Los riesgos de la tercerización. Mientras que en términos prácticos la crítica, el público y las distribuidoras viven obsesionados con las epopeyas mainstream norteamericanas y europeas, el resto del globo continúa ensayando acercamientos a ese “esquema de creación” orientado a la pronta masificación de los opus resultantes. A veces apuntando al mercado local y en otras ocasiones con destino internacional, las obras en cuestión suelen aglutinar fondos de la más variada índole (estatales, privados, cooperativas, etc.) que nos hablan de una doble derrota financiera cinematográfica. En primera instancia debemos considerar que la profusión informativa que trajo la popularización de Internet -mas no su universalización- no implica para nada gratuidad, ya que el negocio de la publicidad se hizo virtual y está en su apogeo. El segundo factor a tener en cuenta en el análisis está dado por el hecho de que la consabida miniaturización tecnológica de las cámaras abarató costos a nivel general pero de nada sirve si no se privilegian a profesionales idóneos para conformar el equipo de producción con vistas a “mejorar” el acabado concreto de la película, tanto en rodaje como en postproducción (curiosamente los susodichos son legión -en especial- cuando el dinero involucrado proviene del organismo gubernamental de turno). Hoy por suerte los hermanos paraguayos nos señalan cómo debería encararse el “campo capitalista” en lo referido al séptimo arte, en esta oportunidad con una realización francamente impecable que ha sido filmada en uno de los contextos más caóticos que podía brindar Asunción, el Mercado 4. La maravillosa 7 Cajas (2012) se centra en Víctor (Celso Franco), un joven “carretillero” que ofrece a los clientes del lugar trasladar sus compras por una paga mínima. Deseoso por adquirir un celular que le enseña su hermana Tamara (Nelly Dávalos), acepta el encargo que le llega desde una carnicería para “pasear” el misterioso embarque del título por las calles plagadas de gente hasta que se vaya la policía. Si bien el trabajo le redituará unos jugosos cien dólares, todo se complica casi de inmediato: le roban una de las cajas, los oficiales recorren asiduamente los pasillos y para colmo un colega llamado Nelson (Víctor Sosa) organiza una suerte de “escuadrón de la muerte” para cazarlo, luego de escuchar una conversación sobre el contenido entre los que “tercerizaron” tamaña excursión en círculos. De hecho, el ingenioso humor negro de la propuesta está condensado en los intercambios entre Luis (Nico García) y Darío (Paletita Closs), los responsables del secreto que esconde el “envío”, y entre el propio Víctor y su amiga Liz (Lali González). Con un presupuesto ínfimo, mucha inteligencia, actuaciones brillantes y una puesta en escena extraordinaria que aprovecha el entorno al máximo, los directores Juan Carlos Maneglia y Tana Schembori construyen una pequeña joya que enaltece al cine de género latinoamericano al combinar un planteo deudor del neorrealismo italiano, una estructura de thriller de acción símil Luc Besson, detalles varios de tono costumbrista y chispazos de denuncia social muy ácida, sobre todo para con la miseria, abulia y desesperanza enquistadas en nuestras sociedades…
La imagen se arrebata, se astilla, se detiene y al instante se vuelve a encender. Huracanada, la cámara se lleva por delante aquello que a la vez intenta presentar: el paisaje del Mercado 4 de Asunción, en Paraguay, donde se concentra toda la acción de la película. De repente, la cámara nos amarra al punto de vista de una rueda, la rústica rueda de una carretilla que rastrilla los pasillos del lugar. ¿Por qué mirar desde ahí? ¿Hay un sentido en ese gesto? ¿O es solo otra demostración de la prepotencia de la imagen-cocktail, esa pulsión contemporánea que incita a barajar efectismos vistosos por la simple y única razón de que la tecnología permite hacerlo con total comodidad? Sepan disculpar estas prevenciones: sólo intento blanquear las sospechas que me asaltaron frente a la película. En principio, 7 cajas evoca el estilo y los temas típicos de Danny Boyle, e incluso ciertos motivos visuales conducen específicamente a un título: Slumdog Millionaire. Sin embargo, el film se afirma y gana peso propio cuando consigue cristalizar una diferencia fundamental: en 7 cajas la pobreza duele de verdad, y es esta irrebatible sensación la que sostiene la autenticidad de la película. Los realizadores Juan Carlos Maneglia y Tana Schembori nunca pretenden mitigar la desesperación que cunde en el mundo narrado, ese latido negro que uno sigue escuchando aun después de la proyección, mucho más allá del dudoso final feliz. Danny Boyle, decíamos. Hay una veta de 7 cajas que busca decir algo sobre el poder de la imagen televisiva como constructora del deseo, para lo cual el relato obliga al joven protagonista, Víctor (Celso Franco), a mostrarse fascinado cuando se contempla a sí mismo en el televisor, situación que se reitera por lo menos tres veces, con variaciones. Aquí es donde la película conecta con Slumdog: hay que huir de lo real para entrar en la imagen, la única forma de existir. Y éste es el punto más débil del film paraguayo, pues todo este artilugio autorreflexivo no sólo obstruye la fluidez narrativa sino que además resulta directamente innecesario. Ya en su primer tramo el relato se había ocupado de tejer con eficacia otro dispositivo: la apología del teléfono celular. Aunque primero, por supuesto, está el dinero, el símbolo primordial. Es el turno, entonces, del montaje. El lazo, el camino de lo visible a la abstracción. Tres planos veloces atados a los ojos de Víctor definen al personaje y sus circunstancias. Un billete que pasa de mano en mano, luego un billete que una chica introduce en la mochila de un amigo y, finalmente, el plano de una cartera. Una cartera cerrada, donde el dinero no se ve pero se huele, se anhela. ¿Víctor lo quiere para comprar comida? Sin dudas, pero también para poseer y ostentar ese celular todo terreno que acaban de ofrecerle. Muy cerca de ahí, en una farmacia, un hombre estalla porque no le alcanza el dinero para el remedio que su pequeña hija enferma debe tomar. Habrá que luchar. La legalidad es un lujo que la urgencia no se puede dar. Película intensa, con trazos de humor administrados con inteligencia, 7 cajas nos hace rodar en un aluvión de trueques de todo tipo y color. Símbolos manipulados, alucinados, imprescindibles, burlados, improvisados, sucios, reciclados, atávicos o recién acuñados, un intercambio constante en donde incluso los objetos de consumo más codiciados pierden todo su valor cultural agregado para ser sólo deseados por su valor de uso. Y esto es lo que ocurre en el film con los celulares: nadie se acuerda de los chiches adicionales del artefacto cuando lo único que importa es el contacto, la comunicación que podría salvar la propia vida. Y en el medio del caos, un parto. Una mujer embarazada debe llegar al hospital, la misma mujer que al principio de la película promueve la venta del teléfono protagonista. Ella recibe al final su recompensa monetaria, justo cuando parece haberse olvidado de todo. El mundo es ella y su bebé. Es que un nacimiento es precisamente aquello que lo real no negocia. No hay ecuación ahí. No hay símbolo posible.
Un thriller paraguayo que en Paraguay vendió más entradas que Titanic. Ya con esta presentación no creo que haya alguien que no quiera ver esta película Pero hay mas, no es solo una explosión nacionalista de nuestro vecino y amigo país, nada que ver. Esta película gana por mérito propio el éxito de taquilla y hace que por lo menos yo, la considere como una gran candidata a ganar la competencia. Atención, se viene la primer película Certificada Alta Peli del 27° Festival de Cine de Mar Del Plata. GUARANÍ Primero creí que no entendía un español cerrado, por lo cual agudicé el oído. Pasados 2 minutos, imaginé que no estaba entendiendo por mi cansancio. Luego, casi tímidamente comencé a apoyarme en los subtítulos para entender los diálogos y sentí vergüenza por no poder entender a nuestros hermanos paraguayos. Pero de pronto, alguien en la película habló en perfecto español. Ahí comprendí que no estaba mal mi audición. La película está hablada en un 80% en Guaraní, lo cual es un acierto rotundo. La sensación de inmersión que esto le brinda a la historia es total. La historia que se nos va a contar es la de Víctor, un muchacho que lleva carros en una feria de Paraguay, de esos que transportan bolsas o mercadería. Al estar obsesionado con comprarse un celular, aceptará un dudoso trabajo de un aún más dudoso empleador. Tendrá que llevarse 7 cajas de un local, mientras la policía inspecciona ese lugar, para luego traerlas sanas y salvas. Cosa que obviamente se va a complicar de sobremanera. El crisol de personajes que nos presenta 7 Cajas es realmente MAGNÍFICO, trayéndonos varios personajes que por la cercanía con el vecino país vamos a sentir extrañamente familiares. DE PRIMER NIVEL Realmente el ritmo, la puesta, la fotografía, las actuaciones, el guión, la dirección y TODO lo que tiene que ver con esta producción paraguaya es IMPECABLE. Realmente no tiene NADA que envidiarle a una producción similar de cualquier país más ducho con el estilo de película que se presenta. Es más, quizás ese es su punto más fuerte, el manejo del ritmo y la sabiduría con la que se trata el género son sorprendentes. Al nivel de producciones norteamericanas y sin dudas superior a la media de ellas. Párrafo aparte merecen las actuaciones, y sobre todo una escena de persecución en el mercado entre dos protagonistas a pie que es INCREÍBLE, la cual personalmente disfruté muchísimo. No puedo enfatizar lo suficiente la grata sorpresa que esta película significó en el marco de este festival. Ojalá muchos thrillers argentinos pudieran imitar lo que 7 Cajas propone. Ya que retrata la pobreza bien de cerca, bien cruda, pero sin rasgarse las vestiduras ni haciendo énfasis en la pena, la lástima, el odio o el desdén. Cuenta las cosas como son, (y con esto me refiero a nivel diegético). CARICIA A LOS OÍDOS El apartado sonoro y musical son realmente uno de los puntos más fuertes que tiene la película. Retratando a la perfección todos los tiempos y cadencias que una película de este estilo debe tener. Ademas no le escapa a su lugar de origen, exponiendo orgullosa toda la sonoridad local. Realmente este apartado fue algo que sumó aún más para decidirme a certificar esta película. No solo se ve bien, también se escucha bien. Realmente no deja de sorprender. TIRÓN DE OREJAS Lamentablemente la copia de 7 Cajas que vimos solo tenía subtítulos en ingles, recordemos que el 80% de la película está hablada en Guaraní. Esto hace que los subtítulos sean obligatorios para poder verla y disfrutarla. Si bien alguien que entiende ingles puede seguir sin problemas la película, hay gente que lamentablemente no pudo hacerlo. Así que, tirón de orejas para quien haya sido responsable de que la copia que llegó no haya estado subtitulada en español. CONCLUSIÓN VEAN 7 CAJAS. No se pierdan esta película paraguaya, intenten por todos los medios verla porque es una GRAN candidata en este festival. La vertiginosidad y versatilidad con la que 7 Cajas lleva adelante su historia, la hacen digna de ver por cualquier amante del género. Sus actuaciones sólidas, locaciones y puestas increíblemente bien logradas, calidez y verosimilitud de sus personajes son realmente para no dejar de destacar. Y como dije en varias oportunidades, el 80% de la peli esta hablada en Guaraní, pero es el otro 20% en español el que actúa como descarga cómica logrando realmente escenas muy graciosas, las cuales son en su totalidad en español. No siempre surgen películas de géneros tan ancladas en Hollywood, pero se me ocurre y salvando las distancias, el thriller policial Noruego "Headhunters" también muy bueno como ejemplo. Aplaudo películas como ésta y realmente invito a verla cuanto antes. Vale la certificación de esta película como nunca y sigo aplaudiéndola de pie. No puedo esperar a volver a verla. Realmente pienso volver a disfrutarla.
Se estrena el jueves 17 de julio en Buenos Aires, pero antes tiene una proyección gratuita en el ciclo PREESTRENOS 2014 que se desarrolla en la sede del Colegio Público de Abogados de la Capital Federal (Av. Corrientes 1441), el viernes 11 a las 20hs con entrada libre y gratuita. Egresados de la Universidad Catolica de Asuncion en Paraguay, realizadores de cortos y series de Tv, Juan Carlos Maneglia y Tana Schembori habían presentado en el Festival de Mar del Plata 2012 su ópera prima, lavertiginosa 7 cajas, de excelente taquilla en su país. Ganadora de la sección “Cine en construcción” en San Sebastian 2011, 7 cajas, película paraguaya que compitió en la sección Latinoamericana en Mar del Plata y que se estrena en Buenos Aires el proximo 17 de julio es un imparable thriller que tiene una precisión inusual, el guion apela a los tips de lo latinoamericano urbano: el espacio del relato es un mercado de productos ilegales, y sus calles intrincadas, el corazón de Mercado 4. La motivación que mueve al personaje central es el dinero, el que le permita comprar tecnología un celular con cámara de video, el resto de los personajes tendrán algunos la misma idea, otros en cambio, los más “malvados” tendrán necesidades más angustiantes: comprar un medicamento para un chiquito enfermo, por ejemplo. La ausencia de Estado también forma parte de esos tópicos que se espera de toda película latinoamericana: la policía es parodiada, un agente demasiado gordo, otro distraído con comprar un teléfono los casos se resuelven accidentalmente, por obra del destino. Un secuestro express, ladrones que roban a ladrones, los medios de comunicación atrayendo como sirenas sueños imposibles finalmente cumplidos pero en la seccion policial. El deseo irrefrenable de un adolescente lo lleva a intentar conseguir dinero. Es contratado en una carnicería para llevar unas cajas de contenido misterioso. Desde ese momento no podrá desprenderse de ellas. Persecuciones en medio de la feria, travestis, coreanos, árabes,y un ritmo que no para en los 100 minutos de su duración, con giros sorpresivos y nada puesto al azar. Grata sorpresa la de esta película que seguramente abrirá nuevas oportunidades para una de las cinematografías con menos historia del continente americano.
