With a little help from my friends Amigos, mujeres y música. Estos son los tópicos de la ópera prima del creador de la exitosa serie Todos Contra Juan. Pero uno de esos elementos no funciona. Justamente el del medio, las mujeres. Las mujeres que se interponen y lo complican todo. Tenemos a cuatro protagonistas amantes de la música, lo único que los une, de hecho, es la pasión por las bandas de ‘60, ‘70 y ’80, y los vinilos que coleccionan desde chicos. Sin embargo, al igual que a un reconocido cuarteto proveniente de Liverpool, estos cuatro amigos están a punto de separarse por culpa de sus respectivas Yoko Ono. En uno de los casos, literalmente hablando. Comedia nostálgica y retro, Días de Vinilo, tiene un universo propio que Nesci respeta en un sentido obsesivo y meticuloso. El guionista/realizador destruye la verosimilitud tiempo/espacio. Por un lado, hay una clara asimetría temporal: la ficción es contemporánea, pero el único tipo de emisor musical que se ve es el vinilo. No hay CDs, no existen los casetes. Los celulares, son bastante anticuados dependiendo el caso, pero no hay una alusión a una década específica. Realmente se trata de un cuidado estético por manifestarse a favor de lo retro en cada detalle del arte (abundan referencias musicales y cinematográficas) y el vestuario. Con el espacio, sucede algo similar. Nesci rompe Buenos Aires, los personajes caminan por un extremo de Palermo, cruzan una calle y están otro. Si esto fuera una característica de solo una escena, se interpretaría como error, pero al manifestarse en todo el metraje, es claro que la intención del realizador es romper con la verosimilitud y crear un mundo de fantasía propio de esto personajes. A pesar de que la fotografía remite a una estética publicitaria, los colores, el cuidado de la puesta, la velocidad de obturación nos lleva justamente a las publicidades de los ’90, agrandando ese tono nostálgico. El segundo punto a favor del film es su autoconciencia. Un colega me decía que lo que más le había molestado es el hecho de que Gastón Pauls interpretara a Juan Peruggia. Ni a Nesci ni a Pauls parece molestarles demasiado este detalle, ya que en una escena, la comparación se hace obvia, lo cual habla de cómo Nesci ha decidido expandir el universo que ha creado televisivamente a un terreno cinematográfico y no le sale nada mal. El director pone el énfasis en diálogos y situaciones, algunas ingeniosas, otras ingenuas, que logran confluir en un relato coral fluido, entretenido y divertido, apoyado por las sólidas interpretaciones del cuarteto protagonista, donde cada uno logra destacarse (en particular quedé gratamente sorprendido con la actuación de Fernán Mirás, que después de verlo como Tanguito, se me hacía difícil visualizarlo como comediante. También es muy divertido lo de Sbaraglia). Si bien es el elenco femenino el que tiene mayor irregularidad interpretativa (se destacan Álvarez y Efrón), esto no perjudica un film generacional, que genera empatía y provoca un bien estar interior gracias a su inocencia, calidez y humor.
Redondita como un disco Llega esta bienvenida comedia nacional cuya eficacia descansa en las vivencias de un grupo de amigos que se alborota ante la noticia del casamiento de uno de ellos. El film propone una divertida historia de amistad, encuentros y desencuentros amorosos, junto a la pasión que profesa el particular cuarteto por el rock y los discos de vinilo. El film lleva el sello de Gabriel Nesci, responsable de la tira televisiva Todos contra Juan, y hereda recursos que le dieron buenos resultados en la pantalla chica: mucho humor, nostalgia por el tiempo pasado y como éste marca el presente en la vida de los protagonistas. De este modo, desfilan por la pantalla Damián (Gastón Pauls), un cineasta preocupado cuando la única copia de su guión cae en manos de Vera (Inés Efrón), una joven vendedora de cremas, mientras intenta convencer a Leonardo Sbaraglia (interpretándose a sí mismo en una participación muy festejada) para que se convierta en el actor de su película. Las cosas no le van mejor a Luciano (Fernán Mirás), un locutor radial que rompe su relación amorosa con Lila (Emilia Attias), una cantante pop que escribe un hit basado en las penurias de la relación. El tercero en cuestión es Facundo (Rafael Spregelburd), el empleado de un cementerio privado a punto de casarse (con Maricel Alvarez, la actriz de Biutiful) que vende parcelas (cuando puede), compone jingles publicitarios (cuando la inspiración lo toca) y en cuyo camino se cruza Lila. Marcelo (Ignacio Toselli), que alquila su departamento a turistas (preferentemente mujeres) y lidera una banda tributo a Los Beatles, es el cuarto del grupo. Todos estos elementos son los que aprovecha el realizador para sacar gracia de la desgracia ajena y música en un relato con el que seguramente el espectador logrará empatía inmediata. Una sucesión de equívocos donde la seducción y la torpeza se cruzan en los caminos de estos seres en plena búsqueda de su felicidad. La infancia, la caída de discos de vinilo sobre sus cabezas, los bloqueos creativos y emocionales, forman parte de algunas de las muchas sorpresas que depara el film. En el elenco se destacan un Fernán Mirás explosivo, una Maricel Alvarez cómoda en su rol de futura esposa y una Inés Efrón en un papel que se mueve entre la ingenuidad y la insistencia. En tanto, la película sigue girando y demuestra que es tan redondita como un disco.
Amigos son los amigos ¿Vieron Diner, una película de Barry Levinson de principios de los años ’80? Si no lo hicieron, búsquenla y véanla. Es la historia de cinco amigos que se juntan a partir de la boda de uno de ellos. Cada uno tiene su particular obsesión y universo, pero ninguno puede entender nunca el misterio más grande de todos: las mujeres. Diner -con los entonces jovencísimos Mickey Rourke y Kevin Bacon, entre otros- estableció una suerte de amplia y generosa fórmula que sigue existiendo hasta hoy. Digamos, más bien, que esa fórmula hoy está en su apogeo con tantas comedias “brománticas” (de “amor entre amigos”) y la persistente y ya un poco agotadora figura del hombre que se rehúsa a crecer. Tomando esa referencia modélica y sumando una más obvia como Alta fidelidad, Gabriel Nesci dirigió Días de vinilo, una comedia sobre cuatro amigos fanáticos de la música que se enfrentan con sus propios miedos y obsesiones cuando uno de ellos toma la decisión de casarse. Hay algo que la separa de las anteriores películas y es acaso lo único preocupante de esta bastante divertida y por momentos muy ingeniosa comedia: los personajes (los actores también) han superado los 40 años y siguen actuando como si el tiempo no hubiera pasado, cuando las papadas, barrigas y ojeras de varios de ellos los deberían ubicar más cerca del divorcio que del casamiento… Pero en tiempos de adolescencias eternas y economías precarizadas, a nadie se lo puede juzgar por seguir dando vueltas con los mismos discos, las mismas obsesiones y los mismos miedos a los 40 que a los… 20. O sí, no sé. Sólo sé que a mí me hace un poco de ruido. En La edad de oro, la excelente obra teatral de Agustín Mendilaharzu y Walter Jakob con la que esta película tiene varios puntos en común, los treintañeros protagonistas tratan de encontrar la manera de reunir las obsesiones adolescentes con lo que se llama “madurez”. Aquí hay algo similar, y ese fetichismo con los vinilos amados es la representación cabal de una juventud que no quiere ser dejada y una madurez que se teme alcanzar (pregunta al margen: ¿por qué la obsesión con la música debería representa una idea de “juventud”? ¿No es una idea que atrasa décadas?). Con un formato más de promisorio piloto de sitcom que de película propiamente dicha, Días de vinilo narra las desventuras de cuatro amigos que se enfrentan al anunciado casamiento de uno de ellos, Facundo (Rafael Spregelburd), con su novia de hace diez años, Karina (Maricel Alvárez) y, a partir de allí, a sus propias crisis individuales. Damián (Gastón Pauls) es un guionista y cineasta que hizo una comedia exitosa años atrás que le costó su relación con la algo pretenciosa crítica de arte que interpreta Carolina Peleritti (en el papel más desagradable y cruel de la película, la “tilinga/snob” sin matiz alguno), y hoy anda deprimido por la vida, tratando de conseguir elenco para su nuevo guión, un drama que repasa esa conflictiva relación. En el camino conoce a Vera (Inés Efron), una vendedora que lo ayudará de maneras impensadas, y a la vez deberá lidiar con el divismo de Leonardo Sbaraglia (interpretando una versión ficcional de sí mismo), que se roba la película con sus fabulosas, autoparódicas y delirantes apariciones. Luciano (Fernán Mirás) es un conductor radial, hipocondríaco y woodyallenesco que se enamora perdida y obsesivamente de todas las mujeres. Ahora la situación es más inmanejable que de costumbre ya que está en pareja con Lila, una muy sexy cantante pop (Emilia Attias) que está más interesada en su guitarrista que en él. Y, considerando lo pesado y posesivo que Luciano puede ser, sus razones tiene. En tanto, Marcelo (Ignacio Toselli) es un fanático de John Lennon que sigue hace años manteniendo una banda tributo a los Beatles (The Hitles, que muchos pronuncian The Hitlers) que no avanza a ningún lado. Gana dinero alquilando su casa a extranjeros hasta que llega Yenny, una simpática turista colombiana, que lo lleva a analizar -por razones que conviene no adelantar- dar un giro a su vida. Y Facundo, el novio, tampoco las tiene todas a favor. Su mujer es una neurótica de temer y él, que trabaja en una muy particular funeraria pero es pianista y compositor por vocación, empieza a sentir que tiene ojos para otras chicas, aunque no siempre las más convenientes. Las historias de los amigos y de sus -en muchos casos irritantes- mujeres (salvo excepciones, las chicas son bastante maltratadas en la historia) conforman el corazón de un film que se apoya en un guión bastante sólido en los diálogos. Los textos parecen, por momentos, armados a la manera de monólogos de stand up y los retruques verbales suelen ser muy ingeniosos y graciosos, con salidas ocurrentes aunque evidentemente ensayadas para la ocasión (cuesta creer que muchos personajes estén pensando lo que dicen). Más allá de pequeños desajustes de tono y actuación, esa comedia verbal (más televisiva que cinematográfica en su puesta en escena, casi remedando al aceitado ping pong de una sitcom) es lo mejor de Días de vinilo. A la hora de crear situaciones, a la película le cuesta un poco más sostenerse: una subtrama con Damián y Vera buscando un guión a través de papeles sueltos en todo Buenos Aires, y el problema en exceso banal que atora a Marcelo en su relación con Yenny son chistes algo viejos y reiterativos. De todos ellos, sólo uno (el problema “físico” que tiene Luciano tras escuchar una canción) funciona a la perfección, gracias al gran timing para llevarlo delante de Mirás. Días de vinilo es una comedia disfrutable y por momentos muy graciosa. No poder decidirse del todo entre apostar por cierto realismo “indie” y un humor más simplón le quita algunos puntos, muchos de los cuales también tienen que ver con el uso de una banda sonora (carísima, uno imagina) que apuesta casi siempre por “una que sepamos todos”. Esa apropiación de la “comedia bromántica americana” muestra a Nesci -el creador de Todos contra Juan- como un alumno más que aplicado en la materia, alguien que vio las películas y las series que debía ver, y que -uno supone- vivió algunos desengaños amorosos que lo llevaron a armar este film. Ahora, también, la copia desaforada de un modelo sin demasiadas alteraciones deja algunas dudas en el camino. ¿A ninguno de los amigos jamás se les dio por escuchar rock nacional? Tan “ochentosos” que son todos ellos, ¿nunca un Soda Stereo, un Charly García, un Fito Páez? No es una exigencia, claro, es una elección deliberada, una apuesta acaso a que la película pueda incursionar otros mercados sin problemas de adaptación. Y podría hacerlo, ya que es un producto que funciona, bastante bien, en ese “lenguaje universal” que puede tener una serie como Friends.
Gabriel Nesci es la mente detrás de “Todos contra Juan” serie que no ví, pero que en general he escuchado buenas referencias. En este caso cambia la pantalla chica, por la de cine y nos trae esta nostálgica y divertida comedia uniendo fuerza con quién es la cara detrás de dicha franquicia (con dos temporadas, si mal no recuerdo), Gastón Pauls, actor principal en un elenco lleno de figuras. Damián (Pauls), Facundo (Rafael Spregelburd), Marcelo (Ignacio Toselli) y Luciano (Fernán Mirás) son amigos de toda la vida. Tienen dos pasiones que comparten; la música y las mujeres. Somos testigos del momento en que ambas pasiones nacieron, durante la década de los ochenta y tres décadas después observamos que si bien continúan siendo unos melómanos empedernidos, sus vidas tanto en el aspecto sentimental como en el aspecto profesional no son lo que esperaban. Damián es un guionista de cine en una crisis creativa, que sigue enamorado de su ex, interpretada por Carolina Peleritti. Facundo es el encargado del departamento de Marketing de una funeraria, y compone música en sus ratos libres. El relato transcurre una semana antes de su boda con Karina (Maricel Álvarez), quién es productora de la emisora de radio donde Luciano es locutor. Luciano está de novio con una música en ascenso, estelarizada por Emlia Attías. Y Marcelo tiene una banda tributo a The Beatles, alquila una habitación a turistas que vengan del extranjero (exclusivamente féminas) y se podría afirmar que es bastante mujeriego. Sorprendente y entendiblemente sus vidas cambiarán rotundamente en el transcurso de unas semanas, y se descubrirán no sólo a sí mismos, sino que también a quienes los rodean. El film así como muy divertido y entretenido tiene problemas. El relato es llevadero pero no es consistente, y algunos de los arcos narrativos no están tan bien desarrollados como los otros, sobre todo el de Rafael Spregelburd que en mi opinión es un actorazo, pero de la manera en la que soluciona sus problemas no termina de ser efectiva y creíble. Las historias de Gastón Pauls y Fernán Mirás son las más sólidas e interesantes, teniendo cómo punto más alto las cuatro escenas en las que aparece el gran Leonardo Sbaraglia, en algo que es un poco más que un cameo, donde realiza una parodia de sí mismo. Para mí sorpresa no me gustó la actuación de Inés Efron, que interpreta a Vera, quien será compañera en el viaje que realice Gastón Pauls. Quizás no todas las actuaciones descollen, pero la mayoría las sentí aceptables. Tal vez, con registros diferentes... si, un poco desparejas si lo pienso bien. Por supuesto la música es otro punto alto en el film. La banda sonora es obviamente muy ochentosa, y para los amantes de esa época (categoría en la que yo no me encuentro) van a poder disfrutar de un gran soundtrack con muchísimos hits de esos años, y muchísimas referencias también a la música de esa década. Para concluir cabe simplemente decir que es una película muy disfrutable, entretenida y divertida, así como sencilla e incluso un tanto trillada, con momentos hilarantes y momentos en que todo se torna un tanto insufrible, es en definitiva un film agradable para ver. Si tenés ganas de ver una película nacional y reírte un rato no dudes en comprar tu entrada para “Días de Vinilo”
Aunque parezca dirigida sólo a un par de generaciones muy específicas, Días de Vinilo depara tanto desenfreno nostálgico y emotivo, que el disfrute sin pausas que recorre todo su metraje puede resultar afín para cualquier tipo de público. El cineasta debutante Gabriel Nesci, que demostró con creces su creatividad y talento en la TV con Todos contra Juan, recorre con su film las vicisitudes personales y fraternales de cuatro auténticos loosers llenos de coincidencias y a la vez dueños de un universo tan propio como patético. En sus alternativas predominan los encuentros y desencuentros amorosos y la pasión por la música y los discos de vinilo, en una trama que se va subdividiendo en mini historias que nunca resienten la unidad narrativa del film. Más allá que haya que convenir que la película remita a otras, lejanas y cercanas, y que algunas escenas estén armadas en pos de buscados efectos, Días de Vinilo es tan entrañable, regocijante y plena de innumerables hallazgos expresivos, que merece un apoyo fervoroso. Además de sus múltiples homenajes musicales, entre otros minuciosos detalles generacionales, la película se realimenta permanentemente con un cuarteto protagónico brillante, en el que Fernán Mirás alcanza momentos desopilantes e Ignacio Toselli, Gastón Pauls y Rafael Spregelburd logran personajes memorables. Se destacan además la encantadora Inés Efrón y Leonardo Sbaraglia, fenomenal en una autoparodia que es una clara referencia a la impronta de Todos contra Juan. Una banda de sonido sin desperdicio termina de optimizar una imperdible comedia nacional de aliento universal.
