Publicada en la edición impresa de la revista.
Caballo de guerra es, después de esa decepción que resultó la cuarta entrega de las saga Indiana Jones, el regreso de Steven Spielberg a lo que mejor sabe hacer: emocionar (debo aclarar que por razones de agenda aún no he visto Las aventuras de Tintin que, por lo que he leído justo aquí en locoxelcine, también es una muestra del mejor Spielberg). En esta película, a Spielberg no le da pena sacar todo su armamento, ni muestra la menor mesura. No es cualquier película épica, es SU película épica, con todos los pros y contras que esto pueda conllevar. En un pequeño pueblo de Inglaterra, en la segunda década del siglo XX, el granjero Ted Narracott (Peter Mullan) gasta todos sus ahorros (incluídos los reservados para pagarle la renta a su casero, el señor Lyons, interpretado por David Thewlis) en comprar un majestuoso caballo en una subasta. Su hijo, Albert (Jeremy Irvine) decide hacerse cargo del caballo, al que llama Joey, y pronto surge un gran lazo entre ellos. Pero la Primera Guerra Mundial empieza, y Joey pasará a convertirse en ese caballo de guerra del título. Cambiando de dueños y de bandos, Joey sobrevivirá no sólo por su propia valentía, sino también por la nobleza de las personas que va encontrando en su camino. ¿Suena ñoño, o incluso anticuado? Quizá, pero es justamente eso lo que hacen de Caballo de guerra una bocanada de aire fresco en la cartelera actual. Entre tanto cinismo cinematográfico (hasta en las películas infantiles), tenía que llegar Spielberg a recordarnos lo que es la inocencia en el cine. Lo que no quiere decir que Caballo de guerra esté desprovista de momentos intensos: los hay y al por mayor. Pero la película nunca se da por vencida en su optimismo hacia la condición humana, y nunca teme poner a Joey, un caballo, tanto como un héroe como un mártir. Quizá esto último, darle personalidad a un caballo, era el gran reto de Spielberg en la película, y la buena noticia es que lo hace muy bien. Y cómo no, si estamos hablando de alguien que sabe cómo y dónde poner la cámara, y con qué música acompañar cada toma (si tu score lo hace John Williams, ya ganaste). Las secuencias en las que Joey está en peligro fácilmente se cuelan entre lo mejor de la filmografía de Spielberg, y en parte es porque realmente queremos que Joey sobreviva. Si alguna falla tiene la película es que se siente episódica. La mayor parte del tiempo es ver a Joey cambiando de dueño. El film nunca se siente aburrido y no cansa en sus casi dos horas y media de duración pero, pensándolo con cuidado, es claro que hay episodios que se podrían quitar sin afectar el resultado final. Peor aún, terminan por quitarle peso a la historia principal, que es la de Joey y Albert. Es aquí donde los excesos de Spielberg funcionan para mal, pues bien podría haber hecho una mejor película con 20 minutos menos de duración. Por último, debo mencionar que este es también el homenaje de Spielberg al gran cine de la época dorada de Hollywood. A Lo que el viento se llevó, Las viñas de la ira, Gigante… no puedo decir el lugar que ocupa entre esas películas, eso sólo el tiempo lo dirá. Pero sí puedo decir que es una película grandiosa, con tintes épicos, emocionante, y que para disfrutarla como es debido hay que dejar todo el cinismo en casa, y aventarse al cine como si aún fuéramos niños.
Basada en la novela infantil de Michael Morpurgo y en la obra de teatro homónima del 2007, esta es una propuesta en la que Steven Spielberg le propone al espectador ser testigo emocional de una aventura protagonizada por un caballo y su amor por la vida y por su dueño. Sin ser de lo mejor de su filmografía y estando lejos de formar parte de las mejores propuestas del género de los últimos años, el director brinda algunas maravillosas secuencias dramáticas, acompañadas por una hermosa fotografía y una banda sonora que capta la emoción y los sentimientos de cada momento.
A pesar de haber estado nominada a Mejor Drama este año en los Globo de Oro, premio que no sé porqué me inspira un tanto más de respeto que los de la Academia, War Horse es una película de la que no tenía altas expectativas. Es que sepan disculpar mi mediocridad cinéfila si comento que toda película que tenga un animal como protagonista me resulta un tanto pesada salvo, claro, que esté extraordinariamente hecha, que tenga un guión firme o que por lo menos sea realmente entretenida. Y a pesar de que muchos vean últimamente en Steven Spielberg un director demasiado quedado en lo clasicista no puedo negar que siempre lo defendí como alguien que sabe muy bien cómo contar una historia por más tópica que fuere y que es innegable cuánto conoce su oficio. Sin embargo, este caballo de guerra es una historia que destaca sobretodo por la extraordinaria fotografía, aplausos para Janusz Kaminski en este sentido, pero que sin ánimos de entrar en disputas me atrevería a decir que es la más floja que ha hecho este director oriundo de Ohio. Si uno ha visto al menos unas cinco o seis de sus películas, sabe qué elementos son infaltables en las historias de Spieldberg: niños protagonistas, animales o extraterrestres,escenas de confraternidad, primeros planos emotivos, la famosa ‘mirada’ Spieldberg, etc. Pues es en War Horse donde no sólo se repiten estos elementos sino que además se dan con un estilo narrativo bastante manipulador. Más allá de tratarse de una adaptación de la novela infantil de Michael Morpurgo, posteriormente llevada al teatro en una pieza recreada con marionetas, el guión es un verdadero catálogo que enlista escenas hechas para que el espectador tenga que soltar las lágrimas. Pero este no es un factor que arruine la película enteramente, es algo que muchos le han estado achacando al director en varias de sus últimas entregas, recursos que después de todo dependerá de cada espectador que resulten o fastidien. El problema real surge de la propia historia en que siendo básicamente, o al menos eso nos prometían, la amistad entre un muchacho y su caballo, la proliferación de otros personajes que se meten en la historia como ‘posibles dueños’ también y la relación ulterior que mantienen con el animal provoca que la historia se parta, se diluya y se vuelva a rearmar hacia el final. El guión carece de solidez desde que se intenta contar un recorrido ineficazmente lineal desde el nacimiento del caballo, su relación con su dueño, su posterior participación en la guerra y el reencuentro de una manera totalmente dispersa que impide que el espectador logre identificar con Albert (Jeremy Irvine) o con Joey. War Horse es una película que pretende ser varias películas donde finalmente entonces podemos obtener un recorte de varias de las historias de Spieldberg en una sola, con sus consabidos buenos y malos, sus felicidades e infortunios, pero sin la posibilidad al menos de defenderla como un auto homenaje. Así, el reparto de esta cinta con nombres tan elocuentes como el de Emily Watson o Peter Mullan, aquí los padres de Albert, se destiñen por completo aun cuando hacen inmensos esfuerzos por no quedar por debajo de lo que siempre saben ofrecer. Más que personajes terminan todos siendo estereotipos. Y si la gran lucidez del director fue siempre encontrar un niño o muchacho revelación para contar sus historias, es evidente lo mucho que lamentablemente le falta a Irvine para entrar en la lista de grandes pequeños actores con los que Spieldberg nos ha sabido emocionar aun cuando sus carreras posteriores se hubiesen diluido en el tiempo. Pero ¿podría culpársele al joven Irvine de mal actor?, ciertamente no. El problema, insisto, es justamente el poco espacio que la historia da a un personaje que teóricamente es el centro junto al caballo en cuestión. No me atrevo a dar ejemplos detallados de los incontables baches que me hacen asegurar esta falencia por no arruinar con spoilers la trama, pero para que se den una idea si era poco un muchacho en los tópicos Spieldbergianos (si cabe un término semejante) en War Horse terminamos teniendo un total de cuatro de ellos, cada uno como intermitente dueño de turno del sufrido Joey con su correspondiente historia. Así, el espectador se queda con ganas de varias de las historias que se truncan en pos del final, predecible por otra parte y un tanto abrupto, en las ya por entonces extensivas dos horas y cuarto que dura el film. A cara de los próximos premios de la Academia es indudable que la mayor apuesta de Steven Spieldberg fue justamente realizar una película de las llamadas ‘oscarizables’; no puede negarse que tiene todo lo que la Academia adora en un film de estas características y es más que probable que se haga con una estatuilla a mejor fotografía o banda de sonido, pero sería verdaderamente triste que derrotara como mejor films a otras un tanto más sencillas pero mucho mejor contadas. Así y todo, a no desmoralizarse si aun no la vieron. War Horse no deja de ser una muy buena opción familiar pues aunque se toque el tema de la guerra, esta no está vista desde los ojos más crueles o a través de los golpes más bajos. Es un film que a los más jóvenes puede gustar y que ya por su apartado visual bien vale un visionado en pantalla grande.
Una película técnicamente impecable ideal para ver en cine y disfrutar en familia. La majestuosa producción, la fotografía, la buena banda de sonido, la excelente ambientación y la brillante dirección hacen de este film un producto muy digno de ver. No sólo la van a disfrutar los chicos sino que también todos aquellos que gustan de las aventuras bien contadas y las...
El Hijo Pródigo Regresa Y un día, el verdadero Steven Spielberg decidió dejar de lado aquello que todos esperan ver de él, para hacer el cine que realmente admira y ama. Y cuando el director de El Imperio del Sol recobra esa mirada de niño inocente, curioso y soñador que lo impulsaron a convertirse en realizador cinematográfico se pone detrás de una cámara haciendo gala de toda su inteligencia, conocimiento cinéfilo, magia narrativa, estilización audiovisual, meticulosidad en la puesta en escena, pulcritud en la elección de un elenco, donde lo que principalmente amerita es la calidad interpretativa y no el nombre, donde los efectos se ponen en función de la historia, y el dramatismo se combina con el humor y la aventura, para generar un producto reflexivos, espiritual y sentimental, entonces podemos considerarnos afortunados de estar frente a una obra maestra. A diferencia de lo que consideran muchos, exceptuando la trilogía de Indiana Jones y E.T. mis obras preferidas de Steven son aquellas que no tuvieron tanta repercusión inmediata, y que hoy en día gozan de admiración. Tales son los caso de Inteligencia Artificial, su obra más metafórica y personal, en donde realmente le importó poco y nada, la reacción del público, y El Imperio del Sol. A estas 6 obras, agrego Encuentros Cercanos del Tercer Tipo. Es imposible no reconocer al pequeño Steven en cada una de ellas. Caballo de Guerra se suma a este grupo de películas. Más allá de las apariencias, la película no habla sobre la Primera Guerra Mundial. O sea, no es una excusa la trama para poder hacer una película de la guerra con superproducción, sino por el contrario, la guerra, al igual que Rescatando al Soldado Ryan, sirve de metáfora para hablar del tema por excelencia de la filmografía Spielbergiana: la separación de los hijos de sus padres. No hay obra, incluso Tintin, que no incluya este tema en mayor o menor medida. Acaso, la más obvia, pero con momentos fascinantes fue Atrapame Si Puedes. En Caballo, lo extraordinario es que lo tenemos por partida doble: Por un lado, Joey, el verdadero protagonista, un semental admirable y hermoso, es separado de la madre al poco tiempo de haber nacido. Por otro lado tenemos a Albert, su joven dueño y entrenador, que debe enfrentarse a un padre alcohólico, veterano de guerra, que no lo respeta por no haber vivido una guerra. Tanto la historia de Joey como la de Albert se van a ir entrecruzando numerosas veces en la historia, y Spielberg se destaca analizando la camaradería y amistad entre humanos y caballos… en forma separada. Estamos frente a un Spielberg pura sangre y poético, que aprendió de errores del pasado y prioriza esta vez el poder de las imágenes para contar más que el de las palabras y diálogos. No sería desacertado mencionar que se trata del film menos hablado de su director. El poder de miradas entre humanos y equinos es admirable. Aquel que conozca la estética visual de Steven podrá reconocer enseguida cada travelling, zoom in o primer plano, provocando emotividad, no solamente por la belleza que genera y simboliza, sino también por lo que rodea al mismo extra cinematográficamente. Janusz Kaminsky se destaca nuevamente y John Williams, a cargo de la banda sonora, son parte fundamental del talento de Spielberg. El montaje de Michael Kahn, la dirección de arte de Rick Carter. Acompañado por sus habituales colaboradores, Spielberg nos lleva a la Inglaterra y Francia de la Primera Guerra con un nivel de detalle asombroso. Las capturas y persecuciones aéreas permiten disfrutar el espectáculo panorámico en que fue pensado el film. Cuánto se ha nutrido Spielberg de maestros del cine épico como David Lean, Akira Kurosawa o John Ford. No hay palabras que describan la belleza de las imágenes de un batalló saliendo en medio del trigo en un atardecer. El film rememora las raíces fordianas, que como bien mencionó mi compañero Matías Orta, nos recuerda a El Hombre Quieto o Que Verde era Mi Valle, pero no solamente los escenarios pertenecen a Ford, también los personajes. El padre de Albert que compone con aspereza Peter Mullan, acaso el actor más subvalorado del año por su trabajo en Tyranosaurio, se puede entender como un Victor McLagen (fetiche de Ford) contemporáneo. Esa brutalidad, violencia, pero a la vez compasión y culpa del irlandés es tremendamente habitual en las sutiles expresiones de Mullan, quien acompañado por la siempre admirable y versátil Emily Watson, componen dos personajes antológicos. Y al igual que Ford y Kurosawa, Spielberg permite infundir humor y cariño hacia los mismos. A diferencia de algunos de sus últimos trabajos como Ryan, La Guerra de los Mundos, Munich o incluso mi amada Inteligencia Artificial, este Spielberg es lúcido y no tan pesimista. En Spielberg conviven el sentimiento de heroísmo en la batalla (consecuencia de las experiencias de su propio padre en la Segunda Guerra Mundial) con el mensaje antibelicista. Nuevamente esto se presenta en Caballo de Guerra. Pero esta vez, no decide mostrar las muertes. Recurre a diferentes efectos escenográficos, de montaje y fotografía para evadir el golpe bajo y el regodeo sentimentaloide. Existe el drama, la muerte y la desazón, pero también la esperanza y el sacrificio. Sin recurrir a un discurso obvio ni redundante, Caballo de Guerra impacta porque las imágenes no necesitan más explicaciones. La presencia humana, nunca genera tanta empatía como la animal. Más allá de contar con Mullan, Watson y un maravilloso Niels Arestrup, los verdaderos protagonistas son los dos caballos. Nunca en mi vida, vi un trabajo físico y emotivo tan espectacular por parte de un caballo como es Joey. Ni siquiera El Córcel Negro. Hay escenas que no se pueden juzgar por su verosimilitud sino por su carga emotiva, y en estas, son Joey y su compañero, los que roban la pantalla. Muchos acusan a Spielberg de demagógico y manipulador de emociones. En varios es cierto, pero la verdad es que Caballo es una excepción, siendo acaso la más emotiva de todas. Es que las lágrimas no llegan por el forcejeo de crear un efecto, sino porque la historia y la relación nos llevan a eso, y porque lo emociona en este viaje cargado de drama y aventura es lo implícito, el mensaje que nos dan sus autores. Cada soldado es un ser humano, cada muerte pesa en el conciente. En la guerra, son todos peones. No hay verdadero odio entre bandos, simplemente gente manipulado, enviada como carne de cañón hacia la batalla, y ese absurdo es lo que busca imprimir Spielberg. Encontrar la humanidad en aquellos momentos donde se busca la frialdad y la respuesta mecánica. Cada personaje, se enfrenta y reflexiona, piensa dos veces a la hora de mirar a su “enemigo”. No hay buenos ni malos. Solo personas. No es casual que el personaje más superficial, sea el del casero que compone con una extraordinaria naturalidad David Thewlis. El único villano palpable. Caballo de Guerra es una obra perfecta de principio a fin. Admito que siempre me interesaron más las películas de la Primera Guerra que de la Segunda. Quizás porque hay demasiadas, pero Caballo me recordó a Sin Novedad en el Frente, La Patrulla Infernal o más cerca, Amor Eterno, un film bastante subvalorado de Jean-Pierre Jaunet, sin duda su mejor film. Hay elementos visuales extraños, como por ejemplo, los cielos, generados digitalmente, demasiado perfectos, que parecen robados de los decorados de El Hombre Quieto (cuando el cielo es de un azul nítido) o Lo que el Viento se Llevó (el crepúsculo). Molesta porque hoy en día sabemos que un cielo así no existe, pero hay tanta poesía en cada fotograma, que es imposible no admirarlo igualmente. De la película de Victor Fleming (y George Cukor entre otros), también emula varias secuencias relacionadas con las consecuencias de la guerra. Caballo es un film episódico. Su protagonista, Joey es como el Jamie de El Imperio del Sol, corre de bando en bando a través de la guerra en búsqueda de su dueño (¿padre?). Cada persona con la que se cruza, lo ayudan a crecer y madurar. Albert, interpretado por el novel pero talentoso, Jeremy Irvine, también tiene que atravesar el camino del héroe en ese sentido. La cohesión de la diferentes historias en forma dinámica durante casi dos horas y media de metraje (que se pasan volando) son mérito del poder narrativo de su realizador. Gracias al inteligente guión de Lee Hall y Richard Curtis, acompañado por una hermosa melodía irlandesa, leit motiv pegadizo como no podía ser de otra manera, de John Williams, imágenes recargadas en sensibilidad, Steven Spielberg, con perfil bajo, menos pretensiones de las acostumbradas, intimista, marginalizando cualquier atisbo de patriotismo, construye una nueva obra maestra, que quedará esperemos, en la memoria colectiva de todo aquel espectador que disfrute de un relato clásico acogedor. Steven Spielberg ha regresado a casa.
