La torpeza sin fin Se podría pensar que Michael Bay es inimputable luego de tantos años de entregar films deficitarios y aburridos, no obstante no nos dejemos engañar: su típica colección de clichés dramáticos -esos que van desde lo reaccionario/ militarista a lo políticamente inofensivo- y desprolijidad formal -no la de la orgullosa clase B sino la de los tanques de 200 millones de dólares- suele incluir los mismos “deslices” que otros ejemplos recientes del mainstream como Guardianes de la Galaxia Vol. 2 (Guardians of the Galaxy Vol. 2, 2017) y del indie como The Bad Batch (2016), una trilogía que resume lo peor del cine de los últimos meses. Particularmente doloroso es el caso de The Bad Batch, una cruza impresentable de El Topo (1970) y Mad Max (1979), porque es la segunda propuesta de Ana Lily Amirpour, conocida por Una Chica Regresa a Casa Sola de Noche (A Girl Walks Home Alone at Night, 2014). Por supuesto que Transformers: El Último Caballero (Transformers: The Last Knight, 2017) tiene más puntos en común con Guardianes de la Galaxia Vol. 2, ya que la supremacía de la fanfarria digital enturbia cada escena y genera despersonalización en lo que atañe a los protagonistas, logrando que todo luzca exactamente igual en términos de diseño como si la faena fuese una versión empobrecida de una película de animación en vez de un exponente en live action. Mientras que James Gunn, el artífice de Guardianes de la Galaxia Vol. 2, construyó un producto saturado de secuencias de acción interminables y de un colorinche infantil que retrasa muchos años, recordemos para el caso la maravillosa Dick Tracy (1990) de Warren Beatty, Bay por su parte sigue creando opus desmesurados que funcionan como un videoclip de una banda del glam pedestre de las décadas del 80 y 90. Si bien al californiano siempre le gustaron los travellings innecesarios, la edición caótica, la mezcla de sonido hiper ruidosa, la cámara lenta símil publicidad, los chispazos de comedia atolondrada, los protagonistas unidimensionales, el chauvinismo y la masculinidad ante todo, el reciclado de tópicos clásicos, los paneos sin fin y las sentencias redundantes en el apartado de los diálogos, en la franquicia de los Transformers se le fue la mano a niveles insospechados (aun para los estándares que él mismo había establecido en el pasado). Para colmo esta quinta entrada es la peor de toda la saga porque demuestra un cansancio terminal en lo referido a personajes, secuencias de acción y progresión de la historia, otra vez con un “coso” que los héroes deben buscar para evitar la destrucción del planeta y que encima se remonta a los lejanos tiempos del Rey Arturo, nuevamente una gran excusa para bombardearnos con escenas de combates y desperdiciar a un elenco que incluye en papeles secundarios a Anthony Hopkins, Stanley Tucci y John Turturro, entre muchísimos otros. Todo lo anterior pone de relieve cuánto se perdió en el trayecto que va desde la creación de la línea de juguetes y la serie animada televisiva de los 80 hasta estos esperpentos que dirigió Bay de la manera más rudimentaria posible: si bien siempre estuvo en el seno de la franquicia el enfrentamiento -tan antiguo como las fábulas humanas- entre el bien y el mal, representados por los Autobots y los Decepticons, por lo menos antes la marca contaba con un mínimo desarrollo de personajes y hasta supo derivar en una propuesta bastante digna para la pantalla grande que todos los que crecimos en aquella etapa tenemos en el recuerdo, Transformers: La Película (The Transformers: The Movie, 1986), la cual no deja de engrandecerse a medida que estas encarnaciones contemporáneas de los robots gigantes continúan cayendo en el abismo de la torpeza narrativa más anodina, hueca e imprudente. Con un presupuesto que supera los fondos totales anuales destinados por muchos países a fomentar su cine, es increíble que aún se produzcan obras tan fallidas como la presente…
CABALLEROS DE METAL. No hay una sola película de la serie de película Transformers que sea buena. Algunas son menos insoportables que otras, casi todas resultan eternas, pero a ninguna parece preocuparle en lo más mínimo alcanzar una buena calidad. Un estudio futuro podrá hacernos notar que entre todas ellas hay una mejor que otra o que incluso alguna lograr ser considerada tolerable, pero ojalá no me toque a mí hacer dicho estudio, la sola idea de volver a verlas ya me produce malestar. Pero acá estamos de nuevo, nada menos que con la quinta de las películas de este tumulto cinematográfico basado en unos juguetes muy populares. La trama empieza con los caballeros del Rey Arturo, esperando la ayuda de Merlín quien les ha prometido hacer su magia para permitirles una batalla desigual. Claro, acá aparecen los transformers, al igual que lo harán durante la Segunda guerra mundial. Hay que reconocer que los primeros minutos de cada película de los Transformers suelen ser los mejores, porque el cuerpo del espectador aun no está agotado, el interés está en su punto más alto y, seguramente, porque una vez sentados a ver una película uno hace lo posible para que le guste. El esfuerzo durará solo un rato, tal vez menos de media hora, y luego quedan dos horas más por tolerar, cada vez con más caos, ruido, escenas patéticas y un sinfín de absurdos que no resultan simpáticos o aceptables, aun dentro de la lógica del film. Los efectos especiales, por momentos memorables, también van agotando la paciencia hasta convertirse en un montón de basura en movimiento, sin que esto sea tomado como algo peyorativo, realmente parecen el producto de una compactadora. Pero nadie le podría decir a Michael Bay, uno de los mayores responsables –sino el más responsable- de los creadores de estas películas, que se ha equivocado, porque el éxito y la coherencia de los defectos de estos títulos indican que hay mucha convicción en estos mamotretos. Sé que no son pocos los que encuentran algo de humor autoconsciente en estos films y están convencidos de que Bay juega un juego más complejo del que se ve a primera vista. Yo entiendo que hay algunos excesos que parecen demostrar esto, pero son solo chispazos dentro de productos muy mediocres. El humor por momentos parece burlarse, incluso con enojo, de lo que las películas proponen, pero eso no parece ser una virtud. Cada exceso le juega a favor, eso está claro, pero no parece ser la apuesta real de cada relato. El mal gusto de Michael Bay a nivel estético, algo así como un Tony Scott sin gracia, invita por momentos a sonrojarse y sentir vergüenza, por eso el humor le funciona mucho mejor que la supuesta emoción que intenta explorar en otros pasajes de la historia. Transfomers: El último caballero es la quinta película y es posible que haya más. A diferencia de otras sagas, cuyo mejor ejemplo es Rápido y furioso, esta franquicia no parece reinventarse o encontrarle una vuelta de tuerca, por lo que es probable que siga la misma línea hasta que el público le de la espalda y todo termine.
Crítica realizada por Martin Gonzalez @zoomartin Transformers: The Last Knight es más de lo mismo, pero resulta más amena y divertida que otras películas de la franquicia. A pesar de su ritmo irregular, consigue que su duración no se sienta densa. La cinta empieza con un flashback que lleva a la época del Rey Arturo y el mago Merlín (Stanley Tucci): La clave para salvar al planeta está en el pasado secreto que los Transformers tienen con la raza humana. Mientras tanto, la historia de esta quinta entrega presenta una nueva villana, Quintessa (Gemma Chan), que quiere destruir a la Tierra, secuestra a Optimus Prime (Peter Cullen) y lo programa para ser su sirviente. El Último Caballero tiene todo lo bueno y todo lo malo que se puede esperar de Michael Bay. La historia es la más bizarra y delirante hasta ahora, aunque se nota un esfuerzo por unir varias tramas anteriores y tratar de tapar agujeros, sin embargo, termina creando otros. Se presentan algunos personajes nuevos que pasan sin pena ni gloria y algunos otros, como los Dinobots, vuelven a estar desperdiciados. El tono es un gran acierto: la película no se toma en serio a sí misma, lo que ayuda a pasar por alto ciertos momentos ridículos. Además, está llena de humor que funciona y está bien dosificado. Es llamativo el agregado de tonos “familiares” de la mano de Isabela Moner en algunas escenas que están apuntadas al público más joven. En actuaciones, lo mejor es Anthony Hopkins y su mayordomo Cogman (Jim Carter), un viejo robot con problemas de ira que actúa como un opuesto de C-3PO. Ambos aportan los momentos más graciosos y divertidos haciendo que el relato se haga más llevadero. Mark Wahlberg logra desplegar más carisma que en Age of Extinction, mientras que Laura Haddock intenta ser el personaje femenino menos estereotipado de la franquicia. Como era de esperarse, las escenas de acción son enormes y Bay despliega sus trucos conocidos. Afortunadamente aplica menos cámaras temblorosas y más slow-motion, algo que viene incrementando desde Dark of the Moon (2011). Los efectos de la ILM son brillantes como siempre, pero esta vez se notan más pulidos y menos “dibujados” que en la entrega anterior. Otro detalle del apartado visual es que está rodada íntegramente con cámaras IMAX, lo que permite disfrutarla más en ese formato. Podría tener mejores diálogos, hay elementos que se encuentran agotados y se podrían quitar algunas escenas innecesarias, pero en su conjunto, es una propuesta sólida para tomar un balde de pochoclos, disfrutar de las explosiones y acompañar al querido Optimus Prime una vez más.
Robots gigantes. Explosiones. Son claras las razones por las que uno se pone enfrente de una pantalla en la que se ve una película de “Transformers”. La palabra “acción” no sería del todo correcta, ya que las secuencias de acción propiamente dichas en esta saga son muy inferiores a la de la mayoría del género. Sí, los robots se mueven y usualmente estos movimientos causan las explosiones, pero ese intermedio nunca interesa demasiado. Lo más cercano a la acción “real” es el ritmo y la velocidad que el montaje de Michael Bay imprime (de la mano de los seis valientes editores del film) en la cinta de turno. El vértigo de la acción es una constante en la filmografía de Bay, pero en esta ocasión logra ser más satisfactorio que frustrante, ésta es probablemente una de las mejores editadas y enfocadas (en cuanto a la dirección y cinematografía) entregas de la saga hasta ahora. Como consecuencia de eso, termina siendo de las más fáciles de disfrutar. Desgraciadamente, aunque evite frustrar el disfrute de la audiencia, igual tiene que contener algo que ésta pueda masticar. Esta es ya la segunda entrega de “Transformers” después de la primera trilogía con Shia Labeouf, ahora la batuta la lleva Mark Walhberg. Nombres como John Goodman y Steve Buscemi prestan su voz a algunos autobots, pero como los cameos glorificados de John Turturro y Stanley Tucci, ninguno hace más que prestar su nombre para el poster. El gran nombre que se suma al elenco para esta quinta entrega es el de Anthony Hopkins (aprovechando su revival tras la serie “Westworld” de HBO), que funciona prácticamente como el segundo protagonista de la película. Un lord inglés que resulta el último guardián de una logia secreta que protege el secreto de los Transformers en la Tierra desde hace 1600 años. Bay aprovecha la capacidad monologuera y dramática que provee Hopkins (mucho mejor de como abusa de la narración de Optimus, el líder autobot) mientras aprovecha para contrarrestar su persona con alguna que otra escena de comedia. Optimus Prime esta en la peli. Ah, también Bumblebee. Protagonizan aproximadamente tres escenas. La de Bumblebee intenta darle algún valor a su presencia, sin éxito alguno, y el par de escenas con Optimus en el espacio que solo logran cortar con el buen ritmo que venía teniendo la historia. Sí, “historia”. Aunque lo rescatable para el público sean los robots gigantes y las explosiones, Michael Bay insiste una y otra vez en abarrotar los Transformers con otras cosas. Trama, humor, romance, personajes, nada que tenga lugar en los violentos comerciales de juguetes que conforman esta franquicia. La primera “Transformers” dura más de dos horas, y es la única que consumirá menos de dos horas y media de tu vida. Si uno busca pasar el tiempo viendo algo un poco más entretenido que no mirar nada, entonces “Tranformers 5: El Último Caballero” puede llegar a ser una buena opción. Pero sacando la falsa y muy pasajera emoción de algunas de sus secuencias, no hay nada bueno que destacarle. Puntaje: 2,5/5
Una serie de eventos desafortunados La historia inicia con los caballeros del Rey Arturo, quienes aguardan a Merlín (Stanley Tucci) para dar por finalizada una batalla gracias a su magia. Este mago es bastante chanta y desconoce acerca de hechicería, por lo cual su única salvación son los Transformers. Si tenemos algo para rescatar de esta quinta película basada en los famosos juguetes de Hasbro, es el inicio. Una buena secuencia de acción medieval que despierta el interés del espectador, da comienzo a una historia donde el bien y el mal se enfrentan, como sucede en las cuatro anteriores películas y en cada una de las que conforman este tipo de género, pero tiene esa modificación en la historia que ya conocemos de los caballeros de a mesa redonda, que le agrega un plus. Pero una vez que la trama nos ubica en la época actual, todo comienza a empeorar. No solo por el desgaste propio de una saga que no encuentra nada nuevo para ofrecer al espectador, sino porque ya muestra un deterioro en la acción, los personajes, el humor y los efectos. El argumento se vuelve por momentos delirante (mencionaré tan solo Cuba para no spoilear) e intenta unir los hechos ocurridos en la anterior película (la primera de la saga protagonizada por Mark Wahlberg), y a la vez origina nuevas historias introduciendo personajes que en ocasiones se los olvida fácilmente y retoman hacia el final. Hay un intento de apelar a la familia, pero que queda desdibujado. Podemos decir que la actuación de Anthony Hopkins es lo único que funciona, como un lord inglés y último guardián de una logia secreta que protege el secreto de los Transformers desde hace 1600 años. Tiene algunas escenas interesantes de humor con su mayordomo Cogman (Jim Carter), un viejo robot similar a C-3PO. Porque tampoco se privaron de tomarse licencias creativas de Star Wars, por eso también aparece un singular robotito con características que nos recuerdan a BB-8 y naves militares que parecen cazas imperiales. Y si Michael Bay se ha caracterizado por ser el iniciador de este tipo de films donde es necesario que todo vuele por el aire, no se entiende cómo es que se deja a Optimus Prime poluleando en el espacio y perderse la oportunidad de verlo más en medio de la acción. O la innecesaria inclusión de Bumblebee tan solo por tres minutos, si no fuera porque se planea un spi-off con él y no quieren nos olvidemos de su existencia. Esta nueva Transformers llega al cine luego de una franquicia iniciada en el 2007 y los esfuerzos por hacer un producto de calidad no están a la vista. Muy por debajo de sus antecesoras, carece de timing (las líneas dramáticas de repente se rompen con un chiste constante), donde vemos lo mismo de siempre pero de forma más confusa, y resulta difícil pasar los excesivos 149 minutos que dura la película. Bay es un realizador que supo mover al público a las salas (la saga lleva recaudados miles de millones de dólares) de la mano de grandes efectos y explosiones, pero es momento de tomarse un descanso para reinventarse. O en algún momento el público dirá basta.
