El guión es sólido, original, crítico y muy verosímil. Trata de diversos temas, y el gran logro de este film es que todos se entrelazan de una manera fantástica y sin quedar perdidos o desencajados en la trama. Los sentimientos involucrados tanto...
El Infierno está encantador Ryan Bingham (George Clooney) es un experto en downsizing que viaja por todo el país despidiendo cada día a centenares de empleados; es decir, haciendo el trabajo sucio que los gerentes de las empresas no se animan a concretar. Ryan es cínico pero simpático, cool pero eficaz para convencer a sus “víctimas” de que están ante una nueva oportunidad en sus vidas, cuando en realidad están a punto de perder su estabilidad y sus beneficios sociales. Mientras la economía norteamericana se derrumba, la empresa en la que Bingham trabaja florece (en el último año ha viajado 322 días). A cambio de su talento como terminator de puestos de trabajo, este verdadero antihéroe recibe todo tipo de privilegios (estadías en hoteles cinco estrellas, jugosos viáticos, autos de lujo en alquiler) y -amante como es de los viajes en primera, de los aeropuertos, de la soledad y de los encuentros sexuales casuales y efímeros- tiene como meta alcanzar un objetivo reservado para muy pocos: 10 millones de millas de viajero frecuente (de paso, hay un chivo tras otro de la compañía American Airlines). Pero los problemas para Bingham no tardan en surgir con la aparición de dos mujeres (dos notables personajes femeninos): Alex Goran (Vera Farmiga), otra ejecutiva y frequent flyer que generará en él una hasta entonces inédita necesidad de compromiso; y Natalie Keener (Anna Kendrick), una joven y ambiciosa colega que amenaza su privilegiada situación cuando le presenta al jefe de ambos (Jason Bateman) un sistema de despidos a distancia vía teleconferencia. Hasta aquí el planteo básico del film. Ahora empieza el (inevitable) debate: 1- ¿Estamos ante la obra maestra (y gran candidata a los premios Oscar) que muchos sostienen que es o ante una película calculada y oportunista como afirman unos pocos detractores? 2- Quienes leyeron el libro publicado en 2001 por Walter Kirn coinciden en que la novela es mucho más ligera que la película y que Reitman propone un mensaje moral, ciertas “lecciones de vida” mucho más contundentes y, quizás, subrayadas. 3- ¿Es la película demasiado cool, ingeniosa y canchera (con su festival de punzantes one-liners) como para abordar el drama de miles, millones de nuevos desocupados? Reitman se anima, incluso, a mezclar testimonios de actores conocidos (desde J.K. Simmons hasta Zach Galifianakis) que interpretan a trabajadores despedidos con otros de personas reales que han perdido sus empleos en los últimos tiempos. 4- ¿Reitman hace bien en coquetear con los arquetipos de la comedia romántica más tradicional para ofrecer luego ofrecer una amarga, despiadada y pesimista mirada sobre la realidad socioeconómica de su país (aunque con un trasfondo humanista y ciertas concesiones conservadoras sobre el “refugio” que significa la familia)? 5- ¿Es Clooney con su mejor vertiente de sonrisa compradora a-lo-Cary Grant el actor ideal para interpretar a este monstruo con cara de ángel? En principio, hay que admitir que el joven realizador de Gracias por fumar y La joven vida de Juno (la mayor esperanza surgida de Hollywood en los últimos años) es un talentoso guionista/escritor de diálogos y un sólido narrador (aquí combina un estilo preciso e implacable cuando se sumerge en el pulcro universo del protagonista con otro más desprolijo y ligado a la home-movie cuando se acerca al casamiento de la hermana de Bingham), así como un gran director de actores. La película y sus protagonistas resultan irresisibles (divertidos, corrosivos, desafiantes), pero al mismo tiempo hay algo de cálculo y de regodeo en el ingenio que hacen que algunos pasajes resulten un poco forzados y el espectador no pueda conectarse del todo desde lo emocional con las miserias y contradicciones de estas criaturas. No pocos desdeñarán cierta “marca oscarizable” que tiene la película (pienso desde Belleza americana hasta Jerry Maguire, amor y desafío), esa idea de que se pueden decir cosas importantes apelando a los esquemas más clásicos del cine de género (en este caso, la comedia romántica). Pero uno de los mayores méritos del film (y de Clooney) es que no se trata de un film condescendiente ni demagógico. Uno podrá consustanciarse y hasta identificarse (no sin cierta incomodidad) con un personaje tan carismático como el de Bingham y “tranquilizarse” cuando Reitman nos ofrezca su moraleja humanista, pero Amor sin escalas no deja de ser una película mordaz, impiadosa y muy bien construida. Lo que a todas luces resulta imperdonable es el título que los “genios” del marketing le han puesto en la reguión: no sólo porque es feo sino porque no tiene nada que ver con la esencia de la historia. Si hay algo que está claro es que Amor sin escalas no es una comedia romántica ligera sino, precisamente, todo lo contrario.
Rescatando al pasajero Ryan George Clooney se luce, lejos de su sonrisita compradora, en un papel maduro y sensible. Metáforicamente hablando, Ryan Bingham está aislado del mundo. Del mundo real, del mundo de los afectos. "¿Aislado? Estoy rodeado de gente", le dice y no miente a su hermana por el celular. Está en uno de los cientos de aeropuertos que pisa por año. Ryan se la pasa viajando en avión -el último año, los contó, viajó 322 días- y tiene un sueño: alcanzar las 15 millones de millas para tener un reconocimiento en su aerolínea preferida. Y ése ha de ser el único aliciente, la única palmada en la espalda que podrá llegar a tener, porque Ryan trabaja de eficaz despachante de empleados. Integra una agencia que es contratada para decirle en la cara a los empleados que cualquier empresa piensa echar, que se quedaron en la calle. Ryan no es cínico, pone su mejor cara comprensiva ante los desahuciados, pero tampoco lo toma muy a pecho. Hasta que una movida en la agencia lo puede dejar afuera a él. Así como Juno, en La joven vida de Juno, la anterior realización de Jason Reitman, afrontaba su embarazo adolescente y trataba de adaptarse a la realidad, afrontando los riesgos, y tenía toda la vida por delante, Ryan es la contracara. Largo cuarentón, no quiere saber nada de relacionarse románticamente -conoce a una mujer (Vera Farmiga) que viaja casi tanto como él, y es sólo su amante-, casi no se habla con sus hermanas y escuchar la palabra niños lo asusta más que alguna turbulencia a bordo de un Boeing. Hasta que... Amor sin escalas -título que tendrá gancho para una comedia romántica, pero escasa relación con la trama de esta película- es un mazazo al espectador, cuando se aproxima el desenlace. Sin ser Los amantes -el protagonista, Joaquin Phoenix, optaba por quedarse con la mujer que lo amaba, cuando a la que él amaba lo dejaba-, los ojos de Ryan hablan de una soledad, un vacío que es mejor no experimentar. Las ideas de un nuevo "talento" en la agencia (Anna Kendrick, de la saga Crepúsculo), que consiste en hacer los despidos vía teleconferencia, lo baja a tierra de una manera más que literal. Reitman, que ya había demostrado ser un gran dialoguista, acierta más aún en la pintura del protagonista. Ryan comienza a aflojar sus ataduras, bajar la coraza y a sentir, algo que aparentemente nunca había hecho en su vida de relación, con compromiso cero. Ver cómo lo trata su hermana menor, a punto de casarse, advertir que no es imprescindible para quienes lo rodean es para Ryan un aterrizaje forzoso. El papel a George Clooney -bien a la James Stewart- le cae a la perfección. No hay tics en su actuación, ni siquiera su famosa caidita de ojos. Y allí está su mérito. Ni su sonrisa compradora le funciona. Todo el pavor (¿dolor?) que siente ante lo que no puede resolver, a Ryan se le adivina en la mirada. Aunque el guión tenga momentos de calculada costura, sea moralista y hasta conservador, es devastador. Lástima que no esté traducida la canción en los créditos finales, que un desempleado dejó en el contestador telefónico a Reitman. Esparce algo de esperanza en una realidad socioeconómica despiadada que Amor sin escalas no deja de lado, y permite reflexionar, con una temblorosa sonrisa.
Riesgos de vivir en el aire Amor sin escalas refleja la crisis económica y el desempleo en Estados Unidos Jason Reitman sabe ser sardónico, agudo y provocador, y también sabe cuándo moderar la crítica para no inquietar demasiado a la platea. Tiene la suficiente inteligencia para apuntar con sus dardos satíricos a algunos de los aspectos más cuestionables de la vida contemporánea (el éxito como valor supremo, el individualismo exacerbado, la deshumanización de un mercado que premia o expulsa según lo dicten las urgencias del negocio) sin abandonar el tono de comedia. Y sin perder brío, chispa ni mordacidad. Amor sin escalas observa la realidad norteamericana en tiempos de crisis económica y su efecto más doloroso, el desempleo. En términos de una sociedad en la que perder el trabajo significa perderlo todo, recibir la noticia del despido equivale a una tragedia. Para hacer que ese trance sea superado sin causar demasiados daños (para el que queda en la calle y para la corporación que lo despide) está Ryan Bingham. El, que tiene la irresistible simpatía de George Clooney, sabe cómo dar la noticia, enfrentar las reacciones que sobrevengan y envolver al expulsado con su labia hasta convencerlo de las ventajas de esta inesperada libertad: ahora podrá emprender una nueva vida. Sin ataduras Bingham anda entre aviones (siempre de la misma línea) y hoteles (de la misma cadena). Su misión es cumplir con el duro trámite (los responsables no quieren afrontarlo); anda todo el año de empresa en empresa, despidiendo. Y todo va bien hasta que una compañerita pujante (Anna Kendrick) propone otro método: hacer lo mismo cara a cara (o pantalla a pantalla, tecnología mediante) y ahorrar pasajes y hoteles. Nada más alarmante para Bingham, que disfruta de su tarea y de los privilegios que le brinda (entre ellos el de vivir en el aire, en todo sentido, sin ataduras ni compromisos). Le alcanza y sobra con sus amoríos fugaces, por ejemplo el de la bella Alex, que es su equivalente femenino. Puede suponerse que si hay un monstruo de cinismo como tal, también habrá una chance de redención. Pero a Reitman le gusta forzar los lugares comunes, de modo que el film reserva alguna sorpresa. Entre diálogos ingeniosos soltados a todo ritmo (el montaje también ayuda) y tras el retrato cáustico del mundo en que circula el personaje hay cierto deslizamiento hacia lo sentimental que se sostiene gracias a la pareja Clooney-Vera Farmiga, algunos discursos innecesarios y una nota falsa sobre el final, con el testimonios de algunos despedidos, felices de haber recuperado la vida familiar. Quizá Reitman quería lanzar otra ironía burlona, pero lo que se ve es la intención de conformar a la audiencia y devolverle la esperanza después de haberle pintado un mundo tan cínico, inhumano y desalentador. Es una pena.
Sobre el egoísmo y las apariencias Lejos de ser la comedia romántica que sugiere el título en castellano, la película gira alrededor de las ambiciones personales y la ruptura de lazos sociales. El director evita los guiños más obvios, pero sucumbe a la tentación condenatoria, con moraleja incluida. Nada más engañoso que el título en castellano de esta película, apuntado a venderle al público una comedia romántica, cuando si algo no es Up in the Air es eso. Por suerte no es eso. Aunque en algún momento, allá por los dos tercios de metraje, da la impresión de que el director y coguionista Jason Reitman se apronta a pisar ese palito reparador. Lo cual hubiera representado una solución tipo “conejo de la galera” para una ficción que gira alrededor del egoísmo, la ruptura de lazos con los demás, la nube ombliguista en la que el protagonista se deja flotar. Que esa resistencia de Mr Reitman a la opción más facilista sea loable no libra el remate elegido del pecado contrario, el de la condena. Con lo cual el romanticismo oportunista –propio del Hollywood menos “serio”– se trueca por un moralismo de castigo, al que el Hollywood más “serio” es afín. Más que a la anterior La joven vida de Juno, la película de Reitman a la que Amor sin escalas más se parece es su ópera prima, Gracias por fumar. Curiosamente, en ningún caso se trata de guiones propios, sino de adaptaciones de novelas. Sujeto aborrecible, el protagonista de Gracias por fumar, lobbysta de empresas tabacaleras, era capaz de hundir sin piedad, en el curso de un talk show televisivo, a un chico con cáncer terminal, producto de su exposición al humo de cigarrillo. No mucho más encomiable, el Ryan Bingham de Amor sin escalas es uno de los profesionales más brillantes de una empresa especializada en despidos laborales. Lo de vivir en el aire es consecuencia de eso. Bingham se la pasa viajando de Dallas a St. Louis, de St. Louis a Wichita y de Wichita a Florida. De allí que para él aviones, escalas y aeropuertos sean más su casa que el departamento semivacío que lo espera en Omaha, cada vez que se ve obligado a pasar allí unos días. Si en Gracias por fumar el personaje de Aaaron Eckhart seducía al espectador con su brillante labia, en Amor sin escalas el de George Clooney queda escrachado en la secuencia inicial, en la que les deja, a una decena de pobres tipos y tipas, sólo lágrimas, furia o un silencio absorto. De allí en más, y aunque despliegue su completo repertorio de sonrisas ladeadas, miraditas pícaras, susurros y acerados one liners, el espectador no dejará de sentir frente a él una acentuada molestia estomacal. Molestia que tiende a desaparecer en cada uno de sus encuentros con Alex Goran (Vera Farmiga, de Los infiltrados y La huérfana). Viajera impenitente también ella, tan desligada de las cosas de la tierra como Ryan, Alex es su doble exacto. Para decirlo con sus palabras, “soy vos, pero con vagina”. O eso parece. De parecer se trata. Las escenas entre Clooney y Farmiga, llenas de cócteles, jueguitos de seducción y lenguas afiladas son como debieron haber sido la películas del Clan Sinatra, si a las partenaires femeninas se les hubiera dado más lugar que a un jarrón. Por una astucia de guión, la molestia que Bingham despierta se disipa por completo ante la aparición de un personaje que es, en apariencia, aún más abominable que él. Se trata de Natalie Keener (la recién llegada Anna Kendrick, que en la serie Crepúsculo cumple un rol casi invisible). Típica arribista, Natalie acaba de venderle al gerente de la firma (Jason Bateman, que había estado en La doble vida de Juno) un nuevo y más perfecto sistema: el de despidos por teleconferencia. Si el sistema se adopta, Bingham deja de viajar, algo que en su caso equivale a un 11-9-2001 personal. De allí en más el espectador puede experimentar, en relación con él, un violento volantazo, que lo lleve del asco a la piedad. Eso es bueno para una película a la que, más que la identidad, le interesa el espejismo de las apariencias. Vira también el personaje de Natalie hacia zonas inesperadas, conmovedoras incluso. Habrá que tomar nota de la asombrosa ductilidad de Mrs Kendrick, una de las dos grandes revelaciones de Amor sin escalas. La otra es la más veterana (pero igualmente desconocida) Amy Morton, extraordinaria como durísima hermana del protagonista. Como por otra parte Clooney y Farmiga están a la misma altura de ellas dos, Amor sin escalas termina pareciendo una versión con cuerpo de Gracias por fumar. Allí todo empezaba y terminaba a la altura de la boca, órgano emisor de labia. Aquí, el resto del cuerpo se integra. Está claro que esa ampliación de lo humano no hubiera sido posible de no haber existido, entre una y otra película, ese minitratado sobre la apariencia que fue La doble vida de Juno. La diferencia es que más allá de un remate redondamente tranquilizador, los personajes de La doble vida de Juno gozaban de una libertad que en el caso de Clooney es sólo condicional. Desde el comienzo pende sobre él una condena moral que, es clavado, tarde o temprano hará sentir su dureza. Más allá de que en cine ninguna condena es buena, en este caso queda la duda sobre el motivo. ¿Es acaso la condición de Bingham, peón del capitalismo más salvaje, lo que merece el castigo que el guión le aplica? ¿O tal vez lo que un bolero definiría como “incapacidad de amar”? ¿O el no haber sido fiel a la familia, quizás? En cualquier caso, Reitman cierra con una moraleja lo que en el transcurso del relato evitó que se pareciera a una fábula, haciendo lugar al libre juego de los personajes.
