El Duelo La Luz Incidente es el tercer largometraje de Ariel Rotter nos presenta la historia de Luisa -interpretada por Érica Rivas-, una madre con dos hijos que enviudó debido a que su marido y su hermano fallecieron en un fatal accidente de tránsito. Luego de un tiempo intenta seguir adelante tratando de evadir el duelo por la doble pérdida sufrida, pero entonces aparece un hombre (Marcelo Subiotto), el cual conoce en una fiesta, y le ofrecerá persistentemente tratar de reconstruir la familia, pero ella tomará una actitud que oscila entre la reticencia y la resignación ante esta osada propuesta. Finalmente, Luisa, decide retomar aquel duelo postergado y transita esa difícil etapa, mientras cría a sus hijas y su enamorado continúa intentando que construyan algo juntos a futuro. La Luz Incidente es la crónica de un duelo, que si bien en este caso se toma con más literalidad ya que se trata sobre la pérdida física de dos seres amados, es extensible a cualquier tipo de duelo, refiriéndome a una definición más psicoanalítica. Tiene una estructura de guión sólida, con pocos personajes lo que genera climas intimistas bien logrados que se sostienen por diálogos y situaciones plasmadas con toda claridad. En cuanto a las actuaciones, Erica Rivas se carga la película al hombro con una habilidad admirable, lo que una vez que vean la película entenderán el más que merecido Astor de Plata que obtuvo en el 30º Festival Internacional de Mar del Plata. Sin embargo no hay que desmerecer el elenco que la acompaña que logra desenvolverse excepcionalmente a la altura de la protagonista. Por último el trabajo de Guillermo Nieto, que estuvo a cargo de la fotografía en blanco y negro, logra aclimatar y estar acorde a la historia, sumado a una cuidada estética propia de Rotter que ya se percibe en sus anteriores películas. Como dato a tener en cuenta, el plano final es de una prolijidad y belleza visual a destacar. Conclusión La Luz Incidente no es una película para cualquier espectador, su fin no es ser comercial y eso está claro, pero el trazo fino de Ariel Rotter logra brillar y creo que el espectador medio afín al género dramático podrá disfrutarla en su totalidad.
La luz incidente es un bello ejercicio de estilo de Ariel Rotter, sobre una joven de buena posición social que sobrelleva como puede los efectos de haber perdido a su marido en un trágico accidente. Fina, levemente artificiosa en su construcción, levanta su pequeña historia sin pasarse de ingredientes en la reconstrucción de ambientes refinados y examina con simpleza roles sociales en los años ’60. Con momentos visualmente sorprendentes (el encendido de las luces de un estadio con el que un cortejante de la protagonista parece desenvolver un regalo para deslumbrarla), elegancia en los encuadres y movimientos de cámara, contención en los actores (excelentes Erica Rivas, Susana Pampín y Marcelo Subiotto), buena música y atinadas dosis de ambigüedad y sutil humor, se percibe en La luz incidente una vocación por la belleza que, sin embargo, no le impide comprometer afectivamente al espectador, intrigarlo, dispararle preguntas.
¿Qué exige filmar un duelo? Delicadeza. He aquí un retrato sobre la difícil tarea subjetiva de acomodarse a la ausencia irreparable de alguien amado y a la lenta posibilidad de volver a desear. Es lo que Rotter consigue entrever en la conducta de Lucía, cuyo marido y hermano han muerto en un accidente y que debe seguir adelante al cuidado de sus dos mellizas. Un poco después, durante una fiesta, aparecerá un pretendiente. El relato ambientado en la década de 1960 exige un mobiliario y un vestuario, pero también una fidelidad apropiada a ese tiempo en el seguimiento emocional del personaje. Érica Rivas es una elección perfecta: todos sus gestos vienen de otro tiempo, su circunspección espiritual también. El pausado travelling hacia atrás con el que culmina el film es de una elegancia indiscutible, epílogo estético de un film a la altura de todas sus circunstancias.
“Somos lo que hacemos cada día. De modo que la excelencia no es un acto, sino un hábito” Aristóteles Como recomponer un pasado sin voz La luz incidente es una prueba rotunda de que se necesita más tiempo y ganas que recursos, para realizar un exquisito film de época. Además de contar con excelentes actuaciones, lo mismo cabe decir de su fotografía, su música, y su vestuario. La idea de realizar este film surgió de unas fotografías que se encontraban en la casa de Rotter, entre ellas una de dos hombres…de la cual no se podía hablar, ya que se sabía eran el testigo mudo de la prehistoria familiar, asociada en este caso a un dolor compartido por todos. Por lo que a Rotter no le fue fácil trabajar con esos materiales, los cuales confiesa, dejaba… y retomaba, a la vez que escribía otros guiones. Esos hechos son los que dieron origen a un tipo de ficción construida con anclajes muy íntimos. Dado el tiempo de su acontecer real, su director y guionista subordinó su creación alrededor de los años 60. Pero claramente que esto no se redujo sólo a un tema estético, – que es preciosista – sino que apunta entre otras cosas, a dar cuenta del modo de pensar de una familia burguesa en la Argentina de esos años. Espacio en el que el hombre se erigía como el garante y proveedor y la mujer, a diferencia de éste, aparecía pasiva y subordinada a lo que debía hacer, a lo esperable culturalmente. De esto se partió para la creación de sus personajes. Esta elección, que implicó desde contar con muebles originales de la casa de sus abuelos, hasta con parte del vestuario de época, generó por un momento el planteo de pensar, si todo lo que estaba contando, que era tan importante para él, iba a ser importante para los otros. De paso, más que un detalle considerable: pensar en el espectador. El proceso de escritura del guión -de aproximadamente 6 años- hacía foco en todo aquello que no se había mostrado, porque también se habla de la experiencia de esa ausencia, y de su intento de homologarla, a través de una Luisa memorable interpretada por Erica Rivas, que tantos buenos momentos le viene ofreciendo al público los últimos años. El film transcurre entre las horas en que una madre atiende y comparte con sus dos hijas mellizas, esas horas de la siesta o del amanecer, cuando los chicos duermen. Momentos que contribuyen a la construcción de esos climas…donde la morosidad se acentúa considerablemente. La luz incidente es también un relato sobre un proceso de duelo, vivido paralelamente al inicio de una relación incipiente, con todo lo que de imprevisible conlleva. Se conoce como luz incidente aquella que incide (llega) directa o indirectamente al sujeto que vamos a fotografiar. Toda esta luz que llega de diferentes lugares a un mismo punto, luz incidental, medible y cuantificable. Rotter parte de esa estrategia para narrar la historia… a través de los marcos de las puertas y las ventanas. Una elección no sólo narrativa sino estética (trabajo de Guillermo Nieto). Ese encuadre siempre más cuadrado que rectangular, produce una sensación de desasosiego importante, en el momento de dar cuenta de la situación emocional de Luisa. Una mujer joven con dos hijas pequeñas, a quien se le acaba de morir su marido y su hermano en un mismo accidente. Y a quien se la presiona lo suficiente, para concretar esa relación que promete orden. Lo que genera al mismo tiempo un desdibujamiento de su deseo, el suficiente para evitar el reencuentro consigo misma, con todo lo que reinvención supone. Aunque la transformación que necesita no deba producirse en ella, sino en el modo en que ella se ve dentro de ese universo simbólico. Y mucho más aún, en cómo la ven los otros desde las significaciones que esa cultura ofrece, no sólo “patriarcal, sino socialmente hablando”. Cabe recordar, que en El otro (2001) Rotter había elegido la figura de un hombre con una vida más marcada por el deseo paterno y conyugal que por la propia, quien de pronto decide asumir otra identidad, la cual poco a poco comienza a sentir como propia. Esa decisión radical que el protagonista toma en medio de un viaje habitual, -cuando descubre que el hombre que esta a su lado no despierta- no obedece en realidad a ese hecho, sino que el viaje es en todo caso el pretexto que le permite comprobar que es posible tener otro tipo de vida, y lo que es más importante es, que esa circunstancia es la que le va a permitir reflexionar sobre algo que no puede hacer sentado en el living de su casa. Ya en Sólo por Hoy (2000) había planteado la misma idea con la historia de cinco amigos que comparten una vieja casa de Buenos Aires- los cuales parecen tienen ilusiones y deseos de dedicarse a hacer otra cosa que la que hacen en sus vidas. Pero siempre aparece alguna excusa para impedirlo, sea provenga del afuera o de su interior. Y estas ilusiones quedan en el terreno de lo discursivo Sólo uno de ellos acepta su realidad, menos la idea de no reconciliarse con su padre. Y también está Ailí, única mujer que pertenece a la cultura china, la única, que quizás podría saltar la valla de la indolencia para cruzar al otro lado. Por lo que a Rotter le interesa e insiste desde diferentes propuestas con el tema de: cómo somos lo que elegimos ser cada día. Lo otro que no hacemos, lo otro que no decidimos ser. La luz incidente es un film austero, en blanco y negro, que muestra sólo lo necesario, con una muy buena música hecha para la película- de Marcelo Loíacono -, de la cual se puede decir, que permite escuchar al silencio aún cuando este sonando. Sumado a todo lo dicho anteriormente , seguro que este trabajo hará asociar a esos films de la Nouvelle Vague que atesora el espectador en su memoria. Aunque es claro que esto es cine argentino del mejor. Un film imperdible que dejará huellas. Ficha Técnica LA LUZ INCIDENTE Es producida por: Tarea Fina – Aire Cine En coproducción con: Seacuatico (UY) – Urban Factory (Fra) – Depsa (Arg). Distribución en Argentina: Distribution Company ELENCO ERICA RIVAS SUSANA PAMPIN MARCELO SUBIOTTO ELVIRA ONETTO ROSANA VEZZONI ROBERTO SUÁREZ GRETA Y LUPE CURA FICHA TECNICA: GUION Y DIRECCION: ARIEL ROTTER PRODUCTOR EJECUTIVO: JUAN PABLO MILLER PRODUCTORES: JUAN PABLO MILLER, ARIEL ROTTER COPRODUCTORES: GUILLERMO ROCAMORA, JAVIER PALLEIRO, FREDERIC CORVEZ, CLEMENT DUBOIN. DIEGO POLIZZA, DELIA MALEK DIRECCION DE FOTOGRAFIA: GUILLERMO NIETO DIRECCION ARTE: AILI CHEN MONTAJE ELIANE D. KATZ SUPERVISOR DE GUION: JORGE GOLDENBERG SONIDO MARTÍN LITMANOVICH. ASISTENTE DIRECCIÓN NICOLÁS GIUSSANI DIRECTOR DE PRODUCCIÓN GASTÓN GRAZIDE JEFA PRODUCCIÓN MARIANA PONISIO VESTUARIO MONICA TOSCHI PEINADOS MAQUILLAJE EMMANUEL MIÑO CASTING MARIA LAURA BERCH
Mirada de época. La Luz Incidente (2015) narra el duelo de una joven mujer, Luisa (Érica Rivas), quien ha perdido recientemente a su esposo y a su hermano en un accidente de tránsito. En una fiesta de casamiento conoce a Ernesto (Marcelo Subiotto), un soltero de mayor edad que busca formar una familia. Así rápidamente comienza una relación compleja que coloca a Luisa entre la añoranza de la felicidad perdida junto a su esposo y sus hijas pequeñas y la posibilidad de constituir nuevamente una familia con un hombre al que no termina de descifrar y amar. El tercer largometraje del realizador Ariel Rotter (Sólo por Hoy, 2000) está ambientado alrededor de la trágica muerte de dos integrantes de una familia de clase alta en la década del sesenta en Argentina. Sin una contextualización expresa, la obra busca situarse a partir de pequeños detalles del mobiliario, equipos de audio, libros y estilos de vestimenta para solicitar una mirada atenta, cuando no experta, en las sutiles referencias de época. La elección del blanco y negro acentúa el valor artístico y la metáfora de la propuesta de Rotter, ya que hace hincapié en una dialéctica entre el relato y la imagen a través de la combinación de la delicada labor de fotografía a cargo del experimentado Guillermo Nieto (El Bonaerense, 2002; Mi Amiga del Parque, 2015) y un guión que busca siempre narrar con gestos, alusiones, elusiones o concisos diálogos con el fin de apelar al inconsciente y trabajar así sobre lo no dicho y la imposibilidad de comunicar la tragedia. Las actuaciones de casi todo el elenco son excelentes, destacándose Érica Rivas en un papel difícil y complejo con muchos matices. La premisa del opus de Rotter construye -a través de los vaivenes de Luisa- un personaje maravilloso, uno que debe sobreponerse a la pérdida de su marido y su hermano, reconstruir su vida, cuidar y criar a sus pequeñas hijas y enfrentar su condición de viuda. El proceso de construcción de la identidad de Luisa aparece como el de una mujer que se debate entre la independencia, las necesidades que la sociedad le impone y sus sentimientos, como una especie de Emma Bovary moderna. La Luz Incidente plantea una metáfora a partir de una de las propiedades de la luz -el fulgor que llega a la superficie del sujeto sin reflejarlo- como una irradiación de sensaciones y sentimientos que la protagonista necesita desesperadamente compartir/ reflejar pero debe guardar en su interior. El tono del film es intimista y en algunas escenas desesperante y desolador, aunque siempre amainado por la calidez de la elegante actuación de Rivas. A pesar de todas sus cualidades y niveles de lectura, la película no carece de problemas y por momentos falla en su adaptación de época revelando el mecanismo mágico que debería transportar al espectador hacia otro contexto histórico. Aunque opaca el producto final, esta característica de la realización no afecta el resultado, ya que el film permite interesantes lecturas desde la psicología, los estudios de género, la sociología y la comunicación, dando cuenta de un gran trabajo en la construcción formal y estética de cada escena y cada plano. La imposibilidad de reflejar las heridas que constituyen nuestra sociedad tal vez sea lo que realmente define nuestra idiosincrasia.