149 minutos de alto entretenimiento con imágenes impactantes cargadas de efectos especiales y con mucha incongruencia en la historia. Llega este jueves 20 de julio el estreno de la quinta entrega de la franquicia Transformers en imagen real, dirigida por Michael Bay -al igual que toda la saga- y con guión escrito en conjunto por Art Marcum, Matt Holloway y Ken Nolan. Transformers: el último caballero esta filmada íntegramente con cámaras IMAX 3D. John Turturro, John Goodman, Mark Wahlberg, Stanley Tucci, Anthony Hopkins, Ken Watanabe, Josh Duhamel, Isabela Moner, Peter Cullen, Santiago Cabrera y Laura Haddock están entre otros dentro del gran elenco que encontraremos en la cinta. La película es muy entretenida, ya desde el comienzo la trama nos ubica en la época medieval, en el siglo V, con el Rey Arturo en plena batalla y con la aparición del mago Merlín (bastante diferente al que imaginamos) que sabe sobre una nave de origen alienígena estrellada contra la tierra. Una guerra entre humanos y máquinas de metal, y de ese lado encontramos de los dos bandos. Hay lugar para el humor y por momentos parecería que se ridiculizara así misma, punto a favor dentro de un guión un tanto empobrecido por intentar más de lo que tal vez necesitaría. Como bien dice el tráiler de la peli “dos mundos en colisión, solo uno sobrevive…” Transformers el último caballero está oportunamente indicada para mayores de 13 años y es realmente una tormenta visual y sonora fascinante, recomendada para ese público adolescente que seguramente adorará volver a ver a Optimus Prime y sus amigos.
Esta es la quinta de la saga de Michael Bay, un hombre amado y odiado con la misma pasión. Y la última en que aparece Mark Wahlberg, que aquí se muestra en compañía de Anthony Hopkins, la bella Laura Haddock, Josh Duhamel y Stanley Tucci. Aquí el trío de guionistas se deliró a gusto: El origen de la insistencia de los Transformers de estar y seguir llegando a la tierra se remonta al Rey Arturo y un borracho mago Merlín que quiere salvar las papas en una batalla casi perdida. Así que la tabla redonda une no solo a los históricos caballeros sino a inmenso robots custodiando un secreto. Por ahí también aparecen peleando con los nazis. Luego saltan a la existencia de Cade Yeager que vive con una captura sobre su cabeza porque insiste en cuidar a los autobots muy desprestigiados y los arregla con esmero hasta que uno moribundo le regala un amuleto que lo convierte en el elegido. La acción salta de EEUU a Cuba, a Londres, a Stonehenge, a las profundidades del mar, al espacio exterior donde esta Cyberton. A Optimus Prime le lavan el cerebro metálico y es malo por un rato El revuelto no tiene mucha lógica y el argumento tampoco, porque a lo largo de dos horas y media, lo que importa es la acción, los enfrentamientos, los efectos especiales, la acción pura con mínimas líneas de diálogo, algún chistecito, un robot copiado de Star Wars, otro chiquito y simpático. En suma, fiel a sus seguidores fanáticos que tendrán su programa asegurado en vacaciones de invierno. Padres, tíos y padrinos que verán renovados los pedidos de juguetes de la franquicia y no mucho más.
Esta franquicia ya no está compuesta por películas sino por experimentos socioeconómicos o cognitivos. Cada entrega intenta resolver la siguiente incógnita: ¿Cuánto puede aguantar el público? A partir de esta pregunta inicial, se contemplan otras. Por ejemplo: después de una extensa escena de acción, en la que varios personajes pueblan un escenario y vuelan por los aires, quizás dos o diez veces y en cámara lenta, ¿los espectadores aceptarán otra escena de acción, igual de caótica, inmediatamente después? Va otro interrogante: si, al principio de la película, se introducen varios protagonistas y antagonistas, y luego se los ignora completamente por dos horas para que recién reaparezcan en los últimos minutos, ¿alguien lo notará? Además de abordar estas cuestiones, Transformers: El Último Caballero (Transformers: The Last Knight, 2017), la quinta entrega en la saga del director Michael Bay, también experimenta con los géneros cinematográficos. A través de un proceso alquímico, que describiremos más adelante, mezcla la explosiva fantaciencia ficción de los Transformers con la pseudoarqueología de Dan Brown, y el resultado es algo que podría haberse llamado El Código Optimus Prime. Nos volvemos a encontrar con Mark Wahlberg, que interpreta al inventor Cade Yeager, la mente (no tan) brillante detrás de un sinfín de aparatos y robots inútiles. Es el protagonista de esta (innecesaria) etapa renovada de la franquicia, que arrancó hace unos años con el cuarto episodio, Transformers: La Era de la Extinción (Transformers: Age of Extinction, 2014). También nos volvemos a encontrar con Stanley Tucci, que esta vez se pone el traje, no de un ambiguo empresario, como lo hizo anteriormente, sino del mago Merlín, en una decisión de casting que probablemente se llevó a cabo a la madrugada, con varias cervezas de por medio. Resulta que Merlín, en esta versión libre del mito arturiano, obtuvo sus poderes gracias a una antigua secta de Transformers, quienes le regalaron al legendario embustero un cetro mágico que la secta le había robado a la hechicera Quintessa. Varios siglos después, esta hechicera se cruza con Optimus Prime, el Transformer más bueno del universo, en los restos del planeta Cybertron, de donde vienen los Transformers. El planeta está hecho pedazos y para reconstruirlo hay que extraer la fuerza vital de la Tierra. Una ambiciosa tarea que, sin embargo, no puede realizarse sin el cetro, que está sepultado en la tumba de Merlín, y la única que sabe su ubicación, aunque todavía no sabe que lo sabe, es la descendiente del mago, Viviane, profesora de Oxford, Cambridge y Hogwarts, doctorada en nadie sabe cuántas especialidades, aunque luce de veinte años. A todo eso, Mark Wahlberg, o Cade Yeager, se apropia del talismán del Rey Arturo, o mejor dicho es elegido por el talismán, y se encuentra con Viviane en Inglaterra tras la intervención de Anthony Hopkins, el Viejo Que Te Explica la Trama, y todos juntos sobreviven lo insobrevivible, aunque no todos sobreviven, y hacen lo posible para salvar a la humanidad. En el medio, Optimus Prime, el Transformer más bueno, se vuelve malo, pero no tarda en recuperar su bondad. Este delirante periplo es interrumpido regularmente por enfrentamientos entre humanos y humanos, humanos y Transformers, Transformers y Transformers, el guión y el idioma inglés, la ilusión de movimiento y las ganas de escaparse de la sala. Nada importa salvo la encadenación de sucesos y la construcción de espectáculos visuales que hubieran funcionado mejor en un videojuego. Es que en los videojuegos hay tiempo para digerir la construcción de un mundo narrativo, porque el tiempo lo determina el jugador, que puede perder horas explorando cada rincón de la geografía virtual o desmenuzando los detalles incrustados en alguna armadura. Pero en este cine de montaje acelerado y ritmo incesante, todo es ráfaga y movimiento borroso, y no se aprecia lo único que la franquicia nos puede ofrecer: el descomunal laburo de diseño detrás de cada toma. La saga Transformers es cine algorítmico. Reúne elementos según un programa de gestación de guiones. Se necesitan tantas explosiones por hora y lo que las vincula es un andamiaje improvisado. Hay momentos de gran plasticidad de cuerpos metálicos y humanos. Hay, sin quererlo, cierta conexión con el cine experimental. Hay escenas que alcanzan la abstracción, en las que Michael Bay se vuelve un Stan Brakhage digital. La película, su forma total, es como el “kippel” de la novela ¿Sueñan Los Androides con Ovejas Eléctricas? En este clásico del autor Philip K. Dick, se le dice “kippel” a los desechos, a la basura, a los objetos inútiles que se acumulan y se esparcen por las ciudades. Los Transformers, en muchos casos, son desperdicios, despojos. Autos olvidados en cines venidos a menos, ruinas sobre ruedas. También es basura cada parte de esta película, cada personaje, hilo narrativo, escena. Nada tiene razón de ser, entonces todo es una acumulación de cosas y la película es una gran cosa proyectada sobre una pantalla, y se multiplica y se expande en millones de salas alrededor del mundo. Una desbordante y distópica metáfora de la sobreproducción y sobreestimulación mediática de nuestros tiempos, que quizás no sea tan excesiva sino un nuevo paradigma, una nueva velocidad, un nuevo flujo cosístico que nuestros hijos o nietos considerarán anticuado. Transformers: El Último Caballero no está hecha para nosotros sino para los arqueólogos del futuro, que se frotarán las manos ante El Código Optimus Prime.
