Triste llamada a escena Se podría caer en la tentación de afirmar que hoy por hoy sólo Hollywood está obsesionado con proyectos biográficos de las más variadas figuras del mundo del espectáculo, casi siempre pertenecientes a la música, la televisión y/ o el séptimo arte, sin embargo semejante aseveración ya no es del todo exacta porque las diferentes industrias culturales del enclave audiovisual de cada país del globo también han echado mano de una fórmula que a priori parece ganadora: nos referimos a la estratagema de simplemente tomar a una estrella más o menos reconocida por el público masivo de antaño -el cual, por cierto, es el mismo de la actualidad aunque menos segmentado por el marketing idiota- y construirle una narración alrededor que funcione como un retrato de su carrera a nivel macro, de su devenir personal o de una conjunción de ambos rubros pero haciendo hincapié en un período etario concreto. A veces el asunto deriva en éxito y en otras oportunidades cae en uno de esos atolladeros de nuestro tiempo vía la incapacidad de resumir y las pocas verdaderas ideas novedosas de fondo de obras como la que nos ocupa, Judy (2019), una biopic sobre Judy Garland que comienza prometiendo un desarrollo más o menos tradicional y preciso acerca de sus últimos meses de vida, no obstante el planteo pronto termina licuándose debido a que el film a posteriori abraza una dinámica teatral algo mucho estereotipada, redundante y plagada de secuencias descriptivas en las que no pasa prácticamente nada ni tampoco nos encontramos con diálogos interesantes que sustenten el hecho de enroscarse en cada uno de los lugares comunes de la existencia de una artista por demás célebre, de esas que reclaman mucho más que sólo basarse en una puesta de Peter Quilter del 2005, End of the Rainbow. La etapa aquí trabajada se reduce a los momentos previos a su fallecimiento el 22 de junio de 1969 a la temprana edad de 47 años, cuando la norteamericana partió hacia Londres para presentarse en el club nocturno Talk of the Town durante una seguidilla de cinco semanas, derivando en un óbito accidental a raíz de una sobredosis de su amplio surtido de pastillas. Ni el director Rupert Goold ni el guionista Tom Edge logran escapar del cliché del círculo vicioso en lo que atañe a esa triste espiral que todos conocemos de narcisismo, paranoia, alcoholismo, fracasos matrimoniales, problemas económicos varios, sobremedicación, inseguridad en cuanto a su look y abusos laborales adolescentes, en especial cortesía de la Metro Goldwyn Mayer, como si la mujer real -de hecho- hubiese sido en un 100% esta caricatura melancólica y muy decadente que vemos en pantalla, sin un instante de felicidad. La constante “llamada a escena” que padeció a lo largo de su trayectoria, cuando la fémina anhelaba la paz y un fluir familiar más reposado, está canalizada a través del rostro semi deshecho -y hoy reconstruido con prótesis y maquillaje- de Renée Zellweger, ella misma una intérprete torturada por los caprichos plutocráticos y algo mucho ridículos de la fama al punto de someterse a una andanada de cirugías que representan lo peor del sueño estético bobo del mainstream, léase la “obligación” autoimpuesta de negar la naturalidad y retrasar el envejecimiento cueste lo que cueste, una idea que provoca semblantes destrozados por superposición de intervenciones quirúrgicas: se nota a leguas que la actriz se identifica con el calvario de Garland y su estigmatización como la eterna protagonista de El Mago de Oz (The Wizard of Oz, 1939), por ello su desempeño es muy bueno y honesto y su entrega vocal a nivel de las canciones consigue evitar el hundimiento definitivo del barco. Desde una abstracción -símil obra de teatro de medio pelo- que se siente pesada y sobrecargada de escenas que alargan el metraje sin mayor justificación, Judy intenta homenajear a la enorme fuerza de voluntad de la figura de turno aunque no puede maquillar sus múltiples baches dramáticos y la incesante repetición de las mismas situaciones paradigmáticas de siempre…
La historia atrae más por el drama que vivió la cantante que por como está guionada la película, pues no deja de ser una más del montón si no fuera por la hipnótica y brillante interpretación de Renée Zellweger que...
Judy tiene todas las características de un melodrama: a la protagonista le pasan cosas horribles, impensables, una cantidad tan disparatada de problemas que se precisaría mas de una vida para poder resolverlos (y un espíritu indomable para soportarlos). Los melodramas son ficciones – como las historias de Dickens – pensadas con un propósito moralizante y donde el héroe al final termina de triunfar contra semejante avalancha de obstáculos. Pero Judy – basada en los meses finales de la actriz y cantante Judy Garland – no es un melodrama, simplemente porque la heroína nunca tiene la oportunidad de ganar: solo se autodestruye a una velocidad cada vez mayor y el final de semejante conducta está cantado. Tampoco es una tragedia, porque las tragedias requieren un desarrollo equilibrado de los personajes en una situación pacífica donde, de pronto, cae algún tipo de bomba y la vida de cada uno de ellos se altera de una vez y para siempre. En muchos sentidos Judy es comparable a Joker, solo que una es una biopic y la otra una obra de ficción, pero tienen esa cosa exagerada, torturante en donde a el / la protagonista solo le ocurren las peores cosas. Ninguno de los protagonistas es una persona equilibrada, así que lo suyo es una espiral de malas decisiones y, la única manera de salir de semejante espiral es tomar una decisión radical. Y mientras que en Joker Arthur Fleck se reinventaba como una persona que encontraba el orgullo y la satisfacción en la violencia, acá la única salida que tiene Judy Garland es la muerte, sea accidental o por suicidio. Y, como en Joker, semejante historias exageradas están marcadas por el tour de force del protagonista: Joaquin Phoenix allí y Renée Zellweger acá, ambos candidatos casi cantados a ganar el Oscar 2019. Nadie pide de que la biopic de Judy Garland sea un camino de rosas (porque su vida no lo fué), pero pedía cierto equilibrio para saber cómo las cosas se decantaron en semejante situación. En ese sentido hubiera sido mucho mas apasionante – y amargo – enfocar por completo la biopic en los años de juventud de la Garland, especialmente en el rodaje de El Mago de Oz porque allí ocurrieron cosas perturbadoras que el filme apenas muestra en pantallazos rápidos. Hubiera sido mas abrumador ver como la inocencia de una adolescente es devorada por Hollywood (y mas tarde, masticada y escupida), conociendo como llegó a estar una chica de 14 años sola en un set de filmación, custodiada por extraños y acosada por un tipo maduro y amoral al que solo le interesan las finanzas de sus películas y la estética de sus actores (Louis B. Mayer, dueño de la MGM y al que le cabe el titulo de villano despreciable y manipulador) sin saber donde diablos está la familia para protegerla. Hay sugerencias sobre la marcha, pero las escenas ubicadas en 1939 son mucho mas espeluznantes que el show repetitivo de excesos, desmoronamientos y depresiones que tiene reservada Zellweger para el resto del filme. Esto no disminuye los méritos del trabajo de la actriz, pero si de la historia (o del enfoque del director). A mi nadie me va a vender que la atrocidad que la Zellweger se hizo en la cara hace unos años (sacándose la trompita de Betty Boop del hermoso rostro que tenía) no fue con el propósito secreto de tomar este rol. La Zellweger quiso reinventarse como madura sexy, actriz de carácter y la verdad es que no le sale ya que los años le pasan factura, la voz de nena persiste y se la ve esquelética (hay una serie en Netflix que da prueba de ello). Ahora, adelgazando aún mas para el rol, la Zellweger logró convertirse en una zombie, una figura cadavérica, pálida, con ojos profundamente negros, impresionantes y sin vida, con los mohines de una persona inestable mentalmente y con la actitud de una mujer quebrada por la vida. La Zellweger canta – canta mucho – y si bien es cierto que los cinco temas que entona están vinculados con los sentimientos de la protagonista en ese momento, a veces las cosas se estiran demasiado. Hay Deus Ex Machina – como la pareja gay que va todas las noches a verla y que luego le termina de salvar las papas del fuego – y hay mucho drama repetido. Pero aún con todo eso, la Zellweger se impone con bravura en la pantalla. Cuando se desquicia, avasalla todo; cuando se quiebra, es conmovedora; cuando canta, es pura furia artística. Pero, sobre todo, te da una sensación muy triste y amarga de una persona a la cual le arruinaron la vida con las drogas y que luego pasó toda su existencia a los tumbos, esperando que alguien la rescatara – como si eso fuera posible debido a sus enormes demonios internos imposibles de extirpar -. Su acto de redención pasa por los dos hijos que tuvo con Sidney Luft, su cuarto marido – curiosamente la existencia de Liza Minelli es ignorada olímpicamente y se restringe a un cameo -, con los cuales hace el sacrificio final de darle la custodia a Luft ya que entiende que su vida está llegando al fondo del abismo. Quizás de entre toda la podredumbre que tuvo que afrontar en su vida – por presiones de los estudios, por la falta de amor sincero, por los vaivenes de la carrera profesional, por la profusión de aprovechadores que le daban vuelta como si fueran moscas – sus hijos fueron lo mas sano de su vida, y aquello por lo cual ella luchó con hidalguía para preservar de la corrupción generalizada de Hollywood. En la escena de la cabina telefónica – donde convence a sus hijos de que lo mejor es quedarse con su padre en Norteamérica – la Zellweger es devastadora porque sabe que ya no volverá a verlos. Y en la despedida final en el teatro inglés – en donde aceptó de mala gana una gira, ya que nadie en Estados Unidos quería contratarla por su inestabilidad personal y artística -, en donde se quiebra cantando Sobre el Arcoiris la Zellweger arrolla con todo, reflejando todo el agotamiento y el dolor, y obteniendo una mínima compensación entre tanta tragedia cuando el público empieza a corear el tema mientras ella se deshace en llanto tirada en el escenario. Judy es un filme sobre perfomances sublimes, pero no es ni por asomo la versión definitiva y completa de la vida de Judy Garland. Cosa curiosa, comparte puntos en común también con otra biopic – Stan & Ollie – donde individuos en el ocaso creen ver un renacimiento de sus carreras yendo a actuar a Inglaterra. Pero Stan & Ollie era mas completa y satisfactoria mientras que aquí solo vemos a una gran actriz lidiando con la personalidad inestable de una mujer devastada, y buscando desesperadamente algún contexto dramático mas sólido – que el libreto retacea – con el cual desplegar sus alas y poder darle la tridimensionalidad que el personaje precisaba.
La burla, la risa y la indolencia de toda una generación eran probablemente los últimos lugares donde esperaba acabar Renée Zellweger tras haber vivido una década intensa, inmensa de amour fou con el público y éxitos en la cima del mundo del espectáculo: Hollywood: mágico mundo de dolores en el que consiguió un Oscar y tres nominaciones, cerdos y diamantes. El mismo año, 1996, esta ignota actriz de Texas vivió los dos extremos del termómetro: de ser invitada al Festival Internacional de Cine de Mar del Plata y caminar por las calles como cualquier hija de vecina marplatense en representación del dramindie (drama indie formato Sundance) World Wide Web, a ser catapultada como una bengala al Olimpo de la Comedia romántica contemporánea por su actuación en Jerry Maguire, una de las películas más exitosas del siglo 20; ser venerada a uno y otro lado del Atlántico por el hilarante personaje que compuso para la trilogía Bridget Jones, donde un reparto íntegramente británico le declaró el empate; y, como resultado, obtener el título de actriz campeona de las Pesos Pesados en un medio competitivo y sanguinario. Zellweger sobrellevó dignamente su cambio abrupto de vida hasta que se practicó una cirugía estética que la puso de nuevo en las tapas de las revistas, pero de las amarillentas, donde cayó en las fauces del chimento, esa podredura comunicacional instalada en la napa más nauseabunda de la intromisión y la buchonería que en nuestros peores momentos de zozobra intelectual solemos confundir con periodismo. Para las personas que viven de su egocentrismo y su talento, el infierno no existe pero hay algo parecido: la ignominia absoluta tras la popularidad extremada. También podríamos estar hablando de Frances Ethel Gumm, alias Judy Garland. Judy Garland fue siempre un ser frágil de un metro cincuentaiún centímetros y un aura resplandeciente de estatura colosal producto de una gestualidad expresiva iluminadora, una voz extraordinaria y un carisma irreductible. Su participación legendaria, inocente y etérea en uno de los musicales más célebres que existen, El mago de Oz (Victor Fleming, 1939), la entronizó como ícono, no del género, del cine para la eternidad. Le decían “Miss Showbusiness”. La comunidad gay llegó primero al adoptarla como estampita digna de un abrazo paternal cuando su efigie empezaba a debilitarse al poco tiempo de cumplir con otra performance consagratoria en la segunda versión de Nace una estrella, dirigida por George Cukor en 1954. Idolatrar es fácil cuando el ídolo está bañado en oro pero idolatrar a alguien que empieza a resbalar en el barro fuera del prime time es amor posta. De este cariño sincero trata la secuencia más valiosa de Judy, la película biográfica de la que todavía no hemos dicho nada a pesar de 2556 caracteres con espacios: en esta adaptación de la obra de Tom Edge y Peter Quilter Judy Garland tiene 47 años y en 1968 llega a Londres para ofrecer una serie de conciertos que agotarán las entradas horas antes de que ella agote sus reservas de drogas legales – las que la llevarían a la tumba al año siguiente –, acosada por un sinnúmero de espectros y pesadillas germinadas durante los abusos físicos y psicológicos recibidos desde su infancia, cuando su madre la entrega a la maquinaria grotesca del cine industrial para que Louis B. Mayer, uno de los pilares de la Metro-Goldwyn-Mayer, la contrate sin hacerle siquiera prueba de cámara y la trabaje hasta diez horas diarias cuando Judy más bien tenía la edad de estar en casa saltando la piola. La película no fue autorizada por Liza Minelli y el resto de sus parientes, lo que nunca dice mucho: la verdad permanece custodiada entre anaqueles de memorabilia que sólo aprecian sus herederos y cajas fuertes con secretos inconfesables cuyas combinaciones están vedadas a la prensa. La última biopic no autorizada por una parentela fue la de Jimi Hendrix y resultó un desastre desde todos los puntos cardinales. Volvamos a la otra estrella de rock muerta por sobredosis que nos ocupa, que la estatura trágica de Garland es equiparable a la del resto del equipo de “los 27 años negros”: Jim Morrison y Janis Joplin. La secuencia que decíamos es la de la pareja gay que ha ido a verla a todas las funciones y tiene la bendición de cruzarse con ella y que ella, además, acepte ir a cenar con ellos luego de que la hayan descubierto en la calle preguntando por la farmacia más cercana con ojos de “¿Vos sos dealer?”. En otro momento del tejido narrativo de la película la secuencia hubiera resultado un pelmazo algo cursi. Objetivamente, aislada del contexto, quizás lo sea. No le pidamos Terence Davies al Rupert Goold. Pero cuando Goold, el director, intercepta la asfixiante carga de humillaciones y dolor existencial que la protagonista viene recibiendo, con esta digresión balsámica logra trascender astutamente el cliché del “homosexual sensible con la mujer” al que suelen recurrir los cineastas heterosexuales para bloquearle transitoriamente al espectador el sentimiento masoquista y edificar en consecuencia el punto neurálgico en el que la película propone un subtexto: en qué medida son responsables de una vida sufriente aquellos daños colaterales que devienen del acoso exitista del fan cuando es procedido por esa conducta típicamente (infra)humana que es arrebatarle el precio vital a alguien porque su valor de cambio ya no cotiza en Bolsa. “Verse bien es la mejor revancha”, dijo una vez Tony Curtis. Se pone lentes de contacto, peluca, etcétera, pero Zellweger no hace trampas. Su ganancia en Judy es una causalidad del esfuerzo y el oficio. Hace la mejor Garland imaginable para alguien con un physique du rol adverso y su trabajo es dos tercios de la película. La chica que miraba vidrieras de Havanna a fines de los noventas vuelve por el renacimiento de su ilusión muerta, vestida con una remera con la frase de Curtis estampada.
De una gran cantidad de personas, pero asimismo de pocos usuarios. Políticas, religiones, dinero y estatus intervienen en el camino. En acatadas condiciones se hace por demás complicado hacer uso autónomo y consciente de dicho talento. Siendo un niño, la tarea se vuelve más ardua. No hay medida que valga para que la dote se vea aprovechada por personas ajenas a uno, sea cual sea la intencionalidad de este tercero. Es noticia común enterarse, partiendo de tal precepto, cómo esa otrora joven promesa se acaba deteriorando en un mar de adicciones y excesos. La pubertad nunca es atravesada con soltura ya que desde afuera se obliga al joven a asumir responsabilidades ya propias de la adultez. La presión se vuelve demasiada e inician discretamente los problemas. Hasta que ya no son discretos, Corre el año 1968 y la artista Judy Garland no atraviesa un buen momento. Sin hogar propio, con pocas ofertas laborales en su país y un ex-esposo insistiendo por la custodia de sus hijos, las opciones no son demasiadas. Una agente sugiere una serie de conciertos en Londres, donde aún es muy amada. Con pesar y tristeza, Judy se lanza a la oportunidad. Basado en la obra teatral “End of the Rainbow” de Peter Quilter, el guión de Tom Edge se sostiene ante todo en el enorme personaje que fue Judy Garland. Haciendo uso de algunas secuencias de flashback para dar más contexto a sus espectadores y una exploración bien resumida de la luz y oscuridad presente en la artista, el trabajo de Edge es uno bien contrastado. No hay una gran lección al final del arco iris. Es una historia de fortaleza, de cómo perdurar y mantener algo de esperanza a un mejor mañana. El opresivo pasado de Judy es uno que la sigue acosando y la mantiene al margen de sus iguales. Claramente no es una adolescente para echar culpas a alguien, pero su camino no es uno que le haya permitido tener una adultez plena. A los hombros de una enorme Renée Zellweger, Judy brilla como cantante e interlocutora, tanto privada como públicamente. Zellweger logra mantener los propios demonios de la actriz a raya lo suficiente para que se pueden vislumbrar aún en tales situaciones, más no sin que esto haga sus estragos internos. Es angustiante ver el declive de la famosa actriz, pero la otrora Bridget Jones hace de todo para que el arco iris siga visible. Vale destacar también el trabajo de Darci Shaw como una joven Judy, y la imponente figura de Richard Cordery como el polémico Louis B. Mayer. Hay un sobrio trabajo en la dirección de Rupert Goold, pero su falta de experiencia pasa por alto con el excelente desempeño del departamento artístico. El despliegue visual para retratar los fines de los sesenta se puede apreciar tanto en el inicio en Estados Unidos hasta las frías calles de Londres. Luz, maquillaje, peinados, indumentaria y ambiente convergen para tener la mejor perspectiva posible de lo que pudieron ser los shows en tal época. “Judy” no quedará en los anaqueles como una excelente película, pero sí como un grato recuerdo de quien fue una de las mejores artistas de su generación, y las consecuencias que acarreó por ello.
