La vacilación y sus consecuencias En plena Guerra de Secesión, en unos bosques de Virginia, un soldado de la Unión (Colin Farrell) es herido en batalla. Moribundo, comienza a arrastrarse entre los árboles, hasta que una niña que se encuentra recogiendo hongos lo ayuda a llegar a un posible refugio: una gran casa que oficia como colegio de señoritas. Lo que podría pensarse como un entorno hostil (un hogar enemigo) ofrece una particularidad: todas sus moradoras son mujeres, de las más variadas edades. En particular, tres de ellas suponen una gran tentación para el lesionado, e igualmente, el robusto y amable soldado supone una revolución hormonal para este cúmulo femenino, justamente en una época en que los hombres escasean. Al comentar esta película, muchos cronistas establecen la comparación con la homónima de Don Siegel de 1970, protagonizada por Clint Eastwood. En esas críticas se reiteran un par de manidas preguntas: qué necesidad había de hacer una remake, y qué tiene en este caso la directora Sofia Coppola para agregar. Como sea, es bastante curioso que no se noten las grandes diferencias. La película de Siegel era un cuadro típico de su época, en sintonía con los spaghetti westerns y mucho cine de antihéroes, ex convictos y psicópatas, personajes que, lejos de desenvolverse de acuerdo a lo esperable, tenían un accionar prácticamente antisocial. Tenía sus méritos, principalmente en desdibujar ciertos estereotipos de soldados heroicos (tanto los del Sur como los del Norte eran presentados como potenciales violadores) y haciendo un notable uso del flashback, en los cuales se demostraban las constantes mentiras en las que recaía el protagonista. Pero en concordancia a su época, la película tenía excesos de subrayado, algún momento gore y también bastante misoginia. Se trata, básicamente, de un acercamiento a la malicia de un puñado de personajes despechados y psicopáticos. Si bien el argumento es el mismo, el tratamiento de Coppola es completamente diferente, al punto de que se trata claramente de otra película, con otro enfoque y una mirada prácticamente opuesta. Aquí los personajes tienen una psicología mucho más terrenal y accesible, y existe siempre una coherencia en el accionar de cada uno. No hay particular malicia en ninguno de ellos, sólo tentaciones e intereses contrapuestos. Vemos como una situación extraordinaria puede convertirse en un desmadre, una tragedia inesperada, sin que exista nadie en particular al que culpar. Para generar esto, Coppola potencia ciertas situaciones de incomodidad: las tres mujeres en disputa para el soldado son justamente Nicole Kidman, Kirsten Dunst y Elle Fanning, por lo que se entiende su vacilación. Cada una de ellas tiene, además, una personalidad especial, diferencias de edad e iniciativas disímiles. Habría que leer la novela original de Thomas Cullinan para ver cuál de las adaptaciones es más fiel a su estilo, pero lo cierto es que esta película es intensa de principio a fin, está lograda con una sutileza y un refinamiento estético excepcionales y supone además un notable estudio de comportamientos, a los cuales difícilmente podríamos sentirnos ajenos. El seductor es una de las películas de este año, y seguramente la mejor obra de su directora hasta la fecha.
Insinuaciones en el jardín Al igual que Samuel Fuller, Don Siegel fue uno de los principales “directores puente” entre el Hollywood Clásico y el Nuevo Hollywood que comenzó a asomarse en la década del 60, en esencia debido a que hablamos de autores independientes e inconformistas que en el período más impersonal y bobo de la industria fueron relegados a films clase B y luego gozaron de una revaloración por parte de la fauna cinéfila, acorde con un pico creativo que llegó en la madurez y puso de manifiesto la libertad desde la cual encaraban sus películas. Siegel en especial es recordado por sus cinco colaboraciones con un joven Clint Eastwood: luego de dos opus correctos, Mi Nombre es Violencia (Coogan's Bluff, 1968) y Dos Mulas para la Hermana Sara (Two Mules for Sister Sara, 1970), el dúo se despachó con una trilogía de obras maestras bien disímiles compuesta por Defraudadas (The Beguiled, 1971), Harry, el Sucio (Dirty Harry, 1971) y Fuga de Alcatraz (Escape from Alcatraz, 1979). Precisamente, en El Seductor (The Beguiled, 2017) Sofia Coppola pretende reinterpretar/ aggiornar la propuesta homónima de 1971, con resultados insatisfactorios si juzgamos al convite en relación al glorioso pasado y no tan insatisfactorios si pensamos al film en términos de la trayectoria de la realizadora. Dicho de otro modo, mientras que el trabajo de Siegel desbordaba irreverencia formal y conceptual (recordemos la maravillosa rebeldía de una película cuyo contexto era propio de los westerns, su dialéctica de base se vinculaba al porno soft y su desarrollo no ocultaba su inclinación hacia el cine de terror más sádico), esta experiencia que nos ofrece Coppola se ubica muy cerca del melodrama rosa tradicional (en buena medida la susodicha eliminó todo lo que podría resultar “polémico” con vistas a destilar el sustrato sardónico de la historia y transformarla en otro de sus pantallazos contemplativos por el universo femenino, algo así como la marca registrada de su carrera). La premisa es la misma: durante la Guerra Civil Norteamericana, Amy (Oona Laurence), una niña que vive en un colegio/ internado sureño para señoritas, se topa con el cabo John McBurney (Colin Farrell), un soldado de la Unión con una pierna muy malherida, y así decide llevarlo al establecimiento educativo para que la autoridad del lugar, la directora Martha Farnsworth (Nicole Kidman), lo ayude y vele por su salud. Pronto el protagonista masculino se percata del tufo a represión sexual que existe entre las mujeres, lo que en un primer momento lo convierte en eje de una competencia implícita entre las niñas, las adolescentes y las adultas. El cabo por un lado comienza una suerte de romance con la imperturbable Edwina Morrow (Kirsten Dunst), la docente a cargo de las féminas, y por el otro se arrima a Farnsworth y hasta acepta de buena gana los devaneos sexuales de Alicia (Elle Fanning), una adolescente con algo de experiencia a cuestas en el campo amatorio. Desde ya que esta olla a presión eventualmente explotará y el picarón de McBurney pagará las consecuencias de jugar a distintas puntas… de una manera bastante brutal y desproporcionada, por cierto (conviene no adelantar demasiado a aquellos que no hayan visto la extraordinaria película original). A pesar de que Coppola mantiene esa típica metamorfosis femenina que nos lleva de la rivalidad de los primeros capítulos del relato a la mancomunación del último acto, cuando llega el momento de ajusticiar al hombre y defenderse del peligro que de por sí representa por sus arranques de violencia, la verdad es que la realizadora y guionista en el tramo final acelera por demás la narración y en parte desperdicia la carga de sutil erotismo que había acumulado hasta ese punto, encima volcando el devenir hacia una especie de elogio “lava culpas” en lo referido al personaje de Kidman, quien ahora en vez de estar dominaba por la convicción y la ira más frías, se acerca en cambio a una corrección higiénica que la desembaraza de su responsabilidad para con el famoso castigo contra un McBurney que tenía pretensiones de quedarse de forma permanente en el instituto como jardinero. Para colmo esta estrategia se extiende a todo el planteo retórico, ya que aquí desaparecen personajes centrales como la esclava Hallie, los flashbacks que ilustraban los embustes y el pasado de cada quien e incluso esas fantasías sexuales que reforzaban el ambiente opresivo: tabúes del mainstream como el lesbianismo, el incesto, la esclavitud, la pederastia y la castración simbólica hoy quedan en el tintero. Ahora bien, y como señalábamos anteriormente, si consideramos a la propuesta desde el punto de vista de lo que viene siendo la trayectoria de Coppola, el asunto cambia un poco porque nos permite afirmar que la obra calza con sus preocupaciones de siempre, cuenta con una primera mitad muy interesante y asimismo el convite la ayuda a aflojar un poco con aquel preciosismo un tanto superficial y apático para en cambio apuntalar un desarrollo de personajes que resulta limitado sólo desde la óptica comparativa en relación al film de 1971, ya que sopesando lo hecho por la estadounidense en ocasión de Somewhere: En un Rincón del Corazón (Somewhere, 2010) y Adoro la Fama (The Bling Ring, 2013), opus en esencia sólo para sus fans, en esta oportunidad amplía el abanico expresivo vía diálogos mucho más trabajados y sensatos. Por supuesto que estamos lejos del nivel cualitativo de la trilogía inicial de la cineasta, léase Las Vírgenes Suicidas (The Virgin Suicides, 1999), Perdidos en Tokio (Lost in Translation, 2003) y María Antonieta, la Reina Adolescente (Marie Antoinette, 2006), y que Farrell hace lo que puede pero no le llega ni a los talones a uno de los Eastwood más freaks de toda su carrera, sin embargo El Seductor ofrece un gran desempeño por parte de Dunst (entregando otra versión de sus personajes helados recientes, ahora con una mayor dosis de frustración y vulnerabilidad) y Kidman (la señora es una actriz todo terreno que maneja muy bien el rango emocional de cada papel). A pesar de que este conjunto de insinuaciones -en un “jardín soñado” para cualquier hombre- adolece de la irreverencia de antaño, todavía deja la interpretación a gusto del espectador aunque en términos mucho más acotados/ sencillos que los que enarbolaba la obra de Siegel: podemos pensar que el entramado del canibalismo amoroso se debe a la presencia corruptora de un hombre para con un grupito de señoritas un tanto alienadas, o quizás responde al accionar de ninfas hipócritas a las que se le va un poco la mano a la hora de castigar las mentiras del protagonista, quien por cierto representa esa ancestral actitud masculina de decirle que sí a todo el mundo y después hacer lo que se quiere sin pedir permiso ni ratificación ni nada…
Acatar, de eso se trata en Cannes. El régimen disciplinario impuesto por Thierry Frémaux empieza así.: a las 8.30 tenemos una de amputaciones y envenenamientos. Sofia Coppola regresa con The Beguilded y con su solo apellido ya tiene el beneplácito de todos. ¿Volvió a Tokio? No. ¿Sigue perdida en la traducción? Quizás. ¿Es que no hizo entonces un viaje al pasado y salió airosa? Sí, aparentemente es así, pero no fue al pasado para indagar lúdicamente sobre un miembro de la realeza francesa; en esta ocasión se conformó con una vernácula abstracción doméstica que transcurre después de 3 años del inicio de la Guerra de Secesión. ¿No es un poco teatral el deliberado encierro? Siete mujeres de edades dispares protagonizan su nuevo film. ¿Una secuela de Las vírgenes suicidas en otro contexto? Puede que sean vírgenes, pero de suicidas tienen poco, más bien lo contrario: si tienen que matar, la acción no les suscita ninguna deliberación moral. No hay que engañarse con la indumentaria angelical o las apariencias. Son mujeres sin escrúpulos.
El relato es muy posible que le resulte un tanto soso a más de uno, pero para equilibrarlo pueden disfrutar la excelente ambientación, el exquisito estilo, la elegancia visual y las buenas actuaciones. El desenlace y algo que ocurre previamente va a...
La remake del filme de Don Siegel con Clint Eastwood tiene a Colin Farrell como el soldado herido que es llevado a un colegio internado de chicas durante la Guerra Civil. Nicole Kidman, Elle Fanning y Kirsten Dunst encarnan a las mujeres que lo reciben, lo curan y luego se pelean por él. Esta remake del filme de Don Siegel de 1971, que tenía como protagonista a Clint Eastwood, es una versión más sutil y menos trash de aquella película, con una estética mucho más refinada, acorde a los gustos de la realizadora, si bien siempre dentro de lo que se podría calificar como “gótico sureño”. Es, también, un filme en el que el punto de vista está más corrido hacia las protagonistas femeninas, con el hombre en cuestión (en este caso, Colin Farrell) en un cierto segundo plano. Pero, en general, gran parte de la trama es la misma, sacada de la novela “A Painted Devil”, de Thomas P. Cullinan. Cuando empieza el filme, estamos en medio de la Guerra Civil norteamericana. Farrell encarna a John McBurney, un desertor del ejército yanqui que está herido en una pierna y que es hallado por una niña en medio del campo. La chica lo lleva al internado en el que vive –el Miss Farnsworth’s Seminary for Young Ladies–, un colegio de señoritas que ha sobrevivido en medio de las batallas y en el que hay solo cinco alumnas, además de Martha, la encargada del lugar (Nicole Kidman) y una maestra (Kirsten Dunst) a la que vemos enseñándoles francés. El problema es que allí son confederados sureños, de los que McBurney es teóricamente enemigo. Pero el hombre está casi al borde de la muerte (además de ser desertor, es un mercenario recién llegado de Irlanda a quien los lados enfrentados de la batalla le dan lo mismo) e igualmente lo rescatan, lo curan y lo cuidan. “El deber cristiano”, que le dicen. Claro que durante el tiempo en el que John va mejorando en la casa, las chicas se van interesando en él más y más. La dueña, la maestra y la mayor de las alumnas (Elle Fanning), lo hacen de manera sexual, reprimiendo, o no, sus deseos por él. John, en tanto, dándose cuenta de la situación, empieza a tratar de manipularlas a su manera. Es claro que tanto él como ellas están, literalmente, ardiendo de deseo. Y en apenas 92 minutos, Coppola irá jugando con estos intercambios: las chicas lo miran provocativamente, se empiezan a vestir de manera más elegante y se acercan cada vez más a él. Martha le dice a John que apenas esté curado lo dejará ir y él empieza a tratar de manipular el asunto para poder quedarse. Es un tipo que viene de pelear en la batalla y, en medio de una casa cómoda y rodeado de chicas que lo desean, es evidente que no tiene ningunas ganas de irse. Las que entrarán en conflicto entre sí son las chicas, cuyos planes para con John se chocan también. Y si no vieron el filme original conviene detenerse acá, ya que la película luego se irá volviendo cada vez más un thriller. Igualmente pícaro, sutil y elegante, pero más cargado de tensión y de violencia. Lo que sí quedará claro como diferencia respecto a la película original (además de la ausencia de flashbacks) es que las mujeres no son tanto víctimas de la situación sino que toman sus propias, complicadas y contradictorias decisiones respecto a lo que hacen con John. Coppola convierte el gótico pulp de Siegel en algo más elegante y prestigioso, y lo que la película gana en “cuidado estético” tal vez lo pierde un poco en términos de virulencia clásica. La realizadora de LAS VIRGENES SUICIDAS –película con la que tiene evidentes puntos de contacto– entrega un producto cuidado en el que no se disfraza ni la violencia ni el erotismo ni el humor pero todo está arropado por una estética más “arty”, que la hará funcionar mejor en el mundo de los festivales pero quizás no tanto comercialmente. Kidman y Farrell vuelven a hacer dupla protagónica después de THE KILLING OF A SACRED DEER y la película también guarda menores pero intrigantes papeles para Dunst y Fanning, dos chicas de diferentes edades y estilos quienes, de distintas maneras, tratan de encontrar algún tipo de salida utilizando a McBurney. O bien, dejándose utilizar por él. Es que el deseo aquí gira sin distinción de sexo ni de edades.
