta que surgen sentimientos en la ecuación, y comienzan una relación que los llevará a una serie de acontecimientos que cambiará sus vidas y las de sus familiares. En este trabajo el director saca a relucir algunos de sus pensamientos más representativos acerca de la pareja, las instituciones y la religión, ofreciendo una visión pesimista pero divertida acerca de las cuestiones de la vida, donde las relaciones con las otras personas son tan volátiles que lo único que queda por hacer es "Que la Cosa Funcione". Si alguno leyó al pensador Zygmunt Bauman y sus reflexiones acerca del Amor Líquido y el Amor Sólido, la Modernidad Líquida y la Modernidad Sólida, encontrará en este film un buen retrato de este tipo de fenómeno, donde la felicidad se ha transformado de aspiración ilustrada para el conjunto del género humano en deseo individual, y en una búsqueda activa más que en una circunstancia estable, porque si la felicidad puede ser un estado, sólo puede ser un estado de excitación espoleado por la insatisfacción. Como crítica más fuerte, encuentro que Allen toma ciertos aspectos de las personas muy a la ligera, siempre con mucha inteligencia en el planteo, pero con cierta irresponsabilidad en la profundidad o la reflexión sobre ellos, exponiendo tesis sobre el Hombre reducido a un animal movido sólo por impulsos y deseos. Se burla de la monogamia, de las instituciones, de las culturas, obviamente también cobra la Iglesia y es satirizada, en un ejercicio que no siempre resulta divertido de ver. En este caso particular, creo que la película logra un par momentos magníficos, con diálogos muy interesantes en algunas escenas, exhibiendo un personaje con el que es difícil no simpatizar por el nivel de acidez que carga en su persona, algo que la mayoría tenemos pero que no siempre exteriorizamos. En conclusión, Whatever Works es un buen producto que entretendrá sobre todo a las audiencias más ácidas, como la de nuestro país a la que suele gustarle el humor negro.
CARTA ABIERTA A WOODY ALLEN Sr. Woody Allen: He visto todas sus películas, hasta las que filmó antes de mi nacimiento. Para algunos son demasiadas y la crítica lo acusa de repetitivo y senil. Pero usted es el cineasta más prolífico en la historia y ese rótulo olímpico abre sólo dos alternativas: o se es un obrero indiferente, empaquetador de ideas lejanas, o se es un obsesivo compulsivo, agonizante que muere apenas deja de correr. Usted es lo segundo porque no soportaría despersonalizarse. La redundancia es el flujo vital de la proliferación. Un estilo aparece cuando los patrones se repiten. Quien no insiste, quien no aburre, no alcanza una identidad artística. Es más fácil hacer una, y sólo una obra maestra, que mil películas interconectadas. Porque lo primero requiere de iluminación; lo segundo, de violencia contra el mundo hasta que el mundo se modele según los caprichos perceptivos. En una entrevista, un periodista le reprochó su compulsión creativa. Usted sencillamente contestó que jubilarse es dar por sentado que se esperó toda una vida para abandonar el trabajo elegido. Si se disfruta lo que se hace, no hay razón para dejarlo. Será un pensamiento lindo, un pensamiento para incluir en libritos de aforismos, pero ambos sabemos que no es cierto: usted filma porque lo consume la misma neurosis que cristalizó en sus películas; esa neurosis falsa, caricaturesca, que atrapa a estudiantes primerizos de psicología. Bueno, esa neurosis imposible y saturada hizo una metástasis dentro suyo, Sr. Allen, y si por higiene decide no alimentarla más, la neurosis desaparecerá y usted con ella. En otras palabras: muere. Y me atrevo a ser preciso: muere de un infarto al corazón. ¿Sabe que además descubrí su truco para engañar a los productores ejecutivos y así seguir filmando? Es simple: elije una idea que nunca haya usado y la sujeta como estandarte de originalidad. Por ejemplo, que viajen a España y listo: Vicky Cristina Bercelona. Que las historias no cierren y tenemos Conocerás al Extraño de tus Sueños. Pero la substancia de sus películas es siempre la