Franquicia en estado terminal Como casi siempre suele ocurrir en el caso de Hollywood, todo el encanto de la primigenia Depredador (Predator, 1987), una de las varias obras maestras de John McTiernan en las distintas variantes del cine de acción, quedó licuado por completo por una ristra de secuelas que no sólo no estuvieron a la altura de la original sino que terminaron banalizando al querido personaje central, algo así como un verdugo alienígena de la humanidad y su predilección por destruir, cazar y devastar en general al planeta Tierra. El nuevo eslabón, El Depredador (The Predator, 2018), en esencia pretende funcionar como otro relanzamiento de la saga en sintonía con la previa Depredadores (Predators, 2010), dos películas que sin ser productos horribles e indigeribles, tampoco logran del todo su cometido porque caen en los mismos latiguillos quemados de siempre y un influjo que no consigue duplicar los éxitos de la hoy mítica propuesta de McTiernan protagonizada por Arnold Schwarzenegger. Así como la idea central de la película de 2010 era tratar de recuperar el nerviosismo detrás del acecho en la jungla, ahora el núcleo de la faena parece ser volcar la idiosincrasia más urbana de Depredador 2 (Predator 2, 1990) hacia el terreno por antonomasia del director y guionista Shane Black, quien interpretó a Hawkins en el film de 1987 y luego se dedicó a escribir los guiones de obras de acción con fuertes chispazos de comedia como Arma Mortal (Lethal Weapon, 1987), El Último Boy Scout (The Last Boy Scout, 1991), El Último Gran Héroe (Last Action Hero, 1993) y El Largo Beso del Adiós (The Long Kiss Goodnight, 1996). Aquí hace lo mismo que hizo siempre sin embargo lamentablemente la iconografía de la franquicia de los cazadores del espacio con dreadlocks no pega para nada con el modelo de comedia machista y simplona de la década del 80, esquema que por cierto tampoco está muy aprovechado que digamos porque choca con todos los clichés actuales. Dicho de otro modo, el opus de Black intenta en vano unificar las escenas de acción y el desarrollo en general hiper veloz, torpe y tracción a reduccionismos dramáticos de nuestros días con los chistes tontos pero artesanales de antaño y la parafernalia terrorífica/ rústica/ tecnológica de los depredadores, lo que desde ya desemboca en un revoltijo en el que ninguno de los ingredientes se siente cómodo en su lugar retórico y ninguno está ni siquiera cerca de todo su potencial de base. La historia también es rutinaria a más no poder: una nave extraterrestre se estrella en medio de una operación antinarco de militares yanquis en México y el único sobreviviente de la masacre, Quinn McKenna (Boyd Holbrook), no tiene mejor idea que enviarle a su esposa e hijo el casco y la famosa muñequera de los amigos astrales, circunstancia que hace que los susodichos se transformen de golpe en blancos de los alienígenas mientras a él lo etiquetan como “loco” y lo encierran con unos lunáticos. De este modo nos topamos con los estereotipos del niño prodigio y la ex esposa bien quejosa aunque querible (el genial Jacob Tremblay, uno de los mejores actores infantiles contemporáneos, e Yvonne Strahovski, de The Handmaid’s Tale, están desperdiciados), el personaje femenino aguerrido enchufado en plan “contentar a todos los segmentos demográficos” (Olivia Munn compone a una bióloga que los representantes del gobierno traen para dilucidar si los depredadores se están hibridando con los humanos) y el grupito de chiflados/ payasos de turno en lucha contra los malos (por lo menos aquí en la categoría “malo” no sólo entran los depredadores sino también los milicos norteamericanos, energúmenos que se la pasan tomando prisioneros a los héroes para sacarles información). Si bien la propuesta es más o menos entretenida y se agradecen tanto la presencia de gore como el hecho de ver a soldaditos asesinos matando a soldaditos asesinos, la verdad es que la franquicia está en estado terminal y los tics de Black y compañía no logran revivirla…
El personaje icónico de la ciencia-ficción buscaba aparecer nuevamente en la pantalla grande y lo hace por cuarta vez luego de Depredador, Depredador 2 y Depredadores, sin contar sus cruces con Alien en otras dos realizaciones. Bajo la batuta de Shane Black -eldirector de Iron Man 3 que también participó como actor en el filme original-, la acción no tarda en explotar desde el comienzo pero no siempre da en el blanco. El Depredador es un intento fallido por reflotar la saga que comenzó en 1987 con Arnold Schwarzenegger en esta historia que trae una nave extraterrestre que se estrella durante una operación militar antidrogas y de la que sólo escapa con vida el mercenario Quinn McKenna -Boyd Holbrook-, quien rescata de la zona el casco y el famoso brazalete del alienígena y lo envía a su casa, donde esperan su ex mujer y su pequeño hijo -Jacob Tremblay, el mismo de La habitación y Extraordinario-. No cuesta imaginar demasiado lo que vendrá después en este relato que empieza de manera inquietante y se va tornando tosco en su desarrollo. En medio de la acción y de una catarata gore en la que no faltan sangre y destripes varios, el guión de Black junto a otro especialista en el género, Fred Dekker, se ve transitadp por personajes que aportan poco: un grupo de militares que son enviados a un psiquiátrico con el protagonista, y que pone la cuota de humor lunático; a los que se suma la bióloga Casey Bracket -Olivia Munn- como la experta en ADN que advierte que los depredadores están evolucionando y necesitan de la raza humana. La cacería a las que nos tenían acostumbrados los filmes anteriores encuentra algunos momentos bien logrados -como la persecución en el micro y las escenas desarrolladas en ambientes naturales- pero falta suspenso y sorpresa. En tanto, la inclusión de un Depredador gigante con sus perros guardianes -generados por CGI- distorsionan el espíritu artesanal que ofrecía la primera película. Naves con desperfectos, sangre verde, cascos que se activan y laboratorios con la última tecnología disuelven la presencia del cazador amenazante y sus presas, volviendo un poco a los orígenes recién sobre el desenlace. Espectáculo hay pero no es el mismo de antaño.
En 1987 se presentó al Depredador (Predator) en la pantalla grande, una criatura alienígena que caza a sus presas humanas para convertirlas en sus trofeos, con un film violento, que oscilaba entre el terror y el suspenso. Posteriormente, tuvo varias continuaciones, “Depredador 2” (1990), “Alien vs Predator” (2004), “Alien vs Predator: Requiem” (2007) y “Depredadores” (2010). Sin embargo, en épocas de revivir franquicias, esta cinta de ciencia ficción no podía quedarse al margen. “El Depredador” vuelve al cine de la mano de Shane Black, conocido por sus películas “Kiss Kiss Bang Bang” (2005), “Dos Tipos Peligrosos” (2016) o “Iron Man 3” (2013), como también por haber protagonizado la cinta original de 1987. El resultado quedará a medio camino entre una buena película de acción y una comedia que no funciona en todo momento. Todo comienza durante una operación contra el narcotráfico, donde el francotirador Quinn McKenna se enfrentará cara a cara con una criatura proveniente del espacio. Para tener pruebas de ese encuentro, tomará algunas partes de su traje y lo enviará a casa con su ex mujer y su niño. Pero Rory, un pequeño inteligente que padece autismo, verá estos objetos como algo extraordinario y provocará que los cazadores quieran recuperarlos. Es así como se reunirá a un grupo de veteranos y a una científica para hacerle frente a los nuevos Depredadores. Al principio nos encontramos con varias líneas narrativas que, hasta que no pasa la presentación de cada una de ellas para unirse en una trama central, no toma vuelo. Una vez que lo hace levanta el ritmo del film para otorgarnos un sinfín de escenas de acción. De todas maneras, nos encontramos con algunas cuestiones de montaje que hacen que se pierda un poco la coherencia del relato. Pero a diferencia de la entrega original, en esta oportunidad nos alejamos un poco de la esencia terrorífica y aterradora de la historia, para acercarse más al humor de lo que uno podría esperar en una cinta de este estilo. No es que esté mal, porque consigue aliviar ciertas tensiones, y en muchos casos los gags son atinados y consiguen más de una risa, pero tal vez también le saca un poco de dramatismo al eje central del relato. Asimismo, nos encontramos con un abuso constante de chistes, que por momentos incomodan, no son efectivos (por una cuestión del subtítulo se le cambia un poco el sentido original) o se sienten fuera de tono. Nos termina generando esa sensación de las películas actuales, donde el humor rige la trama, independientemente del tono esperado o requerido. Lo que resulta mejor logrado es la explotación del gore, a través de una buena demostración de sangre, tripas o amputaciones. También tiene buenos efectos visuales y especiales, con grandes explosiones y fuego cruzado. De todas maneras, tal vez por una decisión estética de preservar el estilo original de 1987, no parecería haber avanzado tanto la tecnología en cuanto a la composición del Depredador de aquella época y sus artefactos de combate. Sí se agrega una evolución del Depredador con unos perros como acompañantes, un poco menos conseguidos (notándose que no es tan artesanal, sino que se hizo uso de la computadora) pero que igualmente se amalgaman bien. En cuanto al elenco, nos encontramos con caras conocidas, donde Boyd Holbrook (“Logan”) lidera el grupo como el soldado McKenna, Sterling K. Brown (“This is Us”) se presenta como el villano, Jacob Tremblay (“Room”), quien siempre se luce en sus papeles complejos, Olivia Munn (“The Newsroom”), como la representante femenina cuyo rol se hace notar, y Alfie Allen (“Game Of Thrones”), Keegan-Michael Key (“Friends from Collage”), Thomas Jane (“The Punisher”), Trevante Rhodes (“Moonlight”) y Augusto Aguilera (“Chasing Life”) como los veteranos que aportan la gran cuota de humor al film. Se encuentran muy correctos en sus papeles, pero no todos sobresalen por los mismos. Por otro lado, al final nos encontramos con un puntapié para que la saga continúe (con una especie de escena post-créditos dentro del mismo relato), pero a diferencia de otras películas que buscan reavivar una franquicia, esta historia no se muestra como una mera presentación de un personaje o una simple introducción para lo que vendrá, sino que se siente como una cinta completa, que tranquilamente podría haber finalizado en esta primera parte. En síntesis, “El Depredador” ofrece una entretenida película que mezcla la acción pura con una gran cantidad de humor, que no terminará de convencer a todo el mundo. Tal vez esta combinación no resulta del todo atinada, ya que los gags no funcionan en todo momento y se aleja un poco del clásico de 1987. Una cinta que se encuentra a mitad de camino, debido a que su elenco es atractivo y su utilización del gore es exquisita, pero no mantiene la coherencia constantemente.
[REVIEW] El Depredador: Sangre, humor y amistad. En esta nueva secuela que llega a los cines, toma el título original de Depredador, y Shane Black lo carga de su toque de brutalidad y humor retorcido. Resulta que, los cazadores más letales de la galaxia o quizás del universo, regresan a la pantalla grande y a nuestra tierra porque un niño, muy inteligente, accidentalmente juega con sus artefactos. Y que además revela un conflicto interno entre los Depredadores que será más elaborado en el transcurso de la película. El niño tiene acceso a estos artilugios debido a que su padre es un soldado que tiene contacto con ellos al comenzar la película. El film comienza con naves espaciales y música que recuerda a Star Wars e irrumpe en la sala de cine. El soldado se queda con evidencia de que vio algo alienígena, porque sabía que el gobierno iba a querer controlar la situación. Que lo lleva a conocer a un grupo dispar de ex soldados y a una profesora de ciencias, que hacen lo posible para evitar el fin de la raza humana. Así empieza, con pura acción y sin parar un instante. Naves, destrozos, ágiles diálogos, con momentos de humor que pueden resultar por momentos incómodos, y en otros bien realizados. Desde el comienzo muestran el tono de la película y no nos engañan dejando en claro que este film no estará ligada al terror o suspenso como los previos films de Depredador, sino más a la acción/aventura. Aún así hay conexiones con la original como la camaradería, la pelea entre la bestia y el hombre, algunos momentos ingeniosos, especialmente en las armas de los Depredadores. Pero ¿Podrían haber hecho una película completamente nueva? Sí, porque aprovecharon el nombre y no está nada mal como una película sangrienta y divertida. Con aspectos que puede recordar a lo sucedido con aquella secuela de Jumanji: Welcome to the Jungle (2017). Igualmente logramos regocijarnos con este nuevo film pochoclero de Depredador por dos razone: El elenco y el director. En el caso del elenco, veremos muchas caras conocidas, comenzando por el niño, el joven protagonista y gran actor de Room (2015), Jacob Tremblay, quien interpreta a Rory McKenna un niño prodigio que es molestado por algunos estudiantes, pero a la vez tiene una especial conexión con los depredadores. El padre, Quinn McKenna, es Boyd Holbrook (Logan) el soldado más activo del film, y el que se une con el grupo militar que está integrado por Nebraska Williams interpretado por Trevante Rhodes (Moonlight), el ex Punisher Thomas Jane con su personaje con síndrome de tourette llamado Baxley, el cual junto con Coyle (Keegan-Michael Key), realizan los chistes más sinuosos del film. También tenemos a Augusto Aguilera (Chasing Life) dándole el toque latino con su personaje Nettles, y a Alfie Allen (Theon Greyjoy en GOT). Ninguno de estos personajes están del todo desarrollados, solo entregan humor y tiros cuando lo tienen que hacer, aunque quizá ofrezcan un poco de importancia a sucesos que pertenecen al último acto, al encariñarnos con algún de ellos. Además del lado de los villanos tenemos a Sterling K. Brown (American Crime Story, This is Us) como Traeger, quizá algo desaprovechado, pero en cada escena que aparece deja su marca. Y también está Casey interpretada por Olivia Munn (The Newsroom), un personaje bastante activo pero a la vez peculiar, ya que al ser una científica casi en todo momento está con un arma en las manos y corriendo riesgos importantes. Todos estos personajes tienen su humor negro y diálogos dinámicos gracias al director y guionista Shane Black (Con el co-guionista Fred Dekker de The Monster Squad y Robocop 3), al cual conocemos por grandes películas como Kiss Kiss Bang Bang (2005), Iron Man 3 (2013) y la subvalorada The Nice Guys (2016), además de interpretar a Hawkins en la película original Predator (1987). Es una ingeniosa película que logra momentos de humor sorprendentes, que depende del espectador si está interesado en este tipo de gracias o no. El último acto puede resultar desalineado por como venía la película, con efectos especiales que pueden resultar molestos, y bastante acelerado en el montaje llenando de cosas una película que resulta vacía en cierto sentido, insinuando hacia el final posibles secuelas. Si al público le gusta el humor mordaz, sarcástico, que hasta por momentos puede recordar a Deadpool, (Atentos a la escena de la noche de Halloween por favor) además de una buena dosis de acción, no estarán decepcionados con este entretenido film.
