Esta vez, Ariel Winograd (“Cara de Queso” y “Mi Primera Boda”) nos trae “Vino Para Robar”, que si bien se mantiene dentro de la comedia, se aproxima a otros géneros como el suspenso y el policial que en sus otros largometrajes no trató. Por la ruta del vino Sebastián (Daniel Hendler) es un ladrón profesional que busca robar una valiosa máscara azteca de un museo, pero en su camino se le interpone Natalia (Valeria Betuccelli) que se le anticipa y lo estafa dejándolo con una copia de yeso pintada en sus manos. Por la humillación sufrida, el protagonista decide ir a Mendoza en busca de Natalia a recuperar su motín, pero allá debido a una confusión se ve envuelto en un robo más complicado y terminaran trabajando juntos para lograrlo. Basile (Juan Leyrado) es un coleccionista reconocido que busca obtener un vino Malbec de 1845 que Napoleón III solía servir en su mesa y la única botella existente se encuentra en un banco de la provincia. Amenazados de muerte por Basile, Sebastián y Natalia deben trabajar en conjunto para conseguir aquel vino invaluable. De cómo entretener Quizás el abocamiento total al cine de autor nacional, ha alejado demasiado al espectador argentino de las salas donde se proyecta cine de nuestro país. Sin embargo hay que estar atento porque desde hace ya varios años se viene gestando un cine más comercial que no sólo es de calidad sino que además entretiene y uno de los directores que cumplen con este rol es sin duda Ariel Winograd. Favio decía que el cine es fundamentalmente un entretenimiento, y “Vino Para Robar” lo demuestra perfectamente. La película presenta una historia sin fisuras que reúne varios géneros, aunque el elemental es el tono descontracturado que le agrega la comedia. En el caso que se hubiese realizado un film “serio” que cuente solamente sobre la estrategia, la táctica y la logística de ladrones profesionales (al estilo de “La Emboscada”, 1999), la película no habría funcionado. Asimismo, la construcción de los personajes también está muy lograda, y si bien vemos que Hendler y Bertucelli hacen un poco más de lo mismo, no cansan y logran llevar perfectamente la película adelante. También se encuentra en el reparto Martin Piroyansky que interpreta al socio logístico y Geek de Sebastian y Juan Leyrado como un coleccionista codicioso; ambos logran brillar tanto –y a veces más- que los propios protagonistas. Quiero también destacar la fotografía de Ricardo de Angelis y la dirección de arte de Juan Cavia y Walter Cornás que terminan de complementar una película con una historia bien construida y buenas actuaciones, que no es costumbre en el cine nacional y sobre todo el que tiene aspiraciones comerciales. Conclusión “Vino Para Robar” es una película consistente que el espectador va a disfrutar en todo su espectro, tanto en las escenas de suspenso como en las cómicas, cn una duración de aproximadamente 100 minutos que se pasan volando. Lo cierto es que es una película que no tiene otra pretensión más que entretener al espectador, por ende una buena opción para disfrutar en los cines.
Un Brindis al Homenaje Desde fines de los años 30 hasta mediados de los años 40, hubo un género que Hollywood hizo suyo y que en ningún otro país se pudo manifestar con más ingenio y delicadeza como en Estados Unidos. La comedia brillante. Porque seamos honestos, el film noir consiguió excelentes trabajos en Francia, y el western supo revitalizarse en Italia, pero la comedia brillante, aquella que consigue mezclar romance, enredos, humor sin apelar a golpes bajos, vulgaridades, sexo y mantener la tensión amorosa entre los personajes hasta el final del relato, escasea hoy en día en todo el mundo...
El vino es el McGuffin En una escena de Vino para robar la protagonista lleva puesta una remera del film North By Northwest (1959) de Alfred Hitchcock que acá en Argentina se conoció como Intriga internacional. El 99% de los espectadores no registrará este detalle inocuo pero no gratuito. Algunos le reclamarán al director Ariel Winograd (bastante cinéfilo, como ya demostró en Mi primera boda) esa cita pero no tiene nada de malo. Winograd no lo hace para fanfarronear y la remera no afecta en nada a la película. Ahora bien, tampoco es casual. Digo, no tiene una remera de Psicosis o de Frenesí. Hay algo en Vino para robar que está completamente conectado con el director inglés. A los largo de las varias décadas que se extendió la carrera de Alfred Hitchcock, el director mantuvo muchas constantes, variados temas y obsesiones que son el centro de su cine. Uno de los temas favoritos de Hitchcock es la pareja. La pareja vista de dos formas distintas. La pareja en aventura y el matrimonio. En la pareja en aventura, en plena seducción, dos desconocidos se encuentran, uno de los dos es sospechoso de asesinato, es acusado de algo o parece estas chiflado, y sin embargo, la otra persona se enamora perdidamente. En el matrimonio, nadie es asesino, pero la desconfianza es absoluta. Vino para robar suscribe a la categoría pareja de desconocidos al estilo Hitchcock. Por supuesto que estas historias, generalmente policiales, relatos con suspenso y sorpresas, son prácticamente comedias. Comedias de suspenso, aventuras románticas, policiales juguetones. Es decir: Hitchcock. Pero este no es un ejercicio cinéfilo, sino que se trata de explicar cuál es el encanto de la película de Winograd. Porque el guión podrá ser imperfecto, la ejecución no siempre impecable, y sin embargo a medida que pasan las escenas Vino para robar se vuelve encantadora. Claro que no es verosímil, claro que no todo cierra, pero lo que importa no es eso. Lo que importa es la aventura, la chispa, la gracia. Lo divertido que es para el espectador y para los personajes este juego de idas y vueltas. La simpatía genuina y bien lograda. Claro que del guión no hay que contar nada, porque desde el comienzo la película empieza a plantearle al espectador sus juegos. Sí hay que decir que no son pocos los hallazgos. Que los actores secundarios están todos bien –el número de secundarios es menor que en los films anteriores de Winograd- y que el final está muy bien. En cuanto al vino, sin duda se trata de lo que Hitchcock llamaba McGuffin. Es decir: Una excusa argumental para hacer avanzar la trama. El vino no importa, no hay que concentrarse en eso. De hecho la película se guarda una humorada final con respecto a la tan ansiada botella.
Los simuladores Tras las más que promisorias comedias Cara de queso y Mi primera boda, Ariel Winograd -sin abandonar el humor, la veta romántica y la fluidez de sus dos primeros trabajos- se mete ahora en terrenos del thriller (historias de ladrones y engaños cruzados) con buenos resultados dentro de un cine argentino que sigue pidiendo a gritos más y mejores exponentes de género. La película está bien concebida y se disfruta (no es poca cosa), pero queda la sensación de que también es un poco derivativa de mucho cine previo y de que Winograd está en condiciones de soltarse aún más y de conseguir aún mejores resultados finales. Más allá de algunas citas demasiado obvias (la línea de diálogo "tu nombre en clave es Bond, Juan Bond", la remera de North By Northwest/Intriga internacional que usa Valeria Bertuccelli), Vino para robar “bebe” no sólo del espíritu lúdico de la saga 007 y del Alfred Hitchcock de Para atrapar al ladrón, con Cary Grant y Grace Kelly, o Marnie, la ladrona; sino también del Steven Soderbergh de La gran estafa y Un romance peligroso; y de otros films como Los enredos de Wanda o El caso Thomas Crown. Y además hay algo del espíritu de la serie de Damián Szifron Los Simuladores (y no sólo porque uno de los personajes aquí se llame también Mario Santos, en homenaje al responsable de la FUC). El eficaz (y no mucho más) guión de Adrián Garelik que Winograd filma con la bienvenida ligereza de un Billy Wilder o un Ernst Lubitsch tiene un par de MacGuffins (una máscara azteca, una preciada botella de Malbec francés de 1845) que sirven de pretexto para que los dos protagonistas y ladrones profesionales, Sebastián (Daniel Hendler) y Natalia (Valeria Bertuccelli), se traicionen, se persigan y, claro, se enamoren cuando no les queda más remedio que trabajar juntos tras ser amenazados por el malvado de turno (Juan Leyrado). Hay escenas de robos en bancos rodadas con categoría, se consigue la química necesaria entre un Hendler al que le alcanza su básico aplomo (no aflora la simpatía de Daniel Craig, George Clooney ni Pierce Brosnan) para salir bien parado y una Bertuccelli que es capaz de seguir sorprendiendo con sus múltiples matices de comediante, y la trama -menor- se sostiene con gracia y buen ritmo, aunque algunos personajes secundarios (como el de Pablo Rago) no tengan el desarrollo ni alcancen el interés que Winograd supo lograr en sus films anteriores. Un detalle “de producción”: Vino para robar tuvo el apoyo institucional de la provincia de Mendoza y allí transcurren varias escenas clave. Algo similar a lo que pasaba con San Luis en Soledad y Larguirucho. Pero mientras en el film animado el “chivo” era obvio e irritante, aquí Winograd -siempre inteligente para dosificar los diferentes elementos- aprovecha los paisajes y posibilidades “cinematográficas” de la zona con sus bodegas, viñedos, montañas, arroyos y hasta una escena en exteriores que remite a la tradicional y masiva Fiesta de la Vendimia sin caer en pintoresquismos de “guías turísticas”. Misión cumplida.
El arte del engaño La producción nacional abrió el camino del cine de género hace aproximadamente dos años atrás con el estreno de varios títulos que, con mejor o peor suerte, intentaron captar la atención del espectador. Vino para robar es la nueva película del realizador Ariel Winograd, que antes transitó por la comedia en Cara de Queso y Mi primera boda. Ahora aborda una historia que si bien juega con el humor tampoco deja de lado el suspenso y el policial. En ese sentido, el film está muy bien construído desde los personajes que se van transformando a lo largo de una trama plagada de estafas, confusiones y enredos. Sebastián (Daniel Hendler) y Natalia (Valeria Bertuccelli) cruzan sus caminos en un museo mientras él planifica el robo de un máscara azteca de oro que luego irá a parar a manos de Natalia. Ambos, rivales declarados, tendrán que trabajar juntos en un atraco más complejo cuando son presionados por Basile (Juan Leyrado), un coleccionista que quiere una valiosa y única botella de Malbec de Burdeos de mediados del siglo XIX que se encuentra en la bóveda de un banco en Mendoza. Con esta estructura, el realizador tiene entre manos una película cargada de falsas apariencias (Natalia cambia de look para cada uno de sus engaños) que resulta divertida desde el comienzo. Mientras Sebastián es ayudado por un compañero especializado en logística y tecnología (Martín Piroyansky) en cada una de sus misiones, un policía (encarnado por Pablo Rago) se lanza tras la pareja protagónica. Vino para robar también tiene citas explícitas a Rififí y La gran estafa y logra atrapar al público con buenos recursos entre valijas de dinero, camuflajes, cajaa de seguridad, conductos de ventilación y confusiones que aparecen matizadas siempre por el humor. La presencia de Mario Alarcón como el padre de Natalia no tiene desperdicio y se reserva los mejores momentos. Todo sucede entre hoteles lujosos, viñedos y montañas, que sirven de marco ideal para este relato que supera la simple planificación de un robo y se anima a más. ¿Será el inicio de una saga?...
Ladrón que roba a ladrón... En los últimos años, Ariel Winograd ha ido consolidando su voz dentro del cine argentino. Desde Cara de queso y la reciente Mi primera boda, demuestra que no es un director ampuloso, ni lleno de pretensiones. Cumple su cometido de contar una buena historia y, lo mejor de todo, ninguna de sus películas se sienten como si estuviese robando a mano armada con el subsidio gubernamental a la profusión de nuevo cine. Que su film se llame Vino para robar y transcurra mayormente en las inmediaciones de Mendoza -capital nacional del vino- es uno de los primeros pequeños pero grandes aciertos de la trama. Casi bordeando la comedia screwball, Vino para robar es un formato de cine que pocas veces se ve en salas del país. Apunta a sacarle provecho a las falencias de la comedia norteamericana de enredos y a apropiarse el espíritu en tierras nativas, con personajes netamente argentinos y situaciones locales. Daniel Hendler y Valeria Bertuccelli, la pareja protagónica, son dignos representantes de la picardía argenta, siendo los dos ladrones de guante blanco cuyas vidas se solapan al poner sus ojos sobre el mismo objetivo. Quizás Hendler y Bertuccelli no tengan la química amorosa más creíble del mundo, pero se encargan de llevar a buen puerto una relación estrictamente profesional por un camino aderezado de contratiempos, vueltas de tuerca y secundarios hilarantes. Ambos provienen de estilos cinematográficos diferentes, él del palo del indie nacional, ella es más comercial, pero a fuerza de guión y una buena dirección por detrás se convierten en aliados para el crimen. Daniel tiene una veta más tranquila de actuación, sin llegar a extremos, más calmada, y Valeria es reconocida por sus estruendosos papeles tanto en la televisión como en el cine. La mano mágica de Winograd logra nivelarlos, logra sosegar a la bestia iracunda dentro de la actriz y focalizarla en el guión, en retener sus mañierismos pero sin opacar la chispa que la hace característica. No hace falta tener a un personaje maldiciendo durante toda la película. El director lo entiende y por eso su narrativa destaca aún más. La historia construida por Adrián Garelik -en su debut cinematográfico- no engaña. Tiene giros argumentales, otros momentos hilarantes y muy costumbristas, y el peso narrativo recae en sus protagónicos. La estrella de Martín Piroyansky sigue en ascenso y, como el acompañante, el Robin de Hendler, genera simpatía y se guarda a la audiencia en el bolsillo. No es así el caso del villano interpretado con buen tino por Juan Leyrado, quien es necesario para empujar la trama hacia adelante pero no aporta mucho, o el detective encarnado por Pablo Rago, que no termina de encajar del todo en el marco del cuento. Vino para robar no es una propuesta que atrae desde su extraño título. Las expectativas alrededor suyo eran pocas, pero con el correr de los minutos, el viaje de los personaje se va volviendo más hilarante y divertido. En el final, cumple su cometido con creces y fomenta la mejor clase de cine nacional: el que se deja ver sin inconveniente y con fácil acceso. Levanto mi copa en su honor, señor Winograd. Bien hecho.