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Robots a cuerda. Esta crítica ya se escribió. Ese podría ser el escueto texto dedicado a Transformers, el último caballero, quinta película en 10 años que realiza el director y productor Michael Bay explotando a los robots gigantes capaces de convertirse a sí mismos en diferentes vehículos, surgidos como populares juguetes en la ultra pop década de 1980, y que hoy son una multimillonaria franquicia global. Con esa sola frase alcanzaría para contar de qué se trata la cosa (porque más que película es una cosa) y podría dejarse el resto de la página en blanco. Pero aunque el recurso sería interesante, con la potencia suficiente para establecer con claridad un concepto crítico que define bien a esta película –la idea de vacío–, el pacto entre el lector y el periodista exige ser respetado, extendiéndose, no mucho pero sí al menos un poco más, y no será este cronista quien lo rompa. Transformers 5 vuelve a tener el porte excedido de sus protagonistas, con una duración de dos horas y media que representan un abuso cuando no se tiene nada para decir. En su afán para encontrarle una rosca más a la tuerca, esta vez los guionistas le inventan a la historia de los robots gigantes un vínculo con la leyenda del Rey Arturo, haciendo que la “magia” de Merlín tenga su origen en la aparición anacrónica de un gadget tecnológico que uno de los autobots (la facción buena de estos personajes mecánicos) le cede al mítico mago para que la civilización pueda derrotar a la barbarie. Pero si ese punto de partida suena descabellado, y lo es, al menos se le debe reconocer el atractivo de mostrar algo distinto, ciertamente inesperado. Un modesto dulce que sin embargo no servirá para aligerar ni un poco el mal trago de los 140 minutos que la película aún tiene por delante. Todo es mecánico en la quinta entrega de una saga que ya tiene en carpeta dos nuevos episodios, a estrenarse en 2018 y 2019. Como si todo hubiera sido pensado con lógica robótica, Transformers 5 funciona como un muñeco a cuerda que a pesar de su desmesura sólo puede repetir una y otra vez el mismo patrón de acción. Bay apuesta por la fórmula y así el humor, herramienta fundamental en una producción ATP de probada masividad, nunca logra superar el límite de la sonrisa a desgano. Lo mismo ocurre con el uso de la música y las escenas de acción: todo es obvio, molesto, ruidoso. A tal punto llega la pereza que sus guionistas no tuvieron empacho en robarse la idea de la pandilla de chicos en bicicleta deslumbrados por una nena freak, que es el centro de la serie Stranger Things, gran éxito de 2016. Bay recae en su obsesión de usar a los personajes femeninos como poster desplegable de revista erótica. Pero también es cierto que la incorporación de Mark Wahlberg a la saga en el episodio anterior le permite al director representar lo masculino con igual chatura. Un igualitarismo hacia abajo, se diría. De ahí a una serie de chistes dignos de los hermanos Sofovich hay un paso y Bay lo da sin ningún problema.
¿La quinta será la vencida?, es la pregunta que nos hacemos todos y que aún no logramos tener respuesta alguna, pero se ve que Michael Bay sigue sacando conejos de su galera y aún está bastante lejos de abandonar a la gallina de los huevos de oro, ya que sigue empecinado en continuar con su más exitosa franquicia millonaria, los Transformers. Ya pasaron 10 años del estreno de la primera entrega y ahora llega a los cines su quinta película que pretende seguir con todo el delirio al que ya nos tiene acostumbrados el cineasta americano. La película inicia contando sobre la batalla del Rey Arturo frente a sus enemigos en el 484 d.C, este al verse acorralado y al borde de la rendición, decide acudir a la ayuda del mago Merlin, este último, le ofrece a su rey un cetro de origen alienígena, dicho objeto le ayudara a salir victorioso en batalla, ya en la época actual Cade Yeager (Mark Whalberg, protagonista de la anterior entrega) debe permanecer oculto del gobierno, quien está en búsqueda de él y los Transformers, mientras tanto Optimus Prime flota en el espacio con el propósito de volver a Cybertron en busca de sus creadores, es acá en donde se dificulta todo con la vuelta de Megatron para continuar con su reinado lleno de caos, un Optimus que vuelve la tierra lleno de odio y con los humanos siendo testigos de la destrucción del planeta. Si, por más loco y disparatado que suene esa es la sinopsis de "Transformers: El Último Caballero", Michael Bay es admirado y odiado por el público, no cabe duda de que él es un experto a la hora de usar todo el presupuesto que tenga a su alcance para darle a los espectadores una sobredosis cargada de efectos especiales, explosiones sin sentido y una historia básica. Estamos lejos, pero muy lejos de ver una historia decente con estos personajes, en gran parte la culpa la tienen los guionistas (en este caso fueron tres) por no haberse esmerado en ofrecer un producto mejor, en cuanto a Michael Bay solo le toca repetir la misma estupidez que viene haciendo en los últimos años. Por su parte los actores tratan de dar lo mejor de sí, pero quedan en ridículos, es una pena ver en pantalla a Anthony Hopkins haciendo de uno de los peores personajes en su carrera, pero se que el actor anda algo corto de dinero, porque sino no se explica cómo pudo haber firmado contrato para formar parte esta cinta. La historia no tiene un rumbo fijo, creemos que va en una dirección, pero resulta ir en otra o en todas las que pueda a la misma vez, todo por culpa de los guionistas, lo de involucrar al Rey Arturo fue un gran desacierto. Transformers: El Último Caballero no ofrece nada nuevo, se vuelve una tortura eterna que parece no llegar a su fin, sin embargo, sus fieles seguidores seguramente aprueben esta quinta película y esperaran con ganas una sexta.
Ensalada de robots gigantes La quinta entrega de la franquicia se apoya en los efectos especiales y se desentiende de la coherencia del guión. Quieren explosiones y objetos voladores envueltos en llamas? Los tendrán desde el minuto cero. ¿Quieren combates cuerpo a cuerpo? También los tendrán desde el minuto cero. ¿Quieren asombrosos efectos especiales? Ahí están. ¿Quieren entretenimiento pochoclero? Lo tendrán, pero sólo durante los primeros 45 minutos. ¿Quieren una historia con sentido? Vayan a ver otra película. Esta es la despedida de Michael Bay de la franquicia Transformers (dirigió toda la saga, un récord mundial). Y se ve que quiso irse a lo grande, llevando al paroxismo su marca registrada: la ruidosa ensalada de acción, estallidos y persecuciones (el famoso “bayhem”, juego de palabras entre su apellido y “mayhem”, caos). La clave es la épica: todo debe ser heroico, impresionante, espectacular, de principio a fin. En un crescendo demencial, cada secuencia debe superar a la anterior. No alcanza con las peleas entre los enormes robots: tiene que haber naves gigantescas y choques entre planetas. Y el guión sufre. El interés va de mayor a menor, en una relación inversamente proporcional al tamaño de la pirotecnia. Lo mejor es la secuencia inicial, que se remonta al siglo V para mostrar una batalla entre el ejército liderado por los Caballeros de la Mesa Redonda y unos bárbaros. Cuando la acción se traslada a la actualidad, empieza la confusión: todo suena a excusa endeble para poner a luchar a los Autobots contra los Decepticons. En el medio quedan los humanos (dicen que esta también es la última aparición de Mark Wahlberg como el mecánico Cade Yeager), que nunca terminan de encajar. Además de que no se entiende su rol, la incompatibilidad de escalas entre los Transformers y los hombres queda demasiado a la vista, como si un nene hubiera puesto en un mismo juego muñequitos de Playmobil y de He-Man. Por momentos, la película se ríe de sí misma y hace bien: si hubiera abrazado el ridículo todo el tiempo, quizás el resultado habría sido mejor.
Impactantes efectos y nada más Una de las pocas buenas noticias que ofrece esta quinta entrega es que dura "apenas" 149 minutos, todo un ejemplo de austeridad y recato si se tiene en cuenta que la anterior, El lado oscuro de la luna, demandaba la atención durante 165 minutos. Eso no quiere decir que el director Michael Bay y su ejército de cuatro guionistas y seis editores dejen de agobiar al espectador con una sumatoria de conflictos arbitrarios, personajes unidimensionales, diálogos risibles y sofisticados efectos visuales que se pierden en medio del constante bombardeo (literal y emocional). En definitiva, la saga de Transformers es lo más parecido a participar de una rave: sonido y música tan machacantes como estridentes y un acumulación de estímulos visuales que provoca sensaciones que van de lo alucinatorio al mareo. Si la primera película estrenada hace ya 10 años generaba algo de sorpresa y fascinación con esa batalla entre gigantescos robots surgidos de la factoría Hasbro, ahora parece haber ingresado en una pendiente sin fondo. Ni esta segunda aparición de Mark Wahlberg en reemplazo de Shia LaBeouf ni la contratación de intérpretes de prestigio como Anthony Hopkins han salvado a la franquicia de su derrumbe. En esta oportunidad hay un prólogo ligado a la leyenda del Rey Arturo y luego una trama sin la más mínima coherencia ni justificación: solo es cuestión de sumar velocidad, ruido y generar un efecto de (falsa) espectacularidad. La calidad artística, en este caso, es lo de menos.
Transformers: El último caballero no sólo es una de las peores películas del año, sino que además ofrece una experiencia de masoquismo cinematográfico sólo apta para los amantes del dolor. Larga, tediosa, aburrida y redundante, no es más que otra entrega desapasionada de una franquicia que al director Michael Bay jamás le interesó ni supo comprender. La verdad que es notable ver como arruinaron un concepto fascinante para el público infantil con producciones tan mediocres que ni siquiera se relacionan con la serie animada de los años ´80. A esta altura los Autobots se convirtieron en extras de su propia película, ya que el foco de atención gira en torno a las diversas subtramas que protagonizan personajes humanos que a nadie le interesa ver. Uno de los grandes problemas de la serie que se repitió en todos los episodios. En esta quinta entrega hubo un esfuerzo desmesurado por generar que el argumento sea entretenido a través del humor y el resultado es un desastre porque los Transformers no son las Tortugas Ninjas. Bay repite la misma fórmula que vimos en los filmes anteriores, con la trillada amenaza del fin del mundo, donde vemos continuas situaciones absurdas que no tienen sentido. Una batalla final en la que no se entiende nada, la resolución acelerada del clímax en dos minutos y el discurso final de Optimus Prime como ocurrió en todas las películas previas. Un personaje que además tiene muy poca participación. Los Transformers están limitados a expresar chistes malos y participar de escenas de acción grotescas que tuvieron buenos efectos digitales, pero no transmiten ninguna emoción ya que el contexto en el que se desenvuelven es muy tonto y aburrido. El film se encamina dentro de ese festival de excesos que caracteriza esta saga, con los estereotipos racistas, los personajes femeninos sexualizados (inclusive en una chica de 14 años) y una historia que se contradice a sí misma dentro del mundo de ficción que presenta. En esta manía de Michael Bay y sus ineptos guionistas por confundir a Transformers con la saga Terminator, los Estados Unidos se encuentran bajo un escenario casi post-apocalíptico, donde los robots son perseguidos por los comandos militares. Sin embargo en Cuba, que evidentemente es un país pro Optimus Prime, lo robots andan por las calles sin problemas y juegan al fútbol con la gente. Más curiosa es la situación en Europa donde los ingleses directamente no los registran y viven sus vidas con normalidad. Estas incongruencias argumentales son los detalles que demuestran que al estudio Paramount no le importa nada la calidad de las películas y permite que Bay haga lo que quiera. Mientras el público después pague su entrada de cine el resto es irrelevante. Dentro de las nuevas adiciones Anthony Hopkins logra levantar bastante la película con sus apariciones, aunque su personaje resulta intrascendente. Pese a todo es el actor que mejor sale parado en el reparto. Lo peor de esta película, por lejos, lo encontramos en la presentación de Cogman, un androide mayordomo y ninja, con trastornos bipolares, que hace que Jar Jar Binks de Star Wars sea una creación de Shakespeare. Si a esto le sumamos la presencia inexplicable de nazis y un tratamiento idiota y ridículo del mito artúrico se pueden hacer una idea del nivel de lobotomía audiovisual que ofrece este estreno. Transformers con la visión mediocre de Michael Bay no da para más. La única manera que tienen los robots de ser redimidos en el cine es con un cineasta diferente que al menos tenga una mínima simpatía por el concepto de la franquicia. En resumen, una producción horrenda con la que no vale la pena desperdiciar una entrada de cine.
