Luego de una película tan aclamada como ajena al universo de los Coen (No country for old men), y de una comedia muy coeniana pero excesivamente ligera y superficial (Burn after reading), Joel y Ethan Coen regresan con gloria al eje de su filmografía, con su habitual radiografía social cargada de ironía y con una apuesta conceptual que puede dejar perplejos a muchos. Tal vez convendría, primero que nada, dilucidar dos líneas sobre las cuales se sostiene la cadena de infortunios que le suceden al pobre Larry Gopnik. La primera de ellas, la más evidente, es la versión libre del cuento de Job, la historia bíblica de un hombre sin maldad que es condenado por Dios a una serie de desgracias, con el propósito de probar su fe. A partir de estos hechos, Job empieza a preguntarse por qué Dios lo ha condenado a todas esas desdichas, y dicho cuestionamiento termina con Dios respondiendo a su desesperada llamada. A serious man presenta una serie de elementos algo difíciles de descifrar (el prólogo, el final, muchas frases que se pronuncian en la película) y a cualquier espectador desconocedor de la cultura judía le puede resultar fácil ampararse en ese desconocimiento para no buscar la clave que explique y encauce todos esos elementos. Sin embargo, el planteo de la película toma las preguntas que se hace Job para asociarlas, no con un discurso religioso, sino con un principio físico, el principio de incertidumbre o relación de indeterminación de Heisenberg, que vagamente explica el protagonista a sus alumnos –y al espectador– la segunda, y principal, línea que desarrolla la película, y el motor de todas las preguntas que se hace el personaje. Básicamente, el planteo de la película es científico, y la respuesta a este planteo es tanto científica como religiosa. Este último caso se ve en la frase de Rashi del comienzo, “Recibe con simplicidad todo lo que te suceda”, la misma respuesta de los rabinos con los que se entrevista Larry, y lo que parece decirle Dios a Job con su aparición. A Larry comienza a sucederle un cúmulo de situaciones que no puede o no sabe cómo manejar, y todas terminan amparándose en ese principio de incertidumbre. La película se disfruta sin necesidad de leerla bajo este concepto, pero si se quiere acceder a las dimensiones intelectuales que despliegan los Coen, atando todos los cabos que, supuestamente, quedan librados a la interpretación del espectador, es necesario saber un poco acerca de este principio, que atraviesa a todos los personajes y situaciones y que es la matriz que rige la puesta de algunas escenas geniales, como la del accidente. Básicamente, el principio de incertidumbre afirma que no se pueden precisar en simultáneo ciertos pares de variables físicas, como la posición y la velocidad de un elemento, es decir, que las partículas en movimiento no tienen una trayectoria precisable. En otras palabras, que ante una situación determinada, como el ejemplo del gato en la caja, que se menciona en la película, la ciencia puede acercarse hasta cierto punto, pero el resto queda sujeto al libre desarrollo de alguna de las opciones. El gato puede estar o no muerto, pero no lo sabremos. Tomando como eje este concepto, tenemos a Larry, un profesor de matemática, un ser racional que un día comienza a padecer una serie de infortunios (su mujer lo abandona por un conocido suyo, su hermano comienza a revelar su condición de jugador compulsivo, un alumno suyo supuestamente lo soborna para conseguir que cambie la nota de un examen, etcétera), y como no encuentra explicación a tantos tormentos juntos, decide recurrir al consejo de tres rabinos. El prólogo de la película, que aparentemente es inconexo o puede ser tomado como una simpática disgresión narrativa, es la síntesis de cómo el principio de incertidumbre actúa en la trama. Es un relato situado en un shtetl (una aldea judeoeuropea del siglo XIX), con un hombre que lleva a su casa a un conocido que no ve hace tiempo. La mujer de él se sorprende y le dice que ese hombre está muerto, y al verlo entrar a su casa, lo toma por un fantasma. El esposo, que repetidamente se asume como un ser racional, descree de esa versión y entiende que, si lo ven, es que no ha muerto. La incertidumbre está en el hecho de no saber si ese invitado es o no un fantasma, y ante esa incertidumbre, se muestran las dos posiciones, la racional y la espiritual o religiosa, encarnada en la mujer. Este relato dispara una historia que nada tiene que ver con aquél, y que sólo se vincula en la ilustración de ese principio de incertidumbre. Volviendo a Larry, lo vemos asistir impávido al desmoronamiento de su familia y de todos los aspectos que hacen a su existencia. Su mente racional no consigue lidiar con la incertidumbre que lo rodea, y ante esa incertidumbre, la respuesta religiosa unánime es la misma que la frase de Rashi, “Recibe con simplicidad todo lo que te suceda”. Básicamente, la única respuesta es resignarse, hay cuestiones sobre las cuales no tendremos respuesta, y es conveniente seguir el curso de los acontecimientos sin que nada sea cuestionado, ya que todo cuestionamiento terminará en la nada. Como el relato bíblico del que parten los Coen, Dios se aparece ante Job, pero no contesta sus preguntas: su aparición es más importante que la respuesta que da. Dios valora el cuestionamiento de Job, de otro modo no se aparecería, pero al evadir sus preguntas, confirma la imposibilidad de conocer por qué suceden algunas cosas, por qué la vida a veces nos pone palos en la rueda. Los Coen pintan una aldea con evidentes trazos autobiográficos y narran, con una fuerte carga de ironía, las vicisitudes de una familia judia americana de clase media en los sesenta. Con un discurso irónico, que pese a cierto agnosticismo, no busca atacar a la religión, se ponen en la piel de este sujeto que no puede dejar de hacerse preguntas, más cerca de una mirada científica que de la óptica religiosa. Los Coen no encuentran comodidad en la frase de Rashi ni en la respuesta evasiva de los rabinos, pero cuando miran hacia el otro lado, en la eterna pelea entre ciencia y fe, la balanza queda repartida. Bajo un principio determinado, la ciencia ha afirmado la imposibilidad de dar respuesta fiel a todo lo que se presenta. Ni la fe ni la ciencia le permiten a Larry entender hacia dónde debe disparar, y ese es el dilema que plantea toda la película. No nos vamos a detener aquí en todos los elementos que se asocian con el principio mencionado y con la conclusión religiosa. Sería interesante que cada espectador vea o vuelva a ver la película y los busque. De todas maneras, podemos mencionar algunos, como la frase que le espeta el padre del alumno coreano ante las dos probabilidades que le presenta Larry (“Please, accept the mistery”, “Por favor, acepte el misterio”), tal vez la frase más graciosa de la película, pero que remite directamente a la forma de asumir la incertidumbre; lo que le dice el rabino al chico para su bar mitzvá, citando “Somebody to love” de Jefferson Airplane, leit motiv de la película y cuya letra guarda no pocos elementos de conexión con el argumento, y párrafo aparte merecen las resoluciones escénicas que se entroncan con este concepto. Entre ellas están la escena del final, cuando Larry va camino a una realidad que sólo puede intuir (y que tal vez se origina en el único acto reprobable que Larry comete cerca del final), o la mencionada escena del accidente, cuyo montaje paralelo confunde intencionalmente y hace creer que Larry y la nueva pareja de su esposa, Sy Ableman, van camino a estrellarse uno contra el otro. En determinado momento, vemos chocar a Larry y, posteriormente, se nos anuncia que Sy murió en ese mismo momento, en otro accidente que no vimos ni veremos. Esta genial puesta en escena es la más audaz, ya que nos hace abrir los ojos y detenernos ante una precisa escenificación del principio de incertidumbre, a la que sigue un cuestionamiento de Larry tan gracioso como desgarrador: “¿Qué me está queriendo decir Dios? ¿Que Sy y yo somos la misma persona?”. Y si esto fuese un exhaustivo análisis de la película, podríamos seguir mencionando muchos personajes y situaciones que giran en torno a este mismo concepto, pero me gustaría detenerme en otro aspecto particular de esta gran película. Hasta ahora, los Coen no se habían detenido en su cultura judía. Ahora que lo hacen, lejos de bastardearla, la toman como lo que es, una inagotable fuente de preguntas. Dejando esas preguntas a un lado, tenemos un retrato social que sabe hacer foco en lo patético de estos personajes. En este sentido, la pintura de los judíos, principalmente de los personajes adolescentes, se parece a la de Todd Solondz, de quien hablamos en la crítica de la española Gordos. La diferencia está en que, mientras Solondz condena a sus personajes por los actos que cometen, los Coen se apiadan de los suyos, en especial de Larry. El pobre Larry carga con una vida desolada, y los Coen lo observan mientras se hacen las mismas preguntas que él. La pintura de Larry se ve además beneficiada por la formidable interpretación de Michael Stuhlbarg. En medio de una serie de películas protagonizadas por un cúmulo de estrellas, varios de ellos figuras habituales en el cine de los Coen, se agradece enormemente que para este relato más pequeño e independiente hayan relegado la habitual multiestelaridad y apostado a un elenco de actores poco conocidos y por demás solventes. Finalmente, cabe repetir algo que se ha aclarado suficientemente, pero que es preciso recordar. A serious man puede disfrutarse enormemente como una comedia amarga e inteligente con un hombre alarmado ante la descomposición de todo lo que lo rodea. Podemos obviar todos los conceptos en los que se ampara el relato, y aun así podemos disfrutarla, pese a que, bajo esa visión, algunas escenas queden descolgadas o sin explicación aparente. Ahora bien, si lo que queremos es ver esta película y disfrutar plenamente de la astucia autoral de los Coen, podemos revisar algunos conceptos, y nos encontraremos con una de las comedias más inteligentes de los últimos años. El mejor regreso a la esencia del cine de los Coen, y a sus complejas radiografías sociales, que podrían haber planeado estos dos hermanos tan rebeldes como adultos.
La gran pesadilla judía Esta tragicomedia (con más de tragedia que de comedia), propone algo así como la gran pesadilla judía: un cúmulo de personajes patéticos (empezando por el protagonista, un profesor universitario de física en la Minneapolis de 1967 que es abandonado por su mujer, coimeado por un estudiante coreano y bastardeado por su comunidad), miserias pueblerinas, catástrofes íntimas, de salud, laborales y meteorológicas y un largo etcétera. Olvídense de la levedad del humor a lo Jerry Seinfeld o a lo Woody Allen: aquí todo está llevado a lo caricaturesco, satírico y farsesco pero a niveles casi insoportables de exageración. La puesta en escena está muy (demasiado) calculada y, así, el artificio no permite empatizar con las desventuras de los personajes (desde abogados hasta rabinos). Sí, hay muchas ideas, momentos inspirados de humor negrísimo, una simpática y múltiple utilización de Somebody to Love, el tema de Jefferson Airplane, pero esta película sobre el sino trágico, la culpa y la identidad judías resulta demasiado sádica, casi impermeable a las emociones. Es decir, la faceta que a mí menos me interesa de los Coen y en estado puro.
Michael Stuhlbarg, tambien visto en éste festival en el film Cold Souls, interpreta a Larry, sobriamente, el padre de familia, el “hombre serio” al que todos los pilares en los que habia creido y enarbolaba, han caído, de ocupación: profesor, irrisoriamente, segunda ocupación: ser de religión judía, quizás una de las tareas que mayor tiempo le reparan. Su esposa lo engaña, sus hijos son entes y un hermano habita su hogar, convive, todo el dia reposando en un sillón, como si esto fuera poco, un alumno intenta sobornarlo para que apruebe un examen, de lo contrario entablaria una demanda por la recepción del sobre con la coima. De los Hnos.Coen conocemos que ya han entregado numerosos y exitosos films, la crítica ha discrepado sobre las temáticas, resultados y hasta llegar a considerarlos una farsa en sentido cinematográfico. Sus films son dispares, sus guiones alocados, distantes de la linealidad y uno puede o no estar satisfecho con la experiencia que significa ver uno de sus films. Algo, creo, inobjetable es que han sabido sacudir a la opinión del mundo cinéfilo, se han diferenciado del resto, aun pudiendo considerar, haber creado un lenguaje propio en sus trabajos. Un Hombre Serio los tiene esta vez mostrándonos un mundo intimista de un hombre por demás correcto, “normal” si es que existe una linea divisoria que limite lo correcto de lo que no lo está, las diferencias entre la honestidad, y todas aquellas imposiciones de la sociedad hacia sus integrantes. El tema principal del film es la fé, la fé enarbolada en este hombre y su alrededor, la creencia religiosa de origen judío que tiene a su familia arraigada a muchos valores y costumbrismos, una mirada sobre un mundo moderno donde ciertos pilares van cayendo. El no creer y el dejar de hacerlo. Como es característico en films de los Hnos. Coen, vemos incesantes situaciones extremas, el apoyo del tercero en discordia hacia Larry, el hombre que ha sido engañado por su esposa, el desinterés general de las nuevas generaciones, el empleo del dinero para corromper inclusive en un ambito escolar. Un Hombre Serio es un film adulto, distinto en su filmografía, en éste los Coen no tienen obstáculos al momento de criticar y evidenciar nocivamente una postura, sin crear controversia, sin el afán de querernos provocar inocentemente sino fehacientemente y con la adultez necesaria para dejarnos uno a uno concientizar, ver la otra cara, metiéndonos bien el dedo en la llaga.
Parte de la religión De un talento y una imaginación inagotable, los Coen nos traen de vuelta ese humor agrio y mordaz que caracterizó su mejor época. Con Un hombre serio (A serious man, 2009) nos presentan una fábula social con la conflictiva relación de un hombre consigo mismo. Espiritualismo y religión se entrecruzan en la rutina de la clase media, plasmando lo imponderable de lo imprevisto. La trivialidad de lo cotidiano se convierte para este pobre hombre en un descenso a los infiernos. Larry Gopnik (Michael Stuhlbarg), profesor de física de una universidad situada en una población tranquila de Minneapolis, ha descubierto la infidelidad de su esposa (Sari Lennick). Casi como un efecto dominó, deberá lidiar con un intento de soborno en su trabajo y dos hijos en conflictiva adolescencia. Contemplando como los valores y pilares de su vida se derrumban frente a si, su vida en apariencia perfecta deja de tener sentido. Las piezas del rompecabezas dejan de ocupar su lugar y este hombre serio, correcto, fiel y entregado a sus principios, se vera falto de metas, inmerso en un profundo trance religioso. No hace falta decir a estas alturas que los hermanos Coen son de los más destacados estandartes del cine independiente de Hollywood. En las ultimas dos décadas y media han creado joyas cinematográficas indiscutibles, desde Simplemente Sangre (Blood Simple, 1984) hasta Quémese Después de Leerse (Burn Alter Reading, 2008). Y a lo largo de la filmografía de los Coen existen huellas autorales que permanecen inalterables, reconocible en todas sus obras: el humor negro que profesan sus personajes y esa extraña e inmensa capacidad para poner el punto de atención sobre insignificancias que en la cotidianeidad pasan desapercibidas. Los Coen encuentran riqueza para desarrollar una situación, plantear cuestionamientos a grandes paradigmas sociales y bucear en la psiquis del hombre común y corriente. En Un hombre serio se ataca y cuestiona al practicantismo fanático de la religión, ese que busca consuelo en sus creencias para superar la frustración de lo incomprensible. El blanco certero es un hombre en apariencia ciudadano ejemplar, que en su pasividad y apatía, es un fiel espejo de cierto sector de la sociedad americana, a la que los Coen también intentan despertar de un sueño idílico y eterno -con crueldad- dejando ver sin tapujos sus debilidades e incertezas. Poniendo en el ridículo más de un mandato litúrgico y desnudando el sentido de la tragicomedia que se ríe de si misma, los Coen izan su bandera de buen cine. Fieles a sus principios, cuestionan hasta el mismísimo sentido de la vida y dejan salir a la superficie más de un recuerdo de la infancia que le da al film un tinte autobiográfico.
