Frankenstein Begins Frankenstein o el moderno Prometeo fue adaptada al cine en intocables oportunidades y con cientos de variantes. La famosa creación del doctor hizo de todo; viajes temporales, un fugaz paso por la universidad, cruces con un conocido dúo cómico, enfrentamientos con otros monstruos famosos, o un errado devenir en superheroe. Víctor Frankenstein es un nuevo intento por aplicarle un giro a la clásica novela gótica de Mary Shelley, esta vez contada a través de los ojos de su fiel ayudante Igor y centrada en los años de formación del perturbado doctor. La película cae en un terreno extraño, algo similar al de la remake de La Cosa hace algunos años atrás. Es una precuela pero al mismo tiempo toma y adapta muchos elementos y momentos de la novela original, y al igual que el monstruo creado por Victor se va construyendo con partes de diferentes cuerpos, algunas (pocas) que resultan una novedad, y otras ya vistas en distintas películas. Basada en una idea original de Max Landis (Operación Ultra), la nueva historia se centra en el ascenso del Dr. Frankenstein. Luego de liberarlo de un circo en el que era constantemente abusado física y mentalmente, Igor (un jorobado con talento natural para la medicina) se convierte en su fiel ayudante y juntos llevarán a cabo una innovadora investigación que podría cambiar al mundo para siempre: transformar a la muerte en un estado reversible. Este controversial experimento los pondrá en la mira de Scotland Yard y del Inspector Turpin, un oficial con fuertes raíces católicas que lo considera un sacrilegio. Al mismo tiempo, Igor será testigo de la creciente obsesión del doctor que lo termina dejando al borde de la locura. No es necesario dejar avanzar más de unos pocos minutos para darnos cuenta que la intención de Fox es convertir a Victor Frankenstein en su Sherlock Holmes, más específicamente la versión de Guy Ritchie del personaje, en la que Robert Downey Jr. interpretaba al sagaz detective y Jude Law era Watson, y que tan buen negocio resultó para Warner hace unos años. Por eso no anduvieron por vueltas y buscaron a Paul McGuigan, un director que ya había imitado el estilo de Ritchie en 7, El Número Equivocado o Gangster No. 1 y que aquí vuelve para intentarlo una vez más. ¿El resultado? Una película sin personalidad, por momentos aburrida, que a pesar de contar una historia novedosa inexplicablemente recorre caminos ya transitados, que nunca profundiza en ninguna de sus temáticas y donde incluso sin lucirse, son las interpretaciones de su elenco principal el punto más alto del film. Daniel Radcliffe y James McAvoy sin dudas tienen una buena química juntos y componen interesantes personajes también por separado. Radcliffe como un ser vulnerable que recién se abre al mundo luego de pasar años encerrados en un circo y McAvoy como un médico que desciende lentamente por un especial de obsesión y locura. Ambos entregan buenas interpretaciones ayudados por un guión que se toma su tiempo (quizás demasiado) desarrollando estos personajes. Desgraciadamente no podemos decir lo mismo del antagonista de la historia, el inspector Inspector Turpin interpretado por Andrew Scott, un personaje que se queda a mitad de camino a pesar de tener alguno de los conflicto más interesantes que plantea la película, ya que su motivación es la fe en Dios pero nunca se explora a fondo el dilema de la religión contra la ciencia. Aunque peor aún es lo que sucede con Lorelei (Jessica Brown Findlay), el interés romántico de Igor, que queda completamente relegada de la historia y ni siquiera funciona como obstáculo entre el doctor y su ayudante, algo que se plantea en un principio pero es prontamente olvidado. Conclusión Victor Frankenstein es una buena idea que falla en su ejecución, ya que McGuigan nunca encuentra la forma de hacer una película con vuelvo propio. Incluso lo que el director plantea como una novedad para darle un giro moderno a una vieja historia, es algo que ya se hizo en otras oportunidades y aquí se siente lisa y llanamente como una imitación. Daniel Radcliffe y James McAvoy han sabido tener mejores papeles, pero dentro de una cinta mediocre son lo más digno de rescatar. Entre interesantes temáticas a medio explorar y una sub-trama romántica que no funciona, no es muy difícil llegar a aburrirse. Esto se intenta contrarrestar con algunas escenas de acción y aventura que nunca se sienten como parte de la película, y que solo suman más confusión a un relato que nunca parece tener en claro lo que quiere ser o contar. Al menos, hay una divertida referencia a El Joven Frankenstein de Mel Brooks.
Despedazado en mil partes. La actualidad del cine comercial tiene alto metejón con esto de reversionar personajes y films no tan distantes en el tiempo, o producciones que parecen entrar en un ciclo regenerativo cuando su anterior versión todavía esta tibia en las retinas de los espectadores. Pero no se crean que este yeite es potestad exclusiva de los relatos cercanos en el tiempo, las viejas historias también tienen valor de “rebooteabilidad”. Tal es el caso de Victor Frankenstein (2015), nueva incursión cinematográfica que toma los elementos del universo creado por la novelista Mary Shelley -madre de la ciencia ficción literaria- aunque no los utiliza para contar nuevamente una historia sobre los orígenes del monstruo, sino la de su creador y sus propios conflictos, los cuales lo llevan a esta obsesión de crear vida; todo visto desde la perspectiva de su ayudante Igor, personaje -por cierto- no proveniente de la imaginación de Shelley sino de las previas adaptaciones para la pantalla grande. El director Paul McGuigan es un hombre más relacionado con el suspenso (El Departamento, 2004) y los relatos sobre crímenes y mafiosos (7, el Número Equivocado, 2006), pero en esta ocasión propone un híbrido entre la acción del Sherlock Holmes de Guy Ritchie y la era victoriana maquillada con estilo steampunk. Lo que en el primer acto se acerca bastante a una historia sobre los orígenes de Igor (interpretado por Daniel Radcliffe), en el segundo y tercero se vuelca definitivamente hacia el propio Doctor Frankenstein (James McAvoy) para revelar el detrás de escena de la génesis del abominable monstruo. El film no podría ser más sincero en cuanto a sus intenciones: las primeras imágenes presentan la voz en off de Igor diciendo “ustedes ya conocen la historia, ya conocen al monstruo…”, y de esa forma se saca de encima el peso y la responsabilidad solemne de llevarnos por un camino ya recorrido, para así adentrarse en el personaje del científico y su obsesión con crear vida y cambiar el paradigma del orden natural. El guión de Max Landis guarda cierta familiaridad con algunos de sus trabajos anteriores como Poder sin Límites (2012) y Operación Ultra (2015), donde el núcleo de la historia se concentraba en cómo manejar el poder y la forma en que las buenas intenciones pueden desembocar en una situación trágica que se sale de control. Mención especial para McAvoy y su interpretación del Dr. Frankenstein. El histrionismo del escocés y su magnetismo en pantalla proveen la intensidad justa a un personaje que no es el “científico loco” de la era de Colin Clive y Boris Karloff, sino un hombre impulsado por su obsesión de elevar a la condición humana por encima del raciocinio limitante de su época. Radcliffe tampoco desentona en el papel de Igor, permitiendo ver a través de la narración la evolución de un ser sumiso hacia otro dispuesto a detener la locura de su amo. Ambos personajes poseen un arco interesante, aunque Frankenstein experimenta un giro brusco casi sobre el cierre y se percibe poco desarrollado. Estamos ante una dosis muy pequeña de terror propiamente dicho, acompañado por un poco de acción, drama e incluso romance. Nada mal para una película sobre uno de los monstruos más conocidos del cine y la literatura clásica (al cual, por cierto, no vemos hasta la escena final), cuya historia está lo suficientemente bien construida como para entretenernos con otros aspectos menos explorados de su universo.
El clásico de Mary Shelley vuelve a la pantalla grande cambiando el ángulo de la historia. Acá, conocemos a Victor Frankenstein y sus experimentos a través de los ojos de su amigo y colega Igor, una relación complicada que no termina nunca de definirse. Empecemos por lo mejor. El director escocés Paul McGuigan no es un experto cinematógrafo, pero ha lucido sus habilidades en algunos de los mejores episodios del “Sherlock” de la BBC. Esta nueva adaptación del clásico literario de Mary Shelley, a cargo de Max Landis (sí, el hijo de), se esmera por representar una de las mejores épocas para el cine de terror gótico: la Inglaterra pre-victoriana y en plena revolución industrial, el escenario perfecto para darle vida a esta truculenta historia que juega con la ética y los límites entre la vida y la muerte. Visualmente impactante -aunque todo el tiempo nos recuerde al “Sherlock Holmes” (2009) de Guy Ritchie, con esa mezcla de misterio y acción (aunque acá el equilibrio es bastante fallido)-, la película rescata los momentos más icónicos de la historia como ya nos los mostró infinidad de veces el séptimo arte, pero quedan deslucidos bajo un montón de tramas y sub-tramas que se amontonan sin ningún sentido. Al final, no estamos tan seguros de qué trata “Victor Frankenstein”, por más que nos refrieguen en la cara la relación entre el “buen doctor” y su asistente. La dupla McGuigan/Landis quiere darle un giro a esta historia, pero el tiro les sale por la culata. Todo comienza en el Circo Barnaby donde el “jorobado” (Daniel Radcliffe) pasa sus días como freak de feria desperdiciando sus talentos innatos para la medicina, disciplina que estudia en sus ratos libres de forma totalmente autodidacta. Un desafortunado incidente lo pone en el centro de la escena y en contacto directo con Victor Frankenstein (James McAvoy), un tipo bastante misterioso desde el vamos que, en seguida conecta con el muchacho y sus habilidades, y lo rescata del único “hogar” que conoció durante toda su vida. Victor le da casa, comida y una nueva identidad, la de Igor (un ex compañero desaparecido), pero también pone su laboratorio a disposición del muchacho para que lo ayude a llevar a cabo su más grande experimento: poder retornar las personas a la vida, una vez que se fueron para el otro mundo. Hay amistad, hay compañerismo y buenos tratos, pero pronto sus ideas empiezan a chocar e Igor duda de las verdaderas intenciones de su “maestro”. Lo que al principio parece una técnica revolucionaria que podría ayudar a las personas, de repente se convierte en algo monstruoso y siniestro. En esta ecuación hay que agregar al inspector Turpin (Andrew Scott), un detective obsesionado por atrapar a un ladrón de partes de cadáveres de animales, cuyas pistas pronto lo arriman a esta pareja de “científicos”. Las profundas creencias religiosas de Turpin jugarán un papel importante, así también como la relación amorosa que se establece entre Igor y una ex equilibrista del circo que parece entorpecer los avances del experimento, algo que no es del agrado de Victor. Como ya se dijo, acá hay demasiados conflictos. La película se esfuerza por contarnos el punto de vista de Igor –un Daniel Radcliffe que pone toda la onda, pero sigue sin convencer en materia actoral-, pero pronto se descarrila y no sabe para donde ir. El Frankenstein de James McAvoy no se decide si es un sádico controlador o un tipo con traumas y buenas intenciones en el fondo y, en el medio, tenemos persecuciones policiales, chanchullos corporativos y un bromance que pasa del amor al odio más rápido que Anakin al Lado Oscuro. “Victor Frankenstein” no deja de ser entretenida y desde la puesta en escena cautiva lo suficiente como para darle una oportunidad, pero como historia no convence y preferimos quedarnos con el clásico relato de ese Prometeo moderno en busca de una identidad. Dirección: Paul McGuigan Guión: Max Landis Elenco: Daniel Radcliffe, James McAvoy, Jessica Brown Findlay, Bronson Webb, Daniel Mays, Andrew Scott, Callum Turner , Louise Brealey, Mark Gatiss.
