Monstruos Vs Aliens No cabe dudas de que hoy en día, la tarea más difícil para un director de cine, es encontrar la manera de hacer que los espectadores paguen una entrada para ver su película. No estoy diciendo nada nuevo, pero a la mayoría de nosotros nos ha pasado alguna vez que si algo no nos llama mucho la atención como para verlo en pantalla grande, no nos modifica la vida esperar y verla después en casa. Si pagamos una entrada, esa película tiene que brindarnos una experiencia que nos resulte imposible obtener a través de nuestro televisor o computadora. Hollywood confía hoy más que nunca en el cine de ciencia ficción para llevar esta experiencia a las salas, a través del espectáculo visual que se supera película a película. Lo novedoso, sin embargo, es que Guillermo del Toro lleva esta idea a otro nivel con Titanes del Pacífico: una bomba de estruendo, con extravagantes efectos especiales y escenas estridentes que superan en tamaño y calidad, cualquier película de Transformers o Battleship...
Gigantes de acero La nueva creación del mexicano Guillermo del Toro sorprende desde lo visual pero detrás de su poderosa artillería tiene buenas ideas aplicadas al mejor cine de entretenimiento. Después de Mimic, Blade II: Cazador de vampiros, El espinazo del diablo y El laberinto del Fauno, el cineasta de Titanes del Pacífico no disimila las influencias de películas japonesas de monstruos como Godzilla, de las series animadas Mazinger Z, y Robotech y de la más reciente Gigantes de acero. Lo interesante es cómo Del Toro potencia todo el material en una historia en la que se ponen en juego mucho más que las luchas entre los poderosos Jaegers, los robots manejados de manera sincronizada por humanos (conectados emocionalmente) para enfrentar a los monstruosos Kaijus. El mundo entero aparece amenazado -en un futuro no muy lejano- y utiliza sus recursos para construír inmensas moles de hierro y enormes paredones que ¿sirven? para proteger a la humanidad de otra amenaza. Al borde de la derrota, las fuerzas defensoras recurren a dos insólitos héroes: un ex piloto fracasado (Charlie Hunnam) y un aprendiz sin experiencia (Rinko Kikuchi), convocados para manejar un obsoleto Jaeger del pasado. Lo atrapante es que en la trama el hombre y las máquinas se unen para luchar contra un mal aún mayor y así desfilan el comandante Stacker (Idris Elba, el actor de Prometeo), dos científicos bastante particulares que aportan la cuota de humor necesaria en este film que cuenta con las participaciones de Ron Perlman (Hellboy) y el español Santiago Segura. A las impresionantes secuencias de acción (la invasión a las ciudades o los enfrentamientos en el oceáno) se suman personajes atractivos: el protagonista, un obrero de la construcción que perdió a su hermano en plena lucha y que ahora une fuerzas con la chica oriental que arrastra traumas familiares y miedos infantiles. Todo esto está respaldado por una parafernalia de efectos digitales que muestran alma hasta en los personajes metálicos. Esta atrapante visión hace que los Transformers parezcan simples juguetes a pila.
Muchos – para no generalizar – tanques hollywoodenses deberían traer un anuncio en sus afiches, o antes de comenzar la película, “no analice su argumento, disfrútela”. Eso es lo que nos propone Guillermo del Toro en su nuevo opus con el que ya, definitivamente, se metió de lleno en el sistema de grandes estudios, un gran entretenimiento desde la secuencia pre-títulos hasta la secuencia post-créditos; y aunque no nos lo digan, cuando uno se enfrenta ante estos productos eso es (o debería ser) lo que está buscando. El mundo se encuentra en colisión, de las profundidades del Océano surgen Kaijus (monstruos en japonés) con el sólo propósito de romper todo; para frenar la catástrofe las potencias del mundo – aunque otra vez veamos preponderantemente a EE.UU. – crean unos robots gigantes comandados por dos soldados que se interconectan neuronalmente. El resto es la batalla que crece y crece, los conflictos personales de algunos soldados, una cuasi historia de amor y en realidad más preparación que campo de batalla. ¿Se acuerdan cuando de chicos jugábamos con los muñecos y los hacíamos pelear unos contra otro, lo hacíamos con una historia mínima inventada, y hasta sin darnos cuenta hasta podíamos romper esos juguetes? Imaginen esa misma sensación extrapolada en la gran pantalla. Del Toro se divierte como un nene, pone unos monstruos deformes a puro CGI pero que, a la manera de Peter Jackson tienen movimientos articulados de Stop Motion – y unos robots con lucecitas, cañones, espadas, y pies grandes, igualitos a los que funcionan a batería; y los hace chocar y romperse con mucho agua de por medio para disimular las aún falencias del mundo digital. Todo lo que pueda suceder en el medio es relleno, aunque se agradece como el merecido y necesario descanso visual. Sí, quizás los personajes de Charlie Hunnam (Raeley), Idris Elba (Stacker Pentecost), y Rinko Kikuchi (Maco Mora) tengan más carnadura que otros similares en otras películas y despierten algo más de empatía... pero uno quiere ver a los robots dándose con todo. Estamos quizás frente al film menos personal de Guillermo del Toro, mucho de lo que fue su estilo aquí costará encontrarlo; y aún así, el director nos hace recordar quién se encuentra detrás de cámara a través de guiños constantes, personajes que funcionan como “comic relief” en manos de actores, y sobre todo por el gran despliegue visual pero manejado por una mano capaz. Pocos directores son capaces de despertar algún sentimiento en medio de una marea de FX’s, aquí basta ver la secuencia del recuerdo de Maco para generar verdadera y pura emoción. Así como otras veces se recomienda al espectador ahorrarse el dinero y buscar salas tradicionales, en esta oportunidad el logradísimo efecto 3D cumple un importante rol de impacto, y hasta podríamos decir que es fundamental para el disfrute. Titanes del pacífico es pura diversión, una entrada a sentirnos infantes otra vez, a hacer algo que en la vida real ya no haríamnos, sentarnos en el piso, desparramar toda nuestra caja de muñecos y correr por toda la casa y/o el barrio jugando con ellos hasta cansarnos ¿o es que nunca nos cansábamos?; están todos invitados a este revival.
Anexo de Crítica Salí de la función de “Pacific Rim”, satisfecho pero no sorprendido. Durante varios meses habíamos tenido la oportunidad de ir viendo fragmentos de la obra de Guillermo Del Toro y no sorprendió lo que vimos en sala: una Blockbuster fuerte, plagada de CGI, con una propuesta que integra muchos de los elementos que el director ama (los robots, los alienígenas, los héroes, etc)… En Twitter escribí: “#PacificRim puede resumirse en la siguiente ecuación, Transformers + Godzilla + Armaggedeon + Mazinger Z (!)” . Contiene elementos de todas, (la última es una serie japonesa de los 70, famosa por tener al primer robot gigante tripulado) articulados (remixados, me atrevo a decir) y presentados dentro de un envase contundente: sentarse en la butaca garantiza una experiencia conmovedora (mucho más en 3D y excelsa en IMAX). Por qué? “Titanes del Pacífico” posee mucha fibra a la hora de presentar combates cuerpo a cuerpo entre máquinas y monstruos, se apoya en una banda sonora estruendosa y no da respiro en sus 131 minutos de duración. Si, no hay dudas a la hora de evaluarla desde lo técnico, su riqueza es indiscutible. Desde ese punto de vista, Del Toro, acepta las convenciones de la industria (con las que a veces se pelea y mucho), pone su instinto al servicio de la historia y se la juega a la hora de instalar el escenario en Oriente, en una jugada central para que las cifras globales de su película estén a salvo de cualquier amenaza o fracaso. Con el apoyo de los fans de ese continente, tiene asegurado salir victorioso de la batalla en la taquilla (piensen que fue un junio bárbaro para la industria americana). La trama es simple, se instala rápido y nos disponemos a subirnos al ring ya en los primeros minutos: un breve racconto que explica la aparición de los Kaijus (monstruos de enorme tamaño que destruyen ciudades y evolucionan en el tiempo, amenazando la supervivencia humana) y su derrotero de mass destruction. La comunidad mundial decide enfrentarlos con armas de mayor calibre, y crea los Jaegers, súper robots capaces de enfrentar semejante plaga. La cuestión es que los Kaijus van inclinando la batalla de su lado y los líderes mundiales planean otra táctica para enfrentarlos. En esa vuelta, pretenden pasar a retiro a las máquinas que hace 5 años venían defendiendo ciudades y puertos en varias partes del mundo y las confinan en un puesto en el Pacífico. De ahí en más, veremos como esta guerra cobra gravedad y cuáles son las ideas que aparecen para terminar con la epidemia de los monstruos de una vez y para siempre (siempre que no haya secuela, por supuesto). Hay un elenco discretísimo que intenta, en pocas escenas (las que transcurren entre batalla y batalla) transmitir heroísmo, dolor, compromiso,… pero no lo logra. Tampoco el guión explica mucho algunas cuestiones que importan (esos 5 años que quedan con poca descripción desde la llegada del primer Kaiju hasta el momento actual) pero todo eso, queda subordinado al goce que te ofrece la película… No hay que ponerse tan analíticos, en definitiva. Del Toro hace una cinta muy técnica que deleita a los espectadores de todas las edades y eso es lo importante…. Lo cual no significa que sea perfecta, ni mucho menos. No dejen de verla si lo suyo es la ciencia ficción.
De metal y carne Titanes del Pacífico (Pacific Rim) comienza con dos palabras, Kaiju y Jaeger. La primera de origen japonés significa bestia extraña, y la segunda, traducida del alemán, cazador. Desde el primer instante Guillermo del Toro cimenta y es consciente lo que va nos va presentar en el resto del film: robots contra monstruos. El sueño del pibe hecho realidad. Este pibe se llama Guillermo, y el fantástico (ciencia ficción, horror y fantasía) son su pasión. En esta oportunidad luego de cucarachas gigantes, superhéroes demoniacos y fábulas cruentas, da rienda suelta a su infantil amor por ese mundo japonés de mechas (robots gigantes controlado por personas en su interior) y godzillas. Para aquel que se amanece con la historia del film este trata de que en un abismo del Océano Pacifico aparece un portal que se conecta con un mundo extraterrestre. De ese lugar comienzan a salir seres gigantes, la humanidad (como dicta la frase del póster) construye monstruos para derrotar a esos monstruos. Así surgen los Jaeger, rivales en esta mastodóntica pelea. No esperen demasiado más. Tampoco es para tomar a la ligera. El film es tan directo como un golpe de Gipsy Danger (el robot tripulado por nuestro protagonista Raleigh), no busca la pretensión ni las segundas lecturas, es un festival de golpes y amor al género Kaiju-eiga (nacido tras la fundacional Godzilla) pero con la confortabilidad narrativa made in Hollywood. Es inevitable ver en este mundo de titanes la pasión de Guillermo del Toro por el anime japonés. Cuando a Gipsy Danger se le conecta la cabeza al torso el recuerdo de Mazinger Z se hace presente. Todo ese circo robot de dibujos animados desde Voltron a Evangelion está fagocitado por el niño Guillermo para convertirlo en metal y carne. Y si de Japón hablamos, la referencia a Godzilla (Gojira en idioma original) está presente, pero a diferencia de aquel reptil gigante que también surgía del océano y que representaba el terror atómico (como monstruo que todavía castigaba al tierra nipona en el año 1954 de su estreno) aquí no hay metáforas ni conciencia del cuidado del ambiente. Lo que en otro tiempo era terror a la bomba aquí se transforma en otro juguete a utilizar para el divertimento. Si algo puede resentir el film en la aridez actoral junto a la linealidad de la historia. Rinko Kikuchi y Charlie Hunnam como la pareja protagonista (Mako Mori y Raleigh) no provocan demasiada empatía, e Idris Elba (actor de Prometeo y Thor entre otras), no brilla dentro del esquema del típico general. En cambio a través de Charlie Day y Burn Gorman, en sus roles de científicos de pasión exaltada, y principalmente, en el gran Ron Perlman (actor fetiche del director), es desde donde se puede palpar el espíritu B y explotation que siempre sirvió de alimentó al género Kaiju. Cada minuto de Perlman transmite cuán en serio puede resultar esto, consciente del juego, aprovecha cada minuto de está mitología aggiornada de la que forma parte. En cuanto al relato nada asombra demasiado, cada pista conduce al lugar que esperábamos, los traumas familiares y relaciones resultan esquemáticas y de trazo grueso. Pero desde las profundidades del cuestionamiento de una historia desprovista de sorpresa (que nos puede hacer perder la pasión por el relato y sus actores) es de donde emergen esos titanes para echarnos en cara que su enormidad iba de metal, cañones laser y engendros, tan grandes, que solo podían caber en la imaginación de un niño, o para nuestra fortuna, dentro de la cámara de del Toro.
Sombra del Coloso En materia de robots gigantes batallando invasores extraterrestres, Titanes del pacífico (Pacific Rim, 2013) no sienta precedentes, pero lo que hace lo hace con ganas y energía y sin el aburrido cinismo macho de, digamos, Transformers. Esta película es tan inocente y tan espectacular que exuda un raro aire cool. La banda sonora potencia esto: está compuesta casi exclusivamente de guitarras eléctricas que repiten una y otra vez la misma entonada triunfal. ¿Cuán triunfal? Es como ver a Rocky Balboa subir las escaleras del Museo de Arte de Filadelfia durante 131 minutos. Desgraciadamente los personajes jamás llegarán a ser tan interesantes como Rocky, o para el caso como sus robots, que pilotan contra los kaijus; o incluso como los kaijus, colosos que invaden la tierra a través de un portal intergaláctico ubicado en el fondo abisal del Pacífico. ¿Por qué la invaden? Acepten el misterio. ¿Son los robots la solución más práctica? Probablemente no. Aquí la gracia es ver robots enormes desplegando espadas a lo Power Ranger y tajando mariscos gigantes por la mitad. El piloto protagónico es el joven, el bello, el heroico Raleigh Becket (Charlie Hunnam), salido de la escuela Maverick (“Eres impredecible, Becket, no sabes trabajar en equipo!”). Becket es sacado de retiro por el mariscal Stacker (Idris Elba) para unirse a la resistencia anti-kaiju, compuesta por un colorido grupo de estereotipos que incluye a la tímida Mako Mori (Rinko Kikuchi, la chica muda de Babel), trillizos chinos, dos rusos mercenarios, dos científicos locos y el excelentísimo Ron Perlman en un papel tan carismático como inconsecuente a la trama de la película. El meollo de la cuestión es que no cualquiera puede pilotar un Jaeger (dícese de los robots gigantes, o mechas). Se necesita de por lo menos dos pilotos para soportar el íntimo triángulo neural entre hombre y máquina. Y no cualesquiera dos pilotos, sino parejas exquisitamente compatibles, capaces de penetrar mutuamente sus cerebros y formar El Enlace. Gran parte de la película está dedicada a la búsqueda de tal compatibilidad, ya que Becket no puede pilotar solo. La candidata obvia es Mako, que se la pasa espiándole y sonrojándose. Desgraciadamente la película termina descartando sus propias reglas a favor de una resolución rápida y bastante predecible, en la que todo el conflicto de la historia – esencialmente, encontrar un alma gemela – es tirado por la borda con unas pocas palabras a modo de excusa. De hecho oiremos muchas excusas a lo largo de la película. El diálogo está hecho de ellas. E información, mucha información; y órdenes, muchas órdenes gritadas a alto pulmón y generalmente desobedecidas. Esta no es la película más creativa o más sutil de Guillermo del Toro, pero el pochoclo y el 3D la bajan fácil.
El sueño del pibe En algún momento del siglo XX buena parte del entretenimiento infantil consistía en golpear entre sí dos muñecos de similar tamaño hasta que uno de ellos -siempre acompañado por la voz amenazante y poderosa del chico que jugaba e interpretaba a ambos personajes- vencía al otro, dejándolo maltrecho sobre el piso del living. Era más interesante, claro, si uno creaba historias alrededor de ellos: quién enfrentaba a quién, por qué y ese tipo de cosas. Por entonces a esas historias no se las conocían como “Mitologías”. El siglo XXI no es tan distinto, sólo que esa forma de entretenimiento se digitalizó y se volvió virtual, por lo que hoy similares combates se dan con chicos manejando joysticks, acumulando puntos, vidas y superando niveles cada vez más difíciles. En cierto sentido, Titanes del Pacífico es una combinación de esos dos universos infantiles: el de un chico que leía cómics, jugaba con robots y veía películas de acción y ciencia ficción en los años ’70 y ’80 (en Guadalajara, en el caso de Guillermo Del Toro) y el que hoy toma la posta -casi cuatro décadas después- y posee similares pasiones, sólo que las canaliza de otra manera. Titanes del Pacífico no tiene nada que ver con Transformers ni es sólo una película de acción violenta en la que enormes y digitales monstruos se enfrentan con igualmente enormes y digitales robots. Es la película en la que un niño que creció con el cine catástrofe, las películas japonesas de monstruos, Star Wars, Blade Runner e incontables cómics y clásicos, quiso y pudo hacer al conseguir cierto poder dentro de Hollywood. Esto es: crear una buena historia para que muñecos gigantescos se golpeen entre sí, ahora que su madre no le dice que tiene que juntar todo del piso para irse a bañar. Del Toro consigue que su Titanes del Pacífico sea actual y nostálgica a la vez, que atraiga a los espectadores que buscan un relato de cine catástrofe clásico, bien contado y comprensible, con los más chicos que quieren una experiencia sensorial más cercana a lo que consumen actualmente. Y el milagro de la película es que logra contentar a ambos públicos a la vez, o bien transformar al adulto en ese niño que alguna vez fue sin jamás insultar su inteligencia. Titanes del Pacífico se distingue claramente de la mayoría de las superproducciones actuales por la sencilla razón de que su director no sólo tiene idea de cómo contar una historia sino que sabe organizar el espacio físico, filmar y editar con la clara conciencia de que el espectador aceptará ser sumergido en una batalla campal entre criaturas gigantescas y robots inoxidables siempre y cuando entienda más o menos qué es lo que está sucediendo. Y eso sucede aquí: la trama es clara y cristalina, y su complejidad nunca excede los límites de la paciencia. Aquí no hay una enorme mitología lanzada a la cabeza del espectador para que tenga que llevar un manual anotando todos los detalles de cada robot y criatura. La habrá, tal vez, si la película se transforma en saga de incontables secuelas, pero una mitología -digamos- hay que merecerla, construirla, llevando a los espectadores a través de ella como en su momento supo hacerlo George Lucas. Es obvio que Del Toro debe saber hasta qué desayunan los pilotos rusos que manejan uno de estos jaegers (es el nombre, “cazador” en alemán, que se les da a estos robots operados desde adentro), pero no tiene necesidad de enrostrárnoslo. Si nos interesa, habrá cómics y libros que se ocuparán de saciar nuestro interés. Del Toro, por suerte, procede por sustracción. Por suerte, digo, porque como todo niño enamorado de sus juguetes podía habernos atosigado con detalles que sólo él considera importantes. Pero no lo hace. De entrada nomás nos mete en el medio de la batalla, resumiendo todos los “orígenes” -con los que otros podrían haber hecho toda la película- en un montaje inicial de unos pocos minutos en el que se nos cuenta cómo llegamos a 2020. Para entonces, ya estamos en el séptimo año de la Guerra contra los kaiju (así se llaman los monstruos, en japonés, como cualquier fan de Godzilla lo sabe), que se va complicando cada vez más pese a los esfuerzos de la humanidad entera por detenerlos, sea con los entonces ya algo decadentes jaegers o con los aparentemente aún menos confiables “Muros de la vida”. Raleigh Beckett (Charlie Hunnam) es el personaje principal, un piloto que pierde a su hermano en una durísima batalla con un kaiju y que, luego de abandonar por años los frentes de batalla, es llamado para el que parece ser el último intento de mantener el programa jaeger, vapuleado tras una serie de fracasos por contener a los monstruos. En la base de la Resistencia (así lo llama el líder del grupo, Stacker (Idris Elba, de The Wire y Prometeo) pilotos de distintos lugares del mundo (rusos, chinos, australianos) y científicos entre obsesivos y un poco locos hacen lo posible para combatir la amenaza, que es cada vez más intensa. En cierto sentido, Titanes del Pacífico es una película de pelotón y tanto su título (especialmente en castellano) como su trama -además de ciertas cuestiones temáticas y de construcción de personajes- hacen recordar a algunos títulos de Howard Hawks. Más allá de las cuestiones tecnológicas, no hay tantas diferencias entre esta película y decenas de filmes de aventuras (bélicas o no) del Hollywood clásico, con sus personajes claramente delineados y sus conflictos arquetípicos entre padres e hijos, parejas o hermanos. Un pequeño truco de guión que tiene beneficiosos efectos para la construcción de los personajes es que para manejar estos inmensos jaegers hacen falta dos pilotos, y tienen que ser personas emocionalmente complementarias, ya que los dos deben conectar sus cerebros entre sí para hacer funcionar de la mejor manera posible a los robots. En el caso de Raleigh, su “alma gemela” será Mako Mori (Rinko Kikuchi), una joven japonesa que también carga con una serie de traumas familiares ligados a los kaijus, en lo que parece ser la metáfora más cercana que la película utiliza respecto a la reciente catástrofe ecológico/nuclear japonesa. Sí, el asunto “cerebros ensamblados” suena absurdo y hasta ridículo -y en cierto modo lo es-, pero logra otorgarle un mayor peso a las actitudes, comportamientos y relaciones entre los personajes (es, casi, como un “certificado de química” entre los protagonistas), además de darle un sentido práctico y empírico a la siempre declamada idea de que “luchar unidos”. En este caso, es tal cual. Nadie puede solo contra las gigantescas criaturas del fondo del mar. Titanes del Pacífico no es la orgía metálica que muchos temíamos. La película no tiene más de tres o cuatro batallas campales, las que se extienden por un buen tiempo, pero logran su objetivo: son técnica y visualmente impresionantes, están narradas con claridad (pese a transcurrir la mayoría de noche) y están perfectamente ensambladas con el contenido emocional de la película. Un juguete gigantesco y multinacional que logra, a la vez, ser un homenaje a los clásicos con los que crecimos de chicos (al menos los que tenemos una edad cercana a la de Del Toro) y un entretenimiento mayúsculo para los niños de cualquier generación, Titanes del Pacífico es casi un milagro cinematográfico en esta temporada de entretenimientos multimillonarios sin alma a la vista. La prueba de que, aún con el arsenal de 200 millones de dólares a su disposición, el secreto de un gran artista es saber elegir lo que le sirve para contar su historia y descartar lo inútil e innecesario. Del Toro lo hizo, simplemente teniendo presentes en todo momento las películas que ha amado desde chico.
