El motivo principal por el que decidí que ésta sea la primer película del año fue el gran elenco que tiene, el cual no decepciona por suerte. La historia y desarrollo del film es otra cosa totalmente diferente. Cuenta la historia de Dick Cheney, tratando de ser lo más acertado posibles. Como ascendió al poder, y como quiso hacer uso y abuso de este mismo siendo el Vicepresidente de Estados Unidos, cuando George W. Bush era el presidente, época en la que sucede lo de las torres gemelas y la invasión a Afganistán y la guerra con Irak. Hace mucho que no veía una película que intentara tanto ser graciosa y fallara tan trágicamente. En los 132 minutos de film me habré reído 2 veces, ni siquiera reído, sonreído. Y el resto de los espectadores tal vez se rieron 3 veces y estoy siendo generoso. Una narrativa muy lenta. Varias veces me dio sueño. Es una de las típicas películas de política de Estados Unidos, mostrando el gran país que creen ser, pero es muy aburrido. Es interesante conocer las políticas y eventos que sucedieron en otro país a lo largo de la historia, pero se encargaron de contarnos tanto de esto que ya nada sorprende. Y sigue siendo agotador escuchar una y otra vez la misma historia desde otros puntos de vista. Lo que se encarga de dejar en claro la película es demostrar lo frío y escrupulosos que pueden ser los políticos, y el gran abuso de poder que existe. Manejando los medios de comunicación para que informen sólo lo que a ellos le conviene, y así ganar unas elecciones que estaban perdidas, esto como mínimo ejemplo de le hegemonía que tenían en ese momento el partido republicano. Lo más rescatable del film son las actuaciones. Un Bale muy metido en personaje, al punto tal de desconocerlo en todo momento, más allá de la caracterización realizada. Steve Carrel cumple bien, no es su mejor papel. Sam Rockwell vuelve a hacer una interesante actuación. Y la frutilla del postre es Amy Adams, que una vez más no decepciona con su actuación y lo hace de forma sublime. Es muy interesante, motivo por el cual tiene un puntaje más alto el film, el mensaje que deja. Muestra como el abusar del poder hace casi 18 años atrás aún tiene consecuencias el día de hoy. Cheney fue el que termino de convencer a Bush por la guerra de Irak. El presidente siendo prácticamente una marioneta de Dick, hace cosas porque este último se lo dice de una forma muy convincente, que no parece una idea descabellada. El monólogo final, no muy largo, pero pontente que realiza Bale es lo que hace al todo de la historia, digamos que si le sacaban media hora y ponían ese monologo antes, la película sería mucho mejor. Mi recomendación: Sólo para adeptos de la política estadounidense y afines.
Un burócrata psicópata en las sombras El Vicepresidente (Vice, 2018), la última realización escrita y dirigida por Adam McKay, conocido esencialmente por las correctas El Reportero: La Leyenda de Ron Burgundy (Anchorman: The Legend of Ron Burgundy, 2004) y La Gran Apuesta (The Big Short, 2015), es una de las películas más ambiciosas, caóticas e interesantes que haya salido de Hollywood en mucho tiempo, una parodia política exacerbada y nihilista sobre Dick Cheney, un republicano hiper fascista vinculado a la mafia capitalista petrolera yanqui que sirvió como vicepresidente del infradotado de George W. Bush -tan psicópata, conservador y maquiavélico como el propio Cheney- durante casi toda la primera década del Siglo XXI. El trabajo de Christian Bale como el protagonista y de Amy Adams como su esposa Lynne, suerte de Lady Macbeth en el ascenso y consolidación de la posición hegemónica de turno, rankea en punta como uno de los mejores y más meticulosos de sus respectivas trayectorias. McKay utiliza un abanico de recursos muy vasto para construir una experiencia en muchas ocasiones esplendorosa y muy hilarante que apela al intelecto en vez de al fetiche emocional del mainstream maniqueo de siempre; así nos topamos con diversos flashbacks, hipérboles, intertítulos, planteos burlones, interpelaciones a cámara, una edición bien agitada, algún que otro falso final, mucho material de archivo -tanto web como televisivo- y una buena tanda de locuciones en off por parte de un narrador semi externo, Kurt (Jesse Plemons), un militar norteamericano apostado en Medio Oriente que jugará un rol central en el desenlace. El relato sigue todo el derrotero personal y político de Cheney, empezando en su juventud como un borrachín que abandonó Yale e incluyendo la influencia decisiva de su mujer para que deje el alcohol y comience a trepar de inmediato desde el momento en que ingresa a la Casa Blanca como “interno” durante la administración de Richard Nixon. La película deja bien en claro que el gran despegue del protagonista en Washington D.C. se produce gracias a su asociación con Donald Rumsfeld (Steve Carell), otro energúmeno republicano cuyo cinismo y anhelo de poder eventualmente terminan sobrepasados por los de su colega Dick. Durante la presidencia de Ronald Reagan el susodicho se hace de un escaño en la Cámara de los Representantes, en la administración encabezada por George H. W. Bush muta en Secretario de Defensa en ocasión de la execrable Guerra del Golfo y durante el mandato del demócrata Bill Clinton el camaleón de Cheney se transforma en CEO de Halliburton, una de las multinacionales petroleras más grandes y corruptas del planeta; lo que por supuesto explica su obsesión con acumular autoridad/ capacidad de autonomía como vicepresidente -el más poderoso de la historia estadounidense, sin dudas- y su lobby sutil en pos de las invasiones a Afganistán e Irak utilizando como excusa a los atentados del 11 de septiembre de 2001 para hacerse de las reservas petroleras del país, justo como si se tratase de un operador político cualquiera de alto perfil que dobla los hilos para su único beneficio (su telaraña de influencias se extendió por todo el enclave público). A diferencia de otras tantas propuestas timoratas que buscan “humanizar” al mamarracho impresentable y despótico en cuestión, sea éste republicano o demócrata (aquí estos últimos también son objeto de dardos variopintos al paso), El Vicepresidente no se guarda nada en su denuncia contra Cheney -y contra casi toda la administración de Bush hijo, por cierto- en tanto genocidas a conciencia responsables de miles de muertes provocadas por las intervenciones bélicas en Medio Oriente y el ascenso subsiguiente al poder del Estado Islámico/ ISIS. Asimismo el film pone de manifiesto la violación constitucional volcada al absolutismo, la práctica consensuada de la tortura por parte de las tropas de ocupación, la vigilancia/ espionaje masivo sobre la población yanqui, el nuevo marketing de la derecha para la manipulación, y finalmente la corrupción y connivencia de los funcionarios estatales con las compañías privadas vinculadas al negocio de la reconstrucción y el saqueo de hidrocarburos en las naciones devastadas. Ayudado además por unos geniales Steve Carell como Rumsfeld y Sam Rockwell en la piel de George W. Bush, McKay crea un pantallazo oportuno y anárquico del fascismo ridículo actual y sus tristes burócratas en las sombras…
El vicepresidente (Vice) es la nueva película de Adam McKay, director de extraordinarias comedias que encaró a partir de The Big Short una etapa de su filmografía más comprometida con la realidad política de Estados Unidos. Vice es una biografía del ex vicepresidente durante las dos presidencias de George W. Bush, considerado por muchos con el vicepresidente más poderoso que haya tenido la historia de ese país. La película no es una biografía convencional, sino que tiene situaciones de humor intencionalmente absurdo que rompen con la narración clásica y la cuarta pared. No hay duda de que hay una gran osadía en la manera cómica, libre e imaginativa con la que la película elige contar cosas terribles sobre la vida de un político tan importante y la gravedad de las decisiones que este ha tomado en su carrera. Pero al mismo tiempo la película se mete de lleno en la moda de las películas biográficas y le permite a su actor que haga el clásico show para ganar premios. Por un lado lo arriesga todo y por el otro es lo más conservador que existe, a nivel cinematográfico, claro está. El director demuestra que tan brillante es en muchos momentos de la película, pero queda claro que su función principal es hacer una campaña política para denunciar las atrocidades de Dick Cheney en su trabajo como vicepresidente y antes también. Como una Michael Moore con talento y mayor inteligencia, pero igualmente atrapado por el discurso político sin filtros. Por momentos la película es muy sofisticada, pero en otros subraya demasiado su discurso. En su búsqueda del humor y el absurdo, su personaje termina teniendo un inesperado encanto, un Ricardo III de la política actual. Casi le deja la palabra final al propio Cheney, pero se engolosina y coloca una escena final entre los créditos. Escenas graciosa pero que termina una vez más subrayando todo lo que quiso decir ya varias veces. Capítulo aparte merecen los actores, todos muy profesionalmente pero insufribles. Christian Bale juega el viejo juego de la imitación y más todavía lo hace Sam Rockwell como George W. Bush. Tal vez la inesperada sorpresa y mayor efectividad esté en Tyler Perry interpretando a Colin Powell, en el único trabajo realmente sobrio que tiene la película.
El lobbysta de la muerte Dick Cheney (Christian Bale)es tal vez uno de los políticos más astutos y execrables del planeta. Por eso una biopic donde de antemano se lo ilustre como un verdadero hijo de buena madre sirve de botón de muestra de sus enormes influencias a la hora de tomar decisiones ejecutivas por parte de los diferentes presidentes que ocuparon la Casa Blanca a partir de Richard Nixon hasta las dos presidencias de George W. Bush. El Vice de Bush hijo (Sam Rockwell) durante sus dos mandatos fue uno de los ideólogos del injustificado ataque a Afganistán y a Irán por la supuesta autoría de los atentados en las Torres Gemelas del 11 de Septiembre. Sus intereses petroleros y privados en el negocio de las armas son apenas una de las razones que lo llevaron a persuadir y torcer voluntades republicanas y demócratas en las esferas del más alto poder, con un Bush completamente inútil y superado por la crisis política interna y externa. Ahora bien, los límites de esta película dirigida por Adam McKay, rastreable en varias comedias de humor ácido e irreverente como por ejemplo El Reportero: La Leyenda de Ron Burgundy (Anchorman: The Legend of Ron Burgundy, 2004) son precisamente las virtudes que cuenta el tono y tratamiento de una trama política con el ojo puesto en el poder de Cheney y su compañero de atrocidades Donald Rumsfeld (Steve Carell), otro Maquiavelo moderno capaz de vender a su propia abuela por un mísero espacio de poder. El otro pilar en el que se apoya esta sátira donde no se revela nada nuevo para algún avezado en temas de política exterior -pero que seguramente para el público norteamericano represente una novedad como en los documentales de Michael Moore- es el rol de la esposa de Cheney (Amy Adams), dominadora de su esposo desde su ascenso y sostenedora de sus caídas posteriores a causa de problemas cardíacos. Esta Macbeth que también digita desde las sombras del poder resulta mucho más interesante y peligrosa que el propio protagonista. Christian Bale recurre a la mímesis como punto de partida, no opta por hacer una composición personal de Dick Cheney más que procurar entender cómo piensa un ser tan frío y miserable. Lo logra en muchos momentos, acompañado de un riguroso trabajo en lo físico (Bale tuvo que someterse a dietas para aumentar de peso) y eso es el plus que necesita un guión que trastabilla en varias oportunidades a pesar de recurrir a diversos atajos narrativos como flashbacks, la voz en off de un personaje clave para el destino del Vicepresidente, entre otros. Si hubiera que pensar un segundo en el humor (la escena en el restaurante con la carta y las opciones de prerrogativas es ingeniosa), la realidad es que la parodia cumple su objetivo aunque esto no signifique necesariamente que el público ría por lo que se ve en pantalla. El ridículo y el absurdo para explicar por ejemplo el error de haber otorgado tanto poder legal a personas que no piensan en la ley más que si esta ayuda a que concreten sus fines es un buen elemento que durante el desarrollo de toda la intriga palaciega clarifica la importancia de participar activamente en el sistema democrático como ciudadanos informados y nada dóciles a discursos patrioteros y de retórica hueca como tampoco a entregar un voto a aquellos que en el futuro controlarán el destino de cada uno de nosotros.
Una despiadada e hilarante biografía del político republicano Dick Cheney es una de las más originales y sorprendentes películas que Estados Unidos ha dado en los últimos años. Sí, es cine masivo de entretenimiento y cuenta en su elenco con varias de las más célebres estrellas de Hollywood, pero al mismo tiempo se trata de un filme incisivo y comprometido, en el que se entrecruzan notablemente la comedia y el drama, la ficción y el trabajo documental.
El poder absoluto El regreso del realizador Adam McKay no podría ser más auspicioso. Tras el éxito de La Gran Apuesta (The Big Short, 2015), un film sobre la historia detrás de la especulación financiera que desembocó en la crisis económica más virulenta del Siglo XXI, el director de Step Brothers (2008) se adentra en la vida del reservado Dick Cheney, el compañero de fórmula presidencial de George W. Bush en las elecciones del 2000 y 2004, dupla que triunfó en ambas oportunidades, ejerciendo los cargos de Vicepresidente y Presidente de Estados Unidos respectivamente, entre enero de 2001 y enero de 2009. El Vicepresidente (Vice, 2018) indaga en la vida de uno de los personajes más controversiales de la política reciente norteamericana, el burócrata y ejecutivo petrolero Dick Cheney, hombre que ideó y ejecutó junto al Secretario de Defensa Donald Rumsfeld la invasión a Irak bajo el falso pretexto de que fabricaban armas de destrucción masiva y albergaban terroristas, alegando una conexión inexistente entre Saddam Hussein y Al Qaeda con la finalidad de saquear el petróleo del país de Medio Oriente desestabilizando la paz de la convulsionada región. El film narra la transformación de Cheney de un trabajador no calificado en Wyoming con problemas de alcoholismo a graduado en Ciencia Política y pasante en el Congreso y más tarde en la Casa Blanca durante la administración de Richard Nixon, incluyendo a posteriori su puesto como Jefe de Gabinete y director de la campaña presidencial de Gerard Ford, un oscuro prontuario legislativo en la década del ochenta, un cargo como Secretario de Defensa en el gobierno de George Bush y finalmente su llegada a la Vicepresidencia junto al inepto Gobernador de Texas en uno de los resultados electorales más polémicos de la historia de Estados Unidos tras pasar por la actividad privada como CEO de la empresa petrolera Halliburton, la que se beneficiaría de forma escandalosa por la apropiación de las reservas petrolíferas de Irak. Pero McKay realiza una maniobra más vasta sobre la cultura norteamericana y los cambios introducidos por Cheney en la legislación como parte de un proceso de las clases dominantes para instaurar sus políticas. La manipulación del atentado terrorista del 11 de Septiembre de 2001 le permite al Vicepresidente ejercer facultades extraordinarias y arrogarse el poder absoluto del Estado, declarando a su país en estado de guerra contra una entidad imaginaria que más tarde cristalizaría en las invasiones a Afganistán e Irak, fortaleciendo al extremismo islámico en lugar de mermarlo. Cheney surge aquí como un producto más -aunque extremo y burocrático- de una avanzada de la derecha para enmascarar sus políticas, esas que favorecen siempre a los multimillonarios a costa del sufrimiento de los pobres y la pauperización de las condiciones de vida y los salarios de las clases medias, generando en la opinión pública una aquiescencia para reducir impuestos, declarar guerras, espiar a la población, secuestrar y torturar opositores a sus políticas por todo el mundo y abusar de las contradicciones de las leyes con fines autoritarios y dictatoriales, siempre autoproclamando sus acciones ilegales e inconstitucionales como necesarias y legítimas. Pero lo interesante de todo para el realizador es que un hombre gris como Cheney, un vicepresidente sin habilidades oratorias y un burócrata de segunda, haya sido capaz de restaurar las pretensiones imperiales más descaradas de su país a pesar de la oposición de varios sectores, incluso de su propio partido. Esto lleva al film a analizar la situación social de la nación, el rol de los medios -especialmente de la cadena de noticias Fox- y los cambios que permitieron que este tipo de personajes representen los ideales de éxito y logren cargos electivos en la democracia norteamericana bajo el ala republicana tras la degradación del partido producto de las consecuencias judiciales del Watergate. La llegada de energúmenos como Bush o Cheney al poder es así para McKay parte de una estrategia de los multimillonarios consolidada desde la década del setenta para gobernar a través de los idiotas útiles de turno en un esquema del que las mismas empresas siempre sacan una buena tajada dejando en el camino pobreza y pérdida de derechos. Christian Bale realiza una vez más una transformación física completa para interpretar a Cheney, mientras que Steve Carrel vuelve a demostrar todo su talento para combinar la sagacidad y la rapacidad de Donald Rumsfeld. Amy Adams entrega otra gran interpretación como la esposa de Cheney, Lynne, y Sam Rockwell personifica a George W. Bush en una película con un elenco que incluye a Eddie Marsan, Alison Pill, Bill Camp y la exquisita, divertida y breve aparición de Alfred Molina. Con las mismas premisas y la misma irreverencia mostradas en La Gran Apuesta, El Vicepresidente se adentra en la mentalidad y los anhelos del norteamericano de derecha, el votante republicano de Bush que llevó a Donald Trump a la presidencia eligiendo favorecer a los más ricos y empobreciéndose a sí mismo por cuestiones ideológicas. McKay tampoco se priva de poner su granito de arena a conciencia en la grieta estadounidense creada por los asesores de campaña de Trump, quienes crearon una división ideal a sus propósitos electorales en una estrategia explotada en Gran Bretaña en el referéndum sobre la Unión Europea y en Argentina por Duran Barba en las elecciones que llevaron a Mauricio Macri a la presidencia. Narrada en tercera persona por un personaje interpretado por Jesse Plemons, que se pone en la piel del norteamericano promedio, El Vicepresidente es un excelente ensayo en clave de sátira política y denuncia sobre el entramado que permitió la llegada al poder de Bush, Cheney y Trump, sociópatas sedientos de poder capaces de declarar una guerra en cualquier lugar para beneficiarse a sí mismos, justificando cualquiera de sus acciones inmorales e ilegales con el pretexto de la seguridad nacional.
Imperdible y brillante film que no sólo entretiene sino que apasiona de principio a fin, con una narración más cercana a la comedia, no porque busque que el espectador se esté riendo a carcajadas, sino que para distender....
“Vice” es la obra más reciente del director Adam McKay (“Anchorman”, “The Other Guys”), un guionista surgido de Saturday Night Live que nos otorgó varias comedias irreverentes y desfachatadas al mejor estilo de SNL, incluso con varios actores surgidos del programa de sketch como por ejemplo Will Ferrell. No obstante, McKay explotó y saltó a la fama gracias a su film más aplaudido y laureado titulado “The Big Short” (2015). Aquel largometraje le valió el Oscar a Mejor Guion Adaptado, con una historia sumamente interesante, mediante la cual se intentaba explicarle al espectador la crisis financiera de 2008, producto de la industria inmobiliaria de Estados Unidos. Un tema bastante pesado y complejo que el director supo amenizar por medio de la ruptura de la cuarta pared, por medio de material de archivo, explicaciones extradiegéticas y otros recursos innovadores que coqueteaban con ciertas herramientas del cine documental. Una película fresca e interesante que llamó la atención tanto de la crítica como del público. Tres años más tarde Adam vuelve a redoblar la apuesta con un largometraje que explora la historia real sobre cómo Dick Cheney (Christian Bale), un callado burócrata de Washington, acabó convirtiéndose en el hombre más poderoso del mundo como vicepresidente de los Estados Unidos durante el mandato de George W. Bush (Sam Rockwell), con consecuencias en su país y el resto del mundo que aún se dejan sentir hoy en día. El único inconveniente es que todo aquello que hizo interesante y atractivo a “The Big Short” vuelve a explotarse en este film pero sin esa sensación de encontrarnos ante algo nuevo. La cinta cuenta con varios narradores, una autoconsciencia similar a la de la película antes nombrada y ciertos recursos como incluir memes o imágenes que nos remiten a otras situaciones para lograr un montaje paralelo que nos sugiere ciertos asuntos relacionados con lo que va a acontecer más adelante. Todas cuestiones que implican una visión particular de Adam McKay para contar este tipo de historias y que ayudan a construir su estilo propio. El problema radica en que el film se vuelve repetitivo, viviendo a la sombra de su predecesor, ya que se siente como algo explorado, a pesar de que la historia sea interesante e incluso se separe de las clásicas biopics, resultando ser entretenida y amena para el espectador. A nivel interpretativo no hay nada que reprocharle a la película, ya que “Vice” compone una plataforma espectacular para el lucimiento de Christian Bale en la figura imponente de Dick Cheney. Su trasformación no solo se da a nivel físico (el actor tuvo que subir alrededor de 20 kilos para el papel) sino también a nivel gesticular y con la voz del mismo personaje. Resulta increíble lo que hizo este gran actor con el rol principal, si a esto le sumamos que el trabajo de maquillaje y prótesis es formidable tenemos a la viva imagen del vicepresidente de George Bush. Completan el elenco Amy Adams como la esposa de Cheney, Steve Carell como Donald Rumsfeld y Sam Rockwell como George W Bush. Este trío de actores también realiza composiciones destacadas para poder completar un gran trabajo actoral del resto del elenco. Adams demuestra ser una de las actrices más sobresalientes de su generación, mientras que Carell evidencia que su histrionismo no solo sirve para la comedia sino también para el drama y otros géneros (igualmente aquí en varios instantes expone su irreverencia y su mordacidad con momentos incómodamente cómicos) y Sam Rockwell afirma lo que vimos el año anterior en “Three Billboards Outside Ebbing Missouri” (2017) siendo un George W Bush perdido y manipulado. Lo que tenía “The Big Short” es que contaba algo mucho complejo de entender y utilizaba las mismas tácticas que acá para hacerlo más entretenido para el espectador, al mismo tiempo que explotaba el factor sorpresa. Además, su guion era mucho más sólido. Aquí, tenemos una historia más atractiva que quiso ir a lo seguro y explotar las mismas fórmulas exitosas probadas en la cinta anterior, aprovechando solamente el talento de su protagonista y el resto del elenco. Igualmente, resulta una propuesta interesante para el público que suele disfrutar de las biopics con un abanico muy amplio de recursos que no suelen ser vistos en estos relatos como por ejemplo un falso final, varios narradores poco confiables, intertitulos, material de archivo, entre varias otras cosas. “Vice” representa una película entretenida y bien actuada que se torna algo deslucida por su familiaridad. Su parecido con “The Big Short” es demasiado poco sutil y le juega en contra, ya que pierde en la comparación. Si bien es atractivo todo lo que propone McKay y resulta fascinante que haya cintas de este estilo con una impronta muy marcada que se diferencia de las biopics tradicionales con recursos narrativos seductores, sí es cierto que se presenta como algo ya visto.