Un hombre serio es por momentos brillante, inabarcable. En otros algo reiterada. En tono de comedia satírica, Un hombre serio, comienza con una suerte de cortometraje, en apariencia independiente del resto del film, donde una pareja del siglo XIX se encuentra con la presencia de un espíritu reencarnado. El relato pertenece a la tradición judía de Europa oriental. Esta narración es significante para comprender la película, pues se integra sobre el final, de un modo ciertamente inquietante, en absoluto exento de espíritu burlón. Fuera de ello, la historia que se cuenta a lo largo del film es la de Larry Gopnik, un profesor judío practicante quien, hacia 1967 y en EEUU, ve derrumbarse su vida, normal, gris, anónima. En momentos en que espera convertirse en un catedrático en la universidad donde trabaja, afloran los problemas con sus hijos, su esposa, su hermano, un alumno chantajista y el increíble amante de su esposa. Todo sucede como parte de una serie continua de acontecimientos normales, encadenados, aunque estancos entre sí. Lo que es habitualmente inverosímil, se hace por obra del talento de los Coen, perfectamente real, como en gran parte de su cinematografía. Lo que estos realizadores construyen con precisión (y por momentos excesivo énfasis formal), es una mirada ácida sobre esa realidad del medio oeste estadounidense, de clase media, en un momento particular de su historia. Para ello utilizan tanto la construcción plástica como el audio y los códigos actorales. Este último aspecto es notable. La elección de los actores y el modo de actuar, están marcados por cierto falsete, aun cuando muy controlado, y salvado de cualquier pretensión de grotesco. En este sentido el trabajo de Michael Stuhlbarg, el protagonista, es imprescindible, tanto como el de Fred Melamed, el amistoso amante de su esposa. El arte visual del film, es, siguiendo la impronta de los realizadores, un elemento esencial para sostener la película. Tanto el encuadre, como el tono general y la textura de la imagen, son utilizados para contar esa realidad con sarcasmo, aunque conservando cierta amabilidad con el pobre protagonista. La clave de acceso a todo aquello que la película pretende problematizar, está en la frase que abre la película: Acepta con simplicidad las cosas que te suceden. El protagonista hará caso omiso y buscará en los rabinos, fuente de sabiduría comunitaria, posibles respuestas. Lo que ellos hacen es darle esas respuestas, aunque las mismas nunca son certeras, nunca útiles, nunca sabias. Mientras tanto la vida fluye, sucede, se desvanece, y allí la voluntad de torcer la realidad parece por momentos inútil. Y lo que los Coen ponen en evidencia, es el modo en que las personas luchan (luchamos) contra esa realidad. Y así hacen de cada uno de los miles de Larry Gopnik existentes, un sujeto risible. La película está plagada de referencias a la cultura judía tradicional, cuyo conocimiento aporta mucho a la mayor comprensión de los hechos contados. Esto puede limitar la posibilidad de entender a fondo algunas complejidades del relato. Un hombre serio es por momentos brillante, inabarcable. En otros algo reiterada. Pero por sobre todo, es un trabajo que confirma que los hermanos Coen son autores de una obra que puede mirarse retrospectivamente, y encontrarse en ella claves temáticas y estéticas que se conservan y evolucionan. Un hombre serio puede relacionarse con Barton Fink y Fargo, aun cuando, en mi opinión personal, debe mirarse especialmente en relación con ¿Dónde estás tu hermano?, película imprescindible del cine moderno.
La primer escena de esta película, probablemente nos haga creer que de comedia no tiene nada, o muy poco, y en parte, es cierto, porque "Un hombre serio", es un drama, con algunas escenas (varias, pero no demasiadas) de comedia repartidas a lo largo del film. En esta oportunidad, los hermanos Coen nos presentan una historia "simple" y un tanto trágica, pero con varias situaciones inesperadas, que a uno lo toman por sorpresa y le dan buen ritmo al film. Sin dudas, escuchar el tema "Somebody to love" de Jefferson Airplane en la primer escena de la película (primer escena después de la indrucción), marcó un excelente comienzo, al menos en lo personal, porque creo que ese tema va perfectamente con la situación en la que se encuentra el personaje, y hace que la película empiece bien arriba! Como bien saben quienes son fieles seguidores de los Coen o minimamente han visto dos o tres de sus películas, tienen un estilo de escribir, de dirigir, y de idear una película, bastante particular, es ese "no se qué" que logra que cada película termine teniendo su sello, lo cual valoro muchísimo, porque marcar la diferencia entre tantos trabajos, no es cosa fácil. No me considero fan de los Coen, pero sí les puedo decir que me gustó mucho ver "Un hombre serio" en el Cine, y seguramente la vuelva a ver más adelante en dvd, porque tiene ciertas cosas que vale la pena ver más detalladamente. Principalmente me gustó encontrarme con escenas muy típicas de ellos, algunas de humor, otras más dramáticas, y alguna que otra incluso un poco bizarra. Imposible olvidar escenas como cuando el protagonista va al médico y este le ofrece algo poco común (viniendo de un médico, claro), al estudiante asiático, o el "Get" :P Si hablamos del elenco, hay varias caras conocidas, como Richard Kind, Simon Helberg o el mismo protagonista, Michael Stuhlbarg, seguramente de alguna película o serie los tienen. En general están bastante bien las actuaciones, eso sí, no hay ninguna actuación sobresaliente, pero bueno, tampoco hay ninguna malísima. "Un hombre serio" sin dudas tiene el toque de los Coen, y para algunos eso es suficiente para que vayan al Cine, así que al resto les digo que si disfrutan de este tipo de Cine, o están dispuestos a ver por primera vez una película de ellos con la mente bastante abierta, lo hagan porque van a pasar un buen rato. Luego de ver "Un hombre serio", sólo me quedan ver dos de las diez películas nominadas al Oscar como "Mejor Película", y si bien puede que esta no sea una GRAN película, comparada con el resto de las nominadas...tiene bien merecida su nominación, aunque veo un poco difícil el hecho de que ganen. Pero bueno muchachos, ya se llevaron uno por "Sin lugar para los débiles" hace bastante poco (en el 2007 más precisamente), así que no se pueden quejar! ;)
Demasiada presión Los hermanos Coen, acostumbrados a dar vuelta la página cada dos por tres, se despegan de dos distinguidos filmes seguidos, como "Sin lugar para los débiles" y "Quémese después de leerse" para internarse en un mundo que conocen bien. La estructura familiar judía de fines de los ´60 y principios de los ´70 se cita con una buena recreación para darle cuerpo a la historia de lo que llamaríamos un "desgraciadito", el pusilánime y buenazo de Lawrence Gopnik (Simon Helberg), profesor universitario del que todos están dispuestos a aprovecharse sin el más mínimo asomo de consideración. Ventajeado por su aún más pusilánime hermano Arthur, por sus hijos adolescentes e incluso por algún que otro alumno, Larry recibe el golpe de gracia cuando su mujer le anuncia que quiere divorciarse para casarse con uno de los hombres más respetados de la colectividad; no sólo eso, sino que debe correr con todos los gastos imaginables. Problemas de salud, conflictos con vecinos y un inminente Bar Mitzvah todo se confabula en contra del pobre Larry, que a medida que pasan los días comienza a manifestar el stress que lo invade. Entre tanto, su familia y entorno derivan en sus propias historias pequeñas y mezquinas, sin percatarse de lo que pasa por su cabeza o las preocupaciones con las que él debe lidiar. Se genera así un clima asfixiante, a medida que el espectador siente subir su propio émbolo de tolerancia al ritmo del nerviosismo del protagonista. Sin ser "El quinteto de la muerte", esta particular comedia negra (negrísima por momentos) no pasará a la historia como lo más destacado en la filmografía de los Coen. No hay que achacarle el escaso interés o los baches al elenco (que consta de varios desconocidos, si comparamos las figuras que suelen convocar Joel y Ethan para sus últimas producciones), sino a algunas chaturas de un guión que es tan elíptico y lleno de trampas como las sentencias de los sucesivos rabinos a los que consulta el protagonista. Con un arranque y un final muy buenos, la flojera de algunas situaciones troncales y ciertos fallos un poco molestos de continuidad perturban el buen ritmo de una historia que, si bien contiene una moraleja, se las arregla para eludir a su espectador generando expectativas que no llegan a cuajar. De todos modos sigue siendo una buena opción para quienes encuentran en el cine no sólo la excusa de un entretenimiento o un pasatiempo, sino el goce de una escena bien filmada, resuelta con acierto desde lo visual.
¿Qué he hecho yo para merecer esto? Otra joya de metafísico humor negro de los hermanos Coen. Todo lo que puede salir mal, va a salir mal". La frase, popularmente conocida como "La Ley de Murphy", podría aplicarse también al personaje principal de Un hombre serio y, en cierta medida, a esa mezcla de pesimismo, paranoia y culpa producto de la cultura judía que recubre el filme. Aunque no lo parezca, la nueva obra de los hermanos Coen tal vez sea la película más judía de la historia del cine. No tanto por lo que cuenta, sino por las sensaciones que transmite. Más allá de que los protagonistas sean judíos -conservadores y practicantes-, lo que los Coen han logrado es transmitir una especie de "estado de la mente" que, si bien no es exclusivamente propio de los que profesamos esa religión, incluye muchos tópicos identificables: obsesión, paranoia, culpa, miedo, confusión y la sensación de que, no importa lo que hagamos (y el esfuerzo que pongamos en la tarea) lo más probable es que salga mal. A Larry Gopnik le sucede todo eso y más. De a poco, su vida en los suburbios de Minneapolis a fines de los '60 se va desarmando, como una construcción que no se puede sostener más. El cambio es cultural (Jefferson Airplane suena en la radio; una vecina divorciada toma sol desnuda y fuma marihuana) y Gopnik está, literalmente, en el frente de la tormenta. Larry es un profesor universitario de física que trata de explicar a sus alumnos el Principio de la Incertidumbre de Heisenberg (o bien cómo la ciencia no puede determinar con exactitud ciertos hechos), pero le cuesta conseguirlo. Un estudiante intenta coimearlo para que lo apruebe y de ahí en adelante los caminos se encadenan hacia el cadalso: su mujer lo deja por un colega y él es quien debe mudarse de su casa; sus hijos ya no le prestan ninguna atención y le roban plata (o gastan a su cuenta); su hermano -que vive con ellos- está al borde de la locura y tiene problemas con la policía; su vecina intenta seducirlo, su vecino "goy"se adueña de su jardín, sus jefes empiezan a sospechar de él y así ... Larry, abrumado, termina recurriendo a "los rabinos" del lugar. "¿Por qué a mí? ¿Qué hice para merecer esto?", quiere saber. Pero los rabinos no resultan tan útiles como supone, con sus parábolas incomprensibles y sus metáforas bíblicas de confusa aplicación. Larry deberá enfrentar el mundo que cambia con las armas que le quedan. Esto es: solo y abandonado (por Dios, la ciencia, el destino) a su suerte. Los directores de Barton Fink -película a la que Un hombre serio se parece, en espíritu y tono misterioso- han contado varias veces historias de seres bastante patéticos a los que la vida y las circunstancias les juegan malas pasadas, condenados de entrada, bueno, por estar en una película de los Coen. Aquí las cosas no cambian demasiado en lo narrativo, pero sí en algo esencial: en la curiosa forma de empatía que los directores tienen por el sufrimiento de Larry. Tal vez sea por tratarse de una historia con tintes autobiográficos (y que los toca de cerca), pero lo cierto es que aquí mezclan el humor que generan las desgracias que atraviesa el protagonista con una sensación de tremenda tristeza y angustia por lo que debe soportar. Un exceso de malicia les impide que la película sea una obra maestra. Pero más allá de esa irrefrenable e infantil misantropía -no pueden evitar ser los chicos más vivos del grado-, los Coen encontraron en su infancia una forma de volver a sus temas más interesantes y a repasar su judaísmo, que aún desde la distancia irónica, es parte fundamental de su ADN como artistas y -uno supone- también como personas.
Una oscura tragicomedia Los Coen encontraron en la comunidad judía el material para su humor sombrío Los hermanos Coen siempre sorprenden con algún cambio de rumbo. Esta vez no hay venganzas sangrientas como en Sin lugar para los débiles ni improvisados detectives puestos a descifrar presuntos secretos de Estado en una farsa insensata como Quémese después de leerse . Ahora se han puesto más serios -sin abandonar, claro, el humor negro ni el nihilismo y mucho menos la crueldad-, y algo autobiográficos: han vuelto a la comunidad judía de su infancia para componer una fábula sombría y amarga de la cual se concluye que es en vano buscar respuestas a los grandes interrogantes que plantea la vida y mucho más en vano todavía esperarlas de un dios que calla y quizás hasta se divierte con las miserias y los padecimientos de los hombres. Como hacen ellos mismos en ese Olimpo desde el que manejan el destino de sus criaturas. El film lleva su marca registrada, lo que significa -además de imaginación, irreverencia y maestría para la puesta en escena y la dirección de actores- que deleitará a sus incondicionales; desconcertará (y quizás aburrirá un poco) a los que sólo van en busca de su humor absurdo, e irritará a quienes juzguen que el exacerbado patetismo que hay en la pintura de los personajes responde menos a la intención satírica que a un impreciso resquemor. "Recibe con simplicidad todo lo que te suceda", reza el epígrafe al cabo del prólogo, en idish y sin subtítulos, que recrea en una imprecisa aldea centroeuropea del siglo XIX el encuentro (con desenlace trágico) de un campesino y un anciano que podría ser un dibuk. Para ilustrar la cita, ahí está, cien años después y en un suburbio de Minneapolis, el profesor judío de física cuya gris rutina se ve alterada de repente por una andanada de golpes: un alumno quiere coimearlo; mensajes anónimos amenazan su promoción; su hermano se mete en líos con la policía; sus hijos sólo le dan preocupaciones, y, para colmo, su mujer le pide el divorcio para casarse con un amigo de la familia. Brotan a su paso conflictos que no le dan tregua. ¿Qué hacer? Los abogados no ayudan demasiado; la matemática tampoco: la única certeza que le da es que las certezas no existen. Recurrir a la religión parece el camino correcto, pero los rabinos sólo responden con nebulosas parábolas o están demasiado ocupados para atenderlo. Los Coen se divierten registrando esa pesadilla y ese desasosiego y hallando en la comunidad judía material para su malicioso humor. Quizá pueda percibirse esta vez alguna sombra de desgarro personal (bajo la risa palpita tal vez la misma desazón de sus criaturas). Pero ellos, ya se sabe, saben tomar distancia. Y por si acaso tienen siempre a mano el escudo del cinismo.
Un “Amarcord” judío Michael Stuhlbarg se luce en el papel del atribulado profesor de física sobre el que trata Un hombre serio. Los Coen eligen contar la historia con una estructura episódica deliberadamente inconclusa. Aunque a priori no lo parezca, e incluso pueda resultar desconcertante, Un hombre serio quizá sea la película más íntima y personal de los hermanos Coen, una suerte de Amarcord judío hecho por dos cineastas que recuerdan con una mezcla equivalente de nostalgia, humor y también una angustia profunda cómo eran las cosas en su tierra natal de Minnesota allá por 1967. O sea, la época en que entraban en la adolescencia y seguramente los perseguían tanto sus hormonas como sus problemas religiosos y de conciencia. O los de sus padres. El protagonista al que alude el título, el hombre serio, o al menos aquel que quiere serlo, probándoselo tanto a sí mismo como a su familia, es Larry Gopnik (estupendo Michael Stuhlbarg), un profesor de física a quien de pronto, como si le hubiera caído encima una maldición divina, todo empieza a irle de mal en peor. “Hashem siempre tiene sus razones”, le explica alguien con espíritu religioso, como si tuviera que atravesar una prueba talmúdica. Un chequeo médico lo tiene en vilo, espera con ansiedad su nombramiento como catedrático universitario (a sabiendas de que el comité que decide su suerte está recibiendo cartas anónimas que lo descalifican), un estudiante coreano y su padre quieren sobornarlo para que apruebe la materia, su hijo tiene problemas disciplinarios en la escuela y su hija quiere operarse la nariz. Como si todo esto fuera poco, Larry está cada vez más corto de dinero, tiene a su cargo a su hermano mayor (que parece un niño) y, last but not least, su esposa le pide un “gett” (“¿Un qué?”, todos preguntan), un ritual de divorcio, para casarse con el hombre a quien Larry más detesta en la vida. Que en medio de todas estas calamidades llame a su oficina un vendedor del Columbia Records Club para recordarle que tiene impagas las cuotas del LP Abraxas, de Santana, que él no recuerda haber adquirido, parece lo de menos. Lo más original del film de los Coen es la estructura episódica, deliberadamente inconclusa, con que los autores de Fargo van pautando esta serie de pequeñas y grandes desgracias. Hay algo que se manifiesta como verdaderamente hermético, insondable, en esa serie de viñetas truncas, que incluyen relatos dentro de otros relatos, como la delirante historia de un dentista judío que descubre escondida, inscripta en la dentadura de un goy, una suerte de pedido de auxilio existencial. Que a Larry no se le ocurra mejor idea para solucionar sus muchos conflictos domésticos que recurrir al rabino de la comunidad (quien lo derivará primero a otro y luego a un tercero, a cuál más inescrutable) no hará sino sumir al personaje en un universo tan absurdo y abrumador como el que acosaba a aquel atribulado guionista llamado... Barton Fink. Citas a la Cábala, a ese espíritu maligno del judaísmo llamado “dybbuk” (en un magnífico prólogo realizado a la manera del teatro Yiddish) y al antisemitismo manifiesto de algunos vecinos de Larry, no impiden a su vez momentos de humor adolescente, como cuando el muchacho enfrenta la ceremonia del bar mitzvah bajo la alegre influencia de un porro recién adquirido. Film raro, desconcertante, atípico, que se cierra de la misma manera oscura con que se abre, Un hombre serio viene a demostrar, después de Sin lugar para los débiles y de Quémese después de leerse, hasta qué punto el cine de los Coen todavía tiene caras ocultas para descubrir.
