Traiciones La comedia argentina que será seguramente uno de los éxitos de la temporada llega a los cines con Adrián Suar, Julieta Diaz, Juan Minujín y Carla Peterson como principales protagonistas y con la dirección de Diego Kaplan, recordando que la unión Suar-Kaplan vuelve a trabajar juntos luego de ese taquillazo que contaba con Florencia Bertotti y que se llamada Igualita a Mi. Dos más Dos sigue a Diego (Suar) y a Richard (Minujín), dos mejores amigos y socios de una exitosa clínica que andan por los 40 años. Diego se encuentra casado con Emilia (Diaz) desde hace 17 primaveras y con un hijo adolescente, en una relación cargada de rutina y comodidad. Richard en cambio hace 10 años que está de novio con Betina (Peterson) y están en la plenitud de su relación, de la mano de la práctica swinger que llevan haciendo hace más de 3 años. La idea de Betina es incluir y meter a Emilia y Diego en ese mundo para que experimenten nuevas sensaciones y puedan salvar su matrimonio y aunque Emilia está más convencida, la cautela y el conservadurismo de Diego presentan una dificultad para concretar ese plan. Este nuevo film de Diego Kaplan es una película llamativa, y digo llamativa por como consigue tirar por la borda en 20 minutos lo que venía construyendo con muy buen pulso en más 80. Dos más Dos presenta en su punto de giro final una traición, un engaño entre los protagonistas. Pero esa ingratitud traspasa la pantalla estirándola hacía nosotros, porque en gran parte de su metraje lo que la cinta pregona es abrir las mentes de las relaciones, que experimenten nuevas sensaciones y hasta instala (con liviandad, pero lo instala al fin) una especie de debate sobre lo que es o no es ser infiel. El problema es que luego de esa traición la película termina dejando un mensaje totalmente conservador y puritan que simplificado podría ser "no experimentes nada nuevo con tu pareja porque te pueden traicionar y arruinar tu relación". Para colmo de males ese conflicto final se plantea y se resuelve de manera totalmente arbitraria, torpe y liviana donde las coincidencias están a la orden del día. Un acontecimiento como el que muestra Dos más Dos no puede ser "arreglado" fuera de campo y con un sencillo "Y dos años más tarde". La hora inicial, el desarrollo de las situaciones homorísticas y los personajes merecían otra resolución. Por lo tanto resulta bastante triste como Kaplan traiciona el rumbo de la cinta, incluso cuando la película planteaba con argumentos sólidos algunas ideas muy interesantes sobre las relaciones y su propio mundo, para taparlos con una media hora final cargada de mesura, antigüedad y principalmente carente del espíritu juvenil, "revolucionario" y fresco que cargaba en su hora inicial. El mencionado póker de actores principales integrado por Adrián Suar, Julieta Diaz, Juan Minujín y Carla Peterson son el principal causal (junto a su buena hora inicial) de que la importante trastabillada final de Dos más Dos no conforme un desastre absoluto.
Una propuesta diferente que a pesar de sus destacados logros interpretativos zozobra por un guion desordenado. La práctica swinger o de intercambios de pareja es un terreno con mucho potencial para la comedia, fundamentalmente porque los tabúes de antes no son los de ahora y aquellos inscriptos, por crianza o experiencia, a las practicas interpersonales tradicionales son ahora los nuevos peces fuera del agua que siempre han sabido hacer las delicias de este género. ¿Cómo está en el papel? Cabe decir que el guion de esta película es un desorden sideral. Uno podría pasar por alto el que no tenga claro su tema; muchas comedias no necesitaron un tema potente para hacer reír. Pero que su estructura no sea clara, eso es difícil de pasar por alto. Esta película tiene un conflicto poderosísimo y cuando no tarda eones en ponerlo en marcha, tampoco se ocupa de desarrollarlo adecuadamente. ¿Es sobre vencer los prejuicios? ¿Sobre la estabilidad de una pareja? ¿Sobre el egoísmo y lo que nos cuesta incluir al otro en todos los aspectos de nuestra vida? Las preguntas se instalan y si bien eventualmente tienen su respuesta estas parecen más insertadas de sopetón para salvar las papas que para demostrar una tesis que el espectador se pregunta dónde fue instalada que no la vio. Hay situaciones cómicas pero estas responden al concepto de “pez fuera del agua” más de modo descriptivo que para desarrollar y profundizar. ¿Cómo está en la pantalla? La factura técnica de esta película es impecable como todos los productos que salen de la factoría Patagonik; encabezada por la fotografía del siempre excelente Félix Monti y la particular partitura de Iván Wyzogrod. La dirección de Diego Kaplan es correcta, adquiriendo en ocasiones un look documental cortesía de la cámara en mano y el zoom. El nivel actoral es, podría decirse, el arma más fuerte de la película. Aparte de las correctas interpretaciones de Julieta Díaz, Carla Peterson y Juan Minujin, la película encuentra sus más grandes carcajadas de la mano de Adrián Suar y Alfredo Casero. En una nota particular, creo que más guionistas deberían escribir personajes para Suar; porque si hay algo que ha demostrado con el pasar de los años es que sirve y mucho para la comedia. El tipo le pone esmero y mucha credibilidad a los papeles que hace. El sapo de otro pozo que aquí compone hará que más de un espectador se sienta identificado. Conclusión Una película que cumple con los requisitos mínimos e indispensables de una comedia. Si hace reír es gracias a los logros de un más que capacitado elenco que supo bordar las dificultades de un guion desordenado y pobre en su desarrollo. Una lástima, su premisa daba para más.
Un cálculo con probabilidades La película que trae nuevamente a la actuación a Adrián Suar y un gran elenco, acertado como anillo al dedo, es una comedia sencilla y superficial, pero efectiva y entretenida cuya principal virtud radica en la propuesta temática. No es precisamente el abordaje del movimiento swinger (intercambio de parejas) y todo lo que ello significa en el marco de una sociedad que aparenta profesar más de lo que ejerce, sino la intención de jugar con la curiosidad, la fantasía y una serie de preguntas que de allí surgen lo que moviliza el relato manteniendo viva la atención del espectador. La simpatía de los personajes, interpretados con gran naturalidad, y el uso de un lenguaje cotidiano hacen de las peripecias de estas dos parejas swingers y sus anécdotas tragicómicas una divertida comedia que sobre el último tramo del relato vira en lo previsible y decae, con un final feliz pero poco convincente para una historia que de todas formas poco intenta contar. Técnicamente correcta y con desnudos muy cuidados, Dos más Dos, suma en la fluidez del relato y la empatía de sus personajes con el público, pero resta en el superficial abordaje de una práctica que existe en nuestra sociedad pero que culturalmente aún debe superar varias barreras. Un film que responde a la perfección los cánones televisivos para transformarse, si lo quisiera, en un nuevo producto Polka de la próxima temporada. Tal vez a la salida (café de por medio, en un bar, o quien sabe dónde), si la vio en pareja, debata sobre sus fantasías, el miedo a los cambios y que pasaría si……, cómo sería la reacción... y mucho más que sólo sabrán después de verla.
Una Orgía Infantil La comedia de enredos románticos, familiares (y populares) es un género que en Argentina tuvo la marca registrada de Manuel Romero. Este verdadero genio, compositor de los mejores tangos de la historia, además fue un prestigioso autor cinematográfico que lanzó a la pantalla grande al personaje de Catita, interpretada por Niní Marshall en la trilogía del “Casamiento”. Dicho género tuvo una continuidad mediocre pero simpática durante los años de la dictadura con la saga de La Discoteca del Amor, La Playa del Amor, La Carpa del Amor y El Éxito del Amor dirigidas por Adolfo Aristarain, Julio Porter y Fernando Siro respectivamente. Tengamos en cuenta que en esta época, la mejor forma de filmar sin tener problemas con la censura, era haciendo estas películas. Desde entonces el género atravesó etapas olvidables. Después del “éxito” de Comodines, Adrián Suar, en vez de seguir con films de acción se dedicó a “renovar” la comedia familiar popular conservadora, con films que tuvieron cierta repercusión, pero que en vez de aportar ideas nuevas al cine nacional, terminan siendo retrógrados, previsibles y repetitivos. Es cierto que no todos son iguales, hay mejores y peores. Aunque no me gusta admitirlo, Un Novio para mi Mujer, es posiblemente la propuesta más interesante, ya que las interpretaciones de Valeria Bertuccelli y Gabriel Goity lograban rescatar la pobreza de una puesta en escena televisiva y publicitaria al guión de Pablo Solarz, que solamente aportaba el personaje de la “Tana” Ferro. Con Igualita a Mí, llegó al cine de Suar/Patagonik, Diego Kaplan, y el resultado fue aún peor. Kaplan responsable de algunos productos televisivos interesantes, no pudo despegarse de una estética nuevamente publicitaria y darle relieve a un guión menos atractivo que comedia de Garry Marshall. Dos más Dos es una resta. No solamente, porque se siguen repitiendo las fórmulas de todas las películas anteriores, (los chistes malos, porteños, cancheros sin gracia), sino que pretende ser mejor que todas juntas al intentar transgreder con el tema de las parejas “swinger”, agregar actores que dan cierto relieve interpretativo (Peterson – Minujin) fuera de los tics televisivos, y cuidar un poco más la estética gracias al estilístico trabajo visual de Felix Monti. Pero no se dejen engañar. El paquete no puede darle brillo al contenido. Por sí fuera poco, el argumento en sí mismo, es casi un plagio. Seré joven, pero he visto cine. Una pareja empieza a asistir a un club swinger. Desde entonces su relación se ha fortalecido a nivel sentimental y sexual, por lo que tratan de convencer otra pareja de amigos más conservadora, que prueben ir algún día, para mejorar la relación, y a la vez intercambiar parejas respectivamente. Ella se siente atraída, él no tanto. Por lo que el resto de la película tratará de cómo su esposa, y la pareja swinger, tratan de convencerlo para formar parte de la orgía. Este, no es el argumento de Dos más Dos, sino el de Bob & Carol, y Ted & Alice, comedia maravillosa, transgresora y muy inteligente de Paul Marzusky (1969). En plena era de flower power y de liberación sexual, Marzusky trata de exponer los miedos y prejuicios de la sociedad conservadora estadounidense como una crítica social a la clase media. En Dos más Dos, el argumento es prácticamente igual pero no existe crítica, ni transgresión. Acá el único pecado de la clase alta porteña es ser infiel unos con otros… y no por aburrimiento como sucedía en Las Viudas de los Jueves, sino por falta de imaginación… narrativa. En vez del ingenuo y corpulento Eliiot Gould, uno de los mejores comediantes de su generación, tenemos a Adrián Suar, repitiendo el mismo personaje que interpreta desde La Banda del Golden Rocket (el chico temeroso, conservador, inseguro pero canchero). Julieta Díaz está completamente desperdiciada a nivel expresivo como su mujer (piensen en una pareja con menos química y se llevan un premio), y por el otro lado en vez de Natalie Wood y Robert Culp están Carla Peterson y Juan Minujín que al menos componen personajes sensuales, creíbles y con matices. A decir verdad, el mejor y más divertido de todos es el joven Tomás Wicz, que se roba cada escena en la que participa. No sé si me molestaron más los chistes misóginos, los diálogos construidos con frases hechas, los lugares comunes, la falta de tensión, Alfredo Casero sin la gracia que lo caracteriza o el final ultra conservador, pero previsible, que termina arruinando la propuesta inicial, lo que la diferencia por suerte, de la película de Marzusky que tenía un desenlace más arriesgado. “No son los años ’70, cuando estaba de moda la liberación sexual” dice en un momento Diego (Suar) a Ricky (Minujín), como justificando la moralina final. Es verdad, pero no por eso tenemos que regresar a la mentalidad papista de la década del ’20.
