Guerrilla antirretroviral. Al igual que 12 Años de Esclavitud (12 Years a Slave, 2013), El Club de los Desahuciados (Dallas Buyers Club, 2013) analiza con una enorme eficacia un tópico muy importante que excede cualquier criterio pasatista de reflexión cinematográfica. El film tiene por contexto aquellos primeros años de la epidemia del SIDA, léase década de los 80, cuando el lobby salvaje de las corporaciones farmacéuticas permitía la aprobación sólo de medicamentos propios como el AZT, vía homologación del corrupto organismo gubernamental encargado de tales devenires, la Administración de Alimentos y Drogas, dejando fuera a los primeros cócteles de fármacos que comenzaban a surgir mediante pequeños traficantes que los distribuían entre los enfermos, bajo la amenaza de prisión por vender drogas no aprobadas. La historia se centra en Ron Woodroof (Matthew McConaughey), un electricista texano, mujeriego y homofóbico que suele participar en rodeos y apostar “más de la cuenta” en ellos. Luego de desvanecerse sin preaviso, le diagnostican VIH y su vida cambia de manera progresiva: sufre la discriminación y el hostigamiento de sus compañeros de trabajo, quienes lo tachan de “homosexual” en función de los prejuicios del momento, en el hospital local se le niegan los tratamientos experimentales con AZT, gracias a un “convenio” firmado entre el estado y las empresas productoras, y luego de probarlo mediante la compra ilegal, termina cruzando la frontera en busca de una última esperanza. En México encuentra los primeros cócteles y el gran éxito de los mismos lo lleva al contrabando y la distribución.
El Club de los Desahuciados (Dallas Buyers Club, 2013) está basada en la vida de Ron Woodroof, un electricista texano enfermo de SIDA que en los ochenta arma un gran aparato de distribución de medicina alternativa e ilegal para el tratamiento de la enfermedad. Arthur Miller fue quién sostuvo que una historia dramática es fascinante cuando encierra una paradoja. En Dallas... lo interesante está en ver que el crecimiento económico, y luego ético, del personaje se da a partir de saberse poseedor de una enfermedad mortal, causante de vergüenza y desprecio. Dallas... está lejos de ser una película perfecta, pero tiene algunos puntos para destacar. Primero que nada la actuación de Matthew McConaughey que, junto a la de Killer Joe (2011), es la mejor de su carrera. Luego tenemos la visualización directa del problema: la película no teme ser cruda con un tema incómodo que aúna nociones como las de enfermedad, adicción, discriminación, dinero y muerte. Los dos grandes problemas de Dallas… se encuentran en su armado y en su guión. En su armado porque peca en la utilización de todo ese arsenal de recursos que ya están cristalizados y harán envejecer a la película de manera prematura. Hablamos de esa extraña fórmula que dice: “A más realismo, más cámara en mano”. Pero también de los desmayos marcados con los cortes directo a negro, las notas agudas en la música cada vez que se acerca una nueva crisis del protagonista, al vaivén entre el esteticismo de algunas secuencias contra al naturalismo crudo o la puesta melodramática de otras.
Dallas Buyers Club, El Club de los Desahuciados, es un film sincero e inteligente de visión obligatoria e imprescindible si querés ver cine del bueno con una interpretación explosiva y más que convincente. Si bien la historia basada en hechos reales es fuerte, la magnífica interpretación de Matthew McConaughey termina siendo lo más impactante de esta película, ya que pocos son los...
Dallas Buyers Club (Jean-Marc Valleé, Estados Unidos, 2013) Desconcertante e incisiva El comienzo mismo ya anticipa que nos encontramos lejos de otra película "oscarizable" más, que se trata de un filme que se sale de los moldes corrientes. En la primera escena vemos a Ron Woodroof (Matthew Mc Conaughey) teniendo sexo con dos prostitutas a la vez, escondido entre las "bambalinas" de un rodeo de toros, y más concretamente mientras un toro cornea a un jinete caído. Este comienzo, inmersivo y abrupto, nos transporta de lleno a una vida sórdida, a la de un toxicónamo descarriado, adicto a las apuestas clandestinas y al sexo, un cow-boy rebelde y homofóbico, irascible ante la más mínima provocación. Luego de una pequeña trifulca va a parar a un hospital, donde le dan la peor noticia: es HIV positivo. Es el año 1985 y en ese entonces el aviso era una sentencia de muerte: el médico le asegura que a lo sumo podrá vivir unos 30 días más. A partir de entonces un título sobre fondo negro pone "día 1" y nos llevará a pensar que se trata de otra crónica de una muerte anunciada, de una sucesión de cambios radicales en la vida de una persona durante sus últimos días. Pero en seguida la película tomará otra vez derroteros impredecibles. Todo este comienzo y hasta llegada la mitad del metraje es brillante y se caracteriza por una narración sin rumbo claro, que avanza a trompicones, con un ritmo entrecortado y accidentado por los imprevistos que trae la historia. Recién pasada esta primera mitad es que la película se vuelve mucho más diáfana, estandarizable, convencional, si se quiere. Como el mayor mérito se encuentra en esta primera mitad y en ese factor de desconcierto, se recomienda encarecidamente que el lector interesado en ver la película deje de leer esta reseña, porque buena parte de la gracia está en no saber hacia dónde se dirige la película. En la época, los hospitales de Estados Unidos suministraban a los enfermos de sida un compuesto químico de alta toxicidad llamado AZT, un fármaco que apenas había sido testeado, que se utilizaba previamente como quimioterapia y que pasó a ser el único tratamiento utilizado formalmente. Pero al ser una sustancia que eliminaba las células en desarrollo del organismo, tenía efectos secundarios terribles y en algunos casos podía hasta disminuir el tiempo de vida de un portador. Para colmo, los precios de esta toxina eran extremadamente elevados, y un año de tratamiento le costaba a un paciente sin cobertura 7 mil dólares al año. El "Dallas Buyers Club" fue una iniciativa que surgió como una respuesta a la desesperación de muchos convalescientes que le rehuían al AZT. A cambio de una membresía paga más accesible, Woodroof ofrecía a sus socios medicamentos aprobados en otros países pero no en los Estados Unidos, como la proteína Peptide T o el antirretroviral DDC. Las actuaciones de McConaughey y de Jared Leto, dos portadores de VIH en todas sus etapas, son impactantes. Como dato accesorio, ambos cometieron la locura de someterse a dietas violentas y adelgazar 21 y 14 kilos respectivamente para interpretar sus roles (Seymour Hoffman al menos se autoeliminó con todos sus kilos puestos). Por fuera de este detalle poco saludable, este filme es una clara y notable crítica al sistema de salud de los Estados Unidos y a sus alianzas con la industria farmacéutica, y a la carroñera voracidad de aprovechar desgracias o epidemias para obtener ganancias. Al parecer el guión estuvo dando vueltas desde hace más de veinte años, pero es realmente lógico que una exposición tan lúcida causara vacilación en los posibles inversionistas. Publicado en Brecha el 7/2/2014
Tema de Virus de los 80 Próxima a estrenarse, con el probable título de El club de los desahuciados (ay), Dallas Buyers Club cuenta la historia (real) de Ron Woodroof, un típico vaquero texano tipicamente homofóbico al que le diagnosticaron SIDA en los años 80, cuando aún nadie sabía muy bien de que se trataba esa epidemia y los malos entendidos estaban a la orden del día. Su manera de hacerle frente esa densa realidad y a los prejuicios retrógrados fue traficar medicina no aprobada en su país y generar una red de distribución para muchos otros enfermos que no encontraban respuestas, y de paso hacer buenos negocios. Radiografía de una época ida y a la vez denuncia de lobbies farmacéuticos que siguen más vigentes que nunca. La enfermedad como redención y más aún el “basado en hechos reales” (seis de las nueve candidatas al Oscar, nada menos) son lugares comunes de cierto cine con afán de prestigio. Sin embargo, en este caso hay algo que fluye por encima de esos convencionalismos. Mucho tiene que ver la interpretación de Matthew McConaughey, que excede el muy llamativo esfuerzo físico (por eso solo ya es el favorito para un premio). El actor encuentra el personaje más atractivo de su carrera en el lugar menos pensado y se transforma en el verdadero motor de la propuesta con sus ambigüedades. Como en Blue Jasmine, la riqueza del personaje es superior a la de la historia. No pasa lo mismo con Jared Leto, especialista en componer seres al borde, en su caso la exigencia física supera a la interpretación y se transforma en apenas un elemento funcional a la trama. De todas maneras es probable que también sea premiado por su visible compromiso. Jean-Marc Valleé es un director canadiense que cobró notoriedad con la interesante Mis Gloriosos Hermanos y luego hizo pie en Hollywood con La joven Victoria. Aquí, más allá de los reparos observados toma un par de decisiones acertadas, sobre todo en la puesta de escena y la edición y se vale del talento de McConaughey para encarnar en todo sentido su papel.
El malestar en la cultura y sus resistencias La historia (basada en hechos reales) de la película Dallas Buyers Club que a nuestro país llega con el nefasto título de El club de los desahuciados se centra en Ron Woodroof (Matthew “me prendo en todas” McConaughey), un electricista texano, mujeriego y homofóbico que suele participar en rodeos y apostar bastante dinero en ellos. Luego de desmayarse inesperadamente, a Ron le diagnostican VIH y su vida cambia de manera progresiva: sufre la discriminación que el tanto profesaba y el hostigamiento de sus compañeros de trabajo, que lo tildan de “homosexual” ya que el paradigma establecido en dicho momento (comienzos de los 80s) y que se mantuvo bastante tiempo después era que sólo los homosexuales por ser los más promiscuos, padecían SIDA. Tras negar y re-negar contra el diagnóstico; este hombre acude al el hospital local donde se le niegan los tratamientos experimentales con AZT, gracias a un “convenio” firmado entre el estado y las empresas productoras. Para poder acceder a él tiene dos opciones: ser objeto de estudio dentro de la investigación que esta probando la eficacia de tal droga, y correr el riesgo de formar parte del grupo control, es decir el que recibe sólamente placebos y con el que se contrarrestan los resultados obtenidos; o bien probarlo mediante la compra ilegal. Obviamente Ron se inclina por la segunda posibilidad que lo inicia en una aventura por la que incluso termina cruzando la frontera en busca de una solución que aliviane su enfermedad. La película continúa en México: a través de un pseudo médico “exiliado” Ron encuentra los primeros cócteles e información sobre la droga que el estado pretende legalizar. Este es sólo el comienzo del éxito que lo lleva al contrabando y la distribución de fármacos en lo que da por llamar El club de compradores de Dallas. En su cruzada contra la corrupción dentro del ámbito sanitario; Ron conocerá a Rayon (un irreconocible Jared Leto travestido), y a una joven doctora (Jennifer Garner) que aunque temerosa, sabe que los planteos y creencias del protagonista son ciertos. AMF_7277 (341 of 376).NEF Si bien muchos de nosotros estamos hartos del lugar común que los Oscars promueven al hablar de películas basadas en hechos reales, y más cuando la temática ha sido archi ultra megra trabajada como es el caso del sida, la homosexualidad y la discriminación que ésta conlleva; en esta película es posible ver más allá de los convencionalismos. Esto se debe en parte a la gran y magnánima interpretacion de Matthew McConaughey, que tal vez junto a True Detective nos brinda la posibilidad de ver las mejores actuaciones de su carrera . Sin embargo su destacado rol excede el cambio físico, y en cierto punto excede y supera a la historia que se está contando; se trata aquí de los distintos matices que él puede personificar al jugar con las ambiguedades que Ron presenta de forma tal que logra ser convicente y emotivo a la vez. No pasa lo mismo con Rayon (Jared Leto) ya que en su caso la exigencia física supera a la interpretación y se transforma en apenas un elemento funcional a la trama; o más que a la trama al cambio de posición subjetiva y de modelos mentales que maneja McConaughey previamente a la declaración de la enfermedad. Mientras que Garner cumple con su rol secundario que por momentos resulta insulso, pero que finalmente muestra estar bien construído y acorde al planteo crítico del film para con la industria farmaceútica mundial. La película no cuenta con banda sonora original, sino que la música viene a funcionar como acompañamiento ambiental al drama de Ron, que en palabras de su director, ya tiene un ritmo propio en sí mismo. Entre canciones de T. Rex que hablan sobre lo extraña que es la vida, la obra de Jean-Marc Vallée critica y retrata por momentos de forma difusa, y por momentos incisivamente desde otra postura el tema de la segregación social ya sea por un síndrome como el VIH, por enfrentarse a una megaindustria o por x motivo. Más superficialmente podemos pensar que la trama de la película excede el tema de la hipocrecía y corrupción en el sistema de salud, sino que funciona como una crítica a cualquier tipo de ventajismo o egoísmo que las personas profesamos vorazmente en todas las esferas de la vida al beneficiarnos por desgracias ajenas para obtener réditos, aún incluso cuando lo que está en juego es el bien más preciado de todos: la vida humana.
En busca de la salvación Inspirado en hechos reales, el relato nominado a los Premios Oscar en seis categorías, incluyendo el de "mejor film", aborda la expansión del SIDA en 1985. Dallas Buyers Club o El club de los desahuciados resulta shockeante por los personajes que trae a la pantalla, llevados adelante por actores capaces de transformarse en lo físico y espiritual. El electricista y cowboy de rodeo Ron (encarnado por un esquelético Matthew McConaughey) se encamina hacia la autodestrucción en una vorágine de alcohol, drogas y sexo. Cuando le diagnostican VIH y, luego de someterse al cóctel de la droga AZT y a los cuidados de su doctora Eve (Jennifer Garner), decide cruzar la frontera (se hace pasar por un sacerdote) y experimenta con otros medicamentos que termina contrabandeando y comercializando en los Estados Unidos. Así funda el famoso "club de los compradores" al que se refiere el título original, y en su arriesgado negocio no está solo, lo acompaña el transexual Rayon (Jared Leto en una magnífica composición), también portador de VIH, a quien termina aceptando y defendiendo de los ataques homofóbicos. Pero ahí comenzará su verdadera odisea contra las inspecciones y requisas del departamento federal de medicamentos. La pelicula habla sobre la desesperada búsqueda por encontrar un medicamento que salve vidas, actividad que realiza a espaldas de la medicina ortodoxa, y sobre los prejuicios y discriminación de una sociedad que hablaba de la "peste rosa". El director Jean-Marc Vallée coloca a este hombre adicto y con problemas de conducta en un mundo machista, explotando el conflicto dramático en todas sus posibilidades. El guión original de Craig Borten y Melisa Wallack también hace referencia al caso de Rock Hudson, el actor icónico de Hollywood que padeció la enfermedad, y traslada la acción hasta Japón, en una lucha de negocios que parece no tener fin. Matthew Mc Conaughey se lleva todos los aplausos por su composición del hombre que no acepta su "sentencia de muerte".
Sobre como vencer al toro Antes de escribir sobre Dallas Buyers Club es necesario dejar en claro un hecho obvio: Matthew McConaughey está en el mejor momento de su carrera y realiza en este film también, como en Killer Joe y la serie True Detective, un trabajo monumental. Una vez dejado en claro este punto, debo decir que la película no es sólo la presencia del actor. Dallas Buyers Club comienza con una secuencia de títulos que se corta por una serie de planos subjetivos que muestran un rodeo. Los elementos del plano evidencian que la persona que mira está escondida. En el contra plano el sujeto que mira se revela y encontramos a Ron Woodroof (Matthew McConaughey) espiando el rodeo con furia libidinosa mientras tiene sexo con dos mujeres. Los planos son cerrados y rápidos acompañando la vorágine sexual del personaje y en el preciso momento del clímax, vemos en contra plano a un hombre que cae vencido por uno de los toros. El domador yace en el suelo inmóvil, la secuencia termina. La lucha de Ron Woodroof contra el sistema de salud norteamericano y contra la discriminación, queda opacada por la lucha contra sus propios instintos y eso es tal vez, lo más objetable del film. El rodeo, al igual que las otras tauromaquias, deriva de los rituales mitraicos (que hasta donde se sabe incluían sangre y semen de toros) y representa la lucha primigenia del hombre contra la bestia, contra la naturaleza y contra sí mismo. Simbólicamente, el toro es una representación del instinto descontrolado y es por eso que domarlo simboliza mantener ese instinto bajo control. Ron Woodroof parece descubrir (y nosotros como espectadores), con esa relación de montaje entre el que mira y lo que es mirado, que es ese domador vencido que no pudo controlar su propia fuerza natural. Luego de ese momento, va a serle necesario quedar dos veces inconsciente para que finalmente un médico le informe que tiene SIDA. La reacción natural del personaje será seguir dejándose llevar por la misma fuerza natural incontrolable de siempre, hasta que repentinamente aparece la posibilidad de que los médicos no estén equivocados y con ella, la duda. Es 1985 y culturalmente se cree que la enfermedad viene por el uso de drogas intravenosas o por relaciones homosexuales. Como él sólo consume cocaína y es básicamente homofóbico se auto descarta. Un pequeño apartado sobre “sexo sin protección” lo hace tomar consciencia. Después de aceptar su condición, esa fuerza va a ser canalizada hacia un instinto de supervivencia que lo va a hacer luchar contra la FDA (U S Food and Drug Administration) formando el club que da título al film para que los pacientes con su condición tengan acceso a medicamentos (y de paso hacerse unos dólares). Los personajes en Dallas Buyers Club están siempre en movimiento al igual que la cámara, que nunca se mantiene completamente estática durante el metraje. Al final, Woodroof demostrando que superó los pronósticos médicos y se superó a sí mismo, se va a mantener arriba del toro en un fotograma que va a mantenerse congelado para siempre.
