Carne muerta. La vida es un don. No sabemos nada de ese don, pero intuimos y necesitamos pensar que el sacrificio no es un capricho. Por eso creamos historias, leyendas, mitos y religiones en las que nos adentramos con toda nuestra imaginación y voluntad creadora para darle un sentido a una vida que tan solo acontece. Yo, Frankenstein (I, Frankenstein, 2014) es una adaptación libre de la clásica historia de terror de Mary Shelley, basada en una novela gráfica de Kevin Grevioux. El film está dirigido por Stuart Beattie y el guión fue realizado en colaboración por el director y Kevin Grevioux (que también tiene un papel como demonio).
Yo, Frankestein es un film ridículo que se toma demasiado en serio para su propio bien. La película comienza donde termina la famosa novela de Mary Shelley. Segundos después de que el monstruo enterrara a Victor Frankestein (su creador) un par de demonios aparecen en escena para tomarlo prisionero. A pesar de su fuerza sobre-humana, el monstruo solo logra salir vivo gracias a la ayuda de dos gárgolas, quienes lo lleva su guarida, le dan un nombre (¡Adam!), y lo ponen al día con lo que está ocurriendo: Los demonios son reales forman parte del ejército del Diablo. Dios también existe y las gárgolas son su ejército. De esta forma Adam queda atrapado en una batalla milenaria entre el bien y el mal que se termina extendiendo hasta nuestros días y donde los demonios buscan dar con el monstruo para poder llevar a cabo un plan que podría cambiar el curso de la guerra y, peor aún, acabar con la humanidad. Enchúlame el monstruo En lo personal, me gusta dejar pasar un par de días a la hora de escribir una crítica. Esto hace que, por lo menos en mi caso, las ideas se acomoden mejor en mi cabeza. Generalmente en puntaje no suele cambiar, pero con Yo, Frankestein ocurrió algo extraño: cada día que pasaba y recordaba algo específico de la película el puntaje bajaba más y más. Desde que salí de la sala tenía en claro que la película no me había gustado, pero rememorar en mi mente escenas y diálogos hizo que encuentre la verdadera razón detrás de esto. Yo, Frankestein es una película que parte de una premisa ridícula y a lo largo de su historia se las arregla para aplicarle una nueva e importante dosis de ridiculez que, desgraciada, es inintencionada. Transportar a la creación de Victor Frankestein a nuestros días no es tarea fácil, y mucho menos es convertirlo en héroe de acción. El crédito de que nada saliera como lo esperado tranquilamente puede ser otorgado al director Stuart Beattie (quien también formó parte de la escritura del guión) y a los productores, que quisieron hacer con este film algo (demasiado) similar a la saga de Inframundo (de la cuales también son responsables). Los problemas de Yo, Frankestein son muchos y todos por culpa guión, el cual ya dijimos que parte de una premisa bastante cuestionable y poco hace para desarrollarla de manera satisfactoria. Como si eso no fuera suficiente, los diálogos son verdaderamente horrendos y en muchos casos hasta risibles. El desarrollo de la historia es casi nulo, con Adam vagando por la ciudad, siendo capturado, liberándose, luchando y no mucho más que eso. En definitiva, la película se toma demasiado en serio a sí misma como para nosotros como espectadores podamos comenzar a disfrutarla. La trama pide a gritos dosis de humor para poder digerir con mayor facilidad las incoherencias y ridiculeces de la historia, pero eso nunca sucede…. Al menos no de manera voluntaria. Quizás se hayan percatado del “error” que hay en el titulo. Si conocen la historia original de Mary Shelley, entonces sabrán que Frankestein es el apellido del científico y todos se refieren al monstruo como tal o como la criatura. Este “error” del título no es tan así, tiene una explicación… aunque luego de conocerla hubiéramos preferido que si se trate de un error. Si bien lo siguiente no arruina para nada la experiencia de la película, quienes quieran dejarse “sorprender” por esta explicación pueden NO leer lo siguiente: El monstruo de Frankestein, a quien las gárgolas renombran como Adam, tiene daddy-issues o problemas de padre ausente. Si bien esto pretende ser una parte crucial de la historia el desarrollo es casi nulo, pero durante los últimos segundos, antes de fundir a negro pero luego de Adam comprenda que si está vivo es gracias a su creador, por fin acepta su verdadera identidad y lanza el dialogo al que hace referencia el título: Yo, Frankestein. Aaron Eckhart interpreta a la criatura más fachera y en mejor forma desde que tengo memoria, algo así como un súper-modelo dentro de la famosa galería de monstruos existentes en el mundo del cine. A pesar de tener 200 años de edad y estar construido con diferentes partes de diferentes cadáveres lleva un físico perfectamente marcado y con unas pocas cicatrices. Eckhart, en mi opinión, es un gran actor (basta con ver Gracias por Fumar) pero aquí pasa vergüenza. Es una verdadera lástima que su primer gran protagónico absoluto en una superproducción hollywoodense haya sido con este film. Al pobre de Eckhart lo acompaña Yvonne Strahovski (Hannah, de la finalizada serie Dexter) como la científica menos creíble de la historia del cine. Quizás quien mejor parado sale de todo este lio es el gran Bill Nighy (Realmente Amor, Cuestion de Tiempo), quien interpreta al villano del film y con sus pocas escenas le agrega algo de credibilidad a la historia. Pero no todas son pálidas en Yo, Frankestein. Si bien en el plano artístico fracasa rotundamente, técnicamente es otra cosa. El diseño de producción a cargo de Michelle McGahey es un gran logro, ya que transformó las locaciones australianas en una hermosa metrópolis gótica. Las peleas están muy bien logradas y los efectos especiales, en su mayoría, son de primera línea. También vale la pena mencionar el buen uso que se le dio al formato 3D, ya que lograron una interesante profundidad de campo y las escenas en cámara lenta son, como diría un compañero de Alta Peli, un caramelo visual. Conclusión Aun esperando poco y nada de ella, Yo, Frankestein decepciona. La historia es verdaderamente ridícula y su ejecución aun peor. Ni siquiera talentos como Aaron Eckhart o Bill Nighy pueden salvarla. Aburrida e involuntariamente graciosa, lo mejor del film está en sus logros técnicos que lejos están de ser algo revolucionario para la industria. - See more at: http://altapeli.com/review-yo-frankestein/#sthash.FmJti3dQ.dpuf
Pedazos muertos Al final será el mercado el que decida si Yo, Frankenstein sigue con vida después de esta presentación de un nuevo e improbable súper héroe que se ve atrapado en la lucha entre demonios y ángeles. Una cosa es clara: la película quiere ganar billetes y quiere tener secuelas. Puede ser que el negocio funcione, pero la película, no. Como una parte importante del cine mainstream de aspiraciones más claramente comerciales de hoy, Yo, Frankenstein está basado en una novela gráfica que, por supuesto, se basa muy libremente en la novela de Mary Shelley. En realidad, esta nueva versión del monstruo de Frankenstein -el cine ha tenido una larga y prolífica relación con este monstruo- toma de la novela original poco más que los personajes, y resume aquella historia en un flashback. Lo que vemos es básicamente: ¿qué le pasó al monstruo una vez que terminan los hechos relatados en la novela? Un punto de partida tan válido como cualquier otro, la cosa se pone un poco más turbia cuando ese monstruo (un Aaron Ekhart más o menos enojado durante toda la película y marcado apenitas por algunas cicatrices que parecen aumentar o disimularse en diferentes escenas) se termina cruzando con una lucha católico/militar/milenarista, de esas que el cine del siglo XXI parece disfrutar tanto con películas como Legión, Constantine, Priest, etc. La referencia es más que evidente (Bill Nighy mediante): Yo, Frankenstein busca ser una nueva Underworld. Más allá de los gustos personales, de la utilización pop de un supuesto conflicto filosófico/religioso (la crisis de identidad del monstruo creado por Frankenstein, la creación que desafía a Dios, el hombre que no tiene alma), de una estética que abusa del gris y de lo derruido y húmedo y pegajoso y venido a menos (como, por ejemplo, las paredes del edificio en el que vive el monstruo, en las que el empapelado parece directamente pudrirse), el problema de Yo Frankenstein es fundamentalmente narrativo. Si el mundo que presenta la película resulta tan poco atractivo no se debe a que sea más o menos monocromático, sino simplemente a que es un mundo que nunca llega a construirse: no hay personajes por fuera del conflicto ángeles/demonios; no hay habitantes en esa ciudad europeizada (y que, al parecer, tiene poco más que una catedral, una terminal de trenes y edificios abandonados, sin casas, sin autos, sin transeúntes, sin luces, sin vida). ¿Por qué habría de importarnos el fin de ese mundo, si ese mundo apenas si parece habitado? De entrada, el desafío era complejo: construir una película protagonizada por un ser no humano. Incluso si su origen no era humano, el monstruo podría haber estado humanizado, pero como el conflicto narrativo es precisamente su camino hacia la humanización, en lugar de un protagonista, lo que tenemos durante tres cuartas partes de la película es una cosa rígida (en parte gracias a la actuación de Eekhart) que se supone que debería importarnos pero que en realidad no hace mucho más que arrastrarnos de un lugar al otro para que el guión pueda avanzar. Los ángeles no tienen mejor suerte en su construcción como personajes, como tampoco la doctora. Si a esa torpeza narrativa se le suma una serie de complejidades argumentales más o menos arbitrarias pero fundamentales para el desarrollo de la trama (la existencia de la guerra misma, el despliegue de armas sacras, las leyes y jueguitos que permiten que unos maten a otros o no, etc.), lo que tenemos como resultado es una película que no termina de arrancar hasta que pasó por lo menos el ochenta por ciento de su metraje. Para entonces, es demasiado tarde. Lo único interesante que se nos presenta en todo este universo es la presencia de Bill Nighy (a estas alturas, un abonado para este tipo de película y, sin ninguna duda, un grande del cine), que tarda bastante en aparecer. Su personaje no es menos esquemático o repetitivo o previsible que cualquiera de los otros, pero Nighy puede prestarle carnadura y fotogenia incluso a este insípido príncipe de los demonios. Su cara llena el plano, sus gestos dicen mucho más que cualquiera de sus diálogos. Si bien no llega a ser verdaderamente aterrador (aunque, sospechamos, no podría realmente ocurrir en una película que se muestra tan empapada desde el primer instante de cosas supuestamente aterradoras), su demonio es sofisticado, frío, un poco exagerado en la dicción pero creíble. Lo demás: los ángeles/gárgolas, el apocalipsis demoníaco, la revelación humanizante del monstruo que finalmente termina por aceptar el apellido de su padre, las ganas que tiene la película de convertirse en relato épico y en secualas, hasta el insulso intento de darle "calor humano" a todo esto (a través del personaje de la doctora, de la cual literalmente no sabemos nada, más allá del hecho de que es mujer y es doctora) se quedan en una nada gris, con 3D, con ganas de ganar billetes pero pocas ganas de contar una historia.
