¿Mi vecino el asesino? ¿Peligro en la intimidad? El primer plano de la película da cierta idea de ecuanimidad. Alguien embiste a mazazos contra una pared, lo que se muestra desde ambos lados, a dos cámaras, en split screen. De un lado de la medianera vive Leonardo, un diseñador bastante snob y algo soberbio que alcanzó el éxito y ahora parece estar más preocupado por los negocios que por sus creaciones. Junto a su esposa y su hija preadolescente habita la imponente Casa Curuchet de La Plata, única construcción del arquitecto Le Corbusier en América latina. Su vecino, ladrillos de por medio, es Víctor, posible vendedor de autos usados con mucha pinta de chanta. Quiere colocar una ventana en su casa "para atrapar una rayitos de sol", según explica. Pero esa abertura da justo al living de Leonardo, a su intimidad, por lo que el conflicto parece inevitable. Este es el planteo básico de El hombre de al lado, la última obra de Gastón Duprat y Mariano Cohn, ganadora del premio al Mejor Película Argentina -compartido con TL-2, la felicidad es una leyenda urbana, de Tetsuo Lumière- en el 24° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. A partir de ahí se ponen en juego el mundo del diseño y su snobismo (desde una mirada irónica), una relación conflictiva entre padre e hija, un matrimonio opaco y, por supuesto, las diferencias de clase entre los vecinos en conflicto. Pero el tema central gira en torno a los prejuicios. ¿Con qué elementos formamos una idea de alguien? ¿Alcanzan las apariencias para trazar el perfil de una persona? En momentos en que la estigmatización parece ser moneda corriente en Argentina la película -sin pretensiones filosóficas pero con la profundidad necesaria- desafía la percepción del espectador. Mientras que El artista (2008) caía de a ratos en la estructura de aquello que buscaba cuestionar (una película interesante, podría decir algún snob mientras se acaricia el mentón con el índice y el pulgar), aquí todo está mejor pulido y forma y fondo, si es que aún vale la diferenciación, van de la mano. Las apariencias engañan "En el terreno de la interpretación su mirada ideológica dará lugar a más de una controversia", escribió Diego Battle en Otros Cines. Bien mirada, la película no debería generar ninguna polémica porque se decide por el único camino posible. La imparcialidad inicial se mantendrá hasta el final. Recién ahí, otra vez con un solo plano, sentará posición. Sin intenciones de adelantar detalles de la trama -menos aún para una obra que muy pocos pudieron ver- se pude decir que cada escena, cada plano deja en claro quién es cada uno de los protagonistas. A diferencia de las películas de Juan José Campanella (en especial Luna de Avellaneda), donde sólo elementos externos a la acción -una concepción de los personajes previa a lo narrado- pueden evitar que el disparo salga por la culata, aquí el asunto funciona al revés. Todo está controlado y las apariencias, entonces, no hacen más que engañar. Quizá el final sea un tanto abrupto, y a la película le hubiese venido mejor reposar unos minutos. Quizá por momentos la narración caiga en algunas digresiones. Pero aún con sus problemas El hombre de al lado será sin dudas uno de los grandes estrenos del año próximo. Mientras una parte del cine nacional parece no haberse enterado de la aparición de Pizza, birra, faso (1997) y otra -con más profesionalismo y mejores ideas, es cierto- no hace mucho más que putear contra el Incaa, Cohn y Duprat ya realizaron dos películas sorprendentes. Quizá lo que moleste a una parte de la crítica es que dos tipos que vienen de la televisión (donde realizaron algunas producciones deplorables), directores un documental (Yo Presidente, 2006) tan insustancial como apolítico, sean los responsables de dos de las más interesante realizaciones que el cine argentino ofreció en el último par de años.
Luego de la ovacionada en el pasado Festival de Cine de Mar Del Plata, El Artista, Gaston Duprat y Mariano Cohn vuelven a atacar contra el modernismo y el arte en una comedia efectista presentada en HD. Leonardo (Rafael Spregelburg) es un diseñador exitoso de sillones para hogar y oficinas, él vive junto a su esposa snob y aburrida hija en una mansión de moderna arquitectura ubicada en La Plata, específicamente la Casa Curutchet, única construcción de Le Corbusier en Latinoamerica. El conflicto surge cuando en la casa contigua, un nuevo vecino derriba parte de una medianera para construir una ventana, según sus propias palabras “para robar un poquito del sol que a su vecino le sobra”. El invasivo y a su vez manipulador inquilino (Daniel Araoz), inteligentemente y con un choque de culturas buscará todas las vueltas posibles para concretar su cometido, enfrentándose e iniciando una guerra de vecinos inigualable. Se hace una explicita y reiterada critica al nuevo mundo del arte, critica que ya habian realizado en El Artista con mayor sutileza y efectividad. El Hombre de al Lado juega aun mas con la comicidad, por ir deconstruyendo al personaje compuesto por Daniel Araoz, quien sobresale en su labor.
Luego de la excelente e imperdible El artista esta dupla de directores soportaban todas las miradas encima. Su próximo trabajo tenía la difícil tarea de estar a la altura de su última producción. Bueno, El Hombre de al Lado logra ese cometido, aunque reiterando ciertas falencias en la última etapa de su estructura narrativa, o sea en el final. Unos vecinos muy diferentes divididos por una medianera, que terminará representando mucho más que una simple pared. Cuando Víctor, el vecino grasa, gritón y mal hablado decide construir una ventana, el mundo supuestamente perfecto de Leonardo, el vecino snob, creído y políglota entra en conflicto, poniendo en evidencia la bajeza y soledad de su existencia. Ácida, audaz, hasta por momentos cruel, esta historia con mucho de comedia encierra subtramas que muestran la sordidez de nuestros vacíos emocionales. Sí, estamos otra vez ante un excelente film de Duprat/ Cohn pero que como decía al principio falla en su desenlace. Ocurría lo mismo en El Artista, pero allí sabía que sus innecesarios diez minutos finales tenían que ver con un tema de co-producción. En El Hombre de al Lado me encuentro ante un final inesperado y discordante con lo que se me venía proponiendo. La sorpresa le gana la pulseada al suspenso y la película termina absorbiendo un golpe sin el que podría ser una obra mucho más redonda.
Vecino en la mira Luego de Televisón Abierta, Enciclopedia, Yo presidente y El artista, la ecléctica y prolífica dupla Cohn-Dupra propone otro film (pre)destinado a la polémica (en este caso, más ideológica que estética). El dúo se muda del mundo del arte moderno satirizado en El artista al del diseño y la arquitectura al ambientar su nueva película -premiada en los festivales de Mar del Plata, Sundance, Lleida y Toulouse antes de su estreno comercial- en la única casa, conocida como Curutchet, que el mítico Le Corbusier concibió en nuestro continente, en 1948, en la ciudad de La Plata. En ese magnífico paraje vive Leonardo (Rafael Spregelburg), un exitoso, prestigioso, obsesivo y snob arquitecto/diseñador, junto a su esposa Ana y a Lola, su hija preadolescente que siempre parece estar ajena, como metida en su mundo. Pero la plácida existencia se quiebra cuando unos albañiles empiezan a romper la medianera de la casa vecina para abrir allí una enorme ventana desde la cual su vecino puede invadir su intimidad. "Sólo quiero unos rayitos de sol", les dice Víctor (un desafiante, aterrorizador Daniel Aráoz), un pesado, un duro con claros rasgos psicopáticos. La tensión entre Leonardo y Víctor irá en aumento y aflorarán así las diferencias de clase, los miedos y las miserias, las actitudes despectivas y la prepotencia, en una escalada de violencia con inevitable destino de tragedia. Estetas consumados, preciosistas de la imagen y del encuadre, Cohn y Duprat consiguen un film impiadoso, despiadado y, en definitiva, bastante atractivo (algunos planos se alargan en demasía) que está muy bien sostenido desde las interpretaciones en un verdadero duelo entre los dos protagonistas y que, por momentos, tiene un tono que remite al cinismo de los hermanos Coen y, en otros, coquetea con cierto grotesco costumbrista. Una buena película, sin dudas, aunque en el terreno de la interpretación más intelectual su mirada sociológica e ideológica dará lugar a más de una controversia.
La guerra de los mundos La dupla integrada por los realizadores Gastón Duprat y Mariano Cohn (que próximamente filmará un policial con Viggo Mortensen) viene de realizar el documental Yo, presidente y la también galardonada El Artista. En El hombre de al lado (recibió el premio compartido a la "mejor película" en la 24 edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata), los directores imponen una vez más un estilo informal y preciso para acercarse al público. La vida de un diseñador industrial (Rafael Spregelburd) soberbio y snob se desmorona y altera cuando un vecino (Daniel Aráoz) decide hacer un hueco en la pared que da a su casa para colocar una ventana. "Sólo quiero robarte unos rayitos de sol, algo que a vos te sobra", le dice muy tranquilamente. La "guerra de los mundos" está a punto de estallar y comienza un enfrentamiento que coloca en primer plano las histerias, fobias y la locura del personaje interpretado magníficamente por Daniel Aráoz. Claro que el diseñador también detona otros conflictos con su familia: una esposa y una hija adolescente poco comunicativa. Los cineastas conocen cuál es el camino a seguir y, su último trabajo resulta un derroche de ingenio, buen entretenimiento y diálogos explosivos. El film fue filmado en la famosa casa de Le Corbusier, que también aporta al clima general de la historia con sus ambientes fastuosos y modernos. Y se convierte en un personaje más de este relato que se potencia por la aritmética de sus planos, su rigurosa puesta de cámara y porque funciona como una combinación de comedia y thriller hasta su sorprendente desenlace. El actor Rafael Spregelburd (quien proviene del teatro) encarna un personaje que se viene destruyendo anímicamente y la idea del "orden" lo lleva a un estado de locura. Y el otro, un "loco" lindo que misteriosamente se transforma. Ahí reside el secreto del film.
Leonardo es un diseñador reconocido por crear la silla que lleva su apellido, vive junto a su esposa e hija en la única casa que construye Le Corbusier en Latinoamérica, lugar visitado por educandos y profesores de arquitectura. Víctor es su particular vecino, un cavernícola a los ojos del diseñador aburrido, que decide hacer una ventana para cachar unos rayitos de sol. Víctor no es solo el hombre de al lado, es todo lo que Leonardo odia y teme: a raiz de la abertura que realiza en la medianera su vecino, el se redescubre como una persona mezquina y frívola que aparenta tener una vida plena y normal: perfectamente diseñada como sus proyectos, cuando en realidad se cae a pedazos. Excelente es interpretación del cordobés Daniel Araoz, ex Áryentain, que compone un personaje equilibrado, fuerte y hasta querible por momentos. Contrasta con la familia boceto de Leonardo: una mujer perdida en el new age , su hija Lola, que no emite sonido alguno durante todo el film y por supuesto la mucama omnipresente. Victor, por lo contrario, es chabacano y verborrágico, un espanto, como lo definen los amigos de la familia vecina. Mariano Cohn y Gastón Duprat fueron merecedores por este film del premio a Mejor Película en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata (2009) y premio Mejor Fotografía en el Festival Sundance este año. Rodada la mayoría dentro de la famosa casa Curutchet, que con su simetría marca el ritmo del film, resultando un comedia un tanto incomoda o un drama con momentos de humor ácido, pero siempre dejando el espacio suficiente como para que el espectador interprete y reflexione.
Ese extraño tras los muros La dupla creadora del documental Yo presidente (2006) y el largometraje de ficción El Artista (2008) entrega con El hombre de al lado todo su humor irónico y sofisticado. Se trata de un film de cuidado desarrollo estético en el que brillan sus intérpretes (Rafael Spregelburd y Daniel Aráoz) como dos vecinos enfrentados espacial e ideológicamente. Mariano Cohn y Gastón Duprat han mantenido una coherencia estética en todos los terrenos audiovisuales que frecuentaron. Ya sea en aquel ciclo de antología que fue Televisión abierta, en el documental, en los formatos disparatados de Much Music o en la ficción cinematográfica, siempre hicieron gala de un humor paródico pero a la vez medido, en donde la ironía es la figura retórica central. Ese camino que vienen construyendo desde hace años encuentra su mejor forma en El hombre de al lado, película premiada en el Festival de Cine de Mar del Plata del 2009. La anécdota es bien conocida: un hombre quiere construir una ventana en la pared que da a la cocina del vecino. Ese “hombre de al lado” es la intromisión, es el enemigo, pero a la vez representa el deseo de incidir sobre los demás y –en un plano más universal- la otredad misma. Sobre todo en este caso, si comparamos a Leonardo (Spregelburd) con Víctor (Aráoz). El primero, un prestigioso diseñador y padre de familia, de porte cool y verba seductora. El otro, un soltero desprolijo e irreverente que añora “unos rayitos de sol”. El guión no abandonará nunca la puesta en superficie de los rasgos que oponen a los personajes, pero –en el movimiento más interesante de su propuesta- también mostrará la decadencia moral y los puntos de contacto que los aúna. Para ello se solventa en dos actores excepcionales, es difícil ver el film e imaginar a otros intérpretes en sus roles. Como espacio absoluto, otra de las virtudes que tiene la película es desarrollarse en la única casa en América Latina que construyó el arquitecto Le Corbusier hacia fines de los ’40, más precisamente en La Plata. A tono con las particularidades de este espacio, se genera un clima enrarecido en el cual Leonardo y su familia se mueven como peces en el agua. Del otro lado se encuentra Víctor, enmarcado en un fondo oscuro una vez que tira abajo la superficie deseada. Este desarrollo espacial, como vemos, opera dentro de un plano simbólico que pone en jerarquía los valores y las contradicciones de ambos bandos. ¿Hasta dónde está dispuesto a ceder Leonardo? ¿En qué medida puede sostener su discurso frente a una familia que se presenta como el ideal pero que en verdad no lo es? ¿En qué punto desea ser aquel otro que es al mismo tiempo quien lo amenaza? La película tiene algunas secuencias memorables, como aquella en la que el arquitecto escucha música con uno de sus amigos (Juan Cruz Bordeu en clave referencial: acierto del casting) y éste confunde los golpes contra la pared con una manifestación de la creatividad del músico. Esta fusión entre el desarrollo dramático y la comicidad, le da al relato una distensión que permite introducir los aspectos más cuestionables (y por ello los más atractivos) de los personajes, hasta llegar a un final tan impredecible como siniestro.