Una mujer viuda intenta superar el duelo y recomenzar su vida en este doloroso y a la vez estilizado retrato de época del director de “El otro” protagonizado por una excelente Erica Rivas. Con un estilizado blanco y negro que recuerda al de ciertas películas de Michelangelo Antonioni y un cuidado en el diseño de vestuario y arte que por momentos la convierte en una versión minimalista y arty de MAD MEN, la nueva película de Ariel Rotter, LA LUZ INCIDENTE, es un retrato doloroso, íntimo y muy personal acerca de una mujer que acaba de perder a su marido y que debe enfrentar la crianza de sus dos pequeñas hijas con la ayuda de su madre. Erica Rivas encarna a la protagonista, Luisa, una mujer que pese a su dolor nunca descuida del todo su buen vestir pero que, más allá de eso, se nota que le cuesta muchísimo superar la muerte de su compañero y se pasa gran parte del tiempo sentada o recostada y llorando mientras se ocupa de las niñas. En el medio de su dolor –que el filme retrata a la perfección, aún corriendo el riesgo de volverse un tanto moroso– aparece un hombre que quiere conquistarla y que, pese a distancia e intentos de poner paños fríos a la relación de parte de Luisa, no ceja en sus intentos, más cerca de convertirse en un pesado que no acepta un no como respuesta que el amoroso compañero que pretende ser y que tal vez lo sea. Es que, bajo la óptica angustiada de ella, los intentos por momentos juguetones y payasescos de este elegante pero ligeramente sospechoso sujeto –que le promete la gran vida, aparece en su puerta en todo momento, la llena de regalos y la invita de viaje de un día para el otro– son un tanto excesivos y hasta incómodos. Ella quiere estar a solas con sus niñas y su dolor. Y en ese estado uno no siempre acepta de buen grado alguien que a toda costa quiera alegrarte la vida. Esa rara, simpática y confusa relación es el corazón de esta historia, el que le da también cierto aire y liviandad a lo que es el retrato duro de una viuda reciente, que Rivas encarna con una elegancia y discreción propias de mujeres de otra época, que tratan de contener sus sentimientos, al menos públicamente. Encarnado muy bien por Marcelo Subiotto, el “pretendiente” le agrega una cuota de romance y humor, pero el actor también logra rodear a su personaje de un halo de misterio. ¿No será este un mentiroso, un chanta, un encantador de serpientes? Otro elemento clave en el filme del director de SOLO POR HOY y EL OTRO es la fotografía en pristino blanco y negro de Guillermo “Bill” Nieto, la dirección de arte de Ailí Chen y el vestuario y peinados de Mónica Toschi y Emmanuel Miño, que le dan a LA LUZ INCIDENTE un aire estilizado y de época, como si más que ver una película que transcurre a principios de los ’60 estuviéramos viendo una hecha entonces. Esas cualidades de producción no significarían nada sin una carnadura dramática por detrás. Y esa carnadura –mesurada, pausada, pero carnadura al fin– está, se siente y por momentos se transforma en genuina emoción.
Promediando La luz incidente, la cámara se posa en el rostro tenso del personaje de Érica Rivas mientras baila el vals con su flamante marido. Algo no anda bien, y es inevitable retrotraerse al episodio de Relatos Salvajes (2014) en el que la actriz dinamita su propia boda. Pero hubiese resultado una estridencia que no cuajaría con una película donde el dolor y el malestar se cocinan a fuego lento durante todo el metraje.
“La luz Incidente” es mucho más que un ejercicio de estilo bellamente fotografiado en blanco y negro por Ariel Rotter, es una historia profunda y silenciosa sobre el duelo y la presión social de una sociedad patriarcal. Evitando el melodrama, el filme ambientado en los sesentas, retrata con detallismo la vida doméstica de Luisa (Erica Rivas) que perdió a su esposo y a su hermano en un repentino accidente automovilístico. La joven viuda con dos kubrickeanas gemelas empieza a ser cortejada por Ernesto (Marcelo Subiotto). Por su parte su madre inicia una nada sutil tarea de presión para hacer entender a Luisa que las niñas no pueden crecer sin padre y sin el dinero que les proveía. Pero la película es realmente acerca de dolor abrumador que Luisa siente, y la tensión que le provoca una sociedad que le impone seguir adelante como sea. Brillantemente ejecutada, Rotter está en los detalles. Elegante en sus movimientos y creando un ambiente y ritmo propio, la película crece en interés minuto a minuto. Los encuadres cuidados y las actuaciones contenidas de Rivas y Subiotto hacen el resto. Rotter captura un momento en que las mujeres sentían que las opciones que tenían eran limitadas, presionadas por familia y sociedad para interpretar el rol que les asigne, una máscara que nunca logra tapar la pena.
Una mujer entre sombras La película del director de Sólo por hoy (2000) y El otro (2007) se concentra en la vida de Luisa, joven viuda que vive junto a sus dos hijas. La luz incidente (2015) es un film de notable delicadeza en la que se destaca Erica Rivas. Tal vez porque la trama se desarrolla en la década del ’60, La luz incidente produce una sensación de extrañamiento en el espectador que sirve, al mismo tiempo, para hacer más fascinante a su criatura, una mujer joven que acaba de perder a su hermano y a su marido en un accidente. Ariel Rotter construye un ambiente nítido, níveo, que congenia con la figura de Luisa y se conecta con su soledad. Un universo plasmado en impecable blanco y negro, con acordes de jazz y delicados encuadres, cuya sensorialidad recordará a Lejos del paraíso (Far from heaven, 2002), otra lograda película de época que, si bien muy diferente, también graficaba las emociones de una ama de casa en tiempos pre-feministas. Luisa no está rodeada de amigas, y al parecer llevaba una cómoda vida sin demasiados sobresaltos. Más allá de que la muerte de su esposo le provoque, además de una lógica tristeza, algunos desafíos económicos a futuro, es bastante evidente que su refugio y razón de ser está en las dos pequeñas que necesitan de su protección. En una primera salida social, Luisa conoce a un hombre (Marcelo Subiotto) que se deslumbrará ante ella. Mucho más adelante, su madre le hará saber que le resulta llamativa su soltería. Pero pese a esa observación, lo que la madre (la siempre efectiva Susana Pampín) señala es apena una mancha en la imagen que le ofrece este señor; para ella, lo suficientemente serio, acaudalado y caballero como aspirar al corazón de su hija. Luisa está interpretada con sutileza por Erica Rivas, una actriz que comprendió que un gesto de más provocaría un desnivel que aquí jamás se produce. Esta mujer vivencia todo un drama interno, traducido en la película en planos que parecen suspender el tiempo. ¿Qué piensa ella de ese hombre, entre seductor e invasivo, que pide ingresar a su vida, hacerse cargo de las niñas, y transformarse en su esposo? Tanto en esta pregunta como en otras, la película responde con gestos, miradas, omisiones, o escenas que incluso abordan la comicidad, como aquella en la que él –al son de su guitarra- se presentará ante las niñas e intentará ofrecer una imagen paterna. De antología. La luz incidente se nutre de una puesta clásica, económica en términos dramáticos, y por eso mismo de una potencia y solidez narrativa única. Personaje y contexto, marco y devenir psicológico, se aúnan en un relato sobre la pérdida, sobre el sentido de autonomía y realización personal que, como en las grandes obras, apelan a un sujeto para subrayar un estado universal. A la mencionada película de Todd Haynes podría agregarse como comparación a la Nora que imaginó el dramaturgo Henrik Ibsen en Una casa de muñecas, en la línea de personajes que trascienden el género para plasmar ese estadio de incertidumbre, conmoción y revisión de la subjetividad por el que atravesamos todos.
Tras ocho años de ausencia, el talentoso realizador de Solo por hoy y El otro sorprende con un ejercicio de estilo no exento de nostalgia, humor y sensibilidad que fue premiado en los festivales de Mar del Plata, La Habana, Punta del Este y Lima. El director de Solo por hoy y El otro se inspiró en un hecho trágico de su historia familiar para construir un delicado, bello y sofisticado melodrama en blanco y negro ambientado a mediados de la década de 1960. Erica Rivas (en otro de sus notables trabajos) interpreta a Luisa, la madre de dos niñas pequeñas que sufre la muerte de su hermano y de su marido en un accidente automovilístico. Con la ayuda de la abuela de las chicas (Susana Pampín) intenta como puede sostener la crianza, pero el dolor y el vacío la sepultan en un estado de absoluta angustia y depresión. Hasta que aparece Ernesto, un hombre caballeresco y decidido (un extraordinario Marcelo Subiotto que aporta algunos bienvenidos toques de humor) que se enamora de ella y está dispuesto a todo para convencerla de rehacer su vida con él. Pero, claro, ella todavía tiene las heridas demasiado abiertas, el dolor a flor de piel y las cosas no resultarán nada fáciles. Rotter sorprende con un estilo que “dialoga” con el de los autores de la Generación del '60 (Kohon, Torre Nilsson, Kuhn, etc.) en una película muy sólida, cuidada y visualmente imponente, en la que se destacan desde la fotografía de Guillermo Nieto hasta el arte de Ailín Chen, pasando por el resto de los impecables rubros técnicos. Un trabajo exquisito en lo formal y que, si bien puede sonar algo demodé para el contexto actual del cine argentino, funciona muy bien en los términos en que estuvo planteado y concebido.
Recuerdo cuando en 2000 se estrenó Solo por hoy saludamos la llegada al cine de Ariel Rotter como la aparición de alguien que se destacaba entre los nuevos directores por su originalidad y talento. El otro confirmó en 2007 esta apreciación, y ahora La luz incidente es la tercera prueba de ello. Rotter se toma su tiempo para elaborar cada obra, y los resultados nunca decepcionan. Su última película vuelve a los años '60 con una reconstrucción de época admirable. El blanco y negro ya imprime a la trama de una atmósfera de cierta melancolía, la apropiada para un conflicto de pérdida y duelo. La mujer (Erica Rivas) ha perdido un esposo joven, padre de dos niñas, y un hermano, en el mismo accidente de ruta. La familia ha quedado fracturada, los hombres faltan y mientras la mujer se abandona en el dolor de su duelo, la abuela (la estupenda Susana Pampín) trata de sostener y estimular para reconstruir la vida. Rivas pone una vez más todo su talento para componer ese personaje de clase alta, arrasado por la pérdida inesperada, en sus tiempos muertos del dolor, el desánimo, la desesperanza. Su vida futura es un terreno desconocido, empeorado ahora que falta incluso el proveedor material de esa familia. La estética del film y la fotografía de Guillermo Nieto remiten al cine argentino de los '60, pero también al melodrama de Michelangelo Antonioni. Mayormente filmado en interiores, con encuadres cerrados, muchas veces dominados por los marcos de puertas y ventanas, encerrando, limitando el accionar de esa mujer. La época, decíamos, minuciosamente recreada no sólo en la ambientación sino también en los personajes, vestuario formal, cabelleras sujetadas, o artificiosamente armadas, y en lo ideológico, por el desgarro que significa la falta del hombre en la estructura familiar. En medio del duelo, surge otro, un hombre posible que podría llenar ese vacío, aun ante las resistencias de Luisa. El film no está exento de toques de humor, como en la genial secuencia de las fotos familiares. Y Marcelo Subiotto es el actor para ese rol, completando un trío excepcional.