Yo, Frankenstein es recomendada sólo para aquellos que tengan más ganas de ver un demo completo de un juego o una exposición de batallas digitales que un buen film. La historia es la nada misma, ya que en realidad lo que terminamos viendo es prácticamente un video game, pues Frankenstein se la pasa...
De los monstruos clásicos, Frankenstein es el que más despierta compasión. Creado a partir de restos humanos por el científico Víctor Frankenstein en la novela de Mary Shelley, publicada en 1818, él sólo quería ser aceptado. Claro que sus horribles cicatrices y su inicial torpeza para comunicarse provocaron el rechazo de la gente. Y así, este individuo trágico, marginado, quedó como motivo de pesadillas para miles de generaciones. Boris Karloff fue quien inmortalizó su imagen más icónica, pero hubo más versiones en numerosas adaptaciones cinematográficas. En Yo, Frankenstein conocemos su otra faceta: la de repartidor de piñas y patadas… o algo por el estilo. Al principio, la historia toma elementos del libro, pero enseguida va por otra dirección: nuestro antihéroe (Aaron Eckhart) descubre que es perseguido por demonios que pretenden secuestrarlo para oscuros fines, pero es rescatado por las gárgolas, que conforman una raza con fines benignos, más allá de que no dudan en recurrir a la fuerza si es necesario. Descontento por el horror que produce su presencia y los intereses de los dos bandos sobrenaturales, Adam -tal como es bautizado por la reina de las gárgolas (Miranda Otto)- se aísla en parajes remotos durante siglos. Cuando regresa a la civilización, el mundo es distinto… aunque hay cosas que siguen vigentes: el asco de las personas al verlo y, sobre todo, los demonios, quienes esta vez no se detendrán ante nada. Adam deberá hacerse cargo de sus perseguidores y encontrar su lugar.
EL PASTICHE QUE ARRUINA AL CLÁSICO Yo, Frankenstein está basada en la novel gráfica escrita por Kevin Grevioux, quien por supuesto toma los personajes creados por Mary Shelley. Nada malo tiene en sí misma la novel gráfica como género, pero su condición muchas veces de pastiche a veces le juega en contra. Pastiche es un texto apócrifo sobre un personaje de ficción famoso o una relectura de alguna de sus historias. De este pastiche, algo muy común en la novela gráfica, surge una historia nueva en este caso, que funciona como una secuela del libro. La película arranca con un resumen apresurado y muy personal del famoso clásico de la literatura. La mala noticia es que esos primeros minutos son los únicos que valen la pena. Produce tristeza saber la bella historia que no nos van a contar, ver flashes de esa obra magna de la literatura. Los que amen el libro de Mary Shelley pueden en ese momento abandonar la sala. Lo que vendrá después no es solo un pastiche, es directamente un engendro difícil de aguantar. La criatura creada por Victor Frankenstein no envejece y atraviesa los siglos hasta llegar al presente. No está solo, sino que queda en medio de una batalla entre ángeles y demonios. Lo poco atractivo y lo insultante que es para la novela esta nueva variación podría ser pasada por alto si hubiera en toda la película algún momento entretenido, alguna imagen bella o algún instante de emoción o al menos de humor. Los motivos por los cuales llega a las salas una película así, son un misterio, los motivos por los cuales además trae copias en castellano mejor ni averiguarlo. Dan ganas de sacarse los anteojos 3D para no seguir mirando. El libro de Mary Shelley y las irrespetuosas pero igualmente buenas adaptaciones cinematográficas, siguen disponibles para al espectador y lector con ganas de acercarse a una forma de arte y entretenimiento más genuino.
"Adam y guerra" Hablar bien de esta película y recomendar su visionado puede ser parecido a desarmar una bomba en menos de un minuto sin las herramientas necesarias. Pero de todas formas, vamos a intentar ganar esta batalla. Stuart Beattie (guionista de “Piratas del Caribe”, “G.I. Joe”, “Colateral”, “30 días de oscuridad” y “Australia”) junto a Kevin Grevioux, (actor y guionista de “Inframundo” y escritor del cómic en el que se basa este film) decidieron unir fuerzas para sacar adelante una producción que tiene como protagonista a uno de los monstruos más emblemáticos de la historia del cine, solo que esta vez utilizándolo casi como un mero accesorio para posicionarlo en un escenario en el que nunca lo habíamos visto anteriormente: Una guerra entre gárgolas y demonios. Por eso, de forma muy acertada, la película se saca rápidamente de encima a los fervientes defensores de la obra de Mary Shelley, rebautizando al monstruo creado por el Dr. Frankenstein con el nombre de Adam ni bien arranca el relato. Si buscas muchas referencias a la obra de Shelley en “Yo, Frankenstein” estas más perdido que Tarzan en un concurso de modales. Al igual que como pasara con la saga “Inframundo”, la idea de plantear una guerra entre dos bandos de criaturas milenarias y fantásticas deja en evidencia el público al que apuntan estas producciones y el único objetivo que persiguen: Entretener a los jóvenes y más chicos. El único problema que le encuentro a estas películas vuelve a ser el mismo: Sus protagonistas, los cuales terminan molestando más que ayudando a la hora del desarrollo de la trama. Si en “Underworld” la hermosa Kate Beckinsale vestida en un ajustado traje de cuero solo servía para distraernos de lo que verdaderamente queríamos ver (hombres lobos luchando contra vampiros), en “Yo, Frankenstein” el fornido y traumatizado monstruo interpretado por Aaron Eckhart es un mero accesorio que estorba y no nos deja disfrutar del verdadero show que brindan los grandes protagonistas del film: Las gárgolas. Personajes históricamente alejados de la pantalla grande (vaya a saber uno por qué), las gárgolas tienen su revancha en esta película, ya que por lejos son el plato fuerte de la misma y se terminan convirtiendo en la verdadera y única razón por la cual no podes dejar pasar la oportunidad de ver “Yo, Frankenstein” en el cine. La primera batalla grande entre los demonios (liderados por el siempre correcto Bill Nighy) que tiene lugar en una catedral y sus alrededores es simplemente impresionante y te deja con la mandíbula en piso gracias a la espectacularidad visual y el logradísimo y acertado trabajo que hicieron con el 3-D en esta secuencia. Si estas entre los 7 y los 13 años, en esos 15 bestiales minutos la película te vuela la cabeza por completo y te atrapa hasta el final. En cambio, si sos más grande, “Yo, Frankenstein” te pega una piña en el pecho y te obliga a sacar tu niño interior para que disfrutes sin demasiadas pretensiones de un producto completamente pochoclero. Queda en evidencia que lo que los realizadores a la hora de construir esta película decidieron explotar al máximo su presupuesto y los recursos técnicos para ofrecer un film fantástico épico, visualmente apabullante pero argumentalmente muy ajustado y chico. La presencia de Eckhart, Nighy, Miranda Otto y Jay Courtney puede aparentar otra cosa, pero “Yo, Frankenstein” es una tremenda película de acción en la que todo lo bueno se reduce a las grandes escenas de lucha entre gárgolas y demonios que abundan en el film. Tratar de pegarle por otro lado a este film y pedirle más de lo que se dispone a entregar es absurdo, ya que estamos ni más ni menos que frente al primer gran blockbuster cinematográfico de este año que vale la pena disfrutar en una sala de cine.