La triste paradoja de la libertad total Con un guión perfecto y el trabajo impecable de George Clooney, el film narra la historia de un hombre despojado de lazos con sus semejantes que se dedica a despedir empleados de compañías en crisis. Del director de Juno, es una de las favoritas al Oscar. Sería prematuro, con sólo tres largometrajes, pensar que Jason Reitman –hijo del desparejo pero en ocasiones ocurrente Ivan “Cazafantasmas” Reitman– es un autor. También hablar de su originalidad: el ritmo de sus películas, la forma de mantener estáticos en ocasiones a los personajes mientras el montaje imprime vértigo y el oído para el diálogo recuerda a otro cineasta contemporáneo, Wes Anderson (Los excéntricos Tenenbaum). Sin embargo, hay una idea que unifica Gracias por fumar, La joven vida de Juno y Amor sin escalas: investigar por qué alguien extraordinario es, justamente, extraordinario. Sus protagonistas siempre se hablan a sí mismos pero se escuchan poco. El uso de la voz en off funciona a veces como contrapunto y a veces como refuerzo: aquí nadie nos relata algo que ya sucedió, sino lo que está sucediendo. Las diferentes distancias que establecen entre sí voz e imagen generan la emoción y la reflexión, la risa o el llanto, a veces todo al mismo tiempo. Amor sin escalas, uno de los films que suenan fuerte para los Oscar, presenta a un hombre que se dedica a una tarea horrible. A Ryan Bingham lo contratan para despedir gente: va a una empresa y le dice uno por uno a cada nuevo desocupado que es su último día. Lo hace con encanto y tacto, con una técnica psicológica perfecta, con enorme dominio de sí mismo. Parece un detective. No hay una sola emoción que lo afecte: es –como el actor que le da vida, George Clooney– un galán zen. Puede hacer ese trabajo porque vive viajando: de avión en avión, con el secreto sueño de conseguir diez millones de millas como viajero frecuente, siente los aeropuertos (basta del lugar común de citar mal a Marc Augé y llamarlos “no lugares”: son lugares de paso, como cualquiera sólo que más rápido, y Ryan lo sabe perfectamente) y es miserable en su minúsculo –y “no lugar”– departamento. Su hermana menor se está por casar, pero su familia está lejos, en tierra. En un aeropuerto se cruza con otra viajera crónica (Vera Farmiga), que se vuelve amante ocasional y amor posible. La empresa de “despedidores” para la que trabaja el protagonista está a punto de adoptar un sistema de despidos vía computadora diseñado por una joven y ambiciosa psicóloga (Anna Kendrick). Ryan no quiere dejar de viajar, le adosan a la muchacha “para que aprenda” y eso, más los encuentros esporádicos con su amante y la boda de la hermana, tejen la trama del film. Sí, habla del capitalismo salvaje. Pero el tema no es ése sino la relación entre el libre albedrío y la soledad. Ser completamente libre como Ryan y enseñar que hay que dejar de lado todo lazo con las cosas o las personas conspira contra la naturaleza humana. Paradójicamente, esos lazos que construyen la vida de cada uno coartan la libertad absoluta. Ante tal contradicción, el film se limita a presentar no una solución ni una enseñanza, sino cómo cada personaje la resuelve a su manera y cómo esas elecciones alteran la vida de los otros. El resultado es, también, paradójico: Amor... es la comedia más triste del mundo; el film romántico más cínico; el divertimento más amargo. La primera tentación es pensar que se trata sólo de un gran guión –lo es– bien ilustrado. Pero no: George Clooney tiene pocos gestos, sólo un tono de voz, apenas algún mínimo rasgo en el rostro. Con muy poco, como los grandes actores de cine, logran que creamos en la existencia de su personaje y sintamos, en última instancia, el peso carcelario de su libertad elegida. En la manera de retratarlo brilla el cine: Reitman logra crear en Ryan una criatura fantástica, el hombre que es todo el mundo para sí mismo. Aunque el mundo lo despida y lo deje –literalmente– en el aire.
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Amor sin escalas no es una película revolucionaria ni super original. Eso queda claro. Es una historia que se podría comparar a una Jerry Maguire o tantas otras que han dejado una moraleja. Pero no por eso es una película que se destaque por otras cosas y valga mucho la pena verla. Su elenco es muy sólido, y el director logra desde el guón y desde la realización de los climas a hacer una gran realización El elenco con George Clooney a la cabeza es brillante. Clooney no hace el clásico galán encantador que le sale naturalmente (para que mentirnos... el tipo es así), para meterse y construir otro personaje que toma algo de su naturaleza, pero que lo lleva para otro lado. Sus secuaces principales, como Vera Farmiga o Anna Kendrick están muy bien realmente. Pero hay una gran cantidad de personajes terciarios, que fueron muy bien elegidos, además de meter a algunos actores en papeles minúsculos con caras conocidas y logrando redondear un elenco notablemente parejo. El guión es previsible en varias cosas y aclaro que esto para mi ya no es condenable en una historia así, porque disfruto la forma en que me cuentan la historia por sobre la historia en si. Y eso es lo que hace muy bien el director en la mayor parte de la película. Desde el personaje de Clooney con su obsesión por juntar millas o puntos, pasando por su particular forma de automatizar sus movimientos o elecciones debido a la cantidad de días que pasa volando, son realmente muy buenas. El momento de que elije detrás de que gente ponerse en un control de aeropuerto será memorable y de obvia referencia en cualquier momento parecido que uno pueda vivir. Amor sin escalas es una muy buena historia, con un título realmente espantoso, no por que la traducción sea espantosa, sino porque en esta película no hay amor... y si hay muchas escalas o cambios de avión. El título es de cuarta y es una falta de respeto para una obra así. Up in the air... es una buena comedia, una excelente razón para pasar un ratito agradable en una sala de cine, disfrutando un maravilloso elenco y mirando una buena historia. Pocas películas por año llegan a este millaje ;)
Relaciones del Nuevo Milenio Amor sin escalas (Up in the Air, 2009), la nueva película de Jason Reitman (La joven vida de Juno), es una comedia romántica que expone las relaciones superficiales del nuevo milenio, como una nueva forma de vida, trayendo mas fracasos que beneficios a quienes las experimentan. La familia disfuncional vuelve a ser eje del relato al igual que en el anterior film del director canadiense. En un papel distinto al que nos tiene acostumbrados, George Clooney interpreta a un viajero de una multinacional que se encarga de despedir gente para distintas empresas. Su lema para tan cruel trabajo es no llevar valija, o sea, no aferrarse a nada. En un viaje conocerá a una mujer que promete ser su alma gemela. A su vez, deberá viajar con una chica recién recibida que deberá aprender el oficio. Entre los tres formaran una extraña familia. Su mundo sin ataduras comienza a verse amenazado. Las familias disfuncionales son tema de los últimos filmes de Jason Reitman. Si comparamos su anterior realización La jóven vida de Juno (Juno, 2007) con Amor sin escalas (Up in the Air, 2009), hay nuevas relaciones entre las personas o, mejor dicho, diferentes maneras de relacionarse. Algo claro en La jóven vida de Juno (con el embarazo prematuro de la adolescente y como ese hecho reestructuraba su familia) y confirmado en Amor sin escalas (Up in the Air, 2009). Fantasía y realidad es lo que experimenta Ryan (George Clooney). Goza de su vida irreal, el tipo no tiene "los pies sobre la tierra" (por ello el título original es Up in the Air), cuestión que le permite no hechar raíces y disfrutar de los beneficios de ser un viajero con varias millas acumuladas. La frivolidad es la marca característica de sus relaciones "para llegar a ser élite hay que empezar siendo frívolo" dice en un momento. Pero el tipo tiene códigos y se opone a despedir gente vía chat cuando su jefe se lo propone. Aunque a lo que realmente el personaje de George Clooney se opone es a dejar de viajar y enfrentar su realidad. El film construye la superficialidad de las relaciones que experimenta Ryan a través de su mirada. Los espacios y personas que conoce, son tantos en momentos tan fugaces, que no llega a generarle ninguna emoción al protagonista. El espectador, al igual que Ryan, ve a las diferentes personas que reaccionan frente al despido, pasar tan rápidamente unas y otras que no llegan a causarle remordimiento. Lo mismo sucede con los espacios, se superponen unos frente a otros con tanta velocidad que no dejan huella o recuerdo. Mediante este recurso el director nos introduce en la vida de Ryan -personaje despreciable si los hay- simpatizando con él al comprenderlo. El tipo parece ser una víctima del sistema, hace lo que puede siendo una consecuencia más de las nuevas tecnologías. Internet con chat y el celular con los mensajes de texto, le aplicaron la frialdad con la que se maneja en sus relaciones. De pronto, Ryan se ve envuelto en una relación amorosa con Alex (Vera Farmiga), una compañera de viajes, y cumpliendo el rol de padre consejero con Natalie (Anna Kendrick). Si bien al comienzo se encuentra molesto por la situación, rápidamente empieza a agradarle, fantaseando con ser parte de una familia, en sus palabras, aferrarse a algo. Si bien hacia el final, el mensaje "normativo" se apodere del film poniendo las cosas en su lugar, Amor sin escalas (Up in the Air, 2009) no deja de ser una ácida e inteligente reflexión sobre quiénes somos culturalmente y en qué nos estamos convirtiendo.
Con elegancia La secuencia de títulos iniciales nos presenta un filme muy del estilo de aquellas comedias románticas de finales de la década del 50 y comienzos del 60, las que tenían por protagonistas a estrellas como Doris Day o Cary Grant, artistas siempre ligados a las comedias sofisticadas y con estilo. "Amor sin Escalas" es ese tipo de filme, hecho casi a la medida de un George Clooney quien desde hace tiempo es considerado, por algunos, como el nuevo Grant y que aquí se luce en su mejor forma. Clooney es Ryan Bingham, un hombre que tiene el difícil negocio de tomar a gente frágil y dejarla a la deriva. Dicho sin eufemismos, se encarga de comunicarle a las personas que están despedidas. Esa labor le impone estar todo el tiempo de viaje; combinaciones aéreas constantes y vida de hotel. Pero eso que muchos detestan, a él le encanta. Goza cada vez que pasan sus tarjetas de viajero vip y lo tratan como si fuera un príncipe, tener privilegios de viajero más que frecuente y no estar atado a nada. De hecho, dedica parte de su tiempo a dar conferencias en las que recomienda deshacerse de todo aquello que nos ata en la vida. Pero -por el bien de la trama debe haber un pero- entre viaje y viaje el frío Ryan encontrará a una mujer, casi su copia fiel pero en femenino, y todo lo que consideraba inamovible en su vida deberá ser replanteado. La rutina de nuestro killer laboral se ve afectada además por la llegada de una jovencita, con aires de sabelotodo, que pretende modificar el método de trabajo. En este punto la historia ya desplegó varias aristas. Por un lado la exposición del drama de aquellos que luego de años de trabajo se encuentran desempleados, en un mundo donde no parece haber espacio para ellos. Por el otro, la relación amorosa del protagonista y su posición acerca del compromiso en contraste con una determinada situación familiar, y la mirada casi virginal de quien ignora lo que sucede en el mundo más allá de la teoría universitaria. El director Jason Reitman intenta abarcar todo y lo logra casi sin tropiezos. No llega a configurar totalmente una comedia estrictamente romántica; tampoco alcanza el status de filme social aunque sí consigue redondear un drama sutil, sin golpes bajos y, lo más importante, sin perder el estilo ni descuidar a su figura principal. Estamos ante un filme politicamente correcto, sin estridencias, con buenas actuaciones y una dirección que no descuida ningún detalle para honrar a la industria.
El motivador desmotivado Una tibia sensibilidad social empieza a surgir en el Hollywood post-crisis económica, aunque dada la gravedad del asunto recibe una mirada absolutamente trivial que no hace otra cosa que negar la realidad. Ese es el caso de Amor sin escalas, del realizador Jason Reitman, que cuenta con la actuación protagónica de George Clooney junto a Vera Farmiga; film que llegó a la entrega de los Globos de Oro con varias nominaciones y debió contentarse con apenas un premio al mejor guión. La historia se concentra en la rutinaria vida laboral de Ryan (Clooney), quien se dedica a la ingrata tarea de despedir gente en las diferentes empresas que buscan maximizar rendimientos y utilizan intermediarios que se supone son ávidos conocedores de la psicología humana y eficaces mensajeros del capitalismo salvaje. Motivo de tan ajetreada actividad, el protagonista se la pasa viajando de una punta a otra del país y toma contacto, cada vez que baja de su paraíso aéreo, con diferentes realidades sin involucrarse emocionalmente, pues eso influiría negativamente sobre el éxito de su misión. Sin embargo, se sorprenderá al recibir un encargo de reclutamiento de una joven que aspira a ganarse la medalla de la mejor empleada tras haber inventado un sistema por el cual se puede despedir a distancia desde una computadora, y así ahorrarle a la empresa miles de dólares. Pero Ryan parece tener algo de humanismo al cuestionar semejante atropello para la dignidad humana, que de a poco lo llevará a reflexionar sobre su propia existencia y su escasa esfera social, pese a haber encontrado en uno de sus tantos desembarcos en aeropuertos a una mujer (Vera Farmiga), por quien siente gran atracción y con la que mantiene una serie de encuentros entre viaje y viaje. Hasta acá podría pensarse que el guión busca explorar los embates de la crisis económica y su impacto en el mercado laboral bajo el pretexto de una historia de amor. Pero a no alarmarse, porque lo que el film de Reitman cuestiona es el medio y no el fin, y con una sensibilidad primaria como la de quien viera un spot publicitario de Unicef, donara 15 dólares con su tarjeta de crédito y luego llamara al delivery de sushi para calmar su angustia. Así, esa pátina de conciencia social paulatinamente se irá cubriendo de todos los clichés y lugares comunes que el cine industrial nos tiene acostumbrados al irrumpir, además, una forzada historia de amor con el habitual mecanismo de las segundas oportunidades para que todos los corazones queden contentos y el sexy George despliegue su arsenal de tics y muestre su rostro de perrito faldero. Con Amor sin escalas el cine mainstream -aunque a veces se quiera camuflar de independiente- prueba una vez más que sigue a rajatabla los mandamientos de disciplinar al público, ocultándole aquellas cosas que por más que no se quieran ver hieden como esos cadáveres del golfo que la televisión se negó a mostrar para no bajar la moral de un pueblo ganador.
El roce de las nubes Ryan Bingham (personaje interpretado por George Clooney) se dedica a despedir gente. Empleado de una empresa que ofrece servicios tercerizados, Ryan viaja por todo Estados Unidos para hacer el trabajo sucio que diferentes empresas no quieren hacer por sí mismas: "dar de baja" a su personal. Un día en una ciudad, otro día en otra, de punta a punta, pasa mucho más tiempo viajando que en su casa. Vive en el aire. Todo lo que sabemos de este personaje es que eligió este estilo de vida (sin ninguna "explicación psicológica"), que le gusta y que es bueno en lo que hace. Vivir en el aire significa no tener hogar, no vivir en ninguna parte, no tener relaciones verdaderas. Las azafatas y las recepcionistas lo saludan por su nombre cuando pasa su tarjeta de socio exclusivo. Como es de suponer con un personaje que tiene una filosofía de vida tan definida, a lo largo de Amor sin escalas Ryan se topará con situaciones que lo harán replantearse sus elecciones: primero, una relación amorosa con una mujer que, como él, también vive en el aire (aunque un poco menos); después, una relación laboral con una jovencita que, aunque dedicada a su carrera, quiere encontrar el amor; y finalmente, el casamiento de su hermana, que lo obliga a volver a su pueblo de origen y revivir su pasado. El tercer largometraje de Jason Reitman comparte puntos con sus obras anteriores (Gracias por fumar y La joven vida de Juno): el uso del montaje, el tipo de diálogos, una línea general en sus protagonistas, un tipo de música para la banda sonora, una sensibilidad muy básica y directa. Incluso volvemos a encontrar (como en Gracias por fumar) al hombre carismático que se dedica a envolver los hechos con palabras a favor de una empresa. A pesar de lo que puede hacernos suponer la profesión del personaje interpretado por Clooney (despedir gente en medio de una de las peores crisis económicas que haya vivido Estados Unidos), Amor sin escalas no es una sátira social. Si bien presenta algunos elementos de "denuncia" (fundamentalmente en las entrevistas de despido, filmadas con un gran margen que permite desarrollar la humanidad de los despedidos), ese claramente no es su centro. Reitman está mucho más interesado en el personaje de Clooney que en su entorno. Ryan Bingham representa en cierta forma el ideal del hombre neoliberal: desapegado, egoísta, libre de ataduras, entregado a su carrera; pero más allá de eso (y este es el gran acierto de Reitman) es un ser humano que en la piel de George Clooney adquiere toda la carnadura, el encanto y la verdad de un héroe (o antihéroe) con el que nos podemos identificar. Más allá de la "película de denuncia", mucho más allá de los parámetros fijados para la comedia romántica, Amor sin escalas sabe darle verdadera vida a sus personajes (mérito que comparten sus actores) y una libertad que los hace tambalear, equivocarse y volverse a equivocar. No hay verdades claras en esta película. Sí, lo que Reitman dice sobre la crisis económica en Estados Unidos (y el sistema en el que se produjo) es probablemente lo máximo que llegue a decir una película producida en Hollywood, aunque no termina de ser demasiado contundente. Pero en algún punto de la proyección eso deja de importar. Con su gran ojo para los detalles de las relaciones humanas y una sinceridad un poco ingenua pero muy directa, Reitman arma el espacio para que vivan sus criaturas y nos conmuevan. Los aviones vuelan, vemos pasar las nubes y nosotros quedamos colgados del aire.