Morir con las botas puestas La primera escena de El club de los desahuciados (Dallas Buyers Club) encuentra a Ron Woodroof en pleno rodeo y, aunque está teniendo sexo con dos señoritas, no le saca los ojos de encima al toro. Lo que en ese momento ve es un auténtico presagio de todo lo que va a sucederle. El animal derriba al circunstancial jinete y luego se ensaña con el infeliz hasta dejarlo fuera de juego, tirado en la arena. Ron no lo imagina entonces, pero su vida –que, al igual que el toro, es excesiva, desenfrenada e irracional- va a voltearlo y enfrentarlo cara a cara con una muerte inminente e inesperada. Salvo que él sea capaz de hacer algo al respecto. Woodroof, electricista de oficio, vive entre rodeos, apuestas, arrestos fugaces, mujeres, alcohol y drogas. Hasta que un buen día termina en el hospital por un accidente de trabajo y allí le informan que tiene SIDA, y que su pronóstico de sobrevida es de un mes en el mejor de los casos. Más que la cercanía de la muerte, lo que verdaderamente lo horroriza es esa enfermedad que, en su ignorancia, considera exclusiva de los homosexuales. No obstante, luego de la negación y la ira iniciales, descubre que el HIV también puede adquirirse por llevar una vida desordenada y promiscua como la suya. Rechazado por sus compañeros, deteriorado y desesperado, inicia un camino errático en busca de una salvación, que incluirá automedicación, viajes, mucha investigación y hasta la organización del Club de compradores de Dallas del título original que, tras la venta de membresías, encubre la provisión de medicamentos contra el HIV no autorizados aún en Estados Unidos. Muchos otros temas atraviesan la historia: los laboratorios que buscan vender sus productos sin preocuparse por los eventuales efectos nocivos, los médicos y su grado de compromiso con la investigación y/o con sus pacientes, los burócratas, la justicia, la ley. La película los transita tangencialmente, muestra las fuerzas en pugna sin adentrarse en ellas ni erigir héroes o villanos. Porque fundamentalmente, el film de Jean Marc-Vallée versa sobre la carrera que corre Woodroof contra el tiempo, contra su enfermedad, sus propias creencias y prejuicios; y sobre cómo se va transformando en ese recorrido. Así, de intentar tan sólo sobrevivir, pasa a descubrir un negocio rentable que explota bastante impiadosamente (“No estoy haciendo caridad” dirá en algún momento, frente a alguien que no tiene dinero suficiente para pagar la membresía). Y luego, mientras más investiga, más vive y más debe luchar contra reglamentaciones y controles en ocasiones absurdos, su actividad se va volviendo una verdadera causa que vale la pena defender en nombre de todos y frente a quien sea. De igual manera, para montar su organización elegirá inicialmente al socio más improbable: un travesti que le resulta despreciable pero le provee muchos y buenos clientes. Y su mirada sobre ese ser humano se irá modificando para terminar considerándolo un socio, un compañero y finalmente casi un hermano de la vida. La película tiene aciertos por donde se la mire. La narración avanza por capítulos, cada uno de los cuales culmina con un corte brusco a negro, con indicación del día, los meses, los años transcurridos. Esto no es azaroso, ni tampoco lo son la duración de cada uno de los fragmentos del relato y la velocidad con que evolucionan: durante el primer mes los cortes se suceden cada vez con mayor rapidez, lo cual sugiere la marcha acuciante del tiempo que se acaba, sobre todo al acercarse el día 30. Más adelante, esos capítulos se van extendiendo. De esta manera, el manejo del tiempo cinematográfico está cargado de significación y aporta sentido al relato, porque son las expectativas y la esperanza las que también se extienden, y la vida de Ron la que adquiere mayor continuidad. El manejo del clima es otro punto destacable: el extremo dramatismo que implican la enfermedad, el deterioro físico y la muerte funciona en un delicado equilibrio con el afán de supervivencia y el espíritu de lucha de los personajes. Debilidad y fortaleza se retroalimentan mutuamente. Todo coronado por el perfecto contrapunto logrado entre los dos personajes centrales, quienes sin duda merecen un párrafo aparte. Matthew McConaughey abandonó al galán fornido y sexy y perdió más de 20 kilos de peso para interpretar a Ron Woodroof, en una transformación física impactante, similar a la producida por Christian Bale en El luchador (The fighter, 2010), que le valió en aquel entonces el Oscar como mejor actor secundario. Jared Leto hizo algo parecido para ponerse en el cuerpo esquelético de Rayon. Y los dos agregaron a sus físicos dos interpretaciones fenomenales y una gran química, producto de la cual, la relación de un recio hombre del rodeo con un travesti explosivo y encantador resulta auténtica, con momentos de discusiones desopilantes (casi de pareja) y otros de sentida lealtad y profunda amistad y emoción. Woodroof es un caso perdido, que se empeña en prolongar su vida miserable y, en el intento, literalmente se salva. La escena en que Ron, en la clínica de México, entra al recinto lleno de mariposas con las que el médico está experimentando y cientos de ellas se posan sobre su cuerpo es por demás ilustrativa de la idea, además de una buena muestra de hasta qué punto logra Jean Marc-Vallée que las imágenes hablen por sí mismas: el cowboy rústico y duro, que no solía tener una pizca de sensibilidad, se deja abrazar por las mariposas porque reconoce en ellas algo sanador. Asimismo, la última imagen del film, en la que se lo ve montando un toro y manteniéndose en el lomo del animal enloquecido sin caer, sugiere de manera elocuente que la muerte, aún cuando lo alcanza, no logra vencerlo. Su vida termina apagándose con una dignidad que era inimaginable antes de atravesar su largo calvario. Como buen vaquero, como él lo deseaba, Ron consigue al fin morir con las botas puestas.
Las pastillas o la vida Matthew McConaughey volvió a la pantalla grande con un papel para el que se transformó físicamente de manera radical. Pero ese no será el único cambio, ya que el registro en el que se mueve dista mucho de aquellas comedias románticas en las que se paseaba mostrando el torso y casi sin actuar. En "Dallas Buyer's Club"(USA, 2013) el director Jean-Marc Vallée explota (en el buen sentido) a McConaughey para narra la historia de aquel grupo de personas que encontró en la experimentación en el consumo de determinadas drogas una posibilidad de extensión de sus esperanzas de vida. Austera y casi sin sorpresas, la película sigue el derrotero de Ron Woodroof (McConaughey) una hombre heterosexual que tras enterarse que tiene HIV y sufrir en carne propia la discriminación de su comunidad se aventura en una empresa arriesgada para ayudar a otros enfermos. La película deambula entre el telefilme clásico de los años ochenta y la obviedad de tópicos con los que ya el cine ha intentado reflejar la enfermedad del siglo XX sin suerte (el ejemplo más conocido es "Philadelphia" ejercicio errático de Demme apoyado en la impecable actuación de Tom Hanks). Hay un interés por parte del director de construir una poética sobre las relaciones humanas más allá del vínculo dinero/pastillas. Pero ese intento queda solo en una posibilidad cuando la principal temática es la de los hospitales, médicos y los conejillos de indias humanos que se prestan a la experimentación sobre sus cuerpos. La dirección de cámaras, como así también la puesta en escena es clásica, y a este tipo de filme bien le podría haber venido un poco más de riesgo y osadía. Es que el tradicionalismo ya no sirve para contar otra vez la misma historia. Mención aparte merece la interpretación de Jared Leto, como el transexual Rayon, que busca los extremos todo el tiempo, pese a que pende sobre él la misma suerte que en Ron. Algunos personajes secundarios y escenas hacen que "Dallas Buyer's Club" levante un poco promediando la duración, pero no hace que finalmente esta película se erija como el discurso emblemático sobre la epidemia y sus implicaciones. PUNTAJE: 6/10
Tu lucha es mi lucha Para ponerse a tono con la inminente entrega de premios de la Academia de Hollywood -a desarrollarse la semana próxima- llega a nuestra cartelera una de las películas “oscarizables” que se hizo esperar bastante en las salas locales: Dallas Buyers Club: El club de los desahuciados (Dallas Buyers Club, 2013). No es un dato menor la fecha en que se ha elegido poner en cartelera esta película, en especial si tomamos en consideración todos los premios que ha ido acumulando (un Golden Globe y dos SAG Awards entre muchos otros) y las múltiples nominaciones al Oscar por mejor película, mejor actor y actor de reparto, mejor edición, mejor guión original y mejor maquillaje. La película -basada en hechos reales- cuenta la historia de Ron Woodroof, un texano de ley quien descubre accidentalmente que ha contraído el virus del HIV en la Dallas de 1985, época en que apenas se empezaba a conocer la gravedad de la enfermedad que se volvería una epidemia y todos los prejuicios y preconceptos que generaba desde el punto de vista social alrededor de quien la sufriera. Se puede decir que Matthew McConaughey da literalmente todo de sí para interpretar a Ron Woodroof, bajando varios kilos para lograr un Physique du rol que haga honor al estado de su personaje y aprovechando ese acento sureño natural que posee, del cual siempre logra sacar provecho. Lo mismo sucede con Rayon, el personaje interpretado por un irreconocible Jared Leto que será una suerte de socio de Woodroof a través de las desventuras que plantea el relato. Si bien estamos ante un film cuya fuerza reside en las performances de McConaughey y Leto -acompañados por una correcta Jennifer Garner- es preciso también destacar la forma en que el director Jean-Marc Vallée (La Joven Victoria, 2009) construye una estructura narrativa que irá desarrollando en forma cronológica la historia, al mismo tiempo que se vale de pequeños flashbacks que sin ser más que un puñado de imágenes se vuelven sumamente efectivas en pos de sintetizar con riqueza aquello que se cuenta. Vale reconocer también el mérito de un director que se anima a mostrar cómo reaccionaron distintas partes de la sociedad norteamericana ante el surgimiento de la enfermedad que se volvería uno de los estigmas de la sociedad moderna. Por momentos dramática, por momentos incómoda, por momentos cómica e incluso a veces con cierto aire documentalista en clave Michael Moore (Sicko, 2007) por la forma en que Woodroof tuerce las leyes e intenta pelear contra el negociado entre el gobierno y las empresas farmacéuticas que privilegian las ganancias por sobre el valor de la vida humana, Dallas Buyers Club: El club de los desahuciados es una gran candidata a ganar el Oscar a mejor película; lástima que trata sobre un tema tal vez demasiado ríspido para el gusto de la Academia…y encima compite entre otras contra una película sobre la época de la esclavitud en el siglo XIX en Estados Unidos -12 años de esclavitud- temática políticamente correcta y siempre vista con buenos ojos al momento de las premiaciones. Esperemos estar equivocados.
Cuando los opuestos se atraen A veinte años de Filadelfia, discreto film de Jonathan Demme con Tom Hanks y Denzel Washington que -sin embargo- generó en su momento un gran revuelo y fue muy importante para visibilizar el tema del SIDA en el cine de Hollywood, Dallas Buyers Club recupera aquella problemática con mejores recursos y resultados. El canadiense Jean-Marc Vallée -el mismo de Mis gloriosos hermanos (C.R.A.Z.Y.)- reconstruye la historia de Ron Woodroof, un electricista y estafador que en 1985 es diagnosticado con el virus y al que los doctores le dan apenas 30 días de vida. Lo interesante de Dallas Buyers Club es que -al menos en buena parte de sus casi dos horas- evita tanto los lugares comunes de la corrección política como el golpe bajo a puro sentimentalismo. Es que el Ron que compone Matthew McConaughey (“él” actor del momento gracias a este trabajo y al de la serie True Detective) es todo lo contrario a lo que la corrección política propondría como ideal para un activista que lucha por los derechos sociales de una minoría. Homofóbico, machista, violento, borracho, drogadicto, este auténtico cowboy redneck pasó de frecuentar los rodeos y el sexo con prostitutas a liderar una causa que puso en jaque al gobierno estadounidense (más puntualmente a la Food and Drug Administration) y a las corporaciones farmacéuticas que se enriquecieron con los costosos tratamientos contra el HIV con medicamentos que no sólo no generaban las mejoras prometidas sino que empeoraban de forma arrasadora la salud de los pacientes. Estamos en la hiperconservadora Texas de 1985 y el esquelético Ron (McConaughey adelgazó 18 kilos para el papel) gambetea varias veces la muerte inminente para empezar a traficar desde México cócteles prohibidos por entonces en los Estados Unidos elaborados por un médico anarco (excelente Griffin Dune). Su actividad -que luego deviene en el “club de los desahuciados” a los que alude el subtítulo local- empieza a generar un interés masivo dentro de la comunidad gay y un creciente malestar por parte de las autoridades, que lanzan una fuerte ofensiva contra la iniciativa. La película funciona por la convicción (la cámara en mano, la urgencia, la crudeza) con que Vallée construye el relato, que evita tanto el miserabilismo como la compasión culpógena para incluso incursionar en pasajes de comedia lograda, y por la contundente, conmovedora actuación de McConaughey. Para mi gusto, el film no fluye en los mismos términos con el personaje del transexual que encarna Jared Leto (una de esas actuaciones que tienen todos los elementos servidos en bandeja para ganar el Oscar) ni con el asordinado romance con la médica que interpreta Jennifer Garner (que sirve, sí, para exponer las contradicciones entre lo burocrático/institucional de lo hospitalario y lo humano/experimental de la propuesta de Ron y sus seguidores), pero aun cuando sobre el final debamos soportar algunos diálogos demasiado “escritos” y un poco aleccionadores Dallas Buyers Club no deja de ser un film intenso, provocativo y en muchos aspectos fascinante. Para ver y, claro, para discutir.
Alguien voló solo el nido del tiranosaurio. Durante los años ochenta Estados Unidos comenzó una leve recuperación de la crisis política, económica, militar y social que minó muchas de sus creencias como país destinado a imponer sus consensos y su ideología al mundo. Ante el retroceso de las ideas igualitarias causado en parte por el debilitamiento de los grandes relatos y de las estructuras del Estado de Bienestar y la consiguiente necesidad de aunar esfuerzos en pos de la supervivencia en un contexto muy adverso, las corporaciones se fortalecieron e impusieron las bases de una nueva era de la concentración del capital. Es en este contexto que las pequeñas búsquedas individuales como la de Ron Woodroof (Matthew McConaughey) y los médicos y enfermos que lo acompañaron en “Dallas Buyers Club”, fueron aplastadas a través de una alianza entre el capital y el Estado, generando una aquiescencia oficial destinada a mantener un negocio millonario y a ocultar hechos de corrupción y graves violaciones a las regulaciones en los sistemas de salud. Cuando el SIDA (Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida) comenzó a emerger como una nueva enfermedad incurable y una de las causas principales de la muerte de los pacientes en los hospitales, las empresas farmacéuticas comenzaron una guerra por la homologación de distintas drogas y cócteles que ofrecían una mejora, aunque leve, en la condición de los enfermos. Las burocracias hospitalarias se aliaron con estas corporaciones para controlar el incipiente y desesperado mercado de forma monopólica.