La fascinación de Sofía Sofia Coppola vuelve a poner sobre el lienzo uno de los temas candentes en su filmografía como es la exploración de la feminidad, esta vez adaptando The Beguiled (1966) de Thomas P. Cullinan, a su vez trasladada a la gran pantalla en una tosca versión a cargo de Don Siegel y con la rudeza de Clint Eastwood encabezándola. Tras la poco inspirada y casi autoparódica The Bling Ring (2013), un remake podría parecer la peor opción para desviar los pensamientos del público ante un posible signo de agotamiento de su autora, pero lo cierto es que La seducción aporta no sólo una nueva perspectiva con halo feminista a la historia de Cullinan, sino que además permite a Coppola explorar nuevos caminos en su filmografía, sin perder de vista la esencia que la lanzó al reconocimiento planetario. A diferencia del tratamiento masculinizado con el que Siegel abordó la obra de Cullinan, Coppola es fiel a sí misma y filtra el relato a través de las miradas de las integrantes de una escuela femenina en la Virginia de la Guerra Civil estadounidense. Las ópticas de la infancia, la adolescencia, la juventud y la madurez de la mujer se intercalan en este fresco acerca de la supervivencia y la fraternidad femenina en tiempos revueltos, en los que la batalla traspasa los muros de la casa y se instala entre los intereses personales de las inquilinas. Así pues, los dilemas morales internos de los personajes y los enfrentamientos interpersonales causados por la fascinación que despierta el soldado norteño interpretado convincentemente por Colin Farrell entre las mujeres sureñas de la casa funcionan como metáfora de la contienda bélica que se desarrollaba entonces en el país. Pero la paranoia en la que viven sus personajes, especialmente el de una imponente Nicole Kidman y el mismo Farrell, sirven para conectar La seducción con nuestro presente, en el que la desconfianza y la obsesión por el permanente estado de alerta hacen estallar conflictos que serían evitables con otras conductas. Pero, estas debilidades son parte de la constitución del carácter humano y, precisamente, el film indaga en las varias formas que tienen los personajes de afrontarlas o rendirse ante ellas. Coppola revela su discurso desde un distanciamiento, contención y frialdad coherentes con la rigidez y la opresión a la que son sometidos los sentimientos y pasiones de los personajes, en un giro formal en su filmografía que se aleja de ciertas tendencias pop anteriores, como puede ser el pastiche o los anacronismos de María Antonieta (2006), pero sin dar la espalda a su sello: una atmosférica banda sonora de Air, la importancia del detalle o el reclutamiento de antiguas pupilas cum laude como son Kirsten Dunst o Ellen Fanning, entre otras huellas. Una mezcla de contemporaneidad y clasicismo que, si bien peca de poco sorpresiva por momentos, es erigida de forma sólida gracias a la precisión de una cineasta que se encuentra ya de lleno en su madurez creativa. Porque, en cierto modo, La seducción podría ser el reverso señorial de esas alocadas y frescas Vírgenes suicidas (1999) que Coppola ideó en sus veintitantos. Más ambiciosa y más minuciosa que aquella, también algo más encorsetada, pero siendo las dos una celebración de la feminidad en su complejidad, en lo bueno y en lo malo.
El Seductor, la ultima película de Sofía Coppola, es una remake de la película con el mismo nombre de 1971, con Clint Eastwood como el protagonista en lugar de Colin Farrell. Y empiezo la reseña con este dato porque, si pueden, vean la original. La historia es simple. En medio de la guerra civil estadounidense, un soldado confederado, herido y moribundo, es rescatado por una de las habitantes de un internado para mujeres, a donde es llevado para que se cure. A partir de este punto, el soldado McBurney (Colin Farrell), manipula a las mujeres de la casa, en un juego de seducción que tiene un claro fin, pero que necesita, como condición sine qua non, que las mujeres caigan en su trampa. El problema de esta versión es uno solo, y de ese se desprenden todos los demás. Sofía Coppola. Tan enfrascada en la estética esta la directora, que, muy parecido a lo que pasa en María Antonieta, en sus encuadres perfectos, llenos de cuidado por los detalles, la moda, la escenografía, etc., se olvida de una de las patas mas importantes de toda película: los actores. Constantemente da la sensación que la directora le pedía a Farrell, Kidman, Dunst, etc, que se movieran para un lado u otro, para quedar en perfecta composición en su encuadre, pero los dejo para que hagan lo que puedan en cuanto a la composición psicológica de sus personajes, las motivaciones, sus agendas, etc. Como resultado de eso, la película es pura cáscara, pero nada de sustancia. La ferocidad de la original de Don Siegel contaba con la duplicidad de los personajes, la duda que nos generaba no saber cuales eran las intenciones de cada uno de ellos, mientras que acá, lo único que nos queda claro es que todos los personajes estan calientes. Si el día de mañana alguien toma el argumento así como lo plantea Coppola, tranquilamente podría hacer una peli porno con algo de historia. Realmente una lastima, ya que esta película cae en el grupo de “era una gran idea, tenia todo para salir bien, pero de alguna manera no lograron que funcionara” que este año tiene a Fist Fight, Baywatch, El Circulo, La momia, La Gran Muralla, etc.
Ese oscuro objeto del deseo. Sofia Coppola regresa con El Seductor, un film sombrío y de época sobre la guerra, el aislamiento, las pasiones y el instinto de supervivencia. De qué se trata El Seductor Basada en la novela The Beguiled (1966) de Thomas P. Cullinan, la historia de El Seductor transcurre en un internado de Virginia en 1864, durante la Guerra de Secesión de Estados Unidos. Allí, un grupo de cinco jovencitas vive junto a dos institutrices (Nicole Kidman y Kirsten Dunst) que les dan educación y guía espiritual. Cuando una de las jóvenes va a recoger setas en el bosque, se encuentra con un soldado herido (Colin Farrell). Las mujeres alojan al militar sin imaginar cómo esto cambiará sus vidas. Lo destacado de El Seductor ¿Viste cuando se nota que hay un director detrás de una historia? No como esas películas casi por encargo que sentís que las podría haber filmado cualquiera. Con El Seductor, Sofia Coppola vuelve a demostrar que lleva el cine en la sangre. Cada plano parece una pintura al óleo. A esto se suma una magnífica dirección de fotografía y una dirección de arte sorprendente (¿sale nominación al Óscar?). El Seductor, además de ser un claro film de autor, propone una historia de fuerte impronta femenina. En ese internado conviven siete mujeres de distintas edades aisladas por la guerra. ¿Qué pasa cuando en ese universo femenino interrumpe un hombre? El deseo contenido, en tiempos en que había que contenerlo, empieza a marcar la convivencia y modificar los hábitos. Unos aros que antes no se usaban, unos vestidos que solo juntaban polvo… detalles que resurgen por la sola presencia masculina. Es interesante -y acertado- cómo Sofia Coppola retrata este universo. Cuando lo esperable sería que la institutriz (Nicole Kidman) fuera una déspota que no deja respirar a esas niñas por cuya moralidad hay que velar, el personaje se mantiene en un terreno creíble, donde lo estricto solo obedece a una época y no a un delirio castrador que tanto se ha visto en este tipo de personajes. Las demás mujeres del elenco también escapan al maniqueismo. Todas tienen sus rasgos, sus personalidades, pero no se trata de crear personajes de características chatas enfrentadas entre ellas, sino, por el contrario, ver a estas mujeres unidas ante lo extraño. Un hombre, tan solo eso, es lo ajeno y lo olvidado. Entre las actrices se destaca también la labor de Kirsten Dunst y Elle Fanning. Ver o no ver El Seductor Además de imágenes bellísimas, El Seductor plantea una historia simple, de aislamiento, donde el drama termina derivando en un discreto thriller. No es ese tipo de películas que genera sobresaltos o que apuesta por la espectacularidad, sino todo lo contrario. En las emociones contenidas, en los detalles, en un paseo por el bosque o en una comida de gala, pasa la vida. Atrapa a fuego lento y logra contar una buena historia. Vale la pena verla. Puntaje: 8/10 Título original: The Beguiled Duración: 93 minutos País: Estados Unidos Año: 2017 Les dejo el tráiler como es costumbre, pero cuenta toda la película… mejor eviten el spoiler 😉
Estados Unidos en 1864, tres años luego de empezar la Guerra de Secesión. Amy (Oona Laurence) va a recoger hongos al bosque cuando se encuentra con un yanqui malherido. A la niña, como sureña, se le plantea un debate moral acerca de cómo proceder ante este soldado de la Unión (Colin Farrell), es decir, ante la sorpresa de estar frente a la debilidad de un rival. Pero a esa edad, la inocencia pesa más que el odio, entonces lo ayuda a levantarse y lo lleva hasta la puerta del Seminario Farnsworth, en Virginia, donde la señorita Martha Farnsworth (Nicole Kidman) tiene que decidir cómo actuar frente a esa circunstancia.
El Seductor: Tentaciones conflictivas. Sofía Coppola regresa a dirigir en la pantalla grande con una nueva adaptación de esta novela llena de seducción, traición y engaños en el marco de la guerra civil estadounidense. Una casa llena de jóvenes mujeres, un soldado herido en batalla. Deseos y recelos despiertan en medio de la guerra civil estadounidense. La novela original ya tuvo su adaptación al cine en 1971, protagonizada por Clint Eastwood y de la mano del director de Dirty Harry. Pero la nueva versión de esta historia no solo tiene la particularidad de provenir de una visión femenina, sino que se trata de la guionista y directora Sofía Coppola. Rápidamente disipando toda duda de que sea una “hija de” más, irrumpió en la escena con su debut The Virgin Diaries. Pero fue su segunda película, Lost in Translation, la que se encargo de ponerla en el mapa para todos y cada uno de los amantes del cine. En esta ocasión se trata de, citando sus propias palabras, “una película con mayor dialogo que sus anteriores proyectos“, y no es precisamente que estemos ante una obra shakespeariana de cientos de palabras por segundo sino más bien que los films de la directora suelen trabajar más con los silencios y las cosas que quedan sin decirse. Aunque mucho más corriente que su otro proyecto para este año, una versión de la ópera La Traviata grabada en vivo para cine, no hay dudas de que sigue siendo algo completamente distinto a las introspecciones silenciosas que suele proponer con sus usuales personajes. Los hombres y esclavos se han ido. La enorme propiedad que servia como institución educativa para señoritas ha quedado prácticamente vacía. Su dueña (Nicole Kidman) solo tiene la compañía de una maestra (Kirsten Dunst) para llevar el día a día del reducido grupo de jovencitas que no pudieron encontrar otro destino una vez se desatara la guerra civil. Sin dudas, sus días cambiaron completamente aún antes de que la menor de las alumnas trajera a un soldado herido (Colin Farrell) que había encontrado en el bosque. Presencia que comenzara a causar tensiones de todo tipo. Los escenarios dónde la trama se desarrolla son impecables, tal y cómo el trabajo de vestuario para transportarnos a la época. Los encuadres de Coppola causaran que incluso nos lamentemos que la historia salga de los bosques en donde inicia, y que se haga sentir el encierro de nuestros personajes en la enorme mansión. Asimismo, la dirección de fotografía (con la luz natural y de vela como sus mejores herramientas) realiza un trabajo impecable que ayuda a la total inmersión en todo momento. Pero por supuesto que no podríamos estar hablando de inmersión si no ayudaran el guion y el elenco. Las actrices le dan vida a un grupo de personajes que vienen de varios cambios en el estatus quo (y el desgastante roce que esto implica) aún antes de la irrupción de un tentador Colin Farrell, que consciente de su encanto jugara algunas cartas para intentar aprovechar al máximo su estadía en esta casa de mujeres. Kirsten Dunst y Nicole Kidman en particular realizar un trabajo esplendido, con la actriz australiana encargándose de que cada una de sus escenas resulten interesantes incluso por ella sola. Se puede apreciar las relaciones que conectaban a las habitantes de la institución, y (sobre todo en el caso de Elle Fanning) la huella única que todas poseen. Sin dudas que el gozar de personajes que logren destacar y diferenciarse a pesar de su gran número es muestra de la capacidad de visión de su directora y guionista. Aunque el guion, lamentablemente, nos lleva al otro lado de la moneda. Los personajes y actores conspiran para que el groso de la trama resulte fácil de consumir, pero es la otra parte en la que la película flaquece. La trama por si misma, los hechos que van aconteciendo, nunca deja de ser una lista de supermercado. Desde los 15 minutos de película uno ya tiene una sospecha de a dónde ira la cosa, y la lamentable realidad es que en ningún momento se desvía del camino más obvio. El primer acto del film resulta impecable, y lo lamentable es que con todas las herramientas que uno podría desear, el resto de la cinta nunca logra validar esta nueva adaptación más que disfrutar de las ocasionales interacciones silenciosas entre las protagonistas femeninas, o la tensión sexual que empapa la hora y media de pantalla. Apenas si termina liberando aunque sea algo de la tensión que comenzó a crear, con un último acto que alterna entre lo lógico y aburrido, a pesar de que lo protagonice un ebrio en muletas armado y con aparentes poderes de teletransportación. No se trata tampoco de un pedido por giros de tuerca o revelaciones inesperadas que no hagan más que sazonar un corte de mala calidad, sino que se hace difícil disfrutar de un film (por más repleto de calidad y excelente trabajo en todo aspecto imaginable) cuando parece más una operación matemática que un trabajo artístico o de entretenimiento. Luego de A viene B, y aún cuando finalmente sea C lo que siga es vital que el público se pregunte si será definitivamente así, o al menos termine aliviado y festejando de alguna manera que finalmente se llegó a la C como destino; de otra manera, nos vamos a encontrar preguntándonos si realmente vale la pena sentarnos hasta llegar a la Z. La corta duración, para esta era moderna en la que toda película no baja de las dos horas, y lo poco acostumbrada que debe estar Coppola a tener que encajar una serie de eventos estructurados en sus guiones (más cómodos con ser una sopa de letras que un alfabeto) sin dudas le jugaron una mala pasada al producto final. El Seductor es un drama de época con toques de suspenso, que aunque logre evocar drama gracias a un excelso elenco y aspectos técnicos envidiables, no llega a justificar su existencia. Una verdadera lástima considerando que viene de una voz siempre apreciada como es la de Sofía Coppola, una cineasta a la que se la suele llamar brillante, pero que sí no conjura un proyecto que este a la altura del comienzo de su carrera terminara concretando una serie de decepciones que constara ya de los cinco mediocres proyectos con la salida de su ópera en 4K a fines de este 2017. Despertate Sofía.
La llegada de un extraño y la modificación de los comportamientos de un grupo de mujeres a partir de esto, es tan sólo el disparador de un relato atrapante y tenso, remake de una película de 1971 de Don Siegel. Coppola maneja con maestría el suspenso y dirige a un elenco impecable de actrices (Kidman, Dunst, Fanning, etc.) que ofrecen, además, la pasión necesaria por ese recién llegado (Colin Farrell), el sostén de esta claustrofóbica, y bella a la vez, narración y su razón de ser.