Una pared, dos mundos. Una pared puede significar más que la división de dos propiedades. Dos mundos diferentes; dos miradas de la vida, distintas maneras de encarar las cosas; dos personas opuestas entre sí unidas y a la vez enfrentadas por el mismo muro. El encierro de uno y la amplitud del otro, que arquitectónicamente son explícitos, contrastan con la apertura y el encierro de sus mentes y corazones. Abrir un agujero en esa pared tendrá consecuencias impensadas. El increíble actor y dramaturgo Rafael Spregelburd encarna a Leonardo, un joven y talentosísimo diseñador de muebles que vive en el lujo y la comodidad de una casa exclusiva, amplia, cuyos enormes ventanales le permiten tener una vista incomparable. Al lado está Víctor, un vendedor de autos usados cuyos modales no se parecen en nada a los de Leonardo. Daniel Aráoz (con amplia trayectoria en teatro, cine y televisión) interpreta de manera brillante a Víctor, un hombre bastante vulgar, poco educado pero directo, que sabe lo que quiere y no parará hasta conseguirlo. Lo único que tienen en común es una pared en la que Víctor quiere hacer una ventana para poder tener un poco más de luz. Ya en los primeros mazazos la vida de Leonardo se altera; desde la relación con su mujer hasta su trabajo. El film, ganador de múltiples festivales, es una mirada sarcástica y aguda sobre dos modos de vida diferentes. El foco del relato está puesto en las reacciones de los dos personajes principales y en cómo cada uno va modificando en parte al otro. Se trata de su evolución en relación con el entorno; de poner en evidencia las necesidades de cada uno y con ello sus sentimientos, pesares, miedos y sobre todo sus miserias. El egocentrismo absoluto de uno y la personalidad manipuladora del otro chocan y dan pie a un juego psicológico que los dejará en evidencia. Tanto las personificaciones como las escenografías juegan un papel más que importante en un film crudo, durísimo, pero que con mucha inteligencia utiliza el humor y el sarcasmo para pintar una situación que se convierte en límite. La banda sonora se destaca, matizando con profundidad en cada sonido y en cada silencio, las escenas. Los colores, aunque solamente al principio están expuestos –el blanco y el negro de las paredes- son fundamentales e invitan al juego de la interpretación. Lo que es blanco esconde lo oscuro, y lo negro pasa por todos los matices, terminando si no en blanco, en un gris muy claro. Con textos incisivos, los personajes van armándose y tejiendo una trama densa y oscura. El diálogo que Leonardo pretende mantener con su hija –que se convierte en monólogo- es la expresión de una personalidad tan encerrada en sí misma que no permite establecer relación ni siquiera con su propia sangre.
Vecinos invasores El conflicto por una ventana es el disparador en este controvertido y sanguíneo filme. La dupla detrás de El hombre de al lado , la misma que hizo El artista , sabe muy bien esconder sus intenciones, que son mostrar las características más sórdidas de sus personajes, cuando pocos espectadores lo esperan. En aquel filme con el que debutaron en el largo tomaban el mundo del arte, lo examinaban y descomponían. Lo superfluo, lo naif y lo snob se daban de la mano hasta arribar a un final destructivo . Como si la mirada, la observación, fuera más que un tamiz, un filtro, en El hombre de al lado comienzan hablando de una relación conflictiva para terminar indagando en profundidad en uno de los hombres de al lado . Porque si hay un hombre del otro lado, también está el de éste. Las interpretaciones sobre quién es el centro no admiten dudas en el -algo- inesperado final. “Sólo quiero unos rayitos de sol”, le dice Víctor (Daniel Aráoz, en un papel completamente diferente a todo lo que se le vio) a Leonardo (el dramaturgo, director y actor Rafael Spregelburd). Un albañil está abriendo una ventana en la medianera, nada menos que de la Casa Curutchet, la única construcción de Le Corbusier en Latinoamérica, y Leonardo quiere hacer entrar en razón a su vecino para que desista. Poco a poco Leonardo, que es un diseñador exitoso, profesor universitario, comenzará a ver cómo su estructura -personal, familiar, laboral- comienza a resquebrajarse. Ese conflicto exterior no viene a hacer más que a estallar los problemas internos de esa casa, y de Leonardo en particular. Su relación con su esposa -que le exige que haga algo ante esa intrusión en su privacidad- y con su hija adolescente cambian. En un filme que levantará polémica, a todas luces Víctor tiene todos los números para llevarse en el sorteo el mote de malvado. Lo que quiere hacer -lo que hace- está mal. Decididamente mal. Gastón Duprat y Mariano Cohn han visto el cine de Polanski, y dominan la ambigüedad como pocos cineastas en el medio local. Y han extraído de Aráoz y Spregelburd dos actuaciones sorprendentes, en la acumulación de tensiones y lejos de distender al espectador, lo llevarán a una situación límite. Son impiadosos con sus personajes y pese a que algunas escenas denotan una falta de montaje preciso, son dueños de un estilo propio, controvertido y bien, bien sanguíneo.
El agujero en la pared y un desencuentro inevitable El hombre de al lado y la batalla por el rayo de sol En el comienzo, el rectángulo de la pantalla está dividido en dos: en la superficie negra de la derecha una maza golpea repetidamente y va abriendo un boquete, mientras en el sector blanco de la izquierda asoman grietas y se desprenden los primeros escombros. Esa imagen -las dos caras de una misma pared- introduce la idea del film y anticipa algunas de sus virtudes: su poder de síntesis, su sagacidad para percibir las múltiples facetas que pueden extraerse de un planteo sencillo y su claridad para exponerlas. Sencilla es la historia de Leonardo y Víctor. Uno es un arquitecto y diseñador prestigioso que acaba de ser premiado en Estocolmo, tiene una esposa burguesa que da clases de yoga, una hija adolescente que vive aislada con su música y su baile y una vivienda de privilegio -la Casa Curutchet, de Le Corbusier-, que corresponde a la imagen de esa vida perfecta. De Víctor se sabe algo menos: sólo que pertenece a una clase más modesta, que está lejos de cualquier sofisticación, que sus modales y su forma de expresarse son rústicos y groseros y que necesita un poco de ese sol que el arquitecto suizo-francés tan generosamente proporcionó a su vecino. De ahí el boquete que hace abrir en la medianera: quiere tener una ventana que a él le dará luz, pero invadirá la intimidad de la familia del arquitecto y destruirá la perfección de su casa-símbolo. Nace el conflicto (entre dos mundos inconciliables) y la tensión va in crescendo, aunque entre el aire bonachón pero avasallador de Víctor y la pusilanimidad de Leonardo el trato parezca cordial, y aunque en la superficie del relato prevalezca el ácido humor generado por el desencuentro entre el mundo grasa de uno y la arrogancia snob del otro. El film no ahorra mordacidad (en el fondo, lo más grave es que los dos tienen algo de razón) y es algo ambiguo respecto de sus simpatías, pero deja que los hechos que el guión imaginó, y que hacen progresar la acción más allá de algún titubeo ocasional, intensifiquen la sorda violencia hasta que en el patético giro final cada uno revele su verdadera cara. A la notable pulcritud formal (la casa es protagonista) y las certeras ironías que destapan sutilmente todo lo que hay de veras en disputa, hay que sumar el excelente trabajo del elenco, en especial el de Daniel Aráoz, un Víctor irreemplazable.
Una ventana demasiado indiscreta La dupla de El artista propone una comedia negra ambientada en la única casa que Le Corbusier construyó en América y en la que los personajes que componen Rafael Spregelburd y Daniel Aráoz disputan un espacio de poder tan concreto como simbólico. Vecindad e intimidad son dos aspectos que fácilmente pueden ser relacionados con Lo siniestro, texto en el que Sigmund Freud definía su objeto de análisis como aquello que desde el seno de lo familiar (lo cotidiano) se vuelve extraño, o la intrusión de lo extraño en lo familiar. Esa fórmula ha dado a lo largo de la historia del cine algunas obras maestras del suspenso, que justamente tienen como eje principal de su narración este aspecto de lo siniestro. No es otra cosa lo que hace de La ventana indiscreta (Alfred Hitchcock, 1954) o de El inquilino (Román Polanski, 1976), dos films únicos. Con muchos elementos en común, pero con una más que interesante marca personal, El hombre de al lado, segunda película de ficción del tándem creativo Mariano Cohn/Gastón Duprat, vuelve a insistir sobre la combinación con un resultado digno de ser mencionado junto a tan ilustres antecedentes. Si con El artista (2008) la dupla había dado muestras de talento, oficio cinematográfico y buen gusto, con El hombre de al lado confirman todo eso y suben la apuesta. Haciendo gala de una capacidad y una potencia simbólicas infrecuentes, ya desde la tan simple como notable secuencia de los títulos iniciales –en donde la pantalla dividida en mitades, una blanca y otra gris, presenta los dos lados de una misma pared que comienza a ser demolida a mazazos–, los directores dejan en claro varias de las líneas que se entrecruzarán en su narración: la dualidad, la penetración, la decadencia. Leonardo es un hombre de clase media burguesa dedicado al diseño, exitoso y brillante en su trabajo. Junto a su mujer y su hija vive en la ciudad de La Plata, en la única casa que el famoso arquitecto suizo Le Corbusier diseñó y construyó en toda América, un hecho para nada menor dentro del relato y del universo plástico de la película. Una mañana Leonardo se despierta por una serie de ruidos insistentes que al principio no consigue identificar. Se trata de un grupo de albañiles que acaban de abrir un boquete en una medianera vecina para instalar una ventana, cuya vista caerá de lleno dentro de su propia casa. Sorprendido e indignado, Leonardo ordena a los obreros que se detengan y que le informen al dueño de la propiedad lindera que no puede instalar una ventana ahí, violando su privacidad. El desgano con que los albañiles aceptan la orden resulta un preanuncio de lo que vendrá: lo próximo que sabrá Leonardo al respecto será a través de nuevos ruidos de obra. Desde su ventana, Leonardo conocerá a Víctor, el hombre de al lado, que asomado al boquete, intimidante con la voz arenosa y su físico robusto, impondrá los ritmos de la relación que ambos tendrán partir de allí. “Sólo quiero capturar unos rayitos de ese sol que a vos te sobra, Leonardo”, le dice Víctor al afortunado habitante de esa casa con piel de vidrio. El hombre de al lado también pone en juego la relación de clases: Leonardo no podrá sino sentirse intimidado por la intrusión de aquello Otro que llega desde afuera a intentar penetrar su mundo, a quitarle el espacio que, según él cree, le pertenece legítimamente. Primero de forma física y evidente, desde ese gran ojo abierto en la pared que mira dentro de su casa; luego desde lo personal: Víctor irá forzando una relación de intimidad que Leonardo quiere inútilmente rechazar. Lo otro irá ganando la curiosidad de Leonardo, su deseo; una admiración velada de rechazo. Como en las películas de Hitchcock y Polanski, la mirada de Leonardo, su propia subjetividad, irán construyendo a Víctor hasta convertirlo en obsesión. Ese hombre expuesto a la mirada de cientos de personas desconocidas que se acercan a ver la casa de vidrio de Le Corbusier rechaza e intenta someter y extirpar la mirada abandonada de ese vecino que busca robarle “unos rayitos de sol” y amenaza con mostrarlo tal como es. Otro de los grandes méritos de El hombre de al lado es la elección de la pareja protagónica. Rafael Spregelburd consigue hilar un Leonardo de trama muy fina, en donde el hombre capaz de maltratar desconocidos y de humillar a sus alumnos es también el mismo que no consigue el respeto de su hija y da muestras de ser un ser humano miserable; el mismo que poco a poco se irá quebrando en la relación de amor/odio (admiración/envidia) que lo une a Víctor. Por su parte, Daniel Aráoz produce un Víctor magistral, capaz de intimidar en una escena, de causar ternura en la siguiente, de arrancar la carcajada franca cuando el relato lo necesita y, sobre todo, de que todo eso dé por resultado un personaje sólido y no una mera superposición de momentos. Un párrafo especial merece el guionista Andrés Duprat, autor de las dos ficciones de su hermano Gastón y su compinche Mariano, quien construye la historia de manera precisa, sin necesidad de recursos truculentos ni grandilocuencia. El resultado final es una comedia negra, que comienza con una ventana indiscreta y termina dándoles la razón a quienes no confían en sus vecinos. Pero, ¿en cuál de ellos?
