Siempre es ahora mismo. Resulta curioso que una obra como Boyhood (2014), que le ha costado tanto trabajo a su director Richard Linklater, combine una proeza extraordinaria a escala formal con una enorme sencillez a nivel del contenido. Para aquellos que todavía no lo sepan, vale aclarar que estamos ante la mítica película que el norteamericano ha estado construyendo durante los últimos doce años, filmando con paciencia al mismo elenco por un puñado de semanas cada determinada cantidad de meses, como si se tratase de un experimento de alcance antropológico más que cinematográfico. El producto final es una epopeya minimalista de 165 minutos que descansa en aquella efervescencia indie que marcó a la década de los 90. El realizador vuelve a ubicarnos en Texas y a incluir muchos elementos autobiográficos con vistas a narrar la vida de Mason (Ellar Coltrane), desde la infancia del joven hasta su adultez. El naturalismo casi fundamentalista del guión y las improvisaciones eventuales a lo largo del rodaje imponen un fluir que abre la polémica en lo que respecta a la presencia o no de una “historia” propiamente dicha: si se pretende identificar grandes puntos de quiebre en el relato, éstos se manifestarán esquivos ya que aquí prevalece un “popurrí” de viñetas de tono afable y muy dinámico. Por suerte el convite se distancia bastante de la tímida trilogía de rip-offs de John Cassavetes que Linklater hizo con Ethan Hawke y Julie Delpy. De hecho, Boyhood aúna sus dubitaciones animadas existencialistas, su vertiente industrial y un regreso algo nostálgico a la primera etapa de su carrera, sustentada en la idiosincrasia episódica del material de base y su obsesión con las contradicciones culturales y la riqueza creativa que ofrece la adolescencia. Una vez más la perspicacia política, los guiños para melómanos y las ironías sobre la “tolerancia hogareña” conforman un eje dramático que propone un retrato de esa intimidad suburbial que tanto le ha fascinado desde siempre. Ni la madre ni el padre de Mason tienen nombre ficcional (interpretados por Ethan Hawke y Patricia Arquette), lo que enfatiza la profusión de alegorías del cineasta acerca del divorcio. Hoy el derrotero familiar sobrepasa por mucho al ámbito tradicional de este tipo de films, el colegio. Gran parte del metraje se enmarca en esa “apariencia de normalidad” a la que están condenados los protagonistas de la mayoría de las películas de Linklater, por lo general seres tan apasionados como reflexivos que deben “controlar” su inclinación hacia la disputa para subsistir o destacarse. Los “cambios” en la vida de Mason se reducen a las mudanzas ocasionales, las salidas de fin de semana con su padre y su hermana Samantha (Lorelei Linklater), y al “carácter irritado” de las distintas parejas de su mamá, otra de esas mujeres que sufre de una falta crónica de criterio a la hora de seleccionar a su compañero de turno. Quizás estamos ante el proyecto más hedonista del director, quien parece volcarse a una exaltación de ese “presente eterno” que se esconde detrás de cada uno de nuestros pálidos intentos por solidificar un “estado de cosas” según pautas de conveniencia personal, negando el trasfondo voluble de todos los días. Presenciar el envejecimiento de los actores sin el artificio hollywoodense estándar representa una verdadera cachetada a un mainstream entregado al facilismo, la estupidez y el consumismo: el esquema caprichoso de Linklater escapa a la ambición poética o las sentencias tajantes, dejando en cambio la puerta abierta a una pluralidad de interrogantes sobre el sentido final del amar y el convivir en sociedad…
Llega una de las películas más especiales del año, que está arrasando en crítica aunque no tanto en público, como viene siendo habitual. Se trata de la historia del joven Mason (Ellar Coltrane), desde los 5 a los 18 años, rodada a lo largo de 13 años (sólo en unos pocos días cada año) y donde podemos ver la interesante transformación y proceso de madurez del pequeño y de su hermana Samantha (Lorelei Linklater, que por cierto está fantástica en la película). También en este tiempo somos testigos de la evolución real de otros dos actores que forman el cuarteto principal: la madre (Patricia Arquette) y el padre (Ethan Hawke), quien parece haber hecho un pacto de inmortalidad (las canas de las últimas escenas son a todas luces falsas). Lo valioso y realmente fascinante de la película es que muestra de forma honesta y simple cómo vamos cambiando, aprendiendo y formándonos como las personas que llegamos a ser en la edad adulta. Sin embargo, y supongo que muchos críticos no estarán de acuerdo conmigo (porque las notas que viene recibiendo rozan o llegan directamente al 10 sobre 10), se queda muy corta en el desarrollo del propio Mason, que es precisamente el elemento principal de la cinta. Con sinceridad, uno termina de ver el film con la sensación de que conoce mucho mejor a Samantha, a la inteligente y desafortunada madre o al propio padre del muchacho, y eso a pesar de que ocupa muchos menos minutos en pantalla. Otro punto en contra es que tarda en enganchar (al menos para mí) y la primera hora se hace demasiado lenta. Otro más (y no quiero ser quisquillosa -aunque lo soy-) es que de nuevo me encuentro con una película basada en los primeros años de un jovencito con el que no me siento identificada prácticamente en nada. Y es que todavía estoy esperando la producción que hable de un niño, una niña o varios niños con el/la/los que vea reflejada mi propia niñez. (O he tenido una infancia muy atípica o los guionistas son todos muy típicos). A pesar de todos los peros, este film tiene preciosos valores y una labor digna de elogio. Emocionará y gustará a muchos, y sin duda se merece todas las buenas referencias que está recibiendo. Las idas, las venidas, las personas que conocemos y que dejamos atrás para nunca más saber de ellos, o las que se quedan poco a poco a nuestro lado y no se marchan nunca. Todo forma parte de nuestro paso por la vida, y eso sí lo recoge estupendamente bien.
En el transcurso del tiempo Puede decirse -sin caer en exageraciones- que Richard Linklater es de los pocos directores en actividad que no sólo piensan su cine y el cine en general, sino que se proponen reinventarlo con cada nueva película (o en una saga como la de Antes del amanecer / del atardecer / de la medianoche). Boyhood es una proeza de producción y una genialidad artística. Lo primero tiene que ver con que comenzó a rodarse en julio de 2002 y continuó filmándose durante 12 años (una semana cada temporada) para describir la infancia, la adolescencia y el paso a la adultez de Mason (Ellar Coltrane), desde que ingresa a la escuela primaria y hasta que accede a la universidad. Pero -más allá de la perseverancia de Linklater, sus actores y sus técnicos (trabajaron más de 450 personas durante toda su realización con un presupuesto mínimo de 200.000 dólares por año para concretar en total 146 escenas)- lo que en verdad importa es el resultado en pantalla. Y, en ese sentido, pocas veces el cine ha conseguido capturar el paso del tiempo de una manera tan contundente, tan convincente, tan conmovedora. La experiencia de ver cómo los personajes van envejeciendo ante nuestros ojos (sin necesidad de maquillaje o efectos visuales) es de una intensidad apabullante. Y el director de la trilogía Amanecer/Atardecer/Medianoche (otra apuesta por retratar la evolución de sus dos protagonistas de veinteañeros a cuarentones) lo hace a partir de una serie de brillantes viñetas que pueden resultar de a ratos hilarantes, dolorosas, despiadadas o emotivas. Ayudado por una exquisita selección musical (canciones que marcaron a cada uno de los años en que está ambientada la historia o bien que resultan importantes para la perspectiva de cada personaje) y utilizando unos mínimos elementos (como la evolución de la tecnología) o históricos (la guerra en Irak, el significado de la elección de Obama como presidente, por ejemplo), Linklater nos sumergirá en las experiencias cotidianas de un niño con padres divorciados (Ethan Hawke y Patricia Arquette), que lo tuvieron siendo unos veinteañeros, y con una hermana mayor (Lorelei Linklater, hija del director en la vida real). A partir de situaciones aparentemente banales pero plenas de significación (una salida de camping, una charla de educación sexual, su pasión por la fotografía), el espectador descubrirá durante las casi tres horas del film la transformación, el desarrollo físico y emocional de un niño/adolescente durante toda su etapa formativa, con una madre que lucha contra permanentes malas decisiones en el terreno afectivo (parejas abusivas), pero también para recibirse y convertirse en una elogiada docente de Psicología; y con un padre bastante ausente y músico frustrado que, de todas maneras, será una de sus ineludibles fuentes de referencia. Cada escena del film -con los actores más viejos pero cada vez más queribles- consigue el milagro de hacer reir a carcajadas y, ya sobre el final, de emocionar hasta las lágrimas. Así, lo que a su admirado François Truffaut le llevó varias películas con el personaje de Antoine Doinel, Linklater lo consigue en Boyhood, un relato de iniciación, descubrimiento, maduración y conformación de la identidad como pocas veces se ha visto en la pantalla. Por eso, y por los hallazgos de toda su carrera, estamos hablando -sin dudas- de uno de los directores más inteligentes y trascendentes (en el buen sentido del término) del cine norteamericano actual.
Beyond The Horizon Durante una discusión a sus ya cuarenta años, Jesse (Ethan Hawke) le dice a Celine (Julie Delpy) “no será perfecto, pero lo que tenemos es real ". Con esa frase tan general, pero a la vez tan sincera en Before Midnight (2013) el gran Richard Linklater nos reitera una vez más algo que para quien sea habitué a su cine ya es sabido: el gusta de retratar vidas imperfectas, descontrol, desamor, inmadurez, etc, etc, porque en definitiva lo que Linklater filma no es más que la vida misma. Vida que por momentos es cruel, hermosa, aterradora, o cautivante. Boyhood no es la excepción a la regla. Boyhood es a partir de las imperfecciones, y el concepto de momento será el núcleo central en esta historia que se filmó durante doce años (una semana de rodaje por año aproximadamente), siempre mantuvo al mismo elenco actoral; y que si bien se centra en Mason, podría centrarse en cualquiera de nosotros. El film inicia y culmina con la profunda mirada de Mason Jr. (Ellar Coltrane), quien comienza la película con seis años y la termina al ingreso a la universidad a sus 18 años. Él vive con su madre Olivia (Patricia Arquette) y su hermana dos años mayor que él, Samantha (Lorelei Linklater). Luego entrará en escena el padre de ambos niños, Mason (Ethan Hawke) ex pareja de Arquette, que desde el comienzo del film ya se presenta como una figura menos presente que la madre. Poco a poco los años irán pasando, y el espectador se dará cuenta por leves pistas como la música de moda (desde Britney Spears, Sheryl Crow, Coldplay hasta Cat Power, Yo la tengo, Daft Punk y Wilco), los cambios políticos en Estados Unidos (el fin del gobierno de Bush, campaña y elección de Obama), además de los cambios físicos corporales en todos los personajes, y los cambios de pareja que experimentará Olivia. De esta forma los niños son en cierto punto, “víctimas” de las decisiones que su madre toma. Mudanzas, cambios de cuidad, de colegio, de grupo de amigos, de figura sustituta paterna –hasta que el padre comienza a hacerse más presente- son algunas de las situaciones que Mason y Sam experimentan, situaciones que los atraviesan sin poder siquiera opinar. Por ello ambos ansían crecer, para desligarse de esa inevitable independencia materna que tanto los limita, y poder soltarse al mundo tal como quieran; con aciertos y errores, pero esta vez propios. Esto de “estar al margen” de las decisiones familiares se nota no sólo en los diálogos, sino en los lugares espaciales que los niños (particularmente Mason) ocupan: oír conversaciones desde atrás de una puerta, hablar desde el asiento trasero del auto, grafittear desde la parte inferior de un puente, sin mirar a nadie, u observar por la ventana escenas que no le pertenecen. Así, sin grandes momentos, sin sorpresas, o recursos extremos, Linklater construye a través del naturalismo que tanto lo caracteriza, una historia simple pero que resulta maravillosa por lograr identificarnos con momentos particulares de nuestras propias vidas, a la vez que nos pone nostálgicos, curiosamente una sensación que los personajes del film parecieran no sentir. Tal vez el único momento real de nostalgia lo brinde Arquette cuando ya soltera, y con sus hijos en la universidad, sucumbe en llanto ante la inminente soledad, y desolada exclama “Es sólo que pensé que habría más…” Tal vez por todo lo anterior, Boyhood sea la película del año; y tal vez lo sea también por esa incertidumbre que nos genera, al pensar si realmente la historia y el guión se mantuvo inmutable durante doce años, o si los cambios de los actores infantiles en su crecimiento a la adultez, funcionaron retroalimentando al guión, y a los personajes a interpretar. Si fue así o no realmente no cambia la naturaleza sincera y honesta del film, pero es un punto a pensar y debatir largamente. descarga Boyhood es además una obra maestra porque puede adquirir múltiples significaciones, muchas incluso dentro de la filmografía de Linklater. La primera sensación que tuve al ver la película, fue conectarla instantáneamente con la trilogía Before…y no sólo por el lugar que se le da al paso del tiempo dentro y fuera del rodaje, sino porque Boyhood podría leerse como una continuación de Before Midnight. Excepto que ahora aquel joven Ethan Hawke que recorría Viena, vendría a funcionar como un padre de esa nueva versión de Jesse encarnada en Mason. Otra lectura posible tendría que ver con considerar a Boyhood como la antecesora del la trilogía romántica y discursiva que Linklater nos presentó en 1993, ya que aquí Mason está iniciando la adultez, y comenzando a tomar sus propias decisiones en ese mundo que se le abre y se presenta como nunca antes lo había hecho. De cualquier manera, al menos para mí, el resultado involucra a Hawke y Contrane como parte de un mismo movimiento, como parte de un proceso de cambio. El cine es una magnífica creación artística que permite algo que otras disciplinas no logran; puede manipular, maniobrar, y fabricar el tiempo. Linklater como buen director que es, sabe como nadie manejar el tiempo en el cine, y en la extraordinaria Boyhood eso se nota y se disfruta. ¿Será Boyhood la continuación (en la carrera de Linklater) para una nueva fase de realización y exploración de los vínculos humanos? En esa línea, este film también podría haberse titulado Motherhood (Maternidad), ya que los cambios y consecuencias, así como crecimientos personales, son desarrollados de forma muy rica en todos los personajes, pero sobre todo en Arquette y Coltrane. Por ahora lo único que sé es que Richard Linklater además de ser un perfecto director, es un genial observador y analista. Larga vida a su cine! Por Marianela Santillán
La vida y nada más Nostalgia, dolor por el tiempo pasado que ya no se va a volver a recuperar, diálogos sin desperdicio alguno donde se ponen en tela de juicio las convenciones sociales, el ansia por ser y sentirse libres, todos ellos son temas arraigados a la filmografía de Richard Linklater. Si en Antes del amanecer nos enseñaba lo bonito que es el amor cuando se es joven y se tiene el mundo por delante, en esta torrencial y más radicalizada Boyhood que ahora nos ocupa todavía se retrata la figura de unos adolescentes quienes, como su propia etimología explica, adolecen de experiencias vividas que les vayan erosionando su ilusión. Boyhood se rodó durante treinta y nueve días hábiles, entre 2002 y 2013. Mason, el increíble protagonista al que da vida un emergente Ellar Coltrane, tiene tan sólo seis años al iniciarse el relato y se gradúa del instituto y llega a la universidad en las tres últimas secuencias de la película. La historia cubre un gran arco temporal (una película río, en definitiva), con un dispositivo de representación distinto y sin maquillaje que es tan importante para Mason como para quienes le rodean: su hermana Samantha (encarnada por la propia hija de Linklater, Lorelei, en lo que es sin duda una de las metamorfosis más evidentes entre realidad y ficción), su madre (Patricia Arquette, con una alteración física e interpretativa más que evidente) y su padre (como no, Ethan Hawke, actor fetiche del director y que aquí aparece y desaparece de la trama en un rol bastante secundario como progenitor tan buenrollista como ausente). El resto del elenco actoral, sobre quienes se focalizan muchos momentos aunque siempre parezcan figuras pasajeras en el plano, contribuye a dotar al conjunto una fuerza que se acrecienta por una labor de montaje excelsa. Aquí los cambios temporales no responden a la posterioridad de un clímax dramático, sino que son tratados con una delicadeza y un gusto por el matiz que sorprenden en un realizador más dado a la verborrea que al gusto por la imagen y el encuadre. Tanto crítica y público se han rendido ante un experimento que, aunque ya se había intentado en varias ocasiones (se habla del Antoine Doinel de los films de Truffaut; la trilogía de Apu del indio Satyajit Rai e incluso de la mismísima saga de Harry Potter) tiene la virtud y el acierto de chorrear talento por todos lados. El film resulta una curiosa experiencia espectadora que se mueve con comodidad dentro de ese dilema continuo que constituye las inesperadas elipsis temporales y la sencillez del entramado narrativo que va ganando en solidez a medida de que el protagonista va avanzando en edad. También se agradece, y de qué manera en los tiempos que corren, asistir a cerca de tres horas de trama contemplativa, delicada, esmerada, exquisita y llena de serenidad. Desde luego los sedientos de acción o de tramas truculentas deben abstenerse de acercarse a cualquier cine donde se proyecte el film, así como aquellos otros que se obcequen en sorpresas narrativas, giros argumentales vertiginosos o impactos visuales. La pregunta que nos hacemos todos aquéllos que empezamos a disfrutar de las películas más locas de Linklater como Rebeldes y confundidos (un título que merece ser revisado con urgencia, ya que contiene muchas de las ideas primeras que en Boyhood alcanzan un alto grado de madurez conceptual); Suburbia (estrenada en Argentina directamente en video en 1998) o incluso Escuela de Rock y luego, un poco más mayores, paladeamos títulos como la trilogía Before (Antes del amanecer, atardecer y anochecer) es hacia dónde va a dirigir sus pasos un cineasta que lo va a tener muy crudo para poder reinventarse, y es que Boyhood se puede considerar sin temor a equivocarnos como la culminación de su cine.
Boyhood es imperdible, impactante y única!!! Ver delante de nuestros ojos como los niños cambian físicamente es una experiencia inigualable que deslumbra e impresiona a la vez cuando uno se enfrenta en tan sólo 165 minutos con el veloz paso del tiempo. En la pantalla vamos a encontrar todos los problemas y conflictos más...
La película de este (u otro) año. Es inevitable entrar a la cosmovisión de Boyhood por la puerta de la proeza cinematográfica de Richard Linklater, al filmar un puñado de escenas a lo largo de doce años con los mismos actores, lo que evidencia en cámara el paso del tiempo natural, sin el artificio que el cine le suele imprimir. Ellar Coltrane es Mason desde los 5 a los 18 años, la primera escena lo muestra tirado sobre el pasto, contemplando el cielo, mientras espera a su mamá (Patricia Arquette). El primer diálogo de Mason es sobre una teoría infantil acerca de la existencia de las avispas pero lo significativo se da en lo inmediato, en el reto de ella por no entregar la tarea y por arruinarle el sacapuntas a la maestra al tratar de afilar rocas, lo que finalmente se transforma en un entendimiento de la curiosidad especial de su hijo. La primera parte de esta épica silente se centra en la relación de hermanos entre Mason y Samantha (Lorelei Linklater, la hija del director), interceptada por toda la cultura pop de la época: Britney Spears, Dragon Ball Z, el furor del fenómeno Harry Potter, etc. El crecimiento de Mason, que no es otro que el de Coltrane ante nuestros ojos, está salpicado por una familia inestable: ya en el comienzo mamá y Mason Sr. (Ethan Hawke) están peleados, en vías de separación, allí comienza la vida nómade para los cuatro integrantes. Los dos niños son los que sufren la inestabilidad y la ausencia del padre, quien regresa después de un tiempo a intentar recomponer los vínculos con sus hijos. Boyhood es también “Parenthood” porque los padres crecen también, con todo lo que ello implica: tratar de encausar esas nuevas vidas en un mundo hostil (por eso Linklater tampoco se olvida de expresar, aunque sea en cuenta gotas, la actualidad de los contextos mundiales), tomar malas decisiones y sobre todo ofrecer la libertad exploratoria necesaria. Por un lado, mamá se casa para formar esa familia que ella anhela (más de lo que sus hijos quieren) pero lo hace con su profesor, uno mucho mayor que ella, un hombre con un costado violento verbal y físicamente. La parte más romántica de la crianza le toca al padre, quien se sienta a escuchar a sus hijos y a compartir sus experiencias, a alentarlos para que no se queden en el molde que la vida les ha programado y a educarlos musicalmente (aparecen en el mítico soundtrack desde Paul McCartney hasta Wilco, pasando por Phoenix y Arcade Fire para el cierre). De todos modos Linklater no apunta al rol materno como el costado oscuro de Mason (a quién siempre le ofrece la astuta mirada subjetiva de lo que sucede con los adultos) sino que explota las cualidades de una mujer con defectos pero con la virtud de sobreponerse a esos obstáculos invisibles, aunque dolorosos. Hacia el final ella hace su catarsis porque se materializa su miedo ante la nada que le espera, al no ser capaz de hallar otros horizontes para su vida por venir. Boyhood no precisa de progresión dramática, tampoco de un hilado de situaciones ni mucho menos de la presencia de acontecimientos en la historia. Le basta con la fortaleza de esculpir el tiempo en el crecimiento de sus personajes, ubicándose pertinentemente en un tono retratista, casi etnográfico, sin intervenir con discursos aleccionadores o formas absolutas. Linklater en el paso del tiempo deja fluir el devenir de Mason, como si dejara que el propio niño, adolescente y joven adulto encontrase solo su lugar en un mundo sobre el cual le pregunta a su padre (después de la graduación de la secundaria): “¿Cuál es el punto de todo esto?”, y por supuesto su padre le responde: “No lo sé”. Los momentos más preciados de esta obra maestra están en las pequeñas conversaciones que se vuelven lecciones sin quererlo, como en la majestuosa escena en el cuarto oscuro entre Mason (en ese punto una promesa de la fotografía) y un profesor, o en la charla del padre con Samantha sobre métodos anticonceptivos. En estos ejemplos se articula la palabra y la composición de una puesta en escena armónica: en la primera hay un rojo que encandila, que advierte, y en la segunda está la elección de quedarse con el rostro de esa risa nerviosa de una joven que escucha a su padre hablar de preservativos y cuidados varios. Hacia el final de este viaje melancólico que cruza el filo de la emoción durante casi tres horas, queda simplemente la traslación del disfrute de Mason y su nueva compañera, en sus silencios y en sus cruces de miradas. A esta altura Linklater nos interpeló sobre gran parte de nuestras vidas, y claramente entendió todo.
