Y que la magia esté contigo Disney y Kenneth Branagh nos traen La Cenicienta (Cinderella, 2015), una nueva y fiel versión del clásico animado de 1950, pero esta vez live action (es decir con actores reales), que logra plasmar a la perfección la magia del cuento, al igual que los otros dos conceptos que predica el film: bondad y valentía. Todos conocen la historia de Cenicienta: Ella, Lily James, pierde a sus padres quedando bajo el cuidado de su cruel madrastra y sus odiosas hermanastras, quienes la obligan a realizar las tareas serviles de la casa. Conoce al príncipe, baile real, zapatito de cristal y felices para siempre. Las versiones de este mismo cuento, entre ellas la de los Hermanos Grimm, y por supuesto la de Disney, encarnan desde las facetas más sangrientas y macabras hasta las más inocentes. En el terreno de la adaptación cinematográfica, Cenicienta fue llevada a la pantalla grande en distintas ocasiones entre las que cabe recordar Por siempre Cenicienta (Ever After: A Cinderella Story, 1998) protagonizada por Drew Barrymore, quien encarna a una Cenicienta rebelde en un marco que se aleja del mundo fantástico para situarse en la edad media, y por otro, aquel bodrio para adolescentes que ocurre en la actualidad y en donde Hilary Duff trabaja en un restaurante de comida rápida y conoce a su príncipe por internet. Esta Cenicienta contiene todos los elementos de los cuento de hadas, y aunque no resulta tarea fácil convertir una película fantástica animada en una live action, Kenneth Branagh sale airoso del reto, reforzando estos elementos con un exquisito retrato del reino y la caracterización de sus personajes. Aplausos para quienes castearon a Cate Blanchett y Helena Bonham Carter, quienes se destacan en sus roles de madrastra y hada madrina, apropiándose de los personajes y otorgándoles incluso, una impronta propia. Lo mismo puede decirse de su protagonista, Lily James, al encarnar el balance perfecto de Cenicienta, sin caer en la típica carilinda que perfectamente podría haber quedado seleccionada para el papel. La voz en off del hada madrina, que funciona como relatora del cuento en conjunto con la primera impresión visual del reino, establecen desde el comienzo que tipo de adaptación vinimos a ver, y con que tipo de protagonista nos encontraremos: La princesa de los primeros años de Disney, buena, inocente y obediente, sufre en silencio por sus desgracias, pero su bondad y respeto no la llevan a quebrantar las normas. En años posteriores, estas se convierten en mujeres mucho más independientes y alejadas del concepto de damisela en peligro que encarna la princesa de Kenneth Branagh. La misma dinámica se repite con el personaje del príncipe, (Richard Madden), el tipo de personalidad propio de estas primeras películas. La Cenicienta nos retrotraerá inevitablemente a nuestra infancia, y, aunque todos estén familiarizados con la historia del zapato de cristal, el film consigue generar en el espectador la intriga por saber si logrará llegar a su casa antes de las doce, y si al final vivirá feliz por siempre junto a su príncipe.
Clásico de clásicos El británico Kenneth Branagh dirige esta nueva versión de cenicienta, basado no en la historia original, sino en el clásico de Disney, el que ha sido respetado al pie de la letra. La historia es la que ya todos conocemos, Ella (Lily James), es una huérfana que queda al cuidado de su malvada madrastra (Cate Blanchett) y convive con dos feas y malvadas hermanastras (Holliday Grainger, Sophie McShera) que la ningunean y reducen a la servidumbre en su propia casa, situación que soporta con estoicismo, como todo lo que el destino le manda. En esta versión Cenicienta tiene un mantra, las últimas palabras de su madre antes de morir: "bondad y coraje". Con esas palabras en mente enfrenta al mundo con una enorme bondad y el coraje de ir al baile del palacio, aunque se lo prohíban, para ver nuevamente a quien ella cree que es un simple aprendiz que ha conocido en el bosque, pero que es en realidad el príncipe, y que ha quedado absolutamente embobado con ella, lo que lo lleva a él a buscarla por todo el reino, zapato en mano. Es extraño que ante tanta princesa corajuda que Disney ha creado últimamente -como Merida, Anna, Elsa o Rapunzel, por nombrar algunas-, haya hecho una versión tan moderada de Cenicienta, que si bien muestra algo de determinación, no tiene la valentía ni la decisión de las últimas princesas. Disney permaneció esta vez fiel al clásico, y de la mano de Branagh lo ha hecho a todo trapo, con el diseño de producción de Dante Ferretti y el diseño de vestuario de Sandy Powell, quienes crearon un mundo lleno de magia que derrocha belleza por todos lados. Desde las escenas pequeñas en el ático con encantadores animalitos, hasta la opulencia del baile en el palacio con unos zapatitos de cristal que parecen el sueño de Carrie Bradshow. La parte mágica de la historia -la conversión de la mano del hada, cuando los animales y las calabazas se transforman-, tiene mucho de la estética de "Alicia en el País de las Maravillas", pero sin el surrealismo de Burton, sino más bien humanizando la estética Disney, del modo más expresionista posible. No hay mucho que agregar sobre la historia, son esos clásicos que siempre funcionan, así que ¿para que buscarle otra vuelta?. Esta nueva versión de Cenicienta llevada a la realidad tiene la magia y la esencia de Disney, mas es extremadamente melosa, por momentos empalagosa. Lily James y Richard Madden funcionan muy bien como la pareja principal, al igual que las desagradables y egocéntricas hermanastras, pero es definitivamente Kate Blanchet quien descolla como una malvada con estilo. Una vez más ha vuelto la clásica heroína, con una historia que toca temas universales como los sueños, el valor, la esperanza, y la decisión de sobreponerse a las adversidades con recursos que siempre funcionan: belleza, magia, mucho brillo y el más feliz de los finales.
Colorida y empalagosa, con actores de lujo y muuucho romanticismo, ideal para niñas y sus madres nostálgicas. Un discurso que opone la bondad y coraje a toda prueba contra los llenos de odios y revanchismos. Que la madrastra sea Cate Blanchett es un guiño el mundo adulto. Algunos buenos trucos y el cuento funciona, como siempre.
Ser valiente y bondadoso Una nueva versión del cuento La cenicienta. No es ni la primera y seguramente no será la última. Pero sí hay que decir que es la que mejor representa la famosa y universal historia que todos conocemos. No hay cuento de hadas más famoso que el de Cenicienta. No solo porque atravesó la historia de la humanidad en los más variados formatos, sino que también fue contado a través de los siglos por Perrault, los hermanos Grimm y llegó al cine y la televisión de infinitas formas. La versión de cine más recordada es la de dibujos animados de la década del cincuenta. Hay que decir que es raro cuando uno se prepara para ver algo que conoce de principio a fin, cuando no le quedan dudas acerca de todo lo que va a ocurrir en la pantalla. Es más raro aun cuando descubre que eso no es un defecto ni un impedimento para que la película deslumbre y emocione. Como los niños frente a los cuentos de hadas, los espectadores podrán disfrutar de cada momento conocido, atravesar cada instante con inquietud y alegría, sabiendo cual es el destino de sus personajes y deseando que ese destino se cumpla. Por algo, después de todo, este es el cuento más famoso. En el fondo de cada persona está la historia de Cenicienta, el deseo de ser reconocidos y luego de enormes sacrificios descubrir que uno es especial. No es solo cuento para niñas o niños, es para cualquiera. Esta nueva versión del cuento clásico, bastante inspirada también en la película de Walt Disney de 1950, es la conjunción perfecta entre la inocencia y el drama, capaz de alcanzar niveles de belleza arrebatadores sin ser tampoco anodina o carente de profundidad. En esta época en la cual está muy de moda revisar los cuentos de hadas y transformarlos en cosas absurdas, incluso con escenas de batalla, La cenicienta de Kenneth Branagh conserva la forma simple y directa de un cuento, consiguiendo de una manera poco común que el relato vaya tomando vuelo poco a poco, confiando más en el espectador que en las necesidades del mercado actual. Al comienzo no se sabe muy bien si la película logrará diferenciarse de la media contemporánea, pero cuando llegan las escenas previas al baile y el baile en sí mismo, hay que rendirse frente al talento de Branagh que consigue poner en imágenes todo lo que uno imagina que es el clímax de la historia de Cenicienta. Es un gran mérito que el realizador no le haya tenido miedo a la fantasía y la magia, mérito extra porque el drama está intacto y no se ve afectado por el elemento propio de los films de Disney. De hecho, y para ser justos, la película carece de cualquier cinismo o ironía modernas, y se asemeja muchísimo a los films clásicos del estudio. Esto, claro está, debe tomarse como un gran elogio. El casting de la película es perfecto de punta a punta, Lily James como Cenicienta, Richard Madden como el príncipe, Cate Blanchett -sin robarse el show- como la madrastra, Derek Jacobi (actor fetiche de Branagh) como el rey, y así todos. Y, porque merece destacarse aparte, el vestuario es posiblemente uno de los más bellos que se hayan visto en la pantalla grande. Todo al servicio de la película y de esta que, repetimos, es la mejor versión de La cenicienta que se haya hecho jamás.
Ningún ánimo de reinterpretación Hace ya unos cuantos años que Hollywood puso el ojo en los clásicos de la literatura infantil para exprimirlos aún más releyéndolos desde una óptica oscura y ominosa, adoptando, en la mayoría de los casos, el punto de vista de los personajes malvados para tratar de dilucidar las motivaciones detrás de sus actos. Por esta nueva ola de la picadora de carne pasaron, entre otros, Caperucita roja (La chica de la capa roja, 2011), Blancanieves (Blancanieves y el cazador, 2012), Hansel y Gretel (Hansel y Gretel: cazadores de brujas, 2013) y La Bella Durmiente (Maléfica, 2014). La Cenicienta rompe con la tendencia enarbolando bien alto la bandera de los productos más emblemáticos de la factoría Disney. Esto es, los colores pastel, los príncipes bellos, las malvadas de caricatura y una protagonista tan sufriente como empática.Los principales cuestionamientos ante este regreso a las fuentes no deberían centrarse en su pertinencia, sino más bien en la nula predisposición del equipo artístico para ejercitar la reinterpretación. Incluso las versiones noveles más mediocres de este relato clásico, desde Por siempre Cenicienta (1998), con Drew Barrymore rebelándose en la Edad Media, hasta La nueva Cenicienta (2004), con la otrora estrellita juvenil Hilary Duff trabajando en un local de comidas rápidas, intentaron generar una plusvalía a lo ya conocido. La ausencia de una lectura ya no personal, pero al menos distinta, resulta particularmente llamativa proviniendo de un director como Kenneth Branagh, reconocido internacionalmente gracias a las mil y una adaptaciones de clásicos de William Shakespeare para cine y teatro.Cada película más cerca de convertirse en un técnico audiovisual asalariado, el director de Thor rinde pleitesía a Tim Burton vampirizándole no sólo la paleta brillosa y el tono onírico de El gran pez, sino también a una Helena Bonham-Carter que parece sacada de una de las películas de su flamante ex marido. Pero es sabido que la propiedad no se lleva muy bien con el cine. Branagh deglute y digiere mal los códigos audiovisuales característicos del director de El joven Manos de Tijera, confundiendo estilización con purpurina digital y limitando la fábula a su carácter enunciativo y bombástico. La que se divierte de lo lindo es Cate Blanchett como la madrastra. Exageradísima en cada palabra y gesto, plena de mohínes y en pose constante, odiable como nunca antes en su carrera, es la única que verdaderamente parece sorprendida ante el happy ending de este somero dramita romántico-juvenil palaciego. 4-LA CENICIENTA Cinderella/Estados Unidos, 2015.Dirección: Kenneth Branagh.Guión: Chris Weitz.Duración: 105 minutos.Intérpretes: Lily James, Cate Blanchett, Stellan Skarsgård, Richard Madden, Nonso Anozie y Helena Bonham-Carter.
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Un reciclaje que funciona. Enredados, Maléfica, Frozen y ahora esta nueva versión de La Cenicienta. Ya sea en producciones animadas o con actores de carne y hueso, Disney es el estudio que mejor entiende el (y mayor provecho saca del) universo de las princesas y las heroínas (en su asociación paralela con Pixar también incursionó hace poco en Valiente). La Cenicienta modelo 2015, dirigida por el otrora shakespeariano Kenneth Branagh y hoy "firma de la casa" (venía de filmar para ese holding una película de superhéroes como Thor), profundiza en la tendencia -no sólo de Disney- de personajes femeninos fuertes y con características más independientes y modernas que en los cuentos de hadas y los films clásicos donde aparecieron. En este sentido, tanto en sus méritos estéticos como en sus flaquezas narrativas, esta suntuosa producción pletórica de efectos visuales y grandes decorados tiene también unos cuantos puntos en común con la saga de Alicia en el País de las Maravillas. La película arranca con una suerte de prólogo que describe el origen feliz de Ella, mucho antes de convertirse en la desdichada Cenicienta. Tras esa introducción, irrumpe en escena la madrastra de Cate Blanchett, que se casa con su padre (Ben Chaplin) poco antes de que éste muera. Lo de "irrumpir" no es antojadizo, ya que la extraordinaria actriz se lleva (para bien o para mal) el film por delante. Es ella, en un tono ampuloso y camp que remite a la bruja que interpretó Meryl Streep en la reciente En el bosque, quien se adueña de la escena con su belleza, su capacidad de manipulación y su crueldad sin límites (no pocos han comparado su actuación con las de Joan Crawford y a su personaje, con el de Cruella de Vil). En cambio, tanto Lily James (Ella) como Richard Madden (el Príncipe), vistos en dos series que aquí también sirven de referencia como Downton Abbey y Game of Thrones, resultan bastante anodinos en sus aportes y con no demasiada química romántica. Entre los múltiples intérpretes británicos que desfilan en pantalla, se destaca la breve intervención de Helena Bonham-Carter como el hada madrina que, en una escena con un muy logrado despliegue visual, convierte calabazas en carrozas, ratones en caballos y harapos en vestidos deslumbrantes. Las aventuras no son todo lo sólidas o divertidas que podrían (y deberían) haber sido, pero aun así este reciclaje y modernización del cuento tradicional funciona. Tras el éxito de éste y otros proyectos similares algo queda claro: hay princesas para rato.
