Con el incentivo de recrear la imagen de Sigmund Freud (Vigo Mortensen), la historia se centra en la relación que éste desde un rol secundario brinda una tutoría sobre el psiquiatra suizo Carl Yung (Michael Fassbender) tras la publicación de su libro “Estudio sobre la asociación de palabras”, manuscrito sobre el cual hubo una vinculación directa entre ambos a modo de devolución. Se recrea la tan comentada coversación de trece horas ininterrumpidas que ambos tuvieron por las diferencias que ambos acarreaban...
Esta no es una película sobre Freud, eso hay que aclararlo de entrada. Él es un personaje, importante pero secundario; si bien lo central, el hilo conductor del conflicto sean sus estudios sobre las enfermedades y su método psicoanalítico. La peli no ha gustado mucho y ha decir verdad, entiendo el porqué. Muchos querían más Freud, yo también. Pero a mi me gustó. Otro punto que no ayuda son los grandes diálogos técnicos. Aquel que no haya leído sobre psicología, encontrara que la peli no tiene ni pies ni cabeza, porque la mitad de los términos no se entienden, no son términos comunes. Y conllevan una explicación para entender qué hay detrás de esas palabras, pero la peli no da definiciones y eso la aleja del público. No todo el mundo ha leído las teorías de Freud, y de hecho, no tienen porqué hacerlo. Y que esas lecturas estén dadas por hechas en el filme para mi es un error. Claro esta, que explicar de más, hubiera sido también un error de guión, algo injustificado dentro de la trama si es que no se logra hacer con cautela. Pero si consideramos que la historia daba para juntarlos a los médicos, y dar esas explicaciones en el transcurso mismo de sus investigaciones de una forma más clara, entonces, efectivamente, no supieron exprimir del todo el contenido. Lo malo de esto es que la peli, que es bastante acertada en lo que cuenta y muestra, termina quedando como la historia de un amorío algo raro, con un Freud de testigo y no mucho más. Y sin embargo es mucho más que eso. Primeramente por que muestra de forma inteligente pero sutil, cuál era el peligro de ese método que en esos momentos estaba recién comenzando a utilizarse. El curar por la palabra no es magia, pero lo cierto es que hay que centrarse que no es lo mismo un psicólogo de esta época (aunque caer en manos de un mal psicólogo es igual de peligroso en cualquier época), que uno de aquella, porque es justamente en esos momentos, cuando todo empezaba y los psicólogos usaban sus propias vivencias y sueños para estudiar la mente, por lo que eran también pacientes. Pero esa línea que diferencia al profesional, del paciente; se sabe hoy, debe estar bien marcada y conlleva romperla, muchos problemas (no solo legales o morales, sino psicológicos). Es probable que esto no estuviera del todo definido en aquella época, o que los mismos médicos no supieran o no pudieran entender el grado de complejidad, o más acertado quizá a la realidad, no tuvieran las herramientas necesarias para lograr una distancia adecuada al tratamiento. Menos, si la paciente, como es el caso de la película, pretende ser psiquiatra. Entonces, es a mi parecer en esta cuestión donde hay que centrarse para ver de qué va la película: en esa distancia que debería haber entre médico y paciente para resguardo de ambos. Y, sobre todo, que es lo que la peli no explica como debería, que en el mismo transcurso de una terapia psicoanalítica, se producen en la mente de médico y pacientes, diferentes estadios en relación al otro, que son típicos del proceso terapéutico pero que hay que saber mantener en su sitio. Esa distancia, se ve bien retratada en Freud (Viggo Mortensen) ( al margen de su propia personalidad), por eso me parece que aún pareciendo demasiado frío su personaje, tiene su porque esa distancia (como cuando no se mete en el problema de la carta, con una respuesta más que justa; o cuando no le cuenta su sueño a su colega, manifestando sin embargo una gran honestidad y sinceridad al hacerlo, que su colega no supo apreciar). Después tenemos la distancia de Jung (Fassbender), pero esta es una distancia más cruda, menos apasionada, pero más sádica. El hombre es un manipulador, al menos así me parece, que intenta someter a cuanto tiene alrededor, lo hace con su mujer (muy bien transmitido el miedo de ésta interpretada por Sarah Gadon), y lo hace con su paciente (no por amor, sino porque se han juntado dos enfermedades que unidas pueden desplegar lo que ellos sienten; habrá que preguntarle a un psicólogo si eso cura, o justamente, todo lo contrario). Luego tenemos al personaje de la paciente (Keira Knightley), una mujer atormentada, claramente reprimida, con oscuros deseos por los que siente culpa y una gran presencia de creencia religiosa que la vuelve pecaminosa. A mi entender la actriz lo hace más que bien, es cierto si, que se la sale un poco la mandíbula, jajaja, pero yo encontré el personaje más que creíble, y sobre todo me gustó su evolución (véase que cuando ya esta mejor, por momentos sus facciones parecerían tensas sobretodo cuando algo la perturba, pero claro, sin tanta manifestación como en sus inicios). Y ahora el gran actor de la peli, Vincent Cassel, también médico, que ha utilizado los estudios del psicoanálisis a su conveniencia. (todos lo han hecho en menor o mayor medida en la peli para justificar sus actos; de ahí la peligrosidad también del método) y que termina completamente loco pero con un gran grado de labia para convencer a los demás. Casi no aparece, esta en dos o tres escenas, pero su fuerza, importancia en lo que decide Jung, y su actuación, son sobresalientes. Para terminar, destaco el recorte de la historia. Comienza en el mismo momento en que la paciente y Jung se conocen, y termina en su último contacto. Por qué es la historia de qué tan peligroso puede ser el método y para ello, toma un caso. Freud aparece dentro de ese marco, pero termina su relación con Jung antes de que la peli termine. Cabe destacar que retrata además lo difícil que era plantear teorías nuevas, que había que obrar con cautela (de ahí que Freud no quería incluir más cosas como si quería Jung). Un buen retrato de la época, y de las situaciones que circulaban en el momento en el que el psicoanálisis estaba naciendo, con sus pros y sus contras. Recomedada peli que hubiera estado mucho mejor si nos hubiera explicado qué demonios es la transferencia, la distancia entre pacientes, la neurosis, el delirio de grandeza, el sueño, o el mismísimo modo de funcionar del psicoanálisis.
Publicada en la edición impresa de la revista.
Centralizada en contar los primeros pasos del psicoanálisis, esta interesante propuesta de David Cronenberg presenta trabajos actorales muy buenos por parte de cada uno de los intérpretes, una narración basada en extensos diálogos, y un conflicto que refiere a la existencia del hombre, sus relaciones y su accionar, pero, por momentos, el director se siente demasiado atraído por las palabras y no por los hechos concretos que las mismas derivan.
Un método peligroso es una interesante propuesta para introducirse en los primeros tiempos del psicoanálisis. La recreación de época es brillante y los tres protagonistas realizan una gran interpretación. El guión tiene una gran intensidad en su primera parte, la cual lamentablemente se va diluyendo a lo largo de la segunda entre tanto diálogo y psicoanálisis. El estilo de narración...
Antes de cometer el error de considerar este film como uno de los más impersonales de David Cronemberg, nos permitimos asegurar que esta fiera narración de época -basada en una pieza teatral- ofrece el germen básico (suavizado, pero latente) de gran parte de los maravillosos trastornos psicóticos que David dirigió hace años atrás. Un Método Peligroso es la precuela imposible de casi todo lo que Cronemberg dirigió antes. "No me gusta mi piel", declaró Keyra Knightley en cierta ocasión. Quizá por eso decidió internarse en el cuerpo de Sabina Spielrein, alias Mademoiselle Pulsión Sádica, una de las primeras femmes que parió el psicoanálisis. Sabina necesitaba recibir cinturonazos en la cola, era el único modo a través del cual podía gozar (y aniquilar) ciertas calenturas gestadas durante su niñez. El encargado de propiciárselos es su Maestro, nada más ni nada menos que Carl Jung (Michael Fassbender), prestigioso mosntruo del psicoanálisis que en determinado momento deja de lado su etiqueta de ídolo absoluto y sucumbe al placer de resolver las etapas anales mal resueltas de su discípula favorita, pero sin dejar de mantener a su noviecita rubia de ojos claros que vive en una nube de pedos. Jung transcurre gran parte de Un Método Peligroso llenando espacios. Llena de moretones las preciosas nalgas de Sabina, llena de bebés -y de aburrimiento- el limitado universo de su noviecita rubia oficial, y llena de contrapropuestas la cabeza de su mentor, Sigmund Freud (Viggo Mortensen), que -semestre de por medio- tiene la deferencia de enviarle a su buen amigo pacientes suicidas y cartas extensas. Alguien dijo una vez que el 2 (dos) es un número malcogido, imposible de sostener, a no ser que se lo triangule de alguna forma (incorporando amante, "consejero" ó bebé a la dupla en crisis). Sabina empieza a reclamar cierta regularidad que Jung no está dispuesto a transar, entonces recurre a Sigmund, en parte para cambiar de mentor -está a un par de materias de recibirse- y en parte para ser analizada por el gran maestro. Pero nunca olvidando que el dueño de su progreso mental fué Carl, aunque éste haya procedido con los métodos establecidos por Sigmund. Por sobre el atractivo de observar a Viggo luciéndose en su papel, debemos recordar que Un Método Peligroso tiene en Sigmund Freud un puntal imprescindible pero secundario en su historia. El motor del relato radica en Carl gozando de (y gozando a) Sabina, que en determinado momento se hincha las pelotas de su amante irregular y dispara hacia una dirección en la cual Sigmund deberá tomar partido entre una beneficiada por sus métodos y un gran discípulo suyo que los practica e incluso los ubica en tela de juicio. Un método peligroso funciona como adelanto imposible de gran parte de la temática que abrazó Cronenberg en films pasados. Aquéllos provienen de éste.
Una tersa superficie de tensiones Son muchos los ejemplos en donde cierto cine de tendencia moderna (en la acepción más llana de la palabra: un cine que rompe con tradiciones clásicas) juega con construir una tensión que genere la expectativa de un futuro desencadenamiento de acciones sin que estas verdaderamente sucedan. Esa construcción (que le debe mucho a cierta lectura que se ha hecho de Michelangelo Antonioni) es distinta, en cambio, a cierto cine de tradición manierista (en la acepción estilística más académica de la palabra: un estilo artificioso que torsiona las formas de lo clásico pero que podría ser confundido como representante de aquel estilo) que juega a construir situaciones aparentemente sin grandes saltos o conflictos pero que, sin embargo, están plagados de tensiones internas (las películas de final de carrera, al menos aquellas post 1956, de Howard Hawks y John Ford, pueden dar perfecta cuenta es esto). Al segundo grupo pertenece Un método peligroso, película escurridiza como una víbora, en estado de gracia, en vibración constante, como si nadáramos en un lago con un jacuzzi en las profundidades que cada tanto deja entrever algunas burbujas de eso que pugna por salir a la superficie. Sin embargo, Cronenberg no sólo depura su sistema narrativo (el Cronenberg post-Una historia violenta parece, insisto, parece muy distinto a aquel romántico de La mosca, Pacto de amor, M. Butterfly o el director que se cuestionaba los límites de la percepción con eXistenZ, Almuerzo desnudo, Videodrome… ni hablar del Cronenberg gore de los años '70 y '80 con Shrivers, Rabia, Cromosoma 5 o inclusive Scanners) sino que vuelve a él. Allí es donde debemos buscar una película suya que da la clave para pensar Un método peligroso ¿Cuál? Crash: Extraños placeres. ¿Si me volví loco? ¿Si hay dos películas más opuestas en el tratamiento del mundo que proponen dentro de la obra de Cronenberg? Ahí donde el método de Crash se sostiene a partir de la expresión, de la corporalidad, de la profusión sexual, en Un método peligroso todo es contención victoriana. Error. Esa es la tersa superficie del lago que debajo de sus pies tiene las burbujas que pugnan por salir ¿Entonces qué tienen en común? Bien: Crash se vale de una novela relativamente mediocre para lo que es la obra de Ballard y literalmente la da vuelta como una media. Con aquella película, Cronenberg se propuso quitar toda la sociología de tablón del autor para sólo mantener el centro vacío de lo sexual, esto mismo postulado como confesión de parte de los personajes (“esta supuesta fascinación con los accidentes es la mejor excusa para conseguir una cogida”). Pero Cronenberg no hizo meramente una soft-porn ni una película sobre un futuro diatópico. Puso al sexo en el centro para derribar ese mito. Sexualizó su película para agotar el recurso. Lo sexual, entonces, como una excusa perfecta para hablar de lo mental, que era lo que importaba allí. Aquí, en Un método peligroso, la estrategia se invierte pero se mantiene: también se utiliza una obra de base sobre la cual se quita el contenido psicoanalítico, la base de sustentabilidad de lo narrado para dejar un relato terso y desnudo sobre las construcciones mentales. Puntualmente, la película es un falso acercamiento al psicoanálisis (para quien busque eso váyase olvidando). Por el contrario, conciente de esa expectativa generada, se dedica a poner los juegos mentales en el centro (es una película que se disfraza de simbolista pero tiene un centro vacío, paródico, tan socarrón como la media sonrisa constante del Freud de Viggo Mortensen), pero al poner lo cerebral en el centro logra hacerse cargo de la cuestión que vibra, que es la carga sexual. En este sentido, el sexo que hay en la película es poco y tratado con cierta distancia (la presencia clave de los objetos y de los espejos construye esa distancia de los cuerpos entre si) justamente porque lo sexual está en lo hablado, en lo cerebral (hay, si se quiere, algo del Stanley Kubrick de Ojos bien cerrados en ese idea del sexo como una actividad mental). El resultado termina siendo extraño, agobiante y tensionador. Y nunca se hacen grandes olas pero siempre estamos en el medio del Triángulo de las Bermudas de los tres protagonistas y su mejor invención: el mejor sexo está ahí afuera, en el imaginario que construyen ellos sin saberlo. Pasan los años y Cronenberg se depura más y más. O quizás este haya sido el límite: Cosmópolis parece una vuelta a las viejas épocas. Veremos cómo continúa.
Un Triangulo Poco Terapéutico. Basada en hechos reales, el director canadiense David Cronenberg (Una historia violenta, también con Viggo Mortensen) se remonta a los inicios del psicoanálisis en una historia de amor imposible entre el psiquiatra Carl Gustav Jung (interpretado por el convincente Michael Fassbender: Bastardos sin Gloria) y su bella paciente rusa, Sabina Spielrein (Keira Knightley: Nunca me abandones) que con el devenir del tiempo se convertirá en otra adepta de la escuela del psicoanálisis fundada por el célebre Sigmund Freud (Viggo Mortensen) a quien se lo muestra como un partícipe secundario de esta historia. A este trío se añade Otto Gross (Vincent Cassel: El cisne negro), un paciente libertino decidido a traspasar todos los límites. Esta exploración de la sensualidad, de la ambición y del engaño llega a su momento cumbre cuando Jung, Freud y Sabina se reúnen antes de separarse definitivamente y acabar cambiando la dirección del pensamiento moderno. La película corre sobre un hilo conductor bastante complicado, que no la hacen muy llevadera a la historia, pero con interpretaciones muy bien logradas por parte de Viggo Mortensen y Michael Fassbender. Si bien el film por momentos se asemeja a una obra teatral, es interesante remarcar que consigue una buena ambientación, banda sonora y fotografía digna. No se puede marcar Un Método Peligroso como uno de los mejores films del canadiense realizador, pero es un relato digno de conocer.
El turno de la mente David Cronenberg se caracteriza por bucear en las perversiones del ser humano a través del cuerpo. Lo corporal representa de manera simbólica el lado oscuro de la mente. En Un método peligroso (A dangerous method, 2011), el director canadiense se ocupa de los personajes reales que estudiaron científicamente las causas de las relaciones entre mente y cuerpo: Sigmund Freud y Carl Jung. La historia nos lleva a 1906, cuando Carl Jung (Michael Fassbender) está encargado del hospital psiquiátrico de Zúrich, al que ingresa una paciente declarada histérica: Sabina Spielrein (Keira Knightley). Ella parece ingobernable y entabla una especial relación con Jung como asistente de sus estudios psicológicos. Pero luego devendrá en una fuerte relación amorosa, marcada por la pasión y la violencia. Paralelamente, ambos visitaran al padre de la psicología Sigmund Freud (Viggo Mortensen), con quien discutirán métodos y nuevos estudios al respecto de la repercusión de la sexualidad en la vida de los seres humanos. Un método peligroso es una película de reconstrucción histórica sobre un amor imposible con el psicoanálisis de contexto. Basada en el libro de John Kerr, el proyecto estaba destinado a ser protagonizado por Julia Roberts. Por suerte eso no sucedió y cayó en manos de David Cronenberg, que lo aleja de lo novelesco para aportarle su dosis de creatividad y oscuridad ligada –siempre- al ser humano. La historia nos presenta un conflicto de intereses ligados a las primeras y revolucionarias teorías psicoanalíticas. Las teorías sobre la sexualidad descubiertas por Freud, interpretado por un soberbio Viggo Mortensen, y las teorías más relacionadas al misticismo que impulsa Jung. Entre la admiración y la confrontación por entender la mente humana, está lo incomprensible y aún por explorar, ligado a los placeres carnales. En esta dimensión se cuela el tercer teórico Cronenberg, quien asegura no querer comprender nada de la mente humana, sino sentir el goce por la exploración a través de sus films. En el contexto de su filmografía, Un método peligroso no está entre los radicales límites que puede alcanzar el director de Festín Desnudo (Naked Lunch, 1992). Lo convencional del relato, su correlación histórica y su pie en la ciencia, restringen la creatividad arqueóloga de Cronenberg. Sin embargo, desde un sobrio tratamiento del relato, de la ciencia y de los personajes reales, logra un film inteligente, atractivo y perversamente interesante.
David Cronenberg es uno de los más grandes directores de cine vivos y en actividad. No es una afirmación caprichosa. Desde sus comienzos a fines de los ’60, casi en los ’70, y al igual que Steven Spielberg y Martin Scorsese, viene estrenando film personales, a veces no tan exitosos comercialmente, pero con un nivel de calidad por encima del de la mayoría de sus colegas. Un artista que, aunque no temió reinventarse a sí mismo, jamás dejó de ser fiel a sus preocupaciones temáticas. ¿Cuántos realizadores pueden jactarse de haber filmado obras maestras como Cuerpos Invadidos (título argentino de Videodrome), La Mosca, Pacto de Amor y Una Historia Violenta, entre otras? Además, sus películas son esperadas y adoradas por los freaks más deformes y por los intelectuales más cultos, curiosos privilegio que comparte con su tocayo Lynch y con cineastas orientales como Takashi Miike.