Llega a los cines la última película de Sofia Coppola que le valió el premio a Mejor Director en el Festival de Cannes, y nosotros te contamos qué podes esperar de ella. “El Seductor” (“The Beguiled”, 2017) es una remake de la película homónima dirigida por Don Siegel y protagonizada por Clint Eastwood. Está ambientada en el año 1864 durante la guerra civil norteamericana. Nos cuenta la historia de una escuela femenina de Virginia, donde solo viven mujeres, y la tranquilidad que rodea al lugar se verá alterada con la llegada de un soldado “yanqui” de la Unión (Colin Farrell), que fue herido durante la batalla. La directora y dueña del lugar (Nicole Kidman) le cura la herida de bala en su pierna. Ella, la maestra (Kirsten Dunst), y las cinco alumnas (entre ellas, Elle Fanning) deciden no entregar al soldado de la Unión por motivos que no saltan a simple vista, pero que iremos descubriendo a lo largo del metraje. Coppola intenta traer al siglo XXI los asuntos planteados en el film de 1971, donde se tocan temas como la represión sexual, los deseos de las mujeres y las pulsiones. El objetivo de la directora se realiza pero a medias. El problema de la película es que evita o saca todos los componentes que hacían interesante al relato original. En la cinta de Siegel, el personaje del soldado se nos mostraba como un verdadero seductor y mentiroso, que jugaba con los sentimientos de las mujeres y que abusaba de la confianza de ellas solamente para lograr tener relaciones con las distintas féminas que habitaban la escuela de señoritas. A su vez, el montaje paralelo con la voz en off de Eastwood, que dejaba en evidencia sus crueldades y calumnias frente a la audiencia, aquí fueron eludidos y le resta aquella tensión que estos recursos le generaban al relato. Por otro lado, el personaje de la esclava que vivía en la escuela en la cinta del 71 fue eliminado y también perdemos esa perspectiva en esta versión moderna. Otras cuestiones como la venganza y las secuencias oníricas que sugerían orgias, lesbianismo, pederastia e incesto también fueron dejadas de lado. Sin embargo, todos estos temas no hacen que la versión de Coppola sea “mala” sino que ponen el foco en otros asuntos y le quitan irreverencia y descaro. Esta película se presenta más como un drama que hace hincapié o pone el acento en las mujeres y no tanto en el personaje de Farrell. Su principal virtud es contar esta historia desde un punto de vista femenino a diferencia del largometraje original, debido a que el elenco está integrado en su mayoría por mujeres. Mientras que la versión de Siegel proponía a un soldado que se encontraba prisionero en un lugar donde mandaban las mujeres (cuya forma de defenderse era mediante la seducción y la mentira), fuera del orden patriarcal que reinaba en el mundo exterior, la versión de Coppola opta por mostrarnos ese universo femenino aislado, donde se encuentran tanto protegidas como reprimidas al mismo tiempo. No obstante, lo más destacable de “El Seductor” no se da a nivel narrativo sino a nivel técnico e interpretativo. El diseño de producción realizado por Anne Ross (colaboradora habitual de Sofia) es tremendo y representa uno de los puntos altos del film. A su vez, la fotografía de Philippe Le Sourd (“Un Buen Año”) deslumbra y cautiva por su belleza con tintes naturalistas. Por el lado actoral, las interpretaciones de Fanning y Dunst son realmente logradas y acompañan de excelente manera a la siempre sólida y camaleónica Nicole Kidman. “El Seductor” es un film visual e interpretativamente atractivo, que termina siendo inconsistente como actualización de la película de 1971. Se desarrolla en un terreno que a Sofia Coppola le resulta conocido y cómodo, pero justamente le quita ese sentido de transgresión y frescura que tenía el relato original. Una remake que podría haber sido mucho más por el conocido talento de su directora.
El seductor, de Sofia Coppola Por Paula Caffaro Una vez más Sofía Coppola vuelve para poner en escena un drama femenino de la mano de sus actrices fetiches o bien llamado “club de las rubias”. Durante la Guerra Civil estadounidense un soldado enemigo y herido es ingresado al refugio en que Miss Martha (Nicole Kidman), logró adaptar en una vieja escuela de señoritas. Será este el error primordial que llevará al conjunto de damas hasta lugares insospechados. Si en las Vírgenes suicidas (1999) Coppola parecía inaugurar una poética visual propia ligada al encanto seductor femenino y un ambiente de tonalidades pastel que se va diluyendo con el avance de la peripecia hasta llegar a un clímax explosivo y totalmente dramático en términos aristotélicos, es en El Seductor donde viene a confirmar cada uno de estos rasgos exponiéndose, definitivamente como una autora de cine. Por supuesto que en María Antonieta (2006) estos rasgos aparecían -sumada esa música pop tan desconcertante para algunos-, sin embargo, es con su último film con el que parece volver a esa fuente de inspiración primogénita. La escena de apertura parece emerger de un cuento de los hermanos Grimm. La bruma inunda un bosque mientras el silbido de una niña perpetua el sonido. La niña busca vegetales para la cena, pero entre la maleza encuentra el alimento no para sus estómagos, sino para el ego propio y el de sus compañeras de morada. Un soldado malherido es llevado hacia el refugio de Miss Martha para ser curado. Obviamente su llegada no es esperada. De todas formas, el intruso pronto logra establecer conexión con cada una de las mujeres hasta convertirse en una verdadera amenaza para la seguridad del hogar. Casi siguiendo al pie de la letra un recetario de iconología, cada uno de los planos de El seductor, expresa en su imagen la representación visual de lo narrado. Las formas se sobreponen ante el contenido haciendo del lenguaje cinematográfico una batería de herramientas precisas. También aparece el elemento siniestro, y tras el devenir del film se enrarece no sólo el espacio de acción, sino el eje del drama. Con un mix de suspense y una estructura de cine clásico -hay que recordar que es una ramake del filme de Don Siegel de 1971, con Clint Eastwood-, la película logra coquetear con el espectador, muchas veces, a través de los silencios y todo aquello que no se ve. La presencia del fuera de campo es poderosa y esa latencia es la que, poco a poco, se va incrementando mientras que vemos derrumbarse ese micro mundo de aporía que Miss Martha se esfuerza por sostener a base de catolicismo y reglas estrictas de convivencia. EL SEDUCTOR The Beguiled. Estados Unidos, 2017. Dirección y Guión: Sofia Coppola. Intérpretes: Colin Farrell, Nicole Kidman, Kirsten Dunst, Elle Fanning, Oona Laurence, Angourie Rice, Addison Riecke, Emma Howard, Wayne Pére, Matt Story. Producción: Sofia Coppola y Youree Henley. Distribuidora: UIP. Duración: 93 minutos.
Sofía Coppola vuelve al ruedo luego de su película menos popular (The bling ring, 2013). Y aquí nos deleita con lo que mejor sabe hacer: un relato intimista con mujeres como protagonistas. Primero hay que entender el rol de la mujer en la guerra de secesión de Estados Unidos y que se quedaban solas mientras sus maridos, hermanos, padres e hijos iban a combatir. Más aún en zonas rurales. Esta película se sitúa en el sur, donde residían los más conservadores, los que estaban a favor de la esclavitud y que luego terminaron perdiendo. Es en ese contexto donde un soldado del norte cae en un Instituto/colegio de mujeres y causa una verdadera revolución en cada una de ellas. Con edades diferentes, se aborda la sexualidad y la represión de la misma en todos los personajes. Desde una tierna infancia, pasando por hormonas adolescentes hasta llegar a un amor y deseo por soledad. Coppola vuelve a demostrar su gran talento en la dirección actoral porque cada una de las actrices trasmite algo diferente. Y el hombre pasa de persona a objeto y luego amenaza. Tres puntos de quiebre desde lo narrativo muy marcados. La directora se agarra de sus sellos característicos para dar forma a la película: miradas que hablan, pausas y silencios pronunciados. El elenco está genialmente constituido por Nicole Kidman, Kristen Dunst (tercera colaboración con Coppola) y Elle Fanning. Tres edades y motivaciones diferentes. En el medio de ellas y las otras actrices se encuentra Colin Farrell, en un papel que va mutando. Pero siempre lo vemos desde la perspectiva de ellas, lo que me parece otro gran acierto. Un estallido, una sorpresa, y un contra giro. Todo confluye en un gran final que te deja reflexionando al igual que la gran mayoría de las películas de Sofía Coppola. No es su obra cumbre ni de cerca pero tiene ese “algo intangible” de su arte que es muy apreciado por quienes gustan de su cine tal como es mi caso, u odiado por sus detractores. El seductor es una muy buena película, de esas que dan para análisis y reflexión.
Basada en el libro de Thomas Cullinan, la nueva película de Sofía Coppola es la remake del fim protagonizado por Clint Eastwood en 1971. Durante la Guerra Civil estadounidense, un grupo de mujeres refugiadas en un internado para señoritas dirigido por Martha (Nicole Kidman) ayuda al soldado enemigo John McBurney (Colin Farrell). La nueva presencia en la silenciosa casa despierta rivalidades, tensión sexual y tabúes escondidos. El seductor (The Beguiled, 2017) es una historia pequeña, que ocurre en un lugar solitario. Esa característica la hace interesante porque sitúa al espectador como testigo de un hecho que marca a las protagonistas, pero pasa desapercibido para la sociedad (semejante a La casa de Bernarda Alba). Es un film tenso en todos los sentidos, que atrapa desde el inicio. Un drama que transcurre en un microclima que por momentos asfixia. Y aunque va generando tanta expectativa que no se corresponde con lo que acontece, quizás su riqueza esté en ese punto: lo que no se dice y debe completar el espectador. Coppola delinea muy bien a cada uno de sus personajes. Las personalidades están claras y son funcionales a una época en la que la mujer debía realizar lo socialmente aceptado. La estética es perfecta, desde el vestuario hasta las locaciones. Mientras que las actuaciones de Farrell, Kidman, Kristen Dunst y Ellen Fanning le aportan mucho al film. El seductor es una fotografía de la psiquis humana en un contexto dado. Las reflexiones al respecto son inevitables.
No es bueno que el hombre este solo, pero tampoco tan acompañado. El seductor (The Beguiled) es la última película escrita y dirigida por Sofia Coppola, basada en la novela de Thomas P. Cullinan. Protagonizada por Colin Farrell, Nicole Kidman, Kirsten Dunst y Elle Fanning. Un internado religioso sureño de señoritas se ve alterado cuando da hospedaje a un soldado mal herido (curación, cama y comida) de las fuerzas enemigas, en épocas de la guerra civil norteamericana. Si bien el drama gira alrededor de la tensión sexual (propia) invadida en ese lugar entre la directora, su asistente, las niñas y el sujeto, son los momentos de mayor clímax dramáticos donde siento que no están del todo bien logrados. Tal vez no me termina de convencer el protagonista (Collin Farrel) en un rol que necesita mucho menos de lo que expresa. El mundo reducido a ese espacio aislado del exterior y la mirada femenina que pone el foco con críticas al propio género son sin dudas los aciertos.
Con esta película Sofía Coppola se ganó el premio a la mejor directora en Cannes, es la segunda mujer en la historia que se alza con esta distinción. Y eso fue posible por este film que es una remake del realizado en l971 por Don Sieguel y protagonizado por Clint Eastwood. Basado en la novela de Thomas Cullinan. Pero en el guión hecho por la directora se cambia el punto de vista y todo lo que sucede es desde el punto de vista femenino, con erotismo a flor de piel, histeria, miedo a la castración, sueños de conquista y deseos que derivan en el horror. A una mansión sureña en plena guerra civil de los EEUU, donde solo quedan mujeres, la directora, la maestra y las alumnas. Sin esclavos porque huyeron, llega un soldado de la Unión. Un mercenario. Un enemigo. Un hombre herido. Al principio y como ejemplo de caridad cristiana lo reciben, lo curan, lo lavan, lo llenan de atenciones, en cenas musicales y rezos. Pero el deseo encarna en cada mujer, como si se tratara de una sola puntualiza la realizadora. La directora, una impecable Nicole Kidman que trata de helar sus pulsiones sin éxito. La reprimida maestra, que parece encontrar al hombre que la sacara de ese lugar, una increíble Kristen Dunst, la adolescente alterada y seductora de Elle Fanning, el alboroto de las mas chicas. Un mundo soñado donde ese hombre imagina un paraíso de mujeres vestidas de rosa y pasteles, puntillas y moñitos. Sin embargo una traición precipita los acontecimientos hacia el grand guiñol y la oscuridad de estas mujeres atadas en una complicidad perversa. Elegancia en el estilo, contundencia narrativa, muy buen manejo de los actores., Colin Farell es una elección perfecta para ese hombre que vaga entre la seducción, los miedos y la angustia. Sofía Coppola maneja todos los hilos de la narración, crea los climas precisos, los regala una muy buena película.
Engáñame una vez El seductor (The Beguiled, 2017) no es exactamente una remake de la película del mismo nombre de 1971 sino una nueva adaptación del libro que la inspiró. Si la original trataba sobre “el deseo básico de las mujeres de castrar a los hombres” - palabras del director Don Siegel - la nueva versión trata sobre el deseo básico de los hombres de engañar a las mujeres. Señal de los tiempos. En realidad el título original en inglés se traduce literalmente como “el engañado” o “los engañados”, y bien podría referir a todos los personajes de la trama. La traducción sugiere que el engaño es perpetrado por el epónimo seductor, ¿pero en qué medida depende del autoengaño de las mujeres que pretende seducir? De entrada la tipografía del título - una cursiva ilegible y color rosada - evoca las novelas románticas de Danielle Steel o Barbara Cartland. La premisa también: en medio de la guerra de Secesión, una niña que pasea por el bosque recolectando hongos encuentra un soldado herido y lo refugia en un seminario para jovencitas. El bello, malherido y probablemente heroico McBurney (Colin Farrell) inmediatamente llama la atención de la directora Martha (Nicole Kidman), la maestra Edwina (Kirsten Dunst) y sus cinco alumnas, entre ellas la ávida ninfa Alicia (Elle Fanning). Al empezar, el conflicto es una cuestión de principios: un soldado yanqui no debería ser albergado por sureños, mucho menos en un colegio de mujeres. ¿Cómo romper la disonancia cognitiva? Una de ellas sugiere atenderlo en el nombre de “la caridad cristiana”. Una vez curada la herida, deciden retenerlo - probablemente moriría camino a prisión, ¿no? Y de repente el jardín del seminario se ve tan desahuciado que le hace falta un jardinero, ¿verdad? Etcétera. La primera mitad de la película nos pone del lado del “seductor”, un tipo taimado que sabe interpretar el papel que cada mujer desea. Nomás con intercambiar miradas con cada una de sus musas se pone a interpretar el papel de amigo, confidente, víctima, romántico, héroe trágico. No parece tener una meta concreta salvo la de obedecer un instinto que lo lleva en todas las direcciones posibles. La situación es obviamente insostenible y a mitad de la película hay un giro abrupto en el tono y la perspectiva de la historia, que muta de una fantasía romántica a un thriller gótico. El cambio fluye perfectamente, porque podemos rastrear todos los elementos del desenlace hasta los primeros minutos del primer acto, que establecen sutilmente todos los temas y recursos que van a impactar en la trama. Escrita y dirigida por Sofia Coppola (sobre la novela de Thomas Cullinan), El seductor es una pequeña película con buenas actuaciones y diálogo exacto y astuto. En otro contexto “pequeña película” sonaría condescendiente, pero con hora y media de duración, ambientada en una única locación y con un minúsculo elenco de ocho personajes, El seductor parece construida con la meticulosidad y la sabiduría de un buen cuento corto.
