Política egocéntrica a los tropezones En el cine industrial de las últimas décadas se han dado un puñado de ejemplos de películas casi simultáneas que trabajaron el mismo tema, siempre una opacando a la otra en términos comerciales o de simple visibilidad ante el gran público, a veces gracias a la magnitud del presupuesto involucrado y en otras ocasiones por la calidad de fondo de los films en cuestión: pensemos para el caso en cómo 1492: Conquista del Paraíso (1492: Conquest of Paradise, 1992) se comió a Cristóbal Colón: El Descubrimiento (Christopher Columbus: The Discovery, 1992) o en cómo Capote (2005) hizo lo propio con Infame (Infamous, 2006). Ahora vuelve a ocurrir lo mismo porque nos toca hablar de Las Horas más Oscuras (Darkest Hour, 2017), un opus de Joe Wright que analiza la intervención de Winston Churchill durante la Segunda Guerra Mundial al igual que ya lo hizo la reciente Churchill (2017). De la misma forma que lo acontecido con motivo de Cristóbal Colón y Truman Capote, sinceramente no hay muchos rasgos en verdad distintivos entre ambas propuestas. Tratándose en esencia de dos realizaciones del mainstream británico, no es de extrañar la presencia de cierto sustrato adulador para con la figura de uno de los “héroes máximos” del Siglo XX según la historiografía oficial, por más que su desempeño como político en realidad haya sido de lo más errático y acumule tantos puntos a favor como decisiones en contra: entre sus desaciertos más notorios están el apoyo al desastroso desembarco de Galípoli de la Primera Guerra Mundial, su obsesión fanática con intervenir en la Guerra Civil Rusa y eliminar a los bolcheviques, las medidas económicas que tomó en la década del 20 como Ministro de Hacienda (las cuales hambrearon al pueblo inglés) y finalmente su apoyo a Benito Mussolini; en lo referido a sus decisiones positivas se pueden nombrar la denuncia en torno al ascenso del nazismo y en general su negativa a firmar un tratado de paz cuando los ejércitos alemanes ya marchaban por Europa, promoviendo la “resistencia británica” a una eventual rendición y aprovechando el poder de manipulación que ofrecían los medios masivos de comunicación -sobre todo la radio- para controlar la opinión pública. De hecho, es esta última faceta la que examinan ambas obras aunque centrándose en períodos distintos del mismo conflicto: mientras que en Churchill el protagonista era un enorme Brian Cox y el asunto pasaba por la Operación Overlord/ Batalla de Normandía/ Día D, la mega maniobra militar para expulsar a los nazis de Francia y el resto de Europa Occidental, en Las Horas más Oscuras domina el igualmente genial Gary Oldman y la trama se concentra en su ascenso al cargo de Primer Ministro en mayo de 1940, luego de la renuncia de Neville Chamberlain, y en los pormenores de la Operación Dínamo, aquella gigantesca evacuación de soldados ingleses y franceses que abarcó unas 300.000 almas aliadas en total que estaban acorraladas por los alemanes en la ciudad portuaria de Dunkerque. Se podría decir que estamos frente a una especie de complementación mutua que adiciona complejidad a películas que aisladas no aportarían nada particularmente significativo sobre una figura tan trabajada como Churchill, ya que en la primera lo vemos oponerse con vehemencia a Overlord contra los generales ingleses y en la segunda impulsar con gran ímpetu a Dínamo con el objetivo manifiesto de continuar con los esfuerzos bélicos y trabar todo acuerdo con los mandos nazis, un panorama en el que se suma a su vez Dunkerque (Dunkirk, 2017), de Christopher Nolan, retrato de aquella retirada desde las costas galas y por cierto una propuesta muy superior a las presentes en materia cualitativa. El guión de Anthony McCarten, el de la también apenas correcta La Teoría del Todo (The Theory of Everything, 2014), es tan discursivo como se esperaba que fuese y hasta incluye momentos y detalles interesantes como por ejemplo cuando Franklin Delano Roosevelt se niega a brindarle apoyo real para rescatar a las fuerzas británicas en Francia, los intentos de “golpe de estado camuflado” que sufrió Churchill dentro del gobierno y la idea macro de mostrarlo como un ser humano intermitentemente neurótico, cabizbajo y aguerrido. No obstante, nos encontramos con esa típica bobada maniquea a lo Hollywood que llegando al cenit del relato tuerce de manera simplista el desarrollo de acontecimientos hacia un “desenlace feliz”, ahora apuntalado en una ridícula charla con los pasajeros del subterráneo de Londres que no tiene el más mínimo sentido (sinceramente, un manotazo de ahogado de parte de McCarten). Más allá de ello, la labor de Wright es extremadamente prolija y bastante menos pomposa que lo que se esperaría de él y su estilo hiper florido a escala visual; sin embargo sigue en una racha de opus que podrían haber sido mucho mejores, una triste seguidilla que abarcó El Solista (The Soloist, 2009), Anna Karenina (2012) y Peter Pan (Pan, 2015), con la honorable excepción de Hanna (2011). Si bien continuamos muy lejos del nivel de Orgullo & Prejuicio (Pride & Prejudice, 2005) y Expiación, Deseo y Pecado (Atonement, 2007), en lo que le compete al director sale bien parado y consigue una actuación maravillosa por parte de Oldman que dignifica a la película en su conjunto, pero debemos reconocer que el convite no agrega nada nuevo a las miserias y seudo bondades de siempre de la política hermanada a una improvisación egocéntrica a los tropezones, esa que bajo la hipocresía de la retórica de la libertad escondía una reyerta intra imperial en la que se jugaba el reparto del mundo cual piezas en un tablero de ajedrez en el que los jugadores en verdad no se diferenciaban demasiado en cuanto a su voracidad capitalista caníbal…
La guerra y la paz El realizador inglés Joe Wright regresa con un film sobre los caóticos primeros días de Winston Churchill como Primer Ministro del Reino Unido tras la renuncia del criticado Neville Chamberlain, quien ejerció el cargo entre 1937 y 1940, años del ascenso y avance del nacionalsocialismo en Europa. Con un estilo historicista claramente en favor de Churchill, el guión Anthony McCarten comienza con el encendido discurso del líder de la oposición laborista Clement Attle (David Schofield) en el Parlamento en contra de Chamberlain (Ronald Pickup) y en favor de su dimisión inmediata. En su diatriba, Attle, quien sucedería a Churchill (Gary Oldman) como Primer Ministro tras la finalización de la guerra hasta principios de la década del cincuenta, enfatiza la necesidad de buscar un nuevo candidato para un gobierno de coalición entre los tres partidos de mayor representación en el Parlamento. Tras el rechazo de Edward Wood, vizconde de Halifax (Stephen Dillane) Churchill asume el cargo pero Alemania parece imparable, las tropas de Francia e Inglaterra se repliegan ante el avance de los tanques Panzer, Bélgica se derrumba y todo parece indicar que Hitler está a punto de invadir Gran Bretaña. Con una interpretación magistral de Gary Oldman el film reconstruye los días previos a la maniobra de retirada del ejército inglés del puerto de Dunquerque en el norte de Francia, hazaña recientemente reconstruida de forma absolutamente extraordinaria en el opus de Christopher Nolan, Dunquerque (Dunkirk, 2017). El film analiza dialécticamente la disputa política entre el sector de Chamberlain y Halifax, que buscaba mantener la política de apaciguamiento y paz con Alemania e Italia, y la de Churchill, que consideraba que Hitler buscaba expandir el nacionalsocialismo por toda Europa instaurando dictaduras afines satélites de Alemania, eliminando la democracia y la independencia soberana. Las Horas Más Oscuras (Darkest Hour, 2017) intenta analizar la figura de Churchill en toda su dimensión a través de dos vertientes, su vida política en el Partido Conservador y su vida privada. Ya sea a través de su pensamiento, sus controvertidas acciones, las críticas de detractores, su tensa relación con el Gabinete de Guerra, el entendimiento tácito con el Rey George VI, la obra indaga en el tesón de un hombre que veía como el viejo mundo caía bajo las bombas nacionalsocialistas, esperando la inexorable invasión de Hitler y su sequito. La película reconstruye de esta forma la idiosincrasia de la época, el espíritu de las discusiones del Parlamento, la búsqueda de la apertura de canales de negociación con Alemania a través de Italia por parte del vizconde de Halifax, los recuerdos de los horrores de la Primera Guerra Mundial en la mente de los estadistas, la enfermedad de Chamberlain y la seguridad de Churchill de que la organización de la defensa de la soberanía era la mejor arma para combatir la locura belicista que Hitler y el nacionalsocialismo desataba sobre Europa. Wright vuelve a recurrir al compositor italiano Dario Marianelli (V de Vendetta: V for Vendetta, 2005) con el que ya trabajó en Atonement (2007), El Solista (The Soloist, 2009) y Anna Karenina, 2009) para construir melodías que pertinentemente acompañan las escenas sin sobresalir. La fotografía de Bruno Delbonnel (Amélie, 2001) busca en los primeros planos de los protagonistas los gestos de angustia de los protagonistas, sus esperanzas y sus incertidumbres. Ya sea en los ojos de su esposa, Clemmie, interpretada por Kristin Scott Thomas o en el de su secretaria, Elizabeth Layton (Lily James), Churchill aparece como estadista y hombre que duda pero no vacila, y que se pregunta sobre las consecuencias de sus actos y decisiones para el futuro de su país en diálogos realmente significativos que reconstruyen el temor de unos hombres que ven su mundo desmoronarse y deben decidir qué hacer antes de que sea tarde. Las Horas Más Oscuras es así un film sobre la fuerza para continuar en el rumbo cuando todo parece hundirse y de la libertad solo queda una letra de cambio que se deprecia rápidamente en el mercado de los políticos que consideran la paz como una claudicación ante la violencia fascista.
La encrucijada de Churchill En la temporada de Óscar nunca faltan las películas biográficas y/o históricas. A la Academia le encantan. Y tal vez este sea el motivo por el que Las horas más oscuras, esta película que combina el retrato de un famoso político con un hecho histórico importante en medio de la Segunda Guerra Mundial, haya logrado colarse entre las nominadas, con premio prácticamente asegurado para Gary Oldman. De qué se trata Las horas más oscuras Gran Bretaña se ve amenazada por el avance del nazismo y las fuerzas políticas se ponen de acuerdo para elegir a Winston Churchill (Gary Oldman) como primer ministro. Con la mayoría del ejército británico atrapado en Dunkerque (sí, lo que cuenta la película de Nolan), Churchill debe decidir qué hacer: intentar hacer un acuerdo con los nazis o luchar a cualquier precio por la libertad de su país. El discurso de Churchill Me acuerdo que cuando vi The Crown pensé que uno podría aprender la historia -o una historia- de Gran Bretaña solo mirando películas y series. Curioso es que este mismo año esté nominada al Óscar Las horas más oscuras y también Dunkerque. Mismo hecho histórico, distintas aproximaciones. Y no podrían ser películas más opuestas. Las horas más oscuras es, sobre todo, una película discursiva. Si bien tiene sentido porque muchas frases de Winston Churchill se han vuelto célebres, todo pasa por el diálogo. Ruido, caos, gritos y discursos épicos. No está mal, pero puede cansar un poco. Y vale decir que quien debe haber quedado agotado es Gary Oldman. Cuando salí del cine pensé eso: este hombre quedó de cama. ¡Lo digo en serio! La energía, el vigor que le pone al personaje está a esto de caer en la exageración… Por otro lado, es prodigiosa la labor de maquillaje. Onda: ¿ahí está Gary Oldman? Tremendo. Y toda la ambientación de época está perfecta. A Gary Oldman lo acompaña, en un papel sumamente menor, el genial Ben Mendelsohn (a.k.a. Danny en “Bloodline”) como el Rey Jorge VI. Dato: su rol es el mismo que hizo Colin Firth en “El discurso del rey”, solo que aquí misteriosamente no tartamudea. Al director Joe Wright se le dan muy bien las películas de época: “Orgullo y prejuicio“, “Expiación, deseo y pecado”, “Anna Karenina”… pero en esta no trabaja Keyra Knightley . En su lugar está la siempre fresca Lily James como la secretaria de Churchill. Vale decir, sin embargo, que Las horas más oscuras no es propiamente una biopic de Winston Churchill, pues solo refleja lo que transcurrió en menos de un mes. Y no faltan esas pequeñas dosis de, cómo llamarlo, discurso patriótico-épico-triunfalista-reconfortante. ¿Está mal? Digamos que la hace complaciente, sobre todo hacia el final, pero también era inevitable. Conclusión sobre Las horas más oscuras Entre una cosa y otra, Las horas más oscuras sobresale por la actuación de Gary Oldman y esa es la razón de ser de la película. Fuera de esto, no hay mucho más. La nominación a Mejor Película es exagerada, las demás son justas. Es un film enérgico, con esa aura épica que tanto gusta en los retratos históricos, aunque su exceso de discurso le termina jugando en contra. Puntaje: 6/10 Título original: Darkest hour Duración: 125 minutos País: Estados Unidos / Reino Unido Año: 2017
Política y estilización Suele suceder que durante un mismo año o incluso durante una misma temporada cinematográfica se estrenen películas que compartan una misma temática y que, misteriosamente, se han creado al unísono, siendo éstas completamente independientes y salidas de estudios que nada tienen que ver entre sí. Como si un mismo tema o idea diera lugar a un extraño boca oreja que hace que finalmente surjan varias películas, digamos, argumentalmente similares. Este año pasado tuvimos uno de los platos fuertes del año con la experiencia sensorial que nos proponía Christopher Nolan y su visión de lo sucedido en las playas de Dunkerque en 1940, cuando miles de soldados de las tropas británicas y francesas se encontraron rodeados por el avance del ejército alemán. Ya sabemos que la película fue un bombazo a muchos niveles, también al nivel de recordar un suceso especialmente traumático y notorio de la contienda. Pues bien, este año tenemos dos filmes diferentes y complementarios sobre la figura de Winston Churchill, pero podríamos decir que el que hoy nos ocupa es la cara B del Dunkerque de Nolan, el reverso de aquella situación desesperada vista desde una perspectiva mucho más sociopolítica. Hasta supondríamos que casi se hubiera planificado concienzudamente que esta cinta sería la cara oculta del trabajo de Nolan sobre la Operación dínamo, aquella por la cual más de trescientas mil tropas francesas, británicas, belgas y canadienses escaparon de la invasión alemana desde las playas cercanas a Dunkerque, entre el 29 de mayo y el 4 de junio de 1940. El instante más oscuro es una película de despachos polvorientos, de hombres fumando mientras deciden el futuro de una nación, de discursos poderosos y, sobre todo, es una obra que glorifica la figura de Churchill. Lo hace con arrojo, fuerza y tensión, y lo que podría ser una aburrida película de diálogos largos estirados hasta las dos horas se convierte en una vibrante cinta de verborrea útil. Joe Wright, que ya había dirigido grandes obras literarias como Expiación, Orgullo y prejuicio o Anna Karenina, adapta esta vez un texto del novelista y guionista Anthony McCarten, usando muchos de los recursos que ya había usado con anterioridad y realiza una puesta en escena acertadísima, llena de lenguaje cinematográfico, que hace que uno olvide la base teatralizada del texto original. Su dirección de fotografía, efectos de sonido o su banda sonora son esenciales como siempre para remarcar cada secuencia. Cabe preguntarse si su narrativa y sus imágenes serían igual de efectivas si todos estos trucos de artificio se omitieran. Pero su cine es así, plagado de un aparato estilizadísimo que aúna estética con historia y desde luego siempre ha contado con detractores y con afiliados. Y en el medio de todo esto encontramos al otro gran eje de la cinta, además de su director. Hablamos, cómo no, de Gary Oldman, quien ya ha ganado el Globo de Oro por su interpretación y tenemos muchas apuestas a que también este año se llevará el Oscar a su casa por meterse en la piel de un personaje tan megalómano como Winston Churchill. Oldman no interpreta a Churchill sino que directamente se convierte en él, gracias tanto a su torrencial interpretativo como a una proeza de maquillaje. Su presencia lo invade todo, cada fotograma, cada respiro de la película, cada frase pronunciada. Su imagen con el puro en la boca, una vez vista la obra, es ya casi imborrable del subconsciente cinematográfico de la temporada, y también de los últimos años. Wright sabe a quién tiene entre manos y le brinda el personaje y la interpretación seguramente más importante de la carrera de Oldman. Aun cuando Wright hace esfuerzos por no ahogar su narrativa, la sola fuerza de Oldman corrige y mejora errores con su figura, sus frases y su voz. Por ello, los personajes femeninos de Lily Allen y Kristin Scott Thomas —ambas notables en sus respectivos roles— quedan relegados a un segundo plano en pro de la virulencia interpretativa de Oldman. Sea como sea, el binomio Wright-Oldman ha creado una imperfecta obra que se apoya en los talentos de ambos, en lo que ambos mejor saben hacer, y salen holgadamente airosos con su trabajo.
