La nueva película del nonagenario actor y realizador, se convierte a los pocos minutos de iniciada en una perfecta elegía sobre las relaciones y la necesidad de completarse, siempre, con el otro, no importa la edad que se tenga. Miko supo de épocas de gloria, del calor del hogar, de una mujer que lo abrazaba al regreso de cada rodeo, de un hijo que iba camino a repetir un legado en el que la vida en el circuito de rodeos y caballos iban a permitirle subsistir dignamente. Pero todo se truncó al un accidente torcer el destino de sus vidas y acciones. Cry Macho, la película número 35 como director de Clint Eastwood, recupera la clásica narrativa del camino del héroe, sumando elementos del western y el melodrama para volver a demostrar su amor y pasión por el cine. A los pocos minutos de iniciada, su jefe, encarnado por el solvente Dwight Yoakman, le llama la atención sobre su llegada tarde al trabajo. “Son las 10.30, llegas tarde”, le recrimina, Miko, cansino, abrumado por el paso del tiempo, por el ritmo de una vida que le ofreció golpes y sinsabores, responde “¿tarde para qué?”. Silencio de radio. Luego una serie de sucesos se desencadenan, Miko es despedido, se refugia en su destartalado rancho, con el alcohol como aliado, avanzará en su ocaso, con el lema de “triste y solitario final”, hasta que, una llamada, le cambiará, nuevamente su vida. Comenzando una nueva aventura, que lo llevará a atravesar la aridez del territorio mexicano para concretar una misión, Miko revive, mentalmente, su cuerpo continua jugándole las malas pasadas del destino que ya tiene signado para el fin de sus días, pero igualmente se anima a apostar una vez más por conectarse con el otro, por subsanar viejos errores aceptando la difícil tarea asignada, rechazando las insinuaciones sexuales de una empoderada líder mafiosa (Fernanda Urrejola), y acercándose al amor maduro con una lugareña (Natalia Traven) que sólo quiere bailar un viejo bolero en sus brazos. Un gallo, llamado macho, será el elemento que lo acercará a un joven (Eduardo Minett), que sueña con el rodeo, con vaqueros, con sombreros y tiros, y al que Miko, solo quiere acercarle seguridad y algunas enseñanzas. Eastwood reinterpreta en esta película varios géneros y los amalgama y unifica, tomándose el tiempo necesario (por suerte) para construir una historia única de amor, principalmente, por el cine. POR QUE SI: » Clint Eastwood, recupera la clásica narrativa del camino del héroe, sumando elementos del western y el melodrama para volver a demostrar su amor y pasión por el cine «
De y con Clint Eastwood, sin lugar para los machos La prolongada elegía cinematográfica de Clint Eastwood continúa con "Cry Macho", adaptada de la novela homónima. Ícono de un género tan antiguo como el mismo cine, Eastwood no interpreta a personajes menos que icónicos en sus películas. Su mera presencia conlleva el imaginario del western. Sus botas de vaquero introducen a su personaje, bajando de una camioneta. Su sombrero, de un ambiguo marrón, parte su rostro en sombras. Cuando se acuesta a dormir a la intemperie es como si se fundiera con el desierto y la infinidad que evoca. Su avatar es Mike Milo, un legendario vaquero y estrella de rodeos caído en desgracia, ya forzado a retirarse tras una vida marcada por el dolor. El dolor es la materia prima en la obra del Clint director. Aparece de distintas formas en sus film más personales - amargura, culpa, enojo, melancolía - y cada uno convoca a exorcizarlo con un último acto de gracia. Aquí la trama lo lleva a México a buscar y en principio secuestrar al joven Rafa (Eduardo Minett) con el objetivo de reunirlo con su padre en Texas y saldar una vieja deuda. La fortaleza del guión de Nick Schenk - Gran Torino (2008), La mula (The Mule, 2018) - yace en el desarrollo de personajes. La premisa sugiere un thriller de acción, pero el tono y el ritmo de la película son contemplativos. Al guión le importa menos las peripecias criminales que condimentan la huída - nunca parecen muy reales o convincentes - que la relación entre Mike y Rafa. Lo que es un proceso de sanación para uno representa uno de maduración para el otro, cuyas ideas arcaicas de masculinidad Mike viene a desmitificar con simples lecciones. Los acompaña un gallo llamado ‘Macho’ como para subrayar el mensaje y cerrar la trama con un gesto simbólico. Eventualmente emerge un tercer personaje importante, una mujer viuda (Natalia Traven) que asiste a los prófugos y es capaz de empatar emocionalmente a Mike. No hay grandes gestos ni discursos entre ellos, ninguna necesidad de melodrama. En unos pocos silencios y miradas se reconocen en el otro: personas que han dejado atrás una enorme oscuridad y están listos para salir del otro lado del túnel. La novela es de 1975 pero resuena con cierta tendencia moderna en los viejos héroes, desde Rambo hasta Terminator, que en sus años crepusculares descienden de Estados Unidos a México cual catábasis ritual a salvar una vida a cambio de todas las que han tomado. Pero de los héroes de acción la figura del vaquero es quizás la más (em)patética y desde que el género se presta al revisionismo casi no hay obra que no medite sobre su futilidad. No hay injusticias que rectificar ni honores que vengar en Cry Macho (2021), sino búsquedas personales sobre lo que uno necesita - más allá de lo que cree que se merece.
Desde Texas con amor El gran Clint Eastwood regresa dirigiendo y protagonizando Cry Macho, su película nº40, un western moderno que cuenta la historia de Mike Milo, un longevo cowboy que durante los años 70 debe viajar a México para traer de regreso a Texas al hijo de su patrón, Rafo, un conflictivo pero sentimental joven que, al igual que Mike, busca su lugar en el mundo. Basada en la novela homónima de Nathan Nash. En Coogan’s Bluff (1968), de Don Siegel, el sombrero de vaquero que lucía Clint Eastwood durante gran parte de la película funcionaba como un elemento que se ocupaba de concentrar gran parte de los rasgos que definieron la personalidad del actor estadounidense, especialmente en este tipo de producciones, en las que encarnaba una figura tan atractiva como cuestionable si se quisiera reinsertar en los tiempos actuales. En Cry Macho, Eastwood vuelve a colocarse ese sombrero, pero sus 91 años le dan otra significancia al ala ancha. Ahora, representa el apego a un tiempo tan glorioso como pasado. Sirve como un sello distintivo que permita continuar asociándolo a esa figura rea, pero que también lo yuxtaponga ante el inevitable paso del tiempo. Porque el sombrero no envejece, aunque sí su portador. Lo que antes era imponente, ahora causa ternura. La frialdad se convirtió en calidez. Y aunque el outfit de cowboy continúe presente, mucho varían las miradas, las expresiones, los movimientos y las palabras. Si bien la constancia de Eastwood como realizador continúa sumamente vigente (ni una pandemia mundial parece detenerlo para que siga filmando películas), su protagonismo en estas obras ha sido bastante acotado, principalmente durante los últimos años. Gran Torino (2008) y The Mule (2018) han sido los últimos dos protagónicos de Eastwood en obras de su autoría -en 2012 protagonizó también Trouble with the Curve, aunque fue dirigida por Robert Lorenz-. En Gran Torino, la violencia contenida que caracterizó a diversos personajes de la filmografía de Clint ocupó un peso preponderante, aunque ya sus 78 años daban lugar a una nueva mirada por parte del espectador. Tras diez años, su regreso en The Mule le permitió jactarse de su vejez con varias dosis de humor, tanto en lo referido a su relación con la modernidad como en las peligrosas situaciones que le tocaba afrontar. Probablemente, Cry Macho sea la composición más equilibrada de esta última figura de Eastwood, en la que se permite llorar -obviamente-, construir cálidas relaciones con el atribulado adolescente al que debe llevar de México a Texas (notable Eduardo Minett) o una altruista mujer que encuentra en el camino (Natalia Traven), presumir alguna capa de su inoxidable masculinidad y, sobre todo, conmover. No solo en términos argumentales que resultan enormes aún en la semejante simpleza que poseen, sino en los factores externos a la historia, que encuentran al actor/director en plena actividad, sin que su edad ni el tormentoso contexto de pandemia parezcan impedimentos para ello. Hay ejes tradicionales sobre los cuales se desarrolla la historia de este longevo macho que van desde cumplir con las deudas pendientes, ser un mapa de la experiencia o buscar la redención, cuestiones que, en definitiva, resultaban más que esperables en este retorno de Eastwood. No obstante, también era presumible que todo funcionaría más que bien. Porque Cry Macho es de esas historias que no fallan en su cometido (más cuando son ejecutadas por leyendas vivientes como Clint) y que, además, esperanzan. Probablemente, una vez que los créditos finales comiencen sea inevitable realizarse una pregunta incómoda y angustiante. Resistamos. Por lo pronto, tener la certeza de que aún en estos tiempos contamos con la suerte de disfrutar a Eastwood en la pantalla grande es motivo de celebración.
Desde el título Eastwood nos habla, anuncia intenciones. ‘Cry Macho’ es el relato de un hombre de 91 años que observa el pasado con remordimiento y nostalgia y el futuro con desdén pero también con (cierta) esperanza; ello aplica tanto para el inoxidable Clint como para el personaje que encarna en esta nueva cinta: Michael Milo. Mike es un experimentado ranchero y una ex-estrella de rodeos del estado de Texas que, por encomienda de su jefe (Dwight Yoakam), deberá viajar a México en búsqueda de Rafo (Eduardo Minett), un niño de 13 años. La travesía supondrá para Mike, más que el desafío físico, una retrospectiva sobre las heridas más dolorosas de su vida pero, a su vez, la oportunidad —a partir de la relación que irá estableciendo con Rafo— de sanar. Desde este jueves 16 de septiembre ‘Cry Macho’ se estará proyectado en los cines y en las próximas semanas se encontrará disponible en el catálogo de HBO Max. El desierto, el asfalto polvoriento y puebluchos mexicanos olvidados aledaños a la frontera con EE.UU son los paisajes escogidos por Eastwood para esta especie de road movie que por default decanta también en buddy movie. El peculiar vínculo entre Mike y Rafo es el motor de la trama y de la evolución recíproca. Si bien puede apreciarse una lógica jerárquica, una relación educador-educando o padre-hijo, en los hechos se produce un aprendizaje y enriquecimiento mutuo. La química entre Eastwood y Eduardo Minett es total, tanto en los pasajes cómicos y amenos (abundantes pero no empalagosos) como en las catarsis dramáticas. Parece imposible adjudicarle a ‘Cry Macho’ algún valor asociado a lo revolucionario. Es un relato que elige las formas clásicas y las ejecuta con madurez y maestría como solo un tipo con la trayectoria de Eastwood podría hacerlo. En la puesta en escena y en la concatenación de planos, en el juego con el fuera de campo y en el montaje, se hace diáfana la fina visión de alguien que ha vivido por y para el cine. Alguien que tiene la sapiencia exacta sobre la información mínima y vital que el espectador necesita para seguir el hilo conductor a la perfección. En ‘Cry Macho’ esa sabiduría se vislumbra en un montaje lacónico y sintético (sin que los diálogos necesariamente lo sean). Que sabe cuando detenerse y cuando ir a fondo. Que imprime un ritmo liviano que hace pasar volando las casi dos horas que dura el filme. En contraste a la fluidez de la forma, algunas ideas y elucubraciones que acompasan el unívoco arco narrativo, no terminan de lograr contundencia. Reconocido Eastwood por su pensamiento político (una suerte de republicanismo que se ha ido moderando con el tiempo), su abordaje y su pregunta sobre lo masculino es lo más arriesgado en el ideario de la película, pero siempre da la impresión de quedar bajo el ala de lo que más realmente lo interpela: el paso del tiempo. De allí surgen las imágenes y los diálogos más sensibles y profundos, aunque el título nos prometa otra cosa. Ojo: como dije, no hay ausencia de reflexión sobre la masculinidad; sí una presencia que no termina de ser efectiva, a veces cayendo en una cursilería simplista cuando hubiera sido interesante una perspectiva más amplia y complejizadora. Una perspectiva que sí aparece en torno a la cuestión del tiempo. La dialéctica entre pasado y futuro resulta el eje más matizado e interesante de la cinta. En el marco del choque generacional Eastwood despliega a través de la sinécdoque (la parte por el todo) preguntas y respuestas tan personales como universales. Hay una visión contradictoria sobre las nuevas generaciones, esperanzadora como escalofriante (atenti a uno de los planos finales donde el subtexto es muy claro). Por otro lado, hay un contrapunto entre los personajes que representan la vieja generación, una división en apariencia maniquea, pero que, si se afina la lectura, enfila también hacia la contradicción y la ambigüedad. Además hay una sincera —y quizá algo trillada ya en Eastwood, después de varias películas personales de presunta despedida— lección sobre la madurez. Lejos de la chispa de sus mayores éxitos, Eastwood da con ‘Cry Macho’ una lección magistral —y necesaria en los tiempos que corren— de clasicismo cinematográfico. Sensible, sagaz, pero quizá, para muchos, no lo suficientemente audaz y profunda en el tratamiento de temáticas en las que hubiera sido interesante conocer la perspectiva del eterno Hombre sin nombre.
Clint Eastwood con un sombrero de cowboy. La imagen del póster remueve un montón de sentimientos por toda la historia que representa y en un punto explica por qué se disfruta tanto una película que de haber tenido otro protagonista hubiera pasado completamente desapercibida. Cry Macho no quedará en el recuerdo ente las mejores obras de Eastwood pero nos ofrece la enorme oportunidad de disfrutarlo una vez más en una sala de cine y ese simple hecho ya justifica el precio de la entrada. Este proyecto que se concibió a mediados de los años ´70 pasó por diversos estudios de Hollywood y se postergó en numerosas ocasiones. La trama está basada en la novela homónima del autor N. Richard Nash, quien se hizo famoso por la obra de teatro The Rainmaker, cuya adaptación en la pantalla grande protagonizaron Burt Lancaster y Katherine Hepburn, en 1956. La gran paradoja de este caso es que Nash originalmente concibió a Cry Macho como un guión cinematográfico y no se lo pudo vender a ninguna compañía. Recién cuando lo publicó en formato de novela consiguió la atención de los estudios y Lancaster fue el primer actor que se vinculó con el film. Luego no se concretó y lo retomó Eastwood a fines de los ´80, sin embargo la película se pospuso durante muchos años debido a que el cineasta siempre estaba ocupado con otras producciones. El argumento combina elementos del neo western con el coming of age y las temáticas asociadas a estos relatos que van desde la redención y las segundas oportunidades a los conflictos que genera la transición de la infancia a la madurez. La relación entre los dos personajes principales que presentaba el trailer evocaba cierto recuerdo de Gran Torino pero en realidad son dos propuestas muy diferentes. En esta oportunidad Eastwood juega con temáticas tradicionales del western pero no está interesado en la violencia y sorprende con un film más sentimental de lo esperado, donde también hay espacio para el humor. No esperen encontrar tampoco una mirada revisionista de la masculinidad porque Clint evade la prédica del comentario social. Hay una escena en particular que presenta una alusión al tema pero el argumento no resalta esta cuestión con la narrativa del Hollywood actual, donde el mensaje se expresa con una topadora. Esta producción tal vez tiene la desventaja de ofrecer una historia que se siente un poco anticuada y cuenta además con numerosos antecedentes similares. Algunas situaciones inverosímiles relacionadas con un villano tampoco terminan de convencer y pese a todo el espectáculo resulta muy ameno por la interpretación cálida que ofrece Eastwood. Mike Milo es probablemente el personaje más simpático que encarnó desde Space Cowboys, estrenada en el 2000. Clint se carga el peso del film en sus hombros y construye una dupla atractiva junto a Eduardo Minett, el chico que lo acompaña en este relato con quien tiene muy buenos momentos. En resumen, Cry Macho es obra modesta y sentimental que no decepcionará a los fans del cineasta, quien a sus 91 años decidió seguir gestando proyectos hasta que la salud se lo permita. Por eso hay que disfrutarlo mientras lo tenemos vigente, aunque su nuevo film no se encuentre en la misma categoría que sus producciones más importantes.
A esta altura, Clint Eastwood es un prócer del cine y por ello cuesta objetarle cosas. Sé que si esta misma película hubiese estado dirigida (y protagonizada) por otra persona, mi percepción y evaluación serían diferentes. Seguro que no entra en el top ten de su obra, pero Cry Macho me entró desde lo sentimental. Ese choque de dos mundos, las sutilezas y la manera en la que está narrada, hace que una historia simple se convierta en otra cosa. Eastwood logró conmoverme una vez más y creo que por ahí va a pasar la recomendación de este film. Porque seguro que conmoverá a muchos. Ojalá vos seas uno de esos espectadores.
Eastwood, un cowboy que no se rinde. Leyenda viviente, el creador de Los imperdonables, Bird, Río Místico y Million Dollar Baby rodó con más de 90 años y en plena pandemia un western moderno con espíritu de road movie que lo tiene como productor, director, protagonista y hasta compositor de parte de la música. Bella, simple, sensible e ingenua, se trata de una nueva oportunidad para disfrutar un estreno en los cines del último clásico del viejo Hollywood. “No sé cómo curar lo viejo”, dice Mike Milo (Clint Eastwood) en un pasaje de Cry Macho. Frase curiosa para un artista nonagenario que ha hecho de la longevidad y la hiperactividad una forma de resistencia frente al inevitable paso del tiempo. De hecho, su nuevo trabajo es el ¡noveno! en poco más de una década tras Más allá de la vida (2010), J. Edgar (2011), Jersey Boys (2014), Francotirador (2014), Sully: Hazaña en el Hudson (2016), 15:17 Tren a París (2018), La mula (2018) y El caso de Richard Jewell (2019). La película arranca con una panorámica de la región más árida de Texas. Estamos en 1979 y Milo, un viejo cowboy y criador de caballos que supo ser una estrella del rodeo pero cuya carrera se derrumbó por las pastillas y el alcohol, maneja una vieja camioneta por las rutas polvorientas mientras de fondo suena un hermoso tema country como Find a New Home con la voz grave de Will Banister. Entre bromas y provocaciones respecto de la necesidad de encontrar “nueva sangre”, Howard Polk (Dwight Yoakam) le pide a Milo un favor (en verdad, la devolución de un favor, ya que siendo su jefe lo ha sacado de más de un problema económico): que vaya hasta Ciudad de México y traiga de vuelta al rancho a su hijo Rafael o Rafo (Eduardo Minett). Munido apenas de una foto vieja del niño (ya un preadolescente de 13 años), deberá enfrentarse allí a la madre millonaria (una estereotipada Fernanda Urrejola) y a sus guardaespaldas, y luego convencer al rebelde Rafo para que lo acompañe en el largo viaje de regreso. Lo que sigue es una típica road-movie por México y Texas con ese anciano y ese joven (y el gallo de riña que da título a la película) compartiendo todo tipo de desventuras: habrá persecusiones, pasos de comedia y hasta Milo como un improbable galán (entrañable el personaje de Marta que interpreta Natalia Traven). Transposición de la novela homónima de N. Richard Nash, Cry Macho es una película que fluye con ligereza entre moralejas y enseñanzas de vida más bien ingenuas, música tex-mex, reivindicación de la cultura mexicana, y ese clasicismo y nobleza que son desde siempre marca de autor de un Eastwood que en su Milo parece combinar elementos de sus personajes en Los imperdonables, La mula y Gran Torino (el guionista, Nick Schenk, es el mismo de aquel film). ¿Que no es una obra maestra? Poco importa. Tampoco la esperábamos a sus 91 años y filmando en pandemia. Pero estamos ante un film decididamente disfrutable, hecho con esa prestancia y categoría de los grandes maestros. ¿Que es un poco cursi y anticuada? Puede ser, pero en un cine contemporáneo dominado por el efectismo, la urgencia, el impacto y el estímulo constante déjenme disfrutar del viejo Clint bailando un lento mientras suena el bolero Sabor a mí.