La película de Clooney Desde que George Clooney abandonó la serie ER para convertirse una de las mayores estrellas del cine de los últimos años, muchas veces discutimos con otros colegas que más allá del encanto y de los aciertos en la elección de varios papeles que demostraron su capacidad como actor, Clooney todavía no había hecho una “gran película”, esas que quedan en la historia y se identifican con el protagonista, a la manera de los films del Hollywood clásico. Amor sin escalas es esa película. A pesar de que coquetea con en indie y es una producción de mediano presupuesto, la película de Jason Reitman (director de La joven vida de Juno , guionista de Gracias por fumar) es la favorita de los premios Oscar de este año (un dato de la industria que por supuesto no habla de la calidad del film) y aún así sigue siendo un gran relato. Ryan Bingham (George Clooney) se dedica a dejar sin trabajo a mucha, muchísima gente. Así de simple. Un hijo de puta eficiente que sabe hacer su trabajo y que tiene como horizonte… seguir despidiendo empleados. Cualquier día del año encuentra a Bingham en alguna ciudad del país para racionalizar la plantilla de la empresa en cuestión. No es que disfrute de la faena pero tampoco le quita el sueño. Tantea a las personas que va a despedir, las estudia y después lanza la fatídica frase: “La empresa va a tener que dejarlo ir”. Pero la sofisticación de Amor sin escalas (en el horrible título local) proviene del trasfondo social y político de la actualidad de Estados Unidos, atravesado por la recesión y el capitalismo más salvaje, y la puesta en escena y la dirección de actores. Entre otros, muchos aciertos, la película de de Reitman construye lo excepcional a partir de objetos cotidianos que en el mundo de Bingham adquieren una importancia extraordinaria, como las tarjetas. Están en los embarques, como posibilidad de crédito, son las llaves de las habitaciones impersonales de los cientos de hoteles que visita el protagonista, se exhiben con orgullo como “viajero frecuente”. Y para el killer laboral, esa condición se constituye en su única aspiración, esto es, alcanzar las 10 millones de millas arriba en el aire y lograr la tarjeta vip, que solo otras siete personas poseen en el mundo. Porque Bingham no siente nada. Trata de mantener lo más lejos posible a la familia, el concepto de hogar le es completamente ajeno, al igual que tener pareja y formar una familia. Hasta que claro, se cruza en un el anónimo bar de un hotel cualquiera (de una ciudad cualquiera) a una par, Alex Goran (Vera Farmiga), otra ejecutiva en tránsito permanente. Hay piel sin compromiso y allá va el muchachote, siempre seductor (pero muy contenido en su charme por Reitman), agradecido por las oportunidades que le da la vida y su trabajo. En paralelo, el sistema del que forma parte, que no cuestiona y que ayuda a mantener, da un paso más y presenta de la mano de una jovencísima colega Natalie Keener (Anna Kendrick), la novedad de que no hace falta desplazarse para despedir a un pobre diablo, con una videoconferencia alcanza. Entonces el hijo de puta mayor y el pichón a su cargo inician un periplo para que la pequeña asesina de empleos se convenza de las bondades de despedir gente cara a cara. “El trato humano”. Reitman maneja el relato cáusticamente, manejando los tiempos y situaciones de tal manera de que el protagonista termine siendo adorable para el espectador, a pesar de ser, repito, un flor de hijo de puta. No hay redención en Amor sin escalas, apenas un cruce entre el mundo corporativo plagado de no lugares como los aeropuertos con el otro mundo, el masivo, y la intersección se da de la mano de una posibilidad de amor, solo un amague que queda en el aire, por la propia lógica de los protagonistas. Solo la chica se sale del juego, tal vez porque por su edad pertenece a la esperanzada era Obama. Ryan Bingham y Alex Goran no, seguramente porque se formaron en los despiadados ’80 y consolidaron sus carreras en el renacimiento del liberalismo más despiadado de los ’90. Gran película de Jason Reitman, que demuestra lo que se puede hacer con el Cary Grant de nuestra época cuando hay un guión inteligente, profundo, ácido y encantador.
George Clooney es una de las pocas estrellas de Hollywood capaces de conseguir que a casi todo mundo le caiga más o menos bien ese villano que viaja de empresa en empresa y, de un plumazo, deja sin trabajo a una buena cantidad de empleados como si nada. El optimista Jason Reitman (Gracias por fumar, La joven vida de Juno) insiste con esos personajes que, al mismo tiempo, condena desde lo moral pero los hace agradables y les regala la chance de redimirse, tal vez los momentos más forzados y menos entretenidos de su cine. Reitman sólo falla sobre el final, cuando llega el momento de inmiscuirse demasiado en la vida privada de su protagonista, pero el cineasta ya se había lucido a la hora de hablar del trabajo y de darle a Clooney un poco de su propia medicina. Amor sin escalas mantiene el crédito abierto para Reitman Jr: no son muchos los cineastas en el mundo, y mucho menos en Hollywood, que tienen la capacidad de retratar ese costado más despiadado del ambiente laboral y salir airosos. Reitman y Clooney se juntan en una película imperdible para demostrar que hoy son nombres imprescindibles en la industria del cine.
Los aeropuertos, los hoteles, los shoppings y las autopistas fueron en los años 80 íconos de esa modernidad líquida que abandonaba los grandes relatos colectivos y los reemplazaba por fragmentos individualizados. Las computadoras y el confort hicieron el resto. Si hasta simbolizaron el globalizador sueño americano (y europeo). Esto es, sea la parte del mundo que fuera, se trataba de una continua reproducción del modus vivendi de los ricos del Norte, un oculto y flamante proceso de colonización a manos de los negocios virtuales y el turismo. Es lo que Bryan Bringhman, el personaje protagónico de "Amor sin escalas", llama "su casa", un hogar sin más integrantes que el más importante de ellos: él mismo. Sobre la soledad y el autoexilio versa la película más mentada de la última renovación de la cartelera local. El Bringhman de George Clooney es un "despedidor", un experto en descerrajarle en la cara a la gente que será echada de su trabajo, un tipo feliz sobre rampas móviles, en accesos vip y con cientos de tarjetas de crédito y promoción. Sólo se conecta con una bella y de su misma calaña mujer, y con su colega, una principiante en eso de descartar trabajadores. Ambas relaciones pondrán en crisis la vida del ejecutivo. El nuevo filme del director de "Gracias por fumar" y "Juno" llegó a las pantallas argentinas precedido de una gran campaña de marketing con miras a la temporada de premios y sobre todo al mayor de ellos, el Oscar. Así fue nominado en varios rubros y de hecho ganó varias estatuillas.
La tercera película de Jason Reitman (Montreal, Canadá, 1977) se anticipa como una reflexión sobre el aislamiento al que llevan ciertos hábitos de la vida moderna y sobre la indiferencia de la sociedad ante el drama de la desocupación, pero, en realidad, no es más que el cruce de una serie de personajes atractivos dentro de una trama vivaz, algo antojadiza y no tan cáustica como parece. El protagonista es Ryan, profesional especializado en despidos laborales (un exacto George Clooney), displicente, egoísta y con respuestas para todo. Ocasionalmente lo acompaña su amiga, confidente y amante Alex (Vera Farmiga en un personaje de irresistible madurez y sensualidad), en tanto será maestro –y aprendiz– de una muy joven compañera de trabajo (Anna Kendrick saliendo del prototipo de chica segura de sí misma, habitual en el cine independiente norteamericano). Los primeros tramos se desarrollan con gracia, con planos breves registrando controles en aeropuertos y despliegue de tarjetas, y como fondo sonoro la inquieta música de Rolfe Kent fundiéndose con diálogos filosos y generalmente cínicos. Como director, Reitman aceita las piezas logrando que el engranaje funcione, asomando excepcionalmente algún rasgo de frescura, como cuando Ryan y los demás vuelven descalzos al hotel tras un apagón en el barco, o la charla que se ve obligado a entablar con el afable novio de su hermana menor. Todo esto se alterna con los dolorosos momentos en que distintos empleados son fríamente notificados de que quedan sin trabajo (oportunamente expuestos como una sucesión de dramas desatados en la vida de esa gente). El mayor problema de Amor sin escalas no es la forzada manera con la que se busca que todo encaje en esa estructura de ficción (sobre todo en un final bastante moralista e inverosímil), sino su perspectiva sobre las mezquinas decisiones empresariales que llevan al desempleo. Cuando Ryan y su joven discípula empiezan a tomar conciencia de su ingrato trabajo, asumen imprevistamente actitudes compasivas, encontrando en ellas alguna forma de redención, mientras que, por otra parte, al ponerse todas las fichas en el terreno de los afectos, como espectadores terminamos afligiéndonos más por la soledad del protagonista (Clooney) que por la situación de los empleados cesanteados. En La joven vida de Juno (anterior película de este director) resultaba comprensible, por su tema, que se pusiera énfasis en la contención familiar y la necesidad de confianza en los demás, pero en Amor sin escalas, en cambio, el alegato final a favor de la familia suena hipócritamente consolador. Es notable que aquí -más allá de algunas referencias a los artilugios del capitalismo- brille por su ausencia la política: nadie menciona la responsabilidad de los gobiernos (o la complicidad de éstos con las corporaciones en cuestión), ni plantea como posible algún tipo de lucha o reacción de la ciudadanía ante la injusticia de los despidos. Sin dudas, por detrás de los melancólicos enredos de Amor sin escalas hay otra trama, más compleja y siniestra, que permanece fuera de campo.
Curioso trabajo el de Ryan Bighman (G. Clooney). Se ha pasado buena parte de su vida saltando de un avión a otro, recorriendo ciudades a lo largo y a lo ancho de los Estados Unidos, siempre con la pesada misión de despedir gente. Es el más consumado especialista en reducción de personal y las grandes compañías se lo disputan. En lo suyo, luce imbatible. Hábil profesional, no alberga el menor sentimiento de culpa al comunicarle a la gente que se ha quedado sin empleo. Para semejante labor, hay que estar blindado en materia de afectos. Apuesto y elegante, manejándose siempre con esa media sonrisa del que todo lo sabe, se niega a mantener relaciones duraderas, no tiene amigos íntimos ni pareja, ignora todo lo que tenga que ver con lazos familiares y su gran objetivo es superar un récord: llegar a los diez millones de millas aéreas, una marca que le permitirá ingresar a un club exclusivo al que sólo han conseguido acceder siete personas. A un tipo con metas tan mezquinas, puede llegar a cambiarle el libreto el encuentro con una pasajera con tantas horas de vuelo como él. Cuando por fin, contra todo lo previsto, se enamora, su jefe lo amenaza con trasladarlo a un puesto de oficina, lejos de aviones y aeropuertos. Hasta ese momento Ryan ha vivido sin raíces, moviéndose entre vuelos, hoteles y automóviles alquilados, mimado por todos los programas de viajero frecuente, cómodo en ese espacio sin vínculos ni compromisos. De repente todo empieza a resquebrajarse y el mundo le muestra su verdadera cara. George Clooney actúa, produce y a menudo dirige. En este caso, un personaje a su medida.
Volar alto y lejos de los problemas El nuevo film del director de La joven vida de Juno y Gracias por fumar tiene el mérito de situar al espectador en un lugar incómodo, al intermediar entre la suerte del protagonista que encarna George Clooney y su proceder repudiable. Desde hace un tiempo el actor y director George Clooney se ha vuelto un nombre respetable dentro del cine norteamericano. Su presteza interpretativa, su rostro circa años '50, su capacidad para el ridículo (ese leit motiv de "tonto" que los hermanos Coen le endilgan en cada una de sus películas, de lo cual el actor se queja socarronamente), su talento como director y una mirada crítica cada vez más afinada así lo corroboran. Recordar, en este sentido, la magnífica Buenas noches y buena suerte (2005) y la posterior -directo a DVD en nuestro país Leatherheads (2008), ambas realizadas por quien supiera señalar que durante los tests de audiencia de Buenas noches, el 20 por ciento del público ignoraba quién era el senador Joseph McCarthy, mientras preguntaban por la identidad del supuesto actor (en el film recreado desde material de archivo). Es en este sentido que un film como Amor sin escalas traducción por lo menos cuestionable del título original se presenta dentro de una misma estela artística. Que Clooney decida ponerse en la piel de uno de los personajes más siniestros del último cine producido por Hollywood es para celebrar. En otras palabras: Clooney es Ryan Bingham, encargado de sobrevolar los EE.UU. con el fin de desemplear gente en las empresas que así lo demanden. (Hay ejemplos muy cercanos, aquí, en esta misma ciudad de Rosario). Su proceder es de un glamour que su protagonista celebra. Los aeropuertos son su lugar de tránsito continuo. Dar vueltas a lo largo y ancho del país lo mantiene en movimiento vital, enérgico, con una celeridad de movimientos que se adelanta a cualquier posible escollo: revisión de equipaje, tarjetas Gold, hoteles, y kilómetros de viaje que sumar hasta alcanzar el sueño secreto, un kilometraje aéreo que le coronaría como uno de los pocos elegidos de un club selecto: el hombre con más vida en el aire. La vida fugaz, de apenas pisar suelo, de sólo estar pocos días en un departamento que se reviste de su ausencia y de dos o tres perchas con su traje usual de trabajo, lo caracteriza. Pero merced al aceleramiento tecnológico, al abaratamiento de los costes, su misma profesión estará en riesgo de ser reemplazada por la distancia impersonal de los monitores y las computadoras. Es rápido, más fácil y económico. Y la brillante gestora de esta idea es una joven emprendedora, poco encantadora, torpemente eficaz y brillantemente interpretada por Anna Kendrick. Natalie aparece ahora como el escollo mayor, pero también como la aprendiz que Ryan deberá entrenar para así evaluar las posibilidades ciertas en la implementación del nuevo sistema. "No digas nada" le advierte a Natalie mientras Ryan despliega su calidad retórica ante los desempleados. Y es que, evidentemente, cuando Natalie abre la boca la cuestión se complica; mientras el espectador se sitúa en un lugar demasiado incómodo, conforme a la preocupación habitual que la suerte del personaje provoca, mientras su accionar es, cuanto menos, execrable. Pero Ryan disuelve los problemas desde su oratoria, mientras apela a la oportunidad que el desempleo significa a las víctimas: "Personas como usted son las que cambian el mundo", les dice. La suerte de la pareja "desempleadora" se alimentará de otras instancias, también complejas, más familiares y afectivas. Allí aparece el amor de Alex (la encantadora Vera Farmiga), quien pide a Ryan que la piense como si fuese él mismo, "pero con vagina". Más una familia que permite dejar aflorar a un Ryan diferente, que se desoculta desde lugares que parecían enterrados. La soledad, entonces, aparece paulatinamente como una de las preocupaciones y lugares elegidos por el film, que valdrá la pena recordar, se encuentra dirigido por Jason Reitman (La joven vida de Juno, Gracias por fumar). Y si bien la lectura de Amor sin escalas -ganadora del Globo de Oro al Mejor Guión aparece desde lugares que reflexionan la mecánica social y su proceder perverso, hay algo que quizá no deje de resultar molesto. De acuerdo con el diálogo que sostenía con mi colega Emilio Bellon, los reportajes finales de la película, allí donde los desempleados dan cuenta de su "nueva vida", parecieran borrar la tragedia verdadera que significa la falta de trabajo. No hace falta extenderse sobre este aspecto, pero sí decir que el cine norteamericano, aún cuando atento a miras críticas, no por ello renuncia a desenlaces que tranquilicen. Es allí donde el denominado "final cut" termina por aflorar, otra vez, desde la mentalidad más puramente empresarial.
Ayúdate a ti mismo Con su tercer largometraje luego de Gracias por fumar y Juno, Jason Reitman, hijo del director de Los Cazafantasmas Ivan Reitman, parece haber encontrado un estilo bien definido, trabajando con guiones precisos, en donde el poder de los diálogos punzantes y estilizados cobra fuerza dentro del relato sobre todo para definir a cada uno de sus protagonistas. Reitman en los tres casos utiliza la voz en off para meterse de lleno en la cabeza de sus protagonistas, y para que veamos desde el punto de vista de ellos su visión del mundo y las relaciones que establecen dentro de él, ya sea trabajando de lobbysta en una compañía de cigarrillos o como una adolescente embarazada de 15 años. Ryan Bingham (George Clooney), al igual que Nick Taylor, el protagonista de Gracias por fumar, se gana la vida haciendo un trabajo despreciable, el de echar empleados de grandes empresas por encargo. Y para ello se vale de su mejor arma, la palabra. Bingham no cree en el termino “despedir” sino más bien en “dejar ir”, y pareciera no creer que le haga un mal a las personas a las que echa, sino que lo ve como una oportunidad para ellos de cambiar sus futuros, de empezar desde cero. Este trabajo además le permite llevar un estilo de vida con el que se siente cómodo, viajando en avión constantemente y manteniendo relaciones casuales y sin ningún tipo de compromisos con las mujeres, como lo hace con Alex (Vera Farmiga). Que George Clooney interprete a Bingham no es casualidad. Con su carisma y elegancia propios de un Cary Grant moderno, es difícil no ponerse de su lado, aunque sepamos como espectadores que sus actos a lo largo del film no sean de lo más dignos que digamos. Hay dos líneas narrativas definidas dentro de Up in the air. La más personal (y más lograda) tiene que ver con el mundo particular de Bingham, en donde conceptos como la familia y las conexiones con otras personas no tienen cabida dentro de su entorno, hasta que el guión lo ponga frente a situaciones en donde deberá inevitablemente repensar su posición. Es aquí donde tanto la trama, como la dirección de Reitman y sobre todo la actuación de Clooney logran su mayor lucimiento. Es genial ver la soltura y la gracia con la que Ryan interactúa con Alex (“Soy como vos pero con una vagina” le dice ella) o la relación maestro-alumno que mantiene con Natalie Keener (Anna Kendrick), la nueva joven empleada de su empresa que ideó una forma de despedir empleados mediante videochat, amenazando así con destruir el preciado estilo de vida de Bingham. Es en el relato mayor en el que Reitman intenta darle cierto aire de contemporaneidad política a la película en donde más se resiente el film. Al entrelazar la trama de Bingham con testimonios a cámara de gente que acaba de ser echada de sus trabajos (situando al film en un marco político propio de la crisis financiera actual de EE.UU.) el director pareciera querer contar una historia aun más “importante” que la que está actualmente contando. Es cierto que se puede establecer cierto paralelismo entre un hombre que, a la vez que vive desconectado del mundo, se dedica al mismo tiempo a desconectar a las personas de sus trabajos. Pero esa relación pareciera estar forzada dentro del guión en algunos casos, aunque lleve a algunos momentos brillantes como una notable escena entre Clooney y el gran J.K. Simmons y otra con el comediante Zack Galiafinakis. Hacia el final de la película, cuando Ryan pareciera haber hecho un giro de 180º con su persona, Reitman no emite juicio alguno sobre el protagonista, llevándolo así al terreno de la ambigüedad moral. No sabemos si Bingham va a intentar cambiar su vida o si va a quedar eternamente condenado a los aeropuertos y las habitaciones de hoteles cuando lo vemos al final mirando los horarios, las fechas y los lugares en el tablero electrónico de un aeropuerto, y él tampoco lo sabe. Lo mismo se puede decir de la carrera de Jason Reitman en algún punto. Su cine por momentos busca el clasicismo masivo propio de un film de Cameron Crowe o Hal Ashby, mientras que ciertas decisiones estéticas como los temas musicales lo acercan más al territorio indie de un Wes Anderson o un Alexander Payne. ¿Qué vuelo final tomará el director, el de la solidez como narrador (que sin dudas la tiene) o el del cine de “mensaje”? Es difícil saberlo ahora, pero por el momento los vuelos parecen llevarlo a buen destino, aunque a veces haya algunas turbulencias en el camino.