He visto muchas porquerías en mi vida, pero pocas como Transformers: El último Caballero. Fueron casi tres horas de tortura absoluta, de no poder creer lo que estaba viendo. Y no es por las mismas cosas por las cuales las últimas entregas de esta saga no me gustaron. Porque los personajes cuadrados y estereotipados siguen estando, el guión inconexo e ilógico también, al igual que las peleas inentendibles con planos demasiado cortos. Aquí está todo exponenciado hasta las últimas consecuencias. Michael B y tiró de la piola ya rota y la mandó del otro lado. Esta película es ridícula. Es el sinsentido más caro de la historia del cine. Cuando se estrenó la primera una década atrás fue una verdadera -y muy grata- sorpresa. Era un entretenido film de ciencia ficción y aventuras, una apuesta muy fuerte hacia una franquicia vieja pero con muchos adeptos. Y a pesar de sus vicios y fallas le gustó a casi todo el mundo y fue un éxito. Las secuelas fueron aún más exitosas pero a medida que estas avanzaron la calidad fue bajando. Michael Bay es el amo y señor de todo esto, y como por algún motivo que no logro terminar de entender estas películas rompen la taquilla, Paramount lo contenta financiándole sus proyectos menores (Pain and gain; 13 hours) para que se quede en la franquicia. Y en esta última entrega en particular da la sensación que tiró la toalla y que ya no le importa nada. Como que en un momento dijo: “Quiero que en la quinta aparezca el Rey Arturo, que Optimus sea malo y ya que estamos que haya Nazis”. Y unos cuantos meses después nos encontramos con este engendro. No voy a hablar del cast porque tuve la muy mala fortuna de ver la película doblada y por lo tanto no puedo opinar de sus actuaciones pero si voy a comentar sobre lo perdido que se lo ve a Sir Anthony Hopkins. Parece que está en otro film. Los efectos son tan grandilocuentes que restan, ya no son ninguna novedad y siguen sin entenderse las peleas. En definitiva, Transformers: El último caballero es una pérdida de tiempo absoluta, un capítulo más en una de las franquicias más rentables de la historia donde queda claro que no importa la calidad sino el estruendo y llamar la atención. Veremos cómo seguirá todo en el futuro, no solo con la sexta parte sino también con el spinoff de Bumblebee que comienza a rodarse en unos meses.
Los caballeros de la mesa robotica No sabemos con certeza si alguien la estaba esperando o cuán necesaria era, pero hay una nueva película de Transformers, es un hecho. La saga llevada a la pantalla grande por Michael Bay -el hombre de las explosiones y los presupuestos estrafalarios- encuentra en Transformers: El último caballero (Transformers: The Last knight, 2017) una flamante adición a la historia sobre los dichosos robots que se transforman en algo, ya no solamente autos, y deben aliarse a los humanos para derrotar a un mal común. En esta nueva aventura el presente se combina con el pasado cuando descubrimos que -en un giro de guión polémico- los antepasados de los autobots habían colaborado con El Rey Arturo y sus Caballeros en las Guerras Sajonas, dando al Mago Merlín un cetro con poderes especiales. Dicho cetro se convierte en el MacGuffin en cuestión, volviéndose vital tanto para los buenos como para los malos. Allá por 2004 Bay se había quedado con las ganas de dirigir El Rey Arturo (King Arthur, 2004) que finalmente realizó Antoine Fuqua, entonces se dió el gusto y metió la trama “Excalibur” en Transformers, algo que no tiene ningún punto de conexión con la serie animada original ni sus continuaciones. A la presencia del clásico villano Megatron se le suma Quintessa, una suerte de hechicera que alega ser la creadora del planeta de los transformers -Cybertron- y un ejército especial que se encarga de cazar a los transformers que andan libres; por que sí, además de todo lo que ya sucede los transformers son una suerte de prófugos de la ley ante los ojos de los humanos. Relato cargado de conflictos como pocos, y no en el buen sentido. Tanto Bay como su protagonista Mark Wahlberg anticiparon que esta sería su última participación dentro de la saga. Tal vez por ese motivo el director puso toda la carne al asador y se despachó con Merlín, el Rey Arturo, los caballero de la mesa redonda, el medievalismo, una logia oculta, la 2da Guerra Mundial, múltiples villanos, etc. Lo que en el barrio se conoce como “ensalada de frutas”, sólo que en esta ocasión más no significa mejor y la saturación de elementos narrativos lo vuelve un film caótico, pero tan autoconsciente de lo mucho que se extralimita que ni siquiera se toma la molestia de explicar al espectador lo que va sucediendo: por qué regresa un personaje que había muerto en la película anterior, por qué tal robot se transforma en tal otro, por qué los objetos cambian de tamaño según los tenga un su poder un robot o un humano, etc. Si bien sabemos a lo que nos exponemos al ver “Transformers 5” se tiene la sensación de presenciar un film que se sabe más allá de todo y no le molesta evidenciarlo. El mítico Anthony Hopkins hace su debut en la saga y la única explicación posible es que le aumentaron las expensas extraordinarias o debe impuestos al fisco, porque de otra manera es inentendible su participación, si bien viene dando este tipo de traspies en los últimos años. John Turturro vuelve a interpretar al Agente Simmons, agregando otro personaje innecesario a esta entrada y rompiendo la famosa regla del ‘montaje prohibido’ acuñada por André Bazin. El phisique du role le exige a la británica Laura Haddock llenar el vacío dejado por Megan Fox y la convierte en la belleza de ojos claros que vemos correr sin despeinarse ni en un solo fotograma. La contraparte robótica del reparto es tan diversa que al presentar a los nuevos les sobreimprimen el nombre en pantalla, un gesto que dice mucho. Incluso las escenas de combate y acción, aquellas por las que Bay se ganó un nombre dentro de la industria, se ven sobrecargadas y estériles. Sucede de todo dentro del mismo plano y no se disfruta nada. Los combates entre las máquinas siguen siendo una cantidad obscena de pixels peleando unos contra otros a un ritmo vertiginoso, algo que la saga completa nunca logró mejorar. Pasando por todos los clichés que el cine de acción pochoclero tiene para ofrecernos -incluyendo una máquina final que intenta destruir nuestro planeta- pero haciéndolo de forma totalmente automatizada, Transformers: El último caballero intenta comprimir demasiados elementos dentro de un film perteneciente a una saga que se acordó tarde de contarnos una historia elaborada que vaya a tono con su parafernalia visual.
La quinta entrega de la saga presenta un delirante argumento en el que robots gigantes conviven con El Rey Arturo En un mundo colapsado y en guerra entre la raza humana y los robots, la clave para salvar al planeta se encuentra en un artefacto medieval que perteneció al mago Merlín ¿WTF? Sí, esta entrega, la número cinco de la franquicia, nos remonta a la época de los caballeros de la mesa redonda, con los Autobots entrelazados en la leyenda de Excalibur. También los veremos más adelante en el tiempo, tener un papel preponderante durante La Segunda Guerra Mundial y todo rodado, como es costumbre en Michael Bay, a base de efectos visuales excesivos (por momentos inentendibles secuencias de chatarra removiéndose), música estridente, bizarros planos en slow-motion, pirotecnia y poco cuidado por la narrativa y la credibilidad argumental. Nadie espera que la cinta sea El Ciudadano, pero la desidia del realizador por presentar una historia con cierta coherencia, nos obliga a pensar que este es un producto fílmico solo pensado para cumplir con la expectativa de facturación del Estudio y vender varios millones en merchandising. Mark Whalberg sigue tan perdido como en la anterior cinta, en medio del grotesco montaje y secundado por un enorme reparto en el que descubrimos a Sir Anthony Hopkins en una performance penosa (interactuando con un robot mayordomo). El único consuelo por ver deambular a Hannibal Lecter es saber que los ceros en el cheque por su cachet tienen que haber sido muchos. Y como si fuera poco, las casi dos horas y media de metraje "transforman" la experiencia del visionado, en una verdadera tortura difícil de sobrellevar. Esta entrega, la quinta de la saga, supera todos los niveles de excentricidad y megalomanía de su director.
El que mucho explota…poco cuenta Las películas de la saga Transformers siempre fueron exageradas. En ellas todo era enorme: los elencos con todo tipo de personajes, demasiadas líneas argumentales, escenas de acción a escalas inmensas, explosiones por doquier. Quizás en un comienzo funcionaban bien, pero con el pasar del tiempo, se tornaron aburridas. Transformers: El Último Caballero es más de lo mismo. El inicio de la película nos sitúa en los Años Oscuros, más específicamente en medio de una batalla donde el Rey Arturo (Liam Garrigan) y su compañía llevan las de perder. Pero Merlín, el borracho y embustero asesor del rey (interpretado por el gran Stanley Tucci) consigue que un Caballero Transformer le preste su ayuda. Así es como se hace con un dragón Transformer de tres cabezas y el “cetro de poder máximo” que ayudan al Rey Arturo y sus doce caballeros a ganar la batalla. De vuelta en la actualidad, nos reencontramos con Cade Yeager -interpretado por Mark Wahlberg, quien tomó el lugar de personaje principal luego del “brote psicótico” de Shia LaBeouf- prófugo de la justicia por proteger Autobots. Pero su escondite no le dura mucho tiempo, ya que los Decepticons y el ejército yanqui lo encuentran y lo obligan a volar hacia Inglaterra. Allí conoce a Sir Edmund Burton (Anthony Hopkins), el último de una larga línea de custodios de los secretos antiguos de los Transformers (porqué un actor como Anthony Hopkins se prestaría para este papel es un gran misterio) y a Viviane Wembly (Laura Haddock), una profesora de Oxford fanática de los vestidos ultra-apretados que enseguida pega onda con Cade. Finalmente nos encontramos con Optimus Prime (Peter Cullen), que llega a su destrozado planeta Cybertron y se encuentra con Quintessa (Gemma Chan), una malvada robot hechicera que lo engatusa para que la ayude a reconstruir Cybertron destruyendo la Tierra. Uf, que argumento larguísimo, y eso que dejamos partes sin mencionar. Pero la complejidad del argumento no sería un problema si la película estuviera bien contada. Transformers: El último caballero carece completamente de equilibrio: está compuesta por una seguidilla de escenas de acción extremadamente exageradas, intercaladas con breves momentos de humor intrascendentes. Deja de lado completamente la idea inicial en la que se basaba Transformers (robots en guerra que se convertían en autos de alta gama) y pasa a metamorfosis aún más extraordinarias: robots que se transforman en dragones de tres cabezas y pequeños demonios robots que a su vez se transforman en un demonio más grande con un aspecto bastante similar al Balrog de Tolkien. El humor simpático y simple que caracterizaba a la saga sigue ahí pero recargado: no pasa un segundo sin algún gag aunque esté absolutamente fuera de contexto. Sí, la quinta entrega de Transformers tiene muchos problemas. Otro punto cuestionable sin dudas, es su duración; dos horas y media de persecuciones interminables, explosiones a mansalva y furiosas luchas entre Transformers que terminan desdibujándose y perdiéndose en el amasijo de metal animado. 149 largos y tediosos minutos que bien se podrían haber resumido en 90. Cada director tiene un estilo propio y Michael Bay plasma el suyo en El Último Caballero como pocos saben hacerlo, pero alguien debería haberle avisado a Michael que aunque las explosiones estén buenísimas, sin una historia que las respalde, dejan de ser divertidas. Para ser justos, todos sabemos más o menos a qué nos exponemos cuando vamos a ver una película de Michael Bay, pero acá se le va la mano. Por suerte, ha prometido que esta es la última película de Transformers que él dirigirá, lo que es un gran alivio para todos. Quizás una visión fresca le de a esta historia el reboot que merece.