Los enredos de Baco Ariel Winograd logra recuperar con su tercera obra el espíritu de aquellas comedias de género en las cuales se equilibraba con maestría las aventuras, la tensión sexual y un leve aire de romanticismo en el marco de misiones imposibles, al mejor estilo Brigada A. Con dos más que dignos antecedentes en su haber -la inolvidable Cara de Queso y MI primera Boda- este director se mueve más cómodamente en las aguas del cine de género argentino, que día a día va creciendo afortunadamente. El realizador manifestó que al momento de leer el guión, obra de Adrián Garelik, entendió que éste era un proyecto perfecto para ser dirigido por Damián Szifrón dado la ineludible remisión a esas historias de trabajo en equipo, tan bien desarrolladas por el director argentino en tiempos de la serie televisiva Los Simuladores. Sin embargo, tomó el desafío en sus manos y encargó la fuerza motora actoral de esta entrega a una dupla interesante y por demás efectiva: Daniel Hendler (uno de sus actores fetiche) y Valeria Bertuccelli, quienes interpretan a dos ladrones profesionales que cruzan sus caminos a través de un engaño -propiciado por ella- viéndose luego compelidos a trabajar en una operación conjunta. La misión encargada a ambos consiste en robar un añejo vino, que ya es una reliquia histórica, cuidadosamente guardado en las bóveda de un prestigioso banco de la ciudad mendocina. Pero bien se sabe que un profesional que se precie en casi todos los ámbitos necesita un grupo de soporte que le brinde la contención y aquí será el momento de la aparición de Martin Piroyansky como el brazo informático, quien cimenta el desarrollo de la operación encomendada. Será el encargado de la lectura de los mapas, del trabajo de campo en las bóvedas, e incluso también el confesor del personaje de Hendler. La acción se desarrolla en los maravillosos paisajes de Mendoza, geografía apta para esta aventura de engaños, trampas y espionaje al mejor estilo de Los cinco magníficos. Todas las locaciones del film fueron cuidadosamente elegidas, tanto las urbanas de Mendoza que incluyen el histórico y emblemático Banco Hipotecario o los fastuosos hoteles. Respecto a la producción se pueden destacar detalles como el de la camioneta utilizada para el golpe maestro, e incluso el vestuario utilizado por el personaje de Valeria Bertucceli confeccionado por la diseñadora Mónica Toschi -con quien ya trabajara en el film Viudas del año 2011- forman parte de la cuidada composición de esta astuta estafadora dispuesta a todo por lograr su cometido. Así, el film de Winograd se convierte en un entretenido relato de aventuras, intrigas y leves toques de romance, donde todos los engranajes actorales funcionan a la perfección, sumados los personajes secundarios interpretados por Juan Leyrado, Pablo Rago, Mario Alarcón, Luis Sagasti y Alan Sabbagh. La fotografía, a cargo de Ricardo De Angelis, logra captar la belleza de las locaciones mendocinas sabiendo dosificarlas, sin caer en el panfleto turístico tan común en otros casos en el cine argentino de los últimos tiempos. En definitiva, Vino para robar se erige como otra muestra que en nuestro mercado pueden realizarse productos cuidados, entretenidos e inteligentes, que nos devuelvan la esperanza de recuperar espacios perdidos dentro del malogrado cine de género. Brindemos por eso y si es con un Malbec mendocino, mejor aún.
Las películas con ladrones y robos tienen un encanto único. Resulta irresistible empatizar con antihéroes capaces de las hazañas más arriesgadas para hacerse con un botín. El cine nacional supo dar obras maestras con criminales de guante blanco. Desde El Jefe, de 1958, hasta Nueve Reinas, pasando por Los Chantas y Tiempo de Revancha, hay exponentes con identidad propia, que nada tienen que envidiarle a las gemas provenientes de Hollywood y Europa. Justamente el estilo de Vino para Robar tiene más que ver con el de aquellas películas extranjeras, pero así y todo posee una identidad propia. Sebastián (Daniel Hendler) se dedica a apoderarse de objetos valiosos. Pero pronto descubrirá que tiene una astuta competidora: Natalia (Valeria Bertucceli). Cuando viaja a la provincia de Mendoza para vengarse de ella por un robo en el que quedó mal parado, Sebastián es atrapado por Basile (Juan Leyrado), un empresario con actitudes mafiosas, quien les da tres días a él y a Natalia para que le consigan un auténtico tesoro: una botella de Malbec de Burdeos del siglo XIX, guardada en la bóveda de un banco. Durante la planeación del robo, en donde nada puede salir mal, la inesperada pareja aprenderá a conocerse y a sentir algo más que admiración mutua...
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Para atrapar la botella Ariel Winograd había demostrado con Cara de queso (2006) y Mi primera boda (2011) una gran solvencia para hacer comedias. En Vino Para Robar (2013) agrega el ingrediente del thriller y consigue un producto entretenido en el que se destaca la totalidad del elenco. Robar un banco, se sabe, es una empresa casi imposible. Hay una serie de films que dan cuenta de ello, sobre todo los de Hollywood. Casos más recientes como La gran estafa (Ocean’s eleven, 2001) o la subvalorada El caso Thomas Crown (The Thomas Crown Affair, 1999), que estaba centrada en el robo de cuadros de arte, vuelven sobre ese universo que el clasicismo cinematográfico visitó con frecuencia. Pero el cine nacional tenía el casillero vacío. Vino Para Robar lo llena y, si bien es un cóctel de géneros (thriller, comedia, romance) que no siempre funciona en un mismo nivel, lo cierto es que llega a buen puerto. Sebastián (Daniel Hendler) es un “ladrón de guante blanco”. Parco pero ágil cuando hay que actuar, tiene como ayudante a un especialista de la virtualidad que interpreta Martín Piroyansky; ambos componen un dúo eficaz. Hasta que un día, el robo de una costosísima pieza de arte pone a Sebastián en contacto con Natalia (Valeria Bertuccelli) y las cosas se complican. La trama los llevará a Mendoza, en donde un turbio empresario interpretado por Juan Leyrado está dispuesto a todo por conseguir una antiquísima botella de vino valuada en una fortuna. Winograd contó con un equipo técnico que supo ir en una misma dirección. El vestuario, el maquillaje, la dirección de arte y el sonido (aquí, pieza fundamental) construyen un mundo compacto y de reminiscencias clásicas. A través de él, los personajes deambulan y se entrecruzan en el relato distintos géneros. Sorprende la destreza narrativa con la que el director concibió a los robos, secuencias que –hasta ahora- tenían sus puntos altos en el cine estadounidense. Hay, además de un dúo protagónico carismático, una muy buena elección de casting, aún para los personajes que aparecen muy poco tiempo en la pantalla. Bertuccelli es, a esta altura, la estrella femenina de la comedia nacional. Con una variación en su voz, un pestañeo, un movimiento, logra matices. Ya sea para cuando su personaje miente (lo hace muy seguido) o cuando actúa con sinceridad. Tal vez la debilidad más evidente sean algunos detalles que el guión no explora, tal vez porque confía en exceso en las licencias poéticas del género. Vino Para Robar es una comedia pero no una parodia, y la verosimilitud debe imponerse para que cada pieza encaje. Pero más allá de este aspecto, se trata de un muy atendible entretenimiento que nos sumerge en un mundo en donde los ladrones se ganan nuestra simpatía. No es poca cosa.
Con Vino para robar, Ariel Winograd termina de demostrar que es uno de los mejores realizadores argentinos surgidos en los últimos años. Luego de las geniales Cara de queso (20006) y Mi primera boda (2011) llega con su propuesta más cinéfila, ingeniosa, entretenida y plagada de guiños para los amantes del séptimo arte. Si bien es verdad que el film tiene varios parecidos con propuestas similares de Hollywood esto es algo hecho adrede donde se tomó lo mejor y se le dio una identidad criolla que incluso enaltece este tipo de comedias en donde los protagonistas –al mejor estilo buddy movie- se traicionan mutuamente, escena tras escena, actos tras acto y a su vez se enamoran. Winograd sigue de cerca a James Bond, a El caso Thomas Crown (1968/1999), a El Golpe (1973), a La gran estafa (2001), a The Italian Job (2003), e incluso a Misión Imposible para dar rienda suelta a este film que circula el límite de la parodia pero que decide quedarse en la comedia de situación donde no hace falta llegar al ridículo. O sea, no es verosímil y es genial que no lo sea porque así es como se luce la historia. El brillante guión es captado y esgrimido con gran pericia por parte del dúo protagónico. Así es como encontramos a un Daniel Hendler que desfila entre lo solemne y lo cómico, siendo este último aspecto el que le sienta realmente bien. Y al hablar de comedia e intérpretes que han demostrado que saben transmitirla a la perfección hay que destacar a Valeria Bertuccelli, quien en esta oportunidad demuestra una faceta graciosa (incluso estando alejada de La Tana Ferro) muy pintoresca. A lo mejor le faltó un poco de sensualidad para hacer un eco aún mayor a la “chica Bond”… Martín Piroyansky se reafirma como el actor fetiche de Winograd. La química cinematográfica actor/director es innegable y el papel del talentoso joven es de lo mejor de la película. Lo mismo sucede con Pablo Rago y su Mario Santos, el policía que quiere ser el héroe (otro de los homenajes del director, en este caso a su colega Damián Szifrón). Asimismo, también hay que destacar las labores de Juan Leyrado (un verdadero Lex Luthor) y las magníficas intervenciones de Mario Alarcón en su viñedo venido a menos. Por ello, por su excelencia actoral, por un guión soberbio, y por una factura técnica que excede la media, se puede decir que Vino para robar es de lo mejor que ha producido el cine nacional últimamente, demostrando -una vez más- que el género no solo es factible en nuestro país sino que además puede llegar a ser excelente.
Una de ladrones, pero de guante blanco Comedia sin más pretensiones que hacer pasar un buen rato al espectador, funciona porque tiene una puesta fluida y congruente, notable elenco y excelencia en los rubros técnicos. La película es coproducida por Patagonik y cuenta con distribución de Disney. “Para pasar el rato está bien”, comentaban unas señoras a la salida de la función. Comentario clásico, inmemorial casi, que suele tomarse como indicio de descerebre por parte de quien lo emite y sin embargo en algunos casos describe la película con la más absoluta exactitud. Si hubiera que categorizar Vino para robar, habría que hablar de comedia pasatista, insustancial incluso, sin que eso deba entenderse como desmerecedor. Hay películas que son insustanciales queriendo ser importantes, otras que son malas e insustanciales y están las que no aspiran a otra cosa que a la insustancialidad, más o menos lúdica, de una hora y media en la que es posible dejar el cerebro al costado de la butaca, pasarla moderadamente bien y retirarlo a la salida, como quien devuelve al acomodador los anteojitos 3D. Es el caso de Vino para robar, una de ladrones en la línea de Cómo robar un millón de dólares, donde Peter O’Toole y Audrey Hepburn lo hacían como quien asiste a un desfile de modas. Aquí sus lugares los toman Daniel Hendler y Valeria Bertuccelli, con dirección de Ariel Winograd, coproducción de Patagonik y distribución de Disney: aspiraciones de masividad y exportación, con las que la película debería cumplir. “Tu nombre en clave es Bond, Juan Bond”, le dice Martín Piroyansky a Daniel Hendler. OK, entendido. Siempre y cuando a una de Bond se le extirpen archivillano, chiches tecno y trama de espías, y se le deje a... Bond. Si a algún Bond se parece aquí un hiperhierático Daniel Hendler es al de Pierce Brosnan. Y si a alguna película de Pierce Brosnan se parece Vino para robar no es tanto una de Bond como la remake de El affaire de Thomas Crowne. Que era más cool, frívola y elegante que la de Steve McQueen. Cool y elegante es Sebastián, el ladrón de guante blanco de Hendler, aquí en modo más deadpan que nunca. Deadpan es el nombre que dan los anglosajones al humor con cara de poker, y Hendler es seguramente el comediante más cara-de-poker del Río de la Plata. “Nunca estuviste tan deadpan”, podría decírsele a Hendler. Parafraseando de paso a Javier Daulte, que también practica el deadpan en sus obras. En el papel de Natalia (¿o Mariana?), Valeria Bertuccelli está tan Bertuccelli como siempre. Con ese aire como de cierto hastío que suele envolverla. Como si actuar le diera fiaca (lo mismo que parecería sucederle a Vicentico cuando canta). Hastío sacudido por el súbito despertar del punchline, lanzado como latigazo, pero sin perder el aire ligeramente desdeñoso. Juntos por primera vez, Hendler y Bertuccelli hacen una buena pareja cómica, aunque también un poquito fría y maquinal. Como la película toda. Vino para robar es un objetito. Un artificio con las vueltas de tuerca que el género impone (el género de ladrones, queremos decir), una puesta fluida y congruente, con muchos primeros planos, muy buen elenco (excelentes secundarios: caricaturesco Piroyansky, woodyalleniano Alan Sabbagh, un Pablo Rago que aumenta en volumen y presencia, y solidísimos Juan Leyrado y Mario Alarcón), rubros técnicos impecables (sobre todo, el veterano Ricardo De Angelis en la fotografía), música por momentos más intensa que la película misma (Darío Eskenazi + Lucio Godoy) y la belleza del paisaje mendocino al fondo, gratificando el ojo del espectador pasatista y sumando aportes de la Secretaría de Turismo provincial. ¿La trama? Eh, sí: ladrón y ladrona se juntan, se asocian, se recelan, se trampean y tal vez terminen amándose (¡comedia!), de Buenos Aires a Mendoza, con una máscara de oro y una botella de malbec que perteneció a Napoleón III por McGuffins. Que es como les llamaba Hitchcock a las excusas argumentales que permiten sostener la trama. ¿Gracia, timing, interés? Nada de eso falta, nada de eso sobra. ¿Que ésta parece una de esas críticas convencionales, que enumeran rasgos y rubros? Y, sí, mucho más que eso no hay para hacer cuando la insustancialidad es el fin y el medio. Insustancialidad que funciona, se dijo y deberá repetirse. Funciona más que en Cara de queso y Mi primera boda, insustancialidades previas de Winograd, dicho sea de paso.