[REVIEW] El Depredador: Cazando el pasado y futuro a la vez. De la mano de Shane Black regresan las rastas espaciales, enfrentándose en esta ocasión a un grupo de veteranos mentalmente desbalanceados, una científica bastante confundida y un niño con muy mala suerte. Más de 30 años pasaron desde la primera Depredador (1987), y este es el primer intento real de convertir la franquicia en una serie de films. Prácticamente una obligación de los tiempos en que vivimos, habrá que ver si el ingenio del guionista y director Shane Black pueden convertir un producto en algo con lo que realmente valga la pena entretenerse. Hay autores cuya voz es tan particular que hablar de una de sus películas es también hablar de su filmografía en general, y El Depredador no es ninguna excepción. La trama no tarda más que unos segundos en ponerse a correr, con una persecución espacial que termina con una nave estrellándose a pocos metros de nuestro protagonista: un francotirador con mala suerte. Siendo el único sobreviviente de este ataque, y teniendo que proteger la existencia de Depredadores al público en general, lo suben a un colectivo con el resto de los veteranos de guerra que serán lobotomizados. Lo bueno es que, viéndosela venir, el soldado en cuestión logro mandar algunos artefactos del Depredador a su hogar para que su hijo guarde como prueba de que no esta loco… lo malo es que esto significa que el Depredador va a estar más que interesado en darle caza a su pequeño retoño. Un guionista con el estilo de Black (Kiss Kiss Bang Bang, The Nice Guys) no tarda mucho en crear situaciones y personajes que vayan con su muy distintiva voz a la hora de crear historias. En este caso, alienigenas asesinos cazándose mutuamente en medio de los suburbios le da al relato una inmediata sensación de emergencia, mientras que el grupo de personajes nos harán entender rápidamente que una lobotomía podría no haber sido tan mala opción para ellos. Los diálogos corren incluso más que los personajes en un guion repleto del humor que Black sabe darle a sus producciones, no se trata de una película que vaya bien con subtitulo: terminaron reduciendo, o cambiando totalmente, bastante del diálogo del film. Teniendo la situación y los personajes apropiados, lo único que falta es un mundo que le permita servir no solo como continuación de entregas anteriores de la saga, sino también como trampolín de una posible nueva serie de películas. Afortunadamente, hay que decir que (sacando una escena final que cumple la misma función que una escena post-créditos) El Depredador no pierde tiempo en sembrar futuras películas. La acción es más que correcta, con la salvedad de que mal no le vendría utilizar planos más abiertos, que permitan no solo leer mejor lo que sucede, sino disfrutar un poco más de alguna de las secuencias que logra crear. Además de tener un plus muy importante que siempre suma en géneros tan sangrientos: no solo hay una saludable cantidad, sino que ofrecen una gran variedad de muertes (aún cuando se trata de secuaces en segundo plano). Aunque la película termina siendo más una comedia que otra cosa, o al menos equilibrando entre las risas y la sangrienta acción. El humor puede llegar a ser hostil para algunos, no solo por la densidad de chistes que se tiran a cada segundo sino para un público que puede no estar familiarizado con el estilo de Black y puede interpretarlo como un intento de imitación al estilo Marvel. Termina siendo una sangrienta comedia negra que disfruta la oportunidad de pasear a un asesino intergaláctico con rastas, y como mínimo cumple particularmente bien con todo lo que eso implica. Como entretenimiento liviano y momentáneo, hay muy poco que criticarle. Pero hay detalles varios, como por ejemplo las motivaciones de sus personajes, que se encargaran de sacar de quicio a más de uno. Inevitable siendo que vivimos en una era de sobre análisis y canales de youtube que cuentan “terribles plot-holes, papá!” como si el cine fuese béisbol. En una vida llena de películas tan irregulares como esta, siempre tiene que haber lugar para la interpretación subjetiva, y posiblemente este sea uno de los mejores ejemplos a gran escala… al menos desde el último gran ejemplo: Iron Man 3, dirigida obviamente también por Shane “Quilombo” Black. Esta es una película en que gran parte de la audiencia no encontrará la forma de disfrutarla, mientras que un grupo puntual seguramente va a quedarse encantado con las refrescantes libertades que un producto con tanta personalidad ofrece. Es especialmente recomendable para todos aquellos que se sientan cómodos riéndose no solo con sino también de las películas, no por lo malas en este caso sino por lo… particular de algunas decisiones. No se quien sigue creyendo que es buena idea darle a Shane Black productos que necesitan gustarle a las masas, pero que Dios bendiga su estupidez. Para resumir, el recibimiento que esta teniendo, en críticas y números, no extraña para nada, siendo que se trata de un film realmente conflictivo. Seguramente sea más fácil disfrutar de las varias cosas que ofrece en retrospectiva, una vez que el fracaso de la franquicia haya sido consumado.
Inentendibles las críticas internacionales que uno puede leer de esta película. La destrozan porque sí. Porque necesitan el verosímil o la “fórmula Marvel”. Pues bien, no posee ni una cosa ni la otra, y es una maravilla. Una fiesta para los que gustan del gore intergaláctico, si es que se puede definir así. Definitivamente es lo mejor que se ha hecho con el personaje desde la película original estrenada en 1987. El director Shane Black, que ha hecho grandes películas tales como su ópera prima Kiss Kiss, Bang Bang (2005) o The nice guys (2016), siendo tal vez la más floja Ironman 3 (2013), ha generado una gran base de fans y admiradores de su obra. Con un estilo basado en una rapidez narrativa que se ancla en el montaje, y mucho humor, algunos lo tildan como un provocador y otros como imitador. Aquí empleó como DF a Larry Fong, usual colaborador de Zack Snyder, y el resultado son planos maravillosos. Por ello, en cuanto a lo visual, lo único que hay que destacar como negativo es la utilización totalmente al pedo de CGI en algunas tomas. La historia es simple y sin muchas vueltas, tiene elementos de western, y está conectada con la franquicia de manera leve. Celebro mucho el gore, lo sangriento y la clasificación que se le dio al film. El único punto flojo de la cinta es su protagonista. A Boyd Holbrook le queda grande el papel y es opacado por el reparto. Tanto Olivia Munn y Jacob Tremblay tienen mejor tiempo de pantalla que él. Amén de eso, cumple bien su rol de acción. El depredador es una película muy entretenida, y que realmente se disfruta si no se la sobre analiza.
El último depredador mortal Escrita y dirigida por Shane Black, el arlequín detrás de los guiones de Arma Mortal (Lethal Weapon, 1987), Arma Mortal 2 (Lethal Weapon 2, 1989), El último Boy Scout (The Last Boy Scout, 1991) y El último gran héroe (Last Action Hero, 1993), El depredador (The Predator, 2018) abandona toda pretensión de suspenso o terror para abocarse de pleno a la comedia. Como la criatura de la serie Alien, el epónimo Depredador ha sido tan sobreexpuesto que ha terminado sangrando toda la mística que lo volvía terrorífico y atractivo. La decisión pues ha sido replantear la trama entorno al Depredador en clave cómica, sentenciándole el mismo destino que han sufrido todos los icónicos monstruos de las franquicias de los 80s. Los eventos se suceden con la cadencia y espontaneidad de una historia improvisada, sin reparar en causas o consecuencias. Una de dos posibilidades: o el guión ha sufrido numerosos cortes y recortes, o Black ha improvisado gran parte de la trama en búsqueda de humor. La misma dibuja un ridículo garabato para enmarcar una sencilla historia de cazador y cazados. Reúne a un mercenario, McKenna (Boyd Holbrook), quien se bate a duelo con el Depredador en el primer acto; su hijo autista, quien recibe el casco del Depredador como trofeo y se convierte en una presa intergaláctica; una científica (Olivia Munn) a cargo de estudiar y eventualmente cazar al Depredador; una agencia gubernamental cuya estupidez e incompetencia motorizan gran parte de la trama y un autobús de veteranos traumados que McKenna amotina súbita e improbablemente. La cuestión de probabilidad e improbabilidad termina siendo irrelevante a efectos de la película dado que no pretende tomarse muy en serio y el verosímil maneja valores más parecidos a los de una época en la que las audiencias suspendían su incredulidad con más facilidad. En ese sentido Black logra capturar una sensibilidad anacrónica por los 80s con mucha más sinceridad y mucho menos esfuerzo que otras narraciones, y ni siquiera tiene que ambientar su historia en la década. El problema es que el realizador ha cambiado el género de terror por una comedia que no es particularmente graciosa. Algunos de los personajes resultan simpáticos - Sterling K. Brown como el villano de facto es particularmente efectivo - pero el humor, cortesía de los “Lunáticos” que se unen a la cruzada del protagonista, es una cacofonía de chistes forzosos contados a las apuradas. Por cada uno que acierta hay otros veinte que quedan picando. Black es de la escuela de agotar al espectador al punto de congraciarse con él. Con la presencia del Depredador desbaratada por una trama aleatoria y sinsentido que no observa ninguna disciplina a la hora de estructurar tiempo, espacio o personajes con coherencia, el resultado es difícil de recomendar como otras cosa que entretenimiento fatuo. Lo poco que funciona aún es lo que no ha sido alterado con el tiempo y es mérito del film original: el diseño del Depredador y su tecnología, la personalidad silente pero evocativa de la criatura, los raros momentos de ingenuidad sangrienta. Los que todavía recuerden Depredador (Predator, 1987) de John McTiernan probablemente van a salir decepcionados.
Varios años después de sus primeras incursiones, otro de los seres conocidos como “Depredadores” queda varado en la Tierra y partes de su tecnología terminan en las manos de Rory McKenna, el cual accidentalmente termina haciendo contacto con los alienígenas y revelando su ubicación. Ahora quedará en manos de su padre, Quinn McKenna, ex-francotirador militar, y un grupo de soldados dados de baja detener a la nueva estirpe de Depredadores y a su vez salvar a su hijo. Luego de 10 años de la última entrega en la franquicia llega El Depredador (The Predator), la cuarta entrega del personaje homónimo (o sexta si contamos los cruces con Alien). En ésta ocasión la batuta está en manos de Shane Black, persona que ha estado involucrada en varias de las más famosas y mejores películas de acción hollywoodenses, incluyendo la Depredador original en el papel de Rick Hawkins (Aunque también se deduce que se encargo de algunas re-escrituras de guión). Con el currículum que ostenta Black, sería fácil deducir que entre todos los candidatos sería el más indicado para encargarse de reflotar una saga cuyas secuelas palidecieron completamente ante la original. Sin embargo, nos encontramos con un trabajo a medias, ya que así como El Depredador hace algunas cosas bien en comparación a secuelas previas, también hace algunas cosas mal. Como puntos a favor de la película a destacar, la acción es muy sólida, no se recurren a trucos baratos para generar tensión y toma muchos apuntes de las escenas en la jungla de la Depredador original. La comedia clásica del director se hace ver rápido y salvo uno dos chistes algo tontos lo demás es buen material que quizás algunos recuerde (para bien o para mal) a Iron Man 3. Sobresalen en este apartado Thomas Jane y Keegan-Michael Key como los personajes de alivio cómico dentro del grupo. El resto de ex-militares son igualmente sólidos y gozan de muy buena química. Los puntos más flojos son la historia y los personajes del lado “científico”. Olivia Munn como la experta en biología es poco creíble y nunca se entiende exactamente que es lo que le aporta a la trama, no solo actúa pésimo sino que ni siquiera da exposición que sirva para entender mejor la historia. El equipo del ejército encargado de investigar al Depredador nunca pasa de simplemente ser un pequeño obstáculo para los protagonistas y no llegan a tener más desarrollo que ser la excusa de quien guardó la tecnología de los Depredadores. La razón por la cual los Depredadores viajan a la Tierra es un tanto bizarra y a los más puristas de la saga (o la primer película más bien) seguramente les va a molestar mucho. Afortunadamente, a diferencia de algunos fiascos que nos ha regalado la saga hermana de Depredador, no hay ningún cameo bochornoso ni noticias de que personajes queridos murieron. El Depredador termina quedándose sin combustible para estar a la altura de la primera o la segunda, pero aún así logra ser una película dentro de todo sólida que conformará al que busque una película de acción/comedia sin muchas pretensiones.
“El depredador”, de Shane Black Por Ricardo Ottone Shane Black no es ajeno al universo de El Depredador. El mismo participó como actor en la primera película de la serie, la de 1987 dirigida por John McTiernan, y le cabe el honor nada despreciable de haber sido la primera víctima de la célebre criatura. Treinta y un años después, con cinco películas de lo que ya se convirtió en franquicia, y con Black asentado y muy solicitado en Hollywood, a aquella primera víctima le llega su revancha haciéndose cargo del boliche como director y co-guionista de esta última entrega. La idea al principio era hacer un reboot de la saga, borrón y cuenta nueva. Pero esa primera intención derivó en una secuela con lazo directo a la original, haciendo referencia a aquel primer encuentro cercano, sin tratar de borrar las cuatro películas del medio pero sin tampoco tomarlas muy en cuenta. El protagonista vuelve a ser un soldado: Quinn (Boyd Holbrook), un sniper que se encuentra en medio de una misión en la frontera mexicana y tiene la ¿suerte? de que una nave caiga derribada delante suyo. Ante el desastre que tiene ante sus ojos, a nuestro simpático asesino de precisión lo que se le ocurre es tomar de entre los restos un casco y una muñequera (que sabemos que son armas temibles) y mandárselas a sí mismo por correo para que las autoridades no se apoderen de ellas. El paquete viene a caer en la casa de su ex, Emily (Yvonne Strahovski), y en las manos de su pequeño hijo Rory (Jacob Tremblay) que a pesar de ser un poco autista es también un poco genio y no tarda mucho en activar los instrumentos. Además del rastreador que les viene adosado. Quinn se escapa de la custodia gubernamental junto a una científica y un grupo de veteranos con algunos problemitas mentales para tratar de llegar a tiempo antes que el Depredador sobreviviente vaya a la casa familiar a recuperar sus juguetes con el esperable desparramo de sangre. Habíamos dicho que esta última película no tomaba en cuenta más que a la primera. Sin embargo algo quedó de la inmediatamente anterior Depredadores de 2010. Hasta entonces, enfrentamientos con Aliens incluidos, el tono era serio, con algún ligero y discreto toque de humor, pero mayormente grave y oscuro. A partir de Depredadoresuna vocación de chacota, absurdo y derrape general se apoderó de todo y esto es lo que ahora continúa. Los antecedentes de Shane Black hacen que esta elección no sorprenda. En los últimos años dirigió Entre besos y tiros (2005), Iron Man 3 (2013) y Dos tipos peligrosos (2016), todos films orientados a la acción combinada con la comedia. Además de ser el guionista de viejas glorias en la misma vena como Arma mortal (1987), El último Boy Scout(1991) o El último héroe de acción (1993). Entretenimientos livianos, contundentes y sólidamente construidos en su aparente simpleza. El otro co-responsable del guión no es otro que Fred Dekker a quien le debemos clásicos de terror adolescente ochentero como Night of the Creeps (1986) y The Monster Squad (1987). Con esta dupla es fácil imaginar para donde van los tiros. Se trata principalmente de una comedia de acción, con elementos de terror, ciencia ficción y bastante gore. Black ya viene hace rato con el formato Buddy Movie y aquí lo amplía al de película de pandilla, con un protagonista definido y un grupo de que lo secunda, desastroso, inconsciente e irresponsable pero con códigos de lealtad. El grupo de inadaptados obligados a ser héroes, al estilo de Los doce del patíbulo, que carga además con la mayor parte de las situaciones humorísticas. La Dra. Bracket, la científica interpretada por Olivia Munn, viene a ser el contrapunto serio y centrado, pero a veces también se le sale la cadena. Como personajes tenemos un niño autista objeto de burla de sus compañeros de colegio y tenemos también uno de los veteranos con síndrome de Tourette de quien surgen unas cuantas situaciones humorísticas cuando se brota. La trivia dice que Black también tiene Tourette así que suponemos que eso lo autoriza a reírse del tema. Podemos agregar que, para equilibrar estas incorrecciones, el personaje femenino de la científica es fuerte, decidido y no tiene nada ni de recurso sexy ni de damisela en peligro. Por el contrario es la que salva las papas en más de una ocasión. A la mitología de la serie, a la cual todas las películas van añadiendo algo, esta incorpora una nueva especie/facción de Depredador, ciertas intencionalidades siniestras para con respecto a la tierra y hasta una suerte de perro extraterrestre de presa (como para usar una analogía) que arranca como monstruo temible y también termina como recurso cómico. Y es que al final todo va para el mismo lado. Incluso el gore desfachatado, abundante en sangre roja o verde fosforescente, miembros despedazados volando y pedazos arrancados de columna vertebral arrojados a la cara del espectador más para provocar una risa sonora y gruesa que para impactar o aterrar. El Depredador no es ni intenta ser otra cosa que un entretenimiento ágil, incorrecto y descerebrado. Y está bien. No se toma a sí misma en serio y no tiene tampoco la peregrina idea de que su público lo haga. EL DEPREDADOR The Predator. Estados Unidos. 2018. Dirección: Shane Black. Intérpretes: Boyd Holbrook, Olivia Munn, Trevante Rhodes, Sterling K. Brown, Jacob Tremblay, Thomas Jane, Keegan-Michael Key, Alfie Allen, Augusto Aguilera, Yvonne Strahovski, Jake Busey. Guión: Shane Black, Fred Dekker. Fotografía: Larry Fong. Música: Henry Jackman. Edición: Harry B. Miller III. Producción: John Davis, Lawrence Gordon. Producción Ejecutiva: Bill Bannerman. Diseño de Producción: Martin Whist. Distribuye: Fox. Duración: 107 minutos
Los estudios de Hollywood continúan con su obsesión por exprimir franquicias y lo de Fox con Depredador es digno de un caso de estudio respecto de los mil y un reciclajes. La saga arrancó hace más de tres décadas con Depredador (1987), del por entonces poco conocido John McTiernan; y tuvo secuelas como Depredador 2 (1990) y Depredadores (2010). No contentos con eso, los productores también apostaron al crossover Alien vs. Depredador (2004), de ese director de culto que es Paul W.S. Anderson, y su secuela Aliens vs. Depredador 2 (2007). Ahora, es tiempo de reboot, de volver a empezar, con El depredador que, sin ser una mala película, tampoco permite abrigar demasiadas esperanzas respecto de una continuidad sana en lo artístico y lo económico para esta serie. Para este reinicio fue convocado Shane Black, cotizado guionista de películas como Arma mortal y El último gran héroe, y también escritor/director de elogiados títulos como Entre besos y tiros (2005), Iron Man 3 (2013) y Dos tipos peligrosos (2016). El sentido del humor, el desparpajo y la audacia de su filmografía previa no se advierten en una historia demasiado mecánica y estructurada, en la que lo más llamativo pasa por sus picos de gore (vísceras, cuerpos desmembrados, baños de sangre) al mejor estilo del primer Peter Jackson. Pero el resto de las fórmulas a las que adscribe la película no funcionan bien. Ni la disfuncional relación padre-hijo entre un ex soldado devenido mercenario (Boyd Holbrook) y un niño autista-genio (Jacob Tremblay), ni la cofradía de ex militares locos (al principio del film van todos rumbo a un psiquiátrico) que enfrentará a las fuerzas extraterrestres. No hay destellos de emoción en el primer terreno ni de humor negro en el segundo. Tampoco se perciben hallazgos a la hora de las explicaciones sobre la evolución de las especies a partir de la apropiación del ADN de otros seres vivos ni en aportes en los personajes de la bella científica (Olivia Munn) o el malvado (Sterling K. Brown) de turno. Las actuaciones son de discretas para abajo, las escenas de acción no son demasiado espectaculares, los monstruos alienígenas no dan mucho miedo y el festival de efectos visuales para las explosiones de violencia ostentan el profesionalismo, pero también el déjà vu de muchas producciones recientes. Un regreso sin (o muy poca) gloria para una franquicia que renace una y otra vez. El culto al cine clase B que se resiste a morir.
