Escribiendo de amor es un film imperdible si buscás pasar un rato distendido y más que agradable en el cine, sobre todo si tenés de treinta para arriba. El elenco que acompaña al protagonista es de primera línea, lo cual le suma varios puntos a esta historia gracias al carisma y profesionalismo de estos...
Sí “Escribiendo de Amor” (The Rewrite, 2014) tuviera un tratamiento diferente, y estuviera estelarizada por Jack Black, sería un golazo muy al estilo de “Escuela de Rock” (The School of Rock, Richard Linklater, 2003), pero no, Marc Lawrence y Hugh Grant son reincidentes que insisten en la comedia romántica con el típico protagonista en busca de segundas oportunidades. Ojo, esto no es nada malo, pero al simpático actor inglés no le calza el estereotípico machista mala onda que descubre todo lo que necesita para ser feliz en la sonrisa de una madre soltera ultra positiva que festeja cada pequeño logro que le da la vida. Lawrence y Grant vienen colaborando desde hace rato, por eso a nadie debe llamarle la atención que está película se parezca a “Letra y Música” (Music and Lyrics, 2007), por ejemplo. En esta oportunidad Hugh es Keith Michaels, un guionista inglés que hizo rancho en Hollywood y sólo vive de sus viejas glorias sin poder colocar ninguna de sus historias recientes. Michaels ganó un Oscar haca casi 20 años y nunca más logró un éxito en su carrera, pero también se resiste a la secuela. A pesar de todo, aún conserva el prestigio de su buen nombre y el único trabajo que le ofrecen es dar cátedra de escritura en la Universidad de Binghamton, un pueblucho de Nueva York. Hacia allí se dirige con la única intensión de poder pagar las cuentas, pero canchero como es, desprecia la noble profesión de la docencia la cual ve como un medio de conocer chicas lindas y jóvenes para poder llevar a la cama y algún que otro nerd, con mejores ideas que él, que pueda ayudarlo a volver al ruedo y a la meca. Divorciado y con un hijo al que no ve desde hace años, la actitud negativa de Keith empieza a cambiar cuando conoce a Holly (Marisa Tomei), madre de dos pequeñitas que tiene varios empleos y, en el tiempo que le sobra (¿?), toma diferentes clases, incluyendo la de Michaels. Desde ahí todo es predecible dentro del universo romántico-cómico que nos suele presentar Hollywood, pero los personajes periféricos molestan más de lo que aportan. Por ejemplo, Michaels no logra vender sus historias porque los productores andan en busca de relatos copados con mujeres patea traseros de protagonistas, pero en “Escribiendo de Amor” las mujeres sólo entran en tres categorías: las jovencitas lindas, huecas y estereotipadas que el muchacho tiene como alumnas a las que no les importa acostarse con el profesor a los dos segundos de conocerlo; las maduritas, inteligentes y aburridísimas como Mary Weldon (Allison Janney), profesora excelsa y experta en Jane Austen que aborrece las películas y parece no haber visto ninguna en su vida; y la de espíritu libre que todo lo puede encarnada por Tomei. Esto no es serio muchachos, y si bien Hugh Grant se burla de sí mismo y de su estrellato perdido, su personaje se pasa toda una tarde eligiendo cuidadosamente a las alumnas que quiere “ver” en su clase y, por las dudas, suma a dos nerds hecho y derechos que lo implican ninguna amenaza ni competencia: un fanático enfermizo de “Star Wars” y el único cerebrito que logra vender su guión en un clase con nueve mujeres. Sí, el mensaje es contradictorio y un poquitín ofensivo, incluso, acá el único “macho” vendría a ser el doctor Lerner (J. K. Simmons), director, ex milico, pero amante esposo y padre de cuatro mujeres que lo convirtieron en un pollerudo. Así, “Escribiendo de Amor” se pierde entre una crítica mal echa y una comedia fallida que reboza de lugares comunes y chistes que no provocan gracia, sólo aquellos que se meten con el metalenguaje. Que alguien rescate al bueno de Hugh y le consiga, aunque sea, una secuela de “Notting Hill” (1999) o algo por el estilo.
A la búsqueda del éxito Escribiendo de amor marca la vuelta de una de las duplas actor-director de comedias románticas que marcaron los últimos 20 años. Mientras que Hugh Grant tiene en su haber variadas producciones con distintos directores, Marc Lawrence es todo lo opuesto contando hasta el momento con solo cuatro largometrajes, incluyendo este nuevo film, y con la curiosa salvedad de que en todas y cada una de sus producciones el protagonista es el mismísimo Hugh Grant, como en la recordada Music and Lyrics junto a Drew Barrymore, convirtiéndose así en lo que parece ser una especie de musa inspiradora para el director. Esta conexión entre actor y director se ve perfectamente reflejada en este nuevo film, ya que Grant se muestra con soltura y regala una muy buena interpretación, aunque nada fuera de lo que nos tiene acostumbrados y con ciertos clichés característicos de sus interpretaciones. De todas maneras el personaje parece muy bien adaptado a su personalidad y da cuentas claras de lo influyente que es Grant para las producciones de Lawrence. La película no da grandes sorpresas con sus interpretaciones con el resto del elenco, aunque sí cabe destacar el papel de Allison Janney (American Beauty, Juno) que da una muestra de carácter y solidez más que interesante para el papel secundario que interpreta. Si bien Escribiendo de amor peca de ciertos facilismos en su guion, genera una agradable sensación de entretenimiento y más aún si el espectador ha experimentado en la escritura de guiones o novelas, ya que en ello se centra la trama de la película, y con esto nos termina otorgando sonrisas y carcajadas varias que son más que bienvenidas. Sin dudas una muy buena opción para los amantes de las comedias románticas o comedias ligeras, y sobre todo una opción muy aceptable para ver en pareja.
Un escritor y guionista de Hollywood, famoso por haber ganado un Oscar al Mejor Guión por su película Paraíso Fuera de Lugar, atraviesa un momento pésimo en su carrera, y no consigue que ningún estudio se interese en producir algunos de sus escritos. Es entonces cuando su representante le recomienda trasladarse a Binghamton, una pequeña ciudad estadounidense con el fin de enseñar en la universidad de esa comunidad, tener un sueldo estable y poder escribir la secuela de Paraíso Fuera de Lugar, aquel primer y único éxito en su carrera. El momento en que todo comienza de vuelta Hace rato que Hugh Grant no aparecía por la pantalla grande, después de Cloud Atlas: La Red Invisible no supimos nada más del actor. Ahora lo tenemos de vuelta en Escribiendo de Amor, una cinta de corte comedia romántica, un género que le sienta bastante bien al interprete. Aunque en realidad la película no es muy graciosa ni muy romántica que digamos, si tiene chistes sutiles, y algunas escenitas amorosas, que no tiran para ningún lado y quedan en el limbo. La mayoría de los chistes de la cinta son autorreferenciales, haciendo alusión a las distintas celebridades de Hollywood. Y es que el protagonista, al ser también una estrella en el ámbito de la cinematografía (aunque con su carrera estancada), no podía no hablar de las estrellas de la meca del cine durante sus charlas. Pequeña mención para la música, que acompaña de buena manera las distintas locaciones de la pequeña y linda ciudad de Binghamton, el lugar donde transcurre toda la historia, y donde casualmente nació Rod Serling, el creador de La Dimensión Desconocida, y obviamente también hay referencia a este hecho en la cinta. Habíamos dicho que Escribiendo de Amor es en los papeles una comedia romántica, pero que no llega ni a lo uno ni a lo otro. Ese es el principal problema con este proyecto, no se la juega y si bien entretiene, es una película tibia, que no provoca ninguna otra reacción más que alguna que otra risa. Si bien el papel principal le queda cómodo a Grant, el resto del elenco participa muy bien, una hermosa y carismática Marisa Tomei, Chris Elliot en el papel de bonachón muy recurrente en su carrera, y un J.K. Simmons que la descose en las pocas participaciones que tiene. Quizás las escenas más graciosas sean con el oscarizado Simmons, una lástima que no podemos disfrutar demasiado de su personaje en la pantalla, al ser muy limitadas sus participaciones. Conclusión A pesar de intentar ser una comedia romántica, Escribiendo de Amor no es ni cómica, ni romántica. Es una película correcta con pequeños toques de humor, una muy linda banda sonora y un Hugh Grant cómodo en su papel, acompañado muy bien por el resto del reparto. No destaca en nada, exceptuando los pequeños momentos en los que aparece J.K. Simmons. La idea del personaje que intenta reinventar su vida y sus relaciones familiares ya ha sido explotada mil veces. Pero a favor de la cinta debemos decir que cumple el objetivo primordial de todas las película de esta clase: entretener. Recomendada solo si tienen ganas de ir al cine y no hay otra cosa.
Tribulaciones de un guionista Cuatro películas tiene como director el prolífico guionista Marc Lawrence y todas fueron protagonizadas por Hugh Grant. Tras Amor a segunda vista, Letra y música e ¿Y... dónde están los Morgan?, llega Escribiendo de amor, una comedia romántica, amable y efímera, que va de mayor a menor y deja cierta sensación de decepción, aunque jamás llega al extremo de irritar. Grant -ya con 54 años y cada vez más parecido a Robert Redford- es Keith Michaels, un guionista en plena crisis afectiva (divorciado), profesional (ganó el premio Oscar en 1999 por un film llamado Paradise Misplaced, pero desde entonces no ha escrito otro éxito) y económica. Las penurias financieras obligan a este cínico, arrogante, mujeriego y algo desubicado intelectual a aceptar a regañadientes un cargo de profesor de la cátedra de escritura de guiones en una universidad ubicada en Binghamton, una pequeña ciudad del norte del estado de Nueva York. Lo que en principio es resistencia, aires de superioridad y desidia en Keith se irá convirtiendo con el transcurso del relato en sentimientos bastante más nobles y sensibles. Allí están una rígida profesora con ascendencia en ese ámbito académico (Allison Janney), que no tardará en ponerlo en caja, y sobre todo Holly (Marisa Tomei), una madre soltera que sostiene dos trabajos para tratar de conseguir su título universitario. Película sobre segundas oportunidades algo obvia y previsible, Escribiendo de amor se sostiene gracias a unas simpáticas observaciones durante la primera mitad y al carisma (aunque también con un poco de piloto automático) de Grant, mientras que los personajes secundarios (además de Janney y Tomei aparecen desde J. K. Simmons hasta Chris Elliott) no están del todo aprovechados. Pudo ser mucho mejor, está claro, pero tampoco está mal.
El incorregible Pocas cosas son tan adorables como la disfuncional, torpe y balbuciente declaración de amor de Charles en Cuatro bodas y un funeral (Four Weddings and a Funeral, 1994). 20 años y una docena de películas después, sin embargo, este clásico personaje ya no resiste el paso del tiempo, y es un problema que Escribiendo de Amor (The Rewrite, 2014) deposite todo su valor en los hombros de Hugh Grant. Con la mesa llena de facturas por pagar, y sin un guión vendido, Keith Michaels (Hugh Grant) está exhausto. Va de reunión en reunión, de proyecto a proyecto, atrapado en aquellas gloriosas épocas donde fue laureado con un Golden Globe por su film "Paradise Misplaced", sin entender que esa estatuilla de oro es también su talón de Aquiles. Todo el mundo lo ama por lo que fue, pero nadie lo quiere por lo que es. Resignado, Keith toma un trabajo que le ofrece su representante (Caroline Aaron), el cual involucra mudarse a Binghamton, NY, a impartir un taller de escritura creativa en una pequeña universidad. Keith, un descreído de la enseñanza, se reubica y comienza a tomar una serie de decisiones poco inteligentes: no lee los ensayos de admisión sino que elige mujeres convencionalmente atractivas y un par de chicos nerds, se despacha con un discurso anti-feminista ante todos sus colegas y para colmo se acuesta con una estudiante a la que le dobla la edad y que terminará siendo alumna suya. El resto de la historial para Keith será, previsiblemente, la de su redención, de la cual formará una gran parte Holly (Marisa Tomei), una mamá soltera que terminará siendo la última integrante del taller y un foco de esperanza para este escritor estancado. Marcando su cuarta colaboración con Grant, Marc Lawrence se apuesta toda su película en los encantos del actor, y su provechosa química con Tomei. En este punto no está del todo equivocado: después de todo, las interacciones entre los dos salvan hasta los diálogos más duritos, pero esto solo no basta. De hecho, es un recurso el cual Lawrence ya ha aprovechado en varias ocasiones, por ejemplo al juntar al galán inglés con Drew Barrymore en Letra y Música (Music and Lyrics, 2007) y con Sandra Bullock en Amor a Segunda Vista (Two Weeks Notice, 2002). El problema es que en Escribiendo de Amor, la fórmula del galán romántico queda chica. La responsabilidad no es tanto del papel clásico de Grant sino de la construcción del guión. Uno podría pensar (acertadamente) que los defectos de Charles, William (Un lugar llamado Notting Hill) y hasta los de Alex Fletcher (Letra y Música) eran perdonables y hasta enternecedores porque eran todos semi-adultos, aun desarrollándose en su madurez emocional, sin familia, aprendiendo de sus errores y a sentar cabeza. En cambio, el personaje que Lawrence construye aquí no es el del simpático picarón sino un no tan simpático adulto aniñado, misógino y sin moral, de cuyo “ingenioso” humor inglés nos tenemos que reír, y a quien tenemos que absolver de toda maldad porque – insertando escenas maniqueístas – descubrimos que en realidad es sólo un pobre hombre al que la vida le jugó una mala pasada. Y, a decir verdad, que la gran tragedia personal de Keith Michaels sea haberse divorciado y distanciado de su familia, no justifica ni un diez por ciento de las actitudes reprochables del personaje. Sería una apuesta mucho más fuerte e interesante si el director se hiciese cargo de los defectos de Keith en vez de querer justificarlos y generar simpatía, forzando un arco de personaje sin motivaciones interiores. Revelar poco y nada sobre cómo era la vida de Keith antes de hacer el viaje, y por qué toca fondo específicamente tampoco ayuda a la falta de riqueza dramática. De igual manera que a Grant, el film desaprovecha talentos como el de Alison Janney y J.K. Simmons, limitándolos a estereotipos chatos que son imposibles de ahondar. Como lo indica su traducción literal del inglés, a Escribiendo de Amor le hace falta una reescritura más. Tiene elementos y actores potables, y el registro tonal del film funciona mucho mejor cuando se burla de sí misma y sus clichés. Ojalá que Lawrence, al igual que Keith, encuentre su centro nuevamente.