Sorpresa en la feria Finalmente se estrena en nuestro país la paraguaya 7 cajas (2012), que pudo verse por primera vez en Argentina en la Competencia Latinoamericana del 27 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, luego de alcanzar un rotundo éxito en tierras guaraníes. La película narra la historia de Víctor, un carretillero que trabaja en Mercado 4, la gran feria ubicada en las periferias de la ciudad de Asunción, una suerte de La Salada en Argentina. El conflicto comienza cuando le encargan al protagonista el transporte de siete cajas envueltas en un asunto ilegal que desatan un problema entre la mafia y la corrupción policíaca. A diferencia de otros países latinoamericanos como Argentina, México o Brasil, el cine paraguayo no ha desarrollado una industria. Su “cine” comienza en la era digital con la facilidad de filmar a bajos costos y tiene con 7 cajas su primer éxito de público y taquilla debido a la astucia de los directores en combinar la idiosincrasia paraguaya con un cine de género, así como sucediese en Argentina con Nueve reinas (2000). Filmada en las locaciones del lugar, el film es la ópera prima de Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori, de larga trayectoria en exitosas series de televisión en el Paraguay. Hablada en el idioma local, una fusión entre el guaraní y el español que se escucha en los puestos de la feria, la película expone lo mejor y peor de la idiosincrasia paraguaya con un particular sentido del humor. De esta manera 7 cajas se presenta como una grata sorpresa: un cine de género con vértigo pero con un profundo e inusual espíritu local, que expone las costumbres del país vecino siempre desde una aguda critica social.
El Mariachi paraguayo En primer lugar, un thriller paraguayo hecho con gran destreza técnica y narrativa es todo un hallazgo (lo fue especialmente en el contexto de su país, donde vendió más entradas que Titanic). Luego, sí, se podrá hablar de que esta ópera prima de la dupla Maneglia-Schémbori es un poco derivativa de Ciudad de Dios, Perros de la calle, Después de hora o El Mariachi, pero… qué importa. Se trata de un producto concebido con inobjetable profesionalismo y con un muy buen uso de las inmensas y sórdidas locaciones reales del Mercado 4 de Asunción. El film -con sus alegorías y simbolismos algo obvios- propone un tour-de-force, una montaña rusa donde todos quieren esas 7 cajas del título (o sea, un botín de 250.000 dólares) que, sin saber su contenido ni su valor, transporta Víctor (Celso Franco), un carretillero de 17 años ayudado por una amigovia. Película sobre la codicia y la tentación del consumo, hablada en su mayor parte en guaraní y ambientada durante un caluroso viernes, 7 cajas propone una mirada implacable sobre las profundas diferencias de clase y la desintegración social que no dejará indiferente a nadie…
Estimo que nadie leerá esta crítica. Y que pocos lamentablemente irán a verla al cine. En parte porque se estrena dos años tarde, pero fundamentalmente porque es una película de Paraguay. Y sería una pena. ¿Qué es Siete cajas? es una mezcla entre Amélie y Ciudad de Dios... ¿mezcla rara? mmm puede ser, pero con un resultado maravilloso. Vi esta película en Asunción cuando se estrenó, con todas las dudas que puede tener cualquier espectador, como dije en el primer párrafo. Y la verdad salí encantado. No solo por su calidad técnica impecable, con una fotografía deliciosa, con sus actuaciones increíbles, su buen guión, sus buenos momentos y además "por su misterio". ¿Qué carajo tienen las siete cajas? sinceramente casi que no importa. La película se ubica unos 10 años atrás si mal no recuerdo donde los celulares comenzaban a tener cámara y el dólar se movía un poco en Paraguay, y todo eso pasa a ser parte de la historia. No pienses que es una película de festival, nada que ver. O sea no porque no se merezca premios, si no porque es una película para disfrutar al 100%. Un dato... cuando la vi en Paraguay estaba subtitulada!! Porque hay pasajes que son en guaraní. Pero siempre está subtitulada "por las dudas" por lo que no hay chances de que te pierdas nada. Otra señal de que fue muy bien pensada. Siete cajas aprovecha muchos recursos y los usa de manera perfecta. Cuando haga mi balance del 2014 y tenga que poner los diez mejores estrenos del 2014 sin lugar a dudas esta "peliculita" paraguaya estará listada.
Todo por un puñado de dólares Las bondades del cine digital se hacen visibles cuando el uso inteligente del recurso proporciona grandes posibilidades a la hora de organizar una estructura narrativa ágil y aportarle una estética atractiva en términos visuales, que se apoya en una calibrada puesta en escena y se sostiene por respetar ciertas coordenadas del género. Eso es lo que ocurre con 7 cajas, ópera prima de los debutantes Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori –conocidos en el terreno de la ficción televisiva en ese país- que pudo verse en el Festival de Mar del Plata en su edición número 27 y que ahora llega a estrenarse comercialmente. 7 cajas podría describirse como un Pulp Fiction guaraní por su tono frenético a veces cercano a la estética de videoclip pero que encuentra sus tiempos muertos y espacios cinematográficos para salir del agobio de un encuadre chato, a pesar que explota el formato del celular con filmaciones que se insertan en la trama. Con un ojo apuntando al mercado internacional para que el producto consiga pantallas en diversas latitudes y otro hacia adentro respetando la idiosincrasia paraguaya, la historia básicamente explora el mundo marginal de los carretilleros del mercado 4, en Asunción, algo similar a lo que en Argentina se conoce como La Salada. Allí, el protagonista Víctor (Celso Franco) acompañado de Liz (Lali González), un joven que aspira a tener un celular para elevar su status social y que vive -o mejor dicho sobrevive- transportando mercadería por esos largos pasillos atestados de negocios y gente ve la oportunidad de ganar cien dólares de una manera rápida y fácil: transportar 7 cajas sin preguntar de qué se trata. Claro que esa misión en apariencia sencilla atravesará una suma de contratiempos y peligros que involucran a otros carretilleros, la policía, los amigos y una serie de personajes secundarios que sirven a los directores como una muestra de la fauna y el costumbrismo que a veces roza de estereotipo y otra peca de ingenuo. Apuntes de crítica social también atraviesan el relato pero de forma subyacente porque el fuerte de esta historia no es otro que las peripecias de un antihéroe en pleno corazón de Asunción. Para destacar de 7 cajas sin lugar a dudas, la balanza debe inclinarse hacia los aspectos técnicos y visuales más que narrativos sin dejar de mencionar la buena amalgama entre cine de género y cine costumbrista para un público masivo que seguramente acepte sin miramientos esta propuesta cinematográfica paraguaya que afortunadamente se estrena en algunas salas de Argentina.
La circulación más intensa El film paraguayo apunta al género, la comedia, a la dinámica física y de cámara y sale por demás airoso: la agitada historia del adolescente Víctor encuentra un contexto ideal en ese abigarrado conjunto de pasillos, transitados por un elenco homogéneo. De intenso tráfico por festivales internacionales desde el momento de su lanzamiento (agosto de 2012), 7 cajas es el segundo film paraguayo en estrenarse en Argentina, después de la magnífica Hamaca paraguaya (2006). La película de Paz Encina se caracterizaba por su absoluto rigor y despojamiento, expresados en una serie de planos contados, fijos y distantes, sobre un contemplativo matrimonio que charlaba escuetamente. Ganadora del Premio del Jurado Joven en San Sebastián 2012, la ópera prima de Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori apuesta, muy por el contrario, al género, a la comedia, a la dinámica física y de cámara, apelando incluso a algún breve fragmento clipero. En algo coincide, sin embargo, con el film de Encina. Coincide en su rigor, no sólo técnico, sino también narrativo, nacido de un planteamiento específico respecto del tratamiento de las tres unidades cinematográficas básicas: tiempo, espacio, movimiento. Un rigor que, a diferencia del opus uno de Encina, tiene en cuenta el gusto de un público más o menos masivo e internacional. Aunque parezcan de imposible convivencia, podrían detectarse en 7 cajas huellas tan disímiles como las del neorrealismo, el costumbrismo, el tarantinismo. Y hasta, forzando un poco las cosas, las del documental argentino Hacerme feriante (2010). En el sentido de que éste transcurría íntegramente dentro de la laberíntica y abigarrada inmensidad de la feria de La Salada, y 7 cajas tampoco sale jamás de los límites de una feria de ocho manzanas de extensión, el Mercado 4 de Asunción. Es un viernes de abril de 2005 y hace un calor paraguayo allí en el mercado, donde transpirados carretilleros en musculosa compiten a brazo partido por el transporte de embalajes. Fascinado con el mundo de la tele y el cine, el adolescente Víctor (Celso Franco) queda alucinado cuando ve el celular que una amiga le prestó a su hermana para que lo vendiera. La cifra es astronómica para Víctor, pero las vueltas del azar terminan poniéndolo frente a las cajas del título, por cuyo transporte le prometen 100 dólares. Si llega a destino, claro. Esa es la cuestión, cuando la carga es más escabrosa que legal y por ella disputan feriantes, malandras, intermediarios y la policía. Los méritos de 7 cajas están a la vista. No sólo un elenco de total homogeneidad –sometido seguramente a largos y exigentes ensayos por parte del dúo de realizadores– y una excelencia técnica que va de una fotografía de colores saturados a unos travellings de vértigo, sino, sobre todo, la estricta apuesta al tiempo real y el decorado único, hecho de kilómetros de pasillos tan superpoblados y ensortijados como los de Chungking, en Hong Kong. A propósito: ¿no habrá que sumar Chungking Express, de Wong Kar Wai, a las posibles influencias de 7 cajas? Vaya a saber. Tiempo real, corridas desesperadas (con carretillas o sin ellas) y gran cantidad de personajes cruzándose sin parar aseguran una dinámica vertiginosa. Maneglia & Schémbori apuestan a ella y ganan. Sobre todo porque la circulación no es sólo de gente y carretillas, sino de objetos, deseos e intereses. Tanta circulación como en Los guantes mágicos o cualquier película de Martín Rejtman. (¿Otro antecedente? Más vale parar con las especulaciones, antes de que se tornen infinitas.) Circulación de cajas, dinero y celulares. Es 2005, y por el solo hecho de poseer cámara, modelos móviles que hoy parecen paleozoicos son cortejados con asombro casi infantil no sólo por Víctor y su amiga Liz (la eléctrica Lali González), sino por policías que recuerdan un poco al sargento García. Hablando de cortejo, cualquiera se da cuenta de que el constante salir al paso de Víctor por parte de Liz –por más que ésta quiera disimularlo con dureza ligeramente sobreactuada– no es casual. Cualquiera, menos el muy ingenuo Víctor. Pero, vamos, 7 cajas no es la clase de película que no le dé a la larga al espectador lo que el espectador desea. ¿Puntos falsos? Los hay. Por un lado, al no espiralarse, a la deliberada circularidad parecería faltarle una quinta marcha. Un poco como el “toquecito” lateralizado de algunos partidos del Mundial. Por otro, uno de los mayores méritos de la película, el de poner a los protagonistas en el mismo plano de sobrevivientes, que no pueden darse el lujo de lo legal o lo moral (pero no por ello dejan de ser unos tipos cualesquiera) se ve traicionado cuando al final algunos de ellos se ponen a disparar como en un thriller yanqui. Y 7 cajas no es, y se nota que no quiere ser, un thriller yanqui. No por nada se habla tanto o más en guaraní que en castellano, con subtítulos ad hoc. Finalmente, los sueños de Víctor por el mundo de la tele, la fama y la celebridad no sólo son trillados, sino que suenan absolutamente “puestos”, lejos de la mecánica inevitable que anima el resto de la película.
