Mezclando géneros Con Desapareció una Noche (Gone Baby Gone) y Atracción Peligrosa (The Town), Ben Affleck demostró sobradamente a los numerosos detractores de su faceta interpretativa que tiene por delante una carrera mucho más interesante como director: tiene buen ojo para elegir sus historias, buen dominio del pulso narrativo, sabe mucho de elegir un buen casting y cómo dirigirlo y lo que es más importante, va revelando poco a poco un cierto estilo autoral que le permite asumir nuevos riesgos con cada nueva proyecto que afronta. Siempre me ha parecido un tipo inteligente (y mejor actor de lo que la gente cree: basta ver sus trabajos en títulos tan dispares como Chasing Amy o Hollywoodland) y la película que ha proyectado aquí fuera de concurso, Argo, viene de nuevo a confirmarlo...
Hollywood al Rescate No éramos pocos los que dudábamos hace varios atrás si la alicaída carrera de Ben Affleck como intérprete podría reestablecerse o si se convertiría en esos actores que tuvieron sus 15 minutos de fama, pero terminaría en la televisión protagonizando sit coms mediocres de una o dos temporadas, o lo que es peor, films clase B que terminan yendo directamente al DVD. Irónicamente, a partir de que interpretara con bastante profundidad dramática al depresivo George Reeves en el olvidable film Hollywoodland, Affleck empezó a recobrar renombre, y si bien este policial centrado en los años ’50 pasó inadvertido, fue su sorpresivo giro como sólido narrador y director cinematográfico lo que lo pondría nuevamente en el mapa de las estrellas. Un mapa al que le decide devolver la pelota sin ninguna gentileza. Después que Atracción Peligrosa, su segunda obra, se convirtiera en otro sorpresivo éxito de crítica y público, Affleck encara esta historia real, que si bien es la menos personal, reflexiva y filosófica de las obras de su filmografía, también lo confirma como un sólido narrador, cuya versatilidad y prudencia, lo convierten en la persona indicada para encarar este proyecto. Basada en un historia real bastante insólita, Argo es un film que critica la política, el accionar y la hipocresía de los Estados Unidos en dos frentes de batalla: Irán y Hollywood. Si bien la primera es la verdadera protagonista, la segunda también recibe merecidas críticas. Los primeros minutos del film son realmente vibrantes. Un retrato seudo documental con escenas ficcionalizadas acerca de la toma a la Embajada de Estados Unidos en Irán en 1979 y la fuga de seis trabajadores diplomáticos a la mansión del Embajador de Canadá. No solamente toda esta secuencia introductoria supone tener gran adrenalina, sino que además lo separa a Affleck de tener una típica mirada estadounidense. El director dispara contra los políticos estadounidenses que le dieron asilo al Ayatolah después de ponerlo en el gobierno iraní, y que este torturada y asesinara a gran parte de la población. En el medio, la toma de la Embajada es captada en cámara en mano en pleno movimiento, cortes abruptos y una narración más parecida a la de un noticieron. Urgente. Similar a la estética de Costa-Gavras en Estado de Sitio o Z. A partir de que comienza el plan de rescate el film irá cayendo en ritmo, pero apuesta por la ironía y, a una cínica mirada del mundo de la fama y la realización industrial a través de un especialista en maquillaje y un director multipremiado, que ayudarán a Tony, el protagonista a rescatar a los seis rehenes de la Embajada Canadiense. Toda esta secuencia cobra gracia y vitalidad, debido a las soberbias y divertidísimas interpretaciones de John Goodman y Alan Arkin. La última hora, en la que se realiza el “gran escape” remite a un cine inteligete y netamente setentoso con referencias a los mejor de Sidney Lumet, Alan Pakula o Sidney Pollack. Ya de por sí, un personaje nombra a Network como ejemplo a seguir, lo que confirma la autoconciencia cinematográfica de Affleck. Sin embargo, para la persecución final usa todo tipo de herramientas para retrasar, interrumpir y mantener en vilo al espectador a pura tensión y suspenso con una fuerte inspiración hitchcoiana. De hecho, todo el viaje hacia el aeropuerto, remite invariablemente a La Cortina Rasgada. En este retrato de la Estados Unidos de Jim Carter no se salva nadie, y se demuestra como la violencia y xenofobia en un país lleva a que se genere la misma violencia y xenofobia en otro país. Odio contra odio. Affleck muestra a Estados Unidos como reflejo de Irán y viceversa. En estos tiempos convulsionados, en que la historia parecería que se vuelve a repetir, Argo es un film vital, crítico y satírico pero que no baja bandera. Un film dramático, uno sutilmente político, pero en primer lugar es un thriller clásico bien narrado, que no necesita de explosiones, grandes persecuciones o disparos, o bajar bandera para mantener al espectador enganchado a la butaca. La fotografía de Rodrigo Prieto, la música de Alexander Desplat, sumado a un excelente elenco, liderado por un Ben Affleck sobrio, maduro, sutil, profundo, convierten a Argo en una propuesta interesante, efectiva. Se puede criticar que sus últimos minutos centrados, únicamente en la misión de rescate, el film empieza a decaer y no sigue escarbando la basura de la Casa Blanca generando un sátira mucho más efectiva que ingeniosa en la narración. Affleck se limita a terminar de contar la historia y crear un epílogo simpático (justiicado) y convincente. Igualmente, pienso que se trata de un film que supera la anécdota para convertirse en una obra de género, entretenida y tensionante. Mucho más no importa. Affleck logra generar una obra que equilibra una visión cínica y contradictora del imperialimo representado por el gobierno de Carter y el poder de Hollywood como propaganda demagógica, sin dejar afuera el drama interno de personajes reales, que sufren y tienen miedo (el punto más debil), con buenas dosis de suspenso. Si bien, el tono no es tan oscuro o ambiguo (más bien esperanzador) como en Desapareció una Noche o Atracción Peligrosa, lo que no queda en duda es que el género que mejor sale parado de la visión irónica del director, es la ciencia ficción. A fin de cuentas, nada resulta tan aterrador que ver a simios dominando la Tierra.
Como el cine clásico... y con destino de clásico Fue sólo por casualidad que el mismo día me tocó ver Argo y Casablanca (en ese orden). Por supuesto, no se necesita volver a Casablanca para reconocer cuándo una película usa los mecanismos del cine clásico para llevarlos hasta su punto de máxima belleza, pero el doble programa fue igualmente revelador: después de todo, se tratan de dos películas que van a compartir la cartelera por la rara circunstancia (que invita a hacerse por lo menos un par de preguntas sobre la necesidad actual de mirar al pasado) de que los reestrenos se pusieron de moda, y de que un puñado mínimo de directores y guionistas como Clint Eastwood, Aaron Sorkin y, en este caso, Ben Affleck no dejan de retomar esa tradición para revitalizar un cine que muchas veces se pierde en la falta de precisión y nitidez. En realidad, Argo es el nombre de dos películas: la tercera que dirige Ben Affleck, después de convertirse en un director prestigioso con Desapareció una noche (Gone, Baby Gone) y Atracción peligrosa (The Town), y una extravagante producción de ciencia ficción tipo La guerra de las galaxias que debía filmarse en Irán en 1980, y que sirvió como pantalla para que el agente de la CIA Tony Mendez (el propio Affleck) sacara con vida del país a seis rehenes que habían quedado varados y ocultos en la casa del embajador canadiense, después de que una multitud de revolucionarios atacara la embajada de Estados Unidos en Teherán para exigir la restitución del recién derrocado Sha, que había conseguido asilo político en ese país. La historia está basada en hechos reales y comparte mucho del espíritu de Invictus en el hecho de celebrar y homenajear a la política ejercida por medios pacíficos, en este caso el ingenio y la creatividad en la invención de un plan bastante osado que evitó lo que podía haber intensificado un conflicto internacional ya bastante difícil (los rehenes de la embajada, que eran muchos más que seis, no fueron liberados hasta 1981 y el caso no sólo arruinó las relaciones entre los Estados Unidos y la nueva República de Irán sino que también tuvo su peso en la derrota electoral de Jimmy Carter contra Ronald Reagan). Como pasaba en Casablanca, a Argo le interesa lo colectivo o al menos la actuación moral de un héroe en medio de un conflicto que lo excede, y por eso las dos películas no presentan a sus protagonistas sino después de varios minutos. Primero se nos pone en contexto con un relato ayudado de mapas, fotos, carteles, etc. -esos intermediarios entre la ficción y la actualidad en la que quiere insertarse- y luego se nos introduce en una acción tensa y algo caótica donde hay vidas en peligro. Argo está tan bien filmada que es todo lo contrario de esos comienzos difusos en los que uno no sabe bien qué pasa y opta por no tratar de entender a los pocos minutos; al contrario, el mayor placer de la película proviene de su capacidad para anudar situaciones de tensión extrema alrededor de un detalle concreto, como un teléfono que suena en una oficina vacía y del que dependen varias vidas, o la velocidad con que se coordina una serie de acciones para permitir que un avión suizo despegue o no despegue (de nuevo, ahí está presente el final de Casablanca). Pero Argo, a diferencia de Casablanca, no tiene ni pretende tener a un Rick Blaine de párpados melancólicos que se lleve todas las miradas: el Tony Mendez interpretado por Affleck pasa por un tipo común, a lo sumo un poco más osado y con una idea más amplia de lo posible que sus compañeros de la CIA (se sabe que inteligencia no es lo mismo que creatividad), que tiene como fondo difuso una separación reciente y un hijo que vive con la ex. Realmente no hay nada demasiado notorio en Tony Mendez, un héroe tan anónimo que el gobierno tuvo que premiarlo en secreto (salvo porque Ben Affleck con sus primeras canas y una barba crecida es una belleza de principio a fin, con un toque juvenil en el flequillo que hace juego con su idea de la película sci-fi), pero en lugar de sentirse como una falta eso cobra sentido cuando se piensa a Mendez como el héroe americano promedio que una secuencia de regreso al hogar con bandera de fondo deja más que claro. Y de hecho los personajes más atractivos de la película son los productores de Hollywood a cargo de Alan Arkin y John Goodman, que le reponen al “basado en hechos reales” esa otra mitad de fantasía en un mundo de cartón con sus propias reglas -primero que nada, saber mentir, vivir actuando- que se parece tanto a la política, sólo que con un tono más lúdico y festivo, y que termina por filtrarse e intervenir sobre la realidad de una manera tan extraña. Acá no hay historia de amor como la de Ben Affleck y Rebecca Hall en Atracción peligrosa (y mucho menos como la de Humphrey Bogart e Ingrid Bergman en Casablanca), pero sí hay un romance con el cine que ocupa ese lugar y pone toda la emoción en un relato que de otra forma podría resultar un poco impersonal o frío. Esa fascinación con el poder de las ficciones no deja de reconocer, sin embargo, en otro personaje secundario bastante desarrollado como es la ama de llaves iraní del embajador canadiense, que la realidad tiene destinos menos gloriosos que el cine: esa subtrama le pone una gota bienvenida de amargura al conjunto y refuerza esta idea, tanto del cine como de la aventura, como máquinas plurales que dependen para funcionar hasta de sus partes más deslucidas, y si Argo es una de las mejores películas del año es porque a esto, que parece tan simple, hay que tomar mucha sopa para saber filmarlo.
Ben y los argonautas El tercer largometraje de Ben Affleck como realizador ha llegado a los cines argentinos para contarnos la historia real de la operación que la CIA montó a fines de los 70 para rescatar a 6 empleados de la embajada de los Estados Unidos en Irán que lograron escapar al momento de la toma por asalto de la sede diplomática. Tony Mendez, especialista en extracciones, creará una falsa productora de películas (que incluye productores, eventos de prensa y hasta un guión verdadero) que partirá hacía Teherán a encontrar locaciones para filmar una película, aunque en realidad su única misión es traer convida a los 6 ciudadanos estadounidenses que se encuentran refugiados en la casa del embajador de Canadá mientras un grupo de iraníes los busca incansablemente para ajusticiarlos. No voy a hablar de las anteriores obras de Ben Affleck como director por qué ya lo hice acá, pero si voy a destacar nuevamente que la evolución de este actor/productor/director es realmente asombrosa. Argo vendría a ser su opera cumbre, su más grande película por el desafío que planteaba filmar una historia tan compleja que de haber caído en manos de otro director hubiese sido un panfleto al heroísmo yankee. Uno de los puntos más altos de Argo es que el punto de vista de Affleck, de vuelta demostrando un arraigado y querido clasicismo, no es diagramar una estructura basada en héroes y villanos, sino que plantea un universo real a una historia que por momentos roza lo increíble. Affleck no demoniza a los iraníes ni tampoco los justifica, pero si pone en contexto esa furia desatada que se vivieron por más de un año en Teherán. No la deja librada al azar para sentenciarlos, sino que se encarga por medio de una brillante, gráfica y breve introducción de ubicar la situación de opresión que vivió el pueblo asiático durante más de 30 años generando los lamentables hechos posteriores. Si hay algo contra lo que dispara el realizador de The Town sin piedad es contra las políticas de los Estados Unidos. A lo largo de este film, Ben apunta con ácidas críticas al imperialismo del país del norte y al comienzo de Argo deja bien en claro su posición con la mencionada introducción que comenta sin ningún tipo de tapujo que su país e Inglaterra organizaron el golpe de estado que terminó con el mandato de Mohammad Mosaddeq para luego establecer y controlar a su merced la dictadura del Sha Mohammad Reza Pahlavi. Argo se encuentra claramente dividida en dos partes. La primera parte narra el nacimiento de la misión, donde el humor paródico y crítico hacía Hollywood es moneda corriente. La segunda se desmarca de la primera en absoluto por cambiar radicalmente el registro virando hacía un thriller político donde la tensión se apodera del relato. Es fascinante como a pesar de conocer el final (no lo voy a revelar por las dudas) uno siente como el corazón se sale del caparazón en los momentos cúlmines de la cinta. Obviamente que esto no es casualidad, debido a que el perfecto pulso de Affleck como director se encargó de mostrar acertadamente el clima hostil que rodea a Teherán, generando que sea imposible aislarse de ese opresivo y violento mundo más allá de lo dicta la conocida realidad. Ben Affleck aquí es el verdadero responsable del éxito artístico de Argo, ya sea detrás o delante de las cámaras mostrando que su evolución en ambas facetas es impresionante. Esto lo resalto porque en The Town, si bien Ben es el protagonista, el lucimiento cae en manos de Jon Hamm, Jeremy Renner o Chris Cooper mientras que en Argo es el actor de Pearl Harbor el encargado de cargarse la película en los hombros y romperla toda. Nuevamente se rodea de un elenco secundario de lujo donde John Goodman, Alan Arkin, Bryan Cranston (otra vez dando lugar a un actor de Tv en ascendencia) y Scoot McNairy lo acompañan con grandes actuaciones. Argo se convierte en una de las mejores películas del año por su brillante e inteligente sentido del humor, por su ácida crítica contra los Estados Unidos y principalmente por demostrar la gran evolución de Ben Affleck como director, en un rol donde la originalidad, el clasicismo y fundamentalmente las esperanzas no abundan.
Salí de la proyección de “Argo”, pensando mucho en la filmografia de Ben Affleck como director… recordaba sus opus anteriores, “Gone baby gone” y “The town”. Las dos me habian encantado. Si bien nunca lo catalogué como un gran interprete, hay que reconocerle que la silla de director, le sienta bien. No, no es Clint Eastwood (al menos hoy), pero tiene lo suyo. Este tercer trabajo es muestra de crecimiento, de solidez a la hora de narrar, y hay mucho mérito en él, porque el tema que eligió no era fácil. Más con la estructura con la que se plantean hoy en día los thrillers políticos. Y salió airoso. “Argo” es el nombre de una compleja operación de salida de un grupo de hombres y mujeres de Medio Oriente.. Es decir, la historia que cuenta la película es la de un rescate. No cualquier rescate, sino la de un grupo de seis americanos que trabajaban en la embajada americana en Irán, cuando la misma fue tomada por la turba, en clara represalia a la protección que el gobierno de EEUU tenía con un tirano que los había gobernado…. Corría el año 1979 (presidencia de Jimmy Carter) y los fugitivos, al verse desbordados por la situación, piden asilo en la embajada de Canadá. La misma los acepta pero siguen en territorio hostil, siendo que las relaciones con el gobierno local están cortadas. Sin chances para salir, los canadienses presionan a los americanos a encontrarle una solucion al tema, por lo que llega la hora de tomar cartas en el asunto. Es entonces cuando la CIA envia a Tony Mendez (Affleck), un especialista en rescates de este tipo, a evacuar a los antiguos empleados de la embajada, a como de lugar. Como la situación es muy complicada, de su mente surgirá una propuesta loca, ingresar al país (Irán) bajo el paraguas protector de un equipo de producción de una película canadiense (al estilo Star Wars) e intentar sacar vía área a los seis asustados conciudadanos americanos… Una gran operación de inteligencia, convengamos. El elenco, cumple y con mayúsculas. Hay grandes interpretaciones en principales y secundarios (se destacan Bryan Cranston, los simpáticos John Goodman y Alan Arkin, junto a Victor Garber, en roles definidos y que suman a la historia). El guión está bien construido (incluso cuando pensamos el tiempo físico en que se definieron las acciones) y da a cada uno el tiempo necesario para aportar a sus personajes. Dentro de la estructura, se destaca la mirada de Affleck para regalarnos una actuación convincente como actor y una mejor posición como cineasta responsable. El suspenso está bien dosificado y la reconstrucción es minuciosa. Parece filmada en los 70' por momentos. Mucho trabajo de arte de calidad. En el debe, quizás si la historia no te atrapó desde el inicio, su visión cuesta. Es decir, hay muchas discusiones políticas específicas de ese momento y su fortaleza en el recorte temporal es lo que le da profundidad a la historia (es un caso real, olvidé decir) pero si eso no te atrae, la película se vuelve árida. Porque no es un producto de acción, y tampoco hay un enigma que resolver sino estar atentos a los vaivenes de la "extracción". Esto produce que quienes de movida se sintieron atraídos con "Argo" la disfruten hasta el final y quienes no, bueno, salgan un poco desilucionados por su extensión y la predominancia de la palabra por sobre lo físico. Igual, no quita su mérito. Hago la aclaración para que vayan advertidos, nada más. Buena propuesta de Affleck que lo afirma como cineasta de esta nueva generación.
Argo, la nueva película de Ben Affleck, bien podría haberse descripto como: la historia de cómo un actor promedio de Hollywood, se convirtió en un director de primera línea con solo tres películas bajo su mando. Affleck, debutó en la dirección de un largo con Gone baby gone, la historia sobre la desaparición de una pequeña que es investigada por una pareja de detectives privados, lamentablemente pasó desapercibida entre el espectador aunque no entre la crítica; luego le siguió The Town, donde por primera vez se dirigió a sí mismo, contando la historia de un grupo de ladrones que asalta un banco y cuyo protagonista se enamora de un testigo clave. Después de estas dos breves joyas, llegó Argo. La belleza de lo simple La fórmula mágica del cine clásico necesita de un ingrediente especial para que no falle, una historia motivadora, excepcional, fuera de serie y redonda. Eso es sin duda lo que en esta película funciona a la perfección, una historia como un mecanismo, basada en hechos reales, para terminar de atraer al espectador y guionada de una manera tan sutil como bella. Argo nos relata el drama real que vivió Estados Unidos en 1979, al decidir dar asilo en su país al líder iraní, el Shah Mohammad Reza Pahlavi, quien era odiado por todo su pueblo debido a la cantidad de asesinatos que se le atribuían. Como fruto de esta decisión, la revolución iraní decidió entrar a la embajada americana en Irán y tomar como rehenes a todos sus empleados. Sin tener en cuenta que en otro edificio dentro de la embajada trabajaban otros seis, que pudieron escapar y refugiarse en la casa del embajador canadiense. Al enterarse el servicio secreto americano de esta situación, decide contratar a Tony Mendez (Ben Affleck), un experto en extracción de rehenes que se dedicaba a armar coartadas e historias lo suficientemente creíbles como para poder sacar a los rehenes sanos y salvos. Y acá es cuando aparece, la mejor peor historia que se le ocurrió ala CIApara la extracción de rehenes. Montar un equipo de filmación canadiense que pudiera hacer pasar a los seis rehenes por la aduana iraní. Suena a una burla a la mismísima revolución, los miraron y se les rieron en la cara, pasando por alto sus controles más rigurosos. Buenos muchachos La película, compuesta mayormente por un elenco masculino, brilla por ellos. Hablamos de Bryan Cranston, el protagonista de Breaking Bad, en el único papel en el que es realmente valorado como tal, lo vemos solo una vez perder los estribos y vale la pena. El brillante John Goodman como la mente detrás de la ficción que es Argo. Y por último Affleck en el papel principal, haciendo un papel que claramente podría haber desempeñado cualquier actor común y silvestre, lo hace con elegancia y estilo, aunque sin sobresalir. Le perdonamos dirigirse a sí mismo, porque la película cierra por todos lados. La historia es sencillamente perfecta, el vestuario no tiene una falla, ni los actores, ni el guión; es de esas películas que emocionan desde la sencillez y lo real, se genera una empatía con todos los personajes que es de no creer, sin la necesidad de caer en todos los clichés que una historia de esa índole podría llegar a aprovechar. Conclusión Argo es sin duda una película que rankea para el Oscar, tiene ese pequeño detalle de ser de esas películas demasiado oscarizables, pero eso no es para nada un defecto, es una historia de Oscar, aún siendo una historia real y poniendo a Estados Unidos en el papel de “el mejor país del mundo”. Eso es un segundo plano, la tensión que logra Affleck en su tercera película, es sin duda fruto de un talento nato, de una mente de cine.