Bienvenidos a la comedia policial, un género que entre nosotros no ha sido tan frecuentado como merecería y que el público suele recibir con satisfacción, sobre todo cuando entrega parejas dosis de humor, romance, aventuras y hasta algo de suspenso en proporciones bien administradas, como en este caso, y en especial cuando se libera de pretensiones y aspira, antes que nada, a entretener. La circunstancia ayuda: Vino para robar resulta un pasatiempo gracioso y encantador y al mismo tiempo una alternativa válida y necesaria en medio de una cartelera dominada por muestras diversas del cine de animación y costosísimos tanques hollywoodenses. No es que sorprenda con demasiadas novedades. Las referencias cinematográficas que puede evocar son abundantes si se toma nota de los ingredientes: un ladrón muy profesional (Daniel Hendler) que ejecuta sus audaces golpes con el decisivo sostén de un hacker (Martín Piroyanski); una astuta, polifacética y atractiva estafadora a la que le sobran recursos para seducir a sus víctimas (Valeria Bertuccelli); la cambiante relación entre los dos simpáticos delincuentes, que alterna entre la atracción, la rivalidad y la desconfianza mutua; un botín al que los dos aspiran y por culpa del cual terminan convertidos en socios forzosos y puestos a trabajar para un tercero de verdad temible (Juan Leyrado), que pretende apoderarse de una botella de malbec tan valiosa (por lo añeja y por sus antecedentes históricos) como para estar protegida en el tesoro de un banco. Y -nunca falta- el sabueso uniformado (Pablo Rago) que le ha echado el ojo al delincuente y nunca cede en su voluntad de pescarlo con las manos en la masa. Hay más, en este caso vinculado con el escenario elegido para la acción, Mendoza: un viejo viñatero (Mario Alarcón) que está de vuelta de todo y sabe ser discreto cuando conviene, y un paisaje que presta su geografía para contribuir a la belleza de las imágenes y ponerles un toque no regional, pero sí argentino a los diálogos, al ambiente y al dibujo de los personajes. Con eso -y claro, con el tono ligero que Ariel Winograd sabe imprimirle a la narración- es más que suficiente. Los cinéfilos podrán agregarle los sutiles guiños que traen ecos de Hitchcock, de Soderbergh y de cuanto film haya tenido como núcleo la concreción de un gran robo o una gran estafa, preferentemente a cargo de una pareja de ladrones que entre complicidades y sospechas mutuas empiezan peleando y fatalmente terminan enamorándose. Lo demás está en manos de un elenco excelente y muy bien explotado (mención especial para Mario Alarcón y para los dos protagonistas, que hacen exitosos esfuerzos por alejarse del encasillamiento que venía amenazándolos), un inteligente marco musical puesto por Darío Eskenazi y una magnífica fotografía de Ricardo De Angelis, que no se deja tentar por la mera promoción turística.
Días de tinto y robos Un filme simpático, a medio camino entre el policial y la comedia. Hay por lo menos dos maneras de ver Vino para robar: como un policial con toques de comedia romántica o como una parodia (romántica) de un policial. Con esta segunda lectura, la película quedaría a salvo de la mayoría de las objeciones que pueden hacérsele. La principal es la permanente sensación de déjà vu: gran parte de las situaciones son muy parecidas a muchas ya vistas en cantidad de películas y series de estafadores y ladrones. Si se tratara de una parodia, ésa sería justamente la gracia: reírse de (o con) la fórmula, a la manera de Los Simuladores. De cualquier modo, hay que decir que risas, lo que se dice risas, no abundan en la platea. En una de las funciones de preestreno, sólo se oyeron carcajadas cuando un mismo personaje dijo “puto” y “boludo”. Y esto hay que achacárselo a un guión que está más trabajado en lo policial que en lo cómico y no termina de convencer en ninguno de los dos aspectos. Cargada de giros forzados o previsibles, la trama se queda a medio camino: no resulta verosímil ni lo suficientemente disparatada. Así y todo, es una película simpática. Si las risas no sobran, sí aparecen las sonrisas. Llega el momento de hablar de un buen elenco y, tal vez, de la pericia de Ariel Winograd (cuánto más personal era Cara de queso, su opera prima) para dirigirlo. Daniel Hendler y Valeria Bertuccelli son de esos actores que suelen mostrar una máscara siempre similar, pero eficaz. En este caso, la monocromía de Hendler le cuadra perfectamente a ese James Bond delictivo que es Sebastián, su personaje. Y Bertuccelli -que, por lo requerida que está, va en camino a convertirse en la Darín con polleras- utiliza, sin abusar, sus característicos y efectivos yeites (como la ametralladora de frases). Ah, lo más importante: en esta pareja de criminales hay buena química, la suficiente como para sostener la cuestión cuando el ritmo decae. No hay que olvidarse de Martín Piroyansky, el más destacado de todos en su papel de ayudante nerd, ni de Mario Alarcón, autor de aquellos insultos cómicos. Tampoco de la fotografía de Ricardo de Angelis, con esos paisajes mendocinos que hacen todo más agradable, si bien el esponsoreo de la provincia está tan presente que por momentos las imágenes parecen un catálogo turístico. Se ve todo (viñedos, ríos, montañas, el centro de la ciudad, y hasta el aeropuerto provincial) y el mensaje es claro: visite Mendoza y beba el néctar de Baco.
Guiños y ladrones de guante blanco El nuevo film de Ariel Winograd cuenta con un elenco encabezado por Daniel Hendler y Valeria Bertucelli. Una frase bastante gastada dentro del medio es aquella que ruega por un cine industrial, de raíces genéricas, que le interese a la "gente", como si al otro –al supuestamente "de autor"– no le importara más que su propio ombligo estético. No es momento de polémicas ni de cuestionar expresiones cercanas a la demagogia, últimamente engordadas, entre otros cruzados de ocasión, por algún programa televisivo de semanas atrás. La cuestión es que la tercera película de Ariel Winograd (Cara de queso, Mi primera boda), funciona como tránsito y puente entre la división que se suele hacer con el cine industrial y el de autor. La trama es simple y contundente y refiere a dos ladrones de guante blanco; por un lado el experto Sebastián (Hendler), quien azarosamente conoce a una colega (Bertuccelli) en plena tarea. Pero habrá otros personajes secundarios de peso, como el hacker interpretado por Piroyanasky, el vértice que desea al MacGuffin hitchkokiano (Leyrado) y un rol satelital que Mario Alarcón eleva en tres o cuatro apariciones. Al principio hay una máscara azteca de por medio, y más tarde una botella de Malbec francés que saboreaba Napoleón, razones desde las cuales los personajes confluirán a través de sus conocimientos sobre el tema. El tono de la película es de celebratoria inminencia, apoyándose en citas y referencias que van desde Hitchcock y sus maravillosos "entretenimientos" (Intriga internacional, Para atrapar al ladrón), pasando por la saga de La gran estafa, de Soderbergh, hasta llegar a los tópicos de un James Bond, y por qué no, a El affaire de Thomas Crown en sus diferentes versiones. La astucia del guión y la sofisticación visual de los rubros técnicos acompañan con placer al perfil bajo que propone la historia, repleta de guiños, diálogos felices y una importante química de la pareja central. Es que Vino para robar, como sucede en una película de chorros elegantes y de primera categoría, necesita situaciones eficaces, que ya de por sí las tiene (robos a bancos, el doble papel que encarna Piroyansky) es una película de disfraces y enmascaramientos, de mentiras y falsedades, de diálogos que van más allá de la palabra escrita en el guión. Es decir, la sofisticada puesta en escena, acompañada por la utilización de lugares turísticos de la provincia de Mendoza, por suerte, nunca mostrada como "postal chivera", es la herramienta desde la cual el director se aferra para narrar una historia con placer y delectación. Efectivamente, Vino para robar no esconde sus cartas y funciona como entretenimiento eficaz y sin complejidades. "El cine es el arte de llenar butacas" dijo Hitchcock alguna vez, y la película de Winograd resulta una buena jugada previa que termina con un gol digno de festejar. Y sin muñequitos de animación de por medio.
Dos ladrones de guante blanco "Vino para robar", el filme de suspenso contado por Ariel Winograd forma parte de esa deliciosa lista de thrillers argentinos de élite como "Perdido por perdido" de Alberto Lecchi, o "Nueve reinas", la inolvidable película del fallecido Fabián Bielinsky. Nuevamente el realizador de "Cara de queso", aquélla de las locuras de un grupo de chicos en un country, lanza su mirada burlona sobre un robo diferente, el de un famoso vino de genealogía exquisita. No hace mucho, vinos y licores de óptima calidad fueron robados de una de las bodegas más importantes de Mendoza, provincia en la que está filmada esta comedia. A esto se sumó la muy reciente subasta francesa de una parte de su patrimonio etílico, perteneciente a una colección iniciada hace más de sesenta y cinco años atrás. "Vino para robar", el filme de suspenso contado por Ariel Winograd forma parte de esa deliciosa lista de thrillers argentinos de élite como "Perdido por perdido" de Alberto Lecchi, o "Nueve reinas", la inolvidable película del fallecido Fabián Bielinsky. En este filme los sinvergüenzas son: Sebastián (Daniel Hendler), un hombre joven y Natalia (Valeria Bertucelli), quienes fueron pareja, "trabajaron" juntos en negocios "non santos", luego se separaron y se volvieron a unir para dar un golpe maestro. El problema es que uno es más capaz que el otro y la mujer, algo así como la liebre loca de "Alicia en el país de las maravillas", es capaz de hacer los disparates más insólitos, o desaparecer sin dejar rastros. MISTERIO Y HUMOR Como en sus películas anteriores, Ariel Winograd cuenta con un excelente guión que recuerda a "Marnie", uno de los filmes de Alfred Hitchcock, el maestro del suspenso, con toques a lo James Bond y cierta elegancia y encanto de las comedias de William Wyler. Las locaciones mendocinas, las bodegas del Valle de Uco, los grandes hoteles, bancos importantes, los vernissages, se mezclan para aportarle a la historia un aire refinado y de despreocupación, característicos de las producciones de este director argentino. Valeria Bertucelli, en el papel de Natalia, muestra que todo personaje le es posible, en cuanto a Daniel Hendler (Sebastián), parece levemente más expresivo que de costumbre, divertido resulta Martín Piroyansky, en el papel de Chucho, experto en computadoras y como uno de los personajes malvados, aparece Juan Leyrado, como Basile, un bodeguero, que se dedica a negocios sucios.
