Dulce y melancólica Gilda, no me arrepiento de este amor, es un biopic sobre la figura de la cantante Gilda, cantante y compositora de cumbia y música tropical fallecida a los treinta y cuatro años en un choque en la ruta. Era la cumbre de su carrera, y luego de muerta siguió creciendo su popularidad y su prestigio, siendo claramente la artista que con mayor proyección fuera del género y el universo musical al que pertenecía. La película puede verse sin conocer absolutamente nada de ella, o tan solo un poco, el primer mérito de Gilda es justamente ese, es una gran película más allá del fenómeno. Las películas biográficas tienen reglas, como cualquier otro género cinematográfico, y Gilda las respeta con inusual clasicismo. No hay suspenso en la película, el relato empieza con su muerte y todas las demás cosas que cuenta también son previsibles. Pero eso no le resta mérito, al contrario, enfatiza nuestra emoción, desde los primeros minutos Gilda se disfruta al borde de las lágrimas, porque cada escena contiene una enorme emoción. El guión y la dirección de Lorena Muñoz captan de manera brillante el espíritu del personaje y Natalia Oreiro hace gala de un carisma arrollador desde la primera vez que aparece en cámara. Miriam (el nombre verdadero de Gilda) es una maestra jardinera que sueña con volver a la música, un amor que abandonó años atrás, y que compartía con su padre. Su marido, castrador, no ve con buenos ojos esa posibilidad. Sus hijos y su madre terminan de conformar el cuadro de una vida normal en la que no se vislumbra un futuro de exitosa cantante popular. Quien haya escuchado a Gilda observa que todo el relato está teñido por el tono melancólico y dulce de la propia cantante y compositora, quien no lo haya hecho va a entender lo mismo. De forma brillante, la película nos presenta a Gilda cantando Paisaje, de Franco Simone pero no en ritmo de cumbia. Puerta de entrada ideal para quienes no pertenecen al mundo de la música tropical. Pero Gilda tampoco –y eso se ve en la película- era una figura tradicional de esa música. Ella era diferente a todos, tanto al ambiente en general como a las mujeres de la cumbia en particular. Todo esto suma los ingredientes ideales para el drama. La protagonista tiene una vida gris y sueña con triunfar, se mete en un ambiente que inicialmente la rechaza, a la vez que sufre la oposición de su propia familia. Una historia que no tengo idea hasta qué punto ha tomado licencias poéticas, pero desde ya se agradecen porque lo que cuenta es perfecto. Una historia conmovedora, a pura emoción desde el comienzo hasta el final. No me gusta nada la música tropical ni la cumbia. Pero siempre me gustó Gilda. Porque vi en ella una melancolía y una sensibilidad diferente a todo. Algo único que la película también capta. Y quien nunca la haya escuchado lo va a percibir. Gilda es un personaje cinematográfico fuera de serie, su historia es perfecta. Y Muñoz hace un trabajo de dirección notable. En un género donde los directores suelen trabajar a reglamento y se apoyan solo en su personaje y su fama, Lorena Muñoz decide hacer una película, con una puesta en escena, llena de ideas visuales, donde la emoción no es solo por las canciones y la historia, sino por el cómo está filmada la película. La precisión del montaje es clave para que la sobriedad y la emoción vayan unidas. Las inevitables lágrimas que surgen en muchas escenas de la película son producto del trabajo de la directora y el montajista, cuyo buen gusto ayuda a que la emoción sea genuina y no producto de golpes bajos. El guión es también de la directora y Tamara Viñez y está lleno de ideas para distribuir todos los temas que quiere contar sin aburrir al espectador no interesado en saber cosas de más pero que a la vez necesita lograr empatía con el personaje principal y su historia. El elenco es fuera de serie, los actores están todos bien, pero quisiera destacar a Javier Drolas interpretando a Toti Giménez, el músico que descubrió a Gilda y se convirtió en su socio artístico. Su trabajo es notable, tanto como su personaje. Y por supuesto con un biopic como este, todo el peso final recae sobre la actriz. Natalia Oreiro, cantante y actriz de enorme popularidad que se fusiona con Gilda de una forma que para muchos será difícil separarlas. El carisma que tiene se siente desde el comienzo, sus primeros minutos en pantalla ya logran convertirla en todo lo que la película quiere contar. Dulce, melancólica, llena de ganas, llamada a ser grande, pero empezando tan lejos del sueño que parece imposible. Los ojos de Oreiro, sobre los cuales Muñoz pone un gran énfasis, transmiten toda la pasión y los sueños del personaje. Después, cuando canta, cuando baila, tiene la presencia natural de una estrella, aunque busca parecer a otra estrella, claro. Oreiro y Gilda y para quienes no hayan conocido a la cantante desde antes, es probable que ahora Gilda sea Natalia Oreiro. Entretenida y emocionante, Gilda no me arrepiento de este amor es como esas grandes biografías que Hollywood enseñó a hacer pero que ya no hace. Tiene un ritmo increíble, logra ser oscura y luminosa a la vez, está llena de momentos tristes, pero consigue movilizar a cualquier espectador. Anuncia en nacimiento de un mito, pero no lo muestra como tal. Le alcanza con describir los sueños de una persona, la fuerza de esos sueños y el deseo de no bajar nunca los brazos. Difícil permanecer indiferente frente a un personaje como ese y a una película también realizada.
Tras múltiples e infructuosos intentos por filmarlo y en coincidencia con los 20 años de su muerte, se estrena finalmente este retrato de la cantante devenida mito y santa. Más allá de sus desniveles dramáticos y de las limitaciones propias de toda película-tributo, se trata de una producción de primer nivel en el que se lucen tanto la virtuosa puesta en escena de Muñoz como la brillante actuación de Oreiro. Así, el cine argentino salda su vieja deuda con ese subgénero tan riesgoso que es la biopic musical. Un homenaje hecho con nobleza y corazón, que tiene merecido destino de éxito comercial. Gilda: No me arrepiento de este amor arranca por el final (o sea, la muerte de la popular artista en un choque nocturno en plena ruta), que también fue el inicio de su mitología y su canonización. En la secuencia inicial vemos el cajón desde el interior del coche fúnebre y una multitud siguiendo el trayecto a los gritos, a puro llanto, bajo la lluvia. Ese inicio -con música recargada y elegíaca de fondo- sintetiza una de las apuestas principales de la coguionista y directora Lorena Muñoz: Gilda como mártir, como abanderada de los humildes, como santa. Sí, como Evita, como Juana de Arco... Hay varios aspectos destacados en Gilda...: la elegante y precisa puesta en escena de Lorena Muñoz (en su debut en la ficción tras varios sólidos trabajos en el documental), la impecable producción (desde la reconstrucción de época hasta las nuevas versiones de los temas originales) y, claro, el brillante trabajo de Natalia Oreiro, quien parece haber nacido para este papel. En este y varios otros sentidos, Gilda: No me arrepiento de este amor resulta un paso gigantesco para el cine argentino, que hasta el momento había trastabillado varias veces en este terreno de la biopic musical. La película también muestra varias carencias y limitaciones. La principal tiene que ver con el claro, explícito carácter de film-tributo, realizado con el aval (y la supervisión) de los familiares sobrevivientes y de los ex compañeros de ruta de Gilda (algunos de los cuales incluso actúan en el film). Así, quien espere encontrar una biografía oscura (o al menos con unas cuantas gamas de grises) se frustrará un poco. Los matices son mínimos, los dobleces de la protagonista (heroína) son mínimos y el retrato se torna por momentos unidimensional. Los principales conflictos dramáticos tampoco tienen demasiado vuelo. Tanto el trauma de la temprana muerte de su padre (encarnado por el gran Daniel Melingo) cuando Gilda era muy joven (interpretada en esa instancia por Angela Torres) y que se expone mediante flashbacks como el triángulo sentimental entre la protagonista, su marido básico, despectivo, celoso, prejuicioso, machista y posesivo que nunca la apoyó (Lautaro Delgado) y el productor y músico que la descubrió y la acompañó siempre (Javier Drolas) son de trazo más bien grueso, elementales, superficiales. Pero si la narración se vuelve algo morosa, reiterativa y obvia a la hora de exponer las contradicciones entre la artista y la madre (con la enorme carga de culpa al no poder ocuparse en serio de los quehaceres domésticos y la crianza de sus hijos), la película recupera su potencia y su capacidad de seducción cuando reconstruye el ascenso de Gilda, desde sus difíciles comienzos (cantar en tugurios, ser denostada por productores en tiempos de estrellas exuberantes como Lía Crucet o Gladys, La Bomba Tucumana y estafada o boicoteada por empresarios/mafiosos) hasta que se convirtió en la reina indiscutible de la música tropical. Lo bueno del film de Muñoz es que, aún en sus pasajes menos inspirados, nunca cae en el pintoresquismo, la estigmatización o el paternalismo ni pierde su distinción visual y narrativa. Cualquiera podrá decir que se debe sobre todo al magnetismo de Oreiro (no sólo sobre el escenario, donde brilla siempre), pero la directora hace gala de una versatilidad no tan frecuente para trabajar virtuosos planos secuencia o salir más que airosa de situaciones en principio complejas, como el retrato del sórdido y ominoso submundo de las bailantas o el notable pasaje en el que Gilda va a cantar a la cárcel para los internos. La película apela -al estilo hollywoodense- a un par de transiciones con esos típicos editados con fondos musicales. Están bien armados, es cierto, aunque algunas imágenes (como el mafioso bailantero dándole unos pocos billetes a los artistas y quedándose con unos voluminosos fajos) resultan demasiado torpes. A nivel personal (porque esta es una película que está llamada a conectar con cada espectador de muy distinta manera), el film no llegó a emocionarme, pero tampoco a irritarme. Lo disfruté, lo encontré bastante fluido y sólido en su narración. Lo que me llamó la atención es que, sin jamás haber escuchado un disco de Gilda, conocía a la perfección todas y cada una de las canciones que suenan en el film. Como ocurre con las creaciones de los artistas genuinamente populares su música estuvo siempre “en el aire”, circulando de maneras insondables, rondando incluso la vida de quienes como yo jamás participamos de la celebración de su obra ni su figura. Por eso, más allá de cualquier análisis que pueda hacerse, es muy probable (diría que es casi seguro) que el film conecte desde un lugar mucho más emocional y hasta visceral con los miles de fans de la cantante. Concebida con buenos recursos (el trabajo de producción con el soundtrack ya es de una dimensión inédita en el cine argentino), pero también con talento, nobleza y corazón, Gilda: No me arrepiento de este amor tiene todos los atractivos que sus incondicionales seguidores exigen y merecen. El éxito (artístico y comercial) está asegurado.
Abanico de frustraciones. Dos grandes interrogantes planteaba a priori Gilda, no me arrepiento de este amor (2016), a saber: ¿qué entiende el cine industrial argentino contemporáneo por biopic, un subgénero del drama que Hollywood viene explotando hasta el cansancio desde hace mucho tiempo? Y en relación a lo anterior, ¿qué podría surgir del triple encuentro entre la figura retratada, una cantante de cumbia muy querida por las clases populares, Natalia Oreiro, algo así como un “peso pesado” del mainstream local, y Lorena Muñoz, una argentina que debuta en esta oportunidad en la ficción y que acumula una interesante experiencia en el campo documental, tanto en el rol de realizadora como en el de productora? La película resultante es digna y en ningún momento pasa vergüenza porque se decide por una entonación melodramática pendular que no hace concesiones ante el material de base y su complejidad. Precisamente, son cuatro las dimensiones en las que el film se explaya largo y tendido, por suerte sin caer en los golpes bajos gratuitos del cine nacional de la década del 80 hacia atrás: en primera instancia tenemos el machismo del ambiente familiar de la protagonista (su marido y su madre, dos ejemplos del ideal católico de la “santa maternidad”), en segundo lugar vienen los estereotipos del círculo cultural marginal de nuestro país (eso de apostar a seguro reforzando los formatos ya probados, especialmente teniendo en cuenta el volumen demasiado acotado del mercado nativo), luego se ubica una denuncia del costado mafioso de las bailantas y/ o “movida tropical” (este detalle resulta imprevisto y eleva lo que podría haber sido una propuesta mucho más timorata), y en cuarto y último lugar llega una cierta idea de calidad artística (en abierta oposición a la cosificación vacía de la mujer). El opus de Muñoz se inicia con una toma secuencia desde el punto de vista del féretro de Gilda y desde allí emprendemos un racconto que abarca los últimos seis años de su vida, el período previo, un trayecto que comienza en un jardín de infantes y finaliza en una de las muchas rutas peligrosas del interior. Oreiro le pone el cuerpo y el alma al personaje y sinceramente está impecable, tanto en lo que respecta a la imitación del tono de voz como en lo referente a una transformación anímica que incluye cambios muy pronunciados según el triste derrotero de la cantante. De hecho, es este rasgo el que termina primando en el relato por sobre cualquier otro elemento del film: Gilda, no me arrepiento de este amor es un dramón con todas las letras, de esos que brindan un momento de mínima alegría seguido de una generosa serie de frustraciones, dolores de cabeza y tragedias sin ningún consuelo. Más allá de que esta “disposición narrativa” se ajuste o no a la realidad, lo indudable es que la película en parte sufre por lo que podríamos denominar un desfasaje entre la idiosincrasia -conciliadora, taciturna y tradicionalista al mismo tiempo- de Gilda y esta andanada de problemas que la aquejaron desde el principio de su aventura artística. Mientras que por un lado la mujer nunca baja del todo los brazos y continúa en la lucha a pesar de los vientos en contra en los cuatro planos ya mencionados anteriormente, a decir verdad tampoco termina de resolver ninguno de sus inconvenientes y ello nos condena a presenciar un ciclo bastante repetitivo de “esperanza, adversidad, impasse/ esperanza, adversidad, impasse/ etc.”. El fantasma del marido parásito y el affaire con un tercero se hace presente pero no llega a explotar, dejándonos con la sensación de una biopic correcta y respetuosa… y nada más.
"Hubo siempre una energía presente de Gilda" nos contaba Natalia Oreiro por el fin del rodaje de Gilda, no me arrepiento de este amor. Y eso se siente a las claras en el film. La película comienza por la muerte de la popular artista en y en su secuencia inicial podemos ver el cajón desde el interior del coche fúnebre, junto a una multitud de fanáticos siguiendo su recorrido bajo la lluvia. Un inicio cinematográfico y emocionante. Luego de eso continuaremos viendo la incomodidad de Miriam (el verdadero nombre de Gilda) con su vida como maestra jardinera, su sueño de volver a la música, los embates con su marido que no ve con buena cara los cambios en ella. No vamos a encontrar en Gilda suspenso o datos que no sean previsibles. Estamos frente a una biopic clásica. Pero no es un dato que arroje puntos negativos: lo interesante del film es que desde el inicio nos encontramos con una historia teñida de melancolía que en todo momento resalta la emoción y sensibilidad, y el guion (junto a Tamara Viñez) y la dirección de Lorena Muñoz nos llevará de ese llanto a esas ganas de levantarnos de la butaca y ponernos a bailar. Pasamos de esa vida gris de la protagonista (el ambiente de la cumbia que la rechaza junto a la oposición de su propia familia) a los sueños que de a poco va cumpliendo a fuerza de voluntad. Todo visualmente montado de forma que no hay golpes bajos y se mantiene el ritmo. Las escenas transcurren con naturalidad. Incluso las canciones, las cuales fueron incluidas a lo largo de la película de forma que ellas también nos relatan ese cuento. No están porque sí o de forma que tienen que encajar sin motivo. Y también se suman buenos momentos de humor, que harán sacarnos algunas sonrisas (párrafo aparte si descubren a Ricardo Mollo pelilargo en una de las escenas). Natalia Oreiro muestra en pantalla su innegable carisma desde el minuto uno que aparece. Gilda era distinta a todas y Oreiro también lo es. Se fusiona con la mística del personaje de forma que por momentos resulta difícil separarlas. Y Javier Drolas como Toti Giménez, ese músico que la convoca a Gilda luego de un casting y se transforma en su socio, también lleva adelante un trabajo por más destacable. Ángela Torres como Gilda más pequeña tiene mucho menor participación, pero en una de sus escenas finales construye una escena admirable en la cual seguro sentirán compasión con ella. Gilda posiblemente peca de no meterse de lleno en los conflictos familiares y místicos. Pero es entendible desde el punto de todo el trabajo y años que demandó lograr llevar la historia al cine, sobre todo por la negativa de su hijo, quien supervisó el tratamiento que se le daría a la vida de su madre en la pantalla grande, y sus músicos, quienes los que sobrevivieron al accidente se encuentran protagonizando a ellos mismos. Pero la película tiene potencia, estilo y precisión. Desde la música, el vestuario, peinado, ambientación de la época y escenarios. Confluyen esa mezcla de ficción y documental (esto último sobre todo por el ojo afilado de su directora) que hacen un film entretenido, más allá del gusto o no por el género musical de Gilda. Las biopic en nuestro país era una materia pendiente. Gilda, no me arrepiento de este amor, es nobleza y corazón puestos a disposición de un personaje popular que rompió con todos los esquemas. Uno de esos seres que surgen cada tanto y que te enseñan a no bajar los brazos y seguir los sueños. “Hoy tengo mucha paz porque siento que se le puso todo, no solo yo sino el equipo entero, hicimos una película llena de amor”, nos contaba Natalia Oreiro al finalizar el rodaje. Y ese amor podemos verlo definitivamente en la pantalla.
Oda al sentimiento ¿Cómo nuna estrella que llegó del anonimato, llega a convertirse en mito y leyenda a nivel nacional? En Gilda, No me Arrepiento de este amor (2016) conocemos a la maestra jardinera Myriam Alejandra Bianchi (Natalia Oreiro),Gilda,desde su comienzo. Además, vemos como dejó de lado la estabilidad y rutina para abrirse paso en su sueño de cantar. Natalia Oreiro nació y se preparó para ser Gilda: desde los gestos, movimientos, vestuario y hasta en la manera de cantar, es casi imposible pensar que Oreiro no nació para este papel, el protagónico más importante de su vida hasta el momento. La directora, Lorena Muñoz (Yo no sé que me han hecho tus ojos, Sucesos Intervenidos), captó la esencia del ícono popular al dotar de sensibilidad al film, desde su esencia, con escenas que tocan las fibras más íntimas del corazón, mientras secan las lágrimas e invita a bailar y disfrutar. Gilda no es una historia fácil ni mucho menos digerible: las grandes adversidades, tanto profesionales como personales serán obstáculos que la protagonista deberá sortear con mucho coraje y sufrimiento. El machismo dentro de su propio seno familiar, la discriminación del ambiente por su status social como también por su físico, marcaron a Gilda como una figura que escapó del estereotipo de la música tropical y de la sociedad de la época. A través del rol de dirección de Muñoz, el espectador alcanza a comprender, poco a poco, porque la figura de Gilda trascendió cualquier clase social y prejuicio. Con un excelente trabajo del equipo técnico, desde la fotografía, imagen y sonido, vemos en Gilda una mujer firme que decide abandonar su vida monótona como maestra en el barrio de Devoto. De esta manera, afronta su vacío profesional en relación a la música, que había quedado trunco después de la muerte de su padre, adentrándose así en la cumbia, con talento y convicción como armas. Gilda rompió con los estereotipos de la época – con Gladys, la bomba tucumana y Lía Crucet como figuras- ya fuera mediante su estilo, vestuario y figura pero en mayor modo, a través de su música, con melodías románticas, cargadas de sentido que quitaba a la mujer del lugar de víctima y la ponía en los primeros planos. Una mujer que cantaba para otras mujeres y, defendía sus derechos ante una sociedad –como la de la bailanta- que ubicaba a la mujer en el lugar de objeto. Tales características la llevaron a ser disco de oro con “Corazón Valiente”, como también a empezar a manifestar su figura como mítica y devota. Tal es el misterio y escepticismo en torno a ella, que compone el tema premonitorio “No es mi despedida”, una clara alusión a su muerte meses antes del fatal accidente en la ruta junto a su banda. También en Gilda se exponen los negocios mafiosos que envuelven a gran parte de la industria de la bailanta en Argentina, con arreglos monopólicos sobre los bares y discos bailables del ambiente. Gilda es una película que no decae en ningún momento de sus tres actos; es una narración intuitiva, dulce y entretenida a pesar de los golpes bajos que se abordan sobre la vida de la cantante. Sin embargo, alcanza su pico máximo hacia el final del film, donde la consagración se comparte con la tragedia. Allí, como ocurre con las caras del teatro, percibimos la convivencia del drama, el dolor con la felicidad y la superación, un lugar único y recóndito muy difícil de alcanzar para los largometrajes. Natalia Oreiro es la punta de la lanza con grandes actuaciones detrás: Lautaro Delgado, Javier Drolas, Roly Serrano, y una conmovedora actuación de Ángela Torres conforman un elenco único. Gilda es una biopic especial, dulce y concisa sobre lo que se propone: sacar del confort de la butaca al espectador para sufrir, emocionar y compartir el sueño de una artista que aún hoy sigue vigente. Aquí el amor, la música y la tragedia comparten la gran pantalla. Por Alan Schenone
Una vida de película El cine argentino no se había permitido hasta el momento la realización de una biopic sobre alguno de los tantos iconos musicales que pueblan la cultura nacional. Hubo varios documentales más que interesantes pero a la ficción todos la esquivaban. Gilda: No me arrepiento de este amor (2016) no solo se mete con el género sino que lo hace con la altura y la dignidad que la reina de la bailanta se merecía. El 7 septiembre de 1996, Myriam Alejandra Bianchi, más conocida como Gilda, pierde la vida en un accidente de tránsito en la llamada "ruta de la muerte". En el micro de gira, esa misma noche mueren ella, su madre, su hija mayor y cuatro músicos de su banda. Tenía 34 años y estaba en el punto más alto de su carrera. La película se centra en algunos aspetos de los seis años previos al trágico desenlace. Es imposible abarcar en dos horas todos los blancos, negros y grises de una vida por más corta que esta haya sido. Por eso Lorena Muñoz hace un recorte y aborda solo algunos aspectos de la vida de Gilda en forma de melodrama. La frustrada maestra jardinera decide probar suerte en un casting musical, queda pero nada le es fácil. Su marido no quiere que ella haga esa vida, sus hijos le reprochan la ausencia, la mafia de las bailantas la boicotea, y cuando consigue el éxito, muere. El gran logro de Muñoz es saber contar una historia que por más famoso o anónimo que hubiera sido el personaje retratado la película funcionaría de la misma manera. Tal vez la vida de Gilda haya sido demasiada cinematográfica pero sin duda Muñoz entendió cómo y qué debía contar. Y ahí yace el nudo de Gilda: No me arrepiento de este amor. Es cierto que la película hace algunas concesiones. No es una biografía no autorizada sino que por detrás está la familia de Gilda, el representante, los fans, la compañía... Un montón de gente que debía dar el visto bueno y claramente por este motivo la historia no ahonda en profundidad sobre algunos aspectos conflictivos. Pero Muñoz se toma algunas licencias para hablar de temas escabrosos como el triángulo amoroso, la tensa relación con su madre o la culpa por abandonar a sus hijos. Y la verdad es que esto le suma no solo a la película sino también a un personaje que es humanizado, no se lo muestra como una santa puesta en un altar sino más bien todo lo contrario. En Gilda: No me arrepiento de este amor, Gilda es una persona de carne y hueso con todas sus dudas, falencias y contradicciones. El casting actoral es perfecto. Lautaro Delgado demuestra una vez más que es uno de los mejores actores de su generación. Junto a él Susana Pampín vuelve a dar clase de actuación y Javier Drolas logra ser convincente a la hora de construir a Toti Giménez. Pero sin duda la que se lleva todos los laurales es Natalia Oreiro. Su Gilda no es una copia o imitación, algo a lo que muchas veces se cae a la hora de interpretar personajes reales. Su Gilda es una creación y pese a eso uno no puede dejar de ver reflejada a Gilda. Desde lo técnico todo está cuidado hasta el mínimo detalle, la reconstrucción es impecable y la banda sonora magistral. Gilda: No me arrepiento de este amor es una película que apunta a la masividad, y eso no está mal. Para lograrlo muchas veces hay que entregar todo y someterse a las reglas del mercado, haciendo productos convencionales, chatos y cargados de clisés. Lorena Muñoz entendió eso pero no cedió y por eso Gilda: No me arrepiento de este amor tiene la virtud de apuntar a lo popular desde lo autoral.