Sobre el argumento Damián, Marcelo, Luciano y Facundo son cuatro amigos de la infancia, que ahora a sus treinta y largos siguen unidos por la música y las mujeres. Damián (Gastón Pauls), es un guionista que vagabundea con un guión realizado en base a la complacencia de Ana (Carolina Peleritti), su ex novia que se dedica a la crítica de arte. En pleno estado depresivo post-corte, la única copia del guión la pierde en manos de Vera (Inés Efrón), una actriz under, muy particular que se entrometerá en su vida y que se dedica a ser una suerte de revendedora Avon. Por su parte, Luciano (Fernán Mirás), conduce un programa de radio. Su ex novia, Lila (Emilia Attías), que se dedica a la música, le compone un tema que describe todos los defectos de Luciano en una canción muy pop y pegadiza, que termina volviéndose un hit. Ante tanta humillación y estrés por lo que está sucediendo, Luciano pierde la audición y su único apoyo será Karina (Maricel Alvarez), productora de su programa de radio y prometida de su amigo Facundo (Rafael Spregelburd) que vende tumbas y en su ocio compone música. Él se entera tardíamente que Lila -la ex de su amigo- utilizó una música de su autoría para realizar el tema que defenestra a Luciano y ahora suena en todas las radios. Por último está Marcelo (Ignacio Toselli), que es líder de una fracasada banda tributo a Los Beatles y que conoce a una joven japonesa (Akemi Nakamura) cuyas iniciales son “Y.O.” -como Yoko Ono- haciéndole pensar que la historia puede volver a repetirse. La derrota como Base Tanto en cine como en televisión, se viene explotando mucho desde hace algunos años el gag nucleado en situaciones de fracaso rotundo. Las cosas comienzan saliendo mal, y luego ese error se incrementa al punto de tornarse una derrota humillante para el protagonista. Asimismo, este escenario conlleva cierta incomodidad que finalmente deriva en contextos absolutamente desesperanzadores. Es decir que se profundiza a más no poder el descalabro. Sí bien hay ejemplos a lo largo de la historia del cine, me voy a centrar en el presente que es cuando más se está utilizando. En la televisión inglesa encontramos productos como “The Office”, con Ricky Gervais –que luego se adaptó en EEUU con Steve Carell- que, salvaguardando la estética documental que utiliza, argumentalmente se basa en ésta fórmula; o en cine películas como “Superbad” de Greg Mottola (2007) que es otro modelo claro. El ejemplar en la televisión argentina sería “Todos contra Juan”, aquella serie que duró dos temporadas –la primera por América y la segunda por Telefé- y en la que su protagonista, Juan Perugia (Gastón Pauls), es un actor que tuvo sus quince minutos de fama en los 90´s y en el presente es un derrotadísimo actor inactivo. Uno de los responsables de esta serie es Gabriel Nesci, es ahora el responsable de “Días de Vinilo”. Pero al igual que en la serie, Nesci agrega algo más a esta fórmula de la derrota: la nostalgia. La nostalgia es un elemento fundamental para profundizar el gag en la comedia porque anexa identificación en el espectador, ante aquel pasado que sólo recordamos y que no va a volver, haya sido feliz o infeliz, pero es un ancla difícil de levar. Conclusión Días de Vinilo es una comedia cíclica (ya entenderán porqué cuando la vean) que funciona. Uno se ríe, disfruta y se entretiene durante la hora cuarenta y cinco. Hay una coherente y sólida construcción de personajes, incluyendo la efímera participación de Sbaraglia como él mismo, que es impecable. La única parte tediosa –y esto es una observación personal- es el tono de voz de Pauls como narrador. También hay muchos puntos vulnerables en el guión, sobre todo hacia el final, que se tornan previsibles, pero no llegan a entorpecer la película.
Una que sepamos todos Damián (Gastón Pauls), Luciano (Fernán Mirás), Marcelo (Ignacio Toselli) y Facundo (Rafael Spregelburd) son cuatro amigos de la infancia a los que un día, literalmente, les cayeron vinilos del cielo. Desde entonces, la música los acompaña y esos discos, un verdadero tesoro, se convertirán en la vara con la que midan a los demás. Así, sostienen que no hay mejor manera de saber cómo es una persona que no sea conociendo sus bandas y canciones preferidas. Los amigos andan un tanto revolucionados, Facundo esta por casarse después de diez años de relación; es el único de los cuatro que pudo sostener una convivencia tan prolongada. Luciano es un hipocondriaco obsesionado hasta el extremo con su novia, una cantante muy desestructurada, que no tarda en fletarlo porque necesita espacio. Marcelo jamas ha podido mantener una relación, pero hace veinte años que lidera una banda tributo a los Beatles, que no tiene demasiado éxito; y Damián no termina de recuperarse de una ruptura amorosa con una crítica de cine snob y pretenciosa, que no solo le destrozó el corazón, sino también su película. Los cuatro tienen algo en común: las relaciones amorosas no parecen ser su fuerte, y sus vidas estan llenas de referencias no solo hacia la música, sino también hacia la infancia. Los días previos al casamiento de Facundo, los amigos pasan por toda clase inconvenientes y aventuras. Nuevas mujeres que se les cruzan por el camino, intentos de escribir guiones, de cambiar de trabajo, y de superar nuevos obstáculos, y otros problemas que vienen arrastrando desde hace tiempo. La historia es simple, accesible, como para que el espectador se ría, no por recurrir a lugares comunes, sino más bien por esa cosa de "una que sepamos todos". El guión es redondo y efectivo, todo cierra y funciona. Entramos en la historia de forma natural, viendo la infancia de cada uno de los personajes, con un relato en off, como una especie de video clip, que de algún modo nos explica, de forma sintética y ganchera, como fue la vida de cada uno, y como llegaron hasta ahí. Es imposible no relacionarlo con una sitcom, no solo por lo dinámico, sino también por los diálogos muy trabajados, donde todos los personajes tienen frases y remates ingeniosos. Visualmente es tan detallista y cuidada, que eso la hace aún mas dinámica. Cuenta con muy buenos actores, todos creíbles y cómodos en sus roles. La química entre los amigos funciona de maravillas. Se destaca Fernán Mirás, como un sensible y obsesivo conductor radial, que no tiene mucha suerte con las mujeres. Leonardo Sbaraglia tiene pequeñas, pero brillantes apariciones, parodiándose a si mismo, mientras Damián trata de convencerlo para que lea su guión. Mas allá de la redondez y del buen resultado final, ya vimos bastantes historias de jóvenes ya no tan jóvenes, que parecen no poder salir de una adolescencia eterna. Otra cosa un tanto flojita, es ese lugar común de ver a la mujer como algo inentendible, y por momentos como las malas de la película. Pero por otro lado, todas las actrices resuelven muy bien sus roles, tratando de encontrar la vuelta, para no caer en lugares fijos y estereotipados. Inés Efrón está excelente, como una vendedora de cosméticos y aspirante a actriz, inocente y colgadísima, pero que parece ser la única que puede despabilar al deprimido Damián. Maricel Álvarez compone a una obsesiva y enérgica Karina. Y le encuentra la vuelta para mostrarla como una mujer compleja, pero que sabe lo que quiere, más que como a una novia obsesiva a punto de casarse. Emilia Attias y Carolina Peleritti, están un poco mas estereotipadas en sus roles, como la cantante bohemia y la critica estirada. Después de días agitados, en que estos amigos parecen perder el rumbo, para en realidad, enfrentarse a ciertas cosas que no pueden seguir como estaban, la historia se va resolviendo, se escuchan un montón de clásicos, y cada uno parece encontrar su camino.
Gabriel Nesci da sus primeros pasos en el cine. Y no lo hace nada mal. Gabriel Nesci, director y creador de Todos contra Juan, una serie que tuvo bastantes buenas críticas en Argentina se mudó por primera vez a la gran pantalla y de la mano de su actor principal en dicha serie, el ahora polémico Gastón Pauls. Días de vinilo nos cuenta las historias de Damián (Gastón Pauls), Luciano (Fernán Mirás), Facundo (Rafael Spregelburd) y Marcelo (Ignacio Toselli), cuatro amigos unidos desde pequeños por dos pasiones: la música y las mujeres. Ahora ya son adultos, pero sus pasiones y problemas siguen siendo los mismos y sus vidas no son lo que exactamente deseaban cuando eran niños. Damián es un guionista en crisis que sigue enamorado de su ex, una cínica crítica de arte interpretada por Carolina Peleritti, Luciano tiene un programa en la radio donde pasa sus temas favoritas y conoce a un nuevo amor en su vida, una hermosa y egocéntrica cantante pop llamada Lila (Emilia Attías), Marcelo tiene una banda tributo a The Beatles y vive de alquilar un cuarto en su casa a turistas (exlusivamente mujeres) y Facundo es encargado de la parte de Marketing en un cementerio privado pero su verdadero sueño es ser compositor. Él se va a casar con Karina (Maricel Álvarez), productora de la radio donde trabaja Luciano. Todo se da en torno a los días previos al casamiento de ellos dos, donde cada uno va descubriendo nuevas cosas en su vida, para mejor o peor, pero convenientes para tratar de cambiar un poco sus (bastante deplorables) situaciones actuales. Días de vinilo les va a recordar a varias películas norteamericanas (la primera que me viene a la cabeza es Alta Fidelidad, pero los dejo a ustedes ver a que otras se parece), con momentos muy divertidos pero ciertas debilidades a nivel narrativo, ya que las cuatro historias que nos presentan no son igual de consistentes lamentablemente,dejando de lado momentos y actores que podrían haber dado mucho más. El cuarteto masculino es muy sólido, resaltando a un Fernán Mirás que supo demostrar que puede hacer buena comedia, aunque me recuerde por momentos a algunos personajes de John Cusack, mientras que el elenco femenino se queda un poco atrás y no llaman tanto la atención. Hay que resaltar dos cosas excelentes en el film: todo lo que rodea a la música, desde las referencias y chistes, la banda sonora de los 70’/80’ y hasta los temas creados para la película, y la participación especial del señor Leonardo Sbaraglia haciendo de él mismo y llevándose todas las risas con pocas escenas que se roban la película. Un film muy divertido que nos cuenta una historia simple pero efectiva, donde por momentos se abusa de los clichés de ciertos géneros clásicos del cinecomo la comedia romántica o las historias de estos nuevos Young-adults de los que tanto nos hablaJuddApatow en sus películas, pero en general es muy entretenida y te saca varias carcajadas. Así que si tenés ganas de reírte un rato con una buena peli de cine argentino no dudes en ver Días de vinilo. @July_e
Friends Will Be Friends Gabriel Nesci, creador de la serie televisiva Todos contra Juan, debuta en el cine con Días de vinilo (2012), una comedia con trasfondo romántico pero con el eje del conflicto puesto en la amistad a partir de un vinculo musical. Cuatro amigos de la infancia, cercanos a los cuarenta años, cuyos lazos permanecen intactos a lo largo del tiempo, vivirán al unísono una crisis personal producto de un conflicto amoroso, poniendo a prueba la amistad que los une. Días de vinilo es una película coral donde cuatro parejas atravesarán los diferentes estadíos de una relación, desde el primer encuentro, el casamiento, la traición, la infidelidad y la ruptura. Cada uno de los protagonistas vivirá uno (o varios) de estos momentos tan comunes a lo largo de una relación. La diferencia con otras películas que abordan el mismo tema, como podría ser (500) días con ella ((500) Days of Summer, 2009), es que el autor en vez de narrarlos a través de una sola pareja, los desdobla en cuatro protagonistas, unidos por un vículo amistoso, y en un mismo espacio temporal. Narrativamente la historia funciona con una extructura clásica en forma de sitcon, con un ritmo bastante inusitado. Es creíble en lo que cuenta (y como lo cuenta) y logra que uno encuentre cierta identificación con algún que otro personaje. Pero por sobre todas las cosas también es graciosa, recurriendo al gag constante, rápido, efectista e inteligente. Algo no muy frecuente en el cine actual. Uno de los elementos excluyentes en Días de vinilo es la música. La misma funciona como el soundtrack de la vida y el realizador (que también es músico) la incluyó como un protagonista más, siendo determinante en cada uno de los episodios. Una banda sonora que contiene una variedad de temas de autores que van desde Morrisey hasta una canción original que interpreta el personaje de Emilia Attias, articula la trama de la misma forma que sucede en Alta fidelidad (High Fidelity, 2000), aquella película de culto de Stephen Frears, pero que salvo por la música como hilo conductor poco tiene que ver con ésta, pese a que muchos no puedan evitar compararla. Gabriel Nesci, que ya había demostrado ser un buen guionista y director de televisión, aprueba su primera experiencia cinematográfica, pero dejando una puerta abierta para dar mucho más. Días de vinilo está bien narrada, bien actuada (excelentes Maricel Álvarez e Ignacio Toselli que merecen un párrafo aparte), tiene una puesta de cámaras moderna, en donde el personaje que lleva la acción estará siempre en el centro de la escena, y el soundtrack es más que acertado. En síntesis: una película para reír, cantar y, por sobre todas las cosas, amar. ¿Se puede pedir algo más?
Divertida comedia coral Que tiene mucho de sitcom; que los diálogos le deben bastante al espíritu del stand-up; que las referencias a Diner, de Barry Levinson, y a Alta fidelidad, de Stephen Frears, son insoslayables; que las citas musicales (los Beatles, Yoko Ono) son un poco obvias; que es una suerte de Todos contra Juan ampliada a la pantalla grande. A Días de vinilo, es cierto, se le podrán cuestionar diversos aspectos con mayor o menor minuciosidad dependiendo de gustos, sensibilidades, exigencias y conocimientos previos por parte de cada espectador, pero lo que no se podrá decir del guionista y director Gabriel Nesci es que su ópera prima no sea divertida y entretenida. Si uno regresa a los modelos del cine y la televisión estadounidenses se podrán encontrar varios antecedentes, pero ¿hace cuánto que en la Argentina no se estrena una buena comedia coral (y, por qué no, con algo de retrato generacional)? Porque Días de vinilo es eso: la historia de cuatro amigos que rondan los 40 años y siguen demasiado pegados a sus conflictos adolescentes (léase miedo a comprometerse, a pegar el salto a una madurez, a una adultez que los aterra). La película de Nesci es, quedó dicho, una comedia de situaciones, pero sobre todo de relaciones -muchas veces disfuncionales- con las mujeres. El amor por la música los juntó de niños, la frustración profesional los unifica y, definitivamente, los conflictos con el sexo opuesto no les permiten salir de ese pequeño círculo en el que se mueven. Hay un músico frustrado que trabaja vendiendo parcelas en un cementerio y que está a punto de casarse (Rafael Spregelburd); hay un guionista y director que vive bajo el fantasma de una primera película y de una amor frustrado (Gastón Pauls); hay un locutor enfermo de celos ante una novia cantante demasiado expansiva (Fernán Mirás), y hay un muchacho que acarrea traumas varios de la infancia y que no logra trascender con su banda tributo a los Beatles (Ignacio Toselli). Y están, claro, las mujeres (Maricel Álvarez, Inés Efrón, Carolina Peleritti, Emilia Attias), un poco más desdibujadas o estereotipadas que los personajes masculinos. Días de vinilo está escrita, filmada y actuada con indudable profesionalismo, con una pericia que no abunda en el cine argentino. Nesci logra que sus escenas fluyan, que los diálogos jamás hieran los oídos y hasta es capaz de conseguir momentos brillantes de Mirás (sobre todo cuando pierde la audición) o en las apariciones autoparódicas de un cada vez más desenvuelto Leonardo Sbaraglia. En Días de vinilo hay algunos rasgos nostálgicos, un tono retro tan en boga entre aquellos que vivieron su adolescencia durante los años 80 (otra marca generacional). Hay, también, una exposición de las contradicciones entre esa lealtad propia de la camaradería masculina y las inevitables tentaciones; un universo en el que conviven las neurosis a-la-Woody Allen con un espíritu romántico más naíf puesto sobre todo en el personaje de Efrón. Puede que en las referencias apuntadas que sirvieron de inspiración y en las distintas estructuras narrativas se le noten a Días de vinilo ciertas "costuras", pero si uno deja de exigirle a un producto nacional que sea siempre original y brillante, este film de Nesci nos invita al más genuino y puro de los disfrutes.