La ambición de entretener ¿Qué significa entretener? No está mal preguntarse eso, porque es un término que a la hora de abordar el arte cinematográfico lleva a unos cuantos malentendidos. Por un lado, se levanta y/o justifica una película sólo porque se pasa un buen rato, sin mostrar preocupación por lo que dice o transmite el relato. Desde ese lugar, Tinelli es “entretenido”, y no vale la pena preocuparse con qué elementos “entretiene”, no importa si Showmatch propone una visión sobre la sociedad de tinte sexista, machista, misógina, objetual. Por otro lado, se descarta un film sólo porque entretiene -como si ese objetivo no fuera suficiente- y no habla de temas “importantes”, como si el contenido fuera lo único que justifica a una obra. Y lo cierto es que ya hay muchos, demasiados ejemplos de films con tópicos “profundos” que en pos de establecer una tesis utilizan herramientas nefastas: Luna de Avellaneda, Iluminados por el fuego o Babel son apenas algunos casos testigos. Entretener es entonces, para el que escribe, un arte noble y complejo, que involucra crear un verosímil, tener bien claras las reglas de los géneros que se abordan para luego aplicarlas de manera efectiva, construir personajes que se amolden al relato, hilvanar una puesta en escena coherente y atractiva, y tener un gran convencimiento de que lo que se está contando va a demandar toda la atención del espectador durante un par de horas y tiene la potencialidad de resonar en su cabeza (y el corazón) durante mucho tiempo más. En suma, implica amor por lo que se está haciendo. En los últimos tiempos, películas como Misión: Imposible-Protocolo Fantasma, Las aventuras de Tintín, El último desafío o Hansel y Gretel: cazadores de brujas se plantan desde ese lugar, concibiendo a la aventura, la fantasía o la acción como conceptos de suma importancia dentro del cine. En Vino para robar hay una visión similar, apostando a géneros o subgéneros como los de estafas, robos o la comedia romántica, que suelen ser muy maltratados e ignorados por el cine nacional. Tenemos a un ladrón súper profesional, Sebastián (Daniel Hendler), que durante el hurto de una pieza de arte conoce a Natalia (Valeria Bertuccelli), quien se revela como la horma de su zapato cuando lo engaña y lo deja sin su botín. Sebastián consigue sin embargo encontrarla en Mendoza, aunque el asunto se le complicará aún más y terminará siendo obligado por un empresario bastante oscuro (Juan Leyrado) a trabajar con su rival para hacerse de una botella Malbec de Burdeos de mediados de Siglo XIX, que se encuentra guardada en la bóveda de un banco. Lo llamativo del film de Ariel Winograd es que se va construyendo a partir de un tono juguetón y disparatado, donde el absurdo parece ser la regla, pero sin resignar el realismo a la hora de poner en escena los robos o entradas ilegales. Y en ese delicado equilibrio que va armando, el homenaje a grandes películas de Alfred Hitchcock como Para atrapar al ladrón cobra sentido, porque todo es tan profesional como disfrutable. A esto contribuyen y mucho las actuaciones, que están en el tono justo: la cara de piedra de Hendler vuelve a tener sentido dentro de la trama (su Sebastián hace la procesión por dentro y vamos percibiendo muy sutilmente cómo su estructura de carácter se va desarmando a medida que se enamora de Natalia); Bertuccelli sigue demostrando que tiene un talento innato para la comedia y edifica un personaje femenino coherente en sus fortalezas y debilidades; Leyrado le da una vuelta de tuerca hilarante a su villano; y Martín Piroyanski, como el socio/ayudante de Sebastián, confirma que es el mejor exponente de las nuevas generaciones argentinas dentro de la comedia. El cuidado que hay en Vino para robar por los elementos que componen el entretenimiento es tan fuerte, que hasta se destaca el uso de las locaciones mendocinas. Ya era usual y cansador ver cómo en gran parte de las películas nacionales el uso de determinados contextos geográficos eran sólo parte de acuerdos de producción y financiación que nunca se integraban adecuadamente a las tramas, apareciendo de forma únicamente exhibicionista. Pero Winograd toma las grandes montañas de Mendoza, los viñedos, los alojamientos fuera de las zonas urbanas y los lujosos hoteles dentro de la capital provincial (todos fotografiados espléndidamente), resignificándolos e insertándolos con plena funcionalidad dentro de la intriga. Incluso los chivos están puestos de manera sutil, porque es la meticulosidad lo que caracteriza a todo el entramado narrativo y estético. Y por suerte, el cálculo que hay en Vino para robar, desde la composición del guión hasta los aspectos técnicos de la puesta en escena, no se convierte en frialdad. Sus protagonistas causan empatía de inmediato, sus dilemas y conflictos contagian y el film funciona en todos sus niveles, en especial ese que se intuye tras la planificación del gran golpe, condimentado por el humor: lo que importa en verdad es la historia romántica, cómo dos profesionales, una mujer y un hombre, se encuentran y se van enamorando. Esa aventura del amor es la que permanece dentro del espectador.
Lo tramposo no quita lo simpático De esta comedia llena de trampitas y juegos desde el mismo título, conviene adelantar lo mínimo. Apenas, que hay un ladrón de guante blanco, un hacker muy ligero, una habilísima estafadora, un coleccionista de buenos vinos y malas pulgas, otros cuantos tipos raros, lindos lugares mendocinos como el centro de toneles de Bodegas Salentein y la posada San Luis de Bodegas Luis Segundo Correas, y que también hay lujos y placeres, autos, pilchas y pelucas, una música que impulsa la acción, aire romántico y buen humor. El humor es tan bueno que no incluye la menor guarangada. El aire romántico es eso, no interfiere en la intriga, más bien le da brillo y sirve de aliciente. Y hay romances variados. El de los personajes protagónicos entre sí, que avanza a través de (y a pesar de) engaños, desconfianzas y admiración mutua. El de los protagonistas con el público (el femenino agradece especialmente los primeros planos). Y el triple romance del autor con ese mismo público (un cariño que empezó en "Cara de queso, mi primer ghetto" y se amplió ecuménicamente en "Mi primera boda"), con sus actores y su equipo, que en varios rubros ya vienen de la película anterior (y Hendler estuvo en las tres), y con las comedias elegantes del viejo Hollywood. En esto último no hay imitación, sino escuela. Maestros como Billy Wilder o Stanley Donen son inimitables. Pero sus lecciones son muy aplicables. Y en este caso, Winograd aplica en especial dos lecciones de don Alfred Hitchcock: la intriga respecto a una pareja sospechosa, y el "mcguffin". ¿Qué es un "mcguffin"? Puede ser un cuento del tío, una gambeta, eso que nos hace mirar para otro lado, creer que la jugada o el tesoro está allá cuando pasa delante nuestro, en fin. La verdad, el guionista, o las circunstancias del rodaje, abusan un poco de dicho recurso. Pero no importa. La comedia es tan ágil y llevadera que recién después se advierten sus pequeñas debilidades. A señalar, en el reparto, el trabajo de Martín Pirovansky hablando inglés con acento alemán, lo mismo que Luis Sagasti. Y una advertencia de Mario Alarcón, respecto a quienes comen pastas sin siquiera una copa de vino. A propósito, dos palabras sobre la histórica botella de 1845 que buscan nuestros personajes. Dicen los publicistas que el malbec era el vino favorito de Napoleón III. Pero acá fueron sus opositores quienes introdujeron las primeras cepas, ese mismo año en la Quinta Normal de Santiago de Chile, y en 1853 en la Quinta Agronómica de Mendoza. Ambas, fundadas por Sarmiento. Hay que brindar por todo esto.
Una gran comedia policial Ariel Winograd es un director que hasta ahora se lo conocía por haber realizado dos muy buenas comedias (“Cara de Queso” y “Mi primera boda”). Esa vez al humor lo suma en un policial cuando pone como conflicto un robo. La historia es la de Sebastian (Hendler) que realiza un robo y que se da cuenta que fue timado por Natalia (Bertuccelli), una mujer a quien recién conoce. Él que es uno de los mejores en su oficio y que siempre trabajo solamente con la ayuda tecnológica e informática de Chucho, ahora deberá trabajar con Mariana aunque no quiera y tendrán que realizar un atraco muy especial. “Vino para robar” es un film muy bien armado en cuanto tiene, más allá de toda la parte del robo, las dosis justas de humor y de romance, aunque le faltaría un poco mas de ritmo en cuanto al suspenso. Eso no va en desmedro en que Winograd realizo un buen trabajo metiéndose en un género poco recorrido en nuestro país como es la comedia policial, y que se nota, lo demostró en sus otros Films, que sabe aprovechar los talentos de los actores con los que cuenta. Eso hace que el film se vea con gusto y que el público se divierta y , más que seguro, que saldrá satisfecho de ver “Vino para robar”.
Todo por ese Malbec. Hoy en día, el circuito del cine comercial argentino se siente como una suerte de secta. Entre el prejuicio popular y la homogeneidad en propuestas de género, el interés de las audiencias por algo que no invoque a Campanella, Darín, Francella o Suar en el poster es casi inexistente. Es un terreno cruel para los nuevos autores, pero, en los últimos años, algunas figuras lograron atravesar la barrera del público. Una de ellas es Ariel Winograd, quien en 2006 sorprendió con su retrato personal de la vida de country durante la burbuja menemista, en el desborde judaico de Cara de Queso, al que seguiría con un mayor éxito de taquilla en la historia de enredos a lo screwball de Mi Primera Boda. Ahora, el director mueve sus talentos para el terreno de la comedia policial, en Vino Para Robar (2013). El film arranca introduciendo a Sebastián (Daniel Hendler), un ladrón de guante blanco, que se arma de una actitud fría y directa para planificar hasta el más mínimo detalle de sus trabajos. Pero aún con su manía por el control, siempre hay un elemento que puede bajar las defensas, y en este caso es su debilidad por Natalia (Valeria Bertuccelli), una estafadora que se hace con su último botín. Tras viajar a Mendoza y atraparla, el criminal cree que tiene todo resuelto. Pero de nuevo, la sorpresa lo aguarda, y él queda atrapado junto a su colega en las amenazas de un empresario (Juan Leyrado), dispuesto a matar para poner sus manos sobre una preciada botella de vino de 1845, proveniente de una rumoreada selección favorita del mismísimo Napoleón Bonaparte. Con esa base, el guión de Adrián Garelik se vuelve una fuente de constantes vueltas de tuerca (algunas que funcionan, otras que no), que se amplía mientras Sebastián y Natalia se traicionan, se alejan y se acercan, sin saber lo que vendrá. Pero por otra parte, los deseos de Winograd son bastante claros desde el inicio. Aunque líneas como “Tu nombre en clave es Bond. Juan Bond” y la aparición especial de una remera de Intriga internacional sean un poco demasiado, es cierto que el director ejecuta un digno homenaje estilístico a la saga de 007 y a grandes films del Hollywood clásico como Para atrapar al ladrón y Charada, aunque también uno podrá ubicar a El caso Thomas Crown, La gran estafa o Los simuladores en el cartón de influencias. Con una visión firme y una puesta en escena que raramente se encuentra a nivel nacional, el egresado de la Universidad del Cine y su equipo juegan a la ligera con las reglas del subgénero y encuentran el encanto cinematográfico de la tierra del sol y del buen vino, sabiendo como atraer y al mismo tiempo mantenerse fuera de lo que afecta a tantos otros productos del país: el síndrome del infomercial turístico (si, ya entendimos, San Luis es el paraíso del realizador subsidiado). Al mismo tiempo, su devoción por las normas es su base y su defecto: la película raramente se atreve a salir de lo familiar, y por lo tanto hay varios aspectos en los que se queda sólo con las ganas de más. Pero claro, es difícil pensar en eso gracias al dúo protagónico: es una dinámica conocida, pero el choque entre copas del discreto Hendler y la histriónica Bertuccelli genera una química digna de verse. De todas formas, ellos están respaldados por un grupo secundario bastante acertado, en el cual los principales ladrones de escenas son Martín Piroyansky y Mario Alarcón, que dan energía a los típicos roles del secuaz nerd que cierra su conexión con el mundo y el familiar conservador que se aprovecha de turistas, respectivamente. A su vez, Leyrado se divierte un poco al interpretar al villano de turno, mientras que Pablo Rago y Alan Sabbagh aparecen por un rato, sin llegar al tiempo necesario para aprovechar sus papeles. Así, Vino para Robar termina siendo un esfuerzo simpático, que funciona gracias a las dotes de su realizador y la capacidad de su elenco, a pesar de la familiaridad que fue invitada al argumento. Con un ritmo confiado y un rebote veloz entre sus actores, es un destacable tributo a la picardía del séptimo arte de los años cincuenta y sesenta, en su más mínimo detalle (mención especial a los créditos finales, que enorgullecerían al mismo Saul Bass). A brindar por Winograd.
"No será una comedia embriagadora, pero quiero más películas nacionales de este varietal". Escuchá el comentario. (ver link).
Ariel Winograd sorprendió a todos hace unos años con el más que modesto éxito de su tercera película, “Mi primera boda”. Es cierto que el film contaba con dos caras conocidas y convocantes, como las de Daniel Hendler y Natalia Oreiro, pero también es verdad que logró hacer una comedia divertida al mejor estilo americano. Ahora, con “Vino para robar”, el realizador redobla la apuesta. Con Mendoza como escenario principal y logrando un papel protagonista, y los rostros de, otra vez, Daniel Hendler, y Valeria Bertuccelli, el film es un gran homenaje al cine clásico de Hollywood. Una película sobre ladrones y un inminente boquete a un banco para robar un vino añejo que vale más de lo que uno puede pensar, cargada de nostalgia, nostalgia que se percibe en la música (con un par de excepciones que la hacen un poco uniforme), en escenas musicalizadas románticamente con la melodía de un piano, en el vestuario, especialmente de la protagonista femenina, cuyo guardarropa parece salido del de Audrey Hepburn, y hasta en el auto que ella conduce, un Citröen. "Vino para robar” es una película divertida, ambiciosa pero cero pretenciosa, que pone en evidencia que en nuestro país se puede hacer cine de género y al mejor estilo hollywoodense. Las referencias a éste están servidas sobre la mesa, no sólo desde citas a planos, o vestuarios, y caracterizaciones, sino incluso mencionadas, como las de James Bond, “Bonnie and Clyde”, “North by Northwest” de Hitchcock y hasta la francesa “Rififi”. Si de algo peca la forma en que se está promocionando el film, es del hecho de que desde el trailer parece que ya vimos todo lo que esta película tiene para ofrecer, que está todo servido en bandeja en sólo unos minutos. Y si bien parte de esto es cierto, cabe resaltar que “Vino para robar” no es sólo una película sobre un robo a un banco, sino sobre personajes que no terminan de confiar el uno en el otro, o que, mejor dicho, no quieren hacerlo pero no les queda otra que terminar confiando. Juan Leyrado está impecable como el villano de turno, Pablo Rago está correcto en un personaje que al principio parece no aportar demasiado pero luego seremos testigos de que sí, de que es imprescindible en la historia, y el pequeño gran Martín Piroyanski, como el compañero del protagonista, que aporta un gran conocimiento tecnológico y mucho humor. Daniel Hendler está tan bien como siempre, en general sus personajes se le parecen y no falla. Valeria Bertuccelli sorprende quizás porque su personaje ya se encuentra alejado de la malhumorada y sarcástica Tana Ferro que a veces parece que la vemos en casi todas sus películas, y no sólo está más linda que nunca, sino que su personaje logra por momentos ser adorable aún sin quererlo. A grandes rasgos, “Vino para robar” es una película entretenida, colmada de nostalgia, y con un guión que transita por los rincones de un género poco visto en nuestro país, y sale de él airoso.
