La recaída eterna Sinceramente lo mejor que puede decirse de Beautiful Boy (2018) es que es un retrato honesto de las adicciones, no obstante dicha aseveración viene condimentada por la triste verdad adicional de que lo peor que puede decirse de Beautiful Boy es que se parece a decenas de retratos honestos semejantes de las adicciones. El film del belga Felix van Groeningen, su debut en términos prácticos en el mercado anglosajón, se sirve de recursos clásicos del rubro cinematográfico de las dependencias a sustancias varias como los flashbacks y flashforwards para los instantes previos y posteriores a la enfermedad, un cierto marco de “relato coral” para abarcar toda la estela del sufrimiento en el círculo íntimo de la víctima y en especial un tono narrativo apesadumbrado -y por momentos alucinado- que intenta duplicar los efectos de las drogas y la confusión cíclica reinante. El guión de Luke Davies y el propio realizador está basado en dos memorias sobre el mismo episodio verídico que corresponden a los dos protagonistas fundamentales, un padre y su hijo: del lado del primero tenemos Beautiful Boy: A Father's Journey Through His Son's Addiction (2008), libro escrito por David Sheff, y por parte del segundo está Tweak: Growing Up on Methamphetamines (2008), de Nic Sheff. David (Steve Carell), un redactor de The New York Times y otras publicaciones, se entera muy tarde que su hijo adolescente Nicholas (Timothée Chalamet) está sumergido en una drogodependencia que tiene como eje principal las metanfetaminas y como núcleos secundarios el alcohol, el LSD, la cocaína, el éxtasis y la heroína. Pronto la espiral de rehabilitaciones y recaídas eternas se disparará con tal fuerza que el asunto derivará en años y años de lucha de Nic por mantenerse sobrio. Van Groeningen, sin hacer precisamente maravillas con la temática de turno, de todas formas consigue un examen sensato y minucioso de hasta qué punto la adicción se transforma en una condena para toda la familia ya que los Sheff en su conjunto deben sobrellevar el comportamiento errático y autodestructivo de un Nic que se vuelca al robo; léase tanto la madre biológica del muchacho, Vicki (Amy Ryan), separada de David, como la nueva pareja del padre, Karen Barbour (Maura Tierney), y los dos flamantes hijos del matrimonio, los pequeños Jasper (Christian Convery) y Daisy (Oakley Bull). A pesar de que el clan funciona como un típico cónclave de clase alta, la trama logra hacernos olvidar este detalle gracias a la razonabilidad que maneja David y a la ausencia de esa vanidad y de esa asquerosa/ insoportable autoindulgencia de los burgueses de mayor poder adquisitivo. Dos son las herramientas primordiales de las que se vale el director para evitar el tedio, el excelente desempeño de Carell y sobre todo de Chalamet, visto hace poco en Llámame por tu Nombre (Call Me by Your Name, 2017) y Lady Bird (2017), y una banda sonora que aprovecha con gran perspicacia la excusa que ofrece la condición de melómanos de David y Nic, así disfrutamos durante el metraje de canciones de Massive Attack, Nirvana, David Bowie, Tim Buckley, Sigur Rós, John Coltrane, Neil Young y por supuesto John Lennon, cuya composición Beautiful Boy (Darling Boy), perteneciente al Double Fantasy (1980), intitula la película (el mismo David llegó a entrevistar a Lennon en los meses previos a su asesinato). Más allá de las adicciones, el film en suma funciona bastante bien como una fábula sobre la frustración paterna y los intentos de independencia por parte de los hijos…
Brillante actuación de Steve Carell y Timothée Chalamet que se lucen en sus papeles ofreciendo interpretaciones más que sentidas y realistas. ¿Qué es verdad y qué es mentira? Gran parte de las últimas películas que nos están viniendo de Estados Unidos....
Una película que muestra lo cíclico, frustrante y sobretodo lo impotente que te puede hacer sentir como padre, la adicción de tu hijo a las drogas.
LO IMPOSIBLE Para demostrar la sobriedad de sus intenciones, Beautiful Boy: siempre serás mi hijo deposita todo el esfuerzo en no ser una película monocromática sobre el denominado “flagelo de la droga”. Y si bien el tema es conocido y a veces fue transitado sin desperfectos en el camino, las señales advierten un peligro prehistórico: los clichés del género se encuentran maliciosamentesueltos en busca de un film con el alma débil. Basada en los libros Beautiful Boy: A Father’s Journey Through His Son’s Addiction, de David Sheff y Tweak: Growing Up on Methamphetamines, de Nic Sheff, esta historia real se centra en los intentos de un padre por ayudar a su hijo a superar la adicción a la metanfetamina. ¿Pero qué es Beautiful Boy? ¿Es un ensayo tímido sobre la erosión de los “instantes Kodak” que las familias construyen en conjunto o solo se trata de un film afectado por los estupefacientes más rancios del melodrama? En una de las mejores escenas, la luz vespertina del sol atraviesa las ventanas de un dormitorio. Es el lugar donde Nic (Timothée Chalamet, el joven de Llámame por tu nombre) comenzará una nueva rehabilitación: la fe, a pesar de ocultarse bajo una sonrisa que finge optimismo, es árida y desnutrida. Steve Carell interpreta a David, el padre, quien solo desea saber cómo, cuándo y por qué pasó todo esto. La respuesta lo sacude: ¿Qué hay detrás de un “no lo sé” descorazonador? Nic grita con las cuerdas vocales y con los ojos. Chalamet, una promesa repentina del cine estadounidense, aprovecha los momentos como el goleador que descifra, en su radar, que una pelota cercana es la oportunidad fértil para lucirse. Su trabajo se columpia entre el deber de la personificación y el plan para resucitar la angustia eléctrica del James Dean de Rebelde sin causa. Carell también está afectado por la ansiedad y el pesar, pero el registro es diferente: David es una represa en peligro de ceder. Más allá de algunos aciertos nobles, los tropiezos dolorosos en Beautiful Boy son de forma y contenido. Por un lado, el director Felix Van Groeningen elige contar esta historia desde el punto de vista de los adultos que no entienden (a pesar de sus esfuerzos) la situación de su hijo: optan por actuar como sea ante el fracaso de la comprensión. El problema aparece de a ratos, en especial en los momentos que diagnostican el dolor adolescente con alguna canción de Nirvana y un poema de Bukowski. Las melodías deformadas del grunge y los versos no aptos para corazones vulnerables no originaron el enigma de Nic: cuando las razones no alcanzan, el mundo no es suficiente y los motivos para vivir se ahogaron en la incertidumbre, ¿en qué se puede creer? ¿Y si esa creencia es esperar sin metas el último aliento de vida? Los intentos de Nic por superar la adicción y los sacrificios de sus padres por ayudarlo son numerosos. Por impericia narrativa o por temor a presentar un relato reiterativo, Van Groeningen insiste durante una hora y media con flashbacks y flashforwards menos ingeniosos que frustrantes. Esto, que en el peor de los casos podría generar únicamente tedio, se traslada a la empatía que sentimos por los personajes. Los viajes temporales entorpecen el ritmo general, sí, pero también se transforman en una avalancha que derrumba cualquier crescendo emocional. Por momentos, Beautiful Boy se desliga de estas ataduras y respira. David vive en una casa construida a base de vidrio y madera, con un jardín enorme donde sus otros dos hijos (fruto del matrimonio con su nueva esposa Karen) corren y juegan felices bajo el mismo sol que, un tiempo atrás, iluminaba la habitación de Nic con indiferencia. En una de sus recuperaciones, el joven visita a la familia y se divierte con los hermanos en una escena bellísima, colorida pero no explosiva, que parece sacada de un film de Malick sin esa prepotencia por trascender. Cuando los lugares comunes se hacen presentes, la película es didáctica y elemental al tratar de razonar algo que nunca comprenderá del todo. Sin embargo, entre las ruinas de los conflictos que acarrea el film hay una secuencia que resume lo que Beautiful Boy debería haber sido si no hubiese estimulado sus acertijos con analgésicos tan vencidos. David le dice a Nic (cuando aun es un niño) que si tomara todas las palabras del diccionario no le alcanzarían para explicar cuánto lo ama. El peso del legado de los padres y la devolución de los hijos. ¿Cómo aprenden estos personajes nuevamente todas las palabras del diccionario para pedir ayuda?
Esta es una película dura, pero extraordinaria, sobre la lucha de un padre que intenta ayudar a su hijo a salir de la adicción a las drogas, en específico a la poderosa anfetamina. Protagonizada por Steve Carrel y un sorprendente Timothée Chalamet -el mismo de CALL ME BY YOUR NAME- quien logra una comprensión acabada de todo lo que sucede a su alrededor tanto interior como exteriormente, sus acciones se convierten en una indecisión que se tornan impredecibles. Basada en un el best seller escrito por el mismo padre y el hijo, el guionista Luke Davis -el mismo de CANDY y quien obtuvo su primera nominación a los Premios de la Academia con LION- supo encaminar un relato que pudo haber caído en una monotonía, pero que sale airoso dentro del caos mental por donde los personajes deambulan. Detrás de cámara, su director, el belga quien supo llenarse de premios con THE BROKEN CIRCLE BREAKDOWN era el indicado también para encarar este proyecto que asentó sus bases en lo actoral. Quien vaya a verla, recomiendo se quede hasta el final, puesto que después de la primera música de los créditos, se puede escuchar un recitado escrito por este hijo que -siendo adolescente- supo demostrar el talento para la escritura que poseía
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Beautiful Boy es un drama que cuenta la historia de David Sheff (Steve Carell), un padre que ve como su hijo Nick (Timothée Chalamet) se vuelve adicto a la metanfetamina e intenta ayudarlo a que deje la adicción que lo está destruyendo. La propuesta es más interesante que su ejecución, pero aun así consigue mostrar la desesperación de David, su ex esposa, mamá de Nick, y la nueva esposa con la que David tiene dos niños. Todos desean lo mejor para Nick y buscan encontrarle la vuelta que no parece tener salida. Una película de estas características suele apoyarse en la intensidad de las actuaciones y esta no es la excepción. El rol para premios es el del adicto, como ocurrir, pero las mejores actuaciones son las otras, lo que tampoco es sorprendente. Los premios en general son un mal chiste, caprichoso y arbitrario, pero en lo que actuación se refiere son un bochorno. Esto no debería preocupar a nadie, excepto cuando se nota que alguien está forzando su trabajo para contar con nominaciones o galardones. Pero ahora la moda son las actuaciones basadas en celebridades, por lo cual esta película ha quedado un paso atrás. Maura Tierney, interpretando a Karen Barbour, la esposa de David, demuestra cómo actuar con sobriedad en un film en el que muy fácil se puede caer en sobreactuaciones. No hay espectador que pueda estar indiferente frente al conflicto de ver a un ser querido caer en algo que está más allá de su control. Qué por momentos pide ayuda y en otros rehúye de ella. Si además los que sufren son los padres, no es fácil no sentir la angustia. En eso la película funciona y aporta sus mejores logros. Luego elige ser didáctica y pierde autenticidad. No hay nada de malo en serlo, pero sí cuando este didactismo afecta la narración cinematográfica. En un momento David consulta al Dr. Brown, para ver si puede ayudarlo con su hijo. El actor que lo interpreta es Timothy Hutton, quien en 1980 saltó a la fama por ser un adolescente atribulado en la película Gente como uno (Ordinary People) de Robert Redford. Hay una conexión en la mirada y la idea del cine que ambos films tienen. Un drama familiar realista con grandes actores y un proceso de aprendizaje en común. En su afán de servicio social Beautiful Boy termina con carteles que explican la gravedad del conflicto en Estados Unidos. La película podría haber estado encima de ese discurso de carteles en el cierre. Renunciar al cine para entregarse al discurso es una elección, tal vez el director evaluó que era más importante. Sin embargo, cuánto mejor sea una película, mejor llegue su discurso
Un tropezón y la recaída Beautiful Boy: A Father’s Journey Through His Son’s Addiction (2008), libro escrito por David Sheff, y Tweak: Growing Up on Methamphetamines (2008), de Nic Sheff fueron una de las raíces que originó este proyecto a cargo del belga Felix van Groeningen, quien junto al guionista Luke Davies y la presencia magnética de Steve Carell, junto a la revelación Timothée Chalamet, consiguen plasmar en pantalla otro relato sobre dependencia y adicciones a drogas duras, con sensibilidad y dotado de espesura dramática que no requiere del golpe bajo para llegar a lo más hondo del espectador. En Beautiful Boy queda manifiesta la utilización del material con fines dramáticos pero no del género drama per sé sino del término narrativo. La estructura se monta sobre el andamiaje del vaivén de tiempos, flashbacks y flashforward veloces en medio de un proceso que marca la dialéctica del adicto adolescente, sus recaídas constantes y esos momentos críticos donde la dependencia de la meta anfetamina -o su variable la heroína inyectable- invaden el entorno, el contexto y aleja toda chance de recuperación a partir del contacto con unos padres preocupados, separados eso sí como matrimonio pero siempre unidos en una causa común: la recuperación de Nick y la contención que escapa a las normas de las terapias de rehabilitación o a los centros de recuperación de los cuales el muchacho descree y escapa con asiduidad. Los límites de esta propuesta recaen en la premisa de la adicción y a pesar de no ser original en su planteo, la trama aumenta los niveles de angustia de David Scheff, en la vida real periodista del New York Times. Sin más ambiciones que la del retrato basado en hechos reales, el film del realizador belga es un prolijo y contundente muestrario de uno de los flagelos actuales que atraviesan los jóvenes de clase media norteamericanos y que amenaza con extenderse mientras el mundo actual y sus realidades hacia la adultez no le generen siquiera una pizca de interés por el valor de la vida y la familia como único sostén ante los miedos y angustias existenciales propias de una edad difícil.