Un hombre que ronda los cuarenta, de anteojos godardianos –de esos que se ven tanto entre estudiantes de cine de escuelas privadas y artistas plásticos cancheros-, que se viste de negro mayormente, sweater de hilo negro con camisa blanca, pantalón de vestir, formal pero pretendidamente descontracturado, que diseña sillas hipermodernas, que vive en una casa totalmente blanca diseñada por Le Corbusier y decorada con pinturas de artistas contemporáneos (Tulio de Sagastizábal es el único nombre que recuerdo de los créditos, valga como ejemplo), que escucha música moderna y trabaja con su laptop y habla por el celular fluidamente, en inglés y en alemán. Que tiene una mujer profesora de yoga, tilinga. Que tiene una hija adolescente cuya habitación está ostentosamente decorada por un cuadro warholiano en rosa fuerte del Che. La vida de este hombre, Leonardo, que parece ir sobre rieles entre su trabajo como diseñador, alguna entrevista para la televisión y algún negocio con inversores extranjeros, se ve de pronto invadida una mañana por martillazos molestos que provienen de la casa de al lado. El vecino de al lado, el que da nombre a la película, es Víctor, y no hay otra manera de describirlo que con una palabra: es un grasa. El conflicto comienza cuando este grasa, dudosamente civilizado según los parámetros de Leonardo, empieza a abrir un boquete espantoso en la medianera que da a la casa de Leonardo para construir una ventana –“necesito un rayito de sol, un poco de la luz que vos no usás”, le dice como toda, sencillísima excusa. Leonardo explica que la obra es ilegal, que significa una invasión para la intimidad de su familia, que no da, pero el animal, parado desde un mundo en el que re da, no sólo hacer la ventana sino encima ponerle un marco de pino berreta, no entiende razones. Y ahí empieza un asedio, divertido para nosotros pero desesperante para Leonardo, que va abriendo de a poco toda la serie de conflictos personales y familiares que traman por lo bajo esa vida tan cool. La nueva película de Cohn y Duprat se parece, en varios sentidos, a la anterior, porque pone el foco sobre el mundito reducido de los modernos: escritores, artistas, diseñadores. Pero si El artista, con lo graciosa que podía resultar, era olvidable por quedarse en una burla más o menos cómoda del ambiente del arte moderno más top –las inauguraciones en galerías de Palermo, los mitos pavos sobre la creación, la recepción de arte como pose-, El hombre de al lado levanta muchísimo la apuesta y es más osada, en la medida en que abre el foco y se tira de cabeza en la cuestión de la clase. Se trata de las diferencias, sociales, culturales, entre dos cosas que podrían condensarse con esas palabras, que nadie quiere decir ni teorizar pero todos usamos y que estructuran nuestra percepción, que son lo grasa y lo cool. Dos mundos antagónicos, representados acá por Leonardo y Víctor, que se meten en una verdadera guerra a propósito de una ventana. Verse o no verse, abrir una ventana o tapiar una pared para seguir ignorándose felizmente: esa es la cuestión. Por eso, como representación microscópica del mundo divertido pero salvaje –en la mirada de Leonardo- en que vive el vecino, ese “animal”, como se lo nombra, hay un teatro hecho con una caja de cartón y decorado con fetas de fiambre, bananas medio podridas y galletitas apiladas con mayonesa, en el que Víctor monta una obra de títeres –dedos con botas texanas, ¿las mismas que llevaba la muñeca Barbie de la hija cool de la pareja cool, si no me acuerdo mal?- que divierte a la hija de Leonardo, y a nosotros también, pero que profana la ropita de la muñeca fashion embadurnándola con mayonesa. Sí sí, la grasa encuentra su figura más obvia en las botitas que resbalan sobre la mayonesa, en el piso de ese teatro de cartón. Esos fragmentos valen más como video que como parte de la narración, porque en tanto obra artística aberrante, profanan desde lo sensorial -vista y tacto, algo escandalizados, cuando metidos por la cámara adentro de esa caja, ¡de cartón!- la pureza de ese mundo blanco que para existir como tal necesita, al parecer, mantener cierta asepsia. Y lo importante, después de todo, es que acá Víctor es el único que se divierte, el único que coge, el único que baila en una fiesta en la que todos miran espantados. El hombre de al lado, contada si se quiere desde adentro de ese mundo cool, por gente que podría considerarse cool (está Juan Cruz Bordeu como parodia de sí mismo, está Pángaro, etc.), y con planos que alguien que quisiera destrozar la película podría llamar cool, socava todo ese mundo desde adentro, y lo hace con la sugerencia progresiva de que hay mucha más humanidad en la grasada de Víctor que en la impasibilidad impostada de Leonardo. Por eso la resolución de la película es brutal, cuando abandona el tono de comedia que hizo reír a carcajadas a toda la sala para tirar tremendo golpe bajo. A la salida de la función se armó el debate en la vereda: unos decían que el final no daba, que ese golpe de efecto lo arruinaba todo. Otros argumentaban con pasión que no daba hacer una película cool para burlarse de lo cool. Que la película haya planteado esos problemas, para mí, que soy medio anticuada, es todo un logro. Y la potencia del planteo final, golpe bajo, sí, pero que incomoda hasta el mismísimo asco, está cifrada en una sola mirada, larga, silenciosa, de Leonardo impasible, como la contracara atroz de la vida cool, a ese vecino que por fin pudo sacarse de encima, de una manera que…bueno, vayan al cine y vean. Después me cuentan si El hombre de al lado no toma partido -sin demasiados matices, y eso sí puede ser discutible- por la bota embadurnada en mayonesa.
El último film de Mariano Cohn y Gastón Duprat es una simple pero profunda representación de la división de clases en el país, invocando un humor que pasa desapercibido en muchas oportunidades, un drama vecinal muy bien logrado y una excelencia técnica sorprendente.
El hombre de al lado es una buena propuesta para los seguidores firmes del cine nacional Está en el medio del cine “industrial”, con todo el respeto que esa palabra se merece, y el cine que solo le interesan a 4 festivales. Y creo que la película tampoco sabe bien en si está más cerca de uno o de otro. Arranca con la mención de festivales casualmente, como lo hacen esas películas que con suerte llevan más gente que las que consumieron el catering de la filmación, pero una vez pasadas esas aburridas placas negras, se pone interesante. No debería ser necesario aclararlo en el cine internacional, pero si conviene hacerlo notar cuando es una Argentina, porque mayormente no pasa, El hombre de al lado se ve y se escucha muy bien. Eso hay que agradecerlo realmente, y es muy agradable ver cómo se va mejorando la técnica en el cine argentino, indudablemente por el uso de mejores tecnologías. Por el lado técnico entonces está muy bien. ¿Las actuaciones? Deliciosas… la pareja protagónica tiene una fuerza increíble y desde los polos opuestos que son sus personajes están realmente brillantes. Seguramente quedará en la cabeza más firme el papel de Araoz, pero el personaje de Rafael Spregelburd no es para nada fácil de interpretar, y el no deja ninguna duda. La historia es buena y las líneas que le dan a los personajes demuestran un muy buen trabajo previo. Los personajes tienen momentos y diálogos que permiten identificarlos perfectamente con millones de argentinos, sin caer en exageraciones. Ejemplo de esto es como el "diseñador" reinventa o modifica diálogos o situaciones que vivió con su vecino. Creo que para que fuera una película para públicos más grandes, se tendría que haber inclinado más hacia uno de los generos tratados. Porque ahora la película es en parte de suspenso, con toques de comedia, y obviamente momentos dramáticos. Y está todo mezcladito. Y realmente no se cual hubiera sido el ideal para reforzar, pero si le hubiera sumado mucho que se definiera mucho más. También se podría haber ahorrado unos 10 a 15 minutos, ya que no es una película que necesite dejar en claro algo más. Está todo bien claro, y se prolonga bastante en su definición innecesariamente. El hombre de al lado no será una película pasión de multitudes, pero realmente es un buen trabajo y una buena propuesta del cine nacional que quiere hacer bien las cosas, y que si sigue este camino, pueden salir grandes películas para reconciliar al público con un poco más de 4 películas al año.
Ese asunto de la ventana El hombre de al lado. Es decir, hay una persona acá y hay otra persona del otro lado. Acá, Leonardo (Rafael Spregelburd) un diseñador fruncido que tiene el mundo a sus pies; del otro lado, Víctor (Daniel Aráoz), un militante de la grasada. El acá y el otro lado es la construcción de todo un universo de diferencias socioculturales. Leonardo vive en la casa Curuchet de La Plata, famoso inmueble construido por Le Corbusier. Víctor, justo en el patio interno de Leonardo, quiere abrir una ventana para capturar unos rayitos de sol. Obvio: el diseñador saca a relucir toda su teoría estético-legal-snobista-pelotuda para prohibirle continuar. Que sí, que no, que por favor, que ni se te ocurra, que amenaza, que te quiero, que seamos amigos, entre cortocircuitos se va ensamblando una comedia que reúne críticas certeras a los caprichos de una familia que entiende que el contacto con un ser humano por afuera de sus códigos representa, textualmente, un viaje antropológico. El hallazgo de la película es el registro actoral, cada personaje cumple su rol con brillo, Víctor es un tipo con calle y muchísimo carisma, Leonardo es un intelectual cotizado que se da el lujo de echar a la prensa especializada de su casa. Hay no menos de diez frases de Víctor que serían un hit si aparecieran en cualquier novela de las nueve de la noche. El personaje de la esposa del diseñador es un estereotipo, pero está bien utilizado, es la mujer con ínfulas, la que todo le cae mal, la que no le tiembla el pulso para dar órdenes y convertir su rostro en un trasero. Al grano: la conchuda. Igual que la hija, encerrada en su habitación con la cabeza atascada en un ipod fucsia de 160 gb. Leonardo cree que su ombligo es el punto cero del big Bang. Todo encaja sin caer en regionalismos (o gags demasiado argentinos), El hombre de al lado podría perfectamente subtitularse y recorrer cines de países europeos, funcionaría sin obstáculos. El error es la imposibilidad de cerrar la historia. La película avanza con idas y vueltas inteligentes, incluso con buenos recursos narrativos, es notable que la cámara casi no sale de la casa, es pura potencia de diálogo. El final parece incrustado, copiado y pegado del noticiero de América 24. Balas, sangre, una muerte agónica en plano detalle. No había necesidad. Es claro que faltó una última idea para hilar y concluir la muy buena historia que lleva adelante la dupla Gastón Duprat – Mariano Cohn desde la dirección (hay fuertes puntos de encuentro con El artista, su film anterior, la línea de comedia está apuntada en la misma dirección: el paralelo entre el snobismo y el autismo), y Andrés Duprat en el guión. Aún con esa falla, la película sale bien parada, vale la pena soltar unas cuantas carcajadas durante el desarrollo.
Más estimulante (y más perturbadora) que la de Stallone es El hombre de al lado, de Mariano Cohn y Gastón Duprat, una película sobre una guerra fría entre vecinos (Rafael Spregelburd y Daniel Aráoz) que es también un estudio sobre las relaciones entre clases socioculturales, a la vez que una sutil comedia sobre las imposturas, con algunas secuencias magníficamente resueltas y un final demoledor. El cine de Cohn-Duprat (cuya pelícua anterior es El artista, aquí comentada: http://hipercritico.com/content/view/1703/38/) se afianza en su narrativa elegante, fría y de fina observación. Los directores –obsesivos de los encuadres perfectos–, se animan cada vez más a la ficción, a plantear conflictos, a hacer un cine que puede pasar de observaciones arquitectónicas y sobre el diseño cool a la tensión del enfrentamiento entre dos protagonistas cuyas personalidades y cuya relación inquietan al espectador.
El ojo que nos mira y el ojo que no ve Leonardo (Rafael Spregelburd) está en la cima de su carrera: es un diseñador exitoso, un docente admirado y temido por sus alumnos y un hombre de familia bien, tranquilo, snob. Hasta se da el gusto de habitar la única casa que Le Corbussier hizo en Argentina, una maravilla arquitectónica, baluarte de un barrio de la ciudad de La Plata. Todo marcha bastante bien, hasta que un día los martillazos en la medianera lo sacan de su eje para ponerlo frente a un vecino al que recién presta atención. Víctor (Daniel Aráoz), reducidor o vendedor de autos usados - nunca se aclara bien este punto en la película- clama su derecho a "unos rayitos de sol", su pertenencia desde siempre al barrio, su intención de buena vecindad con Leonardo. Pero desde ese momento, será un elemento disruptivo en la vida del apacible y neurótico diseñador-arquitecto. Al mismo tiempo que comienza a conocer y a relacionarse con Víctor (muy a su pesar, está claro), Leonardo devela poco a poco los rasgos más enfermizos de su personalidad. Entre sus familiares y amigos, se burla de ese vecino al que no es capaz de enfrentar con la mínima valentía cuando le toca hacerlo. Con el correr de los días, el mal dormir y la tensión se apoderan de toda esta vida aparentemente perfecta que Leonardo cree vivir, mientras el vecino atraviesa su propia existencia con una placidez y verborragia exentas de todo filtro. A través de las ventanas enfrentadas y separadas por un metro escaso de distancia, transcurren como en un escenario los conflictos (algunos soterrados, otros explícitos) de dos individuos destinados a no comprenderse del todo. Con un sólido guión de Andrés Duprat, excelentes actuaciones por parte de todo el elenco y sobresalientes en el caso de los protagónicos, más una puesta en escena y edición que sintetizan lo mejor del cine nacional de la última década, "El hombre de al lado" tiene todo para cautivar al espectador exigente, tanto como al iniciático. Lo único que podría llegar a restar en esta trama es la morosidad de algunas escenas y la escasa tensión de los últimos minutos, aunque sobre el final el clímax se viene encima del espectador casi sin previo aviso, de la forma más inesperada posible. El ante último plano largo es una maravilla de síntesis y conclusión para los dos personajes centrales.
Sarcasmos sobre diferencias sociales La combinación de tensión narrativa (con pinceladas de suspenso y humor), calidad formal y entrelíneas controversiales en torno a diferencias de clase, convierten al tercer largometraje de Mariano Cohn (1975, Villa Ballester, pcia. de Buenos Aires) y Gastón Duprat (1969, Bahía Blanca, pcia. de Buenos Aires) en un producto curioso, original en el contexto del cine argentino actual. El pretexto para desplegar sarcasmos es el enfrentamiento de Leonardo, arquitecto y diseñador, habitante con su esposa y su hija de una sofisticada casona (la casa Curutchet, creada en 1948 por el pintor y arquitecto franco-suizo Le Corbusier en La Plata, que en la realidad está abierta al público), con Víctor, un vecino que lo sorprende abriendo una ventana que reduciría su privacidad. Uno es agradable y elegante pero hipócrita, calculador y cobarde; el otro es puro instinto, llano, imprudente, de reacciones imprevisibles. “Sólo quiero un rayito de sol”, reclama Víctor, y su demanda parece contener otras, frente al confort displicente de su vecino. Si bien el film roza tangencialmente problemas actuales –como el exceso de construcciones, los problemas de convivencia y el miedo a los robos en las grandes ciudades–, su núcleo es esa contienda entre opuestos. El hombre de al lado juega con una saludable ambigüedad: tanto Leonardo como Víctor parecen envidiar o desear cosas del otro, y en ambos aflora alguna forma de violencia (en uno más sutil y cínica, en el otro a flor de piel). Víctor se ofende si alguien maltrata a su tío pero no titubea en usar alguna expresión discriminatoria, en tanto en la vida personal y profesional de Leonardo lo moderno y lo frívolo se confunden fácilmente, y la falsedad de su discurso progre se hace evidente en los argumentos con los que se justifica ante su hija (cuya habitación exhibe una decorativa imagen del Che) o sus alumnos universitarios. Los golpes en la pared molestan, pero en el mismo interior de la casa ruidos e indiferencia impiden escuchar. Es para celebrar la falta de solemnidad con la que Cohn-Duprat abordan desigualdades sociales y culturales que forman parte de la Argentina. Sin digresiones, con un puntilloso tratamiento de los elementos en el plano y muy precisas actuaciones de Rafael Spregelburg y Daniel Aráoz, El hombre de al lado divierte con su mirada satírica. Entre los reparos que pueden hacérsele está el hecho de no preocuparse por insinuar las causas que llevan a esas diferencias irreconciliables entre los personajes, o su precipitado final (que, aunque permite alguna lectura ideológica, no deja de ser tranquilizador). Por otra parte, si bien, como se señaló anteriormente, no escatima ironías sobre la clase intelectual-acomodada que representa Leonardo (junto a sus amigos y su familia), ya desde el primer plano después de los títulos queda claro que el film adopta su punto de vista. La forma en la que se regodea con la hermosa casa y con la que mira siempre desde la ventana de Leonardo y no de Víctor, y hasta la elegancia del diseño de los créditos finales y su música incidental, demuestran del lado de quién se pone El hombre de al lado, restringiéndole al espectador la libertad para identificarse con uno u otro de los personajes.
