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Memoria en fragmentos Con el devenir de los años la memoria suele fallar y el fantasma de la demencia les llega a todos los seres humanos en mayor o menor medida y pasa a combinarse con una vejez que al sentir aproximarse la muerte tiende a exacerbar un instinto de supervivencia que lleva a buena parte de los hombres y las mujeres a volcarse hacia un egoísmo más que entendible en el que todo y todos ya no importan lo que solían importar e incluso las pequeñas rencillas y/ o traumas de otros tiempos pueden agrandarse al punto de convertirse en verdaderas pesadillas sin control. Al individualismo de pocas pulgas del que marcha seguro hacia el encuentro final con la parca se suma la paranoia y la desconfianza subsiguiente que trae aparejada la enajenación progresiva del sujeto/ representante de la tercera edad, quien por un lado se vuelve más agresivo, suspicaz e intolerante con su entorno y por el otro lado necesita de mayores cuidados, precisamente, de parte de ese entorno al que comienza a despreciar, lo que genera una bomba de tiempo que gran parte de la humanidad pudiente resuelve enviando a los ancianos a asilos y el resto, la enorme mayoría de la humanidad a secas, conviviendo con el problema e improvisando en el trajín hasta el fallecimiento del veterano, remate literal del ciclo de la vida porque así como los progenitores se encargaron de los hijos, los cuales por cierto son unos parásitos inmundos que tardan la friolera de dos décadas en madurar a diferencia de gran parte del resto de la fauna del planeta, los vástagos a su vez deberán hacer frente a unos padres cada día más infantilizados y atados a los problemas de salud de turno y las posibilidades concretas de sus hijos a la hora de cuidarlos o directamente sacárselos de encima tercerizando toda la responsabilidad en instituciones. Estas son las nociones que se mueven por detrás de cada escena de El Padre (The Father, 2020), debut como realizador cinematográfico del dramaturgo galo Florian Zeller, aquí adaptando su propia y aclamada obra homónima de 2012, parte asimismo de una trilogía dramática con toques de surrealismo y comedia negra acerca de los vínculos familiares deshechos y sus consecuencias que se completa con La Madre (La Mère, 2010) y El Hijo (Le Fils, 2018). Ya adaptada previamente a la gran pantalla en la inferior Florida (Floride, 2015), dirigida por Philippe Le Guay y protagonizada por Jean Rochefort y Sandrine Kiberlain, la puesta, Le Père en el francés original, explora no sólo la destrucción de los lazos hogareños entre los distintos miembros de la parentela sino también la sensación de confusión permanente que genera la demencia al adoptar el punto de vista del enfermo de turno, ese padre del título que responde al nombre de Anthony (el mítico Anthony Hopkins en el film), a través de los ojos del cual somos testigos de una retahíla de encuentros y desencuentros entre los personajes protagónicos ya que si existe algo que domina el fluir cotidiano del veterano de 83 años es una constante desorientación enmarcada en rostros diferentes que se entrelazan en la misma persona, recuerdos que se yuxtaponen con otros, olvidos recurrentes símil obsesiones monotemáticas y en especial episodios fantásticos con un fuerte asidero en la realidad ya que cada sutil instante de desconcierto por parte del octogenario nos reenvía a alguna escena anterior o posterior de su vida, indudablemente creando una gran empatía con el espectador porque el susodicho comparte la perplejidad y de a poco comprende al anciano que la sufre tratando de hilvanar los datos acumulados. La lógica y toda la praxis diaria de Anthony comienzan a venirse abajo cuando no puede determinar si está en la casa de su hija Anne o en la propia de Londres, si la mujer tiene la cara de Olivia Colman o de Olivia Williams, si continúa casada con su marido de siempre, Paul, o si ya se separó y planea mudarse a París, si el hombre responde al rostro y los rasgos físicos de Rufus Sewell o de Mark Gatiss, si dejó su anhelado reloj de pulsera en tal lugar o en otro del departamento londinense, si realmente su última cuidadora/ enfermera, Ángela, le robó el reloj o no y si el remplazo de la anterior, la jovencita risueña Laura (Imogen Poots), se parece realmente -o quizás no, para nada- a su querida hija menor, Lucy (Evie Wray), una pintora que murió en un accidente y que el hombre sigue considerando viva creyendo que en cualquier momento podría volver de sus supuestos viajes alrededor del mundo para compartir momentos y hacerle compañía a su padre como cuando niña. Toda la película es un encadenamiento de situaciones de índole teatral pero hoy por suerte sin la pesadez del minimalismo visual tradicional de otras traslaciones de obras pensadas para las tablas gracias en gran medida a la fluidez de la fotografía de Ben Smithard, quien logra que la claustrofobia sea abstracta y vinculada a la insania espaciotemporal del patriarca y no producto de la poca imaginación de la puesta en escena y los planos, triste rasgo de tantas otras propuestas semejantes. Como si se tratase de un cúmulo de flashbacks y flashforwards, la odisea de Zeller se centra en ese paradigmático período de crisis en el que la familia burguesa en cuestión, aquí en esencia el único sobreviviente cuerdo del clan, Anne, decide poner en un geriátrico al enfermo mental porque tiene los nervios colapsados. Colman y Williams están muy bien aunque por supuesto el eje de la faena es un Anthony Hopkins extraordinario que se luce tanto en los instantes de vulnerabilidad casi infantil, en los que la vejez se acerca peligrosamente a ese ciclo de regresión al que apuntábamos con anterioridad, como en los chispazos de cólera en línea con el enérgico momento en el que acusa a Anne de pretender quedarse con su inmueble declarándolo loco y mudándolo, de hecho, a un asilo. Cualquiera que haya visto algún exponente de la multitud de tragedias y comedias sobre la vejez que nos ha ofrecido el séptimo arte a lo largo de toda su historia deducirá rápidamente que el hombre ya está en un hospicio y que lo que vemos es una ensalada de recuerdos cruzados/ caóticos/ más o menos modificados que responden casi a la dialéctica de los sueños, los cuales como la demencia extrapolan ideas y situaciones todo el tiempo y los combinan con utopías, deseos y miedos muy profundos en función de los cuales la psiquis hace lo que puede para tratar de encontrarle sentido a lo que no lo tiene, fetiche ancestral del ser humano como si la vida pudiese reducirse a determinado número de factores y relaciones estables entre ellos. Zeller trabaja muy bien los distintos arquetipos de estas situaciones, desde la hija comprensiva aunque bordeando la histeria y el marido egoísta que sólo quiere desembarazarse del anciano hasta la representación idealizada de un pasado que no regresará jamás, desde ya simbolizado en Lucy, y la intervención entre indiferente y necia de la lacra médica de los doctores y los enfermeros, espectro que a su vez abarca la tarada de Laura, la más experimentada en la piel de Williams, ese médico sorete al que le importan nada de nada sus pacientes que personifica tácitamente Gatiss y la psiquiatra que se compadece del sufrimiento de los familiares pero no puede hacer mucho para evitar el proceso de deterioro psicológico del enfermo, en esta oportunidad la Doctora Sarai (Ayesha Dharker). Más allá de una previsibilidad contextual que responde al séptimo arte y el cúmulo de films parecidos al presente, El Padre logra entregar instantes inspirados de suspenso, humor negro y drama apesadumbrado en torno a los corolarios del suplicio natural e indefectible, enfatizando que casi siempre lo que necesitan los ancianos es una mínima compañía que no debe confundirse con complacencia barata o lástima, bálsamo que hace olvidar -valga la redundancia- una memoria desperdigada en múltiples fragmentos…
Anthony Hopkins nos ofrece una vez más una actuación magistral en el primer largometraje de Florian Zeller, drama laberíntico a puerta cerrada sobre la vejez y el desvanecimiento de la memoria. Adaptada de la obra de teatro escrita por el mismo Florian Zeller, El padre (The Father, 2020) podría efectivamente ser una obra de teatro clásica: pocos personajes, un solo escenario, una acción reducida. Tal como en el teatro, los personajes entran y salen de cuadro y la narración se sostiene en un mismo espacio, que se va transformando gracias a numerosos elementos de decoración. En la película, este espacio es el amplio y cómodo departamento londinense donde vive Anthony (Anthony Hopkins), truculento hombre de ochenta años, junto a su razonable hija Anne (Olivia Colman). El dilema principal aparece casi de entrada: Anthony tiene episodios de confusión más y más frecuentes y Anne tiene que tomar una decisión para su futuro (el de ella y el de su padre). ¿Puede seguir cuidándolo y poner en jaque sus proyectos propios o prefiere mandarlo a una institución, a costa de perderlo un poco más? Este planteamiento es el de una tragedia griega: no hay solución adecuada, sólo resoluciones imperfectas. Es en la construcción de un tiempo particular, inscripto en las imágenes y en su ritmo, donde el poder del cine entra en juego y hace que la película se eleve y proponga algo más que la teatralidad del argumento. Estructurada según el punto de vista de Anthony, que poco a poco pierde la memoria, El padre tiene, como su mente, una estructura elíptica, hecha de agujeros y de vacíos. Eso permite perdernos, confundirnos, dando por momentos un tono de thriller a la atmósfera: ¿Vemos lo que él percibe o será posible que eso sea la simple realidad? Volviéndonos detectives, sometemos entonces cada detalle del departamento - que se transforma con sus recuerdos, y donde los diferentes tiempos se superponen de manera desenfrenada - a una revisión exhaustiva. En este laberinto donde el tiempo se vuelve circular, Anthony no tiene más certezas: empieza a dudar de todo lo que le rodea, hasta de su hija, y poco a poco de él también. A medida que vamos avanzando en las profundidades de la mente de Anthony, la ingeniosa edición (a cargo de Yorgos Lamprinos) corre el velo de unas zonas de sombra, haciendo de la película una experiencia vertiginosa. Es una suerte que este vértigo se pueda vivir en la experiencia común de la sala de cine, en pantalla grande, atrapadxs en este departamento junto a Anthony Hopkins.
“El Padre” se apunta dentro de las candidatas a mejor película en los premios Oscar y no encuentro motivo por el cual no debería estar allí. Estamos frente a un film que muy probablemente - y en mi opinión- dejará una huella en el camino del cine y en la memoria de cada persona que se haya sumergido en esta experiencia. Porque las buenas películas son eso: experiencias que nos permiten vivenciar a flor de piel sin la necesidad de estar transitando por esa situación en nuestras vidas. Y es exactamente esto lo que Florian Zeller logra con este profundo y delicado trabajo. Anthony (Anthony Hopkins) tiene 80 años y vive solo en su departamento. Al mismo tiempo, su hija Anne (Olivia Colman) lleva un largo tiempo buscando a una enfermera que pueda cuidar a su padre, debido a que ella tiene pensado irse del país muy pronto. Entre un ida y vuelta de charlas, medicos, familia y habitaciones, la mente de Anthony se deteriora al ritmo de una mezcla de recuerdos e ilusiones mientras transita el doloroso padecimiento de la demencia senil. Historias simples contadas de maneras profundas pueden llegar muy lejos. Este tipo de suceso es el que en mi opinión, nos muestra el poder y la esencia del lenguaje audiovisual en el esplendor de la simpleza. Si bien el film cuenta con una producción de alto nivel, no tengo dudas de que en el caso de haber contado con un presupuesto más acotado, hubiese logrado dejar el mismo mensaje en el espectador. Esto se debe a que el guion se hace valer por su cuenta y no pretende de ayudas ajenas. La construcción del mismo nos lleva desde un suceso pequeño a un mundo enorme y repleto de detalles, como si el tiempo se detuviera y cada acción, por más corriente que sea, se volviera especial. La verosimilitud de cada diálogo con el perfil de cada personaje nos traslada a un escenario crudo en el que podemos vernos reflejados e identificados y hasta transportados hacia algún recuerdo de nuestras vidas en el que nos vimos frente a un episodio similar. Nos interpela y nos pone incómodos. El trabajo de dirección se complementa a la perfección con la calidad actoral de Hopkins y Colman, quienes supieron interpretar de manera extraordinaria la sensibilidad de cada personaje. El inmenso talento de Anthony sobrepasa la pantalla y nos estremece a cada instante. Es increíble como adoptó tan dramática y delicadamente la actitud y naturaleza propias de un paciente diagnosticado de demencia senil y lo expuso en cada gesto, mirada y movimiento. Su interpretación le suma un gran valor al film y lo enaltece de manera exponencial. No puedo evitar mencionar a Ludovico Einaudi, quien con su pieza musical marca una estética muy adecuada para el contexto de la historia. Personalmente, al escucharla puedo sentir el paso de los años avanzando, cada vez más firme y tomando más territorio. El filo del tiempo corrompe los pensamientos, las sensaciones, nuestro más interno poder de vivir como lo que siempre fuimos. Es impecable y movilizante. Los departamentos de fotografía y arte cumplieron un papel fundamental, aportando todo lo necesario para crear de este proyecto un producto que resalta y se destaca por los personajes. Los escenarios no son pretenciosos, dejando que la atención se encuentre en la presencialidad del actor en escena, pero sin descuidar la estética y el valor de lo visual. Estamos frente a un film que merece nuestro tiempo. Sin dudas vale la pena dejarnos llevar por el torrente de dudas, ideas y reflexiones que la cinta despierta en cada uno de nosotros. Destaco el respeto y la rigurosidad con la que se manejó el tema, y celebro que el cine continúe siendo portavoz de temáticas semejantes. Esta pieza puede que revele una gran oportunidad para los padecientes de la enfermedad, de hacer ver su realidad y así lograr un mayor nivel de empatía y comprensión desde su entorno. Por Milena Orlando
Critica emitida en radio. Escuchar en link.