Valiente y bondadosa Mucho más fiel al relato original, esta versión es un lujo visual para que las chicas se queden con la boca abierta. “Sé valiente y bondadosa” le dice su madre a Ella, en su lecho de muerte. La versión de La Cenicienta que dirigió Kenneth Branagh es mucho más fiel al relato original, que tenía su parte de cuento de hadas, con carroza zapallesca, sí, pero también sus partes más oscuras. Como que la madrastra le ordenaba rebanarse el dedo gordo a una de las hermanastras, y a la otra cortarse el talón para que les calzaran en el zapatito de cristal. Disney está revisionando sus clásicos animados, poniéndolos más a la altura del siglo XXI. Esta Cenicienta no es como Maléfica, que contaba La bella durmiente desde el punto de vista de la malvada y le daba una explicación cuasi freudiana. No, Branagh es mucho más tradicionalista, y aunque hay algún apunte trágico, un conflicto que se arrastra desde la niñez y poco más, toda la superproducción apunta al embelesamiento de las niñas, principales destinatarias de la película. Branagh, que de historias shakespeareanas sabe mucho, optó por ceñirse al relato original, y darle mucho lujo visual. Por eso el diseño de producción de Dante Ferretti, el vestuario de Sandy Powell y una catarata de efectos visuales para que las transformaciones de la noche soñada (carroza, caballos, pajes, etc., etc.) deje suspirando y con la boca abierta llena de pochoclo a las más chicas. Como la trama es la misma, vayamos a las actuaciones. Si Lily James viene de la serie Downton Abbey, y el príncipe es encarnado por el escocés Richard Madden (que estuvo en Game of Thrones), la apuesta grande es por la Madrastra. Que en la piel, rictus y la gestualidad de Cate Blanchett es una malvada que va sumando y pagando sus maledicencias en cuotas. El guión le permite a la actriz de Blue Jasmine construir un personaje con cierto -no mucho, indispensable- background. Los chicos la odiarán, lo cual no es más que motivo de orgullo para la gran intérprete, que sabe cómo lucir los lujosos vestuarios a su disposición. Tal vez Ella es un tanto anticuada para los tiempos que corren. ¿Cuántas chicas, hoy, dejarían su cuarto para vivir en un sucio altillo, y se humillarían como ella? Los personajes femeninos modelo Siglo XXI pueden ser abnegados, pero Cenicienta es pura como el agua, y brilla como el zapatito de cristal Swarovski que se calza en la pantalla. Un éxito.
Cenicienta: mucho ruido y pocos cambios “Cenicienta”, el clásico film animado de Walt Disney, vuelve a los cines en versión carne y hueso con una puesta en escena que hará emocionar a grandes y chicos por igual. El encargado de su traslado al mundo humano es Kenneth Branagh, a quien podría adjudicársele un Oscar solo por su labor adaptando historias clásicas al cine. La trama arranca cuando Ella es tan solo una niña y somos testigos de la excelente relación que tiene con sus padres (Hayley Atwell y Ben Chaplin) y de la bondad y encanto que la rodean. Inevitablemente el destino comienza a jugarle una mala pasada cuando su madre cae gravemente enferma y posteriormente muere. Tanto Ella (Lily James) como su padre quedan destrozados por la pérdida pero, años después, Ella volverá a formar una familia junto con la nueva esposa de su progenitor (la brillante Cate Blanchett) y sus dos hermanastras. La incipiente muerte de su adorado padre deja a Ella en manos de su madrastra y hermanastras, quienes harán lo posible para hacer de su vida un tormento. Así, sin desviarse ni un minuto de lo que ya conocemos, la historia continúa su clásico rumbo aunque es interesante ver como la trama intenta desarrollar un poco más la historia de amor entre Ella y el joven príncipe Kit (encarnado por un encantador Richard Madden). Lo interesante de esta versión no reside en la historia en sí, ya que Brannagh es un gran conservador de los relatos tal como sus creadores los concibieron (en este caso se toma como punto de partida el film animado, no el cuento original), sino en la descomunal producción y en el minucioso detalle presente desde que empieza hasta que termina el film. En casi todos los momentos de su historia podemos ver a Ella vistiendo alguna prenda en la gama de los azules o celestes, color que luego será utilizado en su ya mítico vestido para el baile. La madrastra malvada Lady Tremaine, quién hace su majestuosa aparición acarreando a su gato Lucifer de una correa (lo que podría interpretarse como una clara metáfora de cómo luego intentará manejar la vida de Ella), también destila maldad y elegancia con cada paso. Por su parte, las insufribles hermanastras, tal como en la versión animada, lucen ridículos vestidos que hacen juego entre sí e incluso, los únicos amigos de Ella, los simpáticos ratoncitos, tienen su desarrollo en un CGI delicado que ayuda a mezclar la fantasía con el mundo real de manera sútil y brindando el apoyo necesario a nuestra protagonista durante la historia. Las locaciones, el diseño de producción y vestuario son realmente majestuosos y son parte fundamental del éxito de esta adaptación. El elenco lleva a la perfección cada uno de los roles asignados y aportan un toque de frescura a la ya conocidísima historia. Tal como lo aclaramos al principio, este film de Branagh es la adaptación calcada del film animado de Disney, no hay grandes vueltas de tuerca ni diálogos fuera de lugar. La consigna es simple: el traslado de un cuento de hadas brillante (literal y metafóricamente hablando) que embelesará tanto al público que recién se topa con esta historia como a aquellos que crecimos con él.
Había una vez un clásico Si hay algo que no cabe esperar de esta adaptación live-action de Kenneth Branagh es una vuelta de tuerca innovadora o una versión modernizada del clásico animado de 1950. Hasta ahora, la camada de reversiones de Disney de sus propias películas en clave de acción real, nos habían presentado elementos originales como la aparición de nuevos personajes, en el caso de “Alicia en el País de las Maravillas” (2010) o el cambio de punto de vista, como en “Maléfica” (2014). Pero no es el caso de “Cenicienta“, donde el apego a la historia original es tan grande, que el más mínimo y necesario de los cambios parece gigante. Esta adaptación es práticamente fiel al clásico de Disney, casi como las adaptaciones previas de Branagh lo son a las obras de Shakespeare. Con un historial de grandes puestas en escena de este tipo de piezas, no es de extrañar la literalidad y gran despliegue visual de la película. La transición de la magia animada al mundo “real” es impecable, las tomas bellísimas, el diseño de vestuario deslumbrante y en general todas las elecciones artísticas incuestionables. Pero peca de ser el punto más furte de esta película, que no se sostendría por sí sola si no fuera una recreación del cuento disneyniano que todos conocemos. Si bien Cenicienta no se destaca por ser una de las princesas con más personalidad o rica historia de trasfondo, lo que se espera hoy en día de una reinterpretación como ésta es que la narrativa esté un poco más desarrollada, que los diálogos reflejen la madurez de más de seis décadas de progreso con respecto a la original, o que de alguna manera se nos ofrezca algo distinto y mejorado. La recreación con lujo de detalle una historia que ya conocemos de memoria y vimos tantas veces, es algo que bien cabría esperar de una adaptación teatral, no de una película de un estudio tan experimentado en brindarnos entretenimiento como Disney. Que “Alicia…” y “Maléfica“, con sus errores y aciertos, hayan demostrado la rentabilidad de llevar títulos conocidos a su versión carne y hueso, no significa que se tenga que hacer necesariamente con todas las películas que fueron clásicos arrolladores de taquilla en formato animado. Sin embargo, esos parecen ser los planes, ya que a futuro se están barajando las remakes de “La Bella y la Bestia” y “Dumbo“. Será hora de que nos vayamos acostumbrando a que la aparición de princesas osadas e independientes como Elsa, o auténticas e intrépidas como Anna, deberá esperar detrás de una larga fila de clásicos aguardando su turno a una innecesaria segunda oportunidad.
Hace ocho años que Kenneth Branagh no dirige en el cine proyectos personales. Su última producción fue Juego macabro (2007), con Jude Law y Michael Caine y desde entonces hizo filmes por encargo para distintos estudios de Hollywood como Thor y Jack Ryan. La Cenicienta no es una película de Branagh, sino una producción de Disney que contó con la dirección del artistas inglés, que no es lo mismo. El cineasta que suele abordar estos trabajos con el mismo profesionalismo con el que desarrolla sus producciones independientes, en este caso brindó una excelente interpretación del clásico cuentos de hadas. El guión escrito por Chris Weitz (director de La brújula dorada) fusiona el relato infantil de Charles Perrault con la historia del film animado de Walt Disney de 1950. Esta es la trama popular que conoce todo el mundo. La versión más oscura y sangrienta de los hermanos Grimm la pudimos ver hace poco en el musical de Rob Marshall, En el bosque. Cenicienta tiene una basta filmografía en el cine, cuyo primer antecedente data de 1899 con el famoso corto dirigido por George Mélliès. Desde entonces se hicieron varias películas. Desde el musical erótico de 1977, dirigido por Michael Pataki, hasta la versión Black Power de 1997 con Brandy y Whitney Houston y la excelente producción de 1998 con Drew Barrimore ,que presentó un enfoque más realista del cuento tradicional. El nuevo film de Disney apostó a lo clásico con una propuesta que evoca a las viejas producciones live action de fantasía de esta compañía. El trabajo de Branagh presenta sus mayores virtudes en la soberbia puesta en escena donde sobresale la labor del diseñador de producción Dante Ferretti y los coloridos vestuarios de Sandy Powell, dos clásicos colaboradores de Martin Scorsese. El realizador inglés también volvió a trabajar con el director de fotografía Haris Zambarloukos, quien previamente fue parte de Juego macabro, Thor y Jack Ryan. Desde los aspectos visuales la película es extraordinaria y hay un par de escenas donde se nota claramente que Branagh estuvo detrás de las cámaras. Podemos citar la introducción de los protagonistas en los primeros 10 minutos y la secuencia del baile en el palacio del príncipe a la que el director le dedicó bastante atención. En lo que se refiere al reparto, Lily James (Furia de titanes 2) resultó una acertada elección para interpretar esta versión clásica de Cenicienta, mientras que Cate Blanchett en el rol de la madrastra y Helena Bonhan Carter como el hada madrina, también tienen algunos momentos destacados. Carter grabó una buena versión de la clásica canción del film de Disney, "Bibbidi -Bobbidi-Boo" pero no se incluyó en la trama, aunque se la puede escuchar durante los créditos finales. Afortunadamente el guión de Chris Weitz le escapó al descerebrado panfleto feminista que predicaba Maléfica, donde sólo las mujeres eran inteligentes y nobles y todos los personajes masculinos eran crueles o estúpidos. El rol del príncipe, que siempre es complicado de trabajar porque los miembros de la realeza son un bodrio, en este caso fue retratado como un héroe romántico más clásico que tiene su propio arco argumental y no está pintado en la trama como ocurría en el film de Angelina Jolie. Un correcto trabajo de Richard Madden (figura de Juego de tronos), quien le puso onda a este personaje y armó una buena dupla con la protagonista. La escena en que las ropas sucias de Cenicienta se convierten en el famoso vestido de gala seguramente le volará la cabeza a las niñas de seis años que vean esta película. El target de público que amará esta producción. En estos días donde la tendencia de Hollywood es trabajar los cuentos de hadas con enfoques más oscuros, como vimos en muchos filmes recientes, La Cenicienta dirigida por Kenneth Branagh apostó a brindar una propuesta de fantasía más clásica. Seguramente algunos le objetarán que no ofrece una visión distinta de este relato, pero esa versión ya la vimos en el film con Drew Barrimore en 1999. Salvo que Cenicienta sea retratada como una cazarrecompensas en el viejo oeste no hay tampoco demasiadas variantes para trabajar el cuento original. Con una marcada estética anti Zack Snyder (el Darth Vader de los colores en Hollywood) este film de Disney vuelve a revivir el cine de fantasía inocente y clásico que logra brindar un gran espectáculo familiar. El Dato Loco: Durante la escena del baile entre Cencienta y el príncipe se pueden observar a varias actrices de fondo que visten los clásicos trajes de gala de las protagonistas de La bella durmiente, La bella y la bestia, La princesa y el sapo y La sirenita.
