Que se presente una nueva película de Nanni Moretti siempre es un evento para festejar. Que vuelva a abordar el tema de la religión y el de la iglesia (no confundir), remite a su primera película estrenada en Argentina, Basta de sermones (La Mesa e Finita). Con menos desencanto, pero no por eso con menos filo, Moretti construye una serie de viñetas (que, es cierto, no siempre funcionan con igual eficacia) en las que la ironía y hasta la sincera sorpresa desnudan un mundo que por ridículo no deja de mostrar su costado perverso, regido por insólitas reglas de conducta y sistema de valores. La elección del Papa (Michel Piccoli) que duda en aceptar su designación y la entrada en escena de un psicoanalista para ayudar en esa circunstancia (el propio Moretti) dan lugar a grandes momentos en los que se muestran en paralelo las actividades que aquel psiquiatra emprende para matar el tiempo en su involuntario encierro en la Santa Sede (torneo internacional de vóley entre los prelados de los distintos países que eligen al máximo pontífice) y el deambular por Roma del Papa fugado (que da cuenta de su frustrada vocación actoral). Frente a la gestualidad de reminiscencias algo siniestras del actual Jefe de la Iglesia, la enorme y encantadora presencia de un Piccoli que expresa su convencimiento en cuanto a su falta de fortaleza para modificar de raíz lo construido sobre los cimientos que forjó San Pedro, complejiza lo que en otras manos podría haber sido un “film de denuncia”, al poner en el centro de la escena un personaje que provoca una ineludible corriente de ternura y empatía. Moretti nos deja imágenes e ideas inolvidables, en una línea menos subrayada que la de El Caimán (película injustamente atacada, a mi entender, sin embargo), mostrándose en plena forma y compartiendo su cosmovisión de consabido cascarrabias que tanto extrañábamos.
Yo no tengo fe Tras su exitoso y polémico estreno en Italia y su paso por la Competencia Oficial del Festival de Cannes, llega a la cartelera local esta nueva película como director y actor de Nanni Moretti. El film arranca con la compleja, tortuosa elección del nuevo Sumo Pontífice que Moretti describe con un gran respeto a las rituales y a la liturgia, pero al mismo tiempo con mucho humor. Finalmente, hay un elegido. Sin embargo, tras un ataque de pánico, el cardenal Melville (un inmenso Michel Piccoli) se resiste a enfrentar a la multitud que lo espera con ansiedad desde hace horas en la plaza San Pedro para escuchar sus primeras palabras y recibir la bendición. El prelado huye hacia las calles de Roma, donde recuperará experiencias que hace mucho no ha vivido, como su pasión por el teatro (La gaviota, de Chéjov, cumple un papel importante en la trama), u otras bastante más banales (viajar en colectivo o comerse una medialuna). Satirista consumado, el creador de Caro Diario, Aprile, La habitación del hijo (Palma de Oro en Cannes 2001) y El caimán combina situaciones muy realistas -hasta incluye imágenes de archivo de 2005- con otras llevadas directamente al grotesco, como la secuencia musical que tiene a la inconfundible voz de Mercedes Sosa de fondo cantando Todo cambia o cuando los cardenales son instados por el patético terapeuta que interpreta Moretti (sí, esta vez también se burla de los psicólogos) a participar en un torneo de vóleibol. Así, un poco en serio y bastante en broma (sabemos que con el humor se pueden decir cosas importantes sin caer en el subrayado), con la Capilla Sixtina reconstruida en los estudios Cinecittá y con el apuntado aporte del legendario Piccoli, Moretti propone una mirada muy personal, inquietante y provocadora sobre temas como la fe y las convicciones personales. Bienvenido este regreso de Nanni a los cines argentinos. (Esta reseña fue publicada con algunos cambios durante el Festival de Cannes 2011)
El juego del simulacro ¿Estamos preparados para los mandatos que nos tocan afrontar?. Esa es una de las preguntas que dispara la ingeniosa y original comedia del italiano Nanni Moretti, el mismo de Caro Diario. En esta ocasión, el cineasta se sumerge en el mundo de la Iglesia y del psicoanálisis. El Papa (Michel Piccoli) elegido en el cónclave sufre un ataque de pánico cuando está por aparecer por primera vez en el balcón de San Pedro para saludar a sus fieles. Este es sólo el comienzo de Habemus Papa, un relato alimentado por buenos diálogos, situaciones inesperadas y la confusión que se adueña de los cardenales y sacerdotes que lo rodean cuando sus asesores buscan la ayuda de un psicoanalista (Moretti) que quiere llegar al fondo de los miedos y la angustia del Pontífice. Con este esquema, se enciende el "juego del simulacro" con escenas realmente divertidas: el Papa escapa mientras todos piensan que sigue encerrado en su habitación para superar la crisis. No es casual que la trama traslade al personaje central al mundo del teatro, con La gaviota, de Chéjov, poniendo en primer plano el tema de los roles y actuaciones que hay que asumir en determinados momentos. El film, de gran belleza visual, nunca hiere sensbilidades y muestra la fragilidad del hombre común al que los fieles despositan su fe. En el relato también aparece Jerzy Stuhr como el vocero y una siempre correcta Margherita Buy (la misma de El hada ignorante) como la terapeuta que escucha atentamente al hombre sin saber que se trata del Papa recíen elegido. El film tene una secuencia que se apoya en un tema de Mercedes Sosa y entrega dosis de emoción que maneja con naturalidad gracias al expresivo rostro de Michel Piccoli y de un sólido elenco.
Papa dont preach ¿Qué sucedería si el Papa recién designado sufriese una crisis existencial y fuera asistido nada menos que por un psicoanalista? Bajo esa premisa Nanni Moretti arma la comedia Habemus Papa (Habemus Papam, 2011), y confronta los rituales religiosos de la Santa Iglesia al raciocinio del psicoanálisis. Sin embargo, lejos de imponer el triunfo de uno sobre otro, bucea en las incongruencias de cada postura. Muerto el Papa, los Cardenales se reúnen para afrontar la difícil votación de su sucesor. Una vez elegido, se anuncia la fumata blanca a la horda de fieles que espera en la plaza. El nombre del Papa sucesor (Michel Piccoli) es secreto del vaticano. Al momento de ser revelado, el nuevo Papa sufre un ataque de pánico que le impide darse a conocer. Esto produce un montón de pormenores inesperados: los cardenales no pueden salir del vaticano hasta que el Sumo Pontífice no salga al balcón de San Pedro, la llegada y reclusión de un psicoanalista (compuesto por el mismo Nanni Moretti) para solucionar el conflicto, la búsqueda de un doble para suplantarlo, y todas las consecuencias a posteriori. Parecen imposibles de fusionar pero Nanni Moretti lo logró: cuestiones de Fe con lógica psicoanalítica. En Habemus Papa hay un conflicto existencialista dentro del orden de lo sagrado. No se cuestiona la creencia religiosa sino que se ponen en jaque los motivos del accionar de la Iglesia Católica. Se los lleva a un plano humano, ontológico. Ahí radica la visión personal de Nanni Moretti sobre la Iglesia Católica. Y por supuesto, la comicidad que se desprende de ella. Los hechos traen como consecuencia la humanización de las partes, de los cardenales que rompen su seriedad haciendo deporte, de un guardia de seguridad que culmina con su rigidez ante la oportunidad de hacerse pasar por el Papa, del psicoanalista cuya lógica no aplica dentro del Vaticano y del mismo Sumo Pontífice, que confronta toda su Fe y creencias ante la responsabilidad ética y moral que el rol le impone. El foco de Habemus Papa está puesto en el sentido existencial de las acciones de los protagonistas, tengan las creencias que tengan, por ello quedan expuestos a una situación de encierro donde lo humano se revela y prevalece ante tanto ritual sin sentido. Lo vemos en la escena inicial, donde la procesión de cardenales entrados en edad, debe desplazarse por largas escaleras, o cuando el psicoanalista intenta llevar a cabo su práctica rodeado de personas. El aprisionamiento que sienten los personajes los lleva a reflexionar sobre su práctica y al espectador junto con ellos.
Cambia, todo cambia Tras varios años de ausencia detrás de cámaras, Moretti regresa en una producción un poco más ambiciosa y pretenciosa que las de sus últimas obras, pero al mismo tiempo más cínica, profunda y menos personal, en un buen sentido, que confirma su versatilidad tanto para el drama (ya lo había demostrado con la excelente La Habitación del Hijo) como su don para la comedia. Habemus Papa son tres películas en una. Por un lado nos cuenta la historia de un Papa, elegido en forma casi accidental (porque los favoritos no querían ocupar el cargo), que ni bien asume y comprende que debe enfrentar al mundo, tiene un ataque de pánico y ansiedad. El vaticano decide llamar a un psicoanalista que supuestamente es el más reconocido de Italia, pero que le traerá más inseguridades, y le recomendará que vea a su ex esposa, también su psicoanalista. Un par de preguntas de la misma son suficientes para que el Cardenal Melville (que parece una gran ballena blanca), toque fondo y decida escaparse al mundo “real”. Por otro lado, Moretti decide mostrarnos con más imaginación y humor que realidad acaso, la vida interna dentro del Vaticano: las reuniones, la elección, las costumbres, rutinas y protocolos. En vez de hacer una crítica corrosiva (aunque a muchos no les va a gustar tampoco esta mirada), que es lo que se espera de él, el director de Aprile, opta por una mirada complaciente, respetuosa y hasta naif. Humanista. Los cardenales parecen chicos totalmente absorbidos del mundo. El solo hecho de mostrarlos con dudas, miedos, inseguridades, es bastante cínico de su parte. ¿Para que tratar de hacer un alegato, una denuncia política para generar polémica si el objetivo del film es otro? O sea, Moretti quiere hablar de hombres, no de instituciones y ese es justamente el fuerte del film. La tercera historia, es la más descuidada y banal, aunque también podría haber dado pie a una subtrama que retratara las relaciones humanas: la del psicoanalista ateo que está atravesando una separación, no la puede superar y hace catarsis rodeado de los muros eclesiásticos con sus cardenales a través de un comportamiento soberbio y bobo. Este rol lo ejecuta, el propio director, que le viene como anillo al dedo y lo sabe de memoria. El problema es cuando toma mayor protagonismo del que debería esta subtrama, y no por los conflictos internos del personaje, sino por su comportamiento soso e infantil. Mucho se ha comparado a Moretti con Woody Allen. Entiendo el por qué aunque no lo comparto del todo, más allá de que es cierto que tanto Allen como Moretti en sus propias películas no puede dejar de interpretar personajes con tintes autobiográficos, que expresan sus comportamientos, ideas y visiones del mundo, con algo de autoparodia y guiño a los espectadores que los conocen. Pero, lo que creo que más comparten son gustos estéticos y dilemas existencialistas. De hecho, no sería muy desacertado comparar Habemus Papa con Crímenes y Pecados, donde Allen se guardaba para sí el rol más divertido, crítico y banal, y dejaba al gran Martin Landau a cargo de un personaje que debe convivir con dilemas morales. En este caso, Moretti pone sobre los hombros del inmenso y jovial Michel Piccoli, el aspecto más interesante de la obra: ¿puede un hombre de fe, dudar de ella en el momento más importante de su vida, cuando debe transmitirla a los demás? El recorrido que atraviesa el Santo Pontífice, observando las calles de Roma, a la gente, redescubriendo su verdadera pasión y vocación, se convierte en un verdadero análisis del ser y de observación muy similar al que realizara Mr. Chance (Peter Sellers) al comienzo de Desde el Jardín. Entre fascinación y reflexión entendemos el comportamiento interno del personaje en apenas unas expresiones sutiles que lo dicen todo. Por eso lo de Piccoli no es mágico, sino milagroso. Cada escena de uno de los actores preferidos de Buñuel y Ferrari es un verdadero deleite. Moretti pone la cámara en función de cada mínimo gesto. Un primer plano de Piccoli dice más que todos juntos del propio Nanni. Si bien es muy simpática y empática la mirada sobre los demás cardenales, la guardia del vaticano, protocolos y costumbres, hoy en día, bastante inútiles, es la subtrama del psicoanalista que no funciona. No solamente porque podría haber sido mejor explotada, sino porque además tapa a la del cardenal Melville. No por esto no deja de ser divertido el punto de vista, porque le da la oportunidad al director de burlarse de si mismo, de la psicología y particularmente de la soberbia de los psicólogos, con sus términos y métodos, alabando el poder del arte y especialmente del teatro como medio para salir adelante. Pero no logra funcionar en su totalidad esta sátira, acaso por la ambición del director de contar demasiado en poco tiempo. De esta forma, es más efectiva y directa la burla hacia los periodistas, el rol que ocupan los medios de comunicación y, sobretodo, los opinólogos (si sabremos de esto los argentinos, que de paso estamos bastantes presentes en la obra con banderas y número musical incluido). Visualmente se trata de una de las obras más meticulosas de Moretti. Una puesta en escena barroca, donde los curas reproducen, por momentos, pinturas del siglo XVIII. Se presta mucha atención al poder de los colores rojo, blanco y negro dentro de la institución. También vale la pena destacar un gran elenco secundario con Margherita Buy, Jerzy Sturh y Renato Scarpa a la cabeza. Aun, con algunos puntos débiles pero un final impactante y devastador, Habemus Papa, es una obra delicada, inteligente y sublime. Introspectiva, pero a la vez entretenida y muy divertida, Moretti confirma su sordidez como narrador, observador y crítico, no solamente de las políticas de derecha, sino también del ser humano. Mientras que Piccoli, sin duda, logra la interpretación del año.