Las críticas en los Estados Unidos no terminan de hacerle justicia a esta extraordinaria película que es mucho más que las impresionantes actuaciones (y transformaciones físicas) de Matthew McConaughey y Jared Leto. Este relato acerca de un cowboy homofóbico que, en los años ’80 en Texas, contrae sida –en una época en la que la enfermedad era vista como “la peste rosa”– no es sólo la historia de una transformación personal sino un retrato íntimo de la vida con HIV en esos temibles años. Sin sentimentalismos ni excesivas lecciones de vida, con una intensidad inusitada, Vallée cuenta la historia de un hombre bastante desagradable que, por motivos puramente personales, desafía a un sistema que no logra hacer nada contra la enfermedad y pone “palos en las ruedas” para su tratamiento experimental, convirtiéndose sin quererlo en un héroe de muchos en el largo proceso al crear el “Club” que da título al filme. Ese proceso lo va abriendo al mundo, sí, pero no de la manera forzada que uno espera de este tipo de películas “comprometidas”, sino de una mucho más honesta y realista. roma dallasbuyersclubLa actuación del hoy tan en boga McConaughey es salvaje, desesperada y, finalmente, emocionante en un rol al que se lanza con alma y vida, sin paracaídas, lo mismo que el “renacido” Leto que encarna a una elegante/decadente drag queen que se convierte en la inesperada aliado de nuestro anti-héroe. Pero el gran triunfo de DALLAS BUYERS CLUB (que aquí llevará el, ay, subtítulo de EL CLUB DE LOS DESAHUCIADOS) es el del director, que se corre de los caminos ya recorridos para lanzarse a hacer de una biografía un relato crudo, humano y lleno de contradicciones. Es una película que dará que hablar y no sólo por las actuaciones de sus protagonistas.
Antes de entrar a ver Dallas Buyers Club uno tranquilamente puede pensar: “Está película me va a hacer mal”, y si el espectador es sensible ya la sinopsis lo puede predisponer de esa manera. Por ello, hay que elogiarle a la película, que si bien tiene puntos verdaderamente tristes en lo que hace a la historia, no cae el lugar común de querer hacer sufrir, y a través de su principal personaje afronta el tema del HIV con gran altura. Esto último se debe al caso real de Ron Woodroof, maravillosamente interpretado por Matthew McConaughey, quien puso todo en el papel. O mejor dicho dejó todo para hacerlo por los kilos que tuvo que adelgazar. Algo realmente comprometido para un galán consagrado en Hollywood. No solo a nivel físico hay que elogiar su performance sino también como logró transformar el personaje desde un burdo estafador hasta un abanderado por los derechos de los enfermos de SIDA (y gran hombre de negocios). La polémica por el famoso AZT y la mafia de los laboratorios es una cuestión muy vigente y en boga hoy en día, pero en los 80s era un tema que ni se tocaba ya que la enfermedad para gran parte de la población afectaba solamente a los homosexuales. Lo que hizo Woodroof es admirable y así lo supo captar el director Jean-Marc Vallée pero no solo en narración sino también en términos estéticos a través de esa fotografía “gastada” durante buena parte de la cinta hasta que va adquiriendo brillo sobre el final. Otra cuestión que no se puede pasar por alto es la otra transformación: la de Jared Leto como travesti, papel que seguro le valdrá el Oscar. Lo único que se le puede criticar al film es que a algunos se le puede hacer un poco largo y teniendo en cuenta que dura menos de dos horas quiere decir que su ritmo es lento. Pero está bien que así lo sea debido a la temática y los personajes, pero bueno, es un dato para tener en cuenta. Dallas Buyers Club es una película que encuentra esperanzas en donde no las hay de la mano de un elenco sublime.
La última película del director Jean-Marc Vallée (responsable de La Joven Victoria, C.R.A.Z.Y. y Café de Flore) tiene varias características que podrían hacernos creer que es algo que vimos varias veces. Pero hay más acá, y no sólo gracias a la labor de los dos protagonistas que entregaron alma y cuerpo para sus personajes, Matthew McConaughey y Jared Leto, los dos nominados para los próximos Oscars y con muchas, muchas probabilidades de ganar. Dallas Buyers Club empieza conociendo un poco a Ron Woodroof, sabemos que le gusta el sexo, las montadas de toros, que trabaja de electricista y, se nota por su demacrado y delgado cuerpo y rostro, que no está sano. Por eso no tarda en terminar en un hospital donde obtiene la peor de las noticias: tiene HIV. Tener HIV hace unas décadas era incluso peor que tenerlo ahora, que la medicina está más avanzada y si bien no sé llegó aún al mejor de los resultados, es muy distinto el pronóstico que le dan a Ron: que tiene 30 días para poner sus cosas en orden, en otras palabras, que es eso lo que le resta de vida. Allí está el primer engaño. Antes esas palabras del doctor y la falta de respuestas de una doctora entregada a su trabajo pero que no puede evitar sentirse frustrada cuando no se logra lo que quisiera, Jennifer Garner en uno de esos pocos papeles que la hacen inolvidable, podríamos creer que de eso va la película, de ver cómo se aprovechan estos últimos días de un hombre que se considera a sí mismo muy macho, en un ambiente lleno de machistas que dicen ser sus amigos, que, en otro de los pocos conocimientos que se tenían de la enfermedad, consideran al VIH como una enfermedad de maricas. Pero no, Ron Woodroof decide no quedarse quieto y tras no encontrar respuestas del modo correcto, hace sus propias investigaciones y sus propios movimientos y de repente se encuentra a sí mismo teniendo algo más que un negocio. Porque sí, después de lograr vivir cuanto mayor tiempo sea posible, parece que es el dinero lo que lo mueve a fundar un club para ayudar a otras personas con su misma enfermedad. Lo cierto es que se encuentra cada vez más comprometido, y al conocer a un joven transexual, Jared Leto de regreso al cine con un personaje hermoso y adorable, aumenta la cantidad de clientes y así su entrega. Porque al principio se habla de dinero pero cuando no lo hay, se vende el auto; no tienen donde quedarse y le regalan una casa aquellos que sienten que le salvaron la vida. Lo que podría ser un drama lleno de golpes bajos es más bien un film sobre redescubrirse a uno como la persona que es, desprenderse de prejuicios y aprender a aceptar al otro como es, para un mismo fin: una vida digna. Hay algunos clichés en los personajes, pero en ningún momento se percibe estar ante una típica película sobre una enfermedad mortal. En mi opinión, no parece ser un tipo de película que se hizo pensando en los Oscars, sino que esta película independiente tomó por sorpresa a más de uno; quizás sí uno pueda creer que toda transformación física está en la búsqueda de ese premio, pero creo que Dallas Buyers Club es un film hecho con mucho corazón, que probablemente en la categoría principal quede atrás, pero que a los actores se los va a reconocer como se lo merecen. Porque tanto McConaughey, que parece que el público recién ahora descubrió que era buen actor quizás por su falta de tacto a la hora de elegir muchos personajes pasados, como Leto brillan. Con un soundtrack ecléctico, algunas versiones originales ochentosas y otras regrabadas, y algún tema de 30 seconds to Mars (la banda de Leto), y una bella fotografía (hay un plano con mariposas que te deja sin aliento), Dallas Buyers Club logra conmover de una manera no forzosa.
“Dallas Buyers Club”: Treinta días no son nada Pocos son los films que, basados en una historia real de vida, se jactan de ser lo suficientemente poderosos como para llegar al fondo de mis sentimientos y lograr emocionarme. Y si bien Dallas Buyers Club, estuvo a años luz de desprenderme una lagrima, debo confesar que me dejo una sensación rara. Pero he aquí la cuestión, si bien yo no la consideraría una historia original aunque si autosuficiente, el mayor merito (por no decir casi todo) se lo llevan las actuaciones principales. Así es, los facheros también saben actuar. La historia nos retrata la vida real de Ron Woodroof (un deslumbrante Matthew McConaughey), un cowboy “moderno”, homófobo, drogadicto y muy fiestero que vive la vida al límite siendo es el estereotipo de “macho que se respeta” norteamericano. Un día como otro Woodroof se siente débil, se desmaya y termina en el hospital. Ahí, es diagnosticado con SIDA (por tener relaciones sexuales sin protección) y el doctor le dice que simplemente le quedan treinta días de vida. Aislado de sus amigos y de la comunidad, comienza a consumir AZT, una droga que está legalmente disponible en su país, la cual lo lleva al borde de la muerte. Para sobrevivir, contrabandea medicinas antivirales desde todo el mundo, las que aún no están permitidas ni disponibles en los Estados Unidos. Otros pacientes con sida averiguan sobre él y sus “ilegales” medicamentos. Con la ayuda de la doctora Eve Saks (Jennifer Garner, cumple de buena manera) y Rayon (un portador del virus HIV que es transexual, interpretado a la perfección por Jared Leto), Ron crea el Dallas Buyers Club (Club de Compradores de Dallas), para proveer de tratamientos alternativos a todos los miembros que puedan costearlos. Es así como logra captar la atención de la Administración de Alimentos y Medicamentos y de la industria farmacéutica, quienes libran una guerra total contra Ron. Dirigida por el canadiense Jean-Marc Vallée (C.R.A.Z.Y., The young Victoria), el film deslumbra de golpes bajos (la mayoría recaen en Rayon, siendo este la contraparte de Woodroof. Uno débil y dependiente, otro fuerte y enérgico) pero no exagerados, los necesarios como para hacerle entender al espectador que tipo de film esta viendo. Si bien el hecho de que este basado en una historia verídica le agrega dramatismo, este plus esta un poco desaprovechado, sumando y exagerando tensión donde no la hay, siendo un claro ejemplo la innecesaria deformación de los actores (quienes como ya sabrán, están extremadamente flacos) algo que no es vital para la historia real que se quiere contar, la burocracia de la industria farmacéutica y de lo que es capaz de hacer un hombre que desea vivir. Lo mejor de todo el film son las actuaciones. Tanto McConaughey como Leto (dejando de lado el “oscarizable” hecho de que interpretan a pacientes con SIDA) rompen con sus personajes y van mas allá, haciéndole creer de verdad al espectador no solo que son portadores del virus, sino que son sureños, homófobico uno y transexual él otro. Una increíble muestra de que no son solo facha hollywoodense, y demás esta decir que (a mi criterio) deberían ser los claros vencedores de las categorías a Mejor Actor y Mejor Actor de reparto en la entrega de los Oscars de este año. Dallas Buyers Club es una película que cumple de manera notable e incluso deja tildes de destellos maravillosos. De esas que compiten (de manera incisiva) por premios, pero mas que eso es de esos films que intensifican e impactan las emociones y por sobretodo es ese tipo de bisagra que los carilindos de Hollywood necesitan para demostrar que son material de Oscar. Por Sebastián Espíndola espindola.sebastian@revistatoma5.com.ar
El club de los desahuciados como se conocerá en nuestro país el film de Jean Marc Vallee es el film de corte más independiente dentro de los nominados al Oscar de este año. Filmada en poco más de 20 días con un acotado presupuesto de cinco millones de dólares cuenta con el curioso dato de estar nominada por su maquillaje habiendo sido su costo de apenas poco más de 200 dólares ( las dermatitis de los enfermos de HIV fueron realizadas con sémola y harina de maíz ) y de ser su vestuario adquirido en ferias americanas cercanas al set de filmación El relato se basa en las más de 20 horas de entrevistas realizadas por Craig Borten a Ron Woodroof y nos presenta en primera persona el camino recorrido por este personaje para convertirse en uno de los iconos de los ochenta en la lucha contra la industria de los medicamentos. Matthew Mc Conaughey, atravesando sin lugar a dudas el mejor momento de su carrera, interpreta a un homofóbico texano amante del rodeo, promiscuo y adorador de todos los abusos posibles (alcohol, sexo, drogas, etc) Luego de desvanecerse ,en el marco de un accidente laboral, es diagnosticado con HIV y la sentencia es tan terminante como específica: le quedan treinta días de vida. Eran tiempos en que la enfermedad se encontraba íntimamente ligada (en el imaginario social) con la homosexualidad y nada podía ser peor para este tejano que sentirse incluido en este universo que el claramente menosprecia. Luego de obtener este terrible pronóstico se le niega la posibilidad de acceder a tratamiento médico alguno y es en este momento cuando nace en su interior una pulsión tan intensa por vivir como por rebelarse por esa industria que condenaba a tantos enfermos a una muerte segura. Woodroof replica la táctica de ataque del síndrome para utilizarla contra la industria: a través de sus acciones intenta evadir sus defensas para desde allí destruirla. Comienza a investigar las causas del HIV descubriendo que el mismo está relacionado con conductas imprudentes que exceden a la homosexualidad y obtiene la certeza que el tratamiento de AZT es aún más nocivo que la enfermedad misma A partir de entonces comienza a recorrer el camino del héroe convirtiéndose en un traficante de medicamentos no autorizados en los Estados Unidos que el comercializa a través de un Club de Ventas a enfermos terminales. Y no estará solo en la administración de este club de ventas sino que Rayon ( Jared Leto en una interpretación que tal vez pueda valerle un merecidísimo Oscar este año ) se convertirá en la viva imagen del cambio ideológico operado en el tosco tejano. El Club de los desahuciados se convierte de esta forma en un relato ágil, doloroso y por demás interesante sobre las múltiples facetas que enmarcaban al HIV en sus primeros años. La discriminación , la estigmatización , el inescrupuloso manejo de la industria farmacológica son mostradas de forma descarnada en el maravilloso relato de Valleé Un montaje furioso junto con el uso del recurso de la cámara en mano nos hace sentir en carne propia esa pulsión desordenada que impulsa al protagonista a buscar su propia salvación. La banda de sonido a cargo de la banda Marc Bolan logra también transmitir esa sensación de extrañeza que se presenta en todo aquel que se sabe condenado. Porque este es el hilo conductor de las acciones tanto de Rayon como de Ron el saber que ese mismo destino que los estigmatiza es el que los impulsa. “…Las personas vienen y personas se van, algunos se mueven rápido y algunos se mueven lento… ” Rezan los versos de Life is strange uno de los icónicos himnos del glam de los setenta , y los personajes de este relato claramente están en conciencia de esta realidad y eligen ser los que se mueven rápido para lograr torcer su destino. El Club de los desahuciados es sin lugar a dudas un film de una contundencia absoluta que sin golpes bajos y armado de tremendas actuaciones logra introducir al espectador en ese universo de desidia institucional que tantas vidas se cobró en los noventa. Que nos permite ser testigos de la transformación de este tosco hombre homofóbico y mundano quien sin proponérselo termino liderando una revolución que excedió su propia vida.
Film sin estridencias, con un actor que brilla Gran candidato a llevarse el Oscar por su papel en este film, Matthew McConaughey es el actor del momento en Hollywood. Después de un largo camino recorrido como sonriente galán de películas más bien olvidables, este texano de 44 años reinventó su carrera y se ganó el respeto de todos en la industria. Su breve pero notable aparición en El lobo de Wall Street y su rol en la muy buena serie True Detective ratifican ese cambio de rumbo. Y es efectivamente McConaughey el alma de esta película que ha cosechado otras cinco nominaciones para los premios que se entregarán en marzo: su interpretación del vaquero homófobo y drogadicto Ron Woodroof, papel para el que adelgazó casi veinte kilos, es descomunal. Diagnosticado con sida luego de tener relaciones sexuales sin protección, Woodroof reacciona en primera instancia con una violencia desatada por la incredulidad, pero muy pronto decide enfrentar la tremenda noticia (la historia está ambientada en los ochenta, cuando la enfermedad era sinónimo de muerte) poniéndole el cuerpo a una cruzada individual de alto impacto: la introducción de medicamentos de contrabando en Texas, aun cuando la rigurosa Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos lo detecta y lo persigue. Crea de ese modo un efecto en cadena entre otros pacientes de sida, interesados en probar esas sustancias, y funda el Dallas Buyers Club del título original, una agrupación de compradores que se sostiene con el pago de membresías. Basada en la historia real de Ron Woodroof, famoso gracias a un extenso reportaje publicado por The Dallas Morning News en 1992, la película estuvo varias veces a punto de ser filmada -Ryan Gosling y Brad Pitt sonaron como candidatos al papel de McConaughey-, pero siempre generó dudas entre productores más bien conservadores. Finalmente, se rodó en un tiempo récord para la industria americana -apenas 25 días-, a las órdenes de un director canadiense no muy renombrado hasta ahora, que logró un tono directo y convincente sin apelaciones al sentimentalismo. Alejada de la estridencia, la película narra con gran eficacia los detalles de una épica personal, pero también se las arregla para armar un telón de fondo colorido donde aparecen una historia de amor asordinada con la médica interpretada por Jennifer Gardner, una amistad a los tumbos entre un redneck prejuicioso y el transexual que encarna Jared Leto y las miserias de la industria farmacéutica, un territorio más salvaje que la monta de toros que siempre fanatizó a Woodroof.