Renée Zellweger retrata el dolor de las estrellas. Crítica de Judy. La película inglesa “Judy” demuestra el calibre que tiene el director Rupert Goold a la hora de reflejar tanto contexto histórico como la biografía de la singular diva Judy Garland. Su as en la maga fue la actriz Renée Zellweger quien magnetizó la escena teatral y fílmica. Por. Florencia Fico. El argumento se sitúa en 1968 tras 30 años del lanzamiento de “Mago de Oz”. La icónica Judy Garland(Renée Zellweger) se traslada a Londres para brindar una tanda de conciertos. Los tickets se acaban rápidamente; conscientes de lo desmejorada que se encuentra su voz y vitalidad. Judy se organiza para ingresar al escenario y regresan los fantasmas que la torturaron en su adolescencia en Hollywood. Ya con 47 años, se topa en éste trayecto a la indecisión que la siguió desde su inicio, sin embargo en esta ocasión se ve un desafío rotundo: volver a su hogar con su familia con el fin de hallar estabilidad. El realizador Rupert Goold compuso un drama realista que no esquivó las problemáticas sociales y personales de la sociedad y el Star System. En cuanto a la primera están dos personajes Dan (Daniel Cerqueira) y Stan(Andy Nyman), ambos fanáticos de la música de Garland. Ellos son una pareja gay que se veía perseguida por la legislación británica que los castigaba con detenerlos en la prisión. Por un lado Judy los nombró sus aliados y por otro el filme refleja la homofobia existente. En torno a la segunda el reconocido Star System también tuvo mucho que ver en la excelencia de la actriz y cantante en sus comienzos en la compañía Metro-Goldwyn-Mayer. Distribuyó sus exitosas películas : “El mago de Oz” y “Ha Nacido una estrella”. Ambas la posicionaron como mejor intérprete juvenil en los Óscars y afamada comediante musical además de su aporte al renacer del género vodevil llevándose un Tony. Sin embargo, Goold sacó a relucir mediante flashbacks las negligencias de ese sistema. Evidenció la manipulación a la actriz con: prescribirle pastillas para controlar su descanso, la explotación laboral, la intervención en sus hábitos alimenticios sembrando la idea de la delgadez y los cánones de belleza. También el abuso sexual por parte del director Victor Fleming (Mago de Oz) y su constante mirada prejuiciosa sobre los orígenes pueblerinos en Minnesota. Lo que denuncia el director es la presión a la artista en los tiempos que corrían. Ella era el símbolo de la juventud y alegría lo que le daba a Estados Unidos que salía de la Gran Depresión ánimos de esperanza. Asimismo conceptualizó una de las primeras tragedias en la industria del entretenimiento. Cómo han sido tratadas las mujeres en los estudios de grabación casi una precursora del Me Too con diversos enfrentamientos. El guion de Tom Edge se basó en la obra de Peter Quilter con su libro “Al final del arcoíris”. Tiene como punto de partida los últimos meses antes del fallecimiento de Judy. Ella se fue a Londres para su estadía de cinco semanas en el The Talk of the Town para dar conciertos. Acompañada por su quinto marido Mickey Deans(Finn Wittrock). Durante ese lapso de tiempo ella batalla su adicción a las drogas y relaciones poco confiables con hombres. Aunque la cinta también devela manifiesta que Judy encontraba felicidad en el escenario, ante el público. Pero era una mujer con una dificultad enorme para hallar un buen compañero de vida, tenía muchos matrimonios, parejas sin embargo se sentía una honda soledad. La película tiene una rigurosa investigación y ambientación. Se puede percibir el traspaso de lugares y climas. Por ejemplo en California una comunidad ortodoxia y pulcra cuando viaja a Londres se reune con un espacio bohemio, onírico y psicodélico. En el que Judy participa en extrañas experiencias en bares y hoteles; tolerante a sus debilidades. Goold dio una pieza cinematográfica con una unidad al caos, personajes extraños en zonas exóticas y el mensaje del regreso a casa como premisa indeleble que surge en El mago de Oz y continúa Judy en sus ensoñaciones. La selección de Renée Zellweger como “Judy” cumplió con todos los criterios que debía poseer para rendirle tributo a Judy Garland. Quien tamizó la rareza caricaturesca de Judy. Se descubre en Chicago a Renée una cantante que no le temía a las tablas. Ahora a una vocalista del registro y técnica tan típica de Garland; que destacaba el principio y el final de cada frase. Lo que aseguró el triunfo fue componer su costado afligido y preocupante. Ya que Judy era madre soltera y trabajadora con dificultades para obtener la tenencia de sus hijos menores. Renée fue el gran rubí en los zapatos de Judy Garland. Por último se le hizo un tratamiento de envejecimiento con maquillaje y su vestuario respetó la etiqueta propia de los atuendos que usaba Judy. Renée Zellweger in Judy (2019) La fortaleza de la película es sin dudas la interpretación de Renée Zelweger. Su transformación fue camaleónica con matices cómicos y teatrales. La sensación conmovedora se apropia de los latidos del espectador. La biopic sugiere un repertorio insinuante y provocativo sobre temas que afectan a las mujeres en la actualidad en sintonía con el #MeToo. Puntaje:80
Dirigida por Rupert Goold, esta biopic se centra en la vida de la actriz y cantante Judy Garland (Renée Zellweger) quien llega a Londres durante el invierno de 1968 para ofrecer 5 semanas del espectáculo de su vida, como su última oportunidad para reivindicarse como artista treinta años después de haber protagonizado "El Mago de Oz". Luego de años de tomarse un merecido retiro, Renée Zellweger logra un exitoso regreso dándole vida a Judy Garland, siendo su interpretación lo más destacable de la película. Con un notable entrenamiento y dedicación, realiza un personaje totalmente fiel a la icónica actriz de la época dorada de Hollywood. Zellweger logra que el espectador conecte con ella, llevándolo por un camino de emociones que van desde la impotencia y el enojo hasta el cariño y la felicidad a medida que va avanzando la historia y el público logra aceptar la paleta de grises con la que se debió lidiar a la hora de hacer el personaje, puesto que la historia de Judy es la triste realidad que tuvieron que vivir algunos artistas, es un ejercicio de comprensión sobre una estrella, que pulen por fuera y destrozan por dentro. Dejando de lado aspectos simbólicos y reales del film, a pesar de que personalmente algunas decisiones desde la fotografía y el montaje no fueron mis favoritas, es necesario recalcar el trabajo que se realizó, con planos que acompañan al personaje y representan su interior en cada escena arriba del escenario, donde queda totalmente expuesta a su público. La cámara la sigue, la representa. Zellweger manejo perfectamente cada toma interminable, tiene totalmente merecido cada premio que obtuvo hasta ahora, incluso teniendo en cuenta a las demás nominadas. También hay que recalcar la dirección de arte, vestuario y maquillaje. Los detalles abundan en la película y te hacen sentir el espacio y al personaje sin necesidad de diálogo o acción. Conclusión, “Judy” es el retrato de una mujer que aunque esté rodeada de flores por fuera, está destruida por dentro. Una historia simple en la cual destacan los flashbacks. Con un final que busca homenajear a la actriz y dejar al público inundado de lágrimas con la piel de gallina. Recomendable para quien desea ver el lado oscuro de la fama, una biopic distinta, más cruda de lo que se viene haciendo, que decide mostrar el descenso de una estrella, y no al revés. Por Estefanía Da Fonseca
Una gota de agua en el Pacífico. Judy, pequeña, campirana, de aire simple y aniñado, como la caperucita real, vino a enfrentarse desde los primeros minutos a un hombre grande. Grande en el esperpento del abuso y el control, en la silueta que hace sombra a la inocencia, en la autoridad que le dio el poder del dinero. ¿Sería Louis B. Mayer el leviatán del cine en la primera mitad del siglo XX? Desde el principio de Judy, película de Rupert Goold, Mayer se presenta, dueño y señor del mayor estudio cinematográfico de la época, como la personificación del lobo más grande que hayamos podido ver. Y allí, Judy Garland –en las contadas analepsis de su juventud, interpretada por Darcy Shaw-, adolescente, desvalida, marginada, huérfana, enfrentándose al demonio armado de la consigna chantajista del sin mí serás «como una gota de agua en el Pacífico», se deja hundir en el miedo de ser lo que siempre, a fin de cuentas, terminó por añorar: la normalidad.
En los últimos años hubo una reverberación de películas donde la biografía de un personaje reconocido y exitoso en algún campo artístico (o no) sirve de puntapié para el desarrollo de una historia que, cercana o no a los hechos verídicos, tiene como intención última acercarnos a estas figuras desde la más alta ebullición dramática. Este tipo de biopics a las que podríamos llamar comerciales suelen responder a un armazón narrativo reconocible que pivotea por completo sobre el cuerpo del actor o la actriz protagonista. Casos como El primer hombre en la luna (2018), Bohemian Rapsody (2018) o Rocketman (2019) ejemplifican esta fórmula efectiva en la que se toma un período específico de la vida de una celebridad con la creencia de que ese retazo colmado de la mayor cantidad de hechos trágicos (porque si hay algo que manda acá es el drama) resulte significativo para abarcar la totalidad de la persona. Si hay alguien que vivió su paso por esta tierra de forma turbulenta, entre la luz y la sombra, con un pie en el paraíso artificioso de Hollywood y otro sumergido en el infierno de esa misma industria que la explotó desde muy pequeña para terminar convirtiéndola en el producto que hoy todos conocemos, fue la actriz y cantante Judy Garland. Una de las escenas que abre Judy nos muestra a una niña caminando entre grúas y paredes de cartón acompañada de un hombre grandote, quien no es ni más ni menos que Louis B. Mayer, empresario ejecutivo de MGM, una de las majors que ayudaron a constituir al cine como una de las industrias más poderosas. El señor le habla y hace una distinción entre dos tipos de personas: la gente común y corriente que tiene una vida ordinaria y muere en el anonimato; y aquellos especiales, que fueron tocados por la varita mágica del éxito y cuya misión es venderle sueños a los que pertenecen al primer grupo. A continuación, el flashback se desvanece como una fantasía y volvemos al tiempo del relato. Obligada a dar conciertos para sobrevivir y en plena disputa por la tenencia de sus hijos, Judy Garland ha dejado de ser la pequeña Dorothy y el tornado que la arrastró hasta la tierra de Oz no es nada comparado con el espiral descendente, inevitable y real en el que se ha convertido su vida. Las deudas se acumulan, los estudios no la llaman y la estrella que supo iluminar la era dorada de Hollywood comienza a titilar cada vez más lento. A esto se le suma el consumo de pastillas, iniciado en su juventud por obligación de los estudios para adelgazar, y que será una constante hasta terminar causando su muerte. La película toma como eje la gira que la llevó a Londres en 1968 con la excusa de devolver la imagen miserable y prefabricada de lo que fueron los últimos meses de la actriz. Una buena oportunidad para hacerle justicia a los golpes que recibió la actriz hubiese sido que su director Rupert Goold retome la figura con algunas rupturas a la biopic convencional en vez de entregarse al camino fácil y predeterminado que impone la industria. Otra vez la lupa está puesta en las tragedias y humillaciones de un famoso que alcanzará su falsa redención en la escena final, con el micrófono en mano y alumbrada por infinitos flashes que tan rápido como se prenden, se apagan. Por eso, si la atención está puesta en sus fracasos, como madre, como cantante, como pareja, justificado ligeramente por dos o tres flashbacks de su infancia, no es extraño que la interpretación de René Zellweger encuentre su potencial en lo corporal y no en lo psicológico. Algo similar a lo que se decía de Joaquín Phoenix en Guasón. El actor es una máscara, es un doble, por lo que solo se tiene acceso al costado más superficial de su personalidad que es a su vez, (¡oh casualidad!) su costado más amarillista. En este caso al estar el personaje reducido al insomnio, los blísteres y el maltrato hacia cualquiera que quiera darle una mano, la encarnación que hace la actriz protagónica termina apoyándose completamente en la manera en que el personaje canta y en cómo se desplaza por el escenario. Pero sobretodo, en la postura levemente inclinada que elige Zellweger para representar a una Judy que se la pasa tambaleando como un animal herido por los efectos del alcohol y los barbitúricos. Los únicos instantes en los que la película quiere que la veamos brillar son en las secuencias musicales, cuando toma el micrófono y vuelve a repetir como una autómata los mismos pasos que el público anónimo y distante quiere que haga. Por eso, si hay una escena que nos devuelve una veta de humanidad es cuando la pareja gay de fanáticos suyos la invita a cenar a su casa. Solamente ahí, cuando la estrella baja de ese cielo de fantasía y tiene contacto real con los simples mortales se nos permite ver algo más que un conjunto de golpes bajos, gritos, histeria y rímel corrido. Por Felix De Cunto @felix_decunto
«Judy» es la típica película biográfica (biopic) que busca alzarse con algún que otro galardón en la temporada de premios. No se confundan, la actuación de Renée Zellweger es impresionante y durante varios momentos pareciera que ella es Judy Garland, pero dejando a un lado lo interpretativo hay pocas cosas novedosas en la cinta de Rupert Goold («True Story»). El largometraje narra los acontecimientos alrededor del ocaso de la figura de Judy Garland. Durante 1968, habiendo pasado 30 años de la celebrada The Wizard of Oz, la actriz afronta problemas económicos que la tienen de aquí para allá sin un lugar fijo para vivir. Su ex marido la amenaza con sacarle la tenencia de sus hijos si no logra darles un techo y una rutina más alejada de la escena hollywoodense. De esta forma, la actriz decide dar una serie de conciertos en Londres para ganar dinero y poder volver a EEUU con sus hijos y una propuesta de vida más sólida. Las entradas se agotan en cuestión de días a pesar de haber visto su voz y su fuerza mermadas. Mientras Judy se prepara para subir al escenario vuelven a ella los fantasmas que la atormentaron durante su juventud en Hollywood. A sus 47 años, se enfrenta en este viaje a las inseguridades que la acompañaron desde su debut, pero esta vez vislumbra una meta firme: regresar a casa con su familia para encontrar el equilibrio. La historia va alternando los últimos momentos de la vida de Garland con sus tormentosos inicios como actriz cuando la explotaban laboralmente siendo una pequeña niña. El problema radica en que varios de esos flashbacks están desmotivados o no logran desempeñar un gran papel en el presente de la narración. Lo más interesante del relato está reflejado en la magnífica composición de Zellweger que irónicamente vuelve en busca de la redención (como Garland en sus últimos años), obteniendo uno de los trabajos más inspirados de su carrera. La voz, los gestos, la forma de interpretar los números musicales son calcados a la perfección por la actriz de «Jerry Maguire» (1996) y «Chicago» (2002). El guion resulta bastante convencional y esquemático, narrando la vida de una estrella en decadencia que busca una liberación en sus últimos meses de vida. Una biopic que transita por varios lugares comunes de este tipo de relatos. En los aspectos técnicos, cabe destacar el vestuario y todo lo relacionado al maquillaje y peinado tanto de la protagonista como del resto del elenco. «Judy» es un film que oficia de vehículo para el lucimiento de Renee Zellweger, algo que suelen hacer muchos relatos biográficos para obtener algún reconocimiento en la temporada de premios, pero aquí tanto el guion como la dirección buscan contar una historia formularia y convencional que poco aporta más allá de la enorme actuación de su estrella protagónica y el legado musical y artístico de la figura homenajeada y representada en la cinta.
Judy, biografía cinematográfica que cuenta la última serie de conciertos de la actriz y cantante Judy Garland en Londres, se mueve por todos los lugares comunes conocidos del género pero a la vez funciona como homenaje a una de las artísticas más talentosas del Hollywood clásico. Una actriz que sufrió en silencio todos los maltratos de la industria al mismo tiempo que brillaba en la pantalla grande, la televisión y los escenarios. La narración del presente funciona mucho mejor que los flashbacks de la década del treinta donde recuerda, entre otras cosas, el rodaje de El mago de Oz. Judy Garland merece siempre una reivindicación y el cine parece aquí intentar saldar parcialmente esa deuda. La película, lamentablemente, no tiene mucho vuelo y solo funciona por acercarse al personaje y subirse sobre su fama y su triste historia personal. La actuación de Renée Zellweger como Judy Garland se suma a la insufriblemente extensa fila de actores y actrices desesperados por imitar a alguien en una película. Los resultados podrán ser dispares, pero la catarata de premios que reciben muestra a las claras que estos papeles son buscados con ese único fin. Zellweger cumple correctamente con su rol, pero es la historia de Garland, no sus morisquetas imitándola lo que nos emociona al final de la película. Judy Garland, grande, incomparable, brillante, una artista que merece este homenaje y muchos más, es recuperada de alguna forma y para quienes no la conocen su figura se acrecienta. Verla recreada en un escenario conmueve y más allá de la imitación buscando premios, al final uno se mete en la historia. La de Judy Garland es, después de todo, una gran historia.
Judy Garland tuvo una existencia intensa, tortuosa y breve. De niña prodigio en la actuación a cantante popular, esta mujer, madre y multifacética artista tuvo demasiados maridos, demasiadas adicciones, demasiadas noches de insomnio, demasiadas deudas, demasiadas angustias que derivaron inevitablemente en una acumulación de escándalos que sobrellevó como pudo en sus 47 años de vida. Es el tipo de personaje ideal para una biopic y, sobre todo, para una actuación como la de Renée Zellweger, quien allá por las décadas de 1990 y 2000 fuera una estrella de la comedia romántica (recuérdense Jerry Maguire - Seducción y desafío en 1996 o El diario de Bridget Jones en 2001) y, luego de varios años de secuelas innecesarias y papeles intrascendentes, vuelve con un papel que pide a gritos (y casi seguro conseguirá) el Oscar. Zellweger es el centro, el corazón y lo mejor de una biopic tan cuidada y eficaz como convencional y superficial dirigida por el inglés Rupert Goold (True Story). Un cuentito bien contado, pero que está lejos de ubicarse entre los mejores exponentes de este subgénero tan de moda como el de las biografías trágicas de artistas torturados. Ella ofrece una de esas performances en ciertos pasajes algo ampulosas, bigger than life (no son de las de que particularmente más me gustan) que ganan premios. Zellweger canta muy bien en vivo, deja todo en cada plano, logra mimetizarse con la gestualidad de Garland y, en definitiva, no desaprovecha la posibilidad este regreso con gloria. El guion de Tom Edge, basado en la obra de teatro End of the Rainbow, de Peter Quilter, va alternando entre el último año de la diva (murió en 1969) y sus inicios en la industria del cine (interpretada por Darci Shaw) bajo la supervisión (y presión o incluso manipulación) del productor Louis B. Mayer (Richard Cordery). La película muestra sus penurias económicas, su imposibilidad de cumplir con su rol de madre (además de la por entonces ya adulta Liza Minnelli tenía otros dos hijos pequeños) que la llevó a perder la custodia y al mismo tiempo poder reciclar y encarrilar una carrera musical en medio de una vida llena de turbulencias y contratiempos. Los traumas acumulados desde pequeña están (sobre)explicados, sus relaciones muchas veces tirantes y en algunos casos enfermizas con los hombres son descriptos de manera bastante obvia y esa falta de sutilezas y matices corroe el resultado final. De todas maneras, la intensidad que aporta Zellweger como la actriz de El mago de Oz y Nace una estrella y la minuciosa reconstrucción de esa Londres de los años '60 terminan por conformar un film atendible y en varios pasajes disfrutables.
No hay que ser optimistas. En esta lavada biopic Judy Garland se transforma en un ser, en decadencia, de bronce. La oscuridad conocida por todos es dejada de lado, y algunas insinuaciones (abuso infantil) sobre sucesos que padeció, terminan por justificar a una mujer que supo de las mieles del éxito y que optó por un final entre el alcohol y los escenarios londinenses para expiar sus culpas. Ni la interpretación de Rene Zellweger, pensada para la temporada de premios, logra sacar del aburrimiento a los espectadores.