El equilibrio justo. La última obra maestra existencialista del guionista y director Richard Linklater es su film más ambicioso. Boyhood (2014) narra la vida de un niño y de su familia en sus momentos más íntimos, dramáticos y cotidianos. Mientras el taciturno Mason (Ellar Coltrane) crece junto a su hermana Samantha (Lorelei Linklater, hija del director en la vida real), bajo el cuidado de su sobrecargada madre (interpretada de forma extraordinaria por Patricia Arquette), su extrovertido padre (interpretado por Ethan Hawke) aparece y desaparece, ausentándose regularmente durante la niñez de sus hijos. El director de Waking Life (2001) y A Scanner Darkly (2006) convierte las situaciones cotidianas en algo maravilloso y único que logra estremecer y conmover ante la belleza de las imágenes, la búsqueda de una mímesis universal en los acontecimientos, la agudeza y la sutileza de sus diálogos tallados durante años como una obra de arte clásica que busca la perfección, las actuaciones descollantes y algunas de las grandes canciones que expresan la idiosincrasia de la cultura independiente norteamericana de los últimos veinte años (enmarcadas en el sello Nonesuch). De esta forma, la cotidianeidad y la rutina se convierten en una epopeya sobre la maduración, los ejemplos formadores y la dificultad de crecer y vivir. La extraordinaria banda sonora de la película, que contiene hermosos temas de Wilco, Jeff Tweedy, Arcade Fire, Family of the Year, The Flaming Lips y Yo la Tengo, no solo acompaña a los personajes en su vida y su crecimiento sino que representa la aflicción y la alegría de su soledad y de todas sus emociones ante la búsqueda de un lugar en el mundo y la presión de los adultos para la toma de decisiones y responsabilidades. Filmada casi en su totalidad en la década pasada, Boyhood es además un ensayo sobre la vida en Texas, uno de los estados más retrógrados, piadosos y violentos de los Estados Unidos -durante la presidencia de Bush y la invasión a Irak- a través de la educación pública, la vida en comunidad, las ideas liberales y la militancia demócrata que tuvo un renacimiento con la candidatura de Barack Obama a la presidencia durante 2008. Boyhood nos invita a mirar nuestra infancia y adolescencia a partir de nuevos ojos, recorriendo la vida nuevamente con una visión inocente, despertando a un compilado de las mejores canciones de los integrantes de The Beatles en su etapa solista o del encierro en un cuarto oscuro para revelar fotos ensimismados en nuestras ideas, aspiraciones y sueños. Con gran paciencia, Richard Linklater construyó una nueva forma del imaginario independiente a partir de una estética desnuda que destaca por su gran calidez y su mímesis de la autenticidad para llevarnos a través de los acontecimientos definitorios que forjan la personalidad, ofreciendo una variedad de formas de sentir, amar y vivir con vistas a solidificar una apertura de la visión hacia nuevas interpretaciones sobre los interrogantes del ser y del estar.
Hay magia en el mundo. Un proyecto cinematográfico tan arriesgado como filmar el paso de la infancia a la adultez de un niño durante el transcurso de 12 años, con el mismo elenco, podría haber resultado en una historia pretenciosa llena de altibajos e imposible de sostener en el trayecto de su relato, pero Boyhood termina siendo una obra monumental a la que no le sobra ni un minuto de sus 165, gracias al pulso narrativo de su realizador Richard Linklater, quien ya ha experimentado acerca del devenir del tiempo con su saga Antes del Amanecer, Antes del Atardecer y Antes de la Medianoche. Presenciamos la vida de Mason (Ellar Cotrane), desde sus 5 años hasta los 18, pero no se reduce a relatar la experiencia del crecimiento de un niño, el espectro se amplía y también somos espectadores de cómo va cambiando el mundo adulto en manos de sus padres; su hermana nos ofrece también el proceso de crecimiento en lo femenino, la sociedad, la cultura, su país y el planeta. Una película que multiplica sus vetas de análisis que exceden lo cinematográfico, aspectos psicológicos, sociales, antropológicos y hasta políticos se ponen en juego a la hora de reflexionar sobre la magnitud del filme que acabamos de ver. Estamos en presencia de una generación que se crío inmediatamente posterior al atentado de las Torres Gemelas, presenció la Guerra de Irak, se cautivó con Harry Potter y bailó las coreografías de Britney Spears. Linklater aborda al humano como un ser social, dependiente del otro y de la cultura, la cuna familiar es el eje de todo crecimiento, maduración y frustración emocional. Los rituales culturales funcionan como un tránsito de una etapa a la otra. Las funciones maternas y paternas están desplegadas desde sus fallas hasta sus habilidades, las cuales posibilitan que sus hijos crezcan siendo testigos de los errores de sus padres pero también los habilitan a un mundo adulto desde el lugar del amor. También nos permite ver como los mayores van siendo influenciados por los más jóvenes y las subjetividades se van retroalimentando entre padres e hijos. Todo esto se sostiene gracias a que la idea inicial se mantuvo intacta, el director conservó a sus cuatro actores principales durante los doce años, y se transformaron en los cuatro Beatles pilares del film, en clara alusión a una escena de la película. Cotrane crece con su personaje, la metamorfosis del cuerpo y del look no modifica la calidad interpretativa del deslumbrante joven actor. Patricia Arquette está absolutamente maravillosa en su rol de madre insegura, que todo el tiempo debe lidiar entre la maternidad, la feminidad y las aspiraciones personales. Un sólido Ethan Hawke encarna a este padre bohemio, de ideología progresista pero que a su vez debe madurar para transmitir cierta coherencia en la función paterna, y Lorelei Linklater se luce en papel de la hermana mayor mucho más extrovertida que Mason, rebelde y contestataria. El excelente montaje permite que las elipsis narrativas sostengan una consistencia en el relato, y el paso del tiempo no influya en el eje central de lo que transmite la historia. Otro golazo es su banda sonora, de las mejores de los últimos años, y se escuchan acordes durante el metraje de grandes canciones que marcaron estos doce años: suenan Coldplay, Blink-182, Sheryl Crow, Foo Fighter, Lady Gaga y Gotye entre otros, y tampoco faltan grandes clásicos como Paul Mc Cartney, Pink Floyd y Bob Dylan. Todos estos recursos cinematográficos y muchos más hacen que Linklater nos capture y nos haga transitar con su minuciosa y concreta mirada en un emocional y épico paseo por el tiempo y el espacio de la vida misma, a través de una obra maestra tan asombrosa como hermosa.
Están las llamadas películas “chicas” que son aquellas que no tienen un presupuesto delirante que equivale al PBI de un país pequeño, también son aquellas que no poseen un gran aparato de prensa detrás. Boyhood cumple esos requisitos pero con una gran ironía: es una película ENORME. Llena de detalles que la harán merecedora de su posible nominación al Oscar como mejor película en la próxima entrega de premios, y no es para menos dado a que nos encontramos no solo con una historia entrañable y actuaciones magníficas sino también ante un experimento cinematográfico con muy pocos precedentes. El director Richard Linklater (conocidísimo por su trilogía Antes del amanecer, Antes del atardecer y Antes de la medianoche) estuvo filmando durante los últimos 12 años como crecía el actor Ellar Coltrane, pero por sobre todo el personaje que creó para él: Mason. Por ello Boyhood se convirtió en la madre de todas las coming of age movies, porque retrató por completo una niñez y adolescencia y todo lo que ello implica, todas las vivencias y aprendizajes de su protagonista en lo referente a la familia, el amor, los valores y las relaciones humanas de todo tipo. Como se trata de 12 años de historia siempre vistos bajo la óptica de una sola persona, se aprovechó muy bien lo que esto significa: la percepción de la vida según la edad que se tiene. Cada “salto” de tiempo que hay es únicamente perceptible por los cambios físicos de Coltrane porque son tan orgánicos que encajan a la perfección. Incluso son acompañados (al igual que toda la cinta) por una banda sonora excepcional conformada por canciones icónicas de los últimos años así como también clásicos de todos los tiempos. El reparto también es excelente. El personaje de Ethan Hawke también crece y hace que nos de bronca y que empaticemos con él, lo mismo sucede con Patricia Arquette. Los diálogos que hay entres estos tres son maravillosos y te dejan pensando. Quien también se luce mientras crece a la par de Coltrane es Lorelie Linklater, la hija del director (y guionista) que interpreta a la hermana mayor del protagonista con una naturalidad asombrosa. En las casi tres horas de duración de la cinta (que si se disfruta de estebtipo de propuestas no se sienten) nos vemos inmersos por completo en la historia a tal punto de poder trazar paralelismos con nuestras vidas. Es la simpleza, los detalles, las palabras justas en los momentos correctos, los silencios, la música, las risas y las lágrimas lo que convierten a Boyhood en la película más sincera jamás filmada. Y todo sin caer en el melodrama. No será un film para todos y por lo tanto su taquilla no batirá records, pero los que se enganchen descubrirán algo más que una película y ganarán una experiencia.
Crítica emitida por radio.
Richard Linklater vuelve a ratificar que es el director más innovador y arriesgado de Hollywood Filmada con el mismo elenco a través de 12 años, Boyhood nos muestra como es crecer a través de los ojos de Mason (Ellar Coltrane). Momentos buenos, momentos malos, cumpleaños, divorcios, campamentos, noviazgos, todo contado con un fantástico soundtrack como esos que solo Linklater puede ofrecernos. El Mundo según Mason Uno solo puede envidiar la carrera que construyó Richard Linklater a lo largo de los años. Más allá de nuestro gusto como espectadores, el director oriundo de Huston, Texas ha sabido moverse con plena facilidad entre el cine independiente y los encargos para grandes estudios. Innovador y visionario como pocos en la industria, Linklater no le teme al uso de nuevas técnicas narrativas, algo que queda bien claro en realizaciones rotoscópicas como A Scanner Darkly o Waking Life. Con Tape supo como adaptar obras de teatro de una sola locación. Con Dazed and Confused filmó la película definitiva sobre "fumones". Mezcló ficción con documental en cintas como Fast Food Nation y Bernie. Con solo tres momentos específicos nos mostró la evolución de una pareja en la trilogía compuesta por Antes del Amanecer, Antes del Atardecer y Antes de la Medianoche. Con Slacker hizo la película más brillante sobre nada. E incluso cuando Hollywood lo necesitó, entregó una joyita como fue Escuela de Rock. Todo esto nos termina llevando a Boyhood, una película que solo alguien como Richard Linklater podría haber filmado. Gente como François Truffaut con la saga de Antoine Doinel y Michael Apted con la saga documental que comenzó con 7 Up, ya habían explorado de manera progresiva el paso de la niñez a la adolescencia, y posteriormente a la adultez. Pero lo que Truffaut hizo a lo largo de veinte años y siete apariciones, y Apted, comenzando en 1964 y a lo largo ocho documentales filmados con intervalos de siete años (ya va por 56 Up), Linklater lo hizo en doce y, lo que es más impresionante, en un único relato. Es por eso que cuando uno habla de Boyhood hay que remarcar tanto la proeza narrativa como la técnica. Es imposible ignorar que Linklater logró reunir durante unas par de semanas al año y a lo largo de doce años al mismo grupo de actores. Que encontró, con gran visión a futuro, al joven Ellar Coltrane, un actor que vemos crecer frente a nuestros propios ojos. Que apostó por una película, que por esas cosas del destino, podría haber quedado en la nada en cualquier momento. Que intentó y logró hacer algo diferente. Esos logros técnicos y de producción merecen ser tenidos en cuenta porque denotan el amor y la pasión que hay detrás de este proyecto y su relato. Pero todo este épico cuento nunca se podría haber llevado acabo sin el guión adecuado. A pesar de su ambiciosa idea de producción, Linklater decidió contar una historia muy intima. Somos espectadores privilegiados en la vida de un niño que se transforma en adolescente. Y si bien la película no cuenta con una trama propiamente dicha y se extiende a lo largo de 12 años, el guión de Linklater logra que el film nos mantenga interesados en todo momento. Esto se debe a que estamos constantemente pendientes de Mason . Con toda la película vista a traces de sus ojos, es casi inevitable que terminemos creando una relación casi fraternal con él. Mason está encarnado por el casi debutante (técnicamente cuando se empezó a filmar la película todavía lo era) Ellar Coltrane. La constancia en la actuación que muestra a lo largo del paso de los años es notable y no caben dudas de que le espera un futuro brillante. Ethan Hawke hace un buen trabajo como su simpático y verborrágico padre, aunque su papel me recordó bastante al de la trilogía de Antes del Amanecer. Muchos buenos actores se lucen en pequeños papeles de gente que va pasando por la vida de Mason a través del tiempo, pero quien me resultó una verdadera sorpresa es Patricia Arquette como la madre. No resultaría extraño verla nominada como Mejor Actriz de Reparto cuando comience la temporada de premios dentro de algunos meses. Conclusión Boyhood es una película destinada a ocupar un lugar privilegiado en la historia del cine por su ambición, su audacia y su originalidad. Todo esto se combina con un inteligente guión de Linklater, quien logra captar y nunca soltar nuestro interés a lo largo de 165 minutos con una historia tan íntima y que se extiende tanto en el tiempo como es el paso de la niñez a la adolescencia, un logro que tampoco debe pasar desapercibido.
El nuevo film de Richard Linklater ha sido esperado con ansias por el público mundial. Cuando por primera vez escuché de este proyecto, sentí que estaba siguiendo los pasos de Truffaut en esta empresa de filmar el crecimiento real de un actor, para poder pensar en “una continuidad verdadera” (apostando a la lógica de la situación y los personajes) y no apelando a un montaje invisible que sólo hace más esquematizado y pide a un espectador mucho más pasivo. Pero esta película es más que un simple panfleto de la Nouvelle Vague y sus formas: tiene la capacidad de ser un retrato por el paso de la adolescencia de Mason, de sobrevivir a la separación de sus padres, al desarraigo, y poder encontrarse sobre sus dos piernas. Es un film que de a poco se transforma en el testimonio de la búsqueda de sí mismo. Con una fotografía memorable, Boyhood, nos lleva desde el corazón de una familia con una madre que ya no se resigna a sí misma en pos de sus hijos, buscando realizarse profesionalmente y personalmente mientras acompaña al crecimiento de los niños. Frente a estos chicos se presentan diversas situaciones que van desde sus amigos del barrio, a intentar reencontrarse con el padre, las discusiones de sus progenitores, querer o no querer a la pareja de turno que ellos llevan a casa como retratos de diferentes etapas que forman diferentes secuencias (siempre enfocadas en el crecimiento de él). Mientras las situaciones se van dando y nuestros actores crecen (menos Ethan Hawke que en un momento parece más joven que su supuesto hijo), el juicio de valor uno se lo guarda en el bolsillo porque es un voyeur de la vida de otro y como tal conoce sus dramas y sus debilidades. Con el uso de planos largos para no cortar el ambiente y con los extensos diálogos con preguntas sobre el curso de la vida y las reflexiones de los personajes tan típicos de este director, Linklater entrega la que es, para mí, la mejor pieza que ha entregado. Con un planteo de una etapa que suele ser tormentosa para todos porque uno nunca sabe dónde está parado pero lo resuelve de una manera magistral, involucrando a cada ser en su butaca y sin dejar a nadie indiferente. Es un film que amás o que odiás pero hasta cuando todo te resulta demasiado, tirás a amarlo porque la música es maravillosa y la fotografía es impresionante y los actores (sobre todo Arquette y Hawke) la defienden con uñas y dientes. Es muy sencillo conectar con las situaciones de la infancia, de la picardía del lazo entre hermanos, de las ganas de volver a empezar, del “padre responsable versus el padre querible”, del primer amor, de la primera decepción, de encontrar la vocación. Ahí donde muchos intentaron concentrar la esencia de la vida en un film, él logró conectarnos con una etapa errante y conflictiva, pero que nos define como seres humanos. Muy tierna y conmovedora. Imperdible.
Sensibilidad a flor de piel Boyhood es una película especial, una de esas que exigen una introducción informativa: fue filmada en 39 días, pero a lo largo de 12 años, con los mismos actores, que no pudieron evitar crecer y/o envejecer. El protagonista, o más bien el centro del relato, es Mason (Ellar Coltrane), niño al principio y adolescente al final. El cine, arte del paso del tiempo (entre otras cosas), a veces ofrece estas posibilidades. El inglés Michael Apted viene realizando desde hace décadas los documentales Up, en los que cada siete años vuelve a registrar a la misma gente a la que filma desde niños. También está la serie de películas dirigidas por François Truffaut sobre el personaje Antoine Doinel (Los 400 golpes, Antoine y Colette, Besos robados, Domicilio conyugal, El amor en fuga), en las que vemos al personaje (y al actor Jean-Pierre Léaud) pasar de la pubertad a la adultez. Diferentes sagas permiten ver el paso del tiempo en los actores, por la extensión y por el período que toma de sus protagonistas: notoriamente, las películas de Harry Potter han sido documentos del crecimiento de Daniel Radcliffe y Emma Watson. Justamente Harry Potter es una de las referencias clave de Boyhood, al indicar con claridad un momento del mundo y a la vez un momento de la vida de Mason (y de su hermana Samantha, interpretada por Lorelei Linklater, hija del director). Algunas de las referencias de la película a la coyuntura son, más que contexto necesario, notas al pie muy evidentes, como si al filmar "en los momentos justos" Linklater hubiera organizando su relato demasiado preocupado por dejar registro de "los temas del período" (la guerra en Irak, la campaña electoral de Obama). Hay algo de excesiva simplificación en eso, y también en las peripecias emocionales de los padres divorciados de Mason y Samantha (interpretados por Patricia Arquette y Ethan Hawke), que a veces parecieran vivir situaciones relativas a nuevas parejas meramente en función de agregar conflictos al fluir de la narración. En ese sentido, el profesor alcohólico y violento es el punto más bajo de Boyhood: una situación forzada en función de un devenir que -en esas secuencias- se presenta como apurado, atolondrado. Aunque más efectivas en términos emocionales, algunas frases y situaciones sobre el paso del tiempo, la maduración y los cambios en la relación padres-hijos pedían un poco más de sutileza o incluso de indefinición. En su trilogía Antes de..., Linklater ya había documentado el paso del tiempo: lo hizo centrado en una pareja, y concentrado en tres momentos en los que profundizó cada situación: cada vez que encontrábamos a Jesse y Celine podíamos ver cómo cambiaba su relación, cómo se ponía en riesgo, cómo crecía, como se iban conociendo, con una fluidez notoria y un brillante estacionarse en las posibilidades de diálogos extensos, miradas y sentimientos. En Boyhood, el paso del tiempo, por momentos, se resalta como si no se diera de forma inevitable. Ahora bien, cuando Linklater deja fluir a la película, cuando deja ganar confianza a sus actores sin tantos apremios de conflictos o referencias, cosa que ocurre sobre todo cuando Mason y Samantha entran en la adolescencia, demuestra una vez más -como lo hizo en su obra cumbre, Escuela de rock- que puede orbitar con maestría alrededor de temas como la vocación, la enseñanza y el aprendizaje, o el simple asombro ante los cambios. O que puede -como al pasar, con una facilidad asombrosa- conseguir la conexión con los tiempos (propios, ajenos, universales) mediante una utilización de la música, que maneja como pocos otros cineastas. Boyhood -con su sensibilidad a flor de piel, a veces empantanada por los problemas apuntados- finalmente impone su verdad, su calidez, su confianza en el cine como la mejor manera de acercarnos a otras vidas, a otras maneras de habitar, sufrir y disfrutar el tiempo.