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Adaptada al cine por el realizador en base a su propia obra teatral, la película protagonizada por Anthony Hopkins y Olivia Colman se centra en la complicada experiencia de un anciano que empieza a sufrir demencia senil. Nominada a seis premios Oscar. Existe alguna manera cinematográfica de capturar una experiencia tan particular y extrema como la demencia senil? Y de existir, ¿debería el cine intentarlo? En THE FATHER, adaptada de su propia obra teatral, el autor y realizador francés trata de capturar lo que se puede suponer que es la esencia de una experiencia tan dolorosa y compleja como puede ser perder la noción de la realidad. No lo hace mediante efectos especiales ni inventa recursos raros para tratar de transmitir cómo puede vivirse una situación así. Lo hace de una manera bastante simple y directa: a partir del montaje. Se trata de una historia muy simple, aunque sea difícil explicarla ya que nunca se sabe del todo qué es real y qué no lo es en lo que vemos. En principio diremos que Anthony Hopkins encarna a Anthony (ahí sí no hay confusión posible), un octogenario que vive en un elegante piso londinense. Su hija Anne (Olivia Colman) es la que se ha dedicado a cuidarlo con ayuda de distintas enfermeras, pero el hombre ha hecho renunciar a otra más (no es la primera), acusándola de haberle robado dinero. Anne le anuncia que se va a ir a vivir a París y que le va a presentar a otra chica para que se encargue de cuidarlo. Anthony, presumiblemente, no quiere saber nada. Aquí es donde la película revela sus trucos. Lo que estamos viendo es cómo experimenta Anthony la situación, cómo parece ir perdiendo, recuperando y volviendo a perder la noción de la realidad. Es por eso que las personas, los rostros, los tiempos y los escenarios empiezan a mezclarse. Un rato después ve a un hombre en su casa (¿es realmente su casa?) y le pregunta quién es, ante la risa del interrogado. «Soy el marido de tu hija», le dice. Y cuando Anne reaparece tiene otro rostro (el de Olivia Williams) y Anthony no la reconoce. Y más adelante el propio marido de Anne vuelve y tiene otra cara (Rufus Sewell) acrecentando la confusión del hombre quien, encima, supone que todo es parte de un plan para quedarse con su plata y con su casa. Mediante el uso del plano y contraplano, con sutiles cambios de escenografía y generando momentos de distancia –entradas y salidas de cuarto– para que los actores cambien en la misma escena o secuencia, THE FATHER va profundizando la confusión del hombre. Pronto serán más: confundirá a una enfermera (Imogen Potts) con su otra hija, no sabrá si está en su casa o en la de su hija y hasta verá que Anne le asegura que jamás le dijo que se iba a vivir a Francia. Zeller no juega demasiado por el lado del suspenso. Si bien Anthony «vive» situaciones que parecieran acrecentar su idea de que hay una trama familiar en contra suyo, el espectador siempre tiene en claro que todo es parte de la progresiva desorganización de su cerebro, algo que incluye también momentos agresivos, regresivos y otros muy simpáticos en los que parece desarrollar habilidades que ni él sabía que tenía. A partir de esta «apuesta» por recrear ese tipo de fragmentación mental –que tiene algunos puntos de contacto con ejemplos como UNA MENTE BRILLANTE, por ejemplo–, Zeller, su veterano coguionista Christopher Hampton y el propio Hopkins van construyendo una especie de rompecabezas emocional de un hombre que no tiene muy claro su pasado ni su presente y que, por momentos, va siendo consciente de esa pérdida. Y si bien las experiencias del resto de su familia y de las personas que lo cuidan nos llegan casi siempre atravesadas por su perspectiva, THE FATHER logra transmitir también la angustia y el dolor de Anne, que va cayendo en la cuenta que su padre ya no es quien era y que no hay nada que pueda hacer para remediarlo, más allá de ayudarlo en sus necesidades básicas o contratar a alguien que lo haga. Colman es acaso la actriz más generosa del cine contemporáneo. Aquí, como en THE CROWN, se convierte en una suerte de pilar de entereza y dignidad (entre otras cosas) con una actuación contenida que no llama la atención sobre sí misma sino que sirve como partenaire del personaje más «extravagante» o excéntrico. En la serie sobre la realeza era Gillian Anderson haciendo de Margaret Thatcher y aquí es Hopkins, quien se encarga del trabajo más directamente expresivo, algo que hace con su más que reconocido talento. Es un personaje difícil de construir y de sostener debido a su permanente estado de confusión, pero el actor de EL SILENCIO DE LOS INOCENTES logra que los espectadores puedan entender los vaivenes de su Anthony, un hombre que carga dolores y traumas del pasado que se le vuelven reales en el presente. Demasiado reales. THE FATHER tiene, como varias otras películas celebradas o nominadas a premios este año (esta es candidata a seis premios Oscar), una estructura fuertemente teatral que limita sus posibilidades expresivas. Zeller logra mediante el montaje darle un aura cinematográfica a algo que en el escenario, uno imagina, se debe resolver mediante entradas y salidas de los actores y juegos con las luces y la escenografía. Pero no siempre es suficiente y por momentos esas limitaciones se sienten. De todos modos, gracias a los personajes y, fundamentalmente, a la universalidad de la situación, la película logra transmitir las emociones, la confusión y los miedos que atraviesan sus criaturas. Es una experiencia fuerte, triste y dolorosa que pone en el centro de la cuestión lo tenue que puede ser el hilo que nos une con eso que llamamos realidad.
El mundo alrededor de Anthony (Anthony Hopkins) se deshace frente a sus ojos. El tiempo y el espacio no parecen respetar las reglas habituales, los rostros familiares se intercalan con otros desconocidos. Nada es lo que parece. Jubilado hace tiempo, él vive solo en el departamento donde pasó décadas de su vida, con la visita ocasional de su hija divorciada Anne (Olivia Colman) que vive en otro departamento cercano para mantenerse al alcance cada vez que la necesite. O quizás sea que él vive con ella y su marido en el departamento de ambos, poniendo en gran tensión la relación entre ellos. Quizás Laura (Imogen Poots) sea la joven que Ann planea contratar para que acompañe a Anthony durante el día, pero también podría ser la que él mismo echó violentamente del departamento convencido de que es una ladrona que aprovechó un descuido para quitarle su antiguo reloj de pulsera. Los eventos, los espacios y las personas se mezclan en una marea confusa que sucede en simultáneo frente a los ojos de Anthony, pero el padre de esta familia no está dispuesto a dejarse intimidar ni reconocer el miedo que todo esto le produce. El padre solo quiere saber la hora Basada en la exitosa obra de teatro de su propia autoría (fue adaptada en muchos países, recolectando premios de todo tipo), Florian Zeller debuta como director de cine con El Padre después de varios trabajos como guionista y dramaturgo, mostrando un nivel de pericia y oficio inverosímil para su breve carrera. Y por si fuera poco lo hace contando algo tan complejo como el deterioro de la consciencia y la memoria de un hombre anciano desde su propia experiencia. Desde la perspectiva de Anthony, El Padre (The Father) es casi una historia de terror psicológico donde las cosas suceden con lógicas extrañas, donde un grupo de personas visten diferentes rostros según el momento del día sólo para torturarlo; una situación en la que él se siente orgullosamente obligado a mantener la compostura y disimular su desconcierto, con distintos niveles de éxito. La versión cinematográfica de El Padre mantiene mucho del ritmo, el estilo y la estructura de una obra de teatro, como el desarrollarse contenida dentro de una misma locación o el depender fuertemente de la actuación de unos pocos intérpretes que ejecutan líneas de diálogo precisas; pero a diferencia de muchas otras adaptaciones similares, El Padre en ningún momento parece una obra de teatro interpretada frente a una cámara. Agrega mucho código audiovisual a su narración para convertirla en más que eso. Por ejemplo, al mismo tiempo que un montaje fluido hace parecer que todo sucede en una sucesión lineal y continua de eventos, pequeños cambios en la puesta en escena, el vestuario o hasta el maquillaje delatan los saltos temporales que la deteriorada mente de Anthony no puede percibir y que ponen en duda cuánto de lo que vemos es real. Anthony Hopkins, atrapado en el limbo del tiempo y el espacio Es la increíble actuación de Anthony Hopkins lo que mantiene unido todo lo demás, cosas que probablemente no se lucirían si su protagonista no conmoviera en cada momento que está en escena. Fluctúa de irascible o asustado a carismático y encantador con un chasquido, le alcanza con un cambio en la mirada para transmitir una nueva emoción o hasta para hacer avanzar la historia. El Padre podría ser un concierto de golpes bajos y lugares comunes que centre su narración en la lástima hacia un personaje como Anthony o la familia que sufre viendo su deterioro, pero hace grandes esfuerzos por esquivarlos. No siempre lo logra, pero mantiene la postura de contar la historia a través de sus ojos y de transmitir lo que él siente. Va en el sentido contrario al que suelen emplear las películas de este tipo, que tienden a estar contadas desde la perspectiva de la familia encargada de cuidar de una persona como Anthony y narrar el sufrimiento de ver cómo la mente y la identidad de esa persona amada se va deshaciendo progresivamente en el aire, hasta solo dejar una cáscara de lo que supo ser. Como resultado de todo esto es que El Padre ofrece una historia compacta y potente que no da respiro. Anthony Hopkins se carga al hombro una historia que difícilmente no tenga un tremendo peso emocional sobre él, porque encarna un personaje con el que comparte nombre y edad, enfrentando una enfermedad que aterroriza a cualquiera pero especialmente a quienes se acercan al momento de la vida en que suele manifestarse.
“El padre”, obra teatral del francés Florian Zeller, articula el mundo de un hombre que padece el mal de Alzheimer como una trama secreta, conspirativa, que lo amenaza con un fin atroz: el confinamiento en un asilo geriátrico. Esa realidad exterior, cada vez más hostil, lo acorrala mediante los ardides provocados por sus alucinaciones: identidades cambiadas, a veces superpuestas con otras figuras de su entorno, y de su pasado, y casi siempre con su hija como protagonista. A diferencia de otros films sobre casos clínicos similares, como Lejos de ella de Sarah Polley, donde no sabíamos si el extrañamiento de Julie Christie era ficticio o real porque no compartíamos su punto de vista, lo original de El padre es la identificación que forja Zeller de espectador y protagonista, al punto de que sus alucinaciones –o no–, son también las nuestras. Dicho de otra forma, Zeller ha hecho del Alzheimer un argumento policial. El pasado de ese hombre está sostenido por recuerdos de una vida que fue coherente aunque ahora, sometida a una lógica que lo confunde, la de la enfermedad, se ha vuelto absurda. Anthony (Anthony Hopkins) es Ingrid Bergman en Luz de gas, es Joan Fontaine en Rebecca, y hasta es Anthony Perkins en el Señor K. de El Proceso. Aunque sepamos que del otro lado del espejo no hay criminales ni jueces sino personas que lo quieren bien, que lo protegen y sufren, el camino que recorre es idéntico al de aquellos seres en peligro. Supondrá que la mujer que cuida de él le roba sus relojes, que su hija no sólo tiene a veces otro rostro sino que, entre otras mentiras, le oculta el paradero de su otra hija; que su yerno, también bifronte, conspira en su contra. Tampoco sabe si su casa es ya su casa. El libro ni siquiera le otorga un nombre propio a dos de esos personajes (son “El hombre”, o “La mujer”, porque sólo al final conoceremos sus identidades reales), y hasta el casting parecería sumarse por obra del azar a la confusión: la hija comparte nombre de pila con su doble, Olivia Colman y Olivia Williams. Esta es la segunda versión cinematográfica y la primera dirigida por el propio Zeller, su opera prima, con la colaboración en el guión del experto Christopher Hampton, que además la tradujo al inglés. La pieza teatral se representó en casi todo el mundo; en Buenos Aires la protagonizó Pepe Soriano, en Madrid Héctor Alterio, en Broadway Frank Langella, en Londres Kenneth Cranham y en París, donde se estrenó en 2012, Robert Hirsch. Cinco años antes de que Anthony Hopkins consintiera en firmar el contrato para el cine (cuentan que Zeller la escribió pensando en él, y por eso se llama así el personaje), el francés Philippe Le Guay dirigió la primera adaptación, con Jean Rochefort en el papel central. Fue la última actuación de Rochefort antes de morir, y una de sus más brillantes. Aquella versión tuvo otro título, Florida, en alusión al estado de los EE.UU. donde vivía la otra hija del protagonista, y a sus naranjas, que cumplen una función especial en el argumento de esta versión. La comparación entre ambos films no favorece al más reciente. La adaptación francesa, si bien coincide en lo central, que es la visión del mundo desde la interioridad de un hombre cuyo pasado y presente han sido saqueados por la enfermedad, abre sin embargo el relato a una serie de conflictos accesorios, y personajes nuevos, que no sólo enriquecen la dimensión del protagonista sino que le dan al film la posibilidad de explorarse a sí mismo en otros géneros, como la comedia. Florida, en esas exploraciones, es capaz de añadir una subtrama deliciosa, como la rivalidad del viejo Claude (Rochefort) con un amigo al que acusa de haberlo estafado, y por lo cual dejaron de hablarse durante años, y a quien a su muerte se propone desenterrar del cementerio local para no tener que compartir el mismo sitio cuando él muera. Por la dinámica de la trama tampoco sabremos, hasta casi el final, si esa estafa fue real o no. Nada de esto, ni un singular viaje en avión a Miami que articula la totalidad el film, aparecen en la nueva versión. Desde ya, esto no la desmerece; se trata, en definitiva, de elecciones diferentes. La adaptación de Zeller es más cerrada, más claustrofóbica, más sensiblera (en especial su desenlace), y, por qué no decirlo, más teatral. Hopkins hace el papel con esa grandeza dramática tan digna del aplauso como previsible aún antes de verlo, a diferencia de Rochefort, que no deja de sorprendernos con ese vieux canaille, pícaro y desdichado, que inspira tanta piedad como sonrisas.
