Atrapados en la ilusión Lo mejor que puede decirse de The Matrix Resurrections (2021), opus apenas correcto que estuvo a punto de abortarse por la terrible pandemia del covid-19, es que funciona como un blockbuster de autor de esos que ya no existen porque prácticamente todo el mainstream de nuestros días está controlado por ejecutivos imbéciles de los grandes estudios cuyas únicas manos derechas son los tarados de marketing y esos directores lambiscones que hacen lo que se les dice, algo que aquí evidentemente no ocurre ya que todos los aciertos y fallos del film que nos ocupa son responsabilidad absoluta de Lana Wachowski, ahora dirigiendo en soledad porque su hermana Lilly, también un transexual, decidió dar un paso al costado tanto para concentrarse en su trabajo en Work in Progress (2019-2021), serie de Showtime, como para procesar la muerte de los padres del dúo en 2019, Ron y Lynne Wachowski. La película se distancia mucho de la trilogía original, aquella de The Matrix (1999) y las dos secuelas filmadas en paralelo, The Matrix Reloaded (2003) y The Matrix Revolutions (2003), porque en esta oportunidad el asunto está volcado hacia la autoparodia constante y sobre todo una autoreferencialidad que es crítica furiosa contra la avaricia y estupidez del Hollywood contemporáneo, siempre obsesionado con continuaciones, remakes, spin-offs y adaptaciones de material ya ampliamente probado, y contra la previsibilidad conservadora y nostálgica en el ámbito de la cultura en general, esquema que también abarca la recepción y por ello hay palazos contra los delirios idiotas y fetichistas del público y de la prensa y el hecho de que muchas veces los creadores se dejan encerrar en burbujas de melancolía que funcionan como un bucle de lo mismo y nunca como génesis de algo nuevo en serio que permita un crecimiento de la imaginación. En este sentido, The Matrix Resurrections deja de lado en buena medida las abstracciones y construye una analogía cuasi fellinesca entre realidad y ficción porque nos regala a un Thomas A. Anderson alias Neo (Keanu Reeves) que ahora es un diseñador y programador de videojuegos que vive tranquilo -y sin molestar a nadie- de la gloria pasada de una trilogía de trabajos que siguen el arco narrativo de los convites previos, señor que se ve obligado a realizar una nueva secuela porque la Warner Bros. lo extorsiona con encarar el proyecto sí o sí ya que lo llevará a cabo de todos modos con o sin su participación, detalle remarcado desde los diálogos que refuerza los numerosos dichos de las Wachowski en relación a la insistencia maniática de la empresa a lo largo de las últimas dos décadas para que se pongan detrás de cámaras para otra película de la saga. La historia es bastante sencilla y retoma el final de The Matrix Revolutions, cuando un Neo endiosado ve morir a Trinity (Carrie-Anne Moss) y salva a la ciudad humana, Sion, de ser destruida por las máquinas al enfrentarse y derrotar al Agente Smith (Hugo Weaving) y su costumbre de clonarse hasta el infinito dentro de la realidad ilusoria que todos conocemos, la Matrix, faena que en apariencia también lo hizo pasar a mejor vida pero definitivamente no: en esta ocasión descubrimos que tanto él como su amada Trinity fueron revividos por el nuevo “gerente” de esta irrealidad por demás engañosa, El Analista (Neil Patrick Harris), y enchufados de nuevo al sistema para mantenerlos a raya y evitar que resurjan de lleno por contacto mutuo esos poderes de una espiritualidad rimbombante que ahora parece que no son propiedad exclusiva del señor sino que abarcan a la fémina también. Desde ya que los dos veteranos, como corresponde a todo corolario con ingredientes de remake camuflada, otra vez viven una vida gris en la Matrix, hoy una San Francisco de diseño, que los condena a la amnesia y a no saber que fueron pareja dos décadas atrás y que ayudaron a sellar la paz con las máquinas, por ello un flamante equipo de rebeldes, encabezado por Bugs (Jessica Henwick), una chica con un tatuaje de un conejo blanco, y una versión más joven y digital de Morfeo (Yahya Abdul-Mateen II), creada por Neo para sus videojuegos inspirados en todos sus recuerdos reprimidos, despierta a Anderson de su cápsula de soponcio orwelliano perpetuo en la granja del mañana, quien a su vez pretende hacer lo propio con una Trinity motoquera que está dopada vía una parentela burguesa, esposo e hijos de por medio símil garantes de su apego a esta mentira esclavista de las máquinas que provoca conformismo y una especie de adicción. Honestamente no hay mucho más para decir acerca del relato en sí salvo que la antigua Sion aparentemente fue destruida y reemplazada por Io, una metrópoli que está logrando cultivar su propia comida y dejar de ingerir basura sintética, y que el Morfeo de carne y hueso de Laurence Fishburne murió en un ataque pomposo que rompió por un tiempo la tregua entre los bípedos y esa inteligencia artificial que extrae su energía de los cuerpos humanos cosechados, por ello la mandamás de Io es una avejentada Niobe (Jada Pinkett Smith), la cual está en contra de la peligrosa misión orientada a desconectar a la otrora novia de Neo porque ello podría verse como una provocación y desencadenar una estrepitosa guerra contra las máquinas en una época de mansedumbre y construcción de una existencia pacifista que mantenga la distancia con respecto a tamaña virtualidad parasitaria. El guión de Lana y sus dos compinches de turno, los novelistas Aleksandar Hemon y David Mitchell, este último el artífice de la novela homónima del 2004 que originó Cloud Atlas (2012), es realmente muy desparejo al igual que la ejecución en términos macros de una serie de ideas en esencia interesantes y/ o valientes, pensemos por un lado que hoy tenemos una autoconciencia y un humor irónico que estaban ausentes en la trilogía original y que se explican por el cinismo parcial aunque decidido de una Wachowski definitivamente harta de los aprietes comerciales de la Warner, compañía que expulsó a las hermanas luego del fracaso de Jupiter Ascending (2015) mientras seguía insistiendo con una continuación de The Matrix, pero con la alegría indisimulable de reencontrarse con los personajes de Neo y Trinity, en pantalla igualados en destrezas y capacidad de acción sobrehumana dentro de una concepción retórica que asimismo empareja a hombres y máquinas, siendo algunas de ellas “buenas” o dóciles, y a machos y hembras, precisamente abandonando la exclusividad masculina en el papel del mesías, y por el otro lado el aprovechamiento de este voluminoso elenco se asemeja a un camino sinuoso debido a que Abdul-Mateen II jamás termina de convencer como el nuevo Morfeo, Henwick resulta demasiado leve en su rol de guerrillera amante de la desobediencia y encima nos topamos con una Christina Ricci totalmente desperdiciada como Gwyn de Vere, miembro del plantel de la empresa de videojuegos que Anderson fundó junto a su insólito socio, Smith (Jonathan Groff), versión más joven y en un inicio también amnésica del personaje que supo interpretar Hugo Weaving, lo que nos lleva a apreciar la otra cara de la moneda, la positiva, ya que lo hecho por Groff, Harris y Pinkett Smith es excelente y por cierto se agradece el cameo tontuelo aunque hilarante de Lambert Wilson como un Merovingio andrajoso que pretende venganza, aquel magnate patético de la información a lo millonario de la web. Reeves creció mucho como actor con el transcurso de los años desde las postrimerías del Siglo XX y ahora no tiene problema alguno para acompañar a una Moss que siempre estuvo perfecta como Trinity, en la trama respondiendo al nombre semi mordaz de Tiffany en materia del olvido al que la condenó la Matrix aggiornada del Analista, un psicólogo estafador -como todos los psicólogos, esos chamanes berretas inflados- que controla en primera persona a Neo y adopta un enfoque más posmoderno para la hegemonía porque privilegia la sumisión intuitiva y epidérmica en detrimento de la partición bélica tajante de la versión previa del poderoso entorno ficticio. Como era de esperar, los diálogos vuelven a combinar la jerga de los ordenadores con el misticismo new age, las estrategias de combate y las reflexiones acerca de la identidad, la cultura, la elección individual, la muerte, los criterios de verdad, el compañerismo, el amor, la política, el control popular, la fe y esa resurrección cristiana del título a instancias de unas máquinas que ya no son tan malas tanto por las “mascotas” del caso, como decíamos previamente unos aparatejos que colaboran en la causa de los mortales, como porque el villano fundamental es una suerte de CEO autónomo que representa el sustrato psicopático, maquiavélico e imprevisible de esas gerencias medias y superiores de los conglomerados capitalistas multinacionales del presente, El Analista, amén de elementos autobiográficos de la propia Lana como por ejemplo la perspectiva transgénero, el trasfondo de metaficción de los videojuegos, una preocupación muy marcada en torno a la vejez y el dolor, la noción de deambular entre las expectativas comunales y la voluntad del sujeto vulnerable de a pie y finalmente este dejo lúdico y cáustico en segundo plano que recupera algo del carácter más convulsionado y ambicioso de Cloud Atlas, Jupiter Ascending, Speed Racer (2008) y Sense8 (2015-2018), serie realizada por las hermanas para Netflix. En buena medida The Matrix Resurrections está craneada como una provocación lisa y llana destinada a molestar en simultáneo a la crítica, el fandom y Hollywood en general porque de hecho defraudará a todos por igual con sus burlas hacia el cyberpunk, las coreografías de Yuen Woo-ping y el inefable bullet time, otrora las marcas registradas de la franquicia y hoy artificios del CGI y la fantasía postapocalíptica y la acción más estandarizada, con su catarata de metraje literal extraído de la trilogía primigenia, apareciendo a cada rato a lo largo de la primera mitad del relato, y con su intermitente y claro déjà vu de cadencia apesadumbrada y/ o romanticona veterana, muy lejos del culto contemporáneo para con la adolescencia, las certezas de libro mierdoso de autoayuda y la mercadotecnia para oligofrénicos a lo factoría Marvel. A pesar de sus desniveles y pasos en falso en lo que atañe al desarrollo de una historia que se hace algo mucho larga y un poco redundante, la realización por lo menos se muestra sanamente irrespetuosa para con el legado de la primera película, lo mejor que hicieron las Wachowski junto a Cloud Atlas y aquella injustamente olvidada ópera prima, Bound (1996), y esquiva la paupérrima fórmula de “más de lo mismo” ya que aquí la autoreflexión sarcástica toma la delantera para continuar pensando en las redes invisibles de todo sometimiento social…
Una cuarta entrega que genera la pregunta «¿era necesario el regreso de Neo y Trinity?». Aquí, sin mucho spoiler, intentamos una respuesta.
Regresa el hito de la ciencia ficción Algunas películas no resisten el paso del tiempo, rindiéndose ante el desarrollo de los acontecimientos de la historia, y sus propuestas envejecen, aún si el espectador se propone en un ejercicio extra de tolerancia y de comprensión del contexto en que el proyecto se llevó a cabo. Algo así le pasa a Matrix: Resurrecciones. Tuvo en su inicio una especie de desparpajo, un enfrentamiento con cierta idea de la ceguera ante la realidad de dominación de una sociedad adormecida, perseguida por la autoridad férrea que pretende impedir a cualquier costo la amplitud de consciencia. Los humanos, como pequeños retoños inconclusos, son criados en granjas, ignorantes de lo que las máquinas pergeñan. La nueva película, que pretende tal vez darle una nueva vuelta de tuerca a la saga fantástica de manos de Lana Wachoski, falla un poco en esa intención. Y creo que en la nueva mirada que las creadoras pretenden darle a la historia original la hace caer como un castillo de naipes, como golpeado por la reina de corazones, previa a la clásica orden en que alguien puede perder la cabeza. Por un lado el mundo no es el mismo y luego de unos años en que diversas sociedades parecían a punto de comprender que no era posible seguir con ciertas formas de organización social y económica, con levantamientos a lo largo del mundo, la situación dio un vuelco y pasamos al momento en que nos encontramos. No es idea discutir eso en este comentario, solamente establecer el punto. Neo se moriría hoy de angustia y no encontraría hoyo ni conejo ni duda alguna posible; todo el mundo hace fila detrás del agente Smith. Entonces la historia se convierte en una burla a sí misma, en justificación de la revitalización de la saga con bromas internas que generan una sonrisa en un primer momento pero se sienten incómodas al repetirse, como un intento tímido de explicar la decisión. Eso la lleva a perder fuerza con los minutos y si bien la aparición de Neo (Keanu Reeves) y su vínculo con Trinity (Carrie-Anne Moss) renacen y se explican decentemente, acompañado del analista que compone Neil Patrick Harris con la soltura de siempre, eso no parece ser suficiente para sostener la narración, pese a la frescura de algunas de las nuevas incorporaciones, entre ellas Priyanka Chopra como Sati, Jessica Henwick como Bugs, Yahya Abdul-Mateen II como Morfeo y Jonathan Groff como el nuevo agente Smith. Matrix: Resurrecciones es una película esperada con intensidad por el público y los seguidores de la saga, que cae por su propio peso. Toda película tiene una intención que, obviamente, proviene desde las personas que le dan vida. Lana Wachowski parece haber perdido el toque, o tal vez no necesita hoy resolver cuestiones que para ella ha llegado a su cierre, o más bien, a un nuevo inicio, y eso pareciera dificultarle la posibilidad de transmitir la experiencia a la historia que eligió narrar en este refresh. En definitiva, Matrix: Resurrecciones funciona si no se la piensa como algo más que entretenimiento; si le piden más que eso, alguien se sentirá frustrado.
Con una fuerte pregnancia del recuerdo de sus predecesoras, la película no logra crear un nuevo universo. Mientras ata a sus personajes nuevos al pasado, los anteriores se ven deslucidos al ceñirse a un guion básico, con mucha, mucha palabra, poca acción, y la falta de verdad en las actuaciones.
Dirigida por Lana Wachowski, (por primera vez sin su hermana Lilly en esta saga) y con su firma en el guion junto a Aleksandar Hemon y David Mitchell, llega la cuarta entrega de "Matrix", luego de "The Matrix" (1999), "The Matrix Reloaded" (2003) y "The Matrix Revolutions" (2003). Más allá de que este tipo de films son muy atractivos visualmente, y la primera entrega fue un viaje espectacular...aquí estamos lejos de eso. Hace muchos años, la industria viene aferrándose a grandes éxitos para hacer secuelas, spin-offs y remakes que generalmente arruinan lo que disfrutamos con el material original, al no generar sorpresa alguna. Sin spoilear, sólo diré que aunque la trilogía tuvo un cierre, aquí se hizo lo necesario para reflotar a Thomas A. Anderson, alias Neo (Keanu Reeves) un deprimido diseñador y programador de videojuegos, y a Trinity (Carrie-Anne Moss). En esto tiene mucho que ver "El Psicólogo" (Neil Patrick Harris) de Thomas, provedor de las famosas pastillas azules, y ninguno recuerda su pasado, aunque Anderson tiene sueños y visiones que lo atormentan. En el extenso film (2 horas 28') Morfeo (Yahha-Mateen II) también regresa, (se extraña a Laurence Fishburne) para ofrecerle la pastilla que abrirá la puerta a la Matrix que se hallaba cerrada. Parte del elenco se renovó con Bugs (Jessica Henwick), la joven con el tatoo del conejo blanco, quien descubre que dentro de la Matrix hay un bucle que comienza a repetirse, y se conecta con Neo y Trinity. Son de la partida, además de los mencionados, el nuevo Agente Smith (Jonathan Groff) como el socio de Thomas, la Capitán Niobe (Jada Pinkett Smith), Christina Ricci (en un breve rol), Lambert Wilson y Sati (Priyanka Chopra Jonas). Como saldo positivo, buenas actuaciones, algo de humor y buen CGI.