Pensar que la película basada en la vida de Gilda iba a ser una de las mejores propuestas argentinas del 2016 era algo extraño cuando hace más de un año la misma se anunció. Ahora que la película llegó a los cines es posible confirmar dicha afirmación y borrar todo prejuicio de la mente. “Gilda: No Me Arrepiento de este Amor” no solo es una de las cintas nacionales mejores logradas del año, sino que tiene el potencial para marcar un antes y un después en la historia del biopic argentino.
Gilda: no me arrepiento de este amor emerge en un momento peculiar, pues han pasado veinte años de la muerte de Gilda, la más icónica cantante de cumbia nacional, cuyas canciones están cada vez más presentes. Gilda: no me arrepiento de este amor Este jueves llega a la pantalla grande una de las películas más esperadas del año, pero es mucho más que eso, es una biopic de una de las cantantes populares más queridas por el público. Filmada en ocho semanas, tras un exhaustivo trabajo de investigación a cargo de su directora Lorena Muñoz, quien es reconocida por sus realizaciones como documentalista. El film Gilda: no me arrepiento de este amor inicia con imágenes de archivo de los noticieros que dieron a conocer la trágica noticia, el 7 de septiembre de 1996 Gilda fallecía abruptamente. Estas imágenes dan paso a la “neta ficción” pues es notoria la formación de documentalista e investigadora de Lorena Muñoz, en este su cuarto largometraje, que si bien es una ficción basada en acontecimientos reales, tiene una impresión de realismo que lo asemeja a un “docu-ficción”. Muñoz, preocupada con frecuencia por llevar al cine temas culturales y figuras emblemáticas -como Ada Falcón en Yo no sé qué me han hecho tus ojos (2003)- lo realiza nuevamente con esta película, procurando no juzgar a Gilda, sino entenderla. Myriam Alejandra Bianchi, más conocida popularmente como Gilda, es interpretada magnéticamente por Natalia Oreiro, a quien no sólo le corresponde el physique du rôle para encarnar el personaje, sino también su dulzura e impronta naturales. Es notable el trabajo actoral de Oreiro quien realiza una conmovedora interpretación, en la cual se destacan su desempeño corporal y vocal. En su onceavo largometraje Oreiro, interpreta a aquella mujer que a los treinta años de edad decide romper con su cotidianidad enmarcada en ser maestra jardinera y madre, retomando aquel sueño que dejó en su adolescencia. El anhelo de ser cantante, el cual estaba guardado -tal como lo retrata el film- junto con la guitarra de su padre, quien le hizo conocer la música. Ni bien se dió a conocer este proyecto tuve una enorme inquietud recordando una telenovela que quedó impregnada en mi retina: Muñeca Brava, un clásico melodrama. Allí Oreiro interpretaba a Milagros/Cholito, una joven que era fanática de Gilda. Desde entonces me he preguntado si eso era un planteo de guión o una ocurrencia de la actriz. En la conferencia de prensa pude evacuar esa duda, al respecto y en cuanto a su trayecto hasta el film, la actriz respondió lo siguiente: “Sí, cuando yo hago Muñeca Brava mi personaje iba a una bailanta y yo dije bueno vamos con la pollera colorada a cantar a Gilda, pero ahí la voz era la de Gilda. Luego recuerdo que nos invitaron al festival de Gualeguaychú, y yo dije ¿la ruta no es la misma donde está el santuario de Gilda? Por favor paremos a filmar, y mi personaje dormía con una remera de Gilda, y eso era algo que lo hacía yo porque siempre la admiré muchísimo (hace una pausa emocionada)… A mi ella me inspira mucho a creer en mí, es una persona que sobre el escenario incentivaba a los demás cumplir los sueños. Y si bien es cierto no todos los sueños son posibles, el hecho de intentarlo solamente y de todos los días levantarse con una motivación hace que la vida sea un mejor lugar para transitarlo. A mí me llevó más quince años cumplir este sueño, agradezco que no haya sucedido antes porque no tenía la experiencia ni la edad para interpretarlo, ya me estaba poniendo un poco vieja (riéndose) por suerte llegó el día y lo pude hacer, y estoy re contenta.” Gilda: no me arrepiento de este amor no es sólo un film que retrata el nacimiento de una estrella, es además un hermoso esbozo sobre la vida de una mujer que era esposa y madre, que decide renacer y buscar su verdadero yo. Al comenzar su carrera, Gilda tuvo que librar una doble batalla: por un lado, contra su entorno familiar y sus prejuicios, y por el otro, frente al mundo de la música tropical con sus estereotipos y sus mafias. Tras la insistencia en su sueño de cantante, la dualidad en Gilda se hizo cada vez más grande, tal como lo explicita formalmente el film mediante un aviso clasificado del diario: “Maestra infantil” y/o “Se busca voz femenina”. Las diferencias con su marido Raúl (quien al igual que muchas otras personas del entorno de Gilda dio testimonio al equipo técnico para la realización) se intensifican al punto tal de evidenciar cierto machismo y posición de su parte en el personaje interpretado por Lautaro Delgado. Tal como cuenta la canción de Gilda “Sigo el Ritmo”: “Se fue a dormir porque ya era tarde y yo me iba para el baile”, pues su marido quería que Gilda siga siendo solamente ama de casa y maestra. En dicho sentido es notable la intención de la directora por querer resaltar el Feminist power de la protagonista. Gilda era una mujer en un ambiente machista, incluso una mujer que transgrede los cánones de belleza que debía tener una cantante de bailanta de aquel entonces. No sólo desde su físico, sino también desde su personalidad romántica. Gilda no era un mero producto musical como otras, ella escribía sus propias canciones y cantaba a su manera sin parecerse a nadie más. Era sin dudas una mujer que sabía plantarse en un mundo de hombres, sin necesidad de ser ruda pero con un espíritu fuerte. En dicho sentido, una de las escenas más significativas que resalta su potencia femenina es cuando se recrea la visita de Gilda a una prisión de hombres, en la cual incluso bailaba con ellos. Un aspecto interesantísimo del film es que Muñoz, salvando las distancias, al igual que Pasolini, tomó personas de la vida cotidiana y las trasladó a su obra. En la película aparecen fans reales de Gilda y actúan varios de sus músicos que sobrevivieron al accidente, y el hijo de uno de ellos, interpretando a su propio padre fallecido en la tragedia. Incluso el fotógrafo que le tomó a Gilda la emblemática foto con la corona de flores para el disco “Corazón Valiente”, actúa de sí mismo recreando aquella sesión fotográfica. Todos estos elementos dotan a Gilda: no me arrepiento de este amor de realismo y emoción, que incluso a pesar de saber los acontecimientos, nos mantiene intrigados de principio a fin. Gilda: no me arrepiento de este amor es el renacer de su identidad, de Myriam a Gilda, logrando ella traspasar las fronteras de clase social y género. Con su música y su personalidad Gilda captó todo tipo de público volviéndose un icono popular que trasciende más allá del tiempo y del espacio. Porque aún resuena aquel “Yo soy Gilda” (único momento en el cual se utiliza en el film la voz original de Gilda), que produce un eco que resonará por siempre. En la película Oreiro interpreta imitando sus fraseos y su respiración las siguientes canciones: “Corazón Herido”, “No me arrepiento de este amor”, “Fuiste”, “Tu Cárcel”, “Corazón valiente” y “No es mi despedida”. Esta última fue una de las últimas composiciones de la artista y en la cual radica uno de sus mayores misterios que potenciaron la santificación de su imagen. El resultado de Gilda: no me arrepiento de este amor es la creación de dos conocedoras fans (Muñoz y Oreiro) con gran profesionalismo que se unen en un “sueño compartido” –así lo llamaba la directora en la conferencia de prensa- para realizar un film y una interpretación que traspasan la pantalla, pues la esencia de Gilda está allí presente en un respetado y sentido homenaje.
Natalia Oreiro es Gilda… o sea, ES Gilda. Desde el primer plano pensé “Wow”, un cúmulo de emociones, todas juntas en los primeros 30 segundos de película? Definitivamente Wow. Excelente decisión de Lorena Muñoz, directora y guionista del film (junto a Tamara Viñes en guión), la de comenzar con esa imagen del féretro de Gilda, con sus fans bajo la lluvia llorándola, y ese alma que se despega del cajón y se eleva. Cuánta poesía en esos primeros segundos, cuánta metáfora. A partir de ahí, todas las decisiones que tomó Lorena Muñoz con este film fueron acertadas. Gilda, no me arrepiento de este amor, es un recorrido por la vida de Miriam Bianchi desde un punto de su vida, en donde hay un quiebre emocional en el que necesita seguir su pasión, hasta su muerte, pasando por todas las trabas que se le presentaron para llegar a su objetivo, los caminos difíciles, el duro ambiente tropical y sus problemas familiares. A 20 años de su muerte, entre tanto homenaje, documentales y muchas otras cosas que veremos por ahí, este film es una obra maestra, no encaja en homenaje, ni tributo, es un pedazo del corazón de su directora y de la actriz que interpreta majestuosamente a Gilda. Es un poema de amor, un lujo audiovisual y emocional. La película lleva al espectador por un remolino de emociones, un recorrido hostil por momentos y dulce por otros, hasta llegar al sueño. Un sueño genuino, simple y difícil a la vez; toca la fibra íntima del espectador, sus sueños, las cosas que dejamos de lado y las que corremos para perseguir nuestro deseo. Hay tanto en la vida de Gilda que no conocíamos, al menos para mí, hubo datos que desconocía de esta mujer única que dejó su alma en la música, con sus letras, su aura y su carisma. Capítulo aparte: Natalia Oreiro. Esta mujer hizo un trabajo impecable, realmente se metió en el cuerpo de Gilda, ES Gilda. El espíritu de la cantante tropical descendió en el cuerpo/instrumento de Oreiro y por el tiempo que dura la película no vemos a otra que a Gilda. Se nota que Oreiro lo hizo con pasión y con todo su corazón. Se lo vio en cada movimiento, cada gesto, cada mirada. Es un trabajo que hay que ver. Cuando uno valora la labor de un actor, poder apreciar el despliegue de Natalia Oreiro es una delicia para el alma. Completan el elenco: Ángela Torres, Lautaro Delgado, Roly Serrano, Javier Drolas y Susana Pampín, entre otros; cada uno en su rol, arman las piezas de un rompecabezas que uno no quiere terminar de armar, para que no llegue a su fin. Ángela Torres, es Gilda de pequeña y aunque sus apariciones son escasas, son contundentes. Los músicos originales sobrevivientes de la tragedia, también aparecen en el film como músicos de la banda y el momento en que los presentan es emocionante. No hay dudas que Gilda, no me arrepiento de este amor, marcará un punto de inflexión en la carrera de Oreiro y esperemos que sea de mucho más éxito para su directora Lorena Muñoz. Un film que requería de una mirada femenina, que con dulzura y pasión cuente esta historia de vida genuina, sin juzgar, como lo hizo su directora. Su mayor logro, además de la mirada técnica desde el encuadre, elección de planos y movimientos de cámara fue el de lograr ponernos la piel de gallina durante cada minuto de cinta. Hay que verla.
Con una cuidada reconstrucción de época y logrados cuadros musicales, "Gilda" tiene el éxito asegurado gracias al innegable carisma y la composición de Natalia Oreiro. Nacimiento, ascenso y muerte de una cantante popular que se convirtió en una leyenda. Después de varios intentos por trasladar la historia de Gilda a la pantalla grande, llega este emocionante biopic de la mano de Lorena Muñoz, quien viene del género documental. La película tiene, entonces, a la directora ideal para mostrar el nacimiento, el éxito y la caída de la cantante y compositora de cumbia y música tropical fallecida a los treinta y cuatro años en un accidente en la ruta, antes de convertirse en un mito. La historia comienza con su funeral en 1996 y va construyendo sus días como maestra jardinera, su presentación en un casting con su descubridor y quien luego sería su manager -Javier Drolas-, el desgaste con su pareja machista -Lautaro Delgado-, la relación con su madre -Susana Pampín-y sus pequeños hijos, y su ansiada aparición en el firmamento de la música tropical. Con una cuidada reconstrucción de los años noventa y logrados cuadros musicales, Gilda tiene el éxito asegurado gracias al trabajo de Natalia Oreiro. Lo más logrado es su personificación y cuesta ver a a la actriz. En cada fotograma aparece Gilda en este proyecto que está angelado por su innegable carisma. En ese sentido, el film acumula luces y sombras de una existencia corta pero eterna en la memoria de sus seguidores, así como también sus supuestos poderes de sanación que le dio su público, con una escena donde una madre lleva a su pequeña a uno de sus recitales. Los vericuetos y manejos del negocio turbio de la música recaen en Roly Serrano -y su secuaz encarnado por Daniel Valenzuela-, quien cuestionó a la cantante porque no encajaba con los cánones de belleza y éxito de la época. Con la participación de algunos de los músicos que sobrevivieron a la tragedia y de los fans, el relato cobra entonces una dimensión en la que lo real se fusiona con lo ficcional, trayendo más autenticidad a lo que se cuenta. Dos subtramas siguen a la narración principal: una con Gilda de niña en la que se muestra la admiración por su padre, y la otra, con una Gilda adolescente -ahí aparece Angela Torres-, que arrastra el trauma por la muerte de su padre y la etapa en la que se consolida su vocación musical. Gilda emociona, entretiene, contagia su espíritu musical con genuinos recursos y tiene detrás una producción generosa -además de su gigante estrategia de marketing- que acompañó el desafío de convertir su historia en una esperada película.
La película Gilda, no me arrepiento de este amor, llega a los cines, como una profecía cumplida, gracias a la dirección comprometida de Lorena Muñoz y al formidable trabajo de composición actoral de Natalia Oreiro, aquellas palabras escritas por Myriam Alejandra Bianchi (Gilda) para una de sus mejores canciones "No es mi despedida", cobran una realidad ficticia, que el público, fanático o no de la cantante, no dejará pasar desapercibida. "No es mi despedida, una pausa en nuestra vida", "Yo por ti volveré". Y Gilda volvió, veinte años después del accidente fatal que cobrara la vida de la cantante de mayor éxito en el género de cumbia nacional, de su madre, su hija y parte de los músicos de la banda; se logra, finalmente, llevar a la pantalla la historia de una mujer apasionada, la cual renunció a una vida cómoda y segura, como maestra de jardín de infantes, y luchó contra todo y todos, por cumplir un sueño, el cual lamentablemente, pudo disfrutar muy poco tiempo. El film comienza con imágenes de archivo del accidente ocurrido en la ruta 12, donde sucediera la colisión del micro que llevaba a la banda; para luego detenerse en un plano con el féretro dentro del auto que lo transporta, un plano extenso en duración, bajo la lluvia, con sus fans conmovidos frente a la tragedia, un plano que nos anuncia lo que vamos a ver en este film, la perfecta conjunción entre poesía y cumbia. Gilda, no me arrepiento de este amor, es un film poético sobre la vida de una cantante de cumbia, que logro en pocos años, lo que muchos artistas no pueden lograr en toda una vida dedicada, convertirse en una leyenda. Luego de ese plano, comienza todo aquello que tiene que ver con llevar a la ficción la historia íntima de esta mujer, la relación con su marido (Lautaro Delgado, impecable), con sus hijos, la nostalgia en los recuerdos de su padre, quien fuera su máxima influencia musical (brilla Daniel Melingo), la tirante y amorosa relación con su madre (Susana Pampín, hace un trabajo bellísimo) y el momento en que Myriam, responde a un aviso clasificado, donde buscan la voz femenina para un grupo, y conoce a Toti Giménez (Javier Drolas), un tecladista y productor musical, quien será el responsable de convertir a Gil (apodo con el que sus conocidos la llamaban, en homenaje a Jill Munroe, el personaje de Farrah Fawcett, en Los Ángeles de Charlie) en Gilda, un ícono popular, la abanderada de la bailanta. Centrado en esos años donde comienza su carrera, enfrentando los prejuicios del ambiente, las trabas impuestas por su familia, la mafia del ambiente tropical, la negativa de productores debido a no dar con el perfil de las cantantes femeninas del género, voluptuosas con canciones carentes de contenido. Gilda llega para romper el molde, una mujer de contextura muy flaca, que escribe sus propias canciones, dotada de una empatía penetrable, la cual fue considerada por muchos "una santa con poderes de curación". Como mencionamos, el trabajo de Natalia Oreiro es simplemente magistral. desde el logrado parecido físico, la labor en el fraseo, los movimientos, los gestos, hay sin duda una conexión, posiblemente mágica entre la cantante y la actriz, confesa fanática. Y es posible que en esta performance, la actriz logre su mejor desempeño en pantalla grande al momento. En cada plano está Gilda, en la ropa que usaba, en las flores en la cabeza, en la dulzura y en el trato con el resto, ya no vemos a Natalia Oreiro, y es quizás la mínima aparición de Mollo (marido en la vida real de Oreiro) como un músico pelilargo, lo que nos vuelve a recordar que estamos frente a una actriz interpretando a Gilda, esa participación es la única decisión que podría considerarse innecesaria en el film. Cada uno de los aspectos técnicos destaca, formando una comunión entre todos, dando como resultado un film completo, impecable en cada detalle, para ello se contó con el talento del vestuarista Julio Suárez y el maquillador Alberto Moccia; gracias a Daniel Ortega y a Leandro de Loredo, la fotografía y el sonido, respectivamente, se elevan por la media que suele verse en propuestas nacionales. Y quien lidera todo este talentoso equipo, es la directora Lorena Muñoz, de quien se reconoce la capacidad de contar vidas de otros (su trayectoria como documentalista es notable, un ejemplo claro es "Yo no se que me han hecho tus ojos", sobre la vida de la cantante Ada Falcón), su trabajo de investigación, su compromiso con lo que se cuenta, y con aquello que no se cuenta, posicionan a Muñoz como una de las voces femeninas dentro del cine nacional, a tener muy en cuenta. Gilda, es un film sincero, escrito y filmado en bases a capacidades técnicas y actorales insoslayables, en dualidad con una cuota de emoción y pasión, como quien lo inspira merecía.
Cantantes exitosos abundan, pero muy pocos ascienden a la categoría de fenómenos socioculturales. Uno de esos casos es el de Gilda. Su temprana e inesperada muerte, en septiembre de 1996, no impidió que sus canciones se sigan disfrutando, ni que su mito como sanadora fuera en aumento. Veinte años después, luego de mil intentos, por fin llegó la película sobre su figura. Gilda, no me arrepiento de este amor presenta a Myriam Alejandra Bianchi (Natalia Oreiro), una maestra jardinera, casada y con dos hijos. Torciendo con su rutina, acude a un casting para vocalistas de música tropical. No es devota de ese estilo (se formó escuchando Sui Generis, por ejemplo), pero poco le importa. Quedar en la prueba es apenas el comienzo de una carrera tan corta como intensa, donde debió superar los prejuicios de familiares y de productores discográficos. Una lucha que valió la pena: sin ser voluptuosa como las estrellas femeninas de cumbia de esa época, y a fuerza de carisma y de letras personales, pronto se convirtió en una abanderada de la bailanta y en un ícono popular. En la línea de buen número de biopics, la película cuenta el nacimiento de un mito, pero la directora Lorena Muñoz esquiva la mayor cantidad posible de lugares comunes, incluyendo el esquema televisivo. Formada como documentalista (Yo no Sé que me han Hecho tus Ojos y Los Próximos Pasados, por nombrar dos), Muñoz bucea en la intimidad de Myriam (o Gil, como la conocían sus allegados), y le imprime autenticidad al film a través de un pensado uso de los recursos cinematográficos, como la fotografía y el sonido, y mediante la participación de fanáticos verdaderos e integrantes de la banda que sobrevivieron al accidente automovilístico que le costó la vida a la incipiente estrella. Podemos ver a la artista componiendo y entonando sus éxitos más destacados (“Fuiste”, “Corazón valiente” y el que le da título a la película, entre otros), que son utilizados en momentos muy estratégicos, de manera que cumplen una función dramática. Además, un puñado de flashbacks permite comprender su pasión, sus anhelos y sus recuerdos dolorosos. Difícil imaginar a Gilda siendo interpretada por alguien que no sea Natalia Oreiro. Si bien el talento y la presencia de la actriz uruguaya están fuera de discusión, aquí logra el mejor trabajo de su carrera. Quien canta, baila, ríe, lucha y sufre en pantalla no es Natalia Oreiro: es Gilda. Y lejos de limitarse a una extraordinaria caracterización, le da alma al personaje, lo vuelve palpable, gracias a una amplia gama de emociones. El elenco secundario también merece aplausos. Lautaro Delgado es Raúl, su marido; un individuo chapado a la antigua, que cuestiona las nuevas actividades de su mujer, pese a que luego necesitará de ella. Un rol que podría haber quedado en el cliqué, pero al que Delgado le otorga humanidad. Javier Drolás (conocido por Medianeras, de Gustavo Taretto) cumple en el papel de Toti Giménez, el tecladista, descubridor y socio. Roly Serrano y Daniel Valenzuela encarnan a la parte más áspera del mundo de la movida tropical. La muy prometedora Ángela Torres brilla haciendo de la versión adolescente de Myriam, y lo mismo puede decirse de Daniel Melingo dándole padre. Mención especial para Susana Varela; tiene una brevísima pero conmovedora participación como la madre de una niña que, al parecer, se curó de una enfermedad escuchando canciones de Gilda. Luminosa cuando corresponde y sórdida en los momentos justos, Gilda, no me arrepiento de este amor triunfa como la biografía de una celebridad y como la historia de una mujer que dio todo para cumplir sus sueños. Al igual que la verdadera Gilda, ganará el corazón de fanáticos y de quienes se acercan por primera vez.
Es imposible imaginarse otra actriz en la piel de Gilda que no sea Natalia Oreiro. Los clichés son abatidos y el resultado final supera la conformidad. En las canchas de River Plate o de Racing Club los hinchas entonan -un poco menos dulce que con la voz de Gilda- reversiones de Se me ha perdido un corazón o Corazón valiente. En cumpleaños de 15 y casamientos los invitados bailan al ritmo de Fuiste y Noches vacías. Tu cárcel suena constantemente en las radios, interpretada por Los enanitos verdes, y la No me arrepiento de este amor de Attaque 77 es utilizada en diferentes publicidades. La legendaria Miriam Bianchi, más conocida como Gilda, está presente -como si fuese una deidad- en cualquier momento del día. En conmemoración a los 20 años del accidente en Entre Ríos que acabó con su vida, la directora Lorena Muñoz se encargó de que esas letras invasoras de fiestas se inmortalizaran en la pantalla grande. El camino a la fama -lo que atrae una recopilación de grandes hits- de una chica fuera del prototipo se refleja en una de las biopics nacionales mejor logradas desde Tango Feroz: la leyenda de Tanguito. El primer plano de Gilda, no me arrepiento de este amor, hace acordar -dentro de un contexto totalmente diferente- al primero de Los 8 más odiados, de Quentin Tarantino. Es extenso y el centro de atención es un Cristo crucificado. El inicio deja en claro las cosas: se saca de encima el obvio y amargado desenlace y determina la postura omnisciente de Muñoz. El final, resuelto de forma exquisita técnica y emotiva, es el producto de un rejunte de buenas decisiones. Si los polos funcionan, la inmediata impresión del largometraje conforma. Por más que el guión recaiga en clichés de las biopics musicales, hay ciertos factores en Gilda que la distinguen. Uno de ellos, el más importante, tiene nombre y apellido: Natalia Oreiro. Cada escena musical merece una distinción aparte. El impactante parecido físico y vocal de Oreiro con la cantante se potencia con la imitación de gestos y movimientos, tanto arriba como abajo del escenario. Ni en Infancia Clandestina -al igual que Gilda, producida por Habitación 1520-, Cleopatra o Wakolda, la actriz uruguaya se lució tanto como en esta ocasión. Javier Drolas, quien interpreta a Toti Giménez, músico que descubrió y enamoró a Gilda, es otro de los consagrados. El protagonista de Medianeras pega un salto al cine comercial y aparece en escena casi tantas veces como la figura central. Al igual que Marcelo Subiotto en La luz incidente, no cumple con el fisic du rol del galán, pero la construcción de su personalidad deja en claro que, en la historia y para el personaje principal, lo es. El siempre eficiente Lautaro Delgado nuevamente es marido ficticio de Oreiro, ya que en Francia, de Adrián Caetano, también lo fue. Si bien la directora despoja rápidamente un supuesto desenlace predecible, el accidente fatal está latente a través de “señales”. Una falsa colisión y un recorrido de luna de miel por una autopista son algunos ejemplos. Estos avisos golpean bajo y están en tono con la mística del personaje, ligada a poderes de sanación. La mano vibrante pero sensible de la directora del documental Yo no sé que me han hecho tus ojos se hace visible y es otro de los factores que diferencian al film de arquetipos de biopic musicales, como los recientes I saw the light o Nina. La elección de planos y un tratamiento fotográfico sublime -junto con La helada negra, de lo mejor del año- distinguen lo privado, lo expuesto, lo recordado y lo presagiado dentro de la historia. La participación delante de cámara de los tres músicos sobrevivientes al accidente y el pulgar arriba de Fabricio, hijo de Gilda, sirven como aval del trabajo de investigación de Muñoz. El manejo de la intimidad de los personajes y el escudriñamiento de la porción de vida más significativa de la cantante son aire fresco cuando la historia es dominada por los clichés. La fotografía de Daniel Ortega y el sonido a cargo de Leandro De Loredo y Guillermo Beresñak también agregan esa cuota de fuerza y distinción. Personal de seguridad, miembros de la banda, fanáticos, amigos y sonidistas de Miriam Bianchi influyeron, de alguna manera u otra, en la metamorfosis de Oreiro. Si algunos “fieles” creyeron en los poderes de la encarnación y le pidieron a la actriz la cura de un caso de diabetes, quiere decir que la canonización de Gilda, de parte de Muñoz, fue todo un éxito. El film inmortaliza el ascenso eterno de una estrella de la música popular argentina, finalizado de forma abrupta por una fatalidad.