Los machos sí lloran El cineasta vuelve a dirigirse en una suerte de western en el que, tal vez, cumpla su última actuación. Desde hace un tiempo Clint Eastwood está más preocupado por contar historias de personajes que han tenido su momento de apogeo, pero que en el presente solo batallan, solos, por imponer sus ideales. La suerte les es esquiva, a sus protagonistas, y también en taquilla a algunas de las películas del director de Los imperdonables. Cry Macho, por momentos, pareciera realizada como en control remoto. Como que le falta fuerza, dinamismo, un punch que Clint, a los 91 años, supo mostrar como arma letal en la nombrada ganadora al Oscar, en Million Dollar Baby o en Río Místico. Tras pasar por muchas manos de intérpretes que querían protagonizarla -de Burt Lancaster a Arnold Schwarzenegger-, Cry Macho refiere a la relación entre Mike Milo, una ex estrella del rodeo y cuidador de caballos, y un adolescente mexicano. El ex jefe de Mike, al que el cowboy le debe unos cuántos favores, le hace un encargo. Que cruce la frontera, llegue a Ciudad de México y le traiga de vuelta a su hijo. Parece que Rafa (Eduardo Minett) está siendo abusado, su madre no está con él. A regañadientes, balbuceando como le gusta hacer a Clint, a Mike no le queda otra que aceptar el pedido. Se sube a la camioneta, cruza la frontera y se cruza con personajes nefastos, y otros que resultan la contracara. Sin realizar un análisis sociológico, en la película queda en blanco sobre negro que hay mexicanos buenos y mexicanos malos. No hay matices, ni tampoco Clint se ha tomado demasiado tiempo como para profundizarlo. El amigo mexicano Sí ha hecho hincapié en la relación de Mike con Rafa. Mike es, como muchos personajes personificados por Eastwood, un hombre de hechos y no de palabras. Pero aquí Mike tiene un extenso monólogo sobre lo que es el machismo. Lo hace manejando en la ruta, en respuesta a lo que Rafa entiende que es un “macho”. Y Macho es el nombre del gallo de riña con el que el joven se ganaba la vida, ya que vivía en las calles. Esa contraposición, entre lo que cree uno y el otro, también juega en el espejo de lo que el adulto y el joven se ven, reflejados en el otro. De no ser por Eastwood, la película se perdería como un relato menor. Pero está ese corazón latiendo, bombeando sangre pura que la mantiene en pie.
Texto publicado en edición impresa.
Bernard Herrmann, uno de los grandes compositores musicales de Hollywood, decía que solo había trabajado con dos directores que resultaron verdaderos románticos: Alfred Hitchcock y Orson Welles. Basta ver la escena de los besos entre Cary Grant e Ingrid Bergman frente a una silueta de Río de Janeiro en Tuyo en mi corazón para confirmarlo. O seguir la pasión extrema que conduce a Loretta Young a la cima de un campanario donde la espera su sacrificio en El extraño para ver su antonomasia. Clint Eastwood también ha decidido hacer su película plena de romanticismo en esta etapa crepuscular de su carrera, signada no solo por evaluación de sus motivos e iconografía sino también como una forma de exorcismo de la austera soledad de sus criaturas. El Macho del título es el nombre de un gallo. Un campeón, como lo llama Rafa (Eduardo Minett), quien le ha curado las heridas al animal y lo ha subido de nuevo al ring. Macho representa el imaginario de esa hombría a la que se aferra Rafa frente a su sensación de abandono, y también el extraño espejo en el que Mike Milo (el propio Eastwood) ve reflejado su agotado presente. Milo también fue un campeón en el pasado, un campeón de rodeo, como lo muestran los recortes de diarios y las fotografías de sus destrezas. Sin embargo, una tragedia personal y una violenta caída lo hundieron en el alcohol, del que su jefe y amigo Howard Polk (Dwight Yoakam) lo rescató durante un tiempo. Ahora el ranchero le pide a Milo que sea él quien rescate a su hijo de México, de ese olvido al que lo condenó y del que ahora intenta recuperarlo. Milo recuerda a los personajes heridos de Nicholas Ray y quizás podríamos imaginarlo como una versión madura de Robert Mitchum en La mujer codiciada (1952), quien también era un veterano héroe de rodeo que buscaba un amor que lo salve. Y en Cry Macho ese amor se despliega en el encuentro áspero con Rafa a lo largo del camino, en el hallazgo de sus emociones dormidas al son de “Sabor a mí”, en el imaginario del western sobre México, con sus praderas y sus caballos, sus anacrónicas mujeres fatales y sus santas salvadoras. Eastwood expone la fragilidad de su propia leyenda, ironiza su propio mito de conquistador y revela bajo la piel dura de este epígono del Bill Munny de Los imperdonables las lágrimas contenidas de un macho que no quiere morirse solo. El romanticismo es entonces el de un sobreviviente, el que ensaya un refugio compartido ante la incertidumbre de este tiempo, con su cuerpo encorvado y su voz cascada, aferrado a la notas de un bolero que contienen la última esperanza.
Si hay una verdadera leyenda viviente en el cine, ese es Clint Eastwood. A sus ya más de 90 años, este señor sigue haciendo cine con la misma pasión y energía que un cineasta novel. Por eso es que cada vez que estrena un nuevo film, debería ser la obligación moral de todo cinéfilo ir a ver la película en cuestión en la mejor calidad posible. Y como ya pudimos ver Cry Macho, vamos a contarles que nos pareció. La historia se centra en Mike, un veterano de los rodeos y doma de caballos a finales de los 70, que se encuentra en el ocaso de su vida. Un día su ex jefe le encarga el trabajo de ir a buscar a México a su hijo, quien está bajo el cuidado de su madre. Así es como Mike deberá cruzar la frontera para traer al adolescente llamado Rafael, de nuevo con su padre. Cry Macho es una road movie con todas las de la ley. A los pocos minutos nuestro protagonista se embarca en una aventura en la carretera; esta vez en compañía de un chico con el que, en apariencia, no tiene nada que ver. Así que también estamos ante una buddy movie, pero todo con el sello de Clint Eastwood. Y esto lo decimos porque el film se siente como una carta de despedida del propio Clint. Todos sabemos que gran parte de su carrera, fue haciendo de cowboy; pero a día de hoy, ese concepto se aplica a quienes trabajan con animales rurales, y que su personaje en este film, se dedique a eso, no es una mera casualidad. Sabemos que La Mula también tenía un aire a último trabajo y despedida, pero es que en Cry Macho no hay otra lectura, es como si el propio Eastwood nos estuviera diciendo adiós, y eso, quieran o no, nos va a tocar el corazón. Porque si algo tiene esta película, es emoción. Y no lo decimos por esa sensación que ya mencionamos, sino porque la propia trama logra conmovernos en varios momentos. Aunque si es verdad que, para llegar a ese punto, tenemos que pasar por un incongruente inicio, donde hay muuuuchas tonterías. También hay que mencionar entre lo malo, el pobre trabajo que hace el compañero de viaje del personaje de Mike, llamado Rafael. Sabemos que Eastwood no es muy exigente con sus actores, pero al menos le hubiera hecho una audición al muchacho, porque parece que pusieron frente a cámara, al primer chico latino que encontraron. En conclusión, Cry Macho es una película recomendable, y más aún si siguen la carrera de su realizador desde años. Si llega a ser el último trabajo de Eastwood tanto frente como detrás de cámara, más que agradecidos estamos con que esta sea su aventura final.
La carrera de Clint Eastwood como director bien podría representar un acertado reflejado de su configuración como icono cultural: sobria, estoica, sencilla, poética e ideológicamente contradictoria. Desde su debut con Play Misty for Me (1971), aquel excelente thriller al que le debemos toda una (no muy querida) seguidilla de filmes sobre mujeres psiquiátricas obsesionadas con un tipo, hasta sus más destacados trabajos como Million Dollar Baby (2004) y Gran Torino (2008), el Hombre sin Nombre ha dejado en claro por qué es el último cineasta clásico. La plasticidad de Clint para la narración junto a su exploración de la moralidad y la melancólia, son aspectos innegables de su cine y han quedado grabados en joyas como Unforgiven (1992), en donde denuncia las raíces ultraviolentas de los Estados Unidos mientras rinde honor al género que lo formó, y Cartas desde Iwo Jima (2006), su historia bélica más cruda y contundente. Toda una aventura en celuloide comandada por un artista inconmensurable que a sus 91 años se atreve a abrir nuevamente el juego con su film número 39, en donde despliega también su faceta actoral. Se trata de Cry Macho, una propuesta que originalmente había llegado a manos del director para su adaptación en 1988, pero que por diversas razones de cast y derechos recién ahora podemos ser testigos de su realización. Rodada con todos los protocolos habidos y por haber durante el apocalíptico 2020, Cry Macho vuelve a reunir a Eastwood con Nick Schenk, guionista de las celebradas Gran Torino (2008) y La Mula (2018), en una historia de redención que reflexiona sobre el paso del tiempo, la idea tradicional de masculinidad y el choque generacional. Érase una vez en el oeste Basada en la novela homónima de N. Richard Nash (co-escritor del guion junto con Schenk), la película se encuentra ambientada en 1975 y presenta a Mike Milo (Clint Eastwood), un veterano ex campeón de rodeo con un doloroso pasado familiar que actualmente se dedica a la cría de caballos. El imperturbable día a día de Mike se ve trastocado cuando su antiguo jefe (Dwight Yoakam) le encomienda traer a su hijo, un chico problemático de 13 años llamado Rafo (Eduardo Minett de La Rosa de Guadalupe), a Texas desde México. En esta suerte de operación rescate, el protagonista se debe enfrentar no solo a las fuerzas policiales fronterizas sino también a la poderosa madre vengativa (Fernanda Urrejola) del joven y a uno de sus tantos matones. Mientras huyen de pueblo en pueblo en camioneta, Mike y Rafo construyen una improbable amistad en donde los típicos rasgos asociados al concepto de «Macho» cobran relevancia. Custodiados por la fiel mascota de Rafo -un gallo de pelea bautizado, valga la redundancia, con el nombre de Macho- el dúo comparte sus saberes y angustias de la vida cotidiana. Nuevamente, Clint Eastwood hace suyo a un personaje que coincide con el prototipo que ha interpretado a lo largo de los últimos años. Un tipo duro, con recuerdos tormentosos, que se arriesga por lo que cree justo y que no tiene ningún tipo de recado a la hora de exponer sus prejuicios raciales o misóginos. En este sentido, no resulta casual que haya esperado tanto tiempo para poder realizar esta película y llegar con la edad necesaria para ver el mundo con los mismos ojos del personaje de la novela. Podríamos inclusive pensar a Cry Macho como la tercera parte de una trilogía que involucra tanto a Gran Torino como a La Mula y que tiene como eje central el punto de vista crepuscular sobre determinados aspectos de la vida, entre los que se pueden mencionar el reconocimiento, la decrepitud y el concepto de hogar y familia. En esta ocasión, Eastwood se anima también a verbalizar un tema tan en auge como es el machismo, nada menos que desde la visión de un anciano cowboy que ve en el joven a su cargo el triste reflejo del esclavizante mandato patriarcal que él ha padecido. Mediante una narrativa clásica, planos bellamente entrelazados y su habitual economía del diálogo, el director lleva al público como en una road movie por los diversos parajes que la dupla protagónica va recorriendo y dejando su huella. La banda sonora, con el conocido bolero Sabor a Mí sonando en las ocasiones en que el personaje de Mike entabla una tierna relación con Marta (Natalia Traven), la dueña viuda de un bar, le otorga al relato ese toque especial y dulce evitando caer en cursilerías. Obviamente, no faltan los típicos momentos de tensión y violencia en los que el director parece burlarse de los clichés del género de películas del oeste como ya lo ha hecho anteriormente en otros trabajos. Pero más allá del clasicismo del relato y el humanismo que plasma Eastwood en cada una de sus historias, lo que cautiva de Cry Macho es esa esencia de cine artesanal, de película ajena al tiempo que no necesita de un puñado de referencias culturales cada dos minutos para generar nostalgia. Un filme que nos remonta a una época que parece cognoscible incluso para las generaciones más jóvenes, a las que la urgencia por ir detrás del producto popular de turno continúa, en gran medida, obstaculizando una conexión con el cine desde un lugar mucho más profundo y paciente.
"Cry macho", una balada arrastrada Autoconsciente, apelando a tiempos narrativos relajados y con fotografía y música acordes, el legendario actor y director vuelve a brillar en pantalla. Cry Macho representa para Clint Eastwood una coda y un inicio. Sirve de coda al ciclo de refutación de la ley del revólver que tuvo como disparo de largada a Los imperdonables, e inicia una despedida que no sólo no es amarga sino que parecería no permitirse siquiera la melancolía, afrontando lo que queda con sabiduría zen. La de quien sabe que todo lo sólido se desvanece en el aire. Como en otras ocasiones, en su película nº 40 el otrora Hombre sin Nombre vuelve a hablar de sí mismo. Lo había hecho en su ópera prima, Play Misty for Me (1971), cuando a los 40 representó a un tipo que lucra con su fama y su pinta para llevarse a una mujer a la cama con falsas promesas. Lo hizo cuando ensalzó a su esposa Sondra Locke en Ruta suicida (1977). Lo hizo cuando mostró al cineasta como depredador en Cazador blanco, corazón negro (1990). Lo hizo cuando se mostró viejo por primera vez en Los imperdonables –¡hace casi 30 años!-, y de allí en más no dejó de mostrar el modo en que el tiempo pasaba en él, de película en película. En Cry Macho el ex Harry el Sucio aparece como nonagenario texano. El sombrero Stetson bien calzado, se define como un cowboy. Camina con dificultad, tiene los ojos semihundidos, mide varios centímetros menos que el metro 93 que Eastwood tuvo a los 30 y necesita dormir la siesta. Pero todavía puede, y ese tal vez sea el tema de la 55ª película que protagoniza. La trama es lo de menos. Ex estrella del rodeo (como Robert Mitchum en La mujer codiciada, de Nicholas Ray), años atrás Mike Milo sufrió una caída que lo dejó mucho tiempo fuera de las pistas y lo llevó a abusar de las pastillas y el alcohol. Volvió al ruedo, pero obviamente ya no está para esos trotes (literales). El día que llega tarde por enésima vez al trabajo, su jefe (el cantante country Dwight Yoakam, referencia no casual) lo despide, pero se trata de un despido paradójico: un minuto más tarde le encarga uno de esos favores que no se pueden rechazar. Milo deberá ir hasta Ciudad de México en su camioneta tan vieja como él, localizar allí al hijo que el jefe tuvo con una mujer mexicana, Rafael (Eduardo Minett), y traerlo de vuelta con él. Un encargo parecido al que le hacían en La mula, esta vez no por izquierda. O no tanto, porque cuando llegue a destino encontrará que la madre del chico (Fernanda Urréjola) es una especie de capamafia, rodeada de matones que no van a permitir que Rafo vuelva con el padre. Una pavada, que además hace agua por varios rincones: el encargo del jefe suena forzado, la mamá y sus secuaces parecen personajes de la serie Narcos que se equivocaron de película, que la señora (vestido rojo ceñido rojo, rematado en un tajo) se quiera llevar a la cama al nonagenario es pasmoso, y la relación de padre/abuelo sustituto viudo que Mike establece con Rafo es obvia (el chico, además, sobreactúa inocencia). Que también una viuda mexicana (Natalia Traven) se enamore de él a primera vista es más propio de los tiempos de Los puentes de Madison que de éste. Pero a esta altura Eastwood está más allá de cualquier artimaña argumental, y entonces todo eso vale tanto como un bledo. Lo que importa, lo que tiene peso (liviandad, mejor dicho) son los tiempos narrativos sueltos, relajados, distendidos, la fotografía de tono marrón oscuro -como corresponde a un ser que se va hundiendo en la noche-, la forma serena en que fluye la puesta en escena, el sentido del humor, la autoparodia sobre su personaje de toda la vida, el cuestionamiento radical del machismo, el registro de un plácido devenir que no se permite la mirada retrospectiva. Cry Macho es una balada arrastrada. El pianista aficionado sigue teniendo la sensibilidad de siempre por la música, que en esta ocasión metaforiza la doble patria de Mike (la natal y la adoptiva), abriendo y cerrando con un tema country y sumiendo el ensueño romántico de Mike en el desfachatado anacronismo del Trío Los Panchos y Eydie Gormé, haciendo ¡"Sabor a mí"! Parafraseando el “Estoy de vuelta” de Paul Newman en El color del dinero, Cry Macho tal vez sea la forma que tiene Eastwood de decir “Sigo acá”.
Cincuenta años atrás una estrella del cine llamada Clint Eastwood debutaba como director con Play Misty For Me. Tenía cuarenta años y varios éxitos en su carrera. 1971 también fue el año de otro salto gigante al protagonizar Harry el sucio. El actor y el director crecieron en paralelo durante las siguientes décadas y poco a poco se transformaron en uno. También productor de muchos de sus films, cuando le preguntaron a Clint Eastwood como pudo construir una filmografía tan prolífica, taquillera y personal él solo se limitó a decir: Nunca me pasé de presupuesto, nunca me pasé de los días de rodaje planificados. En un mundo que hace culto del artista caótico, autodestructivo y problemático, Eastwood hizo una carrera extraordinaria sin tanto show ni provocaciones. Esa carrera personal tuvo toda clase de films, más livianos, más siniestros, más ambiciosos o más humildes. Algunos se volvieron clásicos de todos los tiempos, otros pasaron sin pena ni gloria. Pero tanto como actor como director, Clint Eastwood ha logrado construir una obra gigantesca. Cada nueva película es una marca más en ese camino. Cuando uno analiza una nueva película de Clint Eastwood, sabe que con cada papel incluye todos los que ha hecho antes como actor y todos los temas, obsesiones y estética de toda su filmografía como realizador. Él también lo sabe y Cry Macho no es una excepción a esta regla. Cada nuevo film charla con todos los anteriores. Mike Milo (Clint Eastwood) es una vieja estrella del rodeo cuya edad dorada ha quedado atrás hace mucho tiempo, luego de una lesión. Un viejo amigo y empleador, Howard Polk (Dwight Yoakam) quien lo había despedido en 1979, lo llama un año más tarde para pedirle un favor. Mike deberá ir a buscar a Rafael (Eduardo Minett), el hijo de su exjefe, a México, donde vive con su madre. El joven, ahora adolescente, es más problemático de lo que parece y la madre tal vez no quiera que se lleven a su hijo. El trabajo no es tan sencillo como parece. Para Clint Eastwood esta es una historia que le permite volver sobre sus temas favoritos. La idea del legado, de la enseñanza, de la paternidad. Desde Honkytonk Man a Gran Torino, pasando por Un mundo perfecto, Poder absoluto y Million Dollar Baby, Clint Eastwood se pregunta acerca de los modelos que van marcando la vida de los jóvenes. Este tema aparece en más títulos, pero en estos títulos está más presente. Cry Macho invierte algunas de sus fórmulas favoritas, pero siempre juega con ese tema. En algunos de sus films su personaje es capaz de cuidar y salvar a los jóvenes, dándoles un mejor futuro, a veces fracasa y el tono del film es oscuro y desesperado. En la mayoría él se ofrece en sacrificio para la salvación de la siguiente generación. En Cry Macho hay tres personajes importantes, una trinidad que se une y se protege. Mike, Rafael y Macho, el gallo de riña del joven. La ausencia de uno haría la supervivencia de los otros. Mike se convertirá en el maestro de Rafael, quien desde México idealiza y ama la vida de los cowboys. Pero Mike aprenderá también del joven e iniciará un camino hacía su redención. Mike no tiene un pasado malo, tan solo un dolor el cual no ha podido escapar durante años. Ya no es el viejo malhumorado de gran parte de los últimos films de Eastwood, sino más bien un hombre que carga con una angustia que lo ha ido consumiendo poco a poco. Estéticamente la película sigue la línea clásica de Clint Eastwood y en la escena inicial está todo dicho. El viejo cowboy yendo en su viejo pickup a ser despedido. Eastwood hace westerns crepusculares desde el comienzo de su carrera, más allá de algunas despedidas más concretas. Pero se mantiene leal a su estilo y a la nunca llamativa forma clásica de filmar. ¿Cuántos directores revolucionarios llegaron y se fueron en estos cincuenta años mientras Clint sigue adelante? Aquí va, como los grandes veteranos que él tanto admira, a lo sencillo, lo simple, lo esencial. Sus temas y su estética despojadas de cualquier elemento extra. Con citas visibles a varios de sus films, haciendo un film contemporáneo y a la vez dentro del western, entrando en otra nueva década de su obra. Tiene su personaje femenino fuerte y noble, tiene una referencia religiosa poderosa, tiene la sabiduría de dudar y la grandeza de reconocer que las certezas se vuelven complicadas con el correr de los años. Estas son cosas que siempre han estado en su obra, pero aquí se concentran más, aparecen en estado puro. Hay una mirada más optimista que en algunos de los films mencionados. Este giro, paradójicamente, puede ser la señal de una despedida. Pero la verdad es que hace décadas que se despide. En lugar de pontificar y bajar línea, como suelen hacerlo con firmeza los mediocres, Clint Eastwood se sienta a escuchar y aprender. Es el héroe cowboy que siempre ha sido, pero se reserva un lugar más amable y menos espectacular. Sabe que sus años de gloria han quedado atrás. La novedad es que ahora no solo le preocupa su legado, también quiere encontrar un lugar feliz para él. Otro paso en una obra enorme. Clint Eastwood, cincuenta años dirigiendo cine de verdad.