Otra secuela horrible, como corresponde. Sabíamos que esto algún día pasaría, de alguna forma u otra se las iban a ingeniar para resucitar la saga THE MATRIX. La primera película de la franquicia es una joya que supo fusionar conceptos previamente vistos y presentárselos al publico mainstream, de hecho, fue el primer producto para «gente grande» que me morfe de pequeñito y que me llevo a considerar el cine como una forma de vida. Ahora tenemos éste revival, que cuenta con un porcentaje de regresos bastante alto, no tenemos a Laurense Fishbourne pero tenemos a un harapiento Keanu Reeves y a una Carrie Anne Moss que parece sacada de una publicidad de maduras calientes a kilometros de usted. Lana Wachowski, una de las directoras de la original, regresa también para coescribir y dirigir éste nuevo capítulo que, sin intención de sonar goma, admito que es innecesario, pero ¿Es esto un problema? RELOADED y REVOLUTIONS ya eran al pedo, dejaban en claro que la idea estaba planteada para UNA PELÍCULA, por ende sí, un concepto tan rico como el que crearon las Wachowski merecía ser tratado con mucho cuidado en vez de convertirse en una saga de acción pochoclera. Thomas Anderson (Keanu Reeves), ahora un trastornado programador conocido por crear la exitosa trilogía de videojuegos MATRIX, empieza a cuestionarse su realidad cuando una serie de eventos podrían estarle dando a entender que los hechos de su obra pudieron haber sido reales y que toda su vida es una simulación creada para hacerlo olvidar que él es Neo, el único y verdadero elegido. El concepto dicho como se los digo suena muy interesante, y lo es durante la primera mitad de la película, cuando se perciben dejos de originalidad cargados de comentarios meta que funcionan de crítica para la industria creativa contemporánea, ya que uno de los problemas del primer acto es que Thomas, quien sufre de «trastornos mentales», tiene un brote cuando le exigen que continúe la trilogía MATRIX, un comentario muy acertado e interesante. A esto se le suma la aparición de Tiffany (Carrie Anne Moss), una mujer casada con hijos a la que conoce en un bar y parece tener una conexión implacable, y de un nuevo Morfeo (Yahya Abdul-Mateen II), quien ahora es un programa de computadora basado en el original, interpretado en su momento por Laurence Fishbourne. La primera mitad de la película cuenta con unas elecciones visuales copadas, si se hubiesen limitado en jugar con la flasheada de QUÉ ES REAL? y con la historia de amor entre Anderson y Tiffany pudimos haber tenido una reinvención de MATRIX que se acople con la actualidad, pero no, en cierto punto todo lo interesante se va al pasto y caemos en el terreno de lo genérico. A partir de la segunda mitad empiezan a errarle. El guión juega con nosotros de una forma bastante tramposa, hacen una crítica a la manipulación mediante la nostalgia, usando LITERALMENTE escenas de la película original como motor para convencer a Thomas de que es Neo, con flashbacks o diálogos replicados. El nuevo Morfeo es un desperdicio actoral, ya que el tipo pone lo mejor de el y cuando está haciendo una reinterpretación copada del personaje suelta un chiste referencial que queda mas fuera de lugar Ésto me lleva a otro comentario ¿Se acuerdan de los comentarios religiosos y filosóficos de la saga? Bueno, acá desaparecen, no vaya a ser cosa que ofendan a alguien, ahora eso es sustituido por una cantidad excesiva de humor Marvel, porque había que ir a lo seguro. La historia esta contada desde el punto de vista de Bugs (Jessica Henwick) una nueva heroína a la que menciono recién ahora porque no recordé su existencia hasta éste punto de la reseña, un personaje que ejerce lo que a mí me gusta llamar «el efecto Rey Skywalker», que consiste en un personaje malo pero interpretado por un actor carismático. A nivel visual pasa lo mismo que con la historia, el principio es interesante y despues cae en terrenos genéricos dignos de Dominic Toretto. Ésto representa un problema mayúsculo ya que podremos tener mil temas en contra de las dos secuelas de THE MATRIX, pero no se puede negar que las escenas de acción la rompían, tenían unos laburos que iban mas allá de buena coreografías, sino que los movimientos de cámara complementaban los característicos efectos especiales de la saga. La actuación de Keanu Reeves es lamentable, todo lo que dice parecen eslogans depresivos, ni siquiera su look estuvo a la altura, pareciendo un viaje ácido de John Wick. Carrie Anne Moss es la única actriz de la trilogía original que vuelve para darle clase al film, con una interpretación llena de carácter que se adecua al surrealismo del universo. THE MATRIX: RESURRECTIONS es una síntesis de lo que fue la trilogía original, una idea que empezó siendo interesante y que con el tiempo paso a ser cualquier cosa. El error fue el enfoque, querer hacer de ésto una secuela de las originales cuando tenían la posibilidad de contar con otra de las encarnaciones del elegido o, mejor aún, una MATRIX en donde las primeras tres trilogías sean realmente una ficción. Una oportunidad desaprovechada, por mí parte me voy a volver a ver ANIMATRIX para sacarme el mal sabor de boca. Calificación 4.5/10
Matrix: Resurrecciones (Matrix Resurrections, 2021) es la cuarta entrega de la serie de películas iniciadas en 1999. En el film inicial parecía haber algo revolucionario e innovador, pero aunque no todos la consideren una película de tal importancia, sí queda claro que instaló una estética que marcó a una buena parte del cine posterior. Las dos secuelas buscaron ir mucho más allá y en el camino encontraron muchas cosas, aunque también perdieron todo lo importante. Esta cuarta parte tomó nota muy en serio de todo aquello en lo que las secuelas fallaron, particularmente en la parte visual y los efectos visuales. Matrix Resurrecciones arranca con un juego de autoconciencia muy particular. Colocando a Matrix como una trilogía de videojuegos de la cual Warner Brothers, según le cuenta su socio Smith, busca hacer una cuarta parte. El creador de esos juegos es Thomas Anderson (Keanu Reeves), un hombre que tiene problemas para diferenciar la realidad de sus sueños. Va a un terapeuta (Neil Patrick Harris) que intenta guiarlo mientras le indica que tome unas pastillas azules. Pronto un grupo encabezado por Morpheus lo encontrará e irá a buscarlo. Por otra parte, Thomas/Neo se cruza en una cafetería con una mujer llamada Tiffany (Carrie-Anne Moss) a la que cree recordar de algún lado. Esta cuarta parte se mueve en diferentes niveles y discursos. Así como el film de 1999 fue un éxito de público, pero también de artículos que analizaban los textos y teorías detrás del guión, aquí se repite esta idea de ser un entretenimiento profundo y de un nivel superior al resto. Antes era más sutil, ahora es directamente una fanfarronada. Pero le daremos el beneficio de la duda a la directora Lana Wachowski y pensemos que también se burla de esa profundidad. De hecho se ríe de las secuelas y de los comités que las arman pero allí está ella, al frente de una cuarta parte. También coloca a un personaje de los films anteriores a gritar contra los tiempos que corren y la falta de originalidad y personalidad en las historias. No es que no tenga razón, es que justo lo hace en Matrix Resurrecciones una secuela que no tiene mucha razón de ser y que parece saberlo. Es ahí donde hablamos del beneficio de la duda. Tal vez no se trate de una película pretenciosa, sino más bien cínica. La escena al final de los créditos muestra ese hartazgo con el cine y los videojuegos. Tal vez si la película fuera eso, un juego de ida y vuelta con la propia trilogía y una parodia de sí misma, hubiera sido interesante. También hubiera sido un fracaso, porque la idea acá era hacer un espectáculo imponente. Al no elegir una sola cosa, también fracasa en los momentos de acción. No hay nada nuevo y tampoco hay una escena como la de la autopista, lo mejor de las secuelas. La pareja protagónica, por suerte, mantiene el carisma de siempre, aunque no sea aprovechado. Recién al final Lana Wachowski parece reencontrarse con su propia identidad, poniendo un desenlace que es lo más emotivo, personal, divertido de la película. Neo y Trinity, eso es lo que todos queríamos ver, igual que Lana, pero nos los escatiman demasiado y nos hacen recorrer la versión aburrida y sin gracia de todo lo que ya conocíamos.
Hace apenas una semana se estrenó Spiderman: sin camino a casa, cuyo guion parece haber sido escrito por el fandom de los seguidores de Marvel y eso la transformó en una caso extraño de película, acerca de la cual no había que esforzarse mucho para saber qué iba a contar ni cuántas sorpresas contenía. En todo caso, lo que faltaba ver era en qué momento iban a ocurrir las cosas que las redes sociales habían anticipado. Ahora llega Matrix: Resurrecciones y se convierte en otra “película evento”, esos films que son artefactos culturales que sobrepasan el fenómeno cinematográfico ampliamente. Pero vayamos al hecho en sí, Matrix fue en el momento de su estreno una película rupturista que entregó nuevas imágenes. En aquel comienzo pasaban cosas que nunca habíamos visto en una pantalla y los hermanos Wachowsky lograron así una especie de status de directores de culto. ¿Era una buena película? Quedó en la historia y con eso alcanzó para hacer dos entregas más. La segunda no estaba mal en sus momentos de acción pero mostraba una especie de disloque en lo que hacía a la parte filosófica o como quieran llamar las monsergas que nos volcaban desde la pantalla. La tercera parte fue directamente una especie de rave, con altas dosis de imaginería religiosa. Básicamente no se entendía nada. Ahora “los Wachowsky” son “las Wachowsky” y sus carreras lucen irregulares. Si bien han demostrado ser visionarios en cuestiones estéticas, nunca volvieron a convocar grandes audiencias y su serie para Netflix “Sensei 8” fue un experimento fallido. Con ese panorama, cómo no iban a sucumbir frente a las presiones de los fans y de la industria para volver a su marca registrada de hace 20 años. Vuelve Neo, vuelve Trinity, vuelve Morfeo y van a contar la misma historia pero con leves variantes. En el camino, de paso nos vuelven a mostrar imágenes de la primera entrega y nos cuentan un poco qué pasó en estos 20 años. Neo es programador de juegos de video y la empresa recibe la oferta de volver sobre el primer juego y hacer otra trilogía. No hay forma de negarse a semejante proposición porque sus socios de Warner, que a la vez es la empresa la película que estamos comentando, “van a hacerlo con o sin nosotros”. Un personaje se queja a los gritos durante un tiroteo del constante reciclaje y dice que antes todo era mejor y original. A esa altura, Matrix: Resurrecciones dialoga con ella misma como producto y de paso nos dice los que estamos sentados en la butaca que sabe que esto es como regurgitación de un pastiche del pasado, pero que nosotros, el público, somos parte del problema, así que mejor que no finjamos indignarnos. La novedad esta vez es que lejos de concentrarse en las escenas de acción, la película va para el lado que las anteriores películas ignoraron o dejaron un poco al costado, es decir, la relación amorosa entre Neo y Trinity. La química entre Keanu Reeves y Carrie-Anne Moss está intacta y eso ayuda a que la trama romántica cobre sentido, mientras que todo el resto siguen siendo pantallas de un juego que se repite una y otra vez. ¿Es divertida? Bastante. ¿Funciona? Si, pero en el medio meten un parloteo pseudo científico con dejos filosóficos que deja bastante que desear. ¿Llegarán a tener una nueva trilogía? Quién sabe, igual hay franquicias menos prestigiosas que siguen sumando entregas, así que todo puede ser. MATRIX: RESURRECCIONES The Matrix Resurrections. Estados Unidos, 2021. Dirección: Lana Wachowski. Guion: Aleksandar Hemon, David Mitchell y Lana Wachowski. Intérpretes: Keanu Reeves, Carrie-Anne Moss, Neil Patrick Harris, Yahya Abdul-Mateen II, Jada Pinkett Smith, Jessica Henwick, Priyanka Chopra, Jonathan Groff, Ellen Hollman, Brian J. Smith, Max Riemelt, Lambert Wilson y Andrew Caldwell. Música: Johnny Klimek y Tom Tykwer. Fotografía: John Toll y Daniele Massaccesi. Distribuidora: Warner Bros. Duración: 148 minutos.
El despertar de la Matrix con Keanu Reeves y Carrie-Anne Moss “La Matrix” reinicia con esta especie de secuela tardía/remake maquillado, muy en boga entre las propiedades intelectuales que llevan veinte a treinta años marinando en nostalgia. Para variar vuelve de la mano de una de las creadoras de la trilogía original, Lana Wachowski, en vez de un subcontratado de la calaña de J.J. Abrams o Colin Trevorrow, y se centra mayormente en los personajes originales en vez de un relevo millennial que viaja gratis. La preocupación por revolucionar el medio de nuevo repitiendo viejos hits se halla en el corazón de Matrix Resurrecciones (The Matrix Resurrections, 2021). En principio, la cuarta película postula que las primeras tres han sido en realidad una serie de videojuegos creados por Thomas Anderson (Keanu Reeves), quien ahora está siendo presionado por replicar su éxito con una continuación que no quiere hacer. “Warner Brothers la va a hacer con o sin nosotros,” le dice su jefe, Smith (Jonathan Groff), el primero de varios guiños autorreferenciales. La primera mitad de la historia se mantiene dentro de un bizarro limbo meta-textual que a veces derrapa en comedia y contiene poco a nada de acción. Deprimido y atosigado por la burocracia corporativa, Thomas comienza a ser atormentado también por personas que parecen salidos de sus juegos, como “Tiffany” (Carrie-Anne Moss) y un tal Morfeo (Yahya Abdul-Mateen II). Es un comienzo tan desconcertante como intrigante, satirizando la maquinaria detrás de su propia existencia y abusando del material de archivo con obsesión cinéfila. No verán tanto canibalismo deconstructivo por fuera de la nouvelle vague más pretenciosa. Así como Matrix (The Matrix, 1999) introducía nociones alarmantes sobre el constructo de la realidad, Matrix Resurrecciones quiere repetir su impacto al cuestionar la naturaleza de la serie en sí. Pero a mitad de camino descarta sus ínfulas de intriga psicológica a lo “Twilight Zone” y la cuidada ambigüedad que confunde realidad con ficción, encarrilando la historia hacia un territorio harto familiar. Es una lástima porque nunca se pone tan buena como su primer acto. Los que hayan sido engatusados por tan innovador comienzo van a sentirse decepcionados y los que simplemente quieran más de lo mismo también, porque las escuetas escenas de acción no están a la altura de las originales ni aportan nada nuevo en materia de efectos especiales. La película termina adoptando los peores aspectos de la serie, sobre todo las secuelas: la constante necesidad de cháchara explicativa. Ya sea en forma de filosofía barata o la ciencia ficción que prefiere decir a mostrar, no se nos permite descubrir ni deducir nada sin que alguien vomite un torrente de información irrelevante. Tampoco hay momento para el asombro ni el misterio: la mayoría de las escenas comienzan con algún tipo de interrupción que viene a explicar extensamente qué está ocurriendo o por ocurrir. Cuando llega la acción es casi de mala gana. Los personajes interpretados por Keanu Reeves y Carrie-Anne Moss aportan lo más parecido a humanidad a la historia. Si la relación entre ellos se sentía súbita y algo chata antes, aquí demuestran una atractiva química - aún cuando el guión dicta que no les toca reconocerse. Casi por descarte su romance se ha convertido en la piedra angular de la historia, trascendiendo la leyenda de El Elegido o la interminable guerra contra las máquinas. El resto de los personajes, incluyendo una generosa adición de intercambiables millennials (los hipsters han reemplazado a los punks), quedan relegados a la nada mucho antes del final. Todo un buffet y ni una sola proeza o muerte memorable. Su mayor contribución a la narrativa son sus presentaciones individuales, en las que explican con insólito orgullo las trivialidades que han definido sus personalidades. Morfeo 2.0, despojado de su mística religiosa, ha pasado de la figura del mentor a la de bufón. Hasta los villanos designados son más chistosos que intimidantes. Pero eso habla de la película en general: hace de casi todo un chiste. El menester de la ciencia ficción es observar el presente para fantasear sobre el futuro. Hace 22 años, en vísperas de la paranoia del Y2K, la dependencia acelerada de nuevas tecnologías y el advenimiento de las vidas cibernéticas en fuga de la realidad, Matrix hizo exactamente eso. Hoy en día lo único que Matrix Resurrecciones predice son más secuelas.