Ficciones escondidas Basada en un hecho real, la tercera película de Ben Affleck confirma aquello que se sostenía desde la primera: que es mucho mejor director que actor. Argo (2012) funciona como un mecanismo de relojería, aunque su patriotismo resulte un tanto irritante. El 4 de noviembre de 1979 la reciente revolución iraní tomó como rehenes a los trabajadores de la embajada de los Estados Unidos en Teherán. Los militantes, enardecidos porque ese país había ofrecido asilo al depuesto Sha Reza Pahlevi, tomaron control del edificio e iniciaron un largo cautiverio para 52 norteamericanos. Ignoraban que seis de ellos habían logrado escapar y alojarse clandestinamente en la casa del embajador canadiense. A partir de aquí, la “historia oficial” daba cuenta de la operación “Argo”, lo suficientemente exitosa como para traerlos con vida. Tras las más que interesantes Desapareció una noche (Gone baby gone, 2007) y Atracción Peligrosa (The town, 2010) Ben Affleck demuestra que sus capacidades como narrador cinematográfico siguen intactas, redoblando la apuesta al ingresar a un territorio más político y ambicioso, aunque no del todo convincente. En Argo trabaja de forma muy calibrada la tensión, la dialéctica entre campo y fuera de campo y la dirección de actores (hasta él mismo se luce actoralmente). Affleck interpreta a Tony Mendez, agente de la CIA que es convocado por el gobierno para resolver la situación de los seis trabajadores de la embajada, con el único objetivo de que vuelvan a tierras estadounidenses. Tras varios planes de improbable efectividad (hacerlos pasar por maestros de idiomas cuando éstos estaban prohibidos en ese momento, por ejemplo), elije “el mejor plan entre los peores”: organizar el falso rodaje de una película llamada “Argo” y hacerlos pasar por productores, guionistas y directores de arte del film. Primero, él mismo debía llegar a territorio iraní en representación de una ficticia productora canadiense (“todos aman a los canadienses”, dice en un momento). Y luego, debía asesorarlos para que el retorno se haga efectivo. El plan, sabemos, funcionó, pues en aquel entonces proliferaban los films como Argo. Largometrajes que, intentando emular el éxito Star Wars, producían verdaderos engendros con alienígenas, héroes y princesas en remotas tierras desérticas. Para dicha empresa contacta a dos productores (Alan Arkin y John Goodman, que iluminan cada fotograma), quienes lo ayudan a poner en funcionamiento tamaño delirio. Delirio que, por otra parte, el film explora con detenimiento. Más allá de que lo eminentemente político sea el “trasfondo” de la película (el comienzo, explicando con animaciones lo que había ocurrido en Irán, es indicio de lo lateral que es este asunto), la verdadera cuestión política de Argo pasa por mostrar la cocina del espectáculo cinematográfico. Una “cocina” que tiene varios puntos de contacto con el gobierno de Estados Unidos, a tal punto que podría pensarse a la historia norteamericana como la historia de las elipsis, las puestas en escena y la construcciones de heroísmos varios. En las secuencias que van hacia esta dirección, Affleck obvia el patrioterismo por momentos ramplón que le resta inteligencia a su relato y consigue algo más que un entretenimiento. Argo propone una dialéctica entre ficción e historia, pero no se anima demasiado a profundizar sobre cómo esa historia está empapada de una ficción aún mayor, que es la construcción de cierto tipo de heroicidad norteamericana que, lejos de haber producido actos humanitarios, ha condensado lo peor de la política moderna. En algunas secuencias o elecciones del guión, en cambio, cierto matiz “fabulesco” obtura esa omisión e invita a interpretar al film como un ritual de pasaje en donde Mendez, un hombre común, consigue transpolar un imaginario infantil para reconstruir su imagen en un mundo que le es hostil. No por nada, lo que subyace a la trama central es la historia de un padre que no vive con su hijo (está “distanciado” geográfica y emocionalmente de su esposa). Si algo ha producido la iconografía de ese cine que Argo (el proyecto de la CIA) imitó, es precisamente la ilusión de que la infancia está allí, tan solo con estirar la mano y tomar un juguete que amamos. Y dejarnos llevar a un mundo de aventuras mucho menos terrible que aquel en el que vivimos.
Ben Affleck... Si Ben fuera DT de un equipo de fútbol, yo tendría una bandera en una cancha que diría “Perdón Ben”, como en su momento se lo pidieron a Bilardo. La frase la tercera es la vencida con este muchacho no sirvió. El venció con las 3 películas que dirigió pero no dejó de crecer en cada una de ellas. Desapareció una noche fue un comienzo solo detrás de las cámaras y poniendo a su hermano al frente. Fue discreto y cumplió con mucho suspenso. Atracción peligrosa lo encontró siendo coprotagonista en una excelente historia dura y bien contada. En Argo sale a la cancha sin miedo, con una recreación histórica minuciosa y una filmación soberbia. Acompañado de un elenco que no requirió de estrellas para hacer creíble la historia. En lo que se superó notablemente con esta su tercera película, fue con la imagen y el sonido. La banda sonora estuvo a cargo del francés Alexandre Desplat que interpretó de manera magnífica los climas que seguramente le pidió Affleck. En cuanto a la imagen demostró su interés en darle un color especial a toda la historia al asignarle la fotografía al mexicano Rodrigo Prieto, uno de los mejores artistas que tiene el cine mundial en estos momentos. Los colores que le impregna Prieto junto a los excelentes planos fijos o móviles que dirigió Affleck le dan una riqueza a cada escena y generan un resultado global perfecto. Obviamente para el interés general lo más importante es la historia, y acá da una clase magistral de cómo contar algo que algunos lógicamente conocerán cómo terminó, otros se imaginarán como puede terminar y otros simplemente enterarse de todo al finalizar, pero en los 3 casos no van a perderse de la tensión y el suspenso que tiene toda la película. Además la riqueza en mostrar la historia de Irán al comienzo con el fin de poner en tema a los espectadores con una muy buena mezcla de fotografías, animación, dibujos estáticos mezclando todo, y luego en los títulos de cierre mostrando las imágenes originales de varias escenas que el recreó, hacen que todo sea perfecto. Me gustaría no crear tantas expectativas con esta película porque eso puede ser perjudicial para algunos espectadores, pero realmente lo de Ben Affleck es para aplaudir de pie. Argo es uno de los mejores estrenos de este 2012 que tendrá que contar con varias nominaciones en los próximos Oscar, porque Affleck se lo ganó con creces. De pie señores… Hollywood tiene a un gran director, que se puede sentar en la misma mesa que Scorsese o Eastwood. ¿Quién lo hubiese imaginado hace 5 años? Vayan a ver Argo. Una lección de buen cine.
Hace varios años que George Clooney trataba de concretar este proyecto como productor y recién tomó impulsó cuando Ben Affleck se incorporó como director. La película narra de la historias de una de las operaciones más bizarras de la CIA que recién se hizo pública a mediados de los ´90 cuando Bill Clinton llegó a la Casa Blanca y blanqueó esta cuestión. Argo es una gran película que consolida a Affleck como uno de los mejores realizadores nuevos que surgieron en el último tiempo en Hollywood. Sus trabajos como director no salieron bien de casualidad. Esta es la tercera película con la que sorprende después de Desapareció una noche (Gone, Baby, Gone) y Atracción explosiva (The Town) y vuelve a demostrar que es un muy buen realizador. Con Argo presenta su mejor producción hasta la fecha que desde un punto de vista cinematográfico estuvo muy influenciada por el cine norteamericano de los años ´70, que fue una época gloriosa para Hollywood. El propio director reconoció que sus influencias para este film fueron los clásicos Todos los hombres del presidente (1976), de Alan Pakula y El asesinato de un corredor de apuestas chino (1976), de John Cassavetes. Por eso no es casualidad también que al comienzo del film aparezca el logo clásico de Warner Bros de los años ´70. Affleck encaró visualmente y desde el enfoque narrativo con el trabajo de cámaras el estilo de cine que se hacía en esa década. Algo que me encantó de este film es que por otra parte retrata el verdadero trabajo de los agentes de campo de la CIA que poco tienen que ver con las historias de Jack Bauer (24) y Jason Bourne. En ese sentido, la tarea del personaje principal que interpreta Ben Affleck está más en sintonía con el realismo que suele trabajar estas cuestiones Tom Clancy en sus libros. Acá no te vas a encontrar con grandes secuencias de acción ni persecuciones, sino que el atractivo pasa por el realismo con el que se retrató esta tipo de operaciones. Un realismo que además contribuyó de manera significativa a crear esos climas de tensión y suspenso que tiene el film. Argo te mantiene pegado a la pantalla durante dos horas porque el director logra que te conectes con los personajes y las situaciones que atraviesan. Mi favorita de este 2012 que recomiendo no dejar pasar en el cine. Hugo Zapata El Dato Loco: En la vida real el artista responsable de ilustrar el poster y los storyboards de la película ficticia Argo fue Jack Kirby, un prócer de los cómics que contribuyó a crear a personajes memorables como El Capitán América, X-Men, Los Cuatro Fantásticos y Hulk, entre tantos otros personajes. Una muestra de lo detallista que es Ben Affleck es que en su película contrató a un artista que se encargó de replicar el estilo de dibujo que tenía Kirby para los storyboards ficticios que se muestran en el film. En Argo Jack Kirby fue interpretado por Michael Parks, un actor tarantinesco, que encarnó al sheriff Earl McGraw en Del crepúsculo al amanecer, Kill Bill y Grindhouse. Sin embargo, sus escenas quedaron fuera del corte para cines y Kirby no aparece en la trama.
La tercera película de Ben Affleck como director (la que también protagoniza y co-produce junto a George Clooney) está basada en hechos reales. En este caso, en la operación encubierta cuyo nombre da título al film que recrea lo sucedido el 4 de noviembre de 1979, día en que la revolución iraní alcanzaba su punto límite. Ante el descontento popular de la situación que se vivía en aquel momento, los militantes -enfurecidos porque Estados Unidos (liderado por el presidente Jimmy Carter) le había brindado asilo político al Emperador Sha Reza Pahlevi- invadieron la embajada de este país en Teherán tomando a 52 estadounidenses como rehenes. Pero en medio del caos, seis diplomáticos estadounidenses (interpretados por los actores Tate Donovan, Clea DuVall, Scoot McNairy, Rory Cochrane, Christopher Denham y Kerry Bishé) lograron escaparse y se refugiaron clandestinamente en la casa del embajador canadiense (papel a cargo de Victor Garber), funcionario clave en el éxito de la misión de rescate que dejó de ser secreta tras desclasificarse en 1997 bajo la presidencia de Bill Clinton. Concientes de que era cuestión de tiempo que los descubrieran y probablemente los mataran, el gobierno convoca al agente de la CIA Tony Mendez (Affleck), un especialista en "exfiltración" que tuvo la responsabilidad de extraerlos sanos y salvos de Teherán y llevarlos de regreso a suelo norteamericano. Tras descartar todos los planes que surgieron (y que tenían más chances de fracaso que de éxito) al personaje encarnado por el actor nacido en Boston se le ocurre un arriesgado plan ("la mejor peor idea", expresan en uno de los diálogos del film) para sacarlos a salvo del país. El mismo consiste en armar una falsa productora de cine de origen canadiense y así organizar el falso rodaje de una película de ciencia ficción para hacer pasar a los seis trabajadores de la embajada por integrantes de un equipo de producción en busca de locaciones desérticas en Irán. Claro que con la ayuda de un famoso maquillador llamado John Chambers (John Goodman) y un exitoso productor cinematográfico, Lester Siegel (Alan Arkin), Mendez pone en marcha esta locura que contó con la aprobación de los altos mandos y de su superior directo en la agencia de inteligencia, Jack O’Donnell (Bryan Cranston), y que la película explora con detalle sin centrarse demasiado en el trasfondo político de la época. "Argo" combina formidablemente el balance entre el drama propio de la historia con el humor que recae principalmente en los personajes de Goodman y Arkin dentro del mundillo de Hollywood (es genial cómo se va armando esta farsa para que los iraníes no sospechen nada). Hay que reconocer que con cierta ligereza, las situaciones se integran de forma coherente, lo cual no opaca el realismo y los momentos de tensión. Sin duda alguna, este film representa un pasito más en la carrera de Ben Affleck, y lo consolida más aún como director que como actor, ya que siempre es injustamente cuestionado por sus desempeños en las películas donde ha participado. Está brillantemente dirigida sobre un guión de Chris Terrio, quien fue el responsable de concebir la historia basada en el libro "El Maestro del Disfraz", del propio Tony Méndez, y en un artículo posterior escrito por el periodista Joshuah Bearman. Ésto, sumado a las críticas positivas que ha estado recibiendo desde su estreno hace una semana en los Estados Unidos (el pasado viernes 12 de octubre), ya se baraja la posibilidad de que obtendrá varias y merecidas nominaciones al Oscar de 2013.
La operación encubierta Argo, tercer film de Ben Afleck como director, llama la atención no sólo por llevar el nombre de algo que podría haber sido y no fué, pero terminó siendo, sino por recrear con gran habilidad una historia interesante. Cuando en 1979 la embajada de los Estados Unidos en Teherán fue ocupada por un grupo de iraníes, la CIA y el gobierno canadiense organizaron una operación inaudita para rescatar a seis diplomáticos estadounidenses que consiguieron escapar y se refugiaron varias semanas en la Embajada de Canadá. Para ello se preparó el escenario para el rodaje de una supuesta superproducción de Hollywood ("Argo") a rodarse en locaciones de Teherán y poder así rescatarlos. Un hecho poco conocido hasta que Clinton desclasificó la historia y ahora Affleck, junto a George Clooney y Grant Heslov en la producción, decidieron llevarla a la pantalla grande. Argo es principalmente un thriller de espionaje con varias referencias del cine de los 70, pero también se pasea con naturalidad por otros géneros, manteniendo la tensión narrativa mediante un relato que sin grandes explosiones ni persecuciones sabe mantener en vilo al espectador. Affleck se mueve con soltura por distintos géneros, desde la tensionante secuencia inicial de asedio a la embajada en la que recrea con excelente ambientación los hechos históricos, pasando por el drama, el thriller e incluso la comedia cuando se adentra el mundo de la producción y marketing de Hollywood y su capacidad para convertir en verdad la mentira, con diálogos mordaces y autocríticos a cargo de John Goodman y Alan Arkin que funcionan de maravilla en sus papeles. Vale destacar la escena donde inteligentemente se narra en paralelo la dramática situación de los rehenes a la espera de una solución mientras se presenta en conferencia de prensa el descabellado guión de un film inexistente. Affleck se anima a exponer una mirada por momentos despatriotizada, cuando critica la participación estadounidense en conflictos externos con políticas como la de dar asilo al Ayatolah después de ponerlo en el gobierno iraní, donde torturó y asesinó a gran parte de la población o cuando ironiza sobre Hollywood como propaganda demagógica. Pero a pesar de imponer una gran tensión y suspenso al final (es de publico conocimiento los resultados para aquellos que escucharon alguna vez del caso), agrega algunos lugares comunes innecesarios como la reconciliación con la mujer. Resulta interesante la escena donde el personaje Tony Mendez, interpretado por el propio Affleck, descubre viendo en la tv el planeta de los simios lo que será el futuro plan de salvataje. Una sugestiva analogía para destacar el momento en el que el agente de la CIA se le ocurre la manera de traer nuevamente a la “civilización” a ese pequeño grupo de personas cautivas de un régimen y una cultura que parece no haberla alcanzado aún. Otra mirada del director que intenta conformar todos los frentes. El hecho de que Goodman interprete a John Chambers (el oscarizado maquillador de El planeta de los simios) pieza fundamental para llevar a cabo el resolución, podría sumar como anécdota. Argo es un film muy bien narrado y con una historia convincente, donde la acción, la tensión dramática y el suspenso se dan fundamentalmente al comienzo y al final, amalgamándose a la perfección con una mirada irónica sobre la relación de Hollywood con la política. Tal vez falte desarrollar un poco más el drama interno de varios personajes, como el grupo de secuestrados integrado por importantes actores como Scott McNairy (Killing Them Softly), Clea DuVall (Carnivàle), y otros sean poco creíbles como el del director de la CIA interpretado por Bryan (Breaking bad), el embajador canadiense o su sirvienta iraní. Pero Ben Affleck logra involucrar al espectador completamente en la misión y su desarrollo, logrando un film interesante y entretenido. Argo pudo ser una thriller más en los 70', pero solo fué un operación encubierta, y treinta y pico de años mas tarde termnó siendo un film que rinde homenaje a esos clásicos de espionaje.
La guerra de las ganancias Los Asustados Unidos de Norteamérica junto al Reino Unido metieron la cola, como es habitual, para ir en contra de los intereses de un país en pos de los propios. Eso sucedió en 1953 cuando operaron -a través de la CIA y el MI6- en el golpe de estado con el que derrocaron al presidente democrático de Irán Mohammad Mossadeq, reemplazándolo por el prooccidental Sha Reza Pahlevi. A partir de ese momento, Irán vivió un régimen dictatorial caracterizado por abusos inclasificables y violaciones a los derechos humanos. Veintiseis años después, más concretamente en 1979, el pueblo iraní se rebeló contra el dictador y propició el regreso del exiliado Ayatollah Khomeini para que ocupe el poder. En noviembre de ese año, el sentimiento antiestadounidense tomó forma mediante el ataque a la embajada de los EE.UU. en Irán. La turba enfurecida tomó posesión del edificio y capturó a los empleados que estaban en él. Seis de ellos lograron escapar y asilarse en la embajada de Canadá. "Argo" cuenta la historia de cómo se planeó el rescate de esas personas, en el marco histórico detallado. Para llevar adelante la "extracción" del personal, la CIA convoca a Tony Mendez, experto en rescates de difícil realización. Luego de varios debates, se optó por una osada propuesta: inventar el rodaje de una película en locaciones iraníes para usarlo como fachada, hacer pasar a los rehenes como equipo de producción y de esa forma sacarlos del país. Arriesgado. "Argo" exhibe una producción notable. Gran trabajo de reconstrucción de época, no solo en cuanto a locaciones y elementos, sino también en el aspecto de los personajes. La elección del elenco es perfecta, algo que el espectador podrá evaluar por su cuenta cuando en los créditos finales vea no solo las fotos de los verdaderos protagonistas de la historia, sino también material de archivo que muestra escenas reales luego recreadas para el filme. Ben Affleck, como director, lleva el relato sin prisa, pero sin pausa. Tiene entre manos una historia fantástica en sí misma, y logra dotarla de la épica cinematográfica que merece. El guión no ahorra críticas -medidas, hasta ahí nomás- para con el sistema estadounidense y su pasión por meterse en cuestiones ajenas; un poco más cruel -y en alguna medida, justo- es con el medio cinematográfico, que recibe los dardos envenenados de boca de los roles a cargo de los versátiles John Goodman y Alan Arkin. "Argo" no pretende ir mucho más allá de la anécdota, y no consigue escapar de la lógica "americana", la que manda que los "muchachos" siempre se salen con la suya, sin importar las consecuencias. Por otra parte, como sucedió con "Wag the Dog" (Barry Levinson, 1997), sirve este filme para recordarnos que cualquier película, o aviso publicitario, puede ser una acción de inteligencia antes que lo que parece ser realmente. Para tener en cuenta en los tiempos que corren.
Los rehenes El cine, arte de lo imprevisible, todavía esconde sorpresas para nosotros, incluso dentro de ese aparato tan complejo que es Hollywood. Durante largos años, los espectadores estuvimos acostumbrados a ver a Ben Affleck en bodoques como Pearl Harbor o Amor espinado (Gigli), en revistas de chimentos con fotos junto a Jennifer Lopez, etc. Es cierto que con el paso de los años Affleck había empezado a dar otro giro a su selección de películas (con títulos como La suma de todos los miedos, Hollywoodland o Los secretos del poder), pero nada nos permitía imaginar lo que iba a venir: su nuevo trabajo detrás de la cámara. De pronto, y con tan solo tres películas, Affleck ya demostró tener una voz sólida como director. Ahora conforma junto con George Clooney (otro actor devenido director) la nueva guardia de un Hollywood más clásico. Las primeras dos películas de Affleck como director (Desapareció una noche, de 2007, y Atracción peligrosa, de 2010) tenían varios elementos en común: el ambiente de Boston, el tono veladamente trágico, la trama policial, una paleta de colores similar. Argo, su última película, de pronto amplía sus horizontes: con ambientación de época y una compleja trama de política internacional, la película no sólo deja Boston atrás (y se va hasta Irán), sino que abre también el juego narrativo para incorporar una gran variedad de personajes y de tonos dentro de un fluir siempre claro, siempre directo y contundente. La historia de Argo está basada en una historia real. Los hechos ocurrieron hace más de 30 años: cuando estalló la revolución en Irán, los empleados de la Embajada de Estados Unidos quedaron atrapados como rehenes del nuevo régimen. Seis empleados lograron escapar en el último momento y se refugiaron en la casa del embajador de Canadá, que los escondió durante meses. Al agente de la CIA Tony Mendez (interpretado por el propio Affleck), especialista en extracciones, se le ocurre un plan para intentar sacarlos del país con vida. Tiene que montar una película falsa de ciencia ficción. Uno de los aspectos más sorprendentes de esta película es la seguridad con la que Affleck lleva adelante la historia. Sin simplificaciones, sin textos explicativos o parlamentos forzados, sin subestimar a su espectador y confiando siempre en la imagen, entramos en esta situación trabada por múltiples peligros sin la menor dificultad. Los hechos se van desarrollando con un ritmo preciso que nos lleva, por ejemplo, a que el protagonista de la película no aparezca en pantalla hasta pasados ya varios minutos de presentación. No hay necesidad de impacto o trucos fáciles: Argo elude el espectáculo barato a través de una fe concreta en la historia que se está contando. Los personajes son los que llevan la historia (y no una cámara o un montaje nerviosos) y la historia nos va llevando de un lado al otro (del planeta y del espectro narrativo). Así, una película de intriga internacional puede incluir en su centro una sección ligera con personajes de Hollywood (los grandiosos John Goodman y Alan Arkin), tramas de familias deshechas o en tensión y pequeños pero fundamentales personajes secundarios, como el de la empleada iraní que trabaja en la casa del embajador. Todo esto sin olvidar nunca la tensión fundamental que atraviesa la película y que termina de estallar en una larga secuencia final perfectamente articulada y agotadora. El propio Affleck parece haber encontrado la clave para una actuación seca, mínima y efectiva. El placer que produce Argo va más allá de la economía con la que se manejan los momentos cómicos o el detalle con el que se maneja la intriga para generar una tensión que va aumentando a lo largo de los 120 minutos de película. Más allá de las muy buenas actuaciones y un muy buen montaje, Argo revela un amor infinito por el oficio de contar historias, un profesionalismo que busca ser fiel a los elementos con los que trabaja. Es ese amor por los detalles concretos que conforman la materia del cine el que termina por convertirnos en rehenes de ese mundo que despliega Argo: transparente y complejo, simple y atrapante. Que la modestia narrativa no nos engañe: Argo es una de las mejores películas del año.
