Unidos por el amor y la enfermedad Demoledora en su temática pero con una visión esperanzadora, llega esta película francesa en la que una joven pareja debe superar la enfermedad de su pequeño hijo. Escrita, protagonizada y dirigida por Valérie Donzelli, Declaración de vida (La guerra está declarada en su título original) es una historia de amor que se ve alterada ante la llegada de una mala noticia y cómo esto repercute no sólo en la pareja sino también en el entorno familiar. Narrada con ritmo (las ecenas de desesperación que enfrenta la protagonista se ven en otro registro), atravesada por temas musicales y canciones e inspirada en hechos reales, la película comienza en una disco donde se conocen Romeo (Jéremie Elkaim) y Julieta (Valerie Donzelli) y los sucesos que deberán atravesar con la llegada de su hijo Adán. Entre noches de inmonio, aprendizaje, conductas extrañas de la criatura y consultas a profesionales de la medicina, el relato prosigue su marcha con un clima dramático que evita caer en golpes bajos a pesar del tema que aborda. Si el film logra potencia dramática es gracias al lenguaje utilizado, a los buenos recursos (las ecenas en el hospital no muestran más de lo que deben) y, fundamentalmente, a la credibilidad que se ve en la pareja central, que también lo es en la vida real. Su lucha segundo a segundo se percibe muy real. Padres, hijos y amigos aparecen aquí unidos por el dolor y la enfermedad. La película ganó en el Festival Internacional de Cine de Gijón como "Mejor Película", "Mejor Actriz" y "Mejor Actor" además de la semana de la crítica en el Festival de Cine de Cannes, y fue la candidata del país galo para la edición 2012 de los premios Oscar en la categoría de "mejor película extranjera".
Siempre a tu lado... Una rara forma de contar una historia muy fuerte. La directora Valérie Donzelli aborda su guión con un pastiche visual que se conjuga muy bien con un collage de formas narrativas (hasta tenemos un musical en el medio). De entre voces en off salidas de la nada, cambios en el sujeto que cuenta la historia y contrapuntos en el ritmo del montaje, sale un engendro interesante, más bien un híbrido, que no hay que dejar pasar por alto. La guerre est déclarée (2011), de todos modos, es una cinta para tomar con pinzas. De su historia de amor entre los dos protagonistas (brutales ambos en sus interpretaciones, junto con el resto del reparto) brota un drama intenso sobre la enfermedad del hijo que fue fruto de su relación, empezando así una carrera de descubrimiento por el que los personajes irán evolucionando a medida que pasan los minutos de metraje, no sin pasar por un alto nivel de burocracia médica y méritos clínicos mostrados de forma explítica, aunque también realista. Sin duda alguna, son de gran acierto las secuencias de las fiestas, tanto la inicial como aquellas en las que se muestra como la pereja intenta seguir su vida "jóven" más allá de lo que les toca vivir día a día a partir de la noticia sobre su hijo. Lo mejor de la película es la banda sonora, una auténtica orgía de estilos musicales que se combinan dando un toque maestro a una trama que no amerita menos. Eso, combinado con un muy buen montaje y una dirección pasiva pero intensa, hacen de el último opus de Donzelli una cita imperdible con su cine. Eso sí, cuidado con esa propaganda a ciertos institutos médicos privados. De ahí que hay que tomarla con pinzas, por su mensaje de trasfondo. Pero por esta vez se lo perdonamos.
El mal a combatir Esta película relata parte de la experiencia real vivida por Jérémie Elkaïm y Valérie Donzelli, a cuyo hijo le fue diagnosticado un tumor cerebral maligno. El guión fue escrito en conjunto por ambos y, curiosamente, también ellos mismos son los actores principales. Por si caben dudas sobre la honestidad y el conocimiento de causa volcado en esta película, ella (Donzelli) también es la directora y expuso aquí su combate, el enfrentamiento denodado que debió hacer junto a su pareja con el objetivo de combatir ese mal. Teniendo en cuenta esta premisa, podría suponerse que esta película es un drama lacrimógeno y sufriente, pero lo cierto es que si bien no se oculta el dramatismo de la situación, el énfasis está puesto en otros sitios. Y el enfoque de Donzelli es sumamente original: esta "declaración de guerra" a la enfermedad supone un hacer acopio de herramientas, administrar las baterías, unificar fuerzas con un objetivo común. En este dolorosísimo proceso los personajes bromean, sonríen, beben y hasta van a fiestas. Explotan su necesidad de esparcimiento y buscan la catarsis como contrapartida necesaria a ese trago amargo que les tocó vivir. Esta película profundiza en esos momentos de euforia, así como en una relación que parece tambalear debido a la tragedia, en el amor que es puesto a prueba y en impensables fuerzas interiores que surgen y llevan a consolidar la resistencia. Mediante la cambiante música, de clásica a electrónica, de Vivaldi a Yuksek, desde los cálidos compases de Luiz Bonfá al ludicismo groove de Ennio Morricone, se plasma una nutrida amalgama de sensaciones, una dinámica y honesta forma de dar cuentas de que las películas no suelen ser veraces a la hora de hablar de lo que ocurre a los implicados en esta clase de situaciones. De todos modos, hay ciertos elementos que hacen un poco de ruido. La referencia y la comparación con la guerra de Irak no viene mucho a cuento y no parece sostenerse. Como eso, los nombres de los personajes (Romeo, Julieta y Adán) suenan a referencia literaria fácil y no está muy justificada. Como tanto cine francés reciente se cae un poco en el autobombo, en ese alarde de tolerancia regional, de su gente y su apertura mental -ver la fiesta con "besos" libres- así como de la presteza y efectividad de su sistema de salud -las eventuales quejas que tienen los personajes son, desde una perspectiva tercermundista, irrisorias- y de la grandeza de los personajes al enfrentarse a un tema tan difícil, en una honrosa actitud de anteponer la comprensión y el amor al egoísmo. Se echaría un poco en falta mayor autocrítica, quizá mayores fisuras en la pareja y en sus respectivas familias. Algún indicio de que el "mal" no sólo proviene de factores externos y fortuitos. Publicado en Brecha el 2/4/2012
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Tan emotiva como abrumadora Este drama romántico rodado con impecables recursos técnicos visuales y sonoros cuenta con el plus de no sólo basarse en hechos reales, sino de ser su directora-protagonista (Valérie Donzelli) junto a su pareja (Jérémie Elkaïm) quienes pasaron realmente por la paralizante experiencia de vida que nos dan a conocer a través de la proyección del film. Roméo y Juliette, así como se hacen llamar en la cinta, comienzan a escribir su historia de amor tras tener feeling en una fiesta. Todo era color de rosa en su relación hasta que, tras el nacimiento de su hijo Adam, el pequeño empieza a sufrir repetidos síntomas dignos de ser revisados por un pediatra y, posteriormente, por un neurólogo que lo somete a una resonancia que permite un diagnóstico exacto y demoledor para los padres de la criatura. Uno de los puntos fuertes de la película radica en la forma de relatarnos los hechos, a base de un realismo inmejorable y una naturalidad envidiable. Además de las sobrias actuaciones del dúo actoral principal, cabe resaltar la excelencia con la que se juega con la musicalización, sumergiendo al espectador en un festival sonoro favorablemente gustoso, intercalando melodías tanto clásicas-dramáticas como electrónicas según la característica de la escena abordada. Declaración de vida nos mete de lleno en la crudeza de las circunstancias y en el grado de superación y fortaleza con el que se puede encarar la más adversa de las situaciones combinando positivismo, unión, amor y por qué no euforia como método de leve escape o como simple descarga de energías, generando en el público diversas sensaciones capaces de conmover hasta al tipo más duro y frío. LO MEJOR: el elemento extra de saber que quienes actúan son los verdaderos protagonistas de los hechos reales. Conmovedora, artísticamente elegante y llamativa. LO PEOR: la voz en off en determinadas secuencias no suma. PUNTAJE: 7,7
Resistiré. El 20 de marzo de 2003, Estados Unidos iniciaba los bombardeos sobre Irák, esa misma noche en París, Romeo y Juliette estaban en vela. A la mañana siguiente, Adam, el bebé de ambos, iba a ser examinado por continuas anormalidades en su desarrollo esperable. Mientras el mundo entraba en guerra, la joven pareja iniciaba la propia, pero esta no era para matar, sino al contrario, se trataba de salvar una vida, la de su hijo. Una temática tan sensible, como lo es la de un pequeño niño con una enfermedad muy grave, podría ser presa fácil de un melodrama sentimental repleto de golpes bajos, o por el contrario un exceso de optimismo naif que se asemeje a un best seller new age. Pero Declaración de Vida es otra cosa, una propuesta fresca, novedosa, y saludable para filmes que relatan temas de enfermedades. Sin dejar de ser dura, evita caer en clisés y nos da un relato ágil, entretenido, agradable, aunque tan adrenalínico como demoledor y desesperante por momentos...
Presencia y movimiento Valérie Donzelli cuenta un episodio doloroso de su vida sin considerar que sea en sí mismo un objeto cinematográfico; la directora pulveriza un material autobiográfico propicio para el naturalismo sensiblón y lo proyecta hacia una epopeya con un impulso vital conmovedor. Donzelli revela su intimidad y la trasciende con un manifiesto personal y poético: una película de combate, como indica su título original, en la que no se oculta el sufrimiento sino que se lo aborda con los fulgores de felicidad de la puesta en escena. El principio de la película es la ruptura: los planos nunca están donde se los espera, el humor tampoco. Donzelli posee una sorprendente capacidad para mezclar tonos, ritmos y géneros sin que jamás resulte forzado. Entre desvíos y asimetrías, la directora consigue crear una dramaturgia natural de los cortes, las sorpresas y los momentos de saturación visual y sonora. En medio de tanto cine calculado, lo excesos de Donzelli son aire fresco. Algunas escenas especialmente estilizadas agitan el relato sin alterarlo: desde una carrera loca en el hospital hasta fragmentos de películas experimentales, pasando por voces en off con distintos narradores, fundidos prolongados o una canción de Benjamin Biolay interpretada por los dos actores mediante una sobreimpresión romántica. Gracias a la constante prevalencia del personaje y su conflicto, la directora logra que el singular fervor de las soluciones formales no vaya en desmedro de la importancia de la historia ni de su profundidad. El tema es grave: una joven pareja descubre que su hijo de dos años tiene un tumor cerebral. Y sin embargo, la película es vivaz. El prólogo descarta cualquier especulación sentimental con la enfermedad: sabemos que el niño no va a morir con las operaciones que sufre porque la película comienza con Juliette (la propia Donzelli) junto a su hijo de unos ocho años pasando un scanner cerebral. Luego de esta declaración de principios, estalla un torbellino de ideas que resume el enamoramiento de la pareja. Todo comienza en una fiesta: música punk-rock y un intercambio de miradas, Romeo le tira un tic tac a Juliette desde la otra punta de la habitación y Juliette lo atrapa con la boca, se besan y es un flechazo. La película se apropia de los signos de la ciudad y avanza al ritmo de la descarga eléctrica que circula entre los amantes: una carrera por la calle, paseos en bicicleta, juegos de quermese y un intercambio de libros de Cocteau sobre la música de George Delerue. En apenas diez minutos de singular vértigo narrativo, conocemos a la pareja y conocemos el problema. La música termina sobre la imagen de El origen del mundo de Courbet y el llanto de un bebé. Comienza un nuevo capítulo: la llegada del niño. Las noches en vela y la tensión entre los padres anuncian el drama por venir. Es notable lo que Donzelli genera filmando espacios tan anodinos como un hospital. El corralito de un bebé puede ser terrible y natural al mismo tiempo sin necesidad de primeros planos ni otro subrayado visual. Los recursos de la directora son inagotables: un gag descomprime el peso trágico de un examen médico, una canción le resta énfasis a la sacudida de una terrible noticia y un reencuadre de la pareja ante los médicos contagia solidaridad. Cada movimiento posee una vibración esencial. La guerra termina. El candor de Valérie Donzelli irradia toda la película y hasta los títulos finales resultan emotivos.