Una ventana indiscreta sobre los prejuicios y el poder de los símbolos. ¿Cómo una simple ventana puede hacer tambalear un mundo perfecto? Los directores Mariano Cohn y Gastón Duprat partieron de ese interrogante para construir “El hombre de al lado” con la cual suman un exponente singular al cine argentino. Es así por la profundidad y multiplicidad de digresiones que surgen a partir de una anécdota en apariencia simple, por la irreverencia en el tratamiento de los personajes y por la ironía un poco cruel con que los tratan. Pero todo tiene sus matices en esta película que conserva algunos rasgos de la forma en la que esta dupla de directores apela al humor y al drama, tal como lo hicieron en “El artista”, el filme que marcó su debut en la pantalla grande. Para empezar no se trata de cualquier ventana. Es una abertura que se hace sobre una de las medianeras de la Casa Curutchet, diseñada en 1949 por el arquitecto Le Corbusier en La Plata y la única en Argentina. Segundo, su propietario, como es de prever, es alguien valora y disfruta de saber que es el propietario de un símbolo de la arquitectura moderna, visitado y fotogafiado por turistas y estudiantes. ???Tercero, el autor de los mazazos que rompen ese símbolo (de exclusividad, de poder, de sofisticación) no sabe ni le interesa ni entiende que lo que hace es un sacrilegio para el afectado. El sólo, dice, pretende tener “un rayito de sol” de todo el que se derrama generosamente sobre la casa de su vecino. Así es como rompe la venerada pared, y al mismo tiempo abre grietas en una estructura familiar y personal y en una vida en apariencia inmejorable. ???Esos dos personajes, Leonardo y Víctor, representan dos mundos irreconciliables antes que opuestos o enfrentados: el de una persona algo rústica, pragmática y de modales simples, y el de un exitoso diseñador, sofisticado, arrogante y cuya sensibilidad parece sepultada debajo de una densa capa de esnobismo. ???El guión de Andrés Duprat no siente piedad por ninguno de los dos, interpretados con eficacia por el actor cordobés Daniel Aráoz (Víctor) y el director y actor Rafael Spregelburd (Leonardo). Durante las casi dos horas de película, guionista, directores y actores están al servicios de un filme con múltiples lecturas. ?En el trabajo se destacan una trama que complica el conflicto a medida que transcurren los minutos y deja al descubierto, sin estredencias y de una forma casi minimalista, el caos que puede generar una ventana indiscreta.
Una ventana que irrumpe en el ámbito de lo privado Luego de El artista, inteligente film que explora las paradojas del sistema del arte contemporáneo, sus personajes y las dificultades para definir conceptualmente al arte y a sus actores directos e indirectos, caso relevante: la figura del "curador". Esta vez, sus directores Gastón Duprat y Mariano Cohn volvieron a sorprendernos con un nuevo trabajo, El hombre de al lado, rodado íntegramente en la casa Curutchet, en La Plata, que tuvo su avant premier en el 2009, dentro del marco de la Competencia Argentina en el 24º Festival de Mar del Plata. En ese estreno estuvieron presentes Gastón Duprat, y los dos actores protagonistas, Daniel Araoz y Rafael Spregelburg, donde Duprat planteó que: “La idea de hacer está película venía gestándose desde hace tiempo, que era anterior a El artista, y surgía de una historia real que le sucedió al guionista, su hermano (Andrés Duprat), y que luego ambos recrearon”, contó además que “Salvo el final, la mayoría de los episodios son muy parecidos a los que en realidad vivió Andrés”. Un detalle para tener muy en cuenta es que los hermanos Duprat eligen el argumento de sus filmes aprovechando sus experiencias de vida, las actividades, el ámbito en el cual desarrollan su trabajo y las relaciones que los rodean. El hombre de al lado fue filmado en la Casa Curutchet, una obra de Le Corbusier, la única en Latinoamérica del destacado arquitecto suizo-francés, construida entre 1949 y 1955, reconocida como una joya de la arquitectura mundial. A lo largo de 110 minutos,el film muestra los distintos espacios internos y externos de esta propiedad ubicada en la ciudad de La Plata, sobre la calle 53, frente a la Plaza Rivadavia. “La casa es el primer gran personaje de esta película, en cualquier lugar que pusieran la cámara era muy fácil actuar”, contó el actor Rafael Spregelburd. Sobre la locación donde fue realizado el film, Duprat dijo que se les ocurrió hacerlo en la casa Curutchet (declarada de interés provincial, turístico y Monumento Histórico Nacional en 1987) porque “es una obra de la arquitectura moderna y eso servía para multiplicar el efecto del hecho principal, no sólo se arruinaba la vista de una casa sino de una obra de arte como lo es ésta en particular”. Los directores plantearon una obra de arte dentro de otra obra de arte, una película filmada dentro de la Casa Curutchet. “Tener una sola locación, la casa, nos permitió todo tipo de bambalinas teatrales, como ensayar las escenas y filmar en tiempo cronológico", agregó el actor Daniel Araoz. La medianera de esta casa es la real protagonista de la película. Leonardo (Spregelburg) es un destacado diseñador industrial que compró la casa Curutchet para vivir con su esposa y su hija. En la casa de al lado vive Víctor (Araoz), un rústico, prepotente y absolutamente desenfadado hombre (cordobés él), que empieza a romper la pared lindera a su vecino para poner una ventana, y de este modo captar “un poquito del sol” que a Leonardo “le sobra” en su casa. Un agujero en la pared para hacer una ventana, que desata situaciones de todo tipo. A partir de allí no sólo sale a relucir un conflicto entre vecinos, sino también la pintura de dos mundos en contraste, a partir de una situación un tanto inverosímil, pero provable. La película narra un conflicto entre vecinos, basados en un humor corrosivo, y en una violencia contenida, que hace de éste film una propuesta diferente con varios niveles de lectura. Los vecinos en la ciudad generalmente se ignoran, pero hay otros, que se introducen por la fuerza en la intimidad de los otros. De hecho, si dentro de lo que llamamos “Hogar” conviven personalidades, muchas veces diametralmente opuestas. Una medianera puede dividir dos mundos, dos maneras de ver y vivir en el mundo, que pueden resultar irreconciliables y pesadillescas. A partir de la rotura comienza un diálogo forzado, por momentos hilarante, inconsistente: donde cada uno toma conciencia de la existencia del otro, a través del comportamiento invasivo de este vecino, que se mueve con un discurso, que pretende ser racional, pero donde subyace una violencia enmascarada, lo que genera a la vez una tensión, respecto de las reacciones que pueden desencadenarse, en base al absurdo de la situación en sí. El film por momentos resulta cómico, otras irónico y en algunos momentos patético, con algunos tonos de comedia, sin dejar de señalar mas o menos explícitamente las miserias que portan y comportan sus protagonistas. Y que se harán manifiestas con un final claro pero abierto, en cuanto al nivel de responsabilidad de las acciones, que se producen en cadena. Queda una ‘conflicto moral’, en el espectador, que esta relacionado tangencialmente con varias aristas, donde una espera que la película le otorge una solución a dicho conflicto, pero la misma se hace a un lado, y le deja ese problema, y su posterior reflexión al espectador”. De hecho, El hombre de al lado está lejos de ser una comedia, porque el humor incomoda, desasosiega, generando en el espectador una reflexión ética, estética y moral, sobre los límites de los derechos de los otros, y sobre cual es el modo menos arbitrario de realizar esa acción de poder límites, sin acudir a la violencia. También están implícitos nuestros miedos cotidianos, nuestras mentiras a los otros y a nosotros mismos y los juegos de poder, que se esconden detrás de éstas. El tema de los cuestionamientos alrededor de las representaciones artísticas y de sus poses también se hace presente. Así, como las actitudes de ciertos estereotipos familiares donde parece que todos se encuentran acompañados, cuando la realidad es que todos se sienten solos e incomprendidos. Hay todo un muestreo de un recorte de la sociedad, que de hecho sus directores conocen a fondo, donde nuevamente los bienes simbólicos y sus efectos en la vida de las personas ocupan un espacio considerable. Y que hacen de El hombre de al lado, que se estrenará comercialmente el 2 de septiembre de 2010, una cita ineludible para conocer otra interesante obra de la dupla Duprat-Cohn. - Mejor Película – Festival Internacional de Cine de Mar del Plata (2.009) - Premio Moviecity Mejor Película Argentina – Festival Internacional de Cine de Mar del Plata - Mejor Fotografía – Festival Sundance (2.010) - Mejor actor – compartido por Daniel Aráoz y Rafael Spregelburd – Festival de Lleida - Mejor Director – Mariano Cohn y Gastòn Duprat – Festival de Lleida - Premio del Público – Festival de Cine de Toulouse - Selección oficial – New Directors New Films del MoMA y el Film Society de NY Dijo The Hollywood Reporter: “- Un film incendiario, disruptivo y poco complaciente, con una trama que se mueve en direcciones sorpresivas e inesperadas”. Dijo John Nein, programador del festival de Sundance: “- Un film con el verdadero espíritu de sundance, innovador, agudo, verdaderamente independiente, autoral”. Según indieWIRE “El hombre de al lado” es un film “cáustico y filoso, meticulosamente diseñado, enamorado de la arquitectura, con una puesta en escena de gran calidad plástica”.
El cuervo de al lado o sobre el film El Hombre de al lado de Mariano Cohn y Gastón Duprat “Lo que me dominó es el animal humano, el núcleo familiar, la familia, el hogar. Es darle al ser humano su cáscara”. Le Courbusier. Y una casa no era sólo una casa, ni un vecino sólo quien comparte la medianera. El Hombre de al lado, tercer largometraje de Cohn y Duprat, y ganador del premio al mejor largometraje argentino del último Festival de Cine de Mar del Plata, se interna con humor y profundidad en las relaciones de dos hombres con sus hogares y, en consecuencia, con los que comparten los límites de ese territorio propio. “Atrapar unos rayitos de sol” le pide, el personaje cabalmente compuesto por Daniel Araoz, a su vecino, que habita la única casa que Le Corbusier hiciera en Latinoamérica: Curuchet, en La Plata. Primer giro irónico del film: el hombre de al lado quiere un poco del sol que al otro le sobra. Intenta crear una abertura en el muro que los separa y los invisibiliza, y en este acto dispara no sólo la posibilidad de visualizarse sino de conocerse e interactuar. Es también la casa Curuchet única locación de una cuidada película que hace intervenir a la obra de Le Courbusier como un personaje más. Cada escena pareciera cuidar y continuar los lineamientos de esa preciosa arquitectura. Víctor (Daniel Araoz), verborrágico y envolvente tratará de transitar todos los caminos posibles para poder resolver el problema entre “amigos”, como buenos vecinos, invitando a Leonardo (Rafael Spregelburd) exitoso y “cool” diseñador de muebles a entenderse entre ellos para poder realizar una ventana en la medianera de la casa Curuchet…. Es ese conflicto el que moviliza escenas de encuentros y tensiones entre estos hombres, develando en cada uno la “arquitectura” del otro. Un ejercicio no menor en el cine argentino, siempre tentado a caer en discusiones filosóficas con aires de mayor profundidad; una tentación en la que parecen caer en su primer film (El artista) los directores pero que evitan airosamente en éste, y por ese mismo hecho, transforman su película en un lúdico disparador de discusiones sobre la modernidad, la propiedad y el otro-diferente. En este punto de la película, cuando el espectador se siente mimado visualmente e invitado a interesantes reflexiones desde el humor, un ripio final parece entorpecer lo que habría de ser una excelente expectación. Tal vez, tentados por otra dupla del guión y la dirección como los hermanos Cohen, un inesperado final propio de sus films, desajusta el final. Un vecino no es sólo quien habita a mi lado, puede ser el cuervo de al lado, aquel quien cambie algo de nuestra vida, aquel que nos prive del sol.