El director belga, Felix Van Groeningen, nos ofrece este duro y honesto drama donde se lucen sus intérpretes en medio de una historia bastante convencional pero atractiva. “Beautiful Boy” nos presenta una cruda crónica sobre la drogadicción y cómo ésta comienza a deteriorar tanto la vida de Nic (Timothée Chalamet), como de sus allegados y familiares. El principal afectado (dejando de lado al adicto) será David Sheff (Steve Carell), el padre del susodicho que debe nivelar y dividir su tiempo entre las necesidades de su hijo producto del matrimonio fallido que tuvo con Vicki (Amy Ryan) y su nueva vida familiar con Karen (Maura Tierney) y sus otros dos hijos de esa unión. Así es como el relato nos propone ir y venir en el tiempo mediante flashbacks camuflados dentro del tiempo presente, que nos dan una idea del origen de la adicción de Nic y cómo termina dejando la universidad, alejándose de su familia y de su novia para buscar una escapatoria a los problemas de la vida cotidiana. Esos vistazos al pasado apelan también a la emotividad, ya que vemos la excelente relación que tienen padre e hijo previo al conflicto principal. Lo interesante de este largometraje radica en que no busca ni justificar ni romantizar la situación y tampoco intenta darle racionalidad a algo que no lo tiene. En ese sentido, la trama se torna bastante realista, sombría y melancólica. A su vez, la cinta incurrirá en mostrar todos los intentos fallidos por parte de David de “rescatar” a su hijo, y en cómo la mayor parte de las veces no funcionan los métodos tradicionales para tratar con estas situaciones. Quizás, es ahí donde el film tambalea, ya que empieza a tornarse repetitivo ante las diversas recaídas que sufre Nic y en las corridas de su familia para tratar de contenerlo y buscarle algún tipo de tratamiento. Resulta paradójico, pero también puede que en esa sensación de realismo sea donde la película se separa de las típicas historias de “autoayuda” que buscan brindar un mensaje esperanzador y positivo. Aquí es todo más terrenal y desolador. Todo esto es posible gracias a una impecable interpretación del joven Chalamet (“Call Me By Your Name”), que nuevamente demuestra una madurez y solidez actoral impresionante para un actor tan joven. Steve Carell también desenvuelve todo su talento compositivo como el padre luchador y en último término derrotista que se hace la idea de que tal vez lo de su hijo no tiene solución. “Nada de lo que hacemos tiene efecto en él. Falle”, le dice David a su ex esposa en uno de los momentos más emotivos de la cinta. Es increíble que la Academia no haya considerado a ninguno de los dos intérpretes para nominarlos en las categorías de Mejor Actor y Mejor Actor de Reparto. Algo que también llama la atención de la película tiene que ver con su banda sonora que suma varios temas arraigados en la cultura popular de bandas como Nirvana, John Lennon (con el tema que le da título al film), David Bowie, entre otros, pero también con una sentida y reflexiva música original que nos expone y los conflictos internos de los personajes. “Beautiful Boy” es un drama potente que busca meditar sobre el problema de la adicción pero desde una visión más consciente, real y contemplativa. Esto hace que ciertos pasajes del film se sientan repetitivos pero no terminan de empañar el sólido trabajo de guion y dirección del largometraje. Asimismo, el relato se eleva por las excelentes actuaciones de sus actores principales y un logrado frente de actrices secundarias que humanizan la cuestión.
Breaking Bad lado B En Beautiful Boy: Siempre serás mi hijo (Beautiful Boy, 2018), el director belga Félix van Groeningen (nominado al Oscar por Alabama Monroe) construye un desgarrador relato sobre el derrotero de un padre que no sabe cómo ayudar a su hijo adicto a las drogas. Una historia sostenida, en su mayor parte, por las actuaciones de Timothée Chalamet y Steve Carell, quien demuestra una vez más que es tan dúctil tanto para la comedia como para el drama. Beautiful Boy: Siempre serás mi hijo se basa en la historia real de Nic Sheff, interpretado por Chalamet, y en el libro de memorias de su padre David Sheff, al que da vida Carrell. Tanto el libro del padre como del hijo se convirtieron en best sellers en Estados Unidos, y sus autores en una especie de predicadores antidrogas que hacen giras por todo el país. Van Groening sitúa la trama cuando el protagonista tiene 18 años en el seno de una familia de clase media sin grandes problemas y donde nada indica que la adicción sea el desencadenante de un conflicto familiar o social. Mediante la inserción de flashbacks y flash forwards se muestra que Nic no es un chico rebelde, dejado en los estudios o con una vida social preocupante. No necesita crearse dramas familiares ni estar rodeado de malas influencias para drogarse (cristal, LSD, metanfetaminas): lo hace simplemente porque ninguna otra sensación le hace más feliz. La familia Sheff creía tener todos los medios a su alcance para ayudar a Nic con su adicción. Pero igual que tenían dinero para las clínicas de rehabilitación, lo tenían también para la droga, ya que al joven le era extremadamente sencillo acceder a él y tener recaídas. Fue David, el padre, quien se embarcó en el complicado viaje a la inversa de asumir que su "chico perfecto" era un adicto. Y Beautiful Boy: Siempre serás mi hijo sigue su punto de vista sobre una historia que nunca pierde el ritmo. No hay espacio para el aburrimiento ni la pesadez en un relato propenso a ello, pero que en varias ocasiones recurre al efectismo para resolver situaciones que podrían haber sido evitadas o resueltas de otra manera. Lo que cuenta Van Groening es tan verosímil como desgarrador. Habla del engaño y la mentira como norma, de los intentos de rehabilitación y las sucesivas recaídas. Timothée Chalamet y Steve Carell, pese a sus interpretaciones cargadas de emocionalidad, por momentos resultan melosas, logran personajes empáticos, aportando credibilidad a una película que pese a todo sabe de lo que habla, y produce miedo escucharla y pánico vivirla.
El amor y dolor más profundo ¿Cómo acompañar y tratar de salvar a tu hijo de 18 años que está sufriendo una adicción sin control a las drogas?. Felix Van Groeningen (Alabama Monroe) dirige una película muy emocional basada en la historia real de David Sheff con su hijo Nick Sheff, con la fuerte presencia actoral de Steve Carell como el padre y con la gran promesa de estos últimos tiempos, Timothée Chalamet, como el atormentado joven. En el inicio de la película ya comenzamos viendo en un primer plano sin cortes al personaje de Carrrell, diciendo que quería contar una historia a un prestigioso diario, ya que él era un escritor freelance, y cuando le preguntan ¿sobre qué? El responde “Sobre mi hijo Nick Sheff” con un gran pesar en su mirada. Y así le va comentando que su hijo sufre una terrible adicción a la metanfetamina, marihuana, cocaína y otras drogas. Así mediante flashbacks vamos conociendo un poco más la relación tan cercana de padre e hijo que habían formado con el tiempo, con una infancia del joven condicionada con una separación y de múltiples despedidas con su padre para que así pueda ver a su madre también. La película llena de golpes bajos emocionales, nos retrata a un padre tratando de reconocer a la persona que alguna vez fue su hijo; una persona donde había depositado sueños como recibirse de la universidad o crear una familia. Pero en vez de tener un futuro prometedor, se encontraba sumido en una fuerte adicción a las drogas más mortales conocidas. Aquí podemos resaltar el gran trabajo de Steve Carell, que logra transmitir la angustia, rabia e incertidumbre que el personaje va atravesando de una manera excelente. Hay una escena crucial en la película donde él está hablando de una manera diferente a la que lo venía haciendo con su hijo sobre sus adicciones, que de verdad logra romperte el corazón y que además tengas o no tengas hijos te hará sentir lo que es atravesar un momento como ese. Lo de Timothée Chalamet es para párrafo aparte la verdad, ya que su actuación es impresionante. Luego de su exitoso papel como Elio en la película Call Me By Your Name, aquí regresa a traernos otra performance increíble, donde logra conservar su carisma y frescura pero que a la vez nos hace creer y sentir los demonios que está atravesando su personaje. Tiene un par de escenas muy buenas y nos hace ver lo difícil que es para un adicto salir de ese mundo aunque recurra a la rehabilitación. La ida y venida de los flashbacks por momentos le resta bastante a la narración de la película, y por eso tal vez la sentirás un poco estirada y también con falta de ritmo. Ese es el gran error de esta propuesta, se podría decir, porque a veces te hace creer que está por finalizar pero de repente viene un recuerdo y vuelve a introducirnos en aspectos ya contados de la película. Sacando eso, Beautiful Boy: Siempre serás mi hijo, es una película importante para que los jóvenes de hoy en día la vean y pueda ayudar a que puedan evitar involucrarse en ese tipo de actividades, y además se trata de una propuesta cinematográfica con actuaciones apabullantes con un Carell y Chalamet impecables. Llevate pañuelitos porque los vas a necesitar. Una increíble, emocionante y cruda historia de vida real traída al cine con actuaciones impecables. Steve Carrell y Timothée Chalamet logran una química actoral brillante.
Una realidad asfixiante. Muchas personas valiosas se desperdician por problemas de adicción, se trata de individuos que, por lo general, presentan características que se diferencian desde la niñez. Lo importante quizás no sean éstas características en sí, ya que varían; sino más bien, una tendencia a alejarse de ciertos hábitos culturalmente aceptados, muchas veces impuestos, desde las construcciones sociales. Estos tienden a no aceptar las normas establecidas y muchas veces buscan desesperadamente no sentirse parte de un rebaño. La sociedad los estigmatiza y trata de mantenerlos aislados, ya que representan un “problema” al intentar ir en contra de la corriente. Reflexionar acerca de las demás adicciones, que, si bien están camufladas y aceptadas en esta “hipócrita sociedad”, no dejan de alienar al sujeto, convirtiéndolo casi en un robot manejable, mediocre y carente de originalidad. David Sheff (Steve Carell), es el padre de Nicolás (Timothée Hal Chalame), un joven que se destaca en deportes, con una cultivada preparación académica y que, a los 18 años de edad, parece tener una carrera universitaria de prestigio como escritor. El mundo de David se derrumba cuando se da cuenta de que Nick comenzó a consumir drogas en secreto a la edad de doce. Como consumidor ocasional, Nick finalmente desarrolla una dependencia a las metanfetaminas y nada alcanza para sacarlo de su adicción. Al darse cuenta que su hijo se ha convertido en un completo extraño con el pasar del tiempo, David decide hacer todo lo posible para salvarlo. Enfrentando sus propios límites y los de su familia en el afán de ayudarlo; será su esposa Karen (Maura Tierney), la que lo haga reaccionar y reconocer con impotencia que no está en sus manos sacarlo de allí. El director y guionista Felix van Groeningen, enfoca este drama familiar desde un punto de vista diferente y realista, alejándose de convencionalismos muy trillados, que muestran el morbo de la destrucción en forma explícita, evitando así dar golpes bajos, lo cual resulta un acierto, ya que ésta podría haber sido una película más sobre adicciones. Deberíamos replantearnos como sociedad, si suma catalogarlos como “drogadictos”, ya que esto se convierte en un facilismo para desterrar o no ver el problema, muchas veces, auto promovido por sociedades que desean invisibilizar a cierta parte de la población por considerarlos una molestia, excluyéndolos así del sistema. En el caso de Beautiful boy nos encontramos con un adolescente inquieto, curioso, muy bien interpretado por Timothée Hal Chalame que claramente se rebela hacia lo establecido por lo externo y hasta por su propio padre, quien se ve desbordado por una situación que excede el límite de su comprensión. A pesar de la buena relación que existe entre ellos, el amor que transmiten, la química y la dulzura de esos momentos únicos e íntimos entre padre e hijo, al verlo crecer, compartir música, tener códigos; aparece aquí un claro mensaje para reflexionar acerca de los verdaderos motivos que generan una adicción no aceptada socialmente, sobre todo en los casos de personas que poseen una sensibilidad y curiosidad que les impide concebir algunas cuestiones que, para la mayoría, simplemente funcionan. Quizás tenga que ver con la incertidumbre sobre el lugar que van a ocupar en la sociedad. Tal vez, la asfixia que genera el hecho de que su padre haya depositado tantas expectativas en él, dado su rendimiento académico brillante, invita a la reflexión no sólo sobre las adicciones, la lucha eterna, honesta y solitaria de los que padecen esa enfermedad y otras, sino a preguntarnos cómo llegaron a ser víctimas de la ganancia para narcotraficantes, generando otro círculo vicioso y despistándonos quizás de la verdadera solución, ya que estas víctimas deben escaparse o adquirir estas sustancias en lugares marginales en donde su vida corre peligro.