Un tributo sin épica ni estridencias. El film de Muñoz elude el típico trayecto de inicio-ascenso-superación de adversidades-apogeo-caída, y elabora un retrato algo melancólico, con una pátina clásica. Resulta fundamental la impecable performance de Natalia Oreiro. Gilda: No me arrepiento de este amor empieza con el plano fijo de un ataúd mostrado desde adentro de la caja del coche fúnebre que lo alberga. En la imagen se impone la cruz de Cristo plateada empotrada sobre la madera; de fondo, separados por un vidrio empañado, algunos deudos lloran a mares la pérdida reciente. Que esta secuencia inicial se prolongue durante un par de minutos marca, por un lado, no sólo la apelación a un lenguaje y un tempo inhabituales para los frenéticos cánones narrativos que suelen imperar en proyectos de aspiraciones populares como éste, sino también la intencionalidad manifiesta de esfumar el aura beatífico que rodea la figura de Miriam Alejandra Bianchi –tal el nombre de Gilda– desde su muerte, ocurrida en un accidente de tránsito en Entre Ríos hace poco más de 20 años, hasta la actualidad. Así, lo que parece decir el arranque del debut en la realización de ficción de la hasta ahora documentalista Lorena Muñoz (codirectora de Yo no sé qué me han hecho tus ojos y responsable de Los próximos pasados) es que su interés se limita a la vida y obra de una arista, y que los alcances e interpretaciones quedan a merced de los ojos que ven… y de los oídos que escuchan. Es cierto que hoy no se estrenaría esta película si aquella maestra jardinera no se hubiera convertido en uno de los máximos referentes de la música tropical, autora de varios must de todo playlist festivo e incluso en una criatura mística para los miles que la entronizan como una santa. Pero a Muñoz le importa poco el mito y la estampita, y construye, con la excepción de una escena en la que una nena y su madre lagrimean ante la presencia de quien supuestamente “ayudó” en la curación de una enfermedad terminal con sus canciones, un film terrenal y humano, centrado en un presente histórico disociado del bronce generado por los efectos del tiempo, que arranca en 1991 y culmina en el instante mismo del accidente. Tanto así que prácticamente no entrega indicios que vinculen de forma directa esa trayectoria artística con la trascendencia del presente. Incluso los números musicales, que los hay y muchos, se muestran sin ornamentos ni movimientos ampulosos de cámara, con planos concentrados en su protagonista (Natalia Oreiro) o los integrantes de la banda –algunos de ellos partenaires “reales” de Gilda– que la secundan. Muñoz honra su película filmándola como lo que es: la historia de una mujer enfrascada en un trabajo rutinario que un día decidió probar suerte incursionando en la música, y que llegó al pináculo del éxito por situaciones fortuitas y ajenas a su control; es decir, la historia de un triunfo módico y parcial. Quizá por esa amputación del arco dramático habitual de este tipos de relatos, que suele describir una parábola de inicio-ascenso-superación de adversidades-apogeo-caída, es que Gilda es una película–tributo melancólica, sin épica ni estridencias, tersa, lo-fi y con una pátina clásica que la atraviesa de punta a punta. Pátina que por momentos muta en mano de brocha gorda: no le hubiera venido mal desprenderse de algunos vicios exportados de las biopics de Hollywood, en especial los flashback que muestran la relación de Miriam y su padre muerto y cómo éste le traspasó el gusto por la música, ideas que ya podían defenderse muy bien con la aparición de esa guitarra vieja que la protagonista acaricia después de su primer casting. Noctámbula como los ambientes donde transcurre casi íntegramente, Gilda es contenida y mesurada tanto en su narración y estética como en la manera de aproximarse al submundo de las bailantas. Aquí no se muestran tetras ni botellas cortadas, o al menos no con un peso dramático; sí un universo de reglas particulares que choca con el ideario de clase media laburante de los Bianchi y familia, sobre todo de su marido (Lautaro Delgado). Muñoz adopta la mirada extrañada de su protagonista y se hace cargo de los chispazos culturales a través de la indisimulable tensión de ella ante el carácter ajeno de la forma de cantar –“no prolongues tanto las palabras, esto es cumbia”, le dice su descubridor, Toti Giménez (Javier Drolas)–, de los vestuarios, del paradigma de la voluptuosidad, de un entorno timoneado por barones (allí está el empresario encarnado Roly Serrano poniendo un arma para negociar el contrato), del modo de vida; en fin, de todos los componentes que conforman su flamante circunstancia. Claro que para que la directora pueda hacer todo esto necesita una actriz capaz de corresponderla. Y vaya si Natalia Oreiro lo hace. La uruguaya entrega aquí su mejor performance en la pantalla grande junto con la de la injustamente soslayada Francia, de Adrián Caetano, ante la atenta mirada de una cámara que hace lo que tenía que hacer: limitarse a acompañarla y observar cómo lleva con estoicismo espartano el peso del relato, cómo habita los recovecos de su personaje y cómo se desplaza con una soltura apabullante por los escenarios. Misma soltura que hace que, de este lado de la pantalla, resulte inevitable mover la patita y tararear esos temas que desde hace dos décadas sobrevuelan el aire por motivos que la película, felizmente, no quiere ni le interesa explicar.
El 7 de septiembre de 1996, llovía. Y llovía mucho. El cielo lloraba la partida de una joven mujer que ya era Leyenda y que injustamente le fue arrancada al pueblo. Pero no sólo al de la música, porque se iba alguien que con muy poco alcanzó una grandeza aparentemente no digna de nuestro contexto terrenal. Myriam Alejandra Bianchi era para sus vecinos esa maestra jardinera de Devoto que no hacía nada diferente al resto. Sin embargo, a sus 30 años, decidió que no quería vivir más esa vida, y se presentó a un casting que daría inicio a esta historia tan corta, pero tan rica. Gracias a Dios que Lorena Muñoz optó finalmente por dar ese paso adelante y contar con mucha justicia esta biografía que respetuosamente se inmiscuye en aspectos de la vida de Gilda que hasta hoy no conocías. Gilda, no me arrepiento de este amor, es un homenaje a ella, a todos los que la quisieron y rodearon, y especialmente a sus fans, quienes la acompañaron hasta el último minuto. El mejor logro de esta película, además de ser MUY cinematográfica, es que muestra la faceta oculta de Myriam (o Gil, como le decían aquellos que mejor la conocían). Casi todas sus canciones reflejan lo difícil que es transitar caminos para una mujer, sin embargo, supo anteponerse a muchos NO que recibió y le demostró a todos que los sueños sí se cumplen. Gilda tuvo un pasar de lo más alejado al glamour, la lujuria o el acceso fácil; lo importante en su historia no fue otra cosa que el amor. Vaya uno a saber qué era ese ángel que la caracterizaba, qué hizo que la gente creyera que era Santa… Pero todo eso no importa, porque se lo ganó con carisma y humildad, sin buscar la perfección. Natalia Oreiro logra construir al personaje más allá de esa mujer intachable a la que todos colocan en un pedestal. Porque Myriam tenía muchas debilidades, miedos e inseguridades, como cualquier ser humano. Además, los actores que la acompañan hacen todos una excelente labor, y destaco a Javier Drolas en el papel de Toti Giménez. Mención especial para Daniel Valenzuela, y por supuesto para los músicos (algunos de ellos acompañaron a Gilda en la vida real). El género biográfico es de por sí complejo; no es nada simple contar la historia de alguien que ya no está, dejando conformes a todos. Sobre todo hay compromisos familiares y amistades que respetar, junto a un trabajo de investigación que en este caso se destaca como herramienta de la directora, quien anteriormente ya había trabajado documentando. Gilda es otro triunfo del cine argentino, lleno de elementos acertados, como por ejemplo la banda sonora. En el tiempo que dura el film, se plasma a la perfección esa carrera fugaz que tuvo la cantante. Lamentablemente conocemos su trágico e inevitable final… Pero el valor inmensurable que tiene todo ese legado que dejó a sus hijos, a sus admiradores y a la música es lo que hoy mantiene en pie a la figura inolvidable que fue, es y será; todo sirvió de inspiración para que ahora tengamos entre nosotros un imperdible de la cartelera local, a la cual ojalá le vaya de maravilla en sus giras por el resto de los países, porque al igual que Gilda, merece el éxito. Distinta al resto, valiente, frontal, osada; son todos adjetivos que describen tanto a la reina de la música tropical como a la película, y eso habla muy bien de esta nueva producción.
Elogio de la cumbia Seis años de meteórica carrera alcanzaron para que Gilda conquistara el corazón de miles y miles de personas. Tenía buenas canciones, un estilo propio que, según Toti Giménez -descubridor, socio, finalmente compañero sentimental de la cantante fallecida hace exactamente veinte años en un accidente de ruta en Entre Ríos-, básicamente se había desarrollado a partir del cruce de la cumbia de Colombia con la de Perú y, por sobre todas las cosas, apoyado en aquello que es indispensable para un artista popular: un enorme carisma, ese don que no se aprende. El primer acierto de esta película biográfica de Lorena Muñoz es, justamente, haber encontrado a otra artista popular con ese ángel. Natalia Oreiro tiene el magnetismo necesario como para hacerse cargo de un rol tan complicado, sobre todo porque le exigía estar a la altura del mito. Además de su capacidad natural para asumirlo con convicción y credibilidad, la actriz uruguaya se preparó a conciencia para el papel y logró, además de una buena performance general como vocalista, dotar al personaje de humanidad, reflejar muy bien sus pliegues, sus fortalezas y debilidades, su evidente encanto. No importa demasiado si la película se ajusta con absoluta precisión a la historia real de Myriam Alejandra Bianchi, la maestra jardinera que tomó la decisión correcta después de leer un aviso clasificado que, palpitó, podía ser la llave para desarrollar una vocación que su padre (encarnado aquí por el inefable Daniel Melingo) había alimentado durante años. Velvet Goldmine (1998), la notable película de Todd Haynes, iba a ser originalmente un biopic sobre David Bowie y, ante la oposición explícita del músico inglés fallecido el año pasado, terminó siendo otra cosa, probablemente mucho mejor, en términos de espesor cinematográfico. No hay golpes bajos, estridencias ni ánimo de polémica en este film de Muñoz. Se trata más bien de un homenaje respetuoso, forjado con cariño por el personaje y sin desbordes emotivos. La narración es fluida, sin baches y el trabajo de puesta en escena realmente virtuoso. Los secundarios (muy buenos actores como Lautaro Delgado, Susana Pampín, Roly Serrano y Javier Drolas) hacen lo necesario para que Oreiro brille. Es ella el centro de atracción de esta película que orienta de manera manifiesta la lectura hacia el tributo, se inicia amargamente con el plano de un ataúd y, en un necesario acto de justicia poética, termina como una celebración.
Hit y homenaje emotivo Una “biopic” de costura impecable en la que brilla Natalia Oreiro, actuando y cantando los hits de Gilda. Memoria popular y emotiva. En ese territorio opera Gilda, no me arrepiento de este amor. Lorena Muñoz, su directora, lo sabe. Y lo capitaliza. Contaba de antemano con un personaje, un mito querible que ahora se acrecentará, y con Natalia Oreiro, que asume ese papel haciendo que brillen las dos, ella y su personaje. Por eso el rol en apariencia medido, casi aséptico de directora y guionista, es también una marca autoral. Podemos pensarlas afuera, pero su entretejido, sus elecciones, ofician de mapa de recorrido para inocular emociones en ese territorio amplio que es la biografía de Miriam Alejandra Bianchi, conocida como Gilda, a 20 años de su muerte. Contagiosa desde el ritmo, empática desde su lucha, Gilda... es el canto a una estética popular sin maquillaje. Un cine llano, de estructura clásica, que reivindica esa posibilidad. Que si juega con el cliché, está bien que lo haga. El personaje permite disimular la falta de matices con el que fue reconstruido, y subestimar alguna historia íntima que todos querríamos ver, como su relación extra musical con el Toti Giménez. Ofrece más respuestas que preguntas la película de Gilda, una historia masticada largamente en el guión. Y sale indemne de esta fórmula con un cuento redondo, acompasado por esa banda de sonido universal, cancionero inevitable y pegadizo que, puesto en la voz de Gilda-Oreiro gana pasajes de dulzura y belleza general. Pero hay espacio para un drama familiar. El de una mujer joven y hermosa que quiere cambiar de vida más allá de los prejuicios, de la antipatía de su marido, de las crisis que puede provocar su lucha. La película se ocupa sólo de sus años de cantante, con algunos flashbacks dosificados en la trama, para contar el amor por su padre (Melingo) el tipo que le hacía cantar Solo dios sabe, de los Beach Boys, incluso antes que Charly y Pedro la grabaran para Tango 4. Simbólico. El amor por su padre es el amor por la música. Y un signo trágico quizá. Al contrario, los dos únicos personajes grises de esa trama familiar son su marido y su madre, interpretados por Lautaro Delgado y Susana Pampín de manera magistral.Y afuera, claro, está el oscuro mundo de los negocios y la cumbia. Todo contrasta con Gilda, vestida de pureza, lista para ser canonizada. Más allá de las marcas de autor, fagocitadas por el imán Gilda-Oreiro, estamos frente a un filme con con pretensiones de atracción global. Pero con vida propia. El Paisaje de Franco Simone puede volver, los hits de Gilda también, en su voz o en la de Oreiro, conjunción fecunda de dos mujeres, mímesis si se quiere, sin resignar un ápice de personalidad. Y el síndrome de la canción pegada a la salida del cine, con una historia en la retina, la que escribió Gilda, y un poco Oreiro, que nos contó Lorena Muñoz. Mundo popular y honesto, memoria emotiva de un amor inmenso, aunque no sea eterno.
Publicada en edición impresa.
“Se me ha perdido un corazón, si alguien lo tiene por favor que lo devuelva”, pegadiza frase de uno de los hits de la cantante Gilda que no puedo dejar de tararear desde que vi la película hace ya más de una semana así como tampoco puedo dejar de repetir algunas de sus escenas en mi mente. Gilda, no me arrepiento de este amor es sin duda alguna la mejor biopic del cine argentino y no tiene nada que envidiarle a producciones de Hollywood sobre los mismos temas. El film logra que el espectador se sumerja en la vida de la protagonista con todo lo que ello implica: miedos, sueños, frustraciones y anhelos, desde sus comienzos hasta su trágica muerte. Tal vez el principio resulta un poco lento pero una vez que la cinta encuentra su sintonía no querés que termine nunca y gran motivo tiene nombre y apellido: Natalia Oreiro. Odio los clichés y las frases hechas para escribir pero me veo obligado a redactar uno porque es una verdad absoluta y es que nació para interpretar este papel. Su personificación no solo es perfecta desde un punto de vista de composición sino que también genera un magnetismo pocas veces visto, a tal punto que cuando canta da la sensación que la pantalla se enciende y brilla aún más. Lo que hace la actriz tiene muy pocos precedentes en nuestro país, tal vez alguna figura política levada al cine, y que sea sobre alguien tan popular e incluso mítico causa empatía inmediata. Me animo a decir que incluso logra re significar la letra y melodías de las canciones para un público que no las había consumido más allá de noches de boliche o un casamiento. El resto del elenco está muy bien pero destaco a Ángela Torres quien te deja con ganas de ver más de ella como Gilda joven y también con ganas de verla a ella en cine; y a Javier Drolas como el músico que descubre a la cantante y que se enamora. La directora Lorena Muñoz dirige su primer largometraje de ficción con gran habilidad y junto al equipo de producción logra maximizar todos los recursos que tuvieron disponibles para que el film parezca de una envergadura mayor a la real y un ejemplo de esto son algunos de los recitales donde nos hacen creer (de forma muy convincente) que había multitudes cuando en realidad contaban solo con un puñado de extras. La fotografía está bien pero le falta un poco de vuelo para despegarse de planos y angulaciones muy convencionales. Creo que con un estilo un poco más jugado desde la puesta el film sería aún más grandioso y por lo tanto imparable. Una minuciosa reconstrucción y gran respeto por la vida, obra y mitos de quien fue la abanderada de la música popular argentina le dan el sello necesario para colocar este estreno en el podio argentino de 2016 peleando el primer puesto.
LA LEYENDA DE GILDA Lorena Muñoz, la directora y Natalia Oreiro la protagonista tomaron como una cruzada conseguir los derechos en manos del único hijo sobreviviente de la cantante y de su pareja Juan Carlos “Toti” Giménez. A veinte años de la muerte de Gilda, llega este film destinado al éxito. Por un lado la directora famosa por sus documentales (“Yo no se que me han hecho tus ojos” y “Los próximos pasados”) pasa a la ficción y nos brinda el retrato de una mujer que se atrevió a cambiar su destino y murió en pleno éxito hasta con fama de santa. El film recorre su vida con flashbacks y muestra como se transforma en una reina de ambientes sórdidos manejados por mafia. Es un retrato quizás demasiados benévolo pero definitivamente emotivo y llevadero. Natalia Oreiro nació para este rol y se preparó obsesivamente para él, cambio su registro de voz, grabó los temas antes, cambió su físico y se comprometió totalmente con el recuerdo de Gilda. Lo suyo es un trabajo de primer nivel. Ella propuso trabajar con Laura Berch en la dirección de actores y Lorena Muñoz lo aceptó. Y no solo brilla la Oreiro, también Angela Torres, Javier Drolas, Lautraro Delgado, Susana Pampin y Roly Serrano entre otros. Para los fanáticos de Gilda un plato fuerte, para todos los demás será el descubrimiento de una mujer del espectáculo que se transformo en leyenda. Hay que verla.
Crítica emitida por radio.
En Gilda: No me arrepiento de este amor, asistimos a la historia de la cantante tropical muerta trágicamente en un accidente de tránsito. Sus inicios en un universo sórdido dominado por hombres, su triunfo en los escenarios, su vida íntima y finalmente su ascenso a la categoría de mito. Natalia Oreiro compone el papel de su vida. Físicamente es un calco de la malograda cantante, se mueve natural en un papel de gran profundidad emocional. Cuando le toca entonar los temas en los números musicales, lo hace sin imitar logrando frescura y credibilidad. Acompañada por un elenco sólido en el que se destacan Lautaro Delgado como el torturado marido de la cantante, Rolly Serrano como un oscuro empresario discográfico y Daniel Melingo, como el padre de Gilda, presente en los medidos instantes de flashbacks. Lorena Muñoz, carga el filme de momentos de tono documental, sobre todo en las escenas de conciertos, acentuando la atmósfera de realidad. Un guión bien estructurado, que mantiene la tensión dramática y la sorpresa a lo largo del metraje. Conmovedora, pero sin caer en los golpes bajos, estamos ante uno de los filmes musicales más logrados de la cinematografía vernácula. Un filme sólido, que llega al corazón.
“Gilda” entre real y ficcional que conformará a sus fieles • UN BUEN ELENCO, LIDERADO POR NATALIA OREIRO, ANIMA LA IDEALIZADA BIOGRAFÍA DE LA CANTANTE La película de Lorena Muñoz es un producto realizado profesionalmente y con buenos actores, aunque al guión le falta profundidad y le sobra maniqueísmo. "Basada en hechos reales", informa esta película que, a manera de exaltación de la cantante a 20 años de su trágica muerte, tiene a Natalia Oreiro como estrella casi excluyente. Y esa afirmación, que pone al film entre la ficción y la realidad, en el formato "biopic" a la que la directora Lorena Muñoz se acerca aquí muy ficcionado- desde su experiencia con el documental. El guión (Muñoz y Tamara Viñes) no es precisamente el fuerte de este film: en un tono maniqueo impuesto desde el inicio, todo sucede como en un comic, en el que los buenos sólo hacen bondades y los malos son temibles e irredimibles. Se exponen muchos temas. Las contradicciones de la verdadera Myriam Alejandra Bianchi (Gilda) entre la maestra jardinera que fue, la chica de clase media barrial, su matrimonio, su madre, su familia, la relación con su padre (con un desopilante Daniel Melingo en ese rol) y sus ambiciones de triunfar en un ambiente que en parte le era ajeno. Los amores de sus hombres: esposo (muy bien Lautaro Delgado) y pianista/amante Toti Giménez (Javier Drolas) con quien tiene una relación raramente poco erótica. Los productores que, de tan malos son directamente caricaturas; aún con la excelente actuación de Roly Serrano en el papel de un repugnante y violento rey de la bailanta. La idolatría popular que la convirtió en una santa pagana. La lucha de Myriam/Gilda frente a un medio que no conocía y que no se la hizo fácil. La aceptación y el éxito, finalmente. Pero todo está surfeado. Todo se sugiere, se aboceta, pero no se profundiza. Todo se confunde entre la realidad y lo ficcional. Todo tiene el fin de poner a Oreiro mucho tiempo en escena, que se escuchen las canciones (no siempre completas) que pronto tendrán también un disco exitoso. Sobran los golpes bajos, las cámaras ralentadas y las situaciones inverosímiles. Si se lo piensa comercialmente, "Gilda, no me arrepiento de este amor" es seguramente un buen producto, realizado profesionalmente, con una Oreiro omnipresente que cumple como cantante pero que actoralmente no logra jamás dejar de ser ella misma. Aparece la joven actriz Ángela Torres para sumar público televisivo. Hay un guión pobre, algunas figuras exitosas y buenos actores que bancan la parada. Es probable que no falle en la taquilla. Misión cumplida.
