A través del baldío bélico Si bien por la muy avanzada evolución de los artificios digitales de hoy en día ya no se puede afirmar que las películas estructuradas en torno a una única toma secuencia sean el prodigio técnico de otras épocas, sí es cierto que reclaman un nivel de planeamiento mucho más elevado que el promedio habitual ya que deben evitar esa herramienta cinematográfica por antonomasia, el corte entre los distintos planos. En este sentido 1917 (2019), otro exponente más de esta querida autolimitación formal que plantea un permanente tour de force para el equipo creativo, está más cerca de La Soga (Rope, 1948), La Casa Muda (2010), Birdman (2014) y El Hijo de Saúl (Saul Fia, 2015), todos ejemplos paradigmáticos de tomas secuencias simuladas, que de films como Timecode (2000), El Arca Rusa (Russkiy Kovcheg, 2002) o Victoria (2015), especialmente considerando que hablamos de un trabajo gigantesco del cine mainstream anglosajón volcado a eliminar con CGI los cortes de turno. La obra es una propuesta bélica centrada en los grandes latiguillos de la Primera Guerra Mundial que combina la desilusión lírica para con la contienda en sí de Sin Novedad en el Frente (All Quiet on the Western Front, 1930), aquel fetiche inicial con las trincheras de La Patrulla Infernal (Paths of Glory, 1957) y el motivo de los mensajeros del último acto de Gallipoli (1981), ahora transformado en el eje de la historia mediante la misión de un par de soldados británicos, Blake (Dean-Charles Chapman) y Schofield (George MacKay), de avisar a sus colegas de que los espera una emboscada símil masacre. Bajo órdenes del General Erinmore (Colin Firth), los dos muchachos deben entregar una misiva al Coronel Mackenzie (Benedict Cumberbatch) para que cancele un ataque planeado debido a que llegó información acerca de la retirada de los alemanes a la llamada Línea Hindenburg, un sistema defensivo de trincheras, y la próxima arremetida contra 1600 soldados ingleses. El realizador y guionista Sam Mendes, aquel de las logradas Belleza Americana (American Beauty, 1999), Camino a la Perdición (Road to Perdition, 2002), Soldado Anónimo (Jarhead, 2005) y Sólo un Sueño (Revolutionary Road, 2008), y el director de fotografía Roger Deakins, colaborador de siempre de los hermanos Joel y Ethan Coen, se entretienen de lo lindo siguiendo los pasos de los protagonistas a través del baldío bélico del norte de Francia durante la primavera de ese 1917 del título, enfatizando el carácter personal del asunto porque entre los posibles faenados a corto plazo se encuentra el hermano de Blake, Joseph (Richard Madden). De las trincheras y la destrucción general de la doctrina de “tierra arrasada” pasamos a pequeñas escaramuzas con militares germanos, la muerte de uno de los muchachos, muchos escombros de edificaciones, algún que otro momento de quietud y la esperable angustia del tramo final en pos de detener la carnicería cuanto antes. Entre los puntos a favor se puede decir que la película efectivamente incluye un excelente trabajo técnico, es simple e intensa en su esquema retórico y se embandera en una suerte de retro pacifismo bien desarrollado que no cae en ninguna impostación, aunque por otro lado resulta innegable que cuenta con algunos baches narrativos, a veces se vuelve algo redundante y la música de Thomas Newman es demasiado pomposa en varias secuencias. De todas formas 1917 se abre camino como un film muy digno y cuidado que le permite a Mendes dejar atrás los fiascos de Skyfall (2012) y Spectre (2015), sus dos entregas para la franquicia de 007/ James Bond (Daniel Craig), esas que sin lugar a dudas se ubicaron muy lejos de la maravillosa Casino Royale (2006), e incluso le permite al británico disfrazar de gran epopeya histórica a una diminuta anécdota que le contó su abuelo, Alfred Mendes, cuando Sam era apenas un niño, sobre la importancia de la comunicación en el conflicto…
Banda continua 1917 está llena de paradojas. Cosa que no debería sorprender viniendo del más americano de los directores británicos (¿o habría que decir al revés?), cuya primera y celebrada película se titula Belleza americana, pero que entre James Bonds y este homenaje a su abuelo soldado de la corona en la Primera Guerra Mundial parece casi como si quisiera cubrirse las espaldas ante posibles consecuencias del cada vez más cierto Brexit. Más paradojas: esta filmografía resumida de forma tan grosera no debería hacer olvidar que estamos hablando de un hombre de teatro. Un hombre de teatro que firma aquí un intento de proeza en (más o menos) plano secuencia. Curiosamente, otro británico americanizado fue el primero en concretizar para el gran público la pulsión de evitar el corte con La soga, Alfred Hitchcock. Aquella película, tal y como estaba filmada, creaba una dialéctica perfecta con el teatro, pues a la unidad de escena, acción y tiempo del relato le añadía la (un poco ficticia) unidad de la banda de celuloide en la que se inscribía y que nos lo narraba. Mendes toma el camino exactamente contrario: intentar dar unidad al largo trayecto entre los frentes de dos soldados británicos, incluyendo pérdidas de consciencia que lo interrumpen y trayectos en camión que lo aceleran. Sin embargo, todos sabemos, más allá de las circunstancias y trucajes que abundan en estas películas, desde La soga a 1917 pasando por el El arca rusa de Sokurov, la idea de un solo plano durante toda una película, si éste no se ejecuta con una voluntad casi mecánica o respondiendo a un criterio estructural ajeno (como hacen James Benning, Michael Snow o Sharon Lockhart) sencillamente no existe. Porque, y no hace falta recordar a André Bazin, todo elemento de puesta en escena, todo desplazamiento o gesto de los actores en el encuadre y toda voluntad de significación de la cámara implica un cambio de plano, aun sin corte. En un diálogo de la película, un personaje dice que una medalla es algo más que un trozo de metal: “también tiene una banda” (“there’s also a ribbon”). Frase que resume, para bien o para mal, la película y su proyecto. Mendes se propone el extraño desafío de contar la Gran Guerra, una pura máquina de muerte al trabajo, sin que el cine la cercene mediante el corte. La guerra es el metal, las balas, pero también algo más, una banda que une a aquellos que participan en ella. De ahí su deseo de contar una situación constantemente imprevisible y no lineal como si fuera una banda continua, fluida. Pero en la carretera ya sabemos lo que significa una banda continua: la prohibición de adelantar, la prohibición de cruzarla. Mendes no puede pues transgredir esa norma autoimpuesta, pero quiere que su máquina avance de forma eficaz, sin renunciar a ningún privilegio de una planificación “normal”. Por ejemplo la cámara deberá alejarse ligeramente de los protagonistas si esta quiere captar un detalle impactante del decorado, u orbitar en torno a los actores si desea crear algo similar a un plano/contraplano o mostrarnos lo que los soldados están mirando en sus manos. Además, entre los momentos fuertes, Mendes se ve obligado a respetar la banda continua y filmar otros menos intensos, de elipsis prohibida; pero por voluntad de eficacia los sobrecarga dramáticamente (por ejemplo mediante una banda sonora que parece un popurrí de motivos de cine épico). Tal planificación convierte al actor en soldado (pues la interpretación física concuerda un poco más con la del personaje, ese es el lado burlesco de este tipo de películas inmersivas), al operador de cámara en artillero y al director de fotografía en capitán. La puesta en escena se convierte así en una serie de órdenes emitidas por el director, o sea, el General, desde la retaguardia, tras un monitor. De ahí la sensación de ver algo excesivamente coreografiado, carente de vida, preconcebido, con las etapas obligadas del periplo de los soldados apareciéndonos casi como las secuencias de un videojuego en las que la acción se interrumpe para presenciar una secuencia cinemática. Cada vez que se nos anuncia el inminente contacto de los protagonistas con un superior o alguien relevante, sabemos que nos aguarda un cameo o aparición fugaz de una estrella del cine y la televisión británicas (Colin Firth, Andrew Scott, Benedict Cumberbatch o Mark Strong). Las escenas de acción van irremediablemente llegar a una consecuencia visible (si un avión arde en el cielo sabemos que se estrellará dentro del plano, si un soldado lanza una bengala sabemos que la acabaremos viendo finalmente en el fondo del encuadre). El resultado es frágil y por ello casi enternecedor: en la necesaria subasta conceptual en que se ha convertido el cine, Mendes y su “guerra en plano secuencia” parece llegar con demasiado retraso e ingenuidad respecto a Nolan y sus tres temporalidades entrecruzadas en Dunkerque. Pero esa fragilidad tiene dos cosas singulares, casi genuinas. En primer lugar, los problemas que Mendes tiene que resolver se nos muestran en directo, como si cualquier espectador participase en ellos y pudiese ver fácilmente la solución adoptada. Los cortes, en el cine, esconden la voluntad de la puesta en escena, que aquí se muestra desnuda. Y es así como esta película “inmersiva” evita el riesgo de tomar al espectador por la pechera y forzarle a ver, a “vivir la guerra”, pues hasta la más despreocupada de las personas en la sala se da cuenta de las motivaciones detrás de las decisiones del cineasta. El mejor momento de la película nos muestra a uno de los protagonistas saliendo de la trinchera y corriendo en perpendicular a los soldados británicos a la carga, tropezándose inevitablemente. La cámara le precede, reculando, en ligero picado. Según avanzamos, cada vez más soldados entran en el encuadre. Sabemos que Mendes escoge ese ángulo para mostrarnos a todos esos figurantes corriendo, cayendo. Y sabemos, pues los vemos surgir progresivamente, que son reales, que no se trata de figurantes digitales como en tantas batallas contemporáneas. En cierto modo, queda en esta película un poco de contacto entre el espectador y una realidad de la puesta en escena, cosa cada vez más rara. Segunda cosa singular: la emoción británica. Lo bueno que tiene el patriotismo británico es que es muy distinto al americano. Son otros símbolos. Aquellos construidos desde el cine inglés de postguerra que cantaba el heroísmo de las pequeñas gentes, como las que veíamos precisamente en Dunkerque, saliendo al rescate en sus botes, mientras Kenneth Brannagh decía emocionado al verles llegar “home” (“hogar”, que el subtitulado español transformaba en “patria”). La motivación de los dos soldados británicos protagonistas es la misma: no la promesa de la gloria, ni de la victoria, ni de la patria, sino el sentimiento de necesitar ayudar a quien está en apuros y compartir su sufrimiento. El gesto más emocionante de la película tiene lugar cuando uno de los dos soldados guarda la foto de la familia de un compañero muerto en la cajita donde él transporta las suyas y la guarda en su pecho. Todos esos kilómetros de acción desplegados de forma “continua” ante los ojos del espectador se reducen entonces al delicado gesto de una mano. Toda una patria encerrada en una cajita.
