Il, el. El cine de Verhoeven es atractivo, popular y particular. El holandés sabe combinar dosis de sexo, violencia e incorrección política de manera tal que logró imponerse con marca propia en cada uno de sus trabajos. Por alguna razón, le fascina el mundo de las mujeres, su explotación, el maltrato que reciben a diario y el eventual poder que estas tienen y ejercen sobre los hombres en cada uno de los personajes que representa en sus films, a modo de venganza o de tan solo poder equilibrar las diferencias de género; siempre la mujer sale victoriosa. En sus anteriores peliculas contó con representación de femme fatales a cargo de Sharon Stone (labor que la catapultó a la fama) o Elizabeth Berkley (sepultándola al olvido tras la genial e incomprendida Showgirls). Esta vez, el fuerte porte femenino viene de la maquina demoledora francesa por excelencia que representa Isabelle Huppert. Combinación perfecta de sadismo, incorrección e inmutabilidad, digna de ser comparada con las mejores interpretaciones las legendarias Bette Davis, Joan Crawford o Barbara Stanwick, actrices que generan odio inmediato con tan solo recordar su labor en algún film noir. Verhoeven más Huppert naturalmente se potencian. Por alguna razón, imagino a Verhoeven en el proceso de dirigir actores y dando indicaciones minuciosas sobre la postura femenina, los gestos y ademanes. Luego de ver Elle, esa imagen se diluye, sus indicaciones estarían de más; Verhoeven y Huppert son dos profesionales que saben perfectamente lo que hacen. De hecho, Huppert en cierta manera es imparable y se desconoce hasta qué punto de perfección llegará si no es que ya ha llegado con cada una de sus participaciones. Ya era insuperable su trabajo en las últimas como en In Another Country (Hong Sang-Soo) y L’Avenir (Mia Hansen-Love). Huppert interpreta a la directora de una compañía que desarrolla videojuegos para plataformas como es la PS4, y para ello tiene a un grupo de jóvenes diseñadores que en gran parte la detesta. Es exitosa, con un circulo conformado por una octogenaria madre que no escapa de tener un sex toy contratado en su hogar -¿una sugarmommy?-, un hijo que es un imbécil y trabaja en un lugar de comidas rápidas, y un grupo de amigos cercanos con los que se detiene a cenar por las noches y socializar. La presencia masculina, por alguna razón, se presenta siempre debilitada. Las mujeres dominan. Así como en el cine de De Palma (en Blow Out, Femme Fatale o la última, Passion), Elle es un film en el que es muy importante la mirada. Primer plano del film: un gato mira cómo a su dueña, tras una violación de domicilio, la arrebatan a golpes y eventualmente abusan, sin inmutarse. Esa mirada fría, a la que Verhoeven nos quiere verter como espectadores, no es más que el lugar pasivo de voyeur en el que nos ubica, al igual que a la mascota, limitándonos a mirar, procesar y continuar como si el hecho no hubiese ocurrido. Tras la violación, el personaje de Huppert decide no realizar una denuncia, vuelve a su labor habitual y ni siquiera comenta el hecho ante sus pares, salvo varios días después. La violación parece haberle pasado de largo, casi imperceptible, como si algo de la situación la hubiese atraído en vez de perturbar. Allí Verhoeven juega con la peligrosa idea de que hay algo que atrae ante una relación sexual forzada y abrupta, algo que ya había ejemplificado brutalmente en la violación masiva en Spetters, en Bajos Instintos -cuando Michael Douglas se abalanza sobre Jeanne Tripplehorn-, el abuso de Kevin Bacon en El Hombre sin Sombra hacia una colega o la violación permitida en Conquista Sangrienta (esta última, con similitudes a lo que acontece en Los Perros de Paja, de Peckinpah). Huppert pareciera tener un blindaje, una fortaleza inaudita que por una razón que luego asoma permite comprender y aggiornar más aun su personaje. En un festival de cine como es el de Cannes, todos los asistentes están a la espera de que aparezca con el correr de los días una ansiada obra maestra. Esto ocurre año tras año. Y, como resultó el transcurso de esta edición en particular, la elección de Elle como film proyectado el día anterior a conocerse los palmarés ha sido una sabia decisión, para terminar un festival a lo grande. ¿Cuándo considerar que un film está incluido dentro de esa clasificación inmutable y digna que impartimos sobre algunos films? ¿Acaso el cine de Verhoeven no ha contado con varias ya? Elle no es menos que una nueva obra maestra.
El thriller como detonante para un estudio de personaje. Paul Verhoeven es un director al cual se lo asocia con escenas de sexo y violencia al extremo. No obstante, me veo obligado a aclarar que no es lo mismo cuando el director sortea esos temas en Hollywood (con claras marcaciones genéricas que van de la ciencia ficción al film noir) que cuando lo hace en Europa (un marco dramático más cercano a lo intimista). Elle se adscribe en el segundo grupo, a tal punto que toma a los mencionados temas como puntos de partida para una narración introspectiva. Algunas cosas perturbadoras que sé de ella elleMichele Leblanc es una exitosa ejecutiva que trabaja para una firma de desarrollo de video juegos. Un día, un asaltante irrumpe en su casa y la viola. Si bien extrañamente no reporta el incidente a la policía, ella da inicio a una pesquisa personal suya por averiguar la identidad del atacante, que termina por revelar el lado oscuro de su propia personalidad. Aunque no descuida el objetivo principal y contesta las preguntas que plantea, el guión de Elle hace mucho más énfasis en desarrollar la psicología y la manera de actuar de la protagonista. La historia con su padre, la relación con sus hijos, su comportamiento en lo sexual, etc. Como si el thriller fuera una excusa, un simple punto de partida para desarrollar todas las aristas posibles que tiene para ofrecer un personaje. No obstante, cabe aclarar que la narración no pierde oportunidad de arrojar alguna que otra chispa de humor negro para alivianar los momentos de tensión. El tono Verhoevenesco de la película más que entregar iguales dosis de sexo y violencia, tiene la balanza más inclinada hacia lo primero que a lo segundo; muchas veces de una forma muy explícita. La gran labor de Isabelle Huppert se destaca no tanto por cómo le pone el cuerpo al personaje, sino por el enorme nivel de desprejuicio que le insufla al mismo. El suyo es un personaje complejo, multidimensional, gris, y para nada tribunero. Sólo con una actriz de su capacidad la película iba a salir delante de semejante desafío; porque es una labor que exige mucho desde lo psicológico y desde lo emocional. Por el costado de lo técnico, hay una sobria fotografía y diseño de producción, inclinada hacia una paleta de colores fríos, mientras que los lauros se los lleva el montaje, por conseguir que los flashbacks sean más orgánicos que obvios; como que te confunde (en el buen sentido) entre el pasado y el presente. Conclusión: Elle es un producto Verhoeven puro y duro; pero en una tradición más europea (la de sus primeras películas) que Hollywoodense (sus obras más reconocidas). Aunque el ejercicio de personaje en el que se inscribe la película pueda resultar un poco divagante para un público general, llega a buen puerto a manos de una interpretación sólida de su actriz protagonista.
Un manto de provocación y perversidad El regreso al cine del enorme Paul Verhoeven no podría haber sido mejor ni más oportuno, considerando la tibieza del mainstream actual: el holandés apabulla con una propuesta impredecible que hace de un enfoque distante e irónico su mayor fortaleza… Dentro de la carrera de Paul Verhoeven, sin duda uno de los más grandes iconoclastas del séptimo arte, Elle (2016) califica como una anomalía retro porque el realizador viene de un período dominado por propuestas de género con una fuerte incidencia por parte del mainstream hollywoodense y las estructuras tradicionales, más allá del hecho de que el señor siempre introduce sus típicos detalles satíricos, mucha exuberancia retórica y demás marcas registradas de su autoría. Su regreso al candelero internacional luego de una década de silencio -si no contamos el mediometraje experimental Steekspel (2012)- no llega a superar a El Libro Negro (Zwartboek, 2006), una de sus numerosas obras maestras, pero consigue posicionarse con comodidad entre lo mejor del cine reciente, ahora ofreciéndonos una película que nos reenvía a los primeros años de su trayectoria, aquellos signados por una extraordinaria apertura hacia el drama, el romance sadomasoquista y la comedia negra. Como si se tratase de una prima muy lejana de Delicias Turcas (Turks Fruit, 1973) o Keetje Tippel (1975), aunque con una dosis decididamente menor de semen, sudor y sangre, el último opus del maestro apuesta a un relato contenido pero ambicioso que gira en torno a Michèle Leblanc (Isabelle Huppert), la cabeza de una exitosa compañía de videojuegos y eje de una colección de subtramas que se pasean por su familia, sus lazos laborales, sus relaciones sentimentales y hasta el vecindario parisino donde reside. En esta oportunidad la irreverencia característica del director se da cita de manera más sutil y solapada, ya no tanto haciendo estallar los clichés, la mojigatería política y las zonas de confort de la industria que lo cobija -no importa la etapa considerada porque hablamos de una disposición de izquierda que siempre lo acompañó a lo largo de toda su producción- sino a través de la misma arquitectura narrativa y las “acentuaciones” tragicómicas de un abanico fascinante. Precisamente, es en la figura de una Huppert irrefrenable en la que Verhoeven se ampara para incluir sus obsesiones de antaño: mientras que la actriz se regodea en una frialdad descontracturada y sardónica que evita los lugares comunes del registro interpretativo de las epopeyas de esta índole, los límites entre la vida pública y la privada se van borrando a medida que las afinidades de un campo perpetúan su accionar sobre el otro, creando una amalgama en la que las inseguridades y anhelos de todos los personajes quedan a flor de piel en las situaciones menos esperadas. Si bien el puntapié inicial del film es la violación de Michèle por parte de un enmascarado que irrumpe en su domicilio y prácticamente no deja espacio para la respuesta, el recorrido posterior apenas si se vinculará tangencialmente con los mecanismos del thriller porque el guión de David Birke -a partir de una novela de Philippe Djian- está más interesado en construir un retrato totalizador de la protagonista. l desfile de secundarios es más que generoso y abarca una amplitud insospechada (madre, hijo, ex pareja, amiga/ socia, nuera, amante, vecinos, subalternos en la empresa, etc.), no obstante ninguno queda “colgado” en el desarrollo y hasta algunos terminan ubicándose en una posición de privilegio dentro del devenir general (la historia invariablemente utiliza la dialéctica en mosaico para examinar el derrotero de Leblanc luego del ataque desde todo punto de vista, haciendo foco en el ámbito afectivo y en su particular idiosincrasia como mujer). Considerando el desapego del personaje principal para con su propia tragedia y cierta malicia -muy jocosa y punzante- hacia su entorno, debemos aplaudir la inteligencia del realizador y su pulso firme en lo que respecta a la entonación del relato, un esquema insólito que juega con la clásica investigación del subgénero “violación y venganza” pero al mismo tiempo sin asignarle un papel preponderante y subrayando el entramado psicológico. La yuxtaposición de las diferentes dimensiones de la vida de Michèle desarma las certezas que podríamos acumular y complejiza su carácter, lo que en términos prácticos nos aleja de aquella lectura del film noir supeditada a la hipérbole sexual y la parodia del Hollywood bobalicón a la que estábamos acostumbrados, pensemos por ejemplo en El Cuarto Hombre (De Vierde Man, 1983) y Bajos Instintos (Basic Instinct, 1992), y nos acerca a lo que sería una exégesis verhoeveniana de la obra de Claude Chabrol y Alfred Hitchcock, aunque con una clara preeminencia del primero. El poderío de Elle reside en una vehemencia todo terreno, en su imprevisibilidad y en esa tendencia a llamar a las cosas por su nombre, otra de las maravillosas consecuencias de la influencia que ha tenido el porno en la carrera del holandés: el septuagenario director nos vuelve a repetir que lo que necesita el cine es un manto de provocación y perversidad, dos ítems que hoy revitalizan un panorama anodino…
(Advertimos que esta nota cuenta elementos fundamentales de la trama) Explorando el terreno de la perversidad Elle, de Paul Verhoeven, -el director holandés de Instintos básicos (1992)- es una adaptación de la novela Oh del francés Philippe Djian. Cuenta en su reparto no solo con la gran Isabelle Huppert sino también con Laurent Laffite, Virginie Efira, Charles Berling, Anne Consigny y Judith Magre. Es el décimo sexto largometraje, a sus 78 años, del realizador. Tener la pretensión de realizar una sinopsis de este thriller psicológico con múltiples tramas, no es que sea una tarea imposible sino que probablemente sea una elección reduccionista. Ya que no contribuye a dar cuenta de todas las virtudes del favorito en Francia para representar a su país en la preselección de los Premios Oscar. Isabelle Huppert realiza una de sus mejores interpretaciones en su intensa y genial carrera. Caracterizada por una sensualidad perturbable, en la que se borran los límites entre el bien y el mal, donde el temor, el miedo y la vergüenza no alcanzan para frenar las pulsiones. Terreno en el que reside la maravilla de una trayectoria tan prolífica, como premiada. Sí, …hay un solo premio que no ha obtenido, y ese es el Premio Oscar. La historia es más o menos así: Michele acaba de ser violada brutalmente en su casa, por un encapuchado con ropa de esquí. Ella no da cuenta a la policía porque no quiere darle motivos a la prensa para usar una historia macabra que vivió cuando niña. Es una empresaria exitosa, separada de un marido al cual cela, con un hijo que le falta madurar, y cuya pareja acaba de tener un hijo, que ha reconocido como propio, aunque visiblemente no lo es. Mantiene una relación superficial de algunos meses con Robert. el marido de su mejor amiga Ana, quien es una bisagra en su vida. No sólo por su cercanía de orden amoroso, sino por una comprensión, y una cercanía del orden de lo espiritual. Por otra parte Ana y Robert son socios en su empresa de video juegos, también muy particular, cuyo contenido potencia la atmósfera enrarecida. Su padre, en la década del 60, salió de su casa enfurecido por un hecho trivial y asesinó a 27 personas incluyendo niños, (a los cuales solía hacerles la señal de la cruz en la frente cuando asistía a misa los domingos ). Eso sin contar los 6 perros y otro tanto de gatos. En ese entonces ella tenía 10 años y fue protagonista de una emblemática foto, que dio vueltas el mundo, y ahora estaba olvidada, como casi todos los registros de los acontecimientos trágicos, porque de otro modo no se podría sobrevivir. Allí Michele aparece parada, con su mirada vacía mirando a la nada…con todo el cuerpo lleno de cenizas y en medio de un caos. Ya que su padre luego de matar a medio pueblo intentó quemar toda su casa. Hecho que le valió para la prensa el nombre de – la niña ceniza- Paralelamente al episodio de la violación, su padre intenta tener una audiencia para pedir su libertad condicional, la cual le es denegada por 10 años más. Por otra parte, su madre es una mujer que no ha aceptado el paso del tiempo, y que se encuentra desfigurada por cirugías estéticas mal hechas, y anuncia patéticamente en una fiesta de Navidad, que va a casarse con un hombre que puede ser su hijo, y que vive de lo que la hija le provee. En realidad ella es el sostén económico de toda la familia. En esa misma fiesta inicia un coqueteo con su vecino de enfrente, quien estaba también invitado con su mujer. Mientras busca al culpable dentro de su empresa, deja a Robert, y le cuenta la verdad a su amiga. De allí en más el deseo de vengarse, se entrecruza con su impulso más genuino, que es el que genera ese estado emocional por momentos confuso. Aunque es claro desde el inicio que ella cuenta, a pesar de lo vivido, con la suficiente fuerza para demoler a quien intente destrozarla. Si bien en una primera instancia el peligro y la violencia suscitan terror en el espectador. Luego el suspenso se concentra en su problemática privada… es decir, en el lugar desde donde se expone mentalmente. Una de las estrategias narrativas son los flashbacks, que nos permiten conocer los traumas de su pasado. Lo que por otra parte hace que por momentos no sepamos qué es real y qué es producto de la imaginación. O sea, si son sus situaciones traumáticas las que provocan sus filias y deseos reprimidos, o si simplemente este es su verdadero yo, característica del géner, que hace además que estas emociones no puedan sernos reveladas.