Matrix: Resurrecciones es una película que probablemente dividirá las opiniones en el fandom de la franquicia por la vuelta que le da a la mitología construida en la trilogía original. Desde que se conoció el trailer promocional hace unos meses enseguida surgieron en internet numerosas teorías sobre el rumbo que tomaría el conflicto y la verdad es que no la pegó nadie. Algo que habla bien de la directora Lana Wachowski, quien tomó el enorme riesgo de intentar hacer algo diferente con un relato que tiene un contenido interesante. El film abraza el metalenguaje en la narración con la finalidad de darle una justificación al regreso de Neo, al mismo tiempo que plantea una reflexión sobre la cultura del entretenimiento de la actualidad. Se nota claramente que esta es una obra de autor donde la realizadora tuvo la libertad de hacer lo que deseaba y el guión no deja pasar la oportunidad para pegarle al propio estudio que financió su trabajo y a los hipsters que hoy generan contenido en Hollywood y en la industria de los videos juegos. Hay una escena post-crédito contundente que se relaciona con esta cuestión y no tiene nada que ver con el cuento de ciencia ficción. Otra cualidad del film es que se concentra en desarrollar un conflicto puntual en lugar de presentar un trailer extendido para vender futuras continuaciones, algo que suele ser moneda corriente en muchas franquicias de la actualidad. De hecho, me sorprendería bastante si se anuncia otra película en el futuro ya que Resurrecciones le da un cierre más que digno a la historia de amor entre Neo y Trinity y en ese sentido redime el sabor amargo que había dejado la entrega anterior. No obstante, el conflicto central que primó en las películas previas fue relegado a un plano marginal y esa elección de la directora tal vez despierte alguna reacción negativa entre los fans. En Resurrecciones ya no se trata de salvar a la humanidad del control de las máquinas sino que Neo y su gran amor tengan un destino más próspero. Dentro del reparto Wachowski rescata la figura de Carrie-Anne Moss, cuya carrera desde el estreno de la última producción de Matrix se concentró en propuesta del cine clase B. En esta película la actriz mantiene intacta su química con Keanu Reeves y brinda un muy buen trabajo en una trama que además le otorga más relevancia al rol de Trinity. Entre las nuevas incorporaciones, Jonathan Grofff sale bien parado como el nuevo agente Smith, donde tuvo la complicada tarea de reemplazar a Hugo Weaving, mientras que Neil Patrick Harris compone un antagonista decente. Yahya Abdul-Mateen II (Black Manta en Aquaman) no está mal como la versión alternativa de Morpheus pero carece de la presencia en pantalla que tiene Lawrence Fishburne y esto se nota en cada una de sus apariciones. Matrix: Revoluciones me dejó con sentimientos encontrados. Le valoro a Lana Wachowski la ambición de jugarse a proponer algo diferente y excéntrico con el concepto argumental pero la película en materia de acción me pareció terriblemente decepcionante. En este aspecto puntual dentro de la saga la nueva entrega es claramente la más floja de todas y carece de esa sofisticación que supieran entregar en su momento la dupla de cineastas. Hay secuencias de tiroteos y persecuciones pero resultan genéricas y redundantes. No hay un solo momento en este film que por ejemplo presente la puesta en escena que tuvo la extraordinaria persecución en la autopista de Matrix 2. Ni hablar de las peleas de artes marciales que son bastante pobretonas para las coas que se ven en la actualidad dentro del género. De la sofisticación, fluidez y belleza que tuvieran alguna vez las peleas coreografiadas por Yuen-Woo Pin pasamos al estilo Jason Bourne con la cámara movediza donde no se puede con apreciar con claridad los combates. Tampoco digo que el espectáculo que ofrecen sea malo pero se esperaba mucho más para una propuesta de esta saga que en el pasado sorprendió con grandes momentos en este campo. Matrix tampoco fue una obra de Tarkovsky (Solaris) y si bien elaboraba una trama con contenido interesante también apostaba al entretenimiento donde la acción tenía un protagonismo destacado. Resurrecciones tiene momentos de ese tipo pero resultan completamente olvidables. Más allá de esta cuestión, la película se deja ver y ofrece una fiesta del reencuentro amena con estos personajes.
Matrix Resurrecciones, la pastilla de la solemnidad El entusiasmo que dispara un comienzo con guiños y metamensajes que recuperan la frescura de la primera Matrix se diluye con el correr del metraje, agobiado por la grandilocuencia. A más de 20 años del estreno de la primera película, el regreso de una saga como Matrix, tan identificada con el cambio de siglo, no deja de resultar paradójico. Mientras que Matrix (1999) produjo una revolución en la industria del cine y fue percibida culturalmente como un genuino manual de instrucciones para la aún incipiente vida digital, hoy resulta imposible no ver a Matrix Resurrecciones, cuarta entrega del universo creado por Lilly y Lana Wachowski (aunque esta vez solo dirige la última) como un objeto retro. Lo anterior no representa un juicio de valor, sino apenas la mención de una fatalidad. Algo parecido les pasa a las bandas de rock que se reúnen algunas décadas después de separarse y a las que por lo general les resulta imposible lidiar con el peso de su propia herencia. Lo mismo ocurrió con La Guerra de las Galaxias y los 16 años que separan a El regreso del Jedi (1983) de La amenaza fantasma, que también tuvo su premiere en 1999. Duelo de estrenos en el que la secuela galáctica salió perdiendo, quedando asociada a una nostalgia mal llevada mientras Matrix se convertía en el Aleph de su época. ¡En tu cara, George Lucas! Pero la historia podría haber sido otra. De hecho, el inicio de Matrix Resurrecciones permite ilusionarse con un recorrido que recuperara la frescura original, apostándole un pleno a lo bueno por conocer en lugar de atarse al cuello la piedra de lo malo y conocido. La película arranca citándose a sí misma, reproduciendo el icónico comienzo de Matrix, en el que el Agente Smith y los suyos persiguen a Trinity (Carrie-Anne Moss). La cosa se complica con una serie de escenas que recuerdan a la enrevesada lógica narrativa de El origen (Christopher Nolan, 2010), haciendo temer lo peor: la conexión Wachowski-Nolan, se verá, está lejos de ser casual. Enseguida la trama da un giro no exento de humor metadiscursivo, volviendo a enfocarse en la figura de Thomas Anderson (Keanu Reeves), ahora convertido en el exitoso creador de un videojuego llamado “Matrix”. Lejos del héroe que fue, acá el protagonista es un psicótico con tendencias suicidas que se encuentra bajo tratamiento para evitar creer aquello de que la realidad es una simulación, creada por una súper computadora que somete a la humanidad. La autoparodia llega al clímax cuando la empresa para la que trabaja Anderson decide crear una secuela del juego, haciendo que Matrix Resurrecciones pueda reírse un poco de las pretensiones de su propio universo, creando la ilusión de una película que nunca llegará a ser. Como en el cuento de la rana y el escorpión, la directora no puede evitar su propia naturaleza como narradora y enseguida esa liviandad aparente y disfrutable se desvanece en la misma grandilocuencia que ya había arruinado la trilogía. Es que Matrix Recargado y Matrix Revoluciones (2003) habían aplastado los aciertos de la original con una megalomanía en la que las pretensiones pseudo filosóficas se cruzaban con el new age, para alimentar un discurso al borde de lo mesiánico, características que las volvieron auténticos bodrios. Matrix Resurrecciones también se toma demasiado en serio a sí misma, comiéndose el camelo de que lo importante en el cine es el mensaje, aferrándose de forma fetichista a las fórmulas de las que se atrevió a reírse en aquellos primeros 40 minutos, a esta altura ya perdidos. Parafraseando a Hitchcock, para mensajes mejor Whatsapp. Es cierto que Wachowski vuelve a usar el mundo Matrix para hablar de su experiencia personal en la construcción de la propia identidad (ella y su hermana transitaron procesos de reasignación de género tras el estreno de la trilogía, filmada cuando aún eran Larry y Andy), dejando pistas que el espectador atento notará enseguida. Por supuesto, eso por sí solo no la hace mejor película. Como en los peores trabajos de Nolan, la solemnidad se vuelve una pulsión que va ahogando los signos vitales de la película a fuerza de escenas de acción sin peso dramático y situaciones que calcan lo que la propia saga ya mostró. No siempre mejor, pero al menos antes.
El poder del amor Neo vive una vida normal y corriente en San Francisco mientras su terapeuta le prescribe pastillas azules. Hasta que Morfeo le ofrece la pastilla roja y vuelve a abrir su mente al mundo de Matrix. Presenciando los sucesos de aquel inicio que desató todo, Bugs (Jessica Henwick) y Seq (Toby Onwumere) están convencidos de que la leyenda de la rebelión, el elegido Neo, sigue entre ellos. En el otro lado de la Matrix, en donde un paraíso construido es la pantalla perfecta para las almas en pena, nos encontramos con Thomas Anderson (Keanu Reeves), un famoso diseñador de videojuegos reconocido por su mayor trabajo, The Matrix, el juego que revolucionó todo menos la tediosa rutina de su creador. Rompiendo la cuarta pared con referencias directas a la pasada trilogía de films, comprendemos que esas películas, acá videojuegos, no son más que producto de la ingeniosa cabeza creativa, que hoy vive ingiriendo unas curiosas pastillas azules recetadas por El Analista (Neil Patrick Harris), el psicólogo que lo ayuda a atravesar aquellas visiones disruptivas que Anderson sufre día y noche. Pero el cruce de miradas con alguien que lo moviliza, sin saber que en el pasado combatieron hombro a hombro por la revolución de la humanidad, pone en jaque su visión del mundo que lo rodea, iniciando así, otra vez, un viaje hacia la reconstrucción de su propia memoria. Sin más preámbulos, nos metemos en esta «nueva» aventura Wachowski que, por más que logre un deslumbrante apartado visual y sonoro, no logra correrse de la movida de secuelas nostálgicas que está tan de moda. Más allá de la complejidad de la trama, que se encalla en diálogos explicativos que pecan de densos, el desarrollo de personajes no tiene algo que destaque más allá de lo que todos conocemos. El conflicto está puesto como una excusa para reunir a los favoritos Neo y Trinity, ya que no hay una guerra real que combatir, solo vestigios de respuestas inconclusas que dejaron aquellas secuelas allá por el 2003, de las cuales nadie pidió explicación alguna. The Matrix Resurrections, Matrix Resurrecciones Es así que, al pasar los minutos, nos olvidamos paulatinamente de ese detonante que puso en marcha el conflicto de la película, concentrándonos más en comprender qué nos quiere transmitir Lana con el planteamiento de su nuevo antagonista como sus ideales, para luego relajarnos en la butaca y disfrutar de esos efectos visuales que tan bien acostumbrados nos tiene. – ¿Por qué estamos acá? – No sé, pero mira cómo se pegan. – Ah, sí, la buena Matrix… Porque si de visuales se trata, es acá donde la frutilla del postre brilla, brindándonos un espectáculo de calidad. Desde el bullet time a misiles humanos cayendo desde los cielos, tanto las persecuciones como los combates son una delicia que nos lleva directo a esa Matrix de antaño, en donde los límites de la realidad se transforman en una puerta a lo inimaginable. Aun así, en este mismo aspecto descansa también una de las contras del film. Alla por el ’99 presenciar Matrix y todo su Sci Fi Action Pack era toda una novedad. Tanto videojuegos como otros films se inspiraron en esas coreografías, para llevar a cabo sus propios mundos sin generar algo siquiera parecido. Hoy, 22 años después del primer film, y habiendo en el medio un sin fin incalculable de medios audiovisuales que exploraron, para bien o para mal, diversas formas de hacernos sentir el frenesí de la acción desmedida, es que Resurrections termina apoyándose en estas sucesoras de su propio legado. Es así que vemos secuencias que nos hacen acordar desde Snowpiercer hasta World War Z, haciendo que la originalidad del film descanse, más que nada, en su ejecución más que en sus ideas. ¿Está mal? Para nada, el que me lee sabe que soy partidario más del cómo que del qué, pero es consecuente esta revisión para comprender hasta donde puede llevarse y explotarse una idea, sin que esta pierda legitimidad y se termine transformando en un hijo bastardo que nadie pidió. The Matrix Resurrections, Matrix Resurrecciones Lejos de ser un film que defraude o perezca en sus fallos, The Matrix Resurrections nos regala momentos muy ricos entre sus personajes, recordando que el Génesis de toda esta rebelión contra las máquinas descansa en lo más profundo del ser humano; el amor hacia el otro, y el cómo ese amor nos hace sacar lo mejor de nosotros. En este caso, lo «mejor» es quebrantar una realidad digital para frenar balas y desviar misiles, pero comprenden la metáfora. Para terminar, y sin hacer demasiado ademán en el tema ya que me extendería demasiado, es hora de replantearse hasta dónde la nostalgia por ver un mundo ya recorrido puede llegar a crear solo excusas narrativas que secan un árbol que antes dio frutos, pero que ahora solo nos brinda una corteza marchita, sin gusto más que a cartón seco y uniforme.
Tras casi dos décadas, Lana Wachowski nos invita a volver a la Matrix. ¿Vale la pena emprender el viaje de regreso? Sintomático del congestionamiento de “tanques” que está volviendo a sentirse con la normalización de la cartelera, hace solo unos días se estrenó la última del Hombre Araña, desatando una verdadera “spidermanía” en las redes sociales, y en la taquilla también. Personalmente, me tomó por sorpresa esa impresionante ola de nostalgia, porque nunca pensé que existía tal cosa para Spider-Man de Raimi. Para mí, milenial hasta el tuétano, la posta siempre fue Matrix, que también está de regreso, con una cuarta parte subtitulada Resurrections. ¿Cómo volver a la Matrix? La primera hizo época como pocas películas llegan a hacerlo, un verdadero clásico del cine que sentó las bases de una estética, un estilo, un sonido que dominarían los 2000, en la pantalla y más allá. Las dos secuelas, Reloaded y Revolutions, recaudaron fortuna, pero fueron tibiamente recibidas, tanto por la crítica como por el público. Así, el prospecto de The Matrix: Resurrections corre el riesgo de quedar atrapada entre la irrepetible iconicidad de la primera y el fantasma del fracaso crítico de la segunda y la tercera. Un posible camino para la nueva historia podría ser abrazar ese carácter tan meta que caracterizó a la Matrix original, y presentar una secuela/reboot que sabe lo que es, que lo viste con un guiño irónico. O, quizás, sería mejor una aproximación más seria, a “cara de perro” (la saga siempre lo fue), optando por avanzar full ciencia ficción full secuela expandiendo el mundo con enrevesadas explicaciones acerca de precisamente cómo Neo (Keanu Reeves) y Trinity (Carrie Ann Moss) vuelven a la vida y a nuestra pantalla. Bueno, The Matrix: Resurrections no se decide entre una y otra, sino que hace ambas, y las balancea muy bien. Durante el primer acto, como puede entreverse en los tráilers, el punto de partida vuelve a ser un Thomas Anderson al que le han pasado los años y sigue igual de alienado. Un informático exitoso pero infeliz, que toma café mientras admira a la distancia a una mujer que se parece mucho a Trinity. Entonces baja desde la cima de la empresa un pedido que prende la mecha de la trama y arroja la salud mental del programador por la ventana: debe realizar una continuación a su trilogía de videojuegos The Matrix. Obviamente, sigue una avalancha de metacomentarios irónicos acerca de la naturaleza de las secuelas, la industria de los videojuegos y el estado del arte en el capitalismo tardío del siglo XXI. Pero durante el segundo acto, cuando llegamos al nudo, también se nos muestra como el “mundo real” cambió gracias al sacrifico de Neo y Trinity al final de Revolutions. Nuevos desarrollos tecnológicos y alianzas inesperadas se tejen en las ciudades humanas, demostrando que el tiempo no solo pasó para nosotros, sino también dentro de la ficción, sintiéndose así este un mundo vivo. Matrix-Resurrections-Trailer-Breakdown- De hecho, podría decirse que el paso del tiempo es el gran tema de The Matrix: Resurrections. Y, como alguien adulto que vuelve a ponerse las ropas que uso de joven, la secuela las viste de manera más madura. Antes que nada, permitiéndose reírse de sí misma, con un sentido del humor autoreflexivo mucho más prevalente que en las entregas anteriores. Marca del que aprendió a no tomarse tan en serio a sí mismo. Esta nueva Matrix, más que ninguna de las anteriores, es una historia de amor. La madurez también se expresa en la intimidad de la relación entre Neo y Trinity, que por momentos aparece desnuda de las luces de colores de la ciencia ficción. En primer plano, la cámara se detiene en sus caras y las marcas del paso del tiempo que las surcan. Antes que ese “CGI rejuvenecedor” que está de moda, Lana Wachowski filma con iluminación plena la piel arrugada de sus actores como la última prueba de cuánta agua ha pasado bajo el puente desde la última vez que los vimos. El pasado está presente constantemente en The Matrix: Resurrections. No solo como referencias habladas y guiños a diálogos célebres, sino como citas visuales constantes, fotogramas de las entregas anteriores insertados en medio del metraje nuevo. En una escena que recrea a otra, la original aparece proyectada contra la pared como si de una instalación de arte se tratase. Si quienes hacen la nueva Matrix no pueden escapar del pasado, entonces los espectadores no podrán tampoco. Estos injertos de secuelas pasadas le otorgan una interesante textura a la película, aunque también develan lo que quizás menos me gustó de ella. Mientras las primeras hacen gala de una estética fuerte, con una fotografía tiznada de azul o verde, aquí la filmación en 4K crocante y muy iluminado se siente cuasi documental. Una decisión deliberada que tomaron la directora y su director de fotografía, John Toll, y cuya apuesta artística de momento me elude. The Matrix: Resurrections En ese sentido, si bien The Matrix: Resurrections viste elegantemente su existencia como una secuela realizada más de veinte años después de la original, no ofrece visualmente nada tan renovador o revolucionario como aquel film de 1999. Y, quizás, nunca podría hacerlo. Como se pregunta socarronamente un personaje dentro de la película “¿Cómo superar aquel tiempo bala?”. Por esto que no se entienda que la acción no se ve muy bien o mal coreografiada, ni que los diseños de escenarios, indumentaria y máquinas ya no son cool. Simplemente no hay nada que rompa o trascienda los estándares del cine de acción contemporano (que, de hecho, lo tiene a mismo Keanu como John Wick en la vanguardia), como hizo la original. De lo nuevo, destaco a Jessica Henwick como Bugs, a quien ya conocimos por Iron Fist, en un rol que debería catapultarla a un escalón más alto de fama si es que los productores de Hollywood tienen ojos en la cara. También celebro la reincidencia de buena parte del elenco de Sense8, seria creada por las Wachowski y J. Michael Straczynski para Netflix, cuya vida fue terminada demasiado temprano. De hecho, hay mucho nombre conocido para aquellos embebidos en la filmografía de las hermanas. Por ejemplo, colaboradores que fueron de la partida en Cloud Atlas, otra joya incomprendida que el tiempo debería poner en su lugar, como Tom Tykwer, aquí co-compositor de la banda sonora, y David Mitchell, escritor de la novela original. Sobre el final, entra en foco una vocación revisionista que atraviesa toda The Matrix: Resurrections que, si los últimos años de la cultura pop son evidencia de algo, estoy seguro probará controversial con parte del fandom, y deja abierta la puerta necesariamente para más. Lo cual podría leerse con cinismo, como hacen los mismos personajes dentro de la película. Pero también con cierta cuota de confianza ganada durante más de dos horas en las cuales Wachowski y su equipo logró quedarse con el pan y con la torta, reírse de la existencia de un reboot y además hacerlo bastante bien. Quizás, es cierto, para terminar de sumergirse plenamente en la propuesta de Resurrections haya que ser un poco indulgente para con el mundo y su planteo, la desbordante imaginación de la directora y su salto entre lo irónico y lo serio, el chascarrillo autoinflingido y la parla pseudocientífica futurista. Pero, para ser sincero, yo me tomé la pastilla roja hace muchos años.