El mercado Municipal 4 de Asunción, el centro de compras populares más grande del Paraguay, es un mundo en sí mismo, un enredado laberinto de callejas por el que circula de la mañana a la noche una heterogénea multitud, integrada no sólo por comerciantes y compradores de todo tipo de mercadería -legal o no- sino también por aquellos que encuentran en ese gentío la clientela para ofrecer sus servicios; por ejemplo los changarines y carretilleros que asisten a quienes se han sobrecargado de bultos y necesitan que se los transporten, a cambio de algún efectivo. Hay cientos esperando por el candidato a cliente, así que no conviene distraerse como le pasa a Víctor, el adolescente que suele embelesarse delante de una pantalla de TV para admirar las postales de felicidad ajena que tanto abundan allí o para quedarse contemplando su propia imagen captada por la cámara. Tanto le gustaría participar de ese mundo, y sobre todo sentirse alguien, lo que equivale a tener un teléfono celular; todavía más si se trata de uno de esos modernos (estamos a mediados de los 90) que hacen fotografías y videos y son, claro, inalcanzables para chicos modestos como él. Ensimismado mirándose pierde un cliente a manos de otro carretillero más rápido, pero enseguida la suerte le sonríe. Un carnicero le hace una curiosa propuesta: con su carretilla deberá sacar del mercado siete cajas (en realidad cajones de madera cuyo contenido ignora) y llevarlas a un destino específico del que no da detalles. El resto de las instrucciones se las dará a través del celular que le entrega en préstamo, junto con la mitad de un billete de 100 dólares (fortuna suficiente para conseguir su propio móvil); la otra mitad la recibirá cuando la misión se haya completado, siempre que cumpla algunas condiciones: que las cajas lleguen a destino, que no curiosee en su contenido y que evite que las inspeccione la policía. Que este thriller vertiginoso en el que se mezclan la intriga y la pintura irónica de la realidad social con el suspenso y el humor negro provenga de Paraguay ya es una sorpresa. Sólo la primera de las muchas que abundan a lo largo de la agitada jornada del carretillero y su compañera-compinche-novia. Una aventura tan intrincada como el escenario en que transcurre. Es que por algún motivo alrededor de los cajones se agita un enjambre de interesados, que contribuyen a enriquecer una trama cuidadosamente urdida y al mismo tiempo ilustran hasta qué punto el consumo, la celebridad y la tecnología son los faros que iluminan (tal vez habría que decir encandilan) los sueños de los menos favorecidos. Por suerte, los realizadores del film evitan los discursos y ponen el acento en el entretenimiento: lo hacen con tanta vivacidad y energía, y a un ritmo tan sostenido que pueden pasarse por alto las buscadas coincidencias y los perceptibles parentescos con otros films. Pero también hay que destacar que esas influencias se diluyen bastante entre las pinceladas que revelan la procedencia del film, tanto en el dibujo de los personajes como en el inteligente aprovechamiento del escenario, Además -claro- del lenguaje. La persecución es un elemento básico en 7 cajas. También lo son la sorpresa, atinadamente dosificada, y la ingeniosa conexión entre las distintas subtramas, en las que se mezcla un poco de todo: adolescentes astutos, atrevidos y codiciosos, secuestros, vivillos, policías, criminales, parturientas, comerciantes chinos, ladrones que roban a ladrones, carniceros con amigos temibles, carretilleros igualmente peligrosos, y celulares, muchos celulares, a menudo usados como la moneda corriente. En un comienzo, es un humor irónico el que predomina, pero no desaparece del todo a medida cuando avanza la historia y se hacen más visibles los elementos del thriller (violencia y sangre incluidas) quizá porque también persiste en el tono algo del cómic. Una muy grata sorpresa.
Peliculón paraguayo con un ritmo trepidante heredero del mejor TARANTINO. Un guión inteligente, una puesta moderna y actuaciones convincentes que redondean un producto fílmico de exportación que no tiene nada que envidiar a las producciones de Hollywood. En guaraní o español, es un filme de género puro y duro que atrapa al espectador y no lo suelta hasta el último fotógrama. CINE LATINOAMERICANO DE CALIDAD Y EXPORTACIÓN.
Corre, Víctor, corre Más que agradable sorpresa es este thriller paraguayo. Las sorpresas que puede deparar el cine, cuando uno ingresa a una sala y se deja llevar por la narración, sin preocuparse por los antecedentes. Es estar con la cabeza alejada de los prejuicios.Eso es 7 cajas, un thriller contundente y sin mirada cuestionadora o social. La cámara sigue a Víctor, un carretillero de 17 años, que para conseguir la otra mitad del billete de cien dólares que le dieron, debe transportar las siete cajas del título en el Mercado 4 de Asunción, sin saber qué es lo que contienen. Pero llevar ese cargamento se transformará en un acontecimiento entre épico e increíble, cargado de trabas, aparición de delincuentes, traiciones, policías honestos (!) y una serie de vicisitudes que conviene no adelantar para no quebrar el clima intenso de continua sorpresa. La historia del personaje que de la nada se ve metido en un asunto peligroso, que se le escapa de las manos, y que sufre el acoso de agentes externos y se siente como encerrado en su ámbito, no es seguramente nuevo. Hay mucho aquí de Corre, Lola, corre, y hasta de El Mariachi, y desenvolviéndose en un entorno como el de Ciudad de Dios. Si 7 cajas no fuera una producción paraguaya -Paraguay no tiene una industria de cine, sino que son películas, arrestos individuales- y de otra nacionalidad con una trayectoria cinematográfica medianamente importante, y con rostros conocidos, estaríamos hablando de un filme que hasta podría convertirse de culto. Y en su país de origen lo fue: vendió en Paraguay más entradas que el Titanic de James Cameron... Pero 7 cajas mantiene aún el encanto de ls operas primas. Juan Carlos Maneglia y Tana Schembori debutan en el largometraje. Es que lo que cuentan es enteramente universal y, al margen de alguna redundancia o repetición que aminora el ritmo y resiste la credibilidad, la película entretiene y mantiene en tensión desde que arranca hasta el final.
Corre, carretillero corre Victor (Celso Franco) es un carretillero que trabaja en un enorme mercado paraguayo, uno de esos mercados donde se consigue de todo, desde tomates hasta celulares. Y es justamente un celular el objeto de deseo de Victor, quien acepta llevar a cabo una changa un tanto dudosa con tal de conseguir el dinero para comprar el teléfono. La changa consiste en transportar siete cajas, cuidarlas como si fueran su vida; en algún momento le comunicarán dónde debe entregarlas. Las cajas, como sospechamos desde un comienzo, no son mercadería legal y esconden un poco de todo, un crimen, delincuentes torpes, policías corruptos, etc. Dinámica y llena de contratiempos, la historia recuerda a "Corre Lola Corre", pero en el contexto surrealista y colorido de un mercado paraguayo, que sirve como escenario para retratar la idiosincrasia guaraní. A contrarreloj y corriendo por el mercado, varios personajes se cruzan en esta historia que de a poco vamos desentrañando, y desemboca en un explosivo final que dejará contentos a todos. La película es un producto muy bien hecho, en el que podemos reconocer varias fórmulas que, ya se sabe, funcionarán bien en la pantalla, y tiene un humor muy particular que la distingue de otras producciones.
La mas grata sorpresa de la semana. Una película paraguaya, un pais con una casi inexistente industria cinematorgráfica. Dirigida por Juan Carlos Maneglia y Tana Schembori, también co-guionista. Un primer largometraje que llama mucho la atención, porque dentro de una perfecta trama de suspenso, el telón de fondo de ese mercado de Asunción permite conocer las desigualdades, la mafia, la corrupción, la solidaridad, el amor, asesinatos, códigos de convivencia y hasta humor. Hay que verla.
A la hora de recordar una película paraguaya, es preciso hacer memoria o, directamente, recurrir a Google. Es verdad que ya existía un cine en ese país, pero ningún film tuvo la repercusión comercial ni crítica de 7 Cajas. La película transcurre durante 24 hs. en el Mercado 4 de Asunción, donde conviven comerciantes y criminales, que a veces son la misma persona. Pero, por sobre todas las cosas, un lugar de sobrevivientes. Como Víctor (Celso Franco), un joven carretillero que aspira a convertirse en estrella de la televisión. Para comprarse un celular con cámara de foto y video, acepta el misterioso encargo de un carnicero: transportar siete cajas de una mercadería no especificada. Pero cruzar las ocho calles que ocupa el mercado no será fácil, ya que lo perseguirá Nelson (Víctor Sosa), otro carretillero, aún más desesperado que el adolescente. Las cosas se complicarán aún más cuando Víctor descubra el contenido de las cajas y también padezca el acecho de otros personajes tan ambiciosos como siniestros. Una película de gangsters, en la línea de las obras de Quentin Tarantino y de Guy Ritchie, con algo del cine de Danny Boyle, pero conservando una identidad propia. Hay criminales de poca monta, asesinatos, confusiones que terminan mal, dinero sucio, y también antihéroes que harán lo imposible por salir de ese infierno. Lejos de sumergirse en un tono oscuro y serio, incluye elementos tiernos y cómicos (humor negro, en especial). Sin embargo, cuando se pone violenta, va bien al fondo. Los directores Tana Schembori y Juan Carlos Maneglia venían de filmar publicidades y series de televisión en Paraguay. 7 Cajas es su debut en el largometraje, y no pudo ser mejor: además de contar la historia como un thriller policial vibrante, cinematográfico al cien por ciento, con homenajes puestos en su medida justa, logran -sin caer en pretensiones- pintar un fresco del Mercado 4, un auténtico microcosmos en donde la gente se las arregla para mantenerse a pie día a día, aunque para eso muchas veces deba incurrir en la delincuencia. El casting es otro de los puntos más altos. Ninguno de los actores tiene mucho nombre fuera de su país, pero su trabajo aquí ya les está permitiendo trascender fronteras. Los debutantes Celso Franco y Lali González (la amiga, y algo más, de Víctor), también aparecen en Lectura según Justino, ópera prima del ícono televisivo Arnaldo André. Por su talento y belleza, Lali González tiene una carrera con mucho futuro. Con un también exitoso paso por festivales internacionales, incluyendo el de Mar del Plata, 7 Cajas ubicó a Paraguay en el mapa cinematográfico gracias a un irresistible combo de entretenimiento y retrato social; una película de género en un contexto poco común, como lo es un mercado, en donde las persecuciones no son automovilísticas sino mediante carretillas. Por otra parte, incrementó la producción de películas en tierras guaraníes y catapultó la carrera de sus responsables. Una serie de logros más que merecidos.
Cuando se anuncia el estreno de lo que ha sido en su país, un verdadero blockbuster, aparece casi de inmediato una gran curiosidad: qué tiene esta película de un país tan cercano la nuestro como Paraguay pero con una filmografía tan desconocida para nosotros? ¿Qué hizo que estuviese nominada para mejor film Iberoamericano en los premios Goya, que haya ganado la competición Iberoamericana del Festival de Miami, premio del Jurado de la Juventud en el Festival de San Sebastián y nominaciones en el Festival de Toronto? Tiene todo lo que una buena película de género tiene que tener. Todo. La historia arranca un viernes por la noche en el Mercado 4 de Asunción. Un territorio casi desconocido a nuestros ojos de espectador pero que a su vez genera el ambiente propicio para que se plantee sin más trámite, la historia: Victor, un carretillero del mercado de 17 años tiene que repartir 7 cajas con un contenido desconocido y a todas vistas, lo suficientemente dudoso para que el aroma a thriller quede plasmado. Su recompensa? 100 dólares, quien le plantea el negocio parte el billete a la mitad, la otra mitad tendrá que ser ganada con el trabajo cumplido. La situación planteada pareciera sencilla, tiene que cruzar solamente ocho manzanas. Visto de esta forma, en principio, un encargo que no debiese presentar mayores riesgos en un ámbito donde el transporte de cajones en carretillas es abundante y permanente. Pero uno sabe que no siempre las cosas salen como están pensadas...y menos en un thriller. Lo que en principio es una idea, una linea argumental más cercana a un cortometraje, con la pericia del guión desarrollado por el propio director Juan Carlos Maneglia con colaboraciones de Tana Shémbori y Tito Chamorro, va encadenando una situación tras otra (algunas mejor logradas y ensambladas a la historia principal, otras menos) y rápidamente uno se deja atrapar en el ritmo vertiginoso con el que la historia está contada. Además de tener el gran mérito de ir in crescendo durante toda la película y logra no perder en ningún momento la coherencia interna de la historia. Hay otros elementos que hacen que "7 cajas" sea un placer y un deleite para el espectador. Su factura técnica es de un excelente nivel: tiene buen sonido, buen montaje, buena fotografía y por sobre todo eso un muy buen aprovechamiento de esa geografía tan particular que es el Mercado 4. La cámara nerviosa, vibrante, eléctrica va recorriendo todos sus recovecos y todo esto se potencia con la presencia de personajes secundarios muy pintorescos que aún en sus breves apariciones (genial el travesti que aparece en la segunda mitad de la historia, los que acompañan al "villano" de turno, las actitudes y diálogos entre el personal de seguridad del mercado), van aportando y sumando a la historia central de Victor sus propios toques de color y es ahí donde se nota el trabajo detrás de cámara para que surgiese este plus que quisieron darle los directores para que el espectador ganara empatía con ese universo. Si bien el elenco presenta algunos desniveles -con un muy buen protagónico de Celso Franco como Victor, quien lleva el mayor peso de la historia-, todos aportan sus particularidades y el producto final es más que sólido y tiene el gran mérito de poder resolver situaciones con poco presupuesto y con mucha creatividad (cosa que escasea en los tanques de Hollywood de hoy en día, que invierten la propuesta y a ideas magras las dinamitan con un enorme presupuesto). El ritmo, la musicalización y el ambiente que se logra desde un primer minuto suman a que "7 cajas" sea un producto divertido, de muy buena factura y se convierta en una gratísima sorpresa dentro del panorama del nuevo cine latinoamericano. Excelente para pasar un muy buen rato, cumpliendo con creces lo que promete en su planteo inicial.