Renée Zellweger sobre el arcoiris A la hora de realizar una biopic, algunos directores deciden hacer un repaso de la vida de la persona en cuestión o tomar solamente un momento en particular. Rupert Goold se decidió por este último enfoque para llevar a cabo “Judy”, que cuenta la historia de Judy Garland, una de las actrices más grandes de la historia de Hollywood, interpretada por Renée Zellweger. Garland, nacida como Frances Gumm, firmó un contrato desde muy joven con los estudios Metro Goldwyn Mayer y saltó a la fama tras interpretar uno de sus papeles más recordados, el de Dorothy en la famosa película “El Mago de Oz” (1939). Pero su vida privada siempre estuvo definida por su inestabilidad, drogas e intentos de suicidio. Goold, se centra en el último año de vida de la artrista, cuando decidió viajar a Londres para dar una serie de conciertos mientras luchaba por la tenencia de sus hijos más pequeños con su ex marido Sidney Luft. El verdadero atractivo de esta película es Zellweger, quien realiza un derroche físico y anímico superlativo, al punto de volverse irreconocible. Vale la pena mencionar que la actriz es quien interpreta las canciones en vivo, y adquiere gestos idénticos a los de Garland. Deja todo en cada escena, especialmente en los primeros planos, con expresiones que nos transmiten esa sensación de que algo está realmente “roto y perdido” en su personaje. El guión de la cinta alterna entre el último año de vida de Garland y su adolescencia, donde comenzó a cimentar su carrera como joven actriz prodigio y fue víctima de distintos abusos, como la explotación laboral y el uso indiscriminado de fármacos, que terminarían marcando su vida. Los traumas, sus relaciones románticas enfermizas y la necesidad por el cariño están demostradas sin sutilezas, lo que empaña un poco la película. Una biopic que no arriesga de traspasar los límites de lo convencional, con una admirable reconstrucción de época, tan efectista como superficial, que se apoya por completo en la actuación de Renée Zellweger, que sabemos que del otro lado del arcoiris le espera un Premio Oscar. Por Federico Perez Vecchio Puntaje: 6,5 / 10
Es recomendable no perderse este film, que tiene sus defectos pero una enorme virtud. Que el director Rupert Goold, después del esfuerzo increíble que hizo René Zellweger para ser aceptada en el papel- un casting exhaustivo que ella misma pidió- la haya elegido y le haya dado todo para que brille maravillosamente como Judy Garland. No se trata de una imitación, es una verdadera creación, una inmersión en esa estrella en su último año de vida, una guerrera constante, dependiente y frágil, nerviosa y única. La Zelleger, que probablemente se quede con el Oscar, canta a su estilo, se entrega en cuerpo y alma para mostrarnos a esa estrella legendaria sensible e irónica, dueña de la escena pero también perdida en quiebres emocionales, tristeza infinita y sensibilidad a flor de piel. Esa presencia hipnótica que logra esta gran actriz es lo que nos emociona de un film que tiene los mejores temas de la Garland y algunos flashbacks que nos remontan a la filmación de “El mago de Oz” donde Louis B. Mayer, el poderoso empresario le roba su niñez, la somete al consumo de pastillas que marcarían su vida y su muerte, en una actitud mucho más abusiva que la muestra la película. No es una biopic tradicional. Solo esos recuerdos, y los últimos meses de vida, envuelta en un desastre financiero, sin una casa donde vivir, acorralada por el padre de sus hijos, que le exigirá su custodia, “obligada” a aceptar trabajar en Londres. Quizas sea un poco forzado la aparición de dos fans gays, que también inician el golpe emocional del final. Pero nada invalida un film y su estrella rutilante, tan bien en su papel que la misma Garland estaría complacida.
Una vida, tan trágica como plagada de excesos, maridos e infortunios fue la de la gran Judy Garland. No fue mucho el tiempo que los sufrió, ya que falleció muy joven, a los 47 años. Y ahora que están de moda las biopics de artistas de la música, esta película tiene los suficientes ingredientes tanto para contentar a los fans de la estrella como para hacer, impulsar a quienes no la conocieron a ver sus películas o escuchar sus grabaciones. El filme por el que seguramente René Zellweger va a ganar el segundo Oscar de su carrera tiene allí, en la performance de la actriz de El diario de Bridget Jones, su mejor respaldo o vidriera. No son solamente la imitación, los gestos, el caminar copiado de ver tantos clips, sino la encarnación que logra la intérprete lo que hace imposible sacarle los ojos de encima. La película de Rupert Goold abarca el tramo final de la vida de la estrella, por 1969, desde poco antes de que deba aceptar una serie de conciertos en Londres, cuando la tenencia de sus hijos -ya no de Liza Minnelli, que era mayor- era un tema, y Garland no tenía un cuarto de dólar para mantener la habitación del hotel en Los Angeles donde vivía. El alcohol, la facilidad con que se enamoraba y otras malas decisiones hicieron de su existencia un calvario. Alejada de sus hijos, podía cantar como los dioses o hacer un espectáculo vergonzoso en escena. Como mucho del presente que narra el relato tuvo también sus raíces en la infancia, la película va y viene y muestra cómo en Hollywood abusaban de la niña prodigio (el rodaje de El Mago de Oz, con Louis B. Mayer como productor). Y ese rentrée de Judy Garland tiene su paralelismo -exagerado, en otra dimensión- con el de Zellweger. Ambas se alejaron del centro de la escena, y regresaron por la puerta más grande que encontraron. Que la actuación de Zellweger esté por arriba de la película misma no habrá sido un error de cálculo de parte del realizador, sino que es consecuencia de la manera en que Goold eligió contar su relato. Es cierto, hay algunos tics que sobran, pero si hablamos de lo que sobra, hay algunos clisés que el director de King Charles III pudo haber obviado. Es la forma en la que resalta lo que, en vez de sumar verosimilitud, hace que uno advierta lo clisés. De todas maneras, el filme ofrece muy buenos momentos, hay una reconstrucción de época lograda y las casi dos horas pasan como volando. Como ocurre con las buenas películas.
Como toda biografía, esta también es limitada. En realidad, Judy es particularmente limitada: oscila entre el final de la carrera -y de la vida-de Judy Garland y su arduo trabajo en El mago de Oz en los años treinta. Allí vemos a Judy joven (interpretada con frescura y singularidad por Darci Shaw) y sometida a las tiranías y disciplinas de Louis B. Mayer y de sus esbirros en los estudios MGM. Desde esas penurias se derivarían tanto el superestrellato de Garland como, quizá, las peripecias más trágicas de su vida, una de las más atormentadas de Hollywood. Garland fue una estrella, una de las grandes, de esas que a partir de cierto punto ya no pudieron encajar en los Estados Unidos y tuvieron que reflotar sus credenciales en otras tierras; en este caso en conciertos en Londres, donde era reverenciada a fines de los 70. El cine clásico ya no se producía en esos años, pero la señora Garland seguía siendo la inolvidable Dorothy de El mago de Oz (y la Manuela Alva de El pirata, uno de los más grandes musicales de Vincente Minnelli) y era, además, un ícono gay; su muerte incluso es considerada el punto de partida de importantes luchas proderechos. Garland era además una mujer en conflicto con uno de sus exmaridos, Sid Luft, por la tenencia de sus hijos en común; la otra hija, Liza Minnelli, ya era grande. Esta biografía inglesa, dirigida por también británico Rupert Goold, es de esas que, al vampirizar la historia memorable del arte, logran acercarse a ciertas grandezas que las nutren aunque sea parcialmente, como por ejemplo en la fiesta del principio, ambientada en el Hollywood de los 60, el que tenía que optar entre sobrevivir o reconvertirse. Judy y la Judy de Zellweger sobreviven además gracias a los hitos de Garland, al poderío de las canciones, a la emocionante, sencilla y directa secuencia de la conexión y amistad con la pareja gay de Londres, y también porque Goold se permite algunos momentos en los cuales el trabajo obsesivo de su protagonista se aleja del centro del plano. Cuando la actuación de Zellweger no está sonando, no está absorbiendo la energía del relato -y de todo lo que esté alrededor-, notamos reverberaciones musicales, cinematográficas y humanas que nos conectan con el arte de uno de los mayores íconos surgidos del Hollywood más legendario. La performance de Zellweger, acaso ganadora cantada como mejor actriz del inminente Oscar, es simplemente otro de esos ejercicios esforzados, entrenados y ejecutados con una energía disparatadamente mimética que tantas veces son confundidos con una gran actuación.
Dirigida por Rupert Goold llega el turno de otra estrella y leyenda de Hollywood en su último año de vida: Judy Garland. Lamentablemente el final con tan sólo 47 años fue tortuoso y muy triste, casi sin dinero, luchando por la tenencia de sus dos hijos más pequeños, Joe y Lorna de su último marido, (Liza Minelli ya era independiente y estaba comenzando su carrera) y se ve obligada por su situación financiera a emprender un viaje a Londres en 1968, contratada para presentarse en un Teatro del West End donde agotó shows diarios durante cinco semanas. Allí nunca se sabía qué podía pasar, ya que su adicción al alcohol, las pastillas e insomnio le jugaban malas pasadas en forma continua, y las presentaciones generalmente eran desastrosas. Renée Zellweger la interpreta de manera magistral, brindando una amplia paleta de emociones. Vuelve a darle vida con carácter, creatividad, miedos, y la ambivalencia entre el éxito y decadencia en su carrera, y hasta canta con su voz algunas canciones como la clásica “Over the Rainbow” y The Trolley Song”. Logra sacar su mirada y su modo de actuar y caminar, realmente impresionante. Muy merecidos todos los Premios que lleva ganados hasta ahora, y seguramente se lleve el Oscar. El film muestra mediante flashbacks los días en el set de “El Mago de Oz”, cuando es vapuleada por Louis B. Mayer, quien la hostiga permanentemente para filmar en tiempo récord, robándole la niñez a una joven de dieciséis años (Darci Shaw como la joven Judy) insegura para semejante reto, casi sin comer y dándole pastillas para el cansancio y el insomnio, las que jamás pudo abandonar y fueron el principio del fin. Poco se habla de su madre abusiva y las exigencias de la MGM, pero la película, se centra sólo en el triste final, cuando ya no tenía ni dónde vivir. Judy se muestra cada vez más frágil, y se debate entre la responsabilidad de su trabajo, su quinto y fallido matrimonio con Mickey Deans (Finn Wittrock) y la necesidad de recuperar a sus hijos, cuya tenencia le fue otorgada a su ex marido. El film logra una gran recreación de la estética de la década del 60’, gracias, en buena parte a la fotografía de Ole Bratt Birkeland, quien nos deleita con colores cálidos o fríos según la ocasión. El vestuario es otro gran logro. Una actuación fascinante de Zellweger, difícil de olvidar, pero que hace que pongamos el ojo en los abusos emocionales a los que son sometidos los jóvenes aspirantes a celebridades. . ---> https://www.youtube.com/watch?v=0nJW9LD7jG0 DIRECCIÓN: Rupert Goold. ACTORES: Renée Zellweger, Rufus Sewell, Jessie Buckley, Michael Gambon. GUION: Tom Edge. FOTOGRAFIA: Ole Bratt Birkeland. MÚSICA: Gabriel Yared. GENERO: Nominada al Oscar , Drama , Biográfica . ORIGEN: Estados Unidos. DURACION: 118 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 13 años DISTRIBUIDORA: BF + Paris Films FORMATOS: 2D. ESTRENO: 06 de Febrero de 2020 ESTRENO EN USA: 27 de Septiembre de 2019 DATOS PARA DESTACAR: 🏆 Recibió 2 nominaciones a los Oscars 2020 incluyendo: mejor actriz (Renée Zellweger) y maquillaje y peinados.
Judy Garland fue una estrella desde la infancia, con una presión pocas veces vista en la industria del entretenimiento. 30 años después las consecuencias se verán en una Judy al borde del abismo, solitaria e inestable. La biopic de Rupert Goold basada en la obra de teatro “End of the Rainbow” de Peter Quilter comienza cuando Sid, su tercer ex marido, le pide la custodia de sus dos hijos menores. La situación de inestabilidad llega a su cima cuando son desalojados del hotel en el que vivían y no tienen donde dormir. Para ese entonces, adicta a las pastillas y al alcohol, Judy es una mujer insegura, pedante, desconfiada y agresiva con su entorno. La amorosidad solo aflora con sus hijos a quienes ama con todo su ser. Nadie quiere contratarla por su fama de complicada, pero si no consigue el dinero suficiente para mantener a los pequeños perderá la guarda con total seguridad.
Judy es la típica producción genérica que suele estrenarse en esta temporada, donde cada fotograma parece haber sido concebido con la intención poco sutil de pescar alguna nominación al Oscar. El film del director Rupert Goold no ofrece una biografía de Judy Garland sino una exploración de los últimos meses de su vida, antes de fallecer a los 47 años, en 1969, debido a una sobredosis de barbitúricos. Luego de ver esta película, a más de un espectador que desconoce esta historia le costará entender que el American Film Institute escogiera a la protagonista de El mago de Oz entre las diez mejores actrices de la historia del cine. A Goold no le interesó ahondar en la increíble carrera que tuvo esta mujer, con sus éxitos y adversidades, sino en desarrollar un melodrama para masoquistas que se extiende durante 118 minutos y se hacen sentir en la butaca. El foco de la narración está puesto en sus miserias y desgracias para retratarla como una víctima del sistema de Hollywood y el relato nunca se equilibra con las virtudes que tenía o las cosas importantes que hizo. Durante el desarrollo de la trama hay una serie de flashbacks ambientados en la adolescencia de la actriz que le dan un contexto a los problemas de adicción que padeció en la adultez Las escenas son interesantes porque exponen la explotación brutal que ejercían los grandes estudios de cine sobre las figuras juveniles. Sólo con ese tema ya había una película apasionante que inclusive podía tocar temas de relevancia en la actualidad como las situaciones de acoso. Sin embargo todo se aborda de un modo muy superficial y plano, ya que el director parece más interesado en construir números musicales que puedan llamar la atención de los miembros de la Academia de Hollywood. De ese modo, la fascinación con el mito tiene más relevancia que la persona real. La labor de Renée Zellweger está más cerca de la caricatura y la imitación que de la composición de un personaje. Se nota que vio numerosos videos de Garland y copió muy bien sus modismos y expresiones, apoyada por una notable caracterización de maquillaje, pero nunca se pierde en el rol ni le da vida, como lo hizo alguna vez Angela Basset con Tina Turner. En aquella biografía nadie ponía en duda que Basset era la intérprete de rock y acá todo se siente muy artificial y menos espontáneo. Zellweger no obstante consigue salir bien parada con su interpretación vocal pese a que no tenía chances de evocar una de las voces más aclamadas del siglo 20. La película no es mala y tiene sus momentos pero queda la sensación que el espectáculo que se ofrece no está a la altura del potencial que brindaba una historia de vida tan compleja como la de Judy Garland.
Sabía muy poco sobre la vida de Judy Garland y su ocaso, así que entré a ver esta película con cero conocimientos y cero expectativas. Lo principal que tengo para recalcar es la abrumadora interpretación de Renée Zellweger y lo que me aburrí pese a eso. El film resulta ser bastante pesado y carente de ritmo, lo que lo hace difícil en los momentos de drama en comparación con los shows musicales. Allí es donde se encuentra lo más atractivo de la película, en ver y escuchar esos icónicos temas pero sabiendo el trasfondo y la vida de la estrella. Y esa es otra de las cuestiones para destacar y tener en cuenta, es muy difícil empatizar con el personaje. No te cae bien y la cuestionás todo el tiempo. Seguro que debe ser una adaptación fiel, lo cual está perfecto, pero el resultado aleja al espectador. Lo mismo ocurría en la vida real, tal como el film lo retrata. El amor/odio de sus espectadores y la incondicionalidad de algunos fans. El director Rupert Goold no logra una conexión y su película se siente algo desalmada pese a un par de escenas que buscan la lágrima. Es casi imposible que la secuencia de Somewhere over the rainwow no te conmueva, pero no mucho más que eso. Y una vez que le quitamos el aspecto más sentimental podemos decir que la recreación de época es muy buena y que el retrato de las grabaciones de El mago de oz (1939) son contundentes. Judy es un buen ejercicio sobre el asco que fue (y todavía puede ser) la industria sobre un joven talento y cómo destruyó su vida, pero le faltó un poco de más tacto para empatizar. Lo genial que tiene es la actriz protagónica con sus bien merecidos premios, nominaciones y el posible Oscar.
EN LA ENCRUCIJADA Entre los tormentos que han atravesado múltiples artistas a lo largo de su vida, habría que sumar las películas biográficas que se les dedican, que se han convertido en una regla del cine actual y de intérpretes buscadores de premios. Por lo general tenemos a algún músico o intérprete famoso atormentado por algún episodio de su vida, que ingresa en una espiral autodestructiva sin retorno. O con retorno, si estamos en el tradicional relato de ascenso, caída y regreso con gloria. Todo esto permite que el actor o la actriz de turno se involucren en un tour de force interpretativo, repleto de tics y gestos ampulosos. Y por lo general es una búsqueda en la mierda ajena para el brillo propio. Este año el podio lo gobierna Renée Zellweger con una caracterización mimética de Judy Garland, la legendaria actriz y cantante que fue una niña prodigio del Hollywood clásico, un producto de la MGM que padeció reglas estrictas sobre cómo debía ser su apariencia y que terminó su vida a los 47 años con una sobredosis de pastillas. Judy, la película de Rupert Goold, es (además de un vehículo para el lucimiento de la Zellweger) una suerte de homenaje a esa figura un poco olvidada, pero también un pedido de disculpas formal de la industria cinematográfica sobre las atrocidades a las que somete, en ocasiones, a sus figuras. Judy, que tiene algunos flashbacks de los tiempos del rodaje de El mago de Oz, se ubica temporalmente unos meses antes de la muerte de Garland, cuando la artista atravesaba un divorcio complicado y enormes penurias económicas, y la posibilidad de realizar una serie de conciertos en Inglaterra aparecían como la promesa de cierta tranquilidad (económica y emocional) en su vida. La Garland de Zellweger es una mujer tensa, siempre con un cigarrillo a mano, maltratando a todos los que la rodean como una forma de autodefensa. Es un retrato que se ajusta al estilo mimético de actuación que sabe ganar premios, pero también es cierto que logra profundizar en aspectos vinculados con la incertidumbre que una estrella vive cuando su fama se ha ido. Hay en algunos silencios, en las miradas de la actriz contemplando todo lo que la rodea, un hastío bien representado de una figura que se sabe destruida por aquello que ahora la obligan a repetir. Si pensamos en la trayectoria de Zellweger, si bien lejos de las recaídas autodestructivas de Judy, hay algo que emocionalmente parece involucrarla con el personaje: una carrera que atravesó la fama mundial y que la depositó meteóricamente en el olvido. Claro que en esa actuación se observan los dilemas de la propia película y, por qué no, del personaje homenajeado: la contradicción entre bucear en las profundidades psicológicas o apelar a la reconstrucción efectista de la mera superficie. Esa encrucijada, que es la de toda biopic, se expone aquí de manera más que deliberada aunque, posiblemente, inconsciente. La mímesis introspectiva que logra Zellweger, más interesante y compleja que la mímesis corporal, es la que le aporta sus rugosidades a una película demasiado académica, demasiado prolija y segura de un camino que elige tocar los botones dramáticos justos y precisos. Ese torbellino que es Garland arrastra a todos menos a la propia película, y es una pena: tal vez lo único que desacomoda la delicada puesta en escena sean aquellos flashbacks gobernados por el trazo grueso, tal vez un poco vergonzosos, sí, pero al menos más vívidos o chirriantes que la administrativa acumulación de penurias posterior. La lucha entre la espiral autodestructiva del personaje principal y el autocontrol que somete el director a las formas es más o menos como el sometimiento de don Louis B. Mayer a la pobre Judy. Tal vez la única decisión interesante de Goold había sido eludir la representación del clásico Over the rainbow. Y cuando Judy está por terminar y pensamos que el director va a cometer esa saludable herejía, la Garland vuelve al escenario para cumplir con el numerito. Que emociona por la propia Zellweger y porque a lo último, pero no del todo tarde, la película se acuerda que los artistas no nos interesan por sus adicciones, sus miedos, sus tormentos. Nos interesan por lo que han representado, por lo que saben hacer, por su trabajo y por la relación que logran con nosotros, espectadores. La ficción por sobre la vida, que de eso se trata. Y ahí sí, abrazándose desaforadamente al lugar común y aunque con una escena deliberadamente manipuladora, la película termina con el brillo desfachatado que se debería haber permitido.