Cuando el sol entra por un lugar indebido Una de las sensaciones de angustia que resalta tras la proyección de El hombre de al lado es la legitimación de la desigualdad por parte del excluido. Situación que se ratifica gradualmente desde un comportamiento de gestos pequeños, atentos, que si bien subrayan la diferencia entre los dos mundos en juego no dejan por ello de ser funcionales entre sí. Es un mismo sistema el que los nuclea y necesita. Todo esto desde una síntesis dual: son dos vecinos. Uno de ellos es Leonardo (Rafael Spregelburd), diseñador de éxito internacional, de familia plástica, con esposa dedicada a la docencia de la relajación mental hueca, y una niña con auriculares adheridos y baile sonámbulo. El otro es Víctor (Daniel Aráoz), cordobés, soltero o algo así, la mirada torva. Rompe su pared con el fin de lograr el paso del sol a través de una ventana. "Sólo unos rayitos de ese sol que vos tenés", le dice a Leonardo, pleno de ventanales y de aire, pero con intimidad y privacidad ahora afectadas. Son dos ventanas enfrentadas, dos las maneras de mirar el mundo a través de ellas. Los golpes sobre la pared perturban la concentración de diseño internacional de Leonardo, tanto como la paz mental y laboral de su esposa o el disfrute musical, atonal e imbécil, con sus amigos. Golpes que son el preludio de un temor que anida. Motivo de sospechas, de miedos, de curiosidades. Pero también oportunidad para ver qué es lo que hace el vecino por la noche. El escenario en el que El hombre de al lado se filmó es genial, porque se trata de la única casa que, construida en la ciudad de La Plata, Le Corbusier diseñara en toda América. Motivo por el cual Leonardo es asediado una vez y otra por curiosos y estudiantes. Y si bien sus protestas se dejan escuchar -los botones de pánico parecen ser su elección mejor no deja de resultar una situación acorde con sus maneras snobs, con su gusto por la notoriedad. Notoriedad que no deja de ser, a su vez, más que una construcción de imágenes publicitarias, sillas imposibles, y programas televisivos de poses extravagantes. Mientras Leonardo puede pasar horas despreciando el diseño defectuoso de un prototipo de silla de estudiante, Víctor es capaz de diseñar una ventana enorme con marcos de madera común, bien común. También de sostener sobre ella sus proezas de alcohol y sexo, además de improvisarla como escenario de miniaturas -perversas miniaturas que hacen las delicias de la hija de Leonardo. Puede también señalar que no conviene ir al bar de la esquina, porque "está lleno de negros". Baila como loco, esculpe como un León Ferrari (más) desbocado, y pretende ser parte de lo que se le niega. En El hombre de al lado no hay embelesamiento desde ninguna de las dos partes. El personaje al cual remite el título, de hecho, puede ser cualquiera de ellos. De lo que se trata, en última instancia, es de unos rayitos de sol negados. Capaces de desencadenar una problemática de desenlace inevitable. El sol, entonces, que siga iluminando donde debe.
El otro, mi enemigo El hombre de al lado, una mirada estética sobre las diferencias sociales, los miedos y los prejuicios. Leonardo (Rafael Spregelburd) es un prestigioso diseñador, políglota, snob y soberbio, vive con su mujer y su hija preadolescente en una casa famosa de la ciudad de La Plata, diseñada por el arquitecto Le Corbusier en 1948. Su vecino es Víctor (Daniel Aráoz), vendedor de autos usados, extremadamente vulgar y prepotente. La lucha se vuelve inevitable entre ellos cuando a él se le ocurre hacer una ventana que da a la propiedad de Leonardo, para "atrapar unos rayitos de sol". A partir de allí, cada uno toma conciencia de la existencia del otro, y estallan las diferencias de dos vidas tan disímiles. Pero para Leonardo, su vecino no solamente es el "hombre de al lado", sino que es todo lo que él aborrece. Su rudeza se contrapone a la ordenada vida que el diseñador cree llevar, y no tardará en darse cuenta que no es tan así. Una esposa perdida que reclama "piquitos" en señal de atención, una hija conectada a su música que no le habla, y una mucama siempre presente que trata de mantener limpia la mansión, aunque la suciedad recaiga en las formas de sus habitantes. Una película detallista, estéticamente perfecta. Desde los encuadres a la iluminación, el trabajo técnico del equipo de El hombre de al lado es destacable. Imágenes que no dejan de lado un sólido guión, con un duelo actoral brillante entre los dos protagonistas. Víctor (un Aráoz gracioso y querible por lo rústico que es), que desde sus procederes y acciones hacen al redescubrimiento propio de Leonardo (un Spregelburd desbordado que se luce) cuya vida arquitectónicamente perfecta no puede seguir sosteniendo. Una ventana que se abre sus los miedos y a las actitudes más viles. Una comedia con una trama que entreteje el humor ácido con las miserias humanas, en la que el desenlace nos deja pensando. Porque además, la película es un tratado sobre la apariencia. Una mirada sociológica que hace repaso de dos clases sociales en la capital de la provincia de Buenos Aires. Su directores, Mariano Cohn y Gastón Duprat (Enciclopedia, en 2000, Yo presidente, en 2006, y El artista, en 2008) ganaron el premio a la Mejor Película en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata en 2009; y la distinción a Mejor Fotografía en el Festival Sundance en 2010
La última película de Mariano Cohn y Gastón Duprat presenta un campo de batalla en el que los contendientes luchan por un espacio que podría ser menos físico que mental. Un hombre (Rafael Spregelburd) se desayuna un buen día con la novedad de que su vecino quiere romper una pared para abrir allí una ventana con vista a su casa. El tipo es el no va más del refinamiento según ciertos parámetros modernos en boga, vive en una casa de diseño, es exitoso en su trabajo (trabaja sin moverse de su casa, por lo demás) y su gustos musicales le permiten disfrutar de esa cosa tan difícil de digerir denominada ruidismo repantigado en un sillón con un trago en la mano. Del otro lado, separado por dos metros escasos, viene a romper tan excelsa rutina un bruto gritón de ocupación incierta (Daniel Aráoz), de modales impredecibles e inclinado al parecer a la mala poesía: “Yo lo que necesito es un poquito de luz que a vos te sobra”, responde el zafio por toda explicación con musiquita cordobesa en las palabras cuando el otro le pregunta que qué se cree que está haciendo. Mediante el oportuno anacronismo del uso de la pantalla dividida habíamos visto antes el efecto de los martillazos simultáneamente sobre ambos lados de la pared de marras. Como ya había quedado claro en sus otras películas, los directores son amantes de una simetría casi obsesiva en el encuadre y la disposición de los planos cuyo alcance no siempre llegaba a tener una justificación plena. Y aunque en esta oportunidad ese rigor parezca en principio estar al servicio del subrayado un poco sumario del juego de opuestos que El hombre de al lado se encarga desde el vamos de poner en escena, lo que esa primera imagen sugiere no deja esta vez de funcionar de un modo especialmente pertinente. La parte de adentro de la pared es oscura, la de afuera es blanca: esas dos tonalidades, en la película, solo pueden compartir el plano o el espacio mediante un artificio. Solo lo comparten idealmente, amparados en el presupuesto de la urbanidad y de la buena vecindad. Pero no todo es tan sencillo. Una de las curiosidades más notables de El artista, la anterior película de Cohn y Duprat, era el conocimiento de primera mano que los realizadores parecían exhibir acerca del particular universo en el que se afanaba el protagonista. El hombre de al lado muestra al dúo moviéndose en ese terreno otra vez como pez en el agua. La precisa descripción del orden social en el que se mueve Leonardo (Spregelburd) incluye como uno de sus componentes a la corrección política, bajo cuya fachada se esconde el desprecio de clase y se disimula mejor la mala conciencia de los personajes derivada de los propios privilegios. Como ocurría con El artista, nada desentona en la verosimilitud de la película, ningún detalle parece estar fuera de lugar, y una parte no desdeñable de su gracia a veces sublime proviene de la posibilidad privilegiada de contemplar y comprender un todo perfectamente ensamblado y coherente y al mismo tiempo poder advertir y señalar el costado ridículo o despreciable de sus rutinas y automatismos como si fuesen ajenos. Pero, ¿en qué vereda se paran en realidad Cohn y Duprat? ¿Hacen películas cool que solo simulan poner en crisis lo cool, como señalan algunos con desconfianza, haciendo ingresar en su propio mundo un elemento desestabilizador con el que no terminan de simpatizar pero que les resulta útil a afectos de lograr más eficazmente su impostura? Aunque no tengo claro si esa objeción en particular que le hacen sus detractores al cine de la dupla es desacertada, se me ocurre que tanto El artista como El hombre de al lado no deberían considerarse como el mero ejercicio de una mirada más o menos irónica e impiadosa sobre una porción del mundo. En El artista un extraño ingresaba de casualidad al mundo del arte y lo que pasaba es que a la larga se encontraba lidiando no tanto con los signos de una farsa que al espectador enseguida le resultaba evidente (de allí la comicidad más bien programática de la que la película se permitía en parte hacer gala), en la que el objeto artístico adquiría su legitimación mediante procedimientos disparatados (cuando no espurios), sino que descubría algo bastante más desgarrador e inesperado: el carácter de la confección del arte como el de un saber esencialmente intransferible. Si el modo de recepción de una obra artística se encontraba sujeto a un flujo variable de taras cuya índole el personaje principal intentaba rápidamente aprehender para seguir a flote y no ser desalojado de ese mundo, el germen profundo de la obra de arte se le terminaba en cambio revelando como un enigma de orden superior, un misterio inabordable que concluía prácticamente sumiéndolo en la melancolía y la enajenación. De manera igualmente imprevisible, el relato que Leonardo les hace a sus amigos acerca de uno de sus encuentros con el inoportuno vecino se encarga de precipitar la película hacia un abismo de ambigüedad prácticamente único, en el cual lo que parece salir a la luz es la secreta identificación del dueño de casa con “el hombre de al lado”. Si hasta ahora habíamos visto al vecino asomado a su dichosa ventana o parado en la vereda con dos estatuas horrorosas en la mano, es decir, como un ser unidimensional, solo diagramado como la figura salida de un mal sueño, ahora, en la narración de Leonardo (que incluye una lograda imitación cómica del tono y los dichos de su antagonista), aparece nada menos que como un modo deseable de estar en el mundo: el otro es finalmente la bestia capaz de doblegar a ese mundo, de sortear situaciones incómodas (el que le dice “rajá de acá” a un limpiavidrios); el que es capaz de decir “negro” en forma peyorativa. No como Leonardo, a quien todo lo perturba, que apela a estrategias psi para no aparecer cediendo ante la indiferencia de su hija adolescente; que no tiene relaciones íntimas con su esposa y que es inmediatamente rechazado cuando se le insinúa sexualmente a una alumna. La escena de ese relato es poco menos que extraordinaria y sus resonancias alcanzan para despojar a los directores de la pátina de muchachones frívolos que por costumbre se les endilga, siempre dispuestos a jugar con hacer asomar al público a esa vidriera inexpugnable de los modernos.
La Ventana Indiscreta Hay una extraña pero buenisima mezcla de géneros y tonalidades en el argumento de esta peli nacional, hay ribetes de comedia negra con muchos momentos divertidos, por otro lado hay una fuerte carga psicológica en sus dos personajes que deriva en patologías fílmicas cercanas al "pyscho-thriller" y una dosis de intriga también. A raíz de un conflicto casero entre vecinos, con una cuestionada pared medianera donde uno construye una ventana y el otro pretende tapar si o si, vamos viendo reflejados como son en verdad estos protagonistas de la trama argumental, y donde se entra en un juego en el cual no se sabe bien quien son los buenos y quienes los malos para derivar en un final que sorprende y llama la atención, cerrando una idea lograda en lo cinematográfico. Y en el medio están ambos actores, bien sólidos en sus pintorescos personajes, tanto Aráoz como Spregelburd llegan cabeza cabeza al disco ganador, y nos entregan real credibilidad. Desde lo artístico, estupendamente filmada en la casa diseñada por el arquitecto francés Le Corbusier en La Plata -donde está realizada-, y tanto son inmejorables su sonido como su iluminación en lo técnico, lo cual muestra la capacidad del dueto de directores: Gastón Duprat-Mariano Cohn, los mismos del hit de tv "Televisión abierta" y de los filmes: "Yo presidente" y "El artista". Este filme argentino es como abrir una ventana al espectador pero por la cual afloran rasgos típicos sociales como la tilinguería, el cinismo, los miedos, "el que dirán", como asi tambien otras miserias humanas, como la mentira, y ciertas actitudes viles y nefastas, pero no nos sorprenderán, ya que por desgracia nos son propias.
Sarcástica, inteligente, brillantemente actuada, dotada de altos valores estéticos y fundamentalmente entretenida de principio a fin, El hombre de al lado escapa a los formatos del cine argentino más reciente. Despegada de abúlicas pretensiones intelectuales, búsquedas alegóricas y realismos costumbristas, este film de Mariano Cohn y Gastón Duprat es una suerte de comedia negra, corrosiva pero sumamente disfrutable y a la vez reflexiva. La dupla, que ha sido capaz de plasmar ciclos televisivos de indudable creatividad además de fundar y dirigir el canal Ciudad abierta, arribó luego a un atrayente film de entrevistas como Yo Presidente. Con El Artista abrieron un camino en el cine argumental sin dejar de lado el documental, retratando el mundo de las exposiciones y el comercio de obras de arte con sátira y desenfado. Ese mismo espíritu descolla en su nueva película, completamente dedicada a una historia de ficción, que presenta un conflicto vecinal entre un diseñador industrial prestigioso y soberbio y un prepotente buscavidas que decide hacer un agujero en la medianera para instalar una ventana. Una trama sencilla y a la vez compleja, resignificada a cada momento por inesperadas vueltas de tuerca. Porque uno de los valores más interesantes de El hombre de al lado es su escasa previsibilidad, lo que resulta más beneficioso aún teniendo en cuenta la existencia de films previos y afines como El inquilino de John Schlesinger y comedias cáusticas como Qué pasa Bob de Frank Oz o Vecinos de John G. Avildsen. El marco estético de un edificio diseñado por Le Corbusier se suma a planos de notable audacia expresiva en los que los rostros de los intérpretes pueden aparecer ocultos o fragmentados, entre otros toques innovadores de la puesta en escena. Algunas situaciones levemente remarcadas sobre el funcionamiento familiar del dueño de casa y un atraco no demasiado convincente no desmerecen una pieza brillante y provocadora, sustentada por un elenco en el que las estupendas caracterizaciones de Rafael Spregelburd y Daniel Aráoz resultan imperdibles.