Basada en los libros “Beautiful Boy: A Father’s Journey Through His Son’s Adicction” de David Sheff, columnista del New York Times y “Tweak: Growing Up on Methanphetamines” de Nick Sheff (ambos del 2008), la historia relata la dura lucha de un padre, David (Steve Carell) y su hijo mayor Nick (Timothée Chalamet) cuando éste último comienza con su adicción a las drogas. De la marihuana a la cocaína, éxtasis, LSD, heroína hasta llegar a la metanfetamins. Su camino desde niño estuvo signado por un padre dedicado y amoroso que se queda con su custodia luego de divorciarse de la madre (Vicky, Amy Ryan) de Nick. Su nueva mujer, Karen Barbour (Maura Tierney) también se involucra siendo el sostén de ese padre desesperado que sale a buscarlo cuando no aparece, lo interna, habla con los médicos: uno es el Dr. Brown (Timothy Hutton) etc. Sus hermanos menores Jasper (Christian Convery) y Daisy (Oakley Bull) también reciben el impacto de la enfermedad, que son relatadas mediante flashbacks y la impotencia, frustración y destrucción a la que permanentemente se ve sometida la familia con las idas y vueltas del hermano mayor. El Director belga Félix Van Groeningen logra, junto al guionista Luke Davies un retrato bastante crudo y triste, pero interesante de ver. Las actuaciones de todo el elenco son soberbias destacándose tanto Carell en un rol diferente y Chalamet, muy comprometido y con un gran lucimiento. Relata hasta qué punto se puede llegar a involucrar un padre por su “beautiful boy”, quien aparentemente no tiene ningún problema para haber llegado a semejante estado, ni problemas económicos, ni sociales ni de falta de amor. Excelente músicalización para la emotiva historia. ---> https://www.youtube.com/watch?v=7R48QOsSbZQ ---> TITULO ORIGINAL: Beautiful Boy TITULO ALTERNATIVO: Beautiful Boy: siempre serás mi hijo DIRECCIÓN: Felix Van Groeningen. ACTORES: Steve Carell, Timothée Chalamet, Maura Tierney. GUION: Felix Van Groeningen. FOTOGRAFIA: Ruben Impens. PRODUCCIÓN: Brad Pitt. GENERO: Drama . ORIGEN: Estados Unidos. DURACION: 120 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 16 años con reservas DISTRIBUIDORA: Diamond Films FORMATOS: 2D. ESTRENO: 31 de Enero de 2019 ESTRENO EN USA: 12 de Octubre de 2018
Es difícil cuestionar una película como Beautiful Boy: Siempre serás mi hijo sin ser acusado de cínico y desalmado. Es un film hecho por artistas con talento que apuesta a emocionar, a inspirar. El problema es apreciar con qué recursos lo hace. Y, según la sensibilidad de quien esto escribe, apela a una denuncia horrorizada y a formas tan manipulatorias y demagógicas que consigue irritar antes que emocionar. Si se tiene en cuenta que al final de la proyección para público “común” (los de prensa éramos pocos) hubo muchos más aplausos que abucheos es probable que esté en minoría y que unos cuantos espectadores se sientan conmovidos con este descenso a los infiernos de un adolescente de 18 años que consume mucho y de todo (heroína, cocaína y sobre todo metanfetaminas) durante buena parte de las casi dos horas de film. Más cerca del melodrama Hallmark que del cine de autor, Beautiful Boy está basado en el libro de memorias de David Sheff (Carell), un periodista de San Francisco que intenta (sin demasiado suerte) acompañar a su hijo Nic (Chalamet, la revelación de Llámame por tu nombre) en sus sucesivos e infructuosas internaciones para desintoxicar un cuerpo con demasiadas sustancias peligrosas. Cuando parece que hay un atisbo de luz en el camino, otra vez la oscuridad inunda el túnel. El joven se escapa, desaparece y es rescatado de los peores tugurios. Los dos protagonistas están bien (incluso muy bien), las dos mujeres -la madre del muchacho que interpreta Amy Ryan y la comprensiva nueva esposa de David que encarna Maura Tierney- también aportan intensos personajes secundarios, pero la película está desprovista de la nobleza que uno hubiese querido para este tipo de trances extremos. La corrección política y la concientización siempre parecen estar subrayando, dictándolo todo. Así, Beautiful Boy se sufre, se padece con una explicitud (en todo sentido) casi obscena, acompañada por una musicalización ampulosa y machacante que hasta termina arruinando hermosas canciones como la homónima de John Lennon o Heart of Gold, de Neil Young. Los múltiples carteles que “coronan” la película no hacen más que amplificar el tono aleccionador y de autoayuda. Seguramente, habrá a alguien que le sirva...
Olvidada en los Oscars, pero con un increíble trabajo interpretativo de Steve Carell y Thimotée Chalamet, la propuesta, bajo la dirección de Félix van Groeningen (Alabama Monroe) trae una perspectiva diferente sobre el universo de las drogas. El lado B de las adicciones, en una película que bucea en una familia destruida a partir de la imposibilidad de recuperar a su hijo.
El último filme realizado por Felix von Groeningen narra la inquebrantable relación entre una padre y un hijo, y la fortaleza de ese vinculo frente a la adicción de este último a las drogas. Basada en las memorias del periodista David Sheff, y su hijo, Nic Sheff (interpretados en la película por Steve Carell y Timotheé Chalamet), el relato construye una historia que si bien tiene sus golpes bajos demasiado subrayados (quienes tengan el llanto fácil, están avisados), nos permite reflexionar sobre lo importante que es el entorno social de un adicto y los vínculos que lo rodean: familia, amigos, pareja. En palabras del director, la historia del protagonista es solo una entre tantas otras en donde las drogas atentaron contra la salud y la integridad de una persona, pero que sirve para “dar voz” a quienes luchan contra una adicción. El camino de Nic a las drogas fue poco a poco convirtiéndose en una adicción incontrolable. Con la compañía de su padre, David, el joven pasó por diferentes tratamientos y clínicas, con altibajos constantes y la ilusión de que tomar determinada decisión podría ser crucial para acabar con aquello que empezó como algo divertido para transformarse en un infierno sin salida. El filme de von Groeningen esta cargado de escenas emotivas y una gran entrega por parte de dos actores protagónicos que efectúan un trabajo realmente cautivante: Timotheé Chalamet (“Call me by your name”, 2017), quien recibió una nominación al “Globo de oro” por este rol, junto a Steve Carell (“Last Flag Flying“, 2017), un injusto no nominado en esta temporada de premios, recrean el vinculo padre – hijo con una naturalidad y una conexión digna de grandes interpretes. También hay que destacar el trabajo de Maura Tierney, que tiene escenas pequeñas pero de mucha intensidad a lo largo de la película. Con música de Christoffer Franzén, que acompaña y complementa cada escena, y guión de von Groeningen y Luke Davies, “Beautiful boy” es un drama muy bien actuado y con un mensaje potente: Un viaje sobre la lucha, las pérdidas, la esperanza, y un amor que lo significa TODO.
Es difícil encontrar una historia de adicciones que no tome atajos en la búsqueda de la lágrima fácil. Beautiful Boy es durísima, pero en ningún momento cae en golpes bajos ni escenas morbosas. Quizá porque no sólo muestra la lucha de una familia contra las drogas, sino también el amor entre un padre y un hijo. Esta es la primera producción estadounidense del belga Felix Van Groeningen, que llamó la atención con trabajos anteriores como La vitalidad de los afectos, Alabama Monroe o Bélgica. Junto a Luke Davies, ex adicto a la heroína, realizaron la titánica tarea de escribir el guión adaptando dos novelas autobiográficas: la que da el título a la película, de David Sheff, y Tweak, de su hijo Nic. Esa es una de las claves, porque de esa manera tenemos los dos puntos de vista. El del padre desesperado, que ve cómo la metanfetamina ha transformado a su nene en una persona desconocida y no sabe qué hacer para sacarlo de ese pantano. Y el del hijo, que se siente culpable por mentirle a su familia e intenta zafar, pero cae una y otra vez en la tentación. No podría haber mejores intérpretes para estos personajes que Steve Carell y Timothée Chalamet. Otra fortaleza de Beautiful Boy es que escapa de los lugares comunes. Aquí no hay marginalidad, violencia o un desastre familiar que, como en tantas otras historias, justifiquen el comportamiento del adolescente. Lo tiene todo: talento, educación, belleza, el afecto de una familia casi perfecta, recursos económicos, una casa paradisíaca. Pero una personalidad adictiva, el vacío existencial o algún motivo insondable lo llevan a probar drogas cada vez más duras. Este padre y este hijo provocan mucha empatía porque tienen reacciones de enorme humanidad, nobles e imperfectas: entre el enojo y la comprensión, en un caso; entre la negación, el remordimiento y la vergüenza, en el otro. El arco que traza la relación está muy bien construido, a través de flashbacks y saltos temporales que reflejan el profundo apego y las grietas que lo resquebrajan. Al final aparecen unas innecesarias estadísticas que parecieran intentar subrayar la trascendencia de la película. Pero vale la pena quedarse hasta el final de los créditos para escuchar a Chalamet recitar Let It Enfold You, un bellísimo poema de Charles Bukowski que sí le da un cierre perfecto a esta historia de amor.
La canción de John Lennon suena una sola vez en la película y con ello basta para instalar el ideal que la preside: cómo ese niño bueno y amado en su infancia se ha convertido en un joven adicto y problemático en su adolescencia. La mirada es la de su padre; la perspectiva, la de un drama cargado de sensiblería y sobreactuaciones, que deriva toda buena intención en un muestrario de recursos pueriles y anacrónicos. Basada en un doble ejercicio de memoria a cargo de padre e hijo (David y Nic Sheff, ambos escritores), la historia de Beautiful Boy consiste en una espiral lacrimógena que oscila entre idílicas escenas familiares en la soleada San Francisco y secuencias de compra de metanfetamina, googleo paterno de adicciones para ver "qué se siente" y ensayos recurrentes de perdón y rehabilitación. El belga Felix van Groeningen nunca logra construir personajes que existan más allá de las palabras que extrae del texto: pese a los esfuerzos de Steve Carrell y Timothée Chalamet, David y Nic no trascienden los estereotipos (caminatas nocturnas de padre preocupado, lectura de un poema de Bukowski, diarios íntimos explicando sentimientos) y su vínculo se reduce a charlas solemnes y algunos flashbacks dignos de un clásico de Hallmark. Apenas se salva la madrastra que interpreta Maura Tierney, que aporta algo de complejidad al mundo familiar, que reacciona de manera humana y no se pierde en discursos edificantes y ataques moralistas.
Basada en sendas autobiografías de sus protagonistas, "Beautiful Boy: Siempre serás mi hijo", de Felix Van Groeningen, es un pesado drama sobre la drogadicción juvenil y la abnegación de un padre por tratar de rescatarlo. ¿Qué grado de responsabilidad tienen los padres sobre la conducta autodestructiva de sus hijos? Este sería el gran planteo de "Beautiful Boy: Siempre serás mi hijo", basada en la historia real de Nic Sheff, y su padre David, atravesada por la grave adicción del primero. Cada uno escribió una autobiografía narrando el mismo hecho desde sus perspectivas. El difícil proceso de recuperación de una adicción en Tweak: growing up on methamphetamines de Nic Sheff; y la difícil tarea de acompañar a un hijo adicto en "Beautiful Boy: A Father's Journey Through His Son's Addiction", de David Sheff. Además, ambos escribieron otros libros sobre la materia. El guion de "Beautiful Boy: Siempre serás mi hijo", a cargo de Luke Davies y el propio director Felix Van Groeningen se encarga de unir ambos puntos en un solo conjunto, y el resultado es algo ecléctico y confuso. A través de sucesivos flashbacks y saltos temporales, iremos de la infancia, a la adolescencia, y la juventud de Nic (Timothée Chalamet, en la etapa más importante de Nic); pero no de un modo lineal, sino como viñetas unidas por frases o recuerdos aleatorios. Nic es hijo de padres divorciados, y de hecho, David (Steve Carell) formó una nueva familia con una nueva mujer (Maura Tierney) y otros hijos. A simple vista, Nic no parece ser un chico con muchas necesidades por lo menos no económicas; y su padre trata de estar lo más cercano posible a él. En cuanto a su madre, la iremos conociendo, un poco, más a lo largo de la película, pero el eje no pareciera centrarse del todo en ella. Sin embargo, Nic tiene una conducta autodestructiva, y de manera experimental comienza con el consumo de metanfetaminas, lo cual será una peligrosísima adicción. Nic comenzará un largo trayecto entrando y saliendo de centros de rehabilitación, y volviendo a recaer, apoyándose en su padre, haciéndole reclamos, y tratando de continuar con su vida, aunque una y otra vez, vuelve a las metanfetaminas cada vez con mayor consumo, y hasta arrastrado a otros ¿Por qué Nic mantiene esta conducta? Claramente, esta película ofrece un drama denso, y lo plantea a través de un ritmo lento y una construcción de diálogos grandilocuentes llena de frases que suenan a postulados sobre las conductas de los personajes. La historia no hace el menor esfuerzo por eludir los lugares comunes, y todo lo que podemos esperar de una propuesta de este estilo, estará ahí remarcado. La puesta de van Groeningen también va en la misma dirección, utiliza tonos pálidos, luces blancas brillantes, colores celestes y verdes acuosos; a lo que suma un montaje suave que se contrapone con el confuso ir y venir en el tiempo del relato. Todo esto da la conjunción de una suerte de manual de autoayuda calmo, y con las escenas de impacto para que los alejados se escandalicen. La estructura narrativa no permitirá un progresivo correcto, y así comenzaremos por un estado muy demacrado de Nic, para pasar a su infancia dorada, y volver a los inicios de su adicción, y otra etapa de su infancia. Los esfuerzos técnicos tanto en la banda sonora como en la composición de imagen no pasan de los miles de telefilms, o “películas de Netflix” sobre adicciones, y el mensaje no parece diferir mucho de aquellos, más allá del verosímil de uno y otro (que tampoco es del todo fuerte en este caso, dado lo episódico de varias escenas al azar). Todo en un tono pretendidamente indie y “para los premios” independientes. Nic es un personaje muy difícil de compenetrar. Más allá de una correcta interpretación de Chalamet, el personaje no convence porque el mismo film no parece comprenderlo. En su búsqueda de razones de por qué es como es, muchas veces arriba al “es así porque es así”. Todo apunta a que seamos la mirada de David y nos desesperemos con él. Ya no sabe qué hacer, cómo actuar; él también va perdiendo su vida para dedicársela a su hijo. La película refuerza esta idea a través de golpes bajos y todo tipo de maniqueísmos. Steve Carell sigue insistiendo con el drama, su labor es correcta, aunque a veces se limite a poner rostro de “cachorro mojado”. El resto de los personajes, carecen de peso e importancia. "Beautiful Boy: Siempre serás mi hijo", se planteaba como una realista mirada al mundo de las adicciones, pero la sumatoria de lugares comunes y golpes bajos, la colocan nuevamente en la media de este tipo de películas panfletarias. Finalmente, la falta de carisma y brío, la ubican por debajo aún de aquellas.