Las horas más oscuras, de Joe Wright Por Jorge Barnárdez En 1940 Europa se debatía entre sumarse a Hitler o ponerse en contra y de esa manera afrontar la guerra subsiguiente contra un maquinaria que llevaba años preparándose para saltar sobre sus vecinos primero, para después establecer un imperio mundial que sobrepasara el continente. Por aquellos días Inglaterra tenía cómo primer ministro a Neville Chamberlain que desde 1939 venía aceptando situaciones humillantes y concediéndole a Hitler cuanto capricho presentaba ante la corona británica. Gran Bretaña tenía un problema de origen, cuando en 1917 se habían instalado los Windsor se hizo toda una operación para limpiar del nombre de la casa gobernante que pertenecía a los Hannover (Sachsen-Coburg und Gotha era su denominación original), así que necesitaba mostrar que no tenía ninguna simpatía por lo que representaba Alemania, pero por otro lado no estaban tan convencidos o al menos públicamente no terminaban de mostrarle los dientes al III Reich. Inglaterra veía al ejército alemán tomar los países vecinos y recibía el pedido de Francia de que no la dejaran caer -aunque hay que decir que la oposición real de Francia a Hitler también ha sido tema de debate-. El director de Las horas más oscuras, Joe Writh, dice que “lo más difícil que tenía que afrontar era la estructura de la historia que se sostenía sobre varias discusiones en habitaciones oscuras”, pero aunque no lo menciona, para sortear ese problema, tenía en la manga un as difícil de empardar: Gary Oldman. Frente al momento más oscuro Inglaterra necesitaba que alguien tomara una decisión y era un camino difícil y doloroso pero más problemático era para una isla que desde su situación insular había gobernado buena parte del globo terráqueo, hubiera sido entregarse al poder alemán. El único político capaz de guiar esa etapa era Winston Churchill, que ya estaba mayor, que venía golpeado por algunas decisiones políticas en las que no había acertado y que sentía que su momento político ya había pasado. Las horas más oscuras toma esos momentos decisivos y los pone sobre las espaldas de Churchill, porque Gary Oldman no interpreta al primer ministro sino que directamente se transforma en él. Nadie va a discutir acá las habilidades de Joe Writh (Anna Karenina, Hanna, Expiación, deseo y pecado, Orgullo y prejuicio, la serie Black Mirror) a la hora de armar una puesta en escena que pueda hacer interesante una serie de momentos en que los protagonistas discuten de política y de historia. Lo que no hace que la película sea algo más que una ilustración correcta y algo académica de ese momento histórico que, dicho sea de paso, es el mismo que cuenta Christopher Nolan en Dunkerque, sólo que uno elige contarlo desde los pasillos del poder y jugándose a una actuación que terminará haciéndole ganar el Oscar a Gary Oldman y el otro registrar el heroísmo de la gente que le puso el cuerpo a la lucha contra el fascismo. LAS HORAS MÁS OSCURAS Darkest Hour. Reino Unido, 2017. Dirección: Joe Wright. Guión: Anthony McCarten. Intérpretes: Gary Oldman, Kristin Scott Thomas, Ben Mendelsohn, Lily James, Ronald Pickup, Stephen Dillane, Nicholas Jones, Samuel West, David Schofield, Richard Lumsden. Producción: Tim Bevan, Lisa Bruce, Eric Fellner, Anthony McCarten y Douglas Urbanski. Distribuidora: UIP. Duración: 125 minutos.
Cuando el mandato histórico quiebra una decisión estética - Publicidad - El inglés Joe Wright vuelve a dirigir una película de época que se enmarca dentro de la historia vernácula de su nación. En este caso la película se ofrece como un curioso contracampo de Dunkerque, de Chistopher Nolan, también en competencia a Mejor Película en los Óscars. Lo que la de Nolan retrata en el campo de batalla, en Las horas más oscuras queda excluido a causa de la zambullida dentro de la intimidad de Winston Churchill durante el lapso en que asume como Primer Ministro inglés en medio del momento más crítico de la Segunda Guerra Mundial, con Europa a merced del Tercer Reich. Con el antecedente de una falla militar durante la Gran Guerra en Gallipolli y la gran resistencia de sus colegas del Ministerio de Guerra, Churchill debe asumir el dilema de rendirse ante el Imperio Alemán para salvaguardar al multitudinario ejército varado en las playas de Dunkerque (poniendo en riesgo la futura soberanía y el honor de su nación), o bien, extender la puja bélica ante el monstruo Imperial que viene asolando el continente. Las horas más oscuras tiene todos los condimentos necesarios que excitan el paladar de la Academia. Debajo de kilos de maquillaje –siempre amables para paliar las falencias de un actor- Gary Oldman entrega una interpretación comedida y coherente con el temperamento flemático inglés y los rasgos conocidos de WC. El histrionismo que a veces se apodera del actor está neutralizado, lo que le habilita a explorar los atributos más marcados del personaje como su picardía antidiplomática y su terquedad. De esta manera, con un personaje tan trascendental en la microgestualidad, las situaciones declamativas y discursivas requieren de un registro en donde el actor se halla en su zona de confort. Oldman podría interpretar una biopic de Hitchcock, dado que comparte muchas características con el Churchill suyo y de Wright. Probablemente en marzo estará alzando la estatuilla al Mejor Actor. La película no está narrada exclusivamente desde el punto de vista de su protagonista. Tardará unos minutos en aparecer en escena dado que el desencadenante –la renuncia de Chamberlain y la decisión de WC como su reemplazo- no requiere de su presencia y permite introducir al espectador la crisis parlamentaria del Reino Unido a causa de la guerra. Esta decisión, junto con el fogonazo de un cigarrillo que revela por primera vez su rostro, contribuye al enaltecimiento del ícono democrático inglés. Tras la oscarizada El discurso del rey y El código enigma, Las horas más oscuras continúa el linaje de la historia británica en los Óscars, pero en este caso esta película se ve matizada por un leve sentido del humor que le borra cierta solemnidad típica de estos relatos. La sobriedad y templanza para afrontar un relato histórico no necesariamente deben estar tonificados, por naturaleza, con una seriedad o solemnidad discursiva, (como sucede, por ejemplo, en Lincoln de Spielberg). Joe Wright, Gary Oldman y su guionista Anthony McCarten intentan no subordinarse a esa norma clásica –aunque sea solo durante el primer tramo. El costado burlesco y socarrón de Churchill subyace continuamente y es de alguna manera uno de los factores que le facilitará la conquista del pueblo británico e incluso la empatía del Rey y de su secretaria. El ostensible fuera de campo de la batalla también permite que el humor pueda soltarse sin culpa (aunque con timidez) pero por otro lado suscita cierta frivolidad, en la medida en que el riesgo fatal de los combatientes es tratado desde una óptica burocratica. La fallida operación de Calais no deja de ser un acontecimiento trágico que en la película no supera su función anecdótica. La pequeña secuencia recompensatoria del brigadier recibiendo la carta exhibe un tibio intento de acusar el impacto sensible de las decisiones del mandatario, aunque su opulencia formal revele la artificialidad de la escena. Este desliz, que detenta una indecisión entre el thriller que se asoma al principio y el drama patriótico/político que lo sigue, podría ser soslayable; en tanto y en cuanto no se insista, por mandato político, en compensar la carencia del belicismo con símbolos patrios demagógicamente humanistas. Durante el último tramo, ante la urgencia del dictamen de Churchill, Wright, sin volver al campo de batalla, efectivamente empieza a sobreponer su pulsión patriótica por encima del conflicto dramático de la historia. Una vez que ya se sugirió el peligro mortal de su equivocada estrategia de Calais, todos los escollos dramáticos entre escritorios que le siguen, se vuelven livianos y su evocación del patriotismo repelentes. Ya deja de ser pícaro e intimista. Su principal problema, en verdad, es una incongruencia del guión que responde a la necesidad de acatar el mandato de los dramas históricos recién mencionado. La Operación Dynamo ya estaba en marcha antes que Churchill deba decidir si firmar la engañosa paz con Hitler. La hipótesis de que la decisión de Churchil, para rechazar la paz y salvar a su pueblo, fue motivada por su interacción con el pueblo en un subte es tan débil como sensacionalista. Esta construcción sintáctica no resiste ningún análisis, ni histórico ni narrativo. Resulta extraño que Wright no hiciera énfasis en la puesta en marcha de dicha operación y de sus resultados, relegados a un plano final y enunciados en una placa. La valiente decisión de asumir el código –suave- del humor y la guerra en fuera de campo, como atajo para no sucumbir ante el alegato panfletario, se ve superada hacia al final ante la exigencia del vitoreo popular como garantía de eficacia climática. Por último sería un despropósito no destacar el aporte del fotógrafo Bruno Delbonnel (Amelié, Amor Eterno, Inside Llewyn Davis) quien adopta la opción tan osada como pertinente del naturalismo. La acción de la película transcurre dentro de habitaciones, despachos, Cámaras y Gabinetes, palacios reales y judiciales, pero la coreografía de la cámara y la propuesta estética de Delbonnel contrarrestan la hipotética teatralidad de un relato intimista de interiores. Los cotilleos de los parlamentarios en contra de Churchill son enunciados en un bellísimo plano secuencia que unifica conversaciones anónimas en los pasillos internos del Parlamento y la misma delicadeza enaltece algunos encuentros del mandamás con sus pares y en su intimidad. Las horas más oscuras parece asumir su vuelo propio durante su presentación pero es, quizás, el sentimiento de culpa de su guionista y su director que van mutando la sobriedad y firmeza de su mirada a un manifiesto autocomplaciente y populista sobre un hecho trascendental en la historia del continente europeo.
Las Horas Más Oscuras: La victoria de estar en guerra. Para los amantes de la historia, la actuación, el maquillaje, el cine y por supuesto Gary Oldman, llega un drama bélico sobre los momentos más importantes de la vida de uno de los políticos más emblemáticos de los últimos tiempos. Lo nuevo del director Joe Wright (Orgullo y Prejuicio, Atonement, Hanna, Anna Karenina) llegó golpeando fuerte, obteniendo 6 nominaciones a los Oscars y 9 en los BAFTA. Aunque por supuesto la trayectoria de su director, así como su labor en el film, se ven opacados por una figura que resulto tan emblemática como la persona a quién interpreta: Gary Oldman como Winston Churchill continua recibiendo los aplausos boquiabiertos de audiencias alrededor del globo conforme la película va estrenándose en distintos territorios. La cinta tiene todos los ingredientes para evitar ser simplemente una herramienta para que Oldman se lleve un Oscar. Las fuerzas Nazis avanzan por Europa, y el primer ministro inglés es obligado a dejar su cargo por carecer de mano dura. El único candidato que parece tener el apoyo suficiente de ambos partidos es el primer ministro que nadie quería tener: Winston Churchill es resistido por todos, incluyendo el rey, pero caerá en él la responsabilidad de decidir el destino de Inglaterra, mientras Europa va cayendo rendida ante Hitler. Un relato extremadamente inglés, no solo por el obvio carácter histórico, sino que presenta un orgullo británico similar a cualquier cinta Hollywoodense con banderas flameando, fuegos artificiales y rubias en bikini provocando explosiones varias. Los ojos de la historia, de sus contemporáneos y de la audiencia están en una sola persona: Winston Churchill. Para hablar de Churchill, hay cosas que atender antes de adentrarnos en Oldman, puntualmente la increíble labor de efectos y maquillaje. Antes de ver la película uno pudo escuchar que “Oldman parece otra persona” pero lo que no esperaba es que fuese en todo sentido una persona tan real, con su cuerpo, cara y gestos sumados a la impronta inigualable del actor. Uno se permite perderse en el personaje gracias a un trabajo impecable y superador por parte de (entre otros) el nominado al Oscar en tres ocasiones Katzuhiro Tsuji. No es ninguna sorpresa que el artista de maquillaje y efectos especiales detrás de El Grinch, Benjamin Button, Hombres de Negro, Click, Norbit y varios trabajos de Guillermo del Toro este detrás de esta fantástica labor, y hasta amerita una valida discusión para ver si el maquillaje o la actuación terminan ganando el primer lugar en esta carrera por revivir a Churchill. La actuación de Gary Oldman es descomunal, sentida y gigantesca aunque con detalles y varios matices, pero todo eso logra brillar aún más gracias a la gran labor no solo de Tsuji y su equipo, sino también de la excelente dirección de Wright. En alguna entrevista, ya hace unos años, el director británico declaró sin problemas que “no tiene miedo a admitir que le gusta hacerse notar con su dirección“, yendo en contra de muchos cineastas o escuelas de dirección que insisten en que el trabajo de cámara y del director deben pasar desapercibidos y perderse en la historia. Más allá de opiniones sobre el concepto de dirección en general, la realidad es que Darkest Hour esta llena de momentos en los que la dirección y los movimientos de cámara trascienden ser un simple medio y se vuelven el fin de increíbles secuencias que no hacen más que elevar la experiencia. Aunque su estilo no viene sin pequeñas contras, puntualmente en este caso tendremos que disculpar que la cámara imbuya de épica algunos momentos banales como si de los posteriores eventos de gran importancia se tratara, casi como una dirección indiscriminada en donde no importa de que se trate, se intenta mostrar con la mayor espectacularidad posible. No llega a hacer “la gran Michael Bay” de tratar cualquier conversación como si fuese Indiana Jones escapando de las trampas de una tumba milenaria, pero (particularmente en el comienzo de la cinta) visita por breves instantes ese territorio tan particular. El resto de las actuaciones están en un gran nivel, sin necesidad de destacar a nadie podemos hablar no solo de muy buenas interpretaciones, sino de actores que calzan a la perfección interpretando figuras reales y aún así tienen lugar suficiente para entregar momentos tan sentidos como (a falta de un término más apto) Hollywoodenses. Por su parte, el guion debe tener su crédito por encadenar en su estructura a todos estos personajes y ordenar los eventos históricos para obtener un drama tan cinematográfico como la realización merece. Aunque tiene sus problemas, puntualmente un mal que suele afectar a este tipo de películas basada en personajes reales: hasta la mitad del film la introducción de personajes y el desarrollo de conflictos fluye de gran manera combinando la ficción con la vida real pero llega un punto en el que la historia termina comiéndose al drama. Una vez los protagonistas están en su lugar en la mesa, la película se vuelve una secuencia de hechos y eventos como estuviese chequeando una lista para ver si esta todo en orden para los desenlaces, culminando en una escena melodramática con los Oscars en la cabeza. Desde esa escena continuamos con las resoluciones finales y una vez más el “cómo” vuelve a importar tanto como el “qué”. Aunque la inmensa actuación de Gary Oldman podría comerse cualquier película, Las Horas Más Oscuras es mucho más que un film cualquiera. Repleta de grandes actuaciones, destacándose por el gran trabajo de efectos y fotografía, es un retrato de un importante momento en la historia mundial visto tras el lente de un excelente director y con un orgulloso espíritu británico. Recomendable aún cuando uno no tiene ningún interés en la historia de la Segunda Guerra Mundial.
Como toda película histórica que nos llega de Hollywood, siempre hay cosas inventadas, como por ejemplo: si bien Elisabeth Layton fue realmente su secretaria ella comenzó a serlo en mayo de 1941; la extensa y aparentemente crucial escena del subte...
Como es habitual, la temporada de premios suele incluir entre los galardonados a varias películas basadas en hechos reales o biopics que nos muestran las vidas de grandes personalidades de la historia, la cultura o de la política global. Estos films sirven de vehículos para que los actores puedan destacarse más que en otros relatos y así conseguir estatuillas por sus composiciones que traen aparejadas grandes transformaciones y/o sacrificios. El aclamado director inglés Joe Wright (“Pride & Prejudice”, “Atonement”, “Anna Karenina”) nos ofrece un drama político que retrata a uno de los mandatarios más importantes de la historia mundial, en una etapa oscura de dirigencia durante la Segunda Guerra Mundial. Winston Churchill no solo fue el primer ministro de Inglaterra sino una de las figuras clave para que los Aliados consiguieran derrotar al Tercer Reich. Los hechos que narra la película tienen lugar en 1940 cuando Churchill (Gary Oldman) se conviertió en el mandatario británico en un momento realmente complicado para su Imperio, pues los nazis avanzaban imparables conquistando prácticamente la totalidad del continente europeo y amenazando con una invasión a Inglaterra. Churchill debía entonces explorar la posibilidad de un tratado de paz con Alemania o ser fiel a sus ideales y luchar por la liberación de Europa. Winston se vio obligado a transitar un camino arduo y poco gratificante donde hasta algunos de sus colegas habían decidido dar un paso al costado para no fracasar en el intento. Fue así que, ante la adversidad y el panorama desalentador, pudo gestar la Operación Dínamo, aquella gigantesca evacuación de soldados ingleses y franceses que pudimos ver en la pantalla grande a principios del año pasado en el opus de Christopher Nolan que aconteció en Dunkerque. Todos estos acontecimientos formaron al líder que necesitaba Inglaterra para afrontar ese período oscuro. Empecemos por lo más obvio. La composición de Gary Oldman es realmente brillante. Su transformación es impresionante y los matices que ofrece, en especial en los discursos que pronuncia el mandatario británico y su actitud frente al común de la gente y a su propia familia, hacen efectivamente disfrutable el relato. Nos otorga a un Churchill humano y dubitativo que estudia fríamente las posibilidades de su dirigencia en el momento menos pensado por cualquier político. El excelso trabajo de maquillaje hizo que apenas podamos identificar los rasgos distintivos de Oldman, algo que puede desembocar en una difícil tarea para el actor, cuyas expresiones pueden llegar a verse modificadas. Sin embargo, el trabajo es impecable y probablemente le valga el Oscar a Mejor Actor en la próxima entrega de los premios. El resto del elenco acompaña muy bien al protagonista, en especial Kristin Scott Thomas (“The English Patient”) como la esposa de Churchill y Lilly James (“Baby Driver”) como la secretaria personal del gobernante. Pero lo más destacable del film viene por otro lado. Generalmente, como mencionábamos al principio de esta reseña, las biopics buscan potenciar a los actores pero se quedan en el molde en lo que respecta a narrativa y a algunos apartados técnicos. Este no sería el caso de “The Darkest Hour”. El diseño de producción es impecable, como es de esperar en una película hollywoodense de época, pero también la dirección de fotografía y el trabajo de cámara de la obra elevan al producto final por sobre la media. El largometraje presenta momentos muy destacados y planeados desde lo visual, ya sean por un montaje logrado que propone algunas transiciones entre escenas bastante interesantes, hasta un breve plano secuencia que nos muestra la llegada de Churchill al Nº 10 de Downing Street conocido como la residencia del Primer Ministro. La dirección de Wright también es otro punto a mencionar, dándonos la sensación de que su trabajo como director buscó distinguirse de esa infinidad de retratos de personalidades reconocidas. En síntesis, “Las Horas más Oscuras” es una película sobre la fuerza y el liderazgo, que se destaca por el gigante trabajo actoral de su protagonista y de una dirección que tuvo bien en claro desde el primer momento el curso que quería darle al relato. Un film bélico que muestra la cocina del asunto, donde se toman decisiones que afectarán a millones de personas. Una experiencia satisfactoria y reflexiva cuyo ritmo es mucho más vertiginoso de lo que podía llegar a esperar antes de su visionado, como resultado de una gran labor de montaje y de la técnica en general.