La biopic es una clase de película difícil de clasificar, dada su necesidad de verosimilitud y fidelidad a los hechos reales, algo que se incrementa cuando la persona retratada aún está viva al momento del estreno. Sin embargo, hay realizadores que buscan salirse un poco del molde y sazonar este tipo de largometrajes con algo de ficción e incertidumbre, dejando al espectador con dudas muy profundas respecto de si lo que está viendo se acerca a la realidad o son secuencias armadas por un guionista con una gran imaginación. En Vice, Adam McKay intenta llevar a cabo esto, con resultados un tanto ambiguos. Vice cuenta la historia, a lo largo de casi cincuenta años, de Dick Cheney, un verdadero animal político de los Estados Unidos que fue más conocido por ser el vicepresidente de George W. Bush, pero que ya desde el gobierno de Richard Nixon había empezado a tejer una compleja red de relaciones que lo llevarían a ser uno de los funcionarios más poderosos del país, al mismo tiempo que mantenía su característico perfil bajo. La película dispone de un reparto de actores y actrices de gran trayectoria, entre los que se encuentran Amy Adams, Steve Carell (quien hace una gran labor encarnando al sardónico Donald Rumsfeld) y Sam Rockwell, además de cameos de estrella de la talla de Naomi Watts y Alfred Molina. Pero si hablamos de Vice, debemos hablar de Christian Bale, cuya actuación merece un párrafo aparte. Cuando se anunció que el actor británico iba a interpretar a una persona nacida en Nebraska y considerablemente mayor que él surgieron dudas que con el correr de los primeros trailers no se disiparon. No obstante, la naturaleza camaleónica de Bale como actor hacía que su casting como Cheney no fuera tan descabellado. En términos generales, Bale es eficaz en su papel y se funde en el mismo. Esto es algo positivo, teniendo en cuenta que existía el riesgo que se caricaturizara a Cheney y su entorno, lo cual no sucede a excepción del George W. Bush de Sam Rockwell, que es el personaje que resulta más parodiado y ridiculizado. La intención de McKay (quien también escribió el guión) de dejar a los personajes principales como villanos es clara, por lo que se puede asumir que no simpatiza mucho con el partido Republicano. Vice entonces explora a su manera los oscuros entresijos de la política norteamericana, y qué mejor que hacerlo que a través de un ejemplo tan paradigmático como el de Cheney, una persona obsesionada con ser un servidor de los más poderosos, lo que lo ayudaría a escalar hasta el punto de ser el vicepresidente con más libertades diplomáticas de la historia. Si bien la película retrata correctamente el lado feo de la política mediante la ironía y el cinismo, también tiene varias debilidades. En primer lugar, el problema más grande de Vice es que no se termina por decidir en un tono general para contar su historia. Es necesario recordar que Adam McKay es mayormente conocido por dirigir comedias (como ambas Anchorman y Step brothers), por lo que por momentos se siente de ese género pero en otros intenta despertar en el espectador una empatía que pareciera pertenecer más a un drama histórico. La falta de coherencia y fluidez entre ambas facetas desemboca en una confusión respecto de lo que quiere transmitir la película. Esto se acentúa en uno de sus momentos bisagra: los atentados del 11 de septiembre de 2001. En este punto toda comedia parece esfumarse para dar paso a una serie de escenas solemnes y que colocan a Cheney como un funcionario calculador que -como hizo toda su vida- aprovechó la situación para sacar beneficio propio. Por otro lado, tal como sucedió en su trabajo previo The big short, el guión de McKay es difícil de seguir para espectadores no tan familiarizados con los hechos que se ilustran en pantalla, y muchos diálogos entre estos hombres tan poderosos y poco escrupulosos se pierden en una suerte de cháchara sin sentido para aquellos que no son estadounidenses. Al mismo tiempo, pese a que la caracterización de Cheney sea lo mejor logrado de la película, falla en abordar el núcleo de su psiquis; nunca llegamos al fondo de por qué hace las cosas que hace o qué lo lleva a traicionar, aniquilar y especular en pos de engrosar su fortuna y poder. Quedarse simplemente en la ambición sería reduccionista e insuficiente para justificar las acciones de un hombre tan misterioso. De esta manera, Adam McKay ofrece una vez más un producto que logra entretener y sacar buenas interpretaciones por parte de todo su elenco, pero que a la vez se cree más astuta de lo que es y se dirige directamente a su audiencia (por medio del metalenguaje) con una actitud desafiante y hasta agresiva. Es posible que de cara a la temporada de premios Vice reciba varias nominaciones a raíz de su temática controversial y la tendencia ideológica de corete liberal (en el sentido que le dan en Hollywood) de la industria, además de por la actuación de Christian Bale, cuya virtud reside en parte en su drástica transformación física. Sin embargo, la película no excede en calidad a cualquier otra biopic, y a pesar de sus intentos de salirse del molde de este subgénero, su ambición -afin a la del protagonista- le termina jugando en contra.
Un Macbeth discreto No sé bien el motivo, pero cada año el Oscar suele nominar al menos dos películas con varios puntos comunes entre sí. Este año el caso evidente es el de Vice (no usaré el horrendo y extenso título local ) y El infiltrado del Kkklan. Dos películas con impronta satírica, que manejan cambios de registros bruscos entre lo cómico y lo terrible; un mismo registro grotesco y sobre todo un espíritu político indignado que interpela hacia el final al ciudadano norteamericano. Agregaría otro elemento común, y es que las dos películas son films con defectos y virtudes claramente marcados. Vice es una película tan clara en sus bondades y taras que hasta puede verse de tres formas distintas, no siempre dando como resultado una buena película. Por ejemplo, si se viera Vice como un film político, probablemente el único resultado que uno obtendría es una película panfletaria y simplificadora, en la que todo lo que viene del partido republicano parece ser prácticamente demoníaco y ciertos políticos son presentados como caricaturas unidimensionales. También una película que recurre más de una vez a imágenes de shock (de víctimas de guerra por ejemplo), que funcionan más como un golpe bajo innecesario y una expresión innecesaria de indignación. Por otro lado, Vice resalta una y otra vez la misma idea de un gobierno americano que en ocasiones históricas ha operado de manera oscura y burocrática. Es algo sobre lo que el largometraje de McKay gira demasiadas veces, remarcando una y otra vez el contraste entre lo trascendente y fatal de decisiones que dejan miles de muertos, y el contexto aparentemente casual en el que se desarrollan. A tal punto llega este trazo grueso que en una escena el personaje de Donald Rumsfeld ve a un joven Dick Cheney y le señala que en una pequeña oficina de la Casa Blanca están programando acciones que afectarán no sólo la vida de millones sino el rumbo de la política internacional. Ahora bien, en ese contraste puede encontrarse a veces también algo humorístico. Después de todo, gente hablando de manera coloquial sobre cosas que influirán a millones no deja de tener algo cómico. Y acá es donde está la otra forma de ver Vice, que es como una comedia absurda. McKay juega con este registro constantemente: rompe la cuarta pared, juega a terminar la película antes de tiempo, pone a un personaje a hablar disparates en un contexto absolutamente serio. Quienes conocen el cine de Adam McKay saben de que tipo de humor hablo. Realizador venido del Saturday Night Live que supo realizar algunas de las mejores comedias americanas del siglo veintiuno (todas protagonizadas por Will Ferrell) como Anchorman y The Other Guys, y que en sus últimas dos películas (Vice y La gran apuesta) parece haberse volcado al cine político. Lo curioso de McKay es que sus búsquedas hacia otro tipo de caminos no han hecho que abandonara su identidad como director de comedias absurdas. No solo porque tanto en Vice como en La gran apuesta sigue haciendo chistes no demasiado distintos en su espíritu anárquico a los de las comedias con Will Ferrell, sino porque en alguna medida ha entendido que tanto el mundo de la bolsa y las finanzas representado en la segunda como el mundo de la política nacional en la primera parecen exhibir el ridículo de sus chistes más absurdos. En ambos casos se trata de ver que un conjunto de personas que no necesariamente son brillantes o especialmente sabias pueden, por el solo hecho de conocer determinadas reglas del juego o estar en el momento indicado, hacer volar todo por los aires. En este punto, el Dick Cheney que representa la película de McKay puede tratarse de una figura al mismo tiempo humorística, fascinante y oscura. Y acá es donde entramos en la forma más interesante de ver Vice, y es como una exploración sobre un personaje. Vice es una suerte de biopic de un vicepresidente dueño de un poder desmedido, uno que le permitió durante ocho años manejar el poder desde la discresión absoluta y las sombras, teniendo más poder de decisión que el propio presidente George Bush. Pero la película también es la búsqueda por comprender, inútilmente, el alcance real de la maldad y la inteligencia de un líder siniestro. Para explicarme en lo que digo volveré a la escena en la que Rumsfeld le dice a Cheney que en ese pequeño cuarto se están tomando decisiones de trascendencia internacional. Si bien eso puede ser leído, nuevamente, como un trazo grueso innecesario, también es verdad que uno puede leerlo como una forma sutil de mostrar que Cheney ahí está entendiendo algo clave: que el poder no tiene por qué manifestarse manera ostentosa, sino que puede funcionar discretamente. De hecho, hay una transformación fascinante que el film muestra de su protagonista. Cheney de joven es un tipo sin ambiciones, pero también gritón y problemático y deseoso de llamar la atención. Con el correr del metraje, en cambio, se va transformando en una persona no solo cada vez más ambiciosa sino más secretista y lacónica, como si hubiera en su discreción extrema un poder mucho más grande que el imaginado. Sin ir más lejos, en la película su gran truco es ejercer una posición de poder desde una posición aparentemente intrascendente y poco llamativa como la de la vicepresidencia. Desde este lugar, no deja de ser interesante que para el propio McKay el mismo Cheney resulte un misterio en sí mismo. Lo dice el letrero humorístico del principio que declara que la película está basada en hechos reales, y que fue muy difícil hacerla porque Cheney es una de los líderes más reservados que existen. Pero también lo va manifestando la película al mostrar a Cheney como un personaje cuyas ambiciones y motivaciones reales nunca están demasiado claras. Creemos que quiere mucho dinero, pero nunca lo vemos ostentándolo demasiado; creemos que puede querer poder, pero está en las antípodas de ese espíritu megalómano que suelen tener los líderes obsesionados con ese tipo de ambiciones; creemos que no tiene otra preocupación que sí mismo, pero hacia el final parece convencido -aunque no sabemos ya a esa altura qué tan sincero es en sus palabras- que hizo lo que el pueblo americano supuestamente necesitaba. También creemos que puede ser diabólico, pero lo cierto es que Cheney ni siquiera transmite esa sensación siempre. Al contrario, podemos verlo teniendo actitudes tremendamente compasivas con una de sus hijas. Lo que si sabemos es que hay algo tremendamente apocado en su comportamiento, algo que Christian Bale transmite a la perfección en la que acaso sea la mejor actuación de su carrera, interpretando a un Cheney de voz gruesa y movimientos lentos pero seguros. También sabemos de este personaje que no tiene miedo nunca, ni siquiera cuando le está por dar un ataque al corazón (lo que genera varios chistes excelentes a lo largo de la película). De lo único que pareciera tener miedo es de perder el respeto de su mujer, lo cual hace que en un momento de la película pase a ser de un miembro de la white trash americana a querer ser un político ambicioso y sin escrúpulos. Este tipo de característica lo emparenta con Macbeth, de ahí que no creo que sea casual un gag de Vice en el cual vemos a Cheney y a su esposa hablar en versos cual personajes shakespereanos. Sin embargo Cheney, a diferencia de los personajes de Shakespeare, carece de esa vitalidad trágica y verborrágica. De nuevo, lo más misterioso del Cheney de Vice reside en su discreción total y en sus características lacónicas. Será por eso también que si bien Cheney puede ser tremendamente destructivo, las tragedias que le vuelven a él son tan poco llamativas como su modo de comportarse. Luego de toda la sangre derramada, el castigo por su legado de poder y secreta tiranía será una pelea familiar con su amada hija. Nada demasiado notable, nada demasiado tremendo, una tragedia en clave menor si se quiere, para un personaje cuyo máximo atractivo es justamente su misteriosa sobriedad y discreción. Entonces uno vuelve al título local: Vice, además de jugar con una palabra (en inglés puede aplicarse tanto al vicepresidente como a la palabra “vicio”), es también una palabra sencilla, seca, sin nada que parezca esconder demasiada espectacularidad. Pero nuevamente, que algo carezca de espectacularidad no quiere decir que esté ausente de influencia, de daño e incluso de misterio.
Los años de SNL le sientan MUY pero MUY bien a Adam McKay (Anchorman, La gran apuesta) y en esta ocasión, la reciente historia de Estados Unidos, encarnada en Dick Cheney y su meteórico ascenso, le permiten construir una sátira despiadada sobre el detrás de escena de la política, sus mentiras, sus manipulaciones, apoyándose en un magistral elenco que juega a la par de él en cada una de sus cínicas elucubraciones. Christian Bale arrasa con todos los premios, y con justa razón.
La verdadera House of Cards. Con La gran apuesta, su film anterior, el comediante Adam McKay abordaba el tema de la crisis financiera estadounidense dentro de una fórmula donde la información y el humor no cohabitaban del todo bien dentro de la historia, haciendo que la misma se volviera problemática y carente de un ritmo llevadero. Lo cierto es que si su trabajo anterior sufría de estos problemas, El vicepresidente: más allá del poder se presenta como un film mucho mejor pulido, afilado en lo que cuenta y en cómo lo cuenta. La agilidad humorística se desarrolla perfectamente en sintonía con la mirada crítica que el director realiza acerca de la nefasta figura del político Dick Cheney (Christian Bale). Y si no les es familiar este personaje no se preocupen, McKay es conciente de ello y utiliza el desconocimiento que puede haber acerca de Cheney para volverlo un elemento fundamental, para entender su accionar, sus políticas y las razones que lo posicionaron en el lugar de poder que ocupó siendo el vicepresidente durante el mandato de George W. Bush (Sam Rockwell). Cheney es descrito desde su caracterización hasta la información dada por el narrador del film (Jesse Plemons) como una persona silenciosa pero atenta a todo, lo que lo vuelve un elemento invisible pero atento a todo lo que sucede a su alrededor, trabajando minuciosamente para saber cuándo hacer su jugada política. La historia repasa cada paso dado y cada pieza utilizada por Cheney para insertarse en el círculo de la política norteamericana y crecer dentro de ella., no por cuestiones de creencias o ideas sino adaptándose a los ambientes necesarios para alimentarse de poder. Cheney es la personificación absoluta de la derecha republicana, trabajando desde las sombras, adquiriendo poder y alimentándose de las crisis del pueblo para enriquecerse de ello: un vampiro de nuestra realidad. El engaño y la manipulación son parte de las herramientas de las que Cheney y los lacayos que lo rodean, incluyendo a su mujer Lynne (Amy Adams), se sirven para construir su poderío a través de la creación del control del medio de comunicación más grande (Fox News), los recortes de impuestos para los ricos o las regulaciones para el beneficio de las corporaciones masivas, siendo estas las cartas que Cheney pone en juego; todo ello en una partida donde poderosos como el jefe de gabinete Donald Rumsfeld (Steve Carell) o la marioneta inoperante que es Bush apuestan contra una nación que es la única en riesgo de perder y empobrecerse. Cada escena resulta una denuncia donde todas las decisiones políticas tomadas —cada acto en beneficio de su riqueza llevado a cabo por el protagonista— logran que cuanto más se familiariza el espectador con Dick Cheney, mayor sea la transformación física y personal que lo desfigura y lo convierte en el verdadero monstruo que es. El film comienza en el momento de la tragedia de las Torres Gemelas, mostrando cómo Cheney maneja una situación caótica, más preocupado en sí mismo que en lo ocurrido, para luego entender todos los eventos anteriores que se desencadenaron para culminar en ese hecho casi 40 años después. Desde que era un problemático don nadie se puede atestiguar el progresivo ascenso en las cadenas de mando, desde un mero asistente, pasando a ser secretario de defensa, el jefe de gabinete más joven en la historia, hasta llegar a ser el vicepresidente de la nación. Cheney es un interesado en la práctica de la pesca, y como si de ello se tratase, lanza su anzuelo con las técnicas apropiadas de engaño y manipulación que lo muestran como una sombra inofensiva que convierte, a quienes tienen un mayor rango que él, en las presas que caen bajo sus tácticas. La vicepresidencia siempre ha sido un cargo simbólico. En manos de Cheney se vuelve un beneficio que, bajo la teoría del ejecutivo unitario —alguien con absoluto poder— altera el orden de las cosas a su antojo. Regido por el concepto de “si el presidente hace algo entonces es legal”, de forma similar Cheney hace uso de las leyes ateniéndose a tecnicismos —leyendo la letra pequeña— y permitiendo que todo sea manipulado a través de la idea de que “las leyes están abiertas a interpretación”. Por medio de las libres opiniones legales y la ramificación de la presencia de Cheney en distintos departamentos y gabinetes de la Casa Blanca, el Pentágono o la CIA, el film registra y denuncia el auge de la derecha y de cómo ésta, haciendo uso de permisos y leyes incompletas, se perpetua gracias a Cheney, quien estira o fuerza las leyes a su comodidad. Un extenso menú del que los poderosos se sirven alimentándose a su antojo y que, en términos del humor ácido del director, queda ejemplificado literalmente en una excelente escena donde queda expuesta la glotonería política dentro de un restaurant en el que los presentes son atendidos por el actor Alfred Molina. Así, El vicepresidente: más allá del poder es un film crítico y denunciante que, de manera ágil y con mucho uso del humor, logra hacerle entender al espectador los manejos y el control con los que se rige el país (líder) mundial. El director que alguna vez fue guionista del programa humorístico Saturday Night Live pone en uso todas sus herramientas logrando que se llegue a conocer y exponer al mago de Oz de esta historia, al hombre detrás de la cortina política, alguien hasta entonces prácticamente desconocido para muchos. Adam McKay rodea a la figura de Dick Cheney con la acidez y la ironía que siempre lo ha caracterizado, en un film que deja a quien lo ve en una posición en la cual no se sabe si reír, llorar, indignarse o asustarse de los horrores cometidos por los líderes mundiales sin impunidad o remordimiento alguno. Tal vez la respuesta sea escoger todas las opciones anteriores, tal y como Cheney y los suyos escogen servirse de todo lo posible para llenar sus bolsillos, sin importar quien muera o pierda bajo su destructivo paso.
El vicepresidente: Más allá del poder (Vice), es una película estadounidense que tendrá su estreno en Argentina el próximo 24 de enero. Se trata de una suerte de Biopic del político y exvicepresidente Dick Cheney. Un film que se mete de lleno en el mundo de la política en Estados Unidos desde la época de Nixon hasta los tiempos de guerra con Irak, marcado por un humor satírico y un nutrido reparto, donde se destaca la participación de Christian Bale como Dick Cheney. Este film se enfoca principalmente en la vida de uno de los cerebros más reservados y esquivos en la historia de la política moderna de los estados unidos: El ex vicepresidente de USA, Dick Cheney, interpretado por el actor Christian Bale, en una sorprendente transformación física para darle vida a este peculiar personaje. Con un sentido del humor bastante partículas , la película nos cuenta la historia de su vida en sus inicios , desde que era un ebrio y busca pleitos estudiante de Yale, y como debió hacer un cambio radical en su vida tras meterse en el ámbito de la política. Este mundo no está dado a través de serios discursos , preocupaciones sociales y demás , sino más bien se lo ve como un ambiente machista, egoísta y hambriento de poder en el que solo un grupo de personajes pueden burlarse y hacer chistes de temas que tienen gran repercusión mundial. Para aquellos que no tienen mucha idea o interés sobre la política yankee , el film tiene un planteamiento atractivo a base del humor, pero que no necesariamente llega a tratarse de una comedia. A través de la parodia y el absurdo, logran contrastarse el costado dramático y la crítica hacia las políticas de guerra que se han llevado a cabo en los últimos años de la historia estadounidense. Uno de los elementos más importantes del film, es el peso interpretativo que este contiene. Christian Bale ha logrado en este film una transformación única, en el que lo podemos ver con varios kilos de más , cambios en la voz y en los guiños que los transforman en un auténtico Dick Cheney. No por nada ha tenido múltiples nominaciones a importantes premios de la industria del cine , incluyendo recientemente su nominación a los Oscar y su galardón en los Golden Globes. Pero la realidad es que tampoco está solo en esta cinta, un nutrido reparto que completan las buenas actuaciones con actores como Steve Carrel, Amy Adams, y la más que ocurrente interpretación de Sam Rockwell como George W Bush. El reparto es sólido y se conjuga perfectamente con excelentes diálogos , dejando así una historia bien escrita con un tono desenfadado y hasta cómico sobre la vida de Dick Cheney, y su repercusión política y social. El director Adam Mackay firma una película que mantiene el tono que nos ha dejado con la cinta The Big Short. El cineasta logra de forma inteligente contar una historia, que a pesar de su inminente humor, recae en la crítica sobre las decisiones políticas. Es así como muestra de manera real , como las ambiciones de un hombre la termina pagando el resto del mundo, contado a través de un relato provocador que merece ser visto. El vicepresidente: Más allá del poder es una película muy interesante en muchos aspectos, donde se destaca su relato ágil, cómico y crítico sobre el peso que tiene el poder político de un hombre con muchas ambiciones. Es un film cargado de buenas actuaciones, donde incluye la increíble transformación de Christian Bale. Puede que sea una historia ajena para muchos de los que no están asociados con temas políticos, sobre todo estadounidenses , pero aún así existe una perfecta ejecución de historia, que la hace entendible y atractiva hasta para los más escépticos en el tema.