Sabor a mí. Basada en una novela homónima de Nathan Nash, Clint se ocupa de la transposición a cine de esta historia romántica, que oscila entre el western moderno y la road movie. Anticipamos que es una película para dejarse llevar y disfrutar (no racionalicemos tanto), sobre todo para admirar la voluntad y la trayectoria de un grande como Eastwood, quién filmó Cry Macho en plena pandemia. Mike Milo es una ex estrella del rodeo estadounidense, con el tiempo volcado al alcohol después que su familia sufre un trágico accidente. Le debe un favor a su antiguo jefe, quién le ofreció una mano y trabajo en ese momento tan doloroso de su vida. Por lo que este le pide que cruce la frontera de México para que encuentre a su hijo adolescente y lo traiga de regreso a Texas, junto a él. Su jefe no ve a Rafa (Eduardo Minett) desde los 6 años (es la referencia física que tiene Mike del joven), y corre el rumor de que no la está pasando nada bien con su madre; así comienza el derrotero. La película se divide en dos partes: por un lado, el viaje del vaquero hacia México, el encuentro con la madre, hallar a Rafael y convencerlo de regresar con él; incluido lidiar con la problemática mujer que trata como un objeto a su hijo y no lo quiere “entregar”. Por el otro, la vuelta hacia la frontera con el muchacho y su gallo de riña, Macho, que también se transforma en uno de los protagonistas. Huyendo de los federales y lo matones de la madre, se topan con un pequeño pueblito en donde conocen a Marta (Natalia Traven), una verdadera matriarca que maneja la taberna del pueblo e inmediatamente refugia a la singular dupla, además de conectar de manera muy especial con el duro de Mike. Aquí es otra historia. El tiempo se detiene y con la excusa de su automóvil averiado, el viejo, el joven y el gallo, se quedan allí por varias semanas habituándose orgánicamente al lugar, y estrechando una relación con Marta, una mujer de armas tomar quién cría a sus nietas que han quedado huérfanas. Al viejo Mike la vida le ofrece otra oportunidad, y se aferra a la misma. No estamos ante su mejor película. A pesar de narrar con precisión clásica y ser resolutivo, quedan expuestos varios errores de guion, así como un par de actuaciones algo impostadas. Clint está grande y más reflexivo, con cada película que filma se está despidiendo de esta vida, en consecuencia, ablanda su discurso al punto de referir que el concepto de macho está sobrevalorado. Clint ahora es un romántico, la melancolía se percibe en cada fotograma, en cada sutil movimiento de su frágil cuerpo, de su voz baja y rasposa. Cry Macho es una carta de amor, es un drama por encima del promedio que demuestra que Eastwood nunca ha perdido la épica.
Treinta años después de Los Imperdonables, Clint Eastwood vuelve al western, el género desde donde sentó los cimientos de su carrera como actor y director. La historia de Cry Macho se ubica en 1979/80, el protagonista es Milo, un cowboy con sombrero clásico y todo que fue estrella de los rodeos pero al que una caída lo sacó de la actividad, entre ese accidente y alguna tragedia familiar el protagonista quedó al costado del camino envejeciendo mientras cuidaba animales y domaba caballos, pero el tiempo y su jefe (y amigo) decide terminar el contrato con Milo. El momento es tenso y nada amigable pero un tiempo después el ex jefe lo va a buscar para pedirle un favor que por muchas razones el vaquero no podrá rechazar. Entonces empieza la road movie inesperada del gran Clint Eastwood, que ya tiene 91 años y se pone a dirigir y a producir una película en la que es el protagonista exclusivo. Milo viaja a México a buscar al hijo del dueño del rodeo que vive con su madre mexicana, no va a caballo pero la camioneta desvencijada en la que se larga a la ruta hace juego con su dueño. Camioneta y conductor son los mismo, andan por rutas solitaria y se internan en el país vecino para entrar y sacar de allí a un niño con el que no se va a llevar bien al principio, Un anciano, un niño y un gallo de riña que se llama “Macho” van a escapar por rutas alternativas de los matones de la madre que en realidad tienen un litigio económico con el dueño del rodeo. Eastwood como director sabe lo que tiene que filmar, el relato es fluido y autoconsciente. El cowboy delante de la pantalla y el director que guía el relato saben que le están hablando a un público que quiere verlos a ambos en acción, aunque ya nada sea lo mismo y el tiempo pasado es inexorable. El hombre sin nombre de aquellas películas del oeste filmadas en Europa vuelve a cabalgar ahora en una camioneta por territorio americano por rutas polvorientas y ya no parece indestructible y no le preocupa. Cry Macho es una película chica pero es la película número cuarenta de un director que se toma su tiempo para bailar un bolero con una mexicana y permitirse una última aventura de tono romántico que es muy disfrutable. CRY MACHO Cry Macho. Estados Unidos, 2021. Dirección: Clint Eastwood. Intérpretes: Clint Eastwood, Eduardo Minett, Dwight Yoakam, Natalia Traven, Fernanda Urrejola, Jorge-Luis Pallo y Rocky Reyes. Guion: Nick Schenk, basado en la novela de N. Richard Nash. Fotografía: Ben Davis. Edición: Joel Cox y David Cox. Música: Mark Mancina y Clint Eastwood. Distribuidora: Warner Bros. Duración: 104 minutos.
Con 91 años y una carrera para sacarse el sombrero de cowboy, Clint Eastwood dirige, produce y protagoniza Cry Macho, una película que, a pesar de no estar a la altura de su filmografía, no deja de ser enternecedora, principalmente por la emotiva entrega frente a cámara de un hombre que supo hacer del cine su vida. Casi 30 años después de su último western, Los imperdonables, Eastwood retoma las andanzas de vaquero baquiano en el papel de Mike Milo, una exestrella del rodeo que no se resigna a dejar el trabajo que le dio fama y felicidad. Debido a esta insistencia en hacer lo que ya no puede, Mike intercambia algunas palabras altaneras con un exjefe, que lo bancó en más de una, Howard Polk (Dwight Yoakam), quien además le pide un favor: que vaya hasta México a buscar a su hijo Rafo (Eduardo Minett). Con apenas una vieja foto del niño (un preadolescente de 13 años), Mike deberá atravesar la frontera y enfrentarse, primero, a la madre millonaria y malvada del niño; y luego, al niño, quien se dedica a la riña de gallos y a callejear (el nombre de la película es por el nombre del gallo del joven). Una vez que Mike logra convencer a Rafo de regresar con su padre, ambos emprenden un viaje no exento de problemas con distintos personajes de la zona, entre bandidos que buscan al niño hasta policías que los detienen pensando que llevan droga. De este modo, la película pasa a ser una road movie con toques de western fronterizo y buddy movie entre un anciano y un niño, donde la amistad entre los dos será el fuerte de la trama, mientras que las peripecias del viaje serán la apuesta de una película sencilla y encantadora, dotada de una tierna melancolía gracias a la fotografía de Ben Davis y a la música de Mark Mancina. Cuesta no ponerse compasivo con un Eastwood anciano y tambaleante, por todo lo que significa para un espectador y para la historia del cine. Y cuesta porque, si bien su actuación puede tomarse como una proeza, no deja de ser un poco lastimera. Cuesta aceptar el paso del tiempo en una figura tan importante para nuestros corazones cinéfilos. La película se rodó en plena pandemia. Aun así, Eastwood decidió continuar filmando. Esto se evidencia en Cry Macho, en la que se nota el titubeo miedoso de los actores y la falta de timing en las acciones. Pero a pesar de las condiciones de producción, el filme logra momentos maravillosos, mezclados con la ternura un poco triste que produce verlo al viejo Clint caminar encorvado y lento, balbuceando líneas de diálogos e intentando hacer los gestos y las miradas que hicieron de él un ícono y una leyenda. Eduardo Minett, en el papel del niño, tampoco ayuda demasiado. El joven actor es poco convincente en sus enojos, en sus llantos. Y la actriz que interpreta a Marta, Natalia Traven, con quien Mike va a tener una suerte de romance, tampoco es algo que sume, ya que la figura desvencijada del prócer parece intimidarla. Sin embargo, la película tiene la nobleza y el encanto de las películas que no pretenden otra cosa más que caer bien al espectador. Ver Cry Macho es como ir a visitar a un abuelo al que se quiere mucho, un abuelo al que no se le puede reprochar nada porque ya lo dio todo.
El maestro cinematográfico vuelve a los cines para demostrar que a sus 91 años su magia artística sigue intacta. Clint Eastwood dirige, produce y protagoniza este nuevo drama con aires de Western que promete encantar a los amantes de las historias simples y profundas. Basada en el libro “Cry Macho” de Richard Nash, Clint decide contar esta historia en el final de su carrera. El actor vuelve a interpretar a un hombre solitario, pero diferenciándose de sus otras producciones, en esta oportunidad se lo ve como un cowboy frágil y melancólico que ha tenido una vida extensa llena de hazañas y sufrimientos. El guion es un relato sutil como una balada extensa y relajada. Esto es acompañado de un arte exquisito, una composición fotográfica muy gratificante y una banda sonora sublime que enaltece cada una de las escenas. La temática principal del film es lo mejor de esta producción. Clint apuesta por contar, describir y exponer ante el espectador el sentimiento de la vejez. En un relato autorreferencial y casi poético se muestra la evolución de Eastwood a través de sus costumbres, arrugas y etapas vividas. Siento que esta película representa con maestría la etapa final del vaquero cinematográfico más importante de todos los tiempos. La redención de un personaje lastimado, el choque de culturas entre México y Estados Unidos, la relación entre un hombre mayor y un joven inexperto, todo esto expuesto a corazón abierto en este sólido drama. Probablemente algunos piensen que es una película lenta, pero yo creo que ahí radica su esencia. Que la película se cuente de manera relajada representa la edad del protagonista, el ritmo lo marca la representación de la vejez y da cuenta de que Clint Eastwood aún sabe contar historias de maneras diferentes. Una vez más el gran Clint Eastwood no decepciona. Logra una película atractiva a la vista pero que además atrae sentimientos. Este film no estará entre las mejores del director, pero es una gran obra para el cierre de una carrera extraordinaria. Debo decir también que, si quiere seguir dirigiendo, no nos vamos a enojar. Recomiendo verla en cines para un disfrute auténtico de cinematografía en estado puro. Por Leandro Gioia
Las lágrimas de un cowboy Ya desde fines de los años ochenta Clint Eastwood había demostrado interés en la adaptación de la cautivadora novela de N. Richard Nash, Cry Macho (1975), que el autor había concebido como un guión para luego transformar en novela tras varios rechazos por parte de productoras que finalmente le compraron el mismo guión que éste había presentado debido al éxito de la obra literaria. A lo largo de los años varios productores y directores intentaron llevar al cine el trabajo de Nash pero todas las tentativas terminaron en cancelaciones por diversos y disímiles motivos. Aquí, Clint Eastwood, a sus 91 años emprende nuevamente la dirección de un film que también protagoniza y produce, regresando a uno de sus géneros favoritos, el western tardío, en una road movie de autodescubrimiento y sanación por parte de un hombre mayor que viaja con un adolescente rebelde que debe llevar con su padre desde Ciudad de México a Estados Unidos en una travesía llena de contratiempos. Mike Milo (Clint Eastwood) es una estrella del rodeo ya retirada después de un terrible accidente, un verdadero y anciano cowboy deprimido por la muerte de su esposa e hijo hace ya varios años, que trabaja para un amigo, empresario que se dedica a criar caballos y ganado en su amplio rancho en Texas, personaje interpretado por Dwight Yoakam. Después de despedirlo por su ineptitud a lo largo de los últimos años en su labor de criar a los caballos para el rodeo y no sin antes recordarle los favores que le hizo a lo largo del tiempo, el empresario le solicita a Mike que vaya a buscar a su hijo adolescente a México para traerlo a Texas a vivir con él, dado que ha recibido información de que el chico ha sido víctima de abusos en el hogar materno, una imponente mansión en plena Ciudad de México. El cowboy encuentra fácilmente al adolescente, Rafael (Eduado Minett), que vive en las calles para escapar de los abusos de la casa materna, en una pelea de gallos, garito que el chico frecuenta con su ave, Macho. Contra la voluntad de su madre, Mike convence a Rafa de que se embarque en su periplo a Estados Unidos junto a su gallo de pelea para vivir con su padre, pero la progenitora, interpretada por Fernanda Urrejola, envía a uno de sus guardaespaldas a seguirlos para impedirlo. En el camino Mike y Rafa se convertirán en amigos, encontrarán el amor y se transformarán durante algunos meses en una familia en un pequeño pueblo mexicano donde el adolescente aprenderá a montar y Mike a valorar su vida mientras se esconden de la policía y de los secuaces de la madre del preadolescente de trece años. El nonagenario Clint Eastwood vuelve a ofrecer aquí una actuación inolvidable, llena de frases y anécdotas de un personaje entrañable, para reflexionar sobre la vejez como una etapa de la vida que es necesario aprender a disfrutar, fase en la cual los personajes mayores suelen dedicar mucho tiempo a lamentarse y a cuestionarse las malas decisiones tomadas en el pasado que los atormentan en el presente. El guionista Nick Schenk, que ya había adaptado las historias de Gran Torino (2008) y La Mula (The Mule, 2018) para Clint Eastwood, retoma el trabajo de N. Richard Nash, ambientado en la segunda mitad de la década del setenta, con un resultado desparejo, diálogos poco creíbles y situaciones no muy bien desarrolladas ni aprovechadas en un film demasiado dependiente de la figura del protagonista de Por unos Dólares Más (Per qualche Dollaro in Più, 1965), película dirigida por el genial Sergio Leone. Cry Macho (2021) es un film paulatino en el que la narración va tomando color a medida que avanza, con un principio un tanto insulso y poco atractivo, con un personaje principal que de a poco va dejando su pose masculina para dejar entrever su sensibilidad. El viaje de aprendizaje se convierte en una odisea romántica que regresa a la carretera para convertirse en una película de acción en una extraña combinación no del todo bien resuelta pero que Eastwood lleva con su carisma eterno y su frente en alto para decir que los cowboys también lloran y que no hay cura para la vejez. La nueva obra de Eastwood hace discutir a dos generaciones para que converjan en un retrato conjunto, dejando entrever que las fases de la vida se asemejan y que muchas veces la juventud y los mayores suelen ser espejos en los cuales podemos mirar hacia dónde vamos, en qué nos hemos convertido o qué queremos ser. Clint Eastwood elude las complicaciones para simplificar las dicotomías intencionalmente, buscando en la simpleza de un tamal o en un baile o una cena en familia momentos en los cuales la vida puede cambiar y la angustia dejar paso a la felicidad. En el pequeño pueblo, perseguidos y atrapados, Mike y Rafa encuentran su lugar en el mundo, un sitio al que no pertenecen, del que saben que se deben ir pero en el cual se descubren a sí mismos y encuentran y recuperan la felicidad. Tanto Dwight Yoakam como Eduardo Minett ofrecen actuaciones deslucidas, especialmente cuando se los compara con el carismático Eastwood. Natalia Traven, como la dueña de una fonda que se enamora de Mike, Marta, cumple bastante mejor en su papel, al igual que Fernanda Urrejola como la acaudalada madre de Rafael, en un rol demasiado exagerado, y Horacio García Rojas como el guardaespaldas de la madre que sigue a Mike y al joven, ya en un secundario más convencional. No sin un dejo de caricatura, Eastwood se despacha contra los oficiales de frontera, los comisarios apuntados por sus parientes y la inmoral clase alta mexicana denunciando la corrupción moral que reina en México y reivindicando la dignidad del trabajador y el pequeño emprendedor que lucha por su parcela para ganarse el sustento. Cry Macho es un regreso sin gloria que no cuadra del todo con el estilo clasicista de Eastwood y que no siempre logra el tono que pretende pero que demuestra una vez más que el director de Río Místico (Mystic River, 2003) siempre tiene algo importante para decir sobre el presente, aunque a no todos les guste.
“No sé cómo curar la vejez”, dice Mike Milo, un cowboy veterano que tiene buena mano con los animales, pero poco para ayudar a una perra vieja. El protagonista de Cry Macho es Clint Eastwood, y la frase, como la concepción misma de este personaje, parece hablar de sí mismo. El ícono de 91 años vuelve a convertirse en un melancólico héroe de acción (que fue) para el que la edad es problema solo en la mirada de los otros. Capaz de ensillar caballos salvajes sin caerse, evocando sus tiempos de jinete de rodeo. Capaz de romperle la cara de una piña a un enemigo, capaz de enamorar y enamorarse, Mike tiene que ocuparse de otros problemas como para preocuparse por la vejez. Que no se puede curar. Y si en Gran Torino (escrita por el mismo guionista, Nick Shenk, basado en la novela de N. Richard Nash), el actor-director cruzaba al gringo solitario con la otredad de una familia asiática, aquí lo hace de nuevo con otra generación, pero entre mexicanos. Trabajando la mirada en la barrera del estereotipo: un gringo esencial, cowboy que no respira sin su sombrero, frente a mexicanos capaces de bastante más que matonear o hacer tortillas. Claro que eso lo irán descubriendo los unos de los otros, porque primero hay que tener el tiempo para conocerse. Cry Macho es un western, acaso, ochentoso: una era preteléfonos móviles y en la que no existía El Muro. Cuya historia nace cuando el jefe de Milo, un ranchero próspero, que lo ayudó a recuperarse cuando Mike perdió a su familia, le pide que le devuelva el favor, viajando a México para traerle a su hijo de 13 años que está metido en problemas. Es un preámbulo expeditivo, que rápidamente deja a Mike frente a la madre del chico y sus esbirros, un grupo de clichés andantes al que mucho no le importa el muchacho. Así que Mike descubre que la operación será más fácil de lo que pensaba. Porque además, cuando lo encuentra, el chico desea escapar de ese entorno abusivo, aunque no se explique demasiado cómo ni porqué. Como en La Mula, esta road movie implica una aventura con obstáculos (los malos, la poli), por carreteras solitarias, a través del paisaje seco de la frontera. Con el chico y el viejo en una camioneta igual de vieja, que irá cambiando por otros vehículos no menos vaqueteados, y junto a un gallo llamado Macho, animal de riña que es como una mascota. Hay una primera parte simple y esquemática, y diálogos aleccionadores que no suenan muy originales, como el que refiere al macho en cuestión. Hay situaciones que se resuelven de un plumazo, como en una (vieja) película para chicos, que, por cierto son también público de este film para todo público. Pero en el centro de todo eso, está el personaje. Es decir, está Eastwood: caminando despacio, mirando de soslayo, escupiendo sus pocas palabras como con esfuerzo, escondiendo sentimientos bajo el ala del sombrero. Mientras la película crece y se desarrolla. Y la sucesión de escenas amables, simpáticas en su ternura amarga, lleva hacia una instancia poética, más interesante. En la que la posibilidad de descubrir un lugar en el mundo, cuando el mundo parece ya de retirada, aparece como una especie de epifanía realista. Con la estructura del género del oeste, Eastwood y Shenk desempolvan el clásico relato del forastero que llega para cambiar las cosas, y de paso cambiarse a sí mismo. Cry Macho es otra historia de segundas oportunidades. Pero también una que toma posición: por el encuentro entre desencontrados, por lo compartido entre destinados a rechazarse. Por eso que nos hace iguales, humanos, en un mundo que se alimenta de diferencias.
Un trabajo menor hecho por un grande Clint Eastwood es una leyenda viva de Hollywood. También es un personaje irreductible, capaz de estar activo y filmando a los 91 años. Todos pensábamos que “La mula” (2018) iba a ser su despedida de la actuación. Pero un año después volvió como director con la notable “Richard Jewell” y ahora está otra vez en pantalla con “Cry Macho”, un viejo proyecto que tiene en vista desde fines de los 80 y recién concretó en 2020, en plena pandemia. Basada en la novela homónima de N. Richard Nash, publicada en 1975, la historia de “Cry Macho” tiene muchos elementos que son propios del cine de Eastwood: la redención, la fortaleza, la violencia, las segundas oportunidades y, por sobre todo, un protagonista solitario, recio y con un pasado triste. Sin embargo, al igual que “La mula”, esta película tiene el sabor agridulce de un trabajo menor hecho por un grande. Aquí Eastwood se pone en la piel de Mike Milo, un cowboy y criador de caballos que alguna vez fue una estrella del rodeo, pero que después de un accidente cayó en desgracia. Milo entra otra vez en acción cuando su ex jefe le pide un favor: que vaya hasta Ciudad de México y traiga de vuelta a Texas a su hijo de 13 años, Rafo, con el objetivo de alejarlo de su madre alcohólica. Como el viejo cowboy se siente en deuda con su otrora patrón (después se verá por qué), se va hasta México y pone manos a la obra. Sin embargo, el adolescente en cuestión es un rebelde con causa, y el regreso a casa va a ser más difícil de lo esperado. “Cry Macho” cruza los códigos de una road movie con el western moderno, y su corazón está justamente en el vínculo que se va tejiendo entre ese anciano curtido y ese joven desconfiado. El talento narrativo del director de “Los imperdonables” no se discute. El problema es que en “Cry macho”, por momentos, se confunde lo simple con lo esquemático y lo emotivo con lo cursi. Los personajes interpretados por los actores latinos, además, se presentan muy estereotipados, y el único personaje que vibra es el de Eastwood. Con una fragilidad física que a veces impacta, Clint Eastwood todavía tiene en pantalla una potencia indomable.