De unos años a esta parte la Gran Bretaña oficial –la aristocrática y victoriana, la monárquica e imperial– se viene celebrando a sí misma, con películas como La Reina, El Discurso del Rey, La Dama de Hierro y Victoria y Abdul, y series como The Tudors y The Crown. Tarde o temprano tenía que tocarle a Sir Winston Churchill y aquí estamos, no exactamente con su biografía sino con un segmento acotado de ella, aquél que va desde su nombramiento como Primer Ministro, en plena Segunda Guerra, hasta el instante en que logra cohesionar a la nación entera detrás de su proyecto de frenar al Reich, a como diera lugar. Lo primero que uno se imagina ante esta clase de cosa es: bronce, solemnidad, himno patriótico, unanimidad oficial. Si bien no estamos en presencia de una obra transgresora ni mucho menos, Las Horas más Oscuras (traducción incomprensiblemente pluralizada de Darkest Hour) no tiene un pelo de los dos primeros vicios, si es patriótica lo es sólo en última instancia y es más populista que oficialista. ¿Y entonces? Entonces está muy bien, para decirlo mal y pronto, ya que fluye a lo largo de dos horas con energía dinamismo y buen humor. Pasa algo raro con el realizador británico Joe Wright. El tipo no es, definitivamente, la clase de cineastas tipo James Ivory, que pueden llegar a experimentar un orgasmo con una cucharita eduardiana o un cortinado siglo XVII. Y sin embargo le gusta filmar películas de época, como Orgullo y Prejuicio, basada en la novela homónima de Jane Austen (su ópera prima de 2005), Expiación, Deseo y Pecado (Atonement, 2007) o Anna Karenina (2012). En todas ellas daría la impresión de que les hace una apuesta a las novelas originales, a los decorados y a los vestuarios, a ver si ganan la batalla ellos o el cine. Donde Wright gana más claramente es cuando tiene más cartas a favor, como en Hannah (2011), sobre una espía adolescente, criada para ser una perfecta asesina, o en el episodio que dirigió para la temporada 2016 de Black Mirror. Aquél donde Bryce Dallas Howard se desesperaba por ser aceptada en el círculo social de los mejor “likeados” en las redes sociales del futuro. Otra vez a cargo de una película de época, nuevamente Wright demuestra no sentirse nada intimidado por la Cámara de los Lores de 1940 o por el mismísimo Winston Churchill, el héroe británico por excelencia del siglo XX. Es el tipo que se le plantó a Hitler cuando a Hitler ya no le quedaba otro territorio europeo por conquistar (pará la moto un segundo y pensá en términos del TEG si querés: el tipo del bigote corto conquistaba Londres y conquistaba toda Europa). Con muy buen criterio, Wright y su guionista, Anthony McCarten, eligen terminar la película allí donde la leyenda va a comenzar. Y empezarla donde la figura de Churchill es más discutible. Ordenémosnos. Es el año 1940, el Prime Minister Lord Chamberlain acaba de pactar con el piantado de Hitler y la Cámara de los Lores decide destituirlo, eligiendo en su lugar a otro miembro de su partido, el Conservador. Deberá ser alguien que se oponga claramente a ese acuerdo, y el único que da ese perfil es Churchill. Que es poco menos que un impresentable, porque no para de tomar alcohol desde el whisky de la mañana hasta el ron de la noche y porque llevó a la Nación a perder por escándalo batallas tan notorias como la de Gallipoli (véase Gallipoli, 1981), Sin embargo, él resulta el elegido. Lo que cuenta Las Horas más Oscuras es la batalla de Winston Churchill para no caerse de la posición de honor para la que ha sido ungido. Para ello deberá luchar contra quienes quieren transar con Hitler utilizando como mediador a Mussolini, contra el Rey Jorge VI –aquel que tartamudeaba en El Discurso del Rey y que desconfía seriamente de él–, contra Lord Halifax, que es amigo del Rey y lidera a la corriente conciliadora de su partido, y contra su propia inexperiencia como Primer Ministro, que lo hace dudar cuando tiene que dar mensajes radiales a la Nación. Pero Winston cuenta con el inestimable apoyo de dos chicas leales: su secretaria personal (Lily James) y su esposa, que le banca todas, al mismo tiempo que lo insta a no aflojar (Kristin Scott-Thomas, tan aguantadora que dan ganas de ofrecerle casamiento). Salvando una escena de una falsedad inconcebible (mientras se pregunta qué hacer, Churchill toma el subte por primera vez en su vida y se enfrenta a la opinión “del pueblo”, según generaliza un horrible cartel; opinión que lo hace decidir; tomate el subte B un lunes a las 7 de la tarde y vamos a ver si te dan tanta bola, gordo); todo se resuelve de una manera populista y corajuda (¡Hitler, te vamos a estar esperando!), lo cual al cronista le parece perfecto. En cuanto a la nominada actuación de Gary Oldman, que en los papeles pintaba temible (¿pura obra del maquillaje? ¿mucha gesticulación?), hay dos sorpresas que no pueden dejar de mencionarse. Una es que Las Horas más Oscuras representa un enorme salto adelante en términos de make-up, sin narices prostéticas que se ven a una cuadra de distancia ni papadas dibujadas. Muy por el contrario, uno lo mira a Oldman y por más que busca el maquillaje, no lo ve. La otra es que la actuación de Oldman no se ve tapada por el maquillaje ni tampoco –teniendo en cuenta al actor, proclive a los excesos– se nota a la legua. Se trata de una actuación absolutamente funcional, sumamente expresiva y no carente de humor (inglés), algo que beneficia enormemente al personaje. Cuando nos enteramos de que Oldman había sido nominado una vez más al Oscar, pensamos que se trataba de la clásica nominación al unipersonal actoral. Nada que ver, esta vez la embocaron, tanto como con la favorita La Forma del Agua. Pero, ups, estamos hablando de más, así que nos llamamos a silencio.
Corre el final de 1940, cuando Francia y Bélgica están a punto de rendirse ante el poder nazi y el primer ministro británico renuncia (enfermo y sin apoyo de su propio partido) y en su lugar asume Winston Churchill que a sus 66 años, deseoso de un puesto que codició, deberá decidir si negocia con los nazis, vía Mussolini, como lo quieren en su partido y hasta el mismo rey, o sigue su instinto con respecto a Hitler. En el film de Joe Wright (“Orgullo y prejuicio”, “Anna Karenina”) con guión de Anthony McCarten (“La teoría del todo”) muestran a Churchill dudando hasta último minuto sobre las decisiones fundamentales que debe tomar. Presionado hasta último momento para utilizar la vía diplomática para salvar vidas pero con el olfato que le indica lo contrario. Ese hombre a veces perdido en el laberinto del poder, en su dormitorio, en su casa, en sus oficinas subterráneas, debe luchar contra los enjuagues políticos que muchas veces definen los destinos de una nación antes que nociones tan abstractas como patriotismo o convicciones. Eso es lo mas logrado del film, esas dudas, marchas y contramarchas, conversaciones con aliados, y el desastre inminente que indica que pueden quedarse sin barcos y sin ejercito si los soldados acorraladas en Dunkerque son masacrados. Y con una invasión inminente. Fascinante manejo de cámaras en lugares oscuros y brumosos, y con actor excepcional como Gary Oldman en su composición exacta, única, detallista, en lo físico, en la voz tan particular de Churchill, en la comprensión de su psicología. Seguramente gane el Oscar este gran actor. El film tiene un solo paso en falso que se acerca a la demagogia, y ocurre en un subte, con un primer ministro que interroga a los pasajeros que le dan una lección de patriotismo. Fuera de eso construye con justeza esas horas oscuras que definieron un camino de la historia y hasta el destino de todos nosotros.
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Grandes éxitos de un hombre de Estado El film de Joe Wright atiende al modelo estandarizado de film histórico, obsesionado con los pelos y señales de la estampa. “Henry, la octava maravilla del mundo. Y esta película… la maravilla de todos los tiempos”, rezaban los afiches de La vida privada de Enrique VIII, enorme éxito del cine británico cosecha 1933 y el gran desembarco en el mercado internacional de London Films, la empresa productora de los hermanos Korda. El modelo estandarizado de film histórico instalado hace ochenta y cinco años por aquella película no ha cambiado demasiado, como lo demuestra cabalmente Las horas más oscuras: atención puntillosa al detalle histórico, un tono moderadamente tongue-in-cheek para describir la vida y la obra de grandes figuras de la historia –aunque serio e incluso grave cuando necesita serlo– y una actuación central de peso específico, aderezada fuertemente por la mímesis física y verbal, al menos en los casos en los que el homenajeado supo dejar rastros concretos a partir de la reproducción tecnológica. Así como Charles Laughton devoraba cada plano del film de Alexander Korda, algo similar ocurre con el nuevo largometraje de Joe Wright: bajo varias capas de maquillaje, Gary Oldman resucita la forma de hablar, moverse y hasta de pestañear de uno de los hombres de estado esenciales del siglo XX, Winston Churchill, aunque en algunas instancias su gesticulación recuerde a la de su célebre encarnación del Conde Drácula. En la vereda opuesta de las enseñanzas de Roberto Rossellini en cuanto a la puesta en funcionamiento de la reconstrucción fílmica de un retazo de historia (el Luis XIV del gran director italiano estuvo interpretado por un no-actor con serios problemas para memorizar sus líneas), Las horas más oscuras está diseñada a partir de la más precisa réplica física y la recreación de grandes o pequeños momentos de la vida pública e íntima de la figura central. Narrativamente apoyada, a su vez, en un guion de Anthony McCarten (La teoría del todo, otra biopic al uso), la película hace las veces de “grandes éxitos” –aunque también algunos fracasos parciales– de una etapa muy puntual en la carrera política de Winston Churchill: su ascenso al poder como primer ministro del Reino Unido ante el avance nazi en suelo europeo y los pormenores de la operación Dínamo, el extenso y casi milagroso rescate de soldado británicos y de otros orígenes, literalmente atrapados en las playas de Dunquerque. Y si es cierto, como solía decirse hasta no hace mucho tiempo, que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer, allí está Kristin Scott Thomas interpretando en fugaces momentos a su esposa y la joven Lily James como su secretaria y dactilógrafa, mujeres fuertes y comprensivas dispuestas a soportar el enorme peso del centro de gravitación, ya sea en pos de un bien mayor y colectivo o la simple entrega a los designios masculinos. Especialista en el cine histórico –ya sea basado en obras literarias famosas (Anna Karenina, Orgullo y prejuicio), adaptaciones de novelas recientes (Expiación, deseo y pecado) o, como en este caso, figuras históricas– el inglés Joe Wright contó con la ayuda indispensable del experimentado director de fotografía Bruno Delbonnel para lograr un tono visual que parece definir en gran medida a la película: el contraste extremo entre las luces y las sombras de las habitaciones del poder, ya se trate del Parlamento británico, algún salón del Palacio de Buckingham o un simple pasillo del bunker donde Churchill comienza a dar sus famosos discursos radiofónicos. Esa sintonía fina entre tema y tono ofrece algunos de los momentos más inspirados de Las horas más oscuras. Paradójicamente, teniendo en cuenta que se trata de un film sobre la eficacia y trascendencia de la palabra: “Acaba de movilizar el idioma inglés... y lo envió a batalla”, afirma un vencido vizconde Halifax, su compañero en las filas políticas conservadoras y principal enemigo interno durante esos tiempos aciagos, luego del famoso discurso que pondría al Imperio Británico en franco movimiento bélico. Y es durante los últimos tramos, cuando el primer ministro decide desestimar cualquier negociación con el Tercer Reich, que McCarten y Wright desbarrancan en el lodazal de la ilustración simplista de la Historia: la escena de Churchill rodeado por “el pueblo” durante un viaje en subterráneo es el punto más bajo de una película tan obsesionada con los pelos y señales de la estampa que olvida casi por completo su cualidad esencial de reflejo creativo. Y que en su obsesión por darle brillo al continente termina vaciando su posible contenido.
He aquí un claro exponente de película pensada para y por la temporada de premios. En “Las horas más oscuras” (2017), de Joe Wright, el seguimiento de Winston Churchill en el momento en el que debió tomar drásticas decisiones pese al rechazo y la burla que se hacía sobre su personal, es sólo la excusa para poner frente a cámara a un Gary Oldman descomunal en el centro de la escena. Avances de maquillaje, y su camaleónica capacidad de transformarse en este obeso político que mantuvo en vilo a una nación con su accionar, devuelven la sorpresa ante la interpretación, en un momento en el cual aún se discute el rol de los actores por figuras recién llegadas que a fuerza de escándalo y mediatización que sólo buscan sus quince minutos de fama. El ejercicio que ejerce Oldman en la minuciosa composición del estadista, aquel que pese al rechazo supo construir un poderoso cerco plagado de decisiones políticamente incorrectas e inesperadas, también escapa a lugares comunes o estereotipos con los que anteriormente se ha representado a Chruchill en la pantalla grande. Con la potencia de la actuación de Oldman “Las horas más oscuras” divide su relato estratégicamente en dos instancias, una en la que se toma su tiempo para construir a Churchill, presentarlo en su morada, con su mujer (Kristin Scott Thomas), con sus rutinas y hábitos, y con una asistente recién llegada que lo ayudará con sus cartas (Lily James). En esa etapa Wright elige la oscuridad en las escenas, relacionadas a una etapa más bien lúgubre del personaje, el que, entre sombras, teje y desteje manejos políticos que repercuten en la vida diaria británica. También esta instancia sirve para contrastar los personajes de Churchill y su asistente, en las antípodas, pese a ser tercos en sus necesidades e impulsos. La siguiente instancia, luego del preámbulo relacionado a presentación de personajes, deriva en la incorporación del protagonista ya como primer Ministro y su accionar en la política, un trabajo arduo y complejo, en el que los obstáculos y la ridiculización pública le jugaron en contra. Allí el guion decide mostrarse ampuloso, con exceso de frases trilladas y hechas, con un tempo que le juega en contra para concentrarse en la narración, detallando datos para contextualizar y perdiendo el tiempo con mensajes pro patria y de “autoayuda” acerca de la importancia de no traicionarse. En ese momento todo el trabajo previo se resiente, todo el esfuerzo de Oldman por consolidar su protagónico se debilita, porque comienza a precipitarse un desenlace más acorde a telefilmes de History Channel que a un producto cinematográfico coherente. Y aún a pesar de esa contradicción entre lo ya hecho y establecido, la potente actuación va resolviendo, con discursos solemnes y rimbombantes, aquellas decisiones que en el candor de la guerra, y ante la inminencia de una réplica en su propio territorio, todos los espacios vacíos que el guion va sembrando. Se puede sostener entonces un relato sólo con una figura fuerte? La respuesta es no, pero al menos nos queda en la retina la posibilidad de disfrutar a Oldman y de saber que la historia de “Las horas más oscuras” continua en otra producción que este año también participa del Award Season “Dunkerque” (2017), con más solemnidad, sí, pero con menos lugares comunes.
Una excelente manera de relatar uno de los sucesos más importantes de la historia. Con una calidad tremenda en los diálogos, y una mano cinematográfica impresionante para llevarlo a la pantalla. Nominada a seis premios de La Academia, ente los que se destacan Mejor Actor y Mejor Película, llega a las salas de todo el país Las horas más oscuras (Darkest Hour, 2017), el docudrama que narra uno de los momentos más complejos de la historia británica con uno de los personajes más emblemáticos del Reino Unido, Winston Churchill. Churchill fue un político y estadista británico, conocido por su liderazgo del Reino Unido durante la Segunda Guerra Mundial y es considerado uno de los grandes líderes de tiempos de guerra y fue primer ministro del Reino Unido en dos períodos: 1940-45 y 1951-55. Dirigida por Joe Wright (Orgullo y Prejuicio, 2005), el cineasta se mete de lleno en la asunción de Churchill como primer ministro británico en el auge de la Segunda Guerra Mundial. Ambientada en 1940 y protagonizada por uno de los actores más reconocidos a nivel mundial, Gary Oldman, el actor se mete en la piel del ex primer ministro británico, desde su momento de asunción al poder, hasta la resolución de uno de los momentos más duros y hostiles de la historia mundial. Churchill deberá entonces explorar la posibilidad de un tratado de paz con Alemania, o ser fiel a sus ideales y luchar por la liberación de Europa. Con un brillante guion, escrito por Anthony McCarten (La Teoría del Todo, 2014), la película es una excelente manera de relatar uno de los sucesos más importantes de la historia. Con una calidad tremenda en los diálogos, y una mano cinematográfica impresionante para llevarlo a la pantalla, la forma de contar estos hechos hacen que no queden ningún tipo de dudas acerca de locaciones, momentos temporales, posiciones políticas y posiciones frente a la inminente guerra. Si bien el ritmo es lento y el corte termina siendo un poco más largo de lo que debiese, la peli no deja cabos sueltos y explica absolutamente todo, para que no haya baches en la historia. Es más, si se quisiera, esta película podría verse como una precuela de Dunkerque (Dunkirk, 2017), la cinta también nominada al Oscar dirigida por Christopher Nolan, porque cuenta absolutamente todos los trasfondos de aquella película. La interpretación de Gary Oldman es simplemente brillante. Más allá de la transformación física con la que sorprende a todos con excelente trabajo de los maquilladores al lograr la semejanza, la forma con la que Oldman habla, se mueve y las expresiones faciales son mucho más valorables. Churchill era muy conocido por su extraña forma de hablar, algunos se burlaban y otros ni lo tomaban en serio y el actor se encarga de transmitir esas mismas sensaciones a los espectadores. Hay algunos papeles que dan la sensación de que podrían haber ocupado un tiempo mayor en pantalla con más de desarrollo. Estos son los casos de Lily James (Downtown Abbey) y Kristin Scott Thomas (The Old Lady), quienes personifican a la asistente personal de Churchill, Elizabeth Leyton y a su esposa Clementine respectivamente. Ambos personajes son claves en el crecimiento que Churchill y se podría haber hurgado más en sus relaciones. El resto del elenco, está bien elegido y muy bien interpretado, pero en una clara elección de importancia, estos quedan en un segundo o hasta tercer plano, el director no “pierde” tiempo en desarrollar otro personaje que no sea el del protagonista, ni siquiera el del propio Rey George (Ben Mendelsohn). Difícil es saber si Darkest Hour podrá consagrarse como mejor película, sobre todo porque es una adaptación de una historia real y por la calidad de sus rivales, pero lo que está seguro es que el premio al mejor actor no va a estar nada sencillo ya que hay muy buenos trabajos, aunque no caben dudas de que Gary Oldman, el ex-Comisionado Gordon, tiene varias chances de quedarse con el galardón.