(Anexo de crítica) Pocos directores argentinos “industriales han logrado darle perfil definido en poco tiempo a su obra. Podríamos hablar de Lucía Puenzo y más en el borde Lucrecia Martel, pero Ariel Winograd con sólo tres films en su haber, es uno de los realizadores más frescos del panorama cinematográfico actual. En “Cara de queso, mi primer ghetto” (Argentina, 2006), el despertar sexual de un grupo de adolescentes judíos criados en un country le servía para sorprender al público. Con “Mi primera Boda” (Argentina, 2011) intentó emular, con estilo local, las rom com con situaciones de bodas norteamericanas. En su nuevo filme, “Vino para Robar” (Argentina, 2013), Winograd incursiona en el género de estafadores y coquetea con el suspenso, sin dejar de girar sobre el clásico formato comedia , algo que maneja muy bien En “Vino…” hay un ladrón de guante blanco, Sebastián, interpretado por Daniel Hendler (con un registro diferente al que nos tenía acostumbrados y con un look alejadísimo del Andy de “Graduados”) que se verá enredado por la bella Natalia (Valeria Bertuccelli), una colega del rubro. Natalia engaña a Sebastián, Sebastián engaña a Natalia, y en el medio aparece un siniestro multimillonario llamado Segundo (Juan Leyrado en plan Lex Luthor), quien tiene muchas sopresas para la pareja protagónica. Una máscara de oro azteca, un vino añejo (Chatteau Bardón 1895) con un extraño sortilegio (el que lo beba con su ser amado vivirá con él feliz para siempre), no importa cuál es el botín, porque en el fondo “Vino para Robar” cuenta la historia de dos seres solitarios buscando afecto, pero cuando dan con él, no saben como resolverlo. La película pasa de escenarios cerrados (museos, departamentos) a la amplitud de paisajes naturales (rodados en Mendoza y en Florencia, Italia) otorgándole características de producción destacada para los parámetros locales. Winograd utiliza todos los recursos disponibles (trazos gráficos, ralentíes, planos aéreos, helicópteros) para que la tensión no baje y el relato conserve frescural. Tenemos en los prestigiosos secundarios a Martín Piroyansky, interpretando a Chucho, nerd experto en computadoras y políglota (le queda bien el acento alemán!), a Pablo Rago como Mario Santos, un investigador privado que le pisa los talones a Sebastián, y al simpático Alan Sabbagh, quien no para de crecer en cualquier rol que juegue en este tiempo. También se destaca una pequeña participación de Iair Said como una guardia de seguridad obsesionado con el Sudoku. Más que interesante propuesta para renovar cartelera, en el regreso del público adulto a salas. No se la pierdan.
Alegría no prevista Falta un rato para que termine la película, una película argentina, y nos damos cuenta de algo no tan común: nos importa qué es lo que les sucederá a los personajes. Y eso no es poco milagro: queremos que los protagonistas terminen bien y no sólo que simplemente termine otro intento de hacer una película de género local con aspiraciones comerciales. ¿Cómo se llega a eso? Aquí van un par de apuntes. 1. Actores con ganas. En Vino para robar no hay actores que sobren el papel, que actúen como diciendo “esta comedia de acción y estafadores es menos de lo que merezco” o que con el gesto demuestren que ellos son mejores que el personaje que interpretan (como ocurría, por ejemplo, en esa catástrofe de los Coen Quémese después de leerse, en la que los actores estaban por encima del personaje y querían hacerlo notar: sí, Brad Pitt, ya sabemos que no sos lelo como el personaje, pero actuá de lelo por favor). En Vino para robar todos están en buena forma actoral, a tono, incluso hasta se podría decir que transmiten alegría por estar en una película cuyo noble objetivo es divertir, en su noble acepción de distraer. Hay algo chispeante, vivo, vibrante en las actuaciones que se logra pocas veces en un cine con tan poco entrenamiento en este tipo de películas. 2. El director Ariel Winograd mejora notablemente. Su debut en Cara de queso había sido promisorio: una película “de personajes” antes que de acciones, un poco destartalada pero con muchos diálogos y momentos logrados (canción de Sergio Denis en primer lugar) y con algo así como un dream team de jóvenes actores del futuro. En su segunda película, Mi primera boda, intentaba caminar sobre demasiadas referencias a la comedia americana, con guiños aparentemente para amigos y un sentido del timing ausente, que daban como resultado un experimento sin vida alguna que es difícil no describir como una experiencia insoportable. Pero el director parece haber aprendido del tropezón y Vino para robar es robusta en muchos lugares en donde Mi primera boda era débil: los personajes aquí son fuertes, tienen móviles, no parecen estar ahí para que pase el tiempo entre monerías e intentos de chistes. La lógica en las acciones de Vino para robar no es perfecta en cada eslabón, pero los engranajes mayormente hacen avanzar la historia con ímpetu, con destino claro. Los personajes, al tener móviles, deseos, obsesiones, contribuyen al movimiento. 3. El guionista debutante Adrián Garelik, por su parte, parece haber visto unas cuantas de las películas correctas (una vez más detecto referencias a Heat de Michael Mann en la relación policía-ladrón, o quizás sea una obsesión mía) pero, sobre todo, parece haber procesado bien las cosas, incluso las de las películas “incorrectas”. Sí, hay unos flashbacks explicativos espantosos e inexplicables en términos del punto de vista, y algunas situaciones se dan demasiado fácil (la del aire acondicionado), pero son fallas que se diluyen ante tanta apertura del juego, ante la búsqueda de un camino de cine con códigos de género respetados y ante soluciones imaginativas a necesidades de producción como las del auspicio mendocino. La falta de pereza de Vino para robar genera una alegría no prevista. Esperamos más de estas anomalías felices.
Para atrapar a un ladrón El cine reciente del director Ariel Winograd tiene claras inspiraciones en el cine clásico. Esta vez, sin abandonar del todo el género, se aleja de la comedia para ofrecer una película de ladrones de guante blanco. Sebastián (Daniel Hendler) se dedica al robo de obras de arte. Para obtener una máscara de oro precolombina seduce a quien cree es la responsable de seguridad donde la pieza se exhibe, aunque pronto se da cuenta de que ella, que se presenta como Natalia (Valeria Bertucelli), no es lo que aparenta, sino una estafadora. Una ladrona como él. Con el fin de recuperar la máscara y, de ser posible, vengarse, la sigue hasta Mendoza, pero termina involucrado con otro de los trabajos de la mujer. Winograd aprovecha muy bien el contexto geográfico, no sólo por lo atractivo del paisaje, sino porque toda la historia se desarrolla en el ambiente de las vides, al punto que el gran botín es una exclusiva botella de vino. La trama tiene un buen ritmo, y tiene su cuota de suspenso, aunque se presente de una manera sencilla y poco sofisticada. A esta altura, los espectadores están acostumbrados a historias de este tipo mucho más complejas, sin embargo es esa suerte de ingenuidad la que le da el encanto de los clásicos a la película. La parte cómica del relato tiene como pilares fundamentales a Alan Sabbagh y Martín Piroyansky, este último en el rol de colaborador clave aunque algo torpe de Hendler, repitiendo lo hecho en “Mi Primera Boda”. Hay muchos guiños a películas de ladrones, incluso el policía que interpreta Pablo Rago está más cerca del inspector Clouseau que de cualquier policía argentino que uno se imagine. Pero tal vez lo más alevoso sea la remera de “North by Northwest” (la película de Hitchcock protagonizada por Cary Grant, estrenada en nuestro país como “Intriga Internacional”) que ostenta Bertucelli en una de las escenas finales; algo que roza el esnobismo. Personajes arquetípicos, situaciones que se resuelven demasiado bien para estar tan poco planeadas, algo de humor y un excelente paisaje, son los condimentos básicos de una película que si bien no sorprende, funciona.
Ariel Winograd, elmismo de “Cara de queso” y “Mi primera boda”, se mete con un policial en clave romántica y divertida, pero respetando todas las reglas del género y el resultado es redondo. Daniel Hendler, en un rol distinto, un ganador, ladrón que no conoce imposibles, y Valeria Bertucelli, lejos de sus sufrientes criaturas, una ganadora que oculta secretos. Entre los dos, más un delirante Martin Piroyansky. Un deleite entretenido y burbujeante.
Enrular el rulo La nueva película de Ariel Winograd respeta las fórmulas de cualquier película argentina que busca un buen pasar por la taquilla: cientos de giros argumentales y mucho humor bien puntuado en el guión, sumado a muchísimas referencias a obras de culto hollywoodenses. El género está bien planteado, la dupla conformada por Daniel Hendler y Valeria Bertuccelli funciona muy bien en pantalla y los aportes del resto del reparto le agregan el toque final a una receta de “éxito”, que de todos modos no garantiza una buena película. Vino para robar tiene sus buenos momentos, como la escena del robo de la máscara o aquellos en que Martin Piroyansky se luce con su alemán berreta. Sin embargo, la película peca de pretensiosa e intenta ir más allá de lo que podía bastar para un producto bien acabado. Hacia el tercer acto, la trama toma un curso muy rebuscado y le da varias vueltas a un asunto que termina entorpeciendo lo que pudo ser una comedia romántica con tintes de acción al estilo de la saga de James Bond (con sus obvias referencias a lo largo de todo el filme) con varios logros, principalmente desde lo actoral. Resulta curioso que recién ahora se crucen las carreras de Hendler y Bertuccelli, dos intérpretes sumamente talentosos que empezaron en el cine más indie argentino y ahora se encuentran haciendo obras de mayor envergadura. Y lo curioso es que este trabajo es el Nº 18 de ambos, lo cual es más notorio. Durante la película se nota muy bien cómo el paso de sus carreras los hizo artistas todo-terreno, tanto para los gags como para los momentos emotivos. Del mismo modo Piroyansky cierra un trío muy divertido, con muy buenos momentos entre los tres, como el de la piscina del hotel. El elenco lo cierran, aunque no con la misma consistencia, Pablo Rago, que a pesar de esos zoom bruscos tan graciosos que le hace el director para presentarlo no logra un personaje (usando la jerga de la vinicultura) con cuerpo; y Juan Leyrado, que por momentos hasta parece una caricatura de un villano. El director de Cara de Queso y Mi primera boda aprovecha el despliegue de producción con el que contó para filmar muy bien las escenas en los exteriores de Mendoza, así como también dotar de un muy buen ritmo a la historia, especialmente aquellas en que el trío de ladrones está en plena logística. Pero donde falla es cuando intenta darle un tono de grandilocuencia a una propuesta que ya era enorme y hasta casi inverosímil, y no se anima a aceptar las limitaciones que tiene y estira la historia hasta el hartazgo. De hecho, la resolución de la película es mala y para nada está a la altura de lo que había sido antes de que se dé la primera vuelta de tuerca grande que comienza a desordenar todo. Vino para robar quizás tenga una buena acogida del público y hasta parece estar bien hecha. Pero no se engañen, está llena de fórmulas de productores y es engañosa. Dentro de toda esa risa bien lograda y del despliegue de muy buenas actuaciones de los protagonistas, hay un intento por ser más grande que las películas que referencia en sus momentos de mayor libertad.
En el camino de la imitación Con un ojo puesto en el género taquillero y el otro, en el público argentino, Ariel Winograd dirigió Vino para robar, la comedia que protagonizan Valeria Bertucelli y Daniel Hendler. Entretenida y obvia, la película funciona como un ejercicio de imitación de peripecias, tics y escenarios de la comedia 'a la Bond', con un material aun más evanescente y lúdico que el de esa saga, ícono de las superproducciones. En formato casero, Vino para robar pone en movimiento un relato que reúne, muy a pesar de ellos mismos, a dos estafadores delicados, timadores profesionales e inescrupulosos, simuladores con encanto y clase. La dupla Bertucelli-Hendler sostiene la historia que comienza en un museo con el robo de una máscara, y termina en la bóveda del Banco Hipotecario de Mendoza. Participan en el juego, Martín Piroyansky, el asistente cibernético de Sebastián (Hendler); un coleccionista mafioso de apellido Basile (Juan Leyrado); el padre de la chica, perdido en los viñedos (Mario Alarcón) y un inspector (Pablo Rago). La trama de Vino para robar cambia de escenario a poco de iniciada y se instala en Mendoza. El guión que firma Adrián Garelick, que el director y su colaboradora permanente, Nathalie Cabiron, comentaron haber adaptado al ritmo y característica de los intérpretes, incluye el humor constante en las situaciones, apoyado en la certeza que da la parodia. La variación sobre los elementos del género está dada por la presencia de una actriz camaleónica como Bertucelli, varios pasos más adelante que Hendler, que abusa de la pose inexpresiva. Son de maqueta bien pintada, Leyrado y Piroyansky, mientras Alan Sabbagh, se luce en el rol del gerente del banco, con marcas de identidad muy graciosas, como su relación con el gurú indio. En tanto la aparición de Rago es parte de la picardía del guión. Si bien por momentos el relato hace de las coincidencias un vicio, como si deliberadamente el juego mostrara sus hilos, la película tiene muy buen ritmo. El otro ingrediente, una decisión que manipula al espectador, es la presencia de Mendoza y sus paisajes como si fuera un spot publicitario. La promoción turística sofoca el buen tono de la comedia, con los personajes entrando y saliendo del hotel lujoso, el banco, la montaña, el viñedo y la bodega, una especie de camino del vino con intriga adicional. Visto sin pretensiones, se suma al chiste general que estructura la película. La película de Winograd ratifica su estilo masivo, lúdico y poco original.