Esa cosita loca llamada Hugh Grant Con un papel hecho a su medida, el actor británico, en la piel de Keith Michaels, un guionista de Hollywood en plena decadencia, se ve obligado a apartarse de las luces de Los Ángeles para oficiar de profesor en una universidad de un pueblito en las afueras de Nueva York. Dando lugar a los chispazos clásicos entre bichos de ciudad glamouroso, quien no tiene interés por adaptarse al pueblo, con la gente local, quienes escena tras escena se le va colando entre sus huesos. Como la sinopsis deja entrever, el film se encuentra en lugares comunes y clichés en cada secuencia, manteniendo la ecuación clásica del pasado exitoso, luego su declive para tocar fondo y hacia el final repuntar: conocer un nuevo amor y el reconciliamiento con su, hasta el momento, devastada vida. Pero la belleza de esta nueva entrega no pasa por cuan ingeniosas son sus vueltas de tuerca, sino por la sencillez. Tanto Grant como sus interés amoroso, Marisa Tomei (Lo que ellas quieren -2000- y Locos de ira -2003-, entre tantas), logran esa agradable simpleza pueblerina durante todo el transcurso y al final de cuentas termina rindiendo frutos. Así como son destacables los papeles de la pareja central en la película, también funciona a la perfección cada clásico e incómodo gag de Chris Elliot (Loco por Mary -1998-), quien interpreta a un colega de Grant en la universidad. Sin embargo, la gran desilusión llega de la mano del actor de reparto del que tal vez más esperábamos, J. K. Simmons, el cínico profesor de Wiplash (2014), donde la producción no aprovecha en absoluto al calvo enojón y deja al espectador con sabor a poco en esta arista.
La película sigue siendo la misma Creo que vamos a coincidir en que hay dos modelos de Hugh Grant: uno de ellos es el actor dramático serio a las órdenes de directores de prestigio como James Ivory (Maurice y Lo que queda del día), Roman Polanski (Perversa luna de hiel), Ang Lee (Sensatez y sentimientos) o Ken Russell (El ritual de la serpiente) e inclusive los más modernos hermanos Wachowski que le dieron un excelente rol en Cloud Atlas (irreconocible por el maquillaje pero con todo una gran actuación). En estas películas Grant no siempre es el protagonista pero logra sobresalir por méritos propios ya que para mi gusto es un buen actor. Ahora bien, lo que le rinde sus mejores dividendos al inglés es el modelo de antihéroe un tanto torpe que suele repetir con notable suceso en una serie de comedias que han hecho historia. Con estas producciones hay que separar la paja del trigo: los hechos fácticos indican que el saldo artístico difiere cuando la comedia viene firmada por su brillante compatriota Richard Curtis que por el menos ingenioso estadounidense Marc Lawrence. Grant ha formado equipo con ambos pero las diferencias surgen naturalmente si comparamos los títulos que hizo con Curtis como Cuatro bodas y un funeral, Un lugar llamado Notting Hill o Realmente amor, con los de Lawrence que incluyen Amor a segunda vista, Letra y música, ¿Dónde están los Morgan? (el punto más bajo hasta ahora) y el filme que motiva esta nota, Escribiendo de amor (The Rewrite, 2014), que tampoco está a la altura de sus antecedentes más valiosos. A Marc Lawrence por lo general suele faltarle ese plus de talento que sí exhibe en su trabajo Richard Curtis con regularidad. Y para colmo en su faceta de director tampoco descuella, se limita a ilustrar prolijamente en imágenes un guión con personajes unidimensionales que hundirían cualquier obra de no contar con actores tan buenos. Evidentemente, más allá del éxito esporádico de alguna de estas comedias, actor y director han pegado onda para seguir reeditando el tándem a más de una década de su primera colaboración. Pero hasta acá llegamos. La fórmula hace rato que exhibe señales de agotamiento. Con Escribiendo de amor, Hugh debería dar por concluida su sociedad con Lawrence y dejar de invertir su buen nombre en proyectos de una intrascendencia absoluta. Hugh Grant puede brindar diferentes matices a sus personajes y en el fondo mantenerse fiel a sí mismo. Si a la gente le encanta verlo tartamudear y demostrar torpeza con las mujeres, ¿qué hay de malo en ello? Pese a que el molde es similar, en cada interpretación Grant se las rebusca para dotar a sus criaturas de alguna característica nueva. En Escribiendo de amor el detalle novedoso sería la soberbia de ese guionista en decadencia que tras ganar un premio Oscar a fines de los noventa se encuentra en una encrucijada de su carrera profesional ya que está sin trabajo y las deudas se acumulan. Divorciado y con un hijo al que no ve nunca, Keith Michaels es como una versión aún más cínica del cantante y compositor de Letra y música (2007). Los dos tuvieron un pasado artístico esplendoroso y en el presente deben luchar contra el paso del tiempo que no fue benigno. La industria que en su época de gloria los elevó a la categoría de semidioses ahora los ha olvidado y deben acudir a medidas extremas para subsistir. En Letra y música, que sin ser una gran comedia romántica es la más simpática de las cuatro colaboraciones con Lawrence, la oportunidad venía de la mano de la chica que le limpiaba el departamento que resultaba ser un diamante en bruto como letrista de canciones; en Escribiendo de amor, a Michaels no le queda más remedio que aceptar la oferta que le acerca su representante de sumarse a la Universidad de Binghamton en Nueva York –lejísimo de su Hollywood querido- para dictar una clase de escritura de guiones. Michaels no se ve ni por un segundo como profesor e incluso descree que el oficio se pueda enseñar pero como quedó dicho no le queda otra. Es eso o la nada misma. Para que la experiencia le resulte más agradable Michaels escoge a sus alumnos de acuerdo a su atributos físicos: su clase, como bien dice por ahí una docente estrictísima a cargo de Allison Janney, parece un concurso de modelos. Los dos o tres varones son nerds que no representan ningún riesgo para el macho alfa de Michaels. Entre la mayoría de chicas hay una que no da exactamente con el perfil del profesor: se trata de una madre soltera con una edad más próxima a la suya que al resto de los chicos. En la piel de la siempre digna Marisa Tomei, Holly Carpenter representa el nunca bien ponderado interés romántico sin el cual estas comedias parecieran no poder encontrar un rumbo (comercial al menos). Por su influencia el insensible y mujeriego autor sufrirá una paulatina transformación que le hará ver con nuevos ojos su flamante actividad académica y también encontrará el amor cuando en su camino sólo se acumulaban relaciones carnales sin compromiso alguno. De acuerdo a la brújula moral de estos guiones, es lo que se necesita para lograr la felicidad. Un mensaje con el que Lawrence martilla y machaca al espectador. Hay que reconciliarse con la prole, hacer buenas migas con los colegas y ayudar a los alumnos a abrirse paso en el competitivo mundo del cine. Lawrence cierra todo, pero con una holgazanería creativa alarmante. Todo es previsible, rutinario y ni siquiera se le rescatan algunos comentarios filosos sobre el ambiente hollywoodense. Con estos elementos y con Grant haciendo lo suyo sin despeinarse, Escribiendo de amor se sigue con relativo interés. Lawrence desaprovecha a un muy buen intérprete como J.K. Simmons (Oscar 2015 al mejor actor de reparto por Whiplash, música y obsesión) pero le extrae toda su desfachatez a la joven Bella Heathcote como una alumna avispada que no teme en compartir el lecho con su profesor, y sobre todo a la notable Allison Janney que es una sólida antagonista para el fresco de Michaels. No hay gags divertidos como en las anteriores comedias del dúo y tampoco diálogos de gran nivel. Sólo sobrevive el viejo carisma del ya cincuentón protagonista de Un gran chico que por ahora es suficiente para mantenerse a flote y salvar del desastre a esta producción de Castle Rock que llegó a los cines de milagro.
A veces pienso que en el mundo de las comedias románticas ya está todo dicho y no se puede innovar en nada. Por suerte de vez en cuando un estreno me demuestra lo contrario, no pasa seguido pero una o dos veces por año llega a la cartelera (o streaming) un ejemplo de este género que vale la pena y sale de la media. ¿Es el caso de Escribiendo de amor? No necesariamente pero por suerte tampoco nos encontramos con la mediocridad que suele abundar en estas propuestas. Hay clichés y muchos lugares comunes pero también un par de vueltas interesantes. El ángulo del guionista cinematográfico (que tampoco es una novedad) está bien tratado y le da un plus cinéfilo. Sin dudas lo mejor es Hugh Grant. En un papel que ni de casualidad quedará en el recuerdo como uno de los mejores de su carrera pero cuya presencia alcanza y sobra para legitimar a este guionista que supo ganar un Oscar y que ahora se encuentra enseñando en una universidad. Algunos diálogos están muy bien y el reparto suma mucho. No por Marisa Tomei, que no está mal, sino por los alumnos. Cada uno con su toque. J. K. Simmons y Chris Elliott tienen excelentes momentos cómicos que complementan muy bien con el humor de Grant. El director y guionista Marc Lawrence, quien ya había trabajado con el actor principal en Letra y música (2007) y Y… dónde están los Morgan? (2010), vuelve con una correcta puesta en escena que no ofrece mucha discusión ni reparos. Escribiendo de amor es una linda comedia romántica para pasar un buen rato en pareja pero que no perdurará en el tiempo una vez que termine su visionado.
Hugh Grant, Marisa Tomei, Chris Elliott, J.K. Simmos y Allison Janney forman parte de “Escribiendo de amor” (“The Rewrite”) la nueva película del director y guionista Marc Lawrence (“Music and Lyrics”- “Two Weeks Notice”), que se mete otra vez en una mezcla de road movie con comedia romántica, que se mete otra vez a dirigir Hugh Grant y en líneas generales está muy bien. Hugh Grant le da vida a Keith Michaels, un guionista que tuvo su momento de gloria, recompensado con un Globo de Oro, esposa e hijo. Todo se perdió, su familia ya no está con él, su película pasó y no logra conseguir ningún trabajo en la industria que tanto le dio. Por suerte, su agente tiene un trabajo para él, pero para esto debe alejarse Hollywood para ir a dar clases de guión a Binghamto, una ciudad oscura, en la que siempre está nublado, en el norte de Nueva York, nuestro protagonista no puede decir que no, así que acepta el trabajo. En esa ciudad deberá darse cuenta qué es lo que quiere de su vida, deberá decidir entre seguir siendo ese hombre soltero, mujeriego y borracho que vino de Hollywood o madurar en Binghamton. Además conoce a la bella y optimista Holly (Marisa Tomei) una madre soltera que tiene dos trabajos para poder mantener a su familia y al mismo tiempo estudiar en la universidad. Holly es totalmente lo opuesto a Keith y es uno de las principales atracciones para él. Nuestro protagonista se encontrará con un grupo de universitarios que quieren escribir, que tienen muchos sueños y él deberá instruirlos. La película está bien, Marc Lawrence toma buenas decisiones, como usar la voz en off en un momento, o en vez de usar un falsh-back para contar cómo llegó a ser el hombre que era decide mostrar un video de Youtube de cuando recibe su premio y deja todo bien claro. También acierta a la hora de elegir el tono en el que se va contar la historia, con actores grosos, que pueden hacer reír, pero siempre tratando de contar algo serio lo más real posible. No es una película que aburra, está bien contada, en un género en el cual es difícil encontrar alguna historia interesante que no se vuelva un enorme cliché. Pero creo que la clave de “Escribiendo de amor” es el tono que elige: Serio, gracioso y real.
En busca de una nueva oportunidad Un guionista que conoció el éxito quince años atrás acepta un trabajo como profesor de escritura mientras intenta encontrar un nuevo rumbo en su vida. Tanta cátedra sobre los recursos del guión, acá no dieron muchos resultados. Del mismo director de Letra y música y ¿Y dónde están los Morgan?, Marc Lawrence, llega otra comedia romántica protagonizada por Hugh Grant, rostro emblemático del género, en esta historia que bucea en la vida de Keith Michaels, un guionista que llegó a ganar un Oscar quince años atrás, y ahora, al borde de los cincuenta, está separado y todavía es recordado por ese éxito. Incapaz de que sus ideas resulten tentadoras para la industria del cine, acepta un trabajo como profesor de escritura en una población alejada de Los Angeles. Allí conoce a Holly -Marisa Tomei, ¡grandecita para este tipo de papeles!-, una madre soltera que lucha con dos trabajos para poder obtener el título universitario. A pesar de que Holly tiene un novio nuevo y de que Keith no es capaz de mantener su romance en secreto, los dos se sienten identificados por su necesidad de una segunda oportunidad. Escribiendo de amor carece de grandes gags y situaciones graciosas, y el poco interés que despiertan algunas escenas se le deben a su protagonista, un autor que está reescribiendo los nuevos capítulos de sus días. En la trama aparecen una alumna seductora que lo lleva a la cama; la encantadora Holly; el director del instituto -J. K. Simmons, el profesor de Whiplash- y las lágrimas cotidianas que le provocan sus mujeres, y un nerd que se transforma en un ingenioso guionista de la clase. La película no ofrece más sorpresas que la de un cálido romance otoñal que enfrenta obstáculos. Quizás los seguidores del género salgan conformes después de ver la película, pero lo cierto es que tanta cátedra sobre los recursos del guión, aca no dieron muchos resultados.
Vi ESCRIBIENDO DE AMOR en un avión. Se llamaba THE REWRITE. No recomiendo ver películas en aviones, pero si uno se encuentra en esa situación lo mejor que se puede hacer es elegir películas como esta amable, liviana y ligeramente inconsecuente comedia dramática protagonizada por Hugh Grant. ¿Por qué? En principio, porque su planteo visual no requiere necesariamente de una pantalla grande: podría ser el piloto de una serie televisiva acerca de cómo un ex guionista famoso ganador del Oscar, pero en una profunda crisis creativa y depresión, se redescubre a sí mismo mientras da clases de escritura creativa en una universidad pequeña. Es una comedia de personajes, de diálogos, de narración clara, precisa y clásica que a veces lucen hasta más interesantes de lo que son en una pantalla chica. ESCRIBIENDO DE AMOR sigue un ciclo conocido de redención. Grant llega a esta universidad por una necesidad económica (falta de trabajo, bloqueo creativo) y sin intención de realmente enseñar algo allí. De hecho, cree que no tiene nada para enseñarle a sus alumnos. Pero, de a poco, tras unos severos traspiés y a partir de la gente que conoce allí, las cosas comienzan a cambiar. Marisa Tomei encarna a una madura alumna y madre soltera con la que termina involucrándose si bien al principio lo único que le interesa son sus alumnas más jóvenes y fácilmente impresionables, como la que interpreta Bella Heathcote. rewriteAlison Janney encarna a una dura profesora experta en Jane Austen que quiere desembarazarse de este irresponsable profesor mientras que el reciente ganador del Oscar J.K. Simmons (el profesor de WHIPLASH) interpreta a un colega con una recargada vida familiar con quien comparte algunos momentos claves allí. Estos dos actores le dan al filme un pequeño plus cómico que eleva al filme cuando tiende a volverse demasiado previsible. Es la cuarta vez que Grant trabaja con el director Marc Lawrence y si bien esta película no logra el mismo nivel de humor y ternura de la encantadora LETRA Y MUSICA, la búsqueda dramática y narrativa es relativamente similar. Ambos son filmes sobre segundas oportunidades. Grant hace este tipo de papeles casi sin esfuerzo y un poco se nota, lo cual le da a la película un carácter curiosamente personal, ya que el actor también está atravesando un momento en su carrera en la que no participa en grandes o muy interesantes proyectos. Es de esperar que, como le pasa al personaje que interpreta en la ficción, la pasión y el talento de los más jóvenes le devuelvan la insspiración. O, al menos, que haya encontrado una mujer como Marisa Tomei (las madres solteras parecen sentarle bien a sus personajes), que lo acompañe en esta etapa de su vida…
Siempre que se nos vende un film bajo una marca de género, sabemos qué esperar. Hay gente que lo critica (está perfecto, no todo el cine es para todo el mundo) pero los que lo disfrutamos encontramos mucho de fascinante en esto de que las historias tengan una misma estructura. De repente, yo espero que como en este film, llueva solo cuando los personajes están separados, haya un extenso monólogo de disculpa y hasta se coquetee con una persecución al aeropuerto. Sabemos lo que vamos a buscar cuando buscamos una comedia romántica: en eso el género es claro. The rewrite es la historia de un guionista de Hollywood que cayó en desgracia en la industria. Después de un éxito remarcable, se perdió en el tiempo y ya no parece conseguir un contrato, con innumerables referencias a todos aquellos detestables guiones que si han conseguido contrato. Por esto y para investigar antes de presentar el guión con un personaje que se dedica a esto, termina dando un seminario de guiones para películas en una universidad pública. Un enorme amor a los clásicos del cine y el hecho de utilizar el cliché de encontrar el amor y la vocación en un solo lugar es lo que termina uniendo a los personajes. Claro está que el juego de palabras del título apela no sólo a su cambio de rumbo en lo profesional, sino también en lo personal, donde reescribir apunta a muchos ángulos de su vida. Hugh Grant y Marisa Tomei son dos pesos pesados dentro de este segmento de historias. Ambos se han destacado en películas que son clásicas ya a esta altura y uno muchas veces se pregunta si efectivamente serían clásicos si ellos no hubieran participado. Sobre todo en el caso de ella, sus capacidades actorales muchas veces elevan el nivel y la hacen mucho más entrañable de lo que efectivamente es. Grant logra siempre aprovechar sus dotes de galán torpe y que es un experto en arreglar sus metidas de pata. Es un film que no innova, pero no busca innovar. Es muy probable que caiga en la bolsa de esos miles de films que después rara vez recordamos, con personajes estereotipados y muy poco de seso. El ritmo del relato se basa más que nada en los monólogos de los personajes y un uso excesivo del primer plano (junto con personajes que rara vez se cambian de ropa, con lo cual el film debe haber costado muy poco en producción). Es claro que se apunta a una comedia sobre estos personajes que no se corren ni un poco del estereotipo. El resultado final es disfrutable, liviano e irreal. Pero hay una parte nuestra que pide esto cada vez que miramos una comedia romántica hollywoodense, ¿O no? Ideal para una primera cita.