Una de las historias candidata a llevarse la estatuilla del Oscar. Estamos hablando de “Vice”, que trata la historia de Dick Cheney, un hombre republicano, ambicioso de poder que si bien comienza en la faz política subiendo uno a uno los escalones que posteriormente lo acercarán a la cima, como por ejemplo cuando el film muestra su trabajo (CEO) en una de las petroleras más importantes del país, Halliburton, claramente definen una personalidad dominante, fuerte, convincente, fría y calculadora. En la película iremos viendo la historia del hombre detrás del personaje, casado con Lynne (Amy Adams) con dos hijas, que son su debilidad. Sus ascensos al poder lo convierten en quien fuera capaz de decidir la invasión a Afganistán y la Guerra con Irak. Cabe señalar que habiendo sido uno de los más grandes Vicepresidentes con los que contó Estados Unidos, tuvo la posibilidad de convencer a George W. Bush (Sam Rockwell) de lo antedicho. El director Adam McKay logra una biopic sin fisuras en la historia de éste fascista conservador, controlador, cardíaco y ex-alcohólico que logró desde un lugar humilde que se convirtió en preponderante, tener bajo su control todo el Poder Ejecutivo de su nación (Teoría del Ejecutivo Unitario). Se trata de una película con una destacable actuación de Christian Bale quien para este rol debió cambiar su anatomía física, engordando varios kilos, A. Adams muy correcta como su mujer y consejera, igual que Steve Carrell como Donald Rumsfeld, su mentor y Tyler Perry (Colin Powell). Un film básicamente documental sobre la política estadounidense sólo para interesados en el tema. ---> https://www.youtube.com/watch?v=dlYsQpQfZHQ TITULO ORIGINAL: Vice TITULO ALTERNATIVO: Backseat DIRECCIÓN: Adam McKay. ACTORES: Amy Adams, Christian Bale, Steve Carell. ACTORES SECUNDARIOS: Bill Pullman, Sam Rockwell, Eddie Marsan. GUION: Adam McKay. FOTOGRAFIA: Greig Fraser. MÚSICA: Nicholas Britell. PRODUCCIÓN: Brad Pitt. GENERO: Nominada al Oscar , Drama , Biográfica . ORIGEN: Estados Unidos. DURACION: 133 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 16 años DISTRIBUIDORA: Digicine FORMATOS: 2D. ESTRENO: 24 de Enero de 2019 ESTRENO EN USA: 21 de Diciembre de 2018 DATOS PARA DESTACAR: Nominada a 8 premios Oscars
El segundo Dick Cheney fue posiblemente una de las personas más poderosas del mundo durante la década del 2000 y a la vez más desconocidas, incluso por gran parte de los Estados Unidos, país donde fue el vicepresidente de George W. Bush durante ocho años y hay quienes dicen que fue él quien realmente manejaba la Casa Blanca y tuvo una gran implicancia en la guerra con Irak. Es tan desconocida su historia que el director Adam McKay decidió llevarla al cine con El Vicepresidente: Más allá del poder, claro, con su estilo único lleno de ironía y juegos de montaje. Quien se pone en la piel de Cheney es nada más y nada menos que Christian Bale, actor que en varias veces ya hemos visto cambiar su fisonomía para interpretar distintos papeles, desde la delgadura extrema en El maquinista (The Machinist, 2004) pasando por un musculo Bruce Wayne en la trilogía de Dark Knight hasta llegar a este sexagenario, canoso, con poco pelo y robusto hombre, en quizás uno de sus mejores papeles de su extensa y reconocida carrera. Este papel ya lo ha hecho ganar todos los premios a la categoría a mejor actor en las entregas que se llevaron a cabo hasta ahora y es el gran favorito para llevarse el Oscar a esta categoría, sobre todo teniendo en cuenta que a la Academia le encantan las actuaciones que implican un gran cambio físico, tal como sucedió el año pasado con Gary Oldman y su interpretación de Churchill en Las horas más oscuras (Darkest Hour, 2018). El elenco lo completan Amy Adams como Lynne Cheney -esposa de Dick-, Steve Carell como Donald Rumsfeld -su mentor en la política- y Sam Rockwell como el Presidente George W. Bush. Todos con prótesis y maquillaje que logran parecerse a la perfección a sus personajes. Si hay algo que se destaca de esta biópic es la forma de contarla que eligió McKay, reconocido director de Saturday Night Live, las películas de Anchorman y La gran apuesta (The Big Short, 2015) la cual se parece en varios aspectos con este film al ser un drama narrado desde la ironía y con recursos de la comedia, especialmente por los juegos de montaje utilizado. Sin dudas este estilo -ya un sello propio del director- logra que la historia se vuelva interesante para todos dotándola de frescura -con algunas excentricidades- algo que no es común ver en los dramas biográficos. Sin embargo, en la segunda mitad de la película, la cual se centra exclusivamente en sus años como vicepresidente de Estados Unidos y su fundamental implicancia en la guerra con Irak este estilo va desapareciendo de a poco hasta tornarse una película dramática tal como solemos conocerlas y un tanto engorrosa de comprender, dando a entender que lo que se relata allí es un tema “serio”, y es ahí donde uno se da cuenta que sin esos recursos la película se vuelve “una más” hasta se llega a preguntar si es necesario que hayan hecho una película sobre este hombre. En conclusión, El vicepresidente es una película interesante desde sus actuaciones y recursos técnicos, con algunas escenas que pueden sacar algunas risas, pero un tanto difícil de comprender en sus momentos culminantes.
No siempre un cargo honorario En la política internacional hay nombres que le resultan familiares a cualquiera, gente poderosa destinada a quedar en el recuerdo. Y también hay otra gente, tan o más poderosa, que se mantiene en un segundo plano, olvidable a la vista de la mayoría. REVIEW: Sólo la verdad Dick Cheney está en ese segundo grupo. Ocupó el desdeñado cargo de vicepresidente sin que desde afuera se notara que, en realidad, fue el hombre más poderoso dentro del gobierno de George W. Bush y el impulsor de la invasión a Irak. Pero su historia comienza décadas antes: cuando era un simple trabajador con problemas de alcohol que le valieron quedarse afuera de la universidad, se decidió a dar un giro rotundo a su vida tras recibir un ultimátum de su esposa. Entró en la política asistiendo a quien luego sería su mentor, no por convicciones partidarias o políticas, aunque sí ideológicas. Estaba decidido a convertirse en alguien con poder y sabía que no podía dejar que esas minucias lo condicionaran. Trabajando en la Casa Blanca aprendió cómo funciona la maquinaria del poder real y cómo tirar de los hilos para llevarlo hacia donde dictaban sus propios intereses. Un monje negro gringo La narración de un personaje misterioso que no revela su identidad pero promete estar conectado con el protagonista, va conectando retazos de la vida de Dick Cheney desde sus inicios hasta su momento cúlmine en el poder. Allí -según esta película- se convirtió en el verdadero gobernante del país manejando los hilos del poder detrás de un presidente que entró a la política por mandato familiar, pero que estaba más interesado en jugar al golf en su rancho de Texas que en la presidencia. Con un formato que desdibuja los bordes entre documental y biopic,El Vicepresidente relata con mucha ironía y humor ácido una parte de la historia reciente de la política estadounidense bastante documentada pero no por eso muy difundida: los negocios que surgieron durante la invasión de Afganistán e Irak, especialmente aquellos en los que estuvieron implicados varios miembros del gabinete presidencial como accionistas o gerentes de empresas contratistas del Estado, recibiendo oscuros contratos multimillonarios. Mucho se habló sobre los motivos políticos y electorales para iniciar la guerra con fundamentos que con el tiempo se demostraron falsos, pero no tanto se habló sobre el gran negocio que fue para un par de contratistas y empresas petroleras, varias de ellas vinculadas a miembros del gabinete nacional. Vice tampoco se concentra en dar detalles ni explicar mucho, no es esa clase de documentales. Al contrario, requiere tener algunos conocimientos básicos de los hechos que narra y de los personajes, porque no va a presentarlos. Salta ágilmente entre años y situaciones, concentrándose más en la construcción de poder del futuro vicepresidente que en denuncias concretas contra sus acciones, a las que menciona al pasar. Todo esto con guión y montaje afilados que no solo no esconden su postura política, sino que la hacen parte del chiste, permitiéndose romper el realismo cuando hace falta para que sus personajes digan lo que realmente están pensando mientras el resto de los personajes escuchan una mentira diferente, lo que seguramente dijo el personaje real en ese momento. Es evidente que para Adam McKayDick Cheney representa todo lo peor de la política; alguien capaz de mentir, extorsionar y hasta causar muertes con tal de sacar un beneficio, y que por más que le dé oportunidad de justificarse como un convencido de lo que hace, es claro que no le cree en lo más mínimo. El vicepresidente encarnado por Christian Bale es casi un personaje de terror que intranquiliza con apenas una mirada y un gesto mínimo, forzado a hablar muy poco y dejar las explicaciones para otros personajes, todos en un nivel similar de interpretación.
Tal vez pueda escapársele al espectador argentino algunos detalles de la trama política de esta película, décima de Adam McKay que se instala en el centro del poder estadounidense. Pasaba algo similar con su opus The big short (La gran apuesta) que describía, desde dentro, la crisis financiera de 2008, (hoy puede verse por Netflix); cine de diálogos, de estrategias políticas, de intrigas de corte. En el balance de ambas películas hay una hipótesis bastante clara, parte de la responsabilidad de los males del mundo lo tiene la ambición y el manejo del poder de los EEUU. Esto viniendo de un estadounidense no es poca cosa. Adam McKay es crítico, muy crítico, y muy atendible este guión que es propio, basado libremente (hicimos lo mejor que pudimos se puede leer en los titulos del comienzo) en una figura de las más poderosas de la tierra, Dick Cheney, vicepresidente de George W. Bush. - Publicidad - Pese a lo de que puede ser algo críptica por momentos, el comienzo de la película es en cambio un imán para un tipo de espectador universal. ¿A quién no le interesa conocer qué pasaba en los lugares de decisión en ese traumático momento posterior a los primeros ataques de las Torres Gemelas, aquel fatídico 11 de setiembre de 2001? Sentados a la mesa, el Vicepresidente de EEUU, el jefe de gabinete, y los altos estamentos del poder. La motivación principal en la película de Cheney es entender cómo ese hombre que pocos conocían fue el que tomó las grandes decisiones en un período histórico conmocionante. El modo en que se desarrolla el hilo de intereses de los EEUU sobre el mapa petrolero de Irak, y cómo todo eso fue una gran oportunidad para que se produzca finalmente la invasión a ese país del Cercano Oriente, y el comienzo de una larga guerra. Hoy, los argumentos sobre el armamento nuclear de Irak puede sonar naif, la aparición de nombres como Osama Bin Laden o el de los fundadores de Isis, se explican a través de ese mismo hilo de intereres y ponen luz sobre la continuidad de las ideas republicanas del gobierno de Bush (parodiado y desdibujado en Vice) y las de la actual gestión en el país del norte. La teoría del Ejecutivo unitario es una de las claves para entender esa continuidad. A nivel cinematográfico la propuesta de McKay es un experimento al menos curioso. Una voz en over irá poniendo jalones sobre lo que debería conocer y pensar el espectador. Se trata de una voz narradora que reconoce que en algún momento su vida y la de Cheney (una transformación corporal de Christian Bale notable) se cruzan inevitablemente, cosa que es de lo mejor de Vice: que nunca pierda el rumbo de esa narración. El uso desenfadado de inserts de youtube e intervenciones que irrumpen en la imagen, sirven a su vez para desarrollar las tesis de la película: no vemos las fuerzas masivas porque estamos muy ocupados con lo que está frente nuestro, la cultura del espectáculo aísla de los problemas políticos, con mas horas de trabajo y menos paga, las preocupaciones del ciudadano de hoy pasan por otras cuestiones. No se entiende muy bien cómo el perdedor, alcohólico que está a punto de perder a su mujer de pronto a parece como pasante en el Congreso de Washington, quizás es el bache que el guión se permite para reconocer aquello que se oculta de esta biografía no autorizada. A partir de ahí la carrera de Cheney hacia el poder es meteórica y logra justificar lo que ocurre luego. Vice no es una película brillante, sus actuaciones son para premios grandes, exageradas, maquilladas, rimbombantes, tiene algunas desconexiones (hasta un falso final) pero en el contexto actual de la avanzada sobre la democracia venezolana, Vice es una obra que puede tener un valor histórico mucho más profundo que el de ser una película de intriga más. No es House of Cards, es casi casi el mundo real.
Es una película muy personal de Adam McKay, que lo recordamos por como trató el tema de la burbuja inmobiliaria en EEUU, en “La gran apuesta” (“The big short”). Un realizador que primero se afianzo como director de piso de “Saturday night live, luego en comedia y que ahora, con su estilo de humor negro, compromiso, extrañamiento, ofrece una mirada sobre un político, clave en la historia reciente de EEUU, desde una mirada que en su país se llama “radical” o simplemente “demócrata” de un hombre que durante 40 años y desde el partido republicano, manejo momentos decisivos del mundo. Un personaje al que muestra oscuro, rayano con la tontería, borracho, expulsado de Yale, dos veces preso, pero que su esposa – personaje fundamental, mirada como una “Lady Macbeth”- pone en su rumbo e impulsa. Fuera de EEUU donde esta destinada a la polémica según la ideología, resulta muy atractivo ese estilo zumbón, con recursos graciosos y hasta antiguos para evitar el constante dedo acusador y la monotonía, y una verdadera clase de “acumulación” de poder, siempre en los límites, de lo que marca la constitución. Se lo muestra impiadoso, aún con su familia, cuando se trata de conseguir sus objetivos y los de sus descendientes, responsable o aprovechador del atentado de las torres, supuesto creativo de la excusa de “las armas de destrucción masiva”, creador de un verdadero gobierno paralelo al presidente George Bush, pintado como un patético muñeco irresponsable. Por momentos se exagera, en otros llega casi al hastío pero mantiene constantemente la atención del espectador. Lo mejor de la película, esta nominado el film y su director para el Oscar 2019, es sin dudas el trabajo de Christian Bale, seguro ganador de la estatuilla. El director y guionista trabajó pensando en el. Es tal el compromiso del actor, su estudio obsesivo de videos, la transformación de su cuerpo –engordó 20 kilos- el uso de prótesis y maquillaje, pero por sobre todo la comprensión cabal de la mirada del ex vicepresidente, que su trabajo apabulla. Bale “desaparece” en su creación por eso este será su año, ya acumulo varias distinciones. Amy Adams, también nominada, esta muy bien como esa esposa, verdadero motor de la carrera de su marido, en tiempos en que las mujeres no podían sobresalir en política. Steve Carell y Sam Rockwell (otro con probabilidades al Oscar) comienzan caricaturescos pero se afianzan en buenos trabajos. Una sátira política, con estocadas precisas para, según su director, entender como llegamos al presente.
El Vicepresidente: Voto en blanco. Desconocido para el mundo incluso durante su mandato, esta comedia basada en hechos reales retrata la vida y carrera política del vicepresidente con más poder en la historia moderna. Conocido por sus grandes colaboraciones con Will Ferrel a lo largo de los años, hace un tiempo ya que el director Adam McKay ha hecho suyo el género de la sátira política. Desde su trabajo como guionista en Saturday Night Live, que tiene una rica historia de parodias de políticos, pasando por su guion para la comedia La Campaña (2012), sobre un enfrentamiento de candidatos durante el camino a una elección. Finalmente su gran salto en 2015 con The Big Short claramente siguió esos pasos, no centrándose en la política puntualmente sino en la crisis económica que envolvió a los Estados Unidos en 2008. Le valió cuatro nominaciones al Oscar y una estatuilla por Mejor Guion Adaptado, por lo que no sorprende que haya repetido formula para este proyecto también basado en hechos reales y que espera una respuesta similar en los próximos premios de la Academia. Vice se centra en la figura del vicepresidente estadounidense Dick Cheney. Su carrera política al igual que vida personal, y como terminó ascendiendo hasta una posición de poder incomparable a la de cualquier vicepresidente en la historia. No es ninguna exageración decir que este ignoto político al que pocos conocían incluso cuando fue elegido para su mandato llegó a moldear de forma sorprendente el mundo moderno en el que los Estados Unidos se encuentra sobreviviendo; aunque eso sí: que la película sea o no una exageración en sí misma es otra historia. No es difícil ver porque el film fue polémico y dividió las aguas en su tierra natal. Tampoco es que sea muy difícil hacerlo, pero es innegable que este es un retrato de una figura política enteramente pintado por el partido contrario. La misma película en un momento muestra una discusión entre un demócrata y un republicano, haciendo el clásico de apuntar a que están conscientes de esta dicotomía sin realmente ofrecer solución o evidencia alguna de que tuvieron algún interés en que las cosas no estén en blanco y negro. De todas maneras, nosotros que vivimos lejos de esa realidad política norteamericana podemos verla ajenos a esa rivalidad puntual (por más similar que sea a las nuestras) y dejarnos llevar por las aguas de la peligrosa simplicidad de “Republicano es malo y Demócrata es bueno”. Después de todo otras de las cosas innegables es que, por más que intente ser fiel y serio en las cuestiones más fuertes de la trama, el objetivo del film es en todo momento entretener de la forma más pochoclera posible. Por otro lado, hay un punto en el que todos parecen estar de acuerdo: en esta película hay excelentes actuaciones, comandados por un irreconocible Christian Bale que logra liderar un film tan salvaje y desencadenado como este. A su lado lo escudan Steve Carrell y Sam Rockwell con dos interpretaciones que logran brillar en cada segundo que ambos están en pantalla. En la otra cara de la moneda esta el otro gran nombre del poster. Amy Adams hace un papel muy similar a otros que le vimos a hacer de gran manera en el pasado y en esta ocasión se siente como una copia más aguada de lo mismo. Una gran actriz cuya interpretación es victima de un casting repetitivo con culpas repartidas tanto para ella como para la producción. Es una caricaturesca odisea basada en hechos reales que siempre tiene clara su prioridad de entretener, al mismo tiempo que intenta hacer malabares para mantener serios algunos de los aspectos de la historia real. La visión de McKay es demasiado irregular, pero al mismo tiempo se asegura de hacer lo que podría haber sido una biopic más en una experiencia peculiar y sobretodo entretenida realmente para cualquiera. Lamentablemente aún disponiendo de elementos tan excelentes individualmente, la gran mayoría de las cosas que hace bien terminan ahogadas por las valientes decisiones creativas que no terminan de salir del todo. Es tan imperfecta como fácil de recomendar, uno de esos casos en que hay que agradecer que una película sea demasiado ambiciosa para su propio bien.
El vicepresidente es una comedia que plantea desde un costado que bordea el sarcasmo, y también lo sombrío, la vida y la actividad de Dick Cheney. Hay sí, algo de nihilismo en el filme, que puede pasar como una biografía crítica, eso sí, de quien fuera el vicepresidente de George W. Bush cuando el ataque a las Torres Gemelas, en un no tan lejano septiembre de 2001. Y hay también toques a lo Michael Moore, el director de Fahrenheit 9/11, con lo cual decir que la mirada del director Adam McKay es cero condescendiente con el protagonista no es faltar a la verdad. El filme anterior de McKay fue la mucho más compleja La gran apuesta, una sátira sobre el mundo de las finanzas y específicamente los hombres del mercado. Si aquella película candidata al Oscar era más que sobre las finanzas que sobre los financistas, El vicepresidente antes que ocuparse de la política, lo hace de los políticos. Que no es lo mismo. La personificación, o encarnación sería un término más justo y acorde, que hace Christian Bale (el Batman de Christopher Nolan, Escándalo americano) es notable. No sólo por el parecido físico logrado -con varios kilogramos de más- sino en sus movimientos, sus posturas y gestos. Y está también la interpretación, lo interno que se hace externo, visible. Cheney fue, de joven, un borrachín y peleador, al que su mujer Lynne (Amy Adams, estupenda también) le puso los puntos sobre las íes y supo manejar el patetismo de su pareja. Cheney empezó en la política como pasante en el Congreso sin saber a qué partido apoyar y en silencio fue subiendo, escalando hasta llegar por 0,0092% de los votos en Florida, recordemos, ser vicepresidente de la nación más poderosa del planeta. McCkay y Bale lo destrozan, pero con altura. Hay dos escenas que son maquiavélicamente encantadoras. Una, en la que la pareja recita a Shakespeare. En otra, Cheney y los suyos -poner secuaces es demasiado duro- van a cenar y el mozo que los atiende, Alfred Molina, les ofrece platos como Cuerpo del enemigo y otras delicias y manjares cuya enunciación tiene que ver con la guerra en Irak. La sucesión de gags, el metalenguaje para mostrar el desequilibrio y la enajenación del protagonista son tales que uno desde la platea no puede dejar de reírse aunque lo que se vea no sea precisamente para descostillarse de la risa.
Más allá de que el interés que puede despertar en el extranjero es bastante menor que en los Estados Unidos, la figura de Dick Cheney "pedía" una película. Maestro de la manipulación, brillante lobista, ha sido decisivo -tanto desde la esfera pública como desde la privada- en los últimos 50 años de historia (se incorporó al gobierno de Richard Nixon en 1969; fue legislador y ocupó altos cargos en todas las gestiones republicanas). No llegó a ser presidente (sí multifacético y todopoderoso vice de George W. Bush), pero -así lo describe este impiadoso film escrito y dirigido por Adam McKay- ideó, entre varias otras cuestiones, la forma de justificar la intervención militar en Irak. McKay es un guionista ingenioso y un virtuoso narrador, pero (utilizando recursos similares a los de esa potente sátira contra los abusos de Wall Street que fue La gran apuesta) esta vez la eficacia es menor porque todas las herramientas (la cínica voz en off, muchos de los diálogos, los inevitables carteles finales y hasta una escena poscréditos) no hacen más que subrayar que Cheney (un irreconocible Christian Bale) era un representante de lo peor de una clase política. Así, el indudable talento de McKay y de un elenco de lujo (Amy Adams como su esposa, Steve Carell como Donald Rumsfeld, Sam Rockwell como Bush) queda minimizado por una película que en el campo de la ficción parece apropiarse de cierta demagogia y bajada de línea del documentalista Michael Moore.