Golpe al corazón Valérie Donzelli es una actriz que, pese a que recién tiene 40 años, ya trabajó en más de 50 producciones (cortos y largos, cine y TV) y dirigió un puñado de títulos (antes de Declaración de vida había filmado La reine des pommes y posteriormente realizó Main dans la main). Más allá de su prolífica y diversa carrera, la consagración le llegó en la edición 2011 del Festival de Cannes, cuando estrenó en medio de una aclamación generalizada La guerre est déclarée, aquí insólitamente rebautizada Declaración de vida para su estreno comercial. Donzelli reconstruye aquí (como directora, guionista y protagonista) una etapa durísima de su propia vida: el largo proceso desde que se enamora de manera apasionada de un hombre, queda embarazada, es madre, descubre que su hijo sufre de un tumor cerebral, y empiezan un largo y tortuoso tratamiento para el niño. Y Donzelli no es la única que pone el cuerpo en pantalla. También lo hace el padre del chico (Jérémie Elkaïm, además coguionista) por lo que la intensidad, credibilidad e intimidad del proyecto están más que garantizadas. Luego de esta introducción es lógico que el lector imagine que estamos ante un lacrimógeno dramón de aires televisivos. Nada más inexacto. Sin descuidar la complejidad médica y, sobre todo, emocional de este derrotero, la película está trabajada con un sentido del humor y un desparpajo que la convierten en una muy bienvenida rareza. Donzelli “bebe” del espíritu de la nouvelle vague y sus continuadores, del cine de François Truffaut, Agnès Varda y Jacques Demy, y se permite interludios musicales, momentos de humor absurdo y situaciones extremas trabajadas con un espíritu experimental. Si no podemos hablar de una película brillante es porque Declaración de vida resulta un poco maniquea, por momentos algo torpe (los personajes se llaman… Romeo y Julieta), y -más allá de lo sentida y visceral que es- resulta a veces una suerte de ego-trip demasiado obsceno. La película, además, está concebida como una suerte de agradecimiento al sistema de salud pública de Francia (se rodó en las instalaciones del mismo hospital donde esa familia prácticamente se instaló durante meses, años) y es entonces cuando cede a su faceta más convencional. Más allá del absoluto protagonismo de Donzelli y Elkaïm, aparecen durante el relato desde grandes intérpretes como Anne Le Ny y Frédéric Pierrot (encarnan a distintos médicos que participaron de los tratamientos) hasta colegas como Riad Sattouf y Serge Bozon en pequeñas participaciones especiales.
Estados anímicos Declaración de vida (La guerre est déclarée, 2011) es una película sensorial acerca de un episodio traumático en la vida de una joven familia: su pequeño hijo de dos años padece cáncer y deberá recibir una delicada operación para sobrevivir. El film reconstruye audiovisualmente los diferentes estados experimentados por los padres en dicho proceso. De modo autobiográfico se arma el relato, narrado por la madre del niño Juliette (Valérie Donzelli) desde su juventud, cuando conoce al padre Romeo (Jérémie Elkaïm), y su felicidad es plena, con una vida llena de esperanzas y libertad. Libertad que se ve invadida ante la llegada del hijo, paso obligado a la adultez. Punto en la historia que nos recuerda a otra película francesa estrenada el año pasado llamada Un suceso feliz (Un hereux événement, 2011), con los avatares que la llegada de un hijo produce en la joven pareja. Pero en Declaración de vida la pareja en cuestión se presenta más sólida, dispuesta a enfrentar el destino hasta que…reciben la trágica noticia: su pequeño descendiente tiene un tumor en la cabeza que pone en riesgo su prematura vida. A partir de ese momento la película podría tomar dos caminos: la crónica convencional al estilo Un milagro para Lorenzo (Lorenzo's Oil, 1992) o la experimental utilización del lenguaje cinematográfico para expresar –expresarse, recordemos que la directora Valérie Donzelli es la madre del niño en la película- las sensaciones sufridas por la pareja. Por suerte elije la segunda opción, con lapsos de divague, inconexos narrativamente, pero que ayudan a comprender lo incomprensible de la situación ante unos ojos inexpertos e inseguros. En su búsqueda formal, aunque con aciertos parciales, Declaración de vida siembra un alegato esperanzador sobre el tema, para nunca bajar los brazos ni darse por vencido ante el peor de los pronósticos. Una película humana, emotiva, sensible, que logra trasmitir tanto los episodios desgarradores como los alegres que transita la joven familia. Y para que una obra “le llegue” al espectador tiene que añadir ese plus de sensaciones que van más allá de lo narrativo.
Un acercamiento, tan inusual como conciso, de un tema complejo que jamás sucumbe al golpe bajo. la-guerre-est-declaree-declaration-of-war-31-08-2011-1-g Cameron Crowe, mientras escribía Casi Famosos, fue advertido por muchos de los peligros de ponerse a sí mismo, casi literalmente, en su guion. El riesgo que se corría no era tanto el sometimiento de la película a la crítica, sino el sometimiento del propio autor ante la misma. Esta reflexión fue lo primero que me llegó al ver el afiche de esta película, que clamaba que no era una película “Basada en una historia real” sino “Basada en su historia real”. El “su” se refiere a la historia real de los actores que protagonizan la película. Si hacer esta película fue complicado para la realizadora, también lo es ––salvando las obvias diferencias, desde luego–– para el que le toque reseñarla. Ya que, repito, se corre el riesgo de que los lectores se confundan y crean que estamos criticando las acciones de la actriz como persona, más que las del personaje que interpreta; o peor, si la crítica no llegase a ser laudatoria, el reseñador corre el riesgo de quedar como una basura sin corazón. Afortunadamente, Valerie Donzelli, directora y protagonista del título a reseñar, a diferencia de muchos de sus compatriotas, no se escuda detrás de “la realidad duele”. Ella quiere ser sincera, pero también quiere ganarse al espectador, y aunque el presente titulo no sea para todos, alcanza con creces las metas narrativas que se propone. ¿Cómo esta en el papel? Este título cuenta la historia de Romeo y Julieta (la alusión se explica sola), una pareja que se enamora y al poco tiempo tienen un hijo al que llaman Adán (otra alusión que también se explica sola). Lasla-guerre-est-declaree-photo-8 complicaciones surgen cuando notan ciertas rarezas en las acciones motrices del pequeño, y al llevarlo al médico, cae la bomba: Tiene un tumor cerebral. A partir de acá la película narrará como los padres hacen para sobrellevar la enfermedad y el tratamiento que esta implica. Todo parecía estar listo el pollo para que tiraran cuanto golpe bajo se pudieran imaginar. Pero Donzelli, junto a Jeremie Elkaim, guionista y co-protagonista, tomaron todas las precauciones para evitar con maestría ciertas escenas que, en otras películas de similar premisa, muchos otros directores considerarían mandatorias. En resumidas cuentas, por una parte, nunca se pierde de vista la gravedad del asunto y la ocupación ––y la preocupación–– de los padres ante el mismo, pero jamás te muestran a la criatura sufriendo y llorando bajo el yugo del tratamiento, y si lo hacen es muy sutilmente y a través del poder de la sugestión. Por otro lado, y esto para mi es uno de los grandes aciertos de la película, es la cuestión de que esto es mas la historia de cómo los protagonistas sobrellevan esta crisis, que los pone a prueba como pareja, que de la enfermedad en sí. Dos claros ejemplo de esto son, primero, el afilado poder de síntesis utilizado a la hora de contar como esta pareja se conoció y llegó a donde esta; segundo, la escena con la que abre la película, en donde al espectador le queda claro desde el vamos cual es el final. Esta declaración de principios, la declaración de vida a la que alude el titulo (cuyo título original es, de hecho, Declaración de Guerra, con esta última palabra tachada), es la de combatir esta enfermedad; pero no desde la cursilería o la resignación resentida, sino como una acción, que aunque a muchos les parecerá cuestionable desde ciertos aspectos, tiene mucha lógica y es mucho mas preferible que pasársela llorando por los rincones. Tan claro tienen el enfoque los intérpretes/guionistas, que me animaría a decir que el montaje donde toda la familia se entera de la condición de Adán, esta melodramatizado (y sobreactuado) a propósito. Como si en esos minutos, nos tirasen a un tornado de lugares comunes solo para alejarnos por completo de ellos durante el resto del desarrollo. ¿Cómo está en la pantalla? La-Guerre-est-declaree_01La influencia de la Nouvelle Vague es clara y potente desde el vamos. Hay mucha utilización de la cámara en mano, saltos sobre el eje, el uso de la voz en over que nos revela la historia previa ––y en muchas ocasiones el futuro–– de los personajes, el correteo de los personajes por las calles y por los pasillos (clarísimo homenaje a Bande á part, de Godard), etc. No obstante, mas seguido que no, Donzelli aporta ciertas cosas de su propia cosecha que son de destacar: El uso de unas muestras de sangre desfilando ante la pantalla, un plano sostenido de ella misma cantando con una sobreimpresión de su co-protagonista, y sobre todo, el plano que cierra la introducción del inicio de su historia de amor, que se explica solo. Cuando lo vean, se van a avivar que estamos ante una directora afiladísima y con completo conocimiento del lenguaje cinematográfico. Por el costado de la actuación, aunque Jeremie Elkaim ––quien da vida a Romeo–– entrega una correcta actuación, quien se lleva la película al hombro es definitivamente Valerie Donzelli, que hace gala de un alto nivel interpretativo a la par de su pericia como realizadora. Conclusión Una película que brilla por un guion inusual y conciso ––y no por eso desprovisto de emoción; una de las trampas habituales de la síntesis–, así como por la creatividad de su directora a la hora de encarar dramática y cinematográficamente los conflictos que ofrece la trama. Una narración excelente pero que, en honor a la verdad, es más recomendable para los incondicionales del Cine Francés.