Titanes del Pacífico representa un regreso contundente en el cine de Guillermo del Toro, quien después de varios proyectos frustrados que no llegaron a concretarse en los últimos años se hizo a cargo de esta memorable joya de fantasía y ciencia ficción. La gran sorpresa del 2013 que en materia de acción y espectáculo pochoclero opacó a otras producciones más publicitadas como la nueva entrega de Superman. Zack Snyder brindó un trabajo maravilloso, de una realización impecable, pero en el fondo (me refiero a secuencias de acción) no vimos nada que no encontráramos en otro filmes de superhéroes. En este punto Guillermo del Toro hizo la diferencia. Lo que vas a descubrir en esta película no lo viste en ninguna otra producción, ni siquiera asiática. ¿En que otro film vas a ver a un robot gigante que toma con sus manos un buque de carga y lo utiliza como un garrote para moler a palos a un monstruo? El día que pierda mi capacidad de asombro frente a secuencias como esa no escribo más nada sobre cine. Cuando sucede estás liquidado porque perdiste la posibilidad de conectarte con esa magia especial que brindan propuestas de este tipo y artistas como del Toro. La clave de este estreno la encontrás en los créditos finales, donde el director le dedica la película a los maestros Ray Harryhausen (genio de los efectos especiales y elaboración de monstruos) e Ishiro Honda, el padre de Godzilla. Titanes del Pacífico en el fondo es una celebración al arte de estos magos del cine que décadas atrás brindaron clásicos históricos que marcaron a fuego a generaciones de cinéfilos. Lo genial del film es que no se queda en el tributo sino que brinda una propuesta original que además está completamente influenciada por el subgénero del Mecha, que se centra en las historias con robots gigantes dentro de la animación japonesa. De Mazinger Z a Voltron pasando por Gundam, Evagelion y la serie live action de Ultraman, el espíritu de los grandes robots clásicos está presente en esta producción. Me encantó también que el director evitara los lugares comunes en los que hubieran caido otro colegas de él como Michael Bay. Por ejemplo, Los Jaegers (los robots que luchan contra los monstruos) no son una unidad yankee del ejército norteamericano, sino una fuerza de resistencia internacional que coopera en equipo. Por otra parte del Toro encontró el equilibrio perfecto entre los personajes humanos y los robots que se complementan mejor en este conflicto que en Transformers. Si bien los Jaegers son diferentes porque no tienen vida propia como los Autobots, a lo que apunto con esto es que el director no contaminó su obra con subtramas estúpidas como ocurre con los filmes de Bay donde los humanos terminan siendo una molestia en la trama. Acá queda bien claro quienes son los verdaderos protagonistas. Dentro del reparto se destacan los trabajos de Charlie Hunnam, estrella de la gran serie Sons of Anarchy, quien está irreconocible sin la barba y el pelo largo e Idris Elba, uno de los mejores actores que surgieron en los últimos años. Por otra parte, la buena química que tuvo Hunnan con la actriz Rinko Kikuchi (Babel) permitió el que el drama humano que viven los protagonistas tuviera más peso y uno como espectador pueda conectarse con las situaciones que viven. Lo mejor de Titanes del Pacífico es que es un productor artesanal de Guillermo del Toro, quien supervisó cada aspecto del film y pudo brindar la película que él quería hacer y que el fanático de este género celebra. La batalla final entre los robots y el monstruo mayor es un espectáculo imponente que se destaca entre los grandes momentos cinéfilos del 2013. Pegarle a esta película como hicieron algunos críticos en Estados Unidos porque no presenta una trama profunda es una muestra épica de total ignorancia sobre este tipo de cine. Volvemos otra vez a Harryhausen y Honda. Ellos no hacían filmes para que fueran analizados por sociólogos en las universidades, sino que buscaban entretener al público con una propuesta de fantasía. Titanes del Pacífico no aspira a otra cosa que cumplir el mismo objetivo y su director lo logró con creces. Por cierto, el 3D salvo en algunas escenas puntuales no aporta demasiado en este caso por lo que se puede disfrutar este estreno en el formato común tranquilamente. Una de las grandes películas pochocleras del 2013 que sugieron no dejar pasar en los cines.
Pocas películas generan tanto placer como las que involucran monstruos gigantes. Desde el cine mudo, en El Mundo Perdido, de 1925, dinosaurios y otras bestias enormes poblaron la pantalla grande, destrozando ciudades y aterrando a la muchedumbre. La obra maestra y piedra fundacional fue y sigue siendo King Kong, en 1933, pero pronto hubo una ola de criaturas destructoras. Sobre todo, en Japón. En 1954, producto de la radiación, Godzilla emergió de las profundidades y se llevó por delante no sólo edificios sino a toda la cultura pop. Aunque era un actor disfrazado que pisaba maquetas, el desproporcionado reptil (una metáfora de las consecuencias de las bombas de Hiroshima y Nagasaki) pegó fuerte en el imaginario mundial y generó secuelas, copias, parodias; otros monstruos grandes y pintorescos, como Mothra y Gidhra —que terminaron de constituir el subgénero denominado kauji eiga, “películas de monstruos” — y hasta una fallida versión Hollywoodense, perpetrada por Roland Emmerich en 1998...
Frente a Pacific Rim uno puede ver la infancia de Guillermo Del Toro a través de la pantalla. A lo largo de sus dos horas se puede ir identificando las diferentes fuentes en las que se basó el artista mexicano para crear su sentido homenaje hacia las películas de monstruos que empiezan y terminan con Godzilla, hacia los robots gigantes y, en definitiva, a ese cine de aventuras donde la espectacularidad es lo que vale. Para sacar de dudas a muchos desde el principio, Pacific Rim no es Transformers ni tampoco quiere serlo, pero por momentos cae en las mismas falencias que aquella. Del Toro mismo fue quien lo anunció, quería crear un film ligero y fácil de ver en contraste a una historia de orígenes oscura y pesimista, pero esa misma máxima se rompe cuando la trama y el guión se desconectan y hacen aguas (sic). Al querer hacer una película de rápido consumo, el peso dramático de la historia se pierde en actuaciones que no llegan a convencer, cuyo registro se basa en caer en los tópicos más convencionales. Así, la nominada al Oscar Rinko Kikuchi, una excelente actriz, queda relegada a ser la chica japonesa vergonzosa, cuyos esfuerzos personales apenas si importan dentro del marco del film, o el héroe americano de Charlie Hunnam, cuya pérdida familiar apenas si se siente. La figura de las fuerzas armadas de Idris Elba, un loable actor que siempre se destaca como secundario en producciones como en la última Prometheus, lleva su talante militar hasta el límite de lo caricaturesco, se lo nota forzado, pero es parte de la liviandad que Del Toro quiso imponerle a su proyecto. Y ni hablar del pesado alivio cómico que supone el dúo de científico de Charlie Day y Burn Gorman, exagerados hasta el punto del no va más. Con este largo párrafo denotando el costado feo de Pacific Rim me saco el peso de encima de las odiosas comparaciones entre el producto presente y la saga metálica de Michael Bay. Allá donde los Autobots y Decepticones perdían fuelle -en su historia, en su guión, más no en la acción-, los Jaegers y los Kaijus lo ganan en cohesión. Nadie asiste a un despliegue técnico para ver un drama con robots, Del Toro sabe eso, y destaca en su dirección adrenalínica y llena de efectos computarizados. El sentimiento de volver a la niñez, a mirar esos dibujos japoneses está desde que comienza hasta que termina el metraje, y al finalizar uno quiere tener una colección completa de juguetes inspirados en la batalla del Pacífico. Un aspecto que rescato de entre tanta chatarra y desperdicio tóxico alienígena, es que las colosales peleas no abruman, sino que están bien dosificadas a lo largo de la trama, cada una con su respectiva importancia a lo que está sucediendo en pantalla. Guillermo supo aprovechar cada dólar, incluso la aplaudible postconversión al 3D, y hasta la escena final, donde predomina la escasez del CGI, es que uno se puede alejar de tanto efecto digital y apreciar la inmersión al mundo postapocalíptico creado. En definitiva, Pacific Rim es una nueva e inmensa adición a la cuantiosa filmografía de un director con una mente por demás prolífica. La decepción se la llevarán muchos cuando noten que no tiene la profundidad de la adorada El Laberinto del Fauno, pero por no ser una secuela, precuela, reimaginación o basada en un libro/cómic, se lleva una estrellita dorada más a la eficacia. De visión imperiosa en una sala de cine con buen sonido y mejor calidad de imagen.
Titanes del Pacifico aunque no lo crean es la octava película de Guillermo del Toro como director, este mexicano logró hacerse un lugar en la industria aplasta cráneos e ideas de Hollywood a base de historias narradas de manera magistral, pero a Hollywood no es tan fácil domarlo. Ahora a base de Neo Genesis Evangelion y Mighty Morphin Power Rangers nace este nuevo tanque de verano. NERV, digo, PACIFIC RIM DEFENCE La historia de Titanes del Pacifico se remonta a un futuro post apocalíptico, donde temidos Kaijus (Monstruos en Japonés) salen del fondo del océano pacifico a través de un portal intergaláctico que se abrió en la corteza terrestre, la humanidad está agotando casi todos los recursos para combatir estas bestias gigantes y no tiene la mejor idea que crear robots gigantes llamados Jaegers para luchar contra este nuevo enemigo. Todo el proyecto parece ir bien encaminado hasta que el abismo de donde salen estas criaturas comienza a lanzar Kaijus cada vez mas seguido. La película nos ubica de lleno en la acción, hay muy poco de lo previo o de los primeros ataques que sufrió la humanidad. Nos mete de lleno en como la vida de Raleigh Becket (Charlie Hunnam) dió un vuelco al perder a su hermano a manos de un Kaiju. Hasta ahí es lo que les puedo contar verdaderamente del argumento de Titanes del Pacifico. Metiendonos un poco mas en los recursos que usa Del Toro para contar esta historia, podemos decir fehacientemente que es altamente influenciada por películas japonesas de monstruos, los films post apocalípticos Hollywoodenses y obviamente por el monomito tan transitado estos últimos tiempos por la maquinaria estadounidense. Titanes del Pacifico visita los lugares mas conocidos por todos, recorre estos pilares estructurales del relato de una forma absolutamente clásica y sin aportar nada nuevo, tenemos el héroe marcado por una tragedia familiar, tenemos a un veterano reo pero que genera una confianza profunda, se encuentra la aprendiz con ganas de demostrar todas sus aptitudes y por otro lado descontracturante, la etapa cómica, donde se desenvuelven Charlie Day y Burn Gorman como los científicos de turno encargados de explicarnos hasta el hartazgo todas las situaciones. Yo quiero ser el Power Ranger Rojo Quizás estoy siendo un poco exigente con este tanque de verano estadounidense, pero Guillermo del Toro nos tenia acostumbrados a su sello casi autoral que impregnaba todo lo que tocaba, desde Mimic hasta el Laberinto del Fauno, pasando por Hellboy, podía claramente reconocerse su estilo sin tanto estructuramiento, con mucha mas violencia y subtexto que hacían que sus films proporcionaran algo de substancia. En Titanes del Pacifico no pasa nada de esto, sin embargo, no me malinterprete querido lector, la película no es mala, solo es algo que estamos tan acostumbrados a ver que no nos saca de nuestra zona de confort. Técnicamente Titanes del Pacifico es brillante, el 3D es realmente bueno. Es utilizado para crear profundidad y no para que los objetos salgan de la pantalla, como todo el mundo cree que para eso fue inventado el sistema. Las peleas de los robots contra los monstruos son prolijas y se entiende absolutamente todo lo que pasa en la pantalla, esto también es gracias a la fotografía, casi todo el metraje esta impregnado de colores muy fuertes que hacen que uno no pueda ser capaz de desviar la atención hacia donde no corresponde. Conclusión: Titanes del Pacifico no es un mal film, solo que pertenece al ámbito donde nada es desconocido, donde todo se puede suponer. Es de esas películas que integran perfectamente los Blockbusters de verano en donde todos nos sentimos cómodos y sabemos que nada puede fallar. Pertenece a ese grupo de narraciones donde la respuesta a la pregunta: ¿Qué me recomendás? Mira que no tengo ganas de pensar, es la respuesta
A escala humana Cuando la tecnología está al servicio del relato, se logran filmes de acción como éste, que atrapan y no son mero regocijo virtual. Qué extraña (pero agradable) sensación se tiene cuando en plena era digital vemos una película en que máquinas pelean contra seres monstruosos, pero los combates “se entienden”, la trama es sencilla -hasta parece salida de un clásico de Hollywood- y los personajes están bien delineados. En fin, cuando la tecnología está en función del relato, y no al revés. El mexicano Guillermo del Toro es un fanático de los cómics, y en Titanes del Pacífico, la nueva creación de realizador de Cronos y El laberinto del fauno, consiguió lo que a pocos hoy parece preocuparles. Hacer un filme de acción, con un pie en el cine catástrofe y casi apocalíptico -la proximidad del fin del mundo este año fue tema de Oblivion, Después de la Tierra, Guerra Mundial Z y siguen las firmas-. Y pese a que los combates son entre robots de 100 metros de altura y monstruos que emergen de las entrañas de la Tierra, lo hizo a escala humana. Estamos en 2020, y desde hace siete años (o sea, hoy) se desata la lucha entre Kaijus (monstruos, en japonés) y Jaegers (cazadores, en alemán), robots piloteados por dos humanos adentro, creados cuando aquellos asolaron las costas y amenazaron con destruirlo todo. La pelea, en aguas del Océano Pacífico, es desigual y, ante la supremacía de los Kaijus, las potencias deciden construir Muros de la vida, paredes enormes en las zonas costeras para detenerlos. Sin buscarle el pelo al huevo, en vez de levantar estas fortificaciones (como las que se construyen en Jerusalén en Guerra Mundial Z, para detener a los zombis), ¿por qué no evacuaron las ciudades como Sidney y Hong Kong, que van a ser atacadas en la película, si lo que está en juego es la extinción del planeta, para que los Kaijus estén más lejos de su habitat natural, y pelar contra ellos en tierra firme, y no en el océano? Porque ésa sería otra película. Del Toro pone en escena ni bien arranca el relato a Raleigh (Charlie Hunnam) y su hermano mayor a bordo de un Jaeger. Es que la unión hace la fuerza, y dos personas, cuyo ensamble sea propicio -porque sus cerebros van a estar unidos- logrará mayor fuerza ante los Kaijus. Raleigh pierde en la batalla en Alaska a su hermano, termina construyendo como operario Muros hasta que, cinco años más tarde, es sacado del ostracismo por el comandante Pentecost (!). Quedan sólo 4 Jaegers antes de ser desmantelados, y quiere que Raleigh pilotee uno. Claro, hay que buscarle compañero/a. Para condimentar, las otras parejas de pilotos son una australiana (padre e hijo, que semejan imbatibles), más un trío chino y otra dupla rusa. Es que pensada también para el mercado asiático, la trama se traslada a Hong Kong, y una de las protagonistas será la nipona Rinko Kikuchi (de Babel, dirigida por otro mexicano, Alejandro González Iñárritu)-. Oscura en todo sentido -las acción por lo general transcurre de noche, o llueve, o es dentro de la base-, la ferocidad de las bestias, y la agresividad en estado latente explota en los combates “cuerpo a cuerpo”. Y cuando no hay peleas, la tensión se mantiene entre los pilotos humanos. Hay una buena dosificación de acción física y verbal, lo que lleva al mejor resultado. Los científicos son la antítesis de los pilotos de los Jaegers, y el comic relief de la película. No deja de ser curioso que quienes, desde el cerebro y la ciencia, no desde el músculo y la fuerza bruta deben resolver los problemas, sean dos nerds competitivos. Por allí están Ron Perlman y Santiago Segura, como rostros conocidos además de Idris Elba (Pentecost), el actor que en breve será Mandela, y el personaje mejor delineado de la -presumimos- saga por venir.