Las horas más oscuras: una trama a la altura del protagonista En una temporada en la que se presentaron Dunkerque de Christopher Nolan y la pringosa C hurchill de Jonathan Teplitzky, también Joe Wright ( Orgullo y prejuicio) explora esos días de desasosiego y decisiones cruciales en los que Winston Churchill llega al cargo de Primer Ministro del Reino Unido cuando Hitler está cerca, Europa continental está siendo invadida a velocidad pasmosa y las tropas británicas quedan varadas en la playa del título de la película de Nolan. Narrador brioso, seguro y pasional incluso en sus películas menos logradas ( El solista, Hanna), Wright confía en los travellings, en la música, en un cine emocional, en este caso con sucesos históricos. Las horas más oscuras construye buena parte de su notable fortaleza mediante un actor que convence al interpretar a un hombre que tiene que convencer en momentos inciertos. Gary Oldman asume su Churchill sin jugar a la mímica afectada y así da verdadera vida al personaje mediante una lógica actoral alejada de lo mecánico y cercana al juego feliz. La manera de disponer los gestos de Oldman es de una elegancia que parece fluir con naturalidad.
Líder carismático se busca Gary Oldman es el imán de la película candidata al Oscar, interpretando al Primer ministro Winston Churchill. Si siempre resulta atractiva la reconstrucción de algún hecho histórico en el cine, también depende del grado de verosimilitud y de la mirada que tenga el realizador. Las horas más oscuras no trata sobre heroísmos, y si bien tiene el mismo trasfondo que Dunkerque, en una y otra película -ambas compiten el 4 de marzo por el Oscar al mejor filme- hay gente británica en puestos de poder- que tiene miedo. Mushísimo miedo. La película de Joe Wright -el de Orgullo y prejuicio- transcurre en mayo de 1940, narra cómo Winston Churchill asume como Primer Ministro de Gran Bretaña en lugar del desprestigiado conservador Neville Chamberlain. La época no es fácil. Hitler invade Bélgica, Francia está a punto de caer bajo el dominio nazi y los británicos van a tener que apelar a algo más que la flema ante la posibilidad de una invasión alemana. Ya en el poder, pero mirado con recelo por miembros de su propio partido, un ya anciano Churchill se enterará de los 300.000 soldados que esperan en Dunkerque, la ciudad costera al norte de Francia, para ser evacuados, ante la superioridad germana. Churchill se juega más que el lugar de poder que tanto anhelaba “desde que estaba en la guardería”. “No es un regalo, es una venganza”, dice, con su sarcasmo habitual, cuando lo eligen líder en tiempos de guerra. De modales bruscos, sin temor a desagradar, Wright lo muestra decidido, pero también temeroso. Valiente y cabezadura, lo pinta en acciones que tienden más a la empatía con el espectador. Churchill dice que nunca tomó un autobús, ni salió a la calle comprar el pan, nunca abandona su habano, arrodilla su pesado cuerpo para buscar a un gato debajo de la cama -está casado, pero duerme solo- y hasta ofrece un pañuelo a su secretaria cuando ella llora por la gravedad de la carta que acaba de dictarle el Primer ministro. En el medio están las internas políticas y un tentativo acuerdo de paz con Hitler, con Mussolini como mediador, cuando parece que la derrota podría ser definitiva. ¿Dunkerque? No se ve;sí a los soldados en Calais. Dunkerque queda toda para Christopher Nolan. Gary Oldman está en el 99% de las tomas, lo cual quiere decir que está presente hasta cuando no se lo ve y se habla de su personaje. El actor debe pesar el doble que en El perfecto asesino, otra de sus labores laudatorias. La composición es casi perfecta y el Oscar lo tiene esta vez al alcance de la mano. Wright se pone por momentos más patriótico que Spielberg en The Post, lo cual ya es decir demasiado. La película está bien, obviamente ensalzada con la candidatura al Oscar, empujada por los miembros de la Academia de Hollywood que siempre, año tras año, apoyan las realizaciones británicas cuasi de qualité o con interés histórico como Las horas más oscuras, que tiene en Gary Oldman su principal imán.
Las horas más oscuras es un nuevo testimonio de que Joe Wright es uno de los mejor directores actuales de películas de época. El realizador de Orgullo y prejuicio es cuidadoso con los detalles de la recreación, pero no se regodea en ellos sin sentido; explota su belleza en cada plano, pero utilizándolos para construir el universo de la historia que está contando. La presencia constante del humor, especialmente a través de Winston Churchill, su protagonista, le quita solemnidad a la película que cuenta dramáticos momentos de la Segunda Guerra Mundial, a partir de la asunción del histórico primer ministro. El film permite conocer el otro lado de la historia narrada en Dunkerque, de Christopher Nolan. Aquí se ve cómo los hombres poderosos del Reino Unido, el rey, Churchill y su consejo de guerra decidían la suerte del eventual rescate de las tropas varadas en esas playas y discutían si era mejor sentarse a negociar o enfrentar a la amenaza alemana que avanzaba a gran velocidad. No es demasiado arriesgado decir que Gary Oldman tiene enormes posibilidades de conseguir el Oscar por su interpretación de Churchill en el film. La personalidad desbordante del primer ministro británico y sus discursos memorables lo convierten en el personaje perfecto para que un actor de la talla del protagonista de El topo le saque todo el jugo posible. La película es el show de Winston Churchill; y el excelente trabajo del actor termina convirtiéndola en el show de Oldman.
El guionista Anthony McCarten (La teoría del todo) optó por concentrar esta biopic de Winston Churchill en un breve lapso de mayo de 1940 (desde que asumió como Primer Ministro en reemplazo del dubitativo Neville Chamberlain hasta que se inició la evacuación de Dunkerque) y ambientarla casi en totalidad en los cuarteles secretos desde donde se seguía el arrasador avance de las tropas nazis por buena parte de Europa. Si bien hay algunas escenas en el hogar familiar de Churchill o una secuencia (totalmente ridícula) en la que viaja en subte rumbo a Westminster y se conecta con “el pueblo”, el director de Expiación, deseo y pecado apuesta a la concentración y, casi, al show unipersonal. Los personajes secundarios femeninos de Kristin Scott Thomas (su esposa) y Lily James (su secretaria) tienen escasos pasajes para su lucimiento porque todas las luces apuntan al despliegue histriónico del excéntrico y algo tiránico Churchill a cargo del camaleónico Oldman, quien en pantalla también fue Sid Vicious, Joe Orton, Lee Harvey Oswald, el conde Drácula, Ludwig van Beethoven, Sirius Black y el comisionado Gordon, entre muchos otros papeles. El hecho de interpretar a una figura mítica, las profusas capas de maquillaje que lo tornan casi irreconocible y el minucioso trabajo de mimetización (gestos, modulación y tono de la voz, etc.) son los aspectos de una interpretación que los votantes de la Academia suelen premiar. Más allá de algunos buenos pasajes de humor negro que descontracturan el peso solemne de la Historia en el relato y de cierto virtuosismo visual del que hace gala Wright, el film se acerca por momentos a un costumbrismo algo patético y a una impronta teatral que no le hace del todo bien. Concebida como una suerte de precuela y contracara de Dunkerque, de Christopher Nolan, Las horas más oscuras describe sin demasiada sutileza las intrigas palaciegas dentro del Partido Conservador y el apoyo del rey Jorge VI, y termina cayendo en varios pasajes en el didactismo y la idealización. Orgullo británico.
Si Dunkirk fue la película bélica donde Christopher Nolan nos llevó a ser testigos de la operación “Dínamo”, con la que se rescataron a muchos de los soldados que habían quedado atrapados en la bahía homónima de Francia, Darkest Hour viene a ser su contexto: qué estaba sucediendo en ese momento durante el comienzo del mandato de Winston Churchill como primer ministro británico y que lo llevó a tomar la decisión de concretar esa operación. Dirigida por el londinense Joe Wright (Pride & Prejudice), esta lleva su impronta británica de manera inamovible.
Las horas más oscuras (“Darkest Hour”) es un drama biográfico sobre un momento crucial: la asunción de Winston Churchill como primer ministro británico durante la segunda guerra mundial mientras la Alemania nazi ostentaba la supremacía territorial en Europa. Joe Wright es un director que supo exponer su visión sobre épocas pasadas, como ejemplos exponenciales Orgullo y prejuicio (Pride and prejudice, 2005) y Expiación, deseo y pecado (Atonement, 2007). Esta vez vuelve al ruedo y pone el punto de mira en una sociedad inglesa con falta de esperanzas, con la necesidad de tener a alguien en quien creer, como si de una especie de salvador se tratase. Y ahí aparece Winston Churchill, como figura asediada, amada y odiada. Las horas más oscuras, al ser una película que atraviesa tiempos históricos y documentados, su mirada es sumamente importante y este “intra-conflicto bélico” no tendría la misma fuerza de no ser por su enfoque en ese interesante personaje con aristas de excentricidad. Gary Oldman le da vida a Las horas más oscuras personificando a un Churchill por momentos teatral, todo lo que ocurre acá es necesario y a nivel narrativo es interesante, pero es el actor británico quien se carga el film en los hombros así como se gana a la multitud en el parlamento inglés con un discurso demoledor. La labor de Oldman es loable –entre otras transformaciones vale recordar su Sid Vicious (Sid and Nancy, 1986)- y si bien ya estuvo en la lista de nominados al Oscar puede tener su noche dorada en la próxima gala. Las horas más oscuras es el retrato de una europa desanimada que supo fundar sus bases en medio del caos y no funcionaría sin un Chuchill tan vivaz, elocuente y “british”. “No tengo nada que ofrecer más que sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor” Winston Churchill
Las horas más oscuras (Darkest Hour, 2017) se presenta como una película que contiene una gran actuación de Gary Oldman; en realidad la película en sí es la actuación de Oldman, y todo lo que no se desprende de aquel excelente actor son como andamios y contrafuertes de una obra de arquitectura, necesarios pero al servicio de algo más digno que sí mismos. Gane o no finalmente el Óscar, todos van a recordarle como uno de los mejores Winston Churchill, pero la película erigida en torno a él es relativamente atávica. La trama cubre el mayo de 1940, dramatizando el primer mes de Churchill como Primer Ministro británico. Chamberlain (Ronald Pickup), humillado por su fracaso de razonar con Hitler o remediar la Segunda Guerra Mundial, renuncia al cargo y se resigna a elegir a Churchill como su sucesor. Churchill es impopular y su reticencia a considerar la paz con el Eje causa fricción tanto con sus enemigos como con sus aliados. Los más tolerantes son su esposa (Kristin Scott Thomas) y su secretaria (Lily James), ambas imaginadas en clave de “la gran mujer detrás del gran hombre”. Es insoslayable pensar a Las horas más oscuras fuera del contexto de los Academy Awards. Como The Post: Los oscuros secretos del Pentágono (The Post, 2017), ofrece una lección de historia moralizante. Como Dunkerque (Dunkirk, 2017), se enfoca en la retirada estratégica de aquellas playas (la maquinaria detrás de escenas) y rescata la victoria de la derrota. Como tantos otros dramas históricos traza paralelos obvios con la actualidad que los hace sentir mucho más importantes o relevantes que dos o tres años luego, cuando son recordados más que nada por su habilidad de cosechar nominaciones. El Discurso del Rey (The King’s Speech, 2010) es un buen ejemplo. Las horas más oscuras nuevamente muestra al mismo rey en cuestión, ahora interpretado por Ben Mendelsohn con un risible impedimento de habla (pronuncia las R como W) que probablemente es más acertado que el tartamudeo neutro de Colin Firth. En el centro de todo se encuentra la performance de Gary Oldman, un actor tan legendario como camaleónico. Su Churchill sobrevive la caricaturización fetichista que suele conllevar el nombre - el moño, el cigarro, la papada - y se convierte en un personaje por ley propia, alguien con voz y lenguaje corporal colmados de pequeñas sutilezas que revelan la persona debajo de la imagen. La película le otorga no uno sino dos discursos grandiosos y brinda ambos sin un solo paso en falso. Iincluso la parte más indulgente y fantasiosa del guión - en la que el premier se sube a un metro y charla amistosamente con “el pueblo” - es tolerable gracias al actor. ¿Es posible separar una gran actuación de una película menos que grande? ¿Se puede calificar de sorpresiva la actuación de un actor de quien nadie espera menos? El mayor halago que se le puede hacer a Las horas más oscuras es que tiene la forma de su protagonista.
En Las horas más oscuras el director Joe Wright (Orgullo y prejuicio) presenta un interesante drama histórico sobre las primeras semanas de Winston Churchill como Primer Ministro de Inglaterra, en los albores de la Segunda Guerra Mundial. Con una fuerte oposición en el Parlamento británico, Churchill tuvo que ganarse la confianza de la clase política inglesa y el pueblo de su país para liderar la resistencia a la amenaza de Hitler que comenzaba a consolidarse en Europa. El director desarrolla un apasionante relato sobre la construcción de poder, donde además tenemos la posibilidad de ver una versión más humana de este hombre que trascendió como uno de los grandes estadistas del siglo 20. Joe Wright evitó contar la historia de Winston Churchill desde el pedestal para retratarlo con todos los defectos y virtudes que tenía su carácter. Además de un temperamento explosivo que lo convertía en una persona difícil de tratar, su franqueza extrema para expresar una opinión generaba incomodidad en sus colegas y hasta en el propio Rey Jorge VI, como se retrata con acierto en esta película. En este film nos encontramos con el viejo cascarrabias que se enojaba por situaciones triviales pero también sobresale el político apasionado que asumió el liderazgo de su país durante la mayor crisis internacional del siglo 20. Nadie que sea amante del cine va a descubrir en esta producción que Gary Oldman es un gran actor, ya que en su filmografía abundan las buenas películas. Sin embargo, en Las horas más oscuras tenemos la posibilidad de disfrutarlo en la labor más grande de su carrera. Se trata de esa clase de interpretaciones donde el artista se pierde por completo en el personaje. El actor le da vida a Churchill con tanto realismo que por momentos uno se olvida que se encuentra frente a una película de ficción. En esta cuestión también jugó un rol clave la brillante caracterización que brindó el equipo de maquillaje. Aunque Oldman es la figura principal de esta producción también estuvo rodeado de un gran reparto secundario donde se lucen Kristin Scott Thomas como la esposa de Churchill y Lily James en el rol de la secretaria personal del Primer Ministro inglés. Un aspecto muy interesante para resaltar de este film es que también funciona como un gran complemento de Dunkerke, de Christopher Nolan, ya que el director Wright describe en detalle el rescate de las tropas inglesas, acorraladas por las fuerzas alemanas, desde el contexto político de la operación militar. Motivo por el cual en el futuro será un ejercicio interesante ver estas películas juntas para tener un panorama completo de ese hecho histórico. Otro detalle llamativo de Las horas más oscuras reside en el tratamiento del contenido humorístico, que tal vez no hubiéramos esperado encontrar en este relato y está perfectamente insertado en el film. El director trabaja esta cuestión a través de situaciones y diálogos sutiles pero efectivos que hacen muy ameno el retrato de Churchill. Como ya es costumbre en todos los dramas históricos de Joe Wright la película sobresale en la puesta en escena, donde sobresale la fotografía y el diseño de producción que ofrecen un espectáculo impecable. Hacia el final el relato del director se vuelve algo sentimentalista, pero es un placer tan grande disfrutar a Gary Oldman en este rol que son imperfecciones de esta producción que se pueden dejar pasar. Dentro de las películas nominadas al Oscar este año Las horas más oscuras se destaca entre las más relevantes y no defraudará a los amantes de los dramas históricos.
Sin duda alguna Winston Churchill fue una de las figuras más importantes del Siglo XX, y esta nueva producción (que se suma a una larga lista) da cuenta de eso pero de manera diferente. Aquí hay una excelentísima construcción (y deconstrucción) por parte de Gary Oldman, en uno de los mayores desafíos de su carrera y por el cual tiene altas chances de ganar el Oscar a mejor actor. Las horas más oscuras presenta un gran relato, a veces intimista, de lo que fue su asunción como Primer Ministro en plena Segunda Guerra Mundial, y su vida personal. Oldman lo encara como alguien estridente y medio gracioso, pero también histérico y preocupado. La puesta es muy buena, un gran diseño de producción. Pero no se puede esperar menos de alguien como Joe Wright, quien viene de hacer la fallida Pan (2015) pero también la muy exitosa Anna Kerenina (2012). Los tiempos están muy bien manejados pero no así la narrativa por ciertos momentos en los cuales Oldman no se encuentra en pantalla. La fotografía es otro punto fuerte, al igual que la banda sonora. Pero pese a todo esto, no deja de ser una biopic más. Es decir, no hay sorpresa ni épica que emocione en el relato y por lo tanto se siente un film un poco vacío. En definitiva, Las horas más oscuras es una buena película que cuenta con una maravillosa interpretación de su protagonista.