Música y amigos con gran timing La comedia de Gabriel Nesci, creador de la serie Todos contra Juan, narra las historias de amor, desamor y amistad de cuatro jóvenes con estilos bien particulares. Una película que consigue emocionar y entretener. De la complejidad y la diversidad del cine argentino ya no quedan dudas. Grandes películas han llegado este año, todas diferentes entre sí, cada una meritoria en su propio estilo. Y aunque el año 2011 aún no ha terminado, Días de vinilo podría considerarse como el punto culminante de una producción que se luce también a la hora del entretenimiento. La película de Gabriel Nesci, cuyo principal antecedente es la serie Todos contra Juan, tiene la gracia y el encanto de esas películas que quedan en el imaginario de la gente para siempre. La historia de cuatro amigos –Damián, Marcelo, Luciano y Facundo– unidos por la música a través de los años y en una crisis romántica con respecto a sus parejas o ex parejas, es el centro de esta película tan inteligente como entretenida. Hay películas que nos sacan una sonrisa o de las que uno sale conformándose porque simplemente está bien. Días de vinilo eleva la apuesta. Los personajes son todos divertidos, el humor está resuelto con un timing pocas veces visto y hasta la emoción se las ingenia para aparecer de manera genuina. Cada chiste, cada situación, cada escena está bien lograda. La película tiene muchos personajes y muchas historias y el director y guionista las arma de manera tal que la película no pierde jamás el interés y se disfruta en todo momento. Y en ese entretenimiento descubre con su humor, las limitaciones, contradicciones y miserias de un grupo de personas con respecto a sus afectos pero también a sus trabajos. No alejada de cierta amargura pero llena de energía, la película es movilizadora. Sabe que los tiempos cambian y para llegar a la emoción lo hace desde la autoconciencia, desde la manifestación explícita del arte, estando los protagonistas vinculados de una u otra manera con eso. No hay realmente en los últimos años una comedia argentina con tanto nivel, con tanta inteligencia y con la capacidad de ser también entretenida y masiva. Pero poco importa el país de origen de esta película, más allá de la alegría de ver que se ha hecho acá, la gran noticia es que es la película que vale la pena ver esta semana y uno de los estrenos que no hay que perderse. Días de vinilo reflexiona con inteligencia sobre temas universales, proporciona momentos para reír de verdad y consigue emocionar cuando el espectador cae en la cuenta de la manera en que expone sus angustias a la vez que le entrega a una película inolvidable.
Con una pequeña ayuda de mis amigos Días de Vinilo empieza con un momento mítico en la historia de la amistad entre cuatro chicos: una lluvia de vinilos que caen desde una ventana hacia la calle, directo a las manos de los protagonistas. Desde ese momento, como el narrador (Damián, el personaje de Gastón Pauls) comenta, el escuchar los vinilos hará las veces de rito de pasaje para los cuatro adolescentes, que a la par de su amor por la música, descubren su amor por las mujeres. Un amor a la distancia, claro, como para cualquier puber que ve al objeto de su afecto como algo inalcanzable (tan inalcanzable como ver cara a cara a alguno de los músicos que escuchan obsesivamente). Y veinticinco años después, encontramos a Damián y sus amigos en un momento donde no mucho parece haber cambiado. Todos están atascados en algún aspecto de sus vidas. El personaje de Pauls no termina de olvidar a su ex, una crítica interpretada por Carolina Peleritti, que lo dejó porque él no tenía suficiente ambición. Y ahora se encuentra sin novia y sin poder avanzar en el guión de su próximo film. Luciano (Fernán Mirás), un locutor de radio, se obsesiona por las llegadas tarde y las compañías masculinas de su novia, una cantante pop en alza, interpretada por Emilia Attias. Marcelo (Ignacio Toselli) sigue tocando en la misma banda tributo a Los Beatles que tiene hace más de dos décadas y tiene encuentros fugaces con las extranjeras a las que les alquila una habitación de su casa. Y Facundo (Rafael Spregelburd) es el que tiene una vida más cercana a la estabilidad, pero a punto de casarse y habiendo dejado de lado su sueño de ser compositor para trabajar en una funeraria, empieza a dudar de ambas elecciones. Pronto los cuatro amigos deberán salir forzados del letargo. Damián conoce a Vera (Inés Efrón) que lo ayudará con su guión, muy a pesar de él, que tiene varias reuniones con Leonardo Sbaraglia (haciendo de él mismo, en un muy buen "cameo" recurrente) para que lo protagonice. Marcelo recibe en su casa a Yenny y deberá enfrentarse al síndrome Yoko Ono con el que su mente conspira. Facundo tendrá que decidirse si se deja llevar por viejos sueños de rock star componiendo para Lila (Attias) y alejarse de su futura esposa Karina (Maricel Álvarez), productora en el programa de Luciano. Días de Vinilo comparte -deliberadamente- varias de las características que se suelen asociar a la nueva comedia americana. Ante todo, y para destacar, el timing de los chistes -que abundan-, son buenos, parejos a lo largo de todo el metraje y por momentos no dan descanso. Por otro lado, el mundo de referencias a la cultura pop, que servirá como atractivo para muchos de quienes vayan a ver la película y que estén al tanto que Gabriel Nesci (escritor y director del film) es el creador de la serie de Todos Contra Juan, en el que prevalecían las mismas características. Si nos ponemos en cínicos, algunas referencias pueden sonar forzadas, como por ejemplo el equilibrio canónico en las listas de músicos enumerados, con un cálculo parejo de bandas más reconocidas como Los Beatles y artistas un poco más alejados del mainstream como Leonard Cohen y Tom Waits (y que en boca de ciertos personajes suena más al recitado de la lista de compras en una verdulería para armar una ensalada de frutas gigante). Además, hay un fuerte elemento de bromance (la amistad entre hombres vista como una historia de amor que suele coincidir con protagonistas emocionalmente inmaduros que actúan más como púberes previos al despertar sexual y prefieren la compañía de sus amigotes) que en definitiva sirve como la gran historia de amor que enmarca a la película. La otra gran historia de amor macro en el film, es obviamente, por la música. Así es como en Días de Vinilo hay varias historias de amor entrecruzadas: por la música, entre los cuatro amigos y la de cada uno del cuarteto para con sus parejas, ya sean las existentes, las pasadas y las potenciales. Aún así, no todas las actuaciones son parejas. Gastón Pauls encarna una versión cinematográfica del letárgico Juan Perugia que interpretaba en el programa creado por Nesci para la TV. Spregelburd compone a una versión un poco más amable del pedante de clase media educada con el que protagonizó El Hombre de al Lado. A Mirás y Toselli les queda el lugar de comic relief. El primero se destaca como una versión a la décima potencia en neurosis del protagonista de Alta Fidelidad (la comparación es casi inevitable: con las listas, los discos y el motto de "a través de la música que una persona escucha, uno puede saber quién es") pero consigue que no sea una completa caricatura y que genere empatía. El personaje de Marcelo, en cambio, es el más estructurado y con menos recursos para poder salir del lugar de alivio cómico. Las mujeres de Días de Vinilo corren con menor suerte. Los personajes femeninos se dividen en mujeres copadas y mujeres no tan copadas. Las primeras son las que ayudan a los protagonistas a avanzar en sus vidas y los acompañan. La Vera de Inés Efrón es una de ellas, y su personaje queda reducido a sólo eso. En cambio, Maricel Álvarez como Karina logra un personaje más humano y completo, con dudas e intereses propios. La otra clase de mujeres, son las que pretenden que los protagonistas cambien: Ana (Peleretti) y Attias como Lila, que no aguanta los celos de Luciano y seduce a Facundo. Coincidentemente, éstos dos son los personajes femeninos que demuestran un interés en avanzar en sus carreras personales. De todos modos, Nesci logra exitosamente un equilibrio entre todos los elementos puestos en juego y vueltas narrativas, para que cada una de las historias sean desarrolladas y tengan una conclusión: con guiño incluido de circularidad una vez que los cuatro amigos crecen y se dan cuenta que es hora de darle el pase a la siguiente generación.
Como disco rayado Para empezar debo decir, hablando de una película que repite hasta el cansancio la idea infinitamente adolescente de que "lo que escuchamos nos define", que nunca podría respetar a un personaje que dice que "A Groovy Kind of Love" le cambió la vida. Lo siento, pero es así. Mucho menos si el personaje supuestamente es un melómano. Si encima lo dice en un momento de gran apertura emotiva, inmediatamente espero algún tipo de ironía tipo Will Ferrell que me permita entender lo que está pasando frente a mis ojos. Pero Días de vinilo no sabe de ironía. Cuando en Argentina (país que carece de una verdadera industria cinematográfica) alguien intenta hacer una película de género (y es especialmente notorio cuando el género es la comedia o la comedia romántica), se genera un error de perspectivas, en buena medida comprensible pero a la vez fatal. Cuando uno ve películas de Hollywood, no puede dejar de percibir que normalmente están compuestas por una buena dosis de lugares comunes. Los lugares comunes tienen diferentes formas: el final feliz, el uso de cierta música de fondo, el uso del plano y contraplano, la forma de narrar, el aspecto físico de los protagonistas, etc. Cuando alguien en Argentina (aunque probablemente pase lo mismo en el resto del mundo), entonces, decide hacer una comedia (como en este caso) como las que se hacen en Hollywood, copia la forma de las películas que ve. Pero en vez de intentar copiar la precisión narrativa, la sabia construcción de personajes secundarios, el manejo del timing, termina imitando lo más superficial: los lugares comunes. Ese es el error de perspectiva: en Hollywood, donde la industria produce de forma constante una gran cantidad de películas de género (la mayor parte de las cuales no valen demasiado la pena), los lugares comunes son un subproducto inevitable y necesario, pero de ninguna forma constitutivo. De hecho, las películas de género interesantes que Hollywood sigue produciendo son aquellas que desde los lugares comunes logran construir historias (aunque sea ligeramente) diferentes. Se asume el lugar común, pero a la vez se lucha por superarlo. En un país sin industria, las películas que quieren ser genéricas suelen extinguirse en la lucha por intentar construir una superficie brillante y redonda que se parezca a los lugares comunes importados de otras partes. Días de vinilo quiere parecerse a muchas cosas: a la televisión, al cine de gran industria, a Alta fidelidad, a muchas películas bromance, sobre todo a Woody Allen. Las referencias son casi infinitas. Para hacerlo, construye un mundo altamente artificial: adolescentes eternos que pasan de los cuarenta, música que suena exclusivamente en vinilo sin ningún tipo de referencia a la nueva tecnología, una industria discográfica que todavía existe y parece funcionar de manera automática, etc., etc. El problema de ese mundo es que se agota muy rápidamente: presentados los personajes (que se parecen mucho a caricaturas lineales), se acaba la gracia. No se trata de que en cine todo personaje deba tener una psicología profunda, pero una vez que entendimos qué le está pasando a cada uno de ellos (conflicto que una prolija voz en off nos explica en los primeros cinco minutos de metraje), no queda mucho más. Los argumentos que los enriedan a lo largo de lo que es Días de vinilo son apenas extensiones de una única idea (la que se usó para definirlos), que no llevan casi a ninguna parte. Por ejemplo: uno de los amigos está a punto de casarse y tiene dudas; otro de los personajes está muy dolido por su última separación, que ya ocurrió hace un tiempo; otro de los personajes está obsesionado con imitar a los Beatles. A partir de esas ideas madre, la película se dedica a repetir situaciones y chistes (hasta el extremo irritante con la historia del fanático de los Beatles, en cuya vida entra una mujer descendiente de japoneses, referencia constante y explícita a... la historia de los Beatles). Una y otra vez es lo mismo, a lo cual se suman, sí, explicaciones "psicológicas": tal personaje no puede desarrollar una vida adulta madura porque tuvo problemas con sus padres durante la infancia. Todo está muy diseñado y empaquetado en Días de vinilo: los personajes, sus historias, sus chistes, sus situaciones, sus vestuarios, sus emociones. Con una narración bastante clara y ágil, Días de vinilo se olvida de sorprendernos, no nos permite ningún tipo de incertidumbre y, por tanto, casi no nos permite disfrutar. Con algún que otro momento tibio más o menos logrado, le falta vértigo y placer cinematográfico.
La música de la amistad Protagonizada por Gastón Pauls y Fernán Mirás, la comedia narra las desventuras de cuatro amigos que parecen evitar la maduración. “¿Qué apareció antes, la música o la tristeza?”, se preguntaba John Cusack en el comienzo de Alta fidelidad . Y enseguida dudaba si escuchaba música pop porque era desdichado o si en realidad era desdichado porque escuchaba pop. Las vidas de los protagonistas de Días de vinilo también están marcadas a fuego por la música, pero estos cuatro simpáticos tarambanas, que también marchan a los tropezones con las mujeres, no reflexionan demasiado sobre ella. Gabriel Nesci, director del unitario Todos contra Juan , debuta como cineasta en esta comedia sobre la amistad entre hombres con problemas para madurar. Damián (Gastón Pauls) es un guionista incapaz de superar el abandono de una antigua novia. Facundo (Rafael Spregelburd) duda si casarse tras una década de noviazgo y quiere dejar el trabajo. Luciano (Fernán Mirás) es un locutor celoso que somatiza sus desengaños amorosos. Marcelo (Ignacio Toselli) todavía sueña con quince minutos de fama después de diez años de sinsabores con su banda de tributo a los Beatles. Como si fuera una versión local de una canción extranjera, Días de vinilo toca temas universales con una llamativa sensación de familiaridad. Nesci nacionaliza la comedia de amigotes norteamericana y la ajusta a estas tierras. Y su adaptación es curiosa porque recurre mucho más al psicoanálisis que al rock nacional. La comedia crece con las múltiples fobias de los protagonistas, los diálogos afiladísimos que mantienen entre ellos y el tono paródico constante, tres virtudes que Nesci había demostrado ya en televisión. Cualquiera es capaz de confundir los encuentros que Damián (Pauls) tiene con Leo Sbaraglia, tal vez el gag más ostentoso de la película, con alguno que bien podría haber tenido Juan Peruggia en Todos contra Juan . Los cuatro adultos necesitan redescubrir el amor que los haga madurar de una vez, conflicto que posterga a las protagonistas en la narración. Ellas entran y salen del relato en pos de darles alguna lección a los hombres y sólo consiguen lucirse el timing para la comedia de Inés Efrón y una desopilante canción de Emilia Attias. La música es importante en Días de vinilo: en la infancia, la música les cayó del cielo a los cuatro y, al madurar, esa misma alegoría sirve para relegarla en un segundo plano que les permita conseguir la felicidad.