Sobreviviendo en los albores del sida La historia real de Ron Woodroof, un machazo vaquero texano que en 1985 descubrió que tenía sida (por entonces la “peste rosa”), tiene todos los elementos que gustan en temporada de los Oscar, desde la corrección política hasta la redención personal. Candidata el próximo domingo a seis premios Oscar –Mejor película, guión, actor, actor secundario, montaje y maquillaje–, Dallas Buyers Club es esa clase de películas que siempre pagan a la hora de la ceremonia de la Academia de Hollywood. Para empezar, cuenta con el sello certificado “basada en una historia real”, en este caso la de Ron Woodroof, un machazo vaquero texano que allá por 1985 descubrió que tenía sida (por entonces llamado la “peste rosa”) y que luchó no sólo contra sus propios prejuicios homofóbicos, sino también contra la corporación médica, más interesada en las ganancias de los laboratorios que en la recuperación de sus pacientes. Ya se sabe: la corrección política, la redención personal y la pelea del individuo contra los intereses corporativos también son tópicos recurrentes a la hora del Oscar, como lo prueban Erin Brockovich, una mujer audaz (2000) o Filadelfia (1993), con las que Dallas Buyers Club tiene más de una similitud e integra el club de las películas con perdedores que terminan –cada uno a su manera– resultando ganadores, como le suele gustar a Hollywood. La película dirigida por el canadiense Jean-Marc Vallée empieza con nervio y fuerza, impulsada por una serie de pantallazos muy crudos no sólo del sórdido mundo del rodeo en Texas, sino también del desastre que es la vida personal de Woodroof (Matthew McConaughey). Alcohólico, cocainómano y sexualmente promiscuo, por decir lo menos, con su trabajo de electricista en un campo petrolero de Ron paga (tarde y mal) sus apuestas en la arena de los toros. Cuando a causa un accidente Ron –más flaco y pálido que un vampiro anémico– termina en el hospital, los médicos le informan que lleva en su sangre el virus VIH y que le quedan, como mucho, 30 días de vida. “Yo no soy ningún Rock ‘Chupapijas’ Hudson” es lo primero que grita con las pocas fuerzas que le quedan. Lo segundo que hace es buscar, desesperadamente, una droga que le salve la vida, aunque para ello tenga que buscarla en el mercado negro. No hace demasiada falta, por cierto. Un laboratorio le paga muy bien al hospital de Dallas para que pruebe en pacientes terminales, como si fueran cobayos, la por entonces novedosa medicina AZT. Lo que viene a descubrir Woodroof en carne propia y en la de Rayon (Jared Leto) –una drag queen de la que se hace primero socio y luego amigo entrañable– es que administrada en altas dosis, como se indicaba entonces, el AZT era altamente tóxico y mataba las pocas células vivas que quedaban en el organismo. Lo que llevará a Ron a buscar tanto medicinas como métodos alternativos para procurarlas, derivando en un enfrentamiento judicial con la poderosa Food and Drug Administration (FDA) de su país. Hay algo confuso, contradictorio, en Dallas Buyers Club. Habría que ver cómo fue en la vida real (Woodroof murió en 1992, siete años después de los 30 días de vida que le dieron los médicos), pero tal como lo cuenta la película es por lo menos abrupto que ese personaje no sólo enfermo, sino ruinoso en todo sentido, pueda, de pronto, desafiar él solo a la FDA y organizar la distribución de productos y medicinas no autorizadas, que él mismo trae de México, Israel, Holanda y Japón, disfrazado de médico o de cura. Contra esa y otras inverosimilitudes del guión (entre las cuales está su súbita comprensión del mundo gay), luchan las actuaciones de Matthew McConaughey y Jared Leto, favoritos a llevarse el domingo los respectivos Oscar a Mejor actor y Mejor actor de reparto. Desde sus protagónicos en Mud y Killer Joe pasando por su única y sensacional escena en El lobo de Wall Street, McConaughey (actualmente con la serie True Detective en el cable) está en su apogeo. Y su furioso, hipnótico Ron –papel para el cual bajó especialmente 21 kilos– no hace sino confirmarlo. Aunque más previsible, quizá porque lo que le pide el guión también lo es, el multifacético Jared Leto –rock star, actor, productor y filántropo– hace del transexual Rayon un personaje verosímil, sensible pero discreto, incluso para lo que en estos casos suele ser norma.
Una epopeya extraordinaria Ubicada en los años '80, cuando recién se comenzaba a hablar del sida, el director canadiense Jean-Marc Vallée (La reina Victoria) retrató una atrapante historia real, donde se luce Matthew McConaughey. Misógino, ignorante, reaccionario, homofóbico y violento. La lista sigue porque son sólo algunos de los rasgos de carácter de Ron Woodroof, el protagonista de Dallas Buyers Club, un cowboy que reparte su tiempo entre su oficio de electricista, las estafas con apuestas y el rodeo, donde cada tanto se da el gusto de subirse a un toro reacio a ser domado. En los años '80, en pleno reinado de la derecha, Ron sigue esnifando cocaína y se acuesta con la mayor cantidad posible de prostitutas, hasta que los médicos le diagnostican 30 días de vida por ser portador del virus del sida. Y más allá de la sorpresa y la impotencia por una enfermedad inesperada, lo que verdaderamente molesta al protagonista es que para esa época donde se creía que la enfermedad atacaba solamente a los homosexuales, y que la sufra él es algún tipo de broma gay que no llega a entender. Lo cierto es que si bien el cowboy es un retrógrado, no tiene un pelo de tonto y enseguida se da cuenta que debe estar atento porque lo que digan los médicos, los laboratorios y las autoridades no es necesariamente verdad, y que la lucha por sobrevivir va a forzarlo a que busque por sus propios medios el mejor tratamiento, contrabandeando desde México y armando un gran sistema de distribución de cócteles de medicamentos para el tratamiento de la enfermedad, tan eficaz como ilegal. Lo que no tiene en cuenta Ron es que el nuevo desafío y conectarse con mundos que desconoce, va a significar un crecimiento para su manera de ver el mundo, más comprensivo, mejor. El correcto Jean-Marc Vallée (La reina Victoria) deja en manos de Matthew McConaughey todo el peso del relato y así el actor texano se luce en un papel soñado –esta interpretación, más el policía que compone en la serie True Detective y la participación en El lobo de Wall Street constituyen la plataforma de su reinversión como actor–, acompañado por el impresionante trabajo que hace Jared Leto como un travesti, tan trágico como sabio . Con varias lecturas posibles, que van desde el poder de las corporaciones farmacéuticas dispuestas a todo por colocar sus productos hasta el gobierno permeable a los lobbies empresariales, la película tiene la inteligencia de presentar a un personaje controvertido, incluso repulsivo, como el impulsor de una epopeya extraordinaria y de paso, que el posible espectador vaya logrando una empatía con el protagonista, que descubre la ética, que lucha y crece como persona.
Una carrera contra el reloj Esta es la historia de un hombre que libró una batalla personal con la intención de vencer su enfermedad y extender su tiempo de vida. El filme del canadiense Jean-Marc Vallée, enfoca la década del "80, cuando todavía no se sabía como enfrentar al virus del sida y quienes contraían la enfermedad, cuando se les diagnosticaba ya estaban perdidos. Eso le ocurre a Ron Woodroof (Matthew McConaughey), un electricista que vive en el Estado de Texas y es un heterosexual homofóbico, que en sus ratos libres se dedica al rodeo, cabalgando a embravecidos animales. Woodrof, igual que sus amigos, pensaban por aquellos años, en 1985, que sólo los homosexuales contraían la enfermedad, por eso cuando un médico, en el hospital al que fue llevado luego de desmayarse y perder la conciencia en su casa le dice que el virus está en su sangre, él termina insultándolo. POCOS DIAS DE VIDA Más tarde y debido a que el virus corría una carrera loca para destruir su cuerpo, Ron comienza a tomar conciencia de que le quedan sólo treinta días de vida, como le habían dicho en el hospital del que terminó escapando. Va a una biblioteca y se interioriza sobre las posibles drogas que al menos si no curaban, podían extenderle algunos años más la vida al enfermo. Vuelve al hospital y les pide que a cambio de una cantidad de dinero, que le entreguen las drogas que mencionan los artículos científicos. La respuesta negativa. Porque a pesar de que en otros países se probaron varios medicamentos con resultados diversos, en los Estados Unidos en esa época los laboratorios todavía no disponían de la patente, por lo que las drogas para el sida, eran imposibles de conseguir en el mercado. A partir de ese momento, Woodroof decide no rendirse y viaja México a consultar un médico, que le provee de vitaminas y un medicamento recién probado que le permiten mejorar su estado físico. Entusiasmado Ron decide contrabandear los medicamentos considerados ilegales en los Estados Unidos y además de hacer su negocio ayudar a otros enfermos. Para conseguir compradores, se asocia con un transexual, Rayon, papel a cargo de un notable Jared Leto. UNA BATALLA LEGAL La batalla legal no se hace esperar, su domicilio es allanado por la policía y su abogado intenta encontrar los mecanismos para que no vaya a la cárcel. Lo cierto es que mientras los médicos dejaban morir a los enfermos por culpa de los laboratorios, Ron los ayudaba a que pudieran vivir un poco más. "Dallas Buyers Club" es un filme imperfecto. Su guión tiene escenas que se repiten y por momentos no hacen evolucionar la historia, no obstante, además de la admirable y comprometida actuación de Matthew McConaughey, en el papel de Ron Woodroof, es interesante el enfoque que el director le otorga tanto a la condena, como a la realidad de ser homosexual en los Estados Unidos en aquella, como a la situación de denuncia, y sobre los crueles intereses económicos, que mueven el mercado farmaceútico en el mundo. Un dato interesante es que el guión de la película está basado en la vida real de Ron Woodroof, quien murió en 1992.
Nuevas enfermedades, nuevos negocios Ron Woodroof (Matthew McConaughey) es un buscavidas texano, que además de su empleo como electricista también se dedica a otras tareas menos legales; es un hombre bruto, homofóbico, y al que le gusta emborracharse. En el año 1985, luego de un accidente de trabajo que lo hace pasar por el hospital, Ron es diagnosticado con sida, cuando aún se la conocía como "peste rosa". Como es de esperarse, la vida de Ron cambia en un segundo. Pasa primero por la negación, y luego reconoce las señales que le da su cuerpo, va aceptando esa enfermedad que creía que no podía tener, porque eso era cosa de homosexuales. Ron no solo debe aceptar su nueva condición, sino también enfrentarse a la reacción negativa y el rechazo de su entorno. Para un sujeto como Ron, ser rechazado socialmente no es una novedad ni es algo que va a detenerlo. Cuando descubre que en el hospital no van a hacer más que ponerlo cómodo para esperar la muerte, o probar en él drogas que probablemente lo maten más rápido que la misma enfermedad, recurre a todas sus habilidades para conseguir tratamientos y drogas alternativas, que en su mayoría debe traficar desde México. Su negocio es tan próspero que pronto tiene cientos de clientes, lo que le permite viajar y explorar nuevos mercados donde conseguir drogas, que por razones burocráticas o económicas, EE.UU. no permite comercializar. Junto a un transexual llamado Rayon, (brillantemente interpretada por Jared Leto) tan desahuciado como él, fundan el Dallas Buyers Club, un negocio que les permite a los portadores de HIV conseguir drogas fuera del circuito legal de hospitales y laboratorios. Perseguido por varias asociaciones del estado, principalmente la FDA, Ron acude a todos sus artilugios y rebusques para llevar adelante su emprendimiento, y al mismo tiempo que este prospera, ve como la esperanza de vida de pocos días que le dieron en el hospital, se va convirtiendo en años. Es probable, que Matthew McConaughey consiga el Oscar por esta interpretación, tan minuciosa y detallista, de un personaje tan rico como complejo, un sureño bruto, que nunca en su vida se había preocupado por nadie, y que aún con su enfermedad a cuestas logra exponer las falencias y fraudes del sistema de salud norteamericano. Es una gran historia, muy bien filmada, tan realista como cruda, que al contrario de la mayoría de las películas que tratan esta temática, no cae en sentimentalismos ni lugares comunes, y como si eso fuera poco, no es políticamente correcta.
La historia real, ubicada en l985, cuando Rock Hudson decía públicamente que padecía de Sida y la enfermedad se cobraba vidas a su antojo. Un hombre rudo, homofóbico, tránsfuga, promiscuo, descubre que padece esa enfermedad y le queda un mes de vida. Lucha y consigue remedios de todo tipo que le permiten vivir siete años más enfrentando médicos y corporaciones. Un film que le escapa al golpe bajo, que tiene dos actuaciones excepcionales, la de Matthew McConaughey en especial y Jared Leto, que seguramente ganarán el Oscar por sus labores.
Estamos ante una de las mejores películas de esta temporada, emocionante, humana, atrapante y con un reparto que merece el aplauso de pie. MATTHEW MCCONAUGHEY hace rato que viene demostrando lo enorme actor que es, pero aquí se recibe definitivamente de maestro de la interpretación. Una composición física y emocional que no dejara indiferente a ningún espectador. Y qué decir de JARED LETO, otro intérprete que está estupendo, natural, cautivante. Es imposible dejar pasar esta joya del séptimo arte, de visión obligatoria.
Hay que pelearla Matthew McConaughey y Jared Leto encabezan el filme sobre enfermos de SIDA en los ‘80, contra los laboratorios que buscaban lucrar. Ron está, digamos, pasándola bien, con dos mujeres antes de que alguien se le anime a un toro en un rodeo. Hay que aguantar algunos segundos para declararse vencedor. El apuesta, y su futuro inmediato depende de lo que suceda. Es un cowboy de los ’80, pero no como el que compuso John Travolta en Urban Cowboy. La metáfora de Ron y el toro es tal vez obvia en demasía, pero al menos sirve para entender que el protagonista de El club de los desahuciados no es un tipo común. O sí: es un hombre corriente que atravesará un período extraordinario cuando se entere de que tiene HIV, y que, por esos años sin cura a la mano, era como un certificado de defunción sin fecha precisa de vencimiento. Pero próxima. La energía no tiene relación con el cuerpo, la carne, sino con el espíritu, la mente y la sangre. Ron es un tipo apasionado por lo que hace, sea lo que sea. Homofóbico, drogón, arrogante y con vocación por las chicas fáciles, no mide consecuencias en sus actos hasta que le dan un mes de vida. Se contagió seguramente por no cuidarse, pero no se dará por vencido. La lucha por la supervivencia de un salvaje, en el cine, tiene atractivos de por sí, pero la de Ron, basada en la historia real del hombre que cuestionó a los laboratorios que buscaban curar al SIDA y que creó una red, un club de infectados a los que les conseguía medicamentos contrabandeados para paliar su enfermedad, le da otro reflejo, otro vislumbre al asunto. Eran tiempos en los que el AZT era una droga experimental, que parecía ser la solución, pero las dosis podían alterarlo todo. Ron encontró en México a un médico (Griffin Dunne) que lo convenció -en verdad, no le quedaba otra- que utilizar una combinación de drogas más una ingesta de suplementos dietarios podían ayudar a su sistema inmune. La película coquetea con la denuncia. Tanto los laboratorios como los funcionarios del Gobierno están más orientados hacia el beneficio propio, o la gloria por alcanzar la cura a expensas de los enfermos que por mostrar algún mínimo rasgo de compasión. Pero el filme ofrece su costado más humano con Ron y con Rayon, el travesti que compone Jared Leto. Es muy posible que Matthew McConaughey y Leto se lleven el domingo los Oscar a mejor actor protagónico y secundario la primera vez que son candidatos. Es que su presencia es fundamental en la historia. El hecho de que Ron tenga SIDA y no sea gay, sino abiertamente homofóbico, también es una veta que Jean-Marc Vallée (La reina Victoria, C.R.A.Z.Y.) señala con trazos más gruesos. Hay mucho de sentimiento sincero y poco de melodrama en este filme que empieza duro, prosigue algo cruel y termina devastando.