Ayer me dispuse a ver la gran candidata a ganar el Premio Oscar a Mejor película, Amor sin escalas. Jason Reitman lleva adelante una cinta simple y concisa que esta lejos de ser la Obra maestra que muchos dicen, pero no por eso deja de ser una muy buena película que se disfruta mucho. Una de las mejores cosas que tiene Up in the air es el ritmo inicial donde nos muestra todos los vicios y tácticas que tiene el protagonista para agilizar sus viajes, pero lamentablemente ese ritmo no pudo ser mantenido por toda la cinta haciendo que al final decaíga un poco la fuerza del relato. El guión, si bien es simple, no deja de ser contundente y explicito, algo que no abunda en el mundo del cine de hoy y esto es un dato que no quería dejar de aclarar, porque a veces lo simple parece malo y en este caso es todo lo contrario. Creo que lo que mejor hizo Reitman en este film es como logró el excelente desempeño que tuvieron tanto los actores principales como los secundarios. La película posee grandes momentos como cuando Ryan enseña a Natalie a elegir la fila para embarcar o cuando la joven aprendíz hundida en la tristeza le hace varios comentarios bastante desubicados a los protagonistas. Como bien mencionaba arriba las interpretaciones son realmente excelentes comenzando por Jorgito Clooney, pasando por Anna Kendrick y terminando en la talentosa Vera Farmiga. El hombre de 49 años realiza un papel soberbio y sin fisuras, que creo será muy recordado entre la extensa filmografía que posee este viejo fachero. La revelación de la cinta es sin dudas Anna Kendrick, esta jovén de 24 años se luce con una interpretación de chica avasallante sin experiencia, que con el pasar de los minutos se irá ganando nuestro cariño. Por último, en mi opinión la actuación más destacable es la de Farmiga, que realmente esta preciosa en esta película. La actriz de Los infiltrados se mueve como pez en el agua en el papel de la versión femenina del protagonista y creo que debe ser nominada al Oscar sin ninguna duda. En la crítica de Cines Argentinos.com leí que se puede comparar con Jerry Maguire y la afirmación es muy cierta, salvando que la cinta de Cameron Crowe es mucho más cómica y yo la considero una obra maestra dentro de las películas que intentan dejar una moraleja o mensaje. Resumiendo Amor sin escalas es una gran opción para quienes quieran ver una buena comedia dramática, con un muy buen guión y excelentes actuaciones.
Amor sin escalas (¿Amor? ¿escalas?, ¿quién puso este título?), o sea Up in the Air, de Ivan Reitman (Gracias por fumar, Juno) y con George Clooney. Película oscuramente seductora sobre la vida de un hombre cuyo trabajo es viajar mucho para despedir gente (las empresas tercerizan el “servicio” de despedir a sus empleados). Hay mucho encanto actoral y un ambiente desolador. Apenas terminé de verla me gustó mucho, pero algunos colegas de El Amante señalaron ciertos aspectos de manipulación que estructuran la película que la debilitaron mi recuerdo. Si la vuelvo a ver les aviso.
George Clooney realiza un muy buen trabajo, en el que personifica a un "reducidor" de personal de empresas. Si bien el actor no obtuvo el Globo de Oro al que estaba nominado, el Oscar le depararía otra suerte. "¿Hace de sí mismo?". "Pero sí, es él, ¡qué duda cabe...!". Son algunos de los comentarios que se filtraron luego de la proyección de "Amor sin escalas", el film que protagoniza George Clooney y que se estrena mañana. Las libres asociaciones surgieron a partir del personaje que Clooney encarna en esta comedia: es Ryan Bingham, un tipo solitario, soltero, que no cree en el matrimonio, en el amor ni en los hijos. "No me interesa el matrimonio, no le veo motivos. El amor es estúpido... ¿cuántas parejas estables conocés?", dice en un pasaje la película. Si bien el actor de 48 años nunca se expresó de tal manera, alguna vez sugirió que disfruta de esa libertad. Durante "Up in the Air", título orginal del film de Jason Reitman (que ya sorprendió con la atrapante "Juno"), Clooney hace un trabajo muy bueno, con naturalidad, casi sin esfuerzos... Como si le bastara con su presencia, encanto y sonrisa ganadora. Puede discutirse respecto de que maneja una limitada cantidad de gestos, pero aquí, en la piel de un caníbal del personal de las empresas, George sale más que airoso, mucho más que en los últimos films en los que se lo vio: "Syriana", "Michael Clayton" o esa aburrida serie de "La gran estafa". Aquí Clooney interpreta a un reducidor de cabezas, un consultor de empresas que viaja de un lugar a otro de EE.UU. ganándose la vida despidiendo gente...sin temblarle el pulso. "Pero con amabilidad y dignidad", defiende su personaje. "Soy un aliviador de almas rotas, hago tolerable una mala noticia. Soy quien suministra un bote para escapar del naufragio", dice en sus esporádicas charlas motivadoras que ofrece y en las que aconseja a sus oyentes a "liberarse del fardo de la responsabilidad". Cuando su familia le reclama presencia o intenta agredirlo vociferando que es "un auténtico desconocido" o un "básicamente no existís" o un "vives de una manera muy aislada", el Ryan de la ficción se parece mucho al George de este lado del mostrador. Este solterón empedernido (el del film) disfruta de hábitats naturales: el aeropuerto y el avión. Se siente incómodo en su casa, o visitando familiares. "El año pasado pasé 322 días viajando y 43 miserables jornadas en casa", rezonga. Es un viajero experto, que va con su maleta de mano, llevando lo justo y necesario para recorrer el país, pregonando su filosofía que es no ceñirse a compromiso alguno, sentimentalmente hablando, aunque le fascina disfrutar de las bellas chicas que se acercan a él. Se define como un "amante del aire", con un amor en cada ciudad, y cuando ve peligrar su independencia emprende la huida graciosa. Le encanta la comida envasada, ese aire viciado, los dispenser...". Raras veces, cuando está presionado por su familia, como el casamiento de una hermana, le surge un sentimiento de culpa. "¿Quién mierda soy, qué quiero?". Boomerang Un día las cosas cambian drásticamente y es cuando su compañía, ante la crisis económica reinante, toma la decisión de mantener al personal fijo en la oficina, en lugar de ir de ciudad en ciudad para cumplir el propósito de "preparar a futuros desempleados ante crisis existenciales". Pero la noticia deja al encumbrado Ryan impávido. Sobre todo porque la reestructuración que ahora padece la fogoneó una recién egresada de negocios, especializada en psicología, a quien el jefe ve con buenos ojos. ¡Cómo una inexperta veinteañera puede marginar al "capo" de la reingeniería!, masculló. Renuente a aceptar las condiciones, Binghman termina saliéndose con la suya y capacita él a la sabihonda pero inexperta chica, para enseñarle su técnica y los secretos de su aplicación. Algo vulnerado, con más tiempo para pensar, Ryan Bingham se cruza una noche -en un hotel, claro- con Alex (la bella Vera Farmiga; vista en "Los infiltrados"), quien, para suerte de él, resulta tener su estilo y filosofía de vida. Y conectan, iniciando así una relación peligrosa. Vale la pena este film, ya que obligará a pensar más allá del ombligo propio; y también disfrutar del mejor papel de George Clooney del último tiempo.
Tal como ocurría en Gracias por fumar Jason Reitman vuelve a quedarse en el diagnóstico. Observar, pero sin accionar Un tipo complicado este Jason Reitman. ¿Qué es lo que quiere? ¿Qué es lo que busca? Su mirada es clínica, tiene una gran capacidad para describir ámbitos, discursos y posiciones, dejando hablar a sus personajes, permitiéndoles expresarse. Pero sólo con Juno (que, a diferencia de Gracias por fumar, no escribió) ha podido ir más allá de la mera descripción, para formular una respuesta posible a los problemas planteados. La primera mitad del nuevo filme de Reitman es especialmente lograda. El humor rebalsa ingenio pero también oscuridad, al igual que en sus dos películas anteriores. Es como si el realizador, a través de los personajes y un guión aceitadísimo, utilizara la risa como herramienta para alertarnos sobre el estado del mundo, casi gritando de desesperación. Pero no todo se sostiene en la lengua. Otros lenguajes de carácter estético intervienen. Up in the air es un filme de espacios vacíos, pero cargados de plenitud, de significado, incluso de significante. También de tiempos: momentos donde todo se congela, instantes de quiebre que pueden marcar a personas para siempre, porciones temporales que pueden significar para los protagonistas una posibilidad o la ilusión de transportarse a otra dimensión, de ilusionarse con otras sendas para sus vidas. Y finalmente, de cuerpos insertos en esos esquemas espacio-temporales, buscando su identidad, tomando conciencia de sus acciones y las consecuencias que provocan, definiéndose a partir de su contacto con los otros y las dinámicas laborales. Sin embargo, en la segunda parte, cuando tiene que definir qué es lo que sucede con las dificultades que le surgen al protagonista (un gran George Clooney), el director y guionista tropieza claramente. Elige, por un lado, resignarse a las reglas que cimentan el universo que se encargó de mostrarnos de forma sutil pero despiadadamente crítica, a la vez que castiga al personaje por los pecados cometidos en el pasado, como si no hubiera chance de redención, condenándolo a una situación sin salida, aún después de la toma de conciencia. En el medio, se carga a unos cuantos secundarios, como el interés amoroso interpretado por Vera Farmiga. Reitman se revela completamente incoherente para con sus criaturas en la ficción: primero las va modelando con cuidado y cariño, dejándolas circular libremente, para luego, repentinamente, atarlas a un destino totalmente arbitrario e improductivo. Había un diálogo notable en el filme Mejor imposible, donde Jack Nicholson le reprochaba a Greg Kinnear “¡yo me estoy ahogando y vos estás describiendo el agua! ”. Amor sin escalas (título en castellano falso y carente de gracia) termina operando de la misma manera, diagnosticando pero sin atreverse a tirarse a la pileta, quedándose en un punto de vista casi cínico. E incluso emparenta a Jason Reitman con el director argentino Juan José Campanella, quien también posee un gran oído para los diálogos y un innegable talento para la puesta en escena, pero cuya predilección de lo ideológico por sobre las conductas de los personajes lo hacen caer casi siempre en actitudes inmorales y poco éticas. Esperemos que los dos dejen de interesarse tanto por el “mensaje”. La mejor forma de ser político es seguir, en todo el relato, una línea de conducta.
Desventajas de vivir en la tierra. Amor sin escalas tiene muchas razones para convertirse en un futuro clásico. Es una comedia dramática que, por momentos, parece evocar la maestría de Billy Wilder. Es el trabajo más personal de Reitman (aunque tanta sofisticación, lamentablemente, le juegue en contra) y le da a George Clooney un papel para que se luzca como un cínico querible (y si antes nombraba a Billy Wilder, no estaría mal hacer el símil ahora con Cary Grant). Incluso, la película basada en la novela de Walter Kim explota distintos recursos para ser una bisagra de su época: Desde la (nueva) depresión económica hasta la falta de comunicación de la generación 2.0 (aunque esta generación ya tenga unos cuantos años encima). Y casi nunca se aleja del humor. Ryan Bingham es un viajero. Más que eso. Es un tipo que se la pasa viajando en avión porque su trabajo consiste en decirle a distintos empleados que ya no lo son más. Eso es, despedirlos en la cara. Él hombre es muy bueno en su trabajo. Es un tipo sin escrúpulos cuyo único objetivo es juntar millas áreas para que American Airlines le otorgue una credencial a la que sólo accedieron 6 personas en todo el mundo. Todo un objetivo. Pero claro, Ryan no es un pibe y eso lo (re)siente con la llegada de Natalie Keener (un muy buen trabajo de Anne Kedrick), una ambiciosa jovencita cuyas ideas pondrán en riesgo el método de trabajo (y el trabajo en sí) del viejo lobo de mar (o debería decir, de aire). La modernización tecnológica contra el anticuado (pero eficaz y... ¡humano!) trabajo de Ryan. Una suerte de aventura quijotesca entre ambos. Ella no sólo irá aprendiendo del frío, calculador y rápido despacho de Ryan, sino también de su modo de vida. El tipo se la pasa dando conferencias sobre cómo las relaciones afectan la vida que uno lleva (o que él lleva) y nos hacen más lentos, en definitiva, mantando la esencia de lo que él supone, es el ser humano. El diálogo sobre las mochilas y el "peso" que lleva cada uno en su vida, debería ser recordado como uno de los más memorables de esta década. Tal es la sintonía de Clooney con su personaje, que no importa si el diálogo es original o no. La convicción con la que el actor lo dice, va más allá: estamos frente a uno de esos discursos, que, con el paso de los años, será citado muchas veces. No sólo porque la película abarca tantos temas "centrales" de este nuevo milenio (la crisis económica, la desconexión interpersonal en la era de las conexiones) sino también porque, como decía al princpio, mantiene en alto el estatus de George Clooney (un tipo que debería ser odioso, y acá lo es, pero también genera simpatía) y Jason Reitman. El director de La joven vida de Juno y Gracias por fumar, ya empieza a dar signos de autor. No por el montaje rápido de pequeños detallles (recuerden qué bien dibujaba a la clase alta cuando la veíamos por primera vez en La joven vida...) que más bien serían marca registrada de Edgar Wright, sino por como trata los temas que abarca. Vayamos más allá de la banda sonora tan propia, ahora, de Reitman. O de los planos y la puesta en escena. Reitman es un gran, gran guionista. Principalmente, porque pocas veces nos damos cuenta del guión. Nos sentimos guiados por sus personajes (algunos dirán que son manipulaciones) y atrapados en sus historias. Los diálogos son punzantes y certeros. Estoy hablando de uno de los mejores escritores de diálogos moderos, junto con otro maestro como Quentin Tarantino. Amor sin escalas tiene tantos momentos memorables. Y ahora no me refiero sobre temas que uno podría relacionar a una época determinada. Me refiero a momentos que involucran una cosmovisión optimista (optimista no es lo mismo que es incrédula). Nunca se siente una película que "habla sobre cosas importantes" y lo subraya, sino que intenta ser ligera, y, como su protagonista, simpática. Decía al principio que Amor sin escalas nunca abandona la comedia. Es cierto, pero es un error pensar que es una comedia. Hay drama, más, quizás, que comedia. Hay que ser bastante duro para no conmoverse en una historia donde los personajes principales se ganan la vida despidiendo a otros (apariciones de J.K. Simmons y Zach Galifianakis, de ¿Qué pasó ayer?). Es interesante notar como se cuela en Hollywood hoy en día el mensaje de estar en casa, y no andar dando vueltas por ahí. Otra genialidad del año 2009 así lo demostraba (hablo de una historia de una casa atada a globos). Acá hay un momento increíble, que dice mucho más Ryan que cualquiera de sus tantos diálogos. Lo vemos a él, sólo, mirando un mapa de una pareja que "viajó" por el resto del mundo. Es bastante chocante el título que le pusieron en nuestro país (el marketing importa más que la esencia de la obra de arte) porque se trata más que de una simple comedia romántica. Es la película de la década de Jason Reitman, y una de las que más gente debería ir a ver. Es el regreso, triunfal, a las clásicas comedias dramáticas de Hollywood. Inteligentes, sofisticadas y provocadoras.
"Up in the air" no tiene nada que ver con el vergonzoso título que le impusieron los distribuidores de material cinematográfico por estos lares: "Amor sin escalas", es decir otro claro ejemplo del denominado "título-mentira" para intentar que un filme engañe al público, creyéndose este que se trata de una comedia light, ligera, donde todos tropiezan y finalmente triunfa el amor. En esta peli de Jason Reitman, no pasa nada de eso, sin embargo es un modelo de cine inteligente y renovador. A este mismo director anteriormente le debíamos : "Gracias por fumar" y "Juno", precisamente esta fué un verdadero deshecho de cine con mirada inteligente. En esta nueva, Reitman cuenta con un actor taquillero como George Clooney, ideal para componer ese "pseudo-galán-de-aeropuertos" que vive más arriba de los aviones que en su casa, y que atraviesa el país con un trabajo tan atroz como repugnante: despedir "cara a cara" personal de empresas. O sea aquello que no se atreven a hacer los empleadores o gerentes, se contratan los servicios de una empresa donde llega un desconocido a decirles que a partir de mañana quedan cesantes. Entre idas y venidas, más cierta meta de Ryan (Clooney) de sumar millaje y lograr algo que han hecho muy pocos, se le cruzarán dos mujeres tan disímiles como peculiares. Una viajera incesante con quién Ryan podrá imaginar un compromiso afectivo (justo él que abomina de las no-libertades personales) encarnada por la bellisíma Vera Farmiga, y luego una muy joven compañera de trabajo: Anna Kendrick, que muestra esa cosa de advenediza y eficiente empleada, que desarrollará esto de los fatales despidos pero a través de otra metodología. Apenas si roza un contenido romántico, aunque sea comedia por momentos divertida por sus comentarios ácidos, y con intenciones absolutas de mostrar una realidad pesimista como la originada estos últimos meses con la crisis económica mundial. El filme es la antítesis de lo tan y tan y tan visto en los últimos años, esto de refritos, ideas trilladas, repetición de gags, humores, y cuanta pelotudez ande dando vuelta para intentar llevar gente a las salas, de hecho esta no puede ser apreciada por el mismo público que va a divertirse con "Papás a la fuerza" a la sala de al lado, en la mía tuve la suerte de hallarme con una bocanada fresca de cine, que habla de cierta necedad humana, no tan simple pero elogiable. Se sabe: nadie es perfecto, menos que menos el cine.
