Comedia ofensiva, provocativa, graciosa por momentos y repetitiva por otros que, manteniendo el espíritu de las demás cintas protagonizadas por Sacha Baron Cohen, tales como "Borat" o "Bruno", pero sin poseer la gracia ni la sorpresa de esa primera película, se convierte en una propuesta inferior que carece del histrionismo y de la originalidad que siempre intenta alcanzar.
Antes que nada voy a aclarar que no soy amante de las comedias, no tengo para nada la risa fácil y puedo afirmar sin ningún tipo de exageración, que pocas veces (por no decir nunca) me he reído tanto con un film, como con esta genialidad que es "El Dictador". Claro que advierto que no es un humor típico, convencional, al que la mayoría del público en general suele estar acostumbrado y puede causar tanto rechazo como aceptación. Quienes hayan visto algunos de los personajes creados anteriormente por Sacha Baron Cohen (Borat, Bruno, Ali G.) saben lo que les espera, no se la van a perder y la van a disfrutar en grande. Quienes solo conozcan sus trabajos como actor en otro tipo de films ( Swenney Todd, La invención de Hugo) abstenerse. Es que "El Dictador", que está basada en la novela "Sabibah y el Rey", publicada en forma anónima en el año 2000 por alguien que supuestamente acataba ordenes directas de Sadam Hussein, apela al humor más cínico y mordaz, y como si fuera un huracán de enormes proporciones, arrasa con todo lo que se le pone delante. Nadie se salva, nada queda en pie, sin distinción de sexo, credo o religión, la cultura y el "American way of life" son criticados y destrozados sin piedad por este personaje (sorprende realmente que Hollywood aún lo siga produciendo). Aladeen ha gobernado en su país con mano dura desde que a los seis años de edad su padre muriera en un trágico accidente (alcanzado por 97 balas y una granada). Anti demócrata, rige con mano firme su amada Wadiya. Luego de intentar en vano crear la perfecta arma nuclear, llama la atención de la Onu y es invitado (obligado) a asistir a los Estados Unidos con la intención de firmar un tratado de paz y por fin lograr la tan deseada (por otros, no por él) democracia. Ya en territorio americano, ciertos hechos no fortuitos, hacen que sea suplantado por un doble con intenciones totalmente opuestas a las suyas y perdido y sin identidad Aladeen comienza una carrera contra el tiempo, ya que dispone de solo cinco días para recuperar su lugar y evitar que se firme el tratado. Obvio que no va a ser tarea fácil y los gags desopilantes, zafados, se irán sucediendo uno tras otro, sin pausa y sin filtro, en una caracajada contínua de principio a fin, a lo largo de los apenas ochenta minutos que dura el film. Es tan grande la labor de Sacha Baron Cohen (que también es uno de los responsables del guión), que el resto del elenco, que incluye a Ben Kinsgley, John C Reilly, Anna Faris y Megan Fox, empalidece frente a su trabajo. Aladeen se roba todas las escenas del film, no hay una sola en la que no esté presente. Larry Charles, siguiendo la línea de sus anteriores trabajos "Borat" y "Bruno", redobla la apuesta y llega al límite de lo grotesco en un film que a no ser por pequeños detalles (romance innecesario, resolución apresurada), rozaría la perfección, pero después de haber reído sin parar durante todo el film, eso se perdona. El Dictador llega a los cines en plenas vacaciones de invierno, donde la cartelera está repleta de títulos para los más chicos. Así que ante la falta de propuestas para los adultos, tenemos motivos más que suficiente para no dejarla pasar y disfrutar de una comedia realmente imperdible.
¿Embajador internacional de la Nueva Comedia Americana? Uno de los temas que estuvieron debatiéndose justamente en el curso que A SALA LLENA organizó este mes tiene que ver con los interrogantes surgidos a partir de la aparición de trabajos de directores como Apatow, Mottola, McKay o la factoría de Knoxville en MTV; al empezar a desmenuzar un poco, nos transportamos a la década de aparición de apellidos como Waters, Michaels (SNL) y los hermanos Farrelly...
Un dictador en Nueva York Sacha Baron Cohen vuelve a los cines argentinos luego de protagonizar y sorprender con Borat (Bruno fue enviada directo a DVD en el 2009) de la mano de El Dictador, una comedia llena de incorrecciones políticas que funciona en la mayor parte de su metraje. El Dictador nos contará el viaje del opresor gobernante de la Republica de Wadiya llamado Shabazz Aladeen, a dar una charla a los Estados Unidos para calmar los conflictos bélicos contra su país. Allí es secuestrado y traicionado quitándole su distintiva barba y poniendo un doble en su lugar que firmará una nueva constitución que proclamará la vuelta de la democracia a su país. Aladeen, mezclado en la comunidad neoyorquina como un inmigrante más tratará de recuperar el trono y evitar que su país se convierta en una nación democrática y soberana. Larry Charles, realizador de Borat y Bruno, junto a Sacha Baron Cohen decidieron dejar de lado en El Dictador el falso documental que tuvieron esos films para emplear aquí un estilo de narración clásica que cumple con lo prometido y logra explotar por momentos la incorrección humorística de la cinta, pero que al no tener demasiados cambios en su registro cómico termina por generar varios baches por su constante repetición. El gag del gesto de la ejecución con los "disidentes" es un claro ejemplo de esa constante reproducción, consiguiendo que luego de apreciarlo en reiteradas oportunidades el chiste se vea venir a kilómetros de distancia. Si bien me gustó Borat, no puedo dejar de mencionar que esa comedia logra alejarme demasiado de su aceptación absoluta. Algo similar me ocurre con las Jackass, como así también con El Dictador. Si uno separa los momentos en donde la comicidad funciona encontraría en cualquiera de ellas un resultado original y tremendamente divertido. Ahora si uno también aparta las secuencias donde abunda la repetición y las ideas mal ejecutadas o muy forzadas, tranquilamente podría afirmar que pasó uno de los momentos más aburridos en una sala de cine. Es que en este tipo de películas conviven esas cuestiones, aunque cabe destacar que en su generalidad terminan funcionando dado que su encanto supera a sus propios fantasmas. El problema es que El Dictador al desarrollarse por medio de la narración clásica hace que algunas sub tramas sean llevadas de manera demasiado ridícula y mal contadas. Si bien Charles emplea un dinámico montaje al comienzo de la cinta para presentarnos al personaje principal, la construcción del mismo no se da de manera efectiva, dejando en manos del actor de Hugo la generación de la simpatía necesaria para que la cinta se sostenga en su idea. Incluso el viaje del dictador a los Estados Unidos es presentado abruptamente y de hecho era mejor contado en los excelentes avances que en la película en sí. También la cuestión del doble resulta simpática, pero por momentos resulta totalmente irritante en su tamaña estupidez. La cuestión es que Sacha Baron Cohen aporta su ya conocida impronta que termina por generar una absoluta empatía con la construcción de un gran despreciable personaje, logrando que los errores narrativos o la repetición humorística se deje a un lado para admirar y divertirse con la evolución del ¿amado? Shabazz Aladeen. Más allá de que no funciona a la perfección El Dictador se conforma como una opción de humor alternativa que cumple con su prometida incorrección, algo que sin dudas no es poco por estas épocas.
El gran provocador Sacha Baron Cohen vuelve al cine, con el humor provocador que lo caracteriza, en El dictador (The Dictator, 2012), una comedia irreverente sobre las dictaduras en los países islámicos…y en los Estados Unidos. Hermana gemela de Borat (2006) y Brüno (2009), aunque en esta oportunidad ajustándose a una estructura narrativa más sólida y menos grotesca, la polémica película es fiel al estilo del actor. El tirano dictador islámico General Almirante Aladeen (Sacha Baron Cohen), viaja a los Estados Unidos para una reunión de las Naciones Unidas, con el fin de explicar la fabricación de armas nucleares en su régimen. Allí será secuestrado y reemplazado por un doble que firmará “la democracia” en su país. Aladeen deambulará por las calles de Norteamérica, imprimiendo su particular estilo de vida, mientras intenta recuperar el poder de su región. El actor de Borat sigue con su crítica insolente a los Estados Unidos y su particular estilo de vida en un film curiosamente enmarcado dentro de dos géneros que van acordes al estilo “yankie”: la comedia romántica y el viaje iniciático por la tierra de las oportunidades. En esa estructura narrativa se apoyan las innumerables situaciones paródicas que el actor le estampa a la película. Con esa premisa, el film se ajusta a los parámetros del cine americano para criticarlo desde su interior al subvertir todas sus reglas: el personaje no es un honrado inmigrante de un país tercermundista sino un asesino, violador y déspota islámico, conoce una chica (Anna Faris, una ingenua activista ecológica), consigue un trabajo (que convierte en una empresa mediante su dictatorial mando), y culmina con un brillante discurso final sobre las dictaduras y las democracias (no tan distintas al parecer). Después de su participación como actor en La invención de Hugo Cabret (Hugo, 2011), Baron Cohen vuelve con un personaje acorde a su estilo. Su Aladeen es fiel a su tono burlón que ya había concebido con -el al menos bizarro- Borat. Luego doblaría la apuesta hasta límites inpensados con Brüno (hecho que motivó la decisión de la distribuidora Sony Pictures de no estrenar la película comercialmente) para volver con El dictador a las salas de cine. Más medido en sus excesos físicos aunque no en los ideológicos, Baron Cohen regresa al podio en su mejor forma: tan irrespetuoso como polémico y divertido.
Una constante provocación Aquellos espectadores que hayan visto los trabajos de Sacha Baron Cohen saben que encontrarán un humor directo, provocativo y políticamente incorrecto. El actor no tiene términos medios. Después de Borat y Bruno (que en nuestro país salió en DVD), el intérprete regresa de la mano del realizador Larry Charles con El Dictador, Sacha Baron Cohen se mete esta vez en la piel del almirante Haffaz Aladeen, un líder absolutista opuesto a la cultura de Occidente, que hará lo imposible para que la democracia no llegue a su país, la República de Wadiya. Traicionado por los suyos en un viaje a los Estados Unidos (camello incluído por las calles de Manhattan) y reemplazado por un doble, el disparate está servido. Con ecos de El gran dictador, la película de Charles Chaplin que caricaturizaba a Hitler y toda la ideología nazi, este relato no ahorra chistes pesados para mostrar el accionar de este personaje siniestro que ostenta poder, molesta a sus interlocutores y manda a matar sin piedad a aquellos que piensan diferente. La película es más divertida al comienzo (va perdiendo fuerza con el correr de los minutos) pero logra una visión ácida y políticamente incorrecta sobre el mundo de las relaciones diplomáticas. El tema del "doble" como blanco de los atentados y el armamento nuclear también dicen presente en esta historia que incluye el cameo de la infartante Megan Fox, como una de las amantes del mandatario (entre las fotos de las personas que pasaron por su cama se ve a Arnold Schawarzenegger!) y de Edward Norton, en medio de un ajustado reparto integrado por Ben Kingsley y Anna Faris, como la mujer que cambia la vida del protagonista. Los toques escatológicos (la escena del parto y la masturbación) pueden incomodar al espectador, pero forman parte de un humor despiadado que se convirtió en un sello del actor. En Borat fue un viaje que servía como excusa para filmar un documental que mostraba los prejuicios de la sociedad norteamericana; en Bruno, la burla sobre el mundo de la moda. Y ahora es el turno de la política y sus líderes despóticos. Cabe recordar que Sacha Baron Cohen tuvo papeles secundarios en Sweeney Todd y en La invención de Hugo.
El dictador si bien no está mal, es inferior a Borat ya que el guión no está tan logrado, pues tiene secuencias muy buenas, pero otras no tanto, en contraposición con Borat donde te divertías con casi el 100% del film. A favor tiene su corta duración, ya que no logra aburrir, ni se hace densa, ni tiene escenas para estirar, y los gags son tan abundantes que si no te gustan algunos...