Siempre me costó encontrarle la vuelta a la saga Transformers. Amo a Michael Bay y admiro su manera de encarar el cine de acción. Desde ya. Sin embargo, creo que cuando de Autobots se trata, el hombre piensa demasiado en la taquilla y los juguetes y poco, realmente poco, en el guión. Y eso que tiene a una audiencia predispuesta a formar parte de ese universo. Pero esta "The Last Knight", repite los mismos errores de la entrega anterior: es extensa, intrincada y apuesta a la espectacularidad como elemento central, dejando de lado toda coherencia narrativa y caracterización de sus personajes. Las primeras imágenes nos llevan al medievo, donde Merlín (Stanley Tucci) pide ayuda a un Dios Transformer (?) para que sus soldados no sean aniquilados en batalla. La colaboración llega en forma de cetro y ese es el punto de partida de lo que será el elemento de búsqueda de malos y buenos a lo largo del film, muchos años más adelante y en la actualidad. Al parecer los Transformers existían desde tiempos inmemoriales y custodian la seguridad del planeta, a su manera... Volviendo al presente, arranca la historia con Cade (Mark Wahlberg), fugitivo, quien sigue intentando ocultar a los Autobots en una etapa global donde ellos están perseguidos. El mundo los culpa por una serie de eventos extraños que están teniendo lugar (los cuales, les anticipo no serán todos resueltos en esta entrega), y quiere tenerlos confinados bajo su control. Dentro de la resistencia en el terreno, conoceremos pronto a Izabella (Isabela Moner, de lo mejor de la cinta), una niña de 12 años huérfana y especializada en reparar transformers que será la primera adquisición del equipo de Cade. Juntos irán develando como desentrañar lo que sucede cuando los malos se organizan y vienen por ellos con clara intención de completar lo que hace 4 cintas intentan: destruir el mundo. Optimus Prime está para esto en el espacio, tratando de retornar a su mundo, cuando da con una entidad maligna que le cambia el chip (o algo asi ) y le asigna la tarea de exterminar la Tierra. Se que parece confuso pero la narración se arma así. Es más, terminó la peli y tuve que charlarla con colegas para repasar sus puntos de narración porque de a ratos tantos polígonos y explosiones me hicieron perder el hilo de la historia. Y encima la vi en 3D. Más tarde aparecerá un antiguo gentleman, Sir Edmond Burton (Anthony Hopkins, una extraña presencia en un film de este tenor), quien disertará sobre la historia de gloria de los Transformers en nuestro planeta, el cetro que controla todo, una extraña pulsera que se le pega a Cade, introducirá a una descendiente directa de Merlín (Vivian, jugada por Laura Haddock) y alguna cosa más que ahora no recuerdo. Y luego, más combates, explosiones, destrucción masiva a campo traviesa, aviones, equipos tácticos, robots varios y mucho, mucho más... El estado confusional del guión (Art Marcum, Matt Holloway y Ken Nolan, quienes claramente fallaron el camino) es tal que cuando la historia entra en su climax, ya no entendemos bien que es lo mejor que podría pasar. Sobre todo cuando percibimos que la intención de Michael Bay es rodar dos secuelas más a partir de este nuevo punto de partida. Si son fans acerrimo de la saga, puede que les guste el despliegue y los nuevos personajes (el rol de Vivian no se parece demasiado a Megan Fox, dicho sea de paso?) quizás puedas pasar un buen momento. Si buscás una historia que entretenga, directa, intensa y bien contada, esta no será tu cinta en estos días. Más allá de eso siempre digo que a las Transformers hay que experimentarlas exclusivamente en pantalla grande. Y sostengo esto porque la entrega anterior la vi en Blurray y me dormí siempre a la hora y media. Este tipo de pelis siempre pide sala, no hay otra manera de conectar con lo que ofrece.
Transformers – El Último Caballero: Merlín y los Autobots del director cuadrado Llega la quinta entrega (¿Era necesario?) de Transformers, saga que ya pasó los límites del agotamiento y del frenetismo exacerbado. Michael Bay (Bad Boys, Pearl Harbor), responsable de toda la saga de Transformers, es un director bastante particular, cuyas obras no suelen caer bien, en especial a la crítica especializada. Eso y el hecho de que nos encontramos ante la quinta entrega de una saga que debería haber concluido en la primera parte, hacen que la tarea de reseñar una de sus películas sea muy ardua. Vamos a tratar de hacer un análisis sin entrar en maniqueísmos. El film nos vuelve a presentar la ya conocida guerra entre los Decepticons y los Autobots, pero también nos exhibe la beligerancia de la humanidad frente a los Transformers en general, sin distinguir entre “buenos” y “malos” (quizás es lo más interesante de la película pero no llega a desarrollarse del todo). La llave para salvar al planeta Tierra reside en el pasado, en la historia oculta de los Transformers en nuestro hogar (que se remonta a la época de Merlín y los caballeros de la mesa redonda). Salvar al mundo está en manos de Cade Yeager (Mark Wahlberg); Bumblebee; un Lord Inglés (Sir Anthony Hopkins); y una profesora de la Universidad de Oxford (Laura Haddock). Ese es a grandes rasgos el argumento del film, que como pasó en las secuelas anteriores, no es el fuerte del director ni de estas cintas en general. La narrativa es algo torpe e intrascendente, además de extremadamente larga (149 minutos) para lo que en realidad quiere mostrarnos Bay. ¿Qué se nos quiere mostrar en esas dos horas y media? El Bayhem en estado puro: todos los vicios de los que suele hacer gala Michael, en especial explotar cosas, usar travellings semicirculares que rodean a los personajes, entre muchos otros recursos que vuelven al film más dinámico, caótico e hiperquinético. También mostrarnos grandes y complejas escenas de acción que muchas veces puede marear al espectador, pero que en esta ocasión son las escenas más compresibles de toda la saga. Recordemos que en las primeras películas no se distinguían a los robots y solo veíamos metal chocando con metal, en esta oportunidad son claras e inteligibles. Por otro lado, como es habitual, los personajes suelen abusar de la sobre explicación del argumento y de lo que se verá a continuación. En resumen, Transformers: El Último Caballero compone una película vacía, caótica y con algunas lagunas argumentales bastante importantes. No obstante, debemos decir que en relación a las demás entregas de la saga (exceptuando la primera), levanta un poco la puntería. Una saga que a esta altura no ganará nuevos adeptos pero que gustará a aquellas personas capaces de dejar de lado los sinsentidos del guion, los chistes ineficaces y los personajes bidimensionales, para disfrutar de las impresionantes secuencias de acción y toda la parafernalia visual que suele brindar Michael Bay.
Una pregunta que evidentemente no se ha hecho nunca la gente de Paramount Pictures es qué tiene para ofrecer Michael Bay a la saga Transformers que no haya dado durante esta década pasada. No es necesario personalizar el asunto dado que es algo que se puede aplicar a todos y en todos los ámbitos: pocas veces la quinta es la vencida. Sin ser demasiado, el film que abrió la franquicia es considerado el mejor y desde allí fue todo en picada, más allá de que Dark of the Moon sea algo superior que Revenge of the Fallen. Y tampoco es justo hablar de ella en términos positivos, cuando lo que se debe decir es que es “menos mala”. El fondo creativo se tocó con Age of Extinction, una apuesta con la que se pretendía relanzar la saga con nuevos protagonistas pero las mismas ideas y su resultado fue el imaginado. Y como es claro que al estudio lo único que le importa es el billete, desafiando toda lógica es que vuelven a llamar al director amante de las explosiones para una nueva entrega. No hay que ser Sherlock Holmes para deducir qué es lo que pasa.
Ya es hora de que sea el último Michael Bay, director de La Isla y Armaggedon, hace años que está detrás de la franquicia de Transformers y bajo el subtítulo de El Último Caballero (The Last Knight) nos ofrece la quinta entrega de las aventuras de Optimus Prime, Megatron y compañía. Una vez más dice presente el nuevo elenco de personajes que, encabezado por Mark Wahlberg, sigue protagonizando la exitosa saga que en esta quinta versión incorpora al legendario Anthony Hopkins. Ya desde la antecesora Age of Extinction (La Era de la Extinción de 2014) que las cosas no están bien entre los Transformers y los humanos y esta mala relación no sólo incluye a Megatron y su grupo de Decepticons sino que mete en la misma bolsa a los Autobots, que en entregas anteriores de la saga pelearan codo a codo con las personas para salvar al mundo. Pero El Último Caballero no tiene un título medieval para empezar con batallas tecnológicas y robots ultramodernos. Todo comienza en el año 480 cuando la guerra contra el mal la lleva adelante el mítico Rey Arturo y sus Caballeros de la Mesa Redonda que, en esta reversión de su mítico relato, no sólo cuenta con la ayuda del Mago Merlín o la Espada Excálibur, sino que entre sus filas también hay Transformers. Luego de este prólogo histórico, nos queda claro que un objeto que data de esa época será el protagonista de la batalla moderna cuando máquinas y humanos concentren todas sus fuerzas en encontrar este poderoso y legendario artefacto. Si ya en esta descripción el tono medieval que quiere proponer la película suena algo forzado y hasta incompatible con el estilo de Transformers, en la pantalla no hace más que confirmarse. Y esto constituye una falla de la película por la forma en que lo propone y no, como puede ser lógico suponer, porque un grupo de robots gigantes que se transforman en autos no puedan transmitir esa sensación de leyenda o de origen épico. De hecho, una saga de películas que ya va por su quinta entrega está en condiciones de plantear esto per se y Transformers en particular, con las idas y venidas de sus personajes principales, ha sabido cargar de cierto misticismo a Optimus Prime por ejemplo que, como ocurre en The Last Knight, puede darse el lujo de estar ausente durante gran parte de la historia para que su reaparición final tenga ese peso narrativo estilo “regreso del hijo pródigo”. Lo que resulta cuestionable de la película es, primero, que recurre a una historia harto conocida por el público como la del Rey Arturo que, en este caso, sí que resulta incompatible por sus propias características con un grupo de robots gigantes que se transforman en autos. Todo bien, pero el binomio Bumblebee – sir Lancelot no funciona muy bien en pantalla. Y para finalizar este apartado hay que decir que el recurso de la comedia, muy presente hoy en historias de aventuras como estas, quisieron agregarlo en esta parte épica de la película para ofrecernos al mismísimo Mago Merlín (interpretado por Stanley Tucci en una participación casi de cameo) haciendo chistes sobre su forma de apostar, beber o acercarse a las mujeres. #EpicFail Después, lo que sigue es la clásica batalla moderna entre Autobots y Decepticons con explosiones, persecuciones y una concatenación de escenas de acción y combate que poco tienen que ver, al inicio, con el conflicto principal. Esa trama troncal irá tomando forma muy de a poco conforme nos vamos enterando que ese Último Caballero, un elegido o heredero moderno de Los Caballeros de la Mesa Redonda, está más cerca de lo que creemos y en sus manos reside el futuro del planeta Tierra. Si tenemos en cuenta que la película dura dos horas y media, muchas de esas escenas del inicio e incluso algunas líneas argumentales que son abiertas para luego ser abandonadas casi por completo, podrían haber sido eliminadas en beneficio de la obra final y de su excesiva duración. Los fanáticos de la saga encontrarán en Transformers: The Last Knight una nueva perspectiva desde la que apreciar a los personajes clásicos de esta gran aventura, con los condimentos presentes en todas sus predecesoras que, acá, logran dar un paso adelante en términos de efectos especiales. Y si a esto le sumamos la posibilidad de apreciarlos en 3D o IMAX se puede decir que de esa forma la película se perfila como una verdadera experiencia visual y sensorial. La trama, lamentablemente, no sigue ese camino.
Superacción y robodrones en la nueva “Transformers” El mejor personaje es el de Antony Hopkins acompañado de un robot anticuado. Luego de cuatro películas, las batallas interminables de robots gigantes se estaban volviendo un tanto repetitivas, pero por suerte en esta "El último caballero" el director Michael Bay decidió hacer algo distinto, lo que queda claro desde el vamos con un impactante prólogo medieval en el que los Caballeros del Rey Arturo y el mago Merlín reciben el apoyo extraterrestre para ganar una batalla. Luego la acción vuelve al mundo futuro en el que los humanos conviven con robots para presentar a Anthony Hopkins, guardián de los secretos de los Transformers a lo largo de la humanidad incluyendo la lucha de los robots contra los nazis- y le explica a un desconcertado Mark Wahlberg que él es el elegido para salvar el mundo. La película tiene mucha super acción robótica, por supuesto, pero el énfasis esta puesto en los matices, lo que redunda en mucha diversión de tono mas original, con escenas tan impactantes como divertidas incluyendo una vertiginosa persecución de robodrones voladores o una asombrosa carrera submarina. Este tipo de ideas logran que un film quizá demasiado largo (dos horas y media) nunca deje de resultar entretenido. Y claro, el personaje que más aporta es el de Hopkins, acompañado de un robot anticuado que habla con acento inglés y que siempre está dispuesto a luchar por el honor de una damisela.
Y sí, bueno, ahí están otra vez los robots gigantes apocalípticos que se hacen autos, aviones y multiprocesadoras. También la trama nos lleva a la época medieval para contar algo así como el origen de los personajes. O algo así. Como siempre, Michael Bay apuesta a aturdirnos con las imágenes creyendo que eso genera vértigo o contagia emoción (en lugar de la cefalea que sí produce). Lo mejor: Sir Hopkins laburando por la guita pero haciendo como que le importa. Fuerte ese aplauso.