Una película para quedarse a vivir El director de la injustamente olvidada Letra y música vuelve ahora su mirada sobre el mundo del cine para crear una comedia romántica sofisticada, inteligente, segura de sí misma y conocedora de la mejor tradición del género. El proceso creativo detrás de la confección de una película es una buena excusa para reflexionar sobre el paso del tiempo, los sentimientos, la viabilidad de una segunda oportunidad y, sobre todo, el cine. Claro que hay formas y formas: la primera es a la manera de, por ejemplo, Cae la noche en Bucarest, o sea, tirándole por la cabeza al espectador una serie de máximas hipócritamente elegíacas y melancólicas (su lanzamiento en gran parte del mundo fue gracias al digital del que tanto reniega) como para que le quede bien clarito que la disciplina de la pantalla grande ya no es lo que era, que murió con el fílmico. La otra es apropiarse de ese proceso para entenderlo, ejercitarlo, expandirlo, mostrarlo más vivo que nunca. En esa línea se inscribe Escribiendo de amor y sus comentarios sobre sí misma bordados a su premisa argumental con precisión de orfebre, hermanando hipótesis y validación en un plano similar. Si a eso se le suma que es graciosísima sin ser canchera, inocente pero no ingenua, sofisticada, inteligente, segura de sí misma y conocedora de la mejor tradición de la comedia romántica, queda claro que se está ante uno de los mejores exponentes del género de los últimos años, quizás décadas.El título del montón elegido para el lanzamiento local le hace nulos honores al mucho más preciso The Rewrite. Al fin y al cabo, reescribir –su vida y su trabajo– es lo que debe hacer Keith Michaels, enésimo hombre desajustado y algo incómodo de ese especialista del desajuste y la incomodidad que es Hugh Grant. Aquel otrora reputado guionista y ganador de un Oscar devino en el one-hit-wonder que hoy fatiga estudios y oficinas de Hollywood con el único objetivo de recuperar el prestigio, mientras se resiste a escribir la secuela de su único éxito. Una oferta poco tentadora para dar un curso en una facultad pública cercana a Nueva York asoma como refugio mientras pase el temblor creativo. Gran parte de esta información de su situación personal es presentada, como en toda buena película, a través de acciones, pero también mediante el propio universo audiovisual. Que el espectador se entere del pasado familiar de Michaels cuando éste refresque en YouTube el discurso de agradecimiento del premio de la Academia marca que la de Marc Lawrence es mucho más que una película “sobre el cine”: es una hecha por y desde él, que lo usa como principio, medio y fin de la historia convirtiéndolo en elemento constitutivo de los personajes y herramienta fundacional y fundamental para su desarrollo.Ya los dos minutos y medio del videoclip PoP! Goes My Heart (se recomienda fervorosamente su googleo) que servían de apertura para Letra y música mostraban que Lawrence –sin parentesco con su colega Francis ni mucho menos con la actriz Jennifer– es capaz de mimetizarse con estilos y estéticas pasadas, casi caídas en desuso, con un conocimiento inhabitual en los realizadores contemporáneos. Aquí vuelve a despacharse con un ejercicio felizmente demodé, recuperando la inocencia y humanismo perimidos en plena era del espectáculo digital, además del filo, la justeza y la velocidad de los diálogos de la clásica screwball comedy. Ver sino los fogonazos dialécticos dignos de Clark Gable y Claudette Colbert en Lo que sucedió aquella noche entre Michaels y Holly, una alumna entrada en años interpretada por esa estrella que nunca llegó a ser llamada Marisa Tomei, espléndida y rozagante a sus cincuenta años.Estudiante de psicología, madre de dos hijas y con un optimismo a prueba de todo, ella será, claro, el interés romántico de un hombre al que durante casi dos horas le pasan muchas cosas –buenas y malas, felices y no tanto– que lo condicionan, lo marcan, lo conducen. A él y a la película, ya que Lawrence sabe que –como dice Michaels en una de las clases– son ellos, los personajes, los encargados de llevar la trama y no al revés. La presencia de secundarios notables y con vida propia más allá de su carácter funcional (J. K. Simmons merece como mínimo otro Oscar por este jefe de cátedra, veterano de guerra y padre de familia capaz de emocionarse con solo hablar de sus hijas) terminan por convertir a Escribiendo de amor en una de esas películas en las que dan ganas quedarse a vivir.
El infalible Hugh Grant en su mejor forma El actor hace lo que sabe hacer y para muchos es suficiente. Una historia de superación y segundas oportunidades sobre un guionista cuya suerte cambia al conocer a una mujer. Sin demasiada exposición, casi en silencio, desde hace varios años (y unos cuántos títulos) crece una legión de admiradores en todo el mundo que sin dudarlo, firmaría su incorporación a un hipotético club de admiradores de Hugh Grant. Desde Cuatro bodas y un funeral para acá -con mojones fundamentales como Letra y música, Notting Hill, Un gran chico y Realmente amor-, algo así como un "queremos tanto a Hugh" habilita y eleva a la categoría de ineludible cualquier trabajo del actor británico, que hay que decirlo, no importa qué características tenga el personaje que le caiga en suerte, siempre se las arregla para imponer su physique du rol de galán despistado, un poco chanta y un tanto perplejo, al que se le agrega ahora la condición de inmaduro crónico. Escribiendo de amor tiene a Grant como centro del relato para que haga lo que sabe de memoria, es decir, el realizador Marc Lawrence conoce muy bien al adorable Hugh -lo dirigió en Letra y música, ¿Y dónde están los Morgan? y Amor a segunda vista-, así que sin pudor, se asienta en el histrionismo del intérprete para que lleve adelante una livianita historia de superación y segundas oportunidades, en donde sin esfuerzo, personifica a Keith Michaels, un famoso guionista de Hollywood, ganador de un Oscar por una memorable película que todos recuerdan y que, por cierto, fue hace varios años. Sin trabajo y con el ánimo por el piso, acepta un puesto de profesor en una universidad bien lejos de Los Angeles. Convencido de que es incapaz de enseñar nada a nadie y menos en un taller de escritura creativa, el guionista que no quería ser maestro va llenando todos los casilleros de los errores posibles dentro de un ámbito universitario, desde acostarse con una alumna hasta emborracharse en una reunión de profesores y ponerse en contra a la eminencia docente del campus con chistes misóginos. Pero habrá un nuevo comienzo para Keith, que empieza a tomar forma a partir de la relación que establece con Holly (Marisa Tomei), una madre soltera que lo va a iniciar en las delicias de la madurez y con un poco de suerte, lo ayudará a superar su vacío existencial para volver a intentar tener una relación con su hijo al que no ve hace años. Escribiendo de amor tiene un puñado de aciertos pero el principal es un elenco con grandes actores como Allison Janney, J.K. Simmons y claro, Marisa Tomei -la hipótesis de un "queremos tanto a Marisa" no suena para nada descabellada- y si bien no es una gran película, tiene un factor irresistible: Hugh Grant. Para muchos, eso es más que suficiente.
Queremos tanto a Hugh Grant En una de las escenas de este film, que se ocupa de desplegar la incapacidad de su protagonista para captar y seguir las reglas necesarias para el intercambio social armonioso, el guionista caído en desgracia (o más bien en desuso) se burla de una profesora de literatura especializada en el análisis de las novelas de Jane Austen. Su comentario, que intenta ser gracioso pero resulta desubicado, se refiere específicamente a Elinor Dashwood, la protagonista de Sensatez y sentimientos. La secuencia -graciosa, ilustrativa e incómoda-cobra más interés por su valor metadiscursivo, algo que sucede en todo el film escrito y dirigido por Marc Lawrence. Es que Hugh Grant, quien interpreta al desencantado Keith Michaels, fue Edward Ferrars en la versión cinematográfica del clásico de Austen, el tímido enamorado de la citada Elinor. Todo en la película de Lawrence parece pensado para que Grant se sienta cómodo y aproveche al máximo su probada habilidad en el género que lo hizo famoso, allá lejos y hace tiempo, con Cuatro bodas y un funeral. Es la cuarta vez que el director y el actor trabajan juntos, y si bien Escribiendo de amor es una película mucho menos ambiciosa que su primera y mejor colaboración, Amor a segunda vista, también es cierto que consigue revitalizar al género del que Grant fue estandarte hace 21 años. Esa época en que aquella pequeña película británica se volvió un fenómeno global también es recordada en Escribiendo de amor a su modo, describiendo el complicado pasado del protagonista: otrora guionista ganador del Oscar, Michaels no consigue trabajo en la industria del cine y la mejor solución que encuentra su agente para ayudarle a pagar las deudas es conseguirle trabajo como profesor de guión en una pequeña universidad al norte de la ciudad de Nueva York. Tan desesperado por un sueldo fijo como reacio a admitir su mal momento como escritor, Michaels intentará el traslado con todas las intenciones de boicotear la que tal vez sea su última oportunidad laboral (y personal también). Es que con sutileza el guión irá mostrando, como si fuera parte de las clases que imparte Michaels, todas las capas de las que está hecho su protagonista, que se desplegarán cuando conozca a Holly Carpenter, una madre divorciada decidida a completar su educación universitaria. Optimista y sensata, Holly podría haber sido un personaje demasiado esquemático, pero escapa de esa trampa gracias a la actriz que la interpreta: la talentosa Marisa Tomei. De hecho, cada uno de los personajes secundarios está construido con cuidado y a pesar de que Grant aparece en todas de las escenas del film, ellos también tienen posibilidades de desplegar sus habilidades. Allí está J. K. Simmons que, a diferencia de ese profesor psicópata que interpretó en Whiplash -y por el que ganó un Oscar este año-, acá le saca todo el jugo al amable decano de la universidad. Lo mismo hacen el comediante Chris Elliott y la siempre perfecta Allison Janney, otros integrantes de la facultad impactados por la aparición del personaje de Grant. Sin grandes despliegues técnicos, el trabajo de fotografía y la musicalización son más bien convencionales. Lo que más se destaca del film es su cariño por la palabra, la educación y, sobre todo, por su protagonista.
A la medida de Hugh Grant El comediante está en su salsa en esta comedia romántica sobre un guionista de Hollywood que debe enseñar en una universidad. Hay algo que une al director y guionista Marc Lawrence con el astro Hugh Grant, y es que el actor de "Cuatro bodas y un funeral" participó como protagonista en las cuatro películas que Lawrence dirigió. Acertó, todas comedias románticas. Tal vez alguna le suene: "Amor a segunda vista", con Sandra Bullock, "Letra y música", con Drew Barrymore, y "¿Y dónde están los Morgan?", con Sarah Jessica Parker. Y en todas ellas, como también en "Escribiendo de amor", el peso del relato recae en él y su compañera de rubro, aquí, Marisa Tomei. El Keith de "Escribiendo de amor" se parece mucho al Alex de "Letra y música": es un artista -Alex era músico, Keith, guionista- de un solo éxito, y que cuando le cortan la luz por falta de pago en su casa en Los Angeles acepta un trabajo como profesor de guiones en una universidad al norte de Nueva York. Es difícil separar a Keith de Grant, porque se le parecen mucho. Grant, salvo películas puntuales, es de los comediantes que, como Olmedo, difícilmente interpreten un papel, sino que se lanzan a hacer de sí mismos. Entonces Keith es un pícaro, un bribón pero de buen corazón. Un chanta. Enfrente tiene a esos personajes secundarios escritos esencialmente para que sean su antítesis (la profesora que compone Allison Janney, toda rectitud, o el de J K Simmons (el profesor de "Whiplash") o la mismísima Tomei, como la esforzada estudiante que tiene mil trabajos para mantenerse y es la que tiene los pies más sobre la Tierra. Comedia pasatista, con buenos gags pero previsible en cada vuelco del guión, "Escribiendo de amo"r le regalará una salida agradable el fin de semana. Y es de las escasas opciones para ver con los chicos que no sea un tanque o dibujo animado. No mucho más, pero tampoco saldrá del cine echándole la culpa al crítico por haberse clavado con un bodrio.