En principio, un término técnico: el gimmick. Precisemos: un gimmick sería un elemento añadido, poco común, llamativo por su sola presencia y superficial (esto último, ojo, no necesariamente en un mal sentido). Un dispositivo que opera a modo de artificio. Un chiche, vea. “1917” transcurre en el momento más jodido de la Primera Guerra Mundial, y narra la misión de dos soldados ingleses que deben entregar un mensaje para cancelar el ataque a las fuerzas alemanas. El truco consiste en que la cámara se mueve de manera tal que la acción parece tener lugar en una única toma. El desafío consiste en sobrepasar la mera condición de artificio. Es decir, en comprobar si esta decisión formal ofrece una justificación desde el punto de vista narrativo. Sobretodo, cuando una de las últimas películas en hacer uso de esta técnica fue la sobrevaloradísima “Birdman”, otro film con ruido de Oscar… Bueno, la película de Mendes se sirve de la única toma para crear un efecto inmersivo, trasladando al escenario de la guerra tanto a los personajes como al público. Dije “escenario” porque si hay algo que llama la atención en “1917” es que es menos importante la lucha por defender el territorio, que la propia supervivencia ante el terreno. El peligro no aparece encarnado en la figura del ejército enemigo, sino en la propia naturaleza que acompaña los campos de batalla. Por eso es fundamental la cámara veloz, apurada, que se mete en el barro, en el agua, en la tierra. Como también el retrato de los protagonistas: nunca son presentados como soldados a priori valientes ni del todo decididos a actuar con violencia, sino más bien como dos jovencitos inexpertos, capaces de cometer errores que podrían costarles la vida (ayudan mucho a esto las caras aniñadas de los actores). Hay dos escenas en particular que hablan a las claras de esto. La primera nos muestra a Blake y Schofield llegando al frente alemán. La cámara genera un suspenso creciente, a partir de la idea de que los alemanes podrían estar detrás, esperando para atacar. Sin embargo, las trincheras resultan abandonadas. Los muchachos se dan cuenta muy tarde de que también han sido minadas, y el escape de la explosión inmediata, con el derrumbe casi cubriéndolos, transforma el momento en una escena digna de Indiana Jones. La otra escena nos muestra a Schofield despertando en un pueblo de Francia, a merced de un cielo nocturno iluminado por bengalas. El pueblo en ruinas resulta tan amenazador para el personaje como los mismos soldados del ejército enemigo a los que encuentra. Y estos últimos aparecen desenfocados y en la sombra, como si el temor de Schofield los conviertiera en seres casi monstruosos. Lejos de querer hacerles frente, termina por escaparse de ellos. Hay defectos en “1917”. En una película donde la cámara no parece nunca detenerse, porque son sus personajes los que no paran, los momentos de mayor estatismo saltan a la vista. Hablo especialmente, pero sin entrar en terreno de spoilers, de la escena posterior al encuentro con el aviador alemán, donde el tiempo interno del plano dura más de lo conveniente. Un momento, quizás, muy oscar-friendly. O el encuentro de Schofield con el pelotón mientras uno de los soldados entona una melodía que alegoriza sobre el destino del personaje. Aunque, después de todo, el estatismo opera mejor en la idea de circularidad que el filme maneja. Y si no, estén atentos a lo que ocurre al inicio y al final… “1917” se muestra como una película ambiciosa, sobretodo en lo que respecta al manejo de la acción en una toma única. Pero está a la altura de su propio gimmick. Nos olvidamos que está ahí, gracias a que cumple con una regla dictada por Hitchcock: “el rectángulo de la pantalla debe estar cargado de emoción”. Calificación: 8/10
Sin una reflexión ni observación antropológica/historica sobre sus personajes, Sam Mendes suelta al espectador ante el escenario en el cual la película se desarrollará. Suerte de extenso demo de videojuego, con una perspectiva sesgada, la experiencia inmersiva se rompe cuando la cámara se deposita delante de los protagonistas, allí se tejen algunas ideas sobre el contexto. Cuando en su afán por construir de manera impecable el relato, escondiendo sus hilos y el aparato cinematográfico, no hay mucho más para reflexionar en esta propuesta que viene arrasando en la temporada de premios.
1917: Los horrores de la Guerra, en primera persona. Otro estreno que llega con varios galardones y la promesa de llevarse todos los premios Oscar. 1917 (2019) es una experiencia inmersiva y sentimental de la 1° Guerra Mundial. Allá por el año 2000, un ignoto director británico se alzaba con 4 premios Oscar, que incluían «Mejor Película» y «Mejor Director». El realizador era un tal Sam Mendes, y su ópera prima, Belleza Americana (American Beauty, 1999), un relato mordaz sobre el sueño americano con un Kevin Spacey en su mejor forma. A partir de allí, la carrera de Mendes fue bastante irregular y fue varias veces criticado. Luego de devolverle al «Agente 007» el carisma que había perdido en esta última década con el hiperrealismo de su reboot, llega el film más personal del británico; una oda a los jóvenes que llenaron las trincheras y dieron sus vidas en la que, quizás, sea la guerra más brutal de todos los tiempos. Basada (libremente) en las experiencias del abuelo paterno del Director, Alfred Mendes, 1917 (2019) nos cuenta la historia de William Schofield (George MacKay) y Tom Blake (Dean-Charles Chapman), dos jóvenes soldados británicos que reciben un encargo, en apariencia, bastante simple: entregar un mensaje en mano al 2º Batallón del Regimiento de Devonshire, cancelando su ataque planeado contra las fuerzas alemanas. Los alemanes han fingido retirarse a la línea Hindenburg y están preparados para emboscar al batallón de 1600 hombres, el hermano de Blake entre ellos. Ellos no saben que los alemanes se han retirado. Incluso con esta nueva noticia de una segura trampa mortal, el camino que les espera es casi un suicidio. Sin embargo, Blake está dispuesto a todo por salvar a su hermano y a sus compañeros en armas de una carnicería segura. La particularidad de 1917 (2019) es que el film está rodado en un (aparente) plano secuencia. Hay muy pocas veces que el espectador avezado puede ver el montaje, aunque hay uno bien marcado y es parte de la atmósfera narrativa inmersiva que se nos presenta. Porque la película de San Mendes es eso, una experiencia que nos mete de lleno en los horrores de la 1° Guerra Mundial, en primera persona. Seguimos desde el comienzo de la misión a Schofield y a Blake, vemos sus personalidades bien marcadas y diferenciadas a lo largo de la travesía. Los sentimientos afloran en un plano como el de las trincheras, donde el Imperio británico estaba en desventaja ante un enemigo que los superaba en número y en tecnología: tengamos en cuenta que en este conflicto fue cuando se vio por primera vez un tanque de guerra Panzer. Fue una batalla perdida desde el comienzo. La cámara persigue a los personajes, los rodea, los sitúa en campo abierto, los acompaña entre el barro, la sangre y el sudor, se mete con ellos en trincheras que vuelan por los aires, los acompaña cuando se sumergen en el agua, los conocemos en primero planos y encuadres que desafian toda lógica al ser un film con casi ningún corte de edición; y esto se lo debemos al gran Director de Fotografía Roger Deakins, un prodigio que nos mete de lleno en un ambiente que, muchas veces, parece sacado de una película post-apocalíptica. Pero claro, 1917 (2019) es una obra llena de desolación y, a su vez, esperanza. Thomas Newman, colaborador habitual de Mendes, completa con su score la parte técnica que acompaña la película, trazando paralelos muchas veces con Dunkirk (2017) en la forma de crear clima y tensión muchas veces con el sonido del segundero de un reloj, marcando el «a contratiempo» del film. Los dos protagonistas son el relato en sí y condensan a la perfección las vivencias acaecidas en miles de soldados caídos. Asimismo, mientras recorremos las trincheras y los desolados parajes del conflicto, como el tristemente célebre «No Man’s Land», hay varios actores que van apareciendo casi como una frutilla en el psotre para enmarcar aún más este film como una obra de suma calidad. Muchos de los que estarán leyendo esto sabrán que J.R.R. Tolkien se basó en sus vivencias en la 1° Guerra Mundial para crear «El Señor de los Anillos», pues bien, si se fijan bien, 1917 parece muchas veces la travesía que Frodo y Sam tuvieron que realizar a través de la Tierra Media: camaradería, horrores, muerte, desazón, y tantos etcéteras asociados a la crueldad de un conflicto bélico que solo las personas que lo vivieron saben de qué se trata. Hasta ahora. Por que San Mendes nos lleva en una recorrida sin igual en un día en la vida de estos héroes anónimos. Jóvenes que tuvieron que pelear por su país, muchas veces sin saber por qué, poniendo sus cuerpos para que unos pocos resolvieran un conflicto absurdo en una guerra con notables diferencias tecnológicas. Lo absurdo de la guerra y lo bello de la hermandad. Todo esto está condensado en 1917 (2019). Una obra maestra sin lugar a dudas.