Durante estos primeros meses del año la cartelera de cine suele ser invadida por las biografías que son un clásico de la temporada de premios en la industria de Hollywood. Dentro de un género que a menudo ofrece propuestas convencionales hay que darle el crédito al director Adam McKay por hacer el esfuerzo de encarar esta producción con un tratamiento distinto. McKay es un realizador asociado por sus colaboraciones con Will Ferrel que brindaron comedias populares como Anchorman, Talladega Nights (la mejor de la dupla) y The Other Guys. En El vicepresidente se mete de lleno en el terreno de la sátira política para narrar la historia de Dick Cheney, el controversial mandatario que acompañó a George Bush hijo durante sus dos períodos de gobierno entre el 2001 y el 2009. A través de una especie de documental ficticio el director describe la carrera política de este hombre que es retratado prácticamente como una mezcla entre Rasputín, Darth Vader y Thanos. Es muy difícil tomarse en serio esta película porque parece el gran sueño húmedo de los liberales de Hollywood, quienes pretenden manifestar su compromiso social con estas producciones pensadas para pescar nominaciones en los premios Oscar. El relato de McKay divide el mundo y la vida en dos bandos específicos. Los demócratas son los ángeles que están con los buenos y los republicanos conservadores, los villanos ineptos que buscan arruinar a los Estados Unidos y el resto de la humanidad. El ambiente de la política es mucho más complejo que eso y esta película tiene una mirada tendenciosa a mostrar una sola campana ideológica. Eso no significa por supuesto que las acciones de Cheney en la Casa Blanca sean defendibles, todo lo contrario, pero el mundo no es blanco y negro como lo retrata el director. Muy especialmente en los círculos de poder de Washington. No hay ninguna hazaña transgresora en realizar una película de este tipo sobre una figura que tiene una pésima imagen negativa dentro del propio partido donde desarrolló su carrera. Pegarle a Bush y Cheney lo hace cualquiera, construir una película que explore con profundidad las políticas internas de la Casa Blanca y sus repercusiones en el resto del mundo es otro tema. El vicepresidente funciona coma una sátira graciosa del período de Bush hijo en el poder pero no hay mucho más que eso. El tratamiento del humor, que es la especialidad del director, funciona muy bien y no recuerdo haber visto otra película que generara situaciones graciosas en torno a un ataque cardíaco. McKay utiliza una narración no lineal para desarrollar diversos períodos de la vida de Cheney. La primera mitad de la película es la más interesante porque se describe muy bien como un burócrata oportunista tuvo la habilidad para llegar a la cumbre del poder político en el país más poderoso del mundo. En la segunda hora del film, que se enfoca en la vida del vicepresidente ya consolidado en Washington, el director abre varias líneas argumentales y su relato se vuelve un poco caótico. Una producción que fue construida con un reparto de personajes que son caricaturas de las versiones reales, donde en algunos casos se percibe una sobreactuación importante. El mejor ejemplo lo encontramos en el exagerado presidente redneck que compone Sam Rockwell. La versión de Josh Brolin en la biografía de Oliver Stone fue más creíble. Christian Bale, con un gran trabajo de caracterización, es la figura destacada que carga en sus hombros el relato de McKay y consigue que la película al menos sea llevadera. Sin embargo su papel tampoco tiene una gran profundidad emocional y queda limitado a una buena imitación de esta figura política. El trabajo de Bale sobresale en aquellos momentos donde abandona la interpretación del Cheney Vader para concentrarse en los aspectos más humanos del personaje. En el caso de Amy Adams, quien consiguió una inexplicable nominación al Oscar por el rol de la esposa del protagonista, resulta bastante desaprovechada en el film y no aporta demasiado. En resumen, el director Adam McKay hizo un trabajo contundente a la hora de expresar su odio hacia el ex vicepresidente norteamericano y el pasado reciente de su país, pero la película en términos generales es una obra bastante superficial que no relata nada nuevo que no se haya visto en otras producciones.
La narrativa de Adam McKay es una gran bocanada de aire fresco en Hollywood, si bien viene trabajando hace rato. Ya fue “un distinto” con las películas de Anchorman y se consagró con la nominada al Oscar The big short (2015), donde encontró un estilo más que atractivo para bajar a tierra y contar una situación económica compleja. En Vice, utiliza un poco de esa técnica, pero sin irse tanto al extremo. Es más medido. El tema amerita que así sea. Algo que destaco mucho, es que nos cuentan la historia de un ser despreciable y que no nos hacen quererlo, tal como está de moda últimamente, sino que nos interesemos mucho por su vida. Sabemos el final de la historia, sabemos sus momentos más importantes, pero nos faltan los detalles y el escrutinio. Vice se encarga de todo eso y mucho más. Hay un momento maravilloso en el cual se simula que el film termina. A partir de ahí se avanza de otra manera y se mete en el barro de su vida. Son en pequeños detalles de guión, y en el fantástico montaje lo que hace la diferencia, y convierten a Vice en una magnífica obra. En este contexto, Christian Bale brilla. Su transformación física (ayudada por un gran maquillaje) produce un gran magnetismo. Pero es su gran labor como actor la que opaca cualquier prótesis que puedan ponerle. Inmenso laburo, bien merecedor de todas las nominaciones. Asimismo, está muy bien acompañado por Steve Carell como Don Rumsfeld, Amy Adams como su esposa Lynne (con escenas memorables), y un muy genial Sam Rockwell como George W. Bush. McKay saca lo mejor de su gran elenco para ponerlos al servicio de un film por momentos delirante, pero que se hace cargo de su postura y denuncia. (A no perderse la escena post créditos). Vice es una gran película y su nominación al Oscar como tal es merecida.
“El vicepresidente: más allá del poder” arranca de la tesis acerca de que a partir del 11 de septiembre de 2001, día de la caída de las Torres Gemelas, el vicepresidente de los Estados Unidos en la gestión de George W. Bush, Dick Cheney, se convirtió en el hombre más poderoso del mundo, con la virtud adicional de lograr que nadie se diera cuenta. Luego, las siguientes dos horas se ocupan de describir cómo un borracho pendenciero, expulsado dos veces de la universidad, logró adquirir y manejar ese gran poder desde las sombras. Esta es una película tan ambiciosa como divertida sobre los vericuetos del poder. Interpretada por un camaleónico Christian Bale, empieza como el joven borracho y peleador recriminado por su esposa, Amy Adams, y tomado como discípulo por una especie de mentor dentro del partido republicano, el asesor de Nixon encarnado con su talento habitual por Steve Carell, que aporta a esta comedia negra algunas de sus mejores escenas y logra un apropiado retrato sobre el cinismo de los políticos. Por último es Sam Rockwell como Bush el que termina por definir con su caricaturesco retrato a este film, que podrá tener muchos ángulos serios, pero que en el fondo no abandona su espíritu de comedia sobre el mundo en el que vivimos. Hay que destacar el estilo de collage multimedia cosechado con mucha originalidad por el director y guionista Adam McKay, que se ocupa de mezclar permanentemente su biografia ficticia con imágenes de la realidad y de insertar bombardeos a Vietnam con los comentarios cínicos de un burócrata de Washington.
“El vicepresidente: Más allá del poder”, de Adam McKay Por Hugo F. Sanchez El vicepresidente forma parte de ese creciente grupo de películas que podrían catalogarse como cancheras, con un alto componente irónico, llenas de guiños a los espectadores que están en el tema, alguna audacia visual y en general, un protagonista desconcertante -puede ser una figura de la televisión, un cómico- acompañado por gente con oficio, un buen elenco. El vicepresidente cumple con casi todas estas características pero eso no quiere decir que está mal, aun cuando la lista expuesta tenga una cuota de malicia tendiente a demostrar que la formula es bastante miserable. Aqui no es así o al menos no del todo. Adam McKay que ya en La gran apuesta demostró que puede ser cool pero también desnudar las trapisondas del mundillo de Wall Street, vuelve a internarse en un universo poco conocido, esta vez el de la política estadounidense y en particular en un personaje fascinante como Dick Cheney, vicepresidente de George W. Bush entre 2001 y 2009, un burócrata oscuro como un agujero negro que sabía las miserias de Washington porque durante buena parte de su vida había transitado las distintas administraciones como un funcionario confiable, tan hierático como despiadado. Vinculado a las petroleras y la industria armamentista de su país, en 2000 el Partido Republicano le rogó que volviera al ruedo luego de renunciar como secretario de Defensa de George H. W. Bush siete años antes. El partido del elefante necesitaba apuntalar al tarambana de Bush hijo con alguien que supiera de la administración pública y vaya que Cheney sabía. Así que el operador, lobbista y siniestro de Dick aceptó pero antes encontrólas grietas necesarias en la Constitución, en los reglamentos del funcionamiento del poder ejecutivo y el legislativo para poder gobernar en las sombras y no ser una mera figura decorativa, el papel reservado desde siempre al vicepresidente. Y sí, la caracterización de Christian Bale como Dick Cheney es deslumbrante, por las toneladas de maquillaje pero también porque abajo de eso hay un buen actor, sin duda la otra interpretación a destacar es la de Amy Adams como su esposa Lynne, cerebro y férreo sostén de la pareja -parecido al rol que cumplió en The Master de Paul Thomas Anderson- y Steve Carell como el secretario de Defensa Donald Rumsfeld, mentor de Chaney en sus inicios, tan despreciable como él. El vicepresidente cumple con la maravilla de ubicar al espectador festejando al muchacho bueno para nada en su ascenso al poder, en cada una de sus manipulaciones, en las decisiones que significaron la muerte para miles de personas- como la intervención en Irak justificada en la mentira de que Sadam poseía armas de destrucciónmasiva-, en el regodeo de sus trastadas en los pasillos de la Casa Blanca, el Pentágono y el Congreso. Algo así como una excursión con un guía competente por la cocina de las decisiones. No está mal, la película es entretenida, el timing es preciso, los actores hacen lo suyo con solvencia y el mal triunfa en toda la línea. Después de todo El vicepresidente se trata de asomarse a ese mundillo y lo logra satisfactoriamente. EL VICEPRESIDENTE Vice. Estados Unidos, 2018. Dirección y Guión: Adam McKay. Intépretes: Christian Bale, Amy Adams, Steve Carell, Sam Rockwell, Alison Pill, Eddie Marsan, Justin Kirk, LisaGay Hamilton, Jesse Plemons, Bill Camp. Producción: Adam McKay, Brad Pitt, Will Ferrell, Kevin J. Messick, Jeremy Kleiner, Dede Gardner y Megan Ellison. Distribuidora: Digicine. Duración: 132 minutos.
Corrosiva, irónica y por momentos escalofriante. El Vicepresidente es un cachetazo de realidad de McKay, que vuelve a utilizar el humor para desmenuzar temas complejos. Su narración desperdigada es su principal falencia y sus mayores fortalezas son su tono y las actuaciones . En 2015 el director Adam Mckay dirigió y co-escribió La Gran Apuesta (The Big Short), film que cosechó 5 nominaciones al Oscar y se llevó el de Mejor Guion Adaptado. El cineasta que inició su carrera como director y guionista de Saturday Night Live y se hizo un nombre con buenas películas de comedia como Anchorman – The Legend of Ron Burgundy (2004) y Talladega Nights: The Ballad of Ricky Bobby (2006) sorprendió a todos al tomar una historia que tradicionalmente pediría un tratamiento más serio y solemne. Sobre todo al tener en cuenta su estilo absurdo, anárquico e irreverente, el énfasis en la improvisación de los actores para definir la personalidad de los personajes y sus bromas y remates, tan estúpidos y originales que solo pueden provenir de un buen escritor. McKay terminó siendo el hombre adecuado para dirigir La Gran Apuesta, un film que explica como se gestó la explosión de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos que afectó a todo el mundo y generó catástrofes económicas generalizadas entre 2007 y 2010. Su narración poco convencional rompiendo la cuarta pared para explicar complejos conceptos económicos mediante cameos de celebridades y su correcto balance de comedia con drama la convirtieron en una de las películas mejor criticadas del año. Ahora McKay decide dejar de lado la economía y las finanzas para contar la vida de uno de los políticos más ambiciosos y reservados: Dick Cheney, el vicepresidente más poderoso de la historia de los Estados Unidos. Richard “Dick” Cheney (Christian Bale) inicia la película en el 11 de septiembre de 2001, ya siendo vicepresidente de los Estados Unidos bajo la administración de George W. Bush (Sam Rockwell). Con los atentados contra el World Trade Center en marcha todo es caos, desesperación y confusión. Solo él parece tranquilo, entusiasmado, analizando las posibilidades que el atentado terrorista abría para su país, el mundo y las grandes empresas petroleras. A través de la narración de un americano promedio llamado Kurt (Jesse Plemons), conoceremos la juventud de Cheney, quién decide enderezar su vida para no perder a su fiel esposa Lynne (Amy Adams), pilar fundamental de su familia y su carrera política. Años después comenzará su camino en Washington, como pasante en la Casa Blanca trabajando para Donald Rumsfeld (Steve Carell), asesor político del entonces presidente Richard Nixon. Cheney, un hombre de pocas palabras, aprenderá a mantener los oídos atentos y rodearse de la gente correcta hasta forjar una carrera política que lo llevó de reparar tendidos eléctricos en Wyoming a convertirse en jefe de Gabinete de la Casa Blanca, secretario de defensa, Congresista en la Cámara de Representantes, CEO de la petrolera Halliburton, Vicepresidente y principal artífice de las invasiones a Afganistan e Irak, conflicto bélico que dejaría miles de muertos y prisioneros torturados, llevaría al nacimiento del Estado Islámico y serviría como fachada para oscuros negociados entre empresas petroleras y contratistas militares. McKay, claramente parado en las antípodas ideológicas y políticas de Cheney y sus secuaces, plantea la película con la sutileza de un mazazo en la cabeza. Con una bajada de línea que comparte más de una similitud con el estilo de Michael Moore El Vicepresidente se planta como una biografía no autorizada de uno de los personajes políticos más siniestros, mostrando sin concesiones como la vida de este adicto al poder moldeó la política norteamericana y el peso de sus acciones, cuyas consecuencias pueden sentirse hasta el día de hoy. Sin duda el trabajo interpretativo de Christian Bale (que ganó casi 20 kilos para el papel) va más allá de la transformación física y las capas de excelente maquillaje. El actor británico captura cada gesto, movimiento, postura y elemento de lenguaje corporal de Cheney, un hombre parco, que demuestra poco con la cara pero al ver su media sonrisa torcida, mientras une sus manos con el cuello hundido entre los hombros como una tortuga, el espectador puede notar como los engranajes de su maquiavélico cerebro se ponen en marcha, buscando acumular más poder. Adam McKay conoce el poder de la sátira para comunicar un mensaje y en El Vicepresidente le da rienda suelta a su irreverencia y un oscuro y ácido sentido del humor. Políticos hablando alegremente de bombardear Camboya, negociaciones entre Bush y Cheney mezcladas con planos de pesca con mosca (lanzar un señuelo al agua y esperar que el animal pique), la breve pero genial escena con Alfred Molina en el restaurant, el “falso final de la película” y una escena post créditos espectacular. McKay imagina a Cheney y su esposa recitando soliloquios shakespearenos y nos muestra al vicepresidente acostado en una camilla, literalmente sin corazón, mientras la escena se interrumpe por metraje de bombardeos. tortura y soldados posando junto a cadáveres irakíes. Con un tono que fluctúa constantemente entre la comedia y el drama casi documental, una edición brillante y por momentos caótica pero controlada (el trabajo de Hank Corwin es muy bueno) y la sobresaliente labor del elenco, McKay logra entregar una película que para muchos puede resultar incómoda por su clara bajada de línea, pero a la vez necesaria, para reconocer la historia de los inescrupulosos jugadores silenciosos del poder.
El director de “La Gran Apuesta” (2015), junto a Brad Pitt como productor, nos narra parte de la vida de Dick Cheney (Christian Bale, "El ganador") a quien en un principio vemos a un adicto al alcohol que gracias a la ayuda de su esposa Lynne, abandona ese vicio y se dedica de lleno a su carrera política transformándose en el vicepresidente bajo el mandato de George W. Bush (Sam Rockwell, "3 anuncios por un crimen") y que nos permite ver parte de los manejos de la política estadounidense. Hay un momento en el que a Dick lo visita su esposa Lynne Cheney (Amy Adams, "Escándalo americano") en la casa blanca, luego llegan su hijas pequeñas Mary y Liz y una de ellas le pregunta ¿Esto es tan bueno como parece?, a lo que él responde - es incluso mejor, esto es donde vive el líder de la nación más grande de la tierra, son muy buenos las charlas familiares, gracias a que tiene un buen guión además cuenta con varios parlamentos y diálogos interesantes con otros personajes. El film es una mezcla de biopic, reportaje, falso documental, tiene algo de sátira y una pincelada de humor. Va tocando temas como: la manipulación de los medios, el poder político, la hipocresía, la mentira, el poder, la corrupción, la ambición, contando con buenos recursos visuales, sonoros, estupenda ambientación y banda sonora. Cuenta con un gran elenco y una gran caracterización de Christian Bale a través de sus gestos, sus movimientos, como mira, sus actitudes, su físico, en fin, se mete en la piel de Dick Cheney; Amy Adams una gran actriz se luce en todo momento como Lynne Cheney; una gran interpretación de Steve Carrel siendo Donald Rumsfeld y no tiene muchas apariciones Sam Rockwell pero hace un correcto George W. Bush; hay cameos y otros personajes pero no causan efecto. Después hay escenas metafóricas, un relato con voz en off, se cuenta algo mirando a cámara, nos encontramos con una serie de datos históricos, está el atentado a las Torres gemelas en septiembre de 2001 y la guerra de Irak, entre otros hechos. Algunas escenas tienen cierto hilo conductor que los relaciona al Director Michael Moore. Este film se encuentra nominado en 8 categorías a los Premios Oscar.
Temporada de premios y la avanzada de títulos que intentan llamar la atención de los medios y especialistas comienza con "Vice", la nueva realización de Adam McKay ("The Big Short"). Esta vez, el análisis del hábil director es sobre una controversial figura de la política norteamericana, Dicky Cheney, segundo al mando del gran país del norte, quien es señalado como el gran responsable de los errores (o aciertos, según de que lado lo veas) de la política internacional estadounidense desde la caída de las torres gemelas hacia acá. Dick (Christian Bale, en otra de sus transformaciones donde gana kilos) es un tipo que pintaba en su juventud, para talento. Pero sus problemas con el alcohol y su carácter, dificultaban la concreción de sus metas. Sin embargo, su esposa Lynne (Amy Adams), siempre supo lo que tenía que hacer para volverlo a poner en ruta. Aquí vemos como ese anhelo de crecimiento y necesidad de poder (inspirada lejanamente en "House of Cards"), pondrá proa hacia objetivos más importantes. Luego de algún trabajo no demasiado adecuado a sus aspiraciones, Dick llegará como pasante al mundo de la política. Aprenderá que hacer, como asesorar y cuando y donde ubicarse mejor, desde los gobiernos de Nixon, hasta su candidatura como vice de George Bush (Sam Rockwell, tan perdido como el personaje original), dos veces. El es un tipo oscuro, tosco, que se muestra hábil para manipular y extorsionar, sutilmente. Pero lo más jugoso del film es todo lo que sucede, vertiginosamente, una vez que Al Qaeda ataca el 9/11. Cheney tiene por primera vez, las manos libres para actuar (Bush es sólo un vocero en este marco, con poco poder de decisión real) y comienza a operar de manera elocuente para avanzar con una invasión a Irak y Afganistán a gran escala, sumada a varias violaciones a la seguridad personal de propios (con la violación de correos) y extranjeros (actualizó protocolos de tortura). Donald Rumsefeld (Steve Carell) lo acompaña y hay además una cantida de secundarios de los que sabemos bastante, por haberlos visto en tevé durante los complejos días posteriores a la caída de las torres (la secuencia donde presionan a Colin Powell es muy interesante). El problema principal del film es que no se logra percibir si se busca generar, una comedia, es decir, una sátira política sobre Dick Cheney, o se intenta marcar un drama político, en el cual se ve claramente su rol de monje negro, nefasto para los intereses de Estados Unidos y el resto del mundo. Les digo, "Vice", no funciona ni como la primera, ni como la segunda. No te reís casi nada, la historia, para los que estamos informados, no apunta demasiadas sorpresas (quizás si al principio, pero no mucho más) y no hay demasiado humor (un par de escenas, como la de Alfred Molina, apalancadas para que el film luzca más original). En cuanto a su estructura dramática, es pobre, aburrida y desperdicia un cast casi soñado para este escenario. Adam McKay intenta (creo) mostrarse autocrítico con "Vice" y mostrar a la sociedad norteamericana, el perfil de un tipo siniestro, al que votaron dos veces. Creo que el mensaje va en la dirección correcta para esa audiencia. Para el resto, la película genera poco interés desde todo punto de vista. En cierta manera, si bien la aplicación de políticas que hace Estados Unidos nos afecta a todos, no hay demasiado que podamos hacer para evitar algo de todo lo que vemos en el film que sucede. Probablemente el ciudadano americano si pueda. Para ellos, exclusivamente, "Vice".