El director de El otro y Sólo por Hoy, Ariel Rotter, estrena su última película, el drama de época La Luz Incidente. La luz incidente de Ariel Rotter, con fotografía de Guillermo Nieto, está filmada en blanco y negro, de manera elegante y con encuadres y travellings cuidados. Sigue principalmente a su protagonista, una Luisa interpretada de manera sublime por Erica Rivas. Luisa sigue en duelo de una pérdida que la dejó a cargo de sus dos hijas pequeñas. Pero ella debe rehacer su vida, todo a su alrededor indica que tiene que encontrar la forma de reinsertarse. En su casa sólo hay presencia femenina. Ella, sus hijas, la señora que ayuda en la casa y su madre, la abuela de las niñas, y quizás su amiga. Luisa intenta lidiar con lo que le queda como puede, a su tiempo, poco a poco. Es una mujer de clase alta, vida acomodada, pero no por eso puede permitirse, especialmente en esa época y ante esos ojos, afrontar lo que le queda sola. Cuando en una fiesta, en la que no quiere estar, conoce a un hombre que tampoco quiere estar ahí, Luisa, de manera tranquila siempre, y apoyada por los consejos de las señoras, comienza a hacerlo entrar en su vida. Pero este hombre (interpretado por el ascendente Marcelo Subiotto) rompe con esa aparente tranquilidad, con esos tiempos aletargados. Ernesto, el personaje en cuestión, se presenta como una opción saludable e ideal, lo que ella se supone que necesita. Es incluso quien brinda un poco más de frescura y cierta comicidad en algunas partes del relato. Pero su ansiedad lo lleva a presionar a Luisa para tomar decisiones de suma importancia rápidamente. Erica Rivas interpreta a un personaje de pocas palabras, muchos silencios, una mujer muy contenida que por dentro seguramente grite y llore. Una mujer cuya simple mirada expresa sentimientos como tristeza, miedo o incluso enojo o descontento. El trabajo de arte de la película es destacable, uno no se da cuenta inmediatamente que está en otra época, porque la recreación es de manera sutil. Sutil, palabra que define perfectamente a La luz incidente, no hay nada sobre explicado, subrayado, las cosas fluyen a su tiempo. No obstante, la película se queda un poco estancada hacia el último tercio, da la sensación de que no termina de desarrollarse, y a la larga termina encontrando su mejor recurso en lo visual, faltándole un poco de profundidad al relato. Es bella, muy bella a nivel visual especialmente pero también sonoro, está muy bien actuada pero da la sensación de dejar mucho en la superficie. Una película sobre el duelo, sobre la pérdida del amor, sobre una recomposición que a veces toma más tiempo del esperado, vacíos que no se pueden llenar. Un film sutil, delicado, elegante, hecho de silencios y gestos principalmente, y por lo tanto más sugerente que otra cosa. Eso es La luz incidente.
El duelo que se intenta evitar Con La luz incidente el director Ariel Rotter nos entrega su tercer largometraje (luego de Solo por hoy y El otro), donde nos presenta un melodrama en blanco y negro inspirado en su historia familiar, construido de forma delicada y ambientado a mediado de los años 60. La historia persigue a Luisa (Érica Rivas), madre con dos hijas que enviudó hace poco tiempo (su marido y su hermano fallecieron en un accidente), y a quien le cuesta elaborar el duelo por las pérdidas sufridas. Hasta que aparece en su vida de forma repentina Ernesto (Marcelo Subiotto), quien le ofrece con insistencia ser una familia. Pero no será fácil para Luisa transitar por el camino de la reconstrucción de su vida. La luz incidente es magnífica. Cuenta con momentos visualmente sorprendentes, sobre todo a partir de la distinción de los encuadres cerrados dominados por marcos de puertas y ventanas, y los movimientos de cámara, que registran los comportamientos y aptitudes de los protagonistas de manera exquisita. Además trabaja de forma sólida muchas concepciones de la femineidad, a partir de gestos, modos y movimientos de los personajes. La fotografía de Guillermo Nieto es otro gran acierto del film: todo su trabajo nos remite al cine argentino de la década del 60, donde se complementa con el arte de Ailín Chen. ¿Qué decir de Érica Rivas? Nuevamente sorprende. Con finura y elegancia nos retrata el desánimo y la desesperanza de esa mujer arrasada por la angustia interior. Y el trabajo de Marcelo Subiotto es revelador: logra momentos de sutil humor destacados entre tanta sensibilidad. Es notable la contención de los actores por parte del director para encarar tales roles. Luisa aun cuenta con las heridas demasiado abiertas y no le resultará fácil en el nuevo camino que le toca recorrer. Ariel Rotter nos invita a acompañar a la protagonista por ese sendero, donde nada fue librado al azar.
EL DUELO ES GRIS Hay dos aciertos inmediatos de Ariel Rotter, fáciles de apreciar desde el comienzo de La luz incidente y que son elecciones previas al momento de filmar: la actriz principal, Erica Rivas, y el tono elegido para lo que quiere contar, un duelo. Ambientada en los años 60, la película explora la vida de Julia (Rivas) luego de la muerte de su marido y de su hermano en un accidente de tránsito. Muertes que para la protagonista no sólo implican la desaparición física de sus seres queridos y el necesario duelo, sino también un reacomodamiento social de acuerdo a las reglas no escritas de aquellos años acerca del lugar que ocupa una madre viuda en una sociedad de inevitable machismo establecido. Pero lo interesante del film de Rotter tiene que ver con la sutileza con que se encarga de contar la angustia. Mientras Julia se aferra a un tiempo que se le fue de las manos, el resto de los personajes (cierto pretendiente, su madre) intentan sacarla de ese hundimiento incómodo que es un símbolo para todos. En esta instancia la impecable interpretación de Rivas, y el juego de sombras, silencios y ausencias que propone Rotter logran lo mejor del film. En esta conjunción la elección del blanco y negro cobra sentido, o por lo menos deja de ser una elección caprichosa. Evidentemente el duelo es gris. El único y mayor problema de La luz incidente se presenta pasando la mitad del metraje, cuando esta historia lineal de conflictos claros se demora a la hora de presentar resoluciones. La acción se ve detenida por momentos y las secuencias, más o menos simbólicas, terminan repitiendo la misma representación. Esta demora se convierte un poco en tedio a pesar de que al final, cuando retomamos el olvidado camino de Julia, la película termina por convencernos de su valor.
Ariel Rotter vuelve al cine. Y este no es un dato menor. Con “La luz incidente” (Argentina, 2016) y el relato de la historia de Luisa (Erica Rivas) una mujer que desea parar el mundo ante una tragedia familiar, el universo creado desde la recreación de una época incierta (’50/’60) además suma el escenario necesario para evitar cualquier desvío en el foco de atención. Luisa sufre en silencio, con dos pequeñas hijas, la sorpresiva muerte de su marido, debe, con la ayuda de su madre (Susana Pampín) rearmar su vida. Pero ella se resiste, con la mirada perdida y sólo compartiendo algún que otro momento con sus hijas, la soledad y la separación que necesita del resto del mundo también la agobia. Pero un día aparece un candidato (Marcelo Subiotto), tan alejado de los esterotipos imaginados que una vez más es sorprendida por la vida. Y pese a su rechazo inicial, es incentivada por su madre y su suegra a que rehaga de alguna manera su situación. Rotter deja la cámara, y los personajes, cual coreografía de precisión, van apareciendo delante de la cámara, la que, reforzando la sensibilidad de la situación planteada inicialmente, con una cuidada fotografía en blanco y negro, se realza el estado de la protagonista. En el correr de los días Luisa termina por aceptar, sin muchas ganas, aquello que una vez más le exige, y cayendo en el compromiso inevitable, comienza a recordar su pasado, el que regresa en cada momento que comparte con sus hijas. “La luz incidente” habla de un duelo, y de un estado de inercia de una mujer que no supo hasta el momento tomar decisiones y que a partir de lo fortuito debe configurarse una vez más como madre, viuda, apoderada, hija, siendo que en realidad ninguno de esos roles le sientan bien en ese momento. Nunca hasta este momento el cine nacional había ofrecido una mirada tan dolorosa sobre el quiebre de una vida. Nunca un director supo capturar la sensibilidad inherente a la pérdida evitando caer en lugares comunes y trazos gruesos. Erica Rivas compone, casi sin diálogos, apenas algunas palabras susurradas a esa Luisa que sufre, que llora en soledad, y que se rearma desde el amor que sus pequeñas hijas le brindan sin ningún reclamo posterior de nada. Y también la compone desde lo inevitable de dejarse llevar por su candidato, el que, a diferencia de ella, le devuelve cierto impulso vital que había perdido ante la irreversible perdida que tuvo. A pesar de la economía de recursos que tiene “La luz incidente” es una de las películas más potentes que se hayan filmado jamás. Una de esas películas que se atesorarán por mucho tiempo, sabiendo que su propuesta trasciende la época en la que se la haya filmado. Rotter logra transmitir con pocos elementos, pero con mucha convicción, un universo interno plagado de dolor, dudas, misterio, expectativas, amor, pasión y mucho, pero mucho, silencio. La lograda interpretación de Rivas (encorsetada, medida, minimalista, sutil) y la de aquellos actores que la acompañan, además, terminan por configurar una puesta sublime que bucea en el duelo de una mujer que quiere tomarse su tiempo para procesar algo inesperado que a la vez la transforma pero que inevitablemente debe aceptar ayuda muy a su pesar.
Gris de ausencia que ilumina una época. En un exquisito blanco y negro que recrea la década del 60, el director de El otro narra la historia de una joven madre viuda, que con la pérdida de su marido ve tambalear no sólo su estabilidad emocional sino también su posición social. Gran trabajo de Erica Rivas. “Anoche soñé con tu hermano”, dice una mujer recostada en un sofá. Unas piernas cruzadas de mujer que entran a cuadro por un costado hacen pensar que se trata de una sesión de paciente y psicoanalista, pero no. Es una madre hablando con su hija. El registro fotográfico en perfecto blanco y negro le da al cuadro un tono atemporal: podrían ser los años 50 o la semana pasada. En la siguiente escena Luisa, la hija, huele unas camisas de hombre y se acaricia el rostro con ellas, en un acto que tiene algo de fetichismo. El fetichismo del duelo. De eso, de los agujeros que deja la ausencia, se trata La luz incidente, el nuevo trabajo de Ariel Rotter, el director de Sólo por hoy y El otro. La película avanza a través de una sucesión de planos medios o de planos generales apretados, la mayoría de ellos fijos, porque la cámara sólo se desplaza si Luisa lo hace, como si necesitara economizar energía, sabiendo que a medida que avance la historia demandará una inversión mayor. A veces ni siquiera pierde tiempo en ajustar el foco, sino que se limita a esperar que sea el propio movimiento de los personajes el que los vaya haciendo entrar en él. En esa paciencia hay arte. En la piel de Luisa, esta joven que a mitad de los 60 acaba de enviudar y debe criar sola a sus mellizas bebés, Erica Rivas luce estupenda. El gran trabajo de vestuario, maquillaje y peinado la hacen ver como una Audrey Hepburn melancólica y carnosa. La aparición de Marcelo Subiotto en el rol de Ernesto, un pretendiente al que conoce en una fiesta, sacude el relato, que con él gana en humor y en absurdo. Al principio como parte de una estrategia de seducción; luego como efecto colateral de su propia personalidad. Luisa le cuenta a su madre que conoció a un hombre. “¿Cómo se llama?”, pregunta ella. Luisa contesta: “Ernesto”. “¿Y apellido no tiene?” La nueva pregunta ayuda a reconstruir un contexto en el que el apellido de un hombre y el respaldo de una familia eran un bien social muy preciado. Sobre todo para una joven madre viuda, que con la pérdida de su marido también ve tambalear su posición y estabilidad. La primera cita de Luisa y Ernesto es sintomática y marca cuál será la tónica, el color del vínculo. El la lleva a un club de jazz y ella intenta mostrarse interesada. En cambio, Ernesto parece menos preocupado por ella que por sostener su propio personaje de hombre fascinante. Esa noche al volver a su casa, Luisa se quedará planchando las camisas de su marido muerto hasta la madrugada. El contrapunto con Subiotto potencia la labor de Rivas, quien es capaz de transmitir cualquier emoción, sentimiento o estado de ánimo con el solo movimiento de sus ojos. De un modo extraordinario ella se desdobla entre la mujer que resiste los embates amorosos cada vez más invasivos de Ernesto, y la madre estoica y obsesionada con el bienestar de sus mellizas. No es la primera vez que Rivas compone a una madre de tal potencia dramática. Lo hizo de forma igualmente brillante en Por tu culpa, de Anahí Berneri. La escalada de seducción de Ernesto (que empieza a parecerse a Droopy) se vuelve más torpe y grotesca, pero sin vulnerar nunca su estampa de hombre protector y seguro de sí mismo. Gran mérito de Subiotto, quien logra que su personaje siga siendo cautivante incluso en los momentos en los que produce vergüenza ajena. Cuando al fin le pide su mano, Ernesto no escucha a Luisa sino que, como en club de jazz, permanece deslumbrado por su propia fantasía, la de pertenecer a una familia que no lo incluye. Pero no hay una pizca de egoísmo en su actitud. Más bien una ineficacia supina para manejar sus propios sentimientos y deseos, y para entender ya no el duelo ajeno, sino a la mujer que tiene delante. Ernesto es, en definitiva, un típico hombre de los 60, un modelo que, sin embargo, no se ha extinguido. Sobre el final la cámara realiza el único movimiento disrruptivo de todo el relato, porque es posible detectar en él su obvio carácter de declaración estética. Se trata de un exquisito travelling en retroceso a través de un pasillo, que al principio le va dando aire al plano y parece quitarles presión a Luisa y sus hijas, que están solas en el living de la casa. Pero enseguida una serie de puertas van reenmarcando una y otra vez a las tres mujeres, subrayando el encierro, hasta que la cámara se detiene y el foco las va deshaciendo, convirtiéndolas a ellas también en fantasmas.