Vuelve Matrix, con todo lo bueno y malo que eso implica para los fanáticos y detractores de una de las sagas más influyentes –tanto en términos visuales como temáticos– de las últimas décadas. Replicada, alabada y burlada hasta el hartazgo, y con el bullet time convertido en ícono de su tiempo, la franquicia iniciada por Lana y Lilly Wachowski (por entonces Larry y Andy) en 1999 regresa con una entrega a la altura de su legado: siempre ambiciosa, por momentos desmesurada y caótica en términos narrativos, con un despliegue visual apabullante y una historia meta discursiva y plenamente consciente del peso de su nombre propio en el mapa audiovisual del siglo XXI. Dirigida en esa ocasión solo por Lana, la cuarta película funciona como secuela a la vez que reboot, un regreso a las coordenadas iniciales que, sin embargo, presenta una acción que transcurre varias décadas después de los hechos de Matrix: Revoluciones (2003). Un presente que tiene a Neo como un reputado programador que ha utilizado gran parte de las situaciones vividas a lo largo de la saga para crear un videojuego que se ha vuelto muy famoso y que, entre otras cosas, ya tiene sus derechos vendidos para una transposición cinematográfica de los estudios Warner, en lo que es la primera de varias situaciones que dialogan con su contexto guiñándole el ojo al espectador. Un reencuentro con Trinity –que tiene otro nombre, una familia y no parece recordar nada del pasado– enciende la mecha de un enfrentamiento contra los agentes, al tiempo que un grupo de rebeldes –que tienen a Neo como una suerte de Dios pagano– lucha en favor del libre albedrío y la liberación definitiva de las máquinas. Porque en el interior del film anida, otra vez, las tensiones entre la libertad individual y el destino, entre la vida como una sucesión de decisiones propias o un camino ya marcado del que es muy difícil escapar. No conviene adelantar mucho más acerca de una trama que puede pasar de varias escenas cargadas de diálogos sobre grandes temas a otras con un despliegue audiovisual digno de los tanques contemporáneos, que entrevera personajes y situaciones ya conocidos con otros novedosos e inesperados. Allí está, por ejemplo, el psicólogo de Neo (Neil Patrick Harris), cuyas auténticas intenciones se clarifican sobre el final del metraje o también su jefe en la empresa de programación (Jonathan Groff, el agente novato de Mindhunter). Hay una escena al inicio del film que tiene a Neo subiendo por un ascensor rodeado de personas con sus ojos clavados en los celulares, como si Wachowski quisiera reforzar la idea de que gran parte de las hipótesis de la película de 1999 se cumplieron: todos ¿felices? en esos mundos virtuales creados a su imagen y semejanza, despreocupados por lo fácilmente manipulables que los (nos) vuelve la tecnología. Si bien es cierto que la recepción del público dice poco y nada sobre el valor artístico –el valor en términos industriales corre por otro carril– de una película, queda por saber qué generara en los seguidores –como la reciente Spiderman: Sin camino a casa, Resurrecciones no deja ser otro ejercicio pensado mayormente para el fandom– el reencuentro con un universo no solo conocido por la pantalla grande, sino en la vida diaria. Una escena durante los créditos finales refuerza la idea de que la Matrix está entre nosotros: en cada click, en cada posteo, en cada mensaje enviado por redes sociales.
El cine de acción y ciencia ficción está, en la escala del prestigio fílmico, apenas un escalón por encima del porno y los videos de Tik Tok. Por eso Matrix (1999) puede ser reconocida como un ejemplo logrado del rubro pero no como lo que realmente es: una de las mejores películas de la historia. Aunque habrá quien sienta que esta calificación es excesiva, sus atributos son comparables a los de, por ejemplo, Vértigo (1958), que sin controversia encabeza actualmente la lista de mejores films según el British Film Institute (y a la que Matrix cita explícitamente en su persecución por los techos del comienzo, en su paleta de colores dominada por el verde y en las circunstancias de su protagonista, que vive en una fantasía manufacturada). El rasgo más ponderado de Vértigo es su innovación formal impecablemente integrada al contenido. Hitchcock creó un nuevo tipo de imagen, que rápidamente se incorporó a la gramática del cine, para representar la alteración de la percepción de su personaje central: el llamado dolly zoom, un efecto visual con el que parece alterarse la perspectiva. Análogamente, las Wachowski crearon el bullet time, que también se sumó al repertorio del cine, en el que la cámara se mueve libremente dentro de una imagen congelada y que expresa a la perfección un mundo en el que es posible romper las reglas de la realidad. En ambas se debe ponderar su complejidad narrativa, manifiesta en su cautivante lógica de pesadilla y en sus impredecibles vueltas de tuerca. También, su densidad conceptual: Matrix debe ser la única película de artes marciales que toma sus ideas de la obra sobre el simulacro de Jean Baudrillard. Conociendo la historia personal de las realizadoras, el rito de pasaje de los protagonistas, que abandonan una vida impuesta de apariencias, también puede ser entendido como una metáfora sobre la transición de género. Quienes gusten de la autorreferencia podrán ver en la trama una alusión al desplazamiento del cine (y del mundo) analógico por el digital. Las lecturas posibles del film, tal como señalan los personajes en la nueva película, se cuentan por decenas. Finalmente, hay que destacar la inoxidable vitalidad y eficacia de ambas obras a la vez como arte y entretenimiento popular. La diferencia entre los realizadores es que Hitchcock logró todo esto varias veces a lo largo de su carrera y las Wachowski, solo una. Así como la primera funciona en todos los frentes, aquí lo que parecía un universo perfectamente construido expone sus fallas. Tal como en la original, eventualmente Neo toma la pastilla roja y despierta en el mundo real, donde empieza a recordar su historia (que es la de su videojuego, de modo que no está claro qué es lo que olvidó). Liberado, Neo se dispone a rescatar a Trinity (Carrie-Anne Moss) quien también olvidó su pasado, está casada literalmente con un “Chad” y tiene dos hijos. Paradójicamente, en nuestro mundo de tribus y “realidades” particulares e irreconciliables, la película no enfatiza su muy actual teoría del simulacro sino el anticonformismo. A su favor, hay que decir que tiene una melancolía que da mayor resonancia emocional a los personajes (pero como está siempre en modo irónico, no se priva de mencionar su propia melancolía, cosa que la anula un poco). Otro mérito es que no es habitual en Hollywood es el hecho de que la protagonista de su historia de amor sea una actriz de 55 años como Moss. Pero ni esto, ni su comentario sobre sus condiciones de producción, pueden disimular que nada en este film tiene la relevancia de siquiera un minuto de la película original.
Cuando entramos al cine, se apagan las luces y nos sumergimos en la pantalla. Vivimos una realidad ilusoria. Y en Matrix Resurrecciones, con el regreso de Neo (Keanu Reeves), las simulaciones corren de un lado para otro. Recordemos que al final de Matrix Revoluciones (2003) Trinity (Carrie-Anne Moss) moría, Neo se sacrificaba y los humanos quedaban liberados en esa disputa con las máquinas y la Matrix. Pero Matrix Resurrecciones no funciona como una “actualización” del sistema. No. En cierto sentido, sucede algo similar como en Spider-Man: Sin camino a casa: ambas películas -sus tramas- saben que están alterando realidades, y se produce un fenómeno, como si tomaran conciencia de sí mismas, como si se autoanalizaran, y hasta se autoparodiaran. Neo en esta realidad de Matrix Resurrecciones vuelve a retomar su identidad de Thomas A. Anderson: es un diseñador de videojuegos bastante famoso, sobre todo porque con uno la pegó fuerte. El juego se llama Matrix. La compañía de juegos para la que trabaja es propiedad de Warner Brothers (!). "Nuestra querida empresa matriz, Warner Bros., ha decidido que harán una secuela de la trilogía”, con o sin ellos, se dice, y se habla de Anderson como un nerd calvo, por más que lo veamos con el cabello largo y esa barba tan Keanu. Bueno, si vieron el trailer, allá por septiembre, lo comprenderán. Neo paranoico Thomas tiene pesadillas, no quiere saber nada con retomar Matrix. Está algo paranoico. Quién no lo estaría. Pero no es como en Free Guy, donde el protagonista (Ryan Reynolds) se sorprende al darse cuenta de que es un personaje dentro de un videogame. ¿O sí? Hasta que un día Thomas, en esta simulación, se cruza en el café Simulatte (!) con Trinity, pero se llama Tiffany, está casada, tiene dos hijos y ella no lo reconoce. Su psicólogo (el Analista, interpretado por Neil Patrick Harris) lo mantiene a tono con pastillas azules (!), pero cuando se cruce con un Morpheus distinto (no, no es Laurence Fishburne, sino Yahya Abdul-Mateen II, de la nueva Candyman), y le ofrezca una píldora roja… Que el jefe de Thomas en la empresa se llame Smith (Jonathan Groff) no hace más que reforzar lo autorreferencial, y la autocita, que no desmitifican nada del asunto. La trama incluye a una hacker ciberanarquista de nombre Bugs (sí por Bugs Bunny, de la WB) y cabello azul (Jessica Henwick). El desafío que era la primera Matrix, como jugar con la gravedad -en el siglo pasado: se estrenó en 1999-, ahora no es más que una reiteración. Neo podrá esquivar o no las balas, adelantar los brazos y crear ondas de energía que impidan que lo acribillen los disparos, pero esto ya lo vimos. Mucho de lo que vemos en Matrix Resurrecciones, también, y no solamente por los flashbacks que pasan como clips de las distintas películas. Los hermanos Wachowsky de la trilogía ahora son hermanas. Lana (que era Andy) dirige Matrix Resurrecciones, Lilly (Larry) no quiso saber nada. Y es como si esta cuarta película (o Lana) hiciera un autoanálisis. Ni el cine es lo que era en 1999, cuando estrenó la primera Matrix, ni Lana era lo que es hoy (era Andy). Hasta podemos ver, si queremos, en Matrix Resurrecciones que nada es tan binario -buenos y malos, Neo y su némesis el Agente Smith- como lo planteaba la saga original. Quien quiera oír, que oiga, quien quiera ver…. Caben, al menos y por lo pronto, dos preguntas. Qué llevó a Lana a decir sí, haré una nueva de Matrix. La otra, que está íntimamente relacionada con la primera, es qué quiso contar. Porque sin una historia nueva, es más de lo mismo. Matrix Resurrecciones apela a la nostalgia, a lo que quienes vimos -al menos la primera Matrix- sentimos al ver las gafas negras y los trajes y sobretodos largos. Lana sabe lo bien que impacta en los ojos del espectador de cualquier edad y generación el agua, sea en gotas de lluvia o en charcos, los vidrios rotos, el polvo flotando en el aire. Su estilo sigue siendo recargado, algo barroco. Pero lo barroco aquí no es la parafernalia en imágenes, sino las explicaciones, una y otra vez, de lo que está sucediendo. Lana ha perdido algunas cosas con el correr del tiempo -originalidad, la primera- y parece necesitar aclararnos lo que está ocurriendo, o lo que va a ocurrir, mientras los fans disfrutan -o tratan de- al ver cómo algunas imágenes, pedacitos de escenas, se parecen a alguna que ya vieron hace muchos años. Son esos clips que nos traen al viejo Morpheus. O a un Neo muy jovencito. O al Oráculo. Claro: si el lector aquí, o el espectador en la butaca, no vio ninguna Matrix, no se le moverá un pelo. Hay una vuelta de tuerca, porque sino no se entiende para qué resucitar a los protagonistas -no a todos; no vamos a spoilear nada-. Como si Lana se extasiara de su propia creación. Lo de la nostalgia trae la paradoja de que si Matrix alguna vez fue vanguardia, cambio y evolución, ahora no: se apela a los recuerdos. Sí, en más de un sentido Matrix Resurrecciones es más de lo mismo; como si reciclar lo ya visto pueda traer algo nuevo, cuando todos ya conocemos la respuesta. Es que, en síntesis, el trailer de Matrix Resurrecciones era mucho más atrapante, atractivo y daban ganas de ver la película. Para eso se hacen los trailers. El asunto es que con Matrix Resurrecciones, después de verla, esas ganas por ver más están como apaciguadas. Y eso que hay una pequeña escena postcrédito, que en la premiere del lunes arrancó, de los que quedábamos en la platea, las únicas risas y/o muestras de entusiasmo. Pero tampoco crean que era para tanto.