No puedo ni llegar a imaginar lo que vivieron Valérie Donzelli y Jérémie Elkaïm en carne propia cuando su pequeño hijo fue diagnosticado con un tumor cerebral. Es un momento que les llegará más de cerca a aquellos espectadores que tengan descendencia, pero el golpe emotivo no le es arrebatado a ninguno que se apreste a disfrutar del increíble drama familiar minimalista que presenta La guerre est déclarée. Dirigiendo, escribiendo y protagonizando su propia odisea, quien mejor que Donzelli y Elkaïm para transmitir todo lo que sufrieron desde el momento que posaron sus miradas en una fiesta, hasta que construyeron su diminuta familia y llegó el brutal momento de la verdad, cuando comenzaron a notar que su Adán tenía pequeños problemas. El mismo día que se realizan las pruebas donde se le diagnostica un tumor, comienza la Guerra de Irak. Y ellos mismos declaran a su vez la batalla a la enfermedad de su hijo, una lucha larga y penosa que pondrá a prueba su amor, pero la afrontarán con resolución y optimismo. La guerre est déclarée tiene un ritmo bien condensado, práctico y honesto. No hay más villano que el temor a perder lo más importante de sus vidas y la pareja de jóvenes transita este angosto camino con la ayuda de sus familiares aunque, mayormente, con la del uno al otro. El sentido del humor manejado no resulta chocante, sino que es un método mutuo para relajar tensiones y para que el film no resulte aleccionador ni melodramático, sino una mera experiencia de vida que vale la pena contar. Los problemas de la relación a causa del desgaste del tratamiento puede que se vean desdibujados cuando llegue el tercer acto. No ayuda el hecho de que los escasos pero importantes pasajes donde los narradores se hacen cargo de la historia rellene espacios y el final tenga un peso tanto dulce como amargo. Pero la valía de las actuaciones de Valérie y Jérémie borran todo vestigio de duda, entregando interpretaciones que, ya sea cantándose el amor que se tienen o articulando juntos en la cama los peores escenarios del resultado de la operación de su hijo, se notan reales, de carne y hueso. La directora afortunadamente se percató de que el tono de su película debía ser diferente y fresco para no recaer en estos territorios y dotó a la trama con una edición apurada y entretejida con una banda de sonido aplastante y bulliciosa, que mezcla tonadas clásicas con avatares punk con la misma facilidad con la que combina drama y toques de comedia en la historia. La guerre est déclarée es interesante, por sobre todas las cosas creíble y contada de una manera original y efectiva. Todo un acierto francés. ¡A su salud, Adán!
La guerra y la paz Del mismo modo que Romeo y Julieta tuvieron que hacer frente a la contienda por causa de su amor, los protagonistas de esta historia, de nombres homónimos a la clásica novela, también tuvieron que enfrentarse a una batalla donde pelearan por la salud de su hijo. Valérie Donzelli, protagonista y directora de esta ficción, narra su experiencia entre hospitales y barbijos junto al padre de su hijo, Jérémie Elkaïm, quién personifica el mismo papel. En Declaración de Vida, no se encuentran escenas para que el espectador derrame lágrimas. En este caso, esquiva los golpes bajos y no se ubica en el abismo entre la vida y la muerte al extremo, así se encuentren en ese debate. Porque la película no apunta en esa dirección, sino en demostrar que a pesar de estar viviendo una terrible situación, se pueden sobrellevar de otros modos, con alegría, aceptación y fuerza. La primera escena de la película nos ubica en el presente, y en un fundido sonoro nos remonta en un flashbacks al principio de la historia, donde los chirridos generados por una resonancia magnética se fusionan con los de la música electrónica. Romeo y Julieta se conocen en una noche de fiesta y comienzan una historia de amor que es narrada con grandes elipsis para llegar al momento que ha nacido Adam. Con el paso de los meses, los padres detectan que algo no está bien en la salud de hijo. Y en este punto es cuando se despliega la odisea de toda la familia para aguantar de pie esta guerra. El tiempo pasa, y es narrado desde la perspectiva de Romeo o de Julieta en voz en off, el amor se debilita, pero no la esperanza y la fortaleza para continuar. Si bien Declaración de Vida, es una película alegre y entretenida, a pesar de su temática, la directora utiliza recursos innecesarios para escenas que están de sobra, como el "video clip" donde los protagonistas cantan (al mejor estilo Christophé Honoré) para describir lo que están sintiendo. También se perciben escenas similares a Tenemos que hablar de Kevin, donde Tilda Swinton participa de la corrida de toros o en la secuencia donde la pareja disfruta de su romance se asemeja con la película, también francesa, Un Suceso Feliz. Por supuesto que este último ejemplo no hace ni sombra, por el tema que trata o por las actuaciones, al film de Valérie Donzelli.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Sufrimiento. Esa es una buena manera para describir a esta cinta porque se somete al espectador a 100 minutos de los más tortuosos. Y no porque la película sea mala porque no lo es, sino por su temática: un bebé con cáncer. O sea, se puede hablar de las excelentes actuaciones de Valérie Donzelli y Jérémie Elkaïm, quienes como los padres del chico se lucen en la pantalla mostrando un gran abanico de emociones de las más creíbles, pero surgen la preguntas: ¿Por qué? ¿Es necesario que una persona por voluntad propia pague una entrada para sufrir por más que el film cuente y refleje una historia real?. El espectador sabrá… Algo para destacar además de las actuaciones es la gran puesta en escena por parte de la protagonista quien también resulta ser la directora de este estreno. El ritmo es vertiginoso y rápido como una película de Hollywood por lo que carece de los tiempos clásicos del cine francés y ese no es un dato menor para los potenciales espectadores argentinos. Incluso hay un pseudo número musical en el medio. Por último, también hay que mencionar un muy buen uso de mezcla de estilos en la banda sonora, algo clave para el modo en el cual el film está narrado. Declaración de vida es una buena película que no resultará pesada pero que asegura muchas lágrimas (y de las crueles). Están avisados.
Fragmentos de vida Declaración de vida, el segundo largometraje de la directora y actriz Valérie Donzelli, es un film de gran sensibilidad en donde, a través de un relato cargado de artilugios cinematográficos, se va develando un drama cotidiano. Situados en Paris y en la actualidad, una joven pareja de amantes se inician en la vida amorosa de forma abrupta pero eficaz. Bastó una mirada penetrante para que la flecha de Cupido diera justo en el blanco. No es casualidad que dichos personajes carguen con los nombres de aquella tragedia shakesperiana en donde una niña llamada Julieta se enamora de Romeo, el hijo del enemigo más acérrimo de su padre. El vaticinio del cruel desenlace, tan sólo será la punta para comenzar a comprender el tema de Declaración de vida. La-Guerre-est-declaree2 Casi sin pausa, Julieta (Valérie Donzelli) da a luz a Adam, un bebé que nace con un grave problema de salud. La situación está declarada, o mejor dicho la guerra. Obligados a vivir en el hospital público de niños, Romeo (Jérémie Elkaïm) y Julieta afrontarán diferentes etapas de su reciente relación, las cuales son representadas de forma bella y simétrica acompañadas de un ritmo ágil y placentero. De relato simple pero de gran emotividad, la película intenta mostrar breves fragmentos de la vida diaria que deben transitar los padres de niños enfermos. Lejos de la morbosidad propia de una casa de salud, las imágenes se suceden fluidas y alegres. El montaje rítmico y el gran trabajo musical realizado le dan color a una escena demasiado trágica que, si bien podría serlo, no apunta al comúnmente llamado “golpe bajo”. Para destacar como logros me quedo con las ágiles secuencias de montaje y la especial selección sonora. Además de resaltar la fuerte impronta sentimental que pinta la cinta de colores vívidos, brillantes u opacos, pero realistas.
Declaración de vida es un film singular y no sólo porque tiene bastante de autobiografía: sus autores -la actriz, directora y guionista Valérie Donzelli y su (ahora) ex pareja, el actor y guionista Jérémie Elkaïm- vivieron juntos primero la casi perfecta felicidad de un matrimonio enamorado del que nació un hijo, y después el largo infierno de la gravísima enfermedad del chico -una rara forma de cáncer cerebral-; superaron la ardua prueba sin ceder a la resignación ni a la autocompasión, y algunos años después recrearon ese episodio personal en la ficción de un film que también interpretan y en el que logran un raro equilibrio entre el realismo más crudo y el cuento poético. Resultado de una vivencia en la que siempre prevaleció la voluntad de rescatar lo positivo y que se manifiesta tanto en la elaboración del libro como en la libertad con que la dirección se atreve a echar mano de una variedad de registros, técnicas y recursos sorprendentes en una historia tan peligrosamente próxima al melodrama lacrimógeno o a los golpes de efecto. Roméo y Juliette, que así eligieron llamar a los personajes de la ficción como anticipando el oscuro horizonte que les reserva el destino, asumen la agotadora guerra contra la enfermedad, sin aflojar nunca, aunque sus sentimientos suelen alternar entre la esperanza y la desazón. Es tan potente su deseo de doblegar a la dolencia, tanta su rabia contra la adversidad, tanto su fervor que se hace contagioso. La intensa emoción que transmiten, también; ellos son héroes por amor -el que los une entre sí y el que sienten por el pequeño-, pero el film está despojado de egocentrismo. No hace falta subrayar la pena que los moviliza ni aplicar al relato del caso un afán moralizador o didáctico: basta con la sinceridad que el film rebosa, con la verdad que transmiten las escenas de intimidad, aun aquellas que descubren cómo incide en el desgaste del vínculo esa monótona repetición de jornadas parecidas hechas de ansiedad por el resultado de innúmeros estudios, de diagnósticos cambiantes, de quirófanos, de traslados de hospital en clínica y de clínica en hospital y de ese convivir permanente con la enfermedad. Pero también se ríe, se ama, se canta en esta película llena de vida que fue recibida con aclamaciones en la apertura de la Semana de la Crítica de Cannes en 2011 y fue premiada después en Gijón, París y Palm Springs. Es que con un atrevimiento, un sentido del humor y un desenfado formal que a veces parecen heredados de la nouvelle vague (Truffaut, Godard y Demy incluidos, como lo sugiere el interludio musical que remata la escena en que Juliette recibe el terrible diagnóstico), Donzelli termina construyendo un film que aun hablando repetidamente sobre la muerte es capaz de transmitir esperanza al espectador y contagiarle su dosis de confianza. No hace falta decir que Valérie Donzell y Jérémie Elkaïm resultan en este caso intérpretes irreemplazables.