Buenos vecinos Cohn y Duprat apuestan a un duelo actoral donde los distintos registros encajan funcionalmente y organizan el espacio de tal manera que hacen de la casa una protagonista importante. Leonardo (Spregelburd) es un diseñador argentino de renombre, reconocido aquí y en el exterior. Tiene una esposa, profesora de yoga, creída y bastante insoportable, una hija adolescente con la que no puede establecer la mínima comunicación y una señora encargada del servicio doméstico en una casa muy especial, sita en La Plata, la única construida por Le Corbusier en América. Moderna pero quizá un poco desprotegida y expuesta para estos “tiempos de inseguridad”. Víctor (Aráoz) es su vecino, un hombre algo despreocupado por las formas, un tanto invasivo, rudo y burdo, que trabaja en la venta de autos pero no parece muy legalista en lo que hace. Dos mundos completamente diferentes se enfrentarán por la apertura de una ventana en la medianera de ambas casas y la necesidad de “un rayito de sol que a vos te sobra”. Un pequeño acto que podría resolverse amigablemente, o al menos cuidando las formas regladas de convivencia, va generando complicados enredos, recurrencia a las mentiras y hasta la participación de abogados que entorpecen la resolución, alargan el tiempo de conflicto y permiten el desarrollo de una relación entre los protagonistas (encuentros, charlas por teléfono y personalmente) que de otra manera jamás se hubiera iniciado. Leonardo es un snob, un pedante que ejerce poder sobre los que cree inferiores y subordinados, se avanza a una alumna (y hace el ridículo), echa a unos periodistas que le hacen una entrevista, se burla de los proyectos de sus alumnos y a sus amigos les cuenta la relación que mantiene con Víctor de una manera que lo deja bien parado pero que dista de ser real. Porque la realidad lo expone sin miramientos como un pusilánime. Todos los fundamentos que esgrime para negar la construcción de la ventana y resguardar su intimidad son avasallados por él mismo que hasta pone en práctica, con su mujer, cierto voyeurismo sexual y por la misma cotidianeidad del espacio exterior que siempre es registrado por la cámara como una asidua pasarela de espectadores que se asoman, piden acceder a la casa o le sacan fotografías. Mientras, del otro lado se construye un ser que vemos asomar como un violento en ciernes, capaz de explotar en cualquier momento y hacer cualquier cosa con tal de conseguir lo que se propuso. Si observamos bien, todo esto no es más que un reflejo de nuestro prejuicio, avalado por la mirada del diseñador que tampoco se gana ni se merece nuestra simpatía. El hombre de al lado es una película donde el guión es primordial. En forma sencilla y con una narración clásica se entreteje una comedia con un humor negro y diferente y que presenta un estudio sociocultural de típicos caracteres de nuestro tiempo. Un filme que expone nuestras miserias, nuestro lado oscuro y nuestros fantasmas sin didactismos ni apologías superficiales. La tensión generada desde el comienzo explota de la manera menos esperada y el cierre sin palabras, con la simple omisión, dice más que muchas frases altisonantes. Cohn y Duprat apuestan a un duelo actoral donde los distintos registros encajan funcionalmente y organizan el espacio de tal manera que hacen de la casa una protagonista importante, aprovechando con talento las líneas rectas, los blancos, las escaleras, los planos inclinados y los lugares abiertos. La consistente construcción de los personajes y su desarrollo lógico consiguen hacer creíbles las situaciones, aún cuando éstas se estiren en algunas ocasiones o parezcan repetir esquemas ya planteados. Como en El artista, su anterior cinta, los directores vuelven a elegir la polémica vistiéndola con sofisticación e inteligencia.
El espectador se va a sentir atrapado desde la primer escena hasta la última, incluido el final, que va a sorprender a la mayoría, y va a dejar desconforme a pocos. Los títulos finales también son dignos de ver por su...
Un hombre que vive con su esposa, hija y mucama en la única casa que construyó en Latinoamérica Le Corbusier (situada en La Plata, Buenos Aires), cuya arquitectura se caracteriza por tener grandes paneles de vidrio a la calle a través de los cuales se ve a cientos de turistas sacándose fotos, es quien tiene un conflicto con un vecino que construye una ventana con vista directa a su casa. Esta situación narra El hombre de al lado, dirigida por Gastón Duprat y Mariano Cohn, la misma dupla que hizo El artista, que ahora con un equipo más chico -ellos mismos hicieron la fotografía del film- y artístico también -en El artista trabajaron 97 actores y en esta solo 10- tomaron la arquitectura como otra rama del arte y presentan una historia que entretiene en todo momento al espectador. El timing justo en cada diálogo favorece a que muchas de las situaciones sean por demás graciosas, con elipsis y puntos de giro en los momentos adecuados (el guión fue escrito por Andrés Duprat al igual que El artista) y con actuaciones precisas, destacándose la labor del cordobés Daniel Aráoz (el personaje al que hace referencia el título), El hombre de al lado justifica cada premio obtenido hasta el momento de su estreno en Argentina (2 de septiembre). Fue mejor película en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata 2009, mejor fotografía en el Festival Sundance 2010, mejor actor -compartido por Daniel Aráoz y Rafael Spregelburd- y mejor director para Mariano Cohn y Gastón Duprat en el Festival de Lleida y premio del público en el Festival de Toulouse. Toda la película está filmada en el interior de la Casa Curutchet (Boulevard 53 N° 320, La Plata) y su vereda, una locación excelentemente elegida, con una cámara en mano inquieta realizada por Jerónimo Carranza -que también editó el film- con excelentes encuadres que por momentos dicen mucho más (todavía) que los diálogos. La música made in Sergio Pángaro, quien supo protagonizar El artista y que ahora aparece en una escena del film, no se destaca tanto pero acompaña las escenas de manera correcta, dando espacio -pedido a gritos por el guión- a los martillazos que suenan aquí y allá, siempre inoportunos y sorpresivos, provocando sonrisas con solo ver la cara del protagonista (Rafael Spregelburd) escuchar el primero. El hombre de al lado es una película disfrutable, una comedia inteligente que refresca la cinematografía argentina y que consolida a esta dupla hiperactiva (Cohn-Duprat) que ya está rodando su próximo proyecto: Querida, voy a comprar cigarrillos y vuelvo.
CASA DE MIEDO El hombre de al lado cuenta las tensiones entre un diseñador y su vecino de al lado. A partir de una premisa básica y una estética muy definida, los directores construyen un relato original para el cine argentino por su forma, a la vez que muy reconocible en la historia del cine. Leonardo es un diseñador de gran prestigio, casado y con una hija. Vive en la casa soñada de cualquier diseñador refinado, la casa Curutchet diseñada por el legendario arquitecto Le Corbusier. La perfección de su universo de diseño se ve opacada por su vecino Víctor, quien sin mediar aviso realiza un agujero en la medianera para colocar una ventana. El film arranca con un plan estético muy claro, la pantalla dividida en dos, mostrando la misma pared desde ambos lados, el punto de vista de donde vive Víctor y el punto de vista de donde vive Leonardo. Pero ese doble punto de vista es solo un truco estético, ya que el film nunca nos permitirá ver realmente desde ambos lados. Los espectadores del film, los realizadores y los críticos pertenecen al lado de Leonardo, no al de Víctor. Pase lo que pase, la mirada no es doble. Y no está mal que no lo sea, pero delata algo: el primer plano es muy ingenioso, pero no es coherente con lo que sigue. Son los problemas de un programa estético definido, la exigencia aumenta notablemente. El choque entre dos personalidades, dos universos encuentra en la medianera un espacio tan claro como rico y lleno de posibilidades que los directores saben aprovechar. Por momentos, la película recuerda a El plomero (The Plumber, 1979), de Peter Weir, notable telefilm donde una antropóloga civilizada se enfrentaba a la presencia cada vez más agobiante de un primitivo plomero. Ambos films tienen una conclusión afín y muchos puntos de contacto. Pero los realizadores buscan acá desnudar con insistente ironía las miserias y los clichés de una pareja moderna y su entorno. Es prácticamente imposible sentir simpatía por el pretencioso Leonardo, su insufrible esposa o su indiferente hija. La caricatura de trazo grueso de estos personajes no perjudica finalmente al film, ya que la interpretación que hace Daniel Araoz de Víctor es tan notable y auténtica, que se lleva por delante el resto de las obviedades. Claro que puede pensarse que los directores buscaron exactamente eso: darle al vecino una complejidad más perturbadora que la del protagonista. Aun con estas objeciones el film consigue mantener la tensión en todas las escenas entre Víctor y Leonardo, poniéndose gran parte del tiempo contra la hipocresía y la mala educación del educado diseñador. Varias escenas logran marcar esta violencia contenida y cuando la ambigüedad moral domina las acciones, el film alcanza su punto más alto. También se pueden ver algunas influencias de Cabo de miedo, de Martin Scorsese, en particular el coqueteo con la hija y la posibilidad de que “el villano” se vaya colando entre las grietas de una familia no declaradamente disfuncional. Otro mérito está en no alejarse casi nunca de la locación principal y mantener de esa manera la unidad dramática que el film necesita. Otro misterio a resolver es por qué se comercializa el film como una comedia. Tal vez cause mucha gracia a muchos espectadores la burla al mundo fashion y snob de los diseñadores, pero a mi no me provocó eso en ningún momento. O tal vez también pueda resultar gracioso el personaje de Víctor, aunque a mi tampoco me pareció que lo fuera. Justamente, si fuera una comedia sería una película excesivamente irónica y demasiado pedante. Entendida de forma más seria El hombre de al lado es un film más profundo y complejo que excede el tono satírico. En definitiva, la historia que se cuenta acá no es acerca del monstruo que está en la casa de al lado, sino la del que está bajo nuestro propio techo.
MI VECINO, ¿EL ASESINO? Los vecinos son personas a las que vemos casi a diario y con las que tenemos que convivir, al menos en el ámbito de la comunidad donde tenemos nuestra casa. Una de las cosas más difíciles en la vida es la buena convivencia humana. Y de esa relación con los vecinos, ya sean nuevos o de toda la vida, algunas veces surgen conflictos que si no se resuelven en su momento, se vuelven una bomba de tiempo. Leonardo es un reconocido diseñador industrial, casado con una instructora de yoga, Ana, y con una sola hija pre-adolescente, Lola, con la que no tiene comunicación. Ellos viven en la única casa que construyó Le Corbusier en América (Casa Curutchet, dotada de gran belleza y hermosas líneas), situada en la ciudad de La Plata, y es motivo de admiración de turistas y gente de los alrededores. Una mañana, la serenidad de su hogar se ve perturbada por el comienzo de unas obras en la vivienda lindera. Su vecino, Víctor, un personaje raro y extrovertido, pretende hacer una ventana ilegal con vista a su casa, para tener algo de luz natural, por lo que la intimidad de su familia se vería enteramente violada. La forma de comunicarse del nuevo vecino, entre amistosa y amenazante, genera en Leonardo un fuerte rechazo y, a la vez, un extraño sometimiento. El incidente comienza a ocuparle todo su tiempo, apartándolo de sus labores profesionales y familiares. Con la presión de su esposa para que ponga fin a la situación, Leonardo se va desmoronando poco a poco, porque no encuentra la forma de hacer que su extraño vecino deponga su actitud. Protagonizada por Rafael Spregelburd y Daniel Aráoz, dirigida por Mariano Cohn y Gastón Duprat y poducida por Fernando Sokolowicz, el multimpremiado filme argentino es una muestra de talento interpretativo y de una gran y plástica puesta en escena. La tensión que se genera entre los dos protagonistas maneja el nudo de la trama: ambos son totalmente diferentes, opuestos en todos los aspectos que se podrían evaluar. Leonardo, el diseñador, es un profesional políglota, egocéntrico, soberbio, arrogante y despectivo, perteneciente a una joven clase alta, de esos treintañeros que se desarrollan profesionalmente en el diseño, viven en viejas casas recicladas a nuevo en Palermo Hollywood (no en este caso), escuchan música electrónica de DJs internacionales y manejan lo último en tecnología. De Víctor, en cambio, con sus pantalones ajustados metidos adentro de las botas, no se sabe bien qué es o cómo se gana la vida, tal vez con sus siniestras esculturas que hace con perdigones de escopeta, o vendiendo guisos de jabalíes cazados por él mismo; es lo que muchos podrían llamar “un grasa”, tal cual lo define Leonardo en una cena con amigos tan paquetes como él (uno de ellos, interpretados por Juan Cruz Bordeu, ¿autoparodiándose?). Son geniales muchas escenas de este excelente filme, y la mayoría tienen a un exacto Daniel Aráoz como protagonista: cuando le cruza de ventana a ventana el guiso a su vecino en un balde de albañil; cuando monta el show de títeres en la ventana, con botitas de vaquera puestas en su dedos bailando sobre una banana; cuando se presenta a la fiesta de Leonardo con su nueva novia; y varios etcéteras, incluyendo el impactante e impensado desenlace, que nos deja con la boca abierta, y nos enfrenta ante lo mísero que puede ser el ser humano en determinados momentos de su vida. Seleccionada para participar del Festival New Directors, New Films de Nueva York y ganadora de premios en los Festivales de Sundance y de Mar del Plata, la dupla de directores y de actores colocan a “El hombre de al lado” en un lugar de gran importancia para el cine nacional, ése que nos permite reflexionar, con una historia chiquitita pero con un mensaje enorme, acerca de cómo somos y nos comportamos como hombres y como sociedad. Sencilla, tensa, chocante, imperdible.
El amor no alcanza Toda caricatura corre el riesgo del desprecio y hay veces que el amor no alcanza. O, para ser más precisos, hay veces que el amor no importa porque es esa manera de amor que surge más por compasión que por identificación, por fetiche y no por reconocimiento del otro. En El hombre de al lado hay una mirada despiadada sobre una clase que construye su confort sobre la base de esa tensión entre desprecio y fetiche, sobre la pocas veces delicada línea que separa aquello a lo que la clase margina de aquello a lo que esa misma clase incorpora como objeto de deseo. Una tensión que hace que la película de Cohn y Duprat haga con la clase obrera lo mismo que el protagonista hace con su vecino: simular afecto y destruirla. El filme parece querer denunciar la miseria moral de los nuevos ricos pero revela su propia miseria moral, su propio prejuicio, su propia imposibilidad de reconocer al otro. Es un detalle que puede resultar menor en una película de una perfección formal muy seductora, un prurito ético en una obra mucho más preocupada por la estética. Pero es un detalle importante si pensamos en los modos en los que pretendemos representarnos y en la pertinencia de recursos como el grotesco, la ironía e incluso el amor –porque, ¿quién no ama a Daniel Aráoz cuando se asoma por la ventana?– cuando la cámara mira desde arriba. Ese registro de superioridad le permite al guión reírse sin piedad de sus personajes, detectar los clichés y los asuntos ridículos de los otros para hacer dos caricaturas bien opuestas, dos extremos que se tocan en un punto: la mano que los dibuja y que se ríe de ellos.