En la primera Depredador, de 1987, Shane Black interpretó a Rick Hawkins, el gracioso del grupo de mercenarios que, liderado por el invencible Dutch de Arnold Schwarzenegger, combatía guerrilleros y, después, al cazador alienígena. Ahora, treinta años más tarde, como director y coguionista, le da a la cuarta entrega de la franquicia la misma impronta de aquel personaje que siempre tenía un chiste verde en la punta de la lengua. Y como de mezclar comedia y acción conoce bastante -dirigió Iron Man 3 y Dos tipos peligrosos-, consigue hacer de El Depredador una película liviana y entretenida. Misión cumplida. Se supone que todo sucede entre la segunda parte (Predador 2, 1990) y la tercera (Predators, 2010), pero este es un dato que sólo les importará a los fanáticos de la saga. Más allá de unos cuantos guiños (alguna frase, algunos objetos que incluso remiten a Alien vs. Predator), no hace falta haber visto ninguna para entender lo que está ocurriendo. O no entenderlo: la acción por momentos se vuelve caótica y hay inconsistencias varias, pero ponerse a buscar cierta lógica equivale a entrar en un inútil combate con lo que se está viendo. Si los héroes de repente disponen de un arsenal impresionante, de vehículos terrestres de toda clase y hasta de un helicóptero, no importa demasiado que no sepamos de dónde los sacaron: lo importante es que la trama avance. Como en la primera, aquí hay media docena de soldados de elite y una civil (una bióloga, en este caso) involucrados en dos peleas: contra otros militares y, desde ya, contra el monstruo recargado (más grande, más fuerte). Pero la pandilla se forma por accidente: estos reclutas son unos desclasados por causa de diversas patologías psiquiátricas, la excusa para que Black toque la cuerda cómica. Y esa es la gran virtud de esta cuarta Depredador: nunca se toma muy en serio a sí misma, partiendo de la base de que el extraterrestre asesino con rastas es definido como “una Whoopi Goldberg espacial”. Pero esto no es una parodia: hay acción a la vieja usanza, con sabor a la década del ’80, sin abusar de los efectos generados por computadora, y ese es otro mérito. También hay un destello de trascendencia profundidad, como cuando se plantea cuál es la diferencia entre un soldado y un asesino. Pedir más es pedir demasiado.
Un depredador entre nosotros En 1987, Depredadorlogró posicionarse como una rara avis dentro de lo que hoy se reconoce como cine ochentoso. Una mezcla de acción y terror, dándole un giro al cine bélico, con ÉL héroe de acción del momento, producción de cine mainstream, historia propia de estilo clase B, y altas dosis de sangre. El resultado fue un ícono inmediato, instalando a su director, reafirmando a su protagonista, y creando un personaje para la posteridad. Pasaron más de treinta años en los que se intentó replicar el éxito y expandir el universo de aquella propuesta. Sin hablar de comics, videojuegos, y afines, contamos dos secuelas y dos spin-off crossover. Cada uno aplicando un nuevo estilo a la franquicia. Ahora es el turno de Shane Black en la silla de director y Fred Dekker como guionista, una dupla que asegura algo: el espíritu de la década original. El depredador es una coctelera. Mezcla la sangre de la primera, con la ciudad de la segunda, pero en un espacio abierto. Le agrega un elemento que hasta ahora se encontraba ausente: un desborde de humor autoconsciente. En definitiva, es todo lo que Alien Vs Deprepador: Requiem no pudo ser… y eso que esos spin-off son dejados fuera del canon. ¿Cuál es el gancho? Ver al depredador en medio de gente común. Ya están aquí La primera secuencia nos presenta la primera marca de su guionista. Al mejor estilo El terror llama a su puerta una nave tripulada por un Depredador colisiona con un satélite y se estrella en nuestro planeta siendo confundida por un meteorito. Un grupo de soldados de élite dan con la nave, y el extraterrestre, como es su costumbre, los liquida. Sobreviviendo solo uno, Quinn (Boyd Holbrook), quien debe tomar una drástica decisión para salvar a la humanidad. Antes de ser apresado por sus superiores que lo responsabilizan por sus acciones, Quinn se traga un mini artefacto y logra enviar a su esposa el casco que traía el extraterrestre. En la ciudad conocemos a Rory (Jacob Tremblay en otro de sus personajes de niño con problemas), autista, introvertido, hijo de Quinn. Como es Halloween hay que ponerse un disfraz… ¿Y adivinen qué encuentra? Cuando la máscara emita una señal de rescate, vendrán más depredadores hacia nuestro planeta ¿Y el que colisionó realmente está muerto? El depredador presenta a un grupo de personas integrado por soldados con problemas de conducta (Quinn es enviado a una suerte de reformatorio de soldados en donde será juzgado), agentes del gobierno, científicos (con Olivia Munn a la cabeza como una bióloga), y por supuesto, Rory. Los depredadores quieren recuperar lo que es suyo, de paso nos toman como entrenamiento y se cazan entre ellos. En el medio, queda toda la diversión. Como dijimos, es imposible verla y no recordar a Night of the Creeps. La pandilla salvaje El gran acierto de Dekker desde el guion es crear personajes variados, que nos preocupan por lo que les sucede y nos divierten con su características. Son peones, pero interesantes. En sus 107 minutos se toma su tiempo para entrar en acción, se detiene, explica, desarrolla, crea clima, y luego arremete con una escena de acción tremenda. Y sigue. No es una secuencia sin fin de cacería, se aleja del estilo actual de asimilar los tanques de acción a un videojuego. Sin necesidad de tirar ganchos vintage, su estilo recuerda al de los films en el que la franquicia fue creada. Hasta introduce a un extraterrestre para que nos encariñemos (E.T. alert). Shane Black se encarga de darle dinamismo, de hacer que la historia fluya, y nos desparrama un gore muy bienvenido. Las escenas de acción no se cuentan en modo cíclico, pero cada vez que llegan dan ganas de aplaudir a la pantalla. No es casualidad que Black se haya iniciado con los guiones de Arma Mortal, ni que Dekker haya actuado en la película original y haya dirigido varios clásicos de esa década. Es más, ambos unieron fuerzas en The Monster Squad, película de la que El depredador en cierta forma es deudora. Holdbrook y Munn tienen química y carisma. Trevante Rodhes compone a un villano que se deja odiar. Los seguidores de Tremblay podrán enternecerse otra vez con su hablar timorato (ojo que ese chico está creciendo y estamos expectantes a sus últimos cartuchos explotando esta veta). El plato fuerte son los secundarios, con un grupo de soldados desquiciados comic relief muy logrados, en especial un Thomas Jane divertidísimo. La franquicia necesitaba una renovación, y El depredador trae el aire fresco para que todavía creamos que Hollywood es capaz de hacer una película que reemplaza el barullo por el entretenimiento desquiciado y violento. Así, vale la pena decir ¡Que vuelvan los ’80!
Nacido para devorar El depredador vuelve a acechar la Tierra y esta vez es dirigido por Shane Black (Iron man 3, Dos tipos peligrosos). Luego de Depredador (1987), Depredador 2 (1990) y Depredadores (2010), la nueva entrega cronológicamente sucede entre la de los 90 y la del 2010, quedando como la tercera parte de cuatro. La historia comienza cuando el soldado Quinn McKenna (Boyd Holbrook) se encuentra con uno de los depredadores que se encarga de despedazar a todo su equipo de guerra. Él logra robarle armas características del monstruo y por haber visto alienígenas es enviado a prisión. Antes de llegar, en el mismo colectivo que lo trasladaba, se encuentra con ex soldados que por una u otra razón también iban a la cárcel. El rejunte de convictos termina por conformarse en un nuevo grupo de batalla -sumado a la científica Casey Bracket (Olivia Munn)- quienes serán los encargados de cazar al monstruoso animal. Todo esto sucede con el hijo del protagonista, Rory (Jacob Tremblay) al que deben proteger de las garras asesinas del depredador. Con mucha acción y comedia implementada de forma simple, la película se vuelve entretenida y llevadera. Las actuaciones están bien pero no se destacan demasiado. El montaje y la dirección no fueron las mejores formas de llevarlas a cabo, se deja ver en varias ocasiones problemas de continuidad, que suele suceder en contenido de clase B o directamente amateur. De todas formas, cumple su función de dar una dosis de acción con una historia fácil de seguir y un poco de humor para apaciguar la intensidad.
El depredador es más que un regreso o una secuela más, de las tantas que tuvo (y a veces padeció) esta serie iniciada en 1987. Es lo más parecido a una celebración, que es el modo elegido por Shane Black para justificar la elección de cada uno de sus proyectos. Black va al rescate del rumbo extraviado de la serie con todo su arsenal. Su Depredador es una síntesis perfecta de su identidad como realizador. Mezcla virtuosamente la acción y la ciencia ficción (como en Iron Man 3), recupera con feliz nostalgia un tiempo que parecía perdido (como en Dos tipos duros) y refirma el lugar central del héroe con todas sus debilidades, sus contradicciones, su humor y sus culpas, pero a la vez con la decisión clara de lo que hay que hacer: redimirse frente a sí mismo y frente a su pequeño hijo, una mente brillante a la que el invasor del espacio mira con especial atención. Con un héroe que no le teme a la incorrección política, acompañado por un grupo de combatientes renegados que parece salido deLos indestructibles y una intrépida bióloga digna del cine de Howard Hawks, Black construye una aventura poderosa que arranca en el primer minuto y no se detiene hasta el final. Hay espectacularidad y ruido, pero también hay nobleza, desprendimiento, sacrificio y valor en escenas de acción siempre inteligibles. Y hasta una sugestiva mimetización entre el protagonista y el terrorífico invasor que debe ser destruido.
“Depredador” es uno de los personajes icónicos del cine. Con dos entregas individuales (y un par más junto al “Alien”), no es de sorprender que se quiera seguir explotando ciertas franquicias exitosas que tienen un público asegurado. En este caso fue Shane Black (quien además actúa en la película de 1987) el encargado de volverlo a la actualidad, un director que además de unas comedias negras más chiquitas (como "Kiss Kiss Bang Bang" o la más reciente "The Nice Guys"), fue quien estuvo detrás de, quizás, una de las más polémicas del universo Marvel,"Iron Man 3". Sin duda estamos ante un director que tiene un estilo, un humor, y al que por lo visto no lo condicionan (al menos no lo suficiente) las grandes productoras. Pero eso no es todo. En el guion, además de a Black tenemos a Fred Dekker, guionista de películas ochentosas como "Night of the Creep" y "The Monster Squad". En “El depredador”, tres décadas después de la primera, un grupo de soldados se encuentran con la nave y, tras una de las mejores secuencias y muertes de la película, queda como único sobreviviente Quinn (Boyd Holbrook), quien inmediatamente entiende cómo hacer uso de lo que esta criatura deja detrás. Luego esta secuela presentará varios personajes que la trama se irá encargando de juntar. El hijo de aquel soldado que recibe el paquete que él envía (interpretado por Jacob Tremblay, el niño que fue nominado al Oscar por su papel en "The Room"), una doctora (Olivia Munn) a la que acuden cuando tienen en posesión un cuerpo extraterrestre para su estudio, y los soldados que junto a Quinn conforman una especie de grupo de marginados. Si bien la original era una película que conjugaba la acción con el terror, acá se apela más a la acción con la comedia, a lo mejor porque a esta altura ya no funcionaría del mismo modo ese terror. Entonces se deja de lado lo oscuro y hay bastante acción; todo el tiempo, hasta el último minuto, están pasando cosas pero en el medio se introducen varios momentos de la comedia que tan bien maneja Black. Y, claro, hay gore, hay sangre, como todo "Depredador" amerita. Otro punto a favor del film es la buena construcción de personajes. Desde el principal protagonista, su hijo y la doctora, hasta el grupo de extravagantes soldados que los acompaña, cada uno con sus tics o sus traumas del pasado. Quizás entre toda esa galería el más deslucido sea el papel de Yvonne Strahovski como la ex mujer de Quinn. El resultado es una película entretenida, fresca, disfrutable, que sabe aprovechar al icónico personaje. También es cierto que por momentos pierde un poco el eje y que algunos aspectos de la trama resultan a simple vista algo bobos, pero a grandes rasgos es una buena película de acción, que sin dudas tiene sus mejores momentos con el bosque como escenario. Hay que entender que ya nada es lo que era, que los tiempos son distintos y Black encontró la manera de aggiornar la franquicia, respetándola y al mismo tiempo autoparodiándola por momentos (como la discusión sobre por qué se le llama depredador al extraterrestre). Puede que no sea del gusto de todo paladar, pero cuenta con suficientes méritos para ser considerada un buen exponente y, por si eso no es suficiente, algunos guiños más la terminan de componer.