misma. Infieles, megalómanos, depresivos, intelectuales, registro teatral, frases chispeantes y actores interpretando variaciones de Woody Allen. Entonces llegamos a su película cuarenta, con la gran novedad de que la pareja neurótica recorre Francia. De acuerdo, Sr. Allen, ha provocado a la crítica y la crítica reaccionó. Medioanoche en París será maltratada como lo está siendo Si la cosa funciona. Sin embargo, su actitud como artista es tan inusual que sólo puede interpretarse desde lo patológico. Ha logrado que lo woodyallenesco sea tan refractario como viral. Ningún cine escapará a sus estrenos y nadie guionará a un neurótico sin el escalofrío del homenaje. No lo enfrentaré, Sr. Allen. He visto todas sus películas y las seguiré viendo. Filme lo que quiera, me rehúso a cuestionar el caso más insólito y maravilloso que tuvo el cine en toda su historia: usted. ….::::::::…. OPEN LETTER TO WOODY ALLEN Dear Mr Woody Allen: I have seen your movies, even the ones you shot before I was born. Some people consider them to be too many and critics accuse you of being repetitive and senile. But you are the most prolific film-maker in the history and having such an Olympic label only leaves two alternatives open: either you are an indiferent worker, packing up far-away ideas; or you suffer from an obsessive-compulsive disorder that makes you agonize as soon as you stop working. The second alternative is the one that fits your description because by no means you would tolerate your depersonalization. Redundance is the vital flow of your proliferation. A style emerges when patterns are followed. He who does not insist or bore cannot forge an artistic identity. It is easier to make one and only one master piece than to create thousands of interconnected films. The former requires illumination -the latter, violence against the world until the world is shaped according to his perceptive whim. During an interview, a journalist condemned your creative compulsiveness. You simply answered that retiring is assuming that all your life you have been waiting for the momento to give up the job you chose for yourself. If you enjoy what you do, there is no reason to give that up. That may be a nice thought, a thought to be included in a little book of aphorisms; but we both know it is not true: you shoot because you are consumed by the same neurosis that you cristalized in your movies -that phony neurosis that draws the attention of junior psychology students. Well, that impossible saturated neurosis has has turned into metastasis in you, Mr Allen, and if you decide not to feed it anymore for health reasons, it will disappear and you will disappear with it too. In other words, you would die. And I dare to be precise: you would die of a heart attack. You should know that I have also discovered your trick to fool executive producers and keep on making films. It is simple -you choose an idea that you have never chosen before and you hold it as if it were an originality flag. For instance, a trip to Spain and there it is Vicky Cristina Barcelona. Open stories and there it is You Will Meet a Tall Dark Stranger. The essence of your movies is always the same. Cheaters, megalomaniacs, deppresives, intelectuals, theatrical language, sparkling lines and actors playing different Woody Allens. And suddently we reach your fortieth movie, with the novelty that the neurotic couple travels around France. Alright, Mr Allen, you have provoked the critics and the critics reacted. Midnight in Paris will be beaten by the critics as Whatever Works is being beaten too. However, you attitude as an artist is so unusual that can only be interpreted from a pathological point of view. You have procured that every woodyallenesque work is as refractory as viral. No cinema will opt out of your newest movies nor scriptwriter will create a neurotic character without feeling a tribute shiver. I will not confront you, Mr Allen. I have seen your films and I will keep on seeing them. Shoot whatever you want, I refuse to question the most rare and wonderful case the history of cinema has ever faced: you.