Derribando muros Uno podría hacer muchas lecturas con respecto a El hombre de al lado. Podría por ejemplo interpretar desde el título algo tan obvio como aquel que tengo a mi lado, el prójimo, el otro o simplemente podría tomarlo como la cotidiana denominación de mi vecino sin demasiadas reflexiones posteriores. Pero de una u otra manera todo se limita a lo mismo: vivimos en un mundo, en una ciudad, en un barrio donde no sólo se convive con la familia o los amigos, sino también con gente que conocida o extraña hacen a la sociedad en la que nos movemos. Una sociedad muchas veces alienada por ritmos, rutinas y sobretodo prejuicios. Por esto es fácil asimilar la idea básica, punto de conflicto, en este film. Leonardo es un joven diseñador industrial, exitoso y de clase media alta, que vive con su esposa e hija en un exclusivo edificio de la ciudad de La Plata. Una casa única en latinoamérica, la casa Curuchet. Es un tipo realmente desagradable, egocéntrico, soberbio. Todo parece una vida perfecta hasta que un día su vecino, Victor, decide abrir una ventana en uno de los muros linderos. Una acción ilegal pero entendible: quiere un poco de luz solar que a Leonardo parece sobrarle. La preocupación del diseñador, por otra parte, también es comprensible: la casa no solo se desvaloriza sino que el vecino ahora tiene acceso a una intimidad antes resguardada. A partir de entonces se enciende el horno que da sustento al drama; porque no se confundan, lo que nos han vendido como una comedia realmente no lo es, a pesar de las incontables ironías que de pronto aparecen en la historia, sobretodo en relación al contraste de dos mundos completamente diferentes. Lo que esta película nos ofrece no es algo nuevo, es una problemática que uno puede hallar en otros films, pero la forma en que esta joven dupla de directores que ya en El Artista habían planteado algo similar (al menos en cuanto a esta mirada crítica de cierta parte de la sociedad) es magnífica y muy solvente a la hora de crear tensión. Ante todo cuentan una historia de dos personajes muy bien armados, con dos verdaderos profesionales de la actuación: Rafael Spregelburd, quien además de actor es dramaturgo y director teatral (y ya que estamos si pueden alguna vez ver su Acassuso es imperdible) y Daniel Aráoz quien a pesar de ser un actor multifacético uno asocia particularmente con la comedia. Aráoz aquí descolla sopresivamente llevando la película al tope con la construcción de Victor, un tipo ordinario, directo, al que uno intuye que le chifla el moño por momentos, un "grasa" total como lo define su fino vecino en una cena con amigos paquetes. El tira y afloje continuo de estos dos personajes, uno por el cierre de la ventana, otro por su construcción, conforman el hilo argumental de este guión escrito por Andrés Duprat. La tensión está genialmente armada desde que uno no termina mucho por definirse de qué lado se pone. Entiende a Leonardo, se entiende sobretodo ese temor hacia un hombre que desde el vamos oscila entre la cálida simpatía y la agresividad disfrazada que logra someter en más de una oportunidad al diseñador. Pero por momentos uno termina odiando las actitudes insolentes y hasta desmedidas de Leonardo que miente cobardemente y hasta es capaz de dejar que su abogado "apriete" a su vecino o maltratar a un anciano pariente de aquel. El clímax crece, las escenas van adelantando que el final no será del todo feliz, uno comienza a pensar si Víctor no tendrá razón en que es mejor hablar las cosas mates de por medio y hasta se enternece con los regalos que ofrece a su vecino, regalos que por otra parte uno no termina de entender si son reales o un medio para entregar mensajes encubiertos, amenazas disfrazas que acrecientan el temor y la tensión. Es ahí donde mejor brilla el film, en la construcción de situaciones cuyos personajes hacen a la tensión, al enigma de un final que se presenta totalmente impredecible, impensable, sorpresivo e impactante. Uno de los mejores finales posibles. Y en esto debo destacar el armado del trailer al que yo prejuzgué terriblemente por los spoilers que eventualmente nos demuestra que uno piensa lo que no debe, que uno también es un Leonardo más que termina enjuiciando de antemano, que la piedra en la mano la tenemos todos. El hombre de al lado es una crítica feroz a dos bandos muy definidos de la sociedad, a dos mundos diferentes e incomprendidos uno del otro, pero que finalmente nos llevan a la premisa elemental de que el hombre es un animal violento por naturaleza, un ser que podrá tener un lenguaje, una norma, una ley pero finalmente es un Caín o un Abel. Un ser que no importa en cuántas categorías pueda dividirse, al final se es bueno o se es malo, se es animal o se es humano- en el sentido moral del término. El film se planta entero sin moralismos baratos, sin moralejas finales definidas pero muy corrosivo a la hora de mostrar uno u otro mundo.
Los miedos de la burguesía Esta película no debiera dejar indiferente a nadie. Desde lo artístico de la propuesta hasta el plano dramático de la cuestión, todo es político en El hombre de al lado, este ¿thriller? careta que intenta poner en contraste las dos caras del poder en la Argentina dentro de un microcosmos anodino como lo es la relación vecinal entre dos platenses de diferentes clases sociales. El hueco que hace Victor para tener "unos rayitos de sol" pone histérico al prestigioso diseñador de arte, Leonardo, que vive en la única casa que Le Corbusier construyó en América y que es considerada una obra maestra de la arquitectura. Este conflicto desencadena una interesante trama que a simple vista se puede exponer como hasta irrisoria, porque no se puede evitar reír en la diferencia palpable que hacen Mariano Cohn y Gastón Duprat en el sólo hecho de la forma de hablar de los dos polos opuestos, pero que en una mirada mucho más minuciosa se traduce en una ácida mirada a los temores de la clase social más privilegiada de este país. Leonardo llora en el semáforo, o se consuela encerrándose en su Citroën último modelo mientras lo pone en lavado automático. Leonardo intenta "limpiarse", porque su vecino invasor le abrió los ojos, esos ojos que ni con los ventanales que construyó Le Corbusier pueden ver la vereda de enfrente. Por su parte, Victor sólo quiere un rayito de sol que Leonardo no usa, y encima vende autos usados y hace una bizarra práctica de esculturas con armas de fuego mientras por las noches invita a muchachas a beber, eructar y tener sexo con él. Estos dos contrastes se dan en un excelente y justo metraje calculado milimétricamente gracias a un gran trabajo de guión hecho por Andrés Duprat, avalado también por un bellísimo trabajo fotográfico que se llevó un premio en la edición de Sundance de este año. El aspecto técnico no sólo queda a merced de los ojos, sino del entendimiento. En El hombre de al lado, la historia transcurre en las edificaciones psicológicas representadas en las deconstrucciones arquitectónicas que protagonizan los dos personajes principales. Los estilos de vida se marcan con pincel, y lo que queda demás se pega con moco. Así de artística es esta película, que posee los mejores plano-secuencia del año, sobre todo en uno de los finales más intimidatorios y espeluznantes de la cartelera argentina que se recuerde, sin necesidad de entrar en el género al que le corresponden esos atributos. Con el shock ideológico se asusta más que con el mero sopetón, y eso es palpable en este film. Esta película habla con lo que se ve, y escucha sólo los golpes de las construcciones. El hombre de al lado se edifica en nuestras narices, y ni así nos evita la mirada aguda y crítica al sistema aislado de ciertos sectores del país. La inocencia del gorila de clase media, y la rigidez y paquetería del businessman de clase alta. Todo resumido en una mini-obra teatral que muestra que el arte no es sectorial ni partidario, sino político, muy político.
El cine de Cohn-Duprat, en términos de ficción, ya tiene su segunda entrega, en lo que, en vista de todo lo saludable que fue El artista, parece apuntar a convertirse en una buena costumbre del panorama local cinematográfico. Así como en el film anterior la dupla ponía el foco y la ironía (moderada, según ellos mismos) en el mundo del mercado del arte y, sobre todo, en sus personajes, aquí la clave está en las relaciones personales, pero dentro de un pequeño mundo que quizà no le sea tan extraño al anterior. El hombre de al lado cuenta la crisis que despierta en un hombre (habitante de la majestuosa Casa Curutchet, en La Plata) la llegada de un vecino que abre una ventana precisamente frente a su living, ubicado a poco más de un metro de distancia. Daniel Aráoz como el vecino prepotente y Rafael Spregelburg como el sofisticado diseñador damnificado entablan así una batalla cotidiana cargada de una tensión constante y creciente, en parte con un link al Sam Peckinpah de Los perros de paja, en parte con un anclaje en el Michael Haneke de Caché. El film es tenso pero al mismo tiempo una comedia ácida sobre una clase social que se ve invadida por la llegada de uno de "los otros", un forastero de clase, un nuevo rico, uno que no forma parte de la camada y osa poner su cubierto en el plato equivocado. Hay yoga remixada con blackberries, música vanguardista, objetos de diseño incomprables y un tufillo constante a tragedia en puerta, panic button incluído. Una de las muy buenas opciones argentas del festival, a la vez que una mirada de crítica cool sobre la cooleza propia y ajena. Al mismo tiempo, y como bonus track excluyente, una impagable, imponente performance de Daniel Aráoz, suerte de Bud Spencer flaco y siempre al borde del desborde.
Contrastes Hacerle caso al cartel que dice "la película argentina más premiada del año" a veces rinde sus frutos y esta es la ocasión. En un cine nacional "para todo el mundo" en notable crecimiento y unos últimos tiempos con películas "comerciales" decentes (piensen en Música de espera o la reciente Igualita a mí), con figuras del cine doméstico en un nivel sobresaliente (rellenen con Campanella o Trapero según sus gustos personales) y el otro cine, algo más particular, con pasos más fugaces por las salas pero recibiendo halagos de la crítica especializada (aquí se me ocurre un Pablo Fendrik con sus dos estrenos del año pasado y la vigencia, al menos ante El amante, de Lucrecia Martel), llega a nuestras salas una película que ha participado de muchos festivales y ha ganado premios a lo largo del mundo y que, de la mano de dos buenas actuaciones, desopilantes diálogos y una historia que propone un interesantísimo contrapunto entre dos mundos evidentemente distintos, logra llenar salas desde su primer día de estreno. La historia parte de una sencilla premisa: Leonardo (un convincente Rafael Spregelburd) es un exitoso arquitecto, adinerado, ocupado, de familia bien, que vive con su familia en la única casa de América Latina que fue diseñada por el famoso diseñador y urbanista Le Corbusier, un caserón enorme y vanguardista, espacioso e iluminado, lleno de vidrios y ventanales. El filme comienza cuando su vecino decide romper una medianera que comparten para hacer una ventana "para que le entre un rayito de sol, de ese que a usted le sobra", como le dice a Leonardo. Victor, por su parte, con su pequeña casita y sus extraños modales, construye el contrapunto ideal para que el conflicto se desarrolle. La sola ventana, más allá de ser ilegal, como repite el damnificado cada vez que puede, resulta molesta porque es una vidriera a su propia intimidad. Y serán esa ventana y el responsable de ella los que den vuelta la rutina de Leonardo hasta sacarlo de quicio, ya sea por paranoia, por la molestia del constante ruido de la construcción vecina o por el mero hecho de que, en realidad, detrás de ese caserón hermoso y elegante, de ese trabajo exitoso y de ese auto reluciente, Leonardo no es lo que parece. El guión de Cohn y Duprat, responsables anteriormente de una basofia pseudoperiodística-documental llamada Yo, presidente (producida por Luis Majul), es muy bueno en la estructura y genial en los diálogos elegidos para proponer el juego de oposiciones que da vida al filme, pero también se deja llevar demasiado lejos por el mensaje que quiere formular, ese que al final del relato termina imponiéndose caprichosamente y en donde todo lo bueno de la comedia que se había visto hasta el momento parece tambalear, ese mensaje con el que abre la película, con el parlamento inicial de Leonardo: "Qué país feo este, la puta madre". Por su parte, la dirección también tiene altibajos: por un lado, se eligen constantemente planos cortos, cerrados, asfixiantes que dan lugar a la sensación de desesperación de Leonardo mientras sus problemas con el vecino no se resuelven y su vida diaria se va desarmando. La espectacular casa, con ese único diseño que le imprimió LeCorbusier, es tan protagonista como los personajes antagónicos, tanto por ser disparadora del conflicto como por ser el ambiente natural en el que se desarrolla el 95% de la película. Sin embargo, la cámara en mano se vuelve molesta en planos tan cerrados y algunos efectos "retro" que buscaron imprimirle al relato terminan por desconcertar. El otro punto flojo de la dirección se ve en el climax, en donde Aráoz no se ve tan convincente y los actores secundarios que participan son realmente pobres y terminan arruinando el punto de interés mayor en el relato. A pesar de esto, tanto Aráoz como Spregelburd se llevan todos los laureles con sus geniales performances, muy bien acompañados por participaciones menores de todo el elenco, en especial de Eugenia Alonso en el papel de la mujer de Leonardo y Lorenza Acuña, como la empleada de limpieza de la casa. Es destacable la pequeñísima participación de un muy bien elegido Juan Cruz Bordeu como un cheto tonto invitado a cenar, que contribuye en lo que deben ser las mejores secuencias del filme y donde el juego de oposiciones entre la vida "bien" y lo "grasa" del vecino se hace más patente que nunca. El hombre de al lado es una comedia muy graciosa, que avanza tanto en su costado cómico como también en su costado misterioso y de suspenso gracias a la estupenda construcción de sus personajes principales y a una gran actuación de sus protagonistas, con un Araoz tan medido y divertido como intimidante. Un juego de oposiciones muy bien llevado que si no fuera por una especie de moraleja que va flotando por sobre el buen correr de la cinta y estalla fuertemente sobre el final, resultaría aún mejor de lo que fue. Merecedora de los premios internacionales ganados y una muy buena propuesta para lo que apuestan al cine nacional. Recomendada.