El dolor no siempre se expulsa a los gritos No todo el mundo reacciona igual ante una pérdida como la que sufre Luisa, la protagonista de La luz incidente. Luego de un trágico accidente en el que su marido perdió la vida, debe afrontar la crianza de sus dos pequeñas hijas casi sin colaboración ni demasiados recursos. Apenas la ayuda su madre que, al mismo tiempo, presiona no muy sutilmente para que reconstruya su vida con una velocidad que no parece la más adecuada. Ariel Rotter (Sólo por hoy, El otro) ha declarado que La luz incidente es una película sobre la ansiedad, y la definición es pertinente. Porque al apuro de la madre que encarna con gran precisión Susana Pampín se suma el de Ernesto, un candidato que aparece sorpresivamente en la vida de Luisa y muy pronto se va transformando en otro problema para ella: los tiempos de los dos no son los mismos, y él parece no entenderlo cabalmente. Marcelo Subiotto consigue crear con mucha eficacia un personaje ambiguo, inquietante, que parece esconder algo detrás de su persistente cortesía. Una las virtudes de la película de Rotter es justamente su poder de sugestión. El director regula muy bien la temperatura de un relato que, por el asunto que aborda, podría haber sido incendiaria, alude veladamente al fatal accidente que dispara el drama y traza una sutil pintura de época sin recurrir a los subrayados, confiando en la perspicacia del espectador. Ambientada en la década del 60, la película también rememora cuál era el rol de la mujer en esa época, la Argentina de la proscripción al peronismo, el movimiento que en los años previos al golpe del 55 había impulsado los derechos femeninos a través de una de sus figuras más vitales, Evita. Todo parece lúgubre y angustioso en los días de Luisa, que reclama sin alardes su derecho al duelo. Pero inteligentemente Rotter equilibra ese tono gris -acentuado por la excelente fotografía en blanco y negro de Guillermo Nieto- con la aparición de breves pasajes de un humor leve e incómodo (las escenas de la lucha grecorromana y la fotografía familiar, con un Subiotto liberado y brillante) que permite que la película respire y al mismo tiempo revela el desconcierto que suele provocar el absurdo de una muerte inesperada. De reconocido talento para la comedia, Érica Rivas demuestra en este papel que también es una actriz dramática consistente, maciza. Su trabajo es potente y a la vez delicado, en perfecta sintonía con una película que entiende que el dolor no siempre se expulsa a los gritos.
El primer plano de la primara escena de la Luz Incidente da testimonio certero de todo lo que vendrá y del film que veremos: algo poco común enmarcado en una fotografía bellísima. Aclaro que no es una película para todos porque nos encontramos con una cinta exhibida en blanco y negro con una historia muy intimista narrada en tiempos poco convencionales para los estándares actuales. Es un muy buen film pero no para todos paladares. Te tienen que gustar las cosas poco comunes para disfrutarla. En mi caso particular aún no me la puedo sacar de la cabeza desde hace un par de días, cada tanto vienen imágenes a mi mente, analizó el por qué y la respuesta que encuentro es lo bien contada en planos que está. Ariel Rotter logró una estética que te apabulla desde la fotografía y con el uso prolongado de geniales encuadres y varios travelings entre los cuales destaco uno circular muy largo que me dio una sensación de mareo. Y en ese mareo es justamente donde empatizo y descubro el descomunal trabajo de Erica Rivas. A través de ella espiamos la vida de Luisa y como su mundo se desmorona luego de la muerte de su marido hasta que conoce a Ernesto, un genial Marcelo Subiotto. Juntos brindan secuencias formidables y verdaderas clases de actuación en donde los detalles son todo porque si analizamos la historia de manera fría nos encontraríamos con algo muy simple y común. Desde el comienzo y hasta el largo plano final que se va de foco para darle lugar a los créditos nos sumergimos en hermosa experiencia cinematográfica. La única contra es que no será del agrado general sino algo más propio del nicho cinéfilo de autor.
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EL DOLOR QUE NO PUEDE SER… Aunque su director declare que cuando filmaba no tenía todo absolutamente en claro sobre como terminaría su trabajo, cuando se ve el film de Ariel Rotter se tiene la sensación de una solidez, un armado pensando en los últimos detalles, una perfección en la realización y en el planteo dramático redondo. La historia de una joven viuda, en los sesentas, que no trabaja, que tiene dos hijas chiquitas, destrozada por la perdida de su marido y su hermano en un accidente, que sin embargo debe someterse al “deber ser” de la sociedad y de la familia, y “tratar” de casarse otra vez, para mantener la estructura de su casa, aunque su cuerpo y su alma le pidan otra cosa. Dos fuerzas contrapuestas la necesidad del duelo y la supuesta necesidad de rearmarse que chocaran irremediablemente. Un ensayo sobre el dolor y la sumisión. Delicada y potente a la vez. Erica Rivas despliega todas sus dotes de actriz al construir a su criatura, pocas palabras, mucho talento. La acompaña un muy buen elenco: Marcelo Subiotto, Susana Pampin, Elvira Onetto. Son seres que hablan sin ser escuchados, que preguntan lo insólito, se quedan con lo que quieren oír, que dejan hacer., que corren al abismo, con acciones reprimidas, pequeños estallidos.
Crónica de una mujer triste, la elegante nueva película de Ariel Rotter, filmada en blanco y negro, se ubica en unos años sesenta y en el interior de una casa donde alguien ya no está. Allí vive Luisa (Érica Rivas), con sus dos pequeñas hijas, una empleada con cama y la presencia cercana de su madre, después de la muerte de su marido. Desde la primera o segunda escena, a la extraordinaria Rivas (sin duda, una de las más grandes actrices argentina de este tiempo) le basta un gesto, y de espaldas a la cámara, para transmitir la hondura de su dolor. Abre un armario lleno de ropa de hombre, toma una camisa y la huele, profundamente, como si tocara una herida que a la vez es una caricia. Pero una mujer joven con hijas pequeñas debe rehacer su vida, y Luisa permite que un cortejante la invite a salir. Ernesto, enamorado, va demasiado rápido. Pero si la vida tiene que continuar, él la representa. Y el estupendo Marcelo Subiotto llena a Ernesto de calidez, ternura y humor, aunque el tipo sea un poco pesado. Una gran película, hecha con respeto y corazón, con una actriz sensible, intensa y vibrante que no vale la pena perderse.
Escuchá el audio haciendo clic en "ver crítica original". Los domingos de 21 a 24 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.
La “luz incidente” es el albor que llega a la superficie de un sujeto y lo que el sujeto devuelve es la luz reflejada: esa concomitancia, entrega solidaria, es la premisa básica de la fotografía. Ariel Rotter, director argentino – recomiendo ver El otro con Julio Chávez– toma esta idea y la vuelve metáfora: una mujer –increíble Érica Rivas– es minuciosamente seguida por la lente de la cámara. La mirada omnipresente del director seduce a esta dama en su duelo: ha quedado viuda producto de la fatalidad de un accidente y tiene que seguir su pena con dos hijas. La mirada de esta mujer, absolutamente desesperanzada, involucra al espectador desde las primeras escenas. Su melancolía y tristeza son potenciadas por la decisión del director de filmar en blanco y negro: la atmósfera lúgubre – pero con una gran belleza cinematográfica- destila nostalgia.La apacibilidad de esta mujer que se siente vacía es manifestada en cada primerísimo primer plano. Rotter juega con esto, una y otra vez, se enrosca y nos enrosca con esta mujer, que es una especie de Vamp triste. Luisa es una mujer joven y hermosa, pero el derrotero de la vida no le permite rehacer su vida; el pasado la invade y la sumerge en una escenografía fija, inamovible. La casa familiar es su mundo privado, el mundo de ella y sus hijas. Un hombre intentará escabullirse en su universo privativo, obligándola con diplomacia a quererlo. Pero Luisa está triste y no puede salir de su pena. La sofisticación de las escenas – Luisa es una mujer de clase acomodaticia- marcadas por el ritmo jazzero (está ambientada en la década del 50) proponen una película reservada y plácida. Ella es una mujer que es cortejada. Él, un hombre soltero, millonario, que necesita que lo amen – la interpretación de Marcelo Subiotto es impecable-. Él la pretende con insistencia, y en ese juego de atracción reside lo interesante de la película. Él insiste, ella se deja, pero en su mirada está la respuesta. Bailan, se besan, él quiere ocupar el rol del marido que ella perdió, ella se resiste, pero sin fuerza: no puede corresponder ese halo de amor, sólo está allí sintiéndose observada. Luisa es la luz incidente. El drama se escabulle en cada mueca de esta mujer, que circula con pena pero sin nunca perder su belleza. La Luz Incidente es una experiencia cinematográfica que hay que vivir; la empatía con Luisa es tal que uno siente a través de sus ojos inmensos. Además, cada escena, cada paneo es de una sofisticación que evoca incluso al clasicismo. Un cine para celebrar.
