Luego de producciones como "Letters from Iwo Jima", "Flags of our Fathers" y "Unforgiven", entre otras, Clint Eastwood desarrolla aquí uno de los trabajos más ambiciosos de su carrera como director y, si bien no se compara con otros de sus films, le brinda al espectador una buena propuesta biográfica sobre la persona que en su momento fue catalogada como una de las más poderosas de los Estados Unidos: John Egdar Hoover.
La forma en que está contada es estupenda dándole al relato una dinámica muy especial que mantiene al espectador atrapado por lo que sucede en la pantalla. La actuación de Leonardo DiCaprio es excelente, logrando que se le crean los cambios de edad que va teniendo en las diferentes secuencias, no sólo por el trabajo del equipo de maquillaje, sino que...
Hacer una biopic de una de las figuras norteamericanas más importantes de la primera mitad del siglo pasado, sería suficiente garantía para acudir al cine, pero si a este esfuerzo le suman las colaboraciones de tres grandes actores y un experimentado y laureado director, el resultado es simplemente sensacional. J. Edgar, la mas reciente película de Clint Eastwood, es un retrato intimista de una de las personas más poderosas de Estados Unidos durante la guerra fría, al cual se le acredita la consolidación del FBI como organismo de investigación y central de inteligencia de la nación más poderosa en ese momento histórico. Pero el film lejos de centrarse en la mera enumeración de los grandes momentos del personaje, nos conduce a sus entrañas a la parte formativa y éxitosa; que simultáneamente en pantalla, vemos como se convierte también en su corrupción y ruina. Eastwood elige jugar con el tiempo, de la misma forma que la memoria juega con los recuerdos y por ello también nos presenta sucesos que no acontecen como el protagonista recuerda. La película además de una excelente dirección y un maquillaje que seguramente merecerá varios galardones, recae en 5 actuaciones que consiguen matices perfectos y precisos, eclipsando cualquier suceso externo para conmovernos sutilmente con las revelaciones del alma de cada uno de los personajes. Leonardo Dicaprio se ha esmerado en la construcción de un rol, que lo catapulta y consolida como uno de los grandes histriones de la actualidad, que convence a detractores (como su servidor) y reafirma sus trabajos pasados en donde ya había conseguido esta excelencia interpretativa (El Aviador y Solo por un sueño). La película, dicho eso, es Leonardo DiCaprio y es él quien consigue cautivarnos mientras presenta a este hombre paranoico y egocéntrico que de no ser por el actor sería imposible de empatizar. Claro que debe mencionarse que el estar acompañado de Judi Dench, Naomi Watts resalta su interpretación pero el mérito del éxito del film es exclusivo de Dicaprio y Armie Hammer, el cual sorprende a propios y extraños con su interpretación de Clyde Tolson, el fiel y eterno colaborador y compañero de J. Edgar Hoover, papel que me aventuro le valdrá también una nominación como actor de reparto. El único demerito del film puede ser el ritmo y la fotografía, pero en nada sustraen el resultado final de un film que encabeza en este momento las películas favoritas a contender por un premio de la academia J. Edgar es una película muy interesante sobre un hombre narcisista, excéntrico, lleno de fobias, estereotipos y traumas, que por más de 50 años se dedico a cazar y acabar con todos los monstruos y enemigos del sistema norteamericano, pero que nunca se enfrentó a sus propios demonios.
Ángeles y Demonios Se dice que a veces los perros se parecen a sus dueños. Se dice que un hijo es el reflejo de su padre. Que un invento es creado a imagen y semejanza de su creador. La gran paradoja del último film de Clint Eastwood, no es que se parece a su director, sino al personaje que retrata. John Edgar Hoover, es acaso uno de los hombres más polémicos de la historia del siglo XX a nivel mundial, y muy posiblemente fue uno de los más poderosos. Con apenas 24 años de edad, Hoover fue una de las piedras angulares del FBI, y sin lugar a dudas, el emblema que le dio renombre y sobretodo poder a dicha organización. Fue director desde 1935 hasta 1972, y durante su mandato pasaron siete presidentes de Estados Unidos. Pero más allá del legado político que dejó, Hoover tuvo una vida controversial. Se dijo que era homosexual y le gustaba vestirse de mujer, que salía con su asistente personal, Clyde Tolson, pero además tuvo amores con varias estrellas de Hollywood para apagar los rumores. En el medio fueron muy polémicas, las investigaciones que realizaba a los miembros de los partidos demócratas y fue un obstinado perseguidor de comunistas. Racista, antisemita y xenófobo. Pero también Hoover, fue el precursor de la policía científica, de la creación de la base de huellas digitales de criminales y miembros de las fuerzas policiales, de la pulcritud a la hora de investigar escenas criminales. Persiguió a gángsters y ladrones de bancos durante la recesión económica, y lideró la investigación acerca del secuestro del hijo del aviador Charles Lindbergh, además de ser promulgador del comité anticomunistas que se dedicó a enjuiciar supuestos miembros del partido rojo en Estados Unidos, que derivó a la lista negra y la cacería de brujas macartiana, terminando con la carrera de muchos artistas de Hollywood. Era inminente que se realizará un film sobre alguien tan controversial. O quizás una miniserie. Y Clint Eastwood no pudo resistirse. El resultado es un film ambicioso, contradictorio y tan ambiguo como el personaje al que desea representar. Lo que pasa es que Eastwood y Lance Black (guionista de Milk) quisieron agrupar toda la vida de Hoover en apenas un poco más de dos horas… y se queda muy corta. O sea, todo cierra, pero nada queda claro, se dejan varias aristas abiertas, otras quedan supuestas, y da la impresión que estamos ante un trailer, un pantallazo episódico, superficial, de una obra mucho más grande. Gigante quizás. No se trata de la típica “biopic”. Tenemos a Edgar setentón, dictando sus memorias: sus inicios en el FBI, la relación con su madre hasta la “resolución” del caso Lingbergh. Estos recuerdos van acompañados por la relación del protagonista con su secretaria, Helen Gandy y su asistente personal, Clyde Tolson. Paulatinamente vemos como se van desnudando sus sentimientos hacia Clyde, pero por otro lado no puede dejar de reprimir su homosexualidad a raiz de las “enseñazas” de su madre. La historia no es lineal y vamos continuamente a los años ’60 y ’70. La relación de Hoover con los Kennedy, Martin Luther King y Richard Nixon (ahí sale a la luz el perfil más republicano de Eastwood). La forma en que los chantajea continuamente en develar sus secretos, ya que tenía grabaciones de ellos secretas, que podían perjudicar sus carreras. Es difícil cuestionar los dotes narrativos de Eastwood. De hecho no sería desacertado decir que J. Edgar es el film más dinámico, atrapante y ligero de su carrera, pero también uno de los menos trascendentes y poco profundos. Eastwood mantiene la tensión de las redadas policiales como los films de James Cagney, acaso el gran homenajeado, el suspenso de obras recientes como Enemigos Públicos, El Buen Pastor o incluso su propia El Sustituto, pero la emoción está forzada. Escenas de gran impacto como la investigación del caso Lindbergh son sucedidas por escenas teatralizadas de diálogos insostenibles entre Edgar y Clyde. Por momentos, realmente parece que estamos frente a un melodrama de los ’40 o ’50. Son las escenas policiales, las que la acercan a un film de Raoul Walsh o Howard Hawks, las que tienen mayor emoción. Se trata de muchas películas en una, pero que respeta el código de cine clásico de los ’30 y ’40. El problema es que la mezcla no sale indemne. El registro de actuación incluso es incómodo. A nivel estructural, el guión guarda demasiadas reminiscencias con el segundo film dirigido por De Niro, pero las escenas de espionaje son seguidas por el melodrama de Douglas Sirk, pero con poca sutileza. La voz en off de Hoover termina siendo contraproducente. Demasiado redundante y parece que se incorpora para rellenar todos aquellos baches narrativos que no se pudieron ver en pantalla. La denuncia se queda a mitad de camino. Es como dar el palito del dulce, pero no el dulce en sí, y además Eastwood parece tímido en la forma en que desarrolla la relación homosexual entre Tolson y el protagonista. Conservador, reprimido. Como el personaje en sí. Cuando desarrolla el secuestro del bebé de Lindbergh aparece lo mejor del cineasta de El Sustituto. Sin embargo, no queda clara su resolución. La justificación que pone es que se narra desde el punto de vista del protagonista, pero eso solo queda claro cuando Tolson le refriega las mentiras que Hoover se hizo a él mismo. No es que Eastwood esté perdiendo las mañas como cineasta, solo que el proyecto en su ambición, se le fue de las manos a nivel narrativo. El Hoover de Eastwood intenta parecerse (incluso por caracterización) al Charles Foster Kane de Orson Welles, pero la falta de criterio para limitar el campo de acción del personaje es lo que juega en contra. Cinematográficamente hablando, casa aspecto técnico es soberbio: la reconstrucción de época, la fotografía notable de Tom Stern y el montaje de Joel Cox, ambos colaboradores habituales. La banda sonora a cargo del mismo director es nuevamente un lujo, y lleva más su firma, que el film en calidad de realizador / autor. Leonardo Di Caprio está a la altura del personaje, y se destaca en varios momentos, aunque también recuerda un poco al poderoso Howard Hughes de El Aviador de Scorsese, o al protagonista de La Isla Siniestra. Eastwood lo guía a un código actoral de la vieja escuela. Lo mismo sucede con Armie Hammer, en un rol más destacado que en Red Social, que auspicia un gran futuro para el joven intérprete. Naomi Watts, con un perfil más bajo y austero que de costumbre se destaca con un personaje demasiado chico para una actriz tan talentosa, y la gran Judi Dench tiene varias escenas donde roba la pantalla, con una mirada o solo un parpadeo. Pero sin dudas, Di Caprio carga el film sobre los hombros imitando la voz, el tartamudeo, la postura y forma de caminar del uno de los hombres más poderosos de la historia. El maquillaje es una de la ramas más controversiales. Si bien, es interesante el envejecimiento de los personajes de Hoover, Gandy y Robert Kennedy, es demasiado exagerado en el viejo Tolson y sobretodo en un Richard Nixon bastante ridículo. Obra de luces y sombras como el personaje que decide retratar, J. Edgar es un film interesante y atrapante, pero desmedido, que rebalsa temas e intenciones a la hora de reconstruir a uno de los hombres que marcaron la historia política y policial del Siglo XX. Como seguidor de Eastwood me cuesta admitir que sus dos últimas obras, (esta y Más Allá de la Vida, que a comparación termina siendo bastante superior), estén por debajo del nivel que venía mostrando en los últimos diez años. Sin embargo, con Clint, nunca se sabe. Posiblemente, su próxima película sea otra obra maestra.
La información es poder. Así como Toro Salvaje (Raging Bull, 1980) es sin dudas el modelo por antonomasia de biopic posmoderna, gran parte del género en cuestión ha deambulado desde entonces por dos inevitables reduccionismos en lo que a retratos de figuras públicas se refiere: por un lado tenemos los films que exacerban la vida profesional del protagonista proponiendo un recorrido sumario por su carrera y por el otro están los que se concentran en la esfera privada bombardeándonos con metáforas que vienen a dar cuenta de tal o cual aspecto de su carácter. Sin embargo también es posible encontrar representantes de una tercera posición que pretende ofrecer una combinación balanceada de las dos vertientes anteriores...
Vigilar y castigar No entiendo a la mayoría de los críticos norteamericanos (no todos; hay honrosas excepciones como Manohla Dargis, Roger Ebert y Peter Travis) que destruyó a este nueva película de Clint Eastwood porque, coincidían casi todos, sería demasiado sensible y condescendiente en su retrato de J. Edgar Hoover, quien durante casi cinco décadas (de 1924 hasta su muerte en 1972) dirigió con mano dura (muy dura) el FBI. Yo creo, en cambio, que la película no es tan positiva hacia el protagonista como se quiere creer y que en realidad lo que les molestó a tantos colegas detractores es que no fuese explícita, enfáticamente crítica hacia la carrera del despiadado y megalómano funcionario, que resisitió a fuerza de chantajes y extorsiones a ¡siete! administraciones presidenciales (Coolidge, Hoover, Roosevelt, Truman, Eisenhower, Kennedy, Johnson y Nixon). Lo que Eastwood no hace (y para mi gusto es uno de los grandes méritos del film) es juzgar a JEH. Explora tanto su vida privada (la sumisión hacia su madre, la relación homosexual nunca explicitada con su principal asistente) como su faceta pública (desde los sonados casos del asesinato de John Dillinger hasta el secuestro y muerte del bebé del famoso aviador Charles Lindbergh), pasando por sus aportes a la investigación forense, el uso científico de las huellas digitales, el archivo sistemático de los antecedentes de las personas y su obsesión por vigilar y castigar a todo aquel que cometiera algún desliz según su rígida estructura moral. Que Eastwood es un notable narrador clásico (sus películas fluyen siempre sin esfuerzo, incluso cuando aquí recurre todo el tiempo a la voz en off del propio JEH, a innumerables flashbacks y a nutridas capas de maquillajes para avejentar a los personajes) no es algo que yo vaya a descubrir aquí y ahora, pero el maestro lo logra con un género bastante riesgoso y hostil como la biopic y con un ambicioso guión de Dustin Lance Black (el mismo de Milk) que aborda desde el amor sublimado hasta la doble faceta contradictoria de represor-reprimido del protagonista. Di Caprio está muy bien en este verdadero tour-de-force actoral en el estilo de estrella clásica de Hollywood (el mismo de Titanic o El aviador), mientras que también se lucen en papeles secundarios Judi Dench como su tiránica y manipuladora madre; Naomi Watts como su fiel secretaria y, sobre todo, Armie Hammes, como Clyde Tolson, el subdirector del FBI, compañero y confidente de toda la vida de JEH. Un elenco a la medida de una película que recorre en poco más de dos horas buena parte de la historia estadounidense del siglo XX de la mano de un gran (y sabio) cineasta.
J. Edgar administró el FBI durante casi 50 años y no hubo un solo Presidente Norteamericano que durante ese lapso haya podido bajarlo. Soportó conspiraciones y conspiró. Fue traicionado y traicionó mejor y entonces los poderosos mandatarios Coolidge, Hoover, Roosevelt, Truman, Eisenhower, Kennedy, Johnson y Nixon, cumplieron sus mandatos y J. Edgar los sobrevivió a todos en el poder del FBI. El modo en que Eastwood muestra a Edgar, en un buen trabajo de Leonardo Di Caprio que no siempre está a la altura, tiene varias virtudes. El uso de recursos de flashback, la voz en off del protagonista que configura un modo de biopic en que la narración se mixtura mortificando la noción misma del relato biográfico para convertirla en relato del yo y, por sobre todo, el modo maravilloso de Eastwood de acercarse al sujeto en cuestión sin tomar partido jamás. Lo deja allí a merced de su imagen, sus dichos, su homosexualidad reprimida, su madre castradora y muchas otras vicisitudes en las que el acertado trabajo de guión de Dustin Lance Black colabora con esa cámara lúcida con la que el joven anciano Clint cuenta sus historias cuando parece que narrar de modo clásico es imposible. Al acertado trabajo de Judi Dench, como su castrante progenitora, se suman el de Armie Hammes, como Clyde Tolson, subdirector del FBI, quién no sólo lo secunda por lealtad, cosa que descubriremos más tarde en una escena notable y el de Naomi Watts, sosteniendo el papel de su devota secretaria. La saga del Padrino (The Godfather) de Francis Ford Coppola, era una clase magistral de la Historia norteamericana, mostrando los vínculos de la mafia con el poder desde los más pequeños actos de corrupción hasta la conspiración de una muerte en el Vaticano. Corrupción estructurada desde adentro hacia afuera del sistema. La película de Eastwood muestra también una Historia de EEU desde adentro, pero desde una institución a otra institución y logra momentos de calidad narrativa destacables.