El tiempo, la vida y todo lo demás El director Richard Linklater logró un gran trabajo en la película que traza un recorrido desde los sentimientos. Doce años de la vida de Mason Evan Jr. (Coltrane) transcurren frente a cámara, en registro real, desde sus años iniciales en la escuela hasta su arribo a la universidad. El tiempo fluye a través de elipsis imperceptibles jamás subrayadas por información innecesaria. Los hechos no son excepcionales y Linklater, por lo tanto, se dedica a mostrar un crecimiento, una serie de cambios, un puñado de vidas de acuerdo al devenir del tiempo. Los padres de Mason (Arquette y Hawke, ambos extraordinarios) están separados, se equivocan en sus elecciones y decisiones, pero los años también transcurren para ellos. Y está la hermana mayor del protagonista, primero niña, luego adolescente, más tarde mujer, la cálida y tímida Samantha (interpretada por la hija del cineasta). Y otros personajes y otras historias, pequeñas, nada trascendentes: la nueva pareja de la madre, amigos, padres, la historia de los Estados Unidos como marco de época (Obama presidente, la guerra de Irak), pero sólo lo necesario porque esto, por suerte, no es Forrest Gump. Mason crece frente a nosotros, se muda con su mamá y hermana, se reencuentra con su padre, va y viene buscando su lugar en el mundo. Está creciendo, recorriendo esos años donde se define buena parte de una vida a futuro. Pero son sólo doce años los que Mason/Coltrane crece ante nosotros y la sensación final es que se quiere seguir viendo a este grupo de personajes tan cercanos, afables, imperfectos, sinceros. Linklater lo hizo y eso que venía de cerrar la gran trilogía del amanecer-atardecer y de medianoche con la pareja Julie Delpy y su fetiche actor Ethan Hawke. Pero la ambición de Boyhood es superior y supera cualquier expectativa. Mason y los suyos, los que están cerca de él o aquellos que conocerá con el devenir de los años, son personajes ordinarios convertidos en extraordinarios a través de un rodaje de más de diez años y pocos días junto a una minuciosa y trabajosa edición final. A ellos los vemos crecer, envejecer, cambiar, sumar inquietudes artísticas, pelearse y reconciliarse, pero sin caer en clisés y lugares comunes. No hay primer beso ni experiencia sexual inicial en la vida de Mason. Eso está implícito y por ese motivo no se necesita exhibirlo. La vida se cruza con el cine en Boyhood sin hechos resaltantes, sólo rescatando ese puñado de años del período formativo de un personaje. Film-experimento pero recorrido desde los sentimientos, donde se concilia la vida con el cine, o el misterio de la vida con el misterio del cine. Por suerte, Linkater dedicó parte de la suya para construir esta gran película.
Sin lugar a dudas, BOYHOOD, es una película que hace y que hará historia. Durante 12 años, Richard Linklater rodó la historia de Mason, Samantha y sus padres (interpretados por Patricia Arquette y Ethan Hawke). Un placer absoluto, tanto visual como musical, y lo más sorprendente, como Ellar Coltrane - el actor protagonista - crece a medida que pasan los minutos (claro que los años pasan para todos). La profundidad de las charlas, los momentos familiares, las decisiones, amores, angustias, y mucho más, hacen que sea una obra para analizar detenidamente... En realidad su director nos tiene muy bien acostumbrados a este tipo de pelis reflexivas, seguramente viste "Antes del Amanecer", "Antes del Atardecer" y "Antes del Anochecer", una trilogía sobre el amor en el paso del tiempo, que es imperdible. No dejes de ver esta experiencia única en materia cinematográfica, porque te aseguro que te va a volar la cabeza... ah, tené en cuenta que dura 2 horas 45 minutos. Un placer de película.
12 años de música y palabras Mason (Ellar Coltrane) vive con su mamá (Patricia Arquette) y su hermana (Lorelai Linklater), su papá (Ethan Hawke) vive lejos, y lo ve poco. La historia comienza cuando la familia se muda de ciudad para que la madre pueda volver a la universidad. A partir de allí Mason pasará por ciudades, mudanzas, colegios, amigos, padrastros, todo eso que atravesamos en la infancia y en la adolescencia, mientras elegimos el camino, vivimos, y vamos viendo quien queremos ser. Richard Linklater comenzó a filmar esta historia en el 2002, filmando unas semanas por año; así vemos a Mason desde que era un niño hasta que se convierte en un joven de 18 años que deja su casa para ir a la universidad. Lo interesante de este experimento es que no solo vemos la madurez física de los personajes, sino que el director se tomó el trabajo de mostrarnos minuciosa y detalladamente cómo el tiempo y el entorno influye en ellos, cada año hay canciones diferentes (todas hermosas, como sucede siempre en el cine de Linklater) eventos, tanto familiares como sociales, que van marcando la vida de los protagonistas. Durante casi tres horas de película, vemos toda clase de situaciones, pero como la línea de tiempo es tan detallada, también podemos ver el por qué y las consecuencias de esas acciones. Una madre que está cerca y se ocupa, pero toma malas decisiones a la hora de elegir pareja, un padre de fin de semana pero que logra acercarse y conversar con sus hijos, influir en ellos, construir recuerdos de esos que siempre llevaremos puestos. Tanto la madre como el padre son una constante en la vida de los hermanos, tanto que ni siquiera reciben nombre a la hora de los créditos, solo son "mamá" y "papá". Los miembros de la familia realizan muy buenas interpretaciones, la química funcionó muy bien entre ellos, y reflejan de modo verídico y natural la forma en que construyen y sostienen su relación durante más de diez años. Al llegar la adolescencia de los personajes, la película se vuelve aún más "Linklater", con diálogos existenciales e idealistas de jóvenes incoformistas que nos recuerdan a Celine y a Jesse, de la saga "Before". Es también en este momento que la historia pierde un poco la dinámica, deja de ser una seguidilla de eventos, y se torna más reflexiva, los diálogos finales con sus padres son como una especie de resumen de lo que ha pasado en esos años, y especialmente un ensayo sobre el paso del tiempo, y como dice alguien el final de la historia, tal vez no seamos nosotros los que vivimos el momento, sino que el momento nos vive a nosotros. Tal vez no hacemos nada con nuestro tiempo, pero definitivamente el tiempo hace algo con nosotros, y eso es lo que refleja esta película.
Richard Linklater (“Antes del amanecer” y su saga), siempre obsesionado con el paso del tiempo y sus consecuencias, ideó una verdadera proeza de producción, filmar doce semanas, durante doce años, con la idea de ver los cambios en un niño, Mason (Ellar Coltrane) hasta su entrada a la facultad y su entorno. La delicadeza, de una mirada que no ahorra ni violencia, ni desencantos, ni dolores, pero también emotividad, logros, ternura superlativa. Y, por supuesto, la mirada, a veces cruel y otras condescendiente, sobre los errores y ese tiempo perdido en malas decisiones. Una película imperdible.
EN BOYHOOD, RICHARD LINKLATER, el autor de la memorable trilogía iniciada con “Antes de amanecer”, vuelve a sorprendernos con una nueva y revolucionaria propuesta cinematográfica. Un drama intimista rodado con el mismo grupo de actores durante doce años, un retrato sobre la niñez y los cimbronazos de la vida familiar. Es lógicamente también, un ejercicio fílmico sobre el paso del tiempo, una cinta arriesgada y experimental, destinada a convertirse en un instantáneo objeto de culto y en materia de estudio en las escuelas de cine del mundo. Excelentes actuaciones, una puesta naturalista (marca de fábrica del director) y un guión con ciertos altibajos que de ninguna manera le restan interés a esta cinta de visión obligatoria para cualquier cinefilo que se precie de tal. Festivalera más que comercial logra de todas maneras que sus casi tres horas de metraje pasen volando. Para exigentes y amantes del cine de autor.
Los cambios de una vida El director logra una formidable radiografía de gente común, siguiendo las constantes mudanzas de esa madre itinerante. Austeridad en las imágenes, acotada emoción, música fijando momentos y sus queridos actores, Ethan Hawke y Patricia Arquette, impecables. El tiempo es una suerte de leit-motiv del director Richard Linklater. Sus películas "Antes del amanecer", "Antes del atardecer" y "Antes de la medianoche", así lo muestran. La sola utilización del adverbio "antes" condensa un período transcurrido que resignifica el siguiente. En "Boyhood..." el director Richard Linklater asume una idea. Si desea mostrar cómo fluye el tiempo en un niño, desde que tiene cinco hasta que cumple los dieciocho, debe dedicar trece años de su vida a la filmación y esa es la increíble tarea que asumió. Es el pasaje de la vida de Mason, protagonizado por Coltrane, tomado desde la infancia hasta la adolescencia. TRECE AÑOS Por tres o cuatro días al mes, a lo largo de trece años, se lleva a cabo el rodaje del filme. Mientras filmaba "Boyhood...", Linklater terminó y estrenó cuatro películas, largometrajes presentados entre 2003 y 2014. Antecedentes cinematográficos como el del director Franois Truffaut, durante la llamada nouvelle vague, el movimiento cinematográfico experimental francés, rescata un filme autobiográfico (como "Boyhood") llamado "Los 400 golpes" con Jean Pierre Léaud, un adolescente de catorce años, elegido en un cast multitudinario (como el que seleccionó a Coltrane), donde el personaje llamado Antoine Doinel, asume un papel muy semejante al jovencito que fuera el director Truffaut en su adolescencia y que se repite en filmes posteriores a la manera de una saga. Texas es la patria de Mason y el director Linklater. EL TIEMPO Es notable la verosimilitud que alcanza el filme de Linklater. El tiempo va tapizando rostros y situaciones, ya con los mínimos planos fuera de campo o los detalles casi circunstanciales de los chicos portando carteles de Obama, la aparición de la palabra Facebook en una conversación, o Irak en otra. Momentos mínimos que marcan épocas distintas. Durante las casi tres horas de película, se observa la constante transformación del niño adolescente, con una madre luchadora, capaz de forjarse un futuro y sobrevivir con sus hijos, reconstruyendo lazos familiares rotos (relación con la nueva familia del padre de Mason). Linklater logra una formidable radiografía de gente común, siguiendo las constantes mudanzas de esa madre itinerante. La sencillez de la estructura fílmica se rompe con momentos de diálogo profundo como ese en el que dice "Creí que había algo más" (la madre), ante la partida de los hijos a la universidad, o el deseo de Mason de ser otra cosa y no sólo un perfil de internet. Austeridad en las imágenes, acotada emoción, música fijando momentos y sus queridos actores, Ethan Hawke y Patricia Arquette, impecables como los padres de Mason. Linklater instala dos figuras adolescentes de prometedor futuro, su hija Lorelei Linklater y Ellar Coltrane, suerte de River Phoenix en la época de Facebook.
El tiempo como materia primordial La nueva película del autor de Antes de la medianoche, premiada con el Oso de Plata de la Berlinale al mejor director, sigue el proceso de crecimiento de un personaje desde los cinco hasta los diecinueve años. Una experiencia inédita. Si el tiempo siempre fue –y sigue siendo– la esencia, el material primordial sobre el que trabaja el cine, de muy distintas maneras, se diría que Boyhood, la película más reciente de Richard Linklater, que le valió el Oso de Plata al mejor director en el último Festival de Berlín, es una experiencia extrema, incluso inédita en el campo de la ficción. Lo que ha sido moneda más frecuente en el documental (particularmente en la obra de la realizadora checa Helena Trestíková), en la ficción en cambio, sin duda por dificultades de producción, nunca fue posible, al menos de esta manera. En Boyhood, Linklater sigue el proceso de crecimiento de un personaje desde los cinco hasta los diecinueve años. Y esos doce años en la vida de Mason Evans Jr., su hermana y sus padres coinciden exactamente con los del rodaje, a partir de un guión que el propio Linklater fue escribiendo paso a paso, mientras él mismo iba creciendo como director y, por qué no, también como padre. Un poco al modo establecido por François Truffaut en su serie dedicada a Antoine Doinel, Linklater ya había probado seguir a lo largo del tiempo a los mismos personajes, en su trilogía integrada por Antes del amanecer (1995), Antes del atardecer (2004) y Antes de la medianoche (2013), donde la pareja protagónica (Julie Delpy, Ethan Hawke) se iba encontrando, desencontrando y redescubriendo década tras década. Pero aquí el procedimiento es diferente, porque se trata de un único film en el cual los personajes se van transformando paulatina, mágicamente frente a los ojos del espectador durante 165 minutos consecutivos. Que esas casi tres horas de película fluyan con la naturalidad, el ritmo y la constancia con que fluye un río, o incluso la vida misma, es quizás el mayor mérito de Boyhood. Se puede sostener que el proceso del film, su experiencia, es más valiosa que el film en sí mismo. Pero está en la misma singularidad del proyecto que ese viaje a través del tiempo que propone Boyhood tenga sus alzas y bajas, que haya momentos mejores que otros, escenas notables y otras sin duda fallidas, o redundantes, porque nunca una película así podría ser homogénea, ni mucho menos pretender serlo. A diferencia de un novelista –y la comparación parece pertinente, porque Boyhood es, más que un relato de iniciación, una novela familiar– que puede ir moldeando sus personajes durante años hasta alcanzar la perfección (¿cuántos años le llevó a Salinger dar a luz a Holden Caulfield?), Linklater debió ir trabajando su materia prima a medida que la tenía disponible, rigurosamente una vez por año. Más aún, el guión y el rodaje no sólo debían adaptarse a las circunstancias exteriores en las que se mueven los personajes (desde los adelantos tecnológicos hasta los acontecimientos políticos, desde los primeros videojuegos hasta la guerra de Irak o la elección de Barack Obama). También debían amoldarse a la personalidad de los actores, empezando por Ellar Coltrane, que sin duda terminó “habitando” a su alter ego Mason Evans Jr. De la misma manera que su hermana Samantha terminó siendo Lorelei Linklater (la hija del director) y que hacia el final del film uno no puede dejar de ver en sus padres a Ethan Hawke y la estupenda Patricia Arquette, tal como fueron encaneciendo o engordando a lo largo de todos estos años. De hecho, ése es otro de los grandes logros de Boyhood: es una película que pide ser habitada también por el espectador, un film que lo invita a instalarse en ese núcleo familiar (en el sentido también de la familiaridad que se establece con él) y compartir sus vicisitudes. Es por eso quizá que los mejores momentos de Boyhood –los más conmovedores, sin duda los más verdaderos– son aquellos menos dramáticos. El niño mirando expectante el cielo, el padre manejando feliz en la ruta junto a sus hijos, el silencio incómodo entre el adolescente y la chica que quizás llegue a ser su novia... Lo que ya Gilles Deleuze (en La imagen-tiempo) describió como “los tiempos muertos de la banalidad cotidiana”. Hay que reconocerle a Linklater que tuvo la delicadeza y hasta el coraje (en una industria que las pide a gritos) de evitar las crisis y las situaciones límite. Pero son justamente aquellas pocas escenas donde hay un conflicto manifiesto –como cuando el segundo marido de Patricia Arquette se revela como un alcohólico violento, o el tercero quiere dejar sentada su autoridad a través de su uniforme– donde la película patina y pierde su aura hipnótica. No importa. El espectador debe saber perdonar, como los personajes se perdonan muchos de sus errores o pasos en falso. El tiempo, la experiencia compartida junto a Boyhood vale más que la suma de sus partes.
Lo que el tiempo nos dejó El paso del tiempo -y sus consecuencias- es un tema recurrente en buena parte de la filmografía de Richard Linklater. Sin ir más lejos, su trilogía de Antes de…, con Ethan Hawke y Julie Delpy -cada nueve años se reúnen para rodar una nueva historia con los mismos personajes- es un cabal ejemplo. Pero hace doce años, el director de Escuela de rock comenzó a pergeñar -y filmar- otra película. Una película, Boyhood, en la que el paso del tiempo es fundamental. Porque el proyecto le demandó doce años, y terminó de rodarlo hace uno, siguiendo el crecimiento de un niño de 5 años hasta los 17. Filmaba una semana por, más o menos, cada año. Y el resultado es no solamente ingenioso, sino asombroso. Linklater sigue a Mason (Ellar Coltrane) en toda la que sería la problemática de un niño, que llega a la adolescencia y trata de ver qué hará en su adultez. El director se permite contar a su favor con la familiaridad del público con la propuesta. Así, el paso de Mason por la escuela, los amigos, su primer amor, sus discusiones con la hermana mayor y las charlas con sus padres divorciados se siguen con particular interés. Quién más, quién menos, no pasó por esas instancias Pero ¿lo más, o lo único interesante de Boyhood radica en cómo se filmó? No, y sí. Porque la sutileza con la que se aborda las transiciones, y la naturalidad con que se sigue la historia, son un modelo, un paradigma. Cómo la relación entre el padre y Mason, o con su hija, va ganando terreno y afianzándose… Todo, en un contexto sociopolítico que le concede a Linklater bordar momentos jocosos, o no tanto (Bush, Obama, Irak). Los padres son Ethan Hawke y Patricia Arquette, y la hermana, Lorelei Linklater, hija del realizador. Hay que agradecer que por suerte en los doce años nadie se enojó -o le pasó otra cosa- y el proyecto pudo seguir avanzando. La película tiene esa marca registrada del director, según la cual los personajes tiran frases más o menos bien elaboradas, certeras y que quedan repiqueteando en nuestra cabeza horas después de la proyección. “La vida no te da topes” –por las barreras a los costados en la pista de bowling-, “A veces hay que pelear en la vida”, “Sólo pensaba que habría más en su existencia”, se queja un personaje casi al final de la película. O “Hay quienes creen que hay que aprovechar el momento, y es al revés”, es otra. Crecer, madurar -o no-, vivir y mirar con nostalgia… De eso trata Boyhood, una experiencia de casi tres horas que, cual balance, se pasan disfrutando.
La educación sentimental Aquel que ha visto películas de Richard Linklater puede encontrar dos vertientes en su cine. Por un lado, la más clásica. Ahí están Escuela de Rock (School of Rock, 2003), Los Osos de la Mala Suerte (Bad News Bears, 2005) o Bernie (Bernie, 2011) como ejemplos. Por otro, una más personal, con tintes filosóficos y que fluyen orgánicamente, con gente en sitios que se apoya en una profusa verbalización de sentimientos e ideas. Las experiencias que surgen al conectarnos con el otro. La trilogía de Antes de… (con Julie Delpy y Ethan Hawke), Despertando a la Vida (Waking Life, 2001) o Slacker (Slacker, 1991) son de ese estilo. Boyhood: Momentos de una Vida (Boyhood) se une a éstas últimas, formando otro eslabón en una cadena de diálogo y pensamiento del director. La historia de Boyhood: Momentos de una Vida tiene como interesante punto de partida el de haberse filmado durante un periodo de doce años. Etapa que permite apreciar el cambio físico de sus personajes, principalmente el de los jóvenes protagonistas, Mason (Ellar Coltrane) y Samantha (Lorelei Linklater). La familia la completan un padre ausente, que entra y sale de la historia, interpretado por Ethan Hawke, y la madre, papel a cargo de Patricia Arquette. El film es el de una familia/hogar errante, y va mutando a medida que emergen personajes. El director elije un picadito de pequeños hitos de la vida cotidiana para exhibir pérdidas y descubrimientos, el tiempo y la distancia. No van a faltar: discusiones con los padres (biológicos y adoptivos), el profesor que desea aleccionar, el primer trabajo, el primer amor, la primera decepción. Todo relatado con un tono que no busca ser significativo ni profundamente filosófico (aunque a veces lo intente y quede en offside). Boyhood: Momentos de una Vida tiene como interesante punto de partida el de haberse filmado durante un periodo de doce años. Linklater para apuntar el paso del tiempo (además de los cambios físicos a la vista) va a utilizar el parámetro de la tecnología y la música. Un recurso un tanto obvio pero que acompaña el tono confortable del discurrir de los personajes. La música además de marcar el timing también va a servir para contar otra historia, la del padre ausente (Hawke). Un hombre que pareciera tener siempre algo para decir, a excepción de lo que le sucede interiormente. Para mostrarse frente a sus hijos cuando los lleve a dormir a su casa lo hará a través de una canción. Luego, cuando deba dejarlos en la casa de su madre, sonará en su auto Do You Realize (de The Flaming Lips), canción bellísima que parafrasea un do you realize, that you have the most beatiful face/Te das cuenta, de que tienes el rostro más hermoso. Ahí se trasluce ese amor expresado a cuenta gotas, a pesar de su comportamiento, egoísta en mayor parte. En otro, cuando Hawke lleva a su hijo de campamento suena Hate it Here (de Wilco), una canción que habla sobre la soledad y el vacío, tell me, what am i gonna do? I hate it here, i hate it here, when you´re gonne/ dime, ¿qué voy a hacer? odio, yo odio este lugar, cuando te has ido. Y para cuando llegué el tiempo de que Mason cumpla los 15 años, y el padre ya haya formado otra familia, elije regalarle una selección de The Beatles. Pero no los Beatles en su apogeo. Elije la etapa solista de cada uno, cuando ya la banda fue desmembrada (al igual que su familia), para utilizarlos como metáfora y decir “cuándo escuchas cada uno por separado, termina aburriendo, pero cuando los pones uno al lado de otro, se elevan mutuamente”. El centro de Boyhood, Momento de una Vida es la ausencia, el vacío masculino en el crecimiento de Mason. Por eso van a surgir figuras que van a intentar indicarle caminos, y que justamente, van servir para que él pueda desmarcarse de la mirada del otro. Las actuaciones son disonantes. Por un lado Ethan Hawke y Patricia Arquette le sacan jugo a sus papeles (sin excederse demasiado), y contrastan con la parquedad del registro de los dos hijos que, a medida que va pasando el tiempo, se vuelven más indiferentes e inexpresivos. ¿Será que el proyecto les resultó interesante al inicio y luego fue agotándolos? ¿Quizás el director tenía la intención de demostrar la apatía adolescente? Puede que un poco de ambas. Este Linklater que se decanta por lo cotidiano, por los pequeños sucesos, se ve obligado a forzar determinadas situaciones (la inclusión de que uno de los padres adoptivos sea alcohólico desentona con el tono de amabilidad de la película) para romper un tono narrativo que por momentos, se vuelve monocorde. Con Boyhood uno puede posicionarse frente a los acontecimientos presentados como participe, encontrándose dentro de la corriente de naturalismo del relato, pero también puede resultarle lánguida y carente de efectivo interés. Depende de qué lado uno decida ponerse. ¿Es solo una buena idea? Eso quizás depende de cada uno, y de como es interpelado por la historia y los personajes que habitan esta experiencia de crecimiento que presenta Linklater.