Según sus detractores —y también algunos fanáticos, pero en un sentido menos despectivo—, Steven Spielberg parece tenerlo todo bien planeado: hace una película “para llenarse de plata” y otra “para llenarse de premios”. A veces, en un mismo año, estrena una y una, como en 1993 (Jurassic Park y La Lista de Schindler), en 1997 (El Mundo Perdido y Amistad) y en 2005 (La Guerra de los Mundos y Munich). En todos los casos, más allá del tono y la temática, el director nunca deja de contar bien una historia. Y en 2011 lo hizo de nuevo, con Las Aventuras de Tintín y la que hoy nos ocupa: Caballo de Guerra. Inglaterra, 1914. Los Narracott, una familia de granjeros, adquiere un caballo para trabajar la tierra. Albert (Jeremy Irvine), el hijo del matrimonio, se encariño rápido con el animal, al que bautiza con el nombre de Joey. Pero la situación económica es alarmante y el padre (Peter Mullan), pese a haberlo comprado, se lo vende al ejército británico, que se prepara para combatir en la Primera Guerra Mundial. A partir de allí, Joey irá pasando por diferentes manos, y en cada grupo humano, pese al clima de violencia, encontrará un alma bondadosa que lo ayudará a sobrevivir. En tanto, Albert se convierte en soldado sólo para buscar a su gran amigo. A partir de la ida del caballo, la película adquiere una estructura episódica, ya que los personajes con los que se cruza guardan diferentes historias y puntos de vista sobre la contienda bélica: dos jóvenes soldados alemanes desertores, un anciano francés y su nieta... De hecho, Joey es una gran excusa para mostrar varias miradas sobre la Primera Guerra Mundial, conflicto con el que el realizador se mete por primera vez luego de sus enfoques sobre la Segunda Guerra Mundial en Rescatando al Soldado Ryan y las series Band of Brothers y The Pacific. Como en todas sus obras, Spielberg nos presenta personajes comunes envueltos en situaciones extraordinarias que los llevarán a perder la inocencia (aunque el enfoque del director es casi siempre optimista). Puede apreciarse en Albert, que pasa de ayudar en el campo a sus padres a matar enemigos en el Frente. Lo mismo Joey: un caballo de casa que debe soportar que lo usen para fines crueles, como llevar soldados y cargar cañones. Pero ninguno de los dos se rinde nunca, a pesar de los bombardeos y de la muerte y de la desesperación. Y, una vez más, Steven S. vuelve a dar cátedra de cómo hacer cine y cómo conmover al espectador sin ponerse sensiblero. Basta con chequear escenas como la de Albert y Joey tratando de arar un terreno pedregoso, la partida de Joey a la guerra y la de los dos soldados enemigos que se unen para liberar al caballo de los alambres de púas. Como en sus films “serios”, hay momentos fuertes, principalmente cuando la acción se traslada a las batallas. Sin embargo, la violencia es más contenida que en Rescatando... y Munich (Nada de sangre ni cuerpos desmembrados). Algo buscado desde el vamos, debido a la naturaleza ATP de la historia. Nuevamente, el director supo reunirse de guionistas a la altura del proyecto. Por un lado, Lee Hall, famoso por escribir Billy Elliot, y Richard Curtis, el mejor guionista inglés de las últimas cuatro décadas, con una mano maestra para la comedia, el drama y el romance. Ambos se basaron en la novela de Michael Morpurgo, que también tuvo su versión teatral. Todo esto, ayudado por otra soberbia música de John Williams (en el Top Ten de las composiciones más memorables realizadas para Spielberg) y una fotografía exacta a cargo de Janusz Kaminsky, con muchos colores marrón y verde. La principal influencia de la película puede rastrearse en la obra —épica e intimista al mismo tiempo— de John Ford. Las relaciones entre los personajes y el clima rural británico remiten a las maravillosas Qué Verde era mi Valle y El Hombre Quieto. Pero también hay conexiones con Más Corazón que Odio: también hay un personaje que es separado de la familia, y un grupo de valientes (encabezados por John Wayne) debe ir en su rescate, lo que toma varios años. Otra referencia cinematográfica poderosa es la película de 1930 Sin Novedad en el Frente, de Lewis Milestone, en la que se mostraba el sufrimiento de los pobres caballos durante la Primera Guerra Mundial (Actualmente se está preparando una nueva versión, protagonizada por Daniel Radcliff). Si bien el protagonista es Joey, lo acompaña un excelente elenco de actores humanos, mezcla de veteranos y talentos en ascenso, todos de Europa. Jeremy Irvine es la revelación, en un papel de joven luchador, que nunca se rinde, pero que deberá soportar terribles golpes. Emily Watson y Peter Mullan interpretan a sus padres (Curiosamente, en la premiada producción inglesa Tyrannosaur, Mullan hacía un chiste relacionado con Jurassic Park). Por su parte, David Thewlis es Lyons, el casero que siempre reclama el dinero de la renta y quien primero se interesa por adquirir a Joey. Tom “Loki” Hiddleston y Benedict “Sherlock” Cumberbatch hacen de dos militares ingleses a los que querríamos ver más tiempo en pantalla. Pero el que se roba todas sus partes es el francés Niels Arestrup, actor fetiche de Jacques Audiard, que lo dirigió recientemente en Un Profeta. Arestrup encarna al anciano que debe cuidar a su nieta y que será de ayuda para Joey. Caballo de Guerra está destinada a ser amada por los incondicionales de Spielberg, así como odiada por quienes todavía lo consideran un “pocholero pro-yanqui”. Sus nominaciones al Oscar son más que merecidas. Si bien fue ignorada en el rubro Mejor Director, el Gran Steven vuelve a demostrar por qué el más grande cineasta vivo y un narrador como los que están escaseando. Eso sí: antes de ingresar a la sala, no dejen de comprar paquetes de Carilina.
Spirit Of War La amistad es un elemento por demás utilizado en la cinematografía mundial, ya sea como eje temático, o bien, como una excusa para generar curvas dramáticas en las progresiones de los relatos...
EL HUMANISMO SEGÚN SPIELBERG En su nueva película, el más popular de los grandes genios de la historia del cine deja en claro dos cosas: su extraordinaria calidad como cineasta y su profunda convicción humanista. Las aproximaciones a una película o a un cineasta pueden ser muchas, y casi las hay tantas como espectadores existen. Pero a grandes rasgos lo que suele verse es que hay quienes evalúan a un film por lo divertido, otros por lo plausible, otros por el tema que dice tratar, otros por su calidad artística. Todo esto puede combinarse de infinitas maneras y varía según el producto que se tiene adelante. Lo que aun hoy me resulta asombroso es la manera en la cual espectadores y críticos son incapaces, muchas veces, de evaluar o valorar la cosmovisión de un film y un realizador. Las películas parecen ser tomadas como entretenimientos superficiales o como denuncias puntuales. Pero casi siempre se pasa por alto el punto de vista que un film y su director tienen sobre el mundo. Esa visión no sólo está expresada en el guión sino, sobretodo, en la estética del film y de su director. Y aclaro varias veces film y director porque obviamente hay films que no tienen a su director como verdadero y único artífice, sino la combinación de varias personas o un autor que no es el director. No es el caso de Caballo de guerra, dirigida por uno de los directores más personales de la historia del cine. No se puede pasar por una película sin preguntarse cuál es su mirada del mundo o sin pensar en que la puesta en escena es donde se expresa con mayor profundidad la mirada artística sobre la existencia humana. Caballo de guerra es la expresión pura y genuina de un director y su mundo. Mientras, muchos prefieren correr detrás de los vendedores de espejitos de colores, los efectistas de turno que vienen a descubrir la pólvora donde ya fue creada y no arañan ni en sus sueños la grandeza de los maestros, viejos o nuevos. La coyuntura junta a este film de Spielberg con otros nominados a los premios, entre ellos el Oscar, y existe la tentación de hacer comparaciones. Pero no es justo. Basta decir que films cuyo trabajo de dirección sólo consiste en ilustrar diálogos o directores pretenciosos pero finalmente confusos, o lisa y llanamente cineastas mediocres, no merecerían ser más respetados que Spielberg. Pero es parte de la vida de los maestros no ser del todo valorados en su camino, porque el camino de un artista suele ser muchas veces incomprendido. Spielberg es, entre los genios de la historia del cine, el más popular, pero a la vez el más subestimado por muchos críticos e incluso por muchos espectadores. La respuesta está en el propio cine de Spielberg. Es cuestión de sentarse y mirar. Las películas hacen el resto. La Primera Guerra Mundial fue la última guerra donde los caballos tuvieron una participación central. El caballo se convertiría, a partir de allí, en algo del pasado. Caballo de guerra es, a su manera, también algo del pasado, es un film que si bien está realizado con una técnica cinematográfica actual e impecable, resulta anacrónica y old fashioned por elección, estética y moral. Spielberg sabe que la forma de su cine es una forma clásica, sabe que él es anacrónico y no le preocupa. Este año se estrenó también Las aventuras de Tintin –El secreto del Unicornio , en la que hacía alarde de no hacer alarde alguno de modernidad. Una obra capaz de tomar la máxima tecnología digital para tener la estética de un film de aventuras de la década del 30 y del 40. Para quien ame el lenguaje cinematográfico, tanto este film de animación como Caballo de guerra, son dos films bellos, estéticamente complejos y nunca demagógicos. Este aspecto puede llegar a ser pasado por alto por críticos y espectadores, como si acaso no estuvieran en presencia de un arte cinematográfico superior. Como sea, el cine de Spielberg puede ser muchas cosas, pero nunca arbitrario, incoherente o sin sentido. Tiene una estética y una cosmovisión absolutamente definidas. (Se advierte al lector que a partir de este momento se analizarán escenas de la trama, quien no desea saberlas antes de ver el film, puede dejar de leer aquí) La forma en que la que se cuenta una historia es tan importante o más que la historia misma. Ignorar esto lleva a malinterpretar el cine. Por supuesto que la forma cinematográfica también puede ser vacía y no necesariamente por bella o impactante tiene detrás un sustento moral e ideológico. La manera en que se narra una historia y los temas que se tratan en esa historia deben estar sí o sí íntimamente ligados. En cada decisión de un director hay una moral, una ética que lo diferencia o lo emparenta con otros artistas o intelectuales. En el caso de Caballo de guerra , Spielberg se conecta, claramente, con su maestro. Las referencias fordianas que la película tiene son evidentes. Emily Watson, quien interpreta a la madre del protagonista, es una mujer fordiana absoluta y ¡Qué verde era mi valle! parece asomarse en más de un momento. Sin embargo, lo que Spielberg tomó de John Ford va más allá de encuadres y personajes. Spielberg se relaciona con Ford en su propensión hacia el pudor cinematográfico. En Caballo de guerra no son pocas las escenas que lo demuestran. Muchos personajes mueren en esta película, pero cada una de esas muertes está resuelta fuera de cuadro. El oficial inglés que cabalga sobre Joey jamás cae en batalla: simplemente vemos el caballo corriendo ya sin jinete. Los jóvenes soldados alemanes que son fusilados por desertores mueren fuera de nuestra mirada porque el aspa de un molino se interpone entre nosotros y el momento de su muerte. La niña holandesa simplemente ya no está. Andrew, el amigo de Albert, desaparece tapado por el gas pero no lo vemos caer. Pudoroso es Spielberg incluso en el nacimiento de Joey, donde el director nos evita el poco pudoroso plano del momento del parto, algo en lo que suelen regodearse la inmensa mayoría de los directores. Spielberg es un humanista, y esto se trasluce en la importancia que le da a sus personajes y sus características principales. Spielberg encuentra humanidad en todos lados, incluso en los peores momentos. Y no porque intente con esto negar la crueldad o la sordidez del mundo, sino porque busca, a través del caballo protagonista, recorrer el mundo a través de su costado más humano. De hecho Caballo de guerra es una película muy dura, donde presenciamos entre otras cosas, el sacrificio de la generación más joven. Son niños, adolescentes y jóvenes todos los que mueren en la película, nunca una persona mayor. La película muestra esto con ambigüedad digna del cine clásico. Presenciamos los instantes de grandeza en medio de la devastación. Joey cabalga, literalmente, por el valle de la muerte. O como dice un personaje refiriéndose a las palomas mensajeras, vuela por encima de la guerra para poder volver a casa. Se eleva por encima del desastre, no permite que la guerra y la destrucción le quiten su humanidad. No hay que aclarar acá que hablamos de la humanidad de un caballo, obvio juego de palabras para mostrar que es Joey el testigo de la historia. Como el del burro de Al azar Baltasar, es su punto de vista el que nos guía por la historia. A todas las escenas, tarde o temprano, llega Joey. Sin embargo, Spielberg es un director narrativo clásico y una de sus máximas virtudes es no permitir que la historia se le transforme en una alegoría. A diferencia del maestro Bresson, Spielberg sabe sacar el pie del acelerador porque su objetivo no es alegórico y no desea cargar las tintas sobre el caballo hasta transformarlo en pura metáfora. Spielberg es narrativo y consigue que Joey sea un personaje protagónico, que siga siendo funcional al relato, aun con sus fuertes evocaciones religiosas. Como buen humanista que es, posiblemente uno de los últimos en el mundo del cine, Spielberg muestra también optimismo. Ese optimismo claramente realzado en esa imagen de Lo que el viento se llevó , que evoca la expresión de “mañana será otro día” inmortalizada dentro de la historia grande del cine. Su optimismo no le hacer perder jamás lucidez ni profundidad ni dureza. Algunos realizadores hacen gala de crueldad y sordidez, Spielberg realiza el camino contrario. Es bueno que el espectador perciba esto y sea capaz de leerlo. No es lo mismo cualquier director, como no es lo mismo cualquier mirada del mundo y es deber y derecho de los espectadores estar atentos a la diferencia. Es Steven Spielberg un director tan clásico y tan extraordinario que muchos espectadores y críticos se entregan al relato y se olvidan de la complejidad del mismo. Pero en Spielberg, como en pocos directores de la historia del cine mundial, el espacio para la interpretación y el análisis es gigantesco. En estas líneas apenas si he podido arañar la superficie de una película enorme y bella, como suele ser toda la obra de Spielberg y como queda demostrado aquí una vez más.