Medidas desesperadas Tenía mucha expectativa de la llegada de "Habemus Papam" a la Argentina. Todos conocemos a Nanni Moretti ("La stanza del figlio" y "Il caimano", los que más me gustaron) y su ironía y habilidad para retratar algunas cuestiones sociales, familiares y juveniles. Su estilo roza el sarcasmo en gran parte de su obra y la impresión que tiene el espectador es fresca, intensa y satisfactoria al acceder a su filmografía. Aquí veremos una película divertida y ácida acerca de un hombre (bue, no "cualquier" hombre, sino un alto funcionario de la Casa) ungido Papa, a quien la responsabilidad lo desborda de tal manera que pondrá en jaque el destino del Vaticano con una particular huída. Film, debemos decir, que no cuestiona los dogmas de la Iglesia, sino que explora cómo ciertos grupos e instituciones en crisis resuelven cuestiones delicadas referentes a su funcionamiento. Moretti arranca con los funerales del anterior Papa (buenas imágenes de archivo para esto) y atrae desde lo visual por su bella fotografía de la situación. Este será uno de los puntos fuertes del film, el trabajo de reconstrucción de los pasillos del Vaticano es excelente y nos sumerge de lleno en la historia. Hay que elegir sucesor y parece que nadie tiene muchas ganas de convertirse en la máxima figura de la Iglesia Católica. Luego de las consabidas ruedas de elecciones, (muy bien recreadas) surge el nombre del sucesor: el cardenal Melville (Michel Piccoli). El problema es que, a poco de ser electo, el nuevo Pontífice sufre un ataque de pánico justo antes de dirigirse a la multitud que espera en la plaza, por lo que el conciábulo de asesores decide traer a un psicoanalista para que ayude al Papa a superar sus dificultades. Claro, el hombre que llega es el mismo Moretti, en la piel del hombre que estudia la mente humana, encargado de traer equilibro a la delicada situación. Pero claro, en esa vuelta, Melville es llevado a ver a otro profesional, fuera del Vaticano y luego de una buena y cálida sesión de terapia, decide burlar la seguridad y escaparse, a caminar un rato y a reflexionar sobre la vida... De más está decirles el soberano lío que se arma en el Vaticano cuando se dan cuenta de lo sucedido. Es ahí cuando el psicoanalista deberá agudizar su ingenio para contener al grupo de cardenales y pensar en estrategias que descompriman la presión grupal mientras reaparece el perdido líder. Mientras, el flamante Papa anda suelto por las calles de Roma buscando cumplir algún viejo anhelo y redescubriéndose como ser humano. "Habemus Papam" es una película bien pensada, honesta y curiosa. No elige un tono estridente para preguntarse el porqué este hombre se niega a ser el representante de Dios en la Tierra (según la doctrina religiosa correspondiente), sino que pone la cámara para seguirlo y descubrir sus aspiraciones e intereses en su condición más simple: la de ser un hombre de fe enfrentado a una tarea titánica, representar a un nutrido rebaño. Moretti está tan interesado en que quede claro su posición que hasta decide protagonizar el film, para que a nadie le quede duda que ese psicoanalista que interpreta, es su alter ego jugando a mover las piezas en el mismo escenario donde transcurre la acción. Y si bien ve a la Iglesia y a sus miembros como rígidos y ritualistas, también los rescata en su dimensión social y humana, en situaciones donde ellos dejan de lado la solemnidad de sus roles y se predisponen a elaborar su angustia por el líder formal que los ha abandonado. Quizás algunos colegas piensen que el registro del film podría haber sido mucho más irónico de lo que es, y coincido, que en manos de otro director, esto podría haber sido así. Me parece que, a diferencia de otros trabajos de este cineasta, este es súper accesible para el gran público. Es ameno, simpático y entretenido. A todos los católicos (practicantes o no) les interesa curiosear en los momentos en los que la Iglesia Católica elige sucesor, así que partiendo de ese gancho, el director nos conduce a un relato emotivo y ligeramente sarcástico sobre la manera en que algunas elecciones llevan tiempo para ser asimiladas. Muy buena película, directa y atractiva a todas las luces...
La representación del poder El film del autor de Caro diario es una sátira ácida aunque emotiva, en la cual un cardenal sufre una crisis de confianza cuando resulta elegido Papa. Pero no se trata de un personaje de comedia, sino de un agonista plenamente consciente de su condena. Estrenado en Italia en abril pasado, pocos días antes del revuelo mediático que provocó la súbita beatificación de Karol Wojtyla, el nuevo film de Nanni Moretti no tardó en encender la polémica. Hasta tal punto que algunos columnistas de la prensa vaticana llamaron inmediatamente a boicotear la película, aun sin haberla visto, como es su costumbre. Pero sería un error leer Habemus Papam como una invectiva contra la Iglesia Católica, a pesar de la libertad y el humor con que Moretti trata los rituales del Vaticano y el cónclave del Colegio Cardenalicio. Se trata, más bien, de una reflexión sobre la responsabilidad del poder, que –un poco a la manera del último cine de Roberto Rossellini– se interroga por los motivos profundos que pueden mover a un hombre a ejercer una investidura para la cual quizá no se siente preparado. Sátira ácida pero no por ello menos emotiva, Habemus Papam plantea la hipotética situación de un cardenal que, al ser elegido papa, sufre una crisis de confianza y se resiste a asumir el cargo, conmoviendo no sólo al Vaticano sino a todo el mundo católico en general. De hecho, el film de Moretti comienza con imágenes de archivo, tanto del funeral de Juan Pablo II como de la plaza de San Pedro repleta de fieles, esperando la famosa fumata blanca que indica la elección de un nuevo papa. A partir de ese contexto, el film se interna en el cónclave cardenalicio e imagina lo que puede suceder allí dentro, a puertas cerradas, comenzando por un inesperado corte de luz, que provoca la caída de un purpurado, que no puede evitar pisar su propia sotana. Basta con que arranque el recuento de votos para que el film se introduzca en los rezos internos de los cardenales, que revelan sus dudas y temores: “Que no me toque a mí, que no me toque a mí...” es el transido coro que sale de sus conciencias. En una segunda fila, el cardenal Melville (un Michel Piccoli que parece nacido para este papel) luce tranquilo, ya que no es uno de los favoritos. Hasta que de pronto –¿por un raro designio divino?– resulta sorpresivamente elegido papa. Basta que todos sus pares se prosternen ante él para que empiece a correrle un sudor frío por la espalda. Y cuando llegue el gran momento de salir al balcón y dirigirse a la multitud de fieles que esperan su palabra en la plaza, sufrirá en la antecámara un violento ataque de pánico escénico, y de su garganta apenas surgirá un grito primal, cargado de angustia. Ante semejante crisis, el vocero papal (a cargo del polaco Jerzy Stuhr, rostro habitual en el cine de Zanussi y Kieslowski) no tiene mejor idea que convocar a un psicoanalista, para que ayude a Su Santidad a superar el bloqueo. Interpretado por el propio Moretti, el psicoanalista descubre que no sólo no está autorizado a tener una entrevista a solas con su paciente (todo el Colegio Cardenalicio debe presenciar la sesión), sino que tampoco puede, obviamente, preguntar nada que tenga que ver con el sexo, ni con la madre, ni con traumas de la infancia. Para peor, el analista será recluido forzosamente en el Vaticano, porque nadie debe saber lo que sucede allí dentro. Mientras tanto, el Papa renuente logra escapar al mundo exterior y disfrutar fugazmente de su anonimato por las calles de Roma, al tiempo que se pregunta cómo resolver el dilema del cual sólo él puede asumir la solución. Hay momentos simpáticos y otros verdaderamente graciosos en Habemus Papam, como cuando el psicoanalista Moretti organiza un campeonato de voley entre los purpurados o, forzado a leer el único libro del cual dispone en su habitación (la Biblia, por supuesto), encuentra ya en la Sagradas Escrituras un parágrafo que a su entender es una descripción clínica de la depresión. “Pura deformación profesional”, lo desmiente escéptico un cardenal. Pero hay también auténtica emoción en el proceso interior que recorre el personaje de Piccoli, quien recuerda que alguna vez quiso ser actor, que es capaz de citar de memoria pasajes enteros del melancólico teatro de Antón Chéjov y que se siente feliz de sumarse a una troupe teatral y presenciar el estreno de La gaviota, del cual lo arranca la colorida Guardia Suiza que vela por su seguridad. Al no referirse a ningún papa en particular y, a la vez, al tomar como protagonista a una autoridad máxima, que tiene una investidura a la vez humana y divina, Habemus Papam se pregunta ante todo por las formas que asume la representación del poder, por los modos de relacionarse con la realidad, por las palabras y categorías de pensamiento con las cuales abordar el fragmentario mundo contemporáneo. A diferencia del psicoanalista de Moretti, el cardenal Melville no es un personaje de comedia sino un agonista que, abrumado por sus pensamientos (“tengo una suerte de sinusitis mental”, confiesa), es plenamente consciente de su condena. El final del film, sin embargo, se permite un curioso soplo de optimismo, no sólo por la inesperada decisión que toma Melville sino también por la canción con la que Moretti hace bailar a todo el Congreso Cardenalicio: “Todo cambia”, en la versión de Mercedes Sosa.
La irónica polémica papal El cine del realizador italiano Nanni Moretti se caracteriza por tener un enclave irónico característico, creando obras de gran denuncia social en las que incumbe a trascendentes figuras públicas como lo hizo con el político y empresario Silvio Berlusconi en El Caimán; en su nuevo film Habemus Papa, el centro de la sátira será el icono de la Iglesia Católica. Esta nueva película narra como el Papa recién elegido (Michel Piccoli) se siente imposibilitado de asumir tal cargo y las responsabilidades que este conlleva; debido a la crisis que esto provoca, el Vaticano hará todo tipo de intentos para poder revertir la situación, para lo que llaman a un reconocido psicoanalista, que es interpretado por el mismísimo Moretti. El relato de Habemus Papa esta caracterizado por un humor ácido y provocador hacía el imperio eclesiástico, acerca de sus decisiones y costumbres como el quiebre que provoca que el elegido no este preparado para asumir el lugar que le fue otorgado. Será muy entretenido como Moretti propone el contraste entre su personaje y el de los cardenales o en el plano ideológico con la doctrina darwiniana y la religiosa; todo esto irá sucediendo ya que todos deberán quedarse encerrados hasta que se devele el secreto y se produzca la asunción del pontífice. El film transcurre en dos tramos paralelos, mientras el Papa se fuga y escapa de sus responsabilidades, los cardenales y el psicoanalista tratarán de pasar el tiempo con juegos y discusiones existenciales hasta que supuestamente el Papa se decida a salir de su habitación, ya que fueron engañados y no saben que éste ha huido. Es muy interesante como Moretti construye el hilo narrativo en tanto a estas dos situaciones y como va cimentando el espectro de cada uno de sus personajes, que siempre manteniendo el tono irónico hace que la narración sea muy llevadera, teniendo mucho que ver la excelente estructura propuesta por el guión. Otro punto saliente del film es la gran actuación de Piccoli, el actor de 85 años demuestra que sigue intacto (ya lo había hecho año atrás en la magistral Belle Toujours de Manoel de Oliveira) reflejando tanto la locura, la presión y los deseos que expresa el hombre por sobre el Papa, sus gestos y movimientos relucen en una caracterización destacada para representar a un personaje complejo. Atrás no se queda Moretti, quién demuestra que a parte de ser un gran realizador es un gran actor cómico y el papel que le toca, el del excéntrico profesor, lo representa de gran manera. Habemus Papa es una nueva gran obra de Moretti que mantiene la intensidad a largo de todo el film y expone una sugestiva ironía del poder, dejando una compleja polémica para pensar en la hegemonía del Vaticano y las diferentes ramas del pensamiento eclesiástico.
Las vueltas de la fe Las películas de Nanni Moretti siempre contuvieron algún elemento inesperado, inconformista, corrido de las expectativas del espectador. Ya sea por la vena política, por la audacia formal, por el uso de diálogos, de cámara, de personajes, de música, cada estreno suyo ha generado repercusiones. Ahora que los años pasaron, que el reconocimiento es general (con La habitación del hijo, en 2001, ganó la Palma de Oro en Cannes y fue nominado al Oscar como mejor película extranjera), las cosas parecen haber cambiado, pero no tanto. Las películas de Moretti ya no tienen esa apariencia inestable, fragmentaria, ágil que tenían sus primeras obras. El Moretti de madurez se ha acercado al clasicismo narrativo, con historias lineales, narradas con tiempos acompasados, sin saltos ni sobresaltos, con coherencia. Habemus papam sigue esta línea que abrió La habitación del hijo, y a eso le suma un tono de comedia ligera, con chistes sobre curas y una superficie colorida y brillante. Habemus papam es una película de apariencia amable. Lo inesperado de esta nueva película de Moretti, entonces, parece ser la ausencia de esa postura abiertamente política (que había llegado hasta El caimán), de ese comentario sobre el mundo, una serie de parámetros y motivos que habíamos encontrado en su obra desde los comienzos. Cuando Moretti anunció el tema de su nueva película (un cardenal es elegido Papa, pero al momento de asumir el cargo sufre una crisis y no puede hacerlo; el Vaticano, entonces, se va obligado a llamar a un psicoanalista para que lo trate), habida cuenta de las opiniones abiertamente anticlericales y ateas del director, que Habemus papam sería un ataque frontal (como en El caimán Moretti había arremetido contra Berlusconi en una película que se estrenó la semana anterior a las elecciones) contra la Iglesia, el Vaticano, la fe (estructuras todavía muy fuertes en Italia y en el resto del mundo), todo aquello con lo que, sabemos, Moretti no está de acuerdo. Pero no fue el caso. Buena parte de Habemus papam transcurre dentro del Vaticano, pero no trata el tema del Vaticano y todo lo que implica. El Vaticano es, más bien, la excusa perfecta para el juego. En vez de criticar abiertamente o parodiar las estructuras y convenciones de la Iglesia, Moretti se vale de ellas para construir gags impecables, de trazo simple. Una vez que es llamado al Vaticano, el psicoanalista (interpretado por Moretti) se ve obligado a permanecer encerrado con el resto de los cardenales en el cónclave, hasta que se resuelva el problema del nuevo Papa. Entonces, lo que tenemos es a Moretti enjaulado, esperando. El argumento (la elección del Papa, su crisis), parece existir en esta película solo en el principio y en el final. El resto, el centro, el cuerpo de Habemus papam es solo encierro y crisis. Sobre ese encierro de convenciones rígidas (estamos dentro del Vaticano), Moretti se dedica a construir chistes sobre curas, torneos de voley, charlas. Pero esta apariencia sencilla convive con la crisis del nuevo Papa (interpretado por Michel Piccoli), que de pronto debe lidiar con algo que lo supera (tanto la elección para Papa como la crisis que desata esta elección). Este es el costado angustiante de la película, que tiene representación cabal, que convive con la parte ligera, que se adueña de los momentos musicales (siempre fundamentales en una película de Moretti). Es cierto que en su nueva película Moretti no se dedica a atacar aquello que cree que tiene que cambiar en el mundo, pero ese no es su objetivo . Habemus papam (a pesar de la dimensión global del tema) es una película ínitma, como lo había sido La habitación del hijo. Los caminos de Moretti, nuevamente, han cambiado. A los gritos del viejo Michelle Apicella (protagonista de las primeras películas de Moretti) se opone ahora Habemus papam con sus largos silencios, sus gags físicos, su construcción prolija. No es lo que nadie esperaba de Moretti, pero es una maravilla.
