Según me comentaba un colega, algo que le molestó mucho de este film es la pasividad del maestro (Mads Mikkelsen), personaje principal, tras la aberrante experiencia que debe vivir al ser acusado de mantener contacto sexual con una alumna del jardín de infantes. Estamos ante una película intrigante y absorbente, en la que Vinterberg vuelve a tratar el tema del abuso en una sociedad danesa muy cerrada, que entrena a sus integrantes para la caza y celebra el “hacerse hombre” con una caminata por el bosque para matar y llevar de trofeo un venado. Vinterberg no hace más que demostrar lo enferma que está la sociedad en su conjunto, señalando microscópicamente dónde puede radicar el origen de estos comportamientos. Moverse y decidir por los instintos, desechar el diálogo y creer lo que dicen los medios o, en este caso, el boca en boca, provocan terribles injusticias para aquellos que quedan marcados y deben padecer una condena errónea. La sociedad juzga ante la acusación antes de cualquier veredicto. Sí, como comentaba el colega, la pasividad está presente; creo que la única razón de la tranquilidad de Lucas (Mikkelsen) es que piensa que la pesadilla va a terminar en cualquier momento. El film jamás plantea siquiera la culpabilidad del personaje; más bien recrea y se detiene en el entorno, los familiares que responden antes los malos momentos, la crueldad de los vecinos y en cómo una pequeña malinterpretación puede arruinar la vida de cualquier mortal. Una grata sorpresa del festival.
Algo muy grave va a suceder en este pueblo Thomas Vinterberg fue uno de los fundadores de DOGMA 95 que podría resumirse como un conjunto de directores que, como tenían ganas de autolimitarse y hacerse los distintos, escribió un montón de leyes sobre como tenía que ser un film para captar el realismo de forma casi mística, acto seguido hacer películas bajo esas normas y acto seguido escribir manuscritos explicando porque habían violado sus propias leyes. Esa idea no prosperó pero dejó algunos films muy interesantes (incluido uno argentino) y directores que siguieron su labor desprendidos de esa carga. El film fundador del movimiento fue La Celebración de Viterberg y a pesar de que entre aquella y La Cacería hay una distancia temporal y estilística importante tienen mucho en común. El film desde el comienzo no intenta plantear ningún tipo de duda sobre la inocencia del protagonista y esa sabia decisión va a mantenernos en vilo durante todo el film. La razón es en realidad simple, como apuntaba Hitchcock el suspenso depende más de lo que sabe el espectador que de lo que desea saber. La narración va a mantenernos suspendidos entonces en la lógica maldita del film, la casualidad. Este factor (casi siempre mal utilizado) lo tiñe de un profundo pesimismo no sólo respecto a la sociedad actual sino hacia la naturaleza misma del hombre. El hombre que no cree en las casualidades es por definición una persona de pensamiento positivo. No es el caso de Vinterberg. Es por conocer la verdad que miramos con desconfianza cada nuevo factor que creemos puede implicar más al protagonista, la claridad de expresión del director y la estructura mecánica del guión aprovechan estos recursos y los explotan al máximo a pesar de trabajar con un argumento tan delicado que no permite errores. Habiendo cumplido estas reglas lo que necesitaba el film para terminar de ser efectivo era una buena actuación. El protagónico de Mads Mikkelsen parece ser la mejor de las decisiones ya que realiza un trabajo excelente. Brinda la actuación sutil y contenida que el film necesita para dar en el tono y generar contraste al mismo tiempo ya que el film es directo y crudo pero maneja en su iluminación, ambientación y cámara una frialdad que parece estar todo el tiempo a punto de estallar. Vinterberg vuelve como en La Celebración sobre el fantasma del abuso, pero también vuelve sobre el patriarcado y sobre la hombría como construcción simbólica y ritualística. El film abre y cierra con un ritual de afirmación de la hombría, la lucha por mantener este valor va a llevar a que entre un momento y el otro nada vuelva a ser igual. Lo que hace hombre al hombre es la protección y esta, sea o no cierta la acusación, fue vulnerada. En Algo muy Grave va a Suceder en este Pueblo de Gabriel García Márquez el motor de la falsa verdad era la superstición, en este film es la necesidad de validar un lugar social en peligro de extinción.
Una mentira inocente con consecuencias letales Thomas Vinterberg le pone un gran dramatismo psicológico a este film danés casi redondo, en donde Mads Mikkelsen se luce llevando a cabo un papel frío, duro y soberbio. El relato nos remite a la vida de Lucas, un sujeto de apariencia bonachona, el cual desempeña sus tareas laborales en un jardín de infantes, siendo una especie de compinche de cada uno de los niñitos que acuden cotidianamente a dicho establecimiento. Cuando parece que la suerte lo acompaña al contar con una racha de sucesos positivos y alentadores (comienza una relación amorosa con su compañera, tendrá la tenencia de su hijo), una pequeña patraña emitida por una chiquilla de la guardería cambia radicalmente su rumbo. Una mentira fortuita que lo involucra como abusador sexual de la niña, quien es nada menos que la hija de su mejor amigo. Y, como se suele decir que los chicos no mienten, todo esto se hace una bola en un pueblo que se tiñe de paranoia, desprecio, histeria y desconfianza. La película posee la capacidad de generar en el espectador diversos tipos de sensaciones poco felices, como estados de impotencia extremos, incomodidad y tensión. Prácticamente no hay una banda sonora que acompañe las escenas, todo pasa por un juego perfecto de diálogos, pausas, espacios en blanco y cruces de miradas que acentúan el dramatismo propio de la narración. Si bien el andar de las secuencias es manso, esto no perjudica ni incide negativamente en lo absoluto sobre el público, dado que resulta difícil hallar algún pasaje que esté de más; cada acontecimiento o frase que se mencione tiene importancia en la historia. La cinta nos muestra crudamente cómo puede reaccionar la sociedad frente a uno de los más repulsivos delitos que se puedan cometer, así como también el grado de insuficiencia que puede exhibir el acusado ante algo que no tiene manera de demostrar como falso, pese a que no haya cometido semejante obra desagradable. Un film gélido, de buena factura técnica e inteligentemente construido, que pone en alerta al observador, sumergiéndolo en un mar de percepciones y exaltaciones de principio a fin. LO MEJOR: la mezcla de sensaciones que genera. La actuación de Mikkelsen. LO PEOR: hacia el final puede que merezca alguna explicación más detallada de la resolución. Quizás no sea el tipo de película que suscite verla de nuevo. PUNTAJE: 7,2
La cacería de brujas Los niños siempre dicen la verdad, ¿correcto? En La cacería (Jagten, 2012), una niña de jardín de infantes dice una mentira, y a nadie se le ocurre cuestionarla. Su maestra llama a un psicólogo infantil, que le hace preguntas conducentes sobre si el maestro Lucas (Mads Mikkelsen) ha abusado o no de ella. Klara, la niña, se retracta. Ha sido una mentira, y el espectador lo sabe. Pero los adultos la presionan para que confirme el abuso sexual. Nadie quiere vivir con la duda. Lucas es un hombre solitario. Se está recuperando lentamente de un desagradable divorcio que le ha separado no sólo de su mujer sino de su hijo Marcus. Su mejor amigo es Theo, y Klara es su hija, a quien lleva a la escuela todos los días porque sus padres están demasiado ocupados peleando. Cuando Lucas refuta la infatuación que Klara siente por él, la niña rápidamente insulta su hombría. Su maestra le oye, involucra al psicólogo y hace un anuncio en la siguiente reunión de padres. No han pasado dos días y Lucas se ha convertido en un paria social. El hombre es inocente, no hay duda al respecto, pero no se comporta como un hombre inocente. Cuando le interrogan tiene la tendencia a responder con evasivas, como si nunca terminara de creer lo que está ocurriendo. Aparta a las pocas personas que quieren apoyarle, indignado por lo que ellos creen, o lo que cree que ellos creen. Pierde su empleo y el favor del pueblo entero, que le margina con asco y violencia. El guión viene de la mano de Tobias Lindholm y Thomas Vinterberg, además director. Está precisamente ingeniado. Donde muchas otras películas cortarían a otra escena (por miedo, por vergüenza, por falta de imaginación), La cacería continúa su desarrollo, llevando las acciones y reacciones de cada escena hasta sus máximas consecuencias. La película es un retrato impecable de la histeria colectiva, y del deseo del hombre de pasar juicio rápido sobre la maldad y sus abominaciones. La película es, además, un excelente estudio de personajes. Mads Mikkelsen da una excelente interpretación como Lucas, un buen hombre que no posee el tacto suficiente para defender su integridad y sufre la pérdida de lo que parecía ser el comienzo de una vida feliz. El resto del elenco parece regirse bajo la máxima de Constantin Stanislavsky de que “no hay roles pequeños, solo actores pequeños”. Particularmente notable es Thomas Bo Larsen como el alcohólico, sanguíneo, confundido, furioso, remordido Theo. Vinterberg se inició como director con La celebración (Festen, 1998), la película de cabecera del movimiento vanguardista Dogme 95. Aquella es otra gran película en la que la temática no es sólo la pedofilia sino el incesto. Sin duda posee un don para hacer películas inquietantes y de buen gusto, sin piedad por los tabúes sociales que extirpa y analiza meticulosamente.
Thomas Vinterberg fue uno de los fundadores del Dogma 95 junto a Lars Von Trier. Y el cine de los dos daneses tiene muchos puntos en común, aunque ya hayan abandonado casi todas esas reglas. En esta película, protagonizada por el gran Mads Mikkelsen (actualmente se lo puede ver por AXN en la serie "Hannibal" interpretando ni más ni menos que al Dr. Lecter), Vinterberg se acerca bastante al Von Trier de "Bailarina en la oscuridad". Lucas es un hombre adulto, divorciado, que trabaja en una guardería. Es una buena persona, se percibe desde el vamos. Mikkelsen aporta mucha calidez en esas primeras escenas a su personaje, demostrando que es uno de los actores más talentosos que tiene el cine hoy en día, pues en general sus personajes suelen ser más oscuros. Pero, así como lo hizo Von Trier con Björk, Vinterberg castiga al personaje. Lo castiga la vida, mejor dicho. De repente un comentario inocente de una niña que es vecina suya, una niña a la cual él le dio afecto al ver que sus padres no se preocupaban lo suficiente de ella, una niña confundida, cambia la vida de Lucas para siempre. Y lo que hace el director es ponerlo a prueba. La vida de Lucas cambia por completo. De repente el mundo se le vuelve en su contra. Y él no hace nada, nadie lo escucha, y él acepta las bofetadas de la vida. Vinterberg lo pone a prueba esperando que en algún momento estalle. Y también pone a prueba al espectador. Cuánto podemos soportar, ser testigos de lo que le está pasando a Lucas por un comentario sin intención de maldad. "The Hunt" es un impactante drama social que uno no se puede quitar de la cabeza después de verla, que invita a reflexionar, que atrae pero a la vez indigna. Una crítica hacia nosotros como sociedad. Es sublime el trabajo del director en esta película. Con un guión redondo, impecables imágenes, una tensión que va en aumento, así como nuestro interés, y unas interpretaciones bestiales, "The Hunt" es una película sólida que deja un sabor amargo por lo que te transmite con ese final: la caza nunca termina, nada nunca va a poder volver a ser igual, a estar como antes. Con un guión redondo, impecables imágenes, una tensión que va en aumento e interpretaciones bestiales, "The Hunt" es una película sólida que deja deja un sabor amargo por lo que te transmite con ese final: la caza nunca termina, nada nunca va a poder volver a ser igual, a estar como antes. Ni dentro, ni fuera de la pantalla.
(Anexo de crítica) Quince minutos es apenas el tiempo que se toma "La Cacería" para presentarnos el conflicto a desarrollarse en lo que queda de las dos horas que dura el film y puede decirse que ese corto lapso es el único momento de paz y tranquilidad que vamos a tener, ya que lo que sigue es una de las experiencias más incómodas, inquietantes y brutales que nos ha deparado el cine en mucho tiempo. Y si alguien sabe como incomodar, ese es Thomas Vinterberg, este director Danés que creara junto a su compatriota Lars Von Trier aquel (hoy desaparecido) movimiento que fué el Dogma 95 y que con "La Celebración" ya nos había entregado una obra tan fuerte, como la que hoy llega a los cines. No es la primera vez que vemos en pantalla una historia en donde una mentira cambia por completo el curso de una o más vidas, (recuerdan "Expiación...", de Joe Wright?), sin embargo La Cacería, lejos de contarnos una historia de amor con bellos paisajes y colores, nos trae un tema tan actual, como controversial, el abuso de menores. Noviembre Lucas, de unos cuarenta años está divorciado y mientras lucha por la tenencia de su hijo adolescente, consigue trabajo en una guardería. Le gustan los niños, juega y se divierte jugando con ellos, los cuida, y si a alguno de ellos sus padres se olvidan de pasar a recogerlo, el no tiene problemas en llevarlo a su casa. Como ocurre con Klara, la hija de su mejor amigo y quien será la que haga estallar esa bomba que acabará con la tranquilidad de este pequeño pueblo. Tras una desilusión y con cierta mezcla de rencor y culpabilidad, Klara de apenas 5 o 6 años (su edad no se menciona) recurre a Grethe, quien esta a cargo del establecimiento y le da a entender con su corta manera de expresarse que Lucas abusó sexualmente de ella. Como primer medida, Grethe hasta no tener pruebas, solo aparta a Lucas de su labor, para luego informar a los padres de los menores y finalmente a las autoridades. Diciembre. La vida de Lucas ya está completamente arruinada, quienes fueron sus amigos hoy le dan la espalda, ya ni siquiera puede comprar en los negocios del pueblo donde solía hacerlo y hasta se le prohíbe ver a su hijo. Es humillado, maltratado física y mentalmente por quienes dan por sentado que una duda puede más que una certeza. Y es ahí donde la mano maestra de Vinterberg más acierta. Cuando más seguros estamos de esa certeza, se las ingenia para hacer brotar en nosotros la duda. Y si Lucas es en verdad culpable? A esta altura poco importa, si una sociedad con la que compartió toda su vida, ya lo condenó. Mads Mikkelsen (a quien podemos ver en cable como el doctor Lecter en la serie Hannibal), logra una actuación realmente brillante, merecedora de los mejores aplausos, su composición de Lucas es tan auténtica que lo hace un digno y merecido ganador en Cannes 2012. Y está Anikka Wedderkopp, esa pequeña y enorme actriz que brilla en cada escena que aparece, con esos gestos, miradas y tic nerviosos que solo una gran intérprete puede plasmar en pantalla. Tal vez el final no sea el mejor que se pueda esperar y eso es lo único que se le puede reprochar a Thomas Vinterberg. Pero sin dudas estamos ante un gran film que merece ser visto para debatir y reflexionar, por más que en frente se estrene un tanque con veinte veces mas pantallas que éste.