Monstruo creador Cuando Mary Shelley imaginó la historia de Frankenstein, su obra se enmarcó dentro de una literatura progresista que supo capturar las mieles de los avances tecnológicos de la incipiente revolución industrial. En su metáfora del mito de Prometeo y en el regodeo de poder jugar a ser dioses a partir de la manipulación de piezas muertas para generar vida en donde ya no existía, Shelley también reflexionaba sobre el rol del hombre y su papel determinante dentro del mundo. Victor Frankenstein (2015) captura algunas ideas de esa novela, que ya ha sido adaptada varias veces a la pantalla, para crear un discurso que desde la forma se plantea como diferente pero que en el fondo no hace otra cosa más que hablar nuevamente del inevitable castigo al hombre por jugar a ser “creador”. Paul McGuigan, con un guión de Max Landis, toma el mito de Frankenstein desde el hombre que llevó a cabo la tarea de construir, primero en solitario y luego acompañado de un complejo sistema por medio del cual supo ser Dios sin medir las consecuencias. Victor Frankenstein (James McAvoy) avanza con sus proyectos hasta que conoce a Igor (Daniel Radcliffe), un fenómeno de circo en el que ve aptitudes para la ciencia y la medicina cuando éste logra salvar a una bella trapecista (Jessica Rose Brown-Findlay), de quien está enamorado en silencio, con tan sólo un reloj de bolsillo y sus manos. Juntos, Frankenstein e Igor, también irán profundizando en la idea de creación con la impronta filosófica, ética y moral que esconde jugar a ser Dios, pero Paul McGuigan rápidamente cambia el registro del film para empezar a narrar esta inclasificable historia más como policial que como el thriller gótico que originalmente supo ser. La película aprovecha recursos y estrategias narrativas para dinamizar el relato con aceleramientos de la acción, trazos gráficos, y muchos efectos especiales, dotándola de una atmósfera hype que no termina de cuajar con el convencionalismo que luego termina apoderándose de la historia. La cruza de géneros (drama, romance, aventuras, acción) tampoco juega a favor del film, y el cambio rápido del punto de vista del narrador (por momentos con voz en off, por momentos omnisciente) termina por confundir el verdadero motor de la película. Victor Frankenstein comienza con un racontto en el que Igor (bautizado así por Frankenstein luego de transformarlo) afirma los momentos que ya conocemos del clásico de Shelley, para luego inmiscuirse, o intentar hacerlo, en los pormenores que llevaron a la asociación entre Frankenstein y su ayudante a lograr armar, a pesar de los errores, aquel monstruo/hombre que posibilitaría volver a la vida a los seres muertos. Y justamente el problema del film radica en este último punto, porque cuando durante casi dos horas la narración dejó de lado eso e intentó construir con habilidad el mundo detrás de los protagonistas (detallando pormenorizadamente a los personajes), es como que dejara sin atar muchas cuestiones y de manera apresurada decida recordar qué estaba contando en el inicio. El esfuerzo de Daniel Radcliffe y James McAvoy por llevar adelante esta inverosímil historia es muy grande, tan grande como aquel que deberá hacer el espectador ante semejante propuesta, una que empieza de una manera, soberbia, entretenida, graciosa, con una “forma” moderna, pero que luego vira varias veces de dirección sin terminar de determinar cuál es su real norte hacia el que debe dirigirse.
Si hay un monstruo clásico que no necesitaba volver al cine era Frankenstein. Desde 1910 hasta la fecha se hicieron tantas adaptaciones de la novela de Mary Shelley que no es sencillo encontrarle un enfoque fresco y original a un relato tan conocido. En esta oportunidad el film de Paul McGuigan (director de la serie Sherlock) recrea la historia tradicional del monstruo desde la perspectiva de Igor y su relación con Victor Frankenstein. El guión de Max Landis (hijo del cineasta John Landis) intentó profundizar la relación de estos dos personajes con una historia de origen que tenía la intención de hacer algo diferente con la obra de Shelley. Es decir, narrar el descenso a la locura del científico desde la perspectiva de su asistente. El foco de atención estaba puesto en la tragedia que sufría el protagonista y los motivos que lo llevaban a obsesionarse con la creación del monstruo. El concepto de Landis era interesante. Lamentablemente el guión fue tan manoseado durante la producción que el resultado final de esta película difiere bastante con lo que había sido la idea original. Como ocurrió con Los huéspedes, el último trabajo de M. Night Shyamalan, Victor Frankenstein es un film que fusiona varios géneros sin una dirección definida. El film tiene algunos momentos humorísticos, luego se convierte en un thriller, hacia el final intenta ser una película de terror y también incluye una forzada subtrama romántica. Una adición que parece haber sido concebida por el simple hecho que a último momento los realizadores se dieron cuenta que la trama carecía de personajes femeninos. Esta producción fue literalmente salvada por la interpretación de su dos protagonistas y las escenas que comparten juntos. James McAvoy vuelve a demostrar que es uno de los mejores actores de su generación y le rebotan todas las balas. Aunque el proyecto que protagoniza no sea bueno su labor siempre es impecable y en algunas ocasiones, como ocurre con este estreno, su presencia levanta por completo la película. En este film tiene muy buenos momentos como Victor Frankenstein y formó una interesante dupla con Daniel Radcliffe, quien también presenta un gran trabajo de composición en el rol de Igor. McAcvoy por momentos encara al científico como un típico villano excéntrico de James Bond, en la era de Roger Moore, que contribuye a que el film sea un poco más entretenido. El trabajo de McGuigan se luce también en la fotografía y la puesta en escena que presenta del Londres victoriano que es visualmente muy atractiva. El director también incluyó algunas referencias simpáticas a la película clásica de 1931, realizada por James Whale, que los espectadores más nostálgicos seguramente apreciarán. Sin embargo, estas cualidades no bastaron para evitar que Victor Frankenstein resultara una historia trillada e innecesaria que no le aporta absolutamente nada a la mitología de este clásico de la cultura popular. No es una producción completamente fallida pero su visión te deja indiferente porque al terminar la función te das cuenta que lo que viste en el cine es más de lo mismo
Son casi incontables las incursiones que Frankenstein ha tenido en el cine a lo largo de la historia. Algunas han sido muy buenas y otras muy malas. Esto sin contar los clásicos de Boris Karloff. La más fiel adaptación de la novela original fue Mary Shelly’s Frankenstein (1994), protagonizada por Kenneth Branagh y Robert De Niro, y la más reciente fue el fiasco del año pasado I, Frankenstein, donde Aaron Eckhart compuso a un “monstro fachero”. Ahora llega este estreno que intenta mover un poco el avispero y contar (con muchas licencias y reinterpretaciones) una historia original cuyO ancla se encuentra en la relación entre Victor Frankenstein y su histórico asistente Igor, que aquí resulta ser un prodigio médico y no alguien limitado como siempre se lo retrató. La dinámica entre James McAvoy y Daniel Radcliffe funciona y está bien, pero por separado no lograron encontrar la esencia de sus personajes, sobretodo McAvoy que está muy sobreactuado. El fuerte del film es la estética y fotografía. El director Paul McGuigan, quien trabaja mucho en tv y su último film fue ese pseudo ensamble de superhéroes llamado Push (2009), logra crear un clima de película de aventuras y cine fantástico que se deja disfrutar en base a buena utilización de recursos y CGI como parte de un lenguaje y haciendo alarde de eso. Es decir, hace que el efecto especial se destaque y que se nota que está pero aún así no le resta (como si lo haría en cualquier película) sino que lo apropia. Esto es muy claro en la presentación de los protagonistas. En definitiva, Victor Frankenstein es un film entretenido que se deja disfrutar. Una buena opción para un público no exigente que busca solo entretenerse.