Ladrones de copa en mano Winograd vuelve a apostar a la comedia, género que a esta altura siente como un terreno seguro. Con la dupla Hendler-Bertuccelli como nave insignia, el director de “Cara de queso” y “Mi primera boda” redondea una película entretenida (aunque no hace desternillar de la risa) y aceptable, pese a que peca de previsible. Es la historia de dos ladrones profesionales de alta escuela, que se cruzan casualmente en un museo, en momentos en que una prestigiosa máscara es el objeto del deseo de ambos. Tras engaños cruzados, los destinos de Sebastián (Hendler) y Natalia/Mariana (Bertuccelli) se tocan, o se chocan, según como se mire. Y de pronto una botella de un malbec de Burdeos de mediados del siglo XIX los vuelve a unir. La cara de póker de Hendler es ideal para el personaje, y el actor salva la ropa sin meter los pies en el fango. Bertuccelli hace demasiado de ella misma y no se percibe un atildado trabajo en la construcción de su criatura. Sin embargo, el resto del elenco (Rago, Piroyansky, Leyrado y Alarcón) es sólido en sus interpretaciones y suma jerarquía a la película, con bellos paisajes mendocinos de fondo. Aunque se basa en una estructura de comedia, el filme coquetea con la acción y con el género romántico sin armar ningún pastiche, y eso, hay que mencionarlo, es producto del buen pulso del director. Pese a las observaciones citadas, aún vale la pena verla.
To Catch a Thief A conman being outconned and outsmarted by a seemingly innocent and innocuous beautiful girl? If the premise sounds conventional, it’s because it belongs to a genre with semi-canonical rules: a caper, technically described as “an illegal plot or enterprise, especially one involving theft.” The tag fits very well the new heist-romcom Vino para robar, Ariel Winograd’s new movie after the hilarious wedding party comedy Mi primera boda (2011). In the same manner that Mi primera boda stuck to the conventions of a genre best defined as choral pranksters’ movie, Vino para robar has all the makings of Alfred Hitchcock’s To Catch A Thief (1955), which it heavily references and pays due tribute to. On the local front, Vino para robar brings to mind Fabián Bielinsky’s Nueve reinas (Nine Queens, 2000), in which two conmen try to rip off a stamp collector but, instead, end up attempting to double cross themselves. In true heist comedy style, Vino para robar focuses on a couple of professional swindlers (Sebastián, Daniel Hendler; and Natalia, Valeria Bertuccelli) who set their eyes on the same item: an ancient Aztec mask worth millions of dollars. Sebastián is the kind of professional conman who, in spite of his good looks and elegance, can go unnoticed in the most unlikely situations. True, every now and then he needs a disguise and some props to pass himself off as something he is not, but it is his acting skill that allows him to cheat seasoned crooks like himself. His rival-turned-accomplice Natalia is an impersonation master capable of drawing attention away from her real intentions and interests, normally related to valuable goodies and the unsurmountable chances of getting her hands on them. The harder the better, seems to be her motto. Both Hendler and Bertuccelli have an impressive acting range, and Vino para robar seems to have been written with them in mind. In previous films, Hendler had to avoid typecasting as a stuttering late teen to progress into mature roles, the most emblematic of them being his Luciano Gauna role in Gabriel Medina’s friendship-in-a-collision-course dramedy Los paranoicos (2008). Bertuccelli, for her part, is equally at home in drama and comedy, and although Natalia is her first role as a loveable swindler, in Vino para robar she pushes the boundaries of typecasting to create a new, fresh version of this 1950s-style classic character. Once the scene is set (Sebastián and Natalia meeting for the first time and coming to realize that they’d better work as a team) Vino para robar moves at breakneck speed, shifting the action from a cosmopolitan city like Buenos Aires to the calm, rich but never opulent Mendoza City. Known for its spectacular landscapes and first-rate vineyards, Mendoza is the next destination in the couple of swindlers’ mission to get hold of a rare bottle of wine sought after by a rich collector. As Sebastián and Natalia make their way to the vineyard where the precious bottle is kept in store, Vino para robar references, but never steals from, To Catch a Thief and other 1950s action-romance romps. Further allusions: Sebastián drives a sports car reminiscent of a James Bond adventure, and Natalia occupies the passenger seat drifting off to some long gone by day when she was not a thief but just a girl willing to keep her family estate from rapacious buyers. Unknown to Sebastián, this is Natalia’s ultimate goal: not a priceless antique or fortune, but rather the more unselfish purpose of preventing her father from going out of business. If the premise behind Vino para robar sounds conventional to the point of triteness, it’s because it is, unashamedly, enjoyably so. Director Winograd does a fine job out of this non-stop ride, even if there are some loopholes in the script, which is not as neat and tight as that of Mi primera boda. Although pinpointing these flaws is, if not mission impossible, something close to it, truth is Vino para robar is very good in almost every department, but the action stalls at times because the scenes are not that well segued together. Engaging and beautifully photographed, with splendid performances by the leads and the ensemble cast, Vino para robar is close, very close to the kind of product Winograd surely had in mind when choosing the narrative device, the gorgeous visuals and the intense action scenes typical of nerve-shattering action movies. Minor flaws and all, Vino para robar (a pun on words viewers decipher only after the action gives them some respite) moves at an appropriately fast pace and provides 100 minutes of action and romance, two ingredients without which capers do not function properly.
Anexo de crítica: -La propuesta es verdaderamente mala y termina de confirmar que Winograd no sabe dirigir comedias de situación, puesto que ni el relato ni sus personajes principales presentan las características formales propias del género. El resultado es una sumatoria (pobre) de gags que no sostienen ni la comicidad ni el pretendido suspenso de la película, en tanto relato policial. El desaprovechamiento actoral (que se muestra ya como un estilo de autor) alcanza aquí su cima más notable en el personaje del comisario Santos (Pablo Rago), quien parece existir en la diégesis únicamente para cambiar un cargador de balas hacia el final del relato. A esto se suma la pésima o directamente inexistente dirección de actores, lo que resulta en un desempeño deplorable incluso en actores de probado talento, como Bertuccelli, Hendler, Leyrado, y Rago.-
Para atrapar al ladrón En esta producción hay muchos puntos de contacto con “Como robar un Millón” (1966) de William Wyler, con Audrey Hepburn y Peter O’Toole en los papeles protagónicos, también hace referencia directa a las comedias de la época de oro de Holywood, pero que sin embargo no la desacredita en la comparación. Esto en principio se debe a la buena química que en pantalla demuestran Valeria Bertuccelli y Daniel Hendler, y los buenos actores secundarios, empezando con Martin Piroyansky como el hacker asesor de Hendler, donde compone un personaje que resulta el soporte ideal, siguiendo con el malvado, interpretado por Juan Leyrado, y a Pablo Rago en la piel de ese policía bueno, tipo Jean Reno en “French Kiss” (1995) de Lawrence Kasdan, quien siempre esta tras los pasos de un ladrón (Kevin Kline antes y Hendler en esta), con el que tiene una deuda que termina siendo más una herramienta de protección para sostener en esa función a nuestro héroe que su transformación en villano sin remedio. Finalmente, y para hacer justicia, ha de apuntarse que las pocas apariciones de Mario Alarcón le alcanzan para demostrar toda la gama histriónica que posee. Una comedia cuyo elemento principal está en el engaño desde todo punto de vista, los personajes desde el ladrón hasta la victima que se retroalimentan, el objeto robado y a robar, una mascara desde el principio, y el “vino” del titulo, (todo un McGuffin hitchcockiano) la motivación falaz, los malos y los buenos, hasta al espectador lo derriba el ser objeto de la artimaña, pero cae con buenas herramientas y argumentos honestos. Otro hallazgo del director es emplear los espacios físicos, demandados desde el apoyo del gobierno de la provincia de Mendoza, no como propaganda turística encubierta sino haciendo que los paisajes funciones como elementos necesarios para el avance del relato. Hay abusos de referencias a otras tantas películas, como la serie James Bond, no sólo desde el personaje tipo Pierce Brosnan, algunas otras hasta se podría decir forzadas, como que la protagonista en varias escenas use una remera del filme “North by Northwest” (“Intriga internacional”, 1959) de Hitchcock, que aquí da la sensación de estar sólo puesto, más allá de toda interpretación, como postura jactanciosa del realizador, pero a partir de los resultados, le perdona. Una comedia fresca, para pasar el rato de manera agradable, bien contada, con buen ritmo y mucho humor, en formato de exportación, aunque por momentos un tanto localista, que no esta nada mal. (Pinta tu aldea y pintaras el mundo). (*) Obra de Alfred Hichcock, de 1955.
Mi primer Hitchcock La gran mayoría de los cineastas lleva adentro una película hitchcockiana que les gustaría hacer. Imagino que es algo que nace al verlas, en algún momento de la vida, y plantearse la posibilidad de hacer algo en ese estilo: empezar a dibujar tramas, personajes, resoluciones de puesta en escena, etc. Es casi un proceso de aprendizaje: se haga finalmente esa película o no (puede quedar en el papel o en la cabeza), todos quisimos ser Hitchcock alguna vez. Todos pensamos que podíamos jugar a serlo. Ariel Winograd se sacó las ganas de ser “hitchcockiano” por un rato en VINO PARA ROBAR, la película protagonizada por Daniel Hendler, Valeria Bertuccelli y Martín Piroyansky que se estrena el 1º de agosto. Su película pertenece al subgénero de las películas de ladrones (“caper films”) en las que gran parte de la trama está dedicada a la concreción de un particular asalto. En este caso, digamos, la trama es un poco más compleja, y si bien las citas y referencias están ahí, la película aprovecha ese punto de partida y la adapta a un tono más liviano y cómico. Es decir, es más PARA ATRAPAR AL LADRON o CHARADA, que los filmes más duros del submundo criminal tipo RIFIFI. vino para robarHendler se luce interpretando a Sebastián, un rol bastante distinto a los habituales del actor, trocando su estilo más conocido (algo dubitativo y neurótico) por una especie de tono seco y profesional de ladrón dedicado y sin tiempo para tonterías. Sebastián se dedica a sofisticados robos y la película arranca con la supuesta concreción de uno de ellos, de una máscara en un museo. Pero allí está Natalia (Bertuccelli, una decisión de casting algo más complicada, ya que uno nunca termina de creerse el gran talento y capacidad de su personaje para estar en el submundo del hampa, aunque sí su capacidad de… disimularlo), con la que se engancha en una especie de affaire que termina cuando se devela que la mujer en cuestión lo engañó y se quedó con el fruto de su robo. Y que, en cualquier momento, puede reaparecer… Resumir la trama es complicado ya que el guión de Adrián Garelik tiene una larga serie (acaso excesiva) de vueltas de tuerca, pero digamos que Sebastián y Natalia terminan en Mendoza tratando de robar de un banco una carísima botella de vino de 1845 que podría tener “poderes especiales”. Hay malvados empresarios (Juan Leyrado), familiares algo extravagantes (Mario Alarcón), un policía confundido (Pablo Rago) y, especialmente, el “ayudante” de Sebastián que encarna Piroyansky, una suerte de nerd que pasa de trabajar tras una computadora a tener que interpretar un importante rol en la trama. Todos ellos guardarán más secretos de los que en principio muestran. vinopararobarVINO PARA ROBAR funciona como una suerte de ejercicio, casi un juego entre amigos, entretenido, de ver cómo resolver una película de este estilo. No hay grandes innovaciones genéricas en ella y no se espera tampoco que las haya: Winograd juega con las expectativas generadas y no las traiciona más allá de las trampas que todos esperan. En términos de resolución visual de las escenas de suspenso, no se intenta aquí presentar una puesta en escena excesivamente sofisticada o compleja. Se busca la efectividad y la comprensión narrativa. Y en la mayoría de los casos (no en todos) eso se consigue y la película fluye. Si bien está conectada con la provincia de Mendoza de un modo excesivamente promocional, un logro del filme es que ese “link” esté más que justificado por la trama y bastante bien integrado en una puesta que no exagera con la tarjeta postal turística. Los que vieron la película de Ken Loach LA PARTE DE LOS ANGELES, de inminente estreno, podrán notar algunos parecidos en la trama y en el tono, algo disparatado. Sólo que aquí mucho más virado al género y sin las connotaciones “sociales” del filme del británico. vino_para_robarUno podría imaginar, eso sí, a VINO PARA ROBAR como una suerte de episodio piloto para una serie televisiva. De hecho, hay mucho en la película que podría aprovecharse a largo plazo, especialmente en lo que respecta a potencializar la relación entre los protagonistas, que nunca alcanza a trascender la trama ni a volverse tan central como se pretende. Es innegable la relación del filme con LOS SIMULADORES y una versión de dupla de ladrones tranquilamente funcionaría en una industria televisiva a la que no le sobran las ideas que escapen de las habituales comedias dramáticas (o dramas) más o menos costumbristas que pululan por el “prime time” local. Winograd juega aquí al género (como ya lo hizo en MI PRIMERA BODA) y sus códigos están cerca del Hollywood clásico, algo que no le vendría nada mal a la pantalla chica local que continúa funcionando con versiones estéticamente correctas de psicodramas de los ’80.