Los comienzos del psicoanálisis, el amor, las perversiones y una amistad rota son los tópicos que David Cronenberg explota en su nueva obra. A finales del siglo XIX, la medicina estaba por dar un giro inesperado. Ya no era el cuerpo lo que se buscaba curar, sino la mente, y no con remedios o bálsamos, sino con la palabra. Desde Suiza, Carl Jung (Michael Fassbender), un joven de 29 años, casado y a la espera de un hijo, busca implementar este concepto de la cura a través de la palabra, y la paciente experimental que encuentra es Sabrina Spielrein (Keira Knightley), una mujer con serios problemas mentales, extremadamente nerviosa, masoquista y con deseos sexuales irrefrenables. Ella viene de una familia bien y su cultura sorprende a Jung, que pronto la sumará a su equipo como ayudante, a la vez que la analiza. Por el otro lado, en Viena, lo tenemos a Sigmund Freud (Viggo Mortensen), el creador del concepto de la cura a través de la palabra ("psicoanálisis", así lo bautizó) que es solicitado por Jung para hablar sobre el caso Spielrein. Para Freud, todo problema sale de uno, y casi siempre tiene su ancla en el costado de la sexualidad, pero Jung se niega a creer esto. El problema es que, con el tiempo, y sobre todo luego de la aparición de Otto Gross (Vincent Cassel) en su vida. Gross, era un psicoanalista muy perturbado, drogadicto y aprovechador, que lo único que parecía buscar en sus pacientes era que se acuesten con él. Así, la relación entre Jung y Sabrina se hace cada vez más cercana, hasta llegar a convertirse en amantes, en donde el doctor puede realizar todas las perversiones que tiene reprimidas en su interior, ya que son cosas que con su mujer- una elegante madame de la burguesía- no podría hacer jamás. Un método peligroso se podría dividir en dos películas casi distintas. Por un lado tenemos la historia de amor enfermizo que Jung y Spielrein protagonizan, que es el alma mater de ésta obra. Por el otro, tenemos los diálogos y discrepacias de Jung y Freud, en donde cada uno intenta dejar en claro su punto de vista sobre la mente humana y sobre el probable origen de sus problemas. Las diferencias entre ellos se hacen cada vez más grandes, y a lo largo de la cinta vemos cómo lo que comenzó como una relación fraternal se convierte en una guerra de celos, envidias y orgullos. David Cronenberg realiza una dirección excelente, como nos tiene acostumbrados, pero lamentablemente la película en si no tiene una narración destacable, lo cual se convierte en su único punto en contra. En algo menos de dos horas de películas se intentan resumir casi veinte años de historia, y muchas veces los cortes son abruptos. Está bien que no hayan mostrado, por ejemplo, como Jung debió servir en la Primera Guerra Mundial como médico, pero al ser omitido tan violentamente, en la película esos años parecen apenas dos semanas, y se pierde la profundidad y las distancias que el tiempo marca entre los personajes. De todas formas, el peso real de Un método peligroso cae en los actores, y el trío Fassbender-Mortensen-Knightley se pone la película en los hombros con facilidad. El cameo (no puede catalogarse como más) de Cassel también se destaca, haciendo de ésta una obra que realmente vale por los actores, y no tanto por lo demás. Y es que Cronenberg también quiso marcar esto, al hacer que la mayoría de las escenas sea en interiores, todas muy conversadas, en donde la palabra (no es casual) y no la imágen es la protagonista.
Cronenberg al diván Basada en un guión del célebre Christopher Hampton (de quien hace poco vimos "Chéri" y firma también los guiones de "Expiación, deseo y pecado" "Relaciones Peligrosas" "El secreto de Mary Reilly" y "Carrington" entre tantas otras) quien a su vez adapta la novela “A most dangerous method” de John Kerr y la obra de teatro “The talking cure” de su autoría, "Un método peligroso" es, lejos, lo más flojo de David Cronenberg en este último tiempo. Cronenberg revolucionó con una nueva forma de narrar, el cine en los inicios de los ochenta. Con un cine de género que no era exactamente de terror ni de suspenso, su mano y su mirada de los personajes hacía la diferencia. Sus primeros éxitos son "Scanners" "Cuerpos invadidos" y un gran hit: "La mosca" donde ya la firma de Cronenberg como director garantizaba todo un estilo. Le siguieron propuestas mucho más arriesgadas donde quiso adentrarse en protagonistas más inaccesibles y complejos como en "Pacto de Amor/Dead Ringers" y los gemelos ginecólogos más perversos de la historia del cine interpretados por Jeremy Irons, "M. Butterfly" y la ambigüedad sexual de la famosísima ópera llevada a la pantalla y una deslumbrante y arriesgadísima adaptación de un gran libro de Burroughs "Festín Desnudo / Naked Lunch". Ya en una búsqueda de un cine más personal, se adentra en otro tipo de conflictiva en sus últimos opus y nos brinda dos filmes de gran factura como "Promesas del Este" y "Una historia Violenta" en donde no pierde su sello personal, pero apuesta a una madurez del relato y un registro menos arriesgado. Analizando entonces su carrera, "Un método peligroso" no puede leerse como más que un gran traspié, muy por debajo del nivel que Cronenberg nos tiene acostumbrados. En este caso, el relato se inicia en el momento en que el Dr. Carl Gustav Jung comienza a tratar a una nueva paciente, Sabina Spielrein, una mujer con un traumático pasado que debe sobreponerse a las heridas que le dejó un padre violento. Jung decide recurrir a Sigmund Freud, en pleno momento del desarrollo de la teoría del psicoanálisis, una nueva terapia que se apoyaba en el uso de la palabra y que en ese momento, aún estaba en pleno desarrollo y con ciertas inestabilidades. Es por ello que el relato discurre como entre dos andariveles que si bien se entrecruzan, la puesta los diferencia perfectamente. Si bien le da prioridad al tratamiento del caso de Spielrein y es justamente ella la que triangula el vínculo y se relaciona tan fuertemente con estos dos hombres, el otro punta del relato es la rivalidad intelectual Freud-Jung. Y desde el planteo y la puesta de Cronenberg, el ritmo, el compás y la presencia de ambos sub-relatos, es completamente diferente. Obviamente que el plato fuerte del film para los amantes del psicoanálisis es ver a dos monstruos en acción y recrear estos históricos encuentros, pero lamentablemente es justamente en esos momentos donde los diálogos se hacen algo tediosos y bastante complicados de seguir y la historia se "aplasta" contraponiendose con momentos más dinámicos cuando alguno de ellos se enfrenta a Spielrein. El vínculo Jung-Freud está mucho mejor resuelto en los momentos epistolares, más calmos y distendidos, donde se puede disfrutar como espectador, del pensamiento de ambos. Pero se torna extremadamente complejo y sobrecargado de palabras en los momentos de esgrima verbal, donde el contrapunto y la velocidad del diálogo hace que sea dificilmente disfrutable aún cuando los temas sobre los que discurren son sumamente interesantes (la represión sexual, el masoquismo, las pulsiones y los impulsos). Como puntos a favor, podemos decir que Cronenberg logra una excelente recreación de época con un diseño de producción, vestuario y fotografía, delicados y al servicio de la historia. En el terreno de las actuaciones Viggo Mortensen es Freud en una actuación interesante, algo contenida pero acertada y con una máscara que lo favorece y de la que Mortensen se apropia y aprovecha. Michael Fassbender sobresale en un Jung con todas sus contradicciones, entre la pasión, la profesionalidad y el cientificismo y logra ser el mejor del trío interpretativo principal. Una pequeña participación de Vincent Cassel como el trágico Otto Gross, suma un aporte interesante dentro del elenco. Pero un capítulo aparte merece la interpretación de Keira Knightley en el papel de Sabina. Evidentemente confundida en el armado de su personaje y sobre todo en las escenas iniciales, la sobreactuación, sobreabundancia de gesticulación e infinidad de tics que despliega Knightley hasta llega a hacer molesto el discurrir del primer tramo del film. Totalmente desajustada y fuera de registro con el resto del elenco, es increible que un director talentoso como Cronenberg no haya dado en la tecla para que justamente una actriz como Knightley, acostumbrada a encarnar algunas heroínas de la época. Después, ya en la segunda mitad del film, hay algunos momentos en donde lo etéreo de su figura hace presente ese objeto de deseo sobre el que gira y se contruye un ícono de la psicología moderna. Como saldo, un conjunto de partes interesantes que no logran ser en ningún momento más que el todo. Dos personajes fuertes, pilares en la búsqueda científica, una excelente interpretación de Fassbender y un diseño de arte delicadamente deslumbrante no alcanzan para mantener el interés y que "Un método peligroso" se gane un buen lugar dentro de la obra de un cineasta que ha logrado sacudir las estructuras.
La mejor forma de definir A Dangerous Method es comparándola con una película de acción directo a DVD, o peor aún, una de terror hecha para televisión. Si perteneciera a este tipo de géneros jamás habría visto una salida en cine, pero al estar dirigida por el maestro David Cronenberg y contar con un interesante elenco, no podía pasar sin tener un lanzamiento en la gran pantalla. ¿Qué tiene en común entonces con este tipo de géneros directo al mercado hogareño? A Dangerous Method es una propuesta fría, con actuaciones que no sobresalen de ninguna manera. Ningún personaje cambia en el transcurso de la trama, no hay ninguna emoción, hasta hay una participación especial de Viggo Mortensen que sirve más para vender la película que como recurso argumental. La premisa de presentar una lucha intelectual entre dos de los psicólogos mas importantes de nuestra generación, y las consecuencias que sus formas de pensar acarrean, tiene el potencial para ser una película impactante. Pero no ha sido así. Uno siente que la famosa charla entre Jung y Freud se transfiere de una escena de la película a todo el ritmo que esta lleva. Con tan solo 100 minutos de metraje, la narración que lleva Cronenberg hace sentir a uno que ha pasado 13 horas viendo su último film. No ayudan tampoco las actuaciones de sus protagonistas. Michael Fassbender se encuentra muy bien como Jung, pero mientras avanza la historia uno espera que la liberación de sus instintos lleve a este especialista hacia un punto sin retorno de violencia. Algo como lo que se pudo ver en el pasado en A History of Violence, del mismo director. Y los ingredientes estaban servidos. Jung pasaría de ser un hombre de familia para cumplir sus más oscuros deseos e instintos, pero cada secuencia de liberación sexual es fría. Un pecado para escenas donde lo vemos a Fassbender dándole nalgadas a Keira Knightley en paños menores. Esto nos lleva al punto mas bajo de la cinta, ya que la actuación femenina es risoria. Su interpretación de una persona con una enfermedad mental y maniática es, quizás, una de las actuaciones mas ridículas que vi en mucho tiempo. Y en el momento en que su personaje se vuelve mas serio gracias al método de curación de Jung, su trabajo solo empeora más. Puntos extras para David Cronenberg que no solo logro sacarle una pésima actuación, sino también que se vea como una mujer horrible sin necesidad de maquillaje alguno. Desde el punto de vista técnico es correcta, pero no sobresale. La ambientación de la época y la fotografía están bien, pero como el resto del film es tan frío, uno no puede sentir que realmente influya en algo los grandes paisajes que se ven. ¿Y Viggo Mortensen? Aparece en alguna que otra escena para comentar algo, y no deja de ser eso. No se deja de sentir como una aparición especial para atraer mas publico al cine. David Cronenberg es un gran director con excelentes joyas en su currículo. A history of violence, The Fly, Eastern Promises, son películas que han tratado la transformación de un personaje, física o mentalmente, de una forma más efectiva. Uno sentía que estaba cambiando toda la cinta, acorde el personaje se dejaba llevar por sus instintos. A Dangerous method no hace nada de eso, así como empieza el film, termina. Si fuera una película dirigida al mercado del DVD, seria más recomendable. Pero al ser un largometraje con tantos talentos por detrás, es un desperdicio de recursos.
Pasiones versus ideas Como las capas de una cebolla, el antecedente de este último film del canadiense David Cronenberg, Un método peligroso, es la novela homónima de John Kerr que a su vez ha inspirado al dramaturgo Christopher Hampton (autor del guión) para montar una obra teatral The Talking Cure que sirve como punto de partida para este ambicioso proyecto del realizador de Videodrome, protagonizado por Viggo Mortensen, Michael Fassbender y Keira Knightley en los roles estelares. Lo de ambicioso no obedece exclusivamente a la temática explorada, los albores del novedoso método del psicoanálisis en el contexto de la Europa próxima a disgregarse por la Primera Guerra Mundial, sino por la abultada lista de tópicos que Cronenberg intenta repasar sin perder de vista la idea cinematográfica de ficción y la manifiesta lejanía de cualquier género que pudiera encasillar la historia narrada. Así, nociones básicas sobre la teoría psicoanalítica a la hora de hablar de represión sexual o de tensión de pulsión de vida y de muerte ocupan el eje teórico y conceptual del que emanan diferentes disquisiciones entre maestro y discípulo, léase una rivalidad incipiente entre Sigmund Freud (Viggo Mortensen) y su colega Carl Gustav Jung (Michael Fassbender) a partir de la consulta y el tratamiento de una paciente rusa, Sabina Spielrein (Keira Knightley), quien presenta síntomas de lo que luego se conocería como histeria. Pero eso es tan solo la cáscara que atizará las llamas de la rivalidad, los celos y las admiraciones encubiertas, en el trasfondo de un perturbador relato que trasciende la simpleza de un triángulo amoroso causado más que por el deseo sexual reprimido por un cruce de egos y la afirmación de la cuota de poder que da el conocimiento, al punto de convertir al paciente en un objeto de estudio fascinante opacando su condición de contradicción humana para caer en las redes de la seducción femenina y perder todo sentido de objetividad ante el fenómeno psicoanalítico. Conceptos tales como el de transferencia y contratransferencia operan dialécticamente como uno de los vértices de este triángulo, así como las interpretaciones psicoanalíticas de los sueños entre Freud y Jung en un vínculo que sufre los embates de las pasiones y las ideas con la misma intensidad en que cada uno defiende su posición intelectual frente al otro con un discurso mucho más radical y cientificista por parte del padre del psicoanálisis ante una mirada próxima al misticismo en el caso de Jung, algo que muchos expertos en la materia consideran en algún sentido una teoría superadora de Freud y en otros un craso error producto de la especulación. No obstante, en un film en el que la impronta de la palabra conlleva por un lado la esperanza de una cura de una enfermedad mental y por otro potencia la fuerza de una crítica destructiva; la retórica aplastante que eleva o destruye prejuicios con la misma energía que los inventa a cada rato, la importancia de un guión sólido que se ajuste al desafío es prácticamente ineludible a la hora de dar un veredicto final. En ese sentido cualquier avezado en elementos del psicoanálisis generales pondrá sus reparos en la liviandad y licencias que el film se toma, así como en la caricaturización de Sigmund Freud espléndidamente construida por Viggo Mortensen y la de su par Jung desde la máscara turbadora de Michael Fassbender, sin olvidar claro está la entrega corporal y dramática de Keira Knightley para un personaje intenso, ambiguo, seductor y cruel en lo que sin lugar a dudas es el mejor papel de su carrera hasta el momento. David Cronenberg nuevamente se ubica en el territorio de los privilegiados a fuerza de coherencia e inventiva para organizar una puesta en escena que escapa del corset teatral y juega de forma constante con lo visible y lo no visible en un guiño sutil a la idea de representar ese universo misterioso y lejano llamado inconsciente.
Inconsciente colectivo Freud, Carl Jung y una paciente, luego colega: cóctel de sexo, psicoanálisis y abusos. A veces tenés que hacer algo imperdonable para poder seguir viviendo.” La frase, dicha con más dolor y arrepentimiento que con regodeo o deleite, sale de la boca del Carl Jung que crearon Christopher Hampton (autor de la obra teatral en la que se basa el filme) y el director David Cronenberg, cuando al atribulado Jung ya no le queda espacio para la dialéctica analista/paciente. Teniendo a Sigmund Freud como mentor -no está de más recordar aquello de la figura paterna-, Jung es uno de los tres vértices del triángulo entre ideológico y perverso de Un método peligroso . Otro es Freud, y el tercero y responsable de que el padre del psicoanálisis y el eminente psiquiatra se conozcan, dialoguen, se envidien y separen a comienzos del siglo pasado es Sabina Spielrein. El asunto es que la palabra por sí misma no había sido hasta ahora el vínculo más directo de Cronenberg con su público. Realizador de buen pulso para el relato sugerente, aquí Freud, Jung y Sabina son lo más antiperonistas que se pueda imaginar: hechos y no palabras. Hay marcas en el relato que son propias a cualquier Cronenberg: el sexo, la relación de poder, el abuso, el amor/odio, y -si se bucea más profundo- el tema del doble, y el querer ser y el ser. Y no hay que ser un experto en neurosis o histeria, ni reconocer la influencia de los impulsos sexuales o las meras pulsiones eróticas para entrarle al asunto. Que no es un tratado ni una aproximación histórica al psicoanálisis. Saber quiénes fueron los personajes, ayuda, pero no limita. Algo maníaca y perturbada, Sabina ingresa a la clínica donde Jung la atenderá de acuerdo a las lecturas que ha hecho de don Sigmund, y su método. De a poco la cuestión empieza a enturbiarse, no por la enfermedad de la paciente, sino por el amor que se despierta entre ambos. Como para analizar es que la relación entre el analista casado y la enferma comienza mucho antes de que la mente de ella empiece a liberarse, y a sanar, y pueda ser muchos años después, más que discípula, colega. La contraposición entre los personajes, por distintas raíces, sea de pensamiento, de experiencia vivida o de religión -Cronenberg remarca que Freud y Sabina son judíos, y Jung, protestante- es riquísima, tanto en los diálogos como en las actitudes -la media sonrisa de Viggo Mortensen como Freud, mascando su cigarro; los ataques de Sabina, que se excita recordando cómo la castigaba su padre (Keira Knightley); y el triste y consternado Jung de Michael Fassbender. La relación cuerpo mente, cóm o el sexo interviene y predomina en las conductas lleva aquí a pensar aquello de que si se actúa como se piensa en vez de como se siente, pasan cosas raras. Como le pasa a Jung.