Uno de los proyectos más anunciados y más postergados de la historia del cine argentino. Hacía años que la actriz Natalia Oreiro tenía el deseo de ser ella, la reina de la bailanta, la abanderada. Por una cosa o por otra, problema de derechos, guiones rechazados, nuevos proyectos que se superponían; el deseo de Natalia ya parecía inalcanzable. Pero como una sutil metáfora, tras mucho pelearla y aferrarse a ese sueño, llegó el día. Los planetas se alinearon para que el estreno llegue en la forma y momento justo. Gilda: No me arrepiento de este amor, pertenece a un género difícil, el biopic, el retrato de una vida real; más una biopic sobre un ídolo popular que trascendió su arte. No hay muchos antecedentes satisfactorios de estos, menos en nuestro cine. La sola propuesta ya despertaba ciertos temores. Temores descartados, no solo se estrena en un momento justo por la fecha conmemorativa de los veinte años del fallecimiento de la cantante; sino en el momento ideal para conseguir los nombres y los elementos justos para lograr el mejor de los resultados. Para quienes no sepan de qué hablamos (¿Habrá alguien?), se sigue la vida de Myriam Alejandra Bianchi, o mejor dicho de Gilda; porque el foco principal estará puesto en esa difícil transición entre la mujer cotidiana y la ídola eterna. Por supuesto, Natalia es Myriam, o como le gusta que la llamen, Gil, una maestra jardinera de Devoto, casada, con dos hijos, y algo frustrada. Su sueño es seguir ese lazo que la unía con su padre Omar (Daniel Melingo), la música. Ella quiere ser cantante, y a escondidas responde a un clasificado para el casting de la voz líder de un grupo tropical. En esa audición, no solo comenzará el giro hacia su vocación, conocerá a Toti Giménez (Javier Drolas), con quien terminará formando más que una sociedad. Este es el camino de un anonimato al estrellato, con todas las complicaciones, y ese destino trunco tan pronto que se respira en el aire. Por supuesto, el mayor acierto de esta película está en su protagonista, Natalia Oreiro siente al personaje en cada gramo de su cuerpo e impostura. Lo compone segura de que será el rol de su vida; y más allá de que la actriz de Miss Tacuarembó ha oscilado entre roles más livianos y otros más comprometidos y muy logrados (recuerden a esa madre de Infancia Clandestina); en Gilda logra una simbiosis absoluta. No hace falta que se le parezca físicamente (que sí se le parece), tampoco en el timbre de voz (hay mucha semejanza), la interpretación pasa por una cuestión de ser, de saber comprender a esa persona detrás del personaje. Hay otro acierto, otro nombre, a la altura del logro de la actriz, Lorena Muños, su directora y co-guionista junto a Tamara Viñez. Proviniendo del mundo documental, Muñoz hace el aporte necesario para que esta propuesta se destaque. Quienes hayan visto Yo n sé que me han hecho tus ojos y Los Próximos Pasados, sabrán de la capacidad de la directora para focalizar en lo fundamental y armar un relato perfecto a través de hechos reales. En Gilda, aun ficcionalizando, se repite ese esquema. Si bien el guion recae en varios clichés de las biopics populares, y del drama en general, no hace un nunca abuso de lo melodramático. Myrian/Gil/Gilda sufre por ese marido (Lautaro Delgado) que no la comprende, que la cela, y del que cada vez se distancia más a la par que se acerca su socio. También sufre por esa madre (Susana Pampin) que tampoco la apoya y cela la relación que tuvo con su padre ya fallecido. Pero Muñoz prefiere no centrarse en eso, exponerlo, pero no ir por a senda de la heroína de telenovela que se disputa entre dos amores. Prefiere hablar de una mujer que persigue un sueño, que se mete inocentemente en un ambiente turbio y le gana a todos los prejuicios; que cada vez que se acerca más a su objetivo de cantar siente que resigna tiempo con sus hijos, que Gilda le va ganando lugar a Myriam. Con un tono destellante, la fotografía también cuenta una historia que parece de ensueño, como si no todo se contase en palabras, como si la contundencia de los planos y las imágenes alcanzara para dejar claro lo que se quiere decir sin necesidad de recalcarlo. Gilda, es una película que maneja sutilezas, que elige las canciones en el momento justo, y que funciona a modo de homenaje e historia de vida más allá de las sensaciones que el personaje real le puede despertar a cada uno. En esas sutilezas se encuentra también la dirección actoral y el conjunto actoral. No es fácil destacarse en un secundario dentro de una película con un personaje descollante y tan central. Aquí todos los secundarios encuentran su propio momento de brillo, cada uno nos hace creer su personaje; con especial atención a Drolas, Delgado, Roly Serrano y Daniel Valenuela (los representantes de la “mafia musical”), y una Ángela Torres que quizás necesitó de mayor espacio dentro de la historia, pero que cada vez que aparece se hace notar a pura garra. No importa si uno tiene simpatía o no por la cantante; Gilda, no me arrepiento de este amor se disfruta de todas maneras por toda la potencia que expone. Potencia que se desborda en los últimos tramos de un metraje algo excesivo. Elevándose por sobre la media de los films con los que se puede comparar; Oreiro, Muñoz y equipo logran una película que como la música de Gilda apunta a lo más popular del sector; y como aquella, ofrece algo distinto y superior.
La primera escena de “Gilda: No me arrepiento de este amor” (Argentina/Uruguay, 2016) es contundente, dolorosa y muy incómoda. Ubica a la película en el lugar que justamente terminará por posicionar a la figura sobre la que va a hablar, en la larga cadena de documentos, entrevistas, hechos, informaciones, y detalles que hablaron de la fundación de un nuevo mito, el de la cantante que luchó por sus sueños y terminó por cambiar su historia y de la de miles de fanáticos que aún hoy la recuerdan. Esa primera imagen, dura, icónica, refleja desde dentro de un coche fúnebre, y con la cámara arriba de un ataúd, mientras se muestra el afuera del auto, con gente gritando, llorando, golpeando la puerta, el dolor encarnado de un pueblo, y a su vez evoca a grandes funerales, como el de Evita, por ejemplo, que fueron seguidos por los medios de comunicación por millones de personas. Lorena Muñoz afirma allí, su mirada, y desde ese momento, indica con esos planos que ella le regalará luego a la cantante en la vida del filme, el lugar que necesita para terminar de consolidarse y posicionarse como uno de los íconos de la cultura popular argentina. Sólo 20 años pasaron desde la muerte de Miriam Alejandra Bianchi, “Gil”, para sus amigos cercanos y familiares, aquella maestra jardinera de Devoto, agobiada por su presente de tareas y rutinas, que decidió patear el tablero y meterse de lleno en la consecución de su sueño. Y sobre eso trabajará “Gilda: No me arrepiento de este amor”, un filme que tomará datos y hechos conocidos sobre la cantante para construir una particular visión sobre la misma, sin claroscuros, y con la convicción de potenciar aquellos aspectos más positivos del mito, aún a expensas de quedar en evidencia la postura condescendiente sobre la misma. Muñoz debuta en el cine de ficción, y decide hacerlo con esta biopic musical, tras una serie de documentales que, casualmente, le brindaron la posibilidad de construir una narrativa particular y que en este filme se potenciará en cada plano que le regala a la película y a su protagonista. Como Gilda está Natalia Oreiro, la actriz que afirma haber nacido para el rol, y le brinda el cuerpo y la voz a un personaje aún vívido en la memoria de muchos, y difuso en aquellos que no conocieron el boom de la cantante, pero que reconocen las canciones y melodías inconscientemente, que la convirtieron en una de las número uno de la música tropical. El precipitoso ascenso hacia la cima, con todos los esquivos acontecimientos y la manipulación de la mafia de la cumbia, pero también con el rechazo inicial de su pareja (Lautaro Delgado) y su familia, son tan sólo dos de los tópicos con los que trabaja la directora, que sabe que el fuerte del filme está en las imágenes y en la interpretación protagónica de Oreiro, que se brinda ciegamente al filme, en una precisa actuación, diferente a las que viene ofreciendo. Si el bronce con el que se construye el mito, por momentos termina por ahogar la pasión del relato, rápidamente es superado por la incorporación de los números musicales, que van desde el tímido primer acercamiento con Toti Gimenez (Javier Drolas), en el casting, hasta la explosión en Bolivia y otros escenarios, con un momento clave, cuando, expulsada de la cartelera oficial de la cumbia, ofrece un show para presos. La elección de algunos encuadres, y la exactitud con la que se registran situaciones, como así también la alternancia entre día y noche de la artista, en contraposición con la rutina que su familia siguió viviendo, configuran un relato sólido y contundente sobre la persecución de los sueños y la concreción de metas.
Este es un relato de superación, de lucha contra las adversidades (económicas, culturales, sociales), de “seguir los sueños” y, en ese sentido, la producción no oculta su ambición de blockbuster y apela a todos los recursos de una típica biopic hollywoodense, incluido un timing de marketing perfecto. [Escuchá la crítica completa]
Hay que decirlo sin vueltas: para muchos, Gilda, no me arrepiento de este amor tenía todas las de perder. Por un lado, una apuesta que se interna en los intrincados laberintos de la película biográfica, con fallidos antecedentes en la historia del cine nacional, traducidos en biopics sobre íconos de la escena musical atravesados por títulos sobrevaluados como Tango feroz, o impresentables como Luca vive. Por otro costado, ponerse en la piel de la abanderada de la música tropical, supone para cualquier actriz, un reto del que difícilmente se pueda salir airosa. Los primeros minutos de esta película dan por tierra todo prejuicio, y evidencian el virtuoso pulso cinematográfico de su directora Lorena Muñoz. En su primer paso en el cine de ficción, tras notables documentales, entre los que se encuentra Yo no sé que me han hecho tus ojos, material sobre la inolvidable Ada Falcón que co dirigió junto a Sergio Wolf; Muñoz plantea una puesta rigurosa que no confunde virtud con virtuosismo. Sabe desde dónde mirar una historia conocida de antemano por todos. Y entiende que para tocar la fibra emotiva del espectador, se puede apostar a ciertas fórmulas de probada eficacia, sin revolcarse innecesariamente en el golpe bajo. A pesar de transitar a rajatabla los lineamientos del "film tributo", este abordaje se da la chance de mostrar a la mártir popular en momentos de culpa por la ausencia frente a sus hijos; o de vulnerabilidad cuando sus seguidores comienzan a atribuirle poderes curativos. El abanico de texturas propuesto por Muñoz es amplio, desde una Gilda al borde del abismo en la escena de borrachera de año nuevo, a instancias más combativas como la confrontación con su madre; y la dolorosa determinación de acabar con su matrimonio. La película transita todos sus climas con la visceral honestidad de una mujer que eligió un destino que la enfrentó a más de una adversidad, y que finalmente devino en mito. En cuanto al trabajo de Natalia Oreiro, es sabido que la actriz uruguaya llevaba largos años esperando la concreción de este proyecto. Su entrega absoluta no sólo está presente en los pasajes más intensos del relato, sino en cada gesto y silencio labrados con plena convicción. Los logros de esta película resultarían impensables sin el caudal de oficio y carisma de Oreiro. Su presencia sobrepasa la idea de ser un plus, para transformarse en uno de los ejes fundamentales de este triunfo cinematográfico. Pero no todo es la gloria absoluta. En la traslación de una historia tan frondosa como la de la maestra jardinera Myriam Alejandra Bianchi, que contra tantos obstáculos se convirtió en ícono de la música popular; hay situaciones que podrían tener un abordaje más sutil. La figura del marido de la cantante se presenta por demás demonizada, un detalle que desentona notoriamente en un film que logra prescindir del subrayado, aún en el retrato de los entretelones del mundo de la bailanta, magistralmente sintetizados en la escena de la negociación (con arma sobre la mesa), del nuevo contrato en el que se pretendió avasallar las ganancias de la ascendente estrella. Como era de esperarse, la banda sonora de Gilda, no me arrepiento de este amor tiene un gancho irresistible. No sólo en las notables nuevas versiones de los éxitos de la canonizada cantante, sino en la irrupción de algún clásico de Franco Simone como El paisaje, o la versión en castellano de una joya de Beach Boys como Sólo Dios sabe. Durante su adolescencia y juventud, aquella maestra jardinera escuchaba a Charly García, Sui Generis y Tina Turner. Gran parte de su legado consistió en trasladar parte de ese universo melódico, y transformar todo ese bagaje en su sello distintivo dentro de la música tropical. En muchas oportunidades, el cine comercial argentino ha despachado productos mediocres. Gilda, no me arrepiento de este amor pudo ser un pastiche de película populista. Una operación inescrupulosa para saquear el dinero de miles, o millones de espectadores. En tiempos en que tanto se habla sobre las diferencias entre nociones como "popular" y "populista", este film de de Lorena Muñoz se inscribe con toda nobleza en la primera categoría. Una película que conquista al espectador con recursos cinematográficos nobles, en lugar de tomarlo por el cuello y someterlo a un par de horas de la más vil dependencia emocional.
Un guión desigual, pero con una factura técnica impecable y una potente labor de su intérprete principal. No soy lo que se dice un conocedor o siquiera alguien que sepa apreciar la cumbia, pero la historia de Gilda es una que no pasa desapercibida en la Argentina de los últimos 20 años, trascendiendo incluso los límites de la música, cuando algunos fanáticos, por diversos motivos, le atribuyeron fama de santa. El hecho concreto es que nuestro cine, tarde o temprano, no iba a querer quedarse afuera de esto, y de esa forma hoy nos llega Gilda, No me Arrepiento de este Amor. Todo eso fuiste… Gilda no me arrepiento de este amorMiriam, una maestra jardinera deseosa de llegar a más y con notorias aspiraciones musicales, pasa una prueba de canto para formar parte de una banda de cumbia. A partir de acá veremos los diversos obstáculos que debe superar para convertirse en Gilda: las presiones del crimen organizado, el rechazo de los sellos discográficos, los celos de su marido y los problemas con sus hijos. Gilda, No me Arrepiento de este Amor es un espectáculo visual y sonoro a todo trapo. Lorena Muñoz es una directora con un firme dominio del lenguaje audiovisual, y utiliza todo el arsenal del mismo a su máximo potencial. No hay un solo apartado descuidado: La fotografía concede una atmósfera tan turbia como celestial, la dirección de arte y el vestuario tienen una enorme riqueza de detalle, el montaje es utilizado en su plenitud como la herramienta de manipulación de ritmo y tiempo que es, y el uso del sonido (más indispensable que nunca por tratarse del biopic de una cantante) es tan potente como lo es conmovedor. En materia actoral, me saco el sombrero ante Natalia Oreiro. Ella nació para ser Gilda en la gran pantalla. Aunque naturalmente domina con una presencia demoledora a la Gilda cantante, lo que me hace extenderle este elogio es que no haya descuidado los aspectos más íntimos del personaje. Este no es un personaje más para Oreiro; su dedicación y preparación se perciben en cada fotograma que la película le otorga. Pero una película es un todo; no es sólo sus actuaciones, no es sólo su factura técnica, es también su guión, y es precisamente este un aspecto flojo en una cinta que de otro modo sería impecable. Explayémonos: Si hay algo que no le falta al guion de la película es conflicto; una gran mayoría de las escenas siempre lidian con alguno en mayor o en menor medida. Pero ¿por qué a pesar de cumplir con esta esencial virtud narrativa, siento que el guion de esta película no me termina de convencer?. Después de pensar el prospecto en mi cabeza, he llegado a la conclusión de que el guión no me convence por cómo trata y distribuye las subtramas. La película se reparte entre tres líneas argumentales: el ascenso de la protagonista en el mundo de la música, su vida personal y su niñez con su padre. La película desarrolla fluidamente y con lujo de detalle la primera línea argumental, pero en vez de trabajar adecuadamente las otras dos líneas, las tiene de relleno, de rueda de auxilio, cuando deberían ser líneas narrativas con autonomía, que refuerzan y corren paralelas a la principal. A esto se suma el que las intenciones de los personajes secundarios no quedan claramente establecidas: de la nada el marido es un celoso, de la nada el manager tiene sentimientos por la protagonista, de la nada tuvo una madre que nunca estuvo. Los personajes están, pero las relaciones en estas líneas no se desarrollan o evolucionan; ni como una estructura en sí, ni como complementarias a la trama principal. Por lo tanto, la inserción de estas escenas se sienten forzadas y el sentimiento, ese ingrediente conmovedor al que querían llegar, no llega nunca. Un guion para ser sólido necesita tener todos sus elementos en orden, y aunque la película tiene el enorme acierto de jamás embellecer o romantizar el universo de la protagonista, son estos tropiezos los que me impiden alabarla como un drama impecable. Conclusión: A pesar de contar con un guión desigual, Gilda, No me Arrepiento de este Amor hace gala de una impecable factura técnica y una labor interpretativa prácticamente intachable de su protagonista. Si te interesa ver como Natalia Oreiro canaliza con esfuerzo, habilidad y fortaleza de presencia al personaje, le vas a querer dar una oportunidad. Ahora, como un relato por sí mismo, como un todo, me veo impedido de extenderle la misma recomendación.
“Gilda, no me arrepiento de este amor”: un homenaje con destino de clásico El 7 de septiembre de 1996, en el km 129 de la Ruta Nacional 12, en camino a Chajarí, Entre Ríos, un camión choca al micro que utilizaba Gilda para sus giras. En el accidente mueren ella, su madre, su hija mayor Mariel, tres músicos de la banda y el chofer. Tenía tan sólo 34 años y su carrera había comenzado unos pocos años antes, pero lo “poco” que entregó en vida le bastó para convertirse en una leyenda de la música popular argentina. Su repentina muerte dio paso a la veneración, a la nostalgia, a la eternización, a llorar lo que no pudo ser; y a 20 años de ese trágico suceso, Myriam Alejandra Bianchi logra un merecido reconocimiento-homenaje con una de las mejores películas argentinas de los últimos años: “Gilda, no me arrepiento de este amor” (2016). Este filme, protagonizado por Natalia Oreiro, nos relata la historia comenzando seis años antes del fatídico accidente. Cuando Myriam, una humilde maestra jardinera, madre de dos hijos, que vive en un barrio de clase media en Villa Devoto, decide que necesita –le urge– hacer algo con su vida. Es así como, recordando su amor por la música, inculcado por un padre que la abandonó muy rápido al morir joven, sigue su deseo de perseguir ese sueño que dejó trunco en su juventud: cantar. Myriam renuncia a su trabajo, responde a un aviso clasificado en donde piden vocalistas para un grupo musical y allí conoce a Toti Giménez (Javier Drolas), un productor musical del ambiente tropical que automáticamente se da cuenta de dos cosas: el ángel que tiene esa mujer y que acaba de encontrar al amor de su vida. Así, lentamente, ambos emprenden un largo, tortuoso y en ocasiones peligroso camino en busca de su ansiado objetivo: triunfar en la música. Nacerá Gilda, que tendrá que luchar contra los prejuicios externos (es rechazada varias veces por no encajar con el estereotipo de la cantante de cumbia de esa época), así como también con los de su propia familia: un marido celoso (Lautaro Delgado) incapaz de pensar más que en él, una madre ciega (Susana Pampín) ante los anhelos de su hija. A pesar de tantas trabas y obstáculos, llegará su ascenso al éxito y a la fama, que durarán apenas unos años, pero su estela seguirá para siempre. La directora Lorena Muñoz, reconocida y talentosísima documentalista, se embarca en su primer proyecto de ficción con una maestría y un oficio que deja a más de uno con la boca abierta. Es que Muñoz –con el aporte de su amiga y coguionista Tamara Viñes– recorre la historia de Gilda de una manera impecable, sin caer en golpes bajos ni escenas efectistas, logrando incluir a toda clase de público en esta película (algo muy difícil a priori). Porque este largometraje más que nada es la historia de una mujer que lucha por sobreponerse, a su entorno y a ella misma. ¿Vale lo que está haciendo? ¿Está ganando más de lo que pierde? ¿Tiene sentido tanto esfuerzo? Todas esas preguntas son planteadas y respondidas desde el lado más humano de esta mujer, dejando de lado al personaje. Pero también se conjugan otros elementos para que esta obra transmita tanto: la realizadora conoce en profundidad la vida de la cantante y lo que quiere contar de ella; y a eso se suma una Natalia Oreiro que es un huracán en pantalla. Oreiro no está “imitando” a Gilda, la está homenajeando, le está prestando su cuerpo para contar su historia, está creando un poema de amor a esta mujer que admira con pasión. Este largometraje se erige como uno de los mejores, sino el mejor, que el cine nacional nos dará este año. Porque tiene pasión, porque tiene amor, porque tiene respeto. Bienvenido al panteón de los clásicos argentinos.