El vaso medio lleno o medio vacío Los críticos insisten en sostener que esta nueva película de Ariel Winograd (1977, Buenos Aires) evidencia influencias del cine de Hitchcock y la screwball comedy. Ciertamente, Vino para robar promete un rato de placenteros enredos con chispazos románticos y disputas en torno a objetos de valor, en ámbitos refinados. Pero algo la diferencia de Para atrapar al ladrón (1955), Intriga internacional (1959) u otros clásicos del subgénero: aquellas eran livianas pero no tontas, y estaban realizadas con una sensualidad y sofisticación (lo cual comprende no solamente los decorados y el vestuario, sino también el refinamiento de los encuadres, la intencionalidad de los diálogos y la gracia de los gags) que demostraban que había detrás un auténtico director, alguien con verdadera idea de lo que era el cine. El tercer largometraje de Winograd, en cambio, es casi un producto para chicos, haciendo de las trampas, desventuras y conflictos de sus personajes algo inocuo e inofensivo. Por momentos, parece una de las películas de los superagentes cruzada con Nueve reinas (2000, Fabián Bielinsky), sin el vaho fascistoide de las primeras ni el cinismo de la segunda. Por otra parte, si bien su primer tramo despierta entusiasmo, con su sucesión de aceitados engaños entre un ladrón demasiado solemne y una rival más lista y espontánea, la película pronto empieza a ser interferida por algunos tics de nuestro cine más ramplón, como si fueran parte ineludible de lo argentino: policías haraganes, violentos sobradores como los que interpretan Mario Alarcón y Juan Leyrado, e incluso cierta fascinación por el dinero obtenido con facilidad (o por el dinero, a secas). Tampoco son muy felices los flashbacks o inserts que explican innecesariamente con imágenes lo que los personajes dicen, los devaneos narrativos, el humor a veces insuficiente o esquivo (problema que ya se detectaba en las películas anteriores de Winograd, Cara de queso y Mi primera boda) y el exceso de música estridente. Compensan esa medianía la elegancia de ciertos movimientos de cámara, las vueltas de tuerca finales que desvían la moraleja tan temida, un creativo diseño de títulos y, sobre todo, el hecho de haber reunido –por fin– a Daniel Hendler y Valeria Bertucelli, para encarnar a los jóvenes ladronzuelos en cuestión. Como decíamos no hace mucho, a propósito del estreno de La suerte en tus manos (2012, Daniel Burman), es para celebrar que estos dos comunicativos intérpretes hayan encontrado en el cine el medio ideal para explotar esa gracia tan particular que los distingue, siempre con los gestos justos y las modulaciones de voz adecuadas para deslizar una réplica ocurrente. En gran medida, de ellos depende que podamos ver el vaso medio lleno y no medio vacío. Por Fernando G. Varea
Una comedia divertida interpretada por ladrones de guante blanco. El director tiene una gran experiencia en la comedia, lo disfrutamos en “Cara de Queso-mi primer ghetto” (2006) y “Mi primera boda” (2011). En esta nueva película se mete en el género policial y de suspenso, mezclándolos con el humor. La pareja protagonista en esta oportunidad ofrece: enredos, conflictos, romance y aventuras. La trama es bastante sencilla, un experto ladrón, Sebastián (Daniel Hendler) quien es ayudado a la distancia por su amigo Chucho (Martín Piroyanski) un despierto hacker, ellos son socios a la hora de realizar importantes robos. De manera circunstancial conoce a Natalia (Valeria Bertuccelli) justo cuando está intentando robar una importante pieza de arte de un museo, pero ella utilizando la seducción y la inocencia le gana de mano. La buscará por cielo y tierra, entre enredos, confusiones y engaños ellos terminarán trabajando juntos. El próximo golpe trata acerca de una valiosa y única botella de Malbec de Burdeos de1845, catalogada como uno de los mejores vinos del mundo y guardada en la bóveda de un banco en Mendoza. La misión se desarrolla en el hermoso paisaje de Mendoza (La fotografía, a cargo de Ricardo De Angeli), entre montañas, arroyos, bodegas. Durante la fiesta de la vendimia ellos se trasladan en una camioneta para dar el golpe, tienen un estilo a la serie televisiva “Los simuladores” y también podríamos pensar en “Brigada A”. A lo largo de esta comedia alocada se van haciendo distintas referencias como cuando el personaje de Piroyanski le dice al de Hendler -“Tu nombre en clave es Bond, Juan Bond”-, ella en varias escenas usa una remera del film “North By Northwest” (1959) conocida como “Intriga internacional” de Alfred Hitchcock; “La gran estafa” dirigida por Steven Soderbergh y protagonizada por George Clooney; “La emboscada de 1999, dirigida por Jon Amiel y protagonizada por Sean Connery y Catherine Zeta-Jones”; tiene muchos puntos en común con el film “Como robar un millón” de William Wyler , protagonizada por Peter O'Toole, Audrey Hepburn, entre otros films. Es una comedia ligera y liviana, puro entretenimiento, no es pretenciosa, pero sí ambiciosa. Se filmo en locaciones de Mendoza, Buenos Aires, Tigre y Florencia (Italia). Muy buen vestuario diseñado por Mónica Toschi. Respecto a los personajes: Hendler, un tanto acartonado y un poco más de lo mismo pero está bien; Bertuccelli está más relajada, compone un personaje distinto y ambos tienen mucha química; Piroyanski muy eficaz , compone un buen personaje con sorpresas, Juan Leyrado como Basile, es el villano y el personaje fue creado a su medida (escena del baile en la bodega, bellísimo); como sabueso Pablo Rago, a mi gusto algo desaprovechado, algo inconcluso; Mario Alarcón maravilloso y algunos personajes exagerados. Después de los primeros créditos hay escenas extras. ¿Se viene “Vino para robar 2”? (si los acompaña la recaudación es posible).
Un cóctel de alta costura El cine nacional tenía el casillero vacío en comedias romántico-policiales donde el eje transcurriera sobre robos espectaculares, con ladrones de guante blanco y el protagonismo de una pareja pícara, elegante y cool, al estilo de Grace Kelly-Cary Grant en “Atrapar al ladrón” o de Audrey Hepburn-Peter O’Toole en “Cómo robar un millón de dólares”. Desde el prisma del humor, que fue el punto fuerte de sus dos películas anteriores “Cara de queso” (2006) y “Mi primera boda” (2011), el realizador argentino Ariel Winograd trae ahora a la pantalla todos esos condimentos, con la carismática dupla local de Valeria Bertuccelli y Daniel Hendler, apuntalando un producto esencialmente entretenido. Con espíritu lúdico, aunque también algo frío y maquinal, “Vino para robar” ya juega desde el título con los dobles guiños, donde el verbo y sustantivo complementan sentidos que se bifurcan en sucesivas vueltas de tuerca con simpáticos ladrones que hacen de su oficio algo superior: no buscan billetes (de hecho los descartan) sino el valor simbólico que sustenta un objeto de arte o una antiquísima botella de vino. El guión se complica progresiva e intencionalmente hasta el absurdo y la incredulidad, pero no pierde coherencia intrínseca, a medida que se aleja de explicaciones realistas y terrestres. Todos los artificios son posibles y se permite mostrar algunos trucos de balas y sangre de utilería o accidentes fingidos que se mezclan con posibles datos verdaderos hasta no discernir los unos de los otros. A dos puntas Un espíritu internacional y clásico caracteriza a la película que puede gustar a dos puntas, tanto localmente como más allá de límites geográficos. Con su material evanescente y ágil, “Vino para robar” pone en movimiento un relato que reúne a dos estafadores con encanto y mucho oficio. La historia comienza en un museo metropolitano con el robo de una máscara y termina en la bóveda del Banco Hipotecario de Mendoza. Participa en el juego la dupla Bertuccelli-Hendler junto a Martín Piroyansky, un desternillante asistente cibernético; un millonario coleccionista mafioso (Juan Leyrado); el dueño de un viñedo en quiebra (Mario Alarcón) y un inspector sorprendente (Pablo Rago) de participación breve pero clave. Para alcanzar su puesta fluida y congruente, Winograd contó con un equipo técnico muy sólido en fotografía, sonido, vestuario, maquillaje y -por supuesto- dirección de arte. Es sorprendente la destreza narrativa con la que el director concibió los robos (en una secuencia, Hendler se desplaza por el interior de los circuitos de aire acondicionado como Bruce Willis en “Duro de matar”, lo que justifica los créditos de los dobles de riesgo que vemos al final). Puro artificio Repleta de citas, “Vino para robar”, se nutre tanto del espíritu lúdico de la saga 007, como de las realizaciones de la comedia clásica de mediados del ‘50 y ‘60 con heroína independiente, elegantísima y tramposa, aunque en el fondo noble, a la que pone el cuerpo Valeria Bertuccelli, quien sigue sorprendiendo con sus múltiples matices de comediante. Ella consigue la química necesaria con un Hendler con mucho oficio que se refugia en la inexpresividad a lo Buster Keaton. Otros personajes secundarios (como el de Pablo Rago) en el rol de inspector o el del dueño del viñedo no tienen el desarrollo ni el interés que Winograd supo lograr en sus filmes anteriores, mientras que el actor Alan Sabbagh se destaca fugazmente en el rol de gerente bancario que alterna la materialidad de su profesión con el culto de un gurú new age. Con el apoyo institucional de la provincia de Mendoza, en la que transcurren varias escenas clave, el film aprovecha los paisajes y sus posibilidades cinematográficas. Pero no se queda en la mera promoción turística y se pone más bien al servicio de la comedia, con los personajes entrando y saliendo de hoteles cinco estrellas, el banco, la bodega y la mismísima Fiesta de la Vendimia que se integra al rodaje de una secuencia de suspenso. Frívola, ingeniosa y elegante, la película denota aspiraciones de masividad y exportación. Contada con acierto y brillantez, la trama se parece a un vestido de alta costura para el que se añora un futuro de contenidos algo más anclados en el aquí y ahora.
En una apuesta de género audaz para emprender en nuestro medio, Ariel Winograd logra con Vino para robar una eficaz y entretenida combinación de film de robo a guante blanco con toques jamesbondianos. Apelando a una pareja de actores a la que el cine independiente ha recurrido con asiduidad, esta suerte de thriller romántico recorre diversos escenarios y locaciones que la vuelven atractiva visualmente, a la vez de abordar con dinamismo una historia que va salpicando sorpresas y guiños. Winograd maneja con gran soltura el lenguaje cinematográfico, lo que le permite introducirse sin temor por terrenos por los que no había transitado. Luego de haber plasmado comedias como Cara de queso y Mi primera boda, distintas en cuanto a producción y despliegue –la segunda, estupenda, contaba con un gran presupuesto y un heterogéneo y multiestelar elenco-, acá el cineasta da el giro con aceptables resultados y toques de humor que distienden y enganchan. Homenajes al cine asoman durante la narración, dentro de una temática enóloga un tanto forzada. Pero varias escenas notables, una gran banda sonora de Darío Eskenazi y un muy buen elenco sostienen todo. Como Daniel Hendler, impecable en su nueva faceta de galán al margen de la ley, muy bien acompañado por una Valeria Bertuccelli inteligente y llena de matices y un divertido Martín Piroyansky.
El arte de currar Dos ladrones de guante blanco capaces de robarse cualquier cosa (hasta el título de una crítica de este mismo blog) se ven forzados a ejecutar una misión aparentemente imposible en Mendoza. Se repelen, se necesitan, se quieren. Fórmula pura, pero bien hecha, con múltiples referentes en el cine de Hollywood que van de La gran Estafa a Duplicidad, y por supuesto el inevitable faro del cine de Hitchcock (el clima de Para atrapar al ladrón, una remera de Intriga internacional, una botella de vino como Mc Guffin, igualito que en Notorius). Y un solo y gran referente en la TV local, Los simuladores. Winograd consigue un eficaz entretenimiento que se sostiene en algún que otro giro ingenioso y, sobre todo, en la química de la pareja protagónica, compuesta Valeria Bertuccelli, con su gracia y solvencia habitual, y por un sobrio Daniel Henler. Juntos deberán cumplir una serie pruebas en el bello marco de los paisajes mendocinos. Una propuesta grata para paladares poco exigentes.
Una comedia para brindar! Casi nunca nuestro cine se metió a contar una historia donde se mezclan la comedia refinada, el thriller delictivo y la aventura inimaginable, por ello es grato recibir, y ver esta propuesta de Ariel Winograd, director con pergaminos óptimos como "Cara de queso" (2006) y " Mi Primera boda" (2011), en la primera mostrando las posturas tragicómicas de la era "Menemista" y en la segunda, una visión desopilante de las desavenencias familiares ante la cursada de una boda. Aquí hay dos ladrones muy peculiares que se conocen cuando ambos intentan robar una obra de arte, ellos son Daniel Hendler, como siempre con oficio y notabilidad actoral, y Valeria Bertuccelli, muy graciosa y por suerte alejadaaaa de ese personaje denominado "La Tana Ferro" de otra comedia. Juntos, la emprenderán con un nuevo golpe en Mendoza -siempre bellísimos paisajes de una provincia extremadamente hermosa-, en la bóveda de un banco donde se guarda un misterio alcohólico, aunque el director y el guión nos reserven una serie de guiños y sorpresas que convienen no mostrarlos aqui a manera de "spoilers". El buen gusto y la aceitada historia van de la mano y de a ratos parece que estamos ante un celebrado homenaje cinéfilo a aquél significativo Hitchcock de "Para atrapar a un ladrón" con el dueto Cary Grant-Grace Kelly, o la inolvidable "Charada" de Stanley Donen con Grant pero con Audrey Hepburn (y si uno es tan tan cinéfilo súmense títulos: "Como robar un millón de dolares", "Gambit", "The italian Job" etc etc). Hay un disfrute pleno, que se hace agradecido, esa cosa de pasarla bien con una película que además es de una calidad sonora y fotográfica (Ricardo De Angelis) como pocas, bien musicalizada, y actuada de oficio, ya que también destacan: Martin Piroyansky como un secuaz nerd, Mario Alarcón como el divertido padre de Bertuccelli y hasta un Juan Leyrado como dispar villano. Nadie saldrá defraudado de apreciarla.