Autobiografía, ficción y realidad Los protagonistas sufrieron con su hijo en la vida real una experiencia similar a la que se cuenta en el film: a un niño de un año y medio le detectan un tumor cerebral y debe ser operado. La película no incurre en golpes bajos, pero tampoco afianza su personalidad. “¿Saben cuál es la diferencia entre Dios y un cirujano?”, les pregunta una doctora a los protagonistas. “Dios no cree ser cirujano”, es la respuesta. En manos de un cirujano, más precisamente un neurocirujano, se ponen los papás de Adán, a quien al año y medio de edad los médicos acaban de detectarle un tumor cerebral. Una experiencia semejante a esa tuvieron años atrás la actriz, directora y guionista Valérie Donzelli y su marido por entonces, el actor Jérémie Elkaïm. Aunque estén separados, se reunieron para escribir el guión y protagonizar La guerre est declarée, que en Argentina se estrena con el título Declaración de vida. A quienes reculan ante toda película que contenga una enfermedad grave habrá que hacerles saber que aquí lo que empieza mal termina bien. No se está incurriendo en ninguna infidencia grave al hacerlo: la propia película anticipa tempranamente ese desenlace. Por otra parte, si de algo huye visiblemente el film de Donzelli es de refregarse mórbidamente en el dolor: ésa es una de sus virtudes. Declaración de vida es, de hecho, un film en fuga. En fuga de todo posible cliché genérico y en forma de fuga, también. Es evidente que Donzelli y Elkaïm comprendieron rápidamente de qué clase de cosas debían cuidarse: de todo desborde melodramático, golpe bajo, chantaje emocional o tentación lacrimógena. Para resguardarse de ello recurrieron a lo contrario: la energía vital, la vitalidad narrativa, el pop liso y llano. Todo esto queda claro en cuanto la película empieza. Un flashback muestra cómo se conocieron los protagonistas: en una disco y por medio de un flechazo. Se miran, se gustan, se acercan, se besan y se van en medio del dance. Arrobada por el hombre que acaba de conocer, ella deja sin rubores a su acompañante. En la pantalla, un breve cuadro animado expresa el estallido del arrebato amoroso. De allí en más se impondrá una energía lúdica y juvenil, que al realismo impuesto por el propio argumento y la condición autobiográfica opone el irrealismo de alguna carrera loca o reacción a contramano, algún ralenti, el relato-off en el que no se sabe bien quién narra, la breve escena musical en la que los protagonistas, en lugar de hablarse, se cantan. Lo cual a esta altura ya fue tan usado en el cine francés, que en lugar de rasgo de libertad pasa a ser un nuevo cliché, una esclavitud de otro signo, una reiteración. Si se lo usa en una única escena, como en este caso, un gesto inconsecuente. Es que ese carácter de fuga de Declaración de vida, ese permitirse probar libertades narrativas y formales, no siempre parece bajo control por parte de sus creadores. Así lo prueba también que el relato-off no sea llevado por una voz que no se sabe a quién pertenece, sino por tres distintas. Lo cual no hace más que triplicar el arbitrio. A consecuencia de ello, Declaración de vida resulta una película simpática, comunicativa, en permanente estado de búsqueda y con actores capaces de transmitir (que ambos protagonistas hayan pasado por esta situación, y que sobre el final aparezca su propio hijo, debe colaborar con ello). Pero no llega a lograr del todo aquello a lo que Donzelli aspiraba, según declaraciones: crear, a partir de la autobiografía, una obra autónoma, con una fuerte personalidad propia. A diferencia de Un milagro para Lorenzo, donde una situación semejante daba lugar a una épica galopante, o del episodio médico de Caro diario, donde el genial Moretti reconvertía algo que en verdad le sucedió en una cruza de Kafka con Harpo Marx, Donzelli (¡cuya ópera prima estaba basada en una novela de Chester Himes, el más noir de los novelistas hard boiled!) queda navegando entre el intimismo realista de medio tono, el corte de manga al realismo, alla Arnaud Desplechin (el de Reyes y reina y El primer día del resto de nuestras vidas), cierto ludismo inconducente (los protagonistas se llaman Romeo y Julieta, una escena subraya de modo caprichoso los colores rojo y azul) y la grandilocuencia de ponerle al chico el nombre de... Adán. Merece destacarse que la película está casi enteramente filmada con una cámara de fotos, y no se nota para nada.
La guerra interminable Romeo y Julieta. Así se llama la joven pareja enamorada al principio de la película, pletóricos ambos de felicidad ante la llegada de Adam, el niño deseado o no. Sin embargo, el corto prólogo inicial había mostrado a una madre y a su niño de ocho años a la espera de una atención sanatorial. Pues bien, Declaración de vida –"La guerra está declarada" hubiera sido más acorde– será una batalla interminable de Romeo y Julieta frente al peor diagnóstico de salud que se le declara al purrete Adam. Pero ojo, no se trata de una película de golpes bajos y lágrimas fáciles, ya que la directora Donzelli propone una serie de riesgos y formulaciones cinematográficas que de poco conforman un corpus extraordinario de ideas originales desde la puesta en escena. Donzelli, también desde el guión junto a Elkaim (su pareja ficcional y real) construyen un relato libre, pleno de fugas y matices para paliar el dolor que recorre el relato. Las comparsas que integran ambas familias, la compañía y consejos de médicos, la forma en que se transmiten los textos con buenas y malas noticias, son algunos de los logros de un film libre, lejos de ataduras y clisés, a años luz de fórmulas y tratados sobre medicina en relación a chicos cerca de la muerte. Pero Donzelli va más lejos e inserta canciones, recurre al uso de una voz omnisciente y descriptiva de la pareja central y hasta se atreve a jugar con las imágenes, por momentos, bordeando un peligroso manierismo autocomplaciente. Sin embargo, se trata de un film que va al frente y sin culpas, emotivo y divertido, romántico y original por sus elecciones formales y temáticas. Se trata de una gran película, repleta de ideas, con un estupenda pareja protagónica que le pone el cuerpo al infortunio y al dolor, dispuesta a librar una guerra límite para que Adam continúe siendo el hijo que ambos se merecen. Por el bien del cine, ojalá que nunca se haga un remake en Hollywood.
El otro campo de batalla Si alguien lee la sinopsis -hoy por hoy confundida con la crítica- de Declaración de vida, uf, las perspectivas son horrendas. Una pareja descubre que su hijo de 18 meses tiene un tumor cerebral y debe afrontar un cruel e incierto tratamiento de años. Para colmo, el título presagia algo peor en términos cinematográficos (el título argentino, porque el original es La guerre est déclarée): algo así como tras la larga y penosa enfermedad, un canto a la vida . Tantos indicios malos, aunque hay que admitir que hay otros buenos, refuerzan la sorpresa al ver esta película ecléctica, difícil de encuadrar, jugada al límite. Un intento de aproximación es decir que se trata de un drama/tragedia en el que irrumpen, a modo de exorcismo o de catarsis, la comedia blanca y negra, el musical dolido o desenfrenado, cierto lirismo rabioso y un registro cercano al documental. Lo más llamativo es que Valérie Donizelli, directora, coguionista y protagonista, jamás abandona la línea del realismo. En todo caso, la subvierte y la retoma, una y otra vez, transmitiendo esa especie de irrealidad, de sube y baja maníaco depresivo, de locura transitoria que provoca la lucha contra las calamidades. Donizelli -y éste era uno de los buenos indicios- sufrió una historia parecida en la vida real, junto con Jérémie Elkaim, su actual ex marido, coguionista y coprotagonista de Declaración... Así, la sospecha de manipulación del tema queda mitigada. Y se explica mejor la química intensa que uno percibe en pantalla: es claro que Donizelli y Elkaim, o sus personajes, se aman más allá de la extinción de la pareja. Y que, aun en los instantes en que logran gozar desenfrenadamente de su juventud, mantienen una suerte de telepatía de la angustia. Lo raro es que logren convertirla en arte. No tan raro: el amor y el arte son sus únicas, tal vez insuficientes, armas ante la ampliación del campo de batalla. En esta película disruptiva, desbocada, filmada con una cámara de fotos, hay influencias de la nouvelle vague: desde Truffaut hasta Demy o Varda. La música, usada en contrapuntos, incluye una canción de Donizelli, con arreglos de Benjamin Biolay, que Donizelli y Elkaim cantan a pesar o causa del dolor. Al final, uno no siente que la vida es bella, sino compleja y ambigua como esta película.
¿Se puede contar una historia de amor y enfermedad sin golpes bajos, con humor y originalidad? Se puede con talento, el de la directora Valerie Donzelli. También el del guionista, Jeremi Elkaim. En la ficción, Romeo y Julieta se encuentran, se casan, tienen un hijo, pero sólo serán adultos cuando se enteran que el pequeño está grave. Basado en un hecho real, una encantadora historia, con humor y dolor.
La fuerza del cariño Romeo (Jérémie Elkaïm) y Juliette (Valérie Donzelli) se enamoran a primera vista y en ese encuentro, en una broma alusiva a sus nombres, predicen que algo trágico pasará en sus vidas. Sin embargo, lo que parecía gracioso no lo es tanto cuando a su bebé de 18 meses le detectan un tumor maligno en el cerebro. Seguramente no hay palabra más aterradora para un padre que “cáncer”. Donzelli y Elkaïm lo saben porque lo vivieron en carne propia, y en base a esa vivencia personal concibieron esta película, en la que eligen contar la historia desde el comienzo, desde el nacimiento del amor en la pareja protagonista. Esa elección es la que logra integrar al espectador desde los primeros minutos en el clima de lo que se está viviendo. Acompañará los primeros días del bebé, las dudas, los miedos de las cosas mínimas, eso que sufren todos los padres. Hasta que llega el temido diagnóstico y las cosas toman otra dimensión. De todos modos, Donzelli busca, y logra, desdramatizar la situación: las escenas de gran angustia encuentran rápidamente escenas de pausa, mostrando la forma en que ellos intentaron seguir con sus propias vidas para no verse absorbidos por la enfermedad, la rutina del tratamiento, la incertidumbre. Sin golpes bajos ni discursos lacrimógenos, todos los sentimientos se transmiten tan sólo por ver a los personajes, y la acertada combinación de la música (elegida por Elkaïm), las expresiones, la elección de las tomas. Si bien tiene un evidente valor catártico, el filme rescata además la importancia de la contención familiar, y, sobre todo, de los profesionales que se abocan al cuidado del niño en una circunstancia por demás delicada. Luego del diagnóstico inicial, puede apreciarse que muchos de los sonidos -una canción, las noticias que pasan en la radio-, hablan sobre la guerra (como señala el título original en francés: “La guerra está declarada”), en directa referencia a la lucha personal y familiar contra el mal que ataca al más pequeño. Donzelli cuenta su propia historia de modo que llegue a cualquier espectador, sin positivismos exagerados, sin facilismos sentimentalistas, con respeto y rigor en cuanto a los temas médicos, pero resaltando por sobre todo esa fuerza que un padre saca de quién sabe dónde cuando hay que pelear contra la enfermedad de un hijo.