De mensajero a héroe. La motivación de un hombre puede ganarle al miedo que genera el accionar para cumplir una misión y, a su vez, la empatía, el valor y el coraje, resultan descubrir en otro, la fuerza que hasta ese momento desconocía de sí mismo y transformarse, en el camino de la vida, en un verdadero héroe. Y todo ese recorrido, es una excusa, para lograr superarse al vencer todos los obstáculos. Descubrir una fortaleza que desconocía, en una lucha solitaria que de seguro le cambiará la vida para siempre. La británica 1917 (2019), del director y co-guionista Sam Mendes, nos relata una historia que sucede en la Primera Guerra Mundial. A Schofield (George MacKay) y Blake (Dean-Charles Chapman), dos jóvenes soldados británicos, se les asigna una misión en apariencia imposible. Llevando un mensaje que podría evitar un ataque devastador y la muerte de cientos de soldados, incluído el hermano de Blake, se embarcan en una verdadera carrera contra reloj, detrás de las líneas de los alemanes. Lo que más mérito tiene este film pensado desde el guión en combinación con la dirección, es el talento del director y guionista Mendes que logró contarnos la historia en un plano secuencia, sólo con un cuidado corte y otros muy pequeños que al ser tan sutiles, no nos damos cuenta. Además los tres actos están separados en la trama, sin cortes y que a su vez nos permiten respirar, realmente muy bien logrado. En ningún momento podemos abandonar el film, ya que nos atrapa desde el comienzo, con un contraste muy importante de colores, espacios, locaciones, diálogos, agua y fuego, imposible no acompañarlos en todo su viaje para cumplir la misión. Empatizamos y nos identificamos con los protagonistas, la misión también se convierte en nuestra misión de la que no podemos escapar. Al inicio nos conectamos con la belleza de la naturaleza que connota paz, un mundo pacífico en el que queremos vivir que se corta de manera repentina cuando aparece el hombre, como si nosotros fuésemos los responsables de interferir en la fluidez natural de la vida para romper con esa paz perdida por la guerra que nosotros mismos creamos, y solucionar lo que no podemos. Una fantasía o delirio en este punto de la historia. Ya se habían realizado películas brillantes en un plano secuencia, la última que vi con este tratamiento, es la alemana Victoria (2015) que recomiendo ver. Son remarcables las interpretaciones, y desde ya, todo el trabajo del detrás de escena, que en este caso debemos tener muy en cuenta a la hora de disfrutar esta película que no debemos dejar de ver en cine. Se destaca además el trabajo de sonido, fundamental puesto que funciona como cortes de atmósferas y estadíos de los personajes, además de los colores, locaciones, efectos especiales y montaje. El recorrido que realiza un hombre al inicio, que luego por cuestiones imprevisibles de la vida, le toca a otro continuar, se transforma en su propia motivación. En tal caso, lo que importa es lo que necesita para cumplir una misión que se convierte en propia y que se supera constantemente a sí mismo. Un paralelismo con la lucha diaria del hombre para “sobrevivir” en este mundo tan hostil, con obstáculos y nuestra actitud para afrontarlos y continuar o dejarnos derrotar, como cuando vemos la desgracia del otro porque nos contaron o en las noticias y no sabemos lo que se siente hasta que nos sucede algo similar, en lo que se convierte en una alegoría de nuestros días. Quizás pueda parecer exagerado, sin embargo me animo a decir que 1917 es una manera de explicar la lucha permanente que padece una persona con una enfermedad crónica en silencio. Todas las personas tenemos que lidiar con una lucha diaria, qué irónico que seamos nosotros mismos quienes elegimos la guerra y no la paz. Ese considero es el mensaje principal de la película.
Habiendo dejado atrás (afortunadamente) su etapa “Bond”, Sam Mendes incursiona en la recreación de una historia de la Primera Guerra Mundial que le fuera narrada por su abuelo. Lo hace con espíritu inglés, y alejado de toda sensiblería que intente seducir al espectador, habiendo tomado unas cuantas decisiones afortunadas para que ello ocurra. En primer lugar, el criterio del falso plano secuencia, para que a los ojos del público la historia fluya con continuidad circular, y pese a la presencia vigorosa de sus dos protagonistas (Dean-Charles Chapman y George MacKay) como dos soldados británicos que deben cumplir con la misión de atravesar territorio enemigo para evitar un catastrófico ataque que acabaría con la vida de 1600 uniformados, el centro de la unidad narrativa es la historia misma. En segundo lugar, y aun pese al artificio virtual, lo que se ve plasmado en la pantalla es sencillamente impactante y grandilocuente. La Dirección de arte es encomiable (Dennis Gassner en Diseño de Producción y Lee Sandales en Decorados de Set) y se constituye en la otra protagonista de esta propuesta. El cambio de punto de vista a mitad de la narración (que fiel a nuestro estilo, no adelantaremos aquí) sin alterar por ello la esencia del relato se erige como una herramienta más que pone de relieve la clara intención del director de no manipular a la audiencia con el falso heroísmo que el cine ha venido insistiendo (salvo excepciones) con reflejar en este tipo de films, y de no edulcorar historias bélicas. Otro rubro encomiable es la fotografía. El talentoso Roger Deakins (Blade Runner 2049; Fargo; Sicario; Skyfall; No Country for Old Men; The Reader) pudo desarrollar con precisión estética la admirable conjunción entre tomas largas y la velocidad a la que debía ir la cámara. La precisión y variedad de recursos de los protagonistas a los que se suman un grupo de famosos que intervienen fugazmente dotando de colorido a la narración (Colin Firth, Benedict Cumberbatch, Mark Strong, Andrew Scott) tornan a 1917 en un exponente de visión necesaria. POR QUE SI: «La clara intención del director de no manipular a la audiencia con el falso heroísmo que el cine ha venido insistiendo»
1917 puede llegar a dar opiniones bien dispares, pues la peculiaridad de haber sido estructurada en sólo dos tomas prolijamente coreografiadas, hacen que el espectador tenga una gran desilusión (sobre todo si te alejás de la historia y empezás a engancharte con lo técnico y visual) o una fascinación absoluta porque...
La visión de 1917, de Sam Mendes, resulta perturbadora en muchos aspectos y coloca al espectador como si fuera parte del conflicto bélico que deja destrucción, muerte y caos. El director de Belleza Americana y las dos películas de James Bond, Skyfall y Spectre, entre otras, prepara el campo de batalla como una suerte de tren fantasma que recorren los protagonistas. Nonimado a 10 Premios Oscar de la Academia de Hollywood, que incluyen "mejor película", "director" y "guión original", el relato sigue los pasos de dos soldados británicos, Schofield -George MacKay- y Blake -Dean-Charles Chapman- quienes deben cumplir una misión aparentemente imposible a través del norte de Francia durante la Primera Guerra Mundial. Los jóvenes deben entregar una misiva al Coronel Mackenzie -Benedict Cumberbatch- para que suspenda un ataque planeado contralos alemanes para evitar una emboscada que terminará con la muerte de más de mil seiscientos soldados. Y, como si fuera, poco, encontrar al hermano de uno de ellos. El filme, concebido en un gran plano secuencia como en El arca rusa, sumerge al público y a los protagonistas en el ojo de la tormenta, un verdadero "camino a la perdición", entre trincheras, cráneos, cadáveres y una trampa mortal. En un territorio arrasado y abandonado, el peligro siempre es constante y esa sensación se transmite en la historia que conjuga de manera impactante el aspecto formal -aunque si hay cortes disimulados- con las penurias y el dramatismo de muchas escenas. La luz del fotógrafo Roger Deakinsacompaña de manera fantasmagórica con un atrapante juego de luces y sombras que se distorsionan, el periplo de ambos a través de territorio enemigo y con muchas sorpresas para el espectador. La muerte está presente de manera desgarradora y el suspenso se mantiene a lo largo de las dos horas entre detonadores, edificios en ruinas, soldados alemanes y una mujer refugiada con una beba. 1917 es una visión del horror en primera persona, con una puesta en escena milimétrica que moviliza, perturba y molesta, colocando en guardia al público más desprevenido. Un hediondo viaje en el que los dos héroes anónimos no buscan ni gloria ni medallas sino sobrevivir con ansias de reencuentro familiar.