Anthony es un hombre de 80 años bastante terco, inteligente y sarcástico que rechaza con su habilidad y picardía a todas las cuidadoras que su hija Anne intenta contratar para que lo cuiden. La situación se complica y Anne deberá resolver la situación de alguna manera, ya que desea vivir su propia vida. El padre es una obra de teatro. No es necesario leer sobre la película para averiguarlo. Varias escenas gritan a los cuatro vientos que lo es, que surge de ese medio y que fue escrita la historia para el teatro. Sin embargo, no es teatro filmado. Si bien arrastra el lastre de su origen, la película aprovecha al máximo ciertos recursos del cine. En teatro, seguramente, no se podían crear con tanta ambigüedad ciertos climas, no sin la complicidad del espectador. Si bien la película no es del todo sutil, sí es cierto que juega todo lo que puede con cierta ambigüedad que el montaje cinematográfico le ofrece. Logra poner en imágenes el universo mental de su protagonista y con eso gana toda su batalla. Hace que el espectador entienda lo que pasa por la cabeza de Anthony, algo que pocas veces el cine ha hecho desde el punto de vista de un personaje. Por supuesto que esta clase de films cae en la tentación del show actoral y esta no es una excepción. No lo hace hasta el final, por lo cual se nota el esfuerzo de aportar cierta dignidad. Aunque en muchos momentos se vea como una obra de teatro, El padre es un ejercicio interesante que tiene, incluso, algo de suspenso. Al menos para los espectadores que no estén del todo atentos o no puedan aceptar el dolor de lo que ven.
Fragmentos a través del laberinto The Father, la ópera prima del dramaturgo Florian Zeller (nominada a 6 premios Oscar), adaptada de su propia obra teatral homónima, es un desgarrador relato sobre una de las enfermedades más crueles de la vejez en el que Anthony Hopkins concede una interpretación magistral. Un plano medio largo, con una iluminación casi teatral, encuadra frontalmente a Anne (una notable Olivia Colman, como de costumbre), bebiendo de una taza, devastada tras presenciar una violenta reacción de su padre, Anthony (Hopkins, único actor en el que pensó Zeller para el rol, motivo por el cual le atribuyó el mismo nombre de pila al protagonista de la historia), a quien ya no sabe cómo cuidar a raíz de una enfermedad degenerativa sin escrúpulos. Acto seguido, se coloca de espaldas a la cámara para lavarla hasta que, nuevamente de frente, seca la taza para apoyarla en una vajilla. Mal apoyada, la taza cae al piso y se destruye. Hay un pedazo de gran tamaño y otros trozos diminutos o casi imperceptibles que tratan de ser recogidos por Anne con dificultad (un pequeño fragmento vuelve a caerse al instante de que lo levanta) hasta que rompe en llanto. Resultaría difícil ignorar que The Father aborda uno de los mayores terrores que podrían impactar contra cualquier ser humano. A la hora de pensar en una enfermedad degenerativa como la demencia senil, se torna escalofriante imaginar cómo sería, por un lado, sufrirla a través de un ser querido, siendo cualquier tipo de contención casi inútil en virtud de la irreversibilidad del padecimiento. Como contrapartida, Zeller se posiciona principalmente en la propia víctima, aquel inolvidable padre interpretado por Hopkins y que durante el transcurso del film solo reconocerá mayoritariamente esa condición, despojándose de la realidad y conservando, únicamente, fragmentos de una identidad destruida, igual que aquella taza que impacta contra el piso. Tomando ese disparador, donde no resulta primordial el punto de vista de una hija, el relato se concentra en situar al espectador en una realidad que, aunque sabemos que no es tal, si lo es para aquel padre esclavo de su propia mente que pregunta permanentemente sobre su reloj (como si fuera el único elemento que le permite aferrarse a un tiempo real), muta entre la firmeza y la extrema fragilidad y, por momentos, ve rostros que aparentarían ser extraños tanto en su hija como en su yerno. Tal es así que lo que parecería ser en un principio una narración lineal, centrada en como una hija trata de cuidar a un padre que pierde progresivamente su memoria, se convierte en un confuso recorrido repleto de contradicción, en el que desconocemos relaciones, personajes, el pasado y, fundamentalmente, el tiempo exacto de los acontecimientos. Tal como lo ha expuesto su director, The Father apunta a que el espectador ocupe una posición activa frente al film, sumergiéndolo directamente en la cabeza de este atribulado protagonista. Para ello, el desarrollo no solo transcurre entre los inevitables tópicos de lo que podría considerarse un drama familiar, sino también como un thriller psicológico en el que el sentido podrá reconstruirse –casi- enteramente hacia el final de la película. En ese punto, el misterio otorga un atractivo agregado que equilibra la inevitable aflicción con la curiosidad propia de que se construya el rompecabezas, sin la necesidad de contrarrestar la tragedia con humor u otras decisiones típicas y desentonadas. Por otra parte, el espacio, de clara influencia teatral y prácticamente absorto a aquel departamento repleto de puertas (de hecho, aparecen en una cantidad impresionante de planos), materializa el agobiante laberinto en el que se ve atrapado Anthony. Y a través de ellas, más allá de lo que podrían significar implícitamente, es donde la solvencia del montaje exhibe su mérito, ordenando la narración de una manera sistemática para dar ingreso y egreso a los personajes durante toda la obra. The Fahter es una película dura, que difícilmente pueda dejar indiferente a alguien, y menos a todo aquel que haya experimentado de cerca este tipo de enfermedad. Sin embargo, su excelsa calidad interpretativa (es incuestionable que Hopkins es el claro merecedor del Oscar) y la brillante dirección de Florian Zeller, repleta de sensibilidad y vuelo artístico, hacen que estemos ante una película indudablemente enorme.
«The Father» es la ópera prima de Florian Zeller, un dramaturgo francés que decidió llevar una de sus aclamadas obras de teatro a la pantalla grande y hay que decir que tan mal no le fue. La película obtuvo 6 nominaciones a los premios Oscars, incluyendo Mejor Película, 4 nominaciones a los Golden Globes y 6 a los BAFTA. Además, el film obtuvo el Premio del Público en el Festival de Cine de San Sebastián. Lo cierto es que la película de Zeller brinda un acertado retrato de cómo afecta la demencia senil o el Alzheimer a los adultos mayores y cómo sus recuerdos se ven distorsionados o resquebrajados de una forma anárquica e implacable. El largometraje se centra en Anthony (Anthony Hopkins), un hombre de 80 años, que aparentemente vive solo y rechaza a cada una de las cuidadoras que su hija Anne (Olivia Colman) intenta contratar para que le ayuden en casa. Anthony comienza a tener problemas de memoria que ya no le permiten tener la libertad que le gustaría tener y a la cual se aferra mediante su comportamiento insolente, su terquedad y sus malos tratos tanto a familiares como a desconocidos. Anne comienza a sufrir y desesperarse porque ya no puede visitar o cuidar a su padre con la periodicidad que le gustaría y porque siente que su mente empieza a fallar y se desconecta cada vez más de la realidad. La memoria comienza a deteriorarse de manera irreversible, pero Anne también tiene el deseo de no poner en jaque su vida y su relación con su pareja sino de buscar alguna alternativa para no descuidar ningún aspecto de su entorno familiar. La película no solo representa un triunfo en su manera perspicaz y realista de tratar la enfermedad, sino que además toma el riesgo narrativo, sumamente atractivo, de tomar el punto de vista del personaje de Anthony para hacernos testigos de primera mano de cómo la fragilidad de la mente comienza a hacerse presente en su rutina y sus recuerdos. Este detalle no solo condiciona y hace mucho más interesante la experiencia cinematográfica, sino que sirve como plataforma para el lucimiento de Hopkins, a quien se lo ve en su mejor forma interpretativa en mucho tiempo. También cabe mencionar el estupendo trabajo de Olivia Colman como la atribulada hija del octogenario. Algunos podrán objetar que la puesta es algo teatral (algo lógico recordando que la película adapta una obra de teatro) pero la realidad es que la decisión no solo resulta entendible sino también funcional para el control de la motivación del punto de vista y las decisiones que toma el relato. Asimismo, siendo que el personaje prácticamente se encuentra recluido en su casa y que la mayor parte de la historia se desarrolla en una única locación es algo que nos termina resultando natural. Igualmente, no hay que confundirse, la fotografía de Ben Smithard y el uso del montaje hacen que la experiencia cinematográfica sea vasta y valiosa, sin que nos dé la sensación de que nos encontramos ante una obra de teatro filmada. Zeller demuestra una solidez apabullante para generar inquietud, extrañamiento e incomodidad en el espectador a medida que avanza la trama como reflejo de un maravilloso trabajo de guion junto al portugués Christopher Hampton («Dangerous Liaisons», «Atonement»). «The Father» es un gran retrato de la vejez y la pérdida de memoria, el cual está trabajado con una soltura, una emoción y un cuidado sin precedentes, poniéndonos en una perspectiva pocas veces explorada desde lo narrativo y la intensidad dramática. Una de las películas más interesantes del último año.
El dramaturgo francés Florian Zeller debuta con su primer largometraje, adaptando su propia obra teatral en una película de habla inglesa interpretada magistralmente por Anthony Hopkins y Olivia Colman, entre otros. Anthony (Anthony Hopkins) es un octogenario amante de la música clásica, que puede ser tan encantador como irascible. Ama su independencia, y se niega a cada una de las cuidadoras que su hija Anne (Olivia Colman) le llevó para asistirlo en su elegante departamento londinense. Sin embargo, sus reiteradas confusiones mentales sobre la realidad o las personas con las que interactúa, se van profundizando. Anne hará todo lo que esté a su alcance para ayudar a su padre. Durante el proceso de deconstrucción, el protagonista comenzará a dejar de ser quien era, y sus preguntas se volverán imprescindibles para hallar las “certezas” necesarias para vivir ¿Quién soy? ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Este departamento es mío o tuyo? Los interrogantes puestos en juego son la clave que permitirán o no, rearmar las piezas sueltas del rompecabezas que se va desarrollando a lo largo del relato. La confusión espacio temporal, como la asignación de roles enlos distintos personajes que irán apareciendo (interpretados por Rufus Sewell, Olivia Williams, Mark Gattis e Imogen Poots); no sólo forman parte de la sensaciones subjetivas de Anthony sino también del espectador, a quien se lo invita activamente a adentrarse en los laberintos de la mente. Rodada en el interior de un departamento que traduce la fina y frágil conexión con la realidad, el espacio funciona como un escenario interconectado donde se desarrolla una puntillosa y elegante puesta en escena. Si bien hay cierta teatralidad compositiva, el uso de la stedycam recorriendo el pasillo, entrando y saliendo por las distintas puertas que lo componen, más la intervención de un buen uso del montaje, generan movilidad y una tensión constante en la historia, casi al punto de la intriga, donde se pone a prueba si la percepción responde a lo real o a lo imaginario. La acertada elección de Florian Feller en sus protagonistas, nos lleva a presenciar las distintas facetas interpretativas que exige un personaje con demencia senil, al que Hopkins le imprime todo su potencial. Lo mismo puede decirse en la elaboración del rol de Colman como hija, siendo testigo del deterioro de su padre. La expresión de su mirada, y el peso de la verdad que disimula corporalmente mientras sonríe, dan muestra de su talento compositivo. A diferencia de películas que han abordado problemas neurológicos como Siempre Alice de Richard Glatzer y Wash Westmoreland, Lejos de ella de Sarah Polley, o ¿Y tu quién eres? de Antonio Mercero, entre otras; en El Padre el cómo se muestra y desde qué lugar se observa, es muy distinto. La particularidad de la película, es trasladar los síntomas de confusión a un relato, al mismo tiempo incompleto y por rearmar, llevando al espectador a vivenciar esa extrañeza de falta de certezas y piezas sueltas que se buscan incansablemente desde el inicio. Nominada a seis premios Oscar, la película expone una de las peores experiencias que podemos atravesar nosotros mismos o alguien a quien amamos: el deterioro psíquico. Esa instancia pendular que oscila entre la conciencia de dejar de ser lo que fuimos y la alucinación de estar siendo otro. El padre logra un cóctel laberíntico de sensaciones para hablar de un tema real y doloroso, en el que todos los estados anímicos tienen lugar. Del teatro al cine, Florian Feller junto a un gran elenco actoral y técnico que lo acompañan, supo trasponer al lenguaje cinematográfico una obra tan vivencial como abrumadora. EL PADRE The Father. Reino Unido / Francia, 2020. Dirección: Florian Zeller. Guion: Christopher Hampton y Florian Zeller, basado en la obra teatral de Zeller. Intérpretes: Anthony Hopkins, Olivia Colman, Rufus Sewell, Imogen Poots, Olivia Williams y Mark Gatiss. Fotografía: Ben Smithard. Edición: Yorgos Lamprinos. Música: Ludovico Einaudi. Distribución: DB Distribution. Duración: 97 minutos.