Las turbulencias del hombre actual Aunque muy nominada para los premios Globo de Oro, finalmente logró un solo galardón en el rubro de guión. Y justificado porque es lo mejor de la película: su guión. El director Jason Reitman (La joven vida de Juno) construye un relato minucioso y preciso en sus diálogos y en las situaciones que enfrenta el personaje central interpretado por George Clooney. Ryan, un experto en despedir al personal de diferentes empresas, vive arriba de los aviones y está a punto de llegar a las diez millones de millas de viajero. Reitman atrapa al espectador desde el comienzo con este relato que sobrevuela por las relaciones afectivas de manera original, sin turbulencias narrativas y, a través de una mirada inteligente, examina al hombre actual. La manera en la que el personaje de Clooney saca la foto de su ex esposa en diferentes escenarios del mundo, la acumulación de entrevistas donde los trabajadores son sorprendidos con su inmediato despido y el romance en puerta cuando aparece la mujer de sus sueños, son algunos de los tripulantes del film. Clooney no juega al galán maduro y es buen intérprete con un papel detestable. Conoce a la perfección el rol que le tocó en suerte y no se desborda, se ajuste el cinturón antes del despegue. En su actividad, se topa con tanta gente, pero nunca llega a conocer a nadie en profundidad y, mucho menos, sentir empatía. Alguien lo tiene que hacer. Y quién mejor que él que no tiene los pies en la tierra. Claro que todo cambia cuando se involucra con Alex (Vera Farmiga), su compañera de viajes, y aconseja a Natalie (Anna Kendrick)...
La vida y todo lo demás. Up in the air (no voy a dignificar aquí el horroroso e inadecuado título que tan irresponsablemente le estamparon por estos lares) habla de mucho: el egoísmo narcisista, la banalidad (representada en una tarjeta de pasajero frecuente), la soledad, el hedonismo, la familia, la economía, el impacto de ésta en la sociedad y en la cultura del trabajo; habla del amor, del sexo, del sexo sin amor, de la compañía: de las relaciones humanas en general. Ryan trabaja en una empresa que despide gente en aquellas otras empresas con gerentes de poco coraje o nulo interés en sus trabajadores; para eso, viaja por todo el país acumulando millas en la principal línea aérea y sumando puntos de pasajero vip en lujosos hoteles. La vida de Ryan es repetitiva y metódica (bastan un par de escenas para ejemplificarlo) y, aparentemente –solo aparentemente–, vacía o solitaria, aunque ni un rasgo en él hagan pensar que de alguna manera esa forma de transcurrir sus días le resulta pesada, patética o siquiera que la lamenta de alguna manera. Sino más bien todo lo contrario, Ryan disfruta habitar aeropuertos y hoteles, disfruta de su vida, aun cuando eso implica llevar a cabo una tarea tan particular (por no decir espantosa) como es la de echar a una persona de su trabajo. Sí, hay crítica al capitalismo salvaje y la economía actual, pero esa lectura me parece la menos atractiva. En cambio, me atrae la mirada que Reitman nos propone, en la figura de Ryan, sobre la soledad y la familia y sobre cómo nos relacionamos, o sobrellevamos a ambas, y sobre cómo, a partir de pequeñas situaciones que en la superficie pueden parecer limitadas en su planteo, nos dice tanto de la vida en general. Ryan hace de su soledad una profesión: habla en seminarios motivacionales acerca de sacarse el peso de una mochila de cosas y relaciones, la soledad es sinónimo de libertad, de movimiento. Una doctrina que él practica convencido, en constante desplazamiento. Cuatro mujeres, sin embargo, van a poner en jaque su movediza estabilidad y su discurso: la joven sicóloga que plantea cambios en las formas de despidos, atenta con su estándar de vida y amenaza con mantenerlo quieto en un lugar que para él es sinónimo de decadencia y hastío. Sus hermanas, una casada a duras penas y pilar familiar; la otra, a punto de casarse. Ésta tiene un encargo pre-nupcial bastante ridículo (tanto como el sueño de acumular diez millones de millas por el solo hecho de obtener una tarjeta), ese encargo (tomarle fotos en distintos lugares a un póster de cartón de la feliz pareja, cual enano de Amelié, que contrasta con la idea de la soledad para moverse) pareciera ser lo máximo que Ryan puede hacer por su hermana, casi una desconocida. Y por último, Alex, una extraña y seductora mujer que se presenta como la versión femenina de sí mismo y con la que planea encuentros desinteresados y apasionados en distintos destinos, incluida la boda de la hermana. Esta concepción de la mujer como elemento desestabilizador, no obstante, no se plantea desde el desdén por el género sino todo lo contrario; cada una con su realidad a cuestas, imperfecta y noble, funciona como un estímulo para sacudir la cómoda modorra de Ryan, ya sea para convencer a alguien de hacer lo que él es incapaz de enfrentar o para enfrentar aquello sobre lo que no tiene certezas. Estas cuatro mujeres hacen carne el germen del descubrimiento de emociones que hasta ese momento Ryan, por decisión propia o incapacidad, poco importa, tenía vedado pero que tampoco llevaba con pesar. No hay enseñanza de vida ni moraleja, hay hallazgos y momentos felices y otros no tanto. Up in the air disecciona a Ryan sin emitir juicios de valor, lo desnuda y lo transforma sin sacar conclusiones ni levantar el dedo, en él nos muestra la soledad y la compañía bien llevadas, no hay blancos o negros, la vida está plagada de grises y no siempre tiene un final feliz. No siempre sabemos lo que queremos, pero aun así vamos en busca de algo, no siempre el amor es sublime, a veces nos cierra la puerta en la cara y no es el fin del mundo. A veces la vida (a pesar de esa torpe y lamentable escena con los despedidos hablando a cámara, como si intentara tranquilizarnos de alguna manera) nos patea el culo. Y en eso no hay pesimismo sino realidad.
El peso del vacío Lo de Jason Reitman con su tercera película en dirección parece confirmar a un narrador solvente, irónico y mordaz, pero desprovisto de cualquier gérmen de cinismo. Esto es llamativo: cualquiera podría pensar lo contrario de un cineasta que decide elaborar su relato desde la perspectiva de un personaje despreciable por el cual sería difícil sentir la mínima empatía. Bueno, crease o no, Reitman lo logra y con una eficacia que funciona en varios niveles de lectura, quizá sin llegar a la cima de La joven vida de Juno pero con momentos y secuencias que demuestran la habilidad de un director que no solo tiene algo para contar, sabe como (¡y como!) hacerlo sin traicionar a los personajes ni a la trama. Hablábamos de una profesión despreciable y la de Ryan Bingham (George Clooney) es quizá una de las más funestas: se dedica a trabajar para una consultora cuya tarea es despedir gente en el nombre de otras empresas. ¿No suena copado, verdad? Esperen a ver como la ejerce Bingham con una frialdad despiadada y van a entender porque es tan difícil sentir algo por este protagonista. Ya lo decía Reitman cuando decía que si iba a basar su historia en alguien que despide gente, más le valía tener a un tipo carismático para interpretarlo. Y ahí es donde aparece Clooney para llenar ese hueco con su sonrisa perpetua y singular encanto, que le ha permitido equipararse al legendario Cary Grant, dado su trabajo sobre la aparente inexpresividad de su rostro y la naturalidad con la que logra. Pero la cuestión es que, al igual que en sus films anteriores, nuestros protagonistas confrontan con una realidad que los incomoda y con sus propias contradicciones, en un escenario donde la apariencia de realidad es desestabilizada para permitir (o no, en esa duda está una de las genialidades de Reitman) un crecimiento personal en base a la experiencia. Sin moralejas y subrayados, pero si quizá con momentos donde el relato no fluye debido a la construcción del artificio desde la puesta en escena (Alex y Ryan comparten un escritorio desde el cual planean su próximo encuentro a través de las notebooks dentro del encuadre) o un recurso retórico utilizado de manera ingeniosa, como la repetición, que permite el diálogo entre secuencias y situaciones (cuando Ryan ingresa al hotel donde se hospeda con Alex menciona “nos vendieron un paquete” ,en alusión a los paquetes de despidos, adquiriendo un nuevo significado la expresión). Estos recursos hacen de Amor sin escalas una propuesta esquemática y medida por momentos, con un sentido afilado para el one-liner y un trabajo que apabulla desde el montaje cuando vemos los testimonios de quienes han perdido sus trabajos en manos de Bingham. La cuestión es que esa desestabilización de la vida de nuestro protagonista viene del lado de dos mujeres: la primera es, como él, una viajera que ejerce su oficio moviéndose constantemente de hotel a hotel (Alex, interpretada por una efectiva Vera Farmiga), y con quién va a quedar enamorado iniciando una relación casual, sin compromisos, de acuerdo a la filosofía de vida de ambos. La segunda es una joven arribista con ánimos de modificar las cosas (Natalie, con Anna Kendrick como una saludable revelación), con un proyecto que consiste en despedir gente a través de teleconferencias, sin la necesidad de desplazarse. Naturalmente, a nuestro protagonista, que ha basado su vida en tratar de desvincularse de todos los lazos que lo unen a la tierra (familia, amigos, hogar, etc.), y que ha hecho de los aeropuertos su móvil y forma de vida está decisión le resulta antipática e intentará boicotearla. El desarrollo del film mostrará que, al igual que Bingham, ninguno de los dos personajes son como parecen sino, más bien, como pretenden ser y que, en ese juego de apariencias, sólo Alex es consciente del papel que juega (aunque no de las consecuencias). Por su parte el personaje de Natalie se enfrenta a circunstancias que implican un crecimiento gradual de su personaje, que encuentra su lugar en otra parte a raíz de las vivencias con su tutor eventual en la tarea de despedir gente. Con Bingham la cuestión adquiere matices más existenciales: ¿hasta que punto puede tomar una decisión para cambiar su rumbo?, ¿Qué posibilidades tiene de salirse de esa apariencia que ha construido?, ¿no es acaso su recorrido uno de aceptación y desengaño ante posibilidades que ya han sido despedidas de su vida? En el cuestionamiento reside un recorrido amargo que se construye con una sutileza admirable por parte de Reitman, quién elabora a su personaje en espacios de tránsito (“no lugares”, desde mi punto de vista, ya que la conciencia de su condición es lo que hace que Bingham se sienta “en casa” en esos espacios, evitando el afincamiento de la identidad y, por lo tanto, el riesgo de la alienación) y que, irónicamente, tiene poder sobre el flujo de las vidas de quienes permanecen en tierra. El final del film no es, a mí entender, condenatorio, como plantea Horacio Bernades en su lúcida crítica en Página 12: sólo se trata de una consecuencia de aceptar quién es el protagonista tras una serie de vicisitudes cuyas conexiones eran más bien algo endeble. En definitiva estamos hablando de una de las reflexiones más amargas sobre el individuo llevadas al cine, con un contexto social que representa una coyuntura para Estados Unidos en este momento y, desde el cual, también se construye un film romántico encantador y gris que no debería engañar al público con su nombre en español. Y es la confirmación de Reitman como narrador: ya no se trata de una promesa sino de un hecho.
¿Nunca les molestó, acaso, sentirse identificados, con una película que deberían odiar? ¿Por qué el cine estadounidense nos hace pasar insomnio y pelearnos con nosotros mismos con películas que van en contra de nuestra moral y ética personal? Y que no nos debería gustar pero sin embargo nos gustan, les terminamos tomando cariño, les damos la razón… Nos sentimos reflejados en personajes comunes, que al principio parecen ser tan ajenos a nosotros, tan distantes y fríos… Y los crean a propósito de esta manera, porque ellos deben aprender una lección, y porque “nosotros”, espectadores debemos aprender la lección. La filosofía caprista (del gran Frank Capra) sigue viva en los corazones estadounidenses. Esa maldita manía que tienen de reflejar una realidad social, de crear una crítica a la sociedad globalizadora, pero a la vez de resaltar valores familiares. Esa técnica de escritura, que los hace ganar premios en todo el mundo; una fórmula, una tradición moralizante que se regenera con el paso de las décadas, y que a pesar de nuestras insurrecciones, nos toca alguna fibra personal, algo íntimo que nos dice interiormente “maldita sea, tienen razón, pero ¿por qué? No deberían tenerla…” ¿Y saben que es lo peor de todo? Que las hacen bien… Que van más allá del manual del buen director, para entrar en el manual del “buen autor”, que es lo que gusta más a los “críticos” y de última, al público también. Este tipo de películas se llama “soul food: comida para el alma”. Contienen el típico cuentito con moraleja y final ambiguo, donde el protagonista aprende la lección, aunque para eso tiene que hacer un sacrificio especial. Y a pesar de todo, el espectador se va con el estómago lleno; porque la comida para el alma, no es abundante, no llena, pero contiene ese ingrediente secreto que toca “algo personal”. Como el ingrediente secreto de Ratatouille. Este tipo de cine clásico tiene “eso”. Llámenle “mensaje”, “discurso” o “cassette”. Difícil es toparse con una película estadounidense que tenga el “mensaje” opuesto, o sea: la vida es una mierda, el amor no existe, la fe no tiene sentido, la familia no es un soporte, la compañía no es necesaria para vivir. Bueno, esa película, por suerte existe y se llama Un Hombre Serio, y la dirigen los visionarios hermanos Coen. Pero ya hablaremos de ella cuando se estrene. Centrémonos en Amor sin Escalas. Jason Reitman se podría empezar a comparar con un Frank Capra contemporáneo. Nada enloquece a un estadounidense más que encontrar a un Capra contemporáneo, que use métodos modernos de armar visualmente una película, y tenga la rebeldía (mal comprendida) de un joven Mike Nicholls. Las comparaciones no son exageradas. Jason Reitman es un gran director. Ya en Gracias por Fumar nos había presentado a un personaje singular: un hombre que debe hablar a favor del cigarrillo en una era antitabaquista. Simpático, seductor, comprador. No lleva la vida perfecta pero nos cae bien. El personaje aprende una lección: la vida no es un discurso, y hay otras vidas en juego además de la de uno. El capitalismo y el materialismo no nos deberían importar, si tenemos junto a nosotros, a las personas que queremos. Sí, en 70 años, el mensaje de Capra (Caballero sin Espada, El Secreto de Vivir, Que Bello es Vivir) se ha mantenido inalterable. En Juno, su segunda película, una adolescente no se ata a las convenciones sociales, y descubre que la felicidad no se encuentra en tener un hijo, sino estar con el hombre que ama. Cuanta cursilería. ¿Pero acaso no es políticamente incorrecta y encantadora a la vez? Y por último, Amor sin Escalas. Al igual que el protagonista de Gracias… que se beneficiaba si la gente fumaba, Ryan mejora en su trabajo a medida que despide más personas, lo que le permite ganar más millas aéreas, para convertirse en un récord de cliente fiel, no a la empresa a la que trabaja, sino a American Airlines. Ryan ama su profesión, más por el hecho de viajar, estar en el aire, recibir todos los lujos y servicios de hoteles, catering, autos alquilados que por el hecho de despedir. Se necesita tacto personalizado, labia para ello y él la tiene. Pero es no tener un hogar, no estar en contacto con su familia, esquivar responsabilidades sociales, y solo a veces, tener un relación sexual ocasional, lo que le proporciona placer. Además de ser una inminencia que da charlas a favor de la soledad, en beneficio de los negocios. También conoce a Alex, otra viajante de negocios constante, con la cual mantendrá encuentros ocasionales, que derivaran en una relación más seria y comprometida, acaso influida por el inminente casamiento de su hermana Julie con Jim (y siguen robándole a Truffaut). Todas las subtramas confluyen en un relato ágil y fluido. Divertido, romántico, reflexivo. Reitman supo encontrar en apenas tres films, un tono propio que no se aparta de las raíces del cine estadounidense. El guión tiene sutilezas, maravillas. Ninguna palabra ni escena parece estar de más, a pesar de caer en secuencias de resolución previsible y cuya cursilería termina chocando hasta al más romántico. La construcción de los personajes es meticulosa, y la dirección de actores es fundamental para crear la verosimilitud en cada aspecto narrativo. Ryan es interpretado con gran solvencia por George Clooney, sin demasiadas pretensiones, y así mismo es notable el trabajo natural de Vera Farmiga, de cuyo personaje sabemos poco justificadamente, y especialmente de la novel Anna Kendrick (vista especialmente en la saga de Crepúsculo en un rol secundario). La jovial actriz es un descubrimiento a la altura (o mejor quizás) que Ellen Page en Juno. El resto del elenco es soberbio, aun cuando se trate de mínimas interpretaciones. Reitman supo encontrar el “timing” para los momentos humorísticos, para los dramáticos, románticos sin dejar de lado una cuidada puesta en escena (vestuario, fotografía y especialmente un montaje brillante), excelentes elecciones musicales, y tampoco (como hacía tan bien Capra) dejar de criticar a las empresas frías y globalizantes, a las que solo le importan los números y no las personas. La vida es más que números sería el mensaje. Y Jason Bateman cumple otra excelente interpretación del lado corporativo. Además de crear una sátira acerca de la seguridad y los protocolos contemporáneos en los aeropuertos (atentos los que tengan que viajar). Se pueden encontrar similitudes, como ya dije, en el protagonista de Gracias… pero también hay puntos de contacto con La Terminal (el aeropuerto como símbolo de la vida) y Michael Clayton, ya que Clooney, de alguna forma, trata de humanizar y caer más simpático el personaje que interpretó en la película de Tony Gilroy (afinar el oído, Vera Farmiga dice una frase similar a la que decía Clooney en la película). Igualmente, opino, que ciertas reiteraciones, y similitudes de Amor sin Escalas con algunas películas “indies” de los últimos tiempos, provocan una sensación de deja vú contraproducente, y en ese sentido, Juno está a mayor altura, que la última de Reitman. Pero el dilema moral o debate de Amor sin Escalas, está en la estructura y la moralina en sí misma. ¿Cuánto tiempo más nos comeremos el cuento del sueño americano? Estará en el paladar de cada espectador seguir comiendo “soul food” o preferir un plato más abundante, pesado pero novedoso, como es Un Hombre Serio. Personalmente, me quedo con el pesimismo de los Coen
Amor Sin Escalas se debería llamar Escalas Sin Amor. Ese horrendo título no solo es una aberrante traducción del original Up in the Air, sino que además tiene poco que ver con la historia de la película: un hombre pasa la mayor parte del año viajando en avión porque trabaja en una empresa que ofrece personas para despedir a sus trabajadores sin que los directivos tengan que dar la cara. Todo esto es una excusa en el nuevo trabajo de Jason Reitman (La Joven Vida de Juno y Gracias por Fumar). La sinopsis con la que se vendió esta cinta es solo la estructura del verdadero significado del relato. En realidad, las dos horas de duración se dedican a entrelazar una serie de personajes con diferentes posturas sobre las relaciones amorosas, los temores y la rutina que estas producen, los objetivos de vida de los humanos y el concepto del amor según las etapas de la vida. George Clooney protagoniza con demasiada soltura un rol que le viene como anillo al dedo. Parecido a lo que se sabe de su vida privada, su papel intenta no vincularse a largo plazo con ninguna mujer y tiene como meta principal ganar el mayor logro como pasajero frecuente de la aerolínea que utiliza. Al actor no se lo nota exigido en la mayoría del film, ya que parece que estuviera hablando el mismo con naturalidad. Solamente en las escenas de tono dramático con su familia se ve un personaje construido. Lejos de su interpretación en Michael Clayton (la mejor de su carrera), es poco entendible los galardones que se le están otorgando, como si fuera el nuevo Tom Hanks. En el reparto también están Anna Kendrik (de la saga Crepúsculo), como la nueva adición a la compañía que propone echar a los trabajadores mediante video chat. Histérica y vulnerable, su actuación podría haberse sido insufrible, pero termina siendo más que buena. Las discusiones con el galán sobre las formas opuestas en las que llevan adelante sus vidas son un punto alto de la película. Un par de escalones arriba está Vera Farmiga (la novia de Matt Damon en Los Infiltrados), una mujer audaz y sexy con quien Clooney tiene encuentros casuales cuando las escalas lo permiten. Su frescura y los momentos variados por los que transcurre su rol hacen que su labor sea la más rescatable, aunque no gloriosa. El guión es bueno, pero, como suele pasar con los trabajos de Reitman, le falta pasión. Al tocar temas tan profundos y en situaciones muy intensas, la narración carece de un acompañamiento adecuado para tales circunstancias que no se suple con logrados diálogos. Uno no logra ponerse en el lugar del protagonista ni entender que pasa por su cabeza. Asimismo, el film no se define entre la comedia ni el drama, lo que dificulta aún más adentrarse en la historia por los constantes cambios de estados. El clima intimista que seguramente se pretendía queda a mitad de camino por los motivos enumerados. Más allá de estas falencias, los temas tratados son buenos, así como los mensajes que deja. Habla de la crisis económica, de la crueldad de las empresas a la hora de dejar sin empleo a sus colaboradores y los sentimientos de estos cuando tienen que volver a sus casas con la triste noticia. Cerca del final está una de las mejores escenas cuando, a modo testimonial, verdaderos desempleados cuentan cómo pudieron sobrellevar la situación. Vale destacar el buen desempeño del hijo del cineasta Ivan Reitman como director. Las acertadas tomas cambian de la mano del relato. Se estructura, se relaja, pasa a filmar con cámara en mano, se vuelve a estructurar. Esta cinta, gran candidata al Oscar a pesar de no ser del tipo que suele gustarle a la Academia, es una buena película, con actuaciones decentes, correctas decisiones detrás del lente y un guión desangelado pero con propósitos interesantes. En su próximo proyecto, Reitman debería pulir más el libreto para conseguir empatía con la audiencia.