Sam Mendes elabora esta proeza técnica y narrativa llamada «1917», a raíz de una anécdota que le contó su abuelo paterno Alfred Mendes. Es así que logra un relato sumamente inspirado que le otorgó varios galardones en la temporada de premios y que se perfila como una de las grandes favoritas en la próxima entrega de los Oscars. Uno de los aciertos del largometraje es que más allá de su grandilocuencia visual y su suntuosa banda sonora, la historia comprende un relato sencillo pero bien narrado que opta por una economía de personajes (por lo menos en la mayor parte del metraje). El film se sitúa en el año del título, en una de las partes más cruentas de la Primera Guerra Mundial, donde dos jóvenes soldados británicos Will Schofield (George MacKay) y Tom Blake (Dean-Charles Chapman) reciben una apresurada y aparentemente imposible misión por parte del General Erinmore (Colin Firth). Esta supone una carrera contrarreloj donde deberán atravesar territorio enemigo con el fin de entregar un mensaje al Coronel Mckenzie (Benedict Cumberbatch) para evitar que 1600 soldados británicos emprendan un ataque durante el amanecer, el cual según datos de inteligencia, iría a caer directamente en una trampa del ejército alemán. Para colmo, entre las filas del regimiento que se propone atacar a las tropas germanas está el hermano del propio Blake. Como una especie de «Saving Private Ryan» (1998) combinada con «Paths of Glory» (1957), Sam Mendes ofrece un thriller bélico elocuente pero a su vez sencillo. Sencillo en torno a la historia que cuenta, pero complejo en cuanto a su realización y a todo lo demás. Un relato estupendamente contado que hace gala de un tremendo despliegue a nivel visual y técnico más que nada con un increíble trabajo de Dirección de Fotografía del maestro Roger Deakins (habitual colaborador de Mendes y de los hermanos Coen) que probablemente obtenga el segundo Oscar de su carrera por la ciclópea tarea que tuvo que afrontar en esta película. La puesta de cámara es maravillosa y el efecto de Plano Secuencia (al igual que «Rope» de Hitchcock y otros films como «Birdman» de Iñarritu, poseen cortes escondidos pero no arruinan la sensación de un único plano) aportan una cuota de creatividad, un nivel de planeamiento superior pero también una sensación de nerviosismo continuo y de intimidad con los personajes que se encuentran desamparados en terreno enemigo. Otro aspecto a destacar tiene que ver con el impresionante Diseño de Producción y todo lo que tiene que ver con la reconstrucción de época que siempre resulta sorprendente más allá de que ya es corriente en la industria cinematográfica británica. En el plano sonoro cabe destacar las poderosísimas notas de Thomas Newman que acompañan muy bien a lo alcanzando en el plano visual. Por el lado interpretativo se destaca George Mackay («Captain Fantastic») que es el protagonista indiscutido de este film y que le pone cuerpo y alma a cada secuencia. Un joven talento que demuestra estar a la altura de un proyecto tan gigante como este. Por otro lado, los personajes secundarios de Cumberbatch, Firth, Mark Strong, Andrew Scott y Richard Madden aportan su cuota de profesionalismo a pequeños pero interesantes roles que les toca interpretar. «1917» es un film trepidante que nos brinda grandes momentos de tensión los cuales están bien amalgamados con otras secuencias más introspectivas pero igualmente inmersivas. Un film poderoso a nivel narrativo que se nutre de una brillante dirección de Sam Mendes. Un prodigio visual que no se queda solamente en el logro de lo técnico sino que también momentos de verdadero poder dramático.
Crítica de “1917” de Sam Mendes La guerra en primera persona. El director de “Belleza Americana” nos trae una novedosa película de guerra llena de acción, dramatismo y momentos heroicos propios del género. . Ambientada en finales de la Primera Guerra Mundial, la premisa del film es sencilla pero efectiva: dos soldados ingleses deben llegar a avisarle a una tropa que no avancen hacia una trinchera abandonada por soldados alemanes, ya que es una trampa para armarles una emboscada. Con ese simple argumento, el cuál se explica en los primeros minutos de la película. A partir de ahí nos veremos inmersos en una tremenda historia de suspenso, vertigo y emotividad sobre la lucha de los dos soldados por sobrevivir. El documental “Jamás llegarán a viejo” de Peter Jackson, donde se recolectaron imágenes de archivo del conflicto bélico y se le agregó testimonios de protagonistas de la guerra, pudo plasmar en pantalla las sensaciones que fueron teniendo los soldados a medida que transcurrían los cuatro años que duró. Las enfermedades, el malestar físico y psicológico, los olores a podrido de los cuerpos en descomposición que quedaban en el campo de batalla. Similar a lo descripto por Eric María Remarque en el libro “Sin Novedad en el Frente”. Todo ese proceso también está presente en “1917”, dando como resultado una fusión de ambos relatos, en donde no se priva de las escenas fuertes, como tampoco de mostrar momentos desagradables. Se sabe que la primera guerra mundial se caracterizó por ser una batalla de trincheras. Eso le sirvió al director como excusa para armar un laberínto, cuyo despliegue visual y manejo de cámara le imprimen al film un vértigo mayúsculo, similar a estar frente al juego “Call of duty”. En las escenas de acción y suspenso, Sam Mendes nos deja sin respiro pero no nos agobia, cada tanto nos da descanso, con diálogos reflexivos sobre la guerra y sobre la condición humana. Las actuaciónes de la dupla principal acompañan satisfactoriamente, sobre todo Dean Charles-Chapman, el comandante Blake (reconocible por su papel de Tommen Barateon en Game of Thrones), a quien lo persigue un interés vincular por llegar a destino, ya que su hermano se encuentra en la tropa que está por se emboscada. Acompaña a Blake en el cometido el cabo Schofield, interpretado por George MacKay, (el hijo mayor de Viggo Mortensen en “Capitán Fantástico), sobreviviente de la sangrienta Batalla del Somme, en la cual perdieron la vida más de un millón de hombres de ambos bandos. Este cobrará protagonismo a partir de la mitad de la película, al caer sobre el todo el peso de la película. En base a la puesta en escena y a una brillante dirección, “1917” mantiene asfixiado al espectador, lo introduce en un espiral de violencia y angustia. Es una película de supervivencia, dónde el tiempo juega un rol fundamental, donde la duración de la película es solo una porción ínfima dentro de los cuatro años que duró el conflicto pero se sufre, se hace carne y nos lleva a vivenciar en primera persona la guerra por dentro. Un film que no se queda solo en la majestuosidad visual que significa estar contada como si fuera un único plano secuencia, también tiene buenas ideas narrativas y una intensa carga dramática
La guerra que cambió el mundo El cine bélico tuvo grandes películas en los últimos veinte años, películas que se han convertido en clásicos por su narrativa o porque han sabido construir historias desde la crítica a hechos lamentables de la historia de la humanidad. Llega una película de esas que sorpresivamente suelen colarse en las temporadas de premios por lo bajo y empiezan a llamar la atención en base a la cosecha de premios importantes, incluso antes de su estreno comercial. De la mano de Sam Mendes, reconocido director de esa maravillosa película multipremiada llamada Belleza americana (American Beauty, 1999) que narraba el derrumbe de una familia de clase media que se entregaba a sus más básicos instintos en busca de liberarse de la monotonía, llega esta historia de amistad en la Primera Guerra Mundial que logra un efecto increíble desde la puesta, pero que se queda a mí parecer mucho más en jactarse de toda su grandilocuencia técnica que en su guion. La historia cuenta el viaje de dos soldados que deben cumplir una misión suicida para evitar que todo un pelotón caiga en una trampa tendida por el ejército enemigo, con el agregado de que el hermano de uno de los emisarios se encuentra en dicho pelotón. Con respecto a las actuaciones no hay nada que reprocharles, tanto el impulsivo Blake (Dean-Charles Chapman) como el desanimado Schofield (George MacKay), están impecables en sus roles y tienen una buena química el tiempo en pantalla; a lo largo de la película veremos breves intervenciones de Colin Firth, Mark Strong y Benedict Cumberbatch logrando buenos puntos en esas breves apariciones. Vamos a hablar un poco de lo que para mí es claramente el punto fuerte de la película y creo que para eso hay que nombrar al principal responsable que es Roger Deakins, un tipo que estuvo por ejemplo como director de fotografía en Sueños de libertad, Fargo, Una mente brillante, Sin lugar para los débiles y Blade Runner 2049, por citar algunas de la vasta cinematografía de este genio. 1917 es un espectáculo de manejo de cámara, un show para todo el cinéfilo, que emula un poco lo logrado por Christopher Nolan en esa joya llamada Dunkerque (2017). No hay dudas que la película logra su propósito de generar esa sensación de arritmia constante, el artilugio de la toma única como ejercicio de que lo narrado se apoye en su totalidad en tecnicismos del cine quizás sin dejar que los personajes destaquen tanto pero logrando una armonía entre el uno y el todo es eficaz. Pienso que Mendes logra un despliegue monstruoso en ese supuesto plano secuencia único que no dejará indiferente a absolutamente nadie la película: es un espectáculo de planos hermosos que te hacen testigo por momentos en primer plano del horror de la guerra pero también deja momentos para apreciar la indiferencia de lo hermoso en ese mismo contexto. Estamos ante una muy buena película para disfrutar en cine, tal vez en la pantalla de IMAX y lo que tener ese sonido significa para el maridaje de una obra como esta. Ahora debo tomarme las líneas necesarias para decir que no me parece una película perfecta y creo que la simpleza en su historia hace que me falte algo, a lo largo de lo que dura el film, no logré enganchar con los personajes que si bien tienen el trasfondo que los pone en esta situación y que no los despoja de su humanidad. Aunque eso les pase factura, siento que el foco es lo técnico y por eso es que no siento que sea la mejor película del año, es muy buena en lo suyo pero para mí no le alcanza para el conjunto de cosas que yo espero en la mejor película de 2019. Recomiendo que la vean en cine porque es un espectáculo que amerita verse en pantalla grande con buen sonido. Faltando semanas para los Oscars seguro veremos a 1917 llevarse más de una estatuilla a casa; al menos en el apartado técnico yo le daría todos y cada uno de esos premios. Veremos qué le toca en sus diez nominaciones, pero que la espectacularidad no nuble los juicios. Podría decir que rodar unos planos de otro planeta con una ARRI Alexa Mini LF hacen del producto final a la mejor película de 2019 pero sabemos que eso no es suficiente, el cine es un conjunto de cosas que escapan incluso a los grandes presupuestos, no creo que Sam Mendes necesite de todos esos chiches para superar lo logrado en Belleza americana y aunque la importancia de la cámara se luzca casi exagerada no logra compensar la narrativa.
