Encantadora tercera parte Hay películas que ya dejan de ser meras películas para convertirse en historias de vida. Allá por 1995, Richard Linklater creaba Antes del Amanecer, o cuando Jesse (Ethan Hawke) y Celine (Julie Delpy) se conocían, un film tan romántico como encantador que llevaría a que esos entrañables personajes se volvieran a encontrar nueve años después en Antes del Atardecer...
Una primera aproximación visceral y emotiva en 9 tweets a una obra maestra (sin spoilers). Esto NO debe leerse como una crítica (ni pretende serlo), sino una suerte de "storify" que reúne los tweets que escribí apenas salí de la función de prensa de Antes de la medianoche. No se cuenta nada de la trama, no se analiza ningún aspecto, simplemente transmiten esa emoción que generan las películas que a uno lo conmueven. Para mí -de más está decirlo- la trilogía que iniciaron Antes del amanecer (Before Sunrise, 1995) y Antes del atardecer (Before Sunset, 2004) ha tenido una importancia no menor en mi vida personal y profesional, y de allí lo que genera en términos íntimos, más allá de los valores cinematográficos que para mi las tres películas también tienen. Ya escribiré una crítica "seria" y mis colegas Manu Yáñez y Diego Lerer lo han hecho en estas páginas (aquí lo que escribió Lerer desde la Berlinale y aquí la columna de Manu), pero quiero compartir estas efímeras primeras impresiones con los lectores que no tienen Twitter.
La balada de Jesse y Celine En lo que parece ser una tradición cada nueve años, el combo Richard Linklater, Ethan Hawke y Julie Delpy vuelve sobre la particular historia de amor entre un norteamericano y una francesa que se conocen en un viaje en tren. La primera película, ANTES DEL AMANECER, contaba el encuentro. La segunda, ANTES DEL ATARDECER, el reencuentro en París. Aquel filme tenía un final abierto, ya que no se sabía si ellos iban a seguir juntos o a volverse a separar. Nueve años más tarde tenemos la respuesta en ANTES DE LA MEDIANOCHE. Y, si no quieren saber nada, deberían dejar de leer este texto aquí mismo. La saga retoma con una escena en un aeropuerto en Grecia. Vemos a Jesse (Hawke) despidiendo a su hijo de 13 años, quien se sube al avión para volver a los Estados Unidos. Es claro que no viven juntos y, cuando Jesse deja el aeropuerto algo compungido por la despedida, la presencia de Celine (Delpy) esperándolo en el auto deja en claro que están juntos. Y, aún más, al abrir la puerta de ese auto nos topamos con un detalle no menor: tienen dos hijas gemelas. before midnight La película, entonces, reencuentra a la pareja en unas vacaciones en Grecia, más precisamente en el Peloponeso, donde han ido a pasar un verano en una suerte de residencia para escritores, lugar paradisíaco que comparten con otros autores y sus parejas. Allí nos enteramos que se han casado y que viven en París, y que si bien parecen quererse y llevarse muy bien, Jessie siente que no está muy presente en la vida de su hijo y le plantea a Celine la posibilidad de mudarse a Chicago a vivir cerca de él. Ella -que acaba de conseguir un trabajo que buscaba- no quiere saber nada con la idea y esa diferencia de criterios abrirá un hueco en su relación. La película tiene muchos puntos de contacto con UN VIAJE A ITALIA, de Roberto Rossellini (influencia reconocida en la trama), ya que la pareja recibe como regalo de parte de sus amigos de la residencia una noche paga en un hotel para pasarla tranquilos, sin las niñas, y ese largo paseo que emprenderán ambos -y la noche de hotel posterior- será el corazón narrativo del filme. La película tratará entonces sobre los problemas muy reales que tiene una pareja de 40 años, con niños y con una serie de conflictos que les (nos) son comunes a muchas personas de esa edad: culpas, miedos, reclamos, fastidios y otras yerbas salen a la luz a lo largo de una serie de conversaciones en las que los personajes pondrán su relación de tantos años en juego. before-midnight1Es sorprendente cómo a través de los años, Linklater y sus protagonistas han logrado armar una saga que es, a la vez, muy representativa de lo que le sucede a muchos cogeneracionales, pero a la vez casi nunca se siente obvia, ni manipuladora, ni repleta de lugares comunes. ANTES DE LA MEDIANOCHE es triste y emotiva, pero Linklater -como es su costumbre- nunca apreta el acelerador en ese sentido, permitiendo que el espectador se identifique con los personajes y se deje llevar por sus puntos de vista muchas veces competitivos entre sí. La empatía que se logra con ellos es tal que el gran deseo de todo espectador a lo largo del filme será que no se separen. Y aún en ese territorio, Linklater es lo suficientemente generoso para dejar que las opciones sean más abiertas de lo que pueden parecer en un principio. La mirada aparentemente más racional de Jessie y la más emocional de Celine, el análisis más frío e irónico del norteamericano frente a la reacción más virulenta de la francesa son los ejes por donde pasa el conflicto, y cada espectador se sentirá más cómodo con uno u otro. Pero la película no es una permanente discusión ni mucho menos. Hay momentos de mucho humor, muchos recuerdos compartidos (que llenan el hueco de esos nueve años), algunas anécdotas y reflexiones (varias filosóficas/existenciales al mejor estilo del Linklater de SLACKER y WAKING LIFE) que completan esta historia de la pareja. before-midnight2La película es humana, creíble y empática pero no por eso simplona. Hay un gran trabajo visual y de guión, hay un virtuosismo discreto en la combinación de esos elementos a través de la puesta en escena y de las actuaciones, y sin duda los conflictos de los personajes son reconocibles, pero complejos. De cualquier manera, algunos pensarán que es una mirada a un universo de problemas burgueses en un verano paradisíaco en una isla griega y nada puede ser tan grave en esas circunstancias. Acaso sea verdad eso, pero no le quita hondura a la trama ni se deja de sentir que es mucho lo que allí está en juego. Que uno se sienta implicado en la suerte de estos dos personajes después de tantos años y habiéndolos conocido tan solo a través de, ahora, tres días a lo largo de sus vidas es una clara demostración de los enormes logros de esta extraordinaria saga y de esta bellísima y triste película. Es que al verlos a ellos, de alguna manera, uno no hace otra cosa que verse reflejado. Y su suerte es la suerte que uno quiere o teme para sí.
La Eternidad y un Día Hace un poco más de 18 años, Jesse, un estudiante de letras estadounidense emprendía un viaje iniciático y conocía en un tren de Viena a la extrovertida Celine. Entre diferentes observaciones acerca de la vida, la literatura, la política y el amor, estos dos extranjeros recorrían en menos de 24 horas la capital austríaca, descubriendo una atracción fugaz, casi utópica, instantánea, imposible, En el final de Antes del Amanecer, surgía un interrogante, una promesa. ¿Se reencontraría Jesse y Celine 5 años después?
8 años, 6 meses, 2 semanas y 1 día Es lo que tuvo que esperar este redactor desde que terminó de ver Antes del Atardecer hasta que finalmente pudo ver Antes de la Medianoche. Es necesario entender esa brecha de tiempo, y todo lo que su paso conlleva, para poder darle un marco apropiado a esta trilogía. La saga “Antes de” es la historia de dos personajes sostenida en el tiempo. Es un desafío afrontado por las tres personas que dan vida a estos personajes. Los tres nombres que ocupan los roles de Director, Guionistas, Productores y protagonistas, y que no repararon en ambición para un proyecto que, a priori, parecía humilde...
Cruda, honesta, real. Así es la tercera entrega de la saga del director Richard Linklater, que tiene a Julie Delpy y Ethan Hawke encarnando una vez más a la francesa Céline y al norteamericano Jesse, los protagonistas de esta historia de amor prolongada en el tiempo. En el comienzo hubo un tren, en donde tuvimos la primera aproximación a unos veinteañeros entusiastas que parecían tener el mundo por delante, quienes pasaron una intensa noche juntos en Viena, en la romántica Antes del Amanecer (1995). Nueve años después, en Antes del Atardecer (2004), presenciamos el tan ansiado –y postergado- reencuentro en París, en donde los ya treintañeros se burlan de sus ideales del primer encuentro (la falta de intercambio de datos, por caso) mientras exponen abiertamente sus miedos, su creciente cinismo ante la vida, especialmente ante las relaciones, y donde se confirma que este es un vínculo al cual no pueden –ni pretenden- decir adiós tan fácilmente. Años más tarde, ahora con una hermosa Grecia como telón de fondo, estos entrañables personajes retornan para generar un sinfín de emociones. En la tercera parte que ¿da cierre? a la saga, ya sin la evidencia de la lozanía y la juventud en sus cuerpos, con arrugas y transitando sus cuarenta años, los protagonistas lucen más bellos que nunca. Sus rostros evidencian el paso inexorable del tiempo, pero reafirmando la experiencia vivida, la vida compartida, con las alegrías y sinsabores que ello implica. Y esta es la línea narrativa que prevalece: la de Jesse y Céline profundizando esa relación, haciéndose cargo de la rutina, en ese intento por sostener los pilares de su unión, asumiendo las complicaciones. El camino por recorrer no es ameno; se trata de un viaje emotivo en el cual estos personajes, soportados por las sólidas actuaciones de Delpy y Hawke, nos entregan su corazón y una visión realista sobre las relaciones amorosas. Antes de la Medianoche reencuentra a Jesse y Céline de vacaciones en Grecia. Su situación sentimental queda en claro a pocos minutos del comienzo del film; han ocurrido cambios radicales desde que los vimos la última vez en Francia. Sabemos que él ha logrado consolidarse como escritor y que ella obtiene una oportunidad laboral que deseaba, aunque no sin dudas. Pero esa situación que parece acomodada para ellos se ve desestabilizada por cuestionamientos que se hace Jesse sobre su relación con su hijo, con quien – entiende- debe pasar más tiempo. A partir de allí, y ante ciertas diferencias de criterios, se desatan una serie de conflictos (miedos, reclamos, inseguridades, y demás cuestiones), con los que ambos lidian a lo largo de la película. Una vez más, los diálogos son inteligentes, brillantes y conmovedores, manteniendo el nivel expuesto en las anteriores entregas. Debates filosóficos, cuestionamientos de ida y vuelta a la moral y las convenciones, sagaces observaciones sobre la vida cotidiana. Hay momento para la risa, el llanto, y la ternura. Los protagonistas consolidan su nivel actoral al brindar interpretaciones sobresalientes. Hawke y Delpy son Jesse y Céline, y la química entre ambos queda demostrada en cada toma, en cada línea de diálogo que se dicen el uno al otro. Es de destacar la evolución coherente de los personajes con el avance de los films. La neurosis y los miedos que Céline expresa en aquel inolvidable viaje en taxi en París, ahora se han acrecentado y se manifiestan a cada momento, llegando a un punto en que puede resulta exasperante, aunque revelando así también cierto grado de vulnerabilidad. Por su parte, Hawke entrega un Jesse con más aplomo, aunque con la simpatía y empuje necesarios para hacerlo un personaje querible. Tanto Céline como Jesse continúan buceando en la sinceridad con esa naturalidad que los caracteriza y que genera tanta empatía con ellos. Linklater aplica un tratamiento amoroso a los personajes, a esa historia que continúa, y se nota en cada toma. En las primeras películas el director filmó preciosos planos de Viena, de París, con música de fondo que funcionaba como nexo con otras escenas de mayor intensidad dramática. Pero también hubo momentos musicales autónomos en cada film, que perduran como secuencias memorables. Como esa complicidad compartida en la disquería al escuchar “Come Here" de Kath Bloom en la primera película; o el valz que le canta Céline a Jesse en su casa en París en la segunda y que, según nos deja en claro con sus gestos y miradas, lo enamora aún más. En esta tercera película, la fotografía toda está puesta al servicio de la narración. Si bien la Grecia que nos entrega Linklater es bella – más precisamente en el paradisíaco Peloponeso- el director encuentra la forma de traducir en imágenes la melancolía que se manifiesta en la trama; imágenes nocturnas que también quedarán grabadas en la memoria. Con pocas escenas, pero sin escatimar en planos a la pareja, nos inserta en una honda familiaridad en su relación, una intimidad más profunda que en las anteriores películas, captando con gran naturalidad ese mayor conocimiento sobre el otro. Una vez más, el film apela al juego de las opciones, y los interrogantes y las posibilidades quedan ahí, abiertos. La película interpela constantemente con una crudeza y sensibilidad que nos hace sentir que quienes están expuestos en la pantalla somos nosotros mismos. Y lo que ocurra a partir de ahí dependerá de nuestras expectativas y nuestra visión de mundo. Cierre perfecto para una gran trilogía, Antes de la Medianoche es una película sobre el amor, la familia, las relaciones y el paso del tiempo. Una película como la vida misma.
Supongo que hay personajes que terminan convirtiéndose en importantes en la vida de uno. Y sobre todo creo que el hecho de que pertenezcan a una saga ayuda, porque los vemos crecer, en definitiva, los vemos vivir. En la saga que dirige Richard Linklater y protagonizan Ethan Hawke y Julie Delpy, el tiempo es fundamental para la historia, o las historias que se quieren contar. Me gusta la forma en que lo definió el propio Ethan: "La primer película es sobre lo que podría haber sido. La segunda, sobre lo que debería haber sido. Y Before Midnight, sobre lo que es". Mientras en Before Sunrise ellos eran dos jóvenes, hacía no mucho que habían dejado la adolescencia, y juegan a ser adultos y racionales y así es que terminan separándose, en Before Sunset parecían lamentarlo, al fin y al cabo sus vidas separadas no habían salido del modo en que ellos lo esperaban, y, como dice Celine, todo lo romántica que podía ser se quedó en esa noche hacía nueve años. Pero el final de esta segunda entrega, era una de las escenas más simples y memorables y perfectas del cine de estos últimos tiempos. Dos palabras, "I know", eran suficientes para saber, o al menos imaginar, qué podía pasar después. Pero nueve años después ellos nos dan la sorpresa y tras haber filmado secretamente esta tercer entrega, vuelven con "Before Midnight". Ya desde el trailer (como pasó también con la segunda) nos adelantan imágenes que algunos podrían considerar spoilers, pero creo que en películas como estas, por lo menos a mí me sucede así, no me arruina nada el saber que sí, que finalmente decidieron darse una oportunidad juntos, sino, todo lo contrario, esto aumentó mis expectativas. Con Grecia como escenario esta vez, Jesse y Celine ya no son jóvenes, y tienen dos hermosas niñas llamadas como Nina Simone y Ella Fitzgerald. Mientras Jesse lidia con la relación a distancia que tiene con su primer hijo y con su vida como escritor, Celine está más abocada a su papel de madre aunque intenta no dejar su lado como activista, aunque a veces no pueda evitar sentirse un poco frustrada. Before Midnight es la menos romántica, la más graciosa pero también la más agridulce de las entregas. Escrita por sus protagonistas junto al director, se centra en el final de unas vacaciones en Grecia, que van a ser definitivas para la pareja. No hay un deadline, el tiempo ya corrió lo suficiente, pero se percibe que aquella noche en que se ven casi forzados a pasar la noche a solas en un hotel va a generar algo importante. Y es que todo lo que antes era una fantasía, ahora se tornó real. Y al tornarse real, imperfecto. También se diferencia de las otras dos, en que acá aparecen unos personajes secundarios. No sólo sus hijos, sino la gente que los alojó en Grecia, un escritor veterano, una joven pareja... Y son precisamente estos últimos los que se van a encargar de marcar algo importante que jugó en contra de la pareja que no fue pareja hasta muchos años después: la tecnología. Mientras antes, por no pasarse un número telefónico, no pudieron reencontrarse sino hasta nueve años después, y gracias al libro que Jesse escribió no sólo para no olvidarla, sino para poder encontrarla, hoy en día la parejita joven se comunica por Skype. Y es que otra hubiese sido la historia si ellos se hubiesen conocido en este siglo, pero no, por suerte, ellos se conocieron en los 90s. Pero así como el tiempo, la época y la situación marca ciertas diferencias, también tiene similitudes. Y la principal es lo bien trabajado que están los diálogos. Más cínicos esta vez, pero la película tiene esas pequeñas líneas que te dicen todo en pocas palabras. Pero para que ustedes puedan descubrirlas en la sala, decido abstenerme de empezar a citar. También los largos planos secuencia que siguen a sus protagonistas y son testigos de esas conversaciones que pueden ser tan superfluas como profundas. Y la química entre Delpy y Hawke se mantiene intacta, en ningún momento parecería que estuvieran actuando, y creo que eso también contribuyó a que los sintamos tan parte de nuestras vidas. Resumiendo, no podría decir si es la mejor de las entregas, cada una funciona tanto por separado como unidad y tiene imágenes que quedan grabadas en nuestra retina, y líneas con las que nos podemos sentir muy identificados. Pero sí es diferente. Más agria. No obstante, necesaria. Para no quedarnos con la fantasía, y comprobar que Jesse y Celine se parecen a nosotros mucho más de lo que creíamos.
Richard Linklater es uno de los pocos realizadores en el mundo que puede hacer un film con dos personajes y largas escenas de diálogos y lograr que el espectador quede hipnotizado frente a la pantalla como si se tratara de un gran thriller de suspenso. Junto a Ethan Hawke y Julie Delpy, quienes también son responsables del guión, el director presenta en esta ocasión El Imperio contraataca de la relación de Jesse y Celine. El romance y la armonía en este caso es opacado por la oscuridad Sith, que incluye peleas, pases de factura, replanteamientos personales de los protagonistas y una crudeza extremadamente realista al abordar las relaciones de pareja que no tiene muchos precedentes en el cine. Al menos con historias que valgan la pena recordar y hayan quedado en el recuerdo de la gente. Kramer Vs. Kramer en 1979 tuvo este efecto en el público y hace unos años ocurrió lo mismo con Historia de familia, con Jeff Daniels, que impactó por esta misma cuestión. La película está tan bien escrita y actuada que uno se conecta tanto con los personajes que logra emocionarse y entristecerse por la situación que atraviesan como si fueran una pareja de viejos amigos. En el caso de Jesse y Celine esto repercute con más intensidad porque conocimos a los personajes cuando tenían veinte y pico de años, fuimos testigos de como nacía el amor y luego del reencuentro en París. Linklater, Hawke y Delpy optaron seguir con esta historia por el camino más inteligente posible que era retratar un aspecto diferente de la relación que surgió entre ellos. Lo interesante de estas continuaciones es que Jesse y Celine dejaron de ser íconos del cine romántico para convertirse en personajes más realistas y complejos a medida que los vemos madurar y crecer en las distintas entregas. En Antes de la medianoche el director mantiene la estructura de los filmes anteriores. Es decir, la trama se desarrolla en el tiempo limitado de un par de horas y la narración se compone de largas escenas de diálogos que en algunos casos superan los 15 minutos. La novedad sobresale en el enfoque del conflicto donde se retrata a Jesse y Celine lidiando con la responsabilidad de la paternidad, sus aspiraciones profesionales y las fisuras que produce el paso del tiempo en una relación amorosa. Hace años que Ethan Hawke y Julie Delpy no se destacaban tanto en un film por sus interpretaciones y este proyecto les permitió sacar nuevamente lo mejor de ellos donde tienen momentos fabulosos. La escena de la pelea que transcurre en un hotel es de antología y va ser recordada por mucho tiempo en el cine. Antes de la medianoche es un film impecable por donde se lo mire y como ocurrió con las historias previas deja mucha tela para cortar y debatir a la salida del cine y eso es maravilloso en los tiempos que corren. Si bien en lo personal no es el capítulo de esta trilogía que vuelva a visitar en el futuro con más entusiasmo, considero que dentro de la filmografía de Linklater es uno de sus grandes trabajos.
¿Quién hubiese pensado que una trilogía completada a lo largo de casi dos décadas fuese un hito en el cine romántico? Nadie, ni siquiera su director Richard Linklater o la pareja protaonista de Ethan Hawke y Julie Delpy pudieron sospechar que su historia de amor a cuentagotas a través de los años marcaría un antes y un después en la manera de observar cómo dos personas desconocidas armaban una vida en torno a un encuentro casual, allá lejos y hace tiempo. Lo realmente maravilloso de la trilogía de Linklater y compañía es que si uno siguió la línea temporal de Jesse y Celine mientras crecieron, se sentirán identificados con las distintas etapas que vivieron juntos. Por otro lado, alguien como quien les escribe vio la saga en menos de 24 horas, suficiente como para embeberse en los hermosos encuentros amorosos de inmediato. Al margen de sentir que cada entrega marca un punto de excelencia por la madurez emocional que representan los protagonistas, cada film es diferente en su propia ley, nunca queriendo superar a sus predecesoras sino evolucionar, crecer a un ritmo sustancial y significante. Before Midnight es un punto álgido en la trilogía, ya que su mezcla de romance y comedia están balanceados con una maestría absoluta, mientras que el drama, la tragedia griega, se hace presente y amenaza con hacer mella para siempre en Jesse y Celine. Me arriesgo a decir que las parejas con hijos son las que sentirán más cerca al film, porque su retrato honesto y descarnado del amor luego de la treintena tranquilamente podría ser la historia cotidiana de muchos. ¿A que nadie apostó que una película donde la gente se la pasa hablando durante casi dos horas fuese tan fascinante? Linklater, Hawke y Delpy se encargan de que el tiempo se pase volando con sus charlas, puntos de vista y discusiones. Rutinas, cotidianidad, hijos, envejecimiento, responsabilidades, convivencia, todos los diálogos están perfectamente construidos y alineados en los siempre brillantes Ethan y Julie, a quienes el tiempo no les destruye la química insoslayable que supo coronarlos en lo más alto del romanticismo. Uno está acostumbrado a que los protagonistas principales sean la pareja y el escenario natural en donde transcurre su historia. La geografía no podría ser más exquisita y mejor elegida esta vez, con una Grecia donde la mitología y sus armoniosos paisajes contrastan con la trama. Sin embargo, me refiero a que el dúo no está solo esta vez, sino que los acompañan un grupo familiar, la casa de un escritor anciano que tiene a su familia de visita y todos en grupo allanan el camino mediante almuerzos e intercambios de ideas para que Jesse y Celine finalmente hagan un paseo por las calles griegas para terminar en la habitación de un lujoso hotel, donde pasarán la noche con la sola compañía del uno con el otro. El tercer acto, el más visceral y agridulce de todos, se desenvuelve con la mirada casi documental de Linklater, que retrata con acidez y credulidad pasmosas la vida privada de dos personas en las cuales las grietas de la vida han comenzado a mostrarse. Before Midnight es un retrato realista y sincero sobre una relación romántica, entre dos personas que se aman y que a pesar de todo se han reencontrado en la vida y eligieron unir sus caminos. Pero no hay que dejarse llevar por la ilusión de un final Disney, edulcorado. No todas las historias de amor terminan igual y eso no quiere decir que el ¿cierre? de la trilogía termine mal, pero la sublime exploración del romance que tiene lugar aquí dista de ser un esquema común y repetido. De lo mejor del año, sin lugar a dudas. Muchas gracias Richard, Ethan y Delpy por esta nueva gema preciosa.