Con películas como El espinazo del d iablo, El laberinto del f auno, la saga de Hellboy y varias otras producciones, Guillermo del Toro se convirtió en una figura de culto entre los seguidores del cine fantástico, de la ciencia ficción, del terror, de los superhéroes, de los cómics y del animé. Ya cerca de los 50 años, parecía listo para el gran salto en Hollywood. Y lo dio con Titanes del Pacífico , un proyecto de 180 millones de dólares de presupuesto con un impresionante despliegue de efectos visuales. Por suerte, el director mexicano no desaprovechó la oportunidad y, más allá de los reparos que puedan hacérseles al guión y a ciertas decisiones artísticas, redondeó uno de los mejores entretenimientos a gran escala de esta temporada. Apenas se conoció la sinopsis y se vieron las primeras imágenes del trailer, se comparó de manera casi automática a Titanes del Pacífico con las historias japonesas de Godzilla y, claro, con la franquicia de Transformers , pero más allá del tono apocalíptico y de las gigantescas criaturas en disputa (los humanos construyen unos robots denominados Jaegers para enfrentar la invasión de los monstruosos Kaijus que surgen desde un abismo en lo más profundo del océano), el resultado final que consigue Del Toro es muy diferente. Allí donde Michael Bay apelaba al frenético montaje videoclipero y a la estética publicitaria para sus películas de Transformers , Del Toro filma sus majestuosas batallas con planos largos y abiertos. Como experto en estas cuestiones (y como buen "animal" de cine) que es, sabe qué quiere mostrar y cómo hacerlo. Así, lejos del vértigo abrumador y del hiperestímulo efectista de tanto tanque hollywoodense, aquí las escenas de acción "se entienden", se sienten en el cuerpo y, por supuesto, se disfrutan. Del Toro no pretende construir una "mitología" y, por lo tanto, prescinde de la solemnidad (y de las complicaciones) de las Batman, las Superman o las películas de Marvel. El film se inicia con una escena de devastación en San Francisco y una voz en off nos ubica de manera breve y concisa en un futuro cercano (la acción arranca en 2015 y continuará cinco años después) con los monstruos invasores destruyendo ciudades y los humanos viendo la forma de detenerlos y combatirlos. Es cierto que las subtramas dramáticas (las relaciones entre dos hermanos, entre un padre militar y su hijo ídem, y otra con "tensión" romántica entre un conductor de robot estadounidense y una colega japonesa) son tan elementales como superficiales (y efímeras), que el elenco (con la honrosa excepción de Idris Elba) es bastante inexpresivo y que se extraña un poco más de humor (y eso que aparecen dos de sus actores-fetiche, como Ron Perlman y Santiago Segura), pero Del Toro nunca se ubica por encima del espectador, no se regodea en sus recursos visuales y regala una narración llena de nobleza y oficio que resulta siempre llevadera. Los fans podrán extasiarse con los diferentes tipos de Jaegers, con los diseños de los enormes y despiadados Kaijus o con las referencias a la serie de animé de los años 90 Neon Genesis Evangelion , pero el público no iniciado también puede acercarse a este universo sin manuales, desde un lugar más básico, pero igualmente disfrutable. Consejo: no abandonar la sala apenas empiezan los créditos finales. A los pocos minutos hay una escena adicional. No se trata de una revelación fundamental, pero es un chiste que el público -sobre todo aquel que sigue el cine de Del Toro- sabrá celebrar.
Monumental espectáculo cinematográfico de Guillermo Del Toro, que homenajea con este filme a las películas japonesas de monstruos gigantes, creando para eso, un universo personal y apocalíptico de enorme impacto. Visualmente imponente, combina la accion real con los efectos digitales de última tecnología en escenas delineadas hasta el mas mínimo detalle. Pero atención, el filme no solo es una sucesión de momentos de acción, es además de un gran entretenimiento, una historia sobre la superación humana, una metáfora sobre la crueldad de la guerra y no reniega del humor, que lo tiene, en dosis acertadas. Una de las grandes películas del 2013.
El talento de Guillermo del Toro en esta desmesurada historia de monstruos alienígenas que surgen del fondo del Pacífico y unos monstruosos robots para combatirlos. Escenas de lucha que se multiplican hasta el ahogo del espectador que revive ancestrales temores. Show de efectos especiales y luchas hasta el empacho.
Monstruos grandes que pisan fuerte La ciencia ficción al mejor estilo de Godzilla se une a robots gigantes dignos de Transformers. El resultado es una superproducción de 200 millones de dólares con dirección de Guillermo del Toro, a puro entretenimiento. Dos nuevas palabras se suman al diccionario del cine del siglo XXI: kaijus y jaegers. Los primeros son monstruos que superan en tamaño y violencia a los Godzilla de los legendarios films japoneses postnucleares de la década del '50. Los otros son enormes robots controlados por dos pilotos, listos para combatir a esas feroces bestias que salen del Pacífico y arrasan con todo aquello que encuentren a su paso. Otro nombre puede agregarse junto al rótulo de hábil entretenedor de un cine de masas: el de Guillermo del Toro, el mismo de El laberinto del fauno, entre otros títulos. Casi 200 millones de dólares para tirar la casa por la ventana se necesitaron para la gestación de Titanes del Pacífico, una megapelícula que los fans del director mexicano recibirán con deleite y placer interminables. Pues bien, al comienzo, un extenso prólogo de casi 20 minutos, como ocurre en esta clase de películas, explica la situación y el porqué de la hecatombe y las razones que certifican el ataque de las bestias y la resistencia del resto del mundo. Es un inicio alentador, a puro vértigo, sin comentarios científicos de por medio, yendo directo a los bifes. La resistencia parece que se cae a pedazos y la humanidad peligra pero, como también siempre sucede, dos defensores saldrán a la cancha para derrotar a la bestia que pisa fuerte. En este punto, Titanes del Pacífico para un poco la pelota entre tanto vamos al frente y rompamos todo, y decide contar las vidas de un piloto con ciertos traumas (Charlie Hunnam) y una joven japonesa que carga con un pasado (Rinko Kikuchi) donde los kaijus hicieron de las suyas. Son los momentos donde los flashbacks como elemento dramático de la historia transmiten una pequeña dosis de humanidad y emoción en medio de tanta adrenalina. Otros personajes episódicos se sumarán a la gesta, entre ellos dos científicos al borde del delirio, y varios soldados y civiles que se sacrifican por la causa, algunos interpretados en roles secundarios por Ron Pearlman y Santiago Segura, dos apuestas rendidoras para agrandar el festejo del cinéfilo de 20 a 40 años. No caben dudas que Guillermo del Toro le encontró la vuelta a un cine de gran presupuesto donde el dinero y los efectos especiales pasan a segundo plano, neutralizadas ambas cuestiones por ese extraño cruce que caracteriza a su obra, ubicada entre una infancia y adolescencia que busca la eternidad y una postura inteligente frente al cine de gran presupuesto que lo diferencia de buena parte de sus colegas. Cabría preguntarse, entonces, si hay algo más allá de esto. Mientras tanto, a divertirse y pasarla bien con los combates entre kaijus y jaegers que para eso –y sólo eso- se concibió semejante monstruosidad.
Su trama es comprensible, con impresionantes efectos visuales, acción, y batallas bélicas. Una historia bien contada. Este film llega de la mano del director y guionista mexicano, galardonado con el Premio Goya, Guillermo del Toro (48) responsable de "Hellboy: El Ejército Dorado"- 2008; "El laberinto del fauno"-2006; entre otras. Esta cinta, además, cuenta con la ayuda de Travis Beacham (responsable de “Furia de Titanes”) como co-guionista y conto con un importante presupuesto aproximado a 200 millones de dólares. En 2020 la Tierra es atacada por unos monstruos marinos gigantes conocidos como los Kaiju, (son similares a Godzilla) estos comienzan una guerra contra la humanidad, millones de personan perderán sus vidas y todo quedará destruido. Estos atacan San Francisco, Manila y desaparece del mapa Ciudad de Cabo. Pero los humanos buscarán la forma de protegerse , por lo tanto crean unos robots gigantes llamados “Jaegers” para luchar contra los Kaiju (2500 toneladas). Los que están a cargo de los Jaegers son pilotos calificados, los mejores para realizar esta difícil tarea, una de las misiones la realizan dos hermanos: Raleigh Becket (Charlie Hunnam,"Sons of Anarchy" en TV) y su hermano Yancy Becket (Diego Klattenhoff), componen un equipo perfecto y realizan su trabajo muy bien, cumplen a la perfección con la exterminación de los kaijus, pero un día luego de un hecho accidental Raleigh Becket decide retirarse y no continua ofreciendo sus servicios para los Jaegers. Pasan algunos años y vemos a Raleigh Becket que se dedica a otras tareas, pero la situación se agrava día a día, todo se vuelve más apocalíptico y el comandante Stacker Pentecost (Idris Elba, “Prometeo”) vuelve a convocar al ex piloto Raleigh y un aprendiz sin experiencia Mako Mori (Rinko Kikuchi, “Los estafadores”), y como suele suceder en un principio no se llevan nada bien, luego logran formar una gran pareja y se transforman en la esperanza de muchos, casi toda la humanidad. La trama es inquietante, los actores secundarios aportan lo suyo, personajes muy especiales, otorgando sus toques de: humor, intriga y suspenso como: Charlie Day como el Dr. Newton Geiszler ; Santiago Segura como Wizened Man; Ron Perlman (“Hellboy 1”, “Hellboy 2”, ya trabajo con Del Toro) como Hannibal Chau; Diego Klattenhoff como Yancy Becket; Clifton Collins Jr. es Ops Tendo Choi; entre otros. No hay que profundizar demasiado en las actuaciones o en los diálogos, solo cumplen correctamente su rol. Todo comienza con un prólogo de casi veinte minutos para ir metiéndote en la trama, lo que sigue son impactantes secuencias de acción, con importantes efectos especiales, no te dan respiro viendo estas luchas de monstruos gigantes contra los humanos y no te alcanzan los ojos para ver tanto despliegue, las batallas y luchas son tan extraordinarias y sorprendentes que te dejarán con la boca abierto. Todo queda más potenciado si la ves en 3D y al tener mucho ritmo y un montaje frenético el guión en algún punto pasa a segundo plano, no es para profundizar sino para entretenerse. Se van combinado los subgéneros entre una historia apocalíptica, invasiones, conquistas, alienígenas, monstruos y robots gigantescos con una banda sonora acorde a cada momento. La podes ver en 3D, 35mm o Digital 2D; y contiene una escena extra, al final de los primeros créditos. El director dedica la película a los maestros Ray Harryhausen (1920-2013) e Ishiro Honda (1911-1993), director del cine japonés y conocido por dirigir varios films de la serie Godzilla, entra otras cintas .Del Toro no se queda solo con este homenaje sino que la historia muestra ciertas influencias, entre otras, de la animación y manga japonés “Evagelion” de Hideaki Anno, una trama futurista donde una organización paramilitar llamada NERV protege a la humanidad de ataques de unos seres cuyo origen es desconocido.
A lo bestia Para aquellos que pasen los treinta, o los más jóvenes cazadores de archivos catódicos, no les será ajeno el rescate nostálgico que el mexicano Guillermo Del Toro hace de "Mazinger Z", "Ultraman" y "Godzilla" al mezclarlos en esta archimegarrecontraultrasuper producción vacía de contenido. Como base argumental se presenta una invasión alienígena que no viene desde el espacio exterior, sino desde las entrañas de la tierra, más precisamente en un abismo ubicado en la cuenca del pacífico norte. Desde hace siglos, el planeta es atacado por bestias gigantes llamadas Kaiju que emergen desde el océano, y para combatirlas la humanidad creó a los Jaegers, vocablo alemán que significa cazador. Estos cazadores no son otra cosa que robots gigantescos equipados con poderoso armamento y piloteado por humanos. No hay mucho más. Resta ver las peleas entre los robots y las bestias, ya sea en medio de una ciudad, o en el agua, mientras los humanos buscan la forma de atacar a los invasores para darles muerte definitiva. Cuesta encontrar el arte de Del Toro en las abrumadoras escenas de lucha; espectaculares, obscenas en su ostentosa realización. Sin embargo, el mexicano logra colar algo de su impronta en las secuencias donde los actores copan la parada, especialmente las que tienen a Ron Perlman y Charlie Day como protagonistas. Pero hay una escena en particular, donde Del Toro hace lo que mejor sabe. Tiene a una pequeña japonesa como figura central; dramática, expresiva y en medio de una devastación que remite a otras, más reales y dolorosas. El contraste de los colores que luce la niña con la gris desolación que la rodea, conforma una fotografía que a mitad del relato nos reconcilia con el buen cine. Por un rato.
Cancelando el Apocalipsis La dedicatoria final del último film de Guillermo del Toro parece en si misma reflejar todo el espíritu que atraviesa su obra. Al final de los títulos aparecen los nombres de dos fuentes de inspiración indudable del cine de ciencia ficción: Ray Harryhausen (artista recientemente fallecido quien es considerado como el padre del stop motion) e Ishiro Honda, la mente y el espíritu detrás de la emblemática figura de Godzilla. Titanes del Pacifico es exactamente eso: la conjunción entre dos mundos que siempre hubiéramos querido cruzar aquellos que amamos los escenarios apocalípticos y la destrucción masiva. Un enfrentamiento en centros urbanos de enormes seres extraterrestres nacidos de las entrañas mismas de nuestro planeta y maxi robots de dimensiones estrambóticas dispuestos a destrozar todo a su paso para defender a la Tierra en sus últimos minutos. Por eso cuando de pequeños armábamos ciudades de juguete las que eran destruidas de un codazo al atacar un dinosaurio nuestra imaginaria aldea, no nos preocupábamos mucho por el verosímil o por la actitud de los ciudadanos: queríamos ver pelea, destrucción y sentir la adrenalina de la aventura correr por nuestras venas. Este espíritu lúdico infantil de pura fascinación por el artificio visual y su contundencia es el que habita a cada momento del relato de Titanes del Pacifico. La mirada experta en la creación de seres extraordinarios como pocos directores poseen se pone aquí de manifiesto en los temibles aliens llamados Kaiju que al contrario de lo que siempre esperamos no vinieron desde el cielo sino que nacieron directamente desde las entrañas de nuestro planeta. El primero apareció en San Francisco y el segundo en Manila, extendiéndose luego al resto de la tierra. Para contrarrestar este terrible ataque se creó el programa Jaeger en el cual los hombres creamos nuestros propios monstruos. Comandados por experimentados militares con tácticas de combate extremadamente pulidas estos robots de dimensiones siderales parecen ser la única arma frente al inminente fin del mundo. La conexión que realizan con los militares que los comandan es neuronal de modo tal que los recuerdos, sentimientos y conocimientos de sus operadores son transmitidos al inmenso robot dotándolo de una “humanidad ” que les es ajena. Así una espada de Damocles pende sobre las cabezas de los encargados de dirigir la estrategia de los Jaeger, un último ataque de los Kaiju se acerca y promete ser el que nos barra definitivamente de la tierra . Las esperanzas de los grandes líderes políticos del mundo (inteligentemente Del Toro borra el patrioterismo norteamericano de la escena) no están puestas en los Jaeger por lo que el encargado de comandar la misión Staker Pentecost (encarnado por el talentoso Idris Elba) no tendrá mas que una oportunidad para demostrar la valia de sus Jaeger. Y para ello requerirá de los servicios de uno de los pilotos más experimentados, Raleigh Becket (Charlie Hunnam), quien se ha recluido tras una traumática experiencia en combate. El guion no demuestra mayores complejidades ni profundidad en sus protagonistas, visiblemente influenciado por los historias de artes marciales, los films de stop motion, animés como Mazinger Z o Evangelion. Guillermo del Toro logra con maestría mixturar todas sus influencias en un producto entretenido y grandilocuente con escenas de lucha que difícilmente sean olvidadas por el espectador, donde se demuestra que cuando al artificio se le suma la inteligencia es mucho más que una explosión verborrágica de CGI al mejor estilo Michael Bay. Titanes del Pacifico es entretenimiento puro, sin grandes pretensiones argumentales pero con oficio y arte en la factura de sus imágenes, un plato gourmet para los amantes del cine pochoclero que debe ser disfrutado en una sala de cine.
Cuando terminé de ver Titanes del Pacífico, recordé cuando era chico, quizás entre 9 y 12 años y tenía mis primeras salidas con compañeros del colegio donde nos dejaban "solos" en una sala de cine y veníamos una tipo Los Goonies. Recordé la emoción que me daba ver una película de aventuras asombrosa, para la edad que tenía. Eso sentí. Volví atrás en el tiempo en la sensación de disfrutar mucho una gran aventura. Si Del Toro dejó a El Hobbit para hacer una película así, lo aplaudo. Indudablemente disfrutó mucho hacerla, contar una película así, crear un mundo fantástico y robotizado, pero también dejando en claro que no tiene nada que ver con los Tranformers y otras películas con mucha pirotecnia. Técnicamente es impecable, en fotografía, sonido y efectos especiales. Merece todas las nominaciones. La fotografía es impecable y se manda unos cuadros soberbios. Me quedó en mi cabeza grabado cuando baja el helicoptero en la lluvia y la científica japonesa espera con un paraguas. ARTE, ARTE!!! Del Toro hizo muchos cuadros. Compuso grandes imágenes en muchas oportunidades, no habituales a estas producciones, pero que se pueden encontrar en los buenos comics. Además la película es oscura, por el ámbito donde se desarrolla, pero las peleas tienen el brillo sobre los sujetos para que todo quede "claro" y no confuso como lo que mete Michael Bay, para hacer la comparación directa. El sonido es muy claro y la banda sonora tiene una melodía recurrente perfecta para una película de aventuras como esta. Y los efectos especiales son geniales, porque parece todo real. La historia es simple y muy entretenida. Tiene cosas de Godzilla, de Mazinger, Cloverfield y hasta de Top Gun! Pero lo que asegura es entretenimiento para quienes quieran sentarse y disfrutar una buena película de ciencia ficción. Si le querés buscar el pelo al huevo, algunos actores son flojos... pero no es el objetivo de la película eso. Confieso que el trailer no me atraía para nada, pero la película fue otra cosa. Viví dos horas al palo, donde seguramente el Imax haya ayudado, pero fue una grata sorpresa.
Guillermo Del Toro apostó a lo grande, pero sin olvidarse de las personas pequeñas. Las expectativas alrededor de Titanes del Pacífico (Pacific Rim, 2013) eran tan enormes como un Kaiju salido del fondo del mar, y a fuerza de creatividad, buenas actuaciones, excelente dirección y un brillante 3D, logró superar todos y cada uno de los prejuicios (de los buenos, claro) que teníamos antes de sentarnos a ver este espectáculo que tiene las dósis justas de drama, comedia y acción. La película comienza contándonos cómo comenzaron las invasiones Kaiju. Estos monstruos gigantes proceden de otra dimensión, y encontraron una brecha para pasar a través de un portal en el fondo del océano pacífico. Así, comenzaron a venir, primero cada tanto, y luego cada vez más seguido. Ante esto, la humanidad debió plantearse un nuevo plan y, como dice el slogan de la película, para luchar contra monstruos debieron crear monstruos. Así nacieron los Jaegers, moles metálicas con reactores nucleares que deben ser piloteadas por dos personas, cuyas mentes deben unirse y formar una, ya que el link mental entre solo un individuo y un piloto puede ser mortal. Así, los pilotos de los Jaegers deben moverse en perfecta sincronía y tener sus conciencias unificadas. Las victorias comenzaron a acumularse, y tanto los pilotos como los robots se convirtieron en personajes diarios, casi en estrellas de rock. El entretenimiento frivolizó la batalla por la humanidad, pero la humanidad seguía presentando batalla. En este contexto conocemos a Raleigh Becket (Charlie Hunnam) un ex piloto de Jaeger venido a menos luego de un enfrentamiento con un Kaiju que terminó de la peor manera: con su hermano, su copiloto, muerto. Él ahora trabaja en el muro, un nuevo intento de contención de los gobiernos contra los montruos, pero pronto van a necesitarlo, y va a ser el mismísimo Stacker Pentecost (Idris Elba), el líder del proyecto Jaeger el que va a buscarlo. Por supuesto, el renegado al principio se niega, pero finalmente volverá a pilotear a su querido Gipsy Danger, reconstruído luego de la catástrofe que sufriera con su hermano. Lamentablemente, no tiene copiloto, y aunque la mano derecha de Pentecost, Mako (Rinko Kikuchi) muera por pilotear, la historia entre el líder y la jovencita es demasiado profunda para que el jefe le de la autorización. Mientras tanto, los ataques se suceden, y cada vez con más periodicidad. La brecha parece estar creciendo, y en poco tiempo, el mundo podría estar poblado de Kaijus. Las cosas se ponen críticas, y es ahí en donde comienzan a surgir los héroes. Porque, a diferencia de prácticamente todas las películas de la actualidad, los heroes son los hombres. Los Jaegers no son más que herramientas que se manejan directamente con nuestras mentes. Estos hombres nos preocupan, nos interesan y nos hacen confiar en que la humanidad si tendrá una salvación. Tienen convicciones y no es necesario que las griten para que las entendamos. Son, en definitiva, personas, y ese es sin duda el mayor logro de Guillermo Del Toro: Que personas que podemos ver todos los días nos interesen más que moles de acero caminando por el mar. Pero, ojo, que la parte de las moles de acero también es increíble. Visualmente, Titanes del Pacífico da un nuevo paso en la revolución 3D que comenzara Avatar. Sus profundidades y texturas tienen sentido en 3D, al igual que los planos que Del Toro cuidadosamente eligió. Esta película está hecha para este formato, y verla en cualquier otro sería casi un crímen. Posiblemente este sea el gran comienzo de la carrera de Guillermo Del Toro. Si, ya se, todos lo conocemos, pero esta es sin duda la película más grande que hizo, y la hizo sin olvidarse de quién es, de sus raíces y de su estilo. Eligió un elenco sin grandes estrellas y lo elevó al máximo gracias a un guión escrito con maestría. La película tiene un solo punto flojo, y es hacia el final, por lo tanto prefiero no marcarlo. Por lo demás, Titanes del Pacífico es, hasta el momento, la gran superproducción del año.