(Antes de empezar la crítica propiamente dicha, sepan disculpar la siguiente observación: creo que a esta altura de la tilinguería anglicista no asumida que gobierna nuestra habla, donde en cualquier menú mugriento de hamburguesas se lee burger, traducir la palabra ‘Resurrections’ es hoy un anacronismo de mercado, además de que desmejora el título desde un punto de vista fonético. En una película que metaforiza (o no tanto, según los metafísicos radicales de las teorías celulares) sobre nuestra obediencia debida a una vida gris de rutinas del montón, que invoca los fantasmas aciagos de nuestra esclavitud al conformismo, y que se formaliza estéticamente a través de los recursos visuales más hiperbólicos (es la saga que popularizó el “tiempo-bala” [o bullet-time, en fin], el vector de la revolución visual de la segunda película de las Wachowski), queda muy provinciano traducir un título a todas luces a priori comprensible en su idioma original. Aunque no sepa una sola palabra de inglés, aunque no haya hecho la primaria, con toda sinceridad me cuesta aceptar que exista una persona que no pueda deducir que ‘Resurrections” es “Resurrecciones”. Esta demagogia también es tratar de imbécil al público). Lamentablemente –y acá nos zambullimos en el maremágnum de códigos binarios verdes que nos convoca– e imprevistamente, Lana Wachowski también nos trata de imbéciles. Por ejemplo: cuando necesita decirnos que Jonathan Groff interpreta al nuevo Agente Smith, la perversa y ubicua némesis de Neo que en las tres primeras partes interpretó magistralmente el nigeriano formado en Australia Hugo Weaving, Wachowski precede la aparición de Groff con un torpe flashback de Weaving en primer plano; este recurso de sobre-explicación nauseabunda se repite como un mantra visual para espectadores con capacidades diferentes. La presencia actoral de Groff es endeble e insuficiente; no siendo ominosa, sólo es peligrosa porque él lo dice, poniendo cara de malo; casi un inocuo antivirus para la amenaza viral que representaba la potencia actoral del metro noventa que mide el temible Weaving; parafraseando el “Universo Matrix”, Groff es una anomalía del sistema. Falló al antivirus Para más inri, todo es muy confuso éticamente. El rasgo de inteligencia predominante durante los cimientos de la concreción de este cuarto episodio de la saga consistió en la negativa de Wachowski en vender su alma a los caprichos descerebrados del fandom, concesión autoral que hoy se conoce cínicamente como fanservice, más propiciada por los estudios voraces de multiversos que por los directores carentes de contrato; aunque, todo hay que decirlo, por default Matrix: Resurrecciones es en sí misma un servicio directo al fanático de la trilogía porque existe gracias a la presión del fandom. Estamos de acuerdo, aparece El Meravingio, retomado por Lambert Wilson, cuya sofisticación arrogante y sinuosa lo adhirieron a la perfección a la cosmogonía matrixiana, atravesada por mentiras, tramas, conspiraciones y realidades oblicuas. Pero son detalles de casting, como la inexplicable recuperación de un personaje secundario que nunca fue decisivo, Niobe, que interpreta con su habitual ineficacia Jada Pinkett Smith. Seamos sinceros, al irse la mitad creativa detrás de la trilogía Matrix, nada podía prometer un regreso a la saga en plena e idéntica forma. Y así (no) ocurrió. Los comentarios previos imbuidos de esperanza sobre este cuarto capítulo por parte de quiénes aún sentimos admiración por el primero como hecho revolucionario del lejanísimo 1999, descansaron sobre una cuestión de fe, más que de realismo. Después de todo, lo cristiano surfea la totalidad del subtexto no tan sub de la saga. Sumemos una ausencia grave –gravísima– que nadie ha mencionado; a una figura clave en la edificación de las maniobras de la acción cuerpo a cuerpo de la trilogía original a un nivel absoluto. Nos referimos al maestro, guionista, director, coreógrafo y actor chino Yuen Woo-ping (que inmediatamente después le orquestaría las secuencias de peleas de Kill Bill a Quentin Tarantino), cuya implicancia en los proyectos es absorbente y decisiva, casi hasta alcanzar el rango de codirector. Sin aquel viejo experto en kung fu, la producción de Matrix: Resurrecciones optó por contratar a Eric Brown, un profesional que no ayudó a consolidar toda una escuela de especialistas en escenas de artes marciales a lo largo de cuatro décadas, como hizo Woo-ping, sino que, sin desmerecerlo, pero comparándolo fatalmente, diseñó la acción de las tres primeras John Wick y alguna Rápido y furioso. En esto anda Hollywood: le excita más el presente efímero que cualquier magisterio milenario. ¿Hay algún lector que crea que el look a lo John Wick que ostenta Reeves en Matrix: Resurrecciones es casual? En una era de terror al fracaso, cuando los que consumen cine creen que una película de ocho años es antigua (la distorsión psíquico-espacio-temporal que cimentó la moda del reboot), es probable que no. “¿Cómo podemos atraer a la pibada de John Wick?”, se preguntó uno mirando al peluquero. Todo dura dos días: hemos creado un nuevo Efecto mariposa. Viejo verde La famosa escena de la entrada al lobby de Neo y Trinity, armados hasta los dientes, para enfrentarse a un escuadrón de policías en Matrix (1999) quedó grabada a fuego y a tiempo-bala en los archivos históricos del progreso tecnológico del arte cinematográfico. Esta escena, incluso, se usó durante los años subsiguientes como ejemplo de diseño audiovisual para testear compras de equipamiento tecnológico en auditorios y salas públicas y privadas. Así de impactante fue la operación técnica de aquella irrupción en el cine agónico de la década de los noventas. Matrix no fue el último hito de aquella década sino el primero del nuevo milenio. También fundó en el cine de Hollywood una estética andrógina que impedía, por ejemplo, diferenciar el aspecto de Neo al de Trinity; ambos eran pelicortos, depilados, oblongos y solemnes (en definitiva, una constante de lo decantado como subtexto en la relación lésbica de Gina Gershon y Jennifer Tilly en Bound, de 1996: sexo hay uno solo). Esta estética andrógina fue profética porque devendría en una brecha de asunción LGBTTTQINBAP+ por la que los Wachowski hicieron la transición a las Wachowski. Heteroapóstatas, al cabo. Ultramodernas. Pero lo que más se extraña (y lo que más extraña) es la deserción de aquella tonalidad verdosa agregada en filtros de postproducción, derivada de los códigos binarios, que impregnaba la diégesis de Matrix con pertinencia informática arrolladora. Este tono era representativo, pero quedó en el tintero en esta cuarta parte, e ignoramos en qué reunión se decidió una idea tan absurda, ya que transcurre en el mismo universo dominado por hardwares empoderados. Esta omisión acusa su peso en oro cada vez que Wachowski intercala un flashback de la trilogía; queda en evidencia que nada de lo que vemos alcanza la calidad de la película de 1999; no hay rastros diferenciales entre las estéticas fotográficas de Matrix: Resurrecciones y, por caso reciente, el reboot de Resident Evil (2021), proviniendo ambas de orígenes muy diversos. Además de haber creado un nuevo Efecto mariposa, creamos la necesidad de homologar la estética de todo el cine de entretenimiento mundial, para que nada ose parecerse a algo diferente. Otro elemento valioso (no hablamos de nostalgia, sino de valor plástico) que murió en alguna reunión de marketing: casi no había en aquella acta fundacional de fin de siglo una toma con la cámara al hombro que no tuviera su porqué. Sabemos que el verdadero deseo de quitar la cámara del trípode se origina en la necesidad de representar nerviosismo o desequilibrio de algún tipo, familiaridad, urgencia; hoy se la canonizó indiscriminadamente para abaratar costos y reducir tiempos (bajo el cobarde pretexto de no ser puristas); la sintaxis temblorosa domina esta cuarta parte como domina todo el cine de acción contemporáneo, cuando Matrix irrumpió en su época como una estrella fugaz revolucionaria al proponer el diseño del cine de acción de las dos décadas subsiguientes. Es un acto de traición a la calidad visual de la trilogía –o al menos a la primera parte de la trilogía– sustituir su estética distintiva por un aggiornamento ridículamente centennial de filtros de Instagram. Vemos anteojos ciberpunks de diseño y peinados en tecnicolor muy diversos, como en la tapa de un disco de La Roux. No es suficiente para ser modernos. Matrix: Resurrecciones, como todo lo que hacen las Wachowski, se alinea con una ética estética inclusiva que se desprende de un ideario inclusivo. Pero en esta oportunidad su puesta en escena es exclusivamente conservadora. Lo irónico es que se conservan los modos de una primera parte hecha por ella misma en el pasado. La marca de la computadora es la misma, pero el códec no. Para los neófitos en Neo (en la película aparecen nuevas especialidades, como los “neólogos”, que estudian a Neo como a la Biblia), esto podrá ser más que suficiente. No lo es. Infestada de flashbacks explicativos que evitan el ingreso del carácter ontológico del lenguaje fílmico (narrar mediante la interacción complementaria de la imagen y el sonido), esta cuarta parte desmiente la intención de la teoría que sustenta la trilogía original porque termina siendo una víctima de los algoritmos, un regreso robótico decidido por un staff de expertos en negocios pero no en cine; en definitiva, un producto construido sobre hashtags que succionan la energía vital del autorismo que subyace, hoy como recuerdo lejano, en la obra previa de las Wachowski. Hay dos declaraciones de principios desgranadas por Lana Wachowaski usando como muñecos de ventriloquia a sus personajes. Una es un palo a la institución familiar, epicentro del conservadurismo social, mediante el personaje del analista, interpretado por Neil Patrick Harris: “Vos y ella añoran en silencio lo que no tienen mientras les aterra perder lo que tienen. Para el 99% de tu raza, esa es la definición de realidad”. Pero el grito de indignación que pega El Meravingio es aún más declaratorio, amén de elocuente del desgrane creativo de esta tercera secuela (lo que lo tiñe de un ligero cinismo): “¡Antes se valoraba la originalidad!”.
La redención de una saga. Todo está inventado, lo original cada vez es más escaso y si llega algo nuevo pasa desapercibido, en cambio en la industria es cada vez más común ver secuelas, reboots o remakes, pero ¿qué obtenemos si combinamos todos estos géneros? Fácil, Matrix Resurrecciones. Con Lana Wachowski en la silla de directora (está vez sin su hermana, con quien había dirigido la trilogía a principios del 2000) nos brinda un enorme regreso de las aventuras de Neo, Trinity y compañía. Alejándonos del conflicto hombres contra máquinas, Matrix vuelve con un nuevo conflicto, que se adapta a los tiempos actuales pero a su vez resulta familiar para los fans que vieron al filme estrenarse. Esta vez la película tiene un enfoque más emocional que trabaja la relación de Neo con Trinity, nuevamente en la piel de Keanu Reeves y Carrie-Anne Moss, quien pese a los casi 20 años nos demuestran que su química continúa intacta. ¿Es necesario tener vistas las entregas previas? No necesariamente y acá es donde entra lo nuevo que ofrece Matrix en esta época, donde no se siente como una secuela sino que le da independencia de la saga pero a su vez nos da grandes detalles memorables como las escenas en cámara lenta o la dualidad de las pastillas rojas y azul que se convirtieron en un dicho popular a través de los años. Detalles que tal vez si no viste las entregas previas no te genera nada, aunque a su vez te incentiva a verlas. Algo contradictorio que a su vez funciona como marketing. Como dije antes, Matrix Resurrecciones no se siente ni como secuela, pero tampoco reboot (donde nos introduce a través de sus personajes a aquellos que no vieron jamás alguna película) o remake (donde tenemos recastings de personajes como Morpheo o el Agente Smith) sino un filme personal de la directora, que luego de haber perdido a sus padres sintió la necesidad de hacer y eso se refleja en su película, que habla sobre los reencuentros, algo que se siente reconfortante y que pese a tener malos momentos (si, como pasó en Revoluciones y puede pasar en relaciones personales) siempre da placer verlas de nuevo. Tal vez no se vea como una potencial nueva saga, pero sí es una cuenta pendiente que tenía su directora y que nuevamente como su primera entrega, que marcó un antes y después en el cine, nuevamente con Resurrecciones estamos ante un nuevo subgénero que seguro va a marcar tendencia en los siguientes años. No es la primera ni la última que lo haga, pero como se dice en el filme, no importa cuántas veces cuentes una misma historia, sino cómo la cuentes.
Reseña emitida al aire en la radio
The Matrix (1999 Lana y Lilly Wachowski) la cual posee una relación intertextual directa (por no decir de plagio, como el diseño de créditos) con el anime, basado en el manga homónimo de 1989, Ghost in the Shell (1995) del cual toma varios elementos tanto estéticos como narrativos, aunque realiza su principal cambio respecto del esquema actancial. Luego de casi 20 años en que parecía completa la trilogía integrada por las secuelas The Matrix Revolutions y The Matrix Reloaded (2003), y esta vez dirigida solo por una de las hermanas, Lana Wachowski, se ha estrenado The Matrix Resurrections. Adentrémonos en este cuarto filme del futuro distópico que plantea The Matrix perteneciente al subgénero de ciencia ficción llamado cyberpunk. A simple vista esta secuela parece una fusión pochoclera entre The Truman Show y Terminator, pero ahondando en el análisis lo cierto es que es la metadiscursidvidad constante, es decir una película que reflexiona sobre sí misma y sobre la saga. Este mero capricho de la directora, a diferencia que los filmes pretenciosos del 2003, es más honesto. La película al igual que el concepto de Matrix, simula ser algo nuevo, cuando en realidad lo que pretende hacer es reflexionar sobre la industria audiovisual actual. Por ejemplo, velozmente plantea que el cine está contando las mismas historias una y otra vez (algo que ya exponía Godard en El libro de Imagen) pero, aunque su tono es de crítica lo cierto es que ella está siendo parte de esa circularidad con esta entrega. También se explicita el concepto de la franquicia a la que dio lugar la saga, desde historietas hasta videojuegos, pues Thomas/Neo es ahora en la Matrix un diseñador de videojuegos. En este sentido, las ideas más fuertes de la primera Matrix son reforzadas aquí (a diferencia de la falta de lógica interna de las otras dos secuelas), para volver a traer la filosofía de Baudrillard respecto de que la vida posmoderna es comercializada e impulsada por los medios de comunicación y las nuevas tecnologías. En esa empresa de videojuegos se deslizan frases como “mantenemos a los jóvenes entretenidos” o “las ideas son lo nuevo sexy” bajo un enorme cartel para el ojo observador que explicita que todo eso es en realidad Deus ex Machine, al igual que el café de encuentro entre Neo y Trinity/Tiffany se llame Simulacro, o un gato llamado Deja Vu. En dicho sentido, uno de los aspectos más interesantes de la película es el concepto de pensar la memoria como ficción. En conclusión, para quien escribe que no es para nada fan de la saga, la película se sostiene sólo si la vemos como una excusa metadiscursiva que tiene ganas de reírse de sí misma, quizás a algunos fans les moleste esto. Aquí se considera eso su mayor y sincero acierto. Aunque hay que admitir que fastidia un poco que, a tono con la corrección política actual, se encarne un feminismo demodé representado en el personaje de Trinity, quien ahora deberá revelarse frente a un marido violento. Del mismo modo, hay un nuevo y más joven Morpheus que viste excéntrico y parece pertenecer a lo queer, lo no normativo…
El año se termina y llega Matrix: Resurrecciones en estrenos simultaneo en salas de cine y en el servicio de streaming de HBO Max. Esta vez Matrix es dirigida solamente por Lana Wachowsky, nuevamente protagonizado por Keanu Reeves y Carrie-Anne Moss y se suman al reparto Neil Patrick Harris, Jessica Henwick y Yahya Abdul-Mateen II. Matrix: Resurrecciones sigue la historia de Thomas Anderson un exitoso diseñador de videojuegos y creador de la famosa trilogía de ciencia ficción llamada The Matrix, cuando la empresa Warner Brothers le pide que haga una nueva secuela, Anderson, comienza a tener una crisis psiquiátrica que lo hace dudar en el mundo en el que vive… ¿La Matrix es real? Ese es el argumento de Matrix: Resurrecciones que, a priori, no está mal, sin embargo, la película de Lana Wachowsky es, lamentablemente, fallida. Los puntos positivos de Matrix: Resurrecciones son el inicio del film y su primer acto dentro de la Matrix ya que funciona, es interesante la meta trama y los chistes sobre la industria del cine y la sobre explotación de los productos exitosos, el otro punto positivo es la actuación de Jessica Henwick, el único personaje carismático de la película. Matrix: Resurrecciones falla en todo lo demás. En parte, la historia, es un refrito de la trilogía original y hay una explotación innecesaria de imágenes de las películas anteriores con una notable diferencia en la calidad de imagen entre lo viejo y lo nuevo dando una sensación de pastiche que no ayuda para nada. La historia, una vez que se define la existencia real de la Matrix, se cae a pedazos y hay un abuso de explicación que, en vez de sumar, resta. Por otro lado, el cambio de actores en los papeles del Agente Smith y Morfeo tienen una explicación lógica, pero son dos personajes que perdieron completamente el peso y la actitud de los originales. En cuanto a las actuaciones quien cae peor parado es Keanu Reeves y eso que ninguna actuación es una maravilla, el problema es que no vemos a Neo, vemos a John Wick (ni hablar que este Neo con menos poder lo único que hace es levantar la mano y parar balas). Por último, y para no aburrirlos, si bien hay escenas de acción logradas no llegan al nivel de las presentadas en las películas anteriores y, lo que, es más, la saga de Matrix siempre había innovado tecnológicamente en algún punto y en Matrix: Resurrecciones parece ocurrir todo lo contrario, se siente un producto viejo. En fin, Matrix: Resurrecciones es una película mediocre, tal vez disfrutable para los fanáticos más acérrimos o para un público que no pida coherencia, así y todo, recomendamos no gastar dinero en el cine y aprovechar verla por streaming.