Sexo oral La crítica cinematográfica tiene un cúmulo inabarcable de lugares comunes que, con mayor o menor suerte, uno trata de evitar. Entre ellos, está el de establecer una asociación directa entre el cine de aspiraciones netamente comerciales y el de baja calidad. Si bien la historia mostró -y muestra- la falsedad de la comparación, existe una porción de ese cine cuya tibieza amerita un tirón de orejas. Se trata de aquel que por su avidez acaparadora aplica un criterio general de “no ofensa” a ningún sector social, político, cultural, étnico, religioso o ideológico, eliminando de antemano cualquier potencial disparador de conflictividad. Y, si hay un tema cuya discusión genera conflicto, ése es, claro, el sexo. Es por eso que una de las varas para medir el grado desarrollo temático y formal de una determinada cinematografía podría ser la aproximación al sexo y sus infinitas variantes para practicarlo. En ese sentido, Dos más dos es una muy buena película industrial: aquí se habla de sexo a lo largo de la totalidad del metraje con una franqueza casi fontanarroseana. Esto es; la palabra indicada en el momento justo, sin eufemismos ni términos vaciados de sentido. Así como alguna vez el escritor rosarino defendió a capa y espada la utilización de las mal llamadas malas palabras por su “sonoridad, fuerza e incluso contextura física” irreemplazables (“No es lo mismo decir que alguien es tonto a decir que es un pelotudo”, comparó), el guión escrito a cuatro manos por Juan Vera y Daniel Cúparo evita esos eufemismos molestos que alejan al espectador de lo que ve en pantalla y lastran la fluidez oral indispensable en toda comedia. En cambio, optan por una veracidad dialógica generada por el hecho de que se digan las cosas como son, por ejemplo, coger en lugar de “hacer el amor” o “encamarse”. Esa terminología coloquial y sincera encuentra su correspondencia en cuatro personajes cuyas acciones se definen por la pulsión vital connotada detrás de esa nominación. Aquí el sexo puede ser desprejuiciado, casual, por puro hedonismo. La película sigue a dos amigos y socios en una exitosa clínica en Puerto Madero -Adrián Suar (Diego) y Juan Minujín (Richard)- y las relaciones con sus respectivas parejas -Julieta Díaz (Emilia) y Carla Peterson (Betina)-. Relaciones por demás opuestas: si el primero tiene un matrimonio sexualmente apaciguado (“cogemos los sábados y feriados”, se reprocharán en una charla), el otro mantiene la llama de los amores primerizos ¿Cuál es el secreto? La participación en el intercambio de parejas. Esa confesión despierta los deseos en Emilia, la repulsión en Diego y, consecuencia directa de lo anterior, varios intentos de convencimiento y algunas experiencias en fiestas en countries a modo de testeo. Esas situaciones, que darán el pie ideal para la enorme comicidad de Adrian Suar y ese porte de hombre constante superado por las circunstancias, casi como el Ben Stiller de Mi novia Polly o La familia de mi novia, muestran además un cuarteto protagónico con un claro anclaje socioeconómico alto. Pero, al contrario de lo que ocurre en nueve de cada diez casos, esto no busca generar en el espectador una proyección publicitaria, sino dotar de gramaje a la narración: la vida económica, social y laboral solucionada (autos de alta gama, casas amplias y con un trabajo meticuloso en el diseño interior, la mencionada clínica en Puerto Madero) hace aún más funcional el hecho de que el problema nodal de la película esté justamente en aquello que desde afuera no se ve, pero se presiente. Se entiende, entonces, la centralidad absoluta de la trama en el sexo. Hasta ahora se habló de las cualidades “orales” de Dos más dos ¿Qué pasa con el aspecto visual? Aquí está la falla que impide que la de Diego Kaplan sea una gran película. En ese sentido, el director de Igualita a mí se queda a mitad de camino entre la comedia sexual para adultos y la estética perezosa de Pol-ka. Los planos se limitan a retratar a los actores ubicados estratégicamente desnudos de forma tal que nunca se vea más de lo permitido, generando una falta de correspondencia entre una oralidad marcadamente sexual y un tratamiento visual telenovelesco. Dos más dos es, entonces, una película muy buena. Lástima que sólo de la boca para afuera.
Ni son ni se hacen Dos más Dos (2012), de Diego Kaplan, articula su trama a partir del tema de los tabúes sexuales con un tono de comedia adulta. El film, con muchos puntos de contacto con lo que fue aquella recordada serie que se llamó Son o se hacen, que el mismo Kaplan dirigió revolucionando la TV de finales de los 90, es un producto industrial de gran factura técnica, un guion que apunta a un público con ganas de debatir y muy buen nivel actoral. A finales del siglo pasado la televisión argentina ponía al aire, en el viejo canal 9 de Alejandro Romay, una de las comedias más inteligentes que la TV local dio en toda su historia. En ella cuatro jóvenes actores experimentaban una serie de encuentros y desencuentros, pero desde una ambigua mirada sobre el sexo y el amor. Son o se hacen se convirtió con el tiempo en una serie de culto y su director Diego Kaplan se perfiló como una de las jóvenes promesas de la nueva generación de cineastas. Tuvieron que pasar cerca de 15 años de aquella interesante experiencia para que su mentor vuelva a transitar por una historia con muchos puntos de contacto en aquella emblemática serie. En Dos más Dos los personajes de Adrián Suar y Juan Minujín son socios y amigos. Ambos están casados con dos bellas mujeres interpretadas por Julieta Dìaz y Carla Peterson, respectivamente. Mientras los primeros llevan una vida más conservadora y con pocos matices, los segundos la viven más libremente y sin ningún tipo de prejuicios, al punto de practicar el intercambio de parejas, algo que el personaje de Suar no puede permitirse ni en sus más íntimos sueños. Pero tarde o temprano lo convencerán y un día probará. A partir de ahí ya nada será igual. El cine argentino trabajó la comedia con disímiles resultados, donde muchas veces se ponía más énfasis en un elenco convocante que en contar una buena historia, provocando una dicotomía entre público y crítica. Todo cambió cuando aparecieron autores y directores que, además de ofrecer un producto industrial, fueron bien recibidos por la crítica. Películas como las de Juan Taratuto o Hernán Goldfrid, con guiones de Pablo Solarz o Patricio Vega lograron la combinación cuasi perfecta entre público y crítica. Por este camino viene Diego Kaplan que, tras su incursión en Igualita a mí (2010), regresa al cine con una comedia adulta, sostenida con un sólido guion de Juan Vera y Daniel Cúparo, que falla sólo cuando se vuelca a un desenlace melodramático y moralizador, algo que resta en lugar de sumar. Uno de los puntos fuertes de Dos más Dos está puesto en lo actoral. Hay grandes trabajos de Juan Minujín y Julieta Dìaz, quienes sin duda pueden atravesar todos los géneros componiendo personajes opuestos entre sí y evitando caer en el estereotipo. Tanto Carla Peterson como Adrián Suar complementan sin desentonar luciendo sus dotes de grandes comediantes. Si Son o se hacen fue una bocanada de aire puro destinado a un publico entre cool y pensante, también lo es Dos más Dos, ya sea por su temática como por su estética visual. Y aunque los tiempos cambiaron y hoy los tabúes son otros, Diego Kaplan vuelve a poner sobre la mesa el tema de la experimentación sexual desde un lugar inteligente, que más allá de hacer reír también hace pensar sobre la pareja, el sexo y de cuanto uno se pierde por no animarse a más. O no.
De la mano de Diego Kaplan (Igualita a mi) nos llega esta divertida y liviana comedia con las actuaciones de Adrían Suar, Julieta Díaz, Carla Peterson, Juan Minujín y Alfredo Casero. Cuenta la historia de un determinado momento en la vida de dos parejas amigas, una de ellas, la de Suar y Díaz, asentada, tradicional y con un hijo adolescente, la otra, Minujín y Peterson, más liberal, pasional e innovadora. Una noche festejando Betina, el personaje de Peterson, le confiesa a Emilia, Díaz, que ella y Richard, Minujín, llevaban varios años siendo swingers , y allí radicaba el secreto por el cual poseían tanta pasión. Luego de varias idas y venidas, discusiones y más, logran convencer a Diego (Suar), quien era el más renuente de los cuatro, a probar un intercambio de parejas, lo que significará un antes y un después para todos los involucrados. Si bien la película resultó ser algo similar a lo que relativamente me esperaba, ya que la presencia de los actores mencionados anteriormente, y la dirección de Kaplan, de quién solo había visto Igualita a mí y por pura casualidad en un viaje de colectivo, ya que en general este tipo de cine no entra en mis preferencias, el film resulta muy placentero, llevadero, y sobre todo entretenido y divertido. Ahí yace su principal fortaleza, y es que logra hacerte reír. Sobre todo Suar, que tiene un don especial para hacer esos papeles medio de pavo, y por supuesto Casero, quien interpreta a un desopilante organizador y anfitrión de las fiestas swingers, donde ambas parejas asisten. Los principales problemas del relato, son; en primer lugar, hacernos creer que de hecho Suar y Minujín, son dos médicos reconocidos en cardiología, aunque este problema no es muy trascendente. Y por último hay momentos donde el relato es inconsistente, se utiliza el recurso de la leyenda “tanto tiempo después” en dos ocasiones, y realmente no ayuda al relato, en realidad lo perjudica, al modificar la atmósfera que se estaba creando, lo que lleva a un final, que yo no encontré reconfortante, desde lo narrativo, y desde lo técnico Para finalizar es un film no para toda la familia, ya que el tema que trata hace que el mismo tenga un tono bastante sexual, pero sí que prácticamente todo el mundo puede disfrutar. Me refiero a que no es un film para ir con la familia, ya que puede llegar a resultar incómodo. No es una película que me gustaría ver con mis padres, así como creo que en general los padres no quisieran llevar a sus hijos a verla. Es preferible, para evitar momentos de vergüenza, que cada uno la vea por su lado. En fin es una película liviana, simple, divertida, entretenida y fácil de apreciar, que si estás en el ánimo de algo así, vas a pasar un buen rato.
La ley del deseo Comedia sobre el intercambio de parejas, con humor eficaz y buenas actuaciones. ¿Vos me decís que vamos a salvar el matrimonio cogiéndonos a nuestros dos mejores amigos? La pregunta/reproche, lanzada por Diego (Adrián Suar) a su esposa Emilia (Julieta Díaz) al comienzo de Dos más dos , es acertada. Porque no está hecha de palabras correctas sino adecuadas. Porque Diego, fiel a su estilo conservador, machista, dice “cogerse a” y no “coger con”. Y, sobre todo, porque este es el modo en que él percibe la propuesta swinger que les hicieron Richard (Juan Minujín) y Betina (Carla Peterson), pareja que parece pasarla mejor que la propia (aplacada por la rutina) y que, para peor, o mejor, tentó y mucho a Emilia. Veamos: Diego y Richard son cirujanos cardiovasculares (por suerte, única alegoría del corazón), socios con recelos, amigos de más de una década. Ambos tienen niveles de vida muy altos y están casados con bellas mujeres. Pero, ay de la dulce condena humana: se desea lo que no se tiene. Más: lo prohibido atrae. El resultado, en este caso, es una invitación al amor libre. ¿Al amor libre? Corrijamos: al sexo libre. O no: al sexo programado, con reglas algo más laxas que las convencionales. Si la comedia Bob, Carol, Ted & Alice , un clásico del intercambio de parejas, representaba a fines de los ‘60 el impulso de la contracultura hippie, Dos más dos representa el malestar de la cultura burguesa del siglo XXI: sus personajes demuestran que no alcanza con tener prestigio profesional, mucho dinero, bienes necesarios e innecesarios, pareja ejemplar e hijos (Diego y Emilia tienen uno, adolescente). Los únicos paraísos posibles son -y seguirán siendo- los paraísos perdidos. Dos más dos elige abordar esta fatalidad con humor. Un humor eficaz que no condesciende a lo meramente paródico, aunque se base en arquetipos, y que siempre pivotea en torno del personaje de Suar, quien se luce -una vez más- en un papel de tipo común superado por circunstancias ligeramente extraordinarias. Díaz y Peterson también son solventes en sus interpretaciones, aunque el guión les imponga, en la segunda mitad, giros demasiado bruscos. A Minujín, gran actor, le tocó el personaje de menor densidad, de arco dramático con recorrido más corto. Los rubros técnicos, impecables, dan cuenta del mundo “perfecto” en el que mueven los cuatro. La pregunta, ante una propuesta así, es qué grado de osadía se permitirá. Mucha y poca. Mucha, porque las comedias comerciales argentinas suelen ser más pacatas: Dos más dos hace planteos que desdeñan la domesticación y el recato, elude ciertos eufemismos y tiene resoluciones agridulces o vagamente amargas. Sin embargo, esa audacia no se refleja en la puesta en escena, lo que se hace evidente -por ejemplo- en una secuencia en la que los cuatro amanecen desnudos y a la vez tapándose de un modo absurdo. Y en giros en los que se percibe el guión, con personajes libertinos volviéndose posesivos, tradicionales, como escapados de comedias blancas.
