La derrota de los cínicos. Como no podía ser de otro modo, el regreso de Peter Bogdanovich, tanto al mainstream como a la cartelera argentina, funciona como un ejercicio metadiscursivo -en torno al Hollywood clásico- que pone en cuestión el paradigma contemporáneo en lo que hace a la producción y la recepción, por supuesto mediante esa típica fórmula vintage y su estrategia asociada, orientada más a la recuperación del espíritu lúdico de antaño que al simple aggiornamiento de los engranajes del relato tradicional. El cineasta, sin duda uno de los principales intelectuales de la renovación generacional de la década del 70, continúa fiel a sus convicciones y profundamente crítico para con la insensibilidad fútil de nuestros días. Aclaremos desde el vamos que Terapia en Broadway (She’s Funny That Way, 2014) es una suerte de hermana menor de ¿Qué Pasa, Doctor? (What’s Up, Doc?, 1972), Nuestros Amores Tramposos (They All Laughed, 1981) y Detrás del Telón (Noises Off, 1992), todas obras que retomaban el delirio escénico propio del vaudeville y cierta filosofía naif vinculada al proceso creativo, que en su desparpajo e ingenuidad resultaba mucho más atrevida que el facilismo del “cortar y pegar” inherente a la doctrina de los blockbusters. Con elementos de slapstick, farsa de enredos, comedia romántica y “feel good movie”, la película es una hermosa anomalía que nos devuelve el júbilo del caos y la desproporción. La historia gira alrededor del entrecruzamiento de un cúmulo de personajes conectados por lazos de lo más ridículos y forzados: el puntapié inicial es el encuentro en un lujoso hotel entre Arnold Albertson (Owen Wilson), un director de Broadway obsesionado con su doble vida de mentor/ ángel guardián de prostitutas, e Isabella Patterson (Imogen Poots), una señorita de la noche que ve con beneplácito que el susodicho le ofrezca treinta mil dólares a cambio de dejar de tener sexo por dinero y reencausar sus días. El manicomio se comienza a delinear cuando la chica, deseosa de ser actriz, se presenta a un casting encabezado por Albertson, lo que genera una reacción en cadena que afectará al equipo de la puesta teatral. Atento al devenir de la dinámica cómica, Bogdanovich entiende a la perfección que la mentira, léase la estafa emocional/ íntima/ profesional, constituye el eje de la caricatura de tono burlesco, utilizada en esta instancia retro como punta de lanza para una reapropiación del encanto que envolvía a las estrellas del pasado, esas mismas que la sociedad de masas endiosaba desde la lejanía que imponía la precariedad informativa. Si bien no compartimos este esquema condescendiente con respecto a una perspectiva simplista de entender el arte, esa que tanto defendía el Hollywood previo a los años 60, no se puede negar que resulta fascinante la habilidad del neoyorquino para transmitir su amor por aquel cine, hoy extinto. De hecho, Terapia en Broadway ataca de frente a los cínicos que ningunean los “finales felices” o desconocen las vueltas azarosas del destino, pretendiendo trasladar su elitismo y criterios pragmáticos al conjunto de la industria del espectáculo. Los rodeos anímicos del elenco también nos hablan de un afán vitalizante que se relaciona con una avidez de movimiento y de ficciones esperanzadoras, capaces de articular una visión del mundo sin atajos ni estupidez de por medio. Dejando atrás la melancolía de las esplendorosas El Maullido del Gato (The Cat’s Meow, 2001) y El Misterio de Natalie Wood (The Mystery of Natalie Wood, 2004), el realizador se regodea en la derrota de la estirpe de los indolentes…
Terapia en Broadway es una película ideal para todos aquellos que gustan del humor clásico, "a la antigua", sin guarradas ni escatología, donde no te descostillas de risa, pero mantenés una sonrisa en los labios durante toda la proyección. Entretenimiento garantizado para distenderse y pasarla bien sin grandes pretensiones. La estética ronda la elegancia, al igual que....
La diversión brilla por su ausencia Ya estamos con la eterna deuda a cuestas. A un director de cine con una carrera tan prolífica como exitosa, ¿se le tiene que valorar individualmente por cada una de sus películas o resaltar siempre el conjunto de su obra? Esta es una pregunta que asalta cuando vas a ver la última de Woody Allen, Martin Scorsese, Clint Eastwood y ahora Peter Bogdanovich. El realizador de películas tan deliciosas como La última película (1971) o ¿Qué pasa, doctor? (1972) ya hacía algún tiempo que no se colocaba detrás de las cámaras, con unas últimas tentativas que no habían sido precisamente muy satisfactorias -El miau del gato (2001) y algunas producciones televisivas que le habían reportado severas críticas-. Ahora se viste de Ernst Lubitsch en esta Terapia en Broadway que nos ocupa, y lo cierto es que sigue en baja porque el sopor y el aburrimiento hacen acto de presencia en una comedia a la que falta ritmo y buenos diálogos. Todo suena demasiado conocido en este enredo de equívocos con demasiadas coincidencias inverosímiles. El plantel de conocidos actores que va apareciendo en escena carece de la chispa y el desparpajo suficiente para arrancar la risa del defraudado espectador. Algún gag verbal y visual aislado nos recuerda que quien dirige fue un auténtico maestro de la diversión; capaz de crear un universo autónomo, donde sólo contaba el ingenio, la réplica perfecta y el engarce de sucesos regocijantes. Sin embargo, aquí todo parece desfasado: desde ese Cheek to Cheek que suena al inicio y que ya augura que de moderno vamos a ver bastante poco, pasando por esos títulos de crédito que pretenden homenajear a las cabeceras sementeras hasta llegar a una enumeración de tópicos (puertas que se abren y se cierran; conversaciones telefónicas inacabables; neurosis colectiva), que no le hacen ningún bien a un conjunto que nunca acaba de encontrarse. Como dice una de las protagonistas en un momento del film: “Parece que hoy todo el mundo parece confundido, debe de ser el tiempo”. Pues eso, la confusión aparece a sus anchas en un desarrollo argumental que termina embarullándose en sí mismo, y seguramente el paso de los años ha tenido mucho que ver en esa pérdida de frescura y descaro. Los actores correctos y nada más. Los personajes femeninos chillan mucho y parecen estar histéricos todo el rato (sobre todo Jennifer Aniston y una recuperada para la ocasión Cybill Sheperd, antigua musa de Bogdanovich), y los masculinos (por citar algunos Owen Wilson, Rhys Ifans o Will Forte, algo más calmados, intentan todo el rato controlar la excitación permanente de sus “partenaires”, aunque por supuesto, y como mandan los cánones, a todos les une la fea costumbre de ser infieles a sus respectivas parejas. En definitiva, lo mejor es disfrutar con aquellos clásicos en los que el cineasta se encontraba en plena forma, y mirar esta Terapia en Broadway con cariño, aunque esté lejos de ser una buena película.
Es muy interesante cuando uno se acerca a una película sin mucha información previa y con el prejuicio de creer que se asistirá a una nueva puesta al día de las comedias más nerviosas y verborrágicas de Woody Allen, y toda la serie de imitadores que supieron surgir. Más grato aun cuando una película como “Terapia en Broadway” (Estados Unidos, 2015), del maestro Peter Bogdanovich, termina por sorprender con la historia de una joven llamada Izzy (Imogen Poots), que de un día para otro ve como su suerte cambia al toparse con un productor y escritor teatral llamado Arnold (Owen Wilson), quien tiene una manera muy particular de relacionarse con el sexo opuesto y luego darles “oportunidades” para cambiar su vida, sin ser ella la excepción. Izzi (Poots) es una joven que quiere triunfar como actriz. Oriunda de lo más bajo de Nueva York, en su humilde hogar, aún comparte los días con sus padres (Cybill Shepherd y Richard Lewis) y para poder pagarse sus estudios e insumos busca la salida de “escoltar” hombres que llaman a su “madama” (una increíble y exagerada en el punto justo Debi Mazar) y así obtener dinero rápido y fácil. Pero ella es torpe, se confunde las direcciones a donde tiene que ir, y claro está, como joven enamoradiza que es, terminará por enredarse con el primero que le preste algunos minutos para escuchar su historia de joven que sueña con triunfar en Broadway. Y ahí estará Arnold, para cumplirle su sueño de Cenicienta, pero que, en realidad y sin saberlo, terminará siendo un castigo para él cuando Izzy realice un cast para su nueva obra y conociendo a su mujer, su entorno y, claro está, al resto de mujeres a las que este “benefactor” ha intentado hacer salir de la prostitución, quede como protagonista. La película se maneja con la “confusión” como vector narrativo, pero además explora el slapstick, y el gag, emulando a las viejas comedias hollywoodenses en las que el cierre de puertas, el esconderse del otro, y hasta el escenario principal, servían para narrar grandes historias, que en el fondo, eran de amor y superación. Pero para redoblar esta vuelta al mejor cine, además, Bogdanovich reúne un elenco de personajes secundarios que irán sumándose de a poco y a los que a cada uno los dotará de un complejo entramado psicológico que, al menos, intentarán explicar el porqué de sus acciones y fortalecerán la historia. Así, Izzy se transformará en el objeto de deseo de varios personajes y éstos a su vez traerán a la escena a sus respectivas parejas, las que, como el caso del personaje interpretado por Jennifer Aniston, una neurótica psicóloga que no puede separar su profesión de sus emociones, dotará de cada vez más conflictos a la ya compleja trama de historias adyacentes a los protagonistas principales. “Terapia en Broadway” bucea en la comedia y se reposa en una clásica estructura narrativa, pero también en la novedad de contar su “cuento” a partir del relato en primera persona desde una entrevista de Izzy recordando en flashbacks su llegada a la cima. Porque si bien se intenta hacerla trastabillar con cada escena y cada personaje que se suma para potenciar la comedia, también se busca resolver positivamente su cuento, con un final feliz que sirve, además, para demostrar que la casualidad y la causalidad pueden determinar una serie de eventos para hacer llegar a buen puerto a cualquier navío. Divertida y dinámica.