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Muchas comedia y poco romance A veces los títulos que reciben las películas extranjeras en su traducción al español es desafortunado. Es el caso de ésta, cuyo título original es “La reescritura”, el cual le sienta a la perfección -como debe ser- a su historia. No hay que dejarse engañar entonces por su sospechoso aspecto de Rom-Com melosa porque dista bastante de las pobres propuestas que agobian al género. Estamos ante otro caso de obra autorreferencial, una tendencia que se viene imponiendo en Hollywood, y que todavía sigue siendo bienvenida. La industria, como el protagonista de esta película, se encuentra enfrentando una gran crisis existencial, luego de su gran época de gloria. Ante la amenaza de ser reemplazada por nuevos medios y frente a su necesidad de reinventarse y redefinir permanentemente su relación con la tecnología, echa mano al recurso de la meta-ficción para contar sus historias en este contexto. Keith Michaels (Hugh Grant) es un afamado guionista de Hollywood en decadencia, que decide tomar un trabajo como profesor en una prestigiosa universidad del país. Su estatus y costumbres se ven bastante alterados cuando debe adaptarse a la vida en un pequeño pueblo y convivir con catedráticos y alumnado. Su costado misógino se pone de manifiesto casi de inmediato, creando un ambiente de tensión laboral que le causará unos cuantos problemas y como si fuera poco, su vida personal venida a menos comienza a pasarle factura. Si bien es una película con una estructura bastante clásica y una historia llena de lugares comunes, los aborda desde la sátira inteligente y compensa con bastante altura, continuas situaciones cómicas y guiños al espectador. Además de personajes bien compuestos que se balancean entre ellos con asombrosa gracia a lo largo del film, especialmente teniendo en cuenta la cantidad de secundarios y su relevancia en la historia. Marisa Tomei destaca en el papel de una co-protagonista no tan común, que desafía varios estereotipos hollywoodenses. Pero como no podía ser de otra manera, será ella quien aporte la madurez que le falta a su contraparte. El elenco se termina de completar con J.K. Simmons (nuevamente en el papel de un profesor, pero inversamente proporcional al obcecado de Whiplash), la magnífica Allison Janney, quien por el contrario nos tiene acostumbrados a roles desopilantes y sorprende con un personaje de implacable seriedad, y el siempre efectivo Chris Elliott haciendo lo que mejor (y probablemente lo único que) sabe hacer. Los alumnos darán la nota joven y fresca entre tanto veterano consagrado, formando un “dream team” que no resulta ser todo lo que parece y ofrece buenas situaciones. Una comedia ligera y sin pretensiones, pero muy eficiente y bien escrita. Con pocos momentos flojos y muchos aciertos, es ideal para ir a ver en compañía de amigos o pareja y pasar un buen rato.
Marc Lawrence y Hugh Grant se han vuelto co-dependientes. El primero es un realizador con ahora cuatro películas en su haber, las cuales están encabezadas por el actor inglés, mientras que este prácticamente no protagonizó un film en casi una década que no haya sido del otro. Es una relación de trabajo que no siempre funciona –sorprende que hayan decidido volver a juntarse tras la pobre Did you Hear about the Morgans?-, pero que a fuerza de un buen guión, del carisma del protagonista y de una compañera de elenco acorde ha tenido resultados destacables, como en Music and Lyrics. En esta oportunidad, se repite bastante de aquel formato –el personaje central también fue parte de un éxito hace años pero ahora está casi quebrado-, se cambia la industria de la música por la del cine y se consigue The Rewrite. Desde el primer minuto se entiende lo inspirado que estuvo Lawrence a la hora de escribir parte de su cuarto film, cargado de reflexiones agudas sobre el movie business, diálogos punzantes y de un ritmo intenso que no decae bajo ningún concepto. Hugh Grant canaliza el rol de adulto con síndrome de Peter Pan que tan bien le sale desde About a Boy, como un hombre distanciado de su familia, autor de un aclamado film y de muchos fracasos posteriores, cuya única alternativa laboral es un trabajo como profesor en una universidad en una pequeña ciudad sin el glamour de Hollywood. Lawrence hace una rápida y efectiva introducción a Binghamton –fotografiada en un tono azulado que resalta el efecto de derrota personal que tiene la mudanza-, mientras que su protagonista se desenvuelve con naturalidad con ese aire cínico y cansino pero irremediablemente encantador al que apeló desde la madurez. En caso de que el título en español no sea lo suficientemente claro, The Rewrite se refiere a una reescritura de la vida, a una segunda oportunidad. En ocasiones pareciera que lo es también para su director, dado que es una película pequeña, de intenciones precisas y objetivos acotados, y que bien podría ser una ópera prima antes que una cuarta producción. Pero en verdad hace referencia al personaje central, quien tiene una nueva chance al explorar un costado totalmente desconocido para él, haciendo algo que cree que no se puede hacer: enseñar. O se nace con ello o no, es lo que cree Keith Michaels, un pensamiento bastante duro si se considera que nada más tiene una cosa digna de destacar en toda su filmografía y ni siquiera lo contratan para proyectos absurdos. Durante buena parte, Lawrence hace un buen trabajo a la hora de tratar de sortear los principales clichés del género, a pesar de que a medida que progresa se vaya acomodando dentro de los tropos de una comedia romántica clásica. El filo de su guión la eleva sobre la media y las referencias constantes a la industria o al proceso de escritura se disfrutan mucho, con lo que no afecta demasiado el hecho de que se termine por instalar en terrenos conocidos. Uno de sus mayores problemas es, sin embargo, el cómo desaprovecha al importante equipo de figuras que tiene a su disposición, todos con personajes unidimensionales que tienden a repetir su gracia para arrancar alguna sonrisa al espectador. J. K. Simmons es el director de la facultad, un marine retirado que solloza cada vez que habla de su familia, Allison Janney es la dura cabeza del Departamento de Ética, una portaestandarte del empoderamiento femenino y fanática de la obra de Jane Austen, Chris Elliot es el profesor vecino, amante de su perro y de Shakespeare que tiene siempre una cita lista para cada ocasión, ni hablar de todos los estudiantes en su clase. La mayor dificultad quizás sea con la Holly de Marisa Tomei -hermosa a sus 50 años-, apenas una excusa para ayudar al crecimiento de Grant pero que en sí no está bien trabajada, como una madre soltera de 2 niñas que tiene dos trabajos y lleva una carrera universitaria, como si algo así fuera fácil. Sin suponer un aporte de importancia en su ámbito -como se ha dicho, el parecido con Music and Lyrics se acrecienta a medida que uno más lo piensa-, The Rewrite tiene suficiente a su favor como para hacerse notar. No carga las tintas sobre el aspecto emocional -lo cual no tiene demasiada cabida- ni pretende cerrar con un moño de felicidad imposible cada punto del argumento. Aspira a lograr un crecimiento de su personaje, no tanto en lo profesional -un terreno en el que está estancado- sino más bien a nivel personal. Y en su planteo funciona, sin necesidad de una inmediata reescritura.
Y ahí esta el inoxidable Hugh Grant, en su papel de fracasado, la talentosa Marisa Tomei y la historia de amor de la semana, con no pocas ironías sobre lo efímero del éxito, las hipocresías de Hollywood. Leve y simpática.
Otra más de Hugh Grant Keith Michaels (Hugh Grant) es un guionista que luego de ganar un Oscar en 1998 no ha vuelto a pegar otro éxito, ha ido de un proyecto a otro hasta que a falta de trabajo y de dinero acepta un puesto de profesor en una pequeña universidad. Sin ganas, pero sin muchas opciones, deja Los Angeles para mudarse a un pequeño y frío pueblo al norte de Nueva York. La vida universitaria no lo atrae demasiado, no toma en serio su trabajo ni a sus compañeros, pero con el tiempo las expectativas y la energía de sus alumnos despiertan en él algo parecido a las ganas de enseñar, y al estar frente a la clase vuelve a conectarse con su juventud, sus recuerdos y aquello que lo motivó a escribir historias, antes de que la fama lo desviara de su camino. Marc Lawrence escribe y dirige nuevamente una comedia romántica -otra más en su lista- y al igual que en "Music and Lyrics" lo hace con Hugh Grant como protagonista, en un papel que ya ha hecho varias veces, pero que es el que mejor le sale, el de galán canchero que muestra su lado sensible cuando se enamora. El actor es el centro de esta historia, está en todas las escenas, tiene los mejores diálogos y la gracia suficiente para llevar adelante toda la historia. No sucede lo mismo con Marisa Tomei, su personaje de alumna cuarentona y positiva es bastante estereotipado y no despierta demasiada empatía, por lo que varios personajes secundarios terminan siendo mucho más interesantes que el de la protagonista femenina, como por ejemplo la estricta profesora fan de Jane Austin que interpreta Allison Janney, el solitario profesor de literatura que interpreta Chris Elliot, o el tímido alumno que intrerpreta Steven Kaplan, quien para sorpresa de su profesor resulta un brillante guionista. "Escribiendo de amor" es una comedia romántica de fórmula, con mucho humor, acertados toques de ironía en los que se burla de los estereotipos universitarios, linda música y moderados momentos emotivos, todo correctamente dirigido para pasar un buen rato.
La nobleza de la comedia romántica Escribiendo de amor es una comedia romántica de manual. Todo lo que ocurre en el film pertenece de manera pura y absoluta al género. Claro, con algunas vueltas de tuerca para conseguir que lo clásico no se vea antiguo. La historia es la de un guionista cuyo esplendor ha pasado, así como ha pasado buen pasar económico y su felicidad conyugal. Caído en desgracia pero sin haber aprendido lección alguna, acepta dar clases en una universidad. Los primero pasos no son fáciles, porque su inmadurez y su falta de vocación docente es absoluta. El personaje lo interpreta Hugh Grant, quien ya ha trabajado con el director Marc Lawrence en los cuatro films que este último dirigió. Grant combina simpatía, inmadurez y encanto por parte iguales. Y la protagonista femenina es Marisa Tomei, que interpreta a una madre soltera que se esfuerza por obtener su título universitario. Son una pareja irresistible y toda la película es el camino para saber si terminarán juntos o no. La película es divertida, tiene mucho humor y también emoción. La pareja protagónica es brillante y está respaldada por un sólido elenco de personajes secundarios entre los que destacan Allison Janney y el ganador del último Oscar a mejor actor secundario J. K. Simmons. Hacer todo bien sin caer en la cursilería y sin desviarse del género no es tan sencillo. Ya lo había logrado Marc Lawrence en Amor a segunda vista y más aún en Letra y música, y acá vuelve a lucirse como director y guionista. Tal vez por saber que el género ha ido en otras direcciones, la pareja protagónica no es cuasi adolescente ni intenta ser juvenil sin serlo. Grant y Tomei tiene una edad que llevan bien y formar parte de una película que respeta la inteligencia del espectador que busca una forma noble del buen cine de género.
Otra vez voy a desplegar mi ira contra aquellos que adaptan el título a la cartelera local. ¿Qué me inspira "Escribiendo de Amor"? Una comedia romántica que destila dulzura y para ver comiendo helado de chocolate. El título original, no tiene una traducción literal que pueda atraer al público por el contenido de la película, aunque algunas pistas nos da: "The Rewrite" que significa algo así como "La Nueva Versión" o "La Reinvención". Saldada la deuda con el enojo que me producen las malas traducciones y/o adaptaciones, vamos a la cuestión cinematográfica que tiene de protagonistas a un ¿maduro? Hugh Grant y a una simpática como siempre Marisa Tomei, convocados por Marc Lawrence, un viejo especialista en el romance y la comedia de acción (Miss Simpatía, Amor a Segunda Vista, Fuerzas de la Naturaleza y... Lazos de Familia, aquella sit-com en la que actuaba Michael J. Fox). Keith Michaels (Grant) es un guionista que recibió un Oscar por una película que vio todo el mundo y le encantó a todo el mundo. Más allá de este hecho y de su agente que lo persigue para que escriba una secuela, él parece haberse quedado en el tiempo y no poder salir de este momento de gloria para superarse. Separado de su mujer y de su hijo de 18 años, ya sin recursos, es enviado por su representante a dar clases de escritura de guiones cinematográficos a una pequeña ciudad cercana a Nueva York. Él, hasta este momento de su historia, vive en la soleada Los Angeles y lo que pase de aquí en más cambiará hasta su meteorología en todo lo contrario. Para zafar y tener al menos una entrada de dinero mientras se reconcilia con la escritura, debe escoger de entre 70 postulantes a 10 para que tomen el curso. Para ello, su tarea consistiría en leer en una noche 70 guiones. Qué hace, recurrir a los perfiles de Facebook de los estudiantes y de allí tomar a 8 chicas interesantes y 2 varones a los que sus compañeros tildarían de nerds. Entre los alumnos, habrá alguien especial, que no se unirá en la primera clase y que es Holly (Tomei), madre soltera, estudiante crónica, y con varios trabajos part time para pagarse sus cursos en la universidad. De buenas a primeras, Holly no podría entrar al curso por el cupo pero la amistad que va naciendo, los conocimientos del lugar, las personas y la vida en general hacen que entre como la pieza que falta en un rompecabezas de 1500. Sumados a Hugh Grant y Marisa Tomei, están J. K. Simmons, el exigente profesor de "Whiplash" y Allison Janney (Spy, Mom) y los jóvenes de la clase desde una ninfómana (que pondrá a Michaels entre la espada y la pared), un amante de Star Wars, un guionista brillante en potencia (que es posible sea la historia del propio director-guionista de la peli que estudió en Binghamton, la capital del carrusel en EE.UU.), una chica dark (un estereotipo muy bien reflejado en pantalla pero que resuelve su historia en una escena muy graciosa dentro de los créditos) y otra joven que se conoce todas las historias de celebrities y ama "Dirty Dancing". Me enamoré de la banda sonora, lo que me hizo olvidar los años que tiene encima Hugh Grant desde aquella "4 Bodas y Un Funeral", de la que no se desprende en esta película ya que aparece un momento en que lo veremos con su peinado y juventud de la época. Una película amable, para pasar un buen rato, que creo que me gustó más todavía porque comprueba mi tesis de las mujeres fuertes en el cine de Hollywood, que todavía no terminé de escribir y que es el primer dolor de cabeza del protagonista de "The Rewrite", que aparece un tanto sexista y se opone justo a la Presidenta de la Comisión de Ética que le seguirá los pasos más de cerca que nunca para que a la primera falla, lo pueda devolver a su mundo de películas. Ya sé, es una comedia romántica, con sus clichés, con su happy ending pero, es una gran oportunidad de ver a buenos actores y disfrutar un buen entretenimiento sin sobresaltos.