Como su protagonista, la monstruosa creación del doctor Frankenstein aquí devenida héroe de acción, este segundo largometraje como director de Stuart Beattie es una historia sin corazón ni alma. Cotizado guionista ( Piratas del Caribe, Colateral ), el realizador resume en los primeros dos minutos la historia original de Mary Shelley y, luego de una secuencia inicial ambientada en 1795, salta directamente un par de siglos hasta la actualidad, con el ya rebautizado Adam (Aaron Eckhart) en medio de una lucha entre fuerzas demoníacas lideradas por el cruel Naberius (Bill Nighy) y las angelicales Gárgolas encabezadas por la sabia reina Leonor (Miranda Otto). Los productores de la saga de Inframundo tratan de reciclar los principales aspectos de aquella franquicia, pero este film luce moribundo ya desde los primeros instantes. Beattie -que escribió el guión a partir de una novela gráfica de Kevin Grevioux- intenta reanimarlo con un despliegue de vertiginosos movimientos de cámara, (sobre)abundancia de efectos visuales con estética gótica y golpes de efecto pensados para su visión en salas 3D. El resultado es precisamente el contrario, ya que ese shock artificial de adrenalina abruma y aburre más de lo que impacta. Con una narración en voz siempre solemne, música ampulosa, actuaciones mediocres (buenos intérpretes como Eckhart, Nighy y Otto hacen enormes esfuerzos por sobrellevar los torpes materiales que les tocan en desgracia) y una puesta en escena que pocas veces adquiere rigor y sentido, los escasos 92 minutos se estiran como un chicle que nunca tuvo sabor. Un triste regreso al cine de un personaje emblemático de la literatura fantástica.
Dentro del subgénero de “aventura oscura” el filme, se presenta como una clase B confusa y pobre a la hora de desarrollar a sus personajes o de generar ciertos climas de suspenso. Aquí todo es explicito y previsible. El guion, deja muchas cuestiones sin resolver y los efectos, a esta altura del desarrollo de los mismos son de una pobreza increíble. De la original historia de Mary Shelley aquí hay poco y nada, solo la excusa para que AARON ECKHART se coloque algunas prótesis que simulan cicatrices y luzca sus músculos trabajados, músculos mas expresivos que muchos de los desconcertados miembros del reparto. Para una tarde de lluvia viendo DVDs en casa, YO FRANKENSTEIN puede funcionar, pero como exponente del fantástico moderno, el filme tiene poco que ofrecer
Un monstruo perdido en el tiempo Uno de los monstruos más visitados por el cine (después de Drácula) es Frankenstein, el personaje creado por Mary Shelley, la criatura que deambula despertando compasión y espanto entre la gente y marcando el triunfo del experimento de su creador, el Dr. Víctor Frankenstein. Una mirada sobre la vida después de la muerte. Yo, Frankenstein comienza con el resucitado, ahora rebautizado Adam (Aaron Eckhart, visto últimamente en El Ataque a la Casa Blanca) llevando el cadáver de su amo. Con este esquema, el realizador Stuart Beattie elabora, sobre una historia suya y de Kevin Grevioux basada en la novela gráfica, un universo oscuro habitado por górgolas y demonios, en el que Frankenstein está en medio de una feroz batalla por salvar a la humanidad. Alejada del espíritu del relato original y más cercana a la aventura y la acción urbana, la película podrìa haber elegido a cualquier personaje célebre de terror para impulsar una historia más atractiva. Enfrentamientos reiterativos entre lenguas de fuego, una cámara que propone vértigo visual gracias al 3D y la presencia de un villano escondido bajo una fachada humana (encarnado por Bill Nighy), conforman esta nueva aproximación al mundo de la criatura llena de cicatrices y ya nada temible. Una estética similar a la vista en Van Helsing: El cazador de monstruos (2004), pero trasladada a la pantalla con escaso suspenso y misterio y con un Frankenstein que queda perdido en el tiempo.
El mito que se fue al demonio Yo, Frankenstein cumple con todos las requisitos que se le exigen hoy en día a una de Hollywood. Historia del género fantasy basada en un comic, retoma un mito clásico para llevarlo al mismísimo demonio, tiene a un superhéroe por protagonista (la criatura inventada por el Dr. Frankenstein no sólo es aquí un forzudo, sino que goza de algunos poderes especiales), suma combates que parecen coreografiados por un descastado del Bolshoi, hace mucho ruido y, sobre todo, en las escenas culminantes se las ingenia para que se disparen unos fuegos artificiales que entretengan a la afición. Sin embargo, es difícil decir que es mala: si se aceptan esos presupuestos, habrá que convenir que durante hora y media (un acierto, la duración) el relato avanza. La criatura mantiene, del modelo clásico, el carácter solitario, culposo y torturado. Aquí no mata sin querer a una niña, pero sí a un ser inocente, lo cual lo lleva a un exilio que terminará en el mundo contemporáneo (uno de sus dones es el de la eternidad, lo cual da pie a un final en el que la saga amenaza con seguir eternamente). En algún momento cruza su camino con unos seres al servicio del bien llamados gárgolas, que para más datos viven en una iglesia (son las gárgolas del gótico edificio, que cobran vida) y, claro, su opuesto, unos demonios que sirven a Naberius, que a pesar de su nombre que mueve a cargada es el mismísimo Príncipe de la Noche. El contrario de Naberius es la princesa Leonore (la australiana Miranda Otto), más buena que un ángel. Y por si hacía falta, invocando a Dios cada dos por tres y poniéndole de nombre Adán a la criatura sin nombre. O sea, la eterna batalla entre Dios y el Diablo, pero en una tierra sin sol, sino pura oscuridad. Todo está absolutamente “puesto”: el dueño de un laboratorio (el encantador Bill Nighy, haciendo aquí un papel poco encantador) que busca la fórmula para dar vida a la carne muerta, con la intención de revivir a todos los demonios caídos en combate y armar con ellos un verdadero ejército de la noche; el bombón rubio que trabaja a su servicio, que se llama ¡Terra! (la también australiana Yvonne Strahovski), y que en cuanto lo ve a Adán se le caen los tubos de ensayo; el secuestro de la reina Leonore; el libro que dejó escrito el Dr. Frankenstein y que no debe llegar a manos de Naberius, etcétera. Lo más sorprendente es que ese actor magnífico que es Aaron Eckhart se ve que se cansó de actuar en películas como Gracias por fumar y Sin reservas y se dijo “Ma’sí, yo me pongo a hacer fierros, me vengo forzudo y me paso al otro equipo”. Aquí hace de la criatura más musculosa de la historia, ostentando un six pack que hasta Vin Diesel le envidiará. Lo que son las cosas.
El autor de la novela gráfica en la que se basa el film, Kevin Grevioux, es también el coguionista y productor, con la dirección de Stuart Beattie: el resultado es una película para fanáticos del género, con su cuota gótica, el frankestein del título transformado en un inmortal es asediado por el demonio que quiere multiplicar sus legiones, y por la orden de las gárgolas y su misión angélica. Acción, efectos, entretenimiento
Bochorno llamado Frankenstein La película empieza con el monstruo llevando el cadáver de su creador por parajes del Polo Norte. A los tres minutos de proyección, el monstruo ya ha comentado todos los pormernores de cómo Victor Frankenstein lo construyó a partir de cadáveres, de cómo luego lo quiso desechar, y de cómo el engendro se vengó matando a su novia, lo que siguió con una persecución en el Polo. Pasados esos tres minutos de relato más bien sintetizado de la novela de Mary Shelley, todo lo demás es un delirio gótico que no tiene nada que ver con nada y es de lo peor que alguien se haya atrevido a poner en la pantala utilizando Frankenstein como título. Es que para entender el tremendo sinsentido al que nos enfrentamos, Frankenstein, a quien pronto rebautizan Adam, se ve envuelto en medio de una guerra entre demonios y gárgolas celestiales que se viene desarrollando sin que la humanidad lo pueda percibir desde hace siglos. El monstruo logra deshacerse de estos dos bandos en pugna por un par de siglos, los que aprovecha para caminar por el mundo como Kung Fu cortándose el pelo no se muestra a qué peluquería fue- hasta tener un look bastante moderno que ayuda a que la acción empiece a tener lugar en algo parecido al mundo contemporáneo, aunque más lleno de discotecas darks. Aquí es cuado Adam/Frankenstein retoma su papel en la lucha entre demonios y gárgolas, ahora con la participación de una joven científica que logra revivir a un ratoncito con electricidad. El asunto es penoso, y los efectos 3D son de catálogo, igual que el diseño de los demonios. Sólo de vez en cuando alguna imagen muestra algo de originalidad y alguna actuación un brillo mínimo salvando al film del desastre total.