Décadas han pasado desde que Neo (Keanu Reeves) y Trinity (Carrie-Anne Moss) alcanzaron la ciudad de las máquinas para terminar la guerra, sacrificando sus vidas en el proceso. Nadie sabe realmente qué fue de ellos, pero el mundo cambió gracias a sus acciones y no han sido olvidados. Cuando Bugs (Jessica Henwick) descubre un sector escondido dentro de la Matrix que parece estar repitiendo en bucle uno de los eventos fundamentales de aquella leyenda, reconoce a sus protagonistas de inmediato y la historia que están reviviendo. Pero por sobre todo, reconoce los detalles que son diferentes a como se supone fueron en realidad; eso despierta la sospecha de que se trata de algo más que de un simple recuerdo. Pocos son los humanos que aún creen que Neo sigue rondando por la Matrix, pero Bugs es una de ellas y no duda en formar una alianza con Morfeo (Yahya Abdul-Mateen II) cuando demuestra tener información concreta sobre dónde encontrarlo: en Thomas Anderson, un exitoso programador de videojuegos que supo explotar sus serios problemas para distinguir realidad de ficción al crear una exitosa trilogía hace veinte años. Una trilogía a la que en este momento le están exigiendo una nueva secuela que no quiere hacer. Buscar Alta Peli CRÍTICASMatrix Resurrecciones (REVIEW) Veinte años después, Neo y Trinity se reencuentran. por Matías Seoane publicada el 21/12/2021 Matrix Resurrecciones, un regreso al código fuente. Crítica a Continuación. Décadas han pasado desde que Neo (Keanu Reeves) y Trinity (Carrie-Anne Moss) alcanzaron la ciudad de las máquinas para terminar la guerra, sacrificando sus vidas en el proceso. Nadie sabe realmente qué fue de ellos, pero el mundo cambió gracias a sus acciones y no han sido olvidados. Cuando Bugs (Jessica Henwick) descubre un sector escondido dentro de la Matrix que parece estar repitiendo en bucle uno de los eventos fundamentales de aquella leyenda, reconoce a sus protagonistas de inmediato y la historia que están reviviendo. Pero por sobre todo, reconoce los detalles que son diferentes a como se supone fueron en realidad; eso despierta la sospecha de que se trata de algo más que de un simple recuerdo. Pocos son los humanos que aún creen que Neo sigue rondando por la Matrix, pero Bugs es una de ellas y no duda en formar una alianza con Morfeo (Yahya Abdul-Mateen II) cuando demuestra tener información concreta sobre dónde encontrarlo: en Thomas Anderson, un exitoso programador de videojuegos que supo explotar sus serios problemas para distinguir realidad de ficción al crear una exitosa trilogía hace veinte años. Una trilogía a la que en este momento le están exigiendo una nueva secuela que no quiere hacer. Matrix Resurrecciones de franquicias ya cerradas Veinte años atrás, la trilogía que hoy retoma Matrix Resurrecciones marcó un hito de la ciencia ficción en el cine y dejó una huella en la cultura popular que es más recordada que las películas en sí. Por meses se debatió su contenido filosófico, por varios años muchas películas y videojuegos buscaron emular el estilo de sus escenas de acción y aún hoy se escriben artículos sobre cómo influenció el imaginario colectivo de principios de milenio. Todo daba para creer que era una historia cerrada sin nada nuevo que sumar, pero en tiempos de apostar a la seguridad de secuelas, remakes y nostalgia, apareció Matrix Resurrecciones prometiendo retomar donde se había quedado, con al menos una parte del elenco original para captar la atención de los fans. O al menos recordarles que hace 20 años les había gustado mucho una película. Buscar Alta Peli CRÍTICASMatrix Resurrecciones (REVIEW) Veinte años después, Neo y Trinity se reencuentran. por Matías Seoane publicada el 21/12/2021 Matrix Resurrecciones, un regreso al código fuente. Crítica a Continuación. Décadas han pasado desde que Neo (Keanu Reeves) y Trinity (Carrie-Anne Moss) alcanzaron la ciudad de las máquinas para terminar la guerra, sacrificando sus vidas en el proceso. Nadie sabe realmente qué fue de ellos, pero el mundo cambió gracias a sus acciones y no han sido olvidados. Cuando Bugs (Jessica Henwick) descubre un sector escondido dentro de la Matrix que parece estar repitiendo en bucle uno de los eventos fundamentales de aquella leyenda, reconoce a sus protagonistas de inmediato y la historia que están reviviendo. Pero por sobre todo, reconoce los detalles que son diferentes a como se supone fueron en realidad; eso despierta la sospecha de que se trata de algo más que de un simple recuerdo. Pocos son los humanos que aún creen que Neo sigue rondando por la Matrix, pero Bugs es una de ellas y no duda en formar una alianza con Morfeo (Yahya Abdul-Mateen II) cuando demuestra tener información concreta sobre dónde encontrarlo: en Thomas Anderson, un exitoso programador de videojuegos que supo explotar sus serios problemas para distinguir realidad de ficción al crear una exitosa trilogía hace veinte años. Una trilogía a la que en este momento le están exigiendo una nueva secuela que no quiere hacer. Matrix Resurrecciones de franquicias ya cerradas Veinte años atrás, la trilogía que hoy retoma Matrix Resurrecciones marcó un hito de la ciencia ficción en el cine y dejó una huella en la cultura popular que es más recordada que las películas en sí. Por meses se debatió su contenido filosófico, por varios años muchas películas y videojuegos buscaron emular el estilo de sus escenas de acción y aún hoy se escriben artículos sobre cómo influenció el imaginario colectivo de principios de milenio. Todo daba para creer que era una historia cerrada sin nada nuevo que sumar, pero en tiempos de apostar a la seguridad de secuelas, remakes y nostalgia, apareció Matrix Resurrecciones prometiendo retomar donde se había quedado, con al menos una parte del elenco original para captar la atención de los fans. O al menos recordarles que hace 20 años les había gustado mucho una película. Si, el bar se llama Simu-Latte. No pensemos demasiado en eso. Con mucha autoconciencia y un humor que estuvo tradicionalmente muy ausente en la franquicia, Matrix Resurrecciones dedica buena parte de su primera mitad a parodiar su propio regreso, mientras replantea las reglas de un universo que necesitaba algunas actualizaciones para mantenerse vigente. Reglas que han cambiado tanto dentro como fuera de la Matrix y que durante todo este inicio no tendremos del todo claro cómo ni por qué. Seguir a Thomas Anderson durante este redescubrimiento de lo que supo y olvidó, es lo más interesante que Matrix Resurrecciones tiene para ofrecer en esta vuelta más focalizada en Neo y su conflicto interno que en una guerra por la humanidad. Todo lo solemne y pretenciosamente profundo que supo ser Matrix es purgado en Matrix Resurrecciones, si hasta se burla sin disimulo del impacto cultural que supo tener y de las contradictorias interpretaciones que el público hizo de ella. Todo de una forma tan explícita que solo puede ser intencional. No es que no hay nada de subtexto detrás de la acción en Matrix Resurrecciones, pero las grandes preguntas existenciales dejaron su lugar a reflexiones más concretas y relacionadas al presente. O al menos, sobre cómo cambiaron algunas cosas desde que empezó la franquicia. Buscar Alta Peli CRÍTICASMatrix Resurrecciones (REVIEW) Veinte años después, Neo y Trinity se reencuentran. por Matías Seoane publicada el 21/12/2021 Matrix Resurrecciones, un regreso al código fuente. Crítica a Continuación. Décadas han pasado desde que Neo (Keanu Reeves) y Trinity (Carrie-Anne Moss) alcanzaron la ciudad de las máquinas para terminar la guerra, sacrificando sus vidas en el proceso. Nadie sabe realmente qué fue de ellos, pero el mundo cambió gracias a sus acciones y no han sido olvidados. Cuando Bugs (Jessica Henwick) descubre un sector escondido dentro de la Matrix que parece estar repitiendo en bucle uno de los eventos fundamentales de aquella leyenda, reconoce a sus protagonistas de inmediato y la historia que están reviviendo. Pero por sobre todo, reconoce los detalles que son diferentes a como se supone fueron en realidad; eso despierta la sospecha de que se trata de algo más que de un simple recuerdo. Pocos son los humanos que aún creen que Neo sigue rondando por la Matrix, pero Bugs es una de ellas y no duda en formar una alianza con Morfeo (Yahya Abdul-Mateen II) cuando demuestra tener información concreta sobre dónde encontrarlo: en Thomas Anderson, un exitoso programador de videojuegos que supo explotar sus serios problemas para distinguir realidad de ficción al crear una exitosa trilogía hace veinte años. Una trilogía a la que en este momento le están exigiendo una nueva secuela que no quiere hacer. Matrix Resurrecciones de franquicias ya cerradas Veinte años atrás, la trilogía que hoy retoma Matrix Resurrecciones marcó un hito de la ciencia ficción en el cine y dejó una huella en la cultura popular que es más recordada que las películas en sí. Por meses se debatió su contenido filosófico, por varios años muchas películas y videojuegos buscaron emular el estilo de sus escenas de acción y aún hoy se escriben artículos sobre cómo influenció el imaginario colectivo de principios de milenio. Todo daba para creer que era una historia cerrada sin nada nuevo que sumar, pero en tiempos de apostar a la seguridad de secuelas, remakes y nostalgia, apareció Matrix Resurrecciones prometiendo retomar donde se había quedado, con al menos una parte del elenco original para captar la atención de los fans. O al menos recordarles que hace 20 años les había gustado mucho una película. Si, el bar se llama Simu-Latte. No pensemos demasiado en eso. Con mucha autoconciencia y un humor que estuvo tradicionalmente muy ausente en la franquicia, Matrix Resurrecciones dedica buena parte de su primera mitad a parodiar su propio regreso, mientras replantea las reglas de un universo que necesitaba algunas actualizaciones para mantenerse vigente. Reglas que han cambiado tanto dentro como fuera de la Matrix y que durante todo este inicio no tendremos del todo claro cómo ni por qué. Seguir a Thomas Anderson durante este redescubrimiento de lo que supo y olvidó, es lo más interesante que Matrix Resurrecciones tiene para ofrecer en esta vuelta más focalizada en Neo y su conflicto interno que en una guerra por la humanidad. Todo lo solemne y pretenciosamente profundo que supo ser Matrix es purgado en Matrix Resurrecciones, si hasta se burla sin disimulo del impacto cultural que supo tener y de las contradictorias interpretaciones que el público hizo de ella. Todo de una forma tan explícita que solo puede ser intencional. No es que no hay nada de subtexto detrás de la acción en Matrix Resurrecciones, pero las grandes preguntas existenciales dejaron su lugar a reflexiones más concretas y relacionadas al presente. O al menos, sobre cómo cambiaron algunas cosas desde que empezó la franquicia. Estando en una época donde la industria del cine le tiene miedo tanto a las ideas nuevas como a que algo “no se entienda”, que todo en Matrix Resurrecciones esté subrayado con un fibrón es claramente parte del mismo chiste que está haciendo Lana Wachowski al respecto. Sospechamos que tenía tan pocas ganas de hacer la película que se lo hace decir a su protagonista sin sutilezas, mientras de paso también se burla poniéndole flechas de neón a cada metáfora, referencia y fan service que encaja entre escenas. Lamentablemente, cuando en la segunda mitad cambia drama por acción, eso que resultaba un poco interesante se va deshilachando. No solo porque la trama es chata y poco sólida, sino también porque el elenco secundario no tiene carisma, el villano es prácticamente una caricatura y las escenas de acción son correctas pero están lejos de lo llamativas y novedosas que supieron ser. Había margen para intentar revivir la franquicia por más que no hiciera falta, pero a Matrix Resurrecciones no le alcanza solo con Keanu Reeves para lograrlo.
Esta cuarta entrega que viene de la mano de una sola de sus creadoras, Lara Wachowski, tiene atractivos y desilusiones. Primero es muy autorreferencial hacia su propia invención. En su estreno fue un bombazo que le partió la cabeza a más de un fan, que se hizo adicto a las secuelas. No se le puede negar a la creación de las Wachowki una mirada a la ciencia ficción que marco época y estética, verdosa y original, por más que existieron acusaciones de plagio. Pero aquí nos encontramos con que el principal atractivo es la reunión de un Keany Reeves grande pero con su magnetismo intacto junto a una heroína divina como es Carrie Ann Moss. Ya por verlos juntos y teniendo una nueva oportunidad en la ficción bien puede valer el precio de la entrada. Keanu es Thomas Anderson creador del famoso videojuego “Matrix”, una trilogía que exige demasiado: Una cuarta entrega. Ella es una ama de casa que se cruza con Anderson y no lo conoce, aunque el atractivo traspasa realidades. Pero ya sabemos que en Matrix nunca existe ni una realidad ni una ficción. Hay nuevo equipo, muchos videoclips de películas anteriores de la saga y muchas explicaciones como para que nadie quede afuera. Claro que hay enfrentamientos oscuros y confusos, las consabidas balas ralentizadas y otras verdades paralelas que no sorprenden más.
Llegó a los cines la cuarta entrega de `Matrix', cuyo estreno se dificultó por la pandemia y que finalmente arriba a las salas luego de generar mucha expectativa entre los fanáticos y los seguidores de esta historia compuesta por tres entregas anteriores: `Matrix' (1999), `Matrix recargado' (2003) y `Matrix: Revoluciones' (2003). Luego de tantos años entre la tercera película y esta, parece un tanto forzado que Warner Bros decida continuar la historia; sin embargo, el filme logra entretener con flashbacks cargados de nostalgia, escenas de enfrentamientos muy bien logradas y una dupla protagónica inoxidable. Pasaron dos décadas y tanto Neo como Trinity viven vidas comunes y corrientes, con otras identidades que nada tienen que ver con su pasado. El analista (Harris) ha configurado en la Matrix la realidad actual que ahora viven los protagonistas, pero un nuevo Morpheus (Yahya Abdul-Mateen II) y Bugs (Jessica Henwick), quienes se encuentran entre bucles temporales y recuerdan a Neo, están dispuestos a encontrarlo y ayudarlo a salir de esa ilusión. Asimismo, Neo decide ayudar a su dupla, Trinity, quien yace dormida y conectada a la Matrix, absorta en una realidad donde es madre y esposa. ACCION `Matrix: Resurrecciones' toma elementos de la tercera entrega para continuar con el hilo narrativo en esta película. A través de diferentes racontos el espectador viajará a escenas de las películas anteriores para recordar batallas entre bípedos y máquinas, a un Neo veinte años más joven, a Niobe (Jada Pinkett Smith) cuando luchaba cuerpo a cuerpo (hoy anciana y líder absoluto de una ciudad llamada Io), entre otros guiños nostálgicos de un pasado al cual no se puede volver. El término bíblico que da título a esta película permite reflexionar sobre una nueva vida, sobre `volver de la muerte'. Tras años de ausencia y sumergido en una realidad distinta e inventada, Neo vuelve para demostrar que sigue teniendo la misma fuerza y convicciones que antes. Por otro lado, ese volver a la vida es una herramienta que el equipo de guion utiliza para reflexionar sobre las ilusiones, las realidades paralelas y el destino. EFECTOS VISUALES Desde lo técnico, `Matrix: Resurrecciones' es notable: la recreación de las diferentes realidades que el filme recorre, la ciudad de Io, y la utilización de efectos visuales le aportan a la historia una potencia visual que atrapa al espectador. Desde lo narrativo es interesante el trabajo de Lana Wachowski respecto del vínculo entre Neo y Trinity. El encuentro entre ambos personajes icónicos está trabajado con inteligencia y emoción. `Matrix: Resurrecciones' no defraudará a los seguidores de la saga y si bien su extensa duración le resta dinamismo (con algunas escenas demasiado extensas y varias reiteraciones), es una película que en líneas generales entretiene y se disfruta.
“Matrix Resurrections” de Lana Wachowski. Crítica. Matix for Dummies. Warner Bros sigue apostando a sus sagas clásicas. El próximo jueves 23 de diciembre, llega a todas las salas de cine y a streaming, la nueva entrega de la saga Matrix. En esta ocasión, “Matrix Resurrections” está dirigida solamente por Lana Wachowski, rompiendo con la dupla que formaba junto a su hermana en la trilogía original. Por supuesto que vuelve parte del elenco, Keanu Reeves y Carrie-Anne Moss vuelven a entrar al mundo digital. Una cuarta parte que nadie esperaba y que posee el encanto de un abuelo twichero. En lo que pareciera ser una especie de reboot, Neo se encuentra trabajando de programador de videojuegos. Sus juegos sobre Matrix lo convierten en alguien muy exitoso, pero aun así la presión la abruma. Tratando de aplacar sus penas, visita semanalmente a su psicólogo el cual le receta unas pastillas azules. Al igual que en 1999, llega Morfeo para hacerle abrir los ojos y traerlo a la realidad no digital mediante la famosa pastilla roja. Podemos dividir la película en dos mitades. La primera, de mayor interés, autorreferencial y con algunos pequeños atisbos de innovación. Se agregan conceptos al ya rebuscado universo y se refrescan algunos olvidados. En cambio, la segunda mitad se estanca en una epopeya de amor insufrible, donde las capacidades sobrehumanas que brinda la Matrix son tan explotadas que pierden el encanto. Hay algo generacional que deja de funcionar en la actualidad con Matrix. Nuestra relación con la tecnología cambió, la tecnofobia que traía el nuevo milenio ya no existe. Aquel otro lacaniano que figuraba en las primeras entregas desaparece, ya no lo buscamos como al dios de la internet. Entendimos que el internet lo hacemos nosotros y nos alineamos con lo que ello conlleva. Al igual que en las granjas de humanos, dejamos de ser consumidores para convertirnos en producto. Muy conscientes de todo esto, los guionistas lo toman y lo hacen parte de la trama. Burlándose repetidamente de la automasturbación intelectual que implicaba ver la trilogía original y dejando en claro que esta no seguirá el mismo camino. Lo cual deja a los espectadores que crecieron viendo eso con una extraña sensación de ver algo modernizado a la fuerza. Casi como volver a cruzarse con un amor de la infancia después de muchos años y descubrir que ahora es diametralmente diferente. Lo mismo sucede con el concepto de las máquinas, ya no son el enemigo. La dicotomía hombre o máquina se transforma en una propuesta superadora. Ahora máquinas y humanos son aliados, colaborando así al crecimiento de ambos. Y al igual que hacen las redes sociales con nosotros, la Matrix entendió que para mantener a las personas cautivas en su realidad digital, debía generar un entorno amigable y adictivo del cual no poder salir. Facilitarle seguir scroleando por horas sin darse cuenta. Todos estos conceptos se desarrollan en la primera mitad de la película. Que pivota, en un comienzo, entre reboot o secuela. Una vez que deciden ir a fondo con el concepto Matrix, la trama ya pierde toda su fuerza. Ni Keanu Reeves, ni Neo, ni John Wick, pueden salvarla con sus acrobacias vacías y superpoder repetitivos. Lo cual deja un mal sabor de boca para una película, que si bien no pretende ser memorable, se encontraba en el rango de lo interesante.