Es, antes que nada, un acierto de producción. Todo luce atractivo aquí: la propuesta prometedoramente picante del tema -dos modernos matrimonios que se atreven a jugar al intercambio de parejas-; el elenco encabezado por un cuarteto de figuras tan convocantes y carismáticas como experimentadas en la comedia; los elegantes ambientes de clase media alta en que se mueven los personajes: dos cirujanos amigos y socios en una sofisticada clínica de Puerto Madero, la dueña de una refinada boutique y la bella meteoróloga que todas las noches anuncia el pronóstico del tiempo por TV. La tentadora oferta trae además el antecedente de Igualita a mí. Se descuenta que habrá imágenes placenteras, humor, picardía y entretenimiento ligero. Y los hay, sobre todo en la primera parte, cuando de lo que se trata es que un matrimonio -el presuntamente más liberado- consiga convencer al otro del efecto benéfico que ha producido en ellos (su relación es hoy tan lozana y apasionada como el primer día) la concreción de sus fantasías eróticas: son swingers y los invitan a compartir con ellos la experiencia. Claro que se trata de una decisión que hay que tomar de a dos, y en este caso hay uno que se niega. De la firme resistencia a extender sus horizontes sexuales nacen muchas situaciones graciosas, pero también la pregunta que se traslada a la platea. ¿Cómo reaccionaría cada uno ante una situación similar? La película toma algunas precauciones para no herir susceptibilidades: emplea una cámara relativamente pudorosa cuando llega la hora de las situaciones más arriesgadas y elige que la audacia se concentre en el lenguaje franco, directo y verosímil de los diálogos. Y sobre todo intenta evitar cualquier juicio moral respecto de las conductas de los personajes: los dos swingers experimentados (Peterson, Minujín); la bella esposa (Julieta Díaz) que al cabo de años de matrimonio (tienen un hijo de 14) aspira a tonificar una relación que se ha ido estancando en cierta rutina y confía en que una vida sexual más libre redundará en beneficio de la pareja, y el marido (Adrián Suar), que se resiste, hasta donde se lo permite la presión del entorno, a cualquier experiencia "novedosa" en el terreno sexual. Hay aquí algunas observaciones ingeniosas sobre los tabúes, los miedos y el comportamiento de los humanos en la intimidad. Los cuatro se lanzarán por fin al juego, convencidos de que éste involucra sólo al cuerpo y de que importa menos el sexo que la concreción de las fantasías. La realidad les marcará otro rumbo ni bien descubran que el sentimiento puede colarse como invitado imprevisto. La comedia cede entonces ante el conflicto y abre paso a la emotividad y al desenlace moralizador. Las dos parejas de la ficción se han arriesgado a un planteo que al final los lleva a comprometer lo que no estaban dispuestos a poner en juego. Al film parece pasarle algo parecido. El atrevido desafío que parecía proponer en un principio termina disolviéndose en un final tranquilizador. Lo que no impide que exhiba aciertos, sobre todo en el plano actoral, donde se lucen por igual Suar (en un papel a medida); Carla Peterson y Julieta Díaz (pura belleza, gracia y talento) y el impecable Juan Minujín.
Unos “swingers” made in Argentina Aun con límites autoimpuestos, la nueva producción Suar es no sólo dignísima, técnicamente impecable y sumamente disfrutable, sino inusualmente lograda y provocativa, para los menesterosos estándares del cine industrial argentino. Confirmado: la asociación Patagonik-Suar-Diego Kaplan-Juan Vera funciona. Y funciona bien. Bien en términos artísticos, que es lo que importa (los comerciales son de incumbencia de los contadores). Ya había sucedido con la bastante subestimada Igualita a mí, producida por Patagonik, dirigida por Kaplan, protagonizada por Adrián Suar y coescrita por Vera junto a Daniel Cúparo, que vuelve a acompañarlo ahora. Algo así como una sitcom ampliada, narrada con gracia, timing y savoir faire, Igualita a mí estaba en las antípodas de la clase de ignominias que por aquí dan en llamarse “comedias”. Sin abandonar el género ni mucho menos, Dos más dos da un paso más, sumando a los méritos de aquélla temas polémicos: la libertad sexual, los matrimonios abiertos, la moral burguesa, la práctica del swingueo. Es verdad que llegado el punto la película se cuida muy bien de no pasar los límites de lo tolerable (lo tolerable para el público masivo, que es al que con todo derecho apunta). Aun con esos límites autoimpuestos, la nueva producción Suar es no sólo dignísima, técnicamente impecable y sumamente disfrutable, sino inusualmente lograda y provocativa, para los menesterosos estándares del cine industrial argentino. La película está narrada desde los ojos del personaje de Suar, Diego, encumbrado cirujano cardiovascular y socio de una clínica, junto a Richard (Juan Minujín). Esos ojos se abren, entre asombrados y escandalizados, cuando, durante una cena (en restaurante caro: Dos más dos transcurre enteramente en un mundo ABC1), Richard y su esposa, Betina (una castaña Carla Peterson, en plan desaforado) se trenzan en un beso de lengua digno de una porno. También se abren, con un toquecito más de deseo, los ojos de Emilia, esposa de Diego y meteoróloga de la tele (la infalible Julieta Díaz). Que sean amigos no quiere decir que sus parejas sean iguales. Diego y Emilia tienen un hijo adolescente (que, por su cancherez superada, parece salido de una de Hollywood; en realidad, toda la película parece salida de una de Hollywood), una vida estructurada, una moral sin cuestionamientos y una cama que deja que desear. El típico “él ronca, yo tengo sueños eróticos”. Decidida a no tener hijos por un buen rato, Betina no se queda con ninguna gana, y el muy descontracturado Richard (Minujín está excelente) la acompaña. Un día, Betina le cuenta a Emilia cómo hace para mantener vivo el fuego: desde hace tiempo que ella y Richard practican el swingueo. De ahí en más, ofrecimiento, curiosidad, dudas, miedos, negativa rotunda de Diego, insistencia de Emilia y allá vamos. Plagado de los más graciosos temores, ansiedades, prejuicios e intolerancias, el personaje de Suar es una tan notoria como exitosa traslación porteña del de Woody Allen. “No me hagas que tenga ganas de coger, por favor” es uno de los pedidos más extraños que se hayan oído en mucho tiempo. Así como la utilización de la palabra “suspicacia”, como clave compartida para salir corriendo, si en medio de la primera fiesta swinger él o Emilia se sienten incómodos. Obviamente que ella va a sentirse mucho más cómoda que él, y ahí empezarán los problemas. Pero no exactamente por tener que bancarse que se enfiesten a la patrona ante sus ojos, que es una condición básica del swingueo, sino porque tarde o temprano dos de los miembros del cuarteto terminarán infringiendo una de las reglas del juego: la de no enamorarse. Con el personaje de Suar como representante del espectador medio (gran acierto estratégico del guión, para lograr identificación) y cuatro grandes actuaciones (incluida la de Suar, cada día mejor comediante), hay más de un reparo para hacerle a Dos más dos. Que tal como está presentada, la práctica del swingueo parece un berretín de ricos, snobs y/o tilingos (tal vez lo sea), que el turning point se basa en la idea romántica de que a la corta o a la larga, el sexo sin amor no es posible, que el cuidado puesto en la no exposición de desnudeces llega al ridículo (sobre todo una escena, en la que cada parte del cuerpo de ellos tapa exactamente cada zona erógena de ellas), que las libertades que la película se toma son más charladas que ejecutadas, que las zonas más risqués están cuidadosamente elididas (que el swingueo es pansexual se dice, pero no se hace). Lo que no puede discutirse (bah, sí, todo puede discutirse) es que Dos más dos fluye y crece con una fluidez, necesidad, coherencia y organicidad que demuestran que “mainstream argentino” no tiene por qué ser un insulto. Encima, la película de Patagonik-Suar-Kaplan-Vera promueve la discusión, lo cual ya es como un lujo inmensurable.
Lo que hace mal es la mezcla "Dos más dos", la película de Adrián Suar sobre el intercambio de parejas, es una muy buena comedia de gags. Hace varios años se ha convertido en una buena costumbre ver a Adrián Suar en formato de comedia. Funciona como un relojito, rinde en boleterías, tal vez no sorprende con papeles que tienen muchos puntos en común pero sí una contundencia envidiable. Se nota el gran olfato para elegir guiones que le calzan perfecto, con personajes conflictuados y divertidos, siempre en crisis y, a partir de las crisis, desopilantes. Dos más dos no es la excepción. El personaje de Suar se queda con lo más jugoso de la película, aunque Julieta Díaz tiene la versatilidad suficiente para plasmar diferentes estados según se sucede la historia: soledad, tensión, deseo, placer, toques de humor, dolor, amor intenso. La comedia trata sobre el intercambio de parejas, centrado en dos matrimonios muy distintos pero que comparten amistad –trabajo también– desde siempre. Por un lado, Diego y Emilia (Suar y Díaz); por el otro, Richard y Betina (Juan Minujín y Carla Peterson). Los primeros llevan 16 años de casados, tienen un hijo y les va bien económicamente pero el matrimonio transita desde hace años una meseta. Los segundos hace muchos años que son swingers, y tienen una relación más abierta y aparentemente despreocupada. El detonante llega muy rápido: Emilia le plantea a Diego la necesidad de un cambio en sus vidas, pero él rechaza de plano la idea de intercambiar parejas... especialmente con sus amigos. Dos más dos tiene momentos muy divertidos, escenas eróticas jugadas y muy bien logradas, situaciones de tensión que le dan matices a la historia. Es que en un momento se produce cierto bajón en la trama, sobre un conflicto que parece repetirse y agotarse, pero logra sobreponerse con vueltas y revueltas que encienden de nuevo la atención. Uno de los éxitos de Dos más dos radica en la elección del elenco. Los cuatro protagonistas, con roles muy bien definidos, demuestran mucha química (puesta a prueba de piel en un par de ocasiones). Carla Peterson y Juan Minujín funcionan como contrapunto ideal para la pareja central, y el quinto en cuestión, Alfredo Casero, tiene poquísimas intervenciones, pero quirúrgicas, precisas, graciosas. Aunque el tema podría haberse prestado a miles de juegos, los gags y el humor de situación nunca llega a la incorrección y se mantiene cierto perfil ATP. Mantener esa línea tiene a favor que la película resguarda de principio a fin una línea muy clara, pero en contra denota cierta falta de riesgo. Aunque está un pasito detrás de Un novio para mi mujer e Igualita a mí (las dos anteriores de Suar), el resultado es muy bueno.
Un tema complicado en tono de comedia Diego y Richard son dos médicos reconocidos dueños de una importante clínica, socios y amigos desde hace más de 10 años. Diego esta casado con Emilia, tiene un hijo adolescente, y lleva una vida estructurada. Richard vive desde hace años con Betina y son mucho más abiertos. En un festejo en que los cuatro están juntos, Betina le sincera a Emilia que ella y su pareja son swingers y que les gustaría unirlos a ella y Diego. A Emilia le llega la propuesta y la hace ver de otra manera una especie de insatisfacción que siente en su matrimonio, y por eso se lo comenta a Diego. Este no quiere saber nada hasta que en algún momento cederá a la propuesta. Este tema bastante complicado para algunos y común para otros es el que trae está nueva propuesta del director Diego Kaplan. Kaplan es un director que tanto en televisión como ahora con este film le gustan los temas transgresores. Aquí por momentos trata el tema de la pareja y de los swingers con profundidad que, lamentablemente, Kaplan deja diluir en comedia de enredos hasta el final del film. Quizás porque creyó que el público no estaba preparado para este tipo de temas en una comedia o porque quiso explotar el potencial de sus actores por sobre el tema, es que se pasa por sobre arriba del tema hasta casi el final donde cierta circunstancias entre dos personajes del cuarteto protagónico tienen que decidir una situación. Recién allí, pero por unos pocos minutos del film, se trata el tema con profundidad y con las dificultades que puede traer. Durante todo el resto es una comedia pasatista con un tema transgresor. Si vale remarcar del film el muy buen trabajo de los actores `protagónicos del mismo. Juan Minujin con un trabajo correcto y preciso en su papel de Richard, lo mismo que Carla Peterson. Julieta Díaz, que hace bastante que no se la ve en comedia en cine, muestra que cualquier papel le sienta bien y es creíble en un ciento por ciento. Adrián Suar tiene un papel hecho a su medida con el que logra un excelente trabajo con un personaje que, pudiendo rayar con el ridículo, su capacidad y talento lo convierten en alguien con el que algunos espectadores puedan, en algún momento puedan identificarse. Si quiere pasar un buen rato, divertido, “Dos más dos” es una buena opción
Diego y Emilia y Richard y Betina Adrián Suar abandona la comedia de barrio, para hacer esta comedia para adultos, de barrio privado. Y es que, al margen de la temática elegida, hay un claro recorte socio-económico, incluso abiertamente expuesto en uno de los comentarios del personaje de Alfredo Casero: los swingers son clase media alta. Está claro que Panigassi no entendería esto del cambio de parejas. Diego (Suar) y Emilia (Julieta Díaz) llevan 16 años de casados, y se nota que la rutina ha empezado a colarse en su relación. Una noche, sus mejores amigos, Richard (Juan Minujín), y Betina (Carla Peterson), les confiesan que hace unos años que son swingers, y que eso fortaleció su pareja. No hace falta mucho más para que los tres comiencen a insistirle a Diego para tener una relación entre los cuatro, idea que fascina a su mujer. Peripecias mediante, el primer encuentro tiene lugar, no sin consecuencias. Dirigida por Diego Kaplan, la película no llega a aburrir, aunque no es una comedia que provoque muchas risas; de hecho hacia el final, casi se acerca más a la comedia dramática. Hay líneas en las que queda claro que la intención de los autores era que causen gracia, efecto que sin embargo no se logra. Es un acierto, aunque no se distinga demasiado de otros de sus personajes, incluir a Alfredo Casero. Aquí, su gurú de la sexualidad abierta logra darle el tono cómico que le falta al resto de la película. Se cuela bastante pacatería en el planteo, a pesar de que se supone que la propuesta es atrevida y modernísima. Por un lado, se presenta la figura del swinger casi como un predador sexual. Se supone que con decir “no” basta, sin embargo a Diego parecen querer comérselo crudo entre algunas de las mujeres. Y por otro lado, en una de las discusiones, Emilia pide que se hable de sentimientos y no de reglas, cuando justamente, se supone que no hay sentimientos románticos en el intercambio de partenaire. Por otra parte, la gracia de muchas de las líneas pasa por las palabras “culo” o “coger”, algo de un infantilismo tal como buscar malas palabras en el diccionario en tercer grado de la escuela. Un final moralista, muy alejado de la idea inicial, en una comedia que se deja ver por lo variado de sus locaciones, y la calidad de su producción, pero no por divertida ni menos por transgresora.