UNA PELÍCULA DE WOODY ALLEN Suelen ser muy molestas las obras que son sólo una excusa de su creador para expresar una posición o teoría propia, así como las que son excesivamente autorreferenciales y narcisistas. Suele ser muy propio de Woody Allen todo esto. Pero suele importarnos absolutamente nada cuando vemos sus filmes. Así como en Crímenes y pecados (1989) Allen nos explica el dinamismo del mundo y en Match Point (2005) el del amor en el mundo, en Que la cosa funcione (2009) el director y guionista esboza una teoría sobre el sentido de la vida: lo que sea que funcione, concepto al que el título de la película se acerca con precisión, a diferencia de su traducción al español, como casi siempre. Larry David -co-guionista de Seinfeld que ya trabajó con Woody Allen en Días de radio (1987) y en Historias de Nueva York (1989)- encarna a Boris Yellnikoff: científico, viejo, inteligente, feo, suicida, misántropo, malhumorado, racionalista, judío, paranoico, hipocondríaco, obsesivo. Conoce a Melody (Evan Rachel Wood): linda, inocente, joven, católica con excepciones; llena de los lugares comunes, estupideces y trivialidades que Boris más detesta. Por supuesto que, por el atractivo del intelecto y la belleza respectivamente, desarrollan un vínculo parecido al amor y allí empiezan los enredos; enmarcados con excelentes actuaciones, planteos, humor e “intersecciones” entre la realidad y la ficción -como sucedía en La rosa púrpura de El Cairo (1985)- esta vez con el protagonista hablando a los espectadores en lo que, para sus compañeros en la ficción, es sólo otro brote de delirio más. Las casualidades y vericuetos del destino en Que la cosa funcione resultan similares a los de las novelas de Paul Auster; la visión del mundo de Boris, ácida y agresiva, se parece a la de Violencia Rivas o La Tana Ferro; el diálogo del protagonista con el público hace recordar a lo que hacía Alberto Olmedo, o Rodolfo Ranni en La Nena (aunque el director norteamericano sí lo hizo bien, con un sentido y calidad dignos, ironía y eficiencia humorística); pero a lo que más se parece la película de Woody Allen es a él: El guión fue realizado en los años 70’ y en algunos países pudo verse el filme en 2009 pero -aún para los que lo vemos hoy- resulta actual, agudo y profundo. Tiene una historia simple con planteos complejos. No aparenta pretensiones pero aborda el existencialista “para qué” de la vida humana. Relativiza en ambos extremos la eterna contraposición entre el amor y la religión con la razón y la ciencia. Nos dice que el fin justifica los medios. Nos muestra a Nueva York una vez más. Nos ofrece monólogos amarguísimos pero certeros. Nos habla de los sentimientos, la religión, los clichés, la estupidez humana, la infelicidad de los inteligentes y la felicidad de los “simples”. Nos concede un vago pero claro y agradable dejo de optimismo y emoción.
Woody sabe como armar una buena ensalada Todos sabemos que Woody Allen "fabrica" un opus por año. La cita anual de este año era justamente "Conocerás al hombre de tus sueños" (Comentario aquí) que de hecho ya ha sido estrenada en Buenos Aires en el verano. Pero por esas vueltas de la distribución local, su película anterior, "Whatever Works" nos la habíamos salteado y llega ahora, con un poco de retraso. Pero justamente es en beneficio de "Que "la cosa" funcione" ya que el traspié autoral de Woody en "Conocerás..." había sido tan tremento que sólo por comparación, el estreno de esta semana sale ganando y es, al menos, mucho más disfrutable y en una línea coherente con sus obsesiones, sus traumas y su manera de ver las cosas, que lo identifican y que lo hacen un ícono indiscutible. En este caso la historia que nos cuenta Woody es sumamente sencilla: Boris Yellnikoff (un Larry David que es el alter ego absolutamente ideal del mismísimo director) es un profesor universitario de física cuántica, ya retirado, típicamente neoyorquino y con un divorcio... más un intento de suicidio en su haber. Ahora tiene como nuevo "hobby" enseñar a jugar ajedrez a los niños, escupiéndoles crueles verdades si es que no sirven para eso. Todo esto nos lo cuenta él mismo con un enteramente disfrutable monólogo a la cámara que lo pinta