Adam McKay regresa tras La gran apuesta a una historia basada en hechos reales, esta vez para retratar la figura de Dick Cheney opta por alejarse de las convenciones típicas de una biopic. En lo nuevo de Adam McKay (un director que se caracterizaba por hacer comedias protagonizadas por Will Ferrell -que aquí es uno de los productores- al estilo Anchorman y Talladega Nights y dio el gran salto con la galardonada La gran apuesta, que tuvo varias nominaciones a los Oscar y se llevó la estatuilla por su guion), Christian Bale se pone en la piel de Dick Cheney tras sufrir importantes cambios para lograr el parecido. Así, por momentos aparece casi irreconocible. No obstante el actor irlandés ha demostrado que su trabajo es más que un mero cambio físico, a tal punto de manejar un acento diferente. En cuanto a la historia puede que esta no sea demasiado conocida por estos pagos y gira alrededor de la presidencia de George W. Bush (un siempre talentoso Sam Rockwell), cuando Cheney se convierte en su vicepresidente, un rol que no deseaba por no ser, generalmente, más que un adorno o un puesto simbólico. No obstante, empujado por la ambición y los hilos de su mujer (interpretada de manera bastante deslucida para lo que acostumbra por Amy Adams), Cheney sólo acepta postularse como vicepresidente conociendo modos de acceder al poder de la manera más efectiva: en silencio, desde un rincón, pasando desapercibido. Si bien la película comienza pareciéndose mucho a cualquiera de esas biopics que aman las temporadas de premios (y Christian Bale se presenta como uno de los más fuertes candidatos a ganar el Oscar en la categoría Mejor Actor), McKay opta rápidamente por correrse del camino conocido. Así, en lugar de ser una narración convencional se mueve entre diferentes estilos y tonos, con una edición rápida que presenta información todo el tiempo, y brinda a la película una sensación de collage algo recargado. Biopic, falso documental, comedia, drama, sátira política, denuncia. Estamos ante un film que pretende ser ingenioso y elaborado, pero sólo lo logra por momentos. A lo largo de la película, con guion del propio McKay, se va desentrañando la figura enigmática de este personaje del que en realidad se sabe algo y el resto, es probable, se dibuje en pos del relato. Quizás por eso también la mayoría de los personajes se presentan poco desarrollados, y eso que en la película aparecen tantos hechos, tantos temas, que da la sensación de que hay material para varias películas más. También, aunque en su momento se la justifique como promete, se siente algo azarosa la elección de una narración en off que corresponde a un personaje (un desaprovechado Jesse Plemons) que no se develará hasta bien avanzado el film y cuya revelación deja gusto a poco. Y, como yapa, en mitad de los créditos una escena pone en foco la supuesta postura política de la película de manera sarcástica y divertida, más graciosa que varias otras que también pretenden serlo.
Adam McKay, guionista y director ganador del Óscar a mejor guión con su anterior film La gran apuesta -2016-, repite varios de los hallazgos narrativos y formales presentes en aquel film donde se atrevía a exponer con originalidad y espíritu incisivo las claves del derrumbe del sistema financiero a través de aquellos que vieron las grietas y sacaron partido del desastre. En este nuevo film propone un biopic sobre el exvicepresidente Dick Cheney, desde que era un borracho trabajador de una compañía eléctrica en la Wyoming rural y su sigiloso ascenso hasta su vicepresidencia en la administración de George W. Bush -retratado como un pobre imbécil manipulable y acomplejado por la figura de su padre-, donde explotó las lagunas constitucionales para otorgarse legalmente un poder ilimitado convirtiéndose prácticamente en presidente de facto de los Estados Unidos y uno de los personajes más influyentes y siniestros de la política norteamericana contemporánea. Con un estilo narrativo y montaje muy particular, que por momentos recuerda a los documentales de Michael Moore, el director Adam McKay integra el sarcasmo y la ironía en un contexto severo y dramático, para contar con un claro enfoque político anti-republicano y cierta manipulación la escalada al poder de este poderoso maestro de títeres y sus desalmados colegas, demostrando un ejemplo mas de como el consenso político se alcanza mediante propaganda, manipulación y desinformación. Si bien al principio de la película ya se nos dice que está basada en una historia real, y efectivamente algunos de los sucesos narrados son auténticos, McKay juega hábilmente con el espectador en un relato que acumula recursos de distintos géneros y hasta formatos, insert que acuden al simbolismo, unos falsos títulos de crédito a mitad del metraje y un misterioso narrador -Jesse Plemons-, cuya relación con Cheney no se nos aclara hasta el final. Aunque por momentos se extiende demasiado con reiterados insert que en su primeras apariciones funcionan como interesante metáfora, pero luego solo agregan metraje innecesario. Al acertado estilo narrativo se suma el gran elenco encabezado por Christian Bale, en otra nueva demostración de sus transformaciones físicas, metiéndose en la piel de ese reservado y dicotómico personaje que se desdobla en el entregado padre de familia y el maestro titiritero de la política. Guiado por su formidable, leal y ambiciosa esposa Lynne -Amy Adams-; Steve Carell, como el simpático pero duro Donald Rumsfeld, y el ganador del Óscar Sam Rockwell, como el maleable George W. Bush. Con ironía, buen ritmo y estilo El Vicepresidente se asoma a la trastienda del poder y su lado más oscuro hipócrita, frívolo e interesado, poniendo sobre la mesa los juegos de poder de Cheney con las compañías petrolíferas, sus intereses a la hora de iniciar la Guerra de Irak y Afganistán, entre otros, y resaltando los aspectos oscuros de la estrategia imperialista estadounidense, en un entretenido biopic sobre un personaje del que poco se conocía.
Dick Cheney fue el vicepresidente durante la gestión de George W. Bush. El vicepresidentepresenta a este curioso político como alguien sobradamente poderoso, con facultades de estado auto-adquiridas por su conocimiento del campo burocrático, esto sumado a la incapacidad de un presidente que llegó al estrado por carisma y nombre no auguraba lo mejor para el Estados Unidos de 2001. El vicepresidente ha sabido alejarse de la luminosidad de Lincolno la severidad de Darkest Hour (por citar ejemplos sobre biopics de líderes) por su histrionismo y cinismo a cuestas cuando se están tratando temas serios, extremadamente serios. A saber, diversas acusaciones durante uno de los gobiernos mas fraudulentos de la historia de USA: crímenes de estado, violaciones a los derechos humanos y prepotencia a nivel mundial… un gran juego de ajedrez. Eso avala a El vicepresidente como reveladora más no como una buena película. Christian Bale es Dick Cheney, un consumidor de alcohol nato que apenas tiene para mantener a su familia y vive de juerga en juerga gracias a un trabajo tipo The cable guy. Un día recibe el ultimatúm de su mujer Lynne (Amy Adams) (“Podría acostarme con cualquiera de este pueblo pero sigo contigo ¿sabes por qué?”). Ese es el momento del click en la vida de Dick Cheney. De allí en más solo ascenderá en el congreso después de comenzar como pasante hasta llegar a ser un hombre sumamente poderoso con el don para hablar y transmitir lo correcto en el momento adecuado. Dick Cheney no temía a nada ni nadie, ni siquiera a esos pequeños infartos que le sobrevenían en plena campaña electoral, en realidad solo temía a una cosa: fallarle a su esposa. Bale hace un trabajo interesante en la composición de un personaje que podría haber caído fácilmente en lo caricaturesco y Amy Adams no está nada mal (¿alguna vez estuvo mal en toda su carrera?). El tono de la película es socarrón, ácido, cínico y el motivo tiene nombre y apellido: Adam McKay. El director proveniente de la escuela Saturday Night Live con varios films previos protagonizados por ese diablillo llamado Will Ferrellotorga su impronta. Los chistes sobre penes, masturbaciones y drogas quedan en un segundo plano, aunque Steve Carrell tome ese rol (hay varios pasos a lo The Office). Saldrán satisfechos quienes quieran una buena lección de historia con un poco de crema chantilly encima (edulcorada, muy edulcorada) o quienes esperen buenas actuaciones, no mucho más que eso.
El villano preferido de Washington D.C. El director de La gran apuesta se mete de lleno en ese sanctasanctórum del poder que es la Casa Blanca y descubre entre sus pasillos a una figura no tan oscura como opaca, sin brillo, pero no por ello menos peligrosa: Richard “Dick” Bruce Cheney. La Nueva Comedia Americana se pone seria. O un poco, al menos. Lo suficiente como para participar con chances del ritual del Oscar, al que hasta ahora la Academia de Hollywood le había habilitado apenas la entrada de servicio. Y que ahora, con los chicos domesticados, le abre la puerta grande. Por un lado, Green Book –de ese adalid de la NCA, Peter Loco por Mary Farrelly– consiguió no sólo cinco nominaciones de importancia para la estatuilla sino también la posibilidad de colarse como favorita por el premio principal, con la aleccionadora historia real de una improbable amistad interracial a comienzos de los años ‘60, en pleno Deep South. Y por otro, El vicepresidente: Más allá del poder, de Adam McKay (el director que lanzó a la fama a Will Ferrell), reunió ocho candidaturas, con su satírica biografía de Dick Cheney, el vice de George W. Bush durante la guerra con Irak, lo que hace de él no tanto el mejor villano de Hollywood sino más bien el de Washington D.C. En rigor a la verdad, McKay no es un recién llegado al Oscar: ya tiene una estatuilla como mejor guionista por La gran apuesta (2015), donde quiso demostrar que se puede hacer humor con las tragedias de la economía y la política, como fue el caso de la famosa explosión de la burbuja inmobiliaria en los Estados Unidos, que una década atrás terminó con un tendal de víctimas entre los ahorristas mientras los bancos que la promovieron fueron rescatados por la Casa Blanca. Ahora McKay se mete de lleno en ese sanctasanctórum del poder y descubre entre sus pasillos a una figura no tan oscura como opaca, sin brillo, pero no por ello menos peligrosa: Richard “Dick” Bruce Cheney. La película lo dice de entrada, en las primeras escenas, sin vueltas: Cheney (a cargo de un irreconocible Christian Bale) fue el hombre en las sombras capaz de “cambiar el curso de la historia”, un trepador oportunista que estuvo en el lugar y el momento apropiados para hacer valer todo su poder –mucho más del que se suponía que tenía– y enriquecerse más allá de lo imaginable. Lo que Vice –el título original del film, que juega con la palabra “vicio”– no alcanza nunca a explicar muy bien, por más que hace todos los esfuerzos posibles, es cómo un personaje al que la película misma presenta en su juventud como un borracho, mediocre e incluso como un estúpido consiguió llegar tan alto en la escala del poder, al punto de de- satar una guerra que causó 4500 bajas estadounidenses y 600 mil muertos iraquíes, mientras a él le sirvió para hacer crecer las acciones de su compañía, la petrolera Halliburton, en más de un 500 por ciento. Las disculpas de McKay están inscriptas con letras de molde en el primer minuto de película: “We did the fucking best…”, o en un castellano apto para todo público, “hicimos todo lo posible”. Si esas disculpas se pueden aceptar, por la naturaleza excepcionalmente reservada y fantasmal del personaje, no es tan sencillo justificar que la película –después de su vertiginoso comienzo, ambientado el 11 de septiembre de 2001, mientras se derrumbaban las Torres Gemelas– se vuelva tan aburrida y morosa como una reunión de gabinete. Y eso que a lo largo de sus más de dos horas se suceden todo tipo de personajes de relevancia pública, como los presidentes Ronald Regan, Richard Nixon, Gerald Ford y George W.Bush (a cargo de Sam Rockwell) y figuras prominentes de sus gabinetes, como Donald Rumsfeld (a cargo de otra figura surgida de la NCA, Steve Carell), a quien McKay pone en nivel de importancia y sinuosidad por encima del mismísimo Henry Kissinger. En todo caso, el poder en las sombras de esa sombra que ya de por sí es Cheney sería, según Vice, Lynn (Amy Adams), la mujer de Dick. Determinada, ambiciosa y más reaccionaria que su marido, si eso fuera posible, Lynn viene a ser la Lady Macbeth de la película, tanto que el director McKay se permite en un momento parodiar explícitamente una posible versión shakespeariana de su personaje. Quizás ese tono desaforado que McKay se toma en broma hubiera sido más adecuado y subversivo para su tema, pero seguro que no le reportaba tantas candidaturas al Oscar.
UNA TAZA ARRIBA DE UN PLATITO, ARRIBA DE UNA TAZA… Adam McKay es, seguramente, el mejor director de comedias que ha dado el cine norteamericano en el nuevo siglo. Su seguidilla de obras maestras en sociedad con Will Ferrell, que incluye El reportero, Talladega Nights, Hermanastros, Policías de repuesto y El reportero 2 (incluso Wake up, Ron Burgundy: the lost movie, película hecha con escenas que quedaron afuera del montaje de El reportero) habla a las claras de un tipo con una visión particular, que llevó mucho más allá el estilo televisivo y de sketches de la Nueva Comedia Americana. Claro, la comedia puede dar cierta popularidad, pero no da prestigio. Así que como muchos, McKay emprendió el viaje hacia un cine “serio”, que aborde temas comprometidos y, en lo posible, se incluya en la temporada de premios. Mal no le ha ido: tanto La gran apuesta como esta, El vicepresidente, han llamado la atención y lo han instalado en un sitial destacado dentro de la industria del cine norteamericano. La buena noticia es que McKay nunca dejó de ser McKay, que su mirada absurda y delirante sobre el mundo se posó sobre episodios más delirantes y absurdos aún que su mirada, y sus películas, aún fallidas y confusas como La gran apuesta, tienen una personalidad que el 90% del cine de Hollywood no tiene. Pero en el caso de El vicepresidente, su particular biografía de Dick Cheney, estamos ante una formidable sátira sobre el poder, sus usos y abusos, especialmente cuando lo detenta un tipo gris y peligroso como Cheney. La pasión con que McKay busca convertirse en una suerte de analista de la realidad norteamericana de las últimas décadas, tanto en lo político como en lo económico, puede parecer un poco forzada y oportunista. Pero nada más lejos de la realidad. Ya en Policías de repuesto el mal estaba representado por gente de negocios que aprovechaba los huecos del sistema y muchas películas de la productora Gary Sánchez (la compañía que el director fundó junto a Ferrell) ofrecen una mirada atenta al vínculo de la sociedad estadounidense con el dinero y el éxito, como la divertidísima The House por ejemplo. Por tanto, películas como La gran apuesta o El vicepresidente no son más que otras formas que encuentra McKay para seguir satirizando a una sociedad que parece condenada a repetir ciclos autodestructivos. Si bien aquí el centro es la figura de Cheney, su ascenso dentro del poder político norteamericano hasta convertirse en el vicepresidente más influyente de la historia, está claro que McKay le habla al espectador: porque ¿qué otra es Cheney que el tipo que se mete en el barro para que todos vivan su sueño americano en paz? El vicepresidente comienza en los 60’s, cuando Cheney era un borracho sin futuro (un Christian Bale en su mejor forma), y progresivamente va avanzando entre décadas y entre los pasillos de la Casa Blanca. Lo interesante, lo jodidamente interesante, es el retrato de Cheney que hace el director y guionista: se trata de un tipo sin virtudes aparentes, un ser opaco y sin el mayor carisma, pero que sabe ver la oportunidad en el momento justo. Y eso en política -dice la película- es una cantimplora con agua en el medio del desierto. Detalle no menor: aunque por momentos la película es un poco canchera y hace algunas de más, McKay nunca pierde de vista que la política es una actividad fascinante. Cada decisión que toma su personaje es una construcción lúdica sobre el hecho político, desde lo público a lo privado. Ahí vemos el vínculo con su hija lesbiana. McKay es un director del contenido y de la forma. Y El vicepresidente es precisamente una película sobre lo que se dice, pero también sobre cómo se dice -¿acaso no es eso, también, la política?-. Ahí aparece el humor, en todas sus formas. La película hace uso de incontable cantidad de recursos: rotura de la cuarta pared, saltos temporales, una voz en off autoconsciente, subrepticios diálogos shakespereanos, analogías y metáforas visuales, todo para desacralizar aquello que vemos pero también para confirmar que el absurdo del poder es insuperable. McKay, astro de la comedia, invoca el espíritu del Saturdar Night Live (donde trabajó) en el memorable falso final que le toma el pelo a los biopics de Hollywood, pero también a los Monty Python en una escena con Alfred Molina oficiando de mozo y desnudando con sarcasmo la impunidad de un grupo de personajes despreciables. La manera en que McKay aborda la biografía es irreverente, tanto en su mirada sobre el personaje como en los modos que Hollywood tiene de trabajar el biopic, ese subgénero maldito. En determinado momento de El vicepresidente, McKay usa la figura de tazas apiladas arriba de platitos, arriba de otras tazas, arriba de otros platitos. Y así. Una torre frágil, que representa el camino del poder, uno que en algún momento, de manera indefectible, se caerá a pedazos. Esa torre de tazas no hace más que recordar a un castillo de naipes, o a una “house of cards”, esa serie demasiado estúpida para ser tomada en serio (de hecho el diálogo shakespereano parece una ironía sobre la serie con Kevin Spacey). Precisamente en las más de dos horas que dura su película, la acumulación de datos y episodios (de tazas y platitos) en los que Cheney es protagonista resulta agobiante, pero el montaje es clave para justificar esa sucesión de imágenes que desfilan ante nuestros ojos: en verdad El vicepresidente es sobre gente que toma decisiones que impactan en otras personas, pero casi nunca vemos las consecuencias (la guerra está representada por flashes, imágenes esporádicas y veloces que nos impiden ver el horror) y sí nos demoramos en las decisiones. Lo que le importa a McKay antes que juzgar es, efectivamente, ese sinsentido, ese adormecimiento que la sociedad confunde con bienestar. Por eso el final, por eso la honestidad de dejarle las últimas palabras a Cheney que hace como que se hace cargo, cuando en verdad le está diciendo a todos que él no es más que el brazo armado del amable ciudadano.
La vida Dick Cheney, el vicepresidente de Bush, en una impactante sátira dramática con un papel consagratorio para Christian Bale. Dick Cheney, el vicepresidente de George W. Bush, ya tiene su ‘bio’. Se trata de un moderno drama político que sigue su vida pública y privada por más de cincuenta años. Una sátira por momentos ligada al absurdo y en otros a la comedia negra. El humor juega de goleador bajo la diestra dirección de Adam Mckey (“La gran apuesta”) y permite un acercamiento muy personal al hombre que tuvo al mundo en sus manos. Permite comprender sus decisiones, aún las inhumanas, porque lo humaniza, paradójicamente, mientras cuenta cómo construye su poder. Es un hallazgo del filme: mostrar cómo la vida de millones de personas queda atada a los designios de un hombre común que bebía en exceso, que no había imaginado llegar al poder, y mucho menos ser vicepresidente de Estados Unidos. Sin embargo ahí está: Dick Cheney (Christian Bale) un personaje esquivo, reservado y conservador. Este hombre definió la vida política de EE.UU. durante las dos presidencias de Bush hijo (Sam Rockwell, magistral). Fue su ‘vice’ y en las sombras, el que movía los hilos. Es su ascenso y derrotero político lo que retrata “Vice”, o en su original: “El vicio del poder”. Habla del poder y de su magnificencia. Matiza con lo cotidiano, lo familiar de Cheney. Va de su incondicional esposa (Amy Admas) ó sus ataques cardíacos, a los actos de Estado más dramáticos. Comienza con el 11-S, donde Cheney, despiadadamente orquesta la trama que desemboca en las guerras con Afganistán e Irak por la falsa existencia de armas de destrucción masiva. A partir de ahí, el tono de comedia rigurosamente calibrado, se interpone entre el espectador y la tragedia. Aligera el drama histórico. Cuenta desde el absurdo y gana en fluidez y espontaneidad. Las actuaciones son todas impecables. Cheney fue el vicepresidente con más poder en la historia de EE.UU. Su mandato fue de 2001 a 2009. Su punto más álgido: el atentado a las Torres Gemelas. La película explica cómo su protagonista llega desde el llano, ahí, al corazón de la Casa Blanca. Desde que es un joven meritorio que reporta a Donall Rumsfeld (Steve Carrell) durante la administración Nixón (1969). Todo lo que sigue, describe a la perfección la matriz conservadora que sostiene al sueño americano. Podría ser para llorar, pero la magia de McKay logra que sea para reír. Para interpretar a Cheney, McKay eligió a Bale. Esto le aporta un altísimo margen credibilidad al personaje por la versatilidad y la solvencia de Bale (tres veces Batman, pero también “El maquinista” o “La gran apuesta”). Y supo jugarlo. Su papel ya le valió la nominación al Oscar y el galardón de mejor actor en los últimos eventos de la industria: Globos de Oro y Premios de la Crítica. La película logró en total, ocho nominaciones para los premios de la Academia 2019. Entre otros: Mejor película y mejor director. FICHA: Título: El vicepresidente: Más allá del poder/ USA, 2018 /Dirección y guión: Adam McKay/ Elenco: Christian Bale, Amy Adams, Steve Carell, Sam Rockwell/ Género: Biografía/Comedia dramática/ Duración: 2hs y 12’.
En una escena inicial de El vicepresidente: más allá del poder, el aún no identificado narrador postula que en ese día fatídico en el que cayeron las Torres Gemelas Dick Cheney vio algo que pocos pudieron ver: un negocio extraordinario para la mafiosa corporación militar estadounidense. El propio relato completo del filme añade algo más: aquí se intuye la contrapartida de ese plan, su genealogía y sus múltiples consecuencias. En efecto, algo siniestro sucedió después del 11 de septiembre de 2001. Aquellos ataques en contra del World Trade Center y el Pentágono trastocaron el orden simbólico de la política global. Se ha dicho muchísimo y se han filmado también las excursiones neoimperialistas de los Estados Unidos y sus aliados a Afganistán y a Irak. En el filme de Adam McKay se revela el oportunismo, las estrategias legales y administrativas, la eficiente manipulación de la información y, con cierta complacencia, aun la participación del Partido Demócrata. Es también un esbozo del afianzamiento de la política de los CEOs. Pero lo distintivo y aún más perturbador pasa por otro lado. Es que algo sucedió en el mediano y largo plazo: el vocabulario político y militar cambió y reorganizó las condiciones de lo posible. Lo que era impensable o inadmisible, o aquello que se podía solamente decir en secreto y constituía una interdicción en el discurso público, empezó a oírse y a naturalizarse. Discutir sobre la tortura, por ejemplo, dejó de despertar indignación. Hay una escena precisa al respecto, cuando se introduce el concepto “cambio climático” para sustituir al de “amenaza global”. La lectura lineal de El vicepresidente: más allá del poder reside en conformarse con aprender algo más sobre la cúpula del poder de los Estados Unidos durante la presidencia de George Bush Jr. –retratado aquí como un incompetente– y conocer la biografía de Cheney, un burócrata que gracias a su ambiciosa mujer supo vencer sus debilidades y aspirar al máximo poder en la historia de un país. Primero como miembro del Partido Republicano, luego como un distinguido CEO vinculado al petróleo, más tarde como uno de los artífices de la “guerra contra el terror”. El filme ilustra más de seis décadas nefastas en la historia de un país que soñó en sus inicios con ser un experimento democrático. Tal vocación pedagógica fagocita y fatiga su estética; el afán didáctico dicta la puesta en escena, todo se explicita, todo se enseña. Políticamente, tal vez, se justifique. No faltarán los elogios a los intérpretes. Christian Bale como Cheney, Steve Carell como Donald Rumsfeld o Sam Rockwell como el presidente Bush lucen convincentes (y paródicos), y no son los únicos: todo el elenco de la Casa Blanca tiene aquí su doble de ficción, aunque en ocasiones a los hombres y las mujeres de carne y hueso se los ve en archivos que se emplean como apoyo narrativo. La película pertenece a la tradición cinematográfica de los Estados Unidos en la que se puede hacer de la ficción un instrumento crítico o satírico de la vida política de un país casi en tiempo real. No parece que un retrato como este inste a la indignación de la ciudadanía, pero no deja de ser sorprendente que cada tanto se estrene un filme en el que se explicite la obscenidad del poder. Algún día, acaso, servirá para decir basta.