De los rituales. Habemus Papa: el psicoanalista del Papa comienza con imágenes de archivo de la vigilia, en la Plaza San Pedro, por la elección del nuevo Papa en 2005. Desde ese inicio, colorido y fervoroso, se indica que esta será una historia de espera y de rituales. La película argumenta con coherencia su tesis: la liturgia del cónclave es detallista; el plano del peregrinar solemne de los cardenales se abre para mostrar en una, casi, perfecta simetría, el amontonamiento de periodistas que espera una palabra mientras relatan un acontecer plagado de nada; el humor, entre cínico y sutil, queda inclinado hacia ese sector, siempre ridiculizado y en contraste con la gravedad religiosa. La ceremonia de votación va dejando entrever que la severidad que segundos antes veíamos, poco a poco irá desliéndose hacia una ligereza ingenua, hacia un tono con mayor anclaje en el humor y una liviandad que permitirá abordar temas más profundos sin subrayados groseros. Una vez que todos los cardenales “favoritos” eludan el compromiso de ser elegidos (notable la escena de los pensamientos) el cargo recaerá en el cardenal Melville (Piccoli, enorme, o de cómo se dice todo con la mirada). Un detalle pone el punto en el problema por venir: tarda en decir que sí, segundos, los suficientes para que se lo presione “amablemente”. Más tarde, el último botón de un cuello abrochado ahorcará más que la garganta de ese pobre cardenal. Su santidad, de hecho, va a tener un ataque de pánico minutos antes de salir al balcón para saludar a la gente. No parece ser la fe la cuestionada, sino la responsabilidad. Saber que de ahí en más no habrá “exterior” (que no es otra cosa que el eufemismo con el que llaman dentro del Vaticano al mundo que los rodea) y que el teatro de representaciones que se le viene por delante es bastante menos atractivo que el que él solía amar. Ante tamaño descalabro en una estructura no acostumbrada a la sorpresa, el ridículo (bien entendido) hace nuevamente su entrada de la mano del propio Moretti como “el mejor psicoanalista” que deberá atender al Papa, tarea que apenas se concreta, pero por la cual deberá cortar todo contacto con el exterior. En ese punto de la trama, promediando la película, la espera se torna palpable: en una salida de incógnito, el cardenal Melville, vestido de civil, se escapa por las calles de Roma. Así, el futuro Papa vaga por el exterior como cualquier hombre, en un redescubrimiento del acontecer cotidiano y banal; mientras, el psicoanalista queda encerrado junto con todos los cardenales a la espera de que el Papa desaparecido salga de una habitación en la que, claramente, no está. Habemus Papa desdobla su atención entre Piccoli y Moretti. En el mundo de los rituales que cruza toda la película entra el placer por lo lúdico; el Papa juega a ser actor en búsqueda de un sentido para el futuro que le espera, quizá recobrando su pasado. El psicoanalista organiza un torneo de voley entre los cardenales para paliar el aburrimiento. Habemus… abandona el retrato de la organización para centrarse en el de los hombres incluso apelando a momentos que de tan inverosímiles resultan desopilantes; momentos por los que se cuela un humanismo extraño, mezcla de ternura con sarcasmo, como escuchar a Mercedes Sosa cantar Cambia todo cambia en el exacto lugar en el que se supone que nada cambia. Moretti nos regala una hermosa comedia hilarante, triste y melancólica. Pocos pueden navegar por la antítesis con tanta soltura y naturalidad. Hay crítica a una cierta parafernalia absurda que domina toda estructura burocrática, pero también hay una cierta candidez y un dejo de esperanza en la mirada a ese hombre de apariencia simple y bonachona. Quizá por eso mismo es que Moretti le regala al cardenal Melville un final abierto, sorpresivo, cerrando con una optimista (en especial para los que no somos creyentes) irrealidad un marco que había comenzado con imágenes reales, históricas, como si el viaje por los rituales y las ceremonias pudiera dar un vuelco al final.
Habemus Papa (que para su estreno local perdió insólitamente la "m" final del título original en latín) es una película compleja, inquietante e incómoda para los adictos a las etiquetas y las respuestas fáciles. Su artífice, identificado con las posturas históricas de la izquierda italiana, tal vez no sea un hombre de fe, pero sin dudas es un moralista. Por eso sabe escapar de los prejuicios al interrogarse sobre el poder, cuál es el mejor lugar que cada uno podría encuentra en su afán de transformar la realidad y cómo se distorsiona esa posibilidad a partir de un manejo liviano y superficial de las responsabilidades. Como en toda su obra, Moretti no necesita recargar la densidad de los cuestionamientos: tiene la rara habilidad de suavizar los planteos más profundos con la genuina ligereza de una comedia satírica, pero jamás irreverente. El cardenal Melville (un admirable Michel Piccoli) es investido con una responsabilidad que no esperaba: la de ser elegido Sumo Pontífice. Como todos sus pares, Melville llegó a Roma para participar en el cónclave del que surgirá el sucesor del papa que acaba de fallecer. El mundo entero está, fuera de los muros del Vaticano, a la espera de esa noticia. Adentro, la mayoría de los candidatos se encomiendan a Dios para ser liberados de ese compromiso. A Moretti no le interesa dar las razones de ese comportamiento. Tampoco se propone dejar constancia expresa de las razones por las cuales le toca a Melville ser designado. Con una puesta rigurosa y visualmente irresistible, además de un firme pulso narrativo, Moretti prefiere concentrarse en la perplejidad de Melville, en las cavilaciones y dudas -profundos valores cristianos, al fin y al cabo- de un religioso que cree en su misión, pero siente que las obligaciones de su nuevo papel están fuera de su alcance. A la vez, el director se reserva delante de las cámaras el papel de un exitoso psicoanalista, convocado casi como último recurso para convencer al remiso purpurado, deje tranquilos a todos y contribuya al retorno del equilibrio. Apoyado en la voz de Mercedes Sosa, que entona "Cambia, todo cambia", el Moretti director lleva a Melville de regreso en ese mundo del que se distanció por el lugar que ocupa dentro de la jerarquía. Y a la vez, en un divertido intercambio de roles, el psiconalista termina encerrado en el Vaticano junto a los cardenales. Desde allí, el personaje del Moretti actor parece sugerirnos que los rituales del poder no son más que un juego y que las responsabilidades deberían considerarse y asumirse sobre todo a partir de un profundo conocimiento interior y una convicción de la que surgen las auténticas decisiones trascendentes.
Hombres de mucha fe Nanni Moretti es el analista de un Papa que no quiere asumir. La relación entre un paciente y su terapista es siempre particular. Unica. Ahora, si el psicoanalista no es creyente y a quien tiene enfrente es el mismísimo Papa la cosa se torna completamente singular. Habemus Papa (aquí en la Argentina sin la “m” final que corresponde poner en latín, por el “Tenemos Papa”) es más que el vínculo entre el psicoanalista (Nanni Moretti) que llaman desde el Vaticano con desesperación cuando el cardenal Melville (Michel Piccoli) entra en crisis al ser elegido Sumo Pontífice y no quiere ni siquiera asomarse al balcón a la Plaza San Pedro. Moretti, como director, ofrece una sola y extensa escena en la que ambos personajes están sentados, uno frente al otro, con todos los cardenales rodeándolos. Es que al escepticismo de los prelados hacia el psicoanálisis, claro, se le suma la incertidumbre de qué pasaría si el Papa no asumiera como tal. Los designios del Señor son insondables. Moretti toma a todos sus personajes –básicamente los cardenales, el vocero del Vaticano, su personaje y el de su esposa, también analista- y los muestra desde una mirada entre benévola y condescendiente. No está en contra del Vaticano, y prefie re exponer a los cardenales tal cual son, como humanos con sus defectos y bondades, en un campeonato de voleibol en un patio del Vaticano... Decididamente en tono de comedia –pero en la modulación y el matiz que el director de Caro diario sabe imprimirle a sus filmes-, la película comienza con los funerales de un Papa (las escenas corresponden al de Juan Pablo II) y el ingreso de los cardenales al encierro hasta que haya fumata blanca y elegido al sucesor. Allí, todos al escribir el nombre de quien postulan sea el Papa, piden “Qu no sea yo, Señor, te lo ruego”. Moretti no se gasta en explicar por qué termina siendo elegido Melville cuando ni siquiera figuraba entre los favoritos (otro designio divino) y poco le importa, ya que su filme no es sobre los manejos del Vaticano si no sobre cómo un hombre puede advertir sus limitaciones y decidir no hacer aquello para lo que no cree estar preparado. Y para cuando el Papa aproveche una visita a Roma para fugarse, el enredo ya estará listo. Michel Piccoli está realmente espléndido. Tanto cuando sólo debe musitar alguna frase (“Dios ve en mí habilidades que yo no tengo”, o al escuchar “No quiere ser el Papa”, que argumenta el analista, y su personaje le responde “Ya soy el Papa”) como con sus gestos contrariados y de niño perturbado, que ansía refugiarse en el teatro -le gusta la actuación- para encontrarse a sí mismo. ¿O su salvación? La contraposición entre el psicoanálisis y la fe (“El concepto de alma y subconsciente no pueden coexistir”, le avisan al analista) es un punto alto del filme. “En la Biblia se habla de la Depresion, están los sintomas: sentimiento de culpa, pérdida de peso, pensamientos suicidas...”, le hace decir al analista. Poco después, con el Papa deambulando en Roma, en el torneo de voley en el patio del Vaticano, todos aplauden a los pobres curas de Oceanía, cuando finalmente consiguen un punto. Eso, y la escena en la que se escucha (y bailan) Todo cambia , en la voz de Merecedes Sosa, pintan en claro sobre qué va el filme.
Para pensar y también sonreir Para algunos el filme no cumple con lo que prometía la notable y original primera parte. Pero Nani Moretti logra aggiornar típicos elementos de la clásica comedia neorrealista italiana. Melville quiso ser actor. La vida lo hizo sacerdote. La fe tuvo mucho que ver en la elección. ¿Quién sabe si no pensó? en la iglesia como un refugio a su frustración o si la fe lo encaminó a la oración y el aislamiento. Suponemos que Melville tenía un destino elegido y creía que la vida seguiría siendo igual, sin demasiados cambios. Nunca pensó que la elección de los cardenales lo abrumaría de esa manera. Nunca pensó que lo elegirían Papa. Será por eso que Melville sufre un ataque de pánico cuando el cónclave lo designa sucesor del trono de Pedro. Nanni Moretti, ese "chico terrible" de "Caro Diario", o "Aprile", cuestionador permanente, decidió poner la mirada en la Iglesia y su mundo. Pero no lo hace, de ningún modo, cuestionando dogmas de fe, sino ciertas acciones de la iglesia y algunos razonamientos que chocan con el racionalismo psicoanalático. Y lo refleja en un diálogo inicial, confrontando un representante de la Iglesia y el psicoanalista llamado en ayuda del Papa en emergencia. Eso sí, partiendo del concepto "alma e inconsciente no pueden existir". EXEQUIAS PAPALES Los mejores momentos del filme están centrados en la primera parte, donde a la magnificencia de las exequias papales (documentales de la muerte de Juan Pablo II) se une la liturgia que precede una elección papal y las agudas observaciones e imágenes del cónclave electoral, sumado a las particulares características de los cardenales y el encargado del protocolo eclesiástico, una destacada actuación del actor polaco Jerzy Stuhr. La aparición de Nanni Moretti como el psicólogo, dispara algunos diálogos filosos, pero deja con las ganas al espectador por asistir a la terapia papal, más allá de la divertida escena de la mínima conversación con el prelado, frustrada por una multitud de atentas orejas cardenalicias Moretti a esta altura, elige un rumbo más orientado a la observación costumbrista, que a las profundidades que preanuncian la formidable actuación de Michel Piccoli. NEORREALISMO Así el instante que parece aludir a una interioridad futura en el conflicto (escena del Papa en el autobús hablando consigo mismo) deriva en anécdotas que lo involucran en panaderías, hoteles y su relación con una compañía ambulante que representa a Chéjov. "Habemus Papa" para algunos, no cumple con lo que prometía la notable y original primera parte. Pero Nani Moretti logra aggiornar típicos elementos de la clásica comedia neorrealista italiana. El partido de voley, el guardia gordinflón agitando entusiasmado la cortina en la habitación papal, los cardenales bailando al ritmo de "Todo cambia", la voz de Mercedes Sosa, dignos del neorrealismo de Vittorio de Sica de "Milagro en Milán", valen el filme, sumado a ese capo lavoro de Michel Piccoli, a sus ochenta y cinco años. La esencia de la película está en esa canción del chileno Julio Numhauser, fundador de los Quilapayún y parece recordar a la Iglesia que es buen momento para realizar algunos cambios.
Responsabilidades y mandatos divinos La nueva obra del director italiano Nanni Moretti se propone unir elementos de comedia con grotesco y realismo, ya que el punto de partida es presentar a un Papa recién elegido que sufre un inesperado ataque de pánico. Transcurrida más de la mitad de la película se produce una escena curiosa: el psicoanalista que interpreta Nanni Moretti, rodeado de cardenales preocupados por la ausencia del Papa, recorre las instalaciones del Vaticano observando su fastuoso poder económico. Pero la escena dura poco, algo más de un minuto, ya que el psicoanalista saluda a los clérigos, hace un par de comentarios y mira, sólo mira a su alrededor. En ese pequeño momento de Habemus Papa se declara el punto de vista, la delicada mirada de Moretti sobre la riqueza del Vaticano; sin embargo, se trata sólo de un instante, meramente visual, alejado de una opinión voraz y del estilo anarco que se preveía en el actor y director. Es que se está frente a una película donde no se articula un discurso sobre la religión, sino frente a una original visión que invade el riesgoso tema de la responsabilidad que le corresponde a Mélville (Michel Piccoli, extraordinario), el nuevo Papa que duda sobre el mandato de dirigir a millones de fieles en el mundo. La primera parte de la película se ubica entre lo mejor que hizo el autor de Caro diario, Aprile, Palombella rossa y la sobrevalorada La habitación del hijo. Pletórica de detalles, con Mélville ubicado en segundo plano hasta que inesperadamente se lo nombra Papa, Moretti narra con un marcado suspenso la elección del clérigo. Luego vendrán los ataques de pánico, la llegada del psicoanalista (muy divertida resulta la primera sesión “en conjunto”) y la huida del papa por la ciudad, dispuesto a recorrer momentos más terrenales que aquellos que le esperan. Mientras tanto, el psicólogo, a diferencia del Papa que pasea por la ciudad, comienza a sentirse cómodo en las instalaciones del Vaticano. Y se sentirá tan habituado a su nuevo hábitat que propondrá que los cardenales jueguen un campeonato de vóley, momento en que la película alcanza un inusitado y bienvenido tono absurdo. Moretti apuesta fuerte en su última película pero no necesita provocar excesivos malestares en los creyentes más fervorosos. La película va para otro lado, ya que se ubica en el personaje de Piccoli saboreando algún placer cotidiano que tal vez no vuelva a disfrutar con tanta responsabilidad que le espera. Y aparecerá el teatro, específicamente una puesta de La gaviota de Chéjov, para que Mélville resuelva qué hacer de su destino. Mucho se ha comentado sobre la escena donde se escucha la voz de la Negra Sosa en la versión de 1984 de Todo cambia, que disfrutarán los clérigos en un momento de recreo casi surrealista. Desde el punto de vista dramático, la escena funciona como un cortometraje dentro de la película, acaso ajena al clima irónico y respetuoso –al mismo tiempo– que describe buena parte de la historia. Es que la libertad le pertenece a Mélville y solo él decidirá qué hacer al final, ya ubicado en el balcón religioso, frente a los miles de fieles que esperaron su aparición durante un par de días. Y allí se resolverá el dilema moral del atribulado Mélville.