Regreso con gloria En su largamente esperada vuelta al cine, el mítico director de La última película, ¿Qué pasa doctor?, Luna de papel y Nuestros amores tramposos orquesta una cinéfila comedia de enredos que combina eficazmente confusiones dialogadas, frenesí rítmico y caos físico. Un homenaje a la screwball comedy de los Lubitsch y los Hawks con referencias al primer Woody Allen que se potencia con la presencia de un amplio elenco encabezado por Owen Wilson, Imogen Poots, Jennifer Aniston, Kathryn Hahn y Rhys Ifans. Hacía trece años que Peter Bogdanovich, toda una leyenda del Nuevo Hollywood de los años ‘70, no asumía la dirección de una verdadera película. Había realizado unos pocos documentales y telefilms, pero desde El miau del gato la gran pantalla se le resistía. She’s Funny That Way (que se traduciría como Es graciosa a su manera, pero que en Argentina se ha titulado Terapia en Broadway) implica el notable retorno al cine del veterano creador de La última película, un regreso triunfal al universo de la comedia cinéfila, un territorio –el del homenaje a las screwball comedies de la era dorada de Hollywood– que Bogdanovich ya dignificó con clásicos modernos como ¿Qué pasa doctor? o Luna de papel. Construida a partir de un chiste sobre ardillas y bellotas que aparecía en El pecado de Cluny Brown, de Ernst Lubitsch, Bogdanovich ofrece una lección maestra de aquella idea que propulsaba las comedias de Howard Hawks: la combinación de confusiones dialogadas (nunca chistes), frenesí rítmico y caos físico. Y de hecho, Terapia en Broadway funciona como una sinfonía de puertas abriéndose y cerrándose, un desfile de frases entrecortadas y bofetadas. Un trabajo formal y narrativo que sostiene una celebración del libertinaje que evoca al Hollywood anterior a la instauración del puritano Código de Producción de Películas (1934). Los realizadores Noah Baumbach y Wes Anderson –otro devoto de Lubitsch– han ayudado a Bogdanovich a producir Terapia en Broadway, que recupera varios de los rasgos distintivos de dos de las mejores comedias del director de Máscara y Texasville. Por un lado, está el juego de espejos que desata una representación teatral que protagonizan en Broadway los protagonistas del film, algo que conecta de lleno con el torrente de equívocos de Detrás del telón –adaptación de la obra teatral de Michael Frayn–. Y luego está el partido que le saca Bogdanovich a la energía eléctrica y el halo neurótico de la ciudad de Nueva York, que ya tensaba los diálogos y carreras de la magistral Nuestros amores tramposos (They All Laughed), aunque cabe decir que Terapia en Broadway transcurre en su mayor parte en interiores, dando lugar a una convulsa pieza de cámara coral. Por último, cabe destacar que Terapia en Broadway se nutre del talento de un amplio grupo de actores en estado de gracia. Owen Wilson, en la piel de un embaucador de buen corazón, aporta al festín sus eternos y melancólicos aires de soñador; Jennifer Aniston, como una psicóloga al borde de un ataque de nervios, entrega una versión histérica y recatada de su personaje de Quiero matar a mi jefe; Imagen Poots, como una chica de alterne que aspira a ser actriz, encuentra el receptáculo perfecto para explotar su risueña artificialidad (su imitación del acento de Brooklyn es para enmarcar); y Rhys Ifans se limita a hacer de Rhys Ifans. Por último, como la guinda escondida del pastel, Kathryn Hahn tiene la oportunidad de demostrar que, si se ajustase a los estándares de belleza de Hollywood, probablemente sería una de las grandes estrellas de la meca del cine en lugar de una secundaria de lujo. Un dream team ocasional que se entrega, con aires naïves, al entretenimiento nostálgico que orquesta eficazmente Bogdanovich.
Hacía muchos años que no se estrenaba un film de Peter Bogdanovich en Argentina. Vuelve a las salas con una comedia mainstream que es un homenaje a la screwball comedy de los años dorados de Hollywood, con el recuerdo explícito de Lubitsch, Hawks y tantos otros. Película de enredos, de coincidencias azarosas, de parejas que se cruzan en un torbellino de situaciones equívocas en las que reina la confusión divertida. Terapia en Broadway cuenta con muchos intérpretes conocidos: Owen Wilson es aquí un director de teatro felizmente casado que, en sus noches de libertad, contrata prostitutas a las que después patrocina para que dejen su profesión y se dediquen a alguna tarea creativa que les interese. Pasa su primera noche en Nueva York con una encantadora call girl de gran corazón llamada Isabella (Imogen Poots), con quien cumple su ritual, sin saber que al día siguiente, en la audición de su obra, ella será la mejor postulante para compartir escenario con su esposa (Kathryn Hahn) y un viejo amigo de ambos (Rhys Ifans), testigo de esa noche de infidelidad. A partir de allí, los enredos se suceden, con el agregado de la intervención del autor de la obra y su novia psicoterapeuta, una desopilante Jennifer Aniston. También tendrá su lugar Cybill Shepherd y otros más, todos confluyendo casualmente en sitios emblemáticos de Nueva York. Como en toda screwball, el diálogo es permanente, con líneas filosas y rápidas como látigos, y la tensión va en aumento mientras estamos pendientes de que todo estalle en el colapso final. Así como se disparan las palabras, también los sentimientos entran en juego en cruces mortales: atracción, deseo, celos, competencia, revancha que cobran sus víctimas. Y por añadidura, la obra teatral que se ensaya constituye una puesta en abismo de las situaciones que viven los personajes en su vida real. Estructurado como un largo flashback de Isabella, quien es entrevistada cuando ya es una actriz famosa, su relato funciona como paréntesis o momentos de reposo en esa vorágine. Por momentos divertida, la película, sin embargo, no suena del todo original. Sus toques cinéfilos, el uso de la música de jazz, los diálogos y las locaciones en Nueva York, incluso la paleta de colores elegida, siguen con gracia las huellas de Woody Allen, pero sin la genialidad que aquél supo mostrar en sus años dorados.
Entre el screwball comedy y Woody Allen El historiador, critico y cineasta Peter Bogdanovich vuelve a la dirección con una screwball comedy (subgénero surgido durante la Gran Depresión, cuya presencia de un personaje femenino fuerte en relación con el protagonista centra la historia, diálogos rápidos, situaciones ridículas, tramas que involucran el noviazgo y el matrimonio en una clara intención de evadir al espectador) sólo para cinéfilos. La forma de esta película apela al guiño conocido por el espectador que vio aquellas cintas de la década del 30 y 40, aunque su enroscada trama le resta fluidez a un film que intenta imitar a Woody Allen. La historia que tiene de productores ejecutivos, entre otros, a Wes Anderson y Noah Baumbach, empieza en una sesión de terapia en la que una actriz en ascenso confiesa sus pecados del pasado, aquel en el que era una prostituta vip apodada Isabella Patterson (Imogen Poots) en hoteles cinco estrellas, donde conoce a una gama de personajes estrambóticos que se enamoran de ella y le brindan apoyo económico. Entre ellos está el dramaturgo Arnold Albertson (Owen Wilson), que no puede evitar salir con prostitutas en sus viajes de trabajo lejos de su mujer e hijo. Cuando conoce a “Izzy” ambos se enredan en una suerte de destino caprichoso que los hace coincidir en el mismo hotel, mismo teatro, mismo restaurant y aeropuerto, presentando más de una confusión de puerta en puerta. Woody Allen sabe como elevar una comedia en estructura pasatista a otro estrato con toques de existencialismo y cinismo. Lo logra a través de un estilo único que fue perfeccionando desde la década del setenta sin nunca cambiarlo, para pulirlo cada vez más en su forma cinematográfica. Una característica específica en su cine es el personaje neurótico. Aquel que ve conspiraciones en su contra y se auto boicotea convirtiéndose en un impedimento para su propia felicidad. El efecto cómico surge del contraste entre la visión fatalista, inquieta e irónica del neurótico para con el resto de los personajes. En Terapia en Broadway, el director de La última película (1971), comete el error de construir una manada de personajes neuróticos que chocan unos con otros, como si estuvieran compitiendo entre si, en sus visiones desenfrenadas del mundo. El efecto burlesco se excede y pasa a un tono grotesco no bien articulado. Dicho esto, la película tiene sus momentos. Cuenta con un elenco de lujo que suma a los ya nombrados a Jennifer Aniston, Kathryn Hahn, Rhys Ifans, Cybill Shepherd, Austin Pendleton, entre otros. Todos quieren sobresalir en su momento de la multiestelar película, y algunos logran explotar sus dotes para la comedia elevando los segundos de cámara que les tocan. También hay que reconocer que algunos guiños cinéfilos funcionan (a Howard Hawks, y Ernst Lubitsch, con homenaje explícito a El pecado de Cluny Brown), aunque puestos todos en funcionamiento a la par termina siendo un exceso desmedido. Woody Allen primero es cineasta y luego autor, mientras que Bogdanovich es primero un intelectual que estudia las formas cinematográficas que aplica a sus películas, en su mayoría resignificaciones del cine clásico de Hollywood que tanto admira, y después se vuelca a la realización. Ahora en cuanto pretende armar un relato pasatista de diván, no termina comprendiendo la esencia del cine de Allen, quedándose a mitad de camino entre el homenaje al cine de antaño y la copia burda al director de Misterioso asesinato en Manhattan (1993).