Sacha Baron Cohen adora a los personajes irreverentes y con un acento fuerte. Son la sal de su carrera en comedia que ganó terreno con los falsos documentales Borat y Bruno, individuos creados por el mismo actor para su serie Da Ali G Show. Una vez que su trío tuvo su merecido tiempo en pantalla, era necesario crear a una persona nueva para seguir en la racha del humor ofensivo. Así es como nace El Dictador, que se mantiene en la misma línea de sus trabajos anteriores, comedias forzadas si las hay con su propio ingenio y séquito de espectadores. En su tercera colaboración juntos, Baron Cohen y el director Larry Charles arman una historia alrededor del General Aladeen, un déspota del Medio Oriente que guarda obvias similitudes con tiranos reales de nuestra historia. Alejados del formato del falso documental, El Dictador finalmente es una película como tal, sin referencias al público que puede creer que el opresor es un personaje verídico. La exuberante vida de este particular personaje se ve reflejada en los explosivos primeros minutos del film, que establecen la atmósfera para lo que vendrá a continuación. Qué resta decir de Sacha Baron Cohen, el alma mater del proyecto. Claramente está en su salsa con un sujeto tan alocado como destacable, aunque se lo nota mucho más comedido que en sus anteriores propuestas. Es posible que la razón por la que se destaque en esta ocasión se deba a un agradable elenco secundario, como el grandioso Ben Kingsley haciendo del tío, el interés romántico jugado por la solvente Anna Faris y el compinche Nadal, interpretado con gracia por Jason Mantzoukas, con quien el actor principal tiene las mejores escenas. Ahora bien, ciertos pasajes graciosos y terriblemente ofensivos dispararán la risa continua de la platea; el problema se da cuando los recursos son sobreutilizados hasta el punto de casi no causar gracia. Por ejemplo, el protagonista lanza una sucesión de insultos sobre la imagen masculina del personaje de Faris, quitándole la gracia a algo que tranquilamente podría haber funcionado si hubiera sido un chiste moderado. En caso opuesto, el gag de la cabeza parlante podría no agotarse nunca, y eso que es repetido hasta el cansancio en menos de 30 segundos. Esta polaridad hace que El Dictador sea una continua montaña rusa de altos y bajos, apenas mezclados entre sí con un resultado dispar. Aquellos acostumbrados al humor cáustico de Baron Cohen y compañía estarán más que conformes con su nueva apuesta; los que no lo estén, podrán acercarse con precaución, y en ciertos momentos serán recompensados con risas espontáneas.
Baron Cohen ataca de nuevo Como si se tratase de una trilogía del delirio, Sacha Baron Cohen se ha dado a conocer mundialmente por su primer film, el más comercialmente conocido y desopilante "Borat" en la que este particular periodista proveniente de Kazajistán mostraba, entre otras cosas su sistema político y elementos de su cultura, particularmente contraponiéndolos y criticando e ironizando contra el estilo de vida norteamericano sin la menor piedad. Luego, con "Brüno", un film más irregular, pero mucho más osado y desfiando absolutamente todos los limites, se mete con el mundo de la moda y ridiculiza a todo ese ambiente tan lleno de glamour, extravagente, oponiendo toda esa ingenuidad y liviandad que supuestamente habita en el mundo del diseño y de la moda, con la figura de un reportero absolutamente zafado y bizarro. Ahora, como si quisiera cerrar una trilogía, es el turno de "El Dictador" donde Baron Cohen se mete con el mundo de la política e ironiza en la figura de la República de Wadiya, los diversos regímenes políticos, destrozándolos con su humor impiadoso, poniendo incluso la lupa sobre las democracias y en particular los mayores dardos envenenados caerán sobre el imperio norteamericano más puntualmente. Como es el estilo de Baron Cohen y sus creaciones para el cine, su guión es sencillo y no tiene demasiadas ambiciones, sino que sirve de vehículo para desplegar un humor completamente delirante, lleno de ironia y cinismo y con criticas brutales a la sociedad que suele mostrarlas "disfrazadas" entre las disparatas desventuras del personaje central. Tercer trabajo en conjunto con el director Larry Charles (quien es uno de los guionistas de series como "Seinfeld" y "Curb your enthusiasm") la química es evidente y queda ampliamente demostrada con los resultados que están a la vista, cuando el delirio se apodera de la pantalla. Obviamente hay que encarar un film de estas características entendiendo que el guión es meramente una sucesión de momentos que son hilvanados por una historia muy liviana dado que en ningún caso, en esta "trilogia" el hilo conductor son las grandes historias sino que sencillamente parte de saber hilvanar momentos, sketches y situaciones -obviamente como suele pasar en películas tan fragmentadas o episódicas- algunas mejor logradas que otras. El balance final de "El Dictador" es una película compacta y que casi en ningún momento baja de su nivel de delirio extremo y de situaciones desopilantes. Sobre todo sigue sorprendiendo que la mayoría de los apuntes críticos den en el blanco sobre el sistema de vida americano, criticándolo impiadosamente,sin pelos en la lengua. Así como lo hace con muchas de sus instituciones y sus figuras políticas y lo interesante es que Baron Cohen sigue tan despreocupadamente haciendo humor y burlándose de cosas a las que sabemos que el público americano suele tenerlas como sacralizadas. He allí quizás uno de los mayores méritos de la "triologia" en general y de este último opus, "El Dictador" en particular: no parece haber ningún tipo de freno para el delirio de Baron Cohen ni como actor ni como guionista. No tiene empacho en meterse con las Naciones Unidas, con el periodismo, con las minorías sexuales, con la discriminación racial, con diferentes grupos étnicos... e incluso en sus extremos más hilarantes, también ponendo una mirada incisiva a las creencias del mundo diametralmente opuesto con occidente, donde las mujeres no tienen ningún derecho, entre tantas diferencias culturales. Donde algunos pueden ver bromas de mal gusto, Baron Cohen y su director estrella ven justamente el estilo que más los divierte. Y no tienen ningún miedo de que sus bromas puedan ser tildadas de racistas, homofóbicas o escatológicas, ellos parecen divertirse mientras escriben el guión y las ideas, por más locas o irreverentes que parezcan, aparecen en pantalla tal cual parecen haber sido pergeñadas por estos talentosos de este estilo singular de comedia. Seguramente no podrá tener medias tintas en cuanto a la aceptación del público. Típico humor en el que uno o bien se siente dentro desde el inicio o se siente completamente afuera sin entender demasiado de qué va la cosa, "El Dictador" como todas las otras creaciones del equipo, no admitirá términos medios. En este caso repite el esquema en algunos tramos del documental apócrifo que tanto frutos rinde para este tipo de humor -y que ambos manejan a la perfección- y hay inclusive una historia de amor con Anna Faris (a quien vimos en alguna "Scary Movie" o "Smiley Face" o jugando con "Alvin y las Ardillas 3") que le permite justamente al guión desplegar en este rol femenino algunos apuntes sobre los movimientos ecológicos, las fundaciones sin fines de lucro y las minorías sexuales y todo sigue sumando para que el delirio vaya in crescendo. Si bien Sacha Baron Cohen ya nos ha demostrado en films como "Hugo" de Martin Scorcese o "Sweeney Todd" de Tim Burton que puede componer otros tipos de personajes completamente alejados de este tipo de registro, es sinceramente en el campo de la comedia y específicamente de este tipo de comedias se detonan todo tipo de barreras donde él demuestra y pone en juego absolutamente todo su histrionismo y rinde los mejores dividendos. Con una mirada completamente sin hipocresías ni medios tonos, "El Dictador" es otra muestra de humor independiente, irreverente, revolucionario, que hace explotar las carcajadas si uno se deja llevar por el juego y por este torbellino de humor "zafado".
El Dictador es comedia con distintos niveles de humor. Por un lado tiene chistes y situaciones que harán reir a cualquiera, pero otros tantos que exigen cierto nivel de conocimiento de la política mundial. Sacha Baron Cohen nuevamente vuelve con su humor racista de la mano de un personaje políticamente incorrecto. Quienes hayan visto Borat ya tuvieron su gran dosis de esto. Acá a diferencia de Borat se hizo un humor un poco más amplio, aunque igual se cae en situaciones algo incómodos, que de cierta manera uno espera. La película tiene momentos pavotes, pero otros con una gran elaboración. Es una película redonda que logra con creces su propósito y que encima lo hace en poco menos de 90 minutos. Es para reirse sin culpa.
De eso sí se habla La comedia tiene la capacidad felicísima y vital de dar vuelta el mundo como un guante para mirarlo todo desde otra perspectiva: en El dictador, Sacha Baron Cohen –actor pero también coguionista- pone todas sus fichas en una inversión semejante y hace, exagerando un poco (pero sólo un poco), la película que nadie haría. Es que El dictador tiene todo lo que hace falta para ser considerada de mal gusto, salvaje, excesiva, ofensiva y no apta para todo tipo de sensibilidades; por suerte, Baron Cohen parece muy convencido de que las “sensibilidades” no son esa vaca sagrada que no hay que tocar nunca, sino todo lo contrario: de vez en cuando está bueno matar a la vaca y hacerse un asadito (perdón, vegetarianos). Esta vez, el chico que fue Borat y Brüno se pone en el disfraz del Almirante General Aladeen, gobernante supremo y autoritario del estado de Wadiya, un país en el norte de Africa que los Estados Unidos ven con horror por su falta de democracia (la película empieza de hecho con un noticiero donde la imagen de Wadiya se ofrece como un espejo para la mirada occidental, antes de mostrar su reverso). En su patria, la riqueza petrolera le permite a Aladeen organizar sus propios Golden Globes y Juegos Olímpicos en los que, por supuesto, se lleva todos los premios; cambiar un montón de palabras del diccionario por “Aladeen”; conseguir armamento nuclear “para propósitos medicinales solamente” (pero nunca atacar a Israel); y pagar para tener sexo con todo Hollywood, empezando -y terminando bastante rápido- por Megan Fox. Aladeen es feliz en Wadiya y está totalmente convencido de sus costumbres y su forma de gobierno, pero la diplomacia internacional tiene sus demandas y el problema comienza cuando viaja a los Estados Unidos para quedar bien con las Naciones Unidas -que él llama "una reunión de serpientes"-, donde lo secuestran y lo reemplazan por un doble. En el trasplante de Aladeen a Manhattan, donde se tiene que hacer pasar por un chico común que trabaja en un supermercado, y en sus reacciones espontáneas ante todo que en un nuevo contexto no dejan de acumular brutalidad y escándalo, se basa el humor de buena parte de la película. Y, para reforzar el claroscuro, la copiloto de Sacha Baron Cohen es una Anna Faris de pelo cortito, activista de la ecología y dueña de un supermercado verde donde trabajan inmigrantes perseguidos políticamente, que hasta tiene baño para lesbianas. Faris se llama Zoey (¡obvio!), tiene pelos en las axilas, no se considera racista porque “nunca tuve un novio blanco” y es tan fanática de la democracia (es decir, acrítica) como una cheerleader de su equipo; en definitiva, es un estereotipo con shorcitos pero no puede verse, inmersa en un mundo donde todos sus valores se consideran obvios y naturales. Pero, además de la caricaturización de todo lo que define al mundo occidental, y su conversión en un estereotipo tan grueso como el que ese mundo tiene de oriente, El dictador, con un guión trabajadísimo y la mayor concentración de chistes por minuto que se haya visto en mucho tiempo, apuesta también por un humor absolutamente absurdo y brilla en los juegos verbales, como en la escena en que Aladeen entra a un bar de Little Wadiya (un barrio neoyorquino de refugiados) e inventa nombres ficticios a partir de los carteles de las paredes (“Me llamo Ladis”, “¿Ladis qué?”, ¿Ladis Wash Room”). Y con el mismo nivel de inteligencia, la película termina con la definición de democracia tal vez más sincera que se haya escuchado en mucho tiempo: es que el humor de Sacha Baron Cohen da vuelta nuestra idea de corrección porque parte de la base de que no hay nada que no pueda decirse. Es contra esa limitación sutil y a veces hasta hipócrita de no decir que Aladeen de Wadiya dirige sus armas nucleares.