“El Padre” es un film de drama dirigido por el además escritor francés Florian Zeller. Si nos ponemos abuscar, en su repertorio fílmico no hay películas que hayan resaltado como esta, y ahora sabrán por qué. Una historia que tiene como protagonista a Anthony (Anthony Hopkins), un anciano que sufre la más odiada enfermedad, demencia. Su hija Anne (Olivia Colman) trata de hacerse cargo de cuidarlo lo más que puede aunque no pueda disponer de todo su tiempo para él hasta que llega a un punto de quiebre emocional. Es por eso que contrata a una cuidadora, Laura (Imogen Poots), para que acompañe a su padre pero esta decisión no sale tan bien como se esperaba – Anthony sufre muchos cambios dentro de su cabeza que afectan su comportamiento y a sus más allegados. Las actuaciones son excepcionales, mucho talento de sobra que se aprecia de principio a fin. Sin dudas, estamos frente al mejor trabajo de Hopkins. Creo que personificar a alguien que sufre demencia puede conllevar a que haya una exageración, pero acá no es así. Es sumamente conmovedor verlo. Además, el haber incorporado a Olivia fue una gran idea porque se ajusta perfectamente al personaje y los dos juntos logran una sintonía emocional en todo momento. Cada escena está pensada con mucha simpleza pero con mucha armonía actoral, brindándole muchos méritos para el guión. Por su parte, podemos apreciar que la escenografía está detalladamente pensada, con un camino único para cada escena que da un resultado impecable. “El Padre” es una película que retrata de manera brutalmente conmovedora el ver a alguien pasar por una enfermedad así y como se siente el que lo padece. Muchos elogios para esta película que logró 6 nominaciones a los premios Oscar y 2 estatuillas en el día de ayer: “Mejor guión adaptado” y “Mejor actor protagonista” – todos merecidos sin objeción. Es un muy buen comienzo para Zeller y esperamos que siga deleitándonos con films como éste. Sofía Valva para Es la Cuarta Pared
EL ENCIERRO En El padre, Florian Zeller adapta su propia obra de teatro para representar la degradación mental de un anciano. Pero lejos de usar lo teatral como resguardo para contener la falta de ideas visuales o narrativas, el director usa esa estructura y la ambientación en un único espacio como un elemento dramático fundamental para el éxito de su propuesta. El guion escrito por el propio Zeller junto al experimentado Christopher Hampton convierte el departamento en el que habita Anthony en una extensión de la mente del personaje, donde la confusión espacial y temporal resulta una instancia de absoluta incomodidad para el espectador. La clave aquí es el montaje, que apuesta por mezclar los tiempos con escenas que se replican de manera circular y que pueden cambiar de personajes o punto de vista. El padre es un ejercicio fascinante de puesta en escena, pero también un juego intelectual que se vuelve emocional gracias a la otra gran herramienta con que cuenta el director: su elenco, muy especialmente Anthony Hopkins y Olivia Colman. Las primeras escenas de El padre sientan las bases de lo que será el resto de la película, particularmente su apuesta formal. Allí asistimos primero a una charla entre un padre y su hija. El hombre parece algo extraviado y la mujer un poco asustada y conflictuada con la situación de su progenitor, que rechaza una a una las cuidadoras que le ponen y no parece apto para vivir solo en su departamento. En la segunda escena comienza el juego: Anthony sigue siendo Anthony, pero ahora hay otro hombre ahí, su yerno, y su hija también es otra, tiene otro rostro; aunque también es otra la cocina de su departamento. En definitiva, ¿es su departamento? ¿Anthony vive solo o acompañado? Como decíamos, El padre es un juego, y además un rompecabezas al que en definitiva le faltan piezas porque quien lo arma, el punto de vista, es el del propio anciano con demencia. Zeller siembra la escena de símbolos, un reloj, un cuadro, un pollo, operan como ancla temporal para que los espectadores tratemos de dilucidar qué es lo que está pasando. La confusión, el enrarecimiento constante llevan la película hacia climas y tonos del thriller, incluso del terror psicológico. Ahora bien, agradecemos todo el juego formal que Zeller dispone ante nosotros, también que adapta su obra teatral incorporando herramientas cinematográficas con gran inteligencia. El problema de fondo en El padre no deja de ser el de mucho cine contemporáneo que se piensa desde el ingenio del dispositivo formal: una vez que descubrimos el truco, la película no tiene mucho más para decir. Es sí un bonito viaje de distracción, además una vuelta de tuerca al agotador subgénero de películas sobre enfermedades, pero la película de Zeller no profundiza demasiado en esos vínculos, tal vez por la propia esencia fragmentaria de su película que le juega en contra. Hacia el final hay un gran monólogo de Hopkins, que clarifica algunas cosas mientras la película va dándole identidad a cada cosa, pero no deja de ser un hombre hablando a cámara y explicándonos lo que ya habíamos entendido y exteriorizando emociones que la película, ahora sí, no supo poner en imágenes. El encierro a esa altura no es solo del padre, sino también de El padre.
Anthony es un señor de 83 años que vive solo en su departamento en Londres. Pronto nos damos cuenta que él tiene problemas para recordar las cosas e incluso llega a no reconocer a su hija, Anne. “El Padre” es la historia de un hombre mayor que está perdiendo la cabeza, un film desgarrador que invita a la reflexión. Es una de las mejores películas que vi en el año. Es profunda y evoca todo tipo de sensaciones. Incluso llega a confundir al espectador porque Anthony no tiene la mejor de las memorias y muchas veces recuerda cosas que no sucedieron y son producto de su imaginación. Me gustaron mucho la ambientación, los diálogos y los cambios de plano. Con 1 hora y 36 minutos considero que tiene la extensión justa. Además, el tiempo pasa muy rápido, cuando se den cuenta ya va a estar terminando. Se destacan las actuaciones de Anthony Hopkins y Olivia Coleman, ambos nominados a los premios Oscar como mejor actor y mejor actriz de reparto respectivamente. Creo que ambos merecerían ganar ese premio por su excelente actuación. “El Padre” está nominado a 6 premios Oscar, 6 premios BAFTA y ganó el premio Goya a mejor filme europeo. Si bien se estrenó en 2020, en Argentina se va a estrenar el 15 de abril del 2021 en cines. No se la pueden perder, es simplemente brillante.
Las adaptaciones cinematográficas de producciones teatrales han tenido gran relevancia durante el 2020. Desde Ma Rainey's Black Bottom, hasta One Night in Miami, pasando por The Prom, hemos asistido a una serie de películas que muy poco jugo le habían sacado a los recursos cinematográficos. Con "The Father" esa dinámica vuela por los aires. Florian Zeller es el gran responsable de enriquecer el relato original con todas las posibilidades que ofrece el cine, tanto tecnológica como narrativamente. Su tarea es de excelencia y por consiguiente, su película también lo es. • Es importante tener en cuenta que "The Father" no es una película fácil. No lo es para los realizadores y mucho menos para los espectadores. Tratar temas como las enfermedades mentales en adultos mayores exige cuidado, respeto y sobre todo mucha seriedad. Son temas tabú en el cine. Es como si hubiese una especie de pacto tácito con los espectadores respecto a ciertos tópicos que no se pueden tocar. Una suerte de relación idílica entre producción y consumo, donde preferimos evitar situaciones complejas, que si bien pueden ser cotidianas, elegimos no verlas delante de nuestros ojos. Zeller tiene la audacia de ponerlo en escena, a través de un Anthony Hopkins inconmensurable. Estamos hablando de una de las mejores actuaciones de la carrera del actor británico, quien brilla en el papel de Anthony, el adulto mayor que oficia de protagonista. Junto a él se destaca Olivia Colman, su hija, quien lucha entre cuidar a su padre y su enfermedad, con poder desarrollar su vida afectiva y laboral. Como una especie de ciclo vital, quienes antes nos cuidaban, ahora precisan de nuestra ayuda para poder transitar su última etapa. Es en este conflicto donde "The Father" logra articular eficazmente elementos dramáticos, como lo son el deterioro cognitivo y la soledad. • "The Father" es una película dura, pero necesaria. Una experiencia difícil de olvidar, capaz de ubicarse entre las grandes obras del cine de los últimos tiempos. Sensible, conmovedora y poética.
Anthony, un hombre de 80 años mordaz, algo travieso y que tercamente ha decidido vivir solo, rechaza todas las cuidadoras que su hija intenta contratarle. Anne sufre la paulatina pérdida de su padre a medida que la mente de este se deteriora. Anne (Olivia Colman) camina con paso acelerado, la obra de Henry Purcell la enajena del día soleado que hace fuera y las escaleras la conducen hacia su padre, Anthony (Anthony Hopkins), que descansa en un rincón mientras se deja llevar por aquella música que lo conecta con un afuera ficticio. Una vez que ambos personajes comparten el espacio, las evasivas y las echadas en cara forman parte de una discusión que se irá prolongando a lo largo del film. Entre la búsqueda del bienestar y la aceptación de una realidad fragmentada, padre e hija deberán de abrirse camino entre una fuerza que los supera: el tiempo y la percepción de este. El debut cinematográfico de Florian Zeller, autor de la obra teatral homónima y también coguionista del film, nos introduce en los zapatos de Anthony, un anciano que sufre demencia. Pero lo más novedoso que trae el relato es el presentarnos, en su mayoría, la historia a través de su punto de vista. Es así que como espectadores logramos perdernos en un laberinto sin respuesta, comprendiendo que el avance de esta enfermedad es un verdadero descenso al infierno de la incertidumbre infinita. A partir de aquí, otro factor claro condice a la forma del relato: la atemporalidad. La trama presenta una linealidad inicial en la que vemos y sentimos cómo el mundo de Anthony muestra irregularidades en su rutina. Presencias que buscan sacarlo de su comodidad, caras extrañas que, por consenso, se vuelven conocidas y charlas sobre acontecimientos actuales que resultan haber sucedido hace años. Todo forma parte de una percepción errónea del tiempo. The Father, El Padre, Anthony Hopkins, Olivia Colman La rutina se transforma en un cambio constante de paradigma, en donde los recuerdos se mezclan con un presente bloqueado. Ante esto, la hostilidad y ninguneo de un Anthony debilitado pisan fuerte, rebajando en su mínima expresión a Anne, que no hace más que transitar un camino lleno de espinas para poder comprender y acompañar a su padre, y a Paul (Rufus Sewell), el marido de ella, que se presenta como el principal antagonista a sus deseos. La interpretación de Sir Hopkins destaca por su permeabilidad y dedicación. Los cambios de ánimo, que van desde un viejo cascarrabias que busca remarcar su sabiduría y grandeza hasta un débil anciano que suplica contención a través de un llanto lastimero, realzan la labor del actor que, a veces, se ve opacado por la búsqueda de la espectacularidad por parte Zeller, rozando así el golpe bajo. Al querer generar un shock en el público, el director debutante decide correrse de la sutileza y recurre a diálogos exacerbados y verborrágicos para que el espectador no pierda tiempo en comprender el mensaje. Pasa algo similar cuando el film se corre de los ojos de Anthony y nos muestra el punto de Anne, que no hace más que reiterar el sufrimiento y la duda ante lo que debe hacer, cosa que poco interés genera una vez que se nos presenta el verdadero conflicto. Esto es uno de los problemas más recurrentes a la hora de justificar grandes figuras en producciones que necesitan otro tratamiento. The Father necesita menos, no más. A pesar de las esperables falencias, la película es una obra destacable tanto desde lo sonoro como lo narrativo. La música compuesta por Ludovico Einaudi (Intouchables) marca un ritmo estrepitoso con cuerdas veloces y un piano que aparece sutil. Esta melodía se asemeja al mismo Anthony, que busca hacerse un lugar en este mundo roto, donde presente y pasado se unen para crear un nuevo tiempo, donde la linealidad se tuerce entre lo que creemos que es real y lo que de verdad lo es. A través de este viaje laberintico, Anthony se opone constantemente al cambio, sin darse cuenta de que el mismo cambio es su forma de vida. Nada es lo que percibe, todo es lo que no ve. The Father es acerca de la razón contra la negación, es sobre aceptar la realidad y soltar los recuerdos de un tiempo que fue mejor. Nos habla de entregarse al tiempo sin que este pueda ser comprendido, ya que en él encontramos a los que nos abrazan mientras intentamos conservar nuestras últimas hojas frente al viento ininterrumpido que es la vida misma.