Camino al Oscar: magnífico Gary Oldman como Churchill El formidable actor suma a su galería de caracterizaciones la más sobresaliente. Un actor capaz de interpretar tanto a Sid Vicious como a Beethoven puede interpretar cualquier personaje histórico que se proponga. Sin embargo, la caracterización que en "Las horas más oscuras" hace Gary Oldman de Winston Churchill es asombrosa. Su actuación es el gran motivo para ver este muy buen drama histórico sobre el momento en el que, ante la rendición de Francia, Inglaterra es el único país europeo enfrentado al facismo y debe elegir entre hacer las paces con Hitler y Mussolini, o luchar contra las nazis en absoluta soledad. La descripción de un Churchill que desayuna con whisky, que no deja de tomar bebidas alcohólicas ni siquiera en presencia del rey, y que va siendo virtualmente aplastado por la terrible presión de la situación que debe tratar de resolver es enfocada por el director Joe Wright con momentos de humor típicamente británico, que ayudan a distender el drama. La dirección de arte de los bunkers, donde el Primer Ministro se reúne con la plana mayor militar inglesa hace honor al título y ayuda al clima casi kafkiano de estas horas oscuras que tienen sus escenas culminantes en el Parlamento, cuando Churchill pronuncia su famoso discurso de la "sangre, sudor y lágrimas". También hay algunas licencias, que podrían estar entre lo mejor y lo peor del film según como se mire, como una secuencia clave en el subte de Londres en la que el estadista conoce la opinión del pueblo. Esta no es una película fácil. Es muy claustrofóbica y dialogada. Pero es totalmente recomendable no sólo por la fuerza del tema de la lucha contra el facismo, sino también por la antológica actuación de Gary Oldman, por la que debería ganar el Oscar.
Crítica emitida en radio.
NUNCA NOS RENDIREMOS. El plan de Las horas más oscuras es muy sencillo: realizar el retrato de Winston Churchill en un momento clave de la historia de la humanidad. Tan simple como ambicioso. En lugar de intentar contar la vida completa del prócer, prefiere acotar el drama al momento culminante de una decisión que cambiaría el curso del mundo. El primer acierto es ese, no querer extender el relato. Empezar con el drama ya comenzado y abandonarlo cuando aún queda mucho por delante. Como en las grandes películas del período clásico, Las horas más oscuras brilla por evitarnos infancia, vejez o las muchas otras historias maravillosas que tuvo la vida de uno de las máximas figuras del siglo XX. El segundo acierto es evitar la solemnidad acartonada de las películas biográficas. Y no se trata de poner chistes en el guión, para nada, los chistes no se oponen a la solemnidad, lo que se opone es el sentido del humor, del entretenimiento, de la ligereza visual. Joe Wright, director de Orgullo y prejuicio (2005), Expiación, deseo y pecado (2007) y Anna Karenina (2012) elige un estilo visual que nunca se acartona, que disfruta con el movimiento de cámara y el montaje veloz, que elige evitar el naturalismo sin que eso vuelva a su película artificial o le quite drama. Algunas escenas, más simbólicas que históricas, producen un nivel de emoción nacido de las herramientas del cine y no del manual más básico de historia. Y el tercer acierto es sin duda alguna la actuación de Gary Oldman. Al igual que el director, al igual que todo el film, Oldman no busca mimetizarse con Churchill. El maquillaje se encarga del parecido físico, pero Oldman intenta –y consigue- construir un personaje auténtico, propio. No sé hasta qué punto se parece al original, pero sí que es un ser humano cuya personalidad y acciones se entienden en toda su complejidad y profundidad. Siempre se puede ver la mirada del actor, nunca desaparece por completo, nunca es Churchill, tampoco es Oldman, es una construcción artística. Espero que los espectadores puedan apreciar la diferencia entre esta interpretación y las habituales imitaciones torpes ganadoras de premios. Winston Churchill y su ascenso a primer ministro, su lucha por no pactar con el monstruo nazi que amenazaba al planeta y el pueblo y el parlamento que lo apoyó al final, son los héroes de estar enorme historia que ahora también es una gran película. Para quienes vieron Dunkerque, de Christopher Nolan, Las horas más oscuras es un perfecto doble programa, y si no la vieron, pueden hacerlo después de disfrutar esta película. Ambas captan, de manera muy distinta, el momento de mayor solidaridad y coraje de un país y sus líderes.
Pocas cosas pueden llamar más la atención de un potencial espectador que la fórmula actor famoso + personaje histórico. Las Horas Más Oscuras descansa tanto en ello que descuidó y desorganizó no sólo el potencial dramático de los eventos que retrata, sino también al personaje que pusieron como cabeza de lanza de su narración. Oh, Winston, apenas si te conocimos… Las Horas Más Oscuras tiene lugar en 1940. Con Hitler comiéndose Europa a un paso arrasante, el Reino Unido necesita un Primer Ministro que pueda hacerle frente. Winston Churchill es ese hombre. Su primera prueba es rescatar a cientos de miles de hombres de la Isla de Dunkerque antes de que la arrasen los Nazis. Todo esto mientras debe ganarse la confianza de un Rey y unos Ministros que no creen que sea el más indicado para el trabajo. Una película basada en hechos históricos corre con la enorme desventaja de que se sepa de antemano cómo los eventos terminaron resultando, por lo que es menester que el segundo acto sea de mucha tensión. Algo que Las Horas Más Oscuras no tiene, o al menos no tanto como debería. Es un guión con una enorme indecisión. Los arcos que Churchill tiene con el resto de los personajes son establecidos, desarrollados y resueltos de una forma arbitraria. Se entiende la situación de riesgo en donde se enmarca la narración, pero esta no llega a conmover. No encuentra la manera de que lo bélico se entrelace con lo íntimo, que es al fin y al cabo lo que hace atractiva a la propuesta. No pesa la desventaja, no pesa el obstáculo. A la postre, todo esto contribuye a que el ritmo de la película también se vuelva tedioso. Se sabe que Churchill tenía un sentido del humor muy ácido e irónico, cosa que la película retrata muy bien, siendo los momentos más logrados de una narrativa bastante floja. Aunque debe señalarse que no pocas veces esos momentos sean puestos al voleo. Las horas más oscuras Aquí la pregunta del millón es siGary Oldman es merecedor de tantos reconocimientos por su interpretación de Churchill. La respuesta sería un sí rotundo: no solo aborda al legendario primer ministro con grandísima riqueza expresiva y corporal, sino que lo hace teniendo que superar un guion que no lo ayuda en lo más mínimo, ni argumental ni emocionalmente. En un distante segundo lugar está Kristin Scott Thomas como la esposa de Churchill, más apropiados acompañamientos de Lily James como su secretaria, BenMendelsohn como el Rey Jorge VI, y Stephen Dillane como el Vizconde Halifax, uno de los ministros del gabinete de Churchill. El estilo visual de Joe Wright, que en el pasado le ha permitido sacar lo mejor de cualquier narrativa, en Las Horas Más Oscuras le juega en contra. No son pocas las secuencias donde el preciosismo visual le gana la partida a lo narrativo. Su uso del montaje paralelo a la hora de redactar los discursos es un recurso interesante, pero no suma nada dramático a la historia más allá de la anécdota del cómo pensaba Churchill. Conclusión Si lo que se busca es una gran interpretación de Gary Oldman, Las Horas Más Oscuras puede que sea de su agrado. No obstante, la narración como un todo no consigue llegar a buen puerto más allá de la hazaña interpretativa de su actor principal.
El poder de una historia Biopics sobre el ex primer ministro británico Winston Churchill existen varias, por lo cual, desde un primer momento, y a pesar de ser un personaje sumamente interesante e importante a nivel mundial, Las horas más oscuras (Darkest Hour, 2017) se podría considerar una más del montón. Sin embargo, hay algo que la destaca y la hace superior a todas las anteriores. Mejor dicho, hay “alguien”, una sola persona. Estamos hablando del actor Gary Oldman. La magnífica interpretación de Oldman como el ex primer ministro británico, un papel difícil si los hay, es sin dudas lo más destacado de esta biopic centrada en apenas unos luego de la asunción de Churchill. No solo debió adentrarse en una caracterización muy particular por el estilo de vida del personaje (alcoholismo, comida chatarra, descuido por su salud y bastante fanfarrón) sino que también implicó un gran cambio físico con ayuda de maquillaje, claro está. Ya hemos visto a Churchill ser caracterizados en otras biopic o películas como en Bastardos sin gloria (Inglourious Basterds, 2009) o la serie The Crown, pero lo que hace Oldman es algo excepcional llevando a su personaje por todos los estados de ánimos, desde el enojo y desprecio a sus pares hasta la preocupación que le llevó no poder lograr sus objetivos y los emotivos discursos que le permitió ganarse la confianza no solo de un país, sino de gran parte del mundo en medio de la segunda guerra. Si bien la película no es la gran favorita para ganar la estatuilla en la máxima categoría, sí lo es su actor dentro de su categoría. Algo más que se destaca de Las horas más oscuras, producida por Joe Wright (Orgullo y prejuicio) y guionada por Anthony McCarten (La teoría del todo) es su conexión con la última película de Christopher Nolan, Dunkerque (Dunkirk, 2017) la cual relata la Operación Dinamo (acción militar llevada a cabo por Reino Unido bajo el mando de Winston Churchill con el objetivo de evacuar a 400 mil soldados de la costa francesa mediante botes civiles luego de ser invadida por la Alemania nazi en el marco de la Segunda Guerra Mundial). Como indica su nombre, Dunkerque está ambientada en la ciudad costera de Francia y con la perspectiva de los soldados que esperan ser evacuados. Ya sea por casualidad o causalidad, Las horas más oscuras nos relata que pasaba durante el mismo periodo de tiempo en Inglaterra, desde que Winston Churchill asume como Primer Ministro hasta que se lleva a cabo la Operación Dinamo, mientras es presionado a firmar la paz con Hitler, por lo cual ambas películas forman un excelente combo relatando el mismo hecho desde dos ambientes y perspectivas diferentes. Además, ambas están nominadas a la categoría de mejor película en los Oscars, ya que como sabemos a la Academia les encantan las películas basadas en historias reales que involucren guerra y política. *Crítica de Brian Bahar.
La tormenta perfecta Winston Churchill tal vez sea el máximo prócer del siglo 20 para Occidente. El hombre que en la Segunda Guerra Mundial soportó sobre sus hombros el peso de enfrentarse a la mayor potencia bélica del mundo en ese momento: el ejército del Tercer Reich. Lo curioso es que en términos fisonómicos o anatómicos, el famoso primer ministro británico parece salido de las páginas de Los papeles póstumos del club de Pickwick, esa voluminosa primera novela de Charles Dickens en la que un grupo de personajes también voluminosos van y vienen tratando de hacer buenas obras. Tanto las características físicas como la forma de hablar de Churchill han sido un desafío para los actores. En estos últimos años, fue encarnado por grandes intérpretes: Brian Cox, Brendan Gleeson, Michael Gambon, John Lithgow, entre otros. Pero a poco que uno se ponga a comparar esas actuaciones, verá que el mismo personaje, tan cargado de matices, tan profundo y tan superficial al mismo tiempo, le soluciona buena parte del trabajo al actor. Sólo basta ver una foto histórica de Churchill para sentir una simpatía inmediata por eso señor corpulento, con bastón, galera y cara de bulldog. Joe Wright es un cineasta demasiado ambicioso como para conformarse con registrar una interpretación, por más que esta sea casi una reencarnación, como es el caso de la que ofrece Gary Oldman, un actor obsesivo hasta en los parpadeos, que restituye la dicción, los tics y los cambios de ánimo repentinos del primer ministro. Y esa ambición del director, por suerte, no es sólo visual, no es sólo manierista y afectada, sino dramática. Si bien Wright se permite algunos movimientos de cámara que delatan su vanidad de virtuoso, de una u otra manera estos siempre están subordinados a la tremenda suma de conflictos que convergen en la figura de Churchill. Hay que recordar que este llega a primer ministro tras la renuncia de Neville Chamberlain, quien no supo calibrar la amenaza que representaba Hitler. Pero cuando asume, Churchill está lejos de contar con el apoyo de su gabinete y de su partido. Las horas más oscuras reconstruye su primer mes y medio en el cargo, el período en el que Churchill se enfrenta a la vez a sus adversarios políticos y al avance del ejército alemán por las tierras, los mares y los cielos de Europa. ¿Cómo transmitir esa tormenta que se desarrolla en gran medida en el interior del búnker subterráneo donde trabaja el ministro y en su propia mente? En ese punto es donde se destaca el guion de Anthony MacCarten, quien con la simple invención de una mecanógrafa pone dentro de la película no una figura manipuladora de las emociones del espectador sino una representante del individuo común en medio del remolino ciego de la historia. Heroica, por supuesto, y por momentos eufórica, la película sabe distribuir muy bien el peso de las decisiones fundamentales, y todo el tiempo es consciente de que un hombre solo no gana una guerra, aunque ese hombre sea Churchill.
A capa y espada Este filme se concentra en uno de los momentos más oscuros de la humanidad, en la cabeza del hombre menos pensado en ese instante. No es exactamente una biopic, como se supondría, nada sabemos de la historia del personaje, no hay una progresión vivida hasta llegar a héroe del personaje. Todo es sobre una situación extraordinaria en un hombre para nada común. Como él mismo lo dice, nunca viajo en metro, todo se ciñe a sus devaneos intelectuales, la postura férrea a partir de su convencimiento sobre el monstruo a quien se enfrenta, resistir a su propio partido. La dualidad de oponerse al enemigo o acceder a proponerle un tratado de paz, tal como planteaba el destituido Chamberlain. Toda la película dirigida por Joe Wright se basa en cuatro pilares, el guión adaptado de la novela escrita por Anthony McCarten, quien también cumplió las función de guionista, el mito del personaje, considerado el más importante de la historia de Gran Bretaña, la magnifica recreación de época, con la excelsa dirección de arte como estandarte, y las actuaciones. Si bien toda la estructura es lineal, progresiva, no hay rupturas temporales de ningún tipo, sólo el devenir de los acontecimientos, el montaje le da la aceleración necesaria. Todo puesto en función de recrear la angustia de esos tiempos, en una atmósfera agobiante, casi claustrofobia. Si hay un especie de respiro se produce en las escenas de exteriores, donde la cámara toma el punto de vista del personaje, sentado en su vehiculo, viendo la vida de los otros, la gente común que nada sabe de la inminencia de la barbarie. El director aprovecha, con buen criterio, a usar el ralentado de las imágenes con el propósito de establecer la pausa necesaria, el paréntesis que pautan las ideas en su concreción. La mayor parte de las acciones se inscriben en la locuacidad del personaje, los diálogos hacen avanzar a la historia en una suerte de thriller, en el que la dirección de arte hace jugar su papel, pues las palabras siguen rebotando en esas paredes, casi como sentencias, hasta llegar la clímax en el discurso pronunciado por el primer ministro en el parlamento Británico. Para que ello suceda de esta manera la planificación de la puesta en escena, la precisión de las posiciones de cámara, el encuadre justo son los soportes adecuados, conjuntamente con la banda de sonido que está, es de muy alto vuelo, pero queda inmersa a favor de la construcción del filme. Claro que el punto más alto se registra en las actuaciones, empezando por el personaje de Elizabeth Layton (Lily James), la nueva secretaria que funciona como un espejo del espectador, ella asimismo se sorprende mientras descubre a la persona dentro del personaje, para luego ir, desde su mirada, sustituyéndolo por el mito En segundo término, y casi desaprovechada por los pocos minutos en pantalla, Clemmie (Kristin Scott Thomas), la esposa que sabe como manejarlo, las pláticas con su marido se muestran cotidianas, coloquiales, geniales y contundentes. Pero quien lleva todo el peso sobre sus espaldas y realiza un trabajo memorable es Gary Oldman en el personaje de Winston Churchill. Mucho de la increíble interpretación se le puede endilgar al maquillaje. Pero esto mismo queda relegado a un segundo plano, tanto que con el correr de los minutos parece desaparecer, eso se debe a la composición de personaje que realiza el actor británico. Su compromiso corporal, la movilidad que le imprime a ese cuerpo obeso, las gesticulaciones, la mirada, la voz ronca, hasta la forma de tener todo el tiempo un habano y/o un vaso de whisky en la mano, son indisolubles aptitudes histriónicas del actor. Todo transcurre en 1940, desde que es nombrado primer ministro hasta las acciones que derivaron en el rescate de las tropas británicas, sitiadas por lo alemanes en las playas de Francia. El mismo suceso que dio lugar a esa maravilla visual concretada por Christopher Nolan como lo fue “Dunkerque” (2017). La actual casi podría inscribirse en uno de los capítulos del libro “Hombres en tiempos de oscuridad” (Editorial Gedisa), de Hannah Arendt. (*) Realizada por Fritz Lang, en 1946.
Gary Oldman se pone en la piel de Wiston Churchill en este drama histórico atrapante Ambientada en 1940, la película presenta los primeros días de Churchill en el gobierno, cuando en plena Guerra, los nazis avanzan por Europa y el primer ministro debe decidir si cerrar un tratado de paz o enfrentar el mal siguiendo sus convicciones. Estamos ante un potente biopic que Joe Wright construye a manera de thriller político y bélico, presentando una maravillosa recreación de época y un guion tan revelador como atrapante. Gary Oldman es sin dudas el espíritu y el motor del filme. Su Churchill lo devuelve a un lugar que había conseguido con interpretaciones memorables en cintas como Drácula, El perfecto asesino o Amada inmortal. Es un trabajo tan profundo, que ni las inmensas capas de maquillaje logran tapar la emoción y el carácter que el actor le insufla a su personaje. Más allá del contenido político/histórico, del enfrentamiento con el Parlamento y el Rey Jorge VI, el filme nos introduce en la intimidad de un personaje hasta ahora más conocido por sus clichés que por su esencia. Hay en la trama un retrato familiar e íntimo de Churchill que va más allá del habano y el sombrero bombín, humanizándolo y bajándolo del pedestal. Una pintura que observamos desde los ojos de su secretaria (irresistible Lily James) que nos hace partícipe de sus miedos, asombro y finalmente admiración ante la personalidad de este icono. El poderío visual de las imágenes, una puesta en escena que experimenta con posiciones de cámaras y un montaje moderno, dándole más dinamismo a una estructura casi teatral; una banda de sonido orquestal que acompaña la épica de la historia; y un elenco comprometido y creíble, redondean esta película que retrata la vulnerabilidad y el heroísmo de un hombre fundamental del siglo pasado.