Erica Rivas dazzles as a 1960s widow struggling to absorb her loss while the world spurs her on POINTS 8 Set in Buenos Aires in the mid-1960s, La luz incidente (“Incident Light”), the new film by Argentine filmmaker Ariel Rotter (Solo por hoy, El otro) tells the story of Luisa (Erica Rivas), a woman in her late 30s who has recently suffered tremendous losses, including her husband. Ever since it happened, she finds it impossible to move on — in fact, she can barely take care of her two little daughters. Her mum (Susana Pampín) does her best to ease her pain, but her best sometimes is not what Luisa needs. The older woman believes — as does Luisa’s mother-in-law — that a young widow cannot, or should not, raise her kids alone. Or even be alone at all, with or without kids. It makes sense: it’s Latin America and women’s lib hasn’t yet emerged. So when Luisa meets a man about her age at a party, Ernesto (Marcelo Subiotto), her mum insists that she get to know him. She says he seems a serious man, although he’s perhaps too vehement, too resolute, even a bit pushy. It if it were up to him, they could get married in a few months. He says he’s in love with her, and in his own way he probably is. If only someone asked Luisa what she wants to do with her life. From then on, a meticulous, perceptive exploration of the mourning process of a grief-stricken woman unfolds. Better said, La luz incidente is more about how grief can live forever when it’s not drained out of your system. Luisa is in dire need of time, both chronologically and existentially, and it is this lack of time that Rotter examines with a great eye for detail. More to the point, it’s the collision between Ernesto’s urgency and Luisa’s lethargy that drives the narrative. How is she supposed to overcome her terrible loss if she’s not even allowed the time to do so? There are, in fact, two paths that converge to build up the drama: on the one hand, you have Luisa’s personal difficulty to move on. She can’t help being anguish-ridden and melancholic, and she has never experienced a trauma like this before. On the other hand, there’s the social pressure, the idiosyncrasy of these not-so-happy 1960s that deem women as unfit to live alone or without a man. Without a single misstep, La luz incidente strikes a perfect balance between these two dimensions of the conflict. In fact, you can’t think of one of them without the other. And you could add a huge and unspoken fear of pain that everybody shares. A character study like this one needs more than fine acting, and fortunately Rotter has always had a knack for coaching his actors and La luz incidente boasts finely tuned performances from the entire cast. A consummate actress, Rivas plays Luisa with admirable restraint, with the tiniest gestures and glances that speak of an inner journey which extends far beyond what viewers can see. She is, in fact, the living embodiment of deeply underlying sorrow. The always outstanding Pampín is equally admirable and brings surprising nuances as Luisa’s mother, a woman who cares so much for her daughter that she’s on the verge of suffocating her with the desire to see her get better. And Subiotto hits all the right notes as the gentleman caller who’s well meaning, extroverted, yet quite annoying in his persistence. The film’s production values are equally riveting, from the eye-catching, lustrous black and white cinematography with endless shades of grey by seasoned director of photography Bill Nieto to the accomplished visuals, it’s not only a matter of technical proficiency, but mostly of aesthetics. The same goes for the impeccable art direction by Ailí Chen, which makes you feel not only that the film is set in the 1960s, but also that it could have been filmed in that time. Costumes by Mónica Toschi are just as remarkable. For that matter, there’s not a single element of the language of cinema that has not been meaningfully designed. Talk about a striking period piece. Considering the storyline is akin to melodrama fare, you’d think that its tone would be accordingly overemotional. But Rotter deliberately crafts the drama without an inch of exaggeration or sentimentalism. This is not about bringing emotions out in the open — which is just fine. Nonetheless, this degree of restraint does have a strange effect since, more often than not, the overall tone may feel too detached. You witness what’s happening, yet it may be not that easy to be that emotionally engaged. Then again, this is a highly subjective matter so it’s up to each single viewer to see how they relate to the drama. The same goes for the film’s somewhat sluggish pace (although by design), which may rightly mirror Luisa’s sense of living in a suspended time, but sometimes might slow down the general emotional impact. La luz incidente is a welcome rare bird on the current scene of Argentine cinema. Not only because of its extremely accomplished production values and admirable aesthetics, but chiefly because it’s superb at drawing an accurate portrayal of a woman in profound pain while tracing at the same time a bigger picture of a time when social mandates could deepen open wounds. Production notes La luz incidente (Argentina, Uruguay, France, 2015) Written and directed by Ariel Rotter. With Erica Rivas, Susana Pampín, Marcelo Subiotto, Elvira Onetto, Rosana Vezzoni, Roberto Suárez, Great and Lupe Cura. Cinematography: Guillermo Nieto. Editing: Eliane D. Katz. Running time: 95 minutes. @pablsuarez
Admirable drama asordinado que trae ecos reconocibles Buenos Aires, comienzos de la década del 60, con resabios de la anterior. Se nota en la ropa, en los muebles, en la máquina de hacer pastas caseras, en el autito y los juguetes, en el silencio todavía posible dentro del hogar. Y en el modo de hablar, de moverse, y sobre todo en el modo de pensar. Hay una madre, que ya es abuela, y una hija, madre de dos criaturitas. Sonríen con tristeza recordando a un ausente. Después sabremos que hay más de uno. Y que la joven madre arriesga problemas económicos. Está de duelo, pero debe rehacer su vida cuanto antes. Eso, en esa época, significaba "debe volver a casarse", "las nenas necesitan un padre". Seguramente hoy también significa lo mismo, pero las mujeres han cambiado un poco. Lo que no cambia, es la necesidad de hacer el duelo. Ahí es donde irrumpe, e interrumpe, un posible candidato. De buena posición, buena predisposición, y buen humor, pero torpe y apresurado. Parece la unión imposible del agua con el aceite. Y parece que no hay otro. Un tipo amable que dice "¿Qué mayor felicidad puede tener un hombre, que sentirse necesario?" Pero no escucha lo que la otra persona necesita. Por ahí va el drama, sin gritos, encerrado en la calma del hogar y la cabeza de la mujer, que se ve perdida entre el dolor íntimo y el entusiasmo ajeno. El sonido despojado y la fotografía en blanco y negro, de sutil encuadre, nos ponen en clima y nos remiten a ciertas películas de aquella época. Las actuaciones son más modernas. También la mirada de los espectadores, hasta que, dentro de cada uno, empiezan a superponerse las imágenes de sus propios recuerdos familiares. La dedicatoria final es clave: "A mi madre y mis hermanas". Así es la nueva película de Ariel Rotter, quizá la mejor de las tres que hizo hasta ahora, o al menos la más sentida. Lo apuntalan admirablemente Erica Rivas, Marcelo Subiotto, Susana Pampin, Guillermo Nieto, director de fotografía, Aili Chen, directora de arte. Vale la pena.
Y al final… el túnel Hay varias coordenadas para trazar en la cartografía propuesta por Ariel Rotter en su nuevo opus La luz incidente, la más próxima a la mirada no se halla en la imagen precisamente, sino en lo que cada imagen no resuelve. Ese es un camino posible en el acumulado de las fotos -por ponerle un nombre- que completan un álbum familiar. ¿Qué es lo primero que nos pasa al ver un álbum familiar? El recuerdo de aquello que no está en las fotos. O sea, la huella del ausente. Y si de ausencias vamos a partir en la cartografía de La luz incidente, el mapa de los afectos y las emociones han perdido las fronteras y no son limítrofes esos continentes, más que en un anhelo para rearmarlo. Todo eso es lo que se le pide, implícitamente, a Luisa (Erica Rivas en un gran desempeño), en tránsito de un doble duelo por la pérdida simultánea de un hermano y su esposo en un accidente trágico. Tras ese episodio del que no pudo ni siquiera ser testigo, se desdobló como si se tratara de la imagen y el reflejo. Y esa zona de grises no son otras que la de la tristeza y la inercia que causa un incidente, es decir un acto repentino que no se previó y que no se esperaba de manera consciente.
Rodada en blanco y negro y de corte netamente intimista, "La luz incidente" adentra al espectador en el drama de la protagonista en un relato donde lo formal se impone al contenido. Érica Rivas interpreta a Luisa, una mujer joven con dos hijas pequeñas que acaba de enviudar producto de un accidente automovilístico que se cobró la vida de su esposo y hermano. En realidad es una incógnita el plazo desde que aconteció dicha pérdida y las sugerencias familiares indican mucho mas tiempo, sin embargo actúa como si todo hubiese sido reciente. La llegada casi accidental a su vida de Ernesto -Marcelo Subiotto-, un hombre encantador e insistente que propone reconstruír todo, hace que Luisa comience a replantearse si es bueno vivir en el recuerdo y en medio de tanta oscuridad o dejarse iluminar a la luz de una nueva relación sentimental. La luz incidente nos adentra con la cámara en la vida de esta mujer rota que enfrenta un proceso de duelo que hasta el momento, sistemáticamente evitó, y que además deberá enfrentar la tensión entre el deseo, los mandatos sociales de la época y sentimientos ambiguos, ante la llegada de un acompañante ideal cuya perfección y carácter genera sospechas. A partir de la conformación de atmósferas, con sutiles planos y contraplanos o movimientos de cámara -se destacan los travellings circulares-, la fotografía en blanco y negro y la música de jazz, el relato va construyendo lentamente la historia de esta mujer melancólica que se resiste a dejar marchar el pasado. Érica Rivas demuestra nuevamente su gran talento, muy bien secundada por Marcelo Subiotto y Susana Pampín, en un papel que expresa más por lo gestual y las miradas que por los diálogos. La luz incidente pone el acento en lo formal y su estética para narrar con elegancia un conflicto intimista, pero al cual da la sensación que le faltan giros, sucesos o acontecimientos con el que el público quede atrapado de comienzo a fin, sin depender sólo de los instantes o atmósferas que subyuguen según el espectador.
Comprometida historia personal Ariel Rotter trae esta trama de tintes autobiográficos, con grandes actuaciones de Erica Rivas y Marcelo Subiotto. Hay algo que se impone de inmediato en La luz incidente, tercera película de Ariel Rotter (El otro, Sólo por hoy). El compromiso del autor con la historia que cuenta está a la altura de la realización y las actuaciones, cuidadas con fecunda obsesión. No es una película fácil este filme de época, ambientado en los años ‘60, naturalmente en blanco y negro. Su atmósfera agobiante incomoda desde el principio, apenas da respiros en un bar de jazz. Y nos mete a todos en un duelo inconcluso, el de Luisa (Erica Rivas) que apenas puede llorar a su marido y a su hermano muertos mientras cuida a sus hijas en un mundo que se le revela difícil, adentro y afuera. Pero aparece un hombre, el personaje de Marcelo Subiotto, que la enfrenta todavía más con ese duelo que no puede hacer. Es un tipo decidido, empuja y empuja sin escuchar jamás, se siente con poder para seducirla y con la necesidad manifiesta de reconstruir esa familia que asume propia. Dos trabajos magistrales los de Subiotto y Rivas, cuyo personaje entra en un estado de indefensión y ansiedad apenas catalizado en el mandato familiar y cultural de la época. Y Subiotto es una locomotora, hasta para tocar la guitarra. Si hace falta lo decimos, no es una historia de amor tradicional la que cuenta Rotter, es un camino posible, difícil, en el que los sentimientos nunca fluyen claros, en el que la empatía y la identificación hay que pensarlas más que sentirlas. Eso que la necesidad, el dolor contenido, el agobio, y la insistencia del pretendiente arman un cuadro del que fluye una dosis de realismo alarmante. Es una historia personal la que cuenta Rotter, y por ello sus personajes están tan pulidos, por eso hay densidad en esos vínculos aunque sean nuevos. Se siente el impacto de la familia destrozada, la fortaleza enorme del personaje de Susana Pampín, la madre de Luisa, un dique de contención y calma para su hija perdida. Se vive esa fragilidad con parámetros de realidad. Tanto que queremos saber cómo sigue, qué pasó, qué vino en los años siguientes. El gran trabajo de iluminación y de encuadres tiene la doble virtud de acompañar la atmósfera de un filme austero, con unas pocas escenas que parecen desmembradas unas de otras pero que ayudan a componer esta historia original en el conjunto, tan poco convencional y tan verosímil dentro de su narrativa certera y sin golpes bajos, que de algún modo deja ser y hacer a sus protagonistas, que entendieron bien de qué iba la historia, el tiempo, y los límites de aquéllos años difíciles. Los fantasmas existen, a veces reviven, se vuelven reales con la luz, aunque sea en el cine.
Cuenta con la estupenda interpretación de Erica Rivas (una verdadera clase de actuación), quien muestra a lo largo del film una gran carga emocional, meditación, tristeza interior yse van generando buenos climas. Muestra lo difícil que resulta en esta mujer elaborar su duelo, las perdidas, aunque su madre y suegra la apoyan en su nueva vida. Hay muchos hermosos silencios, interesantes planos, toda en blanco y negro. Ambientada en los años 60 y con música de jazz.
La diversidad de los rumbos La Luz Incidente, el nuevo film de Ariel Rotter (El Otro, Las Acacias) nos presenta a Luisa (Erica Rivas), una mujer que recientemente ha enviudado, y a consecuencia de eso, no sabe como continuar, o como volver a iniciar su vida tanto familiar, como amorosa. El repentino fallecimiento de su esposo y su hermano, producto de un accidente automovilístico, altera todo en la vida de Luisa, y sus dos pequeñas bebés gemelas. Ella no sabe que hacer, que no hacer, que decir, o como mostrarse, y para colmo de males, su madre (la excepcional Susana Pampín) no hace más que presionarla para que rehaga su vida. En un fiesta Luisa conoce a un hombre (Marcelo Subiotto), quien desde el primer minuto, manifiesta su atracción por ella, y sus intenciones de ser aquel que venga a llenar esa falta en la familia, y a brindar algo de luz, en un momento de tanta oscuridad. Allí Luisa se entrenta a dos situaciones: el reciente duelo, que hasta ese momento evitaba; con la inestabilidad -tanto emocional como económica- surgida a partir de ello, y la necesidad -o imposición externa- de un hombre en el hogar. Ella se muestra limitada, desbordada, desanimada, y todo su entorno, y el contexto de la época, le exigen un cambio, pese a sus numerosas resistencias. En relación a los aspectos técnicos, La Luz Incidente es maravillosa, desde la fotografía de Guillermo Nieto, que remite no sólo al cine argentino de la época en la que el film se sitúa; además de la elección de filmar en su mayoría en interiores, también está diciendo algo: los asuntos familiares son y deben ser privados, algo del hogar, y el exterior sólo debe ver la cara bonita de las cosas, las fiestas, los festejos, etc. En cuanto a lo actoral, los tres protagonistas (Rivas, Pampin y Subiotto) se lucen con excelencia, abordando una cuestión delicada, pero con los justos y necesarios toques de humor, dentro de un film excelente, que nos invita a cuestionar constumbres ideológicas acerca del rol de la mujer, y de la imagen de familia.