Para no perderse: “7 cajas”, policial impecable y gozoso "No te aflijás, una confusión nomás fue", le dice el carnicero a uno de sus socios. Mientras, como la policía está cerca, mandó que un changarín saque de paseo siete cajones por la feria, hasta que vuelva la calma. Y ahí viene la segunda confusión: el changarín equivocado. Este no es el habitual, sino un simple chico que se detiene fascinado cada vez que ve su imagen en las pantallas de los negocios o el celular de una amiga. Seguramente sueña con verse en la tele. Pero, más que un sueño, puede vivir una pesadilla cuando empiecen a buscarlo unos colegas mal entrazados, la policía, los carniceros, la hermana, un coreano que sigue a la hermana, y encima una muchachita cargosa pero más inteligente. ¿Qué hay en esas cajas? ¿Quizá 250.000 dólares, fruto de un trabajo sucio? ¿Qué clase de trabajo y quién lo hizo? ¿Lo hizo bien, o confundió los elementos de la ensalada? Gozoso thriller paraguayo hablado en yopará, o guarañol, con subtítulos, "7 cajas" es un entero disfrute de asunto singular, entretenido, de intriga mantenida, ritmo preciso, enredos bien equilibrados e interesantes, personajes memorables, actuaciones impecables, dirección segura, comentario social implícito y final perfecto, que deja al público sonriente, enternecido y admirado. En resumen, un peliculón, del que están por hacer sendas remakes en EE.UU. y la India, y que, paradójicamente, acá se estrena con dos años de atraso y en una sola sala, quizá sólo porque es paraguayo. Pero realmente vale la pena. Autores, Juan Carlos Maneglia y Tana Schembori, con diálogos de Tito Chamorro. Intérpretes, Celso Franco, Lali González, Mario Toñanez (el policía gordo) y la rubia Liliana Alvarez, Víctor Sosa y Nico García como los malos junto a Paletita y Roberto Cardozo (los carniceros), Nelly Dávalos y Johnny Kim en la parte romántica, y el misionero Beto Ayala.
Violencia y asfixia en el mercado El film de los directores paraguayos Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori plantea una historia cruda y eficaz, en una propuesta que se ubica entre el cine independiente y el industrial. El desafío de no dispersar la búsqueda. Con el suficiente prestigio y valiéndose de los numerosos premios obtenidos en festivales, la película de Maneglia y Schémbori derrumbó puertas en el mundo del cine para que se pudiera hablar de un "thriller paraguayo". Está bien y se hizo justicia: 7 cajas es una buena película, asfixiante en su construcción del espacio, con personajes verosímiles y una historia cruda y eficaz que se ubica en esa zona fronteriza entre cine independiente e industrial con amplias posibilidades de ser exportado a Hollywood. Ojalá que no ocurra como sí sucedió con varios cineastas latinoamericanos ya domesticados (el brasileño Meirelles y el mexicano Iñarritu encabezan la lista) por el dinero y un discurso legitimado y aceptado por el gran sistema. El film transita en pocas horas la vida de Víctor, que maneja una carretilla en un inabarcable mercado y que, de un día para el otro, deberá transportar siete cajas sin saber su contenido. A su alrededor, surgirá un crisol heterogéneo de personajes: la hermana y la pretendida del protagonista, policías preocupados por la compra de celulares, secuestradores extorsivos, asiáticos de buen corazón, gente temible que pretende las cajas y hasta un sujeto que necesita dinero por la salud de su hijo. La puesta en escena es frenética, con su cámara que recorre las instalaciones del lugar y también por aquello que propicia un montaje seco y cortante. Más aun, la tensión y el crescendo dramático enfatiza cada uno de los encuentros de los personajes, donde la violencia se prevé y no demorará en estallar en momentos impensados. Por lo tanto, el desafío a futuro es ambiguo: se verá si la dupla de directores continúa expresando una mirada crítica pero no miserable del contexto, o en todo caso, el recuerdo de la execrable Ciudad de dios (o cómo vender pobreza con estética videoclipera), hace olvidar las virtudes de 7 cajas, al fin y el cabo, el renacimiento de una cinematografía casi inexistente.
Luego de ese infumable fiasco que fue Muerte en Buenos Aires, el cine paraguayo brinda una lección de como debe trabajarse un thriller policial en serio. Dejar pasar en los cines 7 cajas significa perderse uno de los mejores filmes que se estrenaron este año. Una propuesta interesante que a través de una producción de bajo presupuesto (650 mil dólares), desarrollada en una cultura diferente, logra evocar muy bien los conflictos policiales que solían escribir Jim Thompson o William Burnett, quienes tenía predilección por las historias protagonizadas por marginales y delincuentes perdedores. Un plan organizado por unos criminales sale mal y esto deriva en terribles consecuencias para varios personajes que se ven afectados por ese hecho. Este concepto que trabajaron varias veces los autores mencionados es el que presenta este film dirigido por Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori. La trama se desarrolla en el emblemático Mercado 4 de Asunción que los realizadores lograron convertir en un protagonista más de la historia. Desde la dirección capturaron muy bien el microcosmos cultural que existe en ese ambiente y supieron utilizarlo a favor de la trama que brinda la película. Por medio de una narración muy dinámica, 7 cajas genera una gran atracción desde las primeras escenas donde se presenta al protagonista y luego consigue mantener la tensión del relato hasta el desenlace. La trama juega también con el humor negro y el absurdo que funcionan muy bien en los momentos indicados y contribuyen a descomprimir las situaciones más serias. El personaje del carnicero Dario (Paletita Closs), el delincuente más inutil en la historia del crimen, es maravilloso y tiene escenas magníficas que quedan en el recuerdo luego de ver el film. No podía evitar mencionarlo. 7 cajas se convirtió en la película más taquillera en la historia de Paraguay y la verdad que es una grata sorpresa que merece su recomendación. EL DATO LOCO: El Mercado 4 de Asunción tiene un gran sector dedicado a las películas piratas donde se pueden comprar las últimas novedades. 7 cajas sin embargo fue imposible de conseguir en ese lugar, ya que los dueños de los puestos se negaron a venderla para apoyar el estreno del film en los cines.
El Salario del Miedo En los últimos años el cine latinoamericano logró trascender más fácilmente las barreras continentales, que las del propio territorio. Lamentablemente se aprecia muy poco – aprecio que deriva de una actitud y falta de confianza de los distribuidores internacionales y locales – que una película que no fuese proveniente de Hollywood o, en menor medida, de Europa, llegue a estrenarse comercialmente. Resulta una paradoja el caso de 7 Cajas. La segunda película de Tana Schembori y Juan Carlos Maneglia fue un suceso en Paraguay y ha atravesado diversos festivales alrededor del mundo entero con excelente repercusión. Sin embargo, hay que esperar dos años para que se estrene, y meramente en una sola sala de circuito artístico. Acaso, lo que más cuesta comprender es la poca visión de los distribuidores para darle publicidad. No solamente porque se trata de un film que fue exitoso en un país limítrofe, sino porque está bastante distanciado de las convencionales clasificaciones del “cine-arte”. La acción sucede en apenas 24 hs de un caluroso día de Abril del 2005, dentro del Mercado 4. Este microuniverso está compuesto por diversos puestos que venden desde frutas, carnes y comida al paso hasta electrodomésticos o celulares. Casi como si fuera una ciudad, con su propio hospital y comisaría incluida. El protagonista es Victor, un joven carrillero de 18 años cuya ambición en la vida es poder verse en un pantalla. Para eso, desea obtener un celular que su hermana – que trabaja en un restaurante de comida china dentro del mismo mercado – está vendiendo para ayudar a una amiga embarazada. Este simple hecho provoca que Victor agarre un cargamiento de 7 cajas, que únicamente debe llevar alrededor del mercado hasta que la policía se aleje de la carnicería de Don Darío. Diversas circunstancias llevan al protagonista a huir por el mercado, ayudado por un amiga, y perseguidos por otros carrilleros, la policía y mafiosos personajes. Se podría catalogar a 7 Cajas como una comedia de enredos, sino fuera que sus directores toman con bastante seriedad el argumento y el drama de cada personaje. Las ambiciones no están aisladas, y los realizadores cuidan que cada personaje tenga su motivación y meta claras en el relato. No hay cabos sueltos. Aunque está claro que Victor – Celso Franco – es el centro de atención, prácticamente podemos hablar de un relato coral. Ya sea, por la forma en que se va desarrollado el accionar de cada arista o por el dinámico uso de cámaras, lentes y montaje paralelo, no son pocas las reminiscencias que hay entre 7 cajas o Juegos, Trampas y Dos Armas Humeantes, o Snatch, Cerdos y Diamantes, primeras y mejores películas de Guy Ritchie. Lejos de dar una moraleja social a lo Ciudad de Dios, pero sin perder de lado la construcción de un micromundo humilde, donde cada peso cuenta, los realizadores impregnan suficiente vértigo a cada escena para no perder la atención del espectador. Hay personajes exhibidos con una perspectiva más realista y otros que bordean lo grotesco, pero es claro que si bien el tono thriller está a lo largo de todo el film, los directores agregan pequeñas cuotas de humor y romance para alivianar el drama. Es fácil hablar de esta manera de un producto calculado, teñido de cierta fórmula. Pero lo cierto es que la adrenalina del film y la empatía que se genera con el espectador es tan voraz que poco tiempo hay para reflexionar. Acaso por argumento y tensión, la película tiene mayores similitudes con el clásico Henri-Georges Cluzet, El Salario del Miedo – con una inolvidable interpretación de Yves Montand – o de Fargo, de los hermanos Coen, que con cualquier otro producto del cine latinoamericano. En cualquier caso, sin importar referencias o influencias, 7 Cajas es un film sólido en guión, construcción de universo y personajes, que se potencia por las actuaciones, y la estética y seriedad, que los realizadores le aportan a cada encuadre.
Noir contemporáneo a la paraguaya El lugar donde transcurre toda 7 cajas, esta gran producción latinoamericana dirigida por Juan Carlos Maneglia y Tana Schembori, es Mercado 4, una especie de La Salada paraguaya. Los realizadores, logran algo fundamental, que ese espacio se convierta en un personaje más. Sus puestos, recovecos, vendedores de diferentes nacionalidades, le servirán a Víctor, el protagonista, para escaparse y mantener a salvo las siete cajas que el dueño de una carnicería y sus ayudantes le recomiendan que saque a “pasear”, mientras la policía realiza un allanamiento en el lugar. Esta sorprendente película paraguaya (vista en el último Festival de Mar del Plata) es un thriller/policial contado con todas las herramientas que tienen a su alcance los realizadores: posee un ritmo veloz, no se detiene y logra que el espectador se enganche con los diversos giros de una trama que sabe contener, también, aspectos sociales que la hacen auténtica sin convertirla en chauvinista. El film de Maneglia y Schembori resulta un noir contemporáneo, en el que todos los elementos están aggiornados, siguiendo la escuela que hace más de una década volvió a poner en boga Pizza, birra, faso, dentro del cine latinoamericano. Es decir: una muy inteligente combinación de realismo social con cine de género, dándole a la tecnología (los celulares son tan preciados como el dinero) un gran protagonismo. 7 cajas tiene elementos para convertirse en una agradable sorpresa dentro de nuestra cartelera.
Mercado 4, Asunción del Paraguay. Víctor es un carretillero, suerte de changarín en la jerga guaraní, que sueña con la fama televisiva mientras el trabajo no le alcanza ni para comprar un celular. Entonces llega la chance: un puestero le ofrece cien dólares, el valor del celular que Víctor anhela, a cambio de transportar un carro con siete cajas al otro extremo del gran mercado. Se desconoce el contenido de los paquetes. Los directores Maneglia y Schembori juegan con ese enigma; hacen hablar a dos puesteros sobre una alta suma en moneda verde y Nelson, otro carretillero, escucha la conversación. Nelson arma una escuadra de carretilleros para interceptar a Víctor, un héroe de fierro que como Javier Mascherano (a quien hasta se parece) sortea todos los obstáculos para cumplir su objetivo. Nominada a los Premios Goya y competidora del Festival de cine de San Sebastián, esta cinta paraguaya hace gala de un humor absurdo y una ironía típicamente latina, sin descuidar los brochazos de thriller ni la crítica social. La cuidada fotografía costumbrista de Richard Careaga redondea esta gran adición del cine sudamericano.