En conmemoración a los 50 años de la muerte de Judy Garland en 1969, el film titulado ‘Judy’ se basa en el musical ‘El Final del Arcoíris’, de Peter Quilter y estrenado en el Sydney Opera House en agosto de 2005. Como es sabido, lo que más se destaca de este estreno, en la inminente 92º entrega de los Oscar, es la interpretación de la texana Renée Zellweger en la piel de Garland, con quien no comparte ni lugar de nacimiento –la actriz representada nació en el norte de Estados Unidos, mientras que la actriz representante lo hizo en el sur de este-, ni la edad precisa en el momento personificado de la película, pero sí sucede que la primera fue dada a luz en el mismo año del deceso de la segunda. El aspecto más arduo que atraviesa a una película de este tipo –no necesariamente una biopic, aunque si del momento específico de una vida- es la actuación de la figura que se presenta como sujeto de estudio. Cada actor o actriz visto en esta actividad se balancea sobre una muy delgada línea que separa al éxito actoral de la mímesis, parodia o mero copy/paste de una estrella vanagloriada. Sin embargo, en el caso de Zellweger se percibe una actuación respetuosa que se emancipa de los gestos comunes por los que ha transitado su carrera. Esto no la posiciona en una labor invisible, en la cual la actriz desaparece por completo para que su presencia no obstaculice el devenir narrativo, sino que, lisa y llanamente, esta aplica todo su artilugio vocacional metódicamente para celebrar la complexión de la personalidad en cuestión, en un contexto de gloria y a la vez culminación trascendental. ‘Judy’ es una coproducción de la BBC y también está dirigida por Rupert Goold, un realizador que tiene a su disposición más trabajos teatrales y televisivos que cinematográficos. Y esto se nota con mucha claridad. El film es esencialmente bello, cada fotograma cuenta con una composición de elementos y colores que danzan con perfecta simetría. A pesar de esto, los dramas familiares en el cotidiano de la protagonista y los complejos de su niñez no terminan de converger, por lo que, de a ratos, la película se abre a ciertas alegorías dispersas. Por un lado, tenemos al semblante de Louis B Mayer, miembro fundador de la Metro Goldwyn Mayer, que es presentado en el plano secuencia del mero inicio. De entrada, esta es la representación diabólica del ser que le brindó el acceso al “Star-system”, al permitirle el protagónico de la película –no mencionada, pero perfectamente sugerida- ‘El Mago de Oz’. Las relaciones de abuso que se le adjudican a Mayer son comprendidas y sostenidas merecidamente en justificación al ascenso y la debacle de Judy Garland, pero casi que termina por demonizar en su totalidad el rol de los productores hollywoodenses, y por eximir de toda responsabilidad a los actores con respecto a sus estilos de vida. De manera tal que el compañerismo de un productor, como el de Marvin LeRoy para que Garland obtuviera el papel de Dorothy (fundamentalmente por su prodigiosa voz) y desplazara a Shirley Temple del casting, termina por desdibujarse por conflictos morales que no permiten matices.
Más allá de las luces Llega una nueva biopic a la cartelera argentina. Judy nos cuenta la vida de la cantante Judy Garland en los momentos más turbulentos de su carrera. La película está dirigida por Rupert Goold, un hombre con amplia experiencia en obras teatrales tales como Hamlet y Romeo y Julieta, y protagonizada por Reneé Zellweger. Para los que no la conocen, Judy Garland fue un fenómeno del cine y la música en los años 30, a la temprana edad de 16 años obtuvo el papel de Dorothy en El Mago de Oz y saltó al estrellato instantáneo de manera internacional. La película si sitúa 30 años después del famoso musical y nos muestra a una mujer que va siendo de a poco olvidada en su país y que a la vez trata de no perder la custodia de sus hijos. Al ver que su situación económica estaba muy grave, decide viajar a Inglaterra para hacer una serie de conciertos que se extenderían por cinco semanas consecutivas, y todos con el fin de recaudar dinero para volver a Estados Unidos y vivir mejor con sus hijos; aunque los fantasmas de su pasado la irán acechando en estos shows tan demandantes. El guion narra principalmente su estadía en Londres y de ahí van apareciendo flashbacks de su niñez en el rodaje de El Mago de Oz, mostrando la dura vida que tuvo que afrontar para lograr ser el producto hollywoodense que los directivos pretendían de ella, ya que tuvo que afrontar graves problemas alimenticios, abusos psicológicos y una infancia muy tormentosa. El ritmo de la película es muy lento y las escenas del pasado no suman mucho a que la narración atrape al espectador. Uno de los momentos más logrados (sacando el emocionante final) fue el encuentro de Judy con dos fans devotos de ella, en donde la noche había comenzado en la búsqueda de un lugar para cenar en las calles de Londres y al no encontrar nada terminaron comiendo en la casa de uno ellos, cantando canciones de forma intima en un viejo piano. Lo más destacado es la actuación de Reneé Zellweger, su personificación es hipnotizante y el corazón que le puso en cada pieza musical puede llegar a emocionarte, está totalmente justificado la cantidad de premios que ha ido cosechando hasta el momento, ya que se convirtió realmente en el mito. Judy es una película con una labor impresionante de Reneé Zellweger y que sin su fantástica actuación, la película no tendría mucho más que agregar al mundo de las biopics, además que está narrada con un ritmo muy lento y poco dinámico. Si te interesa la vida de Judy Garland te servirá para conocer un poco más el trasfondo de su vida, fuera de los reflectores.
En realidad, podríamos empezar diciendo que esta película, antes que de su director, es de su actriz: una gigantesca Renée Zellweger en una actuación tan difícil como pronunciar su nombre. - Publicidad - Igual que en la reciente Stan y Ollie, el tiempo de la historia se concentra en la gira que Judy Garland hace por Inglaterra en 1968, hacia los últimos años de su vida. En pleno Brexit no parece un dato menor este acento puesto en estos finales de carreras de las estrellas del cine clásico de Hollywood buscando rememorar en el otro lado del océano un éxito ya ido y, sobre todo, recaudar los últimos dólares de sus carreras. Judy tiene una motivación especial: recuperar la tenencia de sus pequeños hijos, Lorna y a Joey hijos de su matrimonio con Sidney Luft. Sin casa y sin trabajo irá a buscar Judy en Inglaterra esa luz de esperanza. También en Rocketmann, biopic de Elton John que ve nacer al ídolo de la canción, Inglaterra es el escenario y también y la potencia está reservada en la actuación de sus protagonistas. Con algunos flashback hacia el plateau de filmación de El mago de Oz la película que la consagra, Judy que despliega una crítica feroz sobre esa maquinaria fagocitadora de actores y actrices niños, no es una gran película pero si es el marco correcto para que su actriz logre representar con enorme dignidad a icono de la pantalla que fue Judy Garland, joven todavía, pero con todo el aspecto de una mujer mayor, adicta a los barbitúricos desde pequeña, con alteraciones de sueño y de alimentación, dulce, perdida, maternal, irresponsable, que despliega toda su vitalidad solo en el escenario cuando canta las canciones de su repertorio, incluida la emotiva Somewhere over de window Hay que decirlo: con su cuerpo delgado, sus gestos contenidos siempre para agradar, pero que trasuntan un dolor antiguo y duradero, lindante pocas veces con la felicidad, esta Judy de Rene Zellweger, logra llegar a lo más alto del arcoiris, así que no se la pierdan.
Judy: Detrás del arcoiris. Nominada al Oscar como Mejor Actriz, Renée Zellweger protagoniza la biopic de Judy Garland, dirigida por Rupert Goold, haciendo que la película brille gracias a su magnetismo en escena. Basado en la obra teatral “End of the Rainbow” de Peter Quilter, y con la genial Renée Zellweger como la reconocida cantante y actriz, se presenta la historia de Garland 30 años después de El mago de Oz (1939) su catapulta a la fama mundial. Sin casa, con deudas en hoteles, 2 hijos a la deriva, un ex-marido que quiere quedarse con los niños y sin ofertas de trabajo. Así, se va a Inglaterra donde tiene oportunidades laborales prometedoras, pero el ocaso de la estrella se vislumbra en cualquier lugar del mundo. A partir el uso de flashbacks, se crea el contexto propicio para entender las luces y sombras de Garland. Es el año 1968 y Judy Garland viaja a Londres para dar unos conciertos, entre medio de sus miedos y dudas cosechadas durante toda su vida. Las entradas se agotan rápidamente, pero su voz y vitalidad también lo están haciendo, lo que intenta paliar con drogas legales en gran cantidad (lo que la llevaría a su muerte al siguiente año). Los abusos físicos y psicológicos sufridos desde su niñez, cuando su madre la entrega al cine industrial para que la Metro-Goldwyn-Mayer la contrate sin hacerle siquiera una prueba de cámara y la explote durante años haciéndola trabajar interminables jornadas, sin dejarle comer, dándole pastillas para mantenerla activa, o vivir una vida de adolescente normal. Siempre fue manipulada por el Star System, que la colocó en un temprano estrellato a fuerza de abusos y ridículas reglas estrictas, aunque todo eso la “ayudó” a posicionarse como el ícono que fue. Con el movimiento #MeToo en agenda, es importante ver cómo eran tratadas las mujeres en los estudios de cine. El abuso sexual por parte del director Victor Fleming (El Mago de Oz) a ella, que era el símbolo de la alegría y esperanza en Estados Unidos luego de la Gran Depresión. Cualidades que fue perdiendo a lo largo de los años con sus decepciones amorosas y su adicción a las drogas legales, lo que supone una profunda soledad. Renée se impone con atrevimiento y eso suma muchísimo a la historia, se quiebra, desespera, canta, se emociona, sufre en silencio y se ilusiona, siempre esperando ser rescatada por alguna de sus tantas elecciones amorosas. Aunque respaldada por maquillaje, lentes de contacto, efectos y pelucas, lo llamativo del personaje es a base del esfuerzo interpretativo, gracias al cual está nominada al Oscar como Mejor Actriz Protagónica. Todo esto está fielmente registrado en la escena del show donde canta “Over The Rainbow”, el quiebre final, desesperado y la pareja de fans la salvan. Dan (Daniel Cerqueira) y Stan (Andy Nyman) conforman una pareja gay, ambos fanáticos de Garland y perseguidos, debido a su preferencia sexual, por el estado británico, a los que la mega estrella los nombró sus amigos defendiéndolos. Este pasaje es importante ya que se muestra en la película la homofobia reinante en ese momento. Judy (2019) es una biopic cargado de drama porque la vida de la estrella mencionada no fue cómoda ni tranquila, aunque quizás hubiese sido mucho más acertado mostrar ese camino a la fama en el que le arruinaron la vida, siendo devorada por la propia industria, y cómo llegó a ser la que se ve en la película. Todo eso podría haber sido más llamativo para exponer, debido a los aterradores acontecimientos, mucho más que la repetición de excesos de su adultez. A la protagonista le pasan cosas horribles durante la película, pero son más terribles las que se dan a entender o se muestran en apenas un flashback, y ella se autodestruye hasta la muerte. No llega a ser una película que se recordará en un tiempo, aunque sí es entretenida y, basada en tanta investigación, interesante porque se logra conocer parte de la historia del ícono de los escenarios de hace más de medio siglo atrás. No es excelente, pero la fuerza de la composición del personaje por parte de Zellweger es suficiente para disfrutarla.
En algún lugar sobre el arco iris. Cuatro años más tarde de estrenar Falsa identidad (True Story, inédita en cines de la Argentina), película que no terminó de convencer ni al público ni a la crítica, Rupert Goold nos trae a nuestras pantallas un biopic de una de las estrellas con más renombre del panorama hollywoodense de la primera mitad del siglo XX: Judy Garland (cuya figura dio vida a Dorothy en la fabulosa El Mago de Oz), encarnada en esta película por la portentosa Renée Zellweger. En primer lugar, decir que la actriz estadounidense no se embarcaba en una buena producción y realizaba una notoria actuación desde hace más de una década, cuando protagonizó a Ruby Thewes en Regreso a Cold Mountain, cuyo papel le dio el Oscar a mejor actriz de reparto en los premios de la Academia norteamericana. Y es que desde 2003 hasta la fecha, ha estado interpretando personajes vacuos y regulares en cintas con sendas características. Podríamos estar hablando perfectamente de una cinta agridulce, olvidable, fría, mermada… pero Renée Zellweger la hace grande, siendo la actriz estadounidense la figura que magnifica y levanta esta obra suya, de nadie más. Bueno, sí, la joven y dulce Darci Shaw también tiene gran parte de culpa de que esta producción no se quede en la mera hojarasca, pues no querría olvidarme de la pequeña Dorothy de esta película, resultando ser una de las gratas sorpresas dentro de la envoltura de la obra. Nada más empezar el largometraje, nos adentramos en la infancia de Judy Garland, concretamente en el momento en el que la pequeña futura estrella se encuentra hablando con el que fuese el máximo productor de El Mago de Oz, siendo este arranque una óptima elección, ya que desde el primer minuto mete de lleno al espectador en la historia de esta leyenda. En Judy nos encontramos con alternancias temporales bien complementadas, no obstante, se echa en falta el haber podido conocer más el drama y la situación vivida cuando era joven, ya que gran parte de la cinta se centra en la figura de Judy en su etapa adulta, pudiendo haber dado más protagonismo a la pequeña Garland, pues el público se quedará con ganas de saber más sobre sus problemas e inquietudes. Por momentos lúcida, por momentos tormentosa, esta cinta podría resultar un arco iris en sí misma. No estamos ante un biopic al uso, de usar y tirar, pero tampoco estamos ante una maravilla. Sin embargo, únicamente merece la pena ver este film por el espíritu, el corazón y la fuerza que la protagonista logra evocar al respetable y, sobre todo, merece la pena el haberse quedado sentado en la butaca por la conclusión. Si no eres muy fan de Judy Garland, algo dentro de ti se removerá y puede que alguna pequeña lágrima se te caiga. Si eres un verdadero fan de póster, llévate unos pañuelos, ya que si no lo haces, puede que la sala se convierta por arte de magia en una piscina cubierta. No, Judy, nunca olvidaremos tu legado. En definitiva, para el que escribe estas líneas, Judy no sería Judy sin Renée. Tras el visionado y analizándolo a fondo, no hay dudas de que estamos ante la futura ganadora de la estatuilla a mejor actriz protagonista en la venidera gala de los Oscar. A veces da con la tecla y otras veces no tanto, aun así, estamos ante una interesante, conmovedora y emotiva historia.
Presa de un injusto destino. Una artista que no tuvo la oportunidad de ser niña, así como tampoco pudo elegir vivir una adultez. Siempre fue víctima de sus dueños, cuya debilidad fueron sus hijos y, por otra parte, la relación casi de amor y odio que tuvo con su público. No pudo liberarse jamás de un mundo irreal. En Judy (2019), el director Rupert Goold nos entrega este profundo relato que sigue a la legendaria Judy Garland (Renée Zellweger) quien, estancada en Estados Unidos, viaja a Londres para recuperarse económicamente. Han pasado treinta años desde que se convirtió en una estrella gracias a El Mago de Oz. Judy comenzó su trabajo artístico a la edad de dos años, lleva más de cuatro décadas cantando para ganarse la vida, pero está exhausta y parece haber perdido el rumbo y la motivación para cantar. Mientras se prepara para el espectáculo, pelea con su agente, desafía a los músicos con chistes que solo ella comprende y recuerda los buenos tiempos con amigos. Marcada por una infancia de esclavitud en Hollywood, y hoy convertida en una alcohólica y dependiente de pastillas, solo desea regresar a casa, dedicar tiempo a sus hijos y tener una vida normal. Judy es una excelente película que se destaca por la comunicación entre la dirección y el guión. La decoración, escenarios y vestuarios atractivos, la recreación de la época tan detallista, logran que visualmente, nos atrape de principio a fin. Sin spoilear, sólo distingo el comienzo y el final tan bien logrados puesto que dialogan, es una pregunta que mantiene al espectador y a la protagonista durante todo el film, expectante y al pendiente de dar respuesta. Si esto sucede o no, es mérito del director que trabajó muy bien con el guionista, además de la inmejorable interpretación de la talentosa Renée Zellweger, en la que es su mejor interpretación hasta ahora, demostrando una destreza que no se había visto, brillante e imperdible, emocionante y admirable. Brilla como la cantante en el escenario y se apaga en su vida real, que ella misma desconoce, transmitiéndonos una profunda tristeza. La empatía llega pronto, desde que la conocemos de niña, esa esclava con un destino marcado. Una torta lo explica todo, una torta real y otra de decorado, esa es la explicación de la vida que tuvo esta gran cantante y actriz, que desconfía de la torta real, de su sabor y de su gusto, puesto que creció sin poder disfrutar de nada, porque todo a su alrededor, era de utilería, como ella misma. Su punto débil fueron sus hijos y la relación amor-odio con su público, que al parecer, mantuvo un real diálogo, en las letras de sus canciones, contaba sus penas, su realidad, con nadie se pudo expresar con la verdad, y así tuvo sólo relaciones frías y pasajeras, hasta con su último marido. La verdad siempre estuvo en el escenario y no fuera de allí. Salvo con algunos fans porque fueron sinceros, lo único que buscó durante toda su vida, autenticidad. A eso se debió tanto falso brillo en la vida, porque en lo que sucede en realidad, nunca existió… pero el show debe continuar, es una orden que siempre asumió como un mandato y, de alguna manera, la mantuvo viva…
Texto publicado en edición impresa.