Una comedia picante y divertida que seguramente tendrá la adhesión del público. Meterse con temas tabú, como el aburrimiento en una pareja de años, la fantasía y la concreción del intercambio de parejas, las distintas actitudes, la ironía de nuevos rumbos, bordea lo osado y también sus consecuencias. Se lucen Adrián Suar, Carla Peterson y Alfredo Casero. Simpática, para ver en pareja y hablar después…
El sexo vacío Hay algo en la operación que no termina de cerrar. ¿Con qué se va a encontrar un espectador cuando vaya a ver "la nueva de Suar"? Es claro que no se trata de una comedia enternecedora para toda la familia (de esas que ya hemos visto) ni de una comedia alocada, de esas que lo entregan todo por tratar de sacarte una risa. Dos más dos casi parece un intento de producir una película comercial "adulta": dos parejas de clase alta, que de pronto deciden tener sexo entre todos. El guión (amo y señor) está lleno de charlas sobre sexo, de escenas supuestamente incómodas, de "liberaciones". Pero muy rápido nos encontramos con algo un tanto extraño: la pareja joven, juguetona y swinger está conversando mientras tiene sexo: hay piernas que cruzan el plano, movimientos de torso de nos deberían indicar que está ocurriendo una penetración. Pero, en realidad, no vemos nada. La escena hot parece salida de una de esas novelas "arriesgadas" que pasan en horarios tardíos por la televisión: podemos insinuar de forma más o menos directa, pero nunca podemos mostrar nada. ¿Por qué tanto recaudo? ¿Cómo puede ser que en una película supuestamente adulta, una película exclusivamente sobre sexo, no se vea un solo pezón femenino? ¿Qué es lo que se está tapando? ¿A quién se intenta proteger? ¿Por qué no se puede ni siquiera mostrar un torso superior descubierto (ni hablemos de un verdadero acto sexual)? Más allá de la idea (un tanto deprimente) de que todo cine comercial tiene que apuntar necesariamente (incluso en casos como este, con películas "adultas") a un individuo que es incapaz de procesar una imagen más o menos frontal o mínimamente sincera del cuerpo o del sexo, lo que uno entiende muy rápidamente es que en realidad Dos más dos no se trata sobre sexo. El sexo es simplemente un tema de conversación. En los tiempos que corren (tiempos lavados), cualquiera puede hablar más o menos abiertamente sobre sexo en el café de la esquina sin alterar la trama de las convenciones sociales. Es casi lo opuesto: hoy es necesario hablar sobre sexo. El cine también lo hace. Pero la trama, la acción y los hechos que vemos en Dos más dos no expresan una liberación sexual, ni siquiera una exploración sexual, sino apenas los miedos conservadores de una clase media devenida alta que se ve lanzada a un mundo sexual sin al parecer estar preparada para él. La perspectiva de Dos más dos, ¿qué duda cabe?, se corresponde con la mirada del personaje interpretado por Adrián Suar: él es el que ignora y aprende, el que debe afrontar trabas, el que le propone una figura de identificación al público (que, supone la película, desconoce tanto y teme tanto como este personaje), es aquel al que sigue la cámara, el centro de su ojo, el único que no está atravesado por elipsis, al que vamos siguiendo hasta el final. Suar es algo así como la mala conciencia vagamente católica de un hombre adulto que se enfrenta a un mundo que le exige que satisfaga sus deseos sexuales (en este caso, a través de su esposa). Finalmente, él aprende algo: no a aceptar la liberación de sus impulsos, sino simplemente a reconocer que los tiene. Pero la culpa, la familia, la pareja y todo lo demás sigue siendo más o menos lo mismo. Así como Suar encarna la voz del hombre que siente culpa por su propio deseo sexual, todos los personajes que lo rodean están claramente marcados por estereotipos nacidos de esa propia conciencia culpable. El ejemplo más claro es el personaje interpretado por Alfredo Casero: el hombre extraño, fuera de lugar, el que realmente es swinger y está dispuesto a explorar con su cuerpo. Ese personaje aparece en la película siempre ajeno, siempre diferente y ridículo; puede ser más o menos simpático, pero nunca es realmente humano. Pero lo mismo pasa con otros personajes, como el interpretado por Carla Petersen: para Dos más dos la mujer swinger es algo así como una pantera sexual que no puede dar ni dos pasos con sus tacos altos sin sentir un orgasmo o sin estar pensando en cómo obtener un orgasmo. Pero como Petersen no está caída totalmente del lado del estereotipo, todavía puede redimirse y ella es la que articula el verdadero mensaje conservador de la película al final: enloquecida por los celos, ella misma tiene que reconocer (para tranquilidad de todos nosotros) que eso de la liberación sexual, de los swingers y de ser gente abierta es, a lo sumo, algo que uno tiene que dejar atrás para finalmente darse cuenta de que lo importante es la pareja monógama, serse fieles y tener hijos. El argumento mismo de la película termina por darle la razón a las paranoias del personaje de Suar: al final esto de los swingers era una trampa de su amigo para comerse a su esposa, al final esto de liberar los deseos sexuales es (según palabras textuales) como jugar con fuego. Mejor no meterse con esas cosas. Por supuesto que uno no tiene por qué exigirle a una película que tenga nociones sexuales más o menos libres o conservadoras, pero la pregunta finalmente es: ¿para qué hacer una comedia sobre swingers si al final lo que se quería hacer era alabar la pareja estable, segura y cómoda? Al final, la liberación resulta en más de lo mismo y lo que parecía que era una exploración nunca salió del patio empalizado de una casa de barrio cerrado. Una película puede desarrollarse perfectamente en los ambientes más claustrofóbicos, pero si no está dispuesta por lo menos a un mínimo de exploración estética, lo que queda es muy pobre. Al final, Dos más dos parece la representación más bien pobre (la cámara prácticamente sobra en una película en la cual todos los encuadres están siempre ligeramente mal) de una de esas conversaciones de sobremesa que tienen los personajes de la película. Chistes sobre pascualinas. Tal vez haya algunos que crean que esas conversaciones son entretenidas, pero en el fondo todos sabemos que son profundamente aburridas.
Unos aprendices de swingers Es una comedia, nada pretenciosa, con un poco de picardía y correctas actuaciones de un atractivo cuarteto protagónico, en el que se destaca especialmente Julieta Díaz. Alfredo Casero hace reír con su espontaneidad y simpatía. Emilia (Julieta Díaz) tiene un buen marido, un trabajo atractivo y un hijo de catorce años. Vive bien, pero parece que se aburre un poco. Se le ve en la mirada y sin embargo observa con curiosidad a sus amigos Betina (Carla Peterson) y Richard (Juan Minujin), que parecen recién casados y se hacen arrumacos. La sorpresa llega cuando Betina le cuenta a Emilia, que son swingers y disfrutan del intercambio sexual hace años. Diego (Adrián Suar), médico como Richard, socios los dos en una clínica, no puede creer lo que le cuenta su mujer. Como puede ser que su amigo de tantos años nunca le contó semejante cosa!. Pero lo que más le asombra es la ligereza de Emilia al aceptar eso que no puede aceptar. El caso es que Emilia piensa que como le dice su amiga, "esa situación" puede ser un incentivo para refrescar un matrimonio rutinario y probar fantasías sexuales. LA COMUNIDAD Una fiesta para conocer una "comunidad" de adictos los va a lanzar a una aventura inesperada. Esto de las insatisfacciones, la existencia de los swingers, ya las registraba la época hippie, donde droga y sexo grupal era una posibilidad más o menos escandalosa. El cine mismo la recordaba con "Bob y Carol, Ted y Alice", que dirigió Paul Mazursky, en la que hablaba de la crisis moral norteamericana. En este caso Diego Kaplan, el director, toma la historia con buena dosis de humor. Es un entretenimiento liviano, que no ahonda demasiado y se centra en diálogos sencillos, algunos equívocos y especialmente la actitud de un tipo muy prejuicioso como Diego. LOS JUGADORES La película tiene una vuelta de tuerca cuando la nueva situación ya es costumbre y uno de los "jugadores" se arrepiente. Sí, es verdad que el matrimonio se revitalizó, pero parece que eso de jugar con fuego, a veces quema y hay que elegir entre la ampolla, o el alejamiento del fuego. "Dos más dos" es una comedia, nada pretenciosa, con un poco de picardía y correctas actuaciones de un atractivo cuarteto protagónico, en el que se destaca especialmente Julieta Díaz. Alfredo Casero hace reír con su espontaneidad y simpatía. Correcto el guión, muy buen nivel técnico y la sensación de que hasta el humor tiene su cuota de amargura. Las escenas "fuertes", no son para asustar a nadie, están bien resueltas y son bastante recatadas.
Antes que picaresca, una comedia reflexiva Ya antes de verla, todo el mundo sabe, o cree saber, cuál es el intríngulis de esta comedia. Una pareja swinger quiere incorporar a un matrimonio amigo a sus prácticas, la mujer se siente atraída, el marido se muestra reticente. Sabiendo que Adrián Suar hace este papel, que las damas son Julieta Díaz y Carla Peterson, y aparecen en una escena con vestuario menos que mínimo, todo el mundo se relame por anticipado. Para más, el elenco se completa con Juan Minujin, actor creíble en cualquier papel que le pongan, y Alfredo Casero en rol de organizador de orgías. Si además participan Juan Vera, experto productor y acá también guionista con Daniel Cúparo, y el director es Diego Kaplan, de la serie «Son o se hacen» y la sentimental «Igualita a mi», bien cabe relamerse. Y las expectativas se cumplen bastante, los intérpretes dan justo, hay escenas muy bien jugadas, curiosa incorporación de las recomendaciones del gps y los pronósticos de lluvia dentro de la historia, diálogos graciosos y también otros propios de cualquier matrimonio, tipo «yo intento cosas y con vos no se puede», que las mujeres dicen después de haber visto ciertos programas televisivos, y los esposos oyen sufridamente cuando lo único que quieren en ese momento es ver el resumen de los partidos. Hacia la mitad, ya la película goza pleno derecho de ser consagrada por progres, superados y otras especies como una suerte de «Bob & Carol & Ted & Alice» de las pampas. Todo bien, pero ¿qué pasa cuando los sentimientos cambian las reglas? «Hubo un momento en que tuvimos intimidad en privado», confiesa una de las partes. Escandalosa confesión que destruye anímicamente a una persona ortodoxamente swingerista. Que reacciona destruyendo materialmente cualquier cosa. Incluso, una amistad. Se puede ver «Dos más dos» como una comedia picaresca destinada a impulsar experiencias liberales. Pero, completa, es una eficaz comedia dramática sobre la amistad, la confianza, los celos y la permisividad en la pareja y entre dos matrimonios cuyos hombres, para colmo, son socios desde hace años. No es «Bob & Carol...». Tampoco «Cuori solitari», con Ugo Tognazzi y Senta Berger (que acá se estrenó con un título engañapichanga). Es otra historia, con otras reflexiones, que conviene atender. Después que uno haya sacado la vista de Carla y Julieta desnudas, se entiende.
En los últimos tiempos las comedias románticas de Pol-ka protagonizadas por Adrián Suar –una unidad indisoluble, claro está- se han convertido en una suerte de subgénero, asimismo exitoso, dentro del cine nacional. Con un lejano arranque con toques grotescos con Cohen vs. Rossi, se sucedieron más tarde películas que plantearon diversos tópicos con cierta originalidad dentro de esta frecuencia, como Apariencias, Un novio para mi mujer (de Juan Taratuto, sin dudas la que más se destaca de esta serie) e Igualita a mí. Dos más Dos se introduce en el intercambio de pareja, una modalidad sexual ejercida en ciertos círculos sociales, que tuvo en el cine un lejano puntapié inicial con Bob, Carol, Ted and Alice de Paul Mazursky. La trama se aboca a un par de parejas muy cercanas en la que una de ellas lleva a cabo esta práctica y propone compartirla, lo que trae aparejado descubrimientos, fantasías dormidas, sentimientos de euforia y también conflictos de toda índole. La primera parte alcanza momentos realmente desopilantes, con diálogos y situaciones bien plasmadas, en los que aflora también una remarcable audacia. El segmento final cambia su tono notoriamente pero guarda algunas sorpresas, como por ejemplo que un personaje que aparenta ser liberal y desprejuiciado se vuelva un inquisidor. El desenlace podría haber rumbeado por insólitos caminos, pero se inclinó por una resolución más conservadora o tranquilizadora. A pesar de este quiebre, ambas partes del film de Diego Kaplan escrito por Juan Vera y Daniel Cuparo están bien llevadas, con aceitados recursos técnicos y expresivos. Pero en las interpretaciones del cuarteto protagónico se encuentra lo mejor, destacándose un Suar cada vez más asentado en el humor y aportando otros matices, a los que se suma un Alfredo Casero imperdible.