La mirada ajena enajena El danés, otrora sindicado como uno de los representantes más importantes del Dogma 95, Thomas Veinterbeg ya hace tiempo que transita por otros territorios ríspidos pero no por ello menos atractivos desde el punto de vista cinematográfico, rayanos con la incorrección política siempre reivindicada por el cine convencional o aquel que busca el consuelo redentor de Hollywood para no ventilar las miserias humanas. La cacería (título poco feliz para un traducción que en realidad debería haber sido La caza) es un drama social sin moralina barata ni anestesia para espectadores que con frecuencia reaccionan de manera negativa ante propuestas en los que los maniqueísmos quedan absolutamente sepultados por las aristas y los reveces de la condición humana. Quedarse con la anécdota de esta historia que propone no un enfoque unidireccional sino precisamente ambivalente, caleidoscópico como si se tratara de un prisma que refleja distintos niveles de realidad se acomoda en el incómodo resquicio entre las víctimas y los victimarios anticipándole desde el primer minuto al espectador la inocencia de un hombre acusado de abuso deshonesto a la hija de su mejor amigo, quien junto a otros niños convive con el acusado durante unas horas en su trabajo de una guardería. Lucas (Mads Mikkelsen) es un padre divorciado que lucha por la tenencia de un hijo adolescente, Marcus (Lasse Fogelstrøm), y con la intención de recomponer esa relación comienza a trabajar en la guardería ya mencionada porque además le gusta el contacto con los niños pequeños. Su predilección por la hija de su amigo Klara (Annika Wedderkopp) es evidente, aunque nunca existen indicios de segundas intenciones. Sin embargo, la pequeña al no sentirse correspondida por Lucas y tras un límite impuesto por el adulto experimenta una reacción negativa y su enojo se convierte en fabulación. A partir de los dichos de Klara, quien bajo presión de la directora y de su propia madre, vacila pero confirma un encuentro sospechoso, la vida del sospechado cobra un vuelco de 180 grados sin ninguna chance de defensa ante el escarnio social que lo sume en una pesadilla sin retorno. Fiel a la idea de poner la otra mejilla, Lucas se resigna ante las infundadas acusaciones de pedófilo como una presa acorralada por la mirada ajena que ya lo estigmatizó a pesar que Klara resulta contradictoria en sus nuevas declaraciones. El director de La celebración (1998) ensaya en este film un tratado sobre la mirada de los otros cuando lo que menos está en juego es precisamente la búsqueda de la verdad y si bien no terminan condenando a su protagonista tampoco lo redime en su lucha desigual haciendo de este relato algo mucho más crudo y verosímil porque el espectador conoce pormenorizadamente todos los hechos y saberse depositario de esa verdad automáticamente lo involucra desde su condición de público pasivo, una pieza más del engranaje de la maquinaria social amparada en la hipocresía de la estigmatización. El planteo radical de este opus no complaciente resulta por un lado perturbador y por otro esclarecedor acerca de un tema considerado grave y serio que desde la dialéctica cinematográfica la mayor cantidad de veces se somete bajo las coordenadas de la venganza y el maniqueísmo poco interesante en materia conceptual. Todo está servido en bandeja para la reflexión y la mayor virtud de esta película se esconde recién en el clímax y en un desenlace absolutamente coherente y orgánico como este audaz trabajo requería para dejar una huella indeleble en cada uno de los espectadores.
Inocencia Interrumpida En épocas donde el abuso sexual infantil en las instituciones escolares, es noticia recurrente en los diversos medios de comunicación. Thomas Vinterberg, aquel que creó unos de los films de culto más trascendentes de los noventa (La Celebración), y uno de los fundadores de ese proyecto llamado Dogma 95. Ahora, vuelve a tocar el tema de la pederastia, pero desde un lugar mucho más incómodo, sobre todo para padres que tienen hijos en edad escolar, no depositando el monstruo en un sujeto pervertido que está a cargo de la educación de los hijos, sino en la sociedad misma, y en el núcleo psicótico paranoico de toda cultura...
Acusado y condenado A muchos nos sorprendió cuando lo anunciaron para la competencia del Festival de Cannes 2012, ya que hace rato que Thomas Vinterberg no hacía películas interesantes. Pero se ve que a falta de Lars Von Trier, en el festival necesitaban un danés polémico y encontraron que el muchacho de LA CELEBRACION tenía una película pasable y potencialmente, sí, polémica. Al menos, por su tema. Al filme en sí se lo puede calificar de “aceptable”, y seguramente se seguirá hablando de él (es de esas películas potencialmente Oscarizables y que parecen americanas sin serlo) por su historia de un hombre acusado por niños de jardín de infantes de abuso sexual. Es una historia que no es novedosa, aunque su planteo lo es, ya que toma el punto de vista del acusado y pone en juicio severo las acusaciones de los niños. Pero, claro, jamás los coloca en el lugar de “villanos”. Esos son sus padres que, excedidos por sus temores respecto a sus hijos, acusan y condenan a un hombre sin darle casi oportunidad de defenderse, aún siendo muchos de ellos amigos suyos. the-hunt 3La película intenta poner los nervios de punta al espectador, al estilo Hitchcock, ya que la acusación en apariencia injusta (la película deja hasta el final abierta una pequeña puerta a la duda) va creciendo y creciendo, envolviendo a un hombre inocente más y más hasta no dejarle salida, y haciéndolo cometer actos igualmente dudosos. Hay algo potencialmente molesto en ese suspenso artificialmente creado, ya que juega con emociones y actitudes de niños muy pequeños, y el filme está todo el tiempo al borde de caer en la manipulación emocional grosera. La película en sí no creará polémica -no es ese tipo de filme, ni busca crearlas a la manera de Lars-, salvo entre los que piensen que deja abierta la posibilidad de que muchos casos de abuso sean en realidad inventos de las víctimas. Si para algo servirá será para traer de nuevo al mapa del cine mundial al irregular Thomas Vinterberg. Ojalá sea el comienzo de una mejor etapa en su carrera.
¿Mentiras piadosas? La cacería, es el nuevo trabajo del realizador dinamarqués, Thomas Vinterberg quien en esta oportunidad propone una intensa historia en donde el germen del drama es sembrado por una pequeña mentira. Lucas (Mads Mikkelsen) es docente en una guardería para niños en un barrio en las afueras de Copenhague. Recientemente divorciado, lucha por la tenencia de su único hijo quien será clave a la hora del desenlace. Sus días transcurren con la tranquilidad característica de un ambiente campestre pero con una intensa actividad social. La cacería es el deporte local, y Lucas, junto con un grupo de amigos, lo practican usualmente. Casi como excusa para la reunión masculina, el arte de la caza pronto cobra una doble significación en donde se desdibujan los roles de cazado y cazador. Abruptamente la atmosfera se enrarece cuando Klara (Annika Wedderkopp), una de las alumnas de la guardería denuncia un caso de abuso sexual en contra de Lucas. No del todo convencida, la niña es la protagonista de varias entrevistas con maestros, psicólogos y demás profesionales quienes lejos de escucharla, sólo intentan confirmar con sus escasas palabras, lo que ellos quieren escuchar. Klara insiste en reiteradas oportunidades que ha mentido, pero nadie la escucha y es así como la vida de Lucas se vuelve un infierno. Alejado de sus amistades, aislado de su trabajo y sin su novia, la soledad llena sus días. Con un relato cinematográfico prolijo y gran intensidad temática, la sensación del espectador es la omnipresencia ya que es el único que tiene la verdad. ¿Klara ha mentido? ¿Es Lucas el perverso? El imaginario popular tienta la respuesta y así mismo lo hacen los personajes que repudian en cada acción el supuesto delito. El tiempo pasa y en el aparente retorno a la tranquilidad, el cazador es cazado. El verdadero perdón nunca llega y los interrogantes quedan abiertos porque, en parte, Klara ha mentido.
Esta nueva película del director de La celebración mantiene ese espíritu provocador y esa mirada inquietante que ya es marca de fábrica de buena parte del cine danés de los últimos años. Es que el ladero de Lars Von Trier en aquellos tiempos del movimiento Dogma 95 se arriesga aquí con uno de los temas más difíciles que el público pueda enfrentar: la pedofilia. O, al menos, la presunción de que se está frente a un caso de abuso infantil. Lucas (un extraordinario Mads Mikkelsen, ganador del premio al mejor actor en el Festival de Cannes 2012 por este trabajo) es un docente que debe trabajar de manera temporal como asistente en un jardín de infantes. Se trata de un hombre bastante solitario, pero muy querido en la pequeña comunidad en la que habita. Se ha divorciado hace poco, tiene un hijo adolescente que lo idolatra, y su única afición que sale un poco de lo común es participar en temporadas de caza. Las otras docentes y hasta los niños se rinden ante el atractivo y la discreta seducción de un Lucas que hasta empieza un noviazgo que parece hacerle muy bien. Hasta que? su mundo se derrumba por completo. Una pequeña rubia y encantadora niña de su sala se siente traicionada por el protagonista y asegura que él se ha propasado. No es difícil entender por qué los responsables de la escuela, la familia de la chica y el pueblo en general le creerá a la "víctima" e iniciarán una cruzada tipo efecto bola de nieve contra el "victimario". Ese es el planteo inicial de La ca cería , una película que pone al espectador en un lugar muy difícil (empatizar con el desdichado antihéroe, indignarse con la denunciante por su "pequeña mentira" y, al mismo tiempo, mantener siempre un manto de duda respecto de si efectivamente existió algún tipo de inconducta por parte del maestro), mientras aborda temas recurrentes en la filmografía de Vinterberg como la histeria colectiva, la degradación de la familia, la hipocresía social en tiempos de corrección política y un largo etcétera. El film está construido con una tensión casi insoportable (juega con la idea del hombre común hitchcockiano enfrentado a circunstancias extraordinarias que él no provocó) y con un tono de absoluta gravedad. Vinterberg es un experto en construir climas agobiantes, pero también en tomar al espectador de rehén. Así, la historia resulta atrapante (se siguen en vilo las desventuras y movimientos desesperados de Lucas hasta el final), pero también un ejercicio de manipulación emocional y hasta de sadismo hacia el espectador. Así de contradictoria es la película. Tómela o déjela..
El director danés THOMAS VINTERBERG vuelve a abordar el tema del abuso en una sociedad hermética, y lo hace valiéndose de los climas opresivos que han caracterizado su cine tan naturalista como asfixiante. Un guion que incluye una trampa narrativa que pide de la complicidad del espectador, con giros varios y un protagonista soberbio , un personaje a la medida del rostro y la personalidad gélida de MADS MIKKELSEN, enorme en cada plano que le toca jugar. Impecable en todos sus rubros técnicos, estremece, por su realismo, frialdad y por la cercano de un tema candente del que no siempre se habla. Cine autoral de calidad que cala hondo en el corazón de los espectadores.
Víctimas de la inocencia Incomodar y/o enojar al espectador son constantes en el cine del danés Thomas Vinterberg. Como su amigo y colega Lars Von Trier, pero menos extremista, el director vuelve a abordar como en La celebración el abuso de menores. Ya no dentro de una familia, sino en una comunidad pequeña. El protagonista es Lucas (Mads Mikkelsen, mejor actor en Cannes 2012), un tipo afable, muy querido por los niños que asisten al jardín de infantes donde trabaja, tanto como por sus amigos. Recién divorciado, pelea sin suerte un régimen de visitas de su hijo adolescente. Empieza una relación con una maestra del jardín, hasta que todo comienza a ir barranca abajo. El acercamiento al abismo llega cuando la hija de su mejor amigo cuenta en el jardín que Lucas le mostró su pene. El espectador sabe que es una fantasía de Klara. La comunidad se le cae encima. No lo escuchan. Tampoco hablan demasiado con la nena, por lo que esta caza de brujas tiene su costado pérfido. La película, que tiene su pie en el costado moral, aunque Vinterberg jamás la vuelve moralista, también trata sobre la ingenuidad. Y no sólo la de la nena, si no también la de Lucas, la de su hijo y la de todos. Cada uno se siente seguro con su verdad. Tanto, que no disimulan que lo que creen que creen es terriblemente cierto. No hay lugar para las dudas. Y allí comienza otra cacería, a la que hace referencia el título, ya que la primera es la que Lucas y sus amigos emprenden en el bosque, persiguiendo ciervos. Vinterberg echa su mirada sobre la comunidad. El padre de la niña, la madre, la directora del jardín, la amante de Lucas, gente involucrada directamente en la denuncia, pero también en el dueño del supermercado, el carnicero, los padres de otros niños. El cine danés suele hacer hincapié en que la actual es una generación perdida. Vinterberg explora la condición humana en sus miserias, pero también en la solidaridad. Con ese humor tan negro y macabro, desestabiliza cada tanto y desde el guión plantea al espectador constantes dudas. El cine de Vinterberg llega por los sentidos. Golpea primero en el intelecto hasta remover el estómago. No muchos cineastas son capaces de lograr semejante cosa. Mads Mikkelsen, compone un personaje complejo. Si primero dan como ganas de ayudarlo, poco a poco irá revelando otro costado de su personalidad, que tenía a flor de piel, pero también oculto. ¿Sólo los borrachos, los locos y los niños dicen la verdad? Pavada de pregunta plantea esta película que es, se dijo, como un golpe al estómago y al corazón.
El terror está en los otros Ambientada en un pueblo dinamarqués en los setenta, la película de Thomas Vinterberg, uno de los sostenes del ruidoso Dogma 95 y autor de títulos como La celebración (1998), Todo por amor (2003) y más recientemente Submarino (2010), mantiene la mirada desencantada que desde siempre mostró el director danés sobre la condición humana. Y esta vez el centro del relato, que participó de la competencia oficial del Cannes del año pasado, es el abuso infantil, una problemática que rápidamente produce rechazo –Desapareció una noche, Hijos de la calle, El hombre del bosque o Río místico son algunos títulos que abordan la cuestión desde el centro o periféricamente– pero el verdadero tema de La cacería, la obsesión del realizador, es abordar la miserabilidad de sus personajes, atrapados en convenciones, miedos, ignorancia y paranoia, un abanico de enfermedades sociales que las instituciones no hacen más que potenciar. El film entonces presenta a Lucas (el formidable Mads Mikkelsen, villano de Casino Royale, el doctor Lecter de la serie Hannibal), un maestro de jardín de infantes que recién empieza a reponerse de un divorcio difícil y lucha para recobrar la relación con su hijo. Pero una niña, hija de un matrimonio amigo y su alumna en la guardería afirma que un día Lucas le mostró sus partes íntimas. De allí, el protagonista enfrenta la acusación, el rechazo de sus amigos y de todos sus vecinos, una pesadilla que parte de una declaración inocente que se asienta en la genuina fascinación que siente la niña por Lucas, para convertirse en una escalada asfixiante de terror y violencia de gente común sobre un hombre común, que no reacciona ni ante su propio derrumbe, como esperando que todo sea un malentendido. Para el final, cuando todo parece encontrar una cauce si no normal, al menos soportable, Vinterberg reserva una coda terrorífica, una lectura moral que no hace más que afirmar su poética del rechazo al mundo que le toca retratar.