Existen actores y cineastas que nacieron para un género cinematográfico. La comedia romántica dio una buena serie de ejemplos, como el de Hugh Grant y Marc Lawrence. El actor se consagró como galán simpático en películas escritas y/ o dirigidas por Richard Curtis –Cuatro Bodas y un Funeral, Un Lugar Llamado Nothing Hill, Realmente Amor– y fue un atractivo perverso en El Diario de Bridget Jones y su secuela. Lawrence comenzó como guionista y productor de televisión en la serie Lazos Familiares, caldo de cultivo de humor, drama, amor y, por supuesto, Michael J. Fox, quien protagonizó lo primero que Lawrence escribió para la pantalla grande: Life with Mikey. Le siguieron guiones de una serie de films, los más exitosos protagonizados por Sandra Bullock: Fuerzas de la Naturaleza y Miss Simpatía. Y cuando ascendió al puesto de director, se le unió Hugh y surgieron Amor a Segunda Vista, Letra y Música e ¿Y Dónde están los Morgan? Escribiendo de Amor es la cuarta colaboración del tándem Grant- Lawrence. Un tándem en estupenda forma. Keith Michael (Grant), otrora guionista exitoso -ahora en la mala- que acepta el primer trabajo disponible: dar clases en la universidad de Binghamton, Nueva York. Un trabajo que se le antoja pesado (sostiene que los docentes son profesionales que fracasaron en sus carreras y deben limitarse a enseñar), y en un lugar frío, lluvioso, sin atractivos, alejado del glamour hollywoodense al que estaba acostumbrado. La adaptación será peor de lo que se imagina, y al principio no se toma las clases con seriedad, prefiriendo el sexo y las bebidas. Pero pronto le tomará el gusto a la enseñanza y también a sus alumnos, especialmente a dos: Karen (Bella Heathcote), con quien pasará ratos agradables entre las sábanas, y Holly (Marisa Tomei), una universitaria madura que quiere mejorar su escritura y de la que él, al mismo tiempo, aprenderá sobre sí mismo. La película es una mezcla de Letra y Música e ¿Y Dónde están los Morgan? Keith es más cercano al Alex Fletcher de Letra… y sus vaivenes creativos, pero se encuentra en medio de un choque de culturas, igual que el matrimonio Morgan. De todos modos, conserva la esencia de los protagonistas de los tres film anteriores de Lawrence: individuos en una encrucijada de sus vidas, donde todavía hay una segunda oportunidad en lo profesional y, sobre todo, en lo personal. Además, el director aprovecha para colar una crítica a los manejos de Hollywood (sin duda, debe haber más de un elemento autobiográfico) y cómo es visto Hollywood por fuera, más precisamente en el ámbito universitario, que incluye sus propios estereotipos y modalidades. Como no podía ser de otra manera, Grant es el alma del film. Aquí reincide en un papel donde combina ternura, ocurrencia y picardía, como cuando selecciona a las aspirantes a alumnas de su cátedra según su belleza y juventud. Pero también es posible encontrar algo de tormento en él, ya que no logra seguir viviendo de su pasado triunfal (entre clase y clase, Keith aprovecha para escribir la secuela de Paradise Misplaced, su trabajo más exitoso) y trata de recobrar la relación con Alex, su hijo. Siguiendo los pasos de Sandra Bullock, Drew Barrymore y Sarah Jessica Parker en las tres películas anteriores de Lawrence, Marisa Tomei es la nueva partenaire de Grant. Otra vez la coprotagonista femenina representa lo opuesto al rol de H.G., y entre ambos surgirá una química que “podría” llevar a algo más. Una nueva muestra de la versatilidad de Tomei, convincente en comedia y drama. Por el lado de los secundarios, J.K. Simmons, Allison Janney y Chris Elliot cumplen en sus composiciones de amigos y rivales, según el caso. Simmons y Janney -los padres de Ellen Page en La Joven Vida de Juno– le sacan el jugo a sus interpretaciones. Más comedia a secas que comedia romántica, Escribiendo de Amor es una historia contada otras veces, con un profesor que enseña tanto como aprende. Sin embargo, tal como explica Keith en una clase, a la hora de escribir no hay reglas, ya que lo importante es ser fiel a lo que se está contando y hacerlo propio. Marc Lawrence respeta ese principio, con la siempre estimable ayuda de Hugh Grant.
US filmmaker Marc Lawrence’s romantic comedy The Rewrite deals with a well rehearsed topic: second chances. You know how it goes: someone who once had a thriving past now faces a grim present — until another someone, with a not-so-great present either, shows up and changes the whole scenario for the better. And so everyone gets to find their true talents, or revive the ones they had. Of course, there are variations on the formula, but that’s pretty much how it goes. In The Rewrite, Keith Michaels (Hugh Grant) is a scriptwriter who once upon a time won an Oscar for a screenplay called Paradise Misplaced, which was largely about it never being too late to redeem yourself and start all over again. But considering all of his other films have been critical and commercial failures, Keith no longer believes second chances take place in real life. With not enough money to make a living, he’s forced to move to the East Coast to teach screenwriting at a college. Once there, he starts fooling around with a very young, great looking student of his. However, he eventually falls for Holly Carpenter (Marisa Tomei), another student who is about his age, a pretty and witty single mother. So now the prospect of real romance is in the air — and some other stuff as well: the frustrated screenwriter becomes an inspiring professor that even manages to inspire himself. As you can easily see at first glance, The Rewrite is a formula film. It’s not a bad one, but it surely doesn’t rise above the average at all. And in some ways, it’s below average. Yes, the many, many jokes and sharp one-liners about endless movies and Hollywood at large are funny enough to keep the film going — and, nonetheless, at a certain point they start feeling too repetitive, as if the film were on automatic pilot. You see them coming and it’s not that funny anymore. And while Hugh Grant does Hugh Grant by the book, you may also get the feeling he’s doing early Woody Allen as well — you know: self-ridicule, sarcasm, cynicism, and inferiority complexes of all kinds. His performance is indeed fine, just like those of Marisa Tomei, Allison Janney, and J.K. Simmons (the Oscar-winning actor from Whiplash). And while good performances do add to any film, The Rewrite’s sentimentality and trite developments — plus a desirable happy ending with a learning experience included — don’t do much to turn into a singular piece of work. The material is too thin to begin with. In fact, Marisa Tomei is an engaging actress and the fact that her character is both underwritten and largely stereotyped is one clear sign that while many of the jokes might be clever, the film it’s not. To be fair, it actually calls for a rewrite. Production notes The Rewrite (US, 2014). Written and directed by Marc Lawrence. With Hugh Grant, Marisa Tomei, Allison Janney, J.K. Simmons, Bella Heathcote, Chris Elliott. Cinematography: Jonathan Brown. Editing: Ken Eluto. Running time: 107 minutes.
Estoy muy a favor de los géneros y de las fórmulas. Cuando una película cumple rigurosamente las estructuras preestablecidas y aún así es capaz de darnos alguna magia, sorprendernos aunque sepamos qué va a pasar, emocionarnos con el beso final que sabíamos que iba a llegar, siento una felicidad extrema. Y las comedias románticas son los mejores exponentes de esto. Marc Lawrence es un especialista y en este caso la historia tiene el extra de que su protagonista es un escritor de guiones, lo que le da a todo un tono meta que siempre es bienvenido. Y están Hugh Grant y Marisa Tomei, y en los papeles secundarios están J.K. Simmons, Allison Janney y Chis Elliott. ¿Qué puede salir mal? Bueno, todo puede salir mal. Escribiendo de amor cuenta la historia de Keith Michaels (Grant), un guionista que tuvo un éxito en su carrera (ganó un Oscar) pero después sólo cosechó fracasos y ahora ya no consigue trabajo y está por quedarse sin plata. Su agente le consigue un trabajo como profesor de guión en una universidad de medio pelo y hacia ahí va este hombre cínico, resentido, misógino y misántropo. Ya habrán adivinado la fórmula: no será Keith quien les enseñe a sus alumnos, sino sus alumnos quienes le enseñarán a Keith cosas sobre la vida, lo suavizarán y lo harán recuperar los lazos con su hijo, a quien ya no ve. Y en el camino, se enamorará de una de sus alumnas, una madre soltera (Tomei) optimista. Pero esto en realidad no es lo que ocurre. Probablemente esa haya sido la idea de Lawrence (que también escribió el guión), pero ni Grant nos logra transmitir su misantropía (a la manera de un Jack Nicholson en Mejor imposible, extraordinaria comedia romántica también protagonizada por un escritor), ni vemos con nitidez el motivo de su conversión, ni Marisa Tomei nos enamora ni, en rigor, enamora a Grant (nunca hay un beso, ¡nunca se dan un beso!), ni los personajes secundarios tienen un interés mayor que el que tienen en la teoría, como ideas platónicas. J.K. Simmons es un tipo que siempre despotrica contra su familia de mujeres pero en el fondo es un tierno que las ama, pero esto no está contado sino que está dicho en una escena, está explicado. No hay en Escribiendo de amor nada más que la simpatía de Hugh Grant y algunos one liners divertidos, pero se nota que está haciendo lo suyo de taquito. Distinto es el caso de Marisa Tomei, que directamente está trabajando a reglamento. Para colmo, en uno de los momentos en que la película se mete con el negocio del cine, el personaje de Grant se lamenta que le ofrecieron escribir el guión de Piraña 3D. Sepa, señor Marc Lawrence, que Piraña 3D es mejor que cualquier película suya.
Humor corrosivo, algo de almíbar y poco romance Dado el titulo original, "The rewrite", lo primero que habría que reescribir es la traducción que intenta enganchar al público luciendo como una comedia romántica, lo que en realidad es sólo a medias, empezando por el hecho de que la pareja protagónica, Hugh Grant y Marisa Tomei, no llegan a darse ni un beso en todo el film. Eso no implica que los personajes no desarrollen una relación sentimental, limitada por el detalle de que el galán es el profesor de guión de la mujer en una universidad del norte del estado de Nueva York. Obstáculo que de todos modos no impide que el docente se levante a una alumna adolescente no bien aterriza en el campus adonde llega casi eyectado a la fuerza desde Los Angeles. Es que la película podría definirse como una mezcla de sátira de cine dentro del cine y canto a la vida del docente: Grant interpreta al guionista ganador del Oscar de un film muy popular y masivo, que con el paso de los años no logró escribir nada de la misma calidad o éxito, al punto de que está quebrado y sin trabajo a la vista en la industria del cine, lo que lo lleva a aceptar la sugerencia de su agente de convertirse en profesor de guión. Dado que el flamante profesor no tiene la menor idea de las costumbres universitarias ni se plantea enseñar nada seriamente, el director y guionista Marc Lawrence consigue potenciar el lado caradura de Hugh Grant con un logrado sentido del humor irónico y corrosivo. Sólo que, como es fácil de adivinar, los ingenuos estudiantes le devolverán la fe y esperanza y el largo etcétera de lugares comunes previsibles. Ahí el asunto se desinfla, e incluso da la sensación que en los momentos culminantes de emotividad ni el propio Grant se cree algunas de sus escenas. A pesar de este desequilibrio que hace que la película parezca un poco más larga de lo necesario, hay buenas actuaciones secundarias y gags y diálogos divertidos como para pasar el rato amablemente.
Comedia liviana que entretiene gracias a la química entre Hugh Grant y Marisa Tomei Antes de ser director de cine Marc Lawrence fue guionista, adquiriendo cierta notoriedad al ser el autor del libro cinematográfico de “Miss Simpatía” con Sandra Bullock en dicho rol. Dos años después (2002), con “Amor a segunda vista” debutó en la realización cinematográfica, justamente con la actriz de “Máxima velocidad”. “Letra y música”, su segunda y mejor película fue otra comedia, pero la actriz principal ahora era Drew Barrymore. La tercera, “¿Y dónde están los Morgans?”, sin variar de género, era menos graciosa y lograda que las dos anteriores y el rol femenino central lo tuvo Sarah Jessica Parker. Ahora llega “Escribiendo de amor” (“Rewrite”) donde nuevamente el tono es de comedia con otra pareja central en el reparto. Ella ahora es Marisa Tomei, pero lo que no ha sido mencionado hasta el presente es quien en cada uno de sus cuatro largometrajes es el principal intérprete masculino. Y aquí la sorpresa, casi digna de un libro de curiosidades o del Guinness. En las cuatro es Hugh Grant, quien además, a diferencia del resto de las actrices y el propio director, es el único no norteamericano. Esta especie de alter ego de Lawrence es aquí además un guionista de cine, como lo era y continúa siéndolo quien lo vuelve a dirigir. Keith Michaels, tal el nombre del personaje, tuvo un gran éxito con el libro cinematográfico de la ficticia “Paradise Misplaced”, que le hizo ganar un Oscar. Pero los tiempos cambiaron y a Keith no le queda otra alternativa que mudarse al noreste de Nueva York, a la húmeda y casi siempre nublada ciudad de Binghampton, para dar clases en la Universidad en un puesto que le consigue su agente. Apenas llegado y un poco a la manera del personaje que Joaquin Phoenix interpreta en la nueva película de Woody Allen (“Irrational Man”), aunque en clave de comedia, es acosado por una joven alumna. Y su inexperiencia en la actividad docente lo lleva a tener comportamientos enfrentados con la ética docente no sólo por su temprana relación con Karen (Bella Heathcote) sino por su enfrentamiento con la profesora Mary Weldon (Allison Janney). Con ella protagoniza algunos de los momentos más graciosos y dramáticos a la vez, sobre todo cuando se la presenta en una fiesta el decano. Quien lo interpreta es J.K.Simmons en otra buena actuación del ganador del Oscar a mejor actor de reparto en “Whiplash”. Su Dr. Lerner es casi la antítesis del instructor de batería ya que aquí compone a alguien (en sus palabras) ”que no tiene opción al tener esposa y cuatro hijas”. Weldon es profesora de literatura y fanática de Jane Austen, de la cual habrá numerosas referencias, varias cinematográficas, como “Sensatez y sentimientos”, “Mansfield Park” e incluso el comentario de que “Ni idea” (“Clueless”) era una versión libre de “Emma”. Lo más interesante de la película son las “clases de guión” de Keith donde se le incorporará Holly, una alumna veterana que muy bien interpreta Marisa Tomei. Recordada por su osada caracterización en “Antes que el diablo sepa que estás muerto”, la última película del gran Sidney Lumet, mantiene su sensualidad con cincuenta años ya cumplidos. Hacia el final, como a menudo ocurre, “Escribiendo de amor” pierde un poco de fuerza y se vuelve más previsible. Pero en el balance resulta una grata comedia con buenas interpretaciones del dúo central de actores.
Demasiadas lecciones La fórmula ¡pongan a Hugh Grant! ya no es infalible. Y la culpa no es del actor inglés, protagonista de por los menos tres de las cinco mejores comedias románticas de los últimos 25 años (Cuatro bodas y un funeral, Notting Hill y Letra y música). Él hace de sí mismo, como siempre, y podría seguir haciéndolo por una década más o dos. Pero es díficil encontrar una película que se adapte a sus dimensiones de patrimonio mundial de la comedia. El director Marc Lawrence parecía tener la llave del cofre de los secretos. Ahí están la graciosísima Amor a segunda vista y la monumental Letra y música. Sin embargo, Lawrence perdió la memoria en ¿Dónde están los Morgan? (pese a volver a juntar Hugh Grant y Jessica Sarah Parker en el territorio que mejor conocen) y, lamentablemente, no la recupera en Escribiendo de amor. Se trata de una comedia plana y voluntariosa, con más ganas de transmitir un mensaje sobre el valor de los vínculos sentimentales y familiares que de divertir con ese juego de ingenio que puede ser el amor narrado en clave cómica. En vez de optar por el artificio, trata de ser creíble por todos los medios. Y tanto empeño pone en aterrizar que nunca levanta vuelo. El personaje que le toca esta vez a Grant es el de Keith Michaels, un guionista autor de un solo gran éxito (cualquier parecido con Letra y Música no es mera coincidencia), quien para sobrevivir debe aceptar un cargo de profesor de escritura en una universidad pública de una ciudad lluviosa y fría del este de los Estados Unidos, algo así como las antípodas de Los Ángeles. No tiene ninguna fe en la docencia, porque está convencido de que el arte de escribir un buen guion no puede transmitirse en un aula. Así que trata de aprovecharse de lo poco que ese mundo puede ofrecerle: una hermosa estudiante que lo admira y el tiempo libre para dedicarse a un nuevo proyecto. Las cosas empiezan a complicársele enseguida, cuando aparece una joven madre (Marisa Tomei) que quiere asistir a sus clases y que encarna todo lo que el guionista no es: abnegada, alegre, vital, una especie de huracán de vida al que resulta casi imposible resistírsele. Toda la filosofía de mesa de liquidación de Escribiendo de amor puede sintetizarse en el aforismo del economista Ernst Schumacher: "Lo pequeño es hermoso". Nadie niega que una de las funciones históricas de las comedias románticas es enseñarnos a vivir, pero es fundamental que esa lección sea impartida como una cuento de hadas, como una ficción, y no como sucede en este caso, a través de escenas obvias y parlamentos trillados.