El mismo amor, otra ciudad europea "Tal vez sólo somos buenos en esto de los encuentros efímeros, caminando en ciudades europeas con clima cálido" Celine, Antes del Atardecer Para varios, la historia de Jesse y Celine ha sido parte de nuestra (en algunos casos tardía) educación sentimental. Muchos los han seguido a la par del desarrollo de sus propias vidas, trazando paralelos entre los films y sus historias amorosas. Otros los seguimos con una década menos, pero la interpelación e identificación en muchos casos fue la misma, gracias a la maestría de Richard Linklater para el relato de este romance contemporáneo e intercontinental, que mantiene el nivel en su tercer parte. No hace mal que los interpretaran Ethan Hawke y Julie Delpy, quienes a esta altura habitan a sus personajes (y desarrollan los guiones junto a Linklater desde la secuela Antes del Atardecer). Transcurrieron -en la vida real y en la pantalla- 18 años (o casi), desde que se conocieron en Antes del Amanecer (cuando Jesse la invitaba a Celine a bajarse del tren y recorrer Viena, pactando reencontrarse 6 meses después en el mismo lugar -sin cartas o llamadas de por medio- dejando al público con la incertidumbre sobre la concreción de la cita), se reencontraron en París en Antes del Atardecer (cuando Jesse va a presentar su novela basada en su romance de 24 horas con Celine y ella lo va a buscar, para pasear por la capital francesa y eventualmente confesarse mutuamente todo lo que estaba mal en sus vidas), hasta que los reencontramos ahora, en Antes de la Medianoche (Before Midnight), de vacaciones en Grecia. El trailer ya nos resolvía la duda que albergábamos desde hace más de ocho años: esta vez permanecieron juntos, Jesse nunca se tomó el avión de vuelta a EUA que tan pocas ganas tenía de abordar, mientras la veía a Celine bailar al ritmo de Nina Simone. Él se divorció de su esposa (ese "pequeño" detalle), se quedó en París con Celine y tuvieron a las mellizas Nina y Ella (¿Fitzgerald?). En las primeras escenas vemos en todo su esplendor a la familia trasatlántica: Jesse despide en el aeropuerto a su hijo preadolescente reacio a la comunicación cara-a-cara, quien vuelve a Estados Unidos con su madre; y en el camino de regreso debaten con Celine sobre cuánto pueden llegar a traumar psicológicamente a sus hijas por no despertarlas para ver las ruinas o comerse la media manzana que quedó, mientras ella recuerda alguna anécdota sobre gatos. En esos primeros minutos tenemos englobadas perfectamente todas nuestras expectativas como seguidores de Jesse-Celine sobre lo que sería su vida. Pero Linklater sabe mejor y empieza a pelar las capas de lo que subyace a una pareja tras diez años de relación. Con su premisa, Antes de la Medianoche presentaba un potencial problema sobre cómo mantener la estructura de los films anteriores. ¿Cómo buscar una nueva situación para justificar sus largas charlas, cuando en la vida real dos personas que están juntas por 9 años ya se dijeron de todo? Ya debatieron largo y tendido sobre el existencialismo, Celine ya le contó todas las anécdotas sobre su abuela polaca y Jesse ya planteó todo sus prejuicios sobre el choque de culturas de un americano en Europa. Si en los films anteriores, la ruptura de su rutina era el encuentro con el otro (y el disparador de nuevas formas de ver su vida, cambiar, tomar decisiones), ahora cada uno es la cotidianeidad del otro. ¿Cómo mantener la fuerza de las palabras que se cruzan si ya intercambiaron tantas? Linklater es pragmático: primero una cena con sus anfitriones en el pueblo griego (el escritor Patrick y su amiga, su nieto Aquiles, la novia de él, y una pareja amiga) para reflexionar sobre el amor en distintas etapas en la vida. En la segunda mitad del film, Jesse y Celine, finalmente solos, caminando hacia el hotel donde van a pasar la noche mientras sus amigos cuidan de sus hijas. Ahí el personaje de Hawke se lamenta de ya no poder divagar horas y horas ya que todas sus charlas giran en torno a sus hijos y los horarios a cumplir. Así como las preocupaciones pasan ahora por los hijos, además de sus carreras, las fricciones también. Cuando las palabras vuelven a tener peso (como el que tiene el recorte que implica el diálogo en un film) logran hacer emerger, de a poco, las tensiones acumuladas en la relación; ya sea una oportunidad laboral para Celine o la necesidad de Jesse de ver más seguido a su primer hijo. Se manifiestan también las características de ambos que ya habían perfilado en los films anteriores, pero en nuestro afán porque permanezcan juntos, dejábamos pasar como detalles pintorescos, que los hacían más humanos: las neurosis de ella -que se autoproclama una señora de mediana edad, regordeta y en camino a la calvicie- que la llevan a declarar que es el principio del fin que Jesse quiera ver más seguido a Hank (porque en definitiva, lo conoce mejor de lo que él está dispuesto a admitirse a sí mismo) y la tendencia de él a rehuirle a los conflictos (por algo permaneció en Europa). Como suele ocurrir en las sagas, las carecterísticas de los personajes se acentúan, pero Linklater, Delpy y Hawke esquivan la caricaturización de sus personajes, al darles nuevos tipos de problemas -más terrenales- a Celine y Jesse. Las grandes declaraciones de amor siguen estando: el personaje de Hawke le declara al de Delpy que sigue siendo ese mismo post-adolescente mochilero fascinado por la francesa que conoció en un tren (aunque nada le gana al sumum de la vulnerabilidad romántica que fue escucharlo decir "Siento que si alguien se atreviera a tocarme, me disolvería en moléculas"). Sin embargo, Linklater acusa recibo que en el amor construido entre dos a lo largo del tiempo, las grandes declaraciones no siempre bastan. Para sus personajes no bastan, porque crecieron. Si los 23 eran el momento donde todas las oportunidades parecían abrirse ante ellos y la incertidumbre -como bajarse de un tren con un extraño en una ciudad desconocida- era el reino de la posibilidad; los 32 eran el momento donde los balances sobre sus vidas ya pesaban, las decisiones tomadas presentaban consecuencias y caían en la cuenta que a veces no eran las deseadas. Antes de la Medianoche parece decir que los 41 son el momento de comprometerse a las elecciones en sus vidas, y resolver si lo van a encarar juntos o no. Aún con el miedo a perder lo que construyeron hace veinte años y -en el caso de Jesse y Celine- les tomó casi una década reencontrar.
Artesanos con el barro de una generación Los últimos acordes del Vals de Celine aún resuenan en nuestros oídos y esa amenaza inminente de la pérdida del avión de Jesse parece recién anunciada, pero no es así. Han pasado casi nueve años desde la última vez que nos encontramos con esa amada pareja que conformaban Jesse (Ethan Hawke) y Celine (Julie Delpy) y para nuestra sorpresa hoy el ámbito de encuentro no es otro que Grecia. Nada parece ser fortuito en este film, el trío formado por Richard Linklater, Delpy y Hawke como guionistas ha madurado y logrado un nivel de simbiosis que se ve reflejado en cada uno de sus parlamentos. Entonces, la elección de una de las ciudades más emblemáticas de la filosofía se nos hace no sólo lógica sino necesaria. Jesse y Celine pasean en auto, a su lado se vislumbran unas ruinas de un templo antiguo. Sin embargo, ellos deliberadamente deciden no bajar. Pero la historia y el inexorable cuestionamiento de su realidad saldrán a su encuentro, tarde o temprano. Cabe preguntarse ¿acaso alguien puede escaparse de la historia? Jesse es ahora un consumado escritor; Celine continúa siendo una activista empedernida. Unas vacaciones en Grecia parecen ser el disparador de cientos de reflexiones acerca de la finitud de la existencia, del verdadero significado del amor, de las relaciones y por sobre todo de los costos que se asumen al apostar por los sueños. A diferencia de otras entregas, no estarán completamente solos en estas meditaciones sobre la vida y sus matices sino que las compartirán con sendos escritores, quienes se encuentran en una especie de retiro paradisíaco en la citada isla. Y será este intercambio dialéctico y generacional el que le brindará una riqueza que trasciende la mirada de los protagonistas. Pero como debe ser existirá lo que todos los seguidores de esta saga necesitan: un momento que sea solo de ellos dos, vagabundeando por las calles; hablando de nada y de todo a la vez. Ese instante llega con la excusa de ir hacia un hotel donde los espera una romántica habitación, regalo de sus amigos griegos. En el camino irán repasando diversos momentos de estos años juntos, que serán oro en polvo para aquellos que por años deseamos saber qué había sido de sus vidas. Esos años han resaltado los rasgos de carácter de ambos: ella sigue siendo una neurótica, apasionada de la vida que no conoce de tibiezas al momento de amar o de odiar. Él ha aprendido a lidiar con el carácter de Celine entendiendo que el humor en muchas ocasiones es el único camino posible para descongestionar los arranques de emotividad de su eterna adolescente. Jesse y Celine han logrado lo que tal vez ni siquiera soñaban al verse por primera vez en aquel tren, se han consolidado como pareja. Aquel deseo que ella entonara en su vals de “tener sólo una noche más” ha sido satisfecho en demasía y a su paso se dibujan los más grandes dilemas. ¿La consecución de los anhelos los desvaloriza? ¿El recuerdo del amor que no fue lo engrandece en nuestra mente? Antes de la medianoche se erige casi como un estudio filosófico y psicológico sobre las relaciones humanas, que se cimenta con el invaluable bagaje que brindan los años. Pero por sobre todas las cosas y lo que más debe agradecérsele al guión es la no simplificación de estos conflictos, ni mucho menos aún la bajada de línea sobre cómo atravesar la vida. El poco frecuente hecho en la gran pantalla de ver el crecimiento (me resisto fervientemente a utilizar el término envejecimiento) en tiempo real de los intérpretes nos permite palpar de forma más contundente la variación de la mirada frente a la vida a través de los años. Aquellos jóvenes de los noventa con sus rostros regordetes que caminaban por Viena en la primera entrega anhelaban el amor para toda la vida, aunque sólo lo consiguieran por una noche. Nueve años después, con rostros de rasgos duros y angulosos, el encuentro se daba en medio de la angustiante atmósfera de lo que no fue pero pudo haber sido. Hoy, ambos navegan en las turbulentas aguas de lo que se hizo con el potencial; lo que se construyó y el material usado como cimiento. Jesse hoy es un hombre maduro, con un buen pasar económico, separado de su primer matrimonio, que debe lidiar con un régimen de visita que lo separa de un hijo adolescente para con el cual siente un tremendo deber de protección incumplido. Celine ha apostado todo al proyecto en común y tal vez en medio de la rutina diaria sienta que ese voluntario sacrificio ofrendado no hizo honor a un altar hoy algo manchado por la rutina. Así, ambos reflexionarán con el deterioro de la pasión a través de los años, con la inexorable mutación de ellos mismos por el arribo de la madurez. Pero quizás lo más valorable de sus reflexiones sea que -al igual que sus caminatas por Viena y Paris- la ausencia de un rumbo es el deleite máximo del recorrido. Y es así como Linklater nos brinda un recorrido por las relaciones donde no hay un destino marcado ni una moralina impuesta. En tiempos de tanto relato facilista sobre el amor y su permanencia en el tiempo Antes de la medianoche es un evento cinematográfico gourmet, donde se paladean cada uno de los sabores y eso en un mundo de fast food romanticoide es algo que muy pocas veces podemos presenciar.
Del amor en la edad madura Los personajes ya son conocidos para determinado público, que creció con ellos a través de los filmes que cuentan su historia. En esta tercera entrega, Jesse (Ethan Hawke) y Céline (Julie Delpy) ya pasaron los cuarenta años. Aquellos jóvenes que se enamoraron un día en un tren, hablando de la vida y sus cosas, ahora son padres, tienen sus carreras, y comparten una relación de varios años. En un filme de puro diálogo -como las dos entregas anteriores-, los protagonistas se encuentran de vacaciones en Grecia. Ellos, y también algunos amigos, hablarán del sexo, el amor, la muerte, la familia, la edad, la paternidad, las culpas, los logros, las frustraciones. Con un gran equilibrio, el guión intercala la risa, la emoción, la reflexión. El director Richard Linklater y sus coguionistas logran que las charlas se desarrollen con un excelente ritmo, que en ningún momento resulta tedioso para el espectador. Tampoco hay polaridades, no es una película “de mujeres”, o “de hombres”, sino sobre la relación de una pareja. Ninguno tiene más razón que otro en lo que dice, ambos hablarán de cosas con las cuales es posible identificarse. Hay líneas con mucho humor, otras inteligentes, algunas simplemente brillantes. Las actuaciones son tan naturales, por momentos algunos comentarios son tan banales, que el filme es como abrir una ventana a un día en una pareja más de todas las que hay en el mundo. La película no ofrece como estructura mucha novedad respecto a sus predecesoras, pero justamente eso la vuelve más coherente, y es en cierto modo lo que se espera de ella. Un filme íntimo, sin despliegues técnicos, que no exige conocer las dos anteriores para comprenderse, aunque la “trilogía” ya cuente con sus propios fans.
Sin dudas “Antes del anochecer” y “Antes del atardecer” son películas especiales que marcaron a varias generaciones.Y el hecho del paso del tiempo real para los espectadores, que envejecieron con los protagonistas, que crecieron como ellos, le otorga a esta película un valor único. Si la primera deslumbró con su romanticismo único, si la segunda dejó sedientos a todos con su final abierto, en este film la realidad se encarga de demoler toda fantasía, se instala en los cuerpos y las mentes de los protagonistas, hermosamente más grandes, terriblemente adorables, espantosamente crueles. No es una película complaciente,es una seria reflexión sobre el amor cotidiano, lo que se pierde, lo que concede, lo que se gana, lo que se calla y se grita. Hay talento e inteligencia. Si no vio las anteriores, consígalas y haga el rito completo. Vale la pena. Para apreciar mejor esta película entrañable.
Los amantes sean eternos Celine y Jesse tienen mucho por decirse en un filme igual de cautivante que sus antecesores. Hay historias, relatos de amor que definen a determinadas generaciones. Como en su momento Un hombre y una mujer (1966), la saga de Antes… lo hace con sus personajes verborrágicos, intelectuales, pasionales e inseguros a muchos de los que los vienen siguiendo desde la platea cada nueve años y desde hace 18. Tras Antes del amanecer y Antes del atardecer, en Antes de la medianoche Jesse y Celine ya no son los jovencitos que se conocieron en un tren y bajaron en Viena. Esa cuestión de edad repercute tanto como que Ethan Hawke, Julie Delpy y el director Richard Linklater escriben los guiones y no son ni los tiernos inocentes de 1995 ni los ilusionados de 2004. En la segunda se los notaba decepcionados y algo lastimados, pero Antes de la medianoche es la más agria, triste y desesperanzada de las tres. Justo en la que la pregunta no es si al fin estarán juntos, sino si permanecerán unidos después de todo lo que se dicen en la cara. Pero hay que saber decirse lo que se dicen... Y hay que tener madera (y amor, mucho amor) para seguir al lado de quien aman luego de escuchar lo que escuchan. Para hablar de Antes de la medianoche es innecesario contar la trama, porque para quienes conocen a Jesse y Celine, que estén juntos se caía de maduro (una tercera película dubitando ya era imposible). Y quienes ingresen ahora a esta relación, la comprenderán enseguida. Si antes el romanticismo campeaba en cada diálogo y la seducción estaba que se caía del tren en Viena, del barco en el Sena o del auto en las callecitas de París, ahora los amantes llevan adelante una rutina. No es El año que viene a la misma hora. Ahora conviven, tienen dos mellizas de 7 años, no todo es rosa ni idealismo. “No es perfecta, pero esta vida es real”, dice en positivo Jesse. El paso del tiempo aparenta haber sido más ingrato con Celine, y no hablamos de lo físico. Las cosas que se guardaron en el buche van a salir esta vez para lastimar más que para aflojar tensiones o seducir al otro. Linklater había sido muy equitativo a la hora de repartir los roles en las películas anteriores -ambos eran, y son, rápidos, chispeantes e instruidos-. Jesse es el profesional y Celine la que, idealista como siempre, quiere reforzar su activismo ecologista, pero es la que cocina, limpia y acuesta a las chicas. ¿Es que se aburguesaron a los 40? ¿Habrían imaginado escuchar a Celine decir que lo que más teme es que todos los hombres quieran convertirla en un ama de casa? No hay buenos ni malos, ni el espectador se identificará más con uno que con otro, si no que es una mezcla. Desde la realización, Linklater escapa a los clisés de una relación de pareja, hace pasar todo por un tamiz dinámico y para nada vulgar, sino sumamente atractivo. El único clisé que no puede evitar es que Celine y Jesse encuentren -recién- en las vacaciones en Grecia el tiempo para hablarse. Están, claro, las discusiones. Ya no son diálogos. Allí se arrojan palabras cargadas de emoción, frustración y… amor. Se escucha el zumbido de los dardos hirientes. Delpy y Hawke están para la mesita de luz. Dicen las encuestas que lo que más une a una pareja es sentirse cómplices. Nadie dijo que es fácil parece el leit motiv de Antes de la medianoche. También afirman que los matrimonios se refuerzan o se separan después de unas vacaciones. Jesse y Celine son gente como uno. Que los amantes sean eternos.
Pocas historias de amor han calado tan hondo en los corazones cinefilos como la que compusieron Ethan Hawke y Julie Delpy en ANTES DEL AMANCER allá por 1995. El tiempo ha pasado desde aquella poética cinta y con una secuela en medio tan rotunda como su predecesora nos llegar ahora ¿el final? de un tríptico cautivador. ANTES DE LA MEDIANOCHE es la más profunda de las tres películas. Los actores han crecido en edad como sus personajes, y esto ayuda a darle un halo de realidad y naturalidad que siempre fue una marca de autor fundamental de Linklater. Vale la pena dejarse llevar por los diálogos inteligentes, los climas intimistas y la atmósfera mágica de una historia brillante y cautivadora.
El pasado nos espera 18 años después de que Jesse y Celine se conocieran en Antes del amanecer (Before sunrise, 1995), el director Richard Linklater vuelve a reunirlos en Antes de la medianoche (Before Midnight, 2013). Una película que cierra una trilogía única y mantiene su romance con la platea. El amor muta para mantenerse vivo. Alrededor de una historia de amor hay segundas oportunidades, arrepentimientos, revisiones, y un sinfín de anécdotas vinculadas a la percepción del otro. Antes del amanecer marcaba el grado cero de la relación entre el norteamericano Jesse y la francesa Celine. Antes del atardecer (Before sunset, 2004) nos ofrecía la posibilidad de indagar –con el discreto encanto y el ingenio verbal que caracteriza a la saga- cuánto del amor idealizado podía devenir vínculo real. Esta tercera (¿y definitiva?) parte nos muestra a los dos protagonistas como matrimonio consumado. “Ya los conocemos”, podríamos decir. Ethan Hawke y Julie Delpy lucen, como es de esperar, mucho menos jóvenes de lo que lucían en aquel viaje a Viena que los marcó para siempre. La cámara los expone lo suficiente para que esa cualidad -elemental en un punto, pues el tiempo pasa, ¡qué novedad!- nos lleve directo al presente de la pareja. Instalados en un retiro para escritores en Grecia, Jesse y Celine replantean su relación. Ahora son padres de dos gemelas, tienen menos tiempo para pensar en ellos mismos. Por otra parte, hay incertidumbre sobre dónde vivirán, dado que el hijo que él tuvo con su ex mujer vive en Nueva York. La segunda entrega tenía la urgencia que impone la narración en tiempo real; la limitación de un plazo que se transpone a la pantalla sin elipsis. Antes de la medianoche se cimenta sobre el reposo, sobre el “ya pasó y es tiempo de mirar atrás”. Esta característica la tiñe de una pátina melancólica, de la latencia del fin de una relación que surge casi como consecuencia inevitable (origen, desarrollo, culminación). Ella plantea que nadie cambia demasiado. Por momentos le creemos. Por momentos, parece que esa inmutabilidad es la que traiciona al amor y hace que sea más difícil seguir junto al ser amado. Película de reflexiones y replanteos, la de Richard Linklater hace gala nuevamente de unos diálogos exquisitos. Sobrevuela el pintoresquismo y por momentos esa pátina for export de personajes extranjeros hablando en inglés. Los parlamentos ingeniosos y la materia amorosa en primer plano hacen que la película no pierda su solidez. El mismo relato hace funcional el paisaje; por ejemplo, cuando Jesse y Celine observan las ruinas mientras viajan, o cuando la idea del pasado los rodea de manera sumamente gráfica en la visita al templo. Porque la historia de ellos, enfrentada a la Historia, es igualmente mutable, delicada. El romanticismo está pero su interrupción sobrevuela al matrimonio; aún cuando sus huéspedes se ofrezcan a cuidar a las hijas para que ellos pasen un momento especial en un hotel de lujo. Nada saldrá como parece, pero como sí es esperable Linklater domina bien las secuencias en espacios reducidos, llevando la tensión hacia una zona íntima, un poco a la manera del cine de Ingmar Bergman. Antes de la medianoche y las dos películas que la preceden tienen como destino inexorable la categoría de saga de culto. Marcan una generación que, como la misma saga, nos invitará a revisarlas y ver cuánto de nosotros es distinto, aún cuando nuestro afecto por sus personajes se mantenga intacto.