Cinematográficamente no es fácil abordar algunos temas. En el arte en general, pero en el cine en particular por ser un medio masivo, hay que saber dosificar los impulsos para no caer en el ridículo o, peor aún, en la subestimación de quien observa. Sin dudas el sexo, con sus variantes y todo lo que se genera a su alrededor, es complicado. A priori, porque todavía hoy, en el siglo XXI, se siguen escuchando conversaciones, frases y sentencias que no sólo no se condicen con la época sino que, además, colaboran a la desinformación a partir de un discurso teñido de vergüenzas, tabúes y prejuicios. “Dos más dos” trata el tema de la práctica swinger, con gran sentido del equilibrio. Veamos. Diego (Adrián Suar), casado con Emilia (Julieta Díaz), es empresario médico, dueño de una clínica junto a Richard (Juan Minujín), su socio y amigo de toda la vida, quien a su vez vive en pareja con Betina (Carla Peterson). La rutina en el matrimonio de Diego parece estar insertándose de a poco, casi sin que el esté consciente de ello. En una reunión Emilia se entera que sus amigos están en un momento de apertura mental y se hicieron swingers, práctica consistente en el libre intercambio de parejas con mutuo consentimiento. Tenemos entonces las posiciones establecidas para lograr un conflicto bien pensado. Diego, de mente ultra conservadora, se opone tajantemente a la propuesta de su mujer de intentar “salvar el matrimonio” de esta manera. Sus amigos tienen perfectamente asumido quiénes son y están dispuestos a abrirse a su matrimonio amigo para introducirlos en ese mundo. El punto es que, como para todo en la vida en sociedad, las reglas están hechas para cumplirse. De no hacerlo hay un grave riesgo con consecuencias muy difíciles de revertir. El trabajo actoral en este sentido es clave. Suar logra componer sólidamente a un hombre que se resiste a enfrentar sus propios prejuicios, y es en torno a esto donde el humor fluye naturalmente. Para él no es una apertura de mente, sino convertirse en un “cornudo consciente”. Luego de establecer y desarrollar el cuadro de situación, hay una decisión de los guionistas y el realizador Diego Kaplan de llevar todo a un plano más importante, más serio, más adulto y acaso más polémico. Hubiera sido más fácil condenar todo en pos de una moralina sin sustento, pero “Dos más dos” elige un camino interesante para transitar, pues lo que se pone en tela de juicio no es si está bien o mal cambiar de pareja; sino la falta de fidelidad a un pacto explícito, la ruptura de reglas de convivencia y los valores a los que se les adjudica el tono de “códigos”. Por ser fiel a lo que el guión propone el paso de comedia a drama sucede de una forma natural, pero sin perder del todo ese tono chispeante. Guión interesante, elenco sólido, un director que sabe lo que quiere y un equipo técnico que trabaja en pos de un objetivo claro, convierten a esta realización en un ejemplo de cómo instalar el tema sin chabacanerías ni chistes fáciles. Es de esas salidas que invitan a discutir un tema a la mesa del café luego de la función. Como decía al principio, no es fácil tratar algunos temas y, al contrario de lo que uno pensaría, “Dos más dos” (aún con un final que podría considerarse tan conservador como el personaje que se anima a no serlo) tiene la sana virtud de no intentar bajar línea. Más bien se trata de tener la propia.
Decir que se trata de una película sobre el sexo, que pone en juego la idea de la fantasía, que cuestiona la institución matrimonial y etcétera, establecer debates alrededor de estos asuntos es, lisa y llanamente, colocarse fuera del film. Quienes entiendan el cine solo como un acicate para la discusión tendrán con esta comedia una medida de leña que seguramente incremente la venta de entradas. Ahora bien: si usted es de quienes creen que una película es primero una obra, luego materia de discusión estética y -a veces accidentalmente- disparador para la conversación sobre otras cosas recién en último lugar, va a quedar un poco insatisfecho. El film cuenta cómo un matrimonio sin hijos (Juan Minujín y Carla Peterson) tienta a otro más tradicional (Julieta Díaz y Adrián Suar) con la fantasía del intercambio de parejas. Punto a favor (ideológico): la que desata la fantasía es la mujer. Punto en contra: el que más disfruta es el hombre. Pero eso -se dijo- es extracinematográfico. El problema de Dos más dos -que tiene al menos la virtud de que sus personajes parecen personas de carne y hueso reales- es que su factura televisiva, que incluye mencionar sin profundidad todo tono que deba ser mencionado (hay comedia, hay comicidad, pero hay -esto es un cuento moral y nadie lo duda nunca- drama e incluso momentos supuestamente conmovedores). Es allí donde una buena idea con actores a la altura de las circunstancias (es el mejor trabajo de Suar, y no hay ironía en esto) termina fallando.
Sexo y amor en una comedia sugerente y graciosa de Suar Richard (Juan Minujín) y Diego (Adrián Suar) , son dos cardiólogos exitosos. Diego está casado con Emilia (Julieta Díaz) y Richard con Betina (Carla Peterson). Son muy amigos y son muy diferentes. Una noche de festejos, alegre y entonada, Betina le confiesa su perpleja amiga que ellos son swingers, que disfrutan más que nunca y que la pareja en ese intercambio ha encontrado placer y estímulo. Esa noche, Emilia no pega un ojo, mientras a su lado, Diego ronca. El tema le retumba, porque ella siente que en esa cama la chispita se ha ido apagando. Pero cómo decirle al marido que sería bueno probar. Sobre todo a un marido como Diego, egocéntrico, satisfecho, temeroso y conservador. Y bueno, tanto insiste que al final… Inteligente y graciosa comedia. Bien escrita y bien filmada, sin payasadas, chispeante y apoyada en un estupendo elenco. Suar cada vez está mejor en la piel de un argentino medio con pocas ganas de arriesgar una vida segura y aburrida. Juan Minujín confirma que es una de las mejores apariciones; en la simpática malicia de su Richard se refleja un seductor peligroso pero entrañable. Ellas también se lucen, sobre todo Julieta Díaz, sugestiva, exacta, muy ajustada en la piel de esta ama de casa que no se resigna a tener que sostener un matrimonio estable, pero monótono y esquemático. Y Carla Peterson es la amiga muy lanzada, aunque al final comprenderá que a veces los juegos pueden ir demasiado lejos y que la estabilidad y la seguridad matrimonial, tan subestimada y discutida, cuando se la tiene parece que sobra, pero cuando falta se nota mucho. “Dos más dos” confirma el crecimiento artístico de Diego Kaplan, que ya había mostrado buen pulso en “Igualita a mí”, una comedia que injustamente pasó sin pena ni gloria. Con su nueva propuesta supera el nivel medio de un género que no sólo aquí suele caer repetidamente en el mal gusto, la escatología y la calculada provocación. Aquí hay audacias y sexo, claro, pero también recuerda que cada uno le pide cosas distintas al amor. Además invita a reflexionar sobre los códigos matrimoniales y sobre los borroneados límites entre la amistad, el deseo y el sexo, un asunto muy manoseado por un gran romance de estos días. El tema del intercambio de pareja en general se presta a los enredos y la parodia. Aquí está abordado en tono de comedia de costumbre, pero sin forzar el registro, con escenas risueñas, pero sin dejar en ridículo a sus personajes (salvo algún subrayado innecesario sobre los prejuicios de Diego (Suar), con una pizca de picardía más que de audacia. El film fluye con naturalidad, tiene buen ritmo y buenas réplicas, y ni siquiera desentona cuando al final se pone un poco serio. Entonces, -comedia amable al fin- deja a un lado cualquier idea atrevida y sugiere que está bien pedir ayuda y explorar nuevos caminos cuando la pasión escasea, pero que, ¡ojo!, la vida en familia exige menos experimentos y más charla y perdones. Una película disfrutable. Tiene gracia, detalles, timimg y ocurrencias. Divierte y sugiere.
La dupla Suar-Kaplan funciona mejor que en Igualita a mí, aqui en tema serio en clave de comedia Hace exactamente dos años, “Igualita a mí”, una película dirigida por Diego Kaplan y protagonizada por Adrián Suar se convertía en el film más taquillero del cine argentino del 2010, con algo más de 800.000 espectadores superando así a “Carancho” que hasta ese momento era la nacional más vista. Como si fuera un espejo, llega ahora “Dos más dos” con la expectativa de repetir lo acontecido en 2010 para lo cual deberá sumar más espectadores que los 750.000 de “Elefante blanco”, la última de Pablo Trapero. Si uno se guía por el espectacular arranque del jueves 16 de agosto, día de su estreno, parecería que la tercera película de Kaplan (“¿Sabes nadar?”) estaría en condiciones de repetir el resultado de su predecesora. Pero hay otras razones que apuntalan esa predicción y que tienen que ver con el tema del film y con los actores que acompañan a Suar en esta oportunidad. “Dos más dos” hace referencia a dos parejas, donde los maridos son médicos y socios desde hace una decena de años. Justamente la escena inicial muestra a Diego (Suar) y Richard (Juan Minujín) en el momento en que reciben un premio en las XII Jornadas Vasculares. El discurso de agradecimiento lo hace el primero de los nombrados y omite mencionar a su socio, quien lo cuestionará amargamente al haber sido tratado en el evento como un simple asistente. Pero no todo parece tan favorable en la vida de Diego cuando Emilia (Julieta Díaz), su esposa, le revela una impactante noticia que le acaba de hacer Betina (Carla Peterson), la mujer del socio, confesándole que son “swingers” desde hace tres años. Y Emilia, de rutinaria vida sexual, comienza a madurar la idea de probar la experiencia con sus amigos tratando de convencer a su marido para que hagan la prueba. La primera reacción de Diego es de estupor y rechazo. Sin embargo, sus charlas con su colega y la seguridad con que éste le afirma las virtudes del intercambio de parejas empiezan a desmoronar su resistencia. Finalmente deciden ir, básicamente como espectadores, a una fiesta en la casa de un amigo común (divertido Alfredo Casero), totalmente descarriado y libertino. Será uno de los momentos más logrados y jocosos del film con un verdadero “zoológico” humano que sin embargo no logrará doblegar al renuente Diego. Claro que una nueva prueba con los cuatro bajo un mismo techo arrojará resultados diferentes y durante la segunda mitad del film se producirán situaciones fluctuantes, bien resueltas por el guión elaborado por Daniel Cuparo y Juan Vera (también productor en Patagonik). El tono elegido es de comedia pese a la seriedad del tema. Se podría hasta objetar cierto desequilibrio entre lo que dicen los personajes (con numerosas expresiones sexuales explícitas) y lo poco y nada que se muestra (desnudos pudorosos). Pero lo que puede festejarse es la autenticidad de los diálogos, totalmente creíbles lo que suele ser un defecto de muchas producciones locales. Hay también espacio para la reflexión del espectador/a, que seguramente se sentirá más identificado con alguno/s de los cuatro personajes centrales. O acaso será con el de Alfredo Casero? En este último caso, la novedad del fenómeno “swinger” presentada por “Dos más dos” no lo sorprenderá seguramente. Finalmente una mención especial a los aspectos técnicos, todos muy cuidados con la participación de maestros como Félix Monti en fotografía, Iván Wyszogrod en música y la inclusión de “Fanky”, la canción de Charly García en el cierre.