Días de vinilo es sin dudas uno de los mejores estrenos argentinos del año y todos los elementos que conforman el film merecen ser analizados y destacados por separado. Pero primero hay que centrarse un poco en su creador, Gabriel Nesci, dado a que ésta es su ópera prima y aún así logra que el espectador con ojos y oídos avispados reconozca su trabajo y su sello dado a que la identidad de su producto televisivo (la genial serie Todos contra Juan) está impregnada a lo largo de la cinta. Así es como se pueden encontrar pequeños homenajes y referencias al cine a través de comentarios de los protagonistas y detalles para ser descubiertos. Pero la grandeza de la película recae en otro lado: la música. Ya desde el título se puede vislumbrar una identidad retro y hasta nostálgica que acompaña la historia de dos formas, por un lado con temas originales de artistas internacionales (una rareza en el cine nacional) tales como Queen, Rod Stewart, Morrisey, INXS, Phil Collins y temas que hacían The Beatles (no originales de ellos) quienes aquí están gracias a la banda tributo The Beats. Además hay música original donde se destaca el tema escrito por el director e interpretado por Emilia Attias. La otra forma en la cual la música acompaña es en la narrativa en sí misma porque hay continuas referencias hacia íconos del rock y sus leyendas con principal hincapié hacia el mejor cuarteto de todos los tiempos. De esta manera es como nos adentramos en una historia de amistad y amor a través de las vivencias de cuatro amigos que se conocen de toda la vida y que ahora están en sus treinta y pico y que se encuentran en un momento crucial: uno de ellos se casa. El argumento se desglosa en cuatro historias que confluyen en una. Y así es como conocemos a Damián (Gastón Pauls) que es un guionista que busca reinventarse mientras intenta superar la separación con su ex (Carolina Peleretti), al mismo tiempo que intenta adecuar su nuevo trabajo a las exigencias de Leonardo Sbaraglia, quien se interpreta a sí mismo, y conoce a Vera (Inés Efrón) quien le dará a su vida un giro bastante interesante y situaciones muy graciosas. También nos encontramos con Luciano (Fernán Mirás) un locutor radial un tanto obsesivo que está de novio con Lila (Emilia Attias), una cantante pop que no tolera sus celos y que le escribe una canción que cuenta sus peores defectos. Ella también complicará la vida de otro de los amigos: Facundo (Rafael Spregelburd) quien siempre soñó con ser compositor, pero trabaja en un cementerio privado. Él está a punto de casarse con Karina (Maricel Alvarez). Por último tenemos a Marcelo (Ignacio Toselli) que lidera una banda tributo a The Beatles sin ningún tipo de éxito y es muy especial con sus relaciones sentimentales. Un día llega a su vida Yenny (Akemi Nakamura) dentro de lo que es un muy inteligente guiño para cualquier beatlemaníaco. Tanto los cuatro actores principales como el resto del reparto se lucen en sus respectivos personajes y arrojan con gran elocuencia las líneas de un guión ingenioso y que da lugar a la reflexión sobre las relaciones y la vida así como también por momentos hace descostillar de risa. Mención aparte para Fernán Mirás cuya actuación probablemente sea la mejor de su carrera hasta la fecha. Lo último para señalar es la rápida fotografía propia de un videoclip que genera un relato visual muy dinámico, lo que hace una vez más que el director deje bien puesta su marca. Es casi imposible salir de una proyección sin que Días de vinilo te genere algún sentimiento positivo, es una de esas películas que nos recuerdan el por qué nos gusta ir al cine y pasar un buen rato dentro de la sala. Y como si esto fuera poco Gabriel Nesci logra lo que muy pocos realizadores han conseguido: transformar una nota musical en un fotograma, convertir una canción en una película. La verdadera magia del cine, el más completo de los artes.
Una boda y cuatro tipos para un funeral La comedia dirigida por Gabriel Nesci, de inocultable corte comercial, intercala aciertos y deslices, que van desde personajes sólidos y un correcto trabajo de casting, hasta un humor que a veces roza la propaganda de cerveza. Debe saludarse que el cine argentino sea capaz de abordar una comedia de corte comercial como Días de vinilo y redondear un producto que, más allá de las objeciones que se le pueden realizar, cumple en hacer un cine dispuesto a generar empatía con el gran público. Si algo demuestran los últimos 25 años es que la producción local ha logrado nutrir y sostener un cine al que podríamos llamar “de autor”, consiguiendo el respeto de todo el mundo. Pero el éxito de taquilla con películas de género (aun cuando la comedia sea el menos complejo a la hora de conectar con los espectadores) sigue siendo una cuenta pendiente. Días de vinilo parece ser a priori una buena opción para dar un paso adelante en ese sentido. La fórmula incluye un guión que acumula algo más que chistes repetidos u obvios; algunos personajes sólidos; un correcto trabajo de casting que permite que buenos actores se encuentren con papeles que parecen escritos para ellos; y sobre todo el valor, en todos los sentidos de la palabra, de reconocer la diferencia entre hacer cine y hacer televisión, y obrar en consecuencia. Pauls, Spregelburd, Mirás y Toselli, cuatro amigos de viejas épocas y con nuevos problemas. Imagen: . Tal vez el inicio no parezca auspicioso. Comenzar una historia con una voz en off que nos cuenta cómo es que cuatro preadolescentes sellaron para siempre su amistad en una esquina, bajo una lluvia de discos de vinilo, se acerca bastante al lugar común. Pero hasta las mejores películas de género (y se ha dicho que la comedia lo es) necesitan de ciertos códigos y tal vez esa escena actúa como falso normalizador, del mismo modo en que la fórmula del “Había una vez...” simula que todos los cuentos son en realidad el mismo, cuando luego es evidente que no. Estos niños crecerán y, empujados por traumas clásicos de la clase media –siempre gentileza de padres peleadores, sobreexigentes, irresponsables o abandónicos–, se volverán adultos más o menos conscientes de su insatisfacción. Está el cineasta depresivo enamorado de una crítica de cine que lo deja y sólo puede escribir historias que narran su propio de-sengaño. El disc-jockey celoso e hipocondríaco cuya inseguridad es un tormento para todos. El eterno joven al que sólo le importa viajar a Liverpool con su banda tributo a Los Beatles. Y el exitoso en su trabajo que está a punto de casarse, pero que ha relegado su pasión por escribir canciones. Todos ellos tendrán su momento de crisis. Pero como la película en el fondo es conservadora –el peor defecto de la comedia norteamericana a la que Días de vinilo le ha pedido prestado el molde–, cada crisis acabará rigurosamente en final feliz. Aunque el balance sea positivo, la película intercala aciertos y deslices. La parodia de sí mismo que realiza Leo Sbaraglia como actor psicótico; la confirmación de la veta cómica que ha encontrado Gastón Pauls tras su paso por series como Soy tu fan y Todos contra Juan; la solvencia de Fernán Mirás para hacer el Woo-dy Allen más argentino de la historia; el buen trabajo de todo el elenco, se encolumnan dentro del haber. Un humor que a veces roza la propaganda de cerveza, la recurrencia de utilizar títulos de canciones de rock para hacer humor y justificar el título de la película, y cierta falta de verosimilitud para convencer al espectador de que estos cuatro tipos son realmente amigos son algunas cuentas pendientes. Párrafo aparte merece el chiste en que el guionista que interpreta Pauls se enamora de la crítica de cine (Peleritti) que hace una reseña negativa de su ópera prima y que luego lo abandonará con frías excusas. Un buen chiste que refiere a la relación amor-odio que liga a los cineastas con los críticos. Aun más curioso es lo que produce el personaje de Inés Efrón, joven intuitiva y sensible que obra como opuesto de esa crítica de cine robótica e infame. Desde el sentido común (virtud que a partir de la oposición mencionada la película le niega a la crítica como práctica formal), la chica realiza objeciones varias al nuevo guión escrito por el personaje de Pauls, algunas de las cuales pueden trasladarse a Días de vinilo merced a un interesante efecto de Moebius, que permite que la película y su crítica más justa se proyecten en simultáneo sobre la misma pantalla. Altos y bajos de una comedia que articula un humor tan ágil como simple, sin subestimar al público.
El amor en la era analógica Todo fluye agradablemente en esta comedia romántica de nueve corazones: la historia, los personajes, los diálogos, las situaciones, también la música. Parece mentira, pero una sola persona ha escrito los diálogos y los enredos, que son deliciosos: el propio director Gabriel Nesci, que tiempo atrás se lució con la serie «Todos contra Juan», y ahora se luce debutando en el largometraje. El esquema y los caracteres responden a las características del subgénero de amigos compartiendo los vaivenes de sus respectivas vidas amorosas y profesionales, mientras otras tantas mujeres la tienen clara y deciden lo que corresponde (a su conveniencia). A diferencia de ciertas comedias norteamericanas, ellos no se niegan a crecer. Simplemente, todavía no logran pegar el estirón a su gusto. El tiempo pasa, y amenaza pasarles por encima. También las mujeres. Así vemos al joven representante de un cementerio privado con vocación de compositor de jingles y melodías pop, que en vísperas de casarse con una buena chica se deslumbra con una cantante comehombres. Que acaba de largar al llorón de su novio, comentarista radial con una gran colección de vinilos y una gran amistad con la pareja en vísperas de casarse. Y vemos a un guionista que no llora, pero se arrastra por el suelo evocando un amor perdido mientras una flaquita vivaracha se le acerca para levantarlo y quitarle las ojeras con unas cremas adecuadas. Y al líder de una banda tributo que no quiere caer en el mismo error del líder de la banda original, ni seguir perdiendo en los concursos de banda tributo. ¿Pero qué hacer, cuando el error llama a su puerta con unos muslos preciosos? Otra pregunta: ¿dónde se habían visto, quién sabe cuándo, el guionista deprimido y la flaquita vivaracha? No lo recuerdan. Cuando uno de los dos lo sepa, sabremos por qué en las comedias románticas los tipos corren como tontos y declaran como pavotes su amor en público de la manera más ridícula y tierna que pueda imaginarse. Pero desde un primer momento la flaca tiene la respuesta. Y eso que solo parece una simple vendedora de cosméticos. El reparto se completa con el mencionado amor perdido y con un fulano que cree saber lo que el público quiere. Cada aparición suya es regocijante, y la última, junto a los créditos finales, da la clave. Sobresalen Fernán Mirás, Inés Efron y Maricel Alvarez (la de «Biutiful») pero el resto también está muy parejo y divertido: Pauls, Peleritti, Sbaraglia, Spregelburd, Toselli, Emilia Attias y Akemi Nakamura. Producción, Sudestada Cine («La Tigra, Chaco», «Juntos para siempre», «Solos en la ciudad») con Patagonik («Un novio para mi mujer», «Igualita a mi», «Extraños en la noche»), buena junta. Título de rodaje, «Todo lo que necesitas es amor», versión castellana de una vieja y conocida canción inglesa.
Unidos al ritmo de la música Es una encantadora comedia, fresca, espontánea, con buen ritmo, excelentes actores y una atractiva música. Hay que darle la bienvenida como a sus cálidos personajes, fácilmente reconocibles, muy nuestros. Los protagonistas de "Días de vinilo" son del mismo barrio y tienen la misma edad: son muy jóvenes. En un momento de su vida, la música los bautizó de la manera más inesperada, con su inesperada caída. Y no es una metáfora. Reunidos en la esquina reciben, sobre sus cabezas, una colección de discos de vinilo, patrimonio de una ruptura sentimental que terminó con el novio tirando todos los discos por un balcón, que cayeron como catarata sobre la barrita del barrio. Sí, efectivamente, los 78 y los 45 marcaron sus vidas. En ese momento los 70 parecían comenzar. El caso es que esos chicos ahora son adultos, parecen no haber crecido demasiado y siguen profesando amor por la música. "Los locos por la viola" se convirtieron en locutor uno, siempre enamorado; guionista el otro, en busca de su verdad; el loco por Los Beatles es Marcelo, capaz combinar su marketing funerario con la composición romántica, como el personaje de Spregelburd. Todos tratan de buscar lo mejor con sus aciertos y sus desastres personales, intentando convencer al actor admirado (la misión de Damián con Sbaraglia en un divertido papel), adormecer la muerte con una canción (Spregelburd) o estar una y otra vez detrás de mujeres soñada e irremediablemente imposibles (Luciano). CON FRESCURA El filme de Nesci es una encantadora comedia, fresca, espontánea, con buen ritmo, excelentes actores y una atractiva música. Los diálogos son fluidos, las situaciones se dan sin esfuerzo y hay una simbiosis interesante en el cuarteto. Que algunas secuencias no son suficientemente sólidas, que la marca televisión sobrevuela toda la comedia, sí. Es verdad pero esta comedia sin vueltas con un poco de nostalgia y mucho humor es una ráfaga de aire fresco en la cartelera cinematográfica porteña. Y hay que darle la bienvenida como a sus cálidos personajes, fácilmente reconocibles, muy nuestros.
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Una comedia por momentos melancólica, inevitablemente romántica, de cuatro amigos ya grandes, panzones y ojerosos que se resisten al paso del tiempo, que sueñan lo mismo que hace 20 años. De ese patetismo, y de buenos diálogos, situaciones delirantes, con más lenguaje televisivo que cinematográfico, el film es logrado por momentos. Se deja ver y se disimulan ciertos desniveles actorales, algunas situaciones muy vistas y otras realmente creativas.
La relación que tenemos con nuestros amigos no se parece a ninguna otra. Así supieron reflejarlo directores como Federico Fellini, Steven Spielberg, Rob Reiner y J.J. Abrams, entre otros. El cine argentino también supo dedicarle tiempo a las amistades, desde Pelota de Trapo hasta 76 89 03, pasando por Los Muchachos de mi Barrio. Días de Vinilo es el más reciente exponente del subgénero, y uno de los mejores.
Lo mejor de esta película es que podemos relajarnos y olvidarnos un poco del contexto político, social, económico o médico para hablar de ella. No implica que no transcurra en un lugar (Buenos Aires) y un tiempo (ahora) definidos; más bien lo que sucede es que la gente vive como gente y no como símbolos o entelequias. La historia es la de cuatro amigos: uno de ellos (brillante Rafael Spregelburd, un grande del teatro que el cine ahora está incorporando, por suerte) está por casarse. Todos tienen en común sus problemas con las mujeres y el amor por la música. El film logra equilibrar tres elementos: la autorreflexión sobre el propio cine -Gastón Pauls es un guionista más o menos de éxito; Leonardo Sbaraglia se autoparodia como divo-, el juego de las amistades masculinas y los problemas (o variedad de problemas) de relación con las mujeres. El film permite el lucimiento de todos sus intérpretes (especialmente masculinos) y tiene el ritmo de una buena comedia de situaciones televisiva. Lo que lejos de ser un problema, es perfectamente cinematográfico: el mundo que vemos en pantalla se nos vuelve transparente y creemos en todo lo que sucede en la historia, lo que nos permite emocionarnos y reírnos sin vernos especialmente forzados a ello. Por cierto, el trazo grueso en algunos personajes y ciertas situaciones resueltas demasiado rápidamente conspiran contra el resultado final, pero en conjunto se trata de una buena comedia, argentina o no.
Con oído propio Algunos cinéfilos o memoriosos encontrarán parecidos entre este largometraje y Alta fidelidad, aquel de Stephen Frears con John Cusack que se convirtió en objeto de culto. Por qué no decirlo: los hay. Pero este filme de Gabriel Nesci rebasa esa comparación y ofrece muchas cosas de cosecha propia, y algunas muy buenas. Para empezar, esta no es la historia sentimental de un solo personaje (que también podría estar sacada de Graduados) sino la de cuatro amigos, cada cual con una personalidad muy bien marcada, en la cual los gustos musicales juegan un rol más o menos importante, y con un prontuario amoroso bien claro por detrás. Damián (Gastón Pauls), el narrador, comienza el relato hablando de cuatro niños de barrio que despiertan a una etapa fundamental de sus vidas, cuando descubren los discos de vinilo y a las vecinas de barrio. Pasan los años y algunas cosas han cambiado, pero otras no. El que quería formar un grupo homenaje a Los Beatles (Ignacio Toselli), todavía insiste con eso. Luciano (Fernán Mirás) es locutor de radio y sigue enamorándose de mujeres imposibles. Damián también va de desengaño en desengaño. No puede olvidar a la supuesta mujer de su vida (Carolina Peleritti). Al parecer, sólo Facundo (Rafael Spregelburd) está en condiciones de asentar cabeza. Tiene pensado casarse con la productora del ciclo radial de Luciano (Maricel Álvarez). Esa es la situación en un momento dado, pero todo sigue avanzando y las lealtades y fidelidades comienzan a confundirse, aparecen viejos vinilos de los años ochenta, nuevas personas como (Inés Efrón y Akemi Nakamura), una empleada de un bazar y una colombiana que le alquila un cuarto a la réplica de Lennon. En sus mejores pasajes, la película de Gabriel Nesci revive algunas de las mejores características del cine argentino hecho en la capital del país (obviamente hay otro): el psicoanálisis como parte de la idiosincrasia urbana, tomado con humor; las situaciones absurdas; el costumbrismo simpático (representación de la vida cotidiana); la melancolía unida a la ternura. Días de vinilo es una película con buen movimiento. Suma situaciones una detrás de otra y al abrirse su historia en un abanico encuentra siempre algo interesante, cómico, delirante o suavemente dramático para decir. Hay que elogiar también lo organizado que es el argumento, pues la línea guía va de un personaje o de una pareja a la otra, sin jamás confundir o errar el oportunismo. Después de todo, Argentina tiene su propio oído. Y sus habitantes, ni hablar.