EL GALLO EN EL GALLINERO Colin Farrell es un fachero soldado en una escuela de señoritas ¿Qué puede salir mal? Sofia Coppola es una directora que normalmente polariza. Yo estoy del lado de los que han disfrutado menos de su cine, pero es innegable que en El Seductor (“The Beguiled”) se beneficia del ritmo particular que le imprime a sus películas. Basta con ver el trailer de la versión original de 1971 de Don Siegel (protagonizada por Clint Eastwood) para ver cómo Coppola convirtió una porno soft en un relato de represión emocional y sexual con corte feminista. Todo comienza cuando Amy (Oona Laurence), mientras junta hongos en un lúgubre bosque intoxicado del humo de lejanos cañones, encuentra al malherido cabo John McBurney (Colin Farrell), un “yanqui” huyendo de los Confederados durante la Guerra Civil norteamericana. Aunque es el enemigo, Amy lleva al soldado al Seminario de la Señora Farnsworth para Niñas Jóvenes, una enorme mansión dirigida por Martha Farnsworth (Nicole Kidman). Esta casa de señoritas es un refugio del mundo exterior, azotado por la guerra. De un lado de la reja, el movimiento de las tropas que van y vienen. Del otro, las pupilas y la profesora Edwina (Kirsten Dunst), que continúan con en la pasividad de sus días, en los que el tiempo parece no avanzar y la negación y represión son la norma. La llegada de un hombre, disruptiva de por sí, revoluciona la casa cuando, después de haber sido curado por Martha, McBurney se muestra como un joven no solo atractivo, sino también carismático y encantador. Coppola maneja de forma magistral los tiempos en esta primera mitad de la película, mostrando cómo cada generación de mujeres sucumbe ante la presencia del soldado. Es una exploración precisa de la dinámica de un grupo de mujeres que convierte una estructura de comunidad en una competencia. McBurney simboliza algo diferente para cada una de ellas, con una personalidad camaleónica que se muestra paternal o sensible para recibir cuidado maternal, amable y de bajo perfil o confrontativo y entregado al coqueteo. La adoración de la pequeña Amy, los impulsos de Alicia (Elle Fanning), el amor de Edwina y el deseo de Martha se manifiestan de forma más o menos sutil, y es en esta primera mitad en la que se lucen particularmente Kidman, Dunst y Farrell, que manejan bien los milimétricos cambios de ambiente que propone la directora. Quizá la decisión más cuestionable de la directora es el dejar afuera de la película a la esclava Hallie, un personaje relevante en la obra original pero más que nada en el contexto en el que se desarrolla la película. Su ausencia simplifica el conflicto pero también impide ofrecer una representación real de la época. La diversidad no hay sido nunca el punto fuerte de Coppola, pero en este caso la cosa se nota mucho. Cada cual lo entenderá como quiera. El director de fotografía Philippe Le Sourd es fundamental para el tono pictórico de este cuento de hadas oscuro. El sol irrumpiendo entre las hojas o las persianas y la tímida luz de las velas iluminando las estáticas escenas interiores remite a verdaderos cuadros en movimiento. Pero el soldado playboy, más allá de todos sus encantos, sigue siendo un enemigo, por lo que su estadía tiene fecha de vencimiento. Y por más que se muestre como una útil adición a la casa, Martha sabe que no es más que un gallo en el gallinero, situación que genera una esperable desesperación en McBurney la cual, sumada a la “abrumadora” tentación, termina en desastre. La primera mitad de la película es intrigante y atrapante. La naturaleza conflictiva de la presencia del soldado y las diferentes aproximaciones de cada una de las mujeres construye un conflicto que se ve venir a la legua, pero aún así resulta atractivo. Sin embargo nunca creamos un vínculo con ninguno de los personajes, lo que se potencia en la segunda mitad, cuando la sutileza se deja atrás y la castración simbólica genera que el poder tácito de McBurney se convierta en sometimiento. Coppola pega un volantazo en el ritmo, el tono y las motivaciones de los personajes: amor, deseo y venganza se mezclan sin dejar demasiado en claro el porqué de los eventos. McBurney deja de ser el gallo suelto en el gallinero para volverse la mosca atrapada en la telaraña – cuyo castigo es, de alguna manera, el castigo a la eterna traición del hombre. El Seductor es una película técnicamente impecable, con una atractiva premisa, un buen elenco y buenas actuaciones, que se desmorona en el último acto. De todas maneras estoy seguro que los seguidores de Coppola se quedarán satisfechos con esta historia de hermandad y poder femenino (aunque ese poder esté representado por un elenco bastante parejo en lo que a raza refiere).
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La talentosa directora de Las vírgenes suicidas, María Antonieta, la reina adolescente, Perdidos en Tokio, Somewhere: En un lugar del corazón y Adoro la fama construyó con esta remake de El engaño/The Beguiled, clásico dirigido en 1971 por Don Siegel y encabezado por Clint Eastwood, la película más oscura y al mismo tiempo más accesible de toda su carrera. Una incursión en el cine de género, pero sin perder la elegancia visual ni sus marcas de estilo. La novela de Thomas P. Cullinan (1966) ambientada en 1864 (plena Guerra de Secesión) y ya filmada por Siegel no parecía, en principio, un material que uno pudiese imaginar como ideal para Sofia Coppola. Sin embargo, el resultado de los 93 minutos de El seductor es tan convincente en términos dramáticos, narrativos, visuales y actorales que uno debe sacarse el sombrero y reverenciar la ductilidad de una directora que, más allá de las marcas de estilo que se mantienen, aquí pone su talento al servicio de la historia y no el conflicto como excusa para regodearse en su virtuosismo. Colin Farrell y Nicole Kidman -que venían de protagonizar la espantosa The Killing of a Sacred Deer, del griego Yorgos Lanthimos- se lucen aquí junto al resto del elenco (en el que aparecen desde Kirsten Dunst hasta Elle Fanning) para una película que luce como la más concentrada, tensa, oscura y perversa de la carrera de Coppola. La trama es sencilla: un soldado de la Unión (Farrell) es encontrado malherido por una de las cuatro niñas que todavía permanecen en un seminario de una zona de Virginia tomada por la guerra civil. Junto a las alumnas (la más grande está intrepretada por Fanning) conviven en esa casona la responsable del lugar (Kidman) y la maestra (Dunst). Las seis mujeres, de muy distintas maneras y en diferentes grados, se verán obsesionadas (algunas con pasión, otras con desprecio, otras con simple curiosidad infantil) por el recién llegado, un “enemigo” al que se niegan a entregar a los soldados secesionistas. La película -fotografiada con suma elegancia en 35 milímetros por el francés Philippe Le Sourd, que venía de colaborar entre otros con Wong Kar-wai- combina el trasfondo bélico, cierta estética de western y elementos propios de los cuentos de hadas (la niña que junta hongos en el bosque) con el intenso drama de un universo cerrado femenino que se ve invadido y viciado con esa inesperada presencia masculina. El seductor -que invierte el punto de vista masculino del film original y lo convierte en femenino para concentrarse en los códigos que se establecen entre esas mujeres- va del erotismo y el voyeurismo al más puro gore (aunque también con un muy buen uso por momentos del fuera de campo), del melodrama de época en tiempos de Guerra Civil a la comedia negra y perversa con toques feministas. Lo más valioso es que Coppola, aun en terrenos hasta ahora inexplorados en su cine, parece desenvolverse con absoluta elegancia y convicción.
Un film climático sin vitalidad Entre las grandes intrigas del cine de los últimos años deberían figurar los motivos por los cuales Sofia Coppola quiso hacer una nueva versión fílmica de la novela de Thomas Cullinan. En 1971, Don Siegel como director -uno de los más potentes del cine estadounidense- y Clint Eastwood como actor entregaron su propia The Beguiled, titulada aquí El engaño. Tanto esa versión de hace 46 años como esta actual tratan de la relación de un maltrecho soldado de la Unión con las mujeres sureñas que le dan cobijo y curan sus heridas. Hay un tono ominoso y de interés sexual y amoroso, y de danza de los personajes femeninos alrededor del único hombre. En realidad, en 1971 podríamos hablar de danza, porque la película tenía más movimiento. Y además mayor oscuridad en el personaje masculino -el de Eastwood perturbaba desde el inicio, el de Colin Farrell es tan blando que sus peripecias finales suenan extemporáneas-, más frontalidad y mayor presencia del deseo. Coppola hace una película meliflua, chirle, lánguida (como viene sucediendo con su cine después de Perdidos en Tokio), que aniquila de entrada la idea de progresión narrativa en aras de los climas, buscados más que nada mediante planos generales vaporosos con contraluces orquestados alrededor de velas y ventanas, o contra ellas. Los personajes de Coppola se alejan cada vez más de la vida y sobre todo de la vitalidad, carecen de deseo, y cuando eso sucede en un film en el que es clave creer que son deseantes todo tiende a una pose vacua.
Cuando Caperucita enfrenta al Lobo Feroz La sexta película de Sofia Coppola es un oscuro cuento de hadas sobre el empoderamiento femenino. En una mansión del sur, durante la Guerra de Secesión en Virginia, una nena que había salido a juntar hongos por el bosque cual Caperucita Roja vuelve acompañada por un soldado enemigo herido, interpretado por Colin Farrell, que huye del combate. La casona es un internado donde viven cuatro jóvenes alumnas, su maestra (Kirsten Dunst) y la directora (Nicole Kidman), que deciden darle asilo al hombre hasta que se recupere de sus heridas. Así comienza el drama gótico El seductor, la sexta película de la promisoria carrera de Sofia Coppola y una de las más raras de su filmografía. La película está inspirada en la novela del '66 de Thomas P. Cullinan que ya tuvo su versión cinematográfica cinco años después bajo el nombre de El engaño y en manos de Don Siegel, que convocó a Clint Eastwood como el soldado. Coppola adapta el material a sus necesidades y se lo apropia, como hacen las mujeres del film con el soldado a medida que comienza a sanar. La cineasta se desentiende del punto de vista del soldado y, barriendo bajo la alfombra la misoginia del film de Don Siegel, narra la historia desde la perspectiva femenina y, tal vez en la decisión más polémica de la película, hace desaparecer a la esclava negra que trabaja en la mansión original. Sofia se saca de encima de un plumazo el problema de la cuestión de clase, un tema siempre álgido en la filmografía de la directora de María Antonieta. Y así también se desentiende, en una película siempre dominada los climas creados por la directora, de la problemática racial a la hora de acercarse a la Guerra de Secesión. Se puede intuir que esa decisión puede hacer sentir a El seductor como una película lavada, pero la cineasta no tiene interés alguno en hablar de esa guerra que se escucha de fondo y a lo lejos al principio de la película, sino que prefiere meterse en el combate que se comienza a librar luego dentro de la casona. Con el correr de los minutos, mientras el soldado aprovecha el tiempo para coquetear con todas las mujeres de la mansión mientras se recupera, aparece una sensación agobiante de claustrofobia a medida que el encierro del soldado en la mansión pasa de ser una cuestión motriz, en la línea de La ventana indiscreta, hasta convertirse en una obsesión mucho más cercana al universo de Misery. En este oscurísimo cuento de hadas sobre el empoderamiento femenino y la represión de los deseos, el Lobo Feroz debería pensarlo dos veces antes de meterse con Caperucita.
Es difícil poder apreciar un film como El Seductor (The Beguiled, 2017) luego de haber visto la obra maestra, homónima, de Don Siegel, estrenada en 1971. Calificada como una adaptación de la obra literaria y no una remake, según las palabras de su directora, El Seductor versión Sofia Coppola es un relato refinado, visualmente preciosista y con un cast deseado. Ahora, con esa imposibilidad, a no poder dejar de compararla con la anterior, surgen atisbos de falta de conexión entre personajes, situaciones que se resuelven de manera forzada, dejando de lado la efectividad de la obra de Siegel; aquí el trato de la crueldad, por ejemplo, que alguien cometa una atrocidad pasa al otro día como si nada hubiese sucedido. Circunstancia que en la obra de Siegel estaba mucho más marcado y desarrollado. Por alguna razón, Coppola quitó algunos tópicos que estaban presentes en la de Siegel y eran fundamentales para continuar haciendo una descripción de los personajes, como la esclavitud, el incesto y hasta la visita de soldados sureños a esta especie de mansión habitada solo por mujeres. La labor de Nicole Kidman está muy bien; cumple en dar esa sensación de madraza fría y sobreprotectora, como si hubiese creado un submundo dentro del internado en el que, cual nodriza, adoctrina a un grupo de menores mujeres. El mismo rol, interpretado anteriormente por Geraldine Page, era increíble, al igual que lo que ocurre si se compara la labor de Colin Farrell con la de Clint Eastwood.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
La historia del soldado del Norte que, en plena Guerra de Secesión, herido, termina refugiado en un internado de señoritas del Sur ya había sido llevada a la pantalla en 1971 por Don Siegel y con Clint Eastwood en el rol que ahora le cae a Colin Farrell. Las comparaciones son odiosas, pero la ausencia de corrección política y la fuerza a veces salvaje -otras veces, elegante- de Siegel hicieron de ese film un poco polémico una obra maestra. Coppola trabaja la inversión, cómo el cuerpo masculino turba a las mujeres que terminan utilizándolo, destrozándolo como a un trofeo, aniquilando su voluntad. Pero si bien esta fantasía tiene algo de vindicador, el tema real, ese que trasciende condiciones históricas y de género, se le escapa a la realizadora: la reducción de la persona a una cosa. Así, solo queda un thriller entretenido y bien ejecutado. Pero la potencia real y molesta de la historia se desvanece.
Sofia Coppola tras los pasos de Eastwood Virginia, 1864, últimos meses de la Guerra de Secesión. Un internado de señoritas (sólo quedan la directora, una maestra y unas pocas alumnas) en una casona apartada. La más pequeña va al bosque a buscar setas y se encuentra con un soldado herido. Es un enemigo, pero está herido. Ellas lo cuidarán hasta que se reponga, sin decirlo a las autoridades. Será su prisionero. Y será también el que desate otra clase de guerra, dentro de esa casona. Tal es el contenido de "A Painted Devil", un diablo pintado, novela del norteño Thomas Cullinan, curiosamente insertada en eso que llaman "el gótico sureño". En 1971 Don Siegel la llevó al cine, adaptada por Irene Kamp, Claude Traverse y con seudónimo- el mítico Albert Maltz, uno de "los Diez Prohibidos de Hollywood". Su título local fue "El engaño". En los papeles principales, Geraldine Page estilo Bernarda Alba, y Clint Eastwood, de rostro joven pero ya curtido. Algunos dijeron entonces que era una película misógina. Puede ser. De seguro, era y sigue siendo un peliculón de tremenda fuerza, casi de terror en su parte final. Ahora Sofia Coppola hace una relectura de la novela. Cuenta casi lo mismo, pero más atenta a las delicadezas del mundo femenino, la contención de la época, las inquietudes sexuales y los sentimientos sutilmente expresados, para todo lo cual muestra buena mano. Exquisita la fotografía de Philippe Le Sourd. Excelente, Nicole Kidman como la bella directora que comanda, reprime, serrucha y cocina. Pero Colin Farrell no pasa de galán carilindo. Falta el personaje de la criada negra, que agregaba tensión al relato. Y la tensión que hay, va demasiado asordinada. Además, casi todas parecen figurines, pero eso no molesta demasiado.