Anacronía y pasividad. Si hay una característica invariante en la cadena de transformaciones a lo largo del tiempo de las fábulas y/ o cuentos de hadas, definitivamente es la doctrina de la acentuación sobre determinadas moralejas que se consideran inherentes a la estructura lógica de su devenir. Según el período sopesado, estos relatos de antaño experimentaron cambios de toda índole en el terreno de la tradición oral y luego adquirieron un esqueleto más o menos monolítico cuando la retórica de las clases letradas metió la cola. Ahora bien, mientras que la industria cultural por lo general reforzó semánticamente los rasgos más conservadores de las historias, las vanguardias del siglo XX se dedicaron a llevar a cabo relecturas mordaces. Concentrándonos en el derrotero cinematográfico alrededor de La Cenicienta, clásico de clásicos dentro del rubro, conviene aclarar que el inefable Walt Disney se basó en la versión de Charles Perrault para su adaptación de 1950, algo así como la “estándar” tanto en lo referido a las películas animadas como en lo que atañe a sus homólogas en live action (en esencia se explotó la introducción de motivos como la hada madrina y las zapatillas de cristal). El film que hoy tenemos ante nosotros es otra traslación igual de literal del trabajo compilatorio -con intenciones expansivas- del francés, quien a su vez influyó muchísimo en la obra de Jacob y Wilhelm Grimm, los otros grandes legitimadores de la didáctica popular. A decir verdad Kenneth Branagh y Chris Weitz, director y guionista respectivamente, construyen una realización prolija pero anacrónica, sobrecargada de una pasión nostálgica que demuestra su incapacidad a la hora de abarcar la complejización del rol de la mujer en la sociedad actual, optando en cambio por una nueva apología de esa pasividad vinculada con el martirio al que las señoritas parecen estar “condenadas”. El sacrificio desinteresado resulta valioso en contraposición a colectivos que celebran el egoísmo y la indiferencia, no obstante aquí ni siquiera hallamos esa ampliación -hipócrita y desfasada- del acervo femenino a la Frozen (2013), como si los opus del Studio Ghibli jamás hubiesen existido. La parábola de la huérfana sometida a las torturas de su madrastra malvada y sus dos hijas, siempre a la espera de que el príncipe de turno la rescate del calvario, en esta ocasión deja de lado el revisionismo canchero (tan común en estos días) y se acopla al psicologismo entrecruzado de los personajes (la autoconciencia aparece en el desarrollo actitudinal). El cansancio de las alegorías, sumado al carácter anodino de la protagonista Lily James y cierto automatismo por parte de Branagh, quien sigue facturando en su etapa mainstream, ayudan a que los únicos momentos disfrutables sean los que involucran la intervención de las bellas Cate Blanchett como la villana y Helena Bonham Carter como la hada madrina…
Las imágenes y Cate Blanchett salvan a la nueva “Cenicienta” Un director que resurge de las cenizas una y otra vez es Keneth Brannagh, que hace un Shakespeare y desaparece para reaparecer con un policial, o con esta impensable versión live action de uno de los dibujos animados más famosos de la historia del cine. Y este detalle es lo que vuelve curiosa esta superproducción de Disney: la nueva Cenicienta está inspirada muy de cerca en el clásico cartoon de Disney tanto a nivel estético (la paleta de colores es prácticamente la misma), como en el tema central, lo que convierte a esta nueva película en un experimento de cómo transportar ñoñerías del siglo pasado al siglo XXI. En todo caso, el argumento empieza a toda tragedia con los vaivenes que hacen que la inocente y buena Lily James quede en manos de la maligna y excelente actriz, por supuesto- Cate Blanchett, juntando detalles argumentales del film de Disney de 1960 con la historia original escrita por Perrault hace siglos. Todo el mundo conoce el relato y, luego de los momentos trágicos, empieza la alegría y el romance, y en este sentido hay una innovación en el hecho de que la heroína conozca a su príncipe (Richard Madden) antes del famoso baile, lo que le da la principal y más interesante vuelta de tuerca argumental a esta nueva versión. Lamentablemente, al guión le faltan no sólo otras innovaciones sino, además, cierto equilibrio en su adaptación de una historia tan conocida. Lo que no quita que visualmente el film tenga momentos formidables (la fotografía de Haris Zambarloukos es de primer nivel y logra imágenes muy imaginativas) y, por sobre todo, en el excelente elenco, lo que ayuda a recomendar la película es la madrastra mala que compone Cate Blanchett, sin duda el personaje y la actriz que se roban este film.
La Cenicienta llega en esta versión de Kenneth Branagh. Este 2015 llega a los cines, y nuevamente de la mano de Disney, la película La Cenicienta. Este nuevo filme, que aparenta ser una mera versión con personajes de carne y hueso del clásico de 1950, es en realidad, una película que esta mucho mas cercana a la filmografía de Kenneth Branagh, su director, que a la cinta animada que el estudio produjo a mitad del siglo pasado La historia no amerita detenerse en ella ni un segundo, un hombre viudo, con una hija bellísima por fuera (pero mucho más bella por dentro), se casa con una mujer, también viuda y madre de dos hijas. Cuando este señor muere, la nueva madrastra transforma a Ella (tal es el nombre original de Cenicienta) en la sirvienta del hogar, y el cuento de hadas se va a desarrollar cuando un príncipe organiza una gala para desposar una princesa, y Cenicienta se ve prohibida de asistir a la gala. Las diferencias con el relato original son geniales. No solo en como se cuenta toda la previa (que es solamente voz en off en la versión de Disney), sino también en como se desmitifica ese mensaje de los cuentos de hadas en el cual, verdadero amor y una vida de lujos es casi lo mismo. Lo que vuelve muy especial a esta película, y para aquellos que han seguido a Branagh previo a su ingreso al universo Marvel no es ninguna sorpresa, es como esta versión se asemeja mucho más a un relato de Shakespeare que a un cuento de hadas infantil. Los diálogos, la fotografía, e incluso las locaciones elegidas, todos los elementos denotan el buen gusto y la pasión por la literatura que el director ha sabido demostrar en sus obras anteriores. Tal vez lo único que haya para criticarle a la película, es que cada tanto, se cuela una escena en la que la estética de Disney copa la pantalla dejando un poco relegada la impronta Británica que gobierna el resto de la película. Es un producto un poco complicado ya que el público al cual uno supone que apuntaría no suele ver películas de esta duración, pero que para aquellos adultos que nos regodeamos con estos relatos mágicos, esta versión de La Cenicienta se vuelve altamente disfrutable.
Crítica emitida por radio.
La Cenicienta renace con el hechizo de un clásico "La Cenicienta" regresa con personajes al borde de las lágrimas, un sólido elenco encabezado por Lily James y toda la magia del relato clásico. El director Kenneth Branagh no se aparta de las situaciones conocidas por el público. Con personajes siempre al borde de las lágrimas, ausencias paternas y maternas como para no perder el rumbo lacrimógeno de las historias clásicas que marcaron a generaciones y sin olvidarse de la magia, La Cenicienta nuevamente cobra vida con actores de carne y hueso, siguiendo el exitoso camino que dejó Maléfica y que continuará con La Bella y la Bestia. Bajo la galera de Kenneth Branagh -Thor- la película se asegura un regreso fiel al relato infantil sin despegarse de las situaciones que todos conocen y esperan de una superproducción de estas características: la espectacularidad de los escenarios, la cuota obligada de hechizo, el vestuario multicolor y la dosis melancólicas que tan buenos réditos deja en boleterías. La intención del director no es crear una atmósfera sombría o estremecedora -a pesar de la presencia del gato Lucifer-, sino una película que mantiene su tono deliberadamente ingenuo sobre todo en las escenas desarrolladas en el bosque durante la cacería o desde el mismo personaje central, Ella -una acertadísima Lily James, vista en Furia de Titanes 2-, la joven de enorme corazón, capaz de hablar con ratones y patos, y cuyo padre -un rico comerciante- se vuelve a casar tras la trágica muerte de su madre. Ella está dispuesta a recibir a su nueva madrastra Lady Tremaine -Cate Blanchett como una sofisticada dama impulsada por la envidia y la maldad- y a sus hijas Anastasia y Griselda en su hogar familiar, pero pronto queda a merced de la mujer que sólo busca el bienestar económico cuando el padre de Ella también muere. Obligada a realizar las tareas serviles de la casa -y apodada como La Cenicienta- la heroína aún tiene oportunidad de conocer el amor del príncipe -Richard Madden- en el baile real gracias a la ayuda de su Hada Madrina -Helena Bonham Carter en una breve aparición-. La película funciona por su ritmo sostenido, sus logradas escenas ambientadas en el ático y en salones reales, y por reflotar los temas del amor incondicional versus los matrimonios arreglados. La cámara circular de Branagh involucra a los espectadores en la coreografía y la esperada escena del zapato de cristal aparece luego salpicada con oportunos toques de humor. Al film, de gran diseño de producción, se suma un elenco sólido en el que también sobresalen los roles secundarios de Derek Jacobi, como el Rey; Stellan Skarsgård, como el Gran Duke y Ben Chaplin, en el rol del padre de Ella. Todos construyen el universo de una historia que vuelve para quedarse con el corazón del público. Fiel a un estilo A la espera de la ansiada secuela de Frozen, antes de la proyección de La Cenicienta, se incluye el corto Frozen Fever donde los personajes se reúnen para festejar el cumpleaños de Ana. Elsa tiene un gran resfrío y estornuda a unos diminutos personajes, generando gags en varios tramos del corto. Sin embargo, todo parece seguir adelante: Kristoff, Olaf y el reno ayudan a decorar el patio al aire libre y una gran torta. Los personajes aplaudidos por el pùblico vuelven y dejan con ganas de ver más que apenas una simpática anécdota animada.
Llega la nueva versión de Cenicienta dirigida por Kenneth Branagh. Antes que comience la película principal tenemos un cortometraje de “Fiebre congelado” una nueva película con los personajes de Frozen, cantan hermosas canciones y mantiene los elementos que ya conocemos, es el cumpleaños de Anna y Elsa le preparara una fiesta muy especial pero Elsa se encuentra muy resfriada y en cada momento que estornuda algo especial sucede (nuevos personajes se avecinan). Los cuentos mágicos cuentan con un buen atractivo dado que casi todas las historias que se encuentren relacionadas con hadas le brindan un toque diferente, como fue: "EverAfter" (1998) con Drew Barrymore; “Blancanieves y la leyenda del cazador” (2012), Maléfica (2014), entre otras. Ahora este largometraje de Disney con la dirección de Kenneth Branagh mantiene su encanto para los niños y más aún a las niñas y algunos toques para los adultos, no hay monstruos, ni luchas, Cenicienta es valiente, bondadosa, amable, tierna y dulce, está el príncipe que toda niña necesita y la mala de la historia, Madrastra y sus hijas. Gran parte de su desarrollo se va relatando en off por la hada madrina. Se mantiene la estructura del cuento con las aventuras de una hermosa joven feliz , en una hermosa mansión, lo tiene todo, su padre es un rico comerciante, (pero como suele ser Disney) y un día su vida comienza a tornarse triste la muerte de su madre, pasa el tiempo y su padre decide volver a casarse con la viuda Lady Tremaine (Cate Blanchett) y esta tiene dos hijas: Anastasia (Holliday Grainger, “Anna Karenina”) y Griselda (Sophie McShe, serie de TV "Downton Abbey"). Pero cuando su padre muere en uno de sus viajes, ella queda con la Madrastra y sus hermanastras. Su madrastra hecha a todo el personal, y ella (Lily James, “Furia de titanes”) por vivir cubierta de cenizas, es apodada “Cenicienta” va pasando lo que ya conocemos y hasta llegar al” vivieron felices por siempre”. En el final deja un mensaje positivo, sobre el amor, la bondad, la humildad, entre otros valores. La película ha tomado un elenco de carácter y la mayoría son ingleses como: Derek Jacobi quien es el Rey; Stellan Skarsgard el Duke astuto con un gran bigote; la australiana Cate Blanchett es la malvada madrastra, quien en cada escena que participa da cátedras de actuación, siempre le otorga un gran nivel al film; Nonso Anozie (Juego de tronos, Infierno blanco) el Archiduque, Capitán, leal amigo del Príncipe; Helena Bonham Carter como el hada madrina su papel es de poca participación pero se destaca; después están los jóvenes enamorados escoses Richard Madden (Serie Tv “Juego de Tronos”) es el príncipe, ojos; Cenicienta (Lily James) tienen lindos rostros y dulzura pero no resulta atrapante. Hay una actriz española (Jana Pérez) que interpreta a la princesa Chelina de Zargoza. Cuenta con un muy buen equipo de trabajo conformado entre otros por el director de fotografía Haris Zambarloukos (Mamma Mia!); el diseñador de producción Dante Ferretti, ganador de tres Premios de la Academia (Hugo); entre otros rubros técnicos. Aquí se cambia un poco el guión de la película animada. Algunas situaciones se mantienen de la original, otras no. Cenicienta habla con los animales, tienen los mismos nombres que en la película de animación, cuando cose su vestido los ratones la ayudan, el hombre gordo “Gus” solo emite un sonido, tiene sentido del humor; la Madrastra hace un trato con del Duque, y finalmente Cenicienta conserva un zapato de cristal.
Crítica emitida por radio.