Un maltratado jorobado es el payaso de un circo, y el chivo expiatorio para todos los integrantes de este. Pero tras salvar a una compañera de un accidente, el joven Victor Frankenstein lo adopta como asistente. Ahora, ya curado de sus males físicos y bautizado como Igor, el muchacho ayudará a su nuevo amigo y maestro en perseguir su descabellado sueño, darle vida a cuerpos muertos armados con diferentes partes. Victor Frankenstein supuestamente nos iba a contar una vuelta de tuerca a la clásica historia del doctor loco y su creación (en el imaginario popular, el libro de hecho es bastante distinto), pero en realidad la película se encuentra a medio camino entre una precuela, una nueva versión, y contar lo que ya vimos decenas de veces en el cine. Así es como conocemos “la historia nunca contada” de Igor, quien entre maltratos físicos y psicológicos en el circo, se dedicaba a estudiar medicina e ir cultivando su mente, mientras desde las sombras ama en secreto a la bella trapecista Lorelei. Y a través de sus ojos vamos conociendo y viendo la retorcida vida y visión del joven Victor Frankenstein y como ambos van a compartir dicha meta. Y hasta ahí llega la vuelta de tuerca que proponen los guionistas Max Landis (que en su haber tiene la divertida Poder Sin Limites), porque el resto ya es historia conocida por todos, así que dudo que alguien tome como spoiler el saber que Victor Frankenstein se enfrentara a su familia y la sociedad de medicina debido a sus radicales ideas, y que todo se le irá escapando de las manos hasta el archí recontra conocido clímax donde veremos a la criatura. Si hasta ese momento, como espectador, aun conservan un mínimo de interés por la película, es pura y exclusivamente por el buen trabajo que hace todo el elenco, en especial el trió compuesto por James McAvoy, Daniel Redclife y Andrew Scott (Moriarty en la serie Sherlock); de hecho, Scott tiene en mi opinión el mejor personaje de la película, representando una antítesis de lo que es Victor Frankenstein. Con tan escasa materia prima el director Paul McGuigan (entre lo más destacable de su carrera veremos un par de episodios de Sherlock) se las ingenia de todas formas para darle un poco de personalidad al relato. De hecho, cuando tanto Igor y Victor Frankenstein imaginen como funcionan el esqueleto y órganos de los seres vivos, más de uno se acordará de los razonamientos de nuestro querido Sherlock Holmes en su versión inglesa. El resultado final de Victor Frankenstein es una película bastante plana, que lejos esta de darnos lo que nos habían prometido, una nueva versión del relato y conocer al hombre detrás de la bestia. Con apenas un par de elementos agregados a la historia que la mayoría conoce como principal (vuelvo a insistir que dicha imagen dista bastante de la novela de Mary Shelly), volvemos a ver otra vez mas de lo mismo, haciendo que una película que apenas dura 109 minutos se nos haga larga y densa.
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Elemental, Igor Esta nueva versión del clásico de Mary Shelley poco le debe al original y mucho a las recientes adaptaciones de Sherlock Holmes hechas por Guy Ritchie. También a la versión televisiva del detective británico protagonizada por Benedict Cumberbatch, y eso se debe a que comparten mismo director: Paul McGuigan. Es que en la película que nos ocupa, narrada desde el punto de vista del asistente del doctor Frankenstein, se forma una pareja más lista para la aventura que para experimentos científicos, además el tono del relato más algunas cuestiones estéticas remiten directamente a la labor de Ritchie. Todo comienza en un circo donde tienen como payaso a un malogrado joven, sin nombre, al que explotan de la peor forma. El muchacho es dueño de una mente genial, lee libros de anatomía, sabe de medicina y el estudio de esa materia le ayuda a evadirse de su miserable realidad; la que cambia el día que llega al circo el doctor Víctor Frankenstein (James McAvoy), quien como mero espectador es testigo de la caída de una joven desde un trapecio y de pronto se halla junto al joven sin nombre ayudándolo a salvarle la vida a la chica. Así se conocen el excéntrico doctor con quien será su fiel asistente, Igor. Lo que sigue se acerca más al relato ya conocido. La obsesión de Víctor por crear vida luego de la muerte, y la persecución por parte de quienes consideran que es un loco sacrílego. Bien actuada, especialmente por Daniel Radcliffe como Igor, la película exhibe una notable dirección artística, ambientación y producción, pero no logra ofrecer un relato sustancioso para caer en un simple filme de aventuras, poco original y olvidable.
Víctor Frankenstein presenta una nueva versión de la historia clásica de terror, basada en el personaje creado por Mary Shelley, con el científico que titula al filme intentando crear vida a partir de un cuerpo hecho con trozos de cadáveres. Lo interesante e innovador de este filme es que todo está narrado desde la visión de Igor, el asistente de Frankenstein. La interacción entre el científico y su mano derecha (estupendas labores de James McAvoy y Daniel Radcliffe) una relación de amor y odio, es narrada en un ámbito victoriano, colorido y gótico, que no se desprende de la modernidad y la puesta en escena digna del vídeo clip. Hay grandes momentos fílmicos, como el inicio, que se desarrolla en un circo de freaks, y el desenlace, tormentoso, épico, clásico y atrapante. Para los no iniciados en la historia, es la oportunidad ideal para conocer de manera entretenida el origen de este Moderno Prometeo.
Una historia legendaria y un nuevo punto de vista. Como idea, buena; como realización, con aciertos y desmesuras, con repetición de situaciones, con una impresionante reconstrucción de época y más expectativas que resultados.
Los creadores Victor Frankenstein es un acercamiento novedoso a la historia creada por Mary Shelley en 1918 y que se convirtió en uno de los relatos populares más perdurables del mundo. Con variaciones notables, pero con Victor (James McAvoy) y su obsesión por crear vida como motor principal de la trama. La novedad es que se cuenta la historia desde el punto de vista de Igor (Daniel Radcliffe), un personaje que nunca existió en el texto original. Pero Igor tampoco es aquí el ayudante, sino un socio, ambos hombres trabajan hombro con hombro para lograr el objetivo que anima toda la historia. Se trata de un relato novedoso y muy entretenido, con actores completamente brillantes. La película posee una estética inicial que recuerda al Guy Ritchie de Sherlock Holmes. La película parece ir en tono ligero, casi de broma. Pero poco a poco abandona la mayoría de esos recursos y se vuelve dramática. Lo irónico es que el director de Victor Frankenstein es Paul McGuigan, quien dirigió cuatro episodios de la extraordinaria serie Sherlock para la BBC. En aquella serie, los recursos modernos estaban aplicados realmente bien, formando parte de la trama. Acá los usa para aligerar los aires de tragedia que se asoman en el relato. De forma muy original, nos metemos en la historia y sus personajes. Con el marco de una Londres Victoriana, Victor Frankenstein se luce en los aspectos visuales, un verdadero festín con una reconstrucción de época impecable, aun cuando muchos elementos sean de fantasía. Como ocurrió con la inmensa mayoría de las películas que toman la novela de Mary Shelley como base, el tema principal de la película es el desafío a la naturaleza y no tanto un dilema existencialista, como Shelley había creado. En ese aspecto vuelve al original de todo: el mito de Prometeo. Con esta característica, con grandes personajes y un ritmo que no decae en ningún momento, esta versión logra tener vida propia. Algunos personajes secundarios también son excelentes, en particular el inspector Turpin, de Scotland Yard, interpretado por Andrew Scott. Dentro de la moda de contar las viejas historias desde un punto de vista nuevo, este es uno de los pocos casos donde esto no arruina la historia sino que la vuelve más interesante. Luego de cientos de films basados en estos personajes, es realmente un milagro que aun pueda sorprendernos.
En este “Frankenstein”, lo único novedoso es Igor En un momento culminante de esta película, la voz en off de Daniel Radcliffe asume que el espectador ya conoce todo lo que pasó con el monstruo y su creador. Y lamentablemente es la verdad, la historia de Mary Shelley se ha repetido tantas veces en el cine que realmente no da para mucho más. Cualquier nueva entrega o variante de la historia de Frankenstein sólo provoca más ganas de volver a ver las dos grandes películas dirigidas por James Whale con Boris Karloff encarnando al monstruo, y no mucho más. En todo caso, la gran novedad de este film es que mas que "Victor Frankenstein", podría haberse titulado "Igor the movie", o algo asi, ya que la msima historia de siempre está contada desde el punto de vista del asistente jorobado que, en una escena brillante del "Frankenstein" de James Whale, interpretado por el inigualable Dwight Frye, dañaba un cerebro normal y le daba a su amo uno de un enfermo mental, lo que lógicamente arruinaba todo el experimento (en "El joven Frankenstein" de Mel Brooks el que interpertaba al personaje era el inolvidable Marty Feldman). Este nuevo Igor salido de Harry Potter, una vez que se deshace de su joroba gracias a los conocimientos del doctor del título, es lo bastante bien parecido para lograr los favores de la beldad circense Jessica Brown (casi lo mejor de la película). Su patrón, es decir Victor Frankenstein, tal como lo personifica James McAvoy, trata de darle algún nuevo perfil psicológico al personaje, pero si bien tiene algunas escenas divertidas sobre todo cuando trata de interactuar socialmente- nunca es demasiado convincente. Esta es una superproducción que aporta un gran despliegue y una elaborada dirección de arte, con escenas interesantes como un engendro bastante espantoso previo al monstruo en cuestión, que cuando aparece lo hace en medio de rayos y centellas en un atractivo castillo escocés. Si la película nunca termina de cuajar del todo es quizá porque nunca tuvo real razón de ser, lo que no impide que el desenlace parezca proponer una secuela.