QUE EL ÚLTIMO APAGUE LA LUZ Ya denle a Gary su Oscar y punto. Cada tanto, aparece esa película que tiene todos los elementos que le gustan a la Academia. Eso no significa que sea una gran obra cinematográfica, sólo una historia correcta que no se sale de las convenciones, ni arriesga lo suficiente para destacar en otras áreas. Generalmente están basadas en hechos y personajes reales, son el vehículo para que se luzcan sus actores y, sí, son muy inglesas. En seguida se nos viene a la cabeza “El Discurso del Rey” (The King's Speech, 2010), este año tenemos “Las Horas más Oscuras (Darkest Hour, 2017). Si lo pensamos bien, la película de Joe Wright (“Orgullo y Prejuicio”, “Expiación, Deseo y Pecado”) funciona como ‘precuela’ de “Dunkerque” (Dunkirk, 2017), contando los acontecimientos previos a la evacuación de las playas francesas del otro lado del charco, desde los cómodos sillones del parlamento británico donde, como diría el señor Dawson (Mark Rylance) en la película de Christopher Nolan: “Los hombres de mi edad dictan el curso de esta guerra”. La guerra en cuestión, es la Segunda Guerra Mundial, y “Las Horas más Oscuras” se enfoca en la polémica figura de Winston Churchill (Gary Oldman), político del partido conservador no muy bien visto por sus colegas ni el monarca de turno, en este caso Jorge VI (Ben Mendelsohn), empujado a convertirse en Primer Ministro, justamente, para afrontar estos tiempos de conflicto. Estamos en mayo de 1940, en los primeros meses de la guerra, donde los ingleses se creían muy confiados y descartaban el poderío (y la amenaza) alemana. Cuando Hitler invade Francia cambia las reglas del juego, obligando a los británicos a tomar una decisión: rendirse bajo sus condiciones o afrontar el destino que les espere en las playas de Dunkerque donde terminaron concentradas casi todas sus fuerzas. Esta es la disyuntiva por la que atraviesa Churchill, a días de asumir su cargo, lidiando con la oposición de sus propios colaboradores y miembros de su partido que buscan la “conciliación” y la salida más fácil. Wright se mete en la cabeza de Winston, en los salones y los bunkers, describiendo al personaje mucho más que a la persona; un papel que, obviamente, le garantiza a Oldman todos los galardones, mucho más por su verborragia y sus peculiaridades, que por ser un protagonista que emocione más allá de sus discursos bien armados. “Las Horas más Oscuras” es la típica película histórica donde destacan la puesta en escena y el vestuario de época, pero poco y nada puede lograr con la empatía y los sentimientos. Churchill tiene de elocuente lo que tiene de desagradable, aunque el director lo presente bajo una luz más romántica. Wright sabe cómo filmar (recordemos ese gran plano secuencia, justamente en Dunkerque, de “Expiación, Deseo y Pecado”), pero su historia cae en todos los lugares comunes, y casillas, que necesita la Academia para aprobar a una nominada. Más allá de eso, y la actuación de Gary Oldman, poco y nada se puede sumar a una película que ya vimos una y mil veces. Lo más destacado, tal vez, es mostrar a Churchill en sus momentos más cotidianos, y otros tantos vulnerables. Situaciones que lo humanizan y lo despegan de esa imagen de manual de historia, donde podemos ver el verdadero peso que recae sobre sus hombros en este momento crucial para los acontecimientos del siglo XX. Curiosamente, la escena más “emotiva” (cortesía del guionista Anthony McCarten) es pura ficción y no se atiene a los verdaderos hechos, pero igual resume y sirve para ejemplificar esta necesidad del político de despertar el espíritu patriota del pueblo británico, en parte, para justificar sus propias decisiones. “Las Horas más Oscuras” se liga directamente a ese patriotismo creciente, a esa resistencia contra el enemigo aunque la guerra llegue hasta la puerta de casa, y el clásico discurso de Churchill (“Lucharemos en las playas…”) que, de alguna manera, justifica la derrota victoriosa de Dunkerque. Toda la película está diseñada para llegar a ESE momento, el lucimiento de Winston/Oldman, que debe convencer a partidarios y opositores de que la suya, fue la decisión más sensata. Es una época de hombres, por eso, Wright desaprovecha a sus pocos personajes femeninos, ya sea la joven Elizabeth Layton (Lily James), la maltratada secretaria de Churchill; o Kristin Scott Thomas como su esposa Clemmie, el apoyo moral que necesita cuando vuelve agobiado a casa. “Las Horas más Oscuras” funciona mucho mejor como contracara política de “Dunkerque” para aquellos interesados en la época. Por lo demás, es una historia correcta con buenas atmósferas y actuaciones, pero nada que vaya a perdurar en el tiempo salvo como “la película por la que Gary Oldman finalmente ganó el Oscar”.
A las películas biográficas británicas siempre se las puede tildar de teatrales, porque hay una tradición allí que obliga a eso. En cierto sentido, terminamos ponderando las actuaciones casi perfectas, y aquí eso ocurre con Gary Oldman como Winston Churchill. Pero el film de Joe Wright, quien ya ha dinamitado esa tradición teatral tanto con Orgullo y prejuicio o Expiación como, especialmente, con su versión de Anna Karenina. Aquí se trata, como el buen cine, de una historia sobre el poder. Churchill está en una encrucijada: aceptar o no un pacto con los nazis poco antes de la Segunda Guerra Mundial. Se ponen en juego conveniencias e ideales, ambición personal y altruismo político, y Wright logra que eso no solo se actúe sino que se vea, no se concentre solo en la performance de los intérpretes sino en la puesta en escena. Así, la película logra ese ideal de introducirnos como voyeurs en un mundo acabado, y al mismo tiempo de analizar los entresijos de la Historia. Hay una sutileza en ese contraste entre la puesta y el actor que enriquece la anécdota.
Las nueve piezas del juego. Las horas más oscuras (Darkest Hour, guión de Anthony McCarten, dirección de Joe Wright), es la típica recreación de hechos y figuras de la Historia (en este caso, el rol de Winston Churchill en la Segunda Guerra Mundial) resuelta de manera plana y con rústico criterio didáctico. Fechas sobreimpresas, exaltados discursos, frases perspicaces y predecibles textos en el desenlace (contando cómo continuaron los acontecimientos) enmarcan la rutinaria dramatización, con Churchill como una especie de showman moviéndose entre haces de luz. En cine, hay muchas maneras de hacer que los pormenores de una guerra interesen al espectador poco informado: Las horas más oscuras acude a la cómoda táctica de darle relevancia al personaje de una joven secretaria, a quien el Primer Ministro británico le explica cosas con pedagógico paternalismo. Encarnando a Churchill, Gary Oldman vuelve a demostrar que es un actor dúctil, aunque lo suyo aquí no supera los excelentes trabajos interpretativos de Timothée Chalamet en Llámame por tu nombre, Daniel Kaluuya en ¡Huye! y Daniel Day Lewis en El hilo fantasma. Argumento que poco importará a la hora de los premios, teniendo en cuenta la confusión entre actuación e imitación que suele advertirse entre los votantes de la Academia de Hollywood, así como su deslumbramiento por tics gestuales acompañados de disfraces, pelucas y maquillaje.
Si hay algo que Hollywood comprende perfectamente es como abordar una biopic de manera efectiva y de paso, si la temporada de premios está al venir, hacerse con un buen número de nominaciones que potencien su éxito en crítica y taquilla. El camino es sin dudas la solemnidad patriota sensiblera y propagandística. La veracidad histórica no importa. ¿Para qué? Si un gran actor se pone en la piel de un personaje histórico cuanto menos cuestionable, todas las controversias que protagonizó en la vida real serán obviadas o trastocadas según corresponda. Revisionismo histórico marca Hollywood. Así como gracias a la industria del cine (de Hollywood, claro está) creemos que el gran salvador y ajusticiador de la segunda guerra mundial fue Estados Unidos, Las horas más oscuras se encarga de ennoblecer y mitificar a un personaje histórico que parece haber sido un humilde héroe al servicio de la democracia y la paz salido de una tira de Marvel. Los diálogos que su esposa le dedica como “sobre ti recae el peso del mundo” se acercan más a lo que el tío de Spiderman le dice al joven arácnido que a cualquier verosimilitud histórica. La simplificación de ese enorme conflicto mundial que significó una de las luchas armadas más trascendentes de la historia se ve reducida a este gran líder intentando resolverlo por medio de discursos solemnes y heroicos, que, pese a la resistencia que el propio parlamento británico le ofrecía, se alza como gran conciliador que como todos ya sabemos, eventualmente saldrá victorioso. Sin embargo, muchos libros de historia demostrarán que en realidad no fue tan así. Con esta nueva y hermosa fábula histórica filmada con maestría e interpretada por algunos de los mejores actores de Hollywood, cabe preguntarse cuándo habrá oportunidad de que el público masivo conozca al Winston Churchill que se declaró un ferviente seguidor del darwinismo humano asegurando que la pureza de la raza británica era una de sus prioridades. ¿Cuándo veremos esa película que muestre al Churchill que consideraba a los minusválidos parias de la sociedad que debían ser exterminados y aislados en campos de exterminio? ¿Qué actor elegirá ponerse en la piel del Churchill que mostraba clara simpatía por el Franquismo, y emitía laudatorios comentarios sobre la Italia de Mussolini? Como tal película seguramente nunca se estrene, nuestra lectura recomendada para conocer más sobre Winston Churchill es la nota de Callum Alexander Scott para el portal británico Morning Star: https://morningstaronline.co.uk/article/what-darkest-hour-doesnt-tell-you-about-winston-churchill Porque Darkest hour tiene esa magia del cine que embellece todo lo que filma, pero cuando de una biopic se trata, la autenticidad histórica nunca está de más.
Crítica emitida en Cartelera 1030-Radio Del Plata (AM 1030) el sábado 17/2/018 de 20-21hs. Las Horas más Oscuras (2017) es un largometraje perteneciente al género del drama histórico basado en el inicio del mandato como 1er. Ministro del Reino Unido de Winston Churchill. El filme parece estar un poco sobre valorado por la Academia, puesto que cuenta con 6 nominaciones al Oscar, entre ellas mejor película, mejor maquillaje y caracterización, mejor actor Gary Oldman quien es el gran candidato para llevarse la estatuilla. Si bien su actuación es sobresaliente, aunque la caracterización lo deja directamente irreconocible,la película en sí misma es bastante poco entretenida y monótona. Recordemos que ya existen tres Biopic sobre el 1er ministro del Reino Unido, las cuales son bastante recientes una del 2003, otra del 2016 y con la que nos compete dos del 2017. En dicho sentido es poco original y no otorga grandes aportes al tema en cuestión. Ambientada en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, muestra las divisiones dentro del parlamento británico y el conflictivo contexto bélico mundial. Esboza superficialmente la operación dínamo y Dunkerque (al respecto sigo recomendando la brillante Dunkirk de C.Nolan). Por último este relato resalta constantemente el patriotismo británico y enaltece la figura de Churchill haciéndolo quedar como un héroe. Una pena que el relato a pesar de sus interpretaciones y ambientación resulte poco atractivo ya que su director Joe Wright es un experto en películas de época tales como Orgullo y prejuicio, Atonement y Anna Karenina, las cuales eran audaces y emotivas
LA ÉPICA PIRATA O LA CARICATURA, ESA ES LA CUESTIÓN “Los actores son ganado”. Hitchcock lo dijo y armó un escandalete en el mundillo cinematográfico, pero en realidad estaba hablando de su propio método de creación: la película ya estaba en la cabeza, por ende, los actores sólo debían poner su talento ante los requerimientos del director. De allí la famosa anécdota con James Stewart en La ventana indiscreta poniendo caras sin saber exactamente de qué iba la historia. Y Hitchcock tenía razón. Darle rienda suelta a los actores en el cine (salvo excepciones) genera estos bodrios como Las horas oscuras, una sucesión de cartones pintados para que sepamos cuán grande es Inglaterra. Gary Oldman (que es un gran actor) ganó y seguirá ganando premios por esta interpretación mimética de Churchill, ridícula, exagerada, cercana a la caricatura, más parecida a un video clip de David Lee Roth que a una actuación verosímil. Ahora bien, despachada la cuestión actoral, ¿qué es lo que convierte a la película en un bodrio triunfalista? Primero, la pose qualité que adopta Wright con la cámara. Basta ver el principio para notar de qué modo se regodea en la exquisitez con un movimiento coreográfico y teatral que comienza en el parlamento y concluye en el sombrero de Winston bajo una iluminación de claroscuros. Luego, por supuesto, los discursos (a esta altura, lo menos interesante, a menos que uno busque documentales en Netflix y se empape de televisión, esa ducha adictiva contemporánea). Es decir, la excusa de un drama íntimo ya expresado en el título para contar un episodio de la historia a la inglesa, se desvanece con la grandilocuencia de una puesta en escena que exalta permanentemente la épica pirata. Sin embargo, ¿qué es lo que salva a la película del desastre? En principio, un extraño contrapeso que se opone a la importancia del Primer Ministro ante las circunstancias, una solapada dosis de humor caricaturesco, como si hubiera una necesidad de ofrecer un cuadro grotesco de la figura de Churchill que genera rechazo en quienes lo rodean y se traslada a los espectadores. Sin ir más lejos, la presentación del personaje, inmediatamente posterior a la escena inicial, se hace a través del detalle de un grasiento plato de comida (un signo que se opone a la formalidad del sombrero) para luego ver emerger desde la cama a Churchill recién despierto, con un vaso de whisky y un puro, lanzando órdenes y ruidos guturales. Esa presencia es la del bufón, la del protagonista de una comedia, identificado con un modo de vestir y de moverse que lo aleja de la estatua de bronce. Este hombre, que “tiene más poder que el rey”, tal como indica uno de los personajes, es también un tipo desagradable al que los demás miran de reojo, “un actor que está encantado con el tono de su propia voz”, como afirma otro de los del entorno político y teatral que construye el director. “Un cerdo”, dice su mujer, y él lo asume sin inconvenientes, de la misma manera que adopta un carácter autoritario con raptos afectivos hacia su secretaria (¿la secretaria de Hitler?). Por tal motivo, lo mejor es no tomarse demasiado en serio el didactismo en torno al triunfalismo y, en todo caso, perderse en esos lapsos de brutalidad expresiva; dejar a un lado la supuesta importancia de “la interpretación” de Oldman y reírse de lo grotesco de la situación.
Temporada de V Elizabeth y otra joven ven en el diario la foto de Winston Churchill haciendo la “V” con la palma hacia adentro y se tientan. El primer ministro se asoma por una ventana y pregunta qué es tan gracioso. Su secretaria lo lleva hasta el pasillo y le comenta que ese gesto tiene otra connotación en los barrios de los suburbios. “Bueno, ¿qué significa?”. Y después de un breve momento de duda, la joven responde: “Quiere decir hasta tu trasero, señor. Pero si lo hace del otro lado evita confusiones”. Ambos ríen cual cómplices de una travesura hasta que el hombre se aleja agitando el periódico y repitiendo su acto de rebeldía ¡Hasta tu trasero! ¡Hasta tu trasero! La escena combina los dos universos que Joe Wright plasma permanentemente a lo largo de la película, es decir, la faceta privada y la pública de Churchill. El primero vinculado a la familia, a la forma de habitar la casa, a su pasión por el whisky y los cigarros, a la fuerte personalidad y el segundo asociado a su asunción como primer ministro, al poco apoyo del rey o de los partidos, al miedo que puede infrigirle a la gente y a las dudas y/o decisiones que debe tomar frente al avance de Adolf Hitler. En consecuencia, el director busca explorar las diferentes aristas del político inglés desde una mirada que privilegie lo humanitario –el momento central es la charla con los pasajeros en el subte– y lo patriótico –centrado en su habilidad y sus juegos con el lenguaje–. Por otra parte, Elizabeth atraviesa ambos mundos gracias a una oscilación continua de su doble rol: por un lado, como un apoyo político a la hora de la construcción de los discursos, el ordenamiento de las ideas y las palabras o el incentivo de los principios del hombre; por otro, como la muestra más próxima de los intereses, cuestionamientos, sensaciones, dudas o pensamientos de la ciudadanía, en particular, los enfrentamientos con el Eje. Sin lugar a dudas el momento por excelencia es aquel donde le explica los últimos movimientos alemanes, la pérdida de tropas y las pocas probabilidades de salvar a los hombres en Dunkerque. En Las horas más oscuras el tiempo es un factor fundamental porque no sólo permite situar la trama en el contexto histórico de la Segunda Guerra Mundial–la renuncia de Neville Chamberlain y el nombramiento de Churchill como su sucesor en medio de una situación crítica con tropas aisladas, países tomados y la posibilidad de un acuerdo de paz con el Führer a través de Benito Mussolini–, sino que también está al servicio de la imagen. Se puede pensar en los travellings pausados de la gente en la calle –en uno de ellos se perciben tres chicos con máscaras de Hitler–, las idas y vueltas del primer ministro por los túneles, el almanaque o los fondos negros donde sólo se distingue el ascensor con su figura dentro. Cada uno de ellos da cuenta de la fugacidad o el detenimiento temporal y de un cierto nivel de opresión debido al presente del país. “Me preguntan cuál es nuestro objetivo. Puedo responder con dos palabras: la victoria, la victoria a toda costa, la victoria a pesar del terror, la victoria por largo y difícil que sea el camino porque sin la victoria no hay supervivencia”. Por Brenda Caletti @117Brenn
El director británico Joe Wright se mete de lleno con uno de los personajes más determinante en la historia del Siglo XX. No lo hace como nos tiene acostumbrado el género biográfico con un repaso de toda su vida, sino analizando minuciosamente algunos meses de 1940 cuando Winston Churchill llega al cargo de Primer Ministro del Reino Unido en el contexto de una Europa invadida por el avance nazi, la operación Dínamo y el rescate en las playas de Dunquerque (al respecto no dejar de ver el film de Christopher Nolan que también está nominado como Mejor Película). "Las horas más oscuras" apuesta a un relato casi unipersonal, dejando completamente de lado impactantes escenas en los campos de batalla. Todo el peso está concentrado en los hechos ocurridos en los cuarteles secretos donde Churchill organizará la resistencia (gran mérito del guionista Anthony McCarten, el mismo de "La Teoría del todo"). En este punto reside la gran fortaleza del film: un actor que convence a la hora de interpretar a un hombre abrumado por las dudas. Se trata de Gary Oldman, que está a un paso de ganar su primer premio de la Academia como Mejor Actor. Al respecto, el trabajo de construcción del personaje (gestos, tonos, movimientos, etc.) es verdaderamente extraordinario. Claro que los aspectos técnicos son fundamentales a la hora de darle peso y veracidad a la historia. Gran trabajo del maquillador de efectos especiales Kazuhiro Tsuji (nominado al mejor maquillaje) que vuelve irreconocible a Oldman, sumado al aplomo del director de fotografía Bruno Delbonnel (nominado a mejor Fotografía) que logra el tono asfixiante y el contrapunto entre las luces y las sombras de las locaciones, según el devenir de la historia lo precise, ya sea los oscuros pasillo del búnker o del Parlamento británico. Aunque la película se base en una narración unipersonal, podemos destacar dos heroínas anónimas. Allí está Kristin Scott Thomas interpretando a la esposa de Primer Ministro y Lily James como su secretaria, notables actrices en sus respectivos roles. Dos mujeres bellas y fuertes que no logran lucirse del todo por culpa de un guión que apuesta todas sus fichas al despliegue de su único y central protagonista. Una lástima. En definitiva, la dupla Joe Wright / Gary Oldman logra un producto altamente gratificante que sabe dosificar de forma equilibrada sus talentos, saliendo en auxilio el uno del otro cuando la situación lo amerite.