2 + 2 = 4 Llegado cierto momento, Diego (Adrián Suar), el personaje principal de Dos más dos, tira una frase condenatoria: condenatoria no para él ni para los demás personajes, sino que para la película misma. Porque vaya que los guionistas no podían ser más inoportunos cuando le hacen decir al muchacho que “yo sabía que esto iba a pasar; esta jugada es de pizarrón”. Y todo esto más allá del marco en el que se da esa escena, realmente escalofriante por la impavidez con que la mirada conservadora de Diego es sostenida por la puesta en escena, colocándolo estratégicamente en el centro mismo mientras les baja línea al resto de los personajes: su mujer, su amigo y la esposa de este. Es decir: una película que la va de provocadora, que tiene al sexo, y específicamente al modo de vida swinger, en el corazón de su trama, hecha por los mismos responsables de Igualita a mí (director, guionista, protagonista) no podía terminar bien. Y no podía no por falta de talento (algunos instantes de comedia de Dos más dos demuestran que hay material para trabajar), sino por la confianza en un universo personal (el de Suar) que sólo imagina un tipo de felicidad para sus personajes, una felicidad que se logra con hijos, bajo el sagrado techo de la familia y las buenas costumbres de clase media. El problema de estas películas, en el fondo, no es que son conservadoras (eso uno lo intuye más o menos desde que se sienta en la butaca, y tampoco podemos invalidar algo por su ideología), sino que quieren jugárselas de atrevidas pero nunca dan el paso hacia adelante. Se acobardan y terminan forzando exageradamente y manipulando la experiencia de sus personajes hasta que den con la fórmula que buscan. Porque Dos más dos, como su título parece indicarlo inconscientemente, es una película de laboratorio. Y esa manipulación en el film de Diego Kaplan es tanto temática como formal. Temática porque, ya saben, hay dos parejas, una partidaria del intercambio de parejas (Juan Minujín y Carla Peterson) y otra convenientemente conservadora y burguesa (Suar y Julieta Díaz) que es invitada a participar de la experiencia swinger: el arco dramático pasará por cómo alejamos a los personajes de conductas que se riñen con las buenas costumbres y los encaminamos en un tipo de felicidad “normal”. Sin embargo, tal vez porque como Diego sabíamos que esa jugada era de pizarrón y una comedia del mundo Suar no puede apostar a otra cosa, no nos termina sorprendiendo tanto y lo que más nos escandaliza termina siendo la manipulación formal. Con esto nos referimos a cómo se fuerza la puesta en escena para evitar mostrar algo de desnudez, una teta, un pito, ¡ni siquiera un pezón! Dos más dos parece cine, disculpen la expresión, para pajeros: hacemos chistes sobre sexo, los hacemos hablar de sexo, jodemos con que este la tiene grande o que el otro no coge nunca o sólo en feriados, pero después no vamos a los bifes nunca. En una de las secuencias más inoportunas, una pareja amanece desnuda durmiendo y las dos manos del hombre tapan explícitamente los pezones de su compañera. Esta anti-naturalidad con que la comedia aborda los cuerpos se la da de narices contra la mismísima premisa de la película: porque ¿para qué ponernos a hablar de sexo si no nos animamos a mostrarlo? y ni siquiera sabemos filmarlo. Cada vez que los personajes van a tener sexo, aparecen unos horribles fundidos a negro que nos dejan con las ganas, no de saber cómo cogen, sino de saber si los personajes sufren, gozan, padecen, disfrutan o lo que sea con el sexo. Pero, y esto uno logra deducirlo luego de cerrar la película, en realidad esos fundidos no son algo tan arbitrario sino que tienen mucho que ver con la decisiones éticas de esta película. Así como nunca sabemos qué les pasa a estas parejas cuando hacen el amor, el guión (con más agujeros que un cadáver de Los indestructibles 2) coloca unas incomodísimas elipsis que resuelven cosas que la película no puede resolver por sí sola: así, evitamos abordar a los personajes en instancias cruciales y, por ejemplo, el último giro de la película nos queda en un off eterno sin que podamos descubrir cómo fue que los protagonistas terminan como terminan en las últimas escenas. Dos más dos, en definitiva, lo que termina ocultando tras su cáscara canchera y “provocadora” es una comedia de rematrimonio rebuscada y medio pelo, donde el sexo es apenas un gancho publicitario y no se termina profundizando en ningún tema. Porque llegado un momento, cuando la premisa se agota y todavía queda mucho por contar, Dos más dos abandona la ligereza de su primera hora, pierde el norte, el ritmo y la decencia, y su guión se convierte una hoja de ruta que dice: A termina con B y C hace esto con D, a como sea y cueste lo que cueste. Entonces Diego, el conservador Diego, el que se metió en esto del swinger más por presión que por convicción, termina en aquella horrenda escena antes mencionada dándoles lecciones de vida a sus amigos y pareja, y convertido en el verdadero hombre modelo que nunca se equivoca. Es verdad que Dos más dos es bastante tibia, y ni siquiera se toma demasiado en serio eso de ser reaccionaria: si hasta el lascivo Richard de Minujín termina siendo un tierno. De hecho, el final es abrupto y bastante incómodo y más que un final parece, disculpen la analogía, un coitus interruptus. Otro viaje infeliz al centro del Universo Suar. Dos más dos es cuatro, como el puntaje de esta película.
El resultado de la suma no es cuatro El matrimonio de Emilia y Diego no pasa por un buen momento; la pareja recibe la propuesta de intercambiar parejas por parte de Betina y Richard, sus mejores amigos. Emilia se muestra entusiasmada pero Diego tiene profundas dudas. Sin embargo, intentarán la experiencia. Algunos espectadores (sobre todos, los que llevan ya varias décadas soplando velitas) pueden caer en la tentación de trazar un paralelo entre esta historia y la que Paul Mazursky abordó en 1969 en "Bob & Carol & Ted & Alice", un título que con el correr de los años resultó emblemático. Sin embargo, la realidad cultural y social que le daban marco a las dudas y las certezas que acosaban a los Henderson y a los Sanders en aquel filme están muy lejos (a más de cuatro décadas) del entorno cotidiano en el que se desarrollan las tribulaciones de Emilia, Diego, Betina y Richard en esta realización de Diego Kaplan. Y, por sobre todas las cosas, la intención de este filme argentino es plantear una comedia divertida con un tema que puede dar, posteriormente, para reflexiones más profundas, pero que de ninguna manera pretende erigirse en tesis sociológica. Hay que destacar la realización técnica y los detalles de la producción, muy cuidados y prolijos. También la narración de Kaplan tiene méritos, porque más allá de algunas debilidades del guión (situaciones arbitrarias, diálogos reiterativos), logra conformar una historia consistente y bastante divertida. Para el momento posterior a la proyección quedarán las discusiones acerca de los códigos, las reglas de juego, las traiciones, las lealtades y la legitimidad o no de apelar a distintos recursos para tratar de salvar la pareja. La propuesta no pretende responder a estos interrogantes, sino simplemente, contar una historia divertida. Y a grandes rasgos, lo logra. Las actuaciones son correctas, con un trabajo sutil de Minujin y acertadas composiciones de Peterson y Julieta Díaz. Suar vuelve a hacer de Suar, aunque en este caso el personaje le cae bastante bien. Los actores secundarios están particularmente cuidados, sin sobreactuaciones. La propuesta cierra como un aceptable entretenimiento cinematográfico, y en el caso de la proyección en sistema digital, se disfruta de una excelente imagen y un sonido equilibrado, al punto que el espectador se siente liberado de la tortura de esforzarse para entender lo que dicen los actores, lamentablemente asociada con las películas argentinas de hace algunos años.
Entre la osadía y el conservadurismo Una pareja integrada por Adrián Suar y Julieta Díaz se ve tentada a entrar al mundo swinger a partir de la propuesta de un matrimonio amigo conformado por los personajes de Juan Minujín y Carla Peterson. Mucho marketing y un buen resultado. Si algo se puede decir en favor de los films “de Adrián Suar” que vienen realizándose desde que en los años '90 se estrenó Comodines, es que han intentado mejorar y convertirse en productos cinematográficos de calidad. Pongamos un manto de piedad sobre algunos de ellos, que no merecen hoy revisión alguna, pero recordemos algunos hallazgos de Alma mía y Un novio para mi mujer, aunque esta última tenía también puntos muy bajos. Pero sin duda había intenciones, búsquedas, que distanciaban estos productos de otros bodrios comerciales de nuestra cinematografía. Diego Kaplan trajo a estos films un aire renovador y una búsqueda estética en Igualita a mí y mantiene esa búsqueda en Dos más dos. La película promete cuatro personajes protagónicos (dos matrimonios que son amigos desde hace años), pero claramente es la historia de una de las dos parejas, la de Diego (Adrián Suar) y Emilia (Julieta Díaz), una en crisis, que a partir de descubrir que la otra, Richard (Juan Minujín) y Betina (Carla Peterson), son swingers, tienen que decidir si van a probar algo nuevo para renovar su vínculo. Pero si acaso la historia está centrada en una pareja, en realidad está aun más centrada en el personaje de Diego, y es él, conservador, tradicional, lleno de dudas, quien llevará de la mano al espectador por este mundo que se abre frente a él. Todo lo que el espectador pueda imaginar sobre esta película es equivocado. Todos los prejuicios del crítico se verán contrastados por un film que no es lo que parece. Dos más dos no es una pavada para armar polémica, no es una película con morbo, es una película inteligente, con una puesta en escena intencionalmente clásica, pudorosa, sutil, fuera de época. El que espera descontrol, orgías y desnudos va por mal camino. Acá estamos frente a uno de esos films clásicos, que disfrazados de inocentes o infantiles, terminaban convirtiéndose en obras más adultas e interesantes. Comienza como una comedia que se tuerce al drama, y maniobra con brillantez entre la osadía y el conservadurismo, como suelen hacerlo las personas, después de todo. Luego la cosa se vuelve aun más interesante, pero no diremos cómo ni por qué, pero si queda claro que Dos más dos no es lo que parece. Los únicos prejuicios que hay que vencer tienen que ver con la idea del film “escándalo”, que tiene mucho de marketing televisivo, pero que detrás de eso esconde una gran película.
Juegos peligrosos ¿Swinging? El intercambio de parejas es una práctica casi tabú, sobre todo en Argentina. Y más aún para Diego, el personaje que encarna Adrián Suar, cuando su esposa, Emilia (Julieta Díaz), lo pone entre la espada y la pared al proponerle hacer swinger con sus mejores amigos, la pareja de: Betina y Richard (Carla Peterson y Juan Minujín). “De repente te convertiste en la Alessandra Rampolla argentina?”, le dice Diego a su mujer sorprendido. El matrimonio encarnado por Suar-Díaz está desgastado y sus encuentros sexuales son muy poco frecuentes. Es por este motivo que Emilia fantasea con probar cosas nuevas por el bien de la relación. Lo que en principio surge como una inquietud para fortalecer el vínculo marital, termina despertando dudas sobre el concepto que estos personajes tienen acerca del amor, el matrimonio, el sexo, los límites e incluso la amistad. Con la dirección de Diego Kaplan, “Dos más dos” es una película con episodios jugados y un lenguaje directo y crudo, aunque no supera la ocurrencia de “Un novio para mi mujer” . En tanto el rol de Alfredo Casero, un gurú del sexo, es digno de destacar. A tener en cuenta la frase célebre de Julieta Díaz: “Tener sexo entre todos está genial, pero enamorarse es un pecado mortal”.
Una comedia adulta que toca un tema tabú: los swingers, o intercambio de parejas. Esta no es la típica comedia familiar a la que nos tiene acostumbrados Adrián Suar "Un novio para mi mujer" y el Director Kaplan como lo fue "Igualita a mí". Esta toca un tema más adulto y con la idea que los espectadores armen alguna polémica. La historia gira en torno a dos parejas amigas: por un lado Diego (Suar) y Emilia (Díaz) y otra compuesta por Richard (Minujín) y Betina (Peterson), la primera tiene un hijo de unos 14 años, con 17 años de casados y la otra pareja no tienen hijos están juntos hace 10 años; ellos son amigos, socios y profesionales. A ellos en una jornada Iberoamérica de cirugía cardiovascular les entregan un premio, luego van a festejar junto a sus esposas, Richard y Betina se besan efusivamente y ella dice que quiere confesarles algo, y todo termina detenido ahí. Como suelen hacer las mujeres cuando van al baño a chusmear y a veces se cuentan cosas, es cuando Betina le cuenta que ellos practican el intercambio de pareja, que son swingers, hace 3 años y le propone experimentar con ellos y le va dando detalles. Esta confesión despierta las fantasías dormidas de Emilia Sanguinetti le insiste a Diego su esposo, que acepte la invitación, ella tiene curiosidad e inquietud, sus argumentos son que: esto fortalece la pareja, te da más seguridad, mejora la relación y aunque Diego se niega termina cediendo. Los espectadores iremos viendo como se desarrolla los hechos y su desenlace final. Su narración intenta divertir y transgredir en todo momento y la idea es que los espectadores armen una polémica. Los diálogos suenan a frases hechas, le falta tensión y caen en lugares comunes, con respeto a las actuaciones hay que decir que el joven Tomás Wicz como Lucas, realiza las escenas con gran soltura. Minujin y Peterson componen personajes sensuales, creíbles y llenos de matices; Julieta Díaz y Casero están bastantes desaprovechados y este último no encaja demasiado en la historia, Suar repite alguno de sus personajes, y esto es correcto, hace de Suar. Tiene enredos, gags y dramatismo. Cuenta con buena estética por el lado de la fotografía de Félix Monti (“El mural”, “El secreto de tus ojos”), toda una garantía.