GILDA: NO ME ARREPIENTO DE ESTE AMOR GILDA SE FUE A LOS CIELOS 1126253 Por Marcela Gamberini Gilda: No me arrepiento de este amor es sobre todo y ante todo un homenaje. Un homenaje al que Lorena Muñoz, su directora, aplica una mirada más que amorosa sobre su objeto; la misma mirada era la que Muñoz aplicaba sobre Ada Falcón en Yo no sé que me han hecho tus ojos, dirigida en colaboración con Sergio Wolf o en Los próximos pasados, aquel documental sobre la monumental obra de Siqueiros y su descuido inexplicable. Esta mirada, que a esta altura es una marca de autor en el cine de Muñoz, hace que su última película, Gilda: No me arrepiento de este amor se juegue enteramente en la figura de su homenajeada, quien aparece en todas y cada una de las escenas de la película. Muñoz maneja con habilidad las estrategias del documental, no solo en cien sino en televisión también. Fue la realizadora de una serie de pequeños “filmes” sobre diferentes cantantes, actores, directores que se caracterizan todos no sólo por su popularidad sino por su “pertenencia” al pueblo. Xby tom Hablando de miradas justamente la secuencia inicial con la que abre la película es ejemplificadora. Ahí la mirada “desde adentro” es la mirada de Gilda en su ataúd y también es la mirada de Muñoz: un féretro en un coche fúnebre filmado en scorzo, deja entrever y lo que es aún mejor, sentir, aquello que la película sostendrá hasta que termine: el pueblo rodea a Gilda, apenas vislumbrado en los reflejos de los vidrios del coche, empañados y mojados por una lluvia persistente, y por las estampas pegoteadas por manos anónimas se adhieren a los espejados vidrios. Esas manos son las manos del pueblo que ama a Gilda, que la rodea, que la acompaña hasta la muerte. Acá el pueblo, esa masa anónima aparece casi en fuera de campo, mientras voces de noticieros se hacen cargo de dar la noticia: Gilda se ha ido a los cielos, sola, y descansa en ese interior, en ese adentro que la película también sostendrá como una marca de estilo. Gilda: No me arrepiento de este amor , Lorena Muñoz, Argentina-Uruguay, 2016 Como en la película chilena Violeta se fue a los cielos de Andrés Wood, sobre Violeta Parra la cantante popular que estuvo siempre en fuerte tensión con los poderosos, Gilda también está atravesada por el poder, en este caso representado por los empresarios que gestionan el negocio de los shows y las presentaciones. Las dos, Gilda y Violeta (Parra) mujeres de armas tomar –simbólicamente hablando-, serán las que lleven adelante su proyecto para el que no les hace falta un apellido, o sea una tradición. Ellas Gilda y Violeta solo quieren cantar, apuestan a su pueblo a partir de sus canciones, que ellas mismas componen y que ellas mismas cantan. Este deseo por cantar es el motor no sólo del relato sino de sus propias vidas. También estas dos mujeres tuvieron una estrecha e identificatoria relación con el padre. La figura paterna es la marca el origen del derrotero de estas cantantes, la música, la guitarra, la pasión por cantar. Tal vez por eso, ambas, con el correr del tiempo y de sus carreras se ven asfixiadas por ese orden simbólico y material del patriarcado, un orden que las marca y las (per)sigue; el padre, el marido, el representante, el empresario, el político. De esa asfixia deviene lo contenido de la película (vuélvase a la primera escena, aquella que abre el film con ese interior doblemente profundo, al ataúd, el auto; donde Gilda está “contenida”) aquello que se vuelve centrípeto en los planos y en los encuadres. Algunos han visto en esta “contención” cierta debilidad de la película, y sin embargo es uno de sus mayores aciertos: ellas no ceden ante los otros. Gilda no cede ante las desmesuras de las bailantas, de los recitales, del universo de la música, incluso de la violencia que también aparece contenida, sugerida. Toda esta contención se insinúa en la rigurosa puesta en escena que Muñoz trabaja con pulso firme pero amoroso. Gilda: No me arrepiento de este amor es un documental y a la vez una ficción. Dice Gonzalo Aguilar “El cine es entre otras cosas, un archivo de rostros. En los primeros planos, la imagen adquiere la forma de un rostro con sus expresiones, pliegues y gestos”. Efectivamente esta estrategia formal está presente en Gilda; rodada casi exclusivamente en primeros planos -salvo en sus recitales- de la excelente Natalia Oreiro en la piel y en el corazón de Gilda, la película se vuelve un objeto extraño de aprehender. El acercamiento al personaje es profundo por eso se rarifica, se vuelve un objeto extraño, difícil de clasificar. La película tensa sus materiales documentales y ficcionales jugándose en la intersección interesante y difusa de estos géneros. El “documento” sobre la vida de Gilda se entremezcla con su ficción, con el relato que se construye su alrededor, tanto alrededor de su cuerpo material (como en esa primera secuencia) como alrededor de su cuerpo simbólico (todo eso que la película sugiere). Xby tom Uno de los grandes hallazgos de Gilda: No me arrepiento de este amor es la sutileza con que Muñoz trabaja sus materiales. Esa supuesta santidad de Gilda y sus milagros sólo están planteados en una escena donde la cantante acaricia, casi por compromiso, la cabeza de una mujer. Lo mismo sucede con la extraña relación con su manager e incluso los vaivenes de su matrimonio. Gilda: No me arrepiento de este amor tira líneas que suspende en el aire, sin juzgar, sin opinar, sin subrayar. Todo está entredicho, como contado entre susurros, como visto a través de un vidrio esmerilado o empañado, como en la primera secuencia. Otra decisión formal más que interesante es que la película se construye en los claroscuros de las imágenes. Contraria a supuestos que dirían que una película sobre las llamadas “bailantas”, esa topografía hecha de excesos, de brillos, de juegos de luces, de sonidos altisonantes; Gilda: No me arrepiento de este amor construye su visibilidad en un espacio oscuro, poco luminoso. Sobre todo la casa de Gilda, ese espacio sombrío, mostrado casi siempre en sus pasillos y escaleras (como si fuera éste un lugar de paso para la cantante y realmente lo es) aparece como un espacio un poco tenebroso; sólo cuando ella en la más absoluta soledad compone y canta aparece algo de luminosidad que viene desde afuera, desde esas ventanas acortinadas que dejan pasar apenas una tibia resolana. Los espacios son casi siempre cerrados, un poco agobiantes (su casa, los estudios de grabación, ese submundo donde viven los “dueños” de las bailantas, la casa de su manager). Gilda se recupera de este agobio cuando respira, cuando finalmente canta frente a su público. La sutileza de las decisiones formales que toma Muñoz hacen que la película se vea más verdadera, más real. Sólo importa contar su vida, su reconocimiento, su éxito ante el público, lo demás es leyenda, es mito. Y el mito o la leyenda aparece cuando Gilda desaparece. La construcción de un mito no es el tema de la película; el eje es otro: el deseo que persigue una mujer que, de alguna manera, contradice los preceptos acerca de lo que “debe” ser una mujer. También en esta cuestión, tanto Violeta (Parra) como Gilda, se emparentan y se identifican. Xby tom Una verdadera política de las formas que es a la vez una política de la narración. Aquello que se cuenta y aquello que se calla, lo que se supone y lo que se sabe, lo que se muestra y lo que se sugiere. No es Gilda: No me arrepiento de este amor una película sobre clases, no hace pié en cómo una maestra jardinera llega a ser cantante popular, sino que trata sobre lo que siente una mujer cuando pasa de ser una maestra a una cantante, sobre cómo cumple su deseo, sobre cómo besa con culpa a sus hijos cuando llega de madrugada después de cada show. Y esto aparece en la película a través del cuerpo de Gilda-Oreiro. Ese cuerpo flaquísimo que se mueve con seguridad, enfundado en la ropa de Gilda, sus polleritas y sus remeras cortas; ese cuerpo que también entra en tensión con los cuerpos exuberantes que son usuales de la “bailanta”. Lorena Muñoz logra una película íntima, verdadera, emotiva y sensible; un homenaje a una figura popular, una mujer que se construye a sí misma, que construye su identidad en el reflejo de su público; ella, ese “Corazón valiente” que canta “Suavecito” a su pueblo o “No podrás faltarme cuando falte todo a mi alrededor”. Es justamente el pueblo su “Paisaje”, aquello que no puede faltarle, lo que la sostiene y la reafirma como uno de los íconos de la cultura popular más venerado; ese pueblo es el que la acompaña hasta el final, rodeándola, sosteniéndola y que le permite, finalmente, decir “Yo soy Gilda”. Es el gran comienzo de una leyenda que se acrecentará con los años, como toda leyenda popular. Finalmente, la película dista de ser pretenciosa. Destinada (seguramente) a ser un éxito comercial su apuesta inteligente, trabajada a partir de estrategias formales más que interesantes y actuada maravillosamente por Natalia Oreiro que no sólo le presta el rostro a la figura de Gilda, sino su carisma, su emoción, su pasión, trasciende su potencia y merecida recepción masiva. Sabemos que aquellas películas que llevan más público a las salas, aquellas que son masivas, son las que intervienen en la formación de una sensibilidad que nunca está exenta de una fuerte mirada política. Marcela Gamberini / Copyleft 2016 Tags: cine y biopic, cine y lo popular, cine y mito, cine y mujer, cine y música
La nueva película de Natalia Oreiro recorre la carrera de Myriam Alejandra Bianchi, mas conocida como Gilda, la cantante popular Argentina, desde sus inicios hasta su trágico final, tanto dentro de su casa como sobre los escenarios, en una vida que da la sensación de haber sido escrita como ficción y predestinada a ser una gran película. Lo primero que cabe destacar es la dirección. Lorena Muñoz es reconocida por ser una gran documentalista. Sus trabajos anteriores “Yo no se que me han hecho tus ojos” y “Los próximos Pasados” fueron muy bien recibidas tanto por la critica como por el publico. Su conocimiento para investigar en la rama documental, sirvió para lograr que la ambientación sea extraordinaria, la historia precisa y el diseño de producción destacable. Lo segundo que hay que destacar es el trabajo actoral de todos. Natalia Oreiro sinceramente me sorprendió. Me tengo que confesar un prejuicioso. La tenia catalogada como una actriz de novela, correcta, sin las armas ni la capacidad para desarrollar un papel de estas características, pero salí del cine un nuevo creyente, y si me guío por esta película me atrevo a decir que Natalia Oreiro es una de las mejores actrices trabajando actualmente. Su transformación física llama la atención, porque uno ve en la pantalla a Gilda, pero sin dejar de verla a ella. Ha logrado traspasar la pantalla. Emociona sinceramente. Pero no es solo ella, todos los que la acompañan están sublimes. Javier Drolas como su marido, Angela Torres como la Gilda adolescente, Roly Serrano como el tigre Almada, y un largo etc. En conclusión, la película es extraordinaria. La historia de esta mujer lo es. La lucha contra todas las posibilidades y la manera en la que se abrió camino en un mundo que parecía empeñado a impedírselo es conmovedora. Vayan a verla, en el cine, en pantalla grande. Emociónense, conozcan a Gilda, y descubran una heroína en ese personaje popular que hemos bailado innumerables veces, pero que no sabíamos quien era.
Comienza mostrando su fallecimiento en 1996 y continúa con una parte de su vida: una maestra jardinera, una madre que no la apoya (Susana Pampim, “La luz incidente”) y un matrimonio desgastado, su pareja no la acompaña, no la contiene y ni la comprende (Lautaro Delgado) además es: celoso, prejuicios, machista y posesivo. Su adolescencia (Gilda joven interpretada por Ángela Torres) es a través del flashback mostrando su relación con su padre (encarnado por el gran Daniel Melingo) y el dolor por su perdida. No se profundiza su relación con Toti Giménez (hay que destacar a Javier Drolas), el músico que la descubrió. La directora Lorena Muñoz, quien viene del género documental, realiza una buena reconstrucción de época y muestra a la mujer, madre y cantante popular con mucho respeto. El trabajo de Natalia Oreiro es brillante, buscó todos los detalles para interpretarla y ella ya mostraba su admiración desde “Muñeca brava” (1998). Acá se cumple uno de los mensajes de esta película “no importa el tiempo, si tenes un sueño seguilo porque siempre tenes la posibilidad de cumplirlo”. Dentro del elenco secundario se destacan: Rolly Serrano y Daniel Valenzuela, un oscuro empresario discográfico. Es un film con un buen marketing, muy cuidado e ideal para sus seguidores. Entretenido y emocionante.
Spellbinding musical biography does justice to the uncanny magic of a unique popular artist POINTS: 9 First, the facts. While on the road to promote her booming new album Corazón Valiente around Argentina, beloved cumbia singer and composer Gilda met a tragic end as her bus crashed head-on with a truck that had suddenly changed lanes. Gilda, her mother, her young daughter Mariel, three of her musicians as well as the bus driver died on September 7, 1996, en route to Entre Ríos — whereas her young son Fabrizio and other members of the band survived. Enter the myth. Gilda’s fateful death at the height of her brief four-year-career shocked the entire country, her albums climbed to the top of the charts, and a posthumous album called no less than No Es Mi Despedida (“Not My Farewell”), with previously unreleased material, was launched in 1997 and soon became the best-selling album of the year. Right after the heartbreaking accident, her fans built a shrine precisely where the crash took place. Even before her death, they claimed she had a special gift for miraculously healing people. On her birthday, year after year, her fans visit the shrine to leave candles, flowers, and presents. Saint Gilda is thus born. And now, almost 20 years after her death, comes Gilda, no me arrepiento de este amor, starring famous actress and singer Natalia Oreiro as the title character: a spellbinding musical biopic that does justice to the sweet candour and uncanny magic of a unique artist who transcended the boundaries of tropical music and social barriers and was recognized by notable musicians from different fields thanks to stirring tunes such as Corazón herido (“Broken Heart”), Corazón valiente (“Brave Heart”), Un amor verdadero (“True Love”), and her most emblematic No Me Arrepiento de este amor (“I Don’t Regret This Love”). Yes, it’s all about love, passion, and heartache. Written and directed by Lorena Muñoz — co-written with Tamara Viñes — Gilda is an accomplished feature that never hides its intentions to pay homage to both the woman and the myth in a courteous and adoring manner. It’s based on the real life story, but it’s certainly not the ultimate truth about Gilda. Let’s say that it’s more of a fable, yet one rooted in reality. Muñoz has a strong background in documentary filmmaking; she co-directed with Sergio Wolf their outstanding debut feature Yo no sé qué me han hecho tus ojos, about the mythical tango singer Ada Falcón — a great diva of the 1920s and the ‘30s — and then made her thought-provoking solo documentary Los próximos pasados about a forgotten mural by David Siqueiros. So it’s no surprise that Gilda bears the imprint of a filmmaker who smoothly mixes true-to-life facts with inspired poetic licences to make the whole affair of myth-making all the more absorbing. Going from the artist’s early beginnings as a kindergarten teacher to her musical breakthrough in the often hostile cumbia scene of the early 1990s with partner/agent Toti Giménez (a very convincing Javier Drolas), Muñoz draws a detailed picture where you see the forest for the trees, but also the tree standing by itself. From the early days of her love for her husband (Lautaro Delgado in an assured performance) to the hurdles in their marriage due to her career and his possessiveness, Gilda becomes a sad story of a painful break-up. Also important are Gilda’s memories of her caring bond with her father (Daniel Melingo in a luminous performance) and his death when she was a teenager (touchingly played by Ángela Torres), and then her growing up with a widowed, somewhat unaffectionate mother (Susana Pampín, superb as always). In technical and aesthetic terms, Gilda goes beyond the expectations raised by a genre work with such high ambitions. Not only because Oreiro displays sheer talent in becoming Gilda (she recorded all the songs featured in the film, some of them live), but also because the cinematography, editing, musical score, art direction, sound, costumes and make-up are top notch. Each element of the language of cinema skilfully converges to paint a passionate picture, an immaculate period piece which results in a sense of style that never distracts viewers from the drama. On the contrary, it enhances it. But what’s most remarkable, what makes the film so special, is that it has fully succeeded in capturing and conveying the enchanting aura of a cherished woman who now has her own cinematic shrine. Long live Saint Gilda. Production notes Gilda, no me arrepiento de este amor (Argentina-Uruguay, 2016). Directed by Lorena Muñoz. Written by Lorena Muñoz, Tamara Viñes. With Natalia Oreiro, Lautaro Delgado, Javier Drolas, Susana Pampín, Daniel Melingo, Angela Torres. Cinematography: Daniel Ortega. Editing: Alejandro Brodersohn. Running time: 117 minutes.
La película de la codirectora de “Yo no sé que me han hecho tus ojos” sobre la cantante se centra en la impensada transformación de una chica de barrio en una estrella de la cumbia. Sólida y cuidada en todos sus rubros, se destaca especialmente por la gran actuación de Natalia Oreiro como el personaje principal. Hay una escena, a pocos minutos de comenzar la película, que revela claramente cuál es el tema, el conflicto central de GILDA, NO ME ARREPIENTO DE ESTE AMOR, de Lorena Muñoz. Miriam Alejandra Bianchi (tal el nombre real de “Gilda”) está esperando en una fila para audicionar como cantante para un grupo de cumbia. Flaquita, vestida de manera sencilla, pronto se da cuenta (y las otras chicas que esperan se lo dejan en claro) que con ese look no le va a ser sencillo entrar en un mercado que busca chicas más voluptuosas. Las chicas entran y Miriam decide soltarse un poco el pelo y hacerse un nudo para levantarse su camisa por arriba del ombligo. Está claro que para el mercado no llega a ser suficiente –ni tampoco que cante mucho mejor que el promedio– pero es el comienzo de un viaje del que ya no habría vuelta atrás. Se puede analizar GILDA de una manera clásica, optando por poner en una lista todas las cosas que están bien o muy bien en el filme y en otra –mucho más corta– las potencialmente mejorables. Pero sería una forma perezosa de mirarla. Es cierto, en la primera lista habría que anotar su indiscutible calidad técnica, su impecable trabajo sonoro y visual, las muy buenas actuaciones de casi todo el elenco con párrafo especial para Natalia Oreiro en un papel que parece hecho a medida, su narración clásica tomada de tantísimas biografías musicales de la escuela norteamericana y su pareja solidez en todos los rubros, especialmente en un subgénero que nos tiene acostumbrados a la explotación oportunista más comercial. En la otra se podría poner en cuestión ciertos problemas de la excesiva limpieza de las “biografías autorizadas”, que Gilda es un personaje casi sin dobleces (la película por momentos bordea la hagiografía, o “vida de santos”) y que los conflictos de la trama no escapan de los tradicionales del subgénero. Pero no estaríamos diciendo casi nada de la película en sí. GILDA es una historia sobre una mujer que cambia de vida. A los 30 años, casada, con hijos, maestra jardinera, Miriam es una chica de barrio que, un tanto agotada de su rutina y con una pasión un poco tapada por la música, decide pegar un volantazo a su vida: no sólo ingresar al mundo de la música sino a un mundillo muy particular que poco y nada tiene que ver con su experiencia. Y ahí volvemos a la primera escena, que se continúa cuando el productor, Toti Giménez (un irreconocible Javier Drolas) le pregunta a Miriam qué música escucha: Sui Generis, dice ella, algunos cantantes melódicos como Franco Simone. Nada que ver con lo que terminará haciendo. Más todavía si –como se muestra en el filme aunque calculo que es una licencia dramática– su canción favorita de la infancia era “God Only Knows”, de The Beach Boys, que cantaba con su fallecido padre (Daniel Melingo) y motor dramático de su cambio de vida, en una versión en castellano. Pocas biografías musicales cuentan este viaje (en general los músicos pertenecen a un similar universo socioeconómico al de la música que hacen) y pocas películas ponen en juego un conflicto que es inherente a su propia factura: el hecho que la directora y la actriz han hecho el mismo viaje que la protagonista y no pretenden ocultarlo. Buena parte del cine argentino está hecho por cineastas de, por lo menos, clase media que nos pretenden hacer creer que conocen al dedillo mundos que sos muy distintos a los suyos –barrios carenciados, pobreza, el interior profundo del país– aunque raramente hayan arrimado sus 4×4 a esas zonas. Muñoz no lo hace y esa situación (que los norteamericanos llaman “fish out of water”, pez fuera del agua) describe tanto a la modosita maestra jardinera cantando cumbia en algunos densos tugurios para managers inescrupulosos como a una cineasta que viene de hacer películas sobre Ada Falcón y murales de David Siqueiros. En GILDA no se oculta ni se disfraza el lugar desde donde se narra. Y ese es uno de sus principales méritos. El otro es que, una vez admitido ese punto de vista (personajes como el marido de Miriam y su madre son portavoces de ese choque cultural), la película sigue a su personaje en su ingreso a este nuevo universo de una manera humanista y sin jamás ponerse irónicamente por encima de los personajes que la acompañan en esta nueva aventura. Más allá de los oportunos villanos de la trama (un productor que la explota y la pone en problemas cuando ella no quiere seguir ligada a él, o algunas simpáticas bromas como la que muestra a Gilda doblando en estudio a Las Primas), lo que Gilda encuentra en el mundo de la cumbia es una suerte de familia sustituta que empieza por Toti, sigue con sus músicos (el hecho que varios sean los músicos reales de Gilda le agrega una cuota de emoción a la historia) y termina por su masiva aceptación popular con la que su viaje, primero metafórica y luego de manera trágica, concluye. Es un viaje que tiene miles de ecos en la cultura y hasta en la política argentina. Y eso es algo que Muñoz deja en claro de entrada con el largo plano de su féretro y los rostros llorosos que lo miran, escena que convierte a Gilda en Evita y a su recorrido en una especie de agregado a la mitología peronista: la abanderada musical de los humildes. Pero esa metáfora tampoco es convertida en el eje central del filme. Queda ahí, para ser tomada o dejada, lo mismo que el costado “sanador” de la cantante, tema que la película toca apenas y jamás profundiza, ya que la propia Gilda no creía mucho en todo aquello y la película decide, por suerte, no explotar esa zona. Otro elemento que funciona muy a favor del relato es que la directora sea una mujer y que su mirada, en cierto punto, esté focalizada en los conflictos personales que el cambio de vida de Miriam produce en lo que –se supone por añejos mandatos culturales– son sus “obligaciones” como esposa y madre. Hay más escenas de entrecasa en la película que lo usual en este tipo de relatos y no para contar situaciones explosivas propias de superestrellas musicales sino más bien problemas universales como los que tiene el personaje por no poder estar más tiempo con sus hijos. Algo similar sucede en la ambigua y no del todo definida relación con su marido (Lautaro Delgado) en la que corren elementos como la culpa y cierta extraña forma de codependencia. Es cierto que el viaje que GILDA narra la transforma en un producto curioso: es una película que busca ser popular sin ser populista, que utiliza recursos narrativos de un cine hollywoodense (si se quiere, burgués) en lugar de optar por una estética más “latinoamericanista” y que no se asoma ni de lejos al universo más barroco de un Leonardo Favio, alguien a quien por motivos obvios se podría haber tomado como referencia. Eso, que tal vez pueda limitar ciertas chances de conexión masiva (es probable que la película sea tildada de fría, excesivamente cuidada o hasta elegante, como algo que no se corresponde del todo con el mundo que narra) y que proviene también de una producción armada en función de una idea de “buen gusto” internacional es, finalmente, más honesto y respetuoso de la historia y la figura de su personaje que la otra opción, la de disfrazarse de algo que ni la directora ni su protagonista son. La película narra la transformación de Miriam en Gilda. Y la que lo cuenta, la que hace el viaje, es Miriam. El mito empieza cuando la película termina.
"Gilda, No Me Arrepiento De Este Amor"... ni de esta gran película El jueves se estrena en los cines argentinos la biopic de la legendaria cantante de música tropical. Nuestra crítica, en esta nota Muchos años pasaron desde que nació como proyecto hasta que, finalmente, vio la luz como película. Y, por fin, hay que decir que la espera valió la pena. Es que "Gilda, No Me Arrepiento De Este Amor", el film sobre la vida de la legendaria cantante argentina de música tropical, no sólo es una grata sorpresa, sino, también, una suma de grandes aciertos. El primero de ellos es la historia que elige contar, y cómo elige contarla. Obviamente, la historia es la vida de Gilda, pero está narrada sobre la estructura de lo que se conoce como el "camino del héroe" (en este caso, de la heroína). Así, vemos el recorrido realizado por la cantante desde que era tan sólo Míriam Alejandra Bianchi, una maestra jardinera de Devoto, para convertirse en Gilda, luchar y esforzarse mucho por lograr tener una carrera en el duro y machista mundo de la cumbia, hasta lograr el reconocimiento del público, la masividad y, finalmente, un aura de "santa" obtenido post mortem. La narración es clara y entretenida, y da la sensación de que nada le falta ni le sobra. A su vez, elude golpes bajos y facilismos, sin perder emotividad. El segundo es el momento en que este opus ve la luz. Estrenada para la prensa el mismísimo día en que se cumplieron 20 años del fallecimiento Gilda, la película no sólo da la impresión de ser oportuna (en el buen sentido de la palabra), sino que el paso del tiempo le aporta a la biografía y las canciones de la cantante un mayor grado de interés, empatía con el espectador y, por momentos, impacto. A su vez, llega en un momento de madurez actoral de varios de sus protagonistas, sobre todo de Natalia Oreiro y Lautaro Delgado, y en un gran momento del cine argentino en general, tanto a nivel artístico como comercial. En tercer lugar, pero no menos importante, otra gran virtud de esta biopic es contar con la dirección de Lorena Muñoz (que también co-escribió el guión junto a Tamara Viñes), quien habitualmente se desempeña como realizadora en el campo del documental. La investigación que realizó para esta película, su amor por la historia y su ojo para la "no ficción" le dan al film una impronta realista, detallista en cuanto a los rasgos de época y totalmente respetuosa de la figura retratada, a la vez que personal. Y, claro, femenina y sensible. Por otro lado, y como ya adelantamos de alguna manera líneas atrás, las actuaciones de todo el elenco son de buenas para arriba, siendo las más destacadas la de los mencionados Oreiro (quien, a su vez, cantó con su propia voz todos los éxitos de Gilda de manera más que aceptable) y Delgado, como también las de Javier Drolas y Roly Serrano. Pero, repetimos, todos los actores y actrices cumplen con creces su labor, hasta los no profesionales (como los músicos sobrevivientes de la banda de Gilda que se representan a sí mismos). Mención aparte para la dirección artística de la película, impecable y atenta a todos los detalles (con las escenas en boliches bailables y shows en vivo a la cabeza de toda la película), a todos los rubros técnicos y a la producción en general, de gran despliegue y calidad. En conclusión, una película merecida para una de las artistas populares más importantes de las últimas décadas en la Argentina y necesaria para el cine nacional, llevada a cabo, quizás, de la mejor manera posible. Enhorabuena.
Coronada de gloria: así es la película de Gilda, con un gran trabajo de Natalia Oreiro Un féretro en el coche fúnebre, flores, lluvia y desesperación colectiva aparecen como primera imagen e idea, mientras corren los títulos de Gilda. No me arrepiento de este amor. La síntesis ubica al espectador en el imaginario colectivo que eligió a la cantante como representante del espíritu popular de la cumbia. A 20 años del accidente automovilístico que le costó la vida, en septiembre de 1996, la película de Lorena Muñoz ofrece una mirada amorosa sobre la artista, al tiempo que reivindica la valentía de la maestra jardinera para concretar su pasión sobre el escenario. Natalia Oreiro realiza un trabajo expresivo notable para la interpretación de Gilda. El carisma de la cantante evocada y su luminosidad surgen con nueva fuerza gracias al magnetismo de la actriz, de gran parecido físico. Pero hay más que una imitación potente. El guion ofrece el lado íntimo y doloroso de la mujer que luchó contra los prejuicios de su familia, la oposición de su círculo más cercano, y, contra los mandatos de la música tropical que en 1990 pedía una figura voluptuosa para alimentar las fantasías más calientes de la música que estaba en manos de los dueños de los clubes. "No vende", le dijeron una y otra vez a Gilda. "Quiero algo mío. Otra cosa", dice ella a su marido (Lautaro Delgado). La película tiene un registro dramático permanente, con el foco puesto en las batallas diarias de Gilda y su impulsor Toti Giménez (muy eficiente Javier Drolas). Natalia Oreiro va construyendo cuidadosamente el personaje, a partir de las frases musicales que después suenan con la banda. La figura de Gilda crece, al calor de la música que no eclipsa la historia de vida, y, con buena valoración de los silencios. Oreiro pone intensidad en los momentos que conecta con algo indescifrable, como son el recuerdo de Gilda y su padre (Ángela Torres y Daniel Melingo) y las sensaciones y gestos propios de una mujer acostumbrada a cuidar a otros. Después de que varias pequeñas voluntades lograran llegar al Tigre (increíble, una vez más, Roly Serrano), el dueño de la cumbia, Gilda toma conciencia de lo que representa para su gente. Nacen las canciones en la voz de Oreiro y el personaje camina hacia su propio mito. La actriz comunica energía y cierta tristeza en la película magníficamente fotografiada por Daniel Ortega. El relato de Lorena Muñoz también respeta algunos códigos al retratar lo popular sin demagogia ni excesos melodramáticos. En resumen, la película captura el recuerdo de la plenitud de la cantante y el contraluz la ubica en el panteón de las figuras amadas, un rostro más de la tragedia, mientras su música sigue sonando.