Una película política Seguramente el lector debe estar pensando “¿no se le fue la mano con el título?” o “¿no lo dirá de forma irónica?”. Bueno, debo decir que creo que no se me va la mano, que lo que digo tiene sentido y por ende, no estoy siendo irónico. Titanes del Pacífico puede ser analizado no sólo como un mero film de robots gigantes enfrentados a monstruos gigantes, sino también como una obra política, todo un signo de estos tiempos cinematográficos, culturales y sociales. Aquí, algunas razones para explorarlo de esta forma: 1-A Titanes del Pacífico lo distingue en primera instancia el hecho de ser dirigido por Guillermo Del Toro, algo que marca una diferencia principalmente para la crítica que, limitada como es últimamente, analiza casi inevitablemente al film con mucha mejor predisposición que si el que estuviera detrás de cámara fuera, por ejemplo, Michael Bay. No quiero dar lugar a malinterpretaciones: a mí también me genera mucha más expectativa una película dirigida por Del Toro que por Bay, pero eso no significa que vaya a ignorar determinados factores. Por ejemplo, un producto como Transformers es en general tan subestimado desde su forma que enseguida los críticos le apuntan a su ideología, con una visión contenidista que atrasa décadas. Pero con Titanes del Pacífico, eso por lo general queda de lado y sólo se miran los componentes genéricos. Y ojo, los hay, y muy interesantes. Pero eso no implica que su relato sólo apunte al entretenimiento de alta calidad o a la relectura de ciertos subgéneros. Hay también todo un posicionamiento político bastante más complejo de lo aparente, y que seguramente la mayoría de los críticos pasarán de largo. Yo no, pero no porque sea un ser brillante, sino simplemente porque no soy tan perezoso. 2-Un componente de la visión perezosa de los críticos implica hasta cierta reescritura de los hechos, afirmando que Titanes del Pacífico es una especie de “proyecto soñado” de Del Toro. Y lo cierto es que no es tan así. El director llegó a esta película casi por descarte, ya que se fueron frustrando y/o retrasando otros films que venía planeando, como Hellboy 3 y la adaptación de En las montañas de la locura. Lo que se dio con Titanes del Pacífico fue más bien un proceso de apropiación del material original, consistente en una historia original de Travis Beacham que luego este volcó a un guión junto a Del Toro. A mí mucho no me gustó El laberinto del fauno (posiblemente su película con mayor consenso) y tampoco soy un fanático del resto de su cine, pero debo reconocer en Del Toro un profundo conocimiento de las reglas genéricas aplicadas a la narración y un gran cuidado en la composición de sus puestas en escena, donde hay tanta acumulación como precisión. Indudablemente, no cree demasiado en los temas, palabras o diálogos “importantes” (como su colega Alejandro González Iñárritu), sino en la acción. Los mejores momentos de su filmografía están vinculados con personajes que hacen, más que decir. Esto se puede apreciar a partir del desenvolvimiento de la trama de su última película: se abre una especie de brecha interdimensional en lo profundo del Océano Pacífico, de donde salen monstruos gigantes, denominados Kaiju, que destruyen las ciudades y amenazan con extinguir a la humanidad. Es por eso que se crean para combatirlos unos enormes robots, conocidos como Jaegers, que son controlados simultáneamente por dos pilotos que están conectados a través de un puente neuronal. ¿Qué es lo que hace Del Toro con esto? Toma algunos conceptos que le interesan especialmente y que siempre atravesaron su cine: el 2 (dos) como número y palabra clave, porque siempre para uno existe un otro que lo complementa o se contrapone; lo monstruoso resignificado como algo mucho más cercano de lo pensado inicialmente (por algo uno de los slogans del film es “para combatir monstruos, creamos monstruos”), e incluso como una metáfora de los demonios internos que se deben enfrentar; la conexión entre universos que parecían totalmente distanciados, pero también entre mentes (y corazones), explicitando a través de las imágenes (y alejando la chance de los discursos redundantes) las distintas uniones entre los protagonistas, que pasan por lo filial, lo paterno-filial y lo romántico, con la memoria y la pérdida como cimientos dramáticos. No es que haya grandes sorpresas, los caminos que recorren los personajes son en extremo previsibles, pero Del Toro tiene la dosis de conciencia justa (libre de cinismo, por cierto) para que el humor esté equilibrado con la melancolía y el entretenimiento más puro, sin perder fluidez en ningún momento del metraje. 3-Ya empieza a ser un lugar común que los tanques hollywoodenses de los últimos tiempos tengan un gigantismo casi avasallador, y Titanes del Pacífico no es la excepción. Uno puede interpretar que esa pulsión por reventar todo es una muestra de cómo Hollywood busca pisotear toda la posible competencia, sin importarle si en el medio termina pisoteando a los espectadores (algunos de los cuales no sólo se agotan, sino que hasta se sienten violentados), y no estaría errado en lo más mínimo. Pero intuyo que esa es sólo una parte de la respuesta, que debe complejizarse a partir de los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001, que dio paso a un mundo totalmente nuevo, incluso en lo cultural. La caída de las Torres Gemelas o la destrucción de parte del Pentágono demostró que ciertas imágenes que sólo se creían que iban a ser ficción podían ser reales, lo que obligó (y obliga) al cine estadounidense a repensar sus ficciones y sus metáforas de los miedos. El film de Del Toro (un mexicano que abraza sin culpa la maquinaria hollywoodense, asumiéndose como un engranaje más) es de los más ricos para pensar esta instancia. Con sus criaturas difusas, casi inabarcables, tan parecidas y a la vez tan distintas a las que se ven en la Tierra y su galería de personajes multiculturales (que incluyen a asiáticos y rusos, pero no árabes), Titanes del Pacífico habla de un mundo nuevo, donde los peligros son diferentes, mucho más masivos y violentos, y en el que Estados Unidos, como nación, comienza a ser consciente de que algunas cosas ya no puede hacerlas en soledad. De ahí que aparezcan otras potencias, nuevas alianzas que antes estuvieron marcadas por la enemistad y el rencor (pienso en Hiroshima, Nagasaki o la Guerra Fría), que son dejados atrás frente a males mayores. No estoy justificando estos pensamientos, sino exponiendo cómo los estadounidenses, a través de su cine, construyen no sólo su propia identidad sino también la del mundo entero, y con herramientas más que atendibles. 4-En mi pequeño mundo de relaciones personales y laborales me cruzo bastante con gente que piensa (o al menos intenta pensar) al mundo político desde la izquierda. Salvo algunas excepciones, muy pocos se ponen a pensar seriamente la forma en que los Estados Unidos articula sus artefactos culturales, básicamente porque subestiman y/o desprecian al extremo todo lo que lleva el cartel “Made in USA”. Y ojo, están en todo su derecho, pero me parece que la falta de reflexión sobre esas creaciones les impide no sólo comprender cabalmente otras formas de dominio que ejerce el “Hogar de los valientes” sino incluso aprender de esas modalidades para usarlas en beneficio propio o modificarlas. Mientras tanto, los yanquis siguen pensándose a sí mismos (incluso a través de cineastas de otros países) y con eso marcan una diferencia importante. Titanes del Pacífico es un caso testigo: detrás del ruido, las explosiones y las peleas a gran escala, hay un discurso que se impone.
Como Godzilla, pero más seria Los monstruos más gigantescos del cine de todos los tiempos invaden la Tierra en este delirio con ecos de Godzilla y todas las locuras apocalípticas de Inoshiro Honda, con momentos imperdibles y todo el talento de Guillermo del Toro, pero que lamentablemente pierde demasiado tiempo en los no tan interesantes robots gigantes comandados por soldados que deben detener la invasión alienígena. Según el guión de Travis Beachman, 2013 es el año de la primera invasión de los monstruosos kaijus, seres que aparecen desde un portal en la Costa del Pacifico y arrasan ciudades enteras. Para enfrentarlos, la humanidad inventó los jaegers, robots enormes tripulados por dos soldados que deben estar conectados mentalmente para unir sus hemiferios cerebrales compartiendo reflejos, pero también, recuerdos y emociones. A medida que pasan los años, los kaijus aparecen en forma cada vez más apocalíptica y en un pantagruélico combate derrotan el mejor robot tripulado por dos hermanos. Al morir uno de ellos, el otro sufre la temible experiencia conectado cerebralmente y, a pesar de ser el mejor combatiente, abandona su papel en la guerra. Pero cuando el programa de jaegers está a punto de ser abandonado, el comandante lo vuelve a convocar en un último intento por volar el portal y salvar a la Tierra de una derrota segura. Las imágenes son de primera, con toda la tecnología disponible al servicio de Del Toro, que no solo como realizador sino también como director de fotografía homenajea a los monstruos que lo aterraban en la niñez desde la pantalla grande y también desde la TV. Los monstruos son algo así como la versión seria de los amigos de Godzilla, especialmente la tortuga Gamera y el pterodáctilo Rodan, oscurecidos a niveles de pesadilla con los toques lovecraftianos que los vuelven temibles descripciones del Cthuluhu y otros seres extraterrenos (justamente el film da muchas ganas de que Del Toro consiga alguna vez un presupuesto parecido a éste para filmar su postergada adaptación de "En las montañas de la locura" de H.P. Lovecraft, que quería filmar en nuestro país, ya que transcurre en la Antártida). Todo lo relativo a los jaegers y sus héroes (Charlie Hunnam, EIdris Elba) al lado de esto tiene bastante poca gracia, y los robots en sí le deben demasiado a los Transformers (y menos de lo que uno querría a los nipones Ultraman, Ultra 7 o Mazinger). Se salva todo lo relativo a la teórica de los jaegers convertida en combatiente Rinko Kikuchi, que aporta no solo tensión romántica sino también impresionantes flashbacks de su traumática niñez en una ciudad devastada. Y, sobre todo, los personajes secundarios salvan la película, empezando por el científico obsesionado en meterse en el cerebro de un kaiju (Charlie Day) y el mercachifle del mercado negro Ron Perlman (antológico como su asistente Santiago Segura, todo un "aTorrente" del futuro). El humor de las escenas con estos personajes por momentos también forman parte de lo mejor de la película, curiosamente en escenas que no necesitan montañas de millones de dólares. La combinación de un mismo director y director de fotografía amplifica el 3D a niveles que dan vértigo, por lo que sería una pena ver esta megaproducción en 2D.
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El arte de romper todo a pisotones Con cualquier otro director, esta aventura futurista no hubiera pasado de ser un mero remedo de Transformers, con criaturas aún más grandes. Pero para el director de Hellboy el gigantismo es la excusa para ocuparse de lo que siempre amó: los monstruos. En manos de un director-amanuense, de esos que llenan la plantilla de Hollywood, Titanes del Pacífico hubiera sido otro de los superespectáculos vacuos que esa fábrica produce todas las semanas. Pero suceden tres cosas: 1) Titanes del Pacífico es una de monstruos; 2) la Warner se la encargó al mexicano Guillermo del Toro y 3) para Del Toro no hay nada más importante que una de monstruos. 1 + 2 + 3 = una película hecha por una persona, con cariño, conocimiento y dedicación, y no por una de esas máquinas de faenar imágenes a las que se les da el nombre de “director”. Titanes del Pacífico es, más específicamente, una de monstruos japoneses. Monstruos que como se sabe, son grandes y pisan fuerte. Estos, más todavía: los de Titanes del Pacífico son de un tamaño tal, que a su lado Godzilla volvería a ser una lagartija. Los de Titanes del Pacífico son seres de otro planeta, que en lugar de entrar a éste por el cielo, como la mayoría de sus pares, prefirieron hacerlo a través de una falla que resulta haber en el fondo del Pacífico. Se llaman kaijus (bonito detalle, que tengan nombre japonés) y, decididamente, no vinieron en son de paz. La gente forma parte de la dieta de esta especie de maxirrinocerontes con bocazas de Alien. Pero además no hay demasiado lugar en las calles de ninguna ciudad del planeta para darles cabida. Por lo cual en su avance producen el efecto de un ejército de topadoras sobre un campamento: rompen todo. Rascacielos, puentes, diques, represas. Todo. “Para enfrentar a estos monstruos tuvimos que crear una raza de monstruos”, se informa. Los monstruos que la humanidad creó o creará (la acción transcurre en el 2020) son unos robots del mismo tamaño que los kaijus, accionados desde adentro por una pareja de soldados especialmente entrenados, cuyos cerebros se interconectan para poder funcionar como unidad. Los robots se llaman jaegers, que en alemán quiere decir “cazadores”. ¿Robots agarrándose a trompadas contra monstruos con piel de cemento, rompiendo todo en el camino? ¿Alguien dijo Transformers? Sí, básicamente es lo mismo, aunque para darle un plus los creadores de Titanes del Pacífico se ocuparon de que kaijus y jaegers midan el doble o el triple de cualquier transformer. Lo cual obliga al tour de force de hacer entrar en una pantalla de cine lo que no está hecho para entrar en una pantalla de cine. Del Toro y sus diseñadores de producción se las arreglan para hacerlo posible, y que encima se entienda lo que pasa. ¿Pero es divertido ver a bestias de capa darse durante dos horas diez contra bestias de cemento? No necesariamente. Más allá de algún detalle realmente festejable, como cuando uno agarra unos contenedores fabriles para dárselos al otro por la cabeza, y el otro se la devuelve con un acorazado de la marina, a modo de barra de hierro. ¿Qué es entonces lo que tiene de muy bueno Titanes del Pacífico? No es una pregunta fácil de responder. La acción es elemental, pero intensa: si no se frena a tiempo el avance de los kaijus, es el acabose. Personajes y subtramas son de manual: el rubiecito fachero que perdió al hermano, la japonesita que le hace de interés amoroso, el rival narciso y antipático, el comandante severísimo que esconde un punto débil, y así. Eso es lo que aporta el guionista, Travis Beacham. Lo interesante, lo divertido y colorido, lo de carne y hueso, lo clase B es lo que pone Del Toro, que metió mano en el guión. El dúo de científicos-freaks, la peligrosa idea de hacer conexión sináptica con el cerebro de un kaiju, la gran idea del mercado negro hongkonés de órganos de kaijus y, sobre todo, que el líder del mercado negro sea alguien mucho más inmenso que cualquier kaiju o jaeger: el gran e infalible Ron Perlman, actor deltoriano por excelencia, acompañado aquí encima por Santiago Segura (que hace apenas un cameo, en verdad). A propósito: no irse en medio de los títulos finales, que regalan a Perlman el mejor gag de una película a la que, eso sí, no le sobra humor. Pero sí un coherentísimo diseño de producción impuesto por Del Toro, que para dar cabida a seres de lata crea un mundo de grandes depósitos fabriles, metal roído, óxido y herrumbre. Un futuro posindustrial, en el que la gente se reduce a su mínima expresión, frente a semejantes desafíos a la escala humana.
Pacific Rim: gracias Hollywood por tu chatarra Para aquellos que me conocen, no es novedad que mis gustos en cuanto a cine se dividen entre los más junk de Hollywood y el cine arte al estilo de Miss Sunshine o una trilogía como la de Richard Linklater. Es por esto que el cine en mi tiene el mismo efecto que una montaña rusa. Están esos tramos que te llenan de una energía rara y satisfactoria, alegría, por qué no, y que por sobre todas las cosas, te divierten; y están esos tramos que te revuelven el estomago y que te hacen jurar que nunca más te vas a subir a una montaña rusa o mirar cierto tipo de película, lo cual, suele ser mentira. Pero ahí yace la magia del cine y de las montañas rusas. No importa los prejuicios, no importa las experiencias previas, porque casi siempre estamos dispuestos a dar nuevas oportunidades, con la expectativa de que las experiencias sean distintas a las anteriores. Pero por qué me pongo así de pensativa se preguntaran ustedes. Prometo llegar a mi punto, pronto. Conozco gente de la era arcaica, que vive en una bolsa ziploc y que critican a aquellos que vemos el típico cine chatarra de Hollywood. Mientras ellos se estancan viendo cine arte de los 90 hacia atrás, yo trato de tener una mente abierta que me permita ver de todo, para poder pasar por los tramos lindos y feos de la montaña rusa. De vez en cuando te topas con algunos tramos raros que cuando los ves, producen incertidumbre, miedo quizás, pero una vez que los atravesas, pensas con cosquillas en la panza ‘quiero volver a pasar por ahí’. Y esta es la sensación que tuve con Pacific Rim. ¿Qué tan buena podía ser una película que PARECE ser una mezcla entre Evangelion, Transformers, Cloverfield y Godzilla? Con una mano en el corazón, sabiendo que adoro la chatarra en el sentido más literario (hablo de robots gigantes), cero chances. Pero estamos hablando de un director como Guillermo Del Toro, palabra mayor en los tiempos que corren, sobre todo en el género fantástico y de terror, entonces, ¿por qué no darle una oportunidad? Si decidís no dejar llevarte por lo que te pueda haber generado el tráiler y dar el gran paso para verla, entonces estarás satisfecho con tu decisión, porque Pacific Rim/Titanes del Pacífico es un viaje de ida y una especie de homenaje a las clásicas películas de monstruos. Acá no hay lugar para grandes introspecciones en los por qué y los cómo que generan la historia. Los verdaderos protagonistas, los kaiju (monstruos en japonés) que salen del centro de la tierra mediante una grieta en el pacífico para conquistar a la Tierra, y los Jaegers, grandes robots construidos por la resistencia internacional (EE.UU. no es el héroe salvador de la película! YAY) para combatir al enemigo, son tan grandes y supremos en la historia, que apenas hay espacio para las relaciones humanas. Cuando los kaiju comienzan a emerger, los humanos nos limitamos a combatirlos mediante los Jaegers, pero estos monstruos evolucionan y los súper robots van quedando obsoletos en su propósito. En un último intento y con un par de Jagers, el líder de la resistencia Stacker Pentecost (Idris Elba, Prometeo, Luther) llamará a luchar a los mejores pilotos, y eso incluye a Raleigh Becket (el no solo carilindo de Charlie Hunnam, Nicholas Nickelby) quién se retiro del programa tras perder a su hermano en batalla y no quiere enlazarse con nadie más. Pero Becket no contaba con que alguien que entendiera su dolor, le permitiría volver a pelear. El guión de Del Toro es tan redondo que con la justificación de que se necesitan dos personas enlazadas mentalmente para manejar a los Jaegers (una para el hemisferio derecho y otra para el izquierdo), no hace falta explicar que la compatibilidad entre ambos se da por la atracción que sienten sus personajes entre sí. Pero sin ahondar en detalles, solo rasga la superficie de sus personalidades para justificar su accionar en el film. Por lo que Pacific Rim es superficial por sobre todas las cosas. Querer profundizar en el lapso que une a ambos pilotos seria igual de innecesario que querer explicar cómo funcionaba la máquina de incepción en El Origen. Así que no, Pacific Rim no se parece en CASI nada a Evangelion, porque no se mete con la compleja relación mech-humano-humano. Pero ¿por qué esta película es diferente y la mejor de su género? Porque Guillermo del Toro sabe cómo contar historias, sin importar el género. A pesar de la grandilocuencia del material que tienen en mano, el director sabe balancear la historia entre sus personajes principales, los Jaegers y los kaiju, y el resto, los humanos. A demás, con todas las grandes batallas que presenta la historia, Del Toro no marea a su espectador entrando en detalles que no suman a la historia, brindando en un 70% de la película grandes cuadros que lo abarcan todo, y aún en plena noche, no hay nada que necesite de una doble explicación. Pacific Rim es la razón que permite decir que no todo el cine chatarra de Hollywood es malo. Hay abundancia de peleas y explosiones masivas y ninguna de ellas parece sobrar. Su historia tiene humor (las escenas de Ron Perlman y Charlie Day son lo más), humanidad, rarezas y una energía peculiar, pero buena, de la que no se percibe mucho, a no ser que seas fan del cine de Del Toro y sepas de qué estoy hablando.