Una suma que divide En la última década, la comedia nacional viene ofreciendo productos cinematográficos de factura industrial, bien recibidos tanto por la crítica como por el público. Películas como las de Juan Taratuto, Hernán Goldfrid y Ariel Winograd han abierto un camino donde también puede ubicarse al cineasta Diego Kaplan, quien luego de “Igualita a mí” (2010), presenta esta comedia para adultos. “Dos más dos” se introduce en el controvertido tema del intercambio de parejas, que ya fuera abordado por el cine en otro contexto histórico (la conocida película “Bob, Carol, Ted and Alice” de Paul Mazursky), realizada a fines de los sesenta, en un marco de época que ahora parece envejecido en su auténtica rebeldía frente a esta propuesta mucho más superficial y planteada a medida de los tiempos que corren. La historia de “Dos más dos” transcurre en barrios cerrados, casas y coches sofisticados, donde los habitantes tienen materialmente todo lo necesario para sentirse felices pero no lo son. En busca de aventar la rutina y el aburrimiento, la pareja interpretada por Julieta Díaz y Adrián Suar incursionará gradualmente en la onda swinger (el libre intercambio de parejas con mutuo consentimiento) que le proponen sus amigos más cercanos (Carla Petersen y Juan Minujin). Esta transgresión traerá aparejados descubrimientos, euforias pasajeras y conflictos de toda índole, canalizados en una serie de gags que explotan la comicidad que caracteriza a la primera parte, hecha de reticencias y reparos pero también de curiosidad y complicidades, con diálogos y situaciones bien plasmadas y con una cuota infrecuente de audacia. Actoralmente, nadie desentona ni cae en tics televisivos. Salvo Suar que reitera su personaje inseguro pero canchero de otras películas, Carla Peterson, Julieta Díaz y Juan Minujín componen personajes con muchos matices. Incluso los secundarios, el desconocido jovencito Tomás Wicz y las breves intervenciones de Alfredo Casero, como un gurú de la sexualidad abierta, que logra con sus breves intervenciones arrancar las mayores carcajadas que se sostienen sobre el ridículo del auténtico swinger que interpreta. Ni muy muy, ni tan tan Es verdad que llegado a cierto punto, la película se cuida muy bien de no pasar los límites de lo tolerable (lo esperable de ser deglutido por el público masivo al que se apunta). Aun con esos límites autoimpuestos, la comedia es técnicamente impecable y entretenida, incluso provocativa para las pautas del cine industrial argentino. La audacia no se refleja en los planos que se limitan a retratar a los actores ubicados estratégicamente desnudos de forma tal que nunca se vea más de lo permitido. Se habla de sexo más de lo que se muestra, hay naturalidad y fluidez con el uso de terminología coloquial y sincera pero el tratamiento visual es más bien televisivo. Y no sólo se trata de la puesta en escena sino, sobre todo, de los giros en el guión, con personajes que literalmente se dan vuelta y se dividen. Porque la segunda parte cambia de tono y guarda sorpresas hasta inclinarse por una resolución conservadora y tranquilizadora, donde hasta el humor se tiñe de amargura. No es una comedia que provoque muchas risas; de hecho hacia el final, casi se acerca más a la comedia dramática. La trama fluye y crece con coherencia para demostrar que el llamado sexo libre es en realidad un sexo programado, con reglas tan rígidas como las convencionales, donde el que se enamora pierde. Aun así, el tema de la experimentación sexual logra ponerse sobre la mesa desde un lugar inteligente, que más allá de hacer reír también hace pensar sobre la pareja, el aburrimiento, los celos y la delgada línea que separa a un conservador de un transgresor y viceversa.
Encuentros imprevistos Acostumbrados a ver y escuchar personajes poseídos por una voz que intenta nombrar y conceptualizarlo todo por encima de la acción, el encuentro con lo que se dice y se hace en Dos más dos resulta de una frescura notable. En contraposición a los monólogos catárticos y repletos de puteadas como los de Un novio para mi mujer o No sos vos, soy yo, la película de Kaplan ofrece diálogos, gestos y tonos de voz entremezclados y cotidianos, sin grandes ni memorables líneas. La infidelidad, el matrimonio y el swinguerismo no son, entonces, el objeto de opiniones y reflexiones ingeniosas sino simplemente aquello que practican y/o dejan de practicar sus protagonistas. Pero esta falta de imposición no sólo genera voces propias: el film de Kaplan persigue -y consigue- la naturalidad en casi todos sus rincones. Diego (Adrián Suar), Emilia (Julieta Díaz), Richard (Juan Minujín) y Betina (Carla Peterson), amigos desde hace varios años, deciden intercambiar parejas entre sí. Si bien Diego no está convencido de hacerlo, todos terminan aceptando. Pero cuando dos de ellos rompen las reglas, la crisis y los conflictos se desatan. Lo interesante de la mirada de Kaplan a partir de ese punto de quiebre es que simplemente sigue a los personajes en sus probables recorridos, incluso aunque eventualmente éstos obliguen a torcer el tono de comedia que venía primando. Y es en esa sensación de autonomía del mundo visto, pendiente sólo hasta un punto del espectador, que Dos más dos encuentra una forma propia de contar(se), y también una de interrogar(se) acerca de lo que muestra. Si la película autoriza a sus personajes a dialogar sin exigirles grandes reflexiones, así como a explorar temas que son considerados tabú con total libertad, también les permitirá sufrir y ser desbordados por sus propias decisiones. Comprobar el verdadero drama que sobrepasa al humor define a la película de Kaplan, una vez más, en su cuidado del devenir de los hechos apropiado a su mundo y a las características particulares de sus habitantes. Dos más dos escapa con éxito a la costumbre de existir sólo para un afuera, casi tanto como a la risa continua, la reflexión brillante y al sexo metaforizado. Y esquivarlos supone, más precisamente, deshacerse de esos adjetivos y dejar sólo risas, reflexión y sexo. O, mejor, sumar al drama y dejar que surjan las sorpresas del encuentro.
Cuatro amigos de toda la vida, que ya se encuentran rondando los cuarenta años, son exitosos profesionales que aparentemente se han conformado con lo que la vida les brindó a cambio de sus esfuerzos. Diego y Emilia tienen una vida familiar organizada, Richard y Betina llevan una vida más relajada. Sin embargo hay un pequeño (gran) detalle que los diferencia aún más: la segunda pareja les confiesa que son swingers y que les gustaría compartir esa práctica con ellos. Las fantasías de Emilia crecen al instante y el temor de Diego a esta nueva experiencia se hace insostenible. ¿Qué estarían dispuestos a hacer para cumplir los deseos de sus parejas? Bajo la dirección de Diego Kaplan (“Igualita a mi”), Dos más dos tiene como protagonista excluyente a Adrián Suar, quien una vez más reafirma su condición de buen humorista, con un timing preciso para los remates y la dosis justa de morisquetas para sacar carcajadas a la platea. Apuntalado con solvencia por Julieta Díaz (la escena en la que confiesa sus fantasías a su marido no tiene desperdicio), Carla Peterson (excelente en su rol de diosa de la sexualidad new age) y Juan Minujín (divertido, relajado y seductor sin aparentar esfuerzo), el único percance de la película es el giro melodramático por el que apostaron en sus últimos minutos. La comedia pura pasa al romance edulcorado, perdiendo espontaneidad y frescura.
Dos, dos, dos, dos, dos Dos más dos es una película que suena bien y se ve bien. Bah, “bien”; en realidad con profesionalismo técnico. Y sí, es cierto que Adrián Suar es, de los actores, el que está mejor. Bah, “mejor”; en realidad es el único que tiene su papel bien aprendido, un papel que hace en casi todas sus películas, y cada vez con menor esfuerzo. Y eso, un actor al que no se le nota tanto el esfuerzo, es un rasgo bienvenido en el cine, en especial en el argentino. Los otros, Juan Minujín, Julieta Díaz, Carla Peterson y Alfredo Casero, andan a los tumbos, a puros parlamentos imposibles y retorcimientos extraños que tal vez se hayan pensado para alcanzar un punto de combinación entre lo sensual y lo gracioso. Los cuatro han estado mejor en otras películas, sobre todo Minujín en Vaquero. Acá a todos les tocan diálogos de un altísimo nivel de tilinguería, con palabras que indicarían algún tipo de sociolecto buscado pero no encontrado: “qué bueno que vinieron”, “relajate”, “disfrutá”, “comida étnica”, “pollo thai”, “película coreana”. La sobredosificación de malos diálogos, cocinados a velocidad televisiva y puestos en personajes que no los dicen sino que apenas los soportan y se los sacan de encima, podría hacer pensar en una parodia aberrante. Pero no, no es el caso, entre otras pruebas por la musicalización penosa de Iván Wyszogrod, otro que puede hacer mucho mejor las cosas y lo ha probado muchas veces (por ejemplo en Gatica, el mono). Aquí abusa de unos saxos risibles en pose de seducción automática y nada imaginativa en la vieja senda de Fausto Papetti, y ni que hablar de la canción del momento crucial swinger de las dos parejas, del baile que motiva, de la falta de gracia general. En fin, cine condescendiente, torpe, simplón, asediado por su “concepto de venta”, como lo fueron Propuesta indecente o Atracción fatal. Relato con cierre abrupto, a partir de suceso desencadenante construido a escondidas del espectador y sin desarrollo, con oposiciones binarias (enamorado/no enamorado, pizza/comida étnica, etc., rubia/morocha, rubio/morocho). El ambiente, como muchas veces en este cine argentino de plástico, va de la cama al living y también del country a Puerto Madero y a la casa con pileta, sin cagadas de perros visibles. Cine de consumo interno, encerrado por y en sus directivas de venta. Y, por último, es un deber cívico informar que en Dos más dos aparece otra vez la obsesión presente en muchas comedias argentinas del protagonista masculino con el culo masculino, su culo masculino, el “hombre argentino profesional casado” y su culo puesto en un altar. Que si se lo tocan, que si le meten un dedo, que la puntita, que la travesti, y que por dios, a estas alturas. Todo es tan vetusto y pavote que hasta es triste. Liberen los culos y el cerebro, la comedia y el cine. Y el dólar. Todos tenemos un plan es una película más seria, está en el camino del cine, en la senda de la búsqueda respetuosa del género. Un thriller sobre gemelos, la idea del doble, etc. Dos, dos, dos. Viggo Mortensen (un gran actor, acá preso de una película para que se luzca “el protagonista que hace dos papeles”) interpreta a dos gemelos llamados Agustín y Pedro, en innecesaria e irrelevante referencia a los Almodóvar. Uno urbano, otro no. El urbano tomará el lugar del otro, y se verá, como el taxidermista interpretado por Ricardo Darín en El aura, en medio de planes que empieza a entender mediante fragmentos que se esfuerza en unir. También, como en El aura, se harán presentes la oposición entre cobardía/valentía y la posible salida de la zona de confort. Pero lo que en El aura se disponía con extraordinaria capacidad narrativa, acá se presenta con una esforzada caligrafía fílmica que a medida que pasan los minutos arrastra una pesadez que va aniquilando la película poco a poco. A esa caligrafía herrumbrosa se suma una obsesión por la dosificación informativa pausada, que deriva en lentitud y, peor, evidencia lo abrupto (la marca del anillo en la última entrada de la escasa Soledad Villamil), lo rimbombante (el diálogo que hace referencia al título), lo ridículo-telúrico (la admonición de la señora sentada) y lo sin resolver (en la secuencia final hay un personaje metido por ahí sin necesidad y que no se sabe a dónde va). Y por último, en una película seria hasta la solemnidad, hay una o dos referencias al fanatismo de Mortensen por San Lorenzo. Referencias que, de forma microscópica, llaman la atención sobre una de las tantas amenazas que se ciernen sobre nosotros. Lo peor que le puede pasar al cine argentino es sumarse al provincianismo festivo (aunque será cada vez más luctuoso) al que se dirige sin pausa y cada vez más deprisa la vida en Argentina.