Esta propuesta del tándem de realizadores Juan Carlos Maneglia y Tana Schembori no es una película de acción cualquiera. Más allá del conflicto que vertebra la historia – Víctor tiene que entregar las siete cajas intactas para obtener a cambio 100 dólares -, la realización gana en originalidad porque se esfuerza en hacer aflorar, entre persecución y obstáculo, temas que singularizan el espacio, la propia historia y, desde luego, a los personajes. Ambientada en un mercado de un barrio pobre de la capital paraguaya, la película se nutre constantemente de ese hábitat, sórdido, corrupto, mísero, para crear la trama y justificar los comportamientos de los personajes. De hecho, uno de los elementos de construcción del filme que llaman la atención es la ausencia de juicios de valor para con los personajes. Su pobreza es la motivación de sus actos, y aunque en la cabeza del público puede resonar la frase “el fin no justifica los medios” (en este caso la delincuencia para obtener dinero), no hay un tono moralizante en el desarrollo ni en el final de la historia. Lo que sí consiguen con soltura los realizadores es rellenar la trama con las motivaciones, con el ambiente en el que nadan los personajes, y no siempre abanderando la miseria como arma para crear compasión. Hay situaciones divertidas, curiosas, enseñadas con humor, que dejan ver menos manipuladoramente las carencias, necesidades e injusticias que sufren las personas de los barrios pobres de Latinoamérica. Eso sí, con un final sin pretensiones ni histrionismos hollywoodienses: el que nace en barrio pobre, muere en barrio pobre, y como máximo sueño alcanzable el salir en la televisión durante el reportaje de un crimen. También la estructura del guión está bien construida: Víctor no lo tiene fácil para hacer llegar con las 7 cajas a su destino. A lo largo del día que dura el relato la sucesión de contratiempos y accidentes haría desistir a cualquier persona. Pero Víctor no es una persona, es un personaje, protagonista y enamorado de su compañera de aventuras. Su voluntad lo puede todo. En las situaciones de riesgo y superación el guión está muy bien elaborado: cuando pone al protagonista y a su compañera en situaciones límite de las que no se espera salida, la solución narrativa es, no sólo creíble, también sorpresiva y coherente. La estética de la producción es otro punto relevante de “7 Cajas”. Un montaje que disturba un poco al inicio y una elección de planos que responde más a una decisión estética que a una voluntad narrativa, mezclado con una iluminación que recuerda por momentos a un videojuego. El “travelling” inicial a cámara rápida nos anticipa los espacios por los que la trama va a acontecer y termina en el ojo del protagonista, que verá y vivirá todo de primera mano. Y el broche se lo lleva el idioma: en una industria cada vez más ortodoxa donde el dinero manda, rodar una película en guaraní tiene todo el mérito.
Siete cajas es el primer largometraje de la dupla de realizadores paraguayos Juan Carlos Maneglia y Tana Schembori. Ellos ya realizaron cortometrajes y ficciones para la televisión de su país. El populoso mercado 4 de Asunción es escenario de este thriller en el que el protagonista es Víctor, un muy joven carretillero. Encandilado al ver su propia imagen en la pantalla de un celular, él intentará acceder a ese objeto de deseo aunque deba tomar ciertos riesgos para conseguirlo. Así aceptará trasladar y esconder siete cajas cuyo contenido desconoce. Un cadáver, una fuerte suma de dinero en efectivo y una serie de equívocos serán el motor de este filme. Pero no solo de la adrenalina y la ambición se nutre Siete cajas. Es muy interesante la manera en la que los directores retratan el espacio del mercado y sus “habitantes”. El mercado es un personaje más, el que marca el ritmo del relato. El otro eje que la dupla trabaja con inteligencia es la fascinación que provoca la imagen, el reconocimiento. El deseo de fama, aunque sea efímera, o el simple hecho de verse representado en una pantalla, como si esa fuera la única manera de trascender, o incluso de existir. Además de ser realizadores Maneglia y Schembori se dedican a la formación de actores para soportes audiovisuales. Esta experiencia, sumada a un cuidado casting, fue fundamental para conseguir un reparto homogéneo y contenido en el que se destacan su protagonista Celso Franco y la brillante composición de Lali González (en el rol de Liz, su joven amiga). Los países con filmografías no demasiado extensas suelen aparecer en el mapa cinematográfico con sorpresas efímeras. Pero Siete cajas es más que una figurita rara que los festivales se pelean por conseguir; este suceso de taquilla y crítica es un hito importante al aparecer en un momento en el que la producción anual está creciendo y se empieza a discutir la necesidad de la creación de una ley de cine. Ojalá que autores como Maneglia – Schémbori, Renate Costa, Pablo Lamar, Paz Encina y muchos otros, puedan desarrollarse al amparo de una ley. Por Fausto Nicolás Balbi fausto@cineramaplus.com.ar
Paraguay es un mercado de distribución casi parasitario de Argentina, sin embargo nuestro cine no ha tenido demasiada aceptación en la taquilla. Los premios siempre son para el cine americano cuyas raíces perfectamente pueden verse aquí. Y no digo que por eso pierda identidad, simplemente que hay muchos rasgos más cercanos a un cine de Danny Boyle o Guy Ritchie. “Siete cajas” cuenta la historia de dos carretilleros en el mercado en el 2005. Los carretilleros son aquellos que ayudan a llevar mercaderías y viven de propinas y por la supervivencia, compiten entre ellos y se roban clientes. Todo esto en un contexto en el que el dólar sube incontrolablemente y un país donde casi todo lo que se consume es importado. Por un lado tenemos a Nelson, padre de un bebé a quien no puede siquiera comprarle remedios y por otro a Víctor, un chico cuya única ilusión es poder salir en la tele, en ese sueño de que el cine todo lo hace posible y mágico. Ni hablar del valor que tiene el medio como una forma de mostrar tu existencia y tu relevancia para un chico que le han dicho toda la vida que no va a llegar más alto que esto. A partir de ellos dos, se van a ir presentando diferentes personajes para pintar este panorama coral y de microclima en donde todo sucede en el mercado y se va tejiendo el ambiente trágico, donde el espectador sabe que muchas de estas aristas van a pinchar, y mucho. La dirección está a cargo de Tana Schembori y Juan Carlos Maneglia quienes ya estuvieron al frente de “La Cándida”. Además de esto, los conocimientos de ambos de fotografía, de montaje y de producción, sostiene este proyecto con la maestría con la que sostienen sus cortos y películas para la TV. Mantienen sus raíces en cuanto a ser un cine que marca las costumbres paraguayas en una estructura clásica de género que funciona muy bien. Llevada con un ritmo maravilloso que se apoya en travellings y una estética cercana al videoclip, es una película que frente a nosotros se convierte en un thriller de acción y suspenso, con tintes dramáticos y personajes con los que uno desarrolla empatía casi instantáneamente. Si bien tiene un ritmo intenso, desahoga muy bien con pinceladas de humor y el resultado es realmente muy interesante.
Ya el hecho de que se estrene en nuestro país un film de un país tan inusual como lo es Paraguay es un mérito interesante y debería llamar la atención. Sucede que nuestro vecino del norte no tiene una producción cinematográfica muy extensa (se realizan muchos telefilms), y lo poco que estrenan rara vez traspasa la frontera. Si además, ese estreno posee la calidad de "7 Cajas", definitivamente no es un hecho para pasar por alto. La película co-dirigida por Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori intenta representar el “ser” paraguayo en todo sentido, con todo lo bueno y lo malo que eso puede acarrear. Estamos frente a un típico film de género por lo cual no conviene adelantar mucho de su argumento. Se centra en la actividad y vida de los carretilleros, personas que trasladan mercadería en una enorme feria comercial ubicada en los alrededores de la capital, Asunción. A Victor (Celso Franco), cuya única aspiración es salir en TV cómo gran escalafón de vida, le encargan transportar las siete cajas del título de un punto al otro; por supuesto, el contenido de esas cajas no será del todo regular y terminará involucrado con mafias y otras personas peligrosas. También está Nelson (Víctor Sosa) en el centro de la escena, otro carretillero acuciado por problemas económicos acrecentados desde que es padre de una bebé enferma. Alrededor de ellos, aparecerán otros personajes secundarios que terminarán de conformar un micromundo bien propio. Maneglia y Schémboli (que colaboraron en el guión junto a Tito Chamorro) realizan un trabajo de cámaras y fotografía atento, ágil, y sorprendentemente vertiginoso. Se nota en ellos alguna deuda al primer cine de Tykwer, Boyle o Ritchie; pero a diferencia de ellos, todo, hasta el más mínimo detalle despierta sentido de pertenencia. Casi como si estuviésemos en aquellos films del NCA, o en el primer Gonzales Iñarritu, "7 Cajas" se impregna de idiosincrasia paraguaya; ya sea al ser hablada en una mezcla de guaraní y español (propia del lugar en el que se sitúa la acción), y en la actitud y decisiones de cada uno de sus personajes. El argumento no teme en mostrar todo tipo de miserias, no hay personajes del todo limpios, y hasta se desconfía de la pura inocencia; hay un aire de "sálvese quien pueda", de sociedad quebrada y en crisis. Esto será funcional para la historia de lúmpenes que se cuenta, pero también da una imagen del país algo contradictoria. Haciendo esa salvedad estamos frente a un producto más que correcto, que nada tiene que envidiarle a proyectos mayores, realizada con solvencia en todos los rubros, y con un ritmo que se sostiene de principio a fin sin decaer ni tampoco confundir; "7 cajas" es una cinta de la que cualquier filmografía podría estar orgulloso. Es auspicioso que este tipo de propuestas comiencen a llegar a nuestras carteleras (aun siendo con un retraso importante de dos años), síntoma de una producción creciente en la región; auguramos que esta tendencia no se convierta en excepción.
El vivo vive del sonso. Esta película en Paraguay resultó ser la más taquillera en su país. Ópera prima del director, productor y guionista paraguayo Juan Carlos Maneglia, junto con su colega Tana Schémbori ellos fundaron en productora en dicho país. Con muy poco presupuesto la filmaron, rodada en una plaza de mercado. Narra la historia de Víctor (Celso Franco), un joven de 17 años que se gana la vida siendo carretillero en el Mercado 4 de Asunción en abril de 2005, él transporta mercadería con una pequeña carreta, sueña ser famoso. En uno de los puestos de electrodomésticos mira la tele y quiere compararse un celular que le mostró su hermana Tamara (Nelly Dávalos). Este joven como tantos otros necesita trabajar, cada uno tiene sus necesidades, y estas pueden ser: comprar medicamentos para algún enfermo en la familia u alguna otra situación, el empleo es escaso, son muchos los que necesitan dinero, y la demanda es poca. Pero un día Víctor recibe una propuesta inusual, transportar 7 cajas de las cuales desconoce su contenido, no puede preguntar nada y menos conocer su contenido, le pagarán 100 dólares cuyo billete lo parten por la mitad y la otra mitad se la darán cuando termine el trabajo, él nunca vio un billete de ese valor por lo tanto desconoce cuántos guaraníes son. La necesidad es muy grande, debe cruzar las 8 manzanas que cubre el Mercado y no le resulta fácil porque le roban una de las cajas, otros carretilleros, entre los que se encuentra Nelson (Víctor Sosa); todos están dispuestos a hacer este trabajo, pierde el celular con el que se comunicaba con su contratista, la policía ronda la zona y entre persecuciones de carretilleros, todos terminan siendo cómplices y terminan haciéndose ñembotavy (palabra en guaraní que significa hacerse el tonto). Otros personajes que son parte de la historia son aquellos que lo contratan a Víctor, Luis (Nico García) y Darío (Paletita Closs) y su amiga Liz (Lali González), Alejandra (Liliana Álvarez), entre otros. El film al encontrarse rodado en las locaciones del Mercado, (casualmente fue en este lugar por contar con muy poco presupuesto) pero este escenario le dio otro dinamismo, resulta atrapante y más realista, como así también las tomas con cámara en mano que le dan eficacia marcando lo que quiere enfatizar, tiene un ritmo estrepitoso, contiene suspenso, tensión, intriga, con toques de humor negro, absurdo, drama y thriller. La trama es sencilla, bien musicalizada, cuenta con una buena idea, muy buena dirección y guión, mantiene al espectador sin saber por varios minutos que contienen las cajas y son muchas las suposiciones: cocaína, oro, dinero, armas, u otros objetos y su desenlace. Las actuaciones en algunos casos son correctas, en otras no tanto.