Beautiful Boy: Dolor incondicional. Con espíritu de época de premios, esta adaptación de las memorias conjuntas de padre e hijo contra las adicciones pone en el foco un gran elenco y una lucha diaria de por vida. En los alrededores de las fiestas y las semanas que rodean a los Oscars suelen encontrarse gran cantidad de películas que parecen creadas con el fin de ganar nominaciones y presencia en aquellos premios. Afortunadamente siempre hay alguna que más allá de lo que aparenta a simple vista, ofrece una visión mucho más profunda que la de un intento de plástico para vestirse de traje y adorar hombrecitos de oro. Steve Carrell y Timothée Chalamet protagonizan a dúo esta adaptación de las memorias compartidas de padre e hijo sobre el duro y eterno camino contra las adicciones. A pesar de lo que uno podría esperar de un producto de menor calidad, no ofrece explosiones melodramáticas. Sino que elige mantener un grado de dramatismo muy realista que apunta más a la pesadez de un padre intentando vivir su vida sabiendo que su hijo esta en algún lugar sufriendo con las drogas, que a monólogos bajo la lluvia para ilustrar nominaciones en los Oscars. Aunque hay que aclarar, que a pesar de que hay bastantes cosas que aplaudir en esta producción, la película en su totalidad termina siendo una experiencia que se queda un tanto corta del potencial dramático de su material. La estructura, tono y decisiones narrativas son más que interesantes pero no hay nada especialmente destacable más allá del todo, ningún elemento es realmente excepcional. Quizás el elemento que más podamos destacar es el guion, gracias a que la muy buena dirección del belga Felix van Groeningen. él entiende a la perfección que su rol debía rendirse ante las palabras que co-guionó junto a Luke Davies (Life de 2015 y Lion de 2016). La estructura creada por el guion sumado a esta dirección tan sobria y controlada le permiten a los grandes actores entregar interpretaciones de alto nivel. De todas maneras, termina siendo un gran film sobre adicciones desde una perspectiva no explotada: la de un padre. Definitivamente se trata de una cinta particularmente fuerte apuntada a aquellos con hijos, que saben el potencial sufrimiento que significa dedicarle su vida a otra persona. El film tiene reducidos, aunque para nada minúsculos, roles para las madres. Pero es el rol de padre que encapsula a la perfección Carrell el verdadero motor emotivo de la película. La narrativa en general logra reflejar las dificultades y los temores que pueden tener los padres llevándolos a una situación tan limite y difícil como esta. Tan excepcional como mundana para las miles y miles de familias que lidian con las adicciones todos los días. Es la primera cinta en idioma inglés para Groeningen, y sin dudas muestra toda la capacidad que tiene como cineasta. Encuentra potencia supraterrenal en ese drama tan mundano, y jamás recurre al melodrama, moneda corriente en otros ejemplos del género. Es una historia de adicciones centrada en una perspectiva todavía por explotar, y que con una voz propia logra colocarse con total justicia por delante de opciones mucho más pochocleras. Para sus productores, que claramente tenían expectativas de estatuillas, seguramente sea un fracaso al no haber conseguido ninguna nominación. Pero afortunadamente para nosotros los espectadores es un triunfo con el que realmente vale la pena sufrir.
El amor incondicional de un padre. En este filme, el director Felix van Groeningen nos propone sumergirnos en forma descarnada en el infierno de la drogadicción. Basada en las memorias del prestigioso periodista David Sheff y de su hijo Nic, la película narra la incansable lucha de toda una familia –los padres del joven (Steve Carell y Amy Ryan) y la esposa de David (Maura Tierney)– para alejar a Nic (Timothée Chalamet) de su severa adicción a las metanfetaminas. Así, se muestra con total crudeza la incesante y agobiante pelea de Nic por recuperarse y sus reiteradas recaídas. Por momentos podemos contemplar su esplendor, su brillantez como escritor, como estudiante universitario pero, por otros, sale a la luz su degradación física y mental, su paulatina autodestrucción como consecuencia de la enfermedad. En ese marco, la película elige poner en primer plano el difícil vínculo de Nic con su padre, absolutamente condicionado a partir de la adicción del joven. La relación entre ambos tiene idas y vueltas, de acuerdo a la ruleta rusa en que se convierte la vida de Nic, con sus etapas de sobriedad y de adicción. Entre ambos puede haber una unión indisoluble, incomprensión mutua, enojo, pena, culpa, decepción. David es un personaje activo que no se queda en la desesperación que le provoca la situación de Nic sino que lo ayuda efectivamente: lo convence para que realice innumerables tratamientos de rehabilitación, decide internarlo, investiga por su propia cuenta los efectos de la droga –leyendo sobre el tema, hablando con especialistas, probándola él mismo– para intentar acercarse más a Nic, tratar de ponerse en su lugar y comprender lo que le pasa realmente. Allí radica el nudo del filme: en el amor incondicional e infinito que un padre puede tener por un hijo y en todo el sacrificio que es capaz de hacer al respecto para el bienestar del mismo. Hay escenas fuertes, por ejemplo, cuando Nic se inyecta y vemos su brazo destrozado, lleno de marcas producto de su adicción o cuando su novia sufre una sobredosis, que hacen que el espectador se involucre personalmente en la trama. La mayor virtud del guion es el delineamiento de los personajes del padre y del hijo, y de su vínculo, aunque quizás se podrían haber desarrollado más otros aspectos de la personalidad de Nic aparte de su enfermedad: su talento como escritor, su vida afectiva, la relación con sus pares. Esto le habría sumado ingredientes muy valiosos al personaje. Tanto Steve Carell como Timothée Chalamet brindan una actuación de una entrega única, dejando todo en la pantalla. Carell, consagrado comediante, da una muestra cabal de que también tiene capacidad para otro tipo de registros. Por su parte, Chalamet está encauzando su carrera de una manera muy inteligente eligiendo con cuidado sus trabajos, lo cual le augura un futuro enorme –recordemos que fue nominado al Globo de Oro por este rol. En definitiva, se trata de un relato crudo, sin medias tintas y totalmente verosímil, del flagelo de la drogadicción, con un potente desarrollo de los personajes y actuaciones sobrecogedoras, lo cual conmueve al espectador.
Es un film desconcertante. Por un lado tremendamente conmovedor, basado en dos libros de memorias, la de un padre y la de su hijo (David y Nick Sheff), que podrían haber vivido en un mundo ideal y la droga los hace descender a los infiernos. Pero si bien se refleja con exactitud ese eterno recaer una y otra vez en las adicciones, con la muchas veces impotente acción de las rehabilitaciones, no hay una profundización en la relación padre e hijo que indague mas sobre sus tormentos interiores. No se logra una verdadera emoción y empatía con lo que sucede. Se observa, esta bien hecha, pero no se llega a un desarrollo que implique una adhesión emocional o intelectual. Esta el padre en un conmovedor Steve Carrell, que sin embargo no se juega del todo en su personaje, cumple, no indaga. Y esta el trabajo conmovedor, brillante de un joven actor que por si solo hace que uno vea esta película; Se trata de Thimothée Chalamet (el mismo de “Llámame por tu nombre”) que tiene entre sus manos esos roles que los actores aman, y el cumple con el lado encantador de un joven de l8 años que se anoto en seis universidades y las seis la adoptaron, pero que es un adicto a las metanfetaminas y recae una y otra vez. Y se transforma en un chico perdido en su felicidad de drogas que lo degradan. Por él esta película vale.
La causa social se impone a la del cine “Hay momentos en los que miro a ese niño que crié, y que creía conocer por dentro y por fuera, y me preguntó quién es”, le confiesa un atribulado David Sheff (Steve Carell) a un especialista en adicciones. El motivo de la visita tiene nombre y apellido: Nic Sheff (Timothée Chalamet) se llama ese hijo adolescente que desde hace años se mete cuanta sustancia se le cruce, desde bebidas alcohólicas hasta marihuana, pasando por cocaína y el flamante y más devastador plato del menú, la metanfetamina del cristal. El largo proceso de recuperación de Nic, con sus infinitas recaídas y las consecuentes idas y vueltas en las relaciones familiares, puntúan las distintas etapas narrativas de Beautiful Boy, que para su lanzamiento argentino agrega “Siempre serás mi hijo” como subtítulo. Esa apelación a la incondicionalidad no es casual, en tanto el punto de vista es el de David, ese pobre hombre dispuesto a dar las mil y un batallas con tal de salvar a su primogénito de las garras de las drogas. Batallas complejísimas, con daños colaterales para el entorno cada vez más severos, que se retratan con la misma crudeza con la que se muestra el proceso degenerativo de Nic, en una decisión estética que coquetea peligrosamente con la estilización. Basada en dos libros escritos por los David y Nic “reales” y publicados casi en simultáneo a fines de la década pasada, Beautiful Boy propone una narración no lineal que alterna entre el presente oscuro y un pasado luminoso en el que padre e hijo parecían compartirlo todo. Ese paralelismo remarca la entrega del primero y una creciente oscuridad interna en el otro. Pero nunca se explica ni se intenta justificar las adicciones, dejando esas motivaciones en un piadoso un fuera de campo. Porque, a simple vista, la vida de ese chico es igual a la de muchos otros y no asoman traumas puntuales: padres separados pero de relación cordial y hasta amistosa, él nuevamente en pareja y con otros dos hijos chicos que quieren a Nic y a los que Nic quiere, una vida económicamente cómoda y hasta una noviecita durante uno de sus intentos por empezar la facultad. Esa ausencia de motivos es, además, un elemento dramático fundacional del relato, ya que deja flotando en el espectador la misma pregunta que David se hace una y otra vez: ¿por qué? La película no entrega respuesta alguna. A cambio se dedica a mostrar los vaivenes de ese hijo que a veces pide ayuda y otras huye de ella, y las reacciones de un padre sin herramientas para solucionar el problema. Es así que Nic viaja a la casa materna, donde las cosas empiezan a mejorar… hasta que dejan de hacerlo. Una nueva recaída, con escapada incluida, suma aún más desconcierto en un núcleo familiar cuya tensión aumenta. Esa recaída no fue la primera ni será la última, lo que es un problemón tanto para los personajes como para el relato. Beautiful Boy entra en una circularidad que, sumado a la estructura fragmentada que va y viene en el tiempo, la vuelve reiterativa, como si, al igual que Nic, no supiera como salir de su propia encerrona. Sobre el final, el realizador belga Felix Van Groeningen se fascina con el consumo llegando a límites mortales e incluye varios planos bellos y luminosos en los que parece regodearse en la desgracia ajena. Las inevitables placas finales con datos sobre consumo de estupefacientes en Estados Unidos confirman que la voluntad máxima de Beautiful Boy es aportar al mejoramiento social antes que al cine.