Escribiendo de amor, el nuevo film protagonizado por Hugh Grant, resulta la cuarta colaboración del actor con el director Marc Lawrence; quienes ya habían trabajo juntos en Amor a Segunda Vista (2002), Letra y Música (2007) e ¿Y Dónde están los Morgan?(2009). Tal como ocurría en Letra y Música, Hugh Grant encarna a un personaje que vive a la sombra de un antiguo éxito, con un presente bastante negativo en cuanto a lo laboral y afectivo. Keith (Grant) es un guionista que hacia fines de los 90s gana un Oscar por un film llamado Paradise Misplaced, y gracias a eso, consigue cierto prestigio en Hollywood. Sin embargo, no logra volver a tener un reconocimiento como ese, y poco a poco cae en el olvido. En la actualidad no consigue empleo ni nuevos proyectos, por lo que sufre una severa crisis creativa que se expresa en una leve depresión. Ante ese panorama, su agente le ofrece un trabajo como profesor universitario en un pueblo a 300 km de New York, propuesta que acepta con más dudas que certezas. Sin ninguna intención de enseñar, ya que cree que el talento se tiene o no se tiene, acude a sus primeras jornadas como docente de Guión sin preparar clases, sin leer los escritos de los alumnos, y sin el menor entusiasmo por la tarea educativa, pero si por las bellas alumnas. Allí conoce a Karen (Bella Heathcote), su primera conquista -treinta años menor que él- y posteriormente, a Holly (Marisa Tomei) una madura y entusiasta alumna, que hace grandes esfuerzos por estudiar, trabajar y pasar tiempo con sus pequeñas hijas, a la vez que intenta estimular a su docente para que se conecte con la transmisión de saberes. Completan el elenco Alison Janney, una de las máximas autoridades de la facultad, experta en Jane Austen que detesta la liviandad e irresponsabilidad de Keith, además de un siempre genial J.K. Simmons, colega docente y ocasional confidente del personaje de Grant. Escribiendo de amor resulta una efectiva comedia, sin grandes pretensiones, pero con buenas actuaciones, y pequeñas situaciones graciosas que la hacen encantadora, pero sin alcanzar el nivel de Letra y Música, otra gran película acerca de las segundas oportunidades, de los nuevos vínculos y de los aprendizajes que hacen cambiar hasta nuestros pensamientos más arraigados.
Crítica emitida por radio.
Hugh Grant lo hizo nuevamente, casi podría ser catalogado como el nuevo Gary Grant de fines de siglo pasado y principios de éste, recordemos que su primer gran éxito de 1994 fue “Cuatro bodas y un funeral”. Asimismo, conllevan en principio el mismo apellido, con la salvedad que el de Gary era artístico, y comparten la nacionalidad. El sentido de la comparación viene a cuento ya que es casi un postulado eterno a las comedias románticas, casi todas con la misma estructura, sólo modifican algunos detalles de sus personajes y cambio de coprotagonista. Éste filme vuelve a reunir al director y al actor, con anterioridad en el 2002 habían realizado “Amor a segunda Vista”, en la compartía cartel con Sandra Bullock, y en el 2007 le toco el turno a Drew Barrymore en “Letra y musica”, ahora es el momento de Marisa Tomei. Seria algo así como sucede en la literatura, como para darle un nombre, con aquellos escritores de “Best sellers”, o sea “más vendidos”, que repiten formulas hasta el cansancio, modifican espacio, tiempo, nombre de los personajes, algún que otro detalle y lo sacan del horno, listo para ser consumido por el resto de los mortales. No funciona para mi en éste arte, pero seguramente le rinde económicamente a sus editores. Sin embargo, en relación al cine, esto puede ser un gran fracaso económico y la variable de ajuste no es el espectador en si, sino los costos de producción del filme. En tanto y en cuanto no se ve un gran despliegue de producción, si distintas locaciones, pero no hay nada que se pueda pensar de sobrepeso salvo los cachet de los actores, y aquí si estamos hablando de bastante dinero y mucho talento desperdiciado. Acompañan a Hugh Grant (un actor probado), en papeles demasiado secundarios, totalmente desaprovechados, actores de la talla de J.K. Simmons (reciente ganador del Oscar por “Whiplash”), Alison Janney, Chris Elliot y la mismísima Marisa Tomei, todos quedan limitados a unas simples escenas en el que alcanzan a decir unas líneas, pero que no dan demasiada cuenta a la hora de hacer progresar la trama, todo depende casi exclusivamente del personaje principal Es increíble como algo tan probado, tan de formula, plagado de lugares comunes, clisés del libro de enseñanza de guión en los primeros años de las escuelas de cine, pueda ser tan mal utilizado y aburrir al extremo por lo previsible. Lo que es en si mismo una gran contradicción si nos atenemos al relato específicamente, pues termina realizando aquello mismo que intentaría criticar La historia se centra en un guionista, Keith Michaels (Hugh Grant), su momento de esplendor ha pasado, ganador en su momento de un premio de la academia de Hollywood con una exitosa película, marido de una hermosa esposa, padre de un hijo virtuoso, con una fuente aparentemente inagotable de talento y encanto inglés, se ha desdibujado, desaparecido. Ahora, 15 años después, con casi cincuenta año de edad, su mujer lo abandono por un competidor más exitoso, su hijo no quiere ni verlo, o eso cree, apesadumbrado, sin haber podido escribir algo noble, o aceptable, y sin un centavo. En estas circunstancias su agente lo manda a una universidad en un pueblo cercano a Nueva York para dar clases de guión. La historia de un famoso, casi venerado por los demás, sin demasiada razón, sólo fama, se hace cargo de una tarea que no le apetece, únicamente por dinero. Pero, y siempre hay uno, Keith da cuenta de un posible cambio a modificar su actitud cuando conoce a su grupo de estudiantes, especialmente Holly (Marisa Tomei), madre de dos hijas, soltera, que tiene dos trabajos para poder sustentar su hogar, se da tiempo para sus hijas y además retomo los estudios con el afán de obtener el título de licenciada en psicología. Sin contar nada más, y pensando en la necesidad de segundas oportunidades, hace falta seguir describiendo la historia. No es necesario, pues tampoco es problemático, ya que los actores hacen lo imperioso para intentar hacer funcionar, sobre todo desde la química de los personajes, pero el guión es muy pueril, como si le hubiese agarrado algo así como desgano al guionista, como si él mismo se hubiese aburrido al reescribir este refrito.
¿Por qué escribimos? Hasta el momento Marc Lawrence dirigió cuatro películas, todas protagonizadas por Hugh Grant. Y no sólo eso, las cuatro son -a su manera- comedias románticas con una personalidad absoluta, películas despreocupadas por lo que se consume en el cine del presente y con un clasicismo irredimible en la construcción de personajes y situaciones. Si bien no parece tener mayores virtudes como realizador desde un punto de vista formal, la genialidad del director y guionista está presente en los mundos que genera y en los personajes que los habitan. Esa combinación da por resultado películas de una nobleza poco común y de un cariño total por los personajes, aunque más de una vez puedan estar equivocados. La textura de las películas de Lawrence (las mejores y las peores) son amables, esos universos queribles que se disfrutan sin problemas por parte del espectador. Un film de evidente textura clásica: es que hay mucho de screwball comedy en la forma en que se plantean los diálogos y en cómo sin mayores sobresaltos dramáticos los personajes logran modificar actitudes y tener cambios profundos. En esa estructura que trabaja el director, la presencia de Grant es fundamental, como en esta Escribiendo de amor, donde el actor aparece en todas las escenas de la película. Su figura le da ese aire de contemporaneidad inevitable para que conectemos emocionalmente con los conflictos del protagonista y para que la película no parezca un ejercicio de reescritura autoconsciente. Grant es un actor dotado para transmitir tanto elegancia como amargura, y esa mixtura de sensaciones encaja perfecto en el espíritu del film: la amargura aligera los excesos melodramáticos, a la vez que el poder de seducción y el carisma permiten ver más allá del cinismo canchero que algunas líneas de diálogo parecen invocar, y en el que el personaje se recuesta para soportar su presente funesto. Es interesante cómo, además, Lawrence lo pone en fricción con un personaje que es su opuesto perfecto (aquí Marisa Tomei, en Letra y música Drew Barrymore), y en ese choque quedan en evidencia las incomodidades de determinadas posturas, y cómo estas pueden no encajar en determinado espacio o lugar. Sobre reescrituras habla el título original, que tienen tanto que ver con la profesión del protagonista (guionista) como con la metáfora intrínseca al relato, esa de las segundas oportunidades y el modificar la experiencia de vida. Pero también el film parece una reescritura de la citada Letra y música: como en aquella, aquí hay alguien que “disfruta” de un éxito artístico del pasado y que se escuda en el cinismo como forma de subsistencia ante sus reiterados fracasos. Ese diálogo constante que tienen ambas películas es interesante, porque mientras aquella es una comedia romántica hecha y derecha, esta cuenta con elementos románticos pero no necesariamente es una comedia romántica. Sin embargo, esa presencia del amor como un horizonte es lo que mantiene la expectativa del protagonista y de los espectadores, presos de ciertos códigos cinematográficos aprehendidos a fuerza de ver películas. Un amor, claro está, maduro y alejado de la histeria de la juventud, otro detalle interesante de una película que se deshace en gestos de honestidad hacia el espectador. Lawrence borda notablemente el romance a partir de las edades de sus personajes. Es interesante también cómo el film construye una estructura a partir de la figura de Grant, que sostiene todas las demás. Porque Escribiendo de amor puede ser tanto una de profesor y alumnos, como una de amor, una comedia neurótica, una sobre segundas oportunidades, una sobre el vínculo entre padres e hijos, una sobre el amor entre personajes de diferentes edades, o una sobre el cine como mercancía o arte. En esa multiplicidad de subtramas que se encausan detrás de la figura del guionista Keith Michaels hay también toda una mirada fascinada sobre el acto de escribir y el de encontrar una respuesta al por qué escribimos: esa autoconsciencia y ese metalenguaje está introducido en el relato con notable sutileza y sin regodeos virtuosos; el acto de escribir como una sucesión de episodios que vamos recortando, acomodando, mixturando. La vida misma, es decir. Película genial y de gracia divina, todas las piezas parecen estar genialmente acomodadas, especialmente un elenco ajustadísimo repleto de personajes increíbles: J.K. Simmons y Allison Janney (padre y madrastra de la gran Juno de Jason Reitman) sobresalen porque sus criaturas apuntalan la tesis principal del film, esa de escribir y escribirnos. Qué parte elige cada uno mostrar de sí mismo; qué contar, qué ocultar; qué esperan los demás de uno, y qué es lo que uno está dispuesto a dar. Escribiendo de amor tal vez tenga algunas concesiones hacia su final, que invariablemente tienen que ver con el territorio de romance que abraza para darle un cierre a su historia, pero el aire que se respira en el film es tan diáfano y amable que tampoco preocupa demasiado: además Grant y Tomei están tan bien que uno les cree cualquier cosa. Escribiendo de amor es una película tan inteligente, tan bien escrita y divertida, que uno puede permitirle cualquier cosa.
Cuestión de tiempo Escribiendo de amor (cuyo título original, The Rewrite, le sienta muchísimo mejor a la historia que el desafortunado título local) es de esas películas medianas que cada vez tienen menos lugar en nuestra cartelera y que se encuentran, a medida que pasa el tiempo, siempre un poco más en peligro de extinción. El año pasado se estrenaron dos grandes comedias románticas, Sólo amigos? y ¿Puede una canción de amor salvar tu vida?, dos exponentes de las horribles traducciones locales de los mucho más precisos What if (o The F Word en Estados Unidos) y Begin Again. Ya entrado el segundo semestre de 2015, estaríamos en condiciones de afirmar que la misma tendencia que se viene repitiendo año tras año: cada vez se estrenan menos de estas películas. Y cuando aparecen, son vistas como rarezas, objetos extraños dentro del cine actual que parecen destinados al fracaso comercial. Marc Lawrence vuelve a dirigir después de seis años y realiza una película casi anacrónica dentro de la comedia romántica contemporánea. Así como Spielberg en 1993 decidió que ya hora de que alguien reviviera a los dinosaurios, Lawrence hizo lo suyo con la comedia romántica en sus tres películas anteriores y ahora con su cuarta colaboración con el ícono del género. Para eso, elige una puesta en escena sobria evitando caer en el sentimentalismo. Una de las razones por las que la fórmula (chico conoce chica y hay química entre los dos) funciona son los actores. Y cuando dos potencias del cine como Hugh Grant –a quien las arrugas le sientan cada vez mejor– y Marisa Tomei –pura fotogenia que ilumina todo plano en el que aparezca– se conectan, logran diálogos filosos a lo screwball comedy y un timing preciso sin necesidad de recurrir a otros elementos que no sean puramente cinematográficos para contar la historia. Justamente, lo interesante de la película pasa más por la forma en que se relata la historia que por los acontecimientos que se muestran. Ya sabemos lo que se viene pero Lawrence se las arregla partiendo desde los códigos y los lugares comunes del género para sostener nuestra atención durante todo el metraje. El carisma de Marisa Tomei (créase o no ya en sus ¡50 años!) enamora a Hugh Grant y también a nosotros al punto de no querer que se termine la película solamente para quedarnos un ratito más caminando a su lado en un día soleado. Con eso alcanza y Lawrence lo sabe, por eso uno de los grandes aciertos es la ausencia del beso final, porque estamos ante una película que no se ata al género y frente a un director que lo entiende a la perfección. Al igual que Letra y música, en la que el actor inglés vendría a ser el Keith Michaels de la música, Escribiendo de amor prefiere el bajo perfil y se mueve en un tono autorreferencial sin grandes pretensiones. La industria cinematográfica, al igual que el protagonista, se encuentra en medio de una crisis existencial y recurre cada vez más a resucitar sus épocas de gloria (reestrenos de clásicos, remakes y películas que reflexionan sobre el proceso de hacer películas) enfrentándose a la necesidad constante de reinventarse y de seguir buscando nuevas formas de sorprender al espectador. Siguiendo este camino, Lawrence se vale de la meta ficción para realizar una radiografía de la industria actual, además de elaborar una gran cantidad de guiños, citas (de Marty a Sentido y sensibilidad, con un plus si recordamos que Hugh Grant actúo en la adaptación filmada por Ang Lee) y uno de los momentos más cinematográficos y genuinamente emotivos de la película, en el que Keith le da play al video de su discurso de agradecimiento por el premio de la Academia a Mejor Guión en 1999 a su único éxito, y en un plano que un actor como Hugh Grant puede sostener, tenemos al personaje viéndose a sí mismo y casi de forma infiltrada entre todas las personas a las que les da las gracias, se cuela una alusión a su hijo, dato de su vida que ignorábamos hasta ese momento. Pero más allá de su cualidad informativa, la escena también adquiere un peso dramático porque en los mínimos gestos corporales del personaje se sugiere que los dos no se ven hace mucho tiempo. Para Lawrence la comedia romántica es cosa seria y se acerca a ella desde la autoconciencia; nunca en modo de parodia canchera. La transformación del protagonista alcanza momentos de profunda emotividad cuyo fuerte es la sutileza, la forma de contar lo que quiere contar confiando en el poder de las imágenes. Tanto es así que el director no reduce el universo de la ficción solamente a la efectiva dupla principal, sino que lo amplía a través de los personajes secundarios que, lejos de ser meros elementos de guion para rellenar espacios del encuadre, los complementan y tienen su propio desarrollo. Como esas películas que apuntan a emociones universales, aquellas que pasan casi desapercibidas, Escribiendo de amor viene a demostrar que, a veces, el cine es capaz de generar las emociones más genuinas y que, cuando lo hace, volvemos a comprender por qué nos gusta tanto.