¿Qué puede pasar si el nuevo Papa entra en estado de pánico y no quiere asumir su nuevo rol? Siempre es un gusto ver un filme de Nanni Moretti. Hay directores que logran cautivar a su audiencia hagan lo que hagan, más allá de que sus obras sean perfectas o no. Y “Habemus Papa” es una película especial, divertida, amena, entretenida y políticamente correcta porque evita caer en lugares y opiniones comunes y arma una historia que hasta su director dice que puede ser aplicada a otras situaciones. Y he aquí un gran acierto. ¿Quién no ha tenido cierto interés por saber qué pasa tras puertas adentro cuando muere un Papa y se debe realizar el cónclave? Monetti ha sido uno y a pesar de ser ateo, decidió recrear esta historia respetando los ritos y la liturgia que exige el evento original. Pero buscando otra manera interesante y tragicómica de mostrar que las obligaciones están atadas a decisiones personales, deseos y objetivos que cada ser humano posee, sea un Papa o un simple psicoanalista. Y he aquí otra cara de esta historia, he aquí otro acierto. Un cardenal ha sido declarado Papa y en el momento de salir al balcón de San Pedro para saludar a sus fieles que lo han estado esperando durante todo el cónclave, entra en estado de pánico y no quiere asumir su nuevo papel. Entonces aparece el propio Monetti en acción, al que contratan para ayudar al Sumo Padre. Un profesional sumamente reconocido, que es el mejor en lo que hace y que además es ateo. Si bien trata de lograr cierta transferencia con su paciente, poco puede obtener al estar rodeado de todo los cardenales que acompañan al nuevo Pontífice. Ante la impotencia de ambos por lograr sus objetivos, Melville (el nombre del Papa-interpretado por un genial Michel Piccoli-) se escapa del Vaticano para poder comprender por sí mismo sus miedos, su pasado, su presente y su futuro. Caminado por las calles de Roma podrá recuperar una libertad, su memoria y su destino. Mientras, quien ha sido contratado para ayudarlo ha quedado retenido momentáneamente en el Vaticano, dado que no puede salir al exterior hasta que se anuncie el nuevo Padre. Si uno está aislado dentro de un mundo que desconoce y no cree; el otro sale a reconocer un mundo que ya no le parece propio pero que aún cree en él. El resto de cómo el psicoanalista logra entablar un vínculo con los cardenales, logrando así cierta comodidad con ese mundo que no le es propio., a través de motivar a los todos los miembros del cónclave que mientras el Papa se recupera pueden armar un campeonato de voley, es algo bizarro y naif que permite al propio Moretti construir su historia sin involucrarse con cuestiones políticas y religiosas. Claro en su mundo, hasta los sacerdotes pueden aburrirse e incluso, pueden fomentar ciertas conductas competitivas sin alterar sus convicciones o creencias. Dos mundos tan lejanos como el psicoanálisis y la religión en “Habemus Papa” se juntan. Logran integrarse, logran actuar en una dicotomía que suma y no divide. Porque en el fondo, Moretti logra hacer unir estos mundos. El psicoanalista ateo entra a uno y lo construye, mientras que el Papa sale de ese mundo y entra a otro que lo reconstruye (para sí y para los otros). Lo difícil de ser lo que uno es, cuando uno no sabe quién es, a pesar de ser un elegido. Ambos con sus diferencias encuentran en esta secuencia de escenas, un poco más de si mismos. Realmente la película es muy entretenida, hay determinados gags que nos permite liberar la carcajada y otros, que nos hacen reflexionar críticamente sobre el mundo en que vivimos, y cómo hay determinadas estructuras que no sucumben a pesar de los años. Altamente recomendable. extraordinariamente creativa y tragicómica. Nada mejor para derrumbar mitos y sembrar otros nuevos.
Dolorosa comedia con un formidable Piccoli Tras la muerte de un Papa (no se dice cuál), los cardenales eligen sucesor. En el momento en que van a presentarlo ante la multitud de fieles reunidos en la plaza, el hombre huye. A solucionar el asunto acude el mejor psicoanalista. No diremos cómo, pero este profesional termina organizando un torneo de vóley en el Vaticano, mientras el Papa in pectore anda de civil por las calles de Roma. Dicho así, esto podría ser una comedia jocosa, o una sátira. Sí, es una comedia, y bastante amable considerando su autor, el habitualmente ácido e iconoclasta Nanni Moretti, que aquí además se luce en el papel de intelectual ateo. Pero esta vez no quiere tirarle palos a la Iglesia. Por el contrario, mira a los viejos prelados como criaturas más o menos queribles, sobre todo al mayor de ellos, en autoridad y responsabilidad. Dato interesante, el hombre no escapó del balcón sólo por miedo escénico. Simplemente, no se siente digno. La inocencia última de los hombres, el peso de la representación y de las instituciones, asoman detrás de la risa. La historia enternece, y a veces duele. Puede objetarse que no hay tanta risa, que algunas partes son poco logradas o menos profundas de lo que hubieran podido, y que el común de los mortales no encontrará relación entre la crisis vocacional del personaje y la representación de «La gaviota» por un actor que ha enloquecido y ahora interpreta todos los personajes de la obra. Momento clave al respecto es cuando, en una escena anterior, el Papa escucha a cada artista, no como persona, sino como personaje. Es que el asunto da para pensar, y permite incluso extender la situación a otras entidades y a unos cuantos seres humanos en crisis de liderazgo. Quien venga siguiendo el cine de Moretti reencontrará acá varios de sus temas habituales, incluso, lógicamente, el de la obsesión por el cumplimiento del deber y la concreción de los sueños sociales del cura que él mismo interpretaba en «¡Basta de sermones!» (La messa é finita, la misa ha terminado, 1985). Pero esos temas ahora son mostrados sin sarcasmo ni gestos neuróticos. Ventajas de crecer y trabajar con viejos como los regocijantes maestros que hacen de cardenales, o Jerzy Stuhr, como vocero papal, y el grande, intenso, Michel Piccoli como protagonista. Renglón aparte, y una delicia, la ambientación lograda por la directora de arte Paola Bizarri en los jardines de villa Lante Della Rovere a Bagnaia, el Palazzo Farnese del Lazio, Cinecittá, y otros bolsones de pobreza.
Anexo de crítica: ¿Se puede alguna vez dejar de creer?; ¿Se puede perder la fe en algo que nos supera y determina nuestro papel en una gran obra donde cada uno ejecuta un rol?; ¿Se puede cuestionar ese rol o a aquel que nos designó para cumplirlo a fuerza de perder la libertad? Interrogantes perturbadores que por suerte no encontrarán respuestas unívocas ni verdades teñidas de arrogancia en esta película. Lejos de lo anticlerical y mucho menos aún de la burla hacia la liturgia y los rituales católicos, el director de Aprile provoca, a partir de su mirada y del recurso de la sátira, un llamado a la reflexión acerca de la representación del poder y la responsabilidad que significa asumir un liderazgo ante una masa que deposita su fe y sus esperanzas en la figura de una sola persona; en un guía espiritual que transmita a través de sus acciones y palabras un mensaje lo suficientemente poderoso y clarificador para cambiar el mundo. Y es sin duda este rotundo cambio permanente del mundo moderno, alejado cada vez más de lo sagrado y atascado en un continuo caos y confusión generalizada, lo que genera en el protagonista de esta historia, el cardenal Melville (Michel Piccoli, brillante), una profunda crisis existencial.
¿Qué pasa si un hombre no puede lidiar con la responsabilidad que implica convertirse en papá? Así como el Cardenal Melville ;) (brillante Michel Piccoli) reniega de esa imposición divina, el cada día más grande Nani Moretti se despega de las convenciones de la comedia europea. Habemus Papa es una comedia especial, donde desde la voz de Mercedes Sosa y el fragmento musical al son de Todo cambia hasta ese disparatadísimo mundial católico de voley organizado por el psicoanalista que interpreta el director, todo desafía las normas. Y en esa línea está un final polémico que puede decepcionar a más de uno, pero tal vez ahí sea donde Habemus Papa demuestre toda su humanidad, tal vez la mejor de las virtudes de una película que todo el tiempo se cuestiona lo divino.
Aplaudan Nanni Moretti es uno de los más grandes directores del cine actual, y además uno de los más personales (sino el más). Ha sabido construir una autobiografía fílmica única y diversa mientras ha delineado con fuerza, con porciones de furia, con una recientemente obtenida calma y con mucha lucidez una singular pintura crítica de la sociedad italiana contemporánea. En Habemus Papa, presentada en Cannes en mayo, se nos cuenta que murió el Papa, y que hay que elegir otro. Hay varias votaciones en el cónclave cardenalicio, y resulta electo uno que no estaba entre los favoritos. Se llama Melville, y lo interpreta Michel Piccoli. Melville no puede hacerse cargo del cargo y un psicoanalista (Moretti) entra en escena: entra en el Vaticano. Moretti cuela así a Freud en el microestado teocrático. El Papa electo y el psicoanalista elegido se encontrarán brevemente, y a partir de ahí Melville saldrá del Vaticano y el psicoanalista se quedará adentro. Uno de los personajes interpretados por Moretti en su cine, el ya clásico Michele Apicella (presente en cinco películas), era en la imprescindible Palombella rossa (1989) un militante comunista y jugador de waterpolo que había perdido la memoria. Michele combatía a los gritos, a los cachetazos y con explosiones varias aquello que lo enfurecía: así, se peleaba con una periodista o con un adversario deportivo por la utilización de determinados términos, por la forma de hablar. En Habemus Papa su psicoanalista ya no es un gritón enfurecido. De hecho, desde Aprile (1998) Moretti no interpreta esos personajes que explotaban ante todo lo que estaba mal ética y/o estéticamente. En el final de esa película Nanni decidía tirar por el aire –literalmente– los papeles que guardaba como archivo y prueba de la infamia cultural presente en los medios, mientras decía “¿y qué me importa si tal actriz dice tal cosa?”. Nanni aprendía, al final de Aprile, en la mitad de su vida, que para estar presente en el mundo a veces hay que retirarse de ciertas zonas del mundo. Habemus Papa puede resultar extraña para quien espere (como yo –morettiano devoto– en una primera visión) un festival de dardos directos hacia la Iglesia, las jerarquías, el papado, etc. Moretti actor, en este personaje de psicoanalista calmo, observa, hace jugar a los cardenales, los radiografía, conversa con ellos. El psicoanalista anterior interpretado por Moretti en su cine, el de La habitación del hijo, afrontaba el máximo dolor, la máxima angustia: la muerte de un hijo. Este psicoanalista de Habemus Papa “pierde al Santo Padre” y no está especialmente preocupado, más bien parece muy contento al mitigar esa ausencia con un rutilante torneo de volley cardenalicio. Moretti director-autor se permite una película engañosa: estos cardenales mayormente inocentones, buenazos, son útiles para hacer chistes, para jugar, para criticarse entre sí un poco, para verse envueltos en un encierro inusual pero que no deja de remitir a un aislamiento más general. Moretti, cada vez más astuto, hace que los cardenales aplaudan al ritmo de “Todo cambia” interpretada por Mercedes Sosa: “cambia, todo cambia… cambia el modo de pensar, cambia todo en este mundo…”. La película es engañosa incluso porque engaña sobre ser engañosa: Moretti es cada vez más claro, directo, de estilo límpido, sólo hay que escuchar, ver, disfrutar de la lucidez crítica –ahora madura, reposada– de un cineasta imprescindible.
DESOBEDIENCIA Moretti, el otro iconoclasta del cine italiano junto a Bellocchio, regresa con un film cómico y secretamente incómodo. No hay duda de que Habemus Papam está entre lo mejor de la obra de Nanni Moretti, después de su única y verdadera gran película: Querido diario (1993). Como se sabe, causó un poco de escándalo en el momento de su estreno en Italia y posteriormente en su paso por el festival de Cannes: el tema es la decepción paulatina de los fieles respecto del Papa elegido. Extraña parodia democrática la elección de un Papa: el voto individual de los prelados, en esencia, más que representar una convicción, es la canalización directa de una voluntad de otro orden que dicta y confirma a su representante en la tierra. Moretti no es un gran organizador del espacio cinematográfico. Filma como puede y a veces acierta en sus elecciones formales. El plano generalísimo parece su favorito. El registro de los fieles y el Vaticano es notable. Sin duda, el film se beneficia de su Papa. Michel Piccoli ofrece un trabajo extraordinario como un Papa que una vez elegido sufre un ataque de pánico que luego será esclarecido a través de un acto de desobediencia institucional y de obediencia personal. Cuando desde el Vaticano llamen al psicoanalista interpretado por Moretti, éste pregunta sobre qué puede y no puede preguntar y llega a pronunciar el obstáculo fundamental, el centro de todo conflicto: todo religioso, tarde o temprano, habrá de resolver su relación con su propio deseo. Y aquí, el deseo del Papa elegido consiste en retomar una vieja y postergada pasión por el teatro. No lo expresa de ese modo, pero terminará viendo una obra en un teatro y representando luego un papel al que su deseo le impone una lógica fuera de la obra en la que ha sido elegido como estrella canónica y única. Hay en Habemus Papam una operación sagaz que hace añicos el núcleo de la creencia religiosa. Moretti destituye sigilosa y piadosamente el concepto de mediación. Que el Papa votado y elegido finalmente renuncie a su puesto y se resista a su predestinación es un acto que en otro tiempo histórico hubiera encendido los fuegos de la hoguera. Quizás por esto el retrato de los feligreses y de los religiosos es demasiado respetuoso, casi al borde de la sospecha. ¿Puede ser que entre todos los candidatos a convertirse en Papa no escuchemos miserias ni ambiciones inconfesables? Los cardenales son amorosos; los fieles en la plaza del Vaticano rebosan de simpatía. Moretti, a diferencia de Bellocchio, otro director italiano y ateo, que va de frente e impugna el accionar de la feligresía, apuesta a un retrato piadoso y acrítico de la institución mientras impone una agenda secreta que hiere el fundamento de la fe. La excesiva presencia de Moretti, por ejemplo en el campeonato de vóley en el Vaticano entre curas latinos, europeos y africanos, pertenece a otra película, como también el pasaje, forzado y ligeramente demagógico, en el que se escucha un tema de Mercedes Sosa. Pero el cierre del film, con la sugerente Miserere de Arvo Pärt, es una de las secuencias más extraordinarias de la carrera de Moretti. La explosión ante nuestros ojos de la orfandad teológica de una muchedumbre desconsolada resignifica la totalidad de la película. El misterioso adagio cristiano, “Padre, ¿por qué me has abandonado?”, regresa como un relámpago destinado a iluminar la vulnerabilidad de los hombres.
Gracias a Dios, existe Nanni Moretti, uno de los cineastas más libres de las últimas décadas. Uno que no tiene reparos en criticar –es decir, analizar y preguntarse por– el mundo, incluso para ponerse en cuestión a sí mismo, a los propios dogmas. Con alguna excepción –“La habitación del hijo”– las herramientas de Moretti son el humor y el puro juego. Aquí narra en contrapunto la historia de un papa que no quiere asumir –un gigantesco Michel Piccoli– y un psicólogo anclado en el Vaticano –el propio Moretti, siempre en su personaje de cascarrabias brillante–. Hay grandes escenas –el musical sobre “Todo cambia”, por Mercedes Sosa, el campeonato de volley entre cardenales–, pero el film no vale por eso, sino por una posición muy humana respecto del mundo. La duda, en el caso de Moretti –que es un cineasta, es decir, un hombre de acción y decisiones– y la debilidad, es parte de lo humano y tiene un valor por encima de los dogmas, de los protocolos, del ceremonial vacío. No se puede –parece decir Moretti– ser un pastor de hombres (eclesiástico, político o psicológico) si primero no se es un hombre consciente de los propios límites y los propios miedos. Moretti lo hace con la fábula, el juego, la belleza, con mucho humor, gracia y talento. Y si bien toma posición respecto de lo que narra –la religión, el arte–, también deja al espectador que saque sus propias conclusiones. Un film bello: cada vez hay menos.