Cuatro amigos nos cuentan el amor por el vinilo, en el medio de todo esto se encuentra: amistad, amor, frustraciones, sueños y el miedo a madurar. Logra entretener, divertir y emocionar. Esta es la historia de cuatro amigos a partir de su infancia, ellos son: Damián, Facundo, Luciano y Marcelo, desde aquella tarde que les cayeron ciento de discos de vinilo como caídos del cielo, comparten el fanatismo por el rock clásico. Todo se revoluciona cuando pasan los años y uno de ellos luego de diez años de convivencia decide casarse .Facundo (Rafael Spregelburd) su deseo es ser compositor, pero trabaja en un cementerio privado y allí prepara jingles, y Karina (Maricel Álvarez) su pareja, trabaja como productora radial con Luciano. Y todos comienzan a tener distintos conflictos: amorosos, amistad, fracasos y sueños. Es una película bien coral, donde el resto de los personajes abordan diferentes inconvenientes en sus vidas porque ninguno de ellos ha madurado. Damián (Gastón Pauls) es un cineasta, no ha tenido demasiados éxitos que, intenta recuperarse de la separación con su ex (Carolina Peleretti), su escritura está relacionada con esta situación y ahora intenta convencer a Leonardo Sbaraglia (interpretado por él mismo) de que acepte protagonizar su segunda película, pero pierde su guión y cae inesperadamente en manos de Vera (inés Efrón) una joven desconocida. Y él vivirá ciento de vicisitudes para sacarse un poco del medio a esa joven. Por su parte, Luciano (Fernán Mirás) es locutor radial, muy celoso de su novia Lila (Emilia Attias), cantante pop seductora, narcisista y ególatra, no tolera sus celos, es muy liberal y termina dejándolo, pero esto no es para nada convencional, le escribe una canción donde describe sus peores defectos y que se convierte en el hit del año. Por último, Marcelo (Ignacio Toselli) es un antihéroe, un perdedor y vive alquilando una parte de su departamento a extranjeros que son mujeres, mientras intentar triunfar con una banda tributo a Los Beatles y todo se complica aún más cuando llega a su vida una colombiana con rasgos japoneses llamada Yenny (Akemi Nakamura). La historia está llena de gags, uno de sus principales elementos es la música, que funciona como el pretextó perfecto, atrapando aquellos de más de treinta años pero también a los más jóvenes. Una buena banda sonora para escuchar. Varias referencias a la década del ’80. Están presentes: el amor, los encuentros y desencuentros, todos los actores se destacan actuando, hasta los que alguna vez no te gustaron, acá te van a encantar, una curiosidad es que dentro de la película no se hace ninguna referencia al rock nacional.
Una comedia para pasarla bien Tiene soltura, gracia y simpatía. Otra disfrutable comedia nacional. Es un canto a la amistad, que cruza sobre el tiempo, los fracasos, las traiciones. La vida de cuatro chicos unidos por los juegos y la música. Ya grandes, les cuesta madurar. Vienen de una infancia con mucha indiferencia, violencia y abandono. Y llegan a la madurez cinchando con ese pasado de frustraciones y sabores amargos. Son inseguros, obsesivos, pero también ansiosos y entrañables. No quieren compromisos. Les sobran planes pero les cuesta pisar la tierra. Los sueños han quedado lejos (buena escena la del video), la vida los pone a prueba, pero es la amistad lo que los sostiene y le da sentido a estas existencias tan dubitativas. Y enfrente están ellas: más seguras, más decididas, más despiertas, pero menos sinceras y más interesadas. La escribió la dirigió Gabriel Nesci, el autor de “Todos contra Juan”, una mini serie que fue como un bálsamo de espontaneidad en medio de una tevé tan estereotipada. Su paso al cine merece saludarse. El filme tiene fallas, claro: es algo exagerada la diferencia entre ellas; suena muy forzado el rechazo del músico ante la linda colombiana. Pero tiene humor, apuntes sabrosos, buenos diálogos, logradas actuaciones (el mejor trabajo en cine de Fernando Mirás), personajes creíbles, sensibilidad y una nostalgia que no empalaga.
A mediados de los '90, la cultura del compilado tocó su techo con la publicación de High Fidelity, libro de Nick Hornby que, algunos años después, pasaría a la gran pantalla con notable calidad de la mano de Stephen Frears. No hay dudas de que Días de Vinilo es la Alta Fidelidad argentina, no sólo por una cuestión de cercanía temática –música, discos, banda que busca la oportunidad y, por supuesto, los mixtapes-, sino porque la película en sí logra convertirse en un enorme top-five, en donde sus fallas se ignoran mientras que perdura una consideración exclusiva de sus mejores momentos. Gabriel Nesci ocupa un lugar que detentaba Damián Szifrón y lo hará, por lo menos, hasta que este tenga su esperado –y demorado- regreso. Luego de un exitoso paso por la televisión con Todos contra Juan, debuta en la pantalla grande con un proyecto original, una comedia coral de excelente timing, apasionada por la música –así como su serie lo era para con el cine- y repleta de secuencias que, desde la ausencia del creador de Los Simuladores, son eludidas por las producciones nacionales. En ella se encuentra un elenco de figuras embarcadas en cualquier idea que propone el realizador, apuestas frescas pero arriesgadas que no funcionarían a cargo de otro, pero que en manos de un director que ha hecho carrera con este tipo de historias desopilantes con corazón, parecen no tener forma de fallar. Basta repasar las líneas argumentales que ofrece el guión para dar cuenta de la singularidad de su propuesta. Un empleado de un cementerio privado que busca revolucionar las ceremonias a partir de la música, un conductor de radio inseguro y enfermizo que somatiza una ruptura amorosa y queda temporalmente sordo, un imitador de John Lennon que busca trascender con su banda tributo a The Beatles y un guionista en lucha que escribió una película para recuperar a la mujer que se fue, pero pierde la única copia. Cada una de las historias que propone Nesci funciona por sí sola, están tan bien desarrolladas que logran sostenerse por su cuenta, sin necesidad del contacto permanente con las otras aunque salgan fortalecidas cuando se entrecrucen. Siendo la cara menos familiar, Ignacio Toselli se devora cada una de las escenas que lo tienen en pantalla. Su humor físico, repleto de expresiones faciales y de palabras entrecortadas, es el complemento ideal para el mejor planteo de la película, el de The Hitles. No solo hay un notable despliegue de producción para lo que es la banda –que cierra con espectacularidad a lo Sgt. Pepper- sino que cada línea de diálogo y cada situación que se presenta en el marco de esta historia es brillante. Hay, en cambio, una pata floja en lo que es el personaje de Gastón Pauls, el Damián narrador del comienzo, quien da cuenta de un importante parecido a Juan Perugia. Frustrado partícipe del mundo del espectáculo, reconoce las limitaciones de su obra y no se cree una estrella como sí lo hacía el actor del título en Todos contra Juan, pero su andar encorvado, su aire cansino, la aparición de Alfredo Castellani y, sobre todo, el juego con Leonardo Sbaraglia, provoca la idea de un capítulo más de la divertida serie. No es que no funcione, de hecho se disfruta y supondrá una sorpresa para todo aquel que no haya visto algo de las dos temporadas del programa, pero en la ópera prima de Gabriel Nesci se siente redundante. Días de Vinilo tropieza en el final con un cierre algo traído de los pelos, un agregado extenso y algo injustificado que, aún dentro de un clima de historias desopilantes, queda en posición adelantada. Fuera de esto, es un film más que auspicioso para este joven director, que se siente cómodo dentro de comedias inteligentes que no subestiman al espectador, un espacio que, en el cine argentino, ha estado vacante por demasiado tiempo.
Retro amigos Divertida película sobre un grupo de cuatro amigos donde con mucho ingenio relatan las distintas falencias o particularidades que le impiden a cada uno relacionarse con el sexo opuesto. Si bien la película tiene sus desniveles, el resultado termina siendo muy favorable y el espectador seguramente podrá disfrutar de una muy entretenida comedia. Lo primero que uno nota al ver 'Días de vinilo', es el extraño pero fascinante fenómeno de contar con tres líneas narrativas muy diferentes entre sí (tanto en trama como en concepción). Por un lado tenemos la últimamente tan utilizada historia romántica de hombre solitario y amargado (Gastón Pauls) conoce a mujer desinhibida y alegre (Inés Efron), después está la comedia de enredos entre los personajes de Fernán Mirás y Rafael Spregelburd y por último aparece la trama más disparatada y de chiste fácil con Ignacio Toselli. Cada una con sus logros y falencias. En el caso de Gastón Pauls su principal problema es el modo en que las acciones van sucediendo. Todo parece desarrollarse de una manera muy forzada. Sin ir más lejos, el hecho de que solo tenga una copia de su guión, lo viva perdiendo y se lo pase buscando por toda la ciudad es una excusa muy floja para la elaboración de la trama. Sin embargo con el correr de los minutos la historia empieza a tomar forma y con mucha ironía y ternura logra tener un gran desenlace. Además esta trama tiene la inolvidable aparición de Leonardo Sbaraglia interpretándose a si mismo de una manera descollante. Por otro lado, está la trama de Fernan Miras y Rafael Spregelburd, la cual ambos tienen pareja pero los dos están en descontento con las mismas. Aquí a pesar de tener una buena elaboración dramática, la historia carece de sustancia u originalidad. Los conflictos de pareja son muy superficiales para ser tomados en serio. Mientras Miras representa a un hombre extremadamente celoso que tiene como novia a una cantante de pop bastante libre sexualmente, Spregelburd sufre de su mujer quien es altamente controladora y no lo apoya en sus decisiones. Por razones del destino ambos ambos se enamoraran de la mujer del otro y así nacerá un conflicto, poco explotado, entre ambos. Lo destacado de esta trama son los gags ocurridos tras la momentánea sordera en el personaje de Miras. Por último, se encuentra el personaje de Ignacio Toselli quien interpreta a un hombre obsesionado con su banda tributo a los beatles. Por los últimos 20 años, lo único que ha hecho es ensayar y soñar con alguna vez tocar en Liverpool. Una persona totalmente dedicada a homenajear a su grupo favorito y que recibe la sorpresa de enamorarse de su inquilina, una mujer colombiana de un fuerte parecido a Yoko Ono. De ahí en adelante, la historia girará entorno al dilema de estar junto a la representación de la mujer causante de la separación del grupo. Una historia muy básica y bastante reiterativa, pero muy honesta. Lo cual le permite al espectador identificarse y reírse de las penurias del personaje de una manera muy libre. Toda la película tiene problemas y cuestiones que pudieron haberse resuelto de una mejor manera. Incluso algunos errores básicos como la ausencia de sonido ambiente en una grabación casera de una fiesta o el tono tan televiso de la misma puede ser insoportable por momentos. Sin embargo, la historia presenta un dinamismo y un atino a la hora de contar chistes que la convierten en una película sumamente disfrutable.
Entre la música y la inocencia Un gran esfuerzo. El mismo que hace Gastón Pauls corriendo por las calles de la ciudad para encontrar a “la chica”, la única que alguna vez lo ayudó a cantar “A Groovy Kind Of Love”. “Días de vinilo” hace un gran esfuerzo por convertirse en una buena comedia romántica y de amigos (o viceversa), y el resultado es que divierte y hasta emociona cuando por momentos lo logra. A prima facie, la ópera prima de Gabriel Nesci (autor de la serie “Todos contra Juan”) parece una adaptación argentina de “Alta fidelidad”, pero en realidad guarda pocos puntos en común con la película de Stephen Frears, sobre todo porque el enfoque de las influencias musicales es diferente, es más directo y menos reflexivo. Aquí hay cuatro amigos unidos por dos temas centrales: su miedo a madurar (a los 40 años) y su amor por la música. Desde esta premisa, la película acierta en el trabajo de los cuatro protagonistas, en la definición del perfil de los personajes y en la certeza de las referencias musicales y sus derivaciones. Por otro lado, falla en algunos diálogos acartonados, abusa de las situaciones inverosímiles y trata de redondear conceptos con una voz en off que siempre resta. Habría que reservar una mención especial para la divertida parodia que hace Leonardo Sbaraglia de sí mismo, y también para decir que las canciones que suenan —vaya paradoja— son menos de las esperadas.
Esta es una de las pocas películas que luego de un inicio muy poco promisorio, levanta vuelo. Debo hacer mucha memoria para encontrar alguna situación similar, pero de momento no la encuentro. La historia se centra en 4 amigos de la infancia, que vivieron juntos su adolescencia, con todo lo que ellos implican para el fortalecimiento de una amistad, todos de una u otra manera están cruzados por la música. Elipsis mediante nos encontramos en la despedida de soltero de Facundo, el único con un trabajo estable y al mismo tiempo que no pudo hacer lo que desea. Luciano es conductor radial de un programa musical, que constantemente se enamora de mujeres que no le corresponden. Marcelo sigue siendo un adolescente que no quiere asumir responsabilidades de adulto, por lo que sus relaciones son tan efímeras como los grupos de música que arma. Damian, el narrador del cuento, es un guionista y director de cine cuyo único filme fue un fracaso rotundo. En las dos horas que dura la proyección conoceremos los motivos de cada uno por los cuales los encontramos ahora, al mismo tiempo de los cambios que se les avecinan. El filme recurre constantemente a todo tipo de lugares comunes de este tipo de comedias, pero las utiliza de manera maravillosa en un doble o triple sentido. Parece estar burlándose de los mismos, al tiempo que estos forman parte de la estructura narrativa que la hace avanzar sin sobresaltos, como también utilizarlos en la construcción de los personajes y modificarlos a partir de su propio entrecruzamiento. Muy buena banda de sonido, que hace constantemente hincapié dentro de la historia, y muy buenas actuaciones, donde Gastón Pauls cumple como siempre. Fernán Mirás tiene un personaje jugado y sale bien parado. Párrafo aparte para Leo Sbaraglia burlándose de si mismo, y laureles para Inés Efrón que cada vez que aparece roba por escándalo, otorgándole una frescura increíble a su personaje e impregnando todo el texto. El problema es que la realización concluye como abre, y esto luego de haber quedado atrapado, logra hacer recordar el principio, lo que decepciona un poco.