Un paseo conversado "Antes de la medianoche" viene a conformar la tercera parte de una historia de amor que, deliberadamente o no, el director Linklater planteó como una trilogía que comenzó 1995 con Antes del Amanecer, donde Celine y Jesse se conocen en un tren con destino a Viena y en la que sus interminables conversaciones sobre la vida, el amor y el sexo marcarían la existencia de los protagonistas. Nueve años después, los mismos actores se reencontraban en París en Antes del atardecer, ya con treinta años, sin los mismos sueños de juventud y con la sensación de haber dejado pasar un tren milagroso. Dicho film dejaba la incertidumbre de si ese amor tendría futuro o cada uno seguiría su camino. Esa pareja que dejamos hace nueve años en un apartamento de la capital de Francia a punto de casi todo son ahora pareja, tienen un par de gemelas rubias y se encuentra de vacaciones en Grecia junto al hijo de Jesse que vive actualmente con su madre en Norteamérica. El impulso que tira de Jesse para volver con su hijo adolescente y la determinación de Celine para continuar su carrera en Francia son los disparadores de este tercer episodio en la vida de estos personajes que mantienen la seducción pero con otras responsabilidades y nuevas dudas que ponen a prueba su relación. Al igual que las anteriores, Linklater va combinando largos planos secuencia con muy bellos fondos donde el protagonismo recae en los diálogos de los personajes, meticulosamente ensayados y estructurados, que exponen un interesante estudio sobre las relaciones sentimentales donde queda claro que encontrar el amor es fácil, pero lo difícil es mantenerse juntos. La secuencia del comienzo en la que la pareja habla en plano fijo durante más de 20 minutos en un coche, dan cuenta de ello. Julie Delpy y Ethan Hawke sobresalen, al igual que en los films anteriores, metiéndose en la piel de estos personajes que entre reproches, celos y agravios que no habían expresado antes, mantienen una batalla por el amor que todavía se profesan. La película resulta interesante en el duelo verbal de sus protagonistas, en lo que dicen, sugieren o callan, pero aunque sus personajes sean presuntamente encantadores, inteligentes y vitales, la extensión de los diálogos y la monotonía de las acciones hacen que algunos momentos sean muy interesantes y en otros, recordemos nuestras tareas pendientes del hogar. Una diferencia fundamental entre esta tercera parte y sus anteriores, radica en la importancia que se le da temáticamente a las nuevas tecnologías, y su repercusión en las relaciones y vida social de la gente a la hora de comunicarse. Los espectadores que se hayan identificado con el origen de la historia, saben lo que verán y saldrán satisfechos con esta tercera entrega. A pesar de que el film propone, desde los diálogos, varios temas de debate para aquellas parejas interesadas, quien escribe, no se identifica tanto con estos personajes ni participa de la fascinación colectiva que despierta.
Pocas “sagas” son tan queridas y respetadas por sus seguidores o incluso aclamadas ante cada nueva película como la de la historia de Jesse y Celine. ¿Esta esta tercera parte a la altura de sus antecesoras?, o ¿Linklater, Delpy y Hawke mordieron banquina y finalmente desbarrancaron? A VOS TE CONOZCO Antes de Medianoche, es una tercer entrega de saga. Celine y Jesse se conocieron alla por 1995 en la película “Antes del Amanecer”. Escrita y dirigida por Linklater, la peli nos cuenta como un típico pibe yanqui, se “levanta” a una francesita linda. Pero no todo queda ahí, la historia nos va a contar como durante esa noche Jesse y Celine se conocen, se enamoran y finalmente casi como una promesa infantil de niños de veintipocos años prometen volver a verse dentro de un año, en una era donde no había ni celulares ni internet como hoy en dia. Linklater y los actores Hawke y Delpy entablaron una relación muy estrecha durante la filmación de esta película y siempre bromearon sobre escribir juntos una segunda parte 9 años después. Durante 9 años intercambiaron mails y mas mails, hasta que de pronto se encontraron con que habían pasado 9 años y tenían suficiente material para una secuela, y tiempo para hacerla. Antes del Atardecer se estreno en el 2004, y nos cuenta el reencuentro de Jesse y Celine 9 años después, ya con 30 y tantos años. Ambas películas (para los que les gusta este tipo de cine) son realmente brillantes. La segunda incluso escrita oficialmente por el trio de director y actores, le añade mucho a la historia. El final nos dejaba con un ambiguo y esperanzador “vas a perder ese avión”, que Celine le decía a Jesse mientras le bailaba y le cantaba en su departamento de parís. UNA VENTANA A UNA HISTORIA Eso se siente la tercera entrega, es como si el trio pasados 9 años mas, nos abriera una ventana de tiempo muy pequeña y nos dejara ver como están Jesse y Celine, en que andan. Y realmente funcióna, no vemos un momento crucial, ni un momento de quiebre, no. Tan solo asisitimos a un momento mas de la vida de nuestros queridos Jesse y Celine. Esta película esta centrada una vez mas en las conversaciones de ellos, donde asoman un poco conversaciones de terceros, que añaden peso y carga emocional a lo que esta pasando entre Jesse y Celine. Casi 20 años pasaron desde que eran apenas dos niños crecidos en Vienna, y ahora en Grecia los vemos crecidos aplomados pero aun viviendo una genial y brillante historia de amor. Les puedo comentar que los 109 minutos de metraje se me pasaron en 15, hacia rato que no llegaba el final de una película y me sorprendia queriendo mas. Es por eso que tuve la sensación de ventana. Te la abren por solo 109 minutos, y te la vuelven a cerrar. Asi de simple. Lo cual en cierto modo es bueno, ya que estoy listo para saber en 9 años en que siguen mis queridos Celine y Jesse. TODO FRESCURA, NADA ACARTONADO El riesgo de caer en el acartonamiento de los personajes a esta altura era realmente grande, el paso del tiempo podía jugarles una mala pasada a Linklater y compañía, pero no. Sus personajes siguen tan frescos como siempre, tan creativos, engreídos o cabeza dura como lo eran hace 9 años o hace 18. Y es genial, porque nos damos cuenta que si bien Jesse y Celine han crecido y cumplido años, sus escencias siguen iguales. Ahí, sin manchas y frescas. Por eso es una experiencia tan disfrutable la de volver a caminar y escuchar junto a esta pareja sus visiones de la vida, de la pareja, del tiempo y del transcurrir de los años. Personalmente el impacto que esto tiene es profundo, cuando por primera vez vi a a Jesse y Celine eran apenas mas grandes que yo, por lo que el transcurrir de estos 18 años, ha tenido un impacto realmente intenso dentro mio. Similar a los que han tenido aquellos que eran niños cuando en 1999 se estreno Toy Story, y que habiendo pasado 11 años, estaban al igual que Andy en camino a la universidad. El peso, el impacto es otro. Es personal, es profundo y por ende se siente diferente. Esto me pasa a mi con Jesse y Celine, si bien son mas grandes que yo, siento que he vivido en cierto modo junto a ellos y he crecido estos 18 años. NI FLARES, NI EXPLOSIONES, NI BULLET TIME, NI TROMBONES A TODA MAQUINA Nada de eso necesita Antes de Medianoche para mantenerlo a uno entretenido, al vilo de lo que va a pasar y sobretodo despierto y activo a nivel mental con todo lo que se dice en la pantalla. Todos los diálogos y la historia en general, apelan a una inteligencia y sobre todo humildad que nos so comunes. En ningún momento la película intenta sermonear con “LA” frase justa o “LA” palabra genial, de esas que después todos usan en su status del Facebook. Toda la película es eso, es genial inteligente y lo mantiene a uno despierto, lo desafia mentalmente a seguirles el tren a Jesse y su inteligencia o a Celine y su sangre caliente siempre a punto de ebullición. Tampoco voy a contarles mucho de la trama de la película, ya que desde el comienzo nos hace creer una cosa cuando en realidad pasa otra en la vida de Jesse y Celine, y si lo contara aca les estaría arruinando al menos la primer escena de la película. Los verdaderos fans de la saga me lo sabran agradecer. CONCLUSION Antes de Medianoche es brillante al nivel de sus antecesoras. No inventa nada, no crea nada ni revoluciona el cine. Tampoco lo intenta, todo lo contrario, lo utiliza como medio para contarnos una historia de amor maravillosa, que esta en su tercer capitulo. Personalmente invito a todos los fans a verla, ya que no van a sufrir ningún tipo de decepcion, todo lo contrario. Y si no viste ninguna, hacete un gran favor y mira las primeras dos películas, que las vas a amar y las vas a disfrutar. Es muy difícil no enamorarse perdidamente de Jesse y Celine. Personalmente mi sonrisa al final de Antes de Medianoche era tan grande que me hacia doler la cara. Repito sus 109 se me hicieron pocos y muy cortos. Quizas en 2022 tenga la grata sorpresa de poder ver una cuarta parte, en otro momento de la vida de Jesse y Celine y sobre todo en otro momento de mi vida.
Una pareja a la que se le acaba la química Hace añares, un matrimonio iba discutiendo en el tren, indiferentes a la presencia de dos pasajeros que los miraban con curiosidad: una francesita que venía de ver a la abuela, y un norteamericano que la iba de turista intelectual. Como para entrar en conversación, ella le preguntó, palabras más, palabras menos, "¿Usted se fijó que a medida que envejecen las parejas van perdiendo la capacidad de escucharse?". La conversación siguió, y siguió, y sigue hasta nuestros días, cuando esos jóvenes ya tienen la edad de aquel matrimonio. ¿Habrán perdido la capacidad de escucharse? Porque de hablar, todavía no se les cansó la lengua. Así es. Los veinteañeros que en "Antes del amanecer" se lo pasaron charlando un día y una noche mientras caminaban por Viena, y en "Antes del atardecer" se reencontraron ya treintañeros en Paris, con un plazo de menos de un día y salieron a caminar por los jardines públicos y la orilla del Sena, ahora en "Antes de la medianoche" ya son dos cuarentones que han formado familia y casi arruinan sus vacaciones en Mesenia, Grecia (no confundir con Mesina, Sicilia). Pasean menos, las conversaciones se hacen paulatinamente agrias, de lenguaje a veces ordinario, de humor sarcástico. Las antiguas charlas felices de la juventud van siendo desplazadas por los problemas cotidianos, el lastre de compromisos anteriores, pequeñas frustraciones y algunas concesiones que se recuerdan oportunamente para pasar factura. Sin embargo, antes que la noche se imponga enteramente, puede que uno de ellos todavía sepa cómo recuperar la fantasía y los cariños. De eso trata esta tercera parte. Quienes crecieron, pasearon y se enamoraron con estos personajes van a disfrutarla. Los que se acerquen por primera vez, bueno, probablemente se aburran un poco con tanta charla, y con una estructura en tres partes que recuerdan los tres actos de una obra teatral. El último transcurre prácticamente entero en una habitación de hotel. De todos modos es agradable ver las actuaciones, sobre todo la de Julie Delpy, que además al fin nos ofrece, aunque sea fugazmente, un semidesnudo. Tiene un cuerpito de veras natural, como corresponde, y da ternura ver sus primeras arrugas. En Ethan Hawke apenas nos fijamos. ¿Habrá una cuarta entrega dentro de nueve años, que es la distancia entre cada una de estas películas? Quién sabe. Sería interesante, porque de a poco el director Richard Linklater se va acercando a los grandes estudiosos de la vida en pareja. Es inteligente, agudo, y los diálogos que prepara junto con sus intérpretes son interesantes. Pero no exageremos. A su edad Roberto Rossellini ya había hecho "Viaje a Italia", e Ingmar Bergman ya estaba ensayando las "Escenas de la vida conyugal".
"La gran historia de amor cinematográfica de nuestra generación". Escuchá el comentario. (ver link).
Esto no es una película Con gemelas, un hijo adolescente de otro matrimonio y la familia de viaje por Grecia, Celine y Jesse parecen haber crecido mucho, pero cuando surgen las discusiones y afloran los conflictos, demuestran que siguen más o menos igual que siempre, solo que con más años encima. Puede llamar la atención pero a la vez sentirse refrescante verlos enfrascados en los mismos debates que en la segunda película ya resultaban gastados y sin resolución posible: que los hombres y las mujeres, que el amor, que el sexo, que la vida, que los hijos, que la familia, que las injusticias. En todo caso, los temas nunca fueron muy importantes, lo interesante era verlos a ellos reaccionar, batirse por una causa, en pleno acto de defender una posición o de abandonarla oportunamente. En ese reparto de creencias y gustos, Jesse siempre salió ganando y Celine continúa en desventaja: las dos décadas transcurridas desde que la conocimos solo le sirvieron para apenas robustecer su discurso políticamente correcto acerca de la ecología y la opresión masculina. De hecho, esa postura feminista de una chica francesa de clase media que fue a la universidad son los que, sobre el final, terminan desgarrando el tejido casi perfecto que había sabido elaborar Linklater hasta el momento. Acostados en la cama de un hotel, sin el peso de cuidar a sus hijos y a punto de tener una noche de sexo, ambos discuten por una pavada, Celine empieza con su discurso ensayado acerca de los males de la sociedad patriarcal y, contra cualquier pronóstico, arruina la velada. Jesse la soporta lo mejor que puede, pero no hay nada que pueda calmar la furia de ella o su perorata inacabable sobre la desigualdad de género. El conflicto crece pero la distribución de culpas que realiza la película nunca se balancea; Celine es la verdadera iniciadora de la discusión y la que la lleva hasta un pico de tensión insoportable. Jesse, salvo por una revelación poco feliz (equilibrada rápidamente por otra de Celine), es el que mejor sale parado sale de la contienda, y no se comprende del todo qué busca la película cuando genera la pelea. Los debates interminables en torno al sentido de la vida o a la posibilidad de encontrar el verdadero amor son muy divertidos y hasta interesantes cuando ninguno de los dos se cree demasiado lo que está diciendo, como ocurre al comienzo en la comida al aire libre: cualquier intento de seriedad se diluye en el clima festivo general y en las referencias permanentes al tamaño del pito. Pero en la escena final el humor desaparece, la amargura se instala enseguida y la película, que le había permitido a sus personajes existir en el espacio abierto por unos largos y exquisitos planos secuencia (verdadera firma de Linklater que le imprime una estética única a la trilogía), ahora tiene que recurrir a un montaje que traduce una cierta debilidad frente a la escena, y que recuerda más a un trabajo menor del director que también transcurría en un lugar cerrado como Tape, en oposición a los grandes espacios naturales de las dos películas anteriores. Después de un comienzo prometedor y mientras dura el buen humor, la complicidad o las cargadas, Antes de la medianoche es capaz de sostener el nivel de sus antecesoras. Pero el final exhibe una monumental falta de compromiso con la historia: todas las miserias de Celine y de Jesse surgen de golpe, como si la película estuviera obligada a producir un gran conflicto para justificar su visión realista de la pareja moderna. Es decir, hace falta mostrarlos peleando, con sueños frustrados y pasados tristes, porque así es como debería verse una pareja real que no pertenece al universo reglado de las comedias románticas. La discusión que desata el caos se siente forzada, y los protagonistas arruinan imprevistamente la noche que habían planeado para ellos sus nuevos amigos griegos justo cuando empezaban a pasarla bien. Un plano condensa la falta de pulso del director, es el de Julie Delpy atendiendo el teléfono en tetas: ella tiene el vestido bajo y tranquilamente podría subírselo, pero el tiempo que dura el momento (el llamado y la charla posterior) Celine permanece así, quizás porque, pareciera decirnos a los gritos la película, esa es la manera en que se comportan dos personas que están a punto de coger y que son interrumpidos. En Disparen sobre el pianista, Charles Aznavour, acostado al lado de una chica desnuda, explica: “en una película sería así”, mientras le sube la sábana hasta taparle el pecho. Truffaut, además de ser el inventor de las películas que continuaban una misma historia en tiempo real con la saga de Antoine Doinel, se estaba riendo del pudor de las convenciones cinematográficas. Linklater, en cambio, en la escena de Antes de la medianoche está buscando que la suya no parezca una “película”; el director aspira al realismo, por eso deja medio desnuda a su actriz mientras habla por teléfono en un plano largo y distante, para que se note esa desnudez exageradamente casual, para que a nadie se le escape la imagen nada seductora de sus tetas en la posición poco agraciada de atender un llamado y que se comprenda el sentido de ese plano. La pelea final, que hasta amenaza con convertirse en la última de la pareja, parece tratar de abrir una fisura para que salgan a la luz los conflictos, los reproches callados, los anhelos a los que renunciaron por el otro. Después de una primera parte vital y en constante movimiento, rica en comidas, debates juguetones y largos paseos por lugares subyugantes, la pareja se recluye en una pequeña habitación de hotel y da rienda suelta a sus peores vicios. Linklater podría haber consumado una de las mejores películas románticas de todos los tiempos si no hubiera cedido ante la tentación de la sordidez, de la exhibición de las miserias íntimas; si solo se hubiera atrevido a conservar el ritmo y el tono luminoso anteriores de principio a fin.
Una pareja auténtica y actual El romance comenzó hace dieciocho años, con un muchacho que se llamaba Jesse (Ethan Hawke), como el hampón bromeaba su pareja entonces, y una chica de nombre Céline (Julie Delpy). Fue en un tren y entonces se dieron cuenta que su relación podía ser posible y se citaron para un tiempo después. Eso ocurrió en el primer filme "Antes del amanecer". En la segunda película "Antes del atardecer", él es un escritor exitoso, casado y con un hijo y ella una ambientalista practicante. La atracción continúa, pero siguen enfrentándose por el choque del racionalismo de él y cierta ingenuidad y apego por las cosas poco pragmáticas de ella. Y ahora aparece "Antes de medianoche" y uno se pregunta ¿seguirán separados y amándose?, ¿qué pasó con esa historia de amor trunco? Y la respuesta viene enseguida. Sí, se casaron, tienen dos lindas chicas gemelas, Ella (Jennifer Prior) y Nina (Charlotte Prior) y veranean en Grecia. PALABRA CONFIADA Por lo que vemos se siguen amando y siguen discutiendo, parecen confiar en el poder de la palabra para solucionar sus historias y eso también los mantiene unidos, más allá de los cuerpos. El poder de las palabras, de intercambiar, de compartir, de disentir y de arrepentirse. Como decíamos en la primera de la saga del director Richard Linklater, ésta es una road-movie de los sentimientos, de la vida misma. Del tiempo que pasa y cómo una pareja ante el cambio de circunstancias, de personajes, de sus historias, son capaces de mutar, de ir para atrás para entrar de nuevo de otra manera y hasta de arrepentirse. Aunque la palabra gana a la imagen especialmente en la primera parte, ciertos momentos vinculados a la observación de un paisaje compartido, dicen más de mil palabras, intensificando las imágenes. EN LA REALIDAD Muy Woody Allen en sus ricos diálogos, con intensidad e inteligencia, esta maravillosa pareja nunca perfecta y por eso tan real, analiza lo que fue su relación, lo que hubiera podido ser y esto que sucede ahora y los enfrenta. Cierto choque comunicacional derivado fundamentalmente de esa brecha masculino-femenino que permanentemente los enfrenta. Inteligente y melancólica, realista y espiritual, con una confluencia musical que enriquece como en los filmes anteriores, "Antes de la medianoche" logra la pareja ideal tanto física como espiritualmente y por fin Julie Delpy (Céline) y Ethan Hawke (Jesse) se muestran tan expresivos uno como el otro y sin desniveles.