Ese oscuro objeto del deseo (femenino). Remake del clásico de 1971 dirigido por Don Siegel y protagonizado por Clint Eastwood, la nueva película de la directora de Vírgenes suicidas la encuentra en plena forma con la historia de un soldado yanqui prisionero del deseo de sus sureñas salvadoras. A pesar de tratarse de una nueva adaptación de la novela del estadounidense Thomas Cullinam y a la vez de un remake del clásico de 1971 dirigido por Don Siegel y protagonizado por Clint Eastwood, El seductor consigue expresar la particular mirada de su directora, la talentosa Sofia Coppola. Se trata de una historia ambientada durante la Guerra de Secesión, el conflicto civil que enfrentó a los estados abolicionistas del norte contra los del sur esclavista, en la que un yankee (soldado norteño) gravemente herido en una pierna es auxiliado por una niña del sur, quien lo ayuda a llegar hasta el seminario Farnsworth para señoritas, donde ella vive y estudia. Ahí recibe las curaciones de la señora Martha, regente del instituto, quien en lugar de entregarlo como prisionero al ejército confederado, lo habitual para casos como ese, decide darle asilo hasta que se recupere. Igual que en la película de Siegel, Coppola deja planteado el conflicto rápidamente y con precisión: la llegada del hombre provoca un cataclismo hormonal dentro de ese gineceo habitado por Martha, la maestra Edwina y cinco niñas que atraviesan distintas etapas de la adolescencia. A ellas, recluidas en una típica mansión sureña cuya arquitectura remeda el estilo griego que de algún modo anticipa la tragedia que ahí tendrá lugar, la presencia del cabo John McBurney las expone de golpe a todo aquello de lo que esa clausura pretendía resguardarlas: el deseo y el miedo. Acostumbradas a un aislamiento casi de convento y aterrorizadas por historias en las que los soldados del norte se dedican a saquear las casas de sus enemigos y a violar sistemáticamente a sus mujeres sin distinción de edad ni clase, el soldado provocará en ellas reacciones encontradas. Todo eso queda expresado cuando Martha cura y limpia al inconsciente cabo McBurney, en una escena que parece reproducir la imagen de una Pietá en la que la mujer sostiene y atiende al cuerpo inerte del hombre. Aunque no tan inerte como para aun así encender en ella los ardores de la carne con una avidez que quizá creía haber olvidado hace mucho. La imagen de ella de rodillas, aseando acalorada el cuerpo semidesnudo del varón con un paño húmedo, le da a la escena el aire religioso de ciertas pinturas renacentistas y cumple a la vez con la misión de mostrar la lucha entre el deber y el deseo. O mejor todavía, entre virtud y pecado. El modo en que la luz cae sobre ellos en forma de hebras a través de las altas ventanas de la estancia, esfumándose entre los pliegues de las cortinas, refuerza esa idea. Dicho mecanismo puede ser trasladado a cada una de estas mujeres, aunque no todas lo vivirán con la misma carga. Porque si para Martha (Nicole Kidman) marca el retorno inesperado de la pasión perdida, para Edwina (Kirsten Dunst) corporiza el anhelo del amor con el que sueña y que hace rato merece. En cambio para las chicas representa un abanico de necesidades y emociones que van desde el despertar sexual y un salvoconducto contra el tedio de la reclusión para las más grandes, hasta una figura masculina, incluso paternal, para las pequeñas. A todo esto el cabo McBurney (Colin Farrell) es el convidado de piedra dentro de este festín. Aunque él se sienta protagonista, con un harem solícito dispuesto a satisfacerlo en cada una de sus necesidades de hombre decimonónico, la realidad es que apenas es un vehículo. Sobre él viajarán cada una de estas expectativas que su presencia genera, yendo desde el kilómetro cero del encierro –que no es sólo literal, dentro de las paredes y cercos del caserón, sino también el de cada una de estas mujeres dentro de su propia feminidad dormida– hasta vaya a saber dónde. Quienes vean la película podrán enterarse. Haciendo gala de un gran manejo del arco emocional, Coppola permite que cada personaje haga su camino, sin buscar responsables ni echar culpas. Y parece entender que en esta historia cada uno carga con sus propios dolores, miedos y, sobre todo, deseos condenados a no ser satisfechos. O al menos hasta cerca del final, en el que la última mirada que Martha le reserva al cabo McBurney parece habitada por cierta malicia, sugiriendo un goce oscuro que produce un doblez inesperado tanto en el personaje como en el relato. Coppola se sirve de eso para sorprender con sutileza, descubriendo un abismo justo delante del espectador a pasitos nomás de los títulos finales.
Para hacer bien el amor, hay que venir al sur… Es 1864, y la Guerra Civil de Estados Unidos viene rugiendo desde hace ya tres años. En un frondoso bosque del sur, una niña en busca de hongos se encuentra con un herido soldado del norte llamado John McBurney. Ella lo lleva al internado de señoritas donde ella estudia, y en el que vive junto a las dos instructoras y otras cuatro alumnas de distintas edades. Las diferencias entre la lealtad al norte y al sur empiezan a desaparecer paulatinamente con la atracción de todas estas damas hacia este caballero, que las llevará a hacer cosas impensadas. El guión de El Seductor es bastante fluido, sin vueltas y al punto, aparte de resolver casi siempre las situaciones dramáticas de forma visual. La narración está marcada por una tensión sexual que se palpa prácticamente desde el momento que McBurney es depositado en el sillón, y esta no frena hasta el desenlace. Cabe aclarar que si bien el personaje masculino aporta lo suficiente para ser reconocido como el título lo presenta, la seducción que se vehiculiza y cautiva en la película es de las mujeres que habitan el internado. Va a haber momentos donde es probable que se suelten unas risitas, pero son risas más de la ironía que resulta el apreciar cómo la virtud exigentemente impuesta en estas damas va dando lugar paulatinamente al deseo: comenzando por pequeños detalles y progresando a acciones un poco más intensas que esta película lleva hacia agresivas consecuencias. En materia actoral, Colin Farrell entrega una interpretación creíble y vulnerable como el soldado herido. Nicole Kidman se prueba efectiva como la directora del internado, siendo de destacar aquellas instancias donde uno puede ver el deseo de su personaje más allá de la rectitud en donde está enmarcado. Kirsten Dunst es toda una revelación, ya que sale airosa en la encarnación de un personaje reprimido y desexualizado; a contrapelo de los roles que habitualmente le toca encarar. En materia visual la dirección de Sofia Coppola hace uso de una gran economía de planos y un ritmo fluido en el montaje. Hay fotogramas que son dignos de colgar en la pared por la manera en que distribuye los elementos para la composición de cuadro. Existe un prolijo trabajo de dirección de arte y vestuario. La película empieza con las protagonistas vistiendo tonos claros, y desde que aparece McBurney el azul se va metiendo lentamente en su vestir. Partiendo de pequeños detalles como una pequeña cinta, para terminar extendiéndose hasta el vestuario completo. Una manera muy sutil de denotar la influencia que la presencia de McBurney tiene en sus vidas. No obstante, le encuentro dos pequeños tropiezos: Primero, algunas escenas son levemente oscuras, y Segundo, la transición al tercer acto, aunque lógica, es presentada de forma abrupta; como que el espectador apenas está asimilando lo que vio y ya le tiran el desenlace. Conclusión: El Seductor es una narración directa, clásica incluso, que maneja bien la tensión. Donde las imágenes dicen más que mil palabras y son apoyadas por interpretaciones que con mucha sutileza expresan una gran intensidad. Una propuesta más que disfrutable.
En su último film, El seductor, Sofia Coppola adapta la novela A Painted Devil de Thomas P. Cullinan, tal como lo hizo Don Siegel en 1971, sólo que esta vez cambia por completo los esquemas narrativos y se sumerge por completo al engañoso juego de las apariencias y las consecuencias de las emociones traicionadas. Es 1864, en plena guerra civil norteamericana, un internado para señoritas situado en Virginia es el escenario que plantea Coppola para analizar las complejas relaciones entre mujeres. En esa casa, un pequeño grupo de chicas son educadas bajo el arte de la servidumbre doméstica y de la femineidad sureña para llegar a ser dignas mujeres de un héroe nacional cuando termine la guerra. Miss Martha (Nicole Kidman) es la directora y sus normas de protocolo y sus precisas formas la convierten en el ejemplo perfecto de la femineidad patriarcal que intenta imponer al resto de las habitantes. La segunda al mando es la institutriz Edwina (Kirsten Dunst), sumisa a las decisiones de Martha y que adopta sus reglas como un soldado. Ambas están a cargo de Alicia (Elle Fanning), Jane (Angourie Rice), Marie (Addison Riecke), Emily (Emma Howard) y la pequeña Amy (Oona Laurence). En este universo femenino todo resulta rutinario y corriente, hasta la llegada del cabo confederado John McBurney (Colin Farrell), herido en combate, y quien servirá para desmontar la unión entre el pequeño grupo de mujeres que dudan entre auxiliar al soldado enemigo o entregarlo a las autoridades como buenas ciudadanas. La ruptura con la rutina diaria de la institución revelará aspectos desconocidos de la personalidad de cada una de ellas. La convivencia con el intruso es el escenario experimental perfecto para que las jóvenes demuestren todo lo aprendido. El soldado acepta con amabilidad cada una de las muestras de cordialidad de sus cuidadoras y, al mismo tiempo, las mujeres se empiezan a acostumbrar a la presencia masculina dentro de la casa. Lo que aparentaba ser una situación de poca duración se va dilatando con excusas que parecen ser del agrado y beneficio de todos. La armonía del hogar y las personalidades van mutando a través de un juego de roles que responde a las circunstancias y a las necesidades sentimentales de cada uno. La amabilidad se convierte en crueldad y detrás de la placidez se asoma el horror. Coppola adapta la novela de Cullinan pero se enfoca en la construcción y el desarrollo de los personajes más que en el argumento de la obra. Esto resulta en un mensaje completamente feminista apropiado a estos tiempos de constante lucha por el derrocamiento del sistema patriarcal. Utiliza la trama y las diferencias entre sus personajes para revelar con astucia cómo la presencia masculina puede afectar a un entorno poblado exclusivamente por mujeres. Esta controversia genérica ayuda a que, en el desenlace del film, los personajes desencadenen incontrolables flujos de sentimientos y pasiones reprimidas durante mucho tiempo. El ritmo narrativo culmina con un grito de protesta hacia ese patriarcado dominante a través de la fuerza bruta. Es ahí donde la directora plantea un sexismo que se podría catalogar como conservador, donde brutaliza al hombre y evidencia la inteligencia femenina en una victoria tan sencilla como incuestionable. La elegancia del film se refleja no sólo en la estética sino también en el diálogo, en el planteamiento del conflicto y en su resolución. La estética es tan relevante como la propia historia. La atención por el vestuario, la ambientación y la fotografía son emblemas del estilo de Coppola. Esta vez predomina la luz atenuada y el juego de sombras, para convertir a la casa en un perfecto laberinto claustrofóbico. Los actores interpretan sus roles perfectamente: divierten, seducen y cautivan. Se destacan como siempre Kidman, Farrell y Dunst, quienes reflejan la evolución de sus personajes con mucha naturalidad sin perder la esencia de los mismos.
LLEGA UN EXTRAÑO Durante la Guerra de secesión, un soldado de la Unión, herido, es rescatado del bosque por una niña y las demás mujeres que habitan en una gran casa sureña, es decir del bando contrario. Las mujeres habitan solas allí, los hombres ya no están. Pasan, sí, soldados Confederados, pero en su aislamiento ahora construyen su propio mundo. Aunque deberían denunciarlo y entregarlo, las mujeres toman la decisión de ocultar y ocultar al soldado. Allí comienza una relación de seducción y poder entre el hombre y las mujeres. No es la primera vez que la novela de Thomas Cullinan es llevada a la pantalla. En el año 1971, Clint Eastwood protagonizó y produjo la película dirigida por su maestro Don Siegel cuyo nombre acá fue El engaño. Ambas películas en inglés se llaman igual: The Beguiled. Vista hoy, a cuarenta y seis años de su estreno, El engaño sigue siendo una obra maestra, una de las películas más oscuras y siniestras del equipo Siegel-Eastwood. Descripta como misógina, hoy claramente puede ser vista como lo contrario, o incluso ir más allá y ser analizada como una interesante reflexión acerca del poder, la traición y finalmente la lealtad entre mujeres. Lo importante es que se trata de una película enorme que vale la pena ver nuevamente. La propia Sofia Coppola declaró que no se trata de una remake del film de Don Siegel sino de una nueva versión del libro. Tomemos su palabra para hacer lo que siempre se debería hacer: no usar la comparación para analizar los valores de una película. Más aun, porque en la comparación, la película de Coppola quedaría aun en peor situación de la que ya se encuentra. Es raro que siendo el material de origen en parte interesante para ella, la película termine resultando finalmente tan fría, distante, tan superficial y lejos de cualquier forma de empatía. Un trabajo preciosista en la fotografía no hace más que empeorar las cosas, las imágenes resultan particularmente forzadas, buscando todo el tiempo llamar la atención sobre la misma belleza en lugar de fluir. En un acto incomprensible de corrección política y cobardía, el personaje de la única mujer negra de la historia quedó afuera, para no molestar a nadie con el tema de la esclavitud. Es una pena, pero que tenía un enorme valor e incluso le daba más complejidad a los demás personajes. Una vez más, imaginemos que ese personaje nunca que existió y veamos la película como quien solo tiene la información de lo que está en la pantalla. Y lo que se ve son personajes sin interés, tal vez con intencional languidez, pero en brutal contradicción con lo que la historia relata. Sofía Coppola había demostrado ya muchas veces su habilidad para describir personajes y sus angustias existenciales. Pero esta vez no encontró el tono y esta es claramente su peor película.
La historia resulta atrapante desde el primer instante no solo porque la componen un gran elenco y una maravillosa ambientación si no porque resulta visualmente elegante y se encuentra dirigida por Sofía Coppola (“Perdidos en Tokio”). Transcurre en un internado de Virginia en 1864, durante la Guerra de Secesión de Estados Unidos, cinco jóvenes mujeres viven junto a dos institutrices Miss Martha y Edwina (Nicole Kidman y Kirsten Dunst) quienes las cuidan y educan. El lugar se revoluciona cuando encuentran cerca del mismo a un soldado herido; el cabo confederado McBurney (Colin Farrell) a quien deciden curarlo y cuidarlo, pero este hecho traerá aparejado una serie de comportamientos y reacciones en el grupo. Contiene diálogos interesantes, los silencios también lo son, una simple mirada o suspiro lo dice todo, su desarrollo transcurre bajo suaves tonos pasteles y una luz tenue que permite ver algunas siluetas entre las sombras, hasta ir pasando por momentos claustrofóbicos, donde además están el despertar sexual, la competencia, el deseo, los miedos y el misterio. Este relato coral tiene buen ritmo, su música acompaña en los instantes precisos, donde existe todo un juego de seducción y atracción, no falta el humor, magnífica dirección de fotografía y una dirección de arte sorprendente, un gran vestuario y resulta un film muy cuidado. Es posible que esta película consiga varias nominaciones a los premios Oscar.