Nuevo intento del creador de Borat. ¿Se queda a mitad de camino? ¿Falla estrepitosamente? ¿O logra su objetivo? Aca te lo contamos. A camello regalado… El dictador, esta basada en una premisa muy simple. Dictador malísimo, déspota y tirano, que en el fondo solo quiere amor. Con una trama super simplificada, Sacha Baron Cohen construlle este personaje desde el absurdo y su habilidad para poder decir cualquier cosa en pantalla. Y cuando digo cualquier cosa, digo CUALQUIER COSA. Humor negro, humor racista, humor clasista, humor machista, todo el abanico de colores esta representado. Quizas es por eso que nadie debería sentirse ofendido, ya que la ametralladora de insultos gratis y ofensas al por mayor, no perdona a nadie. O sea, no es personal. Sabemos que Sacha Baron Cohen fue criado en el seno de una familia judía, y es el primero en reírse de su colectividad, como en Borat. Aquí en El Dictador, como antes dije, NADIE se salva. Todo tipo de risas Asi es, provoca todo tipo de risas, porque los chistes corren irregular suerte, desde chistes malísimos que a uno lo incomodan en la butaca, donde reina el silencio y la vergüenza ajena, a chistes donde la sala entera estalla en una carcajada. De nuevo, todo el abanico esta representado, con chistes que funcionan en mayor o menor medida. Anna Faris complementa muy bien al General Aladeen. Compone a una vegana con mas pelos en la axila que Ruben Peucelle. Y el contrapunto de alguien tan diametralmente opuesto con un general déspota, funciona. Nuestro “querido” personaje, se ve victima de una traición, y es dado por muerto tras un secuestro, es reemplazado por un doble, que quiere firmar la “malvada” constitución de su país, para que la “diabólica” democracia le saque el poder político al régimen tiranico. El general Aladeen, intentara por todos los medios que su querido país siga bajo su mando de hierro. De trama no mucho mas que eso… Y tampoco lo necesita. El Discurso Hay en un momento de la película, hacia el final, un discurso de El Dictador hacia las naciones unidas, en el cual defiende el modelo de Tirania desppota y enumera todas las cosas que un tirano puede hacer. Al hacerlo, cada uno de los ítems es algo los Estados Unidos como nación cumple al pie de la letra. Se nota que toda la película fue construida en torno a este discurso. Que es la única parte “seria” de la película. No seria por la escena en si, si no seria, porque a uno que esta mirando, a medida que Aladeen enumera las cosas, se le va borrando la sonrisa de la cara. Tremenda y furibunda critica al modelo norteamericano. Conclusion Como comedia, El Dictador, funciona bien. Con altos y bajos, saca mas de una carcajada, lo cual no es poco. No aventaja a su imediata competidora, “Los Tres Chiflados”, por lo cual ambas son opciones viables para las vacaciones de invierno. El humor incorrecto, el reírnos de lo que no deberíamos, siempre tiene un plus de atractivo, Aladeen dice muchas cosas que la gente suele pensar y por decoro no dice. Y a veces deberíamos. Sin llegar a los extremos mas racistas del personaje de Baron Cohen, si deberíamos reírnos mas de algunas cosas. Esta es la oportunidad perfecta para hacerlo. No le sobra nada, es cierto, pero cuando se lo propone, hace reir.
Falsas sátiras En cine, la comedia depende casi en su totalidad de los talentos del cómico que encarna los personajes. Sacha Baron Cohen llegó al cine con un perfil ya definido: personajes exagerados, chatos, estereotipados que funcionan como sátira social. Después de algunas incursiones en diferentes películas (lo habíamos visto hacía poco, por ejemplo, en La invención de Hugo Cabret), El Dictador parece una vuelta a los orígenes del cómico. Lo tenemos a él en el papel protagónico interpretando un personaje con un acento muy marcado. Tenemos un argumento débil, cruzado de escenas casi sueltas que funcionan como sketches. Tenemos al protagonista siempre un poco desagradable, probablemente el mayor desafío para un espectador normal que se acerca a una de sus películas. Y tenemos objetivos muy claros a los cuales apunta sus dardos. Uno puede estar de acuerdo o no con la crítica. Anna Faris está muy bien; hay varios chistes que funcionan, pero El dictador no corre como película. La idea puede habernos parecido buena, pero después de la sorpresa inicial lo que nos queda es una hora y media de repetir una y otra vez lo mismo. Borat escapaba a ese agotamiento gracias a su costado documental, pero El Dictador no tiene la misma suerte: encerrados en el universo que propone la película, una vez que entendimos la idea ya no tenemos dónde refugiarnos. En realidad, el problema de El Dictador es el que tuvo siempre Baron Cohen cuando trabajó en cine: se encuentra fuera de su elemento. Lo que funciona en televisión no necesariamente funciona en la gran pantalla (sus primeras películas, de hecho, son el desarrollo de personajes que habían aparecido en su programa de televisión). Un buen sketch (y él los tuvo muy buenos) funciona en gran medida gracias a su brevedad: personajes fuertes, una situación absurda y a otra cosa. No por nada los Monty P. (padres de la comedia moderna) terminaban más de un sketch con un personaje que irrumpía en el set y cortaba todo diciendo: "No, basta, esto ya se puso demasiado ridículo". A Baron Cohen le falta ese personaje que venga a decirle que la escena ya rindió todo lo que podía dar y es hora de pasar a otra cosa. Untados sobre la duración de un largometraje, sus personajes (llámese Ali G, Borat, Bruno o Aladeen) terminan mostrando todas sus fallas y muchas nuevas. Una de estas fallas nuevas es que sus personajes carecen de materia narrativa, pero sus películas no se resignan a esa falta. El Dictador (como sus presentaciones anteriores) no es una película episódica o anti narrativa, como parecería sugerir la idea de la que nace, sino que se carga con una trama estereotipada para responder a cierta idea de progresión. El ejemplo más claro de esto es la historia de amor con Anna Faris y la supuesta evolución moral del personaje de Aladeen: a mitad de camino entre la historia real y la parodia más burda, el argumento no se sostiene. Se está contando algo y a la vez la historia se carga de guiños grotescos que nos dejan ver todo el tiempo que el cómico que está por detrás se está burlando de lo que cuenta. ¿Se quiere contar una historia cursi o se busca una parodia de todas las historias cursis? Y si es así, ¿para qué? A diferencia de, por ejemplo, esa gran película que es Casa de mi padre, en la que la materia narrativa misma está puesta en duda, El Dictador es transparente, cuenta lo que cuenta pero siempre dejándonos saber que somos más inteligentes que la historia que se nos está mostrando. Más allá de los problemas de timing y de agotamiento de la idea cómica (algunos chistes de la película funcionan por repetición, como la idea de cambiar al azar palabras del vocabulario por Aladeen; pero en general las más básicas no), El Dictador demuestra nuevamente que el humor de Baron Cohen está carcomido por una falacia fundamental: la de lo políticamente incorrecto. Más de unas cuantas escenas están cargadas de frases y escatologías varias que seguro escandalizarán a más de uno (sobre todo en Estados Unidos, blanco de las críticas), pero es inevitable la sensación de que lo que estamos viendo se agota en ese escándalo vacío. Una vez que las señoras del Tea Party se hayan enojado con Sacha Baron Cohen, ¿qué queda de su película? No mucho. El Dictador (como todo lo que hace Baron Cohen) está claramente diseñada para un público que no sólo puede soportar esas transgresiones sino que las busca. ¿Qué nos queda, entonces? Unos cuantos conservadores que probablemente no vean la película porque la consideran ofensiva y unos cuantos espectadores del otro lado que probablemente vayan a ver la película porque quieren escuchar lo que Baron Cohen tiene para decir. Pero para alguien que no es un conservador de clase media estadounidense (y posiblemente de otros países también), lo que Baron Cohen tiene para decir es bastante poco. ¿A qué viene toda esta parodia sobre un dictador africano que hace lo que quiere porque su país tiene petróleo? ¿Alguien necesita realmente que le muestren que las petrodictaduras son malas? Evidentemente, no. Ni siquiera los conservadores del Tea Party. La sutil crítica de Baron Cohen es comparar a los Estados Unidos con un país que considera su opuesto (cosa que hace de forma casi explícita al final). Los que ya piensan esto saldrán de ver El Dictador satisfechos por sentirse tan críticos.
Mano dura, en todo sentido Sacha Baron Cohen interpreta a un tirano en esta comedia molesta, vulgar y divertida. Sacha Baron Cohen divide las aguas como Moisés. Pero en el caso del comediante londinense lo que queda en un margen no es idéntico a lo que hay en el otro: tiene sus defensores y sus detractores. Con El dictador Mr. Sacha se aleja de lo que podríamos denominar su trilogía, ya había hecho tres películas ( Ali G , un rapero blanco que quiere ser negro, Borat -la única estrenada aquí en cines- y el racista Brüno ) sobre personajes que había presentado primero en la TV. El general Aladeen no tiene nada que envidiarles a sus antecesores, ya que es ofensivo, y sus insultos y menosprecios le salen con total naturalidad. Si Borat era terriblemente agraviante, Aladeen lo es a una énesima potencia. Dictador del ficticio país de Wadiya, al Norte de Africa, Aladeen es antioccidental, antidemocrático y antisemita. Sacha Baron Cohen profesa la religión judía, por lo que nadie en su sano juicio podría tildarlo de antisemita. ¿O sí? Con el actor de La invención de Hugo Cabret (era el inspector de policía de la estación de trenes), no se sabe. Si su estilo humorístico se parece al de los hermanos Farrelly, que hoy estrenan una versión de Los tres chiflados , donde lo escatológico se mezcla con el humor más simplón, este dictador es capaz de realizar cualquier ultraje y reírse de sí mismo, de famosos -por su dormitorio en el palacio han pasado Megan Fox y... Arnold Schwarzenegger- y de la corrección política en una misma escena. Si hay algo que Aladeen ama -además de a sí mismo- es oprimir a sus súbditos. Por eso no quiere que -nunca- la democracia impere en su tierra y cuando un complot estalla en su contra encabezado por Tahir (Ben Kingsley, que alguna vez fue Gandhi y también compañero de elenco de Sacha en La invención... ), Aladeen terminará en Nueva York para hablar ante las Naciones Unidas. Pero habiendo fracasado un intento de asesinato, descubrirá que Tahir utiliza un doble, y él se encuentra deambulando por las calles de Manhattan. Intolerable. El dictador tiene chistes escatológicos, de índole sexual, vulgares, algo más sofisticados y diálogos que parecen salir de la boca de Zoolander, el personaje de Ben Stiller. Si quien pone la cara y otras partes del cuerpo es Sacha Baron Cohen, no hay que quitarle el ojo a Larry Charles, el director de ésta, Borat y Brüno . El timing es esencial en un género como la comedia, y sin una dirección que siga y entienda los gags como un todo, el asunto puede derrapar. No es el caso. Podrá gustar más o menos, resultar molesto u ordinario, pero, hoy, Sacha Baron Cohen es tan divertido como necesario.