Esta marca el final de la trilogía y resulta igual de atrayente que sus antecesoras donde abundan los bellos paisajes. Llega la tercera parte de la historia de amor, con diez años de convivencia, Celine (Julie Delpy) francesa y Jesse Wallace (Ethan Hawke) americano y nuevamente con la dirección del cineasta americano Richard Linklater (52). Recordemos: “Antes del amanecer” (1995) todo comienza con aquel encuentro en un tren en el que viajan de Budapest a Viena, donde pasan la noche caminando alrededor de la ciudad y a través del dialogo se van conociendo. Nueve años después sus vidas vuelven a cruzarse en “Antes del atardecer” (2004). Esa historia de amor le sirvió a él para escribir una novela que se transformó en un Best-seller. Vuelven a reencontrarse durante su gira promocionando dicho libro y esto es en París. Como el tiempo transcurrió, Jesse ya es padre, pero su pareja no funciona, y Celine se encuentra atravesando cierta inestabilidad personal y profesional. Ahora pasaron nueve años, y llega esta nueva entrega finalizando esta trilogía con “Antes de la medianoche”, donde los protagonistas afrontan al pasado, el presente y el futuro. No existen muchas historias como esta donde el espectador disfruta y participa de estos momentos. Sin embargo algo similar sucede con las de Woody Allen e Ingmar Bergman, entre otros. Acá él va a despedir a su hijo Hank (Seamus Davey-Fitzpatrick) al aeropuerto de Kalamata, en Grecia, y como ya nos tiene acostumbrado su director con un rico dialogo, entre padre e hijo. Hank regresa con su madre, a los Estados Unidos, después de haber pasado un verano con Jesse y su familia. Cuando sale del aeropuerto, no puede esconder su emoción y se reúne con su pareja Celine y sus pequeñas hijas gemelas Ella y Nina (Jennifer y Charlotte Prior). Mientras viajan en su auto, vemos el bello paisaje del lugar y participamos de sus diálogos, donde él sufre por la distancia que lo separa de Hank, y acerca de la carrera de Celine. Ellos se encuentran en un retiro de escritores, hospedados en la pintoresca campiña de un escritor Patrick (Walter Lassally), allí hay otros personajes, y en diferente tipo de reuniones, surgen conversaciones conflictivas, chispeantes, ocurrentes, ingeniosas e inteligentes. La historia mantiene la misma estructura que las anteriores, no quedan excluidos los que no vieron las anteriores, aunque es más conveniente porque surgen algunos comentarios o referencias a las anteriores. Como ya nos tiene acostumbrados hay varias escenas de diálogos que son de varios minutos, muy enriquecedores y toca temas universales. La fotografía y la música es extraordinariamente bella y posee la virtud de no distraer. En la misma se habla de la familia, el amor, el romance, en fin de los sabores y sinsabores de la vida; ideal para ver en pareja y tal vez muchos se sientan identificados. Bien intimista, los protagonistas tienen una gran química, con un final bien fuerte.
Más acá del horizonte Richard Linklater ¿cierra? con “Antes de la medianoche” su trilogía amorosa y pone de nuevo en escena sus paseos hechizantes y llenos de digresiones, pero desplegando también una reflexión agridulce sobre el amor conyugal a los 40. ¿Es posible que “todo” pueda caber en un filme, principalmente en uno en el que dos personas sólo caminan y conversan, presas de un mágico y poético flirteo? Llámese amor, azar, tiempo, vida, muerte, cine: Richard Linklater lo había conseguido en Antes del amanecer y Antes del atardecer con esos mínimos recursos. Una década después, tras una encantadora segunda parte, la vuelta de Jesse y Celine hacía presagiar lo peor, más que nada por ese tráiler buchón que mostraba a dos chiquillas de largas cabelleras rubias revoloteando por ahí: ¿dónde quedaría en esta tercera y supuestamente última parte el amor efímero, ese que sólo puede extender su conjuro a lo largo de un día, en una pareja habituada a extenuantes jornadas matrimoniales? Pero a no desesperar: Linklater, no dispuesto a arruinar su obra magna, lo consiguió de nuevo, invocando un “todo” que, lejos de ceñidos guiños generacionales (la noventera generación X y sus slackers), pasea a su pareja ya cuarentona por las ancestrales ruinas griegas y el más urgente de los presentes, los hace citar a Shakespeare y discutir las contradicciones del posfeminismo, los hace creer en el amor y descreer de él otra vez, meterse en el interior de una capilla bizantina que pone los pelos de punta y pelearse y aburrirse en la habitación de hotel más despersonalizada, como si el mundo y la historia y el universo dieran la cara en un filme en el que, nuevamente y en contadas escenas, sólo se pasea y se dialoga sin cesar. No por algo Linklater adaptó al distópico Philip K. Dick en Un escáner en la oscuridad (2006) y trató las más apasionantes y delirantes cuestiones existenciales en esa animación alucinada que es Despertando a la vida (2001). Antes de la medianoche es ante todo un filme filosófico y especulativo y a la vez una suerte de summa Linklater: y es Jesse, ese escritor consagrado que concibe relatos sobre los déjà vu y las percepciones alteradas y los viajes en el tiempo y gente que sólo ve el fin de las cosas quien encarna las preocupaciones de Linklater, las que subyacen en Antes de la medianoche convirtiéndola en la historia de amor más ambiciosa de los últimos tiempos, porque es todas las historias de amor a la vez, y todas las historias de amor entre Jesse y Celine a la vez: por eso en un pasaje de ciencia-ficción amorosa Jesse le habla a Celine como si Antes del atardecer nunca hubiera existido, o se hace pasar por un viajero temporal que vuelve del futuro para contarle cómo es envejecer con ella. El paso desesperante del tiempo (y la inquietud aún vigente por encontrar a “la” persona) es la obsesión de la cinta, cuestión que alcanza su cenit en la escena más bella, cuando la pareja se concentra en un sol que irremediablemente desaparece tras las montañas. Y les llega la (media) noche: una muy cómica escena con aires sitcom que boicotea un poco el concepto de la saga con una Delpy jugando a que protagoniza su propia 2 días en Grecia y arrastra a Antes de la medianoche hacia los abismos del meta-amor, la escenificación del amor antes que el amor en sí; aunque de eso se trata, al fin y al cabo, parece querer decir Linklater, el amor adulto, el de antes de la medianoche y después del enamoramiento: una tierna trampa, una dialéctica sin tregua, un sol rojo que está ahí, está ahí, está ahí. Y ya no está.
Antes de la medianoche no tiene la dulzura de sus predecesoras, pero tiene el lógico desarrollo de sus personajes para el tiempo que pasó desde aquellas. Y eso es perfecto. Uno no va a salir enamorado de Antes de la medianoche, como sucedía con las otras, y eso está bien, porque si no sería una película hollywodense más para olvidar. Rondan los 40 años, tienen hijos, tienen historias previas, tienen años de convivencia, tiene trapitos para sacar... Tuvieron una vida lógica! Cuando terminé de verla con mi mujer, el cual nos reimos y nos codeamos durante toda la película, uno que estaba detrás nuestro dijo "que porquería"... Y está bien! ¿Que esperaba ver? ¿una comedia de Katherine Heigl o Jennifer Aniston? No querido! acá estamos con una película terrenal, con diálogos cotidianos y lógicos. Es una película que transcurre en Grecia, pero que podría ser caminando por una calle de Jujuy, da lo mismo. Usan Grecia para dos cosas simplemente del guión a mi entender, pero no es que muestran Grecia como lo hizo Mamma mia. No venden un país encantador... están en un país con crisis económica y política. Que casualidad... Ellos dos son enormes, y sus escenas largas sin cortes son increíbles. Aparecen muchos personajes extras, que no había en las anteriores y eso es lógico también porque dispara sus situaciones personales. Antes de la medianoche es de visión obligatoria si viste las anteriores. Si no lo hiciste te perdiste una gran trilogía, que cierra o no con esta gran película, que no es la más dulce ni la mejor de todas, pero que es la continuación que tiene que tener, y que fue perfecto que así la hiciesen.
Una joya del cine romántico Es sobre le vida, el amor, el paso del tiempo, la fugacidad de la existencia, los claroscuros de la convivencia, el deseo, los sueños. Un filme que emociona, una película inteligente, intensa, con dos actores memorables que desnudan sus ganas, sus dudas y sus recelos con conmovedora naturalidad. Jesse y Celine vuelven después de nueve años. Los habíamos abandonado en aquel final inolvidable con un avión (el amor) que los esperaba para emprender juntos un viaje lleno de turbulencias. Y ahora en su tercer encuentro, nos muestran que se reencontraron (¿para siempre?), pero que la convivencia es un rompecabezas que también exige aceptación, goce y negociaciones. Están en Grecia y las ruinas parecen ser premonitorias. No está el arrebato romántico de los dos primeros filmes. Los años han deparado un nuevo vínculo, no se fantasea con el mañana, hay que enfrentar el hoy. Jesse sigue soñando y a ella le pesa la nueva carga hogareña. La realidad impone su tono, su relato, sus exigencias. Y claro, entre la mutua admiración y el deseo, aparecen los reproches, las dudas, el fantasma del cansancio. Jesse y Celine nos avisan que eso es el amor, un largo decir que nunca se agota y que a cada paso reclama nuevos intérpretes y nuevas cadencias. Un filme tocante, diáfano y también amargo, que nos habla del pasado y del futuro y que en un conmovedor almuerzo nos deja ver las caras diversas del amor, su desgaste y sus ilusiones, su fragilidad y su olvido. Todo cambió en este tercer capítulo. Hasta la puesta en escena: antes, Jesse y Celine aparecían en planos generales, como si el mundo los necesitara juntos, uno al lado del otro; ahora (sobre todo en la escena en el cuarto) hay planos y contraplanos, uno sale de cuadro, ella se va, como para mostrarnos el verdadero rostro de una convivencia que necesita confrontar y verlos unidos y separados, desearse y enojarse, criticarse y necesitarse. Está apoyada en la nobleza de dos personajes entrañables, tiene diálogos sustanciosos y una dirección fresca, sugerente y sensible. Un filme magnífico, que para ser disfrutado en plenitud necesita de las otras dos partes, una pieza romántica que cautiva por su fulgor emotivo y apela a nuestra subjetividad y nuestra complicidad, una obra de engañosa sencillez que, como el río de la leyenda, nos atrae, nos transporta y nos refleja
A estas alturas, Jesse (Ethan Hawke) y Céline (Julie Delpy) son como amigos a los que conocemos demasiado bien. Después de Antes del amanecer (1995) y Antes del atardecer (2004), los personajes creados solidariamente entre los actores y el director Richard Linklater pueden considerarse hermanos de aquel Antoine Doinel de Truffaut que creció ante nuestra mirada durante casi veinte años. La historia de estos dos seres es la de un amor real, y el problema que tiene ese término tan repetido y trivializado (“amor”) es que encierra demasiadas cosas. Por una vez, tenemos a ambos juntos en unas vacaciones griegas; tienen hijos, no se han casado entre sí y cargan con la enorme responsabilidad de haber cambiado las mochilas del primer encuentro aleatorio en Viena a los veinte por esta escapada planeada a los cuarenta, cargados de responsabilidades. Pero tienen a favor seguir siendo seres inteligentes (cuánto escasean los personajes inteligentes y sensibles, más que meros artificios de un guión, en las películas de hoy). El tema de este film es el paso del tiempo, pero da la impresión de que en otros nueve años tendremos una cuarta película que siga radiografiando, a partir de diálogos graciosos y precisos, una puesta en escena al mismo tiempo económica y funcional y actores perfectos, algo así como -que no suene pretencioso, el film no lo es- el sentido de la vida. ¿Para qué estar si no tenemos con quién? ¿Y qué es “estar” con y para otro? Con sonrisas y brío, de eso se trata esta nueva postal de la vida de dos grandes amigos.
Antes de la tormenta Por Guillermo Colantonio (@guillermocolant) “Mi mujer y yo fuimos felices 25 años. Esa es la edad en la que nos conocimos”. La frase pertenece al director, actor y guionista francés Sacha Guitry. Tiene esa combinación de humor y desencanto que provoca cualquier reflexión o balance de lo que significa una vida en pareja sostenida a lo largo del tiempo. Bien podría aplicarse a Antes de la medianoche y a los jugosos diálogos que los personajes sostienen mientras caminan en Grecia, por el Peloponeso, juntos, de vacaciones pero con dos hijas en común y un adolescente (el hijo de Jesse) que regresa a Chicago. La primera escena confirma la habilidad del director en el manejo de las elipsis narrativas: sin contaminaciones ni recursos innecesarios, comienza a fluir la película con tres o cuatro planos elocuentes. Estamos nuevamente con Celine y Jesse, esta es su situación en la actualidad. La utilización del espacio y de los colores fue una marca expresiva de los dos films anteriores y aquí no se da la excepción. La elección de Grecia con sus ruinas (sin que ello resulte una asociación desmesuradamente obvia) es el lugar de la tragedia y del desgaste de la pareja. La ciudad nunca es una tarjeta postal y, en todo caso, envuelve a los protagonistas para contextualizar el peso de sus conversaciones, nunca se sobrepone ante ellos. Un ejemplo notable se puede advertir en el maravilloso paseo que realizan camino a un hotel donde pretenderán descansar de sus hijas, cuyo trayecto está rodeado de ruinas y atractivos culturales. La cámara jamás suelta a los personajes (y por ende a nosotros). En sus intercambios verbales vuelven a reflejarse aquellos atributos que conocíamos de las versiones anteriores: son cultos, inteligentes, curiosos, simpáticos y honestos. Pero claro, ha pasado el tiempo y el contenido de lo que dicen se va oscureciendo, sin dramas exacerbados, pero con la tensa calma que precede a una tormenta. En este sentido, Linklater elige para esta película el predominio de una tonalidad azulada para generar ese ambiente de nubarrones (¿inesperados o lógicos?) que no es otro que el de enfrentar a la rutina. Y es aquí, donde se produce una inversión del sentido de nuestra espera, ya que de la ansiedad que nos embargaba en las películas previas por saber cuál iba a ser el momento en que sus cuerpos se encontraran, ahora la misma espera se resignifica hacia otro interrogante: cuál será el momento en que se alejen. La solución es fantástica. Llegan al hotel, parece que van a tener el sexo que siempre deseamos que tengan y terminan en el diálogo más desolador y sincero que podrían haber tenido, un cruce dialéctico que gana tanto en intensidad como en crudeza, sostenido con una inteligencia capaz de equilibrar los lugares más comunes (reclamos machistas y feministas) con la gracia y humanidad de los personajes, más creíbles que nunca. Antes de la medianoche es también, como sus predecesoras, una película sobre el tiempo. Todos recordamos el tren donde se conocieron, los relojes que marcan el paso de las horas previas a la despedida, la novela escrita por Jesse (This time) y el encanto de Celine interpretando Just in time de Nina Simone. Aquí también el paso del tiempo se tematiza, pero Linklater es coherente en la forma que lo trabaja para no perder conexión alguna con los encuentros previos: han pasado nueve años nuevamente, se siente el transcurrir de la vida, el recuerdo del primer día se torna más triste que nunca por lo que no va a volver a ser y debe reinventarse, y la angustia por los segundos que pasan aparece nuevamente, pero en este caso, para imaginar cómo se será de viejos, cuánto falta para la muerte y para el final de la pareja. Lo interesante es que la astucia compositiva de los guionistas (el director y los dos actores) hace que la densidad de estos temas fluya a través de diálogos que le quitan dramatismo en el momento justo, más cercanos a una sensibilidad poética y cotidiana que a solemnes elucubraciones de filosofía impostada. Parecen decirnos Jesse y Celine que se puede hablar del amor y de las crisis personales sin exhibir lágrimas fáciles. En todo caso, nos hablarán del amor como un trabajo, una lucha constante. Si antes nos preguntábamos ¿por qué no se juegan?, ahora que lo han hecho, el gran desafío es cuánto durarán. El otro aspecto en relación con el tiempo pasa por la forma en que fluye la película. El virtuosismo del montaje apenas perceptible y las elipsis ayudan a salvaguardar la idea de un eterno presente, la ilusión de la narración en tiempo real. Nuevamente, se nos sumerge en el tiempo de la ficción, coincidente con el de la película. Y si hay algo que Linklater consigue frente a tanto espectador ansioso e inquieto ante la falta de explosiones mediáticas y efectos especiales, es mantenernos en vilo casi dos horas con la gracia de los dos actores/personajes (a pesar de la desilusión que pudo haber causado el final en algún desprevenido). Si la vida es “un conjunto de pequeños dramas que todos juntos no constituyen más que una comedia” (retomando a Guitry), el final de Antes de la medianoche confirmará el aforismo. Todo dependerá de si miramos para el lado del drama o el de la comedia, entonces, la tormenta arrasará o será pasajera.
LA INOCENCIA, LA OSADIA Y LA MADUREZ Antes de la medianoche (Before Midnight, 2013) es la tercera parte de una historia de amor iniciada en 1995 con Antes del amanecer (Before Sunrise) y continuada por Antes del atardecer (Before Sunset, 2004). El mismo director, Richard Linklater y los mismos actores, Ethan Hawke y Julie Delpy, interpretando a los mismos personajes, Jesse y Celine. Se trata de una obra única, una trilogía que es una rareza dentro de la historia del cine mundial. Por momentos, claro, no podemos dejar de pensar en la saga de Antoine Doinel que realizó François Truffaut con Jean-Pierre Léaud en el rol protagónica. Aquellos films iban desde la dura infancia del personaje principal hasta sus divorcios y el recuerdo de sus muchos amores. Pero era sólo un personaje y el nivel de desprolijidad le hacía cambiar drásticamente el tono a las cosas. Y aun así, que quede claro, eran obras maestras. Pero Linklater realiza con la ayuda de sus dos actores algo mucho más preciso, delicado, minucioso. La coherencia de los tres films es impecable e implacable. Y más aun, la primera de las películas se convirtió en uno de los grandes clásicos románticos de todos los tiempos. Así que vayamos por partes, literalmente, para llegar al análisis de esta obra que son tres películas pero veremos finalmente que se trata sólo de una. Inocencia y juventud Emulando las vías de Extraños en un tren (1950) de Alfred Hitchcock, Antes del amanecer mostraba vías que se cruzaban para anunciar las historias que se iban a encontrar. Así, en un tren en Europa, Jesse (Hawke) y Celine (Delpy) se encontraban en un tren. Irónicamente o no, los unía una pareja que se peleaba en voz alta, incomodando a todos en el vagón. Los dos jóvenes, ella francesa, él norteamericano, quedaban entonces separados por un par de metros, leyendo su libro. Y la película de Richard Linklater consigue, gracias a su brillante pero muy sobria puesta en escena, que todo quede al servicio del carisma de sus actores. Hawke, famoso por su enorme timidez en La sociedad de los poetas muertos (1989) es capaz de desplegar todo su talento en la escena número uno de la película. Se nota su tensión, su juventud, sus ganas, su vergüenza. Pero entabla una conversación y la química es instantánea. Delpy, conocida por pequeños papeles y protagonista de Blanc (1994) ganaba pantalla y se apoderaba de la platea. No hay película romántica si los protagonistas no son encantadores y mucho menos si no hay entre ellos algo que nos haga pedir a gritos que estén juntos. El fondo de esa noche juntos será Viena, y en la ciudad irán viendo lugares y conociendo personas. Dos actores, una mujer que lee las manos, un poeta con hambre a orillas del río. Y hablarán, y se enamorarán. Pero no hay peor error que considerar a esta y las siguientes dos películas como meras ilustraciones de excelentes diálogos. Nada más alejado. Richard Linklater hace un trabajo increíble para mezclar el tiempo real con inteligentes, precisas y finalmente cinematográficas elipsis que nos hace sentir el tiempo de una manera única. Vivimos el tiempo real pero la historia no está contada en tiempo real. Y ese es el gran secreto de esta trilogía. El tiempo es la clave de los tres films, tanto dentro como fuera de la pantalla. Cuando la pareja se separa vemos los lugares donde estuvieron, vacíos. Esa ciudad que los vio pasar y ya los olvidó. Seres efímeros somos y la película lo expone. El final es desgarrador, aunque agridulce. Estamos en 1995, no hay internet, no hay email, y ellos se despiden sin pasarse ni una dirección, ni un teléfono, sólo con la promesa juvenil, impulsiva, arrebatada de encontrarse seis meses más tarde en el mismo lugar. La historia podría haber terminado ahí para siempre, pero había más. La osadía de los amantes Tan solo le basta la escena inicial a Antes del atardecer para conmovernos. Jesse presenta en Paris su libro y en mitad de la presentación asoma Celine. Para los espectadores que hacía nueve años se habían emocionado con aquel gran fin romántico, este momento les devolvía esa química que no se había perdido. Esta segunda parte será un reencuentro entre dos personas de treinta y pico y ya algunos golpes más duros en la vida. Al estilo de esa otra cumbre romántica llamada , la cita de los jóvenes quedó trunca. Sabemos que Celine no fue, pero es un momento terrible cuando descubrimos que Jesse sí concurrió a Viena en la fecha fijada. En este segundo film la estética es más dinámica, sencilla, moderna. Como una extensión de los personajes, en esta segunda parte las cosas son menos inocentes, pero a la vez menos preocupadas por los detalles exteriores. Jesse y Celine ya no interactúan tanto con el afuera, se ocupan de estar ellos dos juntos, aislados del resto. Las revelaciones que cada escena ofrece tienen un crecimiento dramático impecable. Vamos descubriendo información escena tras escena, observamos los cuerpos que aun se desean pero no se tocan. La tensión crece, la angustia también. Tan sólo ochenta minutos le toma al director narrar esta historia en falso tiempo real, con muchas escenas en tiempo real, sí, pero con varias elipsis repartidas de forma estratégica y sutil, una vez más. Extraordinario ritmo tiene esta película y las actuaciones son más sofisticadas que en la primera. El sueño de cualquier actor, tener una historia real para explorar y buscar agregarle capas a sus personajes. Ahora sí, Hawke y Delpy figuran como coguionistas junto con Linklater. No hay improvisaciones, los diálogos están tejidos a la perfección y la puesta elegida de forma minuciosa. El desenlace de la película es una de las grandes cimas de la trilogía. Celine le canta en su departamento un vals a Jesse. Un vals que habla de su noche juntos. Es un momento puramente cinematográfico, solo tiene sentido si se observa a los actores, la distancia física entre ambos y la conexión absoluta en todos los demás sentidos. Un solo abrazo hay en Antes del atardecer. Un abrazo, un vals, y un tema de Nina Simone. Pero eso alcanza para que Celine le asegure a su amado: “Vas a perder ese avión…” y el conteste: “Lo sé”. Un amor que no se cae de maduro De la nada, casi por sorpresa, apareció un tercer film. Nada sabíamos sobre su realización, sólo supimos que estaba terminado. Una producción pequeña, con muchos técnicos griegos y filmada en Grecia, pasó desapercibida. Pero llegó. Antes de la medianoche es, definitivamente, la prueba del más puro lenguaje cinematográfico. La clave del cine es el tiempo. La clave del relato es la distribución de la información. Ahora la película arranca en Grecia, en el aeropuerto, con Jesse despidiendo a su hijo. En pocos minutos se sabrá en que quedó aquella historia de Paris y en qué situación están ahora él y Celine. Ya no son los jóvenes inocentes que compartieron una noche sin conocerse, ya no son los golpeados pero aun románticos treintañeros que eran capaces de dejarlo todo por amor. Ahora Jesse y Celine están en otra etapa de sus vidas y su relación. Siguen siendo los mismos, en esencia, pero los cambios con respecto a los dos films anteriores son claros. Como los más inocentes espectadores nos quedamos helados cuando la vemos a ella junto al auto esperando a Jesse a la salida del aeropuerto. Del hijo de Jesse sabíamos en el film anterior, pero sin otra pista, ahora vemos dos mellizas durmiendo en el asiento de atrás. Jesse y Celine están juntos, posiblemente desde aquella tarde en Paris y tienen dos hijas juntos. En el auto van los cuatro para desarrollar el primer plano secuencia del film. Un largo diálogo donde todo lo que digan está acompañado por la imagen silenciosa de las dos nenas durmiendo. Podrán decir y hacer lo que quieran, pero esa imagen atrás dice que las reglas han cambiado. Pero son ellos, sin duda son ellos. Y en pocos minutos ya estamos otra vez metidos en la historia. Es una forma genuina de felicidad la que experimentamos al volver a estar junto a ellos. Y el gran acierto del guión, escrito una vez más por Linklater y los dos protagonistas, consiste en encontrar el equilibrio justo entre la madurez y el romanticismo. Lo que sucedió aquella noche El tercer film de la saga –y nunca podríamos asegurar si es el último- encuentra a los personajes ya no en encuentros románticos, sino en una larga relación. Pertenecientes a dos continentes distintos, con el hijo de él en Estados Unidos, con una ex esposa complicada, los conflictos son otros. Pero en el segundo film habían sufrido por su exceso de romanticismo, así que ahora viven la otra opción. En la casa de un escritor veterano, la pareja reflexiona junto con otras parejas, más jóvenes, más grandes, y también dos personas viudas, acerca de la naturaleza del amor, el matrimonio y la vida de a dos y en familia. Si Linklater hubiera elegido repetir otro encuentro romántico se había equivocado, no hay duda. Así que de lo que trata esta película es del dolor de la pareja en el mundo real, justamente lo contrario a la segunda, que trataba del dolor de haber sido demasiado idealistas y románticos. La naturaleza humana es compleja, el amor es complejo, y los relatos de ese inolvidable almuerzo en Grecia lo acreditan. Lleva mucho tiempo, pero mucho tiempo, crear situaciones tan naturales, hacerle sentir al espectador que todo es espontáneo cuando no lo es. Delpy y Hawke tienen un dominio de sus personajes absolutos. Tienen la edad que el guión dice, tienen la edad del director, el tiempo ha pasado delante y detrás de cámara. El tiempo, una vez más, el tiempo. El tiempo todo lo cambia, el tiempo todo lo afecta. El cuerpo, el amor, el relato cinematográfico. Memorable es la escena cuando ven caer el sol juntos. Es casi una descripción de la pasión romántica. “Está, está, está… ya no está” dicen y se quedan en silencio. Luego vendrá una noche en un hotel. Están en Grecia, pero el hotel es impersonal, anónimo, contradice el afuera. Y tal vez por estar en Grecia llegan a una catarsis (purificación en griego). Lo dicen todo, lo sacan afuera, se liberan y se purifican. No es ni sórdido ni cruel, es un paso para seguir adelante. Ni Jesse ni Celine han bajado los brazos, pero había cosas para sacar afuera y salen en ese momento. Y allí es donde el romanticismo del primer film vuelve a asomar. Renovamos los votos con ellos. Nosotros les pedimos que se arreglen, nosotros queremos que se amen. Nosotros queremos creer en ellos y por extensión en nosotros. El final no será entonces en la habitación, será afuera, en un paisaje más hermoso, más esperanzador, más romántico. La cámara se aleja. No están solo, pero están juntos. Por primera vez en la serie la película termina con ellos dos dentro del mismo plano. Son una pareja, están juntos. Dieciocho años hace que los vimos por primera vez, la misma cantidad de años que pasaron desde que se conocieron. No se trata de tres películas, sino de una gran película dividida en tres etapas. Una pieza absolutamente original y única en la historia del cine. Capaz de explorar emociones e ideas que atraviesan tanto lo que se cuenta como la manera en que los tres artífices de este film se han atrevido a contarlo. No hay más para decir, solo entregarse a esta bella, profunda y definitiva reflexión acerca del amor y la pareja. Antes de la medianoche es absolutamente inolvidable.