La arbitrariedad de unos diositos llamados Coen La leyenda cuenta que el físico Laplace, consultado por Napoleón respecto de cómo pudo escribir su Mecánica celeste sin mencionar a Dios, respondió: “Señor, no necesité de esa hipótesis”. Como la mayoría de los cuentos encantadores de la historia, seguramente es falso. Doscientos años más tarde, es probable que los hermanos Coen tampoco requieran de Dios como hipótesis para una fábula judía llena de rabinos, pecados y castigos como Un hombre serio, pero sí requieren absolutamente de la existencia de los hermanos Coen como dioses arbitrarios. El método Coen consiste básicamente en inventar situaciones y personajes para burlarse de ellos. Se supone que este procedimiento deviene en sátira –no necesariamente en sátira cómica–, pero por lo general el único fin que aplaudamos el ingenio (o más bien la piolada de los realizadores). Así, sus mejores películas son aquellas donde algún actor se hace cargo de su criatura y lo dota de algún espesor humano (El gran Lebowsky gracias a Jeff Bridges) o aquellas donde la fantasía desaforada se impone (Simplemente sangre, Educando a Arizona). Veamos un poco Un hombre serio. Larry Gopnik es profesor de física; tras rechazar el aparente soborno de un estudiante, y al mismo tiempo que a su hijo le incautan en clase una radio portátil (donde tiene el dinero para pagar una deuda por marihuana), el mundo se le viene encima: su esposa decide dejarlo para vivir con su amante en la casa familiar, el dinero no le alcanza, su hermano es acusado de abuso sexual, su seguro ascenso está en peligro y las repetidas visitas a sucesivos rabinos no sólo no le resuelven la vida sino que la complican mucho más. Como si fuera poco, quizás esté enfermo. Esto, que podría ser un hermoso resumen del mejor humor judío (uno acostumbrado a reír de las desgracias, uno tan humano como eso), es en realidad un amasijo de desgracias rodado de modo solemne, con distancia irónica y personajes diseñados como menos que humanos. Es cierto: es un punto de vista y un método que ha dado obras maestras como Los viajes de Gulliver. Pero la obra de Swift es literatura, un arte donde la imaginación transforma las letras en lo que desea el lector; y, después de todo, el que narra es Gulliver. No aquí por dos razones. La primera, que las imágenes carecen de profundidad: al tipo le va mal y toda la puesta en escena subraya esa idea. La segunda, que lo que le sucede es tan arbitrario como el peor de los finales felices. A Larry le pasa no lo que Dios dispone, sino lo que los Coen creen que da pie a la burla y la ironía. Ni un segundo de respiro ni de felicidad, pero no porque “el mundo sea así” sino porque los divinos hermanos lo disponen. Y el problema grave es que, al descubrir finalmente el método que sostiene el film, todo se vuelve aburrido. Ejemplo: dos autos se mueven en montaje paralelo por diferentes calles. Uno, el de Larry; otro, el del amante de su mujer. Sabemos, desde el comienzo de la secuencia, que pasará lo peor posible, y pasa. Así todo. La peor desgracia de Larry, ese pobre hombre creado específicamente para sufrir y que nos divierta con su sufrimiento es que, al final, nos importa demasiado poco.
Un hombre en contramano. Esa podría ser una sinopsis de tres palabras para la última creación de los hermanos Coen. No es una historia sobre grandes hechos ni conflictos que deberían resolverse al final del metraje. Es sobre la humanidad misma y todas las convenciones sobre las que se basa nuestra raza. Tiene como protagonista a Larry Gopkin, un hombre que ha intentando hacer lo correcto toda su vida. Obedeció los principios de la tradición judía, cumplió su trabajo con una moralidad intachable, ayudó a su familia sacrificando su propia comodidad, no cayó en el pecado de la infidelidad, etc. El Señor parece no recompensarle su muy buena conducta: un divorcio en puerta, la traición de un amigo, hijos caprichosos y demandas desafiando sus valores y economía. De esta manera empieza el desmoronamiento de este ser, mientras busca por todos los medios una forma para salir a flote. La dupla inventora de películas de culto como El Gran Lebowski, Fargo y Sin Lugar Para los Débiles vuelve a brillar con su exquisita pluma. El guión es existencialista. Derriba toda creencia que uno pueda sostener y desequilibra los pilares religiosos que poco sirven en la práctica. Con una dosis extrema de pesimismo, la trama nos muestra un mundo (en la década, se intuye, de los sesenta) sonámbulo y sin certezas que nos invita a reflexionar sobre cuál es el rumbo correcto a seguir: hacer el camino que nos marcan normas preestablecidas o negociar con la decadente realidad. Terrible sería estar en los zapatos de Larry, pero el absurdo de las situaciones que le acontecen hacen que uno se divierta con su trágico pasar. En este caso, pocas líneas son efectivas para crear una carcajada colectiva, pero en conjunto con las imágenes, la pesadilla irreal que se plantea no deja otra alternativa que reírse ante semejante mundo del revés. Si luego de salir de la sala, uno se detuviese a meditar sobre la profundidad de lo que vio, seguramente el estado de ánimo cambiaría. Pero es mejor reír que lloran, dicen. El elenco no es conocido y la mayoría de los que lo conforman provienen de la actividad teatral, como el líder Michael Stuhlbarg. Sin objetar la impecabilidad del reparto, lo que sería prudente apreciar es la calidad de la dirección de estos artistas. Pocos cineastas han sabido encontrar intérpretes con características físicas, fónicas y gestuales exactas para cada rol como este clan, quienes luego moldean estas performances a tal punto de lograr una conexión estilística entre los diversos actores que participaron en su legado. Suele notarse con los personajes de mayor edad. En Un Hombre Serio, sin demasiados minutos en pantalla, ellos logran esbozar una risa con tan solo una mirada, un estornudo o con su particular andar. Tras no haber colaborado en Quémese Después de Leerse, Roger Deakins volvió a ser el director de fotografía de la filmografía de los responsables de El Hombre Que Nunca Estuvo. El manejo de las sombras, que denotar y que tapar de los rostros y escenarios, contribuye al sinfín de simbolismos que yacen en el fílmico. La banda sonora de Carter Burwell, combinado con la canción “Somebody to Love” de Jefferson Airplane, un clásico que aquí sirve de leit motiv, funcionan correctamente. Asimismo, vale destacar la ambientación de la etapa con la escenografía, el vestuario y la caracterización estética. Con su regreso a la comedia negra, los Coen traen un producto no apto para personas con baja autoestima ni fanáticos espirituales. Un filme al que hasta Ingmar Bergman consideraría depresivo y seguramente estaría en la colección de favoritos de Arthur Schopenhauer.
La ley de la incertidumbre. Todo es incierto. No hay respuestas. No hay verdades. No hay seguridad. No se puede confiar en el prójimo. No se puede “creer”. No se puede tener fe. Básicamente, los hermanos Coen han desplegado durante toda su carrera un tono visualmente surrealista y narrativamente pesimista, patético, nihilista, miserable. Una mirada cruel, anárquica de la humanidad, donde solo una mujer policía embarazada, es la única, en su mundo, capaz de salir indemne, de la crítica feroz, que los hermanos han desarrollado durante toda su filmografía… y cada vez están peores… Porque los Coen son expertos, ya sean agregando una cuota mayor o menor de comedia, drama, o suspenso en destrozar a sus personajes, avergonzarlos, humillarlos, estupidizarlos al extremo de la incomodidad. Convertirlos en víctimas de una estupidez aún mayor, que es la raza humana. Y posiblemente me quedo corto. En Mar del Plata, dije que necesitaba extenderme un poco más en el análisis de esta genial obra. Acá va el porqué. En Un Hombre Serio, los Coen introducen a un personaje identificable, querible pero tan patético, contradictorio y obsesivo como Barton Fink o Ed Crane (Billy Bob Thorton en El Hombre que Nunca Estuvo, junto a la película en cuestión, los mejores trabajos de los directores en opinión de este “crítico”). Larry Gopnik es un hombre serio. O por lo menos eso pretende ser. Profesor de física, pero que nunca ha cuestionado las tradiciones judías, hasta que empieza a ver, como su mundo y sus creencias empiezan a venirse abajo: la mujer lo abandona por un amigo, que le habla en tono conciliador y racional, completamente odioso y soberbio; un alumno coreano y su padre intentan sobornarlo y chantajearlo a la vez, su hermano es un enfermo jugador compulsivo y redactor de absurdas teorías matemáticas, y su hijo tiene sus propios problemas a medida que se aproxima su Bar Mitzvah. Pero lo que realmente le molesta a Larry es no conseguir respuestas. No puede resolver sus problemas por medio religioso, porque las respuestas de los rabinos son contradictorias. Se basan en cuentos sin moraleja definida, que no responden los cuestionamientos existencialistas de Larry. La matemática y física que explica dan millones de vueltas para terminar siendo… inciertas. No se puede confiar en la familia, no se puede confiar en los amigos, ni en los vecinos… El amor no existe siquiera en el mundo de Larry. Los Coen, no solamente crean un ensayo cínico, malicioso, irónico sobre la incertidumbre, sino que además crean narrativamente la película como un gran rompecabezas, una incertidumbre de guión. Larry no consigue respuestas, el espectador tampoco. ¿Por qué el film empieza con un cuento sobre una familia tradicionalista y supersticiosa en la Rusia del siglo XIX? Uno puede crear hipótesis relacionadas con la manera en que los mitos y la ambigüedad siguen presentes en la tradición judía, pero ciertamente es que los Coen, en la estética e inclusive en la adaptación de formatos de la pantalla quisieron diferenciar el corto de la película en sí. Cuando vi la película en Mar del Plata, los espectadores creían que era problema del proyector, sin embargo en una segunda visión en Buenos Aires, he notado el mismo problema. Bueno, no lo es. Los Coen hicieron una película con dos formatos de pantalla: 4:3 (pantalla cuadrada) a 16:9 (pantalla rectangular). La meticulosidad de creación del film permite apreciar que nada es azaroso en el mundo Coen: la letra de la canción de Jefferson Airplane, “Somebody to Love” termina teniendo participación diegética en la trama (prestar mucha atención a las palabras del último rabino al final). La corrupción de la moral ha sido un tema preferido de los directores estadounidenses. A veces banalizado, a veces solemnizado. Los Coen prefieren reírse de ello. Lo toman como una variable absoluta. Todos terminamos moralmente corrompidos a fin de nuestros propósitos o de beneficiar nuestro entorno. La desgracias se convierten en beneplácito y agradecemos por ello. Los Coen no respetan la vida ni la muerte, las tradiciones ni las creencias. Un Hombre Serio probablemente es su película más personal y autobiográfica con respecto a sus infancias, pero también es ideológicamente la obra en que mayor vomitan toda su paranoia y culpa (judía?). Tratan de alejarse de su tradicional estética, no por eso, cada plano, cada cuadro, es extremadamente cuidadoso, planificado, pero esta vez no hay grandes angulares, no hay lentes que exageran el rostro de sus personajes. No los necesitan. Todos los personajes son exagerados de por sí, pero creíbles, a pesar de todo. Odiosamente creíbles. Si en Quémese Después de Leerse, la estupidez de sus personajes era tan obvia y subrayada, al punto de que parecen sacados de una película de los hermanos Marx, el naturalismo de los personajes (y el excelente elenco prácticamente desconocido, donde se destaca Stuhlbarg y Richard Kind) de Un Hombre Serio benefician a que el espectador no se quede afuera. O sea, como siempre los Coen son mucho más inteligentes que el espectador, los personajes, y por supuesto lo hacen notar a cada segundo. Los ayudantes tradicionales de los Coen, Carter Burdwell en la banda sonora y Roger Deakins en la fotografía (no incluyo a Roderick Haynes como montajista, porque es el seudónimo de los directores) aportan a crear esta atmósfera depresiva, fría, casi psicodélica, propia de los suburbios de los ‘60s. Los Coen son fieles a la narración tradicionalista judía, pero la trangiversan a su piacere. Si los cuentos morales judíos, buscan respuestas en historias de personas comunes a las que les suceden eventos extraordinarios, o en sueños, que en forma simbólica, representan las acciones que las personas deben tomar para seguir su vida (hay que buscar la semiosis en la historia de José, de la Biblia), Joel y Ethan deciden con los respectivos relatos y sueños confundir más al protagonista y aumentar la paranoia general. En ese sentido, ni Woody Allen, un ateo confeso, se ha animado a cuestionar tantos preceptos y tradiciones. Ambos utilizan el humor, pero mientras que Allen es suave y superficial, los Coen son incisivos y molestos. Sin demasiadas pretensiones, los directores, construyen una obra redonda, pero abierta a múltiples discusiones, reflexiones sobre el sentido de la vida, con un final extraordinariamente agnostico, pero creyente. Al igual que los Monty Pythons, les interesa poco y nada, dar respuestas a ello. Básicamente, siguen siendo los molestos chicos que juegan en la esquina del arenero. Solo que, esta vez, desde su rinconcito, han creado un monumental castillo, una obra maestra… apenas con un puñado de arena y buenas ideas.
Un producto atípico y tedioso El punto de partida de esta nueva comedia de los hermanos Joel y Ethan Coen es "Recibe con simplicidad cada cosa que te ocurre". Una película estructurada en episodios que sigue los días de una familia judía de clase media en la década del sesenta. Tiempos de tormenta (o de tornado, mejor dicho) se avecinan para este padre a punto de ser abandonado por su mujer, quien sale con un conocido de ambos. A esto se suma, un alumno coreano de su establecimiento que lo chantajea para ser aprobado; un hijo adolescente que hace pedidos de discos que él tiene que pagar; una hija que quiere hacerse una cirujía en la nariz y un hermano con problemas que duerme en el sillón. Todo junto es demasiado, pero el día de furia nunca llega. El film, nominado para los premios Oscar en el rubro mejor película, es una exageración. Un hombre serio es una sucesion de situaciones aisladas y desgraciadas más que graciosas. El relato examina la moral de un hombre al borde del estallido, a través de conversaciones con rabinos, preparativos del Bar Mitzvah y situaciones que aportan escaso interés a la trama. Los realizadores se alejan de la violencia de Simplemente sangre o de Sin lugar para los débiles, incluso del humor de Quémese después de lerrse y se sumergen, inexplicablemente, en una comedia localista, hermética y tan personal como aburrida.
¿Recuerdan la ultima vez que una película no despertaba ningún tipo de simpatía en ninguno de los personajes, ya que eran odiosos, estupidos, casi sub normales? Yo lo recuerdo, fue en Quémese Después de Leer. Y estos (pobres) personajes, odiosos, estupidos y casi sub normales tuvieron que aguantar el lápiz óptico señalador de los Hermanos Coen en la cara durante toda la película, para mostrarlos como una clase magistral en un pizarrón sobre la estupidez humana y “que mal esta el mundo”. La película era mas chata todavía que ese pizarrón, sin ningún tipo de relieve, con la visión del mundo mas indignante que se pueda ver en el Hollywood contemporáneo y gritada a los cuatro vientos desde arriba de un banquito acusador por este par de hermanos-profesores ciruela. Como buenos autores que son, la visión del mundo que tienen es coherente y la historia se repite una vez más. En Un Hombre Serio no hay un solo personaje querible, ninguno de esos personajes que Hollywood supo construir a lo largo de los años, valientes, carismáticos, héroes, villanos, malditos, sanguíneos etc., que coparon la pantalla para hacernos vibrar, para hacernos sentir que ahí en el cine hay algo que es mas grande que la vida. Si hay otra vez personajes odiosos , estupidos y casi sub normales y por supuesto los Cohen , subidos al techo de la casa de esa familia de clase media judía , mirando a todos desde arriba , divirtiéndose con los estupidos , burlándose de ellos una y otra vez. Los hijos de Larry Gopnik (Michael Stuhlbarg) son los hijos de puta más indolentes que yo recuerde en una película americana. Nada los perturba, ni los problemas de pareja de sus padres, ni la desintegración de su familia, ni la muerte, nada. Los Coen se reflejan en estos insolentes personajes, egoístas y canallas, casi expiando los dolores del pasado. Ahora se divierten creando personajes hechos (y de) mierda sin ninguna posibilidad de redención. Se divierten con Larry Gopnik más que Gibson con Cristo. Encima de castigarlo, lo humillan en la búsqueda de convertirse en un “hombre serio” una especie de categoría moral que inventaron estos hermanos de pacotilla para burlarse infinitamente de su personaje principal. En Sin Lugar para los Débiles los Coen estaban identificados con la línea narrativa que tenia el personaje de Tommy Lee Jones y por primera vez quizás , desde una posición terrenal , daban su visión desoladora del mundo sin subirse al estrado a gritar. Lastima que esta línea era redundante, porque ya estabamos viendo en la parte valiosa de la película (el western entre Bardem y Brolin) lo mal que estaba el mundo. Entonces podemos concluir que los Coen, si bajan a la tierra son redundantes y si se paran en el techo de una casa a gritar, como en Un Hombre Serio son viles, crueles y canallas.