Lo que Spielberg se llevó Hay pocos directores que puedan terminar dos películas en un año y menos aún que puedan hacer dos tan diferentes entre sí. En 2011, Steven Spielberg dirigió Las aventuras de Tintín y Caballo de guerra. La primera, que representa -esta vez en animación- ese oficio para dirigir aventuras increíblemente fluidas que le conocemos desde las Indiana Jones, es mejor que Caballo de guerra, pero previsiblemente ésta es la elegida como candidata al Oscar. Lo raro es que la historia del chico que pierde su caballo cuando un oficial del ejército se lo compra a su padre para destinarlo al ejército británico en la Primera Guerra Mundial, y la del periodista de jopo pelirrojo que persigue un barco alrededor del mundo se contrastan en un punto: mientras Las aventuras de Tintín usa la técnica de motion capture para generar el efecto más realista posible, muchas escenas de Caballo de guerra parecen filmadas en estudios con fondos de atardeceres rojos altamente artificiosos. De hecho, por momentos, se tiene la extraña sensación de estar viendo una película de animación, o una obra contemporánea a Lo que el viento se llevó, sólo que con 70 años de retraso. Hay que tener en cuenta esa extrañeza visual, porque si por un lado sostiene a la perfección el primer tramo de la película -la aparición del casi pura sangre Joey en la vida bucólica, placentera pero sufrida, de la familia Narracot, y el nacimiento de su amistad con el protagonista- por otra parte contrasta fuertemente con lo que viene después, en especial con las escenas de batalla que ponen el foco sobre cuerpos y heridas. De hecho Caballo de guerra está compuesta de tramos muy diferentes entre sí, sobre todo porque la historia -que sigue al caballo y no a su dueño por un destino azaroso y signado por la rapiña que impone todo conflicto bélico- se mueve todo el tiempo del frente de batalla británico al alemán, luego a la campiña francesa y de nuevo al ejército alemán, a la no man´s land entre alemanes y británicos y finalmente a los cuarteles británicos otra vez, según quién se apodere del caballo. Es por eso que la película alterna escenas familiares y relajadas -siempre en el contexto de peligro de una situación de guerra- con escenas bélicas violentas, teñidas de la brutalidad del cuerpo a cuerpo que significó el estilo de combate en las trincheras. En este movimiento permanente, y con excepción del protagonista, los personajes se nos presentan pero no tenemos tiempo de encariñarnos con ellos o siquiera de conocerlos antes de que desaparezcan -literalmente- de nuestra vista; quizás este sea el punto más amargo de la película (y también lo que la vuelve algo despareja) porque las personas pasan y todo el drama, toda la violencia de la guerra están desplazados al cuerpo del caballo, un cuerpo noble y fuerte, brilloso y resistente que, sin embargo, debe ser asistido por dos soldados de frentes enemigos cuando queda varado entre alambres de púa en una fuga desenfrenada, y que termina lastimado y totalmente cubierto por el barro. En este sentido, lo que da fuerza a la presencia física del caballo también hace a la debilidad de un relato que por momentos puede ser insulso y hasta aburrir si se tiene en cuenta que el cine clásico, al que apunta claramente Caballo de guerra, basó parte de su potencia en la construcción de grandes personajes secundarios. En cambio, aquí algunos de los personajes “efímeros” por decirlo así -especialmente los hermanitos alemanes que eligen desertar para salvarse la vida- no llegan a tener una presencia significativa, y las secuencias que los tienen como protagonistas se vuelven poco atractivas. Por eso. por momentos Caballo de guerra no tiene nada de la agilidad narrativa de Las aventuras de Tintín, y sí mucho de melodrama aplastante subrayado por la música y las tonalidades nada sutiles del paisaje. Esa manera de entregarse al sentimentalismo sin redes constituye una apuesta fuertísima de parte de Spielberg y hace que la película, que intenta recuperar esas grandes historias de pasiones y afectos cercenados por una guerra que se muestra como un remolino lleno de salvajismo y confusión, pueda ser una gloria para quienes la miren con los ojos inocentes que demanda Spielberg, dispuestos a dejarse encantar, y un infierno para quienes se resistan a entrar en el juego de las siluetas que se abrazan sobre atardeceres de naranja furioso. Lo que puede atraer igualmente a unos y otros son las escenas de batalla llenas de potencia física, de galopes trepidantes y soldados jóvenes que se arrastran ciegos con el único deseo de no morir, porque todos sabemos que Spielberg sabe hacer películas.
Contrastes (de Ford y Bresson a Zeffirelli) No hay improvisación. Hay improvisados. Spielberg es de esos directores que eluden el concepto, que dan varias vueltas antes de caer en ese grupo. Heredero del estilo Lang & Hitchcock (no en la estilística de la puesta en escena sino en la precisión de la planificación previa), nada queda librado a la imaginación y todo desemboca en el gran espectáculo (también, como Lang y Hitchcock, Spielberg es un gran director de escenas). Hasta ahí la filiación indirecta, ya que Caballo de guerra es un ostensible comentario al cine de John Ford. En este punto hay, si se quiere, un ejercicio de estilo de esos que se las traen e irritan a los puristas fordianos porque hay un saqueo a mano armada de muchas películas del irlandés. El problema es que ahí donde Ford consigue un abanico de posibilidades y sensaciones frente a un hecho -uno de los motivos que le permiten transitar distintos géneros y tonos en una sola película- Spielberg se queda atascado en el barro de la cursilería. Pero es complejo. Caballo de guerra también revisita al Spielberg de los años '80 (puntualmente El imperio del sol), pero lo hace desde una sensibilidad tan exasperantemente (¡exasperantes son los adverbios!) melodramática y recargada que resulta imposible no pensar en un ejercicio con cierta dosis de manierismo e ironía como la que algunos críticos leyeron en una película como Más allá de la vida, de Clint Eastwood. A esta altura de la soirée afirmar que Spielberg sabe filmar, que lo hace con oficio, belleza y fluidez es una verdad de Perogrullo. El asunto, el desafío que nos supone Caballo de guerra, es escaparle a la trampa de la extorsión emocional o entregarse a las mieles del melodrama más sentimentaloide que va a entegar el año. De ahí que, contrario a los festejos y la aceptación masiva que supuso la recepción de Las aventuras de Tintín, sea Caballo de guerra una película infinitamente más incómoda. ¿Por qué extorsión emocional? Porque Spielberg filma una historia que le debe mucho a Al azar Baltazar, de Robert Bresson, pero mira el mundo con la sensibilidad qualité y cierta cursilería de un Franco Zeffirelli. Encuadra como John Ford, pero construye personajes con una psicología propia de un folletín decimonónico. ¿Qué le pasa a Spielberg? Difícil saber si se entrega a un ejercicio de cinismo (algo que nunca ocurre en su obra) o abraza la cursilería para, en su repetición sistemática de lugares comunes, como con el carbón, obtener piedras preciosas, viendo en lo común lo extraordinario. Ese único riesgo que implica la apuesta supone mirar la película con atención, mirarla dos veces, con ojos estrábicos, con sensibilidades imposibles encontradas. Ahí, en el arte de lo no planificado, en la irrupción azarosa de un tercer elemento, de un hijo bastardo tras un encuentro imprevisto, es en donde esta película se mueve y nos gana. Si somos capaces de superar esos obstáculos, esos prejuicios que obturan los ojos (los que los obturan a favor y en contra, como si fuera un ringside la cosa) vamos a encontrar un ejemplo notable y subversivo dentro del mismo sistema industrial, porque Caballo de guerra es una de esas películas que nos dejan dudando sobre lo que vimos (como duda de todo lo dicho anteriormente este humilde crítico), dudando en un mar de lágrimas y mocos, para que negarlo… ¡pero cómo no abrazar las contradicciones! (las reales y las aparentes), Coleridge dijo alguna vez “A tear is an intellectual thing”: pensemos llorando, entonces.
Un soldado de la paz Hablar de este film es apasionante, no sólo por sus merecidas 6 nominaciones a los premios Oscar, sino porque es una atrapante historia de amistad y lealtad desarrollada con el fondo de la Primera Guerra Mundial. Desde su nacimiento, Joey se destacó entre el resto de los caballos; el arraigo con su madre, la desconfianza hacia los extraños y una fuerza inmensa como su belleza. El relato nos traslada a la Inglaterra rural, donde las condiciones para la familia del joven Albert (Jeremy Irvine) no navegan con viento en popa: su padre (Peter Mullan) y su madre (Emily Watson) tiene una granja poco próspera, mcuhas deudas y una tierra donde los logros cuestan el doble. Albert se apasiona con Joey, un equino como ningún otro, es el encargado de domesticarlo y entrenarlo para la vida de campo. Pero la llegada de la guerra trunca sus vidas y termina alejándolos. CABALLO DE GUERRAJoey es llevado al ejercito inglés y, a su vez, al alemán dejando en cada paso una ráfaga de esperanza y de lucha entre quienes tienen la suerte de conocerlo. Incluso en su corta estadía en la campiña francesa, establece lazos con una niña llamada Emily. Esta historias de amistad en tiempos de guerra, proviene de una exitosa novela, la obra fue adaptada para teatro y alcanzó un enorme éxito a nivel internacional. También llegará este año al circuito teatral de Broadway, en Nueva York. El consagradísimo Steven Spielberg, sabe qué cuerdas tocar para sensibilizar al espectador y trasladarlo hacia una aventura vertiginosa que habla también de la recomposición familiar. La excelente banda sonora, la impactante fotografía, más la cuota melodramática que la trama necesita, trae a la memoria películas como Lo que el viento se llevó y otros clásicos. Caballo de Guerra es un gran film en la carrera de un cineasta genial, un relato lleno de emociones y matices perfectamente amalgamados, que se mueve entre las trincheras peligrosas y el gran amor de un joven por su caballo. El mismo que pasa de mano en mano pero regresa al amo que lo supo cuidar.
La luz del cine No es casual que la película empiece con el nacimiento de un caballo al amanecer. Este se levanta y comienza, de forma lenta y dificultosa, a dar sus primeros pasos. Este hecho ocurre bajo la atenta mirada de Albert, un joven que registra, hipnóticamente, cada movimiento desde su reciente llegada al mundo. Más extraño de lo habitual, Spielberg decide no otorgarle espacio a cualquier influencia humana en su crecimiento. Por esta razón, los momentos transcurren con un carácter casi documental, con una distancia que asombra en un director a veces amante de las emociones en primeros planos. De este modo, y durante los primeros cinco minutos, la cámara se limita a capturar sus libres y salvajes acciones. Esta decisión parece encontrar un motivo a partir de la presentación de la trama en la vida del caballo. Es más que interesante este brusco cambio de registro: la paz reinante en las primeras escenas es interrumpida por la llegada de los conflictos, que serán siempre provocados por las personas. La aparición de una familia, con serios problemas económicos, comprará el animal para que se encargue del arado en su granja. Este es el punto de partida para el recorrido que efectuará Joey (así su nombre, claramente humano) más adelante. Tras una serie de circunstancias –y sobre los albores de la Primera Guerra Mundial- Joey es quitado de sus dueños y llevado al frente británico. Una vez lejos de su hogar, es el caballo quien se encontrará con diferentes personas, inclusive de diversas nacionalidades y posturas bélicas. Lo que sigue a continuación es su viaje, que podría interpretarse como el mismo que recorre Spielberg con su cámara. Y si hay un eco a Robert Bresson en Al Azar Baltasar, este se debe a la mirada sobre el mundo a partir del uso de un protagonista animal. Y aunque parezca imposible, los estilos opuestos de ambos directores logran aproximarse. Es notorio que por primera vez, no parezca haber un rumbo claro en Spielberg, siempre tan ligado a las convenciones narrativas. Y como el relato está sujeto a cada encuentro del caballo a lo largo de su travesía, en más de una situación, no se conoce con exactitud cuál será su destino. Esto le permite al realizador trabajar de un modo insólito en su cine, lleno de sutilezas y con una paciencia argumental que, inclusive, funciona mejor que en otras películas. Y si en anteriores trabajos, una de las temáticas usuales era la separación entre los seres cercanos, en Caballo de Guerra –al igual que en Rescatando al Soldado Ryan- se le suma un constante enfoque sobre la unión. En el film, las relaciones se tejen a partir de Joey. La unificación comenzará antes de ser arrastrado a la guerra, cuando el animal logra restaurar -a partir de un hecho sorpresivo y épico- el vínculo perdido entre los miembros de la familia. Su paso seguirá conectando a más hombres hasta llegar al lugar menos pensado cerca del final de la segunda parte de la historia. Y como bien retrata una escena, es la fusión entre el humano y el animal lo que permite la continuidad de la vida, resumida en un simple saludo. Por el contrario, es interesante la cuota de humanismo que aporta Spielberg a sus personajes eliminando cualquier rastro de crueldad. De esta forma, cuando aparecen las injustas muertes, estas son tapadas por las aspas de un molino, suceden por detrás de una explosión de gas que deja la pantalla en blanco, o simplemente, con la imagen de Joey corriendo solitariamente. El film se encuentra dividido entre las escenas que tienen lugar antes y durante la guerra. Lo que transforma a Spielberg en un gran director, de esos que dicen todo con la totalidad del cuadro cinematográfico, es la forma en que retrata el comienzo del conflicto bélico. Mientras marchan los soldados, aparece en pantalla un simple cartel indicativo que hace referencia al tiempo y lugar en donde se mueven los personajes. Mediante una firma histórica, exacta, los hechos cobran vida en el relato, y más allá de tratarse de una ficción, le otorga un carácter realista. El pueblo, por el contrario, no se encuentra sujeto a ninguna marca espacio-temporal. Esto no sólo se evidencia por la falta de una acotación, sino también por la manera en que cada momento es retratado: es un lugar alejado de cualquier circunstancia que lo involucre en la Historia. Y es ahí, en los pequeños detalles, en donde reside el poder de Spielberg: se vale de un elemento, y lo carga de una significación particular. Mucho se ha comentado sobre las influencias que impregnan el film. Es notoria la presencia de una atmósfera que remite inmediatamente al cine de John Ford. Esto se observa en el delineamiento de los personajes, sus actitudes, sus poses, hasta su forma de hablar. Se evidencia con sólo observar la forma en que es capturada Emily Watson cuando expresa su miedo a quedarse sin hogar mientras este reposa por detrás, alumbrado por el atardecer. Es una bella escena que recuerda a las protagonistas femeninas clásicas, con un paisaje que tiene un correlato claramente fordiano. A su vez, al igual que el gran director de Más Corazón Que Odio, se vale de los escenarios naturales para crear a su gusto momentos que terminan siendo únicos. Por esta razón, una lluvia aparece repentinamente, casi sin sentido lógico, para dotar de mayor emoción una escena que terminará siendo épica. Como también, la creación de un atardecer irreal que demuestra que, ahora, Spielberg hasta puede manejar los ambientes de sus propias películas. La carrera de Spielberg está llena de grandes obras, de eso no hay dudas. Pero son estas las que dividieron, con los años, a los espectadores, quienes aman u odian su estilo. Caballo de Guerra puede ser ofensiva para los que estén en contra de las características más frecuentes de su filmografía. Por eso, para algunos, la trama estará siempre atada a una desmesurada exageración; para otros, este será el vehículo para emocionarse. Lo cierto es que el modo de alcanzar lo sentimental es a partir de una proximidad de la puesta en escena que está siempre al límite de lo soportable. Hay una barrera que debe cruzarse para entender el trabajo de un director con esperanza, hecho con demasiado amor en tiempos demasiado irónicos. Es un desafío para el público entender el cuadro completo, y no posarse en la crítica fácil de un puñado de escenas. Son admirables algunos momentos que parecen estar creados sin miedo a caer en ciertos lugares comunes, o en riesgosas preferencias estéticas. Lo que habla claramente de la convicción de un profesional, de una persona que se siente en su plenitud artística, la misma que poseía cuando hacía Tiburón, hace cuarenta años. Pero más allá del homenaje al mencionado clasicismo, lo que se confirma viendo el film es la pasión que siente por el cine. Uno que no discrimina géneros, que forma parte de un todo. Es la misma pasión la que se contagia en todo Caballo de Guerra. Y si sobre el final, un terrible color anaranjado proveniente del atardecer (otro en su carrera, luego de Indiana Jones y la Ultima Cruzada) ilumina a unos personajes, esto debe ser entendido como algo más allá de un recurso exagerado y cercano al kitch. Es la poderosa luz que, para Spielberg, sigue irradiando el cine.