La vida no es color de rosa “Judy” (2019) es una película biográfica dirigida por Rupert Goold y escrita por Tom Edge, basándose en la obra de teatro “End of the rainbow” de Peter Quilter, que fue presentada en el West End y en Broadway. Protagonizada por Renée Zellweger (El diario de Bridget Jones), el reparto se completa con Finn Wittrock, Jessie Buckley (Chernobyl), Darci Shaw, Rufus Sewell (El ilusionista), Richard Cordery, Bella Ramsey (Lyanna Mormont en Juego de Tronos), Lewin Lloyd, Gemma-Leah Devereux, entre otros. Debido a su labor protagónica, Zellweger se alzó con el Globo de Oro a Mejor Actriz de Drama. También ganó el Critics’ Choice Movie Award y el Screen Actors Guild Award, aparte de estar nominada al BAFTA y el Óscar. Corre el año 1969 en Estados Unidos. La actriz y cantante Judy Garland (Renée Zellweger), junto a sus pequeños hijos Lorna (Bella Ramsey) y Joey (Lewin Lloyd), es rechazada del hotel en el que pensaba pasar la noche luego de una presentación musical. Sin otro lugar al que ir, a Judy no le queda otra que volver a la casa de Sid Luft (Rufus Sewell), ex marido y padre de los chicos. En una reunión con su agente, éste le comunica que la única opción viable para ganar dinero es viajar a Londres y cantar durante cinco semanas en el club nocturno Talk of the Town, ya que en Norteamérica no es más bien recibida. Costándole mucho dejar a sus hijos atrás, Judy acepta. No obstante, su estadía en el Reino Unido se verá marcada por la fatiga, el abuso de pastillas y alcohol, la incapacidad de poder conciliar el sueño y, por sobre todo, una enorme depresión. Desde que Judy Garland encarnó el icónico personaje de Dorothy Gale en “El mago de Oz” (The wizard of Oz, 1939), su carrera no paró de crecer gracias a su magnífica voz, que le permitió lanzar siete álbumes de estudio y 14 bandas de sonido de sus películas. Sumado a sus dotes como actriz, pareciera imposible creer que la vida de Frances Ethel Gumm (su nombre real) no fue color de rosa. Sin embargo desde su juventud, en el detrás de escenas, Judy atravesó un infierno. Dieciocho horas por día de trabajo, restricciones severas en la alimentación, pastillas para controlar su apetito y peso, presión por lucir perfecta para las cámaras y muchas otras cosas más hicieron que la actriz poco a poco, sin tener contención de sus padres, perdiera la libertad, siendo utilizada más como un producto que como una persona. Con esta biopic, que a veces se sobrepasa en el dramatismo, podremos ser partícipes de los últimos años de vida de Judy (murió a los 47 años). Generando empatía de inmediato, Renée Zellweger es el alma indiscutible del filme. Aunque la actriz físicamente no tiene un parecido con Garland, es en su acertada interpretación que vamos a encontrar el espíritu de Judy. No solo actuando sino también entonando famosas canciones tales como “Over the Rainbow” o “The Trolley Song” (esta última perteneciente al soundtrack de la hermosa película musical “Meet me in St. Louis”), Zellweger da todo de sí para salir airosa tanto en los momentos oscuros como en las apariciones en público. Con flashbacks en donde la joven Darci Shaw se pone en la piel de Judy en la adolescencia, como espectador nos quedan muchas ganas de que se haga otra producción centrada en los inicios y posterior éxito de Garland. Aunque algunas escenas se noten que están ficcionalizadas para generar emoción, de igual manera la película logra llegar al corazón en sus mínimos detalles (la llamada telefónica con su hija o la escena del pastel resultan desgarradoras). Por otro lado, como espectador nos es muy fácil ponernos en el lugar de Judy y entender sus llegadas tardes e insultos en un medio al que solo le importaba que otorgue un buen show. Triste pero esperanzadora en su desenlace, “Judy” sirve para conocer la sobreexplotación que puede llegar a sufrir un artista tras bastidores. Con un vestuario a la altura y un correcto estudio de personaje, Zellweger tiene muy merecido el reconocimiento que se le está dando en las diversas premiaciones cinematográficas.
Hoy se estrena en los cines argentinos Judy, un film protagonizado por Renée Zellweger, quien personifica a Judy Garland actriz que interpretó a Dorothy en la aclamada película el Mago de Oz de 1939. La dirección está a cargo de Rupert Goold y acompañan en el elenco Jessie Buckley, Finn Wittrock y Rufus Sewell. Judy cuenta la historia de la actriz Judy Garland quien realizó una serie de conciertos en la ciudad de Londres en el año 1969, en pleno ocaso de su carrera. Lo primero que tenemos que decir al respecto es que estamos ante lo que se considera un dramón, así que hay que tener en cuenta lo que van a ir a ver, toda la cinta tiene un aire melodramático. La espina dorsal de Judy, lo que mantiene todo el film es la tremenda actuación de Renée Zellweger por lo cual no es extraño que sea candidata al Oscar a mejor actriz este año. Ella logra que empaticemos con su personaje desde el primer momento en que aparece en pantalla y quien la acompaña muy bien es la actriz Jessie Buckley quien hace de Rosalyn Wilder encargada de encarrilar el temperamento de Judy. Además de las actuaciones el punto fuerte de Judy son las escenas musicales y la representación de los años 60’s. El trabajo de dirección de Rupert Goold está bien pero no sobresale, de todas formas, el film no lo necesita. Lo jugado de Judy es mostrar como la industria de Hollywood presiona a jóvenes artistas para mantener un estatus de belleza que termina arruinando a Judy Garland, creando desde la niñez una adicción a las anfetaminas y los barbitúricos, adicción que llevó a la muerte a la actriz. En fin, Judy es una biopic que va a encantar a los amantes de los dramas y que cuenta la desgarradora vida de Judy Garland y como la industria cinematográfica puede arruinar la vida de una persona. Recomendable solo para quienes aman lagrimear.
Una performance eficiente y con sentimiento Judy Garland encarnó muchos papeles a lo largo de su carrera, pero para la mayoría siempre será la eterna Dorothy de El Mago de Oz, de Victor Fleming. Conmovió con su voz, con su inocencia y su encanto juvenil. No solo a su generación, sino a todas las que vinieron después. No sorprende que la travesía de lo que fue su último espectáculo, su último año de vida, tenga reminiscencias de la que es su obra más recordada. Judy, más allá del arcoíris. El punto de partida de Judy parece ser el de una narrativa clásica: un personaje que tiene un objetivo tangible, cuyo incumplimiento puede traer serias consecuencias. En este caso, Judy Garland debe ir a Londres para cantar en un espectáculo cuyos ingresos le permitirán mantener a sus hijos pequeños. Ese es el gancho, lo que lanza el personaje a la aventura. Sin embargo, una vez que Garland pisa Londres la película deviene a una crónica hecha y derecha, una sucesión de eventos que muestran las aventuras de la actriz en la que fue su última performance. No hay mucha curiosidad por lo que va a pasar, sino que abunda la materia prima melodramática para el mero lucimiento de la actriz protagonista a la hora de caracterizar: borracheras, discusiones maritales, discusiones profesionales, momentos tiernos con los niños y diagnósticos. No son errados pues claramente muestran conflicto, claramente muestran humanidad, pero no parecen construir una progresión dramática. Hay una subtrama que muestra las vivencias de Garland mientras rodaba El Mago de Oz, y cómo el productor Louis B. Mayer se propasaba con ella. Es lo que provee un detalle importante que permite cerrar el arco narrativo de esta personificación de Judy. Un detalle de utilería que simboliza todo lo que sacrificó en pos de una carrera en el mundo del espectáculo, donde las exigencias físicas bordeaban en la tortura y las relaciones entre actores podían ser una puesta en escena tan o más elaborada que las películas en las que trabajaba. En materia actoral, Renee Zellwegerentrega una performance eficiente y con mucho sentimiento, pero si tenemos que hablar de cuánto conmueve o no, en la opinión de esta crítica, dicha sensación se produce cuando canta “Over the Rainbow”.Por fuera de eso, no hay mucho que destaque o sorprenda. Está lejos (muy lejos) de ser una interpretación floja, pero tampoco está a la altura de los reconocimientos que, al momento de este escrito, la ponen como segura triunfadora en todas las quinielas del Oscar. El diseño de producción tiene un notable uso de los colores: rojos furiosos, azules deprimidos, todos reflejando y mimetizándose con el ánimo de la protagonista. El lobby del hotel, al inicio del film, tiene reminiscencias del camino amarillo del Mago de Oz, como anticipándole al espectador que la travesía de Judy a Inglaterra no está muy lejos de la travesía que Dorothy hizo a Oz. Por otro lado, su asistente y admiradores tienen mucho del Hombre de Hojalata, el Espantapajaros y el León Cobarde que la acompañan en su viaje.
Cantante y actriz nacida como Frances Gumm, Judy Garland fue la clásica estrella de Hollywood, propiedad de los grandes estudios (en este caso la Metro Goldwyn Mayer), que devoraban la vida de los que lanzaban a la fama. Desde la escuelita de la Metro en la que se preparaba con otros adorados de Hollywood como Mickey Rooney y Lana Turner, Judy fue modelada para mantenerse en forma con pastillas, cigarrillos y alcohol, y olvidar así que había protagonizado "El mago de Oz" (1939), que la Unesco consagraría como una de las películas que integran, por su significativo contenido, la Memoria del Mundo. El filme del inglés Rupert Goold la ubica en 1969, descartada luego de una vida de excesos, llegando a Londres para cumplir un contrato de trabajo en "The Talk of the Town". Después aparecerán su amante veinteañero, Mickey Dean (Finn Wittrock), convertido luego en su último esposo; su fiel amigo pianista, Anthony; su promotor inglés (Michael Gambon), y como un pensamiento que se repite, la lucha por recuperar a sus hijos más chicos y volver a su condición de estrella. POSTALES DE VIDA Basada en la obra teatral de Peter Quilter "Al final del arcoiris" (que en Buenos Aires representara Karina K), la figura de Judy Garland es visualizada en distintos momentos de su vida, desde sus inicios cinematográficos (Darci Shaw es la joven Judy), comienzos que incluyen su larga relación con el factótum de la Metro, Louis B. Meyer (Richard Cordery). La inestabilidad emocional de la actriz imposibilitó parejas estables y menos aún una solidez económica y laboral. Las relaciones maternales no escaparon al caos (tres hijos de dos de sus cinco maridos, uno de ellos peleando por la custodia). Sin embargo, en medio de tanto desorden, el fervor del público se mantuvo, respondiendo a la empatía que lograba con sus seguidores, esos momentos en que "Over the rainbow" o "You made me love you" hipnotizaban a la audiencia. Su descontrolada búsqueda interior, aquella que también perseguía la Dorothy de "El mago de Oz", lleva a Judy Garland a un final prematuro a los 47 años, milagrosamente revivido por la composición de Renée Zellweger, que actúa y canta en una entrega conmovedora. "STAR SYSTEM" Aunque el filme mantiene un buen ritmo y está tratado correctamente desde el punto de vista formal y sin originalidad en el plano de los contenidos, la notable asunción que hace Zellweger de su personaje la hace inolvidable. Aquella "muñecota" de "El diario de Bridget Jones" creció a pesar de sus comedias románticas. Zellweger es capaz de dar los medios tonos, las exaltaciones, los excesos de una mujer más allá de los límites, destruida por un star system que la lanzó a una fama que no pudo manejar. "Judy" permite que el espectador se aproxime (superficialmente en este caso) a lo que fue el sistema que los grandes estudios ponían en juego para definir la imagen de sus estrellas con un esquema que condicionaba incluso su vida privada. En cuanto a la ficción y la realidad, conviven con cierto equilibrio, como en el diálogo con su hija Liza, interpretada por Gemma-Leah Devereux, la Elizabeth de "Los Tudor". "Judy" se incorpora a la última moda de películas biográficas que recuerdan a grandes figuras del espectáculo, como "Rocketman" o "Rapsodia Bohemia". Sin alcanzar la altura de aquellas, ocupa un privilegiado espacio por la inolvidable actuación de Renée Zellweger.
"Judy": cantar hasta morir Basada en una obra teatral del West End londinense, la película protagonizada por la ex Bridget Jones se concentra en los meses finales de Garland. Londres, diciembre de 1968. Judy Garland acaba de salir del teatro donde canta todas las noches que puede, que no son muchas. El alcohol y las drogas la vienen matando hace años. Tiene 47 pero parece de 60. Está sola, camina sin rumbo bajo el aguanieve y ni bien ve una cabina telefónica se sumerge y llama a su hija adolescente Lorna a Los Angeles. Y le dice que está todo bien, que si ella y su hermano menor Joey quieren vivir con su padre en esa casa soleada y con pileta de Beverly Hills ella está de acuerdo. Quiere que sean felices, algo que con ella parece difícil. Es un momento crucial de la película, porque Judy ha venido peleando –sin posibilidad alguna— por la tenencia de sus hijos y ahora finalmente se da cuenta de que no tiene sentido. Es también un momento decisivo para Renée Zellweger, porque en ese primer plano tiene que expresar todo el dolor de esa Judy vencida por la vida y por los hombres pero a la vez amorosa con su hija, para quien quiere lo mejor. Sin embargo, en vez de sostener la emoción del plano de la protagonista sin cortes, el director británico Rupert Goold elige colocar unos “inserts” anodinos de la hija del otro lado del Atlántico, cuando su sola voz en el teléfono hubiera bastado. No importa. Esa torpeza –y otras similares, propias de un director con más experiencia teatral que cinematográfica-- no impiden que Judy sea un melodrama sin duda anticuado, convencional incluso, pero siempre comprometido e intenso, que le debe todo a su actriz protagónica. Quién diría: la ex Bridget Jones se carga la película entera sobre sus hombros y en la noche del domingo próximo será recompensada con el Oscar, en una categoría que la tiene como favorita absoluta. Ya se sabe: a Hollywood le encanta la autocompasión y la oportunidad este año es a través de Garland según Zellweger. Judy, conviene aclararlo, no es una biopic; no describe todo el arco de la vida de Garland. Basada en una obra teatral del West End londinense, se concentra en sus meses finales, cuando acosada por las deudas se ve obligada a dejar a Lorna y a Joey con su padre Sidney Luft (Liza, hija de Vincente Minelli, ya era mayor de edad y estaba construyendo su propia carrera) y acepta un contrato para cantar en un teatro de variedades de Londres, donde todavía tienen interés en ella, casi olvidada en su país. Está emocionalmente inestable, sufre de pánico escénico y depende del alcohol y de unos cócteles con pastillas para dormir y luego despertarse, una práctica a la que se hizo adicta de niña, cuando la Metro-Goldywn-Mayer la contrató como una estrella y la trataba como una esclava. Unos flashbacks recurrentes como pesadillas dan cuenta de esa relación tóxica con Hollywood. Allí se ve a Garland como la joven Judy (Darci Shaw) en el set de su película consagratoria, El mago de Oz (1939). Pero el viejo camino de ladrillos amarillos no la lleva a ningún paraíso esmeralda sino siempre a las garras del tiránico productor Louis B. Mayer, de quien ella después diría en su autobiografía que la había “molestado”. La película de Goold no se atreve a ir tan lejos, pero deja entrever una dependencia siniestra, donde tanto ella como su co-estrella de entonces, Mickey Rooney, mucho más sumiso, le debían sus vidas al estudio y no podían existir siquiera fuera de él. En Judy no hay nada de la vida de Garland entre 1939 y 1968. Esos treinta años –en los que Garland actuó, cantó y bailó en algunas de las mejores películas de la era de oro de Hollywood, como La rueda de la fortuna (1944), El pirata (1948) y Nace una estrella (1954)— quedan en fuera de campo. Mejor. La película gana en concentración. Y Renée Zellweger también. Y ella es la película toda: frágil cuando accede a ese contrato en Londres; altiva cuando pretenden que ensaye canciones que supuestamente Garland se sabe de memoria; una ruina en las bambalinas, cuando no se anima a pisar el escenario; y feroz cuando finalmente llega hasta allí, ya sea para cantar la emblemática “By Myself” o para insultar al público que le arroja porquerías desde la platea. Para cada momento Zellweger encuentra el tono justo. Físicamente, no se parece demasiado a la Garland original (con el maquillaje de escena quizás les recuerde a los espectadores locales a… Irma Roy). Pero suple esa diferencia con una entrega poco común, que incluye animarse a cantar una docena de temas que inmortalizó su personaje (no puede faltar “Over the Rainbow” en un momento crucial) y de los que ella da las versiones de los últimos días de Garland, poco antes de morir de una sobredosis, a los 47 años. Son versiones a veces violentas, a veces cascadas, siempre dolidas. No es poco.
Es casi un número puesto que frente a la temporada de premios, aparece, todos los años, algún biopic que catapultará a su protagonista directamente a la alfombra roja y a acariciar el Oscar. Aun cuando el filme en sí mismo no aporte cinematográficamente nada demasiado valioso, será el vehículo perfecto como para que algún actor, alguna actriz, se alce con la dorada estatuilla. El mundo de la música, además, es uno de los entornos más elegidos, no solamente para narrar algunas de las tormentosas historias que se conocen, sino que además suele dar lugar a un despliegue de producción con números musicales y una llamativa banda de sonido: así lo prueban “Rapsodia Bohemia” el retrato de Freddy Mercury de la mano de Rami Malk, Phoenix en “Johnny and June”, el Dylan de “I’m not there”, “Ray”, Angela Basset como Tina en “What’s love got to do with it” o “La vida en Rosa” con Marion Cotillard en una arrolladora Piaf. Este año es el turno de “JUDY”, que toma un momento muy particular en la vida de Garland para mostrar el otro costado de la estrella, un momento en donde a pesar de estar rodeada de notoriedad y apoyada por su público, tuvo que luchar contra diversas enfermedades físicas y psíquicas, dificultades financieras y graves problemas frente a la tenencia de sus hijos. Si bien el guion resuelve positivamente el hecho de que el material está basado en la pieza teatral “Al final del arco Iris” de Peter Quilter (que tuvo una versión local en la temporada 2014/2015 a cargo de Karina K, Arturo Grimau y Federico Amador) y se desdibuja perfectamente todo el espíritu teatral del texto, la dirección de Rupert Goold no encuentra la manera de mejorar desde su puesta, un material que, de por sí, no tiene demasiado vuelo y se basa en ciertos esquemas y recetas básicas propias para reseñar la vida de un artista. El guion de Tom Edge padece de los mismos problemas que aparecen en otras biografías, en donde se “santifica” al artista al que se le rinde tributo y se lo presenta con un costado más amable, más angelical, menos sinuoso y complejo de lo que ha sido realmente su vida privada – cuyos datos más oscuros son además públicamente conocidos-, insistiendo en una especie de “lavado” que evita el costado más sombrío de las grandes estrellas pero que también genera, desde el espectador, una distancia y una falta de empatía que termina resintiendo el producto final. En este caso, si bien hay algunos flashbacks que nos llevan al momento en que Judy filmó la inolvidable “El mago de Oz”, la mayor parte de la historia se centra 30 años después del estreno de esa famosa película, cuando en 1968, lejos de sus hijos y acosada por las deudas, Garland se instala en Londres para dar una serie de conciertos que percibe como una posibilidad de encontrar equilibrio en su economía y reestablecer los vínculos familiares. Básicamente todo lo que sucede en “JUDY” gira alrededor del personaje casi excluyente que construye Zellweger y algunas participaciones como las de Rufus Sewell, Michael Gambon o Finn Wittrock, aparecen sin ninguna espesura dramática sino como simple vehículo para que la protagonista absoluta del filme, pueda tener algunos de sus momentos de lucimiento. En ese sentido, la actuación de Renée Zellweger puede dividirse claramente entre los momentos puramente musicales y los segmentos más dramáticos de la historia. Tanto desde la puesta en escena como en términos actorales los fragmentos musicales son, por lejos, los más acertados y le permiten desplegar su excelente entrenamiento tanto en lo vocal como en la interpretación de las canciones, talento que ya había demostrado en “Chicago” (como Roxie Hart en la adaptación de Rob Marshall del clásico de Broadway de Bob Fosse) y que renueva, en este caso, con “Trolley Song” “Come Rain or Come Shine” o “Get Happy” más allá del absoluto clásico de “Over the Rainbow”. En cambio, en los momentos dramáticos por los que atraviesa esa Judy completamente quebrada por la enfermedad, las adicciones al alcohol y las pastillas y por los sinsabores de una carrera artística sobre la que no puede encontrar el control, el trabajo de Renée Zellweger luce sumamente exterior. Sabemos que no todo el peso de una composición debe basarse en un buen trabajo de maquillaje o que el parecido físico ayude a realzar la imagen porque lo que termina sucediendo es que Zellweger en su camino al Oscar se embarca en una catarata de tics, de mohines y de poses en donde se asegura, en forma demasiado calculada, la efectividad del personaje. Los momentos más fuertes y de quiebre, no transmiten ni la fuerza ni la emocionalidad que la escena necesita para conmover al espectador y si bien su Judy es construida con detalle y minuciosidad, todo parece quedar en la superficie y en el golpe de efecto más que en el trabajo introspectivo desde la emocionalidad o las diferentes intensidades que permite el personaje. También es cierto que los textos que le ofrece el guion de “JUDY” no son demasiado generosos sino más bien llanos y sin demasiadas sorpresas. Zellweger se carga sobre sus hombros el desafío y por lo que se viene observando en la temporada de premios (ya ha sido ganadora del Globo de Oro, el SAG Award, el BAFTA, el del círculo de críticos de Londres, entre tantos otros) ha rendido evidentemente sus frutos, pero también ha tenido la “suerte” de presentarse en un año donde no ha tenido grandes competidoras que puedan arrebatarle el premio mayor de la industria. Como en un juego de espejos, Zellweger ha tomado con fuerza el timón de su carrera, después de algunos años de alejamiento de la industria cinematográfica, sueño que Judy vio trunco cuando la muerte la sorprende sin haber cumplido con esa ansiada búsqueda de equilibrio y contención.