Sin dudas Isabelle Huppert es la estrella de la multinominada y ultracomentada Elle. Por lo tanto, si la actriz francesa llega a ganar el César y/o el Oscar que disputará el 24 y el 26 de febrero, los distribuidores del nuevo largometraje de Paul Verhoeven en Argentina tendrán otro motivo para convertir a la niña mimada de Claude Chabrol, Michael Haneke, Hong SangSoo en motor principal de la campaña de prensa destinada a promocionar el estreno porteño anunciado para el 16 de marzo. Huppert se revela como la mejor elección para interpretar a la Michèle que el escritor parisino Philippe Djian imaginó primero en su novela “Oh…”. Personajes como Jeanne en La ceremonia, Erika en La profesora de piano, Hélène en Mi madre le dieron la experiencia justa para encarnar a terribles transgresoras de la moral burguesa: por un lado las interpreta con comodidad; por otro lado evita el riesgo de la composición serial. Madame Leblanc goza de un sentido del humor infrecuente -o directamente ausente- en sus predecesoras. Algunos espectadores recordamos entonces el rostro amable de Huppert: aquél que vimos de manera más o menos expuesta en películas tan disímiles como El porvenir, En otro país, Mi peor pesadilla, Villa Amalia, La comedia del poder, 8 mujeres, No va más. Huppert estuvo en Buenos Aires en abril de 2015, para presentar la retrospectiva que le dedicaron los programadores del 17° BAFICI, y a fines de noviembre pasado, para presentar el film de Verhoeven que se proyectó en la Semana de Cannes en Buenos Aires. Es posible que los distribuidores de Elle también tengan presente el recuerdo fresco de esas visitas. En esta entrevista concedida a Allo Cine, Djian contó que Isabelle fue quien pidió el rol de Michèle y que él aceptó encantado porque había pensado en ella cuando escribió la novela. Juntos, eligieron a Verhoeven para que dirigiera la adaptación nominada a la Palma de Oro de Cannes, en 2016. Elle invita a ir más allá del análisis exclusivamente cinematográfico, y a pensar en la relación entre violencia, placer, entretenimiento (en este punto vale adelantar que Michèle dirige una productora de videojuegos para adultos). La película también reconoce el fenómeno que Rodrigo Cañete definió días atrás en su blog Love Art Not People: “en una sociedad consumista en la que todo es categorizado, el sexo, en muchos casos, ha dejado de ser una cuestión de sociabilidad para ser una de consumo”. Cañete se refiere al sexo casual, violento, en ocasiones estimulado con drogas ilegales. La protagonista de Elle prescinde de éstas últimas, abstinencia que no le impide disfrutar de los demás ingredientes del combo. Acaso como la novela original, la adaptación de Verhoeven retrata con una combinación justa de suspenso, brutalidad, humor el “lado oscuro” de la condición humana, que la historiadora y psicoanalista francesa Elisabeth Roudinesco analizó con impresionante rigurosidad en uno de sus libros. Por su capacidad de interpelación extra cinematográfica, la nueva película del realizador holandés supera el viejo precedente señalado por más de un crítico profesional, Bajos instintos. A Verhoeven parece haberle sentado muy bien trabajar con Djian y Huppert. Además de actuar, Isabelle sabe conformar sociedades creativas fecundas.
Elle tiene ese estilo algo frío, pero endiabladamente divertido y sacudidor, del director Paul Verhoeven (1938, Amsterdam, Holanda), cuyos mejores trabajos estén probablemente entre los primeros (Delicias turcas, El cuarto hombre), aunque en otros posteriores, más conocidos (como Robocop, El vengador del futuro, Invasión o El libro negro), latía el espíritu de comic envuelto en colores subidos y afán provocador. En el caso de Elle, su ímpetu depende, en gran medida, de Isabelle Huppert, que da vida a Michelle con esa capacidad que tiene la actriz francesa para expresar mucho con poco. Aquí, con la ayuda de su sola presencia –que remite a los personajes que asumió para films de Haneke y Chabrol–, sabe hacer atractiva a esta mujer que se muestra a veces autosuficiente y otras ligeramente perversa, pareciendo disfrutar del juego medio demencial del que participa junto a parientes, vecinos y jóvenes empleados de su empresa. Verhoeven, Huppert y el guionista David Birke (partiendo de una novela de Philippe Djian) pueden hacer que la violación inicial derive en una relación víctima-victimario algo absurda, que algunas respuestas cínicas o crueles de Michelle resulten graciosas, que la llegada de un nieto esconda un ingrediente inesperado y rehúse la ternura, que una madre anciana se pavonee grotescamente junto a un candidato joven, o que la gravedad de tremendos recuerdos infantiles se diluya un poco con sentido del humor. Se recomienda no buscar en todas las situaciones que prodiga Elle efectos de causa-efecto: si algunas reacciones pueden parecer insólitas (que Michelle no llame a la Policía, que imprevistamente le haga bajar los pantalones a un empleado), se va descubriendo que tienen su lógica; sin embargo, mucho de lo que ocurre parece producto de un engranaje malévolo. ¿Ese organismo hecho de pulsiones malsanas será tal vez la familia? ¿O la alta burguesía, cuyos recelos se disparan para cualquier parte? Si la Jackie de Jackie transitaba la opulencia de su entorno con el desgano razonable de una mujer triste, la Michelle de Elle (con su peinado inalterable y su insípido tapado) se mueve solitaria en su mansión y su lugar de trabajo, viviendo su sexualidad de manera desapegada y esquivando las posibles muestras de cariño de quienes la rodean. Hay guiños a Hitchcock –incluyendo una escena casi calcada de Llamada fatal (1954)–, un cruce con la estética de los videojuegos en algunos momentos y una mirada sarcástica para aproximarse a temas delicados que trae ecos de Buñuel, Ferreri y otros irreverentes maestros (incluyendo ¿por qué no? nuestro Torre Nilsson). Hábil conductor de ideas turbulentas antes que artista consumado, Verhoeven logra en Elle ajustar una serie de piezas que asustan, irritan o divierten, con el eje en una mujer que mira a todos con la desconfianza que aprendió de niña, sin llorar nunca, riéndose apenas cuando su malicia se lo permite, enfrentando contratiempos con sus propios medios y fiándose únicamente de sí misma.
Elle Finalmente llega al país la controversial película de Paul Verhoeven que reposa su mirada en una mujer, interpretada por la excepcional, nominada al Oscar, Isabelle Huppert, que mantiene una actitud fría y distante frente a un hecho de violencia que le sucede en su propia casa. Como si nada, recompone, como puede su vida, y comienza a desandar los pasos que su destino trazó y que la ubicó ante la disyuntiva sobre cómo avanzar sin dejar lugar para el dolor y recomponerse. El género le sirve al director para construir una tesis sobre la violencia de género, sobre la mujer, y en particular sobre cómo se puede armar un film sobre la figura casi excluyente de un personaje.
Michèle Leblanc (Isabelle Huppert) es una empresaria que triunfa en el mundo laboral. Se podría decir que es exitosa, pero quizás ese no sea el término adecuado para referirse a esta mujer cuyo padre fue en el pasado un asesino serial -convirtiéndola a ella en cómplice y a su familia en blanco de todos los noticieros- y que ahora, ya madura, es víctima de una violación por un hombre enmascarado.
Elle: Lujuria por Vivir. Paul Verhoeven e Isabelle Huppert nos traen un minucioso retrato de una mujer en constante lucha por el control enmascarado como un magnético thriller. Vidrio rompiéndose, sonidos de pelea, un gato observando a su dueña siendo violada por un atacante; estos son los primeros momentos de nuestro film, si eso es perturbador y desconcertante más aún lo es la reacción de quien será nuestra protagonista, Michele LeBlanc(Isabelle Huppert), quien se levanta, barre los vidrios rotos, toma un baño y sigue su rutina diaria con una aparente frialdad que pone en marcha un ciclo de dudas en la mente del espectador sobre las impredecibles acciones de Michele que solo irán en crescendo con el transcurso de la película. Michele está a cargo de una compañía de desarrollo de videojuegos junto con su socia Anna(Anne Consigny), la mayoría de sus empleados son hombres jóvenes que la aborrecen o le temen. Su hijo, Vincent(Jonas Bloquet) es un bueno para nada que solo mantiene trabajos en negocios de comida rápida y para colmo esta por tener un hijo con su novia criada por gitanos Josie(Alice Isaaz) a quien Michele detesta. Su madre la empuja constantemente a que enfrente un terrible trauma de su niñez causado por su padre, pero los consejos de la anciana pierden toda validez cuando Michele la encuentra con hombres de la edad de su nieto y como si todo esto fuera poco Michele desarrolla una atracción mal vista moralmente cuanto menos por su vecino casado(Laurent Lafitte). No hace falta señalar que la vida de nuestra protagonista ya es bastante complicada para cuando la conocemos, tal vez su inacción ante el ataque se deba a lo agotada que la tiene la rutina que lleva, quizás aún siga en estado de shock, o incluso podemos vislumbrar la posibilidad de que su atacante le diera una razón de ser, y la frágil indefensión a la que se vio expuesta le hace sentir viva por primera vez en mucho tiempo. Tal vez todas estas posibilidades sean correctas, tal vez ninguna, lo cierto es que el personaje de Michele, con todos sus matices y su profundidad, dan lugar a todo tipo de planteos y dudas durante el transcurso del film, ya que su conflicto interno en cada una de las relaciones que establece es palpable, y por ende el estado de incertidumbre se transmite al espectador de principio a fin, en especial a medida que el incidente aislado de la violación se convierte en una serie de perversos ataques que se repiten constantemente. Por parte de Verhoeven el director vuelve a explorar el mundo de las mujeres y su sexualidad en forma cruda y realista, pero necesaria tratándose de un tema cuya discusión esta en auge desde hace unos años. El ritmo prácticamente no decae con varios momentos en los que alterna con humor negro que mantiene cierta incomodidad y tensión en el ambiente por su naturaleza bastante oscura (en particular el episodio en torno al nacimiento del nieto de Michele). Tanto el guión, por David Birke y basado en la nivela “Oh…” de Philippe Djian, como la fotografía a cargo de Stephane Fontaine (Captain Fantastic;2016) son puntos fuertes del film también. En cuanto al elenco, Jonas Bloquet y Judith Magre, hijo y madre de Michele respectivamemte, destacan en su labor de generalmente darle un poco de humor al films desde sus caracterizaciones de personajes patéticos que no se pueden valer por si mismos y necesitan la constante ayuda de Michele. Laurent Lafitte mantiene una gran química con Huppert en todas las cambiantes facetas de los vínculos de sus personajes, los cuales cambian también a la vez que sus sentimientos mutuos. Sin embargo si hay una labor que destacar es la de Isabelle Huppert, quien lleva la película en sus hombros con gracia y facilidad y nos entrega uno mas para su lista de papeles perfectos. Huppert camina en la cuerda floja interpretando a una mujer que se muestra sobria, entera y por momentos falta de emociones, pero humanizándola y dándole profundidad con gestos casi imperceptibles que logran hacernos simpatizar hasta con las acciones que parecen egoistas o erroneas de Michele. Para finalizar, Elle es un film que posee a uno de los personajes mejor logrados de los últimos años a cargo de una de las mejores actrices de esta generación, con temáticas actuales y relevantes, y cuyo caudal narrativo merece mas de una visita al cine para disfrutarlo por completo.
Impactante, perturbadora, un conflicto que encadena literalmente a los personajes y trata de exponer por momentos de una manera muy cruda la vida de una mujer que llega a un puesto de poder en una industria que es de hombres y además de jóvenes. Ella arrastra un devastador recuerdo de un episodio macabro que involucra a su familia y que le crea una coraza sobre las consecuencias de cada uno de sus actos en su vida presente. La película de Paul Verhoeven, el mismo director de la polémica por aquellas épocas, "Bajos Instintos", pero también de películas de culto de la ciencia ficción como RoboCop, Total Recall y Starship Troopers, que aquí sin ninguna pizca de fantasía deja a que la ficción, se meta en temas morales,de abusos y abusadores, víctimas y victimarios, que desciende al infierno pero que de todas maneras, tiene en ciertos puntos una esperanza de redención. La primera escena es brutal, Michelle Leblanc (la “elle-ella” del título) está en su departamento y un desconocido enmascarado la ataca sexualmente ante la mirada de un gato, su mascota. Desde corto y al mismo tiempo intenso cuadro hasta el final, el espectador se encontrará con los otros personajes que rodean y construyen el escenario de esta jefa de una empresa de video juegos exitosa por su expertisse en los negocios, bastante tirana, desconfiada y hasta repudiada públicamente por ese hecho que la marca en su niñez y que la etiqueta frente a los otros como sospechosa de atrocidades. La madre, el padre, el hijo, el ex esposo, su mejor amiga, el amante y una pareja vecina son los componentes del elenco que construyen un presente en el que Michelle se debate entre rendirse a su abusador, lo cual haría que esta relación enfermiza termine, y resolver las dudas que la convirtieron en esta persona que no puede ser feliz, que no puede encontrar satisfacción en vínculos normales. Los actores en los roles secundarios son Patrick Lafitte, Anne Consigny, Charles Berling, Judith Magre (Jesús de Montréal), Christian Berkel (Bastardos sin Gloria). Renglón aparte para Isabelle Huppert, que es la encargada de darle vida al personaje principal, ganadora del Globo de Oro por este papel y nominada para el Premio Oscar, que no presenta fisuras en tan traumática interpretación, tanto que por momentos el público puede llegar a distanciarse, a disgustarse con su actitud para con los demás y para con sí misma. Es magistral el guión de David Birke basado en la novela “Oh…” de Phillppe Dijan y con una re adaptación al idioma francés de Harold Manning y que los va a hacer saltar de la butaca cual clásicas escenas de Hitchcock. En definitiva, la lucha del bien contra el mal en un marco de este thriller erótico que fue hace unos días el film de la Gala de Apertura de la 13va. Edición del tradicional festival Pantalla Pinamar, cuyo curador, Carlos Morelli, se encargó de conseguir como pre estreno absoluto. La respuesta a las intervenciones repetidas en los programas de reciclados de chimentos en donde se ve a Soldán preguntando: "¿Puede haber tanta maldad?". Le decimos que sí y les dejamos a ustedes, el público, el debate de cómo resolverlo.