Analízame Luego de varios años de sequía Nanni Moretti, el director de “Caro Diario” (1994), vuelve al ruedo con el genero que lo hizo conocido alrededor del mundo, aunque habiendo incursionado con mucho éxito en el drama “La habitación del Hijo” (2001), con la que gano el David de Donatello en Italia, fue alardonada en el Festival de Cannes, y tampoco le fue mal su incursión en filmes políticos como “El Caimán” (2005). Pero no solamente hace uso de ese talento natural para la mirada acida sobre determinadas realidades, del buen manejo del humor, por momentos satírico, por otros cínico, y mayormente irónico. Ahora le agrega un toque de estilo desde lo estrictamente audiovisual. La construcción de las imágenes no es del orden de la casualidad, hay toda una intención e impronta en esas elecciones. Las primeras imágenes nos recuerdan a representaciones religiosas de los siglos XVIII y XIX, trabajadas en tonos que no son ni fríos ni calidos, empatizando con la luz y tono pasteles, con una gama muy pequeña de colores, que son esencialmente el rojo, el negro en los personajes, y el blanco haciéndose fuerte en los espacios físicos que refuerzan los resultados de las imágenes. Esto hasta puede ser leído, y no creo que este demasiado alejado de las intenciones del director, como una critica al conservadorismo, rigidez, y falta de adecuación al mundo que estamos viviendo de parte del Vaticano. Esa primera secuencia da lugar, tras la muerte del Papa, a la elección del nuevo Pontífice. Adentro, en el recinto, el silencio es casi sepulcral, tal ausencia de sonido permite al director hacernos oír los pensamientos de los posibles ganadores de la compulsa religiosa, respecto de la cual todos desean no ser elegido. La votación decide que el cardenal Melville (Michel Piccoli) sea el nuevo Papa y como si estuviésemos frente a un gran texto de Sigmund Freud, “Los que fracasan al triunfar”, el Sumo Pontífice, en cuanto debe asumir como tal entra en estado de pánico, lo que le genera angustia que no puede manejar. Es por ello que en el Vaticano toda la junta decide traer al mejor psicoanalista de Italia (Nanni Moretti), quien se presenta como ateo. A partir de ese momento el filme tiene distintas vertientes a desarrollar, algunas las realiza con mayor éxito que las otras. La relación medico – paciente, imposible de sostener con tanta gente alrededor. El recorrido interno del personaje del Papa, magnifica interpretación de Michele Piccoli, lleva adelante la mayor parte de las acciones. Por otro lado esta el psicoanalista quien dio su consentimiento de no tener contacto con el mundo exterior en tanto no se anuncie públicamente el nombre del nuevo Papa. La irrupción en la historia de la ex mujer del psicoanalista (Nanni), la siempre bella Margaritha Buy, considerada como la segunda mejor psicoanalista de Italia, da lugar a la construcción de un verosímil, que hasta ese momento estaba otorgado por todo aquello que rodea al relato y no por lo relatado. Con un humor que circula desde la ironía, un poco cínica, hasta el humor directo, físico, pero sin caer nunca en tonos de crítica despiadados, grotescos. Tampoco se puede decir que tenga una mirada ingenua sobre ese mundo desconocido para la mayor parte del público. Su propuesta es poder ver a estos personajes tal como son, de carne y hueso, con sus mezquindades, deseos, altruismo, bien humanos. Pero queda trunco el viaje que realiza el director dentro suyo, esa fue una veta que Nani Moretti se haya olvidado de explotar Muchas veces se comparó a Moretti con el geniecillo de Mahattan, el gran Woody Allen. Es verdad que ambos son grandes observadores de la realidad que los circunda, pero posiblemente menos verborragico que el neoyorquino, pero igualmente vital. Hay un antecedente, es de 1967, “El analista del Presidente” de Theodore Flicker, en tono de comedia pero con un discurso más apocalíptico que este, y otro más cercana en el tiempo, “Analizame” (1999) donde un psicoanalista judío debe ser el terapeuta del capo de la mafia Este filme viene a ser una bocanada de aire fresco sobre la cantidad de basura hollywoodense, mediocre y sin sentido, que se estrena en la Argentina.
Es verdad que Habemus Papam tiene momentos finamente resueltos. Prestar atención sino, a la primera situación que se suscita en el cónclave: se corta la luz en la capilla Sixtina previo a las primeras votaciones, y las velas perjudican los frescos, un cardenal cae al piso. Hay algo del Fellini de Ensayo de orquesta en esa escena del corte de luz que preanuncia el tono que va a tener la pelicula: vamos a asistir al making off del nombramiento de un nuevo Papa, uno de los momentos más secretos de la institución eclesiástica. Desde el desayuno de los cardenales a los juegos de cartas. Hay un transcurrir que comienza ahi por las dubitativas certidumbres del hombre frente a Dios y del hombre frente a la Institución, una de las mas poderosas del mundo. Pero Nani Moretti lo hace a través de un acuerdo tácito con el espectador: esto que se va a ver es pura ficción, ni parodia ni crítica, ficción, y por lo tanto muy probablemente nada de lo que veamos pase realmente. Ese alejamiento de lo real le da a Habemus Papam la entidad de pelicula distinta. Sutil y distinta. Un humanismo que aparece una y otra vez en uno de los directores italianos mas importantes de su generacion. Como en La habitacion del hijo, cuando la tragedia hace que un hombre se pregunte por la vocacion de su profesion como por las posibilidades del destino. En Habemus Papam dos verdades aparecen enfrentadas: la cientifica que impone el psicoanalisis (sí parodiado acá) y la verdad religiosa. La falta de cualquier tipo de desborde, el cruce con el teatro de Chejov en los preparativos de la puesta de La Gaviota, la irrupcion sorpresiva del tema over que canta Mercedes Sosa "Cambia todo cambia", mientras los cardenales bailan, los prelados australianos que no ven la hora de hacer turismo por la ciudad. Por momentos Habemus Papam, recientemente proyectada en Cannes, se detiene sin demasiado cauce en algunas situaciones, como el campeonato de voley que organiza el psicoanalista más para su divertimento que por una estrategia del tratamiento o el divagar del Papa (magistral Michel Piccoli) por las calles de Roma. No es una película estridente pero el publico la disfruta enormemente y siempre es bueno que un director como Moretti se vuelva a ver en Buenos Aires. Invita también a volver a revisar su filmografia.
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Un salto al vacío Aunque Habemus Papa parezca un film ligero y simple, Nanni Moretti ejecuta aquí la que es una de sus apuestas más arriesgadas hasta el momento. Conocida su capacidad satírica y su pensamiento de izquierda militante, sumado a un habitual personaje cinematográfico irascible e iracundo -algo que abandonó en la extraña y fallida La habitación del hijo-, lo que uno espera de un film en el cual el protagonista es un cardenal elegido Papa (Michel Piccoli, espléndido) que sufre un ataque de pánico y decide no hacerse cargo de tremenda responsabilidad, es que apunte sus cañones hacia el Vaticano y desnude explícitamente los manejos de semejante institución, con su proverbial violencia verbal. Sin embargo este Moretti, ya alejado de ciertas tensiones y mucho más relajado, decide cuestionar más lo simbólico que lo institucional, su representación icónica del poder, a riesgo de ser acusado de blando o condescendiente. Sin embargo, a esas acusaciones Habemus Papa les responde con una fuerza, una energía y una convicción en la crítica y el cuestionamiento -solapado-, que sólo una película con semejante capacidad reflexiva y analítica puede generar el vacío y desasosiego que termina generando en el final, incluso a un ateo confeso como quien firma este texto. Como es habitual en su cine, Moretti juega noblemente el juego de la comedia. Aquí con una situación realmente absurda: el cardenal Melville es elegido sorpresivamente Papa y cuando tiene que salir al balcón, luego de la fumata blanca, para echar alguna bendición a la concurrencia multitudinaria que espera frente al Vaticano, le da un ataque de pánico. Tras negarse a cumplir con determinadas cuestiones protocolares, deciden convocar a un psicoanalista, y allí ingresa en escena el profesional que interpreta Moretti. Todo esto -la primera parte del film es realmente excelente- es narrado por el director con gran solvencia, aprovechando los espacios y los silencios, los tiempos de un relato que muestra sus dos grandes facetas: su poder satírico y su notable representación de la angustia. Moretti, que no es un gran narrador, se acerca aquí a una de las formas más perfectas que ha dado su cine hasta el momento. Claramente el film se sostiene sobre sus dos grandes personajes: el Papa que no quiere serlo, el hombre de Dios que comienza a dudar demasiado humanamente; y el psicoanalista que cree tener todas las respuestas y que mira el mundo con distancia, mucho más a ese mundo eclesiástico y poderoso de Roma que le resulta bastante ajeno. Sólo una escena compartirán ambos personajes, secuencia clave y de quiebre, donde Moretti hace chocar la fe y la ciencia, lo psicoanalítico con lo espiritual, para hacer volar lo institucional por los aires. Luego de esa secuencia, Melville se perderá por las calles de Roma, donde comenzará a vivir un montón de situaciones que lo acercan mucho más a lo terrenal. Lo que le interesa a Moretti más que hablar de lo que hace el Vaticano como institución, es dudar de la representación de poder que la Iglesia ha construido durante años. Por eso Habemus Papa es más poderosa y certera que cualquier película que desconfía de la entidad, por ejemplo El padrino III. Esos films, en todo caso, dicen que hay un Dios pero que su representación en la tierra es de poco fiar. Son películas creyentes y que suponen a la Iglesia como algo perfectible. Por el contrario, al dejar desnuda de sentido -por eso tenemos un Papa de civil, despojado de sus ropas habituales- la investidura papal, Moretti duda de eso sobre lo que se sostiene la fe. Acaso, ¿por qué si Melville reconoce haber vivido sólo para hacer el bien se siente tan mal? Moretti plantea a la religiosidad como algo alejado del placer, de lo sensorial, de lo vivencial. Por eso lo contrapone al arte, y por eso Melville sólo podrá disfrutar de su rol de Papa cuando descubra que todo no es más que una puesta en escena. Un juego. De hecho, con lucidez el film nos dice, no sin caer en cierto reduccionismo malintencionado, que el Papa puede ser reemplazado por un gordo que mueve una cortina y proyecta su sombra sobre los ventanales de su habitación. Para la religión lo que importa no es lo que es, sino lo que el creyente maquina de eso que ve o intuye. Con su ligereza, su amabilidad y su humor constante y efectivo, Habemus Papa es un film de los más “herejes” que se hayan visto en mucho tiempo. Esa, que es la parte más reflexiva se enfrenta a la otra, la que mantiene al psicoanalista encerrado entre las paredes del Vaticano. Es allí donde Habemus Papa se parece al Moretti más cotidiano, aunque esta vez el actor calla y lo que hace es poner a hablar al entorno, que son cardenales, voceros, empleados de la institución religiosa. Con humor absurdo -un torneo de volley entre cardenales- o situaciones cuasi oníricas -los curas hacen palmas mientras suena Cambia, todo cambia en la voz de Mercedes Sosa- el director dice lo que piensa sobre la Iglesia, los protocolos imbéciles y las instituciones ridículas, que suponen que un tipo es capaz de llevar como ovejas a millones de millones de personas. Lo curioso es que Habemus Papa es increíblemente explícita: hay pocas imágenes no que digan otra cosa que la que muestran y muchas líneas de diálogo que sostienen enérgicamente una embestida contra una forma vetusta de concertar poder. El “cambia, todo cambia” es más que una concesión simpática de Moretti, es una de las formas en que el director ha encontrado para decirle a la Iglesia que el cuento no se sostiene por mucho tiempo más. Otra cosa curiosa del film es que es una comedia, pero que no construye a sus personajes desde el humor, sino que sabe dónde encontrar el tono: el Melville de Piccoli es un personaje evidentemente dramático, casi fatalista. Y la comedia no lo roza. Se podrá decir que Habemus Papa es desprolija, como casi todo el cine de Moretti, pero es un film de una gracia y vitalidad imposible de igualar, que la mantendrá vigente aún dentro de 50 años. En todo caso puede ser reducida a un simple argumento: un hombre que se descubre inútil para llevar adelante una tarea que le ordenan, situación que lo pone en una etapa de crisis personal. Que esa persona sea un cura y que lo que le encomiendan es que sea el Papa son aditamentos que suman a la complejidad de una película tan divertida como provocadora, atinada en su crítica y coherente con el universo de un director que puede quejarse del mundo con una alegría descomunal y transmitirla al cuerpo del que mira.
Lo que podría ser una película intrascendente, en las manos de un realizador inteligente y con un actor notable y fuertemente comprometido con el personaje, se convierte en una obra atractiva. En un cónclave donde ninguno parece querer ser ungido Papa, y luego de que entre los favoritos no pudiera dirimirse la votación, el cardenal Melville es elegido para ejercer la máxima jerarquía de la iglesia católica. Al llegar el momento de presentarlo ante los fieles expectantes en la plaza San Pedro, Melville se siente abrumado por la responsabilidad del cargo y decide no hacerse presente. Ante la sorpresa de todos los dignatarios y funcionarios vaticanos, se retira de allí aun sin siquiera impartir la bendición a aquellas miles de personas. Incapaces de comprender la situación, estos convocan al mejor psicoanalista de Italia para intentar asistir al Papa. La situación es complicada pues a través de la fumata blanca se había hecho pública la decisión, pero nadie sabe quién es el nuevo supremo pontífice. El momento en que el psicoanalista debe encontrarse, en presencia de todos los cardenales y funcionarios de la iglesia, con el nuevo Papa, es casi desopilante. ¿Qué temas son aquellos sobre los que la iglesia le permite al profesional hablar con su paciente? ¿Represiones, sexo, sueños, infancia? Ninguno de ellos. “El alma y el inconsciente no son compatibles” dirá quien regule los temas prohibidos. Y si bien podría entonces hacerse aquella frase en relación con el enfrentamiento de la fe (cuyo objeto es el alma) y la ciencia (cuyo objeto es el inconsciente), el resto de la película no sostiene tal línea interpretativa. La lucidez de los momentos brillantes del filme no termina de completar una construcción intelectualmente sólida y sostenida. La historia de la duda, del temor ante el compromiso, de la frustración, del sentido del orden religioso (no importa el proyecto de Melville como Papa, importa su capacidad de reproducir los rituales), incluso la mirada sobre los psicoanalistas, más allá de su pertinencia o su valor, no completan más que algunos trazos gruesos que, en las manos de un creador talentoso como Moretti, pueden componer momentos memorables, tanto por su potencia cinematográfica, como por lo agudo de su humor. El desplazamiento entre el sonido y la imagen en el momento en que, en plena elección papal, asoman el temor de cada cardenal a ser elegido, el adagio visual que construye con el fondo sonoro de Mercedes Sosa cantando “Todo cambia” y el torneo de voley organizado por el psicoanalista, que desnuda su propio ego y frustraciones, son momentos notables. Sin embargo la película fluye entre ellos sin anclar en ideas, sin agudizar las contradicciones, sin profundizar en la construcción de sentido, amparándose simplemente en la situación, sin dudas muy original, que da origen al relato. Moretti deja entonces algunas inteligentes reflexiones, jalones a lo largo de una trama por momentos inconsistente. De lo más interesante es el modo en que desmonta el valor del rito en la construcción del sentido religioso. Expone con crudeza el valor de la representación del poder, que tiene mucha más importancia para todos los involucrados que su propio ejercicio ¿Quién es el Papa, más allá del Papa? ¿Cuál es el valor del sujeto detrás del cargo? ¿Cuál es la importancia de quién sea efectivamente el que ejerce la conducción detrás de las pesadas cortinas de su despacho? Este cuestionamiento sobre el sentido del rito, es un modo de cuestionar a la propia fe como práctica. Lo que podría ser una película intrascendente, en las manos de un realizador inteligente y con un actor notable, experimentado y fuertemente comprometido con el personaje, se convierte en una obra atractiva, que tiene algunas escenas que por sí solas devuelven al espectador el precio completo de la entrada.