El impecable trabajo de Natalia Oreiro disimula el manierismo, los trazos gruesos y la mirada a veces estereotipada de un film que, pese a todo, logra su cometido: revivir con buenas armas la vida de Gilda, una maestra jardinera que un día decide dejar los nenes para enseñar en la bailanta y que al final, tras su trágica y temprana muerte, se convertirá en ídola y santa. La película tiene un arranque que pone a prueba a la documentalista Lorena Muñoz: el cajón de Gilda y tras los vidrios del auto fúnebre, llantos y lluvias se superponen para darnos cuenta de una veneración que empezaba a consolidarse después de ese doloroso final. No hay golpes bajos, aunque sí simplificaciones y condescendencia. Los malos momentos que debió enfrentar Gilda (sus desacuerdos con la madre, la muerte del padre, su separación conyugal, sus dudas) aparecen muy dulcificado (jamás un beso apasionado ni una escena íntima con su nueva pareja) como para no empañar el tributo. La idea del libro es transformarla en una heroína que debe lidiar con los prejuicios de madre y esposo, que se abre camino sin pactar con nadie, que desafió con su silueta de maestra los códigos de las bailanteras, que peleó contra la magia de los productores y que se ganó el corazón de la gente con su modo, sus canciones y su entrega. Buen retrato, que esquiva los supuestos poderes curadores de Gilda, que no explota el accidente ni el costado lacrimógeno de su biografía y que tiene una Natalia Oreiro que en escena luce linda y plena.
Corazón valiente "Gilda. No me arrepiento de este amor" no eleva hacia la canonización a la cantante y, mostrándola más humana, tierna, dulce, y con su doble vida, Lorena Muñoz y Natalia Oreiro nos la acercan mucho más, nos hacen quererla y apreciarla desde otro punto de vista. Todos conocen su música y mucho sobre su vida personal. Es por ello que el desafío al crear un retrato sobre Gilda es doble, además de sensible, pues su nombre y voz generan mucho cariño. Lorena Muñoz en la dirección y Natalia Oreiro protagonizando son el caballo de combate al frente de esta biopic sobre la cantante de cumbia, y la dupla no podría haber sido más eficaz. Si bien Natalia es una reconocida fan de la artista, evitó todo tipo de obsecuencia y se transformó en Miryam primero y Gilda después, haciéndonos olvidar de que estamos viendo a Oreiro. La directora es en realidad documentalista y por ello sabe perfectamente qué es lo importante en la biografía de un personaje querido, más allá de algunos temas que se obviaron en la trama que no la habrían hecho quedar mal a la cantautora sino a su entorno. Los hechos narrados encajan estupendamente con el rumbo que quiere darle al filme. Es decir, no hay nada forzado que intente dejarla como santa o algo fuera de lo que en realidad fue Gilda. Ser humano Más allá de lo verídico, las licencias que se toma Muñoz para hablar de su intimidad, su relación culposa con sus hijos, y los conflictos con su madre y esposo apuntan a mostrar ese "corazón valiente" que tuvo Myiriam para sobrellevar sus vidas paralelas, tanto arriba como abajo del escenario. El filme comienza con la escena más fuerte que podían mostrar, pero protegida por la intención artística. La lluvia cae y los fans tocan el coche que transporta los restos de Gilda como forma de cortar de lleno la tensión sobre el final conocido de la historia de la cantante. Y de allí, al momento en que Gilda se reencuentra con una guitarra y su sueño por hacer música. Cuando llega al casting al que se apuntó por medio de un aviso clasificado, la magia ocurre. Toti Giménez se enamora inmediatamente de ella, y de ahí en más intentará que todo el mundo se sienta igual al oirla cantar. Los traspiés del comienzo con productores que no la querían por no dar con el estilo (se nombra varias veces a Gladys "La Bomba tucumana" y Lía Crucet), los problemas por trabajar de noche y llegar cuando sus hijos se despertaban, el maltrato de su marido, la mafia de la cumbia en su forma más nefasta (problemática que aún persiste, pero se tapa por todos lados) son algunos de los obstáculos que escenifican los años en que debieron convivir la Myriam mamá hija y persona y la estrella en constante crecimiento Gilda. En los flashbacks, veremos a una joven "Shyll" interpretada por Ángela Torres. El elenco que acompaña es soberbio, y se destacan Lautaro Delgado como su marido Raúl, Javier Drolas como Toti, Susana Pompín en el rol de su madre Tita, Roly Serrano como "El Tigre", su primer productor, y Daniel Melingo como su padre. "Gilda. No me arrepiento de este amor" no eleva hacia la canonización a Gilda y, mostrándola más humana, tierna, dulce, y con su doble vida, Muñoz y Oreiro nos la acercan mucho más, nos hacen quererla y apreciarla desde otro punto de vista.
Si usted es de esas personas prejuiciosas que cree que la música tropical es una basura indiferenciada, este film es también para usted. Es, sí, la biografía de Miriam Alejandra Bianchi, la maestra jardinera, miembro normal de clase media apenas baja de Villa Devoto, transformada en cantante primero con el nombre de Gilda y en mito cuasi religioso tras su muerte trágica en una ruta, en 1996. Es, también, cómo llegaron a existir las canciones de Gilda, que superan el género del que nacieron y son auténticos monumentos del pop local. Pero el lector sabe que esa película ya la ha visto: hace falta algo más. Y entonces tenemos el tándem Lorena Muñoz -detrás de la cámara- / Natalia Oreiro -delante. Ambas tratan de entender no quién era Gilda, sino cómo y por qué, a los treinta, pasó de ama de casa y maestra a éxito musical: crean un personaje de puro cine. La película tiene grandes hallazgos (la relación con su esposo, un correcto Lautaro Delgado; los regresos a la casa, cansada, tras el trabajo, lejos del glamour del espectáculo) y tiene la voz, el cuerpo y, sobre todo, la extraordinaria mirada que la actriz -su trabajo está más allá de todo elogio- le regala al personaje. El fanático de Gilda va a tener todo lo que busca, pero una película (ni una religión, ni un partido político) funciona si solo le habla a los fanáticos. No importa si usted solo jura por Mozart: es muy difícil no emocionarse con tanta fuerza y tanta verdad.
Un maravilloso encuentro de estrellas Lo que Gilda era capaz de transmitir desde el escenario, Natalia Oreiro lo contagia desde la pantalla. En este punto de la historia, a 20 años de la muerte de la heroína de la cumbia, dos estrellas se encontraron en el firmamento artístico para provocar un brillo absolutamente magnético. Por momentos, Gilda y Oreiro son las caras de la misma moneda en el filme de Lorena Muñoz. Cuando se plantea dónde termina una y empieza la otra estamos hablando del corazón de una película notable y celebratoria. Desde que Oreiro se enamoró de todo lo que Gilda significa para la cultura popular pugnó por protagonizar esta película. No fue sencillo, pero el tiempo invertido le permitió investigar y descubrir numerosas facetas del personaje. La película le saca el jugo a ese buceo por la vida de Gilda y la expone en todos los planos. La Gilda pública y la privada conviven en una actuación formidable de Oreiro, cuyo impresionante crecimiento profesional -incluso canta los hits de Gilda- se refleja en su versatilidad. Oreiro acapara las dos horas de película. Es un ejercicio extenuante, del que sale airosa. La cámara apenas la abandona cuando Muñoz usa flashbacks como pequeñas viñetas de la relación padre-hija (Ángela Torres como la joven Gilda junto al gran Daniel Melingo). El resto es la historia de la maestra jardinera cuyo encuentro con el arreglador “Toti” Giménez (Javier Drolas) es el inicio de su ascenso a la cumbre de la música tropical. Emocionante, bien escrita y bien filmada, abrevando por momentos en cierto costumbrismo tan caro a nuestro cine, la película fluye al compás de las alegrías y los dolores de la estrella cuya muerte, tan prematura, no hizo más que agigantar su figura y dotarla de un aura de misticismo que Muñoz narra en algunos pasajes: la mujer que le pide a Gilda su bendición, los presos que le acercan estampitas para que las bese. Al cine nacional le sobran personajes que piden a gritos una película. Bien hecho, como en este caos, el biopic es un género ineludible. Gilda, Oreiro, la música, el amor popular, son componentes irresistibles.
Inevitablemente, una película sobre Gilda debía ser, ante todo, triste. La directora Lorena Muñoz y el equipo de producción de Axel Kuschevatzky (Telefé) hicieron todo lo posible para que el biopic luzca tan lluvioso y fatídico como aquella noche de 1996, durante el accidente mortal. Su visión fue buena. Contrataron a Natalia Oreiro, aún pizpireta y probada cantante, en lo que posiblemente sea el rol de su carrera; las escenas de escenario son particularmente logradas; contrataron a Daniel Melingo en el rol del padre muerto; y ponen a la música a la par del estatus de santuario de Gilda. Hay tres momentos clave del film: el ensayo de la aún maestra de escuela con una banda de cumbia. Allí, gracias a la inmejorable simbiosis de Oreiro, se muestra el carisma avasallador de la cantante, su dulce voz y que es cualquier vecina de enfrente ingresando a otra órbita. El segundo es uno de sus primeros shows en una bailanta; allí, esas raras cualidades son percibidas y enloquecen a un público acostumbrado a hombres pantera y pechos desmesurados. ¿Qué hizo a Gilda tan venerada al tiempo que reconocida por casi todos? Probablemente, su extracción de clase media y la conciencia de su tristeza. Pero en el tercer momento clave se evidencia el secreto: Gilda ensaya en una guitarra criolla los primeros versos del que será uno de sus hits: traslada secuencias de acordes de canción a ritmo de cumbia. Gran parte del film luego se desenvuelve en el drama pasional, la indecisión entre abandonar a su marido y seguir a su descubridor. Aun estas partes, típicas de un novelón marca Telefé, no carecen de acertado dramatismo pasional. Favio hubiera hecho un gran biopic de Gilda, y Muñoz parece no haber sido ajena a esa impresión: en los decorados, en el costumbrismo dilatado, en el sino fatal hay huellas del director de Juan Moreira. En esa buena lectura de lo que convirtió en santa popular a una chica de barrio yace lo fundamental del film.
Gilda es una película importante. Se nota en el público que llena las salas y que sale conmovido, cantando o bailando. Se nota también en su sistema de producción, en el casting, en su distribución y también en su respuesta crítica. Gilda es importante y conmovedora. Eso sí. Siete días atrás se cumplía el vigésimo aniversario de la muerte de la cantante tropical y la película sobre su vida, dirigida por Lorena Muñoz, la hasta ahora documentalista, directora de dos documentales centrales del cine argentino: Los próximos pasados, y Qué me han hecho tus ojos parece llegar en el momento justo Gilda-película logra 20 años después integrar a un personaje popular mítico y santificado (operación popular si las hay), Gilda cantante, salido de la movida tropical de los 90 al sistema de producción cinematográfico, mainstream del siglo XXI. En el medio la cantante y sus canciones habían logrado atravesar un pasaje desde lo popular a la música cool, si me permiten el término. Desde lo cinematográfico, lo hace desde la más clásica y esquemática de las propuestas del género de la biografía de músicos o bandas musicales: la chica que soñaba con cantar y se ve atrapada en una vida de maestra jardinera y ama de casa que no quiere y finalmente triunfa, argumento que parece réplica de cientos de films, comenzando con el momento del cajón saliendo del auto fúnebre, con lo cual la película se convierte en un enorme flaschback y es verdad que recuerda mucho a ese comienzo magistral de Leonardo Favio en Juan Moreira. Cuando Favio elegía el plano cenital, Muñoz elige la identificación directa de la cámara con el personaje. No hay tiempo que perder para que se produzca esa identificación y para que la película sea narrada desde ese foco interno, que divaga entre la frustración y la gloria (eterna, si viene al caso). También como en Gatica, en este caso el ring es el escenario y las luces nunca dejan de iluminar a contraluz esas glorias personales. Por ahí, leí las referenicas a Toro salvaje o a Rocky. Gilda es importante y funciona. Funcionan sus canciones que sostienen atractivamente la trama y funciona la voz de Oreiro incorporada a la ficción de una manera llamativa (al menos para que los que no somos expertos ni fans de Gilda). Funcionan también los personajes secundarios, tanto los que diseñan la pertenencia de clase (la media -marido y madre- y la popular los músicos-el publico) como los que sencillamente y bordeando lo esquemático anuncian temas como el de la futura santidad-sanación o la corrupción del negocio de la bailanta (del que también fue de algún modo victima Rodrigo). Gilda funciona porque establece un diálogo directo con el público, y si suena natural ese plano secuencia en el que sale del baño y camina hacia la fiesta de fin de año y vuelve al baño, es porque la transformación que afecta a Oreiro-Gilda-Miriam no tiene mucha complejidad, es tan simple como pasar de la opacidad al brillo, de la agonía a la vitalidad, de la tristeza a la plenitud. Lo que hace con eso la fotografía de Daniel Ortega es lo interesante, logrando darle a esa transformación un halo de misticismo no muchas veces visto en el cine argentino. Pieza cinematográfica loable la película de Lorena Muñoz y la consagracion definitiva de Natalia Oreiro despues de Francia, Infancia clandestina y Wakolda.
Música alegre, mujer triste. Antes que la televisión irrumpiera en los hogares argentinos, el cine era popular por derecho propio: por unas monedas, en barrios y pueblos de todo el país gente de distintas edades disfrutaba de comedias, melodramas, policiales y relatos épicos generalmente enérgicos y francos, algunos mejores que otros, pero casi siempre cercanos a sus intereses. Después el cine fue atravesando cambios de distinto tipo, aunque no faltaron intentos de rescatar las historias de cantantes, deportistas o figuras marginales populares, en busca de un público que pudiera verse reflejado en ellos. Los proyectos de ficción más valiosos han sido, seguramente, los realizados por directores con calle, sensibilidad y convicciones para entender los códigos de esas personas que supieron ganarse el cariño de los de abajo porque eran sus iguales: el ejemplo más emblemático es Leonardo Favio (Juan Moreira, Gatica, “el mono”), aunque podrían mencionarse también a Lautaro Murúa (La Raulito) y Adrián Caetano (Crónica de una fuga). El caso de esta biopic de Gilda, exitosa cantante de cumbia fallecida en un accidente de ruta hace veinte años, escrita por Tamara Viñes y Lorena Muñoz (1972, Buenos Aires), y dirigida por esta última, es curioso: sin la desprolijidad de algunos homenajes similares (ya hubo una película destinada a Rodrigo, cantante también fallecido en un accidente cuatro años después que Gilda) ni los raptos de arrebatada tragedia y fulgores formales de Favio, Gilda – No me arrepiento de este amor resulta un producto prolijo, decoroso, moderado. De alguna manera, conserva el carácter de Soy del pueblo, el programa de Canal Encuentro que Muñoz lleva adelante desde hace tiempo, reuniendo testimonios e imágenes de archivo para retratar a personalidades de la música y el cine argentinos, aunque, a diferencia de ese ciclo (y de sus largometrajes Yo no sé qué me han hecho tus ojos y Los próximos pasados, el primero codirigido con Sergio Wolf), aquí la vida de una figura de la cultura popular es recreada con actores. El film comienza con Myriam –todavía no Gilda– como si fuera un personaje de un film de María Luisa Bemberg, o quizás como la protagonista de Rompecabezas (2010, Natalia Smirnoff): ama de casa y maestra jardinera, desea algo más, y debe animarse a dar los pasos necesarios para dejar atrás su rutina familiar. La (anti)heroína del film de Smirnoff encontraba una tabla de salvación en un juego de mesa, Myriam en una guitarra. Pero así como el film evita caer en la tentación de destacar algunos elementos (por ejemplo la mistificación de la cantante, evidente en la explicación a una niña que dice haberse curado gracias a ella: “Los médicos son los que te salvaron”), cae en el lugar común hollywoodense de alzar el éxito en el mundo del espectáculo como lo máximo que puede lograrse en la vida. “Quiero que mis hijos se sientan orgullosos de mí” dice Gilda en un momento, y cuando le responden que siendo una buena maestra ya sería suficiente, ella dice: “Aspiro a algo más”. Se supone que hay pasión por la música, el baile y los aplausos, pero eso no se advierte demasiado durante la primera parte de la película, cuando esa mujer menuda y algo tímida se lanza a su vocación semidormida, apenas alentada por idílicos recuerdos junto a su padre. La llegada a un tugurio en el que se topará con un productor de aspecto temible (Roly Serrano, con el tono justo) despierta la curiosidad y tensión necesarias. Del mismo modo, interesan los momentos en que Myriam-Gilda duda en soledad o ensaya con esfuerzo. Gracias a la eficacia de los actores secundarios (Lautaro Delgado, Susana Pampín, Javier Drolas, Daniel Valenzuela) y la luz mortecina que prima en los ambientes (buen trabajo de Daniel Ortega), hay verosimilitud en las escenas familiares, aunque el plano secuencia durante un festejo de fin de año no consiga el dramatismo pretendido. Encarnando a la cantante en cuestión, Natalia Oreiro resulta una presencia carismática y, a la vez, un problema. Su simpatía y recursos para cantar y bailar están fuera de discusión, pero su lozanía y aniñada sonrisa casi inalterable desdibujan la expresión melancólica que conmovía en la Gilda original. Falta angustia en la voz y el rostro de la actriz, por ejemplo en las discusiones con su pianista-descubridor bajo la lluvia y con su madre en la cocina. En la escena más melodramática de Gilda, no me arrepiento… (cuando alguien muere en un hospital) Oreiro precisamente no interviene. La reivindicación de una persona acostumbrada a tratar con hombres y mujeres de los sectores más humildes –incluyendo presos de una cárcel–, aliviando de alguna manera sus penas, es un mérito de Gilda, no me arrepiento…, tanto como el hecho de no cargar las tintas sobre algunos personajes, o de no almibarar la relación sentimental de la cantante con su manager. Sin las pretensiones polémicas ni el efectismo que han sabido rodear a las películas argentinas más exitosas de los últimos años, la película de Lorena Muñoz tiene vivacidad y está narrada con transparencia. Fuera de campo quedan los motivos por los que las vidas de Gilda, su familia, sus músicos y sus fans persisten marcadas por el desvelo y las carencias materiales (hubiera sido oportuna alguna alusión al respecto, sobre todo teniendo en cuenta que esta explosión de la música tropical coincide con las condiciones en que se desarrollaron ciertas políticas en la Argentina de los ’90), pero eso parece responder al criterio mismo del film, nunca revulsivo aunque impregnado de un manto de leve, resignada tristeza.
Hoy llega el esperado estreno de Gilda, no me arrepiento de este amor; dirigida por Lorena Muñoz (Yo no se que me han hecho tus ojos, Los próximos pasados) y protagonizada por Natalia Oreiro. Gilda, no me arrepiento de este amor cuenta la verdadera historia de Myriam Alejandra Bianchi (Natalia Oreiro) sus comienzos como maestra jardinera y como fue incursionando en el mundo de la música tropical; hasta llegar a la fama y convertirse en Gilda. La historia a su vez retrata la situación con su familia y amigos; haciendo lugar a momentos de flashbacks y su relación con su padre. Las películas biopic suelen ser bastante centradas en lo narrativo. El guión y el protagónico son parte principal de esta clase de films. En Gilda, no me arrepiento de este amor; hay mucho de esto, pero primero es esencial destacar la labor de su directora Lorena Muñoz. Con una visión única, la realizadora se sumerge en su primer ficción después de haber dirigido dos documentales. Pero no eran esos documentales ajenos a lo personal y sentimental, tanto Yo no se que me han hecho tus ojos como Los Próximos Pasados, son trabajos muy íntimos, y este toque fue lo distintivo para construir esta versión de Gilda. Conjugando recursos de puesta en escena, encuadres, iluminación y primeros planos o planos secuencias, la cámara se convierte en un protagonista más del film. Un vinculo de confianza entre Gilda y el espectador. Natalia Oreiro cumplió su sueño de interpretar a Gilda, por momentos el guión lleva a que los conflictos que suceden en el film, doten de una excesiva actuación por parte de la actriz; y es allí donde la realidad supera a la ficción, y el público va a ver más a Oreiro que a Gilda. La idea de haberla hecho con otra actriz hubiera sido totalmente diferente, pero cuantas veces pasa que es imposible no ver al actor (cuando tiene peso) por encima de su interpretación. Pensemos en I’m Not There, en donde Todd Haynes jugo con diferentes actores las diversas personalidades del cantante Bob Dylan. El resto del reparto cumple su rol, el de acompañar el protagonismo de Natalia Oreiro, sus escenas giran alrededor de Gilda; y la película no tiene el tiempo suficiente para explayarse en otras miradas. Incluso los flashbacks, dejan al espectador con más ganas de ver esta relación entre una joven Myriam (Angela Torres) y su padre (Daniel Melingo). Dentro de los actores secundarios se destaca la labor de Lautaro Delgado, que interpreta al esposo de la cantante, frio por momentos y emotivo en otros. Otro detalle a destacar es la compaginación entre las escenas y la banda sonora del film. Con un montaje puntilloso, no solo el ritmo de las mismas esta bien, sino que también las letras se ajustan a la narrativa del film.
De Devoto a la gloria La película de Gilda elige contar la historia de la mujer, lejos de la estampita. El resultado es una biopic musical sensible y efectiva. El día que murió Gilda yo tenía 19 años y me sentía más cerca de aquel grito primal que lanzaría Cristian Aldana en Cemento cuatro años después (“¡La cumbia es una mierda!”) que de un fenómeno como el de ella. Seguramente habré bailado en alguna fiesta “No me arrepiento de este amor” o “Fuiste”, porque era imposible no hacerlo, pero su muerte no forma parte de mi biografía. Veinte años después sigue sin gustarme la cumbia, pero me gusta menos Cristian Aldana y sé que si hasta yo bailé Gilda en los ‘90 es porque sus canciones son mucho más que cumbia, son artefactos pop extraordinarios con melodías frescas y juguetonas y letras sencillas pero que van, para usar una expresión que ella habría usado, directo al corazón. Este prólogo más o menos personal -digo más o menos porque estoy seguro de que coincide con el recorrido de unos cuantos- viene a cuento de algo que percibí en estos días entre que los periodistas vimos la película y hoy, que se estrena: mucha curiosidad por parte de gente totalmente ajena a la cumbia, a Natalia Oreiro y al cine argentino. Hay algo en el fenómeno que los que no fuimos su público no terminamos de entender: me refiero a la Gilda santa, esa imagen de mujer de labios gruesos mirando hacia el cielo con una corona de flores que fue tapa de su disco más exitoso (Corazón valiente) un año antes de su muerte y que se transformó en estampita religiosa. Con todas estas cosas en la cabeza entré a ver Gilda, no me arrepiento de este amor, la primera película de ficción de Lorena Muñoz, un proyecto que Natalia Oreiro tiene en la cabeza desde hace por lo menos diez años. Muñoz y su co-guionista (Tamara Viñes) deciden empezar la película por el final: la cámara está sobre el féretro cubierto de flores mientras lo sacan del coche fúnebre en el medio de una multitud de gente a la que se le mezclan las lágrimas con la lluvia. Corte al primer plano de Gilda (Oreiro, claro) viajando al trabajo, unos años antes, con una expresión de infelicidad manifiesta. Estos primeros minutos establecen el tono de la película, que está más cerca de una biopic musical melanco y trágica que del rescate camp de una artista popular. Muñoz, Viñes y Oreiro no observan el fenómeno con la superioridad del entomólogo sino con la empatía del compañerismo femenino. Son chicas contando la historia de otra chica. Quizás una de las virtudes esenciales sea esa, la de apostar a la síntesis, a contar un aspecto de Gilda bien concreto: la historia de una maestra jardinera de 31 años casada y con dos hijos, clase media de Devoto, que un día se da cuenta de que se está haciendo grande y quiere cumplir el sueño de cantar; contesta un aviso en el diario, y se transforma casi de golpe en reina de la bailanta en una época en la que las únicas mujeres que tenían trascendencia eran más estilo Lía Crucet o Gladys la Bomba Tucumana. Con el plan bien delineado, Muñoz y Viñes construyen un relato sutil, preciso, repleto de detalles. El ambiente sórdido de la cumbia de la primera mitad de los '90, con sus mafiosos, sus bolichones oscuros de cerveza tibia, el departamento de Once -yo me imagino que era en Once- en el que Gilda hace su primer casting, todo contribuye a que la historia nos absorba con escenas que no nos olvidaremos fácil: Gilda practicando pasitos de cumbia frente a la tele, su descubridor Toti Giménez (un extraordinario Javier Drolas) diciéndole que cante más como cumbiera, su primer trabajo doblando a Las Primas y todos los números musicales en los que se ve cómo se va soltando, su transformación. Porque las estrellas de la película son las canciones, que Oreiro canta con solvencia no sólo vocal sino también escénica. Pero la síntesis ajustada de la historia tiene un costado negativo: deja afuera nada menos que el “fenómeno Gilda”. ¿Por qué Gilda es Gilda? Más allá de una escena en particular y del texto final (se podría escribir todo un tratado sobre los textos finales o introductorios de las películas), Muñoz y Viñes decidieron (o tuvieron que, por razones de duración) no contar la historia de Gilda-santa, de qué significa Gilda para las clases populares más allá de una cantante que los conquistó sencillamente porque hacía buenas canciones y las cantaba bien y carismáticamente. De todas formas, pese a esta carencia -y alguna otra, como el recorrido incompleto de la madre que pasa a apoyarla medio de golpe- Gilda, no me arrepiento de este amor quizás sea la primera biopic musical argentina que le hace honor no sólo a su biografiada sino también al cine en general. Un género tan transitado como vapuleado por quickies oportunistas y berretas que por fin tiene quien le escriba. A nosotros, los profanos, nos acerca a la persona que fue Myriam Alejandra Bianchi y deja fuera de campo quién es Gilda hoy. El misterio, para nosotros, continúa.