Crítica publicada en Youtube
PELÍCULAS MENTALES "Extraordinaria manera de relatar el deterioro de una enfermedad, en paralelo a su tormento. Respuestas atrasadas para el paciente y para los que lo asisten. El cómo se enfrentan y transforman en enemigos, funcionando como espejo de sus luces y de sus oscuridades, quebrantando el amor, quizás con la intención de mitigar ese irremediable dolor. Con un mensaje universal, recomiendo este film para reflexionar y meditar" The Father, 2020. Anthony Anthony Hopkins (The Silence of the Lambs, 1991), un hombre de 80 años mordaz, algo travieso y que tercamente ha decidido vivir solo, rechaza todos y cada uno de las cuidadoras que su hija Anne, Olivia Colman (Serie THE CROWN Desde 2016), contrata para que le ayuden en casa. Está desesperada porque ya no puede visitarle a diario y siente que la mente de su padre empieza a fallar y se desconecta cada vez más de la realidad. Anne sufre la paulatina pérdida de su padre a medida que la mente de éste se deteriora, pero también se aferra al derecho a vivir su propia vida. The Father es una adaptación de Le Père (El Padre), una obra teatral del propio Florian Zeller estrenada en 2012. Con respecto a la dirección, la película es un éxito. Las lentas tomas de seguimiento en el pasillo del apartamento, que se expande y transforma, según las circunstancias. En la sala de espera de un médico o en el ala de una residencia de ancianos, las habitaciones cuyo mobiliario y luz cambian según la hora del día, o de su estado de conciencia, figura la prisión mental en la que el personaje de Anthony lucha y hace del escenario una parte central de la película. Con respecto al guion, el público se verá increpado de manera rápida y fluida, logrando su empatía. Quizás pueda hacer algo de ruido para cierto espectador, debido a sus ávidos cuestionamientos. Sin embargo, debo decir, que esta adaptación superó ampliamente mis expectativas como cinéfila. Los actos son prolijos, cada escena, cada frecuencia, con estilo sensible y fino, en donde está presente la voz del autor. La interacción entre los personajes es magnífica, quedando planteada la premisa e idea del film, con una insuperable construcción de personajes. No solo del protagonista y su antagonista. Sino que se destacan las interpretaciones de todo el elenco, dando cuenta de que se necesita talento y con pocos elementos es posible realizar un gran filme. Con escenas tan duras como reales, y con un elemento simbólico perteneciente a cada uno de sus protagonistas. Funcionando como nexo entre ellos y como vínculo, brindando armonía a la continuidad de la trama dramática. Qué decir del recurso tan atinado, como la fina música de Ludovico Einaudi acompañando a Anthony en sus momentos a solas, de disfrute y de remembranza. Un montaje y una edición admirables y cuidadosos. Otro recurso, espléndidamente empleado, es la maravillosa puesta en escena. Dirección de Arte, sus contrastes para cada personaje, situación, locaciones en interiores y exteriores, en donde existe el oxígeno, un respirar fresco y abierto. Un extraordinario trabajo, loable de admiración. Paletas de color pastel, blanco o celestes como pistas, y elementos como cuadros, y utilería, si son observados con atención, con el transcurrir del film, comprenderemos el porqué y el cómo de la disposición de los mismos, realmente de muy buen gusto e inteligencia. Se puede decir mucho más, no obstante lo cual, le dejo al espectador que viva esta experiencia y considero injusto spoilear, siempre, aún más con esta semejante obra maestra. Que sobra aclarar, la recomiendo como una de las mejores películas que vi en toda mi vida. De las tablas al cine, Florian Zeller Director, co Guionista junto a Christopher Hampton. En una adaptación de su propia obra, ha pasado con la misma simulada destreza que acompañó su debut como Dramaturgo, haciendo de cada una de sus obras un éxito muy importante. Adaptado de uno de ellos, Le Père , y rodado en inglés, su primera película como Director se estrenó en Francia con dos premios Oscar, uno por su guion coescrito con el traductor de sus obras de teatro, Christopher Hampton, el otro por la interpretación. Actuación del brillante Anthony Hopkins. De palabras de Florian Zeller, quien claramente ha sabido utilizar todas las herramientas del cine, demostrando tener un gran dominio formal. “Mi intención no era hacer cine”, enfatiza. "Fue al contrario intentar hacer lo que solo el cine permite." "Ante la negativa de enfrentar al mundo tal cual es, toda enfermedad es un enorme aprendizaje, que, te colma de desesperanza, odio, irritación, impotencia y rabia. En su recorrido hacia la sanación, tanto la persona que la padece, como su oponente, nos enseñarán como el mundo se convirtió en un lugar hostil para siempre. Transformándose en un mundo salvaje, sin importar que tan fuerte seas, para enfrentarla. Porque la vida, seguirá golpeando duro y solo uno mismo es el responsable de lo que atrae, nadie más es culpable. Solo queda un halo de esperanza o consuelo. Repetir como un mantra, que se encuentran en el lugar perfecto y están a salvo en todo momento, es incomprensible, tan solo una cuestión de fe. Entre tanta batalla y agotamiento, estas grandes lecciones, de las cuales, todos debemos estar perceptivos a aprender y salir de la zona de confort mental y aprovechar que no existen padecimientos similares, solo te los tienen que contar sus protagonistas y este es el caso"
“The Father” de Florian Zeller. Crítica. Por fin llegó a los cines. Francisco Mendes Moas El 2020 fue un año más que complicado para la industria del cine y en consecuencia hizo que sucedieran ciertas anomalías. En este caso se trata del tardío estreno de “The Father”. Tras consagrarse con varios premios, como el Oscar a mejor actor y mejor guión adaptado, la ópera prima de Florian Zeller, llega a las salas este 12 de agosto. Con un elenco de primer nivel, compuesto por: Anthony Hopkins, Olivia Colman y Rufus Sewell, entre otros. Aquí se aborda la última e inevitable etapa de la vida, la vejez. Con todo lo que esto conlleva, siempre desde el punto de vista anciano. Particularmente la enfermedad degenerativa del Alzheimer. Anthony se encuentra transitando el tramo final de esta extensa carrera que llamamos vida. Si bien físicamente no demuestra sufrir el paso del tiempo, su memoria ya no es lo que supo ser. Los acontecimientos cotidianos, los rostros, lugares, incluso sus familiares comienzan a confundirse. Al rechazar cualquier tipo de cuidado, su hija Anne se ve obligada a llevar a su padre a convivir con ella. Esto presenta más de una complicación, no solo para ella sino también para su padre. Nuestra mente es lo que nos diferencia del resto de los animales, al menos eso afirman algunos científicos. Como todo el resto del cuerpo, sufre deterioro con el paso del tiempo. Más de uno tendrá algún pariente mayor repitiendo: “Lo importante es estar bien de aca”. Al tiempo que se señalan las cien como si se tratase de un exclusivo penthouse en el último piso de un extravagante rascacielos. Y si, durante la vejez se trata de una de las preocupaciones más usuales. A esto el cine no le es ajeno, habiendo tratado la problemática varias veces, como por ejemplo “Arrugas” de Paco Rocca. En este caso Anthony Hopkins le pone cuerpo y alma, creando una conexión entre lo que podría ser su vida y la interpretación del personaje que lleva su mismo nombre. Si bien las interpretaciones del actor britanico son superlativas, esta agrega otros matices que excede las barreras del encuadre. El rol pareciera hacer replantearse al actor su propia mortalidad y eso integra como una virtud intrínseca a su trabajo y lo elevan a otro nivel. A si mismo, el trabajo del actor está acompañado por una gran labor de puesta en escena y montaje. Dado que la narrativa se centra en el punto de vista de este personaje que sufre problemas de memoria, estos aspectos cobran preponderancia. Trabajan en conjunto para introducir al espectador en la realidad de Anthony. Cuando el primero siente que algo no está bien o pierde el sentido de la orientación dentro de la trama, es porque el personaje se encuentra del mismo modo. Encontrándose aquí la mayor virtud del audiovisual. Además de las interpretaciones de los actores, quienes por momentos comparten el mismo personaje, la escenografía se transforma en otro personaje más. Los espacios, aunque diferentes, consiguen fusionarse, generando así la sensación de que todo es lo mismo. Una vez más, produciendo la sensación vivida por el protagonista. Con un singular punto de vista, soberbiamente logrado, “The Father” de Florian Zeller sorprende. Siendo su primer trabajo como director, Zeller demuestra un gran resultado, dejando la vara alta para sus próximos trabajos. Y demostrando que su ópera prima tiene merecidas todas las nominaciones a premios.
Florian Zeller adapta su propia obra teatral y debuta como director cinematográfico para narrar la historia de un hombre (Anthony Hopkins) atrapado en su memoria y recuerdos, confundiéndose y confundiendo al espectador en una hipnótica trama. Un maravilloso ejercicio narrativo y una de las más logradas interpretaciones de Hopkins, por cuyo papel obtuvo el premio Oscar a la mejor actuación del pasado año.
Antes del estreno de esta ópera prima, Florian Zeller se curaba en salud: “No quise hacer teatro filmado”, declaró, consciente de que su trabajo previo como dramaturgo iba a despertar esas suspicacias de inmediato. A los 42 años y afirmado como una de las voces más importantes del teatro francés actual, Zeller debutó en la dirección cinematográfica con esta película estrenada en Europa y Estados Unidos el año pasado y no le fue nada mal: adaptando una exitosa obra propia, logró seis nominaciones para los Oscar y dio dos zarpazos: el premio al mejor guion adaptado (un trabajo que hizo en sociedad con un colega que también ha tendido puentes con el cine, Christopher Hampton) y el destinado a la mejor actuación protagónica, que quedó en manos del veterano Anthony Hopkins. Y Hopkins es, claramente, el centro de gravedad de El padre, que se acomoda al punto de vista de su personaje -distorsionado por el avance de una patología relacionada con su avanzada edad-, para narrar su decadencia con dramatismo y, en más de un pasaje, excesiva solemnidad. Pero aun en esos momentos donde las situaciones y el entorno en el que se desarrollan -incluyendo los subrayados de una banda sonora que no esquiva el lugar común- ponen a prueba su capacidad para eludir clichés, el venerado actor galés resuelve con sensatez y sentimiento: más que el famoso “oficio” -que lo tiene, qué duda cabe-, lo que pone en juego en cada escena es su inteligencia y su sensibilidad para entender y sentir al personaje, condiciones necesarias para interpretarlo. Lo apoya un elenco que está a su altura, particularmente Olivia Colman, que encarna a una hija torturada por la exigencia de lidiar con alguien que, sin que medien razones lógicas, puede reaccionar como un niño caprichoso o inocente, o bien convertirse en un tirano agresivo y demandante. Capaz de resolver momentos distintos (los que le piden ternura, agotamiento, dolor y resignación) manteniendo un registro coherente, Colman brilla en la composición de esa mujer que a veces debe enfrentarse con un desconocido: el Anthony (el hecho significativo de que el personaje lleve el mismo nombre que el actor podría leerse como un refuerzo de su notorio compromiso con el papel) de los últimos días desnuda los claroscuros de su personalidad hasta volverse otro que incluso libera de la represión un puñado de secretos lacerantes y ocultos durante demasiados años.
Nominada a 6 premios Oscar (Película, Actor, Actriz de reparto, Guion adaptado, Diseño de producción y Edición), de los cuales ganó dos, esta ópera prima del francés Zeller se basa en su propia obra de teatro de 2014, que él adaptó junto al cotizado Christopher Hampton (Relaciones peligrosas, Expiación: Deseo y pecado) y que le valió una estatuilla de la Academia de Hollywood. Se trata de un desgarrador y devastador ensayo sobre la degradación en la vejez sustentado en un brillante trabajo de Hopkins, también merecido vencedor del premio Oscar. Anthony (Anthony Hopkins) es un ingeniero octogenario que sufre algún tipo de demencia senil y una inevitable degradación de su memoria. Su hija Anne (Olivia Colman) se ocupa de manera concienzuda y metódica de él, aunque en su horizonte está instalarse de forma permanente en París y dejarlo al cuidado de la joven Laura ( Imogen Poots). Esta suerte de sinopsis es, a todas luces, refutable, inexacta, ya que en este debut en la dirección del dramaturgo y guionista Florian Zeller todo luce lleno de contradicciones, vueltas de tuerca, revelaciones inesperadas. Es que, al asumir el punto de vista de alguien con un creciente trastorno neurocognitivo, lo que en una escena parece algo evidente e incuestionable se transforma en otra cosa completamente distinta en la siguiente. ¿Es el viaje a París algo inminente? ¿Es el amplio departamento propiedad de Anthony desde hace muchos años o en verdad Anne y su marido Paul (Rufus Sewell) lo han llevado allí para tenerlo cerca? ¿Por qué aparecen en escena un hombre (Mark Gattis) y una mujer (Olivia Williams) que cambian la percepción y las supuestas certezas del protagonista y, por lo tanto, también del público? Todo eso se irá resolviendo en un film que cabalga entre el drama familiar y elementos más ligados al thriller psicológico (y por momentos casi propios del terror) en un viaje a la desorientación que compartiremos con Anthony. Víctima y por momentos victimario; anciano vulnerable que puede convertirse en un déspota; una persona que en determinados instantes parece fuerte, encantador y autosuficiente para poco después transformarse en un alma en pena, sin rumbo, certezas ni contención, Anthony nos ofrece un espejo de profunda tristeza y humanidad a partir de una deslumbrante actuación de Anthony Hopkins, con muchos más matices que la del favorito al Oscar Chadwick Boseman en La madre del blues (ahí evidentemente pesa el carácter póstumo a modo de tributo). Muchas películas se han hecho sobre los trastornos cognitivos (Lejos de ella, de Sarah Polley; Siempre Alice, de Richard Glatzer y Wash Westmoreland) y hasta sobre la mezcla de amor y crueldad en la vejez (Amour, de Michael Haneke), pero El padre lo hace con una estructura y una solidez apabullantes. Por momentos, a Zeller le cuesta romper con la teatralidad de la propuesta original (más allá del uso de una steadycam buena parte del relato transcurre dentro de un departamento), pero la intensidad dramática es tal y el uso de los distintos elementos (un reloj, un pollo, una pintura) es tan inteligente que la poco más de hora y media de narración jamás abruma, por más que la propuesta en sí resulte por demás inquietante e incómoda. Si El padre no es un one man show de Hopkins es gracias a la sensibilidad que aportan también los personajes secundarios (en especial la Anne de Colman) a la hora de relacionarse con Anthony desde la comprensión, la solidaridad, la provocación, la irritación, el amor más intenso o el simple profesionalismo. En ese sentido, más allá de la mayor o menor cercanía que cada espectador pueda tener con las problemáticas propias de la vejez, se trata de una película de una enorme hondura psicológica y una puesta en escena incuestionable.