La nada misma Nadie que ame al cine pulenta, a ese cine que te aprieta las entrañas desde el más allá, puede parecerle buena esta pobre reversión de qualité de una de las obras maestras de Don Siegel. La Beguiled original te interpela desde la explotación, desde el porno, desde el horror. Siegel fue uno de los pioneros del viejo nuevo Hollywood sesentista y setentista que con sus excelsos ejemplares supo aunar a la narrativa la exposición de infinitas capas de sentido que se desarrollan al mismo tiempo. Múltiples niveles que nos pasman, nos sobrepasan. La vitalidad de aquella película de 1971 se esfuma de la mano de Sofía en un plano. Ya con el inicial sabemos que lo que sigue va a ser esteticismo para maricones. No hay conflicto ni desprolijidades; la imagen que elige Sofía para abrir el relato es la de un cuento de una nenita de preescolar; los arbolitos cómodos, haciendo un pasillo, una entrada a la nada, una invitación al mundo seco, sin sangre ni leche ni flujo, al mundo seco de Sofía. ¿Para qué reversionar algo cojonudo desde la cagonería? Sofía después de esto merece ser olvidada para siempre. Si ni un culo nos muestra, no podemos esperar que toque el temita del incesto que proponía la original. Vivimos una época tristísima; el Hollywood actual refleja (y, a su modo, genera) el avance del conservadurismo político a nivel mundial. La Beguiled de Sofía es una película muerta; y decimos Sofía, así, sin apellido, porque su padre no merece esta continuación. Su sadismo es mil veces más hijo de puta que el de Siegel o el de los escritores, porque el suyo mutila la obra. La coppolita borra de un plumazo no sólo la sangre (sólo hay un plano horrible de una herida en el inicio que incluso queda fuera de lugar por el tono posterior) sino también el conflicto racial, a través de la decisión de eliminar en su versión al fundamental personaje de la esclava negra. Del mismo modo, a lo bestia, borra con su grandota goma del buen gusto los problemas que traía la guerra incluso a los que eran de tu mismo bando, mediante la eliminación de la gran escena en la que las chicas sureñas están a segundos de ser violadas por soldados rebeldes. La trama sigue la historia original sólo cronológica y superficialmente. Y no pedimos que Sofía haga la misma película que Siegel y sabemos que seguramente quiso realizar una nueva adaptación de la novela de Cullinan y no una remake, pero es imposible para nosotros no compararla, sobre todo por la potencia y la importancia de la primera adaptación. Como bien menciona Emiliano Fernandez en este mismo sitio, la película responde, en parte, a algunas obsesiones de la cineasta. El enfado no es por su decisión de hacer una nueva versión sino por la tibieza con la que es tratado todo. Tibieza conjugada con la tácita censura actual hollywoodense que en este caso no parece presentarse como un pedido de los productores o los estudios sino como una decisión de la directora de no querer incomodar a nadie. Asistimos a un nuevo episodio de un cine que no tiene nada para decir. Por suerte, Donald Siegel y Clint Eastwood no tuvieron miedo de sumergirse en el infierno.
Sofia Coppola vuelve a retratar un grupo de mujeres encerradas, solitarias y sobreprotegidas, algo que había hecho en Vírgenes Suicidas, Perdidos en Tokio y María Antonieta. Mujeres que sienten que hay un más allá detrás de ese mundo que las ciñe, las condiciona, pero también las predispone. Es la remake de un film protagonizado 40 años atrás por Clint Eastwood. Pero Coppola ahora lo cuenta desde la mirada de ese grupo de mujeres que viven solas en la Academia Farnsworth, una escuela para señoritas del sur, en los finales de la Guerra Civil. Ese lugar recibirá un soldado del norte, herido, que fue encontrado (como estilizando el cuento de Caperucita) por una nena que anda con su canastita buscando hongos en el bosque. La nena llevará al cabo McBurney hasta esa escuela donde conviven cuatro nenas y tres mujeres adultas. Ellas irán rodeando a ese refugiado (“me gusta ser prisionero de ustedes”) de miradas curiosas y fantasías. Con sus tonos rosados, sus ponientes leves, su clima de falso paraíso (con ángeles que cantan al compás del clavicordio y cenas con velas en medio de bendiciones y miradas) transcurre el devenir de este lobo sitiado que al final cae en brazos de unas señoritas que, en vez de prestarle oído a sus conciencias, sólo parecen escuchar unos deseos que resuenan como esos cañonazos, tan lejos y ruidosos. ¿Qué hacer? ¿Entregarlo, retenerlo? El refugiado ha reavivado los fuegos apagados de la regente, los fuegos recién encendidos de la asistente y los fuegos nuevos de la adolescente. Se lo necesita tanto que es más un peligro que una esperanza. Para algunas puede ser padre, para otras un amor posible, para todas, significa algo. Y Martha, la directora, se dará cuenta (en una escena cargada de erotismo) que sus deseos vuelven mientras limpia a ese hombre que de a poco será cada vez menos sucio y cada vez menos libre. El cuento de hadas empieza a transformarse en un relato perverso, al que le sobra cuidado visual pero le falta sustancia dramática. Coppola ha transformado la levedad en delicadeza y su cine, más allá de que a veces suene frívolo, ligero y algo suntuoso, nos muestra siempre a mujeres encerradas e insatisfechas, pero dispuestas a probar lo que hay afuera. Ellas son tan prisioneras como este soldado. En el exterior, detrás de sus muros, el peligro atruena. Las caperucitas dudan. La directora enseñará que a veces es mejor hacer a un lado las fantasías libertarias y volver a un encierro protector. Otros lobos las muerden. Pero ellas, ante las batallas que resuenan afuera, preferirán guarecerse en su guerra interior.
Sofia Coppola retrata los efectos de la violencia doméstica, con la Guerra de Secesión como telón de fondo. El nombre de Sofia Coppola asociado a un relato clásico, protagonizado por mujeres, despierta interés. Con mano firme y delicada, la directora logra en El seductor una película de época, en el escenario desgarrador de la Guerra de Secesión en Estados Unidos (Virginia, 1864), y los efectos de la violencia estructural en el ámbito doméstico. Una niña busca hongos en el bosque. Ha llovido y el agua se cuela entre las hojas y la luz tenue. Rompe el hechizo, un hombre, un soldado herido (Colin Farrell). El seductor es una película que construye el clima de la casa de Miss Martha (Nicole Kidman) donde viven asiladas mujeres sureñas de distintas edades, temerosas por el avance de los yanquis. A tres años de iniciada la guerra civil, el soldado del bando enemigo entra en la casa gracias a la caridad cristiana de Martha que le salva la vida. Las niñas observan al hombre mientras las adultas coquetean con él. Entre el pudor y el deseo explícito, ellas buscan al hombre que ha llegado para revolucionar la casa. Edwina, Kirsten Dunst, avanza ante la mirada rebelde de Alicia, Elle Fanning. Cada una reclama la atención que cree merecer. La película plantea la seducción con picardía y un humor encantador, hasta que las relaciones cambian de tono y se desata la tragedia. Con detenimiento, Coppola regala imágenes bellísimas en torno a la casa donde se naturaliza la crueldad. El contraste domina la evolución de un conflicto que toca a Martha y Edwina de diferente manera. Mientras se escuchan las detonaciones del frente, en ese paraíso de arboleda centenaria y rosales las mujeres conviven con un hombre, John, el rostro humano del enemigo colectivo. El seductor es una película pequeña, de estados de conciencia. Farrell, Kidman y Dunst componen sus personajes con la represión interior que exige el contexto. La fotografía, la música y la casa señorial manifiestan el drama del grupo que sobrevive en medio de una desgracia que se prolonga en el tiempo. Coppola arma una estampa con las distintas luces del día y reserva las pasiones no dichas a la noche, con penumbras, velas y rezos en la rutina de las mujeres protegidas por Martha. Atrapadas en las condiciones que les impone la sociedad, ellas ejercen el poder desde un lugar que las enfrenta a sus propios monstruos. Actuarán con una particular manera de licuar las culpas, de nombrar el odio y mantenerse intactas dentro de la casa.
Mujeres bordadas y su ataque de nervios. La historia proviene de una novela escrita por Thomas Cullinan ya llevada al cine por Don Siegel en 1971, con Clint Eastwood y Geraldine Page: tres años después de la Guerra de Secesión, una de las niñas residentes en una escuela semiabandonada de la zona de Virginia encuentra en los alrededores a un soldado de la Unión malherido y las mujeres que viven con ella deciden alojarlo hasta su recuperación. La presencia de este hombre joven en ese refugio habitado por un par de mujeres maduras y sus pocas alumnas sacude, inevitablemente, la rutina. Mientras los horrores de la guerra permanecen fuera de campo, el miedo y la seducción empiezan a zigzaguear entre los rincones de la fría casona. El film de Don Siegel (1912/1991) tenía cierto descaro, lucía provocador y simpático; el de Sofía Coppola es gélido y ligeramente impostado. La nueva versión dejó afuera al personaje de la mucama negra, el beso del protagonista con la niña de doce años (que, además, era mucho más extrovertida) y algunos sueños o fantasías eróticas, esbozándose ahora un cuadro de represión femenina y temores que pueden derivar en un enfermizo modo de venganza. En la directora parece haber fascinación por ese claustro y el bosque que lo rodea: cierto espíritu de cuento maléfico asoma, de a ratos. Pero su estética artificiosa conduce a la contemplación desapasionada. Es sabido que, de acuerdo a cómo estén tratados, determinados conflictos –la desesperación ante un enamoramiento tardío, la atracción de una adolescente por un hombre mayor, los celos– pueden servir para una telenovela del montón como también para un prodigioso melodrama: en El seductor, la prodigalidad de cortinas, velas, mujeres blandiendo blancas canastas, paisajes de tarjeta postal e interiores penumbrosos desdramatizan, sumándose la rigidez un poco sobreactuada de Nicole Kidman y la presencia de un actor tan poco intenso como Colin Farrell. El bucólico fondo de pájaros y un par de momentos de las mujeres interpretando alguna pieza en el piano contribuyen al clima plañidero. En la última media hora, algunos incidentes permiten que los personajes dejen de hablar en voz baja y el film movilice encaminándose hacia lo truculento, pero la solemnidad no desaparece. Sexto largometraje de una directora que supo exhibir cierto encanto en Las vírgenes suicidas (1999) y Perdidos en Tokio (2003), El seductor es un producto que aparece cuidadosamente bordado como los encajes que visten y preparan sus personajes femeninos, pero su pulcra concepción resulta algo estéril. Un plano puede ser bello pero poco vale si no sirve para articular, con el que le precede y el que le sigue, una narración consistente o un ejercicio plástico menos inerte. Una observación que podría hacérsele incluso al jurado del Festival de Cannes de este año, que le otorgó el Premio a Mejor Dirección. Es cierto que la comparación con la versión de 46 años atrás no es imprescindible, pero resulta tentador confrontarlas. Aunque tal vez la diferencia de fondo no esté entre el estilo de Don Siegel y el de Sofía Coppola sino entre el cine estadounidense que se hacía en los años ’70 y el que llega del país del Norte, rodeado de alguna forma de prestigio, en la actualidad.
Cuatro años después de The Bling Ring (2013), una de las directoras más festivaleras y prestigiosas del mercado norteamericano como es Sofia Coppola, quien recientemente fue galardonada a la mejor dirección en Cannes, vuelve con The Beguiled. En su nuevo film adapta “A Painted Devil”, la novela de Thomas P. Cullinan, y nos hunde en un drama donde el suspenso y el melodrama se mezclan con el más característico estilo de la cineasta.
SEDUCIDO Y ABANDONADO Cuando vi por primera vez la versión de El seductor de Don Siegel (Harry el sucio) con Clint Eastwood como protagonista me pareció una historia perturbadora, llena de matices en la que tanto el contexto del año de su estreno como el de la época en la que transcurría, el rol de hombres y mujeres en lo que significa tanto la seducción como la manipulación tenían otra significación en un marco de supervivencia en pleno conflicto bélico (la guerra de la secesión norteamericana). Sofía Coppola tenía la oportunidad de resignificar la historia con su particular visión y hasta de jugar a la polémica con algunos sutiles guiños que su cine supo tener, sobre todo con algunos apuntes sobre feminismo, algo tan en boga en las discusiones de hoy. Eso no sucedió. Jamás creí que anhelaría los silencios y miradas de películas como Perdidos en Tokio, que me resultó bastante incómoda en su momento, o el desenfado anacrónico en algunas situaciones planteadas en María Antonieta, sin hablar de la gravedad de las vivencias en Las vírgenes suicidas. De verdad mi curiosidad pasaba por comprobar qué recurso utilizaría la directora para darle a esta historia el aggiornamiento necesario y su impronta característica. Y de allí la decepción ante lo que, sin ser un monumento al tedio -dura unos noventa minutos-, es apenas una pieza de estilo teatral interesante. Yendo a la historia, todo comienza cuando la pequeña Amy (Oona Laurence) encuentra en medio del bosque al cabo del ejército de la Unión MCburney (Colin Farrell) muy malherido. Lo arrastra como puede hasta el colegio-refugio dirigido por Miss Martha (Nicole Kidman) en la que convive con la maestra Edwina (Kirsten Dunst) y las internas entre las que se encuentra la atrevida Alicia (Elle Fanning) entre otras de distintas edades de la pre-adolescencia. Martha decide hospedar y ayudar al soldado hasta que se recupere sin revelarlo, ya que el lugar es asistido y protegido por el ejército rival. MCburney se vale de la buena voluntad de las mujeres para intentar seducirlas por separado, con objetivos no del todo claros, aunque sus planes no hacen más que complicar su propia situación y arrastrar a las internas a una conclusión siniestra. El problema es que todo se ve venir y las escenas transcurren casi sin matices. Los personajes caen en estereotipos y se desaprovecha al máximo las posibilidades interpretativas de cada uno. No hablemos del bueno de Farrell que lejos está de la intensidad y capacidad de composición de Eastwood (aunque por aquella época no se valorara ese aspecto de su figura), y quizás sea la ficha más floja del cast. Tampoco hay espacio para el desarrollo, no hay situaciones en las que podamos conocer a cada una de las mujeres por separado, ni tampoco se plantea un clima opresivo o que ayude a que podamos percibir algo de la angustia o el miedo que, se supone, deberíamos sentir en una situación semejante. De hecho la iluminación parece casi a pedir del dogma de Lars Von Trier, con velas que apenas dejan ver siluetas y figuras en el interior de la residencia principal, pero sin que esto ayude realmente a crear un clima que nos sea inmersivo. Coppola no deja de ser correcta en la recreación de los aspectos de época, o de lucir un vestuario adecuado y atractivo en estas actrices en las que ya los hemos visto en reiteradas oportunidades (la Kidman de Los otros o la Dunst de María Antonieta por dar dos ejemplos), pero eso no alcanza para dotar de real interés a la historia. Así y todo no me parece justo comparar, pero habiendo visto la versión de 1971 debo decir que no sólo el film de Coppola es innecesario y no le hace bien a su filmografía, sino que atenta contra las sorpresas que Siegel supo manejar en la adaptación que hizo de lo que también fue una novela exitosa. Es decir, si les recomendara ver aquella versión luego de esta, se perderían de algunos momentos estremecedores por el sólo hecho de haber sido testigos de los mismos de la manera más lavada en la versión actual. Y también se hubiesen perdido la dualidad, la bendita y necesaria dualidad de los personajes que aquí se reduce a una simple insinuación. El seductor de Sofía Coppola merecería haber sido una puesta teatral, una obra en la que, despojada de la cuestión técnica que implica un rodaje, la directora hubiese podido ser más personal en lo que quería contar de esta historia desde su propia visión y jugara a hacer más complejos a sus personajes, dada la materia prima que tuvo a su disposición. Un pedido que sólo tiene por objeto darle las chances que necesitaría sin presiones para desarrollar un potencial que aquí brilla por su ausencia. Pero estamos hablando de cine, lamentablemente, otra vez será.