Aun con sus excesos, experiencia admirable Hitchcock aseguraba que no le interesaba hacer películas naturalistas del tipo que la crítica elogia diciendo que son "como la vida misma". El gran director afirmaba que el público odia encontrar "la vida misma" en su casa, en su trabajo o incluso en la esquina del cine, y que no debía pagar una entrada para eso. Truffaut, en cambio, fue uno de los pocos directores que se interesó en contar los progresos en la vida de un personaje haciéndolo interpretar por un mismo actor, con Jean Pierre Léaud personificando a Antoine Doinel desde su complicada niñez en "Los cuatrocientos golpes", hasta su juventud y madurez en films como "El amor a los 20 años" y "Domicilio conyugal." Richard Linklater optó por hacer algo tan difícil como filmar una película sobre aprendizaje y crecimiento utilizando los mismos actores en un rodaje fragmentado a lo largo de 12 años. Linklater tuvo mucha suerte al elegir al protagonista, Ellar Coltrane, un chico que va creciendo hasta ser un preadolescente y luego un joven con su vocación artística ya definida en escenas que saltan directamente de una época a otra de sus personajes. Hubieran sido necesarios varios para hacer este personaje en una película filmada tradicionalmente, y realmente el chico elegido por el director actúa sólidamente en cada una de sus "edades". Con el personaje de su hermana, las cosas fueron más fáciles, ya que Linklater le dio el papel a su hija, que curiosamente crece de manera menos drástica a lo largo de la extensa película. Y ahí empieza uno de los problemas: con sus casi tres horas de duración, se vuelve excesiva, especialmente porque en su afán de naturalismo se repite un poco en situaciones comunes y corrientes que no siempre tienen mayor atractivo, sobre todo cuando el guión no se ocupa de darle muchos matices a las distintas escenas a lo largo de las épocas que se narran. Ethan Hawke y Patricia Arquette son los padres separados de los dos chicos protagónicos (estos dos intérpretes profesionales también presentan sus cambios a lo largo de 12 años) y mientras los chicos ven al padre sólo esporádicamente, deben aguantar a los maridos abusivos y alcohólicos que su madre va eligiendo. Esta repetición tal vez sea lo menos interesante de este experimento algo excesivo pero que incluye momentos que se disfrutan más relacionados con la rebeldía adolescente, el primer romance o detalles triviales de la vida estudiantil, como el juramento al estado de Texas. Sin embargo lo trivial atenta contra la intensidad en una película mucho más larga de lo que hacía falta, pero que por bien filmada y actuada y, sobre todo, por el concepto original desde el que está planteado sin duda merece verse.
Así como en enero pasado tuvimos el agrado de presenciar el evento cinematográfico que resultó ser La vida de Adéle, no termina el 2014 y finalmente ve la luz del día el gran proyecto que Richard Linklater pergeño durante doce largos años y se establece como un hito en la historia del cine. Es muy difícil no ponerse emocional al hablar de Boyhood, una maravillosa historia que tiene al espectador como protagonista cómplice mientras presencia el crecimiento del pequeño Mason en el seno de una familia disfuncional a través de la llegada a la vida adulta. Filmada en más o menos 45 días a lo largo de doce años como si de pequeños cortos se tratasen -un estilo fragmentado, que el director dominó con la eximia trilogía Before...- Boyhood es una tarea titánica, que sólo un director con mucha paciencia y los ojos en la meta como Linklater podría lograr. Armado con secundarios adultos como la potente Patricia Arquette y un amigo de la casa en Ethan Hawke, el foco del film es la vida y obra de Mason, un chico bastante apático, que oscila entre los videojuegos y los fines de semana con un padre algo ausente. Entre un hogar y otro, y la presión de dejar una huella en el mundo, Mason irá creciendo ante los atentos ojos del incrédulo espectador, que ante cada nueva escena verá como Ellar Coltrane irá cambiando de piel conforme pasen los años y las hormonas hagan efecto. Mucho se ha hablado del joven Coltrane, quien hace un magnífico trabajo siguiendo la línea practicamente abúlica de su personaje, pero en general el paso del tiempo afecta a todo el elenco, y también es destacable el agigantado crecimiento de la hermana Samantha, interpretada por Lorelei Linklater, hija del director, y su cambio de personalidad y asentamiento a la vida adulta con el correr de los años. Puede resultar fácil a primera vista filmar durante tanto tiempo y haber logrado captar tantos momentos pequeños que demuestran el paso de los años, pero hay una mirada muy particular de Linklater en cuanto a los detalles en pantalla. Cada canción, cada video, cada moda, están planeadas con premeditación, y aumentan la sensación de haber roto la intimidad de la familia y estar espiando momentos muy personales. El guión ayuda mucho a crear esta sensación de familiaridad, con situaciones y diálogos muy cotidianos con los que uno se puede relacionar. Tampoco es que el libreto es sencillo y pasatista; al fiel estilo de Linklater, Boyhood tiene su cuota de amargura y cinismo, pero también de romance y magia. El joven Mason tiene una oscura idea de lo que le espera a uno en la vida cuando crece y la apatía propia del personaje se refleja en la vida que tuvieron sus padres al tenerlos a él y a su hermana de joven. Hay discusiones fuertes y trágicas, tan reales que asustan, y otras tan profundas que lo dejan a uno pensando, más allá de la escena final, que propone una idea tan deliciosa como estremecedora. Boyhood es un evento imperdible que refleja el vuelo rasante de ese director tan estimado que es Richard Linklater. Sublime y única, sobran los calificativos para describir esta grandiosidad hecha película.
Desde luego que sí, podríamos definir a Momentos de una vida (Boyhood, 2014), del aclamado director norteamericano Richard Linklater, como un verdadero acontecimiento cinematográfico, disruptivo -sin vislumbrar a priori el alcance de esa disrupción-,acaso excepcional. Y podría serlo, principalmente, porque el film presenta la culminación de un proyecto que sorprende por su ambición y que evidencia –como ya lo anunciaba su filmografía anterior- la confianza de su director en la capacidad del cine para capturar con extrema puntualidad el transcurso del tiempo. Durante doce años, y con tan solo periódicas instancias de rodaje –una semana por año-, Linklater reunió a un elenco estable y realizó su última película. Una película que exhibe, como advierte su título, pasajes significativos en la vida de un niño (Ellar Coltrane), desde su infancia hasta el fin de su adolescencia. El procedimiento utilizado por Linklater, conforme por supuesto a la historia que lo fundamenta, le ofrece al espectador la posibilidad de percibir, sin ningún tipo de artificio visual, el desarrollo físico, psicológico y hasta moral de su protagonista. Un niño llamado Mason que, desde el principio, observará con extrañeza el mundo que lo rodea y que, a medida que avance en su reconocimiento, descubrirá que no tiene ningún encanto para ofrecerle: “Papá, no hay magia real en el mundo, ¿no?”, va a preguntar, casi desvelado, durante una noche incierta. Más bien percibirá lo opuesto: un ordinario acontecer de alegrías breves y desdichas cotidianas. La ausencia del padre, sus visitas esporádicas pero esenciales; los dilemas de su madre, responsable de su manutención y crianza, pero que desea también otra cosa, tal vez reinventarse; las primeras frustraciones sentimentales, los miedos y, sobre todo, la búsqueda-finalmente vana- de una experiencia profunda, real. La vida tal cual es. Porque Linklater configura un férreo relato que obedece a una imaginería realista que cualquier seguidor de sus películas conoce y festeja. Una historia que intenta reflejar lo antedicho: pequeñas y reconocibles escenas de vida, arropadas por un dispositivo musical que se atiene al tipo de representación que elige, en donde cada situación aparece registrada con su correspondiente melodía de referencia generacional (de Coldplay a Arca de Fire). Sus marcas contextuales resultan también precisas, pues enmarcan con fidelidad los distintos acontecimientos familiares:el rechazo a la guerra de Irak y a Bush, y luego el apoyo progresista a Obama; la adolescencia formateada en medio de la fiebre consumista de Harry Potter y Crepúsculo; y el rock -no podía faltar-, como paradigma de sensibilidad y rebeldía soft. La temporalidad del film va a permanecer durante todo el metraje circunscrita a la sucesión uniforme y mesurada de las etapas formativas de su protagonista, sin llegar a inquietar, en ningún momento, con alguna mínima situación que quiebre su vasto equilibrio. Una disposición que caracteriza la narrativa del director de la trilogía Antes del amanecer/del atardecer/del anochecer. Momentos de una vida es una película luminosa, sí. Tierna y, después de todo, apacible. Su definición podría incluir, sin embargo, un interrogante. Porque a fin de cuentas, ¿qué es lo que espera el espectador de cine, sino lo contrario, una experiencia transformadora, acaso mágica, que amenace, por un instante, con alterar su percepción? Una simple pregunta. Como aquella que le hizo el niño a su padre, durante su primera noche de insomnio.
Crítica emitida por radio.
"Momentos de una Vida" es una alegre y conmovedora historia del director de la trilogía de "Antes del Amanecer". Rodada durante 12 años, 'Boyhood' nos cuenta la historia de Mason (Ellar Coltrane), comenzando la película a los seis años, y que a medida que transcurre la película, y el tiempo, tanto dentro como fuera de pantalla, va creciendo hasta cumplir los dieciocho años, momento en que entra en la universidad, y va entendiendo la relación con sus padres divorciados, la vida, la adolescencia y todo lo que hay a su alrededor. Linklater filmó esta película en tan solo 39 días, pero, y es aquí donde reside su originalidad, repartidos a lo largo de nada menos que 12 años. Durante los 165 minutos de metraje vemos cómo todos los personajes que desfilan ante nosotros en la pantalla envejecen, pero lo hacen de verdad, sin maquillaje ni efectos especiales. Una de las favoritas para los Oscars.Con Ethan Hawke y Patricia Arquette.
Esculpir en el tiempo Marguerite Yourcenar escribió un libro de ensayos llamado El tiempo, gran escultor, esa idea del tiempo vino a mi mente cuando miraba Boyhood de Richard Linklater. El tiempo todo lo cambia, todo lo modifica. Erosiona sueños, cuerpos, ideas. Pero el tiempo también permite el crecimiento, la belleza, la evolución de las ideas, los cuerpos y los sueños. El tiempo no es ni bueno ni malo, es inevitable. El tiempo va a pasar, nos guste o no. Muchas películas hablan sobre el tiempo y las características que aquí menciono, pero Boyhood las muestra. El protagonista tiene siete años cuando empieza la película y dieciocho cuando termina el relato. No solo lo dice el guión, realmente es así. Y el director busca conectarnos con esa evidencia irrefutable del paso del tiempo. Claro que al ser un niño, el protagonista crece, su cuerpo infantil se transforma en un cuerpo adolescente. No es un efecto de maquillaje, es el actor. Linklater distribuyó los casi cuarenta días de rodaje a lo largo de once años, contando cada vez una parte del guión. No solo crece el protagonista, también crece su hermana y envejecen sus padres. Y no soy inocente al trocar la palabra crecer por envejecer, porque detrás de la enorme belleza y emoción de ver crecer un niño, subyace la inequívoca certeza de que se crece y se envejece a la vez. Los padres son la prueba de esto. Mason (Ellar Coltrane, en una actuación tan relajada como memorable) no traiciona sus ideas ni ve frustrados sus sueños como ocurre con sus padres. Los padres son la contracara oscura de ese paso del tiempo. Pero atención, lo que prima en el relato es la emoción, más que la amargura. En la película esa emoción va en aumento hasta llegar a un final apoteótico, de una belleza y una sabiduría digna de la maestría del director de la película. Sí, claro que la melancolía está presente, como suele estarlo en Richard Linklater. Linklater ya reflexionó sobre el tiempo en Despertando a la vida y por supuesto en la trilogía de Antes del amanecer tres películas separadas por nueve años entre sí. Pero en Boyhood el trabajo es diferente. El guión tiene una fluidez asombrosa y con una pericia que jamás se vuelve llamativa o pretenciosa, se suceden esos años de forma natural, sin saltos ni grandes golpes dramáticos. Tampoco hay grandes saltos temporales ni elipsis narrativas pretenciosas. Con una buena construcción narrativa y confiando en los actores, Linklater narra de forma naturalista una proeza cinematográfica única. Ese es el verdadero encanto de la película. El tiempo pasa, nada más, nada menos. Si el tiempo esculpe todo en el mundo, incluyendo a las personas, el cine abre la puerta para que el artista esculpa en el tiempo. La genialidad de esta obra maestra consiste en este doble juego. Linklater es un gran escultor.
Experiencia única donde el paso del tiempo se convierte en el gran protagonista La oferta de cine norteamericano en la actualidad se concentra mayoritariamente en productos poco diferenciados, muy a menudo secuelas con predominio de ciertos géneros tales como la animación, el terror y la comedia a menudo escatológica. Por suerte cada tanto irrumpe un cine diferente como el de Woody Allen y su más reciente “Magia a la luz de la luna” o la que ahora nos ocupa, de difícil de clasificación si de género se trata. “Boyhood – Momentos de una vida” es el octavo largometraje de Richard Linklater, sobre un total de diecisiete, que se estrena localmente. En sólo uno de los ocho films aquí estrenados (“Escuela de Rock”) no actúa Ethan Hawke, el actor fetiche del realizador, quien junto a Julie Delpy protagonizó la famosa trilogía de “Antes del amanecer”, “Antes del atardecer” y “Antes de la medianoche”. El tiempo parece una idea fija del director, nacido en Houston en 1960, puesto que los tres “Antes…” fueron filmados con notable precisión cada nueve años (1995, 2004 y 2013) quien afirmó, junto a Hawke, durante el último Festival de Berlín que no descarta volver a hacerlo en 2022. Pero en “Boyhood” esta obsesión temporal adquiere aún mayor relevancia al punto que durante trece años los actores fueron filmados por la cámara con cierta periodicidad (tres o cuatro días por año). Se trató de un proyecto con alto riesgo ya que dos de los protagónicos fueron asignados a niños, de apenas cinco años al inicio, con cualidades actorales inciertas. En el caso de Mason, Ellar Coltrane tal el nombre del actor, la elección se reveló totalmente acertada pero lo singular es que su personaje no necesitó de varios actores como es lo habitual en cine. La selección de Lorelei Linklater, en el rol de su hermana, es más fácil de comprender al ser la hija del realizador con lo que éste se aseguró un contacto continuo con la joven actriz. Como padre de ambos la asignación a Ethan Hawke era “cantada” y en verdad su interpretación es sólida. Pero en el caso de la madre podría haberse imaginado que la opción recaería en Julie Delpy. No fue así y quien ocupa ese lugar es Patricia Arquette (“Escape salvaje”, “Carretera perdida”) poco vista en los últimos años y a quien Linklater rescata de cierto olvido y hace imaginar su nominación al Oscar y hasta alguna chance de ganarlo. A ese impecable cuarteto de actores se agrega un libro cinematográfico lleno de aciertos y una trama que pese a sus casi tres horas de duración no decae en casi ningún momento. A lo largo de doce años van desfilando eventos y personajes de la vida norteamericana (Bush, Irak, Obama, etc) así como cambios en la sociedad y la tecnología, las telecomunicaciones por ejemplo. No todo es brillante y de alguna manera se percibe que la mayor limitación con la que se enfrentó el director fue la imposibilidad de corregir y volver a filmar escenas de años anteriores. El mayor peso protagónico, luego del central de Mason, recayó en el personaje de la madre (Arquette). La elección equivocada de sus parejas es una constante que hacia el final reivindica parcialmente la figura del padre (Hawke) de sus hijos. La historia concluye en un momento en que la niñez (boyhood) ha quedado atrás. Y hasta podría sospecharse, con los antecedentes de la trilogía, que Linklater continúa filmando a sus actores para algún día sorprendernos con un nuevo film (“Adulthood”?). Mucho se ha citado a la serie de films de Truffaut siguiendo al personaje de Antoine Doinel (Jean-Pierre Léaud). La referencia es válida pero la gran diferencia es que aquí los espacios temporales en las filmaciones son más homogéneos y periódicos. En definitiva “Boyhood” es una experiencia única que mereció el premio al mejor director en la última Berlinale y que bien debió haberse llevado el Oso de Oro a la mejor película. Quizás se tome un desquite a la hora de los Oscars.