Las dos caras del FBI John Edgar Hoover fue un personaje controversial de la historia reciente norteamericana. Fundador del FBI, incansable perseguidor de comunistas y responsable de cambiarle la imagen a la policía estadounidense, hoy tiene su película dirigida por Clint Eastwood y protagonizada por Leonardo DiCaprio. El film J. Edgar (2011) trata con tono ambigüo su figura lejos del mito y la leyenda. J. Edgar está en el ocaso de su carrera -y vida- y pide registrar sus memorias. La película da un salto a 1920 y trata las dos temporalidades: el joven ambicioso y el adulto obsesivo, ambos interpretados por Di Caprio de gran actuación, con y sin maquillaje. Sus comienzos, la fundación del FBI, su relación con los distintos presidentes norteamericanos, su influencia en las decisiones de estado, su homosexualidad reprimida, etc. Un personaje muy norteamericano que carece de interés de este lado del hemisferio. Por suerte Eastwood no hace una biopic del personaje, sino que trata de darle un corte realista a su figura. Lejos de la leyenda y el mito instalado en torno a su persona, el film se apoya en el dicho “odiado por muchos, valorado por pocos”. Aunque alguien tan influente en la política norteamericana merece un tratamiento particular, una toma de postura, el viejo Clint hace lo que muchos con personajes controversiales de la vida real -vean el tratamiento inglés de Margaret Tachet interpretada por Meryl Streep en La dama de hierro (The Iron Lady, 2011)- no toma partido, ni a foavor ni en contra del personaje, lo muestran como un ser humano con contradicciones, haya lo que haya hecho. Para tal acción Eastwood se recuesta en su habitual colaborador en la fotografía Tom Stern. Stern ocatgenario al igual que él, realiza unos claroscuros sobre el personaje en más de una ocasión, para enfatizar cinematográficamente la ambigüedad de su comportamiento. Lo mismo sucede a nivel argumentativo, los distintos traumas de J.E.Hoover en su juventud no parecen ser la causa de su obsesión con las distintas persecuciones a enemigos políticos, ya que la película se interna en ellos sólo un instante para luego alejarse y sobrevolar otro conflicto personal. No hay un motivo, sino muchos, parece decirnos Eastwood, dejando como conclusión las mismas dudas sobre el personaje que había en un principio. Sin embargo, y dicho esto, la película muestra hechos míticos de la historia norteamericana relacionados con J.Edgar como su presunta homosexualidad, declarada en el film, la existencia real de archivos secretos del FBI sobre funcionarios políticos, su relación con el asesinato de J.F.Kennedy, su ego desmedido para adjudicarse los arrestos policiales, etc. Situaciones interesantes para los norteamericanos, ya que aclara su historia reciente, pero intracendente para el resto del mundo, a no ser que se sienta interesado por la temática. La nueva película de Clint Eastwood puede compararse con los films de presidentes norteamericanos que realizó Oliver Stone, no mete el dedo en la llaga, simplemente hace un retrato superficial de su figura. Aunque J. Edgar tiene un tratamiento menos patriota y más responsable cinematográficamente hablando que los films de Stone.
Miedos Una biopic tiene sus lugares habituales. Están esos hechos controversiales, esa caída al abismo, la redención. O sea, la batalla de una vida en la que se sale victorioso, o casi. Clint Eastwood. Perdón. El gran Clint Eastwood (porque aunque su última película Más Allá de la Vida me disgustó bastante, sigue siendo enorme) se atreve a contar la historia de J. Edgar Hoover. Todo un instituto dentro del Buró Federal de Investigaciones. Un hombre que fue su director durante casi cincuenta años, y mientras siete presidentes pasaron durante su gestión (demócratas y republicanos), él siguió a cargo, algo nada sencillo. El comienzo nos dibuja a un Hoover (otra buena actuación de DiCaprio) ya en su declive, cuando su caza de comunistas suena a la de un obsesivo (algo que siempre fue), aferrándose al poder y a su posición a cualquier costo, con la mente puesta en la opinión pública sobre su persona. Entonces empieza a relatar su autobiografía para que la gente conozca "la otra versión" de los hechos. En ese compendio de sucesos públicos y privados es donde Eastwood agudiza la visión. Se repasa la sumisa relación frente a su madre, una déspota e inalcanzable Judi Dench, la homosexualidad reprimida, los juegos con el poder y el espectáculo, la persecución a los comunistas. Hechos que podrían sonar como una mera acumulación, pero que a Clint le sirven para trazar a J. Edgar. Su elección en la opacidad del film nos recluye en ese mundo de burócratas, oficinas y hombres de negro. Eastwood nos llena de esa oscuridad en la que vivía y soñaba J. Edgar, la de un hombre temeroso. Un paranoico y controlador obsesivo que no dudaba en chantajear hasta a los más poderosos con grabaciones ocultas, pero al que le resultaba imposible vincularse con otros seres humanos, asustado de sus propias inseguridades. En el resultado final es donde ese trazado que aparentaba ser una simple sumatoria de momentos resulta algo mucho más interesante. Porque la posición que toma Clint Eastwood ante los sucesos de la vida de Hoover es la de un simple narrador. El viejo parece decirnos "observen la labor de una vida". Nos dibuja a un ser humano, uno al que DiCaprio termina de dibujar de cuerpo entero. De nuestra parte queda juzgar quien fue J.Edgar Hoover.
Como siempre pasa con las biopics (películas biográficas) la ficción muchas veces hace ruido con la historia real. Pero una película biográfica ES ficción. Así como sería ficción si yo escribiera una autobiografía porque sería mi visión de los datos. Con eso quiere jugar este largometraje y por eso nos presenta a un personaje entrado en años que dice que es hora de que conozcan su versión de los hechos. Antes de ver la película leí algunas cosas sobre el personaje y algunas críticas sobre el film. Algunos la tomaban como aceptable y otros la liquidaban diciendo que Clint Eastwood se tenía que retirar de una vez. La verdad es que no creo que lo que falle en esta película sea él, si no que cuenta con un guion con tantas licencias históricas y un foco tan lejos de lo que podría ser (a mí criterio, por supuesto) el atractivo que por eso deja un sabor a poco. Habiendo dicho esto, para quienes no conocen al personaje, J Edgar Hoover fue el presidente del FBI por más de cuarenta años. Todos los presidentes desde que él ascendiera han querido sacarlo de ahí, pero era demasiado influyente, demasiado peligroso. Siempre ha sido soltero y se rumoreaba que era homosexual pero no hay pruebas concretas. De todas maneras, si las había, era probable que su mismo departamento las eliminara, ¿No? ¿Por qué digo que la falla es del guión? Porque se enfoca mucho en su vida amorosa, sin llegar a explotarla absolutamente, se cuenta un complejo de Edipo que hasta sugiere un travestismo que tampoco me hace demasiado a la historia. Realmente, siendo que era un tipo que manejaba la seguridad de un país, que hizo cazería de brujas, de comunistas, de radicales y de gángsters, me mostraron pocos casos, pocas pruebas, pocos hechos. Los temas de alcoba eran, honestamente, los menos interesantes a mí gusto. Además, otra falla es que empieza a partir de un escrito que se piensa se escribió y por el cual se tienen datos de su infancia y adolescencia, porque el resto fue destruido. De esa manera te dicen que vas a conocer la historia desde J Edgar. Sería fantástico si no siguiera post mórtem. Errores que no puedo creer que un ganador del Óscar como Dustin Lance Black (ganó por la genial Milk) cometa. Dejando eso de lado, Leonardo DiCaprio y Armie Hammer están soberbios. De las habilidades del primero ya estaba bastante segura pero el segundo me ha cautivado. Con un sello de clase, de estilo y escenas tan expresivas sin decir demasiado (la que están en la mesa con las chicas en el bar, por ejemplo, que lo ve con una admiración que perfectamente puede interpretarse como amor) me dejaron una estampa en la película que no sé cómo haría alguien para salir de la sala y olvidarse de él. DiCaprio construye un J Edgar disciplinado, inseguro y un poco paranoico. Algunos tics recurrentes nos hacen acordar a Howard Hughes según él en El Aviador pero no deja de ser hechizante. Sobre todo cuando con la ayuda del maquillaje, vemos a un anciano. Judi Dench interpreta a la madre de J Edgar y, como se supone que el narrador es el personaje de él (no es cierto, claramente, sino no seguiríamos viendo post mortem) la vemos enorme a través de sus ojos. Ella debería ser la dama de hierro de este año porque está soberbia, pero, de nuevo, haciendo más de lo que siempre hace. No es distinta a sus interpretaciones que he visto últimamente, aunque eso no quita el peso que tiene en pantalla. La que me sorprendió fue Naomi Watts quien creo una maravillosa actriz pero terminó desapareciendo por ser tal vez muy medida. Pero todas las manos derechas tienden a ser invisibles para el resto, así que dentro de esa lógica del relato, está bien. En lo visual, y acá hay que sacarse el sombrero, tenemos una biopic no autorizada de uno de los personajes más influyentes de su época que hace por momentos homenaje a una falsa biopic que se ha convertido en un clásico. Sí, su profundidad de cuadro, su uso de gran angulares, el picado y contrapicado, momentos en los que documenta con los medios y el hecho de que sea un flashback casi constante me recuerda al Ciudadano Kane. Además de esto, la fotografía avejentada, la ambientación minuciosa, el vestuario y el maquillaje terminan de construir un set impecable. Que los personajes puedan ganar y perder 20 años en un corte es fantástico. Pero cuidado, a pesar de estos elementos positivos, "J Edgar" tiene resulta poco caótica, sobre todo si esperaban saber qué hizo en su vida Hoover. Quizás pueda decirse que el recorte que el director elige lo aleja de lo previsible y lo interna en las oscuras profundidades de un hombre que tuvo el poder sin límites. En ese aspecto donde la película no termina de cerrarme: la dimensión humana luce errática y hasta agotadora por momentos. Eso si, es Eastwood. Que les quede claro. Debe ser la película menos redonda de todas las de Eastwood en su carrera como director. Se lo ve en esta etapa, maduro y demasiado sensible quizás... pero jamás pediría su retiro. Me sigue pareciendo uno de los mejores y Leonardo siempre es digno de ver en sus construcciones. Esperabamos más, sin dudas.
El lado secreto del FBI El director Clint Eastwood aborda la vida pública y privada de uno de los directores más polémicos del FBI. J. Edgar, que se mantuvo a lo largo de ocho presidencias luego de fundar el organismo en 1924. El film va y viene en el tiempo (el segundo tramo resulta más interesante que el comienzo) y Eastwood echa mano a investigaciones, extorsiones y chantajes para situar la actividad del personaje principal, mientras propone un recorrido por gran parte de la historia norteamericana. Lo más interesante de J. Edgar reposa en la relación que el personaje mantuvo con su asistente Clyde (Armie Hammes), subdirector del FBI, compañero, confidente y algo más; la convivencia con su madre (Judi Dench) y la confianza depositada en su secretaria (Naomi Watts). El cineasta recurre a detalles y frases que pintan el universo íntimo del conflictivo líder del FBI. Y también hace referencia a un caso legal que termina con la pena de muerte (el secuestro de un bebé) y al pedido de más recursos y herramientras para poder manejar el organismo. Eastwood no desaprovecha la oportunidad que le da el guión de Dustin Lance Black (Milk) para meterse en el mundo del cine, donde desfilan fragmentos de films de James Cagney y hasta la recreación de la niña prodigio, Shirley Temple. En medio de un mundo que se muve por decisiones políticas, chantajes e información reservada, también el espectador accede el micromundo de un hombre (o dos) para espiar el peso de una educación materna severa que culmina en sentimientos reprimidos. Si bien no es la mejor película de Eastwood, queda claro que es un excelente director de actores: Leonardo Di Caprio (olvidado injustamente en las nominaciones para el Oscar) deja asomar la emoción a través de espesas capas de maquillaje y Armie Hammer lo acompaña con solvencia, silencio y convicción.
Lo que el tiempo se llevó Melancólica y sedentaria, más confiada en la palabra que en la acción, la película de Eastwood empieza con el logo de la Warner en blanco y negro, un modo de viajar al pasado: al pasado del cine, al cine clásico, pero también al del personaje. Los primeros tramos de J. Edgar hacen temer que la película de Clint Eastwood pueda ser algo así como El mundo según Hoover. En ellos, el todopoderoso fundador del FBI –que siendo apenas un muchacho, a comienzos de los años ’20, creía imperativo frenar a los inmigrantes centroeuropeos para que no establecieran un soviet en los Estados Unidos– tiene el dominio absoluto de la palabra, da sus razones y fundamenta su credo frente a cámara, sin que nada ni nadie lo cuestione. Pero cuando unas escenas más adelante se lo ve contento como un niño, mostrándole a la chica que le gusta el sistema de fichaje bibliográfico que acaba de descubrir y que piensa aplicar a la investigación sistemática de cada ciudadano (todo ello en una de sus primeras salidas, minutos antes de arrodillarse y ofrecerle casamiento, en la nave principal de la Biblioteca del Congreso), se comprende que nada de lo que el hombre diga o haga tiene demasiada relevancia, por la sencilla razón de que está loco. O poco menos. Darle la palabra al monstruo no es lo mismo que darle la razón. Por mucho que se lo deje monologar, la puesta en escena sabe cómo relativizar esos monólogos, cómo cuestionarlos y hasta confrontarlos. De un modo tan sutil, claro, que la crítica entre líneas corre el riesgo de pasar inadvertida. J. Edgar es la película de un hombre viejo. Dos hombres viejos, el protagonista y el demiurgo. Por eso es lenta, melancólica y sedentaria, más confiada en la palabra que en la acción. Empieza igual que todas las películas de Clint Eastwood de las últimas décadas: con el logo de la Warner en blanco y negro. Un modo de viajar al pasado. Al pasado del cine, al cine clásico, pero también al del personaje. Eastwood tiene claro (ver entrevista) qué le gustó del guión de Dustin Lance Black: el modo en que se balanceaba entre la juventud de Hoover y su vejez. Movimiento que permite asistir a lo que el realizador llama “el arco de su declinación”. En los flashbacks más lejanos, al J. Edgar de 24 años (Leonardo DiCaprio, que en los fragmentos como viejo debe soportar un maquillaje que lo asemeja al Russell Crowe de Una mente brillante) se lo ve fogoso y paranoico, obsesionado con inmigrantes y anarquistas e influido por la figura de su jefe, el fiscal general Mitchell Palmer, que aparece como maestro de ideas o padre sustituto. Porque padre, en la casa familiar de J. Edgar no hay. Esa casa es pura madre. Una madre que no podía estar encarnada por otra que Judy Dench, que hasta cuando hacía de jefa de Bond daba miedo. “Prefiero un hijo muerto que un hijo maricón”, le avisa la mamá al nene, en cuanto tiene la más leve sospecha. Ni falta que hace: tan rígido física como mentalmente, J. Edgar sabe que la Nación no permitiría que su máximo defensor fuera gay. Y J. Edgar está dedicado, de modo tan implacable como su propia mamá, a defender la Nación de quienes amenazan su integridad: comunistas e inmigrantes primero, gangsters después, homosexuales eventualmente. Mientras tanto defiende la suya propia, manteniendo en el closet su relación de décadas con Clyde Tolson –el hombre al que contrata como agente, nada más que porque le gustó el traje que lleva– y manteniendo en su fichero, por si acaso, una ficha inculpatoria de cada uno de sus posibles enemigos. Entre los posibles enemigos de Hoover se cuentan –además de los subordinados que podrían hacerle sombra, como una corista del elenco a la primera vedette– todos los presidentes de la Nación. Empezando por Franklin Roosevelt (J. Edgar atesora una grabación en la que Eleanor Roosevelt le confiesa su amor a una periodista), siguiendo por JFK, a quien tiene grabado con una de sus mil amantes, y concluyendo con Richard Nixon, quien a la luz de las recentísimas investigaciones bien podría haber sentido por Hoover, vaya a saber, una mezcla de sentimientos semejante a la de Truman Capote por Gore Vidal. En manos del Eastwood octogenario, la biografía de este hombre de acción es una penumbrosa obra de cámara, donde hasta las escenas de tiros (la ejecución de Alvin Karpis, la de Machine Gun Kelly) están asordinadas. Como si no tuvieran lugar en la realidad. Es que no lo tienen. Aunque con el más puro clasicismo Eastwood evite subrayarlo, toda J. Edgar transcurre en la cabeza del protagonista. En la cabeza y en el closet: si hay encierro en J. Edgar es porque como buen paranoico, J. Edgar le tiene terror al afuera. La película se permite ingresar en esa intimidad clausurada, descubriendo, entre Hoover y Tolson, momentos encantadores: la escena en la que el dulce Clyde lleva al arisco J. Edgar a la sastrería parece como de Paco Jaumandreu y Ante Garmaz. Cada tanto Hoover asoma la cabeza y sale al balcón. Pero no para mirar al vecino sino a los presidentes que pasan. Que son sus vecinos, en verdad. Al sintético Eastwood le basta confrontar el saludo de Roosevelt con la calculada vista al frente de Nixon para trazar ese “arco de la declinación”. Declinación del poder, pero también, quizás, de una forma de concebirlo que está de lo más vigente.