Casi una semana después de ver I, Frankestein en cines, todavía no puedo sacarme de la boca el gusto amargo en el paladar que me dejó una de las películas de ciencia ficción más estúpidas del año -y eso que recién vamos un mes-, quizás hasta de la última década. Es increíble que a esta altura del partido, proyectos como la película en cuestión consigan financiación, cuando es una clara copia a carbón de la festejada Underworld en 2003. La matemática de tal esperpento -y no hablo del antihéroe que le da nombre al film, sino de la película en sí- es cambiar una protagonista femenina fuerte y exhuberante como Kate Beckinsale por un fornido Aaron Eckhart -inexplicable su presencia en pantalla en esta asquerosidad-, cambiar la guerra de vampiros contra licántropos por una más celestial y religiosa como gárgolas versus demonios, y ya casi estamos listos. El esquema es repetir misma fotografía, oscura pero nada sustancial, un par de efectos especiales que luzcan bien en pantalla -spoiler alert: lucen horribles- y una trama tan fina como una telaraña e igualmente peligrosa. Peligrosa para el espectador mosca, que quede obnubilado por los efectos de ascención y descenso de gárgolas y demonios al morir, pero no para el espectador atento, que logrará discernir el tufo apestoso de la propuesta. Un tufo de algo que parece muerto hace años, rancio, cual muerto vivo. El guión de Kevin Grevioux y el director Stuart Beattie es miserablemente pobre, sacado del Manual del Guionista Básico, apenas sólido para sobrellevar una mísera hora y media sin aburrir en demasía. El elenco hace lo que puede de este bote fílmico en pleno descenso al fondo oceánico, con reconocidos actores que se verían apretados económicamente al firmar contrato para el bodrio. Miranda Otto apenas puede mantener una mirada solemne al verbalizar la frase "Soy la Reina Gárgola", Yvonne Strahovski es la damisela en peligro de siempre y hasta la habitual agradable presencia de Bill Nighy es un calco impresentable del mismo villano que supo interpretar en Underworld. I, Frankenstein pretende tomar al espectador por imbécil y que acuda a ver algo que ya vieron hace diez años en cines. Incluso si esa maniobra le hubiese funcionado, el resultado en pantalla es estrepitosamente malo, con efectos horribles y un uso del 3D abismal. Ver I, Frankenstein es un trámite, pero al menos su visionado viene y se va, tan rápido como sacarse una curita.
Yo, Frankenstein es la adaptación del cómic homónimo de Kevin Grevioux, quien fue productor y guionista de la saga Inframundo. En esos filmes interpretó al licántropo Raze y como actor es reconocido por su particular voz grave que le brindó muchos trabajos en el campo de los dibujos animados. Con este nuevo proyecto ofece otra historia de acción y fantasía que parece un refrito de Inframundo con gárgolas y demonios. Un tema que le jugó en contra a este film ya que no logra presentar nada nuevo y original con el argumento que brinda. En ese sentido fue poco feliz también la presencia de Billy Nighy, quien interpreta a un villano que remite bastante al que trabajó en las producciones con Kate Beckinsale. La diferencia tal vez es que el personaje de esta nueva película es mucho menos interesante. Lo mejor de Yo, Frankenstein pasa por el trabajo que hicieron en los aspectos visuales, especialmente en el diseño de producicón y la labor del director Stuart Beattie en las escenas de acción. Algo que particularmente me gustó de esta producción y quiero destacar es todo el trabajo que hicieron con las gárgolas que son las grandes figuras de la historia. De hecho, la tendrían que haber titulado Yo, Gárgola porque estos personajes resultaron mucho más atractivos que el insulso y aburrido Frankenstein que interpreta Aaron Eckhart. Un clásico al que por cierto le faltaron un par de cicatrices para hacerlo un poco más intimidante. Demasiado fachero resultó esta versión del monstruo que término claramente opacado por las gárgolas. Una lástima porque Eckhart es un muy buen actor que acá está desaprovechado y tampoco tuvo mucho para hacer con la trama que tenía disponible. En Estados Unidos la mataron a esta película y fue un fiasco comercial. La verdad que no me pareció tan terrible para castigarla como lo hicieron los medios norteamericanos pero también es cierto que si la dejás pasar en el cine no te perdiste de nada. Me cuesta imaginar un saga duradera con este personaje de Kevin Grevioux, ya que esta interpretación del clásico Franky no termina de convencer como para que se haga una continuación.
Llámeselo culpa de la modernidad, del estilo de cultura estadounidense, o simplemente falta de creatividad para crear historias nuevas; el espectador tuvo que acostumbrarse de acá en unos años atrás a todo tipo de anacronismos, extrapolaciones estéticas de personajes o historias populares a los modos del hoy día. Más si pensamos que la nueva moda del cine de acción y aventuras es adaptar comics o novelas gráficas de cierto éxito; esto es lo que sucedió con 300 (de inminente secuela), Abraham Lincoln: Cazador de Vampiros, la aún en cartel 47 Ronin; y es el caso de Yo, Frankenstein que posee de la novela de Mary Shelley poco más que el nombre del Doctor que figura en el título. Basada en la novela gráfica de Kevin Grevioux (co-autor del guión junto a Stuart Beattie el también director), la historia, contada en una suerte de primera persona, comienza luego del asesinato del Doctor Frankenstein a manos de su creación, que ahora se llama Adam (Aarón Eckhart) en busca de venganza por todo el sufrimiento que le hizo padecer. Pero ahí nomás interrumpen en la acción unos guerreros que se transforman en gárgolas protectores y están interesados en “la criatura”. En realidad nos cuentan que desde épocas ancestrales las gárgolas protegen a la humanidad del intento de dominación de los demonios (que también se transforman humanos pero trajeados); y Adam es el botín preciado. Naberious (Bill Nighy), príncipe de los demonios descubrió cómo poseer un cuerpo humano, pero tiene que ser un cuerpo sin alma; por eso la invención de Victor Frankenstein, junto al Diario de anotaciones en el que detalla cómo llevar a cabo el proceso de resurrección de un muerto, es tan valioso. Quiere crear un ejército de no muertos poseídos por el demonio para dominar el mundo... claro que Leonore, reina de las gárgolas (Miranda Otto), tratrá de impedirlo protegiendo, o en todo caso asesinando, a Adam que ya no es más un gigante que no sabe moverse sino que se convirtió en todo un guerrero de armas tomar. Lo dicho, no hay ningún tipo de referencia a la obra El Moderno Prometeo, como así tampoco a la iconograía de la historia adoptada de los clásicos de la Universal. Adam es un ser creado con retazos de varios humanos (que encajan a la perfección salvo algunas cicatrices no muy notorias) y vuelto a la vida como un hombre capaz de desarrollar músculos. Para los propósitos de esta historia pareciera que no variaría si habláramos de cualquier afectado con un virus de “muerto vivo”. No son muchas las sorpresas que ofrece Stuart Baettie en su segunda película como director, y más acostumbrado a la escritura de guiones para tanques plagados de FX’s como este. Un argumento destinado a un público joven que desconoce todo antecedente, y aún así posee fisuras indisimulables; un impacto visual que a esta altura ya no sorprende; un incomprensible paso a la actualidad de la acción; y un puñado de actores de renombre en plan recaudación. Es un estilo de cine que se consume a sí mismo, que tiene seguidores fieles sin demasiadas exigencias, y que en base a un montaje videoclipero y música que no culmina nunca, intenta tapar los varios defectos que con un poco más de detalle y apego a las fuentes hubiese determinado un mejor destino.