Todos contra Lucas Lucas (Mads Mikkelsen) es profesor de jardín de infantes en un pequeño pueblo de Dinamarca; un lugar helado, tranquilo, donde todo parece prolijo y en su lugar. Acaba de divorciarse y esta reorganizando su vida, hasta que es víctima de una mentira que crece como una bola de nieve. Aparece una nena que tergiversa las cosas, mezclándolas con sus problemas familiares y con sus fantasías, más una directora de colegio con pocas luces, y padres con paranoia colectiva y necesidad de catarsis, lo que termina convirtiéndose en una bomba que explota en la cara del protagonista. Desde el principio llama la atención la actitud pasiva de Lucas, tal vez es la tranquilidad de quien se sabe inocente, y confía en el buen juicio de los demás, o tal vez tiene esa actitud porque jamás supo tener otra. Siempre parece estar dejándole lugar a quien viene a invadirlo, no importa con qué intenciones venga, desde una ayudante del jardín decidida a conquistarlo y meterse en su casa, hasta una ex esposa que maneja la custodia de su hijo como quiere; o compañeros de trabajo que parecen tomar decisiones por él, sin tenerlo en cuenta. Mientras el malentendido crece, Lucas no solo debe enfrentar problemas legales, sino también la reacción de un pueblo con gente correctísima que, ante la duda, prefiere ponerse del lado de la mayoría, donde siempre es mejor que la culpa la tenga otro. Las cosas llegan demasiado lejos, Lucas se convierte en un animal acorralado, que por primera vez en su vida se ve obligado a reaccionar, a defenderse, aunque no tenga idea de cómo hacerlo. La historia le escapa a los golpes bajos y la violencia explícita, porque el foco está puesto en la violencia pasiva y cotidiana, en la forma en que funcionamos como grupo en el momento en que elegimos una víctima. En paralelo vemos un pueblo donde la mayoría de los hombres salen a cazar, y luego se emborrachan entre amigos, mientras las mujeres se quedan en casa, y los chicos se convierten en hombres cuando les regalan su primer rifle, y traen un venado como trofeo. El director Thomas Vinterberg, creador del dogma 95, conserva su forma de filmar cercana al documental, donde no son necesarios muchos elementos externos para construir la historia, que está sostenida por un guión sólido que permite hacer múltiples análisis sobre la doble moral y el funcionamiento de este pequeño pueblo, y de la sociedad en general. Mads Mikkelsen, compone brillantemente a un hombre callado, honesto, un buen tipo que de un día para el otro se convierte en victima de sus propios amigos y vecinos, y debe evitar convertirse en el trofeo de cacería de su pueblo.
Thomas Viterberg, el de la “La celebración”, realiza esta película que provoca al espectador, porque se habla de un caso de acusación de abuso infantil, que una niña realiza por capricho, y aunque luego se desdice el mal está hecho. Los adultos le creyeron la primera vez y agreden y separan a un hombre que hasta el día anterior era su querido amigo, un maestro de un jardín de infantes. Ese hombre encarnado por un gran actor Mads Mikkelsen (“A royal Affaire”, “Hannibal” en la tele) deberá luchar por su dignidad. No es una gran película pero perturba por la mentira infantil, las reacciones del mundo adulto en una pequeña comunidad y porque deja la puerta abierta a una sospecha todavía peor.
La mentira es una bola de nieve. Lucas (Mads Mikkelsen) es un hombre con dos caras, pero no en el mal sentido. Por un lado debe aparentar la felicidad frente a los chicos que cuida en la guardería en la que trabaja, pero por el otro tiene que enfrentar la soledad, la depresión y, a su vez, una lucha por la custodia de su hijo adolescente con su ex mujer. En este contexto, una nena, la hija de su mejor amigo, desliza una acusación aberrante contra Lucas, fundada apenas en confusión y algo de resentimiento ante ese hombre al que inocentemente ama. Así, las palabras de la chica formarán una bola de nieve que irá creciendo y creciendo hasta convertir a Lucas en un paria dentro de la ciudad en donde vive, sin posibilidad de defenderse. Porque ahora no importa que incluso Klara (Annika Wedderkopp) la nena que lo acusó al principio, diga la verdad. Él es el pedófilo y ella solo está confundida por el shock, o al menos, eso es lo que quieren creer todos. Thomas Vinteberg es uno de esos secretos a voces que siempre circulan entre los cinéfilos. Es un tipo extremadamente famoso dentro "del ambiente" (junto a Lars Von Trier fue uno de los padres del Dogma '95) y, aunque no aparezca en los créditos, es el responsable de La Celebración (Festen, 1998), una de las piedras fundacionales del estilo. En los últimos 15 años, Vinteberg demostró versatilidad en su cine, e hizo desde dramas complejos y hasta comedias livianas, pero siempre con un estilo marcado. En La Cacería (Jagten, 2012) el director vuelve al drama más trágico: el inevitable y, a su vez, evitable. El prejuicio y la mentira son las protagonistas de esta película brillantemente protagonizada por Mads Mikkelsen, que transmite desde su voz y sus gestos la indignación pasiva que siente por la situación en la que vive, mientras vemos cómo un caldero a presión está a punto de estallar en su interior. La sociedad y la cultura danesa vuelven a ponerse en la vidriera desde los ojos de Vinteberg, que marca el ritmo del costumbrismo del país escandinavo, desde las borracheras completamente avaladas hasta la cacería, un tema que en la película se toma tanto de forma literal como merafórica: A Lucas le gusta cazar ciervos, y a su vez, Lucas es cazado pero por su entorno más cercano, sin posibilidad de defenderse, sin chance de explicarse. La Cacería es desesperante. Logra generar empatía e indignación a la vez, y nos obliga a ponernos del lado del "malo", ya que, bueno, solo nosotros y Lucas tenemos la seguridad de su inocencia. Nosotros somos los que nos paramos delante de él y, a la vista de todos, defendemos al pervertido. Porque los chicos no mienten. @JuanCampos85
"INTENSO DRAMA DANÉS, CON UN DESENLACE A LA ALTURA" Habiendo sido uno de los inauguradores del movimiento Dogma 95, Thomas Vintenberg sacudió al mundo con un filme titulado “La celebración” (1998), acerca de una familia que se reúne a festejar el cumpleaños del patriarca de la familia, pero en la que el hijo mayor revela, en la escena del brindis, que había sido abusado sexualmente por su padre. La película recibió el premio del jurado en el Festival de Cannes de 1998, y fue aclamada por la crítica y el público. Su filme “Submarino”, de 2010, exploraba la vida de dos hermanos marcados por su infancia en un hogar con graves disfunciones. Indudablemente, la niñez ultrajada por los adultos, la pedofilia y sus efectos es uno de los temas recurrentes por este director danés, y esta vez, en “La cacería”, vuelve a él. Tras un arduo divorcio, Lucas, un maestro de jardín, se dispone a reconstruir la relación con su hijo adolescente y a rehacer su propia vida personal. Además, su mejor amigo es su vecino en la pequeña comunidad en la que viven, por lo que no resulta extraño que la pequeña hijita de éste lo visite en su casa, recorra junto a él el camino hacia la escuela, o se meta sin permiso en el aula donde él juega con sus alumnos, para regalarle un corazoncito hecho por ella y besarlo en la boca. Advirtiendo la confusión de la niña, Lucas le dice (amable, pero de forma correctiva) que sólo puede besar en la boca a sus padres, y que el corazoncito se lo debe regalar a algún niño de la escuela. Pero la niña, inocentemente (y, tal vez, con la malicia que desconoce de consecuencias) deja entrever que Lucas le mostró sus genitales, y a partir de allí el mundo de este maestro se dará vuelta por completo. La sorpresa y la desconfianza crecen hasta alcanzar proporciones inimaginables, y la pequeña población se sume en un estado de histeria colectiva, poniendo a Lucas entre las cuerdas, sin siquiera comprobar la autenticidad de la afirmación de la niña. Con gran presencia de su protagonista Mads Mikkelsen (no sólo ganador como mejor actor en Cannes 2012 por este rol; sino visto en la reciente "A Royal affair", nominada al Oscar como Mejor Película en habla no inglesa) el filme avanza lentamente pero con paso firme, agudizando la mala relación de Lucas con su entorno, especialmente con el padre de la pequeña, o sea, de su mejor amigo. Visitando algunos lugares comunes, ya visto en otros filmes, el director insiste en victimizar al protagonista cada vez más, incluyendo escenas de drama y violencia para agudizar la odisea del supuesto pedófilo: esto es, el maltrato físico y verbal que sufre en el mercado, el atentado que sufre en su casa, el vacío que le hacen en la iglesia, etc. Y como si todo ello no alcanzara, se suma la desconfianza de su nueva novia, a la que deja de ver. Tal vez algo sobrevalorada en páginas de críticas de cine, el filme de Vintenberg tiene climas interesantes y una puesta en escena gélida que acompaña perfectamente el conflicto central que, por cierto, jamás decae, sino todo lo contrario, va in crescendo, acrecentando el interés por el destino de su mártir. El final (¿abierto?) corona todo ese atractivo desarrollo previo, y deja al espectador casi mudo, proporcionando un golpe final que da lugar a la reflexión y al desconsuelo.
Cruel pesadilla con sello de autor Un inocente, amable e inofensivo maestro de una guardería de algún pueblo del interior de Dinamarca vive una vida solitaria en su enorme casa. Eso lo sabe hasta una nena del jardín, la hija del mejor amigo de este curioso maestro jardinero, la niña que detona esta historia aterradora digna de verse. El asunto es que, sin tener nada que ver con las tradicionales revistas XXX que circulan por todo hogar escandinavo, el pobre hombre termina siendo acusado injustamente de abuso de menores, lo que convierte su vida en una pesadilla. Tal vez su vida ya era una pesadilla antes: divorciado, sin que su ex mujer le deje ver a su hijo teenager, sin ser capaz de seducir a una doméstica inmigrantre salvo que ésta se le tire encima, este docente siempre está dispuesto a dispararle con su rifle a algún ciervo de los bosques daneses. Dada su exrema bondad, su inclinación a la caza mayor y su triste existencia en una casa inmensa, con la única presencia de su perrita de raza Cocker, y además, capaz de aguantar cualquier acusación injusta sin llamar al Inadi, pero listo para explotar por cualquier pequeñez sin que nunca lo ayude un abogado, el hipotético falso culpable da muy sospechoso. Encima, ¿alguien dejaría a sus chicos en un jardincito al cuidado de un archivillano de James Bond? (el protagonista es Mads Mikkelsen, el mismo que interpretó al ultramalísimo Le Chiffre de la remake de "Casino Royale". El talento de Thomas Vinterberg consiste en meternos en su clima pesadillesco sin que nadie se plantee demasiado el asunto con la lógica que debería tener un thriller convincente. Sólo la actuación de la nena que se siente eróticamente despechada, tanto como para acusar en falso a su maestro y padrino es electrizante; ella aparece en varios de los momentos imperdibles de una película despareja, pero recomendable por su mezcla de auténtico buen cine europeo hasta conducirnos al corazón de "auteurs" que en los 70 mezclaban morbo y talento. En realidad el que brilla y sostiene toda la película es Mikkelsen, quien suda la gota gorda para volver creíble cualquier cosa,. Lo que nos lleva a un guión no siempre tenso ni demasiado coherente, pero que constantemente toma direcciones imprevisibles, cuyas aberrantes posibilidades dan miedo en serio. Luego, hay momentos formalmentes descuidados, pero la película parece pensada para más de un par de escenas culminantes, gentileza de la fotografía de Charlotte Bruus Christensen, cuyo solo apellido ayuda a evocar a los maestros del mejor cine escandinavo. Este film es como una mezcla de melodrama hollywoodense con Bette Davis o Audrey Hepburn (esos que filmaba William Wyler), película de terror del género de "niños diabólicos" (típicamente inglesa, pero universalmente posible, sin olvidar "¿Quién puede matar un nilño?" de Narciso Ibáñez Serrador), y sexploitation de esos italianos magistrales para combinar morbo, provocación y tamices de cine de autor Igual que el mejor y más puro, y muchas veces totalmente olvidado cine europeo setentista, con "Jagten", el director de "La Celebracion" (gran éxito de taquilla de la franquicia/movimiento cinematográfico hiperpublicitado, el "Dogma"), vuelve a volar alto, pero ya libre de etiquetas. Entre otras cosas, se suponía que las películas del "Dogma" requerían que todo lo que hicieran los actores ante la cámara fuera real, cosa que se demostró falso (por las escenas explícitas de "Los idiotas", con dobles de cuerpos) , lo que todo amante del cine reconocería y celebraría como parte necesaria del show business, en su variante del cine europeo entrecomillado (que en ese momento necesitaba justificar conceptualmente el rodaje en tape, lo que ahora se aplica a todo el mundo).