Donde termina la ley, comienza la tiranía La vicepresidencia de una nación es en general un cargo simbólico, sobre todo en Estados Unidos. ¿Por qué entonces hacer una película sobre un vicepresidente de perfil bajo, carente de liderazgo popular y para colmo sin carisma para hablar en público como Dick Cheney? Son varias las razones, pero la principal es que desde su función como “VP”, Cheney tejió una compleja red de influencias en áreas clave de la administración Bush y adquirió una preponderancia significativa en materia de Seguridad Nacional, Política Energética y Política Exterior, sobre todo durante la guerra contra Irak y Afganistán. Pero Mckay (“The Big Short”, “Anchorman: The Legend of Ron Burgundy”, “Step Brothers”) no se queda solo con su desempeño durante los gobiernos de Bush, sino que reconstruye el ascenso de Cheney desde sus inicios en el gobierno de Nixon (allá por 1969), pasando por sus cargos como Jefe de Gabinete, Congresista por Wyoming y Secretario de Defensa en las décadas del ochenta y del noventa. Lejos de la reseña histórica aburrida y lineal, el filme retrata con frescura, agilidad y un humor satírico muy agudo los inicios ingenuos de Cheney en el poder y su progresivo aprendizaje de las reglas de juego en el contexto de una maquinaria política despiadada que fagocita a los débiles y consagra a los inescrupulosos. Resaltando su veta persuasiva, su carácter implacable y su inteligencia pragmática, Mckay nos pinta una imagen cruda y delirante de un personaje siniestro en la historia política de EE.UU; un titiritero ambicioso que en su momento de mayor esplendor acumuló muchísimo poder y lo utilizó para llevar adelante sus empresas bélicas y negocios personales. En este sentido, lo que trasluce esta biopic es una crítica al sistema democrático Norteamericano y a la ficción de su supuesta representatividad. El ascenso de Cheney solo es posible gracias a la degradación de las instituciones, y el poder, más que recaer en el pueblo, parece esconderse en habitaciones cerradas en donde dos personas discuten y negocian sobre la vida de miles de almas al otro lado del mundo. La mayor virtud de Vice es que presenta un tópico a priori aburrido (la política) de un modo fascinante y entretenido, algo que Mckay ya había logrado en el terreno financiero con The Big Short. Pero para lograr esto, el director -que en el pasado dirigió varias comedias y conoce bien el género- tuvo que tomar varias decisiones audaces, como romper cada tanto la cuarta pared, intervenir sistemáticamente la filmación con comentarios extradiegéticos, e incluso inmiscuir un diálogo Shakesperiano en medio de la película (¡delirio absoluto!). Esas decisiones, riesgosas por cierto, funcionan la mayoría de las veces y logran arrancar una carcajada al descolocado espectador. Por supuesto, nada de esto funcionaría sin la extraordinaria actuación de Christian Bale, que nos regala una de las mejores performances de su carrera. No solo impresiona su transformación física (subió casi 20 kg para el papel), sino también la variedad de recursos, gestos y matices que emplea para personificar a un Cheney implacable y cínico. Amy Adams (ya había trabajado con Bale en American Hustle) aporta lo suyo interpretando a Lynne Cheney -personaje clave en la vida de su esposo-, y Steve Carrell hace lo propio dándole vida a Donald Rumsfeld, Secretario de Defensa de los EE.UU durante las presidencias de Bush (hijo). Mención especial para el genio de Sam Rockwell, quien personifica a un George W. Bush desopilante, justo en el límite entre lo tonto y lo caricaturesco. Luego de varios filmes, Adam Mckay parece haber encontrado en El Vicepresidente su madurez como director en la confluencia entre comedia y gesto político. Precisamente, en esa síntesis (también presente en The Big Short) el humor y el absurdo funcionan como una especie de parábola del mundo de la política, y es ahí donde radica la efectividad del mensaje político que transmiten sus películas.
El monje negro Todos los años la temporada de premios cuenta con películas locales para los norteamericanos, que parecen haber sido concebidas por ellos y para ellos. Dentro del arco político aparece en esta lógica El vicepresidente: Más allá del poder (Vice, 2018) una crítica cínica a la figura del vicepresidente Dick Cheney (elegido junto con George W. Bush) responsable de una serie de acontecimientos propios de la vida política de EEUU. Sin embargo el film logra atravesar fronteras y proponer una reflexión sobre los abusos de poder. Una de las decisiones de mayor interés de este film dirigido y escrito por Adam McKay es la utilización de recursos narrativos que hacen saltar al relato de tiempo (entre un Dick Cheney joven y un Dick Cheney en el momento de mayor poder) para trazar paralelos entre sus movimientos políticos estratégicos y sus decisiones trascendentales para el rumbo de un país. Porque por ejemplo la película comienza el martes 11 de septiembre de 2001 siendo el propio Cheney (Christian Bale) quién decide sobre las acciones a tomar. De ahí el film salta a 1963 contando los inicios de Cheney en Wyoming hasta su llegada a la Casa Blanca. Este recurso asocia causas y consecuencias y, por montaje, responsabiliza al ex funcionario por decisiones nefastas que arruinaron la vida de miles de personas en todo el planeta. También, el film logra cruzar imágenes de archivo con reconstrucciones magníficas a cargo de muy buenas interpretaciones de un Christian Bale transformado, Amy Adams como su calculadora compañera Lynne, Sam Rockwell como un inútil George W. Bush y Steve Carell como Donald Rumsfeld. Pero aquello que destaca a la película producida por Brad Pitt y Will Ferrell entre otros, es el humor ácido y cínico de su director Adam McKay, quien de su incorrección política como uno de los estandartes de la nueva comedia americana, pasa a la incorrección de la política misma en la historia reciente de los Estados Unidos. McKay tiene la habilidad de armar y desarmar el relato constantemente, buscando hacer una cruda denuncia y a la vez, provocar una reflexión sobre lo visto. Nos enteramos de hechos aberrantes y a la vez, el film mira a cámara indagando al ciudadano americano medio a quien va dirigido el relato, sobre su reacción al respecto. De esta manera la película logra correrse del personaje y esbozar una reflexión sobre el poder en general, como diciendo “acá fue Cheney pero ahora…” y si la crítica a los republicanos cae evidentemente sobre Donald Trump tampoco quedan ilesos los medios de comunicación, como formadores de opinión con Fox Noticias denominado “el canal de noticias republicano”. Pero el mensaje excede a todos ellos y gira hacia el ciudadano que evade la realidad constantemente y cae una y otra vez -según el film- en la trampa republicana. Y justo cuando la película podría quedarse en la mera exposición de los hechos, elige profundizar, plantar postura y hacer una denuncia cruda y descarnada sobre las consecuencias de las políticas para los americanos y el resto del mundo. El papel de los Estados Unidos en la guerra de Irak, la suba de impuestos, la formación de grupos terroristas como ISIS, los problemas climáticos, entre otros capítulos nefastos de la historia actual, tuvieron a Dick Cheney de protagonista en la toma de decisiones. Se sabe que la mayor parte de Hollywood tiene una ideología de izquierda y con gracia y ritmo El vicepresidente: Más allá del poder parece entrar en esa denominación. Incluso sobre el final se permite también pensar sobre esta postura. Pero la mayor reflexión sigue siendo sobre el poder, desde dónde se construye y hasta dónde influye en la vida cotidiana de las personas. No es una película perfecta y hasta por momentos tendenciosa, pero basta correrse del personaje para ver el mensaje detrás: la capacidad del verdadero poder de ocultarse para, desde las sombras, tomar las peligrosas decisiones que de otra manera jamás podría.
Personaje mediocre con mucho poder Impresionante el trabajo de composición. Menos pelo, cara más redonda y extensión física, panza mediante, que se extendió a la balanza en 20 kilos más. De esta manera Christian Bale se metió en el personaje del político norteamericano Dick Cheney en el film “El vicepresidente”, producción que cuenta con 8 candidaturas a los premios Oscar, entre ellos, por supuesto, el de mejor labor protagónica a cargo del citado Bale (número puesto para la noche de la celebración) y que a partir de hoy se podrá conocer en la cartelera porteña. Christian Bale y Amy Adams, transformados para "Vice". El director Adam McKay el responsable de ese gran otro gran filme que fue “La gran apuesta”, una mirada muy atractiva sobre aquella enorme crisis financiera de los últimos tiempos que afectó a Estados Unidos y a todos los países emergentes. En esta oportunidad, McKay se vuelve a introducir en los laberintos de la mediatez política y lleva a cabo el abordaje desde una perspectiva argumental que transita cierta pátina de humor y también de comedia. Puntualmente, la cinta recorre varios momentos en la vida de Dick Cheney, desde su etapa de político con pocos antecedentes, sumido en la adicción al alcohol y viviendo duros conflictos conyugales, hasta su rol como dirigente que supo moverse a la sombra de George W. Bush articulando situaciones y estrategias como una suerte de verdadero “monje negro”. Lo que se ha propuesto Adam Mc- Kay sin pretensiones de denuncia social es plasmar un filme que está lleno de situaciones inesperadas, con muchos guiños sorpresivos, es decir una biopic alejada de la tónica general que observamos en las miniseries de Netflix o Amazon sobre personajes famosos y más cerca del humor satírico y autorreferencial que apunta hacia una crítica descarnada sobre un personaje que supo convertirse en un eficaz titiritero de los hilos del poder. Otro aporte fundamental: el trabajo de Amy Adams en el rol de la esposa de Cheney que alienta a su esposo a generar mayores espacios de ambición. Los lazos de Dick Cheney con las multinacionales de la industria militar y del petróleo y el lucro que se obtuvo en estas negociaciones tuvieron eje de partida y desarrollo con la guerra de Irak. Un verdadero escándalo internacional que involucró dólares, armas, petróleo y muerte.
Ganadora o no de premios importantes, el verdadero ganador será el público que la vaya a ver No son pocos los antecedentes que hacen esperar una nueva película de Adam McKay con cierta ansiedad. Primero porque desde su debut como director de algunas emisiones de “Saturday night live”, el programa de humor crítico de la política e idiosincrasia norteamericana por excelencia, se ha empapado de esa cultura en la cual vive a pleno, la observa con minuciosidad, y luego se explaya con todos los dardos en sus textos cinematográficos. La última vez que lo hizo fue con aquella gran película de montaje vertiginoso sobre el estallido de la “burbuja hipotecaria” en Estados Unidos que se alzó con varios premios, incluyendo cinco nominaciones al Oscar 2016. Con el Oscar de mejor guión adaptado bajo el brazo, Adam McKay continúa su periplo a convertirse en un director de ficción en estado de alerta constante cuando se trata de observar la realidad coyuntural. Al igual que en su opus anterior, la presentación de los personajes sale con información muy concreta, concisa y específica transmitida en una compaginación rápida, aunque no por eso apurada. El Dick Cheney (Christian Bale) joven hace su entrada gritando, fumando, borracho en un bar en Wyoming. El corte inmediato es al 11 de septiembre de 2001 cuando, en ejercicio del poder, da órdenes tras el ataque a las Torres Gemelas. El otro corte inmediato es nuevamente a Wyoming, en el momento de su arresto por manejar ebrio. Uno es exceso autodestructivo y otro de poder. En forma paralela, con desarrollo de los tiempos narrativos en forma dispar, vamos conociendo por un lado cómo es que Dick Cheney fue llegando a la Casa Blanca de la mano de Donald Rumsfeld (Steve Carrell), y por otro el desarrollo de los acontecimientos inmediatamente posteriores al 11S. En ambos casos hay un narrador común que dice: “¿se preguntan quién soy? Estoy relacionado con los Cheney… pero ya veremos eso más adelante”, y bien vale la pena la espera porque si bien nada en política sucede por casualidad, esa conjunción entre buena y mala suerte que solemos llamar destino juega una parte fundamental. Pero eso no es lo único que se presenta como un cúmulo de situaciones en la vida del político, el guión está constantemente atravesado por un manto gigantesco de sarcasmo, ironía e impronta corrosiva respecto de su mirada general. Así como “La gran apuesta” en 2015 no era un escrache contra los hombres del mundo financiero sino una descripción crítica de ese universo, “El Vicepresidente: Más allá del poder” no panfletea contra Cheney,. simplemente se encarga de describir una estructura de poder cuyos puntos oscuros y gaps legales permiten que alguien como él haga lo que hizo sin ningún tipo de impunidad porque: “es legal”. Para una película de estas características es indispensable rodearse de talento, y sin dudas el de Christian Bale sube dos o tres puntos cualquier producción. A los kilos aumentados para llegar al phisyque du rol y las horas gigantes de maquillaje, el actor le agrega gestos, modismos, acento, neutralidad de mirada y postura corporal, de manera tal que no vemos a un actor haciendo de Dick Cheney, lo vemos a él. Algo parecido a lo que Ramy Malek hace con su Freddie Mercury en “Rapsodia Bohemia”. Actores que se adueñan de su personaje a un punto mimético. A ese trabajo se adosa la estupenda actuación de Amy Adams como Lynn, una mujer clave en todos los acontecimientos de esta vida retratada aquí. En el producto final todo está enmarcado en un estilo propio que además deja un par de momentos superlativos en el uso del metalenguaje, como por ejemplo la escena en la cual el matrimonio recita Shakespeare en la cama con una naturalidad que resinifica el texto. “El Vicepresidente: Más allá del poder” llega a instancias importantes en su recorrido con ocho nominaciones al Oscar, incluyendo mejor película y director. No ha ganado ningún premio importante hasta ahora, y probablemente no lo haga tampoco el 24 de febrero, pero eso no importará mucho. El verdadero ganador será el espectador que vaya al cine.
JUEGOS DE PODER Christian Bale se vuelve a transformar físicamente para esta sátira política cortesía de Adam McKay, responsable de La Gran Apuesta. La política es un tema fascinante y, si se trata de ficción (y no tanto), puede abordarse desde ángulos muy diferentes. Claro que también puede ser un tanto aburrida cuando se trata de los asuntos de gobiernos extranjeros que poco y nada tienen que ver con nosotros… o eso es lo que pensamos a primeras, sin darnos cuenta lo mucho que influyen a lo largo y ancho de todo el globo. Adam McKay es un realizador que viene del palo de la comedia, de guionar en “Saturday Night Live”, de hacer yunta con Will Ferrell en cosas como “El Reportero: La Leyenda de Ron Burgundy” (Anchorman: The Legend of Ron Burgundy, 2004) y otras tantas humoradas de menor calidad, además de ser uno de los responsable del sitio web “Funny Or Die”. Con la oscarizada “La Gran Apuesta” (The Big Short, 2015) -se llevó a casa el premio a Mejor Guión Adaptado, junto a Charles Randolph- demostró tener un timing particular para este tipo de historias basadas en hechos reales que pueden plantearse desde el humor sin perder la sensibilidad ante los acontecimientos poco felices que se muestran en la pantalla. En pocas palabras, McKay hizo de la sátira su mejor herramienta, una que esgrime con mano firme cuando se trata de “El Vicepresidente: Más Allá del Poder” (Vice, 2018). Hacer una comedia sobre Dick Cheney, una de las figuras políticas más controvertidas de todos los tiempos en los Estados Unidos, puede parecer un oxímoron, pero McKay entiende su juego y sabe que la única manera de acercarnos a este personaje maquiavélico es encararlo por el lado que me mejor le sale: las risas incómodas. Ya lo dijo Christian Bale -quien se pone magistralmente en la piel del ex vicepresidente- en uno de sus tantos discursos de agradecimiento: “Vice es una tragedia”, aunque vista a través del lente satírico y metafórico de su director y guionista. Todo arranca el 11 de septiembre de 2001, momento clave para la historia del mundo y la carrera de Cheney que, para ese entonces ya llevaba décadas y décadas moviendo los hilos detrás del poder. ¿O él era el verdadero poder detrás de los mandatarios de turno? Sus aspiraciones políticas llegaron casi de la noche a la mañana cuando en 1963 tocó verdadero fondo. Debido a sus problemas con el alcohol y la mala conducta, decidió abandonar sus estudios en Yale, y fue ahí cuando su noviecita y futura esposa, Lynne Cheney (Amy Adams), le dio el ultimátum para enderezar su vida. ¿La solución? Convertirse en un interno de la Casa Blanca durante la administración de Richard Nixon, donde encontró inspiración en la figura del asesor económico Donald Rumsfeld (Steve Carell). Desde ahí, todo va cuesta arriba para este muchacho diligente, observador y de pocas palabras. Republicano por elección y súper conservador, cuya ética y moral se adaptan a las diferentes circunstancias. Desde el primer momento Cheney está seguro de una sola cosa: le encanta el manejo del poder, y sus fallidas aspiraciones presidenciales -los números nunca estuvieron a su favor, además de sus constantes problemas de salud, y el hecho de que nunca le dio la espalda a su hija Mary (Alison Pill), abiertamente gay y no bien vista por los pagos de Wyoming- no lograron detenerlo para convertirse en la figura más relevante de la oficina oval. Sí, incluso por sobre la de George W. Bush (Sam Rockwell). Pero ya vamos a llegar a ese punto. Cuando los demócratas tomaron el control del gobierno, Dick se hizo a un lado y se mudó al sector privado para llevar una vida más tranquila junto a su esposa, sus hijas y sus nietos. Una llamada telefónica lo cambia todo, y aún más cuando este ex jovencito problemático accede a convertirse en el compañero de fórmula de Bush hijo, sabiendo que los vicepresidentes son figuras de adorno que pocas veces toman fallos relevantes. Con Cheney las cosas son muy diferentes, y muchas de sus cuentas pendientes y maquinaciones (más las manipulaciones a la constitución) tienen repercusiones directas en la política mundial hasta el día de hoy, demostrando la relevancia de esta historia, incluso durante del gobierno de Donald Trump. Mejor perderlo que encontrarlo No vamos a entrar en detalles y arruinarles la diversión (¿?), pero esta es una de las causas principales por las que McKay accedió a llevar adelante esta dramedia biográfica, cuyas cinco décadas de atrocidades le dieron forma a muchas políticas de la actualidad. Esta es la parte en que nos ponemos a llorar, como ocurría al final de “La Gran Apuesta”, justo cuando nos damos cuenta que detrás de los discursos triunfalistas norteamericanos se esconden las verdaderas miserias. Claro que el realizador se rodea de un gran equipo para que este viaje pesadillesco sea ameno y “humorístico”. Desde la banda sonora de Nicholas Britell, hasta el puntilloso montaje de Hank Corwin, el relato de McKay se va construyendo por partes, muchas de ellas surrealistas, sin miedo a caer en el ridículo ni romper la cuarta pared (formato que le pidió prestado a su anterior obra), y la ayuda de un narrador muy particular (Jesse Plemons), tal vez, el personaje más importante en la vida del vice. En el centro tenemos a un elenco impresionante, con Bale a la cabeza. Pero a pesar de la transformación física (y van…) y el gran trabajo de maquillaje de Greg Cannom, Kate Biscoe y Patricia DeHaney, lo esencial de esta interpretación pasa por el minimalismo (contrario a otras actuaciones más histriónicas) de sus movimientos, la cadencia de su voz y las pocas, aunque certeras palabras de un personaje que siempre se mueve entre las sombras. Ver a Bale en la pantalla es como atestiguar un accidente de auto en la ruta: nos provoca rechazo y horror, pero no podemos sacarle los ojos de encima. Así, McKay nos convierte en cómplices, aunque nunca esconde el lado más sensible y vulnerable de su protagonista, dejándonos que saquemos nuestras propias conclusiones. Power couple Sin dudas, Dick Cheney es una figura “fascinante”, pero no por ello menos controvertida. Como todo buen estratega sabe justificar sus acciones, y las consecuencias no son gratuitas. Sus decisiones no son individualistas y por eso, como todo gran hombre, tiene esa mujer por detrás que lo sostiene. Lynne es mucho más que la “esposa”, y a pesar de todo su puritanismo y conservadurismo, el realizador la convierte en una fuerza femenina ultra poderosa que sólo quiere impulsar la carrera de su marido. Claro que queremos más de la dupla Bale-Adams que, con esta, suman su tercera colaboración después de “El Ganador” (The Fighter, 2010) y “Escándalo Americano” (American Hustle, 2013). El error más grave de McKay y “El Vicepresidente” es, tal vez, su exageración y abuso de las formas narrativas y el aluvión de imágenes que se van superponiendo a lo largo del relato. Es una cuestión de gustos, aunque en el final pierde un poco de su coherencia al no encontrar los límites de un verdadero desenlace. Igual, son pequeños detalles que no deslucen el conjunto de una gran sátira política que encuentra en el estilo de Michael Moore muchos puntos en común e, incluso, no se refrena al jactarse de sí misma (estamos ante una de las mejores escenas post-créditos del año) y de cierto liberalismo hollywoodense. La política siempre separa las aguas, y McKay no va a quedar exento con su película.