Cuando la mentira es la verdad Ben Affleck consigue un filme con picos altos de tensión y también de humor narrando un hecho real y complejo. No hay dudas después de volver a ver Argo que la película de Ben Affleck es una de las mejores producciones estadounidenses que se han estrenado este año, y que estará en la pelea grande por el Oscar. La afirmación se sustenta más en la agudeza y astucia del Affleck director, en el nervio que sabe imponerle a la narración, al exacto balance entre el thriller -más que drama- que transcurre en Teherán y la sátira y el humor que despliega cuando las acciones se quedan en Hollywood. Y mucho menos por estar basada en un hecho real. Porque la historia de los seis diplomáticos estadounidenses que se escaparon de la toma, por parte de militantes y estudiantes iraníes, de la embajada norteamericana en la capital iraní en noviembre de 1979, y se ocultaron en la residencia del embajador canadiense, es cierta. Gracias a que el presidente Clinton desclasificó unos archivos en 1997, se supo que fue una arriesgada movida de Tony Mendez (el propio Affleck), un agente de la CIA que pergeñó una idea (la “mejor mala idea” disponible en plena crisis) para ingresar él en Irán, hacer pasar a los seis por miembros de un equipo de filmación canadiense que buscaban locaciones para un filme de ciencia ficción, llevarlos hasta el aeropuerto y devolverlos sanos y salvos en sus casa en los Estados Unidos. Lo que no es verdadero, auténtico es el final, la odisea que en la pantalla hace crispar los nervios, y nos pone al borde de la butaca. Affleck falsea la verdad en pos de su legítimo cometido de entretener y atrapar al espectador. ¿Está mal? Alan Parker hizo algo similar cuando retrató cómo Billy Hayes escapó de una prisión turca -otro hecho real- en Expreso de medianoche (1978). El filme fue candidato al Oscar. Y nadie dijo nada. Mucho se dice y habla ahora de Argo , en momentos en que las relacione entre los Estados Unidos e Irán vuelven a ser tensionantes como en aquella época. Es que la película tiene una construcción (y una reconstrucción del lugar y la caracterización de los personajes) notable: quedarse después de los créditos para constatarlo, y un espíritu patriótico y no patrioterismo -los iraníes son tontos, pero algunos en el Gobierno, también-. Ya al comienzo Affleck deja en claro la intromisión estadounidense en Irán, imponiendo al Sha Pahlevi para favorecer sus intereses económicos por el petróleo y cómo la revolución y Khomeini se veían venir y nadie la predijo. La película pivotea en tres ámbitos. Lo que va sucediendo en Teherán, los manejos de la CIA en Virginia y en Washington y la puesta en marcha de la falsa película (la Argo del título) en Hollywood, donde John Chambers, el maquillador de El planeta de los simios y un productor (inventado) prefabricaron algo que parecía imposible, pero todos se lo tragaron. Esta parte, la de Hollywood, sirve para descomprimir, es el comic relief, para relevar la tensión, y donde John Goodman y Alan Arkin se meten al espectador en el bolsillo. Así como Affleck lo hace el resto del relato. La ficción a veces supera a la realidad, y aquí, cuando la realidad parece de ficción, no queda otra que relajarse y disfrutar de un acabado producto cinematográfico. Hollywood lo ha hecho otra vez.
Un thriller de gran alcance En medio del cine pirotécnico, muchas veces efectista y sustentado en las imágenes generadas por computadora (y en 3D) que domina la producción hollywoodense actual, subsiste aún (resiste) una concepción más pura y tradicional que tiene al viejo Clint Eastwood como uno de sus últimos estandartes. Ese clasicismo es reivindicado también por otros actores devenidos directores, como George Clooney (uno de los productores de este proyecto) y Ben Affleck, que incursiona por tercera vez detrás de cámara después de las no menos notables Desapareció una noche y Atracción peligrosa . Actor denostado durante años por su escasa ductilidad, Affleck demostró una gran inteligencia para ya consciente de sus limitaciones expresivas elegir papeles sobrios y, sobre todo, a la hora de seleccionar proyectos que lo tuvieran también como realizador. En este caso, se basó en una historia real que transcurrió en el convulsionado Irán de 1979 y 1980; es decir, en los inicios de la revolución liderada por el ayatollah Khomeini que terminó con la caída y el exilio del sha Reza Pahlevi, dictador aliado de los Estados Unidos. Los seguidores islamistas irrumpieron en la embajada norteamericana y tomaron a su personal como rehenes. Sin embargo, seis de ellos escaparon por una puerta trasera y se refugiaron en la residencia del embajador canadiense. Si bien esa situación se describe en la primera secuencia del film, lo que cuenta Argo es el plan que ideó Tony Mendez (el propio Affleck), un agente de la CIA experto en "extraer" personas en peligro, para ingresar a Teherán y sacar a los diplomáticos del país. Con la ayuda de dos productores de cine (los hilarantes John Goodman y Alan Arkin) y la supervisión de su jefe (el gran Bryan "Breaking Bad" Cranston), montó la producción de una película de ciencia ficción (una suerte de mezcla entre Star Wars y Flash Gordon ) a ser rodada en? Irán. No conviene adelantar nada más, aunque la historia que el gobierno norteamericano mantuvo en secreto durante casi 20 años fue objeto tras su desclasificación de numerosos artículos periodísticos y hasta de un libro escrito por el propio Mendez. Argo es un thriller sobre una fuga en medio de un fuerte conflicto de alcance internacional. Nada que no se haya contado con algunas variantes varias veces en el cine. Lo que hace especial al film es la solidez y al mismo tiempo la fluidez y elegancia con que Affleck describe las distintas aristas (desde las íntimas hasta las sociopolíticas) del caso. El director -que contó con el aporte del excelente fotógrafo mexicano Rodrigo Prieto para darles un look "setentista" a las imágenes supo siempre cómo dosificar la tensión, el suspenso, el drama familiar y hasta el humor con una precisión infrecuentes en el cine contemporáneo. Puede que al film le sobren unas banderas estadounidenses flameando (es, en definitiva, la exaltación del hombre común devenido en héroe anónimo) y que algunos se sientan perturbados por la forma en que los iraníes (vengativos y despiadados) son retratados, pero incluso cuando parece que Argo podría haber caído en algún tipo de exageración o manipulación, allí está la notable escena de créditos finales con las fotos de los hechos reales que la película tomó como inspiración. Esta vez, parece, la realidad fue todavía más extrema que un guión de ficción que Affleck ya definitivamente consolidado como un cineasta de primera línea supo convertir en un impecable film..
La historia como drama y luego como farsa Si algo había mostrado Ben Affleck en sus dos primeras películas como director era coherencia. Tanto en su debut con Desapareció una noche, como en ese mecanismo de suspenso y acción que resultó Atracción peligrosa, demostró capacidad para guiar sus relatos sin desvíos ociosos y con la intensidad dramática que requerían. A diferencia de lo dicho, en Argo se permite combinar géneros diversos, del thriller político a la comedia autorreferencial del cine dentro del cine, cuyo resultado final es un híbrido al que se le notan las costuras. Lo curioso es que tomadas de manera aislada, casi todas sus partes tienen vida propia. Las mata justamente el capricho de reunirlas y, sobre todo, la idea (la ideología) de fondo que pretende justificar el esfuerzo por crear una unidad donde sólo hay pedazos. No es que no haya una historia en Argo: la hay y es interesante. Sus primeras escenas resultan lo más parecido a un mea culpa histórico–político que se ha visto en mucho tiempo en el cine norteamericano. El relato cuenta que en los años ’50, Mossadegh asume el gobierno democrático de Irán y que una de sus primeras acciones es nacionalizar el petróleo, hecho que mejoró de inmediato las condiciones de vida en su país. Pero en 1953, la inteligencia norteamericana (la CIA) monta un golpe de Estado para retomar el control económico de Irán, sosteniendo al sha Reza Pahlevi, quien durante casi treinta años llevó adelante un régimen de opresión en beneficio del imperio del norte. En 1979 es derrocado por una revolución popular que puso en el poder al ayatolá Jomeini. El sha se refugió en los Estados Unidos, que se negó a extraditarlo, y la revolución se hizo violenta y antinorteamericana. Si para los tiempos que corren es un impacto recibir esta información casi revisionista de un film estadounidense, no menos sorpresivo será el giro ideológico que desde ahí dará la película. Porque tras la revolución, el pueblo iraní (y su ejercito) toma la embajada norteamericana, haciendo rehén a todo su personal. Argo cuenta la historia del insólito operativo montado por los Estados Unidos (la CIA) para rescatar a seis empleados diplomáticos que lograron escapar y refugiarse en la casa del embajador de Canadá. En cierto momento alguno de los personajes de Argo cita esa frase de Marx según la cual la historia se repite primero como drama y luego como farsa: ésos parecen ser los extremos del arco dramático que propone Affleck para su cuento. Así, ante la ausencia de un plan coherente para entrar en Irán y efectuar el rescate, el agente a cargo opta por el absurdo: montar una productora de cine fantasma y simular que los rescatados son parte de un equipo de rodaje en busca de locaciones para una película estilo Star Wars. El nombre de esa falsa película es “Argo”. Tal disparate da pie al tramo de comedia, en el cual el agente de la CIA se reúne con dos productores de Hollywood, porque para que la fachada sea convincente, la falsa película debe, al menos mientras dure la misión, ser real. El relato sigue y tendrá varias escenas de tensión que Affleck maneja con solvencia. Pero al final el film se volverá una oda al patriotismo de la CIA (la misma agencia que provocó éste y tantos golpes de Estado), aunque no hará el más mínimo comentario acerca de la negativa de su país de extraditar al dictador para que fuera enjuiciado en su ley. Si a pesar de sus diferencias de registro puede decirse que Argo es una película entretenida, no hay nada que pueda hacerse por aprobar sus ideas. En el papel de un productor capaz de mentir con descaro para salirse con la suya, Alan Arkin desliza una frase elocuente. Dice que el negocio de la mentira es como el del carbón: no te podés sacar sus manchas al volver a casa. Es decir: podés contar todos los cuentos de héroes que se te ocurran, pero la sangre real no se lava con cine.
Más extraño que la ficción. Hace cinco años, muchos se hicieron una pregunta: ¿Quién hubiera apostado que Ben Affleck sería un director tan capaz? Claro, el actor ya había demostrado su talento detrás de las cámaras con el guión de En busca del destino (por el cual tanto él como Matt Damon se hicieron con un Oscar), pero esa memoria casi se borró del inconsciente popular tras su participación en fracasos como Gigli y Daredevil. De todas formas, las cosas cambiaron con su ópera prima, Desapareció una noche, y su siguiente esfuerzo, Atracción peligrosa; películas que mostraron su talento para mostrar escenarios oscuros y atrapantes en una forma apta para las grandes audiencias. Por eso, parece justo que su nueva (y candidata a ser clásica) producción, Argo (2012), trate con una insólita historia verdadera: a veces, la realidad es más inusual que los cuentos más extraños. 1979: año del estallido de la revolución iraní. Las manifestaciones de odio y violencia aumentan, y no hay lugar para negociar. En un acto de furia tras el apoyo americano al sah Mohammad Reza Pahlevi (el emperador derrocado que huyó del país antes de poder ser juzgado y ejecutado), el pueblo musulmán decide tomar la embajada estadounidense en Teherán, tomando como rehenes a 52 personas. Por suerte, en la conmoción del evento, un grupo de seis empleados puede escapar, logrando esconderse en el hogar del embajador canadiense. Pero, tras el paso de los meses, se hace obvio que ese refugio no va a durar para siempre. Es ahí cuando Tony Mendez (Affleck) entra en acción. Mientras los intentos de planes elaborados por otros miembros de la CIA no pueden levantarse, el especialista en infiltraciones va a Hollywood, reclutando al maquillador John Chambers (John Goodman) y al productor Lester Siegel (Alan Arkin). ¿Su idea? Viajar él mismo a Irán con la excusa de buscar locaciones para un falso film de ciencia ficción, y salir con los seis como parte del ficticio equipo de producción. Para poder llevar a cabo su extravagante proyecto y sacar al conjunto, Mendez tendrá que lidiar con las protestas de la agencia de inteligencia, con las extrañas movidas en el mundo del cine y, finalmente, con una cultura distinta al punto del quiebre. El tiempo se acaba, y las vidas en peligro aumentan. Con muchas intenciones, el film se divide por la mitad: la primera parte, en la que se relata la toma de la embajada y se prepara el plan de Mendez, va con fluidez entre suspenso, humor (principalmente en las escenas dedicadas a la falsa producción) y una justa crítica al involucramiento del país del norte en la mísera situación de Irán, permitiendo trazar paralelos con una buena cantidad de eventos recientes; mientras tanto, la segunda porción se dedica a construir expertamente la tensión por el escape de Teherán, hasta llegar a un final que, si bien no cuenta con la misma ideología del inicio, es capaz de mantener a las audiencias agarrándose al borde del asiento. Affleck se mueve de un lado al otro al plantear todos los aspectos de esta historia verídica, logrando sacar entretenimiento con la construcción de esta extraña y real idea de rescate, pero a la vez haciendo que la gente no olvide el drama basado en lo que está en juego, con una mirada imparcial entre ambos lados del conflicto. Entre todo esto, Affleck muestra su amor por la década de los setenta: desde los segundos iniciales (con el antiguo logo de Warner Bros.), pasando por las referencias a films como Network y La guerra de las galaxias, mostrando la influencia de memorables thrillers políticos como Todos los hombres del presidente y Los tres días del cóndor. Con la ayuda del director de fotografía Rodrigo Prieto, del compositor Alexandre Desplat y de un excelente trabajo de producción, el realizador logra volver a la época del Nuevo Hollywood, y a su vez, enfocarse en el increíble relato. Pero no solo eso: Argo elabora que las historias, y las formas en las que son contadas (como el cine), son de las pocas cosas que rompen las barreras de pensamiento; un mensaje entregado de manera conmovedora por parte del realizador. A la hora de actuar, Affleck hace un buen trabajo. Mendez es un hombre común con convicción envuelto en circunstancias mucho mayores de lo que acostumbra; en el quizás mayor defecto del film, su actuación queda algo opacada por el resto del elenco, pero ese hecho no tiene tanta importancia al considerar el grupo de grandes intérpretes que consiguió para esta película. Bryan Cranston (que actualmente sigue recibiendo aplausos por su rol de Walter White en Breaking Bad), finalmente muestra su talento en la pantalla grande, como el jefe de Mendez en la CIA. Como los seis fugitivos de la embajada, Tate Donovan, Clea DuVall, Christopher Denham, Kerry Bishe, Scoot McNairy y Rory Cochrane logran entregar drama y tensión debido a la forma en la que reaccionan al peligro de sus situaciones. Pero, sin dudas, los que se roban la película son John Goodman y Alan Arkin, quienes le dan el alma a la producción. El timing, la dinámica y el humor que entregan es tan excelente que hace desear ver un film entero dedicado solo a ellos. Inteligente, graciosa, tensionante y dramática, Argo es definitivamente uno de los mejores estrenos del año, y solidifica a Affleck como uno de los directores de los que no hay que quitarles los ojos de encima. Si alguien hubiera dicho lo último hace una década, nadie lo creería. Pero, como lo demuestra Ben, todo puede pasar. @JoniSantucho
Hollywood y la CIA en un gran thriller histórico-político Este es uno de esos casos regidos por el lema «la realidad supera la ficción». Contado en pocas palabras, el asunto podría parecer divertidísimo: durante la crisis de rehenes estadounidenses derivados de la revolución irani de 1979, la CIA intentó extraer seis ciudadanos estsadounidenses ocultos en la residencia del embajador canadiense simulando querer filmar una película de ciencia ficción tipo «La guerra de las galaxias». John Goodman interpreta al maquillador John Chambers, el que le estiraba las orejas a Leonard Nimoy en su papel de Spock, y sobre todo, el responsable de las máscaras de la saga de «El planeta de los simios». Aparentemente, Chambers ya habia sido contratado por el gobierno para algún tipo de trabajo confidencial, y en este caso llamó a un socio (encarnado por Alan Arkin) para simular la producción de un film que pudiera requerir locaciones de Medio Oriente. La historia es verídica, y fue blanqueada durante el gobierno de Clinton. Lo mejor de «Argo» (el titulo del film ficticio pergeñado por la CIA como fachada para el rescate) es que no es nada divertido. Mas bien, genera un tensión de los mil demonios, y sólo en muy escasas escenas el director y protagonista Ben Affleck permite que la delirante estrategia aporte algún relieve humorístico. Luego de un prólogo totalmente riguroso que explica los hechos históricos que llevaron a la revolución liderada por el ayatolá Jomeini, la primera secuencia del film muestra la invasión a la Embajada de Estados Unidos en Teherán. El tono supertenso queda así planteado, y sigue y sigue, logrando incluso que en algunos de los momentos más ridículos de la falsa producción de la copia berreta de «Star Wars» de la CIA, la tensión siga en pie, y el dramatismo también. «Argo» es un gran thriller histórico-politico, con el que Ben Affleck vuelve a sorprender con su capacidad como director. La película tiene sólo dos problemas, dura un poco más de lo que hace falta, y especialmente en el desenlace hace flamear demasiado la bandera patrióticamente, lo que es toda una contradicción dados los hechos que plantea el riguroso prólogo ya mencionado.
En una doble responsabilidad como intérprete y director, Ben Affleck propone con Argo, su tercer opus como cineasta, una pieza completamente distinta a las anteriores. No caben dudas que uno de sus aciertos en este terreno es su capacidad para encontrar historias potentes que además, detalle importante, son sumamente cinematográficas. Lo cual parece desmentir aquellas dudas que afloraron hace cerca de quince años atrás acerca del gran guión que escribió junto a Matt Damon para En busca del destino. Porque en su debut detrás de las cámaras, con la excelente Desapareció una noche, también fue co autor, narrando con calidad y sensibilidad una trama con sino trágico y vuelta de tuerca incluida que escapó al melodrama convencional. En Atracción peligrosa se animó al policial con derivaciones sociales y confirmó sus aptitudes, y ahora se propuso abordar un thriller político evocando sucesos reales. Y lo hizo con enorme convicción, inspirándose acaso, especialmente por su ubicación temporal, en aquellos grandes films de Sidney Lumet, Alan Pakula o Arthur Penn, incluyendo algún toque de Costa-Gavras. El vibrante arranque de alguna manera compensa cierto favoritismo de la historia hacia las bondades de la agencia criminal CIA, que si bien en el film recibe un tono escéptico, forma parte de la esencia del relato. Tony Mendez (Affleck), pertenece a esa administración y es un especialista en rescates de agentes en países en conflicto, y deberá ocuparse de regresar a seis empleados de la embajada de los Estados Unidos refugiados en la de Canadá, en los momentos más álgidos del régimen de Ayatolah Khomeini, decidido a liquidar todo estadounidense que tenga cerca, culpable o inocente. Su idea es simular ser parte de un equipo de filmación de una película estilo Star Wars, titulada como el film, para llevar a cabo una nada sencilla operación de rescate. Las alternativas se desarrollan de una manera lúcida, apasionante y sin respiro en una Argo que, de paso, homenajea al cine. Y un elenco impecable redondea los valores de un film relevante en todos sus rubros.