Cronenberg explora la relación entre Carl Jung y Sigmund Freud En principio, Un método peligroso -con su estructura clásica, su elegante puesta en escena, su ambientación en tiempos y terrenos de la burguesía victoriana, y su narración basada sobre todo en diálogos e intercambio de cartas- parecería una película más propia de James Ivory que de David Cronenberg. Sin embargo, las apariencias engañan, y bajo la superficie intelectual de las eminencias del psicoanálisis en la Europa de principios del siglo XX se esconde una provocadora exploración de la sexualidad, el poder, los celos, la culpa, la hipocresía social y la ética profesional. La decisión del notable director canadiense -famoso por sus explícitas historias sobre el terror, las perversiones y la violencia- de reconstruir la compleja relación entre Carl Jung (el talentoso actor de moda Michael Fassbender) y su mentor, el mítico Sigmund Freud (un descomunal Viggo Mortensen), puede generar (ya los generó) diversos cuestionamientos tanto desde el lado de sus fans como desde el purismo psicoanalítico, en ambos casos con argumentos entendibles pero bastante parciales. El film tiene en el vértice de su triángulo a Sabina Spielrein (Keira Knightley, la menos convincente del trío protagónico), una judía rusa que se acercó al consultorio de Jung en Zurich para someterse a un por entonces experimental tratamiento ("la cura hablada") para su histeria sexual (había sido víctima de todo tipo de abusos por parte de su padre). Ese caso generará múltiples intercambios y crecientes recelos entre un atormentado e indeciso Jung y un Freud que se convierte en algo así como un fanático defensor de la "causa" más ortodoxa y temeroso de que los excesos e indiscreciones puedan desacreditar la disciplina. La historia tendrá múltiples implicancias y alcances, ya que Spielrein se convertirá primero en amante del suizo y luego en una prominente colega de ambos. El film alcanza a transmitir con unos pocos elementos y subtramas los contrastes entre el clima de euforia y la moral represiva, entre la avidez de experimentación y el puritanismo, para exponer ese clima de época propio de los tiempos previos a la Primera Guerra Mundial. La relación entre Jung y su devota (y adinerada) esposa Emma (Sarah Gadon), el caso del psiquiatra Otto Gross (Vincent Cassel), capaz de manipular de forma brillante a su propio analista hasta convencerlo de arriesgarse a mantener relaciones sexuales con su atractiva paciente, sirven para exponer los matices y los dilemas, las contradicciones entre el brillante discurso y las miserias íntimas de aquellos pioneros, tan geniales y tan elementales a la vez. Un método peligroso puede abrumar a algunos, incomodar a otros, pero también cautivar a unos cuantos, como Cronenberg ya lo había hecho con la exploración mental de Pacto de amor. En esta era de cine a propulsión de efectos visuales, el imperio del diálogo puede ser visto como algo old fashioned o incluso demodé, pero el poder de la palabra (cuando es inteligente, profundo e incisivo) también resulta una apuesta subversiva que, como en este caso, alcanza resultados fascinantes.
Creación que amenaza Que Sabina se convierta en un peligro para Jung e incluso Freud refuerza una idea presente en la obra de Cronenberg: la creación como algo que cobra vida más allá de los deseos de su creador. En una de las primeras escenas de Un método peligroso, el doctor Carl Jung está desayunando junto a su esposa, embarazada, y comentan acerca de la criatura que está por nacer. Lo que Jung todavía no sabe, pero el montaje y la puesta en escena del director David Cronenberg lo anticipan, es que Jung también está “preñado”: en el seno de su clínica en las afueras de Zurich, está incubando su propia criatura, Sabina S., la primera paciente que se someterá a su “cura por medio del habla”. Que esta criatura luego se convierta en un peligro para Jung e incluso también para su mentor, Sigmund Freud, no hace sino reforzar la idea que está presente en buena parte de la obra de Cronenberg: la creación como una amenaza, como un cuerpo extraño que cobra vida propia más allá de los deseos de su creador. Ya en su lejana versión de La mosca (1986), el propio Cronenberg se permitía un cameo en una escena tan breve como significativa: allí interpretaba a un obstetra que, para su propio horror, extraía del útero de su paciente a un ser monstruoso. Desde entonces –y desde antes incluso: ver Shivers (1975) o Rabid (1976)–, Cronenberg ha sido el partero encargado de dar a luz los temores más profundos del inconsciente. Y no hace otra cosa Jung (Michael Fassbender) con Sabina Spielrein (Keira Knightley), desde la primera sesión de “la cura del habla”: el atildado doctor apenas si puede reprimir su sorpresa ante las extremas manifestaciones físicas de su paciente, cuyo cuerpo se retuerce convulsivamente mientras su quijada, intentando decir lo indecible, parece proyectarse hacia afuera como si se tratara de un alien en su puja por emerger a la superficie. A diferencia de otros films del autor de Scanners, sin embargo, no hay aquí otros signos de un horror gráfico, explícito. Por el contrario: si en Festín desnudo, por ejemplo, la máquina de escribir del novelista se convertía, a la manera de las pesadillas de William Burroughs, en una gigantesca cucaracha, aquí en cambio Sabina S. se irá volviendo, gracias a la terapia, en Frau Spielrein, una mujer cada vez más bella y socialmente presentable, al punto que por incentivo del propio Jung decide seguir sus pasos como psicoterapeuta. Pero más allá de la elegante y serena superficie del lago de Zurich que los rodea, una tormenta se desata en el interior de la alcoba de Sabina, donde ella ha convertido al doctor Jung –casi contra su débil voluntad– en su amante y a quien le pide que la azote en las nalgas tal como lo hacía su padre. La criatura va tomando el poder sobre su creador, de la misma manera que el discípulo desafía al mentor: desde el momento en que Jung atraviesa la puerta de la célebre Bergstrasse 19, en Viena, no puede sino enfrentar a la autoridad que significa la figura paterna de Freud (Viggo Mortensen, en una composición sorprendentemente natural y lograda para representar una figura de ese calibre). El es el único en la mesa familiar del creador del psicoanálisis que se lanza a comer sin pedir el permiso del dueño de casa. En la obra teatral de Christopher Hampton en la que se basa el film, inspirada a su vez en un controvertido libro biográfico de John Kerr, se plantean también antagonismos de clase entre uno y otro: Jung como el despreocupado heredero de la fortuna de su esposa, Freud inquieto en cambio por la necesidad de sostener con su trabajo a una familia numerosa. Pero a medida en que las diferencias teóricas comienzan a acentuarse entre ellos (la película hace un estupendo uso dramático de la correspondencia entre ambos), también parecen pesar –sobre todo en Freud– cuestiones de origen. “Nunca deposite toda su confianza en un ario”, le recomienda a Sabina con relación a Jung. Esa rivalidad de las dos figuras masculinas alrededor de una mujer recuerda a su vez a la de los hermanos mellizos de Pacto de amor, que también eran médicos, de la misma manera que los extraños instrumentos ginecológicos de esa película parecen encontrar aquí un eco en la manera inquietante en que Cronenberg filma el primitivo “psicogalvanómetro” de Jung o las correas y chalecos de fuerza que pueblan la clínica de Burghölzli. Aun partiendo de un material ajeno, Cronenberg es capaz de hacerlo suyo y de convertirlo a su mundo como ningún otro autor cinematográfico logra hacerlo en la actualidad.
Lo nuevo de David Cronenberg Una película sobre la relación entre Carl Jung y Sigmund Freud, con el bonus de una tercera en discordia diagnosticada con histeria, y todo eso dirigido nada menos que por David Cronenberg, arroja una sola certeza: intensidad asegurada. Además, podría decirse que, como ya es costumbre, el realizador canadiense no desentona ni defrauda. Carl Jung y su paciente, al rojo vivo Carl Jung y su paciente, al rojo vivo El relato, si bien tiene en dos de los nombres fundacionales del psicoanálisis a sus personajes más importantes, pone el foco sobre la tempestuosa relación entre Jung (Michael Fassbender) y su paciente más visceral, Sabina Spielrein (Keira Knightley), quien padece de un trastorno de histeria que incluye una pulsión masoquista aguda y descontrolada, que arrastra hasta el mismo consultorio de su terapeuta para envolverlo en una trama enfermiza y terminal. La complejidad del caso de Sabina hace que Jung acuda a su colega Freud (Viggo Mortensen), que acepta el caso aunque con un nivel de compromiso discutible. En el medio, la tensión entre Jung y su paciente crece hasta niveles de amor/odio indisimulables en grado tóxico. Cronenberg, quien en los últimos años viene trabajando su obra desde un camino menos provocador que el que recorrió entre los años 70s y mediados de los 90s (con Crash, de 1996, como último de ese grupo de films subversivos) apela en Un método peligroso a la labor descomunal de Keira Knightley, quien pone el cuerpo a la acción con un nivel de intensidad que, descubrimos, se venía guardando para un trabajo que le exigiera lo que le exige el papel que le encomendó el realizador nacido en Toronto. En ese sentido, la labor de la joven actriz es la columna vertebral de la película, más allá de que la historia se apoye en los célebres hombres del diván y el anotador. Luego de la contundente Promesas del Este, y antes de lo que será su otro estreno que llegará en este 2012, la prometedora Cosmopolis, Cronenberg entrega un film de combustión lenta y tensión constante, un drama con las vísceras al descubierto y la mente en constante exposición clínica. Imperdible.
Psicopateada La joven rusa Sabina Spielrein (Keira Knightley) sufre crisis neuróticas que llevan a sus padres a internarla en Zurich donde el doctor Jung (Michael Fassbender) la trata con nuevos métodos psicoanalíticos. Es durante su tratamiento que la joven capta el interés de Jung más allá de lo profesional. Una vez curada, Spielrein junto a Jung frecuentan a Sigmund Freud (Viggo Mortensen) con quien discuten diversas tesis psicoanalíticas, encuentros que con el tiempo acabarán modificando el curso del psicoanálisis. Keira Knightley hace gala de un oficio interpretativo encomiable al poner el cuerpo a un personaje en crisis. Su actuación es realista y por ende incomoda como solo un psicótico podría hacerlo. El director asume una actitud más bien contemplativa, deja a sus personajes hacer delante de la cámara. En este caso Cronenberg, como Polanski en "Un dios Salvaje", filma teatro. Solo que este último deja su sello en el filme, algo que Cronenberg no consigue. Cuesta hallar al director de "Promesas del Este" o "Crash" en este filme prolijo y tedioso. Las largas parrafadas que tienen a su cargo los actores tal vez hagan las delicias del público psicoanalizado o aquel que tenga interés en la materia. A los neófitos solo les queda el aburrimiento luego de haber conocido a los personajes en general bien interpretados, con excepción de Fassbender a quien no se le termina de creer del todo.
La mente y el cuerpo, teoría y praxis La nueva producción del director David Cronenberg toma como disparador un tema que le gusta mucho: el psicoanálisis. Los personajes principales son Jung y Freud, aunque resulta fundamental el rol de Sabina Spielrein. Vaya desafío el que se impuso el gran David Cronenberg con esta película dialogada, que tiene como eje las discusiones sobre psicoanálisis entre Jung y Freud, allá por el inicio del siglo XX y en un paisaje bucólico y pictórico que sirve como telón para una minuciosa batalla dialéctica. Dos sabidurías en colisión, dos ideas enfrentadas sobre la ciencia, dos miradas sobre un mundo donde aún no resuenan los ecos de la Primera Guerra Mundial, en aquella Viena iluminada por el gran director de fotografía Peter Suschitzky. Desafío como pocos, el de Cronenberg, director notable, acostumbrado al riesgo sin rodeos como declaran sus incursiones en JG Ballard (Crash) y William Burroughs (Naked Lunch), dos adaptaciones que se agradece cayeran en manos del cineasta nacido en Toronto. Sin embargo, Un método peligroso puede llamar a engaño. En la superficie, sí, recorre la imposible amistad y las interminables conversaciones de Jung y Freud, ambos encarnados por Fassbender y Mortensen en trabajos gélidos y distanciados, irónicos en sus mínimos gestos, seguramente como deseaba Cronenberg. Pero la película va más allá de un enfrentamiento de ideas para transformarse en un film clásico del director, farragoso en palabras, pero de una complejidad intimidatoria. Desde el mismo inicio, se presenta una joven, Sabina Spielrein (Keira Knightley, estupenda), el vértice ideal para el menáge a trois afín al cineasta, tal como lo mostraba en Pacto de amor con los ginecólogos gemelos y la paciente con una vagina de tres cavidades. Pero en Un método peligroso a Cronenberg no le importa el cuerpo extraño, tampoco las cicatrices y heridas ni mucho menos los granos, forúnculos y pústulas viscosas que constituian sus películas de los años ochenta e inicios de la década siguiente. El sexo se ha convertido en algo mental, reflexivo, invasivo en la cabeza del otro, nunca en el cuerpo. Poco y nada se observa desde lo sexual en las imágenes de Un método peligroso, ya que lo genital ha sido sustituido por la teoría y el combate dialéctico de ambos científicos, explorando en la mente de la paciente, convirtiéndola en un objeto de deseo intangible, manipulable para ambos, indescifrable frente a la catarata de palabras que invade (casi) toda la película. Por eso Sabina Spielrein, a futuro una reconocida terapeuta, es el gran personaje del film, desplazando a la mordacidad de Freud y a las idas y vueltas matrimoniales de Jung. Es que Cronenberg toma como disparador al psicoanálisis para retomar el tema que más lo complace: un terror mental, frío, cerebral, donde el cuerpo (la praxis) es remplazado por la cabeza (la teoría). Film de tesis, ambiguo y desconcertante, de múltiples facetas e interpretaciones, “pesado” por sus apabullantes ideas, molesto e incómodo de ver. Por esas mismas razones, Un método peligroso es una película a la que no se debería darle el alta.
Unas relaciones muy complejas Basada en una novela de John Kerr y la obra teatral de Christopher Hampton (el mismo de "Las relaciones peligrosas"), el filme de Cronemberg trata sobre la relación entre dos personalidades del psicoanálisis, Carl Gustav Jung y Sigmund Freud, discípulo y maestro respectivamente y la tercera en discordia, Sabina Spielrein, una inteligente joven rusa, que llega a la clínica de Zurich, en la que vive el profesor Jung, recién iniciado en su profesión. Acompañado por su esposa, una rica aristócrata suiza, culta y bella, Jung aplica "la cura por el habla o por la palabra", de raíz freudiana en el tratamiento de la histeria de Sabina, que en el futuro se convertiría en una notable psiquiatra y en la amante de su médico. RELACION EDIPICA Mientras en la película, la edípica relación Freud-Jung se centra en la disidencia respecto de la importancia que da el autor de "La interpretación de los sueños" a lo sexual en el origen de ciertos trastornos mentales y la particular molestia que le causa ver a su discípulo liberado de todo compromiso económico, gracias a la fortuna de que puede disponer; el terceto Jung- Sabina-Freud se mantiene en un delicado equilibrio de pasión entre los dos primeros y amistad profesional en la dupla Freud-Sabina. Aclaremos que la óptica es la del autor de las obras en las que está basada la película. Esta es una película de David Cronenberg ("Crash", "Almuerzo desnudo"). Pero no parece de Cronenberg. Vuelve a darse lo que pasó con el Polanski de "Un dios salvaje", todo se asordina y salvo el comienzo, rezuma elegancia, buenos modales y diálogos inteligentes. PATOLOGIA La primera escena con la llegada de la chica en pleno ataque histérico una tarde de 1904, preanuncia, por la dureza de la situación, un aquelarre tipo Ken Russell en "Los demonios", pero no, sólo parece quedar la escuela interpretativa de Vanessa Redgrave, modelo bastante similar al tomado por Keira Knightley para desarrollar dramáticamente su patología. El resto del filme exhibe un cuidado diseño de producción, exquisito, diálogos muy cerebrales y un grupo interpretativo de primer nivel. Mortensen como Freud, impecable en su contemplativa composición y el ascendente Fassbender, igualmente contenido, bien lejos de su patética "Shame", de próximo estreno. Keira Knightley desplegando una actuación física bastante complicada, junto a Vincent Cassel, como salido de una novela del Marqués de Sade y Sarah Gadon en la bien educada Emma Jung. En síntesis, una película inteligente, bella, con la precisión helvética y cierta frialdad alpina.
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Hito en la historia del psicoanálisis Tres sectores de público pueden ser atraídos por esta película demasiado hablada para el espectador común. Los interesados en la historia del psicoanálisis, ya que se cuenta la significativa relación entre Carl Jung y su paciente (luego amante y colega) Sabine Spielrein, relación objetada por Sigmund Freud. Los seguidores del director David Cronenberg, que en su elogiable madurez se prueba en una película de época sin un solo asesinato ni mayores violencias, donde la tensión se va forjando en los diálogos amistosos de maestro y discípulo levantisco, antes que en los diálogos ansiosos de analista y paciente alzada (que recibe complacida algunos chas-chas). Y quienes se deleitan con las ambientaciones exquisitas. Esto último, porque el asunto transcurre en apartadas clínicas suizas para gente de dinero, y preciosos hogares y paseos vieneses de la Belle Epoque. El sobrio y refinado mobiliario austríaco, los aparatos de medicina de aquel tiempo, las bibliotecas, las ropas de la burguesía, son un deleite para el espectador que se agobie con los diálogos. Para él se lucen las huestes de la directora de arte Anja Fromm, la misma de «Cheri», también ambientado en la misma época, y la vestuarista Denise Cronenberg, hermana del director y su mano derecha en ese rubro. Pero los diálogos son bastante buenos. Nacen de la pieza teatral «The Talking Cure», de Christopher Hampton, a su vez basada en el libro «A Dangerous Method», de John Kerr (dicho sea de paso, este Hampton es el que viene cada tanto a comer en San Telmo, y ha hecho buenas películas, pero también un bochornoso «Imagining Argentina» en las afueras de Olavarría). ¿Y por qué es peligroso ese método? Ahí está el motivo de discusión entre Freud y Jung, uno restringido a la observación científica y otro abierto a observaciones más cercanas y empíricas, pero ambos manteniendo en sus charlas el nivel y la compostura, lo que hace atractivo su seguimiento. Por supuesto, detrás también está la ambición del alumno. Curiosamente, la mejor escena de esa lucha civilizada apenas tiene dos líneas, y es cuando al padre del psicoanálisis lo mandan a la segunda clase de un transatlántico mientras el otro, mezquino y casado con una mujer más pudiente, viaja en primera. Muy bien Viggo Mortensen, haciendo un vivo retrato de Freud sin solemnidades, severo pero de buen humor. Bien el ascendente Michael Fassbender. Medio cansadora la flacucha Keira Knighthley. De complemento, Vincent Cassel como Otto Gross, el iniciador de la «antipsiquiatría», personaje histórico que acá lamentablemente apenas queda mal expuesto. Para interesados en el caso Jung-Spielrein, hay una exposición más fuerte y comprometida, «Prendimi l´anima», de Roberto Faenza, acá editada directo en dvd como «Te doy mi alma».