Filme con la saludable pretensión de entretener La comedia policial es un híbrido que toma algo de ambos géneros, pero en porciones dispares. Suele incluir aventuras, suspenso, humor y romance. Es lo que ocurre en este tercer filme de Ariel Winograd. Los anteriores fueron Cara de queso (2006) y Mi primera boda (2011). La historia nace en Buenos Aires y luego se traslada a la provincia de Mendoza, donde se desarrolla la mayor parte. Y finaliza en Florencia, Italia, con una secuencia que puede ser tanto un cierre como un anticipo o justificación de una eventual secuela. Es un acierto haber filmado en el interior del país. Entre las locaciones reconocibles se pueden mencionar el Parque General San Martín, la plaza San Martín, algunas bodegas del Valle de Uca y la Vía Blanca de las Reinas. Los escenarios cumplen una finalidad narrativa, la publicidad turística aparece por añadidura. La película trata sobre ladrones/timadores. Uno de ellos es Mariana Tarantini (Bertuccelli), alias Natalia, hija de Pascual (Alarcón), un viñatero que dice que va a morir cuando se le termine la última botella de vino. El otro ladrón es Sebastián (Hendler), quien trabaja con el apoyo de un hacker interpretado por Piroyanski, más alguna complicidad adicional. El hacker le impone a Sebastián el nombre clave de "Bond, Juan Bond". El primer objeto de la codicia de ambos ladrones es una máscara exhibida en un museo de Buenos Aires. Pero luego la acción se instala en Mendoza, donde el nuevo objetivo resulta una botella de vino malbec que habría pertenecido a Napoleón III y está guardada en la bóveda de un banco. Por estas variantes, el título de la película posee un doble sentido, porque tanto se refiere al "vino" como al verbo "ir". Además, la botella adquiere, en parte, la función de un McGuffin, ese recurso creado por Hitchcock para mantener la tensión narrativa, como ocurría en el ya emblemática Ronin, de John Frankenheimer. El más interesado en esa botella es un empresario llamado Basile, aunque cabe agregar que la película no tiene relación alguna con el fútbol. Este hombre se mueve protegido por dos matones. Por alguna razón, Sebastián debe apoderarse de la botella en el plazo de 72 horas. La historia se complica con la aparición de Karl Guntag, un alemán experto en vinos que llega a Mendoza contratado para realizar un relevamiento de las botellas depositadas en la bóveda del banco de marras. Este personaje es interpretado, de manera eficiente, por el escritor bahiense Luis Sagasti, quien, además, da a la perfección el fisic du rol. Vino para robar toma prestado algunas variantes de otros filmes de ladrones. Por caso de Hitchcock y Soderbergh. Pero en especial de El affaire de Thomas Crown (1999), en su segunda versión protagonizada por Pierce Brosnan y Renee Russo. De todos modos, la película posee suficientes atributos propios que la diferencian de cualquier modelo. El mérito es compartido por el guionista Adrián Garelik; el director, quien logra una fluida puesta en escena, salvo algunas caídas; del veterano fotógrafo Ricardo De Angelis y de todos los actores mencionados precedentemente. En suma, una película disfrutable, que no posee otra pretensión que la saludable de entretener.
"LADRONES DE GUANTE BLANCO (Y USADO)" (por halbert) Luego de "Cara de queso" (2006) y "Mi primera boda" (2011), el director argentino Ariel Winograd nos presenta una nueva comedia, en este caso con tintes policiales. Sebastián (Daniel Hendler) conoce a Natalia (Valeria Bertuccelli) cuando ambos intentan robar una importante pieza de arte de un museo, cada uno por su lado. A partir de allí, y por motivos de la trama, deberán unirse a la fuerza para robar una valiosa botella de Malbec de Burdeos de mediados del siglo XIX -uno de los mejores vinos del mundo-, celosamente guardada en la bóveda de un banco ubicado en la provincia de Mendoza. El filme se esmera en ser novedoso y divertido, pero lo logra a medias. Si bien el estilo de personajes y de película es inusual en el cine argentino, el cine estadounidense nos ha dado ejemplos de sobra, desde "Cómo robar un millón" hasta "El caso Thomas Crown" o cualquiera de la saga de "Ocean´s eleven", y ni hablar de las "Mission: impossible"; en la mayoría de ellas, el conflicto central pasa por los robos de piezas de arte o de grandes sumas de dinero o de, en muchos casos, de robo de información (un bien muy preciado en este siglo XXI). La puesta en escena es atractiva y los escenarios naturales de la provincia de Mendoza ayudan a crear el clima necesario para que los protagonistas vayan cimentando su obvio romance que, en este caso, sabiamente o no (que lo decida el espectador), apenas aparece. Por otro lado, el afán del director de "mechar" guiños "a lo argento", como la inclusión de apellidos de grandes y reconocidas figuras del fútbol nacional a varios personajes secundarios, distrae la atención de lo importante y no suma. Más valiosa por su aspecto estético, gracias a la iluminación, la composición de encuadres (fotografía que le dicen, a cargo de Ricardo De Angelis) y la música de Darío Eskenazi, Winograd sale airoso si se le pone el foco en lo audiovisual; en cuanto al guión, no sorprende y la historia va por cauces ya muy transitados por el cine. Si bien Hendler y Bertuccelli logran una buena química, sale más airoso el primero, ya que la actriz argentina, si bien resulta creíble en su rol de ladrona, no lo es tanto cuando debe jugar el papel de femme fatale. Con participaciones secundarias de Mario Alarcón, Martín Piroyansky, Juan Leyrado, Alan Sabbagh y Pablo Rago (los dos primeros, más destacados), "Vino para robar" entretiene un poco, pero no genera ningún tipo de emoción y ello se siente y se refleja en el resultado final.
Después de “Mi primera boda”, un film de loables intenciones cómicas pero desparejo y en ocasiones falto de timing, el realizador Ariel Winograd logra su mejor película a la fecha. “Vino para robar” es la historia de dos ladrones o estafadores (en este caso ejercen ambas innobles pero interesantes profesiones) interpretados por Daniel Hendler y Valeria Bertuccelli, con el aporte de quien cada vez más se perfila como el actor cómico que el cine argentino necesita, Martín Piroyanski. La trama es ingeniosa incluso si está construida –de modo evidente y divertido– alrededor de lugares comunes de este subgénero “hay que afanarse algo imposible”, que siempre es adecuado para lo cinematográfico.
Vino para robar, la nueva película de Ariel Winograd (también responsable por Cara de Queso y Mi Primera Boda) , sorprende con una impronta muy Hollywoodense y un ritmo al cual no muchas películas nacionales nos tienen acostumbrados. La historia presenta a una (no) pareja de estafadores (encarnados por Daniel Hendler y Valeria Bertucelli) los cuales deben unir fuerzas para llevar a cabo una misión (cuasi) imposible que puede llegar a costarles la vida. Hasta acá, nada novedoso, sin embargo el guión está plagado de giros (algunos predecibles, otros no tanto) que dejan al espectador en vilo hasta los últimos minutos. El humor no se hace esperar y desde un comienzo los gags brillan en cada escena, muy argentos y a la vez muy universales, el humor es uno de los pilares de esta comedia de enredos un tanto peligrosos. Sin dejar de lado a la pareja protagonista, la película cuenta con un elenco de actores de reparto el cual es un lujo! Entre ellos podemos contar a Juan Leyrado, Martín Piroyansky y Pablo Rago… ¿qué tul? Junto con el elenco, la música y la fotografía (gran parte de la película fue grabada en Mendoza y la escena final en una ciudad europea, mas precisamente en Florencia) ayudan a hacer de esta película un gran espectáculo sensorial. Si te gusta la acción, el vino, la comedia y no te sube la glucemia cuando vez escenas amorosas en la pantalla, entonces Vino para robar es una muy buena opción para que veas en cine. Moraleja: al pan, pan y al vino, robado! Dato de color: En una de las escenas finales Mariana (el personaje de Valeria Bertucelli) tiene puesta una remera de “North by Northwest”, una famosa película del maestro Alfred Hitchcock. La misma fue traducida en España como “Con la muerte en los talones” y como “Intriga Internacional” en Hispanoamérica. La misma cuenta la historia de un hombre el cual es perseguido a lo largo y ancho del país por la policía mientras intenta salvar su vida. ¿Sutil referencia o simple homenaje?
"...Es una de esas películas refrescantes que habitualmente no se encuentran en el cine nacional..." Escuchá la crítica radial completa en el reproductor (hacé click en el link).
Publicada en la edición digital #253 de la revista.
UN ASUNTO DE HOMBRES La última película de Ariel Winograd (Cara de queso; Mi primera boda) se mete de lleno en el cine de género, en particular uno: el de películas de ladrones de guante blanco y estafadores. Los referentes de Winograd pertenecen al cine clásico, algunos enunciados expresamente por la película (e.g. Rififí; Jules Dassin 1955). Sin embargo este director tiene cierta debilidad por el uso gratuito de recursos que pueblan el cine contemporáneo (aunque ya empiezan a parecer muy viejos, tan gastados están). Tics como los ralentis acompañados de música de pulso electrónico no dejan de ser intentos banales para estilizar la película, siguen la lógica del falso axioma que indica que toda imagen se ve más cool en cámara lenta. Esa relación con la imagen, la imagen de diseño, construida para resultar atractiva (pregunta: ¿atractiva para quién?) es el techo que se autoimpone Winograd. Sin embargo bajo esa capa fría y dura de estilo, hay cosas que laten y hacen de Vino para robar una película digna y con buenas dosis de placeres no tan ocultos. La película cuenta la relación de dos ladrones de guante blanco, interpretados por Sebastián (Sergio Hendler) y Natalia (Valeria Bertucelli) que se ven forzados a trabajar juntos para salir de apuros, ya que por una confusión ambos son tomados como cómplices del robo a un tipo poderoso, el villano de carácter volcánico y gestos pétros, interpretado por Juan Leyrado. En realidad las circunstancias por la que la pareja protagónica se ve involucrada no son tan azarosas, ya que permanentemente se buscan, especialmente élla a él. Cómo se puede adivinar, bajo la relación profesional, late la tensión amorosa entre estos dos desconocidos que comienzan a aprender quien es el otro. Sergio, cómo el ladrón sofisticado de sangre en extremo fría, es interpretado por Hendler de manera quizás demasiado robótica, pero funciona bien como contrapunto del personaje de Bertucelli. Élla es como siempre encantadora, en un papel que le permite hacer de una mujer fuerte y capaz, pero que a la vez es atolondrada, nerviosa, enamoradiza, lo que le permite sacar a relucir su veta cómica. Bertucelli saca lo máximo de un guión que es demasiado apretado, que parece escrito por un estudiante, uno muy aplicado y sobresaliente en su materia, pero que no se desvía ni un poco del material de cátedra. Por suerte se permite cierto humor gratuito (cómo llamar a distintos personajes como viejos arqueros de la selección argentina), que descomprime entre tanto recurso de manual. Y esto se aplica a la película en general, que se descubre más placentera cuando se toma menos en serio, en los momentos que en vez de jugar con ladrillitos juega con plastilina. Los grandes planos generales que hacen de interludios cómicos, muestran a los actores casi como muñequitos, reforzando el espíritu lúdico que a veces saca a relucir Winograd. El uso de citas a otras películas que se mencionaba al comienzo puede ser leído como un gesto cinéfilo de un director que comienza a ligar su trabajo con una tradición, un gesto que muestra sus modelos y que pone en la mesa las aspiraciones de su cine (que no es lo mismo que su resultado). Winograd está en eso de aprender a tomar las riendas de la pantalla, donde a veces los planos más simples son los que tienen más pertinencia formal que el plano más sofisticado. La cámara que gira en 360 grados en torno a los personajes podría ser llamativa sino se viera en casi todos los estrenos de jueves, una pirueta formal que no aporta nada a la película. En contraposición, un plano que muestra a Hendler y a Bertucelli hablando, con un simple paneo muestra, de fondo en profundidad de campo y con perfecta sincronía, lo que está contando el actor: el movimiento denota imaginación, economía de recursos, dominio de las posibilidades de la pantalla. Igualmente esto no se trata de una taxonomía de planos “correctos” e “incorrectos”, se trata de poner de relieve el aprendizaje cinematográfico de Winograd en relación a lo que quiere contar. En el fondo, Vino para robar es la historia del descubrimiento de una mujer por un hombre. “Te va a cagar. Es una yegua, son todas iguales”: algo así dice el personaje de Martín Piroyansky a Hendler en una película en la que llamativamente la única mujer que tiene más de diez líneas de diálogo es Bertucelli. El resto es un universo de hombres en los que el personaje de Natalia es casi una intrusa. El descubrimiento amoroso es paulatino, gradual, pero al final resulta poco claro que es lo que termina por convencer a Sergio de confiar y enamorarse de Natalia. Tal vez si el director no estuviera tan distraído con los pormenores ingeniosos del guión y con la pirotecnia visual podría poner en pantalla más seguido a su punto más luminoso, Valeria Bertucelli. A veces el plano justo, la decisión más acertada que puede tomar un director, es la de limitarse a filmar de la forma más simple, fácil y directa; dedicarse a dejar lucir a un actor o una actriz, lo que es lo mismo que decir: a un hombre o a una mujer.