Shane Black no defrauda. Sea un proyecto original o uno parte de una franquicia, el hombre tiene un estilo propio que es capaz de inyectar en cada cosa que encara. En esta oportunidad tenía una parada difícil, dado todo lo que conlleva acercarse a Predator. El inoxidable clásico de 1987 no envejece, con lo que es difícil traer algo nuevo a la mesa. No hubo falta de intentos, con una fallida secuela en 1990, dos malos crossovers con Alien y un aceptable reboot en el 2010, de la mano de Robert Rodriguez. La tarea que se propone el director no es menor, con esto que ha llamado una secuela inventiva. Dado que la franquicia tiene una rica mitología a la que recurrir, él decide abordar esta nueva entrega como una continuación que reconoce el canon y sobre la que es posible seguir construyendo.
Contra el gran alien “El Depredador” (The Predator, 2018) es una película de acción y ciencia ficción que se ubica como la cuarta en la saga sin contar las dos cintas de “Alien vs. Depredador” (Alien vs. Predator). Está dirigida y co-escrita por Shane Black (Iron Man 3, The Nice Guys), el cual tuvo el rol secundario de “Hawkins” en la primera entrega de 1987. El reparto incluye a Boyd Holbrook (La Huésped, Narcos), Jacob Tramblay (La Habitación, Presencia Siniestra), Olivia Munn (¿Cómo lo hace?), Trevante Rhodes, Keegan-Michael Key, Sterling K. Brown, Thomas Jane, Augusto Aguilera, Alfie Allen (Theon Greyjoy en Juego de Tronos), Yvonne Strahovski (Serena en The Handmaid’s Tale) y Jake Busey. La trama se desarrolla después de los eventos ocurridos en “Depredador 2” (Predator 2, 1990). En una misión de recuperación de rehenes en la selva, el francotirador Quinn McKenna (Boyd Holbrook) y su equipo son atacados por el depredador. Antes de que el agente del gobierno Will Traeger (Sterling K. Brown) detenga a Quinn, éste logra quitarle la máscara al alien y enviarla a la casa de su ex mujer Emily (Yvonne Strahovski) para luego estudiarla. Sin embargo el paquete lo abre su curioso hijo Rory (Jacob Tremblay), niño que sufre bullying en la escuela y decide usar el artefacto como disfraz para salir a pedir dulces en Halloween. Junto a la científica Casey (Olivia Munn), los demás cautivos, que también son considerados locos por el agente Traeger, se unirán a McKenna para salvar a Rory y detener a las peligrosas criaturas que otra vez volvieron a la Tierra. La primera película de Depredador, protagonizada por Arnold Schwarzenegger, se caracterizó por tratar la temática de los extraterrestres de una forma seria, creando buenas secuencias de suspenso, acción y gore sin olvidarse de algunas líneas graciosas entre buenos camaradas. La segunda parte, no tan buena como la original, supo respetar las reglas de su antecesora adaptándose a otro territorio: la ciudad de Los Ángeles en una batalla a cielo abierto entre carteles de droga. Con este nuevo filme Shane Black no solo tira por la borda la estructura narrativa y estilo ya construido, sino que convierte a “El Depredador” en una cinta que ni parece ser parte de la misma franquicia. Casi sin ninguna escena donde el silencio y la intriga tengan presencia, el director le dio un gran peso a la comedia en esta producción. Aunque algunos chistes funcionan, la historia que al principio entretiene pronto se vuelve insostenible y bizarra. Los personajes no despiertan interés y, lo que es peor, la sensación de amenaza nunca llega a traspasar la pantalla. Aliens en forma de animales, otros más gigantes o con ADN humano hacen que la película se vuelva una combinación muy poco atractiva. Tendremos grandes explosiones y muchísimos tiros, pero el recurso de invisibilidad y de que el espectador pueda ver todo desde la mirada de la criatura ya ni siquiera parece interesarle a Black. Está bien que “El Depredador” quiera adaptarse a una nueva generación, no obstante la abundancia de CGI, la burla constante y la estupidez del argumento no producen un buen resultado. Si sos fanático de las anteriores mejor ni ver esta nueva producción y si buscás algo pochoclero, esta cinta ni siquiera va a lograr entretenerte.
Innecesaria puesta al día de la historia de este alienígena capaz de arrasar con todo a su alrededor. Inexplicablemente un gran elenco es convocado para una propuesta que linda con lo ridículo, lo irrisorio y que desaprovecha su potencial como franquicia.
El "Depredador" original era un tenso y serio relato ambientado en una jungla centroamericana, con Arnold Schwarzenegger enfrentado al esquivo extraterrestre del título. Esta nueva versión no es una remake de aquel film donde el director actual, Shane Black, tenía un papel como actor. Más bien es un disparate con algunos momentos memorables en el que tanto los depredadores como los humanos se matan entre ellos sin ton ni son pero con mucha super acción. Hay un depredador fugitivo de otros depredadores que lo siguen con perros extraterrestres (toda una invención de este film), y un francotirador del ejército que se topa con ellos y quiere guardar evidencia de ese encuentro cercano. También una maestra de biología que sabe usar ametralladoras, un niño prodigio bastante nerd capaz de dominar tecnología marciana, y un pelotón de veteranos de guerra con problemas mentales, incluyendo uno que tiene síndrome de Tourette. La acción, el gore y los efectos especiales multicolores estan asegurados. El sentido, no.
Hace nada menos que 31 años que la primera de “Predator” se transformaba en un éxito con un Arnold Schwarzenegger que se peleaba con un monstruo invisible que aparecía muy poco y solo sobre el final del film, cuando había masacrado a todo un escuadrón. Después vinieron unas cuantas secuelas, hasta este film que retoma el personaje y lo transforma. Aquí todo es distinto, no aparece un depredador sino varios, los hay malísimos y otros buenos que quieren ayudar a los humanos, y por si fuera poco, llegan con perritos temibles. Pero ahí no termina la cuestión, para combatirnos un francotirador del ejército que trabaja de mercenario se reunirá con un grupito de ex soldados presos y supuestamente locos. Es una verdadera acumulación de acción, que no tiene nada de terrorífico y que se transforma en una guerra entre estos alienígenas con rastras, cara con uñas y armaduras con armas de alta tecnología. Además hay un niñito con características autistas, que es un genio y que ellos- no todos los alienígenas- quieren destruir. Para el final como se debe queda una puerta abierta para que vengas más secuelas. El director Shane Black se propuso una acción frenética que no seduce ni innova, va a los bifes a tal punto que lo suyo parece previsible y de factura televisiva, aunque entretiene sin desmayos. Tiene un elenco atractivo, al niño Jacob Tremblay (“La habitación”) Boyd Holbrook (“Narcos”), Trevante Rhodes (“Monnlight”), Keegan-Michael Key, Olivia Munn y siguen los nombres conocidos. Solo para los fanáticos de la acción sin respiro sin mucha inspiración.
Cuando en 1987 el gran director John McTiernan estrenó Depredador (Predator) -el film de acción protagonizada por Arnold Schwarzenegger- la película estaba dentro del marco de un tipo de cine y personajes típicos de aquella época. La película fue creciendo en prestigio aunque en aquel momento tampoco fue tomada demasiado en serio. Una secuela inferior pero no mala y las derivaciones posteriores mostraron que aquella criatura ya se había instalado en el imaginario del cine taquillero. Esta nueva secuela –la cuarta película de la serie sin contar las desviaciones con la saga de Alien– encuentra la manera de volver a meter la lucha entre humanos y alienígenas, esta vez en los suburbios, no en la querida selva del film original y de Depredadores (2010) . La película hace lo imposible para generar entretenimiento, combinar humor, emoción y acción, pero el esfuerzo no funciona de forma compacta y efectiva. De forma irónica, los militares del film original acá son parodiados como una literal banda de locos. Un niño brillante, una mujer valiente y brillante, un puñado de novedades con respecto a los depredadores, todo con muchas voluntad pero con resultados pobres. No vale la pena ni sumará absolutamente nada a la película de 1987, que debió haber sido la única película sobre este personaje. Depredador sin Schwarzenegger, no es Depredador, siempre se supo y acá se confirma.
Nada se pierde, todo se transforma El director de Iron Man 3 y Dos tipos peligrosos repite la mixtura de tonos en esta nueva faena, ahora a cargo de unos cazadores interplanetarios más evolucionados y violentos que nunca. “Son parecidos a Whoopi Goldberg”, se dice en la película de estos nuevos predadores. Hay franquicias que se pensaban cerradas, pero en Hollywood, como canta Jorge Drexler, nada se pierde, todo se transforma. Si en los últimos meses los ejecutivos recurrieron al arcón de los recuerdos para desapolillar a Alien (Alien: Covenant), los dinosaurios (Jurassic World) y hasta al asesino crónico Michael Myers (la inminente Halloween), ¿por qué no habrían de hacerlo con los extraterrestres de la saga Depredador, a más de treinta años de su debut en la pantalla grande de la mano del director John McTiernan (Duro de matar) y Arnold Schwarzenegger? Aquella película tenía entre sus actores de reparto a Shane Black, quien con los años se convirtió en un especialista en cruzar acción y comedia primero como guionista de la saga Arma Mortal y El último gran héroe, y luego haciéndose cargo también de la dirección de Entre besos y tiros (2005), Iron Man 3 (2013) y Dos tipos peligrosos (2016). Black repite doble rol y mixtura de tonos en esta nueva faena, ahora a cargo de unos cazadores interplanetarios más evolucionados y violentos que nunca. La evolución se debe a que los bicharracos anduvieron durante toooodos estos años de ausencia viajando de aquí para allá nutriéndose de las virtudes de distintas especies. La violencia, a la bienvenida decisión de Black de no ahorrar sangre a la hora de mostrar magullones y decapitaciones, un gesto casi subversivo en un contexto donde la pulcritud visual se ha vuelto una norma del cine mainstream. Es, también, un intento de darle una escala humana a un asunto que se prestaba fácilmente para el gigantismo y la espectacularidad. No por nada los predadores parecen sacados de un episodio de Power Rangers (“Son parecidos a Whoopi Goldberg”, se dice por ahí). La primera parte de El depredador se mueve entre la exposición –y explotación– autoconsciente de las limitaciones de su modelo narrativo y el espíritu demodé de un relato cuyas postas remiten al cine de acción de fines de los ‘80 y principios de los ‘90, incluyendo una primera escena situada un operativo antidrogas en Centroamérica, esa escenario mil veces visitado por los héroes del género cuando los malos por excelencia eran los capos narcos. Pero acá no hay camisas floreadas ni malvados con acento. Sí una nave que se estrella y una posterior masacre de la que solo sobrevive el soldado Quinn McKenna (Boyd Holbrook). De allí se va con dos “souvenirs” que manda en una encomienda a la casa de su ex mujer e hijo. Souvenirs que en realidad son partes del traje de un predador que, cuando despierte, querrá recuperar a toda cosa, poniendo en peligro al pobre hijo de Quinn (Jacob Tremblay) mientras a él lo tratan de loco y lo encierran con un grupo de chiflados a los que el guión les depara varios momentos de indudable comicidad, con diálogos veloces y sorpresivos dignos de sus locuras. Una locura que no se traslada a la película, dado que la segunda mitad del metraje deja atrás esa idea de versión trash y ridícula de Doce del Patíbulo para enfrentar a ese grupo de descastados y una bióloga –puesta allí que para cumplir con la corrección política de género– con mil obstáculos para cazar a ese depredador que, al final, no era tan bravo como parecía.
Depredador (John McTiernan, 1987) es, hace ya rato, un clásico. El tipo de película que pasó de ser concebida como una máquina industrial de acción y pochoclo a convertirse en un film admirado por la crítica. McTiernan es entonces lo que actualmente conocemos como un autor, y la primera Depredador, con ese histórico duelo inciático entre la criatura y Arnold Schwarzenegger, es una expresión de poesía pura en el territorio del cine de acción. De este culto puede surgir también un lado oscuro, como puede pasar con cualquier elemento de la cultura que comienza a ser elevado. Su temprana secuela (1990) continuó el desprejuiciado camino de cine de género entendido como “menor”, pero en la actualidad todo clásico revisitado está sometido al peligro de la solemnidad. La saga de Alien (que ya había tenido su arbitrario cruce en Alien vs. Predator) es la principal víctima. La solemnidad de los responsables actuales es la perpetua mala lectura de los clásicos del cine fantástico y de acción. Si pensamos en Prometheus o en Alien Covenant, lo que domina es la rimbombante sentencia de la seriedad declarada, la reflexión pseudofilosófica y la equivocada certeza de que la forma de visualizar los clásicos que las anteceden solo puede darse desde una suerte de lucidez distanciada del componente emocional y dramático. El mejor ejemplo quizá sea la ya gastada sentencia de que lo mejor de Alien (1979) es que la criatura está la mayor parte del tiempo fuera de campo, como si la película solo fuese un compendio de estrategias formales al servicio de su propia detección. Pero estamos hablando de clásicos del cine fantástico y de terror que de solemnes no tienen nada; de películas donde además de haber estrategias interesantes lo que reina es la tragedia, la comedia, la aventura. Depredador (1987) tiene una inolvidable escena en la que se le cercena el brazo a un personaje mientras emplea una ametralladora uzi y el dedo queda apretando el gatillo, disparando el arma. Todo aquel que haya visto el film recuerda también dicho detalle, tal vez el elemento más icónico de una obra que apuesta a jugar con el exceso, a la inverosimilitud, a la gruesa experiencia de acompañar un relato extraño, inusual y extraordinario en el que la violencia, la aventura y el humor absurdo comienzan a asociarse de manera orgánica. En ese lugar es donde The Predator, esta nueva entrega, triunfa. No es ni solemne ni nostálgica. El film de Shane Black no persigue esa utopía superficialmente alcanzable de la seriedad y de la altura filosófica, sino que se propone, ante todo, ser una película de aventuras. La principal diferencia con el clásico de McTiernan está en que si la primera disolvía al equipo para llegar a centrar el gran duelo final, esta versión de Black pone todos los focos en la naturaleza del equipo, y hace de las peripecias de los personajes un conjunto absolutamente fundamental para su trama de aventuras. Lo que tenemos es una suerte de pelotón de locos, veteranos enfermos, depresivos, con todas las consecuencias psicológicas que el Ministerio de Defensa norteamericano prefiere barrer bajo la alfombra. Se trata de un grupo de marginados organizados, funcionando de forma heterogénea y luchando contra un mal irracional; alternativa estructural que no había sido explorada porque The Predator es, ante todo, una película nueva. Es cierto que por momentos aparece un humor innecesario, con tintes nostálgicos, como la repetición deliberada y recontextualizada de algunas de las frases de Arnold Schwarzenegger, pero eso muere temprano en la película. A medida que el film crece, la superficie nostálgica afortunadamente se cae, y deja lugar a la exploración del nuevo territorio, las nuevas relaciones entre los personajes y todas las tensiones que ahora sí se vuelven intrínsecas a la nueva película y su nuevo universo. Que los héroes sean este grupo de militares marginales es un pequeño gesto de nobleza, complicado para la corrección política (cada vez es más difícil hacer pasable una película con héroes y más si son militares), pero que debería ser incómodo para todo el sistema de descarte de personas. Ahí es donde también aparece un poco el espíritu de McTiernan, en ese punto medio que cuenta con agudeza política sin ser ni complaciente ni domesticado. En The Predator se logran construir personajes de iconografía clara, lo que no los vuelve chatos sino todo lo contrario: son tremendamente queribles. Si la comunidad puede surgir de este grupo de locos será porque Shane Black entiende que la guerra es una locura, y que el Depredador puede ser tal vez un desplazamiento monstruoso del universo bélico con todos sus síndromes. Hay que agradecer entonces que este nuevo Depredador se luce como la bestia violenta que es, y no como la figura negra de la selva de Apichatpong Weerasethakul. Para esa y otras solemnidades tenemos a Villaneuve, Nolan, Chazelle y varios insensibles más.