Hay que reconocerle a Brad Pitt que sabe seducir como nadie a los miembros de la industria de Hollywood. Las tres producciones que estrenó durante el año pasado en Estados Unidos con su compañía Plan B Entertainment, El vicepresidente, If Beale Street Could Talk y Beautiful Boy, terminaron con nominaciones en diversas competencias. Tres proyectos que trabajan propuestas argumentales muy diferentes y están unidas por un punto en común. Son películas que piden a gritos reconocimientos en las temporadas de premios y parecen concebidas con ese propósito. Esto no desmerece por supuesto sus virtudes pero es fácil entender por qué son tan consideradas por los jurados de estos eventos. En el caso de Beautiful Boy sin ir más lejos le sobran escenas que parecen los típicos clips que repasan las producciones destacadas en la ceremonia del Oscar. Hace unos años se había anunciado esta película como un proyecto de Cameron Crowe, quien inclusive llego a escribir el guión basado en los artículos del periodista del New York Times, David Sheff, sobre la adicción a las drogas de su hijo. Lamentablemente la versión del director de Jerry Maguire no prosperó y Brad Pitt consiguió los derechos de la historia, cuya adaptación delegó en el belga Félix Van Groenigen. En su debut hollywoodense el realizador europeo presenta una película que hace poco por brindar una visión fresca u original a la explotada temática de las adicciones, que tienen centenares de antecedentes en el cine. Honestamente el relato de Beautiful Boy no ofrece nada de especial que no se pueda encontrar semanalmente en cualquier producción del canal Lifetime, los reyes absolutos del melodrama lacrimógeno. Dentro del reparto Steve Carrell y Thimothée Chalamet (Call me By Your Name) construyen una relación padre e hijo interesante que despierta empatía por las diversas etapas que atraviesan y sus interpretaciones constituyen el principal gancho del film. Maura Tierney y Amy Ryan como las mujeres del personaje de Carrell están correctas pero no llegan a tener espacio en la trama para aportar algo relevante. La película tiene sus buenas intenciones y retrata que los chicos consentidos de clase media alta también pueden resultar víctimas de esta enfermedad. El eje del conflicto reside especialmente en la impotencia que vive un padre frente a la adicción de un ser querido. Sin embargo, no se percibe en esta producción ninguna característica notable que justifique la exageración en sus elogios. Por otra parte, la construcción del conflicto que propone el director belga no es muy buena. Van Groeningen opta por una narración no lineal plagada de flashbacks, muchos de los cuales son absolutamente intrascendentes e ignora cuestiones importantes de esta historia. Nunca llegamos a ver los cambios radicales que producen en el cuerpo y el organismo la adicción a la heroína que tiene el personaje de Chalamet, quien luce impecable durante todo el relato. Las razones por la que un joven que lleva una vida privilegiada termina siendo víctima de una enfermedad de este tipo es un conflicto interesante que tampoco se explora en profundidad. Beautiful Boy es una película que a través de la corrección política presenta una interpretación bastante aséptica de estos hechos con la manipulación necesaria para hacer llorar al público. Seguramente habrá gente que se enganche con esto y es respetable, pero a la hora de escoger una buena opción para el cine me cuesta recomendar una propuesta de este tipo que se encuentra con facilidad todos los días en cualquier canal de cable.
Todos los años, hay un par de películas que te destrozan el corazón. Beautiful boy es una de ellas. La emotiva, y desgarradora, historia real basada en las memorias de David y Nic Sheff logra que los que no somos padres, podamos sentir un poco de esa conexión tan única y especial. Y ni hablar los que lo son, tal como he leído y escuchado. Me gustó mucho que en tiempos de Breaking Bad, Narcos, etc, se muestre otro lado de lo que es la adicción a las drogas. Desde un punto humano, y científico también. Siento que aprendí un poco sobre el tema -si es que esta afirmación es válida y sin ofender a nadie- luego de ver este film. Además de esto, y de un sólido guión que te mantiene expectante, el alma del film pasa por el dúo protagonista. Tanto Steve Carell como Timothée Chalamet merecían estar nominados al Oscar (aunque ya la estuvieron antes por otras películas), pero este año la categoría Mejor Actor está más que reñida. El laburo que hacen es impresionante. Su relación es tan hermosa como triste ni bien va avanzando la trama. Te dan ganas de meterte en la pantalla y ayudarlos, escucharlos, abrazarlos. Hay un par de escenas que ranquean entre lo mejor de los últimos años en materia dramática. El director belga Felix van Groeningen, narra con gran sensibilidad la historia. Me gustó mucho la puesta y composición de planos. Y si bien hay clichés, y escenas que buscan el impacto y llanto a propósito, no se daña el relato ni empobrece la película. Beautiful boy es sincera y comprometida. Y al mismo tiempo desoladora. No dejen de verla (con pañuelitos en la mano).
Que la droga es un flagelo es algo que Hollywood viene explicando desde aquellos lejanos tiempos en los que Frank Sinatra se inyectaba heroína en “El hombre del brazo de oro”. Esto es, resulta difícil que aparezca algún guionista que logre sumar algo nuevo al tema, a pesar de las nuevas variedades de químicos que han ido apareciendo con el paso del tiempo. Tal vez por eso el asunto ha terminado recibiendo, más que nada, el tratamiento cómico de éxitos de taquilla como la saga de “¿Qué pasó ayer?”. Pero no, nada hay de cómico en este flamante melodrama producido por los estudios Amazon. “Beatiful Boy” es un viaje agridulce al mundo de la adicción a la anfetamina desde el punto de vista de la relación entre un padre escritor y un hijo víctima de la droga. En esta relación radica la originalidad de la película, y todo el peso recae sobre los dos excelentes protagonistas, Steve Carell, como el padre, y Timothee Chalamet como el joven de 18 años absolutamente brillante en todo sentido, con el único problema de que no puede dejar de consumir metanfetaminas. El guión recorre los caminos del caso, incluyendo los intentos de rehabilitación, los pequeños triunfos logrados por la sobriedad y las eventuales recaídas, sin lograr comprometer del todo en esta historia al espectador. El excelente soundtrack va desde la canción homónima de John Lennon a temas de Perry Como y Nirvana, y siempre mantiene las cosas animadas.
A su pesar ¿Existe mayor impotencia que no poder ayudar a un hijo? Si para un padre, desde el comienzo mismo, resulta desesperante no calmar el llanto de un recién nacido, no saber si tiene hambre o sueño, cuán inconmensurablemente más trágico es no ser capaz de socorrerlo de estar su vida en juego. ¿Es posible un sentimiento más desgarrador? Uno desearía robar el dolor de los hijos, llorar en su lugar, sufrir en su lugar, hasta morir en su lugar. Hay algo de la magnitud de esta fatalidad que Beautiful Boy triunfa en transmitir de tanto en tanto… a pesar suyo. Y es a pesar suyo porque en muchas ocasiones la sutileza dramática y la potencia emocional de algunas escenas se ven ahogadas en un mar de florituras vacuas. Aquellos momentos que logran salir a flote (los hay y son varios) hablan de lo que pudo ser y no fue debido, en particular, a un erróneo afán de sofisticación mal entendida. La película –basada en hechos vividos por un padre y un hijo (publicados en sendas memorias)– relata la adicción a las drogas, sobre todo a la metanfetamina, de un muy joven Nic Sheff (Timothée Chalamet) y la lucha de su progenitor, David Sheff (Steve Carell), por tratar de ayudarlo en sus recaídas, internaciones, desintoxicaciones y demás. Como un patchwork, esas mantas americanas que se cosen uniendo retazos de tela disímiles, así la narración, que comienza in medias res, va entretejiendo diferentes y breves recuerdos, sin orden cronológico aunque privilegiando las reminiscencias del personaje de Carell. Algunos son recuerdos de situaciones felices, idílicas. Allí la relación filial se pinta indestructible, ideal, envidiable. Pero otros, muchos otros, son de una tristeza profunda, descarnada. Y, de vez en cuando, algunos de ellos se manifiestan con una exuberancia dramática rica en matices. Comentaba una crítica de cine amiga, luego de ver el film, que la música es un protagonista más de la historia; que funciona aquí como otro personaje. No le falta razón. Sin embargo, esa importancia radical conferida por los realizadores lastra el relato y lo acerca a todos esos clichés de películas de adicciones que tanto ha tratado de evitar. Es verdad que no hay golpes bajos; es verdad que hay diálogos logrados; es verdad también (aunque haya opiniones en contrario) que, si bien los protagonistas pecan, quizás, de cancheros y progres, las actuaciones son ajustadas (Carell mejor que Chalamet y Maura Tierney mejor que todos), pero la música… La banda musical reitera, comenta, subraya cada escena. La música –todas hermosas canciones, cierto– es de una insistencia agotadora que no hace más que borrar con el codo la delicadeza conseguida con la mano. Por su culpa, en ciertos momentos de la puesta en escena lo sutil deviene en el famoso trazo grueso. El problema parece ser que el director y su equipo decidieron que EL recurso creativo, ingenioso, astuto era sumar capas de significación mediante la utilización de la música (idea sumamente original, por otra parte) y, una vez de acuerdo en esto, no pararon hasta el último minuto de metraje. Entonces, la película que comenzaba con mucha fuerza se va desinflando a paso seguro y el uso de la música, que resultaba atractivo en un principio, termina agotando (al recurso y a los espectadores) por su repetición desmedida. Beautiful Boy parece esforzarse demasiado en ser inteligente y, disculpas por la mala palabra, cool. En cambio, a su pesar, hace sospechar de cierta ñoñería.
PERO EL AMOR ES MÁS FUERTE En el imaginario colectivo de la sociedad en la que vivimos, se suele sostener que el amor entre familiares es el amor más fuerte que se puede experimentar. Ya lo afirmaba Guillermo Francella en cada emisión del tradicional programa de los almuerzos domingueros La Familia Benvenuto: “Lo primero es la familia”. ¿Es realmente así? ¿La unión sanguínea es una garantía de lazos afectivos verdaderos? No creo que haya respuesta alguna a estas preguntas, ya que el ser humano es tan complejo que nada que lo que se afirma se puede asegurar en realidad. Pero Beautiful Boy: siempre serás mi hijo, el reciente film de Felix Van Groeningen, nos trae la historia de amor más noble y emotiva: la de un padre con un hijo enfermo. Por enfermedad, en este caso, nos referimos a que Nicholas (Timothée Chalamet), el hijo de David (Steve Carell), es un adicto a múltiples drogas, sobre todo a la metanfetamina. El film no recae en golpes bajos ni dramatismos o exageraciones, todo lo contrario: la historia está centrada principalmente en el tránsito de este padre que descubre, acepta, confronta y ayuda a su hijo a salir de tan terrible situación, negociación que veremos que se repite a lo largo de la narración, ya que por momentos Nicholas quiere iniciar una vida libre de adicciones y por momentos, no. Estos encontronazos, estos desencuentros y discusiones con alguien que no está en sus cabales y con quien poco se puede razonar, es mostrado de forma sutil pero muy efectiva por la película. Carell pocas veces se desborda en su desesperación paterna, pero igualmente se entienden y sufren las diferentes situaciones conflictivas: la desaparición de su hijo, diversas sobredosis, las mentiras, la esperanza de la recuperación, la desesperación, la decepción, etcétera. Cada estado emocional es orgánicamente compuesto, logrando una efectividad en la historia, tanto por la interpretación del padre como la del hijo. El film es solo eso, es la historia de un padre en el proceso de aceptación de la enfermedad de su hijo. Hay personajes secundarios que completan el camino del héroe para cada uno de nuestros protagonistas: la madre, la madrastra, los hermanos, una novia fugaz. Todos pasan por la vida de estos personajes, pero sólo ellos dos son los que finalmente quedan cuando las papas realmente queman. Sin grandes efectos ni desbordes para encuadrar el dramatismo de la situación, el film emociona e interpela al espectador, ya que se nos permite tanto ponernos en la piel del padre como en la del hijo. Aquí nadie es el malo y nadie es el bueno, aquí todos hacen lo que pueden con lo que tienen y con las cartas que les tocaron para jugar. Por eso la película funciona, porque la vida está llena de dificultades y de héroes anónimos que ayudan a sobrellevar problemas que para algunos son nimios, pero para otros son la peor tragedia. Porque no todo es apoteótico, a veces los detalles son las más grandes batallas ganadas.
De nada sirve hacer una película que apueste a emocionar sin reflexionar por las posibles causas de los problemas que aborda. La falta de una visión política es el gran problema de Beautiful Boy: Siempre serás mi hijo, dirigida por Felix van Groeningen y protagonizada por Steve Carell y Timothée Chalamet, quienes interpretan a David y Nic Sheff, padre e hijo respectivamente. Nic empieza a probar todo tipo de drogas desde la adolescencia. El padre, interpretado de manera poco convincente por Carell, ya no sabe qué hacer para ayudarlo. Separado desde hace un tiempo, David, que es periodista en San Francisco, tiene dos hijos más con su segunda esposa. La madre de Nic vive en Los Ángeles y tampoco sabe cómo sacarlo adelante. El filme muestra las recaídas de Nic, las escapadas de hospitales y de casa, las peleas con su padre, sus romances con chicas con el mismo problema. No se sabe por qué cayó en las drogas. La separación de los padres cuando él era niño es apenas una tímida insinuación. Como su personaje principal, la película da vueltas sin saber qué hacer y el director es incapaz de plantear, por ejemplo, posibles causas sociales, o al menos psicológicas. Es, en definitiva, una película políticamente descomprometida, que no asume ninguna perspectiva teórica para decir algo acerca de las muertes por sobredosis en la población norteamericana menor de 50 años. ¿Qué dice acerca de ser adolescente en la actual etapa del capitalismo tardío? Nada. Felix van Groeningen no advierte que el problema de Nic, y el problema de los adolescentes con las drogas, puede ser político. La película, por lo tanto, se limita a ser un drama desabrido y mecánico de una familia de clase media que tiene que lidiar con un hijo adicto a la metanfetamina. Otro problema es la pulcritud con la que está filmada. No parece una película sobre un adolescente que se inyecta heroína, sino la de un chico bonito y limpio que todavía toma la leche con cereales. Es decir, le falta enchastrarse en el lodo de las drogas duras, donde la luz que indica la salida del túnel siempre es una ilusión óptica, producto de la abstinencia. Si hasta la remera rota con la que se lo ve en un momento a Nic parece haber sido agujereada segundos antes de filmar la escena.