Que se levante el telón Peter Bogdanovich dirige esta comedia donde su protagonista dice creer en la magia y los finales felices de las viejas películas de Hollywood, mientras una cínica periodista la entrevista con cara de desconfianza, y escucha la disparatada historia de cómo esta actriz encontró la fama. Izzy (Imogene Poots) es una aspirante a actriz que, mientras tanto trabaja como prostituta, un día visita a un cliente (Owen Wilson) en un hotel; la cita termina y creen que nunca volverán a verse. Hasta que audicionando para una obra en Broadway descubre que aquel cliente es el director de la obra, y no solo eso, su esposa (Kathryn Hahn) es la actriz principal y ha quedado tan fascinada con la lectura de Izzy que convence a su esposo para que la contrate. Ese es el enredo principal de la historia, pero no el único, el protagonista de la obra (Rhys Ifans), un mujeriego actor inglés, ha tenido un affair con la protagonista; la terapeuta de Izzy (Jennifer Aniston) es la novia del escritor (Will Forte) y alrededor de ellos hay otros cuantos personajes que entre encuentros y desencuentros aportan más confusión al asunto, que bajo el lema de que "el show debe continuar" tratan de llevar adelante la caótica producción. Con Nueva York como escenario, y los actores bajando y subiendo de taxis amarillos mientras la tensión aumenta, esta comedia tiene un muy buen ritmo, mucho humor y muy buenas interpretaciones. No es lo mejor de Bogdanovich y tampoco lo peor, es una muy buena comedia coral de enredos, sin nada demasiado nuevo, pero con todo eso que desde hace tiempo, siempre nos hace reir.
El regreso de un maestro de la comedia, Peter Bogdanovich. Una realización para disfrutar del principio al fin, entre personajes adorables vinculados al espectáculo o relacionados accidentalmente con actores y productores. Enredos, gracia, estilo, diálogos brillantes, situaciones delirantes, en su justa medida. Para disfrutar.
Feliz homenaje a una comedia clásica El regreso a la dirección de Peter Bogdanovich, después de 15 años, lo encuentra en la mejor forma. La película recrea un universo cinematográfico en desuso con un sólido trabajo de sus intérpretes. Para salir del cine con una sonrisa. Con títulos extraordinarios como La última película, ¿Qué pasa doctor?, Luna de papel y Texasville, trabajos críticos ineludibles sobre los realizadores Orson Welles, Alfred Hitchcock, Fritz Lang, Howard Hawks y John Ford, sin obviar su nada desdeñable carrera como actor, Peter Bogdanovich se convirtió en una de las figuras míticas de la generación que en los setenta renovó el cine estadounidense y que ahora, quince años después de El maullido del gato, su último film (que tuvo su paso por el Festival de Mar del Plata) y con 76 enérgicos años, regresa en plena forma con Terapia en Broadway, una comedia cinéfila hasta la médula en donde rinde homenaje al viejo Hollywood. El título original podría traducirse como Es encantadora a su manera, y de quien se trata es de Isabella Patterson (deslumbrante Imogen Poots), objeto de deseo de casi todo el nutrido elenco masculino de una película que en sí, es un homenaje a la era dorada de la comedia física, de enredos, las screwball comedies de Howard Hawks, Preston Sturges y claro, Ernst Lubitsch. Isabella es una neoyorquina que sueña con ser actriz mientras trabaja como prostituta para mantenerse y ayudar económicamente a sus intensos padres -Cybill Shepherd y Richard Lewis, dos de las numerosas glorias que aparecen en pantalla-, hasta que le presta sus servicios a Arnold Albertson (Owen Wilson), un director teatral enamorado de las prostitutas a las que ayuda a salir de su condición para que se labren otro destino. Circunscribiéndose a las precisas reglas del género, este encuentro da paso a la concreción del deseo de la chica y a un inimaginable caos que sin pausa se desarrolla en la pantalla, en una puesta que mantiene las riendas firmes mientras se suceden romances, infidelidades, vueltas de tuerca, llamadas que se hacen y se reciben en el momento más inoportuno, puertas que se abren y cierran a un ritmo frenético, decepciones amorosas, equívocos y mentiras, en una serie de situaciones que pulverizan el cinismo y que proyectan la ilusión de un mundo mejor, más amable, que llega en oleadas de ritmo y felicidad al espectador. La comedia, naif y en estado de gracia que recrea un universo cinematográfico en desuso, se apoya en un sólido trabajo con los intérpretes que ofrecen lo mejor de su oficio para estar a la altura de esta relectura del clasicismo hollywoodense. En ese sentido, estrellas como Owen Wilson, Jennifer Aniston y el veterano Austin Pendleton apelan a un costado poco transitado en sus carreras y transmiten la alegría de estar allí y no en otra producción adocenada, porque son parte de una película, sentimental y deliciosamente leve. Feliz.
Un juego brillante A los pocos minutos de Terapia en Broadway, se sabe, se siente, se disfruta una certeza: estamos ante un maestro que sabe brillar en su juego, que dispone secuencias memorables una tras otra sin que se note el esfuerzo, como si respirara cine, gracia, comedia. Es un acontecimiento: el regreso al cine y a las salas argentinas de uno de los grandes directores que tuvo el cine estadounidense entre fines de los sesenta y principios de los noventa (luego su actividad se hizo mucho más esporádica): Peter Bogdanovich, el de Targets, La última película, Texasville, Luna de papel, Una cosa llamada amor. Terapia en Broadway, película que -como pasa en general con los autores- conecta con buena parte de la filmografía del realizador, se relaciona sobre todo con esas dos maravillosas comedias de enredos llamadas Nuestros amores tramposos (They All Laughed) y Detrás del telón (Noises Off?), que hizo a principios de los ochenta y de los noventa respectivamente. De hecho, cualquiera de esos dos títulos en castellano podría usarse perfectamente para esta película, que es algo así como un derivado, una reencarnación de las dos. Amores enredados y teatro, hasta un detective. Todo en tono de farsa, con la velocidad screwball del período clásico. Hay una compañía teatral que prepara una obra, un director, un autor, un actor y una actriz principales, una psicoanalista, una escort que se ha convertido en actriz de éxito (su relato mediante una entrevista estructura el relato) y una Nueva York luminosa y en modo jazz. Los intérpretes deslumbran: Owen Wilson con su sapiencia de comediante más lo que aprendió en Medianoche en París, de Woody Allen; Jennifer Aniston, con su modo endiablado; Imogen Poots, con su encanto para engañar con aparente inocencia; Kathryn Hahn, con la enésima confirmación de su talento cómico, y todo un elenco que sabe empezar a jugar y devolver los pases con una notable precisión, con una gracia fuera de época, dicho esto en el mejor de los sentidos posibles. La propia película establece sus coordenadas al principio y al final, defiende su lógica: Terapia en Broadway cree en el poder del mito del cine, de Hollywood, sabe del barro con el que se ha construido, pero se fascina por el esplendor y la luz que puede conseguir y vender, por la felicidad de hacer comedia amasada en el amor del cine y por el cine. Los nombres que son influencia van desde Lubitsch hasta Hawks y Sturges, y a la cinefilia de Bogdanovich la refuerzan Wes Anderson y Noah Baumbach como productores y Quentin Tarantino en una significativa aparición. Si extrañaban la comedia de cruces amorosos, de enredos improbables, liviana en su encarnación más burbujeante y rítmica, Terapia en Broadway es una cita imprescindible.