El último gran cowboy del cine está de vuelta en acción En la doble tarea de director y protagonista, Clint Eastwood encarna a un veterano exestrella de rodeos que debe emprender una travesía por el desierto de México para llevar a un niño de 13 con su padre. El trailer de Cry Macho, nueva obra de la leyenda viviente Clint Eastwood, anticipaba un thriller de acción abrasador. La película es completamente diferente. Estamos ante la historia más inusual del realizador: una road movie melancólica y armoniosa por las llanuras desérticas de México. Ya ver en pantalla grande a Eastwood (que actúa y dirige) es una experiencia de disfrute cinéfilo al máximo. Durante los primeros 20 minutos, conocemos la historia de Mike (Clint Eastwood), un veterano domador de caballos y exestrella de un rodeo que quedó fuera de juego por los golpes y pérdidas que tuvo en su familia. A este cowboy sin rumbo definido se le asigna la misión de "secuestrar" a un adolescente, que vive con su madre -una mujer abusiva y manipuladora- en México para llevarlo de vuelta con su padre. Lo que empieza como un encargo muta lentamente en una bella relación cuasi parental que se teje entre Mike y Rafa, un peleador de riñas de gallos que llamó a su plumífero "Macho". Cry Macho se cuece a fuego lento. Son largas las escenas en las que se desarrollan las historias de los personajes y los dramas emocionales que los atraviesan Es un drama sobre cómo se construyen (o destruyen) los vínculos. A medida que los dos se conocen, Mike le expresa a Rafa su escepticismo sobre la sobrevaloración de la dureza, lo "macho". Esa, quizás, es la enseñanza madre de una cinta que no aspira a la perfección y sí a mostrar la faceta artística más humana de Eastwood en toda su vasta filmografía. Sin ser una obra maestra, la película rebosa de sinceridad. Cry Macho es cursi aunque se goza de inicio a fin. A los 91 años, Cint Eastwood conserva el encanto y talento que lo convirtió en leyenda del cine y, en sus inicios, del spaghetti western. Es como un vino añejo: con los años, sabe mucho mejor.
El infatigable Clint Eastwood vuelve a los cines con "Cry Macho" en su doble rol de actor y director. El film basado en la novela de N. Richard Nash de 1975 tiene a Mike Milo como protagonista y se sitúa entre 1979/80. Mike es una ex estrella del rodeo, criador y domador de caballos que pierde a su familia de manera trágica. Su jefe Howard Polk (Dwight Yoakam) lo ayudó a salir adelante y ahora es él quien necesita un favor: su hijo, Rafa (Eduardo Minett) de 13 años y fruto de una relación con Leta (la chilena Fernanda Urrejola) está fuera de control, además de que el joven se dedica a las riñas de gallos, actividad con la que su padre no está de acuerdo. Su ahora ex- jefe no puede pasar la frontera, por lo que Mike, sintiéndose en deuda, acepta traerlo a Texas. Filmada en plena Pandemia, "Cry Macho" relata el viaje entre los compañeros de ruta que se ven forzados a convivir por caminos desérticos y desolados. La travesía será complicada porque Leta no está dispuesta a ceder, pero la adversidad acercará a dos hombres de distintas generaciones y culturas. Con similar uso del inglés y del español (participa la mexicana Natalia Traven como Marta siendo la esperanza amorosa de Mike) la película tiene un ritmo lento y una energía que hace que el espectador baje revoluciones. Es una historia simple, pero sensible, que habla de segundas oportunidades, que pueden presentarse en cualquier momento de la vida. Párrafo aparte y Chapeau para Eastwood quien no para de generar y propulsar grandes producciones del género.
Había una vez un viejo, un pibe y un gallo. 40 largometrajes en 50 años: imposible que no haya altibajos en tan nutrida producción, que tuvo sus picos de calidad en las décadas del ’80 y ’90 (El jinete pálido, Bird, Cazador blanco, corazón negro, Los imperdonables, Los puentes de Madison, Medianoche en el jardín del bien y del mal) y algunos trabajos controvertidos en el último tiempo (como el irritante El francotirador). Con envidiable pasión, Eastwood no se detiene y este año dio a conocer Cry Macho, que parte de una novela homónima de N. Richard Nash y está planteada casi como un cuento: con simpleza, candidez, personajes de atributos marcados y momentos de tensión que se suavizan con ternura. Hay una ex estrella del rodeo que, a pedido de un amigo, debe ir a México a buscar al hijo preadolescente de éste y volver con él; al encontrarlo, se entera que, distanciado de su conflictiva madre, se gana la vida gracias a un gallo de riña. En definitiva: un viejo, un pibe, animales (caballos, gallos), personajes solitarios, pequeños grandes desafíos, viaje y aventura. Con todo ello, Eastwood gestó en pandemia y con 90 años (en mayo último cumplió 91) esta película menor pero con encanto, en la que, como actor y director, transmite la calma que da la experiencia y el hecho de haberse formado trajinando estudios de cine y televisión desde los años ’50. En Cry Macho varias transiciones y resoluciones formales son como suspiros de un cine que ya casi no existe. Podría decirse, además, que lo simplón se balancea con lo valioso: si la caracterización de la madre del chico (Fernanda Urréjola) es telenovelesca y los comentarios sobre ella dejan un regusto conservador, eso se compensa con el otro personaje femenino importante, una viuda de carácter fuerte y seductora presencia (la actriz mexicana Natala Travenque, que se gana al espectador cada vez que aparece en pantalla). El chico (Eduardo Minett) no es tan salvaje como se anticipa, pero eso ayuda a que el film no centre su interés en lo que sería la difícil domesticación de un rebelde sino en la relación casi filial que entabla con quien podría ser su padre o su abuelo (y que finalmente no reemplaza al padre biológico). La música tiene momentos en los que resulta redundante (subrayando los momentos emotivos) y otros en los que asoma con brillantez, absolutamente integrada al paisaje geográfico y humano, sobre todo durante la primera mitad. Hay diálogos ingenuos entrecruzados por agridulces reflexiones en las que se expone mansamente el aprendizaje que significa aprender a convivir con el recuerdo de seres queridos y desgracias vividas, así como el estereotipado trazo de los policías mexicanos y lo previsible de algunas persecuciones no conducen, afortunadamente, a convencionales balaceras. No queda del todo claro el motivo por el cual Eastwood decide repetir en el desenlace parte de una secuencia y una canción que habían tenido importancia un rato antes, ni tampoco por qué la acción transcurre treinta años atrás, aunque esto último tal vez sirva para justificar ciertas acciones. Los traspiés se equilibran con hermosos segmentos, como el primer encuentro con la mujer en el bar o la conversación del viejo con el pibe en la capilla. Cry Macho no es una película para aplaudir pero tampoco –salvo que se la vea con sorna o desconfianza– para denostar. Pequeña en ambiciones, ligeramente anacrónica pero noble, afable, placentera sin estridencias, como encontrar refugio una noche de lluvia o escuchar un bolero de Eydie Gormé con el trío Los Panchos. Por Fernando G. Varea https://www.crymachofilm.net/
La carrera de Clint sigue en auge. A el no lo detiene la pandemia, ni la competencia, ni sus 91 años. El tipo no solo protagoniza éste hermoso viaje de autodescubrimiento, sino que también lo dirige! La historia sigue a Mike Milo (Eastwood), un duro ranchero y domador de caballos que se encuentra en el ocaso de su vida. Tras ser despedido por su edad y su áspera actitud este macho cabrio accede a ayudar a un amigo de guita a traer de México a su conflictivo hijo Rafa, interpretado brillantemente por Eduardo Minet. En el viaje, nuestro heroe, va descubriendo que nunca es tarde para volver a vivir. Basada en la novela homónima de N. Richard Nash la película se pensó en un principio para que Arnold Schwarzenegger la protagonice, pero el plan se vino abajo y llamaron a Clint, el macho definitivo, para que se haga con el rol principal de ésta idea que le viene al actor como anillo al dedo teniendo en cuenta los paralelismos entre la vida del protagonista y la carrera del interprete/director. La película se la roba Eduardo Minet como Rafa, haciendo de contrapeso con Mike Miko. Me parece muy copado ver a Clint actuar y dirigir a tan alta edad, si bien su edad se nota y hasta tuvo que tenerse en cuenta en las escenas agitadas de la película, el tipo se sigue viendo convincente en camara. CRY MACHO es una película que intenta dar un mensaje optimista, sin pinchar donde duele.
Una serie de eventos desafortunados, un film que no debió haber sido. La literalidad absoluta para reflexionar acerca de esas cosas vitales que se aprenden con la experiencia, cuando la sabiduría adquirida al final del camino no garantiza hacer las paces con el propio pasado. La previsibilidad total para abordar cuestiones que reflejan valores ‘importantes’ para nuestra sociedad. Y la pretensión de hacerlo sin la solemnidad que la mirada retrospectiva dicta. Y todo aquello orquestado con el más tibio interés. Todo sea porque un mediocre guión llegue a su punto final. Clint Eastwood no escribe esta película, pero la dirige y la produce. Su narrativa consolidada, fuerte como una espuela de hierro, han sido su as bajo la manga a lo largo de una prolífica y dilatada carrera. Si de algo puede enorgullecerse Clint es de su artesanía para contar historias. Virtud que aquí brilla por su ausencia. No temer hacer el ridículo. El absurdo y la vergüenza ajena. “Cry Macho” es un compendio de malas conjeturas conceptuales y pobrísimas decisiones estéticas. Podrían enumerarse como si de un inventario se tratara. Léase: Mafiosos mexicanos en pueril retrato. No existía el muro de Trump pero intolerantes y fascistas hubo siempre. Prestemos atención: los narcotraficantes no suelen perdonarte la vida…sin embargo te dejarán entrar a su mansión y serán doblegados (por partida doble, triple) por un implacable gallo llamado Macho. ¿El lugar común latino por antonomasia? Irrisorio. “Cry Macho”, la última película del veteranísimo e inoxidable Clint Eastwood viene a poner en duda algunos de los paradigmas antagónicos que vertebran a una condición humana a la que el viejo Clint parece no pertenecer. Dueño de un tiempo pasado mejor, no teme confrontar antañas convicciones. Aunque en realidad, no siente a gusto de un lado ni de otro de la frontera limítrofe. “Solía ser muchas cosas”, dice el jinete pálido. Pero ya no más, Harry Calahan. Algo luce fuera de encuadre, y no es su silueta crepuscular. Aunque la transparencia de su mirada y las arrugas en su rostro nos sigan robando ternura. Hay algo más que falla a simple vista…tan lejos parece la presente obra de joyas recientes como “La Mula” (2018) y “El Caso de Richard Jewell” (2019). Podría tratarse de una de las decepciones más altisonantes de un año cinéfilo, de por sí, aciago… “Cry Macho”, o la decadencia del imperio americano. Veamos una posible explicación a tan errática propuesta: Algo como la discriminación disfrazada de inclusión. En México, el traspaso ilegal fronterizo pareciera estar fuera de control. Allí la (incapacitada) autoridad policial se comporta de modo pueril. Sin embargo, en E.E.U.U. podrías ir preso por robar automóviles. No en tierras aztecas, sino en Texas. Conversaciones de abuelo postizo a nieto adoptivo camufladas de vana trascendencia. Presa de una narrativa endeble, la buena mano de Clint tras de cámaras busca sortear pobrísimas decisiones que llevan a un cúmulo de escenas al insalvable precipicio. El desértico entorno guarda algunos pasajes más dignos de una postal turística. Busca profundizar, pero no lo logra. El cast actoral no ayuda. Las performances no escapan la vulgar maqueta y dejan mucho que desear. Los clichés se acumulan, los diálogos forzados se apilan, las soluciones milagrosas permiten que la huidiza dupla protagonista pueda proseguir con su plan de fuga, sorteando obstáculos con una facilidad llamativa. Un deus-exmachina siempre al alcance de la mano. Un cambio de vestuario milagroso. Un reposo reparador en un aposento hospitalario. Un apetecible desayuno como por arte de magia. Una siesta que no saca del sopor al incauto espectador, hundido en su butaca. Una referencia religiosa que inclinará la balanza moral de los actos disfraza el asunto de cierta profundidad. Se habla acerca de tragedias personales y pérdidas irreparables. Pero no hay escapatoria para semejante descalabro. La road movie sigue su curso, las postas se repiten. El círculo los vuelve a encontrar recorriendo el mismo camino. Mike Millo (Clint) es un foráneo que, de modo en absoluto verosímil conoce atajos de rutas que jamás atravesó. ¿Cabe la opción de que nos esté jugando una broma de mal gusto? La premisa del trabajo por ‘encargo’ de parte de alguien que humillara al antiguo jinete de rodeo, apenas tiempo atrás, coloca el punto de partida del filme en una posición de clara desventaja. ¿Dónde quedaron tus principios, Clint? La excusa para ‘raptar’ a un menor de los brazos de su sobreactuada e insinuante madre complica aún el panorama de un film que busca agua en su propio desierto creativo. Mejor huir de aquí, dijo Clint, tentado por un ardiente émulo de Salma Hayek. Malas decisiones y poca inventiva subestiman la capacidad del público para digerir semejante despropósito. Allí está presente la cuestión de género, como era previsible. Miremos con perspectiva de igualdad, aunque el relato se emplace en 1979. La temática del ‘macho’ está sobrevalorada, suelta el siempre recto Clint. Es la impostada frase que sostiene argumentalmente la propuesta. No obstante, la premisa es engañosa. Dentro de esta aventura dispar desfilan personajes femeninos sufridos, fuertes y reivindicatorios. Féminas de armas tomar. Cuidado con ellas porque…¡ay, mujeres! Lo explícito acaba por insultar; no hay bolero que se baile al compás ni sabor romántico que endulce una mirada tan superflua. Lo lastimoso, en verdad, es el trazo grueso a la hora de delinear dichas conductas y motivaciones. El mal tino y la justificación de tan trillada propuesta se ríen de nuestro intelecto: las miradas proferidas acerca del abuso infantil, la discapacidad o las familias disfuncionales adquieren un matiz burlón. Todo luce fuera de tono y falto de resolución. No parece Clint, en absoluto. Caricaturesco, la otrora leyenda del western revisionista se entrona como la enésima versión de Dr. Dolittle haciendo de improvisado veterinario dueño de unas dotes sanadoras francamente mágicas. O de una falta de juicio racional preocupante ¿Cuánto hay de buenas intenciones y cuánto de mala praxis en su diagnóstico? Tengamos compasión…aunque no exista solución salvadora a estas alturas. La liviandad con la que “Cry Macho” resuelve tan profundos conflictos resulta, en cierto punto, irritante. Toda referencia idiomática imaginable resulta, por demás, anticipatoria. Gringos, abstenerse. Mariachis, guarden sus guitarras. Sabemos, anticipamos, que el desenlace orbitará rumbo a la mediocridad total. Las cartas ya fueron echadas. La redención pagó un alto precio. La marchita nostalgia de todo tiempo pasado mejor no deja lugar para la autocrítica. Admiramos su valentía y energía inagotable para rodar a sus 90 años. Permanecer activo, poner el cuerpo. Incluso dar alguno que otro golpe o lección de carácter. Destellos de un sempiterno rudo, prócer y leyenda viviente del cine. Lo amamos haga lo que haga. “Cry Macho” no es ‘imperdonable’. Solo que duele leer a Clint Eastwood seguido de mediocridad en una misma oración.
ÉRASE UNA VEZ EN MÉXICO Esto es pura especulación, porque solo él puede confirmarlo, pero por lo menos desde Gran Torino que Clint Eastwood parece estar despidiéndose, haciéndonos saber que en cualquier momento se muere. Es que claro, el tipo ya tiene 91 años. Pero, a pesar de eso, posee la suficiente lucidez no solo para ensayar despedidas, sino también para reflexionar sobre la inminencia de la partida y las preguntas que todo eso acarrea. Si en películas como El caso Richard Jewell, Sully: hazaña en el Hudson y Francotirador hay una perspectiva más macro, que se interroga sobre los lazos entre los individuos y la sociedad norteamericana, sin por eso eludir lo personal; podría decirse que Gran Torino, La mula y ahora Cry Macho conforman una trilogía definitivamente íntima, donde el concepto de vejez está muy presente y en la que el propio Eastwood pone el cuerpo desde los protagónicos. En los tres films hay una búsqueda de redención y paz interior, pero por distintas vías y tonalidades. En Gran Torino había algo sacrificial, muy cercano al western fordiano, mientras que en La mula se daba una aceptación de las miserias propios, de reparación parcial a través de normas morales y familiares. Pero Cry Macho introduce un factor distintivo, que es la chance de hallar la reconstrucción completa y, con ella, la felicidad. El trampolín para esa segunda oportunidad se le presenta a Mike Milo, una ex estrella del rodeo y criador de caballos, quien acepta un trabajo para ir hasta México, rescatar al hijo de su antiguo patrón y llevarlo a Estados Unidos, lejos de su madre alcohólica y abusadora. Hay una deuda de gratitud que Milo no puede eludir, ya que ese jefe también fue un amigo que estuvo para él en sus peores momentos, cuando perdió a su familia y su carrera descarriló junto con su vida personal. Sin embargo, la travesía no resultará simple, ya que Milo y el joven deberán esconderse de la policía y un grupo de criminales en un pequeño pueblo, donde encontrarán una especie de hogar inesperado. No hay por qué negar que Cry Macho es una película claramente imperfecta, a la cual le cuesta arrancar y encontrar el tono apropiado. Hasta que Mike encuentra a Rafo, ese joven marginal que odia a su madre y duda sobre ir con su padre, a quien apenas conoce, y ambos arriban a ese pueblo en el medio de la nada, el relato se muestra algo errático y con algunos diálogos forzados. Eso incluso afecta la actuación de Eduardo Minett como Rafo, con pasajes un tanto sobreactuados. Sin embargo, cuando los protagonistas -en parte por una arbitrariedad del guión- deciden esperar en ese pueblo a que todo se calme, es que Eastwood encuentra lo que realmente quiere narrar. En ese tramo, que termina abarcando la mayor parte del metraje, que funciona como una especie de reversión de Testigo en peligro, el film fluye con una placidez asombrosa. Ese medio tono que utiliza Eastwood con gran sabiduría y conocimiento alimenta un relato donde el drama se enlaza con momentos puntuales de comedia, romance e instancias de aprendizaje. Pero también le permite al realizador volver a mostrar sus inmensas cualidades como actor: hay, por ejemplo, una escena en una capilla, en la que Mike le cuenta parte de su pasado a Rafo, donde logra conmover hasta las lágrimas solo con la voz. Es que, cuando está en plena forma, como aquí, todo en el cine de Eastwood es economía de recursos, un despliegue notable de significados con solo un par de gestos formales. De ahí que, en base a contadas líneas, miradas y gestualidades, Eastwood nos confirme -una vez más- que es uno de los cineastas que mejor entiende a las mujeres, pero no porque sea un feminista explícito, sino porque es capaz de captar que la feminidad se expresa desde las relaciones humanas, desde la convivencia con el otro y no desde la discursividad. Cry Macho es una película donde las mujeres hacen lo que quieren, que les demandan a los hombres o que les dan no lo que desean, sino lo que necesitan. Y es también un cuento mínimo, pero perfectamente estructurado, de descubrimiento de otra cultura, de hallazgo de lo propio en lo que a primera vista podría parecer ajeno. Hay una escena genial de Cry Macho donde Milo dice, casi disculpándose, “no puedo curar lo viejo”. La frase está referida a un perro enfermo, pero aplica también a Milo y al propio Eastwood. Clint está viejo, no hay cura para eso y quizás se nos vaya en cualquier momento, pero, así como Milo puede recuperar algo de la felicidad perdida, Eastwood todavía está en condiciones de darnos unos momentos más de alegría cinematográfica. Cry Macho es precisamente eso: un par de horas de dulce belleza, de sutil felicidad, que nos renueva la esperanza de que hay un mundo mejor ahí afuera, incluso cuando menos lo esperamos.