Amor sin Escalas es un film que nos lleva a la reflexión directa sobre fenómenos cinematográficos recurrentes, creencia en la llegada de un nuevo y prometedor cineasta, la herencia de talento, en fin, un compendio de interrogantes. Jason Reitman ha dirigido hasta el momento dos films que han tenido gran repercusión en el mundo cinematográfico (Gracias por Fumar, La Joven Vida de Juno). La primera, independiente sobre la politica comercial de la industria tabacalera mundial, de bajo presupuesto, cínica y políticamente no correcta, logró notar el gran talento del director. La subsiguiente llegó de lleno con alma y espíritu al corazon de la cinefilia toda, instaurándose en uno de los mejores films en el año de su estreno, reconocimientos varios y la nominación a los tan ansiados premios de la Academia: Mejor Película. Nuevamete con una temática controversial, un embarazo en la adolescencia. Con Amor sin Escalas, se plantea el siempre latente interrogante sobre Jason Reitman, el director. Luego del éxito de La Joven Vida de Juno, el entrar a una cadena de directores “requeridos”, con o sin proyectos propios, el tiempo llegó en que, Reitman aún mas, debe demostrar si su talento es verdadero, si filmó con la intención de generar lo que logró o si simplemente es un director de esos que pasan fugazmente por las marquesinas y luego destinan a ser olvidados. Reitman es el hijo del reconocido cineasta Ivan Reitman, un director de comedias camp, algunas ya convertidas de culto, como Meatballs, la exitosa Los Cazafantasmas o, a mi parecer, su obra mayor: Presidente por un Día. Con Reitman Jr., tambien, se ve propuesto el caso de los hijos de cineastas que toman notoriedad gracias a sus padres, reivindican conocimientos adquiridos a modo de herencia, facilidades varias, una organización ya conformada. Con todas estas ventajas a cuestas, los resultados son arbitrarios, podemos encontrarnos con un farsante o un verdadero cineasta. Amor sin Escalas, como ha sido su estilo, nuevamente toca temas controversiales, qué peor que meter el dedo en la llaga dentro de la sociedad estadounidense luego de la crisis mundial acahecida recientemente. George Clooney interpreta a Ryan Bingham, un señor cuya labor consiste en ser empleado por empresas (multinacionales en gran parte), para encargarse de notificar cara a cara a las personas que oportunamente serán despedidas de la empresa contratante, dar una última charla, contener, brindar una engañosa salida del sistema. Su trabajo consiste en viajar constantemente a lo largo de Estados Unidos, aprovechando cada oferta y promocion válida de compañías aereas, acumulación de millas, etc. El personaje es rico en matices, Clooney, establecido en Hollywood como una nueva especie de Cary Grant, de quien conocemos sus aportes humanisticos, últimamente conjuga roles cinematográficos fiel a sus principios, con carisma, romance de por medio y crítica social, podríamos citar Buenas Noches y Buena Suerte, Syriana, Michael Clayton. Lo secunda la hermosa Vera Farmiga, como un alter ego profesional a su altura. Y, Anna Kendrick en el rol de Natalie Keener, una jóven entusiasta que es adquirida por la empresa de despidos para facilitar y hacer instalar una nueva manera de trabajo en la empresa, un proyecto aun más alejado de la contención hacia el despedido. Este proyecto a emplear, no solo cambiará el establecido modo de vida de Ryan, si no, hara devenir sentimientos latentes en el, una coraza sellada y un crecimiento personal alejado de lo que el mismo tenia por sentado era el camino a seguir. Amor sin Escalas, ha sido nombrada entre los mejores films del año, ha aparecido en toda nominacion imaginada y esto, para alguno, le brinda un mayor atractivo y expectativa a la hora de ver el film, de hecho, hay gente que a partir de estas nominaciones ya lleva consigo un referente que les permite perdonar absolutamente cualquier fallido en un film. Amor… no es un film original, menos aun, un film que vaya a cambiarnos nuestras vidas, es un film correcto, no escapa de la estanteria de films con moralejas, ni tampoco llega al lugar que La Joven Vida de Juno ha sabido ocupar. El éxito y rumoreo, radica en que es un film de critica sobre un tema candente, audaz y actual. La pérdida de trabajo gracias a un sistema que ha caído, y reivindica, saca a la luz situaciones intimistas que ocurren como consecuencia de tan grande colapso. Reitman tiene tiempo todavía, demasiado, para pulir y concretar nuevos y mejores proyectos. El Oscar Buzz, ayuda a su acción, lo coloca en un lugar privilegiado que su padre lamentablemente no ha llegado a ocupar siquiera tardíamente. Caso comparable al de Coppola y Sofia, su hija, casi similar.
El turista accidental Amor sin escalas invita al buen cine, a apreciar una buena comedia, con buenos actores, un buen guión y una buena dirección. Amor sin escalas es una buena idea... Ok, partamos de la base: ¿existen hombres, como George Clooney, con ese tipo de trabajos a cargo? ¿Es el retrato de Clooney fiel a un contexto y a un marco verosímil? No podría asegurarlo, pero con esta interpretación, Clooney me ha hecho olvidar su aura de mega estrella, de carilindo, de heredero del estilo Cary Grant. Jason Reitman necesitaba a un actor que tuviera todo eso (extra) y que además fuera actor, buen actor. Y Clooney, debo decirlo, aquí termina por consagrarse. Sí, estaba muy bien en Michael Clayton, o en Syriana, aunque más que bien yo diría distinto, no tan bien, no tan merecedor de un Oscar, pero lo dejamos pasar. Sin embargo, uno puede pensar que este papel le calzaría bien a un Hugh Grant, o a un Richard Gere, años atrás. Pero se ve que Clooney tiene algo más (¿algo más de talento?), y consigue que, últimamente, todos tengan puesta la mira en él, y las críticas, y los premios, le han respondido fabulosamente. Pero además, George consigue una química genial con su coprotagonista, la ascendente Vera Farmiga, encantadora, atractiva y absolutamente carismática, mérito tal vez de Reitman, o del mismo Clooney. Y sumando los elogios, va la tercera punta: Anna Kendrick. Verdadera revelación, fresca, espontánea, con presencia y carácter. Sí, vale, el guión, más que bueno es muy bueno, y estamos ante una película “de actores”/”para actores”. Evidentemente, Reitman lo tiene claro, y no sólo aquí, pues no olvidemos los elencos que formó en Gracias por fumar y en La joven vida de Juno. Así las cosas, el combo resulta un éxito. Sumar los tres actores, más dinámica road movie, más ingeniosos y pulidos diálogos, más original planteo y desarrollo… ¡Film sin escalas!
Jason Reitman suele enfocarse en protagonistas que generan bastante incomodidad. En su primera película, Gracias por fumar, el protagonista es un simpático defensor de las compañías tabacaleras. Su segunda, Juno, está protagonizada por una adolescente embarazada que ansía desprenderse de su futuro hijo. En esta, su tercera película, quien incomoda al espectador es un ejecutivo que se encarga de viajar por distintas ciudades para ocuparse de despedir personal de distintas empresas. Reitman, que ya había logrado posicionarse con su anterior film, logra subir varios peldaños en la industria con Up in the air (no muchos directores logran nominaciones al Oscar a Mejor Película, Mejor Director y Mejor Actor, entre otras, con su tercera película), sin renunciar al oxígeno indie que respira su corta filmografía. Si algo caracteriza a los protagonistas de sus películas es un encanto particular, que contrasta fuertemente con aquellos rasgos que incomodan. En ese sentido, Ryan, el personaje interpretado por George Clooney en Up in the air, tiene mucho del encanto de los protagonistas anteriores, y un estilo de vida que genera asperezas. Ryan es un hombre solitario, que disfruta vivir en el aire, y no tiene reparos en enfrentarse a cualquier empleado y oficiar de vocero del gerente correspondiente para anunciarle su despido. A Clooney le sobra carisma y actitud para comprarnos con un personaje no tan fácil de digerir, de la misma forma que Aaron Eackhart en Gracias por fumar. Ambos personajes muestran que los representantes de la escoria de la humanidad, no tienen por qué ser parte de esa misma escoria, aunque presten su rostro y su voz para difundir su discurso. A Clooney también le sobra talento para mostrarnos la otra cara de Ryan, la del hombre que se da cuenta de su soledad y de su oficio ruin, y pretende revertir su realidad. Ahí, en la introspección del personaje, en el acto de enfrentarse a sus zonas oscuras, se encuentra el elemento distintivo de la película, pero a su vez su mayor debilidad. Reitman no suele juzgar a sus personajes, pero aquí lo hace, aquí Reitman está convencido (y nosotros también), que su estilo de vida lo ha condenado a la infelicidad. A fin de cuentas, todos sabemos que los espejitos de colores del capitalismo no son un pasaporte a la felicidad de nadie, y si el sueño de Ryan es conseguir una credencial exclusivísima por las millas acumuladas, sabemos que, tarde o temprano, entenderá que la felicidad no está allí y que debe salir a buscarla. No es que el acto de juzgar al personaje y su conducta sea algo reprobable en sí mismo, sí lo es el colocar elementos adrede para que el juicio aparezca de la manera más básica posible. El momento en el que Reitman se atreve a hacernos creer que estamos ante una comedia romántica, cuando juega con el cliché del hombre corriendo en busca de la mujer, es una de las secuencias más tramposas de la película. En primer lugar, porque nada más lejos de este personaje que ir corriendo en busca de una mujer, en segundo lugar, porque la resolución drástica y sorpresiva de este acto romántico es un cachetazo al personaje y a los espectadores, el momento en el que la película sentencia definitivamente a su protagonista. Si bien Reitman no comete el pecado de endulzarnos con finales felices innecesarios y facilistas, la necesidad de instalar situaciones que habiliten el juicio al personaje y sus ansias de redención, hacen que este film, el más importante de Reitman a la fecha, no posea toda la frescura y la honestidad de su anterior película. Afortunadamente, Clooney nos hace digerir su soledad con total naturalidad y con el encanto de sus habituales papeles, permitiendo que los actos más desubicados del personaje no nos suenen del todo incoherentes, y que la película no pierda la calidez característica de los films de Jason Reitman, un director que afortunadamente continuará ascendiendo, y aún tiene mucho por decir, muchos personajes ásperos sobre los cuales colocar su ojo crítico, mientras no vuelva a caer en el juicio fácil.
VUELO SOLITARIO Esta comedia dramática, o este drama con humor, cuenta la historia de un personaje solitario cuyo trabajo a lo largo de todo su país lo obliga a pasar más tiempo viajando que en su casa. Con habilidad y oficio, el director consigue equilibrar el tono agridulce del relato a medida que devela poco a poco el sentido del film. La siguiente crítica analiza el final del film, por lo cual se recomienda no leerla antes de ver la película. Vamos a pasar por alto la inclusión de la palabra amor en la versión local del título porque merecería un análisis sociológico más que otra cosa, y éste debería hacerse acerca de las personas que lo eligieron y no sobre el film en cuestión. La historia es sencilla y clara. Ryan Bingham (George Clooney, que demuestra en cada nueva película su infinito talento) tiene un trabajo por el cual debe despedir a empleados de diferentes empresas utilizando técnicas que impidan que se produzca un escándalo o una situación violenta por parte de los despedidos. Su trabajo lo obliga a pasar tanto tiempo viajando que prácticamente no tiene un hogar. Como en el film de Wong Kar-wai Days of Being Wild, su personaje parece aquel pájaro de la leyenda, que vuela todo el tiempo sin posarse nunca, excepto para cuando va a morir. No es que Ryan vaya a morir, ni siquiera cuando en un brevísimo pero terrible momento, malinterpreta lo que le dice una azafata que le ofrece una lata pensando que le pregunta si le gustaría un cáncer ("would you like the can, sir" se oye primero como: "would you like the cancer?" ). Pero la metáfora, en Wong Kar-wai y en este film de Jason Reitman, alude a otra cosa, alude a un compromiso, a sentar cabeza, a arriesgar en la tierra y dejar de estar arriba en el aire. Toda la película coquetea con las reglas de la comedia brillante del cine americano, con buen ritmo, música, actores carismáticos y un trabajo de imagen impecable. Pero claro, la profesión del protagonista es lo suficientemente dura como para que uno también vea en eso cierta felicidad prefabricada, cierto orden a punto de resquebrajarse. Entonces la pregunta principal es apenas una: ¿Comprenderá Ryan que el mundo sin compromisos, sin hogar y sin pareja es finalmente un mundo malo? O, por el contrario: ¿Verá finalmente Ryan que las ideas que él tiene del mundo son las correctas y confirmará sus teorías? Lo primero nos llevaría de lleno a un film simpático, amable, una felling good movie, un film para sentirse bien. Claro que a su vez los cínicos y los falsamente progresistas entenderían esto como un ataque a la individualidad, a la libertad de pensar diferente o, simplemente, a no ir por los caminos habituales. Por el contrario, si el film explota sus conexiones con los Hermanos Coen, Robert Altman y American Psycho, entonces la simpatía se reduce, la dureza crece y aquellos que amarían el otro film, pasarían a odiar éste y viceversa. Jason Reitman busca llevar al máximo esta duda. Y creo que toma la mejor de las decisiones, aunque seguro no faltará una tercera corriente que diga que es la peor. Ryan no es una mala persona. Ryan se hace el cínico, pero no lo es. Ryan sí sabe la dureza de viajar solo, de vivir solo, de no tener copiloto, sí tiene miedo al momento en que "una lata, señor" signifique finalmente eso otro que lo atemoriza. Pero a la vez el film le confirma a Ryan sus peores sospechas. Es decir, que no condena finalmente sus elecciones solitarias, al contrario. Y como el pájaro mencionado al comienzo, posa una pata, pero a diferencia de aquel, justo a tiempo logra despegar nuevamente. Todo vuelve a empezar, para bien y para mal. Algunos actos de genuina generosidad en tierra lo enaltecen, pero su destino, o sus destinos, están allá arriba, en el aire.