Basada en la experiencia personal de la realizadora Valérie Donzelli y Jerémie Elkaim, hay en “Declaración de vida” (Francia, 2011) un intento por construir un relato diferente, desestructurado y dinámico, lleno de excesos, para quitarle peso al fuerte dramatismo de la historia que cuenta. Por momentos uno parece que estuviera viendo un nuevo fresco generacional, como en su momento fue “Reality Bites” (USA, 1994) ó “Trainspotting” (UK, 1996), con corridas, una cámara vertiginosa, afirmaciones existenciales y mucho alcohol y drogas. La cinta, que llega con un gran atraso a los cines argentinos, se focaliza en la lucha real (ó GUERRA como dice el acertado título original) de una pareja durante años contra un cáncer que padeció, desde pequeño, su hijo y ¿qué mejor manera de hacer catarsis colectiva, de una historia tan dolorosa, personal e intransferible, que a través de las imágenes reflejadas en una pantalla? El arranque de la película es así: una mujer ve cómo su hijo pequeño es introducido en una camilla para realizarse una resonancia magnética. El golpeteo hipnótico del artefacto la retrotrae al pasado. Vemos a Romeo (Elkaim) conociendo a Julieta (Donzelli) en una fiesta. Ella está en un rincón, esperando a su pareja mientras bebe sutilmente una cerveza. Cruzan miradas. Él le tira una pastilla. Ella la atrapa con su boca. Se escapan de la fiesta juntos luego que el ahora ex de Julieta la abofetee y se hacen inseparables. Viven un tórrido romance en París y la recorren (con un homenaje a grandes realizadores franceses). La aman y se aman. Charlan. Comen. Se ríen. Mucho (quizás como una abundancia que luego terminará en sequía). Julieta queda embarazada y deciden irse a vivir juntos. Nace Adán (atentos al peso de los nombres de los protagonistas eh!). Y ahí comienza otra película. Una que refleja, por momentos con crudeza, la realidad de los padres primerizos (falta de sueño, peleas y mal humor; Romeo define a su hijo como un “tirano”) y principalmente sus miedos. Miedos que terminarán en el descubrimiento de un tumor maligno en el hijo (rabdoide) luego de haber recurrido a varios pediatras y especialistas. Hay un narrador omnisciente que nos va relatando la historia. Por momentos es Julieta. En otras oportunidades es Romeo. Entre ambos irán hilando uno a uno los acontecimientos que atravesaron. Pero hay otro narrador, también omnipresente. Porque en “Declaración…” hay pocos diálogos. La música es el otro relator. Refleja estados de ánimos y decisiones. Donzelli dice mucho más con una canción que con los diálogos. Hay una escena, la más lograda, en la que Julieta mira por el vidrio de un auto y en la ventanilla se refleja Romeo sobre su rostro, y se cantan. Y uno podría pensar, ¿y estos encima se ponen a cantar? ¿No saben si el hijo va a sobrevivir una operación de nueve horas y se cantan? Es que en esa canción hacen su declaración de vida, la de luchar contra el cáncer, la de no contar ni buscar información más allá de la que los médicos les ofrezcan (“no tenemos que saber más que el médico, nada de internet”) y la de amarse durante toda su vida. En “Declaración…” el dolor se refleja de una manera poética, onírica, en un gesto, una caricia, un abrazo materno... En la reiteración de acciones y de las imágenes, planos de puertas que se cierran, de eternos y asépticos pasillos, de cigarrillos fumados frenéticamente, porque ellos mismos decidieron ser fuertes frente a la tragedia y pasar a otro nivel, hasta salen a correr y entrenar para liberar tensiones, sin un objetivo, o quizás sí, pero aún no lo saben. Es en esta historia de amor de pareja y de amor filial es casi imposible determinar cuál de los amores es más grande, porque Donzelli quiere que nos sumerjamos en sus dos historias. Una es inseparable de la otra. Ambas permanecerán unidas en esta gran película sobre la resistencia y las ganas de seguir creyendo.
Ejemplo de cómo contar un drama real En estos tiempos la gente suele escaparle a las películas sobre niños gravemente enfermos. Consciente de eso, la directora de "La guerre est declarée" (que acá se rebautizó inteligentemente como "Declaración de vida") empieza por el final: el pequeño de su historia pudo revertir la enfermedad que lo aquejó durante varios años. Tranquilizado así el espectador, surge el recuerdo de todo el proceso, un recuerdo optimista pero también realista, que no sólo muestra la aflicción materna, sino también las torpezas, egoísmos y desgastes de pareja que suele haber en experiencias semejantes, la pérdida de ahorros, y, casi al mismo nivel, los momentos de diversión y distracción con que se airea la mente y se recuperan fuerzas. El chico todavía era bebé cuando le diagnosticaron un tumor cerebral, y el tratamiento debía ser largo y de pronóstico inseguro. Los padres eran jóvenes, no sólo inexpertos sino también inmaduros. Nadie los preparó para la lucha. Por suerte encontraron buena ayuda médica y familiar, y tomaron buenas decisiones. Esa es la historia, que la directora, coguionista y protagonista Valérie Donzelli desarrolla con abundantes y variados recursos junto a su entonces marido Jéremie Elkaim. Y que tiene dos dedicatorias: a Gabriel, hijo de ambos, que pasó un trance similar cuando chico. Y a los médicos, enfermeras y hospitales públicos. Parte del elenco está integrado por el mismo personal que atendió a Gabriel. Y parte de la acción transcurre en hospitales de Paris y Marsella. Sin bajar línea, la película destaca su importancia. Como escribió el finado Roger Ebert cuando la candidatearon al Oscar, "la operación y la larga estadía del muchacho en el hospital son pagadas por Salud Pública de Francia. De ocurrir en Estados Unidos, ésta hubiera sido una historia muy corta". Donzelli era la mujer del preso que se enganchaba con un guardiacárcel en "7 años". Su primera realización es "La reine des pommes", o Cómo salir de la depre. Esta es la segunda. Tema musical del momento más grave, "El invierno", de Vivaldi. Tema final, "The bell tolls five", de Peter Von Poehl.
La triste enfermedad del hijo La cineasta y actriz francesa Valérie Donzelli y su marido Jérémie Elkaim, escribieron el guión de este filme de ficción, basándose en la propia experiencia personal vivida con su hijo Adam, el que a los dieciocho meses le fue diagnósticado un tumor cerebral maligno. Como una manera de hacer su propia catarsis sobre un drama ya superado, porque felizmente el niño se logró recuperar, Valérie Donzelli cuenta paso a paso lo sucedido, desde que ella y su marido se conocieron en una discoteca, se enamoraron y tuvieron su primer hijo. Ambientada entre Marsella y París, la película escapa a los cánones del drama clásico, e incluso transforma ese dolor que viven los padres, ante la rápida evolución de la enfermedad del niño, en un historia tan vital, como de un ritmo incesante, que contagia de optimismo al espectador. ESCENAS BREVES Mediante un bien aprovechado entramado de escenas breves, Valérie, que en el filme asume el papel de Juliette, la madre del niño y Jérémie Elkaim, el de Roméo, el padre, al comienzo viven los típicos inconvenientes de los primeros llantos del niño, que no los deja dormir. Pero poco después todo se agudiza y la visita a una médica, que le pide unos estudios del niño, a los padres, dan como resultado una operación que tiene una duración de nueve horas. Lo que viene después es la incertidumbre ante las posibles nuevas ramificaciones del tumor, en el cerebro del bebé. Por suerte eso no termina sucediendo y la familia vuelve a recuperar la posibilidad de estar juntos. "Declaración de vida" es una película chispeante, exquisitamente contada a través de un ritmo ágil, en el que su realizadora supo extractar lo absurdo y lo humorístico de lo cotidiano, que a veces encierra nuestra vida, aún en los momentos más difíciles. Valérie Donzelli y Jérémie Elkaim, que también se ocuparon del guión de la película, consiguen cautivar al público son su sola presencia en la pantalla.
Visión positiva de dramática situación en relato autobiográfico La actriz Valérie Donzelli tiene 40 años y tres largometrajes como realizadora. “Declaración de vida” no es una traducción literal del original “La guerre est declarée” pero por una vez parece acertado el cambio de título que ya desde el mismo afiche local se enfatiza (y donde está tachada la palabra “guerra” y reemplazada por “vida”). El tema es doloroso y está basado en una experiencia similar por la que atravesaron Donzelli y Jerémie Elkaim, su coprotagonista y ex pareja. La primera escena es reveladora de lo que se va a ver cuando Adam (Gabriel Elkaim, el hijo en la vida real de ambos) a los ocho años se somete a un examen rutinario para terminar comprobando con gran felicidad que la remisión de su tumor cerebral ha sido total. El resto del film, a la manera de un gran flashback, nos muestra las diversas etapas por la cuales pasaron Juliette y Romeo, tal su nombre de ficción, desde su encuentro inicial en una fiesta. Seguirán el nacimiento de Adam y sus primeros pasos acompañados por abuelos bastante singulares como la paterna (Brigitte Sy) o la más comprensiva materna. Frecuentes vómitos de la criatura y una disimetría facial harán que la pediatra (Béatrice de Stael) recomiende la consulta a una eminente neuróloga, aprovechando el viaje de Juliette a Marsella. La doctora Fitoussi, convincente interpretación de Anne Le Ny (“Amigos intocables”) realiza el diagnóstico adecuado y recomienda al cirujano y especialista Saint-Rose, otra ajustada caracterización del actor Frédéric Pierrot, poco conocido localmente. Los hospitales en los que se filmaron las principales escenas del film son los mismos donde transcurrió la historia real. En particular está el Hospital de Niños (Necker) en pleno Paris, donde ocurre la operación de nueve horas de duración y el centro especializado (Hopital Roussy) en Villejuif (sur de Paris). Hay un especial reconocimiento en los títulos finales a la Seguridad Social de Francia, servicio que virtualmente salvó la vida de su hijo pese a no contar la pareja con muchos medios económicos, obligados incluso a vender su casa. Donde “Declaración de vida” innova es en la forma en que presenta una situación extremadamente dramática como la que debieron sobrellevar. Por momentos puede producir desconcierto verlos cantar al mejor estilo de “Los paraguas de Cherburgo” y otros films musicalizados, como algunos de Resnais. Pero es evidente que la gran honestidad intelectual de Donzelli la impulsó a elegir esta modalidad sorteando con total éxito la posible caída en el melodrama o peor aún en el golpe bajo. La banda sonora apela a temas clásicos como “Mañana de Carnaval” de Luis Bonfá, aunque debidamente adaptados a nuestra época y otros que en algunos casos aparecen como “remasterizados” y muy ruidosos. Podría decirse que logran el efecto de aturdir a los protagonistas para que puedan sobrellevar mejor tantas vicisitudes. Hay además una segunda temática, además de la médica, que tiene que ver con la relación de pareja y que suele ser uno de los puntos fuertes de la cinematografía francesa. Esa aproximación por si sola justifica ver una película que nos revela a una actriz y realizadora a seguir en sus próximos pasos.