Primera Guerra Mundial. En el frente occidental, el general británico Erinmore (Colin Firth) encomienda a los cabos Schofield (George MacKay) y Blake (Dean-Charles Chapman), una misión urgente. Deberán entregar un mensaje decisivo al coronel MacKenzie (Benedict Cumberbatch). Para realizar esta misión deberán abandonar la trinchera a plena luz del día y avanzar por el campo francés ocupado por los alemanes. Solo disponen de unas pocas horas para cumplir su cometido. Si no llegan a tiempo, 1.600 soldados perderán la vida, entre ellos el hermano de uno de los dos jóvenes soldados. La primera mitad de 1917 tiene el impacto que uno podía imaginar y que en definitiva es el motivo de promoción de la película. Un film que transcurre en la Primera Guerra Mundial realizado con todo el presupuesto imaginable y con una idea de puesta en escena que produce una inmersión que al comienzo tiene un gran valor. Con los efectos especiales y toda la técnica a disposición para narrar, en planos secuencias pegados de forma invisible, como es la vida en las trincheras. Aunque se nota que el recurso se agota rápido, el impacto está y la idea de mostrar lo largas y complejas que eran las trincheras está perfectamente lograda. Tiene golpes de efecto algo obvios pero la tensión se sostiene. Aunque en esta primera mitad ya se nota que no tendría nada de malo terminar los planos secuencia con un corte normal. El deseo de lucirse del director está por encima de su sentido común. Pero incluso antes de la primera mitad, empezamos a cansarnos de la idea del no corte. Un plano secuencia es una escena completa contada con un solo plano, sin cortes. 1917 insinúa que va a contar dos horas completas sin esos cortes, es decir que seguirá al protagonista en tiempo real durante dos horas sin cortar nunca. Obviamente hay trucos para que no veamos los cortes y son realmente invisibles, excepto un par, que rompen el tiempo real de forma absoluta y definitiva. A los 50 minutos de película la lista de arbitrariedades aumenta escena tras escena. Ya nos acostumbramos al código del plano secuencia y comenzamos a pensar en otra cosa, comenzamos a pensar en la película. Las sorpresas y la potencia del comienzo se terminaron. Quedan algunos golpes de efecto, pero se le terminó la energía. Y justo en la mitad se produce la elipsis más tramposa de todo 1917. El protagonista cae en un enfrentamiento y pierde el conocimiento. Cuando despierta ha pasado el tiempo, se hizo de noche, nos evitamos el problema del atardecer y todo el concepto de tiempo real que la película más o menos llevaba con algo de dignidad, desaparece. Nos lanzamos entonces a un espectacular trabajo de fotografía mientras se acumulan tres o cuatro disparates más. 1917 se terminó, no le queda más nada para ofrecer, solo un par de apariciones estelares donde Benedict Cumberbatch se lleva la peor parte. Cumberbatch debe posar en un encuadre horrible, solemne y torpe. Cuando Sam Mendes para su cámara ya no sabe qué hacer con ella. La historia del cine está llena de planos secuencia y son excelentes trucos de marketing también. A los críticos les encantan, sean buenos o malos, y desde films de acción a películas intimistas han hecho los más variados planos secuencia a lo largo de las décadas. Pero Sam Mendes no puede disimular, detrás del ambicioso equipo que lo rodea, que no tiene mucho para decir y que por enamorarse de su idea, descuida la narración que la película necesita. Nadie podrá decir que se equivoca, este recurso lo lleva a las puertas del Oscar por segunda vez, todo un síntoma de la mediocridad de estos premios. Cuando arrancan los planos secuencia vemos la cámara que se mete en la trinchera, sigue a los dos protagonistas por detrás, luego encuentra la manera de adelantarse y los filma de esa manera, luego vuelve a estar atrás. Nada fluye, todo es: “miren lo que hace la cámara”. El anti clasicismo del director depende del director de arte, el vestuarista, los efectos visuales y sonoros y el director de fotografía más el manejo de la cámara que logra este con su equipo. La dedicatoria de Sam Mendes a su abuelo al final de la película podrá ser completamente sincera, pero es un gesto de un nivel de demagogia que le da el último empujón para ganar premios. El año pasado se estrenó una maravilla documental llamada Jamás llegarán a viejos (They Shall Not Grow Old, 2018) de Peter Jackson. Allí podrá encontrar todo lo que 1917 es incapaz de contar. La emoción, la complejidad, la profundidad y la crudeza de la Primera Guerra Mundial. Las comparaciones no son odiosas si se trata de ver buen cine y también recomiendo Caballo de guerra (2011) de Steven Spielberg, un ejemplo de como la puesta en escena no debe ser un capricho, sino un verdadero ejercicio artístico y narrativo. Y finalmente Gallipoli (1981) de Peter Weir, donde algo de la historia que aquí se narra también se repite: dos jóvenes deben entregar un mensaje en las trincheras y no tienen mucho tiempo para hacerlo. No traeremos más películas para mostrar que 1917 es una película que no merece figurar entre lo más digno del cine. El final de la película muestra por enésima vez el deseo de Sam Mendes de lucirse. No ha dicho absolutamente nada sobre ningún tema, excepto cuando pone a dos personajes en silencio mirando en direcciones contrarias (la mencionada escena con Cumberbatch), y llega al final con un cierre simétrico con el comienzo. No significa nada, salvo un cierre pomposo y vacío. Si la película hubiera sido en plano secuencia (fingido o no) y tiempo real, al menos se podría decir haber dicho que tenía una idea formal para plasmar en la pantalla, pero como la ha traicionado ni eso le queda. Ese es el problema de los directores que se preocupan por el porvenir y no por el cine que tienen frente a ellos. Una película que arranca con cierto interés pero que sucumbe a un insólito número de arbitrariedades que le quitan todo rigor. Sin novedad en el cine, se podría decir.
La premisa de 1917, la nueva película de Sam Mendes que hace un par de semanas se alzó con dos premios Golden Globe como Mejor Drama y Mejor Dirección, y que es candidata al Oscar en 10 categorías, tiene algunos puntos de contacto con el recordado filme de 1998 dirigido por Steven Spielberg: Salvando al soldado Ryan. Este drama bélico británico, que transcurre durante la Primera Guerra Mundial, tiene lugar en territorio francés y se inicia con una misión casi imposible: en una carrera contra el tiempo, dos jóvenes soldados deberán cruzar la “tierra de nadie” hasta el territorio enemigo para entregar un mensaje que evitará una emboscada mortal contra un batallón de 1600 soldados, entre los que se encuentra el hermano de uno de ellos. Basándose en parte en las experiencias relatadas por su abuelo, quien fuera cabo en la Primera Guerra Mundial, Sam Mendes escribió el guion de esta historia tan apasionante como conmovedora y tan desgarradora como bella. El director logra que el público establezca una gran cercanía con los personajes, ya que, inspirado en películas como Paths of Glory, de Stanley Kubrick (1957), recurre a largas tomas para dar la sensación de un plano secuencia. El efecto consigue gran impacto gracias a un impecable montaje con “cortes invisibles” a cargo de Lee Smith, quien perfeccionó técnicas concebidas por el mismísimo maestro Alfred Hitchcock. Este prodigio técnico, que exigió la construcción de casi dos kilómetros de trincheras en Escocia y llevó dos meses de ensayos antes de comenzar el rodaje, le imprime a la historia un ritmo narrativo que mantiene la tensión y la atención, y al mismo tiempo pone en primer plano la dimensión humana de la epopeya, colocándonos junto a esos hombres de carne y hueso, puestos a prueba hasta el límite de sus fuerzas en el salvaje cuerpo a cuerpo de una guerra de trincheras. La crueldad del campo de batalla, donde abundan los campos minados, el alambre de púas, los cadáveres y las ratas, alterna con momentos no exentos de cierto tono que roza lo melodramático, pero que se redimen en escenas que logran un vuelo poético, gracias a la extraordinaria fotografía de Roger Deakins (en particular en secuencias como la de los pétalos de cerezo o las ruinas de la iglesia iluminadas por el fuego de un bombardeo). La banda sonora también subraya la cuerda emotiva, que alcanza su punto culminante con la canción 'The Wayfaring Stranger', interpretada a cappella por Jos Slovick en el medio del bosque a modo de plegaria o spiritual, ante el pelotón que se dispone, ciega y resignadamente, a obedecer órdenes y “cumplir con su deber”, jugándose la vida para poder “volver a casa”. En definitiva, 1917 es una película de guerra diferente, que cuenta con sobrados méritos para alzarse con las múltiples nominaciones y premios que viene cosechando en esta temporada.