Audaz sátira política centrada en las desventuras de un dictador norafricano suelto en Nueva York El actor y guionista británico Sacha Baron Cohen se ha instalado -con absoluta premeditación y alevosía- como uno de los artistas más políticamente incorrectos que trabajan dentro de la maquinaria de Hollywood. Ya con sus anteriores sátiras, Borat y Brüno , se había burlado de los estereotipos sociales, económicos, culturales y hasta sexuales de los Estados Unidos y de buena parte del Primer Mundo. Siempre en la línea de personajes extremos, por momentos grotescos, en su nuevo film se vuelve todavía más político al retratar las desventuras de un dictador norafricano suelto en Manhattan. El propio Sacha Baron Cohen interpreta al almirante general Aladeen, "líder supremo" de un país imaginario llamado Wadiya, rico en petróleo y en desarrollo atómico "para usos pacíficos". Luego de mostrar los abusos, excesos y placeres del dictador (capaz de cambiar a su antojo palabras del diccionario, disparar contra sus competidores en una carrera de atletismo o pagar fortunas para tener una noche de placer con Megan Fox), Aladeen es convocado de urgencia por las Naciones Unidas. Hasta Nueva York se traslada, entonces, este émulo de Saddam Hussein, que es secuestrado y cambiado por un doble todavía más patético que él en medio de un complot de compatriotas disidentes asociados con poderosos grupos económicos multinacionales. No conviene adelantar nada más de la trama, llena de enredos amorosos (por allí aparece esa excelente actriz que es Anna Faris) y de vueltas de tuerca. En principio hay que destacar la audacia de Sacha Baron Cohen en un contexto del cine norteamericano que no suele ser demasiado permeable a este tipo de apuestas tan politizadas (un discurso cerca del final dice -en tono de parodia- unas cuantas verdades sobre las contradicciones actuales de los Estados Unidos). El problema es que este artista llevó su cine a tal extremo que ya parece no tener vuelta atrás. Su desbordante andanada de chistes y golpes de efecto lo muestran como un creador ingenioso pero también compulsivo y caótico. Esas permanentes estocadas de humor -no siempre eficaces, por momentos demasiado vulgares-, a veces le juegan en contra. Porque no se puede ser igual de ácido, sagaz y punzante durante 83 minutos. En la comedia, se sabe, la dosificación de los gags permiten generar irrupciones de alegría y sorpresas. Aquí, en cambio, la acumulación resulta perjudicial porque muchas veces se desperdician ideas potencialmente interesantes y se termina por aturdir y abrumar. De todas maneras, estamos ante un artista arriesgado y generoso, atributos que hoy no sobran y que, por lo tanto, se agradecen.
Una tiranía basada en estereotipos El creador de Borat dice haber compuesto la figura de Aladino con pedazos de distintos autócratas de todo el mundo, pero salta a la vista que su Almirante General es, antes que nada, una caricatura del dictador árabe por antonomasia. “Doy mi palabra de que vamos a utilizar el uranio enriquecido con fines pacíficos”, asegura el Almirante General Aladino desde el balcón del palacio de gobierno, y no puede terminar la frase porque se tienta y se ríe. Con una barba como la de Saddam en el bunker, uniforme militar lleno de medallas y una guardia personal integrada por espectaculares vírgenes –siempre dispuestas a dejar caer su uniforme ante él–, Aladino es el presidente de por vida del país norafricano de Wadiya. Sacha Baron Cohen dice haber compuesto la figura de Aladino con pedazos de distintos autócratas, desde el propio Saddam hasta Khadafi y el iraní Mahmud Ahmadinejad, pasando por el norcoreano Kim Jong-il, a quien la película está amorosamente dedicada. Sin embargo, salta a la vista que el Almirante General es, antes que nada, una caricatura del dictador árabe por antonomasia. Ese que los medios, la imaginación popular y, para qué negarlo, los propios hechos ayudaron a construir. Es en esa concesión al consenso, al estereotipo incluso, donde el nuevo film del cómico británico halla una de sus debilidades de base. El estereotipo siempre estuvo, es verdad, en el origen de todas las caricaturas de Baron Cohen, desde el rapper Ali G hasta el modisto gay Brüno, pasando obviamente por ese kazajo bruto de Borat. Pero había en ellos algo que los corría del estereotipo o les permitía sobrepasarlo. Ali G, blanco que pretendía ser negro, copiaba de los rappers lo más obvio; Borat era una representación del atraso en abstracto (la misma que en distintas culturas cristaliza en el polaco, el gallego o lo que fuera) y Brüno, una “loca” tan desaforada que terminaba resultando bigger than life. Habitante de un palacio ultrakitsch bañado en oro, atendido por su harén de serviciales guardianas, ordenando cortarle el gañote al mismo tipo al que acaba de abrazar, soñando con borrar a Israel de la faz de la Tierra o considerando que el nacimiento de una niña es la peor noticia que pueda dársele a una madre, Aladino responde puntualmente a todos y cada uno de los clichés del autócrata musulmán. Que sean clichés no quiere decir que no respondan a algo cierto, sino que el apuntar a lo ya conocido por todos los adocena. Trabajando sobre el resorte cómico del doble –utilizado desde el teatro clásico hasta películas como Un hombre fenómeno, con Danny Kaye, y El bocón, de y con Jerry Lewis–, Baron Cohen y su trío de nuevos coguionistas (formados en series como Seinfeld y Curb Your Enthusiasm) urden una trama en la que Aladino viaja a Estados Unidos para participar de una reunión de las Naciones Unidas. Allí sufre una traición e intento de asesinato, es reemplazado por su “doble de riesgo” (un pastor de cabras semiimbécil, contratado para tal efecto) e intenta convencer al mundo de ser quien es. Si alguien alucina que el tema de la identidad tal vez trascienda aquí lo meramente instrumental, más vale que deje de tomar lo que estaba tomando. El obligado dictator-meets-girl queda muy bien salvado, por el hallazgo que representa el personaje de la chica en cuestión. Menudita, de pelo corto y aspecto andrógino, Zoey (Anna Faris) es un concentrado de corrección política, sexual, étnica y hasta nutricional (dueña de un almacén naturista, da empleo a refugiados de países pobres) y funciona como perfecto espejo dramático de Aladino, que a esta altura adoptó una falsa personalidad (los dobles se duplican) para poder ser acogido por la muchacha. Además de espejo, Zoey es blanco de la incorrección política con la que tanto le gusta provocar a Baron Cohen, que descarga sobre su personaje un vertedero de chistes y comentarios racistas, sexistas y jurásicos, que difícilmente ofendan a ningún espectador ubicado desde la longitud 10 oeste para acá. El chiste, ésa es la cuestión. Despojados de la estructura de falso documental que permitía a Borat y Brüno funcionar como boomerangs políticos, develando a la población estadounidense como mil veces más facha, reaccionaria y homofóbica que los propios personajes, y por lo visto no muy proclives a construir personajes y una narración, Baron Cohen y sus coguionistas acuden, para sostener el relato, a lo aprendido en televisión: el chiste, el gag, el punchline. Lo cual, en el caso de los coguionistas, es paradójico: debe haber habido pocos programas cómicos, en la historia de la televisión, tan hipernarrativos como Seinfeld. Como suele suceder, algunos de esos impromptus son geniales (una historia de amor dentro de la vagina de una parturienta, el facho yanqui que compone un lamentablemente breve John C. Reilly), otros muy buenos (cierto chino obsesionado con someter sexualmente al entero firmamento masculino de Hollywood, el altar de famosas y famosos a los que Aladino pasó por su cama, un memorable “The Menudo Incident”, los temas pop en versiones árabes, interpretados por el grupo Zohar) y otros, entre zonzos y fiacas. Esta opción por el chiste pone a El dictador más cerca de las películas de los hermanos Zucker (Y dónde está el piloto, Top Secret, La pistola desnuda) que de Borat. Más cerca del sketch que del cine, en una palabra.
Humor sobre tiranos aggiornados Del actor de Borat, ahora llega el despiadado gobernante de la República de Wadiya, General Almirante Aladeen, que viaja a los Estados Unidos para su programa de armas nucleares "más o menos" secreto. Antes de sumergirse en consideraciones de cualquier tipo sobre la película, hay que señalar que aunque Sacha Baron Cohen vuelve a ponerse a las órdenes de Larry Charles (como en Brüno y Borat), El dictador es una creación del actor británico, lo que significa que para bien o para mal, su impronta irreverente y el humor punzante, un poco infantil y otro tanto crítico de las instituciones, se encuentra presente en cada uno de los momentos del relato. Esta afirmación podría suponer que la tercera película “de” Cohen –esta vez sobre un tirano africano–, daría pie para toda la batería de incorrección política de la que es capaz, desde el guión escrito en colaboración con Alec Berg (Curb your Enthusiasm, el programa de Larry David, creador junto a Jerry Seinfeld de la serie homónima), hasta el incuestionable timing que demuestra para la comedia como intérprete. Sin embargo, el film da todos los indicios de ser un relato contenido, que la incorrección llega hasta cierto punto y se frena en esa frontera difusa construida por los intereses corporativos, los estudios sobre el impacto en la audiencia y los meandros de la exhibición. Esta hipótesis se refuerza por el precedente de Brüno, que Sony Pictures decidió no estrenar comercialmente y envió directamente a DVD. Así, el despiadado conductor de los destinos de la República de Wadiya, General Almirante Aladeen (Baron Cohen), se ve obligado a viajar a los Estados Unidos para defender su posición en las Naciones Unidas sobre el programa de armas nucleares que lleva adelante más o menos en secreto. Pero allí es remplazado por un doble que digitado por su tío Tamir (Ben Kingsley), con la intención de que firme la primera constitución del país africano y de esta manera, la gloriosa Wadiya comience a transitar las bondades de un estado democrático. Mientras que la torpe conspiración sigue su curso, Aladeen lleva su particular estilo de vida a Nueva York, donde conoce a Zoey (Anna Faris), una activista ecológica, que lo introduce en las bondades del progresismo naif ante el estupefacto tirano. Por momentos extremadamente tonta, en otros efectiva en la sucesión de gags moderadamente incorrectos, la película no logra superar a la desopilante Borat, se ubica varios escalones debajo de la revulsiva Brüno, y de esta manera se convierte en un producto a medio camino, apenas un divertimiento con una lectura inteligente sobre el orden mundial. Pero liviano e inofensivo.
Sacha Baron Cohen otra vez al ataque Desde que en el año 2006 Sacha Baron Cohen saltó a la fama internacional a bordo de su brillante y sarcástica comedia Borat, su carrera en la industria del entretenimiento no conoció freno. Aquella mirada ácida y corrosiva sobre Medio Oriente y, sobre todo, sobre la sociedad estadounidense, marcó una huella que luego continuó con la ultrabizarra Bruno, sobre un gurú fashion austríaco que viaja a Los Angeles para cumplir su parte del american dream. Pero en El dictador las cosas son distintas. La trama del film gira en torno al autócrata de un país islámico que es informalmente derrocado (a través de su reemplazo por un doble) y que decide hacer todo lo posible por sostener su reinado y evitar que quienes lo echaron instalen una democracia. Para ello, el dictador de marras, Aladeen, viaja a los Estados Unidos, donde buscará intervenir en la asamblea internacional en la que los que lo traicionaron declararán la instauración de la democracia en esa república perdida. Con una estructura de comedia clásica, más cerca de los trabajos firmados en conjunto por Simon Pegg y Edgar Wright que de los films cuasi anárquicos que le dieron la gloria cinéfila a Baron Cohen, El dictador resulta efectiva solamente en algunos pasajes, cuando deja de lado la corrección estilística y se mete de lleno en la provocación más desfachatada, su marca de fábrica. En el pelotón de ideas se destaca, por mucho, la que da color a los últimos minutos de relato, cuando Aladeen enumera los beneficios de una dictadura describiendo sin quererlo las principales caracteristicas del sistema capitalista norteamericano. También se destaca la incómoda escena en la que, en busca de un trabajo que le permita inmiscuirse en la cumbre, aterroriza a una pareja a bordo de un helicóptero hablando en árabe e intercalando en sus líneas de diálogo a Osaba Bin Laden, el 11-9 y un presunto choque con explosión. El resto de lo que tiene para dar la película es un cúmulo más o menos logrado de gags, sin demasiado brillo en comparación con la producción anterior del actor y humorista. Si bien no es del todo un paso atrás en la carrera de quien parecía destinado a escandalizar con cada movimiento, esta comedia poblada de intenciones es apenas un puente entre lo que fue y lo que probablemente llegue más adelante.