No son pocos los historiadores que creen que J. Edgar Hoover en algún momento fue el hombre más poderoso del planeta y tenía más influencia en los Estados Unidos que el propio líder de la Casa Blanca. Nunca fue un gran policía pero tuvo la habilidad suficiente para llegar al poder y manejar una de la instituciones más importantes de los Estados Unidos por 37 años. Sobrevivió ocho cambios de gobierno y la Segunda Guerra Mundial sin que nadie lo pudiera sacar de su cargo. Si bien hoy es recordado como un personaje infame por todas las actividades ilegales que emprendió para extorsionar a políticos y activistas de los derechos humanos, también fue un hombre que revolucionó la criminología, al darle prioridad a la ciencia forense en 1935 (cuando nació el FBI) en un momento que esa actividad no era tomada muy en serio. Un figura compleja y contradictoria. El film de Clint Eastwood trabaja muy bien estos temas pero a la vez retrata la vida personal, detrás de la figura pública de este personaje tan controvertido. Su homosexualidad reprimida, que fue un factor importante en sus desequilibrios emocionales, la relación enfermiza con su madre (interpretada por una genial Judi Dench) y su visión de la vida política y del mundo totalmente intolerante y fascista que junto su ambición desmedida de poder lo terminaron por convertir en uno de los personajes estadounidenses más oscuros del siglo 20. Temáticas, que por otra parte, siempre fueron evitadas en otras producciones que se hicieron sobre este personaje en el pasado. Eastwood fue al hueso y lo grandioso de su trabajo es que manejó estas cosas con tacto sin caer en el sensacionalismo y respetando por sobre todas las cosas la inteligencia del espectador. El director no es complaciente con el personaje y retrata todas sus contradicciones sin dejar de lado sus miserias y mediocridades. Leonardo DiCaprio brinda uno de los mejores trabajos de su carrera, donde llevó muy bien un personaje difícil al que interpreta en distintas etapas de la vida. Que su labor haya sido ignorada por la Academia de Hollywood y Brad Pitt fuera nominado por El juego de la fortuna, con un rol que nadie va recordar dentro de dos meses, es una nueva muestra de la fantochada en que se convirtió el Oscar. DiCaprio está soberbio en este film y lo mismo puede decirse de Arnie Hammer (Red Social). Clint Eastwood y el guionista Dustin Lance Black (Milk) salieron victoriosos del complicado desafío de contar la historia de Hoover en un film de un poco más de dos horas. Pocos maestros de la narración como Eastwood pueden desarrollar una biografía que lidia con tantos hechos históricos importantes y como película logra cautivarte desde las primeras escenas. Si a esto se suma el gran trabajo que hicieron con la reconstrucción de época y la banda sonora a cargo del director (que incluye el infaltable pianito loco de Harry, el sucio), estamos ante otro gran trabajo de este grande del cine que merece su visión.
Un vestido y un amor J. Edgar, la película número 32 de Clint Eastwood en su faceta de director, acaba de sufrir un duro castigo por parte de la Academia de Ciencias y Artes de Hollywood que la ha omitido por completo de las nominaciones al premio Oscar. Ni siquiera un rubro técnico para un filme con visibles esfuerzos en materia de escenografía, vestuario y maquillaje. ¿A qué se debe esta saña para con el por lo general más que respetado realizador de tantas obras memorables del cine? A no dudarlo, señores: el viejo Clint perdió el pelo pero no las mañas. El problema de la biopic sobre la controvertida figura del funcionario público J. Edgar Hoover es la visión demasiado blanda que de él presenta el siempre vigente cineasta de Los Imperdonables. No lo aseguramos nosotros sino la abrumadora mayoría del periodismo de su país… En los Estados Unidos quien fuera el férreo director del temido FBI durante cuarenta y ocho años ininterrumpidos nunca ha contado con el favor de sus compatriotas pese a la gran cantidad de innovaciones que implementara para combatir el crimen (el análisis científico de la escena del crimen, la sistematización de una base de datos de huellas dactilares, la incorporación de profesionales universitarios en las diversas especializaciones del organismo, etc.). En su persecución indeclinable de un modelo de justicia (SU modelo de justicia) Hoover no hesitó en chantajear, extorsionar, manipular y quizás (no hay pruebas que lo confirmen) mandar a borrar del mapa a quienes se opusieran a su voluntad. No por nada el slogan de J. Edgar reza: “El hombre más poderoso del mundo”. Consagrado en cuerpo y alma a su trabajo es muy poco lo que se conoce de la intimidad del hombre excepto la versión de que era un homosexual malamente asumido y que habría mantenido una larga relación con el director adjunto del FBI, Clyde Tolson. La injerencia directa o indirecta del todopoderoso e intocable Hoover en la gestión del gobierno de turno (¡logró mantenerse en su cargo durante ocho presidencias!) con tristes antecedentes como la caza de brujas en la década del ’50; su responsabilidad en la condena a muerte a los esposos Rosenberg acusados de traición (se demostró que por su antisemitismo Hoover no verificó las pruebas en su contra) o, entre muchos otros, las sospechas de su participación de los atentados que culminaron con las vidas de los hermanos Kennedy o Martin Luther King Jr. Claramente era esto lo que la prensa de Estados Unidos quería ver en la pantalla y no una radiografía ecuánime y equilibrada de los vicios y virtudes de este terrible megalómano. Clint Eastwood, que aquí demuestra una vez más su sabiduría como artista, es demasiado inteligente como para cometer el error de filmar un panfleto para denigrar a Hoover. No sólo porque no es su estilo sino también, insistimos, porque ciertos hechos no han podido ser debidamente corroborados. La J. Edgar de Eastwood enuncia y denuncia cuando así se lo requiere pero también sugiere y deja a criterio del espectador la decisión final sobre la culpabilidad de Hoover en algunos de los más destacados sucesos de la historia estadounidense. Y está bien que así sea. Eastwood ha logrado no transparentar enfáticamente su postura personal pese a que en su fuero íntimo con seguridad ya tiene un veredicto. Clint expone al personaje, lo ubica en el tiempo y el espacio, le da un contexto emocional además de histórico, desnuda sus motivaciones, revela por primera vez sus altas y bajas pasiones (la soterrada pasión por Clyde, el extraño vínculo con su dominante madre) y no olvida remarcar tanto lo bueno como lo malo con la inestimable colaboración de Leonardo DiCaprio en la mejor actuación de toda su carrera. Ya establecido el QUÉ de un relato sólido como casi todos los que entrega habitualmente Eastwood sólo nos queda ocuparnos del CÓMO. La estructura de J. Edgar juega con los tiempos sin prisas ni pausas: transcurre en tiempo presente durante los últimos años de su conducción al frente del FBI mientras paralelamente se van disparando flashbacks –con la excusa de estar redactando sus memorias a un joven escriba- que dan cuenta de su ascenso meteórico dentro del Departamento de Justicia, su asignación como máximo jefe de los federales a los 29 años de edad, la lucha contra el hampa en la época de la ley seca, las consecuencias trascendentales derivadas del secuestro y muerte del bebé del famoso aviador Charles Lindbergh, sus celos profesionales para con algunos de sus agentes (mandó al destierro a Melvin Purvis, el G-Men más popular, solo porque le hacía sombra ante la ciudadanía), su obsesión con los comunistas, las reuniones con los presidentes recién electos que buscaban apartarlo de su puesto e indefectiblemente terminaban siendo persuadidos de no hacerlo cuando Hoover les mostraba sus expedientes Top Secret en los que se acumulaban documentos, fotos u otros elementos incriminatorios de llegar a los medios de comunicación. Este montaje no lineal jamás cansa ni abruma con la información brindada. Con todo lo que se puede recopilar sobre Hoover un director como Oliver Stone hubiese ocupado un tercio de su película con el guión completo de J. Edgar. Desde luego que hay limitaciones, todas las biografías las tienen. La clave es saber elegir de tanto material exactamente lo que se quiere contar. En ese sentido Eastwood separa la paja del trigo: no innova en lo que ya es vox populi y se la juega sobre lo que ocurría con Hoover fuera de lo laboral. La historia de que alguna vez se lo descubrió usando un vestido es un clásico mito del folclore yanqui. Y su parco amor fou con Clyde (sensible aproximación al personaje de Armie Hammer) contrasta con la sumisión y adoración para con su madre (Judi Dench). La frase “No seas marica, sé un hombre; prefiero verte muerto antes que tener un hijo marica” que le espeta dona Anna Marie Hoover, dice más sobre el vínculo madre e hijo que varios tratados que se puedan escribir al respecto. Fuera de Clyde y de su madre una de las personas que más trató a Hoover fue su leal secretaria personal Helen Gandy (Naomi Watts). Es una pena que tras la muerte de su jefe Gandy no haya contribuido a disipar algunos de los tantos misterios que aún hoy le sobreviven. A medio camino entre lo íntimo y lo público, la J. Edgar de Eastwood humaniza sin exagerar al hombre y pone en su lugar al funcionario del gobierno que supo mantener su posición de privilegio en base a una combinación de inteligencia, cintura política y malas artes. ¿Analogías por suelo argento? Salvando las distancias: Don Julio, claro…
El film de Clint Eastwood relata la vida pública y privada de un personaje polémico Cuando de películas biográficas se trata, J. Edgar es una rareza. Es que si bien relata hechos conocidos y documentados sobre la vida pública y profesional del temido director del FBI J. Edgar Hoover, también explora su intimidad. Esa parte de su existencia repleta de secretos, represión y traumas familiares que algunos -depende si se trata de defensores o detractores- niegan y otros afirman como la verdad detrás del hombre fuerte de las fuerzas de seguridad norteamericanas durante más de cuarenta años. Lo cierto es que el film dirigido por Clint Eastwood y escrito por Dustin Lance Black ( Milk ) consigue enlazar la historia política de los Estados Unidos y la influencia de Hoover en ella con el relato sobre su mundo privado formado por la educación a cargo de una madre implacable y unas frustraciones infantiles que dejaron profundas marcas en su personalidad. La película comienza en los últimos años del personaje frente al FBI, un hombre poderoso, en el ocaso de su vida, empeñado en contar su versión de los hechos para la posteridad. Para ello dictará la historia de la agencia de seguridad que ayudó a crear para perseguir a criminales y supuestos comunistas, una búsqueda que lo obsesionó toda su vida hasta límites que lo llevaron a abusar de ese poder que tanto luchó por conseguir y mantener. Así, el relato irá hacia el pasado para mostrar los comienzos del complejo hombre que Leonardo DiCaprio interpreta de la juventud a la ancianidad con la convicción y la seguridad del gran actor que es. Más impedido que ayudado por el maquillaje y la caracterización física del personaje, DiCaprio transmite la intensidad del hombre público y sus profundos conflictos íntimos. Especialmente en lo que respecta a su relación con Clyde Tolson, su mano derecha en el FBI y supuesto compañero sentimental. Y es ese vínculo, según la mirada de Eastwood, el punto de inflexión que despega al film de los rigores y rigideces de una película biográfica predecible. Sin forzar situaciones en función de acelerar el ritmo del film el director, fiel a su admirable estilo, se toma el tiempo para desarrollar cada una de las aristas del personaje y, especialmente, ese particular vínculo que lo unía a Tolson interpretado por Armie Hammer, conocido por su doble papel como los gemelos Winklevoss en Red social de David Fincher. Sutil y contenida la interacción entre uno y otro personaje evoluciona con el correr de la historia, mientras uno a uno los presidentes de los Estados Unidos intentan -y fracasan-, cuestionar el poder de Hoover. Eastwood dijo sobre esta película que es, más allá de su compleja trama política y los vínculos entre el pasado y la actualidad de su país, una historia de amor. Y así la interpretan ambos actores, brillantes cada uno en lo suyo al demostrar la represión y el sufrimiento que implicaba la expresión de la sexualidad en aquella época. Junto a ellos también se destacan las actuaciones de Naomi Watts, como la fiel secretaria que, entre la admiración y la preocupación, acompañó a Hoover hasta su muerte, y la de Judi Dench, en el papel de esa madre que formó a un hombre tan fuerte como atormentado.
La información es otro poder Clint Eastwood, el gran realizador de "Los puentes de Madison", fiel a sus amores y odios, decidió filmar un retrato de John Edgar Hoover, controvertido personaje que casi llegó a cumplir las "bodas de oro", con la poderosa Oficina de Investigación que tomó el nombre de FBI bajo su mandato. Sus tareas iniciales relacionadas con expulsión de gente de la izquierda y simpatizantes anarquistas, marcaron un odio que se mantendría a lo largo de un período de trabajo que sobrevivió a ocho presidentes. Precisamente con esas iniciales expulsiones, conocemos, a través del filme, al abogado de poco más de veinte años que regiría un universo en que nunca, como a partir de él, la información se convertiría en poder. Un criterio que pudo visualizar técnica y ciencia (importancia de las huellas dactilares, inicios de la ciencia forense), unidos a su minucioso manejo de lo privado, fue la fuente segura de su permanencia en un cargo vital en la inteligencia estadounidense. ¿Cómo luchar contra una suerte de memoria de acero, capaz de almacenar todas las debilidades de un futuro presidente, o un humilde simpatizante de la izquierda?. VIOLAR DERECHOS Hombre al que la mafia aprendió a respetar, Hoover es mostrado como un individuo obsesionado porque su nación conservara su grandeza con la ley y el orden, defendida a mano armada, violando los mismos derechos civiles que quería respetar. Contradictorio, colérico, racista, esta película lo muestra débil y respetuoso del dominio materno, fiel a los que lo amaban y servían, aparentemente hostil a toda manifestación más o menos íntima, a pesar de mostrar un matiz homosexual. La película de Eastwod es muy Hoover en cuanto a discreción y austeridad está bien narrada, aunque a veces pesa la densidad y la extensión del metraje. También da un amplio espacio a detalles de la relación con su segundo, Clayde Tolson. Leonardo DiCaprio realiza una sorprendente labor como el protagonista, con una difícil trasmutación hacia una personalidad naturalmente odiosa, de apariencia anodina y nada atractiva en lo físico (ardua tarea de maquillaje). Injustamente olvidado por las nominaciones al Oscar, DiCaprio brilla con la oscuridad de un desagradable personaje. A su lado, una estupenda Naomi Watts y una sólida Judi Dench como la madre, demuestra freudianamente que "J. Edgar" no podía ser más que convertirse en su prolongación paranoica.