Basta con revisar la historia personal de Valérie Donzelli para encontrar cuánto tiene de autobiográfico su nuevo film: una pareja debe lidiar con la enfermedad que ataca tempranamente a su bebé. La actitud tomada por Donzelli y su esposo fue tenaz. Ni llorar sobre los hechos arbitrarios y sin respuesta (“¿por qué a nosotros?”), ni bajar los brazos ni pelearse entre sí; la decisión es plantearle batalla a la insanía. De ahí el título original de la película La Guerre Est Déclarée, estrenada en Argentina como Declaración de Vida. El film parte de la base que los protagonistas cuentan con la fortaleza interna para librar esta batalla (algo que no toda la gente puede, porque hay cosas que no se escogen). Esa reserva de energía es la que asegura eludir el dramón lacrimógeno por una razón que fluctúa entre lo humano y lo cinematográfico: esta gente puede enfrentarse a lo desesperante de otro modo: ¿la enfermedad quiere guerra? Ellos se la darán. Para hacerlo se plantean casi una estrategia: dosificar las fuerzas, rodearse de seres amados, distribuirse tareas y, más que nada, no perder la alegría. Filmada en digital, decisión que le otorga a la imagen mayor urgencia pero, también, inferior calidad, la película inicia en un momento, tan sólo un momento en la vida de un chico (nadie puede decir que una imagen a los ocho años represente un “final” de película): a los ocho años el niño se continúa tratando. El film es un larguísimo flashbacks de un jovencito que hoy día la pelea, como todos. Esa decisión quita, al relato, la angustia que provoca la idea de la muerte inminente (otra decisión de dirección y guión para evitar caer en lo melodramático). Lo que continúa es un repaso batalla a batalla, con el ojo puesto en los detalles, en la catarsis que supone para Donzelli (directora, coguionista y protagonista) contar cómo fue su experiencia; puesto en términos psicoanalíticos, algo muy cercano a la “sublimación”: de un hecho traumático, generar una obra artística que será entregada a terceros. Declaración de Vida es una de esas películas que valen como entrega, como acto de valentía ante la temática a contar, como canto de esperanza. Escena a escena, en cambio, el film combina secuencias más y menos logradas. En su rol de directora Donzelli persigue los momentos distintivos que provoca una historia semejante, pero no siempre obtiene la sutileza necesaria para volcarlos al film. Para llegar a esos momentos (uno podría comprenderlos como “el nervio” del film) Donzelli se ayuda de las herramientas estéticas del cine, tipo de cámara (mencionada líneas arriba), musicalización, edición ágil. Algo similar ocurre con la búsqueda del humor, cierta irreverencia ante lo terrible que no alcanza la decidida desfachatez de la genial 50/50. Con apenas cuarenta años, vaya si las ha pasado Valérie Donzelli. Su extensa carrera en el cine (en distintos roles) llega al punto cumbre con La Guerre Est Déclarée. Para enfrentar el momento se reunió de los seres que han pasado con mayor trascendencia por su vida: el rol de Romeo lo cumple el padre de su hijo, Jérémie Elkaïm, y las escenas están rodadas en los hospitales públicos donde se desarrolló la infancia del niño. A estos últimos, precisamente, está dedicada la película.
En busca de la felicidad “Me llamo Romeo”, le dice él a ella ni bien se conocen. “¿Me estás cargando?”, o algo por el estilo le responde ella a sabiendas que se llama Julieta. Ese “chiste”, que él se llame Romeo y ella se llame Julieta, queda en eso, en una referencia sobre un dato antojadizo del destino: haberlo convertido en algo de más peso dentro del relato hubiera sido un gesto inapropiado, ya que a esta altura sería todo un cliché imposible de renovar. Y es además uno de los tantos apuntes como al pasar que va dejando Declaración de vida, drama con toques de humor dirigido, escrito y protagonizado por Valérie Donzelli. Esos apuntes, como que el nene se llame Adán o que de la nada los protagonistas canten, son utilizados por la película como elementos de búsqueda y alejados del simbolismo habitual del cine intelectual (y de paso se relacionan un poco con el cine de Desplechin, Resnais y otros autores del cine francés). Declaración de vida es una película pop que va trazando su tono minuto a minuto, con secuencias inconexas en cuanto al registro (de un momento de humor a otro de drama genuino a uno bien actuado a otro sobreactuado, y así…), y que convierte a todo esto en la experiencia de ir hacia la felicidad. Algo que anhelan, también, los Romeo y Julieta del film. Declaración de vida tiene un detrás de escena fuerte. Donzelli y Jérémie Elkaïm, su coprotagonista, fueron pareja en la vida real. Y tuvieron un hijo y a ese niño -al año y medio de vida- le diagnosticaron un tumor cerebral. La película no sólo recrea esas instancias, sino que además está filmada en escenarios donde los actores pasaron varios días, como el hospital donde el chico fue sometido a un prolongado tratamiento de cura del cáncer. De hecho, la película está dedicada a los trabajadores de la salud pública de Francia, en uno de esos gestos políticos bellos y fuertes que se agradecen. Pero si Declaración de vida tiene un gran logro, es no hacer de esa sensación de realidad un docudrama morboso y arduo. Todo lo contrario, el film es ligero, tiene una superficie etérea que la hace muy amena y en la decisión formal más interesante de la directora y guionista, opta centrarse en el vínculo de los padres (y esos satélites que son abuelos y hermanos) en vez del nene y su tratamiento médico. Decíamos de las búsquedas de Donzelli. Inconsciente, aunque creemos más que conscientemente, ese devenir zigzagueante en tono y registro impiden que la película haga foco definitivo en el tumor y en el niño. Por eso el título que le pusieron por aquí es totalmente erróneo: Declaración de vida convierte a la película en el drama de la semana de alguien que sobrevive a algo. Hay un poco de eso, pero no es el punto fuerte del relato. Ni siquiera una subtrama de segunda línea. Un poco a la manera de aquella extrañeza de Un milagro para Lorenzo, el film de Donzelli apela a elementos casi de realismo mágico para merodear el drama de un niño enfermo, aunque a diferencia de la obra de George Miller esta parece ganada más por lo realista que por lo mágico. Es que como film de búsqueda que es, nunca termina por definirse y prefiere la seguridad de un centro narrativo neutro antes que tirarse de cabeza a lo desconocido o desembozadamente ridículo. Y eso es en parte lo que impide que Declaración de vida sea la gran película que pudo haber sido. Si algunas escenas parecen actuadas en dos registros más altos de lo aconsejable, en una apuesta al grotesco (el encuentro con familiares, cuando Romeo se entera de la enfermedad de su hijo) inmediatamente una secuencia más neutra nos coloca ante un territorio de normalidad. Si los personajes cantan una canción, la escena está formalmente controlada como para que siempre nos parezca real lo que estamos viendo. Y tiene un gran problema en una sucesión de voces en off que nunca logramos entender desde dónde vienen o cuál es su punto de vista. Como buena película de búsqueda -decíamos anteriormente- Declaración de vida está puntuada por grandes momentos que no logran un todo como obra. Igualmente, se agradece la sobriedad con que el tema es abordado, eliminando de entrada la posibilidad de un falso suspenso y eludiendo la sordidez cuando encima el hecho de ser una historia real en primera persona habilitaba cualquier tratamiento. Si uno se imagina lo que Haneke podría haber hecho con el mismo material y tiembla del miedo.
La vitalidad abrumadora Catarsis o desborde de emociones pululan en el universo mitad real, mitad irreal de Declaración de vida, título local un tanto ambiguo para referirse a La guerre est déclarée y que genera un mejor marco para este segundo opus de la actriz, realizadora y guionista Valérie Donzelli, quien junto a su ex esposo Jérémie Elkaïm –también protagonista del film- tomaron la arriesgada decisión de transmitir a partir de los recursos cinematográficos a mano su experiencia como padres jóvenes que al año de vida de su hijo reciben la terrible noticia que éste tiene alojado un tumor maligno en su cerebro, operable, pero con grandes posibilidades de que los tratamientos no alcancen y la batalla con la enfermedad se termine perdiendo. Quizás de eso se trate aquella declaración a la que hace alusión el título original, que a ciencia cierta se desprende de un segmento del film donde la pareja protagónica escucha el anuncio televisivo de la guerra de Afganistán, mientras se preparan para la otra que implica afrontar el largo tránsito durante varios años entre hospitales, quirófanos, operaciones, radioterapias, quimioterapias, angustia, desgano, dolor y desgaste, batallas que van descascarando a la pareja de Romeo y Julieta. La ironía de estos nombres de personajes interpretados como no podría ser de otra manera por la propia Valérie Donzelli y Jérémie Elkaïm suena más como una referencia a la tragedia cuando la víctima es Adán, su pequeño que se aferra a la vida al igual que sus padres. Sin embargo, lo trágico nunca deviene melodrama o chantaje emocional debido a la absoluta libertad que se toma la realizadora francesa para estructurar el derrotero de estos padres jóvenes, que pese a las adversidades no renuncian a esa juventud y energía característica. La libertad es sinónimo de riesgo y en este caso asumirlo juega a favor desde el punto de vista del despojo de lo lacrimógeno pero sin negar en ningún momento el drama detrás de la historia. Por eso es notable la capacidad para cambiar de registro, tanto en lo que hace a la dirección de Donzelli con una cámara atenta, inquieta, íntima, que a veces deambula por pasillos de hospital o se queda varada en una puerta que restringe acceso para de golpe sumergirse en la vorágine urbana y nocturna o en el descontrol de una fiesta sin que esa continuidad haga ruido en el espectador. A eso debe sumarse una banda sonora cambiante que incluso se atreve a un interludio donde los protagonistas cantan y que confirma la fuerza y vitalidad abrumadora de esta autobiografía, que no busca transitar por el camino de la demagogia cuando de antemano expone todos los indicios para un final feliz porque precisamente no se trata de comienzos o finales sino de lo que ocurre entre ambos extremos. Tal vez cierto exceso de artificiosidad le juegue algún punto en contra en ciertos momentos pero eso no menoscaba en ningún sentido el valor y la importancia de esta propuesta por su singular y personal enfoque de una temática que para el cine sólo conoce dos o tres direcciones que siempre conducen al mismo destino. El destino es exactamente lo que marca el derrotero de esta pareja que vivió la intensidad del enamoramiento a gran velocidad como registra un prólogo brillante y conceptualmente irreprochable para ir reduciendo sus ilusiones y deseos, pero siempre convencidos de que a las guerras se las vence con amor y perseverancia.