El pícaro redimido por su lucha En cine, los pícaros siempre son interesantes, sobre todo cuando enfrentan a los burócratas de la ley, que suelen ser torpes y mezquinos, necios y malvados. Ejemplos recientes, "El lobo de Wall Street", "Escándalo americano". Pero el pícaro de "Dallas Buyers Club" tiene un mérito mayor: su negocio fue, cada vez más, a favor de la gente. Dallas, octubre de 1985. Ron Woodroof es un flaco puro nervio, adicto a las minas reventadas, bares, peleas, drogas, apuestas, juerguero y fanfarrón. Le gusta la adrenalina de subirse al toro en una pista de rodeo. No hay nada que pueda llevarlo a la muerte en 30 días, proclama él mismo. Pero los médicos le han diagnosticado 30 días de vida. Tiene sida. En 1985 el sida es una peste sin remedio. Para colmo, "una enfermedad de putos". Los amigos se apartan, lo repudian, le escriben la pared. Homófobo convencido, debe soportar humillaciones de ambos lados. Pero se instruye, advierte que la droga que están aplicando en el hospital, la AZT, es solo experimental y de dudosos resultados, viaja a México, da con alguien que aplica un cóctel de vitaminas y remedios aprobados en otros países pero no en EE.UU. Y vuelve decidido a crear un negocio: el Dallas Buyers Club, para deshauciados como él. Contrabandea remedios mediante hábiles engaños. Viaja adonde sea. Elude inspecciones. Enfrenta a la industria farmacéutica, y al Estado. Llega a juicio. Se convierte en héroe. Con un socio transexual y la ayuda de una pareja de viejos homosexuales muy discretos. Se puede ver la película como la redención de un homófobo texano que termina siendo amigo de los gays. O el ejemplo del individuo que enfrenta problemas, Destino, stablishment o lo que sea, por su derecho a la felicidad. O como el típico self made man americano capaz de hacer negocios hasta en la peor situación de crisis. Ron Woodroof existió. Enfrentó la maquinaria y la muerte. Le diagnosticaron 30 días y duró siete años. Solo que era un electricista, simple espectador de rodeos, lo sostenían su hermana y su hija, jueces, médicos, personal de líneas aéreas y hasta policías de frontera, fue nota en "The New York Times", "Dallas Life Magazine" y otros medios, y nunca tuvo un socio transexual, ni una amiga doctora. Las pocas fotos suyas que circulan por internet muestran un rostro más bien amable. Matthew McConaughey lo convierte en un tipo fuera de norma que se mueve primordialmente solo, varón recio, decidido, pícaro indomable, bronco salvaje y cargado de energía hasta para caer al suelo sin fuerza alguna. Y levantarse y seguir dando pelea. Buena actuación, la de McConaughey. Buena también la de Jared Leto, incluso en la esquemática escena del encuentro con su padre rico, distante y (era de prever) homófobo. La película entera es esquemática, salvo una mirada en primer plano al comienzo, y una breve escena con mariposas de la noche, más adelante. Pero igual interesa. Tres nombres claves: Craig Borden, guionista que entrevistó al personaje real e impulsó la película, Melisa Wallack, coguionista que le impuso los lugares comunes necesarios para hallar fondos, Jean-Marc Vallée, director. Para interesados en la lucha de otros americanos contra la Food & Drug Administration y sus protegidos, en busca de remedios para el sida, se recomienda "Y la banda siguió tocando" (1993, Roger Spottiswoode). El verdadero Dallas Buyers Club no surgió de la nada.
"Dallas Buyers Club" es otra de las películas con nominaciones (6) a los próximos premios de la academia, incluyendo "Mejor Película". Un viaje totalmente intenso es el que vas a vivir gracias a la magnífica interpretación de Matthew McConaughey, como Ron Woodroof. Deslumbra y hace que uno no pueda pestañar en ningún momento (¿le robará el Oscar a Leo DiCaprio?). Jared Leto, interpretando a Rayon, seguramente te quite la respiración, porque también, lo que hace es majestuoso. Jennifer Garner acompaña, pero no me mató, está correcta. Una historia verídica, intensa y dolorosa, que no pierde el tiempo en escenas de relleno, sino en escenas claves que suman al relato. Excelente película y grandes actuaciones por parte del elenco. Definitivamente tenés que verla.
club de los desahuciados o Dallas Buyers Club, es la película dirigida por Jean-Marc Vallée, (un canadiense o de Quebec, cómo se diga el gentilicio), con Matthew McConaughey, Jared Leto, Jennifer Garner y Steve Zahn. Basada en la historia real de Ron Woodroof, (McConaughey), un vaquero de rodeo, drogadicto y xenófobo a quien a mediados de los ochenta le diagnosticaron VIH y con suerte unos treinta días de vida nada más. Hasta ese momento la única droga disponible para poder luchar con el virus era la famosa AZT, única aprobada en Estados Unidos. La misma le generó una descompensación que lo llevó al borde de la muerte. Ahí empieza la cosa con Woodroof buscando medicinas compensatorias para importar a Dallas. Junto a la doctora Saks y Rayon, (el transexual que interpreta Jared Leto), fundan el Dallas Buyers Club, el cual empieza a crecer en cantidad y sedes por todo el país, (sí, todos estamos pensando en lo mismo pero ya conocemos las dos primeras reglas). Cuando la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos los descubren es donde comienza una guerra atroz por bajarlos. El momento de Matt El lobo de Wall Street, True Detective y ahora Dallas Buyers Club le tienen que hacer cambiar la opinión a cualquiera que haya visto sólo las comedias romanticonas y melosas de McConaughey como Cómo perder a un hombre en diez días o EDtv. Pero acá Dallas, puede descansar tranquilamente sobre sus hombros como bien dijeron en RT (sin pasar por alto la actuación de Leto). Si bien el principio es predecible, del clásico tipo en que se encuentra un extremista en una situación límite que lo obliga a derribar sus prejuicios e intolerancia entendiendo que la vida es más importante, es como está llevado adelante por un actor que se mete en el rol de esos que uno los recuerda perfectamente. No se trata de la misma persona que encontrás sobre la alfombra roja, (como Heath Ledger con el Guasón o Charlize Theron en Monster), sumado a una historia muy potente, lo vuelve memorable. Claro que estamos hablando de esas películas armadas desde el vamos para meterse con todo en los Oscars, y más allá de lo que uno pueda criticarles en sus intenciones, si el resultado es una película como esta no tengo mucho que objetar, (más allá de que después nos olvidamos quién ganó la estatuilla, excepto Santi Balestra, el sí recuerda). Dallas-Buyers-Club-Poster-Header Esa historia que te llega por cualquier lado En la época en que aparece el VIH y el SIDA, en Estados Unidos se lo veía como una amenaza para los sectores marginados, pobres que se drogaban con jeringas y homosexuales, la fiebre rosa le decían sectorizándola aún más. Hay una mimetización entre Woodroof y el gobierno y por ende gran parte de la sociedad en aquel momento. Quiero decir, Woodroof se ve reflejado en la sociedad y su gobierno al no dar atención apropiada a las personas que contraían el síndrome. Pero la ruptura con ello, la toma de consciencia generalizada, se da cuando le pasa a uno de los que estaba en el otro lado. Woodroof pasó entonces de ser un fanático del rodeo a un activista muy importante y líder de un movimiento que lo enfrentó con el propio gobierno de los Estados Unidos. Conclusión La película está bien nominada a los Oscar y si el premio a mejor actor va para Di Caprio o don McConaughey nos tenemos que ir contentos igual, (de la sala del living a menos que tengan un cuarto ahí en California para prestarnos). La película trata un tema duro con una gran sensibilidad, al punto que ver a Jared Leto trasvestido como aparece no causa estupor alguno sino que permite acercarse a los personajes y tener empatía con ellos. Básicamente, no les van a robar la entrada si pagan por Dallas Buyers Club, me parece.
Alta posibilidad de quedarse con ambos Oscar a la interpretación masculina “Basada en un hecho real”, la frecuente frase que se muestra al inicio de muchos films no sólo norteamericanos, no aparece en el caso de “Dallas Buyers Club”. Y ello no parece casual ya que si algo transmite “El club de los desahuciados”, poco feliz título alternativo con que se conoce aquí, es una gran honestidad al no tratar de ser vendida por el hecho de no ser una ficción. En efecto, se trata de un relato basado en un personaje real en tiempos en que el HIV (y el SIDA) recién comenzaban a ser masivamente conocidos. La acción se inicia en julio de 1985, no casualmente con un comentario homofóbico de Ron Woodroof (notable Matthew McConaughey) sobre Rock Hudson. Otro de sus colegas no parece tener muchas luces al afirmar equivocadamente que era uno de los actores de “North by Northwest”/”Intriga internacional”. Ron trabaja como electricista en una zona petrolífera del estado de Texas, que lo vio nacer también en la vida real y a la que pertenece la Dallas del título (tristemente célebre por el asesinato de Kennedy). En sus ratos libres participa de sesiones de rodeo que es donde se inicia la película. Sufre un desmayo y luego de ser hospitalizado dos médicos le comunican que sus tests sanguíneos revelan que ha contraído el HIV y que le queda apenas un mes de vida. De allí en más sus días van pasando lentamente al principio (en el film), tardando algunos hasta convencerse que el haber practicado sexo no protegido debe haber sido la causa del contagio, pese a su condición heterosexual y cierta homofobia. Habrá entre una de las tantas escenas en que vuelve a ser hospitalizado, y otras tantas en que se “escapa” literalmente de los centros de asistencia, una que será relevante en su futura vida. Será cuando sufra un fuerte calambre en una de sus piernas y el dolor sea aliviado por su ocasional compañero de habitación. Allí hace su aparición Rayon (Pared Leto, el otro firme candidato al Oscar), especie de “Drag Queen” que se transformará al poco tiempo en su socio para un negocio basado en el tráfico de drogas desde México. Pero no se trata de cocaína sino de medicamentos no aprobados por la FDA (Food and Drug Administration) y que Ron traerá adoptando diversos atuendos. Quien se los provee es una especie de “curandero”, una buena caracterización de Griffin Dunne. En uno de esos viajes lo veremos pasando la frontera, “disfrazado” de cura, con el baúl del auto cargado de mercadería, en una escena muy graciosa. El título de la película alude al negocio que monta, junto a Rayon, creando un club que provee de medicina a la creciente legión de enfermos de SIDA a cambio de un pago mensual. Claro que nada será fácil ya que se verá enfrentado con la competencia de poderosos laboratorios que están probando medicamentos como el célebre AZT, cuya eficacia es puesta en duda por el propio Ron. Pasarán las semanas e incluso los meses y Ron parecerá haber encontrado la forma de que no avance la enfermedad. Incluso viajará a Europa y Japón, donde ha aparecido el interferón, intentando ampliar sus fuentes de abastecimiento de su “club”. A medida que avanza el relato irá creciendo en significación un tercer personaje, uno de los dos médicos que lo atendió al inicio. Eve, la doctora que interpreta Jennifer Garner (“La extraña vida de Timothy Green”), se debate entre su honestidad profesional que le impide hacer las recetas que tanto necesita Ron para si mismo y su club y el cariño que siente sobre todo por Rayon. La película fue dirigida por el canadiense Jean-Marc Vallee, de quien se conoce “Mis gloriosos hermanos”/”C.R.A.Z.Y”, con un tema lejanamente afín al de “Dallas Buyers Club”. Sorprende acá con sus seis nominaciones entre las cuales destacan ambas interpelaciones masculinas pero también al mejor guión original y montaje. McConnaughey fue visto hace poco en la impactante escena inicial de “El lobo de Wall Street” (como Mark Hanna) y ya se cruzó hace cinco años con Jennifer Garner en la olvidable “Los fantasmas de mi ex”. Es muy probable que gane el Oscar a la mejor interpretación masculina y que otro tanto ocurra con Pared Leto (“Réquiem para un sueño” como mejor actor de reparto. Ambos debieron bajar fuertemente su peso para dar más verosimilitud a sus respectivos personajes, pero es la convicción con que los interpretan lo que debería justificar sus probables chances el próximo domingo 2 de febrero.
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Uno de los últimos films con competencia en Oscars que se estrena en el país. La historia de un cowboy texano homófobo que padece HIV a mediados de los ochenta se destaca por las impresionantes actuaciones de Matthew McConaughey y Jared Leto.
Impresiona, y mucho, verlo a un casi irreconocible Matthew McConaughey con 23 kilos menos que se requirieron perder para este papel tan jugado. Literalmente, el actor oriundo de Texas, brindó su cuerpo y alma para interpretar a este sureño llamado Ron Woodroof en esta película dirigida por el realizador canadiense Jean-Marc Vallée (“La Joven Victoria”) inspirada en hechos reales que tomaron lugar en el año 1985 cuando la epidemia del SIDA aún estaba en sus primeras etapas y no se conocía la gravedad de la enfermedad en los Estados Unidos. Woodroof es un electricista y cowboy de rodeo que vive un estilo de vida despreocupado. Es homofóbico, heterosexual, y un adicto a la cocaína que un día, accidentalmente, es diagnosticado con el virus HIV positivo y los médicos (intepretados por unos correctos Denis O’Hare y Jennifer Garner), le dan 30 días de vida. Sin embargo, él no lo acepta “porque no es un marica” (uno de los prejuicios de aquella época), y no acepta una sentencia de muerte. Su lucha por conseguir AZT (Azidotimidina), el único medicamento permitido en el país que prometía tratar el virus que causaba el SIDA (el cual, sin embargo, no estaba demasiado disponible porque estaba limitado a pacientes en ensayos clínicos) lo lleva a cruzar la frontera hacia México, donde conoce a un médico (papel a cargo de Griffin Dunne) que utiliza un cóctel de medicamentos y vitaminas mucho más eficaz contra la enfermedad, por lo que el protagonista comienza a contrabandearlos hacia Estados Unidos, desafiando a la comunidad médica y científica, y a la propia FDA, la agencia federal de medicamentos. Es así que funda, justamente junto con un transexual llamado Rayon (un Jared Leto que también tuvo que bajar considerablemente de peso), el “Club de los Compradores de Dallas” en donde las personas con VIH positivo pagan una membresía para acceder a los suministros. A medida que la lista de clientes va aumentando, Ron se va convirtiendo en un experto en la enfermedad y al mismo en un activista para lograr que se aprueben tratamientos asequibles y alternativos que el gobierno traba. Esta producción, con 6 nominaciones al Oscar (entre ellos Mejor Actor, Mejor Actor de Reparto y Mejor Película) no sólo se centra en la historia de Woodroof, quien aprende -en pleno surgimiento de esta enfermedad- cómo prolongar su vida de una manera saludable (logrando vivir siete años más) sino que además pone en foco la triste realidad que existe en torno a los intereses de la industria farmacéutica que privilegiaban las ganancias (hoy en día siguen haciéndolo) por sobre la vida humana.
De Filadelfia a Dallas Dallas, Texas. Mediados de los años ochenta. Dentro de lo inevitable, uno de los peores escenarios para contraer sida. A Ron Woodroof le pasó eso. Era el estereotipo del vaquero misógino, homofóbico y pendenciero; por poco golpea al médico que le diagnostica HIV. ¿Cómo van a decirle marica? Ron existió y Matthew McConaughey lo lleva orgulloso en sus hombros huesudos, su rostro demacrado, sus bigotones camp… su épica. Los grandes laboratorios y la FDA (algo así como el Ministerio de Salud norteamericano) quieren curarlo con AZT, que inicialmente funciona y después se vuelve veneno. Así Ron viaja a México y conoce al doctor Vass (grato retorno de Griffin Dunne, héroe silencioso del cine independiente), quien le suministra un péptido que se presenta como el mejor paliativo. Ron lleva el compuesto a los Estados Unidos, funda un club, enfrenta a los laboratorios. Es David contra Goliat, una entre tantas citas bíblicas. Porque al contraer la “peste rosa” y adentrarse en el submundo de la cultura gay, Ron, como Pablo de Tarso, deviene el más radical de los conversos. Aunque el tema indudablemente remita a Filadelfia, el director Jean-Marc Vallée tuvo la sensibilidad para retratar esta historia con pinceladas finas. Rayon, la socia de Woodroof (el travesti que interpreta Jared Leto en un memorable contrapunto con McConaughey), es fanática de Marc Bolan; su playlist incluye a Amanda Lear, la mítica modelo sospechada de transexual, y su novio Jenny es interpretado por el andrógino Bradford Cox, cantante de Deerhunter. La cosmética resulta tan apropiada como la transformación de McConaughey; ambas redondean un film de intensidad y sustento.