Es difícil superar la primera Depredador, incluso la segunda parte, de 1990. Cualquiera que se meta con el monstruo con rastas que caza humanos por diversión la tiene complicada, sobre todo si se está bajo los mandatos del cine más empresarial y mentecato de Hollywood. El depredador, la nueva entrega de la saga iniciada en 1987 por John McTiernan y protagonizada por Arnold Schwarzenegger (el verdadero monstruo de otro planeta), podría haber sido una gran película si su director Shane Black hubiera mantenido la solidez narrativa y el humor de la primera media hora. La película empieza con unas naves espaciales persiguiéndose como si se tratara de un episodio de Star Wars. El famoso monstruo colmilludo pilotea una de ellas y está a punto de estrellarse contra la Tierra, justo cuando un francotirador está por liquidar a su blanco. La presentación de los protagonistas en simultáneo es un acierto: por un lado, el alien cabezón; por el otro, Quinn McKenna (Boyd Holbrook), el militar rubio y alto que combatirá al extraterrestre. Luego, siempre a paso firme y con ritmo, aparecen los otros personajes: la científica Casey Bracket (Olivia Munn), el hijo de McKenna (otra vez Jacob Tremblay en el papel de un niño especial) y su mujer (Yvonne Strahovski), de quien está separado. Por último, el grupo de exsoldados camino al psiquiátrico. El momento en que los prisioneros desquiciados están en el colectivo y ven cómo huye el depredador del laboratorio es lo mejor del filme: la acción de la fuga del monstruo pasa en el fondo del plano mientras se mantiene en primer plano a los convictos, hasta que ambas acciones se unen. Aquí relucen los diálogos y el humor de Black, y conocemos un poco más a los personajes. Pero luego la película se torna mecánica y apuesta por la saturación de efectos especiales, el gore sin sentido y las muertes sin importancia, y los personajes secundarios pierden desarrollo y se vuelven sólo un motivo para mostrar las vísceras de manera atolondrada. Las licencias del guion son lo de menos comparadas con los últimos tramos, que parecen auspiciados por el Ejército de Estados Unidos. Y ni hablar del ruido que hace el plano final, como si nos estuvieran diciendo que los soldados norteamericanos cuentan con las mejores armas de combate. El cine siempre fue un peligroso y eficaz dispositivo ideológico. La primera película tiene una construcción del suspenso y un sentido del duelo entre Schwarzenegger y el monstruo, y casi media hora sin diálogo, que la convierten en un clásico instantáneo. En cambio, en El depredador hablan todo el tiempo y está sobrecargada de acción hasta cansar. La de Black es una película de fórmula y de derecha, pero de una derecha rancia, como si todavía viviéramos en la década de 1980.
A casi 30 años del estreno de la Predator original (1987), Shane Black toma el mando de una nueva entrega del cazador alienígena favorito de todos los cinéfilos. Al mejor estilo Hollywood, The Predator funciona como secuela, reboot, posible comienzo de una nueva saga y todo lo que se les pueda ocurrir. Porque si hay algo que caracteriza a las producciones que vienen del norte en estos últimos tiempos es que no importa si nunca viste alguna película de la saga o si nunca fuiste al cine, vas a entender todo lo que pasa. Para esta nueva historia, Shane Black (esa vieja gloria del cine de acción) fue el encargado de no solo escribir el guión sino también de sentarse en la silla de director. Y luego de lo que ha realizado en los últimos tiempos (Entre besos y tiros, Iron Man 3 y Dos tipos peligrosos), las expectativas eran justificadamente altas. Sin embargo, esta vez algo cambió. Ese típico humor presente en su filmografía cede su lugar a una narración que parece avanzar mecánica y estructuradamente. Un Depredador llega a la tierra, unos científicos intentan analizarlo (obviamente eso no sale muy bien) y el protagonista se ve ligado a un grupo de inadaptados que deberá lidiar con la amenaza extraterrestre que esta vez es más fuerte, inteligente y amenazante que nunca. Tal como lo prometió el director antes del estreno, la película fue calificada como R (Rated, en EEUU, apta para mayores de 18 en Argentina), con lo cual el gore está a la orden del día. Vuelan tripas, órganos varios y la sangre salpica hasta la primera fila del cine. Sobran los homenajes a las anteriores entregas de la saga y por momentos este regreso del Depredador a la pantalla grande parece más bien un culto al cine de clase B que se niega a morir. Y la frutilla del postre es que en esta oportunidad los Depredadores están acompañados por sus mascotas. Sí, hay Depredaperros. Queda en el espectador decidir si quieren o no invertir su tiempo viendo una película con Depredaperros. Están advertidos.
Hagamos un pequeño repaso: “Depredador” (Predator, John McTiernan, 1987) fue protagonizada por Arnold Schwarzenegger y tenía un toque bélico; se luchaba por sobrevivir en medio de la jungla frente a un enemigo invisible y casualmente quien hoy es el director, estamos hablando de Shane Black, interpretaba a uno de los personajes era Hawkins; con “Depredador 2” (Predator 2 de Stephen Hopkins, 1990) la violencia llega a las calles de Los Ángeles, en un thriller urbano y violento; Predators (Nimrod Antal, 2010) en la cual uno de los productores fue Robert Rodriguez, está compuesta por un gran elenco, tiene mucha acción y gira sobre la lucha por la supervivencia. En esta nueva entrega de la saga se desata una terrible violencia, cuando una nave extraterrestre se estrella durante una operación militar antidrogas y quien logra salvar su vida es el soldado Quinn McKenna (Boyd Holbrook), quien además puede preservar el casco y un brazalete alienígena y lo deja en su casa, allí viven su ex mujer y su hijo Rory McKenna (Jacob Tremblay, “La habitación”, “Extraordinario”) quien tiene ciertos problemas físicos y accidentalmente provoca el regreso de los depredadores a la Tierra. En esta nueva historia vemos un muy buen manejo de cámara en un principio con un movimiento suave observamos la tecnología instrumental, el lugar, en una camilla del laboratorio se encuentra un Depredador atado y dormido por sedantes que todos allí observan. Como no podría ser de otro modo esta criatura despierta, rompe todas las cadenas que lo sujetaban, lucha contra todos y se desata un verdadero caos. La acción, las luchas, las batallas aparecen rápidamente, contiene un ritmo portentoso y no decae. Al espectador acostumbrado a este tipo de relatos nada le cuesta imaginar lo que vendrá, resulta inquietante, su desarrollo se va bañando de sangre y líquidos; hay una cantidad importante de colores, cuerpos mutilados, decapitados, mucho humor, todo es exagerado, hay perros intergalácticos, grandes efectos especiales, cumple lo que propone, es decir, puro entretenimiento y el director te deja un indicio de que esto continuará. A más de treinta años de su estreno sigue atrapando generaciones.
Las credenciales de Shane Black, escritor y director de Iron Man 3 y Dos tipos peligrosos, auguraban un interesante regreso de esta saga que lleva ya varias décadas de monstruos alienígenas, letales y poderosos, sembrando terror y sangre. Después de varias secuelas, combinaciones y recicles, la marca presenta ahora un reboot, un relanzamiento que resetea y anuncia un nuevo punto de partida: implacables, filosos y mortales, los alienígenas llegan a una zona rural, donde el encargado de enfrentarlos será un mercenario bastante averiado junto a un grupo de militares, otros tipos con problemas. El héroe tiene un hijo (Jacob Tremblay, el nene de Room) con capacidades especiales, y también juega por allí la científica sexy, que es tan capaz de descifrar el mapa de ADN que evidencia la cruza de especies como de tomar un arma y disparar saltando por los aires. El conjunto genera simpatía, pero no llega a producir los esperados chispazos de humor e inventiva que hicieron famoso a Black, quizá porque El Depredador está muy pegada a una narrativa algo autómata, esperable y vista ya mil veces. Eso sí, fans del clase B: las escenas gore son generosas. Y el resultado general, entretenido y cumplidor.
El director Shane Black, conocido por haber sido el responsable de "Iron Man 3" y "Dos tipos peligrosos" se lanzó en "El depredador" a revivir una saga icónica de fines de los 80 y principios de los 90, una de cuyas películas fue protagonizada por Arnold Schwarzenegger. La trama no difiere de la original: un extraterrestre que llega a la Tierra y despliega una violencia extrema en su cacería de los humanos. La diferencia en este caso es que el alien llega en una nueva versión más más letal después de haber mejorado su ADN con el de los seres más desarrollados de cada planeta que invadió su especie. Los encargados de combatirlo son los integrantes de un grupo de soldados, todos con algún trastorno de estrés postraumático de diverso grado. A ellos se suma una científica tan inteligente como aguerrida y entrenada en el uso de armas y un niño genio, introvertido y capaz de resolver como un juego los misterios más difíciles. Con un alto porcentaje de escenas digitales y de acción, algunas completamente inverosímiles pero ingeniosas, el gran atractivo del filme radica en el espíritu lúdico de los directores para contar una historia conocida y revivirla hasta dejar en claro la posibilidad de una nueva saga.
Shane Black apuesta todo para devolver la vieja gloria de aquel alienígena que tanta diversión dio en 31 años de su concepción. Lejos de Arnold o Danny Glover, la película no se define completamente por músculos o status estelar de primera fila. Hay grandes nombres, entre ellos: Sterling K. Brown, Thomas Jane, Olivia Munn, Keegan Michael-Key, entre otros, pero “El Depredador” se concentra en absorber fuerzas de grupos y no de un individuo que define al resto del elenco. El punto fuerte de esta película es la química entre todos estos diferentes actores (en especial “Los Loonies“). La historia vuelve a jugar con la mitología de Depredador (o Yautja) y pone al espectador nuevamente en una guerra de Tribus entre estos cazadores intergalácticos. El honor de esta raza alienígena asesina se muestra en carne viva y por un “intermediario accidental” en esa batalla se mete nuevamente el humano. Quinn Mckenna (Boyd Holbrook) es un sniper en una misión por America del Sur. En plena asignación un vehículo espacial cae del cielo, su conductor escapa y mata a toda la unidad de Mckenna. Por casualidad de la vida Mckenna noquea al conductor espacial, roba sus pertenencias y las envía a un apartado postal; accidentalmente todas las cosas espaciales robadas terminan en manos de su hijo autista Rory (Jacob Tremblay), el pequeño las activa y esto atrae el interés de un cazador (depredador) que se dirige a la tierra. Mckenna mientras tanto es puesto en un asilo junto a “Los Loonies” (Thomas Jane, Keegan Michael-Key, Alfie Allen, Trevante Rhodes y Augusto Aguilera) y emprende un plan para rescatar a su hijo del Depredador. Fred Dekker (Monster Squad, House) muestra una idea directa, sangrienta y sin filtros de lo que es la caza intergalactica en papel y lapiz. El Depredador es una película sangrienta que adjunta la violencia con el humor de una manera efectiva sin golpes bajos y a pura diversión. Decapitaciones, viseras, suicidios, explosiones, amputaciones, todo lo que se buscaba ver en una película de Depredador lo tenemos y con lujo de detalles. Un fan service de pies a cabeza The Predator (título en inglés) se adentra aún más en la mitología de los Yautja sin desparramar una sobredosis de información innecesaria. Estos seres espaciales son cazadores, disfrutan el desafío y buscan perfeccionarse con cada cacería, esto es lo escencial que se plantea en el camino de la película; hay diferentes extensiones de la afromencionada “perfección” y la demostración de búsqueda – al menos en esta película – no va a lograr satisfacer a todos, no obstante Dekker y Black saben definitivamente que rumbo tomar a futuro. De todas formas no todo brilla, The Predator sufre por errores de continuidad notorios: lentes de sol que aparecen y desaparecen, posturas que se modifican con el corte de cámara y cambios en la utilería son algunas de las cosas que se pueden apreciar en esta secuela, son muchos y no pasan desapercibidos no obstante aunque llamen la atención no afectan al disfrute total de la experiencia. La claridad de los momentos se muestran de una forma fina y sin complicaciones, recuerda mucho a la época dorada del cine de acción de los 80’s. La mano habil, casi bufona, de Shane Black posibilita que este tipo de películas se disfruten sin compromisos y la gente pueda pasar un damn good time en el cine. Tal vez faltan frases clásicas pero el espíritu rebelde señoras y señores, está bien presente. El Depredador ofrece todo lo que todo fan de la saga quiere y también logra encontrar esa sensación de integridad a la hora de desarrollar algo nuevo sobre una esencia escrita sobre piedra. Con gran química del elenco (Thomas Jane sorprende como comic relief y Trenvante Rhodes funciona muy bien en el género de acción) más la explosión de violencia necesaria, esta película llego en el momento justo. Con El Depredador los good old 80’s están de vuelta. Divertida de principio a fin. Valoración: Muy Buena.
Hubo un comienzo de esta historia de "Depredadores". Hacia 1987 Schawarzenegger protagonizó la que inició la historia, la película de John Mc Tiernan en la que se mezclaban fuerzas de élites con la presencia de un cazador extraterrestre. Treinta y un años después, luego de varios "Depredadores" cinematográficos de distintas especies, "Aliens" incluídos, llega uno pura clase B. Los que integran la historia son un soldado de élite, Quinn Mac Kenna; su hijo en edad escolar, Rory, autista con rastros de genialidad y que inicia contactos extraterrestres por simple curiosidad; una pandilla de veteranos con problemas psiquiátricos que se incorpora al mini ejército de Mac Kenna contra los extraterrestres, y los "Depredadoros" caídos del cielo con sus clásicos colmillos de jabalí e impecables rastas. Y como si fuera poco, una bióloga (Olivia Munn) capaz de enfrentarse con los peores enemigos a sangre y fuego. El caso es que aparecen estos "Depredadores" en sus naves espaciales, que pasan de México a Georgia y buscando sus armas y parte de sus uniformes perdidos en la primera secuencia tienen que guiarse por el pequeño Rory (Jacob Tremblay, el nene de "La habitación"), que las usa en Halloween para asombro de los chicos que le hacen bullyng. Así, con una combinación de ingenuidad, absurdo y disparate, el filme se encamina hacia la acción, más precisamente a los enfrentamientos con estos bicharracos, que, según la bióloga, tienen algo humano en su ADN, lo que habla de algunas uniones de mal gusto entre ambos bandos desde hace mucho tiempo. HUMOR Y SANGRE El filme entretiene moderadamente, aporta una buena cuota de humor, especialmente con la banda de veteranos de guerra y también tiene una abundante porción de hemoglobina con pedazos de víctimas trozados por armas intergalácticas en el más salvaje estilo gore (léase, personas que caen a pedazos desde los árboles y pierden sangre a lo loco). Si la primera parte atrae más a los que se interesan por la narración y el buen humor, la segunda es una vorágine de explosiones, disparos, persecuciones, destrozos y disparates en naves espaciales que desafían la ley de gravedad. El final, muy ruidoso, con el regalo póstumo de los "Depredadores". Luego de una increíble sesión de traducción y subtítulos entre distintas especies, se preanuncia la continuidad de la saga.