El director británico Rupert Goold, ganador del Olivier en dos ocasiones, traslada al cine la obra Al final del arcoiris -que en la versión teatral Argentina protagonizó Karina K-, un recorte temporal sobre la vida de Judy Garland, interpretado por una convincente Renée Zellweger y ambientado en Londres durante el invierno de 1968, treinta años después de haber filmado El mago de Oz (The Wizard of Oz, 1939). Durante el invierno de 1968, Judy Garland llega a Londres para dar una serie de conciertos. Las entradas se agotan en cuestión de días a pesar de su decadencia. Mientras Judy se prepara para subir al escenario vuelven a ella los fantasmas que la atormentaron durante su juventud en Hollywood. Judy (2019) se divide en dos partes: la miseria de ser una actriz en la infancia y la miseria de ya no serlo. Los años de estrellato infantil se narran en forma de flashback. En estas escenas, Garland es interpretada por Darci Shaw. Cuando no está ante las cámaras, lleva una vida miserable. Los productores (y su madre) la obligan a seguir una dieta rigurosa, e incluso le dan pastillas para no engordar. También le prohíben las citas, aunque se enamora de su coprotagonista, Mickey Rooney. Se sugiere que abusaron de ella pero de manera muy ambigua. Cuando Zellweger la interpreta en su mediana edad, a los 47 años, la actriz pasa de su cuarto a su quinto matrimonio. La relación con Mickey Deans (Finn Wittrock) es un aspecto que en la historia no funciona bien. Es una época triste. Ya no tiene a sus hijos, y se siente sola, sabiendo que ningún director la quiere. Su situación económica es precaria y el alcohol domina su vida. Sus momentos de felicidad surgen cuando está lejos del mundo del espectáculo. Tras un concierto, acepta la invitación de una pareja, interpretada por Andy Nyman y Daniel Cerqueira, a ir a cenar a su casa, donde cocina para ellos. Esto lleva a una historia secundaria sobre el encarcelamiento de homosexuales que parece concebida para el público gay, que aún ve a Garland como una heroína, pero también para proporcionar momentos muy necesarios de respiro. El guion de Tom Edge adapta la obra teatral Al final del arcoíris, de Peter Quilter. Las clásicas canciones terminan llegando, y algunas se cantan íntegramente, una decisión que funcionaba mejor en el escenario que en la pantalla. Por tratarse de una biopic musical, Judy es una película oscura, con una estructura clásica, que se salva gracias a la actuación de Renée Zellweger. El resto olvidable.
El director Rupert Goold no tiene un gran repertorio de películas, pero en 2015 dirigió "Falsa identidad", protagonizada por James Franco y Jonah Hill, un film de misterio y drama que tuvo una buena recepción. En este caso nada se compara a ella, vuelve a la pantalla grande con una biopic que lo ayudó a volver a posicionarse. Últimamente hay un auge por ver la biografía de grandes artistas, ya lo vimos en "Rocketman" y "Bohemian Rhapsody". Ahora es el turno de la gran actriz y cantante Judy Garland, interpretada por Renée Zellweger. Una trayectoria intachable, una voz y actuación súper aclamada en El mago de Oz que encandiló a todos y la pone en el ojo de los medios. Con 2 hijos pequeños debe ingeniárselas para poder seguir con su carrera y cuidarlos - pero lamentablemente le toca elegir por uno de las dos. La carrera de cantante es muy exhaustiva - conciertos, viajes y sacrificios. A Judy nada la detiene y su amor por este arte hace que luche por mantener sus dos amores juntos. La vemos pasar por todo este camino de logros y la búsqueda de refugio en su familia en sus momentos más difíciles, que es cuando el cuerpo te pasa factura. Los efectos especiales y vestuario son simples pero bien usados. El foco está en el sonido, el drama y sin dudas en Renée, quien se lleva todos los aplausos por esta gran actuación. Tantos son los aplausos que es la gran candidata a ganar el Oscar como mejor actriz. El resto del elenco, entre los que se encuentran Rufus Sewell y Jessie Buckley, está muy bien elegido pero no logran un destaque. Sinceramente, es necesario ver este film, conocer la historia de una gran estrella y ver una gran interpretación - un combo estupendo. Piel de gallina al escucharla cantar y saber que todo su talento fue heredado a Liza Minnelli. Calificación: 8.5/10 Sofía Valva para Es la Cuarta Pared
Una Biopic más se ha lanzado al ruedo comercial esta semana y es el turno de revisitar a la talentosa Judy Garland con dirección de Rupert Goold (ésta es su segunda película para el cine) y guión de Tom Edge (autor entre otros de algunos episodios de The Crown) sobre la pieza teatral Al Final del Arco Iris de Peter Quilter. Desde ya que quien busque innovación en este tipo de formatos saldrá decepcionado. Pero claramente estas propuestas fílmicas focalizan en otras posiblidades. La Primera está dada por el homenaje a través de la pantalla para esta icónica cantante y actriz catalogada por el American Film Institute como la octava mejor estrella femenina en la historia del cine en dos tramos claves de su carrera: el iniciático que recrea todas las alternativas de la filmación de “El Mago de Oz” (1939) y el final con su doloroso declive y ocaso. La segunda, y tal vez la esencia de este film, es la majestuosa creación que Renée Zellweger realiza de esta criatura, logrando que desaparezca por completo su imagen y metamorfoseándose en este querible símbolo hollywoodense con todo su dolor y afectación. El plus que ofrece su actuación es que es Zellweger además, quien interpreta todos los temas del film, desde su embriagadora y cautivante performance. Todos los rubros técnicos son prolijos y la recreación de la época refleja una exacta transcripción de modas, gustos y tendencias. Luego de 16 años Renée Zellweger ha sido reconocida con una nominación al Oscar por su actuación en este film, y sin duda coronará con un triunfo esta vuelta. POR QUE SI: «Renée Zellweger logra que desaparezca por completo su imagen y se metamorfosea en este querible símbolo hollywoodense con todo su dolor y afectación»
Nda más emblemático que un arcoíris para contraponer a la oscuridad: en ese contraste presumiblemente obvio se apoya Judy, la biopic de Judy Garland que dirige Rupert Goold y que le ha dado todos los premios a Renée Zellweger. La actriz de El diario de Bridget Jones encuentra una súbita consagración en el rol de la tan brillante como malograda diva de El mago de Ozy Nace una estrella: pálida, nerviosa, de pelo negro corto y trajes vistosos, Zellweger interpreta a Garland en su último tramo vital, cuando se reinventó como cantante. El filme la sigue en una serie de shows en Londres, donde oscila entre el esplendor y la recaída en el alcohol, las pastillas y la depresión. Fiel al antes y el después, Judy comienza cuando el magnate de la MGM Louis B. Mayer (Richard Cordery) convoca a una Garland pequeña (Darci Shaw) a ingresar a la industria por la puerta grande con el impulso temprano de su voz extraordinaria: "Te haré ganar un millón de dólares antes de llegar a los 20", le dice; venderle el alma al diablo no anda lejos. Aunque el filme no exhibe el posterior proceso de adoctrinamiento espectacular, la Garland adulta se encarga de recrearlo en palabras: “De chica dormía cinco horas”, “La ambición me traía dolor de cabeza”, “La primera vez que canté en un escenario tenía 2 años”. Con discreto sensacionalismo y ánimo acusador, Judy ilustra los estragos físicos, morales y psicológicos del camino a la fama. Una cohorte de actores secundarios trata de sacar a la película de su amargo foco solitario: el tercer marido de Garland, Sidney Luft (Rufus Sewell), que le pide la custodia de los hijos; su optimista marido por venir Mickey Deans (Finn Wittrock); una simpática pareja de fanáticos gays (Andy Nyman y Daniel Cerqueira) y la tenaz asistente Rosalyn Wilder (Jessie Buckley), que la persigue por hoteles y pasillos sabiéndola dañada. Como su protagonista, Judy se bambolea entre el drama, el musical y el terror de camarín sin salirse del libreto del género: Mi semana con Marilyn, Rocketman y tantas otras resultan espejos indistintos. Es cierto que Zellweger, que lleva su propio in crescendo hasta la entonación de Over the Rainbow, le da matices, fuerza persuasiva y plasticidad trágica a Garland. La actriz dibuja así un arcoíris de ilusión entre las tinieblas de la medianía y cimenta el rumbo a ganar el Oscar.
Conmovedora biopic de una figura estelar. Dirigida por el inglés Rupert Goold y protagonizada por Renée Zellweger, la película está ambientada en el invierno boreal de 1968 cuando Judy Garland viajó a Londres para ofrecer una serie de conciertos en el club nocturno Talk of the Town. Asistimos a la etapa de declive de la actriz y cantante, tanto de su vida personal como profesional. Asediada por sus problemas emocionales, su adicción a las pastillas y al alcohol, el insomnio y la soledad, los estudios ya no la contrataban por no ser “asegurable”; por lo tanto se veía forzada a realizar espectáculos de varieté para intentar ganar dinero que le permitiera mantener a sus dos hijos menores, cuya custodia peleaba en una dura batalla con su ex marido Sid Luft (Rufus Sewell). Los shows de Londres serían los últimos de su carrera ya que fallecería al año siguiente, a los 47 años. Inspirado en la obra teatral Al final del arco iris, de Peter Quilter, el guion de Tom Edge se estructura en base a un contrapunto entre la adolescente Judy (Darci Shaw), cuando protagonizó El Mago de Oz, y su época actual de diva consagrada, venerada por todos pero al mismo tiempo criatura de una enorme fragilidad. De esta manera, vemos el rígido, casi carcelario régimen de rodaje de la citada película al que la somete la Metro Goldwyn Meyer, con sus largas jornadas de filmación que la van induciendo a consumir pastillas, la estricta dieta alimentaria que debía sostener, la presión constante del titular del estudio Louis B. Mayer frente a la rebeldía de la joven Judy, que lo único que deseaba era tener una infancia normal como el resto de las chicas. Lamentablemente, el alto costo que tendría que pagar por ser una estrella precoz sería la pérdida de su infancia e inocencia. En los shows que Garland brindó en Londres se alcanza a vislumbrar los alcances de una auténtica leyenda. Una noche era aplaudida por el público a más no poder por su ilimitado talento, su magnetismo, su brillantez, mientras que en la siguiente protagonizaba un escándalo al caerse en el escenario por su estado de embriaguez e insultar al auditorio que la abucheaba. Las canciones —interpretadas maravillosamente por la propia Renée Zellweger— se integran a la narración de manera plena y eficaz. Así, el primer tema que cantó Judy en su debut fue By myself, en el cual se reafirmaba con orgullo en su individualidad frente a su situación de soledad. Lo mismo puede decirse respecto al tema For once in my life, que interpretó con toda la alegría que le acarreaba su quinto matrimonio con el empresario Mickey Deans (Finn Wittrock) y cuya letra remite justamente a tal estado. El trabajo de Renée Zellweger en la piel de Judy Garland es descomunal. En lugar de imitar a la diva, recreó a su modo las miradas, los gestos, los movimientos en el escenario, la forma de cantar de Garland. Zellweger interpreta las canciones no sólo con una voz preciosa sino con el cuerpo, la expresión y la actitud, deja todo en el escenario. Su rostro refleja el desencanto, la tristeza, la frustración de Judy pero también ese breve lapso de felicidad cuando Mickey Deans apareció en su vida. Sin duda, es el mejor rol de su carrera, por el cual viene cosechando relevantes premios como el Globo de Oro, el Critic’s Choice Award, el SAG y el BAFTA. Este domingo sabremos si esa conjunción de distinciones se corona con el Oscar al cual está nominada. Después de algunas películas fallidas, Zellweger regresa a los primeros planos con una composición fulgurante. Por otra parte, Darci Shaw cumple una interesante labor en el papel de la joven Judy: es natural y espontánea. El resto del elenco no desentona, acompaña con corrección. Además de los mencionados Rufus Sewell y Finn Wittrock, se destacan Jessie Buckley como Rosalyn, la asistente de Judy, Michael Gambon como el productor de los conciertos Bernard Delfont y Richard Cordery como el presidente de la Metro, Louis B. Mayer. En definitiva, Judy es una biopic emotiva y conmovedora que nos hará reflexionar sobre el precio de la fama precoz: la desolación, el desamparo, la resignación. Es un filme que nos brinda la descollante actuación de Renée Zellweger y el excelente vestuario de Jany Temime, con esos coloridos trajes masculinos que lucía Judy y unos vestidos sencillos, acordes a su endeblez. No es una gran película pero nos permite sumergirnos en el último tramo de la vida de una de las figuras más importantes en la historia del cine y disfrutar de su música con bellas canciones interpretadas por la propia Renée Zellweger.
Una de las “tapadas” en las nominaciones a los premios Oscar, y que infelizmente tuvo menos galardones de los que merecía (Mejor actriz, Mejor Maquillaje y Peinado), en comparación con otras películas, es “Judy”, del director inglés Rupert Goold. Con la increíble actuación de Renee Zellweger en el rol protagónico, en, me animo a decir, el papel de su carrera. Es cierto que la mayoría de las biopics funcionan en base a la búsqueda de la emoción, al recuerdo de una generación, o el recuerdo de la siguiente que le fue entregada por la anterior, como una reliquia de memorabilia cinéfila, y no mucha gente ha seguido el recorrido de las películas en que Judy Garland participó, por fuera de “El mago de Oz”. Pero el logro final que el director entrega es superior a cualquier película que incluya escenas musicales en, al menos, los últimos cinco años. En el marco de una de las más correctas y maravillosas reconstrucciones de época que he visto en el último tiempo, narra el último período de vida de Garland, previo a su fallecimiento, en que procura recuperar, con la participación de una gira por Inglaterra, dinero, prestigio y sobre todo, la excusa principal, la tutela de sus hijos. Los flashbacks que nos muestran la cruel vida de la niña actriz en los grandes estudios y el maltrato al que fue sometida, maltrato que le dejó el vicio del alcohol y pastillas varias que finalmente le provocaron la muerte, es más que realista, y pinta la terrible falta de piedad de los estudios que eran, en algunos casos, prácticamente dueños de la vida de los artistas que representaban. La soltura de Zellweger al ponerse en la piel de su personaje es tan delicada, medida, singular, que puede verse el trabajo que debe, seguramente, haber sido extenuante, pero deja el placer de ver un uso del cuerpo magnífico para dar vida a la estrella malograda que fue Judy. Y menciono solamente su nombre de pila porque si hay algo que el film logra es que el espectador, aún sin ser fan de la actriz, se emocione, se vincule con su persona, con su intimidad, su alegría y su humor ciertamente irónico por pasajes. No hay manera de no conmoverse aunque sea un poco con lo que se ve en pantalla. Y en ello la mano de Goold es clave, y su experiencia en teatro notable, como también el entrenamiento vocal de la protagonista para estar a tono con la interpretación de las canciones que componen el soundtrack y formaron parte de las presentaciones realizadas durante la gira, las cuales que se recrean con magia y color maravillosos. Por ello creo que “Judy” es una de las mejores películas del 2019, quizás una de las mejores cinco, y merece, al menos, una distinción al despliegue de una actriz que dio todo para contar la historia de alguien que también dio todo, tanto en el escenario como en la vida, en algunos momentos, muy a su pesar.
Judy Garland va a un hotel con sus hijos: la rebotan, la devuelven al taxi y a la búsqueda. Ella claudica: viaja a la casa del exmarido para pelearse un rato y dejarle los chicos. Sale de nuevo, se mete en una fiesta, conoce gente. Si una película va a contar la vida de una estrella siguiendo el viejo modelo de ascenso y caída (aunque acá solo haya lo segundo), bien podría filmarlo así, arrastrando a su protagonista por terrazas y bares, haciéndola hablar de más y escuchar diálogos de borrachos. Todo tiene un leve aire cassavetiano, digamos: un pequeño grupo de derrotados se aprieta y blinda mutuamente contra el mundo al amparo de la noche. Pero el entusiasmo dura poco, la película se pone burocrática, como si al director solo le interesara narrar el hundimiento y estuviera ciego a cualquier otra cosa. Judy se hace daño, los demás la levantan y la empujan de nuevo al escenario: así todo el tiempo. A una pequeña conquista le sigue pronto una caída mayor. Conocemos ese tránsito, lo vimos miles de veces, pero debe haber algo más que ese relato sumario; por ejemplo, querríamos que el director aproveche mejor los intersticios de la historia, que se nos ofrezca algo más que esa simple gimnasia narrativa. Hubo algo de eso al principio, cuando Rupert Goold encontraba una potencia inesperada en el mundo que rodeaba a Judy, en el taxi, la noche, el cansancio, el alcohol. Una fuerza de la que la película se apropiaba y con la que le daba un poco de swing a la fábula triste de Judy Garland. En el fondo, el problema seguramente sea que la película no sabe ver otra cosa que a su protagonista, que está demasiado ocupada en dirigir a Renée Zellweger, en capturar el caudal de gestos y expresiones que la actriz reparte a una velocidad sorprendente. En suma, somos dejados a solas con ella, como si la película fuera un retrato y todo lo demás no constituyera más que un fondo borroso y sin importancia. Hay que decir que Zellweger está bien, que logra borrarse a sí misma, algo seguramente difícil de lograr, sobre todo cuando se compone a una estrella. Zellweger no está, entonces, no la vemos, pero hay otra cosa: tampoco vemos del todo a Judy Garland, sino a una actriz que se desgañita para dejar una performance memorable. Cualquiera se da cuenta de que se trata de una actuación técnica, casi virtuosa, que en vez de sumergir al espectador en su drama, en vez de volver al personaje tangible y cercano, llama la atención sobre sus propias modulaciones: antes que en Judy Garland, uno termina fijándose en las derivas de la la miradas de Zellweger, en cómo mueve la boca, en su gesticulación nerviosa, en su caminar quebrado y etéreo. Para colmo, la película no le da respiro a la pobre Judy/René: los momentos de plenitud son escasos y breves, el relato no concibe casi la felicidad, todo es una derrota larga e imparable, un constante hundirse. Las pocas escenas sin conflictos son interrumpidas de una forma u otra para introducir a presión alguna tragedia imprevista, alguna tristeza de último minuto. Como cuando Judy va a comer a la casa de la pareja gay: un momento de calidez donde el guion parece guarecerse un poco de la miseria general. Pero todo solo dura un par de minutos, hasta que uno de los personajes cuenta que su novio estuvo preso seis meses injustamente; después los dos tocan el piano y cantan y él llora en silencio. Así no hay quién aguante. Los flashbacks, inconducentes, tienen una única función: ilustrar sucintamente el régimen catrense al que fue sometida Garland en sus comienzos como actriz. Se machaca una idea, un único sentido: explotada de chica, la Judy adulta se comporta de manera infantil, como si hubiera quedado fijada en una niñez eterna. ¿Eso es todo? No, bueno, hay algunos personajes secundarios a los que no se les permite tomar mucha carrera, no sea cosa que le disputen terreno a Zellweger. Está Michael Gambon, con su cara accidentada y maciza, pero casi que no lo dejan abrir la boca. Sorpresa: los números musicales, al menos los primeros, están relativamente bien. El director diagrama un par de planos largos que le permiten retener la intensidad de cada canción, pero después del segundo cada número debe contar algo, servir de paralelo a la situación de la protagonista: aparece el montaje, los cortes, y las performances de Judy pierden la fuerza del principio. El final muestra una caída interminable cargada de golpes bajos, rencores domésticos y renuncias afectivas.