Toro salvaje Con seis nominaciones a los Premios Oscar y formando parte de otra película basada en eventos reales, Dallas Buyers Club atrae y convence a través de una historia pertinente a un tema delicado, ganando peso y vigor gracias a las enormes interpretaciones de Matthew McConaughey y de Jared Leto, siendo en estas categorías, las que corresponden a Mejor Actor Protagónico y a Mejor Actor de Reparto, donde puede salir triunfante. El film narra la vida de Ron Woodroof, un cowboy drogadicto, apostador, promiscuo e iracundo ante cualquier tipo de chicana o comentario que no considere acertado. Su cotidianidad da un giro inesperado cuando le diagnostican el virus del HIV y le dan tan sólo 30 días de existencia. La escena inicial, situada en un rodeo, lo muestra a Ron en uno de los hábitos que lo definen como hombre de excesos al mantener relaciones sexuales con dos prostitutas. Atinados simbolismos son los que utiliza como recurso el director al intercalar el goce de Woodroof mientras nos enseña lo que sucede en la cerca con un toro, en una suerte de vínculo que connota el carácter valeroso, viril y salvaje de este vaquero texano. Ron rezonga, frunce el ceño, discute, se droga, bebe y mantiene un ritmo carnal poco cuidado y desenfrenado. Y ese cóctel explosivo le juega una mala pasada. Se desmaya (más bien se desploma) y en el hospital le comunican la peor noticia. Pero el sujeto, reo, homofóbico y descreído se va refunfuñando. Una vez que cae en la cuenta de la realidad, pelea y emprende un nuevo negocio, apoyado en la venta (y consumo propio para sobrevivir) de proteínas y mejunjes a quienes padecen la misma enfermedad. Jean-Marc Vallée toma un camino distinto del que suelen llevar este tipo de crónicas y evita caer, afortunadamente, en quemadísimos golpes bajos o sensiblerías destinadas únicamente a conmover a toda costa aprovechando la susceptibilidad que porta, desde el vamos, una temática de esta índole. Y probablemente este sea uno de los grandes tinos de la proyección, al encontrar una manera de contar los hechos con coraje y fuerza, sin perder los estribos. El personaje que interpreta magistralmente Matthew McConaughey se ve movilizado por esa suerte de fecha de vencimiento o cuenta regresiva que opera como motor de búsqueda desesperada de resoluciones provisorias y sumamente arriesgadas, similares (salvando las distancias), por la circunstancia en que se ven expuestos por una enfermedad sin cura, a las que supo afrontar el impresionante Bryan Cranston en Breaking Bad. Es cierto que el arranque de Dallas Buyers Club va perdiendo algo de fuelle desde la mitad del metraje hacia el final, cobrando una naturaleza algo más habitual y haciéndose, de a ratos, un poco lagunera. Una cinta más que aceptable a la cual no le tiembla el pulso cuando de criticar a las industrias farmacéuticas con sus ciegos fines de lucro se trate, un proyecto que sale más airoso debido al engrosamiento de nivel que le otorgan las actuaciones de McConaughey y Leto. LO MEJOR: el nivel interpretativo y gestual brillante de Jared Leto y del protagonista de Mud. El modo elegido para narrar los eventos. LO PEOR: va perdiendo algo de vigor en el camino. Se hace algo extensa por determinados pasajes. PUNTAJE: 7
Corrección y política Dallas Buyers Club es una de esas películas que funcionan mejor si uno las pone en espejo con otras de su estilo: drama redentor con protagonista enfermo basado en hechos reales. Es decir, con el material de base que tenían el director Jean-Marc Vallée y sus protagonistas Matthew McConaughey, Jennifer Garner y Jared Leto entre manos, que la película no ahogue al espectador a puro golpe bajo y que el drama se mantenga siempre riguroso y escapándole a las poses e imposturas habituales del Hollywood más maniqueo, ya es todo un logro. Ahora, decir que por esto se trata de una película enorme hay un trecho bastante largo. Dallas Buyers Club -ambientado en aquellos años 80’s con el incipiente SIDA revolucionando la sexualidad y sus cuidados- es un drama correcto, con actuaciones sin desbordes que se aplican al tono elegido y que señala los vicios del sistema norteamericano sin caer en el panfleto engolado. Si bien el film está basado en la experiencia de Ron Woodroof, que aparece aquí como un vaquero homofóbico, drogadicto y mujeriego, los guionistas Craig Borten y Melisa Wallack y el propio director se tomaron libertades varias para contar la historia (hay datos biográficos que indican otra cosa sobre Woodroof), decidiendo que no es la representación calcada de la realidad lo que importa en una adaptación de hechos reales sino la perfecta captura del espíritu del material elegido. Básicamente convierten todo el movimiento en cine, y eso está muy bien. Por momentos la película se transforma en una comedia de trampas, con el protagonista haciéndose pasar por cura para traficar medicamentos por la frontera norteamericana. Ese abrazar mecanismos del cine menos académico y más postergado para retratar un tema tan complejo y arduo no deja de ser una forma, también, de imponer una defensa de aquello que trasciende los límites de lo permitido. En Dallas Buyers Club más que con enfermos terminales y con personajes que merecen nuestra redención bienpensante, estamos ante personajes que se hacen respetables porque luchan contra un poder que los domina aún en la propia libertad de elegir su destino ante una enfermedad y la muerte. El atractivo del film es que se aleja del chantaje emocional para construir un relato puramente político: una política del cuerpo y la mente, pero también institucional en la lucha contra las farmacéuticas y las entidades oficiales que regulan el ingreso de medicamentos al país. Para el Woodroof del film, el individuo es el único que conscientemente puede decidir sobre su futuro, sin mayor injerencia de organismos e instituciones reguladoras. Esta mirada “atea” es tal vez lo mejor de una película que, aún acertando en todos los puntos que va tocando -más allá de algún pasaje efectista-, se hace demasiado correcta, como muy pulida sin posibilidad de contradicciones o que ingrese algún atisbo de duda sobre lo que sus personajes van decidiendo: la idea de sacar el lastre de la intensidad dramática es bienvenida, pero si terminamos enfrentándonos ante un universo de buenos y malos tan marcado como aquí, esas intenciones terminan cayendo en saco roto. Dallas Buyers Club pierde bastante cuando algunos pasajes, como el de la aceptación de su enfermedad por parte de Woodroof, son resueltos velozmente (¡caramba, ese personaje así construido debería haber atravesado toda la película antes de aceptar que tiene SIDA!) y avanza directamente hacia la lucha del protagonista contra las farmacéuticas. Lo inapelable de eso que cuenta es lo que le quita posibilidades. De esta película se ha hablado hasta el hartazgo sobre las actuaciones de Matthew McConaughey -especialmente- y Jared Leto. Es verdad, no están mal, pero así como el resto de la película no termina por tomar real vuelo, las actuaciones son instalaciones que refuerzan la idea de corrección que recorre todo el metraje: en el fondo y aunque no lo parezca son personajes unidimensionales, que tienen un conflicto inicial pero luego lo sortean y avanzan con seguridad. Ahora, si nos vamos a maravillar porque bajaron de peso y ambos aparecen esqueléticos estamos ya en otro nivel del sentido de actuación por el que particularmente no me siento demasiado atraído. A lo sumo uno se asombra un poco, pero no es más que un recurso efectista.
Se dice que una película es oscarizable, cuando su realización se enfoca en crear personajes o historias (generalmente basadas en la vida real que hablan sobre superación personal) cuyo guión explota lo mejor de cada actor y de cada persona que participa en su realización (director, fotógrafo, etc.). El Club de compradores de Dallas, traducción literal para este filme, es uno de esos oscarizables. Matthew McConaughey interpreta a Ron Woodroof, un vaquero drogadicto y amante de las mujeres que es diagnosticado con VIH en una época en la que se comenzaba a entender la enfermedad, pero se seguía llenando de muchos prejuicios y avanzaba más rápidamente de lo que era controlada. Así, en un auténtico instinto de supervivencia, Woodroof se hace con otro tipo de drogas no autorizadas que son mucho más efectivas que las autorizadas por el gobierno, y en el camino conoce a Ray (Jared leto), un transexual con la misma enfermedad que se convertirá en su socio y mejor amigo. Así como lo dijimos en el primer párrafo, McConaughey y Leto se lucen y resulta virtualmente imposible que alguien les robara sus respectivas estatuillas a menos que la academia cometiera una injusticia. Ambos trabajaron física y mentalmente a sus personajes de una forma tan exhaustiva que incluso en la vida real les trajo problemas de salud. Sea como fuere, la película lleva un ritmo lento pero interesante que hace seguir queriendo ver la película hasta el final y ver como la voluntad humana puede más que cualquier medicina o diagnóstico. Muy recomendable película.
Conmovedor filme sobre luchas y dolores El filme cuenta la encendida lucha de un hombre contra un injusto sistema. Y por ese lado el libro tiene algún lugar común y alguna innecesaria condescendencia. Pero lo que queda en pie es suficiente para anotarla entre las mejores candidatas al Oscar. Por su crudeza, por su energía, porque es creíble, pero sobre todo por la soberbia actuación de Matthew McConaughey, que compone a fondo, con infinidad de matices, un chocante enfermo de sida: un drogón homófobo, machista, borracho que deja ver a una industria farmacéutica menos preocupada en curar que en imponer supremacías y ganar dinero. Cuenta la historia real de Ron Woodroof, un electricista y cowboy texano que en 1985, cuando fue diagnosticado con VIH-sida, decidió procurarse los medicamentos que el Estado le negaba y creó una red clandestina de clubes de desahuciados, agrupaciones de enfermos que se resistían al uso de AZT por considerarla dañina, y que apostaron a un cóctel de hierbas y productos alternativos. Ron es el alma de esa lucha y de esta película. Hay que verlo flaco y eléctrico, manipulador y sensible, hay que seguir sus pasos y su mirada, un tipo arrogante a veces insoportable pero siempre conmovedor, que se asocia con un travesti (enorme personaje animado por Jared Leto) y que desde los ruinosos bordes de ese mundo en picada, convierte a su lucha en el mejor cóctel contra la demoledora enfermedad. Filme nervioso, áspero, desgastado como su personaje, que no trafica ni con los golpes bajos ni con el suplicio de esos enfermos y que en su ferocidad encuentra el mejor modo de salir a flote y redondear un personaje que duele, carnal, infatigable, un moribundo que llena de vida toda la película.
A un paciente diagnosticado con SIDA en 1985, solo le quedan 30 días de vida y lucha contra el sistema para salvarse y para salvar a muchos de la muerte. Inspirada en hechos reales, habla de la valentina y el coraje de Ron Woodroof (1950-1992) interpretado excelentemente por el actor Matthew McConaughey, que puso todo de él para este papel, hasta adelgazo unos veinte kilos. Este hombre, un electricista, cowboy de rodeo en 1985, vive despreocupado, es mujeriego, homofóbico y adicto a las drogas. Por un accidente termina en el médico y allí lo sorprende el peor de los diagnósticos porque tiene VIH positivo y le dan 30 días de vida. Esta es una enfermedad de la cual no se tenía demasiada información en esa época, y se asociaba a la homosexualidad. Como en esos tiempos no se sabía demasiado los portadores exclusivamente eran los gays y se la conocía también como la “Peste rosa” dado que a quienes la padecían les aparecían en sus cuerpos manchas de ese color y nadie quería acercarse a ellos. Nos encontramos en Dallas, en el estado de Texas, todos allí son bien machos, cowboys y discriminan a los gays, como Ron dice ser bien hombre y no acepta morir, de esta forma comienza una intensa lucha, investiga y revela la falta de tratamientos y medicamentos aprobados en Estados Unidos, y hasta se ve obligado a cruzar la frontera hacia México. Se ve obligado a ingresar medicina a los Estados Unidos desafiando a la comunidad médica y científica, distribución de fármacos, no aprobados por la FDA para su comercio en EUA, pero utilizados en otros países para afrontar la enfermedad. Aunque no lo acepte en un principio se alía a un paciente con SIDA, Rayon (Jared Leto, “El señor de la guerra”), un transexual que también quiere seguir viviendo, se asocia a esta lucha y de esta forma se unen otros. La polémica por el famoso AZT, una droga de la cual no se sabía mucho y que a partir de la investigación va quedando al descubierto la mafia de los laboratorios y de la política. Ron en su viaje a México y dialogando con el Dr. Vass (Griffin Dunne, logra una muy buena interpretación le pone los tonos necesarios) encuentra la posibilidad de conseguir inmunizar la enfermedad y de esta forma ayudar a muchos que padecían esta enfermedad. Hasta se disfrazó de cura para burlar a los agentes de aduana e introducir drogas desde México. La película muestra el negocio de los laboratorios, la corrupción, la política, y por todo lo que tuvo que pasar Woodroof para poder vivir algo admirable porque pudo extenderle años a su vida y a otros, abriendo el "club de los compradores". Posee un buen guión, tiene buen ritmo atrapando al espectador, buen montaje, maquillaje y ambientación, emociona en varias escenas como con la Dra. Eve Saks (Jennifer Garner, “La joven vida de Juno”), quien termina siendo más comprensiva. Excelente el personaje del multifacético Jared Leto en un gran papel merecedor del Premio Oscar como Mejor Actor de reparto y Matthew McConaughey, con acento tejano, en una actuación memorable también debiera llevárselo en este caso como mejor actor principal, además el film tiene otras nominaciones incluyendo la de Mejor Película.
Correcta pero a la vez fascinante El inicio de El club de los desahuciados es convenientemente incómodo, así como síntesis del asunto: sobre negro, los gemidos prefiguran lo que luego se revela (apenas) distinto. Lo que parece ser un lamento es de placer. Sexo y enfermedad. Una instancia se resuelve en la otra. Mientras, lo visto es una bandera estadounidense, a caballo en el rodeo. Establecido el ámbito, su personaje, la enfermedad, el film de JeanMarc Vallée fluye "fácilmente", como si no le costara atravesar el periplo que le espera. En verdad, de facilismo hay poco, mientras su construcción se vale de cámara en mano, elipsis, pocos personajes, sonido diegético. Todo esto, también, revestido por una claridad argumental que se sostiene desde: "basada en hechos reales", didactismo médico, qué es AZT, qué no es AZT, cómo funciona el sistema de salud, cuáles impedimentos, Rock Hudson y la "peste rosa", etc. Inevitablemente, un film como éste debe situar a sus espectadores, aún cuando lo haga de manera reiterativa o desde la explicación o desde la confrontación entre personajes estereotipados: lo son tanto los médicos como el mismo protagonista, el Ron Woodroof de Matthew McConaughey, cuyo VIH le lleva a la conformación del club de drogas, con cuota mensual y provisión de medicamentos que el Estado no permite. En este sentido, la dupla conformada por un homófobo texano y un socio transexual (Jared Leto) es irresistible. De todos modos, el planteo fílmico de El club de los desahuciados vale en varios sentidos. Por actualizar el debate sobre la enfermedad y su manipulación farmacológica, por el nivel de compromiso físico asumido por McConaughey en su caracterización: no se trata solamente de lograr una delgadez cinematográficamente extrema, sino de sobrevivir a un estrago físico similar. Hay sinceridad en la tarea del actor, algo que la cámara captura así como el montaje narrativamente compone. No es oportunismo ni nada parecido. Que sea un papel atinado para el Oscar y sus circunstancias, no le quita mérito alguno. Quizás sea al revés. Otro tanto significa la labor de Jared Leto. Alguna vez será un transexual de verdad quien componga un papel similar. (Al menos en Hollywood; el cine de John Waters no sólo ha hecho esto, sino muchísimo más). Mientras tanto, no puede achacársele al actor el papel que sobrelleva: apropiado en lo suyo, contraparte justa para el dueto que compone junto a Woodroof. En rasgos generales, el film es correcto, redentor, justiciero: el desenlace borra un poco el gusto amargo, hace de su personaje un héroe. De hecho, la caracterización de McConaughey es arrolladora. La película es él, su proeza. Cuánto de todo lo expuesto ha sido verdaderamente así, no es lo que importa. La cuestión es cómo organizarlo dramáticamente, desde las convenciones del cine estadounidense. La película, entonces, funciona. Dentro de todo, para bien.
Un excelente film con grandes actuaciones Cuanto más nos acercamos a la fecha de la entrega de los Oscar, Mas nos preguntamos porque las favoritas no son las mejores. Porque la política de la Academia es capaz de hasta cambiar el sistema de votación para que las comerciales tengan mayores posibilidades que las películas mas sobresalientes pero de bajo presupuesto. Cuando en este medio escribía sobre “Nebraska” decía que había dos posibles ganadores indiscutidos del premio al mejor actor. Uno era Bruce Dern por dicho film, y el otro era Matthew McConaughey.por Dallas Buyers Club. No solo eso. “Dallas Buyers Club” es una de los posibles ganadores a mejor film y, tendría que ser también el que se lleve el ganador a Actor de Reparto por el increíble trabajo de Jared Leto. “Dallas Buyers Club” es la historia de un hombre de Dallas en 1985, heterosexual y homofóbico, electricista de obra que le declaran SIDA cuando recién se conocía la enfermedad y era considerada un mal solo de homosexuales. El problema además de poder asumir su enfermedad es el como poder hacer para que la mayor cantidad de gente reciba el AZT. Incluso su lucha contra los estamentos oficiales ya que tiene que hacer un engaño para que, pese que para él es además una forma de vida, hacer un bien a los demás que padecen su mismo mal y que por cuestiones económicas y/o del sistema de salud americano no pueden recibir el medicamento. El trabajo de McConaughey lleva el papel protagónico a un nivel de excelencia actoral pocas veces vistas, y encima esta secundado, con un Jared Leto, en uno de sus mejores trabajos. Esto sumado a un guión inteligente, profundo, concreto, conciso, y un director que plantea un drama sin golpes bajos ni intenciones melodramáticas, hacen que este film se convierta en una de esas películas que uno no podrá olvidar. “Dallas Buyers Club” es un film para no dejar pasar por alto.