El provocador y controversial director belga Paul Verhoeven vuelve a dejar su huella con "Elle", que no será un hito como sus films "Robocop" -1987-, "El vengador del futuro" -1990- y "Bajos instintos" -1992-, pero con el cual vuelve a dejar en claro su incorrección política y gran capacidad para jugar con la ambigüedad moral de los espectadores. Si en 1987 Paul Verhoeven nos dejaba una huella en la memoria con Robocop, un Cyborg mitad maquina y mitad humano capaz de aniquilar sin compasión a otro en pos de la ley pero cuyos sentimientos aun vivos lo ponían en jaque permanentemente, y con Bajos instintos, que lo colocó como un artesano del thriller erótico girando en torno a los impulsos sexuales, los deseos y las pasiones de su protagonista, en Elle toma elementos de ambos en un drama que se torna comedia negra en la que una soberbia y contundente Isabelle Huppert es el hilo conductor del film. Isabelle Huppert juega a la perfección con el arco dramático y los matices de un complejo personaje interpretando a Michèle Leblanc, una tormentosa e irrompible mujer, con un sentido del humor ácido y cruel, que tiene claro su principal objetivo, su piedra filosofal y el sentido de su vida: ella.Michelle es una mujer culta y exitosa CEO de una empresa que diseña y produce videojuegos de marcada violencia y erotismo al estilo "Magna", que un día es violada salvajemente en su domicilio. Pero lejos de la lógica de la victimización, el hecho no revelará la conmoción esperada y nada parece perturbar a esta mujer fuerte e inusual que muerde las emociones, se traga los miedos y para la cual la violación se vuelve un reto a develar. Un personaje que parece salido de un videojuego, adaptándose a la realidad pero manteniendo los componentes extras e inhumanos con un cinismo inevitable, ausencia de remordimiento y una insensibilidad formidable, todo pincelado con un toque Frances. Verhoeven se aleja totalmente de los convencionalismos y la moralidad frivolizando acerca de un acto tan deleznable como es una violación y usándolo como un MacGuffin que le permite explorar a su protagonista, manteniendo una constante aura de misterio y de intimidad en torno a sus personajes, sin romper con la verosimilitud de su relato y capaz de mantener al espectador en vilo alrededor de esta mujer ambigua, impetuosa en sus deseos carnales, cruel con su familia y con unos personajes despreciables y con la de incapacidad de amar. Pese a este espeluznante escenario no se busca la empatía con Michelle, casi todas las acciones que realiza son reprochables y generan animadversión alejando cualquier nexo emocional con el publico pero cuyo cinismo y fortaleza atrapan por igual. Pero las insensibles relaciones que sostiene con su torpe y desesperante único hijo veinteañero, su botoxeada y grotesca madre que gusta de ligarse jóvenes gigolós y su fracasado exmarido escritor, van preparando el terreno para la tragedia familiar que sufrió de niña, y desde la cual empiezan a cobrar sentido parte de sus actos.A partir de aquí, sumado a las amenazas telefónicas y llamadas anónimas difamatorias que Michèle asume con naturalidad, comienza un proceso de empatía por el cual aceptamos a Ella y todas sus decisiones, hacia quien nos sentimos más atraídos en cuanto tomamos conciencia de que su mundo está rodeado de monstruos, desde su fracasado exmarido, un hijo inútil hacia quien no siente ningún vínculo afectivo que además debe cuidar de una cazafortunas sin escrúpulos a la que desprecia, una figura paterna perversa y sus vecinos, entre otros. Con un planteamiento controvertido y arriesgado, Elle atrapa al espectador ante un personaje que pasa de victima a victimario y viceversa a lo largo del relato, con la interpretación de I. Huppert que nos hipnotiza, escondiendo en la frialdad e insensibilidad a una mujer tan cínica como independiente, con el cansancio y el hartazgo de quien ha acabado aburriéndose hasta de sí misma y con un distanciamiento por lo afectivo que nos perturba y nos atrae a partes iguales. Elle, que fue ovacionado en el último Festival de Cannes e inauguró el pasado sábado el Décimo Tercer Encuentro Cinematográfico Argentino-Europeo Pantalla Pinamar 2017, es un film transgresor que irónicamente propone mostrarle al público su propia ambigüedad moral.
Oh, la, la, el cine francés… Un género en sí mismo que siempre nos sorprende con personajes carismáticos y enredados. Esta película que marca el gran regreso de Paul Verhoeven (Bajos instintos, 1992) a sus raíces, es sin duda alguna un imperdible de la temporada de premios, aunque haya tardado más de la cuenta en llegar a nuestras salas. Con una actuación exquisita por parte de Isabelle Huppert, que le valió el Globo de Oro en la categoría dramática y una nominación al Oscar que si no hubiese sido por la forma en que La La Land acaparó la atención de todos los soñadores hollywoodenses, sinceramente era la merecedora del premio; ELLE es un relato sorprendente por donde se lo mire, aunque tan complejo que hasta nos da miedo pensar más allá y caer en la perversidad. El director no dejó detalles librados al azar en este film que se jacta de ser un thriller donde una mujer víctima de una violación busca al responsable de tan inhumano acto. Al principio todo marcha bastante bien, pero con el correr de los minutos, la historia se torna cada vez más y más oscura, guiándonos hacia un inesperado desenlace. Nacida en el seno de una familia marcada por un traumático hecho en el que su padre fue condenado a prisión por asesinar a más de 20 personas, incluidos niños, Michelle se las ha apañado demasiado bien para dejar atrás ese pasado. Sin embargo, siempre se dan a su alrededor detalles que se lo recuerdan. Claro que con semejante background, uno no puede esperar cordura por parte de la protagonista, pero sin darnos cuenta pecamos de prejuiciosos, hasta que el tren se descarrila en serio y un acto de abuso físico sexual acaba por convertirse en un hilo conductor que cuesta digerir. Escenas impactantes, momentos para saltar de la butaca, sospechosos por doquier y un humor ácido que te hace sentir culpable de todo cargo, logran que ELLE sea ese film distinto a todo, digno de cientos de análisis necesarios para desenmascarar un guión que profundiza en el costado de la naturaleza humana que odiamos, pero que no podemos evitar. Inicialmente, el film iba a ser realizado en Estados Unidos, y las actrices consideradas para el papel eran: Nicole Kidman, Sharon Stone, Julianne Moore, Diane Lane, Marion Cotillard, Carice van Houten y Jennifer Jason Leigh, sin embargo, todas ellas declinaron el ofrecimiento. El director debió aprender a hablar francés fluido para comunicarse de manera acorde con el cast y el crew que trabajó, pues su idioma original es el holandés y era la primera vez que rodaba en Francia. Elle es una película diferente y muy bien construida; es aire fresco entre tanto cine norteamericano que consumimos y que generalmente no le llega ni a los talones a un relato de estas características.
Es una película provocativa del principio al fin. Y a eso se le suma un humor negrísimo que nunca pierde el tono y deja en cada espectador una sensación de incomodidad pero también de fascinación por lo que ve en la pantalla. Es que el director Paul Verhoven regresa en su mejor estado (recordemos que es el director de “Bajos instintos”, Robocop”), se basa en la novela “Oh…” de Phillipe Djian y logra una conjunción perfecta con la gran Isabelle Huppert para realizar un film que no permite la indiferencia. Ya de entrada comienza con una violación, a la dueña de una empresa de videojuegos, en su gran mansión. Cuando el episodio termina no hay llanto, ni llamadas a la policía. Ella ordena la casa, tira lo roto, y al día siguiente maquilla sus moretones. Luego dirá al pasar que fue violada a su círculo intimo. Con ese comienzo se establece una tensión que no decae y que permite descubrir la perversa, controladora y controvertida personalidad de la protagonista como si se tratara de un policial, pero también es una indagación sobre ella misma. Descubrir al supuesto “culpable”, mostrarla en su trabajo, la relación con su hijo, el pasado de un padre asesino. Cada capa de información es más perturbadora: y ella en el centro de esa realidad, con el perfecto control de lo que ocurre, casi sin inmutarse. Lo que hace la Huppert es increíble, su destreza como actriz, su talento, su audacia para entregarse a un rol tan oscuro, es puro deleite. No se la pierda.
Extraña y desaforada debilidad Elle - Abuso y seducción (Elle, 2016) es una película provocadora, en donde se aúnan la excelencia de Isabelle Huppert y la precisa dirección de Paul Verhoeven. Desde su estreno en Cannes, la última película del realizador de Bajos Instintos (Basic Instinc, 1992), Showgirls (1995) y El libro negro (Black Book, 2006), entre otras, no ha dejado de suscitar elogios y premios en todo el mundo. Tal vez, el único paso el falso fue el que dio en la última (y particularmente cuestionada) entrega de los Oscar, en donde Emma Stone le arrebató el premio a Isabelle Huppert, quien venía arrasando en otras premiaciones. Más allá de este dato (que no opaca en nada la soberbia labor de la actriz francesa), Elle - Abuso y seducción está destinada a ser un clásico, un film que permite el lucimiento de un gran director difícil de encasillar y una figura estelar que le viene como anillo al dedo a esta historia que tiene erotismo, thriller, drama familiar, y un bienvenido –y necesario, tal vez- toque de comedia negra. Michèle es una de las dos dueñas de una importante empresa dedicada al diseño de videojuegos, encargada de supervisar cada detalle de los productos que allí se gestan. Si bien tiene todo el rictus distante y quirúrgico que Isabelle Huppert le puede imprimir, hay dentro de ella una caldera, un deseo sexual que –se intuye- reprime un poco, entre tanto compromiso laboral y encuentros más bien informales con un hijo que está a punto de ser padre y debe buscarse un trabajo precario, una madre que tiene un novio joven (más parecido a un gigoló que a una pareja genuina), el ex marido (con quien mantiene un buen vínculo), y un amante que ya ha empezado a aburrirla. Pero aquel deseo es estimulado, arrancado a través de una violación, uno de los actos más deleznables que se puedan cometer contra una mujer. Michèle no lo ignora, pero lo que se gesta entre ella y aquel encapotado que ingresó a su casa adquiere ribetes impensados que exceden lo que –a priori- entendemos que debe ser la mirada entre una “víctima” y un “victimario”. Transposición de la novela Oh..., de Philippe Djian, Elle - Abuso y seducción –a los méritos ya apuntados- tiene la habilidad de tensar aquella ambigüedad a la que aludimos, en el extraño vínculo que se produce entre la protagonista y el violador, sin dejar de ahondar en la psicología de los personajes. Si bien es allí en donde la película adquiere su identidad, el guión presenta unos muy sólidos (y bien interpretados) personajes secundarios, además de aportar información sobre el duro pasado familiar de Michèle de forma dosificada; información necesaria para comprenderla y –por qué no- quererla un poco. Consciente de la vejación que sufrió, se dedicará durante una buena parte del metraje a tratar de descubrir quién la ha violado. Elle - Abuso y seducción puede ser pensada también como una puesta en crisis de los valores burgueses, un poco a la manera de los films de Claude Chabrol, con quien Huppert alcanzó varios picos de su carrera. Pero como todo gran relato, esconde distintos niveles de análisis, que ponen foco en el vínculo entre lo social y lo privado, la complejidad de las relaciones familiares y de amistad, y esa eterna y universal disputa entre lo civilizado y lo salvaje.