Anthony Hopkins es el centro de El padre. Y no solo porque esté en casi todas las escenas de la película por la que ganó, muy merecidamente, su segundo Oscar tras El silencio de los inocentes. Anthony, su personaje, es protagonista de la historia hasta cuando no lo veamos en la pantalla. Pero cuando sí está, mamita, sí que vale el precio de la entrada disfrutar la maravillosa actuación del galés que, sus 83 años, se convirtió en abril en el intérprete más longevo en obtener el premio de la Academia de Hollywood a la mejor actuación protagónica masculina. Pero por cierto que tiene un guion de excepción, y no solamente por la calidad de sus diálogos, sino porque juega con lo que el espectador ve y entiende. Pero tal vez no todo sea como cree que es. Anthony padece demencia senil, y la manera en que nos metemos en su entendimiento es lo que diferencia a El padre de otros dramas que abordaron el mismo tema. Florian Zeller, junto a Christopher Hampton (Relaciones peligrosas) adaptó su obra de teatro, por la que había ganado el premio Moliere en Francia, y que en la Argentina se montó con Pepe Soriano en 2016, el mismo año en el que Frank Langella obtuvo el Tony por su interpretación en Broadway. Zeller, en su opera prima como realizador, demostró no ser un hombre celoso de su obra, y la expandió allí donde el cine le permite hacerlo, ramificando los apuntes y clarificando la demencia. Porque la genialidad de la obra, y de la película, es que logra que vivamos lo que Anthony experimenta en su propia mente. Sí, también en su demencia. Si Michael Haneke en Amour, que contaba el deterioro de una mujer y, en definitiva, de una pareja de ancianos, había logrado una obra admirable, shockeante pero increíblemente sensible, Florian Zeller no le ha ido en zaga. Ya no es una relación de pares, sino una entre un padre que sufre demencia senil, y su hija (Olivia Colman, de The Crown y La favorita, en el rol que en el Multiteatro encarnó Carola Reyna). “No te necesito. ¡No necesito a nadie!”, casi que le grita Anthony a su hija Anne en su hermoso piso londinense. Ella quiere que alguien asista a su padre, porque tiene planeado irse a vivir a París. Anthony, como todo adulto, cree que domina la situación. Y si advierte que no, dará a entender con juegos que sí lo hace. Anthony desvaría o se desorienta -se olvida de las cosas, o de las personas- tanto como otras veces está lúcido y coherente. Momento clave Hay un momento más o menos clave. Anthony ha perdido algo. Desorientado, le pregunta a Anne si está en su hogar. Ella no responderá. Si se está atento, en otro de los juegos visuales de Zeller, hay algunas cosas que han cambiado en la decoración del ambiente. Lo mismo con la aparición de “otro” esposo de su hija (lo interpreta Mark Gattis, pero algunas veces Anthony lo ve y reconoce con el rostro y la presencia de Rufus Sewell). Y la enfermera que vendría a cuidarlo. ¿La reconoce realmente? El padre es un drama, un dramón que afectará de seguro a los espectadores que estén más cerca de las vivencias de esa relación de amor que sólo pueden tener los padres con las hijas. Que, cuando empiezan a bajar por el tobogán hacia un lugar que los otros saben cuál será, pueden o no perder las esperanzas de recuperar a ese ser querido, al que el paso del tiempo y la enfermedad comienzan a convertir en un ser casi desconocido. Hay un guiño interno (cuando Anthony dice su fecha de nacimiento, es la del propio Hopkins), pero parece que el actor se mantuvo estricto a los dictámenes del realizador. Es que cuando se nota que hay una mano segura, que dirige la historia, no hace falta apelar a nada más que a dejarse llevar. Como con esta gran película.
Quien, pocas temporadas atrás, haya tenido la fortuna de ver a Pepe Soriano haciendo “El padre”, sabe de qué se trata, qué fuerte es esta obra de Florian Zeller, qué categoría enorme, y qué conocimiento terrible de la vida tiene el actor que ha de interpretarla. Además de años, porque así lo exige el personaje. Robert Hirsh tenía 87 al momento de su estreno en París. Lo mismo Héctor Alterio, que la dio a conocer en Madrid. Soriano, acá en Buenos Aires, 86. E Ignacio López Tarso, venerable actor mexicano, increíble: 92 años. Anthony Hopkins la hizo en cine a los 83. Pero hay que verlo. Bien ganado tuvo su Oscar, lo mismo que Christopher Hampton por su adaptación cinematográfica. La dirige el propio Zeller, y alguno dirá “se nota que es teatro filmado”. Señal de que no vio la obra en teatro. Las aireaciones existen, y los varios momentos de silencio, sin texto alguno, se hacen notar de modo especial. ¿Qué pasa en esos momentos por la cabeza de un viejo cada vez más desmemoriado, más metido en lo suyo, más receloso de la gente que se le acerca? Solo la cámara puede servirnos de puente para entenderlo. Solo el rostro de un actor que conoce la cámara, puede expresarlo. Porque además a este viejo se le confunden las personas, se le mezclan miedos y realidades, se vuelve temeroso y un tanto agresivo. “¿No lo notaste? Suceden cosas raras a nuestro alrededor”, le dice a la hija, que quien a veces también recela, mientras ella lo sufre y lo cuida, postergando su propia vida. ¡Qué tremendo “tercer acto”, y qué actor, cómo lo vemos ir paulatinamente cambiando en cada escena! Fuerte, es cierto. Patético. Pero es como decía Truffaut respecto de “Gritos y susurros”, de Ingmar Bergman, la dolorosa sensación de la curva descendente de la vida se ve compensada por la admirada visión de la curva ascendente del artista. Pepe Soriano estaba acompañado entonces por Carola Reyna y otros buenos. Anthony Hopkins lo está por Olivia Colman (la reina en la tercera temporada de “The Crown”) y otros también buenos. Música de Ludovico Einaudi, Bellini, Purcell, David Menke, Bizet (“Je crois entendre encore”).
El padre es esa clase de propuestas que demanda encarar su visionado con el mejor estado anímico posible, ya que es una experiencia fuerte que toca fibras muy sensibles que te pueden dejar demolido en la butaca si no estás preparado de antemano. Muy especialmente para aquellas personas que hayan tenido algún ser querido que enfrentó la enfermedad del Alzheimer. La ópera prima del director Florian Zeller es una adaptación de una obra de teatro que escribió en el 2012, inspirada por las vivencias de su abuelo con la demencia. En Buenos Aires el mismo espectáculo lo protagonizaron en el 2016 Pepe Soriano y Carola Reyna, con dirección de Daniel Veronese. Aunque se hicieron varios filmes sobre esta temática El padre tiene la particularidad de abordar el drama de la demencia desde el punto de vista del enfermo, algo que no recuerdo haber visto en otras producciones similares. Al menos con los recursos narrativos que plantea Zeller. Su relato tiene la virtud de sacar adelante un concepto que no era sencillo de trasladar en imágenes, ya que el espectador pasa experimentar el deterioro psicológico del protagonista desde una mirada subjetiva que llega a ser por momentos aterradora. A los desvaríos mentales se le suma la pérdida absoluta de la identidad que genera un enorme dolor en el círculo familiar. Zeller desarrolla gran parte de la acción dentro de un departamento, como ocurría en la obra original, con la particularidad que en este caso utiliza recursos visuales del cine que trabaja con ingenio para introducir al espectador en la perspectiva del protagonista. Anthony Hopkins entrega todo en una interpretación inolvidable que quedará en el recuerdo entro lo mejor de su filmografía, junto a su labor en El silencio de los inocentes y Magic, el clásico de horror psicológico de Richard Attemborough. Lo que hace con este personaje es muy complejo por todo el rango de emociones extremas que atraviesa el personaje, que además cambia de un instante a otro debido a su salud mental. Olivia Coleman (La favorita) representa la otra cara que tiene este drama con los familiares que deben lidiar con una situación tan dolorosa. Su labor es clave en este relato ya que le aporta esa sensibilidad y humanidad a la historia que permite conectarnos con el drama que propone Zeller. Para tratarse de un debut cinematográfico esta primera incursión del dramaturgo es magnífica y será interesante seguir por donde se encamina su carrera. En lo personal me encantó El padre por la puesta en escena original que presenta del tratamiento de la demencia y la labor de los protagonistas pero la verdad es que no volvería a repasarla otra vez, ya que la experiencia es durísima. Por eso también comencé la reseña con el tema de estar preparado para verla, debido a que es un crimen perderse semejante cátedra de actuación de Hopkins, pero al mismo tiempo pega duro en el corazón y te deja con una tristeza absoluta. En un contexto de pandemia una propuesta de estas características es complicada y hay que encontrar el momento adecuado para disfrutarla, pero no deja de ser una gran película que merece su recomendación.
Sin duda una de las mejores películas que vi últimamente. Producida en conjunto por el Reino Unido y Francia, es un trabajo minucioso y sutil con un elenco archi-talentoso. "El Padre", basada en la obra de teatro homónima (representada en París, Londres, España y Broadway) del propio Florian Zeller quien debuta como director, y acá es secundado en el guion por Christopher Hampton, relata la vida de Anthony (Anthony Hopkins) un hombre octogenario que pasa sus días en su casa y es visitado por su hija Anne (Olivia Colman), quien tiene en sus planes una mudanza de Londres a París para estar cerca de Paul, su pareja. Para ello se ve obligada a buscar una mujer que la cubra en el cuidado del anciano, que no es fácil de convencer por ninguna postulante. Anthony se va dando cuenta de a poco que las cosas no son como él las ve o las recuerda. Desde los ambientes en donde se abren y cierran puertas que confunden al protagonista, el Padre transita sus días entre los recuerdos y el presente. No hay un conflicto puntual más que el deterioro natural que acá se plantea, todo es un recuerdo borroso de hechos que pasaron, o quizás no...A eso se agrega la confusión entre las personas que lo rodean, la sensación de estar hablando con alguien cuando allí no hay nadie, y la pérdida de su propia identidad, entre otros síntomas, propios de los que padecen Alzheimer. Anthony Hopkins, ganador del Premio Oscar por este papel, ofrece un amplio rango de emociones, desde la inocencia hasta la crueldad en una misma escena. Lo secundan de manera excelente en este emotivo y doloroso film la ya mencionada Olivia Colman, Olivia Williams, Imogen Poots, Rufus Sewell y Mark Gatiss en roles menores pero significativos. @bfargentina #oliviacolman #anthonyhopkins
El dramaturgo, novelista francés Florian Zeller adapta su propia obra de teatro El padre en este debut como cineasta. Que continuará con El hijo, con Laura Dern y Hugh Jackman, hasta quizá completar el traslado al cine de lo que es una trilogía escénica, en parte autobiográfica, que cierra con La madre. Nominada a seis premios Oscar, ganadora de dos, con Anthony Hopkins como merecido ganador de una estatuilla. En un bello departamento, Anthony (Hopkins) discute con su hija Anne (Olivia Colman) acerca de la necesidad de aceptar a una nueva cuidadora. Ella, la hija, le anuncia que se irá a vivir a París porque ha conocido a un hombre. Un rato después, hay un señor leyendo el diario en ese mismo living, decorado con buen gusto. Anthony no sabe quién es. El hombre le dice, un poco irritado, que es el dueño de casa, el marido de Anne. Así, de un encuentro a otro, de un diálogo al siguiente, el espectador de El padre entiende que lo que está viendo es reflejo de la confusión del protagonista. Un hombre encantador y un poco autoritario, atrapado en las redes de la pérdida de conexión con la realidad, víctima de la demencia senil. El uso de la edición sirve como recurso para reemplazar lo que en el teatro eran entradas y salidas de los personajes en el escenario. A los que se suma una joven cuidadora (Imogen Potts) que Anthony confunde con su hija que falta, otra Anne distinta, ¿o es acaso una profesional?, otro posible yerno. El padre no logra romper del todo con la fuerte impronta teatral de la propuesta. Pero la edición, junto al trabajo del elenco, son fundamentales que se vea como otra cosa. Con el apoyo de la fantástica Colman, Hopkins compone a su personaje con todos los matices y las complejidades.
La experiencia es el conocimiento, o habilidad, que se adquiere luego de realizar, vivir, sentir o sufrir algo alguna vez, mientras que para Anthony Hopkins en The Father es un laberinto agobiante sin fin. La opera prima de Florian Zeller, quien decidió adaptar su propia obra de teatro al cine, se enfoca en el punto de vista de una persona que sufre la agravación de su memoria. Inexacta y con giros oportunos, The Father es una película que muestra la fragilidad humana ante la inevitable vejez. Una persona de avanzada edad sufre la agravación de su memoria y demencia senil. Queda claro desde el primer minuto que Hopkins fue una persona exitosa en la vida. Gran ingeniero. Siempre autosuficiente. Sin embargo, ahora debe vivir con su hija Anne (Colman). Mientras avanza la trama se van presentándose diferentes conflictos. ¿Están en la casa del Padre o de la hija? ¿Tiene un viaje a París? ¿Dónde está la otra hija de Anthony? Y más preguntas que plantean escenarios inexactos. Florian Zeller aprovechar esa situación para jugar con nuestra mente y mover los hilos que rodean al protagonista. Entregando así una adaptación que funciona con una eficaz solides. The Father logra capturar la esencia de lo que sería vivir en un bucle constante. Días que son noches. Escenas que se repiten. Personajes que desaparecen. Conversaciones ya escuchadas. Son los pequeños y específicos objetos los establecen el tiempo exacto que vive el padre. Un pollo, un reloj, una pintura o una camisa azul. Anthony Hopkins entrega una actuación muy balanceada y limpia que logra ser muy honesta. Logra usar el tono perfecto a la hora de desesperarse o buscar tranquilidad. Puede pasar de ser muy amable y carismático, a ser un total cretino. Siendo víctima y victimario. Tiene la gran habilidad de cambiar de gigante y frágil en segundos. Mientras que Olivia Colman, como hija y cuidadora, logra transmitir ahí mismo, en vivo, nuestros propios sentimientos como espectadores. La pena, la solidaridad, la irritación y el desespero, encaminan su actuación. Ver como una persona tan culta se empieza a desmoronar lentamente es desgarrador. Logrando así que el mismo público se empiece a cuestionar sobre su propia vejez. Por otro lado está el departamento. No por nada la película está nominada al Oscar a Diseño de Producción. La puerta está ahí, pero nunca se puede salir del todo. El hogar en si es un personaje que termina llevando el guion a un nivel más asfixiante. The Father está nominada a Mejor Película, Actor, Actriz de reparto, Guion adaptado, Diseño de producción y Edición en los Oscars. Por un lado es una cinta que por momentos traspasa la barrera de cine a teatro, sin embargo su actuación y estructura solida la convierten en una de las favoritas de la noche del 25 de abril.