Ciudadano Hoover Extraordinaria biografía del despiadado director del F.B.I. con una gran actuación de DiCaprio. Saber los secretos de los otros no es lo único que mantuvo a J. Edgar Hoover en la cima del poder político de los Estados Unidos durante casi medio siglo. Es cierto que el hecho de que el director del F.B.I., un hombre gris, obsesivo y paranoico, podía revelar las cuestiones más íntimas de los presidentes, debió ser atemorizante para todos ellos, de Roosevelt a Nixon, pasando por los Kennedy. Pero, también, Hoover logró lo que logró “desapareciendo” como persona física y convirtiéndose en una figura pública que tenía bastante poco que ver con la realidad. Como en La conquista del honor , Clint Eastwood confronta otra vez la imagen pública con la privada. En este caso, la de un hombre que supo, quiso y pudo manejar los medios a su favor, con una realidad mucho más oscura, casi cercana a la de un Norman Bates, el personaje hecho famoso por Hitchcock en Psicosis y que tenía una relación por lo menos enfermiza con su madre. Hoover era el hombre que espiaba y se ocultaba, alguien cuya vida personal era desconocida y sobre la que el guión de Dustin Lance Black se centra, pero eligiendo una respetuosa distancia, como no queriendo hacer con Hoover lo que él hacía con quienes espiaba. Ese es uno de los ejes principales de J. Edgar : contar la vida de Hoover a partir de la relación con su madre (una aterradora Judi Dench), de su dificultad para conectarse con las mujeres (Naomi Watts encarna a una potencial novia que se vuelve secretaria) y de su íntima amistad con Clyde Tolson (Armie Hamer), su segundo en el F.B.I. de toda la vida, con el que tuvo una relación más que personal, que Eastwood decide explorar hasta donde le parece adecuado y correcto. Lo demás quedará en cada espectador, no es la intención de Clint sacar del closet a alguien que no quiso nunca salir de ahí. Si bien ése es el eje personal de este filme severo y oscuro, a Eastwood le interesa plantear otros dos, tan o más relevantes: la idea de la vigilancia, el miedo y la sospecha, que ha reemplazado, en la mente de muchos, a la “libertad” como matriz fundacional de los Estados Unidos, y que es tema que atraviesa la película desde los años ’20 (cuando Hoover descubre su “vocación” por encontrar comunistas donde sea) hasta su muerte. Si J. Edgar va y viene de los inicios de la carrera de Hoover al momento en que relata su biografía (en los años ’60), la lectura de la película la lleva a ser pensada desde el post 11 de septiembre de 2001. Esto es: se sigue sin aprender nada de la Historia. Por otro lado, Eastwood juega con la idea del choque entre la realidad y la leyenda (tema clásico del cine histórico de Hollywood), mostrando a Hoover como alguien obsesionado por controlar su imagen, mintiendo acerca de su heroísmo y tratando de crear un personaje (el G-Man de las películas de Warner de los ’30, que Eastwood tanto admira y aquí cita) hasta en su propio dictado autobiográfico, en el que se atribuye arrestos y capturas que jamás hizo. Sobre esos tres ejes, y mediante un recorrido histórico que tal vez sea algo complejo de entender fuera de los Estados Unidos (va de atentados políticos de 1919 hasta el espionaje a Martin Luther King, de la mujer de Roosevelt a los affaires de J.F.K., pasando por mafiosos de los ’30 y el secuestro del bebé de Charles Lindbergh), Eastwood arma un relato seco y riguroso, alejado de todo sensacionalismo, por el que hasta fue acusado de “humanizar” demasiado la figura de Hoover. Es que en la piel de Leonardo DiCaprio –de excelente trabajo, pese a que su maquillaje al envejecer, como el de los otros actores, complica la credibilidad del asunto-, Hoover puede ser patético, cruel y perverso, pero también (a la manera de El Ciudadano , un filme que también es referencia en varios sentidos, narrativos, temáticos y visuales) una persona incapaz de darse cuenta de sus errores. El guión puede “psicoanalizarlo” un poco, pero Eastwood no lo justifica y, como es su costumbre, se mantiene alejado de todo subrayado innecesario. En la que es su mejor película desde Gran Torino ( Invictus era algo naive, Más allá de la vida ligeramente new age), Eastwood vuelve a su clásica oscuridad fotográfica (¿recuerdan Bird ?), a la descripción de personajes indescifrables e individualistas, a la distancia justa. Si Hoover representa algunas de las peores tradiciones y herencias estadounidenses, Eastwood –mediante sus grandes películas- simboliza las opuestas: respetar al otro, vivir y dejar vivir.
Interesa retrato de Hoover, pero daba para más J. Edgar Hoover fue todo un personaje, creador y mandamás del FBI, admirado por su desarrollo de métodos científicos de investigación y su exigencia profesional, y criticado por reaccionario, entrometido, racista, sembrador de pruebas falsas, maníaco, etc., etc., y ahora también reprimido sexual oculto en el placard. Ya le dedicaron otros films («El FBI en acción», 1959, donde figura un policía argentino, «The Private Files of J. Edgar Hoover», 1977, «J. Edgar Hoover», con Treat Williams, 1987, «Hoover vs. the Kennedys: The Second Civil War», también 1987, entre otros), pero el de ahora nos ofrece una mirada más amplia. También, más íntima. En un ida y vuelta de recuerdos oficiales y sinceramientos, vemos entonces los comienzos como grupo de choque contra izquierdistas, los esfuerzos por subir el nivel de la entidad y hacerla respetar, la compleja relación con varios presidentes, la afectuosa relación con la madre, las audiencias del Congreso, el decisivo caso Lindbergh, algunas estrellas de la época (simpática, la escena con la niñita Shirley Temple), algunas agachadas y maldades del jefe y sus agentes, y, paulatinamente, su relación de amistad cada vez más cercana con Clyde Tolson, director asociado del organismo y heredero final de sus bienes y secretos, asunto expuesto casi siempre con buen tino. A señalar, en ese sentido, dos escenas pegadas: una culmina con la «comprensiva» risita de unas chicas de cabaret, la otra empieza con la comprensiva madre que, para cuidar al hijo, le recuerda el caso de un respetado vecino descubierto y públicamente humillado por ciertas debilidades, que se terminó suicidando. Eastwood siempre trabaja con un guionista adecuado para cada ocasión, y por eso trabajó en ésta con el militante gay Dustin Lance Black, libretista de «Milk», «Pedro» (el primer homosexual con VIH que se hizo popular y querido en la TV norteamericana), y otras biografías de figuras públicas homosexuales. Todo eso está bien, y estaría mejor si la película se llamara «J. Edgar y Clyde». Como se llama «J. Edgar», y la dirige Clint Eastwood, uno esperaba que hubiera unos buenos tiroteos con la mafia, el Ku-Klux-Klan y los rojos, pero de eso apenas hay unas muestras gratis. En ese sentido decepciona un poco. Y en otras, un poquito. Con franqueza, la película es buena pero Eastwood ha hecho cosas todavía mejores. Muy bien Leo DiCaprio, y buenos el reparto, la fotografía, la ambientación, los detalles de cada época, la dirección. Un pequeño agregado: la anarquista Emma Goldman que Hoover hizo expulsar a la Unión Soviética, donde tampoco aceptaban a los anarquistas, huyó casi enseguida rumbo a Francia, escribió un par de famosos libros anticomunistas, basados en su propia experiencia, y terminó casada en Inglaterra.
El guardián de la nación Un funcionario que sobrevive 48 años al frente de un organismo como el FBI definitivamente tiene mucho que contar, y justamente los secretos y manejos que tuvo durante esa increíble cantidad de tiempo lo convierten en un extraordinario sujeto cinematográfico. Y mucho más si el personaje logró la hazaña de permanecer en las sombras. J. Edgar Hoover ejerció y abusó del poder durante casi cinco décadas como director de la Oficina Federal de Investigación, la agencia estadounidense de seguridad nacional que construyó e hizo poderosa desde su perseverancia, inteligencia y megalomanía. Y Clint Eastwood decidió encarar su retrato desde una biopic clásica, que si bien es un género muy transitado y con respecto a personajes políticos tiene una larga tradición –desde El joven Lincoln, pasando por JFK o la más reciente W (ambas de Oliver Stone), sólo para mencionar algunas–, el vigoroso director octogenario hace honor al género pero desde la intimidad del protagonista, con acciones públicas que estuvieron firmemente imbricadas con su formación y la opresión de su entorno. En la piel de Hoover, el cada vez más preciso Leonardo Di Caprio interpreta al opresor que naturalmente tiene una faceta reprimida y que traslada toda su energía a su trabajo, primero bajo la severa y omnipresente madre (Judi Dench) y después en su tormentosa relación con su asistente Clyde Tolson (Armie Hammer). En los claroscuros del personaje, enfatizados por la fotografía de Tom Stern, el maestro norteamericano da cuenta del fanatismo anticomunista de Hoover, de su obsesión por el poder que manejó en base al chantaje, a partir de conocer los secretos de cada personaje importante de la política estadounidense. Y también de la visión de incorporar los últimos adelantos de las técnicas criminalísticas –que entre otros casos le permitió resolver el secuestro del hijo del famoso aviador Charles Lindbergh– y la voluntad de convertir al FBI en un organismo eficaz para combatir el delito. Y claro, para perseguir a opositores al orden establecido. Si bien Eastwood es un conservador de la vieja escuela, el retrato que hace de Hoover no es para nada condescendiente con su figura. Por el contrario, si bien no juzga al personaje, se encarga de mostrar cada una de sus zonas oscuras, e incluso la película señala cómo el oscuro legado del que fuera el máximo responsable del FBI se trasladó hasta el presente, donde bajo el amplio paraguas de la “seguridad nacional”, se ejerce la paranoia y las prácticas más abusivas del poder.
Una película histórica de un personaje polémico y poderoso y encima dirigida por Clint Eastwood es una combinación a priori maravillosa para ver en un cine. No se hace cuantas críticas lo digo, pero es increíble que este tipo a esta edad siga dirigiendo de esta manera... hay que clonarlo! J.Edgar se destaca por un laburo descomunal de Leonardo DiCaprio que no se que necesita para que se lo considere en los Oscar. Hace rato que demuestra que es un actor de la ostia y se lo sigue ignorando. Era lógica una nominación... no le des el premio, pero nominalo! Eastwood logra con esta película contar la historia de uno de los personajes más poderosos del siglo XX, el creador del FBI. La realidad es que uno no imaginaría nunca que un "funcionario público" sobrevivió a tantos presidentes norteamericanos, que en varios casos lo quisieron bajar de un hondazo y no pudieron. Eso en la Argentina es pura ciencia ficción! es imposible en la política argentina la independencia de un organismo de esta forma. Realmente el ritmo de la película es muy bueno y nunca decae, solo que las intenciones son un poco confusas de a rato en la mezcla de contar la historia del personaje "público" con el "privado". Ahí es donde creo que se metieron en un terreno difícil argumentalmente y no queda del todo bien parada la película. No solo por el lado sexual, sino también con la persecusión a determinados personajes que no quedan aclarados en un par de situaciones. J.Edgar es una gran película igual, que la van a disfrutar los seguidores del gran maestro Clint, y también los que quieran descubrir a un personaje de la historia que no tiene cuadros ni menciones importantes, pero que protagonizó muchos eventos notables del siglo XX en los Estados Unidos.
Otra lección del maestro "Muchos escriben la historia desde el presente, pero olvidan el contexto" le dice un ya anciano Hoover a quien escribirá sus memorias. Clint Eastwood -director, productor y compositor de la música de esta película- se asegura de construir este relato basándose en esa frase y logra poner al controvertido personaje en una dimensión más justa. El Hoover que interpreta DiCaprio, con gran solvencia y credibilidad, es un hombre que ama a su país y a su sistema, y por ello detesta a todo aquel que quiera corromperlo. Es un hombre sincero, no hay especulación personal en su accionar. A comienzos del siglo XX en los EE.UU. azotaban las bandas de bolcheviques que ponían bombas aterrorizando a la población. El joven Edgar observaba como la policía carecía de elementos para capturar a los terroristas. Su ímpetu y visión pronto lo pusieron al frente de la Oficina de Investigaciones que unos años más tarde lograría la autorización para actuar en todo el país, pasándose a llamar Oficina Federal de Investigaciones (FBI). Eastwood muestra con detalle la obsesión del hombre que no soportaba que los cirminales se salieran con la suya y dotó al FBI con lo último en tecnología aplicada a la investigación. Al mismo tiempo, Hoover se encargaba de investigar a todos aquellos que le parecían sospechosos de pensar siquiera en contra de su nación. Eastwood no juzga, solo presenta las acciones de un hombre en el fondo débil. Su mirada es más bien humanizante, casi piadosa. El Hoover que chantajeaba a los presidentes para poder seguir en el cargo, solo porque se consideraba imprescindible. Y sabido es que a los imprescindibles la naturaleza los frena en algún momento. La calidad del filme es la habitual en un maestro como Eastood, notable fotografía para crear momentos únicos acompañados además por la música del propio Clint. Un punto flojo es -a esta altura imperdonable- el maquillaje de los actores utilizados para convertirlos en ancianos. Según la luz, el de DiCaprio pasa, pero lo que le hicieron a Armie Hammer, quien interpreta al fiel compañero de Hoover, es inadmisible. Su buena labor es totalmente opacada por una máscara, no solamente exagerada, sino totalmente artificial. Es llamativo que semejante detalle haya sido pasado por alto en una producción de esta magnitud. Por lo demás, el ritmo del relato es constante, sin puntos sobresalientes, solo transcurre, sin efectismos.
VideoComentario (ver link).
El personaje que le faltaba a Di Caprio para consolidar una gran carrera como actor John Edgar Hoover fue el primer director del FBI, conservando su mandato por 48 años, ya que ningún presidente de Estados Unidos pudo sacarlo de su cargo hasta su muerte en 1972. Era un tipo sumamente poderoso y polémico que Clint Eastwood en J. Edgar, su nuevo film, se ocupa de narrar a través de los hechos más eminentes que transcurrieron en la vida de tal personaje.
Te amo, Edgar Se puede ver a J. Edgar como un retrato de medio siglo de historia estadounidense, con los manejos de poder, la vigilancia y persecución extrema a los que J. Edgar Hoover, director del FBI, consideraba en esos momentos como enemigos internos, infiltrados tratando de destruir la nación norteamericana. Esta visión no estaría equivocada, pero tampoco sería la correcta. En verdad, sería parcial, como quedarse sólo con una parte del film, o tomarlo a mitad de camino. En realidad, la nueva película de Clint Eastwood son tres historias de amor con Hoover (Leonardo DiCaprio) como eje, todas marcadas por la fidelidad y la lealtad: con su madre (Judi Dench), que se constituye en su pilar ético y moral, incluso en sus fases más íntimas; con su secretaria de toda la vida, Helen Gandy (Naomi Watts), una relación donde impera más el silencio y el profesionalismo que las palabras; y con Clyde Tolson (Armie Hammer), su gran amor de toda la vida. Muchos cuestionan la perspectiva íntima y humana de un personaje duro y conservador como el de Hoover, como si fuera un acto de cobardía por parte de Eastwood. Pero en realidad, la mirada instaurada es probablemente la más valiente de todas, pues evita conclusiones fáciles, introduciendo los aspectos más problemáticos del personaje a través de una puesta en escena que está lejos de ser sentenciosa a pesar de confiar mucho en los diálogos y monólogos. Esto es trasladado al lazo amoroso entre Hoover y Clyde: la tensión sexual se percibe desde el principio, pero nunca es manifestada explícitamente. Lo que podría ser observado como conservador y pacato, en realidad refleja a la perfección la mentalidad de dos individuos con una formación homofóbica (en especial Hoover) y que nunca podrían alcanzar a expresar físicamente lo que sienten. Acá no sólo hay un mérito por parte del director, sino también por parte del guionista Dustin Lance Black, que pasó de retratar a un personaje liberal en Milk a otro totalmente opuesto. Con todos sus fallos a cuestas (cierto esquematismo en algunos personajes y problemas de ritmo en determinados tramos), J. Edgar vuelve a ratificar una serie de temáticas que viene atravesando la filmografía de Eastwood en las últimas dos décadas en distintas variables: la verdad y la mentira, el poder de los relatos y mitos, las diversas caras en las personas. Así, tenemos a personajes que lentamente revelan caras ocultas (Los puentes de Madison, Poder absoluto); puntos de vista puestos en crisis (Crimen verdadero); formas de vida arribando a faces terminales (Cartas desde Iwo Jima); individuos mimetizándose con los mitos creados por el entorno (Los imperdonables, Gran Torino); conductas reactualizadas (Jinetes del espacio); la imagen como constructora de discursos (La conquista del honor); protagonistas que superan primeras impresiones (Million dollar baby); las pequeñas historias convirtiéndose en Historia con mayúsculas (Invictus); la progresiva deconstrucción de la mentira hasta arribar a la verdad (El sustituto); el choque de identidades y conductas (Deuda de sangre); el ocultamiento como estilo de vida (Río Místico). Y en realidad esta clasificación, bastante arbitraria y poco flexible, podría extenderse a obras de las décadas anteriores del cineasta, como Cazador blanco, corazón negro, El jinete pálido, Bronco Billy y Obsesión mortal. El Hoover según Eastwood es un hombre con una particular voracidad por su propio mito, ese en el que deja de ser un mero ser humano para terminar siendo una presencia eterna en tiempo y espacio, que lo ve todo, como si fuera un dios. Si hay algo que prueba J. Edgar es que para que la verdad se tuerza, para que surja la leyenda, se necesita no sólo que los destinatarios crean el mensaje falso, sino también -aunque sea un poco- que lo mismo ocurra con el remitente, con el creador del mensaje. Eastwood, fiel a su estilo, no hace alardes en la dirección y eso evita que DiCaprio ofrezca la típica actuación oscarizable, sino la que el personaje necesitaba. Pero la mejor performance viene de parte de Hammer, estupendo en su combinación de glamour, histeria seudoadolescente y fidelidad a prueba de balas. Que la Academia haya ignorado completamente este film, a diferencia de, por ejemplo, la excedida Río Místico, vuelve a acreditar que estamos ante una personalidad tan venerada como incomprendida. Clint, republicano pero también abortista, ambientalista y a favor de los derechos gay, emblema del macho pero siempre dedicado a poner en conflicto esa imagen, es a esta altura no sólo una de las figuras cinematográficas más importantes de Estados Unidos, sino además uno de los íconos culturales de Occidente. Su cine es sabiduría en movimiento.