Siga a esa carretilla Propuesta oriunda de Paraguay, suelo poco explorado y escasamente conocido en materia cinematográfica. 12 cajas asoma como un exponente digno de ser recordado por su gran puesta en escena, por su fuerza y por su vertiginoso ritmo, principalmente ese que en su arranque, a puro vigor y a pasos galopantes sumerge de lleno al observador en la historia. Película que puede ser enmarcada como un thriller con momentos o tintes de acción, que a la vez mezcla algunas que otras secuencias de humor de tono socarrón. Dirigida por Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori y nominada a Mejor Película Hispanoamericana en los Premios Goya de 2012, arriba un poco tarde a las salas argentinas. Los directores nos enseñan lo arduo que puede resultar el trabajo en algunos sectores de su país, así como también las miserias del mismo. Víctor es un jovencito carretillero que trabaja en un mercadito en el que la competencia por “ganarse el mango” se deduce y se percibe agitada. Nuestro protagonista se nubla y se aísla cada vez que enfoca su vista en la televisión; sueña con aparecer en ella. El punto de inflexión se da cuando le encargan el transporte de siete cajas cuyo contenido desconoce. Como anticipo le entregan la mitad de un billete de 100 dólares, de modo que una vez concluida la encomienda pueda recibir la mitad restante. En el camino, las cosas se complican más de la cuenta. Si hay algo por lo que realmente se justifica el visionado del film es por su ágil, trepidante e hiperactivo comienzo. La media hora inicial porta una energía y una frescura contagiosa que enlaza espontáneamente al espectador con los sucesos. Esta presentación es factiblemente el punto más alto de 7 cajas. Pero como ocurre con todo pico o auge, en algún momento la estabilidad cambia de rumbo y el declive se hace manifiesto, en este caso de un modo no tan vertical, permitiendo así el mantenimiento de la expectación para quienes observan del otro lado de la pantalla. Existen pasajes en los que diferentes sucesos alarman o incrementan la tensión. El abanico de variantes que se utiliza para crear esa sensación de nervio funciona favorablemente, sobre todo en lo que concierne a la primera mitad del relato. El problema quizás esté dado en el grado de pesimismo o en el carácter perjudicial, contraproducente de cada uno de los acontecimientos que se exhiben. Todos los personajes parecen tener una dosis elevada de mala suerte, infortunio o lo que sea que los haga verse envueltos en un sinfín de oportunidades adversas, algo que a la larga puede terminar impacientando o molestando más de lo necesario al público. Los realizadores paraguayos nos muestran, entre verdades e ironías, el funcionamiento de una determinada zona, en donde nadie es de fiar y el ritmo de vida se siente tan duro como desmoralizador. No escatiman a la hora de despotricar contra el mecanicismo o el accionar policial, aplicando unas cuantas y, mayoritariamente, buenas rebanadas de comedia negra (como se ha visto en otras tantas narraciones) que encierran una burla hacia la inoperancia de esa fuerza en particular. 7 cajas acaba redondeando una buena performance. Llevadera, entretenida aunque algo intermitente desde el segundo tramo en adelante, resulta una propuesta más que interesante. LO MEJOR: el comienzo, vertiginoso, explosivo. Buena puesta en escena. Las situaciones y la tensión. LO PEOR: pierde inevitablemente el ritmo hacia la segunda mitad. PUNTAJE: 7
Betting on seven boxes full of surprises It’s a scorching day in Asunción, Paraguay, and the general goods marketplace is as busy as it gets. Víctor, a 17-year-old wheelbarrow carter whose life is far from happy, is struggling to make some money. It’s quite hard since the marketplace is a hostile, competitive place with countless carters who do the exact same work. So he always ends up making very little money. However, out of the blue, he gets some good news. Víctor is asked to carry seven medium-sized boxes to a hidden spot. He has no idea what’s inside the boxes, but couldn’t care less. Why would he ask when he’s going to be paid 100 dollars for the task? For Paraguay, US$100 is a hefty sum and, for Víctor, it’s enough money to buy the awesome cellphone he longs for. So the boy takes up the job and off he goes. 7 boxes, directed by Juan Carlos Maneglia and Tana Schembori, is an unusual film for at least two reasons. It’s from Paraguay, a country with a very small industry whose films are almost never released in Argentina. And it’s a very well executed urban thriller with a vivid portrayal of the country’s reality in a working class environment. In this regards, it’s not to be missed. Consider that a good thriller calls for a well-thought-out plot, effective action sequences, an interesting investigation, some energetic fights, occasional deaths, nerve-wrecking chases, and enough suspense and surprise to keep viewers on the edge of the their seats. And 7 boxes features all of the above in generous doses. Plus the characters, both the leads and the supporting cast, are fleshed out and so become individuals you can identify with and care for. The vicissitudes they go through are also plausible, just like the way they behave, talk, and think. Through them, the filmmakers also draw a portrayal of a bigger scope, that of a harsh social reality. Perhaps one of the drawbacks is that sometimes the turns of the plot, especially when there are action sequences, overshadow what’s happening to the characters. It’s as though the filmmakers were showing off the quality of their production values more than anything else. This is where 7 Boxes becomes mechanic and repetitive, making you lose some interest. Otherwise, it’s a good piece of entertainment that fulfills most of the expectations it arises in quite a creative manner. And you will be surprised when you learn what’s inside the boxes, that’s for sure.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Savia nueva en el cine paraguayo Con nervio y garra desde el primer minuto, “7 Cajas” cuenta un momento en la vida de Víctor, un adolescente paraguayo que se gana el sustento diario transportando bultos en un mercado de abasto asunceño. Un insalubre espacio que abarca 6 manzanas, donde se amontonan puestos precarios en los que se compra y se vende desde alimentos hasta artículos de electrónica: un micromundo que contiene al cielo y el infierno de la humanidad. El muchachito está fascinado con las nuevas tecnologías, seducido por la publicidad que venden profusamente los televisores. Su gran sueño es tener un teléfono móvil de última generación y cuando le ofrecen medio billete de 100 dólares por transportar 7 cajas de contenido desconocido, ve cercana la posibilidad de concretar sus fantasías de romance con fama y confort. Sostenido en la promesa de que tendrá el billete completo, cuando el encargo llegue a destino, Víctor tendrá que defender las misteriosas cajas del asedio de policías, mafiosos y marginales que se cruzarán en esa jungla inestable y peligrosa. Hay una permanente sensación de amenazante caos que también es lingüístico (el castellano se mezcla con guaraní) y se incrementa con persecuciones continuas registradas con cámara subjetiva y vertiginosa. Frenéticamente, se suceden primerísimos planos que transpiran y laten junto a las miradas y la respiración de los cuerpos siempre cercanos. La película amalgama el thriller, el melodrama, el cine negro, el esperpento, un sucio realismo costumbrista y un romanticismo ingenuo. Una mezcla que funciona a la perfección gracias a un ritmo trepidante y un humor sostenido. Tiernamente implacable La ácida crítica social que destila el film no es sin embargo su objetivo principal (y en eso marca diferencias con otros). Su crónica social callejera, a pesar de revelar un panorama mucho más que sórdido, aspira sobre todo a ser un thriller que corte el aliento. El corazón de la película es su gran fuerza visual, que no se regodea en la miseria circundante, sino que la utiliza para conformar un mosaico en torno a la violencia que puede despertarse a partir de una circunstancia insignificante. Una cámara que avanza con energía avasallante, mientras por el camino desoculta muchas de las miserias que hacen a la condición humana. Un retrato social que no es condescendiente con los menos favorecidos, al estilo de las criaturas de “Los Olvidados” de Buñuel, lo miserable de la pobreza se muestra sin concesiones y la violencia aparece en su costado grotesco. Ambientada durante una calurosa jornada con su correspondiente noche, hasta el amanecer, la opera prima de la dupla Maneglia-Schémbori, que ya vendió en Paraguay más entradas que “Titanic”, propone una mirada implacable sobre la desintegración social que no dejará indiferente a nadie, alertando con sus personajes dispuestos a dejar jirones de piel por un trozo de papel, el billete que se parte y se vuelve a partir como un cuerpo sin alma. Y no es que la humanidad brilla por su ausencia, sino que está omnipresente en su oscura condición más descarnada, en situaciones que arrojan a las puertas del crimen pero donde no se entra, porque la maldad y la angustia se trocan en humor electrizante . Lo bueno de “Siete cajas” es cómo demuestra que el buen cine no siempre necesita de las grandes producciones sino esencialmente de la creatividad y el talento para contar historias con pasión, a las que viene muy bien ver, de vez en cuando, por su mirada desprejuiciada y heterodoxa, de vitalidad contagiosa.
Del thriller al humor 7 cajas absorbe e ironiza sobre los arquetipos del cine de acción de Hollywood. La historia transcurre en una feria en el centro de Asunción. Si bien es cierto que Paraguay no posee ningún tipo de tradición cinematográfica, mucho menos un estilo narrativo propio, para sentarse a ver 7 cajas, la opera prima de Juan Carlos Maneglia y Tana Schémborí, es necesario sacudirse previamente de todo tipo de prejuicios. Es que, si bien el trilher guaraní absorbe los arquetipos hollywoodenses del cine de acción, los ironiza con profunda osadía y los devuelve en una película estimulante. Víctor (Celso Franco) trabaja como changarín en el tradicional Mercado 4, una suerte de feria latina gigante que se emplaza en el centro de Asunción, y su sueño es comprarse un celular que le permita grabarse como los actores norteamericanos que ve en los vetustos televisores monocromáticos que reproducen las copias piratas que están a la venta en la feria. Para alcanzar ese sueño, y a cambio de 100 -inalcanzables en vida- dólares, Víctor acepta custodiar siete misteriosas cajas durante un día. Sin imaginarlo, la "changa" lo conducirá a vivir su propia historia de película. Con personajes deliciosamente amateurs, una trama impecable y un sentido del humor que transita de la risa nerviosa a la carcajada ingenua, 7 cajas adapta los estereotipos americanos a un tercer mundo que se ofrece en carne viva: en lugar de persecuciones espectaculares de autos, hay carrera de changitos y las vistas una y mil veces cámaras steady colocadas en el cuerpo del personaje que huye se reemplazan por sendos celulares de dudosa "inteligencia". 7 cajas hace del defecto su principal virtud y vuelve a exponer los conflictos humanos (como la ambición, la pobreza y el amor), desde el opulento norte del continente hasta los recónditos pasillos de un mercado del cono sur.
¿Qué llevan esas cajas? Todo sucede allí, en ese desordenado Mercado Municipal 4, de Asunción. El lugar es el que fija el tono y la estructura de este filme paraguayo, interesante y vivaz. El hacinamiento, los pasadizos, las escaleras, los lugares secretos, todo colorea y potencia una historia que combina con acierto el humor negro, el policial y el retrato social. Debajo de esta rara cacería, el filme deja ver de manera elocuente lo que significa ser visibles o invisibles en un mundo donde la TV, los sueños y sobre todo los celulares prometen hacer la diferencia. El libro surge de un punto de partida intrigante: un carnicero contrata a un chico de la calle para que transporte siete cajas. Le pagará bien, pero no debe perder ninguna ni abrirlas ni dejar que alguien las toque. Y allí va. Le dan un celular porque le irán marcando su recorrido. ¿Qué turbios secretos guardan esas cajas? Cada uno tiene razones para codiciarlas. Y cada uno ve en esos cajones misteriosos la chance de una salvación. Y su búsqueda estará cargada de alegorías. Es un filme enérgico y colorido que a medida que va encontrando incidentes, va abriendo nuevas capas narrativas. Y que muestra debajo de esa vertiginosa telaraña, que la corrupción siempre va más allá, que en la superficie todo es trueque, arreglos, intercambio de favores, pero que la verdadera maldad no está a ras del suelo. La narración jamás decae, tiene buenos actores, mucho ritmo, buenas observaciones, humor y sangre en medio de ese mercado de oportunistas donde convive la policía, la delincuencia, travestis, empleadas desesperadas, comerciantes chinos, ladrones, un mundo de carretillas llenas de sorpresas. Sin duda, una agradable sorpresas. “7 cajas” demuestra otra vez que, con poco gasto y mucha imaginación y frescura, se pueden hacer thrillers pintorescos que dejen ver algo más que balazos.