La tercera es la vencida Describiendo el encuentro en un tren a París de Celine y Jesse (una estudiante francesa y un joven periodista estadounidense, encarnados por dos fotogénicos intérpretes en ascenso), entre quienes progresaba el deseo de comprenderse y la posibilidad de enamorarse a partir de discusiones amables, Richard Linklater (1960, Houston, EEUU) sorprendió dieciocho años atrás. La película se llamó Antes del amanecer (1995) y fue recibida con satisfacción en una época en la que el cine estadounidense estaba necesitado de nombres nuevos. Su continuación, Antes del atardecer (2004), fue también un acierto, ya que implicaba el reencuentro de la pareja, que conservaba las ganas de conversar para seguir conociéndose y ese brillo en los ojos que sólo da el amor. Ambas forman parte de la primera etapa de Linklater, marcada por un ímpetu juvenil y una frescura celebrables (Rebeldes y confundidos, Despertando a la vida, La pandilla Newton, Escuela de rock). Ese encanto se diluyó casi completamente en algunos de sus últimos trabajos: Fast Food Nation (2006) y Me and Orson Welles (2008) parecen hechas por cualquier profesional del montón. Aunque resulte inapropiado afirmarlo (la inspiración no se agota con el paso de los años), al director tal vez le esté pasando lo mismo que a Jesse y Celine, que a los cuarenta y pico lucen algo agotados, desapasionados, repitiendo lo que les divertía tiempo atrás como por obligación. Es que la propuesta de su último film es develar qué ha sido de la vida de los enamorados durante esa elipsis de varios años (algo que otros directores ya han hecho antes, de otras maneras, por ejemplo Claude Lelouch con Un hombre y una mujer y Un hombre y una mujer, veinte años después), aunque no con flashbacks sino sólo a través de lo que se dicen el uno al otro o le dicen a los demás. En esta ocasión, a partir de un guión escrito por Linklater junto a sus actores, Jesse y Celine comparten en Grecia distendidos momentos con parejas de distintas edades, hasta finalmente recluirse en un hotel. Los propósitos (además de jugar un poco con la curiosidad de los espectadores que ya conocen a los personajes principales) están claros: enfrentarnos con las consecuencias del paso del tiempo –como lo sugiere la hermosa escena en la que contemplan una puesta de sol– y, a la vez, con el retrato íntimo de una pareja tras varios años de convivencia, exponiendo la siempre arriesgada disposición a agredirse con mutuos reproches y la deriva en torno a cómo mantener viva la llama de la pasión. El film llega a la Argentina en medio de expectativas y elogios de críticos de distintas partes del mundo, que parecen excesivos. Probablemente el hecho de que muchos de ellos sean de la misma generación, formación cultural y extracción social de los personajes (Jesse, de hecho, es periodista) provoque una identificación más fuerte que la que pueden despertar otros personajes de ficción, pero lo cierto es que cuesta ver en Antes de la medianoche la obra maestra que algunos dicen que es, sobre todo si se pone atención en algunas aspectos puntuales: - En Antes del amanecer y Antes del atardecer Jesse y Celine eran jóvenes, simpáticos y glamorosos en su informalidad. El problema es que aquí lo siguen siendo: más allá de algunas arrugas en sus rostros, a Ethan Hawke se lo ve todavía como un pibe entrador y a Julie Delpy como una chica risueña y capciosa. Jesse (Hawke) es ya un escritor consagrado internacionalmente (en el hotel le acercan una edición griega de un libro suyo), pero ni siquiera parece interesado en la lectura. Cuando, durante la primera parte del film, ambos caminan charlando casi sin mirar lo que los rodea, lo hacen en medio de bromas, confesiones y risas nerviosas como si aún estuvieran conociéndose, aunque están representando a una pareja consolidada e incluso desgastada. La verosimilitud, un tesoro de las dos primeras películas de la saga, aquí tambalea. - Es evidente la búsqueda de realismo, procurando mostrar los claroscuros de la vida cotidiana sin adornos. Sin embargo, la parte inicial en Grecia, al sol y a orillas del mar, con la sensualidad a flor de piel entre risas y comidas, es un estereotipo optimista del lugar, trayendo vagamente a la memoria a películas mediocres como Mamma mía (2008, Phyllida Lloyd). Por otra parte, por caprichos del guión los hijos son borrados del mapa con facilidad: el hijo preadolescente de Jesse se despide en el aeropuerto apenas iniciado el film, en tanto a las mellizas de ambos se las ve dormidas en el auto y luego sólo fugazmente en una secuencia posterior. ¿Celine, por ejemplo, no debería estar más pendiente de sus chicas? ¿Por qué (salvando algunas referencias en las charlas) los hijos no forman parte de las preocupaciones y los cambios que conlleva esta etapa de sus vidas? La respuesta tal vez sea: para no apartar a la película del proyecto trazado. De esta forma, Jesse y Celine no son más que figuras locuaces en torno a las cuales los demás son un esquemático relleno. - Es conocida la afición de Linklater por acumular diálogos estimulantes, pero en este caso algunas de las cosas que se dicen son irremediablemente triviales (como ese clisé de que los varones se preocupan por su pene y las mujeres por sus seres queridos). Desde ya que hay comentarios provocativos, por ejemplo cuando Celine sostiene que todos seguimos siendo más o menos los mismos que cuando éramos chicos, pero quedan flotando en el vacío de charlas de sobremesa. Se puede reflexionar sobre el invasivo uso de las tecnologías en la sociedad actual con ligereza, como se hace acá, o con una estética coherente con las afirmaciones de los personajes, como lo hacía David Cronenberg en Cosmópolis (2012). En cuanto a la sobrecarga de palabras, si en Despertando a la vida (2001) los que hablaban eran diversos personajes y con variados registros (bromas, aforismos, citas, explicaciones científicas, canciones), aquí Linklater nunca se eleva por encima del lenguaje naturalista. Por otra parte ¿se puede verdaderamente amar u odiar a una persona sin parar de hablar aunque sea un momento para escucharse, para pensar? - Más allá de la delicadeza en los encuadres y los travellings de seguimiento, el film exhibe una estructura teatral. Esto se hace especialmente evidente en la secuencia en la habitación del hotel, donde todo (la pareja yendo y viniendo por ese espacio reducido, Delpy bajándose y subiéndose los breteles del vestido, Hawke poniéndose y sacándose el pantalón) luce demasiado calculado, como si estuviéramos viendo a los actores discutiendo en un escenario. Incluso el hecho de que uno de ellos salga y vuelva a entrar varias veces remite a las tradicionales puertas de los decorados teatrales: Linklater no ofrece en ese caso ni siquiera un plano del exterior. De esta manera, el film recuerda a Tape (2001), otro film suyo que era, visiblemente, más teatro que cine. - Su final, quizás feliz, suena algo impostado. Intentar el romanticismo con palabras elegantes y mesas de café a orillas del río suena perezoso para un director como Linklater. Debe reconocerse que, cerrando una trilogía que supo ganarse -con buenas armas- el cariño de los cinéfilos, en Antes de medianoche el director examina con cierta lucidez las huellas del tiempo en las relaciones personales. Pero, lamentablemente, lo hace confiando más en las disputas de entrecasa que en la profundidad de los silencios o la agridulce intuición de los pequeños gestos.
La pareja en su laberinto La pregunta sería ¿qué tiene “Antes de la medianoche” que no tienen otras películas de amor? Y la respuesta aflora muy simplemente: el diálogo. El mismo diálogo que puede ahuyentar a un espectador ávido de acción. La tercera película de la saga de Richark Linklater, que comenzó en 1995 con “Antes del amanecer” y continuó en 2004 con “Antes del atardecer”, sigue el vínculo de la pareja de Celine y Jesse, magistralmente interpretados por Julie Delpy y Ethan Hawke. La acción (acción verbal, diríamos) se traslada ahora al poético paisaje de Grecia. Celine y Jesse son una pareja de cuarentones, con algunos kilitos de más, y con caminos dispares en cuanto a su profesión. El es un exitoso escritor, de esos que le piden la firma adonde vaya, y ella es una militante de causas humanitarias, que sigue buscando el trabajo ideal, y que, además, sigue siendo la musa perfecta de las novelas de Jesse. Lo maravilloso es que, a 18 años de su primer encuentro, cada uno sigue buceando en la intimidad del otro. Con dos hijas en común y un hijo de él de su anterior matrimonio, las problemáticas más domésticas le ganan espacio a las más poéticas y existenciales, pero como cada pareja bien conformada, siempre hay lugar para otra sorpresa. Y tras otro descubrimiento del universo íntimo, el amor vuelve a sacar pecho para resistirse a la rutina y al hastío. Lo mejor es que cada diálogo de Celine y Jesse atraviesa la pantalla y llega hasta tu casa.
as edades del amor No vamos en esta nota a profundizar en lo que seguramente ya sabe del film: que es la tercera parte de una trilogía escrita por Richard Linklater, Ethan Hawke y Julie Delpy, precedida por Antes del amanecer y Antes del atardecer. Más que una crítica, este es un intento de volcar en la hoja algunas impresiones y análisis de la saga.En primer lugar habría que decir que las tres películas están ambientadas en tres ciudades europeas, que sirven como marco para el desarrollo de los diálogos con fuerte carga existencialista entre Celine y Jesse. La primera ciudad es Viena, donde los jóvenes amantes atraviesan el estado de enamoramiento. Allí están presentes los dos grandes temas que serán abordados a lo largo de toda la trilogía: la preocupación por el paso del tiempo, y las percepciones de los hombres y las mujeres. En Antes del Amanecer Jesse es el personaje más cínico, descreído de todo y todos: ha sido recientemente abandonado por su novia, a quien había ido a visitar a Europa, no cree en los designios de la lectora de palmas ni en la creación poética de un artista callejero. En cambio Celine es más idealista. A sus veintitrés años está interesada en el poder de la mujer. La segunda ciudad donde encontramos a nuestros personajes en Antes del atardecer es París. Y no es casual. Han pasado 9 años desde ese último encuentro y ya no es un simple enamoramiento. Ya no son unos jóvenes adultos, saliendo de la adolescencia, sino que tienen sus vidas encaminadas: Jesse es un escritor que tiene un hijo con una mujer a la que no ama, Celine trabaja en una ONG para resolver problemas ambientales, y su novio es un periodista fotógrafico al que no ve demasiado. Los mismo temas existencialistas del paso del tiempo, y lo que éste significa son el eje de las conversaciones mientras recorren la ciudad del amor, sólo que resignificados por, valga la redundancia, el propio paso del tiempo. Y así llegamos al último film, en Grecia, la cuna de la tragedia y el mito. Otros 9 años han transcurrido y Jesse y Celine son un matrimonio con dos hijas gemelas, Nina y Ella (en un guiño a las cantantes de jazz Nina Simone y Ella Fitzgerald). Nuevamente encontramos que la ciudad que recorren no es simplemente un adorno de fondo, sino que es acorde al momento que vive la pareja: tras años de matrimonio y rutina cotidiana, la pregunta existencialista acerca de si los que los mantiene unidos es amor o acostumbramiento es el eje del film. Entonces vemos que lo mitos acerca del amor (o mejor dicho enamoramiento) que se planteaban en el primer film ahora son puestos a prueba (recordemos que en la primera parte se separan prometiéndose encontrarse seis meses después en el mismo lugar, pero sin establecer contacto porque la rutina de hablarse todos los días iba a destruir esa pasión que habían encontrado recientemente) ¿Cuando la pasión desparece, se va el amor? ¿O quizás es el mismo amor transformado por el paso del tiempo? Si hay algo por lo que podemos decir que esta trilogía es una obra maestra es porque aborda todos los grandes momentos y etapas del amor con una profundidad envidiable, pero sin ampulosidad. Sin ir más lejos, Antes de la medianoche está estructurada en 3 grandes momentos: la primera parte aborda la relación con los hijos y el trabajo, la segunda parte establece los puntos de vista femeninos y masculinos sobre la vida, en una mesa familiar y de amigos, y una tercera parte, donde finalmente ellos están solos recorriendo la ciudad como en los otros films y se empieza a evidenciar el desgaste por el paso del tiempo. En tan solo tres o cuatro escenas muy intensas el trío Linklater, Hawke y Delpy dan vida a lo que probablemente sea uno de los mejore films del año, y a una trilogía que ya está dentro de las mejores de la historia del séptimo arte…al menos para los cinéfilos de la generación que vivió su adolescencia y juventud en los años 90.
LA TERCERA ES LA VENCIDA (o al menos sería lo más razonable) En Antes de la medianoche hay algo que huele a viejo. Digamos que más que a viejo, huele a simplificaciones hartamente repetidas. Seamos justos con la vejez, para no cargar a la edad de condiciones que no tiene por sí misma, aunque la película insista en naturalizarlas -la edad no trae ni sabiduría, ni desazón ante lo pasado-. Y “lo viejo” no es la puesta en escena teatral que sobreviene al impresionante comienzo de la película que es un plano secuencia brillante, sintético y contundente narrativamente. Tampoco lo es el recurso al diálogo permanente que asfixia, que destruye -y deconstruye- cualquier apelación al realismo o a la verosimiltud. Tampoco lo es cierta estudiada composición bucólica del espacio y de la propia Grecia. Lo que huele “a viejo” en esta película es la obviedad con la que cuenta la relación de una pareja recorriendo una crisis particular. ¿Por qué recurrir a diálogos trillados y recursos simplificados con eje en la problemática de género para contar la supuestamente irreversible crisis trágica que toda pareja DEBE atravesar si tiene hijos, algunas canas, tetas caídas y hemorroides? Los problemas centrales son esos, lo irreversible de la crisis fatal y el discurso sobre el que la misma se estructura. La franquicia que autoconstruyeron con talento y cierto grado de innovación hace 18 años Delpy, Hawke y Linklater, va perdiendo tono en este tercer opus. No puede negarse a la película cierto ingenio. Pero lejos está este de ser inteligencia. Linklater realiza un trabajo de notable rigor en el modo en que construye las escenas, en como mira a los personajes y al espacio, como trama tiempos y como evita silencios. La cámara no deja de atrapar nunca a los protagonistas, de atravesarlos con el drama y, en esa misma operación, involucrar al espectador de un modo consciente y permanente. Pero todo ese talento está puesto al servicio de un guión basado en fuegos de artificio. La secuencia del almuerzo entre las parejas de tres generaciones es solo una fatal competencia de textos brillantes, que no articulan sino una torpe mirada sobre la naturaleza de lo genérico, el amor romántico y el sexo. Escena que no es torpe por falsa, es torpe por pretenderse inteligente. En este sentido, la operación más brillante es que esa cooptación del espectador permite que la identificación del público con aquella pareja -a esta altura casi mítica- sea muy potente. Y que ello produzca un juego intenso con el espectador que goza notablemente de aquel guión que no deja espacio para respirar y reflexionar. Julie Delpy brilla como siempre. Eso, como los valores de la trabajada puesta en escena, son indiscutibles. El resto son puros fuegos artificiales. Y los fuegos artificiales no dejan de ser vistosos. Pero no dan abrigo.
Un periplo de años vividos en apenas tres días ¿Cómo acercarse desde las palabras a la (hasta ahora) última película del trío Linklater/Delpy/Hawke? Seguramente, sin la revelación de absolutamente ninguno de sus detalles argumentales. Cualquiera de los espectadores de las anteriores Antes del amanecer (1995) y Antes del atardecer (2004) huirían despavoridos, así como ofendidos, ante la mera posibilidad de que esto ocurriese. Algo que, lamentablemente, hubo de suceder entre páginas y decires de algunos comentaristas. Tal situación dice, mucho, acerca del culto que estos films despertaran, desde un boca a boca que ha provocado un seguimiento íntimo, de relación personal con las películas. Porque con Antes de la medianoche se completa un recorrido, un periplo de años vividos en, apenas, tres días, es decir, tres películas. Todas y cada una ocupadas por el relato de lo sucedido durante, apenas, veinticuatro horas. Con el planosecuencia (toma de imagen sin cortes) como recurso justo para esos diálogos sin fin, espontáneos y atentos a un guión que, naturalmente, transgreden hacia una continuidad de desenlaces aparentes. Sólo se referirá aquí un momento de sol que cae, de sentimiento fugaz que cualquiera puede, si quiere, experimentar, mientras la luz todavía está y la noche apenas no es. Ese instante inapresable, que desde la palabra trata de retener a la bola de fuego que se oculta. La melancolía, inevitable, está allí, mientras se codea con tantas otras situaciones y estados de ánimo como los que afloran en Jesse (Hawke) y Celine (Delpy). Para ellos, sean los intérpretes, sean los personajes, hubo de suceder realmente tanto tiempo como el que separa a cada una de las películas. También para el espectador. Por eso, mirar las arrugas, escucharlos decir, observar sus cuerpos, es también diálogo que anuda las elipsis entre cada uno de estos tres días, de estas tres películas, que vuelven palpable y fugaz al tiempo que ha sido. En este sentido: los intérpretes, el realizador también, se vuelven personajes de sí mismos, tanto como los que habitan dentro de cada uno de los libros que Jesse escribe para inmortalizar lo que hubieron de vivir o vivirán. Aspectos que entre sí se confunden, a la vez que sitúan a la pareja en el estadio generacional intermedio. Allí se sitúa una de las mejores escenas de la película y, tal vez, del cine de Linklater: en la mesa del almuerzo, entre las experiencias de amor, dichas desde el recuerdo: "algo que nunca olvidaré", se escucha; "rasgos que me esfuerzo por evocar", se replica. A la par de una madurez transgresora que para saberla habrá que, inevitablemente, haber vivido. Entonces, Antes de la medianoche no hace falta sea referida más que desde sus capítulos previos. Si el encanto no hizo efecto entonces, tampoco lo hará ahora. Si sí, ¿qué más decir? Que la intimidad entre Jesse, Celine, y el espectador, sigue allí, tan bella como inasible.