El político incorrecto Sacha Baron Cohen vuelve al ruedo con su humor polémico, y por momentos escatológico, para interpretar al Almirante General Aladeen, tirano gobernante del pueblo norafricano de Wadiya, y acérrimo defensor del régimen que gobierna desde la infancia. Quienes hayan visto "Borat", una de sus películas anteriores, también dirigida por Larry Charles, encontrarán que los tópicos sobre los que trabaja el humor son los mismos, aunque con una tónica más liviana. Las mujeres, los judíos, la gente de color (cualquiera, incluso menciona a los seres azules de "Avatar"), la pedofilía, la tortura, las armas nucleares, casi no hay tema que no sea objeto de broma. En esta ocasión, Aladeen debe viajar a los Estados Unidos para presentarse frente a la ONU, y calmar las (acertadas) sospechas acerca de la actividad nuclear de su país. Lo que no sabe es que ese viaje será aprovechado por su tío (un deslucido Ben Kingsley) para reemplazarlo por un doble, y así firmar el acuerdo por la democracia. La trama es muy simple, de hecho la película no es muy larga, y se basa más en los gags y chistes que en el argumento en sí. Con una producción mucho más cuidada, y en un tono que indica la búsqueda de audiencias más amplias que sus otros films, en "El Dictador" Baron Cohen incluye el aspecto romántico. Este personaje parecido en estilo a Saddam Hussein, que no duda en hacer ejecutar a cualquiera que disienta con él, también se muestra como un pobre hombre en el fondo, carente de afectos, y cuya única caricia recibida es paga. Sin embargo no pueden dejarse de lado los cuestionamientos que atraviesan la película. Dentro del amplio espectro de críticas, una bien clara es la denuncia sobre este tipo de regímenes, pero también la contracara, que muestra la intromisión de la política internacional en países gobernados por dictaduras, siempre que haya intereses mediante. Wadiya es rica en petróleo, y en realidad tras el acuerdo democrático hay otras intenciones. Así, se plantea un camino casi sin salida: tanto la dictadura de Aladeen como la "democracia" propuesta implican el sometimiento del pueblo de ese país. Por otro lado critica los aspectos dictatoriales de algunas de las mayores democracias actuales, señala fuertemente el prejuicio hacia los árabes (o cualquiera que parezca serlo) que quedó en Estados Unidos como resabio de los atentados de 2001, y hasta se atreve a sugerir que, en ocasiones, la mano dura puede ser más eficiente que la libertad. Sobre todo para dirigir ciertos proyectos. Polémico, se sabía. En lo que acierta el film es en hacer esta crítica un poco menos ofensiva que films anteriores. De todos modos, a los espíritus más sensibles puede afectarlos un poco. La incorrección política es la marca de este hombre, que si algo sabe, es hacer reír agitando bastante las aguas.
Sacha Baron Cohen es un inclasificable humorista que cultiva al mismo tiempo momentos de luminosa inteligencia, la sátira mas descarada dirigida a las diferencias culturales, la lúcida observación política a los niveles mas procaces que uno pueda imaginar. De ese cóctel nació Borat, Bruno, que en nuestro pais fue directo a video y ahora este dictador que se rie con igual intensidad de los árabes y de los occidentales. En nuestro país tiene fanáticos, aquellos que acceden por primera vez a su humor, tengan en cuenta su estilo y conozcanlo. Vale
Un disparatado líder africano Todo es posible y los disparates se acumulan como gags efectistas que no alcanzan a organizar un guión coherente. Queda, a pesar de las risas, un Sacha Baron Cohen, a mitad de camino, que es talentoso, pero la armonía de su comicidad aún no está calibrada. El general Haffaz Aladeen es algo así como el director supremo de Wadiya, un utópico lugar, que estaría al norte de Africa, de fuerte impronta musulmana. Por lo que observamos, Aladeen es una suerte de Idi Amin Dada, aquel gobernante ugandés autoritario y caníbal de triste memoria. Aladeen es un compendio de virtudes negativas, dominante, asesino, discriminador, enemigo de las mujeres (pero no demasiado) y capaz de eliminar, fusil en mano, a sus contrincantes en los Juegos Olímpicos, simplemente por una cuestión de competencia. Imagínense lo que ocurre cuando la diplomacia de su país acepta que hable en las Naciones Unidas por una cuestión de reciprocidad y convivencia global. Todo será posible cuando el dictador llegue y sea secuestrado y permanezca oculto en una tienda de comida vegetariana en las afueras de Manhattan. GRACIA ESPERABLE El filme es divertido. Se vale de una serie de gags, equívocos, momentos paródicos y la innegable gracia de Sacha Baron Cohen, aquel reportero de Kazajistán, enviado a Estados Unidos en una misión de cooperación cultural, que se pudo ver en "Borat", una de sus películas anteriores. El problema es que su originalidad inicial, la audaz exposición de diferencias culturales que separan Oriente y Occidente, cuando las costumbres las tiene un desubicado y loco autoritario, se ve empañada por un exceso de groserías que pasan de determinados topes. Si uno se ríe ante las desopilantes desubicaciones de este extremista oriental en una sociedad occidental, también lo hace ante situaciones burdas que no merecen ser incluídas en un relato cinematográfico de cierto nivel. CHICA ACTIVISTA Las tribulaciones de Aladeen se desbordan. Raptado, enamorado de una chica lesbiana y activista de los derechos humanos, asistente partero en nacimientos sorpresivos, donde la posible llegada de una beba despierta chistes como "varón o aborto" y surreales encuentros amorosos en interiores insospechados, todo es posible y los disparates se acumulan como gags efectistas que no alcanzan a organizar un guión coherente. Queda, a pesar de las risas, un Sacha Baron Cohen, a mitad de camino, que es talentoso, pero la armonía de su comicidad aún no está calibrada. Si en "Borat", el comediante mostraba una mayor cercanía con la concreción de un buen filme. Risueño, pero más cerca de los nerds de la películas clase "B", de estudiantina enloquecida, "El dictador", no logra un total convencimiento, a pesar de contar con un actor de talento como Ben Kingsley, en el papel de Tamir, tío y consejero del protagonista.
Sacha Baron Cohen, esta vez, muy poco inspirado Larry Charles y Sacha Baron Cohen, es decir el equipo de la comedia de culto «Borat», vuelven a practicar su estilo de humor políticamente ultraincorrecto, pero lamentablemente esta vez carecen del formato de seudo documental que en aquel film permitía que las peores guarradas fluyeran de un modo espontáneo, casi natural. En cambio aquí solo hay una trama bastante común y corriente con un dictador árabe reemplazado por un doble (ambos interpretados por Sacha Baron Cohen) para que su tío pueda simular una revolución democrática que le permita hacer negocios petroleros. Varado en Nueva York sin la barba sagrada que lo caracteriza, el desalmado dictador encuentra el amor y hasta algo parecido a un rasgo de civilización, todo en medio de chistes tremendamente fuertes muchas veces totalmente incoherentes, y no siempre demasiado eficaces, aunque lógicamente es el tipo de comedia llena de gags, y en medio de la avalancha hay algunos que sí son realmente graciosos. Pero en general en «El dictador» el énfasis está en la incorrección por sí misma, lo que al final no resulta muy sustancioso. Entre lo precario de la trama y el importante porcentaje de chistes poco inspirados, ni el talento cómico del protagonista ni el sólido elenco, donde por momentos brilla Ben Kingsley (el malísimo tío) ayudan a remontar un film mediano, un poco en la veta de «No te metas con Zohan» pero bastante menos logrado. La feroz audacia de algunos gags -sin olvidar la referencia al atentado a las torres gemelas- y algunos divertidos cameos de celebridades interpretándose a sí mismas en situaciones terribles serían los únicos motivos para verla, aunque lo más sensato sería esperarla en DVD.
El cómico más incorrecto del momento se despacha con su mejor personaje. Admito algo: fui a ver El dictador sin nada de fe. Esperaba otra caterva de chistes racistas, incorrectos y homofóbicos, situaciones incómodas y mucho machismo. Pero, si bien eso fue en parte lo que recibí, también me encontré con una película armada, con pies y cabeza y, sobre todo, muy graciosa. El dictador nos cuenta la historia de Aladeen (Sacha Baron Cohen), el tirano del país norafricano Waldiya, una potencia petrolera que se niega a abrirse al mundo. Allí, Aladeen tiene la vida de todos en la palma de su mano, y lo hace valer cada vez que puede, utilizando la pena de muerte con tanta facilidad como el control remoto de la televisión. Vive una vida de lujos, alquilando a las mujeres que desee (como Megan Fox, por ejemplo) por una noche y ostentando cada dolar que tiene en su mano con ridículos lujos. Pero su mano derecha, Tamir (Ben Kingsley), tiene otros planes para la oprimida nación: abrir el mercado, crear una democracia y vender los derechos petroleros de Waldiya al mejor postor. Pero, para eso, debe deshacerse de Aladeen, y lo hará reemplazándolo con un estúpido doble (también Baron Cohen) que encontraron en medio del desierto arriando cabras, mientras que al verdadero lo abandonan a su suerte en Nueva York, sin barba, sin dinero e irreconocible. Ahora, Tamir utilizará al doble de Aladeen para declarar que la democracia llegará a Waldiya, algo que el verdadero dictador no está dispuesto a tolerar, ya que piensa en su gente, a quienes tan amorosamente oprime. Allí, Aladeen debe crear una nueva vida y buscar la forma de recuperar su lugar, y ve una oportunidad de la mano de Zooey, una feminista militante que maneja una casa de productos naturales, con quién se encontró en una marcha en contra de Aladeen (del falso, claro). Así, de a poco, comienza a planificar cómo acercarse al hotel en donde se hospeda su antiguo equipo, y por suerte también se encontrará con Nadal (Jason Mantzoukas), un científico al que había mandado a ejecutar, pero que en realidad fue deportado a los Estados Unidos, que lo ayudará con la parte técnica de su regreso al poder. El dictador es una comedia que no para. No pasan más de dos minutos sin que llegue desde la pantalla un chiste que, en el 90% de los casos, es bueno. Y en un 95% de los casos, es extremadamente incorrecto. Claro que las bromas machistas, negras, racistas y demás están presentes, y son tan buenas que enriquecen a la comedia convirtiéndola en una parodia grotesca de la situación de los inmigrantes en los Estados Unidos. Si se tiene un mínimo concepto de política internacional, podrán disfrutarse muchísimos chistes muy críticos para con la administración estadounidense. Igual, más allá de la profundidad sociopolítica que le querramos buscar, El dictador es, en si, una comedia sucia y asquerosa que hasta nos va a hacer sentir culpables de reirnos a carcajadas. Si les gusta Padre de familia y American dad, y si están acostumbrados al show grotesco de Sacha Baron Cohen, esta es la película a ver. @JuanCampos85
Primavera para Aladeen y Wadiya Sacha Baron Cohen entró a Hollywood por la puerta grande pero con una película muy chica llamada Borat. No hace falta explicar que era, porque fue un sorpresivo éxito de taquilla y crítica mundial por combinar humor político, comedia negra con estética documental y humor escatológico. Dos años después repitió fórmula con Brüno, donde seguía con la estética de falso documental, pero evitando que se genere controversia con aquello que era real y aquello que estaba ficcionalizado. Brüno era obviamente más falsa que Borat, y acaso más jugada en humor escatológico. Sin embargo, era un idea que se agotaba muy rápido. El ingenio no estaba a la altura de la predecesora...