7 cajas made in Paraguay Quizás la escena inicial en la cual el protagonista, Víctor (Celso Franco), mira fascinado la película emitida por TV, suponga la propia puesta en abismo de 7 cajas. En tanto la construcción del plot conjuga el marco externo de los géneros clásicos, dirigidos a enfocar la rutina interna de la vida paraguaya, la película consigue un relato inteligente al mismo tiempo que atractivo, cautivando la mirada coincidentemente con la contemplación embelesada que muestra Víctor. Por ello, el film es consciente de que no puede darse el lujo de la solemnidad: la economía narrativa es puro vértigo por cuanto la trama elige recursos truculentos efectistas, cuyo privilegio desvía a la reflexión moral que impone ralentizar los tiempos en el relato. No hay momento para el bajón, el fondo social deprimente permanece como tal: esto es, escenografía explicativa de la cadencia precipitada de los hechos, dentro de la cual hay que salir todos los días a ganarse (o perder) la vida. El vértigo formal también tematiza en la violencia cotidiana del mercado donde se ambienta la película, en el cual la lógica de vida –legible en términos de supervivencia– alegoriza las relaciones perversas de explotación diaria, naturalizadas en el esquema asimétrico que distingue las regiones de la periferia capitalista. Aquí, todo no sólo puede ser vendido sino que debe, puesto que las condiciones sociales son paupérrimas en virtud de un estado únicamente presente para el castigo (aunque, torpemente, la policía siempre está acechando), precipitando las chances de que la vida acabe en cualquier momento (sea por no tener dinero para un medicamento, un embarazo descuidado por la necesidad de trabajo, o el transporte de lo que fuere a cambio de la recompensa en dólares). Si el estado desaparece, también invisibiliza la noción de ciudadanía: antes bien de paraguayo, se es guaraní (aquí tampoco hay lengua oficial, sino habla enrevesada entre castellano y guaraní), en la misma dirección que antes de vecino, se es consumidor: ahí el deseo de Víctor por comprar el teléfono celular desencadenante de toda la acción. Ahora bien, esa representación acierta en la evasión de la tentación por el tono moralizante en tanto la narración no se eleva sobre los personajes, sino que introduce la cámara fisgona en ese otro mundo para imaginarlo portador de un código propio. De este modo, la empatía con los habitantes es construida mediante el uso correcto de géneros: no diremos magistral, porque creemos que ello implica un plus de desvío creativo (pensamos en Tarantino y más cercano, Caetano), aquí ostensiblemente ausente por la fuerte reproducción de las convenciones. Esto último ocasiona que, por momentos, el film recaiga en escenificaciones sobrecodificadas cuya cita explícita resiente la ficcionalización local que intenta montar 7 cajas. Al respecto, destaca la resolución folletinesca que explicita el rol de villano en Nelson (carretillero enemistado con Víctor), mediante la toma insistente de una sobreactuada mirada fulminante (Derek Zoolander, un poroto) junto a la puesta en escena de las persecuciones que calca la gramática norteamericana. Particularmente aquí, la escena en la cual Víctor corre tras quien ha robado una de sus cajas es diferenciable sólo por el vestuario y ambiente pobres respecto de la secuencia seriada de acción vertiginosa, plausible de reconocer en cualquier producción del montón hollywoodense. Allí mismo es válido interrogarse sobre el valor calculado con la mera reproducción convencional, en tanto si la pretensión es demostrar la capacidad de realización local en términos mensurables por el big entertainment, cualquier desplazamiento en la gramática de géneros institucionalizada emerge como riesgo innecesario. Quizás –a expensas de comparaciones siempre odiosas–, hubiera sido esperable de este opus uno de la dupla paraguaya Maneglia-Schémbori, la propia reinvención del policial hecha por Stagnaro-Caetano, otra dupla que supo apropiarse del género mediante el protagonismo de los jóvenes abúlicos de Pizza, birra, faso (1998), declaración de principios de la ciudadanía consumista cobijada en los años del menemismo, tan cercana a la ambición de vida o muerte que Víctor experimenta por comprar el teléfono celular
Una fresca pero eterna persecusión La frescura que tiene “7 cajas” es innegable. Muchos de los elementos que encontramos en esta gran película no nos resultan extraños, los hemos visto en otros films y con muchisimo más presupuesto. Pero la opera prima de Juan Carlos Maneglia y Tana Schembori retrata un mundo característico y popular de una forma tan particular que se borran las referencias y homenajes, para ser parte de su propio estilo. Ambientada en el 2005, la película “7 Cajas” trata la historia de Victor (Celso Franco), cuyo trabajo como carretillero se ve interrumpido por su deseo y anhelo de aparecer en los televisores, por eso quiere comprar un teléfono celular último modelo con cámara de filmación para poder materializar su sueño. El problema es que no tiene el dinero suficiente para poder llegar a obtenerlo, por lo poco que gana y la urgencia de la oferta. Un “golpe de suerte” le hace llegar un trabajo, gracias a Gus (Roberto Cardozo), en el cual le prometen 100 dolares de paga por entregar 7 cajas a un lugar. Sin demasiadas precisiones o indicaciones, Gus le da un celular a Victor con el cual comunicarse y poder coordinar juntos. El trabajo originalmente era para Nelson (Víctor Sosa) que llegó tarde por ir a comprar medicamentos para su hijo, y no resigna facilmente a perder esa oportunidad. El poster y la filosofía de la película dice “El vivo vive del sonso”, y en eso va la película, quien se aviva al final sale ganando, hay pequeños engaños en todo momento y los protagonistas deben estar atentos siempre. Se trata de un mundo marginal y de astucia donde la rapidez paga en efectivo, injusto o no, es así. Por eso, una de las virtudes máximas de “7 cajas” es tomar al mercado municipal 4 de Asunción y retratar sus singularidades naturalmente, en sus personajes, en sus problemas y en su lenguaje. Nada parece forzado, ni exagerado, todo fluye sin pretensiones de denunciar, escandalizar o provocar una reflexión inducida al espectador. La fotografía, la puesta en escena y la dinamica visual ayudan constantemente, sobre todo en las persecusiones y los momentos de suspenso que logran atrapar al espectador sin dejarlo escapar ni un segundo. Ni hablar los pequeños momentos de humor negro y de íronia que rodean el film, por la torpeza de sus personajes y la conexión bien lograda de los hechos que hacen un gran trabajo de producción, guión y dirección. También es muy destacable esa química que logra Victor con su compañera Liz (Lali González), y un final donde toda la tensión que logra el film se condensa para explotar de forma genial. El deseo de Victor es aparecer en la pantalla, destacarse allí. No sólo de él, sino el de gran parte de la población, el prestigio de ser famoso, conocido por su aparición masiva. La vida material y mediatica. No importa nada más. Jugar con su imagen hacia el resto, los 15 minutos de fama. Como dijimos, 7 Cajas habla de ese deseo, pero no lo sobreexplota. Hay necesidades, carencias, vidas desgraciadas, vivos, delincuentes, personajes extorsivos, violentos y agresivos que rodean la película, pero no se centran en ellos. Se cuenta ese universo de forma notable, pocas producciones lograron hacerlo tan perfectamente. Por eso el revuelo por 7 Cajas es más que justificado. Es una lástima que haya tardado tanto en llegar a nuestros cines. Por Germán Morales
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Rápidos y furiosos Excelente thriller, vertiginoso y movido, tan rápido como efectivo, bien logrado hecho por la Cinematografía paraguaya, que bebe de otras fuentes fílmicas como la brasilera "Ciudad de Dios" o algunas de Adrian Caetano en Argentina. El argumento es simple: alguien le pide a un chico de 17 años que transporte unas 7 misteriosas cajas que se entienden cargan algo pesado en todo sentido de la palabra, y sera a través de un mercado multitudinario, al estilo lo que podría ser la Feria "La Salada", donde ademas se pelean todos a destajo por poder ganarse unos pesos fácilmente y que se funde en apenas 8 manzanas. Todo se va sucediendo de una manera apabullante, contundente, lo cual ira conformando una propuesta de muy buen suspenso, que posee cierta mirada implacable sobre la pobreza y la desintegración de clases. Sin dudas de lo mejor estrenado en los cines este año, que des-afortunadamente llega muy tarde y con poca promoción a los cines argentinos.
Las cajas de un relato vibrante Que 7 cajas continúe despertando adhesión, curiosidad, críticas, es signo de lo mucho que una película puede generar cuando el boca a boca es cierto, de un empeño perseverante para con su público. La atención distintiva aparece también porque es una producción paraguaya, cuyo contexto de cine apenas emerge, con respuesta masiva de público y proyección internacional. La edición reciente en dvd permite recuperar el acceso a un film cuya distribución en Rosario tuvo reparo en una única sala, durante una sola semana. Pero el periplo de 7 cajas continúa, todavía en cartel en los cines de Buenos Aires. Tal vez, alguna reposición local la devuelva a la pantalla grande. Mucho se ha dicho y todavía se dirá sobre el film de la dupla Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori, localizado en el Mercado 4 de Asunción: micromundo de callecitas abigarradas, locales comerciales, tráfico humano incesante, que es reconvertido en estudio de cine. Allí dentro transcurre la acción, el drama, la tragedia; una historia entre las muchas que a la par de su protagonista suceden. Entre un vértigo que no cesa, porque de lo que se trata es de obtener un teléfono celular, de aparecer en televisión, de ganar dinero, de encubrir engaños, y de sonreír entre tanto entuerto; todo esto y más, cifrado en las siete cajas del título. Las cajas son, por un lado, encargo de trabajo para el carretillero adolescente de nombre Víctor (Celso Franco); por el otro, contenido misterioso. Lo que hay allí dentro es un McGuffin calculado, un resorte a través del cual la acción dispara, ramifica y concluye. Cuando Víctor vea lo que anida en su ir y venir, la angulación de cámara recordará tanto a Tiempos violentos como a Bésame mortalmente, de Robert Aldrich. En cuanto a Tarantino, la sensibilidad disparatada está por allí, entre alguno de los gestos que aparecen, por ejemplo, en el rostro del policía fascinado con las fotografías de su nuevo celular, o en el robo de los pibes de la calle a, ni más ni menos, ladrones más grandes y más peligrosos que ellos. Las siete cajas desanudan y anudan, pero también descorren el velo para la atención verdadera: la fascinación por la televisión y sus modelos publicitarios, la pertenencia a la sociedad de consumo, la corrupción como modo de vida, y el dinero como suma de todas las partes. De todos modos, en el film surgen rasgos de sinceridad cuando las miradas se quieren, cuando el afecto nace, cuando la salud de un hijo depende del padre. A partir de allí, quiénes hacen y deshacen serán simultáneamente víctimas y victimarios, encerrados todos en un mismo tramado social, cuyas inequidades culminarán por ser, gracias a la tecnología siempre novedosa de un celular, retórica gastada. La pantallita de tevé, por eso, como ventanita falsa hacia otro mundo que no deja de ser el mismo.
Tener y no tener La película de Maneglia y Schembori comienza con un recorrido acelerado por los pasillos del Mercado 4 de Asunción. En una segunda mirada reconozco esos rincones perdidos en el vértigo del comienzo, son los mismos que le darán escenario a toda la película. Todo lo que sucede, sucede en el Mercado 4, que se presenta como el personaje principal más que como su locación. El viaje inicial acelerado decanta en los ojos de Victor, un pibe de 17 años que se gana la vida haciendo changas con su carretón; esos ojos, a su vez, se pierden en una televisión, que hace las veces de ventana esmerilada al mundo exterior; y no solo es una ventana a lo que está afuera, Victor ve su rostro reflejado en ese vidrio, se ve del otro lado de la ventana, se sueña en esa nada que percibe como un todo. El mercado, este en particular pero aplica a cualquier otro, es un lugar dinámico, de tránsito, lleno de arterias que lo cruzan. La cámara se hace eco de esto y recorre esos pasillos abarrotados de mercancías: viaja montada en el carretón de madera que avanza trastabillando, siguiendo fijamente un rostro, acompañando una mirada furtiva, espiando a Victor detrás de infinidad de cajas y objetos que se apilan. Porque en 7 Cajas, como en el mercado, está lleno de objetos y de manos, y los objetos se mueven de una mano a otra, se prestan, se regalan, se roban, se devuelven, se tienen y no se tienen. Durante la hora y media de película aparecen tantos personajes relevantes como objetos que juegan a ser trascendentales; el caso más notorio es el de las cajas de las que habla el título, McGuffin que guiará el desarrollo de este thriller; un celular “con cámara” se convierte en el objeto de deseo de Victor, no tanto por el celular, sino por la cámara, necesaria para materializarse del otro lado de la pantalla, para que su rostro aparezca en la caja donde viven sus sueños; el listado de objetos sigue con un billete de cien dólares, que en algunos hemisferios vale tanto que corrompe, y en otros vale tanto que hasta supera el valor artificial y universal del oro; en el Mercado 4 parecen desconocer, a priori, su valor, pero cuando lo conocen lo persiguen, y la desmesura de esa persecución se empareja con la cantidad perseguida, ya sean cientos de miles, un billete de cien, o medio billete. En Victor no hay deseo de riqueza, así como el valor del dólar solo se lo da la posibilidad de obtener guaraníes, el valor de estos últimos está supeditado a la obtención de un objeto, en este caso el celular. La necesidad de un objeto es también la que impulsará la transformación de Nelson de carretero a “villano”; ese objeto es un medicamento para su hijo, ese momento es el que delimitan sus ojos llenos de odio cuando escucha la sentencia que lo sentencia: “si no tenés plata no hay remedio”. Maneglia y Schembori construyen en 7 Cajas un thriller lleno de vértigo, una road movie de pasillos y carretones. 7 Cajas es un retrato de esa célula marginal de la ciudad de Asunción que representa el Mercado 4, y al mismo tiempo es una mirada sobre Victor, uno de los actores de ese mercado. Fijando en él la mirada, Maneglia y Schembori construyen un thriller lleno de vértigo, una road movie de pasillos y carretones. La eficacia del thriller es empujada por la cámara en movimiento y por la música que le marca el paso, imprimiéndole un tono, por momentos peligroso, con la aparición de la muerte; por momentos vertiginoso, de la mano de persecuciones y suspenso; pero sin perder el humor. Finalmente la televisión será la que llevará a Victor a su ilusoria fama, y también será la que contará el desenlace de esta historia; solo el desenlace, como nos tiene acostumbrados la caja, siempre el mismo desenlace, con las mismas caras deformadas por la ventana esmerilada. La compleja sucesión de hechos que desembocarán en ese final queda reservada para los protagonistas de esa historia, y algunas veces, este es el caso, para el cine.