La primera gran maravilla de este film es -con justicia- imperceptible. Quien tenga un ojo profesionalmente entrenado, notará que Clint Eastwood elige una forma compleja de narrar la historia de uno de los hombres más poderosos de la historia reciente, el increíble fundador del FBI, J. Edgar Hoover. Una estructura que va y viene en el tiempo, que alterna episodios como temas en una sinfonía: el modelo es su otra biografía, la genial “Bird”, definida por un gran crítico como “un film be-bop”. Pero quien no tenga ese ojo “profesional” se verá incluido en la historia y sentirá su tersura, su claridad y su fuerza. Esto ya merece todo un elogio, porque cualquier persona es compleja y narrarla equivale a hacerse cargo de esa complejidad. Y mucho más cuando se trata de un “villano tradicional”. Eastwood no asume soluciones fáciles: penetra la intimidad de ese anticomunista acérrimo y fanático, explica y muestra su homosexualidad oculta -pero extrañamente honesta- y marca las diferencias entre ese tipo tan malo que igual hizo algo bien y otros villanos absolutos, como Nixon. Gracias, además, al trabajo impresionante de Leonardo Di Caprio, logra que por un par de horas nos pongamos en el lugar de ese “villano” y lo comprendamos. Es sustancial: solo desde la comprensión del otro es posible llegar a una mirada ecuánime que nos permita adherir o rechazar con fundamentos. Eastwood logra conmover, incluso en los momentos más incómodos, con un personaje a priori despreciable. Eso es el cine.
La película de la semana es, por supuesto, otra, la que dirige Clint Eastwood, cuyas películas son vistas por mucho menos gente que las de Guy Ritchie (ese de las Sherlock Holmes que se hace el canchero). J. Edgar es una gran película sobre John Edgar Hoover, primer director del FBI, que tuvo ese cargo 48 años (más años que los 41 que lleva Eastwood como director de cine). Poder, política y melodrama en la visión sabia de Eastwood. Eastwood se mete con una figura polémica, “controversial” como dicen en inglés, con alguien temido y odiado, incluso temido por los presidentes que fueron pasando mientras él no se movía del FBI. Y, otra vez a repetirse, lo que sigue es un fragmento de una extensa nota sobre Eastwood que publiqué en Ñ la semana pasada: J. Edgar no es solamente una película sobre el poder, o sobre 50 años fundamentales (1924-1972) del siglo XX en Estados Unidos, es una película sobre la autoconstrucción mítica de un self-made man, como lo era El ciudadano de Orson Welles. De hecho, el detalle más discordante de la película, el del maquillaje de los actores “para hacerlos viejos”, quizás sea un guiño a la película de Welles. Leonardo Di Caprio como Hoover viejo parece Welles como Kane viejo. Y hasta podrían verse en la lealtad de Clyde Tolson (Armie Hammer) ecos de la lealtad de Jedediah Leland (Joseph Cotten) hacia Kane. También como El ciudadano, J. Edgar es una película sobre el estatuto de la verdad. Cómo se construyen historias y la Historia con pequeños desvíos, pequeños egoísmos, pequeñas mentiras fundamentales. También, como en El ciudadano, la estructura temporal de la película marca vaivenes, que también están en los puntos de vista. Experto narrador, Eastwood hace que parezcan naturales, tersas y fluidas sus profundas reflexiones sobre el relato, que también llegan a reflexiones sobre sí mismo y su estatuto como artista americano. Si algunos creían que en El ciudadano una vida se resolvía con la clave de un trineo de la niñez porque esa, la última palabra de un moribundo (soberbia humorada de Welles, que también distraía mientras contaba otra cosa), ante J. Edgar no faltarán quienes vean en uno o dos detalles la clave de la vida de un manipulador y chantajista temible y fascinante como Hoover. Eastwood ve más allá, es más sabio, y puede hacer no solamente una biopic trágica de gran alcance (como la que quiso hacer y solo hizo a medias Oliver Stone en Nixon) sino que además puede releer grandes hechos criminales y, por si fuera poco, hacer una gran película de amor nada feliz.
Un selecto grupo de directores norteamericanos (Woody Allen, Martin Scorsese, Steven Spielberg, Steven Soderbergh, alguno más) mantiene una notable y exigente regularidad al venir dirigiendo en promedio una película por año. A ellos se suma Clint Eastwood, el más veterano de todos al menos en edad con sus casi 82 años, quien nuevamente se hace presente en la cartelera cinematográfica a inicios de año en Argentina (y generalmente fines del anterior en los Estados Unidos). Poca duda cabe de que las fechas de los estrenos de sus películas en su país natal tienen bastante que ver con las nominaciones al Oscar, pero por primera vez en varios años “J. Edgar”, tal el nombre de su nueva produccion, no compite en ninguna categoría. ¿Será acaso un olvido de la Academia?. ¿O es que se trata de un film algo menor y/o de contenido no digerible para cierto sector de Hollywood? Difícil dar una respuesta definitiva a tales preguntas, aunque es probable que en parte la omisión obedezca a que por una vez la excelencia que tanto caracteriza al director de títulos inolvidables como “Los imperdonables”, “Los puentes de Madison” o “Million Dollar Baby” estuvo ausente. El personaje elegido, J. Edgar Hoover, tuvo una muy prolongada actuación al frente del FBI solapándose con nada menos que ocho presidentes de los Estados Unidos que van desde Calvin Coolidge en 1924 hasta Richard Nixon en 1972, año en que J. Edgar fallece a los 77 años. Fue una figura oscura y sin escrúpulos que no titubeaba en utilizar información que guardaba en los archivos del FBI y que podían comprometer a presidentes, políticos y familiares de los mismos a modo de extorsión y para conseguir más poder. Con lujo de detalles se muestran los poco ortodoxos procedimientos que empleaba, logrando una acertada caracterización de tan perversa personalidad merced a una buena interpretación de Leonardo DiCaprio, que hubiese merecido sin duda figurar entre la lista de actores nominados al Oscar. Es notable el parecido físico que logran los responsables del maquillaje con el rostro de Hoover anciano y que hacen que DiCaprio esté casi irreconocible. Por la historia desfilan numerosos personajes famosos tales como Charles Lindbergh y el célebre episodio del rapto de su hijo, al que la película dedica apreciable metraje. También aparecen logradas caracterizaciones de Robert Kennedy y de la pequeña Shirley Temple y numerosas menciones a la persecución de famosos delincuentes como John Dillinger y Alvin Karpis (Machine Gun Kelly), que fueron liquidados por Hoover. La película es distribuida mundialmente por el estudio Warner, famoso porque en las décadas del ’30 y ’40 fue el mayor productor de films de gangsters. Aprovecharon al disponer de una importante filmoteca para intercalar imágenes de películas en su mayoría protagonizadas por James Cagney, notablemente “El enemigo público” y “La patrulla implacable” (“G-Men”). Pero donde “J. Edgar” introduce innovaciones, frente a versiones anteriores de la vida de Hoover, es en el tratamiento de su vida privada y familiar. Por un lado se enfatiza el rol de una madre castradora (la siempre eficaz Judi Dench) y por el otro la ambigua relación que mantuvo con su mejor amigo y colaborador Clyde Tolson. Quien aquí lo encarna es el casi desconocido Arnie Hammer (“Red social”) y la clara insinuación de una relación gay es lo máximo que Eastwood y su guionista Dustin Lance Black (“Milk”) hacen, dado que no existirían pruebas fehacientes de dicho vínculo. Del resto del reparto sólo se destaca Naomi Watts entre los conocidos. Su personificación de Helen Gandy, la eterna secretaría que lo sobrevivió, es una muy medida actuación y nuevamente los lauros se lo llevan los responsables del “make-up”. Pese a los varios aciertos que se han venido señalando a lo largo de esta nota, queda la impresión de que el personaje no es suficientemente atractivo, al menos en nuestras latitudes, como para generar un interés similar al de otras producciones del gran Clint. Sus incondicionales, que son muchos, no saldrán defraudados pero el resto coincidirá en que por una vez la falta de nominaciones (salvo la omisión a DiCaprio antes señalada) resulta entendible. Pubklicado en Leedor el 27-1-2012
Clint Eastwood vuelve a dar otra muestra de su capacidad como cineasta. Y lo hace a través de la vida de J. Edgar Hoover, quien fuera líder del FBI por cinco décadas y sobrevivió a cinco presidentes estadounidenses. El director pivotea sobre la vida íntima y profesional de Hoover en las décadas del 20 y del 70, cuando participa en la redacción de un libro sobre la historia de la agencia oficial de investigaciones. El retrato de Hoover, su secretario privado (interpretado brillantemente por Hammer) y su empleada de confianza (a cargo de Watts) toman vuelo a partir de sus caracterizaciones en la vejez. Eastwood se animó a abordar la homosexualidad del protagonista, pese a la resistencia actual del FBI, y ofrece una pintura de ese presente con documentales de época. Para no perderla.
Durante su vida, J. Edgar Hoover llegaría a convertirse en el hombre más poderoso de los Estados Unidos. Como director de la Oficina Federal de Investigación (FBI) durante casi 50 años, hizo cualquier cosa para proteger a su país. Sus métodos fueron a menudo despiadados y en ocasiones heroicos, pero la anhelada recompensa de la admiración siempre le fue esquiva. En el filme de Clint Eastwood, Hoover (Leonardo DiCaprio) dicta sus recuerdos a uno de los agentes a su cargo. Será su propia mirada sobre su vida la que el espectador conocerá, con el filtro que éste mismo elige colocar. El montaje sobrevuela de forma paralela las instancias policiales y políticas más significativas de su existencia. El guión se centra en la figura de Hoover como hombre que podía ejercer su poder sobre líderes políticos y personalidades de la nación, sucumbir ante los autoritarios pedidos de su madre (impecable Judi Dench) y dejarse amar en secreto por Clyde Tolson (Armie Hammer), colaborador, compañero y confesor. Eastwood se toma más de 2 horas para atravesar esas casi 5 décadas, de los años 20s a los 70s del siglo pasado, explorando la vida pública y personal de un hombre que podía distorsionar la verdad tan fácilmente como la podía defender durante una vida entregada a su propia idea de la justicia, a menudo influida por el lado más oscuro del poder. Respecto a los rumores sobre su sexualidad, Eastwood elige sugerir más que mostrar, intentando no meterse en las sábanas de este controvertido hombre, pero dejando bien en claro la vida de prohibiciones sentimentales que debió atravesar junto a su fiel asistente, su único y verdadero amor. El trabajo de maquillaje resulta lo peor de este filme, no está logrado, y aleja un poco de lo que pretende ser real o verídico, generando rostros avejentados muy “plásticos”. Naomi Watts tiene un importante rol pero no está del todo explotado, dejándola desdibujada. Di Caprio arrasa una vez más con este protagónico, así como lo hiciera en otro biopic de otro enorme director: “El aviador” de Scorsese; lleva adelante el filme con enorme entrega, palmo a palmo con un gran director como lo es Eastwood, pero ciertas escenas resultan algo estiradas, ralentizando sensiblemente el desarrollo del filme, que no deja de ser sugestivo.
Hoover a contraluz Clint Eastwood se hace más viejo y más pesado. Pero la pesadez, acá, no es una cualidad necesariamente indigna. Lo pesado en Eastwood es un color y un tono anímico, una disposición del espíritu que parece moldear el modo en que los personajes transitan el mundo. En El sustituto es el andar consumido por la tristeza de Angelina Jolie; esa mujer convertida en espectro que se niega a abandonar del todo la vida. O el del propio Eastwood como figura principal de Gran Torino: atónita, tambaleante, enfrentada al misterio de un universo que se vuelve excesivo a su alrededor y también a la cercanía de la propia desaparición física. Incluso el personaje de Mat Damon en Más allá de la vida –pese a lo que podría suponerse, y a sus picos de agobio y desesperanza, una película bastante más aireada y luminosa que las otras– exhibe en los hombros un aire de tragedia terrible, que lo empuja contra el mundo menos como un destino esperable que como una condena. De un modo análogo pero distinto, Hoover, el protagonista de la última película de Eastwood, es una presencia que le impone al plano una carga particular y extraña de solidez y contundencia, con su cuerpo aferrado a las cosas pero a la vez misterioso y esquivo. El director americano cuenta esta vez la historia del creador del FBI tal cual se lo conoce hasta hoy y aprovecha para establecer la ambigüedad del estatuto de verdad de todo hecho histórico, un poco como lo hiciera en la menosprecida La conquista del honor. Un Hoover viejo contrata a un periodista para narrar su vida en primera persona y dejar asentado el papel preponderante que le tocó desempeñar en la vida de los Estados Unidos durante una buena parte del siglo veinte. La película fluctúa entre el presente y el pasado a una velocidad impresionante: la imágenes ostensiblemente oscuras parecen atropellarse, volcarse unas sobre otras como si el tiempo no alcanzara, fundirse una sobre la siguiente en un ejercicio notable de lo que parece una carrera palmo a palmo contra el olvido y la muerte. Al mismo tiempo, las marcas grotescas del maquillaje con el que se caracteriza a los personajes en su vejez sitúan casi todo el tiempo la película en un “más allá de la vida”, un desfile teatral de la historia que parece rendirle un culto secreto a la ficción y al artificio con el que las narraciones se tuercen y se doblan en pos de una verdad que no es histórica sino en última instancia plástica y personal. A menudo incluso se lo ve a Hoover irrumpir en el plano, tomar por asalto la escena y apropiarse de su sentido definitivo, aquel que la anécdota registra y la historia fija, como cuando en la detención del asesino del niño de la familia Lindbergh aparta al agente de policía de un empujón e impone la voz de mando sobre el detenido. Para Eastwood, J. Edgar Hoover es una criatura en esencia maniática, un emprendedor desaforado cuya megalomanía lo coloca a la altura de otros pioneros contemporáneos: Charles Lindbergh sin ir más lejos, el rico y célebre campeón de la aviación norteamericana que en la película es un ser esquivo y reticente, que participa en poquísimas escenas y es definido apenas mediante un par de pinceladas, parece constituirse en la contrafigura fantasmal de Hoover, el que le niega el saludo y el reconocimiento y recibe con desdén la participación del funcionario en el esclarecimiento de la muerte de su hijo. El accionar de Hoover responde en la visión de Eastwood al deseo voraz de ser reconocido, principalmente por su madre pero no solo por ella. Y es que como pocas veces el director hace hincapié en ciertos aspectos psicologistas de sus personajes. En esa dirección, la relación secreta que Hoover mantiene con su subordinado Clyde Tolson durante décadas contribuye de manera un poco tosca a realzar el contraste entre su vida pública, su declarada probidad moral y su rectitud conservadora, y los flancos inconfesables de su vida personal. Si bien esta sorprendente inclinación de Eastwood constituye un aspecto lateral en la película, el director no se priva de algunos subrayados innecesarios que de pronto estrangulan el relato quitándole parte de la concisión y fluidez que son características de su cine. Lo que se nota también por momentos en este Eastwood penumbroso y veloz es una invisibilidad mayor del estilo a favor de la preponderancia del tema. El breve y notable paneo del comienzo de Más allá de la vida (su película inmediatamente anterior), que capta un paisaje feliz y colorido de vacaciones e introduce en el mismo movimiento a uno de los protagonistas, prepara sigilosamente al espectador para el drama de un modo que se echa de menos en J. Edgar. Aquí, en cambio, todo está imbuido de una velocidad frenética más acorde con el protocolo de un cine industrial contemporáneo que carece de rasgos autorales discernibles –el ritmo y la duración de los planos podrían ser los mismos de Red social o de las dos últimas Misión imposible, por ejemplo. Muchas de las escenas parecen jugarse en un terreno que bordea la parodia o exprimen sus contornos para obtener brillantes retazos de una intensidad –notoriamente en la secuencia de la discusión entre Hoover y Tolson, que empieza con recriminaciones a los gritos y termina en una lucha cuerpo a cuerpo– que puede oscilar entre la risa distanciada y la emoción genuina del melodrama. La caracterización decididamente oscura del personaje y la declinación de una marca de estilo reconocible parecen obedecer a la idea de que no se trata tanto de retratar a un ser humano sino de hacer la radiografía de un sentimiento colectivo que atraviesa la historia norteamericana desde el principio del siglo veinte hasta nuestros días. Pero para ello Eastwood no diseña un fantasma sino una criatura maciza y prepotente (incluso Leonardo DiCaprio parece mucho más alto de lo que en realidad es) recargada de maquillaje que no alcanza a guiarnos en la sucesión de imágenes que constituyen la película sino que se hunde en ellas y nos arrastra consigo.