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David Cronenberg siempre le brinda al espectador un desafío. En este caso, basándose en una novela y en una obra de teatro, con grandes actores: Michael Fassbender, Vigo Mortenssen y Keyra Knightley. Muestra el choque de mundos, el encuentro de mentes brillantes, la represión, el sexo, los celos entre Freud, Carl Jung y Sabrina Spielrim, con un estilo que por momentos descoloca al espectador.
La verdad que se extraña el viejo cine clase B de David Cronenberg cuando ofrecía historias totalmente bizarras y delirantes como Scanners, Exitenz o Spider, que tenían escenas memorables que quedaron en el recuerdo del espectador durante mucho tiempo. Sin embargo, cuando el director apuesta por una temática distinta en su filmografía y brinda buenas películas como Un método peligroso, uno no puede dejar de estar agradecido por el hecho que este tipo sigue activo en el mundo del séptimo arte. Su nuevo trabajo presenta un relato fascinante sobre los comienzos del psicoanálisis en un momento en que esa práctica terapéutica estaba en pañales. Lo genial de este film es que lo que un principio parece una producción diferente de Cronenberg, con el transcurso de la historia descubrimos que este conflicto acerca de la turbulenta relación entre Carl Jung y Sigmund Freud en realidad trabaja muchas cuestiones que el realizador ya abordó en algunos de sus clásicos como las obsesiones, los celos, los demonios interiores con los que lidia todos ser humano, el sexo y la violencia. La diferencia es que acá esos elementos son tratados en otro contexto. No hay mutantes ni ciudades futuristas, sino que el escenario principal de la historia es la sociedad de principios del siglo 20. El núcleo del film gira en torno a la relación que se forma entre Freud (Virggo Mortensen), Jung (Michael Fassbender) y Sabina Spielrein (Keira Knightley) que en un comienzo fue paciente de ambos doctores y luego se terminó convirtiendo en una de las primeras mujeres psicoanalistas de la historia. Cronenberg hizo un gran trabajo como narrador a la hora de capturar la atención del público con el retrato de esos tiempos donde el psicoanálisis todavía era una práctica novedosa. Un problema que tal vez tiene esta propuesta es que el guionista Chistopher Hampton (autor de la obra de teatro “A Talking Cure” sobre la que se basa este estreno) da por sentado que todos los espectadores que van a ver esta película son egresados universitarios de la carrera de psicología. En consecuencia, hay varias cuestiones técnicas relacionadas con la neurosis y las terapias analíticas, que se tratan en algunas escenas, de un modo que si no estás interiorizado en estos temas sólo te quedás con la cáscara de las cosas que se discuten. Ojo que tampoco es un film incompresible o complejo de seguir, pero es claro que un estudiante de psicología o un analista profesional va a tener una mirada mucho más profunda de esos momentos de la trama que el espectador común. En pocas críticas vas a leer esto, ya que esta semana parece que son todos discípulos de Freud. Lo mejor de Un método peligroso es el trabajo de los tres protagonistas. Muy especialmente, Keira Knightley, quien es una actriz totalmente subestimada por la prensa y acá brinda una composición muy creíble donde se destaca en varias escenas. Viggo Mortensen (Freud) sigue consolidando sus colaboraciones con el cineasta canadiense, donde una vez más tiene la oportunidad de lucirse como actor de un modo que no acostumbra hacerlo con otros realizadores y Michael Fassbender, con una asombrosa versatilidad, directamente se roba la película en el rol de Jung. En definitiva, el nuevo trabajo de David Cronenberg es una propuesta recomendable que merece su visión, muy especialmente si te interesan estos temas que se abordan.
Cronenberg reprimido Un método peligroso, estreno de esta semana, es una película de David Cronenberg. Como tal, merece atención. Sin embargo, este juego histórico y conceptual entre Carl Jung, Sabina Spielrein y Sigmund Freud sólo por momentos logra escaparle al quietismo y la rigidez. Un método peligroso es, de todos modos, una película inteligente. Pero una película inteligente no es necesariamente una gran película. Es decir, la película de Cronenberg está llena de “contenido interpretativo”, de detalles como para afirmarse sobre ellos y escribir. Referencias y conexiones a otras películas del director, referencias a la Historia (la que ocurría en Europa en el primer cuarto del siglo XX, los años de la película, y también la que ocurriría en el fatídico segundo cuarto). Hay también grandes cocciones de ideas sobre el psicoanálisis, y buenos planos de hermosos paisajes. Esas cocciones son demasiado grandes, demasiado conscientes de la posteridad: la película está hecha hoy, pero los personajes viven en el pasado, y esa tensión propia de todo cine “de época” no se resuelve satisfactoriamente. Se está en un pasado biográfico, pero la mirada es contemporánea. Así, los personajes no viven del todo, se sienten “escritos”, por más que Viggo Mortensen haga un Freud interesante en su opacidad (cuando la historia lo deja y no lo obliga a mostrar de forma demasiado evidente la envidia por el buen pasar económico de Jung). Parte de esa falta de vitalidad quizás sea herencia de la obra de teatro en la que se basa la película, y otra parte seguramente resida en los diferentes registros del calmo Michael Fassbender (calma que Tarantino usó provechosamente en la bullanguera Bastardos sin gloria pero que a Cronenberg le anestesia la película) y de la tensa Keira Knightley, que con sus sacudidas no parece poder salir de una posesión entre demoníaca y melodramática digna de otra película. Hay demasiada elegancia en Un método peligroso, como si Cronenberg estuviera haciendo la película contra sus recientes y salvajes Una historia violenta y Promesas del Este. Así, las escenas de sexo entre Jung y Spielrein son demasiado pictóricas (¡y esa sangre demasiado fundamental!). Y todo es demasiado limpio, aséptico. Cronenberg suele tender a esa asepsia, pero las turbulencias de mucho de su cine anterior le impedían el mal de la elegancia, la estampita histórica con riesgo de “vidas de hombres ilustres”. De todos modos, otro grande como John Huston también tropezó con la biografía de Freud e hizo una de sus películas más flojas (Freud, 1962). Y la película más frontalmente psicoanalítica de Alfred Hitchcock, Cuéntame tu vida, tampoco está entre sus mejores. Y Fellini se empantanó con Giulietta de los espíritus. Es que, ya se sabe, el cine está cargado de psicoanálisis sin necesidad de traerlo y exponerlo de frente, conceptual o biográficamente. Para cerrar por esta semana, les dejo diez recomendaciones de películas extranjeras para el Bafici (pondré más en El Amante y otras en algún otro medio): Pablo, de Richard Goldgewicht White Men de Alessandro Baltera, Matteo Tortone Crulic - The Path to Beyond de Anca Damian Des épaules solides de Ursula Meier Community Action Center, de A.K. Burns, A.L. Steiner El salvavidas de Maite Alberdi Soto Unfinished Spaces de Alysa Nahmias, Benjamin Murray El programa de cortos de los hermanos Zellner P-047 de Kongdej Jaturanrasmee Tabu de Miguel Gomes
Cronenberg nos presenta a su mentor Muchos se mostraron sorprendidos al enterarse que David Cronenberg iba a contar en su proxima película la historia entre la relación de Sigmund Freud (Viggo Mortensen) y Carl Jung (Michael Fassbender) pero recorriendo la filmografía de Cronenberg me pregunto ¿Que otro director mas que él retrato en la última época tan exquisitamente la psicología humana?. Desde su filmografía más clase B (que por cierto se extraña y mucho) hasta su reinvención como cineasta más clásico que coincide con su encuentro artístico con Viggo Mortensen, Cronenberg se muestra obsesionado con la dualidad que habita en el ser humano, esa dicotomía Hombre-Monstruo, Hombre-Máquina que termina en una personalidad que se diluye, la búsqueda de la identidad, la pulsión latente que generadora de violencia y/o sexo y el placer causado por éstas por nombrar sólo algunas temáticas muestran un gran interés del director por la psicología como tema recurrente en sus obras. Un Método Peligroso es en Cronenberg lo que Kill Bill es en Tarantino, una mención de honor hacia los mentores de su cine pero en un tono que apunta más a lo biográfico que a lo estilístico y el momento específico que el director elige contarnos no resulta casual tampoco, lo que retrata Un Método Peligroso es la ruptura y divorcio de las ideas de Freud y Jung, es precisamente el momento a partir del cual Cronenberg decide hacer cine guiándose más por el segundo que por el primero y es por eso que el protagonista va a ser Carl Jung y la búsqueda de su propia identidad intelectual. La fuerza del relato recae en que las dos líneas de pensamiento son las que aún siguen dividiendo no sólo la psicología sino la postura de cualquier persona frente a sus problemas y es por esto que el resultado final del film lejos de caer en las garras del intelectualismo fílmico se convierte de la mano de Cronenberg en una película entretenida e interesante a los ojos de cualquier tipo de público. Lo más destacable es su dirección, la manera en que la fotografía, la ambientación y el sonido refuerzan constantemente la temática, son muy llamativos los momentos en donde no existe banda sonora ni sonidos ambiente y el cambio en la paleta cromática que sigue la evolución de Jung hacia el encuentro de su propia teoría. Por otra parte las actuaciones son impecables destacando sobre todo la de Keira Knightley encarnando a Sabina Spielrein. Lo criticable es quizás la forma de abordar ciertos momentos históricos y conceptos puramente psicoanalíticos sin ahondar demasiado en ellos razón por la cual el espectador no interiorizado en la historia de estas personalidades se va a perder algunos guiños interesantes. Un Método Peligroso no fue anunciada como la bomba marketinera del año, sin embargo es una gran película de un director que se afianza cada vez más como uno de los más destacables de nuestro tiempo.
La Zona Oscura La fama de David Cronenberg como realizador no se debe a su estética o la originalidad de las historias que elige narrar. Sino al modo en que lo hace, especialmente aquello que decide mostrar, y más importante aún aquello que sugiere sin mostrarlo. El mundo es un lugar oscuro. Detrás de cada expresión se oculta una zona muy siniestra en la mente humana. A veces los monstruos internos sale a la superficie (Scanners, The Brood, Videodrome, Festín Desnudo), otras quedan adentro, y unos mínimos gestos bastan para demostrar es más atrapante tratar de llegar a esa zona, que develarla. La sugerencia es un discurso que hay que saber mostrar de forma muy sutil. En este sentido es muy importante con actores muy talentosos para encontrar la forma de decir sin expresarse, de abrirse solamente con una mirada. ¿Quién diría que Viggo Mortensen, podría convertirse en uno de esos intérpretes? Un Método Peligroso es ambigua, misteriosa pero fiel al espíritu de su realizador. Justamente, es una obra que se da de la mano de aquellas que fueron menos apreciadas por el público y la crítica general, como M. Butterfly. A diferencia de lo que muchos esperarían, Cronenberg decide hacer una película que retrata la relación entre Jung y Freud, demostrando que la mente humana tiene misterios, que ni un psicólogo puede desentrañar. Los personajes son tan ambiguos e indefinibles, que son imposibles de analizar de forma unidimensional. Por un lado tenemos a Sabina, la misteriosa paciente que se termina convirtiendo en psicoanalista, por otro lado Jung, el renombrado psiquiatra que tiene mayores dilemas morales que sus pacientes, y por otro, el oscuro y soberbio Freud, que se pone una máscara para no develar los secretos de su mente. Cronenberg se apiada y victimiza al pobre Jung. Lo manipula, se burla de su ingenuidad y bondad. Su positivismo termina perjudicándolo como personaje, pero justamente eso busca el director. Es que solo un vehículo para explorar el mejor de los personajes, Freud. El mítico creador de la teorías psicoanalistas, es el verdadero Cronenberg. Así, como el protagonista de Spider, Freud no habla de lo que lo preocupa realmente. Su mirada cínica, sus irónicos comentarios son lo único que utiliza Cronenberg para desnudar a su personaje. El resto son conjeturas, conclusiones que debe sacar el espectador. Sin salirse demasiado de la estética teatral conceptuada por Hampton, Un Método Peligroso, es un film que deja picando en la cabeza, mucho después de terminada. Más allá de prolija puesta en escena, Cronenberg es un experto en crear climas lúgubres, sin forzar las situaciones, ni desbordes extracinematográficos. A pesar de contar una sobria escenografía, excelente reproducción histórica o una fotografía expresionista, las mismas nunca toman un primer plano. Los personajes siempre están primero. Tampoco la banda de sonido de Howard Shore, toma una posición notoria, pero el director, lo que busca es que todo esté conectado, y se crea una sensación misteriosa. Como otras obras, la historia tarda en comenzar. Si bien el montaje es más rítmico y, la duración de los planos más reducida, Cronenberg arma el relato lentamente. El humor se hace presente a través de una burla hacia la hipocresía hacia la burguesía alemana de principios del siglo XX, especialmente la comunidad científica. En los oscuros ojos de Freud, se encuentra una ácida mirada acerca de las convenciones y el conservadurismo sexual de la época. El sexo está presente en cada escena, e incluso hay una clara intención fálica por parte del realizador de que Freud tenga un habano en la boca cada vez que aparece. La violencia, el sexo y las drogas es parte del cóctel cronenbergiano. Todo se combina para crear una crítica a lo limitada que es nuestra capacidad de ver la magnitud de estas tres fuerzas juntas. El personaje de Otto Gross representa el libido en su máxima expresión, todo aquello que Jung le gustaría ser: el exceso sin culpa. Los roles se mezclan: la relación padre-hijo se transforma en relación mentor-discípulo, y de repente se dan vuelta a través de las connotaciones sexuales que interfieren. Pero lo más morboso, acaso, es la forma en que todo el dolor y abusos provocan placer en los personajes. Esta sadomatización nos lleva invariablemente a pensar en Crash, extraños placeres. En el universo Cronenberg, todo se relaciona. Los elementos no se aislan, y aún cuando la violencia y el sexo no son tan gráficos como en otras obras a nivel visual, cobran mayor relevancia, justamente porque el director apuesta por lo sugerente fuera del campo visual e incluso fuera del aspecto narrativo. Compleja, misteriosa, maravillosa, Un Método Peligroso no es la típica película que gusta ni bien se termina de ver. Es necesario discutirla y desmenuzarla. Hampton es un dramaturgo profundo e inteligente. Cuando sus guiones fueron llevados a la pantalla por notables realizadores que comprendieron su humor irónico y el patetismo que se oculta detrás de las máscaras aristocráticas, podemos encontrar trabajos tan soberbios como este o Relaciones Peligrosas, la gran obra de Stephen Frears. Fassbender y Mortensen tiene un notable duelo interpretativo, en el que se suma Keira Knightley, que tiene momentos sobreactuados y otros, en donde la contorsión física y expresiva, ayudan a completar la tensión que pretende realizar el director. Vale manifestar que Mortensen parece haber estudiado cada expresión de Christoph Waltz, la original elección de Cronenberg, así como Fassbender se empieza a parecer cada vez más a Aidan Quinn. Por último, los pocos instantes de Vincent Cassel, también son uno de esos lujos que se da esta obra. Cronenberg sigue manteniéndose fiel asi mismo, y sus elecciones temáticas. Por sus historias, cualquier realizador se habría tentado por hacer algo más grandilocuente, pero Cronenberg fija su visión en los detalles del comportamiento humano, convergiendo en espacios reducidos para mantener la tensión y la claustrofobia (recordemos que hizo lo mismo en La Mosca). Hay pocos que explotan el poder de una mirada a cámara de forma tan expresiva como él. La zona oscura no está tan muerta y sigue siendo tan seductora, cuando Cronenberg trabaja sobre ella…
En los albores del siglo XX, un tratamiento experimental (“la cura a través de la palabra”) ayudaba a exorcizar los traumas mediante la exposición oral de los mismos. En 1904 el psiquiatra Carl Jung (el cada vez más solicitado Michael Fassbender) y su mentor Sigmund Freud (Viggo Mortensen detrás de algunas necesarias prótesis) mantenían una tensa relación que se nutría de intensos intercambios de parecer con respecto a la salud mental de Sabina Spielrein (impactante interpretación de Keira Knightley, el verdadero eje de la historia), una paciente casi histérica que se excitaba al recordar los abusos sexuales que había sufrido por parte de su padre durante su adolescencia. Este trío explosivo, ambicioso y perturbado es el encargado de cimentar las bases de la psicología moderna, aunque cierto melodrama quite algo de rigor a la reconstrucción de la relación más importante del mundo del psicoanálisis.