Calificación: 65% La película "Beautiful boy, siempre serás mi hijo" habla sobre las enfermedades de adicción, principalmente a la metanfetamina, una de las drogas más letales y más dañinas para el cerebro. Basado en los libros del periodista David Sheff (aquí interpretado estupendamente por Steve Carell) acerca de los avatares de su hijo con problemas de adicción, Nicholas (Timothée Chalamet), el filme ahonda en el vínculo padre- hijo y en lo terrible de esta enfermedad. El aporte de la película es exponer los dos puntos de vista: el del adicto y el del entorno familiar. No es sólo el adicto quien es afectado por la adicción incontrolable a las drogas sino también sus seres queridos que ya no saben cómo ayudarlo o cómo lidiar con el problema en cuestión. Una película muy dura en la que el joven a veces pide ayuda y en otras no desea recibirla, pues el único poder lo tiene él mismo para salir de la situacion. Un viaje de aprendizaje sobre todo para su padre en el que deberá poner límites y decirdir hasta dónde involucrarse por más dificil que esto sea. El tono pedagógico del filme está enfatizado porque este joven en particular es brillante y tiene un futuro académico prometedor, interrumpido por la droga, la cual es representada como destructora del mismo. Aunque por otro lado, esto evidencia que a cualquiera puede pasarle, por más feliz que parezca. El joven en cuestión sentia un vacío que llenar y su adicción tapó ese problema anímico. Esto se evidencia en lo formal a través de los flashbacks que muestran los recuerdos de la infancia y los momentos compartidos entre padre e hijo en donde probablemente ambos se preguntan dónde surgió ese vacío. A pesar de una música abrupta y obvia, pero con excelentes actuaciones y una intriga bien construida, la película explora un tema muy actual de forma muy emotiva para quienes puedan (y quieran) soportar el drama y la angustia.
Películas de enfermedades y de adicciones. Cosas difíciles de contar, más todavía de filmar, siempre en el borde de la miserabilidad, a veces de la abyección. Películas con mala reputación, en suma. Hay algo ahí, una cosa difusa que cuesta identificar, algo que esas películas proveen por fuera de los cánones del buen cine que parece asegurar su existencia. No sé. Se me ocurre que hay al menos dos clases de películas: de un lado, las que abrazan plenamente las convenciones del género; del otro, las que muestran cierta autoconsciencia y toman distancia de esos mandatos. Beautiful Boy es de las segundas. Felix Van Groeningen parece estar perfectamente al tanto de los lugares comunes del género y trata de hacer algo distinto. Eso no lo pone a resguardo de bajezas, pero de a ratos la película parece renovar un poco el aire de encierro que se desprende del tema. El principal interés del guion parece ser el de desplazar la atención del relato hacia la enfermedad: contar la historia de la adicción y de sus efectos antes que la de los personajes. Ese cambio de eje deja libre al director para probar cosas. Por ejemplo, FVG puede jugar a alterar el orden de los hechos y moverse cómodamente entre el pasado y el presente para fijarse en detalles, gestos perdidos, diálogos dichos al pasar. En general eso está bien, ayuda a que una película difícil respire, salvo en los momentos en los que el recurso queda al servicio del golpe bajo (algo esperable, de todas formas). La película parece más interesada en el progreso de la adicción que en el arco dramático de los protagonistas, como si los personajes fueran simples vehículos para explorar la degradación y las secuelas. El guion se permite un raro lujo: excepto por un par de datos insignificantes (un cuaderno), no se explica el origen de la adicción, sus causas, no se sugieren traumas, culpas familiares, razones sociales. Un misterio que refuerza la simpleza casi ascética del relato: un chico de una clase media educada, sin apremios de ningún tipo, se hace adicto, no hay responsables ni culpas para repartir, solo queda contar la transformación. David Obarrio lo resumió así en el chat del sitio: “A Carell le sale un hijo falopita”. Punto, a otra cosa. La cuestión es ver qué resultados le da a FCG ese aparato narrativo. En algún punto, la manipulación se hace ostensible y quedan a la vista fallas insalvables, como el uso de la música, que comenta las imágenes con una grosería infrecuente (cuando parece que Nick la va de rebelde se escucha “Territorial Pissings”, de Nirvana; cuando el padre ve que los efectos en el hijo son irrecuperables, suena “Sunrise, Sunset”. Así todo el tiempo). Se entiende enseguida que, si hay un protagonista, ese es el padre y no el hijo: el padre aporta el punto de vista y es el que cambia; el hijo se envilece pero no se transforma, es siempre igual a sí mismo. Lo que al principio resulta más o menos interesante se vuelve rápidamente perverso: si la película de enfermedad, decía, está siempre al borde de la abyección, la cosa es peor cuando lo que se mira no es tanto los padecimientos del enfermo como el calvario de los seres queridos. La vida de David junto a su segunda esposa y dos hijos se derrumba por culpa de los problemas de Nick: el malestar se vuelve insoportable, no existen momentos de calma o, si los hay, son fugaces y anuncian algo peor. Es como si la experiencia del tiempo de Nick, con su psiquis trastornada, se trasladara a la película en su conjunto hasta producir ese efecto de presente eterno, de historia que se cuenta como en gerundio. FVG atormenta al padre con toda clase de castigos narrativos: el exceso, la zaña se notan enseguida y no hay justificación para eso, no valen las excusas realistas (“es lo que le pasaría a un padre en una situación así”) ni el hecho de que el libro de Sheff, del que parte la película, pueda hacer lo mismo. El director no se detiene ante nada: para golpear a David puede mostrar un flasback de infancia en el que padre e hijo se abrazan, pero también puede insertar escenas casi documentales, de un didactismo irreconciliable con el tono general, en el que un médico le explica a David los efectos irreversibles de la metanfetamina y hasta le muestra estudios en la computadora. La severidad del drama y la pedagogía del documental mezcladas: las dos cosas no se puede, hay que elegir, si no todo se vuelve una trampa, un truco cruel. Cerca del final, la película llega incluso a sugerirle al espectador un desenlace falso que el relato desmiente minutos después, pero cuya descarga afectiva aprovecha mientras tanto: una extorsión despreciable, una canallada de una película que empezó reclamando para sí cierto aire de sofisticación, de conciencia de sus materiales, y que ahora recurre a cualquier medios a su alcance.
Este film se encuentra dirigido por el belga Felix van Groeningen y la producción está a cargo de Brad Pitt, se encuentra basada en una historia real, donde va narrando los problemas que vive una familia, la causa es la adicción a la metanfetamina de un joven adolescente Nic Sheff (Timothée Chalamet, “Llámame por tu nombre”, una vez más en una destacada interpretación), su padre David Sheff (Steve Carell), intenta ayudarlo constantemente, esta situación le trae complicaciones en su nuevo entorno familiar, porque por otra parte esta su esposa Karen Barbour (Maura Tierney) y dos hijos pequeños de este matrimonio y del otro lado está la madre del adolescente Vicki (Amy Ryan) de quien quiere que su ex marido se ocupe. Se van mostrando los miedos, el desamparo, lo duro que puede resultar rescatar a un hijo de las drogas, esto se va complementado con jugosas charlas entre el padre y el hijo y un acercamiento a través de juegos con sus hermanos. Resulta todo un símbolo cuando vemos en algún momento de estas situaciones un rayito de sol que ingresa por cierta hendija queriéndonos decir que existe una pequeña esperanza. Lo que muestra el director y el guión es la preocupación de este padre ante cada recaída de su hijo, David busca liberarlo a Nic de su adicción, investigando, intentándolo todo, pero cuando no da para más, va más allá que el descenso a los infiernos y todo se sale de control, se plantea hasta donde un padre puede continuar sosteniendo su vida y la de los demás. El film finaliza con una leyenda muy interesante diciendo que la sobredosis de drogas es ahora la principal causa de muerte para los estadounidenses menores de 50 años. Los tratamientos de la adicción se financian de manera masiva y no está regulado, hay personas que trabajan incansablemente en todas las comunidades para combatir esta enfermedad.
“Hay momento en que lo miro, a este chico que crié, que creí conocer por dentro y por fuera, y me pregunto quién es”. David Sheff ya no sabe como ayudar a su hijo, quiere entender por lo que está pasando pero no logra hacerlo, quiere estar ahí para él pero es cada vez más difícil acompañarlo. Beautiful Boy cuenta la historia de un padre y la lucha contra la drogadicción de su hijo. Una película lacrimogena que se hace muy larga y que se destaca por la brillante actuación de Timothée Chalamet.
El tema de las adicciones es uno de los más ríspidos y difíciles de abordar sin herir a quien pueda sentirse involucrado directa o indirectamente. "Beautiful Boy" está basado en las autobiografías de David y Nic Sheff, padre e hijo que enfrentan el imparable consumo de todo tipo de drogas de Nic, un chico que, según se muestra, creció en un contexto de amor y contención, rindió con éxito el ingreso a seis universidades, vivía en una casa acogedora en medio de un bosque, tenía una vida feliz. Pero la metanfetamina arruinó los planes de todos. El director belga Felix van Groeningen narra esta historia con flashbacks y una precisa edición que contrasta el pasado con el presente, aunque por momentos subraya lo obvio con una banda sonora cargada de dramatismo. Lo que podría haber sido un exceso, lo salva el trabajo de Timothée Chalamet. El actor, que fue candidato al Oscar por su interpretación en "Llámame por tu nombre", atraviesa todos los matices de un personaje complejo, desde la inocencia inicial hasta la decadencia, pasando por la ira, la traición y sus contradicciones entre desesperados pedidos de ayuda y su negativa a someterse a las terapias de rehabilitación.
El dolor como algo cotidiano Melodrama de superación basado en una historia real, cuenta los años de adicción de un joven, a través de los ojos de su padre. Con la actuación del artista del momento en Hollywood, Timothée Chalamet. Levantarse una y otra vez implica grandeza, pero también es la consecuencia de caídas constantes, una repetición de dolor inevitable, que muchas veces se transforma en crónico. Basada en una historia real, “Beautiful boy” cuenta los años de adicción de un joven, a través de los ojos de su padre, quien lo acompañó y sufrió la enfermedad a la par de su hijo. Por más que suene a un melodrama típico de superación, el logro del filme es mostrar de manera real muchos de los conflictos familiares, existenciales, y físicos del abuso de drogas. David (Steve Carell) tiene una relación muy estrecha con su hijo Nic (Timothée Chalamet), y a pesar de todo el amor que se tienen ambos, el joven no puede evitar caer en el consumo de estupefacientes. Desde los primeros minutos todo queda claro: ante la pregunta de David, su hijo le confiesa que siempre le gustó la sensación que sólo le provoca la estimulación con diferentes sustancias, principalmente con la metanfetamina. Nic tuvo una familia que siempre lo quiso, y fue un buen estudiante desde pequeño, pero sólo se sintió “completo” al drogarse. La premisa inicial es fuerte, porque siempre se buscan “raíces” a los problemas de adicción, porque de alguna manera eso podría alejar la posibilidad de caer en esos conflictos, como una manera de sentirse a salvo. Pero “Beautiful boy” pone sobre la mesa que cualquier persona puede entrar en aquel mundo oscuro, y así nos acerca de manera íntima a la problemática. El punto de vista es esencialmente de David, intentando comprender a su hijo, y por ello habla con otros adictos, y hasta prueba drogas en su desesperación por salvar a Nic. Se enfrentará a mentiras de diferente calibre, y hasta se acostumbrará al dolor, lo que lo llevará tomar determinaciones más lógicas que esperanzadoras. Algo destacable en una película de estas características es obviamente el elenco. En este caso, tanto la interpretación del joven del momento Timothée Chalamet y la del ya experimentado Steve Carell emocionan aunque por momentos se transforman en melosas, casi al punto de sobreactuar en algunas escenas. Vale decir que es muy complicado no caer en el “golpe bajo” cuando la temática es tan fuerte. Otro acierto del largometraje es la manera que tiene de construir con constantes altibajos, pasando de momentos buenos a otros malos, como si habláramos de un melodrama de conflicto constante, otra manera de interpelar de manera realista lo que quiere contar.