Entretenimiento mayor con recursos técnicos espectaculares La década del ’90 produjo cambios sorprendentes en la comunicación con la aparición de Internet y de poderosas bases de datos como IMDB. Antes, durante los ’80 el grueso del soporte de la información filmográfica era básicamente en papel. En esa época, en Argentina, aún se publicada el “Heraldo del Cine”, un semanario fundado por Chas de Cruz en 1931. Contenía críticas de todos los estrenos en el país y la razón por la cual se lo menciona aquí, además del justificado homenaje que merece, es que se usaban dos puntajes para calificar a las películas. Dicha duplicidad en la calificación podría muy bien aplicarse a uno de los estrenos importantes de esta semana. Se trata de “Titanes del Pacífico” (Pacific Rim”), octavo largometraje del mexicano Guillermo del Toro. En LEEDOR consideramos como uno de nuestros máximos objetivos el orientar al potencial espectador sobre las virtudes y méritos o inversamente los defectos y limitaciones de los films que comentamos. No somos muy entusiastas en dar puntajes aunque admitimos que es la tendencia que predomina. Prueba de ello es la adhesión que generan sitios como “Todas las críticas”, una buena versión local del famoso “Rotten Tomatoes”. Volviendo al mítico “Heraldo” señalemos que para cada estreno eran dos los atributos calificados (de 0 a 10), conocidos como “Comercial” el primero y “Artístico” el otro. Aún con sus limitaciones y con la inevitable subjetividad que hay detrás de toda crítica este cronista estima que el sistema anterior era (es) de alguna utilidad. “Titanes del Pacífico” ya es un éxito comercial, al menos en nuestro país (se estrena hoy viernes 12, un día más tarde en Estados Unidos, no disponiendo aún de cifras de taquilla allí). El lector que adivine que se está sugiriendo un puntaje de 9 o 10 en lo “Comercial” estará en lo cierto. Donde resulta más difícil la calificación es en el rubro “Artístico” y lo que aquí se intentará es justificar el puntaje otorgado, que se agregará a los de otros colegas en “Todas la críticas”. Pocas veces un film del género fantástico ha utilizado con tanta maestría el arsenal de recursos técnicos que el cine actual dispone. Incluso el 3D, cuyo uso se estima desmedido y a menudo no justificado, en este caso realza la espectacularidad de numerosas escenas de combates entre monstruos. Lo original aquí es que a los invasores (llamados Kaijus) que por una vez no vienen del espacio sino del fondo del mar, los terráqueos les oponen grandes robots mecánicos (conocidos como Jaegers). Y que a estos últimos los ”tripulan” normalmente dos personas cuyos cerebros son conectados entre sí (lo llaman enlace neuronal). Al inicio Raleigh Becket (Charlie Hunnam) se desplazará junto a su hermano dentro de una de estas verdaderas maquinarias de guerra pero sólo él sobrevivirá y durante varios años será un simple obrero de la construcción. En pocos años los Kaijus irán acumulando victorias y destruyendo ciudades como San Francisco y Tokio, hasta que el ex jefe de Raleigh (Idris Elba) lo vuelva a convocar cuando la situación se vuelva desesperante para la humanidad. Y aquí hará su aparición Mako (la japonesa Rinko Kikuchi), otro personaje central a la historia la que finalmente acompañará físicamente a Raleigh dentro de un Jaeger. Claro que no siempre el citado enlace neuronal funcionará en forma óptima. Por un lado es necesario entender que al ser conectados los cerebros los recuerdos de las duplas se comparten y por el otro que Mako guarda terribles remembranzas de cuando era algo más chica en Tokio. Esas escenas constituyen una reelaboración de famosos films de terror japoneses y en particular aquí los Kaijus recuerdan fuertemente a monstruos como el clásico Godzilla. La película dura dos horas y quince minutos aunque la duración, quizás algo excesiva, se soporta bien por la parafernalia de efectos y predominio de batallas. Hay también otros personajes muy excéntricos como un par de hermanos científicos alemanes (Charlie Day, Burn Gorman) que usan restos de Kaijus (pedazos de cerebro, por ejemplo), para investigar donde está el punto débil de los invasores. Esto da pie a que uno de ellos visite en Hong Kong a un par de vendedores de estos restos en una de las escenas más divertidas donde participa Ron Perlman (“Hellboy”), casi un alter ego de Del Toro y el español Santiago Segura. La mayor flaqueza de “Titanes del Pacífico” es lo convencional de su argumento, con un final bastante predecible. No hay por otra parte grandes interpretaciones aunque como entretenimiento el film cumple ampliamente por lo espectacular de ciertas escenas. Entonces faltaría cerrar esta nota con la calificación del segundo rubro (“Artístico”) y se estima que un 7 u 8 harían justicia. Los fanáticos del género seguramente disentirán y a ellos les diríamos que su mayor puntaje para nosotros califica el otro rubro (“Comercial”), no necesariamente de un modo peyorativo.
Metal y Hueso Desde aquella joya llamada Cronos, que merecería ser redescubierta, hasta el segundo capítulo de la saga Hellboy, Guillermo del Toro se ha convertido en un director que toma la fantasía en serio, que ha demostrado que seres extraños nos rodean continuamente y no nos damos cuenta. Vampiros, fantasmas, criaturas, seres de otra dimensión, demonios, conviven con los seres humanos, y de vez en cuando alguno de ellos despierta y quiere destruirnos...
Furia de gigantes La vuelta de Guillermo del Toro a la dirección, después de un prolongado nomadismo por distintas ramas del arte cinematográfico, es tan chirriante que no para de sacar chispas. Pisando fuerte, y sin pedir permiso, el realizador mejicano volteó de un porrazo la puerta grande de Hollywood para presentar al mundo su nueva criatura: Titanes del Pacífico (Pacific Rim, 2013), una recargada odisea apocalíptica sci-fi con personajes de enormes dimensiones. Como buen consumidor del pop japonés que invadió occidente en la década de 1960 (las series Ultraman, Ultraseven, Goldar, el animé y manga Astroboy, Mazinger Z y otros), el director de 48 años recupera en esta cinta dos tradiciones niponas: los "kaiju" (monstruos gigantescos que amenazan la humanidad) y los "mechas" (máquinas o robots manejados por humanos). Con las cenizas de estos géneros prácticamente perdidos, del Toro no sólo hace un espectáculo dirigido hacia un público joven sino una película que muestra la belleza majestuosa de los especímenes homenajeados. El resultado es puro vértigo TNT, con mucha pirotecnia de efectos especiales distribuida en abundancia y con varias cucharadas de fanatismo nerd por los gigantes de acero y los godzillas rabiosos. En las profundidades del océano se abre un portal hacia una dimensión desconocida, de donde provienen unos mutantes que arrasan con todo lo que encuentran vivo. La humanidad está en guerra, el mundo está cerca del fin, y sólo lo puede salvar unos guerreros de titanio de miles de toneladas, dispuestos a enfrentarse con los bichos de proporciones bíblicas en una lucha de verdaderos pesos pesados. Para combatir a la legión de monstruos que comienza a emerger a la superficie se crean unos robots enormes llamados Jaegers, que funcionan con un sofisticado sistema de "enlace neuronal": dos mentes que se fusionan a través de los recuerdos. Pero la fuerza bruta de los Kaiju parece imbatible, tanto que a su lado los robots de cabezas termonucleares parecen simples chatarras oxidadas. ¿Podrá la magnanimidad de los Jaegers vencer a las bestias abisales? Las fuerzas defensoras comandada por los Jaegers no tienen más opción que recurrir a sus héroes menos esperados. Y todos juntos tendrán que evitar el inminente apocalipsis, más "now" que nunca. Si bien Titanes del pacífico puede parecer una apuesta arriesgada por no contar con grandes estrellas, su fuerte reside en el vértigo de la acción, los efectos visuales y los mega personajes, que hacen del filme un espectáculo y una especie de oda a los robots y monstruos con los que algunos jugaban en la infancia.
Robots a pura sangre No es una más de ciencia ficción, aunque es innegable que tiene cantidad de clichés del cine de ese género, especialmente de la máquina de hacer chorizos de la industria hollywoodense. Pero el pulso de Guillermo del Toro le dio otra impronta. “Titanes del Pacífico” es un filme futurista y apocalíptico, estructurado desde la lucha heroica de los robots Jaegers para derrotar a los monstruos Kaijus, quienes están obstinados por destruir al planeta. Hasta aquí nada de otro mundo. Lo que suma en esta propuesta es la profundidad de determinados personajes, como la pareja protagónica (interpretada por la bella Rinko Kikuchi y el carilindo Charlie Hunnam), o el severo mariscal (Idris Elba), que van humanizando un filme que apela a la no robotización. Es decir, los robots son manejados por dos humanos, cuyas mentes tienen un enlace emocional, y eso es todo un guiño del director mexicano. Porque más allá de mostrar luchas intensas, un despliegue impactante de efectos especiales y destrozos al por mayor, la historia corre por el andarivel emocional. Y desde ese lugar habla de la sociedad de consumo, de la frivolidad y hasta utiliza el humor para descomprimir las situaciones tensas. El final, claro, muy yanquilandia, equipara peligrosamente a las películas del montón. Pero no hay que dejarla pasar.
Me declaro fan de los efectos especiales. Aunque si vienen por montón y sin historia, ¿cuál es su finalidad? Si los efectos sirven a la historia, el filme del que hablamos se convierte en algo de magnitudes desproporcionalmente épicas e incomparables. Hace 5 años que Guillermo Del Toro no se sentaba en la silla de director y hace lo que mejor sabe hacer: dirigir sus propios sueños y plasmarlos en historias que nos dejen con el sabor de boca de querer más. Y no es porque sea mexicano, sino porque es de esos genios que no se dejan absorber por el dinero hollywoodense y prefieren contar lo que quieren contar, tomando lo mejor del cine comercial y llevándonos por un viaje maravilloso de metal y fantasía. Titanes del pacífico es, en muchos sentidos, un homenaje a aquellos primeros pasos de efectos que mostraban la destrucción de ciudades, y en el mejor de los casos, a aquellos ánimes futuristas que nos hacían soñar con tripular un mecha. Titanes es una metáfora. "Es el mundo salvando al mundo" como lo dijo del Toro. Es un trabajo de efectos especiales que cuenta la historia de la batalla entre unos robots gigantes, los Jaegers, contra los demonios internos -literalmente- de la tierra, los Kaijus. En media hora, Del Toro le enseña a muchos directores, cómo contar una historia "de orígen" sin ser tediosos, sin mucho diálogo y repleta de acciones. No se guarda el despliegue de efectos para el final, no es el típico héroe -sino dos- que tiene que convencerse a sí mismo de que es el único que puede salvar al mundo, ni todo gira como tornado para desembocar en la batalla final en una oscuridad tremenda cuya física imposible nos haga preguntar: ¿Para esto pagué un 3D? No. Titanes del pacífico es más que un blockbuster americano de mitad de verano. Es una cinta de acción, de fantasía, de heroísmo, de drama, de comedia, infantil, de amor y todos los géneros que se puedan. Es una mezcla interracial -de nuevo, literalmente- cuyos protagonistas nos hacen sentirnos emocionados y querer formar un enlace mental con la persona que está a nuestro lado en la butaca, para salvar el mundo. Porque señores, les digo que ya tenemos ganadora a efectos especiales de la próxima entrega de oscar. Un 3D impresionantemente impactante (si pueden verla en Imax 3D o en la nueva tecnología 4D les digo que vale muchísimo la pena), una historia que no decae en ritmo y cuya fantasía nos hace sentir que en cualquier momento se nos viene la invasión. Y no, no está hecha para quienes busquen una actuación digna de oscar, sino como puro entretenimiento. Y por eso, es el mejor espectáculo de verano.
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MONSTRUOFILIA Como si fueran los muñecos de sus animés y films favoritos, Guillermo del Toro hace chocar a los gigantescos Jaegers contra los Kaijus en TITANES DEL PACÍFICO (PACIFIC RIM, 2013), una película a la que el adjetivo de “inmensa” le queda bastante bien. Pero hay una diferencia con otras superproducciones épico-computarizadas: Del Toro no filma como si se tratara de una publicidad de los juguetes que te van a vender a la salida; esto es más como una invitación a una sesión de juegos con figuras de acción artesanales, fabricadas con pasión. Desde lo narrativo, claro, se percibe el ADN mecha y de todos los monstruos gigantes japoneses con los que Del Toro soñó siendo un niño. Hay, así, un grupo de defensa internacional que se forma para detener a las bestias extraterrestres que son paridas por una grieta interdimensional en el fondo del océano Pacífico. Las herramientas de la humanidad para parar la invasión son unos robots de combate tan altos como edificios. Para pilotearlos, se requiere de dos personas que deben establecer una fuerte conexión neurológica, llegando al punto de poder “ver” los recuerdos y pensamientos del compañero: teniendo en cuenta esta unión tan fuerte que se produce, imagínense el trauma que siente Raleigh Becket (Charlie Hunnam) cuando pierde a su hermano Yancy en plena batalla. Tras esta situación, el piloto abandona la guerra contra los Kaiju, hasta que tiempo después vuelve a ser convocado para ser parte de una misión con la que se planea dar el ataque definitivo. Me gusta imaginar que, en su infancia, Del Toro no se parecía a los chicos de su edad: mientras los otros temían a los monstruos que habitaban en armarios o bajo las camas, él esperaba ansioso la llegada de la noche para tratar de ver a estos seres de la oscuridad e incluso para hacerse amigo de ellos. No es ninguna novedad que el cineasta mexicano ama a las criaturas diferentes, anormales: ya lo demostró en HELLBOY (2004) y en su secuela, y en la genial EL LABERINTO DEL FAUNO (2006), pero a diferencia de éstas, su nueva obra parece ir un kilométrico paso más allá en cuanto a lo visual gracias al uso de los efectos especiales y el 3D: la masividad de esta danza de toneladas de metal y rugidos alienígenas que es TITANES DEL PACÍFICO impacta como un inesperado rocketto-punch mazingeresco. Hollywood ha llegado a cansarnos con imágenes de ciudades convertidas en escenarios de batallas, y pensábamos que ya lo habíamos visto todo. En ese sentido, el film de Del Toro logra asombrar desde lo visual al realizar un cambio simple: las luchas se ambientan en escenarios nocturnos, alumbrando todo con coloridas luces de neón y relámpagos, o llevando la acción a la superficie de mares embravecidos o las profundidades del océano. Los combates están llenos de momentos que parecen ser puro fan-service, como la escena en que un Jaeger utiliza un barco como arma (¡!), pero el resultado es totalmente orgánico: además de ser director, co-guionista y productor, Del Toro es fan de su propia película. En un mundo en guerra, Del Toro define sabiamente a sus personajes por sus tragedias: tanto Raleigh, como la japonesa Mako Mori (Rinko Kikuchi), aún llevan las esquirlas del sufrimiento causado por los ataques de los Kaiju. A lo largo de la película, ambos deberán aprender a pilotear (je) su dolor e impedir que sus sentimientos afecten su rol en la operación militar en la que participan. Ellos dos y Pentecost (Idris Elba) son los personajes mejor desarrollados. El resto simplemente están como mecanismos de la trama o, como en el caso de los científicos nerds, para generar algunos momentos humorísticos. Hay un personaje que no aporta demasiado (y lo mismo se puede decir de la sub-trama en la que aparece) pero es totalmente genial de ver: el Hannibal Chau de Ron Perlman, con su vestimenta exagerada y su bizarra ocupación (traficante de órganos de Kaiju), es una delirante caricatura que debería haber tenido mayor participación. Ah, y atentos al cameo de Santiago "Torrente" Segura. Con un importante desarrollo de mitología e historia de fondo (sólo la introducción ya da para una película), llaman la atención algunas pequeñas flaquezas en el guión: a la ya mencionada sub-trama del adriansuaresco Dr. Geiszler (Charlie Day), podría agregarse el plan definitivo contra los Kaiju. O sea, (¡CUIDADO, SPOILER! SELECCIONÁ CON EL MOUSE PARA LEER) ¿qué le pasa a Hollywood que últimamente quiere solucionar todo con bombas nucleares? Lo hicieron en LOS VENGADORES (THE AVENGERS, 2012) y en BATMAN: EL CABALLERO DE LA NOCHE ASCIENDE (THE DARK KNIGHT RISES, 2012) y la verdad que es un recurso que se está volviendo trillado (FIN DE SPOILER). Sin embargo, el film compensa esas debilidades argumentales con las secuencias de acción y efectos especiales más impactantes e ingeniosas en lo que va del año, además de un brillante diseño de escenarios, robots y criaturas. Pero lo más importante de todo está en la misma esencia de la película y es lo que la hace tan valiosa: TITANES DEL PACÍFICO es un cuento contado por un niño que creció pero que, por suerte, nunca dejó de soñar con monstruos.
Dirigido por Guillermo del Toro ("El Laberinto del Fauno"/"Hellboy") sobre una idea concebida por el guionista Travis Beacham ("Furia de Titanes"), este film de ciencia ficción ambientado en un futuro no muy lejano, trata sobre la posibilidad de una invasión extraterrestre pero con la particularidad de que los invasores no provienen del espacio exterior sino que llegan a nuestro planeta por medio de un portal interdimensional que se encuentra en las profundidades del océano Pacífico. Es por allí, donde gigantescas criaturas monstruosas, más conocidas como "Kaiju", cruzan hacia nuestro mundo destruyendo todo a su paso. Para enfrentarlas, los gobiernos del mundo aúnan esfuerzos y colaboran en la creación del "Proyecto Jaeger" que consta de la construcción de enormes robots piloteados por dos personas que conectan sus mentes y sus recuerdos por medio de un "puente neural" para controlarlos. Las luchas entre colosos parecen no tener fin y año a año llevan a la humanidad más cerca de la extinción. La defensa terrestre pierde Jaegers más rápido de lo que pueden construir nuevos y los Kaiju, con cada nuevo ataque, evolucionan. El líder de la resistencia, Stacker Pentecost (Idris Elba) no tiene más remedio que recurrir a dos héroes improbables: Raleigh Becket (Charlie Hunnam), un ex piloto retirado y a Mako Mori (Rinko Kikuchi), una tímida aprendiz de piloto, quienes unirán sus mentes y sus recuerdos más dolorosos para controlar a un aparentemente obsoleto -pero legendario- Jaeger que fuera desactivado desde los primeros ensayos del proyecto. Ambos, junto a la bestia mecanizada, se convertirán en la última esperanza de la humanidad. Entre tanta pelea y destrucción, la cuota de humor en la cinta está muy bien aportada por el Dr. Newton Geizler (Charlie Day), un fanático en el estudio de los kaiju, y su colega y rival Gottlieb (Burn Gorman), un matemático frío y calculador, quienes se disputan el tener la razón durante todo el metraje, así como las apariciones de Hannibal Chau (Ron Perlman) como el comerciante de partes de kaiju en el mercado negro y su ayudante (Santiago Segura, el protagonista de las películas de "Torrente"). En lo que respecta a lo visual, la película cuenta con increíbles escenas de acción especialmente desarrolladas para el 3D que por momentos nos recuerdan a grandes clásicos del cine de monstruos como "Godzilla" pasando por "Gigantes de Acero" (Real Steel) y con una tématica muy similar a grandes series de animación japonesas como "Mazinger Z", "Neon Genesis Evangelion" o la versión americana de "Macross", "Robotech". "Titanes del Pacífico" es sin dudas una de esas películas de acción que se disfrutan de principio a fin.