LA GUERRE ESTE DECLAREE, dirigida por Valerie Donzelli, fue muy bien recibido en la Semana de la Crítica de Cannes y en su estreno francés. Tanto, que esta pequeña y extraña película fue elegida para representar a Francia en los Oscar. Esa elección tiene que ver, uno imagina, con una cuestión temática, ya que se trata de una pareja que debe luchar contra la enfermedad de su pequeño hijo. De cualquier manera, está muy lejos de ser una película convencional sobre ese tipo de temas. Al contrario, Donzelli debe haber inaugurado un extraño subgénero: la comedia musical sobre el tumor cerebral. O algo así. En realidad, los momentos musicales son pocos, pero definitivamente hay muchos momentos cómicos, livianos y bastante bizarros en esta historia autobiográfica, que dirige y protagoniza Donzelli junto con su ex marido y que se centra en lo que les pasó a ellos al descubrir que su bebé tenía un tumor, y todos los años de batalla (de “guerra declarada”) que pasaron. El riesgo es claro: a nadie le debe gustar ver una película sobre un niño enfermo, pero Donzelli le busca todas las vueltas posibles con un espíritu envidiable, uno que deja en claro que, como directora, tiene la misma energía y nivel de locura que su personaje (es decir, ella misma) tiene en la “ficción”. Donzelli se apoya en el Truffaut de JULES & JIM, en Jacques Demy, la primera nouvelle vague, y salta de allí a influencias como Christophe Honoré o Arnaud Desplechin para crear una película original, por momentos absurda, muy cinéfila pero nunca tanto como para que nos desentendamos de la suerte de los personajes. Es una historia emocionalmente fuerte y con algunas situaciones difíciles, en la que ese espíritu a prueba de todo que la pareja y el hijo demostraron enfrentando esa batalla está puesto en la estética optimista y hasta juguetona de la película. La-guerre-est-déclarée-Valérie-DonzelliPor momentos parece excesivo, casi irrespetuoso, es cierto (algo similar sucede con THE DESCENDANTS, otra “comedia de hospitales”, pero aquí los cambios de tono son aún más radicales), pero uno puede estar seguro de que esa energía está puesta sin ninguna intención de explotar de manera morbosa al espectador con los problemas que Donzelli haya tenido en su vida (algunos pueden no verlo así, y es entendible, la película corre por un límite difícil). Al contrario. Es, casi, la necesidad de compartir una experiencia vital con el público.
Tal vez el hecho de que la pareja protagónica de Declaración de vida (la actriz y directora Valérie Donzelli y su marido Jérémie Elkaïm) tuvo que atravesar en la vida real la misma experiencia que se cuenta en la película explique el misterio de que un relato en el que un niño de 18 meses debe ser operado de un temor cerebral no sea ni lúgubre ni angustioso. ¿Un conjuro en fotogramas? ¿Un exorcismo psicológico tardío? ¿Un poco de narcicismo al servicio de la humanidad? Cualquier lectura que intente interpretar las motivaciones de los verdaderos protagonistas no podrá cuestionar ni la ética ni el poder del relato. Si hay algo que destila la segunda película de Donzelli es una desconocida vitalidad y un espíritu de combate que se traducen en el dinamismo de su montaje y en la actitud de sus protagonistas. Paradójicamente luminosa, la película de Donzelli es involuntariamente, y a pesar del simbolismo innecesario de los nombres (Romeo, Julieta y Adán), el retrato de una generación: las fiestas, la afición por el jogging, los entretenimientos elegidos, el liberalismo de la experiencia amorosa denotan un tiempo en el que predominan un feliz pragmatismo y un discreto espíritu de comunidad, lo que también puede inferirse de ciertas decisiones formales: la música electrónica elegida para acompañar algunas secuencias (a veces en contrapunto con algunos motivos clásicos) y el sentido rítmico de los planos constituyen un buen ejemplo, incluso en el pasaje musical donde parecen confluir una pretérita estética del musical francés y un clip. Más allá de estos señalamientos, Declaración de vida dispensa abiertamente un elogio al sistema público de salud, un aliciente para todos aquellos que se ven obligados a reinventar el orden de prioridades frente a una desgracia. El famoso recurso espiritual conocido como resiliencia, algo que también puede verificarse aquí, resulta menos abstracto cuando el Estado no es, precisamente, un mera abstracción.
Guerras intimas, batallas públicas ¿Cómo contar la guerra interior, la batalla personal, la experiencia extrema? ¿Cómo contar la irrupción, abrupta, injusta, inexplicable de la enfermedad en un bebé? ¿Cómo contar el dolor, la emoción, la fatalidad, la recuperación? ¿Cómo contar el modo en que nos peleamos con la angustia, con la cercanía de la muerte, con la indescriptible sensación de no saber cuánto tiempo tenemos por delante? ¿Cómo contar el futuro, si es incierto, doloroso? ¿Cómo contar el presente, inexplicable, confuso? Resulta interesante como Valerie Donzelli intenta responder estos interrogantes, que son viejos pero se reactualizan constantemente. Existe una voluntad férrea, certera, de contar ese relato abrumador, desdramatizándolo. Y esa voluntad que es estética , y por ende, ética también deviene en un interesante gesto de tranquilidad y protección frente al espectador. Sabemos desde la primera secuencia, que el niño está bien, con cuidados médicos, pero está bien; nos iniciamos en la película más aliviados. Los pies y piernas que aparecen caminando en la apertura de la película funcionan como un indicio de lo que vamos a ver, asistiremos a un recorrido, un itinerario a seguir. La desdramatización no sólo aparece desde la primera secuencia, sino que se nota en las decisiones formales que toma la directora y su equipo a lo largo de la película: la musicalización (cubriendo un abanico que va desde lo tecno hasta lo clásico), las canciones que cantan los protagonistas, el montaje dinámico que alterna, por ejemplo, secuencias de encierro hospitalario con ejercicios de gimnasia y carreras en el parque y también en la elección certera de no mostrar directamente escenas dramáticas. En la película, las puertas se cierran cuando se tienen que cerrar, dejando fuera de campo las intervenciones quirúrgicas, la terapia de rayos, etc. Vemos lo que la madre y el padre ven, nunca más allá de eso, cuando se cierran las puertas, también se cierra para el espectador la posibilidad de mirar. Vemos lo que ven esos padres, escuchamos sus voces, caminamos sus pasos, cantamos sus canciones. Donzelli y su marido son respetuosos con la enfermedad y con la institución médica (a la que además agradecen en los créditos finales de la película por una medicina pública, estatal y eficiente) y este respeto se refracta en el espectador. Declaración de vida, Valérie Donzelli, Francia, 2011 A ese significado sabido, conocido que tiene que ver con la enfermedad, con el dolor, con lo inexplicable, Donzelli le concede otro significante: una forma que prefiere el montaje rítmico, vivaz, colorido, musical. En definitiva ese montaje es la fuerza vital que hace que el relato (y la historia que cuenta, como la vida tal vez) avancen hacia adelante con un vigor arrollador, incansable y es justamente ese “tono” del montaje el que impide la austeridad que en general tienen los relatos de este tipo de sucesos. Tal vez la película tenga algo de exorcismo privado: contar esa historia es sacarla afuera, distanciarse, alejarla, un conjuro íntimo. Sabemos que la historia que cuenta Donzelli es real. La irrupción de la enfermedad, la madre, el padre, todos se anclan en una historicidad verdadera (de hecho los tres son los verdaderos protagonistas de la historia). Lo que Donzelli hace es poner a funcionar la maquinaria de la memoria emocional, cuenta su historia y con ella hace una pintura no sólo de ese momento sino de su generación, de su presente, de su territorio, de su familia. Parte de esa historia tan íntima, tan única y cuenta también el estado de situación de un mundo complejo pero sensible, su propia contemporaneidad. Esa juventud propensa a las fiestas, a las drogas, a cierta liviandad; esa familia que va mutando de sus formas primitivas a otras más abiertas, más heterogéneas (por ejemplo, en un momento se presenta a la novia de su suegra, que a su vez había sido madre soltera) recibe de golpe la irrupción de lo real en la forma incómoda de la enfermedad, de la anomalía. Flota una inteligencia sensible en este relato que de lo íntimo, de lo más personal va hacia el relato de un presente complejo y cambiante, urgente e imprevisible, al que hay que atender y del que hay que ocuparse. La fisicidad de los lugares en los que transcurre la película suman sentido. Esos pasillos de los hospitales, asépticos y fríos, están sólo para ser recorridos, no son lugares de permanencia; ese afuera de las instituciones médicas, las puertas (como conexiones permanentes), los espacios verdes que los rodean, los estacionamientos ofrecen una mirada que no es agobiante, que no se encierra en el adentro, sino que abre y se expande hacia el exterior. La puesta en espacio de la película se genera en el adentro más profundo del relato de lo íntimo pero se proyecta hacia espacios abiertos, vitales, sensoriales, como las plazas, los parques de diversiones, las sillas teleféricas, sin descartar el componente adrenalínico que se genera en esta proyección. Tampoco es inocente mostrar que la casa donde se mudan está en constante reconstrucción; esa familia está en construcción, van a tener que arrancar despiadadamente no sólo el viejo papel que cubre las paredes, sino que van a tener que darle capas y capas de pintura, hasta que el viejo papel no se vea, no se note, no se sienta. Hasta que el hijo se recupere, hasta que la enfermedad desaparezca. Declaración de vida trata de reconstruir la memoria emocional. De dar cuenta de una urgencia, de contar una historia con final feliz, de relatar una batalla privada, de poner de manifiesto una guerra íntima; para que al fin y al cabo el cine vuelva a tener, una vez más, el objetivo más preciado: que nos salve y nos protega.
Sólo se vive una vez Basada en hechos reales, la historia gira alrededor de una pareja y los problemas que se suscitan a partir de la enfermedad de su primer hijo, pero desde el principio sabemos que el final del relato es esperanzador. Entonces la pregunta que se antepone es qué justifica su tiempo, por ello el nombre original (“La guerra está declarada”) es mucho más abarcativo que el vernáculo pues dice de lo interminable que es la lucha de los padres por la vida de sus hijos. La directora junto al guionista son en realidad, además de sus artífices, los verdaderos personajes de la historia, pues ellos sufrieron con su primer hijo una situación similar. Pero un filme, centrado en una enfermedad grave de un pequeño niño, podría haber caído, o recurrido, en los golpes bajos, clisés de todo tipo, ser lacrimógena de principio a fin, sin embargo Valérie Donzelli elude constantemente caer en esos parámetros. Se arriesga y sale airosa construyendo una producto digno, utilizando elementos del lenguaje cinematográfico de manera no muy convencional, como en caso de la música, o más específicamente las canciones, la puesta en escena, el uso del color y la luz, que bien podría hasta ser por momentos lúgubre o de colores que representen tristeza, en cambio es siempre luminosa, no se podría decir alegre, pero si optimista. Un par de datos no menores, pero si en este caso parece como demasiado pueriles por lo obvio, al producto en general no le aporta demasiado la elección de los nombres de sus personajes. Romeo (Jeremie Elkaim) va a una fiesta en un club bailable lleno de gente. En medio de esa muchedumbre descubre a Julieta (Valérie Donzellie). Esas miradas cruzadas, atracción instantánea, instintiva más que impulsiva, si es que se encuentra la diferencia, salvaje, animal. Ella llego acompañada, pero se retirará con Romeo. Este es el dato, sus nombres tienen, o parecen tener, intención directa a empatizar con una de las historias de amor más bella y trágica de la literatura universal, “Romeo y Julieta” de William Shakespeare. Elipsis por medio, con el paso del tiempo a grandes velocidades, nos encontramos con la feliz pareja en espera de su primer hijo al que llamarán Adam (¿el primer hombre?), pero no todo es feliz. El niño comienza a tener manifestaciones físicas que evidencian que algo no está bien, esta enfermo. La pediatra los deriva a un especialista que les da la peor de las noticias al confirmarle que el bebe tiene un tumor en el cerebro, que es operable pero que el riesgo es inmenso. Sabemos del final feliz respecto de la enfermedad, lo sabemos desde el encabezado, valga la alegoría, por lo que la narración se centra en las acciones de sus protagonistas y el medio que los rodea. Los psicólogos sistémicos, aquellos que toman a los individuos siempre dentro de un sistema familiar, propugnan que cuando una pareja se casa se conforman tres familias, como para decirlo sintéticamente la que van a construir ellos dos y las que se establecen con cada una de las familias de origen. Valérie en su rol de responsable última del filme no elude el tema, es más, lo incorpora, lo hace jugar, les da el tiempo y la importancia necesaria para que estos personajes laterales ayuden a la progresión dramática de la narración. Asimismo plantea de manera muy valiente, en contra de todo tipo de suposición, como una carrera con vallas, como se la plantean, lo que es tan desgastante, no sólo para cada uno de los padres, sino también en la relación entre ellos. Tampoco, la realizadora tiene temores al relato en off, tal cual un coro griego que anticiparía los actos, o recurrir a la estética de la animación para mostrar de manera más libre (la animación en cuanto a verosímil tiene más autonomía que el realismo a ultranza) parte de la historia, sin tener como fin ultimo otra cosa que hacer más tolerable la circulación del texto. El filme logra conmover gracias a las actuaciones del trío principal, bien secundados y mejor dirigidos. Rodada en algunos de los escenarios donde transcurrió la historia verdadera, imágenes que impactan desde el realismo, pero en definitiva termina por ser una película de mirada cariñosa, hasta se podría decir que por no estar exenta de toques de humor, hasta agradable.