La memoria es la condición de posibilidad de la identidad. El deterioro de los recuerdos y su cortocircuito con los estímulos del presente constituyen un riesgo de primer orden para el núcleo insustituible que define que alguien no sea cualquiera sino quien es.
“The Father”. Crítica Recién estrenada en las salas de cine, la película “El padre” tiene todos los matices psicoanalíticos de un drama extraordinario. Con las actuaciones estelares de Anthony Hopkins y Olivia Coleman, Florian Zeller realiza su última película franco-británica, reuniendo todos los elementos “psi” y así superando la mirada crítica de nuestro especialista Mario Betteo. El padre' (2020) crítica: excepcional y demoledor retrato de la demenciaUn interesante desafío es el de llevar a “El Padre” al Diván del cine, porque la obra de teatro de Florian Zeller, vuelta a escribir con Christopher Hampton y convertida en un film ópera prima de Zeller “The Father” (2020), tiene todos los elementos y matices “psi” como para acomodarse muy fácilmente en el diván. Sin embargo, vale la pena hacer algunas consideraciones al respecto. Zeller hace, de la figura de un padre, un rompecabezas ingenioso y que funciona como un reloj (objeto clave dentro del film) a la hora de hacer que el público se pierda en el laberinto de las identificaciones, las sustituciones, los espejos, el misterio de cuál es el hilo de la historia, el drama que implica hablar de demencia o de Alzheimer. Un padre da para eso y mucho más, porque a fin de cuentas, un padre es un título (como se dice de un grado militar o título universitario) que difícilmente se puede perder (salvo que la ley intervenga). Anthony es un hombre que vive en un departamento elegante sin ser ostentoso, solo, pero que enseguida advertimos que alguien, su hija Anne, también comparte el lugar, con o sin un esposo, con o sin una asistente para Anthony, y que van intercambiándose los rostros, para asumir distintas presentaciones que van confundiendo a Anthony y al mismo tiempo él se confunde solo. Sus olvidos son una trampa inmejorable a la hora de identificar una enfermedad. Si el reloj no está en su muñeca es porque alguien se lo robó, y cuando se lo encuentran, dirá que eso confirma que el otro sabe dónde está escondido. Lógica implacable a la hora de tropezarse con una falta. Todos están a su alrededor porque él es el padre de Anne y de otra hija llamada Lucy. “¿Dónde está Lucy?” es una pregunta que frecuentemente el padre enuncia incluso con desesperación. Es la pregunta fundamental. Porque falta, no lo visita, él no sabe por qué aunque presume su razón; es un cuadro que está en la pared pero que un día ya no está más. Ese ejercicio de sustracción, va a ser un recurso que el director tuvo que resolver a la hora de ambientar las escenas, la de los despojamientos. Despojamientos que también serán deshojamientos, así lo expresa Anthony cuando empieza a hablar de él mismo. Porque para él, y para nosotros, todos son y no son, mientras que de él, efectivamente sabemos que es él, no nos da ninguna duda. Lo que sucede es que el espejo no funciona igual para
Una experiencia inmersiva e inquietante en la vejez y en la demencia senil “El padre” es una experiencia inmersiva en la demencia senil, una narración con recursos simples y cuidadosamente elegidos, un relato sensible y doloroso sobre el extravío de la conciencia. Sin perder el ADN teatral original, el director francés Florian Zeller, autor del texto original y ganador del Oscar a mejor guión adaptado en los pasados premios Oscar, debutó en cine con esta película por la que Anthony Hopkins obtuvo el premio a mejor actor. Hopkins interpreta a Anthony y Olivia Colman a su hija Anne, en trabajos con una economía de recursos deslumbrante. En el medio aparecen otros personajes, como la pareja de Anne, enfermeras y médicos en una danza que se distorsiona progresivamente y con la música de Bellini de fondo asomando entre la niebla y los momentos de lucidez del protagonista. Uno de los mayores aciertos de Zeller es que sumerge al espectador en la confusión de Anthony con diálogos breves, sin forzar una situación dramática en sí misma y sin subrayar su deriva mental. Al contrario, esa inmersión sorprende tanto al personaje protagónico como a quien asiste como testigo silencioso del deterioro progresivo. Lo logra con sutiles cambios de escenografía y decorados, cuadros, muebles o una lámpara en el comedor o el pasillo diferentes en escenas sucesivas, objetos que desaparecen, personajes intercambiables, actores que interpretan distintos roles con el resultado de un extrañamiento inquietante, un inestable balance entre tiempo y espacio o los mismos diálogos que se repiten en loop a cargo de distintos actores. Esa cantidad de complejas decisiones técnicas, estéticas y narrativas tienen la virtud de resultar orgánicas, bajo una apariencia simple para mostrar a un personaje que lucha entre conservar los retazos de una conciencia que se diluye en un mar de dudas, temores y ráfagas de certezas que indican que algo ya no funciona como debería.
Un drama sobresaliente con Anthony Hopkins en su mejor momento De forma tardía (debido a la pandemia) llega los salas El Padre, la ópera prima del dramaturgo Florian Zeller, una experiencia fantástica y conmovedora que merece ser disfrutada en el cine. Luego de ser una de las grandes vencedoras en los premios Óscar y convertirse en una de la mejores películas del 2020, las salas argentinas estrenan de forma tardía (debido a la pandemia de coronavirus) El Padre, retrato desgarrador sobre la demencia liderado por la dupla Anthony Hopkins - Olivia Colman. Estrellas que son sinónimo de excelencia elevan su talento un escalón más gracias al conmovedor texto de Florian Zeller, debutante en la silla del director. La película cuenta la forma en la que un hombre de edad avanzada (Anthony Hopkins) comienza a perder la noción de la realidad como consecuencia de la demencia. Con un estilo narrativo similar al de Memento (Christopher Nolan, 2001) o El Club de la Pelea (David Fincher, 1999) por la forma en la que el director muestra como el protagonista percibe la realidad, la carga dramática de la historia -de por sí muy poderosa- se nutre con pinceladas muy suaves de thriller psicológico. La sensación que este recurso genera en el espectador es desesperante, ya que se mete directamente en los ojos de Hopkins, ofreciendo una mirada surrealista sobre la demencia en la que no se dimensiona la realidad de aquello ficcional. Sobresaliente, Olivia Colman ofrece una de las mejores actuaciones de su carrera al ponerse en los zapatos de una mujer que sufre la enfermedad de su padre, mientras ve como se diluye cualquier chance de volver el tiempo atrás y se prepara para afrontar el duelo de perder paulatinamente conforme la enfermedad avanza. Del lado de Hopkins, desde El silencio de los inocentes (escalofriante largometraje donde encarnó por primera vez al asesino Hannibal Lecter) que no lograba aprobación unánime de la crítica al punto de conmover hasta las lagrimas. Reconocimiento más que merecido para uno de los actores más versátiles que tiene Hollywood. El Padre está pensada desde una belleza espectacular con el superlativo análisis del desequilibrio psicológico por el que transita el personaje. Estruja el corazón y se gana el llanto de los más escépticos. Por donde se la analice brilla, razón primaria para no dejar de verla.
Cuando apareció la ópera prima del director francés Florian Zeller, fue difícil no pensar en la próxima entrega de premios Oscars. Un fuerte drama sobre la vejez enmarcada por notables actuaciones de figuras reconocidas, con décadas de carrera como Anthony Hopkins. No obstante la película fue una sorpresa aún mayor y positiva: lejos del dramón televisivo o teatral que uno podría suponer con sólo observar el póster o una sinopsis, «El padre» es casi una película de terror. Yendo de menos a más, la historia comienza con un hombre al que su hija visita y a quien quiere contratarle una acompañante porque no puede quedarse con él todo el tiempo. A él se lo ve enfocado, atento, de buen humor. Pero a medida que las escenas se pasan, uno ya no puede saber dónde empieza y termina una: de repente la hija que le había contado que se iba a ir a París sigue acá pero cambia de rostro, o el marido de ésta se mueve como si fuese su propia casa. Al principio muy sutil, también el escenario empieza a mutar: cuadros, objetos, paredes. Y Anthony (el personaje protagonista que comparte nombre con el actor que lo interpreta) se empecina en no perder de vista su reloj de muñeca seguro de que se lo quieren robar, como símbolo del tiempo que finito que le pertenece, enganchándose quizás para no concentrarse en lo que no quiere o no puede asimilar. A lo largo de todo el relato se va construyendo, reconstruyendo y también deconstruyendo la dinámica familiar de Anthony. Es que así como él está seguro de lo que sabe y niega toda confusión o error, el espectador aprende después de un rato a dudar de todo y se ve inmerso en medio de esta pesadilla junto a él. Porque, ¿qué peor que no saber quién es la persona que está a tu lado? ¿O no poder llegar a entender quién es uno mismo? ¿Sentir que todos alrededor perdieron la cabeza y el mundo se torna un lugar peligroso? Zeller, que más allá de la casi única locación en que se mueven sus personajes y la cantidad de diálogo, se aleja del puro registro teatral para aprovechar los recursos que el cine ofrece, como el uso del montaje, una puesta en escena muy precisa, o un adecuado uso de la música, al mismo tiempo que se aleja de lugares comunes. Eso diferencia a «El padre» de otras tantas películas sobre el tema que muchas veces no hacen más que apoyarse en un actor o actriz de renombre y una seguidilla de golpe bajos que pretenden conmover a la fuerza. Porque es terrible para el lazo cercano que tiene que ser testigo de ese deterioro pero no se suele pensar o habitar lo que le pasa al que vive ese perpetuo estado de confusión. El final, con la famosa escena en la que Hopkins te destroza (y es sin duda la que le dio el premio Oscar que hasta último momento muchos creían que iba a ir como homenaje póstumo a Chadwick Boseman), es lo que más se acerca a aquellos dramones, pero acá, además de una interpretación magistral, antes hubo un viaje tan aterrador al interior de la mente de este hombre, que el resultado es aún más desolador. Pero no es Hopkins toda la película. Ahí está Olivia Colman acompañándolo con mucha solidez como la hija que confunde y observa el deterioro mental de su propio padre y que quizás en algún momento ya se quede sin ideas sobre cómo poder ayudarlo. «El padre» es un fuerte drama sobre la demencia senil que retrata la enfermedad mental desde el punto de vista de quien la vive. Con una construcción de climas que se van tornando cada vez más obscuros, la película de Zeller es casi una de terror psicológico. A través de la perspectiva de Anthony, nos hace testigo de lo doloroso y aterrador que es que nuestra cotidianeidad se distorsione hasta el punto de no poder reconocerla, de una vida que se deshoja. La experiencia es gratificante y demoledora por igual.
Primero como obra de teatro, que aquí protagonizó Pepe Soriano, luego como director y co- guionista junto a Christopher Hampton de de su propia creación, Florian Zeller construye un profundo, oscuro, sensible retrato de la decadencia senil con una enorme interpretación de Anthony Hopkins que se llevó con justeza el Oscar al mejor actor. El punto de vista de toda la película es el hombre que se confunde y va perdiendo su memoria. Entonces ese padre puede ser el más encantador de los hombres. O el más cruel pocos momentos después. Puede tener con su hija momentos de gran comprensión o puede acusarla de hechos terribles, o hurgar profundamente para herirla sin compasión. Como un thriller psicológico, donde no faltan elementos de terror, el espectador observa como ese departamento donde transcurre la acción apenas se transforma con toques de decoración o color, y sus puertas pueden conducir a donde el desvarío de turno nos ubique. Un deslumbrante argumento bien realizado aunque se note su origen teatral, fluctúa entre algún destello de humor hasta la mayor negrura de la confusión con pulso firme. No solo uno disfruta el trabajo de Hopkins, a su lado, plena de humanidad y talento Olivia Colman conmueve con las mejores armas, dentro de un elenco de gran calidad. Plena de comprensión humana, es una película que conmueve profundamente.