Admitiré ante todo que no he visto demasiado del cine de Cronemberg, salvo por aquellos títulos que forman parte de mi melancolía cinéfila como La Mosca o La Zona Muerta, quizá como muy nuevo la sorprendentemente extraña Crash. Asique para cuando se anticipaba A dangerous method el interés por verla devenía básicamente en el tratamiento del tema, o al menos lo que pensé que trataría, y el detalle nada desdeñable de ver a la Keira Knightley junto a Michael Fassbender y Viggo Mortensen. Pues aquí acabamos, finalmente, con un film un tanto soso entre manos y una historia que finalmente siento me la han vendido por liebre siendo netamente un gato. En una época donde Joligud adelanta tantas cosas en vías de la promoción, es bueno saber que dentro de lo acostumbrado esta película no tuvo tan tremendo prólogo de bombos y platillos pero sí al menos, creo, prometía algo más arriesgado de lo que finalmente ofreció. Puede que muchos me achaquen que no la entendí, no lo niego que así haya sido quizá. Lo que creo es que la historia se planta demasiado desmembrada, no termina contando profundamente nada contundente, los personajes al fin de cuentas quedan bastante desdibujados. No hay verdadera solidez ni en los diálogos que puedan mostrar cómo era la relación de Jung con Freud ni en la de aquel con la Spielrein. Del método finalmente nos queda poco, del nacimiento del psicoanálisis una pequeña pisca y del amorío entre Sabrina y Carl un mero melodrama que no llama la atención. Tal vez el secreto sea tomarla como una simple película de época, una de las tantas en que se ha movido la Keira, y nada más. Quizá no debería ponerme exigente en encontrarle una línea argumental fija; pero el hecho es que ni siquiera despierta el interés por conocer algo más de la historia real que yace detrás de este guión. No sé bien qué pensarán los que están dentro del campo de la psiquiatría, no debería tampoco importarme demasiado. Como espectadora incluso los espasmos faciales mandibulares de la Knightley ya me sonaron hasta ridículos, hiperbólicos, casi de autosátira. Si se da o no así en la vida real en este tipo de diagnósticos no sabría decirlo, pero que levante la mano al que NO le causó gracia ese primer encuentro entre Jung y Sabrina con la pobre prota retorciéndose cual niña a punto de ser exorcisada en su silla. Una película sobria hasta el extremo, contenida hasta en las actuaciones. El único que destaca es Vincent Cassel, en apenas 5 minutos brilla más que las dos horas del film en sí. Para ver, como siempre digo en estos casos, en la comodidad del hogar.
Los detectives salvajes En las películas de David Cronenberg siempre parece haber algo así como un albur detectivesco. Las pistas del horror están ahí, se asoman en cuanto uno se adentra en ese territorio insular, aparentemente fuera de contexto que representa su cine; ese plano inclinado donde todo se desliza hasta el fondo con una precipitación feroz, animado por la convicción acaso melancólica de que el tiempo nos corre y de que corremos hacia el miedo como detrás de una revelación o un resto a descubrir de nuestra propia, desanimada humanidad que tiembla, no pocas veces de risa. Las películas de Cronenberg son, dentro del cine contemporáneo –en rigor vienen jugando ese papel desde hace décadas–, una excepción a cuanto las rodea en tanto se presentan como tragedias del cuerpo: hay una dicha particular que baila en el cine del canadiense, un cierto gozo profundo esbozado de refilón, con una exquisita malicia, que consiste en bordear el régimen de los géneros para volver con denuedo siempre al dictamen trágico, al reino del acontecimiento inevitable y de una incertidumbre que amaga ceder conforme avanza el camino del protagonista pero que, en cambio, termina fortaleciéndose prácticamente en cada plano. Qué mejor idea entonces para Cronenberg que una película protagonizada por dos personajes que son especialistas en las variantes desconcertantes del síntoma y precursores célebres en el arte de recolectar detalles, detectar equivalencias y establecer analogías, todo bajo el dominio dudoso de una rigurosidad científica que se ve constantemente asediada, precisamente por culpa de ese carácter pionero: Jung y Freud, de estos dos monstruos se trata (en esta oportunidad Cronenberg dobla la apuesta y en vez de una criatura monstruosa entrega dos), construyen sus carreras celándose, vigilándose mutuamente, mirándose de reojo, sin querer reconocer en el inoportuno espejo las marcas del envilecimiento propio que denuncian para sus adentros en el otro. Lo deforme y peligroso está una vez más no al principio sino más adelante, en algún recodo que solo se intuye como un avatar misterioso de lo que los dos figurones llaman doctoralmente “curación”. Hasta que en un momento, Jung se mira la cara y observa inscripta en el pómulo la cicatriz que en un acto de rebelión le produjo Sabina, su antigua paciente y actual amante, esa presencia de mujer que parece primero un animal y después, digámoslo así, se humaniza. La tragedia, o mejor el melodrama (su variante pedestre olvidada por los dioses), se hace presente en Un método peligroso no con la forma de un golpe certero, una intrusión llegada con acompañamiento de trompetas y de efectos dramáticos, sino como una estría mínima en la escritura, un desvío o anomalía apenas visibles desgranados con desapego y elegancia (esa palabra maldita). Cronenberg evita en todo momento el amaneramiento formal de la pieza de teatro que le da origen a la película, para dotar las secuencias con una especie de rara cadencia hipnótica, a mitad de camino entre la reconstrucción de diseño mimética del pasado, muy en el tono del cine mainstream de tema histórico, y la vocación a veces ostensiblemente falsa de sus planos, como ese fondo donde se dibuja parte de la ciudad de Nueva York, vista desde el barco que lleva por primera vez a los dos contendientes a los Estados Unidos: “Les traíamos la peste”, dice entonces Jung. La frase se asemeja a un disparo hacia el futuro, como un descargo concedido al gusto del espectador que busca reconocer los signos de una historia que le está dirigida de forma preferencial, sentado cómodo en su butaca, como un monarca en este tiempo presente. Pero en verdad esa frase, más que venir a enmendar en off la osadía solitaria de Cronenberg con el alivio engañoso de una defección banal, se encarga de describir en el tono de un desafectado pasado imperfecto lo que ocurre de modo casi inevitable en su cine. “Les traía malas noticias, les traía el horror”, podría decir el director desde el futuro. Pero eso los espectadores hace rato que lo sabemos: ya se trate de cine fantástico, cine de gángsters, biopic o lo que se nos ocurra, detrás del efecto tranquilizador que sus películas consiguen brevemente al coquetear con los géneros hay dinamita lista para explotar.
David Cronenberg es uno de los mejores cineastas actuales. No porque sea un enorme creador experimental, no porque sea un campeón de lo popular, sino por lograr el equilibrio entre ambos polos sin dejar de ir al fondo de sus temas. Aquí la historia es de esas que conllevan el riesgo del cine “Billiken”: Carl Gustav Jung (Michael Fassbender) tiene una paciente difícil (Keira Knightley) y apela a Sigmund Freud (Viggo Mortensen). Y no, no es –aunque también es– la historia del psicoanálisis, ni –aunque también lo es– la historia de una amistad y una competencia profesional. Sobre todas las cosas, Cronenberg opta por el clima fantástico, por la aventura y por el suspenso de encontrar el secreto dentro de una persona. El eje de esta relación angular es el personaje de la Knightley, que combina brillantez intelectual con violencia no siempre contenida. Y uno de los mayores aciertos es contar con tres actores de enorme presencia y manejo del cuerpo para lo que podría definirse, apresuradamente, como thriller intelectual. Hay mucho más humor del que parece en este juego del gato científico y el ratón imaginado, producto de las típicas malicias e ironías del autor de “Videodrome” y “Una historia violenta”. Como en todos sus films, la vida inconsciente estalla debajo de la apariencia de la normalidad, y se filma con esa distancia justa que lo muestra todo, al mismo tiempo, fuera del mundo y demasiado cerca. Lúdico, sexy y divertido, el film es el puro estallido de lo inconsciente, un policial negro del alma.
David Cronenberg indaga en profundidad, una vez más, en el costado más oscuro de la mente humana en esta historia que triangula entre Sigmund Freud, en la piel de Viggo Mortensen; Carl Gustav Jung, interpretado por Michael Fassbender; y la Sabina Spielrein de Keira Knightley. El intelecto es fundamental en esta película centrada en el psicoanálisis, pero Un método peligroso se revela brillante recién a la hora del sexo, cuando Cronenberg demuestra, otra vez, que es el cineasta que mejor sabe filmarlo.
LA REPRESIÓN DE LOS CUERPOS El sexo y la palabra Ciertamente hay películas que alzan en nosotros una serie importante de expectativas y de sentimientos que aumentan en relación directa con la fecha del estreno de dichos films. Varios factores pueden avivar esta ilusión previa al lanzamiento de un estreno: un tema en particular, un intérprete que sigamos, un director con el que nos sintamos especialmente identificados, o simplemente una cosecha de determinados premios y de buenas reseñas en el largo camino que realiza la película antes de que la podamos ver. Sin ningún lugar a dudas, Un Método Peligroso tiene, en los papeles, mucho de qué alardear. Un interesante tema como el nacimiento del psicoanálisis y la tensa relación entre dos figuras fundantes de un trozo importante de la cultura contemporánea como lo son Freud y Jung, un director destacado por la controversia que genera (desde el gore explícito de sus primeros tiempos como cineasta hasta la eficacia narrativa post Una Historia Violenta) como lo es David Cronenberg (que en este caso tomó una obra de teatro del año 2002, escrita por Christopher Hampton, llamada The Talking Cure, a su vez tomada de una novela del año 1993 de John Kerr, titulada A Most Dangerous Method), y actores de la talla de Viggo Mortensen, Michael Fassbender y Keira Knightley. Imposible de pasar por alto. Casi una declaración de principios, Un Método Peligroso parece por momentos una búsqueda de conocimiento del propio Cronenberg, y a pesar de no estar ni cerca de lo mejor de su filmografía, se trata de una inmersión necesaria, enmascarada en una película de época- casi una excusa para adentrarse en los rincones del psicoánalisis por parte del director. Así, lo que aparentaría en primera instancia ser un estudio de caracteres es en realidad una tesis sobre la sexualidad, los deseos reprimidos y el poder de la palabra, sanadora pero también perversa, principal arma de este triángulo de personajes históricos y creadora de una tensión constante que se refleja en las cartas escritas entre Carl Jung, Sigmund Freud y Sabina Spielrein a lo largo del film. Viggo Mortensen y Michael Fassbender como Freud y Jung, respectivamente. La película comienza en el año 1904, en Zürich, particularmente en la clínica Burghölzli, en donde Jung (Michael Fassbender) ejercía en ese entonces, con la llegada de Sabina Spielrein (Keira Knightley), una joven rusa trastornada que es internada allí para ser tratada. Con ella, Jung comenzará a implementar la "cura del habla", un método que toma de Freud y que comienza a aplicar en pacientes que sufren de histeria. A partir de este momento, Jung comenzará a entablar una relación amistosa con Freud, con quien no comparte gran parte de sus teorías, y se liará amorosamente con Sabina, una relación algo enfermiza debido principalmente a la tendencia masoquista de Spielrein, quien, de niña, era golpeada por su padre. Así, junto con el detalle de la inserción en la trama del psicoanalista Otto Gross (discípulo de Freud con tendencias anarquistas, aquí interpretado por Vincent Cassel), Jung desarrollará varias de sus teorías (principalmente sus creencias místicas, algo a lo que Freud rehuía) y se verá inmerso en un declive de su vida matrimonial y una crisis depresiva. Como se desprende de todo esto, se trata de un film complicado, enrevesado en su relato y demasiado abarcante en su historia, que tiene altibajos a lo largo de su metraje, presentando tanto falencias como virtudes de igual manera. En primera instancia, se ve claramente desde la puesta en escena y desde el encuadre una intencionalidad por parte de Cronenberg. Utilizando una prolijidad nunca vista en la filmografía de este director, planos en su mayoría estáticos y simetrías de cuadro bien definidas, el realizador canadiense plantea desde el vamos una inquietud en el espectador. Así, a través de la utilización de triángulos visuales nos remite a los triángulos de la trama, y nos impone la que podría perfectamente ser la tesis del film: la constante represión de los deseos. Es a través de estos triángulos y de estas simetrías que nos plantea un relato que es inusual en su desarrollo, más aún tratándose de un director con un historial como el suyo. Esta es, sin lugar a dudas, la película más contenida (de manera intencional) de Cronenberg, y nos hace notar esto en cada fotograma del film. Desde el principio, desde el mismísimo primer plano, se nos deja esto en claro. Keira Knightley, en su papel de Sabina Spielrein, conducida en una carroza por un camino de tierra entre unos prados verdes, encerrada contra su voluntad, yendo a un lugar al que no quiere ir, gritando de horror, pegada a la ventana, intentando, vanamente, romper el vidrio, destruirlo en mil pedazos con sus alaridos, con su rostro desesperado- intentando salir al exterior. Esta contención, esta represión simbólica, metáfora de todo lo que tenemos dentro, de todo eso que intenta salir, funciona como introducción a una historia que no hará más que resaltar esto constantemente. El médico y su paciente, Jung y Sabina en el inicio del tratamiento de la misma. Hay dos escenas de sexo en el film, y son por un lado, la aislada situación en la que Otto Gross se encuentra junto con una encargada del instituto: lo único que llegamos a ver son partes de pezones, todo tapado y encerrado en ropa, en mucha ropa; una escalera atraviesa el cuadro horizontalmente y se interpone entre aquella acción y nosotros, no se nos permite avanzar más. El travelling se detiene allí, y bajo la mirada cómplice de la joven, la escena se esfuma. La segunda escena es de mayor importancia dramática. Y es el momento en el que Jung tiene relaciones sexuales con Sabina. Es interesante ver desde lo formal cómo está planteada esta escena. Nuevamente, si se presta atención, se notará esta insistencia de Cronenberg en separarnos del sexo en sí, de situarnos en situaciones en las que nos sentimos ajenos completamente a lo que está sucediendo. En el caso de esta escena en particular, vemos el acto a través de una ventana. Casi como si fuéramos voyeurs casuales, que en un acto de curiosidad miramos a través de ese vidrio y nos encontramos con lo que vemos. Nunca estamos dentro de la habitación durante el acto sexual, siempre estamos afuera, separados ya sea por una escalera o por una ventana. Y siempre, siempre, hay demasiada ropa. Nunca vemos un cuerpo desnudo (hay una toma del personaje de Keira Knigthley en el que le vemos ambos pechos, pero reflejados en un espejo, y carentes de todo atractivo). En definitiva, continuamente vemos partes aisladas, ínfimas, que no significan ni provocan nada al estar apartadas del todo, de su significancia. Y todo este concepto se ve resumido a la perfección en un plano, sólo uno, que ejemplifica esta idea: la visión de Sabina, embutida dentro de un corsé blanco, pálida como siempre. Sus pechos, encerrados por este corsé. Se ve muy poco, se nos prohíbe ver más. Casi como un acto de represión de Cronenberg a sí mismo, una elección que puede o no haber sido premeditada (el hecho de que el film esté basado en una obra de teatro justifica, quizá, esta acción contenida y estática y la gran cantidad de diálogo sobre la que hablaremos a continuación). Porque está más que claro que en este film, el sexo no se encuentra en las imágenes. Se encuentra en las palabras. En los diálogos. Dejando de lado el hecho de que la película esté plagada de estos, los mismos tienen una gran carga sexual, son los que llevan la acción hacia adelante y los que plantean los conflictos y los que los solucionan. Todo se dice. Casi con una cualidad fálica, los personajes combaten un duelo mortal constante con sus propias palabras y sus propios términos. Es una batalla constante, quizá un intento de evitar la muerte, de alejar de su pulsión, del tanatos, y aproximarse al eros. Así la "cura del habla" se hace presente, y siempre en la misma forma: en todo momento que se está dando una sesión de psicoanálisis o algo similar, el recurso es siempre el mismo. Ambos personajes ubicados uno a cada costado de cuadro, separados por una distancia de profundidad entre ambos, uno en primer plano, el otro en plano entero. Así, en todas estas escenas de preguntas y respuestas, de un personaje de espaldas al otro, que lo observa y escucha detenidamente, cada una de sus palabras son el fruto y al mismo tiempo el delator de los sentimientos de ese personaje. En la secuencia final la puesta en escena es muy clara: se trata de algo similar, pero esta vez es a la inversa. Jung, de espaldas, observa al río. Sabina, de frente, lo mira a él, lo escucha e intenta convencerlo, intenta curarlo. Incluso en una escena anterior su esposa le pide que lo cure. El Jung que vemos ahora no es el mismo de antes, el Jung de ahora se encuentra destruido, venido a menos por la vida misma. La composición del cuadro es certera y presenta una belleza sorprendente. Estos recursos que utiliza Cronenberg son, sin lugar a dudas, lo mejor del film. Se podría decir entonces que la puesta en escena es significativa y cuidadosa (la última toma es idéntica al final de El Padrino II, posible homenaje aunque no comprendo bien su razón). Las actuaciones, por otro lado, son buenas, sobretodo Viggo Mortensen, quien se luce en los pocos minutos que tiene en pantalla, y Michael Fassbender cumple con las expectativas aunque su personaje no esté muy bien delineado por momentos. Keira Knightley es la más extrema y sobreactuada en sus ataques de locura, y hace que a la mitad del film ya no la soportemos tanto. Sin embargo, y a pesar de no estar a la altura de sus colegas, no desentona demasiado. Lo más criticable de la película es su frialdad y su estaticidad. Por momentos se nota demasiado la raíz teatral de los textos que recitan los personajes, y esto hace que se torne una película demasiado estática sin de verdad querer serlo. Las escenas no están bien separadas, y el montaje por momentos es demasiado abrupto, demasiado breve con ciertas secuencias que hubieran crecido en intensidad de habérseles dedicado más tiempo (quizá eso sea el resultado de un corte importante de contenido, ignoro si esto es lo que sucedió). El hecho de contar con una historia que transcurre en el correr de varios años también dificulta la identificación con los personajes: estos saltos temporales abruptos nos distancian, no funcionan como deberían (es muy complicado que esa técnica salga bien) y provocan una falta de empatía hacia la historia. Se trata, en definitiva, de un error de enfoque, porque a la par de todo el gran trabajo en los aspectos formales y la posibilidad de un buen tratamiento en la intencionalidad de los planos, por momentos Cronenberg parece más interesado en mostrarnos el romance trunco y frustrado entre Jung y Sabina. En estos momentos, en los que se aleja más de lo que verdaderamente importa, es donde la trama enflaquece y deja ver algunas costuras. Sin embargo, y a pesar de todo esto, la secuencia final es correcta y deja entrever la imposibilidad de torcer lo que se ha hecho y su consecuente aceptación. Porque eso era necesario para poder continuar viviendo. El deseo de ser la figura paterna está en otro lado, en donde no tiene que estar, y así los hijos de Jung juegan en un jardín mientras su esposa toma el té. Y el padre es ausente, porque el padre no quiere ser ese padre. Lo reprimido aflorece. Y lo que empezó como un carruaje llegando ahora se trata de un carruaje yéndose, alejándose, esta vez no a los gritos, contenido, sino con lágrimas de aceptación.