El director de La Celebración se despacha con una narración brillante sobre el morbo que se esconde detrás de la condena social. ¿Cuantas veces hemos oído la frase “Los niños no mienten”? ¿Cuántas veces negamos que aprenden a hacerlo de nosotros? ¿Cuántas veces hemos condenado las acciones de una persona, sin evidencias concretas de su malicia? ¿Cuántos de nosotros estamos siempre listos, escudándonos detrás de una supuesta superioridad moral, para responder con cualquier tipo de violencia? Thomas Vinterberg nos confronta con estas cuestiones, y lo que creemos saber de ellas, en su nuevo opus. ¿Cómo esta en el papel? La película cuenta la historia de Lucas, un maestro cuya escuela cerró y ahora trabaja en un jardín de infantes. Un día recibe los avances –inocentes, desde luego– de una de las niñas a su cargo y al rechazarla, esta empieza a difundir un rumor de que abuso sexualmente de ella. Las autoridades del colegio lo denuncian y empieza una condena social, que oscila entre el abuso verbal y los ataques físicos, que no le pudo caer en peor momento a Lucas, ya que esta luchando por la tenencia de su hijo. El guión posee un excelente desarrollo estructural y de personaje; estas pegado a la butaca, pensando en como va a terminar o, peor, si cabe la posibilidad de que Lucas realmente haya cometido la atrocidad de la que se lo acusa. Dicho recorrido va a la par de su excelente desarrollo temático, donde el subtexto cobra un rol transcendental, sobretodo para poner en marcha el conflicto de la película. Me pareció brillante el elemento de la caza como metáfora de lo que están viviendo los personajes; sobre todo la utilización de la frase “Cuando los niños se vuelven hombres, y los hombres se vuelven niños”, utilizada para describir el rito trascendental –descrito en la pelicula– de obtener la licencia de caza. Dicha frase resume a la perfección la temática de la película. Los niños aprenden a mentir como los adultos, y los adultos se comportan irracionalmente como si fueran niños, al aceptar con cierta ingenuidad, infantil si se quiere, el testimonio de una niña como la verdad simplemente por creer que “Los niños no mienten” con la vehemencia de un chico que cree en Papá Noel sin cuestionar su existencia. ¿Cómo esta en la pantalla? La película tiene unas riquísimas composiciones de cuadro en 2.35:1 (Cinemascope), utilizando una paleta de colores fríos y con muchos contrastes; amen de una muy buena utilización de las luces y las sombras. También hace uso de una buena economía de planos, que están yuxtapuestos por un montaje preciso. El nivel actoral de esta película esta muy bien, pero lo mas alto del reparto es incuestionablemente su actor principal, Mads Mikkelsen. La gama de emociones que expone este caballero es notable: Timidez, Ira, Alegría, Frustración, Tristeza, Dudas. Un trabajo digno del galardón que se llevo en Cannes por esta película. Cuando lo vi., al menos para mi, se convirtió en algo mas que el villano de James Bond en Casino Royale. Lleva el protagónico con mucha fortaleza y produce desde el vamos empata con el espectador. Conclusión Una historia que pone en jaque nuestras creencias del mundo y critica el morbo detrás de los que ejercen la condena social sin un sustento fuerte. Guión y Dirección de afilada pericia, transmitidos a través de un actor protagonista que, con mucho talento y emoción, se compra al publico desde el vamos. Altamente Recomendable.
Rumores sumamente peligrosos Con delicadeza y gran tacto, el director aborda el tema de la mentira convertida en rumor y las consecuencias de lo que cualquier rumor puede hacer en la vida de una persona. Impecable formal y actoralmente, la película tiene un final discutible, pero es imprescindible para que los adultos mayores la analicen. Lucas (Mads Mikkelsen) es maestro de primaria. No está pasando un buen momento. Desocupado, con un trabajo temporario en un colegio infantil de su pueblo, acaba de establecer una nueva relación con una chica extranjera y lucha por ver Marcus (Lasse Fogelstrom), su hijo adolescente. Su aguda sensibilidad, quizás vaya en contra para atenuar el dolor del fracaso de la relación y las pocas palabras que imponen su carácter, no es lo mejor para relacionarse con esa pequeña sociedad que habita. Estamos en las afuera de Dinamarca, el frío aprieta. La naturaleza involucra a todos los que practican la caza y luego de dedicarse a lo que no consideran cruel (la muerte de animales salvajes) se arrojan al agua helada para atemperar sus rudos caracteres. Lucas hace amistad con la hija de su gran amigo Theo (Thomas B Larsen). Clara (Annika Wedderkopp) tiene cinco años, asiste a las continuas peleas de sus padres y carece de comunicación con mayores, demasiado preocupados por sí mismos. Lucas le dedica tiempo y alegría, por eso ella se siente molesta cuando algo parece separarlos. Y arroja una mentira como una botella al mar. La encargada del jardin de infantes recoge la mentira, la madre y el padre serán los que se enterarán después y la comunidad al final. La respuesta no se hará esperar y será cruel. UN TEMA DIFICIL El director de la recordada "La celebración", Thomas Vinterberg, con una mano ideal para tratar asuntos difíciles, elabora una suerte de red que encierra algo tan particular como una mentira. Pero una mentira que puede dañar a muchos y destruir a algunos. Y un pueblo lo cree y se fanatiza. Desde los padres de la pequeña ("Los niños no mienten", dice segura Grethe (Susse Wold), la madre), hasta los que,"por si acaso" comienzan a hacer a un lado al presunto culpable. Con delicadeza y gran tacto, el director aborda el tema de la mentira convertida en rumor y las consecuencias de lo que cualquier rumor puede hacer en la vida de una persona. Con un argumento similar al que Lilian Hellman planteara en "La hora de los niños", que William Wyler llevara a la pantalla, la película subraya un problema actual que puede destruir la vida de un individuo, o desencadenar un drama y que en varios casos ha causado tragedias que involucraron a personal profesional, no sólo en nuestro país. Impecable formal y actoralmente, la película tiene un final discutible, pero es imprescindible para que los adultos mayores la analicen.
La sospecha que envenena el agua Es noviembre en un pueblo nórdico. Los hombres se dan un chapuzón en agua helada, rito de la comunidad masculina que detenta fuertes vínculos de confianza, cotidianidad y tradiciones. Lucas (Mads Mikkelsen) es el maestro del jardín de infantes. Supera el divorcio, pugna por tener más cerca a su hijo Marcus y sostiene el afecto de sus amigos. Un capricho de Klara, la hija de su mejor amigo Theo (Thomas Bo Larsen), cambia el rumbo de su vida, quizás, para siempre. La cacería trae a los cines locales al danés Thomas Vinterberg, inolvidable realizador de La celebración, partícipe del Dogma que ahora retoma algunas líneas de aquel experimento magnífico que intentó derribar todo artificio frente a la cámara. Mads Mikkelsen protagoniza el drama rodeado de un elenco excelente. Grandes actrices y actores van mostrando la descomposición de los vínculos entre los habitantes del pueblo; el paso de aquel grupo sin conflictos, al presente de furia, resentimiento y sospecha que arruina el buen recuerdo. Y en el medio están los niños, su fantasía, la interpretación del mundo adulto. La denuncia contra el maestro toma la forma de una bola de nieve. La difamación y las dudas enrarecen el aire de ese paraíso bello e inhóspito. Vinterberg maneja la luz con destreza. La película transita por claroscuros y penumbras al filo de la visión. Las siluetas de los personajes hablan por sí mismas. Al principio todos quieren besar a Lucas, un hombre manso, reservado y tímido. La cacería pone la fuerza en la alianza indestructible de actor y cámara. Los primeros planos y el clima opresivo actualizan el pacto que en el siglo pasado Ingmar Bergman creó con el espectador. Nada bueno augura un dolor tan profundo. Los rostros son elocuentes, inmensamente tristes o feroces. Los diálogos atrapan por la profundidad de las miradas. Deslumbra la niña con la maestra; las preguntas incómodas que Klara responde; y cada encuentro difícil de Lucas con sus examigos. El hombre es victimario y víctima cuando el pueblo estrecha filas contra el indeseable. Además del conflicto (el abuso a menores) que estructura la película, Vinterberg propone otros temas, sin censurarse. La relación de los hombres con las armas, la muerte de los animales, la fuerza física enfrentada a la fuerza moral; la idea tranquilizadora de que los niños no mienten, y la violencia con distintas formas y alcances, van anudando la trama. La cacería plantea el misterio que encierra cada persona ante los ojos de los demás y el valor de la confianza en un contexto que involucra a los niños. Además de la empatía que logra Mikkelsen para el hombre que ha perdido la inocencia por un golpe del destino, el director ofrece un final abierto. Una vez que algo se quebró en la conciencia de héroe y comunidad, el regalo de Lucas a Marcus expone al espectador a nuevos interrogantes.
Un suceso muy particular espabila a un pueblito de su letargo gourmet y genera una versión muy europea (siempre de moda) de la vieja y querida turba iracunda intentando aplicar justicia. El disparador -ó el disparado, ojo- es un profesor acusado de manosear niñas de cachetitos sonrosados. Jagten nos incomodó más por el manejo de sus intérpretes que por su tema en cuestión (el cual contiene el peso propio suficiente para incomodar, aunque cada vez menos). Todos los involucrados en la trama ofrecen actuaciones consagratorias, incluído el perro del protagonista. Lucas (Mads Mikkelsen) es profesor de educación inicial en un hermosísimo jardín de infantes danés. Las postales del kindergarten son preciosas y -si uno fuera padre- no duraría ni un segundo en elegir un establecimiento similar para su niño ó niña: Interiores de madera, calefacción central, juegos de avanzada, espacios para expresión artística, espacios para recreación y tonificación física, etc. Un chiche. Tal vez se nos tuerza un poco el gesto al observar a Lucas revolcándose en el heno con niños de siete años, pero bueno, estamos en Europa, está todo bien, allí todo es de avanzada y no nos podemos permitir otra cosa que rendir pleitesía y devoción a todo lo europeo, sin objetar nada. Debe ser normal y debe estar bien que un cuarentón solitario, fachero y de mirada torva juegue a la lucha grecorromana con niños y niñas de preescolar. Pero nena: Tu risa es la magia de los rocanroles. Entonces, cuando ese pueblito danés está por convertirse en el puto pueblito de tus sueños, una muñequita increíble que no supera los siete u ocho años asegura (terapia mediante) que Lucas le hizo algo feo. La escuela (institución) se inquieta, pide cautela, guarda silencio ante las exclamaciones de la niña. Lucas aún no sabe nada y continúa ejerciendo la docencia y estableciendo contacto físico con sus alumnitos. Cuando la niña empieza a soltar detalles, la condena social hacia Lucas se hace tan latente que sacarlo a patadas del establecimiento educativo es lo más suavecito que ocurre. Hay agravantes: La niña es la hija del mejor amigo de Lucas, interpretado por ese soberbio comodín de Vinterberg llamado Thomas Bo Larsen, quizá el mayor exponente de vitalidad en ese exceso de ídem que fue Festen. Lucas asegura ser inocente. La niña también. El pueblo, más que balancearse, se inclina violentamente abrazando la causa de uno de los involucrados. El otro recorrerá el metraje tornándose un paria absoluto, o sea un paria en Dinamarca, o sea un señor que ya no recibe visitas y vive tranquilo en una casa hermosa paladeando ahumados de ciervo hasta que la paz se rompe a causa de algún piedrazo agresivo ó (quizá) algo peor. La situación ha sido retratada de modo muy delicado y sutil en su superficie, conduciéndonos a una obvia -pero no por eso menos disfrutable- tensión progresiva a medida que buceamos en los sucesos y relaciones que entrelazan a los personajes, sus familias y su comunidad. Vinterberg logra un film tenso en lo narrativo, inobjetable en lo técnico y definitivamente demoledor en lo interpretativo. Tenso, inobjetable y demoledor, como Lucas aguantando los trapos en la iglesia ante la mirada de un centenar de vecinos que lo acusan de adicto al coito anal con menores de edad.
Cuando el rumor es más fuerte que la historia, se imprime el rumor Vinterberg invierte el dispositivo de su primera película. Mientras La celebración desarticulaba la mecánica del silencio frente al incesto, La cacería intenta establecer la cartografía creciente del rumor: un ruido molesto que corre y se extiende como una epidemia. De la mentira a la calumnia, de la amistad al ostracismo, el director examina los sobresaltos morales de un pueblo cuando uno de sus habitantes es acusado de tener contactos sexuales con una niña. El mutismo ante el incesto que permitía conservar una fachada armoniosa se convierte en este caso en un rugido gregario que hace estallar los vínculos sociales. Lucas es auxiliar en un jardín de infantes de un pueblo suburbano bordeado por un gran bosque en el que practica la caza en compañía de sus amigos, una banda de alegres bebedores. Entre ellos está Theo, padre de la pequeña Klara que frecuenta el jardín donde trabaja Lucas. El torpe retrato de la condición masculina del protagonista atormentado por contradicciones insolubles entre un trabajo reservado a las mujeres y el más viril de los pasatiempos, se diluye rápidamente en un encadenamiento de secuencias demasiado literales y subrayadas con las que el director plantea su denuncia. Primero vemos a Theo y a su mujer discutiendo delante de la niña, mientras el hijo mayor corre por la casa con una pantalla digital en la que la pequeña ve la imagen de un pene erecto; el mismo día, Klara besa a Lucas en la boca y le ofrece un pequeño corazón de cartulina, a lo que el maestro responde con delicadeza y respeto; por la tarde, la niña le cuenta a la directora que Lucas se exhibió ante ella. La película presenta, sin matices, el naufragio social de un hombre íntegro ante la desconfianza y el desprecio de sus conciudadanos. Vinterberg fuerza al espectador a tomar partido: Lucas es inocente, sin la menor duda; la directora es una vieja detestable y estúpida que toma al pie de la letra el comentario de una niña desconcertada; los padres de los alumnos son verdugos que no obedecen a ningún juez. El retrato de la comunidad es exasperante, los habitantes del pueblo son una caricatura: sordos ante las evidencias y demasiado contentos de haber desalojado el Mal a imagen de las cazas de brujas ancestrales. Una vez que el germen está inyectado, nada puede contenerlo; la niña se retracta, pero los adultos lo toman por vergüenza. Las reacciones, que devienen en una suerte de linchamiento con escenas violentas, son muy poco realistas. Si bien la ausencia de reflexión está en el centro de la propagación de los rumores, la insistencia del director por mostrar sólo la bajeza humana ante la dignidad de su héroe encierra a toda la película en un maniqueísmo fácil.