"El padre", una narración que descoloca La película de Florian Zeller significó el segundo Oscar para el intérprete galés, que brilla especialmente en una trama cuyo relato no siempre funciona con la misma eficacia. Dada la repercusión que tuvo hace unos meses, cuando Anthony Hopkins ganó el Oscar (no fue suficiente para que en Argentina se estrenara a tiempo), es posible que a esta altura todo el mundo sepa hasta el último detalle de El padre. Como a pesar de ello cualquier lector tiene derecho a no saberlo, habrá que hacer rodeos para no espoilear. El film del realizador francés Florian Zeller, basado en su obra de teatro y coescrito junto al reputado Christopher Hampton (Relaciones peligrosas, Expiación, deseo y pecado y unas cuantas más), está diseñado para sorprender y desorientar al espectador, al menos durante buena parte de su recorrido. Hay razones para ello. La película empieza con una mujer de mediana edad (Olivia Colman), que llega a un edificio londinense de construcción clásica. Abre la puerta de un departamento, entra y encuentra al padre, Anthony (Anthony Hopkins, perfecto), abstraído con los auriculares puestos. Hasta que se los saca, el fragmento musical funciona como banda sonora de toda esa escena inicial. Anne viene a hablar con él, ya que maltrató a la mujer que lo cuidaba. En un momento del diálogo Anthony menciona a su otra hija, que parece ser la favorita. Anne contiene un gesto de angustia y reprime un comentario que se adivina doloroso. En lugar de eso anuncia a su padre que se mudará a París, ya que conoció a un señor francés con el que hicieron muy buenas migas y decidió probar suerte allí. Toda la conversación es incómoda, se percibe un aire de extrañeza, cosas no dichas. Cuando a la mañana siguiente Anthony encuentra a un desconocido leyendo tranquilamente el diario en el living, las cosas pasan de castaño oscuro. Situaciones que no cierran, personajes que no parecen estar en su lugar, lugares que tal vez no sean los que se piensa, datos que se excluyen entre sí y familiares cercanos que mudan de rostro generan desconcierto. Cuando el rompecabezas empiece a armarse -aunque nunca lo hace del todo-, cuando se comprenda que esa aparente falta de lógica responde en verdad a una lógica alterna, el espectador advertirá tal vez que el sentimiento de extravío que súbitamente lo ha arrancado de la realidad de todos los días, coincide con el de una mente resquebrajada. El relato funciona como los auriculares de Anthony: se oye lo que ellos permiten oír. Y estos auriculares no funcionan bien. Hasta aquí, todo bien, todo encaja, gracias al astuto manejo de una de las herramientas claves de toda narración, el punto de vista: el espectador ve lo que el protagonista ve. Pero si se recapitula se advertirá que hay escenas que Anthony no puede haber visto. Sin ir más lejos la del propio comienzo, cuando Anne viene caminando por la calle. Y después de esa varias más, como todos los diálogos entre Anne y ¿su marido? Si Anthony no las ve, ¿entonces quién? El relato no tiene respuesta para esta pregunta clave, y lo que parecía ser un hábil y apropiado manejo del punto de vista se revela como artilugio logrado a medias. Aunque ese dispositivo narrativo -que por otra parte no es nuevo- parecería ser el plus que la película tiene para ofrecer, lo más valioso de El padre viene en verdad en la segunda parte, cuando ese edificio de naipes da paso a algo menos “original”, menos llamativo, más universal y más hondo: la emoción. La tristeza, el dolor, en particular. Tristeza y dolor de ver, de experimentar, la decadencia, el desvalimiento, la definitiva pérdida de lucidez de ese padre que el título nombra y que podría ser el de cualquiera de nosotros. Que podríamos ser, algún día, nosotros mismos. Allí el punto de vista se invierte y se hace denso: es el de los seres cercanos a Anthony, y junto con ellos el del espectador.
Reseña emitida al aire
Es un problema el cine basado en obras de teatro: tienden a crear elementos artificiales para “airear” el texto, hacerlo más cinematográfico. Algo de eso pasa aquí, pero es tan fuerte el trabajo de los actores que el cine vuelve a funcionar como un enorme documento de la cómo los intérpretes pueden crear un mundo. La historia de una familia afectada por el creciente deslizamiento al desconocimiento, Alzheimer mediante, de un padre que intenta resistir los embates de la enfermedad tiene algo que otras historias similares no tienen: inteligencia. Es Hopkins el sostén, sí, y tiene un Oscar bien ganado porque le otorga humanidad e ingenio a su personaje; y es Colman la extraordinaria partenaire en ese juego que no puede jugarse solo. La otra gran característica es cómo el espacio familiar se disuelve y se convierte en el de la convalescencia, ese juego en el que el ambiente acompaña la trama.
Digno ejercicio de estilo. El padre no es una obra de teatro filmada, tampoco la trasposición lisa y llana de un formato teatral al cine. Entonces, entre una cosa y la otra existe una relación que termina entendiéndose al tomar contacto con la puesta en escena de la subjetividad del protagonista. Anthony Hopkins entrega, como siempre, una actuación impecable a fuerza de gestualidades y sutilezas al meterse en la piel y cabeza de este anciano, cuya percepción de su entorno y la realidad se ve distorsionada por su pérdida progresiva de la memoria,así como de esa endeble línea divisoria entre el recuerdo del pasado y la representación de lo recordado. El dramaturgo francés Florian Zeller parte desde la cáscara de su pieza teatral y se vale de los recursos cinematográficos para construir en la yuxtaposición de personajes, que cambian de rostros y roles en un mismo espacio-tiempo, el universo resquebrajado del deterioro cognitivo del protagonista, renuente a recibir cualquier tipo de ayuda por parte de su hija (Olivia Colman) y con un carácter intransigente a la hora de reconocer su vulnerabilidad y temores esporádicos cuando la noción de espacio y tiempo confabulan y la identidad se pierde totalmente. Sin aportar alguna arista novedosa sobre películas que giran en torno a las consecuencias de la pérdida de memoria, El padre es un digno ejercicio de estilo.
Un dramón a puro diálogo que se reserva algunas escenas inquietantes. El aire teatral del guión original se siente bastante. Da la sensación de que la hicieron especialmente para que Anthony Hopkins y Olivia Colman arrasen en la temporada de premios.
"Compartimentos mentales" Por Denise Pieniazek El padre (The Father, 2020), luego de haber obtenido dos premios Oscars a Mejor guión adaptado -Florian Zeller y Christopher Hampton-y a Mejor actor protagónico -Anthony Hopkins-, la película llegó finalmente a las salas argentinas. El padre es una transposición de la obra de teatro homónima (2012) de Zeller, quien debuta aquí como director cinematográfico. Sin embargo, no es la primera adaptación audiovisual que se realiza de su obra, previamente se realizó otra versión titulada Floride (2015) dirigida por Philippe Le Guay. Retomando el filme en cuestión, El padre (2020) es un drama psicológico que tiene la delicadeza y originalidad de narrar la acción a partir del punto de vista de un hombre mayor, a través del cual el espectador deberá descubrir si padece algún tipo de demencia senil, o si es su entorno quien desea perjudicarlo. La audacia del relato también se enfatiza al utilizar como poética los fragmentos, lo que es propio del aparente tambaleo en la memoria del protagonista. Es decir, que la estructura “episódica” del relato evidencia una reciprocidad entre forma y contenido, o sea, que hay una correspondencia entre lo qué se expresa y cómo se expresa, como así también mantiene la estructura del lenguaje teatral. El protagonista llamado Anthony, igual que su intérprete el reconocido Anthony Hopkins -quien nos conmoverá profundamente mediante una actuación sublime en el sentido más kantiano de la palabra- no logra congeniar a largo plazo con las empleadas que su hija contrata para que lo asistan, en una situación que se torna cada vez más compleja para ambos, pues ella lo visita todos los días. Incluso esto último, es esbozado metafóricamente desde el inicio de la película, la cual está colmada de este tipo de recursos poéticos, allí vemos a Anne su hija (Olivia Colman) caminar por la calle en un camino recto en el que la cámara la acompaña, al llegar a destino este trayecto parece enroscarse al ingresar al edificio, hasta llegar a ver a su padre. Como así también la escultura gigante de la cabeza fragmentada que se observa en una escena de exteriores. En este departamento que es bastante grande y posee pasillos extensos (lo cual resulta llamativo para un hombre longevo solo) ambientado con tonos ocres y amarronados, él todavía se siente con poder para decidir sobre su vida. A medida que avance el relato, esta situación se irá revirtiendo, incluso la sutileza del cambio cromático en el vestuario y el decorado -que genera ese efecto de loop constante- se teñirá de los ocres en degrade a los celestes y azulados. Es decir, que puede interpretarse desde la simbología del color, que los tonos ocres y verdosos representan lo terrenal, la lucidez mientras que el pasaje hacia el croma de los azules encarnan el vacío, el pasaje hacia lo celestial. De igual modo, el espacio se irá cerrando sobre sí mismo, como expresión del padecer del protagonista, su confusión y encierro.La puesta en escena evidencia que hay una elección consiente en no ubicar completamente al espectador en tiempo y espacio (solo un espectador muy atento podrá distinguir las sutiles diferencias), con el objetivo de hacer sentir en carne propia al público el estado de confusión de Anthony. La construcción de El padre, desde la ocularización, es decir desde el punto de vista de Anthony, produce un relato fragmentario que permite que el espectador profese empatía con el sentir del personaje y entienda su “estado de confusión” y sus alteraciones, enfatizadas además por el talento actoral de Hopkins en su dicción y sus genuinas expresiones faciales. Mediante un desenlace que casi clausura la interpretación de la película, en contraposición de la anterior audacia de su narrativa desconcertante, entre los destellos de lucidez y los tintes paranoicos, el linde entre la realidad y la memoria y la fantasía o un recuerdo confuso, comienza a hacerse nítido. Al final Anthony pronuncia: “Siento como si estoy perdiendo mis hojas. Las ramas, el viento la lluvia.”, como recurso poético que asemeja la vida humana a un árbol. Reforzando el sentido de obsesión del protagonista con su reloj de pulsera, el deseo de aferrarse al tiempo, al pulso que marca el tiempo desde su muñeca, en un “mundo que sigue girando” y en el que lo abruma la angustia. Todo tiene un perfecto sentido, tal como generalmente se suele mencionar que, estando próximos a la muerte, recordamos de forma fragmentaria algunos sucesos de nuestra vida. Por último, todo lo expresado anteriormente es tan sólo un esbozo, es muy difícil poder transmitir en palabras lo que El padre representa con excelencia, para poder contemplarlo deben ver este filme imperdible y conmovedor.
Un hombre perdido en tiempo y espacio. Un reloj en su muñeca que aparece y desaparece, sin aviso previo. Ese reloj marca las horas de un tiempo finito por delante. Es un hombre abandonado a su suerte en medio de una habitación. Un lujoso apartamento ubicado en un barrio residencial. Sus ambientes relucen, su mobiliario es impecable. Observamos pasillos, marcos de puertas, ventanas. Todo con absoluta disposición y simetría. También buen gusto para las artes: allí hay un piano y cuadros colgados en la pared. Todo aparenta armonía. Todo, salvo el interior de la mente del huésped que habita ese departamento. Es un hombre de ochenta años, atravesando un severo deterioro cognitivo. Se regodea de su astucia y habilidad para el baile tap. Se enorgullece de su memoria, nos recuerda que en ‘París no hablan inglés’ con inusitada reiteración. Es un histrión, carismático, sarcástico y comprador. Pero, tras la fachada, nos adentramos en los pasadizos mentales de un ser quebrado. A medida que sus recuerdos se desvanecen, su realidad se difumina. El reloj deja de marcar las horas y se derrite, como si hubiera sido dibujado por Dalí. El hombre se desorienta, observa rostros que no reconoce. Intenta armar las piezas del rompecabezas: los vínculos familiares que lo rodean, una trágica pérdida y un presente que se bifurca en senderos de jardín hecho de árboles frondososos. Como el plano final atestigua, de esos que permanecen de pie, añejos, sosteniendo el soplido del viento y atestiguando la memoria de todo lo que vieron a su paso derrumbarse. Con absoluta maestría, Florian Zeller adapta al cine su propia versión teatral y el mecanismo narrativo con el que lo hace es lo suficientemente inteligente y ambiguo como para colocarnos en el punto de vista de este hombre menguante. La confusión de él ya es nuestra y nos cuestionamos, a cada minuto, a cada plano, la credibilidad de lo que vemos. Así es la memoria, engañosa casi siempre. En absoluto sencilla de digerir, la trama nos lleva, mediante auténtica capacidad de conmoción, y con algún que otro golpe bajo, a visibilizar la realidad que sufre este desprotegido anciano, preso de sus lagunas mentales y su indetenible ocaso. Podremos empatizar con un ser querido víctima de similares circunstancias o podrá comprender la sintomatología todo especialista médico experto en la material. “El Padre” no deja indiferente a nadie. Es una película poderosa que utiliza el medio audiovisual para concientizar, para instrumentar. Ningún espectador quedará ajeno a la reflexión acerca de como cuidamos a nuestros padres y abuelos. De nuestra virtud para la tolerancia, también para la resignación. Bajo la piel y en los zapatos de Anthony, nuestro protagonista, está Sir Anthony, nuestro amado caballero inglés. Los guiños autorreferenciales son más que suficientes, y todo cinéfilo tendrá en cuenta una fecha pronunciada de sus labios, en llamativo juego ficcional: 31 de diciembre de 1937. También aquella hoja de calendario se recuerda por ser el natalicio de este dos veces ganador del Premio Oscar. Hopkins aporta sensibilidad, emoción y una construcción gestual corporal tan precisa como magnífica para dar vida a este ser sin brújula alguna ni nitidez en su horizonte próximo, condenado a su propio bucle sin fin. La obtención del galardón mayor a la actuación en cine, exactos treinta años después de su prodigiosa personificación de Hannibal Lecter en “El Silencio de los Inocentes” (1991), llega para Hopkins en una suerte de primavera profesional. Luego de haber deambulado durante la última década y media en productos intrascendentes hasta hacernos pensar que lo mejor de su cosecha era tiempo pasado, ha revitalizado su trayectoria gracias a roles como este y su inmediato antecesor, en “Los Dos Papas”, estrenada en 2019. Pero, no se confunda el título del film con la verdadera significación del rol parental. En un momento clave, Anthony deja de ser padre para convertirse en hijo. Y esa escena es la típica que te hace ganar un Premio Oscar. El gran Hopkins lo sabe. Desprotegido y relegado a un rincón de una fría habitación, vislumbrando quizás el final de sus crepusculares días, el anciano vuelve al punto de partida y es un niño indefenso clamando, desesperadamente, por su madre. El único ser que podría tomarlo en sus brazos y conducirlo, amorosamente, a la puerta de salida de semejante infierno, de semejante invierno. Sobran las palabras. Y no quedan lugar para más lágrimas allí.