Anexo de crítica: -Sacha Baron Cohen se encuentra a medio camino de la transgresión desde su costado provocativo pero reflexivo, equilibrado con su otro costado provocativo gratuito y carente de contenido. Tanto Anna Faris, Ben Kingsley como John C Reilly en sus respectivos papeles secundarios, ella como interés amoroso; Kingsley como el conspirador y Reilly en el mismo nivel, cumplen pero no se destacan frente a la omnipresencia de Baron Cohen y su batería habitual de chistes fáciles, sexistas, racistas, desagradables, que le dieran un importante lugar en la televisión norteamericana.
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Dictador implacable, humor de barricada El humor de Sacha Baron Cohen no tiene términos medios. Nada de sugerencias. Todo es explicito, frontal, provocador y, a veces, exageradamente vulgar. Lanza tanta cantidad de chistes que alterna hallazgos y pifias. En su recetario de humor, hay más ocurrencias que ingenio, pero tiene buenos momentos y acotaciones punzantes. Este filme extremo retrata a un dictador africano que odia a Occidente, al judaísmo, a la democracia, que humilla, ultraja, oprime, esclaviza y descalifica. Se permite todo. Es una sátira pasada de rosca que arremete contra lo políticamente correcto en cualquiera de sus variantes. Bajo la implacable mirada de este almirante general Aladeen, negros, pacifistas, vegetarianos, tolerantes reciben la batería de chistes de trazo grueso, donde abunda lo escatológico. El paseo de este general por las calles de Manhattan da tela para potenciar todos sus aspectos y acumular burlas y desparpajos. La sátira se desnaturaliza frente a este dictador que está más cerca de Peter Capusotto que aquel que regaló Chaplin. Salidas de tono extravagancias y aciertos colorean este nuevo aporte de un actor -aquí también colaboró con el guión- que sabe sacarle jugo a su catalogo de humor de barricada, siempre imprevisible, desafiante y zafado.
Si vio Borat, si se acercó a Brüno -el film sobre un modelo masculino y gay políticamente correcto que aquí solo se vio en video- sabe quién es Sacha Baron Cohen. Y sabe que en cierto sentido su máxima gracia funciona con el mismo chiste: ser lo más ofensivo posible. En las tres películas se trata de lo mismo, el intento por sobrevivir según sus propias reglas alienadas de un personaje excéntrico en los Estados Unidos. En este caso se trata de un dictador aparentemente islámico, un tipo que lleva al extremo cualquier lugar común sobre mandatarios malvados. En cierto punto, el film causa risa y funciona cuando Baron Cohen se deja llevar por el ejercicio de su capacidad para la comicidad. Pero tiene un enorme problema: en el fondo, cualquier película sobre un político es en sí una película política, toda vez que para resolver la trama debe de tomar algunas decisiones sobre qué es correcto y qué incorrecto en el mundo que presenta. Haciéndolo fácil: el chiste de ser ofensivo esconde una moralina un poco recalcitrante y antigua. Pero como, por suerte, el actor no solo sabe hacer reír sino que además conoce y maneja como pocos el timing, el film funciona bastante bien. Hay incluso momentos donde la molestia rinde frutos, donde realmente el espectador debe poner en tela de juicio sus propios prejuicios morales y sociales. En esos momentos de provocación pura, el film muestra que nuestro mundo es realmente un lugar complejo y peligroso, aunque se diga con risas.
Quien venga siguiendo a Sacha Baron Cohen desde “Borat”, la no estrenada “Bruno” e inclusive su participación en “La invención de Hugo Cabret” sabrá de antemano que le espera al ver “El dictador”, su más reciente opus. Y quien haya visto la “cola” tendrá la oportunidad de reírse de nuevo con la primera y muy cómica escena de la película, cuando se lo observa al emperador Aladeen de la ficticia república de Wadiya “eliminando” sucesivamente a sus competidores en una carrera de atletismo. De ahí en más se sucederán varios otros momentos muy graciosos a tal punto que uno puede sorprenderse de que la película dure menos de noventa minutos y que pasen tantas cosas en la trama. Prueba de la diversidad es la gran cantidad de personajes con los que uno termina familiarizándose. E incluso de numerosos cameos que incluyen a la muy atractiva Megan Fox, a la que se disfruta apenas un minuto, a John C. Reilly, Edward Norton (¡menos de treinta segundos!) o el francés Gad Elmaleh. De todos modos Sacha Baron Cohen estará presente durante casi todo el metraje dado que el tirano tiene varios dobles que obviamente son también interpretados por él mismo. Los otros dos personajes importantes son su tío Tamir en buena composición de Ben Kingsley y Zoey, la angelical Anna Faris, una chica “ecológica” y vegetariana a la que el dictador conoce ocasionalmente durante una manifestación en su contra en pleno Nueva York. El director Larry Charles, al igual que en las anteriores “Borat” y “Bruno”, elige a una comunidad o grupo social como foco de sus burlas. En este caso se trata del mundo árabe y más concretamente de líderes como el ex dictador de Libia o de otros emiratos, ricos en petróleo y gas. Si hasta se atreve a mencionar a multinacionales como BP, Exxon y a la misma Petrochina, a la que le promete el ahora muy popular “shale gas” (gas de esquistos). Las escenas con el representante de China en las Naciones Unidas y su dudosa afirmación de que su país es muy democrático o también su debilidad por George Clooney o Edward Norton (de allí su breve aparición) son muy divertidas. Pero además demuestran que casi ningún país o etnia se salva de las críticas muy ácidas del film. Incluso los Estados Unidos no salen indemnes por ejemplo cuando se afirma que fue construido por “negros” y es hoy comercialmente manejado por chinos. Hasta Obama es mencionado y mostrado en una escena de la televisión americana. Tampoco deja de estar presente la comunidad judía en por ejemplo una de las últimas escenas, con casamiento y “mazel tov” incluido. Habrá varias alusiones a Irán como aquella en la cual Aladeen arenga a su pueblo y les comenta sobre el proyecto de enriquecimiento de uranio con fines exclusivamente pacíficos. Ello quedará totalmente desvirtuado cuando se lo vea visitando un misil y discutiendo con su ministro de defensa sobre la conveniencia de una punta puntiaguda en lugar de redonda y la repetida (en demasía) sugerencia gestual de que le corten el pescuezo a varios de sus súbditos. Tampoco faltarán escenas, muy habituales en films con el zafado actor y también guionista inglés, de muy subido tono sexual como una en que descubre que puede procurarse placer erótico sin tener necesidad de pagarle a una belleza como la mencionada Megan Fox. Pero detrás de toda la comicidad, que por momentos roza el mal gusto y lo escatológico, “El dictador” es ante todo una historia de amor y una reivindicación de la democracia como forma de vida. La banda sonora es todo un hallazgo con composiciones, algunas muy conocidas, en su mayoría en lengua árabe. Unite al grupo Leedor de Facebook y compartí noticias, convocatorias y actividades: http://www.facebook.com/groups/25383535162/ Seguinos en twitter: @sitioLeedor Publicado en Leedor el 20-07-2012
Como en “Borat” y “Brüno”, Sacha Baron Cohen se especializó en mostrar lo peor de la sociedad. En “El dictador”, además, subraya lo político de su discurso. Puede agradar o se lo puede aborrecer, pero no se puede negar lo arriesgado de su apuesta. Aladeen es el dictador de un país ficticio llamado Wadiya que llega a Nueva York para dar explicaciones sobre su plan nuclear. Aladeen es racista, escatológico, pedófilo, antisemita y misógino, pero sobre todo es profundamente antidemocrático. Una verdadera obscenidad que no oculta su naturaleza y a través de la cual Baron Cohen, con saludable desparpajo y humor corrosivo, revela el otro lado del espejo, lo más impresentable de la humanidad. Sugerencia: esperar los créditos finales. Esos minutos son una dosis concentrada de todo lo anterior.
Tras su participación en "La Invención de Hugo Cabret", Sacha Baron Cohen vuelve al cine con el humor polémico y provocador que lo caracteriza. Al igual que en "Borat: El Segundo Mejor Reportero del Glorioso País Kazajistán viaja a América" (estrenada en 2006) y "Brüno" (editada en la Argentina para el video hogareño en 2009), el actor británico vuelve a las andadas al abordar conflictos culturales, religiosos y políticos del mundo actual... y arremetiendo especialmente contra la cuestionada política exterior de los Estados Unidos. En "El Dictador", film en el que vuelve a trabajar bajo la dirección de Larry Charles (productor ejecutivo de las series "Mad About You", "Seinfeld" y "Curb Your Enthusiasm"), Cohen interpreta al Almirante General Haffaz Aladeen, un dictador que se asegura que la democracia nunca llegue a Wadiya, un país situado al norte de África y muy rico en petróleo. Dado que las Naciones Unidas demanda que el líder supremo y amado opresor se presente en Nueva York en una reunión para exponer una explicación sobre los asuntos de su país, especialmente lo relacionado al desarrollo secreto de armas nucleares, Aladeen viaja junto a su Tío Tamir (Sir Ben Kinglsey), su confiable consejero -y también Director de la Policía Secreta, Jefe de Seguridad y Proxeneta de Mujeres- para resolver las inquietudes del organismo. Una vez allí, él y su séquito no son recibidos cálidamente, ya que la ciudad está repleta de exiliados de Wadiya que anhelan ver a su país libre del despótico régimen de este dictador que termina siendo secuestrado y reemplazado por un doble que firmará por él el documento oficial que establecerá el inicio de la democracia. A partir de ese momento, el protagonista deambula por las calles de Manhattan como un refugiado más del estado que él mismo tan "amorosamente" oprime, para tratar de recuperar el poder que le pertenece. Claro que en el medio de esta historia irreverente sobre los líderes de países dictatoriales, hay espacio para la fórmula de la comedia romántica, ya que cruza su camino con Zoey (Anna Faris), una joven activista ecológica a la que conoce en una manifestación en las afueras del edificio de las Naciones Unidas. A diferencia de las películas anteriormente mencionadas, "El Dictador" representa lo mejorcito de las ácidas, críticas y bulgares propuestas de Baron Cohen, ya que aquí, el ingrediente extra es el desarrollo de una historia mucho más inteligente y una producción más cuidada. No les gustará a muchos pero los que eligen ver una de Sacha, saben lo que van a encontrar.
Aventuras del dictador exótico Bienvenida sea la incorrección. No se trata de ninguna película que trascienda nada. Ni fronteras temporales ni relieve estético alguno. Pero es incorrecta. En este sentido, asimilable al desmadre que supusiera Borat (2006), con Kazakhstan como nación ofendida cuando, en todo caso, debiera haber sido la misma Estados Unidos quien se sintiera aludida. Tal como ocurre ahora en El dictador, nuevo peldaño de humor corrosivo de parte del británico Sacha Baron Cohen, quien pareciera comulgar entre su trayectoria de raigambre televisiva y las interpretaciones para otros realizadores como Tim Burton (Sweeney Todd), Martin Scorsese (La invención de Hugo Cabret), y Tom Hooper (Los miserables, de estreno previsto para este año). El dictador africano de Baron Cohen es una sumatoria de rasgos trillados, burlonamente reunidos, desde una corrosión que le sirve de pegamento. De nuevo, así como en Borat, no se trata ?solamente? de mirar con risa mal habida al extranjero, sino de disparar contra la pequeñez mental norteamericana. La caricatura del dictador Aladeen es confluencia de cómo Estados Unidos mira exóticamente a los líderes africanos/sudamericanos/árabes/etc. No importa confundirlos, son todos lo mismo, y basta para el caso la reflexión del agente de seguridad que John C. Reilly encarna, en uno de los varios cameos con los que el film se divierte. El asunto vendrá dado por una visita a la ONU, con el fin de mentir el potencial en armas de destrucción masiva de Aladeen. Una vez en suelo americano, comienza entonces el asunto "príncipe y mendigo", con el líder por fuera de su corona y el imberbe pastor como su reemplazo. Situación que, antes bien, habrá de emparentarse con la supuesta por El gran dictador (1940) de Charles Chaplin, referencia evidente que el film de Baron Cohen habrá de destilar en un discurso final donde la democracia ?a la que Chaplin hablara? será ahora trastocada ?¿o no?? desde una mirada lunática. Pero para ese momento cúlmine, grotesco, antes el ingreso de Aladeen al "modo de vida americano". Como un "refugiado", sin ropas ni alimentos, habrá de compartir trabajo con Zoey (Anna Faris), una enfervorizada militante de los derechos sociales y la vida natural. Si Aladeen significa un extremo burdo, sólo un contrapunto similar podía acompañarle. Es así que, desde un lado y otro, hombre y mujer habrán de lograr coincidir y disentir para, en última instancia, recuperar el trono usurpado o afeitar las axilas de ella. Hay muchos gags, desde una constitución prácticamente televisiva. Pero algunos son memorables, incorrectamente memorables. Sólo ver, o casi ver, cómo Zoey enseña a Aladeen a masturbarse ?con inclusión de imágenes de Forrest Gump? y a descubrir cómo su propia mano puede convertirse en vagina. En esos momentos de desmesura, inconexos, hay también algo de frescura y sí, por fin, mucho de incorrección cierta.