Pormenores de la resignación Resulta extraordinario que los hermanos Joel y Ethan Coen todavía puedan venderle a Hollywood una película tan exquisita y valiente como Un hombre serio (A Serious Man, 2009), tercer opus seguido en el que los realizadores apabullan a pura inteligencia. La seguidilla iniciada con Sin lugar para los débiles (No Country for Old Men, 2007) y continuada con Quémese después de leerse (Burn After Reading, 2008) encuentra su correlato perfecto en esta comedia negra que combina el humor mordaz de la segunda con los detalles abstractos de la primera, elipsis y tragedias incluidas. Sin embargo debemos aclarar que en términos conceptuales la propuesta reenvía al tono de sátira implícita de Barton Fink (1991) y El hombre que nunca estuvo (The Man Who Wasn''t There, 2001), aunque con una virulencia que recuerda a El gran Lebowski (The Big Lebowski, 1998). Luego de un hilarante prólogo acerca del conflicto que despierta en una pareja la aparición o no de un “dybbuk”, un cuerpo poseído por un alma condenada, la historia propiamente dicha comienza presentando los infortunios de Larry Gopnik (Michael Stuhlbarg), un profesor de física amante del rigor académico, la “seriedad” del título: un estudiante asiático pretende sobornarlo, su mujer le pide el divorcio, sus hijos no le prestan la más mínima atención, su hermano tiene actitudes de parásito, se siente atraído por su vecina y para colmo de males ve peligrar la posibilidad de convertirse en un catedrático a raíz de una misteriosa serie de cartas en las que una figura anónima se divierte denigrándolo. Estas tristes circunstancias lo van llevando en forma progresiva hacia una crisis existencial de increíbles connotaciones, en función de la cual solicitará asistencia a tres rabinos diferentes. Si bien el film lanza sus dardos contra la religión y filosofía judías, en sí éstas constituyen otra metáfora más de la deplorable cultura estadounidense y los juegos de espejos tras el siempre escurridizo “sueño americano”. Aquí más que el consumismo, la estupidez, la violencia casual, la sed de éxito o el culto por la belleza, prevalece lo que aparenta ser el extremo opuesto del andamiaje social: una suerte de auto- marginación generada por una cosmovisión hueca sumida en la pasividad, el empecinamiento y la indulgencia. En varias escenas Larry afirma que “no ha hecho nada” para merecer esto o aquello, ese es precisamente el leitmotiv: los Coen cargan las tintas con sabiduría sobre cada uno de los pormenores que caracterizan a la exasperante resignación del protagonista, un ser que jamás considera devolver los golpes recibidos o por lo menos defenderse según la ocasión. El atrevimiento cinematográfico de los directores pasa por el hipnótico pulso narrativo, una trama inconformista saturada de un cinismo demoledor, el trasfondo lúdico del proyecto en conjunto y la ejemplar utilización de un elenco de ilustres desconocidos, casi todos con una vasta experiencia a cuestas. Destaquemos la labor de Richard Kind como el hermano, la de Fred Melamed como Sy Ableman y en especial el desempeño del estupendo Stuhlbarg. Más allá del prodigioso desarrollo de personajes o los diálogos de ensueño, la genialidad de estos creadores solitarios arremete con una furia digna de sus mejores obras. Mucha marihuana, situaciones patéticas, cantidades generosas de hebreo y la clásica Somebody to love de los Jefferson Airplane son elementos de este retrato de un país cuya “fe” se tambalea al ritmo del desconsuelo de un Job moderno que busca certezas donde no las hay. Secuencias como la de los dientes del “goy”, la pesadilla de la fuga a Canadá o el “descubrimiento” de la vecina ponen de manifiesto la enorme capacidad de los hermanos para trazar alegorías de una profunda riqueza simbólica, las cuales a su vez cumplen a la perfección el rol que se les ha asignado en consonancia con un verosímil enrarecido. Tampoco obviemos el contexto autobiográfico del relato: la acción se sitúa en los suburbios de Minneapolis durante 1970, año de edición -como se señala- del Abraxas de Santana y el Cosmo''s Factory de Creedence Clearwater Revival. Nuestro antihéroe de turno, respetando la lógica de la mediocridad, sufre impasible y confundido los duros embates de familia, colegas, extraños y el mismo Hashem, ese Dios que se parece a los Coen de tanto sadismo para con los humanos más grises. El Apocalipsis final indica que todos merecemos morir…
Una pesadilla que se nutre de elementos de la cultura judaica sin alterar el tono parsimonioso y digresivo de esta nueva propuesta de los hermanos Coen, que seguramente no llegue a quedar como una de las favoritas en la recta final de los Oscars. Austera desde el punto de vista narrativo, la historia planteada, en una estructura episódica que intencionalmente no se resuelve, se impregna de ese principio de incertidumbre que tortura durante todo el metraje a su protagonista: un hombre que busca respuestas y no las encuentra. Simple y enigmática como toda película de los directores de Fargo, quienes una vez más vuelven a acertar en la elección del casting; en el tono despojado de lo solemne pero con ciertas dosis de melancolía y humor negro para ganarse a un público un poco más reacio a un cine menos convencional...
Me encantan los hermanos Coen y este film lo esperaba ansioso. Un hombre serio no es una comedia común y corriente y no esperen descostillarse de la risa, porque a pesar de tener un humor negro muy bien logrado, tiene más ratos de drama que de comedia. A uno pueden gustarle o no Joel y Ethan Coen, pero jamás se puede dejar de admitir la originalidad que le imprimen a sus películas con la creación de extravagantes diálogos y los diferentes planos o cambios de ritmo que llevan a cabo entre escena y escena. Si bien el género en el cual encajaría sería el de comedia dramática creo que no fue acertado por parte de los realizadores venderla en los trailers y los afiches como un film orientado más hacia la comedia cuando realmente esta mucho más cercano al otro género. Hago hincapié en ésto porque no quiero que vayan a verla esperando morirse de la risa ya que van a salir completamente defraudados. Hay escenas que tienen diálogos excelentes que son de un alto nivel cinematográfico. Por mencionar algunas se me ocurre la charla entre Sy, Larry y Judith en la cafetería o las grandes charlas entre el protagonista y los rabinos. La mayoría de los actores son desconocidos porque provienen del ambiente televisivo. Esto no fue un impedimento para que realizaran muy buenas actuaciones. Tanto Michael Stuhlbarg, Richard Kind y Fred Melamed están soberbios en sus labores y eso le da un valor agregado al film. En conclusión Un hombre serio es una buena alternativa para aquellos que quieran reirse y pensar un rato con una buena comedia dramática. Para los fanáticos de los hermanos Coen es una película de visión obligatoria, de la cuál seguramente no saldrán defraudados.
Vi Un hombre serio, la película de los Coen que se estrenó el jueves 25 de febrero. Vi también Un maldito policía en Nueva Orleáns de Werner Herzog, que está anunciada para el próximo 4 de marzo. Una me produjo un tedio monumental, y la otra me pareció inteligente, lúdica, gran cine. ¿Cuál es cuál? ¿Cómo convertir esas primeras impresiones en crítica? Vi primero la de Herzog, y una semana después la de los Coen. Cuando estaba viendo Un hombre serio, de solamente 95 minutos, el tiempo parecía eternizarse, con cada nueva peripecia que le ocurría al profesor de física protagonista sentía que los Coen querían decir algo. Mejor dicho, DECIR algo. La película DICE que Dios no existe. O que existe y que le da más o menos lo mismo lo que sucede en el mundo y a ese profesor en ese suburbio. Entonces los Coen DICEN cosas sobre el judaísmo y sobre la vida en los suburbios americanos en los sesenta. La película tiene algo tremendamente trabajoso, como si a cada rato se notaran las manos de los directores que ajustan un tornillo, ponen una situación justo en tal momento para DECIR tal o cual cosa. Un ejemplo (la crítica necesita dar ejemplos): en el momento en que el atribulado profesor está cerca de encamarse con la vecina, suena una sirena policial que corta la situación. De esos detalles, de esas cosas que “justo pasan en esos momentos” está plagada la película de los Coen. Un hombre serio es una película ripiosa, que parece trabarse a cada rato. Y no estamos hablando aquí de una película godardiana que evidencia su dispositivo, que lo delata a propósito por pura “modernidad”. No, los Coen no quieren decir a cada rato “esto es una película” sino “esta película DICE estas cosas”. Y se les traba el relato porque les preocupa más ese DECIR, no confían en relatar y que del relato se desprendan en profundidad las ideas; ponen las ideas por delante y se les nubla la gracia. Otro asunto por el que detesto la película es por esa típica maldad de los Coen hacia los personajes, pero eso es asunto de otra nota. Un momento: ¿detesto la película? Sí, apenas terminé de verla simplemente me había aburrido. Un rato después me di cuenta -por comparación- que la detestaba. Una película puede reacomodar nuestro pensamiento sobre otra película. Salí de ver la de los Coen y de repente me puse a compararla con Un maldito policía en Nueva Orleáns. Son dos películas sobre oscuridades, ciertamente. La película de Herzog también dice muchas cosas, pero las dice detrás de lo que cuenta, y cuenta con un desparpajo y una fruición que no se ven con tanta asiduidad. Herzog narra, se ríe de las convenciones narrativas pero desde el amor por la narrativa más desquiciada (esas iguanas canoras; esos cocodrilos; ese baile del espíritu). Un maldito policía en Nueva Orleáns termina hablando de la justicia, de la injusticia, de Estados Unidos, de los códigos del género policial, del clasicismo (que Herzog dinamita con un amor loco pero amor al fin). Y dice (sin mayúsculas) muchísimas cosas. Nos las dice. Pero nos las dice cuando terminamos de ver la película, cuando la película es un (buen) recuerdo. Cuando ponemos a jugar en la memoria sus escenas, los destinos de sus personajes. Cuando sentimos que nos estaban divirtiendo (divertir=distraer) con algo pero nos estaban diciendo otras cosas, cuando sentimos que había mucho más que lo que habíamos percibido en primera instancia. La diferencia entre las dos películas también puede provenir de la actitud de sus directores. Herzog es alguien con un apetito voraz por conocer el mundo, alguien con interrogantes y fascinado por lo que lo rodea, incluso por el mal. Los Coen, ya lo han probado demasiadas veces (una de ellas fue Quémese después de leer), parecen estar seguros de todo, y hacen un cine cerrado, claustrofóbico, calculado, tedioso, con anteojeras; un cine que no parece estar conforme con ser cine ni con mostrar los personajes que muestra. La película de Herzog, en cambio, nos renueva las ganas de ir al cine para que nos cuenten las cosas más maravillosas, incluso sobre las más fascinantes podredumbres. Herzog elimina la religión (recordar Un maldito policía de Ferrara y sus cruces y sus redenciones), o más bien se ríe de las culpas y de las redenciones porque se permite la duda, porque al mirar al mundo y a los seres humanos sigue sorprendiéndose. Y así, no siente la necesidad de fijar las imágenes a unas seguridades miedosas. Qué bueno que la duda sea la jactancia de los verdaderos intelectuales: aquellos que miran el mundo con los ojos abiertos y nos pueden contar lo contradictoria que es la vida mediante el cine, un arte no menos contradictorio, que puede albergar la mirada inerte de los Coen y la vitalidad de la visión de Herzog.
Guía práctica del buen espectador Resulta bastante complicado entender la última de los Coen sin tener competencia en algunas cuestiones de física y teología. Para los que ya vieron Un hombre serio y confunden física con gimnasia, desconocen a Job y creen que los judíos viven en Judea, sepan que yo tampoco había entendido la película. Es recomendable tener un mínimo conocimiento acerca de todos esos simbolismos y extraños rituales –tan ajenos al mundo goy– que tanto le gusta a la cultura judía. Además, también hay que saber que Un hombre serio es una adaptación libertina del libro de Job, quien sufrió una seguidilla de calamidades, a pesar de ser hombre bueno y justo. La ley divina afirma que si sufre es porque pecó o proviene de una estirpe de pecaminosos. Job le pide a Dios un juicio para demostrar su inocencia. Dios, que a las claras no tenía tanto trabajo como hoy día, acepta y responde desde la tormenta al desafío. Conocer esta historia nos sirve para entender no solo el abrupto e inexplicable final y el cuento de fantasmas idish que inicia la película sino que le da sentido y coherencia a todo el relato. Larry, nuestro Job moderno, paga los pecados familiares con el desplome de su familia y su vida profesional. Su vida perfecta ya no tiene sentido y este profesor de física decide buscar en la metafísica la explicación a la incertidumbre que su mente racional no logra hallar. La respuesta que encuentra en los tres rabinos que consulta es más o menos la misma: todo cuestionamiento termina en la nada porque hay cuestiones sobre las cuales no tendremos nunca una respuesta. La otra competencia que exige la película trata sobre dos teorías de la física. Por un lado, el principio de incertidumbre –vagamente explicado por el protagonista– afirma que no se puede determinar, simultáneamente y con precisión arbitraria, ciertos pares de variables físicas. La escena del accidente es buena muestra de este principio gracias a un montaje paralelo que está en función de confundir dos escenarios diferentes haciendo creer que Larry choca con la actual pareja de su mujer. Por otro lado, la teoría del caos –no se puede saber con precisión lo que va a suceder– se ve reflejada en lo impredecible de la vida del protagonista. Y, otra vez, sirva el prólogo de la película como ilustración de esta teoría. La conclusión es que ni la ciencia ni la religión le permiten a Larry entender lo que sucede o lo que pueda suceder y los Coen nos hacen transitar la incertidumbre de este pobre hombre que “no hizo nada” con las mismas vacilaciones del protagonista. Un hombre serio –que de a ratos se torna monótona, confusa y exigente– nos cuenta la historia de un hombre que intenta entender la lógica de la vida hasta llegar a la imposible tarea de aceptar el misterio. Otros, los más humildes, nos contentamos con entender esta película.
El tipo físico de todo el elenco me parece excelente, ya que al verlos por primera vez a cada uno de los personajes, ya se puede adivinar su personalidad. Tiene momentos logrados como...
El apocalipsis en un comic La impresión en la mente, después de haber visto la última película de los Coen, es la de haber pasado las hojas de un álbum de fotos. Pero no, habría que precisar: un álbum de caricaturas, donde lo más importante es el tipo físico y el gesto. Eso, gestos. Es algo raro ese cine hecho de fotos, increíblemente estático, y además retro. Lo que se cuenta en este largo comic –ahí está, imagínense un comic- es el sentimiento catastrófico de la vida que supuestamente tiene la cultura judía convertido en un chiste. Un hombre serio toma a Larry Gopnik en el momento preciso en que todo empieza a desmoronarse a su alrededor. No es que Larry fuera un tipo particularmente feliz o exitoso: él simplemente se dedicaba a estar ahí, a cumplir con sus pequeños roles como profesor y padre de familia, con la tranquilidad de quien vive en un orden. Ese orden es precisamente el que empieza a quebrarse desde el momento en que su esposa le dice que quiere dejarlo para casarse con otro. Como Larry no es un tipo de reacciones fuertes, el resto de los personajes –y también los directores- lo tratan como quien reacomoda una ficha en un tablero, y se dedican a pasarlo por encima. A partir de ese resquebrajamiento inicial se desencadena la sucesión de desgracias: los hijos que se pelean, el hermano perdedor que es buscado por la policía, el ascenso en el trabajo que se ve amenazado por las sospechas sobre la moralidad de Larry, desgracias que el único cambio que provocan en el personaje es que su gesto de cara fruncida cada vez sea más fruncido. Todos los personajes están construidos a partir de un rasgo único, expresado en un gesto visible. Como dije antes, esto puede tener que ver con la estética de la tira cómica, donde este modo de construir a los personajes para hacer sátira con ese solo rasgo funciona a la perfección. Pero el problema con Un hombre serio (porque no se trata de ninguna manera de que el comic sea inferior al cine) es que ese recurso sostenido a rajatabla termina haciendo de esta película algo pobre, en parte porque la pretensión de extender durante dos horas lo que podría caber en unas pocas viñetas da como resultado, después del entusiasmo inicial, una película repetitiva y boba. El precio que se paga por hacer esta historieta divertida es que cualquier tipo de complejidad está decididamente ausente. La lógica de la película es la pura acumulación, en un crescendo de desgracias que en un momento ya empieza a aburrir, y cuyo tipo de humor tiende a lo burdo (si quieren ver un par de chistes de judíos más sofisticados vean la serie Curb your enthusiasm, pero no busquen por acá, porque esto está más cerca de los chistes de Norman Erlich). Las entrevistas con los rabinos son el ejemplo perfecto de esto. En cada una la cara del rabino es más bizarra que en la anterior, y los primeros planos sobre esas caras son casi lo único que da risa, salvo que a uno le parezca ingenioso que el rabino le diga a Larry como solución a todos sus problemas algo así como “Tenés que mirar la vida desde otra perspectiva, por ejemplo, si mirás por esta ventana, ¿qué ves? El estacionamiento”. A mí personalmente no me interesa este cine que es tan poco cine, cuya historia se recuesta casi por completo en el chiste de que alguien espere la catástrofe y la catástrofe finalmente llegue, y en cuyos planos hay poco para ver, salvo una serie de caras caricaturescas y un par de sillones floreados muy sixties. Hace poco alguien me dijo que los Coen están sobrevalorados, y con esta película empecé a pensar que en una de esas esa persona tenía razón. Acá, la estética retro y minimalista –impecable- se explica tal vez porque los Coen necesitaban extremar el grado de artificialidad de la película como para que sus chistes quedaran como los chistes que realmente son y no se convirtieran en una reflexión sobre la condición humana, sobre la religión judía ni sobre nada. Ojo, Un hombre serio es graciosa en muchos momentos y se disfruta pero no deja de ser una película fácil, que se ríe de un hombre serio porque propone sin vueltas que lo único que importa es eso: la risa. A cualquier precio y para nada.