Cineasta, escritor, actor, celebridad pública, enciclopedia viva del Hollywood clásico, Peter Bogdanovich fue uno de los pilares del llamado Nuevo Hollywood de los años ’70 gracias a títulos inolvidables como LA ULTIMA PELICULA, LUNA DE PAPEL y QUE PASA, DOCTOR?, entre muchos otras. Algunos fracasos (comerciales más que críticos) y escándalos y conflictos personales lo fueron alejando de la dirección en las últimas décadas, en las que se dedicó mucho a la escritura de libros de cine y a la actuación (en series como LOS SOPRANOS), pero cada tanto consigue el dinero suficiente para armar un nuevo proyecto. TERAPIA EN BROADWAY, su regreso al largo de ficción para cine desde EL MIAU DEL GATO, de 2001, gracias a la ayuda económica de fans suyos como Wes Anderon y Noah Baumbach, es una vuelta a las screwballl comedies de los años ’30 que supo homenajear ya en anteriores películas y sobre las que ha escrito en incontable cantidad de oportunidades, como buen estudioso del Hollywood clásico que es. Bogdanovich no intenta adaptar el modelo al gusto, uso o modos contemporáneos sino que propone un estilo retro, clásico, que juega con los clichés y los formatos tradicionales del género con pocas modificaciones. Y si bien la historia no logra trascender el homenaje o ejercicio de estilo para convertirse en una gran película, sí consigue sostenerse –y más que bien– como una muy entretenida comedia. she-s-funny-that-way02El estilo es conocido: diálogos rápidos, situaciones confusas, una serie de eventos extraordinarios que solo pueden combinarse si uno acepta los códigos del género. Y aquí están tan a la vista que uno puede menos que relajarse, entrar en el juego y disfrutar. Owen Wilson encarna a un director teatral a quien se le da por contratar prostitutas y regalarles dinero para “hacer algo creativo con sus vidas”, algo que su esposa –actriz– desconoce. El conflicto surge cuando una chica que conoció así se presenta al casting de su última obra, en la que actúa su mujer, y pese a sus reparos de que se devele su secreto, es tan buena que es igualmente contratada. Esto generará una suerte de enredos con otro actor de la compañía (un divo interpretado por el británico Rhys Ifans) que tuvo un affaire previo con la mujer de Wilson (encarnada por Kathryn Hahn). A ellos hay que sumarles a una psicóloga que interpreta Jennifer Aniston que también se verá involucrada en los enredos y, en varios cameos, actores del repertorio de siempre de Bogdanovich como Cybil Shepherd, Tatum O’Neal y hasta el propio Quentin Tarantino. Todo siempre en un juego de encuentros y desencuentros, puertas que se abren y se cierran en el momento justo, gente que se esconde en el baño y otras figuras formales del cine de los años ’20 y ’30. she_s-funny-that-wayPero la que se destaca especialmente es Imogen Poots, la verdadera protagonista de la historia, exagerando un acento de Brooklyn (es británica) para encarnar a una prostituta de buen corazón enredada en un juego de engaños amorosos y celos. Como algunas comedias de Woody Allen de antaño pero sin ninguna pretensión de ir más allá del placer cinéfilo de la estructura redonda y el cuento amable, el septuagenario Bogdanovich entrega una película que tal vez sea menor dentro de su notable filmografía, pero que deja en claro que el hombre maneja los códigos del Hollywood clásico como pocos otros saben hacerlo. Y disfruta y hace disfrutar utilizándolos…
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“En el parque, algunas personas disfrutan dándole de comer nueces a las ardillas. Pero si lo que te hace feliz es darle ardillas a las nueces, ¿quién soy yo para juzgarte?” Más o menos esa es la traducción del “mantra” que Arnold Albertson (Owen Wilson) utiliza para encantar a las damas de compañía con las que pasa diferentes noches a espaldas de su esposa, jactándose de cambiarles la vida con una frase que ni siquiera es de su autoría. Isabella Patterson (Imogen Poots) es quien dará testimonio de este hecho frente a su terapeuta, contando en primera persona sus andanzas en ese oficio que la llevó a enredarse con curiosos personajes. Y es que su sueño de convertirse en actriz se hará realidad luego de pasar una noche con Arnold; recibe 30 mil dólares por prometerle a él que ya no trabajará como “call girl” (prostituta, si somos menos sutiles). Así, la joven belleza llega a la audición para una nueva obra de teatro en Broadway. El director de esa obra es nada más y nada menos que Arnold, la otra protagonista su esposa Delta (Kathryn Hahn). El protagonista y estrella del momento es Seth (Rhys Ifans), un viejo amigo que no deja de coquetear con Delta y mencionar “aquellos viejos tiempos”. El productor quedará obnubilado con el desempeño de Isabella, y no tendrá mejor idea que invitarla a cenar en la primera noche de ensayo, ignorando que su actual pareja Jane (Jennifer Aniston) es, en ese entonces, no sólo la psicóloga de su improvisada cita, sino también la de un juez ya anciano que está obsesionado con la figura de Glo, perdón, de Isabella. Este juez contrata a un detective privado para que la siga, quien resulta ser el padre de Joshua (Will Forte) – sí, el novio de Jane -, ¿me explico? Como verán, no es nada sencillo hablar de esta comedia de encuentros y desencuentros, confusiones, malentendidos… Sin caer en un laberinto de personajes curiosos que por puro azar terminan relacionándose en una ciudad tan grande como lo es Nueva York. Como siempre, la Gran Manzana es testigo de infinidad de historias interesantes, pero un film como Terapia en Broadway (She’s funny that way, 2014) merece la pena ser visto. Peter Bogdanovich, su guionista y director, hace fluir todo con tanta sutileza que divierte muchísimo y hace que el espectador no sienta disgusto hacia ninguno de sus personajes. La simpatía de cada uno de ellos los hace dignos del perdón. Justamente, ese “quién soy yo para juzgar” es la base de la obra. No cabe duda de que cuando la vean estarán esperando con mucha ansia la escena en que la locura coincida en un mismo lugar, y cuando llegue el momento, sabrán que es una exquisitez, como aquellas viejas comedias en las que se apelaba a la torpeza inteligente. Es más, en mi caso particular me quedé con ganas de seguir viendo interactuar a estos geniales intérpretes, pero lo que hay está muy bien y alcanza para disfrutar, en especial Imogen Poots que genera una hermosa conexión desde su interior y hacia afuera; ahí donde nos ubicamos los que la estamos viendo y escuchando. terapia_en_broadway_loco_x_el_cine_2 La experiencia de Bogdanovich en este campo de historias que se cruzan es indiscutible, además de su afinado tacto para la comedia: “¿Qué pasa doctor?” (1972), “Luna de papel” (1973), “Detrás del telón” (1992)… Entre otras. Así que ya sabés, no vayas a terapia, andá a ver esta película. Bah, no, tampoco es para tanto, pero ¡la risa es terapéutica! “Squirrels to the nuts”, mi amiguito del parque, squirrels to the nuts.
Hacía más de 13 años que Peter Bogdanovich no hacía una peli como director y este 2015 llega a los cines con una comedia muy similar a algunas de sus anteriores. Si viste "Detrás del Telón" (1992), "Terapia en Broadway" va casi por el mismo riel. Historia de enredos, con momentos románticos, gags (que muchos quedaron extremadamente antiguos) y un dinamismo digno de este tipo de propuestas en donde muuuchos actores ponen primera y no bajan de sus personajes "super enérgicos" hasta el final. Owen Wilson, Imogen Poots, Jennifer Aniston (que realiza a una psicóloga simplemente genial), Will Forte y todos los que conforman el elenco están super bien, peeeeero, a mi parecer, la peli propone recuperar el cine de enredos pero se torna todo tan irreal que aleja. Ya sabes, si te divierte, sacá tu entrada y mandate al cine.
Sólo algunos chispazos del mejor Bogdanovich Las peliculas de enredos amorosos dentro de una compañía teatral incluyen obras maestras como "Ser o no ser", de Ernest Lubitsch y "La comedia de la vida" (Twentieth Century) de Howard Hawks. Estos dos grandes directores siempre fueron la inspiración del talentoso Peter Bogdanovich a la hora de filmar comedias. Es que, aunque siempre será recordado por títulos más dramáticos como "La última película" o "Luna de papel", uno de los mayores éxitos de su carrea fue la comedia disparatada al estilo Hawks "Qué pasa doctor" (probablemente la mejor película con Barbra Streisand), mientras que uno de los films más celebrados por la crítica fue la comedia "Nuestros amores tramposos" (They all laughed) que incluía una de las últimas apariciones de Audrey Hepburn, y que de algún modo intentaba aggiornar el estilo de la comedia adulta de los clásicos de Lubisch. Luego de una década de inactividad y de bastante más tiempo sin películas realmente notables- Bogdanovich vuelve a ese estilo de "amores tramposos" con una historia ya bastante rara desde el momento de que parte de la base de intentar hacer una comedia ingenua a través del relato de las experiencias de una prostituta convertida en acriz famosa debido a una sere de enredos dignos de un cuento de hadas. La actriz y "ex musa" -tal como se autodefine el personaje de Imogen Poots- es sólo una de las muchas jóvenes escorts que tienen la ocasión de cambiar de vida gracias a la acción benéfica del director teatral interpretado por Owen Wilson, hombre de familia cuya vida podría ser casi perfecta sin la debilidad por contratar servicios para luego interactuar positivamente en la carrera de la chica elegida. El problema explota cuando la ex prostituta, ahora dedicada de lleno a a la actuación, por casualidad cae en el casting de la nueva obra de teatro de su mecenas, ofeciendo tal eficacia para su personaje (justamente, una escort), que ante el aplauso de todo su equipo creativo, incluyendo su esposa, el director no tiene más remedio que darle el papel. Ese es el principal detonante de una trama llena de enredos interminables bien al estilo Hawks, pero sin el ritmo de sus comedias, ni con el trabajo visual característico de Bogdanovich. En su último trabajo el ya veterano director no pudo imponer un ritmo parejo ni un nivel equilibrado de gags eficaces, lo que no implica que esta película no sea atractiva por las irrupciones talentosas de algunos diálogos y el puñado de buenas actuaciones,. En el reparto se luce especialmente la psicóloga que compone Jennifer Aniston, además de las apariciones especiales de gente como Cybil Shepherd, Tatum O'Neal y hasta Quentin Tarantino.