Una vez más, el inoxidable Clint, el vasto desierto y los salvajes caballos. Eastwood encarna a un viejo vaquero -y antiguo campeón de rodeo- de Texas que, hacia fines de 1970, se ve en la obligación de devolverle un favor a su jefe. En lo que parecería ser una tarea sencilla, cruza la frontera a México a buscar al hijo de éste que se encuentra bajo la tutela de su madre. La película pareciera ir de menor a mayor, aunque en ningún momento llegue a alcanzar el nivel de tensión a la que nos había acostumbrado Eastwood a lo largo de su filmografía. La historia se desarrolla sin demasiados problemas narrativos, con una dirección impecable que no deja de engrandecer cada secuencia. Sin dudas, los peores momentos de la película se dan en la visita a la madre mexicana, con su estereotipada caracterización telenovelesca que entorpece la calidad del producto y hasta parece ridículo. Después de ese momento, Clint nos muestra su mejor versión en una enternecedora buddy movie de un anciano y un adolescente. A lo largo de su recorrido cerca de la frontera, se encuentran con distintos personajes que aportan mucho sentido a la trama y a la misma construcción de los protagonistas. Ya sin tantos vaivenes, el film se afianza a medida que transcurren los minutos, aunque, como ya hemos mencionado, quizá pueda pecar por ser demasiado sencilla, pero no por eso habría que rebajarla. El director busca una película nostálgica, de las que ya no se hacen, y cumple. Cada plano y pieza musical están en concordancia durante todo el metraje, con un montaje fluido en el que se nota que, aunque tenga sus años, el director nunca perdió su pulso para contar una historia en la pantalla. Las actuaciones son convincentes y el mismo Clint es el que mejor ocupa su rol, regalando dos o tres escenas que, aunque chiquitas, penetran en el corazón de la audiencia. Cry Macho es lo que se propone, es lo que el título nos advierte. Una película correcta que, si bien flaquea en alguna que otra secuencia del comienzo, retoma su andar en la pequeña amistad y esa necesidad de re-encontrarse del anciano y el joven. Ojalá que Clint nos siga regalando más de lo suyo. Puntuación: 6,5/10 Por Manuel Otero
Un cowboy fiel a sus principios Clint Eastwood retrata el vínculo entre un jinete añoso y un joven díscolo, con armonía formal y sin sobresaltos, así como las buenas películas. La estampa lo sigue a Clint Eastwood. En cada plano donde interviene lo acompaña una sombra de mito vivo. Camina lento, casi renguea, ¿por la edad o por el accidente del personaje? Mike Milo (Eastwood) fue alguna vez una estrella del rodeo, pero de aquello quedan sólo recortes de prensa, galardones de otra vida. Ahora adiestra caballos. Pero lo cierto es que la herida del jinete esconde todavía otra, más profunda. La historia tiene lugar en los ’70, el ambiente con el cual, se presume, Eastwood está más a gusto. Un aire de western en retirada asola al film, acorde con las vicisitudes de este género en el cine norteamericano de esos años y, por qué no, también de éstos. Cry Macho es un western, crepuscular y viejo. Casi risueño. Su historia es pequeña, ¿para qué más? La vieja estrella del rodeo, a quien ya nadie recuerda, asume el encargo del jefe (Dwight Yoakam): buscar a su hijo, cruzar la frontera y recuperarlo de las manos de la madre mexicana (Fernanda Urréjola). Como el cowboy añoso guarda cierta gratitud hacia su jefe, persona por demás ambivalente –al respecto y de manera suficiente, ya lo señala la primera secuencia de la película–, se predispone al asunto. “Tengo un trabajo que cumplir”, dirá de allí en más. Justamente, el trabajo por cumplir es la meta de los personajes eastwoodianos, todo lo demás estorba o será secundario. A la manera de las sirenas que embriagan con sus cantos, suelen ser varias las tentaciones (junto a otras dificultades) que intentarán apartar al héroe de su cometido. Tal vez pueda volver a alguna de ellas –y esta película lo exhibe de manera elocuente con su desenlace–, pero luego de cumplir aquello con lo cual empeñó su palabra. Así como lo hace el “Sully” de Tom Hanks (en la película de mismo nombre), quien sólo desanudará su corbata una vez el trabajo esté cumplido. O el Richard Jewell de Paul Walter Hauser (en El caso de Richard Jewell), confiado en sus convicciones, en haber hecho lo que debía. Todo lo demás es hojarasca, finalmente desparramada por el viento. Por otro lado y de manera evidente, el “macho” del título articula varias acepciones. Una de ellas por ser el nombre con el cual Rafo (Eduardo Minett), el adolescente díscolo que busca Mike, bautiza a su gallo de riña. A su vez remite a la impresión que el joven tiene sobre la valentía. Más el contrapunto que ofrece el propio Mike, de algún modo también síntesis, labrada en los personajes violentos que tantas veces Eastwood pergeñó. Pero el “macho” esconde una lágrima, la misma que el título asevera y descubrirla vale la pena: acunado en la sombra de una capilla, el ateo Mike apenas llora. Un momento espléndido, que encastra con la obra de un realizador que todavía asombra. Otra vez, Eastwood mira su cine, al que asume y remodela, con la atención puesta en decir siempre más. El gran escenario, más allá de las locaciones repartidas entre uno y otro lado, es la frontera entre México y Estados Unidos, literal y simbólica. A primera vista, se diría que la violencia y el mal vivir estarían sólo de un lado. Hacia allí, presumiblemente, se dirige Mike. No tardará en dar con la madre de Rafo y sus encantos peligrosos. Tampoco tardará en encontrar a Rafo. Y tampoco tardará en descubrir que tanto madre como padre son dos caras de una misma moneda. Entre medio, con la vida en la calle, está el hijo: mitad “gringo”, mitad mexicano, lleno de golpes en el cuerpo. El vínculo entre éste y el viejo cowboy está por comenzar. De esta manera, el trabajo que cumplir podría alterarse, ya que los dilemas morales no tardarán en surgir, ¿cómo resolverlo? Tal vez sea éste el gran momento del film, allí cuando el dinosaurio le enseñe a la cría que tendrá que tomar decisiones mientras él asume las suyas. Pero hay otro –sin olvidar aquella lágrima de noche, destinada a convertirse en uno de los grandes momentos de la filmografía de Eastwood–, es el de la mano de la niña sobre la del viejo Mike. La ternura del acto, tan sencillo, desoculta su verdad. El “macho” en cuestión, sea cual sea, no tiene otro sentido más que el de la estupidez. Y en la película está claro quiénes son los estúpidos: matones, bravucones, y ciertos policías. Además de aludir a la relación dilemática entre México y Estados Unidos –en esta película se atraviesa la frontera de manera tranquila, sin sobresaltos–, la línea fronteriza no deja de ser un trazo que separa, que obliga a pisar de uno u otro lado. Vale tenerlo presente en relación al accionar de Mike, cuyo sesgo “americano” sería indudable: es el cowboy, el héroe, el “macho” de la historia, que sin embargo ya sabe, por viejo y por diablo, que no hay “macho” alguno, sino imbéciles y gente sensata. Sabe también que hay heridas que no cierran, pero está a tiempo de descubrir que el cariño no desaparece. No casualmente, la mano de la niña. Y las de Marta (Natalia Traven), cuando le enseña a realizar las tortillas que vende en el bar, cuando bailan al compás de Eydie Gormé y el trío Los Panchos. El amor está ahí, esperando. Solo basta cumplir con el trabajo. Se dice que éste sería un cine realizado a la vieja usanza. Nada más actual ni mejor hecho.
A los 91 años Clint Eastwood presenta su obra 39, una película filmada en plena pandemia en apenas más de un mes. Cry macho es, por estos datos de su génesis, una obra atípica en manos de un director nonagenario que abrió las puertas de la realización cinematográfica en su vida en el año 1971, con el filme Obsesión mortal (Play misty for me). Eso fue hace 50 años atrás, digamos que ni más ni menos que la mitad de nuestras vidas, si tuviéramos la gracia de alcanzar los 100 años con la misma lucidez que Clint camina hacia ellos. Texas, 1979, y una imponente panorámica abren este relato crepuscular. Eastwood encarna a Milo un viejo vaquero, antigua estrella del rodeo que hoy es criador de caballos para Mike, un petiso bravucón dueño de un rodeo. Un hombre que años atrás lo sacó del fango cuando la ex estrella se había hundido en el alcohol y las drogas luego de perder en un accidente a su esposa y su pequeño hijo. Pero hoy el asunto es otro. Mike lo despide de su trabajo y luego de una elipsis clásica, años más tarde, este se presenta en el rancho de Milo para pedirle un particular favor. Que viaje a México a recuperar a su hijo, aquel al que alguna vez abandono, y lo traiga a su terruño. Un pedido que parece vinculado con el momento de saldar algunas cuentas del pasado, esas cuentas morales que nunca se terminan de pagar. Si Mike lo salvó del infierno años atrás, hoy Milo debe pagar de esta manera su deuda de vida. Y si hay algo que Milo no ha perdido son los códigos, esos códigos masculinos determinados por la lealtad y el deber moral ante todas las cosas. Así se inicia una larga road movie en busca del pequeño Rafo, ya no tan niño sino un adolescente rebelde de 13 años que vive en las calles alejado también de la vida promiscua y opulenta de su madre. En una callejera riña de gallos, Milo logra atrapar al jovencito e intentar un regreso veloz hacia las tierras de su padre. Pero el camino está lleno de obstáculos. En especial el de la coreografía de los emisarios enviados por su madre para recuperar al joven, no por instinto maternal sino porque al fin y al cabo ese jovencito es solo de su propiedad. El derrotero de los fugitivos está lleno de reveses, complicaciones y reversiones, al mismo tiempo que está sembrado de extensos diálogos entre el joven y el viejo Milo. Una suerte de juego de miradas generacionales sobre el mundo, la masculinidad, la paternidad y el peso del pasado más la incertidumbre del futuro. El gallo que pertenece a Rafo, se llama Macho y eso lo pronuncia con orgullo haciendo además el mismo portador de ese valor agregado. Pero la sabia ironía que esconde esa adjetivación no pasa desapercibida en una de las líneas más personales del filme cuando Milo al volante le confiesa que los hombres persiguen toda su vida la idea de ser machos, de tener coraje y demostrarlo ante todos, pero finalmente no les queda nada, y esa fantasía de coraje es apenas lo único que les queda. La secuencia por cierto más lenta, con menos giros dramáticos al estilo western, pero de carácter más emocional es aquella en la que el dueto termina refugiado en un pueblito perdido donde conocen a Marta, una viuda mexicana de armas tomar, que cuida de sus nietas y lleva adelante una cantina. Allí nacen cuestiones amorosas, vinculares y más intimistas entre la gente del pueblo, Milo y Rafo, y en especial entre el vaquero y Marta. Enamoramiento de la tercera edad y su exacerbada ternura que culmina con la imagen de ambos bailando “Sabor a mí” en la versión de Los Panchos y Eydie Gormé. Un resabio inevitable de aquellos sabores románticos en algunos planos de la magistral Los puentes de Madison (The Bridges of Madison County, 1995) y el vals. Pasaran más de mil años muchos más, yo no si tenga amor la eternidad, pero allá tal como aquí en la boca llevarás sabor a mí… No podemos contar el desenlace del relato, pero sin duda ponderar el impecable trabajo de la dirección de fotografía, los infinitos planos que nos remiten a la estética del western, la belleza varonil de los caballos corriendo en tropel con sus cuerpos llenos de esa fuerza que Milo ha dejado en su lejana historia ya vivida. Si hay una imagen con la que me gustaría cerrar este breve texto es la de un primer plano de Milo, nuestro amado Eastwood, con los ojos tapados por el ala de su sombrero y una sueva penumbra que envuelve su rostro, mientras le narra sus pesares a Rafo y una sutil lagrima, apenas perceptible, rueda por su rostro. Es el llanto de un hombre, y si hay algo de lo que trata esta historia es de ellos, y del precio de vivir.
Nunca es tarde para aprender nuevos trucos A sus 91 años, Clint Eastwood sigue haciendo historia volviendo a dirigir y protagonizar su nueva película. La estrella del Western, Clint Eastwood, no se cansa de ser historia viva en la industria del cine y luego de un parate de dos años luego de su última película, se vuelve a sentar en la silla del director para adaptar la novela Cry Macho de 1975 escrita por Nathan Nash, en la que cuenta cómo un vaquero, interpretado por Eastwood, que supo ser una estrella de rodeo muy famoso en su época de oro se ha venido a menos por el lógico paso del tiempo y ahora cumple tareas menores en un rancho bastante olvidado. Este vaquero, Mike (Clint) termina siendo despedido por no poder cumplir las obligaciones mínimas que el lugar requiere, pero al cabo de un año su ex jefe lo convoca para ver si Mike puede resolverle para un último gran favor: cruzar la frontera a México en busca de su hijo. Con todas las implicancias que tiene el caso, Mike deberá afrontar un viaje en el que tendrá que sortear más de un escollo a los que a su edad, ya no estaba preparado. A sus 91 años Clint Eastwood vuelve a ir contra la corriente hollywoodense de las historias mainstream y grandilocuentes para brindar una bocanada de aire fresco con un western crepuscular en donde el viaje de un hombre que ya no tiene nada que perder y el mundo aparentemente ha dejado de serle útil, debe ingeniárselas para demostrarle al mundo, y a sí mismo, que aún quedan razones por las que vivir y ser parte de un sistema que parecería haberlo expulsado violentamente. Ese es el principio fundamental de una cinta que se encarga, luego de un primer acto un tanto tumultuoso y un tanto apresurado, de lograr una empatía e identificación total con el personaje principal que está desarrollado con muchísima sutileza y clase, poco propia de tiempos modernos, pero al que es imposible no sentir compasión. Claro que estos sentimientos, que se ven potenciados una vez que comienza el verdadero viaje de nuestro protagonista, están reflejados de una manera magistral por el director de fotografía homenajeando a los grandes planos de los westerns de antaño en donde los paisajes bien pueden enamorar y trasladar sensaciones. Al estilo de Paris, Texas (1984) de Wim Wenders, la trama se desarrolla de manera tranquila y sin grandes puntos de gran acción, aunque momentos de tensión no van a faltar. Todo gira en torno de los diálogos, de las miradas y de que se está dispuesto a hacer en pos de lograr el cometido final, por más nuevas cosas que uno deba aprender a hacer ,es montar a caballo o aprender un nuevo idioma. En los grandes aspectos, pero más que nada en los pequeños es donde Cry Macho encuentra su entidad, fortifica sus aspectos positivos y aquellas pequeñas cosas que uno le pueda reprochar quedan en un costado. Una vez que el espectador está metido de lleno en la historia, pero por sobre todo en los sentimientos, que se muestran ya la película ganó, porque es imposible resistirse ante la técnica para narrar y mostrar lo que Eastwood quiere. El elenco de está película es bastante particular ya que en el dúo que se conforma de protagonistas está por una lado Eastwood y del otro lado un debutante como Eduardo MInett, un jovencito mejicano más abocado a la música y que da sus primeros pasos en la actuación y la verdad es que ambos logran establecer una buena dupla y se bancan todo el peso de la película. Igualmente, y claro está, Clint se lleva todas las miradas y cada uno de sus momentos será atesorado por más que, por obvias razones, se lo note un tanto fuera de tiempo. Luego hay participaciones a cuenta gotas de otros actores y actrices como Natalia Traven, Dwight Yoakam y Fernanda Urrejola que logran establecerse de buena manera y crear personajes tridimensionales, con problemáticas reales (agigantadas por la trama) pero que todos se mantienen en el mismo plano terrenal. Cry Macho es una película que logra establecer un dilema universal en una hora cuarenta de película. La utilidad de una persona cuando ésta misma ya no tiene fe, no ve un rumbo y cree que la vida ya se le ha terminado. Por suerte quedan realizadores como Clint Eastwood que eligen seguir apostando por este tipo de historias.
Qué me han hecho tus ojos Casi treinta años después, a los 91, en Cry Macho Clint Eastwood vuelve a montar a caballo por primera vez desde Los imperdonables. “Todo en él era viejo, salvo sus ojos; y estos tenían el color mismo del mar y eran alegres e invictos”. (Ernest Hemingway) Katie Ledecky Clint Eastwood tiene una sombra más grande que la de cualquiera. Sobre sus espaldas carga no solo a sus personajes, también al pasado de cada uno de ellos. En el western El jinete pálido (Pale Rider), dirigido y protagonizado por Clint en 1985, un predicador llega a un pueblo habitado por buscadores de oro para ayudarlos a defender su lugar del inescrupuloso Coy LaHood (Richard Dysart) y su compañia minera. El trabajo artesanal de los buscadores vs. las máquinas de la compañía; el pasado contra el futuro. Pero ese hombre que más que llegar irrumpe en Carbon Canyon no siempre usó el cuello blanco: en una vida anterior fue pistolero. Por eso guarda en un cofre con llave, seguro en una oficina de correos, el revólver que se prometió a sí mismo no volver a usar. “¿Qué fue eso?”, le pregunta una mujer (Sarah) cuando a lo lejos se oye un grito: “¡Predicadoooor!”. “La voz del pasado”, responde el personaje de Clint Eastwood. El duelo final será entre él y Stockburn (John Russell), el Agente Federal que creyó haberlo matado cuando lo acribilló por la espalda. El predicador regresa de la muerte cuando una chica de quince años, al borde de perder la última esperanza tras otro ataque a su asentamiento, pide un milagro. El milagro no tiene nombre para ella pero sí para nosotros: Clint Eastwood. Siete años después, Clint protagonizó y dirigió otro western: Los imperdonables (Unforgiven). Su personaje se llama Bill Munny, a quien muchos creen bajo tierra. Ahora lleva otra vida: atrás dejó las atrocidades que cometió cuando era un inconsciente y violento asesino, para dedicarse a la granja y a sus hijos tras enviudar. Fue su amada esposa quien lo alejó de la bebida que lo cegaba, quien lo transformó en una mejor persona, en alguien común y corriente. Pero el pasado siempre vuelve, en los westerns y fuera de ellos. Un joven apodado “Kid” busca al retirado Bill Munny para hacer juntos un trabajo de cazarrecompensas. Bill asegura que no es a quien busca, y en parte es verdad. Sin embargo, la falta de dinero lo arrastrará a reencontrarse con todo eso que creyó haber enterrado. “¿Te asustabas en los viejos tiempos?”, le pregunta Kid a Bill. “No me acuerdo”, contesta con un poco de desprecio hacia el chico. No es una cuestión de memoria sino de que él ya no es la misma persona, a pesar de que vuelva a apretar el gatillo. Clint Eastwood es tan inmenso que tanto en El jinete pálido como en Los imperdonables a sus personajes no les basta con matar al villano: destruyen un sistema. Ambas películas son westerns crepusculares que muestran la conclusión de la Conquista del Oeste, el fin de una forma de vida. Los imperdonables tiene un discurso letal: el director asegura que los personajes que generó el western ya no tienen lugar en el mundo. Cry Macho, la nueva película dirigida y protagonizada por Clint Eastwood, le rinde un homenaje a esos vaqueros que se quedaron sin hogar. Les da un espacio en su propio cuerpo: Clint es Mike Milo, una ex estrella del rodeo que lo perdió todo tras un accidente. Son los años 70: ahora es viejo, ya no compite ni tiene grandes desafíos, pero su impronta sigue siendo la de un cowboy. Su trabajo diario es criar los caballos del hombre que lo sacó del pozo cuando se quedó sin nada. Es hora de pagar el favor: su jefe (Dwight Yoakam) le pide que viaje de Texas a México para encontrar al hijo de trece años, Rafa (Eduardo Minett). Salvarlo de un contexto de maltrato y llevarlo en auto hasta el reencuentro con su padre en la frontera. Una vez más el personaje de Clint tiene una última misión. Es el final de un vaquero y, en ese sentido, Cry Macho podría leerse como una película crepuscular de Clint en el western. Es curioso que Cry Macho, basada en la novela de N. Richard Nash, es un proyecto que el productor Al Ruddy en 1988 le ofreció hacer a Clint como actor. De haber aceptado, hubiera sido la película entre El jinete pálido y Los imperdonables. No sucedió: Clint se negó a interpretarlo porque consideraba que en el 88 era demasiado joven para ese papel. Su deseo era dirigir a Robert Mitchum en ese personaje, ya que era bastante mayor que él. El proyecto pasó de mano en mano, de actor en actor. Arnold Schwarzenegger estuvo por personificar a Mike Milo antes y después de ser Gobernador de California. Tal vez no lo interpretó otro porque ese personaje estaba hecho para Clint. Incluso, si uno observa la portada de la novela original, publicada en 1978, Mike Milo es igual a Eastwood en la ilustración. ¿Pura casualidad? “Un día sentí que era hora de volver a visitarlo. Es divertido cuando algo tiene tu edad, cuando no tienes que esforzarte para ser mayor “, dijo hace poco Clint en una entrevista a Los Angeles Times acerca de Mike Milo. En Cry Macho Clint vuelve a montar a caballo por primera vez desde Los imperdonables, pasaron casi treinta años. Tal vez su cabeza olvidó cómo hacerlo, pero no su cuerpo. El actor y director de 91 años se sube al caballo y le enseña al chico de trece años, Rafa, cómo domar a la bestia. Cry Macho, con guion adaptado de Nick Schenk (quien ya trabajó con Clint en Gran Torino y La mula), se presenta como una road movie: Mike atraviesa la ruta junto a Rafa (y su gallo llamado Macho), y en el camino se preguntarán quiénes son realmente, cuál es su lugar. La ambición del adolescente es ser “macho” como su gallo y admira a Mike por haber sido un vaquero. Pero esa admiración no tardará en convertirse en desilusión: “Solías ser duro. Ahora eres débil. Montabas caballos, toros. Eras alguien. Solías ser fuerte. Macho”, le grita Rafa furioso. Mike respira y le explica que solía ser muchas cosas, pero ya no es nada de eso. “Las cosas de machos están sobrevaloradas. (…) Es como todo en la vida, crees tener todas las respuestas y envejeces y te das cuenta que no”. ¿Eso lo dice Mike o Clint? En El jinete pálido Sarah, la mujer que está enamorada del predicador, le pregunta a este hombre misterioso quién es realmente. “¿Importa eso?”, responde el personaje de Clint. En Cry Macho tampoco importa. Eastwood da un discurso para deshacer la construcción del hombre violento que impone miedo e invita a este vaquero a buscar un principio en vez de un final. Clint empezó como actor en monster movies de Jack Arnold sin saber que sería él quien medio siglo después se convierta en un Monstruo del cine. En la primera película donde apareció, a sus 25 años, fue en Revenge of the Creature: el Monstruo de la Laguna Negra es convertido en una atracción de acuario hasta que logra escapar de la crueldad del hombre. Clint aparece unos segundos, es un asistente de laboratorio que saca un ratón del bolsillo del guardapolvo blanco. Su papel es tan chiquito como el tamaño del ratón, sin embargo, logra instalar un interrogante a través de los ojos claros que parecen pelear contra los párpados. ¿Quién es ese joven de jopo rubio y qué oculta en esa mirada? En el mismo año se estrena otra película: Tarántula. Jack Arnold vuelve a llamar a Eastwood pero esta vez lo saca del laboratorio y lo sienta en un avión del ejército. Clint lleva puesto un casco y una mascarilla; ¿lo único que vemos de él? Sus ojos. El primer western en el que actuó fue Star in the Dust (Charles F. Haas, 1956), pero recién en 1964 el nombre de Clint apareció grande en un afiche: esa película es Por un puñado de dólares. No es solo una cuestión de cartel o de ego; el grosor de las letras adquiere otro relieve porque fue Sergio Leone quien le dio la identidad como actor y futuro director que tiene Clint hasta el día de hoy. La manera de pararse frente a la cámara, el ritmo lento al caminar para que cada pisada tenga su protagonismo, pero sobre todo la autoridad en la mirada. Leone no reveló el misterio que se esconde en los ojos de Clint, lo magnificó dándole inicio a una leyenda. Por eso en Cry Macho Mike Milo se presenta a través de la mirada: sus ojos se reflejan en el espejo retrovisor del auto que conduce en los primeros segundos de película. En El jinete pálido LaHood describe al predicador alto y delgado. Hasta que de repente dice “Sus ojos…había algo extraño en sus ojos”. Stockburn descubre de quién está hablando por ese último comentario, porque nadie tiene ese “algo” en los ojos salvo Clint. No importa que en Cry Macho ya no luzca como en El jinete pálido. Que su piel esté arrugada, se haya ausentado el jopo rubio y camine un poco encorvado: es la mirada de Clint todo lo que necesitamos para reconocerlo. A él cargando un pasado. “Ya no luzco como a los veinte, ¿y qué?”, dijo hace unos meses en una entrevista. Cry Macho no es ni pretende ser la mejor película de Clint Eastwood. Tampoco creo que alguna vez el director se haya propuesto hacer una obra maestra, porque una de las cosas más valiosas de Clint es que tiene oficio. Cuenta historias, filma sin parar y se para delante de la cámara recordando que podría estar trabajando en la estación de servicio donde empezó con su papá. Sin embargo, logró construir una carrera como actor a pesar de que su padre en los años 50 le advirtió que podría decepcionarse si se iba a Los Ángeles a probar suerte. Hay una conexión directa entre Los imperdonables y Cry Macho: en la primera el personaje de Clint, Bill, no respeta a las generaciones más jóvenes que él. Kid le parece un cobarde y un mentiroso, un chico que no tiene nada para ofrecer. De la misma forma mira a los jóvenes en El jinete pálido: como unos perdedores que no saben nada de la vida, y menos del trabajo. En Cry Macho modifica esa visión pesimista frente al futuro: Mike Milo le enseña a Rafa a colocar la brida al caballo, a poner los pies en los estribos. En ese legado que generosamente le entrega se abre otra posible lectura: tal vez nos esté enseñando a nosotros cómo ser futuros vaqueros y continuar su leyenda. No importa si Cry Macho es la última película de Clint porque él siempre vuelve. Clint no es pasado, tampoco es futuro. Clint no tiene tiempo, como la muerte o la vida. Es y será el jinete pálido que aparece cuando uno lo necesita y después se va. El milagro que nos devuelve la esperanza a través de sus ojos.