Desde el prólogo, la nueva película de los hermanos Coen provoca un bienvenido desconcierto. Se trata de una escena a mitad del camino entre cuento tradicional y película gore, filmada en blanco y negro y hablada en yiddish. Una parábola indescifrable sin conexión directa con el resto de la película. Recién reconocemos la marca de fábrica cuando aparece en primer plano el hombre tranquilo, modesto y serio del título; y los directores se dedican, como de costumbre, a pudrirle la vida. Sin embargo, debemos evitar un juicio apresurado sobre el nuevo trabajo de los Coen, porque Un hombre serio supone un oportuno cambio de perspectiva dentro de su filmografía. La película se puede resumir enumerando la lista de desgracias, entre absurdas y grotescas, a la que es sometido Larry Gopnik, el protagonista. Desde su mujer, que lo deja por un personaje patético, viejo, gordo y feo; hasta su hijo, que alivia sus angustias escolares con la marihuana; pasando por su hermano, un desocupado crónico que se instala de manera estable entre el sofá cama del living y el baño que utiliza para drenar su quiste. Pero es justamente aquí dónde se produce un hecho inédito en el cine de los directores, porque los personajes son conscientes de su condición y no reaccionan tontamente ante la realidad. Este cambio en el punto de vista provoca que su cine deje de darnos lecciones sobre el estado de las cosas y ensaye una verdadera confrontación con la fatalidad. El espectador acostumbrado al humor caricaturesco e irritante, y a la mirada altiva de los directores, encontrará enseguida una grata sorpresa en la ternura con la que se trata a los personajes en más de un pasaje de la película. Tal vez sea por su carácter autobiográfico, al situarse en una época, una región y una sociología en las cuales estuvo inmersa la juventud de los hermanos; o por abordar por primera vez de manera frontal su cuestión judía. No lo sabemos, pero lo cierto es que han abandonado la mecánica aceitada de aquellos guiones que terminaban asfixiando a sus personajes, para concentrarse en una suerte de crónica provincial desplazada. El encadenamiento de adversidades jamás impide que la película se desarrolle alrededor de la rutina de esta familia de clase media judío americana con la descripción de la vacuidad del suburbio urbanizado donde viven. Por otro lado, los signos que provoca la naturaleza sobre los protagonistas (como ocurre en la hilarante secuencia del Bar Mitzvah) nunca tienen explicación, y es por eso que la película se torna más inquietante. Como contrapartida, el humor absurdo alcanza su apogeo cuando Larry recurre a los rabinos, las autoridades tradicionales de su comunidad. Estas infructuosas visitas resultan tanto más graciosas cuando el protocolo solemne que las rodea revela una cáscara metafísica totalmente vacía, sostenida por parábolas estrafalarias sobre un dentista o la playa de estacionamiento. Larry sube al techo de su casa para reparar la antena y observa la rutina de su barrio. Al principio vemos un plano del cielo, luego aparece una escalera y enseguida el primer plano de Larry. La suma de estas imágenes nos induce a pensar que el protagonista ha encontrado una especie de verdad superior mientras abajo la vida fluye. Es entonces cuando el peso de los directores vuelve a ser relevante y nos recuerdan que, a pesar de su autoconciencia, en el cine de los hermanos Coen el hombre sigue siendo incapaz de elevarse más allá su circunstancia. El final de la secuencia devuelve a nuestro héroe hacia lo trivial, lo concreto, la carne. Larry termina tirado en el suelo, y desde ahí deberá asistir, impotente, al implacable avance del destino, tal como se despliega en el sorprendente plano final.
Aceptar el misterio Una vez finalizado el último plano de Un hombre serio seguido de la aparición inmediata y violenta de los títulos de crédito finales, una sensación de déjà vu entró en mi cerebro. Ese malestar que había entre los espectadores mientras se paraban de las butacas del cine (¿viste que hay cosas peores en la vida?, decía un hombre sentado delante de mí) ya lo había vivido, y fue después de ver Sin lugar para los débiles, un par de años atrás, lo que también me llevó a recordar la cara de asombro de la gente en la butaca una vez terminada El hombre que nunca estuvo, y así podemos seguir con El Gran Lebowsky, Barton Fink y otras tantas películas de los hermanos Joel y Ethan Coen. Es entendible el grado de distanciamiento que genera cada película de este particular dúo de realizadores. Lo que debe ser entendido cuando uno entra a ver un film de los Coen es la plena conciencia que genera en nosotros, los espectadores, el grado de manipulación que ellos ejercen sobre el relato que están contando. Los Coen se ponen siempre por arriba de sus personajes, jugando con ellos como si fueran soldaditos de juguete con un grado de humor negro e ironía que por momentos llega al sadismo y a la misantropía absoluta. En pocas palabras, los Coen se consideran los dioses de su propio universo cinematográfico. Ya se trate de las peripecias de un hippie drogón que busca recuperar su alfombra o de un peluquero de vida vacía y carente de emociones, los directores se encargan de llevar a sus criaturas por el camino que ellos quieren. En definitiva, lo que los Coen intentan mostrar son los hilos de sus relatos, hacer sentir la idea de que en el cine siempre (y por más invisible que pueda ser), siempre hay alguien por arriba del relato que tiene la capacidad de mover esos hilos a su antojo. Lo que nos lleva a Un hombre serio. La idea del caos, la incertidumbre y el libre albedrío nunca fueron ajenos al cine de los hermanos. Ya sean en los filmes donde trabajaban bajo los códigos del policial negro como Simplemente Sangre y Fargo o en esa revisión genial del cine de Frank Capra que es El gran salto. Pero lo que siempre fue una manipulación y un juego de marionetas bajo las reglas propias de los géneros cinematográficos (la screwball comedy de El amor cuesta caro, el musical de ¿Dónde estas, hermano?, el cine de gangsters de Miller’s Crossing) la última etapa de los Coen los traslada a un salto más profundo dentro de esta reflexión. Con Sin lugar para los débiles, Quémese después de leerse y Un hombre serio los hermanos llevan la idea del caos y del control absoluto de su narración hacia niveles que van más allá del mundo cerrado creado por los realizadores. Ahora la apropiación de los recursos narrativos del cine es utilizada en pos de contar algo que va más allá de los límites del propio cine. Están tratando de hablar del mundo de hoy. En el caso particular de Un hombre serio los Coen se meten con la religión, la judía para ser más exactos. La idea de mostrar cómo el protagonista del film, el profesor de física cuántica Larry Gopnik, sufre todo tipo de tropiezos y reveses tanto familiares como profesionales en el transcurso del film, no es simplemente el comentario de los directores sobre la presencia o ausencia de un ser superior que decide los destinos de las personas, sea este católico, judío, musulmán o quien sea. Como decía anteriormente, uno sabe que los únicos dioses en una película de los Coen son los propios hermanos Coen. Hay en mi opinión tres momentos claves de la película, dos de ellos ocurren cuando Larry acude al consejo de un par de rabinos para que le den la respuesta a su actual crisis existencial. En principio estos encuentros son jugados por los Coen como gags que parecieran establecer una crítica a ciertas costumbres propias del judaísmo, pero hay algo más ahí. En la primera reunión un rabino adolescente le aconseja a Larry que vea las cosas de forma más abierta, le ofrece una perspectiva diferente (“¡mira ese estacionamiento!”), mientras que en el segundo encuentro el rabino, mayor y supuestamente más respetado que el primero, le cuenta una anécdota, la del dentista que encuentra una palabra en hebreo (“¡Ayúdame!”) tallada de los dientes de un goy, y cómo eso lleva al mismo dentista a una búsqueda exhaustiva acerca del significado de tamaña revelación, para encontrar que en realidad no hay ningún significado en particular. Por último, la escena más reveladora del film se da previamente, cuando Larry tiene un encuentro con un estudiante oriental que quiere sobornarlo para obtener una nota alta en su examen final. Cuando Gopnik le pregunta al joven si efectivamente el sobre con dinero fue puesto en su escritorio por él, el estudiante le responde que “acepte el misterio”. En estos momentos mencionados pueden encontrarse dos claves para intentar comprender no solo la película sino a los Coen en general. El primer encuentro habla de ver más allá de lo mundano, de tener la decisión de ofrecer más de una mirada sobre lo que presenciamos. Ese consejo no solo se aplica a Larry, sino a nosotros como espectadores, el ver mas allá, el encontrar algo diferente a lo que ven el resto de las personas. El segundo encuentro habla de tener la necesidad de buscar una explicación para los fenómenos que nos rodean en la vida, aunque ello implique que no vamos a obtener una respuesta segura a esos cuestionamientos. El final de Un hombre serio nos llena de preguntas, y nos obliga a trabajar hacia atrás para encontrar una interpretación a aquello que acabamos de ver. ¿Será Larry castigado por tomar una decisión moral por primera vez en su vida? ¿O lo será su hijo? ¿O un evento no tiene nada que ver con el otro y son nada más que circunstancias de la vida que no tienen una verdadera explicación? ¿Y qué relación tiene ese prologo dentro del relato principal? La verdad es que yo no sé la respuesta, como tampoco sé si mis interpretaciones sobre Un Hombre serio y sobre el cine de los Coen son las correctas o son puras divagaciones, pero de algo creo estar seguro, y es que al menos me cuestiono lo que veo, y teniendo en cuenta lo extraño e inexplicable que es el universo hoy día, con terremotos, tsunamis y demás, prefiero no tener la respuesta. “Aceptar el misterio” como se le dice.
Cuando todo está mal, puede estar (y estará) peor. El prólogo de Un hombre serio, la nueva película tragicómica de los hermanos Coen, ratifica su habilidad narrativa. Saben como construir secuencias y captar nuestra atención, para ir generando un climax que generalmente suelen rematar con humor negro. En esta ocasión, vemos como una pareja judía recibe una maldición, según la mujer. El marido fue visitado por un espíritu maligno. El desarrollo y la conclusión de esta mini-historia es una rotunda prueba de por qué los Coen son unos grandes cineastas. Uno podría argumentar que el humor negro a veces es excesivo, demasiado malicioso y cruel (como en la insufrible Quémese después de leerse) y otros festejarán la "inteligencia" para crear tales situaciones. Sin abandonar ninguna de las marcas autorales que vienen generando (desde la malicia contra sus sufridos personajes, pasando por el equipo técnico, los planos, y los terceros actos "inconclusos" hasta el diálogo punzante y mordaz) hicieron la que podría ser, hasta ahora, su película más personal. Es una suerte de Ley de Murphy exagerada en la vida de un judío, Larry Gopnik (Michael Stuhlbarg). Todo lo que puede salir mal, saldrá mal. Larry es un profesor de física al que las cosas no le empiezan a salir bien. Su mujer quiere divorciarse, que Larry cumpla el ritual, de lo contrario sería una gett. El hombre por el que lo va a dejar es Sy Abelman, un tipo entrado en años y fuera de forma. No sólo quiere el divorcio: también le pide a Larry que abandone el hogar. El profesor de física también debe afrontar otros problemas: su hijo está a punto de hacerse hombre en su Bar Mitzvah y a escondidas, fuma marihuana y le debe dinero a un compañero del colegio. Su tío vive también en su casa, y para colmo, está medio loco. Y tiene problemas con la policía. Sy Abelman no para de aconsejar a Larry sobre cómo tomar este momento de separación, y su voz tranquilizadora no tiene, precisamente, el efecto deseado. Ah, y tiene que además, arreglar la antena de su casa. En la escuela las cosas no van mejor: un alumno coreano quiere sobornar a Larry para que cambie una nota (una F, con la cual no puede conseguir la beca). Larry se altera y dice "Todas las acciones tienen consecuencias". "Quizás" responde el coreano. "No, en esta oficina, las acciones siempre tienen consecuencias". Ese diálogo, como muchos de la película, tiene una importancia fundamental para el tercer acto, que es, a ojos de este crítico, uno de los más emotivos y potentes de los Coen, impulsado por el tema Somebody to love, de Airplane. Además, el profesor tiene problemas económicos, y una serie de cartas anónimas pone en duda su continuidad laboral. En la búsqueda por la ayuda, Larry recurrirá a distintos rabinos. Mientras que alguno es muy joven y sólo complica aún más las cosas, otros son muy viejos y ya no lo quieren atender. El protagonista duda de la existencia de Hashem, Dios, y cómo este obra. Su vida es una catarata de desgracias. Sin embargo los Coen se permiten diálogos emotivos como el del hermano de Larry (Arthur, o Richard Kind) que parecen vivir en un mundo más complicado. No es una simple solución del tipo "la vida de este es peor" sino, solo una visión más. Si el personaje de Woody Allen en Dos extraños amantes o Hannah y sus hermanas se sentía siempre perseguido, paranoico y reflejaba el estado emocional de un judío neoyorkino, los Coen tratan de ir un poco más allá, y fieles a su estilo (sin el matiz romántico de Allen) dejan fluir todas las calamidades sobre Lawrence. Este, además, mientras trata de digerir todos los problemas, se encuentra con otros nuevos. Su vecina que reposa al Sol desnuda, es una tentación para él. Al mismo tiempo, la familia de ella, parece no ser del todo amigable con los judíos (o así lo imagina él). Si bien hasta ahora todas son loas para la película, el puntaje debe ser también, razonable. Para empezar, los Coen decidieron narrar todo de manera episódica. Casi como el cuento del principio con el dybbuk. Algunos "episodios" están más logrados que otros. El relato del dentista y el goy, por ejemplo es más memorable que el montaje paralelo que es desconcertante (en un mal sentido) del accidente automovilístico. Eso también quita un poco del poder emocional a la película. Pero de todas maneras, el ignoto Michael Stuhlbarg, con pequeños detalles, como ojeras y el pelo despeinado se encarga de darle continuidad orgánica a todo el relato. No sólo eso, el actor logra transmitir humanidad en medio del hermetismo típico de los Coen (algo que sólo grandes actores, como Jeff Bridges en El gran Lebowski, consiguen). Decididamente, merecía una nominación al Oscar. En cuanto a los rubros técnicos, todo está más que bien. La música fría y casi apocalíptica de Carter Burwell congenia de manera estupenda con el estilo de los directores de Educando a Arizona. Roger Deakins demuestra una vez más por qué es uno de los directores de fotografía más grandes con vida. Y los Coen, hacen una más que buena película. Algunos abrazaran esta historia tan personal, ubicada en la década de 1960, en Minnesota. Otros, encontrarán una de las más herméticas y cerradas películas de los hermanos, fría y cruel (y los que festejan su ingenio, por el contrario, verán una de sus pequeñas joyitas). Polarizadora de audiencias, sin duda.
Volvieron los Coen de la gente ¿Qué hacer después de un Oscar? Esta es la pregunta que acecha a quienes, tras ganar una estatuilla dorada de la Academia, se plantean qué será de su futuro ahora que ya nada será lo mismo, y las expectativas generales de la audiencia son cada vez más alta. Los Coen parecen tener la respuesta: aceptar la eventualidad de las cosas con simpleza, tal cual reza el prólogo de su nuevo film, Un Hombre Serio. Si bien con la divertida pero innecesaria Quémese después de leerse, los realizadores de joyas como Fargo y Barton Fink ya habían dado un paso al costado de la oscura complejidad de un film tan celebrado como Sin lugar para los débiles, con Un hombre serio vuelven a transitar el sendero de la comedia negra, ciertamente con mayor puntería que en su anterior obra. Hay algo, sin embargo, que se repite, pero sin quitarle frescura alguna a la película: muchos de los pasajes más cínicos del film recuerdan la irreverencia de El Gran Lebowsky, a la vez que la temática tan específica inmersa en el mundo del judaísmo puede ocasionar perplejidad ante una narración ensimismada que, al igual que ¿Dónde estás, hermano?, podría dejar afuera a una buena parte de los espectadores. Con una escena inicial tan misterosia como hipnótica, donde un matrimonio judío ortodoxo se pregunta si se han encontrado con un verdadero dibbuk (espíritu que deambula tomando el cuerpo de un difunto), Un Hombre Serio traslada la acción a la década del ´60, centrando su argumento en la atribulada vida de Larry Gopnik (Michael Stuhlbarg), un hombre al cual todo parece derrumbársele de repente sin que éste pueda comprender porqué esto sucede, mientras que el "Somebody to love" de los Jefferson Airplane suena en las radios e infecta de surrealismo la cotidianeidad de la vida. El gran acierto de los Coen es haber realizado un film que constantemente lidia con estereotipos cercanos, sin caer en la chabacanería o lo meramente trillado. Larry no es un hombre serio, es cierto, pero tampoco es un inútil perdedor de película, y hasta la denominación "antihéroe" parece quedarle grande. Es, al igual que todos, un hombre más que, de vez en cuando en la vida, siente ahogo y frustración ante la impotencia de no poder evitar una serie de eventos desafortunados, al tiempo que nadie parece escucharle y su Dios parece haberle dado la espalda. Así, los Coen desde detrás de cámara se divierten y regodean en su eterno cinismo que a veces -como en su anterior película- limita con la total y absoluta misantropía, y parecen con ironía preguntarse si acaso no seremos todos, en el fondo, "hombres serios" como el Larry Gopnik a quien remite el título.