Ariel Rotter se propuso escribir y dirigir una película que nos hiciera reflexionar sobre muchas cosas, y lo logró. La Luz Incidente es la nueva cinta que se suma al Salón de la Fama del cine argentino; hermosamente filmada, con algunas tomas que quedarán en la memoria de la audiencia, actores con un compromiso enorme a la hora de expresar sentimientos… Pero sobre todo, un relato triste que hace doler el corazón sin ningún tipo de culpa. En una época en la que el rol de la mujer se ajustaba a ciertas convenciones sociales, Luisa (Erica Rivas) pierde a su marido y a su hermano en un terrible accidente. Esa es la primera información que obtenemos de la historia. A partir de allí, comienza un pequeño viaje en el que la pobre protagonista sólo necesita del valor del tiempo para procesar un duelo difícil, y que lamentablemente debe entregarse a lo que es bien visto por los demás. Luisa debe pensar en el futuro de sus dos hijas pequeñas, ante todo, y no se anima a enamorarse de nuevo. Pero no porque no quiera, sino porque verdaderamente no lo siente. En medio de ese trago amargo es que aparece Ernesto (Marcelo Subiotto), un hombre que es la cara opuesta de lo que le pasa a ella. Soltero, bien acomodado a nivel laboral y económico, y evidentemente con una necesidad desesperante de formar una familia. Injustamente, se enamora de esa mujer que está ahora desnuda frente al mundo; presa del miedo, como si fuese un venado que no tiene escapatoria. Luisa trata de verle el color a la situación, sin embargo, el tono monocromático del film nos avisa que quizás no haya final feliz para ella. Así es como obtenemos un combo en el que un personaje logra todo lo que se propuso, mientras el otro debe rendirse a las escasas opciones que tiene y que le convienen, según su madre y demás influencias. Sí, es un relato duro por donde se lo vea. Para la satisfacción de nuestros ojos, es de una delicadeza infinita, porque jamás cae en algún lugar común o incómodo, sino que avanza con fluidez hacia un destino marcado por la depresión de sentir cómo una chica tan joven se desarma de a poquito, extrañando a su verdadero amor que ya no está físicamente entre nosotros y que el único legado que le ha dejado, además de dos preciosas hijas, es una pila de preguntas sin respuestas lógicas. Animate a transitar esta peligrosa ruta llamada La Luz Incidente, no apta para aquellos que buscan entretenimiento liviano ni finales felices, pero sí para observar una pieza de arte digna de cualquier museo europeo, que nos invita a permanecer atentos a las pinceladas de luces y sombras por un buen rato; concretamente durante una hora y media. A nadie le gustaría estar en la piel de Luisa, pero la vida a veces es así de cruel y realista. Siempre dicen que la realidad supera a la ficción. Yo digo que es bueno ver cuando la ficción logra igualar a la realidad. Por más triste que pueda ser, siempre es bueno…
Dolor en blanco y negro El blanco y negro copa la escena en "La luz incidente". El contraste atraviesa la historia de Ariel Rotter, el director que llevó a la pantalla grande un relato familiar y supo ponerlo en foco con sutileza y sensibilidad. En un tono casi minimalista, el filme transcurre en una ambientación relajada, en una Buenas Aires lejana, allá por los años 60. Parece mentira que todo sea tan lejano, desde la radio a transistores hasta la cajita de música, el Fiat 1.500 y ese modo formal y cortés de relacionarse. Pero las expresiones de los protagonistas Erica Rivas y Marcelo Subiotto le dan proximidad a sus criaturas, con relaciones cercanas, reconocibles en cualquier pareja de aquella década. La trama desanda a partir de la pérdida. Es desde ese hueco por donde sangra Luisa (Rivas, impecable). Ella perdió a su hermano y su esposo en un accidente de tránsito y se quedó sola con sus dos hijas pequeñas. Esa herida no cierra. Luisa todavía plancha las camisas de su marido como si la tuviese que usar la mañana siguiente y sigue buscando alguna explicación que le justiquique lo inexplicable de dos muertes absurdas. No puede con su tristeza. Ni siquiera ante la presencia de Ernesto (Subiotto, en un rol sorprendente), quien no sólo le ofrece su amor, sino que también quiere darle el apellido a las niñas para que todo quede casi como era entonces. Las presiones sociales y el qué dirán que rodea a la esta familia pequeño burguesa irá arrinconando a Lucía, quien deberá tomar alguna decisión, más allá de su dolor. El corazón le hace trampas, por momentos quiere soltarse y tener algo de fuego pasional en sus días y hay ratos que desearía dormir y no despertar. Una película para ver y disfrutarla, lejos del color, y cerca del claroscuro, con o sin luz incidente.
Jimmy Hendrix decía que la música es el aire que flota entre las notas. En La luz incidente, último opus de Ariel Rotter (Sólo por hoy, El otro) el cine es la luz que flota entre los contrastes del blanco y negro. El refinado planteo visual que pone en juego el realizador remarca matices y le imprime densidad a los silencios, hace de sus personajes un coro tenso, amargo, siempre al borde del desborde, como un policial oscuro pero sin pistolas ni detectives. Luisa es una mujer que intenta salir del pozo de tristeza en el que cayó tras quedar viuda. Con mellizas a cuestas y una madre que le da indicaciones, vive una cotidianeidad entre sombras, de las visibles y de las que la atraviesan en cada gesto, en cada rechazo al tipo que la desea y la ronda con una insistencia deudora del Norman Bates de Anthony Perkins. Rotter pone la cámara al servicio de una historia de desencuentros, en la que cada sonrisa da espacio a un rictus de amargura. Como en ninguno de sus films anteriores, elaboró un trabajo de artesano, que homenajea el oficio de realizador detrás de cada diálogo y cruce de miradas. La Luisa de Érica Rivas y el inquietante Ernesto de Marcelo Subiotto son un dueto de corazones solitarios, dos almas en pena en medio de un abanico de grises. Su relación provoca desde la incomodidad de lo indeseable. El cine de autor que los contiene linkea con Hitchcock, como si Teresa Wright y Joseph Cotten se cruzaran del fílmico al digital, en otro juego de laberintos de espejos. Pero de los que reflejan menos de lo que esconden. Esos que más placer provoca recorrer.
UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD Es más que probable que La luz incidente, por lo menos para quien escribe, termine convirtiéndose en la mejor película argentina de este año y en uno de los estrenos más relevantes de 2016. Ocurre que el tercer film de Ariel Rotter (Sólo por hoy, 2000; El otro, 2007), alejado de formas expresivas y de poéticas recurrentes del cine local, funciona como un perfecto mecanismo de relojería, desde las decisiones de puesta en escena de su director, la concreción de los rubros técnicos al servicio del relato y la interpretación de actores principales y secundarios que alcanzan una infrecuente luminosidad en la hora y media de duración de la película. La trama se relaciona con el duelo, el vacío y el dolor de Luisa, debido a una tragedia personal que aun recorre su cuerpo, con dos pequeñas hijas a su cuidado a las que debe proteger de la ausencia y una madre que aconseja y sugiere sobre esa vida afectiva destrozada. El paisaje de época se acomoda de manera perfecta : el uso del blanco y negro junto a una cámara con recursos expresivos, un cuidado minucioso en el vestuario, escenografía y decoración, silencios y voces tenues y bajas para acompañar las pérdidas afectivas de la protagonista, una inesperada incertidumbre económica, un futuro que no parece venturoso. Pero aparece el personaje de Ernesto, con su gracia a flor de piel y simpatía de soltero extrovertido: ambos se conocen en una fiesta, teñida de música de jazz (funcional y relevante para la historia) y desde allí comenzará la posibilidad del resurgimiento de la viuda aferrada al dolor extremo. Rotter recurre a la elipsis con gran maestría, concretando momentos cinematográficos de inusitada belleza formal y temática: los encuentros a solas de la pareja, los temores de ella, los cuidados movimientos de él, la visita de Luisa al trabajo de su esposo fallecido, las lágrimas necesarias que surgen en la soledad más insoportable, la sesión fotográfica cerca del final en una escena repleta de matices desde los mínimos gestos y sensaciones. Para conformar una película semejante se debía contar con intérpretes acordes al desafío. Érica Rivas entrega un trabajo para disfrutar más de una vez, a la altura de su protagónico en Por tu culpa de Anahí Berneri. Su Luisa es un personaje al que las pérdidas (su esposo, su hermano) le recorren su cuerpo, modifican su mirada y sus leves movimientos que intentan olvidar la tragedia y así empezar una nueva vida. Como contrapunto, aparece un extraordinario Marcelo Subiotto, “un cortejante” de fuerte presencia, apelando al humor con tal de construir nuevos afectos junto a la viuda y sus pequeñas hijas.- Y la cámara del director, protagonista de la historia. Una cámara que construye el espacio hasta con un marcado pudor a través de sus movimientos parsimoniosos, planificados con el máximo rigor. Como sucede en el travelling del final, donde su desplazamiento hacia atrás hasta que la imagen difumina en un bienvenido fuera de foco a Luisa y a sus hijas, le dice adiós a una luz incidente e intensa que permanecerá en el mejor de los recuerdos. LA LUZ INCIDENTE La luz incidente. Argentina/Francia/Uruguay, 2015. Dirección: Ariel Rotter. Guión: Ariel Rotter. Fotografía: Guillermo “Bill” Nieto. Edición: Eliane D. Katz. Dirección de arte: Ailín Salas. Sonido: Martín Litmanovich. Intérpretes: Érica Rivas, Marcelo Subiotto, Susana Pampin, Roberto Suárez, Elvira Onetto. Duración: 95 minutos.
ABSORCIÓN MONOCROMÁTICA Luisa abre el armario y mira la ropa colgada. Muy despacio saca una camisa y la huele bastante tiempo ya sea para acercarse a través del olfato hacia su dueño o, quizás, para no permitirse olvidarlo. Con cuidado toma una de las mangas y la acomoda como si fuera un abrazo. Entonces, entra Mary y Luisa devuelve la prenda a su sitio. La escena está retratada no sólo con delicadeza, sino con tal grado de intimidad que se asemeja a los pensamientos propios, en los que interviene una mezcla de recuerdo, duda y lo difuso. Este tratamiento que replica Ariel Rotter a lo largo de la película está basado en su mirada interior respecto a las fotos familiares guardadas, de las que poco se hablaba y no se podía preguntar mucho; una combinación entre el trazado de la memoria familiar y los fantasmas personales. Por tal motivo, en La luz incidente hay un constante trabajo de construcción y deconstrucción delimitadas por líneas muy finas tanto en la puesta en escena como en los personajes. En primera medida, no es casual el uso del blanco y negro como tampoco el hecho de que en varias escenas los personajes se encuentran en los marcos de las puertas. También, las dos veces que aparecen fotos no se muestran a cámara y su vínculo con quien la conserva es sumamente profundo. Por el otro lado, el director privilegia la idea de borramiento ya sea del espacio, del rostro o del tema. Por ejemplo, cuando Luisa (Érica Rivas) va al parque con sus hijas, cada vez que una de ellas se acerca a un primer plano por el balanceo de la hamaca, su cara se torna difusa y cuando se aleja se restablece. En el caso del tema es más bien su evasión: alrededor de la mitad del filme se sabe con certeza el motivo del sufrimiento de Luisa pues, hasta ese momento, los personajes sólo dan indicios de lo ocurrido. Y ese mecanismo también da cuenta del recuerdo en sí mismo, de aquello que permanece oculto o no es completamente claro. La luz a la que hace referencia el título parece resignificarse al final y, con ella, la memoria en sí. Quizás sea hora de dejar entrar al color. Por Brenda Caletti @117Brenn
Obra profunda y adulta que seguramente será valorada por los cinéfilos Soltar o no soltar. Continuar viviendo con los recuerdos y las pertenencias del marido muerto, o aceptar una nueva relación al poco tiempo de enviudar. Ese es el nudo de la nueva película de Ariel Rotter, director de “El otro” (2007). Ambientada en los años ´60, filmada en blanco y negro para resaltar la época en que está retratado el relato, nos cuenta la vida de Luisa (Érica Rivas), una mujer joven, madre de dos bebas, quien hace poco perdió a su marido, al que extraña horrores. Transita el duelo acompañada y apoyada por su madre y su mucama, pero su existencia está adormecida hasta que conoce a Ernesto (Marcelo Subiotto), que se entra en su vida con decisión y prepotencia, por lo que inmediatamente se sentirá atraída por él. Luisa, empujada por las circunstancias que atraviesa, tanto económicas como morales (en esa época no estaba bien visto que una mujer sea independiente), la hacen reflexionar y dudar continuamente si acepta a un nuevo hombre y así estabilizarse como manda la sociedad, o continúa con el duelo hasta que pueda rearmarse emocionalmente. Las luchas entre los protagonistas y la interna que tiene que afrontar Luisa, enriquecen a la obra cinematográfica y nos mantiene en vilo hasta el final para saber que resolución toma el personaje principal. Filmada en gran medida en interiores, con un ritmo cansino, el realizador utiliza mucho los planos medios cuando están los protagonistas juntos, trasmitiendo al espectador la sensación del agobio y angustia que padece Luisa.. La iluminación y la fotografía son muy buenas, ayudada por el vestuario, y la escenografía cuidada en todos los detalles, junto con los adornos, juguetes, etc. Las imágenes van acompañadas por una buena selección de música de jazz, reflejando la vida de la sociedad de la clase media-alta del Buenos Aires de entonces, introduciéndonos definitivamente en las tensiones latentes que genera la narración. Marcelo Subiotto está en su justa medida consustanciado en la interpretación del personaje, amable, seductor, incisivo, sereno, medido. Por su parte Érica Rivas es una actriz con un talento enorme, que seguramente aún no la hemos visto en todo su potencial, porque se va superando año tras año, y su presencia en la pantalla se impone para sostener y jerarquizar a ésta realización. La intensidad dramática que le brinda a Luisa es única. Las miradas, los gestos de amargura y tristeza, que superan ampliamente a las pocas sonrisas que nos regala a cuentagotas, hacen creíble a su caracterización y genera que el espectador se identifique con ella. Este drama filmado por Ariel Rotter tiene una gran calidad artística y un buen guión. Es una obra profunda y adulta que seguramente será valorada por los cinéfilos.