La vida misma Boyhood es una experiencia única, de esas que emergen muy de vez en cuando en la gran pantalla para dejar una sensación agradable, amena y especial en el espectador. Es imprescindible destacar que Richard Linklater, su director, apostó al proyecto a largo plazo, rodando el film en el período comprendido entre 2002 y 2013; durante esos 12 años mantuvo el reparto, incluso arriesgándose a que factores externos pudiesen complicar o arruinar el esqueleto que iba construyendo lenta y minuciosamente. Esta idea, singular como pocas, le otorga a la cinta un magnífico valor de distinción y de originalidad. La historia se centra en Mason (Ellar Coltrane), iniciando desde sus seis años de edad y pasando por todo tipo de situaciones que le van ocurriendo y con las que se va topando en su camino, en su andar. Eventos con los que el observador se puede sentir totalmente identificado por tratarse de cuestiones que hacen a la vida misma y a la formación de todo ser humano. Richard Linklater lanza sobre la mesa un relato afable bañado de una naturalidad exclusiva; cada escena que presenciamos se percibe tan real que atrae y fascina, como si estuviésemos siguiendo, a través de la pantalla, el crecimiento de una persona en particular. Boyhood arranca y contagia con un primer plano de nuestro protagonista hipnotizado con su vista hacia el cielo. La imagen se refuerza con la impecable elección de la conmovedora melodía que destila el tema Yellow, del grupo Coldplay; su inicio conquista y engancha apenas con esa simple combinación. De ahí en adelante sólo hay que relajarse, posicionarse cómodamente y dejarse llevar por el mágico viaje al que nos invita el realizador del film. Muy buenas actuaciones de quienes ofician de padre (Ethan Hawke), madre (Patricia Arquette) y hermana de Mason (Lorelei Linklater). Nuestro intérprete principal atraviesa momentos de alegría, instantes de felicidad y también de drama, de caos familiar. Padres separados, mudanzas, amistades que quedan en el camino, desafíos, metas, miedos, el primer amor, el despegue para abrirse paso solo hacia los compromisos y las nuevas responsabilidades. Boyhood aborda esas y otras tantas temáticas. La película, además, no necesita recaer en golpes bajos para ser profunda y emotiva, siendo este uno de sus aciertos fundamentales y más destacables. Se trata de cine-experiencia, de la vida misma y de sus momentos, de reconocer determinadas instancias como similares a las de nuestras propias vivencias y por ello percibirlas aún más naturalmente de lo que ya Linklater ideó de antemano para presentarlo y servirlo a nuestros ojos. La obra tiene deja escapar continuamente una leve brisa de magnetismo que mantiene expectante y cómodo al espectador con lo que ve, casi como una contemplación. También es cierto que quizás el metraje le juegue en contra en algún pasaje de la cinta, pero con todo lo que construye y provoca acaba siendo indispensable. LO MEJOR: el proyecto, jugado por su extensión. La naturalidad única de sus escenas. Su carácter conmovedor. Hipnótica desde la sencillez de sus escenas. El crecimiento de sus personajes a lo largo del tiempo. LO PEOR: la duración del film en algún que otro momento de su desarrollo. PUNTAJE: 8,2
La película de la vida Boyhood, el nuevo filme de Richard Linklater, es una obra maestra, una ficción que corre paralela a la realidad temporal y retrata sus momentos. Sin dudas Richard Linklater es uno de los artistas más grandes de los Estados Unidos. La palabra "artista", excesiva para calificar a la mayoría de los cineastas (sean estos exitosos, populares o elitistas), se aplica perfectamente en este caso. ¿Por qué? Porque Linklater consigue fusionar en casi todas sus películas las exigencias, los recursos y las tradiciones de las artes visuales con las del cine. En Booyhood, el autor de la trilogía Antes de amanecer, Antes del atardecer y Antes de medianoche, se supera a sí mismo en sus propios términos y entrega una obra maestra, la vida misma en una película. Mejor dicho: la vida misma que busca y encuentra sus formas divergentes y convergentes en una película inolvidable, una ficción que se pega como una lámina transparente a la realidad temporal, y a la vez que retrata sus momentos los hace brillar, en un esplendor de sentido y de fugacidad. El principio rector de Boyhood es extraordinario, todo un procedimiento radical, una apuesta máxima a una idea que en otras manos podría haber sido sólo una ocurrencia para un documental o para un reality desmesurado. Esa idea consiste en captar la vida de sus personajes durante 12 años en tiempo real. El rodaje empezó en 2002 y terminó en 2014, aunque en total insumió sólo 39 días. En ese período, obviamente, tanto los personajes como los actores que los interpretan crecieron (los niños) o envejecieron (los adultos) y esa dimensión de temporalidad biológica resulta única en una ficción. El efecto, sin embargo, no se parece a esos videos que muestran las mutaciones aceleradas de una flor desde que es un pimpollo hasta que se marchita. Al contrario, la película de Linklater reorganiza el tiempo en una constelación de instantes, no traducidos en términos de memoria o de relato sino de experiencia vital, como si los guiara la premisa de que a vivir se aprende viviendo. La experiencia para el espectador no deja de ser extraña, vertiginosa incluso, porque ese presente perpetuo de más de una década ya fue articulado en otros relatos (históricos, periodísticos, literarios, psicológicos), y lo que de pronto salta a los ojos es una evidencia de otro orden: el pasado que sigue diciendo ahora, ahora, ahora. En el centro de Boyhood, como bien indica el intraducible título en inglés, hay un niño que crece, Mason, interpretado por Ellar Coltrane, y alrededor del centro hay una familia de padres separados, una hermana mayor, amigos del barrio, del colegio, parientes, etcétera. Sin énfasis y sin trazos gruesos, aunque lejos de cualquier realismo aséptico y documental, ese crecimiento es mostrado a través de diversos núcleos de sentido que se funden entre sí y que parecen trazar un camino sensible y sentimental en las relaciones de Mason con su madre (impresionante, Patricia Arquette), con su padre (Ethan Hawke) y con su hermana (Lorelei Linklater, la hija del director). Sin bien le interesan más las personas que los fenómenos sociales, Linklater no deja de ofrecer una visión singular de los Estados Unidos, equidistante del patriotismo de propaganda y del cinismo crítico. Una visión que es amor puro, amor incluso por aquello que no comparte ideológicamente y que sin embargo entiende como parte inescindible de la experiencia humana.
La levedad del ser Si Boyhood (Oso de Oro en Berlín y Premio FIPRESCI en San Sebastián) es una película atendible –aunque no brillante– no es porque haya sido realizada a lo largo de doce años con los mismos actores, dejando en evidencia los cambios físicos que impone el paso del tiempo, sino por su calidez y sobriedad. Lo primero indudablemente le imprime realismo, pero debería verse como un recurso en función de lo importante: lo que procura contar o expresar. Por eso es válido preguntarse qué generaría la película si en vez de apelar a esa curiosa, demorada manera de recorrer la historia de sus personajes, lo hubiera hecho simplemente con un afinado trabajo de casting, trucos y maquillaje. O, lo que es lo mismo, qué puede sentir un espectador que no sepa que los chicos son siempre Ellar Coltrane y Lorelei Linklater (hija del realizador), y no actores de distintas edades físicamente parecidos. Lo que queda, y lo que vale, es una reflexión sobre el paso del tiempo sin estridencias ni sorpresas, en torno a un pibe (Mason/Coltrane), su hermana y sus padres; un cuadro de situaciones más o menos cotidianas, en las que el espectador (sobre todo el de clase media ilustrada) puede reconocerse, con los saltos en el tiempo y los elementos representativos de cada época (canciones, juegos, referencias a la vida cultural y política de EEUU) presentados atinadamente sin subrayados. En cierto sentido, puede decirse que Boyhood es una suerte de Forrest Gump (1994, Robert Zemeckis) mucho más sutil y menos manipuladora. El problema es que el itinerario por la vida de Mason está impregnado de una levedad que, de algún modo, conspira contra las expectativas de quienes entregamos casi tres horas de nuestro tiempo para conocerlo. Siempre será más atractiva la vida de alguien distinto que la de quien se nos muestra como el prototipo de un chico/adolescente normal. O, en todo caso, nos interesa descubrir qué tiene para contarnos un ser humano sobre su existencia que no sea lo que ya sabemos o suponemos. Aunque algo inquieto en su infancia, Mason crece siendo a todas luces buen hijo, estudiante responsable, trabajador, no adicto a nada, rubio, heterosexual, amable con los adultos, sin amigos peligrosos, algo desapasionado incluso. Lo que lo rodea tampoco escapa al estereotipo: al padre no le gusta mucho el trabajo pero es cordial y amigable, la madre es disciplinada aunque comprensiva, la hermana madura rápidamente. Todos ellos son tolerantes, políticamente correctos y apoyan a Barack Obama; en oposición, parejas y amigos lucen conservadores, frívolos o violentos. Por otra parte, los problemas económicos se superan a fuerza de voluntad y nada –casa, trabajo, estudio– parece inaccesible: aunque se desliza por ahí un comentario perspicaz sobre los intereses que activaron la guerra en Irak, se plasma una imagen de Estados Unidos bastante idílica, donde quien quiere algo lo logra y el punto de encuentro suele ser la reunión familiar alrededor de una mesa adornada con flores. Si la intención de Linklater fue representar la vida tal como es, entonces faltan muertes y enfermedades, por ejemplo. Posiblemente quiso ser amable y eso podría agradecérsele, pero teniendo en cuenta lo ambicioso del proyecto, Boyhood resulta de una liviandad improcedente. “Pensé qué habría algo más” dice la madre hacia el final, en referencia a la sucesión de nacimientos, noviazgos, casamientos, divorcios, graduaciones y mudanzas que vivió a lo largo de su existencia. Y es que, en realidad, la vida sí es algo más, salvo que se la restrinja a esos acontecimientos exteriores, que es lo que, precisamente, hace Linklater. En los melodramas la vida de un personaje también es atravesada por esos eventos, pero con una intensidad y un carácter trágico que los elevan hacia el terreno de lo excepcional e incluso de lo sobrenatural. En Boyhood la vida de Mason termina siendo previsible y pronto se sospecha que tras las primeras salidas con amigos vendrán la primera novia, la graduación, el primer empleo, etc. Tal vez por eso termina pareciéndose demasiado a un simple álbum familiar. Por otra parte, las secuencias en montañas y bosques, más algunos pensamientos dichos en voz alta y al pasar, fuerzan el mensaje que debe recibir el espectador. No dejan de ser interesantes los intentos de Linklater por discurrir sobre el paso del tiempo: es el mismo que filmó sucesivamente, y con la misma pareja protagónica, Antes del amanecer, Antes del atardecer y Antes del anochecer (experimento considerado original aunque hubo otros casos, como Peter Bogdanovich repitiendo actores y personajes de La última película en Texasville), y ahora mismo está embarcado en una “secuela espiritual” de Rebeldes y confundidos (1993). Igualmente provechosa es su afición por disparar ideas sobre la vida con toda su riqueza (Despertando a la vida). Sin embargo, como guionista y director evidencia más entusiasmo que madurez. Hay en él un niño-grande, un adolescente eterno, que no por nada para Boyhood prefirió explorar el paso de los 6 a los 19 años y no, por ejemplo, el de los 30 a los 45. Sin subestimar sus méritos (los de Boyhood, que los tiene, pero también los de su obra en general), cuesta entender la manera en que ha llegado a ser venerado por tantos críticos y cinéfilos. Quizás sea porque a través de sus películas no se lo ve como a un artista inaccesible sino como un amigo hippón y progre, con ideas e intereses que da gusto compartir.
Los chicos crecen El inclasificable y creativo cineasta estadounidense Richard Linklater siempre fue un innovador: en Tape desarrolló una historia en una única escena y en tiempo real, y para Despertando a la vida apeló a la animación digital sobre un rodaje con actores. Con la trilogía Antes del amanecer (seguida por …del atardecer y …de la medianoche) logró un hito cinematográfico: un abarcativo relevamiento acerca del espaciado vínculo entre un hombre y una mujer que significó. No conforme con esto, ahora –un ahora que llevo más de doce años– presenta Boyhood-Momentos de una vida, una exploración dramática de una familia disfuncional a lo largo de ese plazo, rodada sin cambiar actores: los intérpretes maduros van envejeciendo, los adultos poniéndose mayores, y los niños crecen hasta convertirse en adolescentes y jóvenes. La película se filmó entre 2002 y 2013, en sólo cuarenta días de rodaje. En Boyhood, presenciar el transcurrir temporal de los personajes, sin ningún tipo de artificio digital o maquillaje, es un verdadero experimento cinematográfico y casi antropológico; en ese sentido, se trata de una verdadera proeza fílmica sin parangones. A pesar de su ambiciosa complejidad artística, Boyhood es un film sencillo, sereno, desacomplejado, sin exacerbaciones melodramáticas innecesarias. Los personajes atraviesan por distintas circunstancias, algunas arduas, pero ninguna lo suficientemente traumatizante como para descarrilar una narración plácida, pero jamás monocorde, y siempre interesante pese a su extenso metraje. El amor al prójimo, los valores humanos y sociales y el sentido esencial de la vida signan los preceptos del film y lo enaltecen. La elección de Ethan Hawke, actor fetiche, indispensable de Linklater, no parece haber sido la ideal, porque permanece con su aspecto inmutable a través del tiempo, mientras que una –o varias– magnífica Patricia Arquette se destaca dentro de un elenco que se expande y crece junto a las imágenes. Y vale la pena apreciar la evolución física e interpretativa del ex niño Ellar Coltrane.
Todo pasa y todo queda El tema central es el tiempo. Linklater ya lo había moldeado en su estupenda trilogía (“Antes de…”). Pero aquí la apuesta es mucho más alta. Registra en tiempo real lo que le pasa a Mason, desde los 8 años hasta llegar a la universidad. La filmó año tras año. Es una proeza que vale más desde el punto de vista experimental que desde lo estrictamente cinematográfico. No tiene la potencia lírica ni la emoción de aquella trilogía. Pero es un bello desafío que registra, no las grandes secuencias de una vida, sino las pequeñas cosas que hacen a un chico que va creciendo, que va sintiendo, que va probando, un hijo de padres separados que ama, duda y sueña. Las secuencias son desparejas, aunque siempre en Linklater importa más el gesto y la mirada que el asunto. A veces simplifica demasiado y a veces se demora por demás en algunas historias, pero con gran sinceridad y desenvoltura transmite la sensación de que la vida se nos escurre entre pequeñas cosas. Se la ha visto como “una epopeya sobre lo ordinario, un acto de fe en la fuerza del cine y en su capacidad para recuperar los recuerdos”. El final es triste y hermoso: Mason deja el hogar y su madre le hace un reproche cargado de dolor: “Nunca pensé que te iba a resultar tan fácil marcharte de casa”. Y allí comprueba que, con sus hijos en la universidad y después de luchas, ilusiones y divorcios, lo que le espera es un gran vacío. Mason le pregunta por qué llora. Y ella responde: “creía que habría algo más”. Implacable y emotivo cierre de este film sobre la fugacidad de la vida y la simple y hermosa epopeya que implica crecer, aprender, desechar, apegarse a los padres para aprender a separarse y mirar hacia adelante. Así, mientras Mason viaja hacia la universidad, en la camioneta suena una melodía que le dice: “No quiero ser un gran hombre/ sólo quiero pelear como todos los demás”. Final inolvidable para un film único. Leer más en http://www.eldia.com.ar/edis/20141101/Todo-pasa-todo-queda-espectaculos12.htm
“Una novela es un espejo que se pasea por un ancho camino. Tan pronto refleja el azul del cielo ante nuestros ojos, como el barro de los barrizales que hay en el camino” Sthendal, Rojo y negro. Doce años es todo. Es mucho. Un fragmento de vida que nos marca, que nos define, que nos conmueve y que nos alegra. Richard Linklater, uno de los directores más sensibles y lucidos de la actualidad, registró estos doce años en la vida de un chico hasta su adolescencia. Sólo algunos días cada vez. El registro es preciso, melancólico a veces, placentero otras. Gran trabajo con el tiempo que transcurre inquebrantable y que enfrenta a sus protagonistas a la vida misma, a sus avatares, a sus contradicciones, al crecimiento del protagonista, de sus padres y de su hermana. Notables son los tres protagonistas, Ellar Coltrane, el niño- adolescente; la maravillosa Patricia Arquette como la madre y el siempre increíble y buen mozo de Ethan Hawke como el padre. Pareciera que el tiempo y su transcurso es la obsesión de Linklater. Las huellas que deja, las grietas que abre, el crecimiento, las decisiones. En la trilogía de Antes del amanecer, atardecer, anochecer, la preocupación de Linklater es la misma; esa gente, esa pareja, a lo largo del tiempo. Nadie retrata como él, tan amablemente la juventud y el crecimiento en el cine contemporáneo. El cine de Linklater es la contracara de casi todo el cine americano actual, hasta podría decir no sólo estadounidense. Como si fuera un Antoine Doinel contemporáneo, Linklater igual que Francoise Truffaut, sigue a su personaje, lo acompaña en su crecimiento, amorosa y sensiblemente. Es sabido que no es sencillo narrar lo cotidiano. La gran pregunta para el arte (cinematográfico), a lo largo del tiempo, tal vez sea: ¿cómo filmar la vida? Narrar lo cotidiano, contar la vida misma, aquello de tan cercano a veces no podemos ver, aquello que está en los cielos, en un fin de semana en el campo, en la relación con los padres, en la complicidad entre los hermanos, en las mudanzas sucesivas, en las experiencias escolares, es una tarea difícil. Viajes, caminatas, mudanzas, calles y carreteras constituyen los modos de transitar el espacio, por donde se mueve el cine de Linklater. Caminar, como los protagonistas de la trilogía; hablar, conversar, dialogar es la materia discursiva de la película. La forma elegida es el transcurrir; sus personajes raramente se quedan quietos, van y vienen, recorren -aunque suene ridículamente cursi- el camino de la vida; lo más interesante es que la cursilería es el polo opuesto en el cine de Linklater. Ese camino-novela, que como el espejo de Stendhal, refleja la vida, Linklater lo transforma en camino-cine. El cine, es para este director, un espejo que se pasea (como los protagonistas de la trilogía, como los personajes de Boyhood) por un ancho camino, por una carretera, por unos recovecos, por unas calles. Boyhood, Richard Linklater, EE.UU., 2014 La diferencia con el genial escritor francés es que a Boyhood no le hace falta remarcar los hitos históricos, ni sociales; la película compone una melodía armónica, donde la elección de la música es central; son las canciones las que marcan las épocas, las generaciones, la herencia que el padre le deja a su hijo. La poética Linklater es la que mistura música y diálogos con encuadres cálidos, cosidos por una narración amable, sin estridencias. La apertura de la película es la mirada (el azul del cielo en la mirada de Stendhal) en un primerísimo primer plano de su protagonista, acostado sobre el pasto, plano que se abre con amabilidad y sutileza, valores que la película sostiene en toda su extensión. Este plano es la matriz a partir de la cual se genera no solo la película entera sino su clave de lectura. La mirada, la subjetividad y, en relación con eso, la mirada de los otros, de la familia, de los amigos, incluso de quien lo filma. Una película libre, que se echa a andar sin obstáculos, sin especulaciones, ni doble moral, ni vueltas de tuerca, ni superhéroes. Una película que fluye, donde nada detiene al flujo de la vida que transcurre, inevitablemente. Que se puede ser innovador manejando formas tradicionales es lo que dice Linklater con Boyhood; que es necesario restablecer la sensibilidad, la emoción y la cotidianeidad es lo que también propone la película; que la materia prima del cine es la subjetividad, que siempre es uno y la relación de uno con los otros. En definitiva, nada es más espectacular, más cercano, más emotivo que la vida misma. Marcela Gamberini / Copyleft 2014
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Doce años atrás Richard Linklater se aventuró a iniciar un proyecto que, objetivamente hablando, no sabía si iba a poder concluir. Tanto es así que llegó a pactar con uno de sus protagonistas (Ethan Hawke) que si moría en el transcurso de los doce años que llevó el rodaje, sería el mismo actor quien se haría cargo de concluir la historia con el rol de director. Felizmente esto no sucedió y hoy podemos apreciar uno de los proyectos cinematográficos más ambiciosos de los últimos años. El estreno de Boyhood es y debe ser recibido como todo un acontecimiento. Y no solo por la curiosidad de que haya sido concebido con unos tiempos de rodaje totalmente inusuales, sino por el hecho de que detrás de la anécdota hay un gran director que nos tiene acostumbrados a un tipo de cine que cada vez parece más difícil de encontrar. La filmografía de Linklater avala que cada proyecto que estrena está dotado de una carga emocional única que alcanza cuotas de brillantez y frescura excepcionales. Pocas veces ha existido unanimidad semejante en materia de críticas. Basta mencionar que en la reconocida web www.rottentomatoes.com que promedia críticas positivas y negativas fue de las pocas películas en alcanzar un 100% de aceptación. Que en este momento es en realidad un 99% que suma 203 críticas positivas y tan solo 2 negativas. Épica, íntima y evocativa son solo algunos de los calificativos que uno puede encontrar entre tantas calificaciones que ha recibido el film. Y lo curioso es que si lo abstraemos a cualquier justa sinopsis sobre su argumento, la película es exactamente lo que promete su premisa. Doce años en la vida de un joven con todos los tintes y matices que alguien puede atravesar al crecer. A lo largo de poco más de dos horas y media de metraje, Linklater aborda la evolución del arco dramático de su protagonista capturando en material fílmico el desarrollo y la maduración de un niño completamente corriente. Sin embargo, esto no transforma a su personaje en un ser banal ni ajeno. Por el contrario, su historia con todos sus matices introspectivos y a la vez provistos de la subjetividad critica del mismo director a lo largo de doce años de historia política, social y cultural, se completan como un retrato delicado y cercano. El fenómeno de Boyhood ha conseguido que la película se convierta en obra de culto al poco tiempo de haber sido estrenada. Algo que sin dudas despertará la curiosidad de más de uno preguntándose si verdaderamente es para tanto. Por supuesto solo se podrán sacar la duda viéndola. Nuestro veredicto desde Fuera de Campo es que sin dudas vale la pena.