Con un duende retro en su relato Los conflictos existenciales en la vida de cuatro amigos, que se abre, en el inicio del film sobre el borde de una ventana. En el medio, la circularidad sonora y el pop de los coloridos longs plays; que hoy sólo son materiales para coleccionistas. "Simpática", "Entretenida", "Se puede ver con un poco de entusiasmo, te divierte y tiene algunas notas de nostalgia"; "Sí, todos están muy bien"... Y en otro ángulo de la sala, algunos comentan, "...como siempre, ellas las mujeres fatales, son las que salvan el film". Al salir del cine, ya en la puerta, dos mujeres de más de sesenta años, tal vez hermanas por su parecido físico, observan que "tal como te digo, nosotras siempre somos más maduras y responsables que ellos". Y así podríamos seguir enumerando algunos comentarios al pasar, escuchados en la función de la primera de la noche, el mismo día del estreno, de esta comedia, que tiene un juguetón duende retro en el interior de su relato; que circula entre los pliegues de los mismos conflictos de la existencia en la vida de cuatro amigos, que se abre, en el inicio del film sobre el borde de una ventana y se cierra sobre otro, mediando la circularidad sonora y pop de los coloridos longs plays; que hoy, sólo los erráticos viajeros del tiempo se lanzan en su búsqueda en casas de escondidos anticuarios. En su opera prima en el cine, tras pasar por la tevé como autor de "Todos contra Juan", Gabriel Nesci sobre la base de aquel film de Stephen Frears con John Cusack que se animaba sobre las pistas de los discos de vinilo y de esas guaridas sagradas de sus fans, llamado "Alta Fidelidad", nos acerca un retrato generacional de cuatro amigos, que si bien peca de ciertos esquematismos conforme a lo que esperamos de cada uno estos actores, en relación a caracterizaciones previas, logra un discreto y por momentos confidencial diálogo con el espectador, desde algunos pasajes que en sus variados matices despliegan los distintos comportamientos, expectativas y reacciones. De numerosas maneras la expresión meridiana del film desearía apuntar a señalar que cada uno se puede conocer desde la música que elige, que ha seleccionado (un bellísimo y seductor juego introspectivo que ciertamente podemos repensar: ¿cuál sería la nuestra, querido lector?). Pero lo que a veces se sugiere, otras veces se remarca, se literaliza, se repite...y entonces, lo obvio vuelve a entrar en escena de manera triunfal. Y particularmente en lo que hace a las relaciones de pareja, en sus idas y venidas, dentro y fuera de la escena del juramento de amor, de la escapada y de la próxima coartada, de la nueva aventura. Desde las mismas palabras del director, Gabriel Nesci, en lo que hace a este proyecto y expresadas en una conferencia de prensa, podemos trazar un puente respecto de lo que escuchamos de boca de los personajes que interpretan Gastón Pauls y Carolina Peleritti, cuando él le comenta a ella sobre su nuevo proyecto, quien enojosamente responde: "O sea que vas a subestimar al público con una historia liviana, superflua, previsible, con personajes inverosímiles...Si te querés meter con el amor, ¿por qué no lo hacés de una forma real y profunda en vez de quedarte en la superficie?". Comenta, entonces, Gabriel Nesci que esto, que en el film escuchamos así, de manera textual, es lo que le dijeron a él cuando dio a conocer el proyecto de esta comedia, "Dias de Vinilo". Y que él, por otra parte, a diferencia del personaje de Gastón Pauls, está muy cómodo con el mismo género comedia. No creo, por otra parte, que pese a las objeciones que planteo, el film subestime al público, como sí lo hacen, y así lo creo, "El atraco" y "Todos tenemos un plan". Cuatro amigos, no ya los de Arthur Penn ni los de Federico Fellini. Y lejanos, los de Rob Reiner y Ettore Scola. Ni tendrían porqué serlo, claro está. Con algunos tics de las comedias de los 80 del cine estadounidense, de esas llamadas románticas y mucho swing de color local... particularmente en los vocablos. Amigos que se preguntan sobre el amor, que se reúnen desde complicidades y confidencias; pero que no escapan, en este film a un trazado que se mueve en modelos de un reconocible conformismo; que no acepta miradas sobre las diferencias, en el orden de la construcción del mismo diseño del relato en lo que hace a las elecciones de los cuatro amigos. Y si hay un personaje que se filtra, así, de manera insospechada, irrumpiendo, es el que compone con sus sorpresivas máscaras, el actor Leo Sbaraglia: siempre en el mismo lugar, en el mismo ámbito, desde el mismo encuadre, frente a la misma persona, repitiendo un permanente simulacro, representando ante los ojos de un atónito director de cine, de mediana edad, un permanente juego de ilusión óptica. Igualmente, cómo no agradecer, que en un plano, en un fugaz plano, uno de los personajes tenga en sus manos, ese gran libro de cabecera que se va recreando desde la voz y la escritura de dos inmortales. El cine según Hitchcock de Francois Truffaut.
EL CARIÑO Y EL CÁLCULO Esta ópera prima de Gabriel Nesci (Buenos Aires, 1979) puede ser valorada a partir de todo lo que no tiene o de lo que no es, en comparación con otras comedias dramáticas del cine argentino reciente: no busca provocar la risa del espectador con gritos o puteadas, no gira en torno a una idea de guión única y elemental, no es grosera ni sórdida, no incluye seres de ficción que encarnen la corrupción de la dirigencia política o que sean arquetipos ideales de la clase media, trata con cariño a sus personajes y es discretamente graciosa. Sin embargo, cuesta ver a su guionista-director como alguien con una mirada propia sobre el cine y sobre los temas que le interesan (por ejemplo la música). Los antihéroes, los chistes y las astucias argumentales de Días de vinilo no ocultan un origen ajeno, conocido y aceptado: las sitcoms y las películas de amistades y amoríos juveniles que el cine estadounidense viene cultivando desde hace tiempo, generalmente con eficacia. Siguiendo ese modelo, el film prefiere generar simpatía antes que verosimiltud. Los personajes y lo que les ocurre son el resultado de un plan muy bien pensado para tender una historia donde todo encaje con precisión, por lo que todos parecen marionetas moviéndose en función de esos objetivos. El cuarteto de amigos (un arrogante vendedor de parcelas en un cementerio, un abatido director de cine ansioso por mostrar su nuevo guión, el inseguro conductor de un programa radial y el obsesivo líder de una banda tributo a los Beatles) no transmite la calidez que se espera de personas que vienen compartiendo afinidades y vivencias desde su infancia. Algunas de sus divertidas conversaciones parecen salidas de un ocurrente libreto, así como personajes laterales e incidentes imprevistos lucen injertados sin fundamento en la trama, con la evidente necesidad de provocar en los espectadores determinados efectos. Hay algunos ejemplos muy claros en este sentido, como el hecho de que Damián (Gastón Pauls) no tenga otra copia de su guión cuando lo pierde, o que la sordera que imprevistamente afecta a Luciano (Fernán Mirás) no le impida seguir conduciendo su programa de radio. Del planificado cruce que propone Días de vinilo entre situaciones de la vida de los personajes con otras del mundo de la música o del cine que les apasiona, surgen pormenores que ponen en evidencia esa desmedida importancia del guión: en ningún momento el cineasta (Pauls) se plantea problemas relacionados con la realización o la puesta en escena de sus proyectos, e incluso una crítica de arte le reclama que debería concebir historias más “profundas”, como si el valor de una película dependiera exclusivamente de lo que cuenta. Tampoco –salvo fugazmente al comienzo– hay padres, abuelos o suegros que intervengan en la historia, lo cual es curioso por tratarse de cuatro amigos de un barrio en Argentina. Este tipo de carencias (o que se los vea tomando whisky pero nunca mate) responde, tal vez, a esa idea preconcebida de urdir un divertimento juvenil con estilo deudor de prototipos importados, de la misma manera que, al adentrarse en la cultura que han consumido durante su adolescencia en los ’80, no hay referencias a films y músicos argentinos. Entre los actores, Fernán Mirás, Leonardo Sbaraglia, Inés Efron y Maricel Álvarez (que había cumplido un papel bastante ingrato en Biutiful) son los que se muestran más dispuestos a jugar con sus personajes, en tanto Gastón Pauls (afortunadamente lejos de su rol habitual de predicador políticamente correcto) resulta querible como perdedor abrumado, recordando su personaje en Felicidades (2000, Lucho Bender). En el otro extremo se ubican algunas chicas lindas pero inexpresivas, como la modelo Akemi Nakamura, tan improbable encarnando a una joven china con acento colombiano como Carolina Pelleritti en la piel de una crítica de arte candidata al Pulitzer. Abusando de primeros planos y con innecesarios comentarios en off al principio (en el desenlace puede resultar pertinente dejar explícita la agridulce moraleja), Días de vinilo acierta al deslizar entrelíneas sobre las elecciones en la vida y las predilecciones en la niñez que perseveran hasta la edad en la que se esperan compromisos más asociados a la madurez. “Las canciones que más te han marcado en la vida hablan de vos” dice en un momento uno de los personajes femeninos: de sentencias ingenuas pero infalibles como ésa depende, en buena medida, el inestable encanto de la película.
Una comedia que cumple lo que promete Por lo general, desde hace un tiempo a esta parte, cuando se hacen comedias, siempre se le quieren buscar distintas visiones, profundidades e inteligencias en el guión y, algunas veces, se pierde la función de divertir al espectador. “Días de vinilo” es sin lugar un film que promete diversión, frescura y ritmo. No solo promete eso, sino que lo cumple y con creces. “Días de vinilo” lleva una impronta heredada de las sitcom norteamericanas que divierten y mucho al público, presentando temas costumbristas desde el lado de la diversión y la frescura. El film cuenta la vida de unos amigos que desde chicos tienen un amor especial por los vinilos, hasta que las mujeres empiezan a tallar en sus vidas. Ahí se pondrán de manifiesto los caracteres y los conflictos de relaciones con las mujeres, siendo el puntapié de esto, el próximo casamiento de uno de los amigos. Uno de los grandes aciertos de su director y guionista, Gabriel Nesci, es la elección de los personajes del cuarteto protagónico. Gastón Pauls cumple muy bien con su papel de Cineasta que trata de escribir y vender el guión para su próximo film. Ignacio Toselli como el joven que vive tocando covers de Los Beatles y que sueña con conocer Liverpool, realiza un trabajo que lo posiciona como una de las grandes promesas de la comedia nacional. Rafael Spregelburd vuelve a demostrar todo su oficio y capacidad en el papel de músico que se termina dedicando a crear singles para una funeraria. Fernán Miras es quien se pone la película al hombro logrando los mejores momentos del mismo. Incluso Leonardo Sbaraglia en una breve participación haciendo de él mismo esta brillante. “Días de vinilo” es un film para ir al cine a divertirse y pasarla bien con una película sumamente divertida e inteligente
Costumbres argentinas “Días de vinilo” es una típica comedia costumbrista alla argentina remasterizada. Quizás eso quiere sugerir el título y es corroborado por el guión. Los protagonistas son cuatro amigos que rondan los cuarenta años y que se conocen desde niños, ya que se criaron en el mismo barrio (no se especifica, pero es algún barrio de Buenos Aires). Damián (Gastón Pauls), Luciano (Fernán Mirás), Marcelo (Ignacio Toselli) y Facundo (Rafael Spregelburd) conforman un grupo típicamente porteño, con neurosis, ilusiones, vicios y virtudes característicos del habitante promedio de esa ciudad. La particularidad que presentan es que han tenido que crecer a caballo entre dos siglos y sienten una fuerte nostalgia por aquellos elementos simbólicos que estaban presentes en la infancia, en particular, los referidos a la música popular, con gran influencia de grupos musicales extranjeros. De allí que los antiguos discos de vinilo adquieren el valor de fetiche, constituyen el objeto de devoción ante el que todos se rinden. Los chicos crecieron atesorándolos como objetos de culto y cada uno ha tratado de hacer una carrera artística de algún modo vinculada al ambiente musical. Facundo es vendedor de parcelas en un cementerio privado y despunta el vicio ideando jingles publicitarios ad hoc, Damián es un guionista de cine semifrustrado, Luciano es locutor de radio y Marcelo sobrevive alquilando habitaciones de su casa a turistas extranjeras (mujeres) mientras mantiene una banda de tributo a Los Beatles desde hace veinte años. Ahora están todos convocados porque Facundo anunció que se casará con su novia (Maricel Álvarez) y así uno se va enterando de la situación sentimental de cada uno. Damián vive extrañando a su ex pareja (Carolina Peleritti), quien lo dejó provocándole un trauma profundo del que no puede recuperarse, aunque aparecerá Vera (Inés Efrón), una vendedora de cosméticos aficionada al teatro, para rescatarlo. Luciano vive un romance tormentoso con una cantante pop en ascenso, inescrupulosa y manipuladora (Emilia Attias), que lo vuelve loco de celos. En tanto que Marcelo, militante contra el compromiso afectivo con las mujeres, caerá en las redes de una colombiana que pondrá en crisis su soledad (Akemi Nakamura). Visión idealizada También aparece Leonardo Sbaraglia haciendo una parodia de sí mismo y del mundo del cine en general, manifestando una especie de autocrítica de ese ambiente invitando al espectador a no tomarlo muy en serio. Los temas que despliega el director debutante, Gabriel Nesci, son el amor, la amistad, la vocación, el temor a crecer, a madurar, a asumir compromisos, que contrasta con una visión idealizada de la vida que siempre hace tropezar a los protagonistas con la cruel realidad. Con humor, Nesci hilvana una serie de situaciones típicas, en la que no faltan las traiciones y agachadas, como siempre ocurre aun entre los mejores amigos, aunque nada será tan dramático como para quebrar los sólidos sentimientos que los mantienen juntos. Y la moraleja es que tendrán que crecer aunque se resistan y asumir las responsabilidades que ello implica, con sus logros y sus fracasos.
Una comedia donde se lucen entre otros Inés Efrón, Gastón Pauls y Fernán Mirás En el que ya aparece como el año de mayor número de estrenos locales de la historia los géneros que más abundan continúan siendo el documental y el drama. La comedia, en cambio, muestra su tradicional escasa presencia por lo que es saludable señalar la irrupción de una con méritos suficientes para hacerla recomendable. “Días de vinilo”, tal su nombre, es la opera prima de Gabriel Nesci con antecedentes en la televisión (“Todos contra Juan”). Una decena de actores y actrices, en su mayoría populares, recrean diversas historias encadenadas cuyo núcleo central lo integran cuatro amigos desde la infancia. Facundo (Rafael Spregelburd), uno de ellos, se encuentra frente a la inminencia de su casamiento mientras que su pareja (Maricel Alvarez) trabaja en la radio junto a Luciano (Fernán Mirás) que hace de locutor. Marcelo (Ignacio Toselli) es un fanático de Los Beatles al punto de tener una banda tributo de equívoco nombre (Los Hitles). El restante integrante del cuarteto es Damián (Gastón Pauls), un director de cine olvidadizo cuyo nuevo guión escrito a máquina (sin copia) se perderá en más de una oportunidad. La desesperada búsqueda y recuperación de su libro cinematográfico generará algunos de los momentos más desopilantes además de vincularlo con el personaje de Inés Efrón, posiblemente el más logrado dentro de la amplia gama de caracteres femeninos. Es el caso de Emilia Attias, una cantante bastante desinhibida y también Carolina Peleritti, como una ácida crítica de cine a quien ama y odia al mismo tiempo Damián. El numeroso reparto incluye aún a una joven colombiana (Akemi Nakamura), de origen japonés que se cruza en la vida de Marcelo y cuyo nombre (iniciales) coinciden con la de quien fuera pareja del Beatle que él encarna. Hay todavía espacio para varios cameos (Pascual Condito, Lorena Damonte) y uno que en realidad es una personificación de si mismo (Leonardo Sbaraglia). Sus encuentros con el cineasta y los sucesivos cambios del texto del guión que le sugiere son momentos de gran comicidad. Desde su título la película anuncia que la banda sonora será un elemento vital y determinante de varias situaciones de la trama. Básicamente las canciones, en su mayoría “covers”, incluyen temas célebres de Queen (“You are my Best Friend”), Phil Collins (“Groovy Kind of Love”) y varios interpretados por The Beats. Un final, que lo acerca a muchas comedias norteamericanas, no le resta sin embargo méritos a esta producción nacional que logra mantener la sonrisa del espectador a lo largo de gran parte del extenso y justificado metraje.