La Pasión de Spielberg Steven Spielberg es uno de los grandes cineastas contemporáneos. Su cine de pura dinámica logró entregar hasta en las historias más duras, un nivel narrativo envidiable. Algo que lo caracteriza es no apartarse del espectáculo para contar una historia. Y aunque mis preferidas de él sean las consideradas menos "profundas", aquellas de carga social o política como Munich, La Lista de Schindler, Rescatando al Soldado Ryan o Libertad no me desagradaron. Pero a mi gusto, cuando intenta transmitir una bajada de línea o transmitir un "mensaje" es cuando su cine tiende a fallar. Pareciera que no pudiera lidiar con la idea de que lo consideren un director divertido. El tráiler de Caballo de Guerra me había creado cierto recelo, y enfrentarme a la película fue todavía más arduo. Es que la versión de Spielberg sobre la historia de un caballo me resultó bastante molesta. Sé que muchas personas disfrutaran de este film, pero a mis ojos, fue una historia de un sentimentalismo barato, un intento por crear emoción mediante el sufrimiento/muerte ajena, un film cruel. Leí por ahí la palabra "humanismo" al referirse a este film, si acaso esta historia lo retrata, difiere bastante con la idea que yo tengo acerca de esa cuestión. La historia parte desde el nacimiento del caballo y como va compartiendo su existencia con variados personajes. Desde el joven que lo cría hasta los militares alemanes enemigos. El deseo de mostrar los dos bandos me pareció clara, límpida, el mecanismo, las decisiones para contar esas facciones, poca sincera. Porque la bajada de línea es obvia, los alemanes son los malos. Para citar un ejemplo, mientras los ingleses no dejan alistarse a menores, a los alemanes no les importa la edad. Otro, el general alemán es cruel y hace trabajar hasta la muerte a los caballos, los ingleses los tratan con hidalguía. Esas pequeñas decisiones marcan en claro las preferencias del director, entonces ese "no me pongo del lado de nadie", jugando al "humanista", no resulta tal. Después el sentimentalismo del film es tan sutil como un alambrado de púas. El máximo temor y disparador de tristeza es la muerte misma, pero administrada sobre personajes que aparecen en pantalla por poco tiempo resulta de una animosidad profunda, así también cuando esta sucede sin piedad, como si acaso todo en el hombre fuera crueldad o muerte. Un personaje mirando el horizonte en un primer plano mientras se sube el volumen de los violines no es emoción. Hablar de la calidad cinematográfica de un gigante como Spielberg es inútil, el film es visualmente esplendido, con secuencias de acción muy bien logradas. La resolución de algunos hechos es brillante (la carga de caballería del ejército inglés). Pero también es cierto que comete bajezas buscando conmover. Quiero creer que el fuera de campo para mostrar la muerte se sustenta en el pudor, pero si es así ¿porque utilizar la muerte tan indiscriminadamente? Con tanta frialdad el mecanismo se hace claro, y después de tanto intento de forzar la emoción, uno termina ahuyentando los sentimientos, apático ante tanto melodrama sin corazón.
Encuéntrame si puedes Al momento de ver Caballo de guerra (War Horse, 2011) el espectador no debe confundir algunas intenciones. La necesidad de Steven Spielberg de complacer a su público con los facilismos emocionales no es tan grande como la búsqueda de la conmoción genuina. La cristalización de los horrores de la guerra no es tan grande como la trágica universalidad de la misma y los deja-vú fílmicos no son sino intencionales y efectivos. Spielberg no tiene consideración ni reparos con las réplicas mediáticas y escupe este producto hábil que paga un solemne tributo al cine que alguna vez lo enamoró. Ted Narracot (Peter Mullan) se enfrenta a un importante terrateniente del pueblo durante una subasta. El objeto de la disputa es un caballo. El granjero Narracot ofrece una suma que lo dejará en la miseria y se hace con el caballo, bautizado Joey, quien pronto será culpado por toda la miseria de la familia. Quien lo acoge es Albert (Jeremy Irvine) quien apuesta su confianza y decide entrenarlo. La primera guerra mundial se desata, y ante la desesperación económica, Ted Narracot vende a Joey a la infantería británica. Albert, devastado, decide enlistarse en el ejército para reencontrarse con su caballo de guerra. James Beradinelli, en su crítica a Caballo de guerra menciona que en la novela sobre la cual está basada la película, los hechos se narran desde la perspectiva del caballo. Al sumirse en el trabajo de Spielberg, se percibe al animal como protagonista pero el énfasis con frecuencia migra hacia los personajes humanos. Si bien Beradinelli lo plantea como un problema de estructura, no es sino una resolución narrativa, adecuada al lenguaje cinematográfico, que se encarga de reemplazar y sustentar la ausencia de un narrador en tercera persona. Que tanto esta novela, como muchas otras, utilizan como recurso estructural. En esta línea, la inclusión asidua de interacciones humanas llena el vacío y permiten el desarrollo del argumento sin la tediosa necesidad de sumar a una voz en off. Si bien la atención podría dispersarse con la multiplicidad de personajes introducidos en los distintos segmentos de la historia, no lo hace porque sigue en todo momento la presencia latente del caballo. De esta manera, y al igual que en la novela, el caballo funciona como hilo conductor del relato, aunando interconexiones lejanas y reposando la atención en lo que realmente interesa. La gran declaración sobre la naturaleza tierna y deferente de la condición humana. Un grito de esperanza entre alaridos agónicos y estruendos armamentales. Muchas veces, los reclamos de la crítica y colegas apuntan al empleo indiscriminado de convenciones cinematográficas. Ya sea el joven perseverante cuya confianza posibilita al animal superar todas las adversidades, el carácter hosco y descorazonado del padre, la ternura incondicional de la madre, la personalidad artera del patrón de las tierras, la idiotez infantil del mejor amigo, la frialdad de un alemán, la buena educación de un inglés. En el plano de lo técnico, ya sea por las secuencias de batalla, los acordes tristes de John Williams (quien es una convención de por sí), los horizontes filmados durante el amanecer. Todo es convención. ¿Hay algo reprochable en eso? No. Nada puede reclamársele a alguien que conduce todas las convenciones con maestría. Nada puede objetársele al tradicionalismo cuando apoya humildemente sobre la mesa todas sus cualidades. Humberto Eco dijo alguna vez que la grandeza de la película Casablanca (Casablanca, 1942) se debía al uso excesivo de lugares comunes. Lo mismo puede afirmarse sobre El hombre quieto (The Quiet Man, 1952) de John Ford a quien seguramente este tributo fílmico va dirigido. Atrás quedó Las aventuras de Tintín y delante espera Lincoln. Caballo de guerra marca el regreso de Spielberg al género bélico y su continuación por la senda prometida.
Caballo de guerra es una de las mejores novelas que se escribieron sobre estos animales junto con la saga de “El corcel negro”, de Walter Farley y el súper clásico “Azabache” de Anne Sewell. Lo loco es que esta historia que el escritor Michael Morpurgo publicó en 1982 recién ahora logró trascender a nivel internacional gracias a esta película. El libro recibió premios en su momento y tenía cierto reconocimiento en Inglaterra pero era imposible de conseguir hasta no hace mucho tiempo. En el 2007 la historia fue adaptada para el teatro en Londres y gracias a que un productor de esta producción asistió a una función fue que surgió la idea de la película. Caballo de guerra es uno de los mejores trabajos de Steven Spielberg realizados en estos últimos años que trae al recuerdo los grandes filmes familiares que hizo en el pasado. La historia original básicamente es una historia para chicos que retrataba historias de la Primera Guerra Mundial desde los ojos de un caballo. Spielberg trasladó el concepto de la trama a la perfección con una perfecta y detallada reconstrucción de ese conflicto. El film no tiene la crudeza y violencia gráfica de Rescatando al soldado Ryan, sobre todo porque es un film que apunta a un target más familiar, pero el drama de la guerra es trabajado con mucho realismo. El argumento de este film tiene una estructura idéntica a Azabache donde el caballo funciona como un nexo de conexión de distintas historias a medida que vemos su experiencia en la guerra. Tal vez la diferencia más notable con el clásico de Anne Sewell es que el caballo Joey film pese a todas las situaciones de peligro que enfrenta siempre tiene la suerte de encontrar a un ser humano compasivo que se apiada de él, algo que no ocurría con Azabache. Spielberg tomó una historia sumamente sentimentalista, cuyo núcleo central en realidad no es la guerra, sino la relación del protagonista con su caballo, y la convirtió en una tremenda película épica que nos trae al recuerdo ese cine clásico de aventuras y dramas que hoy no encontramos con frecuencia en la cartelera. Esta cuestión es un aspecto interesante de film ya que desde sus aspectos más técnicos se puede percibir un marcado tributo a los viejos clásicos de Hollywood. Un ejemplo de ello es la espectacular fotografía de Janusz Kaminski que parece evocar el trabajo de Ernest Haller en Lo que el viento se llevó y el modo en que Spielberg aborda el retrato de los paisajes rurales y los campos de batalla que remite claramente al cine de John Ford. Salvo que seas un zombie o un crítico de cine depresivo esta es una gran historia emotiva para disfrutar.
Una buena combinación de épica, aventura y valores humanos contada en imágenes Hay que ser Steven Spielberg para hacer una película de las dimensiones y ambiciones de Caballo de guerra , que remite a los westerns de John Ford, a las épicas de David Lean y a un melodrama como Lo que el viento se llevó . Eso no es todo. Spielberg utiliza un material ajeno (una novela infantil de 1982 que luego pasó con éxito por el teatro) para dialogar con su propia obra (aquí hay mucho de E.T ., El imperio del sol , La lista de Schindler y Rescatando al soldado Ryan ) y para recuperar el espíritu de títulos tan disímiles como El corcel negro y Al azar Baltazar , clásico del francés Robert Bresson. ¿Cómo se entienden tan disímiles referencias? Es que Caballo de guerra no es una película sino varias, ambientadas antes, durante y después de la Primera Guerra Mundial, tanto en bucólicas praderas como en sórdidos frentes de batalla y trabajadas con imponentes tomas aéreas o con una vertiginosa cámara en mano, pero siempre con un gran sentido coreográfico. Más allá de la multiplicidad de personajes humanos, el verdadero protagonista del film es el purasangre del título, un hermoso equino que es adquirido por unos granjeros ingleses, entrenado por el hijo adolescente de esa familia, pero que al estallar la guerra pasa a integrar la fuerza de caballería. Lo veremos con las tropas inglesas, con una niña francesa y su abuelo y con los nazis hasta llegar a un desenlace impactante que, si el espectador se identifica con la propuesta del relato, también puede resultar conmovedor. Spielberg siempre ha sido un mejor director de aventuras que de melodramas y, en ese sentido, no siempre acierta con el tono de las distintas secuencias (por momentos exagera, subraya y hasta golpea más abajo de lo conveniente hasta quedar muy cerca de la manipulación emocional). Sin embargo, en su "defensa", hay que decir que jamás esconde nada y que, aun en sus pasajes más torpes y naïves, su cine es siempre de un humanismo y de una nobleza incuestionables. Además, si algún segmento del público se puede sentir incómodo o hasta irritado por los excesos sentimentales y lacrimógenos de ciertos pasajes, como compensación Spielberg regala varios momentos de notable factura e inmensa potencia (un registro épico amplificado por la fotografía expresionista de Janusz Kaminski y por la banda sonora del veterano John Williams), con el caballo arando la tierra bajo la lluvia, tirando de la maquinaria pesada alemana o con su cuerpo sangrando por el alambre de púa de las trincheras. Porque, más allá de sus evidentes desniveles, estamos ante una bella película sobre el dolor, la violencia, la lealtad y la amistad. Con el sello de uno de los mejores directores en actividad, que ya tiene reservado un lugar de privilegio entre los clásicos del cine.