Contra toda idea de víctima. En Elle, Verhoeven y la extraordinaria Huppert van complejizando la trama y su personaje hasta niveles insospechados de incomodidad, humor negro e incorrección política, confirmando que no están dispuestos a ceder al conformismo o la buena conciencia. La primera película para el cine del gran director holandés Paul Verhoeven en una década, después de la arrolladora El libro negro (2006), comienza sin preámbulos, in media res, con lo que será el disparador y a la vez el núcleo de su tema: una violación. O más bien con aquello que sigue a la violación: una mujer que se levanta dificultosamente del piso, que barre los restos diseminados de la lujosa vajilla que se rompió durante la lucha, que se prepara un baño de espuma y ordena sushi a un delivery, como si acabara de llegar de la oficina. Se diría que esa mujer ha sufrido sin duda daño físico (hay sangre, moretones) pero no psicológico. Todo en ella se resiste a la idea de víctima. Que el director Verhoeven y su extraordinaria protagonista Isabelle Huppert –en un tándem ideal- luego de esa impactante apertura vayan complejizando la trama y su personaje hasta niveles insospechados de incomodidad, humor negro e incorrección política no hace sino confirmar que ambos son gente de cuidado, que no están dispuestos a ceder nada al conformismo, los lugares comunes o la buena conciencia. ¿Quién es “ella”? ¿Por qué la tercera persona del título? La película, evidentemente, adopta su punto de vista. Pero pareciera que esa distancia que ella pone con los hechos y con quienes la rodean impide siempre saber quién es realmente, qué piensa, qué siente. La superficie, en todo caso, se irá desplegando paulatinamente. Ella es Michèle Leblanc, una exitosa empresaria proveniente del mundo editorial, pero que ha conseguido reconocimiento y fortuna al frente de una compañía creadora de videojuegos. Y videojuegos que, tal como se aprecia en algunas de las reuniones que preside con mano de hierro, no le escapan en nada a la violencia y el sadismo. “Le falta sangre, espesa y tibia”, se queja cuando evalúa un proyecto en desarrollo, en el que una heroína solitaria debe luchar contra un universo de monstruos que la acechan. Así son, en todo caso, las heroínas del último cine de Verhoeven: mujeres dispuestas a plantarse firmes frente a un mundo hostil, en el que los hombres –como en la ya citada Libro negro o en su delicioso telefilm Engañado (2012)– terminan llevándose la peor parte. “Sos tan egoísta que das miedo”, le dice su madre cuando Michèle la sorprende con un taxi-boy y la humilla delante de él. “Sí, lo sé”, responde ella sin inmutarse y pasa como si nada a otro tema. Hay una tensión permanente entre todos los personajes y siempre la genera Michèle, como si el contacto con ella quemara, pero con un fuego frío, como el del hielo. Es ella, con una dosificada perversión, quien pone en crisis a su madre, a su ex marido, a su amante, a sus empleados, a su mejor amiga, a su hijo. E incluso a su violador, al pasar inmediatamente de objeto sufriente a sujeto activo. Un acontecimiento traumático, sucedido 39 años atrás, “un mito urbano” como dice la televisión cuando lo recuerda, está en el pasado de Michèle. Y ella no tiene problemas en referirse a sí misma tal como en su momento la describieron los medios, como “una niña psicótica”. Pero el gran hallazgo de Verhoeven y su guionista David Birke es el de evitar cualquier reduccionismo psicológico. En todo caso, ese episodio proveniente del pasado da una pauta de que si ella no se comportó como una víctima entonces, cuando era una niña, no lo va a hacer ahora de adulta, cuando está a punto de ser abuela. Una abuela predadora, por cierto. “Los locos no me importan, son mi elemento”, dirá. Muy pocos films, con excepción de los del propio Verhoeven, ha habido en los últimos años tan cáusticos para con la institución familiar, el matrimonio o los lazos de sangre. Nada de todo eso parece quedar en pie. En cualquier caso, ciertamente ninguna película es más blasfema y anticlerical que Elle desde los tiempos de La Vía Láctea (1969), de Luis Buñuel. Basta que Michèle vea la imagen del papa Francisco en TV (y no lo ve una sola vez) para que murmure, como al pasar: “Maldito sea, que se pudra”. Y cuando el joven, amoroso matrimonio vecino de enfrente, siempre tan cristiano y tan devoto, arma en su jardín un gigantesco pesebre navideño, ella no tendrá mejor idea que espiarlos como una voyeuse y masturbarse. Tal como el propio Verhoeven lo ha reconocido, Buñuel es sin duda una referencia para el abordaje de Elle, no sólo por cierto tono, o “semblante”, que por momentos parece provenir directamente del humor zumbón de El discreto encanto de la burguesía. También lo es para la puesta en escena de ciertos pasajes: aquellos que no son de neta inspiración hitchcockiana tienen a Buñuel como numen inspirador. En todo caso, el fetichismo de ambos cineastas impregna a Elle, con esos significativos planos detalle de un revelador anillo de bodas, de una tijera puntiaguda o de una pierna sangrante envuelta en una media de seda negra rota.
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Audaz, inquietante y sorprendentemente divertida Estuvieron a punto de protagonizar esta historia -que en principio iba a rodarse en los Estados Unidos- Nicole Kidman, Marion Cotillard, Diane Lane, Sharon Stone y Carice van Houten, pero por suerte ha sido la francesa Isabelle Huppert quien interpretó -en uno de los mejores papeles de su dilatada trayectoria- a Michèle, una de las dos dueñas de un emporio dedicado al diseño de videojuegos en París. El largometraje número 16 del talentoso realizador de Bajos instintos, El vengador del futuro, RoboCop y El libro negro -basado en la exitosa novela Oh..., de Philippe Djian- arranca con una escena (brutal, como varias otras posteriores) de una violación. Un encapuchado ingresa a la casona de Michèle y la agrede sexualmente dejándole múltiples secuelas. Luego conoceremos la dinámica laboral (no es precisamente una jefa ni una socia fácil), familiar (tiene un pasado trágico que la condena, una madre con un "novio" joven y un hijo bastante patético que está a punto de ser padre), así como las relaciones con sus vecinos, sus amigos y sus distintos amantes. Más allá del brillante y multifacético despliegue de Huppert (merecida ganadora del Globo de Oro y del Film Independent Spirit Award, entre muchos otros premios), en los papeles secundarios también se lucen otras figuras del cine francés: desde Anne Consigny hasta Charles Berling, pasando por Laurent Lafitte, Virginie Efira y Christian Berkel. Elle: Abuso y seducción -que dialoga con los mejores thrillers psicológicos de Alfred Hitchcock, Brian De Palma y Claude Chabrol- es a cada minuto más audaz, inquietante y con un humor tan negro que perturba e incomoda siempre al espectador hasta descolocarlo por completo. No faltarán, por supuesto, aquellas mujeres con una óptica feminista más radical que cuestionarán la mirada del realizador hacia la mujer. La corrección política, se sabe, no es su principal preocupación. Lo cierto es que la dupla Verhoeven-Huppert se entendió a las mil maravillas. Se percibe una conexión, una precisión, una convicción y sobre todo una complementación entre el director y la actriz que hacen de Elle... una película atrapante, divertida en su perversión y su apuesta por el absurdo que, de todas maneras, jamás deja afuera al espectador. Un regreso a lo grande de este holandés errante y auténtico maestro de la provocación.
De gozos y perversiones Isabelle Huppert es una mujer que se niega a denunciar que fue violada, en un filme políticamente incorrecto. Elle es una obra que trastoca todo lo que se entiende por políticamente correcto a partir de la primera escena, una brutal violación de una mujer en su hogar, y su posterior negación a hacer la denuncia, alejándose de la victimización. El filme de Paul Verhoeven (el director holandés de El soldado de Orange y ya en Hollywood de Bajos instintos, y que se ganó el ostracismo en los EE.UU. después de estrenar Showgirls) se centra en Ella, como bien grafica el título, pero más que en su relación con el atacante -que volverá a acecharla en el recuerdo, en fantasías y en carne y hueso- habla de la que tiene con quienes la rodean. Es un thriller psicológico, un filme sobre cuestiones de género, una comedia acerca de la burguesía, una sátira sexual. Elle es todo eso, pero más que nada es una película sobre Ella. Michèle es una mujer independiente, una mujer madura que disfruta y goza sexualmente, a quien no se le escapa nada ni nadie. Puede tener sexo con el marido de su mejor amiga. Cuánto hay de perversión y cuánto de ambigüedad en Michèle no es algo que se vaya a dilucidar ni fácil ni rápidamente. Todo es a partir de la construcción del personaje en sus interrelaciones. Michèle regentea con una amiga y socia una compañía de videojuegos violentos. El atacante enmascarado de aquella noche puede ser uno de sus empleados. O no. Los hombres que la rodean (sus empleados en la compañía; su ex marido; su hijo, con el que le cuesta relacionarse; su amante; el fantasma de su padre, que tal vez explique su oposición a la denuncia; el cordial vecino de enfrente) son mostrados en sus inseguridades. Ella, no. Verhoeven elige en esa escena que abre su película la mirada de un gato para incluir en el ámbito al espectador. Abreva en Hitchcock, en Chabrol, en De Palma. Y no faltará quien lo tilde de misógino. Elle cuestiona los planteos morales, lo que estaría bien y lo que estaría mal, la inocencia y la -llamémosle- decencia, pero sencillamente mostrando los comportamientos y no enjuiciando a nadie. ¿Es que Verhoeven no toma partido? Claro que sí. Por Ella. Y Ella no podría ser otra que Isabelle Huppert. No debe haber otra actriz capaz de llevar adelante este personaje. Mostrarse fría y caliente con sólo un pestañeo. Mantener y acrecentar la intriga. Ser misteriosa, como la película. Las discusiones entre los personajes tienen un nivel, una exquisitez, una altitud que se transforman en sí mismas en combates. Sadismo e indignación, sordidez y complicidad, desprecio y humillación, y ser como uno quiere ser. todo eso está en Ella. Ta vez no será fácil quererla, pero sí será difícil olvidarla.
Michéle LeBlanc es una mujer madura, independiente y exitosa, su vida cambia cuando un extraño enmascarado se infiltra en su hogar y la retiene, humilla, golpea y por último se produce una violación, tras todo eso Michéle se niega a llamar a la policia y minimiza todo lo ocurrido tratando de volver a su vida como si nada hubiese ocurrido, pero eso no es todo porque su abusador la tiene en la mira y ella está dispuesta a seguirle el juego, entrando en una faceta que ella misma desconocía, en donde predominan la desconfianza y porque no también las fantasías sexuales. Paul Verhoeven sigue demostrando que es un director que sabe manejar bien las cosas y acá está totalmente demostrado, una película dirigida con sumo cuidado que atrapa desde el primer momento hasta su desenlace, una película que maneja el suspenso pero que también se da tiempo para tener un poco de humor negro en ciertas situaciones en la que se ve rodeada nuestra protagonista, como cuando se junta con sus amigos (incluido su ex- esposo), la difícil relación que lleva con su madre (con un esposo preso y actualmente saliendo con un hombre joven) y el distanciamiento con su unico hijo a causa de no llevarse bien con su nuera. "Elle: Abuso y seduccion" es la gran vuelta de Paul Verhoeven en una película con una temática muy delicada pero llevada por buen camino.
La hechicera. esde La profesora de piano de Haneke hasta Tip Top de Serge Bozon, las mejores películas de Isabelle Huppert son aquellas donde la violencia deriva hacia el absurdo dejando al espectador en la puerta del secreto de su locura. Si la nueva película de Paul Verhoeven se llama Ella en lugar de Oh… como la novela de Philippe Djian en la que se basa, es debido a la fascinante presencia de la actriz, que despliega los motivos recurrentes en su obra de una manera sarcástica: las relaciones de poder entre madre e hija, verdugo y víctima, placer y sufrimiento. Una película torbellino alrededor de una figura femenina con una energía excepcional. La verosimilitud psicológica y los códigos de identificación son pulverizados por un humor devastador y una lucidez sorprendente. La actriz deriva el curso de los acontecimientos bajo la máscara de un rostro indescifrable. La circulación confusa, atractiva e inquietante de signos es decisiva para hacer de Ella un núcleo ardiente que atrae a todos los que la rodean. Michele es una madre divorciada, económicamente independiente y segura de sí misma, que diseña videojuegos violentos y eróticos con avatares femeninos y guerreros. El mundo de las pulsiones, las apariencias y los vicios ocultos bajo una diversión ligera. El desdoblamiento de la mujer objeto en heroína manipuladora. Los personajes evolucionan en un universo cotidiano, banal y prosaico. Sus perversiones son fluidas, en movimiento con la vida, el placer y el sadismo. Los sonidos son centrales en la compleja estructura: desde la rotura de vidrios y el chasquido de la carne contra el suelo, hasta el ruido de cubiertos y el golpeteo de las persianas. La música concreta de un universo versátil: la superficie apacible cobija un monstruo listo para emerger ante un ruido de platos rotos. En medio de esta sinfonía disonante, Verhoeven convoca a su musa para que dirija la orquesta. Con su rostro, su cuerpo, su voz y sus gestos, la actriz toca simultáneamente varias cuerdas, desde lo espectacular en extremo hasta lo plenamente cotidiano. La película quiebra su narrativa donde menos se lo espera. La escena de la primera violación es introducida por la mirada relajada de un gran gato que ronronea. La propensión de Michele a promover el caos que anima en lo profundo de su entorno hace insoportable su propia zona de confort. Su personalidad controvertida es aun más ambigua porque establece una relación frontal ante cualquier situación. Cuando le confiesa a su mejor amiga que tuvo una aventura con su marido, ella espera con los ojos abiertos mirándola a la cara, paciente, el efecto devastador de su anuncio. El contraste entre la atrocidad escandalosa de su pasado y el tono ligero con el que se lo cuenta a su vecino deja ver una interioridad tensa, peligrosa, opaca. La combinación infernal entre la neutralidad aparente y las manifestaciones físicas y emocionales engañosas encuentra su cima en el corazón de la historia: el humor negro despliega toda su dimensión en la mesa navideña con una pequeña comedia humana de parejas gravitando en torno a una Isabelle Huppert más pérfida que nunca.
MUCHO MUJER Bajos instintos, Starship Troopers y Robocop, son algunos de los títulos importantes en la carrera de Paul Verhoeven, un director resistido por el establishment a partir de la rebeldía que mostraba en cada una de sus obras que no se ajustaban a los cánones de lo correcto. Y llegó Showgirls, que jugueteaba con el porno para ofrecer una descarnada e incómoda sátira sobre el capitalismo. Esa película casi lo sacó de la industria hasta ahsora, donde el realizador holandés vuelve sobre los temas de siempre, redobla la apuesta (también la incomodidad), adentrándose en la conducta de una mujer que fue violada y que prefiere hacer frente sola al después de la brutal agresión. Pero también que cuando era una niña se enfrentó al escarnio de los medios a partir de una homicidio múltiple a cargo de su padre -en donde ella pudo estar involucrada como parte activa del terrible suceso- y se rearmó para convertirse en una exitosa empresaria. Que toma sus decisiones a partir de la pulsión del deseo -se acuesta con el marido de su amiga-, que se sobrepuso a un marido encantador y violento y lo dejó, que mantiene a un hijo que es un pelele porque corresponde, aunque deja en claro que no la une ningún vínculo afectivo. Todas estas marcas en la vida Michèle Leblanc (Isabelle Huppert), ella, elle, ofician como elementos definitivos del hermetismo de la protagonista de Elle, una película incómoda que es una apasionada defensa de la mujer como elemento sojuzgado de la sociedad patriarcal -por ende, del capitalismo-, se asienta en ese principio para ir más allá, en la libertad de elección de un ser humano ante las convenciones de la sociedad de la cual forma parte, de lo que se espera de ella, incluso de su propia historia, para tomar las decisiones que la concilian con su posición frente al mundo y ante su propio bienestar. Verhoeven nuevamente recurre al sexo en su versión más perturbadora, el sexo sin consentimiento, violento. Pero nada es lo que parece y los dobleces de un relato ambiguo dan paso al consentimiento, dobles intenciones, asomarse sin red a la vida de alguien, a su moral, un terreno tan laxo como peligroso en donde la extraordinaria Isabelle Huppert es la intérprete única, la compañera imprescindible para el sinuoso viaje del realizador -también para invitar al espectador-, a territorios desconocidos a los que vale la pena asomarse. ELLE. ABUSO Y SEDUCCIÓN Elle. Francia. 2016. Dirección: Paul Verhoeven. Guión: David Birke (Novela: Philippe Djian). Intérpretes: Isabelle Huppert, Laurent Lafitte, Anne Consigny, Charles Berling, Virginie Efira, Lucas Prisor. Fotografía: Stéphane Fontaine. Música: Anne Dudley. Montaje: Job ter Burg. Diseño de producción: Laurent Ott. Diseño de vestuario: Nathalie Raoul. Duración: 130 minutos.