Un modelo narrativo sin modificaciones pero agraciado con una buena dirección La tendencia de Disney de narrar en live action algunos de sus clásicos animados mas vigentes es una empresa que, al menos para mi gusto, ha tenido resultados dispares que han puesto en evidencia que lo animado debería haberse quedado como tal. No obstante, Cenicienta, bajo la dirección de Kenneth Branagh, es uno de los primeros ejemplares de esta nueva tendencia que inteligentemente no insiste en arreglar lo que no está roto. Zapatero a tus Zapatos La historia de Cenicienta ya la conocen, y el molde en esta película es seguido paso a paso. Todas las escenas que recuerdan del clásico animado, y por extensión, de cualquier iteración del cuento, van a verlas aquí. El guionista Chris Weitz hace unas contribuciones inteligentes al guión tales como el porqué del nombre de la protagonista, el porqué de su personalidad bienhechora mas como una decisión en vez de una cualidad inherente, y más que nada el de exponer a la protagonista y a la antagonista como dos personajes que atravesaron la misma tragedia, pero que son contracaras a la hora de cómo eligen enfrentar la misma. También cabe destacar la subtrama del príncipe con su padre, y la lucha por ser su propio hombre y tomar sus propias decisiones. La única desventaja que le encuentro es que posee un primer acto demasiado largo y algunos de los diálogos son demasiado unidimensionales. No obstante, no puedo objetar que el haberse apegado a la base, en lugar de construirle un trasfondo y un ambiente oscuro en un vago intento de hacerla original e incluso mas adulta, fue un gran logro. Habia una vez… Brothaaaa (Con acento británico) Si hay algo en esta película de lo cual no tengo absolutamente ninguna reserva es su dirección. Branagh mueve la cámara con absoluta gracia valiéndose de unas composiciones de cuadro en Cinemascope que saca lo mejor de sus detalladamente exquisitos decorados y la habilidad de sus actores. En este último apartado es donde me quiero detener. Siendo Branagh un consumado interprete Shakespereano no es de sorprender que en Cenicienta la dirección de actores esté tremendamente aceitada. En manos de un director mas visual, esto hubiera quedado en solo una buena interpretación, la de Cate Blanchett, y nada más. Pero Branagh saca lo mejor de todos en una manera donde no sólo Blanchett destaca, sino Lily James como la protagonista titular, Richard Madden (The King in the North, The King in the North, The King in the North) como el príncipe y el gran Derek Jacobi como su padre. Eso sí, la interpretación que se roba la película es definitivamente la de Helena Bonham Carter como el Hada Madrina. Conclusión La originalidad es siempre un plus, pero hay veces que cuando esta es buscada con tanto afán, que se pierde de vista que es lo que hace que una narración funcione. Cenicienta es una decentemente escrita y excelentemente dirigida adaptación del cuento clásico, que brilla precisamente por no arreglar lo que no está roto. Ideal para los más chicos, y no me sorprendería que algún que otro miembro de la audiencia adulta que los acompañe pueda gozar por igual de sus virtudes.
La Cenicienta: Para volver a creer en los finales felices Poca gente sabe que "La Cenicienta" es un cuento de hadas que tiene varias versiones de distintos países del mundo. Son dos las que tienen más popularidad: la alemana escrita por los famosos Hermanos Grimm, que forma parte de la colección "Cuentos de la infancia y del hogar". La otra es la que escribió en 1697 el francés Charles Perrault, cuyo título es " Cenicienta o El zapatito de cristal" De aquí se basó Walt Disney para su clásico animado "La Cenicienta" y es la que más arraigada está en América. Ahora nos llega esta versión con actores que respeta la historia original y nos brinda una muy buena película. Ella es una niña que vive una infancia perfecta junto a su madre (Hayley Atwell) y su padre (Ben Chaplin). Pero su mamá muere de forma trágica y es su papá quien se encarga de criarla, dándole todo el amor del mundo. Así pasan los años y llega un momento en que su padre decide que es hora de volver a formar una pareja. Ella (Lily James) está dispuesta a apoyarlo y recibe a su nueva madrastra (Cate Blanchett) y a sus hijas Anastasia (Holliday Grainger) y Drisella (Sophie McShera) en su hogar. El trío de mujeres es bastante particular pero la joven hace todo lo posible para que su padre sea feliz y no le lleva problemas. La tragedia vuelve a golpear su vida cuando él, en uno de sus viajes por trabajo, muere de forma repentina. De repente, toda su vida cambia. Queda a merced de su madrastra y hermanastras que la empiezan a tratar como su sirvienta, incluso la apodan "Cenicienta" cuando la encuentran cubierta de cenizas. A pesar de los maltratos, ella no pierde la fe y renueva las esperanzas cuando conoce a un joven en el bosque -el famoso Príncipe- que dice ser un empleado del palacio llamado Kit (Richard Madden). Como el Rey (Derek Jacobi) quiere que su hijo se case, éste accede mientras le permita organizar un baile al que acudan todas las doncellas del reino, con el secreto deseo de volver a ver a la joven que conoció y que le robó su corazón. Cuando la invitación para el baile llega, Cenicienta no puede asistir, ya que le prohíben ir y le destruyen el vestido. Pronto llegará la ayuda de su Hada Madrina (Helena Bonham Carter) que le dará una oportunidad para que su vida cambie nuevamente para siempre. En los últimos años llegaron a la pantalla grandes películas con historias clásicas que, de una u otra manera, reversionaban la historia o a sus personajes. Eso dejaba cierto "sabor amargo" porque las historias que tan bien conocíamos eran, de alguna manera, cambiadas. Bueno, eso no pasa en este filme. Tal cual conocemos la famosa historia es lo que se nos presenta. Y eso es un gran acierto. Kenneth Branagh es un director clásico, y no hay dudas que su mano se nota en el largometraje. Además, no abusa de los efectos especiales (lo combina muy bien) ni se apoya en ellos para relatar la historia. Aplausos de pie por esta decisión. Los actores principales son más conocidos por su trabajo en televisión que por sus películas: Lily James era Lady Rose MacClare en la serie "Downton Abbey" y Richard Madden fue conocido por interpretar a Robb Stark en "Game of Thrones". Ambos están muy bien, pero por supuesto que Cate Blanchett se roba la película y a Bonham Carter le bastan 20 minutos para desplegar su enorme talento. Antes del filme van a poder disfrutar del corto "Frozen Fever", tan bueno como la película a la que precede. La Cenicienta llegó para hacernos creer nuevamente en la fantasía y los finales felices. Y le estamos muy agradecidos.
Hacia el año 1950 Walt Disney estrenó una de sus varias películas animadas que pasarían a la historia. Cenicienta, como la mayoría de sus fábulas, proponía un retrato de la concepción del padre del ratón Mickey de la sociedad y los valores de ese entonces. Y a la vez blanqueaba el leit motiv de todos su relatos: Sin sufrimiento no hay redención. Como toda bella historia de la factoría Disney, el o la protagonista acariciará la felicidad luego de mucho sufrimiento de por medio en donde morirán varios personajes dejando huérfanos a una larga lista de niños con distintas consecuencias. Pero al final la princesa será besada por el príncipe y a nadie le importa si en el medio fue torturada por una madrastra durante tres cuartos de metraje. Práctica que en la vida real dejaría varias secuelas y una terapia de por vida. ¿Pero a quien le importa la vida real? ¡Es una película de Disney! Hoy, más de 60 años después del estreno de la Cenicienta animada, esa empresa que se llama Disney y que pronto tendrá los derechos de todas las historias escritas y por escribirse, contrató al director de Enrique V, Hamlet, Frankenstein y Thor para filmar con actores de carne y hueso una modernización del clásico de todos los tiempos. Modernización que para ser justos solo va de la mano del diseño de arte del film, ya que la historia permanece intacta. Y como suele hacerlo, a pesar del desafío Kenneth Branagh ofrece un producto prodigiosamente redondo. Al ritmo del clásico Bidibi Badibibu, los sueños de la doncella interpretada por Lily James con una delicada y medida actuación, se van haciendo realidad. Impulsada por las conductas de comportamiento que su madre le inculcó de pequeña antes de morir, Ella con valentía y bondad sobrepasa todas las trabas que su cruel madrastra (Cate Blanchett en otra soberbia interpretación) pone en su camino hacia la felicidad. Con un poco de ayuda de la Hada Madrina (Helena Bonham Carter) y un diseño de producción impecable en donde el vestuario, el arte, los FX y la fotografía dan en la nota justa, Branagh consigue que su película sea un producto que calza igual de bien para las viejas y nuevas generaciones.
Un clásico en sus zapatos Las adaptaciones de cuentos clásicos a la pantalla grande últimamente han dividido las aguas tanto en el terreno de la crítica como en el público en general, básicamente por anteponer a la diatriba fidelidad o renovación total un listón cargado de gustos personales, nostalgia y muy poco cine. Es verdad que los ejemplos de versiones transgresoras de algunos cánones fundantes como Blancanieves y el Cazador (2012) o Maléfica (2014), representan los dos modelos en pugna. La primera supo aggiornar de manera eficiente a los tiempos de la acción un cuento de rivalidad entre dos mujeres por el reino de la belleza, cuando todo el resto es secundario y la segunda desoscureció a una villana lisa y pura por un hada despechada y resentida. Cuento de hadas si o cuento de hadas no, parece ser el debate aún no zanjado cada vez que se supone una nueva adaptación infantil -o no tanto- de este tipo de mitos, como el que nos compete: Cenicienta. Lo primero que hay que decir es que el director Kenneth Branagh parece mucho más animado en respetar a rajatabla la mística de la historia con su “happy ending” a toda orquesta más que a exponer una lectura personal sobre los hitos más reconocibles del relato, léase el confinamiento de la pobre Ella (Lily James), apodada por su madrastra Cenicienta; la chance mágica de convertirse en princesa en el lapso de unas pocas horas y finalmente el enamoramiento con el príncipe (Richard Madden), con el que todas las mujeres sueñan. Ese esquema narrativo y clásico permanece más que intacto en esta versión y, en manos del realizador, se magnifica desde la puesta en escena con poco abuso de recursos digitales, más no así visuales, apelando por ejemplo a un vestuario de colores pasteles como el clásico dibujo animado, aunque es justo recalcar con una presencia mayúscula de la madrastra en la piel de Cate Blanchett, quien sabe dotar a su personaje del tono caricaturesco que muchos espectadores celebrarán y otros repudiarán. Entonces la pregunta más difícil de responder es si Cenicienta es o no una película a la altura de sus zapatos, cuando la respuesta queda en evidencia por no haber caído en la tentación de sumar a una historia dramática de por sí pero de tinte rosa y púrpura el manto de negrura y cinismo ya practicado en otros exponentes como por ejemplo Hansel y Gretel, cazadores de brujas (2013), donde el drama de esos pequeños quedaba reducido a la mínima potencia y tapado por la pirotecnia visual que si bien entretiene en algunos momentos, en otros nos obliga a replantear con qué necesidad se llevan a cabo este tipo de proyectos que desde sus orígenes cuentan con mucho mas consenso que críticas a su mensaje o estructura narrativa. Cenicienta bajo el mando de Kenneth Branagh es un digno producto, prolijo, conciso y que reconcilia con la ingenuidad de la fantasía, con la necesidad de volver a creer en calabazas convertidas en carrozas o que a la menos besada del pueblo le termine tocando nada menos que el príncipe azul, que nunca destiñe.
La Cenicienta, como Benjamin Button, nació vieja. El nuevo film de Disney es sorprendentemente fiel a la película animada de 1950. Llamarla una actualización o revisión sería inexacto. Es un homenaje, en live action, a los años dorados del estudio de Mickey. Justamente, su arcaísmo (o clasicismo, si queremos ser más benévolos) es su atractivo para muchos fanáticos de la original. Y es cierto que, de alguna manera, lo novedoso de La Cenicienta es que no es novedosa, porque parece pertenecer a una época lejana. Mientras que otros acercamientos recientes a los cuentos de hadas -Hansel y Gretel: Cazadores de Brujas, Blancanieves y el Cazador o Maléfica- buscan “modernizar” los personajes y las historias, al menos superficialmente, el director Kenneth Branagh y su guionista Chris Weitz eligen el camino inverso. Emulan códigos actorales y narrativos de hace 65 años, y hasta componen algunas escenas, especialmente las del famoso baile nocturno, como si pertenecieran a una clásica épica en Technicolor, en las que proliferaban los colores y los vestidos. Ahora bien, el calco del pasado es tan exacto, que no solo se repite lo estilístico sino también lo ideológico. Más allá de algunos comentarios del príncipe (y eventual pretendiente de Cenicienta) acerca del “pueblo” (que, por otro lado, apenas aparece salvo desde lejos, en planos generales), las jerarquías sociales están naturalizadas. La protagonista, de niña, vive en una familia acomodada y sus sirvientes, cuando expresan algo, no insinúan ni la menor insatisfacción (sus patrones son justos y benévolos). Al morir su padre, Cenicienta se convierte en la esclava de su malvada madrastra y sus insoportables hijas, y sufre la humillación de tener que hacer, pues, lo que antes hacían sus sirvientes (que ahora faltan porque, sin el sostén económico que proveía el hombre de la casa, no se los puede mantener). Es cierto, Cenicienta cumple todos los deberes -limpiar, lavar la ropa, hacer la comida- que antes hacían varios empleados domésticos, y es tratada como basura por lo que quedó de su familia mixta. Pero la suya sigue siendo una parábola sobre la burguesa que pierde su estatus social y solamente lo recupera (y supera) al convertirse en realeza, gracias al príncipe (rico, aunque liderará un país supuestamente humilde y pequeño) que se enamora de ella. Y esto, obviamente, reedita otro cliché antediluviano: la mujer que necesita del hombre para superar sus circunstancias (lo que atenúa el sentido de su ascenso social, que en realidad es decisión del patriarca de turno). De más está decir que nadie espera ideales progresistas de una película de Disney dirigida a un público infantil. Lo que quiero subrayar, sencillamente, es que todo acto de nostalgia corre el riesgo de endulzar lo que debería ser criticado, o al menos no reproducido tan complacientemente. Sin embargo, esta (no tan) nueva Cenicienta probablemente sea un éxito. Su clasicismo, además de problemático, puede ser acogedor, como la casa de los abuelos, quienes no defenderán posturas políticamente correctas pero que nos conocen desde toda la vida. La película, dentro de sus estrechos límites, es perfecta. Lily James, que algunos conocerán de Downton Abbey, es Cenicienta (o Ella, su verdadero nombre), un frágil envoltorio de lágrimas y sonrisas. Cate Blanchett, como la madrastra, es soberbiamente autoconsciente, como si su caricaturesca actuación incluyera también notas al pie que la explicaran y la pusieran en contexto: cada gesto está pensado para espectadores familiarizados con el personaje y para quienes el film es un laberinto de espejos que reflejan las versiones anteriores del cuento. Helena Bonham Carter hace lo suyo como la hada madrina, brindando su torrente característico de tics. Y después está Richard Madden, que algunos extrañarán -o no- de la sanguinaria serie Juego de Tronos, acá convertido en un galán simpático y bidimensional, que es lo que es el príncipe en tanto figura salvadora. Hay que destacar, también, el trabajo de Branagh y el director de fotografía chipriota Haris Zambarloukos, que aportan tomas bellísimas, aunque de una hermosura algo banal. Es decir, estamos ante una película que logra exactamente lo que se propone. La incógnita es si lo que se propone realmente vale la pena.