VEN, DEPREDAME OTRA VEZ El Depredador que en su momento y de la mano de Arnold Schwarzenegger como enemigo clásico, se nos presentó en 1987 en un contexto bélico como parte de un mashup que combinó a este género con la ciencia ficción al estilo Alien (con una criatura espacial acechando y matando en la invisibilidad). Lo realmente potente de la primera entrega fue la posibilidad de ver como Arnold y su imponente musculatura fueron considerados dignos de que esta criatura espacial con increíbles recursos tecnológicos decidiese terminar el conflicto a trompada limpia. Tres años después llegaría la segunda entrega con Depredador 2 (1990), ya sin el austríaco pero con cierto encanto desde lo estético y con un Danny Glover que luego de ser casi un anciano característico al borde del retiro en Arma mortal se ponía en el rol del justiciero capaz de combatir al violento alienígena en medio de la ciudad y a los tiros y peleas entre mafiosos raperos. Finalmente se produciría un encuentro a pedido de los fans con los aliens diseñados por el maestro H.R.GIger en (Aliens Vs Depredador – 2004 y Alien Vs Depredador 2 – 2007) y una quinta entrega (Depredadores – 2010) con Adrien Brody en el elenco, que tampoco conformó demasiado pero que mantuvo viva a la franquicia. Y hoy, Shane Black, uno de los actores, guionistas y directores más queridos y respetados por el fandom, se hace lugar para relanzar al personaje con nuevos rostros y algunas vueltas de tuerca para darle un poco más de misterio, ritmo y humor negro. Si lo consigue o no, será tema de debate y sobre todo, de respuesta en taquilla. Quien escribe disfrutó mucho del material porque cumple con lo que propone y en ningún momento nos hace anhelar otra cosa. Todo comienza cuando Quinn McKenna (Boyd Holbrook), un francotirador en funciones -el mejor de su clase, no se cansan de aclarar-, es testigo del accidente en el cual una nave alienígena se estrella en una zona boscosa. Como “premio” por estar en el lugar menos indicado, el gobierno estadounidense lo conduce junto a otros sujetos de dudosa cordura a instalaciones secretas en las que seguramente serán “procesados” para que no queden rastros de su locura. Sin embargo, él se asegura de que no le puedan hacer nada al enviar a su casa, en la que viven su hijo y ex esposa, un par de artefactos que rescató del incidente como seguro. El niño (el solvente y sorprendente Jacob Tremblay) tiene una condición muy especial que le permite entender básicamente el funcionamiento de esos accesorios y termina haciendo contacto con un depredador en su nave, quien de inmediato se dirige a recuperar sus pertenencias. Siendo este el atractivo desencadenante, lo que sigue es una serie de eventos de ritmo trepidante y repletos de gags proporcionados por los secundarios que se turnan para lucirse, desde Thomas Shane componiendo a un enfermo con síndrome de Tourette, hasta el incansable Keegan-Michael Key y su verborragia imparable, armando un equipo que no siempre es el mejor respaldo para el bueno de McKenna pero sí para la audiencia. La inquieta doctora Bracket (Olivia Munn) y la ex esposa del francotirador (Yvonne Strahovski) completan el cuadro que intenta mantener un endeble equilibrio que apenas se sostendría sin alienígenas tratando de cazarlos a todos. El depredador no pierde tiempo en explicaciones, ni siquiera en generar suspenso ante lo desconocido, que no lo es porque todos sabemos de qué se trata y hasta cómo se ocultan estos bichos para acechar y atacar a sus presas. No tenía sentido un reboot porque nunca sería trasladable el auténtico espanto que mostraba ese escuadrón en la selva de la película del 87, al no saber a qué se enfrentaban. Black se pone a jugar como si fuese un niño (pero no como cualquiera sino como el mismo niño que recibe parte de las piezas del puzzle) y consigue un filme sumamente entretenido y lleno de perlitas más que disfrutables. El realizador incluso hasta se ríe del título con el que se los ha rotulado: “depredadores” aclarando, por intermedio de uno de sus personajes, que en realidad no lo son, porque el concepto no tiene nada que ver con la depredación aunque sí con la cacería. Black vino a llamar las cosas por su nombre y, en definitiva, es uno de los más autorizados para hacerlo, si hasta dio “la vida” en la primera entrega por ello.
El estreno más decepcionante del año. Nuevamente se repite el caso de La Liga de la Justicia, donde un estudio (en esta oportunidad Fox) arruina por completo con sus estrategias de mercadotecnia la visión original de un director que podría haber brindado una buena película. Es muy importante aclarar esto de entrada. Esta producción que llega a los cines, que ni siquiera debería titularse Depredador, no tiene nada que ver con la historia que concibieron originalmente Shane Black (The Nice Guys) y Fredd Dekker (director de clásicos ochentosos como The Monster Squad y Night of the Creeps). Su obra resultó masacrada por Fox, donde se eliminó buena parte del material original, para completar con reshoots, por demanda de la compañía, un segundo y tercer acto muy diferente del que figuraba en el guión inicial. Probablemente porque a un grupo de mamertos no les gustó en las funciones de testeo la versión original de Black. Por esa razón, escenas que se ven en los trailers ni siquiera aparecen en el corte para cines y a lo largo de la película se percibe un conflicto notable entre el tono que el director deseaba darle al film y la visión más comercial del estudio. No se entiende para que contratan a un realizador del cine de autor como Black, quien tiene un estilo muy personal a la hora de trabajar el cinismo de sus personajes y el humor negro, si después se altera su visión para brindar un espectáculo más genérico. Aunque al director en este proyecto se le pueden objetar algunas decisiones desafortunadas, la verdad que no es justo apuntar todos los cañones contra él porque esta ni siquiera es su película. La gran decepción pasa por el hecho que el film tiene un comienzo bastante sólido con algunas ideas interesantes que tenían potencial para ser desarrolladas. La primera secuencia de acción está muy bien realizada y nos presenta a un tremendo Depredador caracterizado con el estilo de la vieja escuela. Es decir, con los efectos prácticos donde un actor en un traje interpreta al personaje. El bicho luce espectacular, masacra gente de un modo brutal y sumado a la música original de la saga, uno se relaja con una sonrisa en la butaca. Hasta ese momento volvimos al ´87 y Shane Black no defrauda con una poderosa dosis de nostalgia. El director presenta con efectividad al francotirador que encarna Boyd Holdbrook (Narcos), en una secuencia que incluye un fan service al film original de John McTiernan y luego pasamos a conocer dos novedades interesantes. La trama esta vez se desarrolla en los suburbios y el conflicto tiene como disparador a un nene autista interpretado por ese gran actor que es Jacob Tremblay (The room). Si bien a esta producción le falta una figura más carismática que Holdbrook (como un Jason Statham) y el sexismo con el que se retrata al personaje de Olivia Munn atrasa culturalmente un par de años, el comienzo es prometedor e inclusive expande la mitología de los alienígenas al explicar por qué viajan a la Tierra. Lamentablemente después de los 40 minutos iniciales el Titanic choca contra el iceberg y no queda otra que ponerse el chaleco salvavidas y sobrevivir el desastre que se avecina. El Depredador se hunde con la aparición de unos perros extraterrestres que son monigotes artificiales de animación computada y abren la puerta a la película mediocre que se desarrollará en adelante. A partir de ese momento el relato de Black se vuelve completamente incoherente y como ocurría en la Liga se nota que faltan escenas en la película. Durante la segunda mitad la explicación de por qué los alienígenas llegan a la Tierra cambia tres veces, Olivia Munn pasa de ser una científica a convertirse en la hija de Rambo, la subtrama del chico autista queda desplazada y la construcción del clímax se desarrolla de un modo muy acelerado. La película se excede con el humor Marvel, que en más de una oportunidad arruina situaciones de tensión, y cuenta con una edición frenética para que el bobero de estos días no se aburra y pueda seguir la historia. En el colmo de la estupidez, luego uno de los perros extraterrestres por motivos inexplicables se convierte en un aliado de los héroes. Se supone que esto iba a ser una película de Depredador. Durante el resto del film no hay una situación decente de suspenso o terror y nadie le tiene miedo a los alienígenas que son tomados para la chacota. De hecho, esta es la única entrega de la saga donde los personajes humanos se divierten en el combate contra los monstruos que deberían generar una reacción diferente. En los aspectos más técnicos las escenas de reshoots se notan con facilidad ya que los efectos especiales empeoran con el desarrollo de la trama y queda claro que los hicieron a las apuradas. El caso más lamentable tiene lugar en la artificial batalla final donde es evidente que detrás de los actores hay una pantalla de croma. Para tratarse de una película de Depredador el espectáculo que se ofrece es muy pobre y los supuestos elementos innovadores (chistes cada 30 segundos) no terminan de funcionar. No hay una coherencia narrativa y la visión original del director terminó manoseada por el estudio. El insulto final viene con un paupérrimo epílogo que presenta una de las ideas más idiotas que se concibieron en esta saga y esperemos que nunca se llegue a desarrollar. Salvo que tengas once años, no se puede justificar cualquier bazofia con la excusa del entretenimiento y el hecho que incluyeron escenas sangrientas. Nadie le exige a esta producción una historia de ciencia ficción de Philip K. Dick pero el argumento debe tener un mínimo sentido. Más allá del conflicto que hubo entre el director y el estudio, el corte final que llegó a los cines no ofrece una buena película de Depredador que valga la pena el costo de una entrada de cine.
Shane Black es, sin ninguna duda a esta altura, uno de los más sólidos guionistas del cine de acción y comedia de Hollywood, sino el mejor, y tiene dos coincidencias respecto del estreno de esta semana que lo remontan a 1987: como actor fue parte del elenco de la primera “Depredador”, lo cual le da ventaja extra a la hora de entender la esencia. Como guionista, ese mismo año estrenó “Arma Mortal”, otro tanque que instaló un nuevo lenguaje en las películas de “antagonistas-que-luego-se-hacen-amigos” con esa dupla tremenda que armaron Mel Gibson y Danny Glover. La acción con tintes de aventura, el humor, tanto negro como de diálogo, y el vínculo entre los personajes que escribe son sus mejores virtudes y las explota al máximo. Ahora le tocó relanzar o “renovar la sangre” de aquella emblemática saga que tuvo como protagonista al astro de acción Arnold Schwarzenegger. Precisamente de esto, de estrellas, es de lo primero que prescinde el director para abordar una nueva entrega. Se podría decir que estamos frente a un elenco prácticamente desconocido para el público corriente, lo cual resalta aún más la figura principal: el extraterrestre que llegó a la Tierra como cazador con tecnología de camuflaje que lo hacen casi invisible y un arsenal de armas blancas y de fuego como para aniquilar un ejército entero. Hay un tole tole en algún lugar de la galaxia. Una nave va persiguiendo a otra y en ese escape dan con nuestro planeta. Uno de esos aterrizajes forzosos termina interrumpiendo la acción de un grupo comando en México de la cual Quinn (Boyd Holbrook) sobrevive y se escapa, no sin antes hacerse de algunas pertenencias alienígenas que le acarrearán varios problemas. Desde allí envía todo eso por correo a la casa de su ex, en donde también vive su hijo Rory (Jacob Tremblay, el prodigioso actorcito de “La habitación”, 2015), que padece trastornos mentales dentro del universo del autismo, aunque esta condición también viene acompañada por una inteligencia superlativa capaz de descifrar lenguajes extraterrestres. Por supuesto que “El depredador” obedece a su mística de asesino implacable que va eliminando uno a uno, pero ésta producción se apoya por un lado en el humor como factor disuasivo de la trama, como si todo no fuese tan importante y solemne, y por el otro, en la inclusión de un niño de facultades asombrosas quién además termina siendo la llave que desencadena todo. Es más, hasta hay un lugar precioso (dentro de este contexto, claro) para no solamente bajar un mensaje contra la discriminación, sino para elevar la condición de chicos con características especiales al “siguiente paso de la evolución”, factor que además resulta en el nudo de toda esta cuestión. Esta película no da lugar a respiro. Desde el comienzo en adelante va subiendo la intensidad, incluso cuando se van agregando personajes a la trama. Olivia Munn como una científica en el campo de la genética, y un grupo de soldados con trastornos de toda clase que terminan uniéndose para la batalla. Un grupo que, salvando las distancias y cantidad, remite a esos locos lindos de “Doce del patíbulo” (Robert Aldrich, 1967), aunque es cierto que están dibujados con brocha gorda, sin tiempo para desarrollar la riqueza que proponen. Por supuesto que hay referencias de todos los colores para los más fanáticos. Aquellos que han seguido la historia podrán encontrarse con perlitas como un científico de apellido Keyes interpretado por Jake Busey (el hijo de Gary Busey, quien fue agente de la CIA en la segunda parte y ostentaba el mismo apellido de ficción) y varias más así. Entre un buen elenco que cumple su rol, la figura agigantada del alien con rastas y un manejo de recursos técnicos bien dosificado, “El Depredador” se convierte en un buen hallazgo de esta temporada, con posibilidades de seguir adelante por este camino que el argumento expande como esquirlas (en conflicto en el espacio, el niño que descifra el lenguaje, los artículos que quedan en nuestro planeta, etc). Así es, parece ser que renace la saga, aunque los más viejos sigamos esperando que reaparezca Arnold algún día.
Entre las mejores fiestas que nos ofrece el cine actual, figuran las películas de Shane Black. Black es un ironista y un espíritu juguetón antes que nada: no solo inventó la película de pareja despareja (las Arma Mortal y El último boy-scout salen de su pluma; de paso dirigió las geniales Kiss Kiss-Bang Bang, Iron Man 3 y Dos tipos peligrosos), sino que tiene una rara conexión con la infancia: siempre un nene que complementa el mundo adulto es el punto de vista que torna el peligro en maravilla. El humor de Black es, bueno, “black”, negro, pero no carece de ternura. Dicho esto, su “reboot” de Depredador, personaje lanzado por John McTiernan (con quien Black colaboró más de una vez) es una película de aventuras con mucho humor negro, mucha acción y cero sentimentalismo tonto. Es decir, una película inteligente porque confía que el espectador va a llegar, a través del movimiento y la elección de cada personaje, al fondo del asunto. La película desconfía de la fuerza bruta tanto como del conocimiento libresco: es la audacia del “chanta” combinada con la inocencia infantil de no medir el peligro lo que conjura la amenaza. En el fondo, este paseo del extraterrestre feroz por suburbios americanos no es más que una gran ironía que, como todo en el cine de este autor un poco secreto, recuerda el tono del gran Elmore Leonard. Black filma la acción con una precisión poco frecuente, y lo que manda es el movimiento transformado en arma intelectual. Se puede sumar a la fiesta sin miedo.