Vas esperando el sometimiento a las usuales ráfagas de artillería de Bom-Michael-Bay, en esta quinta entrega de la saga basada en los juguetes articulados, y lo encontrás. Durante 150 minutos. Que se hacen largos. El gran "pero" viene a cuento de que, en su absurdo derroche de millones de dólares al servicio de la misma fórmula-explosiones, CGI, chica sexy, héroe ahora musculoso-, uno se sorprende, casi obligado por la nobleza a reconocer que no lo está pasando taaan mal. Al menos durante la primera parte, antes de la rutina de la batalla final estire la cosa como un chicle. Esta vez Cade Yaeger -Mark Wahlberg-, el protector de los transformers, que se han convertido en descastados, ilegales y vintage, deberá encontrar un cetro guardado en el pasado remoto, que se vincula a la historia secreta de la llegada de los transformers a la Tierra. El objeto es crucial para que el mundo no termine, en medio de una guerra entre autobots y los malvados decepticons, mientras Optimus Prime está desaparecido. Y por eso un historiador experto y gentlemen inglés reúne a Yaeger con la experta profesora que parece una modelo de Victorias Secret. Lo cierto es que el historiador en cuestión es Anthony Hopkins, que se lo pasa -ejem- bomba con su personaje, entrega una serie de líneas muy cómicas y hace que este sinsentido estridente y ruidoso tenga un sorprendente encanto.
Más de 200 millones de dólares y dos horas y media de extensión distinguen a Transformers: El último caballero, el 5 capitulo de esta saga en la que Michael Bay parece haberse empeñado en privilegiar la pura acción, por momentos, agotadora. Con una historia a la que echaron mano tres guionistas y cuyo resultado es una trama que comienza en el medioevo -la mitología de los Transformers y los Caballeros dedicados a guardar sus secretos, tal vez la parte mas interesante- y cambia de tiempo y escenarios pasando por el drama, lo épico, una invasión alienígena, atisbos de romance y cierto humor que ironiza incluso con personajes de Star Wars, Transformers: El último caballero es una mezcla extraña signada por la acción y sobrecargados FX SGI que desafían la coherencia. La humanidad versus robots alienígenas, un secreto mitológico, un legado, el héroe transformado en villano y viceversa y todo en manos de Cade Yeager -Mark Wahlberg-; Bumblebee; un Lord Inglés -Anthony Hopkins-; y una profesora de la Universidad de Oxford -Laura Haddock- para salvar a nuestro mundo, son los elementos de esta marea de imágenes y acción desenfrenada que por momentos entretienen y por otros confunde. Es indudable que Michael Bay sabe rodar la acción, pero con personajes en exceso, sin interés alguno de desarrollar a ninguno, un Anthony Hopkins que parece no tomarse muy en serio el film, y una trama que sobre el final casi que olvidamos el comienzo, Transformers: El último caballero termina por olvidarse al encenderse las luces de la sala.
Crítica emitida por radio.
Transformers: El último caballero, de Michael Bay Por Jorge Bernárdez Pasa algo con las películas de la serie Transformers, van cinco y entre ellas hay algunas buenas y otras que son puro ruido y vértigo. Esta quinta entrega arranca en lo que todos conocemos como la leyendas del Rey Arturo y los Caballeros de la Mesa Redonda. Todas las generaciones han tenido sus películas sobre esa historia, recuerdo aquella con Robert Wagner que se llamaba El príncipe valiente que vi muchos sábados en el cine de Super Acción de canal 11 antes de que se llamara Telefé y también la sorpresa que me produjo Excalibur de John Boorman, que era una revisión mas ajustada y más adulta, además de ser una verdadera obra de arte, con Carmina Burana en su banda de sonido. Ahora resulta que el verdadero secreto de aquellos caballeros y la secta a la que dio origen estaba íntimamente vinculada a la presencia de Transformers en nuestro planeta, un Mago Merlín (Stanley Tucci, efectivo como siempre) un poco borracho y algo chanta que intercede ante esas criaturas y que llegado el momento se involucraron y lucharon del lado de Arturo y sus caballeros. Ese comienzo le da a esta película un arranque épico indudable, pero rápidamente el relato salta 1600 años y nos ubica en una invasión extraterrestre que pasa por el universo de los Transformers, vuelven los personajes que conocemos y se agrega un nuevo universo de seres humanos. Transformers 5 arranca muy bien, enseguida se transforma en uno de esos bodoques que solo Michael Bay puede poner en pantalla, en donde el vértigo se vuelve confusión. El espectador se siente avasallado por la potencia de lo que sale de la pantalla y a la vez mira el tiempo que va pasando con preocupación, teniendo en cuenta que entró a la sala sabiendo que lo esperan 150 minutos de ruidos, explosiones y diálogos imposibles. Justo cuando uno empieza a perder la paciencia aparece una parte de la ecuación inesperada: los actores. Mark Wahlberg vuelve a la franquicia y Anthony Hopkins aparece como el hombre que es el depositario del secreto histórico o al menos el que está destinado a rescatar del olvido secretos inesperados, mientras que Laura Haddock arranca como una historiadora que no da demasiado crédito al lado místico de la historia del Rey Arturo, pero que guarda un secreto que ella no sabía que guardaba. Y a todos ellos se les suma John Turturro que le saca provecho a su personaje. Es decir, lo mejor de la película es cuando baja un poco el ritmo y se pone en manos de los actores para desarrollar un poco los secretos de los caballeros y como aquellas leyendas se vinculan con la lucha que está a punto de estallar. Al final, claro, vuelven la espectacularidad, los efectos especiales y el momento en que el planeta corre peligro, todo explota por los aires. Al final tiran una pista que promete a los seguidores de los Transformers, una pista de que en un par de años tendremos de regreso a los Transformers para enfrentar otro peligro para la Tierra y así asegurar que la franquicia entregue una sexta película. TRANSFORMERS: EL ÚLTIMO CABALLERO Transformers: The Last Knight. Estados Unidos, 2017. Dirección: Michael Bay. Intérpretes: Mark Wahlberg, Anthony Hopkins, Josh Duhamel, Stanley Tucci y Laura Haddock. Guión: Art Marcum, Matt Holloway, Ken Nolan y Akiva Goldsman. Fotografía: Jonathan Sela. Música: Steve Jablonsky. Edición: Roger Barton, Adam Gerstel, Debra Neil-Fisher, John Refouga, Mark Sanger y Calvin Wimmer. Duración: 149 minutos.
Transformers: El último caballero Formula agotada. Nada queda de los bellos robots que podían transformarse en otra cosa, principalmente en vehículos. Hoy son gigantescas moles de metal y transistores que buscan empatizar con los humanos y nada más. Los caballeros del Rey Arturo son sumados a la saga, y Michael Bay explora su costado mas kitch y bizarro “transformando” a las máquinas en contenedores de basura, que luchan y anhelan cosas, pero que se hunden con una saga que no encuentra renovación, a pesar de que el público la acompaña y espera mucho de ella.
La trama comienza en 484 d.C, cuando los caballeros del Rey Arturo están esperando la ayuda del mago Merlín (Stanley Tucci de buena interpretación) que será a través de los transformers, tiene la llave para preservar o devastar el mundo, además estos participaran de la Segunda guerra mundial, corren los años y estas maquinas mas los humanos deberán salvar el mundo entre buenos y malos. En las batallas están presentes: Cade Yeager (Mark Wahlberg), es viudo y tiene una hija adolescente Tessa (Nicola Peltz) que se comunica a veces, a quien adora. Este se encuentra con una jovencita de 14 años huérfana, rebelde Izabella (Isabela Moner), quien vive y protege a Sqweeks (Reno Wilson) una criatura encantadora y tierna. Por otro lado está el Coronel William Lennox (Josh Duhamel, desaprovechado), Optimus Prime (Peter Cullen) con la esperanza de salvar a su planeta natal, Cybertron, Cogman (Jim Carter), Megatron (Frank Welker), Bumblebee (Erik Aadahl), Hound (John Goodman), Hot Rod (Omar Sy), Decepticon llamado Nitro Zeus (John DiMaggio),entre otros. Dentro de otros actores secundarios que se lucen el historiador y astrónomo Edmund Burton (Anthony Hopkins, prestigia la película en varias escenas y siempre está bien), Agent Simmons (John Turturro) muy gracioso con un toque Cubano y en una pared se una pintura del Che Guevara; la profesora de la Universidad de Oxford y la descendiente de Merlín, Vivian (Laura Haddock, “Guardianes de la Galaxia Vol. 2 “) y el inventor Jimmy (Jerrod Carmichael). Contiene un guión flojo, predecible, sin romance, sin emoción y poco humor. Su acción no para, explosiones, persecuciones de coches, peleas, un submarino imponente, varias destrucciones, gran abundancia de efectos especiales, visualmente impactante, majestuosas locaciones y muy extensa dos horas y veintinueve minutos. Conto con un presupuesto de aproximadamente de 260 millones de dólares, solo nos resta esperar la próxima entrega.
El colmo de la ostentación técnica y los chistes malos. Michael Bay una vez más se ha orinado en nosotros sin la cortesía de llamarlo lluvia. Este señor benedictino se bajó los pantalones, se puso de cuclillas, y depuso una LENTA defecación de 150 minutos llamada Transformers: El Último Caballero. Sepan disculpar mi escatológica introducción, pero cuando alguien subestima de tamaña manera la inteligencia del espectador, la cortesía se vuelve un desperdicio. Sobredosis de Agaromba: Con Optimus Prime desaparecido, los Autobots y los Decepticons siguen en guerra con la Tierra como campo decrítica de Transformers: El Último Caballero batalla. Cade Yeager se encuentra con un robot ancestral malherido, quien le entrega un amuleto que debe proteger. Pronto descubrirán que dicho artefacto es clave en la próxima confrontación de ambos bandos, y que oculta un secreto que data de la era del Rey Arturo. El guion, o el rejunte de ideas a medio cocinar que responde a ese nombre, se basa en dos cosas (y dos cosas solamente): escenas de acción sobrecargadas y chistes sin gracia a mansalva. No hay intento alguno por desarrollar un personaje, y si lo hacen lo dejan a la deriva. No te importa en lo más absoluto lo que le pueda pasar a ellos, y cuando el “guion” intenta colar un momento emotivo llorás… pero de la rabia. Esta película no sigue una línea clara; tiene incidente incitador y clímax por una simple cuestión de convención. No obstante, todas las escenas que están en medio son tan desordenadas, tan improvisadas, tan carentes de lógica interna, y se van tanto por las ramas sin desarrollar tema, trama o personajes, que podés ponerlas en el orden que se te cante y no cambia nada. La peor de todas estas faltas es que es aburrida y totalmente carente de ritmo. Es un desorganizado e hiperexpositivo calvario que no justifica sus 150 minutos de duración; a los 10 minutos de empezada no querés saber más nada. Por el lado técnico, la realización sigue siendo el colmo de la hiperkinesia tanto en fotografía como en montaje. Las explosiones y las luchas entre los Transformers están tan cercanas en plano que no podes seguir la historia o siquiera discernir lo que estos personajes están haciendo. Si lo que quisieron es ilustrar lo confusa que puede ser una situación crítica, lo consiguieron, pero no del modo que esperaban. En el costado actoral, lo único medianamente rescatable es Anthony Hopkins. Respecto a todos los demás, salta a la vista el tremendo piloto automático en el que se tuvieron que desempeñar. Conclusión: Escapa a mi entendimiento cómo puede seguir existiendo esta franquicia de películas. Está bien, nunca fue su intención ser arte de alto nivel, pero Transformers: El Último Caballero no llega siquiera a sopesar el entretenimiento. Es un rejunte de explosiones y efectos digitales, que más que ilustrar una gran factura ilustran una grosera subestimación de la inteligencia y la imaginación del espectador. Lo peor de todo no es que esta locura esté lejos de terminar, sino que Bay y compañía no tienen intención alguna de hacerlo.