LA LUZ INCIDENTE (02) LA MUJER EN SU LABERINTO luz-incidente Por Marcela Gamberini Pocas cosas son tan inenarrables como el dolor. La pérdida del marido, joven, hace que Luisa viva su duelo como puede. Se refugia a veces en sus hijas pequeñas, bebes apenas, que no saben nada acerca de lo sucedido. A veces en su madre y en su suegra, quienes la acompañan. Xby tom Con una puesta en escena elegante, se luce como siempre Érica Rivas, en el papel de Luisa. Si alguna vez en Por tu culpa la gran película de Anahí Berneri, Rivas hacía también de una madre con marido ausente, en ese caso el dolor se trasvasaba en su cuerpo, despeinada, desarreglada, alborotada. Es que en Por tu culpa Rivas estaba desbordaba y su cuerpo se hacía carne y uña de este desborde. El caso de La luz incidente es el revés de trama de aquella película. Rivas está contendida, su pelo siempre tirante, su elegante aunque sencilla vestimenta, sus zapatos bajos, su andar pausado muestran a una madre viuda, contendida en ella misma. Sobria, de ojitos tristes y manos agarradas en el regazo. Ella es la que contiene su pena y su dolor; su cuerpo lo contiene, como un recipiente oscuro que apenas deja pasar la luz. Y a la vez ella es contenida por los encuadres, que de líneas rectas la sitúan en los bordes, en los márgenes de esas habitaciones y fundamentalmente pasillos de esa casa que parece un laberinto moderno. Ella encerrada en ese laberinto que es su casa y a la vez su cuerpo, como una extensión mágica y consistente. Luisa es un fantasma, se mueve lentamente, es amorosa con sus hijas, es refractaria a su madre, responde a su suegra. Cuando sobre el comienzo huele las camisas del marido, aspira su olor y su presencia me pregunto: ¿qué queda del amor cuando el otro se va? ¿Cuándo desaparece? ¿Dónde va el amor? En el olor de esa ropa, en el rostro de sus bebes, en cama de la casa quinta. Fantasmática, Luisa huele, respira apenas, camina a pasos lentos. En cada uno de los planos de la película aparecen lámparas encendidas (Nadie encendía las lámparas, se llama un cuento de Felisberto Hernández, maravilloso cuento fantástico, de fantasmas también) lámparas de luces incidentes y débiles, ventanas entornadas con cortinas de tela que no dejan pasar la luz plena. Todo es fantasmagórico, interrogador, tenue. También hay espejos, que quieren reflejarla, aunque sea borrosamente; Luisa necesita recuperar su identidad de mujer, el espejo ayuda pero no resuelve; sabemos los espectros no se reflejan. Cuando Luisa va a la oficina de su esposo muerto, su reflejo es demasiado débil sobre ese vidrio que a la vez la duplica, como si otra Luisa entrara a ese espacio que ya no le pertenece. El dato más que interesante es que Luisa al momento de enterarse de la muerte de su marido y de su hermano desaparece (la dopan) y claramente desaparece junto con su marido. Ahí existe una ausencia, un vacío en su cabeza y en su corazón; no haber estado allí, en ese momento, en que era necesario reconocer los cuerpos, tocarlos, verlos; su madre y su suegra ocuparon ese lugar. El único momento en el que Luisa conecta con ella misma es cuando, por fin, se larga a llorar, exorcizando su pena, sublimando su angustia, dejando que las lágrimas fluyan y el cuerpo se estremezca con el llanto. Xby tom Ese teatro vacío al que la lleva su pretendiente, teatro que sólo lo concebimos lleno, la película lo presenta vacío, da miedo este vaciamiento, como dan miedo las apariciones. Ese teatro vacío, redondo es como el alma de Luisa que deberá aprender a llenarse. “Dígale que no estoy” le repite a Mary, la mucama, cada vez que alguien pregunta por ella. Es que realmente Luisa no está, su cuerpo no está en ningún lugar, no está en la oficina de su marido, ni en esa fiesta donde conoce a su pretendiente – Ernesto-, ni en ese teatro, ni en los restaurantes, ni en los bares; sólo tal vez “esté” cuando está con sus hijas, cuando las acaricia, cuando las levanta, cuando juegan. Luisa es un espectro, una aparecida que deambula en su laberinto. La secuencia insuperable es aquella donde ella, le cuenta, breve y sencillamente a Ernesto, el accidente de su marido. El relato es tan conciso como el plano que los contiene, limitados ambos por paredes y a la vez, ese plano, es tan profundo como la decisión de Luisa. Termina el relato y el plano con ella, lejos, de espaldas, ofreciéndose recatada y temblorosa a los brazos de Ernesto. El relato termina allí donde ella decide mostrarse, donde comienza el sexo que la película, también recatada, decide no mostrar. Sin embargo, la escena que sigue inmediatamente a esta es la de Luisa planchando las camisas de su marido, tal vez como una forma de pedir perdón, de pedir cierta piedad, de aliviar la traición. La luz incidente es una magnífica película, elegante, sobria en su relato y en su forma. Su blanco y negro reflejan las luces, siempre tenues, siempre en lámparas, siempre en destellos. Luisa es la película, es la luz que incide, es el cuerpo que contiene, es su laberinto privado. Ella y sus hijas, como en la hermosa escena final; cuando la madre se va y la deja a ella jugando con las niñas, hablando bajito, moviendo los juguetes. Ella y sus hijas, solas las tres, mientras la cámara, pudorosa se aleja, recorriendo en ese “travelling para atrás” el espacio y el tiempo, aquel que ya no podrán recuperar. La cámara se va por el pasillo laberíntico, hasta borronear la imagen de Luisa y sus hijas, hasta volverlas irreconocibles. Solo, en la soledad en la que están inmersas, quedan sus voces; su contrapunto sonoro. Ese diálogo imposible que uno mantiene con los bebés, como el dialogo imposible que mantiene Luisa con ella misma, con su madre, con Ernesto. Xby tom Seguramente La luz incidente sea una de las grandes apuestas de este año. Delicada en su tratamiento, no podía ser de otra manera cuando se trata de un duelo, de una pérdida dolorosa, de esas que roen el alma, trastocan los sentidos y nublan la vista. Delicada también en su ambientación que recrean los años sesenta de una manera más que eficiente. La luz incidente es bella, carente de épica triunfalista personal, intimista, un drama privado que se desarrolla en las penumbras; en la casa de Luisa, en ese laberinto privado donde terciando a Felisberto: “alguien enciende las lámparas”. Marcela Gamberini / Copyleft 2016
Este film de Ariel Rotter narra el duelo de una mujer con dos hijas pequeñas que ha perdido a su marido (gran trabajo de Erica Rivas) y la relación naciente con otro hombre (Marcelo Subiotto, también perfecto) con un esplendor visual que es poco común en el cine nacional. La película, que recuerda aquel cine de Torre Nilsson de los sesenta, tiene la virtud -y un poco también, el defecto- de transcurrir en un mundo casi aparte, donde “lo argentino” se disuelve en el drama. Un film original.
Esos fantasmas de una dulzura amarga Estados de ánimo alienados y sonámbulos en la película que presenta a Luisa, una mujer que acaba de perder a su marido. En medio del duelo aparecen fisuras de un futuro. Uno de los carteles de difusión de La luz incidente, tercer largometraje de Ariel Rotter, se dedica a contemplar desde un plano medio el perfil de Luisa (Érica Rivas). La luz le llega desde el fuera de cuadro, seguramente a través de una ventana próxima. Su mano delinea suave el contorno del rostro, mientras uno de los dedos toca el entrecejo. Los ojos cerrados, el cabello ceñido, apenas cabizbaja. La luz parece mágica, casi una respuesta a este rezo disimulado. Luisa está en trance. Su marido falleció hace poco, en un accidente. Pero el tiempo ha sucedido, de manera suficiente como para permitirle a a ella ciertas salidas, de aire y noche diferentes. Aun cuando el dolor no se vaya, ciertas fisuras parecen atisbar algo más. Al respecto, las dos hijas de Luisa, bebés y mellizas, ofrecen un candor incomparable. Los momentos que comparten con la madre, entre caricias, son de una belleza que parece esculpida. Sus rostros serenos no sólo repercuten sobre el drama del film, sino que interrogan sobre el misterio mismo de esas caritas plácidas, entregadas al juego, el afecto, la música, mientras parecen ofrecer la mejor toma cinematográfica. Entre las hijas y su madre, Luisa se debate. El silencio que comparte con sus pequeñas es el contrapunto al pleito que le significan las recomendaciones de la madre. Lo sucedido guarda momentos graves, que la película de Rotter prefiere integrar en los gestos pequeños, en los detalles del día a día. Como cuando Luisa se reencuentra con el espacio de trabajo de su marido, con sus cajones y anotaciones. Los olores de la ropa guardada, los documentos con fotitos y fechas.Todo contribuye a un duelo que todavía sucede. Hasta que la luz se filtra, y aparece Ernesto (Marcelo Subbiotto). Pero no hay que tomar lo referido de manera anecdótica, puesto que Rotter articula una película de dulzura amarga. Se vale de estos móviles para entretejer algo más denso, a través de un cuidado estético refinado, que se trasluce en los diálogos -meticulosos, de pocas palabras, amparados en gestos-, en los decorados -los objetos personales de Luisa y Ernesto, las maneras del vestir-, en la fotografía en blanco y negro. Es decir, se trata de un film bello, pero con dos personajes que están alienados, perdidos en sí mismos. En otras palabras, Ernesto es como Luisa. Su historia de vida también guarda cierta tragedia. Un retrato guardado, casi escondido, señala algo que le ha ocurrido. Para los dos hay malestares que superar, también que compartir. Pero La luz incidente es todavía más. Es eso lo que permite se la relacione con el film anterior del realizador. En El otro, Julio Chávez interpretaba a un viajante que decidía cambiar su identidad en un pueblito. De repente, para el personaje todo un mundo terminaba y otro nacía. Una situación de extrañamiento alteraba la relación del personaje consigo mismo y con el mundo. Los ecos del cine de Antonioni invadían El otro, pero también lo hacen con La luz incidente, ya que se trata de una misma instancia crítica, por donde deben navegar los ánimos de sus personajes. Así como en El otro, en la nueva película de Rotterhay un intercambio de roles que invariablemente dialoga con las presencias ausentes. Vale decir, Ernesto intentará ocupar un lugar que no dejará de rebotar con el de quien ha sido; es más, tal vez piense en Luisa como en aquella otra mujer, la de ese tiempo que se ha ido. La luz incidente elige asumir la ambigüedad del conflicto, al situarse en una inevitable contradicción metafísica, atravesados como están sus personajes -de manera indefectible- por las vidas de quienes ya no están. Pero hay resabios, aspectos invisibles que hacen ciertos a los fantasmas. Es por esto que también podrá pensarse en el ánimo introspectivo de cierto cine de Tarkovski -Solaris, El espejo-, y de una manera más cercana, en la tematización similar que ofreciera la película 45 años, con Charlotte Rampling y Tom Courtenay, cuya vida compartida se veía sacudida a partir de la irrupción de alguien más, otro fantasma. Todo ello habla de un realizador preocupado por obsesiones que le movilizan.El otro es un film notable, también La luz incidente, y desde propuestas estéticas diferentes.En ambas, las caracterizaciones son magníficas. Por su parte,Érica Rivas ofrece una potencia apocada, taciturna, tan suave; mientras Marcelo Subiotto se sitúa en un sendero que parece endeble y de contraste con su seguridad: su pasión mientras escucha jazz, las palabras con las que corteja a Luisa, la canción de guitarra para las bebés. Se trata de un actor al que se le quiere ver más en el cine, ojalá sea así. Entre los varios momentos magníficos, uno de ellos lo ofrece la ocasión de la foto familiar, de una costumbre casi aristócrata, decadente. Es una situación tensa, con Ernesto fascinado y Luisa cada vez más fastidiosa. Otro es el del plano final, de una tersura en el movimiento de la cámara -de travelling hacia atrás- que permite ahondar en un estado de abismo sonámbulo, con Luisa sumergida en un laberinto de blancos y negros; es cierto que juega con sus hijas, pero lo hace de una manera aletargada.
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Luisa (Érica Rivas) está en el peor momento de su vida: acaba de perder a su hermano y a su esposo en un accidente vehicular y queda sola -pese a la ayuda de su madre y María- junto a sus dos hijas pequeñas. Una noche, en una fiesta de casamiento conoce a Ernesto (Marcelo Subiotto), alguien a quien no busca, pero que aparece de casualidad y decide acompañarla en esta etapa.