El personaje que revela toda una época La película del director de Los imperdonables y Río místico traza un ajustado relato sobre el jefe de espías, y a la vez devela los mecanismos de una sociedad paranoica y vigilada. La Academia de Hollywood la ignoró para los premios Oscar. Más que sugestivo y para nada accidental, más aún si hacemos una lectura crítica y retrospectiva de los films seleccionados por la Academia, define el hecho confirmado hace algunos días, de que el último film de Clint Eastwood, J Edgar, uno de los últimos representantes de un cine de autor que en Estados Unidos se ha identificado con los más firmes emblemas históricos, con la tradición de los mismos, haya quedado literalmente excluido de las nominaciones al premio Oscar. Y al mismo tiempo, para los seguidores del actor, del realizador, desde los años del western spaghetti y de Harry El Sucio, los que ciertamente lo marcaron como ícono de un cierto concepto de virilidad; para los que no aceptaron ver en él los planteos desmistificadores del sueño americano y de los ideales del imperio, como lo logró en Los imperdonables, Un mundo perfecto y Río místico, permitiéndose recuperar al melodrama de los años idos en Los puentes de Madison; tal vez pueda resultar inverosímil que él, el mismo Eastwood, se atreva no sólo a poner entre signos de interrogación las memorias de quien fuera una de las figuras fundacionales del máximo sistema de seguridad del Estado; sino, además, acariciar un secreto vínculo amoroso, tal vez no concretado, pero sí implícito, entre el propio personaje, J. Edgar Hoover, Jefe del FBI, y quien lo asistió como su mano derecha, Clyde Tolson, durante veinticinco años. Una historia de amor trágica, violenta, es la que vibra entre los bastidores tensionantes de un escenario que va asomando desde los días de la vejez del propio personaje, a través de los recuerdos que van fluyendo en la voz de ese hombre que apunta, que intenta a construirse en la memoria de los otros como mito. Megalómano, manipulador, J. Edgar Hoover, así se lo conoce y así es su firma, nació un primero de enero de 1895 y el film de Clint Eastwood, admirable en ese recorte intimista familiar, elige aquellos pasajes en los cuales le basta retratar la opaca y mortecina luz familiar para sellar un cierto tipo de relación, para que los mandatos de poder y condena, de extrema vulnerabilidad se proyecten con fuerza, sin interferencias, a lo largo de todo el relato. Si hay una voz dominante, pese a que su participación en el film sólo tiene lugar en contadas escenas; si hay una voz que decide y que fija normas, como él lo hará de manera inmediata a partir de 1917 cuando comienza a establecer métodos de ataque contra la presencia de los comunistas, es la de esa madre que le señala el espacio del poder desde niño y que lo condenará de antemano ante cualquier desvío respecto de lo que se acepta como normal. Los miembros votantes no deben haber visto con buenos ojos estos ángulos desde los cuales, primero, el guionista de la admirable Milk, Dustin Lance Black, y luego Clint Eastwood abordaran a éste, para ellos trascendental miembro de la familia estadounidense. Y de la misma manera, si bien Leonardo DiCaprio ya había participado de un "Biopic" como El aviador de Martín Scorsese, en su rol del magnate industrial Howard Hughes, que llegó a controlar numerosos órdenes económicos y vidas privadas, interfiriendo en el mundo del cine; en su rol de J. Edgar Hoover, cometía, para muchos (pese a su caracterización digna de destacar; ayudada más aún por su aspecto físico aniñado), algunas imprudencias y trangresiones. Pese a las favorables críticas, la Academia, en este caso, prefirió callar. Ni una sola nominación. Ni siquiera a los actores secundarios, ni a Judi Dench, como su madre, Annie Hoover, quien decide que se llamará ya no John, sino Edgar; de ahí en más, el personaje firmará de manera firme, aunque a veces no tan convencido, de esa manera, J. Edgar, como lo señala el afiche; ni a Naomí Watts, como Helen Gandy, su fiel e incondicional secretaria, testigo mudo y quien lo soñó en silencio. Ni a Di Caprio ni al hombre que lo ama, Clyde Tolson, rol que compone Armie Hammer, desde el mismo momento en que éste, por razones que el espectador conocerá luego, le ofrezca su pañuelo. Al ver el reciente film de Clint Eastwood, si bien para nosotros un nombre como el de J.Edgar Hoover puede resultar lejano, podemos llegar a pensar a través del mismo de cómo diferentes mecanismos se han ido orquestando desde políticas de estados que implementan sistemas de control en ojos vigías y conductas paranoicas. Desde la visión de un hombre, su director aquí, como lo hacía de similar manera Oliver Stone en el igualmente olvidado e ignorado por los miembros de la Academia Nixon, se desmonta toda una estructura, un andamiaje de correspondencias en un orden de fracturas temporales, que nos permite reflexionar sobre las complejidades a la hora de narrar una biografía. En ambos films, Oliver Stone y Clint Eastwood se atrevieron a desautorizar las voces oficiales. Si bien se respira una atmósfera progresista en el orden cultural y artístico en la actual administración, la mayor parte de los miembros de la Academia llevan en sí todavía ortodoxos mandatos. Ninguna nominación para J. Edgar de Clint Eastwood, film que se abre con el logo de la Warner en blanco y negro, tal como las historias de gangsters de los 30, que se narra en tempo de jazz, que cabalga sobre la historia de un país que se sacude en golpes de escena por secuestros y redadas, desde una voz y desde una mirada que se vuelve múltiple, que afirma y desautoriza. Tras las huellas del film de Orson Welles, Citizen Kane, de 1941, Clint Eastwood reconstruye pudorosamente y al mismo tiempo con audacia a su controvertido personaje. Ninguna nominación. Sólo el silencio.
Anexo de crítica: Con gusto a poco. De modo sorprendente, Eastwood no ha sabido –o no ha querido- hallar un conflicto dramático consistente en la biografía de quien fuera el director del FBI durante 48 años. Esta ausencia de eje lleva a que los sucesos representados no tengan rumbo ni efecto dramático alguno. Incluso la labor de DiCaprio queda malograda ya que la emoción que puede conseguir el actor sobre el espectador no depende –como se cree habitualmente- solo de la interpretación actoral, sino del material dramático que se desarrolla, y fundamentalmente del sentido de las acciones representadas. Al estar ausente este eje conductor, los diversos sucesos que presenta el realizador no llegan a ser más que una revista de hechos fácticos, que aunque correctamente mostrados, no alcanzan a producir un acontecimiento narrativo.-
SIN HÉROE NI LEYENDA La figura histórica de Hoover, compleja y siempre polémica, se convierte en un punto de partida ideal para que el incansable Clint Eastwood reflexione sobre algunos de sus temas recurrentes y exponga, una vez más, la complejidad de su mirada impar. 1) Para el autor de esta crítica, Eastwood no ha sido un cineasta más. Más bien todo lo contrario: ha sido, durante un buen tiempo, EL director, el autor ejemplar del cine norteamericano contemporáneo, el verdadero heredero de la tradición clásica de Hollywood. Pero diferentes cuestiones han hecho que esas apreciaciones hayan caído en una revisión que aún se encuentra en pleno proceso. Cuestiones de formación y desarrollo del propio pensamiento han influido. Pero también el particular despliegue de la obra del director, con algunas películas que en varios aspectos parecen contradecir aquello que otrora podía afirmarse de él. En este sentido, son ejemplares las inconsistentes El sustituto (Changeling) y Más allá de la vida (Hereafter), en las que, más que la mano de ese director clásico que hemos admirado, aparecen las huellas de un “director mensajista”. Así, a partir de estas cuestiones, y de algunas más, quien esto escribe ha decidido repensar toda la obra eastwoodiana, intentando dejar de lado cierta devoción por una figura que se había vuelto tal vez demasiado grande, y a la que –también tal vez- le había endilgado cualidades que estaban de más (algo normal, después de todo, ya que Eastwood fue para este crítico algo así como la figura rectora y el compañero con el que ingresó al mundo de la cinefilia y el pensamiento sobre el cine). Ajustar las cuentas es necesario; revisar, rever, repensar debe ser una tarea constante para aquellos que intentan dedicarse a la crítica. Y, vale aclarar, revisar a un director no debe entenderse necesariamente como una operación de descrédito. 2) Esta introducción, a lo mejor algo extensa, incluso gratuita para algunos, es necesaria ya que J. Edgar se estrena justo en medio de ese período de revisión antes mencionado, y porque las propias características del film lo vuelven precisamente un objeto estético lleno de ambigüedades (¿o de contradicciones?). Eastwood, hoy día, me despierta muchas dudas. Y esta película en particular lo hace con énfasis. Dudas respecto al tan mentado clasicismo del director, quien, en neta contradicción con esa supuesta característica propia, opta aquí por un registro actoral en general demasiado afectado (con Di Caprio a la cabeza), una fotografía que se siente muy pesada por momentos, y algunas escenas por demás explícitas, como aquella en la que Hoover decide probarse algunas prendas de su madre luego de verla morir. Y ni hablar de los maquillajes, burdos, groseros, que generan distancia. Todo esto remite a una sensación de falsedad absoluta. Sin embargo, la pericia narrativa del director, la fluidez con la que va desarrollando la historia (con constantes idas y vueltas temporales) equipara la balanza para lograr que, pese a todo lo antes mencionado, podamos ingresar en la historia de una personalidad ya de por sí difícil. Así, acompañando toda la carrera profesional de Hoover, y también aquello que podemos ver de su vida personal, empezamos a entender cuáles son los temas que a Eastwood le importan, más allá de la figura biográfica en sí. En primer lugar, la relación del hombre frente a la Historia. Para Eastwood, la Historia es lo de menos. Es eso que va de la mano con la política, que se ve en las caravanas que festejan la elección de un nuevo presidente, es ese hipócrita discurso televisivo de Nixon sobre la muerte de Hoover. Es una cosa de arribistas y frívolos, como los Kennedy. Lo importante, para Eastwood, está en el barro, en el día a día, en el combate con el mal cotidiano (y también en los melodramas personales). Es allí donde se juega la verdad, y de donde se puede extraer algo valioso para la reflexión sobre la condición humana. Y ese es el lugar que ha elegido Hoover, ya sea para enfrentar a terroristas comunistas o delincuentes como Dilinger. Por eso, Eastwood muestra a Hoover dos veces solo en su ventana, viendo desde lejos, y apartado, el paso de la Historia: allá los nuevos presidentes y la muchedumbre; y acá, en su lugar de trabajo, Hoover haciendo lo suyo. Eastwood muestra y resalta el desprecio que su protagonista tiene sobre los políticos. Algo que queda claro cuando le ofrecen ser el director del FBI y pide, como condición innegociable, independencia total del poder político. Y esto será reafirmado cuando se dedique a espiar a los propios presidentes para chantajearlos en caso de que se quieran meter con sus tareas. Hoover parece y, sobre todo, cree encarnar algo fundamental, incluso primigenio, unos valores esenciales de su país que, para él, nadie más puede representar, empezando por los presidentes. Pero, ¿cuáles son esos valores? Más allá de algunas frases, de algunos slogans que dice con fruición, y de lo que la madre le inculca, es difícil saber cuál es ese principio fundamental que Hoover dice defender. La gran pregunta entonces es: ¿qué representa Hoover? No hay respuesta enJ. Edgar. Eastwood no la encuentra, no la ve, y así lo expone. Hay un vacío absoluto en ese aspecto. En todo caso, lo que hay es la figura de un hombre convencido de lo que hace pero lleno de taras personales que lo llevan al borde de la locura, y que muchas veces lo hacen actuar en el vacío, como en ese momento en el que le dicta una carta a su secretaria para tratar de intimidar a Martin Luther King. Es tanto el nivel de absurdo de lo que dice, que su secretaria no toma nota. La escena es muy significativa, y deja en claro el nivel de locura del personaje, que ha ido muy lejos, o mejor dicho, ha caído muy bajo. En definitiva, Eastwood cuenta la historia de un fracaso. El fracaso de J. Edgar Hoover en su intento de automistificación como héroe. La leyenda que el personaje intenta narrar será desmentida por la persona más cercana que tuvo –su ayudante Clyde Tolson- y tal vez la única que lo amó, más allá de su madre. Una vez más, Eastwood se mete con el tema de la leyenda, la verdad y la posibilidad, o no, de ser un héroe. Eastwood no imprime la leyenda que Hoover hubiera querido. Pero tampoco la leyenda negra que los detractores del personaje y los facilistas ideológicos hubieran querido. Eastwood imprime su película, en la que muestra las oscuridades de su amado país, y en la que reflexiona, una vez más, sobre la dolorosa existencia del hombre. Mientras, en la Historia de su país parece no haber héroes, de ningún tipo. 3) Algo más. Este desconfiado crítico ha señalado más arriba una “cierta sensación de falsedad” en la película. Y ahora, llegando al final, se pregunta si en realidad todo eso que vio como aspectos negativos no ha sido usado de manera absolutamente consiente por Eastwood, ya que justamente todo lo que vemos es la pura representación que el personaje quiere hacer creer: su propia versión de la leyenda. No es una lectura descabellada, y estaría demostrando, una vez más, la pericia de un autor decidido a no abandonarme.
Una vida, una época Reflexionábamos ya, tiempo atrás (en El discreto encanto de las biografías), sobre la insistencia del cine masivo por convertir ásperas biografías en cordiales melodramas. Una sumatoria de fórmulas modelan este tipo de productos, que en el grueso del público despiertan siempre más entusiasmo que los documentales: la sucesión de momentos privilegiados, el afán didáctico, la reconstrucción de época, hechos políticos y sociales que asoman distraídamente en la pantalla de un televisor o desde una radio encendida. Una tendencia informativa se combina en estos casos con una cadena de situaciones intensas (las biopics no suelen demorarse en silencios o tiempos muertos), reduciéndose la complejidad de una vida a una suerte de resumen de datos enumerados como para una enciclopedia. Apenas aisladas excepciones logran salirse del molde, representando con mayores matices los pliegues de la existencia de una persona pública: el Carlos de Olivier Assayas o algunas películas de Alexander Sokurov son algunos ejemplos recientes. En J. Edgar, el veterano Clint Eastwood (1930, San Francisco, EEUU) echa una mirada algo desapasionada a la vida de quien hizo fuerte al FBI y, paralelamente, a casi medio siglo de hechos de la política estadounidense. Mortecina y severa como los ámbitos en los que se mueve su protagonista, adquiere rasgos del cine de espías o de gangsters (esos que J. Edgar Hoover combatía pero a los que, en el fondo, se parecía, y a quienes incluso admiraba, como parecen indicarlo las escenas en las que disfruta viendo a James Cagney en el cine) con algunos ribetes melodramáticos. Estos últimos, claro, de manera tibia, por tratarse de alguien que sólo la persistente compañía de su secretario permite imaginar un posible componente romántico (cabe señalar, en este sentido, que las dos únicas escenas de besos son en el interior de una fría biblioteca vacía y en medio de una riña en una oscura habitación de hotel, con rechazos en ambos casos). El guión escrito por Dustin Lance Black está muy bien trabajado, con flash backs que se amoldan con precisión a escenas más cercanas en el tiempo sin que el resultado resulte confuso, aunque todo aparece demasiado explicado y algunos añadidos –como el encuentro de J. Edgar con Shirley Temple, o los contraplanos de los presidentes respondiendo (o no) su saludo desde la ventana– lucen artificiosos. Indudablemente, el personaje es fértil, polémico, ambiguo, y hasta es posible relacionarlo con la represión y el espionaje puestos en práctica en otros países y circunstancias (como la última dictadura en Argentina), cuando alega estar “cumpliendo órdenes” o asegura haber contado con el apoyo silencioso de la población en su lucha contra el comunismo. “Es un error juzgar hechos del pasado desde el presente, fuera de contexto” dice también, y allí reside tal vez lo más estimulante de la película: recordarle al mundo las posturas que rigieron durante mucho tiempo la sociedad estadounidense. Respecto a Leonardo Di Caprio, cabe preguntarse por qué directores como Martin Scorsese o Clint Eastwood recurren a él para personajes gangsteriles, de sobretodo y sombrero de ala ancha. Aunque es un actor expresivo y está muy sobrio aquí, fatiga verlo con una bravura impostada y el ceño fruncido (alguien debería proponerle participar alguna vez en una comedia), al margen del espeso maquillaje con el que encarna a J. Edgar septuagenario. En tanto, algo estereotipada aparece la madre (Judy Dench), desdibujada la secretaria fiel (Naomí Watts con un look Olga Zubarry) y bastante exterior el secretario de voz seductora (Armie Hammer). Referente innegable de un clasicismo que cada vez más esporádicamente aflora en las salas de cine, Eastwood narra sin frenesí y busca del otro lado espectadores adultos: en este sentido, J. Edgar es un producto estimable. Sin embargo, cierto acartonamiento y un aire algo anticuado afectan su respetable propuesta.