El director y guionista Marc Lawrence se reúne por 4ta vez con el actor británico Hugh Grant (ambos hicieron Amor a Segunda Vista, Letra y Música, ¿Y...Donde están los Morgan?) para esta comedia romántica titulada Escribiendo de Amor (The Rewrite), cuyo reparto contiene a Marisa Tomei (Loco y Estúpido Amor), J.K. Simmons (Whiplash: Música y Obsesión) y a Bella Heathcote (Sombras Tenebrosas). Hugh Grant interpreta a un guionista de Hollywood caído en desgracia que debe reajustar su vida. Por motivos laborales debe empezar a trabajar en una universidad lejos de Los Angeles, en un puesto desconocido para él: profesor universitario. Es allí donde el protagonista se mete en problemas personales y de trabajo. Escribiendo de Amor no intenta reinventar el subgénero de la comedia romántica pero sí tiene como objetivo respetar y cumplir con los requisitos del formato de la mejor manera posible tratando de caer en la menor cantidad de clichés posibles y así lograr un equilibrio en el tono romántico/cómico, sin caer en lo edulcorado. El mayor logro de este largometraje es mantener todos sus atributos (la trama, las subtramas, lo romántico y lo cómico, la duración y el ritmo, etc.) en perfecto balance con una escala decididamente menor, poco grandilocuente que este tipo de películas no acostumbra a tener. scribiendo de Amor no sorprende ni arriesga, pero es correcta y logra cierta simpatía de parte del público gracias a la correcta actuación del reparto, en especial la performance de J.K. Simmons, quien logra ser el más gracioso en el film. El producto logra congraciarse con el público a través de los diálogos, que por momentos están muy logrados y hacen reír a la gente.
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Si buscas una peli romántica, de las de Hugh Grant, "Escribiendo el Amor" tiene que ser tu elegida para este fin de semana. Aunque el guión debería haber sido reescrito (así se llama en realidad la película: "reescritura"), es un comedia clásica, con buenas actuaciones, una Marisa Tomei más bella que nunca y un elenco que acompaña muy pero muy bien, con grandes de la talla de J.K. Simmons (quien viene de ganar el Oscar por su interpretación en "Whiplash") y Allison Janney (la protagonista de la serie "Mom"). Su director es el mismo de "Letra y Música" y "Amor a Segunda Vista", por lo que, si las viste, esta historia toma la misma carretera. Aunque uno sabe como va a terminar, es lindo disfrutar del trayecto. Peli con los ingredientes románticos que a todos nos gustan y con un Hugh Grant fresco, en un buen momento y poniéndose la historia al hombro como debe ser. Salida para para mujeres, y porque no, para novios que busquen sorprender a sus chicas.
La vida te da una segunda oportunidad y tenes que saber aprovecharla. Cuenta las alternativas vividas por el guionista Keith Michaels (Hugh Grant, logra emocionar en algún momento), en un momento en el cual gozó de todo tipo de reconocimientos, hasta ganó un premio Globo de Oro por una película, lo cual le dio reconocimiento ante muchas personas. Se encuentra casado y feliz con su esposa y su hijo Tom pero todo eso también quedó en el pasado. Quince años más tarde, con casi cincuenta años, está divorciado, sin haber escrito un éxito en años y sin un centavo. Necesita urgente comenzar a ganar dinero, por lo que le pide a su agente que le consiga cualquier trabajo para poder subsistir. No se encuentra del todo convencido con el nuevo trabajo que finalmente obtiene per lo acepta; ahora será profesor de guión en la Universidad de Binghamton en Nueva York. A pocas horas de encontrarse en el lugar concurre a un negocio de cocina rápida y allí conoce a varias jovencitas, se emborracha y termina en la cama con Karen (Bella Heathcote) en su primera noche en el campus. El primer día en ese lugar conoce a Jim (Chris Elliott) vecino y maestro de Shakespeare, un ser encantador. Una vez allí, el director, el Dr. Lerner (J.K. Simmons) lo recibe con cajas repletas de guiones que deberá leer y corregir. Sufre varios encontronazos con distintas personas como con Mary Weldon (Allison Janney) además de varias situaciones. Cada uno de los personajes vive diferentes alternativas: Keith, que no es capaz de mantener un romance bien, Holly Carpenter (Marisa Tomei) una madre soltera, optimista, que tiene dos trabajos para poder obtener el título universitario y Lerner quien sufre los distintos momentos con su esposa y cuatro hijas. La historia en algún punto habla de las segundas oportunidades, además el director y guionista Marc Lawrence (“Letra y música”; “Amor a segunda vista”) menciona a varios actores, referenciándolos con algún tema que le da un toque muy especial como a: Matt Damon, Channing Tatum, Ryan Gosling, Jack Nicholson, entre otros. También se citan películas como “DirtyDancing”, “Star Wars”, entre otras. Una historia que se sostiene por el alto nivel interpretativo de sus protagonistas como así también por el elenco secundario aunque algunos podrían haberse aprovechado más. Tiene varios toques románticos, están las complejidades de las personas. En parte es como reescribir sus vidas, si bien es previsible, divierte, entretiene y enamora. Dentro de los créditos hay escenas extras.
El rey de la comedia (romántica) Uno de los géneros más reconocibles del cine es la comedia romántica. La mayoría de las películas encasilladas dentro de esa clasificación cinematográfica poseen una estructura bastante sencilla de identificar; y Marc Lawrence (realizador con buena trayectoria en el género) conoce a la perfección las teclas que tiene que apretar para que su nueva película, Escribiendo de Amor (The Rewrite), sea una feliz propuesta sobre el amor y las segundas oportunidades. El crack de Hugh Grant es Keith Michaels, un guionista “one hit wonder” que no pudo repetir en su carrera el éxito que ganó con su premiada primer película. En la bancarrota y totalmente frustrado decide tomar un empleo como profesor en una ignota universidad pública ubicada al norte de Nueva York. Allí empezará a dictar clases con un significativo desgano hasta que se dará cuenta que enseñar no le resulta tan desagradable como pensaba al comienzo. Hay reflejos de la querible Letra y Música (Music and Lyrics, 2007) en Escribiendo de Amor, más allá de las obvias figuras de Grant como protagonista y Lawrence como realizador. Lawrence sitúa nuevamente en el centro de la cuestión a un hombre inmaduro tan desubicado como simpático, que vive de las mieles de un éxito pasado, a trabajar en una ocupación indeseada para encontrar la tan mentada redención. También está presente la contraparte femenina, que será fundamental a la hora de apuntalar, enseñar y acompañar en el proceso de cambio a nuestro actor. Tal como hace la encantadora Drew Barrymore en Letra y Música. Es como si el querido Alex Fletcher (rol de Grant en el film del 2007) se hubiese dedicado a escribir guiones en vez de bailar revoleando su cadera al ritmo del pop de los 80’s. Hugh Grant es uno de los máximos exponentes de la comedia romántica. Más allá de los puntos de contacto con el segundo opus de Lawrence, Escribiendo de Amor posee en su haber muchas características que la hacen única. Sus agudas referencias sobre la actualidad del mercado cinematográfico, sus múltiples subtramas que enriquecen y elevan a la trama principal y sus vertiginosos diálogos que recuerdan a las mejores screwball comedy; la distancian de aquel film con Grant y Barrymore y la convierten en una muy buena película con cuerpo y vuelo propio. Hugh Grant es uno de los máximos exponentes de la comedia romántica y bien ganado tiene ese lugar. El descaro, la simpatía, la admirable capacidad para reírse de sí mismo (y sino vean la escena de apertura de Letra y Música) y especialmente el carisma que destila cada vez que pasa por delante de la cámara; representan solamente algunas de las armas que pone el rey de la comedia (romántica) en función de Escribiendo de Amor. De partenaire está Marisa Tomei, la bellísima actriz que a sus 50 primaveras sigue siendo una clase viviente de actuación clásica. Cada secuencia con Tomei (y esa sonrisa capaz de acabar con todos los males que hay en el mundo) está cargada de un encanto imposible de ignorar. Asistiendo de gran manera a la pareja protagónica se encuentran el genio de J.K. “not quite my tempo” Simmons, Allison Janney y Chris Elliott. No hay nada más lindo que una película que te regala unas horas de felicidad absoluta. Escribiendo de Amor es nada más y nada menos que eso, una encantadora y efectiva historia sobre segundas oportunidades. Bien por la dupla Grant/Lawrence que volvió a la gran pantalla para darnos otra bella alegría.
Un profesor que enseña poco y aprenderá mucho El guionista Keith Michaels anda en la mano. Hace mucho ganó un Oscar y conoció la fama. Pero la pólvora se le secó, su mujer se fue con otro, su hijo no lo tiene en cuenta y le falta amor, ganas y plata. Por eso aceptará de mala gana un puesto de docente de literatura creativa en una universidad pública de una ciudad del interior. Y allí va, sin ilusiones. Está convencido de que no puede enseñar nada, que el pueblo es chato. El sólo espera una llamada de Los Angeles para volver a Hollywood. Pero bueno, tomará contacto con una mujer separada del lugar que lo irá conectando con aspectos de su vida que estaban dormidos. Y aprenderá que esa pequeña ciudad le puede dar a su vida más que el falso oropel del mundo del cine y la fama. El film habla de segundas oportunidades (en el amor y en la vocación) y su protagonista se dará cuenta de que a veces, al mirar atrás para tratar de revivir viejos logros, nos olvidamos de lo que tenemos enfrente. Film liviano, muy hablado, medo ingenuo, que tiene en el centro de la escena a Hugh Grant y su personaje de siempre: un galán dubitativo, desorientado, que trastabilla y mete la pata, pero que hace valer su simpatía y su ternura. A su lado está la siempre encantadora Marisa Tomei. Ella será la que le dará letra a este profesor que enseña poco pero aprenderá mucho.
Galán maduro Tras un largo paréntesis, Hugh Grant y el director y guionista Marc Lawrence retornan a la sociedad iniciada tiempo atrás con Amor a segunda vista (2002, con Sandra Bullock) y Letra y música (2007, con Drew Barrymore). En los años subsiguientes, cierto, el británico no cumplió la promesa de convertirse en el notable comediante que prometía ser. Por eso, su reaparición tiene algún grado de interés: Grant, como galán, no oculta que está más viejo, y como comediante, tiene los tics estratificados. Así y todo, su sarcasmo para con los demás y con él mismo (ese self-deprecating humour para el cual el español no tiene adjetivos) encuentra en esta película su cuota más exasperante. Es un humor inglés estereotipado que gusta o no, sin medias tintas, pero el actor lo domina aquí sin fisuras y justifica por sí solo la existencia del film. Grant es Keith Michaels, un guionista que nunca pudo superar al rotundo éxito de Paradise Misplaced (¿como el actor con Cuatro bodas y un funeral?), película algo autobiográfica por la cual todo el mundo lo reconoce; y lo reconoce, sobre todo, el alumnado de la Universidad de Binghampton, estado de Nueva York, donde Michaels va a dar clases cuando ningún productor acepta sus guiones. En ese instituto trabaja bajo la tutela del militar retirado Dr. Lerner (otro baluarte de J.K. Simmons, el oscarizado de Whiplash) y Weldon (Allison Janney), una profesora ultrafeminista, que no cuajan con su desparpajo inglés y no le facilitarán la vida en los claustros. Marisa Tomei, como Halley, es la partenaire de Grant; su personaje ayudará a Michaels a salir airoso en un film sobre guionistas que, paradójicamente, se destaca menos por la originalidad narrativa que por sus buenas actuaciones.