IRONÍA DE UN DESPIDO Simples, organizadas, directas, originales y muy bien llevadas son las ideas que minuto a minuto se van apoderando de esta película, que no da vueltas sobre si misma y que va firmemente hacia su objetivo sin entretenerse en situaciones paralelas. Basada en la obra homónima escrita por Walter Kirn, la historia se centra en un hombre cuyo trabajo es el de despedir empleados de su empresa en diferentes localidades de los Estados Unidos, por lo que pasa gran parte de su vida dentro de un avión. Un día su jefe contrata a una nueva empleada para que ejerza su mismo trabajo y le ordena que le enseñe, en un viaje de unos meses, cómo es la labor y cómo debe enfrentar las diferentes reacciones de los afectados. Presentando un guión perfecto desde su introducción hasta cada uno de los matices que se van desarrollando, ya sean guiños al humor o ironías fuertes con doble sentido, este es un film en el que las actuaciones toman un protagonismo muy importante y primordial, ya que sin la calidad expuesta de las mismas el relato se volvería monótono, aburrido y sin la chispa de personalidad que los tres roles principales le dan a la narración. Goerge Clooney está muy bien en su personaje, lo dota de expresión, de profundidad, de sentimiento y, en muchas oportunidades, de un humor muy bien logrado. Vera Farmiga, en el rol de Alex, una mujer que provoca rechazo en el espectador ni bien aparece, pero que poco a poco se va mimetizando en la historia y se va entendiendo su propio “mensaje”, muy bien interpretada. Y Anna Kendrick, como Natalie, que mientras va descubriendo el verdadero sentido de su supuesta vocación, se va soltando y va mostrando una segunda cara, su verdadera identidad. En la historia hay humor (la charla entre los tres personajes en el hotel es delirante), hay drama, hay mensajes, pero en lo que se centra esta cinta es en mostrar otra perspectiva, distorsionada, exagerada y muy crítica por cierto, de la realidad empresarial. Es aquí donde la ironía y el sarcasmo forman parte de las riquezas más exquisitas del guión, de las actuaciones y de la edición, ya que algunos cortes y desenfoques juegan con dicho cuestionamiento. A su vez, el personaje llamado Ryan Bingham, el protagonista, está elaborado de tal manera para que en ningún momento se lo juzgue por lo que hace, “eso está bien, es su trabajo. Él decidió llevar adelante esa forma de vida”. Es por eso que cuando aparece Alex y luego Natalie uno como espectador logra crear mentalmente un circulo de relaciones, de idas y vueltas, de cosas que no se cierran y de una realidad, que es explicada al final, que es fenomenal y que gracias al tratamiento de los tiempos se entiende y se potencia. La música acompaña muy bien la narración, especialmente los momentos en los que los ritmos son el centro principal de la escena. La banda sonora es muy buena, los sonidos muy correctos. La edición muy bien lograda, la dirección astuta y cada una de las técnicas visuales y cinematográficas que se utilizaron, así sea la voz en off o las escenas cortas y concretas en el aeropuerto, complementan el increíble guión del film. “Up in the Air” es un film distinto, original, muy bien logrado desde lo actoral visual y direccional. Con un mensaje y una crítica social importante, esta película es una experiencia que homogeiniza el humor y el drama. Una muy buena propuesta, que puede confundir si no se logra captar desde un principio el sentido y la intención de la cinta. LO BUENO: actuaciones, guión, dirección, música, mensajes, parte técnica LO MALO: puede confundir si no se logra captar desde un principio el sentido y la intención de la cinta UNA ESCENA A DESTACAR: “mi novio me dejó”
Este es el tercer film del director Jason Reitman y consigue un record perfecto: 3 de 3. Sus trabajos ("Thank you for Smoking", "Juno" y este ultimo) son todos muy buenos y siguen la misma linea: dramas con toques de comedia, buenos personajes e historias entretenidas. En Estados Unidos comenzaron a compararlo con Billy Wilder y aunque esto sea una gran exageracion (nadie se acerca al gran Wilder!!!), el tipo tiene mucho merito por haber logrado 3 películas tan buenas. "Up in the Air" figura entre las mejores películas de 2009 según la mayoría de las Asociaciones de Críticos de Estados Unidos y esta nominada a los Globos de Oro como Mejor Película, Mejor Director, Mejor Guión y Mejores Actuaciones x 3. Si bien no creo que sea la mejor del año, sin dudas hay que incluirla en la lista de las 1o mejores. George Clooney interpreta a un ejecutivo contratado por empresas para que se ocupe de despedir a los empleados que le indiquen. Este es uno de los peores trabajos que hay, pero Ryan Bingham lo disfruta y lo hace con experiencia. Bingham gusta viajar constantemente y conoce todos los secretos del viajero frecuente. Hay muy buenas escenas mostrando sus rutinas de viaje. El film mezcla drama y comedia, cuando su trabajo es amenazado por una brillante joven que propone implementar un sistema de videoconferencia para realizar los despidos, lo que lleva a que Bingham deba viajar con ella para que se familiarice con el procedimiento. También tiene romance, cuando conoce a una viajera frecuente con las mismas características que el. La película tiene excelentes diálogos (como la escena en que los 3 personajes principales hablan sobre las relaciones) y varios personajes secundarios atractivos que le aportan mucho. Tampoco recurre el típico final feliz hollywoodense. George Clooney tiene uno de los mejores papeles de su carrera junto al de "Michael Clayton" y "Siryana". El tipo es carismático, simpático y encaja perfecto. Vera Farmiga esta empezando a conseguir papeles importantes y los aprovecha. Aquí interpreta a una mujer sin ataduras y es su mejor interpretación a la fecha. Anna Kendrick, una desconocida para mi hasta acá, acompaña bárbaro con su actuación de la joven contracturada y metódica. Como en todas las películas de Reitman, los personajes secundarios son tan interesantes como los principales. Jason Bateman como el jefe arrogante, J.K.Simmons y Zack Galifianakis como dos empleados que pierden el trabajo, y Melanie Lynskey ("Two and a Half Men") como una de las hermanas, son algunos de los que aportan buenos momentos. Muy recomendable, tanto esta como los dos anteriores del director.
Bryan Binghman (George Clooney) es un empleado de una empresa de recursos humanos y se dedica, básicamente, a despedir personas en lugar de que lo hagan sus propios jefes. Debido a este trabajo, permanece más de 300 días al año fuera de su casa, de vuelo en vuelo, visitando distintas ciudades de EEUU para cumplir su labor. Esta rutina lo ha llevado a tener otra concepción de la vida, en donde privilegia la libertad por sobre los lazos sentimentales, ya sean familiares o amorosos. No cree en el matrimonio ni por asomo. Su gran obsesión es acumular el récord de millas voladas en una línea aérea. Pero a lo largo de la película, Bryan se va a ir encontrando con distintas personas que le harán cambiar su perspectiva. Convengamos que el argumento no es original, sin embargo deja al descubierto las nuevas relaciones sentimentales que abundan en el siglo XXI. Ya casi no existe el compromiso, formar una familia es el sueño de muy pocos, ya que el éxito propio e individual se ha convertido en la principal meta de cualquier persona. Amor sin escalas es una adaptación del libro Walter Kirn escrito en 2001. Aunque el guión de Jason Reitman se torna lento por momentos, la novela de Kirn trata un tópico moderno, con un final que no cae en lugares comunes. La metáfora de estar siempre en el cielo y no plantar raíces en la tierra es lo que más me atrajo de esta película.
La vida en jerga aeronáutica Jason Reitman viene demostrando desde Juno una pasta de director muy llamativa, tanto por su originalidad, como en la estética de sus films y los planos que elige, convirtiéndolos en un personaje aparte, que dice tantas o más cosas que el guión propiamente dicho. Y es lo que vuelve a suceder (y a Dios gracias) en Up in the air, una historia contundente en su mensaje, ácida en cuanto al cómo, y directa y fría en el porqué. Una joyita en todos los aspectos. Protagonizada exquisitamente por George Clooney, esta multipremiada cinta con ciertos tintes indies comparte la historia de un agente de despidos, que llama “casa” a los eternos viajes en avión y es alérgico al matrimonio y el sueño americano. De repente, el tipo ve cómo su vida comienza a dar un timonazo cuando una compañera de trabajo de la nueva generación intenta revolucionar el mercado implementando los fríos aparatos tecnológicos que tanto dividen e incomunican en nuestros días. Ese papel está a cargo de Anna Kendrick, quien entre tanto histrionismo e histeria acaba por cerrar un papel sólido y convincente, para inventar un nuevo estereotipo en el mundo del cine office: la yupi moralista. Así, entre tanta teoría certauiana y líneas argumentativas frescas y crudas, la trama envuelve una hipótesis sobre las relaciones sociales de los días que corren -¿tal vez un anticipo a lo que será la nueva década?-, con subtramas amorosas, laborales (las mejores del año) y comunicacionales. Un verdadero palo a la “tecnología idiotizada”, y no “idiotizante” como algunos ignorantes la llaman en los medios, que lo único que logra es que los humanos se confundan, pierdan el rumbo y comiencen a creer que la mejor salida para las cosas es cargar la mochila de cosas insignificantes, pero pesadas. Esa metáfora de la mochila es una verdadera genialidad, que en boca de esta versión tranquila, suelta, auténtica y seca de Clooney se perfecciona aún más para definir la idea principal. Qué decir de Vera Farmiga. No ganará ningún premio, pero este año ha demostrado que es una actriz de la hostia, con sus participaciones en Orphan y esta cinta, con la que se luce del todo, entre delicia, malicia y sexappeal. De las dos actuaciones femeninas, es la más intensa, aunque no le restaremos crédito a Kendrick, que representa el polo opuesto al personaje de Farmiga. Juntas juegan un rol de maestra y aprendiz que en el trayecto van enseñando al personaje de Clooney cómo vivir la vida. El papel de la familia también es clave para la resolución de esta historia tan cautivadora y punzante, que como yapa es una mirada reflexiva sobre lo que dejó la recesión del 2007 en EEUU. Reitman se vuelve a lucir en todos los aspectos técnicos, colaborando además en la adaptación del libro a la pantalla. Los planos aéreos hablan por sí solos, y los paralelismos sociales respecto de cuál ciudad están visitando también. La teoría contra las nuevas tecnologías (“la gente ya no tiene modales”, sobre los cortes por mensaje de texto), la guerra entre el método práctico y el método fácil disfrazado de económico, y la elasticidad de la trama, engloban casi dos horas de delicia cinematográfica y argumentativa, que encima –justo cuando comenzábamos a pensar que eso era imposible- esta interpretada por humanos de carne y hueso.
Con tan sólo tres películas en su haber, Jason Reitman ya se ha forjado un estilo muy personal y una trayectoria sustanciosa. Hijo de Ivan Reitman, el productor y director de exitosos films como la saga Cazafantasmas y Un detective en el kinder, pero también de una comedia inteligente como Dave, presidente por un día, el talento de Jason parece haberse inclinado por la línea expresiva de este film de su padre, donde asimismo trabajó como actor. Sea como fuere, tras su auspiciosa ópera prima Gracias por fumar y su brillante Juno, el joven cineasta propone en Amor sin escalas una comedia extremadamente agridulce, surcada por diálogos mordaces y situaciones irónicas y hasta bizarras, que pasa de lo risueño a lo doloroso y reflexivo con una inmediatez en el que las sensaciones contrapuestas no se acumulan sino que aportan un enriquecimiento dramático constante. Así como en Gracias por fumar Reitman describe a un hombre que trabaja sin remordimientos para las grandes tabacaleras defendiendo los “derechos” de los fumadores, aquí se ocupa de otro que es la estrella de una empresa que se dedica a un oficio aún más despiadado, el de comunicar a empleados de todo Estados Unidos que sus compañías deben efectuar drásticas reducciones de personal. Un servicio casi canallesco que él lleva a cabo con elegancia e indisimulable placer sólo porque adora volar y recolectar millas que lo lleven a un secreto y deseado objetivo. Convicciones se verán desdibujadas por la aparición de dos mujeres, una madura que se volverá su principal interés amoroso y una adolescente que, como Juno, desestabilizará todo lo que la rodea, aunque su arrogancia oculte una niña dolida y asustada. Sarcástica y tierna, contemporánea y tradicional, Amor sin escalas es una pieza fenomenal sostenida sin pausas por un elenco impecable, con un Clooney a la cabeza que pone en juego lo mejor de su carisma y destreza interpretativa.
Con el cine de Jason Reitman flotamos. Tanto en Gracias por fumar como en Juno, y ahora explícitamente en su nuevo film, el director inyecta burbujas de amabilidad en los asuntos más delicados y nos hace observar los hechos desde cierta altura, montados en la sonrisa de esos protagonistas que parecen comprenderlo todo y actuar en consecuencia. Frescos y limpios, surfeamos el relato sin percibir que el humus que lo sostiene es mucho más negro y amargo de lo que nos gustaría admitir. Porque nos vendieron una comedia romántica (¡Amor sin escalas!) y resulta que Up in the air no sólo le hace pito catalán a la felicidad, sino que se acerca demasiado a la orilla existencial opuesta: la del vacío. Ya saben de qué se trata: Ryan Bingham (George Clooney) se dedica a despedir trabajadores. En plena debacle económica de Estados Unidos, mientras muchas empresas quiebran y otras diseñan las inevitables "reestructuraciones", Ryan viaja por todo el país para consolar a cientos de personas diciéndoles que, a pesar de estar en la calle, “ahora empieza la verdadera libertad”. Algunos lloran, otros patalean. Una señora promete tirarse de un puente. Ryan cumple todos los requisitos del lastre cero que exige la sociedad actual. Él pondera ese status y ofrece conferencias sobre cómo alcanzarlo (seamos honestos: los asistentes a esas charlas lucen aburridos e incrédulos, sabiendo que el discurso de Ryan es pura autoayuda marketinera). Tiene un pequeño departamento en Omaha que prácticamente no habita, ya que vive volando de ciudad en ciudad, acostumbrado a los hoteles, las relaciones casuales, los deseos en WI-FI. Ninguna atadura, salvo ese vínculo tramposo imposible de erradicar: la propia sombra. El inconsciente, lo que hace dudar. Y dudar significa perder el avión. Irse de pista y lanzarse a lo imprevisible (o al amor, que es lo mismo). Ryan se juega, pero la realidad lo cachetea, confirmando sus peores sospechas. No sabemos qué sentir cuando la película termina. Tanta soledad junta resulta difícil de digerir. Quienes se enojaron con el film le reclaman a Ryan que no haya reaccionado con mayor ferocidad ante la noticia de la mujer suicida, como para dejar sentado que su labor es miserable (¿es que acaso esto no había quedado clarísimo desde el inicio?). Pero también podríamos pensar que debido a ese hecho trágico se suspenderán los despidos vía Internet para volver al esquema cara a cara, triste victoria pírrica para un Ryan que ya está demasiado integrado al sistema, funcional y resignado. Es más coherente que la historia deposite cierta esperanza en la joven Natalie (Anna Kendrick), que decide regresar a sus pagos para empezar de nuevo. Otros cuestionan el film por el “castigo moralista” que le impone a Ryan al negarle un romance serio con Alex (Vera Farmiga). Pero para creer que el destino efectivamente lo está condenando, la película debería haber intentado certificar que la otra opción -el proyecto de pareja- ofrece algún tipo de curación como garantía. Este es el punto en donde Up in the air nos tira a la tierra sin paracaídas. La hermana mayor se está separando. La otra hermana se casa con un inseguro de temer (es genial la escena en la salita del jardín de infantes, con el protagonista vendiéndole espejitos de colores a su futuro cuñado). Natalie apostó a su novio y fracasó. Ni siquiera Alex convence cuando defiende su familia, su “vida real”, esa estructura de la que cada tanto necesita escapar. A los hijos de Alex no los vemos, mucho menos a su marido. Refugiada en su autoproclamada “madurez”, el personaje de Farmiga tal vez sea el más triste de todos. No hay paraíso, es cierto, y cada día cuesta más romper el cristal líquido para comunicarnos de verdad. Sólo quedan los momentos: algún festejo, un buen recuerdo, un dulce adiós. Parece poco, pero son esos los momentos que Reitman enciende con colores, vibración y hermosa música. Mientras todo se derrumba, encontrarse con los otros todavía tiene sentido. Sin hipocresías. Desde ese piso deberíamos partir, y no al revés. Es por este motivo que, al final del relato, los testimonios de los desocupados rescatan la importancia de los afectos. Algunos dirán que se trata de palabras demasiado cursis para un film anclado en el cinismo. Sin embargo, ante la criminal teoría del lastre cero, Up in the air sugiere que el afecto es hoy la única trinchera desde la que podemos combatir. “En Estados Unidos hay una cosa que se valora en los empleos: el lastre cero. Se llama a una persona de lastre cero a aquella que no tiene raíces, que tiene pareja pero no está enamorada, que no tiene hijos o los tiene distanciados, que tiene una formación pero no es una formación muy vocacional. Es un mundo ligero y volátil, propenso a desvanecerse”. Vicente Verdú
Sugestiva propuesta de Jason Reitman (“Gracias por fumar”, “Juno”), protagonizada por un enfocado George Clooney, en la que compone a un experto en despedir empleados, contratado de forma externa por otras empresas en todo el país para reducir personal. Él es Ryan Bingham y lleva mucho tiempo contento con su despreocupado estilo de vida, viviendo por toda Norteamérica en aeropuertos y hoteles, pudiendo llevar todo lo que necesita sólo en una valija con ruedas (es tan experto que hasta da charlas sobre eso). Además, le falta poco para alcanzar una secreta y colosal cifra de millas de viajero habitual, que le dará acceso a un limitado y distinguido club. Sin embargo, Ryan no tiene nada auténtico a lo que aferrarse, dada su vida en constante movimiento. Cuando se siente fascinado por una atractiva compañera de viaje (Vera Farmiga), su jefe, alentado por una joven y extraña experta en eficiencia (brillante Anna Kendrick), amenaza con atarlo a un despacho, pues ésta le presenta un nuevo programa para despedir empleados vía web. Enfrentado a la perspectiva de ser destinado a un puesto fijo, Ryan comenzará a preguntarse qué clase de vida lleva. Con diálogos atractivos, por momentos reflexivos, el guión de Reitman y Sheldon Turner (basado en la novela de Walter Kirn), crea queribles personajes y no se tienta con resolver el filme de forma edulcorada, sino más bien realista. Cómica y dramática, clara y oscura, alegre y triste, “Amor sin escalas” entretiene y permite cierta reflexión sobre la soledad y la necesidad de conectarse, más en la Tierra que allí arriba, en el aire…
Ryan Bingham (Clooney) es un hombre ligero, su mochila esta practicamente vacía, su trabajo (que hace espectacularmente bien) tiene además la característica de necesitar una distancia emocional con los que interactúa (él despide gente) de lo contrario sería imposible llevarlo a cabo. Y él se siente a sus anchas así, el trabajo perfecto para afianzar su estilo de vida que no se afianza a nada. Pero en algún momento se replanteará algunas cosas. Este es el eje de la trama y a raíz de ahí se cuentan subtramas que unidas a la historia del protagonista son el verdadero lujo del guión. La forma en la que trata, tanto el tema del trabajo como la desocupación, uniendolo además a los afectos, y la relación que hay entre estos; abordando también otros temas que se relacionan con el trabajo como lo son el orgullo, la dignidad y hasta a veces la identidad. La identidad de nuestro protagonista esta prácticamente dada por su empleo, no hay mucho más allá, y el trabajo a su vez parece elegido a propósito para que ese "más allá" siga vacío. El tema laboral, los afectos y su relación, todo entrelazado al dedillo. Excelente guión. Clooney logra un papel exacto, a travez de su interpretación el personaje se hace verdaderamente creíble y natural. Las demás actuaciones no se quedan atrás. Se nota que cada línea de diálogo, la entonación y la actuación están cuidadas al extremo. Una muy buena dirección de actores. Cuando vemos alguna escena por segunda vez o pensamos restrospectivamente una vez que ya sabemos el desenlace, todo, hasta el mínimo gesto cobra aún más sentido. Quizás el punto en contra de la peli es que al abarcar tanto aprieta poco y todo queda un poco "en el aire" ;-) Aún asi, es una peli muy recomendable. A mi particularmente me ha pasado que apenas terminé de verla, mi calificación fue un 7,5 y con el correr de los días esta subió un punto. Lo que dice que Up in the air es una peli que hay que dejar macerar en la mente para encontrarle el verdadero valor.