Dos tendencias del cine reciente se unen en esta nueva adaptación del clásico cuento de hadas, LA CENICIENTA. Por un lado, la creciente práctica de reversionar este tipo de cuentos infantiles en un plan “modernizado”, transformando a figuras de estos textos en héroes o heroínas de acción, cambiando la trama de manera bastante radical y poniéndole un cierto acento feminista a las acciones. La otra práctica, con la que se entrecruza, es una encabezada por Disney y que los americanos ya definen como “princess power” y que parece haber explotado tras los sucesivos éxitos de FROZEN y MALEFICA. Si a esto se le suman los éxitos de sagas adaptadas de la literatura adolescente como LOS JUEGOS DEL HAMBRE y DIVERGENTE (que se estrena, extrañamente, en la misma semana aquí y que apuesta a un público un tanto mayor en edad pero que igualmente atrae a las niñas de 10-12 años), LA CENICIENTA representa la confirmación de que estamos ante otra oleada de películas de un género que trata de ser la versión “para chicas” de los superhéroes que dominan las pantallas casi todo el año, centradas en el público masculino. Cinderella-cinderella-2015-38086567-1920-1280De hecho, antes de este filme, Branagh –ya más dedicado a la dirección que la actuación, parece– hizo THOR para Marvel, con la cual era claro que podía manejar tanto los aspectos clásicos del cuento y darle a la vez cierta espectacularidad visual. Acaso, de todos los aportes del actor de HAMLET, el más interesante haya sido el de apegarse bastante al cuento tradicional. Sí, hay alteraciones producto de las modas de turno (un toque “feminista” por aquí, una complicación psicológica por allá, un trauma infantil dando vueltas), pero en el fondo LA CENICIENTA no es más que una clásica y bien realizada versión con actores del cuento que, escenas más o menos, podría haberse realizado en los años ’50 como una superproducción en Technicolor. El cuento es el mismo de siempre por lo que no hace ni falta un resumen narrativo. A lo sumo, lo que lo hace más complejo (pero a la vez llegar a una algo excesiva duración de 110 minutos), es haber explorado los orígenes de las relaciones entre los personajes, como la infancia feliz de Ella (que finalmente irá volviéndose la sirvienta “Cinderella”) cuando su madre vivía o la forma en la que su relación con su nueva madrastra (interpretada en plan camp por Cate Blanchett) fue transformándose y deformándose de a poco, hasta llegar a convertirse en lo que todos conocemos. Cate-blanchett-interview-for-CinderellaEs bastante simpático el aporte de Helena Bonham-Carter como el Hada Madrina y Branagh usa un arsenal de efectos especiales para las conocidas transformaciones de la chica, su carroza y sirvientes, esas que desaparecerán cuando den las doce de la noche. Pero más allá de esos efectos, cierta espectacularidad visual y de producción o algún atisbo de intriga política a la JUEGO DE TRONOS, el cuento se maneja dentro de los parámetros esperables con dos dignos protagonistas como Lily James y Richard Madden que son conocidos por sus trabajos en dos series a las que LA CENICIENTA parece combinar en su estilo: DONTOWN ABBEY y la citada JUEGO DE TRONOS. Es más, uno podría pensar que fueron seleccionados para hacer más fuerte esas conexiones. Estrenada con enorme éxito en Estados Unidos la semana pasada, LA CENICIENTA abre las puertas para que Disney siga rehaciendo con actores todos sus clásicos animados hasta que, imagino, en unos años saturen el mercado. Por lo menos, en este caso, los elementos clásicos de la historia están respetados (casi homenajeados) por un realizador como Branagh, que viene de la tradición teatral shakespereana, y un equipo que incluye a los premiadísimos Dante Ferretti y Sandy Powell, en dirección de arte y vestuario. La película no intenta revolucionar el mercado del cuento infantil sino devolverle un poco de su grandeza clásica. Y, en ese sentido, el tradicionalista Branagh lo logra.
LA CENICIENTA recrea la historia de la muchacha maltratada por su madrastra y hermanastras y que gracias a la ayuda de un hada madrina cumplirá su deseo de acudir a un baile en el palacio en donde encontrara a su príncipe azul. A esta altura del partido, hay poco que se pueda agregar a este cuento de la joven que pierde su zapato. DISNEY logró recrear el cuento en una versión animada inolvidable en 1950, y ahora tomando como basé aquella versión, el director KENNETH BRANAGH pone en escena una versión live action majestuosa. A diferencia de otras cintas basadas en cuentos infantiles, esta CENICIENTA nunca reniega de lo clásico, haciendo funcionar los tópicos que todos recordamos de la fábula: la calabaza transformada en carroza, los ratones en choferes y el zapato de cristal que busca su calce perfecto en el pie de la doncella. Visualmente impactante, con un diseño de vestuario y escenografías imponentes, es un filme en donde los actores cumplen a rajatabla con la interpretación y clichés de sus personajes: CENICIENTA (LILY JAMES) es bella, generosa y dulce! el PRÍNCIPE atractivo y de dientes perfectos y LA MADRASTRA (una soberbia CATE BLANCHETT) malvada y terrorífica. Para las nuevas generaciones de espectadores es esta una oportunidad única de encontrarse con un cuento que funciona de principio a fin, y para quienes crecimos mirando la versión original, estamos ante la confirmación de que los clásicos nunca pasan de moda.
Disney en su estado más puro La película respeta y reproduce a rajatabla la estructura clásica del cuento: madrastra y hermanastras malvadas, ratoncitos adorables, el hada madrina, el baile con el príncipe y la zapatilla de cristal. Y con la sufriente, bella y bondadosa Cenicienta de protagonista, por supuesto. Quedó demostrado que el plan pergeñado por Disney para revisitar su catálogo da para todo. Mientras “Maléfica” se montó a la iconografía que Angelina Jolie es capaz de exudar para darle una vuelta de tuerca a “La bella durmiente”, “Cenicienta” no se permite el más mínimo atisbo de cambio. De punta a punta la película se ajusta a la estructura del cuento, cuya autoría se pierde en el tiempo y el folclore, por más que Charles Perrault haya escrito su versión a fines del siglo XVII. Todos sabemos lo que va a pasar a cada minuto y eso le quita encanto a la historia. Pero a fin de cuentas, ¿no es lo que fuimos a ver? Disney dejó el proyecto en manos de Kenneth Branagh y el inglés bebió de su formación clásica para filmarlo. La perfección visual de “Cenicienta” lleva la marca de la factoría Disney en los escenarios, vestuarios y colores elegidos. Una dirección de arte digna de Cedric Gibbons en el cuidado por los detalles y la imaginería visual. “Cenicienta” da la sensación de pertenecer a otro tiempo cinematográfico. Es lo que Disney y Branagh pretendían. La inocencia que transmite la película, desde lo elemental de los parlamentos a lo estereotipado de los personajes, la direcciona en particular a los niños. Son los que más pueden disfrutarla. Cate Blanchett pudo haber interpretado a una madastra infinitamente más perversa y retorcida, por ejemplo, pero no saca los pies del plato. Tampoco Helena Bonham-Carter, un hada madrina tan naif como la de cualquier libro de cuentos. Lily James es bonita y expresiva, no mucho más, Su Cenicienta se atiene a todas las convenciones, al igual que el príncipe que juega Richard Madden. De rey hace el gran Derek Jacobi, y la madre de Cenicienta es Hayley Atwell, quien en la TV cambia los vestidos de encaje por una pistola y se mete en la piel de la Agente Carter. Las fronteras entre Disney y Marvel nunca están del todo claras.
Con la voluntad y la confianza de creer Debo decir que en la previa La Cenicienta me inspiraba prácticamente cero expectativas. Es que Disney hasta ahora había hecho muy poco para entusiasmar con sus reversiones de clásicos infantiles: Alicia en el país de las maravillas había mostrado la cara más sosa y vacua de Tim Burton; Maléfica tomaba a la emblemática villana de La bella durmiente y la transformaba en un ser totalmente irrelevante a partir de una superficial lectura psicologista; y En el bosque rara vez lograba hilvanar fluidamente sus distintas capas narrativas y estéticas. Tampoco Kenneth Branagh es un director que me apasione: sus intentos por llevar obras teatrales -mayormente shakespeareanas- al cine me han parecido intrascendentes y aunque Thor no estaba mal, Código Sombra: Jack Ryan es suspenso y acción a reglamento, sin verdadera pasión por el género. Sin embargo, La Cenicienta me terminó sorprendiendo gratamente, no porque sea una gran película, sino porque consigue demostrar, sin esforzarse demasiado, por qué todavía puede tener sentido volver a abordar un clásico cuento de hadas como el de Charles Perrault. Y la respuesta pasa por la capacidad y principalmente la necesidad de creer en lo maravilloso, en lo fantástico, en aquello que se corre un poco de la realidad. No es de extrañar que un film de Disney se plante en esta posición, teniendo en cuenta que ha sido un estudio que supo cobijar al idealismo de Pixar y su voluntad por superar las barreras de lo real. Tampoco es de extrañar que Branagh haga lo mismo, si pensamos en su interés por pensar los puntos de contactos entre el cine, el teatro e incluso el cómic. Lo que resulta llamativo es la confianza en la esencia de lo que se cuenta, que se impone al cálculo a la hora de apuntar a un público determinado o al distanciamiento cínico propio de estos tiempos donde la desconfianza es la regla. En esto resultan claves, en primera instancia, el tono amable y el ritmo pausado que le impone Branagh a la narración, apoyándose en un guión, escrito por Chris Weitz -recuperando la sensibilidad de Un gran chico-, que se toma su tiempo para ir desarrollando a los personajes y las diversas situaciones que son pilares del cuento original. Y en segundo lugar, son claves las actuaciones, no sólo las de Cate Blanchett y Helena Bonham Carter, entendiendo y repensando las características icónicas de la madrastra malvada y el hada madrina, respectivamente. También la de Stellan Skarsgård, que en su calculador personaje nos vuelve a confirmar que puede ser una muy mala persona, y de Richard Madden y de Richard Jacobi, que como el Príncipe y el Rey logran un par de momentos donde se percibe perfectamente el fluido vínculo que poseen como padre e hijo. Pero la que finalmente se impone por sobre todos es Lily James en el protagónico: a su Cenicienta no sólo se le puede notar su belleza, sino también su bondad, que al principio puede ser confundida como ingenuidad pero se termina consolidando como lucidez, y eso es puro mérito de su actuación, donde se nota la seguridad en lo que tiene para decir desde su rol. Y aunque algunos personajes y situaciones -en especial los que involucran a las hermanastras- no consiguen despegarse de cierto trazo grueso en el humor, y hasta se podría cuestionar ciertos aspectos ideológicos que parten del relato de origen y no son alterados -como la mirada un tanto esquemática sobre la monarquía o el papel de la mujer en la sociedad-, a La Cenicienta la salvan sus ambiciones emparentadas con el disfrute imaginativo y, principalmente, esa confianza infantil -en el mejor sentido del término- en lo que quiere narrar. Disney y Branagh nos dicen bien fuerte que las hadas existen, y no está mal creerles, aunque sea por un ratito.
Un hechizo bien contado Cenicienta es la versión del famoso cuento infantil dirigida por el nada convencional Kenneth Branagh. La experiencia de Kenneth Branagh en la representación de intrigas palaciegas, comedias y dramas shakespereanos, puestas de cine y teatro que mixturan emociones e historias de amor, lo vuelve un director interesante para la versión de Cenicienta. Nada convencional, Branagh toma el cuento de Charles Perrault y su desarrollo clásico, habilitando a los guionistas para ampliar la historia. En Cenicienta, Ella (Lily James) ha sido una niña feliz, la princesa de la casa y de sus padres, hasta que la desgracia toca su puerta y entran en acción todas las maldades en forma de madrastra (Cate Blanchet) y hermanastras (Holliday Grainger como Anastasia Tremaine, la menor, y Sophie McShera, como Drizella Tremaine, la mayor). Mirá cómo es la nueva Cenicienta Una voz que narra desde un lugar omnipresente lleva el relato y presenta los personajes sobre el escenario de ensueño en el que la fotografía filtra las luz de mil maneras posibles. Esas estampas interpretadas por actores recuerdan las viejas colecciones de literatura infantil cuando la fantasía llegaba a los chicos de la mano de los Hermanos Grimm."Todo era como debía ser", dice la narradora. El episodio inicial de la felicidad perdida pone la cuota de dramatismo a la historia. Con el mandato materno de ser valiente y bondadosa, Ella afronta el cambio.La película aborda el tema de las transformaciones con la destreza de Branagh para plantear evoluciones de ánimo y hechizos delirantes. Junto a la imagen angelical de Ella, bautizada Cenicienta por obra del maltrato doméstico, aparece una madrastra como solo Cate Blanchet puede serlo: refinada y perversa, que se manifiesta en el segundo en el que sus ojos brillan de manera inquietante; las hermanastras, torpes de vodevil; el Hada Madrina, en la creación de una actriz que ha transitado cantidad de transformaciones en el rol de reinas, brujas y fantasmas con poder: Helena Bonham Carter. La escena de la transformación de calabaza a carroza, de ratones a caballos, de lagartijas a lacayos, y ganso a cochero, es divertida, medio loca, enriquecida por el humor que caracteriza a Bonham Carter. La puesta de Cenicienta, los ambientes y el vestuario son abordados con la belleza de una obra visual animada por gestos y voces.Branagh no ahorra detalles maravillosos en la escena del palacio, con el vals captado por las cámaras desde todos los ángulos. Ella se vuelve una aparición para el muchacho que debe afrontar los deberes de futuro rey. Richard Madden se desenvuelve con la naturalidad ligeramente forzada que pide el cuento y compone una pareja perfecta con la jovencita sencilla que transforma su vida.Las mutaciones se alimentan con la idea de un amor ("ser vistos como somos en realidad") que supera cualquier obstáculo. Los huérfanos (príncipe y plebeya) se encuentran en el segundo mágico que los vuelve invencibles. La película de dos horas de duración quizás resulta un poco larga y compleja para los más pequeños. De todos modos, nadie como Sir Branagh para entrar y salir de palacio, sea en carroza o calabaza.