La idea de que un técnico de la CIA se haga pasar por un productor de Hollywood para rescatar -o al menos intentarlo- a seis diplomáticos americanos en fuga durante la crisis de rehenes en Irán en 1979 suena demasiado ridícula como para ser verdad, pero realmente sucedió. En ese año, Tony Mendez se infiltró en territorio iraní y se lanzó hacia lo imposible. Quizás sea una historia muy descabellada para Hollywood, pero últimamente el medio ama las historias de este tipo, y por eso Argo es una de las películas más apasionantes del año en lo que puede considerar un drama puro y duro. En la secuencia inicial, que sirve perfectamente para establecer el tono siniestro y verídico de la propuesta, presenciamos el hostil y dramático asalto a la embajada americana en Teherán en una detallada recreación del terrorífico evento que tuvo en vilo a todo el mundo mientras 52 americanos eran retenidos en apoyo a la revolución en plena gestación. Durante dicho revuelo -en el cual las apabullantes imágenes muestran ambos lados del oscuro hecho- un puñado de oficinistas escapa para evadir la captura y lo que supondría una inminente muerte. Uno de los factores claves de que Argo funcione como una máquina bien aceitada es por como sus ingredientes encajan todos progresivamente en la trama. Funciona porque lo intrínsecamente desquiciado de la solución para rescatar a los americanos trae aparejado un humor muy bien posicionado sin crear bromas inapropiadas ni irrespetuosas, ya que sus personajes no son meros alivios cómicos -escenas en donde destacan con brillo propio la pareja de Alan Arkin y John Goodman, ambos en su salsa-. El guión del ingresante Chris Rossio puede mezclar con pericia esas transiciones entre el desparpajo de crear una película falsa en la Meca del Cine y por el otro, crear un profundo drama con la crisis en el Oriente y los refugiados americanos. Si alguien hace diez años me hubiese dicho que Ben Affleck se convertiría en un director justamente oscarizado, me hubiese reído en la cara de aquella persona. Hoy, a cinco años de su debut como realizador, cada película lanzada ha generado más repercusión que la anterior. Lejos han quedado esos días de paupérrimos films con su protagónico que estelarizaban las marquesinas, y uno llega a descubrir lo exponencialmente buen director que es, polarizando sus regulares actuaciones. Acá tiene un papel muy frontal, pero muy bien cuidado y apoyado en varios actores de renombre que sacan a relucir todo su arsenal anímico. Quizás ciertos puntos de la historia no cierren apropiadamente con la trama (¿cuanta relevancia tiene que el papel de Affleck sea un padre casi ausente?) pero la mano de Ben como director y su visión es innegable a la hora de los momentos finales, una escena simplemente tensa y desgarradora que lo tiene a uno en agonía y puede considerarse como una de las mejores escenas que se han visto en cines este año. No importa si uno no sabe nada de esta historia de antemano, Argo te lleva en un viaje educativo de principio a fin, y ya uno sepa o no el desenlace de esta historia, Affleck posee las herramientas suficientes como para dudar hasta el último instante sobre si todo este plan rimbombante tendrá éxito o no. La tensión acumulada durante todo el film tiene la capacidad de envolverlo a uno, y ayuda bastante el hecho de una recreación detallada hasta el más mínimo detalle que ayuda a verse inmerso en la época de los hechos, desde un arruinado cartel de Hollywood hasta las noticias de la revolución, el diseño de vestuario, los peinados, todo está muy bien cuidado y sigue sumando puntos a una ya brutal historia. Desde la brillante escena al comienzo hasta los últimos cuadros, Affleck y compañía ofrecen una inteligente y escalofriantemente real historia de heroísmo, donde estos son personas inesperadas y comunes, con fallas pero también con talentos ocultos, y por ello cargan un dejo muy potente en sus conflictos: los hace humanos, y relacionables a cada espectador por igual. Gracias a una de las voces más cautivadoras del cine en estos momentos, Argo es la perfecta combinación entre narrativa, inteligencia y suspenso.
Verdaderos héroes de película Hay películas que si no incluyeran la información de que están basadas en hechos reales, los espectadores estarían convencidos de que están frente a un disparate inverosímil sin conexión alguna con la realidad. Pero justamente ese es el motivo por el cual Ben Affleck decide contar esta historia. La película cuenta el plan para rescatar a seis diplomáticos estadounidenses durante la crisis de los rehenes a finales de 1979 en Irán. Mientras ocurría esta crisis, seis personas escaparon en el momento de la toma de la embajada estadounidense y terminaron refugiados en la embajada canadiense. Hasta ahí no hay nada raro ni complicado de aceptar. Lo insólito –y no por eso menos real– es que la CIA planificó un plan de rescate de esos seis ciudadanos con un plan verdaderamente insólito. La idea sería hacerse pasar por un equipo de cine canadiense que va a rodar un film de ciencia ficción y busca locaciones en Irán. Si la película no estuviera basada en hechos reales sería igualmente una obra maestra. El manejo de la narración que tiene Ben Affleck es algo poco habitual en el cine actual y el famoso cliché del espectador al borde de su asiento se aplica perfectamente a esta historia. Igualmente está basado en hechos reales y eso aumenta aun más la sorpresa, ya que uno disfruta de un relato apasionante mientras que no puede creer que sea cierto. Ben Affleck, un galán de cine con una carrera no muy brillante, sorprendió al ganar el Oscar junto a Matt Damon por el film En busca del destino (Good Will Hunting) dirigido por Gus Van Sant. Años más tarde sorprendió con una película extraordinaria, tanto en el clasicismo con el que está narrada como en la complejidad y profundidad de sus temas. Desapareció una noche (Gone Baby Gone, 2006) se llamaba esa sorpresa. Algunos pensaron que era un golpe de suerte, pero Atracción explosiva (The Town, 2010) confirmó el talento de Affleck en incluso su habilidad para el drama y también la acción, siempre dentro de tramas que incluían un crimen. Argo es el tercer film del director al que ya podemos calificar como el mejor director de Hollywood surgido en la última década. El manejo de los tiempos, la habilidad para crear suspenso habla de un realizador con un pulso digno de un experimentado veterano, aun siendo un director en el comienzo de su carrera. Argo está destinada a convertirse en un clásico, al igual que su director.
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La tercera película como director de Ben Afleck (“Desapareció una noche”, “Atracción peligrosa”) que lo posiciona como un talentoso realizador. Aquí también como protagonista. Recrea la hazaña del agente de la Cia Tony Mendez, para salvar a seis estadounidenses que logran escapar de la toma de la embajada de su país en Irán. Un plan delirante, pretender que son canadienses que filmarán una película de ciencia ficción. Para eso, presentan el proyecto en Hollywood y luego llega el rescate. Vibrante, entretenida, bien realizada, con el sólo pecado de un exceso de patriotismo y se empeña en dejar la Cia con la mejor imagen. Eso no empaña la calidad del film.
Argo: the Iran-hostage crisis in perspective Directed by and starring Ben Affleck, this is a knock-out of a thriller THE BACKGROUND. In 1979, as the Iranian revolution was reaching a boiling point beyond the control of the US-enthroned, merciless ruler Reza Pahlavi, the revolt centered on the premises of the US Embassy in Tehran. As the enraged mobs and paramilitary forces besieged the Embassy, over fifty staffers burned and shredded classified information before they were taken hostage by the infuriated revolutionaries. They were prisoners threatened with execution in what was previously regarded as a secluded enclave out of any potential danger. This is when Tony Mendez (Affleck), a CIA “exfiltration” specialist, concocts a risky plan to free the six US citizens who, unknown to Iranian intelligence, had fled the US Embassy headquarters and sought shelter at the residence of the Canadian ambassador. With few very viable options, Mendez devises a daring plan which, at first, seemed to have crept out of a Hollywood B-movie: creating and setting up a phony Canadian film project shot in neighbouring Iraq and then spending a few days in Tehran for additional footage for their sci-fi movie. For things to really work out, the phony had to be real — Mendez went shopping for a real film script gathering dust in a producer’s office, purchased the rights and hired talent and an entire crew that actually started making a flick. It was fake, but it was real too. So real that Mendez engineered a press operation announcing the project on the cover of Variety film industry publication. The operation, code-named Argo after the fake movie’s title, remained a secret and a different version of the real rescue operation was fed to the world media. The truth came out only in 1997, when the information was declassified. THE FOREGROUND. Ben Affleck’s third directorial effort after his much-lauded — and deservedly so — Gone Baby Gone (2007) and The Town (2010) is followed by an even more ambitious project designed, perhaps, to give him pride of place on the roster of the Great American Moviemakers. While both Gone Baby Gone and The Town were set in or around the area of Affleck’s native, familiar turf of Boston, where he grew up, Argo takes him miles, miles away in geographical terms but, most importantly, as regards sociopolitical content. Gone Baby Gone was based on Dennis Lehane’s action and emotion packed novel about a young girl’s kidnapping and the professional and personal crisis suffered by the detective assigned to the case. Affleck’s reading of the novel and the protagonist’s predicament was a profound, deeply affecting psychological study in the blurry boundaries between the personal and professional life of a man, just a man drawn by circumstances to take an introspective, painful look at his own self and doings. Affleck’s followup, the tension-filled The Town, focused on a gang of bank robbers in Boston (according to statistics, the city on top of this type of heist) once again leaned on the personal aspect of one character (even if it was the baddy) while the action served as the fast-paced backdrop to a highly proficient thriller. ARGO. Affleck’s Argo, dealing with the 1997 revelation of classified information about the 1979-1981 Iran-hostage crisis that threatened the stability of President Jimmy Carter’s administration and his chances of reelection, is as good a thriller as all the hoopla has made it to be, but it is also packed to the brim with rather naive ideological content. Argo, the film, focuses on Tony Mendez, the “exfiltration” expert who at first sees no feasible, realistic solution to the human and political problem of rescuing six US embassy staffers hiding at the Canadian Ambassador’s residence, away from their less fortunate peers holed up in their diplomatic mission’s premises and under permanent torture and execution threats by enraged Iranian mobs. Theirs was the most harrowing contingency, but the quantitatively smaller problem of safely bringing the six US staffers back home was not only a humanitarian concern. If found and caught by Iranian revolutionaries and given the treatment inflicted on accessories to the US convivial attitude to the dethroned Shah, Carter’s government would have been ridiculed, exposed to embarrassment and would have had to publicly own up to the failure of their diplomatic dealings and intelligence service logistics. Code named Eagle Claw, the US’s first military and intelligence attempt to put an end to the hostage crisis ended in humiliation in April, 1980, when a plan was implemented to land aircraft covertly in the desert to allow special forces to infiltrate Tehran and free the hostages at the US Embassy. No minor glitch was allowed, for the survival of Carter’s government was at stake and it could take no further blows. Eagle Claw failed miserably. This is when Mendez steps in, and this is the setting for Affleck’s proficient retelling of Operation Argo, the brainchild of Mendez, Affleck’s commanding yet self-effacing character. On the bright side of things, Affleck’s glossy, glamorous and sometimes scandalous showbiz profile does not stand in the way of a perfectly credible character reconstruction. Unrecognizable under a then-fashionable carefully negligé mane of black hair and matching beard, Affleck, who is not a great actor, astutely foregrounds the well-narrated, well-paced string of events and somehow retreats to the position of handler and not a larger than life hero, as would have been very tempting to do. Affleck, perhaps under the clever guidance of his new buddy George Clooney, who jumped on the bandwagon as coproducer, went for a clean-cut, surgical approach to screenwriter Chris Terrio’s and Joshua Bearman’s dexterous narrative. You see, docudramas and dramatizations of real-life events will always bear the stigma of being unfaithful for the sake of narrative. Affleck and Terrio-Bearman wisely weeded out the details and minutiae that would have slowed the action and hindered the relentless pace at which Argo charges ahead. No matter how faithfully you stick to the facts, purists will always spot something that rings untrue, something missing, something that wasn’t there, when the real events happened.
Ups, he did it again… Y sí, como se esperaba, como varios esperábamos, Ben Affleck lo hizo de nuevo. Hoy leía una nota de Javier Porta Fouz en la Rolling Stone en la que habla de las peores cosas que hizo BA en su bastante paupérrima carrera como actor. Mi nota iba a ir por ese lado, cómo un actor de comedia barata y melodrama pedorro –con Pearl Harbor a la cabeza de la lista de mojigangas berretas y grasulientas– puede rescatarse y resurgir de sus cenizas. Bueno, como bien decía Porta Fouz, eso es Ben Affleck, un tipo que supo ver a tiempo su irrevocable futuro encasillado en la mediocridad y lo revirtió, para convertirse así en un gran realizador de enormes historias. Y, en esta última, además, se da el lujo de ponerse a sí mismo como protagonista y héroe absoluto. Como dije en un post de Facebook casi inmediatamente después de salir del cine, ¡qué ganas de ser Ben Affeck por un rato! ¡Qué ganas de verme en la pantalla grande, dirigida por mí misma, y sentir orgullo de mí y de mi película!..
Sentido obtuso Tengo un crítico amigo que, a propósito de Vivir al límite, dijo algo así como “está bien, es una buena película, pero es como un envase vacío en el que uno pone lo que quiere”. No me malinterpreten, me encantó aquella película de Katryn Bigelow, aunque esa frase me viene bien para describir lo que me sucede con Argo. Y esto me pone en una posición un tanto incómoda, porque veo como casi todo el mundo habla maravillas de este film, y siento que me quedo un poco fuera, y no sé bien por qué. Y me incomodo aún más porque soy de esos que se enorgullecen de sostener posiciones aunque sean marginales o minoritarias, pero ahora tengo unas ganas bárbaras de estar con la mayoría. Igual, este último dilema moral no es problema de ustedes lectores, así que con eso los voy a dejar tranquilos. Ben Affleck ha pasado de ser uno de los clásicos hazmerreír de Hollywood a uno de los directores con mayor proyección del cine estadounidense, encaminándose por contenidos y formas a ser una especie de heredero de Clint Eastwood. Sus dos primeras películas, Desapareció una noche y Atracción peligrosa, son relatos que exploran los discursos, modalidades, comportamientos e instituciones (tanto particulares como generales) que sostienen la violencia como forma de vida. La familia, la policía, la religión, la ley, la policía, incluso la amistad o la pareja son puestos en cuestionamiento. Pero a la vez, no se quedan en la mera descripción del problema, sino que plantean posibles caminos, que pasan por decir la verdad (por dolorosa que sea), el correrse o tomar una posición diferente (con los costos que eso implica). Si nos ponemos a pensar, incluso ya antes de incursionar en la dirección Affleck estaba pensando estas cuestiones cuando escribió el guión de En busca del destino -que terminó siendo dirigida por Gus Van Sant-, donde se analizaban determinados rituales de una clase social oprimida y violenta, pero también los modos y chances de salir de esos círculos viciosos. Y lo bueno es que en estos films la palabra es tan fuerte como la acción, los gestos y miradas tan poderosos como los discursos, con la potencia de las imágenes como gran contenedor. En Argo se repiten estas constantes, con algunos elementos más que la convierten en la película más ambiciosa de Affleck. El film se sitúa en el punto más álgido de la revolución iraní de 1979, que culminó con la toma de 52 rehenes en la embajada estadounidense en Teherán. Sin embargo, seis estadounidenses logran escapar, refugiándose en la embajada canadiense. Y cuando la CIA está desconcertada, sin saber qué hacer para sacarlos, un agente experto en extracciones, Tony Mendez (Affleck), aparece con la idea de hacerlos pasar por parte del equipo de producción de una película totalmente falsa. Y lo que al principio parece una total locura, termina convirtiéndose en la opción más viable. El film busca tomar esta premisa, real y palpable, para analizar cómo las instituciones gubernamentales y los sectores de mayor poder en Estados Unidos han sentado las bases (y lo siguen haciendo, porque indudablemente Argo mira hacia el presente) para una escalada de violencia mayúscula, que lleva a la nación estadounidense a quedar enfrentada con la mayor parte del mundo, y ni siquiera se hacen cargo. Esto sin exculpar a los sectores populares, porque Affleck es consciente de que no sólo existen las instituciones que bajan línea, sino también el tejido social que acepta y adopta estos parámetros. A la vez, Hollywood es explorado en su papel de mediador, de productor y reproductor de conocimiento. De hecho, los personajes de Lester Siegel (Alan Arkin) y John Chambers (John Goodman) -uno un productor, el otro un maquillador- son como guías del detrás de escena de esa máquina de sueños, pero también de pesadillas, donde el mentir es una regla. La amistad que nace entre Tony y Lester viene casi por decantación, producto de la empatía y paralelismo entre sus profesiones: ambos montan ficciones, mentiras, invenciones, y eso se traslada de sus trabajos a sus hogares, a sus vidas personales en crisis. Pero Argo busca darle una vuelta de tuerca a tanto cinismo y negrura, proponiendo la posibilidad de la ficción, de la imaginación, de la pura invención, como vehículo para una modalidad de política virtuosa, basada en la colaboración, el diálogo y la diplomacia. Emparentándose con la mirada de un film como Invictus, o una serie como The west wing, intenta plantear un barajar y dar de nuevo en la política interior y exterior estadounidense. Ahora, habrán notado como uso los verbos “buscar”, “tratar” o “intentar”. Y es porque siento que todo lo que dije anteriormente está, pero no está a la vez en la película, como si todo lo pusiera yo, sujeto espectador, porque simpatizo mucho con lo que “intenta” decir Argo. Yo también veo una sociedad estadounidense impregnada de mentira y violencia, y sin casi conciencia de eso. Y me siento muy identificado con esa visión “idealista” de ciertos sectores intelectuales norteamericanos, que quieren vincularse a través del diálogo e incluso la imaginación. Más por el hecho de que siento y veo que se ha construido en otros países -como la Argentina, por ejemplo- el mismo discurso donde las ideologías legitiman distintas formas de violencia. Me pregunto por qué me sucede esto e intento explicarlo a través de ciertas secuencias o diálogos. Me resulta llamativo el hecho de creerle mucho más a Ed Harris en Desapareció una noche, cuando afirma que no hay nada más cristiano que un niño, porque es capaz de perdonar, no juzgar y hasta poner la otra mejilla; que a Arkin cuando en Argo sostiene que las mentiras no pueden dejarse en el laburo. O que haya un plano, mínimo, de apenas unos segundos, donde Affleck sale con Arkin en un auto, con un tema musical de fondo, que se disuelve enseguida, y que ese plano de transición me haga tanto ruido. Reconozco el gran manejo del suspenso y la mixtura de géneros del film, pero me sigo quedando afuera. Y recuerdo a Roland Barthez, cuando planteaba un tercer sentido (al que denomina obtuso) en el texto cinematográfico, que iba más allá de los sentidos comunicativo y de la significación, para adentrarse en la significancia, en lo puramente fílmico. Quizás percibo todo lo simbólico, lo informativo en Argo, pero no lo cinematográfico. Aún así, no me siento especialmente desilusionado. Es más, hasta tengo ganas de ver nuevamente Argo. Ya tuve una experiencia similar con Invictus: al verla por segunda vez, me conmoví donde antes no lo había hecho, me identifiqué con los discursos y personajes con los que antes no había sentido empatía. Conservo también la fe en Ben Affleck. De hecho, me parece una mala noticia que no vaya a dirigir La Liga de la Justicia (que podría haberle servido para analizar los vínculos entre violencia y mito), pero una buena noticia que esté considerando adaptar nuevamente a Dennis Lehane con Live by night. Su cine sigue (y creo que seguirá) siendo interesante.