Asquerosamente rica La ficción completa que se descubre en El dictador, sin intervención de civiles en los papeles de sus vidas, debería suponer para Sacha Baron Cohen un mayor desafío cómico: las personas capturadas en los márgenes del relato del personaje ficticio que se metía al mundo real (Ali G, Borat, Brüno) cumplían con gran parte de la finalidad de chistes y mayores planteos de sus episodios para televisión y películas: reaccionar al extremismo de un personaje que parecía salido de un tupper, con las típicas contradicciones éticas de un occidental. Si alguna de las máscaras de Baron Cohen deslizaba una idea ofensiva en el mundo real, no era sorprendente que recibiera una réplica en cuyos basamentos pudiera encontrarse la misma carga de prejuicios y ridiculeces. Un poco adentrados en el choque cultural que combustiona las gracias, las ideas del rapper británico, el periodista kazajo y el austríaco podían tomarse como meras chicanas para recibir algunas muestras de las igualmente monstruosas morales que nos rodean. La destinada a pisar las minas ideológicas del Almirante General de esta película es Zoey, completo contrapeso de principios llevado a desnudar algunos vicios del pensamiento político perfectamente correcto, que rescata al jeque de una protesta en su contra, confundiéndolo por un accidente capilar con un opositor a su régimen. Como les sucede a los anteriores personajes de Baron Cohen, Aladeen termina ganándose la empatía ajena a fuerza de jugar de visitante e intentar imponerse con sus propias armas, mientras los sentimientos que le surgen hacia Zoey y el nuevo mundo que le representa terminan cuestionando sus ideas más fuertes. La radiografía de estos párrafos viene a cuento de cómo se puede esparcir la carga esperable de humor ofensivo durante la película: igual que siempre, lo cual sigue funcionando. La manera en que Aladeen termina cambiando sus nociones básicas de gobierno no lo retira de seguir teniendo algo horrorosamente gracioso que decir para cualquier persona con la que se cruce. El humor de Baron Cohen no choca solamente por la crudeza que salpican los temas serios que pueda abarcar, sino también por la delicadeza que adoptan los momentos vergonzosamente privados de los personajes: tomar la mano de una persona amada dentro de una concha y en pleno parto, masturbarse por primera vez después de años de tener a quién pagarle para evitarlo, hacer trabajo de lengua en las axilas peludas de una mujer. Sumémonos a la conversación servida de diferencias y semejanzas con El gran dictador o Sopa de ganso: son películas sobre dictadores. Personas que por cosas de la vida pueden alternar un día entre la opresión planificada a un pueblo hambriento y bailar con un globo terráqueo, hacer morisquetas frente a un espejo humano o pedirle cucharita a Megan Fox. El dictador solamente actualiza los hobbies, el tono, el ritmo y los límites. Probablemente no sea punto de referencia para una comedia política en 50 años, pero la armonía que forma con el riesgo de sus elementos es un logro suficiente.
Un humor bien ácido, el personaje principal cuando llega a Estados Unidos dice- fue construido por negros y es hoy comercialmente manejado por chinos, entre otras. El escritor, director y productor estadounidense Larry Charles (55 años) trabajó anteriormente con el cómico Sacha Baron Cohen en: Borat (2006) y Brüno (2009) y ahora en está “El dictador” integrada por un prestigioso elenco: Anna Faris, Megan Fox, Ben Kingsley, John C. Reilly, Sayed Badreya, entre otros. Narra la vida del General Almirante Haffaz Aladeen (Sacha Baron Cohen). Lo muestra tal como es, un déspota y absolutista, gobierna a su país desde que tenía seis años, fue nombrado el Líder Supremo luego de la desafortunada muerte de su padre. Este gobierna la República de Wadiya, según muestra el film a través de un dibujo, queda en el Estado de Eritrea, situado al noreste de África, aunque en realidad el lugar es ficticio, en esta zona abunda el petróleo, bastante aislado, pero un día el General Almirante Haffaz Aladeen intenta crear una bomba nuclear, esto termina llamando la atención a la ONU (Organización de las Naciones Unidas),que con la idea de que se transforme en un país democrático y firme la paz es invitado a los Estados Unidos. Este acude a dar un discurso en este país, pero unas horas antes es secuestrado, mientras lo torturan le quitan la barba que es parte de su identificación, logra huir de sus secuestradores y descubre que fue traicionado y para colmo ponen un doble en su lugar, que es quien firmará en su nombre una nueva constitución, para que en su país reine la democracia. Ahora el General Almirante Haffaz Aladeen, se encuentra en las calles de esta Ciudad y se mezcla con la comunidad neoyorquina como un inmigrante, allí conoce a Zoey (Anna Faris, actriz de “Perdidos en Tokio”; “Scary Movie 4”), una joven liberal, propietaria de una tienda de comida dietética de Manhattan con ciertos principios éticos, ella sin conocer nada de él lo ayuda aunque no conoce sus propósitos. Mientras Aladeen se mezcla con la sociedad va descubriendo muchas cosas, donde surgen varios gags y situaciones insólitas de todo tipo, ahora solo le resta poder recuperar su trono y evitar que su país se convierta en una nación democrática y soberana; también cuenta con la ayuda aunque sea impensada de Nadal (Jason Mantzoukas), quien lo conoce bastante. Si te atrajo el tráiler y ya conoces a los personajes creados anteriormente por Sacha Baron Cohen (Borat, Bruno, Ali G.), seguramente conoces la temática y no te la podes perder, sabes que la vas a disfrutar, de lo contrario abstenerse. Esta historia contiene un humor más cínico y mordaz, contexto sociopolítico y cultural, gags de carácter grosero, una generosa dosis de humor slapstick, con algo de sátira, habla del petróleo, las finanzas y los medios televisivos, con un fuerte mensaje, no falta la actriz del momento la infartarte Megan Fox (26 años), como una de las amantes del mandatario. En una escena vemos entre varias fotos de las personas que pasaron por su cama y se ve a Arnold Schawarzenegger, y algunos cameos: Edward Norton, el francés Gad Elmaleh y la maravillosa música (algo de Madonna), y fotografía. Una buena composición de personaje por el lado del actor, humorista y escritor londinense Sacha Baron Cohen, quien también no se dejo encasillar hasta el momento.Trabajó en “Swenney Todd El barbero diabólico de la calle Fleet”, “La invención de Hugo Cabret”; tiene algo a favor su duración es corta y no cansa. Por último Sacha Baron Cohen parece ser un camaleón porque puede llegar a interpretar a Freddie Mercury en la película titulada “A Kind of Magic” para el 2014 y su próximo trabajo es "Los Miserables" será Thénardier en marzo de 2013.
Comedia menor con algunos apuntes brillantes. El Dictador, la tercera película del binomio creativo Larry Charles (director) / Sacha Baron Cohen (guionista y protagonista) después de Borat y Brüno, se trata de una comedia menor que apela casi constantemente al trazo grueso, tanto desde la construcción de los personajes como en la búsqueda de lo risible. Pero entre chistes fáciles burdos y apuntes despectivos sobre medio oriente, aparecen ciento cincuenta segundos excelentes. En esos minutos el dictador Aladeen ante el conjunto de naciones libres pone en cuestión la noción de democracia de los Estados Unidos y gran parte de occidente. Creyendo que habla de su amada dictadura Aladeen habla de las compañías petroleras, la injusta distribución de la riqueza, la reducción de impuesto para las clases altas, la falta de cobertura social para los pobres y los medios de comunicación en pocas manos, entre otros temas. Excepto por ese monólogo agudo y extraordinario, brillantemente escrito, esta película no es mejor ni más filosa que un sketch de "El dictador de Costa Pobre" en los que Olmedo-Sofovich tiranizaban a Fidel (con un personaje mucho más simpático y querible que Aladeen) a la vez que problematizaban el bloqueo.
El actor, guionista, y a veces también productor, británico Sacha Baron Cohen a quien pudimos ver, o sufrir, según cada experiencia, en el filme “Borat” (2006), de Larry Charles, nos acomete con otro personaje construido en base de estereotipos y clisés, cuya única finalidad sería hacernos reír por aquello elementos más conocidos, pero exagerados, sobre los que se basa su elaboración. En realidad, el cometido se cumple. Uno hasta puede reírse por momentos, pero el argumento por su vacuidad y la disposición de su discurso se evaporan pocos minutos después de finalizada la proyección. Lo más evidente es que su “dictador” pone por sobre todas las cosas la mirada en los reales dictadores que existen dentro del mundo árabe, más allá de que el filme este dedicado al coreano Kim Jong-il. Pero tiene otros elementos que dan cuenta de la occidentalización del personaje, principalmente su vestimenta típica de los uniformes de gala de los generales estadounidenses, el medallero en su pecho, que en este caso esta como todo, exagerándolo en extremo. El historia comienza con el General Almirante Aladeen (¿Aladino?) llegando al palacio para, desde “su” balcón, dar un discurso a “su” pueblo para informarles que el uranio enriquecido que han logrado lo usaran para fines pacíficos, pero no puede terminar la frase pues comienza a reírse, dando a entender que ni él se cree lo que esta diciendo. Todo el filme trata de instalarse como una comedia zafada, irreverente, provocativa, con caídas en lo escatológico, menos asiduas que en las anteriores películas del actor, pero igualmente sin lograrlo, asimismo instalarse demasiado en lo políticamente incorrecto. Esto desde el punto de vista que aquello que trata de satirizar, ya por lo que es y que será visto por personas del mundo occidental, y si a esto se le puede sumar el personaje de Zoey (Ana Faris) quien jugaría como contrapeso del personaje del dictador, siendo esta joven un dechado de virtudes de corrección política. Y ya entramos en el relato. El dictador debe viajar a los Estados Unidos de Norteamérica, e una reunión de las Naciones Unidas, allí viaja junto a su comitiva y el infaltable “doble” que todo tirano debe tener. Apenas llegado, el verdadero dictador es victima de un atentado y secuestrado por un militante de extrema derecha, una de la pocas genialidades que entrega el filme, interpretado por John C. Reilly, pero es tan corto su aporte que se pierde dentro del texto fílmico y termina por ser olvidado. Luego de liberarse de sus raptores, y mientras intenta de volver con los suyos, se entera que ha sido reemplazado por su doble y al mismo tiempo conoce a la joven Zoey, personaje que no sólo esta puesto como contrapunto, sino que además juega como sujeto principal de una de las subtramas, por demás previsible, pero que gracias a Ana Faris le otorga a la realización una bocanada de aire fresco. Es de destacar la banda de sonido, con versiones muy sui generis de temas musicales conocidos y reconocibles, jugados por momentos en términos narrativos, algo más esta diciendo con la canción, o en forma de apuntalar y darle más fuerza discursivas a las mismas imágenes. Los demás rubros técnicos no sobresalen por su elaboración, si bien están dentro desorden de la corrección: la dirección de fotografía, el diseño de vestuario, la dirección de arte en general. Por lo que los valores de la producción quedan supeditados a los intentos satíricos que propone, incluyendo otros personajes que están bien pensados, y posiblemente mejor incluidos, tales como el agregado cultural chino con su sola obsesión, la de tener relaciones con cualquier figura de cine de Hollywood sin importar sexo y edad, o la escena de la parturienta, pero su falta de consistencia en el desarrollo, tanto de las tramas como de los personajes, van deteriorando la importancia de los mismos y quedan sólo establecidos como meros sketches más del orden televisivo que cinematográfico. Te reís. No pretendas más.