Esta no es una película “de guerra”. Sí, transcurre en la Primera Guerra Mundial, en casi 24 horas, pero trata más sobre los efectos que la misma tiene en los protagonistas, dos soldados británicos que ven, cara a cara, el horror, la muerte y la imbecilidad humana. Mucho se ha hablado y escrito del prodigio cinematográfico que es 1917, a partir de estar contada en plano secuencias, como si todo fuera un sola toma. Pero la película de Sam Mendes es mucho más que eso. Artilugios del marketing, mejor olvidar el armado y no tratar de descubrir cuándo es cada “corte” y empalme de secuencia tras secuencia, para adentrase en la historia y seguir a Schofield y Blake, los soldados con una misión imposible. Lejos de estar por finalizar la Guerra, ese día de abril de 1917 Blake (Dean Charles Chapman) es despertado en el campo por un superior. Le pide que elija a un compañero. Y quien lo acompañe será Schofield (George MacKay). Desconocen la tarea que le encomendarán, pero cuando se enteran… Ambos deben cruzar las líneas enemigas y entregar un mensaje urgente a las tropas británicas del otro lado. Han cortado la comunicación, y deben avisar que suspendan el ataque previsto para la mañana, porque en verdad es una emboscada de los alemanes. Si el mensaje no llega a tiempo, miles de soldados morirán. Schofield no está seguro de hacer la misión, pero su amigo de armas, sí: la vida de su hermano está en juego, porque es uno de los oficiales que marcharía, directo, a la masacre. Mendes, el realizador inglés ganador del Oscar por Belleza americana, y el director de Skyfall, una de las mejores películas del agente 007 de la historia, se basó en un relato que le contó de niño su abuelo. Y para plasmarla en imágenes contó con el director de fotografía Roger Deakins -era habitual colaborador de los hermanos Coen-, que ha hecho mucho más que iluminar las escenas. Piensen que un plano secuencia en movimiento implica abarcar diferentes escenarios, estructuras, sortear obstáculos y la cámara no debe descubrir más que objetos, personajes -cadáveres-, pero ni un atisbo de que se está filmando: ni luces, ni elemento de rodaje. Y la cámara gira, acompaña, desciende, se apresura con el paso de los combatientes. El uso que hace la dupla Mendes/Deakins permite al espectador sorprenderse con lo que los personajes primero ven, y luego lo hace el público. Se pasa de un plano cerrado a un gran angular. Y el trabajo de la iluminación, y del color, lo hacen ciertamente merecedor de todos los elogios, gane o no el Oscar en su rubro. Porque lo que logra el realizador de Camino a la perdición y Sólo un sueño, y director de la puesta del revival de Cabaret en el mítico Studio 54 de Nueva York es meter, enfrentar, fundir al espectador en lo que está contando. El trabajo que ha hecho con sus actores es fundamental. Ellos, y no otros, deben manifestar y hacer sentir al público, con sus gestos, sus miradas y hasta sus bromas, el horror que están viviendo. Mendes, también, no elude los clisés del género, pero los da vuelta o los presenta de manera que engañen al espectador. Mejor, no contar nada, porque el que cuenta aquí es el relato, a partir de una dirección que se nota ha sido pensada en sus mínimos detalles, sea cómo aparece un avión o en qué momento se escucha el primer graznido de un cuervo devorándose un cuerpo, un despojo humano.
¿Qué tienen en común La soga, del inglés Alfred Hitchcock; El arca rusa, del ruso Alexander Sokurov; Victoria, del alemán Sebastian Schipper, y Birdman, del mexicano Alejandro González Iñárritu, con 1917? Todas están construidas en un único plano secuencia, sin cortes evidentes (aunque queda claro que hay "empalmes" en momentos en que la cámara ingresa a zonas oscuras o a través de efectos digitales concebidos en la posproducción). Más allá del indudable virtuosismo artístico (untour de force para el camarógrafo y sus colaboradores, para el director de fotografía y, claro, para los actores), la idea es trascender el mero prodigio técnico (que es real y merece el aplauso) para transmitir al espectador la sensación más pura, directa, creíble, inmersiva (y menos manipulatoria posible) de la experiencia cinematográfica. Este dispositivo encuentra justificación y sentido en la propuesta que el coguionista y director británico Sam Mendes (el mismo deBelleza americana, Camino a la perdición, Soldado anónimo, Solo un sueño y un par de entregas de la saga de James Bond comoOperación Skyfall y Spectre) hace en 1917: exponer en toda su dimensión y crudeza las traumáticas vivencias en el frente de batalla. La trama es muy sencilla (dos jóvenes cabos ingleses deben cruzar líneas enemigas para evitar que un batallón que ha quedado incomunicado realice un ataque en medio de una trampa preparada por los alemanes que podría desembocar en la masacre de 1600 soldados), pero esta verdadera odisea tendrá más de un obstáculo (explosivos escondidos, bombas, disparos enemigos, duelos cuerpo a cuerpo) y varias vueltas de tuerca que es mejor no adelantar. Si bien hay intérpretes consagrados en papeles secundarios (desde Mark Strong hasta Richard Madden, pasando por Colin Firth y Benedict Cumberbatch), son Dean-Charles Chapman y George MacKay quienes cargan con absoluta convicción el peso dramático de la historia como estos dos soldados comunes obligados a vivir circunstancias extraordinarias. Algunos han minimizado los logros de 1917definiéndolo como una suerte de videojuegoarty en el que los personajes se limitan a superar etapas. Pero este film -nominado a diez premios Oscar- resulta bastante más que eso: es una exploración física y psíquica, con un grado de inmediatez, de urgencia, de precisión y de intimidad pocas veces visto, sobre las consecuencias devastadoras de la Primera Guerra Mundial.
En 1917 todo era angustia y desesperación: transitaba un año más de guerras donde las explosiones eran moneda corriente mientras que la intranquilidad reinaba tanto en las casas, como en cada base militar donde cientos de soldados arriesgaban su vida diariamente. Pero es en medio del caos que predominaba en esos tiempos, que Sam Mendes nos trae una conmovedora historia de lealtad que hoy llega como preferida a los Oscars para ser galardonada como ‘Mejor película’. En el transcurso de un eterno día, los combatientes estadounidenses Schofield (George MacKay) y Blake (Dean-Charles Chapman) reciben la misión de frenar un ataque contra las fuerzas alemanas antes de que sus compatriotas caigan en una trampa. Sin embargo, el deseo de uno de ellos es encontrarse en el camino con su hermano, el teniente Joseph Blake (Richard Madden) - de quien fue separado al comienzo de la Primera Guerra Mundial- para darle un mensaje. Por diferentes motivos, será su compañero el encargado de cumplir su palabra. Guionada por el mismo director en conjunto con Krysty Wilson-Cairns, la película representa de una manera muy clara el contexto bélico de esa época y pone al espectador en la piel y el sufrimiento de los soldados. Esto logra que, a lo largo de los 119 minutos, se atraviesen distintas emociones que van desde la conmoción hasta la tristeza y el horror. A destacar los efectos especiales y la perfecta ambientación de cada campo de batalla, las bases militares, los refugios y las ciudades deterioradas por los bombardeos. Este factor, en conjunto con las grandes actuaciones de sus protagonistas y el resto del elenco - completado por Mark Strong y Andrew Scott- convierten a “1917” en una alta y atrapante producción que con su desarrollo justifica cada uno de los nueve premios internacionales que ganó en este último mes y las numerosas nominaciones que continúa sumando. --->https://www.youtube.com/watch?v=2ls_mirioZo DIRECCIÓN: Sam Mendes. ACTORES: George MacKay, Dean-Charles Chapman, Benedict Cumberbatch, Richard Madden, Mark Strong, Colin Firth, Andrew Scott. GUION: Sam Mendes. FOTOGRAFIA: Roger Deakins. MÚSICA: Thomas Newman. GENERO: Nominada al Oscar , Drama , Bélica . ORIGEN: Estados Unidos. DURACION: 119 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 16 años PAGINA WEB: http://www.1917lapelicula.com.ar DISTRIBUIDORA: UIP FORMATOS: D-BOX, 4D, 2D. ESTRENO: 30 de Enero de 2020 ESTRENO EN USA: 25 de Diciembre de 2019/Con colaboración de @barbievillar
"1917": la favorita Con diez candidaturas al Oscar y la medalla de "proeza técnica" colgada en el pecho, la película bélica del director de "Belleza americana" parece capaz de alcanzar el consenso de los votantes de la Academia de Hollywood. Difícilmente algún ejecutivo del estudio Universal Pictures pensara, allá por fines de noviembre, que 1917 arrasaría con cuanta estatuilla de la temporada de premios de Hollywood le pusieran delante, incluyendo el Globo de Oro y varias de los distintos sindicatos. La cereza del postre sería una coronación en la ceremonia del Oscar del domingo 9 de febrero, a la que llegará con diez nominaciones –entre ellas mejor película y director– y el rótulo de favorita. Pero, ¿qué tiene el último trabajo de Sam Mendes (Belleza americana, Camino a la perdición, 007: Operación Skyfall) para enamorar a votantes tan distintos como los periodistas de la Asociación de Prensa Extranjera de Hollywood que otorgan los Globo de Oro y a los productores que votan el PGA? En principio, se trata de la película más clásica y tradicional de todas las ternadas, una producción cuya principal decisión formal –presentarse como un largo plano secuencia, aunque con visibles manipulaciones en la sala de edición– le da el plus de “proeza técnica” que un sector importante de los votantes suele valorar. Pero también porque difícilmente su triunfo resulte ofensivo para alguien: 1917, entonces, como la película que todxs podrían votar sin sentirse escandalizados. La Primera Guerra Mundial ya era una carnicería a cielo abierto en abril de 1917. Por aquella época Alemania declaraba la reanudación de su política de ataques submarinos sin restricciones, empujando a Estados Unidos a abandonar la neutralidad para sumarse oficialmente al bando aliado. El film de Mendes transcurre en ese contexto pero no le interesa la Historia ni la guerra como acto vívido –cosa que sí ocurría con Peter Jackson en Jamás llegarán a viejos, el extraordinario documental hecho íntegramente de imágenes y sonidos de archivo–, sino una historia. Una pequeña, mínima, puramente cinética: con las líneas de comunicación interrumpidas, dos jóvenes soldados británicos reciben una orden de un superior (Colin Firth, en el primero de varios cameos de rostros ingleses conocidos) por la cual deben adentrarse en territorio enemigo y avisar a un comandante que cancele una ofensiva pautada para el día siguiente, debido a que el sector de Inteligencia asegura que la retirada de los alemanes es en realidad una emboscada. A todas luces se trata de una misión suicida, pero Blake (Dean-Charles Chapman) y Schofield (George MacKay) aceptan porque el hermano de uno ellos integra el batallón que marcha rumbo a la muerte segura. La figura ausente es una maniobra argumental que opera a la vez como propulsor moral de los soldados y declaración de principios de la película: si a Mendes no le interesa la Historia ni la guerra como experiencia, tampoco el patriotismo o los personajes como encarnación de valores. Blake y Schofield hacen lo que hacen por ese hermano antes que por la patria, Dios o la Reina. Son hombres sin gramaje emocional –lo que distancia a 1917 de la mayor parte del cine bélico– de los que el espectador sabrá poco y nada, ni qué sienten ni mucho menos cómo eran sus vidas antes de hundirse en el barro de las trincheras. En sus caminatas se habla pura y exclusivamente de lo ocurrido dentro de los límites del campo de batalla, como si fueran piezas igual de funcionales para el dispositivo que los micrófonos y las cámaras. La idea de un par de soldados llevando adelante una misión directa y simple (al menos en su enunciación), sumado a la apelación al plano secuencia, remite a la lógica narrativa y visual de un videojuego de acción en primera persona. Mendes subraya la filiación enfrentándolos a una serie de obstáculos cada cual más difícil que el anterior, desde aguas contaminadas hasta ratas del tamaño de un gato y aviones que podrían ser rezagos de la huida o evidencia de que se avecina una trampa, y cruzándolos con soldados superiores que podrán allanar (o no) el camino rumbo al objetivo final. Como ocurre con videojuegos, la experiencia es tan tensa e inquietante como fría y distante, una aventura de supervivencia hecha con indudable oficio en la que el reloj es un enemigo tanto o más peligroso que los alemanes, pero cuyo efecto embriagador se extiende no mucho más allá del inicio de los créditos.