Una catarata infinita de artilugios, una gran dirección de arte, una mejor aplicación y presentación de efectos especiales (FX), y un montaje apropiado para las producciones de acción por la acción, vale decir con cortes a la velocidad de la luz, situación que le acrecienta el ritmo vertiginoso al relato, es lo que deja como resultado final un entretenimiento gernuino para los que disfrutan este género de tratamiento cinematográfico. Nada más. Pues el mismo que carece de todo tipo de originalidad, claro que no es esto lo importante para esta superproducción, cuya única intención es sólo atrapar al espectador con lucecitas de colores. “Titanes del Pacífico” es la última incursión en el cine del director mejicano Guillermo del Toro, quien supo deleitarnos y constituirnos en seguidores con filmes como “Cronos” (1993), “El Espinazo del Diablo” (2001), o la maravillosa “El laberinto del fauno” (2006), hasta que fue atrapado por la maquinaria de Hollywood. Si no fuese que todavía le queda mucha sapiencia en como narrar y algo de independencia estética, a esta altura podría pasar inadvertidamente a ser otro director técnico más de los que pululan dentro de esa maquinaria trituradora de identidades. En este filme que hace referencia directa a los clásicos del cine con monstruos japonés, plagado de escenas de luchas entre enormes criaturas y robots manejados por seres humanos. La historia comienza en un futuro cercano cuando catervas de criaturas monstruosas, conocidas como kaiju, palabra japonesa que significa “bestia extraña”, pero que desde el diseño nada tienen de estrambótico, comenzaron a emerger desde el Océano Pacifico con el fin de destruir la vida en la tierra. Esto da inició a una guerra que se cobraría millones de vidas y que consumiría los recursos de la humanidad durante años. Para combatir al “kaiju” gigante la ingeniería humana crea, como arma especial, robots enormes, llamados jaegers, nombre de relojes suizos o marca de alarmas en Argentina, algo justamente como relojes alarmas contra el invasor. Así de tonto es el cuento. Estos robots son manejados sincrónicamente por dos pilotos cuyas mentes se encuentran conectadas por un puente neural, con una base debe ser natural, un robot descerebrado, con cuatro hemisferios cerebrales. (¿¡Qué!?) Lo peor de todo es que no es confuso, es idiota. Además, frente al inclemente kaiju gigante, incluso los Jaegers son inoperantes. Ya casi perdida la guerra, las fuerzas conjuntas de la humanidad toda, (que frase protocolar me salio, ¿no?), defensoras del tan maltratado planeta, no tienen otra opción que recurrir a dos absurdos héroes: un ex piloto fracasado (Charlie Hunnam) en plena crisis existencial, en estado depresivo pues su fracaso fue el artífice que “provoco” la muerte de su hermano mayor, toda un alma gemela, y una aprendiz sin experiencia (Rinko Kikuchi). Ambos son emplazados a manejar un vetusto, y aparentemente inútil, “jaeger” en desuso. Juntos no sólo se mantienen seguros siendo la última esperanza de la humanidad, sino que hay visos de que “el amor es más fuerte”. (¿Usted. compra?) En términos de entretenimiento puramente visual la producción cumple, pero el cine es mucho más que eso, y atravesado por las demás variables puestas en juego, como, por ejemplo, lo político del discurso o la intencion de omnibulacion de la conciencia la torna cuasi peligrosa. Si busca algo de suspenso olvídelo, esto es más previsible que un capitulo de la serie “Lassie”, lo cual no es un defecto en sí mismo, ya que hay otras variantes para producir hastío en el espectador, principalmente la banda de sonido, si bien el diseño sonoro no es malo, la música termina por empalagar no sólo las imágenes, el texto o la producción sino toda la sala de cine.
La gran sorpresa No pensaba ver Titanes del Pacífico. La palabra titán, que no está en el título en inglés, me alejaba. También me alejaba el afiche, por lo menos el primero que vi, que parecía querer vender una Transformers o algo por el estilo. Ni sabía de quién era la película. Después supe que era de Guillermo Del Toro. Y empecé a leer algunos comentarios a favor así que fui a verla en la tercera función privada del día lunes, cansado y con hambre. Pero esos pequeños detalles quedaron pulverizados ante una película como Titanes del Pacífico, verdadero cine-proeza. 1. Del Toro mezcla una gran cantidad de elementos sin encadenarse a nada (como lo había hecho Baz Luhrmann en Moulin Rouge!): sí, claro que están Godzilla y la tradición de monstruos japoneses y su gigantismo y decenas de elementos más. Pero Del Toro no es un citador, ni un reciclador autómata, es alguien que se inscribe en las tradiciones que elige y lo hace con un conocimiento y un amor descomunales. Del Toro quiere llevarnos otra vez a creer en el cine de aventuras, en las peleas de monstruos y robots con corazón humano (casi literalmente), en la ciencia ficción con la imaginación a pleno. 2. El comienzo de Titanes del Pacífico ya promete: se cuenta muy brevemente cómo fue que la humanidad se vio atacada y seriamente amenazada por unos monstruos (kaijus) feísimos provenientes del Océano Pacífico. La irrupción de estas bestias se presenta en segundos, como un dato. Del Toro apuesta fuerte, y nos dice que va a desperdiciar esa potencia espectacular porque tiene mucho más. Es como si un goleador se negara a convertir un penal en el minuto 1 porque tiene más y mejores goles para ofrecer. Suele ser verdad esta fórmula en el cine: cuando dentro de una película está el germen, la potencia para desarrollar otra película se está ante un relato de especial riqueza (como pasaba en El desencanto con la historia del sepulturero que, jubilado, había decidido viajar por el mundo para ver la moda de los cementerios) Y sí, Del toro tiene mucho más. Tiene tanto más que las más de dos horas habituales en un tanque actual no se sienten como mandato de época sino que incluso nos dejan con ganas de más: de más andanzas del dúo científico, de más pruebas de la química entre la pareja interracial, de más frases secas del negro jefe, de más peleas entre los robots y los bichos feos, de más ciudades atacadas, de más lluvia constante. 3. Que en una película de súper acción de las actuales pidamos más acción y no que recorten el barullo es uno de los grandes méritos de la película de Del Toro, y el motivo principal es algo muy básico y que en mucho cine –kilombo que se hizo desde la mitad de os noventa se olvidó: el cine es el arte ideal para ver grandes batallas, pero deben cumplir con la condición fundamental de ser comprensibles. Robots gigantes peleando contra monstruos proteicos y de formas rarísimas. ¡Y se entiende el movimiento! Hay un antecedente de Del Toro en todo esto, y fue una película a la que no se le dio la importancia merecida. Una secuela, para peor: Blade II, con un actor, Wesley Snipes, que estaba en la cima pero cerca de iniciar la decadencia que lo llevaría al directo a video y hasta a la cárcel. Bueno, de Blade II escribí esto hace más de 10 años: “El Toro y sus vampiros. O el toro y los vampiros del cómic y de Hollywood. Una combinación animal, una secuela multicortada en planos filosos y pegados con un supremo sentido del movimiento.” Ese sentido del movimiento, ese sentido del montaje, era la capacidad de hacer comprensible cualquier pelea, por más complicada y veloz que fuera. Uno de los dos montajistas de Titanes del Pacífico es Peter Amundson, montajista de Blade II. 4. Titanes del Pacífico es una película que trasmite una enorme felicidad, la felicidad de estar seguro de divertir con las armas más nobles, con sentido de la aventura, con la capacidad de hacer simple lo aparentemente complicado (la fusión mental, su explicación sencilla, su necesidad dramática, incluso la posibilidad de algún chiste sobre el asunto, es toda una lección para El origen de Nolan). Titanes del Pacífico plantea la idea de disfrazarse de algo gigantesco para pelear contra el mal porque entiende las máscaras, los géneros, el juego, la diversión. Y el elogio final debería ser, sin más vueltas, ¡qué ganas de verla otra vez!
Gigantes de hierro contra Lovecraft Monstruos marinos gigantes contra robots gigantes. Una premisa tal podría ser excusa sin sentido para muchas películas; entre ellas, claro, Transformers o cosa parecida. Pero acá se trata, por suerte, de Guillermo del Toro. Y si Del Toro tiene ganas de algo semejante, entonces, a rememorar las viejas series televisivas japonesas, las películas de Godzilla o afines, y a agarrarse. ¿Sobre qué es Titanes del Pacífico? Sobre monstruos marinos gigantes contra robots gigantes, claro que sí. Pero por fuera del militarismo fascinado de cualquier Transformer, más cerca del cine de matiné y acorde, por eso, con el espectador fascinado que es todo niño. Porque sólo en este tipo de imaginación podría funcionar la colaboración humana y tecnológica total para enfrentar la amenaza que surge desde el fondo del mar. De esta manera, parejas de pilotos se enlazan mentalmente desde el cerebro de gigantes de hierro para combatir, a puño limpio, con misiles y armas varias, las criaturas extraordinarias que prometen conquistar el planeta. Efectos digitales deslumbrantes para recrear un clima que tiene entre mucho más de Ultraman, Mazinger Z, Evangelion, y para el recuerdo de este cronista, la iconografía de algunos de los muchos cómics británicos de los '70 de la legendaria 2000 AD. Pero también y sobre todo, Titanes del Pacífico es reelaboración desde una mirada, una poética que corresponde ya de modo indeleble a su realizador. Por eso, los monstruos marinos son imposibles seres que evocan la gomaespuma contra la que peleaba Godzilla, pero también hermanos cercanos o lejanos de los que vienen ya poblando las muchas historias de Del Toro. Con Lovecraft, eso sí, como eje fundante. En este sentido, la raigambre lovecraftiana viene en ayuda mitológica, dando motivo a las desgracias así como consistencia a los temores que suscitan. La tecnología, como es costumbre en el cine de Del Toro, aparece como una mezcla indecisa, en donde lo digital predomina pero con pequeños detalles de laboratorio de un científico loco. Con mucho de hierro herrumbrado y, por eso, humano. Acá hay una paradoja que la película asume, al ser prácticamente una animación digital que, sin embargo, no deja de exponer virtudes argumentales en defensa del viejo esquema analógico. Con esto, justamente, tendrá algo que ver el mayor y más viejo de los robots, cuyos protagonistas habrán de tener, cada uno, una historia personal que cargar y, dado el riesgo, también compartir.
Los primos grandotes de Iron Man y Avatar De entrada y con la pantalla aún a oscuras, hay un elemental glosario, que resume en el significado de dos palabras lo que se verá en los siguientes 130 minutos: Kaiju (monstruo gigante, en japonés) y Jaeger (cazador, en alemán). Inmediatamente comienza la acción, magistralmente plasmada en la pantalla; primero, para mostrar la incursión de un descomunal alienígena que arrasa con media San Francisco ( y que abre la lista de parentescos de este filme con clásicos de todos los tiempos) y después, para describir detalladamente los combates entre los invasores y los gigantescos robots piloteados por parejas de humanos que van a bordo, vinculados neuronalmente a la manera de los "avatar" de la película de Cameron. Guillermo del Toro (director y guionista) entra así en tema sin mayores prólogos y nos introduce en el ambiente de una guerra sin cuartel entre los Kaijus y los Jaegers. En el medio, va a plantear una serie de historias centradas en uno de los pilotos de estos enormes robots, su superior jerárquico en el mando militar, una joven japonesa que quiere vengar la muerte de los suyos, otras tripulaciones de Jaegers y una dupla de nerds que compiten entre sí para encontrar la solución científica a la invasión alienígena y, de paso, aportan la cuota de humor y de distensión que siempre es bienvenida en este tipo de filmes. Es mérito del director mexicano la puesta en escena de los combates entre los gigantes: están planteados con gran precisión, con planos muy estudiados para que el espectador entienda perfectamente el desarrollo de pelea, y para que se deslumbre con el impacto visual de la destrucción de edificios y de puentes pero sin perder en absoluto la tensión dramática del relato ni el ritmo de la narración. Debe señalarse especialmente la excelencia de los efectos especiales, complicados particularmente en este caso por la presencia casi permanente del agua del océano y de la lluvia que cae casi permanentemente a lo largo de todo el metraje de la película. Del Toro no ha intentado basar el éxito de su filme en el carisma de las estrellas que aparecen en la pantalla, pero cada uno de los actores y las actrices cumplen correctamente su función; es que el espectáculo está planteado sobre otras bases: las escenas de acción se llevan las palmas, y las intervenciones de los dos "nerds" que buscan la solución científica del problema de la invasión alienígena distienden la atmósfera, aportan momentos de humor y ofrecen una subtrama que le confiere cierta originalidad al guión. Hay una serie de homenajes, tributos y guiños alrededor de una enorme cantidad de títulos (sobre todo dentro del género de terror y de ciencia ficción), desde "King Kong" o "Godzilla" hasta "Avatar" o "Iron Man"; hay un regocijo especial en el hecho de plantear las batallas entre los colosos como una reyerta que se resuelve "a piñas" en una esquina cualquiera de barrio; pero, por sobre todas las cosas, hay una idea de ofrecer entretenimiento con mayúsculas durante un par de horas con recursos cinematográficos muy bien administrados. Vale, sobre todo como una propuesta atractiva para estos días de vacaciones invernales.
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Sí, la película es de lo mejor del año, pero requiere de desprejuicio. La historia es simple, el héroe y la heroína de siempre contra todos los peligros del mundo: de “La Ilíada” para acá no se ha inventado demasiado. Lo que sí inventa ese gran amante del cine que es Guillermo del Toro es una manera para que este bello, en ocasiones poético homenaje al cine de monstruos japonés y a las viejas series de robots gigantes (desde las “con actores” como “Ultramán” hasta ese arco que va de “Mazinger” a “Evangelion”), pero integrado a la poética americana del último recurso (que es el de la poética esperanza última) se vea bien. Esto no es “Transformers”: aquí la acción se entiende. Y es muy difícil de hacer con elementos que ocupan toda la pantalla por su tamaño relativo. Y a pesar de la gigantomaquia, Del Toro se toma el trabajo de, con pocos trazos, darles el espesor necesario a los personajes para que nos importen de verdad (si los personajes no importan, nada de nada importa en una película, sea un contemplativo film iraní o un despliegue de tecnología vertiginoso como este). Otra vez: si usted carece de prejuicios y, como decía Nietzche, se atreve a jugar con la misma seriedad de cuando era niño, va a encontrarse con un espectáculo notable, sintético (no hay una toma ni una secuencia de más), clásico, con sutiles apuntes políticos y sociales (el “muro” de defensa, la burocracia estatal) y con unos bichos y unos robots inolvidables. De eso trata el arte, justamente: de crear cosas que no podamos olvidar.
Acción, efectos y punto Esta última entrega de Guillermo del Toro, director mexicano que supo destacarse por El Laberinto del Fauno, entre otras, nos permite visualizar una historia de calce Hollywoodense orientada a una temática bastante abordada últimamente: la peligrosidad del fin del mundo a manos de extravagantes criaturas que no hacen más que ocasionar destrucciones y asolaciones de ciudades enteras en tan solo cuestión de minutos. En Pacific Rim hay mucho del clásico estereotipo de film japonés inclinado al enfrentamiento entre una suerte de robots manejados por seres humanos. Aquí, estos androides enormes denominados Jaegers parecen ser la única alternativa de defensa ante los invasores Kaijus, unos extravagantes y gigantes monstruos bastantes duros de roer. Interesante resulta el aspecto humano resaltado en los pilotos en cuanto a la conexión o lazo que debe unirlos para combinar fuerza, músculo y destreza en el combate; mientras que del lado “fofo”, pensante y cerebral encontramos a dos nerds científicos tan impulsivos como competitivos que aportan el costado carismático y levemente humorístico a la narración (Charlie Day y un excelentemente caracterizado Burn Gorman). De trama sencilla y sin la contribución de nada sorprendente o llamativo, Titanes del Pacífico goza de unos FX que, si bien son formidables, no logran impactar netamente al espectador. Se abusa, como se esperaba, de la devastación indiscriminada de edificios, autos y todo aquello que esté en el camino del urbanismo propio de cada ciudad. Entretenida aunque en su incursión final algo pesada por su previsibilidad, la cinta no logra ocasionar estados de suspenso y tensión dignos de devorarnos las uñas. Así y todo, aprueba gracias a su atractivo reparto actoral y a algunas que otras buenas secuencias de batalla. LO MEJOR: los científicos, efectos. Se agradece la pequeña participación siempre bienvenida de Ron Perlman. LO PEOR: no sorprende, no tensiona, no ofrece nada nuevo. Se hace extensa. PUNTAJE: 6
Los llamados kaiju-eiga, (kaiju significa en japonés "bestia extraña", eiga es "película") eran filmes de monstruos de los años sesenta en los que lagartos o insectos gigantes (Godzilla, Mothra) se peleaban entre sí rodeados de increíbles maquetas de cartón-piedra. En esas películas a veces tenían aparición robots gigantes diseñados para eliminar la amenaza y, después de darse unos cuantos palos con la alimaña de turno, uno de ellos salía vencedor luego de derruir media ciudad. Si bien esas películas hoy podrían parecer algo obsoleto, nunca han faltado los seguidores y coleccionistas de esta clase de bizarradas. Y a los norteamericanos, que siempre se les da bien el tema de las destrucciones urbanas, parece corresponderle bastante una trama de este tipo. Tiempo ha pasado desde aquella nefasta Godzilla (1998) y ya era hora de intentar otra vez con los monstruos grandotes. Difícil encontrar para esta experiencia un director más apropiado que Guillermo del Toro (Mimic, Hellboy 2, El hobbit), no sólo por su inclinación hacia el bichaje, sino porque en general no pareciera tener mayores ambiciones artísticas que las de plantear un llano y superficial espectáculo. No estamos entonces ante un planteo alegórico o metafórico como en la película surcoreana de monstruos The host (2006), ni siquiera con uno levemente vinculado a un trasfondo histórico-político como El laberinto del fauno (2006) de del Toro. Entonces a lo que vinimos: robots gigantes (aquí llamado Jaegers: en alemán "cazadores") y monstruos que se cagan mutuamente a palos. Por detrás de estas contiendas se juega la humanidad entera, pero eso no nos importa: lo principal es la gresca a lo grande. La tensión está muy bien manejada sobre todo por la fragilidad de los pilotos -un robot sólo puede ser manejado por dos personas al mismo tiempo, que a su vez deben de estar conectados en perfecta armonía psíquica- y se agradece que del Toro no apele al montaje fragmentado y caótico -como las Transformers de Michael Bay- sino que filme las contiendas en planos más bien largos y generales. De cualquier forma, la preferencia por tomas oscuras y nocturnas, en las que para colmo también llueve, complica la distinción correcta de las dimensiones de los monstruos y los robots, y muchas tomas confunden al punto de no poder discernir claramente dónde es que empieza uno y dónde termina el otro. Aquí el cronista no tiene tan claro si el defecto es en sí de la producción o si echarle la culpa al oscurecimiento del 3D, y aquí viene la queja: la película sólo puede ser vista en salas de nuestro país en copias dobladas al español, o subtituladas pero en 3D (en funciones más caras, y sólo a partir de las 22 hs) pero ninguna de las salas de Montevideo está acondicionada para apreciar el 3D con poco oscurecimiento y en todo su esplendor. Es decir, si quiere verse la película con el brillo y el color necesario para disfrutar y ver bien a los kaijus y a los jaeger, habrá que sobrellevar que los personajes hablen un detestable mexicano neutro. A los que en cambio opten por el 3D, se les recomienda que lleven un par de analgésicos en el bolsillo.