Un homenaje respetuoso Pocas cantantes reunían las características de Gilda para llevar su vida al cine: popularidad, tesón y el elemento ligado a lo místico que se acentuó después de su muerte... La riqueza y las posibilidades del personaje eran enormes y la directora Lorena Muñoz, en sociedad artística con con Natalia Oreiro, logró una propuesta eficaz que genera empatía, algo difícil en un biopic. "Gilda, No me arrepiento de este amor" funciona como producto cinematográfico, independientemente de los gustos musicales del espectador. La narración es fluida, técnicamente impecable, con segmentos de estética de documental, área en la que se desempeñó la directora; sugiere pero no explota lo emotivo de la relación de los fans con la cantante, y con un guión verosímil. Todo ese esfuerzo de producción y dirección se sostiene con muy buenas actuaciones, entre los que se destacan Roly Serrano, Susana Pampín o Lautaro Delgado en personajes clave de la vida de Gilda. Y al frente de todos está Natalia Oreiro, que interpretó con delicadeza los pliegues de los conflictos internos y familiares de Gilda en su decisión de convertirse en cantante. El recorte de la directora sobre la vida de Gilda se transforma así en un homenaje que a diferencia de otras biopics sobre artistas -"Ray" o "Walk The Line"- pivotea entre lo testimonial y lo emotivo sin subrayar ninguno de esos rasgos.
Crítica emitida por radio.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
EL MEJOR CORAZON VALIENTE Gilda, no me arrepiento de este amor, además de tratarse de un biopic musical de una de las figuras culturales más importante y trascendentes de la bailanta argentina, es también un film sobre alcanzar los anhelos más deseados contra toda adversidad. Así lo vemos en la figura femenina de Miriam Alejandra Bianchi o “Gilda”, una maestra jardinera de clase trabajadora de Villa Lugano que soñaba con cantar frente a un público masivo, confrontando con la negación de su entorno familiar y un mundo musical machista donde brillaban las cantantes voluptuosas (Lía Cruzet y Gladys “la bomba tucumana”). A la vez, esa doble condición de perseguir un sueño se ve reflejado en el rol protagónico de una Natalia Oreiro en su máxima madurez actoral y exacta plasticidad como cantante para el papel que toda su vida quiso alcanzar: interpretar a la número uno de la bailanta popular. A 20 años de la trágica muerte de Gilda en un accidente de ruta en medio de su gira por el interior -donde perdió la vida junto a su madre e hija, más tres músicos suyos y el chofer del micro-, la directora Lorena Muñoz, experta en cine documental con su destacada pieza -codirigida con Sergio Wolf- Yo no sé que me han hecho tus ojos, ofrece las vivencias de una mujer que lo deja todo a los 30 años por seguir su pasión por el canto. Una mujer que pese a su fugaz y corto éxito en vida se convertiría en una “santa popular” capaz de hacer milagros para algunos devotos y fanáticos, y en un mito cultural por su carisma innegable. Muñoz, con excelente pulso, no nos ofrece una biografía narrada de forma convencional y/o cronológica, sino que expone los últimos años de Gilda, donde ella se juega por ser cantante y deja la formalidad de su trabajo en una suerte de flashbacks con su niñez vinculada a la música, donde es influenciada por su padre, que la inculca el amor por ese arte. Gilda, no me arrepiento de este amor deleita con su lograda ambientación de los circuitos bailanteros de los 90, los enfrentamientos a la mafia que regentea las presentaciones musicales y con una admirable banda sonora cuyas canciones son representadas a la perfección por Oreiro, que incluye la participación de algunos músicos de la agrupación original de la auténtica Gilda. Esas puestas en escena, que llenan de sensibilidad hasta al público más reacio, se suman al dramatismo real detrás de la fama de una mujer casada con dos hijos, ama de casa convencional con una crisis matrimonial importante, pero con un futuro exitoso que la llevaría a la cima. En el film también se destacan los personajes secundarios que se mueven en torno al rol protagónico, como el de Susana Pampín como una madre acusadora; junto a Lautaro Delgado, que es un esposo al borde de la violencia y los celos; en contraposición al enamoramiento de su descubridor y socio musical, Toti Giménez, interpretado por Javier Drolas (Medianeras). Todos ellos con una interesante profundización en sus papeles, algo que la pequeña Angela Torres, con un importante legado familiar de artistas en su espalda, no supo desarrollar, tal vez por las escasas y efímeras escenas otorgadas donde da vida a una Gilda jovencita. Gilda, no me arrepiento de este amor es una película de interés narrativamente ascendente. Tal vez las dos únicas cosas para criticar sean casi una abusiva utilización del recurso emotivo que la cantante hace a través de un instrumento musical para volar a los recuerdos de su niñez (lo cual es revertido por Muñoz ofreciendo luego de esos primeros quince minutos una continuidad exquisita que entretiene y emociona); y la falta de un mayor desarrollo para lo que fue el backstage del álbum Corazón valiente, cuya imagen pasó a integrar buena parte del imaginario icónico alrededor de la cantante, inmortalizando su presencia. Aún así, con Gilda, no me arrepiento de este amor estamos ante un biopic musical tan glorioso y elegantemente llevado en parámetros cinematográficos, que sentará recuerdo en el cine nacional de una figura con mucho ángel, tímido y sensual a la vez.
Crítica emitida por radio.
Historias Extraordinarias (Parte 2) Debe haber pocas cosas que me interesen menos que la cumbia. Ni siquiera sé muy bien si la música de Gilda es cumbia, música tropical o bailanta, o si todos son sinónimos. Podría buscar la respuesta en internet, pero ni para eso alcanza mi nulo interés (y además me arruinaría el comienzo del texto). Sin embargo, me encontré sumamente emocionado viendo Gilda, no me arrepiento de este amor. La película de Lorena Muñoz se construye con las mejores herramientas del cine clásico, y gracias a ellas su relato se vuelve universal. Las películas “basadas en hechos reales” suelen caer en una trampa: presumir que este dato es suficiente para atrapar al espectador, que esto le agrega una importancia inherente. Nada más lejos de la verdad. Ese dato, esa línea, es irrelevante. El cine narrativo, el arte en general, funciona o no en base a su forma, sus métodos; el origen de la historia no influye de manera alguna en su efectividad. Esas son preocupaciones para los libros de historia y los documentales, la ficción tiene otros asuntos que atender y los hechos reales le sirven en tanto se entiendan como punto de partida, nada más. Gilda, no me arrepiento de este amor es un biopic de (spoilers) Gilda, nombre artístico de Míriam Alejandra Bianchi, cantante de enorme y fugaz popularidad que falleció en un accidente vial en 1996, a pocos años de haber comenzado su carrera musical. Tras su muerte, su figura ganó estatus de santidad entre sus seguidores, con santuarios y parafernalia incluida. Como agregado, en principio su familia no aceptó su cambio de carrera, lo que culminó en la separación de su marido. Todos estos elementos (muerte de joven, santificación, divorcio, enfermedades) podrían prestarse para un carnaval de golpes bajos y miserabilismo, devenires nada ajenos para el cine nacional. Con inteligencia, Muñoz evita pisar ese palito y lo hace al inscribir su historia en el género del biopic, uno fuertemente codificado e instaurado en la historia del cine, con gran respeto por sus formas. El momento en que el personaje de Roly Serrano (en el mejor rol de su carrera) exclama “entonces te llamás Gilda”, deja ver la creación simple del mito con la potencia de la síntesis; eso es saber utilizar la narración clásica. Las dificultades familiares, el lado oscuro del mundo de la cumbia, los puntos más bajos de su vida; todos estos eventos son utilizados para la construcción del mundo y de su historia, sin opacar el eje central. Aunque un aura de tristeza tiñe al film como constante premonición de la tragedia final, Muñoz acierta al concentrarse en la carrera musical de Gilda para construir un relato de ascenso a la gloria que no carece de breves pero bellos momentos de goce. La actuación de Oreiro deja ver el cariño y respeto de la actriz por su personaje, sus ambiciones, angustias y alegrías siempre trabajadas desde la sonrisa y la mirada. Los momentos finales, desde el show y la canción elegida hasta el modo de narrar el accidente, cierran el film con una secuencia de enorme intensidad emocional. Si bien la película comete algunos errores (el travelling del féretro inicial es lamentable y las escenas del marido enojado se vuelven un poco repetitivas), Muñoz demuestra que comprende algo que muy pocos de sus pares locales entienden: el poder de una historia bien contada, de confiar en las imágenes y en el público, de utilizar lo mejor del clasicismo trabajado una historia que trascienda más allá de la anécdota.
UNA MUJER EN BUSCA DEL SENTIDO “No alargues las palabras, esto es cumbia”. En un departamento perdido de la Capital Federal , Toti Giménez (Javier Drolas) escucha a Míriam Alejandra Bianchi, una mujer linda y agraciada pero demasiado flaca y poco voluptuosa que, sin saberlo, inicia la metamorfosis que culminará en un nombre: Gilda. La frase de su futuro representante e interés romántico condensa la esencia del primer largo de ficción de Lorena Muñoz: la extranjera que conquista suelo desconocido. Muñoz decide empezar a contar la historia desde el final. Decisión acertada, pues todos sabemos cómo termina el cuento: con un accidente en el kilómetro 129 de la ruta 12, el 7 de septiembre del 96, en el que mueren Gilda, su madre, su hija mayor, tres de sus músicos y el chofer del micro. El plano fijo, prolongado en el tiempo, permite ver el ataúd de Gilda rodeado de gente dolida por su muerte. Son muchos y no les importa caminar bajo la lluvia, rodean su cuerpo, no la abandonan. ¿Cómo se construye un ícono popular? ¿Cómo construirlo desde el cine? La codirectora de Yo no sé qué me han hecho tus ojos, documental sobre la vida de otra cantante, Ada Falcón, responde con ese primer plano: Gilda es Gilda junto a su gente. Más que ante una biopic, estamos ante una película que registra los múltiples atravesamientos que coinciden en una vecina de Devoto que ha cumplido algunas metas como ser maestra jardinera, casarse y tener hijos pero que a sus treinta años decide responder a un deseo que la impulsa a habitar otros escenarios que no son ni su hogar ni el jardín de infantes. Las numerosas escenas que transcurren en su casa son significativas tanto desde el punto de vista narrativo como visual: las discusiones que sostiene con su marido (Lautaro Delgado), que no la acompaña en su decisión, y la culpa que siente al dedicarle más tiempo a su nueva profesión que a sus hijos, se presentan a través de una pobreza cromática casi opresora en contraposición a la luz de los números musicales y a esos encuentros entre Miriam y la guitarra que le deja su padre (Daniel Melingo) en los que prima una luz cálida y brillante. Importa que lejos de ser un destino prefijado, la “vocación” de Miriam estuvo marcada por el vínculo con su padre y su posterior pérdida. Asumir su propia voz y devenir Gilda fue una trabajosa construcción de la que solo ella fue responsable. Es por eso que aunque el tema aparezca (solo en una escena), la directora se mete poco con el carácter milagroso de Gilda, y se centra en sus actos más que en los roles (esposa, madre, santa) asignados por los otros. Exceptuando algunos flashbacks que podrían haberse obviado, ya que pecan de redundantes, Gilda: No me arrepiento de este amor no presenta demasiados sobresaltos. Su factura técnica está a la altura de las circunstancias, sus números musicales son al mismo tiempo una celebración y un homenaje. Sujeta a un orden patriarcal dictado por maridos, padres, empresarios, representantes, la de Gilda no es la historia de una mujer que triunfa, sino la de una que se construye. El escenario en el que acontece la revolución es el cuerpo, la mirada y la voz de una Natalia Oreiro que alcanza la cúspide de su carrera actoral y entrega una Gilda a la vez tierna y sensual, tímida y apasionada. Así como veinte años después de su muerte temas como “Paisaje” y “Corazón valiente” siguen vigentes, es cuestión de tiempo que Gilda: no me arrepiento de este amor pase con justicia a formar parte del reducido grupo de clásicos del cine argentino.//∆z
Luego de casi 15 años de intentos infructuosos con diversos realizadores y actrices para el rol protagónico, finalmente llega a la pantalla grande -de la mano de la documentalista Lorena Muñoz y la actriz y cantante Natalia Oreiro- la historia de Miriam Alejandra Bianchi, mejor conocida por todos como Gilda. Y junto al estreno, también llega la pregunta del millón: ¿el esperado film le rinde debido tributo a la popular cantante? ¿O no pasa de ser una demo mal grabada en el garage de casa? Confieso que conocía la historia de Gilda hasta ahí nomás. Por supuesto he cantado y bailado sus temas más famosos (¿quién no?), sabía que fue Maestra Jardinera, que tuvo que remarla bastante en los inicios de su carrera musical, y por supuesto conocía el trágico desenlace en la ruta. Como notarán, tenía una noción bastante general de su vida, sin mayores detalles ni profundidad. Quizás sea por eso que me tenía tan intrigado esta película y la aguardaba con algo de ansiedad (me fascina el género de la biopic de celebridades). El otro punto que me incitaba a verla era el protagónico de Natalia Oreiro: es bien sabido que la actriz uruguaya hace aaaaaños merodeaba este proyecto con la intención de llevarlo al cine. ¿Se justificaba tanto anhelo de su parte? El film comienza justamente por el final: el funeral de Gilda. Una pantalla negra y distintos audios de noticieros nos informan del accidente, y lo primero que vemos es un plano desde el interior del coche fúnebre, con la cámara apoyada sobre el cajón, los fans agolpándose y llorando a su ídola detrás del vidrio del vehículo. La imagen te sacude de entrada nomás, sin vueltas. La cámara entonces se eleva por encima del coche, y vemos a sus seres queridos retirando el cajón bajo la lluvia de una jornada gris. A continuación, y tras un corte directo, llega la segunda sacudida por parte de Muñoz: Miriam (aún no es Gilda) frente al espejo, seis años antes, preparándose para ir al Jardín. La vemos pálida, casi demacrada, inerte, en silencio; está prácticamente muerta en vida, presa de una realidad que no la satisface del todo, no la colma. El contraste entre su muerte rodeada de gente desconocida que la veneraba versus la vida solitaria (aún en familia) rodeada de sus seres queridos que la menospreciaban, es el primero varios aciertos por parte de la directora, que logra aportarle a la cinta un tono mucho más poético del que podríamos suponer apenas nos sentamos en la butaca. Miriam confesándose ante la puerta del baño mientras su marido se afeita; las dos imágenes casi premonitorias que nos advierten del final en la ruta; la camisa floreada que se rebela y rehúsa ocultarse bajo el delantal de maestra jardinera; la elección de la canción que cierra la película; son todos simbolismos que Lorena Muñoz despliega en una obra cargada de sentido y emoción. GILDA, No me arrepiento de este amor es el primer largometraje de ficción de la mencionada directora, quien siempre se desempeñó en el género documental. Su carácter incisivo se demuestra en la intimidad de las escenas, en la abundancia de primeros planos, en el énfasis en las miradas y los gestos. El momento en que Myriam se presenta al casting convocado por el productor musical y tecladista Toti Giménez, por ejemplo, es visualmente exquisito: ella parada frente al micrófono, durita, con la luz que se cuela por la ventana e incide en su rostro mientras comienza tímidamente a cantar las primeras estrofas de "Paisaje"... Muñoz está documentando el nacimiento de una figura angelical y nos invita a presenciarlo en primera fila. Y ahora sí, es momento de hablar de Natalia Oreiro. Sin dudas esta será una película bisagra en la (ya de por sí exitosísima) carrera de la actriz: pase de lo que pase de ahora en más, haga lo que haga, a partir de este momento Oreiro siempre será Gilda en el imaginario colectivo. Y bien merecido lo tiene. Luego de ver la caracterización de Nati (me siento confianzudo), el espectador abandonará la sala sin la menor duda: era la única actriz capaz de interpretar a la cantante. Más allá de sus declaraciones previas a los medios, cuando dejó bien en claro que nunca fue su intención imitar a Gilda (efectivamente no es una imitadora sino una intérprete, y acorde a eso canta con su propio timbre y tono de voz), todo lo que hace a la construcción del personaje... los gestos, el lenguaje corporal, la vestimenta, los peinados, los pasos de baile... Natalia Oreiro ES Gilda. La actriz logra construir a la figura (en su faceta como mujer, como madre y como cantante) de pies a cabeza de una manera impecable. Quizás el punto cúlmine de todo este physique du rol es cuando nos muestran la sesión de fotos realizada para la icónica portada de "Corazón Valiente", su disco más exitoso: hay un plano en particular donde la similitud física entre ambas mujeres es sencillamente asombroso. Respecto al resto del elenco, se compone de figuras que no son comerciales o convocantes, pero todas y cada una poseen una calidad actoral indiscutida: Ángela Torres es Miriam en su niñez/adolescencia (con una escena conmovedora, además de cantar una hermosa y cálida versión de "Sólo Dios sabe", el cover de los Bee Gees); Javier Drolas es el músico, manager y confidente Toti Giménez (en una interpretación que te hace quererlo de principio a fin); Daniel Melingo y Susana Pampín son Omar y Tita, los padres de Miriam; mientras qye Roly Serrano es El Tigre Almada, el discutido mafioso empresario de la movida tropical. Dejo para el final al siempre excelente Lautaro Delgado, quien interpreta a Raúl, esposo de Gilda: un tipo machista, celoso, absorbente y prejuicioso, que en más de una ocasión parece que está a punto de cruzar esa línea de la que un hombre jamás vuelve. Delgado es un actorazo, desenvolviéndose con holgura en un rol que por momentos roza lo oscuro; debería ser más tenido en cuenta por los medios masivos a la hora de las entrevistas en la noche de estreno, en lugar de preguntarle pavadas a ciertos monigotes mediáticos (sí, les estoy tirando un palo porque lo presencié con mis propios ojos en la premiere de Kryptonita y en la de Gilda). También vale la pena mencionar la participación de los músicos de la banda que sobrevivieron al choque: Edwin Manrique, Manuel Vázquez, Danny De La Cruz y Ricardo Fuentes, a quienes se les suma Jordan Otero Larosa como su padre, el también fallecido Raúl Larosa. Todos se interpretan a ellos mismos en la banda, en un gesto que legitimará aún más la cinta ante la legión de fanáticos. Como todo largometraje que representa una época (por más que esa época no parezca tan lejana en el tiempo), la recreación de los escenarios y el vestuario son cruciales para la construcción del verosímil. Y convengamos que los '90 tuvieron un look muuuy particular, especialmente en el ambiente bailantero. Si el diseño de producción hubiera sido inapropiado o poco convincente, le hubiera restado bastante al film; ¡no hay nada más frustrante para aquellos que vivimos una década en particular que verla mal representada en pantalla! Afortunadamente estamos ante una producción de altísima calidad, con cada elemento noventoso cuidado hasta el más mínimo detalle. Si a ello le agregamos extras como la banda sonora, con Oreiro cantando cada uno de los temas, estamos ante una producción de una magnitud pocas veces vista en la industria nacional. Quizás lo único que "no me cerró" fue que... sentí que la película tiene unos 10 minutos de más. Promediando su duración, la historia cae en un pequeño pozo: Gilda comienza a sentirse algo insatisfecha y frustrada por los obstáculos que sigue encontrando en el mundo bailanta, mientras que los problemas de su matrimonio ya son más que evidentes y la culpa por encontrarse tantas horas distanciada de sus hijos se acumula. Aunque estos elementos son necesarios y obligatorios en el guión (escrito por la propia Muñoz junto a Tamara Viñes) para la construcción del personaje como mujer/madre/esposa/hija, la película realmente toma vuelo cuando la vemos a Oreiro en el escenario cantando y tirando pasos (aunque algunas canciones se extienden un poquito más de lo necesario); su presencia en pantalla es tan cautivante, tan atractiva y magnética, que todo se enciende y cobra vida cuando la vemos frente a un micrófono. También confieso (y esto es exclusivamente un interés personal) que me hubiera gustado ver un poco más del lado místico en la historia de Gilda. En definitiva, sólo hay una escena donde se aborda de lleno el tema. Pero es una escena tan buena, tan sensible y emotiva, que me hubiera fascinado que Muñoz profundice un poco más, conocer su mirada al respecto y ver hacia dónde nos conducía como espectadores. Después de todo, ya lo dijo la propia cantante: "Si la música tiene el poder de hacer que la gente se cure, bienvenida sea". Luego de mostrar a Gilda enfrentándose al rechazo y al prejuicio de su propia familia y del ambiente de la música tropical, quienes la consideraban de un estrato social totalmente ajeno a la bailanta y demasiado flaca para ser atractiva (recordemos que se trataba de un entorno por demás cosificador y despectivo hacia la mujer, con sus "bombas tucumanas" y sus "tetamantis"), la directora podría haber decidido concluir la historia en un tono mucho más solemne y triste; no por algo Gilda era conocida como "la abanderada de la bailanta", convirtiéndose en una figura referente del público femenino. Sin embargo Muñoz opta, sabiamente, por despedirla de la mejor manera, del mismo modo que eligieron recordarla cada uno de sus fans a lo largo de estos 20 años: siendo feliz arriba de un escenario. VEREDICTO: 8.0 - NO SE VAN A ARREPENTIR (DE ESTE AMOR) Existen films donde resulta palpable la pasión de los realizadores por el proyecto, y este claramente es uno de ellos. El amor y respeto que sienten Lorena Muñoz y Natalia Oreiro por "Gil" se percibe en cada fotograma de la película. Dejá cualquier prejuicio que tengas (a la cumbia, a la protagonista, al cine argentino) de lado y andá al cine. GILDA, No me arrepiento de este amor es una producción de primera, con una excelente dirección por parte de Muñoz y una caracterización consagratoria de Oreiro.