Dirigida por el británico Rupert Goold (un cineasta de vasta experiencia en el teatro shakesperiano y en series de TV), la película que recrea la vida de un auténtico mito del ámbito cinematográfico, se sitúa durante el invierno de 1968, treinta años después del estreno de ‘El mago de Oz’ (1939), icónico film de Victor Fleming cuyo éxito comenzaría a otorgarle a la estrella el apodo de “Mrs. Showbusiness”. En esta relevante biopic, la leyenda Judy Garland llega a Londres, prácticamente auto-exiliada de su comunidad artística, para brindar una serie de conciertos que revivan su crepuscular carrera. Podría decirse que Hollywood proveyó a Garland de todo lo bueno y lo malo que la fama puede asegurar. Aquel antológico rol la propulsó hacia el éxito precoz y desmedido, exponiéndola a la cara más amarga de aquello que llaman celebridad En la madurez de su carrera, y producto de su inestable estado emocional y el abuso de pastillas, Judy se había convertido en una sombra de aquella adolescente fulgurante y talentosa. Sin embargo, todavía era una artista sumamente convocante. En las vísperas de su curtain call y mientras se prepara para subir al escenario con miras a revitalizar su carrera -como si de una auténtica fábula hollywoodense se tratara-, regresan a ella los fantasmas que la atormentaron durante su maltrecha juventud. El film nos comienza a relatar, mediante flashbacks, el penoso trato que recibió de parte de la maquinaria de estudios (ella trabajaba para la MGM, con quien había firmado un contrato en exclusividad) siendo aún una adolescente y sufriendo todo tipo de humillaciones y torturas. El férreo control psicológico que los magnates del estudio ejercieron sobre Judy es mostradas con absoluta simplicidad y plagado de todos los estereotipos posibles (una bajeza si consideramos que se trata de algo tan delicado como el maltrato psicológico infantil), aspecto que merma los valores de un film destinado a hacer lucir a su protagonista principal. Si bien este aspecto, en absoluto sutil, resta autenticidad a un retrato previsible acerca de la caída en desgracia de un icono de la gran pantalla, cabe mencionar la analogía trazada con su vida privada: en su ápice interpretativo, Judy fue la protagonista -en 1954- de la remake de “Nace una Estrella”, un relato ficcionado acerca de las tribulaciones y excesos de una estrella. Como una cruel burla del destino, esta biopic certifica que el grado de tragedia alcanzado en vida por Garland provee su existencia de todos los condimentos necesarios que una buena biopic exige; tal como las modas indican. A tales efectos, la actuación que brinda Renee Zellweger, más allá de las limitaciones narrativas del film, es sumamente poderosa, copiando al detalle el lenguaje corporal de su musa inspiradora. Desnudando las inseguridades de un ser corroído por el estrellato nos lleva hacia el epicentro de su pesadilla. VaciadA de autoestima, sin embargo, logrará una interpretación final redentora, como todo manual condescendiente indica. Al regreso de su tour por Londres, esta diva caída en desgracia, quien peleaba por la custodia de sus hijos y había estado casada con el director Vicente Minelli, fallecería en Beverly Hills por sobredosis, en 1969. Tenía 47 años.
Recorte parcial sobre la vida de Judy Garland, una de las estrellas más grandes de Hollywood. Renée Zellweger vuelve a instalarse en el firmamento de estrellas para arrasar con todo en la temporada de premios. La meca del cine, en el momento de repartir premios, siente mucho afecto por aquellos intérpretes que encarnan personajes reales. Lo viene haciendo en los últimos tiempos. Y, para ejemplo, allí están Eddie Redmayne como Stephen Hawking, Gary Oldman como Winston Churchill, Rami Malek como Freddie Mercury, Helen Mirren como la reina Isabel II, Marion Cotillard como Edith Piaf y Meryl Streep como Margaret Thatcher, por citar algunos ejemplos. Lo que estos actores desarrollan es una extraña mezcla entre imitación y actuación. El espaldarazo que tiene Judy, que dicho sea de paso es bastante anodina, se debe a la elección de su protagonista, Renée Zellweger, en un regreso al cine luego de años de alejamiento, un poco por decisión propia y otro por vapuleados episodios de su vida personal: como su reaparición pública con un rostro algo cambiado por las cirugías plásticas, lo que la colocó en el ojo de la tormenta. Para colmo de males, la tercera parte de El diario de Bridget Jones no rindió lo esperado en la taquilla y ella recibió otro pase de factura. Lo mismo que le sucedió a Judy Garland, otra víctima de la industria cinematográfica que, en los vaivenes de su turbulenta vida, con varios matrimonios a cuesta, tres hijos, fracasos, ruina económica, vuelta al ruedo por todo lo alto con Nace una estrella y reconversión en show woman, con exitosísimas presentaciones en New York y Londres, termina vencida para acabar sus días, tempranamente, a los 47 años. El de Renée parece un caso en el que Hollywood quiere pedir disculpas a una y a otra. Zellweger seguramente se preparó para este papel hasta el cansancio, logrando transmitir la angustia de una mujer exhausta, cansada de todo, con un deterioro físico que encontraba consuelo en las pastillas, en el alcohol, pero también en un público fanático y a la vez severo, que no le perdonaba la menor renuncia. Y es que la poderosa e icónica imagen de esa niña cantando Somewhere over the rainbow (una de las canciones más tristes jamás compuestas) del fantástico musical El mago de Oz, persiguió a la Garland desde su adolescencia hasta su muerte. El personaje de Dorothy la convirtió en un referente de la comunidad LGBT, que el film refleja en uno de sus más logrados momentos, aquel en el que Garland, luego de un show, va a parar a la casa de una pareja de gays, fans anónimos, que han sufrido persecuciones e inclusive cárcel, por su condición. Prisiones reales y prisiones de oro, como la de Judy Garland en su época de esplendor en el cine, que le dio todo y se lo sacó de un plumazo. Judy no es estrictamente un musical, es un drama sobre la vida de una cantante (una de las mejores de todos los tiempos) que fue una niña estrella, manipulada por un estudio (MGM) que le controló la vida a base de toda clase de pastillas: para que no engorde, para que duerma, para que esté despierta. En la compañía productora abusaron de ella, real y figuradamente. Así fue creciendo ante los ojos del público que la amaba, bajo la mirada atenta y explotadora de su madre, una artista frustrada y, principalmente, de su mentor, Luis B. Mayer. La película, dirigida de manera bastante rutinaria por Rupert Goold, está basada en una obra teatral: Al final del arcoiris, de Peter Quilter. En Buenos Aires tuvo una versión protagonizada por Karina K y Antonio Grimau, dirigidos por Ricky Pashkus, en 2014. La obra se centra en un período particular de Garland, sus actuaciones en Talk of the Town, en Londres, en 1969. En la película, estos hechos se alternan con la época en la que Judy filmaba El mago de Oz y otros momentos en los que compartía el estrellato con Mickey Rooney. En la obra teatral, los personajes eran pocos: ella, su pianista de toda la vida y su último marido, Mickey Deans. Aquí aparecen los hijos que tuvo con Sidney Luft, con quien se debate en una lucha por la custodia de los menores, hay una breve aparición de una muy joven Liza Minnelli, su primera hija, el personaje del pianista-amigo desaparece (en la obra era casi un confidente) y hay una asistente comprensiva, que es un personaje menor. No es una pieza particularmente inspirada, pero su atractivo explota cuando Judy canta en vivo, lo cual es un imán para la actriz que lo interpreta. En el caso de Zellweger, que ya había cantado en Chicago, se suma al reto interpretando ella mismas famosísimas canciones. Recurrir a grabaciones de sus presentaciones en vivo, hubiera sido más acertado, ya que Garland se destacó por ser una intérprete única, con una voz poderosísima.
Un homenaje realista y humanizado La película, que recorre una de las etapas más oscuras en la vida de la recordada Judy Garland, sorprende por la excelente actuación de Renée Zellweger. La gran actuación de Renée Zellweger que le valió varios premios y está entre las favoritas para el Oscar del 8 de febrero, llega a las salas argentinas. El filme que narra parte de la vida de Judy Garland, probablemente su etapa más oscura, es una propuesta a la medida de su protagonista, que logra encarnar a la histórica actriz de forma excelente. La historia arranca mostrando algunos fragmentos de la infancia de Garland, cuando era explotada por el estudio para el que trabajaba en sus primeros años. De allí, se traza un puente al tiempo en el que llegaba a su ocaso como actriz, debía dejar a sus hijos por no poder cuidarlos y debía partir a Inglaterra para tratar de ganar dinero. Como si aquellos tiempos de esclavitud en su niñez hubiesen dejado muchas heridas imborrables en su cuerpo, su mente y su alma, que se lograban colar hasta en sus tiempos más oscuros. Un filme que no intenta celebrar a Garland, pero que sin duda funciona como el homenaje más realista que se podía hacer de ella, con sus grises y negros, lejos del estrellato y más cerca de su humanidad.
Réene Zellweger es Judy en una conmovedora y envolvente realización “Judy” dirigida por Rupert Goold, con guion de Tom Edge (“The crown”) y Peter Quilter, basado en su obra teatral “End of de rainbow”, es el retrato biográfico de Frances Gumm (artísticamente Judy Garland) durante su presentación en Londres en 1968, su show final, antes de su muerte en 1969. El realizador Rupert Goold y Réene Zellweger (nominada por Roxie Hart en “Chicago” (2002), de Rob Marshall, y ganadora como mejor actriz de reparto en “Cold Mountain” en 2003, ayudados por el excelente maquillaje de Jeremy Woodward, realizaron un trabajo admirable de recreación, no sólo de época sino de creación de un personaje que debe sobreponerse al fantasma de la Judy original, logrando dar nueva vida a la trágica estrella. Réene Zellweger interpreta a un personaje complejo y en capas, en las cuales desarrolla a una Judy frágil e impredecible en donde aparece como telón de fondo su carrera fallida, las batallas por la custodia de sus hijos menores Lorna y Joey, producto de su matrimonio con el productor Sidney Luft (Rufus Sewell), abuso de drogas y la frecuente falta de dinero. El alcohol y las píldoras fueron su compañía habitual. Desde pequeña la habían obligado a tomarlas en aras de lograr un mayor rendimiento en el set. Las tribulaciones en el escenario de Talk of the town, también conocido con Hippodrome, en Londres. se reflejan en encadenados flashbacks ligados a su infeliz infancia en la Metro-Goldwyn–Mayer (MGM), siendo permanentemente hostigada por Louis B. Mayer y sus padres que la obligaban cumplir ese pacto tan siniestro que ellos habían firmado, y les daba grandes dividendos. Judy era una niña prodigio vigilada por el estudio que controlaba hasta el mínimo detalle de su vida, desde el hambre, la sed, el sueño, hasta su autoestima. Frances Ethel Gumm, mejor conocida como Judy Garland, nació en el seno de una familia consagrada al teatro, por lo que la actriz se dedicó desde sus primeros años de vida al teatro musical y al vodevil. Años más tarde su nombre artístico, Garland, la llevó hacia otro puerto, Hollywood. Hacia él fue impulsada por su madre talento vocal le consiguió que firmara un contrato con la compañía productora Metro-Goldwyn-Mayer. Tras representar algunos papeles secundarios y realizar varios castings, la oportunidad de Judy llegó a la edad de 16 años con el papel de Dorothy en la película “El mago de Oz” (1939. Su). Rupert Goold, director artístico del teatro Almeida de Londres, al tomar el texto de Peter Quilter en el que se enfocaba más en los estados de ánimo de la estrella durante su infancia y su ocaso, le dio al filme un pátina de estructura netamente teatral, ya que casi toda la realización fue realizada en interiores limitados a espacios pequeños y con una cámara centrada en el cuerpo o rostro de Judy. Por momentos esos close-up se distancian abriéndose a un breve plano general, para volver a cerrar el círculo, como si fueran una ida y vuelta en la vida de Judy. Los números musicales mostraron la calidad y capacidad de desdoblase en cantante y actriz de Réene Zellweger, quien cantó los clásicos de la Garland “I´ll go my way by myself”, “Come rain or come shine”, pero en “Over the rainbow, consigue en ellos desplegar todo su histrionismo. Los actores secundarios no poseen una mayor evolución en su actuación porque son literalmente opacados por Zellweger, salvo dos entrañables personajes, una pareja gay, interpretada por Andy Nyman y Daniel Cerqueira, fanáticos de la cantante a la que conocen a la salida del teatro luego de uno de sus shows y logran llevarla a su casa a cenar. Es uno de los momentos más íntimos del filme que habla del dolor compartido y la soledad de los diferentes. Es un pequeño homenaje hacia todos aquellos que han mantenido vivo su recuerdo… y que demuestra hasta qué punto era querida la Garland por sus admiradores ya que el pequeño cuarto está colmado de fotos de la cantante. Los actores y actrices famosos que juegan a interpretar a otros famosos realizan un ejercicio peligroso que no siempre tiene éxito. En los últimos años muy pocos lograron salir airosos de tan exigente trabajo; Michael Douglas interpretando a Liberace en “Behind the candelabra” (“Detrás del candelabro”, 2013), de Steven Soderberg, Chadwick Boseman en “42” (2013)m de Brian Helgeland, interpretando a una leyenda del baseball. Jackie Robinson, Michelle Willams en “My week with Marilyn” (“Mi semana con Marilyn”, 2011)m de Simon Curtis, y Anette Bening en “Stars don´i die in Liverpool” (“Las estrellas no mueren en Liverpool”, 2017), de Paul McGuigan. Pero en este juego de intérpretes, de alguna manera, a través de la alquimia de la actuación, el maquillaje, los peinados, el vestuario, todo rastro de Réene Zellweger se esfuma y sólo queda Judy. La actriz estudió muy bien a su doble real y copio todos sus movimientos, particularmente el del programa de variedades de la CBS en la década de los ‘60: la forma de colgar el micrófono sobre un hombro, su hábito de extender su mano sin micrófono hacia arriba y luego hacia el público, llevar un puño a la parte superior de la cabeza, además de otra batería de gestos que Réene Zellweger hace tan orgánicos para ella como lo fueron para Judy. Ella no representa a Judy, ella es Judy. Tal vez porque la estrella de “Chicago” se enfrentó a los mismos padecimientos, escarnios y crueldades que la Garland sobre la forma en que estaba envejeciendo y quien había sido su padrino para alcanzar su nivel de estrella. En la época del MeToo el filme juega con las metáforas perfectas, ya que nada ha cambiado, y la lucha contra las normas de un Hollywood pensado por hombres, y contra los modales de una sociedad en permanente linchamiento continúan siendo agresivas hacia quienes intentan triunfar sino entran en su círculo rojo de pertenencia. Judy y Réene, desde el presente y el pasado, se desangran por las mismas circunstancias, pero en momentos diferentes de la historia. Todo ha transmutado, pero el ser humano no, continúa dominado por sus bajos instintos, y ahora por las redes sociales para hostigar sin descanso ni paz.
Una notable –y saludable– tendencia en el arte biográfico contemporáneo consiste en abarcar toda la vida de un personaje a partir de un solo acontecimiento. Aquí estamos al final de la vida de Judy Garland, en esos conciertos definitivos que diera en Londres, más para comer que para gozar, mientras además lucha con años de problemas personales y adicciones. Hay idas y vueltas, recuerdos y herramientas conocidas que suelen sostenerse en la habilidad mimética del o la protagonista para interpretar a la celebridad de que se trate. Lo de Renée Zellweger es muy bueno porque ella siempre es muy buena, una de las pocas actrices que logra infundirles autoironía a sus personajes sin que rompan el relato, aunque no siempre le tocan buenas películas. Aquí no estamos ante una buena o mala película sino ante un bastidor en el que la actriz, digna de verse, hace lo que sabe con lo que ya conocemos.