Titanes del Pacífico es una espectacular e impactante batalla épica que bien vale el precio de la entrada del cine y es acción pochoclera pura para disfrutar solamente en salas de muy buena calidad de imagen y sonido. Si bien la historia no aporta nada nuevo: "extraterrestres quieren tomar el planeta, humanos quieren salvarla", lo bueno es que en este caso se han tomado...
En apenas una escena, Guillermo del Toro logra lo que Michael Bay no pudo en tres películas: que una pelea con robots gigantes sea algo emocionante, dramático y, finalmente, comprensible. La diferencia es sutil pero reverbera en el resto de las películas: donde Bay necesita utilizar un montaje frenético (que lejos de hacer ver a sus gigantes de metal lo que consigue es confundir), del Toro confía en el universo que tiene entre manos y lo deja existir en la imagen hasta volverlo creíble y cercano. En el fondo, se trata de un problema de confianza: la trilogía de Transformers no cree demasiado en sus personajes, por eso echa mano constantemente a la velocidad y a la parodia. En Titanes del Pacífico, al contrario, la comedia no abunda (y cuando lo hace el relato pierde carnadura, como ocurre con la misión del personaje de Charlie Day), pero eso no significa que la película sea solemne: en todo caso, Guillermo del Toro se toma en serio su historia y a sus criaturas, algo que nada tiene que ver con adoptar un tono grave (curiosamente, las Transformers, con todo su desparpajo impostado y su comedia tonta, tienden a la solemnidad en varias ocasiones). Titanes del Pacífico es capaz de maniobrar el drama de los personajes tanto como el conflicto planetario, la invasión alienígena y la relación de los tripulantes con sus robots (núcleo duro del género) sin descuidar ninguna línea, desarrollando cada una e integrándolas con una elegancia imposible de imaginar en Transformers y sus relatos de la CIA, el ejército y de la necesidad de convertirse en soldado. La palabra clave es justamente esa: imaginar. Porque mientras Michael Bay hace irrumpir en nuestro mundo unos robots que habrán de potenciar el discurso pro bélico y patriótico típico de su cine, del Toro imagina una distopía en la que el mal es una fuerza ciega con el único objetivo de destruir la humanidad. En cierta medida, el cine del director de Hellboy es retomado y pulido en Titanes del Pacífico: además de su ya conocido amor por lo fantástico y la ciencia-ficción, del Toro vuelve a uno de sus temas preferidos: la existencia de dos universos en guerra que no pueden convivir pacíficamente. Si en otras películas suyas todavía existía alguna clase de diálogo, en Titanes del Pacífico no hay intercambio posible y el guión concentra los conflictos al interior de uno de los mundos en pugna, el de los humanos, y deja el otro como un misterio del que prácticamente no se tienen noticias. Las referencias de la película abarcan un espectro que va desde Mazinger Z hasta Evangelion, pero que opta por el género en su faceta más lúdica y menos reflexiva; para decirlo más claramente: de Evangelion solo quedan una o dos ideas despojadas de la pretenciosidad que fueron la marca más reconocible de la serie de Hideaki Anno. En cambio, en Titanes del Pacífico felizmente no aparece la reflexión con aires filosóficos y abundan los robots y los monstruos que se engarzan en las peleas más brutales. En ese sentido, la película podría ser vista como un ejercicio de nostalgia dirigido a los espectadores de alrededor de treinta años si no fuera porque el relato funciona a la perfección más allá de cualquier guiño al género. Del Toro no se dedica a explotar la memoria emotiva de su público; una vez más, le interesa darle forma a un universo fracturado en el que una de las mitades amenaza con devorar a la otra, casi como si su cine fuera una secuencia de variaciones sobre un mismo e insistente motivo.
Camadas de monstruos gigantes salen del mar e inician una guerra que terminará con millones de vidas y consumirán los recursos de la tierra durante un sinfín de años. Estos monstruos fueron llamados Kaijus y para combatirlos la humanidad diseña unos robots de la misma estatura llamados Jaegers. Premisa simple con resultado efectivo es lo que nos trajo Guillermo del Toro a los cines. Pochoclo de calidad. Dirige Del Toro y también co-guiona con Travis Beacham. En el reparto protagónico no hay grandes estrellas actorales de renombre pero tampoco se las necesita para este film, acá los protagonistas son los gigantes. Si hay cameos preciosos que los sorprenderán. Vamos a sacar un par de comparaciones de lado desde el principio, porque a la gente le gusta hablar sin saber: No tiene absolutamente nada que ver con Evangelion ni con Transformers. Que haya robots/monstruos gigantes no la hacen una copia de nada. Esto se decía desde mucho antes del estreno y con la salida de la película se les cerró una vez más la boca a los ignorantes. Pacific Rim se mantiene en pie por si misma, no necesita de nadie. Lo que si se puede entender son comparaciones desde efectos especiales, estética y demás con otras producciones. En esto si entraría Transformers, por ejemplo, y saldría mal parado en la comparacion. En este film los diseños son más entendibles tanto por sí solos como cuando están entrelazados en una pelea con múltiples adversarios. Hay una armonía en el diseño de personajes envidible. Es solo una pelota de grandes peleas durante dos horas? No, pero si el gran porcentaje del film. Hay una historia base, hay un transfondo humano y detalles que no contaré para que la vean si no lo hicieron. Pero como se habrán dado cuenta con el trailer o lo poco que habrán podido leer, el guión está hecho para que desenboque en estos combates. Si están bien hechos y cumplen, no hay quejas, uno sabe que va a ver a la hora de elegir e ir al cine. En este caso no hay quejas y hay aplausos. Como resultado tenemos un deleite de acción sci-fi continuo, con excelente ritmo y narrativa, efectos especiales impecables, diseños maravillosos y un homenaje implicito a series de nuestra infancia como Mazinger, Grendizer, Arbegas, Ironman 28 y gran etc. Volvemos a ser niños durante 120 minutos, amando cada productor de caos que aparece en pantalla. Vemos a esos gigantes con una solimnidad suprema, y Del Toro logra que lo hagamos desde un punto de vista sensible. Altamente recomendable para ver en el cine, toda una experiencia.
Ciencia ficción en grande y con el sello de Del Toro Cuando las legiones de criaturas monstruosas, conocidas como Kaiju --bestias en japonés--, comienzan a subir desde el mar, empieza una guerra que acaba con millones de vidas. Para luchar contra esta amenaza, un tipo especial de arma fue creada: robots masivos, llamados Jaegers --cazadores en alemán--, que son controlados simultáneamente por dos pilotos cuyas mentes están conectadas en un puente neuronal. Un soldado conflictuado por la muerte en acción de su hermano y compañero; un mariscal que fue guerrero y entregó su vida para que el proyecto funcionara; una muchacha oriental involucrada en la lucha desde que quedara huérfana por un ataque kaiju; un dúo, padre e hijo, con un enlace genético indiscutido y un vínculo personal discutible; más otro dúo, el de los investigadores que contraponen a diario sus posturas teórica y empírica, conforman el bloque que trabaja en el primer plano de esta guerra. Los monstruosos adversarios --se explica-- llegan para colonizar el planeta. Son seres de otra dimensión que arribaron a la humana a través de una falla entre placas tectónicas, que produjo un portal entre ambos mundos. Algo similar sucedió en la prehistoria y el relato postula que estos enemigos fueron los responsables del exterminio de los dinosaurios. En 2020, a más de una década de luchar contra sus cada vez más frecuentes ataques, se advierte que los Kaijus han llegado para completar la labor de conquistar la Tierra y que ya no hay nada que los detenga. El gobierno decide dar de baja al programa de Jaegers, pero el mariscal no se resigna a una rendición que convertiría las muertes de tantos soldados en un sinsentido. Decide entonces formar una resistencia con los robots y guerreros humanos que restan de los antiguos tiempos de gloria y dar batalla hasta el final. Guillermo del Toro --El espinazo del diablo, El laberinto del fauno, Hellboy -- contó con un presupuesto de 180 millones de dólares para rodar esta película que hace alarde de lo invertido en efectos especiales, para delirio de los seguidores del cine de acción con inspiración comiquera y de una franja de público que va del adolescente al adulto joven. Con un reparto de entre usuales secundarios y actores fetiches construyó para la pantalla un relato de narración con ritmo muy alto, pero un desarrollo dramático que desaprovecha subtramas y termina fagocitado por el despliegue visual.
Algunos textos actuales parecen hacer énfasis en el siguiente cuento: Del Toro se vendió al mainstream y perdió su magia. Yo considero que la magia de Del Toro enaltece al mainstream, y lo viene haciendo desde Blade 2, figurita difícil que probablemente no amerite el beneplácito (ni la visión completa, sin dormirse a mitad de proyección) de los críticos serios que ahora mismo recordaron advertir a todo el universo sobre el supuesto estado de coma en el cual se encuentra esta labor tan maravillosa, tan brillante, tan justa, tan sincera, tan imparcial y digna de reconocimiento y mención. Del Toro no puede ser encasillado junto al resto de los directores de tanques mainstream (contabilizo a Michael Bay y a Roland Emmerich, quizá Stephen Sommers, quisiera una lista más extensa) por que ninguno de ellos ha sido capaz hasta el momento de dirigir contiendas que resulten tan claras, tan fieles a nuestros movimientos oculares, tan precisas y honestas con nuestros ojos. Para dejarlo en claro: Los roscazos dirigidos por Del Toro se entienden. Se siguen. Se disfrutan. Desde Blade 2 en adelante (las Hellboy son un ejemplo) que esto es así, y esta cualidad por sí sola eleva y jerarquiza su cine por el de los demás directores mencionados. El intento de desmerecer a Del Toro tildándolo de mexicano acomodaticio al mainstream gringo es un insulto horrible y -al mismo tiempo- genera que nos preguntemos cuán malo y condenatorio es "dirigir mainstream". La carcajada más suave rebotaría en el inodoro del hotel cinco estrellas donde Del Toro empina chupitos con Cuarón (otro que en cualquier momento saca un film que pinta tanque y al que -probablemente- intenten destrozar y desmerecer). Dejando de lado el anterior desahogo, diremos que Titanes del Pacífico venera a Gojira, aunque eso ya lo dijo todo el mundo. No sé qué porcentaje de ese todo el mundo habrá sido capaz de disfrutar del film de Ishiro Honda (y cuál de sus dos versiones vieron, si la nipona original ó la gringa posterior, con inserts de Raymond Burr hablándole a la nada), pero quien suscribe lo considera un film maravilloso que -dicen los libros- supo disparar la imaginación y materializar los miedos de una nación entera (Japón). Titanes del Pacífico venera la grandeza de Gojira y la duplica, acentuando nuestra reverencia hacia las profundidades desconocidas como ya lo hizo James Cameron en The Abyss, otro tanque-mainstream-imperialista que significó un avance sobresaliente en aspectos técnicos cinematográficos que todo el mundo disfrutó y disfruta. Por que (también) se trata de disfrutar. No voy a pedirle a Del Toro que intente mostrarse más mexicano mientras los barcos vuelan en mil pedazos y las ciudades colapsan ante el estornudo de un kaiju. Prefiero plantear cuestiones a tono con la obra que el director ha parido, por ejemplo ¿Por qué robots antropomorfos gigantescos? ¿Por qué no pequeñas y eficaces aeronaves teledirigidas, ahora que los drones son carne de fav? Creo saber la respuesta: Los robots antropomorfos gigantescos tienen la capacidad de establecer innecesarias pero maravillosas batallas cuerpo a cuerpo contra estas bestias marinas que suenan a Kaiju pero también huelen a Kraken, a Lucsa, a Behemot y a una lista bastante larga -y preciosa- de criaturas marinas previas a todo, incluso a Japón y a Twitter. Exactamente la clase de batalla donde Del Toro les pasa el trapo a todos. Hubiese sido lindo que los kaijus tengan una disposición genética a dividir sus encuentros en rounds y así poder retirarse a un costadito (del océano pacífico) para recuperar fuerzas y volver al ring. De ese modo, Titanes del Pacífico podría haber durado cuatro hermosas horas que me habrían provocado más regocijo que escribir esta reseña por la que nadie me paga y por la que nadie importante y con palanca rosquearía vía retweet y que nadie querrá sindicar en la prestigiosa sección cultural online de ningún diario importante y que no leerá absolutamente nadie excepto el minúsculo puñado de personas a las cuales este espacio les despierta alguna clase de dañino y extravagante interés. Hablar de la artesanía de Del Toro (y de su obsesiva capacidad para con las tuercas y los encastres) ya no tiene ningún sentido: Todo el mundo lo sabe. Quien no lo sepa, he aquí mi mail (danielcelina@gmail.com): Me ofrezco a escribirle una monografía personal -y dedicada- respecto a la obsesión de Del Toro por las tuercas y los encastres. No la escibo aquí porque escribirla triplicaría la extensión del presente artículo y desluciría la ya de por sí deslucida estructura de nuestro medio, que dejó pasar el trencito cool de wordpress. Quien quiera ver una degeneración en la obra de Del Toro, adelante. Yo no hago más que ver cuánto ha crecido el escarabajo de Cronos y me froto las manos pensando en lo que puede llegar a venir, sobretodo luego de aquélla pelea impresionante en medio de hongkong. Esto también es cine, y del bueno. No me olvido de los aspectos geopolíticos que cubren la historia, ni de las bajadas de línea que aparentemente se ciernen sobre nosotros cuando juntamos 70 pesos para ir al IMAX a disfrutar un tanque imperialista dirigido por un latino, ni de la corrección política que transmite un negro al frente del ejército que salva a la humanidad. Sólo me permito (me impongo) pensar que no es la clase de crítica que Titanes del Pacífico -auténtica y bienvenida aventura- merece. Y no es el artículo que voy a escribir para este film. Sería como hacer mierda a Shutter Island por que su CGI es flojo, particularmente en las escenas iniciales a bordo del barco, donde el jopo de Mark Ruffalo tiene una iluminación que definitivamente deschava el croma. Lo que le critico a Titanes del Pacífico, objetivamente, es una extensión temporal problemática en su climax abisal (sobran segundos que habrían reducido a polvo -a burbujitas- a los héroes de no ser por una licencia de montaje). El resto de la fantasía multimillonaria me resultó convincente en tanto espectador crítico dispuesto a disfrutar de una fantasía multimillonaria. No tuve la suerte de crecer jugando a chocar robots y -por lo tanto- carezco de esa cuerda infantil que pareció vibrar en el espíritu de varios individuos que también disfrutaron este film. Desde niño me gusta muchísimo el universo submarino, capaz me pegó por ese lado. Y no estoy dispuesto a considerar lo que firmo como una chupada de pija a las majors sólo por el hecho de volcar con alegría violenta mis pareceres y conclusiones. Sí estoy dispuesto a empezar a considerar lo siguiente: Transcurrí gran parte de mi adolescencia leyendo a tipos que hoy se lamentan por el estado actual de la crítica y no son capaces de admitirse parte del estado actual de la crítica, y la reputísima madre que me remil parió.
Después de haberse hecho un nombre en el género de la fantasía, era hora que Guillermo Del Toro probara suerte en el terreno de la ciencia ficción. En esta ocasión del toro se ha arriesgado con un híbrido que mezcla los dos subgéneros más populares del cine fantástico japonés - el kaiju eiga o cine de monstruos gigantes, y el mecha o cine de robots tripulados (que, a diferencia de los robots tradicionales, no son autómatas con decisión propia sino naves gigantes con forma de androide y comandadas por pilotos) -. En general estos rubros suelen quedar restringidos al espacio de culto reservado para unas minorías - sean como series animadas orientadas a un público infantil / adolescente o, bien, como un puñado de cintas lanzadas en DVD en el hemisferio occidental, y disponibles en negocios nerds de esos que suele frecuentar Sheldon Cooper -. El megaéxito de Transformers ha estimulado a la industria para que probara suerte con el género (e intentara sacarlo del gueto), con lo cual han aparecido una serie de títulos que siguen de cerca los pasos de los filmes de Michael Bay, sea Battleship, la inminente remake norteamericana de Godzilla y el título que ahora nos ocupa, el cual tiene un enfoque tan depurado que resulta accesible tanto para el público en general como para el fanático especialista en el rubro. Lo primero a tener en cuenta es que la historia no resiste en lo más mínimo un análisis pormenorizado.¿Grietas dimensionales en el Océano Pacífico? ¿Razas alienígenas que piensan invadir la Tierra clonando monstruos de miles de toneladas de peso y lanzándolos sobre el planeta como si fueran una horda de Dobermans rabiosos?. Hasta la idea de los robots gigantes es absurda - moles descomunales plantadas en dos piernas de escasa estabilidad, y pensadas para pelearse a trompada limpia, como si los puños fueran mas efectivos que un misil, amén de que todas estas peleas siempre culminan con en el uso de algun arma superpoderosa por parte del androide; ¿Por qué no construir directamente un cañon volador (como el Super X de la saga Godzilla) y ahorrarse el costo y la complicada ingeniería de las partes móviles? -; pero la razón para todo esto es bien sencilla: el espectáculo. ¿De qué otro modo habríamos tolerado la idea idiota de razas robots transformables, capaces de convertirse en un Fiat 600? Entonces hay que tomarlo por lo que es: un espectáculo juvenil que Del Toro ha pulido para que le resulte digerible para los adultos. Ciertamente Del Toro tiene material de sobra para inspirarse - que van desde los combates de Godzilla contra Mechagodzilla, hasta toda la saga de Evangelion, de la cual Pacific Rim toma una gran cantidad de ideas, como la atormentada vida de los pilotos y la letal llegada de ángeles / kaijus a arrasar las ciudades - y el resultado final es notable, aunque carece de originalidad ante el ojo del experto. Quizas el mejor condimento que Del Toro agrega de su pecunio sea el estilo de las peleas y el énfasis en el drama personal de los protagonistas. Los combates son espectaculares - en especial la batalla de Hong Kong, la cual puede poner tranquilamente de rodillas al climax de El Hombre de Acero - y son un delicioso homenaje a los kaiju eiga que nos quitaban el sueño en nuestra juventud (en especial la saga moderna de Gamera, ya que los bichos se parecen a Gyaos y el resto de sus parientes que pululaban en los filmes de la Daiei; ¿así será la version norteamericana de Godzilla?); y, por el otro lado tenemos el melodrama típico de que abunda en el género mecha - con tipos llorando por los rincones y deseando vengarse de algún monstruo gigante, los problemas de adaptación con el nuevo piloto y la nueva máquina, o la misión desesperada que debe emprenderse en el último momento de libertad de la humanidad -. Quizas el detalle pase porque Titanes del Pacífico se toma una hora en volverse interesante - recién cuando empardan a Beckett con la asiática Mako Mori (al fin se acordaron que éste es un género japonés e incluyeron a un oriental en los protagónicos!) el relato adquiere substancia -. Y mientras que Charlie Hunnam (Beckett) está ok como el héroe, los verdaderos ladrones de escenas son Idris Elba (el comandante del proyecto) y Rinko Kikuchi (como la japonesa que quiere irle a la yugular de un kaiju debido a haber perdido su familia a manos de los monstruos). La secuencia de la infancia de Kikuchi - presenciando un horrendo ataque kaiju en su Tokio natal - es de un lirismo formidable. Ella y Elba poseen una conexión tan potente (y códigos de conducta tan personales), que terminan por ensombrecer a Hunnam en cada una de las escenas que comparten. Por otra parte Del Toro se da el lujo de poner dos comic relief - la dupla de cientificos ególatras - que son muy propios del género, de tiras tales como Mazinger Z o Tetsujin 28 - eso no significa que sean festejables en su totalidad, pero demuestra el conocimiento del mexicano sobre las particularidades del rubro -. Y si le sumamos a esto la hilarante participación del siempre delicioso Ron Perlman, tendremos todo el postre servido. Titanes del Pacífico es algo dispar y no recorre ningun camino nuevo pero, cuando llega a algún momento álgido de la historia, la inspiración de Del Toro nos hace olvidar de todos sus defectos. Es un gran espectáculo y un buen filme, en el cual triunfa el estilo por encima de la lógica de la premisa. - See more at: http://www.sssm.com.ar/arlequin/titanes-pacifico.html#sthash.cPYuCUda.dpuf
2500 kilos de coolness Voy a comenzar esta crítica resaltando que la imaginación y visión del director Guillermo del Toro acerca de lo que significa la palabra "Entretenimiento" está muy aceitada y se nota que es un copado total. El tipo sabe cómo llevar adelante un tanque de este estilo y salir con elogios en el camino. Recordemos que del Toro ha dirigido trabajos como "El laberinto del fauno", "Hellboy" y la terrorífica "El espinazo del diablo". Su estética es siempre de muy buen gusto y plantea historias adultas, sin ese factor edulcorante que muchas veces exigen los estudios para llegar a audiencias más masivas. Dicho esto, paso a la review de "Pacific Rim". No hay antecedentes fílmicos sobre dar vida en una misma historia a robots gigantescos y aliens titánicos, de hecho tenemos algunos casos de monstruos gigantes (Godzilla, King Kong, Cloverfield, Jurassic Park) y robots (Transformers, Matrix Revolutions, La Guerra de los Mundos) por separado, pero no como héroes y villanos de un mismo film. Por esto hay que sacarse el sombrero con Guillermo y reconocer que aportó algo distinto a lo que venimos viendo. El metraje empieza ágil, con una introducción a la historia corta, concisa y contundente, sin detenerse demasiado en detalles que no hacen al objetivo principal. Luego comienza la acción, con robots extremadamente cools y de proporciones titánicas defendiendo a la gente de la invasión de aliens gigantes de otra dimensión que vienen a colonizar el planeta. La Ciencia Ficción se funde con la Aventura y la Acción para pasear al espectador por una montaña rusa de golpes, aparatos tecnológicos y búsqueda de soluciones a este gran problema, gigantesco problema. La trama se centra en dos personajes, Raleigh Becket, un soldado de elite que se ha enfrentado varias veces a estos monstruos comandando a Gipsy Danger junto a su hermano, y Mako Mori, una instructora del programa Jaeger que vivió la furia de la invasión en carne propia cuando era niña. Se irá repasando un poco la historia de cada uno y como sus caminos se terminan cruzando. Acá creo que le faltó un poco de desarrollo a del Toro, ya que si bien trabaja sobre los personajes, no llega a involucrar del todo al espectador con las situaciones que viven los héroes y menos aún, con lo que el futuro le depara al resto de las tripulaciones de los robots, los Cherno Alpha, Crimson Typhoon y Striker Eureka. Me hubiera gustado saber más de ellos y quizás recortar la parte de Hannibal Chau, que a pesar de que me encanta Ron Perlman, no aporta mucho y está de relleno en la historia. Lo mismo me pasó con los científicos locos que estudian los Kaijus, cuya cuota de comedia me agradó, pero por momentos resultaban demasiado caricaturizados. Por lo demás, "Titanes del Pacífico" es un tremendo blockbuster que entretiene y asombra al por mayor. para disfrutar en el cine o en Blu-ray. Para cerrar debo decir que no estoy de acuerdo con algunos detractores que la tildan de fracaso comercial sólo porque no le fue del todo bien con la recaudación en USA. Les recuerdo que el mundo es mucho más amplio y ya lleva más de 250 millones recaudados.