En busca de sentimientos puros Puede ser acusada de ingenua y pueril y llega al punto de reconciliar a dos soldados enemigos, en medio de la Gran Guerra, nada más que por el amor de ambos por un caballo. Pero el talento narrativo y visual del director la convierten en una película entrañable. Llena de buenos sentimientos y generosidad de espíritu, Caballo de guerra es una película decididamente demodé. Tanto, que más que película tienta llamarla “cinta”, como se decía en tiempos antediluvianos. Quien busque en ella un mundo parecido al que lo rodea saldrá protestando contra la ingenuidad y puerilidad de Steven Spielberg. Tanta, que llega al punto de reconciliar a dos soldados enemigos, en medio de las salvajes trincheras europeas de la Primera Guerra, nada más que por el amor de ambos por un caballo. Pero, ¿por qué el cine debe reflejar necesariamente el mundo real? ¿No era que las películas también pueden parecerse a los sueños, deseos, terrores más profundos? Siempre y cuando estén tan bien contadas que durante un par de horas (media hora más, en este caso) puedan transportar al espectador a un planeta que sólo exista como utopía. Por más que lluevan sobre ella acusaciones de sensiblería, atraso y viejismo, por más que tenga sus debilidades, Caballo de guerra es –por convicción, talento narrativo y visual y grandeza de miras de Mr. Spielberg– esa clase de película. ¿Se estrenan muchas así todas las semanas? Basada en una novela y nominada a seis Oscars (de los cuales en el mejor de los casos va a ganar sólo alguno menor), Caballo de guerra transcurre en tiempos prefreudianos. Eso tal vez permita ver, en el amor total del protagonista por un joven y fornido equino –así como en la tan súbita como intensa amistad entre dos mozalbetes, en medio de la tierra de nadie del campo de batalla– sentimientos “puros”. Porque de eso se trata: de Platón, no de Freud. Cuando ve en un remate al hermoso purasangre, lo del humilde granjero Ted Narracott (Peter Mullan) parece amor a primera vista. Endeudarse y ganárselo al dueño de la granja cuya tierra trabaja –ganándose así un problema– no parece obstáculo para comprarlo. Pero el que queda prendado del potrillo es Albert (Jeremy Irving) –hijo único de Ted y su esposa Rosie (Emily Watson)–, que le pone nombre, lo adopta y educa. Caballo de guerra, en cuyo guión participó Richard Curtis (cocreador de Mr. Bean, y también de las más fabricadas Un lugar llamado Notting Hill y El diario de Bridget Jones), no va a establecerse en el cuasi noviazgo entre Albert y el alazán, sino que –contagiada tal vez de la naturaleza del personaje central– huirá hacia delante. Porque el verdadero protagonista de Caballo de guerra no es el insulso Albert, sino el impetuoso Joey, el potrillo. Organizada en episodios bien diferenciados, la película de Spielberg (estrenada en Estados Unidos quince días antes de Tintín) sigue las desventuras del purasangre, a quien, una vez declarada la guerra, el ejército de Su Majestad confisca y lleva al frente. Para Joey es una mala noticia. Para la película, una buena: la relación entre el caballo y su dueño no pasaba de lo inane. El cielo del comienzo da lugar al infierno bélico; de las suaves colinas soleadas, a las oscuras y barrosas trincheras; del agua con arroz al drama. Como la escopeta “protagónica” del extraordinario western Winchester 73, Joey pasa de mano en mano y el relato con él. A fuerza de empatía y gracias al adecuado manejo del punto de vista, Spielberg pone al espectador en la piel del caballo. Caballo de guerra es emotiva y hasta desvergonzadamente melodramática, pero siempre de modo orgánico. Si hay lágrimas, no surgen de un mensajismo autoimpuesto, como en El color púrpura, o de una cursilería alla Disney, como en los peores momentos de A.I., Inteligencia Artificial, sino del compromiso genuino que la película asume con la suerte del protagonista. El periplo, cada vez más dramático, termina con Joey como bestia de carga, al servicio del enemigo y casi al punto del último aliento. Con una gran huida al galope, atravesando la trinchera enemiga –que termina con Joey convirtiendo una tela metálica en corona de espinas–, qué decir de la arrebatadora escena en la que, para correr de la línea de fuego al animal herido, un pelotón entero se pone a silbarle, como si fueran un grupo de chicos. Del magnánimo pero circunstancial acuerdo entre enemigos, digno de La vaquilla. Del sublime llamado salvador del dueño al potro, recuperación a toda orquesta de la emotividad del melodrama mudo. Recuperación, a la vez, de un recurso narrativo propio también del silente: el last minute rescue. O de la última imagen –de fondos demasiado naranjas, es verdad–, donde, gracias a un reencuentro y un abrazo en siluetas, Caballo de guerra hace explícito su carácter fordiano.
Sólo bellas metáforas No es la primera vez que Spielberg filma una película ambientada en una guerra mundial. Ya lo vimos entrar en estos terrenos. A pesar de los inolvidables primeros cuarenta minutos de Rescatando al soldado Ryan, no debería sorprendernos, entonces, encontrar en esta película todo el "humanismo" spielbergiano, toda esa marea de sentimientos tibios. Pero a pesar de un par de excelentes escenas de combate, la película se empantana y termina ahogándose en su propio mensaje (léase: la guerra es mala). A estas alturas nadie puede negar que Spielberg es un buen narrador: sabe armar momentos, sabe esperar resoluciones. También sabe rodearse de la gente que necesita para crear lo que quiere: John Williams aporta una banda sonora espantosamente recargada y blanda, Janusz Kaminski ofrece una fotografía suntuosa, majestuosa, casi sensual cuando acaricia la piel del caballo. Pero todos estos superpoderes de los profesionales más profesionales que Hollywood tiene para ofrecer están puestos al servicio de un cuentito blando con metáfora fácil, que pierde el rumbo en su búsqueda de sentimientos y humanidad. Es extraña y hasta podría haber sido interesante la libertad que se toma Spielberg para narrar en esta película: arranca como película de familia (con toques de John Ford), sigue como relato de guerra, no deja de ser nunca una película sobre caballo (aunque el caballo queda a veces de lado), pasa por algún pequeño momento de película de crecimiento, estalla con metáforas y carreras súper digitales, cierra con un atardecer naranja. El problema con todo este devaneo es que si el espectador no quedó arrebatado en el segundo 30 con la hipermusicalizción de Williams y los primeros planos de los ojos celestes del joven protagonista, se va a aburrir muy rápido. Y Caballo de guerra es una película larga. Esta libertad tiene una consecuencia que el clasicismo (y el propio Spielberg) conocían bien: puestos a narrar muchas pequeñas historias, ninguno de los personajes que supuestamente deberían interesarnos llega a desarrollarse jamás y lo que queda es un salpicado de viñetas que apenas si nos comprometen. Hay muchos niños en Caballo de guerra: el protagonista (que supuestamente crece, pero que evidentemente está anclado en los 10 años), los hermanitos alemanes (puestos ahí para demostrar que del otro bando, a pesar del sadismo general que exhiben los alemanes en esta película, también hay seres humanos), la francesita ("la guerra nos toca a todos", único recordatorio de que la mayor parte del metraje transcurre en Francia). También hay algo muy infantil en la forma de narrar esta Primera Guerra Mundial: sea por montaje, por un molino que obstruye la vista o por cualquier otra artimaña, en esta guerra de trincheras, de barro y mugre, nadie muere frente a cámara. La gente simplemente se desvanece. También hay algo exageradamente infantil en la fildelidad del protagonista a su caballo, no porque la fidelidad sea en sí infantil, pero sí por la forma monolítica y obsesiva con la que el personaje busca a su caballo. No hay en esta película de amor niño/mascota lugar para la menor complejidad, desviación o preocupación por la densidad del mundo que lo rodea (y estamos en medio de la Gran Guerra): solo importa el caballo. Para rematar, y por si alguien no había entendido que Caballo de guerra está cargada de un "mensaje importante", cerca del final, después del mayor despliegue de efectos especiales de toda la película, cuando el caballo queda atrapado entre los alambres de púa que separan las trincheras de ambos bandos, dos soldados (uno de cada bando) se acercan para ayudar al caballito y de paso explicarnos: la guerra es mala, solo existe gracias a la perversidad de los hombres y los inocentes (niños y caballos) son quienes deben sufrirla.
Anexo de crítica: -De elipsis en elipsis, siempre hacia adelante tanto Spielberg como su caballo dejan la mirada esperanzadora en una fábula algo simplista, revestida por una estética bella gracias a la incorporación de ocres y naranjas desde la fotografía de Janusz Kaminski y la banda sonora omnipresente del recurrente colaborador John Williams tan excesiva como la duración de esta nueva épica Spielbergiana, que parece además rendirle un homenaje al director John Ford.-
La guerra según un Spielberg iluminado Steven Spielberg vuelve a la guerra, más exactamente a la Primera Guerra Mundial, pero con un concepto que no tiene nada que ver con el Soldado Ryan ni con ninguna otra película previa dentro de este género. La manera más simple de explicar este film extraordinario sería decir que es la guerra vista desde el punto de vista de un caballo, pero tampoco es así, ya que Spielberg alterna los puntos de vista y básicamente hace una película mucho más compleja de lo que podría parecer a simple de vista. La primera parte de la historia podría describirse como una especie de «Crin Blanca» (aquel excelente mediometraje de Albert Lamorisse, el director de «El globo rojo» sobre la relación entre un chico y su caballo), pero en un ambiente de campiña que recuerda bastante al John Ford irlandés de clásicos como «El hombre quieto» o «Qué verde era mi valle». Aquí, el caballo fue comprado por un granjero terco que no tenía dinero suficiente para pagarlo, pero que no quería dar el brazo a torcer en la subasta en la que competía con uno de los poderosos del lugar. Una vez perpetrado el desastre, es su hijo quien debe tratar de que el caballo, demasiado joven y pequeño para la tarea, pueda ayudar en la siembra para que no se pierda la propiedad. La historia tiene momentos realmente emotivos en esta parte prebélica de un film que, ya desde su título, prepara al espectador para que todos los personajes protagónicos estén en un frente de batalla. En la guerra, el caballo encuentra un amigo equino y juntos tienen la suerte que muchos humanos no tienen de encontrar alguien que los proteja en medio del infierno. Las batallas de «Caballo de guerra» están narradas de una manera más clásica que el hito ultraviolento de Spielberg, «Rescatando al Soldado Ryan», pero de algún modo más sutil tienen un clima más infernal, con imágenes casi sobrenaturales, lo que en algunos momentos ejemplifican las palabras de uno de los grandes actores del film, Niel Arestrup, que le explica a su nieta que a veces hay que tener el coraje necesario para «volar por sobre cosas horribles para poder volver a casa». La escena del caballo que nunca supo saltar aprendiendo de golpe para volar por sobre un tanque de guerra parece salida de una pesadilla. Pero esta nueva pesadilla bélica de Spielberg tiene, entre sus múltiples cualidades poco comunes, el don de hacernos sentir bien en medio de escenas horribles, contradicción que solo puede entenderse del todo viendo esta excepcional e inclasificable película. Otra de sus grandes virtudes es la de poner en escena las situaciones más complejas sin darle al espectador la posibilidad de entender cómo están hechas en términos cinematográficos, ya que es casi imposible separarse de la historia. Habría que ver una secuencia varias veces para entender los detalles técnicos de un gran director que con este film se supera a sí mismo, tanto en el mensaje como en la forma. Pocas peliculas de Spielberg tienen imágenes tan tenebrosas y un desenlace tan luminoso como el de «Caballo de guerra», una película que recomendamos especialmente entre todos los buenos films que se han estrenado últimamente.
Ese placer cinematográfico Steven Spielberg tiene el talento necesario para hacer este filme emocionante. Hay que tener el talento de Steven Spielberg para hacer –y bien- una película como Caballo de guerra . Es que la sensibilidad de director de E.T. para narrar de forma épica, clásica y sin escaparle a las emociones es la mejor (¿la única?) manera de acercarse a esta historia que parece venir de otros tiempos, la leyenda del caballo valiente, su joven dueño que lo pierde y las peripecias de ambos durante la Primera Guerra Mundial. De entrada, con esos planos majestuosos de los campos ingleses. Con el nacimiento del caballo (se llama Joey) y la mirada del adolescente que lo ve crecer. Con la educación, casi compartida, de ambos. Y con el arribo del mundo real: pobreza, alcoholismo, crisis económica y la guerra que separará al muchacho de su animal. Todo esto suena muy “chapado a la antigua” y lo es. Y Spielberg no teme contarlo así, como un cuento de los que se cuentan a los niños antes de ir a dormir. Y si bien no es una película infantil (sería una clásica película “para toda la familia”), Caballo... apuesta a las emociones directas, a la sinceridad, a bajar la guardia y a dejarse llevar por la aventura y las emociones. Cuando la guerra comienza, el filme sigue a Joey en sus peripecias. Desde la despedida, a su llegada a Francia, y de ahí hacia donde el destino lo lleva (de dueño a dueño, de batalla a batalla), mientras Spielberg muestra la guerra de manera épica y con planos que, como en El imperio del sol , juegan con el punto de vista de un adolescente o, si se quiere, hasta del propio caballo, que observa todo y hasta parece ser lo único que entiende lo insensato de las masacres que se cometen. Esa capacidad de Spielberg para dotar de humanidad a animales, robots y criaturas y hasta objetos de todo tipo (camiones, tiburones, dinosaurios y siguen las firmas) está más que a la vista en Caballo de guerra , película que resume muchos de sus temas, y que tal vez sea un retorno -¿y despedida?- a un cine suyo que hasta él dejó de hacer en los ‘90. Comparada con las escenas bélicas de Rescatando al soldado Ryan , las de Caballo... parecen las de un Spielberg más inocente, aunque es sólo una estrategia narrativa, un modo de contar. Las citas al cine clásico de Hollywood están ahí, y es obvio que lo primero que salta a la vista es el cine de John Ford, y películas como Qué verde era mi valle o El hombre quieto , así como tantísimas películas bélicas o retratos de la vida rural hechas de los años ’30 a los ’50, o esas novelas adolescentes de tapas amarillas que han quedado guardadas en algún armario. Caballo de guerra es un regreso a esos tiempos y, entregarse a ese placer cinematográfico, es uno de los grandes regalos que uno, como espectador, puede hacerse hoy.
La amistad en tiempos difíciles En "Caballo de guerra" Steven Spielberg cuenta la historia de iniciación, de un caballo y de su joven dueño, que construyen, podría decirse, un lazo de dependencia mutua, que resulta inalterable a lo largo del tiempo. Las primeras escenas del filme, muestran a un hombre de campo que ha tomado de más, que compra un potrillo en una subasta y paga por él una cifra abultada para su presupuesto. Sus vecinos le dicien que el animal es poco dócil y que resultará inservible para arar el campo. Albert, el hijo del hombre de campo, logra entrenar a Joey y a partir de eso la empatía entre el muchacho y el caballo se vuelve férrea. TRISTE DESPEDIDA Pero es una época de conflito y para incorporarse a la que sería la Primera Guerra Mundial el Ejército británico necesitaba caballos que demostraran fuerza y coraje, y Joey tiene esas cualidades. Así entre lágrimas de despedida de Albert, Joey pasa a manos de soldados ingleses que irán a la guerra, por lo que el animal, más tarde, ya en tierra alemana estará predestinado a vivir una odisea épica cuando su joven amigo vaya a buscarlo. Con "Caballo de guerra" Spielberg destaca el valor de la amistad, la lealtad, los afectos y la unión familiar. Su película refleja lo que pocas han hecho: demostrar que los animales a veces suelen comportarse "humanamente" y que su sensibilidad encierra un instinto fraterno poco conocido. VISION AMPLIA La historia está contada desde diversos ángulos, tanto desde el lado del adolescente que entrenó a Joey, como desde el mismo animal, mientras en medio de los dos se desarrolla la guerra. Pero la película no tiene acento bélico, ni tampoco partidista, sólo pretende contar las peripecias por las que atraviesa un caballo cuando en la guerra se peleaba todavía con sable y se necesitaban animales de carga para arrastrar el pesado armamento, por lo que muchas veces ellos morían. A través de una narración clásica, de gran efecto dramático, Steven Spielberg consigue hacer de su filme un inteligente retrato sobre la amistad en tiempos difíciles. Con una exquisita fotografía -además de la belleza de los animales elegidos-, se destacan las actuaciones del joven Jeremy Irvine, como Albert y Emily Watson, en el papel de la madre.