¿QUE GARANTÍAS NOS OTORGA LA FE? Los hermanos Cohen se caracterizan por dirigir y llevar adelante historias poco comunes, difícil pero muy profundas y en esta oportunidad estamos frente la mejor obra cinematográfica de su filmografía. Una historia sobre el control social, las matemáticas y el caos. Teniendo como fuente una base ya armada y sin entrar en largas introducciones sobre los personajes, la historia se centra en la vida de un hombre judío, que poco a poco se va convirtiendo en víctima de sus propios errores y descuidos y que va a tratar de solucionarlos invocando a su profesión y a la religión. El film comienza con una fantástica escena introductoria que es el eje fundamental de la cinta. Si no se entiende el mensaje que se deja en esas pocas tomas es casi imposible lograr entender el sentido de los cien minutos restantes de proyección. Una metáfora sobre la vida maravillosa. Luego de esto la narración se centra en desarrollar cada uno de los aspectos de la vida de Lawrence y como minuto a minuto cada situación que se le presenta se va sumando a las desgracias que ya tiene. Su hermano se mete en problemas con la policía, tiene un alumno que lo amenaza, una esposa que quiere un divorcio religioso para así juntarse con un viejo amigo, ese amigo lo controla como si fuese un niño, dos hijos problemáticos y muchas cosas más que van apareciendo. Para poder llevar adelante su vida Lawrence decide invocar a la religión y separando cada segmento de la película con el nombre del Rabino al que va a ver, empieza a descubrir un mensaje que no solo le cuesta deducir sino que va dirigido indirectamente al espectador. “Acepta el misterio” es una de las tantas e interesantes frases que el guión desarrolla. Los Cohen aquí no se burlan de la religión ni muestran maldades sin sentido alguno, ellos plantean su opinión sobre la religión y aunque sean certeras o no, hacen pensar y reflexionar sobre la vida que llevamos. “Aceptar cada situación con sencillez”, es el centro de la historia, una de las malas consecuencias de ser religioso y la frase que forma una contraposición entre el desarrollo de la familia Gopnik y la esposa desconfiada al principio del relato. Para llevar adelante dichas cuestiones, los directores invocaron a diferentes metáforas e historias cortas que fundamentan dichos sentidos. Es así como la historia del dentista, el caos final, los sueños y hasta el incógnito que se presenta con el Dybukk, se transforman en los verdaderos protagonistas de la historia. El trabajo realizado por Michael Stuhlbarg en el papel protagónico es cautivante y está muy bien logrado. Cada una de las expresiones que van caracterizando su personaje minuto a minuto se van intensificando y cobrando un sentido humorístico excelente. A su vez, cada uno de los roles secundarios están muy bien actuados, son los casos de Richard Kind (el tío), Fred Melamed (Sy) y Sari Lennick (la esposa). Por el lado técnico el film presenta una edición muy buena, mezclando, principalmente en los primeros minutos, las diferentes escenas que forman parte de la vida de cada uno de los integrantes de la familia; los ángulos de las cámaras son muy originales; el humor, negro y satírico, característico de toda producción Cohen; y por supuesto la dirección muy arriesgada pero satisfactoria. “Un Hombre Serio” es un film muy complicado, difícil de entender, uno de los tantos ejemplos de los que no hay que quedarse con la cronología de los hechos sino que hay que buscarle el sentido detrás de cada situación y frase que se presenta. Los hermanos Cohen son muy originales y en esta oportunidad lo demostraron arduamente. Para ver, entender, reflexionar y observar con detenimiento. Cine de calidad. UNA ESCENA A DESTACAR: la historia del dentista y el análisis posterior
Me perdí algo? Eso fue lo primero que pensé cuando termine de ver la nueva película de los hermanos Coen. Luego de leer muchas criticas donde la describen entre las mejores películas del año, me imaginaba otro buen trabajo como "No Country for Old Men". Evidentemente, tras ganar el Oscar, los Coen tuvieron carta libre para hacer lo que quisieran y el resultado es un film muy personal y uno de los menos accesibles de su carrera. La película arranca con una escena rarísima, que sirve de Prologo, la cual no me predispuso bien para lo que venia después. Ambientada en una comunidad judía en los años 60, Larry Gopnik es un hombre de familia rodeado de problemas. Su mujer lo deja por su amigo, sus hijos se pelean constantemente, su hermano vive en su sofá y tiene inconvenientes en el trabajo. Hasta acá la historia zafa, pero cuando Larry decide buscar ayuda y se reune con distintos rabinos a conversar, la cosa se ponen muy pesada. Hay varias escenas raras que no encajan con el resto de la trama y el final es abrupto, algo a lo que los Coen nos tienen acostumbrados. Esta protagonizada por actores desconocidos, donde sobresale Michael Stuhlbarg interpretando a Larry Gopnik, quien esta nominado al Globo de Oro como Mejor Actor. Los hermanos Coen son amados por los críticos, quienes suelen alabar sus películas mas allá de lo raras que sean. Para mi es una de las mas flojas de su carrera, junto a "The Man who wasn´t there" y "Intolerable Cruelty".
Ésta es, sin duda alguna, una de las películas que más me ha costado analizar. Porque, como muchos de los fans de los hermanos Cohen han declarado, este es un film raro. El más raro de esta dupla de directores. Desde el comienzo al final. No obstante, haré un intento para tratar de explicar las sensaciones que viví como espectadora y de hacer unas humildes interpretaciones. Larry Gopnik (Michael Stuhlbarg) es un profesor de física al que todo le va mal. Su esposa quiere divorciarse para juntarse con otro miembro de la comunidad judía; su hermano está enfermo, es adicto al juego y como no tiene trabajo se aloja en su casa por tiempo indeterminado; su hijo es un bobalicón que se droga a escondidas; su hija sólo piensa en lavarse el cabello y hacerse una cirugía de nariz; y un alumno lo ha sobornado para que le cambie una nota y así pueda pasar de año. Ante esos dilemas, y debido a que Gopnik es un hombre muy creyente y moralista, irá a consultar a tres rabinos para encontrarle una respuesta a todos sus problemas. Un hombre serio es la última película escrita, producida y dirigida por los hermanos Coen. Éste “director bicéfalo”, como muchos suelen llamar al dúo de realizadores, trató de recrear todas las vivencias de su infancia. Criados en una familia y en un barrio judíos, los directores pusieron especial atención a la ambientación. Para ello, fue importante encontrar un vecindario similar al de St. Louis Park, Minnesota, de los años 60; barrio donde crecieron. Finalmente, y tras considerar varios lugares, decidieron rodar en Bloomington. Un mensaje central puede verse a simple vista: esta película es una crítica a la cuestión de echar por tierra toda la moral y las creencias frente a las tentaciones que nos coloca la vida en el camino. Para esto, los hermanos Cohen no nos pueden hablar de otra cosa sino de lo que conocen, de lo que han vivido desde pequeños: el mundo judío. Pero a través de ello buscan satirizar a todas las religiones, para dejar en claro así lo que es la debilidad del hombre. Para contar esta historia, van entretejiendo subtramas que finalmente desembocan en un solo desenlace. Un final que es lo más inquietante de la película por su fugacidad. Un final que deja pensando al espectador acerca de ese mensaje del que hablábamos. ¿Qué está bien y qué está mal? Un hombre serio es una película rara. Pero es su exotismo, justamente, lo que más atrae de ella.
Varias críticas de “Un hombre serio” señalan que los hermanos Coen deberían dejar de lado las comedias porque lo mejor que hacen es el cine negro y lo que mejor cuentan son las historias lúgubres. Obviamente, encuadran a “Un hombre serio” como una historia que busca arrancar una sonrisa, cuando en verdad se trata de una historia tan lúgubre como “Fargo”, y cuando arranca una sonrisa siempre es el resultado de una situación esperpéntica o de una mirada aguda e irónica. Esta vez los Coen pusieron en el centro de la mira al judaísmo (otras veces solamente lo bordearon) y se despacharon a gusto sobre la religión de sus ancestros, casi como Woody Allen pero sin tanto humor. Es una radiografía sobre la sociedad judeoamericana actual. En realidad, de los años 60. Larry Gopnik (un estupendo Michael Stuhlbarg) es el hombre serio de la historia: padre y marido honrado, honorable profesor y un buen judío. También un tipo de poco carácter. De golpe su estabilidad emocional —y también económica— se ve amenazada por la infidelidad de su mujer, un alumno coreano extorsionador, un vecino que parece salido del Ku Klux Klan, un pariente desquiciado y hasta por una vecina que toma sol desnuda y fuma marihuana que intenta seducirlo. Larry, confundido, decide buscar una respuesta recurriendo a varios rabinos de su comunidad. Cruel, ácida, aguda, siempre inquietante. Así es “Un hombre serio”. Y con un final estupendo.
Caricatura de un hombre sin suerte Discutidos, muchas veces sobrevalorados, moviéndose con comodidad en una zona en la que conviven ciertas pautas del cine llamado independiente con proyectos en evidente búsqueda de aceptación masiva (como El amor cuesta caro) y hasta la obtención de un Oscar (por Sin lugar para los débiles), los hermanos Joel Coen (1954) & Ethan Coen (1957) siguen fieles a un estilo propio. Sus catorce largometrajes (desde Simplemente sangre, de 1984, a Quémese después de leerse, estrenada el año pasado) más sus dos cortos (que integraron films en episodios en homenaje a París y al Festival de Cannes), conforman una obra no tan valiosa como algunos suponen, pero constante en su visión grotesca y ligeramente oscura sobre la sociedad. Sin aportar ideas nuevas ni explotar con originalidad las posibilidades del cine, han sabido apropiarse –a veces con madurez, otras con torpeza, casi siempre con gracia– de tópicos del cine policial y/o de la comedia, acercándolos despreocupadamente al terreno del absurdo. Esa distorsión lleva a que todos sus personajes –como también el tono de las actuaciones, el relato quebrado en viñetas, y la manera de encuadrar gestos y movimientos– parezcan responder a la estética del comic. Los seres de los Coen son, efectivamente, caricaturas, cuyos conflictos se suceden como recortes sueltos. En algunos casos, esos cuadros parecen devolver una imagen ligeramente cruel y exagerada del mundo real. Un hombre serio se suma a esta serie de bocetos. Reuniendo referencias autobiográficas (hábitos y costumbres de la comunidad judía en la ciudad de Minnesota, donde crecieron los Coen) y elementos distintivos de la época (el film transcurre -salvo el prólogo- durante fines de los años ’60, con la música de Jimmy Hendrix y los discos de Santana encontrándose con la televisión en blanco y negro y el consumo doméstico de marihuana), sigue los imprevistos acontecimientos que se suceden en la vida de un inofensivo profesor y padre de familia (un expresivo Michael Stuhlbarg). Abandonado por su mujer que va detrás de un amante impensado, y afrontando los problemas que le traen un alumno que intenta sobornarlo, un hermano que vive con él, sus hijos que le roban y algunos vecinos, el protagonista parece más un hombre sin suerte antes que un hombre serio. La felicidad no aparece, aún obedeciendo mandatos morales y consejos de los rabinos. Como en todo el cine de los Coen, no hay emoción ni ternura, y si se logra seducir al espectador es porque los personajes son convertidos en extraños e irreales objetos de ironía (quienes rodean al protagonista, desde el melindroso amante de la esposa hasta la vecina sexy, han sido compuestos bajo esa premisa). Tampoco faltan detalles perspicaces. Pero lo mejor de Un hombre serio está cuando asoma la capacidad de los directores para expresarse con medios legítimamente cinematográficos, por ejemplo al llevar al espectador a descubrir un gigantesco pizarrón repleto de fórmulas con un simple cambio de planos, o al representar el malestar del hijo adolescente durante una ceremonia religiosa creando un clima espeso y haciendo que los bordes de la imagen aparezcan fuera de foco.
Cuando el sueño americano se rompe La película nos acerca al entorno familiar y social de los directores, que muestran las fisuras que se presentan en la vida de un profesor de física, abandonado por su mujer, con hijos que no comprende y un hermano problemático. En la última entrega de los Oscars en la que Vivir al límite recibió los galardones más esperados por el cine estadounidense, Un hombre serio figuraba entre las nominaciones referidas a "mejor film y guión original". Sin embargo, de los films candidatos esa noche, fue el gran ausente no sólo durante la presentación sino en los comentarios críticos periodísticos. Un hombre serio, expresión que escuchamos de boca del mismo protagonista, que define todo un modo de ser conforme a ciertas pautas y rigores ordenados por ciertos principios ortodoxos étnicos culturales, se puede considerar uno de los films que más nos acerca al entorno familiar y social de los hermanos Coen, tal como ellos mismos ya han apuntado en variadas entrevistas: "Nos interesaba recordar aquellos años en los que crecimos en la comunidad". La referencia no es ya como en los films de Woody Allen a la zona oeste, particularmente a Nueva York, sino al Medio Oeste estadounidense. Ambientada en Minnesota en 1967, sin nombres estelares en el reparto (lo que, en parte, no acerca al gran público) es un retrato de caracteres, de corte existencial, de matices religiosos, en el espacio de la comunidad judía, que va poniendo paulatinamente en crisis aspectos del llamado "sueño americano", a partir de describir cómo ciertos vínculos y relaciones, posiciones adquiridas y saberes previos comienzan a mostrar significativas fisuras. En la mayor parte de los reportajes a los Coen hay una obligada pregunta sobre el prólogo del film, que presenta todos los rasgos de un cuento folklórico judío, inventado por los autores del film, en el que asoman interrogantes sobre los modos de percepción de la realidad. Ante este prólogo, que coloca al espectador en la zona del fantástico, los Coen señalan: "Sentimos que iba a ayudar a que la historia principal resonara más. Y esa es la razón por la que incluimos esta introducción. Me parece que además sirve para establecer, que esta no es una película sobre una comunidad judía del Medio Oeste norteamericano, sino sobre la comunidad judía en general (...) Siempre tuvimos en claro que la idea de empezar la película con una larga escena de diez minutos hablada íntegramente en yiddish podía resultar muy extraña". Las citas textuales corresponden a la entrevista publicada en la revista Dirigido por... del mes de diciembre del 2009 y vemos cómo hacen referencia explícita a aspectos que caracterizan a rasgos particulares, códigos específicos que, en algunos casos, no llegan a ser comprendidos por quienes no pertenecen a dicha cultura. Pero lo cierto es que los Coen igualmente plantean virajes sobre situaciones cotidianas que sí son identificables, en lo que compete a la vida en familia, y escenas en espacios laborales. En la vida del protagonista, que de pronto comienza a experimentar pesadillas, todo aquello que estaba ya establecido comienza a trastabillar y toda una serie de hechos le van planteando interrogantes que lo llevarán a consultar a tres rabinos ante tanto desconcierto, sentimiento de vacío, extrañez y absurdo. Prólogo y epílogo -expresan los Coen- transforman a Un hombre serio en una fábula, construida con toques irónicos, en la que alternan diferentes puntos de vista, centrados en la figura del padre y del hijo. Un aparato de audio, auriculares, que nos son mostrados en un dilatado recorrido en medio de una escena escolar, retenidos por un viejo profesor que sólo atiende a sus propias voces, nos saldrá al camino al final del relato. Entre el hijo y el padre media un mundo de fórmulas que se multiplican al infinito en el proyecto megalómano de un tío que deberá, desde la angustia del protagonista, cruzar una frontera en clave de neo western y empuje del género policial. Un hombre serio trata de abrir desde la matemática y la física un espacio a la reflexión filosófica, en el marco de los preceptos religiosos y los mandatos de las tradiciones. Y este film les ha permitido a sus realizadores, tal como ellos mismo lo expresan, romper con ciertas ataduras: "Vivíamos en una comunidad donde la vida social estaba dominada por judíos muy conservadores (?) Por eso aunque teníamos que prestarnos a toda esta educación religiosa, ambos estábamos muy interesados en poder librarnos de ella". Contrariamente a lo que esperaban como respuesta los Coen, por parte de la comunidad judía estadounidense, Un hombre serio no despertó resistencia alguna y, según ellos, la historia que narran "se ha hecho con el espíritu de de representar desde el afecto un tema que nos es muy familiar". Entonces ¿cómo leer la cita que funciona como epígrafe del film: "Recibe con simplicidad todo aquello que te ocurre", firmada por un tal Rashi?. Nuestro personaje, Larry Gopnick, profesor de física universitario, perteneciente a una familia conservadora judía, honesto, trabajador comenzará a experimentar ciertos cambios que lo llevarán a un continuo desconcierto. Allí está su hijo atento a la música de entonces y no a las tareas escolares, su hija pendiente de los cuidados estéticos, su mujer que le planteará un inmediato divorcio y su querido hermano que lo llevará a embarcarse en varios problemas. Como asimismo un alumno que intenta extorsionarlo. En la vereda de enfrente, el deseo lo aguarda. Ante todo esto ¿a quienes recurrir? Y ya sobre el final una llamada de su médico lo sorprende.