"El último de los cowboys" Ya puede verse en las salas de cine argentinas la nueva película dirigida y protagonizada por Clint Eastwood a sus 91 años de edad. Por Denise Pieniazek Cry Macho (2021) la nueva película del legendario Clint Eastwood está basada en la novela homónima de N. Richard Nash, quien escribió el guión cinematográfico junto a Nick Schenk. La historia de Cry Macho inicia a fines de la década del ´70, cuando un veterano cowboy llamado Mike Milo (Eastwood), debe obedecer al pedido de un antiguo conocido, su ex jefe Howard Polk (Dwigth Yoakam). El favor a realizar consiste en buscar y traer a Texas, Estados Unidos al hijo de Polk, Rafael unos de 13 años de edad, quien vive en México con su madre, puesto que su padre sospecha que padece violencia familiar. Como es habitual en el western es el solitario Mike quien se ocupará de rescatar al joven sin recurrir a la ley. En consecuencia, el relato fusiona los géneros cinematográficos como la road movie con el western, puesto que observaremos a esta peculiar pareja compuesta por un hombre mayor ícono de uno de los emblemas norteamericanos como el rodeo, y a un adolescente mexicano, en un viaje en vehículos motorizados a través de la México rural y la frontera. Al respecto, hay varios aspectos interesantes a considerar a la hora de interpretar el largometraje. En primer lugar, es importante tener en cuenta que las road movie con frecuencia centran sus viajes en carretera en el tema de la masculinidad -recordemos que el título del filme es un oxímoron que podríamos traducir como “Macho llorón”- y sus protagonistas atraviesan una crisis existencial o emprenden un viaje de autodescubrimiento. Asimismo, en el western predominan las fronteras y el autodescubrimiento de sus protagonistas, porque como adelanta el poster publicitario de Cry Macho, es “una historia acerca de estar perdido… y encontrarse”. En consecuencia, el concepto de viaje propio del género está presente en el relato tanto de forma literal y visual como representación simbólica de la búsqueda de cambio tanto de Rafo (apodo de Rafael) como de Mike, en dos edades muy distintas de sus vidas. En segundo lugar y de forma aditiva con lo mencionado anteriormente, es fundamental reflexionar acerca de la figura estelar de Clint Eastwood, quien interpretó más de setenta largometrajes y dirigió más de cuarenta películas. Eastwood es un ícono cultural permanente de la masculinidad cinematográfica, cuyo texto estrella[i] osciló entre la interpretación de héroes y antihéroes, mostrando gran capacidad actoral al poder variar de caracteres y de un abanico de géneros. Sus personajes, suelen desafiar los valores morales norteamericanos tradicionales otorgando cierta ambigüedad representativa. En Cry Macho, Eastwood encarna -no azarosamente- a una estrella del rodeo (en su casa hay recortes de periódicos que condensan esta información) cuya celebridad se encuentra en el pasado. Algo en sintonía a lo que sucedía en el maravilloso filme El ocaso de una vida (Sunset Boulevard, 1950) y el personaje de Norma Desmond (Gloria Swanson), sin embargo, la diferencia radical es que en la realidad la carrera de Eastwood nunca perdió visibilidad y estrellato. En consecuencia, el texto estrella de Eastwood vuelve una vez más sobre sí mismo, reafirmándolo como un modelo de masculinidad y su labor de toda una vida dedicada al cine. Todo esto nos permite pensar en la cuestión principal representada en Cry Macho: la crítica hacia el modelo tradicional de masculinidad, al estereotipo machista del hombre dominante funcional al patriarcado. Coincidente una vez más con una característica central de las road movies, la insubordinación contra las normas conservadoras de ese universo diegético. El joven Rafo llama a su gallo de riña “Macho”, que, por supuesto refiere al género masculino, pero también a la representación latina del hombre como fuerte, robusto, viril y prepotente. Mientras que el pequeño Rafo aspira a ser un macho, Mike enuncia de forma crítica: “…Esas cosas de machos están sobrevaloradas”. Entonces es pertinente interrogar ¿es el personaje o Clint Eastwood quien reflexiona al respecto? Incluso Mike replica en una escena con la sabiduría propia de la vejez “Para cuando lo entiendes ya es muy tarde”. En consecuencia, la elección de la dupla masculina protagónica con una gran brecha generacional entre ambos personajes resulta más que atinada. Pues hay un pasaje de sabiduría, pero también un cambio de valores que encuentra su futuro en las nuevas generaciones. Es el Eastwood en su madurez quien repasa su carrera y asiente que los “machos” también lloran, como enuncia el título de su filme. Porque es en la frontera del paisaje o de los lindes territoriales donde el hombre se tornará una frontera en sí mismo, teniendo que elegir si permanecer en los cánones patriarcales o desprenderse de ese modelo de masculinidad. Asimismo, la película esboza una crítica a la institución familiar, Mike cree que Rafo estaría mejor sin ninguno de sus progenitores. También se representan distintos modelos de familia, es en esas escenas donde se encuentran los momentos más emotivos y tiernos de la película, en donde la economía gestual de Eastwood se hace presente. En la aventura escapista que emprenden Mike y Rafo conocen a Marta, una mujer que pertenece a una generación similar a Mike, dueña de un bar cercano a la frontera. Marta (Natalia Traven) no teme a la corrupción que reina en su pueblo y como matriarca es el sostén de su familia compuesta por varias nietas. Es decir, que la representación de Marta es la de una mujer fuerte, salvando las distancias como aquellas mujeres emblemáticas de los westerns clásicos como Joan Crawford en Johnny Guitar (1954). Por último, Eastwood a través de este “tatita” dejará plasmada una última reflexión: nunca es tarde para el amor. Si bien la Cry Macho dista de ser lo mejor del cine de Eastwood como director y tiene algunos problemas de verosimilitud en algunas de las secuencias de persecución, siempre es placentero contemplar la vigencia de su talento. Clint Eastwood expresó alguna vez en una entrevista: “Todos se preguntan por qué sigo trabajando en esta etapa. Sigo trabajando porque siempre hay nuevas historias...Y mientras la gente quiera que les narre, estaré allí haciéndolo”.
Recuerdo escenas del film más visto en donde participa Clint Eastwood: “El Bueno, el malo y el feo” de Sergio Leone. No solamente una de las mejores películas de la historia. Sino también un western en donde lo sucio se notaba y sentía en los personajes tanto como en los paisajes y lugares que visitaban. Como si el título del film definiría y marcaria lo que es el género del Spaghetti Western. Bueno, malo y feo. Hace tiempo no veía un western en los estrenos de cartelera como Cry Macho(2021). Y no hablo de films que tienen su momento de western como “Once Upon a Time in Hollywood”, sino de un film propio del genero western clásico con todos sus elementos. Por esto, Cry Macho no solo es una película de Clint Eastwood asimilando su vejez con la luz del sol yéndose, para ir a descansar. Sino de un hombre llamado Mike que todavía tiene nafta, para vivir al igual que el género en que transcurre su historia y el que el director elige rescatar. Mike sin ser capaz de descansar, recordando los dos momentos en donde este quiere tomarse una siesta y es interrumpido por el gallo o por Rafa (niño co-protagonista). Él sabe que debe terminar “su trabajo”, pero en los momentos en donde se distrae, es un detenimiento en donde él junto a rafa encuentran esa paz al no ser buscados por alguien que les diga donde deben estar. Lo pacifico lo encuentran en un pueblo en donde una mujer pueblerina y sus hijas viven cerca de la frontera entre México y EEUU. Como si la felicidad para Clint Eastwood podría estar en cualquier lugar en donde se comparta una comida y él sea bien recibido. Porque hay varios momentos conmovedores por su sencillez en donde vemos a Mike y Rafa comiendo junto a esta familia riéndose y compartiendo una comida. En donde, además, se suelen revelar datos importantes en los personajes para generar empatía con justificación, porque es un momento en donde el disfrute se nota y la ayuda también. Pero estas escenas tal vez, muy típicas en una comedia romántica o drama, son conmovedoras porque nosotros sabemos que Mike es Clint Eastwood, como Clint es Mike. Entonces cuando un actor es protagonista detrás y delante de las cámaras, las ideas o las representaciones uno suele tomarse como un mensaje mas directo. Otro detalle en relación al revivir al western clásico, es un momento al inicio en donde la imagen de un diario (accidente de Mike) cobra vida para mostrarnos el pasado del personaje de Mike, un cowboy que gana dinero cuidando los animales del ganado en un rancho. Obteniendo el dinero a traves de los animales al igual que Rafa, pero este con su gallo “Macho”. Siendo muchas cosas las que los unen a estos dos, como otras los separan. Por ejemplo: su edad. Mike decide quedarse del otro lado de la frontera para ser y completar su mitad mexicana (y ser como Rafa). Y Rafa yéndose del otro lado para ir a vivir lo que Mike ya vivió para convertirse en un cowboy. Este último por su edad ya habiendo encontrado esa familia perdida en otro lugar, a diferencia de un Rafa aun joven y por mucho que aprender, quedara en nuestra imaginación su destino. Un viaje en auto que podría ser un viaje en dos caballos a través de un desierto como padre e hijo. Mike no necesitando de trofeos, premios y reconocimientos para cumplir el rol paterno como el verdadero padre de Rafa, que seguramente tiene también su medalla de mal padre. WESTERN CLASICO Y REFERENCIAS DE CRY MACHO-2021: Mike se reencuentra en un México hecho para él, refiriéndome a esto cuando hablamos de western clásico. Notemos las calles de tierra, la vestimenta de los pueblerinos, las tabernas hechas de madera, alguaciles, el ir de condado a condado, el escapar de algo, los robos de autos como si fuesen caballos abandonados, los amores transitorios, la desconfianza en todo momento, los cactus, las apuestas o los caballos. Son todos elementos propios de un western hecho en los 50. De hecho, hasta los títulos son típicos de un film de Hawks o Ford. Pero hay algo faltante en todo esto. La violencia o los duelos con armas. Mike (o Clint) ya no es el mismo de antes. Ya no es veloz, no tiene fuerza para luchar y ni si quiera se esfuerza por esconderse de las amenazas. Ya no necesita de las armas para defenderse porque este film resignifica la figura del macho pistolero y temeroso dejando en ridículo a la personificación de esto. El secuaz de la madre de Rafa, es vencido en dos ocasiones de forma ridícula a pesar de ser más fuerte y poseer un arma. Las dos veces por un gallo contando un golpe de un hombre de la edad de Mike. El mismo film no recurre a la violencia de batallas o duelos, porque Clint no necesita de eso para hacer de Cry Macho un gran film, pero porque en realidad el western nunca necesito de tiros o batallas (aunque casi todos las tengan) para hacer grandes películas pensando en “The Shooting” de Hellman por ejemplo. Recuerdo una escena en donde Mike tiene que elegir a un caballo entre muchos que están en un corral y la mayoría están heridos (él debe curarlos). Además de que el film muestra una concientización del cuidado de animales, la escena connota la segunda oportunidad que tendrán los caballos elegidos. Que, si fuese otro personaje en esta situación, los descartaría a todos. Sin embargo, Clint o Mike elige para mostrar y enseñar a Rafa (como un padre) como domarlos y ser un cowboy. Algo que siempre fue, sobre todo, tener un pasado oculto y hacer el trabajo sucio complaciendo intereses personales (llevar a Rafa pese al justificativo de su padre), pero siempre con buenas intenciones o haciéndolo todo de la mejor manera. Básicamente a veces siendo el Bueno, el malo y el feo.
“Cry Macho” de Clint Eastwood. Crítica. Demostración de voluntad. Un western diferente. El próximo jueves 16 de septiembre, llega a las salas de cine la última película de Clint Eastwood. A modo de contextualización, “Cry Macho” se rodó durante una cuarentena mundial y está protagonizada por el propio Eastwood, quien ya tiene más de noventa años. Hechos que por sí mismo ya sorprenden y la arriman a la hazaña. En ocasiones poner en contexto algo ayuda a visualizarlo desde otra perspectiva. Tenemos a Mike Milo, una estrella del rodeo, quien tuvo problemas económicos y con el alcohol. En su momento fue salvado por su jefe y ahora para retribuirle, este le pide que viaje hasta México y traiga de vuelta a su hijo. Durante un viaje, que se alarga más de lo esperado, ambos descubrirán en el otro un vínculo que creían incapaces de volver a encontrar. Una vez más, nos encontramos con una película cuyo planteo a priori pareciera ser: pasando las fronteras estadounidense está lo salvaje. Todo lo malo ocurre en México, robos, peleas de gallos, violencia, además de estar lleno de policías corruptos e incompetentes o carteles narcos. Si bien el protagonista reivindica en cierta medida este punto de vista, nos deja muy en claro, una y otra vez, que Texas es lo mejor. Cuna de vaqueros y hombres fuertes, en camisa y botas, de un lado los llaman así y del otro machos. No hay nada que no puedan arreglar o domar, caballos y ganados cumplen sus órdenes. Una imagen de la masculinidad que el pequeño Raga busca alcanzar. Por suerte para él, conoce a Mike quien le enseña que todo eso es una patraña y desestimando la lírica de “The Who”, llora cuando está triste. Y aquí encontramos una fuerte contradicción, ya que por un lado es algo positivo el intento de reformular la imagen patriarcal sureña de masculinidad. Pero por el otro, hace que todo se desarrolle en una espiral de cursilería sin fin. Que si bien en otras ocasiones el director demostró tener debilidad por momentos así, antes se veían atenuados por su eficaz dirección. En esta ocasión no se encuentra el salvavidas, debido a que no se trata de una de las mejores obras del ex héroe del spaghetti western. Empero no podemos desestimar en este punto todo lo referido al momento de su creación. Podríamos decir que se trata de una road movie o un western con sentimentalismos y no sería errado. Clint Eastwood siempre es un director correcto y entretenido, que con su clásico estilo atemporal nunca falla. Pero, sí sería un error decir que “Cry macho” es una de sus mejores obras. Sin embargo, como profesional del cine que es, consigue que el espectador se siente a ver, con una sonrisa dispuesto a lo que sea, ya que sabe muy bien que se encuentra en buenas manos.