Un álbum de fotos con vida propia. Pensá en la cantidad de películas que presumen estar basadas en un hecho real, y que siempre tienen algunas escenas que te hacen cuestionarte la veracidad de ese cartelito que aparece al iniciar la función. En este film ‘experimental’ de Richard Linklater, pasa lo opuesto. No dice estar inspirada en acontecimientos ocurridos, sin embargo, no podría ser más realista. El secreto de Boyhood (2014), se alberga en su producción. Fue rodada durante 12 años y conservando los mismos actores. Por ende, cuando comenzó todo allá por 2002, el protagonista contaba con 8 añitos, para finalizar ya con edad de beber alcohol y conducir. Se trata de Mason (Ellar Coltrane), un chico perteneciente a una familia oriunda de Texas formada por cuatro integrantes, aunque desde el vamos la historia empieza con sus padres (Patricia Arquette y Ethan Hawke) separados. Boyhood-5 No habrá instante en que no sigamos la forma de caminar, de hablar, de jugar, de comer y hasta de sentir y pensar de Mason, quien irá aprendiendo de qué se trata la vida frente a nuestros ojos. Si bien ellos son como cualquier norteamericano de clase media, tienen un pasar itinerante que acompañado por la modernidad en las relaciones interpersonales y en el desarrollo social propio de los tiempos contemporáneos, los llevará a mudarse más de una vez y a convivir con diferentes “hermanastros”, “padrastros”, amigos o compañeros de colegio. La lucha constante de una madre por darle lo mejor a sus dos hijos. boyhood-02-600x300 Es absolutamente increíble ver en pantalla cómo literalmente los actores van experimentando cambios físicos y la naturalidad con la que interpretan a sus personajes. El espectador crece junto a ellos en todo sentido, en 165 minutos que son únicos. Todos los actores tienen algo para brindarle a alguna generación; desde los hermanos Mason y Samantha (Lorelei Linklater) hasta abuelos, e incluso jefes laborales. Personalmente nunca había vivido una película con tantas ansias de querer saber más acerca de sus protagonistas, tanto en la ficción como en la vida real. Sólo 40 días de rodaje en un período que abarcó más de una década. El riesgo asumido por el autor fue grande, pero el resultado es extremadamente satisfactorio. Ni siquiera una vez cae en lugares comunes; el guión es muy cuidado, los diálogos son siempre interesantes y las dosis de drama o humor están donde tienen que estar. Boyhood abarca tanto la intimidad de una familia, como el contexto político-económico que afectó a Estados Unidos, lo cual sirve para nutrir la trama. Boyhood-Ellar-Coltrane-Mason-Evans Tarde o temprano, siempre aparece una película que por suerte quiebra un montón de patrones ya establecidos en este mercado comercial que es el cine. Guionistas y directores (en este caso Linklater es ambas cosas), son a veces personas sumamente visionarias que se comprometen en proyectos a futuro con una seguridad implacable. Recomiendo que ustedes también se aventuren a vivir esta bellísima experiencia y le den crédito a una labor que es de todo menos sencilla. La vida de Mason y compañía, creo yo, es la revelación de este año, porque empezamos en la primaria y terminamos en la universidad, pero no a pasos agigantados ni en 3 o más entregas, sino con paciencia, dedicación ¡y hasta tiempo de sobra para hacer referencias que nos arrancarán varias sonrisas!
Ese aprendizaje llamado vida Boyhood (infancia en inglés), la última película de Richard Linklater, es la crónica de la vida de un joven texano, Mason (Ellar Coltrane), desde sus seis años y su mudanza a Houston con su madre, Olivia (Patricia Arquette), y su hermana mayor, Sam (Lorelei Linklater, la hija del director), hasta sus 18 años y su entrada en la universidad. Entretanto, su padre (Ethan Hawke) reaparecerá para ocuparse de sus dos hijos cada dos fines de semana, terminando por madurar (si madurar significa tener un buen trabajo y formar una familia), y su madre volverá a estudiar y acumular casamientos desastrosos. En realidad, esta película es mucho más que una simple crónica: está la confluencia del experimento cinematográfico, de la ficción y del documental. Richard Linklater lleva aquí hasta su máxima expresión el dispositivo que regía su famosa trilogía de los “Antes”. En Antes del amanecer (1995), Antes del atardecer (2004) y Antes de la medianoche (2013), retomaba los mismos personajes principales con los mismos actores (Julie Delpy y nuevamente Hawke). En Boyhood, lo hace cada año durante doce años y eso en una misma película de 165 minutos, enfocándose además en esa etapa de la vida donde todo cambia, donde uno se busca, se construye de a poco: la infancia y, aún más, la adolescencia. En lugar de usar varios actores en las distintas edades o envejecerlos de manera artificial, los juntó unos días cada verano durante todo ese período. Más allá de las transformaciones radicales que opera sobre los cuerpos adolescentes, el paso del tiempo se hará notar de manera sutil, sin indicación precisa: un corte de pelo que cambia, unas arrugas más en los adultos, algunas referencias dispersas a la actualidad del momento (la publicación de un libro de Harry Potter, la guerra en Irak, la campaña que precede la elección de Obama) y el uso de las canciones pop del momento como tantas balizas musicales que puntúan el relato. El resultado no deja de asombrar. La proeza no es menor. De hecho, el desafío era doble. Por un lado, cada verano, los actores tenían que reencontrarse con sus personajes. Para Ellar y Lorelei, Mason y Sam, al mismo tiempo que construían sus personajes se construían como personas, volviendo borrosa la frontera entre los dos, entre la ficción y el documental. Por otro lado, el dispositivo elegido no dejaba lugar a la equivocación: siguiendo sus actores a lo largo de sus vidas, no se podía volver para atrás, no se podía volver a filmar una escena o agregar otra al final del rodaje. Cada año, había que elegir las escenas de manera definitiva e intuir sobre las posibilidades que dejaban para el montaje final. La simplicidad del relato facilitó esa construcción. El film casi no cuenta con grandes escenas, quizás la única termina siendo la separación de Olivia de su primer marido. Es más bien una sucesión de esos pequeños momentos que caracterizan la vida de cada uno, que parecen haber sido elegidos al azar, esas instantáneas sobre las cuales uno se detiene cuando pasa las páginas de un álbum de fotos que armó su madre o su abuela para que recordara su infancia, pero que tendrían todavía toda la frescura del momento en el cual se tomaron, desprovistos de la nostalgia que los acompaña habitualmente. Esa simplicidad no solamente permite al dispositivo funcionar; también lo hace olvidar. Cada uno podrá encontrar una u otra escena que le habla o lo conmueve, porque resuena con su propia existencia: las peleas que siguen a la separación de los padres, las relaciones complicadas con los padrastros, la fiesta de cumpleaños con los nuevos suegros del padre, la fiesta de graduación con su familia, etcétera. Obviamente Boyhood no sería una película de Richard Linklater sin esas charlas interminables entre sus protagonistas, que a veces pierden rápidamente su interés, siendo demasiado trilladas (las consideraciones sobre Facebook son ejemplares a este respecto). Sin embargo y por suerte, quizás por el hecho que esa vez se hacen en auto (estamos en los Estados Unidos) y no como en la trilogía europea de los “Antes” caminando, esas habituales fallas (en mi sentido) no se hacen notar tanto en la historia. Incluso, a medida que avanza el relato y que el tiempo pasa, se disfruta cada vez más, como un buen vino. De esta delicada película se podría decir mucho más y hablar de las temáticas que la inervan: la enseñanza, la transmisión de padres a hijos, la renuncia a los sueños, la cuestión de la responsabilidad y lo que implicaría para muchos (tener una situación profesional, casarse, y obviamente tener hijos, preferiblemente en ese orden), y más. En ese sentido, Boyhood forma parte de esas películas que merecería una segunda mirada. Nos quedaremos con lo que Ethan Hawke le contesta a Mason cuando este le pregunta cuál es el sentido de todo: “todos, improvisamos, lo bueno es que sientes la cosa y te aferras a eso. Creces y no sientes tanto. La piel se pone dura”. Película de la infancia y de la adolescencia, del aprendizaje y del envejecimiento, Boyhood termina siendo una bella historia sobre la gran improvisación que sigue siendo la vida.
El tiempo. El cine posee la cualidad de maniobrar sobre el tiempo como ningún otro arte. El tiempo vivido, las experiencias que nos conforman, los pequeños momentos que la memoria suele perder. El cine está ahí para captarlos y para transmitirlos. Para eso hay que ser paciente: mirar, observar, descubrir las cosas que pasan cuando nada parece pasar. “Tiempo al tiempo”, como dice la frase hecha. Las vidas no son acumulación de momentos sino los lazos que existen entre todos ellos. En BOYHOOD, su épica y a la vez minimalista película, Richard Linklater entiende a la perfección cómo funciona el tiempo en el cine. O, más bien, cómo se traduce el tiempo vivido en el tiempo que, como espectadores, experimentamos en la pantalla. Y cómo cuando esas dos cosas se conectan bien se logran resultados tan extraordinarios como los de esta maravillosa película. boyhood2El proceso de hacer BOYHOOD es conocido: Linklater filmó durante doce años a un mismo grupo de actores a razón de unos tres o cuatro días por año. No se trata de un documental: la película es 100% ficción. El protagonista es Mason Jr. (Ellar Coltrane), quien comienza la película con seis años y la termina a los 18. Junto a él viven su madre, Olivia (Patricia Arquette) y su hermana un poco mayor que él, Samantha (Lorelei Linklater, verdadera hija del realizador). Y también está su padre, Mason (Ethan Hawke), que apenas comienza el filme ya está separado de Olivia. El filme irá avanzando año a año en las vidas de estos personajes pero sin parámetros fijos. Hay “años” más largos que otros (en lo que vemos en la pantalla), las escenas suceden en épocas diferentes y permiten ir viendo la evolución de esa familia y, en especial, la del chico. La música pop del momento (de Coldplay a Daft Punk, pasando por el hip hop y una hermosa escena con el tema de Wilco, con lectura de letra incluida de “Hate it Here“), la política (Bush, Obama y compañía) y la tecnología de moda (teléfonos, computadoras, etc) marcan sutilmente el paso de los años. Es cierto, cientos de películas han mostrado y contado la evolución de personas a lo largo de años mediante una buena dirección de arte, el clásico truco del maquillaje o cambiando de actores según las épocas. Pero hay algo de observar la evolución natural de las personas/personajes/mundo que escapa a esa definición. Especialmente en lo que respecta a Mason. Si bien es claro que Ellar interpreta a un “personaje”, los límites se confunden: es un niño que va creciendo hasta transformarse en un joven, es su cuerpo y su voz la que le van dando una forma física específica y da la impresión de que muchas de las decisiones narrativas respecto a su personalidad están dictadas por los propios cambios, gustos y elecciones del actor. boyhood3Ese “cruce” entre realidad y ficción atraviesa toda la película y el espectador lo siente de una manera inédita, al menos en el cine norteamericano de ficción (hay ecos del Antoine Doinel de Truffaut en el filme). Tiene algo que ver con los procesos de ANTES DEL AMANECER /ATARDECER/ MEDIANOCHE, pero no es lo mismo. Allí eran claramente dos actores interpretando personajes que se reencontraban cada nueve años. Aquí no solo seguimos a Mason como si su vida fuera una cadena de episodios, momentos y situaciones bastante encadenadas, sino que es imposible no sentir que hay un punto en el que la ficción y el documental se mezclan, donde los procesos se confunden y la inspiración puede venir tanto del pasado de los personajes como del presente de los actores. En esa ambigüedad reside buena parte del poder del filme. La película no cuenta “grandes momentos” ni una historia inusual, ni una llamativa. Al contrario. Con el espíritu generoso que Linklater suele tener para con sus criaturas, el director plantea una serie de situaciones de vida que podrían corresponderle a cualquiera. Conviene no adelantar casi nada de lo que ocurre en los 164 minutos de la película, pero lo cierto es que nada está fuera de lo esperable para una familia de Texas (salvo por el hecho de que son bastante progresistas, algo inusual en ese estado): hay mudanzas, nuevas familias, trabajos, novios/as no siempre muy adecuados, vocaciones, algún momento de violencia e intensidad emocional. Pero gran parte del tiempo lo que prima es lo cotidiano: pequeños momentos, conversaciones, encuentros, desencuentros. Los cambios más o menos normales que vive un chico de los 6 a los 18 años y los que, en paralelo, va viviendo su su familia. linklaterSi todo es tan normal y hasta convencional, ¿qué es entonces lo que convierte a BOYHOOD en una película tan fuera de lo común? No es, por cierto, una cuestión de estilo: Linklater continúa con su naturalismo a ultranza, con una forma de filmar bastante transparente y clásica, casi tan “normalizada” como la vida de los personajes. No son las actuaciones tampoco: los chicos no son especialmente notables como “actores” y, más allá de los sólidos Arquette y Hawke, muchos de los secundarios tampoco se destacan por sus performances. Y tampoco es –aunque uno no pueda sacárselo de la cabeza nunca– solamente el “chiste” de haberla filmado a lo largo de doce años. ¿Qué es, entonces? Creo –es difícil definirlo a tan pocas horas de haber visto el filme– que es la sensación de estar experimentando una vida siendo vivida, ver el pasado en tiempo presente, conectándose de maneras improbables, generando la sensación de que la misma película se tuerce todo el tiempo a sí misma, como muchas vidas. Y hay algo que vuelve, muy fuerte, al espectador: nos lleva a revivir nuestras infancias y adolescencias, a ver las de nuestros hijos, amigos, hermanos o familiares, a ponernos en los distintos papeles (como padre, madre y hermano de otros) y entender las posiciones de cada uno en el contexto general. Las miramos y nos devuelve la mirada, iluminada. boyhood4Algunos han dicho que BOYHOOD podría funcionar perfectamente como “precuela” de la Trilogía Amanecer/Atardecer/Medianoche y hasta podría terminar con Mason Jr. yéndose a Europa y descubriendo el amor y una chica francesa. Algunos, como yo, queremos hoy que BOYHOOD en realidad sea MANHOOD y… ¿OLDHOOD? y seguir los pasos de esta familia por mucho tiempo más: de la madre luchadora y con elecciones complicadas, del padre que va mutando con el correr de los años hasta volverse irreconocible para sí mismo, de esa hermana inteligente y de mirada pícara y, especialmente, de ese chico que será un hombre al que todas esas experiencias marcarán para siempre. Tal vez no sea buena idea, pero hoy me cuesta pensar que no sabré más de la vida de Junior. Hay un elemento, para mí importante, que le da a la película una dimensión que de otra manera no tendría: Linklater jamás juzga a sus personajes y tiende a ser comprensivo y generoso con casi todos ellos. Hay una escena, en particular, que lo deja claro y que tiene que ver con un cumpleaños familiar que Mason pasa con su padre y una familia bastante católica y tradicional. Otro director podría haberse burlado de esos personajes, ponerlos en ridículo ante la mirada “progre” de Mason Sr. y medio desapegada (“neoslacker”) del ya adolescente Junior. Pero Linklater no lo hace: respeta a esos personajes como a todos los demás, asume que cada uno puede y debe vivir su vida como quiera en tanto no afecte a los otros. BOYHOOD es una experiencia cinematográfica que consigue respuestas inusuales. No apuesta por la emoción de manera directa, pero emociona con recursos más que genuinos. No busca ser comedia, pero es muy divertida. Y el drama fluye con la naturalidad y el potencial peligro con el que puede fluir en la vida de cualquiera de nosotros. Es esa extraña forma de normalidad la que, finalmente, nos convence y nos conmueve. Es que el álbum de Polaroids de Linklater está tocado por la gracia. La gracia del cine, del tiempo, de la vida. La gracia de cada momento, de todos los momentos.
SIEMPRE ES HOY El director ya había avisado. El discurrir del tiempo siempre estuvo entre sus intereses centrales. El último testimonio en su filmografía fue Antes de la medianoche, tercer ¿y último? capítulo de la saga que componen también Antes del amanecer y Antes del atardecer. En ella asistíamos al inicio y evolución del vínculo entre los ya eternos Jesse y Celine durante esos dieciocho años que transcurrieron entre 1995 y 2013. Linklater decidió redoblar la apuesta y filmar la evolución de un personaje durante más de una década no en películas separadas sino en una. Boyhood,en la que también actúa Ethan Hawke, comenzó a rodarse en julio de 2002 (es decir, ¡dos años antes de que se estrenara Antes del atardecer!) y continuó filmándose con los mismos actores durante… doce años. Su argumento es demasiado simple: cuenta la historia de Mason Jr. (Ellar Coltrane) desde que empieza la primaria a sus seis años, hasta que llega a la universidad con dieciocho. Lo acompañan su hermana mayor Samantha (Lorelei Linklater, hija del director), su madre (la bellísima Patricia Arquette) y su padre (Hawke). A Mason le ocurrirá, en mayor o menor medida, lo que le ocurre a todo aquel que crece: se mudará, cambiará de escuela, perderá amigos, ganará otros, tendrá que tolerar las elecciones de pareja de sus padres divorciados, convivirá con sus hermanastros, se volverá a mudar, le cambiará la voz, conseguirá un trabajo, se enamorará, aprenderá a manejar y así… Filmada a la usanza naturalista linklateriana, Boyhood está plagada de referencias bien contemporáneas. No será difícil reconocer en la historia de Mason hechos históricos que hemos vivido en la nuestra. El paso de los años quedará evidenciado en referencias musicales (un tema de Britney, otro de Coldplay, otro de Wilco), culturales (la salida del sexto libro de Harry Potter) y políticas (las campañas presidenciales de Bush, la guerra de Irak, el ascenso de Obama), entre otras. Está bien que los doce años de filmación, a un ritmo de una semana por año, suponen un hecho inédito en la historia del cine, pero el mero dato no explica los méritos por los que la última película del director de Bernie es un verdadero hito del séptimo arte. Para comprender la experiencia que supone Boyhood quizás haya que apelar a otra artista mayor. Alejandra Pizarnik confiesa en sus Diarios que se siente atraída por los personajes literarios porque son “seres absolutos que llevan el amor o el odio detenidos en ellos”. Lo que Linklater hace principalmente con Mason, pero también con Samantha y sus padres, es dotarlos de movimiento dentro de su detención. De ahí el carácter único de su obra, que se sirve del tiempo como herramienta para tallar la materialidad del cuerpo de sus personajes. Sin necesidad de peinados o maquillajes, mucho menos del 3D, Mason y Samantha están ahí, “al alcance de la mano”, tanto que a veces pasamos a compartir el lienzo en el que se despliegan sus historias. Hay un genuino “olvido” de la pantalla y la sensación permanece al salir del cine: los protagonistas nos acompañan. Como esos momentos, tan imperceptibles como decisivos, en los que un niño que deja de serlo se pregunta sobre la existencia de la magia en el mundo, o en los que un adolescente detiene su mirada en una chica por primera vez, fugaz en sus casi tres horas de duración, Boyhood es un verdadero testimonio de lo inasible. Prueba, también, que quien ha sabido servirse del paso del tiempo es Richard Linklater. Su cine ya es parte de nuestro ser.//?z
Un film que conmueve, sin golpes bajos y con estupendas actuaciones. La filmación comenzó en el verano de 2002 en Houston, Texas y finalizó en agosto de 2013 y se inicia cuando vemos Mason (Ellar Coltrane), siendo un niño, hijo de padres divorciados y va pasando su vida observando los agitados momentos de los adultos, las distintas parejas de su madre Olivia (Patricia Arquette), controversias familiares, mudanzas, angustias, semanas con su padre, vivencias en la escuela, el maltrato y la relación con su hermana Samantha (Lorelei Linklater). Todo se desarrolla desde la mirada de Mason en esos momentos de la vida, subsiste ante las peleas con su hermana, la relación con su padre, la nueva familia, el colegio, el primer amor, ruptura y borrachera, sufrirá la convivencia con sus padrastros borrachos y autoritarios, hermanastros, maestros y jefes, peligros, anhelos y pasiones. Es el paso del tiempo y la vida, no hay momentos demasiados trágicos, ni felices, mucho se dice a través de las miradas, los gestos y silencios como así también con diálogos magistrales. Es una historia honesta, sencilla, nada pretenciosa y sabe mantener al espectador prendido a su butaca durante dos horas y cuarenta y cinco minutos por varias razones. El director de cine y guionista estadounidense Richard Linklater, el mismo de la trilogía: “Antes del amanecer”, “Antes del atardecer” y “Antes de la medianoche” (protagonizada por Ethan Hawke y Julie Delpy). Trabajo en esta su nueva película como pocos directores, la filmo durante 12 años, para relatar la vida del protagonista desde niño hasta sus 17 años, iba filmando por etapas, no quiso cambiar actor, ni acudir al maquillaje, le gustaba seguir a estos actores a lo largo de estos años, con el cambio de sus voces y cambios de look entre otros detalles físicos. En el caso de Hawke y Arquette, entre otros existen pocos cambios (un cambio de look, algún kilito de más o una cana), no ocurre así con los chicos: Ellar Coltrane y Lorelei Linklater (hija del Director). Trabajó con un elenco comprometido con el proyecto y nos trae una historia maravillosa, bien contada, emocionante, donde va detallando todos los momentos a lo largo de varios años. En esto se van haciendo algunas referencias utilizando para ello: el vestuario, peinados, datos políticos y musicales. Se marca lo que puede suceder en una familia, las relaciones humanas, con momentos conmovedores y de humor. La banda sonora, fotografía, ambientación y reparto actoral son excepcionales, los diálogos y los duelos actorales de los principales personajes son espléndidos. Este film se estrenó este año en Sundance y Berlín, obtuvo un buen recibimiento de la crítica, obtuvo el Oso de Plata al Mejor Director en Berlín, y logro otros premios. Seguramente obtendrá varias nominaciones para los Premios Oscar en enero de 2015.