Todos con todos Humor, enredos y varias estrellas, en un combo bien batido por Peter Bogdanovich. El realizador de La última película y Luna de papel regresó a los cines, tras dedicarse a la actuación y dirigir producciones para la TV. Y precisamente la última película de Bogdanovich para el cine había sido El maullido del gato, por la que Kirsten Dunst ganó como mejor actriz en Mar del Plata 2001 (la rubia se enteró del premio años después en una entrevista con Clarín), por lo que podría temerse que el realizador de Mask hubiera perdido timing. Pero no. También es cierto que Terapia en Broadway es una comedia pasatista, con personajes enamoradizos, y que cruza parejas como si se tratara de un vaudeville u obra de teatro en la que las puertas de las habitaciones se cierran y abren generando confusiones y engaños. Mucho hay de ello. Y si a alguno de los títulos más renombrados de Bogdanovich se parece, en tono y no mucho más, es a ¿Qué pasa doctor?, con Ryan O’Neal y Barbra Streisand. Arnold (Owen Wilson) es un director de teatro a punto de montar una obra en Broadway, y en el casting se encuentra con una “acompañante” a la que había conocido hacía poco. Isabella (Imogen Poots), ante la negativa del hombre, termina quedándose con el papel de prostituta que tan bien conoce y para el que audicionó, ya que la mujer del director, que es actriz (Kathryn Hahn) y tuvo un amorío con el otro actor protagonista (Rhys Ifans) la ve perfecta para el rol. Habrá más complicaciones con la hija de una terapeuta que se hace cargo de los pacientes (Jennifer Aniston), y es la pareja del autor de la obra (Will Forte), que se enamora de Isabella, y muchos pero muchos más cruces que hacen, más que a la trama en cierto punto, a la pretendida diversión del filme. Como que también es un placer y una distracción encontrar y/o reconocer a distintas estrellas con cameos o pequeños papeles, como Tatum O’Neal (a 42 años de Luna de papel, como una mesera), Richard Lewis y Cybill Shepherd (los padres de Isabella), Debi Mazar (la madama), Michael Shannon (un policía) más Colleen Camp y hasta... Quentin Tarantino. Resumiendo, una película cuyo lema es “Tu lugar es donde estás feliz” para una salida amable y poco más.
She's Funny That Way recupera dos pájaros de un tiro: por un lado, el regreso de la querida comedia de enredos a la pantalla grande, y por el otro, el retiro del laureado director Peter Bogdanovich, cuyo último proyecto a lo grande fue The Cat's Meow, con Kirsten Dunst en 2001. Gracias a la fuerza interpretativa de todo el elenco y a la rapidez de los diálogos -que remiten mucho al cine de Woody Allen- es que la película sobrevive a ser un mero homenaje a una época dorada de Hollywood que poco a poco se ha diluido. Como excusa para narrar los diversos enredos que ocurren en pantalla, una entrevista a una joven actriz ascendente de turno -una Imogen Poots en uno de sus mejores momentos, oro puro- es que una entrevistadora va llenando los huecos de la vida detrás de esta joven, quien en su pasado fue una acompañante y gracias a ese trabajo se le abrieron las puertas a la actuación, en teatro primero y en cine luego. Las historias cruzadas que se ven a continuación involucran a un puñado de personajes, todos relacionados de alguna manera los unos con los otros, mientras que de fondo lo que los une es la realización de una nueva puesta en escena de un director bastante mujeriego y poco redimible -Owen Wilson, correcto pero casi en piloto automático-. Las idas y venidas entre este elenco -la esposa de él, el galán de la obra, el guionista de la misma, su novia psicóloga, un juez obnubilado por la joven prostituta devenida en musa y demás- elevan el ritmo y las apuestas, ya que es un detalle muy interesante ir conectando cabos a medida que los personajes deambulan en escena, entre bambalinas de Broadway, habitaciones de hotel y consultas psiquiátricas. Entre situación y situación, entre un momento lúdico y otro, y de cameo en cameo es que transita su camino She's Funny That Way, sin sorpresas mayores pero rebosante de gags y un elenco disparando hacia todas las direcciones. No hace falta ver más allá de la ofuscada y harta psicóloga que interpreta con ingenio Jennifer Ansiston o la explosiva cónyuge de Wilson -una siempre bienvenida Kathryn Hahn- para entender el grado de histeria hilarante que maneja Bogdanovich, quien también firma el guión junto con su entonces esposa Louise Stratten -sí, el guión data de hace quince años, pero es igualmente disfrutable y no ha envejecido tanto-. She's Funny That Way no es un locurón de comedia, pero cumple su cometido de ser un loable homenaje a grandes comediantes del género y también como una exponente del género en su propia salsa, con un elenco conjunto que hace maravillas, como si se conociesen de toda la vida. Un resultado bastante agradable.
Cuando el cansancio viene reemplazando al ritmo Gracias a sus inicios como crítico y su obra cinematográfica, Peter Bogdanovich tiene bien ganado el carácter de gloria viviente de la cinefilia. Con sus artículos periodísticos y volúmenes de análisis y entrevistas con realizadores míticos (John Ford, Fritz Lang, Howard Hawks & Compañía) en los años ’60, Bogdanovich replicó, casi en soledad, lo que la crítica francesa venía haciendo desde una década atrás, reivindicando el cine clásico de Hollywood. Lanzado a la realización, arrancó con dos obras maestras (Míralos morir, 1968, y La última película, 1971), esparciendo, en el resto de su carrera, gemas en general poco reconocidas, como Nuestro amores tramposos (1981), Máscara (1985), Texasville (1990) y Noises Off (1992). Reducido desde hace un par de décadas a la realización de telefilms, diez años atrás filmó una película que lo mostraba ya con escasa tonicidad (Cat’s Meow). Ahora, con 75 recién cumplidos, firma esta catástrofe originalmente titulada She’s Funny That Way, que en Argentina se estrena con el título Terapia en Broadway.Con producción de Wes Anderson y Noah Baumbach, en Terapia en Broadway Bogdanovich intenta volver sobre la comedia coral, variante que en Nuestros amores tramposos y Noises Off había manejado con enorme timing y sentido coreográfico de la puesta en escena. Aquí se percibe, casi desde que suenan los primeros compases (Fred Astaire cantando “Cheek to Cheek”, como si fuera una de Woody Allen), que el cansancio ha reemplazado al ritmo y el desconcierto a la puesta. Una entrevista televisiva sirve como no muy apropiado hilo conductor para una serie de historias y personajes que no aglutinan bien. Alrededor de un teatro y un hotel cinco estrellas neoyorquinos giran, en una rueda que anda a los tumbos, un director teatral demasiado dado a las aventuras románticas (Owen Wilson, que no da el tipo), una call girl conocida como Glow, que quiere pasar a la actuación (Imogen Poots), el habitual personaje del actor mujeriego (el británico Rhys Ifans), la pareja del director, que lo descubre con la chica (Kathryn Hahn), el asistente de dirección, que también tiene una aventura con Glow (Will Forte, el hijo de Nebraska), y una psicoanalista totalmente loca, novia de éste y terapeuta de la rompecorazones (Jennifer Aniston).Al elenco principal se suma un batallón de comediantes a los que Bogdanovich busca rendir homenaje mediante la clase de apariciones breves a las que se conoce como cameos: Ileana Douglas, Cybil Shepherd, Deby Mazar, los veteranos Austin Pendleton y Joanna Lumley y hasta Quentin Tarantino, que aparece en los últimos 30 segundos, totalmente sacado, y se va. La película entera parece un cameo de una hora y media, rellenado con gags que se frotan sin hacer chispa (Owen Wilson hablando por dos teléfonos al mismo tiempo, todas las parejas dándose cita en el mismo restorán), juegos de puertas que suenan gastadas, reciclados de clásicos del rubro (prostituta aniñada, Imogen Poots “hace” de Audrey Hepburn en Muñequita de lujo; se repite un latiguillo tomado de una comedia de Ernst Lubitsch) y citas literales a todos los grandes de la comedia, que dan a pensar que Bogdanovich confunde un género con un altar. Lo que sí funciona son una serie de trompadas, surtidas con el timing, sorpresa y entusiasmo de quien sacude las polillas de la casa.
I have this inkling that She’s Funny That Way may not get the attention it deserves. To many, it may feel like an early Woody Allen film, when he was at his best, which should actually draw viewers into the movie theatres. But then again, too many people have seen too many Woody Allen films and may feel they’ve had enough. On the other hand, for fans of Hollywood screwball comedies, this one will surely remind them of good old classics by Ernst Lubitsch — think Cluny Brown and you’ll get part of the picture. Featured in Venice last year, She’s Funny That Way is a fine romantic charade that marks the return of comedy master Peter Bogdanovich after a 13-year hiatus. It’s produced by no less than Wes Anderson and Noah Bumbach, and has a cameo appearance by Quentin Tarantino. So, you see, it really is the kind of film that deserves all the attention it can get — even if it’s not nearly perfect and it doesn’t rank among Bogdanovich’s best. The story goes pretty much like this: Arnold Albertson (Owen Wilson) is a Los Angeles-based theatre director who’s staging a new play, A Grecian Evening, which stars his actress wife Delta (Kathryn Hahn) and her ex-lover and now famous star Seth (Rhys Ifans), and is written by Josh (Will Forte), a mellow and nice fellow. Incidentally, Arnold goes by “Derek” when having extramarital affairs, such as when he meets Isabella (Imogen Poots), a gold-hearted Brooklyn call girl whom Arnold gives US$ 30,000 the night he meets her so she can start a new life as an actress. See, he gets his own personal high every time he does this with different girls ever since … who knows? Unaware of the identity of the director, Isabella auditions for A Grecian Evening, much to Arnold’s surprise. And what do you know? Josh falls for her almost instantly. Now you have a situation going here — remember Arnold’s wife is watching the audition as well. And there’s more: Jane (Jennifer Aniston), is a psychopathic therapist and Josh’s girlfriend, old Judge Pendergast (Austin Pendleton) is a patient of Jane’s who’s obsessed with Isabella (he used to be a regular client of hers), and there’s also an old detective (George Morfogen), who’s hired by Judge Pendergast to follow Isabella everywhere, and who also happens to be Josh’s dad. Nice web of desire, isn’t it? So now you have everything you need for mayhem to explode in every single way. With snappy and witty one-liners, perfectly tuned physical comedy, and nervous rhythm, She’s Funny That Way advances in a precise and cohesive manner. Bogdanovich shows, once again, how gifted he is at coaching his actors who, despite shortcomings in the script — for instance, there’s not much of a development of their personalities other than what the stereotypes mandate — do wonders to give nuances to their characters. In this regard, kudos to Owen Wilson, Jennifer Aniston, and Austin Pendleton are in order. In fact, this is probably Aniston’s best comic role and performance ever since… Friends? As for Wilson, well he’ll surely remind you of his character in Midnight in Paris, which is not necessarily a bad thing considering how effective his performance was in that Allen film. You could also argue that in comedy terms there’s much of a build-up and perhaps not enough of a pay off. And it may be true. You have an addition of funny and very funny circumstances and situations that in the end never get to have a grand climax — the final rehearsal where everybody is gathered is meant to be it, but it doesn’t function quite that well as doesn’t feel that fresh and surprising. Then again, considering the shape of today’s contemporary comedy, She’s Funny That Way is more than a decent throwback to the golden days. It’s honestly amusing. That calls for some kind of celebration. Production notes She’s Funny That Way (US, 2014). Directed by Peter Bogdanovich. Written by Peter Bogdanovich, Louise Stratten. With Imogen Poots, Owen Wilson, Jennifer Aniston, Will Forte, Illeana Douglas, Austin Pendleton, Quentin Tarantino. Cinematography: Yaron Orbach. Editing: Nick Moore, Pax Wasserman. Running time: 93 minutes.