"QUE YO CAMBIE NO ES EXTRAÑO" Nanni Moretti es uno de los directores italianos más inspirados y originales de los últimos años. Luego de la excelente "La Habitación del Hijo" y de "El Caimán", una de sus películas más políticas, regresa para estrenar una cinta que explora una realidad abrumadora, con mucho dramatismo y con un humor muy particular, inteligente y bien pensado, que le aporta entretenimiento y que conforma un sentido y una crítica entre líneas muy bien logradas. Luego de la muerte del Papa, los cardenales comienzan su lenta y ardua tarea para seleccionar al próximo representante de la Iglesia Católica. Una vez que la decisión ya había sido tomada y aceptada por el elegido, al Papa le agarra un ataque de pánico, impidiéndole poder salir a saludar a los fieles y anunciar su identidad. Es por eso, que quienes lo rodean llaman a un psicoanalista para que lo ayude a solucionar su problema y a asumir el cargo que tanto miedo e inseguridad le genera. La cinta da comienzo con el funeral de un anónimo Papa, respetando las costumbres religiosas y creando el drama que envuelve a la elección del próximo representante de la Iglesia. Aquí Moretti optó por utilizar las imágenes documentadas de la ceremonia luego del fallecimiento de Juan Pablo II, aportándole mucho realismo a la cinta. Luego, se presentan a los personajes y se introduce una secuencia de escenas que involucran a los cardenales y la respectiva reunión en la Capilla Sixtina para la votación. Sin dejar de lado nunca los pasos y el respeto ante lo que en realidad sucede allí dentro, el director se permite agregarle toques de humor al acontecimiento y, presentando una situación con reminiscencias propias del cine de Fellini (corte de luz y sus respectivas consecuencias), la cinta rápidamente va direccionada hacia el conflicto y la indicada introducción de las sensaciones y emociones que invaden el presente del Papa. A partir de este momento, la propuesta se puede dividir en dos partes bien diferenciadas, pero por supuesto, que se profundizan en conjunto. Por un lado, todo el drama que envuelve a la figura del Papa, sus escapes, sus inseguridades, sus temores, sus recuerdos y los cambios que quiere para-con su vida. Aquí se puede destacar un trabajo impresionante por parte de Michel Piccoli, quien le aporta realismo, sentimiento y fuerza a su personaje. Su mirada, sus expresiones faciales y movimientos corporales, tienen una intensión que va más allá de exponer el estado de ánimo del papel, en él se puede ver reflejada una realidad mucho más general y ambiciosa que se expresa en la última escena de la película. Una maravillosa actuación protagónica. A su vez, los diálogos y esas líneas que su personaje se dice a sí mismo son conmovedoras y están muy bien insertadas en el relato, con el objetivo de hacer pensar y reflexionar al espectador. Por otro lado, todo lo que va sucediendo dentro de la Capilla Sixtina, que envuelve a los cardenales, quienes no pueden salir del lugar, y a la aparición del psicoanalista. Estos son los momentos en los que Moretti se toma el tiempo para desarrollar un humor divertido e inteligente, siempre haciendo referencias sobre la identidad de la religión y sobre las muchas preguntas que una persona atea podría hacerse ante la obligada estadía con ellos. No hay límites a la hora de expresar los sentimientos y las ideas que el director tiene y, aunque parezca imposible dadas las circunstancias (religión vs ciencia) el respeto aquí presentado es maravilloso. Se puede destacar, además de la interpretación del mismo Nanni (psicoanalista), una particular escena en la que se puede escuchar el tema "Todo Cambia" interpretado por Mercedes Sosa, un momento que, además de ser muy rico en su estilo humorístico bizarro y ridículo, es muy emotivo. El color rojo prevalece en gran parte de la narración; las banderas del mundo se mueven con fuerza mientras esperan la salida del humo blanco y el anuncio del nuevo Papa, cuestión que parece nunca suceder; todo está acompañado por una fotografía que es muy acertada y capta lo que el espectador necesita ver para entender el mensaje del director; el guión es inteligente y está muy bien escrito; y el final, esa poderosa conclusión en la que Moretti da su último mensaje sobre la religión, con una dramática música de fondo y una majestuosa actuación en escena, un momento que hay que leer entre líneas y recordar las tomas que antes parecían pasar desapercibidas (teatro, el colectivo, el teléfono, el escuchar música en la calle y el desayuno). "Habemus Papam", una película para pensar, debatir y volver a mirar. Una inteligente propuesta de uno de los mejores directores realistas de la actualidad. Imperdible. UNA ESCENA A DESTACAR: final.
El Papa que quería vivir La idea tiene algo de Presidente por un día (1993, Ivan Reitman) o Espérame en el cielo (1988, Antonio Mercero), historias en las que se recurría a un doble para ocultar la muerte de un presidente ante la opinión pública. Pero en este caso hay una variante perspicaz: no es un presidente sino el Papa, y no muere sino que se resiste a ejercer el poder que le encomiendan. Nanni Moretti (1953, Brunico, Italia) se vale de esta conjetura (¿qué pasaría si…?) para disponer una suerte de fábula simpática, que ironiza sin crueldad despertando sonrisas y discusiones. El blanco principal de sus sarcasmos es, naturalmente, la Iglesia Católica, con sus normas vaticanas que parecen provenir del túnel del tiempo, la hipocresía con la que se fomenta la creencia en falsedades (como ver en el movimiento de una cortina una presencia trascendente) o el desentendimiento ante la confusión de lo sagrado con lo profano (por ejemplo, las apuestas que se generan en torno a una decisión que, según se afirma, es inspirada por el propio Dios). Y, también, la censura: aquí sufrida por un prestigioso psicólogo, a quien le imponen un reducido inventario de temas a tratar con el Sumo Pontífice. Los apuntes mordaces abarcan, asimismo, otros terrenos, como el periodismo televisivo e incluso el deporte. Como en sus mejores películas (Basta de sermones, Palomita roja, Caro diario, Aprile), Moretti se entromete en los recodos políticos y culturales de su país, interviniendo él mismo como actor-portavoz, provocando –como un chico rebelde– con reflexiones a viva voz, con bronca y sentido del humor. Aquí, al encarnar al psicólogo, termina siendo una especie de comentador sorprendido de lo que ocurre en la Santa Sede, sitio en el que, como es de esperar, comienza a sentirse bastante incómodo. Pero sería un error pensar que Habemus Papam se agota en el sarcasmo: en el fondo, resulta una sagaz mirada sobre la pérdida de identidad y de libertad que implica asumir el poder, cualesquiera que éste sea. La hermosa escena en la que los cardenales elevan sus plegarias al cielo para no ser elegidos (“No, Signore”, rezan al unísono) es una demostración de esta sensación asfixiante, que conlleva temor, baja autoestima, cobardía o conservadurismo. El propio psicólogo reconoce, en un momento, que ser “el mejor” le ha traído problemas con su mujer y puede resultar “una condena”. Habemus Papam no tiene el halo irreal ni la riqueza conceptual de La hora de la religión (2002, la película de Marco Bellocchio que también miraba con desconfianza y desconcierto a la Iglesia y a instituciones de peso no sólo en Italia), en algún momento desvía el interés con un torneo de voley medio delirante, e incluso luce algo simplona, retratando a los cardenales como inofensivos abuelos o recurriendo a convencionales contraplanos de la gente con gestos preocupados en la plaza de San Pedro. Pero abarca, en su sencillez, entrelíneas provechosas y emotivas escenas, méritos a los que, indudablemente, contribuye la entrañable actuación de Michel Piccoli (con toda la autoridad de este veterano actor francés que ha trabajado bajo las órdenes de Godard, Buñuel, Hitchcock, Ferreri, Berlanga y otros grandes). A la imprevista aparición de una canción interpretada por Mercedes Sosa, y a las escenas en las que este Papa temeroso y algo senil manifiesta –como un tesoro pudorosamente guardado– su afición por el teatro, se deben los momentos más conmovedores de este film recordable: Habemus Papam es, también, una reflexión sobre la vocación y sobre la necesidad de ser sincero con uno mismo.
De las pelis que más me gustaron en este año. La considero una peli rendonda, no le veo ninguna falla grave, me gustan muchísimo cada una de sus escenas por separado como su conjunto. Una trama contada con frescura pero con inteligencia. Denuncia, entiende, contiene, y divierte, todo con la misma frescura. Con un final que reafirma que no es un filme hecho únicamente para reír, con escenas que emocionan realmente, con la voz de Mercedes Sosa que imagino que a todo argentino como a mi esa inclusión le ha alegrado muchísimo, con actuaciones muy a la altura de lo que se cuenta, la peli no solo cumple sino que deja un buen sabor tras su visionado. ¿De qué va? Habla de la Iglesia, del hombre, de la Biblia y del psicoanálisis. Y a esa Iglesia le pasan sus cosas, como a su vez le pasan cosas a ese hombre que es Papa. Destaco la actuación de ese Papa, la mirada, la forma de transmitir incertidumbre y encierro, además de mucha ternura. El ritmo me resultó súper ágil; y la trama, las diferentes situaciones que van apareciendo y que hace que ese conflicto que en principio pueda resultar fácilmente solucionable se torne más complejo y vaya creciendo es otra cosa que hizo que la peli me enganchara por completo. Para terminar, todo el reparto esta muy bien, las expresiones logradas en la mayoría de los actores, son colosales. Recomendadísima, diez redondo J
EN LA CIUDAD DE LA FURIA De la mano de Nanni Moretti, tomamos clases de comedia, y de un tipo bastante saludable. Porque si la Nueva Comedia Americana ha empleado el slapstick y el romance, y otras se han confundido slapstick con grotesco, Habemus Papam (o "Papa" en castellano) nos retrotrae a principios básicos de este género. Por un lado, la inversión de roles y, por otro, la revelación de la privacidad de los personajes públicos (no es el caso, pero, por ejemplo, ¿solemos ver como Angelina Jolie va al baño y se coloca toallitas femeninas?). Se podrá decir que en términos generales hablamos de una parodia a la institución de la Iglesia Católica, y negarlo sería obstinado, aunque sólo admitirlo es insuficiente. Si el subtítulo local es "El psicoanalista del Papa", lo es tanto por esa redundancia que siempre anhela adelantarnos más del film, y también -libre interpretación, pues no es así- porque Moretti incluye las fantasías del público en la de sus personajes. En el fondo, lleva a cabo su tarea de cineasta en este difícil y amado género. Habemus Papa comienza con las escenas del deceso y la elección del nuevo Sumo Pontífice, con bastantes indicios de "comedia física", que rápidamente se ven justificados en su naturalidad y con la aparición del motivo siguiente: la indecisión del nuevo Papa electo (Michel Piccoli) en asumir su cargo frente a la multitud de fieles (y la multitud de cardenales, en particular). Tras la comprobación de su salud física, los canónicos optan -a pesar de las resistencias exegéticas acerca del alma- por solicitar ayuda con un prestigioso psicoanalista (Nanni Moretti), quien al no poder llevar a cabo con éxito su terapia, acabará revolucionando lo que se demostrará como un eventual geriátrico. Por su parte, el nuevo Papa tomará la posta de sus traumas al librarse de las cadenas de la opresión oficial del vocero del Vaticano (Jerzy Stuhr), y comprenderá la continuidad entre sus deseos y su nuevo trabajo en lo que el teatro representa en general y para su propia historia individual. Los espectadores no han de esperar, empero, el éxtasis de la carcajada viva. Esta obra se muestra, más bien, como un iprescindible y original bálsamo del deseo. Como se dijo más arriba, esa es la labor del cineasta y tal es el sentido que quiso señalar muchos años atrás Walter Benajmin, y que este sitio también destaca cuando reivindica el gore. Y si el cine ha sido creado para las masas, Habemus Papa respeta esa tradición inicial del séptimo arte, ya que Moretti presenta una película en donde Chéjov no hace distinciones. Querido inconsciente colectivo...