El 6 de abril de 1917 la Primera Guerra Mundial ya llevaba casi tres años de conflicto incesante. Para ese entonces, los alemanes trazaron una nueva línea de fuego a unos 15 kilómetros de la anterior. Para evitar que el ejército británico prosiga con un ataque que pondría en riesgo 1600 vidas al caer en una emboscada, dos jovencísimos cabos -Will y Tom- son elegidos para llevar el mensaje de vital importancia. Deben cruzar la ¿desolada? zona de combate y llegar hasta el campamento del segundo regimiento para informar estas novedades y cancelar la avanzada inglesa. El tiempo será el enemigo de ambos ya que cada obstáculo que aparezca en la misión pondrá en peligro al resto de las tropas.
El cine bélico tiene muchas aristas, pero es gracias a la simpleza argumental unida al indudable mérito técnico que San Mendes consigue hacer de «1917» una obra hipnótica, delicada y potente. ¿De qué se trata «1917»? En abril de 1917, durante la Primera Guerra Mundial, dos jóvenes soldados británicos, Schofield (George MacKay) y Blake (Dean-Charles Chapman), deben atravesar el campo enemigo para entregar un mensaje. Su misión es alcanzar al 2° batallón de Devonshire para cancelar un ataque a las tropas alemanas, quienes han fingido retirarse para armar una emboscada. La épica de la simpleza «1917» comienza siguiendo a estos dos soldados británicos decididos a cumplir con su deber. La cámara los sigue en plano secuencia y ahí vamos, detrás de ellos, a su lado, infatigables, omnipresentes. La cámara no los abandona nunca y poco a poco vamos siendo hipnotizados. No se los puede dejar de mirar. Avanzando, en la carrera de obstáculos más peligrosa y atroz, estos dos jóvenes, niños, son guiados por un férreo sentido del deber. En trincheras interminables, regados los cadáveres y las trampas, no se puede bajar la guardia. Infinitos son los méritos de Sam Mendes. El primero es la capacidad de hipnotizar y falsear estos planos secuencia que tanta sensación de cercanía y realidad generan. Es difícil ver «1917» y no preguntarse cómo logró filmar algo así. El segundo gran acierto es la falta de morbo. La sangre, esa que nunca abunda tanto fuera de su sitio como en guerra, apenas si aparece. No se trata de la acción, en tanto estallidos, bombadeos y disparos, sino de la inquebrantable voluntad de avanzar. Una de las escenas finales lo deja más que claro. En tercer lugar, el tono. Mendes evita el golpe bajo y se guarda la música incidental para las secuencias finales. Claro que hay muerte y claro que hay drama, pero el director prefiere la sorpresa, reforzando la potencia dramática y el realismo, una y otra vez. En resumen «1917» es una película que no falla en nada. Sostenida en la estupenda actuación de sus protagonistas y en una dirección sublime que sabe dar los pasos correctos, «1917» se pone al frente de las mejores películas bélicas de las últimas décadas. Puntaje: 10 / 10 Duración: 119 minutos País: Reino Unido / Estados Unidos Año: 2019
Estamos a 103 años de aquel 1917, penúltimo momento de la primera guerra global, cuando entraron en juego los repartos de territorios colonizados por las grandes potencias desde hacía, por lo menos, 200 años. - Publicidad - Una profusa filmografía, y lógicamente bibliografía media en este centenario. Grandes películas como Sin novedad en el frente (Milestone, 1930) La gran ilusión (Renoir 1936), Adiós a las armas (Vidor, Huston, 1957), Dr. Zhivago (Lean, 1965), Gallipoli (Weir, 1981). Cientas más. El jueves 30 de enero se estrena en Buenos Aires la que viene siendo la sorpresa de los últimos meses: 1917, de Sam Mendes realizada sobre guión propio y basado en las historias de su propio abuelo quien, como el protagonista, era un mensajero entre trinchera y trinchera. Ganadora de varios Golden Globe y aspirante al Oscar. En primer lugar hay que decir que la película de Mendes (Belleza americana) es una película formalmente virtuosa. Es el uso monumental del plano secuencia su elemento más evidente (recuerdan que hace 5 años discutíamos el valor de Birdman en relación también a su estructura de plano secuencia?) y, aunque él mismo reconoció que existen cortes imperceptibles, lo que termina siendo una sensación es la del plano continuo desde el minuto cero al 148, que provoca un gigantesco trompe l´oeil y un realismo extremo. Ese mismo recurso le da también su cuota de extrañeza, pero el seguimiento que hace la cámara de Roger Deakins es obsesivo: esos dos personajes deben cruzar las trincheras peligrosas de la linea Hindenburg, hecho histórico del retiro de los alemanes que dejaban a su paso un territorio devastado, corrían febrero y abril de ese año. Ojos cerrados en el comienzo, ojos cerrados en el final. Todo parece un sueño, pero la guerra es una pesadilla. No podemos dejar de pensar en eso mientras nos sumergimos hasta el tuétano en el campo de batalla que, no por humeante, oloroso, contrastante, mortal deja de ser bello como ese sublime que no podemos explicar. La motivación que mueve la historia resulta una vertiginosa carrera dirigida a salvar un ejercito de 1600 hombres que van directo a una trampa. Varios escenarios deben atravesar estos personajes: el túnel apretado lleno de ratas gordas como gatos, la ceniza blanquecina y los cráteres de agua pútrida, la campiña verde, los puentes deshechos sobre el río, las ciudades incendiadas con fuego en el horizonte y sombras amenazantes, las trincheras como avenidas ajustadas. Los alemanes raramente tienen cara y aparecen como si fueran personajes de algún videojuego. Eso sí son maliciosamente traicioneros y deben ser eliminados saltando todos los obstáculos. Hay un momento nocturna en una ciudad francesa destruida donde encuentra el soldado a la única mujer que aparece en la película, un bebé que la hace madre torna esa escena de una sensibilidad que roza el sentimentalismo. Pero como decía, la guerra es una pesadilla. La dirección de arte y la fotografía están en sintonía con esos pasajes acelerados que el espectador verá pasar con el ritmo de este gran montaje en plano que es 1917, que resulta la gran máquina que la película tiene para ofrecer. Un espectáculo que la pantalla grande ofrecerá con un esplendor seguramente único.