PLACERES CREPUSCULARES Leí que la última película de Eastwood era mala porque estaba llena de errores. También leí que era buena a pesar de sus errores. Supongo que habrá alguien que diga que no tiene errores. Pero creo que es un error hablar de los errores de Cry Macho. Los errores suponen un desvío en relación con un determinado patrón. ¿Pero Alguien escuchó hablar de los errores de una película de Godard? La respuesta es obviamente negativa: gusten o no, jamás se le atribuyen a Godard esos desvíos, no se dice que falló una actuación o la fotografía, el montaje o la verosimilitud. Etcétera. Y eso ocurre porque Godard no es un cineasta normal, sino uno que establece los parámetros que rigen su cine a medida que filma y no su adecuación a un molde. Eastwood es la misma clase de cineasta que Godard, solo que no es tan obvio que lo sea. No es francés sino americano, no es un cineasta radical sino un director de la industria, pero las películas de Eastwood son acaso menos parecidas entre sí, más imprevisibles y más libres que las de Godard. Hay pocos cineastas que hagan lo que quieren de un modo tan olímpico e incluso que se pueda predicar que sus películas son suyas. Eastwood filma rápido, rechaza los adornos y su mirada llama menos la atención sobre el mundo que sobre el hecho de que, detrás de la cámara, hay alguien que está mirando el mundo. Esa manera es personal e irreductible a un dogma, una moraleja, una filiación política, un uso de la técnica y menos aun a lo que se conoce como “contar historias”. Dicho de otro modo, Eastwood es un autor. Como Godard y unos pocos más (pero elegimos a uno que nació el mismo año). Por eso, porque Eastwood es un autor, es muy raro que aun quienes eligen denostar Cry Macho frente al resto de su filmografía, hayan elogiado especialmente en el cine de Eastwood la fotografía, el montaje, las actuaciones, el guión, el suspenso, o la ingeniosidad del relato. Ni siquiera la música, que es algo que a Eastwood le interesa especialmente (como a Godard): porque la música está en otra parte. Y Cry Macho es un perfecto ejemplo de que no es la técnica ni el virtuosismo lo que cuentan en su cine sino el placer. Pocos cineastas contemporáneos son capaces de reflejar ese placer y de compartirlo con el espectador. Y el placer está en proporción directa con la libertad, es decir con la liberadora certidumbre de que el cine está más allá de sus piezas, de las reglas que, desde cierta perspectiva pedagógica, algunos críticos consideran como lo cinematográficamente correcto. Cry Macho es, como todas las películas de Eastwood, un caso particular. Es decir, una película que tiene sus peculiaridades. Una es que se filmó durante la pandemia y eso enrarece los espacios y los movimientos, como para que no haya mucha gente en una locación (incluido el personal técnico) ni mucho contacto en los pocos espacios cerrados. Filmada en Nuevo México, simula transcurrir casi enteramente del otro lado de la frontera pero la Ciudad de México, por ejemplo, se reduce a un caserón campestre amplio, con habitaciones enormes, y un rarísimo ruedo en el que pelean gallos, aunque los participantes humanos están muy separados. La mayoría de las escenas parecen construidas a partir de esa utilización del espacio. Otra característica de Cry Macho es que se basa en la novela homónima escrita por Richard Nash. Eastwood ha utilizado más de una vez material literario para sus películas y me gustaría recordar el caso de Los puentes de Madison, donde el original era infumable y la película una maravilla. Pero ciertos momentos del libro no dejaban de emerger como fantasmas en la película, como si el film tuviera otro debajo como los cuadros que no ocultan del todo una obra previa. No leí el original de Nash, del que la película se aparta según la sinopsis, pero los personajes son más o menos los mismos y en el centro del relato está el viaje a México de un vaquero para traer al hijo de su patrón. Eastwood procede como hizo siempre: elige un tema porque ve allí una película y sigue el esquema del libro (o de un guión ajeno, lo mismo da), pero es apenas una referencia para lo que quiere hacer. Así, el guión funciona como un telón de fondo de un espacio y un tiempo que constituyen el núcleo del film, su materia autoral por así decirlo, como si invirtiera el lugar que el escenario y el guión ocupan en el cine convencional. Y otra cosa que suele hacer Eastwood (y en Cry Macho lo hace de un modo magistral) es estirar o acortar el tiempo de las escenas siguiendo su pulso de gran cineasta. Esa es la sabiduría de Eastwood como director que filma casi siempre tomas únicas cuya duración es el secreto de su placer y del nuestro. Son las cosas que sabe hacer Eastwood, son las cosas que aprendió a lo largo del camino como dice su personaje Mike Milo cuando le preguntan dónde aprendió el lenguaje de señas de los sordos. Milo sabe domar caballos, cocinar, curar animales, dormir a la intemperie: son las huellas que deja la vida junto con la dificultad para caminar y la tozudez. Cry Macho participa de varios géneros: la road movie, el buddy-buddy, la historia de iniciación, el film de choques culturales la épica de la frontera, (hasta creí ver en ella una velada refutación de alguna novela de Cormac McCarthy), pero esas filiaciones son superficiales, una referencia más, porque hace mucho que Eastwood no hace un cine de género, ni tampoco hace cine de Hollywood (si es que alguna vez lo hizo). Es hora de repetirlo, pero viene al caso: a Eastwood no le importa la psicología del patrón que lo despide pero lo ayuda, o las disputas entre ese personaje y su mujer. Son tenues puntos de apoyo para que la narración se acelere y se detenga donde el director quiere. Y en Cry Macho, Eastwood se detiene en dos cuestiones. Una son los animales: Como Hatari de Hawks o India de Rossellini, Cry Macho es una gran película de animales, aunque el reparto está compuesto de caballos, cerdos, perros, ovejas, bichos mucho menos glamorosos que las jirafas o los elefantes. Y, además, esta es la mejor actuación de un gallo en la historia del cine. Un gallo que se sienta a la mesa con los personajes humanos, un gallo que salva heroicamente a los protagonistas con su intrépida intervención, un gallo que pauta simbólicamente el intercambio afectivo entre Milo el viejo y Rafo el adolescente. La otra cuestión en la que Eastwood se detiene es el romance otoñal entre Milo y Marta, la encantadora mujer con cuatro nietas que regentea la cantina en la que la permanece película durante la parte más emotiva de su metraje. La relación de Milo con Marta es más que un romance: es el hogar al que nunca es tarde para llegar como dice la canción del título. Pero también un lugar propicio para despedirse, para bailar al compás de Eydie Gormé y Los Panchos el bolero que dice: “Pasarán más de mil años, muchos más / Yo no sé si tenga amor la eternidad”. Creo que a los noventa y un años, Eastwood se regala un cuento de hadas y piensa en un mundo que queda más allá de la materia mientras nosotros pensamos si no estamos viendo su última película Tal vez por eso Cry Macho tiene ese aire tenue, distendido, en el que importan menos que nunca los géneros, los actos, los conflictos, las motivaciones, las justificaciones, las líneas de diálogo. Solo cuentan el placer y la paz: el del director, el de los personajes, el de los animales, el del paisaje árido y el camino polvoriento. Todo lo contrario del éxito y la gloria, “estúpidos y sobrevalorados”. Nada es ostensible, espectacular, truculento en Cry Macho y lo único incurable, como le susurra Mike a Rafo cuando le llevan el perro de la mujer del policía, es la vejez. Pero las palabras que se pronuncian en la película contribuyen, sobre todo, para confirmar que no hay ciencia más inútil que la dramaturgia. Una de las muestras del virtuosismo secreto de Eastwood es el uso que hace de la traducción. Se supone que Milo solo habla inglés y, como Rafo es bilingüe, debe traducir al español lo que dice el gringo y al inglés lo que dicen los personajes mexicanos. Pero en las escenas entre Milo y Marta, Rafo traduce las obviedades y Marta entiende todo. Unas escenas más tarde, vemos a Milo contándole cuentos en español a las nietas de Marta. Pero la traducción (optativa o innecesaria) se usa como otro recurso para hacer las escenas más cortas o más largas, para hacerlas más amables y emotivas. Película que se ríe de los géneros, que usa un ave de corral como estrella, que transcurre en el terreno de Nunca Jamás, Cry Macho es luminosa, frágil y un poco triste, como corresponde a la felicidad de los viejos.
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Golpe al corazón En un momento de Cry Macho, el viejo Mike Milo (Clint Eastwood) le dice al adolescente Rafo (Eduardo Minett) que “le está empezando a tomar aprecio”. Ese momento, que en cualquier otra película sutil, estoica, noble podría haberse resuelto con una mirada, un gesto, un silencio sobreentendido, se hace explícito, se hace tosco, se hace anti cine de Eastwood, se hace televisivo, se hace torpe, se hace desdeñoso con el cine, con las emociones perdurables. A los pocos minutos de empezar a ver Cry Macho uno -yo- quiere que se termine: no hay esperanzas, y duele. Cry Macho es un golpe al corazón, y duele. Uno recuerda a Richard Jewell, la película inmediatamente anterior y la mejor estrenada en 2020, y duele. No soy fan –lo confieso una vez más– de nada. En muy pocas ocasiones he esperado más de media hora en una fila para entrar a un concierto o para sacar alguna entrada, no me importa ser el primero en ver una película nueva, no me desvela que esté por salir la continuación de un libro ni que se venga el último capítulo de una serie. Ya llegarán los libros, las películas, las canciones, y la primicia me importa poco. No fui a las privadas de Cry Macho de Clint Eastwood, ni fui el día del estreno, ni fui a la primera semana de exhibición. Y eso que casi todas las películas de Eastwood posteriores a Río místico han estado entre mis favoritas del año, ocho de sus películas del siglo XX han sido las mejores de las que vi en ocho años distintos y seis de esas ocho fueron las seis inmediatamente anteriores a Cry Macho (El caso de Richard Jewell, La mula, 15:17 Tren a París, Sully: hazaña en el Hudson, Francotirador, Jersey Boys). Aún así, no fui corriendo a ver Cry Macho. Y al verla llegó el golpe al corazón. El golpe al corazón llegó cuando llegó, y fue fuerte, doloroso: Cry Macho es la peor película de la carrera de Clint Eastwood, como si el absurdo de detener el mundo por un virus le hubiera pegado mal al mejor director vivo y le hubiera quitado -o retirado temporalmente- el talento. Frente al Guerrero solitario pude haber tenido molestias por el enfoque, por la posición política, por lo que fuera, pero había en esa película bélica y tropical cierta fuerza, un cobertor metálico de decisión. Río místico me provocó y me provoca rechazo pero desde enfrentarme a una estética convencida, a una apuesta por un cine que no casaba bien con Eastwood pero que decididamente era potente. Cry Macho no es nada de eso: es, por primera vez, una película de Eastwood a la que le cuesta caminar, ya no correr. Y duele. Duelen sus diálogos eternos, crasos, obvios y explicativos. Duele su falta de fluidez en el montaje, que propone con demasiada frecuencia cortes que se ejecutan demasiado antes o demasiado después. Duelen las apariciones de personajes secundarios como si fueran Droopys inanimados: nadie -bueno, tal vez el Eastwood anterior a esta película- puede dotar de ánima a personajes tan mal trazados y tan mal ejecutados (¿no hubo retomas para solucionar gestos ostensiblemente acartonados y mal actuados? ¿fue por algún “protocolo”?). Duele notar cómo están los temas y el cine de Eastwood revoleados en su peor película -están los ecos muertos de La mula, de Un mundo perfecto, de Gran Torino, de Los puentes de Madison-, pero todo en una bruma mental y cinematográfica que sigue doliendo (para peor, la muy buena película de su discípulo Robert Lorenz, estrenada este año, trata un tema muy similar). Por supuesto que, como todo gran cineasta -de los fundamentales- Eastwood puede obtener el beneficio de la duda y que todas las torpezas sean vistas en aras de una grandeza tal vez oculta, con algunos guiños en diálogos (el del “macho”) que podrían, con esfuerzos y piruetas, abonar la teoría -las ganas- de que esta sea en realidad una película astuta y que su juego sea un poco escondedor, que no simplemente lo tosca, incontinente y desangelada que es y que transmite de forma muy inmediata, contundente y evidente. Pero no creo que haya mucho de maestría escondida en Cry Macho; más bien creo que hay una maestría pasada que supimos reverenciar con toda justicia y que ahora está ausente. Lo que sí tiendo a creer es que ese final, así iluminado, así aislado, así bailando, así con un gallo cantando, así las letras de los créditos, tal vez sean el epitafio del cine del maestro. Sin embargo, me duele tanto Cry Macho que -si es la película final, como parece indicar ese cierre que ojalá sea prontamente desmentido- la última película de Eastwood siempre será para mí Richard Jewell, así como la última de Casavettes es Torrentes de amor.
Este drama con aroma a western dirigido y protagonizado por Clint Eastwood se centra en un veterano cowboy que viaja a México a rescatar al hijo de su patrón y llevarlo a los Estados Unidos. «Tal vez eso de ser macho esté un poco sobrevalorado», le dice Mike al pequeño Rafo (Eduardo Minnett), un niño mexicano que está trasladando a los Estados Unidos a pedido de su padre. «Macho» es el nombre del gallo de pelea que Rafo tiene y con el que se gana unos dineros en las calles de la Ciudad de México. Es un animal noble y lastimado que además puede salir en ayuda de su dueño cuando lo necesita, como un perro guardián que alguno quizás termine transformando, como dice el propio Mike, algún día en pollo frito. Rafo le puso ese nombre por motivos obvios, pero el nonagenario que tiene de compañero de aventuras ya vio demasiados «machitos» en su vida y piensa que quizás todo esa impostada bravura no sirva para nada. CRY MACHO es otra de las películas en las que Eastwood revisita su pasado como héroe de acción violento recapitulando sobre algunos de los pasos entonces dados. Basada en la novela de M. Richard Nash que pensaba filmar a fines de los años ’80 pero demoró hasta hoy para dar mejor con la edad del protagonista, la película tiene guión de Nick Schenk, el mismo de GRAN TORINO, película con la que tiene varios puntos de contacto, especialmente en esa relación con niños –casi de abuelo y nieto– que empieza tensa y se va acomodando con el correr del tiempo. La película procede con la facilidad narrativa acostumbrada de Clint, con su manera calma pero a la vez expeditiva de resolver las escenas sin demasiadas vueltas. No es de sus películas más sutiles o ambiciosas, pero su casi escolar simpleza produce un efecto casi meditativo. Y las fragilidades del guión –y de algunas situaciones y actuaciones– suelen ser cubiertas o tapadas por la fragilidad que emana el propio Eastwood, quien décadas atrás dominaba escenas con su porte y su fiereza mientras que hoy se lo ve con claras dificultades hasta para moverse unos metros. Esa fragilidad física, algo de lo que el guión casi no se hace cargo, es la que le da a CRY MACHO una potencia dramática que no tendría de otro modo. Si bien la trama presenta una historia sobre la violencia, sus mitos y consecuencias, la imagen que genera Clint a cada paso convierten a la película en otra cosa, en una reflexión sobre el paso del tiempo, sobre arrepentimientos y sobre las decisiones que se toman cuando uno sabe que no va a seguir mucho más dando vueltas por acá. En el año 1979, Mike es una ex estrella de rodeo que tuvo un accidente siendo muy joven y tuvo que abandonar la profesión. La película resuelve muy rápidamente su historia y lo encuentra ya veterano, viudo y trabajando en un rancho a las órdenes de Howard Polk (el actor y cantante de música country Dwight Yoakam). A su jefe, que ha decidido reemplazarlo porque el hombre ya está muy grande para esos literales trotes, se le ocurre que es la persona ideal para encargarle una tarea complicada. ¿Por qué? Como sucede en LA MULA, se trata de un anciano blanco norteamericano del que nadie va a sospechar que tiene intenciones no del todo legales. Howard le encarga a Mike que vaya a «rescatar» a su hijo, el tal Rafo, que vive en México con su madre, con la que el hombre no se lleva nadie bien. Howard le asegura que la mujer que lo maltrata y que va a estar mejor en el país del norte, junto a él. Mike duda pero hace el viaje –hay una simpática escena en la frontera que deja en claro que la película transcurre 40 años atrás– y al llegar a la casa de la madre en cuestión se da cuenta que Howard no estaba equivocado, que su ex (una Fernanda Urrejola triplicando el estereotipo) es una poderosa mujer con matones a su lado (no queda claro si es narco o si está actuando en una telenovela) que se le ríe en la cara ante su intento de llevarse al chico. De todos modos el asunto se resuelve más fácilmente de lo pensado –la mujer parece más preocupada en su escote que en si su hijo está o no ahí– y pronto Mike conoce al supuestamente peligroso (¿?) Rafo y al tal Macho en una pelea de gallos y no tarda mucho en convencerlo de irse con él. A Rafo le fascina la idea del rancho, los caballos, el mito de los Estados Unidos y sus cowboys. Y el film irá contando las aventuras y la relación que se irá estrechando entre ambos mientras escapan de policías, matones, gángsters y federales. La secuencia clave de la película –acaso su razón de existir– es cuando Mike, Rafo y el gallo se detienen a pasar unos días en la casa de Marta, la dueña de un restaurante de un pequeño pueblo. La señora (Natalia Traven) que tiene hijos y nietos los atiende, los protege de la persecución y hasta saca a bailar al veterano Mike una cálida versión de «Sabor a mí» en la que frases como «pasarán más de mil años, muchos más/Yo no sé si tenga amor la eternidad» quizás tengan un significado que ni la misma producción advierte. Allí aparecerá un posible conflicto: Mike y Rafo tienen que seguir su camino aunque se ven muy cómodos allí (el chico también tiene algún interés romántico que pone en perspectiva su imaginaria carrera como cowboy) y ninguno está seguro de querer volver a las rutas, a la escapatoria y a la potencial violencia. Pero papá Howard –cuyas intenciones con el niño no son tan inocentes y humanistas como parecen– los está esperando, Mike es un hombre de palabra y Clint no es de abandonar misiones por «asuntos de polleras». Es un cuento sencillo y hasta anticuado que funciona casi como una canción de cuna disfrazada de film de acción. Eastwood no explora demasiado en la vida supuestamente llena de arrepentimientos de Mike ni parece interesarse en entender la lógica de esa extraña pareja de padres que Rafo tiene. El chico es, más que nada, un personaje utilitario, el que le permite verse a sí mismo, unos ehhh 80 años antes (en términos de la ficción sería a fines del siglo XIX), enamorado de la mitología del Oeste, de la idea de salir adelante a través de la fuerza y de no mirar dos veces para atrás. Y aprovecha ese momento de reflexión pasarle alguna lección al chico. El Mike de hoy no reniega del todo de su pasado, pero lo relativiza. «No me molesta el nombre Macho», le dice a Rafo, especialmente cuando el gallo prueba que puede ayudarlos a resolver problemas. Pero le deja en claro que no todo en la vida pasa por ahí. El Eastwood frágil, flaco y con rodillas endebles que transita la película no necesita ponerlo en palabras. Le basta con mirar alrededor y darse cuenta que hay un mundo que lo está dejando de lado y otro que lo acepta y hasta necesita. El resto es leyenda.
El cine crepuscular de un gran cineasta. ¿De qué va? Texas, 1978. Una ex estrella de rodeo y criador de caballos retirado (Eastwood) acepta un encargo de un antiguo jefe: traer a su hijo pequeño desde México de vuelta a casa para alejarlo de su madre alcohólica. En el viaje, ambos se embarcarán en una inesperada aventura. El film está basado en la novela del mismo nombre de Richard Nash, escrita allá por los ’70. Esto va a ser difícil. Clint Eastwood a sus 91 años dirige, produce y actúa en Cry Macho. Cuando digo que va a ser difícil, me refiero a mi objetividad como cinéfilo, ya que a estas alturas creo que no tengo que dar ningún tipo de explicación de la figura que tenemos ante nosotros. No solo hablando de su labor frente a las cámaras sino detrás de ellas. Estamos frente a un Ganador de 4 Oscars, dos a mejor director por Unforgiven y Million Dollar Baby. Durante sus más de 40 películas en su filmografía tuvo altibajos, pero casi nunca decepcionó. Con un estilo clásico, aunque firme y con una narrativa cuidada, como director hizo una carrera y se ubicó junto a los grandes. Cry Macho no es lo mejor de Eastwood, como director. Para mí es parte de su cine crepuscular que arrancó con Gran Torino, un cine de reivindicación, de hacer las paces. Un cine donde está pasando en limpio un montón de posturas y cambiando otras, un cine que busca la redención y la re-significación de muchas más. La trama de Cry Macho es un problema recurrente en los Estados Unidos, lo tenían en los 70 y lo siguen teniendo ahora. Un tema sin fin, donde el director va a dejar marcada su postura, reflexionando sobre temas de la vida, como ser «la importancia de demostrar», lo cual, para él, ahora a sus 91 años lo ve sobrevalorado e innecesario. Con un elenco a mi parecer poco cuidado, compuesto por Eduardo Minett como Rafo y Natalia Traven como Marta, nos contará una historia que peca de naif, pero creo que en el fondo lo quiere ser. Durante más de 100 minutos no vamos a tener ninguna sorpresa, no vamos a tener meta-texto, no vamos a tener simbolismos. Un relato clásico en formato road movie y con el final que esperamos. Podría decir que la película como espectador me entretuvo lo suficiente para querer conocer el final del viaje, aunque como cinéfilo realmente espero un poco más de Clint.