Las cosas por su nombre La imagen final del filme es una síntesis perfecta de todo aquello que la antecede, un cuadro estilísticamente perfecto, distante desde lo emotivo, pero de una belleza inusual para este tipo de texto. Es que la realización de la directora de “Las vírgenes suicidas” (1999) y “Perdidos en Tokio” (2003) es ante todo un estudio sobre el poder del erotismo y la seducción en relación a la subyugación de unos sobre otros. Si bien el titulo hace plena alusión al personaje masculino, todo en la película se va construyendo y resolviendo a partir del espectro del mundo femenino instalado en una trilogía nunca mejor elegida para desarrollar esa cuestión de la femineidad y su contenedor que es sexualidad implícita. Transcurre el año 1864. Plena la guerra civil norteamericana. La serena vida en una escuela atípica, y de mujeres, sólo cinco alumnas, en medio del estado de Virginia, se ve perturbada con la intromisión de un apuesto soldado confederado herido, John McBurney (Colin Farrell), llevado hasta allí por Amy (Oona Laurence), una de las niñas, que lo encuentra casi moribundo. La fundadora, Martha Farnsworth (Nicole Kidman). quien también cumple con la función de directora, llevada por la caridad cristiana, decide curar al soldado enemigo, hasta que éste repuesto y se marche. En ese tiempo a transcurrir Sofia Coppola lo utiliza para, por un lado, mostrar el mundo femenino pues Martha, a pesar de poseer casi intacta su belleza, había desistido de volver a ser objeto de deseo de algún hombre, ya que la guerra había extirpado a los posibles, ve renacer sus esperanzas en este soldado. Simultáneamente, la profesora de las niñas, Edwina (Kirsten Dunst), transitando la plenitud de la vida, ve en éste joven la posibilidad de no marchitarse antes de tiempo, en contraposición, Alice (Elle Fanning), la mayor de la alumnas, una adolescente a la que las hormonas le hacen desear, investigar, saber, conocer. Este escarceo de las tres mujeres, peleando entre ellas, sospechando una de otra sin saberlo con certeza, es tomado por John como propia influencia y vislumbrar la posibilidad de establecerse en el lugar. La mayor parte del metraje transcurre dentro de esa mansión devenida en establecimiento escolar, tornándose otro personaje a partir de la dirección de arte y a la luz de su utilización, el manejo del color, así como la elección de los planos en que se constituye el texto, y si bien son espacios cerrados “a priori” la mayor parte se observa a partir de planos generales, dando lugar a la distancia transformada en frialdad. Pero nada es lo que parece. Filmada con una sutil puesta en escena, fotografiada con delicadeza, con un diseño de sonido donde la música, trabajada de manera tanto extra como diegeticamente dando lugar a los climas necesarios para el desarrollo del relato. Haciendo de las actuaciones del cuarteto principal como el sostén principal de toda la producción, con excelentes actuaciones de Nicole Kidman dándole a su personaje un fino equilibrio entre ser una mujer hipócrita o protectora, mientras que Kristen Dunst es una mujer lastimada que circula entre ser rescatada y ser protegida, Elle Fanning vuelve a componer de manera perfecta un personaje difícil que se instala entre una puber ingenua y una “Mata Hari” toda seducción, mientras Colin Farrel se muestra como el sostén necesario de sus tres ninfas. El filme puede ser mirado como una remake de “El seductor”(1971) de Don Siegel protagonizada por Clint Eastwood, o como una nueva traslación al cine o una relectura de la novela “
El enemigo no es lo que parece Con la versión magistral de Don Siegel como referencia, la remake es una película incómoda, de personajes que replican una sociedad cínica. Pantanos, bruma de ciénaga, y un caserón blanco y sureño en una versión centrada en lo femenino. El plano inicial descansa en el follaje de la arboleda, entrevé rayos de sol; pero la cámara desciende y los haces de luz se interrumpen, la bruma anuncia una tierra húmeda; mientras, una niña recoge hongos en su cesta. En ese plano está toda la película, lobo feroz incluido. Basada en la novela de Thomas Cullinan, con versión cinematográfica previa de Don Siegel en 1971, junto al protagónico de Clint Eastwood, El seductor se sitúa durante la guerra de Secesión, con un soldado de la Unión gravemente herido y hospedado en un internado de señoritas sureñas. Las damas de blanco cubrirán de cuidados y caridad cristiana al paciente involuntario, en un vértigo que adquirirá semánticas varias, parecidas y contradictorias. Es a partir de esta superposición de sentidos cómo El seductor se desenvuelve, en función de la mirada repartida que compone -fragmentadamente, coralmente‑ un grupo de siete mujeres, de edades diferentes. Niñez, adolescencia, adultez, distintas instancias que dialogan y confrontan. Entre miradas esquivas y decires sesgados, el grupo se debate en torno a las decisiones sobre este lobo seductor, que ha entrado en la morada y alterado la convivencia. Entre ellas, es Miss Martha (Nicole Kidman) la encargada de impartir enseñanzas, órdenes y religión. Su cualidad estatuaria, de mirar determinante, la erigen. Pero hay una gradación que, así como voluntariamente provocada -este grupo femenino no deja de ser contraparte del mundo militar masculino‑, contiene también sus propios síntomas de resistencia. El cabo McBurney (Colin Farrell) sabrá dónde tensar la paciencia; su propio apellido, de hecho, contiene fuego, quema. Avivará entonces las llamas aletargadas de este mundo femenino níveo, como una luz que agrieta lo que parece inmaculado. Ahora bien, el film de Coppola es todavía más. Puede, desde ya, leerse en función de la fricción de género -entre hombre y mujeres, o entre mujeres‑, así como ser parábola hiriente sobre la sociedad de su país. En este sentido, El seductor es recuerdo traumático de una guerra civil que contiene ahora otros matices, denunciados en la forma del patriarcado y en el ejercicio bélico que éste promueve. El plano final, por eso, es una rúbrica magistral: es letal pero también conmovedor, a la manera de un pedido de ayuda; puede ser una cosa, podría ser la otra; también las dos. En otro orden, si la versión previa -y magnífica‑ de El seductor privilegiaba el punto de vista masculino, ahora es el turno femenino. En todo momento, la película es construida desde la mirada de estas mujeres (¿distintas posibilidades de una sola y misma mujer?), son ellas quienes permiten al cabo McBurney aparecer en pantalla, hablar, o quedar suspendido en el fuera de cuadro. Son ellas quienes le arman (o desarman). Hasta dónde este cabo es un personaje cierto, entonces. Podría ser una aparición, la materialización de un sueño; con cualidades de jardinero, padre y amante; sometido a un cuidado materno férreo: de hecho, la cárcel es referida como figura temida por el propio soldado; tal vez, su miedo se torne verdad. En última instancia, el notable plano inicial de El seductor sitúa al espectador de manera inequívoca en sueño fangoso, de gótico sureño. El clima de pesadilla es tangible, la bruma todo lo toca. La sensibilidad extrañada de estas mujeres es lo que prevalece, encerradas como están en una morada a salvo del paso del tiempo, con ardores adormecidos o reprimidos. Él podría ser, se decía, un lobo feroz, pero ellas no reniegan de ser brujas, hermosas y fatales. Sofia Coppola transita estas caracterizaciones desde un cuidado formal que envuelve a sus personajes de candor. Nada es lo que parece, así que más vale andar con cuidado. Pero a no confundir, son varias las lecturas a las que este film habilita. Si McBurney está encerrado, ellas lo están también. La equidad del planteo oficia como una mirada de dardo sobre la misma sociedad, cerrada como está sobre sí, malherida. Que en El seductor todo y todos sean blancos -con destellos rosáceos, como el atardecer que rebota sobre el frente del caserón‑ no hace más que ahondar en un mismo trauma, en donde lo negro, en tanto contraste y dilema, está inserto o queda fuera de cuadro. La misma guerra, desde ya, dice sobre el problema racial. Y estas damas, claramente también.
Relaciones peligrosas Después de varios traspiés, a esta altura parece casi imposible que Sofia Coppola vuelva al nivel de sus primeras películas ("Las vírgenes suicidas" y "Perdidos en Tokio"). Por eso "El seductor" no resulta precisamente una desilusión, pero tampoco alcanza para redimir a la directora. El nuevo filme de Coppola está basado en la novela "The Beguiled" de Thomas Cullinan, que ya tuvo su versión en cine en 1971, con dirección de Don Siegel y Clint Eastwood como protagonista. La historia se sitúa durante la Guerra Civil de EEUU, en un internado sureño para señoritas. Allí llega un soldado enemigo herido, y las mujeres, por un principio cristiano, deciden darle refugio hasta que se curen sus heridas. La presencia de un único hombre en la casona empieza a alterar la relación entre las mujeres (adultas y adolescentes), que en silencio (y no tanto) se disputan la atención del soldado. La película se divide en dos partes. En la primera parte Coppola logra transmitir con sutileza la atmósfera de tensión sexual, rivalidad y manipulación que se vive en la casa. Colin Farrell no es Clint Eastwood, pero se las arregla. Enfrente se destaca Kirsten Dunst, que interpreta a una maestra tan exigente como frágil. En la segunda parte, una suerte de thriller opresivo, a la directora le falta pulso para definir el rumbo. Se enfoca demasiado en crear climas, mientras que los personajes, atravesados por muchas ambigüedades, terminan por parecer banales.
Lo que parecía la oportunidad perfecta para que Sofía Coppola pusiera un pie fuera de su zona de confort y dejara la amabilidad de lado para zambullirse en el lado oscuro y perverso que le ofrecía una remake de The Beguiled, película sobre el poder, la pasión y el deseo con un Clint Eastwood perturbador de principio a fin, resultó una película anémica y sorprendentemente despojada de toda la controversia, la perversión y el interés de la versión de 1971. El problema –al menos el más notorio– de El seductor se adivina ya en el comienzo, cuando se presenta a la niña recogiendo hongos en el bosque que encuentra al soldado herido y lo lleva a una escuela de mujeres donde lo curarán y mantendrán oculto hasta decidir qué hacer con él, si entregarlo o permitirle quedarse con ellas. El movimiento de cámara que abre la película y nos sitúa en medio de ese bosque humeante no es fluido y resulta bastante molesto. A esto le siguen algunos planos groseramente desempatados fotográficamente con respecto al siguiente, algo que llama la atención en una directora siempre tan cuidadosa con los detalles en la construcción de los planos. Pero sacando los aspectos técnicos y formales que se le puedan reprochar a la película, hay algo que llama todavía más la atención en su cine desde hace varios años: la falta de vitalidad de sus personajes. Después de la maravillosa Perdidos en Tokio, Sofia Coppola fue volcándose progresivamente hacia seres cada vez más fríos y apáticos, como los de Adoro la fama y ahora de El seductor, donde directamente no hay un solo personaje dotado de un costado mínimamente oscuro o al menos lo suficientemente relevante como para que nos interese algo de lo que le pasa. Así se acumulan secuencias repetitivas –con varios planos calcados de la versión anterior, pero vacíos de contenido– sin ningún agregado o variación que ayude con el avance del relato, que parece despojado de cualquier tipo de perversión que pudiera darle algo de espesor a la trama. A esto se suma la falta de robustez de los personajes y la puesta en escena carente de ideas estéticas y narrativas que opta por detenerse sobre la recargada vestimenta de las mujeres y el decorado de la casa, pero sin el encanto de María Antonieta. Tampoco se aprovecha la posibilidad trabajar el clima de opresión que ofrecen la casa y el encierro del soldado. El clima inquietante y sugerente del film de Siegel nunca se hace presente, ni siquiera en la escena que desata el acontecimiento que cambia el curso de la trama, donde no hay intención de crear tensión ni suspenso. El seductor tenía todo para permitirle a Sofía Coppola redescubrir su universo personal desde un lugar nuevo, más oscuro y menos cómodo, pero en cambio resultó ser un paso más hacia la vacuidad en su cine.
En una suerte de cuento de hadas las damiselas en peligro son subestimadas. Con esa única oración podríamos darle introducción a El seductor (The Beguiled, 2017) de Sofia Coppola. Situada en plena Guerra Civil, una escuela de señoritas tiene lugar en medio del bosque y la cuidadora Martha (Nicole Kidman) protege y educa celosamente a sus alumnas junto a su ayudante Edwina (Kirsten Dunst). La vida pasiva que llevan estas siete mujeres entre niñas y adultas se ve perturbada cuando el Cabo John (Colin Farrell), un soldado norteamericano herido, llega a la casa despertando en diferentes grados el objeto de deseo en las habitantes, pero ¿hasta dónde puede llegar cada una de ellas en pos de ese deseo? Escrita y dirigida por Sofia Coppola, basada en la novela homónima de Thomas P. Cullinan, la trama de El Seductor no aparenta ser ni por asomo la cruenta historia que terminamos conociendo. Viaja por tintes poéticos y proyecta el deseo de siete diferentes mujeres ya sea desde la admiración, la amistad, el miedo y la sexualidad de una forma para nada grosera o burda. Por el contrario, inteligentemente, elige abordarla desde la naturalidad de la resistencia, la castración de la época y la abstinencia propia de conocer el mundo exterior con la que viven en medio de la guerra. Una musicalización que gana gracias a los silencios, no por ser mala sino por el aprovechamiento del sonido ambiente que aclimata la cinta sin recursos auditivos repetitivos o que podrían opacar las escenas. La fotografía del film es tan hermosa como sutil y dentro de un guión sencillo pero cargado de tensión y suspenso conforme avanza permite al espectador permanecer atento sin bajas durante la hora y media de duración. Aroma a girl power es lo que emana esta película que ofrece como protagonistas femeninas estelares a la ya actriz fetiche de Coppola, Kirsten Dunst, Nicole Kidman y Elle Fanning, demostrando que el concepto de ser una mujer queda en sentido contrario al hecho de ser inofensiva.