Digna y rica culminación para una historia romántica y emotiva Exquisita, tal la apreciación que me merece "Antes de la medianoche”, la ¿culminación? de la trilogía romántica del realizador estadounidense Richard Stuart Linklater, quien el próximo 30 de julio cumplirá 53 años. Todo comenzó con "Antes del amanecer", su tercer largometraje como guionista y director, una producción de 1995, cuando él tenía 35 años, a la que bien podría definirse como “el encuentro”. Nueve años más tarde estrena "Antes del atardecer", es 2004, y con ella concreta la décima obra en su filmografía, al cumplir 44 años de edad, y bien se la podría subtitular “reencuentro, hacia un futuro probable”. Ahora, nueve años después, a 18 de aquél recordado encuentro casual, cuando su creador tiene 52 años, es retomada la historia a manera de una crónica que realiza la pareja en sus vidas y relaciones de la adolescencia romántica a la madurez en crisis. Lo interesante de esta trilogía es el criterio con que ha sido estructurada la narración de la historia en cada título respecto de los otros, lo que permite que el espectador pueda disfrutarlas en su continuidad si ve las tres producciones (algo que bien puede sugerirse), tanto como aquél que los aprecie aisladamente por la autonomía del tratamiento con que ha sido trabajada cada una de ellas. La singular historia de amor entre el estadounidense Jessy (Ethan Hawke) y la parisina Celine (Julie Delpy) ha sido narrada con intermitencia en su desarrollo, pero con atenta narrativa y coherencia temporal y espacial. Se conocen siendo muy jóvenes en el vagón de un tren que se detiene en Viena, descienden en la pausa del viaje, visitan la ciudad e inician una relación circunstancial para despedirse “antes del amanecer”, y cada cual continuar con su vida. Nueve años más tarde se produce el reencuentro en Paris, en oportunidad en que Jessy, casado, y escritor exitoso, arriba desde los Estados Unidos para promocionar una de sus libros, y Celine accede al acto. Se reconocen y se reactiva el enamoramiento sobre la premisa de que donde hubo fuego, entre las cenizas, brazas quedan, volviendo a seducirse, pero esta vez con amor declarado. Dadas las circunstancia que los rodean vuelven a separarse, esta vez antes del atardecer, pero abriendo perspectivas para un posible futuro en común. “Antes de la medianoche” abre la narración con Jessy en el aeropuerto internacional de Kalamata despidiendo a Hank, su hijo adolescente del matrimonio anterior, quien lo visitó para compartir con él una estadía veraniega en Grecia, y ahora debe regresar a Chicago para continuar sus estudios y la vida junto a su madre. Todo entre ellos denota una relación cordial, pero inconsistente. A poco andar de su regreso del aeropuerto nos enteramos que Celine y Jessy están casados y tienen dos encantadoras hijas gemelas Ella (Jennifer Prior) y Nina (Charlotte Prior). Están en Grecia en un retiro de escritores, hospedados en la pintoresca campiña de un escritor expatriado, Patrick (Walter Lassally). Jesse, entregado al vuelo de la imaginación creativa, encanta a la pareja griega que tan cálidamente los hospeda, pero Celine, cuyo pasado ha jugado un papel protagonista en las novelas semiautobiográficas de él, está quizás un poco hastiada de servir como seductora musa francesa en la exitosa carrera de su marido. Las reuniones son amenas, sostenidas por un diálogo ágil e inteligente no exento de recuerdos, humor, e ironías. A modo de agasajo los amigos griegos les regalan una noche en un lujoso hotel a orillas del mar, mientras ellos cuidan de sus niñas. Ambos parten a pie por la espectacular región helénica. Caminan a través de los médanos y las aldeas disfrutando el momento de estar solos. En ese largo trayecto empiezan las preguntas y respuestas, las bromas, el coqueteo, pero también comienzan a asomar un balance de su vida en común con sus buenos momentos, para ir filtrarse el cansancio, las insatisfacciones, los reproches, las frustraciones. Poco a poco va insinuándose en ella molestias por ser tomada como la protagonista de los libros de Jessy; en él lamentar su notoria preocupación por las cosas que perdió como padre en la vinculación con su hijo, sintiendo culpas por no haberle dedicado más de su tiempo, siempre tratando de encontrar una salida o una razón que lo justifique. En el cuarto de hotel inician un jugueteo amoroso, con seducciones y coqueteos incluidos, en la conquista mutua que culmine en el acto del amor. Un llamado telefónico quiebra la idílica atmósfera para volverlos a sus realidades individuales y de pareja, a las experiencias agridulces acumuladas en 18 años de vivencias que pesan en su momento presente, afrontando la crisis más serie en sus relaciones, no exentas de sueños, inseguridades, reproches, fracasos, bordeando la ruptura, la caída en un precipicio sin fondo o sumergirse en un agujero negro. Celine abandona el cuarto…pero retorna a los pocos minutos con nuevos reclamos, aunque con actitud más contemplativa. El diálogo continúa con sus vaivenes hasta que Jessy lee una carta en la que expresa que en esencia sigue siendo el mismo y que el amor aquél continúa prevaleciendo por sobre cualquier contingencia. La tormenta comienza a desvanecerse para que la historia se abra a la esperanza antes de la medianoche. El sostenido interés narrativo se basa en una sólida estructura apropiadamente tratada en un guión elaborado con inteligencia y prolijidad por la sociedad Linklater-Delpy-Hawke. Las situaciones se van planteando en espacios acotados y resueltas con diálogos, por momentos muy teatrales, que llegan a agobiar al espectador, pero que resultan muy efectivos para traducir la crisis de pareja. Una obra emotiva a la vez que angustiante sobre las relaciones humanas que transita por el amor, la convivencia, el matrimonio, la paternidad y la realización personal, pero sin que la historia pierda el romanticismo que predomina desde su origen. Técnicamente cuenta con buena fotografía, un trabajo de cámara que acentúa los valores de los diálogos y la atmósfera intimista, acentuada por un tema musical cálido y sugerente.
ESPERADA TERCERA PARTE, CONVERTIDA EN GEMA CINEMATOGRÁFICA Y finalmente llegó lo que muchos esperábamos desde hacía 9 años: Jesse (Ethan Hawke) y Celine (Julie Delpy) están juntos en el cine otra vez. Desde “Before sunset” (2004) que no sabíamos nada de ellos y era imperativo para muchos saber qué había sido de sus vidas, como si ellos vivieran realmente fuera de la pantalla a lo largo de esta (casi) década. Es que resultaron ser unos personajes tan creíbles y verdaderos, que desde “Before sunrise”, en 1995, cobraron vida dentro y fuera de la (ahora) trilogía cinematográfica de Richard Linklater. Para los que no conocen a Jesse y Celine, ellos se conocieron a los 23 años, a bordo de un tren por Europa, y se bajaron juntos en Viena, por insistencia del joven, porque se habían caído muy bien y se sentían cómodos charlando. Y así transcurría “Antes del amanecer”, con el norteamericano y la francesa visitando lugares en la capital austríaca y hablando de sus vidas, sus amores, sus frustraciones, sus deseos, sus sueños... También compartirían besos, caricias y una noche romántica. Parecía que una historia de amor había comenzado, sin embargo, debieron despedirse para seguir cada uno con sus vidas, prometiéndose un próximo encuentro. Nueve años después, en “Antes del atardecer”, de 2004, nos enteramos que ese encuentro prometido no se produjo, y Jesse, devenido en treintañero escritor, había creado una novela que contaba su historia romántica en Viena, y la fue a presentar a París, donde se volvió a cruzar con Celine. Allí, ambos tomaban juntos un café y recorrían el Sena, enterándose que ninguno de los dos estaba conforme con sus vidas: él casado y con un hijo (pero no enamorado de su esposa); y ella, en una relación con un fotógrafo corresponsal de guerra, que se la pasaba más lejos que cerca de su novia. Y así, quedaba en suspenso la historia entre ambos, luego de que Celine le manifestara a Jesse su amor, cantándole un vals que ella misma había escrito. El final quedaba abierto, pero se suponía que ambos podían llegar a concretar su deseo de estar juntos. Ahora, en 2013, con “Antes de la medianoche”, Jesse va a despedir a su hijo adolescente al aeropuerto de Kalamata, en Grecia, quien regresa con su mamá, a la vida en los Estados Unidos, luego de pasar sus vacaciones junto a su padre, que ahora ha formado una nueva familia junto a Celine. Finalmente, los ahora cuarentones, están juntos desde aquel atardecer parisino de 2004, y tuvieron mellizas que, en la actualidad, tienen 7 años. La familia está pasando unas vacaciones en Grecia, en la casa de un importante escritor, y tienen la posibilidad de pasar la noche en un hotel, los dos solos. Allí aflorará una charla que deviene en discusión sobre el deseo de Jesse de vivir más cerca de su hijo, acerca de la carrera de ella, acerca de la convivencia de todos los años juntos. Los reproches entre ambos surgen como una respuesta a una frustración: Jesse por no vivir en su país de origen y cerca de su hijo; Celine por no sentirse acompañada en la crianza de sus hijas por falta de cooperación. Se sabe que una relación suele empezar con un proceso de enamoramiento que hace que se creen expectativas muy altas entre los miembros de la pareja. Pero el paso del tiempo y las dificultades propias de la convivencia hacen que aparezcan las crisis y una sensación de desencanto, porque no se están cumpliendo las expectativas que se habían creado, entonces surge la tentación de culpar al otro de esta situación. Jesse y Celine no le escapan a esto, y se han convertido en víctimas de su propia relación. El tema a dilucidar será si pueden seguir juntos o todo está terminado… La calidad y realismo de los diálogos conservan el excelente nivel logrado en las dos partes anteriores. La crudeza con que se reprochan uno al otro en ese cuarto de hotel los sulfura hasta hacer peligrar la continuidad del matrimonio. Todo el romanticismo alcanzado en los filmes de 1995 y 2004, aquí parece no existir, o aparece a cuentagotas. La situación de los personajes es otra esta vez: han acumulado años juntos y la idealización de uno hacia el otro ya no está. Ello, de alguna manera, genera mucha identificación en el espectador (adulto especialmente), pero por otro lado se aleja de la emoción que había en los filmes antecesores, donde la imposibilidad de los protagonistas de concretar su amor proporcionaba mayor vibración en la platea. Al margen de este detalle, este tercer filme de la saga está a la altura de las dos primeras. Hawke y Delpy resultan formidables y conservan una enorme química, tanto entre ambos como actores, y también la tienen como co-guionistas junto al director, conformando un terceto creativo de lujo, que nos regalan esta joya cinematográfica que, de quedar en trilogía, conformará un magnífico pack triple, así como existen el de “El padrino” o el de “Volver al futuro”, por citar dos diferentes. Aunque ojalá que, cada 9 años, tengamos noticias de ellos y sus destinos, para seguir madurando junto a Jesse y Celine como (muchos) venimos haciendo desde aquella charla espontánea en un tren a Viena.
Detalles sórdidos a continuación Es bastante probable que el director Richard Linklater no sea ningún genio, y que su caso se trate en realidad de un cineasta más que interesante, capaz de hacer películas pequeñas y libres, casi invariablemente dotadas de un aire evidente de ligereza y gracia, que más que presentarse así mismas como piezas de arte mayor se dedican a deslizarse con discreción y delicadeza por esa franja dudosa del cine americano denominado independiente sin perder por ello un gramo de legibilidad ni de vocación mayoritaria. Las películas de Linklater están siempre ubicadas a una distancia prudente de lo que se suele llamar “gran cine”, básicamente porque el extraño regocijo mediante el que el director dispone la puesta en escena y con el que los actores se desempeñan dentro del plano no parece relacionarse con la agenda de profundidad autoasumida, la gravedad del tema o la obsesión por el fragmento macabro que tiende a asociarse con la idea de obra maestra. Incluso Waking Life, su primera película animada, que incluía en el palabrerío habitual del cine del director una buena porción de disquisiciones de orden más o menos filosófico, ejercía sobre el espectador una rara fascinación que seguro tenía más que ver con las oscilaciones hipnóticas del trazo de los dibujos, con el extraordinario uso de la música y la sucesión de naturaleza onírica de las escenas que con el contenido de los diálogos, como si Linklater se hubiera embarcado en una suerte de primitivismo absurdo y radical, en el que el intelecto es solo uno de los sentidos –y no necesariamente el principal– con el que el cine pide ser apreciado para su cabal comprensión y disfrute. Para decirlo en otras palabras, Linklater siempre aspiró a hacer películas abiertas, que respiran y vacilan siguiendo con perseverancia el objetivo de por lo menos rozar motivos y tópicos de la cultura popular americana de toda la vida: la afirmación personal, el conocimiento del otro, el deseo del libertad, el nomadismo, el dilema entre la integración o el aislamiento sociales, el descubrimiento del mundo a través de la educación sentimental. En ese trance el director se las arregló para filmar la que posiblemente sea la mejor película de adolescentes de la historia (Dazed & Confused, como la canción de Led Zeppelin) y también una de las mejores películas con niños jamás filmadas (Escuela de rock). Con la tercera parte de la trilogía protagonizada por Ethan Hawke y July Delpy el director alcanza ahora un pico en su calidad de maestro del detalle, del uso del tiempo y del compromiso emocional con los personajes, seres que parecen haber nacido para la charla, para el vagabundeo y para la exploración sistemática de su propio yo en relación a los seres, las cosas y los paisajes que los rodean: como sucede a menudo en el cine del director, una de los elementos más impactantes de Antes de la medianoche es el modo en que Linklater explota la inclinación compulsiva de los personajes a expresar sus puntos de vista sobre los temas más variados en los que, sin embargo, la puesta en valor de la verdad propia frente a la de los demás ocupa un lugar de privilegio. El director filma a la pareja, que ahora se ha convertido en un matrimonio con dos hijas pequeñas que pasa unas breves vacaciones en Grecia, con la elegancia y la pertinencia habituales, dejándolos hablar, mirarse y molestarse mutuamente como un matrimonio cualquiera. Linklater abre sin embargo esta vez el juego para que otros personajes se integren al desvarío simpático y a las charlas, donde se destaca una escena fabulosa durante un almuerzo en el que tiene oportunidad de lucirse como actriz la griega Atina Rachel Tsangari, extraordinaria directora de Attenberg. El aire ligeramente melancólico que aparenta flotar en el aire desde que empieza Antes de la medianoche –con la escena en la que el personaje de Hawke despide compungido en al aeropuerto a su hijo adolescente (producto de un fallido matrimonio anterior)– no impide que Linklater sostenga un discreto tono de comedia durante toda la película. El director observa a los actores desenvolverse en la escena siempre con pocos planos y un dejo de dramaturgia casual, que parece surgir y desarrollarse de manera orgánica de escena en escena; las largas secuencias configuran bloques de una sugerente vitalidad que brota sorprendentemente de acciones vagas, parloteos, reflexiones, conatos de discusión; el cineasta americano establece el paso del tiempo como tema, al mismo tiempo intrigante y descorazonador, mientras el tiempo interno de los planos y de las secuencias parece responder con un espíritu democrático y gentil a la necesidad de expresión de los personajes, a los que les pasan los años pero a quienes en la película se les permite disponer de todo el tiempo del mundo para dar rienda suelta a su perplejidad y a su lucha para mantenerse dignos en medio del desconcierto. La gente se reía mucho en la sala donde se proyectaba Antes de la medianoche en la función que me tocó verla, y tenia razón: la película hace en realidad una comedia terrible a partir del esfuerzo de los personajes por resguardar su integridad en el esgrima constante que constituye su vida en pareja, a la vez que manifiestan el horror secreto que les produce la sola posibilidad de perder al otro. La secuencia quizá más importante de la película, aparte de ser la más larga, es una especie de prodigio menor en lo referido al manejo del espacio y la precisión actoral. Linklater muestra ahí cómo, cuando todo parece estar bien, las cosas se pueden desmoronar por culpa de una falla en el timing: un movimiento sin terminar, un gesto de desdén que sorprende incluso a quien lo ejecuta, o una palabra dicha con una modulación inadecuada de la voz son capaces de desencadenar el desastre y arruinar la noche; la conclusión es que el espíritu de lo precario domina el mundo de la intimidad. De manera mucho más congruente que en la escena del auto de Antes del atardecer (segunda entrega de la serie), una corriente eléctrica que se parece al amor, y tal vez lo sea, cambia de signo y descalabra el mundo en cuestión de milésimas de segundo. La comicidad aterradora de la película se concentra en ese momento. Celine invoca por enésima vez una condición femenina universalmente desfavorable, pero exagera la nota con oportunismo, porque siente de pronto que el odio la consume, mientras Jessie juega con desparpajo su papel de americano apegado a las ideas de simpleza, de rectitud moderada y de reserva de equilibrio y de buena voluntad. Los dos actores están muy bien, pero en ese momento Linklater parece darle más espacio a ella, con toda probabilidad porque comparte con Jessie el embelesamiento ante el peligro supremo encarnado en esa criatura exótica que late con furia bajo la actuación de Delpy. Más que caminar y avanzar en una dirección precisa dentro del plano, la mujer da la impresión de rodar a tientas, con las tetas al aire y la mirada oscurecida de admiración ante la fuerza de su propio cólera, en un acto conmovedor de despojamiento que resulta obsceno y risible en partes iguales, y que puede hacer acordar un poco al de Juliette Binoche (otra actriz francesa que madura con elegancia, y a la que de pronto descubrimos que le sienta bien el desaliño) cuando lucía desgreñada y se le veía la bombacha fuera del pantalón en una escena en la que se encontraba desbordada por la soledad y la demanda de la rutina doméstica en El viaje del globo rojo. Antes de la medianoche no se ahorra los detalles oscuros de la relación amorosa de los protagonistas, pero Linklater, como Jessie, es demasiado solar, demasiado llano y demasiado devoto de la vida como para permanecer mucho tiempo en la sordidez y el dolor que se derivan de las demandas y las recriminaciones de Celine. A esta altura huelga decir que la mirada masculina guía el relato. Cuando en la siguiente escena Jessie consigue llevar a Celine a su terreno, apelando a sus trucos de escritor para hacerle un verso convincente, la mujer acepta una vez más el juego y logra ser integrada, aunque sea provisoriamente, al universo desbordante de franqueza y de generosidad del que tal vez sea el director más amigable del cine norteamericano actual.
Mirarse al espejo Antes de la medianoche, de Richard Linklater es una de esas películas difíciles de racionalizar. Vi Antes del amanecer (1995) con veinte años de edad, Antes del atardecer (2004) con veintinueve y finalmente Antes de la medianoche (2013) a mis treinta y ocho, todas en el cine. Con lo cuál, más allá de confesar mi edad, crecí junto a estos personajes. La gran diferencia entre las dos primeras y la tercera es un detalle fundamental: la ausencia. Esa que antes era el motor y que ahora se les viene encima como una montaña de cemento sobre sus espaldas. Tanto en la primera como en la segunda entre cada encuentro había una larga distancia, física y geográfica. Pero en la tercera, no. En este caso el único espacio que hay entre Jesse y Celine es el que va del living al dormitorio, pasando por la cocina. La película comienza con la cámara mostrándonos unos pies que avanzan, podemos metaforizar que hay un camino recorrido (y recorriéndose) y que el paso del tiempo está más presente que nunca. Al principio nos confundimos un poco, pero más tarde nos damos cuenta (y nos sorprendemos para bien) que Celine está esperándolo, hermosa como siempre. Ella es un ejemplo de mujer de una generación en la cual el mayor miedo es ser una ama de casa, convertirse en una aspiradora, vivir pendiente de la peluquería y creer que Romeo y Julieta es una película. Una despedida inaugura la historia, porque hay cosas que se van, a veces para no volver. Entonces para verla hay que “despedirse” de las utopías, del romanticismo adolescente, de los encuentros casuales (o no tanto) y de las largas caminatas sin rumbo alguno. Dejé descansar mi pañuelo por un rato, para sonreír mucho más de lo pensaba, porque claro, no hay mejor manera de enfrentar las propias miserias que reírse de uno mismo. La primera parte de la película nos pone en contexto: unas vacaciones en Grecia y el encuentro con una serie de personajes que rodean a la pareja y que representan muy bien todas las diferentes etapas del “amor” (cualquiera sea el significado que cada uno le dé a esta palabra). Tengo que reconocer que por un momento tuve un poco de miedo que las hijas de Jesse y Celine, unas gemelas rubias un tanto insulsas, tomaran demasiado protagonismo en la historia, pero gracias a la sabiduría de Linklater esto no fue así. La película sigue a quienes realmente queremos ver y escuchar con todos nuestros sentidos despiertos: a Jesse y a Celine. Entonces recorremos las antiguas calles empedradas de Grecia escuchando sus lúcidas reflexiones acerca de la pareja, las expectativas, lo que se pierde, el tiempo, el sexo, lo cotidiano, el lugar de la mujer y podría seguir así llenando espacios que no debería porque los caracteres de esta nota son limitados. Hay que verla. Es el reflejo (sí, duro) de los años que pasan, de las curvas que ya no están tan bien delineadas en Celine (pero que muy bien se lo banca) y de la pelirrroja barba de Jesse que ahora se mezcla con algunas tonalidades de color blanco. Hay conciencia que algo quedó en el pasado, pero también que algo sobrevivió a través de los años. La película no deja una sensación amarga, simplemente nos da una pequeña cachetada y nos hace poner los pies sobre la tierra para sentir las asperezas del suelo, pero también para poder seguir caminando sin caernos desde un precipicio.