La posta humanista ¿Después de leer Hergé y filmar Las aventuras de Tintín, Spielberg deviene bressoniano? En la extraordinaria Al azar Baltazar, Bresson elegía como protagonista a un burro y este cuadrúpedo asociado a la falta de inteligencia era testigo de nuestra supuesta vida inteligente. El burro azarosamente pasaba de dueños y en cada uno aprendíamos algo de nuestra especie. Pero antes de Bresson está John Ford. La primera media hora de Caballo de guerra es hermosa. En algún recóndito lugar de Inglaterra, un héroe de guerra devenido en alcohólico, su mujer y su único hijo pelean por retener su granja. El poderoso del pueblo los aprieta, deben pagarla. En ese contexto nacerá un caballo y el joven Albert lo adiestrará y de algún modo lo sentirá como su hermano. De no ser por la intrusiva banda sonora de John Williams, el modo de registro de los paisajes, las locaciones, la introducción de los personajes y la interacción entre éstos remiten a El hombre tranquilo, de Ford. Cine clásico y del mejor. Pero llega la Primera Guerra Mundial, y Joey, el "hermano" silencioso y salvaje de Albert, partirá a la guerra. La granja o el caballo es la disyuntiva, y Joey tendrá otro amo, otro jinete, en este caso un militar inglés de alto rango. En plena batalla, Joey volverá a perder a su dueño, y de ahí en adelante será cuidado por un par de soldados alemanes y una niña que vive con su abuelo. ¿Volverán a encontrarse Joey y Albert? Siendo un filme de Spielberg no es difícil adivinar la respuesta. Como sucedía en el film de Bresson, en Caballo de guerra los propietarios del caballo están al servicio de revelar la condición humana. La asimetría de clase y las brutalidades de la guerra son aquí los males de nuestro mundo. El humanismo ramplón y utópico de Spielberg se sintetiza en un pasaje en el que los alambres de púa ponen en juego la vida de Joey. Las proezas formales de Spielberg son reconocibles: los planos generales y los travellings sobre la infantería montada de los aliados encaminándose a la batalla, el virtuoso seguimiento de cámara sobre el bellísimo animal y sus movimientos, que incluye una secuencia digital, son notables. Caballo de guerra es al cine de Bresson y Ford lo que El artista al cine mudo: un homenaje honesto y amoroso pero descafeinado, tan amable como liviano. No es fácil filmar los buenos sentimientos de la única especie que tiene la palabra.
Spielberg vuelve al clasicismo y recorre la Gran Guerra al galope de uno de los animales más bellos que se hayan visto en pantalla. Caballo de guerra es una épica de batalla, pero al mismo tiempo es una historia de amor entre un joven y su semental. Spielberg aprovecha todo, incluyendo la más grasa de sus bandas sonoras a volumen once, para emocionar al espectador. Parece mentira que el cineasta lo haya conseguido tan fácil y que con un caballito haya plasmado esa humanidad y espíritu aventurero que en Tintín jamás llegó a transmitir.
La fuerza de la voluntad según Spielberg Durante el estallido de la Primera Guerra Mundial las cosas se han puesto difíciles para la flia. Narracot, más cuando un testarudo Ned compra a Joey un hermoso caballo de raza pero no para su necesidad que era arar la tierra pedregosa del campo que alquila para vivir. Solo su hijo Albert tendrá fe en que ese caballo podría hacer muchas más cosas de las que creían. Es así que lo educa y se convierte en su amigo, un amigo con una fidelidad a prueba de balas. En su periplo por la guerra Joey cambiara, como lo hiciera con Albert, la vida de todos los que pasan por su vida. Incluso es capaz de conseguir un poco de paz entre tanta guerra. La fuerza de voluntad, la amistad y la lealtad son los valores que pone en relieve Spielberg en este maravilloso relato de vida. Spielberg vuelve, después de su aventura con Tintin, a aquellos film que solo el sabe hacer. Spielberg logra, como siempre que se lo propone, que el espectador quede con los sentimientos expuesto a flor de piel en una aventura llena de ternura, amor y, en algunos momentos, sentimentalismo. Spielberg nos vuelve a regalar una maravillos historia de vida donde muestra como, gracias a un caballo, los valores humanos pueden surgir en cualquier lugar. El film cuenta con seis merecidas nominaciones al Oscar (Película, Sonido, Dirección de arte, Edición de sonido, Fotografía y Banda Sonora).
El Amigo Fiel Aahhh... el eterno y nunca pasado de moda vínculo entre el Hombre y su mascota... encima si lo pone en pantalla Spielberg, tiene garantía de calidad y emotividad. De un gran trabajo técnico sumado a una historia que es interesante e inspiradora, nace esta aventura/drama que podría haber sido en mi opinión, más entretenida de lo que resultó finalmente. War Horse es el 2do trabajo que Steven Spielberg dirigió en 2011, 1ro se estrenó "Las Aventuras de Tintín" (gran película) y ahora este trabajo tan esperado por muchos, que debo decir, cumple con creces el objetivo de contar una historia inspiradora, de fortaleza y vínculos sanadores, pero que carece de ese factor que hipnotiza y fusiona al espectador con lo que sucede en pantalla. Es extraño, porque disfruté la película, pero me quedó esa sensación amarga de no haberme podido conectar con sus personajes, especialmente con el caballo que es la estrella del film. Tiene el sello de Spielberg sin dudas, pero quizás un sello que se desgastó un poco en el camino. Cuando me refiero al "sello" del director, estoy haciendo alusión a su visión experta acerca de las relaciones interpersonales, su increíble mano para contar historias emotivas, su genialidad técnica y su talento para entretener al espectador entre otras virtudes. Esta vez creo que se le complicó con el manejo del entretenimiento, el espectáculo, haciendo foco en los demás aspectos y dejando de lado esta parte importante de su sello. No sentí que estuviera ante una fantástica cinta de Spielberg, cuestión que sí me sucedió con Tintín. En fin, es un film emotivo con momentos cinematográficos fabulosos, mucho amor humano-equino e historias entrelazadas por la presencia de un animal amigo y fiel como lo es el caballo. La disfruté, pero no es lo mejor de Spielberg ni cerca.
Es uno de los mejores realizadores que los Estados Unidos le dieron al mundo. A lo largo de más de cuarenta años ha sabido dignificar como pocos el lugar de director de cine industrial (pese a que es mucho más que eso) a fuerza de tìtulos indestructibles, paridos desde el respeto al público y, más que nada, al oficio de contar historias a través del celuloide. Pero hay veces en las que Steven Spielberg resbala en un charco de clichés y lugares comunes. Caballo de guerra es una de esas ocasiones. Montado sobre su indiscutible solidez técnica y su legendario pulso a la hora de filmar, el hombre que hace pocas semanas nos presentó la muy efectiva Las aventuras de Tin Tin, llega con una historia disfrazada de severidad pero fatalmente leve y por momentos increíblemente remilgada, sobre un caballo criado para trabajar el campo pero que termina por convertirse en un héroe de la primera guerra mundial. La acción transcurre en la década de 1910. En ese contexto, uan familia que corre el riesgo de perder su casa por una hipoteca impagable, compra un caballo y lo educa para la esforzada tarea de sembrar un campo. Claro que estamos ante un largometraje que se encuadra en el género del drama, del drama clásico (¿a la Spielberg?), ergo, las cosas se complican un poco más de lo deseable y deseable (es decir, todo lo esperable) y el noble equino termina por no cumplir la función que, se deseaba, pudiera llevar a cabo. De ahí a la guerra, un paso, o un par de escenas todo lo contemplativas y edulcoradas que deben ser como para que el beneficio de la duda en torno a la heroicidad del caballo en cuestión dure en la platea tan solo unos pocos segundos. Porque el título lo dice: Caballo de guerra. O héroe de guerra, que es más o menos lo mismo que uno imagina cuando ve el cruce entre un animal tan respetado y querido y la actividad que más regalías le ha dejado a los Estados Unidos y que tantos millones ha generado en las arcas de Hollywood. En ese sentido, Spielberg no desentona con lo que se esperaba de su trabajo: un relato efectivo y concreto. Por supuesto, si uno se acerca a la sala con el background de lo que significa un realizador de sus kilates para el cine de los Estados Unidos y el peso que tiene su filmografía (la de uno de los más grandes realizadores que dio Hollywood, según este escriba), bueno, se trata de una gran y demasiado extensa (dos horas y media) desilusión.
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Steven Spielberg ataca de nuevo con una historia extremadamente larga y sensiblera, de esas que tanto le gustan a él, pero que tiene varios puntos a favor para que no todo el lastre caiga por la borda almibarada de la película. Curiosamente, durante todo el metraje de War Horse seguimos los pasos de un caballo indómito, Joey, y su vida a través de sus peripecias en un pequeño pueblo de Inglaterra, antes y durante la Primera Guerra Mundial. Es un punto de vista sumamente extraño, en el que los personajes humanos quedan relegados a un segundo plano y la historia va transcurriendo poco a poco a medida que este transita los peligrosos escenarios de una batalla virulenta. Si bien Spielberg elige contar el combate desde un costado más seguro a su violentamente real Saving Private Ryan, ya que el objetivo acá apunta a un ambiente más comercial y familiero, War Horse es una épica un tanto lenta, que no tiene los chispazos de aventura a los que nos tiene acostumbrados el director, momentos que sí pudimos disfrutar con la brillante The Adventures of Tintin. Quizás es el hecho de que las diferentes historias que se entrelazan van trabando un poco el relato y se hace cansino en ciertos pasajes, pero artísticamente el film es impecable: escenarios que quitan el aliento, una producción puntillosa y cuidada, unas escenas de guerra perfectas y preciosas (la del caballo galopando por las trincheras de noche es uno de sus picos máximos) y, por supuesto, una banda de sonido sublime, a cargo del imperecedero John Williams. El multitudinario elenco de esta historia casi coral tiene a muchas promesas jóvenes del cine, como Tom Hiddleston (Thor, The Avengers y Midnight in Paris), Benedict Cumberbatch (la aclamada serie Sherlock) y David Kross (The Reader), a los que se les suman los debutantes Jeremy Irvine como el dueño del caballo y una bonita y simpática Celine Buckens. No debemos olvidar, por supuesto, a otros grandes del cine como Emily Watson y David Thewlis, quienes siempre brindan personajes secundarios de calidad. Y aunque el elenco sea eximio, hay algo en War Horse que desentona, y son esas ganas terribles de agradar a todo el mundo, de generar lástima y, desde luego, sacar cuantas lágrimas sea posible para llegar a los tan ansiados galardones. No es culpa de los escritores Lee Hall (Billy Elliot) y Richard Curtis (Four Weddings and a Funeral, Nothing Hill, Love, Actually) porque lograron un trabajo excelente en su guión, pero la penuria que destila la película es exacerbada, incluso cuando estamos ante un Spielberg a puro despliegue visual. War Horse es otra gran película de este realizador, quien sigue impertérrito en cuanto a cine de calidad se precie; una lástima que empuje demasiado para gustarle al público con una historia correcta, pero por demás empalagosa al extremo.
Con el bagaje audiovisual y emotivo habitual en la filmografía de Steven Spielberg, Caballo de guerra propone una poderosa pieza de cine clásico desde lo narrativo, lo más despojada posible de añadiduras digitales. Lo que no significa que este tipo de asistencias técnicas estén ausentes, pero sí dosificadas con la habilidad proverbial de un realizador que desde Jurassic Park ha apelado a estos recursos casi como ningún otro. Paradójicamente Spielberg acaba de presentar la notable Las aventuras de Tintín, en donde da otro paso significativo en el campo de la animación digital. Sea como fuere, esta película nominada por la Academia que muestra sin pausas su rodaje verosímil en pantalla, es básicamente un relato de temple, reivindicación y lealtad, en el que prevalecen las vicisitudes de un caballo y su primer dueño, un adolescente idealista y tenaz. Ambientada en la Inglaterra rural y en distintos puntos de Europa en tiempos de la Primera Guerra Mundial, Caballo de guerra es tanto una atrayente aventura épica como una cruenta e impiadosa película bélica. A partir de la separación entre el joven y el caballo arranca una odisea plagada de sinsabores, en la cual se sucederán nuevos y pasajeros dueños para el equino. Como bien declaró el propio Spielberg, el film sólo se ocupa de los personajes que se relacionan con el animal, no sigue a otro rol ni toma partido, porque el animal no tiene ideas políticas. Con este concepto, la nueva obra del director de la saga de Indiana Jones desarrolla sobre un duro trasfondo una suerte de travesía emocional que en varios tramos golpea fuerte al corazón. La simpleza del guión y su carácter melodramático se vuelven por momentos ostensibles, pero la metáfora presente en la escena del caballo atrapado en medio de los dos frentes de batalla, la realza y resignifica.
Me gustan mucho tanto el cine bélico como la literatura bélica. Mientras veía esta película vino a mi memoria un fragmentito de “Sin novedad en el frente” en el que los soldados alemanes escuchan un lamento desgarrador que no era humano: era de los caballos que por instinto corrían de donde había sido la batalla, pero que estaban tan mal heridos que tropezaban con sus vísceras. El caballo ha ido a la guerra desde el principio de ellas, ha sido una marca de status y de fuerza y éste melodrama utiliza este aspecto como punto de partida. Ante todo, tengo que decir que Spielberg es de mis favoritos. Ha sido el hombre que me ha enseñado a soñar en la sala sin importar lo que me ponga delante: si me decía que llore en el Holocausto, lo hacía, que me ría mientras un arqueólogo luchaba contra los nazis, lo hacía, que me maravillara con extraterrestres que hacen volar bicicletas, lo hacía o que me muriera de terror o porque la casa no estaba limpia, o porque venían los dinosaurios o porque un tiburón asechaba. Esta película no escapa a ninguna de sus constantes (bueno, no hay aliens) pero para mí representa tan bien su obra, que no puede no gustarme. Es la historia de un chico sin nada en el mundo, cuyo padre trae un caballo perfecto, hermoso e imponente y él se apega de una forma increíble. Remarquemos el hecho de que no se entendían demasiado con su padre y que cuando uno no tiene nada, crea las relaciones más extrañas por la misma necesidad de tener un vínculo, de sentirse representado. Todas las obras bélicas remarcan esto: la camaradería, presente tanto en animales como en soldados. Si bien todos sabemos cómo termina antes de que pasen los veinte minutos, esta película tiene una música fantástica (a veces creo que Williams habla y los violines le entienden), una fotografía impecable, un casting digno (excepto el chico que hace de Albert) y un ritmo perfecto para el género melodrama. Tenemos momentos de risa, de miedo, de drama absoluto y toda la construcción que es típica del cine hollywoodense en su máxima expresión: música constante como elemento catalizador, fotografía con paleta de colores que se va haciendo grisácea a medida que llegamos a la guerra, subrayando las situaciones: la construcción del ambiente, de la aldea rural, los uniformes, cómo va evolucionando la estructura bélica desde el inicio de la guerra hasta que vemos a Albert, etc. Como constantes de Spielberg podemos encontrar la aldea que se ve afectada por un hecho particular (aparición del caballo), el chico más inteligente que el resto, el elemento religioso (acuérdense del chico caminando por las trincheras mientras reza “el señor es mi pastor…”) y, claro, la guerra. Muchos han criticado su duración (casi tres horas), pero no conozco melodrama breve. También es cierto que gran parte no la ha visto en la pantalla grande y acá es donde tienen que pensárselo dos veces: la tecnología digital suele saturar los colores, por ende perdés gama cromática en el medio, eso hace que pierda profundidad (cosa imperdonable para un fotograma que es plano) y se haga más plana. (Además, nadie ve normalmente en HD). Esta película es para el proyector, es para el fílmico, con esa profundidad impresionante que te hace tener ganas de gritar a la pantalla “¿3 cuánto D?”. Es el cine a la usanza hollywoodense al cien por cien. Gracias, Steven, me hiciste sentir una nena de nuevo.