Este film nos hace seguir al Primer Ministro Conservador de La Gran Bretaña, Winston Churchill (Gary Oldman), desde que asume en mayo de 1940, vive momentos muy difíciles y cruciales, no cuenta con el apoyo de su país, debe resolver que posición toma ante la Alemania nazi, las tropas de Hitler siguen avanzando por Europa, debe decidir se lucha contra los nazis o intentar negociar la paz. También está en juego la moral. Contiene muy buenos diálogos ricos e interesantes, con elocuentes parlamentos, dinámicos y vivaces, muy bien narrada, con toques teatrales, la complementa un buen montaje, la dirección resulta magnifica, se generan grandes climas de: tensión, suspenso e intriga. En cada escena la acompaña muy bien la banda sonora de Dario Marianelli (“Expiación, deseo y pecado”), la fotografía de Bruno Delbonnel (“Amelie”), su iluminación, ambientación y un gran lucimiento del personaje principal. A los 59 años al actor, director de cine, guionista, músico y productor británico, el camaleónico Gary Oldman, quien goza de gran talento, se mete en la piel de Winston Churchill, con una excelente caracterización, que lo complementa con un rostro cargado de maquillaje, su aspecto físico y una interpretación sublime. Una clase magistral de actuación. Se dice que todo llega en la vida, Oldman nunca ganó un Premio Oscar, este año es muy difícil que se le escape, se lo merece. Entre los personajes que están muy bien dirigidos y brillantes cabe destacar: su secretaria Elizabeth Layton (la dulce Lily James, “Cenicienta”); Rey George VI (Ben Mendelsohn, “Rogue One”); la leal esposa de Churchill, Clemmie (Kristin Scott Thomas, “Gosford Park -Crimen de Medianoche”) y el político Viscount Halifax (Stephen Dillane, “Las horas”). Ya hubo otra película sobre la vida de este personaje titulada “Churchill” (2017) protagonizada por Brian Cox (“Troya”) que no se estrenó en Argentina. Este film del británico Joe Wright recibió 6 nominaciones al Oscar a: mejor película, actor (Gary Oldman), Fotografía, Producción de arte, vestuario y maquillaje y sabremos cuantos ganará el domingo 4 de marzo de 2018.
Las Horas Más Oscuras (Darkest hour) pone a Gary Oldman en la piel de Winston Churchill, justamente en uno de los períodos más angustiantes en la historia de la humanidad: los primeros días de la segunda guerra mundial. Joe Wright (Hanna, Atonement) plasma en la pantalla grande una película que describe la depresión de aquel momento para reflejar un estado de last resort – último recurso – a lo largo de 125 minutos. Desde el vamos, Wright recurre a sofocar al espectador entre gritos desesperados de imparcialidad en momentos decisivos sobre el relevamiento del primer ministro Neville Chamberlain. Observamos discusión, rostros enojados aullando conveniencias partidarias – al mejor estilo político del: Sálvese quién pueda – pero no vemos a quien realmente nos interesa. Darkest hour introduce al futuro primer ministro en un momento nada triunfal: desayunando whisky en su cama. Darkest hour presenta un Churchill que constantemente entra en dudas consigo mismo, es filoso como una navaja y claro, digno del viejo bulldog inglés patriota en toda su integridad. Todo esto es curioso ya que Joe Wright nos ofrece un modelo encantador en su propio estilo de la personalidad de Churchill y hay que aclarar: el film no quiere mostrar una simpatía falsa por el “Británico entre británicos”, sino que pone en hecho los terribles tiempos que acontecían al mundo en el mes de mayo de 1940 y abre la cortina al individuo que tomó decisiones correctas en un mar de dudas entre cobardes que buscaban la salida fácil. Oldman, inmenso como siempre, es como un faro entre la oscuridad de los tiempos, el ambiente abrumador presentado por Wright y el impecable trabajo de juegos y sombras a cargo de Bruno Delbonel (Inside Llewyn Davis, Harry Potter and the Half-Blood Prince) en la silla de director de fotografía. La película presenta personajes históricos. Presenciamos – por obvias razones historicas – al rey Jorge VI (Ben Mendelsohn) perdido en decisiones e incertidumbre de conflicto y no por sus palabras – The King’s Speech –, también el excelente Stephen Dillane (Game of Thrones, Goal!) se pone en la piel del “escamoso” Lord Halifax, el villano de turno y Kristin Scott Thomas acompaña gratamente a Oldman como Clementine Churchill no obstante Darkest Hour es una fiesta total – con entrada y mesa dulce – en actuación de Gary. Calcado y perdido en esa obesa piel Oldman es el inquebrantable héroe británico y merece nada más y nada menos que todos los honores disponibles por su trabajo, y por favor… QUE VENGA EL OSCAR! El film de Wright también funciona como parte 2 de una trilogía de películas con temática de la segunda gran guerra: Comenzando por el ya mencionado The King’s Speech (2010), introducimos a Darkest Hour en la segunda parte de la ecuación y terminamos con Dunkirk (2017) – film que también compite en la próxima edición de premios Oscar -, estos tres film pueden retratar la duda (Speech), el miedo (Darkest) y finalmente el triunfo (Dunkirk) de ese eterno mes de mayo en la historia británica. Darkest Hour no es una película para todo público, está realizada para impactar a los interesados en films de época y cinéfilos hambrientos en plena temporada de premios; llena un vaso – gigante – en el rubro actuación, es hermosa en su estilo tétrico de reflexión temporal, y consigue realmente lo que busca, poner a Gary Oldman de nuevo en la cúpula del juego de la industria.
Situada durante la Segunda Guerra Mundial, y con un Hitler cada día más poderoso, el parlamento inglés debe elegir un nuevo primer ministro para hacerle frente a la compleja situación internacional que golpea a toda Europa. Ciudades importantes han sido tomadas ya por los Nazis, e Inglaterra corre peligro. El filme del director de "Anna Karenina", relata los días cruciales que debe afrontar Winston Churchill (Gary Oldman), al asumir como primer ministro, en un marco de conspiraciones políticas y malestar institucional. La película, que cuenta con una ambientación excelente y una dirección de arte de primer nivel, pone el eje en el personaje de Churchill, quien debe luchar contra las presiones a las que se encuentra sometido por su propio partido político, y el ojo crítico de la oposición. El incorrecto primer ministro, así, lidiará durante el desarrollo de la historia. con el Rey (Ben Mendelssohn), su propio gabinete, y su conciencia, dividida por momentos a la hora de tomar decisiones cruciales. Con un guión elegante (Anthony Mc Carten), una de la grandes nominadas para los Oscars, exhibe a un Gary Oldman sublime, que compone el papel de su carrera mostrando las diferentes facetas de un Churchill inolvidable. Un personaje al cual el actor, le imprime una humanidad que lo hace hipnótico. Se destacan los trabajos de Kristin Scott Thomas (Clemmie Churchill) y Lily James (Elizabeth Layton) , quienes junto a Oldman, alcanzan escenas cargadas de emotividad.
CINE CONSERVA En sintonía con otros films pro-británicos como La dama de hierro (2011), El discurso del rey (2010) y La reina (2006), Las horas más oscuras (inexplicable pluralización del original Darkest Hour) se sitúa en el año 1940, cuando la Cámara de los Lores decide reemplazar al Primer Ministro Chamberlain por el extravagante Winston Churchill, cuya dudosa reputación reúne los vicios del tabaco y el alcohol con antecedentes poco felices como la derrota en la batalla de Gallipoli durante la Primera Guerra Mundial, cuando ocupaba el cargo de Primer Lord del Almirantazgo. El ascenso al poder de uno de los próceres ingleses más retratados de la historia del cine (Brendan Gleeson, John Lithgow, Michael Gambon y un largo etcétera), sus reveses ante el brutal avance del nazismo, la Batalla de Calais y la gesta de la Operación Dínamo (que hemos visto en otra de las nominadas al Oscar este año: Dunkirk) son contadas por medio del excesivamente didáctico guión de Anthony McCarten, cuya última película fue La teoría del todo, otra biopic. Por su parte, la fotografía a cargo del exitoso Bruno Delbonnel es demasiado prolija, asfixiante de tan perfecta, y hay que decir que si bien el director Joe Wright se mueve como pez en el agua cuando se trata de cine histórico (Anna Karenina, Orgullo y prejuicio, Expiación), lo más destacado de Las horas más oscuras no es ni su guión (la escena del subte en la que Churchill se funde con el pueblo es absolutamente ridícula) ni su cinematografía ni su dirección. Digamos que Gary Oldman entrega la que quizás sea la interpretación definitiva del “bulldog británico”: su réplica física es asombrosa y existe una agradable armonía entre el maquillaje, la modulación de su voz, sus tics y su motricidad. Las horas más oscuras es demasiado obediente, se pasa de académica y eso es algo que los académicos suelen valorar. Stephen “Stannis Baratheon” Dillane como el vizconde y rival Halifax, Kristin Scott Thomas como su esposa y Lily James como su secretaria acompañan correctamente una película que decidió privilegiar, en desmedro de sí misma, la forma por sobre el contenido. Si Meryl Streep ganó su tercer Oscar interpretando a Margaret Thatcher, que nadie se sorprenda cuando Gary Oldman gane el primero por revivir a otra figura histórica, también británica. Será un reconocimiento tardío para un actor que ha sabido ser Sid Vicious, Joe Orton, Jim Gordon, Lee Harvey Oswald, Drácula y Jean-Baptiste Emanuel Zorg. Uno que decidió no ser del Partido Conservador y salir airoso de este monumento a la corrección.
Guerra política en tiempos de guerra “La política es casi tan emocionante como la guerra y no menos peligrosa. En la guerra nos pueden matar una vez; en política, muchas veces.” -Winston Churchill. Probablemente si alguien hubiese consultado la opinión de un ciudadano inglés sobre Winston Churchill previo a la Segunda Guerra Mundial, la respuesta no habría sido la mejor. Hasta ese entonces, su carrera política había estado marcada por algunos errores militares importantes (La Batalla de Galípoli durante la Primera Guerra Mundial) y por controvertidas decisiones, como la de devolver la Libra Esterlina al patrón oro en 1925, cuando era Ministro de Hacienda. Sin embargo, muy distinta hubiese sido la respuesta de ese mismo ciudadano si tal pregunta hubiese sido formulada luego de dicha conflagración bélica. Para ese entonces, Churchill ya era el líder carismático que había encabezado la resistencia del Reino Unido contra el régimen Nazi de Adolf Hitler. ¿Qué pasó en el medio? Las horas más oscuras explora esos momentos decisivos de tensión en los que el Premier Inglés se ganó el reconocimiento y la legitimidad de la casta política de su tiempo y del pueblo británico. Joe Wright (Orgullo y Prejuicio; Expiación; Anna Karenina) fue el encargado de darle vida a esta película de época que retoma el calvario que atravesó Inglaterra en el mes de mayo de 1940, cuando Neville Chamberlain renuncia al cargo de Primer Ministro, abriéndole camino al por entonces cuestionado Winston Churchill. Si bien Las Horas Más Oscuras narra un período histórico tensionado por la Segunda Guerra, no sería correcto decir que se trata de una película bélica. El film se focaliza en las internas políticas a las que debió enfrentarse Churchill, siendo el principal conflicto la lucha contra la rama conciliadora de su partido (liderada por Lord Halifax) que quería llegar a un acuerdo de paz con Hitler. A su vez, el film pone de manifiesto la difícil relación de Churchill con el Rey Jorge VI y las dramáticas decisiones que tuvo que tomar en esos días aciagos, como la desesperada Operación Dinamo para rescatar al ejército británico, que por ese entonces estaba varado en las playas de Dunkerque. Wright hace gala de toda su destreza para entregarnos una película sobria, de tonos grises (como la época a la que alude) y decorados imponentes; de internas políticas feroces y discusiones encendidas en habitaciones cerradas. La guerra aquí es el trasfondo; el elemento monstruoso que se avecina pero que –por momentos- parece muy distante. Lo central son las consecuencias de las decisiones políticas que se toman cuando millones de vidas humanas están en riesgo, y la impronta de un hombre cuyo derrotero va del rechazo generalizado al reconocimiento unánime. Darkest Hour- Joe Wright / Gary Oldman El trabajo de vestuario, maquillaje, ambientación y representación de la aristocracia Inglesa de la época no hace más que confirmar la maestría del director en lo que refiere a las películas de época. Se trata de una gran adaptación: un tanto previsible y -en ocasiones- innecesariamente melodrámatica (en especial por una inverosímil escena de Churchill en el subte Londinense), pero su discurrir narrativo y el atractivo de su personaje principal la hacen intensamente entretenida y atrapante a la vez. Y aquí es donde ingresa el factor clave que hace que todas las piezas de este rompecabezas encajen a la perfección: la actuación de Gary Oldman. En efecto, no había manera de que una película sobre Churchill funcionara sin una performance destacada de su actor principal: y el bueno de Gary cumple con creces. Su actuación es tan buena que por momentos nos olvidamos de que se trata del mismo que otrora interpretó a Sid Vicious y al Conde Drácula. Sin dudas, el gran trabajo de maquillaje tiene mucho que ver en esto, pero la minuciosa apropiación de gestos, tonos de voz, ademanes y miradas es tan compleja que seguramente será uno de los grandes candidatos a ganar el Oscar a mejor actor. Probablemente sea una de las mejores actuaciones de su carrera, en un film que hace muchísimo hincapié en el liderazgo, la oratoria y los memorables discursos pronunciados por Churchill en ese particular período histórico. En ese sentido, sin tratarse de un film sobre su vida (porque retoma un momento acotado de la misma) la compleja actuación de Oldman y la destreza de Wright nos permiten elaborar un retrato de cuerpo entero del personaje. Y eso es mucho decir, porque todos sabemos que Churchill era bastante gordito…
La típica película británica que logra nominaciones a los Oscars y premios de actuación recibe, de manos del director de “Orgullo y prejuicio”, algunos toques de originalidad visual. Eso –y la muy creativa composición de Gary Oldman en el rol de Winston Churchill– es lo mejor que el filme tiene para ofrecer. Años atrás, este tipo de películas reinaban a la hora de los premios Oscar. Harvey Weinstein/Miramax mediante, filmes como SHAKESPEARE APASIONADO o EL DISCURSO DEL REY se llevaban premios y más premios con prolijas, académicas y finalmente bastante anodinas películas históricas, preferentemente británicas. Reconozcamos algo: ya no son tantas. Uno mira las nominaciones de este año y salvo este filme, VICTORIA & ABDUL y algún otro, este segmento de películas respetables y con olor a naftalina tipo EL PACIENTE INGLES o LA TEORIA DEL TODO han dejado de figurar tanto en los gustos de los académicos. Suponemos, también, que esto sucede porque el promedio generacional de los votantes bajó y prefieren otro tipo de cine. O, al menos, un acercamiento a la Historia un poco más original, como DUNKERQUE, película con la que esta tiene muchos puntos de contacto narrativos, aunque no formales. No es que se trate de una película mala ni despreciable. Para nada. Es, si se quiere, un intento (como muchas de las películas de Wright) de darle un toque moderno y una visión cinematográfico a un tipo de películas que solían estar hechas por diseñadores de arte, vestuaristas y maquilladores en función de las consabidas “grandes actuaciones” de algunas figuras británicas. Aquí también son ellos los grandes protagonistas, pero Wright hace lo posible por entregarle al relato un cierto riesgo formal para sacarlo del academicismo. El problema es que no lo consigue. O no del todo. La historia cuenta el otro lado de la película de Christopher Nolan. Allí donde DUNKERQUE se centra en los soldados esperando ser rescatados, la película de Wright arranca por la asunción como Primer Ministro de Winston Churchill (Gary Oldman, irreconocible bajo pilas de maquillaje) para ir directo a ese mismo tema, el primero con el que tuvo que lidiar el experimentado político pero inesperado líder. Es que Churchill era un personaje un tanto raro (excéntrico, irascible, un poco alcohólico, de modales poco aristocráticos y con pésima dicción) para un puesto de tanto poder y venía además de algunas discutibles decisiones cuando estuvo a cargo del Ministerio de Defensa. Pero cuando los dos partidos políticos no logran ponerse de acuerdo en un líder, Winston termina llegando ahí casi por casualidad. Y en el frente interno la tiene muy difícil, ya que nadie confía en él (ni el Rey) y quieren hacerlo caer. Esa es, en principio, la historia del filme. Ver las negociaciones que llevaron a Churchill a tomar las decisiones que terminaron en la curiosa epopeya de Dunkerque. Como el filme consiste, básicamente, en una larga serie de reuniones de políticos y estrategas militares en oscuros bunkers de Londres, Wright entiende que la mejor manera de insuflarle algo de vida y movimiento cinematográfico al relato es hacer largos planos secuencia (algunos muy elegantes) y, por algún motivo más extraño, una enorme cantidad de tomas con cámara cenital, esos planos totalmente verticales que miran a todos desde el cielo. Los primeros tienen sentido en muchas ocasiones (dan a entender lo físicamente alejados de la gente que están los líderes pero también lo mentalmente separados de lo que el pueblo piensa), los segundos no tengo idea a qué vienen. La historia tiene una primera hora más o menos simpática, dispuesta a mostrar las peculiaridades de la personalidad de Churchill y está hecha para el lucimiento histriónico de Oldman, que pasa del enojo al ridículo, de la seriedad al absurdo. Y lo hace muy bien, de eso no hay duda. De a poco la película se va volviendo más previsible y su última parte es un vergonzoso intento de Wright de convertir a LAS HORAS MAS OSCURAS en una especie de épica tipo spielbeguiana, algo para lo que claramente no tiene talento alguno. Esa última parte tira por la borda los logros (discretos, pero logros al fin) de la película y la transforma en una lección de historia pensada para adultos pero contada para niños.