Mucho se ha hablado de la última película de Sofía Coppola, El Seductor (2017), como si nos encontráramos con una versión nueva de la que protagonizó Clint Eastwood en 1971, bajo el mismo título y basada en el libro A Painted Devil (1966) de Thomas Cullinan. - Publicidad - Si bien las comparaciones son inevitables, Sofía Coppola dejó bien en claro que lo suyo no fue una remake sino una recreación de la película de Don Siegel. Lo que quiso lograr la directora, además de una mirada totalmente invertida del film original, parecería ser, desde mi punto de vista, una reivindicación hacia los personajes de su primera película, Las Vírgenes Suicidas (1999), también basada en un libro, en este caso de Jeffrey Eugenides. De hecho, una de las actrices principales, Kirsten Dunst, actriz fetiche de Sofía Coppola, actúa en las dos películas, como Lux, una de las adolescentes Lisbon en Las Vírgenes Suicidas y como Edwina Morrow una de las maestras de la escuela para señoritas regida por Miss Farnsworth —papel interpretado por Nicole Kidman— en El Seductor. A Sofía Coppola le atraen las historias con mujeres encerradas, aisladas y solas. Un microcosmos en donde las fantasías más exacerbadas y siniestras pueden desembocar en el más cruel crimen pasional: el propio o el ajeno. Por eso me parece válido comparar El Seductor —el título más adecuado sería El Engañado— con la trágica historia de las hermanas Lisbon. En ambos casos todas las protagonistas se unen para un mismo fin: la muerte violenta. En ambos casos todas viven en una realidad que no comprenden: el conflicto de la adolescencia en las cinco vírgenes suicidas y la soledad de una vida que se les escapa a las siete mujeres (algunas todavía niñas) abandonadas a su suerte en medio de la Guerra de Secesión Norteamericana. Podríamos citar también a María Antonieta (2006), tercer film de Coppola, también protagonizada por la omnipresente Kirsten Dunst. En este caso, la reina consorte de Francia y de Navarra además de ser un símbolo de la decadencia monárquica, es un símbolo del aislamiento en un mundo que corría por otros carriles— como les sucede a las hermanas Lisbon y a las mujeres de la Academia Farnsworth—, un mundo que les es ajeno y que llegado el caso va a jugar el papel de enemigo al que hay que doblegar sin importar los métodos utilizados. Volviendo a las analogías, en Las Vírgenes Suicidas la historia se asemeja a un siniestro cuento de hadas en el ámbito de una familia acomodada; en El Seductor es un oscuro cuento de fantasmas en los umbríos bosques del sur de los Estados Unidos. Un territorio muy bien retratado por la prosa de grandes escritores como Carson McCullers, Flannery O´Connor y William Faulkner a través de lo que se denominó literariamente como gótico sureño. Autores que vislumbraron otra Norteamérica, la profunda, la que no sale en las guías turísticas, la de la violencia subterránea, la del racismo apenas disimulado y la del alcoholismo como bálsamo para apagar los demonios internos de sus habitantes. El gótico sureño es una derivación del terror clásico protagonizado en su gran mayoría por mujeres. Tenemos el caso del personaje Merricat, la asesina de Siempre hemos vivido en el castillo (1962) de Shirley Jackson; Bertha Mason, la incendiaria de Jane Eyre (1847) de Charlotte Brönte y la Emily de Una Rosa para Emily (1930) de William Faulkner. La trama de El Seductor comienza cuando Amy (Oona Lawrence) recolecta hongos en los bosques de Virginia —en ese momento uno de los estados confederados— con una canasta (claro homenaje a Caperucita Roja). En su paseo encuentra a un soldado herido (Colin Farrell). Pero no es un héroe caído en desgracia, es un desertor y un representante de los estados abolicionistas del norte, un soldado de la Unión, es decir, un enemigo. Así y todo, la pequeña Amy lo lleva a la mansión desprovista de hombres y esclavos, en donde pasa sus días y en donde sietes mujeres —maestras y estudiantes— lo reciben, lo curan y lo mantienen cautivo. ¿Por qué no lo entregan? Bueno, lo interesante es que todas quieren ayudarlo a su manera. Se avivan pasiones reprimidas en las mujeres adultas, se despiertan deseos sexuales en las adolescentes como Alicia (Elle Fanning) y su presencia provoca una visión ingenua, como de príncipe azul, en las más niñas. De pronto, el seductor se vuelve el seducido y se ve envuelto en una telaraña en donde cada una de las siete mujeres (otra clara alusión a los cuentos para niños, en este caso a Blancanieves) saca a relucir sus propias apetencias personales. Es como si las adolescentes de la primera película de Coppola ya no se resignaran y se dejasen arrastrar hacia una muerte absurda y sin sentido, sino que ahora están fortalecidas, maduras —las niñas en cuestión parecen adultas, de hecho la más pequeña es la que propicia el desenlace del destino del soldado— y con una soterrada sed de venganza. A medida que pasa el tiempo y sus heridas van sanando, el soldado John McBurney decide quedarse en la Institución. No es para menos, afuera lo espera la corte militar por haber desertado. Pero lo que McBurney no logra adivinar es que adentro de la Academia Farnsworth lo acechan otros peligros. Las venenosas rivalidades entre sus salvadoras van a impedir que se vaya, aunque quisiera hacerlo. De pronto, el nuevo huésped parece no dar crédito a una situación que lo supera. Cae en una red de especulaciones y secretos, conspiraciones y siniestras muestras de cortesía. Las actuaciones de todo el elenco, principalmente de Nicole Kidman y Kirsten Dunst son impecables, medidas, casi minimalistas, en donde el poder de la mirada es más eficaz que una sobreactuación. Colin Farrell no es Clint Eastwood, tampoco la directora quiso darle un papel tan preponderante como tuvo el actor de Harry el Sucio (1971). Para Sofía Coppola el soldado está como un mero disparador de lo que realmente importa: la tensión reprimida que sufren un grupo de mujeres aisladas que siguen educándose entre sí, marginales —a pesar de su condición de clase alta— de una nación a la que rememoran a través del lejano retumbar de los cañones y que siguen a rajatabla las prácticas religiosas con rezos y oraciones al que se dedican con un entusiasmo desganado y, por si fuera poco, con su status quo amenazado por las tropas enemigas. Por este film, Sofía Coppola ganó el Premio a la Mejor Dirección en el Festival de Cannes, el segundo al que dieron a una mujer en toda la historia del Certamen. El primero y el único había sido para la rusa Yoliya Solntseva en 1961 por la película La epopeya de los años de fuego. La fotografía de Philippe Le Sourd es preciosista, con escenarios alumbrados solo con la luz de las velas, una estética muy parecida a la de Barry Lyndon (1975), esa gran película de Stanley Kubrick quién también había decidido iluminar las escenas solo con luz natural. Penumbras que bien le hacen a la película de Coppola, sumándole un matiz misterioso e inquietante acorde con la sensación de peligro; un peligro externo e interno que mantiene en vilo a esas mujeres solitarias por tener al enemigo en su misma casa, aunque claro, depende de quién cuente la historia.
ESE OSCURO OBJETO DEL DESEO Este filme tiene un doble origen muy singular, por una parte es la adaptación de la novela A painted devil, del escritor americano Thomas Cullinan (1966) y al mismo tiempo es una suerte de libre remake del filme de Don Siegel, The beguiled (1971), que protagonizó el icónico Clint Eastwood. Tanto la obra de Siegel como la de Sofía Coppola en su labor de adaptación respetan el núcleo dramático de la trama y sus acontecimientos centrales, aunque claramente no comparten una misma perspectiva. La trama se sitúa en el contexto de la guerra de la secesión (1860), en el sur de los Estados Unidos. Un soldado yanqui malherido aparece en los vastos jardines de un internado de señoritas, y es rescatado por una niña de la escuela que lo encuentra moribundo. Frente a la llegada del soldado las mujeres entran en pánico, aterrorizadas por la idea de tener al enemigo escondido en su morada. Pero la directora del lugar decide que como “buenas cristianas” deben auxiliarlo para que no muera. Por lo que lo curan quitándole la bala que lleva en la pierna y finalmente le salvan la vida. Casi inmóvil en su lecho, podría parecer un simple convaleciente, pero la presencia de un hombre en el lugar no deja de provocar inquietudes, deseos y fantasías entre las mujeres del aislado internado. Cuando finalmente el joven empieza a recuperarse, irá seduciendo una a una desplegando sus diversos encantos de conquista, y el ambiente se irá enrareciendo cuando la tensión sexual entre ellas crezca y estalle un desenlace oscuro y perturbador. Si me focalizara en la versión actual de Sofía Coppola debería destacar que la impronta de “cuento de hadas siniestro” es la marca más lograda y distintiva del filme. Las razones son dos: primero, en el proceso de adaptación de la novela que la misma directora realizó, la narración se sitúa desde el punto de vista femenino para construir el relato y sus identificaciones. El espectador, como las protagonistas, se siente invadido por este sujeto ajeno a nuestro mundo (el soldado/Colin Farrel) y percibimos su presencia desde la mirada emocional femenina que traza un camino desde el temor hacia el deseo, y desde el rencor hacia el castigo. No es posible ver objetivamente “quién es este hombre”, solo lo dimensionamos a través de las distintas subjetividades de las figuras centrales de esta historia: la directora (Nicole Kidman), la maestra (Kirsten Dunst) y la alumna (Ellen Fanning). Aunque el rol de la mirada de la niña que lo descubre (Oona Laurence) y su inicial percepción naif del soldado nos instala en una narración casi fantástica, como de cuento de hadas, luego en manos de las mujeres adultas se transformará en algo siniestro. Abordando el segundo aspecto que refuerza la impronta fairy tale del filme, se encuentra el tratamiento de la luz y el espacio. El enorme caserón tan solo para unas pocas internas, el bosque inconmensurable de un verdor irreal y con detalles singulares como la imagen de la niña que con su canasta junta hongos de la tierra húmeda. Y sin duda la iluminación creada por el director de fotografía francés Philippe Le Sourd que es oscurantista y gótica en los interiores nocturnos a la luz de las velas, y en los exteriores a través del permanente de los cielos nublados o las reiteradas lluvias, genera una textura difusa y agrisada que desnaturaliza el espacio exterior haciendo de éste un decorado casi irreal. Estos tópicos claves difieren mucho de la versión de Don Siegel, no menos potente pero sin duda focalizada en la mirada masculina y el efecto dramático que esta produce. Tal vez la debilidad del último filme de Sofía Coppola es la morosidad con la que se desatan los niveles más intensos del conflicto, generando cierto desequilibrio en el crescendo del relato. No puedo dejar de dar cuenta que la directora ganó por la película la Palma de Oro a la mejor dirección, y aunque no podemos negar su destreza, su gusto exquisito y la precisión narrativa y visual que va desplegando obra a obra, aún en este relato que parecería muy ajeno a su universo diegético, no creo que El Seductor sea digna representante de semejante reconocimiento internacional. Es el segundo filme en su carrera que pone un pie en las tinieblas de la femineidad y sus tensiones ocultas, el deseo y la represión, el goce imposible y el castigo; como lo hiciera años antes con otro tipo de argumento en Las vírgenes suicidas (1999). Ojalá en el mundo de “este oscuro objeto del deseo” esta intensa autora nos traiga de su mano más y mejores historias. Por Victoria Leven @victorialeven
Definiría a Sofía Coppola como la directora de paneos, sus panorámicas tienen una fuerza de sentido, una intención en el movimiento de la cámara, una dirección de la mirada que hacen que sus películas sean absolutamente personales; con sus planos Coppola descubre paulatinamente una imagen, para quedarse allí segundos, transmitiendo una armonía y belleza que encandila. Así lo hizo en su opera prima, Las vírgenes suicidadas o en la gran Perdidos en Tokio; en ambas los paneos se suceden logrando una mirada personal acerca de dos historia que tienen como eje la soledad y la búsqueda irremediable – trágica en Las Vírgenes Suicidas– de ser amados. En María Antonieta – la reina adolescente, su tercera película, Coppola deja la solemnidad, y cuenta la historia de la reina María Antonieta en versión pop, las panorámicas de Krinsten Dunst (María Antonieta) corriendo por sus dominios –su casa de campo dentro de Versalles – al ritmo The New Order y The Strokes construyen una biopic ecléctica y jovial. En Somewhere, su anteúltima película, Coppola deja atrás la alegría de María Antonieta y resignifica la nostalgia de Perdidos en Tokio; Jhon Marco (Stephen Dorff), al igual que el personaje de Bob Harris (Bill Murray), transita el mundo de Holywood -ambos interpretan a actores en decadencia- de manera esquiva y sórdida; en ambas se percibe el mundo de la fama, desde adentro hacia fuera, desde “el famoso” hacia el mundo que lo rodea. Existe una fascinación manifiesta de Coppola por el mundo de las celebridades, por mostrar de alguna manera el backstage de la fama o de personas que resultan populares. En Adoro la Fama, película que defendí en su momento, Coppola toma un artículo de la revista Vanity Fair en donde la periodista Nancy Jo Sales, relata las peripecias -basadas en un hecho real- de un grupo de adolescentes que enceguecidos por el mundo de la moda y de las celebridades comienzan, casi como un juego, a vulnerar la seguridad de las mansiones de los famosos, para robar carteras, zapatos, vestidos, perfumes y joyas. Los paneos de los closet de las famosas son increíbles; ver en primerísimo primer plano la fila de zapatos de Loubotin de Hilton o las carteras de Louis Vuitton de Lohan emboba a cualquier espectador que gusta del mundo de la moda, porque lo genial de Coppola es que no siente vergüenza en mostrar, en todo su esplendor, lo banal y frívolo de la moda, pero además la directora usa el humor sarcástico. Pasión Femenina La cámara desciende desde los cielos a un camino frondoso, con lentitud, las copas de los árboles son contempladas con sabiduría poética, el admirado horizonte va descendiendo como una metáfora de lo que sucederá en la historia. La nueva adaptación cinematográfica de The Beguiled, basado en el libro A painted Devil de Thomas P. Cullins, tiene el elenco perfecto y la directora perfecta para su transposición. Sofía Coppola, hábil, con la intuición exacta para mostrar un universo femenino en donde las mujeres seducen, tienen fantasías y quieren consumar sus deseos. Coppola pone a Colin Farrell como “EL SEDUCTOR” (Sí con mayúscula sostenida) quien per sé es uno de los actores de Hollywood más atractivo, además de ser un actorazo. Farrell interpreta a Jhon Mc Burney un soldado que cae herido, durante la Guerra Civil estadounidense, en una casa de “señoritas”, comandadas por Miss Martha (extraordinaria Nicole Kidman). Este hombre interrumpe y se planta en este mundo comandada por mujeres, quienes se sienten perturbadas eróticamente por este caballero. Miss Martha salva de la muerte a este joven herido, y lo tiene en el altillo, mientras las cinco muchachas que habitan esta casa de “señoritas” se pasean por su habitación tratando de cortejarlo y Bourney se deja, todo el tiempo se deja. Coppola muestra a estas mujeres con sus vestimentas telúricas, sudadas, entregadas a Bourney/Farrell, peleando por él. Y él, entregado con su mirada hermosa, al amor histérico, intenso de estas mujeres. Un triángulo amoroso desatará la tragedia. Sofía Coppola logra mostrar la transformación del sentimiento de la “esperanza” por tener una figura masculina cerca al resentimiento de un corazón roto. El último plano es uno de los mejores del 2017, Sofia Coppola nos entrega una película en donde todo fluye de manera sugestiva, y en donde Farrell y las chicas (como amo a Kristen Dunst, fetiche de Coppola) tienen una química que traspasa la pantalla.
Crítica emitida por radio.