Las horas muertas Basta con quedarse hasta el final y ver las dedicatorias y los agradecimientos, pero poca gente se queda (y menos en funciones nocturnas); incluso la leyenda de que “cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia”. Ahí, la película se abre como una flor para liberar una fragancia intuida. Pero si no queda como opción acceder a las múltiples entrevistas que Ariel Rotter brindó cuando “La luz incidente” llegó al Festival Internacional de Cine de Toronto. Parece que el dato biográfico es éste: Rotter creció como hijo del segundo (y fugaz) matrimonio de su madre, viuda a su vez (siendo muy joven) del padre de sus hermanas mayores. El universo del niño que devendría cineasta tuvo entonces poca presencia paterna y un universo femenino integrado por las hermanas, la madre, su abuela y la otra abuela, la de las nenas, la madre de ese que no tenía categoría, porque no se puede ser padrastro retroactivamente. Ese que lo miraba desde un portarretratos venerado junto al otro, al del tío materno fallecido en el mismo accidente: los dos hombres venerados por ese gineceo (podríamos pensar, en un exceso de psicologismo, sobre la autopercepción del niño como único aporte de las segundas nupcias), en un ámbito anclado en el pasado. El ejercicio resultante tendría entonces algunos vínculos con el esfuerzo de Javier Daulte en su obra “Nunca estuviste tan adorable” (revisitada en las tablas santafesinas por Mari Delgado bajo el título “Quiero tener tu mano”), al menos en la vocación de reconstruir la historia familiar de la que uno es producto (dejamos al espectador el desafío de encontrar el cameo de Daulte en la película que nos ocupa). Pero mientras Daulte pensó su obra como una saga generacional, diacrónica, Rotter elige un corte casi sincrónico: un período en el tiempo que convive con los fantasmas de un pasado que se va reconstruyendo con el paso del metraje. Progresión Entonces, empezamos a comprender cosas. Como la lenta introducción de los personajes de la cinta y su mundo. La primera conversación de Luisa, la protagonista, y su madre, casi banal, ubicada en un departamento vintage, como las casas de las abuelas cuando éramos chicos: ambientes grandes, lámparas antiguas, cuadros ovalados, aparador con licores. Y la luz que entra por las ventanas en horas de la siesta o de la primera tarde: ésa es la verdadera luz incidente, omnipresente en una cinta rodada casi toda en interiores con ventanas abiertas a esa luz diurna, en esas horas muertas vespertinas que son más terribles cuando uno no quiere ver nada del mundo. Y más aún en el particular blanco y negro que logra la fotografía de Guillermo Nieto. Rotter introduce al personaje masculino, Ernesto (simpático pero algo torpe en lo relacional, y acostumbrado a manejar los tiempos), antes de mostrar el anillo de Luisa y a sus mellizas. Y recién ahí una escena aparentemente menor, en una oficina, aporta al espectador no sólo algunos datos específicos, sino que la tecnología del lugar termina de situarnos temporalmente (buen trabajo de dirección de arte de Ailí Chen, también esposa del realizador, o sea parte involucrada en la saga familiar). Y cuando entendemos la época, se nos abre también esa tensión entre el duelo de Luisa, su depresión callada y la presión familiar (hasta de su suegra) por que “rehaga su vida”; porque una mujer joven no puede no ser esposa y la aparición de un candidato dispuesto a “hacerse cargo” de las hijas es una oportunidad imposible de rechazar, aunque Luisa no quiere que las pequeñas pierdan registro de ese padre al que no pudieron conocer y disfrutar. Y eso es un hecho poco habitual en el cine argentino: una ambientación epocal sólo en usos y costumbres, sin marcas de historia política (otra cosa que lo acerca a Daulte). Silencios Por todo esto, “La luz incidente” es una película de silencios, de lo no dicho, de sobreentendidos en las miradas. Y eso requiere intérpretes a la altura. Empezando por el peso específico de Érica Rivas, lejos de su explosión en “Relatos salvajes”. Como Santiago Loza con Valeria Bertuccelli en “Extraño” (que tenía el mismo protagonista que “El otro”, la premiada cinta de Rotter: Julio Chávez, un maestro de la parquedad), aquí el cineasta logra extraer hondura dramática en recursos mínimos de la actriz, que llena la pantalla con su angustia y su look Audrey Hepburn (el rodete o la colita altos, el tapadito cruzado). Susana Pampín (que viene de hacer de madre de Gilda) se acopla al registro, al igual que Rosana Vezzoni como Mary (la empleada doméstica) y una Elvira Onetto al límite del mutismo como Nelly, la suegra de Luisa; ahí se inserta y la simpatía sin palabras de Greta y Lupe Cura como Julia y María, las nenas. La nota discordante la aporta Marcelo Subiotto como Ernesto: locuaz, un poco ganador, lleno de predicados sobre cómo deben ser las cosas. La otra cosa que corta los silencios es la música de jazz, compuesta (salvo un par de clásicos) e interpretada por el trompetista Mariano Loiácono, que además aparece en escena junto a su tropa: Jerónimo Carmona, en contrabajo; Pablo Raposo, en piano; Eloy Michelini, en batería, y Julia Moscardini, en voz. Con esas herramientas, el director (supervisado en guión por el histórico Jorge Goldenberg, una de las glorias de la Escuela de Cine de Santa Fe) construye un relato que no es fácil de entrada, pero que fluye apenas nos dejamos atravesar por la angustia de Luisa, los tironeos que sufre, las cosas de las que está segura. Y sí, hay una especie de tabú para Rotter: él mismo. Quizás haya otro tiempo, y otras películas, para seguir saldando deudas.
Crítica emitida en Cartelera 1030-sábados de 20-22hs. Radio Del Plata AM 1030
El mejor cine del mundo No hay caso, Argentina brilla como casi ningún otro país del mundo en materia cinematográfica. Si bien durante los últimos años han podido verse películas originales y sobresalientes como El estudiante, La mirada invisible, Amateur, Abrir puertas y ventanas, Los dueños, Relatos salvajes, Los cuerpos dóciles, La tercera orilla o Juana a los 12, esta obra, por difícil y extraño que pueda sonar, cumple con la tarea de superarlas a todas ellas, con creces. Y es que hace tiempo que no se veía un cine tan visceral, vivo y original, de esos que aparecen raramente y que se imponen aislados, sin que podamos compararlos, etiquetarlos, parcelarlos de manera alguna. La clase de cine que relata una historia recargada, poderosa, imborrable. Luisa (Érica Rivas) acaba de enviudar. En su deambular errático, su rostro apagado y cansado, en sus notorias dificultades para levantarse de la cama, para hacerse cargo de sus hijas y de tareas administrativas de rigor tras la muerte de su marido, puede verse claramente que atraviesa una profunda depresión. Pese a la pulcritud en su peinado y sus atuendos, le cuesta levantarse, desplazarse y hasta pensar. Pero la presión social y la responsabilidad pesan sobre la protagonista: aún es joven y debería darle a sus hijas una “estructura” nueva. Esto es: debe movilizarse para conseguir un nuevo marido. Es en una fiesta que conocerá a Ernesto (Marcelo Subiotto), un cuarentón de buen pasar, que parecería el partido ideal y que, sorprendentemente, también está soltero. Lógicamente, este candidato idealizado acabará demostrando ser su opuesto radical. Mucho se habla de una adaptación de época perfecta, de una fotografía y una dirección de arte potentes, de planos armónicos que proveen a la película de una cadencia sumamente particular. Pero hay cuatro detalles que vuelven a esta obra tan singularmente impactante: el primero es una dupla actoral insuperable. Érica Rivas es una intérprete descomunal, que trasmite estados de ánimo complejos a partir de reacciones mínimas, pequeños gestos, exhalaciones. Su contrapartida, Marcelo Subiotto, logra un personaje incómodo como pocas veces se ha visto, capaz de generar sensaciones encontradas de empatía y rechazo. Si bien ambos actores son excelentes, el director Ariel Rotter (Sólo por hoy, El otro) va desplegando y exponiendo un conflicto de forma gradual, logrando que, al tiempo que comprendemos las razones y motivaciones de los personajes, también asimilamos la complejidad y la gravedad de un problema tan profundo como inmaterial. En tercer lugar, se trata de un abordaje ponderado que evita sabiamente la manipulación, esquivando los extremos. Nada es blanco o negro en la propuesta, no existen sensaciones o sentimientos puros en la protagonista, y las cuestiones de fondo del planteo no son nunca verbalizadas, de modo que es el espectador quien acaba construyendo el significado. Cuarto, la película en su totalidad destruye, aniquila por completo ciertos valores dominantes o verdades de Perogrullo, aquellas que señalan que un postulante caballeroso, con un buen pasar económico y con buena predisposición hacia la pareja debe ser forzosamente un buen candidato. Intensa, recargada y terrorífica a su manera, La luz incidente habla de fibras profundas, reconocibles e inherentes a los seres humanos en general, así como de un orden social alienante y opresor. Se requiere una sensibilidad artística muy particular para captar estas problemáticas enquistadas en nuestras sociedades, y para saber trasmitirlas con tal solidez y fuerza. Ariel Rotter lo ha logrado.
La nueva película del director Ariel Rotter (El Otro) ahonda en la pérdida de un ser querido y el quiebre de una familia.
Tiempo escindido En una fiesta, Luisa (Erica Rivas), la protagonista de Una luz incidente (2015), la última película de Ariel Rotter, contempla con ostensible incomodidad cómo el resto de los invitados se divierten. A prudente distancia observa cómo los demás conversan, cómo bailan y ríen. Ella está sola, vestida de negro. Se mueve entre la multitud festiva. Como un fantasma recorre el espacio, camina por el salón, atraviesa con cautela el jardín con pileta. Es posible escuchar, a lo lejos, la melodía inquieta de una banda de jazz, los aplausos que le siguen a continuación. La cámara registra el caminar incierto de Luisa. Su expresión triste. En un momento de su recorrido cruzará miradas con un hombre. El hombre se acercará a ella y le comentará algo gracioso. Luisa, casi sin querer o casi sin darse cuenta, por primera vez, sonreirá. Sin embargo, volverá de inmediato a retraerse y su sonrisa se convertirá en una mueca apesadumbrada. La escena seduce por su proceder discreto, por lo que sugiere. Por la reserva en los gestos y movimientos. La escena, y la película en su conjunto, seducen por una disposición particular del tiempo. Un tiempo escindido. La historia, filmada en riguroso blanco y negro, sucede a fines de la década del cincuenta. En Buenos Aires. Luisa perdió recientemente a su marido en un accidente. Y sobrelleva, por un lado, la necesidad de cerrar esa muerte y, por otro, la necesidad de rehacer su vida. Tiene dos hijas pequeñas que mantener. Pertenece a una clase media acomodada, pero debe hacerse cargo de los gastos, pues su marido no ha dejado dinero. Luisa deberá convivir con dos fuerzas íntimas en pugna. El tiempo escindido entonces. El tiempo del duelo, un tiempo dedicado al dolor, a la angustia y al insomnio. Un tiempo muerto. Luisa permanecerá durante el día recostada sin hacer demasiado, tan sólo se ocupará del cuidado de sus hijas, acompañada por una mucama. A la noche, sin poder dormir, planchará camisas que aún no desechó para que la humedad y el desuso no las arruinen. Viajará tras las últimas huellas de su marido. Visitará su oficina, inspeccionará sus cajones. Mientras tanto, paralelamente, el tiempo de la reconstrucción. El tiempo de las preocupaciones -y prescripciones- sociales. La emergencia tímida del deseo. Su madre buscará acelerar ese tiempo. Insistirá con la necesidad de restablecer su vida, con la urgencia de conocer a alguien que le ofrezca una estructura a partir de la cual sostenerse. “Las nenas la necesitan”, repetirá una y otra vez, incansable, la madre. Luisa conocerá a Ernesto (Marcelo Subiotto) en una fiesta. Ernesto es un contador de buen pasar que le pedirá con vehemencia casamiento, formar una familia. Persistirá con regalos y planes, con la seguridad de un apellido. Una escena condesará dramáticamente la película. Ernesto le mostrará a Luisa, con la gentileza y galantería propias de un conquistador, su departamento, el paisaje halagador de su futuro hogar juntos. El recorrido, cuyo destino resultará previsible, será interrumpido por el relato de Luisa acerca de la muerte de su marido. Una narración sucinta del accidente que alteró su vida de golpe. Cierto tono triste y melancólico irá apoderándose de a poco del film de Rotter, sin nunca llegar a ensombrecerlo totalmente. A partir de pocos diálogos y largos silencios. Sobre todo a partir de pequeños gestos. Gestos de resignación o desconsuelo concentrados en la mirada de Luisa, en sus reiterados suspiros y besos forzados. En algún momento, la cámara se alejará con cautela, sigilosamente. Acaso como se ha movido durante toda la historia. Y así insinuará, en secreto, como dejándose por fin llevar, una ausencia y una despedida.