Siete diferencias Las de Gabriel Nesci y y Gabriel Medina son dos películas argentinas en cartel que han recibido mayoría de críticas positivas. Con esta columna sumaremos una crítica positiva hacia una sola de ellas. 1. Las dos películas se relacionan con los géneros y la narrativa del cine americano. Mientras Días de vinilo lo hace desde la mímesis y el querer ser, La araña vampiro lo hace desde la comprensión de una tradición. Días de vinilo imita, no procesa, pero intenta esconderlo detrás de la supuesta autoconciencia genérica de los personajes de Gastón Pauls e Inés Efrón. La araña vampiro entiende que toda trama cabal es mucho más una red que una serie de líneas, y que en la herencia americana se debe ir más allá de lo que se cuenta para elevarse hacia el plano simbólico. 2. En las dos películas hay efectos especiales. La araña vampiro los necesita, aunque no abusa de ellos. En la utilización de esos efectos hay una perfección llamativa para el cine argentino: la herida y la picadura se ven reales, no se duda sobre esas imágenes; así, el efecto genera imágenes verdaderas. A los pocos minutos de empezar, Días de vinilo usa un efecto: los vinilos que caen desde una ventana son digitales (¡!), y el efecto se nota: así, sin necesidad, Días de vinilo genera una imagen no solo fea sino además falsa. Las imágenes falsas, se sabe, tiñen de falsedad al resto. 3. De todos modos, Días de vinilo no necesita extraer falsedad de una horrible imagen digital. Le sobran elementos que no se sienten verdaderos, ni verosímiles, ni lógicos: hay un guionista que escribe un guión a máquina, sí, ahorita mismo (en Ruby Sparks el protagonista también escribe a máquina, pero no pasa lo que les relato a continuación): por supuesto, el personaje guionista tiene una única copia. Por supuesto, la pierde. La recupera. Pero, por supuesto, la vuelve a perder. Y por supuesto, ¿saben qué?, en algún momento las hojas del guión vuelan. También, ahorita mismo, vemos que llega a una radio un simple de una canción, con tapa impresa y todo. Pero, digamos, esos son detalles, como esa banda de rock del personaje de Emilia Attias, unos tipos muy pesados para finalmente hacer pop melódico. Días de vinilo es una película de personajes, y falla en eso también: así, por ejemplo, vemos que el personaje de Spregelburd y su prometida no se quieren para nada, que no son compatibles, etc. Decimos: ah, qué obvio, me lo están subrayando una y otra vez. Bueno, según vemos al final, lo que importa no es la descripción de los personajes sino lo que está escrito para ellos. Y no importa si parecen vivir y sentir para otro lado. Subordínese, personaje, que esta película termina como termina. En La araña vampiro los personajes parecen estar vivos, desarrollarse, dudar y actuar en consecuencia con lo que nos muestra la película: el relato cuenta el cambio. Sin volantazos, sin alardes, sin torpezas. La araña vampiro sabe que el final de una película debería poder acordarse con lógica del principio. 4. En Días de vinilo se nos cuenta un poco del pasado de los personajes. Ya sabemos: el barrio, los amigos, larrrgentina, los muchachos. Las mujeres, por supuesto, no cultivan estas cosas: o son “buenas minas” o son “peligrosas malvadas seductoras frías”. Los varoncitos, por supuesto, tienen nostalgia de vaya a saber uno qué (no parece haber grandes momentos en ese pasado compartido). En fin, el peor flashback está sobre el final. Es un flashback de “diez años atrás”. Interesante: ninguno de los actores parece diez años más joven en esas imágenes; se destaca el caso de Inés Efrón, actriz de 27 años –y que aparenta menos– que en ese flashback aparece igualita al presente del relato. En La araña vampiro el pasado está integrado en los personajes: sabemos que la relación entre padre e hijo no es la mejor, que el hijo tiene problemas, sabemos que no es intrépido, etc. Medina cuenta lo que tiene que contar: su película es segura, narrativamente hablando. Los balbuceos del relato de Días de vinilo tal vez pertenezcan –desconozco ese mundo– a una telecomedia de producción local. 5. Las referencias musicales de Días de vinilo intentan pasar por sofisticadas: ah, Pink Floyd y Elvis Costello. La musicalización tiene detalles como usar una canción también presente en Alta fidelidad (“Let’s Get It On”) como para declarar inspiración mal llevada. Y el grupo de covers de Los Beatles hace playback y se nota; pero la película no narra el playback, narra que cantan. La musicalización de La araña vampiro, como pasaba con la anterior película de Medina, Los paranoicos, es un trabajo pensado: las canciones no se acumulan, cuando entran son enormemente significativas. El final de La araña vampiro, con una canción potente, es un modelo de eficacia: con gran economía se logra sentido, emociones, cambios. 6. En La araña vampiro a las emociones se llega, en Días de vinilo se nos dice que estamos ante una película “de amores”, “de sentimientos”. Y, claro, la inteligencia debe separarse de eso: así, la crítica de arte interpretada por Peleritti, dado que es inteligente, es cerebral y fría. 7. Días de vinilo no es ni sobre vinilos, ni sobre música. No parece ir más allá de un intento de hacer “a la argentina” una comedia romántica con muchos personajes y muchas referencias y muchas acciones. Es un relato sin espesor alguno. Sí, podría haber sido una linda película superficial, pero para eso hace falta por lo menos lógica y amor por los personajes. Las burbujas no aparecen sin nada de aire. La araña vampiro es –como Los paranoicos– un relato sobre la maduración, sobre animarse a tomar decisiones, sobre el despertar de un aspecto de un personaje: así, tanto Los paranoicos como La araña vampiro comienzan con el protagonista abriendo los ojos.
Una amistad melódica Con mucho humor y música, Días de vinilo se presenta como una buena elección para reírse un rato entre amigos. Lejos de ser pretenciosa, se introduce en el cine con una propuesta que está de moda en estos últimos tiempos, como es el recuerdo. Situándose en el presente pero haciendo un ida y vuelta con el pasado, nos cuenta la historia de cuatro amigos que están unidos por la música. Ellos son: Damián, Marcelo, Luciano y Facundo. El próximo casamiento de uno de ellos los hará reflexionar sobre la vida que están llevando y las metas logradas hasta ese entonces. Siendo unos treintañeros se plantea el dilema de lo que uno planea ser cuando se es joven y lo que resulta con el paso del tiempo. Crecer y afrontar la vida que cada uno lleva también será uno de los dilemas. Se encuentran de esta forma desafiando traumas y comportamientos erróneos que parecían imposibles de superar. La clave por la que Días de vinilo es una buena película está basada no tanto en los buenos actores, sino en el rol que se le ha asignado a cada uno. De ahí que Emilia Attias resulta tolerable gracias a un papel acorde a sus posibilidades, lo mismo que con Gastón Pauls. Pero no por eso hay que negar que actores como Rafael Spregelburd y Fernán Mirás resultan de lo más atractivos y realzan el film. El buen posicionamiento hace que cada uno de los intérpretes desde su lugar sea gracioso y no se deposita en una figura o dos los momentos de comedia. Aunque sí se da que el papel de Leonardo Sbaraglia es pura y exclusivamente una parodia humorística sobre la figura del actor estrella, con lo cual cada vez que hace una entrada lo que se espera de él es otro más de sus disparatados pensamientos. Los encuentros de Damián (Pauls) con Vera (Inés Efrón) y las acciones que luego realizan juntos por la pérdida del guión de cine que él escribió remiten en múltiples aspectos a Todos contra Juan (justamente el director de este film, Gabriel Nesci, es el mismo que hizo la tira televisiva). Es entonces, el papel de Damián el de una persona un poco frustrada y blanco de risa de quienes estuvieran a su lado. Otro de los temas importante para nombrar es la parodia que se realiza de los clichés del cine, sobre todo en los recursos que se utilizan para mostrar al amor. Surge el planteo de qué es realmente lo interesante para contar y cómo a veces lo muy elevado termina siendo o cometiendo el pecado de ser pedante y poco interesante. Todo esto de la mano de la música, hilo conductor de todo el film y sobre todo soporte de la amistad de estos cuatro personajes. La elección y los cortes de diferentes canciones que son gloriosas para gran cantidad de personas son un gran acierto, ya que hacen disfrutar al oído y generan un sentimiento cómplice entre los actores y el espectador. Es que Días de vinilo es un film que busca permanentemente la complicidad del público. Y por suerte la consigue.
Conocemos la canción. Días de vinilo habla de cuatro amigos, de la música, del trabajo y de relaciones con las mujeres. La vida cotidiana de los protagonistas aparece atravesada por sus gustos musicales, que son exhibidos orgullosamente como banderas, obsesiones que se enarbolan como una manera de habitar el mundo. El problema es, justamente, el lugar que se le da a la música en una película que no para de hablar de música. Los nombres de bandas y canciones son revoleados constantemente, pasan de un personaje a otro sin causar demasiadas reacciones: no se discute sobre música, se la usa como estandarte de algo, como un signo de pertenencia automático. Las referencias musicales nunca terminan de integrarse en el universo de los personajes, los nombres pronunciados no terminan de generar verdaderos efectos narrativos sino que tienden a acumularse, a encimarse unos sobre otros. Lila (Emilia Attias) le tira por la cabeza su lista de preferidos a Facundo (Rafael Spregelburd), entre los que figuran Tom Waits y Leonard Cohen, y enseguida Facundo se siente atraído por ella: Lila se cuida de no opinar sobre música, y la película va a mostrar después que eso es lo último que parece importarle, pero él se deja impresionar por la lista memorizada, por los nombres propios recitados por los que Lila no demuestra sentir ninguna pasión. En esa escena, la música se usa como mera carta de presentación y táctica de seducción, pero hay otras. Por ejemplo, cuando Damián (Gastón Pauls) le pregunta a Vera (Inés Efron) qué música escucha y ella le dice “variado”: enseguida Damián la reta, le explica, indignado, que “variado” no significa nada, que él quiere que le dé un nombre concreto de un grupo o una canción que la emocione, porque eso es (según Damián en plan aleccionador) lo que la define, lo que la hace ser quien es, y más cosas por el estilo. Nosotros podríamos responderle con la misma carta a él: que su discurso sobre la importancia del gusto suena impostado, ensayado, sobreactuado, que no significa nada, que ni Gastón Paul se lo está creyendo cuando lo recita. En medio de esa catarata de referencias surgen algunos chistes que funcionan bien (que Luciano –Fernán Mirás– pase en su programa de radio The Sounds of Silence cuando está sordo) y algunas ideas interesantes que, lamentablemente, la película estropea por abuso o por desidia, como la llegada de Yenny, la colombiana que viene a oficiar de Yoko Onno en la historia de Marcelo –Ignacio Toselli– y su banda tributo de los Beatles, o las breves apariciones de Leonardo Sbaraglia haciendo de él mismo hasta el hartazgo (sí, Sbaraglia es autoconsciente, se parodia a sí mismo: ya habíamos entendido la primera vez). La película apuesta a los subrayados, y Fernán Mirás, Gastón Pauls y Ignacio Toselli siempre se muestran como si estuvieran actuando, exagerando, recitando líneas escritas por otro que nunca les pertenecen verdaderamente a ellos. El único que puede romper con eso es el cada vez más inmenso Rafael Spregelburd, que parece divertirse mientras despliega un timing impecable para la comedia: sus diálogos, hasta los más áridos y con menos gracia, en boca suya resultan fluidos y funcionan siempre. Mientras que sus amigos melómanos sufren, gritan, la pasan mal, tienen ojeras, se dejan la barba o tartamudean, Spregelburd actúa sin sobresaltos, como un gentleman cínico y malicioso, todo le sale de taquito. Sus intervenciones son por lejos lo mejor de la película, lo más auténtico. En Días de vinilo la música es un paisaje por el que se mueven los personajes y, probablemente, la de Nesci sea la única película argentina que le dedica semejante espacio al rock o al pop sin apuntar solo al saber erudito o del fanático. El problema es que, ya en el interior del relato, ese paisaje no deja de ser solamente un fondo, un mecanismo que se echa a andar mediante un aparataje de referencias que circulan por la historia muchas veces de manera gratuita, y ahí es cuando se nota el esfuerzo del film, que parece más preocupado por hablarle a su público y por apelar a su sensibilidad que por construir un universo narrativo sólido. El retrato generacional y sus coordenadas importan más que las peripecias de los personajes. Es posible que el espectador que entre en ese juego de referencias, que pueda reponer o anticipar con éxito los chistes, los nombres de grupos, de músicos, se sienta reconfortado, que dialogue mejor con la película y su particular forma de contacto con el público. Pero aunque esa propuesta sea válida y respetable, la manera en que Días de vinilo la plantea deja un sabor a poco, a comodidad. Cuando Sbaraglia proclama: “All you need is love, es como decían los Rolling Stones”, uno tiene que elegir entre reírse del error y demostrar que sabe que el actor se equivoca (sé que la canción es de los Beatles y no de los Rolling Stones, entonces me río), o sospechar que el yerro de Sbaraglia es demasiado grueso, demasiado forzado y que no cumple otra función que la de acariciar el ego del público dejándole un disparate servido en bandeja que puede ser corregido sin mucho trabajo. De nuevo: esa propuesta, aunque no sea del agrado de uno, no tiene nada de malo en sí misma, pero hay que señalar cómo es que se convoca la música en una película que habla constantemente de eso: se trata de una existencia precaria, débil, el gusto circula como dato anecdótico, como información que no llega a ser un elemento narrativo de peso. Una prueba es que los gustos musicales de los protagonistas pueden intercambiarse o directamente dejarse de lado sin que eso altere sus historias: Facundo compone jingles para la empresa funeraria en la que trabaja y Marcelo tiene su banda beatle, sin que las elecciones musicales de los dos lleven el relato hacia un lado o el otro, sin que maticen sus experiencias, porque lo que importa, una vez más, es la imagen de conjunto, pintar el cuadro un poco estático y estereotipado de una generación antes que preguntarse por la importancia de la música en la vida real de los personajes.
La música les cayó del cielo, en forma de discos de vinilo, a estos cuatro amigos. Cómplices desde la infancia, Damián, Facundo, Luciano y Marcelo son muy diferentes, pero hay algo que los hermana: el fanatismo por el rock y por el sonido límpido que posee el vinilo. Tanto es así que la música forma parte constante de sus vidas personales y laborales. Luciano (Fernán Mirás) es locutor y conductor de un programa radial dedicado a los grandes clásicos de la historia, abandonado por una cantante pop (Emilia Attias) encuentra consuelo en su productora (Maricel Álvarez) y esposa de su amigo Facundo (Rafael Spregelburd), quien siempre soñó son ser compositor pero se adaptó a una vida de conformismo vendiendo parcelas en un cementerio privado. El guionista del grupo es Damián (Gastón Pauls), depresivo, desganado y con una gran de autoestima, no logra superar su separación de una fría crítica de arte (Carolina Peleritti) y vive reescribiendo su película a merced de los pedidos delirantes de Leonardo Sbaraglia. Tan consumido está por el desamor y la rutina que no logra ver la segunda oportunidad que se le presenta con Vera (Inés Efrón), una vendedora de cosméticos por catálogo. El cuarteto de amigos se completa con Marcelo (Ignacio Toselli) quien después de veinte años de intentar triunfar continúa al frente de su banda tributo a Los Beatles. Su mundo son los fantastic four, hasta que una estudiante de intercambio pondrá su mundo y sus convicciones patas para arriba. No suele ser común encontrar un comedia nacional que funcione en gran parte de su extensión, sin embargo, Días de vinilo se erige como la excepción a esta regla. Remates acertados y divertidos, actuaciones parejas en donde todos y cada uno de los actores pueden demostrar sus cualidades para la comedia (sin dudas los cuatro protagonistas se destacan por sobre el resto y tienen sus momentos para lucirse). Podríamos criticar que el estilo de humor tiene mucho de la creación anterior de Gabriel Nesci (Todos contra Juan), pero porqué señalar algo como negativo cuando se nutrió y se potenció gracias a ello.
Navegando en un mar de referencias Días de vinilo es la primera película de Gabriel Nesci, creador y director de Todos contra Juan, una muy divertida serie argentina de relativo éxito hace un par de años protagonizada por Gastón Pauls, que interpretaba a un actor de más de treinta que había sabido ser una estrella de la televisión cuando era adolescente. El argumento giraba en torno a la búsqueda del éxito de Juan mediante la ayuda de diversas figuras rutilantes de la tv a quienes perseguía hasta conseguir alguna audición para una obra, serie, película o publicidad. El mejor atributo de este programa era endilgarle a cada actor famoso -que se interpretaba a sí mismo- una particularidad extraña (Mariano Martínez era demasiado buen tipo, Daniel Fanego era un obsesivo de los valores y de la familia, Gustavo Garzón era un ególatra insufrible, Mirta Busnelli era cleptómana, etc.). El otro gran hallazgo de la serie fue el personaje de Sebastián de Caro, Tony, el encargado de descubrir esas rarezas y hacérselas notar a Juan, y un freak y obsesivo con sus propios mambos también. Todos contra Juan fue una serie excelente, especialmente en su primera temporada, con un humor muy particular, muy referencial y muy poco visto en otros programas nativos. Lo primero que llama la atención de Días de vinilo son varios parecidos con aquella serie del año 2010: la voz en off de Gastón Pauls, nuevamente entre cursi, solemne y paródica; el personaje interpretado por este mismo actor, cuyo physique du role es casi calcado del Juan Perugia de la serie (aquí no hay riñonera, pero si una gorra, barba larga y esa forma de caminar como si los pies pesaran); algún actor interpretándose a sí mismo; y una batería de referencias descomunal, inagotable, buscada adrede y con mucha efectividad desde el costado humorístico. Hay un metalenguaje constante, todo el tiempo los personajes hablan de otra cosa, sea una película, una canción, la historia de una banda, una serie de TV, un actor, Todos contra Juan y hasta la propia película. El hecho de que el guión haga encajar todas esas referencias culturales y las ponga en juego en armonía, hasta el punto de ser la película en sí misma material de una referencia, es un hallazgo interesante dentro de un marco de una película muy entretenida. Días de vinilo cuenta la historia de cuatro amigos que siempre tuvieron dos temas de conversación preponderantes: la música y las mujeres. Uno de ellos, Facundo (Rafael Spregelburd, de El hombre de al lado), está a punto de casarse. Damián (Gastón Pauls) busca terminar un guión "serio" para una película, ya que su primera obra fue devastada por su ex (Carolina Pelleriti), una crítica de jerarquía. Mientras tanto, Marcelo (Ignacio Toselli) intenta triunfar con su banda tributo a los Beatles y Luciano (Fernán Mirás) trabaja junto con la futura esposa de Facundo como presentador de radio, mientras sale con la estrella pop del momento (Emilia Attias). Cada historia tendrá su nudo, su tiempo, su particular interés. En cada historia tendremos lugar para la risa y para la empatía. Este buen guión que triunfa al armonizar tantas referencias culturales distintas también llega a buen puerto al no proponer un protagonista definido y dejar a cada historia su fluir natural, su desarrollo completo, sin olvidarlo, sin minimizarlo. El otro punto fuerte de la historia son los diálogos, con gags realmente imaginativos, efectivos y permanentes. Todo ese complejo ensamble, amenizado por una banda de sonido estupenda, con música original de Queen, Morrisey, entre otros, con un par de canciones compuestas por el director y también con música de The Beats en los momentos en que la banda tributo a The Beatles toca en pantalla. Cercana a Alta fidelidad (Stephen Frears, 2000), por su manera de contar historias de amor y endulzarlas con temas clásicos del rock, Dias de vinilo cuenta con muy buenas actuaciones, de entre las que se destacan la de Fernán Mirás que interpreta a un hipocondríaco que no puede parar de somatizar difícil de olvidar. También es bueno el trabajo de Maricel Alvarez y Rafael Spregelburd, muy creíbles en sus papeles de futuros mujer y marido, y una interpretación curiosa de Inés Efrón, a quien no hemos visto tanto en papeles convencionales (recordemos que es la protagonista de dramas muy formales como XXY, El niño pez y El nido vacío). Por su parte, las participaciones especiales de Leonardo Sbaraglia y Alfredo Castellani (el representante de Juan Perugia en la serie) no tienen desperdicio. Días de vinilo es otra gran película nacional, que viene en un año muy bueno en cuanto a lo que se suele llamar "cine comercial". Ya veníamos de varios dramas muy buenos y aquí nos encontramos con una comedia que no pasará desapercibida para los cinéfilos. Muy entretenida, muy agradable, muy graciosa. Muy recomendable.