Meta-nostalgia. Es innegable que Matrix marcó un antes y un después en las películas de acción. Las hermanas Wachowski supieron dar una vuelta de tuerca al lenguaje audiovisual con nuevos efectos especiales (solo basta nombrar la ralentización de las balas), y a su vez fundar una especie de mitología estética con hombres y mujeres enfundados en largos sobretodos negros con cuello mao, pelo engominado, lentes oscuros y una habilidad sobrenatural para la pelea. Sin dudas la primera entrega fue la más solida de todas, a nivel guion y formal. Las dos siguientes (Matrix Recargado y Matrix Revoluciones), si bien intentaron perseguir la mística de su antecesora, el resultado fue fallido. Unos cuantos años después, se hace palpable una nueva entrega de esta franquicia, que sigue sosteniendo a nuestro adorado Keanu Reeves como protagonista. Las expectativas son altas, y aquí el problema. Con un Neo y una Trinity (Carrie-Anne Moss), resucitados, entrados en madurez y atrapados en la simulación, comienza esta nueva aventura en la que pronto (y ayudados) retornarán al mundo real después de tomar la pastilla roja. Un complejo entramado argumental que sitúa a nuestros héroes enamorados siempre juntos, y esto es lo más valioso y disruptivo de la cinta. Sus existencias no se conciben de otro modo, lo cual moldea una nueva forma de poder. Más allá de la acción propiamente dicha que caracteriza a la película, utiliza el guion para reírse de sí misma y del paso del tiempo. Para analizarse y cuestionarse como ese producto pop que comenzó una revolución, pero gradualmente se fue desgastando; si, hay referencias y homenajes a su universo, pero no es condescendiente con el fandom. Es una propuesta imperfecta (consciente de su imperfección), con humor (y una narrativa sin rumbo), y alejada del dramatismo que acusaba la primera. Una propuesta arriesgada, caótica y barroca, que nos invita a reflexionar cómo podemos vivir atrapados en un bucle para siempre si no despertamos de nuestro letargo.
Existe una especie de imposición propia que sufren los blockbusters en nuestros tiempos. El famoso “contenido”, cada vez cuenta con menos hallazgos que se destaquen por contar historias con recursos narrativos y cinematográficos arriesgados. Marvel, DC, Star Wars, Rápidos y Furiosos, cualquier película de Dwayne Johnson, entre otras, tienen algo en común, todas se parecen. Mismos enfoques, mismos planos, mismas estructuras narrativas. The Matrix Resurrections critica y expone este establishment. Esta vez, en forma de sátira. Tras The Matrix Revolutions (2003) parecía que este universo no daba para más, sin embargo, como lo dice literal y directamente esta última entrega, Warner Bros pedía un nuevo capítulo. Para no andar en pequeñeces, Lana Wachowski decidió poner toda la carne al asador, tanto lo bueno que hizo a la primera película memorable, como los pasos dudosos que tomó la trilogía. Por ello es muy importante, para el disfrute completo, volver a visitar las anteriores cintas. Esta nueva entrega muestra a Thomas Anderson viviendo en la Matrix sin ser consciente de todo su pasado. Tras lo eventos de la ultima película, este fue inducido otra vez al mundo ficticio. No queda del todo claro, pero Morfeo, esta vez interpretado por Yahya Abdul-Mateen II, junto a una comandante de la nueva sociedad de Zion llamada Bugs (Jessica Henwick) dan con su paradero y deciden rescatarlo. En ese mundo también esta Trinity que padece de la misma amnesia, pero no le ha ido tan mal pues a formado una familia. El resultado de esta cinta es de pequeños momentos disfrutables con grandes escenas de acción de Kung Fu, un excesivo y exquisito uso del bullet time, buenos momentos de humor y mucha sátira que expone el lamentable panorama que sufre el entretenimiento, dentro de una trama bastante olvidable. Es una cinta que trae nuevas cosas, pero independientemente no funciona. De no existir no pasaría nada. Sin embargo, es reconfortante saber que todavía hay películas comerciales que prefieren crear una prosa propia a guiarse en lo que funciona en el mercado. Varias de las mejores películas que existen suelen tener en común el hecho de que están fundamentadas en temas que en un futuro se hacen tangibles para la sociedad. Véase por ejemplo Carrie de Brian De Palma, una obra de 1976 que adelantada a su tiempo empezaba a mostrar el bullying que se estaba generando en las escuelas americanas. Matrix de 1999, no solo fue revolucionaria en su momento por los efectos especiales, sino que empezó a señalar las consecuencias en la sociedad que tendría la dependencia a la conexión. Cabe destacar que este film vuelve a traer el tema a la mesa. Criticando a su vez al aferro hacia la nostalgia, usando la misma nostalgia.
“The Matrix” dio un giro de ciento ochenta grados al panorama del género de ciencia ficción, escrita y dirigida por las hermanas Wachowski y protagonizada por Keanu Reeves, Laurence Fishburne, Carrie-Anne Moss y Hugo Weaving. Dado su fenomenal éxito, la franquicia devendría en una serie de videojuegos, cortos animados y cómics. Además, en 2003, se estrenaría, de forma simultánea, los films “Matrix Recargado” y “Matrix Revoluciones”, reavivando la mística de tan fabulosa concepción. Los novedosos efectos visuales que habitaban la realidad paralela se convirtieron en un soporte visual como vehículo a una intrigante narrativa, que aunaba conceptos filosóficos y religiosos. Múltiples lecturas políticas se desprendían de una acción rodada a alta cantidad de fotogramas por segundo. El mérito correspondía a las hermanas Lana y Lily Wachowski. El precedente había sido sentado. Esta vez, Lana trabaja en solitario, sin la compañía de su hermana, confiando en lo pertinente -y comercialmente redituable – que tiene para decir “Matrix”, casi veinte años después. Dos horas y media de metraje buscan resolver el interrogante acerca de cuál es el contexto del nuevo Neo. Flashbacks mal implementados se acumulan a lo largo de una hora completa, plagada de referencias en absoluto superfluas para los fans de la saga. Mientras el meta mensaje abusa de su condición y los guiños se acumulan parodiando a los propios intérpretes, se recrea el paradigma de la película original: la concatenación de diálogos subliminales amenaza con romper la cuarta pared, mientras códigos binarios navegan los nuevos rincones de esta insurgente versión útero de videogame. A diferencia de la trilogía original, un tono de comedia caracteriza a la primera parte del relato. No es la ambición una de sus características, observamos, mientras inquirimos acerca del remanente en aquella profundidad filosófica de la película original. No hay colosal puesta en escena que pueda maquillar serias fallas de guion. Puede que la secuencia de acción inicial sea la mejor de toda la película, también es cierto observar que el efecto ralentizado no luce igualmente impactante que dos décadas atrás. La esencia de la mentada resurrección se sostiene sobre una línea muy delgada que se balancea entre el homenaje y la parodia, dejando un sabor de boca insuficiente. Resuelve algunas de las inquietudes planteadas, dilapida el potencial de otras. La búsqueda de la justificación lógica se desentiende del genuino sustento y el factor emocionante no siempre colma las expectativas. Tradicional y previsible, dividirá opiniones bajo el primordial interrogante: ¿Por qué otra película de Matrix? Una de las primeras sorpresas que arroja la flamante aventura sci-fi es la inclusión de un nuevo Morfeo, mientras Laurence Fishburne brilla por su ausencia y la elección actoral de reemplazo deposita un cúmulo de dudas. Keanu Reeves conserva la agilidad, mientras que Carrie Ann-Moss su atemporal carisma. Poco más preserva esta dimensión paralela de realidad virtual, en búsqueda del mero escapismo cuando la belleza se fuga de la esencia cinematográfica corrompida por franquicias sin el más mínimo sentido conceptual y estético. Que veinte años no es nada, dos décadas después poco puede custodiar el asombro aquel, hoy átomos desprendidos de un cuerpo desgastado. “Matrix Resurrecciones” ensaya un mini destello del otrora tótem adorado. Hay algo patético en la ausencia de sentido, comprobará la audiencia al despertar del vacío sopor, de toda película que se idolatra a sí misma.
Finalmente llegó la nueva entrega del universo «Matrix», a 22 años de su primera entrega. Sí, el tiempo es un tema de discusión aquí. También, me permito decir que la crítica (o gran parte de ella), le ha caído mucho a una franquicia que ha sido absolutamente innovadora en su momento. No todo en la vida es Marvel. Hay que decirlo y eso también implica no sólo respeto por la trayectoria sino también por el intento de renovación de ideas. Y en ese sentido, podremos discutir si te gusta o no la nueva «Matrix». Lo que no podemos negar es que relanzar la historia y desafiar el recuerdo que tenemos de todos sus atributos, no era sencillo. Encontrar un hilo que refleje algo del brillo para reconectar con su mundo, era difícil. Sin embargo, Lana Wachowski en soledad (Lily declinó participar) se las arregló para poner de pie a su criatura más preciada y darle rodaje, probablemente por razones personales (la muerte de sus padres, según sus propias palabras) más que artísticas. La tarea de darle sentido a un universo renovado, iba a generar distintas apreciaciones y era esperable… Pero antes de entrar en dicha matrix, debo decir que ha sido una jugada arriesgada de parte de Warner, de presentarla en el mundo como cierre de la colaboración con HBO Max durante este 2021 (donde cada estreno se producía en simultáneo vía streaming y salas). De hecho, suscribiendote en Estados Unidos, podés ver esta cinta de regalo por 15 u$s que es el precio del abono, sin publicidad. Probablemente pueda deberse a fortalecer más el servicio de streaming premium de la compañía (en USA) más que recuperar la inversión demandada por esta entrega (unos 180 millones de dólares, según trasciende). Por eso, debo decir que este retorno, se impone vivirlo en salas, más allá de las distintas estrategias comerciales con las que se presenta en diferentes partes del mundo. El tiempo ha pasado desde «Revolutions» (2003) y el señor Anderson (Reeves) es un exitoso diseñador de videojuegos que digamos, tiene cierta crisis existencial. Ha aprovechado, en apariencia, mucho de la experiencia que yace en él, de alguna forma, para crear entornos que dejan su dividendo. Está solo y le cuesta conectarse con el mundo en que vive. A Trinity (uh, perdón, en realidad aquí arranca siendo «Tiffany», Carrie-Anne Moss otra vez), en cierta manera, la memoria no le funciona tan bien, y vive su existencia con una familia nueva, una identidad distinta que se pondrá en conflicto cuando accidentalmente se cruce con Neo. Luego de su cruce, comenzaremos a entender que tiene Lana listo para presentar… un escenario donde regresan los agentes y los rebeldes que quieren liberarse de las máquinas. Digamos que la «pax post-Neo» permitió cierto cese de hostilidades, pero eso está a punto de ser revisado. A fondo, diría yo. Y sin adelantar demasiado más, podemos sumar que algunos personajes tendrán ropajes nuevos (Laurence Fishbourne no es de la partida, pero está Yahya Abdul-Mateen II en su lugar) y otros viejos conocidos retornarán (Jada Pinkett Smith como Niobe y Lambert Wilson jugando nuevamente su Mervingio). Sin embargo, el que más me gustó fue el Analista, jugado por el frío Neil Patrick Harris, elemento fundamental para los giros que la trama presenta. La estructura de esta entrega es convencional, pero eso no la hace simple. Ofrece su complejidad filosófica sin filtros, lo que lleva a algunos espectadores a sentirla artificiosa, cuando en realidad, destruye lo establecido (por ejemplo, toda esta cuestión binaria que habíamos visto) y se nutre de lo que pasa en el mundo hoy. La disputa por las libertades individuales, el poder de control de quienes gobiernan, el impacto de los mundos digitales y alguna sorpresa más… También coquetea con el humor negro y critica a la industria, en notas que, desde ya, no son inocentes. Las Wachowski fueron un tsunami creativo en su tiempo (y creo que aún están vigentes, más allá de que tienen sus desniveles creativos en sus últimos productos), pero es cierto que en la industria, se sigue dudando si están vigentes. Quizás sea necesario decir, que más allá de lo confusa que pueda lucir «Resurrections» en algunos tramos en torno a su argumento, sigue siendo un desafío innovador apretar el reset y lanzarse a rediseñar lo que alguna vez fue singular y tan personal. Y Lana, les digo, sale bien parada del test. Es cierto que Keanu y Carrie tienen mucha química para llevar adelante los roles que los consagraron en su tiempo, pero el universo que se soñó para esta nueva Matrix, está a la altura de la trilogía original.
Podría decirse que «Matrix Resurrecciones» es una no secuela con mucha expectativa detrás. Recordemos que el primer film de Matrix se estrenó en 1999, por lo que ya hay una generación que la está esperando con muchas ansias. En esta oportunidad vez hay ciertos cambios, como por ejemplo en la dirección – no están las hermanas Wachowsky en conjunto sino sólo Lana. Además, a este cambio se le suma la ausencia de algunos actores muy reconocidos de la saga. Neo (Keanu Reeves) está viviendo una vida normal como cualquier ser humano pero está siendo agobiado por recuerdos/imágenes, las cuales no difiere si son reales o no. Esta incógnita se ve resuelta pero antes Neo debe decidir que camino tomar (o qué pastilla) y hacer frente a lo que suceda a partir de allí. Con respecto a las actuaciones, fueron acertadas. En el caso de Keanu y Carrie Anne Moss (Trinity), la verdad es que no hay nada que decir. Es una dupla que conecta y conjuga a la perfección cada momento. Cómo conté al principio hay ciertos cambios en el cast respecto a los anteriores films, pero eso resulta en nuevas incorporaciones. Se destaca mucho Jessica Henwick (Bugs) ya que tiene un papel fundamental y está en cada escena, logrando mantener el tono de la película. Sí debo decir que la actuación de Jonathan Groff (Smith) me dejó con gusto a poco, no sentí que sea realmente un villano. En cuanto a efectos especiales realmente se destacaron. Es evidente que pensaron cada escena de pelea para que se vea lo más estilo Matrix posible pero obviamente dándole un poco de actualidad. La dirección de arte y música fue muy lograda, tanto que te queda plasmada en la retina y oídos. Al film le faltó más idea, entender qué es lo que quería ver el público en esta vuelta. Su llegada a la pantalla grande es revolucionaria, pero lamentablemente no llegó a cautivar del todo a la audiencia. La presencia de Keanu es, sin dudas, una atracción para el público pero ni siquiera logró maravillar al espectador, ya que además la película tuvo, a mi gusto, pocos minutos de pelea. Concluimos, entonces, que «Matrix Resurrecciones» es sólo un poco de fan service y nada más.