Argo, la apuesta politica de Ben Affleck y su esperanza como director Solo unos pocos creíamos que Ben Affleck poseía algún talento oculto y que todavía ni el mismo lo había descubierto. Actoralmente, carece de expresividad emocional y se dio cuenta de ello el día que dejó de hacer comedias románticas para pasar inadvertido con papeles austeros como el de George Reeves en Hollywoodland o su personaje en The Company Men. Personalmente creo que no estaríamos hablando de él de no ser por los tantos errores que cometió durante su carrera y de los que claramente aprendió. El día que Affleck decidió darle forma a proyectos sumamente personales, fue el día en que dejamos de reírnos de él. Su ductibilidad para contar historias nos asombró sin posibilidad de dejar dudas al respecto. En Desapareció una Noche (Gone Baby Gone, 2007) dirigía a su hermano Casey Affleck en una historia propia, al igual que en Atracción Peligrosa (The Town, 2010) en donde se daba el lujo a la vez de actuar, y demostrarnos que quizás la emotividad no es lo suyo, pero que también ningún director supo sacar a relucir el mejor lado actoral de Ben Affleck, que irónicamente, terminó por convertirse en un gran director de actores.Solo unos pocos creíamos que Ben Affleck poseía algún talento oculto y que todavía ni el mismo lo había descubierto. Actoralmente, carece de expresividad emocional y se dio cuenta de ello el día que dejó de hacer comedias románticas para pasar inadvertido con papeles austeros como el de George Reeves en Hollywoodland o su personaje en The Company Men. Personalmente creo que no estaríamos hablando de él de no ser por los tantos errores que cometió durante su carrera y de los que claramente aprendió. El día que Affleck decidió darle forma a proyectos sumamente personales, fue el día en que dejamos de reírnos de él. Su ductibilidad para contar historias nos asombró sin posibilidad de dejar dudas al respecto. En Desapareció una Noche (Gone Baby Gone, 2007) dirigía a su hermano Casey Affleck en una historia propia, al igual que en Atracción Peligrosa (The Town, 2010) en donde se daba el lujo a la vez de actuar, y demostrarnos que quizás la emotividad no es lo suyo, pero que también ningún director supo sacar a relucir el mejor lado actoral de Ben Affleck, que irónicamente, terminó por convertirse en un gran director de actores.Solo unos pocos creíamos que Ben Affleck poseía algún talento oculto y que todavía ni el mismo lo había descubierto. Actoralmente, carece de expresividad emocional y se dio cuenta de ello el día que dejó de hacer comedias románticas para pasar inadvertido con papeles austeros como el de George Reeves en Hollywoodland o su personaje en The Company Men. Personalmente creo que no estaríamos hablando de él de no ser por los tantos errores que cometió durante su carrera y de los que claramente aprendió. El día que Affleck decidió darle forma a proyectos sumamente personales, fue el día en que dejamos de reírnos de él. Su ductibilidad para contar historias nos asombró sin posibilidad de dejar dudas al respecto. En Desapareció una Noche (Gone Baby Gone, 2007) dirigía a su hermano Casey Affleck en una historia propia, al igual que en Atracción Peligrosa (The Town, 2010) en donde se daba el lujo a la vez de actuar, y demostrarnos que quizás la emotividad no es lo suyo, pero que también ningún director supo sacar a relucir el mejor lado actoral de Ben Affleck, que irónicamente, terminó por convertirse en un gran director de actores. Esta vez nos compete hablar de su más reciente trabajo como director y actor en Argo, quizás el proyecto menos personal de Affleck, pero el mayor logro como director y actor. Con un prologo vertiginoso, cuasi documental, maravillosamente creativo y raro de ver en una película de carácter político, Argo cuenta cómo fue que el 4 de noviembre de 1979 la revolución iraní lleva a invadir a la embajada de Estados Unidos en Tehrán, donde toman 52 norteamericanos de rehenes. En el medio del tumulto, seis trabajadores de la embajada escaparon y se refugiaron en la casa del embajador canadiense. Concientes de que era cuestión de tiempo que los iraníes se dieran cuenta de la situación, la CIA planea la extracción de los diplomáticos. Para ello, solicitan a un experto del asunto, Tony Mendez (Affleck), quien dará una solución tan bizarra como peligrosa. Mendez, con perfil de héroe anónimo, comienza a planear la producción de una película de Sci-Fi, junto a los personajes hilarantes de Alan Arkin y John Goodman, con el fin de entrar a Irán en busca de locaciones para su película y hacer pasar a los seis diplomáticos como parte del equipo de filmación. Ben Affleck con su ágil relato de la operación que Bill Clinton dio a conocer en 1997, critica duramente la hipócrita política de Estados Unidos en mayor medida, y Hollywood como industria en menor. En contraposición a lo que haría el mejor amigo de Ben, Jason Bourne, el director retrata el lado pasivo e inteligente de la CIA, que pocas veces se muestra en el cine. Sin la necesidad de alguna escena de acción, con grande explosiones o alguna grandilocuente persecución, Argo nos cuenta la vertiginosa operación ideada por Mendez, que pone bastante nervioso al espectador ya sea si conoce previamente lo que pasó o no. Affleck sabe exactamente que es lo que quiere y eso hace que deje una muy buena y sobria interpretación de Mendez, así como logra muy buenas interpretaciones de Bryan Cranston como su jefe, Arkin y Goodman como dupla creativa o un grupo de actores casi desconocidos que deben retratar a personas reales en una situación verídica. Con una cámara un tanto pasiva, la película, nos conduce simultáneamente durante toda la película a lo que le sucede a sus siete protagonistas en Irán, lo que sucede en USA con la CIA y la falsa productora hollywoodense, y lo que sucede con los iraníes, que están al acecho de los norteamericanos. La fluidez y el detallismo en el relato de Affleck es lo que hace en parte de Argo una excelente película, a la que se le adhiere la magnifica fotografía de Rodrigo Prieto que ayuda a dibujar la época de los setenta. Para colaborar con la tensión y el suspenso visual, la banda sonora de Alexandre Desplat está sincronizada al cien por cien con cada emoción y cada clímax. Argo, casi no dejan dudas de que estamos ante la presencia de un gran descubrimiento del ultimo siglo. Ben Affleck habiendo dirigido tan solo tres películas, se forja de un carácter con destellos de Michael Mann y Clint Eastwood, y demuestra que es un director que tiene una gran capacidad para leer, escribir e interpretar historias, que superan ampliamente a directores que llevan varias décadas en la industria. Al final de la historia, para demostrar que no hay escena que sobre, Affleck muestra las imágenes y personas que lo inspiraron para retratar una historia que insta a querer darle un apretón de manos y decirle ‘tu Oscar te espera’. Con más directores como él, Hollywood tiene la esperanza de renacer.
Ben Affleck confirma por tercera vez su talento como director de cine Se ha comentado a menudo, y con justa razón, que Ben Affleck parece estar destinado a proseguir una carrera similar a la de Clint Eastwood como director de cine. Tiene más de un punto en común con el realizador de “Los puentes de Madison” y de hecho su primer largometraje (“Desapareció una noche”) está basado en un libro de Dennis Lehane, que también había escrito “Río místico”. El segundo film de Affleck (Atracción peligrosa”) mantuvo el nivel de su opera prima y ahora con “Argo” logra un triplete, que pocos realizadores han conseguido desde su debut cinematográfico. Lo notable es que las tres obras citadas tratan temáticas muy diferentes, lo que nuevamente valida la comparación con Eastwood. Aquí la trama está basada en un hecho verídico que tuvo lugar a inicios de la década del ’80, cuando el Sha Reza Pahlevi de Persia (Irán) ya había sido depuesto por una revuelta cuyo líder era el célebre ayatollah Khomeini. Los primeros minutos de “Argo” recorren en estilo documental y con razonable objetividad los diversos sucesos ocurridos entre mediados de siglo pasado hasta el año 1979. Es en ese momento que se produce la violenta irrupción de miles de manifestantes en la Embajada de los Estados Unidos, cuyos ocupantes en su inmensa mayoría fueron tomados como rehenes. Solo seis de ellos lograron escapar hasta la casa del embajador de Canadá, quien aceptó cobijarlos sin que se enterara el gobierno iraní. Pese a los esfuerzos que realizaron los ocupantes de la Embajada norteamericana de quemar o triturar toda la información confidencial allí contenida, momentos antes de ser ocupados, a la larga no pudieron evitar que trascendiera que entre los rehenes faltaban seis personas. Allí comienza una segunda parte, cuando la acción se traslada a Estados Unidos y más concretamente a la CIA, donde sus agentes y directivos comienzan a discutir la mejor alternativa para rescatar a sus conciudadanos en Teherán. Aparece entonces el personaje real de Tony Mendez (Ben Affleck mismo) un especialista en la extracción de gente en problemas. A él se el asigna la difícil tarea de rescatar a los seis funcionarios ocultos en la embajada de Canadá. Se imaginan varias estrategias posibles pero la que Mendez finalmente logró imponer fue una muy imaginativa consistente en montar una ficticia filmación de una película tipo “Star Wars” en Irán con capitales y personal canadiense y entre estos y con pasaportes falsos a los cuatro hombres y dos mujeres a rescatar. Para armar la producción de “Argo”, tal el título del guión seleccionado con acuerdo de la CIA, se contactó a John Chambers, maquillador por ejemplo de “El planeta de los simios” y a Lester Siegel, hábil productor. John Goodman y Alan Arkin encarnan a ambos personajes y logran los momentos más brillantes y memorables de toda la película, todo un acierto de “casting”. Hay aquí numerosas frases irónicas que intercambian ambos hombres de cine como cuando Siegel afirma que “se puede enseñar a un mono a ser director de cine en apenas un día”. Ambos personajes se burlan del guión seleccionado usando la expresión “Ar-goFuck Yourself”, que obviamente pierde gracia con los subtítulos locales. Algunos chistes son algo más obvios como la mención de Marx (Karl), que el productor confunde con su homónimo Groucho. Es notable en cambio la escena, que transcurre en el gran bazar de Teheran, cuando una de las dos mujeres le saca una foto supuestamente para la producción del film a un iraní que se revela molesto. Y también la partida desde allí del grupo de “técnicos” cuando las puertas y ventanas del vehículo que los transporta son golpeadas por una turba enceguecida. En ambas circunstancias lo elogiable es la credibilidad que Affleck consigue transmitir al espectador. Prueba de ello son las imágenes comparativas entre escenas del film e imágenes reales presentadas junto a los títulos finales de “Argo”. Quizás se pierda un poco ese rigor en la última parte del film, cuando en pleno aeropuerto el personal que controla los pasaportes parece dudar de la autenticidad de sus portadores y el avión de Swissair está a punto de partir. El film se transforma en un thriller, concesión que quizás pudo evitarse, sobre todo teniendo en cuenta que en verdad el retraso se debió a problemas técnicos del Jumbo 747. Y aún más objetable es el final edulcorado cuando Mendez regresa a su casa para reencontrarse con su hijo y su esposa, a punto de separarse de él, con una bandera norteamericana como fondo. Pese a dichas concesiones, muy típicas de las producciones de Hollywood, el conjunto es tan sólido que en el balance “Argo” sobresale como un producto que seguramente debería alzarse con justicia con varias nominaciones a los Oscar. Todavía un párrafo más para los actores, donde la dupla Goodman-Arkin merecería ser considerada por la Academia. Ben Affleck como actor está correcto aunque nunca descolló como tal (recordar “Peral Harbor”) y se luce en un rol secundario Bryan Cranston. Y al final habrá un “cameo”, que preferimos no revelar, de alguien que ya ganó más de un Oscar en su larga carrera como actor.
¡Viva el cine! Sí, hay que ver Argo, la tercera, la mejor película como director de Ben Affleck. ¿Por qué? Porque es excelente. ¿Y por qué es excelente? Ben Affleck ya había demostrado ser un director a tener en cuenta. Alguien que entendía la tradición del cine americano, la herencia del clasicismo, no pocas enseñanzas de Clint Eastwood, de Michael Mann, del cine de los setenta. Escribí sobre sus dos primeras películas en su momento en El Amante, aquí pueden leer esas notas: del número 187 (2007) y del número 221 (2010). Argo es una de esas películas casi imposibles de hacer bien: política internacional, historia real de época, relación Estados Unidos-Irán, rehenes, CIA, la organización de un rescate, una producción falsa de una película: combinación de peligro y humor. Affleck no solamente logra unir los elementos sino que además consigue que la unión sea realmente una amalgama y no un mero rejunte. Los momentos de humor y acidez, sobre todo concentrados en la acción que transcurre en ambas costas de Estados Unidos (los poderes relacionados: el gobierno en el este, el cine en el oeste) no solamente no debilitan la tensión de lo que ocurre en Irán sino que interactúan de forma dinámica: estas dos sociedades (o tres, porque John Goodman y Alan Arkin son una sociedad brillante que debería ser destacada del resto), conectadas por el montaje, son realidades que coexisten en el tiempo. Claro, eso es obvio. Lo que no es obvio es el modo cinematográfico de integrarlos, estas idas y vueltas entre los dos países (y dentro de un país, entre las dos costas) pueden hundir una película que no tenga en claro su propósito. Y el propósito de Affleck es narrar. Y lo hace con una sublime fluidez, con la capacidad y la osadía de encadenar momentos de tensión, que se acumulan de forma casi festiva al final: múltiples salvatajes en el último segundo, como si fueran el final de Crimen verdadero de Clint Eastwood. Como si fueran ese final, pero multiplicado. En esa película de 1999, con la que el Eastwood despedía el siglo XX, el siglo del cine, se homenajeaba a Griffith, el pionero. En Argo, Affleck sigue la senda de Eastwood mediante la exacerbación de los procedimientos de una de sus películas menos prestigiosas (aunque excelente). El final de Argo es, así, una celebración en cascada del suspenso cinematográfico, del placer de la tensión que podemos sentir como espectadores: se propone la empatía con los personajes, con varios, en varios escenarios. Como pasaba en el final de El regreso del Jedi, de lo que suceda en un escenario dependerá lo que suceda en otro. Pero, además, tenemos empatía, o al menos la tengo, con una noción del cine clásico-setentista-eastwoodiana. Larga vida al cine. Larga vida a este cine. Un par de agregados del día del estreno: 1. Leo la crítica de Argo de Juan Pablo Cinelli en Página/12. Estoy en desacuerdo con su evaluación de la película, pero eso es irrelevante. Estoy muy en desacuerdo con su reclamo de que la película sea una especie de paper progre de la UBA Sociales, y también estoy en desacuerdo con su interpretación política. Me dan ganas de escribir algo para debatir, pero sigo leyendo críticas, y leo este excelente texto de Leonardo D’Espósito en Bae y veo que con su crítica ya le contestó a al texto de Cinelli (no de manera directa sino con su concepción del cine y de la crítica). 2. Veo los carteles publicitarios en vía pública de Argo en Buenos Aires. En ningún lado dice que el director es Ben Affleck. Sí se lee “del director de Atracción peligrosa”. Si usted sabe que Atracción peligrosa (The Town) la dirigió Ben Affleck, se entera de quién es este director no mencionado. Si no, no. Es que en la distribuidora deben saber que todavía hay gente que tiene prejuicios contra el mejor director surgido en Hollywood en el siglo XXI.
El patriota delicado Argo es una película encantadora. En septiembre, en el festival de San Sebastián, el público aplaudía de pie. El despegue de un avión desde un aeropuerto iraní con seis almas aterrorizadas y un especialista de la CIA precipitó la ovación. La tribuna entendió de inmediato el código: no tiene sentido apelar al vetusto antiamericanismo frente a esta pieza cómica de suspenso. Desterrada cualquier veleidad, por el glamour de sus intérpretes Argo puede ser un hit hasta en Teherán y Caracas. La historia real es de película y su versión cinematográfica lo es todavía más: seis diplomáticos estadounidenses refugiados en la embajada canadiense tras la toma de la embajada de su país en Teherán (el 4 de noviembre de 1979), simulando ser un equipo de filmación canadiense consiguieron eludir los férreos controles militares y escapar en un Boeing de Swissair rumbo al mundo occidental. Recién en 1997 se reveló el procedimiento y la estrategia empleada en la misión de rescate. ¿A quién se le podría ocurrir una fuga semejante? Al agente federal Tony Mendez (Ben Affleck). Un plan tan irrisorio como singular: con la ayuda de John Chambers (John Goodman), responsable del maquillaje de El planeta de los simios, y Lester Siegel (Alan Arkin), un productor y director (una invención del guión), concibe el falso rodaje de una película clase B de ciencia ficción llamada "Argo" y un viaje en búsqueda de locaciones al país entonces liderado por el Ayatolá Jomeini. ¿Delirante e inverosímil? Hollywood inventa, la CIA produce: la sinergia entre la fábrica de los sueños y la agencia de inteligencia no es una novedad, pero aquí alcanza una exposición insólita. Affleck es un director interesante. Aquí demuestra cierto oficio para trabajar sobre el montaje paralelo. Tanto en la toma de la embajada como en el escape final, Affleck gestiona el suspenso a través de un pertinente cruce de escenas. ¿Cine clásico? Affleck no es D.W. Griffith, pero sigue airosamente sus pasos en clave de entretenimiento. Se dirá que poco importa la representación de los iraníes como una horda fanática. A partir del despliegue de simpatía de los personajes de Goodman y Alan Arkin y de la pureza moral del héroe interpretado por Affleck, no es difícil adivinar dónde encarna la verdadera humanidad. Affleck se revela no sólo como un director ligado al cine clásico. Lo suficientemente liberal y demócrata para señalar la genealogía de la crisis de los rehenes y la revolución islámica pero demasiado convencido de la magnanimidad de sus compatriotas y de la grandeza del cine de Hollywood. Una película entre la bandera y el amor al cine.
Un impecable thriller político Tercer filme de Ben Affleck. Se basó en hechos reales que parecen imaginados por un exagerado guionista: hay que rescatar a seis norteamericanos que se refugiaron en la Embajada de Canadá en Teherán. Estamos en 1979, en plena revolución. Un especialista tiene una idea: hacerse pasar por un director de cine canadiense para poder sacarlos como integrantes del equipo de rodaje. No es fácil. Hay que armar todo a la perfección y darle a la mentira el aspecto de una verdad que no genere desconfianza. Por eso el cine y la política se mezclan. Porque se parecen: hay estrellas, hay intrigas e importan más los resultados que la gente. El filme es atrapante, nervioso, intenso, un thriller político de estilo clásico que se ocupa del suceso, del retrato de cada personaje, de las dudas que plantea el desafío. Y que deja ver que al menos una vez la realidad necesitó de la ficción para lograr por una vez su humanitario cometido. Tiene ritmo, mucha tensión, suspenso y hasta sabrosas pinceladas de humor. El filme puede pecar de algún exagerado clima patriotero, pero el comienzo y el final, con testimonios reales, ponen las cosas en su lugar: en el cierre, las imágenes documentales le dan carnet de legitimidad al relato; y en el comienzo, el prólogo con noticieros de la época revisa con implacable elocuencia la responsabilidad de Estados Unidos en una crisis que lo tuvo -otra vez- como víctima y victimario. Un gran filme que empieza con una revuelta y termina con un abrazo.
En el tsunami de la historia Cuando uno termina de ver “Argo” tiene al menos una certeza: Ben Affleck debería haber cambiado su carrera de actor por la de director hace mucho tiempo. Pero, quién sabe, tal vez necesitó de todos estos años de galán insípido para que sus proyectos maduraran. “Argo” es su tercera película como realizador, y sin dudas marcará un antes y un después en su trayectoria. Basada en una historia real, “Argo” es cine clásico y riguroso, de una solidez narrativa inquebrantable, en la mejor escuela de Clint Eastwood. La acción transcurre en el convulsionado Irán de 1979, en los inicios de la revolución islámica, cuando cientos de militantes invadieron la embajada de EEUU en Teherán y tomaron a 52 norteamericanos como rehenes. En medio del caos, seis empleados de la embajada lograron escapar y se refugiaron en la casa del embajador canadiense. El filme se centra en el delirante plan de un agente de la CIA —montar la filmación de una película falsa— para rescatar a esos empleados de una muerte segura. Affleck tenía en sus manos una trama compleja, pero logra resolverla con equilibradas dosis de suspenso, dramatismo y hasta humor y sarcasmo. También evita la tentación de presentar a héroes y villanos, y en su lugar consigue emocionar al revelar las fortalezas y las fragilidades de hombres comunes arrastrados por los avatares de la historia.
Excelente film de Ben Affleck sobre hecho real Muchas veces tanto los críticos como el público tenemos ciertos prejuicios sobre los actores que se largan a dirigir un film. Sobre todo si ese actor (que ya ganó un Oscar como guionista junto a Matt Damon) es, más allá de buen actor, una de esas personas que sobresalen por aspecto físico. En este caso Ben Affleck, que de él estamos hablando, demuestra que esta a la altura para filmar lo que quiera y hacerlo extraordinariamente bien. En este caso eligió un caso real sobre los sucesos acaecidos en noviembre de 1979 cuando en Irán es derrocado el Sha en manos del Ayatolá Komeini y los iraníes toman la embajada estadounidense en Teherán. Los empleados de la embajada son tomados como rehenes hasta que EE.UU. no entregue al Sha exiliado en el país del norte. Pero hubo seis empleados que lograron escapar y, clandestinamente, refugiarse en la casa del embajador canadiense. La CIA enviara a un agente especial, interpretado por el propio Affleck, que traza un plan para sacarlos de Irán tan arriesgado e increíble que si en la presidencia de Clinton no se hubieran dado a conocer los archivos correspondientes se hubiera pensado que era una película. El film, más allá del trasfondo político lógico, mantiene el clima de tensión necesario para que el espectador que no conozca la historia este expectante todo el tiempo. Una película con las dosis de humor y emoción justas y necesarias, pero por sobretodo es un gran thriller que, además de un muy buen elenco, se nota el gran trabajo de Affleck como director. “Argo”, film que muchos ven ya en el camino hacia el Oscar, es para no dejarlo pasar y que el publico dejara, a fuerza de calidad y talento, todos los prejuicios de lado. No se la pierda
La gran evasión El actor devenido director Ben Affleck, en su tercer largometraje, nos brinda una mirada demasiado hollywoodense sobre un hecho verídico, Esta situación se plantea en principio cuando, de manera totalmente intencional, hace nula referencia a sucesos acaecidos contemporáneamente, y en el mismo espacio geográfico a los narrados por el filme. La película comienza con escenas de documentales de la época en Irán. En la década del ‘50 asume un gobierno democrático que se contrapone a los intereses de los Estados Unidos de América, principalmente en los temas relacionados al petróleo, nacionalizando los pozos y la explotación. En 1953 el gran país del norte produce, promueve y ejecuta un golpe de estado, utilizando el brazo largo de su central de inteligencia C.I.A., colocando en el poder al Sha Reza Pahvlevi, cuyo reinado se mantuvo hasta 1979, año en que es derrocado por el Ayatolah Khomeini. En ambos periodos el único damnificado fue el pueblo iraní, acosados por el terror, con asesinatos de opositores a mansalva. Esto también es dicho en el filme, situación que promovería la lectura del texto como una denuncia y un mea culpa, vergüenza ajena y propia de los EEUU. Allí, en Teheran, es donde transcurre la mayor parte de la acción. El 4 de noviembre de 1979 es tomada por asalto la embajada de los Estados Unidos. Los seguidores del Ayatolá capturan como rehenes a todos los trabajadores de esa embajada acusados de espionaje. Lo que no saben es que seis de los diplomáticos lograron escapar del edificio para refugiarse en la casa del embajador canadiense. A partir de ese momento en el relato se produce un cambio en el registro de los acontecimientos para entrar de lleno en la ficción, el que reconstruirá los sucesos que tendrán como protagonistas a estos seis personajes en “busca”, o en espera, de quien los rescate. El autor intelectual y material de la ansiada liberación es Tony Méndez (Ben Affleck), un agente de la CIA especialista en rescates. Luego de cambios de ideas, una más delirante que la otra, construyen una farsa en la que un equipo de filmación de Hollywood se instalará en el centro mismo del conflicto para filmar una película a la que titulan “Argo”, que es la que le dará nombre a la misión, y al filme que estamos viendo. El operativo, huida y liberación esta en marcha. Posiblemente esta inclusión de la industria cinematográfica del gran país del norte sea la que promueva la mayor atracción del público, en la que por momentos se distiende la tensión provocada por la situación. Tony hace contacto con el productor Lester Siegel (Alan Arkin) a través de un maquillador, escenográfo, director, y también productor John Chambers (John Goodman). En boca de ellos estarán los diálogos más cínicos, filosos y graciosos de toda la realización., sin tener miramientos a favor de nadie. Bajo sus lenguas aparecen críticas y parodias a todos, el presidente Carter, las producciones cinematográficas mediocres, los actores estrellas, los directores, los productores, y ellos mismos. El filme esta planteado en su mayor parte en el género del thriller político, con secuencias donde la tensión dramática será la vedette que, a partir de un montaje sin demasiadas pretensiones, clásico por donde se lo mire, hace que terminen bien hilvanadas e integradas coherentemente al resto del texto, haciendo por momentos cruces de género que no perturban. La solvencia entonces se puede encontrar en no haber traicionado los dictámenes de lo que se entiende desde la estructura narrativa cómo un filme clásico, a partir de un bien cuidado guión, apoyándose principalmente en las actuaciones de un muy buen elenco, donde se destacan los ya mencionado Arkin y Goodman, en tanto Ben Affleck cumple con su performance, mientras el resto de los intérpretes acompaña adecuadamente, el problema es que estos no tienen demasiada injerencia, pues su tiempo de permanencia en pantalla no es determinante en tanto y en cuanto estructura. Por supuesto que los rubros técnicos, y los no tanto, son de muy buena factura. Alexandre Desplast es muy solvente en la construcción de climas a través de la música, al igual que el mejicano Rodrigo Prieto se ajusta en la forma de iluminar y fotografiar, tanto los espacios en que transcurren las acciones como a los protagonistas de las mismas. El punto a mencionar es que nada se dirá, ni se hará la más mínima mención de los dos intentos fallidos de la operación “Garras de Águila”, respecto de intentos del gobierno de Carter tratando de emular al producido años antes, 1976, en Uganda, por el ejercito de Israel cuando rescató a los cautivos de un avión secuestrado en Entebbe, mientras el ejercito yankee no logró libertar a los rehenes de la embajada. Esta omisión puede ser entendida como patrioterismo “barato”, pues si bien la estructura que plantea, principalmente el director, es la de un filme de suspenso, todo es previsible por la invocación predecesora e imperante. Muy pocos cineastas integrados al sistema de producción industrial de Hollywood se atreverían a otro tipo de discurso, situación que asimismo no desmerece la factura técnica y narrativa del filme, pero le aseguro que da otro aroma. (*) Obra realizada por John Sturges, en 1963.