Primus inter pares Una docena de cardenales se amontonan en las ventanas para espiar al supuesto Papa que descansa en su habitación. En segundo plano, por detrás de su figura vemos colgados costosos tapices y hasta una pintura de Velázquez. Son viejitos haciendo cosas de viejitos (espiando), pero el escenario que los rodea no es común, están en una institución extraordinaria (el Vaticano), en un momento extraordinario (un cónclave) rodeados del peso de la historia (las obras de arte que la madre Iglesia supo compilar para su contento). Otro momento: un señor con pinta de abuelo, con gorra y saquito de abuelo, viaja por la noche en un colectivo y ensaya unas palabras en voz alta. El marco es por demás ordinario (un bondi lleno de gente aburrida a la noche), pero las palabras que está diciendo son importantes: forman nada menos que el discurso que debería dar este simil-abuelo al asumir el papado. Son solamente dos imágenes, pero dan cuenta de un desarreglo entre la escala humana de los protagonistas y la importancia de las situaciones que están viviendo. En toda Habemus Papam de Nanni Moretti la inmanencia y trascendencia andan a las patadas y, gracias a la delicada sensibilidad del autor, la más llana humanidad gana por goleada. La película cuenta la historia de un cardenal (el expresivo Michel Piccoli) que a poco de ser nombrado Papa sufre un ataque de pánico y no puede asumir públicamente su mandato. Por eso, llaman al psiquiatra más importante de Roma (el mismísimo Moretti) para que lo analice. Pero psicoanalizar a un Papa resulta una tarea imposible: al abanderado del alma no le podés ir a hablar de subconsciente. Entonces, por unas idas y vueltas del argumento, el cura más importante del mundo anda vagando por la calle (aunque está tan encerrado en sí mismo y sus problemas, que casi se puede decir que está preso, aunque en libertad) mientras que el mejor psicoanalista queda aislado en el Vaticano. A ninguno de los dos los hace feliz la situación de supuesto privilegio, la responsabilidad los abruma y les hace perder mucha de las cosas más valiosas de sus vidas. La lente de la cámara de Moretti es claramente agnóstica. Si bien es invocado y tenido en cuenta por muchos de los protagonistas, Dios está ausente -o por lo menos muy silencioso- en la película. Por eso, no son problemas de fe los que se controvierten en Habemus Papam, sino dilemas personales, conflictos entre personas y el lugar simbólico que les toca ocupar en la sociedad. Para el que lo quiera ver, la historia de este Papa inseguro cuestiona a los estatutos y la eficacia del poder, pero es una crítica asordinada y, sobre todo, piadosa. A diferencia de la rancia La hora de la religión en la que su compatriota Marco Bellocchio encontraba fantasmas oscuros y malignos en cada rincón del Vaticano, Moretti prefiere ver gente atrapada en ritos y coyunturas que la define, pero que la mayoría de las veces la supera, tipos con problemas graves y grandes responsabilidades, pero también con permisos para descomprimir con espacios para un juego o para hacer palmas en una canción. Para lograr la complicidad del espectador, resulta más eficaz la mirada de profunda tristeza y soledad de Michel Picolli que denuncias de crueles conspiraciones de siniestros purpurados. El truco, que ya no sorprende a quienes vieron más de dos películas de Moretti, consiste en hacernos querer a sus personajes y de esta manera dejar el terreno preparado para recibir las ideas que nos quiere hacer llegar. Resultaría mucho más fácil hacernos pensar en los rincones oscuros del poder clerical presentándonos unos cardenales intrigantes y formales, pero, sin embargo, Moretti prefiere dar un rodeo más grande y empezar por mostrárnoslos como unos simpáticos curitas que juegan al vóley. El mensaje llega, pero nos evita la bajada de línea y la sensación de haber ido al cine a escuchar un sermón. En algunos directores hay personajes que parecen seguir creciendo a pesar de que su creador no filme sus vidas por algunos años. Este podría ser el caso de Don Giulio, el curita joven de La messa e´finita que en Habemus papam se reencarna en su santidad Melville. Don Giulio salía al sacerdocio seguro de su fe y de sus posibilidades de cambiar un mundo que le resultaba hipócrita e injusto. En cambio Melville ya se dio por vencido, entiende que el mundo es un lugar complejo, con problemas complejos y que él no tiene las fuerzas para hacerse cargo del enorme desafío de orientar a los hombres de fe para hacer de la tierra un lugar mejor. A su manera atea y cascarrabias, Nanni Moretti es también un hombre de fe que, como Don Giulio, cree la humanidad es intrínsecamente buena. Por eso piensa que todavía vale la pena ocupar su tiempo haciendo películas para que las cosas cambien tan solo un poco.
Con una película que acepta más de una lectura, el director y actor italiano Nanni Moretti consigue poner en el centro de la escena la cuestión espiritual en un mundo eminentemente material, a través del dilema que atraviesa un hombre que es elegido como el nuevo Papa de la religión católica, pero que no se siente capaz de asumir semejante responsabilidad. Con tono de comedia y una mirada que elude la política palaciega, el cineasta enfoca a los hombres que deben consolidar el gobierno de la Iglesia en El Vaticano. Una buena película en la que algunos verán una comedia liviana y sentimental, y otros, una mordaz crítica a los anacronismos y a la ferocidad de un poder que se encuentra a muchísima distancia del Jesús que recorría Galilea anunciando la buena nueva.
El amague de un (gran) duelo El nuevo film del autor y director italiano Nanni Moretti –Caro diario, Abril, El caimán, y reconocida cabeza en las marchas anti-Berlusconi–, Habemus Papam, promete, desde el vamos, una situación por demás interesante y sugerente: el encuentro del Papa recién nombrado –tras el fallecimiento de Juan Pablo II–, en crisis, con “pánico escénico”, con un psicólogo (“el mejor de Italia”), quien se verá obligado a preguntar qué puede y qué no charlar con el sumo pontífice... Y, obviamente, no puede preguntar nada: sueños, recuerdos de la infancia y de su madre, deseos: nada de esto le es permitido –así como tampoco charlar en privado–, tras lo cual el psicólogo (interpretado por el mismo Moretti) quedará “preso” en el Vaticano, hasta que se resuelva la crisis (que se quiere ocultar), participando de la acción de la película, aunque ya con un papel secundario. Sin embargo la acción central pasa por la crisis “del hombre” con su servicio o misión en el mundo. Finalmente el Papa (un excelente Michel Piccoli), de incógnito, “entenderá todo” o se reencontrará, tras una incursión urbana (teatro de Chéjov incluido), con su “verdadera personalidad”, yendo finalmente a hablarle a sus expectantes y desorientados fieles… Moretti ha recibido críticas por izquierda y derecha tras el estreno de Habemus Papam. Respecto a estas últimas, señaló que el diario que expresa la opinión del Episcopado, L’Avvenire, “tuvo una opinión mucho más benévola (que las cartas de lectores) de la película, y varios referentes católicos y hasta sacerdotes y prelados mostraron simpatía hacia ella”. Respecto a las primeras, dijo: “es mi película y hago la película que quiero. Con respecto a esas críticas, lo que puedo decirle es lo que le dije antes: no pretendo denunciar nada, no estoy hablando de un Vaticano real, sino de unos cardenales que son personajes de mi película. Y a mí me gusta que los personajes de mis películas no respondan a ningún cliché. Pueden ser waterpolistas comunistas, reposteros trotskistas o, como en este caso, cardenales que juegan a las cartas, arman rompecabezas u organizan un mundial de voley cardenalicio” (Página/12, 8/9). Está claro que el director está en todo su derecho de crear la historia que quiera, con “independencia” –como él ha dicho– de la realidad; un “mundo propio”, con “una lógica propia”... pero entonces, el público no va a encontrar el “duelo” prometido entre psicoanálisis y religión; así como tampoco encontrará lo que dice la reseña que hizo el Ojo Obrero, donde se habla en general –y con cierto “mecanicismo”– del “fabuloso retroceso que viven las religiones, a la luz de la creciente maduración subjetiva que acarrea la crisis capitalista”, donde tendríamos una “película (que) confronta a la burocracia espiritual del dogma religioso con la interpretación de la conciencia del psicoanálisis, el rol liberador del espíritu que tienen el arte y el deporte, entre otros” (Prensa Obrera 1196). Ni las crisis económicas permiten que automáticamente millones rompan con la religión –que, “casualmente”, nos promete una vida mejor después de muertos–, ni el retroceso es “de las religiones”, salvo que se las reduzca a... la católica: basta pensar en el crecimiento del Islam las últimas décadas, o la Iglesia Universal del Reino de Dios, que se vende por TV en nuestro país, como muchas otras. En palabras del papable cardenal Scola en un reportaje, existe el “fenómeno histórico de que ahora tenemos 15 millones de musulmanes en Europa, esto es sólo un hecho histórico que hace más urgente el diálogo interreligioso en Europa” (La Nación, 28/6). Hay una crisis de la Iglesia católica, apostólica y romana, pero no de las religiones en general… Y mucho menos se expresa algo de esta crisis en la película de Moretti. Entonces, vez más, como tantas veces suele pasar (no sólo en el cine), hay acá una buena idea desperdiciada. Además, el film se pone denso, largo y casi sinsentido (por momentos parece la simple historia de un viejito homeless –sin la menor conexión con toda la burocracia previa que se muestra al comienzo Habemus…–), sin llegar a cuajar de conjunto como una crítica mordaz al cristianismo y a su institución (el Vaticano), estando todos los elementos a mano para ello. Sin embargo Moretti renunció conscientemente a ello, y la acción se dispersa de tal modo que parece una comedia light más, y por lo tanto el rol del psicólogo, las viejas ansias de ser actor del flamante (y “resistente”) Papa y la misma crisis de los cardenales y sus fieles no se articulan dignamente. Moretti tampoco desarrolla –como seguramente lo podría haber hecho Woody Allen excelentemente– un humor irreverente, incesante y vertiginoso (ése que tras un rato de mucha risa delirante también deja pensando). Y mucho menos hay un tratamiento profundo como el que podrían haber hecho Ingmar Bergman o Roman Polanski. En suma, tenemos una película tibia, poco jugada y sin fuerza. Es decir, un “amague fílmico” con un tema que da para mucho, siempre y cuando se lo trate con alguna agudeza o inteligencia (bien o mal) “intencionada”.
Papa demasiado humano para el Vaticano El film del personal director Nanni Moretti surge a partir de la elección de un cardenal inesperado como sumo pontífice, y los conflictos personales que le inspira el cargo. Sin caer en el panfleto, plantea una visión mordaz de la institución. No mereció igual respuesta de público El caimano, el anterior film del tan personal realizador Nanni Moretti, estrenado aquí hace cuatro años, que este film que hoy saludamos como uno de los grandes hallazgos de los últimos tiempos; en tanto interroga no sólo ya sobre los mecanismos internos de la institución iglesia; sino que alcanza, con su mirada finamente irónica, a desocultar las estrategias simulatorias que se libran y se proyectan en todo espacio de poder. En el film anteriormente citado, en el que un director de cine trata de buscar afanosamente a ese actor que encarnará en la pantalla al personaje siniestro llamado Silvio Berlusconi, Moretti ya comenzó a trazar el borrador de lo que es este film, a partir de un relato que nos conduce por espacios en los que se dejan al descubierto numerosos entretelones. Pero en Habemus Papam, film sobre el que el Vaticano prefirió no polemizar (tal vez como estrategia para evitar el debate) la cuestión alcanza al propio personaje que ha sido elegido como tal, a un tal Cardenal Melville, el que va a sorprender, en un momento dado, tras haber escuchado primero otros nombres, que ya iban logrando un lugar preferencial, pese a algunos temores, antes de la consagración definitiva del que pasaría a ser el elegido, tras el fallecimiento de su antecesor. Moretti, a quien nosotros particularmente recordamos por ese antológico film de los 90 que es Caro Diario, que nos llevaba ya en su primer capítulo a las playas de Ostia, espacio olvidado en el que fue ultimado violentamente el gran humanista Pier Paolo Pasolini, ofrece hoy en Habemus Papam un retrato que se atreve a transitar los pasillos de ese espacio que guarda tantos secretos, conspiraciones y alianzas, como es el Vaticano (parodiado en una secuencia memorable de Fellini?Roma, a través de un desfile de modas pret?a?porter) y lejos de avanzar sobre una crítica directa, que podría haber caído en lo obvio y en lo elemental se permite ofrecernos un retrato humanizado de sus personajes, mostrados de una manera un tanto inusual. Porque en ese momento en el que se juega una situación decisiva para la grey católica del mundo occidental y cristiano, y mucho más allá, alguien, el elegido profiere, minutos antes de salir a escena, frente a la presencia expectante de sus devotos, de sus fieles, un tembloroso, impactante, ¡No! Es un hombre frente a una situación límite, que se juega entre los mandatos y el temblor, lo que va a retratar Moretti entre las paredes del Vaticano, las que inmediatamente pasarán a ser bastidores de una impensada representación escénica, en la que se impondrán cambios de roles y de máscaras y en donde la mentira permitirá sostener, transitoriamente, el crescendo de antiguos rituales. Será entonces cuando ante ese ¡No! entrará en escena alguien a quien ese espacio ya le está vedado de entrada, porque hay algo que funciona como una rigurosa advertencia: "el concepto de el alma y el concepto de inconsciente no pueden coexistir". Será el mismo realizador Nanni Moretti, quien comenzó su labor como realizador allá a mediados de los 70, quien asuma el perfil del psicoanalista que será convocado para lograr que Melville, el papa elegido, pueda finalmente, aceptar esa convicción con ese rol. Pero claro está, ya las limitaciones se le plantearán de entrada, en un espacio cercado por prohibiciones y por el mismo colegio Cardenalicio que obra como un cinturón carcelario, frente a posibles preguntas que puedan llegar a movilizar aspectos demasiados íntimos, secretos profundos. ¿Cómo obrar entonces? Y ahí está el mundo de afuera. Roma, con sus calles abiertas y con su vida cotidiana en pleno movimiento, esa que en esos días había quedado excluida de la mirada del grupo, de los que debían a la nueva figura. Pero allí, en uno de los departamentos de Roma, una mujer psicoanalista, recibirá, sin saberlo, a ese hombre, de profesión actor que, minutos después, podrá escapar de la mirada de sus lebreles y de su vocero. Como en La princesa que quería vivir de William Wyler, film del 52 por el que una joven debutante de origen belga llamada Audrey Hepburn recibía su premio Oscar en su rol de la princesa Anna; el elegido ahora vivirá su propio itinerario, se lanzará a caminar esas calles, se internará por otros espacios y se encontrará cara a cara con su vocación postergada. De pronto, una noche, allí, en los pasillos de un albergue, podrá seguir de cerca, mientras camina escaleras abajo, los parlamentos que ha iniciado un enfebrecido actor de teatro que comienza a recitar ante la mirada atónita de unos, fascinada de otros, pasajes de la memorable pieza escénica de Antón Chejov, La gaviota, pieza alegórica sobre la creación artística, sobre los deseos y los conflictos amorosos, estrenada en 1896; una noche, en la que la primera actriz, como Melville, igualmente, experimentó pánico escénico, quedando el por un largo y prolongado tiempo, muda. El film de Moretti va marcando paralelismos entre el tiempo de adentro y el de afuera, entre el recorrido sentimental de Melville y el comportamiento de los Cardenales; motivados, ahora, por el propio psicoanalista a comenzar un juego de volleyball, en el que cada uno de ellos podrá recuperar aspectos lúdicos, comportamientos de su infancia, luego de que por los pasillos del Vaticano circulara la voz de Mercedes Sosa interpretando Todo cambia y un anónimo hombre de la Guardia Suiza ocupara teatralmente el espacio del pontífice designado. Film admirable en su construcción, que se mueve entre los apuntes personales y la reflexión crítica del film?ensayo, que pone en escena la aventura y el itinerario del reencuentro de un hombre con sus propios y auténticos deseos, Habemus Papam es un film que se puede definir como político más que religioso, en su alcance de leer comportamientos y modos de relación en ese cruce entre lo íntimo y lo público y que nos lleva a una última escena que nos interpela desde un espacio vacío.