Amor, etc. Final de Before Sunrise. Viena y el destino (si es que tal cosa existe) o las casualidades o… como se quiera llamarlo. Vida. Viena mira vacía a Jesse y Celine, yéndose cada uno en su tren. Todos los lugares nos remiten a sus momentos compartidos y están teñidos ahora de una nostalgia inmediata. Tal vez esa noche vivida por ellos (y por nosotros que estuvimos allí presenciándolo todo) pueda tomarse como una metáfora de lo que son las relaciones. Es como una comprensión de todo junto. Porque Jesse y Celine hablan sobre todo lo que define a la vida como vida, y no como otra cosa. —Hasta resulta curioso que el primer tema que tocan prácticamente al conocerse es la muerte (y después de todo sin ella la vida no sería vida, ¿no?)-. Hablan sobre el destino, el tiempo, sus relaciones pasadas, sus reflexiones más profundas… Y nos da la sensación de que a lo largo de la película van agotando todos los significados de las cosas, por medio de sus prolongados y chispeantes diálogos. Los títulos de las tres películas remiten a una cierta circularidad. Y así resulta esta primera. Es de día, están en el tren, hablan un poco y deciden súbitamente pasar la noche juntos. Y ahí en cierta forma el tiempo se detiene, para ellos y para nosotros. Y eso es lo que pasa cuando hablamos con alguien que de verdad nos gusta. El tiempo se detiene, el resto del mundo deja de existir, simplemente porque nuestra atención se focaliza completamente en cada palabra, cada gesto que emite la otra persona. Esta es la sensación que nos imprime la película todo el tiempo. Y luego a la mañana siguiente, vuelve a ser de día con el sol que les pega en la cara, como la realidad de tener que separarse. Si alguien ajeno al mundo humano bajara del cielo y nos preguntara qué es el amor, podríamos apagar las luces y sentarlo a ver Before Sunrise. Y si al final, una vez entrados los créditos y desvanecidos los colores transmitidos por el film, nos preguntara “¿Y qué pasa después?, ¿qué hay después del amor?” Podríamos contestarle que lo que sigue es una pesada pila de nostalgia que nubla parte de nuestra capacidad sensitiva, aunque sea por un tiempo. Y ahí entraría en juego Before Sunset. Creo que ambas películas gozan de una universalidad, no solo por el efecto de tiempo real, de “esto está pasando de verdad”, sino porque creo que todos buscamos sentirnos así. Y una vez que descubrimos exactamente lo que nos gusta sentir, no queremos soltarlo. Queremos sentirnos así todo el tiempo. “Baby, you are gonna miss that plane” dice Celine parodiando a Nina Simone en un concierto. Y Jesse sonríe, “I know”. (Just in time, you found me just in time). Y si estas películas eran una declaración de amor al amor, no sé qué fue lo que pasó con la tercera… Tal vez algún amigo de Linklater fue y le dijo que el romanticismo había muerto hace mucho, que se dejara de hinchar y que le pusiera algo de realidad al asunto. “¿Y qué vendría a ser algo de realidad?” se preguntó Richard, y al no poder llegar a nada simplemente le agregó ipods que sacan fotos, discusiones sobre las cuestiones de la vida diaria (y eso que nuestros personajes, como de costumbre, ¡están de viaje!) y problemas de la vida sexual. Y voilà, Before Midnight. Pero me parece que los que disfrutamos con los infinitos diálogos entre Jesse y Celine y de sus largas caminatas, y que tal vez hasta nos sentimos vacíos gracias al amigo Linklater que nos metió en la cabeza estas ideas locas de enamoramientos instantáneos y profundos, NO QUEREMOS REALIDAD. QUEREMOS SEGUIR SOÑANDO. La tercer película parecería ser una palmadita en la espalda al espectador, para que no nos sintamos mal con nuestras mediocres relaciones: si más o menos las venimos cultivando, ahora ya vendrían a estar lo bastante maduras como para sentirnos identificados con el presente de Jesse y Celine.
PORQUÉ NOS OBSESIONAMOS CON JESSE Y CELINE A M&M, que me enseñó la telepatía. Una película inicial se convirtió en una propuesta novedosa y finalmente en una antropología del amor. Esta mutación hace de la saga algo atípico; más que ampliar una historia, amplía un concepto, como esas tesis que sólo pueden exponerse a través de una novela polifónica.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
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El Amor Sostenido En 1995, Richard Linklater estrenaba: "Antes del Amanecer" presentándonos a la pareja de Jesse (Ethan Hawke) y Celine (Julie Delpy) que se conocían y vivían su efímero romance que los llevaría al reencuentro fílmico nueve años después en "Antes del Atardecer". Ahora, hoy hemos llegado a un posible cierre de historia con "Antes de la medianoche", donde acometen ambos personajes ya maduros en su historia, con alguna sorpresa incluida y la magia encantadora de siempre. Hay hijos, un paisaje griego que quizás podría haber sido aprovechado mejor, hay una memorable y maravillosa reunión de almuerzo donde los diálogos son tan simples como jugosos, tan divertidos como reflexivos, y por sobre todo habrá un tiempo de reencuentro, de verse íntimamente, una ansiada espera que parece se concretará antes de la citada medianoche. Como se sabe sostener un idilio es tarea harto dificultosa para cualquier pareja aquí, allá y en la China, ergo la pareja reunida en un habitación de hotel vivirán sus propias "Escenas de la vida conyugal" con un diálogo meritorio, rico y digno de enmarcarse. Más allá de todo al ser esta la última peli de la trama conocida a través de casi 20 años, se puede ubicar esta trilogía como una memorable, única y bella historia de amor, en algunos casos...envidiable. Pero por sobre todo: inolvidable.
Una pareja que resiste al paso del tiempo ¿Se acuerdan de Jesse y Celine? Se conocieron en un tren que iba a Viena en 1995 (“Antes del amanecer”) y se enamoraron. Recuerden: él es estadounidense y ella, francesa. Eran jóvenes veinteañeros en aquella época. Después de nueve años, se reencontraron en París (“Antes del atardecer”) y la chispa del amor seguía viva. Sigan recordando, él es escritor de novelas, ella es una mujer que valora su independencia y le gusta comprometerse con causas como la defensa del ambiente y cosas por el estilo. Y si alguna vez se preguntó qué habrá sido de estos chicos, cultos, simpáticos, modernos, que se enamoraron, como tantos, en un viaje por países extraños, en “Antes de la medianoche” tendrá la respuesta. Puntualmente, a nueve años de la última cita, el director Richard Linklater y los actores y coguionistas Ethan Hawke y Julie Delpy, vuelven a la pantalla a contar, como ellos saben hacerlo, sus íntimas aventuras. Resulta que están juntos desde hace un buen tiempo, tanto, como para tener unas hijas gemelas de siete años. Viven en Europa y Jesse recibe la visita, de tanto en tanto, de su hijo Hank de trece años de un matrimonio anterior, que vive en Chicago, con su madre. Diálogo, diálogo, diálogo, “Antes de la medianoche” repite la misma estructura que las dos anteriores: los personajes están todo el tiempo hablando, en circunstancias en que parecen realizar un paréntesis entre sus actividades habituales. Un momento propicio para que afloren esas cuestiones que suelen quedar relegadas por el trajín diario. Más ahora, que son una pareja madura (andan por los cuarenta) y tienen dos hijas que les han cambiado por completo la rutina. Sobre todo a ella, una mujer que ama su libertad por sobre todas las cosas y que acusa la maternidad como una suerte de esclavitud. Bien, Jesse y Celine están de paseo en Grecia, alojados en una residencia veraniega para escritores. Hank ha estado con ellos un tiempo. La película comienza cuando él y su padre se están despidiendo en el aeropuerto, minutos antes de que el niño aborde el avión que lo llevará de regreso a casa. Jesse empieza a sentir remordimientos por estar demasiado tiempo ausente en la vida del niño, que crece lejos de la imprescindible presencia paterna. Ese malestar será el disparador de lo que se presenta como una típica crisis de pareja en período vacacional. ¿Cuál es el acierto de los realizadores para mantener vivo el interés del público por seguir la historia de estos personajes? Haber hallado el modo justo de exponer una experiencia que sintetiza un proceso con el cual todo el mundo se siente un poco identificado. Los asuntos de pareja son un tema común a todos, el paso del tiempo, también. Jesse y Celine son un matrimonio como muchos, solamente que protagonizan una historia romántica capaz de conmover a la platea porque mantienen el contacto con la realidad, sus experiencias no son extraordinarias, dan prioridad a los sentimientos. Aunque están lejos de la perfección, son personas pensantes que tienden a elaborar los conflictos. Son cultos, razonables y ofrecen un momento de reflexión, ligado a manifestaciones estéticas, algo que se aprecia cuando la oferta abunda en violencia y relatos truculentos. Jesse y Celine no tienen reparos en mostrar sus debilidades y sus fortalezas, mientras van aprendiendo a amarse y respetarse, y han conseguido hacer de su historia ya casi un clásico, una cita obligada para los amantes del cine romántico.
¿3 días alcanzan para nosotros, como espectadores, podamos conocer la vida de una pareja? Comprendo que el cine en sus formas más clásicas tiene que hacer grandes elipsis de tiempo para contar historias. Hitchcock decía que el cine es como la vida pero sin las partes aburridas. Por eso es que hay que agradecerle a Linklater que no se deje llevar por esa máxima y que nos regale (otra vez) la duración de los momentos para devolverles su intensidad, lo que en otras películas descartarían por falta de ritmo. Entonces, Before Midnight se sitúa 9 años luego de la segunda película de la saga. Ya tienen 41 y no son esos jóvenes que se (nos) enamoraron en Viena. Lo que parece mantenerse es su relación: siguen conociendo cosas nuevas del otro. Pero luego vemos que no, y allí es donde surge el conflicto que no aparecía en las anteriores. Un conflicto que tiene que ver con lo cotidiano, con los conflictos inherentes a las responsabilidades. Pero éste, de ninguna manera es un melodrama. Cada vez más, las películas son disueltas en pedazos narrativos más pequeños: llegamos directo al centro de la escena para así pasar más rápidamente a la siguiente. En Before Midnight y sus antecesoras, pareciera que no hay centro. Simplemente el vagar de los personajes y el fluir de las conversaciones (nos) llevan a sentir realmente la duración del momento, generando sensaciones que lógicamente serán más profundas y duraderas que las obtenidas por las escenas que vayan directo a la acción. Es más, pareciera que no hay narración. En estos films la búsqueda es otra. Si bien quizás en las primeras dos esto se note más, el argumento está reducido a su mínima expresión. Si tuviéramos que contarle de que se trata Before Sunrise a nuestras madres, ¿qué les diríamos? Dos jóvenes que se conocen y pasan un día juntos. ¿Eso alcanzaría? Por eso el mote de minimalista a esta saga me resulta muy injusto. Las largas conversaciones de Céline y Jesse tratan de manera grandilocuente el amor, el futuro e incluso, de manera más indirecta, la política. Todo está dispuesto casi literariamente, pero esto no podría haber sido un libro. Es decir, esta narración logra cosas que sólo se logran cinematográficamente, nótese, por ejemplo, la coreografía de los protagonistas en la escena del hotel: Céline se hace un té, pero no se lo toma, luego se va, vuelve, Jesse abre una botella de vino que, lo sirve, pero no se lo llegan a tomar. Si bien en un primer plano están los diálogos, hay movimientos, hay miradas, pasos en falso, elementos que sólo llegan a apreciarse en una película. Hay una decisión estética y formal: esos travellings infinitos que siguen a los personajes no son casualidad, todo está en función de privilegiar la química entre los actores. Y ya sabemos que esta trilogía no sería nada sin las actuaciones de Ethan Hawke y Julie Delpy. Before Midnight, y también Before Sunset, son películas honestas. Se hacen cargo de todo lo que generó la primera: la de 1994, llena de romanticismo joven e irresponsable, es una película que no se preocupa por nada más que por crear escenas en las que se pueda vislumbrar, de manera real, palpable, el amor. Es a priori inverosímil, casi empalagoso pero a su vez absolutamente creíble. Los films subsiguientes vuelven humanos a los protagonistas y los sitúan en un contexto, poniéndolos en mundos reales. Se puede ver una evolución a lo largo de la trilogía: no es casual que a partir de la segunda Hawke y Delpy sean guionistas de los films. En este sentido se puede ver que Before Midnight es la más clásica de las tres. Si bien respeta elementos comunes, estructuralmente tiene el conflicto más definido y una organización en torno a eso. Quizás es una película más madura, menos desmesurada que la primera. Que da cuenta de que pareciera ser que lo que Jesse y Céline encontraron la primera vez que se vieron no era amor, sino que el amor aparecerá recién después del final de la última escena de la película.
Antes de la medianoche es una buena propuesta en la cartelera para disfrutar de cine de buena calidad. Los sentimientos a flor de piel son el principal protagonista de esta historia que va creciendo en intensidad a medida que transcurre la proyección. Para aquellos que se aburren con las películas muy dialogadas, les aviso que en este caso por allí pasa la cosa, ya que ...
En busca del amor perdido Nueve años separan a Before Sunrise (1995) de Before Sunset (2004), y otros nueve años más separan a Before Sunset de Before Midnight (2013). Este dato no es menor ya que el tiempo es el tercero en discordia en la pareja que conforman Jesse (Ethan Hawke) y Cèline (Julie Delpy). El tiempo y todas sus implicancias: como elemento delimitador de un espacio y un momento, como urgencia y, finalmente, como algo erosionador. Juego de seducción. En Antes del amanecer Jesse conoce a Cèline a bordo de un tren que recorre Europa, éste logra convencerla de que bajen juntos para pasar un día en Viena. La noche es memorable y rebosa de amor, pasión y seducción. Hay poetas que surgen de la nada, bartenders que regalan sus vinos, pitonisas que auguran felicidad y sufrimiento por igual. Ambos son jóvenes y se encuentran mutuamente atractivos, física e intelectualmente. El momento es idílico y Richard Linklater no tiene intenciones de arruinarles este enamoramiento (por cierto, me gustan los términos en inglés para cuando la gente se enamora: to have a crush, que bien podría ser algo así como “aplastarse”, sirve para definir ese flechazo violento y repentino de cupido; o aquel, que es más sutil y poético, fell in love, que sería “caer en amor”, literalmente), salvo por la aparición de ese maldito entrometido: el tiempo, que, como decía el nefasto Gaspar Noé en su insufrible Irreversible (2002), todo lo destruye (ya veremos más adelante si esto es tan así). Jesse y Cèline deben retomar sus respectivos viajes y continuar con sus vidas. No sin antes jurarse que volverán a reencontrarse seis meses más tarde en esa misma estación de tren donde se despidieron. En Antes del atardecer Jesse y Cèline se reencuentran, esta vez en París, pero muchos años después de aquel encuentro pactado que jamás se concretó: una serie de eventos desafortunados impidieron que nuestros tórtolos se pudieran reunir. Cada uno siguió adelante pero con la proyección (senti)mental del otro en sus propias vidas (Jesse se casó con una mujer a la que no ama y tuvo un hijo con ella, mientras que Cèline está infelizmente en pareja con un hombre al que no desea). De nuevo, el paso del tiempo y la idealización de aquella noche tienen un peso que hace insoportable la existencia de nuestros amantes. Jesse está de paso solo por un par de horas, presentando un libro que está inspirado en los sucesos de aquella noche (curiosamente, el libro se llama This Time) y Cèline va a su encuentro. La urgencia y la desesperación corroen a nuestros protagonistas por dentro (otro dato curioso: no se dan un solo beso en toda la película), la necesidad de abrazarse, de abandonarse al otro, la angustia de sentir que una línea de tiempo, donde ambos se encontraron en aquella estación de tren y fueron felices, corre en paralelo a esta miserable realidad que hace que sus propias existencias sean agobiantes. Y hacia el final de la película Linklater vuelve a regalarles un pedazo de fantasía romántica, dejando la puerta abierta para una potencial concreción de ese amor imposible. Final del juego. Si en la primera parte de esta saga romántico-filosófica se respiraba un aire a Rohmer (en especial a sus Cuentos de las Cuatro Estaciones), en la segunda a Truffaut (y la saga del inefable Antoine Doinel); en esta tercera parte, Antes de la medianoche, inevitablemente se respira a Bergman (“a veces pienso que yo respiro oxígeno y vos helio”, le dice Cèline a Jesse). Jesse y Cèline, para nuestra sorpresa, llevan algunos años casados, y no solo eso, tienen hijas mellizas. Esto quiere decir que la fantasía se hizo realidad, que Linklater cumplió los deseos anhelantes de nuestros amantes. Pero algo no estaría funcionando del todo bien… Y ahora, ¿quién podrá defendernos? En Grecia, nos reencontramos a nuestros amartelados protagonistas disfrutando el último día de vacaciones, luego de seis semanas de descanso. Jesse se despide en el aeropuerto de su hijo adolescente y la aflicción de estar separado de él lo acompañará a lo largo de toda la película. Aquí, una pequeña variante y una constante, la distancia y el tiempo que no se pasa junto al otro es determinante para definir los sentimientos, como en los films anteriores, pero el amor imposible que Jesse sentía por Cèline, y que ahora se concretó y se hizo realidad, se traslada a su hijo. Al tenerse el uno al otro y no anhelarse, el deseo, inevitablemente, fue apagándose o mudándose lentamente a otro lugar. En la primera parte de la película se puede percibir un clima similar a las anteriores entregas de la saga, es decir, hay charlas dispersas sobre temas que van apareciendo de forma casual (en la tercera escena, luego de la del aeropuerto, hay una larga sobremesa y Jesse y Cèline ya no están solos, están acompañados por amigos), pero que reflejan el estado del amor y sus continuas metamorfosis (hay una joven pareja, apasionada, viviendo el tórrido torbellino del amor; hay dos parejas atravesando los conflictos de la mediana edad, es decir, conociéndose como personas adultas; y hay una pareja de ancianos, ya de vuelta de todo, buscando la paz y la tranquilidad). De hecho, es en este segmento, luego del almuerzo, que tienen una caminata (y otra larga charla, por supuesto) junto a las ruinas griegas, en un homenaje solapado a Viaggio in Italia (1954), de Rossellini (Cèline recuerda vagamente una película europea…), instalando la idea de que la historia y la vida personal de cada uno de nosotros es tanto o más importante que la Historia misma, así, en mayúscula. Pero es ya en las últimas escenas donde Bergman se hace presente (Escenas de la vida conyugal, especialmente, y su continuación, Saraband), la discusión en la habitación del hotel es de una incomodidad pocas veces vista antes. Jesse y Cèline se disparan con munición gruesa sin dejar nada afuera: las relaciones sexuales, las infidelidades, el yo actual versus el yo idealizado del pasado, el paso del tiempo y la verdadera naturaleza del amor. Y aquí es donde Linklater baja a la realidad a nuestros queridos amantes, echándoles un baldazo de agua fría en la cara. El amor, en su primera etapa (como bien representaron Fadel, Mauregui, Mitre y Schnitman en El amor [primera parte]), es de una intensidad tan fuerte que permite sobrellevar la relación unos años más. Luego de esto, su tendencia natural es a disminuir y a reconvertirse, siendo el aprecio y el cariño la mejor de sus nuevas formas. La fantasía de reconquista, de volver a enamorarse, es desplazada y reemplazada por un proyecto en conjunto, por la construcción de una idea de familia, que es justamente lo que han hecho Jesse y Cèline. Al comienzo del film se los nota cómplices y divertidos, se conocen y se ríen de las mismas cosas, pero, tarde o temprano, el tiempo -oh miserable agente del destino-, se interpondrá entre ellos, revelando las costuras que los une. Linklater hace, entonces, su mejor y más adulta película hasta la fecha, en tanto que el tiempo (y su percepción) siempre fue una de sus grandes preocupaciones, encuentra aquí la manera más real de representarlo: el tiempo ya no es un elemento que nos apura o que nos indica nuestra fugacidad, sino, por el contrario, es algo que se ha estancado y parece no moverse, cuando en realidad sí lo está haciendo, no destruyendo todo a su paso, sino reconfigurándolo. Hay quien dijo por ahí que el final tiene un tono aleccionador, pero yo no creo eso, pienso que ellos eligen seguir juntos, a pesar del tedio y las penurias cotidianas, porque han superado la idea adolescente de un amor imaginario, han madurado y han entendido que el amor es una construcción constante y que permanentemente sufre alteraciones y cambios de forma. Como dice aquella canción tan conocida, es el amor después del amor.