Publicada en la edición digital Nº 6 de la revista.
Publicada en la edición digital Nº 6 de la revista.
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En la actualidad vivimos tiempos difíciles. Donde las imponentes estructuras y las bases de este mundo de pronto se tambalean por razones obvias, se quiebran de forma inexplicable y forman una grieta, pequeña pero lo suficientemente visible, que se convierte en la entrada principal hacia nuestro mundo para aquellos monstruos que nos dejarán con la boca abierta y nos pondrán a todos de rodillas a sus pies. Para hablar de este film primero hay que hablar de Hollywood, y todo lo que leyeron anteriormente se refería a la meca del entretenimiento y no al nuevo trabajo del realizador mexicano Guillermo del Toro, el cual dentro de esas palabras, vendría a ser “el monstruo”. “Titanes del Pacífico” es otra muestra más, que se suma a las que obtuvimos en los últimos años, de que la industria de cine más importante y reconocida del mundo está atravesando un problema difícil de resolver y que a medida que pase el tiempo las cosas se les irán cada vez más de las manos. Esa grieta de la cual hablaba al principio de este texto es la misma de donde salieron sin ir más lejos “John Carter” de Andrew Stanton (2012), “Tron: Legacy” de Joseph Kosinski (2010), “Watchmen” (2009) y “Sucker Punch” (2011) de Zack Snyder e “Inception” de Christopher Nolan (2011), pese a que esta ultima presenta una diferencia muy grande que la aleja en cierto punto del resto: Fue rentable económicamente. El resto de esos films no, al menos desde la ambiciosa mirada de sus productores y los estudios que, por razones inexplicables, le dieron luz verde a estos trabajos completamente atípicos y explosivos para lo que es el mercado de cine moderno. “John Carter” significó un terrible déficit económico para Disney, dejando a más de un dirigente de la compañía del ratón con problemas del corazón y con los pies fuera de la mesa donde se toman las decisiones importantes. ¿Era una mala película? No, al contrario, una de las mejores y más interesantes producciones del cine de aventuras que ofreció el 2012. Lo mismo sucedió con “Tron: Legacy“, que fue un riesgo gigante que corrió el mismo estudio dejando en manos del debutante Joseph Kosinski un presupuesto de 150 millones de dolares (y vaya a saber uno cuantos millones más en publicidad) para que este continuará la historia de Kevin Flynn, protagonista de una de las ovejas negras por excelencia del cine producido por la casa de Mickey Mouse. Tampoco era una mala película. Previo a estos dos ejemplos estuvo “Watchmen” de Zack Snyder, producida por Warner, que había tomado coraje de una vez por todas para adaptar al cine el cómic para adultos más importante de la historia, con un presupuesto que también rondaba por los 120 millones de dolares y que iba a estar a disposición de un buen director, pero al mismo tiempo, de un elenco repleto de caras desconocidas (o poco populares) y al servicio de una historia que apuntaba a un publico bastante especifico y minoritario. Pese a ser una de las mejores películas basadas en un cómic, “Watchmen” fue uno de los fracasos más importantes del 2009 y muchos creen que esto se debió a su calificación R (Apta para mayores de 16 años). No obstante, el estudio insistió con darle rienda suelta a la creatividad de Snyder y le dio en bandeja de plata otros 100 millones de dolares para que hiciera un proyecto completamente personal llamado “Sucker Punch“. Obviamente, el resultado fue muy similar al de “Watchmen“, ya que las chicas que peleaban en poca ropa con zombies, dragones y demases personajes extraños para tratar de evitar una lobotomia (sí, leyeron bien) pasaron sin pena ni gloria por los cines aquel año. La calidad del argumento de aquel film, si se quiere, es discutible. La originalidad y lo refrescante de la idea, no. El gran acierto de ese 2011 fue para Warner “Inception” de Christopher Nolan, quien venía de realizar la exitosa “The Dark Knight” (2008), por lo que el estudio le dio total libertad para que hiciera con 150 millones de dolares lo que se le cante en su próximo proyecto. Más que un regalo, se trataba de una devolución de gentilezas. Como dije anteriormente, si bien “Inception” no fue un fracaso económico (tampoco un éxito descomunal), se trataba de un proyecto personal de Nolan que parecía haber pasado por alto todos las luces rojas que suele imponer el mercado hollywoodense a la hora de producir sus films. Historia para un publico adulto, muchas caras poco conocidas (lo cual no quiere decir nunca malos actores), duración extensa, finales no convencionales y relatos que pueden tomarse como una unidad y no como el inicio de una saga que pueda explotarse a lo largo del tiempo. Todo esto sirve para tratar de entender de donde viene “Pacific Rim” de Guillermo del Toro, película que presenta las mismas características que las anteriores y que quedará en la historia del cine moderno, pese a quien le pese. Guillermo del Toro no es un tipo convencional. Personalmente creo que su mayor desventaja es que peca de ambicioso y por momentos queda parado fuera de la linea, dejando asi una imagen de vende humo difícil de borrar. Previo a la realización de “Pacific Rim” estuvo involucrado en “At The Mountain of Madness“, adaptación de la obra homónima de Lovecraft, proyecto por el cual Universal y Warner le cerraron las puertas en la cara cuando el mexicano les pidió un presupuesto no inferior a los 200 millones de dolares. También estuvo vinculado a “The Hobbit“, de la cual se bajó a ultima hora pese a haber realizado toda la pre-producción del film junto a Peter Jackson (quien acabaría dirigiendo aquel film). Las razones de aquella decisión son un poco confusas, pero están los pesimistas que dicen que hubo fuertes diferencias creativas y los optimistas que hablan de que del Toro ya estaba, por aquel entonces, trabajando en “Titanes del Pacífico“. Sea cual sea la verdad sobre aquel asunto, la realidad hoy nos muestra que del Toro logró lo mismo que Snyder, Stanton, Kosinski y Nolan, que es ni más ni menos sacarse de la manga un proyecto personal, poco convencional para Hollywood y romper una vez más con los contenidos estandarizados generados por y para gente con cabeza cerrada. “Titanes del Pacífico” al igual que “John Carter” y “Tron: El Legado” (esta ultima en menor medida) viene a tratar de revitalizar un género que murió hace rato en el cine moderno: el de aventuras para todas las edades, con algún que otro mensaje poco convencional. Con un prologo bastante rápido y eficaz (que recuerda al de “Reign of Fire” de Rob Bowman), del Toro nos introduce a un mundo apocalíptico donde unas enormes y violentas criaturas que salen de las inmensidades del océano pacifico, llamadas Kaijus, tienen como único objetivo destruir a la humanidad. Por esa misma razón, los países de todo el mundo (quizás el mas visible de estos mensajes no convencionales, el de la unión de los lideres de los distintos países de los continentes más afectados) deciden formar una liga de robots gigantes, conocidos como Jaegers, para combatir esta amenaza. Liga independiente del ejercito de estos países (segundo mensaje) y con un mensaje más que esperanzador y optimista que consiste en defender a toda costa a las poblaciones de las ciudades al borde del ataque, sin caer en el plan de “rompan todo con una bomba nuclear”, idea que se desliza por la boca de uno de los personajes en un momento del film y es rechazado inmediatamente por otro. Desde esos detalles que pueden parecer inocentes, hasta conformar un guión solido, donde el principal riesgo era que la inmensidad del relato puede hacerlo caer en el ridículo (cosa que no sucede) para filmarlo con un grupo de actores jóvenes en su mayoría y completamente desconocidos (acompañados de un par de pesos medianamente pesados), del Toro estuvo presente en todo lo que concierne a “Titanes del Pacifico” y el resultado se nota. Con el relato dividido en tres actos bien marcados, siendo el primero el convincente, el segundo el más solido y el tercero el de la espectacularidad y el entretenimiento garantizado, “Pacific Rim” se erige como la mayor propuesta en términos de cine de aventuras de los últimos tiempos, solo comparable con “Avatar” de James Cameron (2009). Y no solo por la inmensidad de su universo, el cual fue concebido para una película, pero podría explotarse hasta el hartazgo en cualquier otro medio u plataforma debido a la complejidad y variedad de matices que ofrece, sino también por el soberbio e imponente trabajo técnico que planta la bandera de revolución en términos de efectos especiales. “Titanes del Pacífico” es la película más impresionante de los últimos años en estos términos. Lo que hizo la gente de Light and Magic en todo el film es soberbio, pero sobre todo en su ultima hora, es para alquilar balcones y contemplar mil veces. Que puedas ver cada detalle, cada tornillo, cada cable de un robot en pleno combate contra un monstruo (que tiene mil detalles y sorpresas más) es algo que te deja la mandíbula por el piso y no tiene precio en comparación a la emoción que provoca. Desde los Jaegers peleando con los Kaijus en el agua como si se tratara de un ring de la UFC, hasta el Gipsy Danger caminando entre medio de los edificios de Hong Kong con un barco en la mano como si fuera un palo con el cual un chico quiere defender su casa de los monstruos imaginarios. Light and Magic lo hizo todo posible. Ni hablar de los minutos finales, donde nuestros ojos gritan gracias por la cantidad de colores y espectacularidad que ofrecen esas escenas. Por si fuera poco, el 3-D esta perfectamente utilizado, pese a no haberse filmado integramente en ese formato. Otro acierto para del Toro. Claro está que hay más puntos que suman a la grandeza de “Pacific Rim“: Ramin Djwadi y su pegadiza banda sonora (algo que considero esencial a la hora de hablar del genero de aventuras), Guillermo Navarro y su inmejorable trabajo como director de fotografía en un film que esta casi íntegramente filmado con efectos especiales y el reparto que cumple, algunos más y otros menos, con la difícil tarea que les asigna del Toro dentro del relato. Es decir, no podemos caer en el equívoco de juzgar con la misma vara al grupo formado por Charlie Hunnam, Riko Kikuchi, Idris Elba y Max Martini, que son quienes llevan las riendas de la emoción, el compañerismo, el liderazgo y la valentía dentro de la historia, y al grupo que conforman Charlie Day, Burn Gorman y Ron Perlman, que son los encargados de aportar el humor. Sobre todos estos aspectos del Toro puso la lupa, no dejando entrever ningún clavo salido, ninguna tuerca sin ajustar, dentro de la que es sin dudas su mejor película hasta la fecha, la cual a su vez es, como dijimos antes, su proyecto más personal. Como me gusta decir a mi: “Todos los géneros se definen por su objetivo”. Una buena película de terror, tiene que asustar (sin importar el método). Una buena comedia, tiene que despegar sonrisas. Una buena película de aventuras tiene que entretener y emocionar. Y “Titanes del Pacífico” lo logra de principio a fin. Por que la emoción atraviesa todo el relato. Porque detrás de esos colosales jaegers, debajo de esos escombros, hay personas que con camaradería, solidaridad, esperanza y sacrificio van a hacer lo que para muchos es casi imposible de concebir e imaginar: ponerte la piel de gallina y provocarte un nudo en la garganta con una historia de robots y monstruos gigantes. Difícilmente tengamos este año alguna otra película que, al igual que este último trabajo de del Toro, logre romper todos los estereotipos hollywoodenses y toda la mediocridad con la que esa meca se llena los bolsillos en base a secuelas, spin-off, adaptaciones y remakes. Mientras esa grieta siga abierta y hollywood no pueda controlarla completamente, mientras algún que otro loco, ambicioso y soñador (con muchísima suerte) llegue a pasar por ahí con una idea descabellada y audaz, el cine moderno todavía tiene algo de luz y esperanza en su futuro. “Pacific Rim” es eso: la prueba más fuerte y actual que tenemos para demostrar que no hay limites ni barreras que no puedan romperse, porque con la magia del séptimo arte no existe sueño que no pueda verse reflejado dentro de una sala de cine.
Heavy metal Bienvenidos al tanque del momento. En unos años, quizá se hable de esta película. Pero lo mejor para decir sobre Titanes del Pacífico es que es una película pochoclera para disfrutar sin culpa. Así que acomódese en la butaca y acomode el vaso de Coca, mientras los cíclopes de metal, mezcla de Transformers y Ultraman, muelen a golpes a unas bestias llegadas del averno, mezcla de Godzilla y Aliens. Lo segundo bueno sobre Titanes del Pacífico es que su director, Guillermo del Toro, metió en la coctelera ese acervo de monstruos (rapiñando, de paso, una teoría conspirativa clase B) y consiguió algo que, si bien no es original, no es una remake ni se siente como otra vez sopa. En un futuro cercano la Tierra resulta invadida por monstruos que llegan del fondo del océano (la “teoría” de que los extraterrestres están abajo nuestro); los monstruos o kaiju (mayor referencia a Godzilla, imposible), arrasan con las ciudades y para enfrentarlos se crea a los jaegers, gigantes de metal tripulados por dos solados, quienes manejan a las máquinas mediante un enlace neuronal. En el medio se cuelan los enfrentamientos de la segunda Hulk y hasta los traficantes de plasma sintético de Blade Runner. No siempre ese cúmulo funciona, y para peor Del Toro es víctima de una sensiblería que Hollywood exige cual código de barras. Pero Titanes no es una película arty. Es un tanque para pasar un buen rato, mezclando la ciencia ficción dura de Giger y Moebius (una estética que, evidentemente, el cine no puede superar) con los monstruos de Harryhausen e Ishirô Honda. Sin olvidar a Avatar, desde luego, cuyo germen se remonta al final de Aliens. A esta altura, la influencia del último film de Cameron es incuestionable.
“La película como para resumirselas así fácil para que sepan de que se trata, es Mazinger vs. Godzilla, ese debe haber sido el pitch al estudio. […] ¿Qué quieren ver, robots peleando con monstruos? Bueno, ¿qué es lo que van a tener? Robots peleando con monstruos...” Escuchá la crítica radial completa en el reproductor, (hacé click en el link).
Publicada en la edición digital #253 de la revista.
Publicada en la edición digital #253 de la revista.
Robotones a las piñas Titanes del Pacífico es la nueva película del mexicano Guillermo del Toro. Una superproducción que entretiene a fuerza de máquinas y monstruos gigantescos. Los trailers son todo un tema para quienes consumen cine y los toman como una herramienta importante al momento de definir si van a pagar o no el precio de una entrada. De por sí implica un gran esfuerzo resumir la esencia de un filme en menos de un par de minutos, pero como su objetivo principal es el de vender un producto, las premisas que se manejan para su elaboración tienen que ver sobre todo con la adrenalina, resaltar los climas y mostrar escenas y diálogos claves con una pizca de interrogante. Cuando se conocieron las primeras imágenes de Titanes del Pacífico, inmediatamente la ecuación que hizo el ávido espectador fue: Transformes más Batalla Naval más Godzilla igual a la última realización de Guillermo del Toro. Es decir, tres grandes fiascos cuya sumatoria no pueden dar otra cosa que un tremendo fracaso. Pero Del Toro lo hizo, y logró una superproducción entretenida con la cabeza puesta en aquellas creaciones japonesas que décadas atrás nos traían seres tremebundos y robots del tamaño de un edificio. Y como para dejar en claro que si mente y corazón van juntos, se pueden lograr cosas que parecen impensadas, como por ejemplo rodar un producto dirigido al gran público con un presupuesto de 200 millones de dólares, apoyado por un elenco de ilustres desconocidos. Salvo Ron Perlman (que trabajó con Del Toro en Hellboy), un veterano más conocido por su particular rostro de jetón que por sus trabajos delante de cámara, el resto sólo tuvo alguna que otra presencia de fuste en la pantalla grande. La batalla. La historia de Titanes del Pacífico es de lo más facilonga, y encima tiene un par de cositas rebuscadas, como que los gigantescos robots están conectados al cerebro de quienes los manejan, o que las bestias malas salen de un portal de otra dimensión abierto debajo del océano. Pero nada de esto en realidad importa demasiado, porque lo que hizo el director azteca es aprovechar la tecnología y la animación por computadora para darle vida a Mazinger Z. Los pibes que crecieron viendo el dibujo japonés en el que un robot era manejado por un adolescente, verán en los llamados jaegers de Titanes del Pacífico algo similar. Estos modelos 2020 (año en que se plantea la etapa final de una lucha por la supervivencia) deben enfrentarse a los kaiju, monstruos que están devastando el planeta. Y la pelea no viene bien, por lo que hace falta alguien que venga con ganas de aguantar y darle una biaba a los bichos: ese alguien es un piloto interpretado por Charlie Hunnam, quien junto a un grupo de combatientes de varios países conforman la Resistencia. Una trama que se vio en cientos de películas de acción, pero que tiene como plus un homenaje a décadas pasadas llevado adelante por un talentoso que elevó al paroxismo las escenas de batallas. Y como se trata de alguien que sabe cuándo poner el freno, la cosa no empalaga. Titanes del Pacífico es un tanque industrial, pochoclero, entretenimiento puro, pero bien hecho, lo que ya lo convierte en una opción para estas vacaciones de julio.