Luego de dos interesantes películas ("Gone Baby Gone" y "The Town"), Ben Affleck se consagra aquí como uno de los mejores directores de su generación, al aportarle suspenso, vértigo, intensidad, humor y mucho entretenimiento a esta particular y absurda historia basada en hechos reales.
En noviembre de 1979, mientras la revolución iraní alcanzaba su punto álgido, algunos militantes irrumpieron en la embajada de Estados Unidos en Teherán y tomaron cincuenta y dos prisioneros estadounidenses. Sin embargo, en mitad del caos, seis de ellos logran escapar y encuentran refugio en casa del embajador canadiense. Sabiendo que es sólo cuestión de tiempo que los encuentren y, muy probablemente, los maten, un especialista de la CIA en operaciones especiales llamado Tony Mendez (Affleck) urde un arriesgado plan para sacarlos del país de forma segura. Un plan tan increíble que sólo podría salir bien en una película
Después de tres muy buenas películas, no podemos decir que a Ben Affleck la dirección le sale por casualidad: he aquí un director consumado, clásico, que maneja como pocos la cuerda del suspenso, que es capaz de crear una parábola social al tiempo que nos relata un cuento perfecto. Pasó con “Desapareció una noche” y con “Atracción peligrosa”, dos films donde la trama policial se sostenía en una perfecta descripción social y psicológica. En “Argo”, se narra la historia –increíble pero real– de un agente de la CIA que, tras la toma de la embajada estadounidense en Irán en 1979, tiene un plan para sacar a seis americanos que logran escapar y refugiarse en la casa del embajador de Canadá: hacerlos pasar por un equipo de cineastas canadienses en busca de locaciones para un film de ciencia ficción. La premisa le sirve a Affleck no solo para narrar las relaciones entre el Pentágono y Hollywood, sino sobre todo para jugar con las posibilidades del cine como juego de simulacros. Porque ni más ni menos de eso se trata: de simular para salvar la vida. A una producción perfecta (realmente “sentimos” que estamos en 1979) se suman actores que creen en sus personajes y un relato sólido. Pero eso sería nada si el realizador no supiera hacia dónde mirar, si no intentara al mismo tiempo comprender qué pasa alrededor de sus personajes. Y si, después de comprender, no tomara posición respecto de ellos. Una gran película de un gran director.
Ben Affleck, productor, protagonista y director de la cinta reafirma con esta propuesta su condición de excelente narrador detrás de cámaras. Basada en hechos reales ocurridos entre 1979 y 1980, la operación conocida como “Argo” recién fue desclasificada por el gobierno de Bill Clinton en 1997. Seis ciudadanos norteamericanos lograron escapar de la toma de rehenes que durante 444 días mantuvo en cautiverio a cincuenta y dos empleados y civiles de Estados Unidos que se encontraban dentro de la embajada en Irán. Refugiados en el hogar del cónsul canadiense, y alertados sobre la posible ayuda que recibirían por parte de su gobierno, jamás imaginaron el plan ideado por la CIA para devolverlos sanos y salvos a casa. Tony Méndez, un experto en extracciones de personas en situación de riesgo, diseña un plan con muchas posibilidades de fallar pero que, en última instancia, es la más disparatada de las opciones con chances de éxito. Él será el productor de “Argo”, una película de ciencia ficción que mezclará seres venidos del espacio con locaciones de Medio Oriente. Hasta allí viaja Méndez y deberá aleccionar a estas seis personas para que en dos días se transformen en expertos realizadores de cine. Con la maquinaria de Hollywood como respaldo, la prensa internacional atenta a este nuevo rodaje y con la ayuda de veteranos realizadores de películas, lo que en un primer momento parecía imposible termina convirtiéndose en una de las operaciones secretas más increíbles del ámbito de los servicios de inteligencia internacional. Desde la secuencia inicial (donde mediante un storyboard se hace un racconto de la historia reciente de Irán) hasta el desenlace un poquito más patriótico de lo aconsejable, Affleck demuestra un dominio total sobre el material que decidió plasmar en su tercer largo como realizador. Tras la angustiante “Gone Baby Gone” y “The Town”, aquí decide hacer propia una de las historias de la CIA que a priori podría parecer descabellada. El pulso con el que va narrando el día a día de estos seis refugiados y la tensión in crescendo de su última media hora aceleran el pulso de los espectadores, que para ese entonces ya ni siquiera recuerdan que no están frente a una sucesión de hechos meramente ficticios sino que se basan en la más improbable de las realidades que viven los agentes secretos.
La guerra de un solo hombre. Es probable que Ben Affleck no sea ni por asomo el director genial que muchos suponen. Pero la inusual calidez y concentración con las que suelen estar engalanadas sus películas –esa condensación de motivos clásicos del cine americano, sumada a esos breves movimientos exploratorios con los que su cine parece dar brazadas para ocupar un lugar en el panorama actual sin ser considerado del todo un bicho raro– alcanzan tal vez para convertirlo en una presencia cinematográfica contundente entre sus coterráneos al primer golpe de vista. La anécdota de Argo es tan desquiciada como risible, pero lo curioso es que se halla –y así está indicado en la película– convenientemente documentada en los hechos históricos que le sirven de referencia. En la famosa crisis de los rehenes de 1979 en Irán, cuando estalla la revolución encabezada por el ayatollah Khomeini y una multitud toma por asalto la embajada estadounidense, un grupo de empleados del gobierno norteamericano se escabulle y encuentra refugio en la residencia del embajador de Canadá. Si las autoridades los descubren pueden enfrentar cargos de espionaje y, muy probablemente, una condena a muerte sin mayor trámite ni dilación. Es decir que hay que sacarlos de ahí lo antes posible. La pregunta obligatoria es cómo se hace eso. El experto en rescates interpretado por el mismo Affleck (un tipo muy simpático al que las malas lenguas insisten en describir como un actor pésimo, aunque a mí no me lo parece) debe tomar las riendas del asunto y pone en consideración de sus superiores en la CIA un plan que a todo el mundo le parece un absurdo: su propósito es el de presentarse en la capital iraní como un director de cine canadiense y hacer pasar a los refugiados como parte de un equipo que está en busca de locaciones para una película de género fantástico. El modo en el cual en esta oportunidad el cine ingresa dentro del cine no deja de ser original. Esta vez no se trata de mostrar las miserias de los rodajes o la megalomanía de los artistas, sino de cómo el cine adquiere una función de importancia vital nada menos que como parte de una política de estado. Affleck no avanza demasiado en esa dirección pero el asunto está planteado y la idea tiene su corolario cuando, al final, se sostiene una ficción pública acerca de cómo fue la misión de rescate mientras la realidad queda oculta durante años y recién saldría a la luz con la desclasificación de los documentos sobre el tema. La paradoja es que en este caso la versión más disparatada e inverosímil resulta ser la verdadera. Argo es por momentos una imponderable sucesión de impulsos emocionales básicos generados por la mano segura del director, que desgrana una escena tras otra otorgándoles a cada una un tono y una configuración rítmica propios. En los primeros cinco minutos se incluye un veloz repaso de la historia moderna de Irán, carteles explicativos, montaje con material de archivo y planos ficticios; la cámara se sitúa alternativamente en los puntos del planeta involucrados en el conflicto y aparenta estar conducida bajo un pulso que prepara al espectador con la promesa de un thriller político, un poco a la usanza de ciertos ejemplares del cine americano de los años setentas. Es que Affleck es lo que por allí se conoce como un liberal (ese entusiasta equipo al que adhieren muchos de los colegas de su misma generación) y reparte responsabilidades para el accionar de los revolucionarios con un espíritu contable, que no elude el lugar común del progresista medio pelo. Pero en realidad, después de algunas oportunas perogrulladas de escasa relevancia y mediana densidad ideológica, el director se da por satisfecho tras haber despachado las cuestiones de política dura de rigor y puede dedicarse a lo que en verdad le importa, que es la acción y la emoción puras. El “especialista en sustracciones”, como lo llaman, se embarca entonces en una misión que parece suicida. La gente a la que va a rescatar medio se le retoba, debe usar toda su capacidad para convencerlos también a ellos: a Affleck no se le mueve un músculo de la cara pero su interpretación es tan solvente como la de una actor del cine clásico para trasmitirle al espectador una confianza absoluta en su buena fe y en su capacidad. El tipo sin embargo es mirado con extrema suspicacia por los altos mandos y la película deja en claro que la CIA recurre a él como último recurso para luego desinteresarse por su suerte y mandarlo al freezer lo más rápido posible. Lejos de dedicarse a la pontificación de la CIA –para que no se pongan nerviosos aquellos que suelen llevarse bien con el fascismo en el cine cuando se presenta en forma abstracta pero se incomodan cuando algunos nombres propios no aparecen condenados como quisieran–, el director mantiene en todo momento la imprecisión acerca del grado de patriotismo de su personaje principal, que no termina de saberse si es un funcionario dedicado o un hombre abandonado por su familia al que no le queda nada en el universo y por esa razón no teme arriesgar su vida. Uno de los últimos planos lo muestra, en una escena clásica, reunido por fin con su esposa en el hall de la casa después de la aventura, mientras la puerta abierta deja ver, al fondo y afuera, una bandera de los Estados Unidos que ondea. Ese momento podría estar consagrando la unión de la familia y la patria o indicar que el hombre solo tiene su hogar y que las instituciones le son irremediablemente ajenas. Para ser buena, una película siempre tiene que ser ambigua.
Irán y los argonautas A esta altura ya no se puede hablar de sorpresa. Ben Affleck (1972, Berkeley, EEUU) es un buen director que sabe cómo elegir y contar una historia, contextualizarla (en su película se justifica nada menos que la revolución iraní del ´79) y tomarse el asunto con humor. De hecho parece que hiciera todo bien. La anécdota gira en torno a una realidad que supera la ficción, la toma de rehenes de la embajada norteamericana en Irán (que duró más de un año), y una ficción que supera a la realidad, un descabellado plan de la CIA (para ser más exactos, de un agente solitario y con poco consenso) para rescatar a seis de esos rehenes haciéndolos pasar por miembros de un equipo de filmación de una película del estilo de La guerra de las galaxias llamada Argo. Los momentos que refieren a la producción de la película dentro de la película son los más disfrutables, en parte por la intervención de John Goodman (en el papel del especialista en maquillaje John Chambers, cuyo crédito mayor fue El planeta de los simios) y del gran Alan Arkin, siempre muy de vuelta de todo, como un productor consagrado que tiene claro que el mundo de Hollywood siempre será más despiadado que el demonizado terrorismo islámico. Esos momentos recuerdan a Mentiras que matan (Wag the dog, de Barry Levinson). Pero la película no se queda ahí. Sin salirse del libreto del cine más clásico, combina géneros con astucia. La otra subtrama tiene que ver con el destino de los seis miembros de la embajada que lograron escapar a tiempo de la toma del edificio y se refugiaron en la casa del embajador canadiense en Teherán. Hasta allí llega Tony Mendez (interpretado por el propio Ben Affleck) como el más clásico de los héroes de Hitchcock, un hombre común arrojado a circunstancias extraordinarias. Si la película puede entenderse como pro-americana es más que nada por esa exaltación del héroe individual cuyos ideales están muy por encima del sistema perverso al que adhiere. Esta parte es la que tiene más puntos de contacto con el cine de Clint Eastwood, aunque los dardos a la política exterior norteamericana marcan una distancia tan clara o tan difusa como la que hay entre un republicano y un demócrata (y aquí aparece la figura de George Clooney en la producción). Que todo esto haya pasado realmente (en los créditos finales puede verse una asombrosa comparación de lo ocurrido con lo recreado) no hace más que aumentar el mérito de Affleck, a quien parece faltarle siempre algo como actor pero sobrarle oficio como director. A los aciertos de Desapareció una noche (Gone baby gone) y la mal llamada Atracción peligrosa (The town), Argo le suma ironía y le resta romance, aunque el amor por la ficción sigue allí, más fuerte que nunca.
Un paso adelante de la muerte En el principio está la incorrección política. Ya el tema “Irán” podría serlo en estos tiempos de tensión con el gigante persa, pero aquí se va más allá. Si en “Juego de poder” (“Charlie Wilson’s War”) al final se reconocía que la desidia y la “desinversión” de los servicios que habían gastado millones de dólares para financiar la resistencia antisoviética en Afganistán terminó entregando el país al fanatismo del Talibán (literalmente, el Consejo de Estudiantes de la ley coránica), en “Argo” hay una introducción que cuenta cómo la CIA y el MI6 británico organizaron el derrocamiento del primer ministro laico Mohammad Mossadegh, por haber nacionalizado el petróleo, y estableció una dictadura monárquica en cabeza del sha Mohammad Reza Pahlevi. Fue la opresión del sha y su policía especial, la Savak, los que forzaron una revolución que desgraciadamente ya no fue laica sino islámica, chiita y fanática, encabezada por el ayatolá Ruhollah Khomeini. Ante el asilo al sha de parte de Estados Unidos, los revolucionarios invadieron la embajada de ese país en Teherán, tomando al personal como rehenes, en una crisis que golpeó duramente al gobierno de Jimmy Carter. Pero no todos fueron apresados: seis empleados lograron ganar la calle y alcanzar la residencia del embajador canadiense, sin posibilidades de salir vivos del país (los muchachos de Khomeini no eran más modosos que los de la Savak). Al rescate Ahí empieza la historia de “Argo”, que relata hechos parcialmente desconocidos hasta que la administración Clinton los desclasificó en 1997 y pudo devolverle su medalla al héroe de la jornada, Antonio J. Méndez. En un momento crítico, en el que el aparato del Estado se debatía entre solucionar el problema mayor y visible de la crisis de rehenes, y el todavía oculto de los seis refugiados, nadie acertaba a dar una solución para estos últimos que no sonara impracticable e inverosímil. Hasta que Tony Méndez (un especialista en “extracciones”) propuso la más inverosímil de todas: montar una falsa productora de cine que pretendiera hacer una falsa película de ciencia ficción space opera, con desiertos y túnicas (hacía dos años que George Lucas había revolucionado el género con “Star wars”, y florecían las réplicas “clase B”). Con esa excusa, pretende ingresar a Irán como productor, acreditar a los refugiados como un equipo de producción canadiense, y sacarlos de allí con pasaportes falsos. Así comienza una carrera contrarreloj internacional, entre cables secretos, llamadas telefónicas y persecuciones en el terreno, que inevitablemente ponen al espectador a “hacer fuerza” para que el grupo de diplomáticos y su salvador puedan escurrirse de las garras de los temidos Guardias Revolucionarios, tensión que va creciendo hasta un final sin aliento. Reconstrucción Todo esto se basa en el guión que Chris Terrio escribió sobre el artículo Joshuah Bearman “Escape from Tehran”, pero no podría concretarse sin la maestría de Ben Affleck en la dirección, posiblemente en su mejor trabajo hasta la fecha (y miren que “Desapareció una noche” estaba muy bien lograda). A la dosificación del ritmo narrativo se suma el trabajo de cámaras y fotografía (a cargo de Rodrigo Prieto), que contrapone el “tranquilo” mundo de la agencia con el candente de la situación “in the field”. Si las escenas de los espías y funcionarios en traje y corbata se filman en planos generales y quietos, con colores más grises y fríos, las del peligro inminente se capturan con cámara en movimiento, planos cercanos y colores más calientes, capturando el extrañamiento de un entorno hostil y de lengua diferente. Para poner una comparación necesariamente odiosa: un cruce entre la atmósfera de “El topo”, de Tomas Alfredson, y “Carlos”, de Olivier Assayas. Acompaña esto la música de Alexandre Desplat, que recurre a instrumentos típicos como el oud (el laúd árabe) y las tarbukas y otras percusiones étnicas, a fin de reforzar el clima de Medio Oriente. Pero todo esto se completa con una minuciosa reconstrucción de época (el diseño de producción corresponde a Sharon Seymour), incluyendo secuencias calcadas de fotos y documentales de esa fecha (y la inclusión de metraje real). La secuencia de títulos finales sirve para demostrar paralelismos entre lo reconstruido y lo testimonial, y algo más sorprendente: la similitud física (el elenco fue reclutado por Lora Kennedy) entre los actores y los personajes históricos que interpretan, apoyados en una buena caracterización. Encarnaciones Quizás la parte actoral-interpretativa es la que menos se puede lucir en un filme de precisión, y con un elenco necesariamente numeroso. El propio Affleck está correcto como el circunspecto y atribulado Méndez, acompañado por Bryan Cranston como su superior Jack O’Donnell y la escueta pero entrañable presencia de Alan Arkin como el director Lester Siegel y John Goodman, como John Chambers, ganador del Oscar por el maquillaje de “El planeta de los simios” y cómplice principal de Méndez en el engaño. También tiene su momento Kyle Chandler, un actor interesante que poco aparece por aquí como Hamilton Jordan, el chief of staff del presidente Carter. Acompañan Victor Garber como el embajador canadiense Ken Taylor, Page Leong como su esposa Pat y Sheila Vand como el ama de llaves Sahar, claves en la historia. Los seis refugiados son Tate Donovan (Bob Anders), Clea DuVall (Cora Lijek), Scoot McNairy (Joe Stafford), Rory Cochrane (Lee Schatz), Christopher Denham (Mark Lijek) y Kerry Bishé (Kathy Stafford). Ya se está hablando de esta cinta como candidata al Oscar, y posiblemente esté al menos entre los aspirantes: la Academia ama las historias verídicas. También quizás, ame la combinación de autocrítica política con reconocimiento al heroísmo de los agentes de a pie. Pero seguramente los académicos no podrán soslayar ni la calidad de la realización, ni la nostalgia que genera el estilo de intriga internacional y las humoradas sobre Hollywood, reflejos de una era mucho más acabada que la herencia de la Revolución iraní.