RELATO SALVAJE ¿Que se viene el fin del mundo? ¿Me decís a mí que soy oriundo de ahí? (Huye, hermano – Grupo Revólber) El Mercado 4 de Asunción se parece un poco al fin del mundo. Quizás no lo sea para quien se acerque de vez en cuando a comprar ropa o comida, pero para quien no puede salir de ahí, lo es. Dentro de ese gran laberinto de comerciantes, ladrones, policías, oportunistas y marginales que puede encontrar su análogo argentino en La Salada o las calles de Once, trabaja (¿y vive?) Víctor, un carretillero que sueña con comprar un celular último modelo que además de sacar fotos, filma. Lo que gana no le alcanza pero al cruzarse con un carnicero su suerte parece cambiar: tendrá que sacar del mercado siete cajas de misterioso contenido a cambio de cien dólares con los que podrá acceder al celular y quedarse con el vuelto. Claro que las cajas son la punta del iceberg de un mecanismo que se arraiga en la ilegalidad y al que Víctor se sumará sin quererla ni beberla. Al poco tiempo se activará la persecución. Una de las virtudes de Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori fue la de saber transformar una locación en una criatura. El Mercado 4 está vivo y mata siguiendo las leyes de un mercado más abstracto y global (espectral, diría Cronenberg). Entre gatos y ratas, por sus venas transitan personas, objetos de intercambio, personas degradadas al nivel de objetos. Su circulación huele a sudor. Suenan las pisadas, el rasguido de las caretillas contra el cemento, el guaraní, el español, el chino… los disparos. En sintonía con la estética videoclipera, colorida y saturada de Slumdog Millionaire y con una premisa similar a la que ofrece la alemana Corre, Lola, corre de Tom Tykwer, 7 cajas sabe retratar con altura la marginalidad. No pudo Fernando Meirelles en su momento con su Ciudad de Dios y no pudo Danny Boyle en la India años más tarde. Si sus directores lo lograron fue gracias a un sincero respeto por sus personajes que suscitan, al mismo tiempo, preocupación e interés. Lejos del cinismo de nuestra “Relatos salvajes”, la película más taquillera de la historia de Paraguay expone la corrupción intrínseca a un sistema productivo que, haciendo del consumo su única ley, nos aparta de cualquier legalidad posible. “Si no tenés plata no hay remedio”, le dice una empleada de farmacia a Nelson, carretillero también él, como Víctor, que busca una cura para su hijo enfermo. Para algunos no habrá más remedio que responder a la exclusión con el cuerpo. Otros, como Víctor, buscarán salvarse por la imagen. Quizás de ahí venga su interés por ese celular con filmadora. Quizás ya no quiera depender de su astucia y de los rezos a la Virgen de Caacupé para sobrevivir. Quizás haya alguien que mire y que me mire. Una mirada que sostenga desde otro lugar, un ojo que nos ampare, que nos cubra y nos descubra, que nos deje ser de otra manera aunque casi nos cueste la vida./?z
Con vértigo, una historia entretenida, múltiples giros narrativos, acción y con la sangre paraguaya en cada minuto de duración, esta película se transforma en un intenso, rebuscado y divertido thriller, que posee todos los ingredientes como para convertirse en un éxito, no solo taquillero (recaudó más dinero que "Titanic" en su país de origen), sino también por su indiscutible calidad.
Por un puñado de dólares Los directores Juan Carlos Maneglia y Tana Schembori han encontrado en el Mercado 4 de Asunción un set ideal para desarrollar su muy eficaz trabajo. También encuentran, casi por primera vez para el cine paraguayo, un mercado internacional que lo celebra, y más allá del consenso favorable y de cierto paternalismo que destaca la película por su procedencia, la historia logra imponerse por méritos propios. Méritos que también tienen que ver con otro hallazgo, el de los vehículos apropiados para llevar adelante una trama que tiene más ritmo que sorpresa. Las interpretaciones son notables, desde el protagonista (Celso Franco como el ingenuo e incansable Víctor) hasta los secundarios. Sólo se puede objetar algún subrayado innecesario en la extrema fascinación de Víctor por los celulares y las cámaras (algo que sería un poco más verosímil una década atrás), lo que resiente, por explícito, el elogiado final. Pero más allá de lo apuntado persiste una puesta en escena consistente y el vértigo de una trama en la que todo encaja.
Cine clásico y popular Hay películas que logran calar muy hondo en quien las ve. Hay películas que ponen en el mapa a su propio país. Hay películas que retratan una realidad. Hay películas que construyen una historia universal. Hay películas que no aburren nunca. Hay películas cuyos protagonistas se hacen carne en el espectador. Hay películas que permiten hasta una identificación con sus villanos. Hay películas que plantean preguntas en el espectador, que lo dejan maquinando por mucho tiempo. Hay películas con actores desconocidos que asombran y ponen en tela de juicio al star system. Hay películas que son universales. Lo que realmente no hay, son muchas películas que reúnan todas estas virtudes. 7 CAJAS lo hace. Así como la alegría no es solo brasilera, el buen cine clásico no es solo yanqui. También es paraguayo. Esto es lo primero que me vino a la cabeza al ver 7 CAJAS, pero antes de que esa idea se formara en lo intelectual, muchas emociones me atravesaron mientras la veía, esas emociones que solo producen las buenas experiencias cinematográficas, las grandes películas. 7 CAJAS cuenta la historia de un carretillero que se gana la vida cargando mercadería en un gigante mercado que podríamos compararlo a nuestra Salada, solo por poner un parangón local, y es encomendado a cargar siete cajas cerradas mientras la policía hace un allanamiento en una carnicería. No debe preguntar ni mirar que hay en ellas, solo debe dar vueltas hasta ser avisado, a cambio recibirá 100 dólares. Es así que, atravesado por la necesidad de comprarse un celular con cámara que grabe en video (la película está ubicada en 2005, cuando esta tecnología no era cosa de todos los días) porque es "como salir en la televisión", este carretillero acepta la propuesta. Es así que comienza una aventura donde nada queda afuera: cazarrecompensas, policías, traficantes, prostitutas, travestis, suba del dólar, árabes, asesinatos, amor y poder. Con todos estos ingredientes, la película está a miles de leguas de ser un cambalache, por el contrario, todo convive en una notable balanza. Todo se hilvana por un guión atrapante y divertido que, a la vez, nunca deja de disparar a quemarropa con temas y hacerle preguntas al espectador. La puesta en escena es brillante. Posee una imagen sucia y a la vez colorida, transmite muy bien el clima y nos transporta directamente a ese mercado. Utiliza recursos originales de montaje y puesta de cámara que parecieran antojarse caprichosos, pero que en la totalidad forman un estilo que le da identidad a la película. Todos los personajes son interesantes, funcionales y, sobre todo, divertidos (uno quisiera los muñequitos acomodados en la repisa). Algunas caracterizaciones abordan un grotesco que nunca hace agua, al contrario, le dan un tono que ilumina mucho más lo terrible que es lo que está pasando. Pero lo más interesante de todo el guión, es que la aventura está construida en función de un protagonista y un antagonista muy poco usuales. Son poco usuales por cómo están articulados sus objetivos, ya que es mucho más noble lo que busca el villano que lo que busca el protagonista. Víctor, el carretillero, hace todo lo que hace para, en el fondo, salir en televisión, ser "famoso" (algo completamente banal) y, en cambio, el villano quiere robarle las cajas para conseguir dinero, ya que lo necesita porque su hijo está enfermo (más noble, imposible). Este problema moral en el que la película coloca al espectador, es un enorme hallazgo, porque uno está completamente compenetrado en la aventura de la mano de Víctor, preocupándose o alegrándose con él en cada momento, mientras que no quiere por nada del mundo que caiga en manos del villano. Cuando uno como espectador asiste a la resolución del conflicto (ver la película para conocerlo), se le plantean muchas preguntas, pero no porque el guión esté mal resuelto (realmente tiene un clímax apoteótico, como toda gran película) sino porque plantea un dilema ético y moral sin caer en solemnidades, desde una buena aventura, divertida, atrapante, de belleza visual y con grandes actuaciones. Esto termina de poner el moño a una historia que se constituye universal y, a su vez, representativa de su lugar en el mundo. 7 CAJAS es realmente una película para festejar el cine de nuestra región, que debe convertirse en punta de lanza para todos los que intentamos hacer un cine popular, de género y con una identidad.
Raíces e identidad en la cultura del celular La película 7 cajas, recientemente estrenada en nuestro país pero que es del 2011, dio mucho que hablar principalmente por tratarse de una realización paraguaya. Creo que no he visto una sola película de ese país y, me animaría a decir, porque no las hay. O mejor dicho debe haberlas, pero por la escasa capacidad de distribución no nos llegan. Además de ser una película bien hecha e interesante, 7 cajas abre el debate acerca de los países sin industria cinematográfica, y que se perfilan como nuevos mojones en la generación de cine latinoamericano con proyección comercial y nivel técnico. El caso de Paraguay y el cine, me animaría a afirmar también, es el inverso al de Argentina. Cuando en el país vecino parecen afirmar, a modo de declaración de intenciones, que son portadores de un discurso con potencialidad narrativa, nosotros nos consolidamos como “potencia” en la producción de películas “de calidad”. El reciente estreno de la última de Szifrón, u otras obras cinematográficas de alcance internacional como la de Campanella, o los protagónicos de Darín en el cine español, son elementos que nos informan sobre esa realidad. No es casual que la presidenta haya recomendado la película paraguaya, en un momento en que todos estábamos obnubilados con nuestro Messi del cine. La Argentina tiene grandes deudas de Estado con la nación vecina, desde que fue parte de la alianza que destruyó su economía y sus posibilidades de progreso social en tiempos de la Guerra de la Triple Alianza. La aparición de una película paraguaya bien hecha, que optimiza los recursos técnicos con que cuenta, puede leerse como síntoma de la lenta pero necesaria reconstrucción de un país históricamente sojuzgado y con una economía aplastada durante más de un siglo y medio. El cine es una poderosa herramienta de reconstitución del tejido identitario, cultural y también económico de una sociedad. Las alusiones al precario desarrollo tecnológico no son una aparición casual o arbitraria en la película de los directores Juan Carlos Maneglia (que también es el guionista) y Tana Schémbori. Hacen referencia a las escasas posibilidades de producción cinematográfica que esa realidad conlleva. El protagonista ve el cine en pantallas descoloridas, de bares o negocios del mercado, y sueña con ser el personaje de esas deslucidas, aunque no para él, ficciones que ofrece la tecnología. Otros personajes sueñan con hacer películas con sus celulares, como el travesti, o el coreano, que como dice uno de los policías entiende de tecnología. 7 cajas entretiene con una buena trama de suspenso, pero también es audaz e innovadora en el uso de recursos cinematográficos. Utiliza ciertas cámaras diminutas que pueden ubicarse en cualquier lado y filman con relativa calidad, recreando sensación de movimiento y cercanía. No hay que olvidar el profundo significado del uso de la lengua guaraní, mezclada con castellano, en que hablan los personajes. Decisión estética de los realizadores que reafirma sus raíces culturales y pone en la mesa de discusión las dificultades de generar un cine local, cuando ya la propia lengua nativa es un obstáculo (o lo ha sido históricamente) para la comercialización de una obra. Un interesantísimo reparto, muy buena fotografía y música que por momentos hace recordar la película Amores perros, para mi gusto obra cumbre e influencia ineludible de este auspicioso tipo de cine latinoamericano.
Poco presupuesto, mucha pasión. Como “El Mariachi” en 1992 una brisa de aire puro proveniente de latinoamérica sacude el letargo de los thrillers filmados con aburrido profesionalismo. La trama es sencilla: Victor debe esconder la carga del titulo de gangsters de bajo monto durante un dia en el abarrotado mercado de Asunción a cambio de 100 dólares, mientras sueña con la compra de un celular para poder filmarse y aparecer en TV. La vitalidad del film, su humor irónico casi de situación, un gran uso de la locación y su ritmo lo redime de cualquier defecto. 7 Cajas funciona porque cada vuelta de tuerca y cada giro de la cámara en el laberíntico mercado apunta el foco en donde debe: Victor y su disposición para hacer cualquier cosa por algo de dinero que le permita dejar de ser él y convertirse en otro.