Hoover: Una vida al servicio del poder En el mundo se conoce el FBI (Federal Bureau of Investigation), pero pocos saben que su fundador fue J.E. Hoover. ¿Quién fue John Edgard Hoover? Un visionario, un psicópata, un paranoico, un megalómano, al que además se le pueden atribuir otros cientos de adjetivos, o un hombre que defendió un modo de vida contra la corrupción, el crimen y la inmoralidad. Pero lo que es indiscutible en este abogado, educado en George Washington University, es que hizo de su vida un emblema de poder. Se lo nombró director del FBI en 1924 y mantuvo el cargo hasta 1972, pasando por tres guerras y sobreviviendo a la gestión de siete presidentes, que no pudieron destituirle por el costo económico y político que les implicaba. J.E.Hoover nació en Washington, D.C. en 1895, los detalles de su vida poco se conocen. Su certificado de nacimiento no fue completado hasta 1938. Los datos que aparecen surgen de un perfil de 1937 hecho por el periodista Jack Alexander. J.E.Hoover fue el más beneficiado de sus hermanos, ya que toda la familia se ocupó en apoyarlo para que se graduara en Derecho (1917). Siendo su castradora madre (Judi Dench, en el film) la propulsora de ese privilegio. Su padre y una hermana fueron internados por insania. Trabajó en la Biblioteca del Congreso, siendo miembro de la Kappa Alpha Order, una sociedad fraternal (algo secreta) que aún hoy se enorgullece de su tradición sobre los valores de caballería. Esto es una reminiscencia de la versión romántica de los Cruzados. Un miembro de la Orden Alpha Kappa se debe esforzar por ofrecer la reverencia a Dios y las damas (“Dieu et les Dames”), como se describe en el lema. Además, la idea de que "La excelencia es nuestro objetivo" enorgullece a sus miembros y los obliga a dedicar su vida a una mayor mejora personal, dando cuenta de que siempre hay que seguir esforzándose por la excelencia. Como estudiante de leyes, Hoover se interesó por la carrera de Anthony Comstock, que en 1873 creó la Sociedad de Nueva York para la Supresión del Vicio, una institución dedicada a la supervisión de la moralidad de la población. El Inspector Postal de Estados Unidos lideró prolongadas campañas contra el fraude y la depravación (también contra la pornografía y la información acerca del control de la natalidad). Se cree que Hoover estudió los métodos de Comstock, tomándole como ejemplo por su eficacia en la persecución del delito y en no temer tomar atajos en la lucha contra el crimen. Este controvertido personaje, inflexible y oscuro, temido por políticos, artistas, empresarios, mafiosos y hasta por la gente común, fue trasladado al cine por Clint Eastwood, apoyado en su adaptación física y vocal por un fuerte, sensible y extraordinario Leonardo DiCaprio, que deja al descubierto la humanidad de J.E.Hoover (a pesar de un férreo maquillaje que limita en extremo sus movimientos, pero que a la vez da la justa pátina de película antigua al conjunto). Eastwood en esta versión ofrece una mirada casi piadosa – al individuo no a sus obras- de un hombre que representa a un gigante del siglo XX, con una extrema voluntad de poder y habilidades de autopromoción de verdadera estrella, que construyó una ciudadela de la información, pero que estaba escindido entre su conducta personal y la pública, que se enfrentaba a organismos privados y oficiales. La visión de Clint Eastwood es la de un director que busca no enjuiciar, sino más bien hacer un retrato que acerca al espectador a la soledad y ambición del que fuera el fundador de una institución modelo en Estados Unidos y por ende en el resto del planeta. La denominación de policía científica nace con él y en la actualidad es un instrumento fundamental para cualquier análisis de situación criminal. Pero no se sabe bien porque Eastwood obvió una parte importante del mundo de Hoover, y fue su relación con el mackartismo y la cacería de brujas de comunistas, homosexuales, negros y judíos. Clint Eastwood escapa de su línea habitual de narrar en ritmos agitados y giros sorpresivos, para contar una historia lineal, sostenida por una rigurosa dirección de actores cuyo comportamiento es natural al componer sus personajes y lograr una empatía correspondida por el público. La narración comienza en la década de 1960 con un disparo en el edificio del Departamento de Justicia, el hogar original del Bureau, para dar una idea de la ubicación del establecimiento, y de la institución. Luego se escucha gritar a Hoover en off ("El comunismo no es un partido político, es una enfermedad"), para de inmediato cambiar de escena y la cámara escanea la máscara de muerte de John Dillinger, para detenerse en el rostro pálido de Hoover y enfrentar al espectador con la flacidez de su rostro. La historia real se inicia cuando Hoover, viejo, encorvado, calvo, su rostro tan gris como su traje, dicta sus recuerdos a uno de sus agentes, Smith (Ed Westwick), y que se dramatiza en flashback. A pesar que la narración es algo dispersa, no deja de ser un acierto del guionista Dustin Lance Black (“Milk”, 2008 - “Virginia”, 2010 – “Something Close to Heaven”, 2000 - “The Journey of Jarred Price”, 2000) darle un tono de pseudodocumental. Éste centra su atención en una figura única, en el análisis de sus circunstancias y los detonantes que harán de él un arquetipo histórico, que fue instaurado por el presidente Calvin Coolidge (1923-29). En segundo plano se pasa por Capone, Dillinger, Melvin Purvis, Pretty Boy Floyd, Baby Face Nelson, Machine Gun Kelly, Franklin Delano Roosvelt, la Gran Depresión, los Kennedy, Nixon, el Ku Klux Klan o Luther King; tan sólo el tema de la muerte del hijo de Lindbergh y la Ley del mismo nombre, ocupa una parte trascendente de la trama. Armie Hammer (“The Social Network”, 2010) interpreta a Clyde Tolson, segundo al mando de la agencia, que además era compañero, colaborador y confesor. Armie-Tolson con sagacidad logra que Hoover-Di Caprio frene sus instintos de arremeter contra todos y todo y controle sus arrebatos de ira, también permite conocer la realidad más profunda del funcionario. Tolson es un chico de oro que, aquí, al menos, físicamente recuerda en la década de 1920 al tenista Bill Tilden. Rápidamente se convierte en ayudante constante de Hoover, el compañero de toda la vida. Los hombres se reúnen en un bar, introducido por un conocido mutuo. Él influye en el modo de vestir, de caminar, de moverse que luego mantendrá Hoover durante el resto de su vida. Pero la que le obliga a Hoover a poner los pies sobre la tierra y ver la realidad social y política tal como era, es Hellen Grandy , secretaria más que especial qué renuncia a su vida personal por dedicarse a su trabajo, con tanta eficiencia que a la muerte de éste destruye todos los archivos secretos sobre sus posibles o improbables enemigos. Este rol de ser sombra y a la vez alguien insustituible es magistralmente interpretado por Naomi Watts (“Mulholland Drive”, 2001 - “Dangerous Beauty”, 1998 - “King Kong”, 2005 - “21 gramos”, 2003). Interesante realización que se asienta sobre un excelente trabajo de dirección y una desacostrumbrada edición, ostentando un delicado relato espaciotemporal, y una ambientación ceñida a las épocas en que transcurre la historia. Sin olvidar su estupenda fotografía y una banda sonora, con música del propio Clint Eastwood, y pequeños toques de las estupendas variaciones de Goldberg. Desde el pasado J.E.Hoover, que jugó con su vida de modo tan heroico como en la ficción lo hacía un James Cagney, nos dice que debemos estar prevenidos porque seres como él siempre estarán presentes en la historia actual, y la que vendrá, y que a pesar de aferrarse al poder éste siempre hace su guiño cómplice a la muerte y ésta tenderá sus redes para llevarlos. Nadie escapa al destino y esas fuerzas que se ocultan detrás de quienes nos gobiernan o gobiernan el mundo por mezquinas y mediocres que sean tienen algo en común con el resto de los seres humanos y es la finitud.
EL CABALLERO DEL CONTROL Se ha dicho que el último film de Eastwood es su Ciudadano Kane, una referencia demasiado moderna para el autor de Los imperdonables, pero que sí denota la ambición del proyecto. En su reciente lista de las 10 mejores películas de 2011, el lúcido crítico Jim Hoberman, recientemente despedido del Village Voice, cierra el puesto número 9, que corresponde al filme de Eastwood, diciendo: “…se podría haber llamado Morir como un hombre”, en alusión al filme portugués sobre una drag-queen. Sucede que la magnífica e imperfecta obra de Eastwood, filmada a sus 81 años, más que revelar la compleja historia del FBI y su modernización, devela delicadamente, a pesar de algunos subrayados, una historia secreta de amor homosexual. El puritanismo anglosajón atraviesa el relato. Desde un inicio, a fines de la década del ’20, J. Edgar Hoover sintoniza con una obsesión nacional: el nacimiento de la doctrina de la seguridad con su constante correlato que postula una amenaza exterior: los comunistas de principios de siglo, los mafiosos del ’30, los radicales del ’60 y ’70. La otredad opera siempre en el imaginario conservador como mugre anárquica e inmoral que corroe los valores intachables y autoevidentes de una nación. Un atentado (fallido) en 1919 contra el Fiscal General será el evento que iluminará a Hoover, un joven abogado que trabajaba entonces para la fiscalía en cuestión y que, según su madre, estaba destinado a recuperar la grandeza familiar. Hoover intuye que se necesitan otros métodos (científicos) de investigación si se pretende combatir la plaga socialista. A los 26 años Hoover dirigirá el FBI, y al aceptar su cargo, que ocupó hasta su muerte, en 1972, pedirá autonomía del poder político. El reclutamiento y los requisitos para sus detectives explicitan una moral: nada de alcohol, ejercicio físico, lealtad, lo que no impedirá que tome como su mano derecha a Clyde Tolson, más allá de la limitación de su currículum. Ellos vivirán un amor platónico, y la película será de los actores que los interpretan, Di Caprio y Armie Hammer, ambos extraordinarios. A propósito de una historia del FBI que Hoover escribe mientras discute con sus ayudantes, los recuerdos se convierten en flashbacks y constituyen así el film, quizás demasiado caóticos para representar la trayectoria de un obsesivo del orden, aunque el relato jamás deja de ser clásico. Eastwood, del mismo modo que su criatura estelar respecto de su erotismo, reprime todo exhibicionismo estético. La mayor ostentación formal pasa por un falso raccord: Hoover y Tolson suben a un ascensor siendo viejos y al salir de él se los ve jóvenes, procedimiento que se repite en una visita al hipódromo. El resto es contención y discreción: gestos mínimos, jamás forzados, poca música y suave; ni siquiera frente a la muerte Eastwood cede a su clasicismo: un ida y vuelta repetido y con el tiempo exacto de duración permite ver cómo ve y lo que ve un amante frente al desconsuelo de ver al ser amado tendido en el suelo, al lado de su cama. Velozmente Eastwood dejará ese plano y contraplano precisos y concluirá la escena con un plano general en picado para ver (no del todo) al amante reclinado sobre el otro. La gracia de Eastwood aquí pasa por cómo filma las relaciones, lo que está entre un sujeto y otro. El liberalismo heterodoxo de Eastwood se apoya convenientemente más en la historia de amor que en el ineludible texto político. El secuestro del hijo del aviador Lindbergh y su resolución, el confuso asesinato de Kennedy, el cinismo de Nixon ocupan varios pasajes del filme, como también el encono (no del todo racista, a pesar de la evidencia) de Hoover contra Martin Luther King. La caza de brujas contra el Hollywood rojo de la década del ’50 y el Programa de Contrainteligencia de una década más tarde dirigido contra los grupos disidentes permanecen en un total fuera de campo. La máxima tentación de Eastwood es psicologizar en demasía a Hoover. Su madre, una verdadera arpía de antología, tan fálica como castradora, es la fuerza directriz de la economía libidinal de Hoover. Tal vez el caballero del orden tuvo la suerte de que una obsesión privada sellada en el alma por la observancia materna coincidió con la necesidad pública de garantizar el orden y la seguridad social. La vida de J. Edgar, el hombre detrás del héroe del FBI (y de las historietas y el cine), puede ser un ejemplo más que confirma la sugestiva hipótesis de que la insatisfacción y la represión sexuales estimulan la pasión por la vigilancia y el castigo.
Hasta los más siniestros son humanos J Edgar es el último film del reconocido director Clint Eastwood que vuelve al cine con un personaje muy controversial, al que muchos odiaron con toda su vida, un tipo cuya crueldad sólo se equiparaba con su genialidad, un villano de la vida real al que podemos ver en su faceta más humana gracias al profesionalismo del viejo Clint. La película fue (según mi punto de vista) ignorada de manera injusta para la próxima entrega de premios Oscar que incluye en su lista de nominados trabajos como "El Árbol de la Vida", obra de Terrence Malick que sin ser para nada mala, no encaja en una competencia de cine comercial como esta. También se encuentra nominada "El Juego de la Fortuna", una cinta de buena calidad, pero que es a mi entender, inferior a J. Edgar... en fin... son esas injusticias típicas de los Oscars. La producción es un pantallaso de la vida pública y privada de J. Edgar Hoover, director por más de 48 años del FBI, personaje infame y temido por el acceso que tenía a información confidencial de presidentes, artistas, políticos y demás tanto de Estados Unidos como del mundo entero. El viejo Clint hace un juego inteligente en el que va exponiendo de manera cruzada situaciones de la vida pública de Hoover junto a situaciones de la vida privada que contrastan y develan al imperfectísimo hombre detrás de la figura pública. Racista, conservador, gay, ambicioso, compañero, hijo devoto, genio, loco... se pueden dilucidar todas estas características en el film, lo que equilibra su detestable imagen con un manto de humanidad que le arroja Eastwood. Es fabuloso ver todas las facetas de Hoover tratadas con profesionalismo infinito y objetividad. Todos los actores están super prolijos, pero lo de Leonardo DiCaprio es bestial. A la academia debería darle vergüenza haber cometido el error de ignorarlo. Lo mejor tiene que ver con la historia sentimental con su compañero Clyde Tolson (Armie Hammer), como naturalmente se va creando el vínculo amoroso y como esto le generaba internamente fuertes trastornos por la educación ultra conservadora que había recibido de su madre interpretada increíblemente por Judi Dench. Una película para disfrutar de la pericia del viejo Clint y darse cuenta que hasta los más villanos son seres humanos.