La primera escena de Elle genera un enorme impacto mientras vemos como la protagonista es violada brutalmente por un hombre enmascarado. Cuando el criminal se retira del lugar, ella no se inmuta. No llora ni acude a la policía, limpia los destrozos de la casa y luego continúa con la rutina tradicional de su vida. En esos primeros cinco minutos de la historia el espectador tiene claro que esta película es una obra de Paul Verhoeven, uno de los directores más provocadores de las últimas décadas. El cine de Verhoeven siempre tuvo esos elementos subversivos que generan polémicas y expresan ideas controversiales y su nueva producción no es la excepción. Desde la introducción del personaje principal el cineasta logra cautivarnos con su relato. ¿Quién es realmente Elle? ¿Por qué reacciona de esa manera ante una violación? Las respuestas a esas incógnitas se responden a medida que se desarrolla el conflicto, que con el paso del tiempo se convierte en una propuesta completamente desquiciada. Elle es una película que te desconcierta durante todo su visionado por la locura que tienen los personajes y la fusión de géneros que trabaja el director. Gran parte del film se encamina por el terreno del thriller pero también es un retorcido drama psicológico e incluye un humor negro que no es fácil de digerir para todo el mundo. Creo que quienes en el pasado disfrutaron los clásicos del director como Robocop, Starship Troopers o el Vengador del futuro, más allá de los efectos especiales y las secuencias de acción en Elle encontrarán al Verhoeven provocador que se extrañaba en el cine. El artista originalmente concibió este proyecto como su gran regreso a Hollywood pero ninguna compañía norteamericana se animó a financiar el film por la temática que abordaba. Inclusive actrices famosas como Nicole Kidman, Charlize Theron, Sharon Stone y Julianne Moore, entre otras, rechazaron el papel principal que este año le valió una nominación al Oscar a Isabelle Huppert. Por esa razón Verhoeven terminó filmando la película en Francia pese a que no habla el idioma de ese país. Elle es una producción que puede resultar ofensiva para ciertos espectadores por el modo en que se trabaja la compleja sexualidad humana. Sin embargo, más allá de los personajes retorcidos y las situaciones horribles en las que terminan involucrados, también es la historia de una mujer que se aferra a las zonas más oscuras de su alma para poder retomar el control de su vida. Isabelle Huppert ya se había destacado hace un tiempo en otro personaje complejo, como el que interpretó en La profesora de piano, de Michael Haneke, pero en esta labor sobresale por la humanidad que le dio a Elle. Un aspecto clave su interpretación que nos permite entender mejor el lugar del que provienen sus acciones. Elle es una película transgresora que se anima a trabajar el humor con situaciones delicadas y desafía al espectador a pensar un conflicto perturbador. No es una propuesta para todo el mundo, pero los seguidores de Paul Verhoven la van a disfrutar porque representa el gran regreso del director holandés.
Pantalla en negro, los gritos angustiantes de una mujer se mezclan con el sonido de cristales rotos. Entonces, la pantalla muestra un hombre enmascarado forcejeando y violando a la fuente de estos alaridos, para momentos después abandonar el lugar del siniestro dejándola a ella en el suelo. Momentos después la vemos levantarse y comportarse normalmente, como si nada hubiera ocurrido. Así comienza Elle, la nueva obra de Paul Verhoeven. Cuando los personajes femeninos clásicos afortunadamente comienzan a verse reemplazados por unos fuertes e independientes, Michelle, la protagonista del film, sobresale como una especie de antiheroína en un thriller que se ajusta a los tiempos que corren.
Paul Verhoeven siempre hizo películas fuertes, pensadas para provocar al espectador. Partiendo de esta base, "Elle" es una de las más personales, ya que propone un laberíntico estudio de comportamientos amorales de gente civilizada. El film tiene un clásico comienzo de thriller, con un hombre enmascarado violando a Isabelle Huppert. La protagonista reacciona con curiosa calma al ataque, e inclusive ni hace la denuncia a la policía. Luego, durante una cena con amigos en un elegante restaurante comenta que la violaron con el mismo tono casual de cualquier hecho intrascendente. Pronto empieza a sentirse acechada, y se hace a la idea de que el violador es un hombre que conoce, y que puede estar en su círculo social o laboral. Mientras tanto, en su mente se repite la violación una y otra vez recreando distintos detalles, casi como una obsesión perversa o masoquista. Durante un buen tramo, Verhoeven nos hace creer que "Elle" es un thriller psicológico sobre una mujer violada que quiere vengarse de su misterioso agresor, pero poco a poco las pesquisas sobre los múltiples sospechosos se van interrumpiendo para enfocarse en otros aspectos de la vida diaria de la protagonista, como los conflictos con el personal masculino de su productora de videogames llenos de sexo y violencia, la novia embarazada de su hijo, o las intenciones de su madre de casarse con una especie de taxi boy. Y pronto también se revela que su padre está preso por crímenes aberrantes cometidos años atrás, cuando ella era una niña, detalle que justificaría por si solo que sus mecanismos mentales tengan una lógica particular. Verhoeven, a quien le gusta jugar con el espectador, aquí lo hace a lo grande cambiando de climas y hasta de géneros en una misma secuencia, y para eso encuentra una herramienta única y extraordinaria en el talento de Isabelle Huppert, sin cuya actuación esta película no tendría sentido. Con un solo gesto ella puede darle sentido al diálogo más extraño, y demuestra la mayor exactitud para transmitir un amplio rango de emociones, para luego rematarlas con los diálogos y acciones moralmente ambiguas que propone el guión. Su trabajo es impresionante, y esencial para darle a esta historia una multiplicidad de lecturas. Justamente, essa es la gran cualidad de "Elle".
Si hay un concepto clave en el cine de Paul Verhoeven es el del cuerpo humano. El cuerpo es el ancla a la verdad. El cuerpo es herido, es penetrado, es aniquilado. El cuerpo padece, pero también puede ser un arma, y el director holandés dio innumerables ejemplos a lo largo de su obra. RoboCop (1987) es el caso más literal, pero los mejores exponentes vienen por el lado de las protagonistas femeninas. Desde Greet (Ronnie Bierman) en Wat Zien Ik!? (1971), su ópera prima, hasta Katherine Trammel (Sharon Stone) en Bajos Instintos (Basic Instint, 1992), las mujeres del cine de Verhoeven supieron sobrevivir e imponerse sin temor a usar su anatomía, sobre todo en cuestiones sexuales. Elle: Abuso y Seducción (Elle, 2016) transita por esa vertiente. Michèle (Isabelle Huppert), la dueña de una empresa de videojuegos, es violada es su propia casa por un intruso vestido de negro. Lejos de hacer la denuncia, fiel a su personalidad aparentemente fría y determinada, sigue con su vida. Sin embargo, comprende que todavía es acechada, y podría tratarse de alguien cercano a ella. En su primer film francés, Verhoeven presenta un thriller intenso, que también permite explorar el costado prohibido de la sociedad burguesa y de la naturaleza humana en general. Una impronta que remite a la de Claude Chabrol, pero el holandés ya había incursionado en territorios similares al hacer El Cuarto Hombre (De Vierde Man, 1983) y Bajos Instintos. Y como es su costumbre, el director presenta situaciones de sexo y violencia, pero siempre con fines narrativos, que se apoya en la intensión de buscar el realismo más perturbador. Y el cuerpo, siempre el cuerpo, como elemento fundamental. Asimismo, Verhoeven traza un paralelo sobre su carrera a través de Michèle: los videojuegos que se crean en su empresa son epopeyas de fantasía, repletas de monstruos feroces y heroínas ardientes. Para Michèle nunca se es lo suficientemente extremo, y lo mismo parece ser para P.V. en sus películas. Isabelle Huppert es Elle. Su desempeño en cada escena constituye una cátedra de cómo componer a una mujer segura de sí misma que en realidad vive torturada por un nefasto pasado familiar y por un presente en el que debe lidiar con un ex marido del que no puede olvidarse del todo y con un hijo inepto, que para colmo la convierte en abuela. A primera vista, Michèle resulta sexual, arrolladora e inquietante, como los personajes que Renée Soutendijk interpretara en Spetters (1981) y El Cuarto Hombre. Es así, pero también tiene una relación fuerte con Agnes (Jennifer Jason Leigh) en Conquista Sangrienta (Flesh+Blood, 1985): cuando es violada por el forajido interpretado por Rutger Hauer, la muchacha convierte el calvario en placer, desorientando a su agresor, tomando el control de la situación. Michèle, de alguna manera, logra (o trata de lograr) invertir los roles con su agresor, pero incluso para ella todo se le puede ir de las manos. Porque Ella, al fin y al cabo, es ante todo una sobreviviente. Elle confirma que Paul Verhoeven sabe plasmar su visión sin importar la geografía en la que le toque filmar (Holanda, Estados Unidos, Francia) y que las mujeres de su obra conocen mejor que nadie sus propios cuerpos y son conscientes de cómo valerse de sí mismas, sin importar el peligro que deban enfrentar.
Desde el comienzo y hasta el final, la trama contiene: tensión, intriga, suspenso, humor negro, toques de thriller psicológico, los deseos sexuales, tabúes, por momentos para reflexionar, sorpresas e incluso los miedos. Del director de cine neerlandés, Verhorven ("Bajos instintos"; "El libro negro"),quien nuevamente nos brinda una gran dirección, brillante y con muy buena ambientación, quien a través del flashback nos muestra las vidas más oscuras, los traumas, alteraciones, la búsqueda de afectos, el sexo y una familia muy especial. La interpretación de Isabelle Huppert, es una clase magistral de actuación, tiene un gran talento, de gran lucimiento, le pone matices y un buen ritmo. El espectador cuando menos sepa de qué trata, es mejor. Una historia fuerte que te moviliza. Con un estilo muy similar al cine de Claude Chabrol.
"Elle": una controvertida mirada sobre la violencia sexual Soberbio trabajo de la francesa Isabelle Huppert en el rol de la mujer que sufre una violación y toma decisiones sorprendentes. La violencia sexual en escena, aun cuando el primer plano del gato elude detalles, funciona como el primer trato del director Paul Verhoeven y el espectador de Elle: abuso y seducción. Michéle Leblanc, Isabelle Huppert, es la mujer abusada en su propia casa, en un vecindario de clase acomodada y modales intachables. La historia de Michéle va unida al modo de contarla, con la misma fuerza con que se relacionan víctima y victimario. El guionista David Birke pone en el centro de la consideración un hecho aberrante que, a medida que transcurre la película, se va naturalizando. Aparecen los datos del perfil de ella, la abusada, y estalla un mundo paralelo de violencias pretéritas. Hay motivos por los cuales ella jamás va a recurrir a la policía. Más bien, aplicará al episodio que no se agota en un hecho aislado, su particular mirada sobre sexo y poder. Michéle es dueña de una empresa que diseña videojuegos violentos, sexuales y crueles. Las pantallas buscan modos de destrozar y eliminar ante los ojos impávidos de la mujer que pide que el usuario sienta la sangre, "tibia y espesa, si es posible". Paul Verhoeven logra un ejercicio sobre la ira solo posible con una actriz como Huppert que va incorporando cierta extrañeza. El procedimiento incomoda al espectador tanto como el abuso de la escena inicial. La mujer sale a la caza del atacante sin alterar su rutina de empresaria fría, con vínculos problemáticos, escasa de lealtades y con una historia que la une fatalmente a su padre. Elle ofrece varias líneas de argumento enmarañadas hasta el retorcimiento.Filmada como un thriller, el trabajo de Stéphane Fontaine en fotografía transmite desahogo económico, un microclima de cenas con amigos, buen vino y unos personajes que están con Michéle a pesar de sus facetas infranqueables. Acompañan a Huppert, Laurent Lafitte (Patrick, el vecino); Charles Berling, Richard, su ex; Christian Berkel y Anne Consigny, la pareja amiga, entre otros. Isabelle Huppert eclipsa con su magnetismo, sus movimientos y el modo de exponer su cuerpo frágil. El personaje se vuelve una amenaza para el entorno. La ira acumulada la empuja a buscar cierto tipo de expiación, por vía del morbo y el sadismo. Elle hiere la sensibilidad, no solo por el abuso planteado. A lo largo de dos horas 20 minutos, va tomando forma la idea de que esa mujer psicópata merece un presente sin salida. Verhoeven resuelve la cosa con frialdad y desapego hacia los personajes. Hay en el guion pasiones y sentimientos que se ciernen en torno a Michéle, como los tentáculos de esos bichos sin nombre que devoran a la víctima en el videojuego que ella aplaude. En ese sentido, resulta polémico el enfoque del director porque parece, según Elle, que hay distintas categorías de víctimas frente a un hecho que es siempre aberrante.
Arranca con una violación. Pero a partir de allí todo será distinto. Ella es una mujer que viene de un pasado barroso, con un padre perverso. Desde entonces aprendió a no dar lástima. No quiere ser víctima. Y tampoco lo será ahora, que es una mujer hecha, empresaria exitosa, madre protectora y amante exigente. Por eso, en lugar de la denuncia y el dolor, elige explorar ese oscuro espacio que se abre más allá de un ataque brutal que la obliga repensar no sólo sobre la violencia, sino también sobre los raros caminos que recorre el sexo, la venganza y el placer. Lo hace por el hoy incierto y por el ayer sufrido. Sin límites ni culpas. Distanciada, orillando el absurdo, a ratos fría y pretenciosa, aunque siempre inquietante y audaz, “Elle” tiene en Isabelle Huppert a su intérprete ideal; ella en plenitud asume aquí el rol de esta buena señora que desafía sus recuerdos, sus amores, sus gustos y hasta sus amigas con tal de meterse dentro del alma humana (de ella y del violador). Sofisticada, con una extraña mansedumbre a la hora de demoler tantos prejuicios, “Elle” se esconde bajo el disfraz de un juego maligno. Su aire subversivo y perturbador quiere denunciar la hipocresía de un mundo que se aferra tanto a sus estereotipos que cuando surge alguien que lo desafía nadie sabe dónde ponerse.