El ocaso de una diva En manos de Renée Zellweger y el director Rupert Goold, Judy Garland es una estrella más grande que la vida y una niña en el cuerpo de una leyenda. La persistente moda de hacer películas sobre figuras musicales como potenciales candidatas al Oscar parece moverse dentro de tres o cuatro formatos. Algunos pertenecen al universo del documental (tres de las últimas siete ganadoras en esa categoría tenían a la música como su tema) y otras, al de la ficción. Dentro de estas, por un lado tenemos la biografía clásica que recorre, de manera wikipédica, los altos y bajos de la carrera de alguna figura de la música. Otros eligen tomar un punto específico en las vidas de estas estrellas –generalmente ligado a su decadencia— y usar ese momento como eje, como disparador de una reflexión sobre ellas. En todos los casos suelen tratarse, salvo algunos muy raros, de productos mediocres o apenas aceptables, cuyo principal punto de venta es la actuación “descollante” de algún actor. Y Judy no es la excepción a la regla, en su variante más digna y prolija. A su favor le juegan un par de cosas. La película de Goold –que responde claramente al segundo modelo de ficción planteado— es elegante, delicada, cuidadosa. Probablemente no sea el tipo de película que generará fascinaciones, pero tampoco odios ni rechazos. Pese a ser Judy Garland una figura del cine y la música norteamericana, hay algo intrínsecamente inglés en Judy. Y no solo porque el momento de la vida de la diva que se captura aquí está ligado a su paso por ese país, sino porque la propia contención de la película así lo deja en claro. Garland era una figura excesiva en todo sentido, pero el film prefiere no intentar ponerse a la altura de un personaje caracterizado por cierta grandilocuencia, sino bajarla a la tierra, volverla un ser humano. Y la propia Renée Zellweger hace lo mismo, entendiendo que personificar a una estrella con tanta repercusión, fama y fans devotos ameritaba un entendimiento “desde adentro” del personaje y no uno que apostara solamente a reciclar sus mohines, berrinches y grandes éxitos. Su Judy tiene muchos de esos tics (faciales, verbales, su mirada medio extraviada), pero se sienten naturales, producto de una persona atrapada en una suerte de lenta pero inevitable desintegración artística y personal. En ese sentido, el guión de Tom Edge –basado en su propia obra de teatro— es bastante radical dentro del género. No sólo se centra en un hecho específico de la vida de Garland sino en uno de los últimos: la gira que hizo por Inglaterra en 1968, pocos meses antes de su muerte, a los 47 años, en ese mismo país. Es cierto que Goold le inserta algunos flashbacks, pero solo para ir al rodaje de El mago de Oz, la película que la hizo famosa y que le empezó también a traer muchos de los problemas con los que tuvo que lidiar el resto de su corta vida. La película arranca con Garland en una pésima situación personal, siendo echada del hotel en el que vivía por falta de pago del cuarto. Con sus dos hijos más chicos a cuestas, Judy tiene que recalar en la casa de su ex marido, quien pretende la tenencia de los niños. Considerando la situación no solo económica sino de salud de Garland, no es un pedido absurdo. La aparición de un joven dueño de clubes nocturnos, al que conoce en una fiesta, permite que la cantante se recupere un poco. Necesitada de dinero y, a esa altura, casi incontratable en los Estados Unidos, la mujer viaja a Inglaterra para dar una serie de shows. Presentaciones que, evidentemente, no estaba del todo capacitada para llevar a cabo. Ese es el punto de partida narrativo para esta película que intenta encontrar en los literales y metafóricos abusos que Garland sufrió de parte de la industria (las presiones del estudio, las drogas que le daban para sostenerla activa y hasta algún específico abuso físico) las causas que la fueron llevando a su adicción al alcohol y a los medicamentos. En su paso por Gran Bretaña, Garland lidia con su deseo de cantar y lucirse en el escenario (su voz, pese a sus duras experiencias, seguía siendo extraordinaria) enfrentado a sus constantes recaídas en ese tipo de consumos, seguidas por crisis de angustia y depresión. Uno de las subtramas más interesantes de Judy tiene que ver con el fanatismo a su figura, devenida luego en culto y devoción, por parte de la comunidad homosexual, representada aquí por una pareja gay que la ayudará y hasta salvará en más de una situación complicada. La película no está exenta de escenas obvias y un tanto subrayadas (los promotores insensibles, un público capaz de ser excesivamente brutal, la mecánica manera en la que los traumas del pasado se hacen eco de manera muy directa en el presente), pero nunca cae en la temida biografía ilustrada de tantos éxitos recientes del subgénero. De hecho, si algún espectador no conoce mucho de la vida y la obra de Judy Garland, deberá luego investigar más sobre su figura ya que es poco lo que se detalla aquí. Y si la película despierta el deseo de ver sus films y escuchar sus discos quizás sea la mejor manera de celebrarla. Es claro que el “punto de venta” de la película es la personificación de Zellweger, que no solo interpreta a la diva sino que le pone su voz a las canciones que ella cantaba. Y la reaparecida actriz de El diario de Bridget Jones logra meterse bajo la piel del personaje y transmitir sus dudas, sus miedos, sus emociones y sus temblores de una manera poderosa y efectiva. Sí, se trata de esas actuaciones para ganar premios –y todo parece indicar que el Oscar a mejor actriz será para ella–, pero generada no sólo desde la máscara, sino desde un entendimiento bastante profundo de qué es lo que va atravesando el personaje. En manos de Zellweger y Goold, Judy Garland es, a la vez, una estrella más grande que la vida y una triste niña, temerosa y solitaria, que vive adentro del cuerpo de una leyenda.
EL OCASO DE UNA VIDA Judy, una biopic con poco brillo Renée Zellweger está a pocos días de ganar su segundo Oscar gracias a la interpretación de este ícono de Hollywood y Broadway. Los miembros de la Academia aman cuando sus intérpretes se transforman para un papel, mucho más cuando se trata de un personaje de la vida real. Si repasamos los ganadores a Mejor Actor y Actriz Principal (o los nominados, en general) en las últimas décadas, éstas son las performances que suelen destacar… y llevarse la estatuilla dorada a su casa. Renée Zellweger tiene todas las de ganar -ya se quedó con el Globo de Oro, el SAG Award y el BAFTA, entre otros reconocimientos- para repetir durante la ceremonia de los Oscar del próximo domingo, justamente, por ponerse en la piel de un ícono como Judy Garland, una de las grandes figuras de Hollywood (y Broadway) que fue olvidada por esos mismos votantes. Los dramas biográficos musicales están a la orden del día, más con el éxito de “Bohemian Rhapsody: La Historia de Freddie Mercury” (Bohemian Rhapsody, 2018) y “Rocketman” (2019). “Judy” (2019) se sube a esta ola de la mano del director Rupert Goold, un realizador más cercano a la TV de gran producción, quien decide no hacer un repaso de la vida de la estrella, sino que toma como punto de partida la obra teatral “End of the Rainbow” de Peter Quilter. Este musical que se paseó por Broadway y el West End londinense se concentra en el último año de la carrera de la actriz cuando, sin muchas oportunidades laborales en su propio país, resuelve aceptar una serie de presentaciones en la capital inglesa bajo el título de “Talk of the Town”. El realizador y el guionista Tom Edge (“The Crown”) se centran en este recorte de su vida, pero también nos llevan esporádicamente al pasado, a esa Judy de 14 años convertida en joven estrella de MGM, quien tuvo que soportar las presiones y condiciones del estudio y su manager Louis B. Mayer (Richard Cordery), si pretendía triunfar y ser más grande que Shirley Temple. Estos paralelismos -donde se ven los trastornos alimenticios, las drogas prescriptas, la imposibilidad de sociabilizar incluso con sus compañeros de elenco- tienen sus consecuencias en el presente de 1968, cuando Judy debe abandonar a sus hijos más pequeños y partir hacia Londres para intentar reacomodar su vida financiera y un carrera que está entrando en el ocaso. Zellweger y su interpretación -es ella la que recrea cada uno de los números musicales- es lo más valioso y atractivo de este drama biográfico demasiado aleatorio y poco interesante para aquellos que no conocen todos los pormenores de la diva. Su Judy busca desesperadamente el cariño del público (o de cualquiera dispuesto a dárselo), y estos son los momentos más rescatables de una vida plagada de carencias que nunca logró satisfacer. Camino al Oscar Más allá de su cuidado maquillaje, la transformación física y el lenguaje corporal de Renée, y los vestiditos que luce que en cada show (todos atributos relacionados a ese Oscar que se viene), el personaje poco tiene para ofrecer a la hora de relacionarse con la audiencia. Deberíamos poder sentir ¿pena? ¿empatía? No queda muy claro, justamente, por este recorte tan azaroso que hace el relato, obviando gran parte de su vida y sus vaivenes. Lo que nos queda es una película mezquina que caricaturiza un poco a su protagonista y ni se esfuerza demasiado en otros aspectos técnicos. Hay cierto cuidado a la hora de recrear las diferentes épocas y, sobre todo, los escenarios de “El Mago de Oz” (The Wizard of Oz, 1939) -donde transcurren gran parte de los flashbacks-, pero nunca hay espectacularidad alrededor de esta estrella, incluso en el momento del show. Podemos suponer que hay una intención por parte de Goold al no glamorizar este lento descenso a los infiernos, aunque tampoco nos presenta una alternativa que refuerce esta idea. La estética de la película, al igual que su trama, es bastante chata, restando todavía más puntos a una biopic que no se destaca dentro de su mismo género. Judy, al frente y al centro Eso sí, Zellweger logra perderse en el personaje y conectar con la estrella en sus momentos más vulnerables y humanos, aunque estos no siempre formen parte de la vida de Garland y sean meros agregados ficcionales de la obra musical de Quilter. Estos pequeños pasajes de la historia se convierten en las escenas más accesibles para el público no iniciado, ese que sólo recuerda a la pequeña Dorothy, a la protagonista de “Nace una Estrella” (A Star Is Born, 1954) o a ‘mamá de Liza’. Judy Garland fue mucho más que eso y, lamentablemente, la película no le hace justicia en ningún momento. No nos alienta a querer saber más e indagar en su filmografía. En cambio, hay un regodeo amarillista sobre su vida amorosa, sus miserias y los últimos meses de su atormentada vida, antes de fallecer a los 47 años.
Detrás del arcoiris Con la fuerza arrasadora del tornado que se llevó a Dorothy a la Tierra de Oz llega a los cines Judy, una biopic sobre la vida de la legendaria Judy Garland, ícono del cine clásico de Hollywood de los años 30 y 40, dueña de una voz inigualable y protagonista de El Mago de Hoz. La película dirigida por Rupert Goold (“True Story”) articula un sentido homenaje a una estrella que fue fagocitada, procesada y desechada por la industria, y que sin embargo logró trascender su corta vida (murió a los 47 años) para vivir en el recuerdo del público que tanto la amó. Si alguien dijera que Judy Garland “nació para ser una estrella” probablemente estaría en lo correcto en el más literal de los sentidos. A los 30 meses de edad ya había debutado en la escena teatral junto a sus hermanas en un grupo de Vodevil llamado “Las Hermanas Gumm” y a los 13 años firmaba un contrato con la Metro Goldwyn Mayer que duraría 15 años. Como fruto de ese acuerdo nacerían un sin fin de filmes exitosos, entre los que se destacan El Mago de Oz (1939), For Me and My Girl (1942), Meet Me in Saint Louis (1944), The Harvey Girls (1946) y Pirate (1948). Durante ese tiempo, que coincidió con la Era Dorada de Hollywood, Judy se convirtió en una figura aspiracional que condensó los sueños y anhelos de una generación, un talento único que atrajo todas las miradas y le hizo creer a todos que era posible vivir una vida mejor más allá del arcoiris (busquen su versión de la canción Over the Rainbow). Sin embargo, la contracara de ese esplendor fue una vida signada por las adicciones, los abusos de toda índole, la explotación laboral, miedos, inseguridades y un entorno familiar más que complicado. El filme de Rupert Goold explora con inteligencia las luces y sombras de la diva en su último año de vida cuando dio una serie de conciertos a sala llena en la ciudad de Londres. Allí, pese a que tenía un visible deterioro físico y mental, problemas para dormir y un agotamiento dramático debido a la lucha por la tenencia de sus hijos, su talento seguía intacto, desplegando una voz conmovedoramente poderosa y una presencia más que imponente en el escenario. Goold demarca con astucia el contraste entre ambas realidades (la del escenario y la de la vida fuera de él) y explora la paradoja del deseo que se daba entre Judy y su público: mientras éste último anhelaba ser como ella y la colocaba en un pedestal de gloria eterna, ella simplemente quería ser una chica normal, como todas las que estaban del otro lado de la pantalla: “quiero lo que todos quieren, solo que a mi me cuesta más trabajo conseguirlo”. Por otro lado, la película establece una serie de flashbacks a la niñez de Judy en donde vemos el origen de todos sus males. Es allí donde encontramos la crítica al tiránico Sistema de Estudios de la Era Dorada de Hollywood, que vendía sueños y fantasías de realización hacia afuera al tiempo que hacia adentro se regía por los paradigmas más voraces de la eficiencia empresarial, la explotación laboral y el control corporal absoluto sobre las estrellas que ellos mismos construían (y exprimían). En ese aspecto, el mítico productor Louis B. Meyer termina siendo una de las figuras más decisivas en la película, ya que su influencia sobre la joven Judy Garland (con la que entabla una relación entre paternal, protectora y tirana) es la que le terminan ocasionando todos los traumas, miedos e inseguridades que marcarían a fuego su vida. El trabajo de Renée Zellweger resulta clave para el éxito de Judy. No sólo por su increíble performance vocal (ella canta todas las canciones de la película), sino sobre todo por su minucioso trabajo de personificación. En ese sentido, su gestualidad cansina, su aspecto demacrado, su mirada agridulce y su presencia actoral en el escenario hacen que el espectador sienta en carne propia el terrible calvario que sufrió Judy en sus últimos meses de vida. El frágil equilibrio que Zellweger le imprime a su personaje genera una tensión insoportable que se sostiene a lo largo de toda la obra gracias al guión de Tom Edge (basado en una obra de Peter Quilter), pero sobretodo gracias a la solvencia y calidad de la estadounidense. En definitiva, Judy es una gran película que se mueve en el límite de la vida real y la fantasía, entre los problemas cotidianos y los sueños y anhelos de una vida mejor. Un homenaje crudo, sentido y generoso para con una verdadera leyenda que sobrellevó su vida lo mejor que pudo y que dio todo hasta que ya no pudo dar más. Por Juan Ventura
La otra cara del arcoíris A lo largo de la historia del cine vimos a las estrellas de cine nacer, y tantas otras caer por diversos motivos, por lo tanto, es muy frecuente que surjan películas que relatan estas historias basadas en gente real, que nos muestren el ascenso a la élite de Hollywood como su caída en el olvido de la industria. Algo similar pasa con Judy (2019), la segunda película del director de cine y teatro, Rupert Goold, estrenada en la pantalla grande. Si El Mago de Oz (1939), nos presentaba el deseo y la esperanza de una adolescente por encontrar un lugar “sobre el arcoíris” sin mayores problemas y con un mundo perfecto, en Judy nos enteramos con jamás llegó hasta ese lugar soñado y utópico. La película se centra en dos etapas clave de la vida de Judy Garland, la adolescencia (interpretada por Darci Shaw) llena de dudas y miedos, en el momento previo a la grabación de El Mago de Oz, y otra etapa con una Judy de 40 y tantos años (interpretada por Renée Zellweger), con una vida que no fue benevolente con ella. Lejos de las cámaras, del cariño de la gente, y del dinero que tan acostumbrada estaba a tener durante su adolescencia y con una crisis financiera, el personaje interpretado por Zellweger, se ve obligada a emigrar hacia Inglaterra, allí la gente aún posee cierta admiración por ella y quizás ésta sería una gran oportunidad para un nuevo comienzo. El film, utiliza frecuentemente el recurso del flashback, alternando las diferentes realidades,entre la Judy joven y la Judy adulta para que el espectador pueda comprender el porqué de la decadencia de la actriz, presentándonos los tipos de abusos constantes a los que se sometía Garland a la hora de filmar películas, que parece haber dejado trastornos tales como la adicción a pastillas, al alcohol y otros malos hábitos que repercuten en la actualidad. Desde mi punto de vista, creo que la película posee dos defectos importantes, la pobre dirección de Rupert Goold, la cual parece ser muy plana, la cual opta por la implementación de planos poco jugados que pasan a volverse repetitivos, desaprovechando así, cierta “gracia” del cine. El otro punto negativo son los personajes secundarios, y no hablo de las actuaciones que cumplen su rol, sino de la importancia de estos personajes en el film, ya que no suelen poseer importancia alguna en la película, podrían ser reemplazados y la película funcionaría igual por un factor importantísimo, que levanta cualquier punto negativo restante. Hablo de la excelsa interpretación de Renée Zellweger como Judy Garland adulta. Al verla actuar, es como si Judy Garland reviviera y actuara una vez más en una de sus películas. No me sorprende para nada que haya ganado los recientes Golden Globe y Critic’s Choice Awards, haciendo buena letra para la obtención de los próximos premios Oscars del 9 de Febrero. La película presenta ciertos problemas, pero todos desaparecen gracias a la brillante interpretación de Zellwegger, en el que, sería uno de los peores momentos de la aclamada Judy Garland. Logra que el público empatice fácilmente con su personaje. quizás y en el afán de abarcar muchos tópicos, no de logre, desde el guion, la profundidad que se merecen, temas sensibles como, la explotación de Hollywood hacia sus estrellas, el abuso infantil, el miedo de las estrellas por ser olvidadas por el público, la depresión, entre otros; convirtiéndose en una serie de eventos desafortunados de Garland que pudieron relatarse de otra manera. "¿Es esta la película que una actriz de la envergadura de Judy Garland se merece? No lo se, el tiempo lo dirá. Sin embargo, considero que este film pasará al olvido con el tiempo y quizás, solo quede el recuerdo la brillante actuación de Zellwegger." Puntaje: 6.5/10. Título original: Judy Año: 2019 Duración: 118 min. País: Reino Unido Dirección: Rupert Goold Guion: Tom Edge (Obra: Peter Quilter) Música: Gabriel Yared Fotografía: Ole Bratt Birkeland Reparto: Renée Zellweger, Rufus Sewell, Finn Wittrock, Michael Gambon, Jessie Buckley, Bella Ramsey, John Dagleish, Gemma Leah Devereux, Gaia Weiss, Andy Nyman, Fenella Woolgar, Phil Dunster, Julian Ferro, Royce Pierreson, Lucy Russell, Philippe Spall, Kate Margo Productora: Coproducción Reino Unido-Estados Unidos; BBC Films / Calamity Films / Pathé / 20th Century Fox Género: Drama | Biográfico. Años 60. Música
La dura vida de un producto de Hollywood ''Judy'' es una nueva película biográfica acerca de una personalidad famosa de los Estados Unidos. En esta caso, le toco el turno a la actriz y cantante sensación del Hollywood dorado, Judy Garland. Una mujer que creció siendo un producto de entretenimiento, que fue muy presionada para llegar a ser lo que fue y que sufrió las secuelas de haber tenido una vida infeliz, potenciadas por su adicción a la drogas de prescripción y el alcohol. Para los que no la tienen demasiado, Judy Garland fue una de las grandes luminarias del Hollywood clásico y además contaba con una voz tremenda. Ganó un premio Oscar, un Globo de Oro, el Cecil B. DeMille por su trayectoria, el Grammy y hasta un Tony, premio que se otorga por labor en teatro. Protagonizó clásicos del cine como ''El mago de Oz'', ''El juicio de Núremberg'' y ''Nace una estrella'', recientemente rebooteada con Lady Gaga y Bradley Cooper. Tuvo cinco maridos y tres hijos, la más grandede sus hijos, Liza Minnelli, también fue una gran estrella de la música y el cine. Aún vive y tiene varios problemas similares de adicción a los que tuvo su madre. Creo que uno de los problemas que tuvo esta nueva biografía cinematográfica fue donde enfocaron la historia. No hicieron tanto foco en los highlights de su carrera en cine sino más bien en los musicales, algo que para el espectador no es tan conocido, al menos fuera de los Estados Unidos. Otra cuestión que suele suceder con estas biografías es el cuidado que se tiene sobre la imagen del protagonistas en cuestión. Acá si bien se muestran los problemas familiares que tuvo y sus adicciones, se lo hace de una manera demasiado aséptica, sin embarrarse. Me recuerda a cómo lo mostraron a Freddy Mercury en ''Bohemian Rapsody''. Por último, creo que también le faltó un poco de arte. Para que una película biográfica vaya más allá de la figura, debe tener un poco de espíritu artístico, que quizás pueda hacer un paralelismo entre lo que vivió esta figura con lo que vivieron otras más en aquella época y porqué no en la nuestra. Sentí que sólo se limitaron a mostrar un poco de Judy Garland, sin mucha ambición artística más que centrarse en tratar un parecido formidable entre Renée Zellweger y la protagonista. Renée realmente logra captar mucho de la artista en sus gestos y forma de hablar, algo que le valió otro premio Oscar por su interpretación, pero creo que no se pudo explayar al máximo justamente por uno de los problemas anteriormente nombrados, el cuidado extremo que se puso en la figura de Judy Garland lo que no permitió que sacara todo su potencial. Creo que se lo otorgaron más por la figura de Garland que por lo que hizo, con todo el respeto que le tengo ya que creo que es una gran actriz. Es una película que pasará sin pena ni gloria, sobre una figura que se merecía más que este tibio retrato.