Nuestro héroe principal es Boyd Holbrook más conocido como Steve Murphy en la serie Narcos. En este caso Boyd interpreta a Quinn McKenna un francotirador excomandante de las fuerzas armadas y la marina quien en medio de una misión presencia el aterrizaje forzoso de un depredador, el y su equipo deben de enfrentarse a este en una selva que nos recuerda mucho a la primera película del depredador protagonizada por Arnold Schwarzenegger. El depredador es un desertor del planeta Yautja interpretado por Brian A. Prince quien es cazado por otro de su propia especie que lo persigue porque trae una cápsula para la humanidad. Cabe destacar que el traje y actuación de Prince son excelentes, es capaz de hacernos creer que es un verdadero depredador. Al contrario de su contraparte Yautjas que está hecho por computador y muchos efectos especiales, sus movimientos no son orgánicos y aparenta más un Terminator que un alienígena experto en la cacería. Casey Bracket ,la bióloga científica interpretada por Olivia Munn ,es un personaje emblemático, al contrario de dedicar su tiempo en investigación importante de estos seres del espacio, ella se pone a la cacería de un depredador sin previo entrenamiento militar o alguna historia que haga que actúe heroicamente, por lo que su personaje no está bien definido. Casey se entera que los Yautjas están mezclando su ADN con los humanos para adaptarse más a nuestro clima, quizás esa sea la respuesta de porque las anteriores películas fueron siempre el lugares cálidos, gracias al calentamiento global, la tierra se está pareciendo de a poco a las condiciones que ellos necesitan. Luego de su enfrentamiento, McKenna es interrogado y posteriormente trasladado a la cárcel en un autobús lleno de prisioneros con problemas mentales para silenciarlo y que no se sepa nada sobre la nave espacial. Cuando al conductor del autobús le indican que debe de llevar al prisionero a una base cercana, pueden ver al depredador saltando por los techos de la base, por lo que se libran de sus guardias como si tuviesen todo planeado y escapan con el vehículo para dirigirse a la casa de Quinn ya que antes de ser apresado se había enviado a si mismo, por correo un casco y un brazalete Yautjas. Rory McKenna, el hijo de Quinn, recibe el paquete ya que este no pagó el servicio, y por equivocación piensa que es para él ya que venía a nombre del apellido que comparte con su padre. Rory juega con el brazalete y aprende el idioma ya que es el típico niño superdotado con autismo. Cuando Quinn vuelve a la saca descubre que su hijo salió disfrazado con los componentes del depredador, al mismo tiempo que la criatura busca las partes del traje. El Depredador no es lo que un fan de la saga hubiese querido, ya que se centra en la comedia y no en el terror, los personajes no dejan un minuto sin decir algo que pueda provocar una risa. Las escenas de acción son muy buenas, con excelentes efectos especiales, aunque algunas son algo malas como por ejemplo la explosión de la nave al final de la película que fue poco trabajada. • Se agradece el gore y que no hayan censurado en las escenas viscerales como sucede normalmente en películas con renombre, la música está dirigida por Henry Jackman quien tiene un gran repertorio de películas en las que trabajo, como X-Men primera generación, Kick-Ass y G.I. Joe, entre otros. • Por ser de una franquicia reconocida, uno esperaría mucho más, pero para los tiempos que corren es quizás la decisión correcta ya que el consumidor de estos tiempos les gusta más las películas graciosas, quizás aprendieron esto de Marvel ya que sus películas son casi comedia pura. En conclusión, la película no es mala en si, logra divertir al espectador, pero no es lo que uno busca cuando va a ver al depredador, pero si la recomiendo. Calificación: 7
AL TOPE DE LA CADENA ALIMENTICIA El extraterrestre cazador está de regreso, sin Arnie, pero con más humor. Ponele. Los ochenta siguen siendo la influencia más potente a la hora del “rescate emotivo” y las remakes/secuelas/reboots/precuelas que llegan a la pantalla grande por estos días. Sin dudas, “Depredador” (Predator, 1987) reúne varios de los requisitos del cine de aquella época, cargado de violencia, súper acción, testosterona, héroes imposibles y un poquito de misoginia. Muchos de estos elementos quedaron atrás y ya no tienen cabida en la coyuntura del siglo XXI, de ahí que Shane Black –responsable de “Iron Man 3” (2013), “Dos Tipos Peligrosos” (2016) y los guiones de “Arma Mortal”- haya decidido revisitar este antro de nostalgia ochentera (ligada a su propia juventud y los comienzos de su carrera) para darle una vuelta de tuerca e impregnarle su estilo tan particular que mezcla la acción desbordada con la comedia. El mismo Black formó parte del elenco de la película original protagonizada por Arnold Schwarzenegger (siempre te recordaremos querido Rick Hawkins), así que no nos equivocamos al afirmar que es un cierre de ciclo para el realizador. Claro que ya no se trata de enaltecer la figura del militar todopoderoso y enfrentarlo con el alienígena de las rastas, pero lo que intenta también se queda por el camino. Shane vuelve a hacer dupla con el guionista Fred Dekker, amigo y colaborador desde siempre, para traernos una nueva aventura del extraterrestre que caza por deporte, presentando un argumento y personajes remozados, pero conectando con la información que ya teníamos de las entregas anteriores. Hay guiños por aquí y por allá, pero el director trata de hacer lo suyo sin repetir las fórmulas del pasado y sumar su aporte a este universo cada vez más extenso. Arrancamos con el francotirador Quinn McKenna (Boyd Holbrook) que, junto a su grupo de militares, intentan rescatar a un grupo de rehenes en medio de alguna “selva” latinoamericana. No muy lejos de ahí, se estrella una nave extraterrestre, cuyo ocupante pronto va a hacer contacto con este grupo comando. Ya se imaginarán que los humanos salen perdiendo y tras ver cómo despedaza a todo su equipo, McKenna logra incapacitar a esta amenaza, tomar algunas pruebas de lo que acaba de pasar y escapar de la escena ante la llegada de Will Traeger (Sterling K. Brown), agente del gobierno y director del proyecto “Stargazer” que se apodera del bicho y persigue al militar para borrar toda huella. Al pobre Quinn lo quieren hacer pasar por loquito tras presenciar la muerte de sus hombres. Después de capturarlo y hacerle los exámenes psicológicos correspondientes, lo meten en un autobús junto a los “loonies” - Williams (Trevante Rhodes), Coyle (Keegan-Michael Key), Baxley (Thomas Jane), Nettles (Augusto Aguilera) y Lynch (Alfie Allen)-, un grupo de ex militares que padecen diferentes trastornos post traumáticos, pertenecientes al mismo grupo de terapia que van de camino a sus celdas acolchadas. Pero McKenna logró esconder ciertas pruebas (equipos extraterrestres) y no tuvo mejor/peor idea que enviarlas a su casa, mejor dicho ex casa, donde vive su ex esposa Emily (Yvonne Strahovski) y su pequeño hijo Rory (Jacob Tremblay), un nene con trastornos del espectro autista que cree que los cachivaches alienígenas son un nuevo videojuego. Mientras Rory activa las alertas y se convierte en el blanco de los Yautja, a Traeger se le da por experimentar con su presa y necesita de los servicios de la doctora Casey Bracket (Olivia Munn), bióloga experta en evolución, mucho más fascinada que asustada por su primer encuentro extraterrestre. Claro que las cosas se desmadran en el secretísimo laboratorio de Stargazer, y la pobre chica pronto se ve corriendo para salvar su vida, al mismo tiempo que cruza caminos con Quinn y los loonies. Ahora, y aunque no lo quieran, van a tener que hacer equipo para salvar al pequeño McKenna, e intentar averiguar que traman los bichitos venidos del espacio, que cayeron con varias sorpresas a cuestas. Black y Dekker no revolucionan ninguna estructura narrativa, pero experimentan bastante con los arquetipos protagonistas dando vuelta la tortilla. Holbrook es el único que vendría a encajar en la “fórmula” de héroe de acción, pero le toca lidiar con un conjunto (sus nuevos soldados) que sigue sus propias reglas. Hasta ahí todo bien, y hasta el tipo de humor semi bizarro funciona, pero pronto se vuelve repetitivo y forzado, y lo vertiginoso del relato no permite el desarrollo de ninguno de estos personajes, lo que hace imposible terminar de empatizar con ellos o relacionarnos con su causa. Al final, son sólo un mero adorno narrativo, un recurso más de la trama: el comic relief, en este caso particular. Lo mismo ocurre con el personaje de Tremblay, cuya intervención es tan predecible como inverosímil, pero hey, estamos rodeados de extraterrestres cazadores con “perritos” incluidos, así que todo se vale en la guerra, el amor, y las historias de ciencia ficción. Igual, los realizadores logran romper con los estereotipos, aunque terminan cayendo en varios lugares comunes. La que sale ganando en Olivia Munn y un personaje que, suponemos, haría lo que verdaderamente hace en estas situaciones: asustarse cuando es necesario, fascinarse porque es parte del trabajo de toda su vida, y hacer lo necesario (sin parecerse a Rambo) en nombre de la supervivencia. No podemos negar que “El Depredador” (The Predator, 2018) es divertida y cumple con el objetivo de entretener. Es tontona a más no poder y derrocha acción y violencia, pero no aporta nada nuevo, ni al género ni al universo que arrancó con la película de John McTiernan. Una lástima, porque Black suele encontrar el equilibrio y regalarnos grandes historias que, acá, queda opacada con los efectos especiales (a veces correctos y otras demasiado berretas), y el eterno juego del gato y el ratón entre el depredador y aquellos que tratan de detenerlo. Igual, se siente la química y la camaradería que trata de transmitir. La imperfección de estos “soldados”, a diferencia del profesionalismo de las entregas anteriores, sumando diversidad y algunos personajes más realistas. Lamentablemente, la intensión se queda por el camino y sólo rescatamos una trama un tanto retorcida y extraña (con guiño incluido, pensando en el futuro de la franquicia), y resoluciones muy de manual y agarradas de los pelos. En realidad no importa tanto, ya que “El Depredador”, sus incursiones terrestres y ese peinado tan copado, siguen siendo uno de los mejores placeres culposos. LO MEJOR: - Que intenta romper con los estereotipos anteriores. - Olivia Munn, te queremos en todo. - Que cumple con el mínimo objetivo d entretener. LO PEOR: - La acción desenfrenada no deja lugar al desarrollo de personajes. - Mucho ex machina dando vueltas.
Vuelve El depredador esta vez bajo la dirección de Shane Black, guionista de la saga Arma Mortal. La historia comienza cuando la nave de uno de los depredadores cae en la Tierra. El lugar de aterrizaje coincide con una operación militar llevada a cabo por Quinn McKenna y su equipo. Todos son asesinados por la criatura menos el protagonista. Mientras es transportado por una organización que trata de ocultar los hechos ocurridos, Quinn y un grupo de lunáticos soldados se verán envueltos en una lucha por su vida. Los acompañará la doctora Casey Bracket que investiga la mutación del ADN de los depredadores. La saga de El depredador nunca se caracterizó por pretender ser más de lo que era. Un grupo de machos alfa con frases estereotipadas y un entretenimiento de sábado de superacción. Con o sin carisma, tanto Arnold Schwarzenegger, Danny Glover o Gary Busey ponían su personalidad a la estructura de un personaje básico pero efectivo para la saga. El problema de esta nueva versión es que Shane Black, gran guionista, asiduo a la creación de personajes atractivos e inolvidables (su última película Dos tipos peligrosos mostró una gran química entre Ryan Gosling y Russell Crowe), no logra hacer empalizar ninguno de sus protagonistas con el espectador. Olivia Munn como la doctora Bracket no encuentra su fundamento salvo el de transformarse en una heroína de acción más rápido que cualquier lógica. Como es habitual en películas de monstruos, termina siendo el depredador el que logra más impronta hasta el punto que queremos que gane y cumpla su objetivo. Otra característica de su director es el humor, ácido e irónico. En El depredador hay una docena de chistes, pero ninguno funciona al nivel que pretende y el público sólo va a esbozar una sonrisa con las escenas más gore del film. Finalmente la acción es lo único estable en la película. Hay varias secuencias muy bien logradas. Un poco trilladas o comunes dentro del género pero efectivas.
Depredador marca el regreso de nuestro alienígena cazador favorito , esta vez dirigido por Shane Black. Es una película que se destaca por su humor incorrecto y violencia explícita, fórmula que a Fox le está funcionando bastante bien luego de Deadpool. Se trata de un nuevo capítulo de la saga , que si no te tomas en serio su trama , puede resultar entretenida y que al final te den ganas de ver más. Con Boyd Holbrook como protagonista, la historia comienza con un agente militar que se encuentra en plena misión y es interceptado por una nave espacial que aterriza abruptamente. Dentro de esa nave hay una especie que termina aniquilando a toda persona presente , excepto a nuestro protagonista. Luego de ello se arma una guerra contra el alienígena llamado “Depredador”, donde siempre hay segundas intenciones de los seres humanos que intentan cazarlo. Así mismo existe una guerra interna entre los depredadores , que puede ser crucial para el rumbo de la humanidad. Cabe destacar que la película si bien es un sinsentido argumental , resulta muy entretenida si el espectador logra no tomársela muy en serio. El film se destaca por su humor paródico , negro y a veces racista, por una violencia explícita con tintes de terror , dejando una cinta bizarra pero con presupuesto. Shane Black logra marcar su estilo en un reboot , que si bien supone un reinicio de la saga , tiene varios giños que reconoce los hechos de las anteriores películas. Existe un excelente manejo de la acción , con mucho gore en su haber. Los efectos especiales en algunos momentos resultan un tanto mediocres, pero la realidad es que no busca destacarse en ese aspecto. El diseño de los depredadores están bastante bien , asemejándose lo más posible a los de la saga original. Se trata de un film pochoclero, que resulta muy entretenido como cine de acción puro. Si vamos a encontrarle verosimilitud a su guión, vamos por mal camino. Su función es entretener , sobre todo con su irreverente humor y la violencia, todo pasa por la violencia… En cuanto a las actuaciones, tenemos como protagonistas a Boy Holbrook (Narcos, Logan) y a Olivia Munn (The Newsroom, X men apocalipsis), cuyos personajes están bien desarrollados en función a la acción que se quiere llevar a cabo. No es un film que se caracteriza por sus buenas actuaciones , pero todo el elenco está bien dirigido , sobre todo en el equipo que se arma junto al protagonista para combatir a los depredadores, cargado de chistes y sincronía entre los personajes. Depredador es un reinicio de la saga que no decepciona, que logra destacarse por el sello de su director , acentuando el humor y la violencia explícita en su haber. Para los que no están amigados con la saga , es un buen momento para acercarse al universo depredador.
¿WTF le pasó a Shane Black?. El tipo ha escrito y dirigido cosas potables, excelentes o al menos defendibles; desde el libreto de Iron Man 3 hasta Mr. Kiss Kiss Bang Bang, sin contar la deliciosa The Nice Guys. Pero acá en El Depredador (considerando que Black estuvo en el nacimiento de la franquicia trabajando como actor en el primer filme) mete la pata en casi todo: en la acción, en el tono, en los personajes. La historia es un licuado de cosas que no cuaja, y si la película no es un total bodrio es gracias a un par de actores y un par de escenas decentes. Pero todo es excesivo y fuera de foco, como si fuera una película de Akiva Goldsman, el eterno amante de los clichés y las canchereadas. Yo no entiendo por qué no decidieron seguir con la línea de Predators, la cual era mas que potable. Los ejecutivos de los estudios son idiotas, le habrán notado demasiado sabor vintage – como cuando apareció Superman Returns, cuasi un calco de la original con la misma onda argumental y toda la musiquita, y aun cuando era una película mas que solida, todo el mundo la sintió como un fracaso; después así nos fue y, ya que clamamos un cambio, nos tuvimos que comer los bolazos de Zack Snyder en El Hombre de Acero & Cia, dejando que manoseara toda la mitología del último hijo de Kriptón y reescribiéndola como se le cantó el tuje -, y quisieron un brusco cambio de rumbo. Pero el resultado es espeluznante, casi se codea con Alien vs Depredador 2 en cuanto a cuál es la película mas horrible de la saga. Acá Black mete una tonelada de ideas que, no por originales signifique que sean adecuadas – depredadores en constante mejora genética que se anexan el ADN de sus mejores victimas para ser mejores cazadores (incluyendo ADN humano); dos facciones de depredadores en disputa, una tradicional y reaccionaria que viene a la Tierra a traer una armadura especial para que los humanos combatan de igual a igual con los súper depredadores de 3 metros de altura geneticamente mejorados – y las tira al ruedo con un montón de personajes que van de lo excéntrico a lo decididamente idiota. Hay un francotirador de operaciones encubiertas (Boyd Holbrook) que se topa con el depredador en la selva mientras intenta detener un operativo de un cartel de la droga; el tipo no sólo es un cínico egoísta sino que no le da bolilla a su familia, compuesta por su ex y su hijo autista (y, como está de moda ahora en Hollywood, el autismo es una especie de superpoder que te permite descifrar cualquier enigma del universo). Cuando se enfrenta con el alien, logra arrebatarle un par de cosas y las manda a su casa por FedEx… sin importarle si es radiactivo, peligroso o si incluye una bomba atómica que su pibe pueda activar. El oscuro operativo de una agencia secreta del gobierno (Sterling K. Brown, el único que se relame con su papel y tiene algunas excelentes lineas) quiere meterlo en el manicomio de veteranos para sacárselo de encima, tener las manos libres y rastrear lo que robó. Eso hace que Holbrook termine en un bus lleno de ex-combatientes a los que les falta un tornillo, los cuales terminarán convirtiéndose en un pelotón improvisado que estará a sus ordenes cuando llegue la hora de enfrentarse al súper depredador, el cual viene rastreando las piezas de equipo que el depredador renegado le ha robado. Lo que sigue es una bobada tras otra. No solo estos depredadores son absolutamente ineficientes y torpes a la hora de enfrentarse con los humanos (se dejan balear y ver, van por la fuerza bruta sin usar el arsenal que tienen encima), sino que Black pone una caterva de malos chistes en boca del grupo de lunáticos, los cuales los dicen en los momentos mas inoportunos de la película (los peores ofensores de los sentidos son Keegan Michael-Key y Thomas Jane, el que viene resucitando la carrera como actor de carácter y acá hace de un tipo con síndrome de Tourette, así que no tiene filtros para decir la primera guarrada que se le viene a la mente). Hay perros depredadores que se comportan como pichichos comunes (y te traen una ramita si se las tirás), y hay una científica de adorno, que amenaza con explicar las cosas pero termina siendo una soldado mas del grupo, disparando y diciendo one liners como si fuera Schwarzenegger. Porque quizás el mayor problema de El Depredador sea que hay toneladas de one liners, haciendo que estos tipos se vean como un grupo de cancheros que están todo el tiempo descolgados de la realidad y que dicen chistes aún en la peor de las masacres. Y si a esto le sumas lo caótico que están filmadas las escenas de acción, lo que tenés es una experiencia detestable con algún que otro momento aislado que resulta pasable o inspirado. El Depredador es el filme mas flojo de la serie oficial. Los personajes no convencen a nadie, los duelos son confusos y para nada excitantes, la historia pretende ser un festival de originalidad y termina sobrepasándote por su cantidad de disparates. Considerando lo poco que recaudó – y que Predators hizo mas dinero hace 8 años -, hubiera sido mejor continuar con la idea de Robert Rodriguez que dejar a Black con las manos libres para arruinar todo, y eso que la franquicia tiene un potencial enorme… siempre y cuando se tome en serio a sí misma, cosa que aquí no pasa. El gore y las toneladas de chistes (malos) no hacen necesariamente entretenida a una película y acá tenemos el ejemplo perfecto, en un filme que me resulta difícil de recomendar.