Entre la farsa y la tragedia Argo se inscribe en la línea del mejor cine político, al estilo de filmes de los setenta (Tres días del Cóndor , 1975, de Sydney Pollack) y los más recientes de Doug Liman (Poder que mata, 2010) y George Clooney ( Buenas noches y mucha suerte, 2005, y Secretos de Estado, 2011). Clooney, productor de Argo , y Ben Affleck son los actores/directores de mayor talento y políticamente los más comprometidos del cine norteamericano actual. Para situar al espectador, la película abre con un encuadre histórico. En 1951 el primer ministro iraní Mohammad Mossadegh nacionalizó el petróleo. En 1953, Estados Unidos y Gran Bretaña fogonearon un golpe de Estado para instalar en el gobierno al Sha Reza Pahlevi, quien favoreció los intereses económicos de sus "patrocinadores" y desató una feroz represión. En 1979, la revolución islámica promovida por el ayatollah Komeini destituyó al Sha, quien logró exiliarse en Estados Unidos. Para exigir su entrega, los iracundos simpatizantes de Komeini ocuparon la Embajada norteamericana en Teherán y tomaron rehenes a sus funcionarios. Pero seis de ellos lograron fugar y refugiarse en la residencia del embajador de Canadá. Affleck se ocupa de esos diplomáticos y de la operación montada por el agente secreto de la CIA Antonio "Tony" Méndez, especializado en actividades encubiertas, para rescatarlos. Méndez, interpretado por el propio Affleck, pone en marcha un plan francamente surrealista con el apoyo de la CIA, de un productor de cine de Hollywood y de John Chambers, el laureado maquillador de El planeta de los simios. El plan consistió en fraguar la producción de una película de ciencia ficción que debía incluir secuencias rodadas en Teherán y hacer creer a los iraníes que los seis refugiados eran canadienses que formaban parte del proyecto y estaban empeñados en la búsqueda de locaciones. El título de la película era, precisamente, Argo. Esta historia se mantuvo en absoluto secreto hasta que en 1997 el presidente Clinton resolvió desclasificar los archivos. Los pormenores de la operación y el final del filme quedan reservados a los eventuales espectadores. El drama y la tragedia tienen como escenario a Teherán; la comedia se cuela en Hollywood a través de las actuaciones de Arkin y Goodman; y las intrigas secretas se desarrollan entre la sede de la CIA en Virginia y los despachos de Washington. Cuatro de las principales bazas de Argo son la rigurosa ambientación y puesta en escena; un sostenido suspenso, que en la última media hora adquiere una enorme tensión; y el excelente trabajo del iluminador Rodrigo Prieto, habitual colaborador del mexicano Alejandro González Iñárritu. La cuarta es la verosimilitud que Affleck, un director maniático y especializado en temas de Medio Oriente por la Universidad de Vermont, logra imprimir a la historia. En cierto momento el personaje de Arkin cita una frase de Carlos Marx, quien habría dicho que la historia se repite primero como drama y luego como farsa. Algo de esto ocurre en Argo. El principal reproche que se puede formular a Affleck es que la película finalmente decanta no en una farsa, porque la historia es demasiado dramática para que eso ocurra, sino en una "americanada" a favor del "patriotismo" de su país y de la CIA. "Ningún medio de comunicación de masas es inocente --afirma Celestino Deleyto--, pero todos tratan de pasar por inocentes y de apelar a la inocencia del espectador". El cine no es la excepción. Para Affleck, ese final a lo "Hollywood" significó una concesión al espectáculo fílmico.
La consolidación de un director Qué linda es la sensación que uno siente como espectador cuando se da cuenta de que está ante un realizador sólido, regular, confiable. Esa sensación que uno podía sentir con Christopher Nolan después de El gran truco, la que sentimos después de ver Trainspotting con Danny Boyle, con Clint Eastwood desde su resurrección en Million Dollar Baby o con Cameron tras Terminator II. Cada uno de ellos supo después hacer honor o no a esa sensación, la premonición de que la próxima que haga será buena también, porque ha logrado en nosotros una confianza, un vínculo, un entendimiento. Argo, el tercer filme de Ben Affleck tras las cámaras, es la consolidación de un director de cine, la confirmación de que lo que sucedió antes no fue producto de la casualidad, del azar, de un golpe de suerte. Salvo Desapareció una noche, su ópera prima, que supe con el tiempo redimensionarla y valorizarla como se debe, ni The Town ni Argo son obras maestras. En ambos casos, con una gran mayoría de aciertos (en especial desde la realización), se trata de sólidos filmes, entretenidos y bien contados, interesantes y con un ritmo trepidante, apoyados más que nada en un gran trabajo de montaje o en intensas escenas de acción. Desapareció una noche, en cambio, tenía ese plus que no tienen demasiadas películas: proponer una pregunta -una pregunta existencial podríamos decir- que queda flotando una vez que el filme termina e interpela al espectador a reflexionar sobre ella. Basada en una historia real, Argo cuenta las peripecias de un grupo de diplomáticos estadounidenses que pudieron escapar de una masiva toma de rehenes llevada a cabo por un grupo de insurrectos en Irak. Los que lograron huir durante la revuelta, llegaron a refugiarse secretamente en la embajada canadiense, pero no por ello dejaban de correr peligro en una época tan convulsionada como aquella de principios de los 70 en Medio Oriente. Ben Affleck interpreta aquí a un agente de la CIA especialista en rescates en países extranjeros (extracciones, según lo llaman) y será el encargado de organizar una fachada para poder sacar a sus compatriotas sin levantar polvareda. Esa charada sería "Argo", una supuesta película que busca locaciones exóticas para filmar sus paisajes inhóspitos del espacio exterior. La dirección de Affleck triunfa una vez más por sobre otros aspectos con un protagonismo excepcional del montaje escalonado entre dos lugares para lograr el suspenso necesario para mantener la intriga, el interés y, por qué no, al espectador al borde del asiento. Piensen sino en la larguísima escena del aeropuerto y todas las escenas que se van intercalando en las oficinas de la CIA y en la productora en Hollywood. El guión tiene la potencia suficiente como para mantener el interés en la historia a pesar de que se trata de un hecho heroico que probablemente imaginemos (si es que no nos enteramos antes) cómo puede terminar. También acierta al infiltrar en los personajes de Alan Arkin y John Goodman (dos trabajadores del mundillo de Hollywood) los comentarios ácidos sobre el ambiente cinematográfico y darle un tono cómico a una película que cada tanto necesita un respiro. Con un elenco de estrellas en donde se destacan los menos conocidos (Arkin y Goodman son muy divertidos, pero Bryan Cranston -protagonista de Breaking Bad- tiene un rol muy convencional): los seis escapistas (entre ellos Tate Donovan o Clea DuVall), perfectamente caracterizados (como podremos ver en las fotos de los créditos) logran transmitir el miedo que les da la operación y la poca confianza que tienen para con el héroe, Ben Affleck, que nuevamente se reivindica de aquellos pésimos papeles de los noventa y ofrece una sobria y contundente actuación como el conflictuado Tony Mendez. Argo es un filme entretenido e intrigante, bien narrado, con buenos momentos de suspenso y con un elenco convincente. El hecho de que sea basado en una historia real y esté narrado sin tomar demasiadas posturas respecto del conflicto internacional es otro gran acierto. Quizás no sea un filme inolvidable, una catarata de emociones, pero vuelve a poner la luz sobre el Affleck director y su gran talento tras las cámaras. Una buena historia que sirve de tercera prueba para que Ben nos demuestre que es un director consolidado.
La fascinación llamada Hollywood El denominado "montaje americano" consiste en un despliegue de líneas narrativas que, a medida que el film avanza, saben cómo abrirse lo suficiente hasta, cerca del desenlace, converger. Se parte de un Todo y se vuelve a este Todo. En otras palabras, un recorrido cíclico que desordena y reordena. Se alcanza el final para volver a comenzar, para filmar más películas donde contar -ruedo mítico- las mismas historias. Por eso, los finales felices no son tanto una sonrisa almibarada como sí una ratificación ideológica. Hay un statu quo que sostener. Argo, en este sentido, es tan clásica como cualquier película clásica. Pero desde un mirar conservador que, por ello, la acerca y la aleja del mejor cine de Hollywood. La referencia estriba en el vínculo epocal: el viejo logo de la Warner -circa '70- así como la cita a Network, poder que mata (1976), de Sidney Lumet. Si es Lumet, entonces es también Fail-Safe (1964), John Frankenheimer (El embajador del miedo, Seconds), Otto Preminger (Advise & Consent), y Todos los hombres del presidente de Alan Pakula: conspiraciones, persecuciones, infiltrados, paranoia, corrupción. Ben Affleck, director/actor, es consciente -rasgo que se celebra- de su cine dentro del cine. Argo plantea un inicio y desarrollo formalmente estupendos: rescatar a los seis diplomáticos varados en Teherán, luego de la toma de la embajada, a partir de una falsa película entre la CIA y Hollywood. La historia es cierta y documentada. Y es un disfrute ver el juego de máscaras, las idas y vueltas, entre las oficinas de la CIA y los despachos de Hollywood. Todo ello desde el cariz crítico que Argo desde el vamos dice exponer: es la política norteamericana misma la encargada de provocar el conflicto en Irán. Entre decir y hacer debe haber sostén. Cuando Argo comienza a dejar detrás los momentos pequeños, que hacen mejor a la historia mayor, es porque inicia la acción y sus ritmos acelerados: ¿llegarán a tiempo al avión? ¿podrán escapar de Irán? Preguntas con respuestas. Sí y sí. No es eso lo que importa sino, de nuevo, su montaje: alternado entre tantas posibilidades como la película permita, desde un teléfono que no se atiende hasta iraníes repentinamente avispados. Nada de veraz hay en esto, casi tampoco de verosímil. Argo comienza como promesa pero culmina de modo banal, con todas las piezas encastradas, devueltas a su lugar/hogar: Papá Affleck en casa, con esposa, hijo, y bandera flameando. La CIA, a fin de cuentas, hace lo que hace porque debe. Algo de este reordenamiento feliz/final ya estaba en su película anterior, Atracción peligrosa. La mejor de Affleck sigue siendo Desapareció una noche. Argo es, en conclusión, políticamente correcta, también lamentablemente inverosímil.
Consolidando el talento Con cada película nueva que dirige, Ben Affleck se va convirtiendo en un activo cada vez más valioso para la industria del cine. Su triplete de trabajos como director incluye, además de este film, a 2 muy buenas películas como son "Gone, baby gone" y "The Town", cintas de tipo thriller/policial que demostraron la calidad y el ojo de Affleck para estar detrás de cámaras. Se nota que el tipo disfruta muchísimo planificar cada detalle de sus trabajos, desde la duración hasta aquellas pequeñas imágenes sugerentes que enriquecen los productos audiovisuales y le dan realismo. En "Argo" vuelve a jugar con la combinación de los géneros thriller y policial, algo que se está convirtiendo ya en su sello característico con el agregado de experimentar un poco en el campo del espionaje. La trama se basa en una misión de rescate desclasificada por el ex presidente Bill Clinton en 1997, que contaba como la CIA junto con la ayuda de artistas de Hollywood, planearon y ejecutaron el rescate de 6 ciudadanos estadounidenses que estuvieron más de 1 año escondiéndose en la embajada de Canadá en Irán tras una revuelta violenta que tuvo como resultado el secuestro y asesinato de muchos extranjeros occidentales en ese país. ¿La excusa para sacar a los captivos sin que los iraníes se percaten?, la filmación de una película ficticia de ciencia ficción para la que debieron realizar promoción comercial, viajar a la locación (Irán) e incluso, contratar a artistas del celuloide para inventar un guión. La historia es distinta y tuvo la suerte de caer en las manos de este minucioso del séptimo arte, que tomándose su tiempo, no dejó nada al azar y elaboró un policial de esos que valen la pena ver varias veces. Quizás el trailer no le hace justicia y confunda a más de uno que asistirá a la sala creyendo que está por ver una especie de "Ocean's Eleven" con el carilindo de Ben... no es precisamente un producto que lleve ese ritmo y tampoco tiene el tinte comercial de aquel trabajo. Aquí el cometido es atrapar al espectador con los procesos y sensaciones más realistas que pueden haber experimentado los verdaderos protagonistas de la historia, algo que según mi criterio se logra con creces sin caer en el aburrimiento y manteniendo tensionado el público, algo que todo buen thriller policial debería cumplir.
Argo es una de esas películas que quedan para siempre en la memoria. Increíblemente, Argo, el nuevo filme de Ben Affleck, está basado en un hecho real, notablemente adornado en función del relato cinematográfico. A fin del año 1979 una gran cantidad de manifestantes tomaron la embajada estadounidense en Teherán reclamando el regreso al país el antiguo jefe de estado Sha Reza Pahlevi para que sea juzgado por sus crímenes. En el momento en que ocurre la toma seis diplomáticos logran escapar y se refugian en la residencia del embajador canadiense en Irán. Argo cuenta el sorprendente plan que lleva adelante la CIA para extraer a esas seis personas de Irán y regresarlos a su país natal: hacen pasar al rescatista y a los refugiados por un equipo cinematográfico canadiense que viaja a Teherán en busca de locaciones para rodar un film de ciencia ficción. El filme despertó polémicas en Canadá ya que algunos estiman que se minimiza la participación de este país en el hecho. Pero eso es un detalle porque la cinta es honesta en los temas de fondo: por ejemplo, queda claro que Pahlevi fue un dictador impuesto y protegido por los Estados Unidos en un momento en el que una salida política laica prometía proteger los recursos naturales de Irán de la explotación extranjera. Desde el punto de vista cinematográfico, lo que realmente importa de Argo, es sorprendente el talento de Affleck para generar suspenso y llevar adelante un relato de tono clasicista que se disfruta con su mezcla justa de tensión y placer. El filme no tiene fisuras y así Affleck realiza una obra que está a la altura de los grandes maestros del cine. También es válido destacar que en Argo hay una notable dirección de actores donde lucen algunos secundarios de lujo (por ejemplo John Goodman) y, fundamentalmente, el trabajo actoral del propio Ben Affleck que es de los mejores de su desigual trayectoria. Argo es una de esas películas que quedan para siempre en la memoria y que, dentro de unos años reconoceremos al ver cualquier plano. Eso que ocurre con los clásicos y las grandes películas.
MÁS EXTRAÑO QUE LA FICCIÓN Tal vez no sea el actor más talentoso con el que contamos en la actualidad, pero cuando Ben Affleck se dispone a dirigir, todos nos ponemos alertas. Después de dos aclamadas y exitosas películas - DESAPARECIÓ UNA NOCHE (GONE BABY GONE, 2007) y ATRACCIÓN PELIGROSA (THE TOWN, 2010) -, el ahora director decidió retratar una insólita historia real, sucedida a principios de los años 80 en Irán, cuando revolucionarios invadieron por cuestiones políticas la embajada norteamericana y seis empleados estadounidenses tuvieron que escapar y mantenerse escondidos, sin poder salir del país. Allí fue cuando la CIA puso en marcha una operación secreta para rescatarlos, llamando al especialista en extracciones Tony Mendez (Affleck), quién ideo un singular plan: Inventar un estudio de cine para hacerles creer a los iraníes que iba a entrar al país a preparar una película de ciencia ficción muy similar a STAR WARS. La idea era que los empleados de la embajada simularían ser parte del equipo de filmación y así intentarían escapar. No estaban haciendo una película, estaban haciendo historia. ARGO era el nombre de aquella película falsa y es ahora el nombre del nuevo film de Affleck, un thriller atrapante e inteligente, que usa el poder de los medios, un trágico momento histórico y a un eficaz elenco para demostrar que a veces la realidad puede ser más extraña que la ficción. Visualmente, es la menos llamativa de las tres películas de Affleck y flaquea narrativamente en varios momentos. Pero el acercamiento que hace de la historia - realista, dura y sin exagerar casi nada (ni siquiera el patriotismo yankie) - la vuelven muy interesante y realmente intensa en los momentos de suspenso ¡¿Los van a atrapar?! ¡¿Los van a descubrir?! Al centrarse más en las relaciones humanas que en la crítica política, Affleck logra que de verdad nos interesemos por sus personajes y que nos agobiemos en cada paso en falso que dan. Claro que también refuerza la narración al agregar pequeños momentos de tensión cinematográfica que, aunque están claramente puestos, ayudan a que el film no se vuelva aburrido. ARGO interesa desde el primer segundo. Al entrar en la trama de la película falsa, la narración incluso se desvía acertadamente por una senda con algo de humor, una genial ironización de la industria hollywoodense y una tomada de pelo a la saga de George Lucas, apoyada en sus dos mejores personajes: Lester Siegel y John Chambers, dos verdaderos pesos pesados de la Industria, interpretados por los graciosísimos actorazos Alan Arkin y John Goodman. A lo largo del film, la participación de estos dos se volverá menor, para dar lugar a la trama del operativo - que en más de una ocasión nos recuerda gratamente a “Los Simuladores” -. Pero esta parte de la historia (la más importante) demora en arrancar y, cuando lo hace, provoca que la narración tambalee al principio, en escenas que sirven solo para estirar la trama. Recién cuando se pone en práctica el operativo, llegando al final, ARGO sí alcanza altísimos niveles de intensidad. Y aunque hubiese sido mejor un poco más de emoción o acción en el clímax, el film cierra de manera correcta, pero sobre todo, de manera realista - Affleck está constantemente tratando de demostrarle al espectador (con placas, fragmentos televisivos o en los créditos finales, comparando innecesariamente fotogramas con fotos reales) que lo que se está viendo sucedió realmente -. Analizándola en su totalidad, ARGO es entretenimiento del bueno y se destacan en ella sus actuaciones, algunos personajes, sus aportes de humor, un dramático y crudo acercamiento casi documental a la historia de Irán, grandes momentos de tensión y una trama seductora y 100% cinematográfica, que homenajea de paso a los héroes anónimos. Por su parte, Affleck se desenvuelve actoralmente sin problemas, pero también sin sorprender. Nunca fue el mejor de los actores, pero como director aun no tiene una película mala en su haber. Con ARGO se consagra como un realizador con todas las letras y le demuestra a Hollywood y a todos nosotros que todavía no hemos visto nada de lo que tiene para ofrecer.
"INSÓLITA HISTORIA VERÍDICA QUE PONE LOS NERVIOS DE PUNTA" Ben Affleck se supera como director en cada película que estrena. En su debut, con “Gone, baby, gone” (2007), deslumbró con un profundo guión sobre la desaparición de una niña y su búsqueda por parte de un par de detectives; y luego, con “The town” (2010), construyó un policial con mucha acción pero sin abandonar el drama de su protagonista, que no sabía cómo abandonar la banda de ladrones que lideraba. Esta vez presenta"Argo", una historia verídica, con tintes políticos; una ficción basada en hechos reales, que parece irreal que haya sucedido. El 4 de noviembre de 1979, al momento en que la revolución iraní alcanza su punto límite, militantes invaden la embajada de los Estados Unidos en Teherán, tomando a 52 estadounidenses de rehenes. En medio del caos, seis norteamericanos logran escaparse y se refugian en la casa de un embajador canadiense, concientes de que era cuestión de tiempo para que los descubrieran y probablemente los mataran. Un especialista en “exfiltración” de la CIA, llamado Tony Mendez (Affleck), idea un arriesgado plan para sacarlos a salvo del país: un plan tan increíble que solo podría resultar en las películas. El filme está basado en un artículo de Joshuah Bearman, en el que se detallaba cómo en 1979, durante la crisis de los rehenes en Irán, la CIA y el gobierno canadiense idearon una misión de rescate para seis personas que lograron huir de la embajada estadounidense que estaba siendo sitiada por grupos islamistas. Así, se crearon pasaportes falsos para intentar sacarlos del país, simulando ser parte de un equipo de rodaje de un largometraje titulado “Argo”. Además de Affleck como director y protagonista, actúan Alan Arkin (“Little Miss Sunshine”), John Goodman (“El artista”) y Bryan Cranston (“Breakin´ Bad”), tres enormes actores que realizan un gran soporte secundario a este insólito relato (Arkin, con serias chances de Oscar), además de los seis intérpretes que se ponen en la piel de los rescatados. Affleck sabe imprimirle nervio a la cinta, primero presentando didácticamente los violentos hechos políticos en los que se basa esta historia; luego, mostrando el conflicto de los protagonistas; y a partir de allí, generando en el espectador una adrenalina que se acrecienta con el paso de los minutos, logrando un potente clímax en una larguísima secuencia final, con el plan de huída en marcha. La puesta en escena es brillante, logrando transportarnos a fines de los 70s, tanto en las lejanas tierras de mundo islámico, como en la creativa Hollywood de aquellos años. “Argo” tiene importantes posibilidades de colarse entre las nominadas al Oscar; al menos eso se presagia en las páginas web cinéfilas. Al margen de los premios, Ben Affleck crece con cada filme que dirige, haciendo cada vez más respetable su carrera en Hollywood, recordándonos que él fue el genial co-guionista de la oscarizada “Good Will Hunting” (allá por 1997) y que, teniendo una trayectoria actoral exitosa (aunque no por su calidad interpretativa) ha resultado ser mejor director de cine que cualquier otra cosa. Ojalá sea “hasta el infinito, y más allá…!!!”.
El Gran Escape Basada en hechos reales, "Argo" resalta una maniobra operativa encubierta para el rescate de un grupo de rehenes de USA que han quedado atrapados en Teherán, luego de estallar allí la crisis revolucionaria encabezada por el líder religioso: Ayatollah Khomeini. Como Mohammad Reza Pahlevi -El "Sha" impuesto en regimen dictatorial durante décadas, y fomentado por el gobierno de los EEUU, ergo negocio petrolífero- huye a exiliarse a ese país, los iraníes quieren cambiar a Pahlevi por los yanquis empleados del consulado americano que ahora estàn ocultos en la Embajada Canadiense. El tema es que el ex-dictador agoniza y está punto de morirse, como la vida de estos pende de un hilo, entonces habrá que armar algo y nada mejor que la ocurrencia de una supuesta filmación en esas tierras por y como equipo (falso) para posibilitar la huida de estos hacia su país de origen. Esta odisea fílmica -que estuvo durante décadas oculta y se rebeló al mundo no hace mucho-, está maravillosamente ofrecida por Ben Affleck en su doble rol de actor/director, si antes con "Desapareció una noche" (Gone baby gone, 2007) y "Atracción peligrosa" (The town, 2010), nos demostró su habilidad para contar historias en el cine, aquí no hay menos, sumada a una portentosa calidad en su elenco actoral -excepcionales intérpretes como Alan Arkin, John Goodman, Bryan Cranston y siguen las firmas...-, todo califica alto en esta pericia de narrar extraordinariamente un excelente guión. Affleck sigue en carrera y con creces, ya se perfila una personalidad interesante y superadora a lo que es la maquinaria de Hollywood comunmente. Si hasta al empezar la proyección usa el viejo logo de los años 80 de la Warner, y resuelve casi toda la peli con una fotografía y estética de por entonces, lo cual acelera la credibilidad. Sin dudas, entre lo mejor del cine del 2012.