LOS TIEMPOS CAMBIAN Lana Wachowski, directora que, junto a su hermana Lilly, creó la saga de Matrix regresa con el objetivo de continuarla con una cuarta entrega, en la que se prolonga el relato acerca de un mundo post apocalíptico habitado por máquinas conscientes que se han liberado de los humanos y los explotan para conseguir energía. En la misma línea del resto de producciones de las Wachowski, la trilogía original denunciaba, mediante un registro simbólico, algunos males de la sociedad contemporánea, muchos de ellos vinculados al rol de la tecnología, al mismo tiempo que exploraba ciertas cuestiones filosóficas y existenciales bastante elementales. El estilo de las directoras es descarado, apuntando siempre a las historias contestatarias, insolentes o de alguna manera rebeldes en relación a cierto status quo. Sin dudas, fue en Matrix cuando su visión alcanzó su mejor forma: más allá de las metáforas obvias, la sobre explicación y la exagerada autoindulgencia, esa película logró cristalizar una estética que definió la década de los 2000 y atrapó la imaginación de una sociedad para la que aún la tecnología digital era algo relativamente nuevo. Matrix es sinónimo de los años 2000. Desde la influencia de la cultura hacker, hasta las escenas de acción en slow motion, los trajes de cuero y PVC y los icónicos lentes de sol, así como los videos de Britney Spears. Matrix solo pudo funcionar en esos años, temática y estilísticamente. La pregunta entonces es, ¿cómo actualizar este universo a la época de Instagram y los smartphones, una en la que la relación humano-tecnología ha evolucionado de una forma tan distinta a lo que Matrix era capaz de proyectar en el contexto de su estreno? Lo cierto es que el anuncio de esta cuarta entrega solo podía generar escepticismo en quienes disfrutamos de la original, en principio por las dificultades ya mencionadas pero también por el carácter creativo de las Wachowski. La combinación se encaminaba hacia un resultado: una película desesperada por ganar relevancia y actualizar un universo icónico muy avejentado, al mismo tiempo que corregir elementos de la primera para adecuarse al panorama ideológico actual. La media hora inicial es una muestra de lo peor que puede salir de estas intenciones: una búsqueda meta y autoconsciente desde el gesto soberbio de creerse por encima de su propia caducidad, enarbolando como mecanismo de defensa una serie de diálogos vergonzosos que no hacen otra cosa que demostrar un profundo temor siquiera a intentar parecerse a las originales. Por suerte, luego de la primera media hora, la película asume lo que debe hacer y lo encara a los tropezones. La directora decide anclar su secuela a la trilogía a partir de una serie de referencias constantes, y así realizar esa tan famosa sucesión que Star Wars pretendía al mostrar a Rey recibiendo el sable de luz de Luke. En otras palabras dedica la mayor parte de su esfuerzo a realizar aquello que en los primeros treinta minutos satirizaba burdamente. Claro que el paso de mando no es ni elegante ni satisfactorio: los actores que se incorporan a la saga deben cargar, no con el deber de construir nuevos personajes que logren poblar positivamente el universo de Matrix (que ya de por sí es muy difícil), sino el de representar personajes que no les pertenecen y cuyo carácter, aquello que los hacía memorables, no pueden nunca emular. Hacia el final se da un último gesto fallido: Wachowski intenta corregir el androcentrismo de la primera película dando mayor protagonismo a otro personaje, y realizando a su vez otra metáfora obvia, pero sin el valor de la creatividad visual y el timing de la original, y depositando todo el peso narrativo en un personaje que en ningún momento se ocupó de desarrollar. La pobre realización de este giro resume el desempeño de todo el largometraje, del que poco podía esperarse y que poco entrega.
Por ahora Matrix Resurrecciones no es una obra maestra como la original de hace 22 años. Es una película que cuenta otras cosas con los mismos personajes y que se hace cargo de un modo amable de que Matrix (la película) existió en el mundo y abrió algunos caminos. Es decir, este es un viaje no al pasado sino a la museificación de ese pasado. Aquí el señor Anderson o Neo se encuentra nuevamente ante la disyuntiva de un mundo solo real en apariencia o salir a pelearle a “la máquina” y conocer lo real. El problema consiste en que no solo todo depende de la propia voluntad sino en que nos preguntamos “¿Para qué?”. El gran tema del estatuto de lo real que alimentó el primer film está hoy sobre tratado. Entonces aparece la otra pregunta, mucho más pertinente hoy y hacia el futuro: si podemos elegir el mundo donde somos lo que habríamos deseado o los límites del nuestro, ¿qué elegiríamos? Y una pregunta alternativa y apasionante ¿realmente las emociones son las mismas en el mundo virtual y en el real? Con un enorme y limpio despliegue visual, con mucha aventura y mucha acción, el mejor legado del original.
El regreso de la saga que puso a las Wachowski en el mapa descomprime el componente filosófico y apunta a un lectura metalingüística del cine contemporáneo. Pensada solamente para los fundamentalistas más incondicionales de sus directoras.
La nostalgia de lo real tiene acá su cifra amorosa. Todo el film pasa por el reencuentro en lo real entre Neo y Trinity, personajes míticos para los miembros de nuestra especie que han sobrevivido y conseguido burlar el poder de las máquinas construyendo una especie de ciudad secreta. En esa comunidad futura algunas máquinas han conquistado el azaroso entrelazamiento que define al Homo sapiens: sentir y pensar. En la ciega trama la materia adquirió consciencia en los seres humanos. Las máquinas en este universo de ficción también, y algunas, además, ya son seres sintientes. La secuencia en la que personas y máquinas trabajan en un laboratorio es un pasaje visualmente hermoso y discretamente utópico.
Matrix Resurrecciones: Deja Vú eterno Volver a entrar en la madriguera del conejo Lo dijo Joaquín Sabina “al lugar donde has sido feliz, no debieras tratar de volver”. Thomas Anderson desoye esto y vuelve a tomar la pastilla roja en la cuarta parte de Matrix. ¿De qué va? En Matrix Resurrecciones, regresa a un mundo de dos realidades: una, la vida cotidiana; la otra, lo que hay detrás. Para descubrir si su realidad es una construcción física o mental, para conocerse verdaderamente a sí mismo, el Sr. Anderson tendrá que elegir por seguir al conejo blanco una vez más. Y si Thomas… Neo… ha aprendido algo, es que la elección, aunque es una ilusión, sigue siendo la única forma de salir o entrar en la Matrix. Por supuesto, Neo ya sabe lo que tiene que hacer. Pero lo que aún no sabe es que la Matrix es más fuerte, más segura y más peligrosa que nunca. Déjà Vu. Luego de más de veinte años, volvemos a la Matrix. A ese lugar que modificó para siempre el cine de entretenimiento occidental, la película que durante años vivió en el futuro. Y con una de sus directoras originales (Lana Wachowski) en la silla principal, es momento de comprobar si está o no a la altura. La segunda y tercera parte buscaban meterse más y más en los conceptos del lado de la programación. Y así arranca esta segunda parte, con un modal (una instancia que no se encuentra “productiva / a la vista de todo el mundo” en un servidor) desde donde nace una nueva instancia de Morpheus, interpretado ahora por Yahya Abdul-Mateen II. ¿La verdad que descubrimos? Neo sigue vivo. Volvió a la fuente. Retornó a un mundo agridulce y repetitivo. Pero la Matrix no es igual a la que conocemos, es una nueva iteración más triste y melancólica. Y allí vive Thomas Anderson (Keanu Reeves) que ahora es un desarrollador de videojuegos con un gran éxito hace años: la trilogía de The Matrix. El primer acto (algo extenso) repite los tropos de la primera parte de la trilogía original, pero haciéndolo de manera consciente. TODO EL PRIMER ACTO ES UNA GRAN PARODIA: se hacen chistes constantes que rompen la cuarta pared, se habla de Warner intentando hacer una cuarta parte del juego aunque sus creadores originales quieran o no, se oficializa la mercadotecnia alrededor del MKT de la marca de Matrix… es sin dudas la parte más divertida en donde no sabemos si Thomas está demente o no. Luego, esa autoconsciencia se pone algo burda (mostrando fragmentos de la trilogía original en las paredes) y todo se va perdiendo mientras entendemos de qué va esto: es una historia de amor. No es nada más y nada menos que ello: la búsqueda de Neo por Trinity (Carrie-Anne Moss). Ellos se viven encontrando en esta nueva Matrix (dato de color: quien hace de marido de ella es el director de John Wick) y luego de ser despertado, Romeo quiere salvar a su Julieta. Entre el segundo y tercer acto (claramente inferiores al primero) se cae en una suerte de confusión general basada en ciertas arbitrariedades del guion. Personajes que regresan pero en otra carne, otros que sufrieron el paso del tiempo, nuevas reglas en la guerra entre máquinas y humanos… ¿pero donde está el gran problema? Matrix Resurrecciones no innova en nada. Ni gráficamente, ni a nivel de ideas de guion, esta nueva entrega se traiciona a sí misma al no hacerse cargo de su legado: Matrix es algo que sorprende siempre. Neal Patrick Harris y Jonathan Groff están muy correctos en sus papeles a pesar de estar algo atados a lo que pida la historia. Volver siempre es complicado, más luego de tantos años. Pero desmotiva no ver a Neo peleando (luego de verlo brillar como Wick), tan poca participación de Trinity, tan repetitivo y arbitrario todo a nivel relato… capaz todo es una suerte de profecía autocumplida en donde si Lana no la dirigía alguien más lo iba a ser, le guste o no.
En parte por sus efectos especiales, en parte por el carisma de sus protagonistas, pero principalmente por la simpleza y profundidad de su trama, cuando la primera de las películas de Matrix se estrenó allá por el año 1999 significó una verdadera revolución: Matrix se convirtió rápidamente en una referencia ineludible del cine de ciencia ficción y de la cultura global. Lamentablemente estamos en el año 2022, y los ecos de aquel estallido de creatividad cada vez resuenan menos. • Más de veinte años después y ya sin su hermana Lilly, es Lana Wachowski quien intenta darle vida nuevamente a la historia de Neo y Trinity, aunque con poco éxito. Matrix Resurrecciones huele a nostalgia y vive más de eso que de sus propios atributos, de allí que la película está repleta (de manera tal vez exagerada) de guiños, referencias y escenas de la cinta original. Pero a diferencia de la simpleza y complejidad del universo ficcional de aquella, aquí se requiere de más explicaciones y las cosas se sienten un poco trabadas y forzadas aunque todo se termine reduciendo, al fin y al cabo, a que hay Matrix dentro de Matrix. Una salida relativamente obvia como punto de partida. La narración, por su parte parece desordenada, con saltos. Personajes cuyas motivaciones no están del todo desarrolladas, epifanías motivadas livianamente. Si bien la película alcanza las dos horas y media de duración es como si a algunos elementos no se les hubiera dado el tiempo suficiente para madurar. Visualmente cumple, aunque no es revolucionaria. Apenas destaca el intento de un nuevo “bullet time” que no es del todo satisfactorio. • Lo mejor, sin dudas, está del lado de la pareja protagónica, Keanu Reeves y Carrie-Anne Moss, y del hecho de que, al fin y al cabo, Matrix ha vuelto y que ahora, sin el peso del regreso, la historia (esperamos) podrá hacer su nuevo camino, sin necesidad de mirar tanto hacia atrás. Levántate, Neo. Y anda.
Lo que empieza como una secuela que se cuestiona su propia razón de existir termina volviéndose algo muy parecido a lo que critica en esta ingeniosa pero finalmente repetitiva continuación de la saga iniciada en 1999. Como la reciente SPIDER-MAN, el nuevo capítulo de la saga MATRIX es consciente de su propia existencia: aquello que muchos solemos definir como «meta». Si la película del superhéroe arácnido se tiene que hacer cargo de las complicaciones de producción en el mundo real (cambios de estudios, de actores, de trajes, de poderes, reboots, etcétera) e insertarlas a la trama, la cuarta parte de la trilogía creada por las hermanas Wachowski y que hoy solo continúa una de ellas, Lana, se ve en un problema aún más complejo ya que plantea que en el mundo de la ficción –y, uno sabe, también en el real– casi nadie quiere realmente hacer una cuarta parte de MATRIX. Ni los Wachowski ni Keanu Reeves. Bah, Keanu quizás sí pero Thomas Anderson, su personaje en la ficción, definitivamente no. El que sí quiere hacerla, cueste lo que cueste, es Warner Bros. NOTA: TODO AQUEL QUE NO QUIERA SABER NADA DE NADA DE LA TRAMA PODRIA CONSIDERAR CUALQUIER COSA ESCRITA DE AQUI EN ADELANTE COMO SPOILER. Ese es el planteo filosófico que propondrá la película poco después de una escena de acción que la abre presentando a personajes nuevos (como la joven Bugs y el reemplazante de Laurence Fishburne conocido simplemente como Morfeo 2) que serán fundamentales en el resto de la trama y que dan a entender que la historia todavía continúa como si nada hubiera pasado. Pero no, no es así. O, al menos, no del todo. Anderson ha vuelto a ser el programador de computadoras que era antes de los eventos de la MATRIX original. Han pasado muchos años (quizás, más de lo que parece) y el hombre es una leyenda en el gremio por haber creado «Matrix», que en la ficción de la película es un exitoso videojuego que revolucionó la industria décadas atrás. Pero Anderson está tratando de desarrollar nuevas propuestas y olvidar todo aquello, ya que la experiencia fue tan fuerte y creíble que el hombre, en un momento, no supo distinguir realidad y ficción y creyó que, como Neo, podía volar. Y no, no podía. ¿O sí? Lo cierto es que sus miedos regresan con todo cuando un hombre quizás no casualmente llamado Smith (Jonathan Groff), su jefe en la compañía de videojuegos en la que trabajan, le dice que la empresa madre, Warner Bros (je!), quiere hacer una cuarta parte de Matrix. Sí, es un videojuego aquí, pero para el caso es lo mismo. Thomas no quiere saber nada con volver, dice que ya dejó de lado todo eso y sabe, además, que retomar el tema es un potencial «disparador» para regresar a sus pesadillas en las que lo que es real y lo que no se confunden. Su psicólogo, conocido como El Analista (Neil Patrick Harris) prefiere que el hombre se siga medicando con sus pastillitas azules antes de que tenga episodios esquizofrénicos como los que pusieron en peligro su vida más de una vez. Pero órdenes son órdenes –si no lo hacen ellos, otros lo harán, parece decir Warner– y a Thomas no le queda otra que empezar a producir una nueva entrega de la saga, con el problema adicional de que nadie en su equipo de colegas/fans parece ponerse de acuerdo respecto a qué fue lo que hizo mítica a la trilogía original. En paralelo, además, Thomas se cruza en un café con una tal Tiffany (Carrie-Anne Moss), a la que reconoce como parte del videojuego original. Pero ella no sabe quién es él y no tiene idea acerca del tema. Es una mujer casada y con hijos que lleva una vida muy convencional. Pero se podrán imaginar que, en un momento determinado, esos dos lados de la moneda se unirán, ambos retomarán contacto y la lucha real por el control del mundo renacerá. ¿O seguirá siendo parte del juego? Durante su primera hora –que abarca esta suerte de ingeniosa autoparodia y luego continúa con los primeros cruces entre «universos»–, MATRIX RESURRECCIONES parece haber podido resolver uno de los grandes inconvenientes que persiguen a este tipo de secuelas. Es una película que se cuestiona su propia razón de existencia y se pregunta: si todo lo que había para decir sobre el tema se dijo y la trama más o menos quedó cerrada, ¿qué sentido tiene, además del comercial, seguir haciendo secuelas? El problema, claro, es que Wachowski está haciendo esa película que quizás nunca quiso hacer y, de ahí en adelante, tiene que encontrar un motor un tanto menos «charliekaufmanesco» para poder existir. Dicho de otro modo: la película tiene que funcionar por sus propios medios. Y en un sentido filosófico/político encontrará esa motivación. Para la realizadora, claramente, esta nueva MATRIX existe, en algún punto, para probar que el mundo no tiene que ser tan binario como se lo presentó en la primera trilogía, algo que uno podría interpretar como una necesidad expresiva y personal. Y, si se quiere, también como una defensa de algún tipo de militancia por cambiar la realidad esta que conocemos, la de la Matrix. El problema es que para llegar a una conclusión que refleje tales nobles ambiciones hay que crear una trama de acción, combates, villanos, giros narrativos supuestamente sorpresivos y demás características de las superproducciones contemporáneas. Y ahí es donde la película, finalmente, le da la razón a Lilly, que prefirió quedarse afuera de la propuesta de Warner (la real, digamos). Ya no hay mucho para inventar en ese terreno, las escenas de acción son cada vez más confusas e ilógicas y el propio universo que desarrolla la saga en términos narrativos está bastante agotado, por más giros, variantes, referencias a la trilogía (se ven aquí varias de sus «verdosas» escenas) y sorpresas que la trama pretenda incorporar. Aquello del «deja vu» es aquí mucho más que el nombre de un gato. Abarca a todo el resto de la película. Si hay un elemento que «salva» a esa segunda hora de loopearse sobre sí misma indefinidamente es la relación entre Neo y Trinity (o Thomas y Tiffany), dos adultos que ya no tienen veintipico y que encuentran en esta nueva aventura no solo la posibilidad de reencontrarse sentimentalmente de una manera que entonces no pudieron (el peso de los años juega a su favor en ese sentido) sino que se permiten también una segunda chance de alterar un mundo que hizo de su añeja creación una commodity más de la gran industria del espectáculo. Es todo, como pueden darse cuenta, una gran contradicción. Pero tanto la directora como Warner y hasta los espectadores somos conscientes del juego. Es así como MATRIX RESURRECCIONES nos ofrece tragarnos las dos píldoras a la vez y seguir participando…
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Matrix Resurrections trabaja dos aspectos fundamentales: la identidad y el rol que cumplimos en nuestro propio mundo. Para esto se vale de muchos conceptos que se han elaborado en las entregas anteriores, pero resignificándolos a la realidad que vivimos actualmente