Esta historia se encuentra bajo la dirección del canadiense David Cronenberg (Promesas del este, Una historia violenta, M. Butterfly), se encuentra basada en hechos reales, y son los inicios del psicoanálisis, en una historia de amor imposible entre el psiquiatra suizo Carl Jung (Michael Fassbender) y la bella paciente rusa, Sabina Spielrein (Keira Knightley), y la colaboración de Sigmund Freud (Viggo Mortensen). Todo comienza en agosto de 1904 cuando Carl Gustav Jung (Michael Fassbender), recibe como paciente a una bella mujer rusa Sabina Spielrein (Keira Knightley), ella sufre de histeria severa, ahora este analista decide experimentar un tratamiento freudiano innovador. Pero la relación entre Jung y Sabina pronto cruza los límites, médico-paciente, aunque él es un hombre casado con Emma Jung (Sarah Gadon ) y con hijos, no puede vencer la tentación, y vivir entre el psicoanálisis y la pasión. Ahí surge la intervención y hasta la derivación del médico vienés y controvertido psicólogo Sigmund Freud. Es una historia bastante convencional, aunque se base en hechos reales, es interesante pero es muy teatral, (algo similar resultó el estreno del 8 de marzo con “Un Dios salvaje”), poco aprovechada la intervención de Otto Gross (Vincent Cassel), un psiquiatra, contiene escenas de sexo sado-masoquista entre Michael Fassbender y Keira Knightley, buena ambientación, banda sonora y fotografía de Peter Suschitzky; al final, antes de los créditos, sabemos que le sucedió a los personajes, pero lamentablemente para algunos espectadores su relato resultará soporífero.
¡Psychotherapy! David Cronenberg es uno de esos talentos imprescindibles, un autor particular de estilo marcado y reconocible, que se ha apropiado para sí de ciertos temas sobre los cuales se permite reflexionar en casi todos su films. La relación cuerpo-mente-máquina, el sexo, los sueños, y unos cuantos etcéteras son tópicos recurrentes en su cine. Siendo un poco más abstractos podemos aventurarnos a decir que a Cronenberg siempre le ha interesado, entre otras cosas, la reacción del cuerpo humano ante los más variados estímulos. Es casi lógico, entonces, que haya encarado este film. Lo más interesante que relata Un método peligroso es la interacción intelectual entre Carl Jung (Michael Fassbender), Sabina Spielrein (Keira Knightley) y Sigmud Freud (Viggo Mortensen). En el film se nos resumen diez años fundamentales en la vida de estos intelectuales pioneros del psicoanálisis. En ese lapso de tiempo, sus relaciones interpersonales definieron no sólo el rumbo de sus teorías, sino también rasgos definitorios de sus personalidades. El film de Cronenberg triunfa cuando muestra la confrontación de ideas y la pasión por mejorar y repensar las teorías. Mediante sensibilidad y sutileza, el bueno de David es capaz de hacer comprender conceptos herméticos de la teoría psicoanalítica. Nada es más interesante en Un método peligroso, que la discusión y el intercambio entre Jung-Spielrein-Freud, en todas las direcciones posibles de esa triada. Un ejemplo es una conversación entre Sabina y Sigmund, donde ella le sugiere las bases del concepto de pulsión de muerte, o el intercambio de correspondencia entre Jung y Freud. Por supuesto que las buenas actuaciones de los tres protagonistas son fundamentales para la fluidez de un film como este, cuyas principales acciones y catalizadores de la trama son diálogos y cartas. La comunicación mediante palabras (al igual que en el psicoanálisis) es el recurso que mejor utiliza Cronenberg aquí. Fassbender es un talento absoluto, su versión de Jung es magistral, nunca fuera de registro, sutil y compleja. Knightley tiene momentos memorables, sobre todo cuando interpreta esas manifestaciones histéricas propias de principios de siglo. La chica tiene con qué pero su personaje incomoda todo el tiempo, demuestra una incapacidad de relajarse que la vuelve insoportable, y también, por momentos, aparece exagerada y un poco fuera del tono general. Con respecto a Mortensen, su interpretación de Freud no está mal (el maquillaje es bastante bueno), aunque el problema más evidente es que el personaje es más bien esquemático: hace las mismas tres cosas todo el tiempo (fuma, insiste con la teoría sexual y dice: “mmm”), y aunque es secundario con respecto a los otros dos, se podría haber profundizado un poco más sobre él sin caer en tantos lugares comunes. Más allá de los buenos puntos que posee Un método peligroso en el terreno intelectual y en las interesantes actuaciones que mencionábamos, hay que decir también que es una película un tanto irregular ya que, a pesar de la importancia en la relación entre Jung y Spielrein (historia central del film), su desarrollo es repetitivo y un poco estirado. Mas allá de un buen comienzo (las primeras sesiones de psicoanálisis son excelentes), la relación entre ellos se vuelve predecible y monótona. A pesar de esto, su corta duración y todo lo demás que Cronenberg hace bien impiden que el tedio invada a la película. Con sólo ver la escena de la primera relación sexual de Sabina Spielrein o la que muestra a Jung analizando a su propia esposa con una especie de complicado y antiguo polígrafo, nos percatamos de la presencia de un autor como Cronenberg haciendo suya una historia que en principio no le pertenece. Casi sólo esto hace que Un método peligroso valga la pena.
¿Qué pasa doctor? El director David Cronenberg, el mismo que nos maravillara con películas del calibre de “Promesas del Este” (2007) o “Una historia violenta” (2005), sólo por nombrar las ultimas, nos sorprende a primera vista con un supuesto cambio de rumbo. Es verdad que la historia central de “Un método peligroso” puede reducirse a la relaciona amorosa y tortuosa entre el Dr. Carl Gustav Jung (Michael Fassbender) y su paciente Sabina Spielrein (Keira Knightley). También incluye como condimento al Dr. Sigmund Freud (Viggo Mortensen) como vértice de un triangulo, pero que se desplaza de lo cotidiano relacional afectivo para convertirse en una figura geométrica atravesada por la teoría psicoanalítica. Todo se centra en un tiempo y espacio reducido, la ciudad de Viena a principios del siglo XX. Sabina es internada en la clínica donde Carl Jung esta haciendo sus primeras experiencias con el tratamiento, o método curativo, de afecciones psíquicas, basado en la cura por la palabra creado por Freud a fines del siglo XIX. Sabina sufre un tipo de neurosis, lo que se conoció como “Histeria de conversión”, bastante común por aquellos años de mucha opresión sexual, y específicamente social, en las mujeres. Este tipo de afecciones comprometía principalmente el cuerpo de los pacientes, razón por la cual se justifican los movimientos corporales que compone el personaje de Sabina, quien, una vez curada, con una necesaria elipsis temporal narrativa de por medio en la película, se convertiría en una de las primeras mujeres psicoanalistas, cuyas ideas y experiencias influirían en los pensamientos del mentor de la técnica. Esta sería la tercera pata del triangulo, esa que incluye un poco forzadamente, es verdad, la presencia de Freud en la historia, pero no es gratuita, tiende a un mayor desarrollo de la estructura narrativa utilizada por el director, convirtiendo la realización en una expresión audiovisual cabalmente parlante. Los personajes hablan mucho, hay mucho de confrontaciones inteligentes, pero también hay acción, producen actos que los modifican. Nada de lo que hacen es insustancial. Como canta la gran Ligia Piro, “…Una palabra no dice nada y al mismo tiempo lo esconde todo...” Es verdad que los personajes existieron. También los encuentros entre Freud y su discípulo Jung, a quien veía y pronosticaba como su más fiel e importante seguidor, pero cuestiones de índoles teóricas terminan separándolos definitivamente. No es deseable contar demasiado del argumento, aunque sea “vox populi”, sólo que esa historia de amor no será inocua para ninguno de los involucrados, incluyendo a Emma (Sarah Gadon) la esposa de Jung. Lo mejor del filme se encuentra en la recreación de época, el diseño de vestuario, la escenografía. Son impecables El primero se luce hasta para demostrar las diferentas socio-económica de los dos personajes masculinos, Freud un medico clase media, mientras Jung pertenecería, por su matrimonio, a la clase alta vienesa. En cuanto a la escenografía, la reconstrucción de la casa y el consultorio de Sigmund Freud son exactos, pero su lucimiento esta exacerbado por la cámara que sin detenerse demasiado en esos objetos los detalla minuciosamente. Para que esto se luzca es menester contar con un gran creativo al frente de la dirección de fotografía, manejando los colores y los tonos acorde al momento de la historia. Transitando de la frialdad en la relación entre los dos médicos, para llegar a la intensidad sinuosa de la historia de un amor prohibido o, en todo caso, cuestionado y censurado por la sociedad. La verosimilitud del relato se asienta en las actuaciones, destacándose Keira Knightley, quien tiene sobre sus espaldas, o su frágil cuerpo, el mayor riesgo actoral del cual sale más que airosa, ya que bien podría haber cruzado la línea de lo creíble con demasiada facilidad, muy bien acompañada por Michael Fassbender, y en un papel secundario Vigo Mortensen, cuya caracterización es impecable. Hay en la historia un personaje lateral, bastante menor en el filme, no así en la historia verdadera, que tiene la llave que abrirá el conflicto, a la vez paciente de la clínica, y es el doctor Otto Gross (Vincent Cassel), una pequeña participación a la que el gran actor francés le otorga una dimensión extraordinaria. Muchos dirán que este es un texto fílmico demasiado afinado para la comunidad psicológica mundial. Es real que toda la obra se podría definir como una exacta exploración del método, de las vicisitudes, del recorrido de la sensualidad, la sexualidad de una sociedad post victoriana, de la investigación de estos científicos que terminó modificando el pensamiento occidental. Pero sería un error quedarse en esa lectura, ya que el amor en todas sus formas y variantes nos atraviesa a todos. (*) Obra de Peter Bogdanovich, realizada en 1972
Métodos (y amores) peligrosos El encuentro de Freud y Jung es casi un pretexto para que Cronenberg pueda desplegar sus viejas obsesiones: el sexo, la violencia, las tensiones entre el cerebro y la pasión, entre el espíritu y el cuerpo, las difíciles alianzas del placer y el padecer, de la culpa y el poder. Cuidada e interesante aproximación al creador del psicoanálisis y a su mejor discípulo. Y entre ellos, la historia de una pasión imposible que cruza sobre el amor para rozar la ética, la responsabilidad y hasta el método científico y que acabaría sellando el distanciamiento entre Freud y Jung. Todo bajo la caligrafía de un Cronenberg que otra vez ha llevado la violencia por territorios simbólicos que van más allá de cualquier desgarro. Se lo dice el disipado Otto Gross al confundido Jung: la moral no debería interferir en terrenos el puro placer. Y lo asume Jung para dejarse llevar y disfrutar con ese amor irresistible que exige tanto. Siempre les pasa a las criaturas de Cronemberg: la pasión irrumpe para abrirse paso por encima de libros y conciencias. Y no hay freno capaz de entender cómo el cerebro, el espíritu y el deseo se van alternando medio de una historia turbulenta que sin querer avasalla todo. Cronenberg juega con las confrontaciones: la enferma no sólo se cura, también cura; las relaciones de poder entre maestros y discípulos; las diferencias entre Freud y Jung que hasta eligen categorías diferenciadas (toda una alegoría) cuando viajan hacia América llevando la peste. El filme está bien contado. Parte de una novela que se convirtió en texto teatral y por eso el diálogo es decisivo. "El psicoanálisis cura con palabras", se escucha al comienzo; y serán las palabras las que ocupan el centro de la escena: en el estudio, en el diván, en las cartas, en el amor y en la cama. Buen trabajo de Viggo Mortensen, inteligentes diálogos, refinada reconstrucción, un filme que acaso termine siendo más fiel al espíritu de Cronenberg que al suceso histórico. Una película esquiva y sugerente.
El nacimiento del inconsciente ¿Cómo filmar el inconsciente? En una escena extraordinaria de Un método peligroso, quien fuera primero paciente, amante y discípula de Carl Jung y luego paciente de Sigmund Freud, Sabina Spielrein, tras dosificar sus arranques de histeria, colabora con Jung en su “laboratorio”. Es un test: una mujer (la esposa de Jung) debe responder con una palabra a otra palabra pronunciada por Jung. Sus manos reposan sobre un soporte metálico, lo que permite medir las asociaciones inmediatas de sus respuestas. Sabina desconoce el vínculo entre Jung y el sujeto del experimento, pero, por la pausa en dos respuestas, deduce que esa mujer está en crisis con su esposo. “¿Es su mujer?”, le preguntará a Jung. En el habla se descifra algo más allá del sentido ordinario, entre las palabras repiquetea el inconsciente. Hoy lo sabemos, 108 años atrás ni lo imaginábamos. Esta iniciación accesible al psicoanálisis freudiano y amable pero contundente crítica al oscurantismo jungiano, más allá de su tema, es caligrafía cinematográfica del más alto nivel. Lo que sucede desde 1904 en adelante pasa frente a nosotros con suma delicadeza e imperceptible precisión. Las elipsis son exactas, los diálogos justos, el sentido del humor pertinente, las interpretaciones perfectas, y a quien le moleste la elongación mandibular de Knightley y sus gestos hiperbólicos puede revisar el material de archivo de la época. Los acontecimientos son lineales: del viaje inicial en carreta donde Sabina grita desesperada al travelling hacia adelante sobre la figura de Jung con el que cierra el filme, veremos desde la transformación de la histérica en teórica y sus prácticas masoquistas con Jung hasta las disputas entre el padre del psicoanálisis y uno de sus “hijos” transgresores. Paciente y amante, Sabina es el vector de dos triángulos amorosos: con Jung y su esposa, y con Jung y Freud. Un método peligroso oscila entre una historia de amor fallida y una confrontación con los límites del saber psicoanalítico. El pragmatismo de Freud, según Jung, reduce la experiencia humana a la sexualidad. Para Freud, la telepatía y el esoterismo y sus variantes ponen en peligro una ciencia en formación, demasiado judía para la ortodoxia científica. El antisemitismo no se nombra, pero se intuye en la desmedida atracción de Jung por Sabina. Película notable. De lo que se trata aquí no es mostrar las piruetas físicas de la libido sino los esfuerzos discursivos por encontrar un vocabulario que en su descripción de nuestros deseos y actos inconfesables atenúe la represión y el sufrimiento.
Intercambio de ideas con consecuencias El director eligió el albor del siglo XX, el despertar de las ideas del psicoanálisis, la pugna entre sus figuras, para que se escuche el eco actual de un debate, y para que las voces contemporáneas también vayan encontrando su propio lugar. "Constantemente exploro lo que significa ser humano en todas sus extrañas facetas. Poder encontrar figuras de la historia como estas, la de este film, es un gran regalo. No he tenido que inventar nada. Tal como se ve en la película fue Sabina S. la que le sugirió a Freud que existe una conexión entre erotismo y violencia, entre sexo y muerte". Entre otras palabras, de un extenso reportaje, publicado en la revista Dirigido por... en su edición del mes de noviembre del 2011, cuando se estrenó Un método peligroso en España, David Cronemberg va trazando un perfil y un recorrido sobre la construcción de este film que, afortunadamente ha abierto numerosos debates. Una vez más, el realizador de tantos polémicos films, y notables, para el firmante de esta nota como Pacto de amor (1989) y M. Butterfly (1993), entre otras, nos acerca a situaciones que se proponen como desafíos, que se ubican en un territorio límite y que aquí, desde el título mismo, ya en el escenario de las ideas de la Europa de los primeros años del siglo XX, dan lugar a un juego de rivalidades entre maestro y discípulo, entre teorías y procedimientos, entre saberes e historias de vida. En un momento ya avanzado del film, en el que el Freud y Jung viajan juntos a la metrópoli neoyorquina, en ese viaje en el que se ha insinuado la posibilidad de la narración de un sueño del maestro a su sucesor que no pudo llegar a ser, el mismo Freud, que en el film sólo ocupa contados momentos a nivel de presencia física pero que es una voz permanente desde el accionar terapeútico del joven Jung, expresa con cierto grado de ironía, ya mirando de frente desde la cubierta del barco a la imponente ciudad que se alza frente a sus ojos: "¿Sabrán los americanos que le estamos trayendo la peste?". Desde el maestro y el discípulo, desde el mismo vocablo transferencia, desde el proyección que la naciente disciplina, el psicoanálisis provoca en los diferentes ámbitos, a partir de este universo de signos y voces, y en un espacio que parte de una novela para ubicarse en la escena teatral, el lugar de la conversación, David Cronemberg ubica a tres personajes, dos hombres en permanente estado de intercambio de ideas y una mujer que, desde su cuadro de angustia, de desesperación, de dolor, revivirá, desde la terapia operada por el mismo Jung, con el método freudiano, los terribles y vejatorios días de su pasado, los que serán revividos, desde un vínculo que pone en crisis el mismo concepto de tranferencia. Dos hombres y una mujer, mediando pendularmente en ese vaivén temporal, que se abre en una clínica de Zurich en 1904, cuando un día una tal Sabine Spielrein, de 18 años, dominada por un desencajado ritmo de sus mandíbulas nos devuelve un comportamiento que va diluyendo su propia identidad. De tradición hebrea, de origen ruso, la historia de Sabine Spielrein es la que domina el campo escénico del film, en tanto es la que va marcando el mismo replanteo de las propias ideas de maestro y discípulo. Y es ella misma, quien desde la puesta en acto, junto a Jung en las situaciones íntimas, podrá reinventarse más allá de las dolorosas situaciones traumáticas, llegando a ser una reconocida profesional en el campo de la mente humana en su tierra natal. Sobre la tormentosa y apasionada relación entre el doctor y la paciente, ya el realizador de Sostiene Pereira, Roberto Faenza, había ofrecido en 2002 un film que conocimos aquí, en nuestra ciudad en el circuito del cineclubismo, Te doy el alma, en el que Iaian Glen y Emilia Fox componían los roles principales. Como Cronemberg ha observado, a partir de lo que los textos originales ofrecían, el film cierra sobre los umbrales de la primera guerra mundial. Y al respecto, y en relación este capítulo que desencadenará en tantos otros del horror del siglo XX, genocidios y holocaustos, entonces, señala el director, en términos ya de interrogantes, si sólo podemos hablar ya en términos de locura individual o si debemos ampliar nuestra mirada y ver ciertas conductas en un espacio de presiones, quiebre de valores, humillaciones, que degradan al individuo. Por eso el director ha elegido el albor de un siglo, el despertar de esas ideas, la pugna de las mismas para que escuchemos aún hoy el eco de un debate, y desde él, tantos otros y para que desde el mismo sucederse de esas voces, las nuestras vayan encontrando su propio lugar. Tal vez, por eso, la llegada de ese cuarto personaje. Se llamaba Otto Gross, era paciente de Freud, tóxico dependiente y en esos años había violentado todas las reglas. Es ese personaje que deambula por un camino de cornisa, que mira con atracción lo que, tal vez, algunos estiman que hay que reprimir. Para él ya no hay ley. David Cronemberg no juzga a ninguno de sus personajes. En esta "Conversación sobre un método peligroso", cada uno se va expresando libremente. Nosotros escuchamos, recibimos sus opiniones, nos interrogamos.