Michèlle (Isabelle Huppert) tiene una cómoda existencia burguesa. Pese a andar por los sesenta, está al día con la tecnología y sabe lidiar con los jóvenes nerd que diseñan video juegos en la empresa que maneja junto a su socia. Una tarde en su fortificada mansión de un barrio de París es asaltada y violada por un encapuchado con pasamontañas; pero Michèlle sigue su vida cotidiana como si nada. Hasta que la asaltan pesadillas; hasta que lo larga en una cena con su ex, su socia y la pareja de su socia, que es también su amante –y la revelación de la cena ocurre, cabe suponer, porque sigue siendo acosada–. Michellè es una mujer de hierro, y es menos una incógnita conocer la identidad del violador / acosador que entender las espirales mentales de la protagonista. Cuando no la tratan con un cuidado que bordea el temor, Michèlle es eternamente acosada, por varones de todas las edades. Ella hace su propio juego, y sabe que alguien le debe una violación. Elle es un film provocador, por momentos sorprendente y en algunos (cabe admitirlo) un poquito aburrido. Una de las razones por las que el film triunfa es porque el juego de Michèlle es también el de Huppert, acostumbrada a estas lides que bordean la circunferencia del morbo (su actuación en La profesora de piano, de Michael Haneke, es siempre un útil y notorio antecedente). Por esta actuación la francesa casi le quita el Oscar a Emma Stone de las manos (¿inverosímil? Miren lo que ocurrió con Moonlight). Claro que detrás de Huppert está la diestra mano de Paul Verhoeven, otro provocador y bordeador de la circunferencia del morbo (Robocop, Atracción fatal): si el objetivo era sorprender, la fórmula no podía fallar.
Cartelera 1030 –Radio Del Plata AM 1030, sábados de 20-22hs.
Uno podría decir que Duro de matar (Die Hard) es lo que es gracias al western y que sagas como las de Freddy Kruegger o Halloween existien gracias a Texas Chainsaw Massacre. Incluso hablar de Interiores de Woody Allen y obligarse a la referencia del cine de Bergman. Hasta podríamos salpicar a Nueve reinas con el recuerdo de algunos grandes policiales del Hollywood de los 70s. En todos los casos mencionados, la mayor parte de las críticas al momento del estreno de cada film hicieron mención a las referencias o deudas autorales de cada título y/o realizador. En ese marco, llama la atención la festiva celebración con la que la crítica recibió en todo el mundo el estreno de Elle, opus del holandés Paul Verhoeven (Robocop, Total Recall, Showgirls). Porque este film del desgenerado realizador es, en parte, un remedo de lo que supieron pulir a través de los años tipos como Michael Haneke o Claude Chabrol. El primero a través de una obra subversiva y brutal, de un recorrido plagado de ventanas tapiadas y puertas al vacío. El francés, por su parte, supo transitar una filmografía que manchó de film noir a dramas y comedias por igual. Dos cerebros geniales que, hoy, aparecen mucho más que citados por Verhoeven, un militante del zig zag a la hora de los géneros más que de la posmodernidad de la que es hijo. Así es que en ese mar de links Elle por momentos deslumbra, pero sólo por el trabajo de Isabelle Huppert, la gran dama del cine francés. La Elle de Isabelle es Michèle, mujer que a los 50 encuentra en sus momentos de soledad una oportunidad de explorar los vericuetos de la perversión que, a la sazón, aparecen satisfechos por un inescrutable personaje de su entorno. Aquí, como en La pianiste, de Haneke, el más obvio de los títulos referentes, el personaje de Huppert alcanza el handicap más alto de la flagelación. Lo hace en escenas incómodas para el ojo promedio y ahí radica la fascinación que despierta la película, sobredimensionada por los premios y nominaciones que recibió aquí, allá y en todas partes. Verhoeven, sobre un guión que deja algunas rendijas abiertas a la hora de la lógica interna, monta sin embargo un buen trabajo de deconstrucción de lo que la actriz y el realizador holandés hicieron en el citado film de 2001, aunque sin la impronta de aquella y con más saldo deudor que otra cosa. Pero se deja ver, por Huppert y su eterno registro de frialdad y fuego interpretativo.
La nueva película del director de “Bajos instintos” es un thriller con apuntes cómicos acerca de una mujer que es violada y que, a su manera, planea descubrir y detener a su agresor. Una labor excepcional de Isabelle Huppert en un filme potencialmente controvertido que pone patas para arriba algunos conceptos actuales de la corrección política. Si uno resumiera la trama de ELLE, la nueva película de Paul Verhoeven protagonizada por Isabelle Huppert, como un thriller sobre una mujer que es violada confundiría por completo al espectador, le haría imaginar una película que no es. Sí, Huppert encarna a Michèle, una mujer que en la primera escena del filme es brutalmente violada por un hombre encapuchado, pero lo que sucede de ahí en adelante hace girar sobre su eje todos los conceptos prestablecidos. Especialmente, los de la corrección política. Michèle es la dueña de una empresa de videogames especializada en juegos violentos, muchos de los cuáles incluyen fantasías eróticas agresivas. Y ella misma es una persona que lleva su sexualidad sin tapujos ni miedos. Tiene de amante al marido de su mejor amiga, coquetea con quien se le cruza y no tiene problemas en hacerse cargo de sus fantasías sexuales. Es por eso que cuando es violada trata de hacer como si nada pasara: no hace la denuncia, no se lo cuenta a nadie, sigue como si tal cosa. Solo de noche la agarran pesadillas y fantasías de venganza. En un momento decide contárselo a su ex marido, su amiga y su amante y ellos insisten en que hay que hacer la denuncia. Pero ella no quiere. Además, Michèle tiene un pasado difícil. Cuando era niña su padre cometió una serie de salvajes crímenes por los que está en la cárcel de por vida, pero ella vivió en carne propia la vergüenza y la venganza de los que sufrieron las consecuencias. No visita a su padre, pero no se descarta que el agresor venga por ahí (no revolver ese pasado públicamente es otro de los motivos que la hacen no denunciar al violador). O tal vez el agresor sea uno de sus empleados, con los que no se lleva del todo bien. Otros personajes de la trama son su hijo –un ex drogadicto que está tratando de recuperarse, está en pareja con una mujer insoportable y trabaja en una casa de comidas rápidas– y unos vecinos que viven enfrente de su casa y que, a diferencia de ellas, son religiosos y muy “correctos” en todo. Si todo esto suena como un thriller oscurísimo, por la forma en la que Verhoeven lo presenta no lo es. ELLE funciona, casi, como una comedia perversa con elementos de thriller, donde se juega con los límites de lo que está permitido y lo que no, lo que es fantasía erótica y lo que es agresión, lo consensuado y lo que no lo está. La madre de Michèle tiene un amante/taxi boy y a ella la situación la abochorna, pero no tiene problemas en masturbar a su amante en la oficina, desnudar a sus empleados o masturbarse ella misma viendo a sus vecinos ultramontanos. Michèle no es amable ni simpática ni muy querible, pero es 100% auténtica, un papel que parece hecho a la medida de Isabelle Huppert. Buscar al violador es solo un elemento más de esta suerte de comedia sexual con tonalidades chabrolianas y, por ende, en una línea que la une al cine de Alfred Hitchcock y de Brian De Palma. A eso habría que agregar, tal vez por el tema y la forma, una obligada referencia a Roman Polanski. Pero a esta altura uno debería decir que es una obra “verhoeveniana”, ya que sus antecedentes más obvios son BAJOS INSTINTOS, PASION OBSESIVA, EL CUARTO HOMBRE y hasta SHOWGIRLS, su controvertida película de 1995. Como buen europeo (holandés, específicamente) este cineasta de 76 años no se toma el sexo de la manera en la que suelen hacerlo sus colegas hollywoodenses y si bien es claro que la situación que dispara la acción de ELLE es una de violencia sexual, la mirada sobre el tema es por momentos lúdica, juguetona, de un modo que seguramente ofenderá a los dueños de la corrección política al uso. No es que Verhoeven entienda o perdone la violación, pero no maneja la relación víctima/victimario de la manera habitual. Y cuando el agresor se conoce, lo que Michèle hace con él está muy lejos de parecerse a lo que se haría habitualmente en un thriller clásico y entra en un terreno, casi, de ver quién es más jugado y audaz que el otro en ciertas cosas. “La vergüenza no es una emoción lo suficientemente fuerte para que nos impida hacer las cosas que queremos”, dice Michèle en un momento. Y ése parece ser el mantra del filme: hasta dónde los personajes son capaces de llegar sin preocuparse por el qué dirán los demás, por los límites de la “decencia” en asuntos del tipo sexual y en otros también. Algunas personas lo manejan dentro de coordenadas más o menos aceptables dentro de ciertos contratos sociales (que Michèle tenga por amante al marido de su mejor amiga tampoco es del todo correcto, digamos), pero otros –como el violador o, en otro sentido, el propio padre de Michèle– pasan al lado prohibido de esas tentaciones. En ambos casos, de todos modos, hay potenciales víctimas y victimarios. Lo interesante del cine de Verhoeven y de esta película en particular es que –a diferencia de otros autores europeos supuestamente audaces como Von Trier o Haneke–, Verhoeven provoca pero lo hace desde el humor, la ligereza y de cierta liviandad, comprendiendo a casi todas sus criaturas y no poniendo sobre ellas un dedo acusador de demiurgo que sabe cómo deberían ser las cosas. Los seres humanos, según ELLE, son complejos, raros, con deseos curiosos y actitudes no del todo aceptables socialmente. Algunos, claro, son delincuentes. Pero la línea entre el bien y el mal –lo correcto o incorrecto, lo moral o lo inmoral– es más fina y sinuosa de lo que buena parte del cine nos quiere hacer creer.
INSTINTOS BÁSICOS Llega una de las últimas rezagadas del Oscar, pero valió la pena esperarla. Paul Verhoeven nos tiene acostumbrados a otro tipo de películas. El realizador decidió darle un descanso a la ciencia ficción (“RoboCop”, “El Vengador del Futuro”, “Starship Troopers”) y, desde hace un tiempo que viene experimentando con otros géneros menos artificiosos. El año pasado sorprendió a todos con “Elle: Abuso y Seducción” (Elle, 2016), un thriller tan intenso que convierte a “Bajos Instintos” (Basic Instinct, 1992) en una película para chicos. El film y su protagonista principal, Isabelle Huppert, venían con todas las de ganar en la temporada de premios, pero sólo se tuvieron que conformar con algunos galardones de la crítica y una nominación al Oscar para la francesa, que se merecía todas las palmas por su interpretación de Michèle Leblanc, una exitosa empresaria a la cabeza de una compañía de videojuegos. Michèle maneja su vida con la misma actitud despiadada con que maneja su empresa, pero todo empieza a cambiar cuando es atacada y violada en su hogar por un hombre desconocido. Leblanc no piensa convertirse en víctima y oculta el hecho, al menos por un tiempo, aunque las sospechas se esparcen a su alrededor y decide tomar cartas en el asunto. La señora intenta rastrear a su agresor, suponiendo que forma parte de su círculo de conocidos, posiblemente, algún joven empleado de la compañía. Lo que encuentra a cambio es un juego bastante peligroso, que se puede salir de control en cualquier momento. Michèle es una señora madura, divorciada y madre de un hijo mayorcito e irresponsable. Tiene un ex marido, un amante y una vida sexual bastante activa, un pasado complicado y una madre que actúa como chiquilina. Mientras balancea todos estos aspectos, decide jugar al gato y al ratón con su propio agresor, un intercambio que la aterroriza, pero al mismo tiempo la mantiene intrigada y seducida. Verhoeven nos propone un juego bastante perverso, pero es “ella” (elle) quien toma la delantera. La historia gira en torno a esta mujer interesante y poderosa en muchos aspectos, quien intenta controlar cada parte de su existencia y, muchas veces, se le escapa de las manos. El realizador toma como punto de partida la novela “Oh...” de Philippe Djian y nos sumerge en una historia cargada de suspenso psicológico, algo de drama y un extraño sentido del humor. El resultado es inquietante, morboso y atrapante, principalmente por la actuación de Huppert, como un accidente fatal que no queremos, pero tampoco podemos dejar de ver. “Elle” puede resultar incómoda para algunos, más allá de la intriga y el drama familiar. Sus temas son más actuales que nunca, y se agradece que Verhoeven haya optado por una protagonista sexagenaria que parece estar en la plenitud de su vida sexual y profesional. Con su metro sesenta de altura, Michèle da la impresión de ser una mujer frágil y quebrantable, pero Huppert la empodera y nos regala un personaje que, en otras manos, podría haber resultado una caricatura, o aún peor, un mamarracho estereotipado.
Volvió Verhoeven, amigos, y es para festejar, aunque difícilmente esta película haga feliz a alguien. Es un cuento amargo e irónico donde el holandés saca a relucir una vez más su habilidad para torcer y retorcer todos nuestros lugares comunes morales y éticos. Hay una mujer que es violada y decide no denunciar. Esa misma mujer es poderosa, es temida, es amada y es odiada por igual. Su moral es también ambigua, y ambiguo es el hecho de que sea la cabeza de una empresa de videojuegos. Verhoeven hace que el mundo virtual de los sueños y las pesadillas, el de los deseos más inconfesables, se vuelva el tablero donde se desarrolla el drama, tan saturado de elementos riesgosos que no podemos menos que pensarlo como una sátira (y atención: la sátira puede no ser cómica, a diferencia de la parodia, que siempre lo es). El personaje de Isabelle Huppert, la actriz ideal para este rol de víctima y victimaria a un tiempo, recuerda un poco al de “La profesora de piano”, que protagonizó para Michel Haneke. Pero lo que entonces era una especie de ironía, en Verhoeven sigue las reglas del género de suspenso y el melodrama sin vergüenza, volviendo el film mucho más efectivo. Sí, este es el director de “El cuarto hombre”, de “Bajos Instintos”, de “El libro negro”. Un grande del cine, sin la menor duda.