Había una vez un cuento infantil que, desde hace siglos atrás, comenzó a propagarse de manera oral por Europa hasta que, allá por 1697, el escritor francés Charles Perrault decidió escribirlo. Un cuento que impactó en generaciones, especialmente en el estadounidense Walt Disney, quien lo volvió un largometraje animado. Estrenado en 1950, el film catapultó al cuento hacia el Monte Olimpo de la cultura pop, al punto de originar toneladas de más adaptaciones… y para ahora, en el siglo XXI, ser retomado nuevamente por Disney, pero en una versión con actores. Vaya si tiene un largo recorrido, La Cenicienta. La historia sigue siendo la de siempre: tras quedar huérfana, Ella (Lily James) debe ser sirvienta en su propia casa, donde está a merced de su madrastra (Cate Blanchett) y de dos hermanastras no menos desagradables (Holliday Grainger y Sophie McShera), que la rebautizan Cenicienta, debido a las cenizas que ensucian su cara. Todo es martirio y sufrimiento, hasta que llega la oportunidad de asistir a una fiesta de la realeza, organizada con el fin de encontrarle esposa al príncipe (Richard Madden). Pese a las negativas de sus amas, la muchacha consigue asistir al evento gracias a su Hada Madrina (Helena Bonham Carter). Por supuesto, será una velada de breves pero poderosas simpatías, de encantos que culminan a medianoche y de un zapato de cristal perdido. Al igual que con Thor, el plus de la película se debe al trabajo del director Kenneth Branagh. Su especialidad en William Shakespeare vuelve a imponerse una vez más, de manera saludable: la relación entre Cenicienta y el príncipe, dos seres de mundos distintos, remite a Romeo y Julieta; la inclusión de hechizos y enredos, propias de Sueño de una Noche de Verano; y la ambición sin límites, tan características de Richardo III y Macbeth (sin llegar a la violencia, claro). Tampoco se debe olvidar al duque que interpreta Stellan Skarsgård, que no hubiera desentonado en El Rey Lear. Justamente en las escenas vinculadas al monarca y los suyos se puede apreciar que el príncipe está tan ahogado allí como la protagonista, ya que no tiene poder de decisión y su padre (Derek Jacobi) es quien dirige su destino en favor de preservar un reinado ideal. Al mismo tiempo, Branagh no olvida capturar la esencia no sólo del texto de Perrault sino de los clásicos infantiles en general. Lily James cumple como una Cenicienta “valiente y bondadosa”, tal como se lo inculca su madre (Hayley Atwell) al principio de la película, momentos antes de morir, pero ni esta joven actriz de la serie Downton Abbey ni Atwell ni ningún integrante del elenco se luce tanto como Cate Blanchett: cada intervención suya es un oscuro placer, como sólo los mejores villanos pueden provocar en el espectador. La Cenicienta recupera la magia del film original y suma relecturas y modificaciones acordes con los tiempos actuales, como vienen haciendo las recientes versiones de Alicia en el País de las Maravillas, de Tim Burton, y Maléfica, con Angelina Jolie. El éxito de las tres películas le deja el terreno libre a la próxima La Bella y la Bestia, que protagonizará Emma Watson a las órdenes de Bill Condon, y a futuros rescates en clave “carne y hueso” que viene efectuando Disney (si pretenden una remake de El Rey León, deberían llamar nuevamente a Branagh, por su fuerte carácter shakespeareano). Así que tendremos “Había una vez…” para rato.
Bella, respetuosa e innovadora mirada a un clásico de la literatura mundial Disney lleva otra vez a la gran pantalla uno de sus clásicos más memorables, con actores que se instalan en la intemporalidad de los cuentos de hadas. A diferencia de las adaptaciones de “Maléfica” (2014) o “Espejito espejito” (2012), cuyos guionistas y directores se ocuparon más en reinventar las historias partiendo de lo más convencional, dando giros que potenciaban a los personajes femeninos de forma muy obvia, en “La Cenicienta” la preocupación estuvo en dar a los personajes credibilidad y ser fieles al relato original. La moda de estos últimos años fue crear un live-actionde cuentos de hadasy transformar a las princesas clásicas en guerreras al frente de ejércitos como en “Blancanieves y el cazador” (2012), o en icónicas villanas: que pasan a ser de tiernas y buenas a malvadas, hostigadas por un ambicioso rey, para luego convertirse en madres incomprendidas, como en “Maléfica”. En “La Cenicienta” el director Kenneth Branagh y el guionista John Chris Weitz mantienen fidelidad a la versión de Disney de 1950, basada en una mezcla entre las versiones de Charles Perrault (1697) y los Hermanos Grimm (1812), que varía sin embargo en muchos detalles de la francesa, lo que no es extraño si se toma en cuenta que cada país europeo tiene su propia tradición oral del personaje. Desde entonces, han habido tantas adaptaciones y reinterpretaciones de la historia de Cenicienta, que es un logro en sí mismo hacer un filme innovador, y que al mismo tiempo respeta la esencia de uno de los relatos más favorecidos por la atención infantil. Sobre todo, la visión de Branagh se esfuerza por mantener la magia, por lo que no faltan los ratones, la calabaza convertida en carruaje, lagartijas transformadas en pajes, un ganso vuelto cochero, y todos los efectos especiales necesarios para convertir harapos en un vestido de color azul espectacular, con mariposas de cristal incrustadas (como en el filme de 1950). Ella, por su parte, es la encarnación de la princesa delicada y buena, cuya fortaleza radica en su generosidad (razón por la cual se convierte, poco a poco, en sirvienta de su propia casa). Este apego al relato tradicional – en lugar de una búsqueda por la originalidad desmedida – es el principal acierto de este filme. Además hay algunos guiños al clásico de Disney como los dos pájaros azules que revolotean alrededor de la casa de la protagonista. “La Cenicienta” es una adaptación del clásico de 1950 de Walt Disney en la que se narra la historia de la joven Ella, protagonizada por Lily James (conocida por su rol en la serie “Downton Abbey” (serie de TV 2010-2014) y Richard Madden (famoso por interpretar a Robb Stark en la serie “Game of Thrones” (serie de TV 2011-2014), que interpreta al príncipe Kit, cuyo padre vuelve a casarse tras el fallecimiento de su esposa. Ella acepta de buena gana, y por no herir los sentimientos de su padre. a su nueva madrastra Lady Tremaine (Cate Blanchett)y a sus hijas, Anastasia y Drisella, quienes convivirán junto a ellos en su pequeño castillo. A la muerte de su padre, Ella se convertirá en la criada de Lady Tremanie y de sus hijas, que le encomiendan las tareas más desagradables. Sin embargo la joven no pierde la esperanza a pesar de la crueldad con la que la tratan. Pero su futuro cambiará después de conocer a un joven “aprendiz” en el bosque. Gran acierto de Branagh es haber despojado al filme de todos los estereotipos que poseían los filmes de Disney: cierto racismo, esclavitud, sexismo, crueldad…En esta versión Cenicienta a pesar de que es obligada a trabajar para la casa, comer en la cocina, dormir en el altillo y no le está permitido ir al baile, se las ingenia para sacar partido de su alegría y su libertad al galopar en pelo sobre su caballo blanco hacia el bosque. Si bien estas acciones reflejan la esclavitud a la que es sometida por su madrastra y las hermanastras, Ella consigue que el espectador no las perciba como tales. De la esclavitud (como muchas mujeres en el mundo) puede liberarse cuando encuentra al príncipe. En cierta forma Cenicienta fue un cuento que a través de los siglos preparó a las mujeres para su sometimiento al sexo masculino y a ser buenas amas de casa. También fue un acierto dar con los estilos de cada personaje para que éstos no caigan ni en el estereotipo, ni en una exageración burlesca, ni en la expresividad familiar naturalista. Por otro lado, se puede ver como da a la amistad incondicional entre mascotas y Cenicienta, ya que siempre la ayudan a trabajar en todas las tareas del hogar y otras labores sin esperar nada a cambio, un valor adicional. Los ratones Gus-Gus son más reales (al igual que el gato y las aves del corral aunque su protagonismo sea menor), que los del dibujo de Disney. El vestuario es otro protagonista importante, diseñado por la ganadora del Óscar Sandy Powell, es magnífico al introducir en cada uno de sus diseños un rasgo con el que define a cada personaje, creando como en caso del vestido de Cenicienta la ilusión de que está al bailar flotara, por llevar una falda con varias capas de gasa que se despliega y pliega a cada vuelta del vals. Sobre esta escena la cámara se detiene varios minutos y dando la sensación al espectador de ser partícipe del nacimiento de una flor. Todo lo que gira alrededor de Cenicienta es ilusión y majestuosidad, y esto no es sólo cuando está en el salón de baile del palacio, sino en los pequeños gestos de su vida cotidiana. Este sea tal vez uno de los mensajes del filme: “no importa donde se viva sino como se construye el hábitat para vivir. No importa si los muebles no son ostentosos sino que tengan un detalle de belleza para alegrar a los ojos y el corazón”. Y Cenicienta lo refleja en una frase: “Mira el mundo no por lo que es, sino por lo que podría ser". La primera parte transcurre en un mundo idílico, Ella (Eloise Webb) tiene de 10 años de edad y anida en forma segura en un paraíso de bolsillo junto a su madre ama de casa (Hayley Atwell) y su padre comerciante (Ben Chaplin), en un pequeño pueblo de gente sonriente. Como nada es para siempre, y siendo éste un cuento de hadas, la felicidad pronto da paso a la aflicción. La entrada de la madrastra y sus hijas cambiará el universo de Ella. En iteración tradicional la historia de Cenicienta es también la de las madres: muertas, crueles y mágicas, que se encarnizan sobre esta hija obediente por excelencia mucho más que cualquier hombre.En “La Cenicienta” hay tres madres: una verdadera y dos sustitutas. La primera abandona a Cenicienta, abriendo el camino para una segunda madre que llega para atormentarla, que a su vez abre la puerta a una tercera madre que la rescata con el simple movimiento de su varita. El príncipe puede encontrar y casarse con Cenicienta, sacarla del mundo hostil que la rodeaba, pero es una madre sustituta la que verdaderamente la salva. El de Cenicienta es un mundo matriarcal extraño, plagado de complejidades. Aquí, el guionista John Chris Weitz (“La brújula dorada” (2007), “La saga Crepúsculo: Luna Nueva” (2009), “A better life” (2011) añade algo de dimensionalidad a la concepción estándar de la madrastra, sobre todo haciendo referencia a las perspectivas nefastas para una viuda con dos hijas y ingresos propios. ¿Por qué Cenicienta?, ¿por qué ahora? Para Walt Disney Company la respuesta sólo puede ser: ¿Por qué no? ¿Ella no puede mantener su rango de princesa (¡todavía!), aunque la historia haya sido contada en innumerables ocasiones? Sus zapatitos aún continúan siendo cristal a pesar del oro que recogió para Disney durante todos estos años. Georges Méliès contó su historia en 1899, por primera vez en la pantalla, y recientemente apareció en una live-action en la adaptación de Stephen Sondheim de Disney de "Into the Woods” (2014). Pero fue el propio Disney quien más ha ayudado a avivar la demanda de esta nueva producción con dos secuelas de su obra de 1950, "La Cenicienta II: sueños se hacen realidad" (2002) y " Cinderella III: a Twist in Time" (2007) En todo cuento de hadas que se precie los personajes malvados siempre poseen un atractivo especial, un extra, que en el caso de la madrastra es la interpretación de Cate Blanchett. Ella queda sojuzgada bajo la figura de su madrastra en todo sentido, es tal el brillo de Cate Blanchett que todo empalidece a su alrededor. El diseño visual de su personaje sugiere una femme fatale de los años ‘40, con sus peinados de salón “soignée”, con su bata de piel de leopardo, que recuerda a Joan Crawford en Mildred Pierce (“El suplicio de una madre” 1945), o cuando emerge su pálido rostro detrás de un sombrero, esa entrada evoca la talla de Jane Greer en “Out of the past” (“Retorno al pasado” -1947) procurando destruir a Robert Mitchum. Helena Bonham Carter, por su trayectoria, también saca partido de su personaje y es quien da un toque de humor a la historia, dando vida a un Hada madrina un tanto despistada y que todo lo transforma al ritmo de Bibbidi - Bobbidi – Boo. El tiempo transcurrió, la mujer de hoy no es la de los años ‘50 que representó Disney, la perfecta ama de casa que debía lucir bien para el marido, tampoco la francesa de 1697 de Perrault, ni la alemana de 1812 de los Hermanos Grimm, pero aún hoy la mujer debe luchar por su igualdad de derechos y mantener su independencia, porque aunque no sea víctima del hombre como en el mundo oriental, ser autosuficiente no es tarea fácil.