Al fin una divertidísima comedia Tiene el formato de una comedia de enredos, con puertas que se abren al asombro, vertiginosa acción, diálogos filosos y enredos imparables. Todo le suma más confusión a los amores enredados de una docena de personajes pintorescos. Un director de teatro llega a Nueva York para estrenar una obra. Y ahí comenzará todo. Su mujer, que es actriz, el autor de la pieza, una prosti de lujo, un detective, un juez, una terapeuta le agregan nuevas aristas a una comedia de ritmo imparable, que no tiene cabos sueltos, estupendamente actuada, chispeante, que no necesita de las tonterías de gran parte de la comedia de hoy (escatología, sexo, mal gusto, personajes locos, situaciones forzadas) para atrapar y divertir con los viejos y buenos recursos que hicieron grande al género. Sin duda, el regreso de Peter Bogdanovich (“La última película”, “Luna de papel”, “una cosa llamada amor”) hay que celebrarlo. La comedia elegante hace tiempo que venía cuesta abajo. Aquí la historia está bien armada y cada personaje vale: el juez insaciable, el director que seduce con chiste prestado, la pícara escort que se convertirá en una gran actriz, la terapeuta desorbitada. Hasta la aparición en la escena final de Tarantino subraya el tono de homenaje al cine que dibuja Bogdanovich: no solo porque recuerda a Lubitsch, Hawks y Woody Allen (hasta nos muestra al final de dónde “robó” dos o tres réplicas), sino porque recupera ese clima de burbuja, ingenio y alegría que hicieron grande a la comedia.
Peter Bogdanovich ha sido uno de los grandes renovadores del cine con films como La última película (obra maestra), ¿Qué pasa, doctor? o Luna de papel. Hizo otros grandes films, entre los famosos (Máscara) hasta los casi desconocidos (Silencio, se enreda, obra maestra total que debería ver quien gustó de Birdman) y hoy es más docente que director (formó a Noah Baumbach, Wes Anderson y otros de esa generación). Este film es una comedia sobre el teatro, Nueva York y las coincidencias de la vida urbana. Un director teatral pasa una noche con una prostituta. Y luego esa chica se presenta al casting de su obra y es genial, lo que lleva a contratarla. Todo está bien en los papeles y hay un gran elenco, pero por alguna razón los aciertos solo son parciales. Owen Wilson y Jennifer Aniston son perfectos en sus roles, y lo mismo Imogene Poots. Se sale del cine con la sensación de haber visto algo alegre y feliz, pero no se recuerda del todo por qué. Bogdanovich, de todos modos, está allí, solo que un poco menos que en sus mejores días.
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Elogio del ritmo La indiferencia con que se ha tratado la última película de Peter Bogdanovich es la recurrente respuesta posmoderna hacia aquellos cineastas cuya generosidad es un gesto demasiado grande en un ambiente donde se celebran chistes escatológicos por docena. Terapia en Broadway es una comedia alocada que no sólo se queda en un sistema de referencias hacia una etapa dorada de la historia del cine. Su nostalgia nunca es de clausura: allí se encuentra una nueva generación de actores que continúan y actualizan los planteos genéricos de películas como What’s Up, Doc? (1972), They All Laughed (1981) o Noises off (1992). Que no sean agredidos, flagelados ni burlados, como suele verse en varios films que jibarizan la televisión de las últimas décadas en pantalla grande, tal vez ponga incómodo a más de uno. Bogdanovich manifiesta un cariño por la historia y por sus personajes que lo enaltece. Además, es poseedor de un ritmo sostenido a la perfección. Hay que decir, en este sentido, que la película calienta motores progresivamente y encuentra las dosis perfectas de humor para no apabullar al espectador. Dentro de la excéntrica trama y galería de personajes, la multiplicidad de roles y los constantes intercambios se conjugan progresivamente en un mismo espacio, el de un hotel, primero, y el de un teatro, luego. Se prepara la producción de una obra y el director, Arnold Albertson (Owen Wilson), llega a Nueva York antes que su familia y decide pasar la noche con una joven prostituta, Izzy (Imogen Poots). Es el punto de partida para que los diferentes personajes aparezcan y se mezclen en una red de complicaciones perfectamente dominada por la pericia narrativa de Bogdanovich que, una vez más, juega con una puesta en escena a base de puertas que se abren y se cierran en forma frenética, entradas y salidas, pasillos, correrías, y palabras, muchas palabras. Por otra parte, además de los hechos que suceden, se ensambla un metadiscurso sobre el género. El director no elige el recuerdo como sombra y pone en boca de la bellísima Imogen Poots constantes alusiones a clásicos de Lubitsch, Hawks, entre otros, siempre desde una luminosidad creativa capaz de revitalizar una vez más la comedia como forma de vida. El cameo de Tarantino es una forma de ligar generacionalmente dos actitudes frente al cine pero que comparten, en todo caso, la pasión.
Comedia sexual de una noche de verano El retorno, luego de 10 años de su último filme realizado, del director Peter Bogdanovich viene a darle algo de aire fresco a las comedias producidas en Hollywood, el punto es que lo hace con herramientas del pasado. La primera, es una estructura y una progresión a base de equívocos muy común en las comedias de los años ‘40 y ‘50, pero en este caso aggiornadas a las vicisitudes vivenciales del nuevo siglo, Su estructura se apoya en un muy buen guión, con diálogos inteligentes, por momentos hace recordar al pequeño genio neoyorquino Woody Allen. La realización funciona no por arte de magia, sino por un acabado trabajo, minucioso en cuanto al manejo de los tiempos y el compás rítmico de las escenas que conforman secuencias perfectas, lo que terminan por constituir una comedia redonda y sin fisuras. Al mismo tiempo que la puesta en escena determina, sobre todo a partir de la dirección de arte, digamos la escenografía que está puesta de manera tal que los personajes circulen por ella sin ningún tipo de salto, nada aparece como forzado y eso es gracias a la mano del director. Otro punto muy alto de la producción es su banda de sonido, ya que participa de la narración no sólo como parte del relato, sino en varias ocasiones como anticipatorias al texto, en sentido de instauración del clima que propone el realizador. Pero para que ello quede conformado es necesaria una selección de actores de gran nivel interpretativo, que manejan los tonos de la comedia como si hubiesen nacido con ella, tanto los protagonistas como los intérpretes secundarios. La narración abre con el relato que de su vida hace la joven y prometedora actriz Isabella Patterson (Imogen Poots) a una supuesta periodista que funciona casi como terapeuta y a la que le confiesa su pasado de dama de compañía. Es en esos menesteres que conoce a Arnold Albertson (Owen Wilson), un afamado director teatral, quien lleva una vida envidiable, no sólo hace lo que desea, está felizmente casado, tiene dos hijos y un próximo estreno en Nueva York, la meca teatral de los Estados Unidos. La producción le exige que el protagonista de la misma sea Seth Gilbert (Rhys Ifans), un actor que convoca, seductor, mujeriego, y su coprotagonista sea la propia esposa del director. Arnold sólo tiene una debilidad, la imperiosa necesidad de contratar los servicios de jóvenes mujeres que ejercen el llamado oficio más antiguo del mundo, a la vez que trata de reformarlas ofreciéndoles mucho dinero para que reencausen sus vidas. Todo se trastoca cuando Isabella (Izzy su nombre de fantasía) es la joven de turno, su deseo más profundo es ser actriz, ahora con dinero suficiente como para solventarse ella concurre a castings y ya nada volverá a ser lo mismo. Desde sus primeros filmes Peter Bogdanovich fue un eficaz director en tanto homenaje al cine clásico hollywoodense se refiera, las formas de comedia americana se vislumbran en cada fotograma, y en todas sus variantes, es un muy buen retorno, como para demostrar que no todo está perdido, no llega a sus mejores producciones, pero se posiciona muy por encima de la mediocridad actual.