Los trucos del chanta perfecto Hay cineastas que a lo largo de su carrera depuran virtudes estéticas plasmadas ya en sus óperas primas; otros, develan progresivamente, con mejores o peores resultados, miserias. Las películas más resonantes de ese seductor experimento publicitario llamado Dogma 95, La celebración, Los idiotas, de Vinterberg y Von Trier respectivamente, fusionaban temas “pesados” con propuestas formales que sacudían las mentes bien pensantes de varios críticos. Parecía un momento saludable en medio de tanta parquedad monocorde. No obstante, se advertía entonces una delgada línea entre la honestidad de un programa estético y la mera manipulación; en otras palabras, la sospecha del “chanta talentoso”. El caso de Von Trier al respecto es sintomático: Contra viento y marea fue el comienzo de una estrepitosa caída por los caminos del sadismo disfrazado de importancia. Caníbal de Dreyer, el infante terrible del “nuevo cine danés” nunca tuvo empacho en someter a sus heroínas a los más míseros tormentos, en proponerles un mundo cerrado al sufrimiento. Vinterberg recurrió a formas más solapadas pero con la inclusión de temas delicados tales como el abuso sexual, la caída familiar y la hipocresía de una comunidad consagrada a rituales herméticos. Esta última incursión, La cacería, bien podría emparentarse con la figura del “falso culpable”, tan cara a Hitchcock como a Fritz Lang, pero a diferencia de la mirada sutil sobre la sociedad americana que proponían éstos, el director nos ofrece aquí el calvario del profesor Lucas, acusado injustamente de pedofilia por la pequeña hija de su pareja amiga y las consecuencias que ello genera, sin ninguna tela que medie para sobrellevar el dolor por la injusticia, con momentos, inclusive, que rozan lo inverosímil a juzgar por cómo se encadenan las acciones. Hay que subrayar la palabra injustamente porque como espectadores no se nos da otra opción. La forma en que se construye el punto de vista nos cercena cualquier incertidumbre y sabemos que el personaje es y será inocente, por lo tanto, nuestro destino es compartir su martirio (plagado de crecientes humillaciones). Uno advierte talento en la manera en que filma Vintenberg y dirige a sus actores (excelentes todos), pero es como si se esforzara en subrayar su omnipresencia a la hora escenificar una crueldad para que la padezcamos como tal. Eso sí, jamás dejará de decirnos que este mundo es un perpetuo sufrimiento, necesario. En este sentido, las referencias cristianas y las alusiones moralizantes están a la orden del día: el protagonista (sagrado entre los niños que cuida) se sacrifica a las humillaciones de la comunidad con una pasividad por momentos irritante, pone la otra mejilla y no guarda rencor absoluto por lo que le hicieron. Es decir, humanamente como personaje es indigerible. Además, analogías obvias que no requieren esfuerzo alguno de interpretación: la cacería animal como símil de la que se hace con Lucas o la costumbre de la niña de no pisar las marcas del piso, análoga a no traspasar ciertos límites en la vida. De este modo, la óptica desde la que se cuenta la historia se centra en la idea de sufrimiento (del héroe y del espectador) sin ningún matiz, o atisbo de ambigüedad en el planteo. Este ejercicio de manipulación revestido de importancia (que seguramente generará discusiones extra cinematográficas) carece, inclusive, del encanto de la provocación de una película como La celebración (con justas dosis de humor) y se ahoga en lo predecible. Su punto de partida parece ser el del lugar seguro de conducir al espectador a un único sentimiento, el de la emoción piadosa frente al castigo (¿divino?). El problema no radica en la elección de mundo que propone Vinterberg, sino en su sadismo gratuito y en la oportunista selección de temas que, de por sí, ya anticipan un cierto resguardo para no caer al precipicio.
Nenes que fabulan y maestros que sufren El danés Thomas Vinterberg (“La celebración”) nos habla otra vez de hogares destruidos por terribles secretos. Y lo hace con un filme incómodo y difícil, muy respetuoso en la presentación de un tema como el de la pedofilia y muy inquietante en su planteo: será cierto –pregunta- que los chicos nunca mienten. Aquí estamos ante la denuncia de una nenita fabuladora y solitaria que, acaso por despecho, cuenta que fue abusada por su padrino y mejor amigo de su padre, un ser muy cercano a ella, el único que le hacía compañía cuando sus padres reñían. A partir de esa denuncia, el jardín de infantes, los padres de los otros alumnos y al final todo el pueblito se hacen eco de esta acusación y acabarán arrinconando a este maestro solitario y golpeado, con un divorcio a cuestas y un estoicismo a toda prueba, un ser que acepta como un fatalismo semejante pesadilla. Tema difícil, bien formulado, con escenas creíbles, personajes ciertos y clima agobiante. Algunos subrayados innecesarios (enterrar el perro bajo la lluvia; la escena en el supermercado; la misa) le van quitando rigor y transforman lo que era una implacable película de terror en un melodrama pueblerino de menos vuelo. Pero el filme vale porque invita a reflexionar sobre los prejuicios, la huidiza verdad, la malévola tendencia de la gente a creer siempre lo peor, el contagio que genera algo así entre los demás chicos del jardín. Un filme serio que en su ambiguo final deja flotando varias preguntas. Habla de esos niños diabólicos que por imaginar tanto no pueden distinguir entre la realidad y la fantasía. Y pinta la oculta maldad de esos pueblos que parecen necesitar algún chivo expiatorio para poder descargar sus furias, sus borracheras, sus aburrimientos, su intolerancia y sus vacíos. La caza es la alegoría: los niños se convierten en jóvenes cuando reciben un arma y salen solitos al bosque. El filme, desde el título, pretende ir más allá del ataque a ese maestro. Quiere decirnos que los ciervos y los hombres a veces están desamparados ante la malicia de los que manejan los rifles.
Un hombre solitario a punto de reconstruir su vida ve todo empañado por una mentira. Este film es del director danés Thomas Vinterberg (43 años) el mismo de “La celebración"(1998), esta giraba en torno a una celebración familiar, los 60 años del padre de familia y todo queda empañado cuando se descubre un secreto familiar oculto por años. Este film también fue representado en teatro aquí en Argentina con un gran elenco: Juana Viale, Benjamin Vicuña, Gonzalo Valenzuela, Osvaldo Santoro, Antonella Costa, Silvina Acosta y Beatriz Spelzini. En esta historia y en “La cacería” en ambas tocan el mismo tema como la pedofilia y la pérdida de la inocencia, pero dentro de otro marco, situaciones y momentos. La historia habla de un docente Lucas (Mads Mikkelsen) que intenta encontrar un poco de tranquilidad en un pequeño pueblo danés, se acaba de divorciar, tiene un hijo Marcus (Lasse Fogelstrøm) adolescente, con todo lo que implica esto y en poco tiempo va a viajar para pasar la navidad con su padre. Durante sus horas libres se divierten con los amigos del lugar, comen, beben, cazan ciervos en el bosque, (esto forma parte luego de su cena), hasta se emborrachan .Pero Lucas siempre se demuestra solidario ante cualquier situación que lo requiera. En el jardín de infantes donde trabaja, todos los niños lo persiguen.es simpático, cariñoso, amable y muy respetuoso, se podría decir que todos los niños lo quieren. Él también la pasa genial, tal vez se sienta un poco el papá de todos, en ese grupo de niños se encuentra la pequeña Klara (Annika Wedderkopp) es la hija de un matrimonio amigo Agnes (Anne Louise Hassing, "Los idiotas") y Theo (Thomas Bo Larsen, "La celebración"). Klara tiene muy buena relación con la mascota Fanny quien vive con Lucas, la niña en sus horas libres suele pasar algunos momentos agradables con este animalito y a veces él la acompaña hasta su casa o la escuela. La vida de Lucas comienza a encaminarse, hasta comienza a encontrar el amor con una compañera de trabajo Nadja (Alexandra Rapaport). Pero toda esa amable relación que él logro con esa pequeña comunidad danesa se quiebra ante un hecho inesperado. La pequeña Klara al sentir un rechazo tonto de Lucas crea una terrible mentira que le cuenta a Grethe (Susse Wold) la directora del jardín. Es una mentira chocante porque habla del abuso, de golpe la vida de Lucas y la del todo el pueblo cambia abruptamente. Esta pequeña comunidad cerrada no piensa, se enceguecen con solo pensar que Lucas abuso de una pequeña. No se interroga demasiado a la niña ni le ponen un apoyo psicológico, todos sin saber demasiado lo juzgan, la directora y personal del jardín, la amante de Lucas, la familia de la niña, los padres de otros niños, en fin todo el pueblo. La gente de este pueblo y su comportamiento tienen algún punto de contacto con “Las brujas de Salem”, de Arthur Miller. Quien conoce la verdad en ambas historias es el espectador que se angustia tanto como los protagonistas de la historia, en este caso, por un lado está la inocencia del docente y por el otro la de la nena. Esta es una historia que mantiene al espectador atento, viendo las miserias humanas y con una tensión casi constante, donde se ve como las personas de este lugar le arrojan piedras por la ventana, le pegan en la calle o donde se encuentre, no le hablen y no crean en él, no le den lugar para defenderse. Lo humillen junto a su hijo, a su compadre Bruun (Lars Ranthe, “Hermanos”2004) y algunos amigos. Se encuentra muy bien narrada, con una maravillosa fotografía, con interesante ritmo pausado logrando el interés de la platea, mostrando cada uno de estos detalles y logrando muy buenos climas, donde te va dando distintos elementos, y por donde va la caza a la que alude el título. También está la ingenuidad del cazador y su presa, y se van explotando varios sentimientos y situaciones. Con muy buenas actuaciones y la gran interpretación de Mads Mikkelsen, no falta un poco de humor negro y la tristeza.
La jauría humana El director danés Thomas Vinterberg fue otrora uno de los iniciadores, junto a Lars Von Traer, de lo que se conoció como Dogma ‘95, todo un manifiesto sobre cómo y qué filmar, un movimiento vanguardista que finalizó, por no tener reglas muy claras, aproximadamente en el año 2005, pero que sin embargo dejó obras cinematográficas de importancia tales como “Los Idiotas” (1998), de Lars Von Traer, el mismo año que Vinterberg estrenaba “La Celebración”. En esta última el tema principal era el abuso de menores dentro de una familia, trabajada como mentiras y secretos endogámicos en el sentido más coloquial y amplio del término. Ahora con “La cacería” vuelve sobre el mismo tema, casi como excusa, pero desde otra óptica, para desplegar otro “lema” subyacente sobre el originario. Todo transcurre en un pueblo en el que, entre las actividades principales masculinas, los hombres salen a cazar ciervos y a tomar cerveza, festejando vaya uno a saber qué. De ahí que el título del filme se pueda entender a priori, luego de la primera secuencia, para luego justificarse desde otro lugar y con otra significación. La historia se centra en Lucas (Mads Mikkelsen), maestro de un jardín de infantes, muy querido por todos los chicos, el que es acusado, luego de ponerle límites claros a Karla, hija de su mejor amigo, de haber abusado de ella. Ante tamaña denuncia, y bajo el arbitrio de “los niños nunca mienten en estas situaciones”, la directora de la institución, en primera instancia, y luego, como una gran bola de nieve, todo el pueblo apuntan su dedo acusador sobre el docente implicado. Nadie cree en el adulto, ni su ex mujer, ni su nueva pareja, ni su hijo adolescente, quien primero duda, y luego es victima del desprecio y la agresión de la comunidad como le ocurre a su padre. Con gran maestría el director atrapa al espectador haciéndolo testigo de la inocencia del maestro para así comprometerlo empaticamente con el héroe. Al mismo tiempo, y aplicando su forma de crear climas de sospechas sobre el personaje, de manera muy similar a la del maestro Alfred Hitchcock, va acentuando gradualmente como un martirio tal calvario sobre él, casi asfixiante, angustioso, en el que un hombre común se ve envuelto en una telaraña de la duda dentro de una situación extraordinaria que él no indujo. La otra postura incomoda a la que el realizador promueve al espectador es, manipulación de por medio, y sólo a partir del personaje infantil que construye, la de sentirse enojado con la nena, de la que lo poco que sabe es que sus padres no le prestan atención, su hermano mayor la provoca, y que tiene su único refugio afectivo en Lucas. La niña padece de un síntoma, en realidad es una metáfora trabajada en todo el texto, no puede, tal es el pensamiento y acto compulsivo, caminar cruzando líneas. Líneas morales, éticas, conductuales, que serán cruzadas por casi todos los demás personajes. Entonces el tema principal deja de ser la pedofilia para pasar a ser el prejucio, la condena sin pruebas, la mentira que no tiene retorno, el rumor que se despliega tal cual la nieve que cae en el pueblo, lo que hará que la vida de Lucas cambie indefectiblemente. El punto crucial del filme es que el director lo presenta desde determinado tipo de universalidad, no desde una necesidad universal sino que pone el énfasis en la posibilidad, o sea, esto no le ocurre a todo el mundo, pero le puede ocurrir a cualquiera. Tal es el manejo sobre la duda que en determinado momento el espectador hasta vacila respecto lo que él mismo fue testigo. Vinterberg traza una línea muy delgada, a veces imperceptible para el público, entre el impacto emocional que provoca la historia y el efecto dramático que produce. Esto encuentra su mayor apoyo en la elección estética, no tanto en la estructura narrativa, que es del orden de lo clásico, lineal, y progresivo, sino en función del diseño de un sonido ambiente que refuerza el clima. El tipo de iluminación ya mencionada parece haber sido elegido a partir de trabajar con movimientos de cámara por momentos nerviosos, la elección de los planos, por instantes muy cerrados sobre los personajes, en relación a otros por encima de ellos, como subyugándolos, con los que va construyendo el relato de la mano la música y la banda sonora. Su ilusoria insensibilidad es justamente en lo específico un recurso convincente y distintivo de provocar emotividad, para ello debía contar con la excelente actuación de Mads Mikelsen, al que el público argentino pudo haberlo visto en “Flame y Citron” (2008), acompañado de un muy buen elenco en el que se destaca la blonda niña (Annika Wedderkopp), y su padre Theo (échate un nombre) personificado por Thomas Bo Larsen, actor infaltable en las producciones del director danés. Un filme que provoca al espectador y lo deja pensando por mucho tiempo más haya de lo que dura su proyección, debido al conflicto que instala en el público cuando nos revela el lado más oscuro del personaje con el cual nos identificamos y un interrogante con final abierto.
Con una muy adecuada dirección de actores, el danés Thomas Vinterberg vuelve a su retrato de las relaciones humanas, campo en el que logró notoriedad en su debut de La celebración. Aquí es la historia de un hombre (el perfecto Mads Mikkelsen) que, en plena reconstrucción de su vida, se ve falsamente acusado de pedofilia. Lo importante es el retrato de la paranoia social y que el film pone en tensión la vida real y ese mundo virtual creado por el miedo y el chisme.