Juegos de perversión La última y elogiada película de Paul Verhoeven (“Bajos instintos”, “El vengador del futuro”, “Robocop”, “El libro negro”) empieza sin anestesia: una mujer es brutalmente violada en su casa por un hombre enmascarado, pero ella se niega a hacer la denuncia y pretende encontrar por sus propios medios al violador. Con el paso de los minutos sabremos que Michèle Leblanc es una mujer compleja: su padre fue un tristemente célebre asesino serial en los años 70, su madre es adicta a las cirugías estéticas y sale con un taxi-boy, y su hijo es un dominado que está por ser padre y ella lo desprecia. ¿Algo más? Sí: “ella” extraña a su ex marido y le plantea escenas de celos, es amante del esposo de su mejor amiga y es una jefa implacable en una compañía que crea videojuegos sádicos y violentos. “Elle” arranca como una atrapante mezcla de thriller psicológico, drama y comedia negra. Se sabe que Verhoeven es un provocador, y la perversión y la ambigüedad son su juego. Sin embargo, en este caso peca de excesivo: sus vueltas de tuerca terminan mareando, se distrae demasiado con las subtramas y su “estudio de personaje” se diluye y pierde fuerza. Es más, en los últimos minutos su protagonista se convierte casi en una caricatura, en una resolución apurada y muy poco convincente. Si “Elle” funciona por momentos y se sostiene es por el increíble trabajo de Isabelle Huppert (ganadora de un Globo de Oro y nominada al Oscar por este papel). La mirada fría y a la vez excitante de Huppert es la que mantiene la intriga y hace que algunas escenas sean inolvidables. Con su natural sofisticación, la actriz francesa le imprime al personaje un vuelo y una variedad de matices delicados que la película no tiene.
NUEVOS Y MEJORES BAJOS INSTINTOS Para entender la maestría y la madurez del director Paul Verhoeven sólo hace falta ver los primeros minutos de Elle: abuso y seducción (el título argentino intenta explicarnos la trama porque parece que el público tiene un IQ bajísimo): un primer plano de un gato que es testigo de un forcejeo y una violación, una pequeña elipsis, y secuencias rápidas de un par de acciones cotidianas y rutinarias que en contexto en el que se desarrollan suman a la sensación de extrañamiento que nos acompañará durante todo el film. Con economía y efectividad, Verhoeven nos presenta a Michele (una actuación antológica de Isabelle Huppert) pieza fundamental de una galería de seres extraños a los que nos enfrentaremos en las siguientes dos horas. La trama gira en torno a la vida de la protagonista, mujer de negocios que dirige una empresa de videojuegos, personaje poderoso, y no sólo porque ocupa un espacio de poder, sino que también porque es capaz de proyectar su sombra e influir fuertemente en la vida de todos la que la rodean: su madre, su padre, su hijo, ex-esposo, sus mejores amigos, sus empleados, y hasta sus vecinos; todos son parte de una gran escena que se retuerce alrededor de los deseos de la protagonista. Luego, poco a poco, se va filtrando su origen trágico, un origen que la pone en el lugar de víctima y que sirve para explicar algunas cosas, pero que también es el motor que la ha convertido en lo que es, una buena representante de la hiperbólica capacidad humana para la dualidad. Se puede pensar que Elle: abuso y seducción es de alguna manera una reescritura de Bajos instintos (1992), estilizada, quizás más compleja y despojada del componente policial. Pero sin dudas Verhoeven vuelve a explorar personajes femeninos fuertes, que utilizan el sexo como parte de sus herramientas de dominación y poder. Claro, en 1992 un personaje como el de Sharon Stone era seductor, atrayente y perfectamente aceptable, no chocaba de ninguna manera a los viejos preconceptos acerca de los roles femeninos de la sociedad. Hoy, 25 años después, la sociedad discute las ideas preestablecidas acerca de lo femenino, y que Verhoeven nos arroje en la cara un personaje como el de Elle puede llegar a ser problemático en ese sentido. Sin embargo, el bueno de Paul es capaz de tomar distancia y mostrarnos a Michele sin emitir juicio de valor, como parte de un entramado ficticio verosímil capaz de contener personajes como ella y otros peores. En su universo no hay lugar para los débiles, y Verhoeven demuestra un cariño particular por esas criaturas, casi no hay crueldad innecesaria en una película repleta de perversiones de toda índole. Elle: abuso y seducción acumula unos cuántos triunfos: tiene climas bien conseguidos, es impredecible, no se deja llevar ni por la corrección política ni por lugares comunes, tiene personajes interesantes bien construidos, e incluso tiene humor, elemento clave que le aporta ritmo e incomodidad a todo el engranaje del extrañamiento que impulsa la película. Por último es notable cómo Verhoeven consigue con Elle actualizar y mejorar Bajos instintos, a puro oficio y solidez.
Malparida El alejamiento del mainstream hollywoodense del controversial Paul Verhoeven, a consecuencia de la desmotivada El Hombre sin Sombra (Hollow Man, 2000), nos remarcaba su ideologismo a contramano de las convenciones comerciales. Finalmente regresaría al mercado holandés con Black Book (2006), un homenaje al espionaje clasicista que combinaba los tecnicismos de Hitchcock y Fassbinder. Una década después, Verhoeven compensa su ausentismo con Elle: Abuso y Seducción (Elle, 2016), interpretada por una arrolladora Isabelle Huppert. La película, basada en una novela de Philippe Djian, comienza con una secuencia en la que Michèle Leblanc (Huppert), una acaudalada empresaria encargada de desarrollar videojuegos violentos, es brutalmente agredida sexualmente en su departamento por un hombre enmascarado. Buscando descubrir al responsable, Michèle enfrenta una serie de amenazas, mientras conocemos a los integrantes de su entorno, sus conflictos personales y laborales, y se nos van develando sus inseguridades, relacionadas con una tragedia de la infancia que la atormenta. En su primera producción francesa, el director de Delicias Turcas (Turkish Delight, 1973) reincorpora sus obsesiones (sexualidad, violencia, cristianismo), manteniendo la costumbre de distorsionar la moralidad de sus personajes (las conductas incorrectas de Michèle, tanto en las situaciones cotidianas como en su intimidad). Huppert interpreta con frivolidad instancias tan atractivas como retorcidas que por momentos terminan resultando absurdas, orquestadas por un Verhoeven que rememora con inteligencia las influencias de Hitchcock, Buñuel, De Palma y Chabrol. Desde las diferencias con sus familiares y amistades, hasta los encuentros que mantiene con su acosador y que aumentan su perversidad, el magnetismo manipulador desplegado por Michèle mediante la sensualidad y el hermetismo de sus convicciones la convierten en un personaje conectado con otras referentes en la carrera del realizador, como la insidiosa Christine Halslag de El Cuarto Hombre (The Fourth Man, 1983) o la superficial Catherine Tramell de Bajos Instintos (Basic Instinct, 1992). Elle: Abuso y Seducción nos reencuentra con un Verhoeven que desarrolla su tecnicatura con rigurosidad para concentrar el argumento entre un thriller psicológico (el suspenso que desenvuelve Michèle intentando descubrir la identidad del acechador) y una comedia negra (las situaciones que involucran a diferentes personajes con resultados hilarantes). Con Elle: Abuso y Seducción, Verhoeven y Huppert compenetran al espectador desde un discurso reaccionario y apasionado, para develarnos a los monstruos puritanos que conforman a la burguesía cristiana.
El lado oscuro. Si tenemos que pensar en el director Paul Verhoeven tenemos que pensar en Robocop (1987) y El Vengador del Futuro (1990). En principio pensaríamos que este tipo dirigió películas de superacción de fines de los ‘80. Podríamos acordarnos que había muñequitos del robot policía para que jugaran los niños. En cuanto a la segunda película recordaríamos falsamente que Schwarzenegger hacía un papel digno de ser parodiado en El último Héroe de Acción. Pero nada más alejado de la realidad. Robocop no era nada tierno con lo que jugar. Era un policía sin corazón, bastante facho. Además la película mostraba un futuro cercano perturbador. Un lugar oscuro y sucio, donde la política no era ajena. La Institución Policial estaba en vías de ser privatizada, por eso todos los oficiales estaban en huelga. Una empresa se apropiaba del cuerpo muerto de Alex Murphy para fabricar un superpolicía que trabajara mientras los otros estaban de paro. Robocop era un rompehuelgas, que por supuesto luego se reivindicaba hacia el final. Lo mismo sucedía en El Vengador del Futuro, la oscuridad y lo tétrico inundaban las imágenes. Además trataba de un pueblo empobrecido de Marte, sometido a los gobernantes empresarios que querían hacer negocios con un servicio básico, el aire. Luego aparecerían otras películas como Invasión (1997) y El Hombre sin Sombra (2000). También aparentes películas de acción superficial donde en realidad lo oscuro y lo moroso ensombrecían cada película. En todos los casos la crítica a la televisión basura y en particular a la publicidad no se escatimaba. Entonces Elle,con el protagonismo de la gran Isabelle Huppert, parecía acercarse más a Bajos Instintos (1992) o El libro Negro (2006), también de Verhoeven. Aquí se muestra a una mujer empresaria que es atacada sexualmente en su casa por un extraño encapuchado. Parece tratarse de un thriller donde el motor es encontrar al culpable, ya que la película se encarga de que sospechemos de todos los personajes secundarios. Pero rápidamente todo se va convirtiendo al lado oscuro. Más oscuro y brumoso todavía. Ya no hay un solo malo. Todos y hasta ella misma tienen un secreto turbio que esconder. Cada personaje parece estar al límite de la perversión sexual. El espectador entonces debe decidir si se anima a exponerse. Con Elle se ingresa a un mundo donde podemos dejar de sentir empatía con el personaje principal aunque sea una víctima. Un mundo donde todos toman las peores decisiones y las menos esperadas. Un mundo donde todos tienen alguna insurrección sexual, entre morbosa e insólita. El miedo del espectador será entonces empezar a dudar si se trata de fantasías sexuales aceptables. Solo para valientes que se animen a pasar al lado oscuro para ver qué onda.
Deseo desatado y placeres sin culpas La película del holandés dispara dardos a la hipocresía, los medios y la religión, mientras prepara un cóctel explosivo. Con qué ductilidad filman los grandes maestros. Aparentan sencillez formal, se les nota sabiduría. Sucede con Sully, de Eastwood; con Silencio, de Scorsese; y con Elle, de Paul Verhoeven: tenía que (re)aparecer el holandés incombustible con sus 78 años para, entre otras cosas, dedicar una de las películas más burlonas a la prédica católica. Papa Francisco mediante. Pero esta es sólo una de las aristas del film, vinculada de manera esencial con la hipocresía, la psicopatía, el empresariado, los (des)afectos, el sexo, los hijo/as, los padres y las madres. La película de Verhoeven es impertinente, locuaz, divertida. No esconde prédicas ni se vanagloria de alguna mirada esclarecida, sino que dialoga con el costado social oscuro. Al hacerlo, toca a quien mira. Y lo logra, porque su puesta en escena no es de impostura. El cine de Verhoeven, se sabe, es perverso. Lograr esto es entender el medio, porque la perversión es inherente al cine, de manera tal que Verhoeven se inscribe en él a la par de otros maestros (perversos) como Hitchcock, Polanski, Buñuel, Cronenberg. En este sentido, no debiera ser curiosa la efigie de Robocop -uno de sus títulos célebres‑ vuelta stencil en murales, cuando se trata de ridiculizar la mano dura que propugnan cierta ciudadanía y ciertos funcionarios. De manera celebratoria, en Elle sucede la reunión que debía ser. Porque Verhoeven es a Isabelle Huppert, lo que ella a él. Bella y fría, capaz de atraer y repeler con la misma facilidad. No hay forma de imaginar Elle por fuera de Huppert. Por ejemplo: cuando suelta en la mesa del restaurante el comentario casual de "creer haber sido violada"; al pedir al empleado de su empresa que le muestre el pene, "de eso depende tu trabajo"; su excitación mientras espía la construcción de un pesebre en el jardín vecino. La Michèle de Huppert logra, a fuerza de desafueros calculadamente repartidos, desarticular el imaginario machista. Este accionar premeditado es el que ejecuta, paralelamente, el propio cineasta. A saber, la película inicia con la violación. El episodio será revisitado y vuelto a sufrir. O a gozar. Porque en determinado momento Michèle trastoca las piezas, logra volver del revés lo sucedido. "Así no es cómo funciona", se queja el partenaire. Y entonces Michèle elige seguir el juego, pero ya nada es lo que parecía. Por otra parte, en Elle hay un aire que remite, por momentos, a Bajos instintos. Pero en tanto eco estético del mismo cineasta, ya que Elle es una película más perturbadora, cínica, dedicada a retorcerse en todos sus personajes desde un intrincado juego de semejanzas. Entre ellos hay acción y reacción, con el acto de violación como resorte dramático. El ardid claro que funciona, el espectador no puede despegar de su retina lo visto, para luego ser disuelto en tantos pliegues como sean necesarios. Esa ramificación es el contexto social de Michèle, son sus amigos y parejas, su madre llena de bótox y su hijo algo tonto, desesperado por demostrar que puede ser un buen padre. Verhoeven logra situarse en un límite fronterizo, con una Huppert que es consciente de la incomodidad a la que se arroja: mundo que no le es ajeno, que ya visitara con otros realizadores como Claude Chabrol y Michael Haneke. Impiadosa pero no menos herida, Michèle arrastra consigo un trauma que es pasto dulce para el periodismo idiota. La televisión hace espectáculo con un recuerdo horrible, pero ella está más allá de tamaña puerilidad, si bien la sobrevive. Ahora es dueña de una compañía de videojuegos hiperrealistas, en donde pide a sus empleados sangre y aberraciones en cantidad. En otras palabras, Michèle no es ninguna heroína sufrida que predique redención, sino una contrincante de dientes afilados, que aprendió a manejar las mismas armas. El episodio que abre el film es drástico, pero no es el único que señale violencia. Por haber sido marcada de modo fatídico, con el pulgar de los santos medios televisivos, no tardarán en aparecer otros episodios protagonizados por gente anónima, que encuentra en ella un desahogo. Pero ella, cuidado, sabe dónde estar parada.