Los films que narran historias de vida suelen caer en el vicio de señalar con el dedo o querer convencernos de qué está bien y qué está mal. Un problema, por cierto. Y si bien este film, con justas nominaciones al Oscar para Matthew McConeaughey y Jarde Leto, no logra escapar del todo al vicio, al colocar el foco en la tensión que se establece entre las ansias de vivir del protagonista y cómo eso lo lleva a montar un negocio –y eso, y no otra cosa, a desafiar sus propios prejuicios– logra que la película sea, también y por suerte, otra cosa. La historia es real: un cowboy homofóbico que se contagia de SIDA por no usar preservativos, al que le diagnostican un mes de vida y que casi muere más rápido por tomar AZT, empieza a buscar tratamientos alternativos, logra sobrevivir y monta un negocio. McConeaughey es puro nervio, pura precisión en el film y eso diluye casi toda posibilidad de caer en la lástima o la lágrima fácil. El otro aspecto interesante del film es que está siempre en movimiento, que no se detiene demasiado en lo trivial sino que busca ir siempre al núcleo de la situación. El film no carece de humor, y plantea sobre todo la idea de la supervivencia a cualquier costo e incluso la del grupo heroico. La enfermedad, a fin de cuentas, es lo de menos. De lo que se trata es del melodrama del hombre en peligro, de qué se vale para sobrevivir y qué aprende en el camino.
Dallas Buyers Club: El club de los desahuciados cuenta la historia real de Ron Woodroof, un vaquero texano que descubrió ser portador del virus del SIDA en 1985, años en el que no existía un conocimiento masivo sobre la enfermedad y cuya mortalidad era inevitable. Al enterarse de su condición terminal Woodroof comienza una investigación exhaustiva sobre los avances médicos de su padecimiento. Así descubre drogas alternativas y complejos vitamínicos que no estaban autorizados en los Estados Unidos. Entonces elige poner el cuerpo para ingresar estos medicamentos al país y genera así un club de compradores de estos tratamientos alternativos. Pero el cambio fundamental de Woodroof es interno. Al comienzo del filme el vaquero es un ser homofóbico bastante brusco, pero luego construye una relación muy cercana con una travesti llamada Rayon quién será su socia y amiga, y sus valores se modifican. De igual manera en el afán de conseguir una mejor calidad de vida para sí mismo y los demás HIV positivos, se transformará en un referente social, especialmente dentro de la población gay. Otro de los aspectos interesantes del filme es que muestra como operan los laboratorios médicos. En ese momento en Estados Unidos para el SIDA solamente se utilizaba la AZT, una droga creada para combatir el cáncer y que suministrada en grandes dosis afectaba muchísimo la endeble salud de los pacientes. La película revela como, sin haber sido adecuadamente comprobada, los laboratorios consiguen que su droga sea autorizada por el FDA (Food and Drug Administration) quienes a su vez perseguirán a Woodroof en sus intentos por afianzar el cóctel de sustancias. Pero Dallas Buyers Club: El club de los desahuciados es esencialmente una película de actores. El trabajo de Matthew McConaughey, en el rol de Ron Woodroof, es complejo, logra una composición humana y verosímil, incluso en su transformación personal. Jared Leto y Jennifer Garner acompañan en personajes secundarios valiosos que ayudan al lucimiento del propio McConaughey y al resultado final de la película. Por Fausto Nicolás Balbi fausto@cineramaplus.com.ar
Atrapa al espectador por el protagonista, los toques satíricos y su crítica demoledora A veces, cuando se hace una crítica, se busca enfocar la visión hacia la narrativa y a partir de allí se construye el análisis de lo que se visualizó. En el caso del filme “Dallas Buyers Club”, realizada por Jean-Marc Vallée, es todo lo contrario, se ve primero al actor, luego a la interpretación, y por fin el contenido total. ¿Por qué el actor? Porque la primera imagen que sorprende al espectador es la de un Matthew McConaughey flaco como un galgo, mostrando sus dientes con la ferocidad de un animal salvaje agazapado en su soledad. “Dallas Buyers Club” no sería la obra que es sino tuviera a Matthew McConaughey de actor, ni a Jared Leto como el antagonista transexual capaz de sostener la extraordinaria actuación de su compañero. El “reality film” es un subgénero mezcla de documental y ficción, que basa su trama en la vida real de ciertos personajes de relevancia. A esta categoría pertenece “Dallas Buyers Club” con guión de Craig Borten y Melisa Wallack. En esta realización se cuenta la vida de Ron Woodroof, un mujeriego, adicto al alcohol y las drogas pesadas, electricista y vaquero de rodeos en Texas, que después de recibir un diagnóstico de VIH (síndrome de inmune deficiencia adquirida) en 1985, en el que se le diagnosticaron 30 días de vida, llevó su tratamiento fuera de los carriles acostumbrados para este tipo de enfermedades terminales. Ron Woodroof no es un paciente fácil, y casi siempre termina escapando del hospital al que lo llevan en cada recaída. Él se burla de las reglas y convierte en cómplice de sus sueños de cura a la doctora (Eve) que lo atiende (Jennifer Garner quien consigue con oficio sostener el embate de dos magníficos actores), y a pesar de su reticencia con respecto a esa nueva variable medicinal decide ayudarlo en su empresa. Ella tampoco cree demasiado en la droga AZT, que el hospital suministra a los enfermos de sida y se opone a su jefe Dr. Sevard (Denis O´Hare) por la forma de medicar a los pacientes. Ron Woodroof viaja a México para ponerse en manos del médico estadounidense Dr. Vass (Griffin Dunne), un renegado y marginado por la sociedad por practicar medicina alternativa en base de complementos fabricados con ciertas hierbas curativas. Éste lo convence de que una combinación de fármacos y suplementos dietéticos pueden ayudar a su sistema inmunológico y estabilizar las células T. Su regreso a los EEUU será disfrazado de sacerdote enfermo de cáncer y portando un importante cargamento de píldoras. Allí comienza su aventura como contrabandista de esperanza. Ya en Dallas crea el “Dallas Buyers Club” en el que los clientes pagan una cuota mensual y reciben la medicina contrabandeada por Ron. Estos tratamientos alternativos no siempre son bien recibidos por los médicos tradicionales, y mucho menos por los laboratorios que ven frustradas sus ansias de ganancias por el avance de lo que en la mayoría de los países latinoamericanos, con ascendencia indígena, se denomina “medicina verde”. “Dallas Buyers Club” es una fábula sobre el despertar de un homofóbico que a través de su enfermedad comienza a comprender el universo de los gays, drogadictos y enfermos terminales que se cruzan en su vida y lo acompañan en su camino hacia la muerte. “Dallas Buyers Club” retoma en cierta media, un poco más dinamizado, aquél cine social de los ‘50, pero sin profundizar en los esfuerzos del verdadero Ron, que generó un movimiento muy fuerte de compradores. Pero a pesar de zonas no balanceadas del guión, y que por momentos se lo vio a Matthew McConaughey con acciones que se desarrollaban en una especie de vacío, el filme consigue atrapar al espectador y concientizarlo sobre el flagelo del AIDS. Tal vez lo que le faltó a “Dallas Buyers Club” fue ese sentido de militancia y pasión que tenía el documental de David France´s, “How to Survive a Plague” (“Como sobrevivir a una plaga”). Las líneas del guión, por momentos satíricas, críticas, demoledoras, se extienden en espacios que van desde un “afuera” vacío, despiadado (habitaciones de hotel de mala muerte), rodeos sórdidos con personajes de bajo nivel cultural, hasta un “adentro” del propio ser atormentado por pesadillas de espanto. El miedo no viene del exterior. Tampoco se compone de viejos recuerdos. No tiene pasado. El miedo es el del ser mismo, es un aquí y ahora constante, del que no se puede huir ni refugiarse en ninguna parte. El miedo al sufrimiento, a la muerte y al desprecio convierte a Ron Woodroof en un trágico militante de la esperanza.
Como hecha a la medida de su protagonista, Dallas Buyers Club: El club de los desahuciados se ajusta a las necesidades del trabajo de Matthew McConauguey: el encuadre deja ver cómo el cuerpo consumido del actor se vincula dificultosamente con el entorno, ya sea un bar gay o su oficina en un hotel de poca monta; los primeros planos cumplen la función de explorar los surcos y el desgaste de su cara antes que buscar el drama (el rostro se vuelve un paisaje desolado y nunca un generador de empatía); la duración del montaje se acomoda al acento sureño lento y demorado del protagonista y sobre todo a sus silencios, que en una historia sobre la inminencia de la muerte resultan tanto o más significativos que cualquier frase que pueda llegar a pronunciarse. Jean Marc-Vallée entiende rápido que el éxito de su película pasa no por su propio lucimiento personal sino por su capacidad para elaborar alguna clase de sistema, de andamiaje cinematográfico que le permita realzar lo más que se pueda la presencia espectral de su protagonista; así, el director y su estilo se borran hasta prácticamente desaparecer de la puesta en escena. Pero el guión también hace algo parecido: el relato de la vida de Ron Woodroof llevado a la pantalla gira obsesivamente en torno a él y, a diferencia de otras películas similares, prescinde de narrar la época; la homofobia rampante de sus amigos y la lectura en un diario acerca de la muerte de Rock Hudson son apenas unas breves pinceladas que vienen a reconstruir como en sordina el clima del momento. Incluso los otros personajes, la médica y Rayon, tienen pocas escenas a su cargo, y esas escenas carecen completamente de la intensidad siempre contenida que puede maniobrar McConaughey; Jennifer Garner no resulta creíble nunca (es como si perteneciera a otra película), y la actuación exagerada y temblorosa de Jared Leto no dialoga bien con el ritmo visual más bien calmo que maneja el director. Lo de Vallé es un trabajo de artesano paciente: debe probar medidas y realizar pequeñas calibraciones hasta encontrar la armonía perfecta de cada secuencia, siempre cuidando de no exponer a una tensión excesiva la performance frágil y quebradiza de McConaughey, salvo durante los estallidos de Woodroof (como en el supermercado) en los que el director, quizás sabiendo fuerte y decidido a su personaje, se anima a imprimirle algo de velocidad y pulso a la imagen. La historia posee el encanto de las cosas simples, sin demasiados matices ni rugosidades: Woodroof, un electricista sureño, fanático del rodeo, se entera un día de que tiene HIV. Su nueva circunstancia lo obliga de múltiples maneras a entrar en relación con un universo que antes aborrecía: el submundo gay de los ochenta en un estado como Texas. Pero ese giro no se traduce en ningún aprendizaje moral ni en un descubrimiento acerca del sentido de la existencia: lo que mueve a Woodroof es ni más ni menos que una voluntad inclaudicable, un instinto de supervivencia que no conoce de enseñanzas ni frases solemnes. La densidad del personaje es menos psicológica que orgánica, la película nunca lo torna un ser demasiado complejo o dueño de alguna clase de grandeza (muchas veces parece justo lo contrario: alguien despreciable y poco querible); despojado así de las muletillas de ese tipo de personajes, a McConaughey solo le queda escapar de la muerte como sea, de cualquier manera, ya sea traficando medicamentos o involucrando sin que ella lo sepa a una médica un poco confiada, alejándonos irremediablemente de él y sus métodos. En algún punto de ese recorrido, casi sin quererlo, Woodroof se convierte en un salvador, pero lo hace sin planificarlo y en ningún momento adopta la pose de un benefactor (salvo brevemente al final). Incluso a veces pareciera que la pequeña comunidad fundada por él (empresa, clínica y espacio de pertenencia, todo se confunde) no tuviera para él otro fin que el de fortalecerlo a expensas de sus clientes y poder así mantener a distancia por un poco más de tiempo la amenaza de la muerte. No hay gesta ni nada que se le parezca en Dallas Buyers Club, solo un aferrarse desesperadamente a la vida que no repara en otra cosa que en perpetuar la propia existencia a cualquier precio; para alguien como Woodroof, todos los ideales y causas del mundo valen menos que la promesa, aunque sea incierta y borrosa, de un nuevo día.
Inesperado héroe para desamparados En tiempos impiadosos, resultan gratamente necesarias historias como la de Ron Woodroof, una de esas biografías que no aparecen en letras de molde pero que el cine suele afortunadamente rescatar. En este caso, la de un vaquero adicto a las prostitutas y los excesos, que alterna su alienado trabajo con la doma de toros y los juegos de azar. Entre estafas, trasnochadas y alguna que otra riña, un buen día se descompensa y cuando lo internan descubren que tiene sida y un mes de sobrevida. Pero, ajeno a cualquier sumisión, Ron se decide a seguir peleando por su salud, buscando medicinas alternativas no aprobadas por la FDA, las que obtiene por vía clandestina en distintos países del mundo. Como logra una mejora notoria de su estado, se enfrenta legalmente con el gobierno y las empresas farmacéuticas que, a mediados de los 80 sólo permitían el uso del AZT a pesar de graves contraindicaciones que amenazaban el sistema inmune de los pacientes. “Dallas Buyers Club” es por todo esto la historia de una transformación evolutiva y de una lucha que involucró a miles de heterosexuales y homosexuales portadores de un virus para el que no existía cura y que iba acompañado de un enorme prejuicio social, particularmente en una sociedad machista y cerrada como la texana, donde se manifestaban horrorizados por las revelaciones de Rock Hudson, una de las primeras figuras públicas que admitió padecer la enfermedad. Todos los ríos van al mar El recuerdo de las universales coplas de Manrique en el subtítulo viene a cuenta de que, con el trasfondo del sida en sus comienzos, el film además de ser un buen testimonio sobre los efectos de la enfermedad y el rechazo social a los padecientes, es una historia que habla más acerca de lo que une a los seres humanos que de lo que los separa y donde el peso cae en el retrato de una amistad insólita entre dos hombres condenados en principio a no entenderse y de la obstinación por la vida como elección. McConaughey transmite el drama y el dolor que lo atraviesan sin perder la sonrisa y la fuerza de voluntad como para enfrentar al mundo, desafiando los pronósticos y los diagnósticos. Es un actor que pasó de ser conocido por actuar en comedias románticas a ofrecer un trabajo portentoso con una transformación física impactante (adelgazó 18 kilos para el rol). Su personaje se mueve en un amplio abanico de luces y sombras, aunque al final siempre prima la parte más luminosa. Lo vemos transformarse no sólo físicamente, sino creciendo intelectual y emocionalmente: estudia biología para rebatir argumentos, cambia sus hábitos alimentarios y se humaniza en su visión del mundo, buscando una salida solidaria con todas las personas afectadas de HIV. No es un santo, no lo hace gratis, sino cobrando una membresía para pertenecer al insólito “club” donde obtener los medicamentos que el sistema de salud estadounidense no admite por razones poco claras. Así se transforma en un referente que trae esperanza a muchísimas víctimas de una enfermedad estigmatizante. Optimismo y crepuscularidad El Ron que compone Matthew McConaughey es todo lo contrario a lo que la corrección política supone acerca de un activista que lucha por los derechos sociales de una minoría: un rudo vaquero con “cara de tejano pobre”, como lo define Rayon (Jared Leto), su aliado en el lado opuesto. Los vínculos afectivo-amistosos con el mencionado personaje de Ray/Rayon y con la médica (Eve), que interpreta Jennifer Garner, son los más conmovedores y marcados por la imposibilidad de concreción. Aunque la química con esta última no funcione más que en cierta identificación filial, sirve para exponer las contradicciones entre la burocracia institucional del sistema hospitalario y la arriesgada propuesta del protagonista. En otro plano, es muy significativa la escena donde Ron le regala a Eve, un cuadro pintado por su madre, titulado “Flores silvestres de Texas”, que puede compararse con el gesto de los duros cowboys de John Ford, quienes no regalan rosas sino cactus a las mujeres que aman. Un paralelismo, casi homenaje, al referente máximo del western clásico, al cual este film, entre sus múltiples líneas de sentido, no deja de pertenecer aun en la crepuscularidad del género. A la película le interesa la contracrónica de la lucha contra empresas farmacéuticas y hasta contra el propio gobierno para buscar vías de tratamiento alternativo y no tóxico para prolongar la vida de los sidásicos, pero sobre todas las cosas se impone como manifiesto acerca de lo que une a las personas sobre sus diferencias y también sobre la esperanza, que sólo es posible cuando no se bajan los brazos, siendo muy valioso que el relato siempre se queda en la orilla de la sensiblería, lo justo para conmover y dejar lugar al pensamiento en el abordaje de un tema dramático, de tal forma que termina por contagiar su optimista vitalidad.