Una ventana que mira a la vida En su nuevo film, galardonado en Berlín a la mejor dirección, Richard Linklater apuesta a un seguimiento de calendario para con sus personajes. Algunos críticos afirman que esta pieza inaugura todo un camino en la cinematografía moderna. Para numerosos críticos, el film merecedor del Oso de Plata a la mejor dirección en el Festival de Berlín 2014, Boyhood. Momentos de una vida, ya ha pasado a ser una de las piedras angulares del cine de hoy. Desde los días de su presentación oficial, el último film de Richard Linklater ha despertado páginas y páginas marcadas por una casi unánime admiración; algunos, hasta lo consideran un film bisagra que va a motivar a que jóvenes realizadores continúen el camino que nos señala. Desde una concepción muy personal, y a partir de una sola y única visión de este film, es preciso subrayar doblemente esta expresión: "Nos señala". Y así lo entiendo, ya que a partir de una muy diagramada planificación, Richard Linklater nos toma de la mano, nos guía, no nos permite que nos alejemos del itinerario que trazó para nosotros. No hay que preocuparse de algo ajeno: las puertas abiertas al azar y lo imprevisto han sido sigilosamente clausuradas. Puedo afirmar, desde una posición muy personal, que por lo general los films seleccionados en este Festival (a diferencia de la Academia y en parte, Cannes), han despertado una gran admiración en mí. Como lo son, de las últimas tres ediciones, Una separación, del director iraní Ashsgar Fahradi; César debe morir, de Paolo y Vittorio Taviani; La mirada del hijo, del realizador rumano Calin Peter Netzer. Admirables, dignos de ser vistos más de una vez, los tres apuntan a relatos con interrogantes; los tres nos llevan a reflexionar sobre los modos de representación, los planteos éticos, los lugares del espectador. Ahora, en esta edición que tuvo lugar en el mes de febrero de este año, el Oso de Plata, Gran Premio del Jurado, le correspondió a la tan sorpresiva y melancólica, Grand Hotel Budapest, del siempre ocurrente Wes Anderson. El premio mayor lo recibió un thriller de origen chino, Black Coal, Thin Ice, de Diao Yinan, que dividió enojosamente al gran público y a todo un sector de la crítica. Premiado en esta entrega con el Oso de Plata al mejor director por el film que hoy comentamos, el director Richard Linklater manifestó, una vez más su modo tan particular de narrar el paso del tiempo. Como ya lo había expresado en su serie "Antes de...", films que se juegan en el arco temporal 1995?2013, que siguen el curso de las relaciones de sus dos personajes centrales, Jesse y Celine, interpretados por Ethan Hawke y Julie Delpy, a partir de un encuentro ocasional en un viaje en tren. Son tres las grandes ciudades que pasan a ser escenarios de caminatas, diálogos, promesas. Y en estas tres, Viena, París y Atenas, se nos invita a todo un recorrido; que si bien, está diseñado de antemano, abre espacios a lo inmediato y a lo ocasional. Por lo menos así lo pienso de las dos primeras: ya que en la última, la excesiva verborragia, los acotados y lineales discursos, terminan por sacrificar su planteo de base, llegando a ser una mera exposición, en su mayor parte a puerta cerrada, de discusiones domésticas. Ni un solo plano de la Grecia de hoy asoma por encima de la adocenada explicitación de los hechos, de los repetidos malestares de esa pareja...tantos años después. Una de las impresiones que comencé a experimentar mientras veía Boyhood? Momentos de una vida era que estaba nuevamente frente a una ligera variante de aquel tan sobrevalorado film de Terrence Malick, El árbol de la vida, que conocimos hace algunos años. Su manera de concebir a la familia estadounidense del medio oeste norteamericano, desde planteos básicos y de manera lineal, a partir de un transcurrir del tiempo, me llevaba a recalar en los lugares más comunes del cine estadounidense de hoy (para los europeos, "cine americano"), desde una exploración que en el film de Terrence Mallick alcanza lo trascendental? metafísico y que ahora en Richard Linklater se recorta en la exposición y registro del seguimiento, período tras período, de su personaje logrando un pálido retrato generacional. Desde su declaración a la prensa de que en el film El niño simplemente crece, podemos comprender cuál ha sido el camino que ha seguido y nos obliga a seguir. Así, en su defensa de una mímesis, podemos recordar la inútil labor de un director tan notable como Gus Van Sant cuando presentó su versión de esa obra maestra de Alfred Hitchcock, Psicosis, que marcó un punto de inflexión y que abrió un renglón de puntos suspensivos en la historia del cine. En el film de Gus Van sant lo que pudimos ver fue un mero juego de copiar cuadro por cuadro, ahora en color y asfixiando toda la propuesta y el alcance de una construcción paródica. Desde un exasperante naturalismo, que sí tiene en cuenta y con logros las elipsis, seguimos a nuestro niño en Boyhood a lo largo del período que parte de los días de la escuela primaria al ingreso a la Universidad. Lo diferente y que algunos han definido como "experimental" es que el mismo actor, sin participar en otros films, va creciendo frente a nosotros, a partir de un rodaje que ocupó el mismo número de años. Y que, según declaraciones del director, se reunieran a lo largo de doce días cada nuevo año; momento en el que el propio personaje central, ponía en acto diálogos que había apuntado en todo ese tiempo pretérito. Debo reconocer que si bien esta propuesta ofrece variantes respecto del cine industrial, en tanto se aleja de la forma de trabajo del llamado cine hollywoodense de hoy, no obstante, pese a todo esto, no comprendo en qué lugares se asienta su fuerza artística. En tanto el film renuncia a lo alusivo y metafórico, los hechos que pasan frente a nosotros ocurren así, de la manera más directa, más literal. Desde su propuesta, de una extrema verosimilitud, no encuentro mayores diferencias entre estar escuchando cualquier diálogo en una situación x en un lugar determinado a estar frente a algunos momentos de este film que mira con atención una rutinaria vida doméstica. Para marcar que esta es la generación de los que se nutren literariamente de la saga Harry Potter y de los video juegos no es necesario subrayarlos a estos elementos con planos detalles. Cesare Zavattini expresaba en aquellos días del transformador Neorrealismo Italiano: "Esta es la realidad. Sólo basta ubicar la cámara delante de ella. Y dejarla allí". Pero la concepción de realidad que ellos tenían en esos años ?Rosellini, De Sica, De Santis, entre otros? era profunda y compleja, y se sostenía desde un discurso crítico sobre los años de la post?guerra. El gran maestro y guionista consideraba que no había que maquillarla y adornarla; sí, explorarla. Lejos de esto, el film de Richard Linklater se limita a llevarnos de la mano, a hacernos partícipes de manera directa, sin mediación creativa, de una madre frustrada, padres alcohólicos, hijos desantendidos, en un escenario tibiamente progresista que cita a Obama vs. Conservadores, desde un marco "políticamente correcto". Nada en este film, como en El árbol de la vida está librado como en los films del Neorrealismo al acontecer mismo de los hechos. Todo está bajo control, hasta las expresiones de los personajes que son "fórmulas de vida". Sí, con este acentuar de su director lo de "experiencia de la vida", lo que logró el director fue que no pudiésemos escuchar a sus personajes, en sus matices, en sus contradicciones. O en tal caso, no se nos permite escucharlos desde otros ángulos; no, sólo, desde un único lugar de mirada. Pero pienso, además, en los films que integran la saga Antoine Doinel. A lo largo de casi lindantes veinte años, 1959?1978, el siempre recordado y amado Francois Truffaut nos ofrece una saga con su personaje a través de cinco historias que liberan el respiro de lo creativo, que renuncian a obviedades, que abren pasadizos a los sueños y temores de sus personajes, que exploran, que se atreven. En estas cinco aventuras de vida, páginas de la vida de un personaje, despiertan emociones que llegan a habitarnos. La poesía de lo cotidiano asoma por encima de las reconocibles situaciones. Y basta un solo gesto de sus personajes para que nuestra vida misma deje oír su propia música.
Pregunta retórica sobre la dualidad de las definiciones que buscan explicarlo todo Los elementos que componen una obra cinematográfica y sus diversos usos a lo largo de los años han logrado, a fuerza de repetición de ideas y guiones, acuñar la frase “está todo inventado”. No obstante hay artistas que pensando fuera de la caja y rompiendo moldes de vez en cuando demuestran todo lo contrario. Richard Linklater es uno de ellos. No necesariamente por los años que le tomó concebir “Boyhood, momentos de una vida”. Si bien es la primera película estrenada con este concepto de planificación, no es la primera vez que se hace. David Carradine estuvo años filmando “Mata Hari”, con él y su hija como protagonistas, hasta su muerte en 2009. Nunca se terminó, pero la idea era contar la vida de la bailarina-espía. Por otra parte, Richard Linklater mismo abordó la historia de un hombre y una mujer a lo largo de dieciocho años con la trilogía “Antes del amanecer” (1995), “Antes del atardecer” (2004) y “Antes del anochecer” (2013), pero con una sutil diferencia respecto del estreno de esta semana: no había una intención a priori de hacer secuelas. Era más bien algo lúdico el hecho de visitar de vez en cuando a estos personajes para ver en qué andaban. Mason (Ellar Coltrane) y Samantha (Lorelei Linklater) son hijos de Mamá (Patricia Arquette) y Papá (Ethan Hawke) que están separados. A lo largo de la obra veremos cómo el entorno familiar, en especial el de una madre casi analfabeta y con muy mala puntería para elegir pareja, afecta para bien o para mal la vida de estos chicos. Como el creador del destino de los personajes que es, el guionista va digitando las diferentes circunstancias que atraviesan todos durante una docena de años. A su vez, pequeñas dosis de cambios en los contextos socio-político-económico se presentan como un marco omnipresente en la vida de esta familia rota. Las dificultades serán muchas, las mudanzas también. Hay como un aire a renovación cada vez que las sutiles elipsis temporales dan paso a un nuevo episodio, como si pudiéramos retomar la historia mientras los pensamientos van rumiando las imágenes anteriores. Llegará un momento en el cual la sensibilidad sale a flor de piel desde la butaca. Es la clara capacidad del espectador para empatizar con los personajes, pero además es por el irrefutable hecho de haber sido testigos presenciales del crecimiento real e imaginado de todos los que pasan frente a cámara. Esa, precisamente, es la clave de “Boyhood, momentos de una vida”. No el uso del tiempo, sino el paso del mismo. Andrei Tarkovski renegaba a veces del montaje. Consideraba que ya el hecho de cortar una toma implicaba un recorte de la realidad. Para él, el espectador tiene una versión parcial, muy parcial de la realidad retratada en el cine pues lo sucedido en toma ya era pasado, luego, los planos deben llenarse de tiempo en lugar de acortarlos con el montaje. Análogamente, Linklater utiliza un concepto emparentado, pero con el elemento del envejecimiento del actor como muestra cabal del paso del tiempo. Es decir, para el autor de “Stalker” (1979) el montaje es a la realidad lo que para Linklater son los trucos de maquillaje al envejecimiento, o mejor dicho a la maduración, porque es la vida desde el punto de vista de Mason desde su niñez en adelante lo que el realizador intenta (y logra) retratar. Los años vividos pesan en los personajes de “Boyhood…” porque pesan en las personas que los interpretan quienes, sin embargo, deben salir al set con la mente puesta en la evolución de sus roles, logrando así un hecho artístico único en la historia: Ponerse en la piel de un personaje a lo largo de 12 años, entregándole el cuerpo y lo que sea que el tiempo haya hecho con él. Por ejemplo, Ethan Hawke pasó por más de 15 personajes entre mayo de 2002 y agosto de 2013, período en el cual se filmó la película, pero cada año debía volver a la cabeza del papá, entender la transición y retomarlo desde el punto siguiente. Hacia el final, el director suma un poroto más cuando durante unos segundos logra cerrar un ciclo generacional. Un eslabón sumado a otros tantos anteriores en la vida del ser humano transformando su película en una gigantesca pregunta retórica sobre la dualidad de las definiciones que se buscan para explicarlo todo. ¿Cuál es el sentido de todo esto? si la historia se repite, ¿sentido tiene vivirla? Si vivimos el momento, o si el momento nos vive a nosotros, serán sólo algunas de las múltiples cuestiones a resolver. Mientras tanto, “Boyhood, momentos de una vida” desborda ingenio, creatividad y buen cine.
Siempre es hoy. Eso es lo que dice el rostro de Mason, encarnado (como nunca) por Ellar Coltrane, otro Coltrane que hace jazz modal pero con su propio cuerpo, un cuerpo acorde que muta y avanza en escalas y progresiones de una escena a otra, según pasan los años. Cosas imposibles, como decía Cerati y dirá Linklater. Persiguiendo realidad en su nueva ficción invierte el recurso más caro de todos, doce años de realización, en pos de una aventura ordinaria, la de un niño que crece a través de módicas revelaciones y aprendizajes, de familias ensambladas, de tensiones (económicas y emocionales) superables. Nada demasiado espectacular en la trama en sí, porque en ese cruce de escalas está la apuesta de la película, que encuentra una manera absolutamente inusual de contar una historia común. Más allá del recurso, todo pasa, y todo queda. Habrá que apropiarse del momento, o dejar que el momento se apropie de uno.
DOCE AÑOS DE JUVENTUD Valió la pena el tiempo que dedicó Richard Linklater para filmar su último trabajo -144 meses- y el que tuvimos que esperar sus seguidores para verlo. Porque Boyhood es una (nueva) obra maestra de este director, ícono del cine independiente norteamericano.
El implacable y maravilloso paso del tiempo Boyhood es la historia de Mason, un chico de seis años al que vemos crecer hasta la edad de 18. Conocemos a su familia, a sus amigos, y nos adentramos en cada pequeño acontecimiento de su vida, desde sus problemas personales y sus dramas familiares, hasta sus primeros amores, sus aspiraciones y sus pasiones. Y lo que quizás llame más la atención de la película de Richard Linklater (Antes del Amanecer, Dazed and Confused) es que fue filmada a lo largo de 12 años con los mismos actores. Literalmente vemos a Ellar Coltrane –el joven actor que interpreta a Mason- crecer delante de nuestros ojos junto a Lorelei Linklater, que hace de su hermana Samantha. Ethan Hawke y Patricia Arquette encarnan a los padres del protagonista, que, ya dos actores de renombre hace más de una década, se comprometieron en el 2002, sin ningún tipo de contrato de por medio, a dedicarle unas semanas anualmente durante 12 años a un proyecto que podría haber sucumbido catastróficamente en cualquier momento. Pero no fue así. El resultado fue un épico viaje a la madurez, que enfatiza los pequeños momentos que hacen única a la vida de una persona, y que a la vez son común a todos. Boyhood terminó siendo la representación de un camino que aborda algunos de los temas más importantes sin vanagloriarse, y casi imperceptiblemente. Es una mirada íntima que retrata los cambios, pequeños y gigantes, del día a día de una existencia. El paso del tiempo y el sentido de la vida pasan a través de los ojos de un niño que, contemplativo y echado de espaldas en un pasto verde, es la improbable imagen de lo que significa ser un ser humano, y del eterno dilema de una vida que se escapa de a poco de entre los dedos como si fuera agua, y cuyos momentos, por más efímeros que parezcan, son la substancia misma de la que está hecha nuestra existencia.
Otro tipo de magia En uno de los más hermosos diálogos de esta película, el niño Mason (Ellar Coltrane) le pregunta a su padre (Ethan Hawke) antes de irse a dormir, si en el mundo existen criaturas mágicas. La respuesta del padre no es la esperable: le responde que probablemente sí, ya que si se tiene en cuenta que por ejemplo hay en el océano monstruos mastodónticos llamados ballenas que podrían tragarse un auto, y en cuyas arterias podríamos entrar de cuerpo enero, podría significar que sí; quizá no las consideremos mágicas en un sentido estricto, pero tan sólo nos haría falta cambiar un poquito la perspectiva para comprender que perfectamente podrían serlo. De la misma manera, hay en este abordaje, aparentemente apacible y naturalista, aparentemente casual, consistentemente agradable y encantador, algo así como una especie de magia; claro que un tanto diferente a lo que normalmente percibiríamos como tal. La filmación durante 13 años de un muchacho en crecimiento (unos pocos días cada año), desde los 5 años hasta los 18, en varios momentos de su vida desplegados a lo largo de casi tres horas que transcurren como un río, supone una proeza única en su especie, y da lugar a una obra que, pese a esa apariencia de naturalidad, es el resultado de un trabajo persistente, abnegado y meticuloso por parte de un creador y todo un equipo. Un montaje invisible va aportando cambios sutiles, casi imperceptibles en las facciones y en los cuerpos de los personajes (y de los actores) aunque con grandes saltos en las situaciones y en los entornos (el barrio, la familia, los compañeros de colegio). Lo que podría haber sido tan sólo un interesante experimiento antropológico, se encuentra brillantemente logrado y compaginado. Además, la película goza de un notable sentido del humor, y está repleta de referencias culturales (libros, videojuegos, redes sociales) que también son elementos socializadores determinantes. Ver Boyhood es atestiguar el envejecimiento de los padres y simultáneamente el crecimiento y la madurez de los hijos, es observar acontecimientos específicos de una vida, quizá no los más relevantes ni los más determinantes, pero sucesos siempre ilustrativos de los recorridos que van moldeando la personalidad. Si el arte es un medio para mostrar o entender la vida, esta película es un notable cristal en el cual verse reflejado. Boyhood es otro tipo de magia, una que sólo fue posible gracias a una notable perseverancia y a un brillante uso del lenguaje cinematográfico, y su visionado significa una experiencia única en su especie. No hay aquí efectos especiales, varitas mágicas o criaturas mitológicas, pero sólo basta con cambiar un poco la perspectiva para comprender que el director Richard Linklater, maestro del artificio, es uno de los grandes ilusionistas de nuestros tiempos.
La vida en la pantalla El mayor mérito de "Boyhood" (USA, 2014) es la habilidad con la que Richard Linklater pensó su historia para terminar en un largo proceso que siguió el crecimiento real de sus protagonistas. Por primera vez una película habla del paso del tiempo y no se utiliza en ella el maquillaje o efectos especiales que avalen la progresión de la narración.. La historia es simple, un niño llamado Mason (Ellar Coltrane) va caminando por la vida mientras su entorno, generalmente por malas decisiones de su madre (Patricia Arquette) va cambiando. Perdido, sin rumbo, enfocado, cambiante, Mason avanza a paso seguro mientras el resto de los actores de su vida se esfuman de su lado. Algunos retazos de ideas asociadas con la niñez y lo infantil, el verano como momento de explosión hormonal y el progreso mental frente a determinadas situaciones, son algunos de los tópicos con los que Linklater trabaja a lo largo de casi tres horas de duración. Pero el proyecto en algún punto cambia de registro, y ni siquiera el interés por seguir viendo los cambios físicos de Coltrane parecen subsanar la elección de una digresión extrema que atenta contra la idea original del filme. El director es un hábil creador de diálogos, y de registrar a personas caminando mientras charlan de temas banales o superficiales. Sino basta ver alguna de las películas que componen su clásica trilogía "Antes de..." , la que le ha valido la confianza para que esta épica de la niñez pueda llegar a los cines. Pero con una idea original no alcanza, su historia ya fue vista muchas veces en la pantalla. Sin la novedad que anteriormente se mencionó "Boyhood" solamente pasaría a la historia por la película que mas tiempo se tardó en registrar con los mismos actores, y no por ser un filme con un guión sólido y actuaciones memorables, que claramente no posee. PUNTAJE:5/10
El cine (o cierto tipo de cine) se las ha ingeniado a través de los años para imitar la realidad, darnos una historia creíble, y hacer una imitación verosímil del paso del tiempo. Richard Linklater parece haber ido muy lejos en este intento de verosimilitud y realismo al crear su más reciente obra: Boyhood. Ciertamente, estamos ante una de las películas más novedosas del 2014, que ha llegado a burlar los trucos más rebuscados de Hollywood ateniéndose al natural paso del tiempo. En este film nos cuenta la historia de Mason y su familia, a quienes ha captado durante doce años. Así es, aquí no veremos un reparto de cinco o seis actores interpretando al mismo personaje a través de los años, sino al mismo actor creciendo en el lapso de doce años. Uno de los puntos centrales trabajados en el film es la temática de la familia. Mason es parte de una familia disfuncional, o mejor dicho “una familia burguesa del 2000”. Cualquiera que haya crecido en los años 2000 sentirá una identificación inmediata con esta historia. Los padres de Mason están separados, su padre es infantil e irresponsable, su madre, moderna, trabajadora, profesional y liberal. Si bien la institución familiar aparece como uno de los puntos más importantes en la vida de Mason, al mismo tiempo se pone en crítica el modelo tradicional de familia y el rol paternal. Así mismo aparece la institución escolar: por momentos, parece que lo único que los mantiene vivos a Mason y a su hermana es la escuela, el resto de su vida parece apestar o no tener importancia, sino que ambos están signados por los mandatos sociales. Igualmente, la idea de retratar a estos niños a través de los años logra el efecto de una personalidad que se va armando progresivamente. El espectador, al ser testigo de sus tristezas, alegrías, aventuras, etc. sigue de cerca la conformación subjetiva de cada uno de los personajes y al observar el paso del tiempo tan palpable nos involucramos de lleno. Volviendo al esfuerzo del cine por ser verosímil, no solo es con los actores con quienes tiene que ingeniárselas sino con decorados, vestuario, musicalización y ambientación. Linklater, podría decirse, no tiene estos problemas. Su obra transcurre realista y contemporáneamente a los hechos. La musicalización es uno de los elementos más acertados, nostálgicos y contextualizadores: Britney Spears, Blink 182, Coldplay, The Hives, Vampire Weekend, Lady Gaga, Paul McCartney, Bob Dylan, entre otros, van marcando etapas cronológicas. Sin dudas, Boyhood es uno de los films de los que más se ha hablado en el año y que parece postularse para estar entre los mejores. Su novedad y vanguardia en la realización es intachable e incluso nos obliga a repensar la función del cine en relación a la realidad y a sus representaciones, se deja de lado el artificio, se lo suplanta por la realidad. A pesar de esto, a la historia parece faltarle algún condimento, por momentos se torna monótona y muchos acontecimientos son innecesarios. Tal vez porque una suerte de moralina recorre el film, en relación a los lazos familiares y los mandatos de la adultez.