“Frankestein o el moderno Prometeo” es una novela de la que siempre se habla pero erróneamente hemos instalado en la cultura popular como Frankestein el nombre del monstruo (y en cierta medida, lo podemos tratar como tal) cuando se trata del científico y la Criatura no posee nombre. En parte no porque no tiene alma (derecho reservado solo a Dios, por algo está maldito), ni un verdadero derecho de existir. En este caso, el film está basado en la adaptación de la novela al cómic del mismo nombre. Es por esto que la Criatura tiene un nombre, Adam, que ha sido otorgado por Leonore, la Reina de las Gárgolas. Las Gárgolas son una Orden de muchos años que protegen a la Humanidad de los demonios. Leonore es la líder espiritual de la Orden y durante 200 años ha mantenido cautivo a Adam ya que, no sólo se ha encariñado con él, sino que cree en la posibilidad de que éste desarrolle un alma. Con todo el dramatismo visual que esto promete, las Gárgolas están custodiando paredes y techos de las iglesias y, desde allí, tienen a raya al mal para cultivar el bien. Claro que estos chicos tienen mucho de resignarse a sí mismos, no pueden tener lazos amorosos y son todos altruistas. De libro, ¿No? Por otro lado, los demonios tienen su propio plan de crear un ejército de Criaturas y para esto necesitan la materia prima, o sea, él. Una científica con menos consciencia ética y moral que nadie, los está ayudando en parte jugando con su ingenuidad. La película es una entrega clarísima de un film de acción y que responde a los creadores (los mismos de Underworld) en cuanto a que son espacios oscuros, una presencia absoluta de la música, y un exceso de efectos. De todas maneras, la representación del cómic puede, perfectamente, ir mucho más allá en lo visual como hemos visto en otras de su género. Yo, Frankestein no lo hace. Amén de unos giros argumentales poco creíbles y unos cuantos detalles muy cuestionables como la excelente genética de los cuerpos muertos revitalizados dados los músculos de Adam, Stuart Beattie, el director, pudo haber recaído más en las capacidades actorales de Aaron Eckhart (el mismo que encarnó a Havey Dent según Nolan) y del resto del equipo, pero al confiar demasiado en la parafernalia de los efectos y con una historia bastante simple, es nada más que un desfile de efectos. Hay que remarcar la labor de Bill Nighy porque cada vez que aparece en pantalla la ilumina. Yvonne Strahovski, a quien todos conocemos como Hannah en Dexter, interpreta a esta científica de nula moral que aparentemente es la más inteligente en ese momento (nunca voy a poder entender por qué las mentes brillantes son siempre tan atractivas físicamente) y a Miranda Otto, a quien todas las mujeres odiamos en Las Dos Torres porque implicaba separar a Aragorn de Arwen, como esta perfecta y casi siempre justa reina de Gárgolas. Creo que con este material, el producto final pudo haber sido mejor con algunos toques y giros argumentales que apunten más a lo humano y no tanto a lo espectacular. Siento que hay mucho sobre la mesa, pero mal aprovechado. Aun así, el producto final no carece de ritmo y, con ese título, vende exactamente lo que promete: un buen rato a puro 3D.
Reciclaje, sin estilo El clásico personaje de Mary Shelley vuelve, sin su aspecto monstruoso, en una película con una puesta digna de un videojuego. Parece que la crisis no es sólo europea, la austeridad también llegó a Hollywood con un reciclaje de ideas y personajes que da miedo. Sino pregúntenle a Kevin Grevioux, la mente detrás de un filme que marcó a los jóvenes amantes del cine con tintes góticos, tapados largos, catedrales, cementerios. No es El cuervo, tampoco Van Helsing, Blade o la Drácula de Francis Ford Coppola (vade retro), sino Inframundo (Underworld), que desde 2003 nos regaló cuatro películas repletas de oscuridad y la eterna lucha de hombres lobo vs. vampiros. Y los humanos como testigos de la crueldad. Nada nuevo, pero efectivo. Pasó 2013 y la estela de ese filme protagonizado por Kate Beckinsale (la chupasangre Selene) se apagó. “¿Qué hago?”, habrá pensado Grevioux luego que su saga se quedó sin más trapos con hemoglobina por escurrir. Fue a lo fácil, recreó una especie de réplica de Inframundo mutada con la archiconocida novela de Mary Shelley, la proyectó 200 años después y, por si fuera poco, le sacó a Frankenstein todo el aspecto monstruoso que lo hizo famoso. Así se gestó un súper humano inmortal, llamado Adán, que peregrina por una Tierra oscura para mitigar su dolor. ¿Lucha o se relaciona con licanos y úpires? No, las razas sobrenaturales fueron trocadas por -los buenos-, una orden de gárgolas que al morir ascienden al cielo, y -los malos-, un clan de demonios que al pasar a otra vida, descienden al averno. Original Kevin. Frankenstein es Aaron Eckart, quien lejos de tener una mala actuación, se circunscribe a un papel entre egoísta y justiciero donde un libro explica su origen. Jamás sonreirá, ni ante la hermosa Yvonne Strahovski, en la piel de la científica Terra, única llave para que Adán conozca su génesis. Otro guiño a Inframundo es reciclar al actor Bill Naighy, en aquella saga como jefe de los vampiros, y ahora en la piel de Naberius, el Principe de las Tinieblas que busca multiplicar a sus súbditos infernales para dominar el mundo. La puesta en escena de Yo, Frankenstein es digna de un videojuego en tercera persona, en donde las batallas virtuales parecen reflejadas dentro de una sombría estética del filme. Los personajes parecen funcionar bajo comando con logradas coreografías incluidas. Los efectos especiales, donde no faltan llamaradas ni armas bendecidas con símbolos, son los pocos destellos de una película para el olvido. ¿Qué pensará el mítico Boris Karloff o Robert De Niro (Mary Shelley’s Frankenstein) al ver esta aberración histórica? Volvé Selene, te perdonamos.
Frankenstein se enfrenta a gárgolas y a demonios. Y se trinca a una rubia y salva la humanidad. Esa es la premisa de esta última versión de Frankenstein, a cargo del ignoto Stuart Beattie, que amablemente nos regala una película que es una suerte de collage de distintos tipos de seres y su pelea épica por (cuándo no) conquistar/eliminar al mundo. El monstruo de Frankenstein (llamado aquí Adam, interpretado por Aaron Eckhart) se debate entre su soledad y su integración con nosotros, los humanos. Se pasa unos 200 añitos indeciso y así es cómo queda atrapado en el medio de una batalla entre gárgolas y demonios. Estamos en un futuro más o menos cercano (desconozco), en el que conviven tecnologías de última generación con castillos góticos, seres medievales y el centenario Adam. Pastiche nao tem fim. Las gárgolas (sí, los pajarotes mitológicos de piedra en las cúpulas de las catedrales) pueden tomar la forma de animales de piedra voladores o de seres humanos, y están liderados por Leonore (Miranda Otto, que parece sentirse bastante cómoda con los personajes y los vestidos ajustados de doncella guerrera), que pareciera tener una relación un tanto particular con Adam y con su guerrero mano derecha, Guideon (el sexy y seriote Jai Courtney). Nadie descarta la posibilidad de un ménage a trois. Para enfrentar a las gárgolas, producto de algún conflicto milenario (del cual no sabemos nada de nada), están los demonios, gobernados por Naberious (el gran Bill Nighy, que se hace el malo pero no le creemos; preferimos verlo cantar Love is all Around versión villancico disfrazado de Papá Noel), y que también pueden adoptar forma humana y demoníaca. (Cuando adoptan forma demoníaca, escupen una baba medio siniestra y se vomitan encima. Sensuale). Adam aparece en medio de ambas tribus urbanas, como quién no quiere la cosa, así de casualidad, por estar en el lugar equivocado en el momento equivocado, y queda en medio de la contienda, que supone que los demonios necesitan de él para obtener el secreto de su existencia, y así revivir a varios sin-alma (los que no creen en Dios y cuya alma se encuentra en un limbo) y convertirlos en nuevos miembros de las legiones demoníacas. A las gárgolas, los humanos les caemos bien, por eso nos defienden (al igual que Adam, pero por otro motivo al que ya llegaremos), pero a los demonios no les importamos nada y por eso quieren reemplazarnos por seres ateos sin alma. Un mundo sin religión, no suena nada mal. Y así se lleva a cabo la gran guerra, que se cobra varias vidas, las cuales terminan yendo a lugares bien distintos: las gárgolas van derechito al Cielo, sin escalas, con un halo de luz que las acompaña (y parece que en el Cielo se coge porque una parejita de gárgolas se regocija porque mueren juntos y allí podrán consumar su amor); los demonios, en cambio, al ser heridos por cierta arma sagrada de las gárgolas, estallan en un bomba de fuego, que nunca quema a nadie que esté cerca, pero bueno, ponele. Adam, al principio, no quiere saber nada con esta guerra porque él es único en su especie, no se identifica ni con uno ni con otro, ni con nos, los humanos. Es un emo, con “daddy issues” y problemitas de integración social. Pero ojo. En cierto momento conoce a una rubia muy linda y la historia cambia. De buenas a primeras, la humanidad le empieza a interesar a Adam, que ya no quiere a “su compañera que su creador Víctor le prometió”; ahora quiere a la rubia (es emo pero no boludo), a su alma gemela terrenal. Entonces pelea por ella y por nosotros. Porque Adam es un Frankenstein bastante cicatrizado. Se nota que tiene bien las plaquetas porque cicatriza rápido. Es un monstruo hot. Las cicatrices no se le notan tanto (se lo ve incluso mejor que a Tom Cruise en Vanilla Sky), y parece que se mató en el gimnasio y con anabólicos y pegó alto lomo. Entonces la científica rubia (la que está dilucidando el misterio de la vida y la muerte para el demonio Naberious) se siente atraída por él, y la vemos nerviosa mientras le cose una herida a la espalda torneada de nuestro héroe. Le mira los abdominales, el culo duro que le marca el jean tiro bajo, los bíceps y los tríceps. Frankenstein está garchable. Como no es difícil de imaginar, Frankenstein nos salva y se queda con la rubia, en una reversión más estéticamente correcta de la novia de Frankenstein. Y, como ahora también es nuestro salvador, nos habla, nos interpela, en una suerte de mensaje de autoayuda que reza algo así como: “todos elegimos nuestro destino, todos elegimos por qué pelear; estén atentos, porque yo hoy peleo por ustedes”. Siempre con expresión de malo, muy malo, impostada durante toda la película, en la que seguramente sea la mejor actuación de Eckhart de toda su carrera. Un nuevo superhéroe ha nacido. En fin. Say no more.