El anti Hitler… Darkest hour es un retrato personalista de uno de los estadistas más importantes de la historia de la humanidad en el momento más crítico de su vida. Es una película bien narrada y eximiamente actuada, que cumple con su cometido sin necesariamente ser consagratoria. Vale la pena verse desde todo punto de vista. Lo mejor: · La transformación de Gary Oldman en Winston Churchill es antológica
El hombre que dijo "no" Para entender la lógica de Winston Churchill hay que situarse en un contexto crucial: la Segunda Guerra Mundial en el que Adolf Hitler iba camino a apoderarse de Europa y las potencias mundiales caían como moscas ante el nazismo. Bélgica se rinde, Holanda también, Francia está a punto de claudicar y el gobierno británico decide expulsar a su primer ministro y sustituirlo por otro, tozudo, que no goza de la simpatía de sus colegas partidarios ni los de la oposición. Ese hombre huraño y con un sentido del humor increíble es Churchill, que se encuentra en un cargo que es el sueño de su vida, pero a priori sus cartas están marcadas y tiene todo para perder. Joe Wright, el sutil realizador de "Orgullo y prejuicio" la tenía difícil, porque debía llevar adelante una trama con mucho texto, muy poca acción y ser fiel a la letra de la historia. Pero tuvo la suerte de contar con Gary Oldman, con una composición que de no ganar el Oscar al mejor actor habría que hacer un piquete en el ex teatro Kodak. "Las horas más oscuras" es un canto a la resistencia, a pelear por la dignidad hasta que el cuerpo aguante, a ese lema que sostiene que mientras la pelota está en juego el partido nunca se pierde. Y es un homenaje a tres palabras que dijo Churchill en el Parlamento el 13 de mayo de 1940, que aún hoy tienen vigencia para mil batallas humanas, más allá de la guerra: "Sangre, sudor y lágrimas".
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La magia oculta Con un trabajo sorprendente de Gary Oldman, el inglés Joe Wright cuenta las horas decisivas del verano de 1940 en el que Churchill toma las riendas del Reino Unido. Hasta los que ignoramos con dedicación los detalles de la Historia sabemos que Winston Churchill fue quizás EL personaje fundamental de la Segunda Guerra Mundial (bueno, quizás después del propio Hitler), el responsable de suceder al pusilánime Neville Chamberlain y llevar al Reino Unido a la guerra, negándose a negociar con el Tercer Reich en un momento en que esta decisión era realmente peligrosa y podía llevar al país a la destrucción. El inglés Joe Wright toma los hechos fundamentales del verano de 1940, en el que Churchill toma el mando del país y le da un giro de 180 grados a la política exterior, y junto con el guión de Anthony McCarten (La teoría del todo) logra una película redonda y eléctrica, cuyos defectos –que los tiene– pasan más bien por el didactismo, la falta de ambigüedad y los límites propios del género. Aunque no habría que echarle la culpa al género testimonial: pienso en Jackie, de Pablo Larraín, que también cuenta la historia real de un personaje histórico fuerte (Jackie Kennedy) tomando un breve lapso de tiempo (los momentos posteriores al asesinato de John F. Kennedy) y consigue una película potente y singular. Como diría Miguel Ángel Russo: son decisiones. Y al igual que la Jackie Kennedy de Natalie Portman, el Churchill de Gary Oldman (fortísimo candidato al Oscar) por momentos parece demasiado caricaturesco. Sus defensores dirán que se trata de un mimetismo colosal: así eran, y el genio de los actores (y, en el caso de Oldman, de los maquilladores) está en capacidad de imitar. Pero es cierto que al principio todo parece de cartón, y no es hasta promediando la película que uno es capaz de ver ahí a un personaje en toda su profundidad y no a “alguien haciendo de”. La virtud es en parte de Joe Wright, un tipo que está lejos de ser un artista consumado o un autor, pero que maneja las clavijas de su oficio con un profesionalismo poco común. Especializado en adaptar novelas prestigiosas (en particular se destacan sus versiones de Orgullo y prejuicio y Ana Karenina), tiene la capacidad de construir una narración ágil con elementos que en otras manos podrían producir un objeto vetusto y corroído. Las horas más oscuras transcurre en palacios, oficinas, entre discursos y el sonido de las máquinas de escribir, y aún así logra transmitir emoción y tensión. Temáticamente, es prima hermana de Dunkerque, otra de las nominadas al Oscar, que transcurre en el mismo verano pero en el frente de batalla. Mientras que la película de Christopher Nolan –aun con sus virtudes– comete el error de complicar la narración como si lo que estuviera contando no bastara para conmocionar al espectador, Las horas más oscuras hace lo contrario: cuenta una historia pareciera necesitar de alguna vuelta de tuerca narrativa, de alguna magia estética, pero la cuenta con una sobriedad que sorprende. Evidentemente, la magia está, solo que no a la vista.
Crítica emitida por radio.
La llegada de Las Horas más Oscuras tuvo cierto relieve de antemano, principalmente por saberse que la personificación del político Winston Churchill es llevada a cabo por el destacado actor Gary Oldman, que a lo largo de su carrera ha tenido varios puntos altos. El encargado de la dirección es el realizador británico Joe Wright, el mismo de las adaptaciones cinematográficas de Orgullo y Prejuicio y Atonement. La cinta cuenta con seis nominaciones en la próxima entrega de Premios Oscar, entre ellas al de mejor película, mejor fotografía y naturalmente mejor actor, por la actuación del mencionado Gary Oldman. En Las Horas más Oscuras la historia se centra en los sucesos acontecidos en mayo de 1940, con la Segunda Guerra Mundial ya comenzada, y cuando Winston Churchill se convierte en Primer Ministro británico, tras la salida del cuestionado Neville Chamberlain, quien no estaba llevando las cosas por buen puerto. En un clima de alta turbulencia, el avance de los nazis parecía no tener freno, y la hora de tomar determinaciones se acortaba a cada instante. Pese a un tener historial negativo en cuestiones referidas a la Primera Guerra Mundial, y lo que significó Gallipolli, motivos por los que Churchill no estaba bien visto, ni por su propio partido, ni por el Rey, ni por parte de la población, aparece casi como la única opción viable. El delicado momento que atravesaba toda Europa, y que amenaza con traer a Inglaterra a terribles consecuencias, lleva a una toma acelerada de decisiones. Tras asumir como Primer Ministro, el endeble estado de las cosas pareciera no tener salida. Tras las invasiones de Holanda y Bélgica, las ocupación de Francia es inminente. Las opciones oscilarán entre la posibilidad de seguir luchando, considerando las situaciones de por si delicadas en Dunkerque y Calais, con grandes probabilidades de acrecentar el número de muertos, o acceder a un tratado de paz con Hitler y Alemania, con Italia como intermediario, algo que a lo largo de la película evitará a toda costa, convencido de sus ideales, y de no ceder ante la fuerza enemiga, confiando en que el camino a seguir es solo uno. Todo lo que refiere a la realización en si es irreprochable; una puesta en escena inmejorable, una ambientación extraordinaria, y una fotografía sobresaliente. No hay lugar a quejas en cuanto la forma en que se ha delineado todo lo referido al trabajo de trasfondo, pudiendo considerarse una reconstrucción histórica a la altura. En cuanto a las actuaciones, el destacado es Oldman, que logra sobrellevar el complejo personaje de Churchill, captando la esencia y la forma del mismo. También vale resaltar el aporte de Lily James, mientras que el resto cumple acertadamente. En lo que concierne a la dirección, Joe Wright en un primer tramo avanza con cierta moderación, pero conforme avanza la película va incrementando el pulso, logrando progresivamente un crecimiento en intensidad narrativa. Quizás lo más cuestionable son ciertas dosis de patriotismo, que hacen un poco de ruido, así como cierta tendencia a la manipulación emocional, lo que por momentos funciona, pero dejando desde ya cierta desconfianza. No obstante, en lo global, Las Horas más Oscuras es una cinta que vale la pena ver en su totalidad.
¿Qué hacer frente a la adversidad mas gigantesca y temida jamás enfrentada?. ¿Ocultar la cabeza y el orgullo, negociar una tímida paz y quizás convertirse en el futuro en la colonia de un imperio nefasto?. ¿O plantarse con orgullo hasta el final, muriendo en sus propios términos y resistiendo con la frente en alto?. En Mayo 1940 Winston Churchill se enfrentó a semejante dilema, y aunque la leyenda nos hable de un hombre de hierro, impertérrito frente a la abominación y la injusticia, Darkest Hour nos presenta a un individuo tan apasionado como falible, doblegado por el peso de la realidad y obligado a reconstruirse de apuro para convertirse en el faro que guiara al pueblo británico – primero a la resistencia, y después a la ofensiva y a la victoria – en la hora mas oscura que enfrentara el imperio. Las Horas Mas Oscuras trata sobre el primer mes de Churchill como primer ministro inglés, un puesto abrasador al rojo vivo considerando que la Segunda Guerra Mundial había estallado hacía un puñado de meses y Europa, en su vasta mayoría, había caído ante el imparable y devastador avance del ejército nazi. Sólo quedaba Inglaterra como último bastión para detener a Hitler y defender al mundo libre; y mientras que los Estados Unidos observaban a la distancia y apoyaban moralmente la causa, lo cierto es que Churchill e Inglaterra estaban solitos y tenían que bailar con la mas fea en un escenario en donde la invasión de Gran Bretaña sonaba como altamente probable. Siempre he dicho que la Segunda Guerra Mundial fue ganada por los rusos y por Winston Churchill. Los soviéticos, por reconstruir su ejército de apuro y doblegar a los nazis en masividad y tecnología, cobrándose con sangre los millones de vidas que los alemanes habáan segado en su campaña en el frente oriental. Si la historia ha ensombrecido el heroísmo ruso se debe a que su líder era un tipo tan sanguinario como Hitler, y porque las exigencias del deber eran brutales para el ejército soviético hasta el punto de fusilar a los cobardes por considerarlos traidores a la patria… eso sin considerar las masacres y las violaciones que infringieron a los civiles germanos durante la invasión de Alemania en 1945. Pero el otro factor se debe a un solo hombre: un tipo venal e irascible pero de retórica inflamable y sagacidad incomparable. Es Churchill quien movió sus fichas para empujar a los Estados Unidos a la guerra (y, mientras tanto, conseguir su apoyo material y logístico), quien se alió con los rusos cuando éstos fueron traicionados por Hitler (y los abasteció como pudo durante el feroz sitio que hicieron los germanos), quien organizó comandos y evacuaciones, campañas en el desierto para levantar la moral y detener al enemigo, y quien mantuvo la moral del pueblo inglés en alto en su momento mas aterrador, durante los raids aéreos que los alemanes lanzaron sobre Inglaterra y que amenazaron con arrasar el suelo británico durante los durísimos primeros años de la guerra. Como muestra la película, un tipo difícil para convivir y soportar, pero un idealista capaz de saltearse la burocracia (y la idiosincracia) británica con tal de hacer que sus órdenes se cumplan y se avance a toda costa con tal de derrotar al enemigo. Darkest Hour está plagada de planos extraños, claustrofóbicos, que ilustran la soledad de Churchill en mayo de 1940. En su partido no lo quieren por ser un personalista; y la oposición lo odia porque considerarlo un incapaz luego de orquestar la batalla de Gallipoli en 1915, la cual culminó en una masacre y la derrota del imperio británico. Y ni siquiera el Rey es partidario de su nombramiento, aún cuando nadie quiere tomar el cargo de Primer Ministro. Claro, la hora de blandos y negociadores ha terminado con la renuncia de Neville Chamberlain, lo que no significa que hayan salido de escena sino que están presentes, todo momento, para limitar la egolatría de Churchill y forzarlo a abrir negociaciones de paz con Hitler, algo que es incompatible con todo su ser ya que hace 10 años que Winston viene predicando la urgencia de detener al führer alemán antes que se apodere de toda Europa. Si hay algo que ilustra de manera formidable Darkest Hour es la soledad de Churchill y su desasosiego al descubrir lo abrumador de la realidad bélica. Los alemanes son imbatibles y, lo que es peor, los británicos están a punto de perder el grueso de su ejército en Dunquerque, en donde quedaron acorralados e indefensos – de hecho Las Horas Mas Oscuras puede verse como filme de compañía de la excelente cinta de Christopher Nolan, mostrando la cocina de la evacuación naval mas grande de toda la historia -. La verborragia épica no puede frenar los acontecimientos y llega un momento en que el férreo Chruchill se encuentra abatido, tembloroso, dubitativo… perdido y emocional frente a una situación que se le escapa de las manos. Es realmente el mejor momento del filme en donde el protagonista, en su peor momento, recibe apoyo de quien menos lo espera, se rehace, consulta con el pueblo y saca valor de donde sea para inflamar los corazones de los británicos ante una resistencia inminente, feroz y sangrienta. Y si todo esto funciona de maravillas es porque Gary Oldman se despacha con la perfomance de su vida, dándole calidez y ferocidad a un Churchill realmente memorable. Cada vez que Oldman recrea los memorables discursos del político británico, los corazones del público se empapan con su épica. He aquí un intérprete genial que sabe transmitir la emoción del personaje original a una audiencia moderna, contagiándole su incorruptibilidad y su épica incendiaria. Las Horas Mas Oscuras es una fantástica pelicula. No sólo es una visión vasta de Churchill como ser humano con todo su caleidoscopio de emociones, sino que convierte al primer ministro británico en un héroe en el sentido mas clásico, un individuo que defiende a muerte sus ideales y que, frente a la adversidad – en el frente interno y externo -, sólo toma mas impulso para abatir a su enemigo con la carga de las palabras mas apasionadas que existen en el lenguaje, aquellas que doblegan oposiciones y encienden corazones con el fuego del amor a la patria.
Con films como Pride & Prejudice, Atonement o incluso esa excelente pieza de fábula de acción que es Hanna, el inglés Joe Wright demostró desde el inicio de su carrera en la dirección un estilo sofisticado para nada frío, más bien lo contrario. Detrás del manejo extremadamente correcto de la narrativa y sus imágenes, Wright apostaba a transmitir la pasión y la fuerza que el relato poseía. Atreviéndose a exprimir de las imágenes todos los elementos y el poderío a favor de la historia y su estética. Pero en algún punto de su filmografía, a medida que su perfeccionismo estético iba en crescendo, el poderío de las historias a contar disminuyó considerablemente. Y tal vez Darkest Hour sea por lejos el mejor (o peor) ejemplo de ello. El correctismo, político y fílmico, es algo que se respira en todo momento en esta adaptación sobre cómo Winston Churchill (Gary Oldman) asume el puesto de Primer Ministro y carga con el deber de salvaguardar el bienestar de toda una nación en tiempos de guerra. Y si bien se transmite perfectamente las fuertes convicciones y el poder de oratoria de su protagonista, un hombre difícil de tolerar pero que con dicha personalidad es la mejor opción para hacerle frente a otro ser intolerante como Hitler, el film no cuenta con el mismo nivel de fortaleza. No posee en su narrativa más que las intenciones de ser una oda a la figura de Churchill, y con ello como único elemento a sostener por dos horas, el trabajo de Wright se vuelve sumamente tedioso y que difícilmente pueda llegar a ser recordado con el correr de los días. El film brilla en todo su apartado técnico, las puesta en escena y la manera en que el director utiliza la cámara como un leve paneo sobre el coreográfico movimiento al caminar de extras y personajes principales, dota a las imágenes de una identidad pictórica que al verlo funciona como si se estuviera ante una seguidilla de cuadros, retratos de una época histórica. Pero es también ese carácter museístico lo que le brinda al tono del film una frialdad que no logra hacer conectar al espectador (excepto que se trate de un patriota británico o de la reina) con la figura de Churchill. La relación de Churchill y su secretaria Elizabeth (Lily James) funciona como unión entre la mirada política del Primer Ministro y la opinión del pueblo, aunque luego esto también se ve de manera más banal cuando el político se atreve a tomar el metro y se relaciona con “la gente común” en un forzado momento de patriotismo desmedido. Más allá de eso, la función de la secretaria es mecanografiar los importantes discursos de su empleador y es así como básicamente la trama se desarrolla a través de la preparación y la emisión de discursos que ponen en la apasionada voz de Gary Oldman las palabras pensadas alguna vez por Churchill. Con muchos más discursos pero menos tartadumedo que en The King’s Speech (Tom Hooper, 2010). Y si bien no se puede negar el poder de convicción y el férreo espíritu combativo del histórico Primer Ministro, sus palabras por sí solas se encargan de demostrarlo, el film de Wright carece en su ejecución la forma de transmitir por sus propios medios la misma energía y relevancia de Churchill y su retórica. Dando entonces en su totalidad un film correcto pero no por ello bueno. Demostrando a finde cuentas, y paradójicamente, lo poco correcto que termina resultando (W)right.