EL PRINCIPIO DE INCERTIDUMBRE Los hermanos Coen vuelven a la comedia con Un hombre serio, una película en donde logran tratar sus obsesiones y temas recurrentes de forma novedosa y magistral, creando una de sus obras más complejas y corrosivas. La gracia de la desgracia Los géneros son por definición un espacio o un modelo en donde director y espectador pueden moverse en un marco de contención y con la seguridad que otorgan las formas conocidas. Un lugar sólido, cuyos cimientos están edificados con el material de las certezas. Todo el éxito del cine clásico está construido alrededor de los géneros y sus normativas, de ahí que las películas –como espacio de representación social que son– cumplan muchas veces la función de reparar o de devolver a la sociedad aquello que se ha fugado de la misma (léase: la felicidad, el orden, la certidumbre). El cine contemporáneo, en sintonía con una época en la que prima la pérdida de valores comunes, la desidentificación del individuo con sus pares y la falta de consenso respecto de la percepción de la realidad, ha decido prescindir de la construcción de esas certezas y de la posibilidad de otorgarle al espectador un horizonte de expectativas claro, por ello se ha inclinado por la hibridez de los géneros, por su puesta en tensión o bien, por la reformulación de sus reglas. La comedia dramática es deudora de ese proceso en el que no se puede distinguir lo verdadero de lo falso, lo correcto de lo incorrecto, lo bueno de lo malo, lo cómico de lo ceremonial, y en donde el espectador ya no se ríe burlándose del personaje, sino que se identifica con el propio autor, que es, en definitiva, quien pone en evidencia a través de su discurso esta ausencia de fe, aquello que el filósofo francés Gilles Lipovestsky, en su libro La era del vacío, describe como un “neo-nihilismo que no es ni ateo ni mortífero, sino que se ha vuelto humorístico”. Los hermanos Coen han captado este proceso de despojamiento dogmático y por eso han convertido todas sus comedias en espacios de incertidumbre, abiertos a una dimensión distinta en donde la risa del espectador no brota como consecuencia del sarcasmo y la ironía sobre el “otro”, sino que es reemplazada por una sonrisa producto de sentirse reconocido en la propia indefinición de los directores, en su incongruencia, en su incapacidad para dar respuestas certeras mas que la respuesta de que no las hay. Causa y efecto En Un hombre serio, los hermanos Coen llevan esta concepción de la comedia dramática al paroxismo a través del personaje de Larry Gopnik (Michael Stuhlbarg), un hombre que asiste perplejo e indefenso al progresivo e irreversible derrumbe de su vida afectiva y laboral. Larry es un profesor de Física, un intelectual que proviene de la ciencias duras, un ámbito en donde cada accionar tiene su correlato en una consecuencia y en donde la gran mayoría de las consecuencias pueden predecirse de acuerdo a una previsibilidad estadística. La historia está narrada en tres partes (que son posteriores a un prólogo en forma de parábola), cada una de ellas gira alrededor de la figura de un rabino al que Larry consulta en su búsqueda de una explicación que aquiete las aguas que agitan su alma desconcertada. Los tres rabinos representan todo el espectro de la religión judía (y por extensión, de la religiosidad occidental). El primero y el más joven de los tres, Scott, es el exponente de la afectación que sufrió la religión en la vida postmoderna, una especie de gurú del New Age para quien Dios es casi tan popular y omnipresente como un nuevo producto en plena campaña de promoción publicitaria. Sus consejos se acercan más a las máximas que pregonan los libros de autoayuda escritos por estudiantes de marketing que a la sabiduría recogida por los textos sagrados de una creencia que lleva más de cinco milenios. Nachtner, el segundo rabino a quien Larry recurre, es un hombre que ya en sus sesenta largos años ha descubierto que su rol como religioso no es el de brindar respuestas, sino el de confirmar que la fe es solo un acto de confianza ciega y que pretender elevar al plano de lo simbólico las señales que Dios nos envía como meros signos es casi un acto pecaminoso o de soberbia. Nachtner es de alguna manera el representante del caos conceptual de las distintas vertientes que confluye en el judaísmo actual: el judaísmo ortodoxo, el conservador, el liberal y el reformista. El último rabino, a quien la película y los personajes llaman solo por su nombre, Marshak, en un gesto que lo coloca por fuera de las corrientes rabínicas actuales, posee poca presencia en pantalla, de hecho es el único que se niega a recibir a Larry en su despacho, sin embargo, su figura cobra mucho más poder que la de los otros dos. Su oficina está precedida por una habitación en donde una secretaria con cara de “poca fe” se ocupa de filtrar las visitas y de preservar el tiempo durante el cual Marshak se aboca a su trabajo: pensar, de posibles distracciones terrenales. Para llegar hasta su escritorio hay que atravesar una puerta que se encuentra cerrada y caminar un pasillo a cuyos lados se pueden observar elementos cuya iconografía nos remite más a la ciencia que a la religión: herramientas de geometría, esferas celestiales, libros. Todo parece indicar que Marshak no tiene mucho para decir y sí mucho para pensar, aun a pesar de que su edad avanzada le otorgue cierto halo de sabiduría, ésta estribaría más en reconocer las limitaciones de su sapiencia que en hacer alarde de la misma. El principio de incertidumbre Si bien los tres rabinos ocupan distintos lugares en el arco espectral del saber religioso, los tres se hallan igualmente incapaces de brindarle a Larry las palabras que necesita escuchar para calmar la angustia que se apoderó de su vida diaria. Esta imposibilidad de la religión para brindar certezas es en definitiva casi la misma que le aqueja a la ciencia a la hora de prever situaciones en términos determinísticos y no de mera probabilidad. El principio de incertidumbre, que es el tema que Larry explica a sus alumnos en la Universidad, parecería entonces regir todos los órdenes: el de la naturaleza, el de la ciencia y el de la religión. El plano final de la película, con ese foco de tormenta huracanada que se avecina sobre la ciudad en donde habitan Larry y su familia, es quizás clave para comprender la mirada que los hermanos Coen poseen sobre la humanidad, una mirada que no es sólo una declaración de principios, sino toda una (a)puesta en escena. Algo más parece decir esa escena en la que un viejo profesor de hebreo debe suspender la clase y organizar la evacuación de la escuela ante el inminente cumplimento del “acertado” pronóstico del servicio meteorológico local. Su respuesta, en parte, la podemos encontrar en la misma teoría de la incertidumbre a la que Larry le dedica un pizarrón lleno de fórmulas matemáticas. Este principio, también llamado “relación de indeterminación de Heinseberg”, afirma que es imposible determinar con certeza y en forma simultánea la posición y la cantidad de movimiento de una partícula, pues el solo hecho de someterla a medición implica producir una modificación en su trayectoria que arroja un error insalvable. Este resultado, como muchos otros de la física cuántica, sólo tiene incidencia en la física subatómica (el universo microscópico), pues en el mundo macroscópico esa indeterminación no tiene incidencia alguna. Y esto mismo ocurre en el universo de la película. El mundo de Larry se desmorona y el alcance de sus consecuencias no puede ser medido por él ni por los rabinos (el lugar reservado al “saber” en la película y en Larry), apenas pueden asistir todos al desencadenamiento de una serie de causas y consecuencias que no pueden ser pronosticadas de antemano, y sobre las cuales tampoco caben hacer interpretaciones con posterioridad a que ocurran. Sin embargo, los científicos pueden predecir con bastante precisión la tormenta que se avecina sobre el cielo de esa ciudad del oeste norteamericano. El principio de incertidumbre tiene incidencia en el mundo subatómico (el de Larry, el del ser humano, el de los Coen), mas no en el macroscópico del cosmos. Esa es la mirada que los directores nos devuelven de nosotros y de ellos mismos, la de unos seres indefensos y “serios”, casi estúpidos, en su ingenua credulidad de que se puede alcanzar a comprender con algún grado de certidumbre el misterio de la existencia.
Seguí participando Cuando uno emprende como meta conseguir un premio, supongamos una situación así, siempre tiene en mente la parte buena. Por ejemplo, nadie mide cuánto se gasta en quinielas, sólo cuánto se ganará. O cuando uno busca en el envase algún regalito o premio, nunca piensa en lo que se gastó del contenido: sólo piensa en lo bueno que es estar buscándolo. Lo peor viene cuando en el envase dice el siempre bien ponderado "Seguí participando", y nuestro mundo se viene abajo en ese instante. Así es la vida del profesor Larry Gopnkik (sobresaliente en su papel Michael Stuhlbarg), un tipo que vive el día a día de manera normal, hasta que "su Dios le pega una cachetada" y le muestra la realidad con toda la crudeza que sólo los hermanos Coen pueden concebir. Ésta es una comedia negra sagaz, y rotunda en su mensaje. Lo hilarante recide en todas esas vanalidades de la vida del desventurado profesor judío, así como en unas líneas magníficas del excelente guión. El punto fuerte de esta historia es esa tradicionalidad tan portentosa en el relato, sacada de las vidrieras de antaño de los hermanos, que se basaron en su infancia en un barrio de Minnesota para recrear esta trama tan única por su estilo y sus idas y vueltas. Las actuaciones son fenomenales, sin excepciones. Pero por sobre todo se destaca la calidad de Stuhlbarg en sus distintos estadíos psicológicos, comenzando en la incredulidad, pasando por la lujuria, hasta la desesperación en esa escena final maravillosa, aunque siempre odiable por la parquedad del relato, tal y como pasa con la mayoría de las cintas de estos dos directores tan confiables a la hora en que uno se sienta a ver sus productos. Hay que conocerlos para amarlos, y cuando se los conoce, se los ama. A serious man reafirma esa condición a fuerza de comicidad sangrante, un guión fenomenal, actuaciones muy buenas, fotografía hermosa y la firma de los Coen, cada día más caseros.
“Acepta todo con humildad” Rashi. Ambientada en los años ’60, Un hombre serio nos muestra el descenso por una espiral infernal de Larry Gopnik (Michael Stuhlbarg). Su mujer Judith (Sari Lennik) sólo quiere el divorcio para casarse con Sy Ableman (Fred Melamed), quien trata de consolarlo y convencerlo que este cambio de vida es lo mejor para todos. Su hijo Danny sólo quiere recuperar su radio – confiscada por el rabino- fumar marihuana y que su padre le arregle la antena para poder ver la televisión. Su hija Sarah sólo quiere que el tío Arthur (Richard Kind) deje de drenar su quiste sebáceo y salga del baño para poder lavarse el cabello. Su alumno de matemáticas en la universidad sólo quiere que lo apruebe y está dispuesto a coimearlo, o chantajearlo por coima, si eso no lo arregla. Y Larry busca a los rabinos de su comunidad para que le den una respuesta acerca de su desamparo existencial. Él sólo quiere entender por qué le suceden estas cosas, no es que quiera evitarlas. Quizá sea ésta la temática que atraviesa la filmografía de los geniales hermanos: abrir interrogantes que no tienen respuesta. Tanto el prólogo como el epílogo son precisamente un diálogo con el espectador basado en esta misma premisa. Es difícil en un arte como el cinematográfico establecer un diálogo con el espectador en el mismo momento en que se produce el hecho artístico. Algunos directores lo hacen por medio de ciertos encuadres o miradas a cámara que interpelan al sujeto frente a la pantalla. Pero Ethan y Joel Coen lo hacen a través de la propia construcción del relato. Ya en su anterior película (Quémese después de leerse, 2008), todo parecía rondar en la cuestión del conocimiento – quién sabía qué y cómo se utilizaba esa información. En definitiva los hechos se sucedían y mientras los agentes de la CIA trataban de darles infructuosamente algún sentido, uno intuía que todo el film era acerca de buscar respuestas en vano. Y también, el tono cómico nos llevaba a pensar que se burlaban del espectador, quien trata de hacer con las películas lo que no puede hacer en la vida: entender el porqué de todo. Aquí estamos frente a la misma agudeza que ya encontráramos en Barton Fink (1991). Absolutamente todos los elementos del film refuerzan esta idea de la búsqueda por respuestas: el Mentaculus pergeñado por Arthur Gopnik, un mapa caótico de probabilidades; las formulaciones matemáticas para el principio de incertidumbre de Heisenberg sobre las que Larry trabaja – no es casual que se aferre a la ciencia con la esperanza de que exista una verdad absoluta donde todo finalmente tiene respuesta, otorgándole una suerte de paz mental; el sueño acerca de una despedida ideal con su hermano Arthur, que termina con el humor más negro posible… cada situación que los hermanos Coen introducen en su relato es una suerte de dibujo fractal, una repetición al infinito del mismo esquema. Algo es evidente: estos directores no necesitan del star system para que sus historias funcionen – aunque hasta ahora siempre lo había hecho de esta manera. No queda duda de que se trata de un cine de Autor, atravesado por las mismas preocupaciones. Ya sea que lo hagan en tono dramático, o de humor negro, el resultado es siempre superlativo.
Angustia Existencial. "No nos gusta explicar demasiado nuestras películas. Y tampoco reflexionamos demasiado acerca de ellas". Ethan y Joel Coen. La historia del cine está marcada a fuego por grandes duplas de hermanos directores/guionistas/productores. Desde los fundadores hermanos Lumiere, pasando por los belgas Dardenne (“Rosetta”, “El Hijo”, “El Niño”) Los italianos Taviani (“Padre Padrone”, “Tu Ríes”). Los hermanos Ethan y Joel Coen son los más jóvenes y los que han logrado mayor éxito. Cambian de registro cuantas veces quieren. Saltan de un drama a una comedia pasando por un policial y western moderno sorprendiendo por tratar los temas más variados. Desde “Simplemente Sangre”, pasando por “Barton Fink”, “Fargo” y la ganadora del Oscar “Sin Lugar para los Débiles”, los Coen no dejan de dar batalla siendo un caso extraño para Hollywood. Después de “Quémese después de leerse” con Clooney, Pitt entre otras superestrellas, pasan ahora a un elenco de actores casi desconocidos para el gran público, para contar una historia sobre un hombre que en la mediana edad todo le empieza a salir mal. Larry Gopnik, es un profesor judío en Minneapolis durante los años ´60. Parece ser un simple habitante más de los suburbios. Su angustia existencial va in crescendo cuando su mujer le anuncia que quiere divorciarse, su hijo está a punto de realizar su bar mitzvah, su hija está en la peor etapa adolescente, y tiene a su hermano viviendo en el living de su casa. Para colmo, un alumno coreano lo intenta sobornar, justo cuando el comité está por elegirlo catedrático. Aunque al parecer, más allá del desbordante planteo nada nuevo ocurre, la trama avanza. Sin embargo, el gran problema del film es su distancia con sus personajes. Hay una enorme frialdad en los Coen para con sus nuevos “bichos ficcionales”. La temática judía también puede dejar muy por fuera a todos los no entendidos en el tema religioso, desde el mismo principio a manera de prólogo –muy inexplicable– cuando se plantea una historia medieval con un supuesto fantasma. Situaciones hilarantes hay para tirar por el balcón. Todo está muy en el límite, caminado por la cornisa. En eso, los hermanos, siempre han estado atentos, así como los rubros técnicos son lo mejor de “Un Hombre Serio”. Nuevamente gran aplauso para Roger Deakins, director de fotografía exquisito, hacedor de películas como “El Lector” y “El Asesinato de Jesse James…”. Realmente ¿qué está ocurriendo en “Un Hombre Serio”? posiblemente pocos los sepan, en eso se relaciona con la fábula sobre unos dientes tallados en hebreo en un “goy” que un rabino relata a Larry, donde no hay remate. Posiblemente un nuevo chiste dentro de otro, como la película misma.
La comedia de Dios El preámbulo de Un hombre serio es misterioso y simbólicamente preciso: en un plano general en picado, la cámara desciende sobre un pueblo en el que el yiddish es una lengua franca. Es otro siglo. Un viejo hasid, quizás un sabio aunque también pueda tratarse de un espíritu maligno (un dybbuk), visita la morada de unos campesinos. Si es que no está muerto es posible que pronto conozca el otro mundo, al menos es el deseo de la esposa del dueño de casa. Con esta apertura en tono de comedia se postula un universo cultural: el judaísmo. El resto transcurre en un barrio judío de Minnesota, en 1967. Larry Gopnik es un físico que espera un puesto en la universidad. Mientras tanto, un estudiante surcoreano lo chantajea, su hijo espera desapasionadamente por el Bar Mitzva, su hija desea retocarse la nariz, su mujer está a punto de irse con un amigo y su hermano, si no es un psicótico, probablemente sea un depravado. No es todo: quizás Larry esté muy enfermo. ¿Es Larry un Job suburbano? Lo cierto es que los tres rabinos que intentarán significar el absurdo y el (sin)sentido del cosmos serán tan ambiguos como la paradoja cuántica de Schrödinger y su gato en una caja, tópico que Larry suele enseñar. Todo puede tener sentido, y sólo Dios lo sabe, aunque nadie sabe lo que Hashem sabe. Este despropósito se sintetiza en un pasaje en el que un odontólogo judío encuentra un mensaje (¡Ayúdame!) en hebrero en los dientes inferiores de un paciente goy. El sadismo y el desprecio son la marca registrada de los Coen, aunque aquí la misantropía está matizada por una meditación filosófica no exenta de humor que humaniza la fealdad y banalidad. El pop se yuxtapone con la tradición, y es así que las mejores secuencias incluyen una dosis de cannabis: Larry dado vuelta con su vecina, o la ceremonia religiosa en la que el hijo de Larry entonará la Torah en un estado digno de Woodstock. No obstante, el talento de los Coen se puede constatar en tres pasajes oníricos y en el abrupto desenlace: si Dios existe no es precisamente el Dios del amor.