Yo reciclo Con una clara impronta de la saga de Inframundo (mismos productores), Yo, Frankenstein no es tanto una vuelta de tuerca sobre el célebre personaje de terror sino más bien, el intento de una nueva serie de films para jóvenes y preadolescentes. Toma la fórmula y la estética de aquella saga y de Van Helsing, el intento de una nueva serie de films para jóvenes y preadolescentes de vieja data vueltos personajes de acción. Símiles a superhéroes, pero que no pelean por el bien común sino por el suyo propio, dentro de ámbitos urbanos darks en los que rara vez asoma algún humano. Yo, Frankenstein no tiene nada que ver con aquellos inolvidables films de James Whale con Boris Karloff, aunque parece una continuación del de Robert De Niro (hay imágenes que recuerdan el final de aquella magnífica recreación de Kenneth Branagh). Pero es sólo un breve déjà vu, porque el buen actor Aaron Eckhart no es De Niro ni el director Stuart Beattie, especialista en la saga Piratas del Caribe, es Branagh. Con un “monstruo” fachero y en gran forma a pesar de sus siglos de existencia, la película transita por todos los estereotipos del subgénero, con un notorio abuso de efectos digitales, a lo que habría que sumar –o restar– la escasez de trama y su exceso de solemnidad. La escenografía logra una atrayente metrópolis gótica, con escenas de acción muy bien hechas y un 3D logrado, como para compensar.
A principios del siglo XIX la electricidad y el romanticismo coincidieron en la mente de una chica de 18 años y de esa chispa surgió un monstruo que sobrevivió a la inexperta novela epistolar de Mary Shelley y a casi todas las apropiaciones posteriores. Salvo la imagen icónica de Boris Karloff (los pelos pegados en la frente y el tornillo en el cuello, en El doctor Frankenstein, de James Whale, 1931), el moderno Prometeo sigue desencadenado en la imaginación popular. Esa energía disponible propició una inversión de 65 millones de dólares para producir Yo, Frankenstein. Un gran mito se merecía una gran película, perece haber sido el razonamiento, y eso significa buenos actores (Aaron Eckhart, Billy Nighy) un director entrenado en megaproducciones (Stuart Beattie), efectos especiales y todo lo que Hollywood sabe del negocio. Pero en algún eslabón de la cadena algo cedió y las cosas empezaron a fallar. ¿Qué? ¿Cuáles? En principio, el guión, al que no le basta con el misterio del monstruo y se pone a amontonar demonios y gárgolas en una trama cuya único objetivo se diría que es figurar en el libro Guinness con la mayor cantidad de explosiones por minuto. Y a la rastra de ese guión de dudosa inspiración gótica, vienen los otros grandes problemas de Yo, Frankenstein: el diseño digital de las criaturas fantásticas, de los escenarios y de las explosiones. En todos los casos, la impericia es tan evidente que uno tiene la sensación de que han trabajado con el software de una generación anterior. Así, lo que debería haber sido mágico, sublime o al menos maravilloso no llega siquiera al grado de ridículo.
Nuevas aventuras del que volvió de la muerte La criatura a la que el doctor Frankenstein dio vida hace más de dos siglos sobrevive luego de vengarse del autor de su existencia y se encuentra involucrado en un presente oscuro y violento, y en la lucha sin cuartel que se libra diariamente entre gárgolas y demonios por el control de la humanidad. La historia original escrita hace ya dos siglos por Mary Shelley ha sido revisada por el cine en varias oportunidades con abordajes totalmente distintos. Desde la clásica personificación de Boris Karloff, pasando por la desopilante versión de Mel Brooks en la que Peter Boyle encarnaba al monstruo, hasta el entrañable homenaje que Tim Burton plasmó en “Frankenweenie”, la historia de la criatura armada con partes de cadáveres y vuelta a la vida (¿con o sin alma?) ha frecuentado la pantalla grande con suerte dispar. Este intento de los productores de la serie de “Inframundo”, tomando como idea central la novela gráfica de Kevin Grevioux, no alcanza para reinventar un argumento ya demasiado conocido. Los guionistas resumen rápidamente los hechos básicos de la novela original en los primeros minutos de la narración; a continuación sitúan a la criatura en el presente, donde se libra una batalla descomunal entre dos ejércitos de seres fantásticos. Por distintos motivos, ambos bandos quieren al monstruo con vida, pero nadie tiene en cuenta las tribulaciones que lo desvelan. Tampoco parecen demasiado preocupados por la línea interior del personaje los guionistas, dedicados casi exclusivamente a imaginar situaciones en las que Adam (así se llama la criatura en esta versión) tenga campo propicio para aniquilar rivales en medio de peleas resueltas mediante elaboradas coreografías. Como suele ocurrir en este tipo de filmes, la concepción visual es extraordinaria; los escenarios virtuales resultan sorprendentes, y los efectos especiales se ven espectaculares, sobre todo en el sistema tridimensional de proyección. Entonces, todo se limita a deslumbrar al espectador con alardes visuales, sin mayores contemplaciones con la estructura de los personajes ni con el desarrollo dramático de la trama. Adam (interpretado sin matices por ese buen actor que es Aaron Eckhart) está muy lejos de aquel patético ser despechado por el rechazo que producía entre los seres humanos, según las páginas escritas por Shelley, y se parece más a un superhéroe de cómic. El cambio permite una hora y media de acción y violencia, pero desprecia las aristas más interesantes del clásico personaje. Con todo, entretiene y divierte, sobre todo a los miles de seguidores de este tipo de filmes.
VideoComentario (ver link).
Un breve repaso por la historia señala a Kevin Grevioux como un actor de poca monta con apariciones en distintas series de TV, el típico guardaespaldas en alguna comedia, o su rol más “importante” como un vampiro en la primera “Inframundo” (2002). Poco importa. Kevin es el creador de Dark Storm Studios, una productora abocada a proyectos gráficos y audiovisuales, en la cual pudo desarrollar un viejo proyecto consistente en tomar al personaje de Mary Shelley, la “criatura” de Frankenstein, para llevarlo a la novela gráfica y convertirlo en una suerte de antihéroe enfrentado a distintas fuerzas del mal. Allí se pueden mezclar demonios vampiros con bichos de piedra, da igual para el caso. Es un poco lo que sucedía con aquella “Van Helsing” (2004) de Stephen Sommers en la cual enfrentaba a Drácula, el monstruo de Frankenstein, el Hombre Lobo, Jeckyll / Hyde, etc. “Yo, Frankenstein” se inscribe en esta idea de tomar algunas características del personaje para luego contar otra cosa. Veamos. La introducción resume el libro de la Shelley en cuatro renglones y no muchos más fotogramas. Los tiempos corren rápido como para detenernos en la literatura clásica. Luego de hacerse cargo del cuerpo de Víctor, su creador, el monstruo sin alma es abordado en el cementerio por unos demonios que andan con ganas de llevárselo a un tal Naberius (Bill Nighy). Al principio es protegido por gárgolas a las cuales el bondadoso guionista y director Stuart Beattie les dio un laburo más interesante que el de decorar cornisas. Según la leyenda, estas piedras talladas son ángeles guerreros creados por el Arcángel Miguel para proteger a la humanidad de los demonios de Satán que tienen colmillos de vampiros, mueren con una estaca en el corazón o agua bendita como los vampiros, pero no son vampiros. Es así. Zafa pues del ataque es conducido a un palacio “gargolero” donde Leonore (Miranda Otto), la reina, hace dos cosas: una es ponerle nombre: Adam. Dejémoslo ahí. La otra es anticipar los siguientes noventa minutos para cualquier espectador que use su poder de deducción. Si el espectador decide no usarlo, entonces tendrá sesenta minutos de anticipación con una vuelta de tuerca. Al no proponerse ser seria “Yo, Frankenstein” logra aciertos parciales dentro del género de aventuras porque desde un principio se rompen tanto las estructuras de la mitología del terror que no da lugar a suponer que alguien se equivocó en la adaptación. Empezando por la apariencia de Adam. Un par de cicatrices dibujadas (que encima se corren de lugar además de sanar), y ya está. El resto es la cara pintona de Aaron Eckart, quien debe haber estipulado en su contrato la ausencia casi total de efectos de maquillaje para que lo veamos mejor. Desde el instante en que él aparece el espectador deberá entrar en el código instantáneamente, o aburrirse e insultar por lo bajo. Se lo aviso porque en el medio hay una escena en la que el protagonista, con torso desnudo, dice que lo hicieron con ocho cuerpos. Si usted se la toma en serio deberá pensar que el científico hizo a su monstruo con ocho “Schwarzeneggers”. Espero que este botón sirva como muestra para comprender el tono de ánimo con el cual deberá entrar a la sala. La narración está bastante bien llevada por el director, pese a la evidente falta de presupuesto. ¿No estaremos demasiado mal acostumbrados? ¿No nos habremos vuelto demasiado técnicos, tanto espectadores, como analistas? Hay algo en la dirección de fotografía que no funciona del todo, en especial con la gárgola blanca, mientras que la buena banda sonora tiene, para la obra, algunos pasajes innecesarios. Lo mismo sucede con algunos efectos de sonido exagerados (aún dentro de las convenciones). Así y todo, la supervivencia de “Yo, Frankenstein” está asegurada en el guión prometiendo defender a los humanos para siempre. Si sobrevive en las salas cinematográficas quizás tenga su/s secuelas.