Dios obra de maneras misteriosas Habemus Papa es una comedia del director y actor italiano Nanni Moretti, un tipo que ganó la Palma de Oro en 2001 con su película "La Habitación del Hijo", que por cierto es muy recomendable. Hay algo en los films de Moretti que hace que uno les tenga una gran simpatía... creo que su mayor virtud pasa por la composición de personajes humanos (realmente humanos) que terminan comprando a la audiencia. En este caso, nos trae la historia del cardenal Melville, interpretado por un Michel Piccoli fantástico, magistral, que contra todo pronóstico es seleccionado por el cónclave (y por lo tanto por Dios) para ser el nuevo Papa de la Iglesia Católica. Minutos antes de asomarse a la famosa ventana de San Pedro desde donde el Papa da sus bendiciones, entra en un estado completo de pánico que lo paraliza y lleva a repensar su capacidad como cabeza de la Iglesia, situación que paseará al espectador por un camino que ofrece escenas divertidas, pero que también lo hará reflexionar sobre ciertas cuestiones de la religión católica. En mi opinión se satirizaron un poco de más al Vaticano, las personalidades de los cardenales y los procesos de elección del Papa, lo cual está muy bien ya que es una comedia, pero por el otro lado, cuando la satirización es por momentos tendenciosa, se pierde un poco esa simpatía que se había instalado en un principio. Esto quiere decir, que sin saber cuál es la verdadera esencia de los rituales, se ponen en pantalla caracterizaciones que el público, a veces, toma como ciertas cuando en realidad son parte de la visión del director. ¿Es controversial la historia?, creo que sólo para aquellos católicos extremadamente conservadores que no admiten ningún punto de vista diferente, ni siquiera cuando es con respeto. ¿Donde está la parte difícil de digerir?, en exponer que el sumo pontífice es un hombre que puede tener miedos y dudas, que puede no aceptar esa misión que la Iglesia, representada en el cónclave, le encomienda. La crítica pasa por darle carácter divino a las decisiones que toma la cúpula católica, que se suponen vienen del mismísimo Dios, y si no se cumplen, o no son aceptadas en este caso, crean gran confusión y decepción, cuando en realidad debería entenderse que Dios no siempre obra como tenemos diagramado en nuestros planes. A veces se usa el nombre de Dios para justificar decisiones que son meramente humanas. Habemus Papa es lo que pasa cuando sale el tiro por la culata. Es disfrutable, por momentos divertida y para reflexionar. Muy recomendable.
En el nombre del hombre Las películas más recientes de Nanni Moretti son por lo general de dos clases. Algunas, protagonizadas por él mismo, incluyen confesiones personales e interrogaciones abiertas acerca de cuestiones más o menos existenciales. Son filmes como Caro diario o Aprile. Los otros largometrajes adoptan formatos más clásicos y son relatos ficcionados acerca de diversos temas, como La habitación del hijo , El caimán , o la actual Habemus Papa , a la cual en la Argentina le agregaron muy pícaramente el subtítulo El psicoanalista del Papa. En este último filme, Moretti juega con el misterio de un modo inesperado. Imagina lo que sucede dentro del inaccesible Vaticano durante el lapso en que se elige al sucesor de Juan Pablo II. Y lo hace ?de un modo diferente al que mayoría esperaría. He aquí lo que dijo con sus palabras Moretti: “Me gusta sorprender. Esperaban que atacara el Vaticano, que hablara de los escándalos financieros y hasta de los pedófilos. Claro que me informé sobre eso, y siento que la Iglesia perdió autoridad y credibilidad. Pero es mi guión, mi película, y son mis cardenales y mi ?Vaticano”. En su historia, un cardenal que no estaba entre los favoritos es nombrado Pontífice (el delicioso actor Michel Piccoli), pero el simple hombre siente que no puede cargar con tanta responsabilidad, e ingresa en un pequeña o gran crisis que pone en vilo a la comunidad católica, dentro y fuera de la Santa Sede. El más apremiado de todos, por su obligación de dar la cara ante la sociedad y la prensa, es el vocero vaticano, puesto en la piel de un exquisito actor polaco llamado Jerzy Stuhr, visto en filmes de Krzysztof Kieslowki como El decálogo y Blanco. En los intentos por sostener al vacilante nuevo Papa, los ?vicarios convocan a un psicoanalista (encarnado por Moretti), advirtiéndole que han hecho una excepción pues la coexistencia de “un alma y de un subconsciente” es inaceptable para la Iglesia. Y así va desenrollándose ?el filme, con varias sucesivas rupturas de los moldes que ?le permiten a Moretti romper algunas monotonías, y pintar con libertad y con nuevos trazos el mito del Vaticano secreto, jugando con figuras más amables e ingenuas, pero ?no superficiales, y buscando algunos nuevos significados en ellas. “Me siento como Buñuel: soy ateo gracias a Dios”, declaró Moretti. Esa técnica de lo inesperado le permite renovar varias veces el interés por el cuento, pero también demostrar su capacidad para otorgarle verosimilitud a hechos inventados sobre el Vaticano que, fuera ?de la sala de cine, parecían ?ridículos. Habemus Papa no tuvo ni la aprobación ni el rechazo de la Iglesia, pero Moretti no trabajó en escenarios reales sino en locaciones alternativas y con escenografías montadas en estudios, y también con ?actores no profesionales. La ?recreación es muy buena en muchos sentidos.
La Duda Ser elegido Papa no es nada fácil, y menos si se tiene un estado angustiante, depresivo, casi fóbico, donde por ejemplo no da pié para enfrentarse a una multitud en los balcones de Piazza San Pietro, o simplemente hacerse cargo de la máxima responsabilidad católica del pontificado. Es así que deciden llamar a un psiquiatra -ateo para mas datos- como solución terapeútica para superar la crisis. Y un profesional en medio del Vaticano, es algo así como un goy en una sinagoga. Nanni Moretti, notable, inteligente, como director construye una pieza reflexiva, llena de humor absurdo, no exenta de cierto cinismo, con ese Papa lleno de dudas, que alguna vez soñó ser un actor teatral, que siente que no conoce tanto el mundo de la calle que habitan los seres comunes, y que al mostrarse tan vulnerable, muestra a su vez rasgos de esta sociedad actual. Nanni aparece tambien interpretando a un desbordante terapeuta, que en los momentos grupales junto al conjunto de cardenales que aguarda, halla algunos de los mejores momentos del filme, que obviamente no es para nada anticlerical, de hecho no establece crítica hacia la iglesia, sino que narra las vicisitudes de la fé, que es otra cosa. Michel Piccoli es el Papa, sabio actor, veteranísimo, de los únicos privilegiados de haber actuado bajo batuta de realizadores tales como: Buñuel, Jean-Luc Godard, Alfred Hitchcock, Alain Resnais, Louis Malle, Marco Ferreri, Costa-Gavras, Clouzot, Agnes Varda, Chabrol, etc etc , que demás está decir está en las cumbres de la actuación/composición del personaje protagonista de la trama. Quizás "Habemus Papa" no sea un filme extraordinario, pero si elogiable, recomendable, aplaudible y entrañable, o acaso se pueden explicar las bellas escenas donde se oye la voz de nuestra recordada Mercedes Sosa cantando "Cambia, todo cambia"...???.
DELIRIO MÍSTICO La historia del Papa que no quiere serlo y escapa -a lo que sigue una serie de tretas para que esto no trascienda entre cardenales y fieles y de técnicas para matar el tiempo del psiquiatra encerrado en contra de su voluntad en el Vaticano- ya es de por sí divertida. Los elementos y matices con los que Nanni Moretti (que se guardó el mejor papel -el de ese psiquiatra- para él) también lo son. Toda la película es una ridiculización de cada uno de los personajes que aparecen en ella (cardenales, periodistas, feligreses, psiquiatras, actores), pero una ridiculización elegante, medida. La comicidad del filme está basada en recursos básicos del humor: el enrarecimiento de situaciones, la descontextualización, lo inesperado, lo inexplicable, la exageración; pero se erige de una manera no básica, sino inteligente y efectiva (la irónica épica de la escena del partido de voley entre los cardenales es el mejor ejemplo). Además, todo es en italiano, idioma que maximiza la gracia de cualquier diálogo o peripecia (si el francés se inventó para conquistar, el alemán para meter miedo y el inglés para que se escriban las canciones de los Beatles; el italiano se creó sin dudas para hacer reír). Pero todo este humor no impide que Habemus Papam sea una película profunda que se pasee por la psiquis tan compleja como común del Papa (en una actuación brillante de Michel Piccoli), por la psiquiatría, la iglesia, Chéjov; aunque sin intentar explicarlos demasiado -como es en el cine que quiere a quien lo mira- y logrando escenas dramáticas excelentes. La película es entonces delirante y esquizofrénicamente placentera, además de ser una nueva exposición de Moretti de su ateísmo, comunismo, escepticismo e infalible humor.
Los problemas de la fe La fe religiosa, aquella virtud por la que “el hombre se entrega entera y libremente a Dios” (DV 5), ha sido curiosamente el tema de las mejores películas estrenadas el fin de semana, justo cuando los argentinos protagonizaron también, a su modo, otro acto indubitable de fe (aunque en este caso colectivo y político). De dioses y de hombres, la magnífica obra de Xavier Beauvois, se introduce como pocas películas en los misterios de la creencia divina y aborda con suprema honestidad (y respeto) las formas de la vida monástica. A partir de una tragedia real ocurrida en Argelia en 1996 (en la que un grupo de monjes misioneros franceses fueron secuestrados por fundamentalistas islámicos), Beauvois recrea con lucidez y precisión la vida cotidiana de estos curas trapenses entregados a la contemplación divina, la vida humilde y la ayuda al prójimo, componiendo un filme que sobre todo analiza la condición íntima del ser religioso. Estrenado en el Cine del Teatro Córdoba, que este año volvió a constituirse en un faro imprescindible para la cinefilia cordobesa, el filme estará fuera de cartelera cuando esta nota llegue al lector, por lo que más vale recomendársela para que la busque en el circuito alternativo (o en los videoclubes de culto) y concentrarse en la otra película en cuestión. Que se trata nada menos que de Habemus Papam, también conocida como El psicoanalista del Papa, último opus de Nanni Moretti, uno de los pocos directores italianos contemporáneos que pueden ser considerados como un autor, con una obra absolutamente personal en continuo movimiento, algunos dirían en continua evolución. Esta vez, el otrora joven irredento de Moretti se introduce en la intimidad del Vaticano, institución suprema del catolicismo, cargada de mitos y significados contradictorios, y por eso mismo tan atractiva para un director como el italiano. Contra lo que pueden suponer sus seguidores, sin embargo, Moretti no compondrá una embestida mortal contra tan añeja institución, sino que hará algo tal vez más inteligente y sutil: una pequeña sátira libertaria sobre los mitos que sostienen la base política y filosófica de tamaña institución. Las imágenes que abren la película son reales e iconográficas. Una multitud se ha congregado en la explanada del Vaticano, pues ha muerto un Papa y es tiempo de una nueva unción. El pueblo espera ansioso conocer a su nuevo guía espiritual, que se supone es designado indirectamente por Dios a partir del voto de los cardenales de todo el mundo. Inmediatamente, Moretti se introducirá en el cónclave cardenalicio, donde los postulantes repetirán internamente un curioso ruego: “por favor, no me elijas a mí, que yo no resulte elegido”. Lo cierto es que, tras varias ideas y vueltas, el milagro se producirá y será electo uno de los candidatos menos pensados, el humilde e introspectivo Melville (un Michel Piccoli en estado de gracia), que por supuesto resultará abrumado por la noticia. Tanto, que cuando tenga que salir al famoso balcón de la piazza San Pedro sufrirá un ataque de pánico, una crisis que le impedirá enfrentar ése escenario y lo hará dudar sobre aceptar el mandato. Estupefactos, los cardenales apelarán a un psicólogo: el propio Moretti entrará en acción aunque las condiciones que le imponen los religiosos (no puede preguntar sobre su infancia, su madre, sus traumas o siquiera sus deseos) obstaculizarán su labor. Lo cierto es que Melville logrará escaparse de incógnito del Vaticano, donde el psicólogo quedará recluido con los cardenales departiendo sobre las contradicciones entre ciencia y religión, jugando a las cartas o incluso encarando un paródico campeonato de vóley. Mientras, Melville empezará a redescubrirse a sí mismo en las calles de Roma, donde retomará un viejo amor olvidado por el teatro. Sátira amable y sutilmente política, Habemus Papam no enfoca sus dardos en la institución vaticana en sí sino en las creencias que la sostienen: su protagonista no desafía un mandato burocrático sino divino, y en la de-sición de privilegiar su voluntad (y en el redescubrimiento de su deseo) está la gran transgresión de la película. El resto, es puro juego de Moretti: el humor es siempre la forma de relación con sus personajes y tramas, aunque ahora lo haga más desde la parodia amable, lúdica e incluso cándida (ver el retrato de los cardenales) que de la crítica ácida y directa. Pero vale no engañarse: la secuencia final revelará el verdadero golpe escondido en la película, y su carácter eminentemente libertario y desmitificador.
Una crisis de sinceridad inoportuna Nanni Moretti sigue jugando al rebelde irreverente y ahora desafía nada menos que al Vaticano, con su última comedia “Habemus Papam”. Totalmente producto de su fantasía, el guión refiere a la muerte de un Papa y el proceso interno de la Iglesia para elegir a otro, el riguroso cónclave entre los cardenales que tienen que reunirse en el mayor de los hermetismos para elegir, entre ellos mismos, a uno que será el sucesor en el trono de Pedro. El punto de vista de Moretti pretende ser una mirada crítica, suavizada con un humor entre irónico y sarcástico, que no intenta hilar muy fino en las cuestiones ni religiosas ni institucionales. Se trata de un juego farsesco de grandes pinceladas para ilustrar jocosamente un pensamiento: entre las paredes del Vaticano se guarda celosamente un poder imaginario que se sustenta más en el secreto que en un poder real. Moretti se toma su tiempo para enfocar uno por uno a los cardenales (provenientes de distintos lugares del mundo) que tendrán que elegir al sucesor, y cómo en su fuero íntimo todos preferirían que el peso de la responsabilidad cayera sobre otro, porque es más cómoda la vida cortesana dentro de palacio, que el propio reinado. Luego de varias votaciones fallidas, con fumata negra y una multitud ansiosa esperando novedades en la plaza, finalmente, la gran mayoría se decide por Melville (Michel Piccoli), un monje discreto, silencioso y de bajo perfil. Pero los problemas empezarán justamente cuando parecía que todo se solucionaba. Es que Melville, un hombre anciano, sufre una profunda crisis en el preciso instante en que tiene que asumir su designación y presentarse ante los fieles. Gran consternación cunde en el Vaticano que cae prácticamente en el ridículo al afirmar, fumata blanca mediante, “habemus Papam”, pero tiene que suspender el anuncio del nombre del elegido y su presentación en público por tiempo indefinido. Para ayudar a Melville a salir de su abismo psicológico, llaman a un psiquiatra (Nanni Moretti), quien intentará tratar al prelado de urgencia, dadas las circunstancias. Vacío de poder Las cosas tenderán a complicarse, porque lo que le sucede al flamante Papa no es de fácil abordaje. Mientras, el Vaticano deberá mantener el hermetismo durante varios días, generando en los fieles lo que más detesta: incertidumbre. El vacío de poder provocado por esta circunstancia imprevista y desconcertante, amenaza no solamente la imagen de la Iglesia sino que socava los fundamentos mismos de su poder. Lo que ocurre puertas adentro, mientras Melville pasea su crisis de incógnito por las calles, es una sucesión de situaciones hilarantes, ociosas e insignificantes. Moretti muestra a los cardenales y otros funcionarios del Vaticano nada más que matando el tiempo con entretenimientos superficiales. Finalmente, luego de idas y vueltas, cuando la tensión alcanza niveles insostenibles, llegará el desenlace, donde se concentrará el golpe de gracia de la propuesta del director italiano, quien quiere resaltar el aspecto humano, demasiado humano, de la jerarquía católica. “Habemus Papam” es una humorada crítica que deja picando algunas cuestiones sin pretender ahondar demasiado en debates profundos, que tienen como premio una digna y respetable actuación de Piccoli, a quien el personaje le sienta como hecho a medida.