EL VICE PRESIDENTE: MÁS ALLÁ DEL PODER Un filme pasable pero sobrevalorado, con una fuerte crítica al gobierno de George W. Bush (quien es ridicularizado constantemente en la película) y sobre todo a las políticas bélicas del protagonista de esta #biopic Dick Cheney y su ambición por el poder y cómo este llegó a ser ilimitado, tomando decisiones que afectaron a nivel mundial. Con un tono narrativo metadiscursivo, explícito y con una ironía crítica hacia el gobierno de Estados Unidos (similar a los documentales de Michael Moore) el director Adam McKay expone además varias reflexiones sobre el contexto político e histórico, en donde el rol de las mujeres en la política era tan acotado que la esposa de Cheney proyectará sus ambiciones en su marido, potenciandolo. Suelen decir (de forma patriarcal) que "detrás de todo gran hombre, hay una gran mujer", en este caso prefiero decir mejor al lado. También se deslizan otras cuestiones sociales como la homosexualidad de una de sus hijas y como esto repercute en la imagen política. Además, al mostrar la juventud de Cheney se muestra que no era para nada ni un estudiante modelo ni a nivel académico o de conducta, evidenciando que cualquiera con astucia puede llegar a la cima del poder, y asimismo el detrás de escena y la puesta en escena de la política vista como una gran farsa que se vuelve acción. Por último, en una reflexión final que interpela al espectador sobre todo al ciudadano norteamericano en la que Cheney dice "I did what you ask" al igual que al inicio de la película el narrador vuelve a cuestionar a los norteamericanos y su complicidad o mejor dicho su falta de compromiso, corriendo el foco sobre la persona de Cheney para pasarlo al espectador. En cosnecuencia, expone y deja el interrogante, explicitando una de las posibles causas la falta de compromiso de la gente con la política (y los gobernantes) es debido al desgastante mundo laboral posmoderno y al deseo de disfrute del tiempo de ocio, algo en definitiva, extensivo a todo el mundo.
Casi treinta años es el período que abarca esta singular biografía que Adam Mckay diseña cinematográficamente. Desde el momento en que Dick Cheeney no puede controlar su adicción al alcohol y parece hundirse en la temida lista de "perdedores" que forma parte del "nunca más" de la filosofía norteamericana, hasta que su "pesca con mosca", verdadera metáfora del filme, se ve satisfecha, ya jubilado, millonario y feliz en compañía de su familia. Nada parece molestar sus logros que lo llevaron, desde una juventud apuntalada por esa esposa férrea y dominante que con dureza lo increpa al comienzo, hasta un estar cómodo lejos de todo temblor, luego de haber pasado por la vicepresidencia con George Bush. El hombre del que no se pensaba en los comienzos que escondía tanta dosis de ambición, iría sopesando los pros y los contra de su ascenso al poder a partir de su unión con su mentor Rumsfeld, el brillante republicano que de alguna manera modeló su accionar. Quién podría imaginar que alguien al que en algún momento se considerara pusilánime y hasta ingenuo podía detentar el poder total en una situación límite como durante los ataques del 11 de septiembre. Representante de Wyoming, salvado por una mujer fuerte como Lynne Cheeney que le ayudará a ganar un escaño en la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, Cheeney demostrará, a pesar de su ataque al corazón (que se repetiría), que no sólo su mente elucubradora era de acero. HUMOR Y CINISMO Con un desarrollo que no se caracteriza por su prolijidad, desalineado en la alineación, hasta algo confuso en el contar la historia, el director Adam Mckay narra a horcajadas entre la seriedad, el humor, el cinismo y la sinergia de un matrimonio casi televisivo, la historia del manejo del poder. Con recurrencia a los medios, secuencias de noticieros, titulares de diarios, entrevistas de tevé y hasta acotaciones al público que rompen la cuarta pared, el director confía en la soberbia edición para hacer comprensible un casi caótico desarrollo. En su transcurso se pasa por voces en off anónimas, aparición del locutor en inverosímil situación (Jeff Plemons), que mezcla la negritud y la sorpresa de escenas de tortura en Guantánamo que el maquiavélico Cheeney apoyó. Promotor de la guerra contra el terror, crítico del pacifismo y enemigo de una política ambientalista que permitía una "política de envenenamiento" al no tratar las grandes empresas una tecnología que destruyera lo que perjudicaba la capa de ozono, no es extraño que el director lo presente con párrafos que lo acercan a "Ricardo III", de William Shakespeare, en la entrevista del final. GRANDES ACTUACIONES Chiristian Bale, con una poderosa caracterización y un manejo del silencio más que de los diálogos, logra un Cheeney recordable, que sorprendentemente el picoteo de recursos formales del director atempera en su crudeza, ganándole en simpatía. Amy Adams es la esposa ideal del empresario exitoso, dura en las acciones pero aterciopelada en las ejecuciones, aunque algunas de ellas fueran familiares. La dual actitud de Cheeney al aconsejar a su hija política la traición ante el inicial apoyo al matrimonio de parejas del mismo sexo (su hija menor era lesbiana y constituyó una de esas uniones) en una clara actitud de conveniencia electoral, remata su política acomodaticia y desleal. Sam Rockwell (Bush) y Steve Carrell (Secretario de Defensa de Bush), en una combinación homogénea, trabajan sus personajes combinando credibilidad y frescura. Impecable el diseño de producción y la música.
La historia de un vicepresidente no suena atractiva, es una figura generalmente relegada en la política, casi de adorno. Este no es el caso. Vice retrata la vida de Dick Cheney, el hombre que manejó el país más poderoso del planeta durante la presidencia de George W. Bush y cuyas decisiones afectan al mundo hasta hoy. Una película que tranquilamente podría haber sido drama pero que se narra en tono de comedia y es una de las mejores historias que se hicieron en 2018. Escrita y dirigida por Adam McKay, Vice es una mirada cargada de humor negro y sobre todo crítica, de la vida de uno de los hombres que más poder tuvo en Estados Unidos. Desde sus inicios en Wyoming, su llegada a la Casa Blanca y su vínculo con Donald Rumsfeld (Steve Carell) mentor y amigo que lo acompañó hasta la vicepresidencia. La película astutamente narra la vida de Cheney a través de la comedia. No sorprende porque McKay es conocido por este género. Esta vez más cerca de The Big Short que de Anchorman, pero corrigiendo aquellas cosas que hicieron que la película de la crisis financiera de 2008 no fuera fácil de seguir. Aquí, cada uno de los temas de los que se hablan se entienden. Vuelve a recurrir al uso de un narrador, este papel está a cargo de Kurt (Jesse Plemons), un hombre común y corriente que va contando la vida del político y explicando lo que pasa sin caer en la sobreexposición o en obviedades. Christian Bale personifica al vicepresidente en otra de sus estelares actuaciones, que le valió varias nominaciones y premios más que merecidos. Pero la transformación física no es lo que la hace remarcable: cada mirada y cada gesto significan algo, la entonación de su personaje es casi tan importante como las líneas. Amy Adams encarna a Lynnne Cheney, la esposa. Una mujer ambiciosa que lo acompañó en cada etapa de su carrera y apoyo e instigó varias de las ideas que cómo vicepresidente implementaría. Decir que la interpretación de Adamas es impecable es casi una obviedad porque hace años que cada actuación de ella es merecedora de nominaciones, pero para la función de esta crítica no está mal repetirlo. La química entre ambos es única y juntos personifican a una pareja protagonista tanto hipnótica como cruel. La película en ningún momento intenta esconder su posicionamiento ni lavarse las manos. Parte de una premisa clara: Cheney es un político nefasto. Pero esto, en lugar de ser una desventaja es uno de los mayores fuertes de la película, al ser una biopic que toma posición ideológica, puede apoyarse en esto para fortalecer tanto los chistes como los pocos momentos dramáticos -generalmente mostrados a través de imágenes documentales-. Este posicionamiento también se ve en el personaje de George W. Bush, interpretado por un brillante Sam Rockwell. Un hombre de pocas luces, fácilmente influenciable, un mal político que entregó casi todas las funciones de su cargo a su vicepresidente y luego no supo lidiar con las consecuencias. Y para hacer este tipo de papel, nadie mejor que Rockwell, desde el acento hasta la mirada, su personificación del presidente estadounidense es genial. Vice no es sólo una comedia o una gran película, es una crítica directa a la sociedad estadounidense en su conjunto. Al gobierno y a la guerra fabricada para el beneficio de algunas empresas. Momentos que estremecen seguidos inmediatamente por chistes, la película cuenta con uno de los mejores guiones que nos dejó el año pasado y es, sin duda alguna, un film que merece ser visto.
A veces salir de lo convencional al tratar de contar una historia, ya sabemos que hay una estructura a la cual se debe seguir, y más allá que sea una buena elección salir del molde y tratar de destacar de forma u otra, tal vez no sea siempre la mejor opción hacer caso omiso a la narrativa clásica.
El vicepresidente maldito. La trama de Vice se plantea como una vida ejemplar negra: algo así como el revés del self-made man que alimentó y alimenta (administración Trump mediante) el mito norteamericano de país pródigo en oportunidades. En tal sentido, la película de McKay se encarga de relatar cómo un don nadie, proclive a beber en exceso e iniciar pleitos –según retrata la secuencia inicial– asciende progresivamente hasta ocupar la cúspide gubernamental de la nación más poderosa del mundo, parafraseando aquí el discurso nacionalista de supremacía blanca dado al Cheney interpretado por Christian Bale. De ahí la intervención insistente de un misterioso personaje narrador en el film (de quien conoceremos recién en el desenlace su propia participación en los eventos de la trama), encargado de datar e hilvanar los episodios de la vida de Cheney que conforman su carrera ascendente hasta la vicepresidencia, hito final certificatorio de la fábula patriótica norteamericana de tierra de prosperidad asegurada. Narrador verdaderamente locuaz, puesto que McKay no sólo le asigna referir los hechos del biografiado sino, también, le hace pronunciar largas alocuciones didácticas que recuerdan en demasía las lecciones brindadas por Francis Underwood en House of cards respecto de los entretelones del quehacer político en la Casa Blanca. Estos comentarios del narrador que ilustran al espectador sobre la sagacidad de Chaney y su articulación con la fantasmagoría de la bonanza de oportunidades intrínseca a los Estados Unidos, hacen explícita la intención de McKay de componer un retrato de hombre público que refleje el envés de los ideales norteamericanos. Reflejo que busca desembozadamente espejar la imagen del presidente actual con su eslogan ganador de Hacer grande a América otra vez (aludido en Vice con la cita del discurso del también republicano Ronald Reagan), cuya proclama abreva y distorsiona –si seguimos la tesitura de McKay– el mito de país dadivoso en posibilidades para el desarrollo individual. La moraleja emerge, entonces, clara: pervertida la chance de progreso que provee la magnificencia de los Estados Unidos con la opción de Cheney por el Mal (o el Diablo, según la musa inspiradora declarada por Bale), el idílico self-made man resulta un monstruo. Anomalía corporeizada en el magnate despiadado que retrata Vice, presto para decidir –una vez lograda la hazaña de conquistar el poder político– la invasión y expropiación de los recursos de países periféricos, a fin de incrementar el propio patrimonio junto al de empresarios amigos. Cheney y Trump un solo corazón, sermonea recursivamente la película de McKay, aunque ese tono aleccionador pretenda ser escamoteado mediante breves intervalos de chistes y escenas de gags creadas ad hoc por el entrometido narrador del film. De tal forma, si la puesta presenta la vida de Cheney como contraejemplo, la moraleja conlleva un llamado conservador a salvaguardar el american way of life, nuevamente amenazado por el arribo de otro magnate inescrupuloso a la Casa Blanca. Interpelación rayana con la moralina de poner la casa en orden, frustrante de la pretendida radicalidad autoproclamada por los realizadores de la película (aunque, claro, el gesto rebelde de la biografía no autorizada sirva para promocionar, y vender, entradas). Así, Vice está más próxima a Primary Colors por el común cuestionamiento indulgente sobre las formas de ejercicio del poder (en tanto la biopic de McKay expresa un malestar centrado en la actitud bravucona de Cheney), antes bien que la crítica de fondo al sistema político formulada por Welles en Citizen Kane. Es harto conocida la dificultad para lograr simbiosis entre el arte y la política; Vice no parece particularmente saber resolver con eficacia esa relación conflictiva.
Satiricón En un breve plano de Ricky Bobby. Loco por la velocidad, mientras el corredor de Nascar protagonizado por Will Ferrell da las gracias en la mesa familiar a “Bebe Jesús, Kentucky Fried Chicken y el siempre delicioso Taco Bell” junto a su familia (mujer despampanante y multitud de niños), se hace un paneo de dicha mesa con esos y otros productos chatarra clásicos de consumo yanqui. Con esos breves segundos, el director Adam McKay, en la que era su segunda película, realizaba una de las críticas más mordaces que se hayan visto sobre la cultura norteamericana y sus formas de pensar. Trece años y unas cuantas películas pasaron entre aquella obra maestra de la comedia y la nueva película del director de otro clásico de la estupidez humana como El reportero: La leyenda de Ron Burgundy, pero McKay ya no es el cineasta que hacía explotar todo con sus infinitos gags por minuto y ridiculeces (con la ayuda del mejor de los payasos: Will Ferrell). Ahora se convirtió en un director enojado, muy enojado con lo bajo que está cayendo su país ya sea por culpa de los empresarios que manejan la economía (como sucede en La gran apuesta) o de los grandes políticos que mueven los hilos del mundo desde la Casa Blanca, tratados descarnadamente y sin anestesia en El vicepresidente. Valiéndose de todo tipo de recursos como imágenes de archivo, un narrador en off que irrumpe en el relato y saltos hacia atrás y hacia adelante en el tiempo, McKay toma la figura polémica y oscura de Dick Cheney (un hombre de poco carisma y actitud recia que fue el verdadero cerebro detrás de las invasiones a Afganistán e Irak luego del atentado a las Torres Gemelas) para lanzar una mirada ácida sobre una sociedad muy dividida políticamente aún en la actualidad. Presentándolo como un auténtico titiritero en las sombras en las altas esferas gubernamentales (empezando como asesor durante la presidencia de Nixon hasta su último cargo como compañero de fórmula de George Bush hijo), la película oscila entre la ironía más ridícula propia del McKay de sus primeras películas (con amagues de títulos finales apareciendo a mitad de película o diálogos de Shakespeare entre Cheney y su esposa –interpretada por Amy Adams–) con un retrato muy crudo dirigido al espectador, algo propio del Michael Moore más incisivo. Y si bien con esa mezcla de tonos El vicepresidente se convierte en una criatura frankensteiniana de distintos estilos que no terminan de redondear una solidez narrativa (además de bombardear con demasiada información visual), se nota el entusiasmo del director por mostrar las grietas de un sistema demasiado corrupto desde su concepción. No estamos para nada ante una película perfecta, pero sin dudas frente a un producto de alguien que siente pasión por lo que está contando y que no quiere dejar a nadie indiferente.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
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Con un tono parecido a "La gran apuesta", pero dejando de lado el sistema económico para adentrarse en lo político, Adam McKay presenta "El vicepresidente: Más allá del poder". El camaleónico Christian Bale se pone en la piel del controvertido y todopoderoso Dick Cheney, quien llegó a ser el vicepresidente de los Estados Unidos durante el primer gobierno de George W. Bush (Interpretado por Sam Rockwell). Con un cuidadoso trabajo montaje y una narración en off (Que incluye sorpresa), el film pasa por momentos de gran dramatismo mostrando el 11S o la guerra Irak pero no deja de lado la parodia y de a ratos farsa que le dan a la cinta un tinte diferente. El trabajo de Bale es asombroso. Como nos tiene acostumbrados, el actor ganador del Golden Globe, se sometió a una metamorfosis física admirable. Entrega una interpretación muy trabajada y precisa del ex-vicepresidente haciéndonos olvidar del actor detrás del personaje. "El Vicepresidente: Más allá del poder" sin lugar a dudas llega para generar polémica para el público americano por su mirada crítica, partidista y su importante peso en la actualidad. Resulta muy entretenida, llevadera y al mismo tiempo preocupante teniendo en cuenta que esta basada en hechos reales. Por Matías Villanueva
En 2015 el director Adam McKay sorprendió con "La gran apuesta", una feroz sátira sobre la caída de Wall Street y la explosión de la burbuja inmobiliaria en EEUU en 2008. Era un tema harto complejo, pero McKay se las ingenió para redondear una comedia tan original como brillante. Ahora volvió con la misma fórmula (humor ácido y hasta absurdo, voz en off, narración no lineal que rompe la cuarta pared) para contar otra historia ambiciosa, la de Dick Cheney, conocido como el todopoderoso vice de George W. Bush. Cheney fue ascendiendo en la política desde el gobierno de Nixon a puro lobby y manipulación. Y llegó a vice con un poder sin precedentes para ese cargo, lo que le permitió impulsar la invasión a Irak y transformar esa guerra en un gigante negocio. McKay sigue a Cheney desde su Wyoming natal, cuando era sólo un borracho que trabajaba para una compañía eléctrica, y a través de una narración impecable resume su escalada hasta la Casa Blanca con la ayuda de su esposa, más conservadora incluso que él. Sin embargo, ahí donde "La gran apuesta" sacaba conejos de la galera, "El vicepresidente" subraya y baja línea, como si hiciera falta explicar que Cheney es un villano. Las imágenes de las bombas cayendo sobre Irak o las fotos de las torturas en Guantánamo se repiten para enfatizar lo que ya estaba claro. Aplausos aparte se merecen las actuaciones de un irreconocible Christian Bale, de Amy Adams y de Steve Carell.
Aunque no es lo mejor que hizo McKay y en cierto sentido “se pasa de progre”, el resultado como invención y como método no deja de ser interesante. Más de una vez, aquí o en la página de On Demand, hemos mencionado a Adam McKay, uno de los genios contemporáneos de la comedia y un tipo con muchísima mala suerte en las salas argentinas: solo su película “La gran apuesta” (porque hablaba de “un caso real” y la nominaron a los Oscar por eso) tuvo estreno comercial; sus obras maestras de la comicidad alocada (“El reportero”, “Loco por la velocidad”, “Policías de repuesto” o “Hermanastros”) son sólo filmes de culto en el digital, aunque los que las vieron saben que son geniales. El vicepresidente es un poco una mezcla de las dos vertientes: por un lado, la biografía de Dick Cheney, el villanesco vicepresidente de George W. Bush. Por el otro, una especie de grotesco donde todos los personajes son tratados como pura invención cómica cuando –y he aquí el gran tema– existieron –existen– en el mundo real. Aunque no es lo mejor que hizo McKay y en cierto sentido “se pasa de progre” (estos tipos no eran tan patéticos como parecen), el resultado como invención y como método no deja de ser interesante. Por cierto, en la ficha pusimos “drama”, pero es rarísimo utilizar ese término considerando el tono de este film más original, en principio, que la media del cine industrial, incluso a pesar de sus fallas. Lo de Christian Bale con toneladas de maquillaje es realmente un trabajo notable, algo digno de los mejores payasos del cine, y lo mismo sucede con el de Amy Adams.
Christian Bale debería estar preparándose su mejor discurso, tal vez como en los Globos de Oro se lo terminará dedicando a Dick “Satan” Cheney, su personaje maquiavélico, monocorde pero eficaz como una bala en la nuca. Bale se disfraza, engorda, se pone pelucas – lo hizo en Escandalo Americano y El maquinista– y aunque a muchos esto le da fastidio, en esta páginas se celebra. Adam McKay ya lo dirigio en la gran La Gran Apuesta, y se sabe, se entienden a la perfección, además a Mr. McKay también le gustan los postizos: la caricatura de los personajes es el fuerte de este director que para quien escribe, es casi de culto. Empezó con una comedia naif como Ricky Bobby– Will Farrel fue su fetiche por años- llego a su punto culmine con las Achorman y con La Gran Apuesta su comedia hizo un vuelco, la agilidad en su discurso se volvió viperina, el tembleque hermoso de una mano apurada y presurosa, se volvió fugaz pero efectivo, su coro de actores – Bale y Steve Carell lideres absolutos- comenzaron a mostrar personajes trazados por la vorágine del poder. En La Gran Apuesta el mundo de los negocios es descripto de manera impecable, y es la mejor del director. En Vice, se permite todos los deslices y excesos, mezcla el mockumentary, el fund footage, hay un narrador omnisciente que va y viene, hay metáforas y metonimias. El gran “desliz” de McKay le sale bien. Bale es Dick Cheney quien fuera vicepresidente en la gestión de George Bush hijo, el retrato de juventud lo posiciona como un trabajador rural de Wyoming, bastante tosco, de pocas palabras que parecería condenado a una vida sedentaria en el interior de EUA. Pero Chaney tiene a Lynne, la eposa es el cerebro de la pareja, quien construye y delinea a este Vice, Amy Adam brillante por supuesto (queremos que ella gane como mejor actriz de reparto). “Yo no llegaría tan lejos como llegarías tu”, le dice Lynne a Cheney en una conversación marcada por la misoginia de los sesenta, donde no existía la posibilidad de becarias en el capitolio. De ahí Cheney comienza su ascenso hasta llegar a ser el VICE. “El vice espera que se muera el presidente” le dice Lynne a su marido, y en esa muletilla radica la gracia de la película. Pero Cheney, “republicano” por Donald Rumsfeld (Steve Carrel), sabe a aprovechar las situaciones políticas. McKay pone todas las cartas sobre la mesa y deja en pelotas el making off de las estrategias políticas. Hago un stop y con esto me despido: Atentos con la escena en dónde Cheney/Bale almuerza con Bush/Rockwell, pollo frito mediante, Rockweel Bush comiendo como una bestia, con la mirada casi perdida, y Cheney, enfrente, diciéndole que quiere todo el poder, incluso la inteligencia, oh mi dios, por esa escena es que la película se merece el Oscar, los silencios de Bale, las onomatopeyas incluidas, y la sonrisa socarrona de “te estoy engañando”, todo es un combo perfecto para una escena deluxe. Con esto no hago spoiler, al contrario les dejo un alerta porque esa es la ESCENA para el Oscar.