Películas de Frankestein hemos visto muchísimas, sí... Pero ahora le llegó el momento a la versión de Paul McGuigan (director de televisión que ha dirigido capítulos de "Scandal", "Smash", "Sherlock" y más) y la verdad, no aporta mucho a todo lo que ya vimos. Con un aire visual a las "Sherlok" (las de Guy Ritchie) es que transcurre esta historia en donde tanto Daniel Radcliffe como James McAvoy demuestran lo buenos - actoralmente hablando - que son a la hora de componer un personaje. Con seguridad ese es uno de los grandes puntos a favor. Hablando del guión, llega un momento en que todo se pincha y ni Daniel ni McAvoy saben para donde van, pero por suerte se dirigen hacia el final y termina todo como debe ser. Los efectos y la acción fueron realizados con recursos que ya hemos visto en cine, tele, pero que (vamos a ser buenos) funcionan, como la radiografía visual que hacen los personajes para entender el mecanismo humano, etc. Una peli un tanto desbalanceada, pero con una historia de amor - muuuy en segundo plano - que si la llevas a tu novia, seguro se va a enganchar.
En una época en la cual la reinvención de historias está de moda, el lugar que viene a ocupar Victor Frankenstein es uno muy concurrido. Los monstruos clásicos del cine han vuelto una y otra vez, contando la misma trama desde diferentes ópticas, y siempre bajo el refrán "La historia que nunca te contaron". La película de Paul McGuigan, entonces, es una nueva visión de la inmortal novela de Mary Shelley, esta vez contada desde los ojos de Igor. Sin trascender tanto como ella misma cree que lo hace, en el camino deja un par de elementos destacables para no hundirla por completo en el lodo. El guión de Max Landis -su segunda película escrita en el año después de American Ultra- ofrece algún que otro cambio sustancial en la prosa de Shelley, y eso significa subir de nivel a Igor de secuaz a par de Victor, un ser defenestrado por la sociedad que guarda dentro de sí una inteligencia nata, que lo convierte en colega del doctor instantáneamente. Hay algún que otro intento de meter un romance para Igor con la trapecista Lorelei -Jessica Brown Findlay-, pero apenas se registra. Desde el guión, parece más que un detalle por no haber presencia de un rol femenino, pero lo cierto es que el romance es fagocitado por la amistad cercana de Igor y Victor. Tampoco el intenso detective religioso que persigue los crímenes de lesa humanidad de Victor tiene mucho peso, excepto el de empujar la trama hacia su nudo y desenlace. Todo acá tiene que ver con la relación de los protagonistas, y sus intentos en conjunto de crear vida allí donde no la hay. La dirección de McGuigan, apoyada en el libreto de Landis, gira demasiado en torno al lavado de cara que le hizo Guy Ritchie a Sherlock Holmes, con mucho slow motion y demás detalles que generarán más de una comparación. Dejando de lado los aspectos técnicos, más que correctos para un film de época, el costado más sobresaliente de Victor Frankenstein es su dupla protagónica. James McAvoy se subió al caballo del científico loco y su actuación es tan agitada como una puerta mal cerrada en pleno huracán. Es una locura de papel, lo que le permite sobreactuar, gritar y salivar todo el tiempo, entregando líneas con un tono de voz que bordea lo exagerado, pero le funciona muy bien al marco de la película. Si ponemos al extravagante Frankenstein al lado del tímido y retraído Igor de Daniel Radcliffe, el bromance está servido y cada escena en la que participen los dos conforma el alma de la propuesta. Victor Frankenstein es, en resumidas cuentas, un intento más fresco que otras contrapartidas de insuflarle vida nuevamente a la terrorífica novela que todos conocemos, pero detrás de sus protagonistas y bonita fachada no se esconde nada nuevo bajo el sol. Incluso la manera de cerrar la historia deja lugar a una pincelada más, un punto y aparte que podría prometer una secuela si le llega a ir bien en taquilla a estos nuevos orígenes. Entretiene, pero no genera emoción a futuro.
Una historia demasiado conocida Ya conocen esta historia", es lo primero que se escucha en Victor Frankenstein. Y, si bien esa advertencia tiene que ver con que se trata de la enésima película basada (o inspirada) en la clásica novela de Mary Shelley, la frase resulta una admisión: más allá del sofisticado despliegue visual sustentado en las posibilidades presupuestarias y de las nuevas tecnologías, no hay ningún aporte demasiado destacable en esta película escrita por Max Landis (Poder sin límites, Operación Ultra) y dirigida por el escocés Paul McGuigan (7, el número equivocado, El departamento). El film es más una épica sobre un científico tan genial como loco, un drama sobre la relación entre el Victor de James McAvoy y el Igor de Daniel Radcliffe, que una película de terror con elementos fantásticos. La aparición del monstruo (a esta altura no es spoiler) y la principal escena de acción quedan reservadas para el final y no agregan demasiado. El prólogo muestra al ex Harry Potter como el freak de un circo, un payaso adolescente que es maltratado en todas las variantes físicas y psicológicas imaginables por sus compañeros de troupe. Pero Igor no es el jorobado torpe del que todos abusan sino un entusiasta de la ciencia que es descubierto y rescatado por el doctor Frankenstein, quien luego lo convierte en su asistente. Lo que sigue es la exploración de la relación (manipulatoria, con rasgos psicopáticos) entre los dos protagonistas, las investigaciones primero con animales y luego con humanos ("la naturaleza no tiene misericordia", se nos vuelve a advertir) y el seguimiento del caso por parte de unos poca amigables inspectores de Scotland Yard. Es cierto que la película resulta solvente en su factura, pero esa corrección que exhibe en la mayoría de sus rubros no alcanza a maquillar la escasez de sorpresas y de riesgos (los conflictos familiares y la subtrama romántica son particularmente pobres) para lo que en definitiva resulta una producción bastante impersonal y de vuelo bajo.
Hubo varias representaciones del film. Esta historia se centra en la relación entre los personajes que encarnan: Daniel Radcliffe y James McAvoy quienes tienen una buena química, buenas interpretaciones de los actores secundarios: Lorelei (Jessica Brown Findlay), Inspector Turpin (Andrew Scott), escenas de acción y aventura, una gran estética, buena reconstrucción de época, busca entretener e intentan llegar a nuevas generaciones. Hace referencia a “El Joven Frankenstein” de Mel Brooks, “Sherlock Holmes”.
Otra vuelta de tuerca para un icono “Ya conocen la historia”, aclara la voz en off de Igor (Daniel Radcliffe) mientras la cámara muestra en un contrapicado casi vertical al monstruo creado con retazos de cadáveres humanos en vísperas de la tormenta de rayos que le dará el impulso inicial a su corazón. La primera escena de Victor Frankenstein parece hacerse cargo de una de las grandes problemáticas de un film basado en un universo que, según Wikipedia, registra casi un centenar de apariciones en cine y más de sesenta en televisión: cómo contar lo mil veces contado, qué vuelta de tuerca darle a una iconografía mundialmente conocida, revisada y analizada. La respuesta ensayada aquí consiste en apostar por una serie de personajes al borde del desquicio y portadores de un delicado equilibrio mental, a los que sitúa en medio de una batalla entre el Bien y el Mal.La responsabilidad del relato recae en Igor. Que en realidad no es Igor. Esclavizado en un circo en el que es víctima del bullying ya no sólo de sus superiores sino también de sus compañeros, el joven jorobado sin nombre escapa gracias a la ayuda de un misterioso médico que ve en él un talento innato después de que salve a la acróbata de la que está enamorado. Porque, claro, el Igor que todavía no es Igor es feo y sucio pero culto, bondadoso y apasionado por la anatomía humana. Así, de buenas a primeras pasa de atracción circense a, ahora sí, llamarse Igor y asistir a ese doctor agnóstico, cientificista como pocos y particularmente eléctrico llamado Victor Frankenstein y que James McAvoy interpreta como si hubiera desayunado un litro de nafta premium durante todos los días de rodaje. La teoría de Frankenstein –si la vida es finita, la muerte también– lo lleva a experimentar con un mono (re)construido al que la cámara del escocés Paul McGuigan (7, el número equivocado; la insufrible Push) muestra con llamativa distancia emocional y explicitud, emparentando este laboratorio con el de John Thackery (Clive Owen) en la serie de HBO The Knick.No es el único punto en común. Tanto aquí como en la realización televisiva de Steven Soderbergh sobrevuela la duda sobre la cordura de esos médicos apegados a un metodismo obsesivo. La potencial locura tiene su lógica: Victor Frankenstein y la serie se sitúan a fines del siglo XIX y principios del XX, respectivamente, época bisagra para el desarrollo científico de la medicina. Pero el escocés recuerda que en Hollywood todo debe ocurrir por alguna razón, y arrancará a injertar las justificaciones de rigor. En ese sentido, resulta más interesante la ambigüedad del agente de Scotland Yard encargado de investigar el robo de animales, un auténtico chupacirios menos preocupado por el caso que por las connotaciones diabólicas detrás del intento de engendrar vida donde ya no la hay.