Una comedia que bien compuesta y afinada "Dime lo que escuchas y te diré quién eres". De esta proposición parte el relato de Días de vinilo , del productor, editor y guionista del ciclo televisivo Perdona Nuestros Pecados (en 1994) y director (en 2008) de la serie Todos contra Juan. Con la misma nostalgia y tragedia del ciclo que protagonizara Gastón Pauls, también atravesada por el humor, se teje la trama de esta cinta que significó el debut en cine del realizador. Un guión, si no original en tema, muy ocurrente en el desarrollo y preciso en su concreción; interpretado por un elenco elegido con lucidez y dirigido de manera cuidada, producen un relato bien enmarcado en la selección musical que remite a tiempos en que las canciones que marcaban existencias se escuchaban en vinilos. Cuatro chicos del barrio descubrieron a un mismo tiempo la amistad, el amor y la buena música. Reunidos en la esquina de siempre, Damián, Luciano, Facundo y Marcelo, se enamoraron por primera vez de sus vecinas; fueron testigos involuntarios del rompimiento de una pareja y blanco de la lluvia de vinilos que cayó de una ventana cuando se producía la traumática despedida. Como si se tratara de un legado a continuar, los cuatro crecieron y se fueron adaptando a las circunstancias y realizando elecciones, siempre acompañados por un fuerte lazo común y los repertorios de Rod Steward, Phil Collins, Queen, The Police y The Beatles --entre tantos clásicos propios y heredados--, que escuchaban en wincos y bandejas. A los treinta y tantos, Damián (Gastón Pauls) se convirtió en un guionista que no superó su ópera prima ni la separación de una exquisita crítica de cine y arte (Carolina Peleritti). Mientras intenta colocar su segunda creación, conoce a Vera (Inés Efron) una estudiante de teatro que subsiste vendiendo cosméticos y se le pega como estampilla procurando solucionarle imprevistos. Luciano (Fernán Mirás) es un locutor radial que expresa sus sentimientos a través de los discos que pasa. Eternamente enamorado de la mujer equivocada, sale con Lila (Emilia Attias), una cantante pop de vida ligera. Luciano trabaja con Karina (Maricel Alvarez), quien está a punto de casarse con Facundo (Rafael Spregelburd), empleado de un cementerio privado y compositor frustrado. Y finalmente anda por allí Marcelo (Ignacio Toselli), mentor de una banda tributo a The Beatles y tan ensimismado en su personaje de Lennon que ha transformado la fantasía en su realidad. En plena fiesta de despedida de solteros de Facundo y Karina se empiezan a trazar los enredos de esta comedia que coloca bajo una lupa crítica el temor a madurar, a comprometerse y a asumir las frustraciones para volver a empezar. Si de las interpretaciones se trata, quizás por las características border de su personaje Mirás se lleva el mérito a la justeza. Spregelburd demuestra que además de su habilidad para la dramaturgia la naturaleza lo ha dotado para la actuación y el discurso sarcástico. Toselli hace un show propio de su alter-Lennon, mientras que Pauls sabe jugar bien a un Damián que homenajea a su antiguo Juan Peruggia. Un párrafo extra merece Leonardo Sbaraglia --como sí mismo-- parodiando a los actores de su edad y enloqueciendo a Damián con sus excentricidades. De entre las mujeres, es Alvarez quien más articula. Y mientras Efrón aporta frescura, Attias hace lo suyo con la sensualidad, y entre todas, equilibrio al conjunto. La película cierra como una banda sonido donde cada tema, verso y nota hilvanan. Y como esos clásicos que evocan los buenos viejos tiempos compartidos en cada generación, esta historia congrega a coro a quienes transitan aquella que creció con la convicción de que "todo lo que se necesita es amor".
TODO LO QUE NECESITAS ES AMOR… AMIGOS, CINE Y ROCK’N’ROLL Los hombres rara vez podemos sentirnos identificados con las películas románticas. Y si lo hacemos, es muy probable que otros pongan en duda nuestra hombría. Pero en días tan raros como estos, el cine nacional se despacha con una genial comedia hecha para el sensible que todo macho lleva dentro. Contada al ritmo de los mejores temas del rock mundial, DÍAS DE VINILO (2012) es una redonda y divertidísima película coral centrada en las vidas amorosas de cuatro amigos de la infancia - Damián (Gastón Pauls), Luciano (Fernán Mirás), Facundo (Rafael Spregelburd) y Marcelo (Ignacio Toselli) -, que deben aprender a confiar, olvidar, perdonar y arriesgar para dar un último paso hacia la madurez. No es un clásico inolvidable (como muchas de las canciones que mencionan sus excéntricos personajes a lo largo film), pero sí hay buenos actores, bellas mujeres, una excelente banda sonora, geniales diálogos y una simpática forma de caer en los lugares más comunes del género. Con varios puntos de contacto con ALTA FIDELIDAD (HIGH FIDELITY, 2000), la opera prima de Gabriel Nesci (creador de la serie “Todos contra Juan”) nunca llega a ser tan madura como esta en cuanto a sus ideas acerca del amor. El principal problema de esto es que ocupa varios minutos de su metraje en descabelladas historias que, si bien aportan mucho del humor, restan al verosímil y al desarrollo de las mejores tramas. Está todo bien con ver a uno de los personajes ser detenido por la policía con una herida de bala, mientras llevaba a un rockero moribundo al hospital; o con recrear la historia de la separación de “Los Beatles” ante la llegada de una pseudo Yoko Ono colombiana. Divierten y mucho, pero más hubiese preferido ver dos horas completas de la dupla de Gastón Pauls e Inés Efrón. Ambos desbordan talento, ternura y una química tan inesperada como entrañable. Es ahí - o con la sordera de un graciosísimo Fernán Mirás o los impredecibles cambios de Leonardo Sbaraglia - cuando DÍAS DE VINILO mejor funciona. La dirección es más que correcta y el guión es entretenido e inteligente, pero también posee algunos personajes, subtramas o relaciones más descuidadas que otras, y una representación de las mujeres que no dejará a la platea femenina muy contenta (dejando de lado a Inés Efrón, las demás chicas de la película son controladoras, infieles, frías u obsesivas). Además del amor, las mujeres y la música, Nesci se dedica a rendirle tributo a otra de sus pasiones: el 7° arte. Hay menciones y referencias a sus films favoritos - la de VOLVER AL FUTURO (1985) es buenísima -, pero también una ácida crítica a los clichés más obvios y gastados de las comedias románticas. Sin embargo, llegando al final, DÍAS DE VINILO termina aceptándose como una más del género y usando dichos clichés orgullosamente. Curiosamente, esa autoconciencia la hace más rara, original, fresca y disfrutable de lo que uno podría esperar. Incluso con pequeñas reminiscencias a la filmografía de Woody Allen - no solo el título nos recuerda a DÍAS DE RADIO (RADIO DAYS, 1987), sino que varios de los personajes son unos neuróticos bárbaros envueltos en las más incomodas y bizarras situaciones -, DÍAS DE VINILO no teme usar la magia del cine para contar su historia. No busca ser 100% creíble, ya que está llena de momentos que jamás pasarían en la vida cotidiana, pero es 100% honesta. Y al decírselo al espectador de frente, este puede relajarse, disfrutar tranquilo y dejar pasar esos clichés que tantas veces presenció (y odió) en otras idas al cine, pero que aquí funcionan de maravilla. En nuestro mundo nadie corre a revelarle su amor a alguien en un discurso épico frente a una multitud, y esta película hace que nos lamentemos eso. Porque además de divertirte y emocionarte, DÍAS DE VINILO intenta - con buena música y una pizca de cinefilia - hacer la vida real un poquito más épica/romántica. Primer paso: empezar con un buen clásico a todo volumen, girando en un tocadiscos.
Publicada en la edición digital #244 de la revista.
Publicada en la edición digital #3 de la revista.
Cuatro amigos han compartido desde la infancia su adicción al rock y a los discos de vinilo. Adolescencia y juventud a fondo. Comparten códigos y hasta desventuras románticas. Están en la etapa de animarse a superar fracasos sentimentales y atreverse a intentar nuevas relaciones. Gastón Pauls, Fernán Mirás, Rafael Spregelburd e Ignacio Toselli, intentan llevar las de ganar con Emilia Attías, Inés Efrón, Maricel Alvarez, Carolina Peleritti y Akemi Nakamura. Ópera prima de Gabriel Nesci (quien tuvo a su cargo “Todos contra Juan” en televisión), navega entre la comicidad, el romanticismo y la nostalgia. El tono es agridulce y asoma por ahí Leonardo Sbaraglia. Entre los Extras: comentarios del director, escenas eliminadas, trailer, making off y la canción “Desde que no estás conmigo”. Propuesta tierna y agridulce, con elenco de gran solvencia. Una mirada a los `80, aceptando con una sonrisa el implacable paso del tiempo.
Nesci, de probada solvencia en el guión televisivo con las dos temporadas de la serie "Todos contra Juan", prueba suerte ahora en el mundo del largometraje para contar la historia de cuatro amigos del barrio Damián, Marcelo, Luciano y Facundo, que se conocen desde los momentos compartidos en la infancia, punto de arranque de la narración con un ajustado uso de la voz en off que nos introduce en el relato y en cada una de las historias personales de los protagonistas. Tal como reza el afiche de la película: "las relaciones son todo un tema", y desde allí ya nos presenta los ejes de esta historia de treintañeros: la música, la amistad y las mujeres. Damián (Gastón Pauls en un papel que sin lugar a dudas remite a su televisivo "Todos contra Juan") es el guionista del equipo. En plena crisis después de haber roto su pareja con Ana (Carolina Peleritti) trata de redimirse con un segundo guión que le permita dejar atrás su imagen de cineasta liviano, con la comedia romántica "a cuestas" con el que ha logrado su moderado primer éxito. Se cruzara en el camino con Vera (Inés Efron) quien lo ayudará a recomponer su guión e intentará también emparchar sus problemas afectivos. Luciano (Fernán Mirás) conduce un programa de radio y también sufre un desengaño amoroso con Lila (Emilia Attias) quien convierte en un hit una canción dedicada a él, contando las peores miserias de la pareja, que llega rápidamente a ser número uno en los rankings de todas las radios, inclusive en el programa del propio Luciano. Su productora radial es Karina (Maricel Alvarez), novia de otro amigo del grupo, Facundo (Rafael Spregelburd) un compositor amateur de música y jingles, que comercializa tumbas para un jardín de paz. El grupo también atraviesa un momento muy particular porque faltan pocos días para que Karina y Facundo se casen con todos los nervios, los preparativos y las dudas que suelen aparecer a último momento en los novios y terminan contagiando al grupo. Completa el cuarteto Marcelo (Ignacio Toselli a quien vimos en "Buena Vida Delivery"), el líder de una banda tributo a los Beatles, que sueña con tocar en Liverpool. Toda su vida se altera cuando conoce a una centroamericana por chat, que cuando aparece en la puerta de su casa, es oriental y sus iniciales son Y.O. (Yenny Orozco). Como buen admirador y émulo de John Lennon, Yenny Orozco perturba su vida tal como Yoko Ono lo hizo en su momento con John. Con estas cuatro líneas argumentales bien diferenciadas pero que a la vez se entremezclan, Nesci teje una comedia muy agradable que se aproxima al universo de las relaciones de pareja, el trabajo, los desengaños amorosos, el desarrollo profesional y los proyectos personales en un universo sesgado por los treintaypico. El papel de Gastón Pauls y su guionista en búsqueda de una identidad y de un estilo propio, aunque dubitativo en el camino que debe elegir, le permite inclusive a Nesci autoreferenciarse permanentemente y reirse de su propia situación -y de la de cualquier cineasta argentino jóven- dentro del medio. El guión aprovecha el ritmo de sitcom y sabe construir situaciones sumamente divertidas, sobre todo, en los pasos de comedia del personaje de Marcelo (con muy buen timing por parte de Ignacio Toselli) con las situaciones de su banda y de la aparición de Yenny/Yoko, jugando además con guiños típicos de una época en complicidad con el espectador. Si bien algunas situaciones se encuentran un tanto alargadas con una duración que va un poco en perjuicio del ritmo general (dura casi dos horas), la diversidad de las historias y la buena incorporación de personajes secundarios (con una brillante participación de Leonardo Sbaraglia casi parodiándose a si mismo o Gonzalo Urtizberea) hacen que la historia se pueda ver siempre con una sonrisa. El elenco tiene al frente cuatro actores de diversas extracciones (Pauls es más televisivo mientras que Spregelburd proviene más del circuito teatral off y Mirás ha tenido trayectoria tanto en cine como en teatro como en televisión) que potencian aún más el espíritu de grupo. Cada uno parece tener un personaje escrito a su medida y se los ve sueltos, distendidos, divertidos, formando un equipo sólido y teniendo posibilidades de brillar cada uno en su momento. Con las actuaciones femeninas, lamentablemente no pasa lo mismo. Detrás una Karina tan bien cincelada por Maricel Alvarez (a quien vimos junto a Javier Bardem en "Biutiful") que asombra en el tono de comedia después de haberla visto en sus trabajos dramáticos, acompaña Inés Efron haciendo una vez más el mismo papel con la misma cadencia y con los mismos gestos de siempre (que ella sabe lograr y que si bien sabemos que su criatura queda cinematográficamente simpática, ya está demasiado desgastada y parece calcada de "Cerro Bayo" "Amorosa Soledad" o "Medianeras"). Carolina Peleritti está correcta pero poco convicente y desafortunadamente Emilia Attias no se encuentra para nada a la altura del resto del equipo, con una actuación acartonada y con líneas de diálogo que, pronunciadas por ella, cuesta mucho que suenen creíbles y queda completamente desajustada del nivel general del film. Asi y todo, más allá de los desniveles apuntados en algunas actuaciones, el guión tiene trazos inteligentes y divertidos y la historia es fresca y llevadera. Una comedia que habla de la amistad, los sentimientos, las relaciones, los éxitos y los fracasos y lo hace sin perder el buen humor y las situaciones de comedia. Lo que ya es todo un logro.