Tomando un tema tan importante como la drogadicción, el director construye un catálogo de previsibilidad y lugares comunes que nunca deja al azar nada en relación al público, pues el mayor punto de inflexión de este producto es la manipulación a la que somete al espectador, al pobre sujeto que pago la entrada para verla. A punto tal que todo apunta a un mismo lugar, la de producir empatía por parte de quien este en la sala de cine. Basada en los libros de David y Nic Sheff, padre e hijo, en donde desde distintos puntos de vista narran la experiencias de ambos en relación a la droga dependencia. Uno como el padre que intenta mostrar su preocupación y su infructuosa lucha para que su hijo de “cure”. Por el otro lado la mirada del hijo como víctima de ese flagelo de adicción a la metanfetamina, cuyo progresivo acumulativo es irrefrenable, el adicto cada día necesita de una dosis más alta. Posiblemente esto suceda en los textos literarios, pero nunca aparece en el filme, “Beautiful Boy” (John, perdónalos, no saben lo que hacen) está estructurada desde una pronta ruptura temporal, la presentación del personaje principal, el padre David Sheff (Steve Carell) para retornar a un año antes. Lo cual daba la sensación de estar enfrentándonos una gigantesca analepsis, pero no. Todo está puesto de manera tal que los cortes espaciales y temporales, al pasado, al presente y al futuro, sólo sirvan para intentar explicar donde comenzó todo, no lo hace realmente, cuál sería el pronóstico, tampoco lo logra. En el medio, o sea el presente dando cuenta del nihilismo más intrascendente. Lo que si se produce es un estado confusional narrativo, tan repetitivo desde las imágenes y las palabras, que el tedio se hace presente muy rápidamente. Si algo se constituye como rector de la manipulación es la historia misma, así presentada, ya no importa la búsqueda estética de diferenciar los distintos estadios del recorrido de lo que debería ser un infierno con algunos cambios de luminosidad o la paleta de colores que se utiliza, termina por perder importancia y pasa desapercibido. Un ejemplo de esto es una palabra significante, sostenida a lo largo del todo el filme, ambos se dicen permanentemente “TODO”, lo que no sabemos dónde proviene, cuándo por fin nos lo muestran la escena está armada desde todo punto de vista para que sintamos empatía por el padre, cuando en realidad podría leerse como la entrada al infierno por parte del hijo. Transcurre en el aeropuerto de Los Ángeles, el padre despide a su hijo de 5 años, este viaja solo, va a pasar una temporada con la madre, que nunca había mostrado el tan mentado instinto maternal, en San Francisco, digamos a unas cinco oseis horas en auto, (lo hice como turista, tarde más, haciendo paradas obligadas claro). A lo largo de la historia y del inicio de ese código (TODO) entre padre e hijo, termina significando NADA. En ese vacío entra como completud la droga. Esto descripto como ejemplo. No es lo que quiere mostrar el director, es parte de los horrores en los que recurre el filme. Como axioma, cuando un padre descubre que su hijo es adicto, ya es tarde. El otro recurso, mal utilizado por cierto, a fin de manipular al espectador, es la banda de sonido, el diseño sonoro está al servicio de la música, debería ser de manera inversa, que intenta señalar a cada momento que debe sentirse, congoja, angustia, tristeza, empatía, termina por cansar y transformarse en intolerable. El filme termina por transformarse en un cúmulo de momentos repetitivos, tratamiento-recaída, tratamiento-recaída. La reiteración circular. La nada cinematográfica. Tampoco ayuda la correcta actuación de Timothee Chalamet en el papel del hijo en edad adolescente-joven, por su parte Steve Carell nunca despierta nada, un rostro impenetrable que nunca modifica y que nada transmite. En defensa de ambos podría mencionarse la mala presentación, construcción y desarrollo de los personajes, todo apoyado en el discurso oral, que tampoco es óptimo. Sólo se salva del incendio Maura Tierney como la segunda esposa de David, madre de los dos medios hermanos de Nic, lastima su poco tiempo en pantalla. El filme “Réquiem para un sueño” (2000), de Darren Aronofsky, es una película muy bien contada y seria sobre el flagelo de las adicciones, “Beautiful boy: Siempre serás mi hijo” se encuentra muy lejos de serlo.
Beautiful Boy ofrece una mirada que nos dice que la vida de las personas no gira siempre alrededor de alguna obsesión. Podríamos estar ante ese objeto tan peligroso: la fábula aleccionadora que dé sentido (aparente) a lo que sale la entrada de cine. Por suerte, si bien en parte este film sobre un padre y su hijo peleando contra adicciones no carece del costado aleccionador y de momentos de dedito levantado, también es otra cosa: una mirada que nos dice que la vida de las personas no gira siempre alrededor de alguna obsesión. Carell quizás se pasa un poco en mostrarse como un “tipo normal, común y corriente”, pero la película funciona.
Un drama basado en una historia real: la de un padre periodista que intenta, una y otra vez, que su hijo de 18 años abandone el consumo de metanfetaminas. Ambigüedad entre ser una película didáctica sin convertirse en buen cine. Basado en dos libros -el del padre: Beautiful Boy: A Father’s Journey Through His Son’s Addiction de David Sheff, y Tweak: Growing Up on Methamphetamines de Nic Sheff, el hijo- la película es un péndulo entre los dos puntos de vista, en la batalla desesperada de una familia y, por sobre todas las cosas, de un padre por rescatar a su hijo del infierno de las drogas. Dirigida por el belga Felix Van Groeningen, si bien Beautiful Boy: siempre serás mi hijo no cae en ningún momento en la utilización de golpes bajos, hay algo anodino que campea en el film: la falta de un claro motivo por el cual el hijo reincide una y otra vez en el calvario de las adicciones. Es un chico que como estudiante parece ser brillante, se presentó a seis universidades y en todas lo aprobaron, a pesar de que sus padres se separaron cuando él era pequeño parece haber crecido rodeado de amor y, aun así, su vida está llena de vacíos que llena con todo tipo de sustancias. Con el ojo puesto en la temporada de premios, y sin haber conseguido llegar hasta la instancia mayor (que serían las nominaciones al Oscar), lo mejor de Beautiful Boy: siempre seás mi hijo son sus actores: un impecable Steve Carell y, en mayor medida, la gran revelación de Llámame por tu nombre, Timothée Chalamet. Ambos exactos, sin ningún exceso de sobreactuación. Secundados por los aportes de Amy Ryan y Maura Tierney.
Timothée Chalamet y Steve Carell son un padre y un hijo que dejan todo en la cancha en esta historia basada en hechos reales. Lástima que con eso solo no nos alcanza. La temporada cinematográfica 2018-2019 se empecinó demasiado en historias de padres y madres que deben afrontar los defectos y adicciones de sus queridos hijos. Mientras el estreno de “Regresa a Mi” (Ben Is Back, 2018) se sigue posponiendo, nos llega “Beautiful Boy: Siempre serás mi Hijo” (Beautiful Boy, 2018), basada en hechos reales; pero a pesar de sus tramas lacrimógenas y los elogios que recibieron las actuaciones de sus protagonistas, la Academia se mostró inmune ante estos dramas desgarradores y los dejaron con las manos vacías a la hora de las nominaciones. No podemos opinar sobre la película de Julia Roberts y Lucas Hedges, pero nos cuesta entender por qué Timothée Chalamet y Steve Carell quedaron afuera de las categorías actorales. Suponemos que a Steve no le perdonan su pasado humorístico, pero pensábamos que había romance con el joven Timmy después del suceso de “Llámame por tu Nombre” (Call Me by Your Name, 2017). Obviamente, nos equivocamos. Dejando estos detalles de lado, que tienen más que ver con el azar y cuestiones políticas de la industria, y cada vez menos con las destrezas artísticas de los involucrados, la dupla de intérpretes es el verdadero sostén de esta historia dirigida por Felix van Groeningen, un realizador belga con muchas películas chiquitas en su haber. Acá, las verdaderas estrellas son David y Nic Sheff, padre e hijo interpretados por Carell y Chalamet, que volcaron todas su experiencias personales en sus respectivas memorias, “Beautiful Boy: A Father's Journey Through His Son's Addiction” y “Tweak: Growing Up on Methamphetamines”, en las que Luke Davies y Groeningen basaron su guión. Esos títulos autobiográficos dejan el panorama bastante claro, y tiran un poco de luz sobre lo que nos vamos a encontrar en “Beautiful Boy”, un drama tan autodestructivo como “Adiós a Las Vegas” (Leaving Las Vegas, 1995), sin el trágico final de Ben Sanderson -no es spoiler gente, Nic escribió un libro al respecto-, ni las destrezas narrativas de Mike Figgis. La película de Groeningen es un tanto desprolija y repetitiva, concentrándose en el punto de vista de David Sheff (Carell), escritor y colaborador del New York Times, que trata de encontrar las herramientas necesarias para ayudar a su hijo, adicto a varias sustancias. El punto de inflexión llega cuando Nic se ausenta varios días de la casa que comparte con su papá, su segunda esposa Karen (Maura Tierney) y sus dos pequeños hermanastros, dejando al descubierto sus verdaderos problemas y la necesidad de encontrar una solución antes de que sea demasiado tarde. A partir de acá, la historia cae en un relato cíclico de rehabilitaciones, recaídas, encuentros y desencuentros entre padre e hijo, la intervención de una madre ausente (Amy Ryan) que no sabe cómo lidiar con su pequeño, y un joven talentoso que no puede escapar de esta espiral destructiva, para él y todos los que lo rodean. Tan lindo el nene Como espectadores, sólo nos queda ser testigos de este drama familiar sin poder hacer nada al respecto, como el propio David que, en un punto, decide bajar los brazos y sentarse a esperar esa llamada tan temida para cualquier padre. El realizador nos deja todo el tiempo en vilo, augurando lo peor a lo largo de dos horas. Este “recurso” va perdiendo fuerza con cada escena, y un poco nos desensibiliza en cuanto a las desventuras de Nic, que nunca encuentra esa pequeña luz al final del túnel. Ojo, lo de Chalamet es soberbio y sabe cómo transmitir su desgarradora lucha interna. Ante nuestros ojos, vemos que ese “nene hermoso” se va desintegrando y se convierte en una sombra de sí mismo. Pero lo mejor (queremos ser positivos), es que los guionistas ponen el acento en cómo estás conductas afectan también a las familias, que empiezan a enlutarse, incluso antes de la muerte física de sus seres queridos. Este es el enfoque más interesante de “Beautiful Boy”, una película con un gran elenco -lo de Tierney, aunque breve, también es para aplaudir-, pero desordenada desde su narración y presentación. Groeningen nos lleva por el pasado y el presente (aunque los tiempos no son los de los hechos verdaderos), mezclando los recuerdos de épocas más felices, y sumando extrañas elecciones musicales. Papá corazón La historia se nos presenta como un recuento difuso de las distintas etapas de esta relación entre padre e hijo, desde el divorcio y los viajes entre la casa de papá y mamá, San Francisco y Los Ángeles, y los encuentros y desencuentros que vivieron después, cuando Nic ya estaba preso de las drogas, y aún peor, la metanfetamina, una sustancia que afecta los conectores cerebrales como ninguna otra. En resumen, “Beautiful Boy” es un nuevo vehículo para que los verdaderos protagonistas puedan seguir exorcizando estas experiencias y, tal vez, ayudar a otros a entender por lo que pasan sus seres más queridos. Claro que también es la excusa perfecta para que Carell y Chalamet demuestren sus talentos y se luzcan como nunca delante de la cámara, aunque no haya votantes dispuestos a reconocerlos.