Honor inglés, logias secretas, alienígenas metálicos esquizoides y hasta una pequeña huérfana latina, conforman el universo de la última, y ya desgastada, entrega de la saga dirigida por Michael Bay. La quinta entrega de Transformers comienza con Cade Yeager (Mark Wahlberg) prófugo de la justicia y un Optimus Prime que se ha escapado del planeta Tierra, lugar que se encuentra convulsionado debido a que la guerra entre los humanos y los robots alienígenas no da tregua. En este pastiche mal confeccionado, también aparecerá Izabella (Isabela Moner), una joven huérfana afecta a los hombres de metal, que solo busca amor y sobrevivir; un correctísimo Sir Edmund Burton (Anthony Hopkins), una especie de norte que conoce sobre los vínculos secretos entre los enormes robots y la leyenda del Rey Arturo; y una sexy profesora de literatura (Laura Haddock), pariente sanguínea del mismísimo mago Merlín. El grupito se reunirá para combatir la profética invasión que está planeando Quintessa, la diosa creadora de todos los Transformers, quien sublevada a cualquier tipo de integración, quiere recuperar su planeta a costa de aniquilar y consumir la energía de los seres de la Tierra. También será la culpable de despertar el costado “Hyde” de Optimus Prime para que la ayude en su cometido. En resumidas cuentas nos encontramos ante un relato del que brotan personajes y subtramas a granel, sin consistencia alguna. Así como querer encajar con fórceps elementos históricos y legendarios, tal como las cruzadas y la leyenda del Rey Arturo, época en la que ya existían nuestros amigos de fierro. Todo complementado con un maratón de estridentes y agotadores estímulos visuales que nos dejan mareados y a punto del colapso sensorial. Una historia vertiginosa mal contada, con humor ineficaz, a merced de los abusivos efectos especiales/digitales, que no solo nos anestesian los sentidos, también la paciencia. El sopor se hace insoportable, así como encontrar una buena posición en el asiento. Transformers: El Último Caballero, persigue la lógica de un niño de tres años hiperkinético que está aprendiendo a usar sus juguetes. “Bayhem” en estado puro y en su máxima expresión.
ROMPAN TODO Michael Bay sigue saturando la pantalla de explosiones y robots. Es lo que hay, tomenlo o dejenlo. Uno sabe (y al menos la mayoría de los MN también) lo que va a ver cuando decide pagar una entrada por una de Michael Bay. Espectáculo puro, explosiones a granel, alguna que otra chica linda, y mucho patriotismo exacerbado. O sea, no se admiten quejas si esperan encontrar algo radical y diferente. “Transformers: El Último Caballero” (Transformers: The Last Knight, 2017) no lo es, si no todo lo contrario. Es la conclusión del desborde visual llevado al extremo, en el peor sentido de la frase. El entretenimiento es su única meta, y lo consigue hasta cierto punto, pero cuando tu historia sólo tiene para ofrecer súper acción desenfrenada, un argumento descerebrado y mucho sinsentido, es mejor acotarla y no dilatar la angustia del espectador a lo largo de dos horas y media de película. Ni “Rápido y Furioso” se atrevió a tanto. A la quinta entrega de “Transformers” se le notan los millones invertidos y los viajes por el mundo para aprovechar los hermosos escenarios naturales, sobre todo del reino Unido, pero con tanto metraje por delante no logra desarrollar ni siquiera una trama coherente, mucho menos algunos personajes que se suman a la franquicia, casi azarosamente. ¿Es un poco injusto tratar de analizar un blockbuster de esta envergadura? Para nada. Si algo demostró la taquilla veraniega en los Estados Unidos es que el público ya no va a lo seguro, contrariamente a la forma en que lo hacen los grandes estudios. Las secuelas, sagas y universos compartidos suelen ser su gallina de los huevos de oro pero, durante el 2017, la audiencia demostró que se está poniendo un tanto más exquisita, al menos, a la hora de invertir cinematográficamente. Por primera vez, en mucho tiempo, crítica y público parecen ir de la mano, y esto no es algo malo, es un puntapié para exigir un poquito de calidad en la pantalla grande en cuanto a superproducciones se refiere. Claro que siempre hay excepciones, pero nada de esto tiene que ver con “Transformers: El Último Caballero”, una historia que arranca en el siglo V con el Rey Arturo y sus hombres tratando de ganar una batalla perdida casi desde el comienzo. Sí, Bay no se contiene y arranca con sus explosiones en pleno medioevo; pero como en las clásicas narraciones del monarca, Merlín llega para salvar las papas con un poco de magia. ¿Magia? En realidad, no. El mago borrachín (con énfasis en borrachín) interpretado por Stanley Tucci tiene muy poco de hechicero, pero guarda un gran secreto: en medio de las colinas inglesas se encontró una nave alienígena estrellada hace ya mucho tiempo, y a un caballero cybertroniano llamado Dragonicus que le ofrece un cetro con el poder de derrotar al enemigo y salvar a su mundo. 1600 años después, tras la batalla de Hong Kong, tanto Optimus Prime como Megatron están desaparecidos, el caos reina por todos lados y los transformers son una raza perseguida. La TRF (Fuerza de Reacción de Transformers) se encarga de cazarlos, así como a todos aquellos que le den asilo. En este grupo entra el valeroso Cade Yeager (Mark Wahlberg), uno de los tipos más buscados por los militares. Cade es un fugitivo que se esconde junto a varios robots, pero pronto su destino queda ligado al de Sir Edmund Burton (Anthony Hopkins), un historiador que lleva rastreando la existencia de los Transformers en la Tierra desde hace rato; y Viviane Wembley (Laura Haddock) -¿a nadie le perturba lo parecida que es a Megan Fox?-, una profesora de historia que, justamente, viene a desempeñar un papel importantísimo. La cuestión: existe una manera de revivir Cybertron, y para ello hay que encontrar ese cetro que perteneció a Merlín, una cruzada llena de peligros, enfrentamientos, peleas entre robots alienígenas y, por supuesto, la posibilidad de que la Tierra termine destruida. Esto es, a grandes rasgos, el argumento de “Transformers: El Último Caballero”, una historia abarrotada de personajes, lugares comunes y sinsentido donde los robots protagonistas pasan a un segundo plano (casi como parte del decorado) para dejarle el lugar a Wahlberg y sus aventuras. Bay invade la pantalla de “homenajes” a otras películas del género, explosiones, efectos de todo tipo, hasta dinosaurios, pero no logra conectarnos con ninguno de sus protagonistas, ya sean humanos o alienígenas, excepto tal vez por Hopkins que brilla en cada una de sus escenas. No, no fuimos buscando calidad narrativa, si no mero entretenimiento, pero hasta en ello falla bastante cuando se va por las ramas a lo largo de tantos minutos de película. El divertimento está, aunque pronto le gana el tedio de una trama sobrepoblada de todos esos elementos que ya supo patentas su realizador. Es obvio que Michael Bay hace lo que se le canta con todos los millones a su disposición. Tal vez es hora de que tenga una lección de humildad y descubra que, en la mayoría de las casos, menos es más.
Últimos ensambles de una saga hecha pedazos Larga, estrepitosa, confusa, cada nueva entrega de esta saga desarma aún más el austero encanto de la original. Otra vez Mark Wahlberg reemplaza a Shia LaBeouf y se suma Anthony Hopkins. Nuestra calificación: Mala. Los niveles de fealdad a los que llega la saga Transformers en esta quinta entrega son directamente obscenos. Hay maneras elegantes de aspirar al barroquismo y la hipérbole, y un buen ejemplo es la segunda entrega de Matrix, que aún siendo aparatosa no dejaba de ser festiva. Pero Transformers 5: El último caballero se extravía en su fragor visual, se deja devorar por una burocrática megalomanía de blockbuster sin intentar, siquiera, inyectarle pasión a la historia. Los personajes no viven la aventura ni pueden ajustar la sintonía emocional de las escenas, carecen de control gestual ante el vapuleo de una edición epiléptica y un abuso de música incidental. Los actores tienen el mismo estatuto que cualquier otro recurso técnico y se aplica un primer plano del mismo modo que se agrega un disparo por computadora. El veterano en megaproducciones Michael Bay (Armageddon, Pearl Harbor), se encargó de dirigir la saga completa de estos robots alienígenas y su extenuación ya es notoria, no logra encontrar nuevas ideas coreográficas para los combates y la sensación de déjà vu es permanente. El conflicto base, la enemistad entre autobots y decepticons, se desdibuja ante una intromisión de líneas narrativas bizarras que incluyen emperatrices intergalácticas, misiones militares secretas y hasta caballeros de la mesa redonda. Sí: hay una introducción que muestra cómo el Rey Arturo, con ayuda del mago Merlín, tuvo de aliado a los dinobots. Esta alianza se perpetúa con los siglos y, al mejor estilo Dan Brown, hace cómplices a todos los genios de la historia, Einstein incluido. La necesidad de que los transformers sigan interesando deriva en el peor desatino conceptual de la saga: convertirlos en una pandilla graciosa. Ya no son artefactos gigantes y sofisticados que invaden la tierra, sino un grupo de borderlines matando el tiempo como skaters en una plaza. Michael Bay quiere darle a cada robot una psicología pintoresca, y así aparece un samurai, un enfermero, un punk, un mayordomo, cada uno resumido en un rasgo, a lo Power Ranger o Tortugas Ninja. Sin dudas, lo más kitsch que se hizo con la franquicia. Otro de los caprichos que padecen estas películas es su duración: entre dos y tres horas. La experiencia puede resultar muy frustrante si se la ve en 3D. El esfuerzo ocular que se debe hacer con estos incómodos anteojos, más la incapacidad de reposo del montaje, más la longitud del filme, crea pasadas las dos horas un estado nauseabundo. Es extrañísimo que un artefacto tan desagradable como el 3D se haya impuesto en una de las actividades humanas que más nos enriquece: que nos cuenten una historia en la oscuridad.
Crítica emitida en Cartelera 1030 –Radio Del Plata AM 1030, sábados de 20-22hs.