Cry Macho: a la búsqueda de un mundo perfecto, en un tiempo imperfecto Se le suele adjudicar a una persona, sea en el ámbito de la política, en el social o el económico, el término reaccionario; ésto es cuando defiende valores ya no vigentes: que reacciona frente al cambio. Un concepto que para algunos es anacrónico pero cierto es, que tiene origen en una particular visión del mundo, que obligaba a dividirlo entre progresistas y conservadores, una visión que ahora sabemos es sumamente reductiva. Del centro hacia la izquierda era progresista, es decir capaz de asumir un cambio y defender valores que suponían siempre un avance; y del centro hacia la derecha se defendían los valores del status quo establecido, de ahí el término conservadurismo. Vinculado a estos conceptos también tenemos el nombre de rock progresivo. Hoy aparece una nueva categoría que todavía no se sabe bien qué es pero se autodenomina libertario. Ya hace como mínimo una década en EEUU era la fórmula que permitía salir del esquema Demócrata-Republicano, en el caso de Eastwood desde una perspectiva claramente neokantiana. “El control es algo importante para Eastwood, cuya “lógica de vida” está profundamente entrelazada con su política “libertaria”, la cual plantea con una sonrisa irónica, teniendo en cuenta que la mayoría de la gente piensa que el libertarismo es, en el mejor de los casos, poco realista y, en el peor, chiflado. Clint Eastwood se registró como republicano en 1951 en apoyo de Eisenhower, a quien admiraba por su heroísmo durante la Segunda Guerra Mundial y su promesa electoral de poner fin a la guerra en Corea. El breve mandato de Eastwood como alcalde de Carmel, la ciudad al sur de San Francisco donde vive, se basó, le dijo al New Yorker, en “hacer cosas por las personas que no pueden defenderse por sí mismas”. Desde entonces, dice, el partido republicano ha perdido el rumbo: no estaba a favor de ir a la guerra en Irak y le molesta el lado evangélico del partido. “Lo único en lo que John McCain y yo estuvimos realmente de acuerdo fue en que los republicanos habían perdido el rumbo porque perdieron su filosofía”. El núcleo de esa filosofía, dice, es que “las personas deben ser responsables de sí mismas y la responsabilidad fiscal es muy, muy importante”. Dice sobre la actual crisis económica: “El gran dicho de que si no prestas atención a la historia estás condenado a repetirla es bastante cierto. Más o menos cierto. Ahora lo estamos repitiendo. Obtienes lo que te mereces. Para las elecciones, su esposa se inscribió como independiente, aunque, dice, ambos pensaron, “Obama parecía un buen tipo”. ¿Y Eastwood? “Me registré”, sonríe, “libertario”. “Me gustan las filosofías. El partido libertario no es nada y no tiene candidatos. Pero sí creo que si dejamos a todos en paz, dejamos de intentar pensar en formas de dirigir la vida de otra persona, tal vez estaríamos mejor. Puede que no sea práctico. Puede ser obsoleto, ese tipo de pensamiento.” Él mira a lo lejos: “Es algo así como me criaron”[1] Para otros es lo que se llama nueva derecha y es una suerte de post-postmodernismo político, o sea vendría aser la superación de la dicotomía izquierda-derecha, mezcla de misticismo, desencanto y hegelianismo “a la carte”, una mezcla que resulta al gusto de cada uno, principalmente antisistema que en el fondo busca un sistema (totalitario) que le haga la miseria de la vida más soportable, uno de los teóricos más radicales de estas ideas es Alexandr Dugin (Moscú 1962). El cine de Eastwood siempre tuvo ribetes confusos. En él se mezclan la idea de libertad, una suerte de búsqueda de un misticismo imposible, altruismo, pragmatismo, la denuncia del abuso del poder; una incondicional adhesión a la libertad individual se revelaba junto al neokantismo explícito (hay que someterse a la ley) en este sentido siempre caminó en una cornisa moral, lo que algunos críticos llamaron western revisionista. La marca de la horca (Hang ’em high, Ted Post, EEUU, 1968) es un buen ejemplo del conflicto entre libertad y ley moral, o El seductor (The Beguiled, Don Siegel, EEUU, 1971) donde el héroe es un ex soldado del estandarizado maldito sur o la saga de Harry el sucio (Dirty Harry, Don Siegel, EEUU, 1971) en medio de los reclamos de los grupos de derechos civiles por la brutalidad policíaca y acusado por el movimiento feminista de dar rienda suelta a la violencia machista, incluso fascista, mostraba un policía que usaba con aparente goce su gigantesca Smith & Wesson Modelo 29 (con cartuchos 44 Magnum en los EEUU), paradójicamente aún siendo republicano, aboga por el control de armas, como también apoya la Enmienda de Igualdad de Derechos que contempla el derecho al aborto no punible y el matrimonio homosexual. Parece más un provocador que un activista de derechas. La revisión del film, antes mencionado, ya icónico, tanto por la historia como por el director, Don Siegel (Donald Siegel, 1912–1991, EEUU) que había filmado entre otros La invasión de los ladrones de cuerpos (Iinvasion of the body snatchers, EEUU, 1956) clásico film de la guerra fría que hoy resiste ser vista bajo otras ópticas. Si a simple vista, Harry el sucio era un catálogo de prejuicios de clase media blanca, con elementos fuertemente sexistas, hoy se presenta casi como una parodia. Quizás sus comienzos, de los cuales nunca renegó, de la mano de Sergio Leone, uno de los directores italianos que supo llevar, a la manera de un Eurípides, el problema social al western, fijó un conjunto de ideas e imágenes que Eastwood va a trabajar de película en película, entre ellas la búsqueda de un mundo perfecto, en un tiempo imperfecto. Cry Macho no escapa a la regla. Parece llevarnos por suelo llano. Sin embargo, y como él mismo film lo metaforiza, los caminos no siempre son buenos, incluso pueden estar llenos de baches que terminan por romper el vehículo. En el camino siempre hay ladrones y matones, pero la providencia ayuda, paradójicamente. Eastwood es ateo, parecería de aquellos ateos que fervientemente quisieran creer en un dios bondadoso, que finalmente ponga orden en este caos. Si los caballos no se podían robar, parece que los coches sí. Un coche que no tiene nombre, objeto de uso que se usa y se tira. En Cry Macho el constante cambio de vehículo parece indicar eso. Sí en el Jinete pálido el llegaba a su pueblo a caballo ahora llega en un destartalado automóvil robado. Una hipótesis es una hipótesis, querer que todo se explique y que cada cosa tenga su lugar, que no haya caprichos o inefables es el sueño de la filosofía analítica y concordantemente los que inventaron la denominación Modo de Representación Institucional. Göedel demostró lo contrario, por qué habría que pedírselo a una obra de arte. Si este programa fuese posible, la afirmación de que el arte es la forma finita del infinito, sería verdadera. Que más quisiera uno que así sea, sin embargo la finitud del infinito es una percepción epocal, y como su nombre lo indica, el film de Eastwood ya está en los albores de otra época, hace tiempo ya, que viene alertando que las categorías sobre las que él fundó su cine están muertas. El viejo Clint debe pagar una deuda, las deudas se deben pagar, una afirmación tan cierta como falsa, pero que él toma al pie de la letra. Toda su obra está construida en la idea de una suerte de contrato moral (individual , por eso el kantismo) lo que se toma se devuelve; “la vida es un toma y daca”. Pero hay deudas y deudas, de cuáles habla ¿de las de la vida en general, la de los bancos, las contraídas en el covid? El dice que está pagando una deuda por haber sido mantenido con vida .Gastó su vida en la caída del caballo, la muerte de su mujer e hija, es un corolario; el alcohol y los analgésicos son la anestesia que le permitió mantener la vida, ahora, ya consciente de que está muerto debe hacer algo (pagar la deuda) para poder morir definitivamente, a uno se le presenta las diferentes crisis de los EEUU. ¿Habrá llegado la hora de pagar la fiesta americana? Sabemos por palabras de Eastwood que siempre fue anti belicista y se opuso a las intervenciones de Irak y Afganistán. Lo que hace problemático al film es el uso de México en relación a EEUU y que, a diferencia de las noticias, muestra una frontera fría que no tiene ningún tipo de control, aunque también se puede entender que México es un lugar donde todavía hay historias, vida y muerte, de categoría políticamente incorrectas pero un lugar donde todavía se puede encontrar el amor, un lugar perfecto para vivir, el ranchero del otro lado, con su sobretodo largo parece mas la representación evangelista de un ángel, habrá cielo y habrá infierno, habrá libertad? O todo es apariencia, el ángel es mentiroso y la libertad cobra deudas. Clint hace tiempo que está muerto. Debía haber muerto cuando cayó del caballo, el resto es anécdota; un ser infernal, un demonio lo mantiene con vida para finalmente en algún momento cobrarle el favor, favor que en nuestra historia es el supuesto rescate (secuestro) a su hijo del otro infierno para poder negociar con su madre unos bienes que comparten, no hay paraiso. La madre, (Lilith) , con su cohorte de pequeños demonios mexicanos (al mejor estilo Rey León), vive una suerte de fiesta eterna, de porches, tóxicos y abusos sexuales (por eso es Lilith), fiesta en la que ofrece sacrificialmente al hijo de ambos (ranchero) a los abusivos demonios invitados, (¿por qué no sería abusivo un demonio?) el joven héroe se refugia en lo que puede y es la riña de gallos, se pierde en la idea de un supuesto rey Gallo, Macho el Rey de todos los Gallos. El film también tiene más que una afinidad con Más corazón que odio (The Searchers, John Ford, EEUU, 1956). Podría hacer una larga lista de analogías que debiera justificar y esta pelicula, como bien dice el título, ya no es clásica, ya no se puede hacer paralelismos uno a uno, no se puede decir “esto es esto, por tal razón”. El autor lo dice cuando le advierte a su pasajero que no use más el término macho, que los machos están todos muertos y que el concepto es un concepto perimido, de idiotas que se dejan matar por estupideces ¿los soldados que van cantando a la muerte? De la misma manera se podría decir que la cantinera es una re lectura de la cervecera del cantar de Gilgamesh. No hay paraíso, no hay eternidad, hay que aceptar el llamado de la muerte cuando ésta llama, esta puede ser buena o mala, de cada uno depende. El film está lleno de aparentes contradicciones a primera vista. Desde cierto punto de vista es reaccionario el uso de México y la frontera, pero también es cierto que Eastwood, por lo menos en la pantalla, y de lo que él se sabe en la vida privada, tiene un amor y respeto infinitos por la cultura mexicana, por los latinos, solo hay que recordar Deuda de sangre (Blood Work, Clint Eastwood, EEUU 2002) donde, antes de la ola verde, hace alusión a la Triple Diosa, aquí como una latina, una afrodescendiente y una blanca wasp. El origen de la crianza de la gallina, no es por su calidad culinaria, aunque él amenaza a comerlo y de hecho hace pollo frito, sino como animal de riña, rituales con o sin sacrificio, las más antiguas datos que se tienen es de +- 3200 ac en India. Al parecer el ave entró dos veces al continente americano, primero por polinesia (hipótesis) [2], y después a través de la conquista española, Macho es un gallo español. Si bien en 1717, a pedido del clero se prohibió en México la riña de gallos por sangrienta, causar alborotos y fomentar el uso de alcohol[3], pocos años después, en 1726, “las peleas de gallo se convirtieron en monopolio de la Corona, que concedió “asientos” o autorizaciones a determinadas personas para realizarlas, imponiendoles tasas y regulaciones. La expedición de Alejandro Malaspina, que estuvo en Acapulco en 1791, dejó testimonio del gusto por las peleas de gallos en ese puerto, al asentar que era tanta la afición, que el gallo era como un mueble que nunca faltaba en casa alguna, en donde siempre se le hallaba atado a una estaca”[4]. Actualmente en el único lugar donde están prohibidas es en el distrito federal, en Sonora, en Coahuila desde el 11 de septiembre de 2012 y en Veracruz desde el 6 de noviembre de 2018, siendo un problema porque como vimos la riña de gallos es parte de la cultura popular. En EEUU el último de los estados en donde se prohibió la misma fue en el estado de Louisiana en el año 2008. Parecería que Eastwood remite con el nombre macho y la riña de gallos a cuestiones distintas, que resultan coincidentes en nuestra historia: la de la denominación Macho, tan usada en latinoamérica, pero también a un juego entre la construcción imaginaria del protagonista que frente a ser abusado se repite como mantra que su gallo es bien macho, pareciendo dejar traslucir en el guión la idea de una masculinidad sobreactuada construida a traves del abuso. Esto expone la idea de que macho es quien se la aguanta, ¿aguantar qué? Aguantar el abuso. Cuando el viejo Clint le dice que no use más el adjetivo y le da sus razones, evita lo que sabe y lo que lo moviliza. Por un lado evita el acto confesional propio de la cultura norteamericana, pero también convierte el viaje en un viaje de sanación donde el gallo es un objeto transicional. Como dice Bernard Benoliel (Francia, 1965) en Cahiers du cinema: “¿Qué ha salido mal? ¿Por qué? ¿Cuándo ha sido ese fracaso?¿En qué momento de lahistoria EEUU si inclinaron hacia un ideal de la violencia?(o acaso la violencia era su verdadero ideal) ¿fue en Oklahoma ese 16 de septiembre de 1893 con la violación de las tierras sagradas? ¿o acaso en 1637 el dia en que un barco el Desire, con bandera estadounidense inició la trata de negros y el esclavismo; y durante dos siglos , de diez a quince millones de personas fueron trasladadas al nuevo mundo y reducidas a ser fuerza de trabajo hasta morir ¿o es que fue necesaria la matanza “fundacional” de los indios para iniciar la conquista del Oeste” O bien…¿fué el 22 de noviembre de 1963 en Dallas cuando le dispararon a la cabeza de Kennedy cuando Estados Unidos se cayeron del tren de su historia? ¿Fue ese dia cuando la misión soñada de ese país a medio camino entre la filosofía y a libertad, destino manifiesto y la búsqueda de la felicidad se volvió una misión imposible?”(Cahiers du cinema, especial Clint Eastwood Pg 53), el Gallo quizás represente todo esto. Y cumpliendo las palabras del “Jinete palido”, vuelve a la comunidad perfecta, ya no a caballo sino en un coche ahora “expropiado”. Un bolero suena, aunque suena acusmática, aunque sabemos que proviene de la rockola reparada y entre las luces crepuscular que se cuelan por la ventan, baila finalmente en los brazos de la cantinera; también la cervecera de Gilgamesh, para finalmente descansar en su mundo perfecto, que no necesita de hombres perfectos, [1] Emma Brockes “Emma Brockes meets Clint Eastwood on of the last American Heroes, to talk about films politics and agenig Film” The Guardian 22 de Julio de 2013 [2] Alcalde, José Antonio, Orígenes de la gallina araucana: ¿Europea, Asiática o Polinesia?, Universidad Católica de Chile . [3] la publicación de la prohibición en Taxco y se conserva en la caja 1 de la sección colonial de su Archivo Municipal. [4] Por María Teresa Pavía Miller y Mercedes García Zapoteco, Proyecto en Antropología e Historia del Norte de Guerrero
La buena noticia cinéfila de cada año suele ser que hay película nueva de Clint Eastwood. Es doblemente buena cuando además nos enteramos de que la protagoniza, y el 2021 es uno de esos casos. En Cry Macho, Eastwood interpreta a una ex estrella de rodeo que hoy no tiene mucho por qué vivir tras haber perdido todo lo que alguna vez fue bueno hasta que le encomiendan un viaje a México para traer a un niño en problemas. El conflicto principal de la película es una excusa para una historia mucho más simple, y es en esa simpleza donde radica gran parte del encanto de Cry Macho. Mike es un personaje que tiene valores, que ha vivido demasiado pero que cree que podría vivir lo que le queda de vida aislado y apartado del mundo. Cuando su ex jefe, el hombre que supo darle trabajo muchos años y en tiempos difíciles pero al principio de la película lo echa porque vuelve a llegar tarde y en realidad hace tiempo que se muestra cansado y sin interés por nada, le pide un favor él no se cree capaz de negarse. El favor consiste en ir a buscar a su hijo, un niño que tuvo con una mujer en México que se rodea de gente peligrosa y con poder. El guion de Nick Schenk (guionista de Gran Torino y La Mula) está basado en una novela de N. Richard Nash y es un proyecto que se intenta llevar a cabo desde hace unos 30 años. Y sin embargo parece que se consolida en el momento justo, con un Eastwood tan maduro como su personaje, en especial en lo cinematográfico. Quizás el guion no aprovecha para profundizar un poco más en algunos personajes pero Eastwood presenta poesía en sus imágenes, desde los primeros planos con caballos corriendo salvajemente hasta los momentos de mayor intimidad donde una sonrisa dice mucho más que las palabras. Esto de ser macho está sobrevalorado. Se trata sólo de gente que quiere mostrar su firmeza. Es con lo único con lo que terminan. Es como todo en la vida: crees que tenés todas las respuestas y luego, cuando envejecés, no tenés ninguna. Nick se relaciona primero con este muchacho asustado que no se atreve a confiar en nadie porque salió de un ambiente donde fue muy maltratado. Un niño de 13 años que admira a Nick al enterarse de que alguna vez fue una estrella de rodeo y que tiene una gallina a la cual llama Macho y que será más que una fiel compañía durante este viaje a través de senderos áridos. Pero lo que se pensó como un viaje rápido se transforma en una excusa para detenerse, para contemplar el paisaje. Y allí entra en juego la mujer, otra persona que vivió mucho y a quien el paso del tiempo también terminó de formarla. Aunque haya peleas de gallo, situaciones de tensión con mafiosos armados, persecuciones en autos robados y personajes que se escapan de la policía, en Cry Macho predominan las escenas con acciones más pequeñas pero también más significativas. Se nota que hay una intención por dejar lo grandilocuente para apostar al corazón de la historia, por eso poco importa que muchos conflictos se solucionen de una manera más rápida y a simple vista algo arbitraria. Lo que cambia al personaje son otras cosas: el cariño que recibe cuando ayuda a la gente y a los animales, la sonrisa de una mujer que baila, la mirada del muchacho que por primera vez siente esperanza por lo que se viene. Cry Macho es una reflexión sobre el paso del tiempo, sobre el aprendizaje, sobre la vejez no como el final sino como una oportunidad más para volver a empezar y apostar por lo que uno quiere, y al mismo tiempo engloba lo que la carrera inmensa de Clint Eastwood significa para el cine. Me sale pensar que ojalá él fuese eterno pero entonces me corrijo y me digo que lo es, porque siempre tendremos todo ese cine enorme que nos sigue dejando como legado.
El aclamado director y actor Clint Eastwood vuelve, después de tantos años, a sus inicios con un film western dramático que gira entorno a la vida de Mike, un vaquero que lo perdió todo luego de un accidente de rodeo en su época de apogeo. Esto lo lleva a la adicción al alcohol y verse opacado en un viejo rancho en Texas hasta que los años lo consumen volviéndose un viejo mal humorado y solitario. Su vida da un giro cuando el dueño del rancho y mejor amigo le pide que vaya a rescatar a su hijo Rafael en México, quien sufre abusos y maltrato de su madre. Debido a la deuda que tiene con su amigo decide hacer el favor. A partir de aquí, empezaremos a ver el largo viaje que Mike tiene que hacer para poder rescatar a Rafael y traerlo de vuelta a Texas. La película nos remonta a aquellos viejos western, donde Clint Eastwood se convirtió en uno de los actores más aclamados del siglo XX por sus films de bandoleros y vaqueros del lejano oeste, esta vez con un cambio en donde el drama domina y la acción y armas a tomar para solucionar problemas quedan de lado. Si bien la película nos muestra un mundo remontado a los años 80, donde podemos ver viejos asentados mexicanos y el típico roadtrip bajo el ardiente sol con cactus en la lejanía del paisaje, no podemos dejar de pasar por alto los detalles que son casi imposible de esconder frente a la pantalla. La actuación de Clint Eastwood en el rol de Mike, un vaquero que percibe que el mundo ha cambiado y el rol de Macho quedó en el pasado y que ahora es un mundo donde no tiene que ser de acero, sino una persona con bondades y carisma, nos deja con una actuación frágil, donde se nota el agotamiento físico del actor debido a los años. A pesar de utilizar recursos de edición y percepción de puesta de cámara para evitar se vean estas fragilidades, es innegable evitar sentirlo al ver la pantalla grande. Su compañero en esta aventura, Rafael, un joven mexicano de trece años que hace del respaldo actoral de Clint Eastwood en este film, permite que la película se centre en esta dupla y no en un personaje principal. Ambos empiezan a tener una conexión que hace que la historia avance con el drama familiar de cada uno de los personajes y cómo van cambiando a medida transcurren los minutos. Para culminar, «Cry Macho» es una película que pareciera buscar la redención del famoso actor de western que antes era conocido por ser duro, insensible y malo, para pasar a una nueva fase, donde muestra que es una persona común y que la vida puede darte segundas oportunidades. Todo esto sumado al recurso preferido del director de ahorrar en set, permitiendo tener unas escenas fotográficamente naturales y muy bien elaboradas, nos permiten ver un film que lleva la firma del director en cada una de las escenas.
Reseña emitida al aire en la radio
Cry Macho es una especie de neo western en donde el personaje principal interpretado por Clint Eastwood, tiene que ir a buscar a un joven a México en la casa de la madre, la cual tiene una serie de problemas y es alcohólica. Por diversos motivos esta tarea no será sencilla y una vez que lo encuentra comienzan el viaje de regreso a Estados Unidos, en el cual obviamente los personajes se irán conociendo, e irán formando un vínculo, y además encontrarán a otros personajes interesantes en un pueblo en el que se detienen. La película como todas las de Eastwood tiene corazón, y tiene cierta emotividad, también tiene un buen desarrollo de los personajes, como es norma general en el cine del maestro, y este personaje hace recordar a otro interpretado también por el mismo en Blood Works. La película es muy tranquila, y debido al historial de Clint Eastwood, nos esperamos un nivel de dramatismo y de tragedia muy superior al que realmente hay realmente, incluso se espera más acción, aunque esta es escasa. Pero no faltarán las situaciones donde los personajes corran peligro. Lo que pasa es que la película no pasa por el suspenso, sino por la calidad humana, y el desarrollo de los personajes, el personaje principal es un cowboy venido a menos, qué era una estrella de rodeo y necesita redimirse en varios aspectos de su vida; y el chico, un joven problemático qué tiene cosas para aprender de un adulto con gran experiencia, y tiene toda una vida por delante para descubrir su camino y aprender. Es una película que tiene cierta profundidad y qué funciona bastante bien, aunque quizás no entusiasme a todo el público, por la ausencia de un conflicto más claro y la escasez de acción. Es más bien un estudio de los personajes. Recomendada, pero puede que no le guste a cualquiera, para los cinéfilos avanzados al igual que cualquier otra obra de Clint Eastwood hay que verla, aunque es una obra menor comparada con el resto de su increíble filmografía.