PUEBLO CHICO, INFIERNO GRANDE Situada en algún pequeño pueblo de Dinamarca, el film cuenta la historia de Lucas, un ex-profesor divorciado, padre de un hijo adolescente, que trabaja en una guardería para chicos. La realidad de Lucas se cruza con la de Klara (la hija menor de uno de sus mejores amigos) que va a esa misma guardería, probablemente la única que existe en el pueblo. Esta nena tiene una “gran cuota de imaginación” como se la define en la película y entabla una relación especial con Lucas. Pero al poco tiempo, de la boca de ella salen explícitas frases repetidas de memoria dejando en evidencia un supuesto abuso sexual por parte de él. En este pueblo la cacería es el deporte por excelencia e incorporado por el grupo de amigos de la infancia de Lucas, que además del placer que les provoca matar ciervos, se juntan a tomar litros de alcohol durante largas horas de la noche. Esta misma gente que después de las acusaciones empieza a darle la espalda. La película nos muestra la decadencia de este hombre en un pueblo endogámico y hostil, con un poder de sugestión extremadamente potente. Lucas queda solo. Su hijo Marcus, que lo visita durante un tiempo y su padrino, son los únicos que lo sostienen en semejante calvario. Ni siquiera puede hacer sus compras en el mercado de la zona, porque hasta el carnicero se niega a venderle carne y llega al límite de golpearlo. Paradójica escena porque lo que sí se vende en ese pueblo a lo largo de toda la película es la carne humana, la de Lucas. “Los niños nunca mienten”, se repite una y otra vez durante todo el relato. Más allá que Klara confiesa la inocencia de Lucas, la idea del abuso ya está instalada en la comunidad, como un tumor que se extiende y que es imposible de extirpar. Porque siempre es más fácil sacar la culpa afuera y seguir yendo a misa en Navidad a cantar villancicos como si el demonio estuviera lejos de nosotros. Sin embargo, un sótano que supuestamente existe en la casa del presunto abusador se convierte en un detalle importante. Un “sótano” que si lo metaforizamos y lo ampliamos de sentido es un oscuro lugar bajo tierra, donde uno guarda lo que no está en uso o lo que no quiere ver. Pero este “sótano” no es parte de la casa del protagonista porque no hay lugares escondidos en él. Lo fascinante de esta historia es la analogía entre la cacería de ciervos y la cacería humana. Vemos varias tomas del bosque, de los animales y de Lucas como si fuera uno de ellos, confiado e inofensivo caminando tranquilamente entre los árboles, con el sol que encandila su vista, en la mira de los ojos que lo apuntan constantemente. Esto le pasa a ambos, a los ciervos en su hábitat natural con los cazadores y a Lucas en su pueblo, con esas miradas torcidas que se fijan sobre él sin darle respiro. Un año después se reencuentra todo el grupo para una de sus clásicas cacerías. Caminan por el inmenso bosque cuando Lucas queda solo. De pronto se oye un tiro, se ve el reflejo de una luz y una figura que desaparece. ¿Una alucinación? Tal vez, o simplemente una huella que jamás va a poder borrarse.
Imagino que, sin importar el lugar en el que vivan, siempre han escuchado aquel famoso dicho "los niños y los borrachos dicen la verdad". No sé si por costumbre o por tradición, comunmente se afirma que los niños no tienen malicia y que es imposible que digan alguna mentira. En parte es cierto, o lo era hace algunos años, antes de que tuvieran más acceso al contenido tan "abierto" que hoy en día ofrece la televisión y el internet. Aunque siempre ha sido común escuchar que un pequeño miente´por interés, ya sea para conseguir un juguete o un helado, ahora es más fácil escuchar que un pequeño hable de besos o del amor sólo porque lo ha visto en las novelas, y a los padres nos hace gracia o simplemente pasamos por alto lo que consideramos "juegos" en la creencia de que niño e inocencia son palabras que van de la mano. La Caza (The hunt en inglés) es una película de Thomas Vinterberg (It´s all about love), y protagonizada por Mads Mikkelsen (A Royal Affair), que interpreta a Lucas, un profesor de jardín de niños, que vive separado de su mujer y con quien pelea la custodia de su hijo. Es así que, un día común, jugando con sus pequeños pupilos, por capricho de uno de ellos, dice una pequeña mentira que desata el caos en su vida. La película es bastante complicada. No es ágil, no tiene escenas de acción y no tiene efectos. Aquí todo es habilidad del director, de los actores y del proceso de edición. Y La Caza, logra ser una película que no necesita de mucha teatralidad para mantenerte al borde de tu asiento. Esperando por lo que sigue. Indignándose ante la "naturaleza" del ser humano, esa naturaleza irreflexiva, que nos hace ser capaces de cometer las peores injusticias y de reaccionar de maneras que no pensamos puedan ser posibles. Esa irracionalidad de juzgar a los demás sin conocer la historia a fondo. Y sufrimos con el personaje de Mikkelsen, que sobra decirlo, es un grandísimo actor. De las mejores películas del 2012, que increíblemente pasó desapercibida en los oscares, pero que afortunadamente resultó reconocida en otros lugares (Cannes, BAFTA, Vancouver). Imperdible para los que busquen mejor cine. Eso si, no apta para susceptibles.
Otra manera de definir el terror “La cacería” es una de esas películas que incomodan de principio a fin. El lenguaje elegido, los rostros de los actores, el movimiento de la cámara, el clima, el tempo... están sugiriendo todo el tiempo que algo anda mal por algún lado. La historia acontece en un pueblito nórdico, frío, montañoso, rodeado de bosques poblados de venados. Un pueblito de hombres y mujeres criados y educados en las viejas tradiciones, con ritos de iniciación incluidos, pero también bajo los lineamientos de la educación más progresista, liberal y humanista. En ese ámbito, Lucas, un hombre de mediana edad, transita un momento difícil de su vida. Ha regresado a su lugar natal luego de un matrimonio frustrado. En pleno trámite de divorcio, y no en buenos términos, abandonó su hogar, su hijo y su trabajo, y ahora, lucha por recuperar el diálogo con su ex esposa, reclama poder ver más a su hijo y trata de rehacer su vida. En la encantadora aldea montañosa se ha reencontrado con sus amigos de toda la vida, con quienes comparte aventuras y borracheras en los tiempos libres. Durante la semana, trabaja como maestro en el jardín de infantes del pueblo. A esa escuela asiste Klara, la hija de su mejor amigo, Theo. La pequeña siente un especial apego por el maestro y le gusta jugar con la perra de él. Está claro que se conocen no solamente de la escuela. Lucas es amigo de la familia y allí es costumbre visitarse y compartir muchos momentos. El caso es que Klara evidencia cierto abandono y falta de contención de parte de sus propios padres, y busca en Lucas la atención que no tiene en su casa. En algún momento, el maestro debe ponerla en su lugar, en la escuela, y la niña reacciona con despecho y lo acusa ante la directora de conducta abusiva. No en esos términos, pero en su lenguaje infantil, lo da a entender. Ya está, deja instalada la sospecha en la directora que se siente obligada a denunciar el hecho e iniciar una investigación. A partir de ese momento, el protagonista empezará a vivir una verdadera pesadilla. Justo cuando estaba intentando recomponer su vida, había iniciado una nueva relación amorosa y estaba a punto de recuperar a su hijo, estalla el escándalo. No solamente pierde su trabajo, las autoridades de la escuela dan intervención a la policía y en el pueblo lo rechazan y segregan en todos lados, hasta el punto de ser atacado violentamente en varias oportunidades. Bola de nieve Como una bola de nieve, lo que empezó siendo “una tontería”, como la misma Klara trata de explicar a sus padres luego, va creciendo al punto de que todos, incluso los otros alumnos del jardín, empiezan a sostener la versión de que Lucas es un abusador de niños. Solo contra todos, hasta que en algún momento, los demás parecen decidir perdonarlo y todo parece volver a la normalidad... sin embargo, no será tan fácil. Thomas Vinterberg, coguionista y director de este film, es conocido por haber sido uno de los fundadores del movimiento Dogma 95. En “La cacería” se advierte cierta influencia de aquel movimiento, sobre todo en el manejo de cámaras y en una marcada preferencia por los primeros planos, de modo que los rostros y los gestos dicen mucho más que las palabras. El relato se ubica en los comienzos del invierno y en plenas fiestas navideñas, clima que se ve completamente perturbado por el escándalo. Como se sabe, los nórdicos tienen una estrecha relación con el paisaje, basado en cierto animismo ancestral. Vinterberg maneja de un modo muy convincente todos esos aspectos de una cultura para construir un relato que coquetea permanentemente con el género del terror. Un terror refinado, que en ningún momento cae en lo grotesco. Un terror afianzado en lo más profundo y misterioso de la psiquis humana, difícil de domesticar aún para los pueblos más evolucionados. Excelentes los trabajos actorales, en especial el del actor Mads Mikkelsen en el papel de Lucas y el de la niña Annika Wedderkopp como Klara.
Mentiras y castigos Lucas es un hombre de mediana edad que está tratando de rehacer su vida después de un divorcio: trabaja como asistente en un jardín de infantes, empieza a salir con una compañera de trabajo y busca establecer nuevos lazos con su hijo adolescente. Sin embargo, un día todo se derrumba. Una niña del jardín asegura que Lucas le ha enseñado sus partes íntimas. Es una fantasía, una suerte de inocente venganza, pero la mentira se desparrame como un virus y el daño no encuentra límites. Al igual que en “La celebración”, el director Thomas Vinterberg vuelve a abordar aquí el tema del abuso de menores (siempre difícil de digerir), pero esta vez desde el punto de vista del supuesto “victimario”. El realizador danés (compañero de Lars Von Trier en el Dogma 95) escarba en el mito de que los niños no mienten (un mito que los adultos sostienen y potencian) a la vez que desnuda sin piedad a una sociedad que juzga antes de cualquier veredicto y expone lo asfixiante que es vivir en una comunidad pequeña. El drama está sostenido por un increíble Mads Mikkelsen (ganador en Cannes por este papel), que compone a un hombre retraído, que parece no reaccionar ante la injusticia, y que incluso no muestra ningún tipo de rencor hacia la niña que mintió. Es cierto que Vinterberg siempre camina al borde de la cornisa con respecto a la manipulación del espectador, pero nunca moraliza ni se presta a los golpes de efecto. Sí se mantiene fiel a su tradición de generar interrogantes y polémica, y refuerza este concepto con un final abierto tan inquietante como todo el filme. “La cacería” es de ese tipo de películas que quedan dando vueltas en la cabeza del espectador cuando, en algún momento, se apaga el ruido cotidiano.
Herida que sabe esconder su cicatriz A partir de una violencia progresiva, y contenida, el danés Thomas Vinterberg trama una historia de secretos, silencios, acusaciones, mentiras, delaciones. El supuesto abuso sexual sobre una niña como disparador argumental. Es difícil olvidar aquel momento de La celebración (1998), donde uno de los comensales pedía silencio con golpecitos de cucharita en la copa. El grupo familiar estaba, finalmente, reunido en la mesa de la gran casona. Pero había algo "raro" entre tanto gentío, entre tanto saludo de bienvenida. Como si las paredes de la casa dieran asilo a la vez que contención, obligados todos por el ritual de la comida. Porque una vez se escuche lo que el sonido de la cucharita prologa, ¿qué oscuros designios habrán de sobrevenir para proteger, justamente, al nido familiar y su historia? Con aquella película, el realizador danés Thomas Vinterberg respondía a las normativas del Dogma 95, cuyos lineamientos cinematográficos darían luz, por parte de Lars von Trier el otro miembro fundador junto con Vinterberg del Dogma, a la película Los idiotas (1998). La celebración es también una de las mejores películas del cineasta, así como espejo retroactivo sobre el cual mirar su filmografía posterior. En este caso, La cacería no es la excepción. Ya no se trata del entorno familiar (cerrado), pero sí del pueblo pequeño, de bebedores atorados de cerveza, con rituales ancestrales entre rifles y venados, donde la mirada dura de la esposa se mixtura con las trompadas masculinas. Un equilibrio de relaciones que tiene tradiciones, casas con más o menos dinero, sonrisas de ocasión, y el deber de educar a quienes nacen dentro de las mismas costumbres. Todo cubierto por un manto de bienestar compartido, en donde prevalecen unos buenos modales esforzados por ocultar las fisuras, que serán inmediatamente visibles allí cuando la oportunidad lo propicie. En medio de ello está Lucas, vive solo, separado de su mujer, en pelea por la tenencia de su hijo adolescente. Tiene un trato de apego con los niños que es también conducta ritual en ellos, que le esperan cada mañana escondidos entre los árboles del patio de recreo del jardín. Lucas llega y la situación divertida se reitera, entre gritos y juegos. Más la relación próxima con la hija de su mejor amigo, una rubia pequeña, de carita bella, con tics reiterados, afectada por las líneas que dividen el suelo en tantas baldosas como bloques de cemento. La relación entre los dos es de afecto pero, de pronto, habrá un quiebre, un golpe de suerte para que la fisura se muestre y se abra al abismo. Si en La celebración el golpecito de cucharita desencadenaba la violencia sofocada como la que escondía el césped entrecortado en Terciopelo azul, de Lynch, aquí habrá equivalencia en uno de los comentarios casuales de la pequeña. Con una picardía que confunde lo ingenuo con lo adrede, que tendrá la lección más clara en la impronta materna, contenida en los diálogos, donde la madre sabrá cómo ratificar a la hija dentro del entorno. Porque, en todo caso, de lo que se trata es de sostener lo dicho, de señalar el desvarío, y de reventarlo como signo de cura. En La cacería hay, en este sentido, toda una serie de rituales que respetar. Solamente a partir de ellos, el funcionamiento social y la aceptación dentro del seno serán posibles. Pero Lucas es, también, una anomalía. Vive solo, tiene amoríos con una de las maestras. Nadie mejor como excusa donde cebar los odios contenidos, en donde provocar tanto ruido como sea suficiente para pode tapar, justamente, los comentarios de los demás niños, persistentes en descripciones que destaparían a un demonio mayor y, ahora sí, verdadero. Pero Lucas se debate entre él y la pertenencia al grupo. Insiste en sus propósitos de vivir allí, entre amigos o familiares, donde el demonio ha sido aparentemente ahogado en vahos de cerveza compartida. Volver al ruedo le hará ocupar la situación límite, la del cordero sacrificial en la celebración mayor de todas: la misa navideña. Nadie mejor que Mads Mikkelsen para interpretar a este hombre que desvaría de modo paulatino, mientras un hijo le brinda afecto y el medio le escupe a trompadas. Su actuación le valió el galardón en el Festival de Cannes, y lo orienta de manera sutil respecto de su rol demente en Pusher (1996), de Winding Refn, o de Le Chiffre en la puesta al día de Bond en Casino Royale (2006). Ahora, de hecho, se ha vuelto encarnación del joven Lecter en la serie televisiva Hannibal. Mikkelsen guarda en su rostro lugar para la simpatía, el desconsuelo, el rencor, las cicatrices. La cacería es, así como nexo oscuro con el film antes aludido, también vínculo con preocupaciones que Vinterberg ha tematizado en títulos como Todo es por amor (2003) y Dear Wendy (2004). Lazos sociales entre los cuales, a veces, al amor es posible, mientras los vínculos generales se sostienen desde secretos que roen por su momento de aparición, preñados de violencia. De hecho, La cacería tendrá su posibilidad de reunión, de reorganización, para la cual el ritual debe necesariamente otra vez estar. (Así como ocurría en la extraordinaria película inglesa El ojo del diablo, 1966, de J.Lee Thompson, con David Niven y Deborah Kerr). Y por si ello no fuera suficiente, habrá también alertas perfectas para dejar bien en claro que aquí nada pasó y que ¡cuidado! porque, dadas las contingencias, mejor estar a cubierto. Como si del fátum griego se tratase, aunque sin metafísica poética.