¿Quién no está un poquito loco? "A Dangerous Method" es una película compleja, quizás una de las más complicadas del director David Cronenberg por el uso de tecnicismos propios de una disciplina que no maneja el público común y por el entramado de temas que va tocando a lo largo del metraje. Tiene su sello por todos lados, en los diálogos, en la frialdad y la personalidad frontal de los personajes, en la forma de filmar las interacciones, en la relación amor-odio que establece entre los personajes entre sí y entre los personajes y el espectador. Quizás el tema con este director es que es apto para un cierto tipo de público, que gusta del entretenimiento dramático, crudo, bizarro y profundo. Sus ritmos son ágiles, con foco en lo que quiere contar sin reparar en detalles narrativos que no aportan al objetivo puntual de su puesta. A su vez, juega con la escenas y nos entrega momentos estéticos, sutiles y cristalinos seguidos de otros donde la consigna es oscura y la incomodidad que produce dista de ser sutil. Hay siempre un factor violento en la filmación de este director, ya sea físico o intelectual. Se hace un acabado análisis de lo que sucede dentro de la cabeza de las personas, a nivel consciente e inconsciente, de como uno va descubriendo los impulsos más reprimidos y la batalla que se libra con la razón para dejarlos ser o no. Cronenberg trabaja los temas que más le interesan como la dualidad, el sexo, la transformación de la persona y la fría inteligencia de los personajes, pero esta vez, desde una óptica más descriptiva, nos cuenta con precisión casi histórica los 1ros pasos del psicoanálisis, y también nos sumerge en un momento particular de la vida de 3 personajes de la psicología que no acostumbramos ver caracterizados en la gran pantalla. Los actores Michael Fassbender, Keira Knightley y Viggo Mortensen hacen un trabajo estupendo como Carl Jung, Sabina Spielrein y Sigmund Freud respectivamente, sumando talento y elevando el nivel de la película. Vincent Cassel también aparece en un rol menor pero memorable, que con pocos minutos en pantalla logra dejar una impresión que gusta y bastante. "Un Método Peligroso" no es una propuesta pochoclera ni cerca, tampoco es ligera, por lo que hay que tener cuidado antes de ir a verla. Aconsejo, leer un poco sobre su director y los trabajos que ha hecho para entender por donde viene la onda.
(Psico)análisis de "Un método peligroso" El método Cronenberg 1907, un joven Karl Jung (Michael Fassbender) visita a quien era su mentor por entonces, nada menos que Sigmund Freud (Viggo Mortensen) en su casa de Viena. Allí hablan durante horas y exponen sus diferentes enfoques sobre una psicología que apenas se vislumbraba como ciencia. En la conversación Jung manifiesta que se siente exaltado por un sueño que tuvo y se lo cuenta a Freud. No hay imágenes de lo latente del inconsciente en el último trabajo de David Cronenberg, sólo relatos. Qué hubiera pasado si pudiéramos ver las pesadillas de Jung, nunca lo sabremos. Un director como Terry Gilliam hubiera hecho una película sólo con eso. Pero aquí sólo conocemos las palabras que mediatizan las experiencias de los protagonistas. ¿Cronenberg se reprime? Hay una velada intención en su búsqueda, que se remonta a Spider (2002) y a Una historia violenta (2004), un esfuerzo por contener su habitual fascinación por los excesos y ver qué pasa. Y lo que pasa sigue siendo Cronenberg. El arte de curar Sabina Spielrein fue una figura importante dentro del incipiente panorama del psicoanálisis de principios del siglo pasado. Paciente de Jung devenida psicoanalista y formadora de psicólogos como Jean Piaget, autora de trabajos que llegaron a influenciar al mismísimo Freud. Su interesante, ambivalente punto de vista es recuperado por Cronenberg y su guionista Christopher Hampton, especialista en adaptaciones (ya había escrito en el 2002 una obra de teatro en la que se basa esta película). Sabina (Keira Knightley, en un papel exigente) es llevada en 1905 a una clínica de Suiza para ser tratada por un diagnóstico de histeria. Sus ataques alternan con momentos de lucidez que descolocan e inquietan al joven Jung, que intenta con ella un novedoso tratamiento de la cura por la palabra ideado por Freud. Es una época en la que los marcos de referencia se corren y el concepto de locura comienza a borronearse. Karl dice que en Psiquiatría necesitan gente como Sabina. “Insane you mean?” pregunta ella. “Sí”, responde él, “nosotros los sanos tenemos serias limitaciones”. Y ya hacia el final del film vuelve al tema con una frase certera: “Sólo los heridos pueden tener la esperanza de sanar”. A esa altura, aún no estaba difundida la palabra psicoanálisis. Y, llegado el momento de hablar de esa nueva disciplina, cada uno de los protagonistas la pronuncia distinto. La palabra en Un método peligroso tiene un peso específico. En el nombre del padre El joven Jung se va haciendo un lugar en el panorama de esa disciplina, hasta que sus obsesiones colisionan con las de su mentor, Sigmund Freud, cuyo objetivo es muy claro: lograr que la Psicología sea aceptada y se la incluya en el panteón de las ciencias. Jung, mucho menos pragmático, y con su vida resuelta por su conveniente matrimonio, siempre quiere ir un paso más allá del psicoanálisis. Tiene una aproximación mucho más emocional a su profesión. El hijo pródigo deviene parricida. Jung admira a Wagner, en particular Die Walküre, y no solo es Küre lo que resuena allí: el padre del héroe en la ópera se llamaba Sigmund. Todo está calculado en un guión que parece un trabajo de orfebrería en donde nada se enfatiza. Tampoco las conversaciones de Jung con Sabina, en la que ésta parece sugerirle conceptos que él mismo ampliará en el futuro. Escrito en el cuerpo Si bien la aproximación contenida de Cronenberg puede catalogarse de cerebral, el cuerpo sigue presente, como en todas sus películas previas. En los encuentros sexuales, en los azotes que exige Sabina, en el corte que le provoca en la cara a Jung cuando se siente dejada de lado (un pequeño acto de violencia que cambia por completo la dinámica de la relación entre los dos y de paso ilustra la dialéctica del deseo). Es justo en ese preciso momento en donde el cuerpo velado irrumpe. Freud tomará las ideas de Sabina sobre la pulsión de muerte y el masoquismo para desarrollos ulteriores, ya completamente distanciado de Jung. Sabina ha coqueteado con los dos y la trama también ha coqueteado con las ideas de ambos. Con su aproximación analítica y su foco puesto en la palabra parece avalar a Freud, pero a la vez termina validando hacia el final a Jung con el apocalíptico relato de la visión de una futura guerra en Europa, que no tardaría en llegar. Si bien probablemente esto ya estaba en la obra teatral de Hampton, que a su vez se basa en una novela del año 93 de John Kerr, Cronenberg consigue plasmarlo muy bien.
Los vericuetos del Psicoanálisis A David Cronemberg le bastan un puñado de sus filmes para saber de su calidad, su estética y su constante desafío fílmico, que va desde sus tempranos relatos de horror como "La Mosca" al thriller oscuro de "Un historia violenta", ahora le toca el turno de hacerse cargo de una historia que toma tres personajes reales y sentidos que habitan la Viena de hace un siglo atrás, época resplandeciente, donde se buscaba e investigaba la cura del alma, el estudio de las locuras individuales y los comportamientos extraños.Todo eso que tanta cabeza abrió -valga la paradoja- y sirvió para el claro análisis de las generaciones posteriores. El guión -que se basa en una estructura teatral- toma los personajes del Dr. Jung que halla su conejito de indias en la paciente Sabina Spielrein, una joven rusa que irá desde una temprana paciente con neurosis a convertirse con los años en una estudiosa de esto, calzándose los zapatos de la primera psicoterapeuta mujer, claro que en el medio de todo esto se convertirá también en la amante desaforada de Jung, todo por el mismo precio. Este último como profesional, consultará y conocerá al célebre Dr. Freud, padre del psicoanálisis, y todos juntos pero de distintos lugares, opinan, prueban, analizan las conductas humanas. Cronemberg construye un filme formal, ajustado, con buenas actuaciones del trío interpretativo: Jung (un correcto Michael Fassbender), su mentor Freud (Viggo Mortensen, relajado y disfrutando su papel) y Sabina Spielrein (Keira Knightley de a ratos algo sobreactuada, pero zafando por un rol muy difícil), un filme que interesará mucho más a un público intelectualmente más cercano a la psicología o digamos preparado que a cualquier espectador que no esté avisado de lo que va la propuesta.
Del dicho al hecho... “Un método peligroso” es, evidentemente, el resultado de un minucioso trabajo de laboratorio y su resultado, a pesar de los temas delicados que trata, tiene la particularidad de presentarse como un producto más bien aséptico, algo así como descontaminado de impurezas, rigurosamente esterilizado. El conocido guionista Christopher Hampton (“Chéri”, “Expiación”, “Deseo y pecado”, “Relaciones peligrosas”, “El secreto de Mary Reylly” y “Carrington”, entre otras), y el renombrado director David Cronenberg (“La mosca”, “Una historia violenta”, “Promesas del Este”, “Crash”, “Pacto de amor”) se unen para filmar una adaptación de la novela “A most dangerous method” de John Kerr que refiere a algunos detalles muy relevantes de la relación de los grandes creadores del psicoanálisis: Karl Jung y Sigmund Freud. Ya el título es sugerente del estilo que habrá de adquirir la narración, dado que lo que se pone bajo la lupa es uno de los avances científicos más controversiales del siglo XX, lo que para Jung era “la cura por el habla”. Si bien la película está basada en hechos reales y, obviamente, en personajes también reales, de lo que ha quedado abundante documentación, el modo de contar está presentado como un contrapunto de opiniones respecto de la materia que los ocupaba: el origen, la tipificación y el tratamiento de las enfermedades mentales, como un campo de investigación dentro de la medicina. Con una excelente ambientación, los hechos transcurren en Viena y otras ciudades europeas, a comienzos del siglo pasado, la tensión dramática está suscitada por la particular relación que establece Jung con una de sus pacientes más emblemáticas, Sabine Spielrein, con quien inicia precisamente sus experimentos a través del habla. La cuestión es que Jung, que está casado con Emma, una mujer muy adinerada que es su principal sostén material, emocional y espiritual, comete un pecado imperdonable al involucrarse sexualmente con su paciente, lo que trasciende públicamente y le trae algunos trastornos, entre ellos, el reproche de su maestro, Freud. Pero más allá de la anécdota, el episodio está utilizado por los guionistas como atractivo dramático para poner en juego varios de los temas de la época que hicieron resonancia en las teorías psicoanalíticas. Por supuesto que la sexualidad y sus complejos tiene el lugar protagónico, como no podía ser de otra manera, pero también se filtran de modo insidioso otros asuntos como el antisemitismo, los conflictos de clases, los celos y rivalidades profesionales, el puritanismo y lo prohibido y hasta el uso de drogas psicotrópicas. El contrapunto doctrinario fundamental, como se sabe, se da entre los dos grandes, pero además aparece un tercero, que pone una nota discordante aunque también funciona como facilitador, que es un psiquiatra díscolo e inclasificable, llamado Otto Gross. Así las cosas, cada uno en su rol, los conflictos se irán desenvolviendo, como exige el método, mediante el diálogo, ya sea en forma personal o a través de cartas, como se usaba en la época. Si bien Cronenberg pretende mostrar a un Jung humano, demasiado humano, la puesta es tan hierática que no logra transmitir muchas emociones y los personajes ni siquiera se despeinan. No obstante, hay que destacar las actuaciones muy respetables de Michael Fassbender, como Jung, de Viggo Mortensen, como un atractivo Freud, y de Vincent Cassel, como el rebelde Gross. Mientras que Keira Knightley hace una Sabina un tanto sobreactuada en sus tics maniáticos y Sarah Gadon da vida a una Emma tan pulcra y majestuosa que abruma un poco con su rigidez. Otro reproche que puede hacerse al film es que parece dedicado a un público selecto, el que se supone que conoce los entresijos de la teoría psicoanalítica y que no necesita de ninguna explicación, pero quizás ese toque que le da el lenguaje cifrado es lo que lo haga más atractivo para algunos.
Publicada en la edición digital de la revista.
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Una cuestión de egos Un pequeño milagro sobrevive en las salas cordobesas: el filme Un método peligroso, de David Cronenberg, sigue en cartelera tras varias semanas de enfrentar a los más variados tanques norteamericanos, por supuesto que justificadamente pues se trata de una de las mejores películas que se podrán ver este año (aunque la lógica no le augure mucho tiempo más de vida, seguramente hoy y mañana serán los últimos días para verla en la gran pantalla). Teóricamente lúcida y formalmente impecable, Un método peligroso registra el nacimiento de la ciencia emblemática del siglo pasado, el psicoanálisis, a partir de la histórica relación entre Freud (Viggo Mortensen) y Carl Jung (Michael Fassbender), aunque el eje de la película estará puesto en una paciente de ambos, conflictiva amante del segundo y al final de su vida reputada teórica, Sabina Spielrein (Keira Knightley). La maestría de Cronenberg consiste en su capacidad para enhebrar un relato tremendamente ambicioso con la simpleza del mejor clasicismo: su filme es capaz de mostrar con clarividencia el enfrentamiento de dos teorías diferentes sobre la psiquis humana y el espíritu, al mismo tiempo que registra la evolución de la metodología freudiana, la disputa sutil establecida entre sus protagonistas y la obsesiva relación entre Jung y Spielrein, vértice de un interesante triángulo de poder, sin perder por ello profundidad ni dinamismo. Un método peligroso se convierte así en un filme de época, que capta el fin de una era y los inicios, siempre conflictivos y apasionantes, de un nuevo mundo, el contemporáneo (significativamente, el filme finalizará con el inicio de la Primera Guerra Mundial). Pero como tenemos que hablar de estrenos, vale la pena abordar también la película que ha dominado el imaginario mediático en estos días, un tanque hollywoodense que reclama como pocos una crítica política: Los Vengadores es un filme que reactualiza las clásicas fantasías imperialistas de Estados Unidos, pero que también sintetiza el presente de su industria cultural. Típico producto de reciclado de otros productos, Los Vengadores es la concreción de un viejo sueño de Marvel, que consiste en reunir a sus más conocidos superhéroes en una misma película (y que viene siendo preparado hace años por sucesivas películas de la factoría). Una suerte de misticismo pagano recorre su argumento, puesto que la amenaza exterior que reunirá a sus filas heroicas proviene esta vez de un limbo superior: el Dios Loki, hermano renegado de Thor, vendrá a la tierra con el objetivo de apropiarse del mundo y ponerlo bajo su yugo. La amenaza reunirá al ecléctico grupo de superhéroes en cuestión (Capitán América, Iron Man, Hulk, Thor, Ojo de Halcón y Viuda Negra), bajo el manto de una organización secreta llamada SHIELD (escudo) para ensayar una desesperada defensa, probablemente destinada al fracaso ya que se trata más bien de un grupo de renegados, psicóticos infantiles enfrascados en sus propios delirios narcisistas. Esta es una de las particularidades que marca un cambio de época, un filón potencialmente interesante que el filme no se anima a explotar del todo: estos superhéroes no son los perfectos modelos de ética republicana del pasado, e incluso cada uno esconde un halo de oscuridad (a excepción del correcto Capitán América -Chris Evans – de apariencia más aria que la de sus tradicionales enemigos). Habrá entonces una lección que (volver) a aprender, y la película se detendrá cíclicamente en las peleas internas entre estos egos a la deriva, retrasando la batalla final. Sólo los mandos militares quedarán en entredicho, primero por querer utilizar la energía alienígena para crear armas militares “de defensa”, luego al lanzar una bomba atómica sobre Nueva York para acabar con el monumental ataque. Pero el (aburrido) desafío a los cánones del género no irá más allá, y pronto el propio Loki repondrá los conceptos propios de los productos de este tipo: la amenaza a la libertad de los humanos fungirá como lección y amalgama para estos héroes, y entonces sobrevendrá una apoteósica batalla contra la monumental amenaza externa en pleno Manhattan, escenario ideal para una secuencia que quedará en la historia de los efectos especiales (y donde la película adquiere su verdadera dimensión de gran tanque de entretenimiento). Pero más allá de la parafernalia digital están las ideas, y Los Vengadores no innova mucho que digamos en este terreno: los Estados Unidos sigue siendo la nación destinada a evangelizar y resguardar al mundo (“mi Dios no se vestiría de semejante manera”, le espeta el Capitán América a Loki antes de atacarlo), y la película misma constituye una oda acrítica al ideario occidental. Un chauvinismo cool que describe muy bien a la industria norteamericana contemporánea, así como también el hecho, sintomático por demás, de que todo el argumento pueda sintetizarse como una simple batalla de egos. Por Martín Iparraguirre
La novela escrita por John Kerr y la obra teatral creada por Christopher Hampton, "The Talking Cure" (algo así como "La Palabra que Cura"), son el punto de partida de este nuevo film del realizador canadiense David Cronenberg, un drama biográfico con muchos elementos de ficción que nos introduce en la relación entre el Dr. Sigmund Freud (Viggo Mortensen) y su discípulo, el Dr. Carl Jung (Michael Fassbender) durante los primeros años del psicoanálisis. Esta producción escrita por el propio Hampton, se desarrolla a principios del siglo XX en Zúrich y Viena, lugares que sirven de marco para narrar una oscura historia con trasfondo sexual e intelectual y cuyo conflicto surge cuando aparece Sabina Spielrein (Keira Knightley ofrece una actuación formidable), una joven rusa y muy culta, que ingresa al Hospital Psiquiátrico de la mencionada ciudad suiza. Bajo un diagnóstico de histeria que puede llevar a episodios de violencia, Jung comienza a tratarla. Con ella, ensaya un tratamiento experimental inventado por Freud, el psicoanálisis o "curación por la palabra". Tras varias conversaciones, se revelan detalles de la infancia del personaje interpretado por Knightley e inquietantes y perversos elementos sexuales, pero también surge una relación amorosa entre ambos. A medida que Jung y Freud traban amistad a través de un intercambio epistolar acerca de la condición de Sabina, su relación comienza a tornarse turbulenta, ya que la muchacha -además de ser un objeto de estudio relacionado con la sexualidad y los desórdenes emocionales- resulta ser una complicación, ya que tanto el padre del psicoanálisis (Freud) como el joven psiquiatra (Jung) comienzan a chocar en lo que concierne a lo estrictamente profesional (teorías y métodos revolucionarios para la época), y a las cuestiones éticas, ya que Jung traspasa la línea que separa al doctor del paciente. Por su parte, la psicótica Sabina, quien más tarde se convertiría en una notable influencia en el mundo del psicoanálisis y en el pensamiento moderno como otra profesional de la rama médica, complica aún más el "intercambio" entre los dos profesionales, ya que lo intelectual comienza a mezclarse con la exploración de los propios deseos personales. Al trío, se suma Otto Gross, papel a cargo de Vincent Cassel. La subtrama de este psiquiatra y psicoanalista libertino decidido a traspasar todos los límites parece insertada a la fuerza dentro de una historia con personajes interesantes (acompaña una buena recreación de época y vestuarios) pero que a la vez se torna pesada como la psicología misma y complicada como lo oscuro de la mente humana que tanto Freud como Jung quieren descifrar. Esta película, que marca la tercera colaboración entre Cronenberg y Viggo Mortensen (tras "Una Historia Violenta" y "Promesas del Este"), se presenta a través de una forma bastante teatralizada que por momentos se torna cansadora y tediosa. A pesar de que tiene una duración promedio, la misma se larga. La historia daba para mucho más. Cronenberg no supo aprovecharla.