Aquel que vaya al cine a buscar alguna similitud con el Frankenstein de Boris Karloff saldrá desilusionado, desde ya. Pero si el espectador se entrega a una película de aventuras y con un despliegue visual impactante, más de uno saldrá satisfecho con “Yo, Frankenstein”, aunque con algunas reservas. El director Stuart Beattie usó como disparador la creación de Mary Shelley para contar el derrotero de una criatura, hecha con partes de ocho cadáveres, a lo largo de más de dos siglos. La trama despega en 1790 para ofrecer una breve introducción pero el nudo del filme se desarrolla en la actualidad, en el marco de una batalla entre los demonios y las gárgolas, seres alados que pretenden salvar a la humanidad de los villanos. Aaron Ekchart sortea con eficiencia el rol de Adam, el nombre que adoptará la creación de Víctor Frankenstein. Adam buscará su destino y tratará de integrarse a la vida cotidiana pese a que debe soportar el karma de no ser un humano. Un grupo de científicos, liderado por Naberius (un brillante Bill Nighy), lo busca para un experimento que tiene el objetivo temible _como otras tantas propuestas hollywoodenses_ de sembrar el mal en la Tierra. Las batallas de los seres demoníacos y las gárgolas (ocultos tras las figuras humanas) son el motor de este filme, realizado por los mismos productores de “Inframundo”. Este golpe de efecto termina debilitando la línea argumental, que de a poco pierde rigor, si alguna vez lo tuvo, con el correr de los minutos. Sólo recomendable para los que buscan entretenimiento rápido, monstruos alados y fogosas batallas. El final deja abierta la historia para una posible secuela. Ojalá que esa apuesta sea superadora.
Monstruo pochoclero Agarremos el “monstruo” de la famosa novela de Marie Shelley (Frankenstein o el moderno Prometeo), expongamos su historia brevemente en los dos minutos iniciales, saquémoslo de contexto, hagámoslo inmortal, llevémoslo 200 años adelante en el tiempo, a la actualidad, y ubiquémoslo dentro de una historia que no tiene absolutamente nada que ver con la original. Pasemos totalmente por alto que la novela original estuviera ambientada en un contexto realista. Olvidemos todas las críticas que esta hacía a los “avances” de la ciencia, al sentimiento de omnipotencia humana y todas las discusiones de bioética que allí se presentan. Y ni hablar de la crítica a la superficialidad humana y a sólo dejarse llevar por las apariencias exteriores, ¿para qué? Sólo necesitaban a un personaje famoso, que les asegurara un poco de taquilla, para ubicarlo en una lucha entre demonios y gárgolas, estas últimas siendo representantes del “bien” y defensoras de los seres humanos. A lo largo de la historia han sido varias las interpretaciones de estos seres, siempre más cercanos a la representación del pecado y a lo demoníaco, que debía permanecer siempre fuera de las paredes sagradas de las iglesias. Sin embargo, aquí se optó por considerarlas guardianas de la humanidad, sin perder demasiado tiempo a los fundamentos, en oposición a los demonios malvados. Así es que nos encontramos nuevamente frente a la típica historia yanqui de enfrentamiento entre buenos y malos, con un guión más que mediocre y predecible, que nada tiene que ver con el Frankenstein original ni con todas las versiones cinematográficas anteriores que existen. Nuestro monstruo sin nombre será bautizado por una de las gárgolas como Adam: es que cómo iban a tener un protagonista anónimo, y qué más obvio que ponerle un nombre casi igual al del primer hombre según la cultura occidental. Pero al final, nuestro querido ser, vaya sorpresa, optará por llamarse con el apellido de su odiado creador: Frankenstein. Un poco contradictorio en un personaje que detestó hasta la muerte a su “padre” y se encargó de asesinar su esposa para su mayor sufrimiento. Pero bueno, evidentemente la lógica no abunda en esta película. Ya nos había quedado claro hace tiempo que este tipo de producciones son expertas en grandes efectos, vestuarios y maquillajes monstruosos, pero evidentemente no pasa lo mismo con los guiones, que son cada vez más absurdos y mediocres. Esta versión del clásico está inspirada en una historieta homónima de Kevin Grevioux, el célebre guionista de la saga de Inframundo, en esta oportunidad en colaboración con el guionista de otra saga pochoclera: Stuart Beattie, de Piratas del Caribe. Al parecer, se deben haber atragantado con tanto pochocho y se les terminó la creatividad.
Basado en una novela gráfica de Kevin Grevioux, Yo, Frankenstein cuenta la historia de la milenaria batalla entre el bien y el mal representada en este caso por gárgolas y demonios. La película comienza allí donde termina el clásico relato de Mary Shelley y llega hasta nuestros días. En el contexto de esta histórica batalla maniqueista, la investigación del trabajo científico para la creación del mismo Frankenstein, se transforma en un elemento central para definir la eterna lucha por el poder. Ya el argumento invita a pensar en Yo, Frankenstein como en un desafortunado pastiche. Pero el resultado final es aún peor, se trata de un filme pantanoso carente de ritmo e interés. Los efectos no están del todo logrados transformando algunas escenas en puestas de marionetas a las que se le ven los piolines. yo-frankenstein-imagen-2 Personalmente no creo que el 3D mejore a una película (una excepción a esta regla podría ser Gravedad), por lo general las entorpece porque se suman escenas innecesarias que solo sirven para enfatizar ese efecto. Si bien Yo, Frankenstein no cae en esa trampa tampoco aprovecha las escenas de acción para mostrar un despliegue que justifique pagar un sobreprecio para ver la película en formato estereoscópico. ¿Qué se puede decir en favor de Yo, Frankenstein? las actuaciones no están mal, se destacan especialmente los trabajos de Aaron Eckhart, Yvonne Strahovski y un Bill Nighy bastante contenido sobre todo teniendo en cuenta que le toca interpretar al líder de los demonios. Yo, Frankenstein es una película tan aburrida como innecesaria, espero que no sea el inicio de una nueva saga porque tampoco se vislumbra material para generar algo sustancialmente mejor. Por Fausto Nicolás Balbi fausto@cineramaplus.com.ar
Yo, Frankenstein viene de la mano de Kevin Grevioux, uno de los creadores de Underworld. Considerando que lo único interesante que tenía dicha saga era ver a Kate Beckinsale en uniforme de cuero, resulta difícil verle el atractivo a una propuesta como ésta, más cuando tiene a Aaron Eckhart a la cabeza. Eckhart será muy buen actor pero como estrella de acción va muerto en la taquilla, siendo su anterior visita al género la repudiada Invasión del Mundo: Batalla: Los Angeles. La otra contra es que tanto el trailer como los posters hacen presagiar que ésto será otro bodrio al estilo de Van Helsing - en donde se toma un puñado de monstruos clásicos, se los recarga de esteroides, y se los recicla como una disparatada aventura de superheroes góticos saturada de efectos especiales y piruetas estúpidas -, lo cual es una idea que difícilmente me seduzca. Las buenas nuevas es que Yo, Frankenstein es superior a Van Helsing. El ritmo no es frenético, las peleas se dejan ver, y hasta la trama tiene un par de ideas interesantes. Acá el punto es que hay una batalla secreta librada desde el principio de los tiempos entre demonios y ángeles (bah, éstos ahora se camuflan como las gárgolas que aparecen en los techos de los iglesias medievales), en donde el factor que puede desequilibrar la guerra es la presencia de la misma criatura creada por Victor Frankenstein. Como es un un ser inmortal, tremendamente poderoso y, sobre todo, carente de alma - a final de cuentas, es una abominación creada por la mano del hombre a partir de pedazos de cadáveres -, el secreto de su elaboración serviría para que los malignos puedan revivir a una horda de demonios caídos en la batalla mileniaria, lo cual les daría una aplastante ventaja numérica que serviría para exterminar a las gárgolas y apoderarse del planeta. Y mientras ángeles y demonios ven como una rareza a la criatura - no pertenece a ningún genero del cual tengan registro -, por otra parte el monstruo tiene bastantes oportunidades para reflexionar sobre su propia naturaleza, generando alguna que otra conclusión interesante. Mientras que todo esto suena prometedor - o al menos, debería dar por resultado una película siquiera potable -, toda la premisa termina por implosionar cuando uno empieza a ver la puesta en escena. No sólo hay decisiones artísticas cuestionables sino que los agujeros de lógica son gigantescos como la Vía Láctea. Mientras que la trama hubiera resultado tolerable si la mantenían en la época