Vi La caceria, de Thomas Vinterberg semanas después de su estreno en Buenos Aires, el 13 de junio pasado. Casi tres semanas después, sigue en cartelera. Película fuerte que pone a prueba a un personaje, envolviéndolo en una situación injusta, observando y preguntando cómo saldrá de ahi. Vinterberg (La celebración) menciona en alguna entrevista un concepto que es bien interesante y que pone a funcionar en la dinámica del personaje: hay una matemática en el drama , algo así como una situación inversamente proporcional en torno a la justicia que enfrenta: cuanto más justo el personaje, se lo expone a la situación más injusta, fórmula hitchcockiana por excelencia, continuada por Polanski, tópicos del cine de suspenso. La película está basada en un caso real, provisto por un psiquiatra al mismo director. A partir de los dichos de una pequeña, un maestro de jardín de infantes es acusado de abuso de niños, sospechado y lógicamente rechazado por su comunidad, una comunidad compacta y afable (la película comienza con un juego en el lago en el que en seguida se destaca Lucas) que deja de serlo cuando siente que uno de los suyos se ha vuelto en contra. Claramente Klara miente. A partir de allí y, como en un juego, los demás niños, hacen la misma acusación (a la que nunca asistimos). La narración no juega con bordes ambiguos en ese sentido, en ningún momento se nos presenta Lucas como un personaje sospechoso, hay una corrección, una madurez, una contenida actitud que no podria haber sido de otra manera. En ese juego narrativo está el verdadero interés de esta película, por momentos siniestra, que nos identifica con un personaje atacado por un delito que no cometió, hecho que desplaza a un segundo plano la problemática del abuso. Delicada elección, por otra parte. Algunas escenas, son clave: como la de la niña que ve entre sueños, entrar a su habitacion la sombra de su padre, en el marco de la puerta, recurso repetido para mencionar visualmente el abuso verdadero. Vale la pena, tiene algún golpe bajo que la empaña pero la pelicula es redonda y deja pensando.
Explosión de psicosis colectiva El tema que el danés Thomas Vinterberg aborda en La cacería ya había sido el motivo principal de su aclamada La celebración (1998), film con el que el realizador se hace conocido alrededor del mundo y uno de los títulos señeros de aquello que se llamó Dogma 95, una serie de postulados con los que junto a su compatriota Lars von Trier intentó volver a un cine de producción minimalista buscando recuperar algo de la pureza quela factura independiente levantaba como bandera. Se trata del abuso sobre menores, de la pedofilia, que en el caso de La celebración aparecía con una aditamento aún más estremecedor, ya que esa violencia había sido producida por un padre hacia sus hijos. Vinterberg no había vuelto sobre el tema hasta ahora; en cambio, en La cacería –título ya alejado del concepto Dogma– el danés invierte la ecuación en los términos usuales, es decir, aquí hay alguien que será injustamente acusado de semejante vileza y todo el mundo se le volverá en contra negando cualquier atisbo de aclaración que permita vislumbrar el fondo del asunto. En ese ponerse del otro lado, el eje de La cacería no es tanto el delito en cuestión sino la psicosis colectiva que suele generarse en casos de dudoso origen y que no hacen otra cosa que mostrar una sociedad intolerante, autoritaria, regida por preceptos antidemocráticos y decidida a hacer justicia por mano propia. Con estos elementos puestos a relacionarse, Vinterberg muestra a un hombre llamado Lucas, un maestro de jardín de infantes de un bucólico pueblo de provincias en Dinamarca; en realidad su lugar de origen, pero del que partió hace un tiempo para regresar ahora con un divorcio tras sus espaldas y un hijo adolescente motivo de una tirante disputa de tenencia con su ex. Lucas tiene a sus amigos en el pueblo con los que se reúne a beber cerveza, comer y a narrar historias de caza de animales, una práctica por lo menos popular en la zona. Estos trazos que pintan una situación que alivia algunos pesares del protagonista –en el jardín de infantes es el maestro más querido por los niños–, levantando su ánimo hasta el punto de comenzar a flirtear con una inmigrante, comenzarán a desdibujarse tan pronto como una pequeña de la escuela, ofuscada porque Lucas le observó que el piquito juguetón que la niña le dio en su boca no debía volver a suceder, esboce una fantasía, y en su inocente deseo de venganza por sentirse rechazada por su adorado maestro, la comunique a la directora del establecimiento. A partir de allí, el paraíso se vuelve tan flamígero como un infierno y los habitantes del pueblo no pueden ver a Lucas como otra cosa que un pervertido abusador. El actor danés Mads Mikkelsen (Valhalla Rising, Casino Royale) es quien encarna a Lucas (se llevó el premio a mejor actor en Cannes 2012 por este rol), y lo hace con una conciencia enérgica, con una concentración apasionada; compone a alguien incapaz de pedir socorro y dispuesto a reclamar por su dignidad herida, y lejos de convertirse en un héroe trágico camino al sacrificio, permanece en el pueblo con el aliento contenido pese a las humillaciones y a la violencia con las que la gente descarga su vehemente ira –algo de lo que participa hasta su mejor amigo, padre de la pequeña que encendió la chispa–, concentrándose en la seguridad de su inocencia y en la posibilidad de demostrarla. En esta instancia, La cacería adquiere ribetes de thriller; la intriga acerca de hasta donde las familias del pueblo irán cebándose con la figura del maestro se redimensiona; ya no cuenta que en un par de oportunidades la niña haya reconocido que mintió, que nada de lo que dijo había ocurrido –situación que tiene su corolario cuando un psiquiatra que entrevista a la pequeña señala que los niños víctimas de abuso tienden a negarlo–; por el contrario, cualquier ocasión será buena para que esta gente sacie su sed de castigo y Lucas se convierta en persona no grata hasta para quienes trabajan en el supermercado del pueblo. Vinterberg no cejará en su idea de esa hostilidad latente cuando sobre el final, cuando todo parece haberse aquietado, la violencia se haga evidente allí donde no se la espera. Es de este modo que La cacería pone en escena un acertado fresco sobre la violencia social contenida, sobre todo la de aquellos sectores que presumen de ser ejemplos en un sistema hipócrita y atemorizado que dice repudiar la injusticia, pero que condena y está dispuesta a matar sin pruebas.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
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En La Cacería (Jatgen, 2012), Mads Mikkelsen interpreta a un maestro de jardín acusado de abusar sexualmente de una niña. Los adultos no dudan un segundo de los dichos de la niña y la conducen a confirmar el hecho que nunca ocurrió. Thomas Vintenberg vuelve a meterse con un tema controversial y entrega una película cargada de un realismo brutal. Lucas es un hombre que está atravesando un problemático divorcio. Alejado de su hijo, pasa sus días trabajando en un jardín de infantes. Allí tiene como alumna a Klara, hija de su mejor amigo Theo, que ignorada por sus padres encuentra en Lucas una figura paterna. Cuando este rechaza la atracción que la niña siente por él, ella inventa que se ha propasado. Acto seguido, la directora llama a un psicólogo infantil que en lugar de indagar en la veracidad del hecho conduce a la niña a prolongar su mentira. Lucas es separado de su cargo y se convierte en un paria. El pueblo entero lo condena y sólo su hijo cree en su inocencia. Vintenberg (La Celebración, 1998) corre el peligro de hacer una cinta que relativice los abusos sexuales pero lejos de hacer esto se despacha con una película que coloca al espectador en un lugar incómodo. Creer en la inocencia del personaje interpretado por Mikkelsen y restarles crédito a los dichos de la niña no es algo fácil, precisamente por tratarse de una criatura. De ahí en más Lucas será la víctima y, como lo indica el título del film, título se convertirá en presa de esta cacería. Vintenberg crea un clima intenso, pesado y angustiante que con el correr de los minutos se hace insoportable. Los planos cerrados y la casi completa ausencia de música extradiegética dotan a La Cacería de un realismo inusual en el cine contemporáneo. La actuación de Mikkelsen es insuperable y hasta ahora lo mejor de su carrera. No es casualidad que haya sido escogido como el mejor actor en la edición del festival de Cannes del año pasado. El resto del elenco no desentona y hasta el más mínimo de los papeles está interpretado de una manera brillante. El director se mete con un tema recurrente y juega con los sentimientos del espectador que se pondrán del lado del maestro acusado y llegarán a descreer de una niña. Incómoda, La Cacería es una película que permite analizar a la sociedad en su conjunto y mostrar hasta dónde es capaz de llegar la histeria colectiva. 5/5 SI Ficha técnica: Título original: Jatgen Dirección: Thomas Vvintenberg Guión: J. Michael Straczynski, Matthew Michael Carnahan Duración: 114 minutos Género: Drama Origen: Dinamarca Distribuidora: Impacto Cine Reparto:Mads Mikkelsen, Thomas Bo Larsen, Susse Wold, Anne Louise Hassing, Lars Ranthe, Annika Wedderkopp.
Mentiras verdaderas La cacería trata sobre un cuarentón ario y simpaticón que vive en un pequeño pueblito de Dinamarca. Se acaba de divorciar, su hijo se fue a vivir con su exmujer y se quedó sin laburo, pero, como tiene cara de buen tipo sabemos que va a salir adelante. Usa anteojos, el jopo lacio para el costado, barba de un par de días, y tiene toda la pinta de ser el padre buena onda pero un poco conservador de un amigo del barrio. Se llama Lucas (pero imagínenselo pronunciado con acento nórdico para mayor efecto) y, como lo echaron del colegio donde laburaba, empezó a trabajar en un jardín de infantes, como una suerte de transición hasta reencontrar su camino en la vida. Es tan pero tan buen tipo que le cae bien a todos y hasta enamora a un par de mujeres, una de las cuales es una treintañera extranjera con la que pegará onda y comenzará a noviar. Pero claro, ahí comienza el problema. ¿Por qué? Bueno, porque otra de las enamoradas del bonachón de Lucas tiene menos de diez años y es una de las alumnitas del jardín de infantes. Un buen día, como la niñilla está enamorada del hombre, decide decir una mentirita. Esta mentirita es que el bueno de Lucas le había mostrado su pene erecto en toda su lasciva exuberancia. La directora, claro, se lo cree. ¿Por qué? Porque “los niños no mienten”. Claro, bueno, entonces la directora llama a un psicólogo, la niña repite la mentira, el psicólogo se lo cree, la directora exagera y bla, bla, bla. La cosa es que el pueblo entero termina acusando al bueno de Lucas de pedofilia, lo echan del jardín, le abren una causa judicial, y le imputan aún más supuestas violaciones. ¡Bum! Todo al carajo. Chau laburo nuevo, chau noviecita nueva, chau chances de ver a su hijo. Hola posibles años de condena. Luego pasa algo muy curioso, porque la niña admite su mentira, pero su madre piensa (o quiere pensar) que su hija entró en estado de negación, entonces no le presta atención y el bueno de Lucas sigue públicamente marginado durante el resto del metraje. Entonces la película comienza a trabajar esta idea que va a ser la que reine por el resto de la misma: lo frágil que es la percepción de la realidad. Cómo el statuos quo de una comunidad puede desmoronarse por la mentira de una infanta y todas las trágicas consecuencias que esto puede tener, con la vida arruinada del bueno de Lucas como la principal. Vinterberg parece querer decirnos que la superficialidad, los prejuicios y la paranoia no son problemas americanos, sino que son un mal del gen humano. En un pueblo donde no pasa nada y la gente se aburre, entonces, mejor que algo pase ¿no? Si no tenemos una guerra sobre nuestras cabezas o una economía bamboleante como para inculcarnos la paranoia, creemos nuestros propios problemas. Ya fue: pedofilia en el barrio. Pongámosle onda a Dinamarca con un poco de quilombo globalizado. ¿Por dónde iba? Ah, sí, bueno. Al bueno de Lucas, como no había pruebas suficientes, lo sueltan después de haberlo metido en cana unos días, pero, vaya sorpresa, sigue siendo un marginado ya que el pueblo sigue creyendo que es un pedófilo. ¿Por qué sagaz argumento creerían esto? Ah, claro, porque “los niños no mienten”. No lo dejan hacer las compras (de hecho le propinan unos golpes), su mejor amigo lo desconoce, le rompen una ventana de un piedrazo y hasta le matan al pobre perro. Qué bajón. Pero no todo está perdido, porque en un momento epifánico en la iglesia durante la misa de Nochebuena, con un coro de niñas cantando villancicos, el padre de la niña mentirosa (que además era el mejor amigo del bueno de Lucas), se da cuenta de la inocencia del buen hombre mirándolo a los ojos. Sí, y lo perdona, o más bien le pide perdón y le lleva un poco de morfi y una birra para pasar la Navidad. Lo positivo es que aparentemente el padre finalmente entendió que la premisa “los niños no mienten” es cuasi surrealista, y que los nenes tienden a decir cosas que no son ciertas por el simple hecho de que su realidad es más maleable que la de los adultos. ¿O no es así? Ah, claro, la de los adultos es igual de maleable porque su mundo se derrumbó frente a las palabras de una niña de diez años, alterando así la realidad de una pequeña comunidad. ¿Y por qué? Porque “los niños no mienten”.