Vecinos invasores Quienes hayan visto "El Artista", la ópera prima de ficción del dueto Cohn-Duprat con Pángaro y Laiseca como protagonistas, seguramente habrán pensado que sería dificil abordar este segundo film, tratando de mantener el excelente nivel creativo de su antecesora. Sin embargo, esta dupla creativa que ya se había presentado con un revolucionario formato televisivo, novedoso e irreverente como lo fue "Televisión Abierta" fueron por más. Porque no sólo mantuvieron este nivel sino que lo han superado ampliamente con "El hombre de al lado" su segundo opus de ficción (también habían filmado anteriormente a ambas el documental "Yo, presidente") que ya se había mostrado en el Festival Internacional de Mar del Plata a fines del año pasado, donde había conseguido varios premios, aunque lo más importante, la total adhesión de un público cómplice que la había disfrutado plenamente. La punta de ovillo de la que los autores "tiran" para desenrollar toda la madeja, es una simple pelea entre vecinos. Y Cohn-Duprat aprovechan la anécdota para contar muchísimo más de lo que simplemente aparece en un primer momento, cuando uno de los dos quiera construir una ventana que obviamente "molestará" al vecino invadido. La privacidad invadida, la intormisión injustificada, la violencia que estos hechos ocultan, hacen que estos dos vecinos desplieguen en su enfrentamiento, dos personalidades opuestas y complejas. Mientras que el nuevo vecino (brillante Daniel Araoz) hace gala de su simpleza y del exhacerbamiento de toda su extroversión como herramienta de comunicación, el otro es perfectamente, su opuesto complementario. Rafael Spregelburd tiene a cargo el rol del vecino invadido, que piensa más de lo que actúa, que está pendiente de la mirada del otro y del quedar bien aún cuando sabe que su vecino lo avasalla. Araoz compone una criatura a su medida, arrolladora en cada escena, con un toque kisch que lo convierte en una caricatura exacta del vecino que cualquiera odiaría tener, un berreta perverso y exhibicionista que se contrapone con toda la intelectualización progre que destila la pareja burguesa que vive en la casa de al lado: que es, por supuesto, una completamente especial, con un estilo arquitectónico sutil y delicioso. Justamente la locación donde Cohn y Duprat lograron desarrollar la historia es una casa única en América Latina que construyó el arquitecto Le Corbusier hacia fines de los ’40 en la ciudad de La Plata que es hoy un ícono dentro de la construcción moderna. Ya de por si contradictorio en su decir y en su actuar, este nuevo vecino, Victor, tratará de simpatizar con la pareja pero despertará - sin quererlo? - un enfrentamiento que sacará lo peor de cada uno de ellos. Absolutamente creativa tanto en la idea original como en el desarollo de los diálogos, nuevamente esa dupla de directores brilla por su singularidad en la construcción de una historia desde un punto de vista completamente nuevo, jamás abordado de esta forma por el cine nacional (ya en "El artista" mostraban una manera totalmente irreverente y divertida de autoreferenciarse en la burla por lo que todo el mundo entiende como arte). Logran como gran adicional, que los dos protagonistas sean completamente excluyentes y logren dar vida a estos dos personajes, sin posibilidad de que pensemos que pueda haber otros actores tan exactos para jugar a este juego. Disfrutable de principio a fin, con un humor inteligente y directo, tan representativo de nuestra idiosincracia, las dos personalidades contrapuestas nos hacen ver, en un momento o en otro, la dualidad con la que nos movemos, un poco como el Dr. Jeckyll y Mr. Hyde que todos llevamos dentro, donde en un momento somos uno de ellos y en cualquier otro momento podemos ser parte del otro. La secuencia final, nos ofrece un plus, donde los guionistas nos demuestran que son capaces también de darnos una vuelta de tuerca sorprendente y sacar un as en la manga para que sigamos admirando su capacidad de contarnos historias y de atraparnos en distintos registros, en diferentes laberintos. Y la creatividad puesta al servicio de una buena historia, de un relato ingenioso y plagado de humor, es un talento que el espectador agradece mucho tiempo después de terminada la proyección.
¿Qué pasa cuando hay que enfrentarse a uno mismo? ¿Qué pasa cuando se ha vivido siempre con la “ventana cerrada” ¿ Y, ¿qué pasa cuando el otro nos hace tomar conciencia de nosotros mismos? Estas son las principales preguntas que se plantean en El hombre de al lado (Mariano Cohn y Gastón Duprat, 2009). A partir de la apertura de una ventana al frente de su casa, Leonardo comienza a sentir la invasión de su vecino opuesto a él, Víctor y la intromisión en su intimidad a través de la mirada que atraviesa la ventana. Desde aquí las dos vidas comienzan a fusionarse y a tocarse cada vez más de cerca; mientras uno de ellos se abre a mostrarse y el otro teme ser visto en su realidad interior. Básicamente, la historia no presenta muchos hechos en sí, sino que se limita a guión impecable que refuerza los estereotipos creados por los actores, que hacen un trabajo fantástico, sobre todo los principales. Leonardo (Rafael Spregelburd) representa al aristócrata snob, que vive encerrado en una irrealidad vana, y se encuentra aislado del resto de la sociedad que no comparte su esnobismo vacío. Por su parte, Víctor, interpretado por el cordobés Daniel Araoz, desconcierta a Leonardo con su actitud de camaradería y familiaridad, y con un estereotipo vulgar que más tarde lo calificará de “grasa convencido”. Estos ingredientes son los que hacen de este film una verdadera comedia. Por supuesto, como es de esperar, también tiene una buena dosis dramática. Pero se puede decir que lo privilegiado es el guión, con gags y conversaciones sumamente acertados. El Hombre de al lado 2 El Hombre de al Lado cine Creo que sería atinado decir que algo muy interesante de “El hombre de al lado” es el planteo propuesto: el descubrimiento de uno, donde se sacan las propias miserias y las del otro, se sacan los “trapitos al sol”, diríamos. Enfrentarse a la parte más bestial de uno mismo y quedar expuesto ante otro, que observa nuestra vida por una ventana puede llevarnos hasta límites insospechados. Encontrar que uno mismo es tan igual como su opuesto. Y eso asusta, desestabiliza. El retrato de los personajes es muy bueno y la progresión de cada uno de ellos a lo largo del film cobra un sentido importantísimo si lo observamos desde la óptica de la fusión con el otro, a partir del encuentro. Poster El Hombre de al Lado cine Finalmente puedo decir, sin exagerar que es una de las mejores películas argentinas de los últimos años. El film estuvo nominado en la última entrega de los Premios Goya por mejor película hispanoamericana, aunque no consiguió llevarse el galardón.
Los límites de una clase Galardonada con el premio a Mejor Película Argentina en el 24 Festival Internacional de Mar del Plata –junto a TL-2, la felicidad es una leyenda urbana, de Tetsuo Lumière, filme por completo diferente-, la última obra de la dupla formada por Gastón Duprat y Mariano Cohn venía precedida de un prestigio inusual para este tipo de cine, algo resaltado desde la propia propaganda (“Llega la película argentina más premiada del año”, repite la omnipresente publicidad). Su propuesta también prometía: analizar en miniatura la lucha de clases instalada hoy en Argentina, a partir de un caso puntual, el enfrentamiento entre dos vecinos por un típico problema de cohabitación, de esos que suelen poblar los noticieros del país. Claro que los resultados suelen ser diferentes a lo que promete la publicidad, arte del engaño por excelencia, y si bien El hombre de al lado no es una película más, está lejos de constituir una obra maestra, que consiga todo lo que se propone. Acaso el principal problema de la película de los realizadores de Yo Presidente (2006) y El artista (2008) deriva de un dilema que acosa a cualquier cineasta que intente abordar a una clase social diferente a la que integra, sobre todo si es la clase baja: ¿Cómo filmar a ese Otro cuya imagen viene formateada insistentemente por la televisión? ¿Cómo evitar estigmatizarlo, menospreciarlo, caer en aquello que se intenta criticar? Un dilema que Duprat\Cohn nunca consiguen resolver del todo, acaso porque su película termina confirmando ése punto de vista que aspiran a cuestionar. El plano de apertura hace gala de una capacidad formal infrecuente: mientras pasan los títulos sobre una pared dividida en dos por sus colores, alguien comienza a hacer un boquete en una de ellas, que termina repercutiendo en la pared contigua. Síntesis perfecta de la película, desde ése plano se puede anticipar el conflicto que sobrevendrá entre Leonardo (Rafael Spregelburg), un reconocido arquitecto y diseñador de la aristocracia porteña, que vive en una famosa casa de La Plata (la única casa creada por el pintor y arquitecto franco-suizo Le Corbusier en América, que en realidad está abierta al público), junto a su mujer e hija pre-adolescente, y Víctor (Daniel Aráoz), su nuevo vecino del edificio contiguo, un cordobés perteneciente visiblemente a otra clase social. Quien inicia el boquete es precisamente Víctor, que se encuentra refaccionando su hogar y ha decidido hacer una ventana en la pared que funciona de medianera con la casa de Leonardo, que inmediatamente sentirá invadida su privacidad (su casa es puro ventanal) e intentará detener el emprendimiento. “Sólo quiero capturar unos rayitos de ese sol que a vos te sobra”, argumentará Víctor, un personaje estereotipado a más no poder, que representa verdaderamente un Otro absoluto para Leonardo y los suyos, pero que paulatinamente se irá metiendo a fuerza de insistencia en su vida y la de su familia. Comedia negra con aires de trhiller, Duprat\Cohn adoptan el punto de vista de Leonardo desde un principio, pues el objetivo de fondo es desnudar las hipocresías de ésa clase acomodada: un matrimonio que es pura fachada, la cultural como mera marca de snobismo, la incomunicación y el egoísmo a ultranza que separa a padres e hijos, se empezarán a mostrar delicadamente a partir de los detalles de su cotidianeidad (la decoración de una pieza, gestos mínimos de los personajes, diálogos en apariencia intrascendentes). Hay un oficio ostensible en el trabajo de los directores, que recurren a encuadres de una belleza infrecuente, y que paulatinamente irán intensificando las ambigüedades de sus personajes, e intentarán problematizar la construcción de ese Otro que nunca alcanzamos a descifrar, acaso porque constituye la representación de una clase social: la de Leonardo. Por eso vale la pena destacar la capacidad formal de la dupla directriz, que exhibe un manejo acabado de los géneros y del lenguaje cinematográfico, que es capaz de abordar con eficiencia diferentes tonos en la película, de narrar desde los detalles y de construir climas plenamente sugerentes. Pero hay también cierta fascinación con esa vida de aristocracia que se termina imponiendo, un doble discurso que no sólo se refleja en el personaje de Araoz sino que también se revela en la forma en que es filmada esa casa de Le Corbusier -con preeminencia de planos medios y planos secuencia que se regodean en la belleza de ésa arquitectura moderna y de esos espacios abiertos-, en la decisión de mirar siempre desde la ventana de Leonardo, en cierta receta ridícula (jabalí al escabeche) de Víctor que será insertada en los créditos finales como un gag humorístico que en realidad sirve para ratificar los límites de la propuesta de Duprat\Cohn, incapaces de ver más allá de los estereotipos. Una propuesta que esconde, así, una mala conciencia de clase, que intenta exorcizar sus propios fantasmas pero que nunca logra trascender sus prejuicios. Por Martín Ipa
Estamos disfrutando cada vez más de películas argentina con propuestas pensadas, clima bien logrado y retrato acertado de situaciones a simple vista simples pero que no lo son tanto. El clima de esta cinta sumado a su caracterización de los personajes y la interpretación que hacen de estos los actores, son lo fuerte del filme. La elección del conflicto, punto de partida para pintarnos las diferencias entre dos seres y a su vez entre sus clases sociales esta tan bien elaborado que por momentos no sabemos de qué lado situarnos. Algo tan simple como una ventana puede conllevar los más diferentes argumentos y ponernos en jaque. Como punto flojo, algo que también es un punto fuerte. Dentro de la caracterización de personajes, a mi humilde entender, el personaje de Aráoz esta desde el guión intentando ser ambiguo, y eso (de ahí el acierto), lo logra en casi todo el filme. Pero… (de ahí el punto flojo) entre sus características, definidas o más bien “insinuadas” a través de sus acciones (tan ambiguas como se necesita para que no sepamos si es o se hace) encontramos un hecho puntual que a mi entender desencaja e inclina la balanza: me refiero a sus “obritas teatrales” que marcan ya sin ambigüedad y hace que todo lo demás que puede entenderse de dos maneras, ya tome una dirección más precisa y por ende, peor para el resultado final. Aún así, la peli funciona y más que eso. Con un final para dejar pensando, que no dejará indiferente y que nos replanteará muchas cosas. A partir de éste, uno revalúa, se sitúa aún más en cada lado y piensa. Otra cosa a destacar es el elaborado y bien diagramado personaje opuesto (Rafael Spregelburd), éste si con una personalidad bien definida y exasperante (aunque en algunas cosas pueda parecer que tiene razón), con un nivel de hipocresía tan bien retratado que no parece ni exagerado, ni inventado. A esto le sumamos los secundarios, la hija y la esposa, ésta última muy importante en el universo psicológico de aquel hipócrita arquitecto. Para ver sin dudar, (a pesar del punto flojo que le encuentro) porque es este tipo de cine el que tanto queremos, el que sabemos que se puede hacer en nuestro país, y el que aúna, buen guión, simplicidad, clima y visión humana. Para terminar, solo decir que las actuaciones son soberbias, sobre todo la de Daniel Aráoz que tiene un personaje muy difícil de interpretar, que cualquier sobreactuación puede romper ese equilibrio ambiguo, y sin embargo logra atemorizar y conmover por partes iguales, tanto que no sabemos quién es, si quererlo o no, y no deja de ser una persona que provoca tanta repulsión y cuidado como empatía. Recomenda peli, a ver qué piensan ustedes.