de cuerpo entero. Así es Boris.... y un poco así es Woody. Y para ponerle un poco de "sal" a su vida, el destino quiere que se cruce con Melodie (Evan Rachel Wood conocida por su protagónico en "A los trece" y como la hija de Mickey Rourke en "El luchador") quien se acaba de escapar de casa y quien bajo una lluvia torrencial le pide que, al menos, la deje pasar la noche en su sofá. Y quizás la cosa funcione... "Whatever works" tiene muy poco que ver con la brillante "Match Point". Es más bien una enorme ensalada, en la que Allen mezcla los mismos ingredientes de siempre, los que ya ha usado en películas anteriores y que quizás sean novedosos para los que se acercaron a su cine recientemente. Para aquellos que extrañan "Crimenes y Pecados" "La otra mujer" o "Hanna y sus hermanas" evidentemente esta comedia está muy lejos de su mejor cine pero nos cerca un entretenimiento inteligente y con un ritmo con el que puede llegar a todos los públicos. Tiene, por suerte, destellos de ironía y de un negrísimo sentido de la vida que vuelca absolutamente en el personaje de Larry David ( perfecto y genial como esta copia de sí mismo que hace el propio Woody, ya alejado de la actuación) y en boca de quien pone las mejores y más festejadas líneas del guión. Se celebra nuevamente la complicidad que plantea en sus monólogos hacia el espectador ("rompiendo" esa pared como ya lo hacian los propios personajes de "La Rosa Púrpura del Cairo"). Volviendo a Boris, nada es tan sencillo y pronto la situación se complica, cuando aparezca en escena la madre de Melodie (nuevamente trabajando a las órdenes de Woody, Patricia Clarkson, sutil en su delirio y en una actuación nuevamente exquisita), una intelectual iluminada por el arte moderno, amante de la fotografía y porqué no del ménage á trois. Vuelca en ella la pizca de snobismo y desparpajo que tenía Dianne Weist en "Disparos sobre Broadway" y para demostrarnos su capacidad de reciclar y autoreferenciarse aparece el romance de la estudiante con un hombre mayor como en "Manhattan" e indudablermente el personaje de Melodie le debe muchísimo al de Mira Sorvino en "Poderosa Afrodita": un poco hueca, un poco inexperta, un poco enamoradiza... Tiene también sus reflexiones sobre la pareja al mejor estilo más liberal que volcó recientemente en "Vicky Cristina Barcelona" o hace ya un buen tiempo en "Comedia Sexual de una noche de verano" y en los monólogos de David nos muestra una vez más su efectivísimo recurso del monólogo intimista que ya maneja al dedillo desde la memorable "Annie Hall - Dos extraños amantes". Y Woody apuesta a lo seguro y gana. Quizás no sea hora de que se ande arriesgando por nuevos caminos. Transita los ya conocidos, el terreno firme y arma una comedia amena, sencilla, poco pretenciosa y nada novedosa, pero siempre Woody nos ilusiona con la posibilidad de volver a regalarnos una enorme película. Una estructura que bien podría ser una buena obra de teatro, una Patricia Clarkson absolutamente deliciosa y un Larry David que no podría haber encontrado un mejor papel - o Allen alguien mejor para interpretarlo? - son los puntos más altos de esta comedia liviana del gran Woody. Si "la cosa" funciona? Y, si, funciona bastante bien. Woody sabe cómo hacerlo una vez más.
Sorpresas que da la vida En los últimos años, Woody Allen descubrió el pulso de Londres y recorrió con el ojo del turista Barcelona y París; se recreó con los problemas de los “BoBos” (bohemian-bourgeois) viajeros de mediana edad, siempre entre muestras de arte, conciertos íntimos y excelente gastronomía. Entremedio, antes de “Conocerás al hombre de tu vida” y “Medianoche en París”, y en el contexto de la huelga de guionistas que sacudió hace un par de años a la industria audiovisual estadounidense, Allen desempolvó un viejo guión que había escrito hace décadas para el actor Zero Mostel, fallecido en 1977. Tal vez, el viejo Woody había buscado en él a alguien que pueda construir un personaje más gruñón, detestable y entrañable que él mismo. Probablemente, Allen haya visto algún capítulo de “Curb your enthusiasm”, la serie en la que Larry David se interpreta a sí mismo como un sujeto antisocial y ligeramente amoral (cabe recordar que el