Decepciona: cómo descuartizar un clásico Todo es explícito y exagerado en la nueva versión cinematográfica del clásico de Mary Shelley. Lo único más o menos interesante de Victor Frankenstein es visual: la inclusión de gráficos, dibujos y anotaciones sobre las imágenes de algunos cuerpos humanos o animales, como si se tratara de láminas de un manual de anatomía superpuestas a los huesos y órganos reales. No es un recurso original, pero funciona, y genera una textura que por momentos disimula la impotencia del guionista (Max Landis), el director (Paul McGuigan) y los dos protagonistas (Daniel Radcliffe y James McAvoy) para conservar un mínimo de dignidad frente al clásico de Mary Shelley. Pese a ser una novela mediocre, Frankenstein o el moderno Prometeo tiene la virtud de mostrar lo que implica infringir el supremo tabú de la ciencia: dar vida a lo que está muerto. Pero hay que tener en cuenta que en ese libro el ser creado con partes de diversos cadáveres no es un símbolo de la inhumanidad o la brutalidad sino una figura melancólica: un monstruo condenado a la soledad. Una vez más esta versión cinematográfica es un Frankenstein de Frankestein. O sea una criatura armada con fragmentos dispersos de la obra original, para lo cual previamente hubo que matarla y descuartizarla. De modo que no debería sorprender que la historia esté contada desde la perspectiva de Igor, el ayudante jorobado del científico. Un personaje que no existe en la novela y que fue inventado por el cine. El problema no es la libertad que se conceden los guionistas, el director y los actores sino lo que hacen con esa libertad. Y lo que hacen da un poco de vergüenza ajena. Ya que todo resulta enormemente explícito y exagerado, tanto en los diálogos como en las expresiones y las acciones. En vez de concentrarse en un conflicto central, el argumento desarrolla dos o tres líneas paralelas, cada una menos creíble que la otra: una trapecista enamorada de Igor, un detective de Scotland Yard (parodia malograda de Sherlock Holmes y el padre Brown) y un joven noble amanerado que quiere capitalizar la proeza científica de Frankenstein. Pese a que sobran persecuciones, tiroteos, explosiones y peleas, la falta de sentido dramático vuelve insípida la aventura de Igor y Victor. Es que ambos permanecen aplastados en mundo de dos dimensiones, donde parecen siluetas recortadas y pegadas sobre un fondo móvil, y nunca llegan a convertirse en auténticas personas transfiguradas por haber cruzado el límite entre la vida y la muerte.
Con ritmo de thriller contemporáneo y la atmósfera de una intriga en la Londres victoriana, “Victor Frankenstein” muestra que los clásicos pueden -y considerando la trama de jugar con la vida y la muerte- revivirse una y otra vez con buenos resultados. El equipo es ciento por ciento inglés (a partir de Mary Shelley, la autora de la novela) e incluye a algunos de los más talentosos actores y actrices contemporáneos del Reino Unido. Allí están James McAvoy (“Expiación, deseo y pecado”), como Frankenstein; Daniel Radcliffe (“Harry Potter”, y también “La dama de negro”, otra de terror gótico), como Igor, su brillante asistente; Jessica Brown Findlay (Lady Sybil Crawley, en “Downton Abbey”) en un personaje ideal para su estilo, como lo mostró en la también victoriana “Un cuento de invierno”, y Andrew Scott, (C, en “Spectre”), como el inspector que va tras los pasos de Frankenstein. Todos están a las ordenes de Paul McGuigan (“7, número equivocado”, “Push”) cuyo cine reúne dos de los elementos que predominan en su versión de “Frankenstein”: la acción y los hechos extraordinarios. Con algunas licencias en el guión, la trama sigue la historia conocida y la cuenta desde el final, con la famosa criatura creada de la nada. “La naturaleza no conoce la compasión”, le dice uno de los personajes al doctor Frankenstein, quien una y otra vez, y contra todo razonamiento -aunque el origen de su osesión se descubre hacia el final, en un hecho de su infancia-, deberá enfrentarse a sus impulsos creadores. Esa línea resume casi en totalidad esta lograda versión de este clásico cuento de terror.
Poco novedosa colección de monstruos Max Landis, guionista de esta versión absolutamente libre del clásico de Mary Shelley, y Paul McGuigan llevan al extremo el concepto de monstruo. En la novela es un juego de espejos entre creador y creatura, con un trasfondo filosófico-religioso decididamente incómodo. En la película de McGuigan monstruos son todos, a excepción de Igor -que empieza en la piel de un buen salvaje- y la angelical Lorelei (Jessica Brown Findlay, irresistible). Igor y Lorelei representan una península de humanidad entre el oleaje de perversión y locura provocado por el doctor Frankenstein. La monstruosidad empieza por la tumultuosa Londres victoriana y pervierte a todos los personajes: Frankenstein (desbocado James McAvoy), su padre, el ambicioso Finnegan (Freddie Fox) y el inspector Turpin (el notable Andrew Scott). No hay límites morales para ninguno de ellos. Poco podía esperarse del anhelado Prometeo. McGuigan cuenta la historia desde la perspectiva de Igor, al que Daniel Radcliffe mete en caja sin dejarse tentar por la desmesura que se advierte alrededor. Es un punto de vista interesante, aunque la película, en su voracidad visual y narrativa, lo fagocita rápidamente. Es la marca de la época.
Un cuento de amor, de locura, y de volver de la muerte El año pasado se estrenó Drácula: La Historia Jamás Contada (Dracula Untold), en esa revisión de un clásico del terror, se desarrollaba su origen para decir que en definitiva, no era el monstruo que supimos temer. Para peor, en el intento de modernizarlo, lo transfiguraron en una especie de hombre con superpoderes, más X-Men que demonio. Una película de acción perdida entre el horror y el blockbuster desalmado. Mucha espectacularidad, poco cine. En este caso le toca a otro de los personajes míticos del género: Frankenstein. Y como no podía ser de otra manera, se busca un ángulo mínimamente novedoso: la relación entre Igor (Daniel Radcliffe/Harry Potter) y Victor Frankenstein (James McAvoy/Charles Xavier). Este modelo 2015 tiene aciertos y defectos. Por fortuna, lo disfrutable supera lo irritante. Quizás porque hasta en esas fallas existe un espíritu desatado. Sostenido desde un Victor (McAvoy) descarriado. Existe una conciencia del exceso, de estar revisitando lo ya visto un centenar de veces. Es cierto, la historia mete personajes que se pierden en medio de tanta electricidad y nigromancia, también hay ideas redundantes (ciencia vs religión se verbaliza hasta el hartazgo) y también hay una vuelta psicológica fútil e innecesaria, pero entrega una aventura, algo para nada despreciable. Lo más destacables de Victor Frankenstein es la dupla protagonista. Con una idea similar a la de Mujer Bonita (Pretty Woman, 1990), el acomodado Víctor le da una oportunidad al caído en desgracia. Aquí Victor rescata al bufón del circo porque “sabe de medicina”. ¿Entonces qué sucede? Le quita la joroba (en un momento de lectura sexual ingenioso), lo transforma en un señorito inglés, le da nombre. Ahora es Igor. Juntos se abocaran a la creación de Frankenstein. Los persigue un detective, fanático religiosos acertadamente interpretado por Andrew Scott. La obsesión del agente tiene origen en ver en la pareja una afrenta contra de Dios. Ellos y la espera del nacimiento de su hijo monstruo son nuestro alimento durante casi dos horas. Lo más destacables es la dupla protagonista. La relación homoerótica entre Víctor e Igor tiene química y atrevimiento. Ese vínculo entrega lo mejor de este aggiornamiento monstruoso. A través de esa vertiente, el film se desliza hacía el tratamiento de tensión sexual a lo Sherlock Holmes de Guy Ritchie (con Robert Downey Jr. y Jude Law). Con esta también tiene parentesco por cómo deciden mostrar la acción y lo espectacular, comparten la necesidad reinante de que todo explote y sea vertiginoso para dar la idea (errónea) de diversión. Por fortuna no se ahoga en ese modelo, dejando lugar para el desarrollo de la relación de los protagonistas. Y menos mal que lo hace, McAvoy y Radcliffe son clave para que funcione este viaje de terrores y elucubraciones llamado Victor Frankenstein.
Victor Frankenstein es un film simple y con poquísimas novedades, pero bien realizado y actuado, que seguramente gustará mucho a las nuevas generaciones o a aquellos que nunca vieron otra película sobre don Víctor y su ayudante. La película atrapa desde el primer minuto gracias a la narración de la historia desde el punto de vista de Igor...
Esto no es Frankenstein Cuando parecía que nada más podía hacerse con Frankenstein -el moderno Prometeo- Tim Burton sorprendió con la metamorfosis de un perro que bautizó Frankenweenie. Primero lo midió en un corto para que vuelva a tomar vida, y esta vez con más fuerza, en el largometraje; por la bendición de un rayo. Esta nueva adaptación del clásico de Mary Shelley llamada Victor Frankenstein no aporta casi nada nuevo, sólo el viraje de la tensión de la historia en los creadores más que en sus creaciones. Un excéntrico médico (James McAvoy) y un ex fenómeno de circo (Daniel Radcliffe) comulgan en tamaña empresa: crear vida a partir de la muerte. Se obsesionan. La culminación del método hipotético-deductivo hace ineludible la comparación de esta dupla de personajes con los creados por Arthur Conan Doyle, aunque sería faltarle el respeto al escritor británico. La adaptación es tan libre que la palabra libre debería estar en mayúsculas, Radcliffe ya ha pasado por el terror con poca convicción y durante este drama su protagónico se desinfla en latiguillos que adquirió en la saga Harry Potter, de la que aún no puede despegarse. No desentonan las actuaciones de McAvoy y Jessica Brown Findlay, la femme fatale y una de las poquísimas mujeres que aparecen en esta historia que en la ambientación de época -la decoración es de lo mejor que se ve- no olvidó la dosis de machismo. Unir cadáveres diseccionados es cosa de hombres, está claro. La música intenta salvar del aburrimiento pero ya es pedirle mucho. El guión está repleto de mesetas y al final se vuelve inmensamente predecible. Las escenas de acción son largas y malas (es mejor el enfrentamiento con la primera creación que con la definitiva), extraño si viene de Paul McGuigan de quien uno de antemano, teniendo en cuenta su labor en 7, el número equivocado (2006), esperaba mucho más. El horror que rodea este mojón en la ciencia ficción aquí se adeuda entre relaciones complacientes y falsa modestia. Los problemas son muchos, pero el principal es la verosimilitud de la historia y cómo está contada. Faltó que alguien vuele para que podamos al menos encasillarla en realismo mágico, pero en resumidas cuentas sólo fue un mal sueño de McGuigan. El trabajo del vestuario -y la mencionada dirección de arte- es de lo poco que amerita el aplauso.