Se sabe que Steven Spielberg es un maestro en eso de contagiar emociones. Se sabe, también, que a veces exagera con la fotografía o la música, o incluso la puesta de cámaras. Caballo... es sumamente exagerada en todos esos puntos, que se monta sobre la tradición del melodrama clásico -es, como Hugo o El Artista, otra “película sobre cómo eran las películas”- pero aquí los actores contagian una sinceridad notable que le otorga al film otro espesor. El cuento es el de la separación de un joven y su caballo durante algunos años de la Primera Guerra Mundial, y las peripecias del equino hasta que se abre la posibilidad del reencuentro. Es decir, una de Lassie pero con caballos. Pero también una película bélica, o una mirada de la guerra a través de un cuento novelado que va de la campiña inglesa a la sangrienta batalla del Somme. Con todo su diseño y con la tradicional manipulación spielberguiana, Caballo... provoca emociones genuinas y nos introduce en su universo sin cancherear y sin recordarnos, todo el tiempo, que “esta es una película a la antigua”. En cuanto nos enamoramos del caballo y el melodrama épico nos conquista, no hay más preocupaciones. Un film cómodo, es cierto, pero perfecto en sus propios términos.
Una como las de antes Más a medida del Spielberg de “ET” que del director de “Buscando al soldado Ryan”. A pesar de que “Caballo de guerra”, como “Buscando....”, transcurre en gran parte de su metraje en el campo de batalla. En “Buscando...” Spielberg se pone sangriento y cruel como pocos; en “Caballo...” es elegante y enternecedor y, a pesar de que la I Guerra Mundial fue una carnicería, no muestra una gota de sangre. “Caballo...” es una película como las de antes. Rememora los nobles sentimientos al estilo de John Ford o Frank Capra, tipos que confiaban en la inocencia del espectador. Hoy el público ya no es tan inocente. Por lo cual, la fuerza emotiva del filme es su punto más alto y también el mayor estorbo. La escena del caballo cruzando enajenado las trincheras quedará como una de las mejores del cine.
Lejos de los tiburones desalmados ¡Sean bienvenidos (otra vez) al almibarado mundo de Spielberg! Provisto de buenas intenciones, madres de ojos acuosos, hijos límpidos, y padres más o menos malos (pero siempre perdonados). Tradición narrativa vinculada a un esquema ideológico que precede al realizador y en el cual él gustosamente se inscribe. Así lo delata el atardecer naranja, bellísimo, de los últimos planos de Caballo de guerra, a la manera admirada de Más corazón que odio (1956), de John Ford. Ahora bien, mientras con este film Ford producía una obra maestra, capaz de suspender en vilo a tanta mirada reaccionaria previa, con Spielberg sucede un camino inverso. De ser el joven realizador de venas de celuloide ?-rasgo que conserva?-, capaz de dar retratar tempranamente en Amblin' (1968) a una generación novedosa e impulsiva, junto con una artesanía narradora que ya sobresalía en Reto a muerte (1971), se ha vuelto ahora el gendarme de la corrección política, las invasiones militares y, lejos ya de tiburones desalmados, los caballos obedientes. Así las cosas. Basta con ver el trailer, con el caballo recorriendo vicisitudes de Primera Guerra Mundial, más el deseo latente de su muchacho?dueño (Jeremy Irvine) por reencontrarlo. Planteo paralelo que habrá de transitar todo el film, con uno y otro personaje como dos caras de esa misma moneda que, durante uno de los momentos más naif de la película, un soldado alemán y otro inglés habrán de compartir. Cuán distante es el lugar desde el que se asume Caballo de guerra, presumiblemente adulto pero aleccionadoramente escolar, del que supone La invención de Hugo Cabret, de Scorsese, presumiblemente infantil pero profundamente adulta. A no confundir, de todas maneras, la mirada ideológica nada ingenua que el cine de Spielberg profesa, donde aún cuando la guerra pueda ser vista como situación de horror, ningún decir contrario se encontrará hacia el respeto militar. ¿O no recuerdan la escandalosa sustitución de armas de fuego policiales por walkie?talkies para el reestreno de ET? ¡Borró el celuloide para desdecir lo que había dicho! Un ejemplo de otro film será una manera rápida de describir su corrección política y empalagosa: el Capitán Haddock, en Las aventuras de Tintín, se vuelve en sus manos un alcohólico arrepentido, que identifica a la botella como fuente de sus males. El ejercicio será buscar y encontrar una sola viñeta donde Hergé hiciera algo semejante.
Durante los días previos al estallido de la Primera Guerra Mundial, el caballo Joey es vendido a una humilde familia de agricultores ingleses. Albert, el hijo del matrimonio, decide entrenarlo y, cuando la necesidad apremia, utilizar al equino para labrar la tierra. Sin embargo, el advenimiento del conflicto armado hará que Joey pase a formar parte de las filas del ejército británico en la contienda contra Alemania. A lo largo de los años, Joey irá involucrándose con diversas personas y la guerra será vista desde su perspectiva, con la intención final de reencontrarse con su verdadero amo y fiel amigo, Albert. El nuevo filme de Steven Spielberg (el segundo de este año tras el estreno de su versión de Tintín) está basado en el libro “War Horse”, un clásico de la literatura juvenil que luego fue adaptado en una versión teatral. En la transposición cinematográfica, el resultado podría haber sido muy distinto si el material hubiera ido a para a las manos de otro director, menos avezado y arriesgado que Spielberg. Toda una apuesta implica el hecho de tomar como figura rutilante y casi excluyente a un caballo a lo largo de más de 140 minutos de metraje. Si bien por momentos el relato parece perder su rumbo, de a poco el realizador nos va indicando el camino correcto hacia el tan ansiado y demorado final. La secuencia que tiene lugar en plena batalla, donde Joey queda atrapado entre los alambrados de las barricadas, es desgarradora y perfecta a la vez.
Sangre, sudor y lágrimas Steven Spielberg, director problemático si los hay para buena parte de la crítica, ha realizado dos films este año, uno más conflictivo que el otro. Si Las aventuras de Tintín planteaba diversos bretes a partir de tomar la legendaria obra de Hergé (con todos sus fanáticos a cuestas) y llevarla a la pantalla a través del 3D y la captura de movimiento, Caballo de guerra la hace quedar como una obra de consenso. Es que desde el mismo comienzo, Spielberg pisa el acelerador a fondo con esta adaptación del libro infantil de Michael Morpurgo (que ya tuvo una versión teatral), combinando reminiscencias de todo tipo al cine de John Ford, Stanley Kubrick (el genérico e interesante, no el pretencioso y pedante), Robert Bresson y… al de Steven Spielberg. Y lo que termina construyendo es un objeto desatado, de esos que dividen aguas, al estilo Inteligencia artificial o Munich. La historia es simple, directa, leal a sí misma y, por cierto, brutal (¿no lo son en el fondo todos los relatos para chicos, que siempre consisten en zambullidas y choques con el universo y las reglas adultas?): el padre del joven Albert, de puro orgulloso nomás, decide pagar una fortuna que no tiene para comprar un caballo llamado Joey. El primero se encarga de domar al segundo, y nace una amistad entre ellos, una historia de amor entre hombre y caballo que es más grande que la vida. La Primera Guerra Mundial los separa, y la historia se centrará en cómo buscarán unirse de nuevo. Hace ya bastante tiempo, a Steven, jovencito cinéfilo crecido si los hay, le preguntaron por cuáles cineastas lo habían influenciado en su carrera. El periodista que lo había interrogado se anticipó a su respuesta, arriesgando “Stanley Kubrick”, a lo cual el director de Tiburón respondió “sí, puede ser, por suerte tuve el placer de conocerlo personalmente”, para luego comenzar a hablar de John Ford. ¿Esto significa que no le gustaba el cine de Kubrick? Todo lo contrario, de hecho es uno de sus grandes defensores, en especial de películas que este crítico detesta, como 2001: odisea del espacio o El resplandor. Pero se puede intuir en buena parte de su obra que Kubrick es como el punto de partida para sus ideas narrativas y estéticas, mientras que Ford es la cumbre que podría llegar a alcanzar, el maestro absoluto. Y esto se percibe asimismo en Caballo de guerra, donde un film no tan considerado en la carrera de Kubrick como La patrulla infernal sirve como modelo de puesta en escena para las escenas bélicas (planos generales, uso del travelling, un punto de vista distanciado, pero sin descuidar la especificidad de los protagonistas) e incluso los diálogos previos a las batallas (con actuaciones medidas en gestos e intensidad); pero es la filmografía de Ford (con especial hincapié en cintas como El hombre quieto, El joven Lincoln, Más corazón que odio o Fuerte Apache) la que se constituye en eje ético y moral, como si se buscara recuperar otra forma de conceptualizar el cine, lo que significa contar historias, qué se puede representar o no, cuándo introducir el humor, cómo reflejar los lazos de lealtad o amistad entre los protagonistas. Así Spielberg hilvana una narración donde el caballo Joey hace una especie de vía crucis durante la Guerra, cruzándose en los caminos de ingleses, franceses y alemanes, igualados todos ellos en el idioma (es llamativo cómo la usual táctica hollywoodense de hacer hablar a todos los personajes en inglés en este caso hermana a los personajes en sus acciones, tanto positivas como negativas). El horror sobre el ser humano no se manifiesta, queda casi siempre fuera de campo, pero sí se explicita sobre Joey, un animal que, siendo separado de su amigo, pasando de mano en mano, arrastrando terribles máquinas de guerra, cabalgando por el campo de batalla, enfrentándose a un tanque (puro metal, puro anonimato, pura amenaza), enredándose con alambres de púas, sudando, sangrando, termina cargando sobre su lomo el sufrimiento del mundo entero. Su peregrinar se vincula con el jansenismo, movimiento católico que presenta la noción de la gracia (es decir, el auxilio de Dios para evitar el pecado), pero también la de la gracia eficaz, que implica la ayuda de Dios para hacer el bien. Con respecto a la última afirmación no está de más detenerse, porque no sería de extrañar que comiencen a oírse voces que rápidamente asocien lo de jansenismo a Robert Bresson, luego a su obra maestra Al azar Balthazar y de ahí empiecen a meditar seriamente en arrojar a Spielberg y sus adeptos a la hoguera. Ante lo cual corresponden decir algunas cositas: 1) Bresson era un cineasta enorme, único, con una obra casi irrepetible, pero también un ser humano. Tan humano era, que se murió. Y su obra, paradójicamente, es tan inmortal como humana, tan sujeta a relecturas y reinterpretaciones como cualquiera. 2) Bresson será uno de los grandes directores de la Historia, pero Spielberg es, cuando menos, uno de los más grandes realizadores de los últimos cuarenta años. Se le pueden hacer un montón de cuestionamientos, pero debe haber pocos hombres de cine con una filmografía tan extensa como consistente, con títulos de gran relevancia en prácticamente todos los géneros. 3) No se puede ignorar que las herramientas y objetivos que los dos cineastas persiguen en sus obras son casi opuestos. Pero eso no quita que, al menos en el caso de Caballo de guerra, pueda haber un entrecruzamiento o al menos un ligero contacto. Spielberg es ya un autor con trayectoria y experiencia, con la inteligencia suficiente para pensar el cine de otros maestros, pero también el de sí mismo. En su nuevo film se escuchan ecos de ET (con todo su cristianismo a cuestas), El imperio del Sol (en su observación de las conductas ajenas y su relato de crecimiento forzado), La lista de Schindler (el retrato de una tragedia mundial, aunque en clave católica), Rescatando al Soldado Ryan (aunque por oposición al realismo violento y extremo); y Atrápame si puedes (en su humor tan físico como caballeresco). Caballo de guerra es una película tan bella como terrible, que entrega lo que promete y hasta más: un cuento de fervor y solidaridad, de amor sin dobleces, de dolor intenso, casi un melodrama bélico. Y, como se sabe, sufrir y llorar en el melodrama puede ser el más grande de los placeres.
"CABALLO ENTRETENIDO, PERO ELEMENTAL" Historia de lucha y superación, de coraje y emoción, la última propuesta de Steven Spielberg es, una vez más, una obra pensada para la familia y, especialmente, para adolescentes. El filme entretiene muchísimo; a pesar de su duración de 145 minutos, el ritmo no decae en ningún momento, ya sea que muestre una instancia de palpitante acción como otra más serena y contemplativa. Spielberg construye una aventura en la que el caballo del título es estrella absoluta, y se constituye como el hilo conductor a través de varios personajes en la Primera Guerra Mundial, cuyas secuencias resultan apabullantes en cuanto a diseño visual y sonoro se refiere. “War horse” (Caballo de guerra) relata la asombrosa historia de amistad que surge entre el joven Albert y un caballo al que bautiza Joey. Habiéndolo criado con todo su amor, ambos serán separados: el padre de Albert vende al animal a la caballería del ejército británico para luchar en el frente. Así, Joey será testigo de un sorprendente período de la Historia con la Gran Guerra como telón de fondo. A pesar de atravesar enormes vicisitudes, su intrepidez y bravura serán la fuente de inspiración para aquéllos con los que se cruzan en su camino. La capacidad y virtuosismo de su director para concatenar diferentes historias es realmente loable, ya que se sigue con mucho interés el recorrido del caballo a lo largo de las vivencias con sus dueños temporales. Ya sea que aprenda a arar con el joven inglés que lo cría, o a huir con dos reclutas alemanes novatos que desertan de su misión; ya sea que conviva con una adolescente francesa que quiere enseñarle a saltar, o con un general alemán que lo obliga a remolcar un tanque; todas las pequeñas vivencias del caballo con estos personajes secundarios logran atraer, divertir y emocionar. Lo que se le puede echar en cara a Spielberg es cierto estilo elemental, básico, poco sutil en la forma que tiene de poner en escena muchas de las instancias dramatizadas. Cuando el joven que cría a Joey, el caballo, intenta hacerlo arar un campo muy seco y repleto de piedras (de lo que depende que pueda pagar la deuda que tiene su padre), todo el pueblo (¡todo!) corre a ver cómo se las arregla, y encima se larga una lluvia torrencial que aumenta aun más la cuota dramática, mientras el malo de la película se deleita con lo difícil de la situación. O cuando entre un soldado inglés y otro alemán salvan al caballo de la maraña de alambres de púa, todos los soldados ingleses están al pendiente de la cuestión, abriendo camino (coreografiadamente) al paso del caballo y al soldado que, heroicos, salieron airosos de la complicación. La escena final tampoco es feliz, con el reencuentro familiar, ampulosamente fotografiado con tonos rojos de un atardecer excesivamente post producido y unos abrazos demasiado fríos para una escena dramática de estas características. Todos resultan trazos gruesos, evidentes, obvios, cuasi teatrales que, si lo expreso de manera exagerada, agravian la inteligencia de un espectador al que no le dejan nada por discernir. La fotografía del polaco Janusz Kaminski capta la belleza del campo inglés y la dureza de la vida en la granja, así como el desasosiego en el campo de batalla, acompañados por la efectiva orquesta de John Williams. Lo más logrado, sin dudas, en esta realización, es el impactante diseño de producción, más que el flojo guión de Lee Hall y Richard Curtis, basado en la novela de Michael Morpurgo. Emily Watson y el joven Jeremy Irvin resultan los personajes más sobresalientes de la trama, dentro de un elenco enorme de secundarios y extras, en el que, sin lugar a dudas, el equino es el que se lleva las palmas. Speilberg logra una obra magnánima en cuanto a despliegue audiovisual y puro entretenimiento, pero deja ver ciertos hilos manipuladores y evidentes que dejan al filme rayando con lo edulcorado y simplón.