CÍNICA Y TRAGICÓMICA AVENTURA DE UN JUDÍO Otra de los hermanos Coen en la que lo tragicómico atraviesa los conflictos del personaje principal. Haciendo uso de su buena mano para manejar el límite entre lo cómico y lo dramático, sus directores proponen una trama enmarcada en el microuniverso de un judío en el año 1967. Larry Gopnik es docente de física, está casado, tiene dos hijos adolescentes y vive en plena comunidad judía de Minnesota, con una aparente estable vida; sin embargo, todo comenzará a andar mal para él. Son incontables las desventuras que lo acechan y una es más hilarante que la otra: 1) su mujer le comunica que quiere el divorcio porque está viéndose con un hombre de la comunidad; 2) su hijo escucha rock and roll durante clase y consume habitualmente marihuana, además de pedirle todo el tiempo que arregle la antena para ver TV; 3) su hija le roba plata para ahorrar para una operación de cirugía estética; 4) su hermano enfermo, jugador y acusado de pedófilo, vive en el sofá de su casa y se mete en problemas con la ley constantemente; 5) un alumno surcoreano lo soborna para aprobar un examen y lo amenaza con llevarlo a los tribunales por difamación; 6) el concejo que decide su permanencia como docente en la escuela recibe cartas anónimas acusadoras sobre su persona; 7) su impetuoso vecino goy quiere construir un galpón usurpando parte de su propiedad; 8) su vecina, una atractiva mujer casada que toma sol desnuda, lo invita a su casa y lo seduce con una tarde de té frío y marihuana; 9) y más, y más, y más… Sin saber cómo afrontar sus problemas y en su lucha por mantener el equilibrio, Larry pide consejo a tres rabinos muy especiales, encontrándose con desopilantes reflexiones. El sello de los Coen resulta inconfundible, tanto en las actuaciones de todo el (desconocido) elenco, como en los diálogos, en el montaje de las escenas (especialmente con un efectivo uso del flashback, del montaje alterno y de las placas separadoras cada vez que visita a un rabino distinto); en la fotografía y el sonido, con acertadísimos y muy expresivos efectos visuales y sonoros. El final, magistral, resulta tan abierto como cortante, bien “a lo Coen”, pregonando la tragedia en un simbólico y devastador último plano. Mención especial para el ajustadísimo elenco, creando con excelencia el micromundo de una comunidad judía, con su particular idiosincracia, y muy especialmente para su atribulado protagonista, el woody-alleniano Michael Stuhlbarg. Todos los códigos, expresiones y modos de vida de la comunidad hebrea podrían significar una barrera infranqueable para un público no judío o desconocedor de los mismos, lo que podría ocasionar un problema para acceder a lo narrado (de hecho, el bonus del DVD incluye una guía de hebreo e yiddish para goys). Nominada al Oscar por guión y película, esta nueva obra de los hermanos sigue demostrando su maestría en contar historias atrayentes, por más comunes que resulten. Es en su particular tratamiento en donde muchos de sus filmes ganan, creando pequeñas obras maestras, dueñas de un estilo tan personal como independiente.
"Recibe con simplicidad cada cosa que te suceda"- Rashi. Ciertamente hablar de estos hermanitos nunca es fácil y Un tipo serio no es la excepción. Que los Coen se adentren siempre en la utilización de simbologías en sus historias no es nuevo, pero diría sin ánimo de pifiarle que quizá sea este el que más las posea. Basados en sus recuerdos de la infancia, una infancia ligada a la cultura y religión judía, los Coen en realidad ponen todas las cartas sobre la mesa sobre conceptos y semblanzas que cualquiera que haya sido criado en una religión determinada puede verse identificado. En primer plano tenemos una simple historia en la cual un hombre, Larry Gopnik, tiene una vida normal... "seria", un trabajo respetable como profesor de física y una familia tipo un tanto estereotipada quizá pero tipo. Sus concideraciones sobre la vida son bastante criteriosas desde la lógica. En honor a la verdad y aunque su hijo esté a pasos de su bar mitzvah podríamos decir que no es un judío practicante como el resto de su entorno. Pero de pronto la vida poco a poco se le tuerce: su mujer quiere un ritual de divorcio para volver a casarse, uno de sus alumnos lo hostiga por una nota "injusta", su hermano quien vive con él desempleado y solitario termina con problemas por apuestas ilegales y todo envuelto con los consabidos problemas económicos que cualquier hombre de clase media, hipoteca de por medio, pueda tener. Lo que todos catalogan como comedia negra- y que en algunos aspectos lo es- no deja de ser un terrible drama sobre la vida, la idea que tenemos de ella, las creencias, las instituciones religiosas (crudamente retratadas en este film) y Dios, que después de todo se crea o no en Él a todos nos llega el momento para preguntarnos sobre su existencia y sus obras. El film abre con una escena que deja perplejo, para pasar a ser una de las tantas asociaciones que seguramente ligadas a lo religioso se nos escapan a muchos y que después de revisionados uno puede llegar a entender. El ritmo narrativo es pausado al comienzo para luego ir intensificándose a la par del desconcierto que crece en protagonista y espectador. Los Coen son maestros a la hora de llevarnos por los caminos de lo inescrutable, impensable, juegan como quieren con sus guiones pero a la larga, y sobretodo en esta película, nos dejan pensando y mucho. La actuación de Michael Stuhlbarg, nominado en los globos de oro como Mejor Actor de comedia, en la piel de Larry ciertamente es impecable (anécdota aparte no podía dejar de ver a TomHanks en ese papel!, no me pregunten porqué), aunque destaco la actuación de Fred Melamed como Sy Ableman, personaje desagradable si los hay. Personalmente es un film que me gustó a medias, pero así pasa siempre con los Coen. Recuerdo haber visto Barton Fink y recién al segundo visionado capté la totalidad de su genialidad y sus incontables símbolos. A serious man, es un film de esos que se prestan para el debate, de guión loco pero sólido cuya comprensión mejor viene dadas por tres escenas claves para mí: la de la pileta, la del llamado de la disquera donde se nombra a Abraxas (quienes hayan leído Demian sabrán del significado de este nombre) y la frase que le espeta el padre de su alumno acosador. No diré más. Un tipo serio es más que nunca una joya para los seguidores de este par de directores que para bien o para mal siempre se habla. Para el resto será lo de siempre, una gran pomposidad difícil de digerir.
Estilo inconfundible en la más personal de las obra de los Coen El último film de los hermanos Ethan y Joel Coen es posiblemente el más personal de ellos. El relato se centra en la vida de un profesor universitario de matemáticas, en la ciudad de Minneapolis a fines de la década de los ´60. Hay, se podría decir, pues nunca lo afirman, dos supuestas bases de inspiración para la construcción de esta realización, primero la infancia de los directores, judíos y educados como tales, en un recorrido retrospectivo de su niñez, y la segunda posibilidad es que la fuente de “iluminación” sea bíblica. Así como “¿Donde estas, Hermano?” (2000) estaba claramente basada en “La Iliada” de Homero, esta última producción tiene muchos puntos de contacto con “El libro de Job”, incluido en el Antiguo Testamento. Por supuesto esta referencia en manos de los Coen funciona como parodia del original. Hasta se podría decir que en realidad es una hermosa conjunción de esto con la tan mentada “Ley de Murphy”. Job era el hombre justo al que le pasan todas las desgracias al que tres amigos le insisten en que nada de lo que le sucede es por azar y termina desafiando a Dios, pues cree que el castigo que le impone es desmesurado. Lo único que recibe como respuesta es que Dios no tiene que justificar sus actos y además no hay respuestas posibles. Pero no se quedan allí. El relato esta plagado de simbología judía, que trasciende lo meramente religioso y se asienta en parte en el dybbuk, un personaje del folklore judío de mediados del siglo XIX en Polonia y Rusia, pero que tiene su origen a mediados del siglo XVI, y también en los cambios en la comunidad judía de posguerra, con el crecimiento de la vertiente conservadora de la religión judía, alejándose de la ortodoxia, pero todavía lejana a la liberal, iniciada en los EEUU, esto ya sería la parte casi autobiografíca. Yendo específicamente al filme, anticipado por una frase del Rabi Rashi, (considerado entre los más importantes pensadores e interpretes del Antiguo Testamento), “recibe con simpleza lo que sucede”. La narración se abre con una escena de antología, ubicada en Europa oriental, hablada en yddish, idioma del pueblo judío en el norte de Europa, (el idioma original es el hebreo) La razones que tienen es para ubicar al espectador en “que estamos hablando aquí”, y presentando uno de los personajes más importantes de la historia,. El Dybbuk, una figura del folklore judío que personifica a un alma en pena, puede ser bondadoso o maligno, un alma en busca de venganza o con una deuda pendiente de su vida pasada, que reencarna en cuerpos de seres vivos para así obtener una segunda oportunidad, que pueden ser otras personas o animales. Recién después, fundido a negro mediante, el filme tiene su apertura clásica, con los títulos y los intérpretes. Ahí nos encontramos con Larry, un profesor de matemáticas, al que las cosas le suceden más allá de sus actos o sus “no” actos, ante estas situaciones dramáticas de la vida cotidiana el no reacciona, y estamos hablando de dramas y no de tragedias, hace lo que se “debe” hacer, hasta un recorrido por varios rabinos en busca de consejos. Problemas maritales, con sus hijos referente a la función paterna, un hermano genio en pleno brote delirante viviendo en su casa, problemas laborales, educativos y por si esto fuera poco los cambios culturales que se avecinan. Pero el texto se universaliza, “pinta tu aldea y pintaras el mundo” reza una frase atribuida a León Tolstoi pero también a Pablo Picasso, y esto es lo que hicieron los hermanos Coen, en el filme y específicamente en los personajes encontramos toda una serie de conductas muy identificables: obsesiones, paranoias, fobias, sospechas, genialidades, estupideces, amor, odio, indiferencia, perversiones, maldades y el destino. .Desde lo estrictamente fílmico, está estructurado en forma clásica, con un montaje lineal, progresivo, algo así como el camino del héroe. Estéticamente se va adecuando a la época en la que se sitúa la acción, tanto la secuencia inicial ambientada a mediados del siglo XIX, con dominio de los tonos pasteles y el formato cuadrado para la presentación de las imágenes, hasta la historia familiar y personal del protagonista a fines de los sesenta del siglo pasado. Desde la utilización del color en los ambientes y en la ropa de los personajes hasta en el tratamiento lumínico, tanto a los espacios abiertos o cerrados y los personajes, está trabajado en forma empática. La música merece un párrafo aparte, la canción “Somebody to Love” de Jefferson Airplaine recorre todo el relato, y no es casual, pero también la música litúrgica judía en la voz de Joseff Rosenblatt, que supo ser conocido allá por 1927 como uno de los vocalistas del filme “El Cantor de Jazz”, considerada la primer producción hablada, animada centralmente por Al Jonson., y esto tampoco es accidental, menos en una realización de los Coen. Como dice uno de los personajes en una de las escenas mas graciosas, “acepta el misterio” se corresponde con el final del filme en forma muy ilustrativa.
Tetsuo Lumiere es ya un director de culto. Con un solo largometraje previo y una perseverancia militante en el complejo entramado del cine argentino, el hombre llegó a la competencia oficial del festival de Mar del Plata con un trabajo prolijo y uniforme. TL-2 (Tetsuo Lumiere 2, por si hace falta aclarar) relata el derrotero casi autobiográfico de su alterego, quien busca productores para una película que parece nunca poder ser terminada. El film es, entre otras cosas, la constatación de que su director es quien mejor maneja los códigos, pelos y señales del cine mudo dentro de las fronteras argentinas. La película es en si apócrifamente documental, aunque incluye momentos de ficción al viejo estilo, con los fotogramas por segundo necesarios como para aplicar dentro del formato silente y con un estilo que recala con plena certeza en la slapstick del enorme Buster Keaton. Por otro lado, el bienvenido delirio general de la puesta, sumado a la brillantez de gran parte de los gags y la exactitud del homenaje retro conforman un trabajo imperdible para cualquier cinéfilo atento a los guiños. Y cuidado con el Tetsuo intérprete, todo un hallazgo hasta ahora no del todo explorado.
Los Coen, en busca de enemigos Lo único que se puede decir a ciencia cierta a partir del visionado de un filme como Un hombre serio -nominada al Oscar como mejor película, más por los Coen que por lo que se ve en la pantalla- es que estos dos hermanitos irreverentes están en un punto de su carrera en el que se animan a hacer cualquier cosa. No es que Un hombre serio sea el primer largometraje de su carrera que deja a los espectadores con más dudas que certezas (pensemos en Barton Fink o The hudsucker proxy, quizás las más similares a su nuevo trabajo dentro de su historial) pero sin dudas es una de esas películas que hacen que los desprevenidos se levanten de su butaca y abandonen el cine. Cuenta la historia de Larry Gopnik, un profesor de física que está pasando por un momento bastante malo y no puede entender por qué: su mujer quiere el divorcio, sus hijos están entre la superficialidad y la indiferencia total, su hermano (que vive con él en su casa) está enfermo y tiene algunos problemas de adicción, alguien envía cartas a su trabajo para sabotear su ascenso y un estudiante lo quiere sobornar para que lo haga pasar de curso. Cada problema le va cayendo encima con su peso específico y Larry, que encima tiene problemas de dinero, se va abrumando cada vez más. Michael Stuhlbarg -nominado al Globo de Oro por su papel- interpreta a este personaje con maestría, soportando y sonriendo ante cada nueva contingencia y al mismo tiempo transmitiéndonos esa desesperación de que se está hundiendo pero que siempre mantiene viva la última llamita de esperanza. El elenco que lo acompaña -formado por un grupo de ilustres desconocidos, salvo quizás por algunas caras mínimamente familiares como las de Richard Kind, George Wyner y Simon Helberg, de la serie The big bang theory- cumple muy bien su labor, lo que vuelve a mostrar la buena mano que tienen los Coen para la dirección de actores. A partir de todos los inconvenientes que sufre el personaje principal, uno podría imaginarse una típica comedia de enredos en la cual el protagonista comete algún exabrupto y se va metiendo en cada vez más problemas. Este no es el caso, en absoluto. Los problemas le llueven sin que Larry pueda reaccionar y su única idea ante tanta mala suerte es visitar a algún rabino para que lo aconseje. Cuando su mujer le pide que se vaya de la casa para que ella pueda vivir con el hombre con el que se casará luego del divorcio, Larry acepta. Tampoco hace nada al ver que sus hijos no le hacen caso y ni siquiera le prestan atención. El vecino está intentando robarle parte del lote que le pertenece a su propiedad y él apenas si se anima a ir a charlar. Todo se va sucediendo para que Larry sea a cada minuto más desafortunado y aún así, no pueda ni siquiera imaginarse una manera de solucionar alguno de sus problemas. Las decisiones del personaje se pueden aceptar, como las de cualquier otro, porque son creíbles. Larry es así, timorato, sumiso. No hay nada en el que nos indique que sea capaz de enfrentarse con sus problemas. Pero lo que sí nos demuestra es que esta no es una comedia pura. Si nos reímos es ante las desgracias del protagonista, las ocurrencias de algún personaje secundario o algunos buenos momentos en los diálogos que nos sacan de un semi letargo provocado por una narración detallista y solemne, como en la secuencia en que el padre del estudiante coreano que soborna a Larry va a visitarlo para amedrentarlo, las escenas de sueños o los gags que funcionan por repetición (-Un gett. -¿Un qué?). Pero esos son sólo pequeños oasis en una narración bastante lenta, con planos largos en los que los personajes no hablan, sólo miran o son mirados, y se toman su tiempo para actuar. Si hay un problema que tiene este film es que es una película hecha por judíos, protagonizada por judíos y, hasta cierto punto, para judíos. Lo que, indefectiblemente, deja a todo aquel que no es judío un tanto afuera, por no tener las herramientas suficientes para apreciar el tono satírico, burlón, que sobrevuela la narración y que la hace lo que es. Los Coen han cosechado bastantes fanáticos durante su carrera. Dentro de su peculiar filmografía podemos encontrarnos con comedias, thrillers, películas de la mafia, dramáticas, de intriga, de todo. En sus últimas dos incursiones cinematográficas habían logrado dividir las aguas como nunca, en primer lugar, al ganar el Oscar con Sin lugar para los débiles, esa tremenda película que hablaba sobre la violencia de estos tiempos, y, en segundo lugar, con Quémese después de leerse, una comedia absurda sobre la estupidez norteamericana. En ambos casos, los Coen lograron cosechar una gran cantidad de enemigos, quizá por alejarse un poco de las convenciones del típico cine hollywoodense. Si aquellas películas no habían logrado que el espectador promedio decidiera dejar pasar a los Coen, Un hombre serio lo logrará, con su lentitud, su género inclasificable y su peculiar narrativa, enigmática, inconclusa y hasta desconcertante por momentos. Un hombre serio no es una mala película, en absoluto. Tiene el sello de los Coen -amplio y difícil de describir- en su alejamiento de lo esperable y en el terreno de lo visual, y logra por momentos hacer reír, más porque esperamos un chiste que porque el chiste esté allí. Con un gran elenco y la dirección estilizada de dos directores ganadores del Oscar, el filme tiene un grave problema: quizás sea buena, pero de tan extraña y difícil de abarcar, termina siendo imposible de recomendar.