LA MAGIA SIGUE INTACTA El caso de la Cenicienta de Kenneth Branagh no era una película que tuviera mucha expectativa de parte del público y la prensa. No por ser otro largometraje del actor/director irlandés sino por los pasos en falso que dió Disney en materia de reversiones. Sin ir más lejos, se pueden nombrar los casos de Alicia en el País de las Maravillas (Tim Burton, 2010), Malefica (Robert Stromberg, 2014) y la más reciente Desde el Bosque (Rob Marshall, 2014), que dan una idea de lo peligroso que puede ser una revisión si no hay mucho para decir. Sin embargo, Cenicienta sorprende. Y para bien. A medida que Branagh lentamente construye el relato, se puede advertir que todas las decisiones tomadas son, al menos, correctas. Por ejemplo la elección del guionista, Chris Weitz le aporta la misma sensibilidad al personaje de Cenicienta (Lily James) de la misma manera que lo hizo con el Marcus (Nicholas Hoult) de Un Gran Chico (Chris Weitz, Paul Weitz, 2002) o Lyra (Dakota Blue Richards) de La Brújula Dorada (Chris Weitz, 2007). No es casual que los personajes de sus guiones sean incomprendidos o tengan una infancia tortuosa y que a esas situaciones reaccionen sin el menor rencor, casi perdonando. La gente que construye Weitz desde sus líneas entiende a la redención como una forma previa a la felicidad y no a la venganza, al perdón como forma de cerrar una etapa traumática. Y así lo hace Cenicienta cuando de la mano del príncipe (Richard Madden) a punto de irse al castillo, mira a su madastra y simplemente le dice “te perdono”. El segundo acierto radica en la elección de las protagonistas: Lily James le da a Cenicienta una inocencia que en la primera parte de la película roza con lo naive, pero que hace una progresión natural a la bondad arriba descripta, fundamental en el personaje. Sin embargo a James le pusieron una antagonista dura de roer, por lo menos en el duelo actoral. Cate Blanchett y su interpretación de la madastra de la Cenicienta, Lady Tremaine, lo tiene todo, desde el physique du role, pasando por su sobriedad hasta esa belleza inmaculada que bajo determinadas miradas y gestos es maldad pura. Una de las primeras incursiones en la película de su personaje es un primerísimo primer plano donde la economía de gestos de la señora Tremaine dice mucho más que el histrionismo más eléctrico de cualquiera de sus hijastras, Anastasia (Holliday Grainger) y Drisella (Sophie McShera). Blanchett es simpleza arrolladora. Y por último, da la sensación que todo el bagaje shakespeareano de Branagh parece venirle como anillo al dedo a esta Cenicienta del siglo XXI. Aquí se ven bailes reales, príncipes y princesas, reyes y nobles, todos en segundo plano pero sumando a la atmosfera mágica de un supuesto medio evo. El director norirlandés, que hizo la primera Thor (2011) de Marvel, convive con la ventaja de que todo el mundo sabe lo que va a contar y entonces se concentra en los detalles del como mas que en el qué. Esos detalles van desde como Ella pasa a ser Cenicienta, como se conoce con el principe y la redefinición de los papeles secundarios (Gran Duque). Branagh no logra un relato inolvidable, es verdad, pero sí logra una historia amable y querible, que logra momentos altos, y cuya mayor virtud es que conoce bien los límites y las finalidades ético-morales de la historia de Charles Perrault. En ese contexto y con simpleza, a este nivel, Cenicienta logrará que las princesas, los príncipes encantadores y los había una vez estén lejos de desaparecer despues de la medianoche. Por Pablo S. Pons
Un calce ajustado Una nueva versión de Disney del clásico cuento de Hans Christian Andersen debía suponer algo más que efectos de computadora para las transformaciones del romántico personaje femenino que es, posiblemente, la primera superheroína. Tal es así que el gigante de Los Ángeles contrató al muy inglés Kenneth Branagh para compensar el exceso desmedido de sus programadores. La fórmula era tan medida y complementaria como el zapatito de cristal a los pies de Cenicienta, pero en la práctica se nota un sinsabor, la falta de algo, el vértigo de emociones que la historia y su primera adaptación animada –la legendaria de Disney– tenían en su momento, pero que no calza precisamente bien con el tono de los tiempos. Sin duda, el problema que Branagh y el guionista Chris Weitz (About a Boy) enfrentaron fue cómo hacer distinto algo tan consabido, ese extra que sería jugar de manera paródica con el conocimiento de antemano que tiene el público acerca de la historia. No hay tal cosa. En su lugar, hay grandes actuaciones. Cate Blanchett compone una madrastra creíble en sus celos y su maldad, Ben Chaplin es lo más cercano a un padre baboso de las distintas versiones del cuento, y Helena Bonham Carter, como el hada madrina, provee la escena más aguardada (y lograda) de la película, aquella donde una calabaza se convierte en carroza, Gus Gus y los ratones en caballos, y Cenicienta (la adorable Lilly James, conocida por los fans de la serie inglesa Downton Abbey) en, insistimos, la primera mujer con superpoderes, antes de que den las doce. Todo, quizá, no amerita una revisión, pero Branagh conoce los hilos del drama para tener una historia a flote, y eso, para los más chicos (los verdaderos destinatarios), es satisfacción garantizada.
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Una apuesta a la bondad y a la belleza La historia de Cenicienta fue llevada a la pantalla grande desde el mismo origen del cine, con los cortometrajes mudos del pionero soñador Georges Mélies, hasta la posmodernidad que le da vueltas de tuerca en actualizaciones para adolescentes, cada vez más lejos de los cuentos de hadas, donde al prosaico príncipe se lo puede contactar por Internet. Ya sea en producciones animadas o con actores de carne y hueso, Disney es el estudio más especializado en el universo de las princesas y las heroínas. Últimamente, éstas han intensificado su iniciativa o han reavivado su esencia con toques de actualidad, desde la adorable Rapunzel de “Enredados” o la reciente reivindicada “Maléfica“. En el caso de la flamante versión del británico Kenneth Branagh, experto en obras shakespereanas, su equilibrado relato se inclina por la versión más clásica y moderada de la leyenda, tal como lo hizo Disney en 1950, cuando adaptó el barroco y cortesano cuento del francés Charles Perrault. Esta flamante Cenicienta con el agradable rostro de Lily James, sin dibujitos ni vueltas de tuerca, corporiza una heroína que, si bien muestra valentía, su extrema bondad la lleva a activar la rebeldía solamente en situaciones límite, por lo que sigue siendo la más sumisa entre las recientes protagonistas del universo Disney. Es que Branagh optó por ser fiel a la versión animada original de los años cincuenta y darle -eso sí- mucho lujo visual, con un deslumbrante diseño de producción, vestuario inolvidable y una catarata de efectos visuales. Sin alteraciones La película arranca con un prólogo relatado por una voz en off donde se presenta a la protagonista cuando aún no era huérfana y vivía feliz con sus padres mucho antes de convertirse en la desdichada Cenicienta. Tras esa introducción, irrumpe la enfermedad, la muerte y la ausencia, a la par que su malvada madrastra y sus odiosas hijas la relegan a la servidumbre en su propia casa. La película respeta y reproduce a rajatabla la estructura clásica del cuento. En esta versión, se tiene un leit motiv, una frase a la que Cenicienta se aferra: las últimas palabras de su madre antes de morir: “bondad y coraje” son la clave para enfrentar las dificultades. Y, efectivamente, enfrenta los obstáculos con una enorme bondad pero con el suficiente coraje como para decidir concurrir al baile del palacio aunque se lo prohíben. Los ingredientes del clásico siguen sin alterarse, lo bueno es que ahora los personajes poseen una mayor profundidad y lo mejor todavía es que aunque la película rezuma almíbar sigue teniendo encanto y una destacada madrastra fantásticamente sobreactuada por Cate Blanchett, en un papel complicado y caricaturesco a la altura de las mejores villanas Disney como Cruella de Vil, con una mezcla odiable de frivolidad y sofisticación. Con un exótico y lujoso vestuario a su disposición, no compone una madrastra infinitamente más perversa sino una malvada con estilo y algo ridícula. Lily James y Richard Madden parecen nacidos para el rol de príncipe y princesa. Ella es muy bonita y expresiva, y eso alcanza para su Cenicienta que se atiene a todas las convenciones, al igual que el príncipe que juega Madden, visto en similar rol en la popular “Game of Thrones”. Además, es admirable la caracterización de Helena Bonham Carter como un hada madrina singular y perfectible, que aporta uno de los mejores toques de humor y de sentido común, recordando que la ilusión de la magia es breve, que tiene hora de vencimiento, preciso e inflexible. Sin el surrealismo de Tim Burton en su versión de “Alicia...”, sino más bien humanizando, la estética y la magia mostrada en sus limitaciones, esta Cenicienta modelo 2015, definitivamente no profundiza la tendencia de personajes femeninos fuertes y con características más independientes respecto de los cuentos de hadas y los films clásicos. La inocencia que transmite la película, desde lo elemental de los parlamentos a lo estereotipado de los personajes, la direcciona en particular a los niños, aunque difícilmente un adulto que acceda a ella, no la pase de maravillas.
Un cuento hecho realidad Llega de la mano de Kenneth Branagh, director de la versión no animada del cuento que hizo soñar a todas las generaciones. Estamos en una época cinematográfica en la cual todos aquellos cuentos que, en algún momento, Disney nos trajo en dibujos animados son filmados con personas reales y en versiones (como la de los hermanos Grimm, realista en algunos segmentos, o en experiencias que hacen que la malvada de “La Bella Durmiente” se convierta en la pobre Maléfica). Es por ello que esta versión de La Cenicienta, con todo el romanticismo, la emoción, la alegría y también la angustia, viaja del dibujo al personaje real. La factura del trabajo es tan buena que el producto provoca verdadero placer. Más aún cuando se nota la mano de su director, quien imprime en esta versión una atmósfera shakesperiana. Branagh logra que la disfruten espectadores de todas las edades. La historia es archiconocida, por lo cual no la vamos a desarrollar. Presenta, obviamente, algunos giros como para adaptarla al publico y la cinematografía de hoy, pero lo que realmente no se puede dejar de ver son sus grandes actuaciones. El actor inglés se funde con su personaje en la atmósfera lograda por el magistral toque de Branagh. Como no podía ser de otra manera, sobresalen por su papel la joven Lily James, como la Cenicienta, y la siempre maravillosa y efectiva Cate Blanchett, como la Madrastra. Además de los nombrados, le dan realce al conjunto los trabajos de otros grandes talentos como Sir Derek Jacobi, Stellan Skarsgård, o la inefable Helena Bonham-Carter. “La Cenicienta” es una gran película, para chicos y para que los grandes que los lleven al cine esta vez también disfruten.
El arquetipo literario por excelencia de nuevo a la pantalla grande en otra superproducción de Disney diseñada para entretener y dejar un mensaje positivo a los espectadores más pequeños. Ambos objetivos están cumplidos. El guión subraya la esencia de la historia: la magia y la humanidad de una heroína con coraje y bondad como virtudes tomadas directamente de las páginas del libro. En cada toma se nota la mano de Branagh, dejando en claro que “Cinderella” es un film dirigido por un director de cine y no por un mercenario de los estudios. Una moraleja familiar y para toda la familia. Walt descansa tranquilo. -Fer Casals
Este cuento de hadas folclórico de los hermanos Grimm jamás morirá. Son esas historias que realmente vivirán por siempre. Esta versión para cine deja una fuerte moraleja (lo que siempre tratan de hacer los cuentos para niños), pero reiteran más de diez veces, durante toda la película: “valentía y bondad” hay que tener en la vida. Todos los buenos son hermosos por dentro y por fuera. Así es el guión original que desde niños nos encantó y vimos más de una vez. Naturaleza, amor, castillos, príncipes, hadas madrinas (Helena Bonham Carter, ex de Kenneth Branagh) caballos blancos, vestidos, zapatos de cristal y más amor… y sí, un poco de maldad e injusticia (los niños necesitan ver eso también). Rubia, blanca y bella Cenicienta que todo obstáculo podrá sortear. La actriz, Lily James ,realizó un buen papel. Su príncipe, dos años mayor, también interpretó de manera correcta su rol. No fue una versión en 3D, pero magia para los niños hubo en el cine en cada efecto visual y momento de ensueño con el príncipe y Cenicienta. Excelente actuación de Cate Blanchett, la malvada madrastra (toda actriz quiere hacer eso alguna vez). Desde 1950 que no se llevaba a pantalla grande esta historia.
La Cenicienta de Kenneth Branagh, ha resultado ser una enorme y agradable sorpresa. Es un filme que parecía ser más una forma más de ganar dinero, pero resulta ser una película que tiene corazón, es emotiva, tiene buenos valores, es visualmente impactante y además está excelentemente dirigida. Con unas interpretaciones muy sólidas donde la actriz principal, Lily James, al igual que su personaje, se convierte en una estrella frente a nuestros ojos. Con este filme nos vamos a enganchar con una trama, que no solo todos conocemos, sino que además al ser tan fiel a la misma no se desvía en tramas alternativas como hizo Maléfica, y en ese sentido el filme es realmente un triunfo de la narración cinematográfica; donde una historia que la sabemos de principio a fin, nos apasiona como si nunca la hubiéramos leído o escuchado. Y eso demuestra la brillante dirección de este verdadero artista que es Kenneth Branagh; que hace lo que casi parecía imposible, hacer un cuento fiel, sin ningún giro extraño ni vueltas de tuerca desconocidas y que nos atrape y nos conmueva hasta las lágrimas. Una de las mejores adaptaciones con actores de filmes clásicos de Disney. Bellísima. Muy Recomendada. Escuchá la crítica radial completa en el reproductor debajo de la foto.