Cine retro Bogdanovich intenta revivir un cine popular que no existe desde hace más de cincuenta años. El director utiliza las películas clásicas como objetos de veneración, como una forma de recordar cierta frescura propia o la ingenuidad de otra época.Terapia en Broadway recicla los lugares más transitados del vodevil heterosexual mediante una visión amablemente satírica de un showbusiness idealizado. La película es un festival de malentendidos entre undirector de teatro, su esposa, amantes, pretendientes y otros secundarios. Una comedia de enredos coral en la que la sobreacumulación de elementos burlescos, personajes, historias, piñas y cachetazos no alcanza para disimular un cine agotado. Terapia de grupo La presencia en los créditos de Noah Baumbach y Wes Anderson como productores justifica el entusiasmo y la disponibilidad de los protagonistas: un seleccionado de jóvenes estrellas que encarnan a figuras tan viejas como el cine. Actores contemporáneos que recrean el imaginario del cine clásico con una cita literal a Cluny Brown de Lubitsch como mantra y una entrevista televisiva como precario hilo conductor. Bogdanovich esboza siluetas que nunca se convierten en verdaderos personajes. Owen Wilson parece apropiarse de los tiempos para dilatarlos a su voluntad, en especial durante una larga y tediosa escena de llamados telefónicos. La película ofrece planteos interesantes que se quedan a mitad de camino, como la relación entre el director y el dramaturgo, o la posibilidad de cambiar la vida mediante el artificio del espectáculo. La felicidad que transmite por momentos está más ligada a los diálogos que a la puesta en escena. Los planos están organizados alrededor de una lógica repetitiva de idas y vueltas. Un juego sistemático con las puertas que, en lugar de dejar un espacio para la incertidumbre, se cierran sobre los que dejan de hablar. Finalmente, Terapia en Broadway funciona como una frustrante tesis sobre la imposibilidad del retorno a los “viejos buenos tiempos”.
Pasado de gracia La nueva comedia de Peter Peter Bogdanovich remite a la edad de oro de Hollywood y cuenta la historia de una actriz que evoca sus inicios como prostituta de lujo. Una exquisita comedia de enredos que remite a la edad de oro de Hollywood es lo que se propone Terapia en Broadway y lo consigue desde el principio hasta el final. Por suerte, con mucho sentido del humor y nula melancolía. Su director, Peter Bogdanovich, tiene un prestigio que sobrevivió a varios fracasos, pero que se justifica al menos por dos títulos: La última película y El maullido del gato. No sólo es una enciclopedia viviente de cine sino un refinado amante de los diálogos chispeantes y de la gracia artificial. Terapia en Broadway se plantea como una entrevista en la que una joven actriz famosa (Imogen Poots) recuerda su pasado de prostituta de lujo y su debut teatral ante los oídos escépticos de una periodista de espectáculos. La clave es que la chica cuenta su vida como si se tratara de un cuento de hadas. Todo lo sórdido y humillante, todo lo horrible y doloroso desaparece, y lo que queda del pasado es el artificio, el acto de magia, la experiencia depurada y pulida como una joya que brilla bajo la luz. El personaje de Poots es el centro de una telaraña de infidelidades y mentiras, en la que están atrapados un director teatral, su esposa, un actor famoso, un juez, un dramaturgo, el padre de este (que también es detective privado), una psiconalista y varios más (incluidos el padre y la madre de la chica). El guion se las ingenia para mantenerlos a todos activos y en estado de combustión, lo cual se materializa en una sucesión ininterrumpida de escenas graciosas o patéticas, sostenidas por un elenco que no le teme a la exageración, ni al ridículo. Si bien la neurótica hiperactividad de los personajes y la inteligencia de los diálogos recuerda al mejor Woody Allen, Bogdanovich no es cínico, ni desprecia a nadie, ama tanto al cine que ese amor absoluto se derrama a toda la humanidad.
Terapia en Broadway (She’s Funny That Way) es una comedia en de enredos protagonizada por el cast & crew de una obra de Broadway cuyas vidas se encuentran interconectadas sin querer queriendo en forma de un triángulo, o mejor dicho, un hexágono amoroso. En varios flashbacks, la fantasiosa Izzy (Imogen Poots), quien cree firmemente en los finales felices y en el glamour del viejo Hollywood, le cuenta a una cínica periodista llamada Judy (Illeana Douglas), cómo de un día para el otro dejó de ser una call girl para convertirse en “la estrella más grande de Hollywood“. Con un exagerado acento newyorkino que nos dará la pauta de lo artificio del relato que se desplegará a continuación, se describe a sí misma como una musa que ha inspirado a muchos hombres, hasta que una noche, uno de ellos, la inspira a ella. Ese hombre es Arnold Albertson (Owen Wilson), un putañero romántico que cree fervientemente en que “tu puedes cambiar tu vida” y renombrado director que ha viajado a Broadway para trabajar en una obra que protagonizará Delta (Kathryn Hahn), su mujer, y el ex amante de ella, Seth (Rhys Ifans). Terapia en Broadway resulta entretenida y simpática. Casualmente, Izzy termina siendo casteada en la obra de Arnold y se ve involucrada románticamente con Joshua (Will Forte), guionista de la misma y reciente ex novio de Jane (Jennifer Aniston), actual terapeuta de Izzy. Sumémosle a toda esta info un juez con una obsesión por las rubias, un detective privado que debería jubilarse, Cybill Shepard (la ex de Peter Bogdanovich), una madama llamada Vicky (Debe Mazar), la aparición de Quentin Tarantino y muchísimos otros talentos Hollywoodenses que desfilarán por la pantalla para recordarnos que esto es puro artificio. El resultado es una película nostálgica y anacrónica, que hace referencia al cine de Hollywood de la década del 40 y a la propia obra del director. Entretenida y simpática, no es particularmente una buena película, pero mientras pasaban los créditos, debo admitir que estuve agradecida de que existiera y de haberla visto.
Ante todo, "Terapia en Broadway" representa el regreso al cine de Peter Bogdanovich, el notable director de clásicos como "La última película", "¿Qué pasa doctor?" y "Luna de papel", que volvió a filmar un largometraje después de 13 años. Y en segundo lugar es una celebración de la comedia como género y una revalorización del cine como representación de nuestras fantasías. La película (cuyo título original es "She's Funny That Way") es una comedia de enredos en el más puro de los sentidos: una joven que se gana la vida como "acompañante" pasa una noche con un enamoradizo director de teatro que le paga miles de dólares para que deje su trabajo y siga sus sueños de convertirse en actriz. Esta relación se irá complicando cuando entren en juego la psicóloga de la chica, la esposa del director, el productor de su obra, un juez obsesivo, un actor mujeriego y un detective privado. Bogdanovich homenajea sin disimulo a las screwball comedies de los años 30 y 40, la era dorada de Hollywood, y de paso le hace varios guiños a Woody Allen. Los diálogos son veloces y filosos, hay humor físico y situaciones confusas coreografiadas con gran timing. También hay buenos actores de comedia (Owen Wilson, Jennifer Aniston y la joven Imogen Poots, una revelación) y cameos de Cybill Shepherd y hasta Quentin Tarantino. Pero lo más importante es esa sonrisa naif y feliz que uno se lleva al salir del cine.
El show debe continuar “Terapia en Broadway” (para una cinta llamada “She’s funny that way”) es un invento de los tituladores locales, jugando tal vez con la alleniana “Disparos sobre Broadway”. Y quizás algo tengan que ver: Peter Bogdanovich y Louise Stratten (su coguionista y ex esposa) construyen una cruza entre el Woody Allen más cómico (pero también el más humano), la sana locura y los enredos de Wes Anderson y la comedia fuerte a lo Judd Apatow o Ben Stiller. Quizás por eso el protagónico masculino esté en manos de Owen Wilson, que ha sido actor fetiche de todos ellos, y se mueve aquí entre esos tres registros. Hay también una portentosa cinefilia (a fin de cuentas, el director empezó como crítico) o una nostalgia del viejo mundo del show business, que alcanza su clímax de la mano de cierto nerd icónico del cine, que en su cameo resolverá varias de las pistas. Pero si Wilson es la piedra de toque, la piedra basal es Imogen Poots: la joven actriz británica se constituye en el centro de la operación cinematográfica, casi que podría ser una nueva musa para Woddy en el después de Scarlett Johansson (Imogen tiene cinco años menos). Ya es ideal para la narración en flashback desde la entrevista inicial (¿otro recurso alleniano?), con un rostro que se come la cámara en los primeros planos, con sus ojos azules, su boca súper expresiva (es otro estilo, pero su gestualidad es tan llamativa como la de una Toni Collette); su figura y su acento falso (es una británica haciendo de judía neoyorquina). Y cualquiera podría creerle su fanatismo por Audrey Hepburn, en especial bajo la piel de la Holliday Golightly de “Desayuno en Tiffany’s”. Detrás de las puertas Porque de eso se trata, de creer en medio de los falsos nombres y las mascaradas. Contemos apenas la punta del iceberg de esta comedia de enredos: Arnold Albertson es un director que llegó a Nueva York desde Los Ángeles para dirigir en Broadway una obra en la que actuará su esposa Delta Simmons. Llega un día antes y contrata (bajo el nombre Derek Thomas) los servicios de una escort (prostituta de alto nivel) apodada Glo Stick, con la que comparte una noche romántica antes del sexo. Después, le da 30.000 dólares para que cambie de vida. Lo que no sabe es que el protagonista de su obra, el pretencioso británico Seth Gilbert, lo ha visto con ella. El problema empezará al otro día, cuando Arnold, Delta y Seth, junto con el dramaturgo Joshua Fleet descubran que la mejor para el papel que necesitan, una joven escort, es... Izzy Finkelstein, ahora rebautizada Isabella Patterson, que no es otra que Glo. Ahí empiezan los problemas entre los que saben, los que no, las nuevas relaciones que se generan y una serie de personajes que se vinculan con los mencionados: un juez obsesionado con Izzy, su peculiar detective privado y Jane Claremont, una alocada psicóloga que los termina conociendo a todos. Sería imposible seguir narrando el crescendo de complicaciones, que por momentos disparan la risa fácil, en el estilo de “Mi novia Polly”, por ejemplo: quizás por eso también esté Jennifer Aniston en uno de sus registros más habituales desde la Rachel Green de “Friends”, pero no por eso menos eficiente como la terapeuta insufriblemente querible que atrajo el interés del titulador latinoamericano. Pero hay más que persecuciones y desencuentros: está el mundo de las relaciones con el paso de los años, con muchas historias atrás; las buenas intenciones realizadas de la peor manera; y está también el aura del viejo Hollywood, donde un encuentro casual convertía a una desarrapada en estrella, y si no fue tan así bueno, quedémonos con la mitología que es más linda. Como locos De las demás actuaciones, se destaca largamente la de Kathryn Hahn como Delta: pura pasión desencadenada, y la más natural en el artificio junto con Poots. Rhys Ifans como Seth tiene momentos de elegante comedia, y Will Forte le pone a Joshua su onda de torpe atildado que se hizo famosa en “Saturday Night Live”. Austin Pendleton le pone gracia al juez Pendergast (alias Doctor Doolittle) y George Morfogen interpreta al detective Harold Fleet con toques de irrealidad, más cerca de un Inspector Gadget entrado en años que de Phillip Marlowe. Por último, así como firma el guión con su bella última ex esposa (es hermana de la fallecida Dorothy Stratten) también dejó lugar en el elenco para la más rutilante de sus ex parejas, su otrora musa Cybill Shepherd, ahora devenida en estentórea madre de Izzy. Valga también mencionar a Illeana Douglas como Judy, la periodista que pondrá a Isabella a reflexionar sobre esas mitologías y la suya personal, y las apariciones de Tatum O’Neal y Poppy Delevingne (hermana de Cara, también haciendo armas actorales). Y por supuesto, ese que no vamos a nombrar para no arruinar la sorpresa, uno que ama tanto las películas como poner sangre en ellas: el que viene a demostrar que el show debe continuar y que el show business tiene recursos para seguir funcionando.