Tanto en la literatura como en el cine, los temas abordados son universales: el amor, los celos, la traición, la muerte, la soledad, etc; el marco donde se ubican esos temas así como el cómo se nos cuenta sobre ellos es lo que hace de un libro o un film algo majestuoso o tedioso. Up in the air es uno de esos films en los que se conjugan estupendamente varios temas como el amor, la soledad , la dignidad del trabajo o las elecciones de vida, enmarcados en la vida de un solitario "agente de despidos" (George Clooney), por decirlo de alguna manera, cuyo único sueño en la vida es juntar un millón de millas de viajero. En apariencia el film comienza como muchos otros en los que tenemos al típico solterón empedernido que disfruta de su trabajo y cuya libertad no cambiaría por nada; que se ve enfrentado a ciertos cambios en su trabajo que no le gustan nada y eso lo pone en la típica disputa de ideas nuevas contra ideas clásicas, sangre joven contra sangre vieja. Pero el argumento, excelentemente dirigido y co- escrito por Jason Reitman- al que muchos recordarán por Juno- tiene una originalidad: este hombre verá caer todos los falsos muros que levantó en su vida, todas sus superfluas metas no con un hecho desgarrador o traumático sino por el cambio de rutina impuesto en su trabajo. Puesto a tierra, frecuentando los mismos espacios, conectando casi fortuitamente con parte de su familia por un par de días, este hombre termina con los esquemas alterados y sus aspiraciones de cabeza. Casi podría decirse que su esquema narrativo es el de una verdadera road movie, donde viajando- aunque sin rumbo fijo- acompañado por una pareja impuesta (Anna Kendrick) este buen hombre irá cambiando de a poco su perspectiva de la vida, mientras su jovencísima "aprendiz" hará otro tanto con respecto a sus propios objetivos. En medio no puede faltar el encuentro con la media naranja, el roto para el descosido que todos llevamos dentro; una mujer (Vera Farmiga) que juzga su libertad de ir y venir por el mundo tan liberadora y sabrosa como nuestro protagonista. El film cuenta además con una especie de falsos documentales donde aparecen personas que en la vida real fueron realmente despedidas y que aportan, entre otras tantas escenas, los momentos de tensión, drama, emoción y reflexión. Después de todo este es un guión que Reitman había ya comenzado en el 2002 cuando en realidad la economía americana parecía estar en auge y finalmente la abandonó por Thank you for Smoking y Juno. "Ahora- observa el director- este guión tiene aún más fuerza ante la terrible crisis que afrontamos. Era este su momento para darse a la luz". Up in the air no tiene en vano 6 nominaciones al próximo Globo de oro:Mejor Drama, Mejor director, Mejor actor, Mejor actriz de reparto (para Vera y Anna) y Mejor Guión. En el caso de las actuaciones no me parecen necesarias las nominaciones de dos actrices que no destacan sorprendentemente, hacen lo suyo y lo hacen bien, pero no sé si sería para una premiación. En cambio nuestro buen amigo Clooney, con esa cara de galán que siempre tiene, necesita de dos o tres momentos decisivos para demostrarnos que está bastante cerca de que se lo reconozca como algo más que un galán. Ha llegado a emocionarme a moco partido, algo que en realidad a logrado el film en general. La banda de sonido en esta película es de destacar realmente. Acertadísima, acompaña de maravilla cada una de las imágenes con temas de Elliott Smith, The Black Keys, Sad Brad Smith, Sharon Jones & The Dap Kings, Crosby, Stills & Nash, etc. Destaco aún más: Be yourself de Graham Nash, bellísimo! y Up in the air de Kevin Redick con el que cierran los créditos finales. Sencilla, conmovedora, emotiva pero nada manipuladora este es ciertamente-gracias a Dios- uno de los films que me da esperanzas de que este 2010 no pinta tan malo como parecía en materia de títulos. Nota aparte: Odio cuando se especifica si un film es para un determinado público o no; no me cabe demasiado eso de "este film no es para cualquiera" o similares, me parece despreciativo y prejuicioso, pero ahora me toca decirlo: quizá este es un film que llegará más profundamente a aquellos que ciertamente han estado en ambos lados de esta gran balanza que es la vida, esos que maduritos sabemos muy bien qué decisiones en la vida a veces valen más que otras, aquellos que hemos padecido la soledad habiéndola adorado en años más tempranos. Un film que- sí ahora me toca a mí- no emocionará a todos por igual.
Una ¿comedia? cínica pero simpática La tercera realización de Jason Reitman (“Gracias por fumar”, 2006, y “La joven vida de Juno”, 2007), llega a las salas de cine con la crítica a los pies de su protagonista, George Clooney, quien figura en todas las predicciones como uno de los candidatos a quedarse con el Oscar. Antes de comentar ciertos aspectos de “Amor sin escalas” es necesario hacer una importante aclaración. Vale la pena destacar que el título con que conocemos en la Argentina “Up in the air”, no tiene nada que ver con la historia que narra la producción. Si hay algo que está claro es que “Amor sin escalas”, como se sugiere en el título, no es una comedia romántica sino, justamente, todo lo contrario. Aclarado este detalle, digamos que el film está basado en la novela de Walter Kirn y resulta menos una comedia ligera y más una historia temas controvertidos: las consecuencias de la fuerte crisis económica que sufrió (sufre) los Estados Unidos. Ryan Bingham (George Clooney) es un experto en facilitar el despido de miles de personas en las empresas dentro del territorio estadounidense. Mientras la economía norteamericana se derrumba, la empresa en la que Bingham trabaja florece A cambio de su talento como cruel portavoz de despidos, recibe todo tipo de privilegios y la meta que se ha fijado es totalizar 16 millones de millas de viajero en las compañías aéreas, todo un récord. Pero los problemas no tardan en surgirle con la aparición de dos mujeres, Alex Goran (Vera Farmiga), otra ejecutiva colega en la actividad, y Natalie Keener (Anna Kendrick). De esta manera podemos reseñar la historia de esta producción. Digamos, pues es necesario hacerlo, que la temática que aborda Jason Reitman es muy actual, ya que afecta dramáticamente a miles (¿millones?) de desocupados, víctimas de la crisis planetaria, y ofrece una amarga, feroz y pesimista visión sobre la realidad socioeconómica de su país a través de un personaje (o un actor) con un enorme carisma, como es el que compone eficazmente George Clooney. Jason Reitman (32 años) ha concretado como realizador, con sólo tres largometrajes, a partir del 2006, constituirse en un cineasta sumamente interesante, tanto por las temáticas e historias que encara, como por un estilo personal transitando el difícil camino del humor ácido, bien dosificado, poco frecuentado, mediante productos de buena calidad que llegan a los espectadores dejando en su paladar artístico un añotado sabor agridulce. Ha demostrado ser un realizador (y guionista) inteligente, y sólido narrador, en el actual panorama fílmico estadounidense que adolece de directores que sepan plantear con efectividad la sátira, la farsa, cuanto menos la comedia.
Clooney por las nubes Cada crítica que se encuentren sobre esta película les dirá -o les debería advertir- que Amor sin escalas es un nombre pésimo para un filme que originalmente se llama algo así como "En las alturas" o "Por los aires" (Up in the air) y que "amor" en el sentido -del género- romántico no tiene por ningún lado. El nuevo filme de Jason Reitman (La joven vida de Juno, Gracias por fumar) fue el más nominado para los Globos de Oro, pero también el más perdedor, pues sólo se llevó un premio: el de mejor guión. Ahora bien, ¿merecía ese galardón? Sin dudas, ese era un premio que la multiganadora Avatar no podía llevarse, con su inestable y facilista argumento. Y también es cierto que una película como Up in the air tiene en el guión y en sus actuaciones sus puntos más altos, porque pese a que la dirección es muy buena, no termina de destacarse. Pero (siempre hay un pero) también es cierto que, si bien la historia que cuenta y los personajes que describe no son para nada trillados, cerca del final el guión se vuelve bastante predecible, bastante común, bastante igual a todas las películas del mundo. Clooney, tal como ya lo ha dicho todo el mundo, casi que se interpreta a sí mismo: Ryan Bingham es un cincuentón encantador que vive con todos los gustos y que descree del matrimonio. Pero también es un tipo que trabaja para una compañía que se encarga de despedir gente, por lo que vive yendo y viniendo en avión de acá para allá y casi nunca está en su casa -cosa que odia-, en donde pasa "unos 40 horribles días al año". Cuando encuentra un hueco entre despido y despido, da charlas (¿motivacionales?) que hablan de lo bueno de estar sólo, de no encariñarse con sus pertenencias, de no apegarse a nada, ya sea una familia, una esposa, una casa, un auto. Pero entonces aparecerán dos elementos desestabilizadores de su perfecta vida nómade: por un lado, una joven ejecutiva (una algo irritante pero muy convincente Anna Kendrick) con un plan de revolucionar la industria de los despidos realizándolos vía teleconferencia, lo que implica que Ryan deberá abandonar su vida de hotel en hotel y de aeropuerto en aeropuerto, esa que tanto ama. Por otro lado, un encuentro fortuito en un hotel (con Alex Goran, interpretada por Vera Farmiga) le brindará la posibilidad de enamorarse. O algo parecido. Si el guión de Reitman se destaca es porque es capaz de brindar personajes creíbles, queribles, que nos provocan ganas de conocerlos más y mejor, y porque -y aquí está la genialidad del autor- nos brinda diálogos brillantes en cada escena, lo que genera la mayor parte de las risas y sonrisas de su metraje. La dirección de Reitman acompaña con su ritmo llevadero y su corrección. Sin embargo, la elección de mostrar a los empleados despedidos en continuado mirando a cámara quizá no haya sido la más acertada. Más de una vez sus reacciones parecen forzadas, cuando no directamente inverosímiles. Y el director se da el lujo de poner en su elenco -en letras grandes en los créditos- a dos buenos actores en alza como J.K. Simmons (el desopilante jefe de la CIA en Quémese después de leerse, que también aparece como el director del diario en toda la saga de Spiderman) y Zack Galifianakis (el cuñado trastornado de ¿Qué pasó ayer?) que simplemente aparecen unos minutos en el filme, como empleados que pierden su puesto. Amor sin escalas es una película agradable, sobre un personaje encantador en un mundo que, según su protagonista, es lo mejor que puede haber. Una comedia muy poco romántica con un guión muy bueno en su desarrollo y algo alicaído sobre el final, pero que redondea un entretenimiento apacible y hasta deja algunas preguntas flotando como para que pensemos mientras tomamos un café a la salida del cine. En su tercer filme, Reitman consigue mantener su status de nuevo-director-cool-pero-serio con una historia que, nuevamente, supera tranquilamente a las tantas comedias del montón que se estrenan durante el año, aunque quizás las constantes nominaciones sean algo exageradas. El tiempo lo dirá.
Uno de mis pasatiempos favoritos es viajar, razón por la cual cualquier película o libro relacionado con el tema me atrapa de manera inexplicable. Hace mucho tiempo, ví el trailer de "Amor sin escalas" y supe que era una de esas películas que no podía perderme, pero vaya uno saber porqué recién el mes pasado compré el dvd y la ví, y tengo que admitir que me brindó todo lo que quería ver en una película (y quizás más). Si bien la historia puede caer en lugares comunes, tiene algunas vueltas de tuerca interesantes que hacen que el espectador no se quiera despegar de la pantalla, y que luego de verla se quede pensando, reflexionando. Quienes me leen desde hace un tiempo saben que George Clooney es uno de mis actores favoritos, no sólo por su sex appeal jaja sino también porque me gusta mucho su trabajo, que si bien no está a la altura de De Niro, tiene varios puntos para ser destacados, y hasta el momento no me decepcionó. "Amor sin escalas" tiene la particularidad de brindar algunos tips para viajeros, que aquellos que viajan seguido sabrán que son bastante útiles, y que aquellos que no los conocían, deberán tener en cuenta a la hora de planificar su próximo viaje (más si es en avión). Me mucho la atención la cantidad de marcas que aparecen a lo largo de la película, la mayoría de las cuales son ultraconocidímas. En todas las películas hay publicidades, pero en esta en particular, me resultó raro ver que sean tan explícitas... Por último, pero no menos importante, "Amor sin escalas" cuenta con un soundtrack digno de escuchar, y que sin dudas forma parte de mi colección. El tema de los créditos de entrada me resultó genial y estuve una semana escuchándolo una y otra vez (sí, me gustó mucho!). "Amor sin escalas" es una película que sin dudas los viajeros frecuentes amarán, y que el espectador promedio disfrutará porque nos presenta una historia que vale la pena ver.
Clooney: con millones de millas, pero esperando conexión George Clooney es Ryan, un ejecutivo con un trabajo algo particular: despide a aquellos cuyos puestos ya no son necesarios cuando hay reestructuraciones en las empresas. Su función lo llevará a viajar a lo largo y a lo ancho de los Estados Unidos. Su vida es fundamentalmente su trabajo, sus viajes en avión -le falta poco para acumular 10 millones de millas, objetivo que sólo 6 personas han logrado-, su casa es cada cuarto de hotel que visita... es el prototipo del solitario que no ha echado raíces. Complementa su desagradable función con charlas de coaching empresarial donde aborda fundamentalmente el tema de los apegos y desapegos tanto a lo material como a lo vincular, logrando un éxito y un reconocimiento en lo que hace. Opuestamente a lo que trata en sus charlas, ni sueña con formar una familia ni se preocupa del vínculo con sus hermanas. El compromiso afectivo no es una de sus prioridades... hasta que en su vida aparecen casi en forma conjunta, dos personajes que lo harán reflexionar y que pueden impulsarlo a un cambio en su escala de valores tan rígida. La primera, otra pasajera frecuente que se cruzará en alguno de sus vuelos y entablará una relación amorosa con él (Vera Farmiga). Por otro lado, una joven graduada que entra a la empresa (Anna Kendrick, una revelación) y tratará de imponer nuevos métodos de despido del personal, más virtuales, para bajar costos y evitar los viajes aéreos de ciudad en ciudad. Este nuevo método -en caso de prosperar- impondría un cambio total en la metodología de trabajo y en la vida de Ryan. Con referencias explícitas a "Amélie" -por un gag que toma de esa película- y otras implícitas a otro gran film francés, "Recursos Humanos" de L. Cantet, "Amor sin escalas" logra combinar un buen ritmo de comedia, agregando toques leves de comedia romántica y desde ese mismo lugar abordar un abanico de temas vinculados con las relaciones laborales, sobre lo dificil o lo sencillo de dar giros en nuestra vida y de la complejidad en las relaciones humanas y de pareja. Jason Reitman, el director de "Juno" logra en esta nueva película un film menos independiente, más mainstream, pero con un guión sólido y convincente, con un interesante trabajo de los tres personajes principales. Y sorprende el excelente manejo en el guión de los temas relacionados con la frustración, el enojo, la angustia, las diversas reacciones de aquellos que son despedidos y que a cierta altura de su vida tienen que abordar una propuesta de cambio radical en sus vidas. George Clooney nuevamente aporta carisma, simpatía y todo su atractivo, a un personaje que por momentos es duro, intolerante, un tipo al que parece no importarle absolutamente nada del otro, enfrascado en su propio mundo, carente de compromisos. Con 6 nominaciones al Globo de Oro "Amor sin escalas" se presenta entonces como una interesante propuesta para tocar temas profundos con un agradable tono de comedia, sin perder inteligencia y con un guión que nos deja varias situaciones para la reflexión.