Secreto en el Archivo El viejo Clint Eastwood es imperecedero, sabe hacer buen cine como pocos, y aunque quizás sus más recientes filmes como "Invictus" y "Más allá de la vida" sean los menos buenos, aquí parece retomar esa fibra de cineasta abarcativo e ingenioso. J. Edgar Hoover fué durante casi 50 años un férreo custodio de los controles de seguridad americanos como líder del FBI, mucho antes de que estos mostraran al mundo que eran capaces también de ir por "Megaupload" y destruirlo. Logró infiltrarse donde nadie podía y armarse un archivo con secretos de todo tipo, conociendo y quizás deplorando a más de un presidente democrático -su odio a los Kennedy resalta en el guión-, por otro lado sus propios secretos también aparecen al haber sido un homosexual de closet y un pusilánime sumiso a su madre en la intimidad del hogar. La calidad de interpretación de Di Caprio en el rol protagónico es excepcional, nadie mejor que él para convencernos de la figura discutida de tan jodido humano, Eastwood sabe sacar lo mejor de él como actor, como también hacer que la trama vaya y vuelva en épocas todo el tiempo. A veces las biografías en el cine caen en bolsa agujereada y otras salen a la superficie airosamente como en este caso, logrando un filme altamente recomendable a la hora de hablar de los vericuetos del poder político y sus extremos. Son remarcables las actuaciones de Judi Dench como la madre, Naomi Watts dice mucho con sus gestos silenciosos y miradas, interpretando a la fiel secretaria de Hoover y cualquiera de los roles de los actores de reparto está notable. Sin dudas un filme importante y necesario.
J. Edgar es una exhaustiva revisión de la vida de uno de los personajes más poderosos, controvertidos y enigmáticos de la historia norteamericana. De igual modo que lo hizo The Iron Lady (se estrenaron con solo semanas de diferencia), supone un repaso por los aspectos más destacados de su carrera política y su historia personal, contados en primera persona por un Hoover ya mayor que busca limpiar su nombre con una autobiografía completa. Un muy logrado clima de época, notables actuaciones de intérpretes como Leonardo Di Caprio y Judi Dench, así como una narrativa que excede (a diferencia del otro arriba mencionado) lo anecdotario o las simples viñetas, señalan la importancia de un realizador como Clint Eastwood en la silla de director a la hora de conducir un biopic. El film no obstante sufre de una serie de cuestiones que lo ubican muy por debajo de la obra que pudo haber sido. Sin una verdadera toma de postura, si bien hay críticas, estas no son duras y pervive la noción de que se hizo lo necesario, la aproximación a la vida de Hoover es ciertamente ambigua. Este aspecto, algo útil dentro de lo político, hace agua en el marco de su privacidad, resultando en una trunca historia de amor con Clyde Tolson (Armie Hammer), una relación carente de naturalidad que en todo momento se ve forzada. A esto debe sumarse el maquillaje pobre que despliega la producción, seguramente lo más criticable del film de Eastwood, dado que constituye uno de sus caballos de batalla y, como tal, es fallido. Hacer que sus jóvenes protagonistas interpreten sus papeles de viejos es un grave error del experimentado realizador, las máscaras no están a la altura de las circunstancias y en ningún momento se las logra pasar por alto. De esta forma, la relación entre Di Caprio y Hammer, que ya se aplicaba con mucha presión, adquiere un tono que bordea el ridículo cuando estos están caracterizados en sus 70 años. Así, el importante departamento encargado de maquillar los rostros de los actores, no logra enmascarar la real carencia de J. Edgar, la falta de drama.
Aplaudan, aplaudan no dejen de aplaudir, los roles de Leonardo que ya van a venir. Sí señores, quien no vió esta película quítese el sombrero anticipadamente, ni bien reciba los tickets… Leonardo DiCaprio sigue creciendo, y les pido prestados binoculares o la escalera de Led Zeppelin para poder vislumbrar siquiera el techo de este excelentísimo actor. La película, como saben, se monta en una versión sobre la vida de John Edgar Hoover, responsable de crear la oficina federal de investigación o FBI para quienes vemos pelis made in USA desde chicos, y todo lo referido a sus relaciones a lo largo de su vida. Al margen de los tintes políticos que pueda tener la mirada del director, (que deja super plasmado su estilo, ahh, no lo nombre aún en la nota?, pues bien, hablamos de ni más ni menos que el otrora excelentísimo Clint Eastwood), y de la visión que podamos tener acerca de lo que el FBI para nosotros significa, Hoover es un personaje del cual sinceramente muy pocas chances tendría de acercarme a saber de o conocer de su vida y legado.Pues bién, aquí el logro de Leonardo. Fino en los gestos, en su rol de Hoover anciano, del Hoover joven y entusiasta, del Hoover ya cautivado por el poder de su posición, sinceramente no le encontré ni una grieta a su performance. DiCaprio viene generando “pelpas” como para un cuadrito, a ver, repasemos: “Shutter Island”, “Infiltrados”, “Diamante de Sangre”, “El Aviador”, “Atrápame si Puedes”, … sigo?, no, entren a www.imdb.com y vean el listado completo, se van sorprender. (NOTA aparte: lo tuve mucho tiempo en el banco de suplentes debido a “Titanic”, pero bueno, ya está, lo perdono) La dirección de Clint, como dije, marcada a fuego y fiel a su estilo. Con el espacio que cada diálogo necesita para un buen desarrollo del mismo, sin apuro, con pausa, pero no por eso aburriendo. Es como la tortuga que sorprende al final del cuento al conejo. Las atmósferas que recrea, las luces y sombras en los cuartos, en donde se dan la mayoría de situaciones son fascinantes, sinceramente Clint es un actor al que le agradezco haberse dedicado a la dirección. El resto del reparto compaña a Leonardo en muy buen nivel. La película se deja lugar incluso para situaciones cómicas, (pocas), debido a las excelentes reacciones humanas de los personajes. Les dejo una nota final. Al salir de la sala, estaba con una especie de sentimiento encontrado. Quería aplaudir de pie durante horas a DiCaprio y por otra parte no le había encontrado esos errores que son normales en una cinta de 2hs. y pico, y eso medaba cierta bronca. A lo que para indagar un poco, consulté a quien tenía al lado: ¿Me parece a mí o DiCaprio no pifió en un solo gesto, en un solo movimiento, postura, nada que a uno lo saque del personaje?. Para mal mío la respuesta fue rotunda, la misma sensación: “No, nada, una actuación sublime”. Para cerrar estas líneas, solo me permito un “no se la pierdan”. Hasta el próximo post :D
Represiones La última película de Eastwood –que no obtuvo ninguna nominación para los premios Oscar– es una biopic sobre J. Edgar Hoover (1895-1972, interpretado por Leonardo DiCaprio), director del FBI durante 40 años. Mediante los flashbacks, que surgen de un maduro Hoover, que dicta a distintos secretarios las memorias de su trayectoria en la institución represiva que comandó, el film se adentra en los comienzos de su carrera, cuando diversos atentados, a comienzos de la década de 1920, le permitieron emerger como el más acérrimo enemigo de anarquistas, comunistas y “bolcheviques”. Así, Hoover ascenderá desde un inicial puesto de secretario al de director del Buró Federal de Investigaciones. El progresivo endurecimiento de las políticas hacia los trabajadores y la izquierda –incluyendo la deportación de Emma Goldman (Jessica Hecht)– significará la puesta en pie y consolidación de una poderosa institución represiva, a escala nacional, que se mantiene incólume mientras los presidentes, sean republicanos o demócratas, pasan (Coolidge, Hoover, Roosevelt, Truman, Eisenhower, Kennedy, Johnson y Nixon). Concentrando con la ayuda de su secretaria Helen Gandy (Naomi Watts) una cantidad enorme de información; modernizando el sistema y métodos de espionaje e investigación, Hoover puede combatir a “rojos”, a gánsteres y a personalidades de los derechos cívicos como Martin Luther King, mientras negocia con cada nueva administración que llega a la Casa Blanca. El film nos muestra que Hoover –como ocurre con otros personajes en otras películas de Eastwood– está predestinado –como le dice su madre, Annie (Judi Dench)– a ser un “gran hombre”, un “poderoso”… que sin embargo se oculta. Y se oculta… o, para decirlo con más precisión: lo que oculta, es su condición homosexual. Aunque nunca estuviera confirmada, gran cantidad de rumores y versiones (y en la película, gran cantidad de “señales” –escritas por el guionista de Milk, Dustin Lance Black–) lo plantearon. Y aquí empieza la discusión, sobre la forma y el contenido de película. Si bien Eastwood podría haber contado la historia en hora y media, en vez de en los 120 minutos que dura J. Edgar, lo cierto es que, principalmente, lo que hacía falta era una mayor contextualización del accionar. Porque, lo que enfrentó Hoover desde sus comienzos, fue fundamentalmente la onda expansiva internacional de la Revolución Rusa de 1917, y la organización de la clase trabajadora. Todo esto, un movimiento muy poderoso (como se recuerda un libro de reciente aparición, de Tariq Ali y el cineasta Oliver Stone 1) que acá queda solo como un trasfondo opaco (tan opaco como es la fotografía de la película). Sin mostrar esto ¿cómo explicar el temor y la firme decisión del protagonista por acumular todo el dinero posible y los medios (legales e ilegales) para llevar adelante su lucha? Desde el punto de vista de su vida privada, pareciera que Eastwood quisiera conectar las auto-represiones de Hoover –como queda a las claras en las escenas en que está con su madre, luego también, cuando ella muere, y en el fin de semana que pasa con su mano derecha en el FBI, Tolson Clyde (Armie Hammer) 2– a las represiones que comandó contra opositores sociales y políticos… y contra personajes del mismo establishment del régimen –como se ve cuando se entrevista con Robert F. Kennedy–. De conjunto, ambos “mundos”, el personal y el político, no terminan de cuajar, de desarrollarse y articularse, y se deja de lado décadas y décadas de políticas de persecución y represión decididas y meditadas (brillantemente narradas en, por ejemplo, la novela de Philip Roth Me casé con un comunista), así como en “lo personal” se utilizan muchos clisés y lugares comunes (como señalaron algunas críticas) para aludir a la homosexualidad de Hoover. Es así como entonces no hay ni reconstrucción histórica ni arte dramático en las pasiones de Hoover. Y sobre lo que significa que no la hayan nominado –así sea para una categoría técnica– al Oscar, y las críticas de la prensa norteamericana, esto ocurrió no porque haya sido una película “de izquierda” o “crítica” del funcionario en cuestión; mucho menos por el “liberalismo” del director, quien se declaró a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo (una política perfectamente compatible con la derecha demócrata y la “izquierda liberal” republicana). Hay –acá también, aunque con mejores resultados cinematográficos que en La Dama…– un no jugarse a fondo con la historia y el personaje… que no quiso aprovechar “la academia” de Hollywood para intentar posar desde lo “políticamente correcto” con un personaje tan controvertido. Esta misma tibieza y superficialidad es la que asimiló, entiende y expresa DiCaprio, al proponer ver en la película “La idea del sacrificio, lo que supone servir a tu país”. Dijo: “Es un retrato fascinante sobre cómo el poder absoluto lo corrompe todo”. Desde esta generalidad “universalizante”, el actor dice que Hoover “hizo cosas detestables hacia el final de su vida” (¡pero si comenzó como un rapaz joven cazador de “rojos”!), y que “se convirtió [en] un dinosaurio político que se aferró a sus creencias durante demasiado tiempo”3 (como si lo importante fuera “el tiempo” y no el contenido concreto de sus reaccionarias creencias). Y Eastwood –ningún “progre”: recientemente aclaró que no era “obamista”–, aunque insiste en que “no se sabe mucho de él”, llama a Hoover “una persona muy interesante”, que “presionó para conseguir armas y poder trabajar como cualquier policía”. Y que se lo alababa tanto como se lo detestaba, eso sí: dependiendo “del lado de la ley [en que] te encuentres”.4 Así y todo, J. Edgar es una película que “se deja ver”, aunque no esté a la altura de las pasiones y la historia pública de su personaje. 1 Dice allí Ali: “La gente casi no habla de esto, pero hubo mucha represión llevada a cabo por las corporaciones de los Estados Unidos contra la clase trabajadora en los años veinte y los treinta. […] el impacto de la Revolución Rusa fue muy, muy profundo, y uno no puede ignorarlo”. “A partir de 1917, Estados Unidos –y desde luego las corporaciones norteamericanas– consideró una amenaza la mera existencia de la Unión Soviética. No era que temiera tanto el impacto en su propio país. Aunque sí lo hubo. Recuerda que fue el director del FBI y fiscal general de la administración de Wilson quien expulsó a tantos italianos de los Estados Unidos, invocando supuestas amenazas anarquistas o amenazas bolcheviques. En las ciudades estadounidenses solían golpear las puertas de aquellos hogares de inmigrantes europeos de la clase obrera que militaban en sindicatos, los arrancaban de sus hogares por las noches, los arrastraban y los expulsaban del país. Se vieron invadidos por el pánico porque no había una amenaza real de que surgiera un gran partido bolchevique en los Estados Unidos. Pero no querían correr el riesgo” (La historia oculta. Una conversación entre Oliver Stone y Tariq Ali, Bs. As., Capital Intelectual, 2011, pp. 22, 32 y 33). 2 Dijo Dustin Lance Black: “Como no encontramos pruebas de su homosexualidad, no me parecía correcto dar por sentado que él y Tolson hayan mantenido una relación abiertamente gay, mostrándolos a los besos o algo así. Igual, se puede ser gay sin concretarlo sexualmente: lo gay tiene que ver con la elección del objeto de deseo. Y ahí tengo menos dudas en cuanto a qué era Hoover” (http://www.pagina12.com.ar/diario/s...). 3 http://trailers-de-peliculas.labuta... 4 http://trailers-de-peliculas.labuta...
Clint Eastwood se mete con un personaje revulsivo, temido, poseedor de todos los secretos que lo hacían acumular poder a los largo de muchos años de historia norteamericana: sobrevivió a 8 presidentes, inventó el FBI y se quedó, intocable, hasta su muerte. Pero al retrato descarnado de ese hombre obsesivo, extremo, lleno de miedos, que veía al comunismo como a una enfermedad y a cualquier cambio como un atentado, suma su historia de amor homosexual. Justamente él, que era, además de racista, homofóbico. Con un maquillaje a la antigua, que puede ser un homenaje a una época del cine, con un trabajo muy bueno de Leonardo Di Caprio, el film es riguroso, en apariencia sencillo y realmente profundo. (###)
A primera vista se podria decir que "J. Edgar"es una peli a media maquina del gran Clint Eastwood, lejos de las ametralladoras emocionales que fueron "Río Mistico" o "Million Dollar Baby" o incluso del suspenso de "Deuda de sangre"; es antes que nada una ventana a la vida privada del tipo que convirtió el FBI en la más importante organización de investigación de los USA y la manejó (junto con la vida de varios politicos) con mano de hierro durante más de 40 años, empezando por su adolescencia como ayudante del fiscal y terminando con sus últimos años de vida durante la presidencia de un tal Richard Nixon, todo mientras la narración salta atrás y adelante guiada principalmente por el espectacular trabajo de maquillaje y caracterizaciones. Pero no. El guión usa lo mínimo necesario de los muchísimos casos, tramoyas políticas, datos incoherentes y detalles técnicos que poblaron la historia de Hoover (y por ende del FBI, sus destinos unidos para siempre) y se concentra en mostrarnos los mambos internos de un tipo que en la superficie fue un hijo de puta manipulador y racista (una buena parte del film hace hincapie en la guerra privada de Edgar contra Martin Luther King) pero que en su interior obsesivo y paranoico solo quería lo mejor para su país. La peli no justifica al "monstruo" pero ayuda a verlo como lo que era realmente, un triste hombre que tiraba de los hilos de las personas más poderosas del mundo pero que a su vez se quebraba en lagrimas por toda la represión sexual a la que lo sometió su madre (y seguir hablando de esto seria revelar uno de los puntos más fuertes del filme) Así que puedo asegurar que Eastwood lo hizo de vuelta: se rodeo de los mejores actores (Dicaprio está fantastico, ya totalmente alejado del estereotipo de "cara bonita para adolescentes", y el resto del elenco no lo opaca pero se luce, en especial el -para mí- desconocido Armie Hammer) y construyó un film intenso y dinámico que cuenta mucho más que una simple biografía. Y por suerte levanta muchisimo la puntería después de una película tan despareja como fue "Más allá de la vida".
Publicada en la edición digital #1 de la revista.