"ESTA VEZ, EL DIRECTOR, SUMA..." Ser o no swingers… Ésa es la cuestión. Esta parece ser la premisa de la que parte “Dos más dos”. La actividad del intercambio de parejas aplica a personas que desean darle “aire fresco” a su relación matrimonial o de novios, por lo que se deciden a tener relaciones sexuales con otras personas. En la mayoría de los casos, este fenómeno se presenta en parejas casadas que se involucran con un individuo soltero o con otra pareja. A pesar de que esta actividad es practicada por personas de todos los niveles económicos, razas y nacionalidades, existe un porcentaje más elevado de participantes que pertenecen a la clase media alta. Diego y Emilia (Adrián Suar y Julieta Díaz) son un matrimonio desde hace 16 años, tienen un hijo adolescente, y un excelente pasar económico: él es un reconocido cardiólogo y ella una meteoróloga que trabaja en televisión. En el afán de mejorar su vida de pareja, será ella la que proponga un cambio; ¿de qué manera? Aceptando la propuesta de un matrimonio amigo, que los invita a practicar el swingerismo. Richard y Betina (Juan Minujin y Carla Peterson) llevan esta práctica hace algunos años, con excelentes resultados en su vida y en su relación de pareja. La propuesta caerá como un baldazo de agua fría en Diego que, si bien se lo muestra como una eminencia en el campo de la cardiología, que actúa con seguridad y éxito en su disciplina; a la hora de evaluar semejante propuesta sexual, se lo ve perturbado, incómodo, inseguro, perplejo... Luego de casi dos décadas de vida matrimonial convencional, se enfrenta a un ofrecimiento que le costará aceptar. El guión atraviesa este conflicto con mucha simpatía, con un enfoque algo naif, que causa enorme gracia, por el hecho de ver al protagonista sumergido en un submundo que le es ajeno y que, ante el pedido de su esposa (visiblemente insatisfecha), debe aceptar. Allí radica la principal diversión de este último opus de Diego Kaplan, que muestra con mucho humor las peripecias de este hombre ante lo nuevo. Es para destacar la graciosa secuencia en la que asisten a la primera fiesta swinger: allí Suar despliega un gran histrionismo, con su traje de antihéroe (al mejor estilo Woody Allen), trayendo a la pantalla grande uno de sus mejores roles cómicos. Se podría afirmar que es la vez que actúa mejor de él mismo. Los otros miembros del cuarteto protagónico, además de la participación especial de Alfredo Casero, están a la altura, teniendo cada uno de ellos su propio lucimiento, en roles bastante "jugados", especialmente por lo que tienen que decir, hacer y mostrar. Estamos ante una película que tiene el sexo como tema central, por lo que era de esperar que se hablara claro del tema (y se mostrara también), pero se puso especial cuidado en no revelar más piel que la que pueda herir cierta sensibilidad, y no exponer el tema de modo que los adolescentes conozcan más de la cuenta.Cabe alcarar que el filme está calificado como apto para mayores de 16 años y, al margen de lo aludido sobre el cuidado puesto en el enfoque del tema central, hay términos y conceptos sobre sexualidad a los que un chico de 16 años no convendría que acceda todavía. "Dos más dos" cumple con lo que promete, y más aún, dado que la película anterior de Kaplan es la frustrante y fallida "Igualita a mí", también con Suar y con Florencia Bertotti como su hija. Esta vez, el director propone una historia más divertida y adulta, una comedia que pareciera virar hacia el drama en su tramo final, pero que no desbarranca del camino seguido a lo largo de sus 110 minutos. Es un filme disfrutable por su guión, por las actuaciones y la puesta en escena casi hollywoodense. No sería raro que, en el país del Norte, Adam Sandler se le animara a la remake: "Two + two".
Dos más Dos: ¡Suspicacia! Después de mil vueltas, por fin pude ir a ver "Dos más Dos" y la verdad es que casi me pierdo la oportunidad de disfrutar esta película que, hay que decirlo, es la gran comedia argentina del año. Diego Kaplan ("Igualita a mí") logra mezclar nuestra argentinidad más pura de alma conservadora con una de las prácticas sexuales más tabú por estos tiempos (al menos en nuestro país), el swingerismo. Se hace un mix muy divertido e inteligente entre los valores más arraigados en nuestra sociedad conservadora y el comportamiento sexual libre, ofreciendo un tour que nos paseará por todas las reacciones que se nos pueden llegar a ocurrir si nuestra/o esposa/o nos quisiera convencer de participar en un encuentro sexual de este tipo. Por un lado están Emilia y Diego, interpretados por Julieta Díaz y Adrián Suar, una pareja de profesionales exitosa, conservadora y aparentemente feliz que la lucha día a día para llevar el matrimonio adelante y no caer en la rutina; por el otro están sus mejores amigos Betina y Richard, Carla Peterson y Juan Minujín, una pareja muy similar a la anterior con la diferencia de que más allá del tiempo que llevan juntos, han logrado mantener la llama de la pasión bien viva, ¡muy viva!, a través del intercambio sexual de parejas. Una noche de festejo entre los amigos, a Betina se le ocurre invitar a Emilia a unirse junto con Diego a las prácticas sexuales que realizan con frecuencia en fiestas privadas de gente "cool" y open-minded acerca del sexo, lo que despierta en Emi fantasías que tenía reprimidas en un mar de rutina. Entre los 3, tratarán de convencer a Diego de participar en las orgías, lo que desatará las situaciones más divertidas e hilarantes que se han visto en el último tiempo en nuestra industria nacional del cine. Es realmente para resaltar lo de Suar... ¡no puede haber estado tan divertido en esta película, te hace llorar de la risa por momentos! Si bien el elenco está muy bien en general, los momentos que protagoniza el "chueco" son imperdibles, demostrando que es uno de los mejores comediantes que tiene este país. Carla Peterson en su rol de swingera hot también es muy divertida y funciona super bien como extremo opuesto al personaje de Suar. Acuérdense de esta palabra: "Suspicacia", la van a amar cuando salgan del cine. No mucho más para agregar, simplemente recomendarla para pasar un rato de carcajadas enormes, reflexiones no muy densas acerca de nuestros valores y sentirse orgulloso de nuestro humor bien argentino.
Innegablemente, no por algo fue la película argentina que más espectadores convocó durante el año 2012 y ya desde la gráfica, los avances cinematográficos y la campaña publicitaria en televisión, "Dos más dos" se ha presentado como un producto sumamente atractivo. Primeramente porque aborda un tema que todavía se sigue considerando como un tabú que es el mundo de los "swingers", un universo que genera curiosidad y despierta algunas fantasías. Si además se lo combina con que estas parejas se encuentran unidas por una amistad desde largo tiempo, pareciera que la fantasía es aún mayor. Si a todo esto se le agrega que el cuarteto que protagoniza esta historia es un elenco de figuras que han sido probadas en todos los terrenos (cine, teatro, televisión -quizás Juan Minujín sea el más desconocido del cuarteto para el público masivo-) y con un fuerte atractivo personal y profesional cada una de ellas, la receta del éxito está prácticamente asegurada. Sólo bastará acertar con el guión y con el director. En cuanto al guión todo está planteado en forma clara y simple y el director Diego Kaplan, explota todos los resortes y mecanismos argumentales básicos sin complicar demasiado la propuesta inicial: entre dos parejas de amigos con estructuras familiares bastante diferentes, comienzar a circular el tema sexual y la idea de tener entre ellos una experiencia swinger. Por un lado, el matrimonio que componen Adrián Suar y Julieta Diaz, con ganas de nuevas experiencias, de algo que reavive el terreno sexual dentro de la pareja que se encuentra algo dormido -algo que parece preocuparle más a ella que a él- Tiene una estructura familiar sólida con muchos años de pareja a lo que se les suma un hijo atravesando la adolescencia. Por el otro, la pareja que conforman Carla Peterson y Juan Minujín, es una pareja más libre, con códigos diferentes a los de sus amigos y que se permiten experimentar todo tipo de sensaciones. Una pareja más abierta, situación que quizás se vea favorecida, porque al no tener hijos, siguen siendo como "novios" aún después de mucho años de casados. Ellos plantean este intercambio de parejas -en realidad la que más insiste y arranca con la propuesta es Betina, el personaje de Carla Peterson- desde un lugar mucho más liberado, desprejuiciado, casi superado, mientras que Suar y Diaz, por otro lado se desequilibran ante la sóla idea de llevar a cabo esa fantasía. Mientras ella muere de curiosidad y de necesidad de encontrar en esa experiencia un poco de "pimienta" para la pareja, él se encuentra aferrado a todos sus prejuicios, preconceptos, mandatos y prácticamente no quiere hablar del tema. Diego Kaplan (que arrancó en el cine en 1997 con la super independiente "Sabés Nadar?" y que luego con "Igualita a mi" logró armar un producto comercial de probada eficacia sin restarle calidad a la propuesta) se anima ahora a tratar este tema en un tono básicamente de comedia con algunos toques más arriesgados. Lo más interesante del guión, es que una vez superado el paso de comedia inicial con la aparición de la propuesta de intercambio, irá mostrando el tránsito de cada una de las personalidades: las posturas que parecen tan claras en un inicio, una vez que la idea del intercambio se eche a rodar y finalmente se haga realidad, irán cambiando ante cada una de las situaciones y los encuentros. Kaplan acierta en mostrar la dualidad y los constantes cambios por los que atraviesan los personajes, dejándolos sencillamente fluir con todas las contradicciones y poniéndolos a jugar en un escenario que no los sentencia ni los juzga, sino que los enfrenta a sus propias decisiones, algunas en la cuales ya no se puede volver atrás. La excusa de esta propuesta swinger sirve de disparador para hablar sobre la lealtad y la fidelidad, las fantasías sexuales y el rol de los deseos en la pareja, la comunicación, el ser escuchado y comprendido y, en un nivel más global, sobre las idas y vueltas en las relaciones humanas. Cada uno en su personaje, logra dar en la tecla y construir casi cuatro prototipos que se conjugan en pantalla. Adrián Suar vuelve con una criatura que está escrita a su medida, con sus tics, sus manías y todos los guiños que le sientan bien. Julieta Diaz en su ambivalencia de amar a su marido y querer experimentar algo nuevo es quizás la más "tironeada" del grupo, la que tiene se presenta con un mayor compromiso dramático y justamente Diaz tiene la posibilidad de generar tonos de comedia y de drama con mucha soltura y moverse de un lugar a otro con plasticidad. Quizás un poco más relegada por el guión, la pareja de Carla Peterson y Juan Minujín, tienen de todas formas su momento de lucimiento. Peterson vuelve a desplegar su belleza en pantalla componiendo a una mujer sin tantas ataduras como su amiga y Minujín encuentra el tono exacto para ese Richard aventurero y desprejuiciado. Y si bien en este juego de intercambio se han fijado reglas claras, las reglas parecen haber sido hechas para romperlas... cuando todo parece lograr un equilibrio, algo se complica -como suele pasar en las relaciones humanas- y ahí los personajes quedarán enfrentados a tomar decisiones más drásticas. Kaplan elige que lo que se habla sea mucho más osado que lo que se ve. La cámara aún en las escenas donde supuestamente puede despertarse un ojo más transgresor, elige guardar pudorosamente cierta distancia y conserva cuidadosamente su límite para no nunca pasarse de la raya. "Dos más dos" queda entonces construida desde un planteo innovador, atractivo para el espectador, pero elige cautelosamente no avanzar tanto como para incomodar y cerrar la historia de forma tal que todo siga guardando un status quo convencional. Aún con esta falta de riesgo y extrema prudencia, es una comedia que tiene momentos en que invita a la reflexión sin dejar de entretener e poniendo la lupa en las relaciones de pareja.
DOS MAS DOS es TRES… Dos más dos tiene buenos diálogos, buenos actores, escenas y frases muy graciosas y un gancho que atrae al público (intercambio de parejas). Por eso es un éxito de taquilla, pero… ese es el problema… esta película tiene un pero. Vamos con la historia: Diego, Emilia, Richard y Betina son dos parejas amigas de toda la vida. A los 40 años son exitosos profesionales. Una noche de celebración Richard y Betina les confiesan a sus amigos que practican el intercambio de parejas… y que les encantaría compartir esa práctica con ellos. Hasta ahí vamos bien, un cambio, una pregunta y un mundo de prejuicios que comienza a socavar la cabeza de Diego (Adrián Suar). La idea está planteada muy bien desde el comienzo: un típico marido conservador que se encuentra interpelado por un ambiente distinto y con millones de prejuicios en las prácticas sexuales. Los comentarios, las preguntas y las confesiones que se dan a raíz de esta propuesta logran robar varias carcajadas y, si le sumamos a Alfredo Casero con su despreocupada figura como organizador de los encuentros swingers, podemos contar con una buena comedia. Si seguimos sumando, podemos decir que la estética de la película está muy bien cuidada pero, muchas veces, cae en un sobre cuidado que no tiene nada que ver con el momento. Es el caso del desnudo de los cuatro personajes en el living de la casa. Pero vamos a darle permiso a este exceso, dado que es un película pensada para toda la familia. El gran logro, sin dudas, radica en la elección del elenco. Los cuatro protagonistas logran ser absolutamente creíbles en sus roles y demuestran mucha química. Adrián Suar y Carla Peterson no dejan de demostrar que son muy buenos en la comedia y, por su parte, Julieta Diaz y Juan Minujín se adaptan a todo lo que se les proponen. Pero… y aquí esta el gran problema… El guion viene muy bien desarrollado, la comedia no cae y la risa no para de crecer, pero se mete el drama en el medio y un cartel de “2 años después” que no resuelve nada. Desde el punto de vista de una película con temática más liberal y apuntando a un juego con lo sexual, tomando las prácticas swingers como punto de partida, el final cae en un prejuicio o en un mensaje “moralizador” de lo que puede pasar sin permitir otra resolución. No me pareció para nada un final feliz, y creo que por ahí viene el pero… es todo muy lindo, muy gracioso, sin escrúpulos… pero sale mal… la amistad se destruye, se termina la sociedad y a las parejas no se las ve felices (quizás en un intento de generar intriga en el espectador, o quizás en un mensaje claro de “esto fue un gran error”). 1: Buena comedia, 2: buenos diálogos, 3: buenos actores, pero… 4: mal final… DOS MAS DOS es TRES…