El cine es un espacio de catarsis y de identificación. Aún hoy, en medio de constantes distracciones, somos capaces de seguir metiéndonos en la pantalla durante un par de horas para reír, llorar, sufrir, gozar, o huir. Si uno es padre, va a ser difícil que se ponga en pose piedra con Beatiful Boy, la película de Felix Van Groeningen; si no lo es, creo que también. Oponerse a la emoción en una película es ejercer una vigilancia innecesaria, tan inútil como cuestionar que se derramen unas cuantas lágrimas cuando en E.T. una bicicleta se eleva hasta la luna, o en Cinema Paradiso el protagonista recibe un regalo inesperado que lo desarma emocionalmente. Sin embargo, hay una diferencia sustancial entre estas dos películas y Beatiful Boy. Para el Spielberg de 1982 y el Tornatore de 1988, el cine es más importante que la vida; para Groeningen, el mundo está por delante. De manera tal que, nadie derrama lágrimas dos veces sobre el mismo río. Si uno mete la cabeza en un balde de agua fría, pasado el estado de conmoción, descubre algunas trampas o gestos propios de una trama desdoblada. La primera es de carácter universal y versa sobre los vínculos entre padre e hijo con dos actuaciones maravillosas de Steve Carrell y Timothée Chalamet (que la viene rompiendo estos últimos años); la segunda es más sospechosa y tiene su origen en quienes patrocinan (Amazon), como si existiese la imperiosa necesidad de que haya bajada de línea o educación en valores. Se sabe, esto ocurrió siempre. Las historias con adicciones de procedencia industrial no puede evadir el mensaje. Le pasaba a Billy Wilder en 1945 con Días sin huella y le pasa a Groeningen hoy. Pero también hay diferencias insoslayables. En el 45 había que ser insidioso de manera solapada para combatir las demandas y las restricciones de los productores (a menos que uno fuera Orson Welles). La primera escena es elocuente. ¿Cuál es la manera que tiene Wilder de decirnos que no hay salida frente al alcoholismo (más allá de la obligada moralina de la época)? La respuesta es visual. Mientras Ray Milland se prepara para ir a rehabilitación, vemos una botella colgada con una soga en la ventana del lado de afuera. Apenas se vaya de esa habitación su cuñado, el tipo recogerá el botín. Con una imagen el viejo zorro lo ha dicho todo: no hay salida. Como dijera Borges: “El estilo directo es el más débil. La censura puede favorecer la insinuación o la ironía, que son más eficaces”. La solución de Groeningen para con su joven adicto es discursiva. En una de las peores secuencias, el padre ingresa a la habitación del hijo, revisa sus cuadernos con dibujos y los mira con miedo. La cámara desdibuja el contexto por un momento y fija la atención en el supuesto carácter siniestro y nos induce a verlos no como creaciones artísticas sino como engendros de una mente enferma (nótese la música que acompaña ese instante). De nada sirve que en otro segmento, el chico haya dicho que “Bukowski me salvó la vida”, porque a esas elecciones, Groeningen le opone torpemente un punto de vista moral. Es capaz de construir personajes sólidos y al mismo tiempo derribarlos como a un castillo de naipes. Lo anterior obedece a esa doble trama que, también, manifiesta intenciones diferentes. Cuando se desarrolla la relación familiar, se respira una tristeza legítima. Es la tristeza de dos fantasmas en vida con tiempos diferentes. El del padre, imposibilitado de comprender lo que ha ocurrido con su pequeño (el pasado se le incrusta a cada rato), y con la necesidad de saber. Luego, el del hijo, que no puede explicarlo. Mientras tanto, la brecha afectiva entre ambos se abre, se quiebra, se reestablece y vuelve a caer. El proceso es doloroso, como la distancia que se materializa en el rostro de Carrell y la impotencia de Chamalet para conciliar el placer por las sustancias y el amor a la familia sin sentir culpa. Si hay algo interesante es que la película destierra cualquier tesis sociológica barata o determinista. Se es adicto porque se disfruta. Luego, están las consecuencias. Y aquí empiezan los problemas. La segunda trama, la de la investigación del padre pinta como concesión. El personaje de Carrell inicia un periplo detectivesco porque “quiere conocer al enemigo que debe enfrentar”. Busca en Internet, consulta a especialistas y se pone en contacto con otros adictos en la calle. Aquí es cuando invade el cuarto de su hijo, revisa, toca sus cosas y lee sus anotaciones, acciones todas que son escenificadas en un contexto moral sostenido a partir de tres decisiones cuestionables. La primera es la alternancia narrativa que fractura el relato y contrasta la felicidad del pasado con el tormento del presente (cosa que caiga como una piedra en los espectadores), un recurso bastante usual últimamente en las carteleras de cine: cuanto más se incide en la linealidad de la historia, más cool parece (se lo debemos a próceres de la chantada como González Iñárritu, entre otros); la segunda tiene que ver con la utilización de la música. Hoy también está de moda prender la rocola. Hay algunos que lo hacen muy bien (Quentin Tarantino, Paul Thomas Anderson) y otros que son un desastre (David O. Russell). En Beatiful Boy, Groeningen inyecta rock, pop, punk, todo el tiempo. Desde el título mismo (con alusiones permanentes a Lennon), pasando por los pósters que adornan la habitación del pibe (Nirvana, Metallica, Bowie), hasta la inclusión frecuente de canciones indie. El mayor inconveniente es que su uso resulta, cuando no destinado a subrayar las situaciones como si fueran emoticones sonoros, arbitrario, caprichoso por acumulación. Por último, la tercera maniobra la constituye ese momento de lucimiento personal del director por sobre la historia, el escalón más degradante donde encuadra e ilumina prolijito al chico en estado de sobredosis tirado en un baño. Es el punto culminante de esta segunda trama, la de la bajada de línea disfrazada de información. Como corolario, habrá unos carteles al final con estadísticas y otras yerbas innecesarias. Todo tiene un precio cuando se filman esta clase de historias financiadas por corporaciones. El mensaje es uno de ellos. Por Guillermo Colantonio @guillermocolant
La película, basada en un hecho real, presenta un retrato descarnado de lo que la adición a las drogas puede generar en el seno de una familia "normal" Nic es un joven responsable, estudioso y criado con amor por sus padres. Pero su adicción a las sustancias, como la metanfetamina, lo está consumiendo. Su progenitor, David, se embarcará en un intenso viaje, plagado de dolor y obstáculos, para recuperar al adolescente. Beautiful Boy: siempre serás mi hijo tiene como base una historia verídica, y sienta sus pilares en las actuaciones del joven Timothee Chalamet, en una performance tan pasional como arriesgada; y Steve Carell, un actor que ya ha demostrado con creces que es mucho más que un comediante. Juntos, como padre e hijo en la ficción, consiguen traspasar la pantalla con momentos de hondo dramatismo y escenas que lograrán tocar las fibras más íntimas de los espectadores. Son sin dudas, lo mejor del filme. El director Felix Van Groeningen no se ahorra los golpes bajos para que el metraje funcione, sea efectista, y la trama de caídas/recaídas mantenga el interés durante los algo excesivos 120 minutos del filme. El largometraje está narrado desde la mirada adulta de aquellos que quieren comprender cómo un joven que lo tiene todo, puede sucumbir ante el flagelo de las drogas. En esa elección, por momentos, abundan los clichés, y los diálogos didácticos, al borde del manual de autoayuda, uno de los puntos más flojos del guión. Técnicamente cuenta con un gran trabajo de fotografía, algunos planos lucen casi pictóricos. Eso sí, la utilización de recursos, como el flashback, ralentizan y atentan contra el clima y la atmósfera del filme. En definitiva, salvando los lugares comunes y la corrección política, es una producción que al igual que su protagonista, cuando tropieza, vuelve a levantarse.
Basada en dos libros, uno escrito por el padre y otro por el hijo, la película protagonizada por Steve Carell y Timothée Chalamet cuenta los esfuerzos y complicaciones a lo largo del tiempo en la lucha de un hombre por rescatar a su hijo adolescente de la adicción a las drogas duras. Basada en dos memoirs sobre un joven adicto a las drogas, una escrita por su padre y otra por el propio adicto, BEAUTIFUL BOY es la clase de película que fascina hacer a los actores ya que permite todo tipo de lucimiento personal, desde el sufrimiento al miedo pasando por la violencia, la destrucción física y todo tipo de emociones que vivencian, en este caso, un hijo adicto a las drogas y su padre, que lucha de manera incansable pero sin lograr resultados, para que el chico abandone el asunto. En ese sentido, Steve Carrell y Timothée Chalamet se dan el gusto de sacarle el jugo a sus personajes en una película que es más triste y sombría que sórdida, más impresionista que narrativa, y más sentimental que cualquier otra cosa y que sigue la complicada caída en el mundo de la metanfentamina por parte de Nic, el adolescente en cuestión, más que nada desde el punto de vista de un padre que no logra, pese a todos los esfuerzos y una devoción enorme, sacarlo de allí. Beautiful boy Acaso lo mejor de la película esté en la manera en la que no intenta ni explicar ni justificar la situación de Nic. Si bien sus padres viven por separado, las vidas de ambos parecen cómodas en lo económico y amigables en lo personal. No parece haber habido una situación traumática ni difícil que explique la actitud ni la caída en desgracia de Nic, sino más bien todo lo contrario. Como si su entrada en cierto universo de placeres y peligros sea una respuesta a una vida demasiado blanda y burguesa, de una apacible armonía. O acaso sea otro el motivo, algo que la película no intenta dilucidar de manera obvia. Si son dos los libros los que la película combina es evidente que la mayor parte se apoya en el escrito por el padre ya que no sólo se centra en él y en sus por momentos obtusos sacrificios y esfuerzos por “sacar a su hijo de las drogas” sino que durante un buen tiempo casi no vemos la vida paralela de Nic, ni lo que hace cada vez que desaparece de la casa. Algo que en cierto punto se agradece ya que así el filme logra evitar la clásica sordidez y decadencia de este tipo de relatos de caídas en desgracia. Los intentos del padre, David, por “salvar” a su hijo responden al catálogo de lo que se debería hacer en estos casos, pero no funcionan. Y cuando Nic se muda a lo de la madre, a pesar de que por un tiempo parece mejorar, las cosas vuelven al principio. No hay avance, en cierto punto, en su proceso. Y eso, lamentablemente, se siente en la película, que se torna reiterativa y en la que el espectador se frustra tanto como el padre, metido en un loop sin salida similar al de la adicción. Lo que el director de BÉLGICA hace para sacar a la historia de ese círculo literalmente vicioso es mostrar la vida familiar en distintas etapas, casi de manera simultánea. Beautiful boy Un poco en el estilo de Terrence Malick y con un procedimiento si se quiere “proustiano”, la película avanza y retrocede en el tiempo permanentemente, llevada a partir de recuerdos puntuales del padre (y, en algunos casos, también del hijo) a volver a esa infancia en apariencia bella e idílica, donde ese bonito y simpático niño parecía la imagen misma de la pureza y la inocencia. Chalamet sigue teniendo un poco esa imagen a los 18, pero su rostro de querubín angelical, a esa altura, lo usa para engañar y salirse con la suya en ciertas situaciones complicadas. Ese recurso del permanente flashback tiene un objetivo claramente emocional: es muy fuerte ver de un momento a otro las distintas etapas de un niño en combinación con la dura actualidad del adolescente. Es difícil no sentirse impactado por los cambios, por no poder entender bien qué sucedió allí, porqué y cómo se destruyó todo. Y saber que a cualquiera le puede pasar, por más protegido y cuidado que ese niño viva. Pero también hay momentos en los que el constante ir y venir hacen que la película no posea un empuje narrativo en tiempo presente. La imposibilidad de avanzar en algún tipo de solución para los problemas de Nic se convierten también en los problemas narrativos de la película, a la que sólo le queda mirar para atrás con nostalgia, volver al frustrante presente y así… Beautiful boy La película tiene una clara intención “educativa”, de esas que terminan con carteles de cifras de adictos y esas cosas, pero lo que la vuelve extraña también en ese aspecto es algo que sucede, por ejemplo, con algunas películas bélicas que quieren mostrar el horror de la guerra. Queriéndolo o no, Van Groeningen no puede evitar caer en cierta glamorización de la adicción. La imagen de Chalamet lánguidamente inyectándose en el brazo mientras la música incidental (o varios de los buenos temas pop de la banda sonora) suena puede hasta tener su curioso encanto, transformando lo que se quiere “criticar” en algo trágicamente romántico, hasta poético. BEAUTIFUL BOY (el título proviene de la canción de John Lennon) tiene toda la verdad que estos libros de no ficción escritos por los protagonistas pueden ofrecer. No hay dudas que las emociones, miedos y frustraciones que transmiten padre e hijo (además de la madre y la nueva mujer de David, encarnadas respectivamente por Amy Ryan y Maura Tierney) son genuinas y honestas, pero la película no logra desde su propia factura ir hacia un lugar más revelador. Lo peor y lo mejor de la película corren por caminos parecidos: todo gira demasiado sobre sí mismo, y su falta de evolución narrativa y de cambios, las continuas frustraciones de sus personajes, pueden volverla muy realista pero también la hacen tediosa y hasta irritante. Cualquiera que haya conocido o lidiado con un adicto sabe bien de lo que hablo.
El director belga Felix van Groeningen, quien sorprendió gratamente a la crítica con sus cintas “El círculo de amor se rompe” y “Bélgica”, co-escribe esta dura y dramática historia con Luke Davies (guionista de “Lion”). Ambos se basan en los escritos autobiográficos de David Sheff -que le da el nombre a la película- y su hijo Nic, quien cae en un duro y tormentoso camino hacia el consumo de drogas. “Beautiful Boy” muestra la crónica de la difícil lucha de este adolescente a través de dos miradas: la del joven, quien se siente profundamente culpable por preocupar y mentirle a su familia; y, especialmente la del padre, quien ve cómo la metanfetamina va destruyendo a su hijo poco a poco, volviéndolo un desconocido. La historia toca un tema delicado cayendo en varios recursos lacrimógenos. La dirección es correcta, se deja ver y no aburre. Su guión solvente, que nos lleva a varios flashbacks para mostrarnos la relación padre-hijo; es efectivo pero algunas repeticiones vuelven el ritmo irregular. Por otro lado, no despunta en aspectos técnicos, a excepción de una interesante fotografía, aunque no convence musicalmente -incluso la banda sonora ensucia varias de las escenas-. La excepción destacada es el uso de la conocida canción de John Lennon, Beautiful Boy, que ensambla perfecto con el título. El punto más alto de la película son las interpretaciones, lo que hace a esta obra una opción digna para ver. El dúo conformado por Chalamet y Carrell es profundamente triste, melancólica y magnífica. El protagonista de “Call Me By Your Name”, quien ya dejó de ser una promesa para convertirse en realidad, vuelve a brillar por su cuenta. El actor franco-estadounidense consigue comunicarnos el torbellino emocional de Nic. Carrell por su parte, demuestra todo su potencial como actor y nos deja bien lejana la imagen que tenemos sobre él, principalmente en sus inicios, donde lo conocimos por sus apariciones en comedias. Cabe mencionar a Maura Tierney, quien encarna a la pareja del personaje de Carrell y tiene menos diálogos, pero sus intervenciones secundarias son de una potencia palpable, especialmente en los tramos finales. Lideradas por sus actuaciones, navegando por aguas irregulares y desesperadas, “Beautiful Boy” promete un viaje de culpabilidad, miedo y mucho amor, en una problemática que afecta y está presente en todas las clases sociales. Puntaje: 6,5/10 Federico Perez Vecchio