En la nueva comedia de Peter Bogdanovich, protagonizada por Owen Wilson, el lema es “el show debe continuar”. El director de teatro, Arnold Albertson, llega Broadway antes que su familia y decide pasar la noche con una prostituta. Lo que él no esperaba era que ella apareciera en las audiciones de su nueva obra al día siguiente y, como si fuera poco, que fuera tan perfecta para el papel. El drama multi-nominado La última película (The last picture show) apareció en los cines hace 44 años. Peter Bogdanovich, hoy, trae al cine una entretenida comedia a la que le dio el nombre de Terapia en Broadway (She’s funny that way). Con un elenco que mezcla caras reconocidas, con algunas nuevas y frescas, el longevo director vuelve al cine después de 13 años desde su última película, The cat’s meow (sin contar el documental de 2007 Runnin’ down a dream). Arnold Albertson (Owen Wilson), director de teatro a punto de estrenar en Broadway, decide en su noche “libre” de esposa e hijos llamar a una prostituta, mientras utiliza el seudónimo de Derek Thomas. La empresa de “señoritas” le envía a la simpática Izzy (Imogen Poots, conocida por su papel como Julia en Need for speed), alias Glo, quien se considera una “musa que hace que los hombres se sientan especiales”, no una dama de la noche. Como no podía ser de otra forma, el sueño de Izzy es el de triunfar como actriz, y el día siguiente a la noche que pasó con Arnold, ella se presenta en el casting de la nueva obra de él. Desesperada, Izzy decide psicoanalizarse con Jane (Jennifer Aniston), quien está consumida por su relación con Josh (Will Forte, actor que ganó fama durante su período en Saturday Night Live), que a su vez es el guionista de la obra de Arnold. Terapia I El argumento lo dice de forma clara: Terapia en Broadway es una película de enredos y desenredos, de encuentros y desencuentros. Y durante la hora y media de duración, se respira una clara influencia del padre de este tipo de comedias: Woody Allen, contemporáneo de Bogdanovich. Y este resulta ser el principal problema de Terapia en Broadway, porque, lejos de funcionar como homenaje, parece más un plagio. En Terapia en Broadway hay varias referencias más que obvias al viejo Hollywood. Por lo que la película mezcla una estética que busca ser moderna con el antiguo glamour de una época que ya pasó. Esto es algo que recuerda a Medianoche en París, dirigida por Allen y protagonizada por (¿casualidad?) Owen Wilson. La música de Ed Shearmur (compositor inglés que le dio vida a las partituras de las comedias La cosa más dulce y Guerra de novias, entre otras) acompaña la armonía de la película, porque armó melodías que recuerdan a los años 40’, es decir, al momento más esplendoroso de la época de oro de Hollywood. Por supuesto que hay guiños a Casablanca. Terapia V En cuanto a los actores, Owen Wilson como protagonista está bien, sobrio, pero como se dijo antes, muy parecido a Gil Pender, su personaje de Medianoche en París. Imogen Poots, que trae un elemento fresco al elenco, es bellísima y encantadora, pero por momentos exagerada. Mientras que Jennifer Aniston y Will Forte no hacen más ni menos de lo que les pide su papel. Terapia en Broadway también cuenta con el aporte de Kathryn Hahn (Como perder a un hombre en 10 días, Hasta que la muerte los juntó), también muy correcta, y el divertido y simpático Rhys Ifans (más conocido como Spike, el compañero de casa de Will, en Un lugar llamado Notting Hill). Terapia VI El resultado final del esperado regreso de Bogdanovich a las canchas no está ni cerca de lo que fueron sus gloriosas La última película o Qué me pasa doctor, pero no por eso deja de ser un producto agradable, el problema es que no va más allá de eso. Sin embargo, Terapia en Broadway no aburre, y tal vez ese sea su principal objetivo: hacer pasar al espectador un buen rato.
Disparatados enredos amorosos Terapia en Broadway (She´s Funny That Way, 2014) -escrito y dirigido por el reconocido Peter Bogdanovich- es un film en el cual se despliega un tono similar a las screwball comedies surgidas durante el periodo de cine clásico norteamericano. El género de la screwball comedy es conocida en español como comedia sofisticada o alocada. Uno de los representantes de dicho género en su época dorada ha sido Ernst Lubitsch, homenajeado aquí con una cita a su film Cluny Brown (1946), especialmente con la frase “Squirrels to the Nuts” (ardillas a las nueces), la cual es recurrente durante toda la película, siendo un disparador de conflictos fundamental en la misma. Accedemos a este relato bajo la voz de uno de los personajes principales, Izzy (Imogen Poots), quien va narrando los acontecimientos de forma muy peculiar en una entrevista. Es decir que toda la historia estará mediada por su punto de vista, del cual no sabremos qué es verdad y que no, pero si nos mantendremos interesados en ella debido a su verosimilitud y a lo divertido de los acontecimientos. Isabelle (Izzy) al narrar la historia se compara con grandes divas de Hollywood como Lana Turner y Marilyn Monroe, ya que ella también desea convertirse en una estrella. Incluso cita al film Breakfast at Tiffany´s (1961), sintiéndose identificada con el personaje interpretado por Audrey Hepburn. Para Izzy no importa la verdad sino la manera en que un relato resulta interesante hasta el punto de convertirse en un mito. Esta comedia de enredos amorosos, cuyo nivel de coincidencias y comicidad nos remite al cine de Woody Allen, articula las vidas de Izzy -una prostituta aspirante a actriz-, Arnold (Owen Wilson) un director de teatro que se involucra con ella pero que cree erróneamente que jamás volverá a verla; Delta -su esposa y la actriz principal de la pieza a representar-; Seth (Rhys Ifans), su compañero en la obra, quien es toda una celebridad y está enamorado de Delta desde hace años y Joshua, el escritor de la obra de teatro. A su vez, habrá otras coincidencias que involucran a la novia de Joshua, Jane (Jennifer Aniston) quien representa a una terapeuta nada convencional. Estos triángulos amorosos se multiplican a medida que avanza la intriga, no sólo a través de estos personajes principales, sino también con otros secundarios. La trama en si misma poseerá enredos que se trasladarán también al plano formal: el relato es anacrónico y posee vaivenes temporales que enfatizan aún más lo absurdo de la historia. El universo diegético posee varios niveles de significación a nivel estructural: por un lado la entrevista, dentro de la misma la historia entre todos los personajes y dentro de la misma el ensayo de una obra de teatro. La redundancia y superposición de significados es constante, ya que incluso la trama de esa obra a ensayarse habla acerca de la traición amorosa. Un aspecto que se descubrirá una vez avanzada la intriga es que Arnold es un personaje que lleva una doble vida, e Izzy no ha sido la única prostituta que él ha influenciado como un mecenas para que deje ese estilo de vida. Mediante la frase “Squirrels to the Nuts” él ha incentivado a varias mujeres para que realicen sus sueños. Esa frase funciona como una metáfora de que nadie puede decirle a ninguna otra persona cuál es su lugar o qué debe hacer, cada cual debe hacer lo que considere su destino o propósito. Porque como dice Izzy, inclusive una prostituta que es una “musa” necesita de otra “musa”. De esta forma, Bogdanovich, tan intrépido como siempre, no realiza un juicio sobre la moralidad de los personajes. Al final del film habrá una sorpresa célebre en un cameo que será el remate final del film, incluso se seguirá dosificando información a través de los créditos de clausura.