Negar la capacidad que posee Steven Spielberg, de su saber de cómo se debe contar una historia en el cine, sería entre snobismo barato y/o suicida, el mismo efecto que puede producir a esta altura poner en duda la genialidad histriónica de Marlon Brando. Lo que se debe aclarar que desde siempre el “Rey Midas” del cine (por esta cuestión de las recaudaciones) apunto con sus realizaciones a la taquilla, o bien a los premios de la academia de Hollywood. Superada una lucha que tuvo con Hollywood, finalmente logro, después de mucho tiempo, sendas nominaciones con “La lista de Schindler” en 1993. Este año el bueno de Spielberg estreno en nuestro país un film animado, “Las aventuras de Tintín”. Respecto a la producción que nos ocupa en esta ocasión, el problema es que estructuralmente, en cuanto al desarrollo de la historia y al relato fílmico, me recordó constantemente a “La Cadena Invisible”, dirigida por Fred M. Wilcox, el problema es que entre ambas hay un espacio de tiempo de sesenta y ocho años (68), pues esta producción es de 1943, y fue la segunda en la filmografía de Elizabeth Taylor junto al también jovencísimo Roddy McDowall. Cuenta la historia del cariño entre un joven y su perro Lassie, codiciado por un terrateniente criador de canes, abuelo del personaje interpretado por la bella Liz Taylor. Ambas tienen como protagonistas a un animal, pero con el cambio de un perro, “Lassie”, por el caballo, “Joey”. Mientras la primera es una bella e ingenua historia de amor, esta última es en principio sólo ingenua, por no decir naif. Es así que “Caballo de Guerra” cumple con todos los requisitos de ambas variables, apuntar a los premios y no perder de vista los réditos económicos. Es un filme bellamente filmado, con escenas realmente impactantes en cuanto a la construcción de los planos, de la mano del fotógrafo Januz Kaminski, no así la relación de la imagen con la banda de sonido, específicamente la música compuesta por John Williams, que sólo aporta melosidad al relato pues ni siquiera podría catalogarla de empática. Esto no sería tan grave si no fuese que todo el filme es extremadamente previsible, además de ser realmente un catalogo de lugares comunes, con el agravante que donde debería de haber algo de sentimiento o sentimentalismo recibimos un golpe bajo, que apunta a la lagrima fácil. A mi entender, uno de los grandes déficit del director es ese, poder plasmar sentimiento sin caer en la sensiblería. Pero en este caso recurre a artilugios insospechados. La narración abre con un gran plano general, bellamente fotografiado, haciendo casi un homenaje al gran John Ford, icono del genero del western en el cine, para dar paso al nacimiento de nuestro héroe equino, con plano y contraplano de este hecho (gracias a Dios que tuvo el tino de no exhibirlo impúdicamente) a la mirada atenta de un joven que parecería ser el dueño del potrillo pero, por cuestiones de índole dramática, no es así, debe generarse un conflicto para que el sustento de la relación entre el joven Albert Narracot (Jeremy Irvine) y el caballo se efectivice. Ted Narracot (Peter Mullan), el padre de Albert es un pobre granjero que embelezado por la prestancia del caballo gasta todo lo que tiene en adquirirlo en una subasta, poniendo en riesgo la propiedad en la que vive junto a su hijo y a Rose (Emily Watson). La historia tiene su inicio al comienzo de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y la debacle económica hace que, contra de los deseos del joven, el caballo pase a manos de un oficial ingles. Ergo el equino se transforma en un soldado y de allí al frente hay un paso. Para llegar a ser casi un héroe de guerra va pasando de mano en mano, y de bando en bando, hasta llegar a apogeo de lo ridículo cuando dos soldados, uno alemán y otro ingles, en el espacio entre las dos trincheras en el frente de battala, espacio que se conoce como “Tierra de Nadie”, salvan al caballo atrapado en alambres de púas, para luego sorteárselo con una moneda. Más allá de las bondades y/o los aciertos de esta producción, como es un film para toda la familia nos ahorro el ser testigos de violencia glamorosa y excitante a la que es tan afecto el realizador, recordemos la primera secuencia sin sentido y sin justificación posterior de “Rescatando al soldado Ryan” (1998). No obstante la ya destacada dirección de fotografía, extendido a toda la dirección de arte, muy buenos efectos especiales, montaje impecable y buenos actores, a pesar de todo esto, el filme no logra salir de la mediocridad. Sin entrar demasiado a dilucidar lo que se da por considerar el “humanismo” de Spielberg, aquí ese concepto esta en las patas y el corazón de un equino, no de un humano. Para ser sinceros ese tan mentado calificativo no cumple ni con la concepción renacentista del término ni con la estructura filosófica del mismo Nunca fui un gran admirador del cine de Spielberg, eso no quita que esta producción no configure para mi otra decepción.
No direction home Debajo del clasicismo desequilibrado de Spielberg –siempre menos una contingencia que un aliento remoto, una invocación subterránea hacia la que sus películas parecen inclinarse, como sobre una cadena de recuerdos en la que los primeros eslabones aparecen desdibujados en relación con la feroz vitalidad contemporánea del capítulo adulto de su cine– lo que parece haber en juego esta vez es una melancolía a escala superior: todo elemento “clásico” luce ostensiblemente falso en Caballo de guerra. Pero ese carácter irreal es cincelado como si se tratara de obtener de allí un brillo de oropel, un evidente fasto destinado a cubrir con un dejo de fábula entrañable lo que hay en el medio. Entre el prólogo que desborda bucolismo, con imágenes de una vida dura que se lleva con sencillez y cósmica resignación –las diferencias de clase y la discreta crueldad de los patrones son tan corrientes y esperables como el cambio de las estaciones–, y el epílogo, que reúne a la familia contra el fondo pintado de un atardecer rojo fuego, como una estampita en technicolor, el director americano parece enmarcar lo que es el núcleo de la película. ¿Y qué hay en el medio de Caballo de guerra? ¿En qué consiste ese centro alrededor del cual se teje un breve melodrama de pérdida, búsqueda y reparación? Lo que se encuentra allí es el absurdo, un caos intransferible de oscuridad y sinrazón. No porque la guerra deba serlo per se, sino porque lo impone en términos estrictamente narrativos la visión aterrorizada de un inocente llamado Joey, nada menos que el caballo del título, que parece operar a modo de proyección sensible de su dueño (un campesino adolescente), un extraño en medio del campo de batalla que observa estupefacto y temeroso lo que ocurre a su alrededor, de la misma manera que el afable mostrenco de E.T. se encargaba en parte de relevar con una mirada externa y virginal las costumbres de la clase media norteamericana de los suburbios. Inglaterra entra en la Primera Guerra Mundial y Joey es destinado a la caballería británica. La separación es dolorosa pero Spielberg, a pesar de las inevitables emanaciones pedagógicas de la música de John Williams, ajusta en esta oportunidad las emociones a un mínimo indispensable. En su primera intervención, el animal es capturado por los alemanes. Los “boches”, en la línea del relato bélico clásico de Hollywood, exhiben un plus de crueldad respecto de sus contrincantes ingleses. Sin embargo el director, con gran habilidad, lo carga a la cuenta del ingreso progresivo de Joey en una espiral ascendente de terror, violencia y extrañamiento. La mayor parte de Caballo de guerra está destinada a un maremágnum de escenas bélicas que corta el aliento: hipnóticos paisajes nocturnos en llamas, de una belleza abstracta, son la coronación luctuosa del hundimiento de la subjetividad en un infierno de imágenes sin sentido, ensimismadas y autosuficientes. Más tarde, cuando su edad lo habilita, el chico consigue ser reclutado y marcha también al frente de guerra. En el momento en el que confluyen el animal y su antiguo dueño en la misma línea de trincheras, el joven se queda ciego al ser alcanzado por el gas enemigo y la película describe, con gracia y fluidez melodramáticas, la naturaleza intercambiable de los dos. Es el caballo el que sigue mirando, sus ojos son también los del chico. Lo que muestra Spielberg es un defasaje atroz, la mirada extraviada sobre un horizonte enloquecido, que arde de miedo y de una desdicha que apenas alcanza a nombrarse: en Caballo de guerra no queda lugar para una improbable épica porque no hay héroes sino, apenas, seres arrancados con brutalidad de su estado de inocencia. Para Spielberg el clasicismo es el hogar. Pero resulta que ya no hay hogar, como no sea de cartón pintado.
El gran protagonista de esta película es un caballo valiente, bravío, y su amistad con un muchacho. Un melodrama de principio a fin que va directo a la búsqueda de la emoción y la lágrima, con subrayados musicales y momentos de paisajes que parecen hechos a medida para que se anuden las gargantas. Un film que recuerda los épicos de otros tiempos. De la mano de Steven Spielberg el buen cine siempre está presente, aunque se le noten las intenciones.
VOLVER A CASA "La vida es una travesía rumbo a casa", dijo Melville. Y Spielberg revive esa alegoría en este filme vistoso, colorido, repleto de aventuras, una película que habla de la nobleza y que pone en el centro a una caballo, ejemplo de tenacidad, lealtad, un caballo único, que atraviesa todo, la guerra la paz, los campos, las trincheras y que hasta logra, en plena guerra, un intervalo de paz entre dos soldados enemigos. Volver a casa es lo que ansía ese muchacho que lo crió y ese caballo. Y no solo ellos: un personaje pone como ejemplo a las palomas mensajeras, que vuelan por encima de todo para poder llegar a casa. Y que no miran abajo para que nada las turbe. De todo esto, del aprender a pasar por encima del horror (guerra, humillaciones, pobreza, abusos) habla este filme, que registra muchos sufrimientos y muchos personajes nobles, un filme que trota sobre la sangre, la piedad, el atropello, la dignidad y la esperanza. Un cine de sentimientos primarios y hechura clásica, que no elude ni golpes demagógicos ni sentimentalismos, pero que le deja a Spielberg sacar otra vez de la galera sus inspirados recursos: belleza visual, intensidad, ritmo, destreza narrativa, personajes bien tallados, historia conmovedora. Spielberg y su caballo nos invitan a volver a casa. Y nos dejan su receta: hay que volar y volar hasta llegar a la inocencia, sin mirar abajo (ni atrás). (**** MUY BUENA)
Para Spielberg, las películas de guerra son una tentación. No se equivoca. Mientras otros géneros clásicos de la era dorada de Hollywood, como el musical o el western, palidecen hasta casi desaparecer, las producciones bélicas se revitalizan. Cabe subrayar que este no es un título revisionista ni polémico. Más bien se asienta en esa tradición del relato épico donde prevalecen el arrojo y la temeridad, muy en la línea de John Ford, Howard Hawks, William Wellman entre otros. En 1914, durante la Primera Guerra Mundial, el Ejército inglés lleva a Francia el caballo que había criado y domado el campesino Albert. El film sigue puntualmente las historias paralelas del muchacho y su pingo en un estilo clásico, sin abundancia de efectos especiales pero cargado de emoción. Como en los buenos viejos tiempos. Entre los Extras que aporta la edición en DVD, especial atención al diseño de la película y el capítulo “Camino a casa”. En la edición en Blu ray estos datos se amplían.
Basada en la aclamada novela escrita por Michael Morpurgo, que posteriormente se convirtió en una obra teatral creada por Nick Stafford y que actualmente se presenta en el Teatro Nacional de Londres, esta épica aventura dirigida por Steven Spielberg nos presenta un conmovedor -algunos dirán melodramático- relato de amistad entre un joven muchacho y su caballo en tiempos de la Primera Guerra Mundial. Ambientada en el contrastante entorno de la Inglaterra rural y la Europa en los inicios del mencionado conflicto bélico, "Caballo de Guerra" introduce al espectador en la relación que forja un adolescente sensible y tenaz llamado Albert (interpretado por Jeremy Irvine) con un caballo que llega a la pequeña granja donde vive luego de que su terco y distante padre (a cargo de Peter Mullan), lo adquiere a costa de todos los ahorros de la familia. Joey, el equino que pertenece a una raza que no es apta para labrar campos, es entrenado por el joven para que logre lo imposible, y así poder salvar la casa y los terrenos que están muy cerca de perder debido a la mala elección de su padre, un hombre desesperanzado y entregado a la bebida. En el proceso, Albert y Joey establecen un vínculo profundamente inquebrantable que más adelante se ve amenazado por la guerra, ya que el animal es vendido al ejército británico para que éste sea enviado a la línea de combate. Cuando ambos son apartados a la fuerza, el film sigue el fenomenal viaje del caballo a través de los campos de batalla, donde se ve obligado (con su propia vida en peligro, pero siempre con la esperanza de reencontrarse con su amigo) a arrastrar artillería pesada. A medida que se adentra en la guerra, pese a los obstáculos que enfrenta, el potro se ve envuelto en los destinos de todos los personajes que conoce a su paso, ya que toca y cambia las vidas del Capitán Nicholls (Tom Hiddleston), miembro de la caballería británica; la de dos jóvenes soldados -y hermanos- alemanes (Robert Emms y David Kross) y hasta la de un granjero francés y su nieta (Niels Arestrup y Celine Buckens). En tanto, Albert, destrozado e incapaz de olvidar a su gran amigo, también deja su hogar y marcha a los campos de batalla en Francia para encontrar a su caballo y traerlo de vuelta a casa. Sin duda, este film que retrata lo triste de la guerra a través de la travesía y la odisea del animal, principal protagonista de la historia, es una gran producción del director de "E.T.", quien retrata la época de una manera sumamente creíble, producto de la notable dirección, la bonita fotografía, los espectaculares efectos especiales, la correcta ambientación, el gran vestuario y la excelente música compuesta por un grande como lo es John Williams, cuya partitura siempre está acorde a la narración que nos ofrece momentos intensos, tristes y emotivos, por lo cual recomiendo tener un pañuelo a mano. En "Caballo de Guerra" todo es para destacar. Nominada a seis Premios Oscar (entre ellos para Mejor Película), la cinta nos brinda formidables trabajos de los intérpretes humanos (particularmente de los jóvenes Jeremy Irvine o Celine Buckens. No nos olvidemos de Peter Mullan, Tom Hiddleston, Benedict Cumberbatch, Niels Arestrup, y de una fantástica Emily Watson) como así también de los distintos caballos (se utilizó un gran número de animales con supervisión de la American Humane Association), quienes nos ofrecen un trabajo actoral que traspasa la pantalla, gracias a sus entrenadores.
Publicada en la edición digital #1 de la revista.