Con un personaje ideal para su particular modalidad humorística, Sacha Baron Cohen presenta con El dictador una nueva e irreverente comedia. Su controvertido líder totalitario Haffaz Aladeen se amalgama perfectamente con su personalidad, a unos años de Borat, el film en el que caracterizaba a un desaforado y freak periodista proveniente de un ficticio país de Europa del Este. Y el resultado es positivo, Cohen se afirma como capo cómico con un producto que genera indudable diversión, alcanzando algunos momentos desopilantes y otros tan despojados de filtro que bordean el mal gusto y la escatología. El actor y el director Larry Charles (responsable también de Bruno, el segundo protagónico del comediante no estrenado aquí) se las ingenian para llevar al protagonista a los EE.UU., como ocurriera en Borat, lo que permite que Aladeen interactúe intempestiva y disparatadamente en territorio norteamericano, dejando traslucir posturas políticas, contrariando sin pausas valores occidentales y cristianos y dejando expuestos prejuicios de todo tipo contra los tipos humanos de Medio Oriente. Este recurso vuelto a aplicar redunda en una menor sorpresa con respecto a aquella comedia desbordante. En su cuarta película, Charles –también responsable de series memorables como Seinfield y Loco por ti-, más que destacarse como cineasta, actúa fundamentalmente como propiciador de la ironía corrosiva de Cohen y del espíritu satírico del trío de guionistas. El dictador ofrece alguna escena antológica, como la del helicóptero, y otras más dudosas como la de la tortura y la del parto,que aún así producen risotadas. Además de las buenas participaciones de actores ilustres como Ben Kingsley y John C. Reilly, algunos cameos insospechados de Megan Fox y Edward Norton proporcionan otros pasajes –incómodamente- disfrutables.
Generalmente llegar a ser nada más que nominado para un Oscar es un evento importante que nadie en su sano juicio querría desaprovechar. Yo, al menos me pondría un traje caro y estaría peinándome toda la tarde. Sacha Baron Cohen hizo lo mismo pero al revés. Por motivo de la película que nos convoca, The Dictator (2012, Larry Charles), este señor cayó a la mítica alfombra roja disfrazado de su personaje y con una urna llena de las supuestas cenizas de Kim Jong-il (dictador norcoreano que se hacía llamar Líder Supremo), manifestó sus intenciones de tirárselas en el pecho a Halle Berry. Todo esto sin contar que la Academia había recomendado públicamente que no lo hiciera. Si esto pasó en la previa, la película supera toda expectativa. Esta es la película de un dictador, un personaje excéntrico, violento, malcriado y todas las cosas malas que se les puedan ocurrir. Es comprensible, ya que nunca conoció límites para sus caprichos dentro de su país e hizo y deshizo a discreción del pueblo de la República de Wadiya. Pero va a tener que bajar al mundo real cuando por una traición sea desplazado por un doble y vague por las calles de Nueva York a merced de ciudadanos que no lo reconocen. Allí conoce a Zoey, una activista en contra de su dictadura, que lo atiende, le da ropa y trabajo. Y desde allí planear su vuelta al poder. Qué decir de Sacha Baron Cohen que no se haya dicho: la composición de sus personajes no sólo satiriza al estereotipo mostrado sino también a toda la sociedad. En ese sentido, no hay quien se salve. Tanto los del norte de África como la sociedad norteamericana recibe sus fuertes críticas. Y no con muchos rodeos. El Dictador Poster 419x600 El Dictador: Una divertida crítica a la moral cine Eso es lo distintivo de esta película de sus anteriores: su visceralidad. Dejando de lado la estética del falso documental y adoptando una narrativa simple, puede tirar explosivos (terminados en punta o redondeados al final) que dejan tambaleando la “moral” preestablecida del espectador medio estadounidense. Es así como nos deja a todos en un offside ideológico, no queriendo quedarse en un humor correctamente político. Pero no la incorrección por la incorrección misma, sino que en pos de hacernos rever nuestro sistema de pensamiento. ¿Quiénes son los malos? ¿Y los buenos? Que aparezca una película que se aleje de lo binario (y más en temas controversiales) en el circuito comercial es una gran noticia para el cine. La visión casi infantil del Líder Supremo, Aladeen es la que lleva el hilo de la película, sus prejuicios y su fascismo causan las mayores risas. Lo acompaña Anna Faris, más conocida como Cindy de la saga Scary Movie, haciendo el papel que mas tocará la fibra íntima de los lectores de esta página. La corrección política llevada al extremo, a la ridiculización. Feminista, vegetariana, militante por los derechos de habitantes de países a los que nunca irá, encarna la otra cara del dictador. Entonces, si los dos “lados” (imposible no caer en lo binario) son satirizados, ¿qué pensar? Por suerte esta película no nos lo dice y confía en nosotros para que lo hagamos. El arte es aquello que moviliza, aquello que despierta identificaciones, sentimientos e ideas. El buen arte está constantemente en la búsqueda de la incomodidad del espectador para que éste logre su propia concepción del mundo. Bueno, algo de eso hay en esta película.
El Gran Dictador Sacha Baron Cohen es un comediante desopilante, y ha pergeñado con el director Larry Charles esta historia acerca de un dictador de medio oriente que supera lo imaginado y que basa todo en una serie de delirantes situaciones, y de irreverente humor. Ante una visita a EEUU, sus propios secuaces planean reemplazarlo por un sosìas para poder manipular al mandatario, encima allì estàn exiliados casi todos su enemigos polìticos y hay una desiciòn absoluta de imponer la democracia en su paìs. Asì ante un inequìvoco hecho, el sin igual tirano Aladeen es reemplazado, deberà huir y ocultarse como un inmigrante màs, tambièn conocerà la otra cara de las cosas y se relacionarà con un chica rebelde, que en su comercio naturista alberga exiliados inmigrantes de varios paises y que levanta el estandarte de los derechos sociales. Dentro de un cuadro generoso en gags de todo tipo, algunos chistes fàciles y escatològicos, y hasta de difìcil manera de digerir ya que son terriblemente "incorrectos" -juega con su "Play" a liquidar atletas judìos en las olìmpiadas de Munich, suceso que de veras ocurriò-, pero que ningùn caso dejan de reflejar, criticar, molestar, la idea reaccionaria de la mentalidad norteamericana.Por eso destaca y se hace visible como comedia entretenida y dispuesta a hacer reirnos.
You are the last great dictator Por esas cosas que tienen las fechas de estreno, en una misma semana llegan dos comedias que emplean motores totalmente distintos para generar risa. Por un lado, la versión Farrelly de Los 3 Chiflados; por otro, una nueva provocación de Sacha Barón Cohen: El Dictador. Pero la segunda es la que importa en este caso. Honestamente, no sabía qué esperar de esta especie de trilogía dirigida por Larry Charles y protagonizada por Baron Cohen -que también fue coguionista-. Primero vino la sorpresa que fue Borat y después la decepción de Brüno -el padre de la criatura que deja de lado los experimentos sociales que buscan la "reacción genuina" para dar lugar a la ficción-.
Sueños de un opresor Es una obviedad que vale volver a subrayar: el humor de Sacha Baron Cohen o te gusta o te repele; sus personajes te hacen reír o te parecen la más grande idiotez salida de Gran Bretaña (después de Austin Powers). Si estás entre el primer grupo, podés entrar al cine a ver su última película, El dictador, sin salir decepcionado. La comedia retoma la estela de Borat y Brüno, aunque ahora el estereotipo en el que unta su creación es otro: el dictador del ficticio país de Wadiya, un tirano que queda en pie tras la muerte de Gadafi, Hussein y Bin Laden, y que se ve obligado a viajar a Estados Unidos para enfrentar las acusaciones de las Naciones Unidas. El choque cultural entre la vocación de opresor de Aladeen (tan racista y misógino como falto de luces) y el discurso de libertad del sueño americano dispara las situaciones de humor, sobre todo cuando conoce a una joven feminista, vegana y militante (Anna Faris) que es su guía espiritual por Nueva York. A su alrededor, desfilan cameos y participaciones de actores y comediantes varios, como John Reilly, Fred Armisen, Megan Fox o Edward Norton. Un punto a favor de la nueva intrusión de Baron Cohen es que deja de lado la interacción con personas de la realidad, se aleja del humor espontáneo del mockumentary y busca esa efectividad en un guión que enlaza gags en una historia más sólida y se permite perfeccionar su incorrección (el diálogo a bordo del helicóptero sobre el 9/11, imperdible). Un punto en contra es que allí donde la palabra y las situaciones se quedan cortas, el director Larry Charles echa mano de los guiños escatológicos (marca de autor de sus filmes) que, a veces, no cumplen más función que provocar sonrisas pobres. Aun así, quien disfruta de su humor saldrá pensando "Larga vida a Aladeen".
El hermano bobo de Borat Lamento no coincidir con muchos colegas, pero "El Dictador" me supo más a la fallida "Bruno" que a esa gran comedia ácida y original que fue "Borat". No hay dudas de la capacidad de Sacha Baron Cohen para la comedia, de hecho creo que es el exponente más auténtico y relevante de los últimos años, pero esta nueva entrega de humor políticamente incorrecto no le llega ni a las rodillas a lo que fueron en su momento las andanzas del conductor de TV kazajo llamado Borat. Lo bueno de esa 1ra colaboración entre Baron Cohen y el director Larry Charles era el despreocupado uso de la discriminación, la violencia de género, la religión y demás temas tabú para hacer humor ácido y crítico hacia la sociedad que componemos entre todos, seamos negros, blancos, musulmanes, cristianos, ateos, etc., pero no debemos olvidar que otro golazo de ese proyecto fue presentar el film con un formato de tipo documental, donde muchas de las situaciones parecían no estar esayadas y ser parte de la locura que sembraba el personaje, lo que le dio ese sello realmente bizarro y original. Con esta 3ra colaboración (la 2da fue "Bruno") se deja de lado el formato "documental" y se la filma como cualquier comedia default que podemos ver año tras año en la gran pantalla, siguiendo el perfil humorístico de Baron Cohen pero añadiéndole gags demasiado forzados y predecibles, seguramente introducidos por el aparato comercial de los estudios que producen la peli. Hay diálogos que son muy acartonados, algunos chistes muy pavos como el tema de las ejecuciones, el interrogatorio con John C. Reilly, los insultos del ministro chino y el desenlace es bastante pobre también. Tiene algunos buenos momentos que la colocaría por encima de "Bruno" pero se queda en el camino entregando una historia bastante mediocre. En el cine el efecto contagio es palpable, la risa se propaga rápidamente, pero si nos abstraemos un poco y pensamos si realmente es divertido lo que está sucediendo en pantalla nos daremos cuenta que hay mucho chiste fácil y no tanto ingenio en la construcción del humor. Sólo para aquellos que están buscando desconectarse un poco de la rutina diaria y tienen la carcajada dispuesta a dejarse seducir por algunos chistes viejos y de poca elaboración.
Publicada en la edición digital #242 de la revista.