Comedias, tragedias y diferencias Hay películas felices. Más que eso, hay películas tocadas por la gracia. Películas que uno quiere volver a ver, y que además recuerda como mullidas y sanadoras. Una de ellas es Letra y música, de Marc Lawrence, con Hugh Grant y Drew Barrymore. Lawrence, que había comenzado su carrera como director con Hugh Grant de protagonista (Amor a segunda vista), hizo su segunda película también con Hugh Grant (la tocada por la gracia), y la tercera también (¿Y… dónde están los Morgan?). Y ahora llegó la cuarta, también con Hugh Grant. La cuarta Grant-Lawrence película se titula The Rewrite, se estrenó en junio del año pasado en el festival de Shangai, y luego tuvo un lanzamiento bastante escalonado por el mundo. A Argentina llegó bastante tarde, pero llegó, con el título de Escribiendo de amor. Y es una comedia romántica que a varios de mis compañeros de El Amante les gusta mucho más que a mí. No es que no me guste, es que no logré llegar al nivel de entusiasmo de ellos mientras la veía. Sin embargo, leo sus notas y me entusiasmo, me contagian su gusto por la película con convicción. Y pienso en las extraordinarias interacciones entre Grant, Marisa Tomei, J. K. Simmons, Allison Janney y Chris Elliott, un quinteto de comedia que parece jugar de memoria, porque tienen la práctica de otras películas con otros grandes. Y además hay algo en Hugh Grant de triunfo cada vez más lejano y de derrota posterior -que de alguna manera es la derrota de la comedia romántica en general en la actualidad, relegada en el éxito y en ejemplos- que tiñe todo de elegíaco. Elegía, no herejía. Herejía, aparentemente, es la que cometí al escribir en contra de Intensa-mente (http://www.rollingstone.com.ar/1804317-cinco-razones-para-oponerse-intensamente-a-intensa-mente). Esa pequeña nota hizo que gente buscara mi mail para escribirme mensajes de ofensa personalizada, que en Facebook linkearan la nota con desprecio, que comentaran, comentaran y comentaran. Recibí unos cuantos insultos, agresiones de un nivel sorprendente, enojos diversos. Ante las cosas que decían los comentarios, las acusaciones de decir esto y lo otro, releí mi nota. Y la verdad es que no entiendo los insultos, las suposiciones absurdas, las agresiones personales, y un largo etcétera. La posibilidad de comentar y conectarse en Internet por momentos da lugar a un espectáculo realmente penoso. A una exhibición por momentos desopilante de carencias a la hora de leer y de argumentar. A la tentación del exabrupto como vía de escape de vaya a saber uno qué tragedias. Opinar distinto sobre una película es una de esas cosas que, lamento desilusionarlos, suelen ocurrir. Es probable que Intensa-mente toque alguna fibra del orgullo de algunos espectadores que, como pasó con Match Point, provoca que se enojen cuando alguien escribe en contra de su preciada película, su film adorado, ese que recompensa sus extraordinarias sensibilidades ante éxitos globales. Éxito, pero no global. Esta semana se estrena 8 apellidos vascos, la película más vista de la historia del cine español, con 10 millones de entradas vendidas, una cifra realmente extraordinaria. De esas inusuales, fenomenales, que representan a un porcentaje altísimo de la población, un 22%. Para comparar, sería como si en Argentina una película fuera vista por un poco más de 9 millones de espectadores, algo impensable, porque ninguna película argentina de la historia ha logrado llegar ni siquiera a la mitad de esa cantidad. Pero claro, comparar exclusivamente porcentajes de población no sirve, porque hay que ver cuánta cantidad de esa población cuenta realmente con posibilidades de ir al cine, económicas y de acceso geográfico. Por otro lado, ya lo escribí en diferentes ocasiones, el éxito de una película no estadounidense en su país de origen no implica que replicará ese éxito en otros territorios. Fijense los casos de The Host, de Bong Joon-ho en Corea del Sur o de Stefan v/s Kramer en Chile, entre muchos otros ejemplos. El cine no hablado en inglés no viaja con facilidad. 8 apellidos vascos, dirigida por el veterano Emilio Martínez Lázaro es también, como The Rewrite, una comedia romántica. Y es sobre un andaluz que se enamora de una vasca. Y que se hace pasar por vasco ante el padre -recontra vasco- de ella. Un planteo vendedor llevado a cabo de forma poco sofisticada aunque eficaz y con algunos chistes afilados, que además exhibe a un cine nacional que puede trabajar con personajes de dos lugares diferentes de un país, con identidades marcadas, y sin necesidad de pasar por la capital, ni siquiera por la segunda ciudad en importancia, algo difícil de imaginar en el cine argentino, que cuando sale de la ciudad de Buenos Aires es para quedarse en ese otro lugar, mayormente sin conectarse con otro tercero fuera del imán portuario (y dejemos de lado las películas que se dedican a mostrar la relación del porteño con “otros lugares). The Rewrite no fue vista por mucha gente, y espero equivocarme pero no creo que 8 apellidos vascos sea un gran éxito localmente. En los cines solamente parece haber lugar para aquellas películas “que ve todo el mundo” y para algunas pocas películas locales, y 8 apellidos vascos es local en otro lado, a miles de kilómetros. Esas películas “que ve todo el mundo” a veces generan fanatismos, y producen fanáticos que responden -tampoco hay que sorprenderse tanto- como tales. Alguna vez, otra vez, habría que explicar las diferencias entre apasionarse y fanatizarse, pero las diferencias suelen no tener demasiada aceptación.
A clases con Hugh Grant El título original del cuarto largometraje de Marc Lawrence (todos dentro del rubro comedia y siempre con Hugh Grant como su estrella favorita) es justo, preciso y mucho más elegante, The Rewrite “La reescritura”, que la mala traducción, “Escribiendo de amor”. Parece un detalle no muy importante, pero no hay que subestimar el valor de un buen título ni sobreestimar el de uno desafortunado. El caso es que “Escribiendo de amor” no le hace justicia a esta buena comedia escrita, dirigida y protagonizada por profesionales del género. Si bien se trata de un tema autorreferencial, porque es cine que habla de cine y la película está plagada de guiños y alusiones a la cocina hollywoodense, la propuesta es lo suficientemente flexible y amplia como para enganchar al espectador medio que quiere pasar un momento divertido, alejado, eso sí, de las groserías y la chabacanería. Lo que no es poco. Resulta que el guionista Keith Michaels (Grant) ha tenido su momento de gloria años atrás, cuando recibió un premio de la Academia por el guión de una película que fue un gran éxito (Paradise Misplaced, “Paraíso perdido”), tenía un buen pasar económico, una esposa y un hijo. Hoy, Keith está prácticamente en bancarrota, no ha vuelto a escribir nada interesante, está divorciado y desde que su ex se volvió a casar, no ve a su hijo, que ya tiene 18 años y está por ingresar a la universidad. Su representante, una mujerota solterona y mandona, trata de hacer equilibrio entre los remilgos de su representado y las exigencias de los capos de la industria, pero no logra conciliar intereses. Dada la gravedad de la situación (Keith está bloqueado y tapado de deudas), le consigue un trabajo como profesor en la materia Guión Cinematográfico en la Universidad de Binghamton, en el otro extremo de los Estados Unidos. La idea es que se tome unas vacaciones pagas, tenga tiempo para meditar y ver si puede volver al ruedo con alguna propuesta que obtenga el apoyo de los productores. Hugh Grant se pone el traje y la máscara de ese tipo de personajes que conoce muy bien: buen mozo, inteligente, un poco cínico y una mezcla de éxito-fracaso irresistible, sobre todo para las chicas jóvenes. En su debut como profesor, lejos de la movida y del clima soleado de Los Ángeles, no ingresa pisando con el pie derecho. De entrada no más transgrede una de las reglas de oro de la institución y se enreda sexualmente con una alumna. Además, hace alarde de su versión menos diplomática y provoca con su cinismo a la docente que está al frente del Tribunal de Ética de la universidad, la profesora Mary Weldon (Allison Janney), titular de la cátedra en Literatura Comparada, fundamentalista de Jane Austen. Aunque por otro lado, tiene buena onda con Holly (Marisa Tomei), una madre soltera, con dos hijas y dos trabajos, que se esfuerza por estudiar en la universidad y derrama optimismo hasta por los poros. Keith también hace buenas migas con otro docente, divorciado y con algunos complejos, Jim (Chris Elliot), y con el decano, el Dr. Lerner (J.K. Simmons), un ex marine felizmente casado y padre de cuatro niñas que se la pasa tratando de equilibrar sus simpatías con las presiones del cargo. El tema central de esta comedia es, obviamente, la sempiterna cuestión de las relaciones entre mujeres y varones, un tema siempre vigente y que parece no agotarse, reinventándose continuamente para regocijo de la platea, fundamentalmente femenina. Como subtema, Lawrence apela a otro caballito de batalla, que no por archifrecuentado, deja de ofrecer tela para cortar: la cuestión de las segundas oportunidades. En resumen, “Escribiendo de amor” es una comedia respetuosa y respetable, que elude las estridencias y las vulgaridades, para divertir con sano y fresco humor, y, de paso, levantar el ánimo.
En busca de las palabras retaceadas El film protagonizado por Hugh Grant no fue estrenado en cines pese al éxito del actor británico. La comedia transita terrenos conocidos: un guionista exitoso que enfrenta un bloqueo creativo. El amor se abrirá como esperanza. Al igual que en tantos otros países de habla hispana, el último film del realizador Marc Lawrence, que se titula Escribiendo de amor, no se dió a conocer en salas como estreno. Del director, nacido en octubre del 59 en Brooklyn, hemos conocido algunas ligeras comedias tales como Amor y palabras y la recientemente estrenada, Y... dónde están los Morgan, ambas con Hugh Grant, no se ha dado a conocer en salas en carácter de estreno. Y la película no llegó a los cines pese al éxito que ha obtenido a lo largo de los años por este actor, que desde mediados de los años 80 pasó a ser uno de los más reconocidos y esperados, en tanto llegó a redefinir la figura de galán, tras los pasos de toda una galería de figuras que hicieron suspirar a las espectadoras de generaciones pasadas. Podríamos decir que con su casi eterno rostro de adolescente, rubio de ojos claros y siempre a flor de labio su gesto de picardía, Hugh Grant pasó a ser ese nuevo seductor que comienza a surgir en forma inmediata, cuando Richard Gere, luego de su American Gigoló, Reto al destino y Mujer bonita, ya inauguraba otro capítulo en su tan extensa filmografía. El film que hoy comentamos en otros países se ha dado en llamar ¿Cómo se escribe amor? O bien Reescribiendo mi vida (un poco más cercano al original: The rewrite). El personaje que encarna Hugh Grant, Keith Michaels, con un Oscar al mejor guión hace ya veinticinco años, comienza a experimentar tras su separación (tópico muy recurrente) un bloqueo en la escritura, que se manifiesta en ese desgano y en esa ausencia de iniciativas y de creatividad. Al deambular por los mismos pasillos de quienes antes lo felicitaban, ahora sólo recibirá negativas ante la presentación de cada nuevo proyecto. Estamos sí en el plano de la comedia. Una comedia que ciertamente no pasará a la historia pero que tampoco se comienza a olvidar tan pronto uno sale de la sala de cine. Grant aquí nos ofrece un rol a mitad de camino entre sus típicas comedias y cierto perfil dramático que conocíamos de otras realizaciones tales como Maurice y Lo que queda del día, ambas de James Ivory, Perversa luna de hiel, de Roman Polanski; Remando al viento, de Gonzalo Suárez, en la que interpreta a Lord Byron. ¿Y cómo olvidar en el renglón de las comedias su rol en el film de Woody Allen, Ladrones de medio pelo y posteriormente como ese Primer Ministro que se enamora de una joven de una clase social ajena a él, en la navideña comedia de Simon Curtis, Realmente amor, junto a Colin Firth, Emma Thompson, Liam Neeson y Keira Knightley, entre otros. Uno de sus film menos conocido es Improptu. En el film que hoy presentamos, y ante un sorpresivo corte de luz que le señala definitivamente que él, Keith Michaels, ya no debe esperar respuestas afirmativas al presentar esas nuevas tramas argumentales, nuestro personaje va a tener que aceptar una nueva propuesta laboral, que de aquí en más, lo tendrá lejos del mundo de Hollywood, cuyos luminosos y emblemáticos carteles ahora le dan la despedida. Su nuevo destino es una pequeña ciudad que se encuentra a tantos kilómetros de Los Angeles y en la zona limítrofe entre Nueva York y Pensylkvania. Y su nombre, poco conocido, es el de Bimghamton. Y ahora ya en la Universidad de esta alejada localidad, en la que ya no hay oficina de productores de cine, nuestro personaje pasará a sentarse frente a una clase a impartir lecciones de guión. Las referencias fílmicas van saliendo al cruce, entre el escepticismo de él y las inesperadas respuestas de sus alumnos, que poco a poco le comenzarán a manifestar sus sentimientos. Y en tanto estamos ante una "romantic comedy", ahí entre sus alumnos está una madre soltera que le despertará nuevamente sonrisas, personaje que intepreta una soñadora Marisa Tomei. Entre otros momentos, en una atmósfera nocturna, llegarán a aquel carrousel que formaba parte de la puesta en escena de uno de los episodios de The twilight zone. Y de labios de ella, Holly Carpenter, nos llegará la trama de aquel capítulo. Actriz reconocida hoy a sus cincuenta años, Marisa Tomei, de familia italiana, ha asumido diferentes roles en variados géneros desde fines de los años ochenta. Y entre ellos, además del film Mi primo Vinny de Jonathan Lynn, que la llevó a obtener el Oscar a la "mejor actriz de reparto", por su labor junto a Joe Pesci y Ralph Macchio, la tenemos presente por su trabajo actoral en films tales como Sólo tú de Norman Jewison, Chaplin de Richard Attenborough, en el que compone a la estrella Mabel Normand; Bienvenido a Sarajevo de Michael Winterbotton, In the bedroom de Todd Field, al lado de Sissy Spacek y Tom Wilkinson, protagonizando un admirable rol dramático y el que asume, entre otras, en la nueva versión de Alfie, junto a Jude Law. Aún sin fecha de estreno en nuestro país, El amor es extraño de Ira Sachs le ha permitido componer a un personaje rico en matices, en esta historia en la que dos hombres, ya veteranos, a partir de haberse casado, luego de treinta y nueve años de convivencia, según la esperada legislación del 2011, comienzan a experimentar el rechazo, la hostilidad, de quienes lo rodean. En este aplaudido film en el que actúan John Lithghow y Alfred Molina, se plantean situaciones muy conflictivas que dejan al descubierto la hipocresía de un amplio sector de la sociedad. En Escribiendo de amor o Reescribiendo mi vida encontramos a un tercer actor, J.K. Simmons, que mereció en la entrega de los Oscars de este año el premio al "mejor actor principal" por su labor en "Whisplash" de Damien Chazelle. En Reescribiendo mi vida, el actor interpreta a ese tal Doctor Lerner, que compon a ese personaje rector de este espacio universitario. Al igual que Hugh Grant, él también estuvo en el cast de un film de Woody Allen, el tan olvidado Celebrity del 98. Si bien Escribiendo de amor no es un film que se pueda comparar con la no estrenada Palabras e imágenes de Fred Schepisi, en el que dos profesores en una universidad rivalizan sobre el poder y alcance de los conceptos que dan título al film, igualmente esta comedia nos lleva preguntarnos: ¿por qué sólo en formato de DVD? Ninguno de los dos films encontró sala de estreno y ambos finalmente llegaron a las estanterías sin haberse dado a conocer de la manera más esperada. En Palabras e imágenes, él profesor de Literatura y ella de Bellas Artes, ambos con sus historias y pesares a cuestas, se van acercando y alejando según las circunstancias. Y en ambos films es la escritura y todo acto creativo el que pasa a la escena, lo que permite que la historia de amor sea posible. Sí, tal vez estamos en presencia de los llamados "finales felices". Y ¿por qué debemos temerles? ¿Es que acaso la historia de cada uno se borra porque un film cierra con un beso, un abrazo, una llamada? Y hay finales felices de tantas felices comedias y tensionantes dramas que pasan a ser los esperados, cuando los consideramos sinceros; momentos en los que podemos reconocer el resplandor de un estado de felicidad. Y aún en las situaciones de angustia, como le escuchamos decir a Paul Henreid y a Bette Davis, estando ambos en un hotel a orillas del mar, en el film del 42, La extraña pasajera de Irving Rapper, siempre podemos reconocer en las pequeñas cosas ese manifestarse de lo diferente, de lo que nos lleva a soñar y creer, a asombrarnos.
No todo está escrito Marc Lawrence es un eficaz creador de comedias románticas que nunca escapan del todo a la fórmula, ni lo intentan. Hugh Grant, eternamente atribulado, es el vehículo ideal para llevar adelante las propuestas de Lawrence. Y Marisa Tomei es perfecta para todo lo que se proponga. La combinación da un producto que no puede fallar, y no falla. Exigir más es no estar dispuesto a jugar con las reglas del género. Keith Michaels (Grant) tuvo su momento de gloria cuando gestó un guión perfecto para una película inolvidable, pero quince años después acumula fracasos personales y profesionales a la sombra de lo que alguna vez fue. Ya no puede ni pagar las cuentas y debe aceptar un empleo que le resulta indigno, ser docente en una universidad remota. Su irresponsable plan de trabajar en piloto automático se desvanece cuando empieza a involucrarse de manera genuina con su tarea y sus alumnos. La redención está servida. No hay alerta de spoiler que valga cuando el determinismo del género hace que uno disfrute igual aunque se advierta claramente el final. Lo que importa, lo que no está escrito, es el cómo. Es en ese espacio reducido en donde Lawrence se siente más cómodo.