"La cápsula del tiempo definitiva" El último trabajo de Richard Linklater será recordado no solo por ser una excelente película que reflexiona sobre el paso de la niñez a la adultez sino también por tratarse de un verdadero experimento cinematográfico único en su especie. Una obra de arte dónde el qué se dice depende por completo del cómo se dice. Doce años seguidos de realización. Ese fue el tiempo que necesitó Linklater para concretar este monumental film que documenta la vida de Mason (Ellar Coltrane) desde los 5 años hasta su ingreso a la universidad. En ese camino, el paso del tiempo y los cambios personales que atraviesan Mason y los miembros de su disfuncional familia se convierten en el principal combustible de una película que divierte y emociona genuinamente sin necesidad de golpes bajos ni giros imprevistos. La vida misma. Esa parece ser la premisa de “Boyhood” que, con un guion que también lleva la firma de Linklater, recorre los últimos vestigios de la infancia, la siempre complicada adolescencia y el amanecer de la adultez de nuestro protagonista. Junto a él, el espectador se ve inmerso en un viaje a través del tiempo no solo gracias a una nostalgia que traspasa la pantalla sino también al desbordante optimismo que trasmite la vida de Mason. O sea, la vida misma. ¿Cuánto hay de ficción y cuanto de realidad en “Boyhood”? Imposible saberlo. La magnífica puesta en escena que Linklater construyó para su más reciente trabajo se convierte en un retrato completamente realista sobre la vida de un adolescente moderno. En esa fotografía que se actualiza doce años consecutivos, como si se tratara de un portarretratos digital, radica la magia de una propuesta que verdaderamente es única en su especie y cuyo resultado es más que gratificante para los amantes de las pequeñas historias. Aunque en “Boyhood”, claro, la sencillez se encuentra completamente opacada por su grandilocuente formato. Junto al joven Coltrane están los experimentados Ethan Hawke y Patricia Arquette, quienes se roban la película en partes iguales con sus respectivos personajes. Si la primera es el fiel reflejo de la madre de hierro que está siempre al lado de sus hijos cuando estos la necesitan, el segundo es la voz autorizada que aparece de vez en cuando para allanar el camino elegido por los mismos. Eso sí; ambos dejan mucho que desear dentro de sus propias vidas pero siempre a un ritmo que sirve para transmitir el ejemplo de que ningún golpe ni tropiezo es irreversible. Párrafo aparte, dentro del plano de las actuaciones, para Lorelei Linklater (hija del realizador) quien durante la primera etapa del film, esa que refleja la niñez, tiene momentos gloriosos acompañados de una cuota de humor y cierta maldad infantil. Como la hermana mayor de nuestro protagonista, la joven Linklater simplemente la descose, posicionándose como pieza clave dentro de la vida de Mason durante toda la película. Técnicamente, el punto más alto de “Boyhood” sin lugar a dudas es su trabajo de edición. Sandra Adair (habitual colaboradora de Linklater) consigue básicamente lo imposible al reducir a casi tres horas de duración ni más ni menos que doce años de vida. Esta ya de por sí difícil tarea, sumada a uno de los guiones más cambiantes de la historia del cine (¿Alguien pensó en este aspecto?), sin lugar a dudas tendrá su merecido reconocimiento a la hora de las estatuillas y galardones que entregan los grandes jurados a la hora de coronar las mejores producciones del año. Y la pregunta del millón parece casi una obviedad: ¿Qué sucederá con Richard Linklater a la hora de los premios importantes? Sea cual sea el destino, difícilmente cambie una realidad que solo con ver “Boyhood” cualquiera puede confirmar: Estamos frente a una indiscutible pieza artística destinada a permanecer junto a las mejores producciones cinematográficas del cine moderno. Una obra que logró, ni más ni menos, congelar el tiempo y almacenar 12 años de vida en una serie de fotogramas.
Boyhood es un filme único, y por ese solo hecho, los cinéfilos avanzados deben verlo. El gancho es extraordinario: un filme rodado a lo largo de 12 años que muestra como el protagonista va creciendo, pero no mediantes trucos de maquillaje, o efectos especiales, sino mediante el real paso del tiempo. Pero esa falta de truco, es justamente el truco, el gimmick como le dicen en inglés, y la pregunta obvia es ¿más allá del gimmick, del truco, del artilugio, hay algo más? ¿hay un filme que dramáticamente valga la pena tras este interesantísimo experimento? Escuchá la crítica completa en el reproductor debajo de la foto.
"La vida sigue" Llega a nuestras salas una película de lo más inusual: una producción realizada durante doce años. El director Richard Linklater comenzó en 2002 con la idea de seguir el viaje de la niñez y adolescencia de una persona. Para eso buscó al pequeño actor Ellar Coltrane, que entonces tenía seis años, y un grupo de actores con los que filmó un par de semanas al año hasta terminar en 2013. Sin embargo sólo fueron en total treinta y nueve días de rodaje. El director de “Antes del Amanecer” y sus dos secuelas sigue la vida de Mason en su propia ciudad natal, Houston, Texas. Todo empieza cuando los padres del niño se divorcian y acaban mudándose. Estos son interpretados por Ethan Hawke, que ya había trabajado con el director en su famosa saga, y Patricia Arquette. Con todo esto, el guión es atípico porque lleva al extremo la idea anti climática por excelencia: la vida sigue. No es que la película carezca de los típicos actos de introducción, nudo y desenlace a los que Hollywood nos tiene acostumbrados, sino que estos se desarrollan dentro de distintos episodios. Veremos entonces varias mudanzas, matrimonios y separaciones, el inicio del secundario, la primera novia, el primer corazón roto. Todo parece tan terrible en el momento, pero luego nos damos cuenta de que la vida sigue. Uno lo supera y ya. Aunque pases, por ejemplo, por una ruptura más adelante vas a conocer a otra persona. La vida misma. Podemos pensar que esta seguidilla de anti clímax después de cada episodio atenta contra el grado de atención que le ponemos, pero ocurre lo contrario. Después de un rato incluso nos consuela saber que pronto lo superarán y listo. Admito, sin embargo, que mi acostumbrada percepción adoctrinada por Hollywood esperaba la tragedia tarde o temprano. Pero no, realmente nada es trágico, y no hay nada que no tenga una solución con el tiempo. Es una historia puramente reflexiva, es imposible no sentirse identificado con la vida de Mason porque todos hemos estado en situaciones similares en algún momento u otro. Nos hace preguntarnos cuáles serían los episodios de la película de nuestra vida. De todos modos el hecho de resumir prácticamente una vida entera en casi dos horas y media es un poco espeluznante. Quiero decir en el sentido de que es fascinante al mismo tiempo que da un pelín de incomodidad. Incluso podemos sentirnos identificados con la música, porque esta sigue el recorrido de los años. Está presente el gran top tres de cada año, e incluso nos lleva a recordar en qué episodio de nuestra vida escuchábamos esa canción. El final vuelve a la idea de que la vida sigue, y aunque es abierto podemos entender cómo sigue la cosa. Mi principal problema con esta película es que quiero saber más, quiero seguir viendo cómo sigue la vida. ¿Qué pasa con Mason? ¿Se casa y tiene hijos? ¿Tiene éxito en su carrera? Y mil preguntas más. Usualmente cuando veo una película y escribo sobre ella pongo en la balanza. Cosas buenas, cosas malas, cosas a mejorar o el desastre total. Pero aquí no encuentro nada para mejorar. Nos hace reflexionar, nos identifica, nos conmueve y nos da esperanza, y nos engancha al punto de querer quedarnos viendo cincuenta años más de la vida de este muchacho. Es sublime, es perfecta y hermosa. De verdad, háganse un favor y vean esta película. Agustina Tajtelbaum
Linklater y una ontología del presente La decadencia del imperio americano y Las invasiones bárbaras ya lo habían ensayado. Contar una historia con los mismos personajes, pero muchos años después, con los mismos actores ya avanzados en años y asumiendo en la ficción representada el supuesto paso del tiempo. Linklater efectuará el mismo procedimiento con su trilogía Antes del amanecer, Antes del atardecer y Antes de la medianoche. Pero la experimentación de Linklater irá un poco más lejos que la del canadiense, terminando de sellar su impronta propia con la recientemente estrenada Boyhood, película directamente pensada como un proyecto de largo plazo, con actores que trabajarán sus personajes a lo largo de más de diez años, contando distintas etapas de sus vidas ficticias. A diferencia de la trilogía protagonizada por Ethan Hawke y July Delpy, Boyhood presenta el cambio físico de los personajes como un continuo. Las tres horas de película son el relato del paso del tiempo en la vida del protagonista, Mason, de la niñez a la adolescencia. El tiempo es un tema que está presente en gran parte de las películas de Linklater, rica y diversa por cierto, pero siempre coherente con algunas cuestiones que parecen obsesionar al director. Quiero traer a colación su película Waking Life (algo así como “despertando a la vida”), pieza primero filmada y luego dibujada arriba dando al relato un tono de ensoñación del personaje principal. Sin acudir a una aparatosa manipulación digital de la imagen, Linklater deja volar la imaginación creadora con una técnica muy simple: colorear y crear efectos pictóricos sobre la imagen original. En Waking life el sueño en el que parece estar sumido el personaje funciona como metáfora de una vida vivida con otra conciencia de lo temporal. El personaje existe y transita en una realidad que intenta comprender, casi como caminando (a veces levitando) en un sueño. Habla con múltiples referentes intelectuales que le explican teorías sobre el mundo y la vida de la más diversa índole. Él principalmente escucha. Parece sopesar la fuerza y la pertinencia de cada uno de los argumentos que le ofrecen. En las últimas escenas comienza, prudentemente, a tomar él mismo la palabra y sus conclusiones parecen ser las de Linklater en algunas de sus películas: que el mayor peso ontológico de la realidad lo tiene el presente vivo del sujeto. Las palabras (aún cuando encierran grandes teorías) son realidades físicas, como los árboles y el resto de las presencias que nos rodean. La forma de colorear las imágenes abona está idea de un presente vivo y continuo. Hay algo impresionista en esos trazos que recrean lo real como algo siempre cambiante y difuso. Lo mismo con la escena inicial de la película, en la que un grupo de concertistas toca una música frenética que irá apareciendo con frecuencia a lo largo de la historia. Impresionismo y música aparecen como artes que retratan el instante vivo del sujeto. Es en Antes del amanecer, la primera y más fresca de la trilogía, mientras los dos enamorados recorren Viena, que entra en escena un poeta callejero y les escribe unas palabras improvisadas en el momento. Un nuevo arte, la poesía, se ofrece como modelo de expresión del instante vivo. Así es como Linklater entiende la naturaleza del arte, y al cine en particular. Boyhood culmina con un diálogo que parece encerrar una tesis sobre el tiempo, pero que en realidad tiene muchas menos pretensiones, y por lo tanto puede resultar engañosa. Mason por fin inicia sus estudios universitarios lejos de la casa de su madre y el compañero de cuarto en el campus lo invita a salir a recorrer unos pintorescos paisajes desérticos del lugar con otras dos compañeras de universidad. Sentados frente a un imponente paisaje, Mason y una de las chicas filosofan sobre la vida, tipo de escena que ya es una marca de estilo en el cine del director. La chica afirma que nunca estuvo de acuerdo con la idea de que hay que aprovechar siempre el momento presente. Por el contrario, cree que el momento es el que en todo caso nos atrapa a nosotros. Con esas aproximadas palabras, cierra la historia. La pregunta es ¿qué quiere decir Linklater con eso? Personalmente, creo que busca desmarcarse de la idea que lo asocia a él como director con un cultor superficial de vivir el momento presente. Por eso le hace decir esas palabras al personaje femenino. No hay que detenerse demasiado tampoco en la otra afirmación más propositiva que le sigue, según la cual los momentos parecen abrazar a los sujetos. Es simplemente una forma de jerarquizar el elemento tiempo en el conjunto de la existencia humana. Es volver a ubicar al tiempo (y puntualmente al presente) como centro de la reflexión filosófica dentro de su filmografía. Me parece, sin embargo, que cuando un artista hace filosofía hay que entender que su concepción está atada a las reglas de su propio oficio artístico. De alguna manera, el artista explica cómo entiende la realidad en función de cómo está acostumbrado a observarla y describirla mediante su arte. La de Linklater no es una filosofía superadora, sino una concepción filosófica más y particularmente atada a una visión del arte. Se da cierta regularidad en el hecho de que muchos artistas terminan desembocando en una idea “aurática” de la vida (concepto benjaminiano que servía para distinguir al teatro del cine, dado que el primero se vive en tiempo presente y vivo, mientras que el segundo según el filósofo frankfurtiano no). Pienso en Wagner y también en Herzog, para dar solo dos ejemplos. El arte, que puede ser entendido como la experiencia viva del espectador al momento de contemplar una obra, parece brindar un modelo explicativo a estos artistas-filósofos que, de alguna forma, extrapolan la concepción aurática al mundo de la vida en general.
Más real que la vida real. Linklater toma la idea de hacer un film “coming of age” y pacientemente lo lleva al extremo. La vida de un chico de los 6 a los 18 años salpicados por los ya clásicos dialogos exsistenciales del director . En Boyhood nada extraordinario sucede y por “nada” quiero decir todo, la vida.
Antropología visual. Richard Linklater es sin duda uno de los mejores exponentes del cine experimental contemporáneo y Boyhood quizás sea su experimento más ambicioso a la fecha; un paso adelante en su compromiso artístico de retratar lo cotidiano, lo común y lo ordinario con un realismo inigualable. El espectador es sensible a las coincidencias, y por eso Linklater siempre termina dando en el clavo. El director no cuenta historias sofisticadas, sino relatos comunes, fácilmente distinguibles, con los que podemos identificarnos de una u otra manera. Boyhood narra parte de la infancia y la adolescencia de un chico durante 12 años, hasta que el joven comienza la universidad. Es una historia simple y ordinaria, pero contada de un modo jamás visto antes en el cine. La película fue filmada durante 12 años para documentar con mucho realismo los cambios a lo largo del tiempo, de los protagonistas y del contexto también. Es increíble ver en apenas poco más de dos horas y media cómo cambian los personajes y la forma en que se interrelacionan entre sí, condicionados por la realidad familiar, social, política y tecnológica de cada momento. Cinematográficamente hablando, se trata de una película impecable, en la cual se destaca la edición. Es difícil de imaginar el trabajo de editar 12 años de filmación, y en este caso el resultado es brillante. Las transiciones entre épocas son suaves y ocasionalmente perspicaces; Linklater recurre mucho a la música y a algunos planos explícitos de ciertos dispositivos conocidos para dar aviso del paso del tiempo, pero también hay una infinidad de planos sutiles para retratar etapas, que seguramente se tornan más obvios con visiones posteriores del filme. Boyhood es una película, pero tranquilamente podría ser una tesis doctoral en Antropología. Es una historia simple de una complejidad única. Es, sin ir más lejos, la historia de vida más realista y mejor resumida que el cine ha sabido concebir hasta ahora. Puede que la propuesta suene poco atractiva, pero no lo es. Linklater nunca promete, pero siempre cumple.
Publicada en la edición digital #267 de la revista.
Publicada en la edición digital #267 de la revista.
Publicada en la edición digital #267 de la revista.
Entre la niñez y la adultez La película Boyhood (2014) narra fragmentos de la vida de una familia compuesta por dos hijos: Mason (Ellar Coltrane) y Samantha (Lorelei Linklater, hija del director), su madre (Patricia Arquette) y su padre (Ethan Hawke). Este film escrito y dirigido por Richard Linklater (Antes del amanecer, Antes del atardecer, Antes de la medianoche, Escuela de rock, entre otras) fue rodado durante doce años en su ciudad natal Houston, Texas. En palabras de su creador “Boyhood viene de mi relación con mi madre, en la cual está basado el personaje de Patricia. Ella es una mujer apasionada que sigue esa pasión llevando a sus hijos a través de ella (…) No se debe olvidar que Boyhood viene de la perspectiva de un niño”. 1 En consecuencia, puede pensarse que el film tiene varios elementos autobiográficos. Este largometraje cuyo rodaje comenzó en el 2002 y finalizó en el 2013 llevó sorpresivamente tan sólo treinta y nueve días de rodaje, lo cual nos habla de la audacia del director y de sus certezas respecto al proyecto. Boyhood como su nombre lo indica está centrada principalmente en la vida de Mason, quien cuando comienza el film posee cinco años y cuando finaliza dieciocho. Es enorme el desafío que presentaba para el director este proyecto de rodar un mismo film durante doce años consecutivos, ya que el tiempo va cambiando dentro y fuera del fílmico, así como la apariencia de sus actores. Al respecto el director dijo al comenzar el rodaje en el 2002 “…el dilema es que los niños cambian tanto que es imposible cubrir mucho terreno. Y estoy totalmente dispuesto a adaptar la historia a lo que están atravesando”. En la primera escena que vemos al padre, éste no veía a sus hijos hace más de un año, y al verlos se sorprende de lo crecidos que están. Algo similar nos sucede a los espectadores durante todo el film, al poder ser testigos del crecimiento físico de los niños en adolescentes. Es pertinente destacar el minucioso trabajo de edición de Sandra Adair, quien trabajó con Linklater reiteradas veces. Si no fuese por los indicios tales como los cambios físicos de los personajes, las locaciones y vestuarios, el uso de la banda sonora y las situaciones en sí mismas, prácticamente no sentiríamos las rupturas. En consecuencia, el gran trabajo de edición y dirección permiten apreciar estos fragmentos como un continuum. El director trabaja las elipsis temporales y narrativas de forma implícita, es decir que no recurre a los recursos habituales como los intertítulos o sobreimpresiones para indicar tiempo y espacio. Otro aspecto interesante del film es que no sólo narra las experiencias de vida de esta familia- tocando temas como el amor, el divorcio, el alcoholismo, entre muchos otros- sino también esboza características esenciales de la sociedad norteamericana como cuestiones políticas, los cambios tecnológicos y sus repercusiones, y la cultura popular desde Britney Spears hasta Lady Gaga, y de distintas sagas como Star Wars, Harry Potter y Twilight. En este sentido la utilización de banda sonora es fundamental en Boyhood no sólo creando atmosferas sino también reconstruyendo épocas y la cultura de masas de los contextos. Boyhood– ganadora de tres Golden Globes entre otros premios y hacedora de seis nominaciones a los próximos premios Oscar– puede ser pensada como una versión posmoderna de una Bildungsroman. La Bildungsroman conocida como novela de formación o aprendizaje es un género literario que muestra el desarrollo de un personaje desde la infancia hasta la madurez. En ellas el protagonista realiza un proceso autoreflexivo, similar al que realiza Mason el protagonista de este film. Puede notarse que Mason desde el comienzo del film es un niño con inquietudes peculiares e intereses que lo destacan de los otros niños de su edad inmersos en una sociedad superficial. A medida que va creciendo, a través de sus experiencias de vida y un entorno particularmente cambiante, esas inclinaciones y fascinaciones se van acrecentando como por ejemplo su interés por el arte. Desde niño Mason hace preguntas filosóficas que permiten trazar este paralelismo con la Bildungsroman. Incluso en un momento del film cercano a sus 18 años Mason reflexiona acerca de la utilización de redes sociales como Facebook de la cual él se distancia prefiriendo las “experiencias reales”. Además siguiendo la misma línea él plantea la idea de automatización de la humanidad. En Boyhood, Linklater (fundador de la Sociedad Cinematográfica de Austin -ciudad a la que irá a estudiar Mason-) trata el paso del tiempo, la complejidad de las relaciones humanas y las desilusiones amorosas, temas ya tratados anteriormente en otras de sus películas, en todas ellas el peso de los diálogos es fundamental. Boyhood representa así un retrato costumbrista del mundo posmoderno.