Con una estilo similar a "Sherlock Holmes", de Guy Ritchie, y buena química entre James McAvoy y Daniel Radcliffe, esta nueva adaptación de la novela de Mary Shelley pone el acento en los orígenes de Igor. Si bien el título hace referencia al famoso científico obsesionado en crear vida del clásico libro de Mary Shelley, ésta nueva adaptación -que no esta en la historia original- propone un origen para el personaje de Igor, interpretado por Daniel Radcliffe -el eterno Harry Potter de las películas-. El director Paul McGuigan apela a una estética muy parecida a la de Sherlock Holmes, de Guy Ritchie, y la serie de televisión de la BBC -también fue el director de cuatro episodios-, intentando combinar misterio, horror y suspenso, pero sin definirse por ninguno. Lo más interesante del film radica en la mirada puesta en Igor y su pasado, un payaso de circo acostumbrado al maltrato que debajo de su maquillaje y su joroba es un genio que se ha enseñado a sí mismo a través de libros de medicina, y al cual Víctor Frankenstein rescata entablando una relación muy particular de amistad e interés. Un Igor, muy bien interpretado por Radcliffe, que se debatirá entre la gratitud a su benefactor y su apertura a una vida nueva influenciado por su gran amor la trapecista -la bellísima Jessica Brown Findlay-. A pesar de no profundizar en los personajes ni aportar villanos de peso, la buena química entre James McAvoy -X-Men: Days of Future Past- y Radcliffe, sumado al buen ritmo y la estética elegida, hacen que Víctor Frankenstein fluya de principio a fin sin aburrir, pero con la seguridad de que el público nunca recordará este nuevo Prometeo.
Lo peor que el cine de superhéroes le hizo al resto fue obligar a que todo género, mito, historia deba, por decreto, “superheorizarse”. O transformarse en una aventura luminosa y rampante, incluso cuando no puede serlo de ninguna manera. Víctor Frankenstein es el segundo intento de darle una vuelta aventurera y fantástica al viejo monstruo: la primera fue Yo, Frankenstein que quería ser origen de una serie y por suerte se quedó en eso. Pues bien, aquí lo más probable es que suceda lo mismo. No puede dejar de admirarse la ironía de que, formalmente, la película sea una criatura formada de recortes de otras. Quizás sea intencional: lo que no es intencional es que esas partes están definitivamente muertas. Víctor e Igor (James MacAvoy y Daniel Radcliffe supliendo con vértigo una dirección de actores ausente) son Sherlock y Watson, y también Batman y Robin. Ojalá: la trama rocambolesca llena de alusiones “modernas” los vuelve más bien Monty Burns y Smithers. En fin, es lo que hay.
El moderno Prometeo Cuenta la leyenda que todo empezó en el verano de 1816 en la Villa Diodati, en Cologny, Suiza, cerca del Lago de Ginebra. El escritor George Gordon Byron, sexto barón de Byron, tenía como invitado a otra de las grandes plumas británicas, el poeta Percy Bysshe Shelley. Los invitados eran varios; el primero estaba con su médico personal, John William Polidori, y el segundo con su futura esposa, la por entonces Mary Wollstonecraft Godwin. Allá por el 16 o 17 de junio la lectura de historias de terror generó un concurso literario donde no primaron las firmas de los dos celebrados literatos: el doctor y la querida dieron la nota, el uno con “El vampiro” (el primer relato del género) y la otra con “Frankenstein o el moderno Prometeo”, que ya desde su título hablaba de un desafío del hombre a los senderos divinos por medio de la ciencia. Un dilema que atravesó la ciencia ficción, de los robots de Asimov a la Rei Ayanami de “Evangelion”. No es casual: estábamos en tiempos del Romanticismo, crítico de la Modernidad, y en los albores de lo que después sería la cultura gótica. Decimos la leyenda porque no hay lánguido retrato de la chica que nos saque de la mente la estampa bella e inquietante de Elsa Lanchester como Mary Shelley en “La novia de Frankenstein” de 1935 (ella también le puso rostro a La Novia). Lo cierto es que aquella saga cinematográfica encabezada por el temible Boris Karloff (Karloff a secas en sus comienzos) hizo hincapié en la criatura, dándole el aspecto que quedó en el imaginario popular y apropiándose del nombre de su creador: de aquellas películas de James Whale nos queda la imagen de un engominado Colin Clive como el científico, gritando “está vivo... ¡vivo!”. Altos y bajos Ya desde el nombre, “Victor Frankenstein”, la cinta de Paul McGuigan sobre guión de Max Landis, busca volver a centrar la mirada en el creador de homúnculos y no en la criatura. Aunque debería llamarse “Victor & Igor”, desde el momento en que resignifica el lugar del jorobado ayudante. La historia arranca con un jorobadito sin nombre, payaso en un circo ambulante, enamorado de la trapecista, como corresponde: hasta ahí luce un poco a Balada triste de trompeta, de Alex de la Iglesia. Un accidente de Lorelei, que así se llama la chica, reúne al payaso (que oficia de médico ad hoc en la compañía) con un extraño facultativo, que terminará por rescatarlo, tratarlo por sus problemas físicos y darle un nombre: el de un ayudante ausente, Igor Strausmann. Así, el entusiasta y taimado Victor Frankenstein suma las habilidades intuitivas de su nuevo asistente para abordar la creación de homúnculos, al principio a base de animales, hasta que un misterioso financista aparecerá para apoyar las inquietudes del científico, fundadas en traumas de larga data (como corresponde a los buenos traumas). Igor quedará entre la visión positivista de su mentor y los reparos de Lorelei, mientras que la posición extrema la representará el detective Turpin de Scotland Yard, religioso y también traumatizado, que se convierte en una especie de agente Smith de “Matrix” (un adversario delgado, engominado, rebelde de sus superiores y con voz suavecita, que hace causa personal del asunto). No contaremos mucho, pero la historia irá en clímax hacia la creación de la criatura y la solución a esa cuestión. Aunque también hay que reconocer que la resolución termina siendo un poco a trazo grueso, como si se hubiesen gastado ideas y metraje en el planteo y llegaran al final como quien apura un asado. Aquel mundo La puesta visual tiene momentos impactantes, empezando por la reconstrucción de la Londres de segunda mitad del siglo XIX, el mundo donde también se movió Jack el Destripador, aunque la fotografía es luminosa, más cerca de “La invención de Hugo Cabret” que de un gótico neblinoso. Se juega también con elementos suprarealistas, como la imagen a tres niveles (exterior, croquis médico de la época sobre impreso y órgano o hueso por debajo), en un énfasis anatómico que hubiese perturbado a Leonardo y Rembrandt. Y después está la máxima de Peter Jackson, de que con plata todo puede llevarse a la pantalla. La imagen del monstruo seguramente desilusionará a casi todos, tan grabado que lo tenemos a Karloff. Pero a la buena Mary quizás le gustaría: luce como un golem sin emociones, un homúnculo digno de algún rabino de Praga, aunque hijo de la electricidad y los matraces. Quizás sea el mayor mérito de la cinta: meternos por momentos en aquellos dilemas decimonónicos, quizás con algunas inquietudes para estos tiempos en que aquella Modernidad nos pasó por encima (y no sólo en los aspectos científicos). En lo que hace a interpretaciones, Daniel Radcliffe sigue demostrando que es más que Harry Potter (emulando un poco la pluralidad expresiva de su ex compañera Emma Watson). Es destacable su composición física, pensando que nadie deja de ser jorobado de un día para otro, ortopedia mediante (su andar tiene esa tensión entre lo que fue y lo que quiere ser). Del otro lado, James McAvoy la tiene más fácil en un personaje expansivo y vivaracho (al menos en principio); pero basta una mirada de refilón, cuando debe decidir si seguir adelante o detenerse, para que le creamos ese doctor. En los secundarios prima la corrección: Jessica Brown Findlay (salida de “Downton Abbey”) está bien como la bonita y bienintencionada Lorelei; Bronson Webb genera la repulsión necesaria como el millonario Rafferty; Andrew Scott es un contenido Turpin, y a Charles Dance le bastan pocos minutos como el padre de Frankenstein para explotar su estampa alta y temible (la de Lord Tywin Lannister, en “Game of Thrones”).