Cowboy de Medianoche Basándose en la vida real de Ron Woodroof, típico vaquero tejano de rodeos con una vida en excesos que van de abusos con tabaco, drogas, alcohol y mujeres, a quién se le diagnostica un mes de vida a mas tardar, y que al conocer una droga llamada AZT, aparente medicamento que contrarresta el efecto del virus del Sida, el tipo opera un cambio difícil, sobrevivir hasta contrabandeando medicinas antivirales de cualquier parte del mundo, aún aquellas que no están permitidas ni disponibles en los Estados Unidos. Algo así como enfrentar al mercado farmacéutico, nada menos. De hecho crea ayudado por un transexual, el "Club de compras" para promover tratamientos alternativos. Así...siendo portador y arrebatado de a ratos, inicia su carrera contra el tiempo, contra su enfermedad, sus creencias y prejuicios; y sufrirá una transformación a casi héroe. Filme muy bien narrado, con su peso mayor en el grado de las actuaciones, el protagónico de Matthew McConaughey es tan sorprendente como formidable, y Jared Leto como el frágil "Rayón" no se queda atrás. Por ello sabemos se adueñaron de sus Oscars recientes. Aquí no hay golpes bajos al espectador, ni sentimentalismos baratos, pese a la crudeza del tema resuelve una historia con cierto humor negro, un filme querible, honesto por sobre todas las cosas, o sea valedero.
Cuando el cine ya lo ha hecho todo, las eternas temáticas del séptimo arte y la literatura siguen sin agotarse a partir de reinventarse. Podríamos decir que “la lucha por la vida” es un tema abordado por centenares de films que, en algún punto, siempre logran identificarnos a todos; porque, tarde o temprano, todos vamos a morir, el problema y el apremio aparecen cuando sabemos exactamente cuándo sucederá y qué nos matará. Ron Woodroof no es un hombre valiente (al comienzo) es un don nadie, un homofóbico siguiendo las reglas de una sociedad hiper machista que se divierte entre drogas, alcohol y mujeres. Ese será nuestro héroe, que con sólo una visita inintencionada al médico se entera que está enfermo de sida y que sólo le restan 30 días de vida. Dallas Buyers Club es una película biográfica que pone sobre el tapete los prejuicios sobre el sida, la desinformación, los aprovechamientos de las grandes empresas y las vivencias individuales tanto como colectivas. Dallas Buyers Club es otra de las películas que estuvo nominada este año a Mejor Película en los Oscars (y a otras categorías más) y se llevó los galardones de Mejor Actor (Matthew McConaughey), Mejor Actores de Reparto (Jared Leto) y Mejor Maquillaje, en causa justa; ya que a pesar de que ésta es una gran historia, son las actuaciones las que sostienen más fuertemente la película. Ambos actores con cambios físicos muy marcados: McConaughey nos tiene acostumbrados a su escultural cuerpo musculoso y de pronto tenemos un señor de pocos kilos y con un rostro demacrado y Jared Leto convertido en una absoluta mujer también con una flacura extrema y un semblante que destila enfermedad. Estas apariencias, podríamos decir que tienen mucha parte de responsabilidad a la hora de hacerlos ganadores del gran premio pero también es cierto que la cuota de emocionalidad y sensibilidad que le agregan al film no es menor. Y esto se torna muy importante en la medida en que el director se esfuerza por trasladar la experiencia de Ron hacia el espectador, a partir del uso de cámara, el sonido, el apelar a cuestiones tan básicas de la vida que nos tocan a todos, etc. Lo interesante de este film es que no nos encontramos con una historia centrada en la enfermedad y sus inevitables sufrimientos; eso ese el telón de fondo de una caballeresca militancia en contra de las empresas farmacéuticas que se convierte en una militancia a favor de los derechos humanos y por ende a favor de la vida. La película en este sentido, también representa el cambio radical que se presenta en la vida de Ron Woodroof, en la que la enfermedad lo hace replantearse y cambiar sus paradigmas ideológicos, sus relaciones sociales y su rol en la vida, mientras nosotros asistimos a su intensa transformación en su lucha por no ser un conejillo de indias, sino una persona que intenta, por cualquier medio extender su vida. Sorprendentemente, viniendo en Hollywood, esta no es una película que apele al morbo y a los golpes bajos, es una historia contada con una gran cuota de objetividad e historicidad. Sus personajes son estereotipados pero logran un efecto de realidad: el machista homofóbico que a partir de la enfermedad se ablanda, el travesti amigable y confianzudo que esconde su dolor, la doctora que va en contra de las macabras reglas de la medicina para ponerse en el bando de la humanidad y los médicos desgraciados que sólo buscan poder económico olvidando su función frente a la vida. Pero estos estereotipos sirven y hacen del film una denuncia y protesta a partir del relato de una vida que podría ser la de cualquiera. Aplausos a Dallas Buyers Club.
En El club de los desahuciados, Matthew McConaughey brinda la mejor actuación de su carrera con un personaje que no es usual ver en el cine. Dirigida por el canadiense Jean-Marc Vallée (C.R.A.Z.Y., La reina Victoria), El club de los desahuciados (Dallas Buyers Club) trata sobre Ron Woodroof, un electricista y cowboy de rodeo oriundo de Texas que en 1985 es diagnosticado con SIDA. Los médicos le dan 30 días de vida y los costosos medicamentos, que en ese momento se encontraban en fase de prueba, no logran combatir a la enfermedad y su salud desmejora notoriamente. Cansado de esperar por drogas que empeoran su cuadro, Woodroof decide traficar remedios de México, comenzar su propio tratamiento y, cuota de por medio, ayudar a otras personas infectadas. Así nace el Dallas Buyers Club y comienzan los problemas para Woodroof ya que el gobierno federal y, en particular, la Administración de Alimentos y Medicamentos (Food and Drug Administration), lo investigarán a fondo. Lo interesante de la película es el cambio que se produce en el personaje principal. De ser un machista y homofóbico que como muchas personas de esa época veía a la enfermedad como algo que sólo contraían individuos del mismo sexo, luego de sentir en carne propia la lucha que debía afrontar la mayoría de los infectados, se convierte en una especie de portavoz de los derechos de los gays. Este cambio se produce por la ayuda de Crayon, un transexual interpretado por un correcto Jared Leto. El papel que le tocó interpretar estuvo entre los preferidos de la Academia y logró el premio como mejor actor de reparto. Lo mismo sucede con Matthew McConaughey, quien fuera protagonista de comedias románticas intrascendentes pero que aquí ha dado un vuelco y, gracias a un par de papeles, se erige como uno de los actores del momento. Asimismo, Jennifer Garner personifica a la doctora de Woodroof que quedará en medio de la lucha de este y los médicos que lo quieren utilizar como conejillo de indias. Sus convicciones tambalearán cuando este electricista decida seguir su propio tratamiento y demuestre que la industria farmacéutica sólo piensa en lucrar con los enfermos. En síntesis, El club de los desahuciados es una película cuyo personaje principal no estamos acostumbrados a ver en el cine y Matthew McConaughey logra llevar adelante un papel complejo sobre un hombre que se enfrentó a los poderosos y se alzó contra el sistema. 4/5 SI Ficha técnica: Dirección: Jean-Marc Vallée Guión: Craig Borten & Melisa Wallack Género: Drama País de origen: Estados Unidos Año: 2013 Duración: 117 minutos. Estreno(Argentina): 27 de febrero de 2014
Dallas Buyers Club no es solo la historia de un hombre que contrajo sida, ni tampoco se estanca en mostrar cómo éste es víctima de la discriminación de uno de los territorios más intolerantes de Estados Unidos (Texas), sino que además tratando este tema tabú se anima a presentar una dura crítica a la FDA (US Food and Drug Administration) y a la industria farmacéutica. Uno de los grandes méritos del director canadiense Jean-Marc Vallée y sus guionistas Craig Borten y Melisa Wallack es dotar al protagonista de la historia de una ambigüedad moral que no siempre lo muestra tomando acciones encuadrables dentro de los parámetros de lo normal y correcto. Desde el principio sabemos que el imprudente estilo de vida de Ron Woodroof es la causa de esta cruel enfermedad que tomó por sorpresa al mundo en la década del ochenta. Y además en la desesperación de querer sobrepasar ese límite de 30 días de vida que le dan los médicos, Ron realizará una lista de actos punibles que lo pondrían en aprietos con San Pedro en las puertas del cielo. Pero aun así, desde aquí abajo, desde la butaca del cine, el espectador sentirá una empatía irrefrenable hacia este sujeto que a su modo luchó no solo contra la enfermedad sino contra una política de estado que en conjunto con los laboratorios pareciera haber hecho la vista gorda con la epidemia para alzarse con una buena cantidad de billetes. Matthew McConaughey nos invita con su interpretación de Ron Woodroof a que nos olvidemos de papeles como el de Dirk Pitt (Sahara), Ben Barry (Cómo perder a un hombre en 10 días) y Finn (Amor y tesoro) entre muchos otros de su irregular carrera. Pero por suerte observando sus proyectos en producción todo parecería indicar que seguirá el camino de las buenas actuaciones (algo poco común en Hollywood luego de obtener un premio Oscar) por ejemplo con Interestellar bajo la tutela de Christopher Nolan.
Hace rato que venimos escuchando sobre esta película, que ya cosechó decenas de premios en todo el mundo, principalmente por sus actuaciones. Se trata de la historia real de Ron Woodroof, un hombre que es diagnosticado con VIH en 1986, durante los primeros años de la pandemia en Estados Unidos. Como consecuencia inmediata, queda aislado de su círculo social donde imperan la homofobia e ignorancia sobre la enfermedad, y debe enfrentarse solo a su nueva condición. Con una expectativa de 30 días de vida según los médicos locales, recurre a drogas experimentales facilitadas a través del hospital, y a sus habituales vicios. Al borde de la muerte, comienza a descubrir tratamientos alternativos y decide enfrentarse a las regulaciones sobre medicamentos vigente en Estados unidos. La lucha del protagonista es tanto contra su enfermedad, como contra sus propios prejuicios, y contra un sistema de salud deficiente y lucrativo. Sin golpes bajos y con mucho tacto, a la vez que realismo, la película nos conduce a través de los avatares de este hombre iletrado, que de a poco se supera a sí mismo en pos de mejorar su calidad de vida, y casi sin querelo, la de los que lo rodean. Fueron muchos los años que el proyecto para llevar a la pantalla grande “Dallas Buyers Club” tuvo que esperar encajonado hasta que finalmente consiguiera financiación, y las opciones del casting fueron variando hasta caer en el más grande de los aciertos. Matthew McConaughey interpreta el mejor papel de su carrera, dando vida a este sureño demacrado que no se da por vencido, a la vez que Jared Leto brilla con una fuerza increíble en el papel secundario de Rayon, un transexual que se une a la cruzada de Ron. Si bien no es el típico film que veríamos premiado en los Oscar, cuenta con seis nominaciones al premio de la Academia, y es muy probable (y justo) que se lleve por lo menos tres.
En una de las escenas iniciales de El club de los desahuciados hay una especie de chiste cinéfilo que en realidad sintetiza el espacio simbólico del filme. Unos cowboys modernos están apostando para la próxima ronda de rodeos, entre ellos Ron Woodroof, el personaje principal de esta historia verídica. Es 1985, cuando el SIDA deja de ser una enfermedad desconocida: la muerte de Rock Hudson es el primer caso emblemático y el símbolo de una democratización del síndrome. El chiste pasa por cómo los personajes, a propósito de una película de Hitchcock, confunden a Hudson con Cary Grant, otro actor del que siempre se sospechó sobre su orientación sexual. La historia de Woodroof es tan estadounidense como la música country. A un cowboy homofóbico, electricista de oficio y promiscuo en sus horas libres, de un día para el otro se le diagnostica SIDA. Su reacción, lógicamente, es de rechazo y desprecio, que inmediatamente serán adoptados por sus compañeros de trabajo. En ese imaginario y en ese tiempo, el virus era cosa de invertidos. Tras comprender que sí podía ser portador de HIV, Woodroof, después de que los médicos le den 30 días de vida y consideren que no califica para ser tratado con las drogas disponibles, se las ingenia para ingerir clandestinamente AZL. El pasaje en el que se le ocurre cómo conseguir el medicamento es bastante ingenioso: Ron parece estar rezando en un santuario, pero cuando el plano se abre un poco vemos que no es precisamente una iglesia el lugar donde está, un ejemplo discreto de que detrás de cámara hay un director concibiendo la puesta. Woodroof terminará inventando el famoso club del título, donde los desahuciados, más bien los enfermos invisibles para el sistema médico estadounidense, irán en búsqueda de otras drogas, no aprobadas por la FDA pero eficientes y económicamente accesibles. Pero la película es un poco más que una impugnación al sistema sanitario y a las redes de poder que se ponen en juego. Lo más valioso del filme del canadiense Jean-Marc Vallée, que elige un tono circunspecto para narrar y jamás subraya desde la puesta en escena en los momentos decisivos (véase la total ausencia de música para acompañar las escenas más dramáticas), pasa por un encuentro: el del propio Woodroof con un travesti. En ese vínculo se cifra una utopía menor, acaso también una aventura de la conciencia: el contexto vence al homofóbico y en él florece un hombre sensible. Eso se ve, no se dice. Si esto es posible y creíble es exclusivamente gracias a los dos actores principales: Matthew McConaughey y Jared Leto. Y el mérito no está en que hayan bajado veinte kilos o más. La elegancia y precisión de sus composiciones reside en la sobriedad expresiva, en una economía gestual y corporal: el personaje es más importante que su intérprete. Son ellos quienes refrendan la conocida fantasía liberal según la cual el individuo resiste al sistema.
"...La película está muy bien hecha, muy bien interpretada, [...] pero tiene algunos problemas en cuanto al mensaje que nos deja, porque es un film que lo toma en cierta forma como un héroe al personaje principal, cosa que no lo fue; fue sí digamos un luchador..." Escuchá la crítica radial completa en el reproductor, (hacé click en el link).
La virtud de hacer las cosas bien Pequeña gran película que sorprendió a más de uno que no le daba ni dos mangos (al menos al principio de su promoción), incluido quien escribe. El film "Dallas Buyers Club" se metió en lo más destacado del año gracias a dos virtudes fundamentales que la convierten en un "must" de la biblioteca cinéfila: En primer lugar podemos hacer alusión a las excelentes interpretaciones de sus máximos protagonistas, un Matthew McConaughey mucho más maduro y profesional que se perfila como posible nueva luminaria de la industria cinematográfica y un Jared Leto que nos regala un personaje tan querible como interesante. Ambos tuvieron transformaciones físicas extremas para cumplir con sus roles y eso siempre es un plus que impacta al espectador y da credibilidad al personaje. La historia en sí es muy interesante, trayendo a la luz los manejos turbios de las grandes corporaciones farmacéuticas, las carencias del sistema de salud estadounidense y la conversión de un cowboy primitivo en una persona con alma y bondad, pero los elementos más fuertes del film son sin dudas los impuestos por el director Jean-Marc Vallée. La dinámica, la crudeza y la emoción que se le imprimió a cada escena, hace que la trama cobre vida y eso engrandece la historia. En esta película encontraremos personajes de lo más bajo de la sociedad, personas que uno consideraría "indeseables", el desecho de la sociedad, los marginados, pero el director se encarga meticulosamente de mostrarnos su humanidad, esa que tenemos todos y nos hace iguales. Eso es un golazo en términos de identificación personaje-espectador. La sensación de verse reflejado en alguien muy distinto a uno es fuerte y produce un efecto muy positivo. "Dallas Buyers Club" es la película que debería haber ganado el Oscar 2014 a "Mejor Película". Ya está, lo dije. Sobre la última semana tomó más fuerza como candidata, pero la decisión estaba prácticamente tomada de antemano. De todas maneras, 3 premios Oscars no es algo que despreciar. Ojalá no se convierta es ese tipo de film excelente que pasa al olvido por no haber tenido el reconocimiento debido. Super recomendable.
Publicada en la edición digital #260 de la revista.
Vivir sabiéndose muerto. Hay dramas demoledores y dramas más bien llevaderos en lo emocional, algo que poco tiene que ver con lo ficcional o lo verídico. Hay directores que a veces quieren tener un profundo impacto emocional en el espectador y directores que sólo quieren contar una historia porque les parece interesante. Dallas Buyers Club es un drama de la vida real con intenciones primordialmente narrativas; una historia que valía la pena ser contada sin golpes bajos. Los méritos de la película son muchos. El guion, la cinematografía y el ritmo del relato son impecables, pero lo verdaderamente impactante son las actuaciones. El componente dramático de la propuesta es lo que la destaca, gracias a las interpretaciones magistrales de Matthew McConaughey y Jared Leto, quienes alcanzan el máximo nivel de compromiso posible con sus personajes y lo manifiestan físicamente. Este último dato no es menor, porque la transformación física que llevaron a cabo ambos los torna irreconocibles, y por ende, más verosímiles en sus respectivos papeles. Dallas Buyers Club es una historia desgraciada narrada desde un ángulo optimista. Está plagada de mensajes antropológicos, y aun así, la sutileza de su narración la vuelve sumamente amena a los ojos del espectador. También está muy bien dirigida y en especial, soberbiamente actuada. Un drama que vale la pena ver, sin tener que escurrir lágrimas.