Con motivo del estreno del film “The Predator” (Shane Black, 2018), resulta oportuno revisitar un gran clásico de acción de los años ’80. Una clase de género de culto moldeado en base a un nervio narrativo y una violencia visual característica de un género que combinaba -con justas dosis de entretenimiento e inteligencia- el aspecto bélico, la aventura y la ciencia ficción y que, por aquellos años, incursionaban cineastas como Walter Hill, James Cameron o John McTiernan, realizador de esta primera entrega. En la "Depredado"r original la premisa nos situaba frente a una fuerza alienígena, misteriosa e invisible, la cual se presentaba como una cabal amenaza para la raza humana. Cabe mencionar también que, gracias a su éxito de taquilla, “Depredador” no estuvo exenta del fenómeno de moda de sagas y re-ediciones que caracterizaron a este tipo de films a lo largo de las siguientes décadas, producto de su consumo masivo, en gran parte por el público juvenil. La huella dejada por el film se convirtió en cliché para futuras reinvenciones en la pantalla cuando, en 1990, Stephen Hopkins dirigió “Predator 2”, en un film bastante más irregular que el original. Mientras que en 2010, Robert Rodríguez produjo una nueva y discretísima entrega titulada “Predators”, la cual precedió a la igualmente fallida “Alien Vs. Predator” -un híbrido inclasificable-, más un afán comercial en tiempos de franquicias y refritos, que un producto con buena materia cinematográfica para el análisis. A 30 años de su estreno, la frescura de un film como” Depredador” radica en los valores bajo los que el film fue pensado: entretenimiento y originalidad. La propuesta de McTiernan se resignifica bajo el ojo fotográfico de Black, quien sustenta su arte en una concepción del cine de acción sin respiro, áspero y visceral, que caracterizó al cine de los años ochenta. Convirtiéndose en un absoluto ícono del género, nacido para una época muy distante a los cánones que dominan el mismo hoy en día, “Depredador” continúa la exitosa senda comercial trazada en el film que protagonizara Arnold Schwarzenegger.
Una entrega fallida de la saga y un film que al mezclar tantos elementos, termina como una película despareja para lo que pretendió ser con un final totalmente decepcionante. Desde su llegada a los cines en 1987, el cazador interestelar Yautja, patentó su imagen de criatura tecnológicamente letal y salvajemente cuasi invencible del mundo del cine, al punto de terminar rivalizando con los Xenomorfos de Alien, tanto en comics de la editorial Dark Horse, como en sendos filmes donde se enfrentaron. Los cuales no dejaron satisfechos a gran parte de sus fans, ya que la mística presente tanto en Predator 1 y 2, no estaba presente. Pasaron unos años y en 2010 se estrena Predators, donde se retoma un poco de la premisa original, además de presentar elementos nuevos para enriquecer lo que sabemos de estos enigmáticos cazadores alienígenas. Si bien es un film digno, pasó sin generar mucha repercusión. Cuando en 2014 20th Century Fox anunció que el proyecto de una cuarta película de la saga empezaba su pre-producción y con la dirección de Shane Black, tácitamente en el fandom se generó un voto de confianza ya que es un director con experiencia en acción. Guionista de Lethal Weapon (1987), Last Action Hero (1993), más un extenso etcétera como guionista y director que incluye Iron Man 3 (tal vez su paso en falso) y a su vez uno de los actores de la entrega original de 1987, interpretando al inefable Hawkins (aquel que leía comics y hacia chistes de vaginas!!!). Durante su pre-producción se barajaron nombres como Benicio de Toro (en el rol protagónico) y del mismísimo Arnold Schwarzenegger, quien volvería con su personaje del film original, el legendario Dutch, pero que declinó su participación ya que solo estaba planeada como un cameo. Finalmente el rodaje se realizó entre febrero y junio de 2017. El film arranca con acción desde el minuto uno. Una persecución entre naves Yautjas termina en la Tierra en medio de una operación de fuerzas especiales, derivando en una masacre con un único sobreviviente que a su vez, por tratar de acreditar lo que vio, involucra de manera accidental a su familia. Este militar termina entremezclado en un grupo de veteranos con problemas mentales para ser desacreditado de lo que vio, ya que una organización gubernamental llamada Stargazer, viene siguiendo los pasos de los Yautjas hace décadas, logrando capturar vivo al Depredador fugitivo para someterlo a experimentos. A su vez su perseguidor, el denominado Ultimate Predator, sigue sus pasos de manera implacable, enfrentándose a los protagonistas y destruyendo todo a su paso con tal de lograr su (misterioso) propósito que se va revelando con el correr de la cinta. Si bien el planteo del plot, el cast, el diseño de producción, la fotografía y los FX lucen prometedores, es la manera en la que están ejecutados lo que genera el punto débil de la película. Las escenas de acción, están bien filmadas, hasta muchos planos y travellings en partes boscosas nos recuerdan a la manera que McTiernan plasmó esa selva interminable en la Depredador original. ¡El gore! Vuelven las tripas, la sangre y desmembramientos. O los easter eggs de las referencias a los hechos de las 2 primeras o de que uno de los científicos de Stargazer (Jake Busey) es el hijo de un personaje de la 2, el cual también perseguía Yautjas, (interpretado por su padre Gary Busey) y que ahora podríamos decir que era la de la misma organización secreta. Y ni hablar cuando empiezan a sonar los ya celebres acordes de Alan Silvestri en muchas escenas. Es ahí, en ese momento, que uno realmente siente que volvió la mística. Que Shane Black volvió a las raíces, que captó la esencia que marcó un hito en el genero de Sci-Fi en los 80s. Entonces, después de nombrar estos aspectos positivos, ¿qué es lo que hace que éste film tenga puntos flojos que afecten a toda la película en sí? El arranque es sólido, hay acción, sangre y un Predator rompiendo gente, armando un primer acto con bastante gancho, pero con el correr de los minutos, los nuevos personajes que aparecen, las situaciones y hasta el tono de la película empiezan a generar una discordancia digna de estar mirando dos películas bien distintas a la vez. La lucha planteada a varios frentes, entre los protagonistas, el Predator y la organización Stargazer, cada uno con sus intereses, es un punto a favor que le quita lo lineal de lo que se podía esperar del film. Pero las situaciones “familia” disfuncional, el niño con autismo con talentos especiales para entender la tecnología Yautja o la escena de “disfraz en halloween” siendo ya un recurso remanido como para dar un link con los 80s a lo Stranger Things, son las partes que parecen estar de más en la película, ni hablar del humor en partes que no van. Punto aparte merece el Ultimate Predator, que pese a su justificación como “un mejorado genético con lo mejor de otras razas”, presenta uno de los diseños más vagos y faltos de imaginación que se vieron, haciendo quedar a los Black Predators, de Predators (2010), como algo más elaborado y coherente. Otro factor negativo que no se puede dejar pasar: la pérdida de todo lo enigmático que envolvía a los Depredadores en una película. Todos esos datos que se fueron dilucidando con el correr de los años, film tras film, para entender sus intenciones y su cultura, acá quedan reducidos a nada cuando podemos ver como hablan de manera subtitulada o ¡usando un traductor! Tanta sumatoria de elementos negativos que van tomando lugar desde el nudo, para llegar a un final realmente decepcionante, casi como si fuera una sátira o una película de bajo presupuesto (revelando el McGuffin con el diseño más horrendo de la historia de Predator, algo tan básico que ni la línea de juguetes vintage de Kenner o el comic más fumado y de relleno de Dark Horse tienen). Es una gran pena que estos factores de guión, diseño y dirección, empañen lo que podría haber sido el regreso a una gran película de la saga. Una pena por el cast, ya que las actuaciones están bien y cumplen. Y es saber que Shane Black esta detrás de esta producción, lo hace que el resultado final sea una decepción. The Predator es por varios factores, una entrega fallida de la saga. Un film que al mezclar tantos elementos, termina como un film desparejo para lo que pretendió ser, haciendo ver a Predators o a la primera A vs P como filmes más sólidos y coherentes con el género y a la franquicia a la que pertenecen.
Todo mal con Shane Black Se estrenó esta esperada nueva entrega de la saga "Depredador" sobre la cual se habían generado bastantes expectativas en el público, por un lado porque se la vendió como la película que venía a redimir los fracasos de las últimas tres entregas, y por otro lado porque la dirigía Shane Black, director sobrevalorado responsable de títulos como "Kiss, Kiss, Bang, Bang" y "Iron Man 3". Bueno, la verdad es que termina siendo una decepción peor que la última producción que se llamó "Predators", estrenada en 2010 y que estuvo protagonizada por Adrien Brody, Lawrence Fishburne y Topher Grace, entre otros. Esto para un cultor del cine, como el que suscribe, es un verdadero dolor de cabeza porque no puedo entender que se larguen a toquetear un producto tan popular y querido por el público sin estar seguros de entregar algo superador, bien pensado y con un diferencial que haga valer la pena traer a la vida nuevamente a nuestros amigos, los depredadores. No sé realmente qué quiso hacer Shane Black... Todo mal! Primero que todo le dio a la historia una dinámica cómica que no le hace bien a la atmósfera del film, en absoluto. Que un depredador agarre un brazo mutilado y haga OK con los dedos de la extremidad, no aporta nada más que ridiculez. Por otro lado, los personajes principales son muy dispersos y descerebrados. Pasan de ser unos loquitos fumancheros en un ómnibus para presos a héroes de acción que le hacen frente a los depredadores. No tiene mucho sentido. El villano del lado humano no está claro por qué y para qué hace lo que hace. Sí, estudian a los depredadores... ¿Y? ¿Eso es todo? Después tenemos al arco argumental donde la raza depredadora se mezcla con la humana, donde nuevamente quieren hacer trabajar a los aliens y los humanos en un mismo equipo contra otros aliens más evolucionados. La verdad es que me pareció floja la trama, con muchos huecos y vueltas que simplemente no funcionan. Entonces, ¿qué tiene de bueno "The Predator" que este tipo le puso dos estrellitas? Sólo el hecho de que nos permite ver un diseño más moderno de la genética de los monstruos y su equipamiento de caza, a la vez de que nos muestra varias escenas de acción gore que sí están en línea con las entregas anteriores y que son disfrutables. No le encuentro mucho más que resaltar. Otra decepción sumada a la saga. Espero que por el bien de su popularidad, la dejan descansar al menos unos 20 años o hasta que alguien realmente tenga una idea buena y original para traerla nuevamente a la vida.
Rápido y furioso El nuevo Depredador es más imponente, feo y virulento que su antecesor, y llega a la Tierra en busca de ADN. La nueva trilogía de Shane Black recién comienza. “Ser distinto no es un trastorno, es otro paso de la cadena evolutiva”, dice uno de los personajes de esta cuarta secuela de Predator, sexta si se cuentan las dos versus Aliens. El destinatario del elogio es Rory McKenna, un chico de seis años que padece cierta clase de autismo, muy probablemente Asperger, dada su habilidad para hacer cosas que ni los científicos de la NASA pueden entender. La frase, dicha al paso a mitad de The Predator, es casi el eslogan que subyace a la mayoría de las películas sobre superhéroes y súper villanos que vienen haciéndose desde Alien para acá. Es una tendencia hacia lo inclusivo que se acentúa en los últimos años, al ritmo de la sociedad. Si la impulsa o la refleja es otra cuestión, más difícil de dilucidar, pero en este film de acción y ciencia ficción el héroe no es una mujer sino un chico, capaz de hacerle frente al monstruo de turno, un Depredador más grande y virulento que los depredadores conocidos. Más efectivo, tanto como Rory. The Predator se distingue del film original por el uso del artículo, y esa mínima distinción no parece casual. Su coguionista y director, Shane Black, fue guionista y actor de reparto de aquella Predator de 1987, y quiere retomar (un poco a espaldas de Predator 2 y Predators) la historia en donde fue abandonada por el film de Arnold Schwarzenegger. La película se inicia cuando un comando liderado por Quinn McKenna (Boyd Holbrook) intenta desbaratar a un cartel en la selva mexicana. La operación es abortada cuando una nave interplanetaria cae en el territorio; de la misma emerge un gigante Depredador que aniquila a todo el comando exceptuando a McKenna, que escapa de las garras del alienígena quedándose con su máscara y uno de sus brazaletes. Al día siguiente, empaca los artefactos y los envía por correo a su casa desde un pueblito mexicano. Su curiosidad lo pone al margen de la ley, y en su ausencia es Rory quien recibe las armas extraterrestres, descubriéndoles, sorprendentemente, su uso. Un poco después, McKenna es detenido por un grupo de hombres de negro que lo suben a un camión junto a desertores y parias del ejército, una especie de comando en el presidio que se hace llamar Grupo 2. El camión está junto a un laboratorio donde científicos de la NASA investigan a un ejemplar de Depredador, que aparece atado y sedado en una mesa de disección. Allí llega la doctora Casey Bracket (Olivia Munn), una reconocida bióloga que oficia como los ojos del espectador, infiltrados en esa especie de ultra moderna Área 51. Bracket tendrá su momento Ripley. Cuando Rory active su brazalete a distancia éste emitirá una señal que despertará al Depredador dormido, y causará una masacre. Entonces, Bracket y el Grupo 2 se lanzan a la caza. Esta vez, a diferencia del film original y su saga, se invierte la lógica. ¿Por qué se persiguen los dos Depredadores? ¿Quién es el nuevo, gigante invasor? La doctora Bracket es los ojos del espectador y la voz argumental: los Depredadores buscan mejorarse mezclando su ADN con el de otras especies, y parte de ese ADN que los hará mejores habita el planeta Tierra. El antiguo, el clásico Depredador es como el anquilosado Arnold de T2: volvió para defender a los humanos. ¿Con qué propósito? Lo que se anuncia como una trilogía apenas deja sentadas las bases en esta primera entrega. Los motivos no se deducen tanto por los hechos sino más bien por los enunciados, algo inverosímil para un film de acción. Y no sólo eso. Hay bastante desprolijidad en el montaje de las escenas, como si el metraje original hubiera sido en realidad mucho más largo, depurado y compaginado a las corridas en el último minuto. Hay sí, en cambio, mucha acción, mucha sangre y humor hasta en los diálogos. Shane Black es fiel a su estirpe e inserta todos los clichés de los ochentas en un film modelo 2018 plagado de efectos especiales. Hay algo confuso en el acople, como el film pretendidamente (pretenciosamente) mudo The Artist, de 2011. En ese desconcierto se escapan las razones que motivan a esta nueva saga, o al menos las que trajeron de vuelta a semejante criatura del espacio exterior.
Critica emitida por radio