Hemos de aceptarlo. Después de la jugarreta hecha con “Yo, Frankenstein” el año pasado está bien que varios estemos un poco escépticos frente a un título como “Victor Frankenstein”. El miedo existe, pero por razones distintas y, como suele suceder cuando uno entra al cine, con muy bajas expectativas, el resultado termina siendo auspicioso y entretenido. Está claro que más vueltas de tuerca a la historia publicada en 1818 son difíciles de aceptar. La última saga de “Hotel Transilvania” tiene al monstruo como monigote de sí mismo, comedia ya no se puede hacer porque la perfecta y definitiva fue escrita y dirigida por Mel Brooks hace 41 años (“El joven Frankenstein”), hay miles de engendros impresentables como “Jesse James contra la hija de Frankenstein” (1966) - la cual fue vista por quien escribe en “Sábados de Súper Acción -, y hasta Ken Russell, con su “Gothic” (1986), se dio el gusto de adaptar al cine la noche en la cual Mary Shelley concibió su novela. Como se ve, la cantidad y calidad ha sido variada, aunque aquí hay una nueva opción: Contarla de nuevo, pero desde el punto de vista de Igor, el eventual ayudante de Victor Frankenstein, que por cierto ha sido otro invento del cine desde el clásico de Whale en 1931, porque éste personaje nunca existió en el texto original. “Victor Frankenstein” abre con una imponente toma de un castillo en Escocia y la voz en off de Igor (Daniel Radcliffe) que dice: “ya conocen esta historia”. Esta primera señal de autoconciencia actúa como factor empático con el espectador pues automáticamente abre la mente a las concesiones para poder asimilar un relato que, al pretender ser contado desde la mirada del jorobado (la resolución de este problema físico es gratamente graciosa), debe construir primordialmente lo que la autora jamás puso en papel para luego acomodarse a lo que conocemos todos. El guión de Max Landis se instala entonces como una revisión, una visita turística al clásico en cuyo recorrido hay atracciones diversas. Deslumbra la dirección de arte de Grant Armstrong, garantizada por una estupenda fotografía de Fabian Wagner que conjuga casi teatralmente los matices cálidos y fríos en los diferentes escenarios. Más allá de esta buena combinación entre estética y pulso narrativo, hay dos factores que sobresalen en esta producción y que hacen de ella algo mejor de que realmente es. El primero es la dirección de actores y el trabajo de cada uno, en especial el de James McAvoy en el papel del Doctor que juega a ser Dios (o Prometeo, según bien se cita en un pasaje), y el de Andrew Scott que convierte a su Inspector Turpin en una suerte de olla a presión a punto de estallar. En cuanto a Daniel Radcliffe, sin desentonar, está un par de escalones abajo… intenta crear algo a partir de una criatura grotesca (beneficiada por el maquillaje) y luego empezar de cero cuando se transforma en Igor, llega a algún punto interesante, pero todavía no puede salirse de los recursos usados en las tres últimas de Harry Potter. El segundo factor es la dirección. Así como en aquella pequeña joyita llamada “7, el número equivocado” (2006) Paul McGuigan logra otorgar una razón de ser y accionar (en este caso a Victor) a partir de dos personajes que lo padecen y terminan siendo las dos caras de la misma moneda. Igor y el monstruo son consecuencia de una mente genial y sus logros alimentan su ego. A uno le cambió un destino de sufrimiento en el circo por una vida próspera y fructífera, al otro directamente lo creó y le dio vida. La construcción de la siquis es sin duda el plato fuerte. “Victor Frankenstein” es, en definitiva, un buen logro técnico con momentos de muy buena factura, toques de humor justos y actuaciones sólidas. La historia podrá quedar algo rezagada, pero al menos no abre posibilidad de secuelas. Ya es bastante.
A veces el hombre es el monstruo En "Victor Frankestein" el científico y su pupilo Igor Strausman comparten la noble visión de ayudar a la humanidad a través de una investigación revolucionaria que ambos llevan a cabo para alcanzar la inmortalidad. En la búsqueda por generar tensión con el correr de las tomas, el largometraje comienza a desdibujar su objetivo y pierde el ritmo. "La historia ya la conocen” adelanta un jorobado sin nombre y fenómeno de circo (Daniel Radcliffe) para introducirnos a esta historia que intenta encarar la leyenda de Frankenstein desde una nueva perspectiva. Mostrándonos la faceta más “humana” del cuento de terror, “Victor Frankenstein” va hacia atrás, pero no tanto, por lo que no podríamos hablar de precuela, sino de una nueva versión con escenas nunca vistas. Un accidente de la trapecista en el circo en el que trabaja este jorobado, encuentra a Victor con esta criatura sin nombre cuando éste le salva la vida a la joven (de la que está enamorado, obviamente) casi sin herramientas. Victor nota sus cualidades innatas y lo ayuda a escapar, le da refugio en su casa, y lo vuelve normal al sacarle la joroba y lo llama “Igor”. Obviamente la intención del protector no es hacer beneficencia, sino transformarlo en su aprendiz, o como él lo llama, su “socio” para el proyecto que tiene en mente. “La vida es temporal, ¿por qué la muerte no puede serlo también?” es la pregunta filosófica que le hace Victor a Igor, convenciéndolo de crear vida juntos. Así nace, primero un chimpancé creado con órganos de otros animales, y luego la proyección -inversor de por medio- del más grande proyecto que un hombre jugando a ser Dios puede soñar, la historia que ya conocemos. Con toques de comedia, fuertemente impuestas de la mano de McAvoy en la primera parte, como aquel loco simpático que se transforma en el camino a la codicia de ser más que humano, encontrándose con lo contrario: “A veces el monstruo es el hombre”, otro de los lei motiv que acompaña las primeras escenas. El foco que intenta posarse en Victor para mostrar su metamorfosis pierde fuerza gracias a la narración y el protagonismo de Igor, del cual vemos su progreso, oímos sus pensamientos y conocemos su historia de amor. En la búsqueda por generar tensión con el correr de las tomas, el largometraje comienza a desdibujar su objetivo y pierde el ritmo. Lo que comienza como un drama gótico finaliza como un filme esperanzador sobre oportunidades, dos temas forzados a unirse, porque nada tienen que hacer juntos.
Una adaptación más del clásico de Mary Shelley al cine, pero ahora con la idea de moda de Hollywood de revitalizar y modernizar las historias. Con eso, la clásica historia de Frankenstein tiene una libre interpretación y con derecho a muchas modificaciones. Infelizmente como muchas de esas producciones parece más una idea de crear la película porque si, que realmente crear algo nuevo e innovador. La principal modificación es que a pesar de que la película se llama Victor Frankenstein (James McAvoy) la historia es toda contada y sobre la óptica del jorobado Igor (Daniel Radcliffe). Esa idea talvez sea la única realmente nueva en el film, irónicamente viniendo de un personaje que ni estaba en el libro, introducido en 1931. El personaje se destaca e inclusive gana un historia de origen. El famoso Igor Begins, tiene su mérito, pero fue hecha con extremos clichés y muy caricaturizada, hasta con derecho a romance en el medio. La óptica de como fue creada la amistad o mismo el compromiso que Igor tiene para con Victor es un punto positivo, Desafortunadamente el exagerado excentricismo que le pusieron al personaje del título termina perdiendo un poco la magia del personaje, confundiendo lo que debería ser la locura de doctor con apenas exageraciones de miradas y risas. Las actuaciones son correctas, un poco exagerado de parte de James McAvoy, como ya expliqué arriba. Daniel siempre buscando papeles que sean distintos de la saga de Harry Potter, pero el guion no lo ayuda mucho. En la parte de design y efectos son todos correctos, tal vez destacando al mostro en si. Me gustó el design y la proporción del mismo. La atmósfera oscura y con un toque de gore ayuda un poco en el universo que acá es retractado. La trama tiene inumerables problemas más, desde el errado cuento romántico que comenté arriba hasta el cuestionamiento religioso, conflictos morales controvertidos, el rico villano que tiene su propia agenda, y además algunos problemas familiares contados en flashback totalmente fuera de lugar y que no acrescenta en nada, sólo con la idea de poner un motivo “plausible “para que Victor quiera crear su mostruo. Con un final que da la idea de una futura franquicia sólo suma puntos negativos a la película. Creo que el gran error que asola las producciones de Hollywood de hoy es la necesidad casi enfermiza de que todo tiene que ser explicado y mostrado en tantos detalles, que lo único que falta decirnos es que como somos tan burros necesitamos un manual para ver las películas. Eso está sacando toda la perspicacia que las películas deberían tener.
Un Frankenstein de tono filosófico más que terrorífico El guión escrito por Max Landis y filmado por Paul McGuigan se centra en las preguntas de Mary Shelley. La moral científica, la creación y destrucción de vida y la audacia de la humanidad en su relación con Dios que la escritora inglesa Mary Shelley planteó en su novela gótica Frankenstein o el Moderno Prometeo (1817), se encuentran clara y absolutamente presentes en el relato de Victor Frankenstein, película anglo-americana dirigida por Paul McGuigan En este cuento que reconoce fidelidad a las preguntas de los originales de la autora --fueron varios corregidos entre 1816 y 1838--, se encuentra a un Victor Frankenstein (James McAvoy) estudiante de Medicina, hombre obsesionado con el poder de la electricidad para revivir cuerpos ya inertes. En sus furtivas recorridas por sitios de donde pueda extraer partes de animales para sus experimentos, Victor asiste a una función de circo donde descubre a un triste payaso sin nombre (Daniel Radcliffe, definitivamente alejado de su Harry Potter), un jorobado sometido casi a esclavitud, que demuestra sus conocimientos de Anatomía, una `mano de cirujano´ talentosa al salvar la vida de la acróbata Lorelei (Jessica Brown Findlay) que se desplomó en plena función. Fascinado, Victor decide rescatar al joven clown a costa de cierta confusión y muerte, y a convertirlo en su asistentes y proveyéndolo de una nueva vida e identidad, la de Igor Strauss, antiguo amigo desaparecido en circunstancias desconocidas. A diferencia de otras películas que han tomado al personaje de la criatura de Frankenstein para elaborar un relato de terror a partir del dilema "fe o razón", el guión de Max Landis enfoca en Victor Frankenstein para versar en el citado dilema y en los riesgos de las creencias fundamentalistas sobre la validez de uno u otro concepto. Para eso la narración se realiza desde la mirada de Igor, un ser casi inocente y despojado de todo prejuicio, que mediará entre la razón pura de su actual mentor y la religiosidad al borde del oscurantismo del inspector Turpin (Andrew Scott). Igor actuará como lo hacen las preguntas filosóficas y Lorelei obrará como una suerte de consciencia externa que le permite tomar distancia para hurgar en las motivaciones de un científico que juega a convertirse en el mismo Creador que niega. El tratamiento que hace McGuigan procura responder a las demandas de espectacularidad --por momentos excesiva-- , quizás con la lícita intención de captar la atención hacia la médula de la narración. Desconectado, se siente el subrayado inicial y final sobre el título del filme.