MARIONETA ESPECTRAL Inadvertido como un fantasma. Adam McKay sostiene su última película bajo esta premisa para mostrar el ascendente camino de Richard “Dick” Cheney desde un borracho trabajador eléctrico en Wyoming que se agarra a trompadas con uno de los compañeros en un bar y vuelve a prisión hasta su mantenimiento durante décadas en el gobierno estadounidense; una construcción personal basada en el silencio, en la observación detenida de los funcionamientos internos, en la lealtad hacia los suyos, en la recolección de datos para beneficio propio y en la búsqueda de mecanismos –dentro y fuera de la ley– para conseguir poder de forma reservada haciéndole creer a los demás que son quienes lo manejan. Con esta metodología, el republicano decretó los ataques a Afganistán, tras el 11-S, y la guerra con Irak. De hecho, El vicepresidente: más allá del poder inicia con la pantalla en negro y conversaciones agitadas hasta que aparece una sala de reuniones con diferentes funcionarios, charlas telefónicas alborotadas, televisores que exhiben los atentados y en medio de toda desesperación, la voz parsimoniosa de Dick que toma el control. Una escena que parece subrayar la metáfora del fantasma que deambula por los pasillos y oficinas con la del terrorismo, la violencia, las matanzas y las torturas venideras. Porque si hay algo que recalca con exceso el director es el cinismo y la mente calculadora de Dick como una suerte de alter ego del partido republicano, una insistencia que convierte la crítica y denuncia en un relato unidireccional, como si sólo dicho sector político fuera infame e inmoral pero ¿qué pasaba con los demócratas? ¿qué peso tenían en el Congreso a la hora de sancionar o vetar leyes, por ejemplo? El narrador en primera persona intenta romper con el carácter biográfico a través de la interacción con el público desde la mirada a cámara, el lenguaje, los atuendos amalgamados con los escenarios, la mostarción de su casa y familia o el interés por mantener en vilo cómo se relaciona con el protagonista. Sin embargo, pareciera que subestima al espectador guiándole el pensamiento, mientras que el nexo resulta sin sentido, forzado e innecesario. Lo mismo ocurre con la incorporación de tonos cómicos, muy al estilo de Michael Moore como el falso final – inocente si se toma en cuenta que comienza en el 2001 y, obviamente, volverá a dicho momento como bisagra de su rol político–, la forma fría, automatizada y parca del protagonista en cada ataque al corazón o el efecto manipulador de la esposa desde un ultimátum en la juventud hasta una suerte de lady Macbeth posterior con un posible diálogo entre ambos en la intimidad del cuarto, entre otros, que pretenden generar matices en el extenso metraje pero terminan como gestos exagerados, reiterativos o superficiales. Una promesa como la mejor versión posible para desnudar operaciones, construcciones de conceptos o agrupaciones y estrategias que continúan alterando la vida mundial pero, en definitiva, débil y un tanto esquemática con una mirada reducida, sin cuestionamientos reales ni diálogos con otras voces y bajo el fundamento de la invisibilidad. Como expresa Macbeth: “Estrellas, ocultad vuestros fuegos, que la luz no revele mis profundos y negros deseos; que el ojo no vea la mano pero que suceda lo que el ojo teme y, sucedido, que el ojo lo vea”. Por Brenda Caletti @117Brenn
La nueva película del director de “La gran apuesta” utiliza un sistema similar al de aquel film para contar la historia de Dick Cheney, el hombre que manejó la política norteamericana –y en cierta medida del mundo– durante casi toda la década pasada. Crítica publicada originalmente en La Agenda. Acaso los personajes más peligrosos sean los que no se notan. Los que se ocultan detrás de un rostro sin gesto y una apariencia olvidable. La historia (política y la del cine también) suele recordar a las grandes figuras o a aquellas que, por distintos motivos, se convirtieron en personajes por “mérito” propio. Ni haca falta que los nombre, todos sabemos quienes son o fueron. Pero “El vicepresidente: más allá del poder” –que acaba de conseguir ocho nominaciones a los premios Oscar, incluyendo mejor película y director– no trata de ese tipo de personas sino de aquellos que manejan los hilos del poder por detrás de los que ponen la cara frente al público. El caso de Dick Cheney es uno de ellos, acaso el más importante de la historia reciente, un personaje a simple vista anodino y oscuro, que manipuló –en general para su conveniencia e interés personal– buena parte de las decisiones políticas de los Estados Unidos en las últimas décadas. Si bien “El vicepresidente” intenta hacer un recorrido histórico/biográfico por la figura de Cheney, su principal interés –como lo adelanta el título– está en los años en los que fue vicepresidente de George W. Bush, que incluyeron el atentado a las Torres Gemelas y las posterioress guerras en Afganistán e Irak. A diferencia de otros vices, trabajo que tiende a ser más decorativo que ejecutivo, Cheney fue el cerebro e ideólogo que llevó a los Estados Unidos y a otras potencias a invadir Irak en busco de armas de destrucción masiva que no existían a partir de intereses que, claramente, poco y nada tenían que ver con “la defensa de la libertad” y mucho más con beneficios económicos/empresariales. Christian Bale Pero la etapa “vice” de Cheney es prácticamente un segundo episodio en la vida del hombre. En la película más ingeniosa que inteligente, más pícara que verdaderamente inquietante, hecha por Adam McKay, queda claro que la vida política de este sujeto gris podía haber terminado “happily ever after” cuando era un ejecutivo de una importante compañía petrolera habiendo causado, si se quiere, un daño relativamente menor. Pero el llamado del pequeño, díscolo y un tanto ridículo Bush (Sam Rockwell) le permitió avizorar que podía realmente tomar las grandes decisiones de ese gobierno, bien a sus espaldas, bien convenciéndolo de cualquier cosa. El problema para McKay, similar en un punto a las complicaciones de los manejos económicos de “La gran apuesta”, estaba en cómo hacer atractivo un personaje básicamente aburrido y construir una película alrededor de él sin transformarlo en otra cosa. La tesis central de “El vicepresidente” se destruiría si Cheney fuese, en la ficción, un ser carismático. Y Christian Bale entiende a la perfección que tiene que encarnarlo de esa manera: abúlica, apagada, huraña. La transformación es perfecta, aunque no excede la imitación pura. Cheney es, en la piel del actor, el más gris de los empleados públicos. Y la escena en la que mejor muestra esa “banalidad del mal” es una en la que da un discurso púbico de campaña cuando se candidatea como senador. Es tan poco locuaz, tan gris en actitud y presencia, que nadie le presta atención. Es su mujer (Amy Adams) la que lo salva –de esa y de otras situaciones– dejando en claro que es algo así como la Lady Macbeth de la historia. Es a partir de ella, del humor y de desvíos narrativos similares a los de la película anterior (en una escena, un mozo encarnado por Alfred Molina ofrece como platos de un restaurante una serie de medidas políticas a aplicar, en otra Cheney y su mujer traman algo hablando en un falso verso “shakespereano”) que McKay trata de aligerar el asunto y hacerlo atractivo a un público que no se pasa horas leyendo las páginas de política del Washington Post. Hay datos pocos conocidos sobre su historia y algunos recorridos por la “letra pequeña” de la Constitución estadounidense que permiten entender no solo cómo manejaron Cheney y su grupo dentro del Partido Republicano la política entonces sino lo que eso asusta respecto al futuro, tomando en cuenta las claras limitaciones intelectuales del presidente en ejercicio. Amy Adams y Christian Bale El problema de “El vicepresidente” es que buena parte de ese humor es de trazo grueso, simplista, obvio, de sketch televisivo que no supera lo ingenioso. La película, y McKay, van directamente a atacar el personaje y más allá de que respetan su inteligencia política –o, al menos, su ingenio para saber caer bien parado siempre–, no hay casi nada en la película que permita generar una mínima empatía con el personaje, o poder entrarle de algún modo que no sea burlón. Y la única que podría haber, finalmente, también se desvanece. Ya la verán… Por momentos las dos últimas películas de McKay –un hombre que viene de la comedia pura y que ha hecho joyas en el género, como las dos películas de “El reportero”, “Ricky Bobby” o “Hermanastros”, todas protagonizadas por Will Ferrell– tienen algo de presentación PowerPoint de un profesor cool que quiere enseñarte historia “con onda” y mete chistes, juegos de palabras y otro tipo de salidas juguetonas a un material que de otra manera sería arduo de asimilar. No hay nada necesariamente malo en esa actitud ante el material, pero el problema es que la mayoría de esas salidas de libreto en este caso no son demasiado creativas. Y el hombre ya tiene tan claro hacia dónde va que no hay lugar para interferencias. Como si ese mismo profesor no permitiera que sus alumnos le cuestionaran algunos asuntos de su clase magistral. Y a los que lo hacen los manda a ver la nueva de “Rápido y furioso”…
Alrededor del poder y sus acólitos Con un evidente gusto por trastocar lo que retrata con matices bufones y decididamente grotescos, la película nominada al Oscar se permite una mirada lúdica y lúcida sobre el poder y sus esbirros insensibles. "Lo que sigue está basado en una historia real". Y se aclara: "Los responsables del film han hecho lo que pudieron". Así inicia El vicepresidente: Más allá del poder. Sobre el desenlace, también se indica el agradecimiento a los periodistas cuyo trabajo sobre el hacer de Dick Cheney fuera la fuente de consulta privilegiada por el film. Entre las leyendas primera y última se ata la película, y se desprenden cuestiones preliminares y conclusivas: el odioso lema de la "historia real" queda puesto en entredicho por un motivo bien claro: es cine. Por ser cine, el vínculo con la denominada realidad es inevitable. Se la aborda y se la recrea. Ahora bien, para dar crédito mayor a lo que se expone, aparece el periodismo como lugar de encuentro. Un periodismo que, a la luz de la verdad, exponga los hechos. Periodismo al cual, evidentemente, la película está dedicada, aun cuando lo haga de manera indirecta. De este modo, el film de Adam McKay (Policías de repuesto, La gran apuesta) construye una película que se fisura a sí misma en su seriedad, y es por eso que logra un cometido sólido: descascarar la trayectoria política de Dick Cheney, vicepresidente durante el mandato de George W. Bush (hijo). A partir de la efigie que compone Christian Bale (ganador del Globo de Oro, y nominado ahora al Oscar), El vicepresidente (que suma ocho nominaciones, incluidas Mejor Film, Director y Guión) desanda la figura inclemente de Cheney a partir del horror suscitado durante el 11-S, mientras Cheney hace gala de un uso letal de la palabra: basta su orden para apresar, torturar y matar. ¿Quién es este hombre?, se pregunta el film. Y lo hace de modo literal, desde una voz en off que el relato asume omnisciente hasta que ella misma se evidencia: ¿quién le habla al espectador? La voz mostrará su rostro (Jesse Plemons), y en escenas dedicadas a agregar información sobre su identidad, pero siempre desde una prudente construcción. Sólo sobre el desenlace se sabrá quién es. Casi como un McGuffin. Como se ve, la revelación del narrador como artificio es consecuente con el cometido de los credits. El vicepresidente evidencia una puesta en escena dedicada a mostrar al cine como medio autoconsciente y autocrítico. Nada que ver con la televisión, y puntualmente con Fox News. Pero antes de llegar a la Fox, no hay que perder de vista el desfile de personajes casi grotescos que la película ofrece, entre nombres y apellidos reales y su caracterización bufona (otra vez, la película se exhibe como película, lejos del mimetismo habitual -de tanto cine- entre actor y personaje). Entre ellos, Sam Rockwell y Steve Carell como Donald Rumsfeld y George Bush hijo, respectivamente. Los dos están en su salsa. No es para menos. Y no deja de ser esencialmente llamativo que con tanto desparpajo se retrate a funcionarios de ejercicio reciente, seguros espectadores de la película. Como se ve, Hollywood preserva una vena crítica que está lejos de agotarse. Lo que hace también pensar en Fahrenheit 9/11, de Michael Moore, ya que allí, tanto como en El vicepresidente, se expone la teoría del autoatentado a las Torres Gemelas, como manera de invadir y expropiar pozos petroleros (que el film de McKay ratifica con la quita de los paneles solares a la Casa Blanca, disposición del gobierno de Jimmy Carter que fuera atropellada por el triunfo de Reagan, a la manera de un símbolo suficiente). De esta manera, el ingreso de Bush hijo al film no puede ser menos elocuente: borracho, trastabillando y avergonzando de manera presuntamente habitual a Bush padre, familiares y acólitos. A su vez, Rumsfeld exhibe una verborragia misógina y sexista que le vuelve un enamorado de las armas. Entre él y Cheney se teje el primer acuerdo soldadesco, a las órdenes de Nixon. Guardianes de una fortaleza (la Casa Blanca) que sin embargo no resistirá el embate Watergate. Pero, atención, será hora de usar otras herramientas, televisivas y publicitarias. Con el apoyo de grandes grupos empresarios y un ardid comunicacional tendiente a desorientar verdades, amenizarlo todo e incluir falsos paneles televisivos con periodistas tendenciosos, el nuevo camino para la derecha será más ancho que nunca. Nada sospechosamente, la evidencia social y política que expone la película se codea con la realidad de muchos otros países. El caso latinoamericano (y argentino) no sería más que otra de estas réplicas. La manipulación mediática, bajo las órdenes de los grandes capitales -a su vez perpetradores de candidaturas políticas para el beneficio económico propio-, hace bastante que no es denunciada de manera semejante. Si Carell y Rockwell -éste de gestos faciales endurecidos, al borde de la caricatura- se lo pasan en grande, otro tanto sucede con Christian Bale en la compostura de un Cheney alcohólico y peleón cuando joven, alejado de los libros, dedicado a las órdenes de su esposa (una impagable Amy Adams), inmisericorde, calculador y trepador. Su voz de susurro grave es otro gesto de caricatura que la película ofrece, de perversión: su voz taladra de a poco lo que se le pone por delante, mientras sus ojos miran de manera diferente. Amy Adams está impagable en su interpretación de la esposa del vicepresidente Cheney. El límite de la cordura está todo el tiempo a un paso de perderse en el film de Adam McKay, lo que lleva a pensar en la influencia deudora con el humor de los Hermanos Marx, y fundamentalmente los Monty Python. Así como lo hizo el grupo inglés, en El vicepresidente los credits se alteran (y provocan un reinicio en el interior del propio film); las reuniones ministeriales no gozan, necesariamente, de la presencia de gente sensible; las bombas y muertos parecieran meros accidentes; mientras en una escena puntual se relee la famosa mesa de restaurant con menú filosófico de El sentido de la vida, de los Python: ahora, Alfred Molina (otro inglés) oficia de mesero y ofrece vejámenes constitucionales a la manera de un menú, como maneras de proseguir en la acción política. Televisión, focus groups, publicistas, son visceralmente diseccionados como partes fundamentales de un entramado económico que ha tomado por asalto a la política, con la complicidad plácida de quienes aceptan trabajar más y más (si es que conservan el empleo) para ganar aún menos. Lo dicho lo explicita el mismo film, más aún, lo subraya la identidad revelada de la voz en off. Ese personaje que, sin (querer) saberlo, hizo posible también todo lo que ahora pasa.
Vice, el devorador de planetas Adam McKay rompe con las normas clásicas de los biopics para generar esta biografía sobre el vicepresidente con mayor poder en la historia de los Estados Unidos y quien manejara la agenda del mundo entre el 2001 y el 2009: Richard “Dick” Cheney, vicepresidente de George W Bush. Mordaz y sarcástico, Mckay (quien dirigió La gran apuesta 2015 sobre la crisis de 2008), hace una radiografía no solo de Cheney (a cargo de Cristian Bale) sino de cómo se teje la maraña de decisiones que se toman en la Casa Blanca. Con humor grueso y yendo y viniendo en el tiempo, recorre 40 años de historia del país imperialista. Con un narrador en off llevando el relato y un final abrupto en la mitad de la película, feliz por cierto, para retomar la otra mitad del film con un final más ajustado a la realidad, mostrando que los finales felices solo existen en las películas. El director también echa mano al comic, a imágenes de colores estridentes y a escenas de bombardeos. Diálogos delirantes, como la escena en el restaurante donde el menú es una serie de medidas a pedir de boca de Cheney: legitimar la tortura y el poder absoluto. Con alusiones a Macbeth, como la escena de la cama donde Cheney y Lynne, su esposa, dialogan recitando versos como personajes shakesperianos. Es destacable la alusión a Galactus, personaje del comic de Marvel, “un ser cósmico que necesita consumir planetas para calmar su hambre”. Son estos elementos los que hacen del film una biografía novedosa en términos cinematográficos. Vice, jugando con el término en inglés, vicio, es una crítica a los Estados Unidos, a sus políticos y a la sociedad que termina eligiendo líderes que, con discursos conservadores, patriarcales y xenófobos, llegan al poder. Cheney es caracterizado como un hombre opaco, sin carisma, callado, obsecuente y de sí fácil para lograr sus objetivos exitistas. Nada lo asusta, no teme y esto se ve en las escenas que tiene ataques cardíacos, solo parece temerle a su esposa Lynne, la verdadera artífice de Cheney. Sin embargo, desde lo político, McKay polariza y muestra, a través de sus dos horas de película, que los republicanos, desde Nixon hasta Bush pasando por Reagan, son los únicos responsables de los bombardeos a Camboya, Irak y Afganistán, de la persecución y tortura de sospechosos de terrorismo, de líderes religiosos árabes y de la contaminación global. Es curioso que la única alusión al Partido Demócrata sea la presencia del ex presidente Jimmy Carter, quien aparece como un líder pacifista y ambientalista. No hay demócratas malos. Para McKay el demonio es republicano y solo republicano, un poco maniqueo si consideramos que, entre otras cosas, Bill Clinton lideró el ataque de la OTAN a Kosovo, desde el 11 de septiembre de 2001 los demócratas votaron todas las leyes que fueron sostén de la política exterior en Afganistán e Irak, el multimillonario presupuesto de defensa, la legalización de la tortura y la intensificación el uso militar de drones. La Ley Helms-Burton que continuó y reforzó el embargo estadounidense a Cuba fue aprobada bajo mandato demócrata, junto con el bombardeo a Irak en 1998. Esta visión tan sesgada sobre los gobiernos de este coloso hambriento e imperialista hace que la película se convierta en una herramienta acorde a la campaña demócrata, que tan buenas amistades históricamente mantiene con la industria cinematográfica. No va más allá porque no quiere. De igual manera, es destacable el coraje con que McKay denuncia la actuación asesina de Cheney, pintándolo como un hombre sin miramientos , y a Bush como un imbécil manipulable (a cargo del genial Sam Rockwell) y cómo, a partir del ataque a las Torres Gemelas, se encargan de construir el enemigo con la ayuda de los medios. Es llamativo que Cheney, en medio de aviones estrellándose en las Torres, hable con su abogado. Claro, Cheney era el director ejecutivo de Halliburton, la compañía norteamericana de petróleo, y tenía lazos con Lockheed Martin, compañía multinacional de la industria militar, de origen estadounidense. Un gran elenco lleva adelante la acción, donde se destacan Amy Adams como Lynne Cheney, Sam Rockwell y Steve Carell, en la piel de Donald Rusmfeld. Mención aparte para Cristian Bale que desaparece dentro de Cheney para moldear un personaje siniestro, callado, sin escrúpulos, lento en sus movimientos y un padre de familia cariñoso y comprensivo. Aterrador. Vice, un film que rompe con los lineamientos clásicos del biopic, para denunciar cómo Estados Unidos invade, bombardea y arrasa con pueblos enteros, asesinando a sus habitantes, para llevarse el petróleo y saquear sus recursos naturales. Un Galactus que devora planetas.
Nada detiene a Dick Che...ehm, digo, Christian Bale Adam McKay, reconocido por su anterior trabajo en 2015 "The Big Short" ("La gran apuesta"), llega con otra cinta basada en hechos reales para, justamente, redoblar la apuesta. Esta vez no se centra en lo económico sino en lo político (aunque vayan de la mano). "El vicepresidente: más allá del poder" trae la historia de Dick Cheney, un callado burócrata de Washington que acabó convirtiéndose en el hombre más poderoso del mundo durante su vicepresidencia en el mandato de George W. Bush, con consecuencias para Estados Unidos y el resto del mundo que duran hasta estos días. La excelente labor que había realizado con "La gran apuesta" le daba la suficiente espalda a McKay para cargarse semejante historia. Y no le pesó para nada. Es para resaltar el trabajo de investigación de la producción para conseguir anécdotas del político desde su juventud, conocerlo lo más profundo posible, y así caracterizarlo y plasmarlo en pantalla de una manera muy orgánica y sin desviarse de la trama propia de la película en ningún momento. La película tiene un ritmo frenético y muchas chispas de comedia que son fundamentales para el éxito de la misma, ya que se contrapone totalmente al aburrido y pensativo Dick Cheney. Nuevamente, McKay optó por estas decisiones que le otorgan la verdadera esencia al filme. Con algunas retrospecciones y prospecciones a lo largo de su metraje, nunca pierde coherencia; el guión es exquisito, mesurado, y en ningún momento se pierde el hilo de la trama. El repaso histórico es entretenido en todo momento gracias a la audacia de una excelente dirección y la magnificiencia del reparto. Sam Rockwell y Amy Adams (ambos nominados al Oscar) como George W. Bush y la esposa de Cheney están en su máximo esplendor, Steve Carrell y Jesse Plemons hacen lo suyo, pero el trabajo de Christian Bale como Dick Cheney es algo fuera de serie, es algo digno de Bale. Además del cambio físico -al cual ya nos tiene acostumbrado el actor- compone al personaje con una marcada presencia y en ningún momento vemos al verdadero Bale. Se debería llevar el Oscar. Todas estas virtudes están acompañadas con una creatividad mayúscula en la realización, pero en todo momento es crítica para con Cheney, Bush, y casi todos los miembros políticos en Washington, con varios guiños a la actualidad con Trump y la misma sociedad norteamericana. "El vicepresidente: más allá del poder" retrata una historia oscura en la realidad de Estados Unidos y, a pesar de entretener en las más de dos horas, nunca deja al espectador sacarle el peso y lo terrible de lo tratado en cuestión. Puntaje: 9/10 Manuel Otero