George Constanza que Jason Alexander interpretó en la serie “Seinfeld” estaba basado por David en el propio David). Allí encontró al actor ideal para ponerse en la piel de Boris Yellnicoff: viejo, judío, neoyorquino, físico brillante, amigo de sus viejos amigos, divorciado, amante de la música clásica, rengo desde un intento de suicidio, que canta el feliz cumpleaños cuando se lava las manos y es capaz de cobrarle una lección de ajedrez a una niña luego de humillarla por la derrota. Pareja imposible La vida de este apático, amargo y brillante personaje, regodeado en el sinsentido de la existencia, se verá alterado cuando en su vida aparezca Melody Saint Ann Celestine: participante en concursos de belleza escapada de Mississippi, adolescente, de familia religiosa, sencilla visión del mundo y un poco cabeza hueca. Contra su voluntad, Boris la aloja en su casa y trata de educarla un poco, como si fuera una mascota, o él fuese un Pigmalión desganado. Melody, fascinada por un intelecto al que a duras penas logra de a ratos seguir, comienza a atenderlo, cocinarle y mostrarle el costado lúdico de la vida: así ambos empiezan a ganar algo en el intercambio. Pero cuando un filme convencional caería en una relación paternal construida, éste se sale de escuadra: en un momento de epifanía, Boris y Melody se enamoran y se casan. Esto tendrá sus consecuencias, cuando aparezcan los padres de la chica y comiencen a interactuar con el entorno intelectualizado en el que se mueve Boris, lo que modificará las vidas de todos hasta límites insospechados. De local Allen vuelve con todo a su terreno más conocido: la ciudad de Nueva York, con su efervescencia multicultural, reñida con las conservadoras costumbres del centro del país; el humor ácido e hiriente, personajes algo grotescos pero siempre un poco queribles. Se juega aquí por una puesta visual sencilla, con algunos vínculos estéticos con su producción más reciente, pero poniendo énfasis en los diálogos inteligentes (incluso apelando a la “interacción” con el espectador, a través de comentarios a la cámara), en las réplicas de estos personajes que están en proceso de transformación. Para construirlos, se apoya en un elenco excepcional, que tiene como figura central al citado David, en la piel del insoportable Boris. A su lado, Evan Rachel Wood construye a la adorable y tontaina Melody; Patricia Clarkson se pone en la piel de Marietta, la conservadora madre de la chica, que encontrará su vocación y su liberación en la Gran Manzana; Ed Begley Jr. es John, ex esposo de Marietta, que encontrará también su verdadera identidad; y Conleth Hill interpreta con sapiencia a Brockman, el amigo de Boris que tendrá una parte importante en todos estos procesos. En el camino, aparecerán nuevos rivales amorosos, y hasta alguna opción sin tener que elegir. Las parejas terminarán reacomodándose como siguiendo un orden cósmico que Boris siempre negó, pero más cercano al de la mecánica cuántica que al de sir Isaac Newton. Las cosas no son como uno espera, o ha planificado, ni hay fórmulas para todo: lo importante es aceptar “lo que sea que funcione” (tal sería una traducción más literal del título original), sin prejuicios ante las posibilidades infinitas.
Larry David (creador de las aclamadas series Seinfeld y Curb your enthusiasm) encarna de algún modo al alter ego de Woody Allen quien no bien arranca, además de quebrar la cuarta pared para dirigirse de modo directo a la audiencia, larga una sentencia de muerte: “la raza humana es una especie fallida”. Pesimista e irascible, este regreso a su cuidad natal –después de su paso por Europa que retomará con el estreno de “Midnight in Paris” y un futuro rodaje en Roma- le sentó de maravillas a Allen, quien aprovecha este retorno a la Gran Manzana para hacer un poco de turismo visitando los hot spots de la urbe. En “Whatever Works” Larry David (en su primer protagónico de peso en cine tras su reconocida carrera televisiva) y Evan Rachel Word conforman una excelente pareja para enfrentar todos los duelos punzantes propuestos por Allen. La incorporación de Patricia Clarkson en la segunda mitad de la historia trae aires renovados a esta heterogénea convivencia de personalidades.