Analizar una película como La cacería es verdaderamente difícil sin dar spoilers dado que es un film muy rico para comentar y desmenuzar en largas charlas dado a todo lo que genera y todas las reflexiones que se pueden hacer. Cualquiera que vea esta cinta no va a salir indemne. Algo le va a causar, ya sea indignación absoluta y frustración, hasta sed de justicia y un verdadero cuestionamiento de cómo es que recibimos las noticias y las confirmaciones que emitimos sobre ellas cuando aún son rumores. Ver La cacería incluso puede llegar a ser un buen ejercicio sociológico sobre los pueblos pequeños y los comportamientos de sus habitantes dado que es ahí donde radican todas las genialidades argumentales que hacen la historia y la composición de sus personajes. El director Thomas Vinterberg (Querida Wendy, 2006) regresa a su país natal (Dinamarca) para desarrollar uno de los mejores dramas estrenados recientemente, que sin ser un hecho real declarado es muy contemporáneo en todo el mundo. El clima de tensión y la forma que consigue generar empatía con el espectador es formidable, al igual que una edición perfecta donde los planos lo dicen todo. Y cuando los planos no hablan si lo hacen los actores: Mads Mikkelsen, quien ha demostrado ser un groso en la serie Hannibal, aquí hace los mismo pero mostrando otra faceta. Todos estos elementos bien combinados hacen que luego de una breve introducción del conflicto en los primeros 15 minutos de la película sumerjan al espectador por completo en la trama involucrándolo de una manera cuasi íntima. Pocas veces u título se encuentra tan bien utilizado como en esta oportunidad donde no sólo la cacería es una práctica -aberrante- practicada por los habitantes del pueblo sino también por lo análogo en cuanto al protagonista que es “cazado” en todo sentido. En definitiva, es una gran película para ver y luego debatir hasta el cansancio, si es que este llega.
La Sombra de una Duda Thomas Vinterberg, director de origen danés nos plantea una historia aquí tan densa como ajustada, y a la vez perturbadora. El personaje principal (Lucas) viene de ratos difíciles -separación, relación con su ex e hijo adolescente-, y en su nuevo trabajo en un Jardín de Infantes es señalado como eje de un supuesto abuso sexual, o sea lejos le tocará cargar con un sayo pesadísimo, para mal de males: impuesto y prejuzgado antes de saber si es o no culpable. La pesadilla se acrecienta en esa pequeña y amistosa comunidad donde se mueve, comenzándose a transformarse en una horda de vecinos que pasan a dictaminar su propia condena social al tipo, mostrando la hilacha violenta, feroz, despiadada. Como se sabe siempre hay una especie de manipulación al espectador como para que un filme de medidas artísticas solventes (hay excelente fotografía, buenas actuaciones, credibilidad en general, etc) sea atrapante en su propuesta, como dentro del cine hay ejemplos calificados del tema del abuso a niños y /o la manipulación y rápida ejecución del espinoso tema: "La Duda" (Doubt, 2008, John Patrick Shanley). Lo más notorio, importante es que después de verla nos deja una sensación de dudas a nosotros mismos, nos hará repensarla o buscar una urgencia de discusión con otros espectadores. Algo que en el cine es impagable.
Cuando la mirada del resto acecha, los rumores se vuelven enormes voces en la cabeza de un sujeto y lo persiguen hasta denigrarlo, cuando todo lo construido se destruye a través de una simple sospecha y la mentira se enfrenta en una lucha mortal con la verdad… los seres humanos se involucran en una sanguinaria y depredadora cacería. El director Thomas Vinterberg nos entrega un excelente film que tiene como protagonista a Mads Mikkelsen, quien gracias a su actuación en este film ganó el premio a mejor actor en Cannes 2012. Lucas es un maestro de jardín, muy querido por los niños que, en lo particular, lleva una vida bastante solitaria y con problemas con su ex mujer y su hijo. A partir de la mentira de una niña del jardín, el pueblo entero se volverá en contra de Lucas acusándolo de pedófilo; perderá su trabajo, el respeto de los demás, sus amistades y en fin, su libertad y la vida que había construido. Lo interesante de esta historia no reside en la novedad, sino en la construcción de la psicosis colectiva como producto de una acusación inocente y fabulada. La expresión “pueblo chico, infierno grande” aquí se despliega con maestría y terror. En una sociedad conservadora y machista, cada habitante del pueblo toma posiciones extremas frente a algo que no está claro del todo, poniendo como bandera la institución familiar y la inocencia infantil; así, Lucas queda como chivo expiatorio de la hipocresía general. Como ya había mostrado en su aclamada película “La celebración”, Vinterberg propone un disparador simple y desmorona todas las estructuras familiares y sociales que penden de un hilo. Otro punto a destacar en el film es la actuación de Mikkelsen que cobra gran poder cuando se produce la transformación: Lucas debe adaptarse a un nuevo orden de cosas, a una sociedad que lo odia, lo acusa y lo acecha cual un venado en un día de cacería. Así se encuentra el personaje: desvalido, en completa debilidad y esperando ser devorado por sus acusadores que cada vez más se convierten en una bola de nieve cargada de delirio. Tanto es así que ni siquiera encuentra la suficiente fortaleza para defender su inocencia (lo cual puede instalar la duda sobre la verdad del asunto en el espectador) y ni bien empeora su situación, su carácter va siendo cada vez más depresivo y abandonado. Exceptuando por algunos momentos en que la impotencia le gana y desata la ira sobre la hipocresía de sus amigos, lo cual agrega significativa tensión y dramatismo al film. La cacería es una película, ante todo psicológica y con grandes cuestionamientos morales. Todos los personajes están presentados a medias, su interior no se descifra del todo y esto crea el clima confuso y agobiante. Lo central de la historia es la causa común en la que se une todo un pueblo atravesada por la incertidumbre de la verdad o la mentira. A partir de la declaración de la niña, se efectúa un despliegue psicológico de todos los personajes, donde el espectador va cambiando de posición según las argumentaciones y sucesos. Esta película trabaja a partir de la anécdota para desarrollar temas más profundos y complejos y presentar al ser humano en su estado más puro de animalidad, como un auténtico depredador que se mueve en masa, acechando ciegamente a la víctima.
"Problemas de niños, juegos de grandes" ¿Quién nunca se vio involucrado en la mentira, siempre plagada de inocencia, de un niño que ve todo lo que lo rodea como un campo de juegos y a todos aquellos que están cerca como meros objetos para entretenerse? Nadie puede decir que nunca vivió una experiencia de ese estilo, donde incluso uno termina siendo cómplice consciente del divague necesario que lleva a un niño a imaginar situaciones irreales con el simple hecho de entretenerse contando una historia que nunca sucedió, o que quizás en realidad, nunca sucedió de tal forma como lo relata. “La cacería” de Thomas Vinterberg (amigo de Lars Von Trier y director de pequeñas joyitas como “Todo es por amor” y “Dear Wendy”) es todo lo humanamente posible perfecta en su intento de reflejar los devastadores efectos en el mundo de los adultos que puede alcanzar un simple juego de niños. Lucas (interpretado por un tremendo Mads Mikkelsen) es un hombre recién divorciado que todavía no puede salir de esa difícil situación debido a las peleas con su ex pareja por la tenencia de su único hijo (Lasse Folgelstrøm). Cuando su vida parece encontrar nuevamente rumbo en ese pequeño pueblito dinamarqués donde todos lo conocen, y donde trabaja desde hace un tiempo en una guardería de niños, surge una terrible acusación de abuso sexual contra uno de los hijos de su mejor amigo lo que amenaza con cambiar su vida para siempre. Un ritmo muy moderado en el modo de contar las cosas, una cámara precisa que pone el lente en los efectos de lo que sucede y no en las razones que lo desatan y un grupo de actuaciones solidas convierten a “La caceria” en un thriller muy chiquito que a medida que avanza se transforma en un drama muy grande. El modo en el que Vinterberg plantea un par de situaciones al inicio del film es tan delicado e inocente (porque hay niños de por medio, claramente) que uno como espectador jamás se anticipa a los increíbles ribetes que alcanzará la historia durante su desarrollo gracias a la introducción de los personajes adultos. Y en ese sentido es donde radica toda la riqueza que tiene para ofrecer “La cacería”, ya que su base es una interesante propuesta de reflexión sobre como los ojos de los mayores pueden ver sombra y maldad en los terrenos luminosos e inocentes en los que se mueven los niños. Sin embargo esto no significa bajo ningún punto de vista que dentro de un mundo como el nuestro todos las personas se encuentren a salvo de caer en las garras, no solo de situaciones extremas como la de un abuso, sino también de la desinformación, el prejuicio, la discriminación y la violencia injustificada y desmedida en manos de otros. Una fotografía fría y oscura (a cargo de Charlotte Bruus Christensen), una banda sonora triste, desoladora y casi ausente durante gran parte del relato (compuesta por Charlotte Bruus Christensen) y un guión que nos invita constantemente a trazar alegorías terminan haciendo de “La cacería” una película de visión obligada y posterior debate y reflexión. Para destacar esa hermosa y amarga escena final que refleja de gran forma que a veces estamos al filo del peligro en situaciones que consideramos placenteras y cotidianas de nuestras vidas y, por más que sepamos que ese factor amenazante es cercano y conocido, sabremos que su éxito se basa en tratar de ser irreconocible y estar siempre presente. El peligro, siempre, nos termina acechando a todos.
El peor de los panoramas Cuando existe la sospecha de un abuso sexual a un niño, el procedimiento a seguir debe ser el adecuado, y es importante que el interrogatorio a la presunta víctima sea realizado, primero que nadie, por una persona especializada en el tema. Esta película muestra, entre otras cosas, las nefastas consecuencias de no seguir estas indicaciones, en muchos casos provocando daños irreparables a ciertos individuos y su entorno social. Cuando a un niño se le somete a un incómodo interrogatorio, y se le hacen afirmaciones y preguntas orientadas de tipo "sabemos que te tocó", o "¿te tocó acá, verdad?, es probable que el niño conteste cualquier cosa con tal de zafarse de esa situación tan terrible y a veces llanamente traumática. En esta película una niña pequeña y enojada se inventa una historia referida a un docente que se encuentra de paso por su escuela, alarmando primero a la directora del colegio y luego, haciendo cundir el pánico en toda la comunidad. Se demuestra aquí todo lo que no hay que hacer en estas situaciones: apelar al dicho popular de que "los niños no mienten", acudir a personas no especializadas para los interrogatorios, y comunicar lo sucedido a los demás padres sin hablar antes con las autoridades pertinentes. Es así que esta historia muestra a un protagonista inocente que de golpe se ve envuelto en el más injusta y horrenda de las situaciones. Los rumores y la paranoia colectiva se van encadenando y en estos casos hasta es común que surjan otros casos inventados por otros niños, acusando al mismo presunto abusador. Hoy, con la existencia de las redes sociales, y ciertas tendencias sociales a hacer justicia por mano propia, el asunto se puede convertir en una caza de brujas. Esta película es hábil en exponer este fenómeno por el cual la certeza absoluta de algo es capaz de contagiarse a los demás, extendiéndose como un virus. Y cuando una bola de nieve se vuelve demasiado grande, prácticamente no hay formas de detenerla. Al director Thomas Vinterberg se lo recuerda sobre todo por su debut La celebración, también centrada en un caso de abuso a niños (aunque en ese caso el abusador sí era tal) y por haber firmado junto a Lars Von Trier y otros cineastas el polémico manifiesto del Dogma 95, con el que pretendían cambiar las bases del cine mismo -aunque ni ellos parecían tomárselo muy en serio-. La película es muy recomendable en cuanto mantiene la tensión muy alta de principio a fin; los actores están todos muy bien y la anécdota está notablemente narrada. Cerca del final toma un giro un tanto curioso: el protagonista recurre a la violencia como forma de afirmarse y convencer a los demás de su inocencia. Como cuestión cinematográfica, catártica y de género esto funciona muy bien, pero la historia transitaba el realismo hasta ese momento y realmente cuesta creer que esa vía sea efectiva, y que un hombre en esa situación recurra a ella, con los riesgos que implica.
Bajo sospecha Los chicos y los locos dicen la verdad. Sobre la base de este y otros acuerdos tácitos, Thomas Vinterberg (recordado por su dogmático top five, La ceremonia) elabora un relato penetrante y gélido, que deja contra las cuerdas a la sabiduría popular. Tras su divorcio, Lucas (el notable Mads Mikkelsen, ganador en Cannes 2012 por esta actuación) tiene pocos cables a tierra más que un amigo de fierro, un hijo en custodia materna y un trabajo en el jardín de infantes del pueblito danés donde vive. Su único hobby es salir cada tanto a cazar; un deporte que Vinterberg, de manera algo forzosa, usa como metáfora para el devenir de Lucas. Porque cuando Klara, la pequeña hija de su mejor amigo, lo denuncia ante su maestra por un hecho confuso, que sólo tiene lugar en su mente, Lucas pasa a ser acusado de pedofilia y se desata sobre él la furia del entorno. Es el pueblo chico, infierno grande, pero Mikkelsen y la virtuosa mano del director logran algo extraordinario: una radiografía envolvente del calvario de Lucas que evita todo lugar común para mostrar, meticulosamente evisceradas, la fragilidad de la razón y la virulencia de las pasiones humanas. Vinterberg no pierde la fe. Lucas encuentra el respaldo de su hijo Marcus, el único que resiste la epidemia, y su argumento no es mero amor filial: contrasta la probidad del pasado y reclama reflexión. Y quizás eso no sea suficiente. Siempre al borde del docudrama, con el habitual, excesivo gesto adusto del cine nórdico, Vinterberg logra, no obstante, tensar las cuerdas ante un barco que se hunde y movilizar reflexiones que el público de Marcus se niega a escuchar.
Una parte de la sociedad y los medios (el huevo y la gallina) nos demuestran a diario lo que pueden hacerle a un ser humano si lo desean: no se busca que se pruebe inocencia, lo que debe probarse es que no se es culpable. El desafío que nos plantea “Jugten” (The Hunt) es interpretar el sentido de la justicia que constituye una sociedad, el apego a las leyes y como la “mentalidad de masa” la quiebra. Mads Mikkelsen (ganador en Cannes por esta actuación) es un maestro acusado por una alumna de 6 años de edad de haberla abusado, Vinterberg -que ya habló sobre abuso de menores en su obra maestra dogma “Festen” (The Celebration) nos pone en conocimiento desde el minuto inicial que la única victima en la historia es el decente docente -el ciervo apuntado- y a partir de ese momento con un ritmo fúnebre y entre susurros y eufemismos nos muestra como el puritanismo de una comunidad escandinava ostensiblemente progresista procede a condenarlo públicamente. Con pulso maestro el director esclarece los problemas psicológicos de la niña en una escena tan breve como poderosa. El viejo concepto de culpabilidad por pasividad pone de manifiesto la naturaleza enferma en la tendencia de la opinión pública a saltar a conclusiones apresuradas. Si en una sociedad alguien tira una piedra, la tiramos todos. La coda del film exhibe que el daño está hecho y la cacería continuará de por vida.