Dejen de joder con el orden natural de las cosas, che. Crítica a Victor Frankenstein A ver, me dicen que es un nuevo giro a la historia legendaria del Doc y su jorobado asistente, pues tengo que admitir que me cuesta ver eso de lo “nuevo”. Digo, Victor Frankenstein en una aventura gótica steampunk, eso ya lo vimos en Van Helsing y I, Frankenstein. Aunque es para notar que, al menos, en la nueva película de Paul McGuigan (Push, 7 El número equivocado) está Igor.
Si hay algo que me desborda, es el exceso de adaptaciones cinematográficas que han padecido las historias de Frankenstein y Drácula a lo largo de la historia del cine. ¿Hasta cuando Hollywood va a seguir succionándoles la sangre?. ¿Qué tanto mas se puede agregar a algo ultraconocido?. Habiendo pasado hace rato su fecha de vencimiento, ha llegado la hora de dejarlas yacer en paz... pero no: como son marcas reconocidas a nivel mundial y tienen la ventaja de estar en dominio público (con lo cual pueden usarse sin abonar un peso), el abuso continuará durante décadas y versiones fieles, heréticas y comiqueras continuarán pululando en el universo del entretenimiento hasta el fin de los tiempos. Victor Frankenstein es otra de esa innecesarias adaptaciones. La novedad acá es que no trata tanto del monstruo sino del científico, funcionando como una especie de Frankenstein Begins y estilizada como si fuera una de Guy Ritchie (a lo Sherlock Holmes): ¿por qué el genio quiso experimentar con la resurrección de cadáveres?. ¿Cómo es que el monstruo es tan fuerte e inmortal? ¿Cómo consiguió financiamiento para su experimento?. Dudo mucho que alguien se muera por las respuestas a semejante trivia pero al menos aquí se ensaya un paquete de teorías, las cuales resultan medianamente satisfactorias para el que le interese dilucidar la intriga. Aún con toda la previsibilidad y el hastío que me produce la historia de Mary Shelley (y la tonelada de versiones que han hecho de la misma), Victor Frankenstein me sorprendió gratamente. No es el bodrio que todos braman (y que los idiotas de la critica insisten en copiarse unos a otros, como si el arribo de un filme polémico fuera la excusa que estuvieron esperando desde hace un año para estrenar toda clase de creativos epítetos difamatorios), aunque tampoco es una película equilibrada. Tiene sus momentos de brillo, otros que son discutibles, y el tercer acto es bastante fallido. Es mas bien un filme serie B sobreproducido, que entretiene mientras dura, pero que no entrega mucho mas que un show pasable durante los 110 minutos de su duración. Yendo al detalle, el guionista de esto (Max Landis, responsable de la excelente Chronicle pero tambien de American Ultra, la cual no le gustó a nadie) parece haberse inspirado mas en las leyendas urbanas erigidas sobre Frankenstein que en el original de Mary Shelley. Por ejemplo, nunca existió un Igor - a no ser en los dibujitos animados o en El Joven Frankenstein de Mel Brooks -, aunque si existieron otros ayudantes jorobados con otros nombres, los cuales funcionaban como esbirros del buen doctor (en vez de colegas de la profesión como aquí figura Radcliffe). Aparece el inspector Turpin, el detective con brazo ortopédico - que hacía el buen Kenneth Mars en el clásico de Brooks y que se basaba en el personaje de Lionel Atwill en El Hijo de Frankenstein (1939) - y figura que Victor tuvo un hermano llamado Henry (tal como se llamaba el caracter de Colin Clive en la versión clásica de 1931). Como se puede ver todo esto deriva en un licuado de ideas y homenajes, no tanto al texto original sino a las versiones mas destacadas que existieron en la historia del cine. ofertas software para estudios contables Honestamente la primera media hora me resultó muy buena. Daniel Radcliffe hace de jorobado y actúa con completa fragilidad, demostrando que el ex Harry Potter puede actuar. James McAvoy, en cambio, parece haberse inyectado una sobredosis de adrenalina, ya que se la pasa bramando a la cámara hasta el punto de bañarla en saliva. Es una sobreactuación de gran altura pero, qué diablos, es lo que precisa un personaje de este calibre. El libreto le reserva un par de parlamentos realmente buenos - en donde debate la naturaleza de su obra y, especialmente, cuando tiene el chisporroteo verbal con Turpin, donde discuten si la ciencia es paganismo o si la religión es simplemente un invento humano - y McAvoy se relame con ellos. Su perfomance es de una intensidad admirable. En donde Victor Frankenstein empieza a salirse de carril es en el acto II. Te da la impresión que, en la escena en donde McAvoy se emborracha, se va demasiado de madre y la inclusión de la chica trapecista en todo el meollo es artificial e innecesaria. Ni que hablar del acto III en donde llegamos a la creación de la criatura (lo que en otras historias siempre ocurre en los primeros minutos), la cual parece montada como un masivo show del Cirque du Soleil. En vez de ser un experimento modesto y privado pasamos a un ejército de 30 ayudantes manejando un pandemonio que tira rayos para todos lados. descarga de programas gratis En sí, Victor Frankenstein no es el bodrio exagerado de, por ejemplo, Van Helsing. Los momentos en donde MacAvoy monologa son muy buenos. Quizás el problema es que el personaje principal (Igor) es un engendro creado por el libretista, el cual nunca se ve creíble - es un jorobado genio sabihondo, capaz de acceder a los carísimos libros de medicina de la época, y que trabaja de payaso en un circo donde todos los humillan -. Le hubieran escrito un origen mejor y el filme ganaría convicción. Por otra parte Igor es tan brillante en sus deducciones que le roba brillo a Frankenstein, el cual siempre termina apropiándose de sus ideas. El acto III es un dislate que abandona por completo el texto y mete subtramas delirantes - como el deseo de Victor de revivir a su hermano fallecido -, amén de volverse un festival de efectos especiales que se corta de golpe y deja en off side al resto de las tramas negándoles una resolución satisfactoria. Es tanto el deseo de volver esto una franquicia que, al dejarlo abierto, termina por arruinar los méritos que habia logrado. Sería un delirio decir que Victor Frankenstein es una pelicula equilibrada. Es una bolsa de gatos con cosas muy logradas, otras a medio cocinar y un final poco satisfactorio (o herético, según como se lo vea). A mi me pareció bastante buena, siempre y cuando uno no se ponga papista y pretenda comparar esto con el clasicazo de 1931 protagonizado por Boris Karloff. Han tomado una historia popular y han hecho un show serie B sobreproducido, el cual entretiene bastante mientras dura. A final de cuentas todo el mundo termina rasgándose las vestiduras por la heterodoxia de Victor Frankenstein olvidándose que el 99% de las versiones que existen son serie B o Z, y son de un calibre mucho mas horrendo que ésta. A pesar de la originalidad de su idea el texto de Mary Shelley nunca fue Shakespeare y ha sido explotado hasta el cansancio como un producto de terror por estudios berretas, las cuales han generado bodrios mucho mas estáticos y aburridos que éste. Al menos démosle el margen de la duda al intentar hacer algo diferente, cosa que logra por momentos pero sin la regularidad que hubiera precisado para elevarse por encima de sus predecesores.
Otro hijo bobo de la falta de ideas Ya desde el trailer promocional se podían vislumbrar varios elementos que nos indicaban que esta nueva versión del clásico de Mary Shelley era innecesaria y que su objetivo era plantear una aventura moderna y pop con aspiraciones de franquicia. Bueno, por los resultados de recaudación obtenidos y las críticas negativas generalizadas, no creo que esto último pueda resultar viable. En esta entrega del director Paul McGuigan ("7, el número equivocado") y el guionista Max Landis ("Poder sin límites") abunda la pompa y la exageración, tanto que hace que grandes actores como James McAvoy (Victor Frankenstein) y Daniel Radcliffe (Igor) por momentos se vean ridículos tratando de dar vida a los científicos locos que plantean. Los personajes de esta propuesta son demasiado afectados y exuberantes, lo que indefectiblemente deriva en la pérdida de credibilidad del público, que si bien sabía que se iba a encontrar con una versión más efervescente del clásico, no creo que esperara una puesta en escena tan aparatosa y artificial. Lo original si se quiere es que esta película se centra más en el personajes de Igor que en el Dr. Frankenstein, es decir, Radcliffe guía la trama mientras que McAvoy acompaña en el rol de amigo-villano. McGuigan y Landis introducen un interés amoroso para nuestro protagonista, una trapecista que trabaja con Igor cuando éste vivía con una compañía de circo, algo que en mi opinión no estuvo muy bien manejado y le agregó burbujas a una propuesta que supuestamente pregonaba más oscuridad y humor negro. En general la propuesta se queda en sendas seguras sin arriesgarse demasiado, sin ofrecer algo verdaderamente interesante o nuevo. Está más enfocada en hacer un despliegue visual con algunos toques de drama, como para maquillar esa intención principal que es enganchar desde la pirotecnia. Finalmente no lo logra y se convierte en otra entrega fallida, insulsa y olvidable. El monstruo que crean los dos protagonistas queda en un total segundo plano y aparece recién sobre las secuencias finales de acción que son tan pomposas como aburridas. Un nuevo producto defectuoso de la parafernalia actual que está falta de ideas originales. Prefieren revisitar y destruir clásicos que ponerse a pensar en algo innovador. Un fenómeno de los últimos 10 años que esperamos toque fondo y de lugar a un movimiento de nuevos talentos y gente con ganas de aportar algo nuevo.