Déjà vu Un clásico de los amores cinéfilos argentinos ha regresado a nuestras salas: el “genio” neoyorquino Woody Allen está de vuelta entre nosotros, con su antepenúltima película a la fecha, estrenada con dos años de retraso (y después de que ya se hubiera estrenado su penúltimo filme, Conocerás al hombre de tus sueños). La noticia es buena no tanto por Woody en sí, pues en los últimos quince años ha entregado más fiascos que buenas obras, sino porque se trata de una de sus mejores películas modernas, un filme que de algún modo lo devuelve a sus olvidadas fuentes originales tras las malogradas aventuras europeas que sigue protagonizando, una especie de déjà vu que tampoco vale la pena sobredimensionar, pues seguimos sin estar ante el Allen de los ´70 y los ´80. Basado en un guión escrito por el propio autor en ésa época de su juventud, la pésima traducción del título original (Que la cosa funcione) deja escapar lo que sería una gran metáfora del propio Allen: la frase “Whatever works” (Lo que sea que funcione, el título original) sintetiza una filosofía existencial pero también una posible posición estética, que tal vez sirva para entender su propio recorrido artístico, que lo ha llevado a convertirse en una especie de parodia de sí mismo. El cine de Allen ha terminado por constituir un lugar seguro (no sólo para el director, también para sus seguidores), una especie de refugio privilegiado desde el cuál poder ver la vida y sus miserias con una ironía amable, un cinismo reconfortante que paradójicamente puede acercar su cinematografía a lo que más desprecia: el panfleto de autoayuda. Aquí es precisamente donde Que la cosa funcione comienza a funcionar de otra manera, pues devuelve a Woody un poco de la virulencia y la acidez que supo cultivar en otras épocas, con una cuota de fuerza mayor dotada por su alter ego y protagonista: el gran comediante Larry David, sin duda discípulo de Allen (y corresponsable de la serie Seinfeld). David compone a un Allen potenciado: un verdadero monstruoso lleno de paranoias y manías, cuyo egocentrismo es tan alto como su desprecio a la humanidad, un geniecillo neurótico y maleducado que no tiene problemas en maltratar a niños, mujeres o amigos, y que incluso se solaza en sus humillaciones. El monólogo de apertura, en el que el personaje de David, el físico cuántico Boris Yellnikoff, se dirigirá directamente al público (un recurso probado de Allen, que rompe de entrada con las exigencias de la ficción), ya muestra de qué viene la cosa: Boris es un escéptico consumado, que acaba de divorciarse de su mujer, que ha intentado suicidarse y que ahora se dedica a enseñar ajedrez a niños que desprecia, aunque alguna vez estuvo nominado al Premio Nobel. Como siempre acontece con Allen, a David la vida no tardará en darle vuelta las cosas, y pronto conocerá a una joven que rescatará de la calle (Evan Rachel Wood) de la que se terminará enamorando y hasta casando, pese a que no parece tener todas las luces consigo. Con ella, vendrán luego una madre desesperada, fanática religiosa y artista reprimida (la gran Patricia Clarkson), y además un padre envilecido por sus propias traiciones (Ed Begley Jr.). Los tres vivirán un proceso de expiación, aprendizaje y aceptación que los llevará a cambiar radicalmente de vida, mientras Boris sigue refugiado en su cinismo y su misantropía, hasta que vuelva a estar en la misma situación del inicio (aunque al final Woody le reservará su redención, algo que en cierto sentido traiciona a la misma película). Pleno de ironía y sarcasmo, el filme funciona sobre todo cuando Boris está en el centro de la escena: sus grandes monólogos y los diálogos filosos retoman una de las mejores facetas de Allen, que vuelve a discurrir sobre el existencialismo, el amor, el matrimonio y la religión como grandes farsas, el humor y los pequeños placeres como refugio y salvación. Con ellos vuelve también su típica misoginia y su mirada misántropa del mundo, que acaso se potencia por cierta distancia que Allen toma de personajes y situaciones, aunque la presencia de Larry David conjura en parte los peligros: su apropiación del texto es tal que lleva la película a otro nivel, al punto que la narración se resiente profundamente cuando sale de escena. Formalmente elegante como acostumbra, Woody no parece particularmente interesado esta vez en filmar a su otrora amada Nueva York, que funciona más bien como un fondo difuso, demasiado conocido acaso, para la historia y sus personajes. La banda de sonido vuelve a constituir una narración aparte, con sus propias citas y referencias cinematográficas, aunque por supuesto no salvará ciertos baches narrativos y argumentales, que se harán patentes sobre todo en la media hora final. Por Martín Iparraguirre