Publicada en la edición digital #244 de la revista.
Publicada en la edición digital #244 de la revista.
Argo es una anécdota chiquita narrada con mucho estilo. Si uno se atiene al núcleo de la historia verá que es una paparruchada, cuyo único mérito es que está basada en hechos reales. Un tipo entra a Irán en el momento más sangriento de su historia, pasea dos días por sus calles y regresa por la puerta grande con 6 diplomáticos norteamericanos celosamente buscados por las fuerzas de seguridad, para lo cual usa pasaportes falsos y un pretexto poco convincente - de que son parte de un equipo de filmación canadiense -. Para colmo la historia está desvirtuada - como es de costumbre - por los norteamericanos, quienes reescribieron todo para hacerse los héroes y terminaron desmereciendo a los canadienses (y otros miembros de la Commonwealth), quienes fueron los verdaderos héroes de la historia y arriesgaron sus cabezas por los refugiados como ningún otro de los participantes involucrados. Como puede verse, una trama así es tan minúscula y minimalista (si hubiera sido escrita desde cero, como un a ficción) que jamás podría haber sido comprada por algún productor de Hollywood para ser transformada en un libreto viable. Y mientras el quid de la cuestión bordea lo insulso, en donde Argo obtiene sus mejores bazas es en los detalles y en la narración. Por un lado la construcción del engaño es deliciosa y está plagada de momentos cómicos y, por el otro, la secuencia del escape posee un suspenso notable. Hacía rato que uno no veía un filme tan intenso, y eso que ni siquiera hay balaceras o persecuciones en el climax. El trasfondo real del operativo es mas interesante que el rescate en sí. Cuando hordas de fanáticos enardecidos tomaron la embajada de Estados Unidos en Teherán en noviembre de 1979, se escaparon 6 empleados que trabajaban en una dependencia cercana y que tenían acceso inmediato a la calle. Rápidamente se acercaron a la embajada inglesa, la que acordó rotarlos en secreto por diferentes dependencias de su dominio, hasta terminar siendo alojados en la casa del embajador canadiense, en donde permanecieron cerca de 90 días. Allí es cuando entra a jugar la CIA, quienes deciden sacarlos con una falsa identidad - la de miembros de un equipo de rodaje, quienes estaban buscando locaciones para su próxima película en Irán -. Precisamente el tema de la falsa película es el punto más fascinante de la historia. En 1977 La Guerra de las Galaxias tomó por asalto las taquillas de todo el mundo y se convirtió en la película de moda. En Hollywood todo el mundo se enloqueció y salió de apuro a adquirir los derechos de cualquier tipo de historia épica de ciencia ficción, de manera que le sirviera para morder una tajada de la suculenta torta que había descubierto Star Wars. Entre todos esos proyectos surgió uno - impulsado por un grupo de productores de Arizona - que consistía en la adaptación de la multipremiada novela Lord of the Light de Roger Zelazny - la que se trataba de una gigantesca historia épica que reeinterpretaba elementos del hinduismo y del budismo en términos de ciencia ficción -. El problema es que la trama era excesivamente ambiciosa y requería un nivel de inversión importante - en un momento se manejó la cifra de 50 millones de dólares, un monto estrafalario para aquella época, y que se gastaría casi exclusivamente en sets... los cuales serían reciclados (en el corto plazo) como un enorme parque temático permanente basado en la historia del filme -. Como era obvio, pasó lo que tenía que pasar; tal como el proyecto de Duna de Alejandro Jodorowski, los números comenzaron a espantar a los inversores y, antes de levantar el primer decorado, el proyecto había quedado desierto, sobreviviendo un tosco borrador de la trama y unos storyboards diseñados por Jack Kirby (uno de los co creadores de Capitán América y Los 4 Fantásticos). El paquete comenzó a dar vueltas por Hollywood durante años hasta que la CIA decidió adquirirlo como fachada para el operativo de rescate de los diplomáticos norteamericanos. Para montar la parodia contaron con la ayuda del especialista en maquillaje John Chambers (el mismo que inventó las caracterizaciones de la saga El Planeta de los Simios), quien era un habitual colaborador de la agencia y que contribuyó a armar el andamiaje publicitario y de prensa que le daba visos de validez a la falsa película. Mientras que esa primera parte es una delicia - en especial por la química entre John Goodman (como Chambers) y Alan Arkin (como un ficticio productor de Hollywood) - y funciona como una sátira del mundo del cine, el segundo acto es más propio de un filme de espionaje, y tiene que ver con la infiltración de Affleck en Irán y el adoctrinamiento - en sus falsas identidades e historias de respaldo - de los diplomáticos a rescatar. Allí es donde la trama decae y demuestra sus limitaciones, ya que tenemos media hora de crisis personales y recriminaciones - del tipo "¿yo a usted no le tengo fe" o "¡aquí vamos a morir todos!" - que no sirven para elevar el drama como tal, sino que parecen salidos de una telenovela. Es cierto que Ben Affleck dirige como los dioses y crea un ambiente de peligro palpable, pero el grupo de diplomáticos no logra dar en la tecla sobre cómo resultar interesantes o siquiera tridimensionales. Por último está el tercer acto - el escape -, el cual está recargado de coincidencias montadas por el script para elevar el suspenso a niveles altísimos. El rescate real fue bastante más tranquilo y con menos "sorpresas" de último momento. Ciertamente la historia está muy cambiada y, aunque como thriller es sumamente efectiva, por otro lado no deja de tener un costado discriminatorio que resulta alarmante. El trasfondo de todo esto es una serie de injusticias y un choque de culturas - entre el pasado explotador y pro occidental del Sha (quien llegó al poder ayudado por la CIA y Washington), y el presente de la revolución conservadora del Ayatollah -, el cual aquí no está visto con el equilibrio que merece. Es cierto que las hordas de fanáticos tienden al exceso - los linchamientos, las ejecuciones públicas -, pero también es cierto que existía una situación de desborde que hizo estallar todo esto por los aires. Quizás mi mayor reparo sea que el prólogo del filme intenta resumir demasiado las condiciones de dicho escenario, sanitizando los detalles sucios en los cuales la política norteamericana ha metido mano. En ese sentido Argo no dista mucho de esos filmes que han surgido de la era post 11/9/2001, y que han establecido que el mundo se divide en norteamericanos justos y en árabes terroristas. Yo no apoyo ninguna de las posturas, ni justifico ningún tipo de violencia (sea un atentado o la invasión a un país); lo que digo es que el mundo es mucho más complejo que una simple división en dos bandos - blanco y negro -, y que nadie puede darse el lujo de pretender resumir con éxito semejante escenario complejo en tan solo cinco minutos de prólogo. 4 CONNERYS : Ben Affleck sigue demostrando que es un director de calidad. Aquí ha tomado una anécdota chiquita y la ha convertido en un thriller recargado de suspenso y situaciones pintorescas. Pero el desarrollo dramático de los personajes es algo corto, y el boceto del escenario de medio oriente de aquellos años no es demasiado objetivo que digamos.
Escape al estilo Hollywood Seis diplomáticos norteamericanos se refugian en la casa del embajador canadiense en Teherán durante la crisis de los rehenes en Irán a fines de 1979. Un agente de la CIA inventa la producción de una película falsa para entrar al país y rescatar a los diplomáticos escondidos. Esta es una de esas películas en las que el espectador debe recordar a menudo que los hechos que está viendo en pantalla están basados en sucesos reales; porque aunque se sabe que los acontecimientos están debidamente sazonados por el guión, de a ratos cuesta creer que algo así haya ocurrido realmente. Quienes recuerden (o se hayan informado de lo que ya es historia) la crisis de los rehenes en la embajada norteamericana en Irán a fines de los años 70 encontrarán sumamente atractiva esta recreación realizada con grandes aciertos por Ben Affleck, quien ha encontrado como director logros que parecen ausentes en su carrera como actor. Aquí cumple el doble rol, porque además de sentarse detrás de las cámaras, encarna con sobriedad al protagonista de la historia, el agente de la CIA Tony Martínez. La historia resulta muy atractiva, porque la idea de inventar una película falsa para simular que los seis diplomáticos escondidos en la casa del embajador canadiense en Teherán son miembros del equipo de producción del filme sonaría delirante si no hubiera ocurrido en la realidad. Affleck, sin embargo, pone el acento en los dramas personales de los seis diplomáticos que deben fugarse de Irán y en los del agente de la CIA, que inesperadamente pierde el apoyo de su gobierno cuando ya la misión está lanzada. Los dos personajes "hollywoodenses" (a cargo de los simpatiquísimos John Goodman y Alan Arkin) le ponen color y humor a la historia, que si bien transcurre por andariveles ya transitados en el cine de suspenso, lo hace con gran fluidez y atrapando la atención de los espectadores a lo largo de las casi dos horas de proyección. Affleck se muestra seguro al marcar el ritmo de la narración, y apela con buen criterio al desarrollo de escenas paralelas, que tan buenos resultados rinde en este tipo de filmes. Y logra que, a pesar de que se sepa de antemano el resultado de la misión, los espectadores se muerdan las uñas hasta el mismo desenlace del filme. De tanto en tanto, resulta reconfortante disfrutar de la posibilidad de dejarse llevar por un relato clásico, dosificado a la perfección sin necesidad de apelar a los efectos especiales espectaculares o a frenéticas persecuciones o escenas de acción para asegurarse la atención de la platea. Affleck, en su tercer largometraje, confirma que su carrera como director sigue en ascenso.
Argo es una película realmente imperdible que se va a llevar más que seguro unos cuantos premios Oscar. La historia, basada en eventos reales, es muy movilizadora y fuerte por sí misma, brindando momentos de gran adrenalina y tensión, y con esto, obviamente, el film ya tiene todas las de ganar. Ben Affleck, tanto como actor y como director, ofrece un producto que mantiene al espectador...
A diferencia de «Lincoln», de Steven Spielberg, que se cuenta muy lentamente y con grandes escenas que bien pudieron ser suprimidas, me gustó mucho la manera en que se cuenta la historia en «Argo» (2012). Creo que la palabra suspenso es la clave de la película. Desde el inicio el suspenso va creciendo, hasta llegar a una meseta de gran intensidad casi hasta el final de la película. La dirección, a cargo de Ben Affleck, es verdaderamente buena. A mi parecer Ben Affleck va con seguridad por el camino ya recorrido por otros grandes directores-actores que actúan y se dirigen a sí mismos, como por ejemplo Clinton Eastwood o Mel Gibson. El manejo de la cámara por momentos da la sensación de estarnos presentando un documental periodístico en el mismo lugar y a la misma hora de los hechos, lo cual le da mucho realismo a la cinta. Además, bastante bien ambientada en los años ´70, el trabajo de la dirección de arte es excelente. La trama, que se mueve entre Irán y Estados Unidos, nos lleva hasta el conflicto de los rehenes de 1979 y la intervención de una turba enardecida de iraníes que irrumpe en la Embajada de los Estados unidos en Irán, cuya protesta se debe al apoyo y asilo que el gobierno gringo le ha ofrecido al depuesto Shah de Irán. En cuanto a la historia que se cuenta, resalta la responsabilidad y el coraje del personaje Tony Méndez (Ben Affleck). Debido principalmente a que ese personaje está basado en hechos reales, uno desea verlo y sentirlo en una realidad palpitante, y Affleck, que entendió muy bien esto, hace un trabajo justo y adecuado con su papel y le imprime una credibilidad bastante fuerte a su personaje. Tony Méndez, un miembro de la C.I.A., es el encargado de rescatar a los seis rehenes estadounidenses escondidos en la Embajada de Canadá en Irán. En cuanto a la veracidad de la historia, Irán ya se pronunció negativamente en cuanto a la victoria de «Argo» en los Globos de Oro. Sería bueno ver una película iraní con su propia versión de la historia. Pero aparte de las controversias y las sorpresas que giran alrededor de esta película, «Argo» es un drama que vale la pena ser visto, una película de esas que cuando alcanzan su final nos dejan un muy buen gusto de satisfacción.
Ben Affleck realiza un excelente trabajo detrás de cámara, brindando un buen ritmo y tensión a su relato. Cuenta con el estupendo guión de Chris Terrio, llega de la mano del productor, protagonista y director Ben Affleck. Este es su tercer filme ("Desapareció una noche, 2007" y "Atracción peligrosa, 2010"), en esta oportunidad se desempeña muy bien tanto detrás de cámara como frente a ella. Este film se encuentra excelentemente dirigido, se encuentra basado en una historia real que tiene lugar en Irán entre los años 1979 y 1980. La operación fue conocida como “Argo”, y recién fue desclasificada por el gobierno de Bill Clinton en 1997, hasta ese momento se desconocían los hechos. Transcurre cuando en la embajada de Estados Unidos en Teherán el 4 de noviembre de 1979, es ocupada por seguidores del ayatolá Jomeini para pedir la extradición de Sha de Persia; entre tantos disturbios son secuestrados varios diplomáticos americanos, seis logran escapar y ocultarse en la casa del embajador de Canadá. Si los descubren los fusilan. Ante esta circunstancia comienza la ayuda del gobierno de Canadá y la CIA para rescatar a esos seis diplomáticos y que puedan regresar sanos y salvos a sus hogares. Momentos muy difíciles para ellos, ante tal situación entra en acción Tony Mendez (Ben Affleck) agente de la CIA, un experto en situaciones peligrosas, todo puede fallar pero hay que arriesgarse y diseña un plan, así surge la idea de simular la producción de una película, Mendez es el productor de “Argo” su género de ciencia ficción, aprovechando que en aquellos años se había estrenado “Star Wars”. Arman esta falsa película “Argo”, seres venidos del espacio y las locaciones en Medio Oriente, con marquesina, storyboard y con toda la maquinaria de Hollywood, es bastante creíble todo como lo organizan y de esta forma pueden salvar a los seis ciudadanos porque ellos son parte del equipo de producción del filme. Este film se encuentra muy bien narrado, primero se le da al espectador toda una introducción de los hechos, comentarios de la época, grabaciones, fotos, imágenes y filmaciones, un gran pantallazo de la situación política. Luego se va viviendo cada instante de estos seis refugiados (que fueron 444 días), acá va creciendo la intriga y la tensión que se mantiene hasta el final del film, también tiene una fuerte cuota de dramatismo, ironía, asperezas y una pequeña dosis de patriotismo. La música acompaña muy bien cada secuencia, (va creando climas) y tiene una maravillosa fotografía (Rodrigo Prieto “Secreto en la montaña-2005”; “Babel-2006”). Las actuaciones de Alan Arkin y John Goodman son excelentes, le otorgan además algunos toques de humor, y el resto acompaña correctamente. Recomiendo quedarse a ver los créditos porque al final hay una yapa.
La hazaña impensada Ya no quedan dudas de que cuando decimos el nombre de Ben Affleck hablamos de uno de los directores de cine más prometedores de la industria hollywoodense. Su pulso para filmar secuencias dramáticas, su forma de poner la cámara y la calidad con la que narra hechos sociales (y ahora históricos) lo convierten en un realizador único en la actualidad. Argo es su consagración temprana, en una filmografía que sólo cuenta con dos obras más, ambas también excelentes. Esta película, con un guión basado en una autobiografía e inspirado en un artículo periodístico, cuenta con notoria solvencia un hecho que inexplicablemente a nadie se le había ocurrido llevar al cine: el operativo de extracción de seis diplomáticos estadounidenses escondidos en la embajada de Canadá en Irán durante la revuelta de 1980, por el asilo político que Estados Unidos le dio al sha Reza Pahlavi tras su derroación en 1979. Todo esto está explicado en una asombrosa introducción en la que Affleck muestra sus dotes como narrador, documentalizando necesariamente un hecho que luego servirá como contexto en toda la película y hará que el espectador se sienta parte de ella. A partir de allí es todo cuesta arriba, con un reparto que está excelente, liderado por el mismo Affleck, pero acompañado por notables actuaciones de John Goodman y Alan Arkin, quienes se devoran la pantalla en sus momentos juntos. Y llega el clímax, filmado de forma magistral, con un pulso narrativo que se apodera de la tensión como recurso y convierte a lo que venía siendo un drama histórico en un thriller político hecho y derecho, todo combinado con un montaje alucinante y muy buena música compuesta por el genial Alexande Desplat. Todos los elementos en Argo son importantes. Desde las actuaciones (todas muy creíbles) y sus construcciones estéticas (la secuencia de créditos finales, juntando fotogramas de la película con fotos reales de los personajes que vivieron los hechos en 1980), pasando por el trabajo de sonido como un elemento más en la gama de recursos que Affleck emplea para dar tensión al relato, hasta la puesta en escena. El nuevo opus de Affleck no puede dejar indiferente a los espectadores, porque nuevamente el director de Gone Baby Gone (2007) y The Town (2010) logra imprimir de realismo una trama que quizás en otras manos pasaría inadvertida, y no sería este cuadro de una realidad social latente (Irán como pivot estratégico en el panorama político de Oriente y sus consecuencias, la CIA como la institución casi autónoma disparadora de conflictos mundiales, y Estados Unidos con su constante intromisión en asuntos internacionales) en donde además se pone al cine en un lugar de privilegio, no sólo por ser el medio de expresión y elección narrativa, sino porque es un personaje más en los hechos. Y eso, señoras y señores, jamás puede ser malo en este arte. Y si te parece malo, "Argo-fuck yourself"...
Publicada en la edición digital Nº 4 de la revista.
Les acercamos la reseña de la película ganadora del Oscar a Mejor Película, Argo (Ben Affleck, 2012). Puedo decir que esta producción me ha dejado con un doble sentimiento: por un lado, es innegable que técnicamente el film es irreprochable, tiene todo lo que el género necesita y muy bien logrado; por otro lado, ideológicamente, sí puede pensarse como reprochable. Estamos frente a una gran producción con un nacionalismo exacerbado. Ben Affleck decidió contar el otro lado de la historia, hacer quedar bien a los Estados Unidos mostrando “la verdadera cara de la historia”. La película, basada en hechos reales y adaptando el libro The master of disguise de Tony Mendez, relata el operativo secreto realizado en 1980 por la CIA en conjunto con Canadá, para rescatar a seis diplomáticos norteamericanos, refugiados en la embajada canadiense en el Irán revolucionario. No se puede negar que la película tiene un elemento harto interesante y original que es la manera en la que se desarrolla el operativo secreto: para rescatar a estos seis “fugitivos” la CIA organizará una película falsa situada en Irán, lo cual les permitirá ingresar y salir del país bajo la excusa de la producción. Esto conlleva el armado de identidades y roles falsos, guión, posters, presupuestos, locaciones, storyboards, presentaciones, etc. todo falso. Es interesante en la medida en que es la ficción lo que los salva y un pasaje del film lo deja más que claro cuando Mendez se dirige a los seis asustados fugitivos: “Creo que mi pequeña historia es lo único que se interpone entre ustedes y un arma apuntándoles”; y la metaficción en el film está representada a la perfección, el juego entre lo real, los histórico y lo ficticio es más que acertado y dinámico. En este sentido, podemos decir que la película nunca aburre, sino que nos mantiene expectantes (sobre todo sabiendo que de verdad los hechos sucedieron). Y digo que el juego con realidad, ficción e historia es interesante porque están muy bien delimitados: la película representa muy minuciosamente la época con una ambientación impecable (vestuarios, utilería, decorados, contamos incluso con la acertada aparición del agradable y contemporáneo sonido de “When the Levee Breaks” de Led Zeppelin), se contraponen imágenes del film con imágenes reales y la realización del film falso lleva toda otra tramoya paralela que representa un universo muy distinto. Este universo que se cuela es lo que le otorga una suerte de magia al film y que nos mantiene con esa ilusión de lo ficticio, que nos permite olvidarnos de a ratitos de los entretelones histórico-políticos. argo poster 405x600 Argo: La historia triunfal cine Ahora, todo muy lindo cinematográficamente pero ideológicamente estamos frente a una película ultra nacionalista y una chupada de medias a Estados Unidos. No sólo eso sino que, como es esperable, se defenestra a Irán tachándolos de incivilizados, retratando lo revolucionario como salvaje. Basta con decir que la presentación en la ceremonia de los Oscars de la categoría de Mejor Película estuvo a cargo del gran Jack Nicholson junto con Michelle Obama (en vivo desde la Casa Blanca). Entonces, ¿Queda alguna duda del intento de reivindicación histórico-política que es Argo? No por esto debemos crucificarla, pero en sí el film no es nada fuera de lo común dentro del género. Es una película realizada muy minuciosamente y muy valorable en muchos aspectos técnicos, disfrutable en su transcurso, con actuaciones valorables, y una historia muy bien contada. Pero resulta difícil despojarse de la fuerte marca ideológica que se imprime durante todo el film y que al final estalla en una expresión triunfal para los Estados Unidos.
Publicada en la edición digital #247 de la revista.
Publicada en la edición digital Nº 5 de la revista.