¡Ufa. Otra más! Cinco van. Cinco entregas de Transformers en una década por el mismo director, y ya podemos decir que no es una década ganada excepto para unos pocos, y conste que este comentario no es una metáfora ni un eufemismo político. Hablamos del cine producido y dirigido por Michael Bay, el hombre espectáculo. El hombre de trato peculiar en el set de filmación cuando algo no sale bien, pero claro qué podrá importarle si ésta es su gallina de los huevos de oro. No contento con las casi tres horas de la anterior, acá se despacha con dos horas y pico largas de un culto a los espejitos de colores. Como siempre, estamos frente a la exacerbación del espectáculo. A una escena de tremenda factura técnica, le sigue otra, y otra, y otra que sube la apuesta hasta el inverosímil más exponencial que se recuerde en la historia del celuloide digital. En el medio de todo esto hay acciones escritas y frases recitadas por los personajes, algunas de ellas tan ridículas que parecen sacadas de conversaciones por WhatsApp. Por ejemplo: “Se ha dicho a través de los años que no hay victoria sin sacrificio”. Sinceramente suena a una entrevista en la cancha luego de un partido de fútbol, pero no la dice Bilardo, ni Cristiano Ronaldo, ni Mascherano porque hasta ellos parecen haber cambiado de cassette. La dice Anthony Hopkins. Desde aquí nuestra sincera felicitación por la cantidad de cifras de su cheque pero: ¿Era necesario? Al menos el nombre de su personaje tiene el tratamiento de “Sir” pero dadas las circunstancias, mucho honor no hay. El guión de “Transformers: El último caballero”, cuyos diálogos parecen haber sido enviados a los actores por mensaje de texto o por Twitter, supuestamente instala la razón de ser del atribulado líder Optimus Prime (voz de Peter Cullen), pero realmente es lo de menos. Lo único que importa e importó siempre en esta saga es que los efectos especiales sean la verdadera estrella, de manera tal que la flojísima pluma de Art Marcum, Matt Holloway y Ken Nolan pasan a un segundo y poco envidiable segundo plano, aunque habremos de prepararnos porque el trío está abocado a escribir dos más. Si alguna vez existió la fantasía, la verdadera fantasía, que produce asombro e interés, se perdió allá por 2007 en la escena en la cual Sam (Shia LaBeouf) era acompañado por su papá (Kevin Dunn) a comprarse su primer auto, el cual resultaba ser uno de los robots más simpáticos, seguida de la conquista amorosa del personaje de Megan Fox. Estamos hablando de veinte minutos sobre 12 horas 45 entre las cinco. Sí… los extrañamos a esta altura. Esto es la franquicia de Transformers. Un gran concierto coreográfico de efectos visuales del lado de la pantalla, y otro aún más grande de bostezos en la platea. Por eso, anticipándonos un par de años y con disculpas por la repetición de fórmula, anunciamos el comienzo de nuestro comentario para dentro de dos años: “¡Ufa. Otra más! Seis van. Seis entregas de Transformers…”
MÁS BAY QUE NUNCA Si el estilo de Michael Bay es la hipérbole estructurada a partir de los códigos del videoclip más espástico (que ha logrado algún que otro buen resultado en La Roca, por ejemplo), esta quinta entrega de su saga Transformers es toda una apuesta dentro de sus propios términos: suelto y haciendo lo que quiere, Bay en El último caballero narra menos que de costumbre, pega imágenes, las acumula sin sentido, también amontona ruidos y amontona personajes. Y a lo largo de 150 minutos construye algo que se parece a una película pero que nunca lo es: estamos apenas ante un compendio de imágenes que se suponen espectaculares y no son más que estética y vacuidad en el peor de los sentidos posibles. Es como ir a un museo, tomar todos los cuadros y pegarlos con la intención de lograr movimiento. En este caso, un movimiento que aturde, abruma y aburre desde el mismísimo comienzo. Agotados ya todos los recursos, Bay vuelve a dibujar la mitología Transformer, en este caso pegándola a otra mitología inagotable: la del Rey Arturo y sus Caballeros de la Mesa Redonda. Hay que reconocer una cosa: ver al Mago Merlín al lado de Optimus Prime es una idea alocada y delirante, que en la mano de uno de esos artesanos autoconscientes de la Clase B como David R. Ellis podría convertirse en una aventura medio berreta pero sin dudas estimulante y divertida. Sin embargo, Bay no es esa clase de director y para él toda esta mezcla no es más que una nueva posibilidad de sumar solemnidad y pedantería al universo de estos robots en constante dilema existencial. Y, claro, otra posibilidad de seguir explicitando su amor por el militarismo y las ideas reaccionarias. Lo llamativo en todo caso es que aún dentro de sus propias reglas, las cuales Bay conoce y ha convertido en sello distintivo de su cine, la película no funciona ni cinco minutos. Transformers: el último caballero corre el riesgo de disgustar, incluso, a sus propios fanáticos (hay gente para todo). El bochinche es tal, que aún aceptando que la coherencia narrativa, la complejidad argumental y la claridad expositiva no son virtudes que Bay pueda contar entre sus pertenencias, lo increíble de la película es que ni siquiera pueda sobrevivir al calor del carisma de su protagonista, Mark Wahlberg, algo que sí ocurría relativamente en la un poco más digna cuarta entrega. De hecho, los personajes son insertados de forma poco fluida, dejando en claro que para el director el componente humano no existe o es apenas un eslabón más dentro de un muestrario desfachatado de tecnología mal usada. Lo único que sobresale aquí (sí, en lo niveles en que puede sobresalir algo dentro de este bodoque) es la presencia de Anthony Hopkins, tomándose esto mucho más en serio que las últimas 150 películas en las que se lo vio. Con grandes “Momentos Marta” (gracias Batman vs Superman: el origen de la justicia por regalarnos un concepto inmortal), resoluciones vergonzosas, múltiples finales que agotan y un tedio general por una estructura que se repite descaradamente borrando lo escrito anteriormente, Transformers: el último caballero es tiempo perdido y un dispendio de dinero destinado a lo más bochornoso del andamiaje de Hollywood. En mamarrachos como Escuadrón Suicida al menos se veían ideas que resultaban fallidas en la práctica. Aquí hay un desprecio por el espectador y por el cine mismo, y un único hallazgo: Michael Bay hizo la peor película posible, y dentro del contexto de esta saga es un logro para nada desdeñable.
Maquinaria pesada A Michael Bay no le importa nada. Es, sin dudas, el más cínico de los directores contemporáneos. Sabe cómo hacer una película que llene las salas y junte guita y eso hace. La evidencia es suficiente para demostrar que no se trata de un director limitado o un inútil de esos que cada tanto logran colarse en la máquina hollywoodense. Su historial académico, las entrevistas a quienes lo conocen, la pericia técnica, algunas ideas visuales que siempre aparecen en sus películas; todo eso está demostrado. El tipo podría hacer cosas buenas de verdad. Pero prefiere el éxito, o la guita, fácil. Y las Transformers, especialmente las ultimas dos, son en ese sentido sus obras máximas. Algo mejoró en la cuarta y en la quinta, es cierto. En principio, dos cosas obvias. Bay modificó a los robots, haciendo a estos más identificables con diseños bien claros y definidos. Ahora se entiende quién le pega a quién, algo imposible de discernir en las primeras entregas de la saga, cuya acción consistía en enormes orgias de piezas mecánicas. En las nuevas están los dos protagonistas y después hay uno que es un samurai, otro con sobretodo y John Goodman. El desarrollo de los personajes sigue siendo inexistente pero al menos no se nos mezclan. Además, Bay hizo una considerable mejora en el departamento de casting, cambiando al opa de Shia Labeouf por el querido Mark Wahlberg y metiendo gente como Anthony Hopkins, Stanley Tucci y Kelsey Grammer en el asunto. Pero lo más significativo que hizo Bay en estas últimas películas fue empezar a robar mejor. Lo que hacen La era de la extinción y El último caballero es copiar elementos de los grandes tanques exitosos de la actualidad (de las Marvel, de las Rápido y furioso) con total impunidad, imitando aquello en la superficie sin intención de calidad alguna. El último caballero expande el “universo” de Transformers (imaginando que tal cosa exista, que hay algún tipo de interés por la coherencia o la continuidad en la saga) en una primera secuencia con el Rey Arturo y Merlín. Ninguno importa, y todos lo sabemos. Bay no hace ningún esfuerzo por caracterizar a Arturo ni a sus caballeros, no sabemos a quién pelea tampoco. La secuencia es espectacular y expone alguna base de la trama (esto último más bien lo supongo, porque seguir la trama de una de estas películas es como querer seguir el trayecto de una montaña rusa). Volvemos al presente, en el que unos chicos invaden una ciudad en ruinas, conocen una chica y son rescatados por Marky Mark. Los chicos, una versión alternativa del elenco de Stranger Things, jamás volverán a aparecer en la película. La chica sí, pero a fines prácticos es como si no estuviera, ya que nunca hace nada. Como con el comic relief (un morocho amigo de Marky Mark), uno sospecha que Bay simplemente se olvidó de decirle que deje de ir al set de filmación y ahí andan, por el fondo, diciendo cosas cada tanto. Todos (la chica, el morocho, los nenes) son piezas que aparecen, cumplen su función precisa en ese momento y ya está. Nada recibe desarrollo alguno, porque lo que Bay busca es solo imitar cosas que vio funcionar en otro lado. Digamos, uno mira Guardianes de la galaxia y se ríe de los chistes de Rocket porque están muy bien escritos y son graciosos, además de sentir compasión al descubrir que los utiliza como coraza, que es un personaje profundamente herido. Bay solo quiere los chistes. Todo lo demás es descartable. En el medio de la película, hay una secuencia de Megatron reclutando personajes como en el comienzo de Suicide Squad (encima mirá de qué lugares roba). Dura unos buenos minutos y presenta a varios enemigos nuevos. Ninguno sobrevive la escena siguiente. De algunos ni siquiera sabemos cómo mueren. Ya está, Bay tuvo su secuencia canchera de presentación de robotitos locos, no sirven más. ¡Next! Ni las escenas supuestamente emotivas se salvan de esto. Bumblebee, el robot favorito del público fiel, carece de voz propia. Se le rompió algún aparatito y solo habla con frases sueltas de películas y series. Cerca del clímax de la película, peleando contra su amigo Prime, la voz regresa milagrosamente para despertar al líder de su trance. El fenómeno no es explicado ni remarcado después. Bay necesitaba insertar un “momento emotivo” y puso eso, con la sequedad y el desinterés dignos de la más fría de las máquinas. Bay, el único autómata verdadero en esta película.
Video review
El argumento es muy delirante, algo que según como se mire, no debería asustar mucho cuando estamos hablando de una película de ciencia-ficción con robots que se transforman en autos que hablan, pero gran parte del público amante de este género, por lo general, prefiere....
"Transformers: El último caballero", las ideas en extinción El caso de la quinta película de la saga "Transformers" es el típico ejemplo de que las ideas están en extinción. Y más en el cine de ciencia ficción y de la industria hollywoodense. Lo peor es que a la falta de ingenio le agregan la repetición de lo malo ya hecho. Es decir, aquí, en "El último caballero" se vuelve a ese universo distópico en el que la amenaza más grande es el fin del mundo. Sí, leyeron bien, es otra película yanqui más de ciencia ficción sobre el fin del mundo. A Michael Bay, en el último filme que dirige de "Transformers" (lo que no implica que sea la última de la saga), se le ocurrió tirar toda la carne al asador, según él, bah. Porque armó una pelea en la que el héroe Cade (Whalberg) se le adjudica el poder del Rey Arturo, y será el encargado de defender la destrucción de la Tierra junto a Vivian (Haddock), última heredera del mago Merlín. En esa mescolanza, se suman los Transformers buenos contra los malos, en un escenario variopinto que va de Londres a Cuba y de ahí a Washington, con batallas, una supuesta historia de amor, un costadito tristón y hasta guiños humorísticos. En ese contexto, se lamenta la actuación de Anthony Hopkins, porque es como ver a Messi en una publicidad de dentífrico. Otra cosa insoportable es que la película, sin un guión inteligente, dure dos horas y media. Sólo para fans de la saga.
Siguen arruinando un ícono de la niñez Qué difíciles de mirar son estas bazofias del director Michael Bay. Realmente parece una tomada de pelo a propósito a los fans de la serie animada. Para comenzar, voy a hablar de la literalidad en la concepción de Bay acerca de los Transformers. La serie animada, de los 80s sobre todo, era reveladora para la época y super aventurera, pero también era bastante cursi, con discursos morales acerca de la justicia y la nobleza. Lo mismo sucedía con He-Man, Los Halcones Galácticos, Thundercats, etc. Este director toma lo más flojo de esa serie que era la cursilería y la imprime en todas sus entregas. Señor Bay, estamos en el año 2017. Lo menos que esperamos es que tome lo interesante de la antigua serie y que le de un tono adaptado a los tiempos que vivimos. A las entrega basura que está haciendo sólo le falta que cierre Óptimus Prime con el consejo de vida semanal. Un horror. A esto se le suma la escandalosa propaganda militar de los Estados Unidos, con escenas sin sentido que no tienen otro fin que realzar los procesos y tecnología militar del país del norte. ¿El combo final? Una película insoportable de dos horas y media donde se ven robots tratando de salvar el mundo con frases grasientas y mucha artillería de guerra. Por favor, nadie espera que la adaptación de la serie use el mismo vocabulario de hace 30 años. Por otro lado, hablemos del aparatoso guión y los personajes irrelevantes de esta nueva entrega. El guión... ¿qué decir? Los 5 primeros minutos son un buen ejemplo de la inteligencia de escritura. Arturo y sus caballeros de la mesa redonda ganan una batalla épica con la ayuda de un dragón transformer convocado por un mago Merlín que no era más que un borracho que se encuentra con magia extraterrestre. ¿Hace falta más explicación? Del linaje de Merlín descienden los Witwicos, una orden de protectores de la especie transformer... Witwicos... Sam Witwicky (Shia La Beouf)... No, no es joda. A ese punto llegó la historia de esta saga sin sentido. En cuanto a los personajes, vuelve en el rol protagonista Mark Wahlberg, un witwico tapado que no sabe que tiene el destino de los transformers en sus manos. Se suman Laura Haddock en el rol de la minita que parte la tierra pero no aporta demasiado, Anthony Hopkins como un conde witwico ridículo que está puesto para "subirle el nivel" a la película, un robot mayordomo medio loco que es una clara copia de C3PO de "Star Wars" e Isabela Moner, una niña mexicana que parece puesta sólo para hacer más plural el cast, porque tampoco tiene mucha incidencia en la historia. Ah, y no nos olvidemos de John Turturro ayudando de Cuba y a Stanley Tucci como el infame Merlín. Un desastre. Este Bay es tan despiadado que hasta hace quedar mal a un actor groso como Anthony Hopkins haciéndolo decir estupideces como "dude". ¿Los efectos especiales son buenos? Sí, son tremendos. Es lo único bueno. A los que no les gustaron las entregas anteriores, odiaran esta. A los que sí les gustaron, probablemente comiencen a darse cuenta de que esto es cine malo.