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Dos son las veces que la canción suena y en cada una de ellas algo sucede. Como la serpiente encantada que baila en trance por la música de su hipnotizador, el mantra en el que se transforma el Lust for life de Iggy Pop actúa como un catalizador para que todos los que la escuchen entren, simultáneamente, en ese estado mental que Michèle, su permanente dominatrix, maneja a la perfección. Se trata del arte de andar sin disfraz, con la careta caída o directamente destrozada, una conducta un tanto peligrosa de llevar entre personas demasiado habituadas a la cautela, a mostrar solo lo mínimo indispensable y a esconder bien los secretos bajo la alfombra. La primera vez en la que tal canción hace su aparición es en el contexto de una cena navideña que Michèle organiza en su casa, a la que todos los personajes de la película acuden. Bien vale la pena tomar asistencia a los invitados de la fiesta, simplemente para entender el grado de delirio de todo el asunto. Están su madre y su amante vividor por lo menos cuarenta años más jóven; su ex marido y su nueva novia, una joven profesora de yoga; su hijo y la novia de éste, recién convertidos en padres, por lo que también se suma a la cena su pequeño nieto, del cual Michèle sospecha que nada tiene que ver con su sangre. También asisten su mejor amiga y socia en la empresa de videojuegos que manejan y su marido, con quien Michele lleva años teniendo relaciones. Al círculo lo cierran los vecinos de Michèle, que viven justo enfrente de su casa, y por cuyo componente masculino ella ha desarrollado una pulsión voyeurista que dejará de ser puro deseo para transformarse en realidad (aunque sea una realidad buñueliana, siempre) cuando su pierna le toque el bulto por debajo de la mesa. Estos traerán a un integrante omnipresente a la reunión, la figura del Papa, cuyo discurso navideño se verá desde el televisor y oficiará de particular fondo para que la reunión, tensada ya hasta su límite, estalle en un costado cómico que se hará presente en varios momentos de la película. La segunda vez que la oímos es hacia el final del relato. Se trata de otro festejo: la celebración por la salida al mercado del nuevo videojuego en el que Michele y su equipo estuvieron trabajando. Cuando suena, Michèle baila. Verla bailar también es peligroso porque su seducción aquí es plena. Ya sabemos, porque fuimos testigos y casi cómplices de sus acciones, que no hay nada que pueda detenerla. Ella misma lo dirá en un momento de la película: “la vergüenza no es un sentimiento lo suficientemente poderoso como para detenerme”. Y si cuando minutos después de haber sido violada se pide sushi, no es para sorprenderse que después de confesarle a su amiga que se acuesta con su esposo se entregue enloquecidamente al baile. Para Michèle, la vida es una comedia de malentendidos en la que cada obstáculo que se le presenta le sirve como motor para alcanzar un grado más en su liberación total, tan solo meras excusas para lograr una catarsis que salpica a todos los que la rodean. Dos son también las veces en las que ese intruso entra en su casa y si en la primera puede realizar su cometido, en la segunda Michele le presentará batalla, volviendo difusos los límites entre la víctima y el victimario. Porque pronto sabremos que ella espera, ansiosa, el retorno de su violador, fantaseando incluso con el hecho repetidas veces. Armando así un perverso juego del gato y el ratón, Michele y su atacante entrarán en una relación que rápidamente establece sus propias reglas implícitas, siendo la más importante, acaso, la de nunca dejar en claro nada, sino más bien permitir y extender hasta lo impensado los márgenes en los que el placer se confunde con la violencia, el amor con el castigo y en el que nunca se sabe quién ataca a quien. Michèle es tan experta en el arte de jugar con el peligro que uno termina comprendiendo, a pesar de ese empleado ofuscado que todo el tiempo la enfrenta, por qué se dedica a la creación de videojuegos ultraviolentos. Quizás no le interese jugarlos en el plano de virtualidad porque prefiere el cuerpo a cuerpo real, donde las cosas de verdad duelen y sangran, sudan y escupen, donde la contienda tiene un peso específico que se siente a cada arrebato de violencia. Como la heroína de su juego, ella misma se declarará victoriosa en la batalla, de la que es capaz de tensar todo límite posible sabiendo que nunca debe caer en el error de considerarse víctima. Tal vez eso sea lo que más sorprenda a sus amigos cuando les confiesa que ha sido violada: que no llore, que no esté traumada, que no haga la denuncia. “Estoy bien”, les dice. Con eso les debería alcanzar para tranquilizarlos y seguir bebiendo mientras ella silenciosamente va armando la trama secreta del próximo nível que le tocará jugar. Oh… es el nombre original del libro en el que se basa la película de Verhoeven. A través de esa onomatopeya algo incierta, que no permite saber bien si se trata de una expresión de dolor o de placer, de incertidumbre o seguridad, o tal vez todo eso al mismo tiempo, queda bien marcado lo que será una de las claves del peculiar encanto que practica Verhoeven en Elle: la ambigüedad de su tono, que no pasa de la demencia a la cordura en cuestión de segundos porque ni siquiera se pregunta por un estado o el otro, ya que le queda mejor contenerlos a todos, hacer de los cuerpos el recipiente perfecto para unas mentes que buscan siempre la vía ideal hacia el camino de los placeres desconocidos. Casi como una respuesta a su última película del período norteamericano, Hollow Man (2000), donde los cuerpos se vacíaban de su materialidad y descubrían los placeres provenientes de la invisibilidad, en Elle los personajes solo accionan persiguiendo las pulsiones que la carne, explícita hasta lo visceral, les reclama y que explotan en simultáneas expresiones de violencia y deleite. No hay un solo plano en toda la película en el que Isabelle Huppert no logre expresar en sus gestos, en un trabajo tan sutil como abrumador, la gran cantidad de pensamientos que le recorren por la mente cada vez que se encuentra con aquellas personas que forman su pequeño mundo de atrocidades diarias, ya sea al lidiar con los empleados de su empresa, al visitar a su madre o encontrarse con los anónimos transeúntes que le arrojan basura castigandola por los traumas del pasado con los que ella ya bien supo lidiar y que no termina de comprender por qué el resto del mundo no se hace lo mismo. Hasta su gato, único testigo de la violación con la que irrumpe el relato, exhibe en su condición de felino un gesto de particular hastío por lo que ve, desinteresado acaso por las aventuras de su dueña, pero bien dispuesto a cazar a un despistado pájaro que choca contra la ventana, lo que demuestra que ese mito de que toda mascota se parece a su dueño bien se aplica en esta fantasía que Verhoeven filma con una curiosidad tan grande por sus personajes que jamás se vuelve recriminadora, sino que siempre buscar explorar, acompañándolos, todas las aristas de sus libertades. Aún revelando las miserias de todos aquellos que la rodean con una naturalidad que espanta, resulta claro que la búsqueda final de Michele y el resto de su círculo familiar responde únicamente a un claro imperativo: el amor ante cualquier cosa. Extraño parece llegar a esa conclusión luego de ver el camino que todos ellos realizan pero para Verhoeven este es el final que todos ellos se merecen, sin concesiones. Lo merece la vecina de Michele, quien al enterarse de las obsesiones de su esposo le agradece a Michele por “haberlo liberado”. Lo merece su mejor amiga, quien la perdona por destruir su matrimonio y termina más cerca a ella que nunca. Y por supuesto lo merece la propia Michele, quien termina, una vez más, venciendo a cualquier trauma y saliendo con extraña cordura y dignidad de entre los muertos.
Una de las películas extranjeras que sonaba fuerte para los Oscar era “Elle”, este film francés dirigido por Paul Verhoeven y protagonizado por Isabelle Huppert. En Estados Unidos, particularmente, ganó dos Golden Globes, uno por la cinta y otro por la actriz protagonista. Es por eso que causó sorpresa cuando la Academia no seleccionó a la película (aunque sí a Huppert). “Elle” es un thriller psicológico que narra la vida de Michèle luego de que alguien entrara a su casa y la violara. Es así como esta millonaria dedicada al negocio de los videojuegos deberá retomar su rutina, mientras tendrá que lidiar con ese recuerdo que la atormenta. Al no reportar lo sucedido a la policía, Michèle tomará la tarea personal de encontrar a su atacante. Sin embargo, el film busca no solamente abordar la resolución del conflicto principal, sino también adentrarnos en la vida personal de la protagonista: su relación familiar (con sus padres, con su hijo), su relación con los hombres, y con sus compañeros de trabajo. Incluso podríamos decir que la película se esfuerza más por tratar de determinar la compleja psicología del personaje principal, que en tratar de averiguar la identidad del atacante. Michèle, encarnada a la perfección por Isabelle Huppert, es una mujer fuerte, fría, con cierto cinismo y perversión, pero que no deja de tener un costado más frágil. Huppert tuvo que desarrollar sobre todo la psicología de este personaje para realizar su labor, la cual terminamos de comprender a partir de su pasado oscuro. “Elle” maneja muy bien el presente y el pasado, a través de unos flashbacks muy bien intercalados, que muchas veces nos sorprenden al determinar que estamos en una línea temporal distinta. El film funciona en todo momento con un clima de tensión y sorpresa, aunque el humor (sobre todo el humor negro y ácido) no deja de estar presente para aliviar un poco al espectador. Es una película con mucha presencia de violencia y sexo, la cual aborda justamente la relación entre ambas temáticas. Pero a diferencia de otras películas, Verhoeven realiza una película morbosamente intrigante, la cual genera un cierto magnetismo visual con la audiencia. En síntesis, “Elle” es una película perturbadora, perversa y provocadora que, con la sólida actuación de Isabelle Huppert, busca abordar más la psicología de un personaje complejo, debido a su pasado y presente, que el conflicto en sí. Puntaje: 4/5
Lúdica y lúcida, la última película de Verhoeven no es otra cosa que una incómoda y libre inquisición sobre el deseo y la perversión La indeterminación de un plano; nada más sabio para empezar con un film incómodo por los placeres y sorpresas que prodiga a partir de su núcleo simbólico: la perversión. En el inicio es el sonido el que comanda, frente a un plano enteramente negro que permite imaginar un erotismo intenso y satisfactorio. Los jadeos y suspiros instan a creerlo. Inmediatamente después, dos planos de un gato que observa a la imaginada pareja demuestran el supremo desinterés del animal por las piruetas de los amantes y el contexto en el que están. La posterior aparición del contracampo con los protagonistas complejizará todavía más lo no visto y oído hasta ahí. El sonido y la imagen son entidades autónomas; la sucesión de un sonido y una imagen puede desmentir o reforzar lo que se imagina sin la amalgama de ambos. Este puntapié es ostensiblemente brillante, el film en sí también.
Resulta imposible no considerar a Elle como una de las joyas cinematográficas del 2016. Con una estética hermosa y elegante, una atrapante historia y sobrias actuaciones, el film, dirigido por el holandés Paul Verhoeven, quien volvió al ruedo luego de estar alejado de las cámaras por casi diez años, es una película -fiel al estilo del realizador- que sacude, provoca e inquieta al espectador desde el minuto uno. Si bien trata diferentes temáticas “políticamente incorrectas” como la violación, filias sexuales y deseos reprimidos, Elle es un thriller psicológico oscuro perturbador y sofisticado que no provoca por todas esas cosas, sino que lo hace porque muestra cómo una mujer independiente y de carácter enfrenta diferentes situaciones dolorosas de un modo inusual. Basada en la novela “Oh…”, del escritor francés Philippe Djian, Elle cuenta la historia de Michèle LeBlanc (Isabelle Huppert), una mujer fuerte y segura de sí misma que un día es atacada en su casa por un desconocido que la somete sexualmente. Sin recurrir a la policía -por la que siente una especie de rencor por un hecho traumático de su infancia- Michèle decide buscar a su atacante por su cuenta. A partir de allí comienza un juego extraño y macabro entre ella y su agresor. Todo el trágico y revuelto entramado de la película no sería posible sin el sobresaliente papel de la francesa Isabelle Huppert. La actriz construye magistralmente la psiquis de un mujer fría, calculadora y dominante que manipula y maltrata a muchos de sus seres cercanos- ex marido, hijo, madre, amante- pero que la vez se muestra en algunas situaciones como una persona sumisa y vulnerable. Su trabajo genera una mezcla de emociones. Verhoeven aseguró, luego de que le rechazaran el proyecto de la adaptación en Estados Unidos, que, tal vez, Francia sea el único país en el que se puede ser viejo y respetado. A sus 78 años el director demostró con Elle que no perdió las mañanas y que está más vigente que nunca. Luego de la excelente recepción que tuvo la película entre los cinéfilos, una buena lección para Hollywood sería que la experiencia y la sabiduría son cosas que hay que respetar. Porque viejos son los trapos.
La otra mujer El casi octogenario director holandés Paul Verhoven, quien se hiciera conocido por el gran público allá en 1983 con “El cuarto hombre” y luego desarrollara una exitosa carrera en Hollywood, con títulos como “RoboCop” (1987) y “Bajos instintos” (1992), retorna a sus inicios con un filme intimista y simultáneamente intimidante. Para ello cuenta en su plataforma principal de despegue a la gran Isabelle Huppert componiendo otra vez un personaje complejo como si no estuviese actuando, siempre es ella, diferentes roles dentro de un mismo personaje. Todos creíbles, desconcertantes. La narración abre con un plano cerrado de los ojos de un gato, quien es el único testigo de la violación de una mujer por parte de un encapuchado. Acto seguido Michelle Leblanc se levanta, ordena y asea la habitación donde se produjo el acto, se limpia la sangre que le corre por las piernas, y se dispone a cenar. En una reunión posterior con su grupo selecto de amigos anunciará que “cree” haber sido violada en su domicilio, mujer de apariencia débil. La otra mujer, dentro del mismo cuerpo es una exitosa directora de una empresa que se dedica a la producción de videojuegos, los juegos violentos en la pantalla que no terminan de seducirla, ella misma se presenta como poderosa, manipuladora, intransigente, perversa, cuando no con un poco de sadismo para con sus empleados. Ambas mujeres se deben enfrentar al mundo misógino de los hombres, pero también establecer el lugar de la otra mujer, en otro cuerpo, su amiga y socia en la empresa con la que comparte y disputa el liderazgo, y otras pretensiones Su madre con la que también compite a partir de un pasado siniestro en común, ambas sobrevivientes del padre de una, el marido de la otra, una madre que lucha para que el futuro no se haga presente, el tiempo no transcurra. Lo mismo ocurre en la posición que se coloca en medio de su nuera, a la que no soporta, y el hijo al que menoscaba permanentemente. De condición constante el filme filtrea, a partir de la intransitividad del verbo, en una especie de juego en el cual nada es lo que parece, o sí, pero en ordenes inversos a lo expuesto, llevando al espectador a aplanes impensados de extorsión moral, con un recorrido desde el texto haciendo alarde de la incorrección política y plagado de humor, cuanto más cáustico e irritante mejor. No hay sólo carnalidad sino también sometimiento, juego simbólico, violencia implícita, voyeurismo, todo en un mismo personaje. La estructura narrativa podría pensarse como netamente clásica, su recurrencia a la utilización de analepsis, sirven para justificar primariamente la construcción del personaje que al propio relato. El director juega a interrogarse/interrogarnos ¿quién es ella?, ¿cuándo es quien es?, ¿donde? La otra mujer siempre presente en todos los ámbitos, hasta la reverencia que merece en el mundo actual, esa instancia sagrada que es el cuerpo, propio o el de la vecina que pugna por santificarlo cristiana, religiosa y fanáticamente. El joven Paul Verhoeven trabaja en los limites, no deja nada al azar, desde un primer instante hay una permanente tirantez entre los personajes, siempre hay un doblez, un otro en conflicto, interno o externo, llevados adelante por Michelle, en forma de conflicto de intereses, competencia, abuso de poder, seducción.