Un hombre y una mujer, según pasan los años Tercera parte de, hasta ahora, una trilogía que inicialmente no se había previsto como tal, sobre los mismos personajes y con los mismos actores. Una curiosidad en la historia del cine. La primera, titulada Antes del amanecer , se desarrolló en Viena, después de que el norteamericano Jesse y la francesa Celine se conocieran en un tren y decidieran compartir una tarde y una noche conversando sobre los más variados temas. Ese relato concluyó con la promesa de reencontrarse exactamente seis meses después, lo que nunca ocurrió. El reencuentro recién se produjo nueve años después en París cuando Jesse presenta su primera novela, que evoca aquella experiencia en Viena. Salvo un breve flashback, esta segunda historia, titulada Antes del atardecer , se filmó en tiempo real, pero el final quedó abierto y se conoce en esta tercera parte, ambientada en el Peloponeso, Grecia, nueve años después. Ahora los personajes rondan los cuarenta años. Jesse ha publicado otras dos novelas y está escribiendo una cuarta. En cierta medida profesionalizó su condición de escritor, mientras ella continúa inmersa en sus preocupaciones ecologistas. Ambos decidieron compartir seis semanas de vacaciones en esa región de Grecia con Henry, el hijo adolescente de Jesse, y dos niñas de siete años. El relato los encuentra hacia el final de ese veraneo. La despedida de Henry en el aeropuerto opera de detonador de interminables reflexiones sobre el amor, la familia, el trabajo, la libertad, la realización personal, la pérdida de la inocencia y la necesidad de crecer y madurar intelectual y emocionalmente. Son diálogos que en muchos momentos duelen, pero que se caracterizan por su lucidez y su apertura, porque los personajes hablan sin eufemismos. En las confrontaciones dejan entrever que la felicidad no es un regalo que cae del cielo, sino una ardua construcción cotidiana, y en convivencia con la realidad de la vida. Diálogos cargados de ansiedad y de frustración, pero también de amor. O si se quiere, de una necesidad íntima, insoslayable de amar. Por todas estas razones y otras que deberá descubrir el espectador, Antes de la medianoche es más descarnada y más amarga que las anteriores. La historia remite a filmes memorables de Antonioni (La aventura, La noche, El eclipse ), al Truffaut de la saga de Antoine Doinel y a Copia certificada , la última de Kiarostami, aunque sin alcanzar el mismo nivel de calidad. El espectador que vio las versiones previas, podrá observar la evolución o involución de los personajes en todos sus aspectos: físicos, intelectuales, morales y emocionales. Pero también le incumbe otra tarea: verificar y evaluar su propia evolución o involución, en relación con los personajes y su experiencia de vida. El paso del tiempo es uno de los temas centrales de este filme. En esta oportunidad, el guión fue coescrito por el director con sus intérpretes Ethan Hawke y Julie Delpy, de excelente actuación. Y al parecer los tres comparten inquietudes similares, que incluye el temor por la muerte del romanticismo, según pasan los años. La principal objeción es, nuevamente, la verborragia de los protagonistas. Es cierto, como se dijo, que sus diálogos son reveladores, pero resultan un tanto enfadosos y, por su abrumadora abundancia, difíciles de recordar. En el uso de este recurso estilístico, Linklater supera ampliamente a las películas más conversadas de Woody Allen.
Es la historia de un amor... Celine y Jesse están de vacaciones en Grecia; se conocieron hace casi dos décadas, cuando eran dos jóvenes turistas, y se reencontraron diez años después en París. Ahora, alrededor de los 40 años, el peso del trabajo, las responsabilidades familiares y los altibajos de la pareja se cuelan en sus charlas y las convierten en discusiones. Al director Richard Linklater le bastan menos de diez escenas para contar lo que quiere. Algunas están resueltas a través de admirables planos secuencia en los que los actores se lucen entregando parlamentos riquísimos a la audiencia. Otras están reservadas a la pareja protagónica, que sigue desarrollando esa larga disquisición sobre el amor, la pareja y las relaciones humanas que comenzó hace casi dos décadas a bordo de un tren con destino a Viena y que siguió nueve años después en el reencuentro en París. Ahora, el entorno es el Peloponeso y las circunstancias agregan elementos novedosos a la discusión, pero no hay mucho más (y nada menos) a lo largo del filme. Lo interesante es que Celine y Jesse (o, lo que parece ser casi lo mismo, Julie Delpy y Ethan Hawke) mantienen un duelo verbal y gestual con momentos imperdibles, y vuelven a construir una atmósfera en la que alternan el enfrentamiento, la ternura, la rivalidad, el humor y la ironía, amalgamados por el amor (y, cada vez más, los recuerdos). Tal planteo de la situación no puede sino despertar ecos (diferentes y personales) en cada uno de los espectadores; resulta imposible no sentir que, en algún momento, se exponen en la pantalla situaciones o reacciones cercanas a las experiencias propias de los que están en la platea. Y quizá allí pueda encontrarse el secreto de la eficacia de la propuesta. Los créditos finales informan que Hawke y Delpy han participado en la elaboración del guión; quizá esto explique la fluidez y la consistencia de los diálogos de la pareja, material con el cual está edificada casi la totalidad de la película. El resto corre por cuenta de Linklater, quien, a puro cine, se las compone para vigilar que la tensión narrativa y el ritmo del filme no decaigan. Sin dudas, quienes hayan visto las dos entregas anteriores de la saga aprovecharán mejor cada una de las escenas de este filme, pero los que nada sepan de lo acontecido hasta el momento, pueden verla sin problemas de comprensión en la trama. Resulta gratificante comprobar que en medio de tanto efecto especial, animación computada y vértigo narrativo en la pantalla, todavía es posible apostar a un cine en el que es el diálogo lo que sostiene el interés de los espectadores. Que no es indispensable que aparezcan mutantes, zombies o robots gigantescos. Y que un puñado de excelentes interpretaciones pueden divertir (en el más estricto de los sentidos) tanto o más que una sucesión de explosiones, choques y persecuciones a gran velocidad.
Sobre el amor en la trilogía de Linklater “No dejes que el tiempo te engañe, no podrás conquistar el tiempo”, recitaba Jesse en Antes del amanecer (1995), la primera parte del gran relato romántico de nuestros días creado por Richard Linklater. El verso de W.H. Auden es una de las tantas variaciones sobre el tema central de una trilogía que generó un vínculo de complicidad singular con los espectadores que pasamos de la juventud a la adultez casi a la par de los protagonistas. Recordemos. La historia empezaba en un tren camino a París, cuando la francesa Celine (Julie Delpy) se cambiaba de asiento para alejarse de una pareja que discutía a los gritos y se sentaba en la misma fila que el norteamericano Jesse (Ethan Hawke). Una mirada y un comentario bastaban para empezar una charla que se extendería mucho más allá. Ella aceptaba bajarse en Viena para pasar el día y la noche juntos antes de que él tomara el vuelo de vuelta, y el amor nacía de la conversación y la caminata sin rumbo fijo. Pero Jesse y Celine, veinteañeros de fines del siglo XX, sabían que ese amor trascendente al que aspiraban era efímero e insostenible en el tiempo. Para preservarlo, decidían convertir la experiencia en un amor de una sola noche y se despedían con la promesa de volver a encontrarse allí seis meses más tarde. Si la deriva narrativa y la ausencia del clásico happy ending hacían de la película una obra absolutamente moderna en términos cinematográficos, la decisión final de los personajes mantenía intacto el mito occidental del amor romántico como lazo sagrado y fuente de trascendencia y felicidad. No es casual que esta historia de final agridulce interpelara como lo hizo a más de una generación de espectadores, pero sobre todo a la de Jesse y Celine. Aunque la mirada posmoderna es consciente de que en el ideal romántico hay mucho de estereotipo, el amor todavía tiene una dimensión utópica a la que en el fondo nadie quiere renunciar. Unos años después, el director y los actores se juntaron para ver qué había pasado con ese amor idealista y fugaz. Con Antes del atardecer, estrenada en 2004, empezaron a darle forma a una verdadera saga posmoderna sobre las edades del amor. La segunda película narraba el transcurrir de una tarde de verano en París en la que los amantes se reencontraban y todo volvía a empezar. En la primera escena, alguien le preguntaba a Jesse, devenido escritor, si los personajes de la novela en la que contaba la historia de la noche en Viena se volvían a encontrar, y él decía que la respuesta que uno diera era una buena forma de detectar si se era un cínico o un romántico. Y en esa oposición resida quizás una de las claves de la trilogía. Si en la primera película el paso del tiempo era cuenta regresiva y tema de conversación, nueve años después se materializaba en los rostros y en las trayectorias vitales de los personajes. A los 30, ni Jesse ni Celine eran los mismos: él un padre atrapado en un matrimonio infeliz, ella frustrada por varias relaciones fallidas. Cada uno encarnaba a su modo ese malestar que surge de los sucesivos ciclos de ilusión y desencanto amoroso. Antes del atardeceder mostraba que las contingencias de la vida cotidiana habían hecho imposible sostener en el tiempo el ideal romántico, pero también mostraba a dos personajes que se resistían a entregarse al cinismo. Porque incluso para ellos, que forman parte de una generación identificada con el miedo al compromiso, la confusión sentimental y la distancia irónica, la experiencia romántica todavía ejercía una fascinación potente. Pasaron otros nueve años y llegó la tercera entrega, nuevamente escrita por el director y los actores. A primera vista, Antes de la medianoche puede parecer más amarga y cruel que las otras dos, porque se concentra en la intimidad de un matrimonio con hijos que carga con el peso de los años y las insatisfacciones. Pero sólo a primera vista. En una entrevista con el New York Times, Linklater decía que las películas anteriores exploraban una conexión que todavía no había sido del todo definida, y se preguntaba durante cuánto tiempo se podía explorar eso. Para el director, el hecho de que Jesse y Celine todavía estén juntos es bastante romántico, aunque se trate de un tipo de romanticismo más difícil. Y tiene razón, como también tiene razón Delpy cuando en la misma entrevista dice que tal vez la película le pueda parecer romántica a la gente que está en pareja desde hace mucho tiempo, pero no necesariamente a aquellos que nunca mantuvieron una relación prolongada. Es que Antes de la medianoche es una película sobre la dificultad de estar juntos, y de ella brota una felicidad distinta; la felicidad de ver cómo concretaron la fantasía romántica estos personajes en los que nos miramos desde hace años. Claro que cuando se concretan, los deseos nunca lucen tan bien como en la fantasía. Pero hay algo verdadero y hermoso y valiente en la elección de los personajes de abrirse paso entre el ideal romántico y el cinismo para animarse a vivir su vida.
Publicada en la edición digital Nº 6 de la revista.
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Y comieron perdices Entre grandes presupuestos y producciones caseras, pocos tienen la cintura de Richard Linklater. No es novedad decirlo, ni que tal versatilidad tuvo resultados desparejos; lo interesante es recordar cómo el realizador texano encontró su sello en la industria del cine. Con Slacker, seguida por la aún mejor Dazed and Confused, Linklater se identificó a inicios de los noventa como portavoz de la Generación X, pese a que sus films eran menos manifiestos que rumiaciones y monólogos introspectivos (la técnica, apoyada por animación de rotoscopia, sería amplificada en Waking Life de 2001). Con tal background, fue la historia de Jesse y Celine, conocidos accidentalmente en el expreso Budapest-Viena, hablando de bueyes perdidos a lo largo del Donaukanal, la fórmula que permitió a Linklater insertarse en Hollywood con ideas frescas y recaudadoras. Pero había algo poético en Antes del amanecer que no podía desaprovecharse. Jesse (Hawke) escribió un best-seller sobre aquella historia y así pudo reencontrarse con Celine (Delpy), en París, nueve años más tarde. Pasaron otros nueve años y Linklater, Hawke y Delpy (por primera vez, únicos guionistas) cierran la trilogía de modo lógico, aunque, quizá por eso, escaso del glamour que mantenía en vilo a la saga. Celine y Jesse están juntos; las bromas de antes son ahora roces y unas vacaciones en Grecia no pueden resolver el conflicto. ¿O sí? La película juega con las expectativas y ofrece a cambio una variación deslucida; en la recta final, Celine y Jesse recuperan el brillo, con un remate a la altura de las circunstancias. La duda es saber si alcanza. Richard Linklater demostró que segundas partes pueden ser mejores, y las terceras, innecesarias.
¿Qué harías si encontraras al amor de tu vida y tuvieras que irte al día siguiente? esto se preguntaba, en 1995, Richard Linklater en ANTES DEL AMANECER; una de las historias de amor (realista) más bella que ha dado la historia del cine. Jesse (Ethan Hawke) y Celine (Julie Delpy) se conocen en un tren mientras viajan por Europa. Juntos pasarán una noche mágica que recordarán para siempre. Nueve años después, en ANTES DEL ATARDECER (2004) Linklater volvió a reunir a sus protagonistas en París. Fueron 85 minutos en donde intentaron encontrarse, se volvieron a reconocer, los mismos minutos que tiene el espectador para empezar a entender la idea que Richard Linklater proyecta sobre el amor, el tiempo y la cultura occidental. En ANTES DE LA MEDIANOCHE (2013), Linklater nos dice que el mundo se recrea a partir de la experiencia amorosa y logra una de las sagas más universales que haya dado el cine. Sin artificios, de manera sincera y genuina, esta tercera película se nutre de las otras dos y consigue una complejidad y una sutileza narrativa difícil de explicar. En las dos películas anteriores no había convivencia, sólo un romance muy breve, un reencuentro apasionado y la sexualidad como un componente del amor. Ahora, todo se complejiza. Jesse y Celine se vuelven reales y eso nos duele. Estuvimos cuando se conocieron en el tren, los vimos reencontrarse en París, nos acordamos de lo que pensaban, de sus sueños; y lo que verdaderamente nos emociona es que a ellos también les pasa el tiempo como a nosotros. En ANTES DE LA MEDIANOCHE hay una relación, una agotadora y hermosa relación. También hay dos hijas y todo lo que en las anteriores películas ellos soñaron aquí lo tienen. Y entonces aparecen las inseguridades y los conflictos internos que no tienen que ver con el amor sino con la relación de los protagonistas con el tiempo. Comienza una eterna negociación entre ellos dos. No hay dudas de que Jesse y Celine se aman. Ellos están en estado de amar, están satisfechos y sufren, y esperan todo lo que viene del otro. Un otro con la totalidad infinita que representa. Dos que se relacionan en movimientos subjetivos increíblemente profundos. Linklater domina muy bien el lenguaje técnico del cine y, junto a sus guionistas Hawke y Delpy, nos hace partícipe de tres momentos en la vida de Jesse y Celine narrados con gran precisión, en cada detalle de lo cotidiano, en esas situaciones sin resolver; y en el brillante trabajo de guión, con diálogos filosos que fluyen y no dan treguas. En ANTES DE LA MEDIANOCHE, a diferencia de las anteriores entregas de la saga, todo pasa por la mirada de Jesse (Ethan Hawke) Ese profundo y eterno enamoramiento que todavía persiste en él es como una rebelión secreta y personal contra el mundo contemporáneo.
Es inevitable pensar que la dupla que conforman Antes del amanecer y Antes del atardecer pertenece al terreno de la fantasía. El hecho de que cada uno de los momentos de la historia esté encerrado dentro de un límite temporal, como en un cuento de hadas, pone en primer plano el carácter fugaz de las cosas, materia prima del amor romántico. En el inicio de Antes del atardecer, Jesse confesaba que escribió una novela sobre la noche vivida nueve años antes porque sentía la obligación de resistirse a esa fugacidad. Por razones que él mismo explicaba luego, el libro funcionaba como anclaje de la memoria pero también como un recurso poético para encontrar a Céline. Si acordamos en que el alimento del amor romántico es la fantasía, estamos obligados a comprender que ese encuentro debía existir, que los personajes debían tener una segunda oportunidad. Antes del amanecer se despedía con signos de interrogación, potenciados por una cámara que recorría cada uno de los espacios en donde estuvieron los amantes. En cambio, Antes del atardecer terminaba con puntos suspensivos, reafirmados por un fundido a negro mientras de fondo sonaba Nina Simone. Podríamos decir que esta tercera parte se acerca a una concepción del amor un poco más real -sea lo que sea que signifique esa palabra- pero prefiero que Stanley Cavell nos convenza de lo contrario. En el ensayo ¿Qué sucede con las cosas en la pantalla?, el crítico norteamericano dice: “muy pobre idea de la fantasía tendremos si nos figuramos que constituye un mundo apartado de la realidad, un mundo que exhibe claramente su irrealidad. La fantasía es, precisamente, aquello con lo cual la realidad puede confundirse”. Releo la cita y confirmo que Cavell tiene razón. A pesar de que Antes de la medianoche no está encerrada en una cápsula de tiempo, de que el fragmento que nos cuenta puede pertenecer a cualquier día en la vida de una pareja que lleva nueve años de convivencia, que tiene dos hijas mellizas y que vive en París, la fantasía sigue estando presente. La fantasía como arma para luchar contra el paso (y el peso) del tiempo y contra el cinismo que reduce cualquier relación a una simple cuestión utilitaria. El problema -lógico en todo vínculo de pareja- es que con los años se fue acumulando cierto desgaste, relacionado con deseos individuales e insatisfacciones. Pero Linklater tiene la inteligencia de no subrayar las discordancias sino a partir de algunos silencios, de algunas conversaciones cargadas de tensión y de la marcada utilización del plano-contraplano. Esto último es fundamental para una saga que siempre mostró en una misma imagen a los personajes, como si formaran parte de una comunión que no podía exceder los límites del encuadre. Fue tan rigurosa esa manera de filmar que, salvo algunos momentos puntuales de Antes del amanecer, jamás se mostraban, por ejemplo, imágenes generales y meramente descriptivas de ningún lugar. Ahora, en Grecia, la cosa no es distinta. En un momento, Jesse y Celine recorren un trayecto que va desde la casa donde se hospedan hasta un hotel, y casi lo único que vemos es el lento caminar de ambos. El espacio funciona como un personaje más pero permanece casi oculto, alejado de las postales turísticas. Pero vuelvo sobre eso de “paso del tiempo”. Sabemos que mientras la fantasía es la materia prima del amor romántico, el tiempo lo es del cine. Linklater no sólo lo sabe sino que lo incorporó de tal manera que no necesita estar declamándolo a cada momento. Estas tres películas, que tranquilamente se pueden pensar como el inicio de una obra inacabable, no representan el paso del tiempo sino que lo registran. Ethan Hawke y Julie Delpy no “interpretaron” a personas de veintitrés, de treinta y dos o de cuarenta y un años; fueron actores-personajes que tuvieron esas edades cuando filmaron cada una de estas películas. Pueden parecer datos anecdóticos, como esos que obsesionan a quienes aman las historias basadas en casos reales, pero lo cierto es que se nota. Las arrugas, el modo de caminar y el modo de hablar no se actúan; están impregnados en cada imagen, son reflejo de ese transcurrir que nos permite -y nos permitió- convivir con los personajes. Por eso sentimos que el tiempo no pasó sino que se impuso como un largo instante. Quizás por eso pensamos que siempre deberían estar juntos, dentro de nueve, dieciocho o veintisiete años y que esa disposición al reencuentro, como también diría Cavell, es una manera de renovar ese momento inicial que los mantiene caminando.
Publicada en la edición digital #252 de la revista.
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Dieciocho años pasaron desde que conocimos a Celine y Jesse, hoy ya son parte del inconsciente colectivo y acervo cultural. En 1994 los veinteañeros se bajaron de un tren en Viena y ni ellos ni nosotros volvimos a ver el amor como antes. La vida, los sueños, la muerte, la natural fluidéz de la charla, las miradas profundas, la tensión sexual y la sensación única y angustiante de saber que una conexión así sólo sucede una vez en la vida. Como todos los enamorados se prometieron cosas, volver seis meses después a la misma hora a la estación de trenes de la despedida, como todos los enamorados no cumplieron la promesa. Nueve años más tarde Jesse está infelizmente casado y padre de un niño. De paso por París presentando su libro (que versa sobre aquella noche Vienesa) se reencuentra con Celine, ahora militante ecologista y de novia con un reportero gráfico. Treintañeros, luego de ponerse al día revelan porqué no se encontraron en la estación seis meses después, Jesse fue, Celine no. Para agregar gasolina al fuego Jesse le cuenta que creyó verla caminando por New York desde el auto que lo llevaba a casarse. No serendipity aquí. Nina Simone canta “Me encontraste justo a tiempo” mientras Celine le advierte a Jesse que perderá su vuelo, el vuelo que los vuelva a separar, Jesse sonríe, él lo sabe, nosotros también, nada podrá separarlos de nuevo. Una nueva elipsis de nueve años… Jesse y Celine están casados y padres de gemelas. El peso de su historia juntos se muestra en cada escena, en cada dialogo rico, romántico, triste y realista. El fin de una soñada vacación en Grecia es el marco de este capitulo en la historia. Jesse y la batalla legal con su ex-esposa y la pérdida de rumbo en la carrera de Celine son los temas que empiezan a minar la relación. Pero hay algo más. Si “Sunrise” era acerca de la atracción instantánea y “Sunset” acerca de reavivar la magia “Midnight” es acerca de la dura tarea de una pareja para permanecer conectada emocionalmente. En definitiva el proceso de encontrar el amor de tu vida, la decisión de concretarlo, hacer que ese amor funcione, y mantenerlo vivo. Interpelar toda noción romántica y contrastarla con las complicaciones de la paternidad, el trabajo y los “cuarentas”. Seis escenas bastan. El aeropuerto, el auto, el almuerzo, la caminata, el hotel y el bar junto al mar griego. El Kiarostami de “Certified Copy” resuena en escenas como la de los juegos de roles, Rohmer en las sobremesas. Linklater apunta alto y acierta en todo. No se puede definir si la pelicula es brillante por si sola o si son los años y los dos fims anteriores lo que hacen a este final (final?) perfecto. Before Midnight nos rompe el corazón, nos coquetea, nos hiere gratuitamente, nos acaricia, nos regresa a la realidad, nos agrede y luego nos besa, nos pega un portazo, nos enoja, nos grita, nos contiene, nos hace ir a buscarla y nos enamora…de nuevo. Cuanto falta para 2022?.