El pasado 15 de septiembre se estrenó la tan ansiada película Gilda, no me arrepiento de este amor. La brillante actuación de Natalia Oreiro junto al talento de la directora, productora y guionista Lorena Muñoz, supieron conformar una dupla para componer a la famosa cantante para que tanto, fanáticos y no, conozcamos a la mujer que dio vida a la leyenda. Veinte años pasaron de aquel fatídico accidente en la Ruta Nacional N° 12 en dónde perdieron la vida Gilda, su mamá, su hija mayor, el chofer que conducía el micro y parte de los músicos de la banda. La directora trasladó al cine la historia de una mujer que se dedicaba a la docencia como maestra jardinera y, no satisfecha con la profesión, decidió romper con todas las reglas que la sociedad le imponía tanto en su entorno familiar como en el mundo artístico de las bailantas, para terminar con la complacencia de la rutina, las necesidades de ocasión y los sueños postergados. “Vuelen, vuelen alto” dijo en uno de sus últimos recitales y ella voló tan alto que no lo pudo disfrutar. Lo que comenzó como un juego, una curiosidad, termino convirtiéndose en leyenda, alcanzando aquello que muchos artistas desean pero solo el soporte del publico consigue concretarlo. Un día triste y lluvioso, en un extenso plano secuencia, el féretro es trasladado (una imagen muy poética) y los fans lloran y tocan la puerta del coche fúnebre envueltos en la desesperación sin entender nada de lo que sucedía. Previamente, junto a la visualización de imágenes de archivo, se escucha – en voz en off – a diferentes periodistas informando sobre la tragedia. Y así comienza esta historia de lucha y perseverancia. De pronto viajamos al pasado para conocer a Myriam en su niñez, su intimidad, transitando con ella su nostálgico despertar musical reprimido como la guitarra de su padre (interpretado por el músico Daniel Melingo) guardada en unos de los cuartos olvidados de la casa en la que vivía. La vemos andar por el jardín de infantes y el trato amoroso que tenía con los niños. La relación con su marido (una excelente actuación de Lautaro Delgado) sus hijos y las tensas situaciones que atravesaba con su madre (Susana Pampín). La monotonía se quiebra cuándo Myriam encuentra un aviso en el diario en el que buscaban cantantes. Así conoce a Toti Giménez (interpretado por Javier Drolas) productor y tecladista quien llevará a la gloria a quién hasta ese momento era simplemente conocida como “Gil” (tributo personal que Myriam le rendía al personaje Jill Munroe que Farrah Fawcett interpretaba en la serie Los Ángeles de Charlie). A partir de este hecho comienza el cambio, nace Gilda y con ella la valentía de enfrentar los prejuicios que el mundo de la noche y la bailanta le imponía. Una época dónde las cantantes voluptuosas y las canciones carentes de contenido dominaban los escenarios de la movida tropical. Gilda traspasa todo eso y se enfrenta a la mafia del ambiente cumbiero junto a Toti que la resguarda de lo que le haga mal, conformando un papel muy importante en la vida de la cantante. Advertimos cómo “Pasito a pasito” (tal cómo se titula una de sus canciones) Gilda avanza en su carrera, de manera ascendente, en cada recital que brinda. La propuesta que presenta Muñoz no tiene nada que envidiarles a los tanques norteamericanos de musicales jukebox en dónde la banda sonora forma parte del mismo argumento de la historia (como se puede apreciar en películas como Mamma mía (2008), Rock off Ages (2012) o Jersey Boys (2014) entre otras). Natalia Oreiro se mete en la piel de la Myriam ama de casa y de la Gilda leyenda interpretando, en cada escena los gestos, las miradas, los bailes, la tristeza, una borrachera ocasional, un cansancio corporal hasta la culpa por dejar a sus hijos por las noches. Todo se demuestra de manera impecable: el parecido físico, la voz, sus vestidos, peinados y maquillaje hacen de Oreiro una perfecta combinación que no exagera y se encuentra en su justa medida. Todo esto es posible gracias a la investigación que la directora de Los próximos pasados (2006) realizó sobre la vida de la cantante. Con la mirada documentalista que la caracteriza ayudó a alcanzar el alma de Gilda y Natalia Oreiro supo ver más allá del personaje y adentrarse en el corazón de la abanderada de la bailanta. Apreciando los pequeños “guiños” a los fans, escondiendo detalles y colmando la pantalla de referencias, faltó cuidar un poco más al espectador ajeno al fenómeno que se retrata. Teniendo en cuenta que Gilda ha grabado de 1992 a 1996 seis álbumes en estudio, costaba descifrar cuándo avanzaba el tiempo. El mismo se podría haber manifestado mejor, ya que parecía en todo momento que estábamos situados en un mismo año, esto le impide al filme transcurrir sin fisuras. De todas maneras, nos encontramos ante una propuesta perfectamente realizada, respetuosa ante la familia de Gilda, con actores sólidos contando la historia de una mujer que trascendió tanto en la tierra como en el cielo y supo ganarse el corazón del público. Por Mariana Ruiz @mariana_fruiz
Sensible retrato de la cantante como persona y mito de la cultura popular argentina Lorena Muñoz (codirectora de “Yo no sé qué me han hecho tus ojos”, 2003, y responsable de “Los próximos pasados”, 2006),reconocida documentalista, trasladó a la pantalla en “Gilda: no me arrepiento de éste amor” uno de los mitos más notorios de la cultura popular argentina: la figura de la cantante más icónica de cumbia nacional, Gilda, quien murió hace 20 años, cuyo nombre real era Miriam Alejandra Bianchi. Tarea nada fácil para imponer una imagen que refleje la vida de una mujer de carne y huesos, sobre la diosa popular santificada por sus fans. Gilda es interpretada como si fuera su alter–ego por Natalia Oreiro, quien encarna el physique du rôle perfecto, ya que al ver noticieros y reportajes de la estrella en los ’90 y compararlos con la actriz bien puede no distinguirse quién es quién. Es interesante comprobar el crecimiento actoral de una actriz como Orebro que siempre buscó superarse a sí misma en esta ocasión lo consiguió con creses, porque su interpretación, a la que se le suma el trabajo vocal, está cuidada hasta en el mínimo detalle. Los realces y parquedad de gestos que impone a su personaje son los que permiten decir que su interpretación es excelente. Natalia Oreiro buscó todos los matices posibles para dar forma a su personaje, una joven de 30 años, cuya estrella brilló por cinco años, y que intentó romper con la rutina de su vida luchando contra los prejuicios de su familia, para labrase un camino dentro de un universo sórdido y mafioso que le presentaba la música tropical, en especial el ámbito de las bailantas. La historia que desgrana Lorena Muñoz pertenece a un libro cerrado por el tiempo, pero guardado en el corazón de cientos de fans que aún lloran frente a su santuario la muerte de su estrella. La directora lo va abriendo poco a poco a través de varios flashback que traen el recuerdo de su padre que la había inculcado el valor de la música cuando le enseñaba a tocar la guitarra. Comienza la narración con un primer plano fijo del cajón de Gilda y una lluvia tenaz y firme sobre éste y los acompañantes, a partir de allí todo gira hacia el pasado, hacia la maestra jardinera y su familia, a sus momentos de soledad e insatisfacción. Para su entorno ella era un outsider que no se ajustaba a los códigos familiares. Incluso en el jardín donde trabajaba quería organizar las fiestas de modo más creativo y no se le permitía. Siempre fue una rebelde que luchó contra lo establecido. En el despliegue de secuencias se muestra a una Gilda que tuvo que crecer como cantante dentro de un ambiente machista, y romper con el tabú de no ser el estereotipo de mujer que requerían las bailantas, y ser una flaca que cantaba sus temas. Era sin lugar a dudas una mujer que sabía manejarse en el mundo de los hombres y lo demuestra cuando va a la cárcel a cantar a los presos y baila con ellos. En la realización se utiliza la voz original de Gilda sólo cuando Oreiro canta “Yo soy Gilda”, en el resto del filme la actriz interpreta los temas con voz propia siguiendo los fraseos y la respiración de la bailantera en: “Corazón herido”, “No me arrepiento de este amor”, “Fuiste”, “Tu cárcel”, “Corazón valiente” y “No es despedida”. Este tema fue uno de los últimos en componer y ronda el misterio de que hubiera presentido su muerte. “Gilda: no me arrepiento de éste amor” es un “docu-ficción” que intenta rescatar la fuerza de voluntad de una mujer que luchó por sus ideales, de una madre que nunca abandonó a sus hijos y de una enamorada que ponía distancia entre el amor y su familia. En esa búsqueda de la persona y el mito el guión tiene varios altibajos y por momentos se pierde en el relato, en el cual quedan varias zonas oscuras que el espectador no entiende que sucedió. Lorena Muñoz elaboró su propuesta sobre una figura terrenal y humana, disociada de la santidad que le adjudican sus fans. La noche, su sordidez y su misterio es el entorno que acompaña a “Gilda: No me arrepiento de éste amor”, con una estética típica del mundo de las bailantas donde el kich predomina y la mafia cuenta su plata. Lo que muestra Lorena Muñoz es un espejo de dos caras en cual se encontraba atrapada Gilda, por un lado el mundo de dónde provenía, clase media trabajadora a la que pertenecían su madre (Susana Pampín), su padre bohemio (Daniel Melingo) y su marido (Lautaro Delgado), y el de la bailanta con sus reglas que se limitan a colocar un revolver sobre la mesa para negociar un contrato, como lo hace el Tigre Almada, empresario encarnado por Roly Serrano. Todo es diferente para Gilda desde la forma de vestir hasta la forma de cantar, como le enseña su descubridor, Toti Giménez (Javier Drolas). Ese espejo reflejará a Gilda un choque cultural, del no podrá escapar. El filme contó con los tres músicos originales que se salvaron del accidente, en el que murio la protagonista, y con el hijo de Raúl Larrosa que tocaba las tumbadoras, además de las fans que pusieron todo su amor el rol de ser ellas mismas. “Gilda: No me arrepiento de éste amor” es una producción sin pretensiones, que conquista por el esfuerzo y amor por su protagonista de tres mujeres Lorena Muñoz, Tamara Viñes (guionista) y Natalia Oreiro que rescataron del santuario y la estampita a una mujer real con toda la problemática de una artista que quería triunfar con identidad propia, escapando de los estereotipos que imponía el universo de la bailanta.
Antes de remontar al cielo Lorena Muñoz tiene la virtud de acertar con los tiempos. Junto a Sergio Wolf llegaron a tiempo para encontrar a Ada Falcón poco antes de su muerte y confrontarla con su pasado, en “Yo no sé qué me han hecho tus ojos”. En su siguiente documental, “Los próximos pasados”, mostró la historia del “Ejercicio plástico”, el mural de 360 grados de David Alfaro Siqueiros, antes de que termine de destruirse arrumbado en contenedores oxidados (lo que fue parte del impulso a que el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner rescatara la obra para el Museo del Bicentenario, y que no se la lleven a México). También se hizo tiempo para casarse con Benjamín Ávila y colaborar con él en “Infancia clandestina”, una de las dos películas (junto con “Wakolda”, de Lucía Puenzo) donde Natalia Oreiro demostró que la única paquita no rubia de la historia era una actriz de fuste. Ahora Muñoz vuelve a ser el centro de una alineación de planetas, y logró estrenar “Gilda, no me arrepiento de este amor” en el vigésimo aniversario de la muerte de la cantante. Y logra una pieza que no tiene nada que envidiarle a tantos biopics que nos envían desde las factorías hollywoodenses (el show en la cárcel es más extremo que en “Johnny y June”). Aquella mujer La consigna fue encontrarse con la Gilda viviente, levantando su carrera sin mitografías, sólo a fuerza de sus canciones y de una química que se generaba en el escenario. Pero antes de eso, salir a buscar a Miriam Alejandra Bianchi, la maestra jardinera insatisfecha que un día decide ir a una prueba para cantantes tropicales. Tematizar ahí el ADN musical heredado de un padre fallecido, y la lucha de todo artista entre la realización de sus sueños y el sostenimiento de la vida que el sistema le ha preparado (el matrimonio, los hijos, el trabajo). Curiosamente, la muerte encontró a Gilda junto a su hija y su madre, justo cuando parecía que había armonizado los mundos. Y esa tensión también se expresa entre las dos figuras masculinas (fuera del padre ausente) que signaron su vida: Raúl Cagnin, el marido al que amó, su anclaje al mundo cotidiano; y Juan Carlos “Toti” Giménez, su descubridor, socio y después algo más, el que la introdujo al mundo áspero y difícil de la bailanta porteña. Ambiente en el que Gilda venía a romper, y la película se encarga de mostrar, con mayor o menor énfasis, en qué aspectos: muy flaca y angelical en un mundo de artistas sexualizadas; autora de sus canciones, en una industria de repertorios impuestos; centro de la atención, aun en lugares donde se esperaba que la gente fuera a bailar; y rebelde contra los contratos leoninos y la “mano pesada” del submundo tropical. Y capaz de hacer sentir a cada espectador que le estaba hablando a él: por ahí está la base de la santidad, aunque aquí apenas se muestre en un par de pinceladas. El verosímil En su primera ficción como directora, Muñoz logra una panoplia de recursos interesante. Por un lado recurre a la combinación de cámara en mano en planos cortos con una fotografía naturalista en las tomas diurnas (lo que genera luces y sombras), algo que se está imponiendo como estética verista para los filmes “basados en hechos reales” (Pablo Trapero hizo lo mismo en “El clan”). Pero eso lo combina con la toma interna-cenital de la escena de apertura (la salida de un féretro de un coche fúnebre), los colores expresionistas del mundo de la noche, y la cámara abierta para que entre toda la banda con el público, por ejemplo. En cuanto a la narrativa, hay un cuidado en las elipsis, con saltos precisos, retratando momentos clave en la espiral ascendente de la carrera de Bianchi, combinados con flashbacks para abordar la infancia y adolescencia del personaje. Y por supuesto, se introducen de a una todas esas canciones que convirtieron a Miriam en la inesperada estrella de la cumbia. Esa búsqueda del verismo está en la participación de los músicos sobrevivientes de la banda interpretándose a sí mismos (y tocando en la banda sonora), y en la invitación a fans de Gilda a ser extras. Los rostros abajo del escenario son de verdad, como reales son los lugares de las actuaciones: nada hay de glamour agregado, pero tampoco de énfasis en estéticas “marginales”, como ha trabajado cierto cine nacional. Por supuesto, fiel a su formación, la directora realizó previamente un extenso trabajo de documentación, lo que redunda en una cuidada reproducción de una época reciente (lo más difícil; alguno afirmará que los amplificadores Wenstone ganaron presencia años después), la reproducción de los looks (ver reconstruida la sesión del póster más famoso, el del tocado de flores, es un gran impacto) y material para que la protagonista arranque a trabajar. Cuerpo y alma Natalia Oreiro también ha acertado aquí en los tiempos. Años atrás protagonizó una novela llamada “Corazón valiente”, y en esa ocasión grabó una versión rockera de dicho tema. En aquel entonces tuvo que ponerse en forma para interpretar a una boxeadora, y hoy llega con la edad justa y bastante flaca para interpretar a uno de los mitos populares argentinos (algunos hablan de que existió la posibilidad en la década pasada, más justo es hoy). Desde su primera escena (atándose el pelo frente al espejo, rulos y flequillo, el guardapolvos de jardinera y la mirada triste) vemos en ella el physique du rôle en el corte del rostro y la estatura (algún purista dirá que Gilda tenía los labios más gruesos). Sí, además baila y puede sacar los pasos, y cantar todos los temas. Pero la cosa va más allá: realmente hay que hacer un esfuerzo por momentos en recordar que la que está frente a nosotros es Oreiro, a quien no dejamos de ver en pantalla desde aquella publicidad de tampones de hace más de 25 años. Es un mérito para cualquier actor célebre desaparecer detrás de la máscara del personaje, y Natalia lo logra holgadamente. Compañeros de ruta Javier Drolas llegó sin tanta prosapia en el cine para ponerle el cuerpo a un Toti enamorado, un poco raro él también para el ambiente. Del otro lado, Lautaro Delgado (Lady Di en “Kryptonita”) construye un Raúl terrenal y celoso, pero en un punto comprensible. Susana Pampín logra en su Tita Scioli la imagen de la madre un poco opresiva, guardiana del mandato y contracara de la libertad que representa el Omar Bianchi de Daniel Melingo, que interactúa en los flashbacks con Ángela Torres como la Miriam adolescente. En el lado oscuro, sobresale la presencia contundente de Roly Serrano como el Tigre Almada, caudillo de la movida que trata de mantener cautiva a Gilda, con el Waldo de Daniel Valenzuela como un secuaz temible (un personaje que le sale de taquito). Más allá del aporte en la música original de Pedro Onetto, Guillermo Beresñak lidera la producción para que Oreiro, Torres, Melingo, Ricardo Mollo (todo queda en familia) y los músicos originales reconstruyan buenas versiones de los clásicos de Gilda y alguna otra canción solidaria con el relato. Con eso y poco más, Lorena Muñoz logra dar con una carnadura, con la mujer antes de la santa, antes de la leyenda: antes de remontar al cielo.
Lorena Muñoz toma la breve pero inspiradora historia de la cantante popular Gilda y lo convierte además en un relato feminista. La biopic musical es un subgénero poco explorado en el cine nacional (lo contrario de Hollywood) pese a haber resultado muy rentable, con Tango Feroz como muestra. Tras un largo proceso para adquirir los derechos de las canciones, llega al cine la vida de Gilda, un rol para el que Natalia Oreiro parece haber sido destinada a interpretar. El notable trabajo de composición que hace Oreiro es lo que conduce al film a buen puerto. Más allá del innegable physique du role, Oreiro imprime a su personaje de la naturalidad necesaria para empatizar automáticamente. El anhelo de ser cantante, siendo ya esposa y madre y la lucha en un mundo (el de la cumbia) esencialmente machista son los conflictos que la trama elige destacar, y en este sentido Muñoz toma partido al resaltar como Gilda -casi sin quererlo- se convierte por sus decisiones en un símbolo feminista. Sólo los protagonistas de la vida real sabrán cuanto de lo que se ve en pantalla es verdad y cuanto fue creado para satisfacer la narrativa cinematográfica, en cualquier caso al espectador ocasional no debe importarle, la película funciona como una historia inspiradora y trágica que Muñoz y Oreiro eligen contar sin estridencias ni golpes bajos. Otro gran acierto del film es que el tono de la película representa perfectamente a quien retrata, humilde, dulce y con una alegría contenida por la melancolía.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
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CORAZÓN VALIENTE El 7 de septiembre de 1996 el ómnibus que trasladaba a Gilda, la consagrada cantante y compositora de cumbia de tan solo 34 años, muere en el kilómetro 129 de la Ruta Nacional 12 camino a Chajari, Entre Ríos. Gilda iba de un show a otro en el momento fatal en que un camión, de patente brasileña, embiste el ómnibus en el que fallece además de la artista, su madre, su hija mayor, tres músicos de la banda y el chofer. Sabemos que al costado de la ruta, en el que ocurrió el impacto, se encuentra actualmente levantado un altar improvisado que sus seguidores fueron armando. Sin embargo, no es lo que ha dejado Gilda, como referente musical, como musa inspiradora de sus fans, como resto en una ruta, lo que le ha interesado a la documentalista Lorena Muñoz. La directora, por primera vez, decide hacer un film de ficción y para ello elige un personaje real y, salvo algunas pocas frases de archivo al comienzo de la película en la que se escuchan a periodistas informando sobre la muerte de la cantante, todo “documento” se encuentra (visiblemente) eliminado. Así, sobre la base de lo que alguna vez efectivamente fue, Lorena Muñoz construye una narración ficcional pero que debe mucho a una vasta investigación y, por supuesto, al acceso de los derechos de la historia de Myriam Alejandra Bianchi (Gilda), gracias al permiso de su hijo Fabricio Cagnin, sobreviviente del accidente. Gilda, no me arrepiento de este amor, es un film muy prolijo con momentos impecables y con otros que se quedan a medio camino. Al ser un film cuya producción estuvo supervisada por familiares e implicados (los músicos sobrevivientes hacen de ellos mismos en el film o bien uno de los hijos hace de su padre fallecido en el accidente), no se encontrará aquí detalles demasiado oscuros sobre los obstáculos que la cantante tropical tuvo que enfrentar para, en principio, cambiar su vida de manera abrupta, y en segunda instancia, para sortear todas las trabas que la industria musical del momento le impusieron tanto a ella como a su productor Toti Giménez, quien además es quien “descubre” el talento en esta joven mujer de familia quien dedica sus días a ser madre y maestra jardinera. Sin duda, una de las mejores apuestas de Gilda es la actuación de Natalia Oreiro quien logra recrear la mística que rodeaba a esta particular mujer -además de interpretar musicalmente sus canciones de manera impecable- y dramatiza a la perfección ese impulso irrefrenable por perseguir su deseo, aunque ni la propia cantante creyera que el éxito fuera viable. Gilda es la historia de una mujer que deja todo por la cumbia o, por lo menos, fuerza su existencia cotidiana lo más posible para que se adapte a ese amor por el canto, las giras, el escenario, el baile, y las polleras de charol y de leopardo. De alguna manera, y por ello es un film tributo cumplidos los 20 años de su fallecimiento, lo mejor del film no está dentro del film sino por fuera de él, en aquella que alguna vez fue Gilda y que ahora, gracias a la magia del cine, vuelve de entre los muertos para reencontrarnos. Cuando Gilda compone “No me arrepiento de este amor” cree más en el fracaso que en el éxito, cree en lo que los productores le propinan: es demasiado flaca, es de Devoto, canta diferente, es demasiado romántica, no es Gladys la bomba tucumana, le falta una carga sexual, etc. A Gilda le “falta” pero sigue adelante y este es el sentido del no arrepentimiento de este tema, luego devenido éxito. Diferente es “Corazón valiente”, último disco, y el más exitoso, de la artista que la posiciona como un referente de la música tropical no solo en Argentina sino en Latinoamérica y que luego la lleva a firmar un contrato importante en México. Este disco, que Gilda graba pocos meses antes de su fallecimiento implica una victoria a conciencia. Gilda ya se sabe valiente. Pero el film de Muñoz no se trata de este saber sino justamente de ese impulso por el deseo “a pesar de” un posible fracaso. Porque la directora hace, de alguna manera, la misma apuesta en el documental sobre Ada Falcón (Yo no sé que me han hecho tus ojos): retratar el coraje de mujeres que dejan todo por un ideal. Aunque Ada Falcón haya operado a la inversa. Consagrada como una leyenda del tango, millonaria, sin vacíos aparentes, abandona todo para convertirse en una monja franciscana. Mientras que Gilda, en su austeridad de vida complaciente de madre y maestra, deja todo por su ideal. Por supuesto, esto es una lectura y tal vez se puede recriminar que no está tan guiado en la narración de Muñoz. Pero es una interpretación posible y que de seguro sería más evidente si la directora hubiera realizado un documental sobre Gilda y no una dramatización sobre su vida. Desde ya no le hubiera asegurado un éxito de taquilla pero, quien sabe, tal vez hubiera sido más interesante, sin menos restricciones de supervisión, con más voces contrastantes. En fin, es lo que a mí me hubiera gustado ver, aunque por supuesto mi gusto es irrelevante. Así y todo el film, manteniendo un solo punto de vista, logra avanzar y, de seguro, conmoverá a sus seguidores e intrigará a quienes no lo conocían tanto. Gilda expresaba: “no morir con las manos vacías”. Y creo que esa máxima es bien representada por Muñoz, tal vez, porque no es una representación nueva para la directora quien, a su manera, intenta hacer lo mismo con sus films. Ahora no solo me intriga Gilda sino también Muñoz, quien tal vez no lo hizo perfecto esta vuelta pero no tengo dudas de que es un corazón valiente. GILDA, NO ME ARREPIENTO DE ESTE AMOR Gilda, no me arrepiento de este amor, Argentina, 2016. Dirección: Lorena Muñoz. Guión: Lorena Muñoz y Tamara Viñes. Dirección de arte: Daniel Gimelberg. Dirección de fotografía: Daniel Ortega. Montaje: Alejandro Brodersohn. Dirección musical: Guillermo Bereslak. Intérpretes: Natalia Oreiro, Lautaro Delgado, Javier Drolas, Susana Pampin, Roly Serrano. Duración: 118 minutos.
Sin lugar a dudas esta biopic quedará en la historia del cine argentino, junto con Gatica: El Mono (1993), se me ocurre.