Cuando triunfan las ganas de vivir Una vivencia autobiográfica contada e interpretada por sus propios protagonistas. “La guerre est déclarée” es la versión que da una realizadora, Valérie Donzelli, de un drama personal, y lo hace acompañada de su pareja Jérémie Elkaïm, con quien debió atravesar ese difícil momento en la vida real. Donzelli y Elkaïm son los guionistas de esta película, interpretan los personajes principales y ella es la que dirige. La historia refiere a su experiencia como padres de un bebé al que le diagnosticaron un tumor cerebral a edad muy temprana, situación que puso en crisis no solamente a la joven pareja, padres primerizos, sino también a las familias de ambos, condicionando sus vidas durante los largos años de tratamiento a que fue sometido el niño. Así de cruda es la verdad que tuvieron que afrontar desde el momento en que recibieron la información, de parte de los médicos, de la gravedad de la enfermedad contra la que deberían luchar. Pero la propuesta intenta eludir el melodrama, los golpes bajos y la sensiblería, y lo que hace es mostrar a una pareja de jovencitos que se aman y llevan una vida normal, como todos los jóvenes, que quieren divertirse, pasarla bien y disfrutar, pero que deben asumir una responsabilidad para la que no están ni preparados ni maduros. Miedo, angustia, actitud positiva, altibajos emocionales, pero la película pone bastante el acento en la enorme tarea de contención que los padres y el niño reciben de parte de la sanidad pública francesa, que se hace cargo del problema y consigue darle la respuesta adecuada. En este caso, la historia tuvo un final feliz, y saber eso desde el principio ayuda a ahuyentar las reticencias del espectador a ver una película donde el que sufre es un niño. De hecho, con buen criterio, Donzelli elude concentrarse en los padecimientos de la criatura, y prefiere mostrar el proceso por el que atraviesa la pareja ante el problema. El relato adquiere un matiz que puede considerarse heredero de la Nouvelle Vague, un poco naif, con momentos de humor, intentos de evasión, conflictos, separaciones y una oscilación permanente entre el optimismo y la tristeza. El desarrollo de la historia es dinámico, fresco, con el fino humor como estrategia para descontracturar los momentos en que el morbo es inevitable. Tanto Donzelli como Elkaïm dan la nota emocional justa a cada circunstancia que tienen que atravesar, sin sobreactuaciones ni exageraciones. Con fina sensibilidad y una gran cuota de humildad, exponen ante los demás su propio drama de la vida privada, quizás con la intención de dar un mensaje de aliento y de esperanza. Y también es una muestra de agradecimiento a quienes los acompañaron en tan duro trance y los ayudaron a salir adelante. Por lo que finalmente, es una película, como su título lo indica, que refiere a una guerra que tiene que librar una familia contra un enemigo temible, pero al que por suerte, se puede dominar. Como la propia Donzelli explica, “La guerre est déclarée” es “una película sobre el instinto de supervivencia y las ganas de vivir” y es ante todo una historia de amor.
Los combates cotidianos, en una película en clave pop Hace unos años, el escritor bosnio-estadounidense Aleksandar Hemon emprendió una tarea dolorosa pero necesaria: escribir un relato sin ahorrarse detalles clínicos ni emocionales acerca del cambio imprevisto que tuvo su vida el día que supo del tumor cerebral de su pequeña hija. La directora francesa Valérie Donzelli hace algo similar en Declaración de vida, en tanto la historia que cuenta –el diagnóstico de la misma enfermedad en su hijo Adán- es real y le ocurrió a ella y a su pareja Jérémie Elkaïm. Tal verosimilitud autobiográfica se subraya en la cinta en tanto ambos son los encargados de interpretar a Roméo y Juliette, los jóvenes que en un abrir y cerrar de ojos pasan de enamorarse en una fiesta a ser padres y de ahí a padecer estadías agotadoras de hospital, esperando que el desenlace del tratamiento de Adán sea feliz. Pero poco importa realmente Adán en esta historia: los protagonistas son ellos dos y su amor y resistencia un tanto desenfadados (el afiche del filme es ilustrativo en ese sentido: los muestra gritando excitados en una escena de parque de diversiones). Y es que esa es la “guerra declarada” de la que habla Juliette cuando se entera de la enfermedad de su hijo: la de luchar contra el peso de un tema naturalmente dramático desde las más apacibles costas del pastiche y la comedia pop francesa, fiel a injertos musicales, chistes y volantazos de videoclip que sirven de recursos artificiosos y procesados para evadir el golpe bajo, la sobreexposición gratuita o el mero patetismo. Ellos bailan, cantan y festejan cada mejora de Adán, y el filme los acompaña en esa guerra declarada contra el cliché (o el cine de Haneke) aunque a veces trastabille en, justamente, lugares comunes como mostrar El origen del mundo de Courbet y hacer oír un llanto de niño para dar cuenta de que ambos serán padres (los nombres de la pareja y el hijo son también un guiño-homenaje prescindible). Entonces: luchar contra la muerte (que, en todo caso, está disminuida a una cuestión de azar o providencia médica) desde la vitalidad generacional de una juventud francesa y global que todavía intenta reconocerse en sus frágiles batallas, aunque esos gestos de época (en donde manda la “actitud”) sean a veces demasiado azucarados, ingenuos y hasta recurrentes.
La película de la vida misma "La guerre est declaree" es una propuesta francesa distinta e innovadora, que nos cuenta la historia de una pareja que debió hacerle frente a la desgracia de tener un hijo de tan sólo 18 meses con un tumor en el cerebro. No, esto no es lo innovador; lo realmente distinto es que el film fue protagonizado por la pareja real que debió transitar la enfermedad de su hijo, la directora/actriz Valérie Donzelli y el actor Jérémie Elkaïm, transmitiendo en primera persona la explosión de sensaciones que debieron vivir ante una situación como esta. Alegría, amor, impotencia, desesperación, esperanza y euforia, entre otras emociones, tiñeron el metraje de tonalidades de la vida misma que dieron al espectador una experiencia cinematográfica interesante y difícil de repetir. Lo mejor de la película es que se trata de una puesta honesta, sin golpes bajos ni toques magnánimos de superproducción, por el contrario, Donzelli se encarga de presentar la historia con un criterio muy austero pero eficaz. Así mismo, la sofisticación y el buen manejo de la edición y musicalización hicieron que el ritmo escape a las clásicas secuencias aletargadas del cine francés, manteniendo la personalidad cinéfila parisina pero entregando a su vez una versión más moderna de la misma, con ediciones más frenéticas de las secuencias y con una combinación de música clásica y electro que marcaba la dinámica. Lo no tan bueno del film, a mi criterio, tuvo que ver con parte de esta modernización aplicada por la directora, que si bien marcaba un ritmo más llevadero de la película, por momentos se volvía un tanto "pop" de más, haciendo algunas autorreferencias personales sobre la sexualidad y la escena under parisina, que no estaban para nada mal, pero que poco tenían que ver con la historia central. Por momentos también se juega con el musical (no se preocupen, es sólo una breve escena) y se utilizan algunos artefactos "cool" del cine para darle un aire más artístico. ¿Aportaron finalmente coolness al film? Sí, ¿también le aportó frivolidad? También. En mi opinión, bajarle un poco el tono al recurso frívolo habría producido un efecto más positivo en el espectador, sobre todo en aquel que estaba más enganchado con la historia de superación de la enfermedad del niño y no tanto en la historia de amor entre Romeo y Julieta, sí, también se pusieron esos nombres para el film. Como cierre, diría que es un buen entretenimiento, innovador y sincero, que estará más cerca de gustar a los habitués del cine independiente y francés, que a los amantes del drama mainstream.
Mala elección del título en castellano, cuando se trata de una pareja de padres que directamente le declara la guerra al tumor que padece su hijo. Pero lo que podría ser uno más de esos films de “la enfermedad de la semana” se convierte en un relato equilibrado y amplio, épico de una forma secreta, sobre la determinación humana y sus motivos. Hay una gran sensibilidad en la directora, guionista y actriz Donzelli para pintar personajes y reflejar sus motivos que vale la pena seguir.
Romeo, Julieta y una cigüeña inesperada Cuando Romeo conoce a Julieta en una disco, le pregunta, sorprendido por el azar: “¿Estamos condenados a un destino terrible?”. Y entonces tienen un hijo, al que llaman Adán, que no les ahorra sobresaltos. Llora todo el tiempo, vomita y ladea la cabeza. En alguna parte de su inconsciente, Romeo carga con la mácula. ¿El destino terrible está en marcha? ¿O es sólo temor de padres primerizos? Con una narración que intercala la voz en off, un uso de la música que recuerda algo al cine de Wes Anderson y un coqueteo naïf con el hipertexto de la nouvelle vague, Declaración de vida (ambientada en el período en que Estados Unidos declara la invasión a Irak: su título original es La guerre est déclarée) hace de un drama trágico una película llevadera, disfrutable, cuyo peor costado es, al mismo tiempo, el retrato liviano con que representa la adversidad. Quizás ese déficit haya que buscarlo en las ambiciones de Valérie Donzelli, directora, guionista y protagonista del film –su Romeo, Jérémie Elkaim, es el coguionista–. Por suerte, cuando la película resiente la ingenuidad sale a flote gracias a las actuaciones de Elkaim y, sobre todo, de Frédéric Pierrot, protagonista de la exitosa serie Les revenants.
Publicada en la edición digital #255 de la revista.