Publicada en la edición digital #1 de la revista.
Publicada en la edición digital #3 de la revista.
El método Cronenberg 1907, un joven Karl Jung (Michael Fassbender) visita a quien era su mentor por entonces, nada menos que Sigmund Freud (Viggo Mortensen) en su casa de Viena. Allí hablan durante horas y exponen sus diferentes enfoques sobre una psicología que apenas se vislumbraba como ciencia. En la conversación Jung manifiesta que se siente exaltado por un sueño que tuvo y se lo cuenta a Freud. No hay imágenes de lo latente del inconsciente en el último trabajo de David Cronenberg, sólo relatos. Qué hubiera pasado si pudiéramos ver las pesadillas de Jung, nunca lo sabremos. Un director como Terry Gilliam hubiera hecho una película sólo con eso. Pero aquí sólo conocemos las palabras que mediatizan las experiencias de los protagonistas. ¿Cronenberg se reprime? Hay una velada intención en su búsqueda, que se remonta a Spider (2002) y a Una historia violenta (2004), un esfuerzo por contener su habitual fascinación por los excesos y ver qué pasa. Y lo que pasa sigue siendo Cronenberg. El arte de curar Sabina Spielrein fue una figura importante dentro del incipiente panorama del psicoanálisis de principios del siglo pasado. Paciente de Jung devenida psicoanalista y formadora de psicólogos como Jean Piaget, autora de trabajos que llegaron a influenciar al mismísimo Freud. Su interesante, ambivalente punto de vista es recuperado por Cronenberg y su guionista Christopher Hampton, especialista en adaptaciones (ya había escrito en el 2002 una obra de teatro en la que se basa esta película). Sabina (Keira Knightley, en un papel exigente) es llevada en 1905 a una clínica de Suiza para ser tratada por un diagnóstico de histeria. Sus ataques alternan con momentos de lucidez que descolocan e inquietan al joven Jung, que intenta con ella un novedoso tratamiento de la cura por la palabra ideado por Freud. Es una época en la que los marcos de referencia se corren y el concepto de locura comienza a borronearse. Karl dice que en Psiquiatría necesitan gente como Sabina. “Insane you mean?” pregunta ella. “Sí”, responde él, “nosotros los sanos tenemos serias limitaciones”. Y ya hacia el final del film vuelve al tema con una frase certera: “Sólo los heridos pueden tener la esperanza de sanar”. A esa altura, aún no estaba difundida la palabra psicoanálisis. Y, llegado el momento de hablar de esa nueva disciplina, cada uno de los protagonistas la pronuncia distinto. La palabra en Un método peligroso tiene un peso específico. En el nombre del padre El joven Jung se va haciendo un lugar en el panorama de esa disciplina, hasta que sus obsesiones colisionan con las de su mentor, Sigmund Freud, cuyo objetivo es muy claro: lograr que la Psicología sea aceptada y se la incluya en el panteón de las ciencias. Jung, mucho menos pragmático, y con su vida resuelta por su conveniente matrimonio, siempre quiere ir un paso más allá del psicoanálisis. Tiene una aproximación mucho más emocional a su profesión. El hijo pródigo deviene parricida. Jung admira a Wagner, en particular Die Walküre, y no solo esKüre lo que resuena allí: el padre del héroe en la ópera se llamaba Sigmund. Todo está calculado en un guión que parece un trabajo de orfebrería en donde nada se enfatiza. Tampoco las conversaciones de Jung con Sabina, en la que ésta parece sugerirle conceptos que él mismo ampliará en el futuro. Escrito en el cuerpo Si bien la aproximación contenida de Cronenberg puede catalogarse de cerebral, el cuerpo sigue presente, como en todas sus películas previas. En los encuentros sexuales, en los azotes que exige Sabina, en el corte que le provoca en la cara a Jung cuando se siente dejada de lado (un pequeño acto de violencia que cambia por completo la dinámica de la relación entre los dos y de paso ilustra la dialéctica del deseo). Es justo en ese preciso momento en donde el cuerpo velado irrumpe. Freud tomará las ideas de Sabina sobre la pulsión de muerte y el masoquismo para desarrollos ulteriores, ya completamente distanciado de Jung. Sabina ha coqueteado con los dos y la trama también ha coqueteado con las ideas de ambos. Con su aproximación analítica y su foco puesto en la palabra parece avalar a Freud, pero a la vez termina validando hacia el final a Jung con el apocalíptico relato de la visión de una futura guerra en Europa, que no tardaría en llegar. Si bien probablemente esto ya estaba en la obra teatral de Hampton, que a su vez se basa en una novela del año 93 de John Kerr, Cronenberg consigue plasmarlo muy bien.
Un elogio para El método peligroso De algún modo es posible concebir a Un método peligroso como un homenaje. En caso de ser así, podemos preguntarnos, ¿un homenaje a qué? La pregunta emerge porque se trata de un film, en cierto punto, inasible. Una obra que salpica hacia varios lados y que no responde fácilmente a las preguntas que uno pudiese plantearse sobre él. ¿Es un film irónico? ¿Es una apostasía del psicoanálisis? ¿Es una crítica a la ortodoxia y un camuflado elogio a Jung que podemos advertir en la lectura de las placas finales que relatan el destino de los personajes? ¿Es una pedagogía moral de la mentada abstensión del analista? ¿Es una irónica frivolización de aquellos iniciales años del psicoanálisis? ¿O es una loa a tales tiempos? Las preguntas asoman también merced a la habilidad del director de no posicionarse en una perspectiva fija y clara. Cual sea el caso, la obra de Cronenberg se presenta como una oportunidad para recordar algunos hitos relativos a esos tiempos. La película se desarrolla durante aquella época que Freud llamó “los heroicos años de aislamiento”, momento en que el psicoanálisis estaba en un período embrionario y comenzaba a emitir sus primeras ramificaciones. La escasa repercusión social que tuvo entonces la invención analítica se evidencia en el destino inicial de una de sus obras magnas. “La interpretación de los sueños”, texto inaugural del psicoanálisis, que en el curso de seis años a partir de su publicación vendió sólo 351 ejemplares, y cuya segunda edición no apareció hasta 1909. En este sentido se trata de un film con vocación histórica. Los elementos que se despliegan se atienen a los hechos “verídicos”, entendidos éstos como los reconstruidos por los biógrafos oficiales e historiadores del psicoanálisis. Hay algunos detalles que podemos traer a colación para evidenciar esta fidelidad mimética. La construcción de la correspondencia es casi exacta, a modo de ejemplo, las palabras que le dirige Freud a Jung, como despedida y ruptura del vínculo, “Con esto no pierdo nada, pues durante mucho tiempo he estado ligado emocionalmente a usted por un débil hilo, el efecto subsistente de decepciones anteriores” forman parte de la correspondencia con fecha del 3 de enero de 1913. Otro elemento “verídico”: los desmayos de Freud. Dos veces se desvanece Freud ante Jung. La primera vez, en el puerto alemán de Bremen, un 20 de agosto, antes de embarcar hacia Estados Unidos, mientras Jung hablaba sobre ruinas prehistóricas en las que se estaba excavando al norte de Alemania y Freud derivaba de esas palabras interpretaciones que lo comprometían. La segunda, tres años después, en una reunión de Munich, con motivo de una pequeña conferencia psicoanalítica, desmayo retratado en una de las escenas. Baste mencionar, como tercer elemento, el viaje que realiza a Estados Unidos invitado por Stanley Hall para disertar en la Clark University. Esta visita representó, en términos de Freud, el primer reconocimiento al psicoanálisis fuera de Europa. Después de varios días a bordo del vapor George Washington de la compañía Norddeutrsche Lloyd, antes de arribar a destino, Freud dice a sus discípulos: “Ellos no saben que les estamos trayendo la peste”. La anécdota nos llega a través de Lacan, quien afirma haberla escuchado de boca de Jung, en un cónclave psiquiátrico realizado en Suiza en los años 50’. Sagaz, Lacan agrega que esa peste tenía boleto de ida y vuelta, y retornó a Europa bajo el nombre de “Ego Psychology”. De los personajes representados, Freud no nos sorprende. No está puesto allí para sorprender. Sí tal vez Mortensen, pero no Freud. Y es que es mérito de Cronenberg haber hecho posible que el papel de Freud sea encarnado por Viggo Mortensen. Con un público acostumbrado a verlo mostrando sus músculos, tajeando el rostro de Stallone o realizando una matanza en Una historia violenta, es una propuesta impensada llevarlo a representar un personaje histórico, concreto, reflexivo, cerebral, bibliófilo. El encaje, no obstante, es magistral. La biografía ha construido a un Freud semejante al papel que Mortensen representa. Nos llega, cuatro generaciones después, un Freud distante, altivo en su inteligencia, capaz de llevar adelante un movimiento intelectual y político y que ha logrado conjugar las cualidades del líder de movimiento y de teórico de excepción. Cronenberg es fiel a ese Freud que nos llega. En este sentido, el film es, en algún punto, un film pro freudiano; entre la marea afectiva que somete a los personajes y el torbellino caótico de tensiones, emociones y desbordes, es Freud el único que se yergue con su deseo firme e inclaudicable sin ser perturbado por las tempestades que afectan a sus discípulos. No es Freud, sin embargo, la estrella de esta obra. Uno de los aciertos más notables y osados de Cronenberg es que el personaje principal de la película no es Freud, sino Jung, interpretado también notablemente por Michael Fassbender. Nacido en 1875, en una pequeña localidad suiza llamada Keswil, Jung fue hijo de una familia religiosa de origen alemán. Con un padre reverendo, no escapó al dilema que será oro para los teóricos que han analizado la cultura hogareña de la burguesía de fin de siglo: debatirse entre la vida pulcra y abstinente del “hombre de bien” y los goces ilícitos del lujurioso. Hijo único hasta los nueve años, los biógrafos lo describen como un niño retraído y solitario, de tendencia introspectiva -incidentalmente, un término de Jung que Freud pule e incorpora a su corpus teórico será el de “introversión”-. Profundamente religioso, a los 19 años y siendo estudiante lee una frase que lo impacta a tal punto que años más tarde la haría imprimir en el dintel de la puerta de su casa. La frase, extraída de un libro de compilación de citas realizada por Erasmo, “Collectaneae Adagiorum”, conocido como las “Adagias”, rezaba: vocatus atque non vocatus deus aderit, “invocado o no el dios estará presente”. Con casi veinte años menos de edad, conoce a Freud en 1906, cuando le envía un ejemplar de sus “Estudios de asociación diagnóstica”. Es conocida la crisis doméstica que Jung vivía por entonces producida por sus comportamientos polígamos que asumía como naturales. En este sentido solía afirmar que “la mejor manera de conservar un buen matrimonio es la poligamia”. Como si siguiera el molde teórico diagramado por el psicoanálisis para el obsesivo, Jung comparte un amor “sagrado” y casi asexuado por su prístina compañera de hogar Emma, y un indómito sexual hacia sus amantes. Dentro de la vocación histórica del film cobra relevancia el título de la obra. El método se asume como peligroso, pero, ¿qué es lo peligroso?, ¿a qué refiere esta advertencia? Al respecto no debiera dejarse de lado la posibilidad de ver la obra como una narrativa de aprendizaje y una didáctica moral de la abstinencia. El psicoanálisis tiene pocas reglas, pero elementales. Una, la regla fundamental de la asociación libre, la otra, la regla de abstinencia. Jung rompe esta última con su paciente Spielrein. “Rompí una de las reglas elementales de la profesión”, ruptura que no es sin costo sino al precio de sentirse “Culpable y dividido”. La película juega con la posibilidad de que sea Otto Gross quien inicia a Jung en los juegos prohibidos, llevándolo de las narices hacia una zona pantanosa de la que Jung intentaba protegerse. “No te reprimas nada…”, acicatea. Si para Jung la poligamia era el mejor modo de mantener un buen matrimonio, para Gross no es posible imaginarse “un concepto más estresante que la monogamia”. Además de resaltar que tal vez sea el de Vincent Cassel el papel más brillante del film, vale la pena un comentario sobre la participación en la película de Otto Gross. Sin haber sido una figura representativa para el psicoanálisis, sin embargo el director le dedica un espacio de mediana relevancia. La relación entre Jung y Gross va más allá de lo que el film muestra. Personaje histórico catalogado como genio malogrado, participa del grupo de pioneros de la primera hora, llegando a ser instructor de psicoanálisis de Ernest Jones -uno de los principales biógrafos oficiales de Freud-, en Burghölzli. Victima de una crisis delirante, Gross llega al consultorio de Jung en 1908. Al respecto Jones afirma: “después de curarlo de su morfinismo, nutrió la ambición de ser el primero en curar un caso de esquizofrenia”. El supuesto esquizofrénico sin embargo logró enmarañar a Jung. En una carta del 21 de agosto Jung le escribe a Freud: “…el caso me consumía en la verdadera extensión de la palabra; le sacrifiqué días y noches… …Esa experiencia fue una de las más duras de mi vida, pues en Gross descubrí muchos aspectos de mi propia naturaleza, a tal punto que él parece ser mi hermano mellizo”. No es sin fundamento entonces la ilusión verosímil con que juega el film de que sea Gross quien le da el empujón a Jung para entrar en lo que tanto anhelaba y temía: el goce abierto de lo ilícito. El film nos deja al respecto una picardía: ¿quién envía el regalito “Gross” a Jung? No debiera despreciarse la interpretación de estas sutilezas. El mismo Freud se muestra extrañamente absorto ante su error: “Es una lástima, nunca te tendría que haber enviado al doctor Gross. Fue culpa mía”. Con su espíritu de spleen y un aura de poeta maldito, habiendo sido acusado de incitar a dos mujeres al suicidio, cierta tradición ubica a Otto Gross como uno de los hombres iniciadores de la contra cultura, que, como tantos otros espíritus rebeldes y personajes outsiders, se vio atraído por el psicoanálisis a razón de esa veta revolucionaria que suelen encontrar en la teoría freudiana: la apertura hacia el tabú de la sexualidad. Paradojas de las disciplinas humanas, pues sabemos que Freud entiende que lo que podemos encontrar de la vereda de enfrente de la cultura es sólo la guerra y el tanatos. “Es innegable que todos los recursos con los cuales intentamos defendernos contra los sufrimientos amenazantes proceden precisamente de esa cultura”, encontramos en “El malestar en la cultura”. El destino que las líneas finales del film dan a los personajes declara que Gross “Murió de hambre en Berlín en 1919”, sin embargo, la versión de Jones indica otra cosa. Durante la primera guerra mundial Groos “se alistó en un regimiento húngaro, pero antes del término de la contienda cometió un homicidio y se suicidó”. Algunos críticos han entendido el papel de Keira Knightley como sobreactuado. Sin negar las posibles exageraciones gestuales del personaje adiciono a ese comentario una pregunta que podría cambiar el eje en la apreciación de su talento: si es verdad que sobreactúa, y tratándose del papel de una histérica; ¿para quién lo hace? Para los espectadores, para Cronenberg, o para Jung. En el último caso, la sobreactuación de Knightley no sería más que un síntoma bien representado de Sabina Spielrein. Es dable destacar también un detalle de su personaje: la única demanda puntual que Spielrein verbaliza frente a Jung es respecto a la verdad: “Te estoy pidiendo que digas la verdad”, le dice, una vez que se han distanciado afectivamente y con el fin de lograr ser aceptada como paciente de Freud. Logro no ya del personaje sino del guión, haber marcado subrepticiamente la fuerte relación entre la histeria y la verdad. Los datos sobre el destino de los personajes del final también nos deja sentidos abiertos. Todos los finales son fatales, excepto el de Jung. En las últimas escenas se lo ve atribulado y taciturno, culpable y sufriente, sin embargo, las placas narran que luego de haber superado su crisis nerviosa durante la primera guerra mundial, se convierte “en el psicólogo más importante del mundo”, y que tras haber sobrevivido a su esposa y su amante, muere “pacíficamente en 1961”. Finalmente, y más allá de las respuestas que se puedan dar a las preguntas que el film genera, vale realizar, tres años después del estreno y desde estas tierras de “quasi alla fine del mondo”, un elogio para Un método peligroso, mas no sea por la simple prudencia de no pasar por alto una obra en la que vale la pena detenerse y contemplar, con una observancia serena y reposada, el atrevido homenaje brindado a aquellos hombres impuros y geniales, que se debatían pasionalmente por un interés que apuntaba, de un modo u otro, a la búsqueda de una verdad.