La historia de La Cenicienta ya la conocemos, de pé a pá, desde que muere su mamá hasta que vive feliz para siempre con el príncipe. Pero cada remake es un mundo aparte. Hay dos elementos que definen claramente qué estamos por ver: la combinación entre cuento de hadas y Disney, una dupla que está presente en el cine desde hace más de 70 años. La película de Kenneth Branagah (mejor dicho: hecha por encargo por el director de Sleuth y Thor) comienza desde la infancia feliz de Ella (Lily James, conocida por Broken y Clash of Titans), con sus padres, hasta que la madre muere y le recuerda que siempre deberá ser valiente y bondadosa. Una elipsis temporal nos lleva al personaje ya crecidito, pasando una tarde con su padre (Ben Chaplin), momento en que éste le cuenta que va a casarse de nuevo. Y es posterior a esto que empieza la pesadilla. Bueno, no, no empieza, asoma: con la llegada de la Madrastra (la impecable Cate Blanchett) y las insufribles hermanastras Anastasia (Holliday Granger) y Drisella (Sophie McShera), se suponía que la casa se iba a llenar de color y de vida, pero se llena de gritos, peleas y contaminación visual. La pesadilla realmente empieza con la muerte de su padre, cuando las tres mujeres que invadieron la armonía del hogar se sacan las caretas y muestran todo lo malvadas que pueden ser... pero ella no sufre tanto. Recuerda que su madre le dijo que tenía que ser buena y valiente, y se las fuma. Un día tiene un inexplicable ataque de ira después de ser humillada y sale a gran velocidad en su caballo rumbo al bosque, donde conoce al Príncipe (Richard Madden, el Robb Stark de Game of Thrones), quien no revela su identidad, sólo le dice que es un aprendiz del palacio. Coquetean un rato, el Príncipe se queda medio flasheado, y después, al volver a palacio, se entera que su padre está muy enfermo, por lo que tiene que casarse cuanto antes por el temita ese que los reyes tienen que estar casados. Los miembros de la corte (por cierto... el Capitán, interpretado por Nonso Anozie, es negro; yo siempre había pensado que los negros en esa época sólo eran esclavos) deciden organizar un baile para que él pueda elegir esposa (como un Tinder en la vida real) y como él se había quedado con la intriga de la chica que conoció en el bosque, decide hacer extensiva la invitación a todas las habitantes del reino, sin importar la clase social (bien pibe, Marx te ama). Es justamente Ella, quien está en el mercado cuando hacen el anuncio, quien lleva la noticia a su casa, provocando la sobreexcitación de sus dos hermanas. Se banca un poco más de basureo y humillaciones, hasta que toca fondo cuando no la dejan ir al baile en el palacio... y se queda triste pero se la banca. Aquí interviene su Hada Madrina (Helena Boham Carter), quien en una gran escena, transforma ratones en caballos y calabaza en carroza, le arregla los harapos, le da los zapatos de cristal (que es lo que nunca jamás entendí de la historia en ninguna de sus versiones, ¿por qué si a las 12 de la noche se termina el hechizo los zapatos no vuelven a ser las alpargatas mugrientas de siempre?), y la manda a palacio, donde claramente deslumbra a todos al llegar. El príncipe la reconoce, bailan y coquetean hasta las 12, pero entonces ella huye, dejándolo de nuevo intrigado sobre su identidad. Héte aquí que, por un lado, la madrastra es una viva bárbara que se da cuenta que la que bailó con el príncipe era ella, le propone un plan a lo House of Cards donde ella la bancaría en presentarse al palacio, pero a cambio le pide un montón de poder, a lo que ella no accede. Entonces la madrastra... que es re mala... ¡le rompe el zapato!, pero se lleva el taco para mostrarle al Duque (Stellan Skarsgard) que una de sus sirvientas era la chica misteriosa y que lo mejor para el reino es que el príncipe nunca se entere y tenga un casamiento más conveniente. Pero, por otro lado, el príncipe es un terrible cabeza dura y mueve cielo y tierra para que todas las mujeres del reino se prueben el zapato. Por esas cosas del destino, la última casa que les queda sin revisar es la de nuestra amiga, quien encerrada en el ático no podrá participar de la prueba. Anastasia y Drisella forcejean con el zapato sin éxito, y cuando el duque amigo de la madrastra está por dar por finalizado el tour del zapato... la escuchan cantar. Porque Ella es amiga de unos ratones, que son amigos de unos pájaros, y entre todos abrieron la ventana del ático para que los hombres del rey la escuchen cantar e insistan en que se pruebe el zapato también. Es el mismo Príncipe quien le prueba el zapato, que obviamente calza perfecto, parten al palacio no sin antes ella perdonar a su madrastra... y todos viven felices por siempre. Sobre la realización de la película en sí, ya a esta altura de más está decir que es correcta: muestra lo que tiene que mostrar, al ritmo que lo tiene que hacer y procurando que la historia se entienda. Mención aparte para la secuencia del hechizo del Hada Madrina: hay un gran estudio de la morfología de los animales/objetos a transformar: se van convirtiendo en el cortejo de Cenicienta por partes, a un muy buen ritmo y con una gran gracia. Es LA escena de la película (lo mismo cuando el hechizo se rompe, gran trabajo de animación). Respecto al baile... también, en este caso más es más: mucho lujo, muchos personajes, mucho vestuario de época que no se ve genérico, todos los personajes, por más que sean extras tienen su identidad (como easter egg: hay mujeres luciendo los clásicos vestidos de Belle, de Beauty and Beast, y Ariel, de Little Mermaid, entre tantos otros). Así y todo, la película no me pareció un producto neutral y puramente comercial, sino que me dejó un sabor bastante amargo: Cenicienta siempre parece depender de una figura masculina para estar bien. Es feliz hasta que el padre muere, sufre sin rebelarse a manos de la madrastra (pero no se va de la casa porque le prometió a la madre que la cuidaría), se queda llorando cuando le rompen el vestido y si era por ella se quedaba sin ir al baile pero el Hada le sirve todo y la despacha, y tampoco hace nada por volver a acercarse al Príncipe después, incluso son unos tiernos animalitos quienes accionan más que ella abriendo la ventana mientras canta como una boluda en vez de patalear y hacer ruido así la comitiva real detectaba su presencia y tenía también posibilidad de probarse el zapato. El Príncipe le pone el zapato (dale, ¡aunque sea calzáte sola, mujer!) y claro, se olvida de la promesa de cuidar la casa porque se va a vivir al palacio. En todas las versiones del cuento pasa globalmente lo mismo, pero Branagh le da al film un ritmo determinado, donde ella es extremadamente pasiva y el que mueve cielo y tierra por encontrarla es el Príncipe, mientras ella sólo piensa en ser buena, que es lo que le prometió a su madre, y esa bondad es aguantar maltratos y no luchar por nada, por más justo que sea. Las escenas donde se cuenta su felicidad son extremadamente felices, reforzadas con luz dorada, movimientos de cámara y música, pero cuando sufre no llega a haber un contraste: Disney evita el "Efecto Mufasa", no hay una intención de transmitir ningún tipo de sufrimiento o dolor y la muestra resistiendo, como si en el fondo ella misma no importara, como si la vida fuese vivir en la nostalgia de un tiempo pasado mejor pero sin un presente y menos un futuro promisorio. Esta versión de Cenicienta de valiente no tiene nada, y es tan buena que se pasa de boluda. VEREDICTO: 7.0 - Basta de Cenicientas Si a muchos Amelie ya nos parece una tonta, esta Cenicienta es peor. Ojo, la película es correcta, cuenta lo que tiene que contar de manera prolija, con buen ritmo, e incluso momentos emotivos bien construidos. Pero no es el ejemplo de mujer que quiero ver, ni tampoco me gustaría que mis hijas vieran.
La reedición de un clásico con toda pompa y boato Readaptación de la película animada de Disney de 1950, ahora con actores reales, "La Cenicienta" renueva el cuento de hadas para generaciones más exigentes. ¿Qué niña --pequeña, joven o adulta-- no ha soñado alguna vez con un vestido azul majestuoso y calzarse zapatos de cristal? El cuento de La Cenicienta --como otros tantos de hadas-- determinaron los juegos y hasta los deseos más reales y profundos de generaciones de mujeres, en especial, desde que Disney tomó los relatos de Charles Perrault y de los Hermanos Grimm para su serie animada que fue desde fines de la década del 1930 hasta nuestros días, con una estética y guiones que se fueron adaptando a los cambios generacionales. La Cenicienta, estrenada en febrero de 1950, enfocaba en una protagonista bondadosa, valiente e inteligente, aunque un poco menos naif que la dulce Blancanieves de la película de 1938. La Cenicienta, 65 años más joven, la que acaba de estrenar en el país, es una reedición de aquella cinta, que mantiene la estructura básica del guión, pero le agrega en detalles según las demandas actuales de argumento y narración. En ese sentido, no quedan dudas de que esta película competirá en la próxima edición de los premios Oscar en varios de los rubros técnicos, comenzando por el vestuario, el maquillaje y peinados, efectos, cinematografía y diseño de producción. En cuanto al elenco, el director británico Kenneth Branagh se encargó de obtener un reparto principal de actores de su mismo origen, a excepción de la australiana Cate Blanchett. Logró de este modo que las interpretaciones tuvieran el sesgo de distinción europea y bastante de los dramas clásicos de Shakespeare que él supo interpretar en los teatros londinenses y llevar al cine. Lily James (Lady Rose MacClare en el drama de época Downton Abbey) le pone frescura y picardía a su encarnadura de Ella, la jovencita bien educada y reducida a servidumbre por su madrastra y hermanastras que terminan por apodarla Cinder-Ella. "Sé valiente y bondadosa ", le había legado su madre a punto de morir, segura de que esas virtudes le salvarían a la chica varios obstáculos y traerían algo de magia a su vida. Y la chica obedeció por convicción, nunca estupidez. Su contrapunto, la madrastra, toma el cuerpo e impronta de Blanchett, una actriz refinada y de carácter que jerarquiza la escena. Helena Bonham Carter --una favorita de Branagh-- tiene una breve aunque graciosa participación como el Hada Madrina y un fabuloso trabajo como narradora que, lamentablemente, no es factible apreciar en las copias dobladas al español. Richard Madden tiene una mirada azul y sonrisa perfectas, ideales para enamorar a Ella y a la platea femenina que desea calzar sus zapatos.
Si aún no viste La Cenicienta en pantalla grande no dejes de alquilarla o comprarla ya que es realmente imperdible para el público de todas las edades. Realmente exquisita. Todo es perfecto, y es casi tan real, que hasta lo más fantástico es creíble. No se abusa de los estereotipos, por ejemplo...
Calcar no siempre funciona Lamentablemente no comparto el entusiasmo de varios colegas por esta adaptación en acción real que realizó Disney de uno de sus clásicos más famosos, "L Cenicienta", de la mano del director Kenneth Branagh. Para comenzar, no noté grandes esfuerzos por otorgarle personalidad propia a la película. Tanto Branagh como el guionista Chris Weitz se limitaron a dar vida al relato tal cual lo conocíamos, con elementos de narración y un tono desajustados para estos tiempos actuales. "Maléfica", con todos sus defectos, al menos trataba de ofrecer algo nuevo, original. Con esta nueva Cenicienta sentí que todo fue un revival pero de menor calidad a la película animada de 1950. Tiene algún que otro elemento nuevo, pero son demasiado sutiles. Elegiría mil veces disfrutar de la versión cincuentosa de dibujos animados y no volver a bostezar como loco con esta versión nueva. Aquella producción era un relato más mágico, con más humor, con dinamismo y calidez. La parte más discutible si se quiere tenía que ver con la visión un poco machista pero normal para la época. Así y todo, Cenicienta era una heroína. En esta nueva adaptación todo sucede de manera más artificial, más forzado, y a pesar de su contante esfuerzo por emular aquella versión clásica de los cincuentas, no logra el mismo efecto. Los personajes están tan caricaturizados que bordan la ridiculez, como es el caso de las hermanastras, el ayudante lagartija y hasta la mismísima hada madrina. En lugar de darle realismo a los personajes y caricaturizar a los animales del relato, por ejemplo, buscaron el proceso inverso. Los ratoncitos, con los que se podía jugar más en la parte de animación, terminan siendo aburridos, demasiado "reales" y casi de relleno para la trama. Otras cuestiones que resultaron muy empalagosas fueron los tonos pasteles impregnados en toda la estética del film y el vestuario exagerado de dudoso gusto. No entiendo la gente que habla del vestuario de esta película de manera positiva. Es como alabar el vestuario de Julia Roberts en "Mirror, Mirror". Gana algunos puntos por la historia en sí, pero esto es mérito del gran Charles Perrault y los guionistas de Disney de antaño. Los actores tampoco están mal, sobretodo Cate Blanchett y la protagonista Lily James. Hay también algunas escenas muy bien logradas como por ejemplo el gran baile de gala organizado por el príncipe en donde se nota la mano detallista de Branagh, pero en general esta adaptación deja un gusto desabrido y sensación de empacho visual. No diría que es de lo mejorcito en adaptaciones de dibujos animados clásicos a acción real.