victoriana - un siglo XIX sin tecnología y en donde la humanidad era temerosa de lo sobrenatural, amén de carecer de explicaciones para muchísimos fenómenos fuera de lo común -, el equipo creativo decide trasladar la historia a la época actual (básicamente para reducir costos, así no gastaban en decorados o trajes antiguos), lo termina siendo una decisión tremendamente estúpida que se nota a medida que transcurre la película. Que un tipo deforme, sucio, lleno de cicatrices y con la piel de todos los colores pueda deambular por ahí sin que nadie le pida siquiera documentos es algo absurdo (bah, algo así ocurre con frecuencia en el Gran Buenos Aires, pero la acción aquí está ambientada en alguna ignota ciudad europea al estilo de Paris o Viena), eso sin contar con las masivas batallas aéreas que ocurren a medianoche entre ángeles y demonios, las cuales abundan en fuegos artificiales - cada vez que liquidan a un ser sobrenatural, éste explota como si llevara una bomba atómica en su interior -, generando un cielo inundado de fogonazos de tal magnitud que sólo podrían pasar desapercibidos si todos los habitantes de la ciudad fueran ciegos y sordos. Al menos Cazadores de Sombras: Ciudad de Huesos ponía la excusa que las luchas entre seres sobrenaturales transcurrían en otra dimensión invisible para los ojos humanos, pero acá ni siquiera se han calentado en poner alguna explicación semejante. Las batallas aéreas no son el único problema de Yo, Frankenstein. La reina Leonore - una envejecida Miranda Otto - es una máquina de cambiar de opinión (en un momento se compadece de la suerte de la criatura y en otra desea achurarlo sin el menor de los miramientos), amén de protagonizar una suerte de ridículo bautismo instantáneo en donde le da un nombre al monstruo, y éste comienza a usarlo a los cinco segundos como si se tratara del apodo de toda la vida (ok: "Adán" figura en el texto original de Mary Shelley, pero aquí la escena está tan mal compaginada que resulta horrenda). Tenemos gárgolas de todo tipo - japoneses, latinos, y hasta un modelo marine, interpretado por Jai "hijo de John McClane" Courtney -, las cuales viven en una gigantesca catedral emplazada en medio de la ciudad, la cual está a cargo de nadie (siquiera un sacerdote). Bah, en realidad uno de los problemas principales del filme es que tanto la ciudad como los seres humanos parecen decorados de cartón pintado, ya que nadie investiga o siquiera protesta por todo el bardo que generan las masivas peleas entre las fuerzas del bien y del mal, las cuales pueden poblar los techos de los edificios de a miles, destrozar una docena de autos sin más, o dejar un agujero de 3 kilómetros de ancho (y miles de profundidad) en medio de la metrópoli. Lo que ocurre es que la trama de Yo, Frankenstein empieza a lastrarse por una tonelada de bobadas monumentales generadas por un libreto lobotomizado. Mientras que la película está bien filmada - gracias a Stuart Beattie, el mismo de la excelente Mañana, Cuando la Guerra Comience -, por otra parte el mismo Beattie se dispara en los pies como guionista. Aquí hay enormes problemas de lógica y el libreto no se da maña para emparcharlas con algún tipo de excusa (y miren que había maneras económicas de arreglarlo). Al hacer el balance entre buena dirección y pésimo libreto, uno llega a la conclusión de que Beattie es un artesano superior al material que debía tratar, pero que terminó siendo sometido por los divismos del autor Kevin Grevioux (quien aquí actúa, produce y coescribe el libreto, amén de ser el responsable de la novela gráfica original), el cual debió considerar que lo suyo es poco menos que la palabra divina revelada y no dejó implementar cambios que resultaban desesperadamente necesarios. Yo no le pegaría tan duro a Yo, Frankenstein. Es una película hueca y bastante entretenida, plagada de pifias monumentales y alguno que otro personaje molesto. Oh, sí, ver a un Frankenstein ninja peleando con hachas exóticas y luciendo un perfecto corte de pelo no es lo que se dice creible (imaginen al monstruo de Boris Karloff en semejantes escenas y verán lo que les digo), y desde ya que mata todo el contenido serio y trágico del libro original en favor de una intentona fracasada de crear una franquicia cinematográfica a partir de un personaje harto conocido; pero al menos tiene cierto ritmo que no aburre, y la historia en sí no termina de ser dañina al cerebro. Es por ello que prefiero perdonarle la vida y calificarla como mediocre, ya que los responsables de esto pusieron ganas pero les faltaron neuronas.
Si recuerdan aquella lejana Van Helsing del 2004, notarán que hay demasiada similitud entre esta y la nueva película que hoy nos atañe: un hombre despreciado por su creador, que debe encontrarse en el nuevo mundo, y que, dispuesto a luchar por su propia vida, termina ayudando a una batalla que lleva siglos desarrollándose, en contra de un villano que desea conocer el secreto de la vida para revivir a un ejército. De hecho, en la interpretada por Hugh Jackman, el monstruo frankenstein también cobraba importancia, pues era el secreto de su renacimiento lo que buscaba Drácula. Ahora, es un demonio (interpretado por Bill Nighy), que en su pelea contra los ángeles -gárgolas (¿?)-, quiere revivir a su ejército de cadáveres. Como una copia pero con ciertos detalles originales, el protagonista, Aaron Eckhart le da un toque acertado a esta producción. Si bien Eckhart no cumple con el estereotipo de hombre carismático y de buen cuerpo, haber puesto a alguien antipático le da un plus al intento de crear un ser que no encaja en la sociedad. La película no es mala. A quienes les guste este tipo de películas la disfrutarán por los buenos efectos que tiene. El problema es que esta historia ya la hemos visto muchas veces: Inframundo, la ya mencionada Van Helsing, Legión de Arcángeles y un largo etc que nos hacen preguntar cuántas veces más tendremos que soportar la misma idea pero con otros nombres y otras caras. Aunque se supone que es adaptación de un cómic, sigue siendo cansado que no exista innovación en el entretenimiento.
El estigma Van Helsing Bueno... los muchachos de siempre se pensaron que replicando una fórmula que les salió medianamente bien en el pasado les iba a dar buenos resultados con poco esfuerzo... se equivocaron. Los productores de la saga "Underworld" tuvieron la poco brillante idea de traer a la vida al clásico monstruo creado por el Dr. Frankenstein para que combata las fuerzas del mal con un buzo hip hopero y peinado de yupie neoyorquino. Sí, lo de la vampira Selene en "Underworld" salió bastante mejor, pero es innegable que a esa franquicia le pusieron mucha más cabeza y producción que a esta. En "Yo, Frankenstein" abunda la intrascendencia, la falta de dimensión en la historia y la narración tirada de los pelos. Me recuerda bastante a la infantil "Van Helsing", aunque cuando hablamos de berreteadas, la película Sommers y Hugh Jackman se lleva todos los honores. Para empezar, vamos a ser buenos y digamos que la idea no era del todo mala. Si bien Frankenstein es un personaje que se ha adaptado en cine hasta el hartazgo, la vuelta de tuerca moderna que le habían dado a los vampiros en "Underworld" podría haber funcionado en "Yo, Frankenstein", si le hubieran puesto un poco de ganas al guión, claro. La historia desde el principio es pésima. Nos muestra al clásico personaje de manera muy dura y fría para luego convertirlo en el paladín de la justicia y los buenos valores... O una u otra cosa. Los aliados/contrincantes de Frankenstein son por momentos demasiado aburridos, con poco más que ofrecer que una buena transformación por CGI de forma humana a gárgola. De actuación... se quedan muy cortos la mayoría, hasta Mirando Otto ("El Señor de los Anillos: El Retorno del Rey") que tiene una participación precaria y no explota su talento. Lo de Aaron Eckhart... generalmente lo banco a full, pero acá aparece con poco carisma y en un rol que no le sienta bien. La trama repite lo mismo de siempre. El Bien representado por seres celestiales que se esconden del ojo público vs. un Mal representado por personajes en posiciones de poder en grandes corporaciones, a lo "Constantine". Tanto de un lado como del otro, salvo cuando se convierten a sus aspectos monstruosos reales, resultan chatos y fallan en la conexión con el espectador. Lo único que se podría resaltar son los efectos visuales que están bien hechos en general, aunque hay algunas escenas (sobre todo al principio) donde se ven algunos baches. Otro tiro por la culata del sub género de fantasía de vampiros, licántropos y monstruos varios. Esperemos que si deciden armar una secuela, mejoren todo al 100%.