La llamada Gran Guerra resultó ser un evento traumático y fue la última guerra tradicional, la guerra en la que millones de jóvenes europeos se encontraron arrastrándose entre el barro y corriendo a través de laberínticas trincheras peleando palmo a palmo en el territorio continental. También fue el conflicto armado la guerra que acabó con la utilización de caballos e introdujo tanques, aviones y también fue la primera vez que se usaron armas químicas. En el cine no hay tantos títulos como sí sucede con la Segunda Guerra Mundial, pero algunos grandes directores han puesto el ojo en ella como Kubrick (La patrulla infernal), Spielberg (Caballo de guerra), Peter Weir (Gallipoli) y ahora Sam Mendes con 1917. En principio la película es en principio un ejercicio virtuoso, un complicado relato cuya gran virtud parece ser el hecho de mostrar la historia a través de aparentemente, dos grandes planos secuencia, es decir, que varios minutos de la película muestran el desarrollo de la historia sin cortes. Por supuesto que al espectador se le presenta el desafío de advertir en qué momento el realizador y su notable director de fotografía Roger Deakins, que empalman las secuencias y “hacen trampa”. Un soldado es llamado por un superior y le asigna una misión casi suicida, pasar por el frente de batalla adentrarse hasta donde se encuentran 1600 hombres que están a punto de caer en una trampa armada por el ejército alemán. El detalle adicional es que uno de esos soldados a punto de caer en la emboscada es su hermano mayor. A los pocos minutos, empieza la carrera contra el tiempo del soldado y un otro soldado que lo acompaña en la misión. Claro, a los mensajeros les pasa de todo y que lo que Mendes y Roger Deakins es una proeza. El relato es ágil y por momentos virtuoso y se hace tan entretenido que el espectador se olvida de buscar el empalme de la edición. Pero si la aventura es llevadera y capta la atención, la película falla en el punto de la empatía y quizás por eso se hace hincapié en el parecido con el concepto de un videojuego. Los distintos momentos de la odisea de estos soldados que tienen que llevar un mensaje que va a salvar a otros combatientes funcionan como las distintas pantallas de un videojuego, ¿pero qué pasa en los videojuegos? Lo dicho, no hay empatía, hay solamente acción y dinamismo. Pese a los cameos y a algunas actuaciones llamativas, da la sensación de que el director se concentró en la acción y de cierta manera se desconectó de las actuaciones. El problema del relato es que en el fondo al espectador no le preocupa realmente el destino de los dos protagonistas. Pensemos en la mencionada Caballo de guerra en el momento en que el caballo corre a través de la trincheras y se clava el alambre de púa, en donde Spielberg se preocupa porque el espectador sienta cada púa que lastima al animal. Hecha esta salvedad, 1917 es una digna candidata a los premios de la Academia de Hollywood y nadie va a protestar demasiado se se lleva unos cuantas estatuillas. 1917 1917. Reino Unido/Estados Unidos, 2019. Dirección: Sam Mendes. Guión: Sam Mendes y Krysty Wilson-Cairns. Intérpretes: Dean-Charles Chapman, George MacKay, Daniel Mays, Colin Firth, Pip Carter, Andy Apollo, Andrew Scott, Mark Strong, Benedict Cumberbatch, Richard Madden. Producción: Sam Mendes, Jayne-Ann Tenggren, Callum McDougall, Brian Oliver y Pippa Harris. Distribuidora: UIP. Duración: 119 minutos.
1917 (2019) es una proeza técnica y un testamento a la inventiva cinematográfica. Se presenta como una única secuencia continua, siguiendo paso a paso y en tiempo real a dos soldados británicos encomendados con una urgente misión durante un momento crucial de la Gran Guerra. Mucho más que un simple ardid efectista, la técnica sirve a la forma de manera indivisible y eleva el material a una de las mejores películas del año. El plano secuencia en sí ha sido falseado y está compuesto por varias tomas, fusionadas convincentemente en una sola gracias a la magia de la cámara de Roger Deakins y la edición de Lee Smith. La tecnología ha penetrado el reino de la ciencia ficción desde La soga (Rope, 1948) de Alfred Hitchcock pero la técnica para disfrazar los cortes sigue siendo más o menos la misma: como cualquier truco de magia, la clave está en la distracción. Esto no quiere decir que 1917 sea un mero truco. Al anclar la cámara en la perspectiva de dos soldados rasos abriéndose paso a través de la infame Tierra de Nadie su misión parece tanto más imposible, sin el beneficio de vistazos periféricos o distensiones temporales. El único tiempo es el presente y la única información es la que hay a plena vista. La tensión es palpable. El enemigo podría aparecer en cualquier parte. El firme anclaje de la cámara prepara un fuera de campo formidable y deja las escenas vulnerables a todo tipo de sorpresas. Igual de impresionantes son los sets construidos para evocar la Gran Guerra. En una época en la que tamaño proyecto sería filmado a puertas cerradas frente a una pantalla de meteorólogo, la película hace uso de de sets reales, como varios kilómetros de trincheras o una iglesia en llamas. Recorriendo un paisaje plagado de alambre y cadáveres en disantos grados de descomposición, la película plasma el horror dantesco de la guerra sin explotar la violencia implícita de la situación. Dirige Sam Mendes, co-guionista junto a Krysty Wilson-Cairns. Mendes ya había incursionado en el cine bélico con Soldado anónimo (Jarhead, 2005), acerca de la degradación psicológica en soldados preparados para una guerra que nunca llega. 1917 en cambio se presenta de manera mucho más tradicional, tanto al otorgar a sus protagonistas un objetivo claro como al presentar un enemigo uniformemente artero e irredimible. Este tipo de absolutismos suele decorar los relatos de la Segunda Guerra Mundial pero no de la Primera, que la historia recuerda como un jaque confuso y sangriento sin héroes ni villanos. 1917 hereda mucho de clásicos como Sin novedad en el frente (All Quiet on the Western Front, 1930) y La patrulla infernal (Paths of Glory, 1957), y si bien la película no alcanza el mismo cénit emocional sus jóvenes protagónicos - Dean-Charles Chapman y George MacKay - imbuyen una historia taciturna con visceralidad y humanidad. Sus actuaciones son más discretas que la tecnología utilizada en la creación de la película pero no por ello menos impresionantes. Si la técnica eleva una historia sencilla a un intenso e inmersivo tour de force, los actores la elevan en espíritu y dignidad.
1917 es un prodigio técnico del realizador Sam Mendes que se ganó su lugar entre las mejores producciones bélicas concebidas en las últimas décadas. La historia está inspirada por las anécdotas que le contó al cineasta su abuelo, Alfred Mendes, un veterano de la Primera Guerra Mundial que recién a los 70 años empezó a compartir las experiencias que había vivido en su juventud. Después de ver este film queda la sensación que si este artista no gana el premio Oscar al Mejor director habría que cerrar la Academia de Hollywood por lo menos diez años. Esperar a que los votantes se interioricen en estos temas y después reanudar la ceremonia otra vez. Mendes nos transporta al escenario de este conflicto a través de una apasionante experiencia inmersiva que puede traer al recuerdo el primer visionado de Dunkerke Al igual que la obra de Christopher Nolan, durante el desarrollo del relato más que disfrutar una película uno tiene la sensación que se encuentra en el frente con los protagonistas. Si bien se trata de filmes diferentes desde lo argumental este punto en común está presente. La particularidad del trabajo de Mendes es que tiene una mayor humanidad y permite que nos conectemos emocionalmente con los personajes con otra intensidad. Dunkerke era mucho más fría en ese aspecto. Uno de los grandes atractivos de esta producción pasa por la manera en que está narrada la historia. El director aborda la trama a través de varios planos secuencias que gracias a una labor soberbia en la edición transmite la sensación de seguir el conflicto en una toma única. Para aquellos cinéfilos que aman este recurso esta película es la gloria y buscarán verla más de una vez en el cine. El modo en que Mendes desplaza las cámaras y hasta se da el lujo de jugar con algunos momentos del género de terror dan como resultado un espectáculo extraordinario. Si bien la violencia tal vez es menor a cosas que vimos en el pasado, el director retrata con muchos detalles el horror de lo que fue una de las guerras más brutales del siglo 20. George Mackay y Dean Scott Chapman, los protagonistas, generan una empatía absoluta desde el inicio y a lo largo del relato aparecen artistas más conocidos que tienen participaciones especiales. Voy a reservar los nombres por si alguien quiere descubrirlos directamente en el cine. Si hubiera que hacerle una mínima objeción al film tal vez se podría resaltar que en ocasiones el argumento se apoya demasiado en ciertas casualidades que determinan situaciones claves para el personaje principal. De todos modos son minucias que se pueden dejar pasar y quedan opacadas por las virtudes técnicas de la dirección de Mendes. Como ocurría con Dunkerke no se trata de una película histórica para interiorizarse sobre la Primera Guerra Mundial sino que la propuesta se centra más en la experiencia visual que ofrece como obra cinematográfica. No puedo dejar de resaltar la fotografía del genio de Roger Deakins (Sicario) y la música de Thomas Newman que en más de una oportunidad incrementa la tensión del relato. Tremenda película para disfrutar en una sala de cine que desde esta semana se destacará entre lo mejor de la cartelera.
La comunidad cinéfila argentina se sorprendió mucho cuando 1917 ganó el Golden Globle (y subsiguientes premios). Más que nada porque la competencia con joyas tales como Once upon a time in Hollywood y The Irishman, o sorpresas como lo fue Parasite. Muchos se indignaron y las redes sociales fue el lugar para hacerlo. El primer nombre para vapulear fue el de su director Sam Mendes. En lo particular yo no tenía prejuicio alguno pero si en algún lugar de mi mente había un pequeño ápice, éste se borró en los primeros minutos de film. 1917 es una genialidad técnica. Es la maximización de recursos cinematográficos de manual llevados a tope. El film está compuesto por (falsos) planos secuencia. Y el inicial te vuela la cabeza. Muchos le están criticando que estos no son verdaderos. O sea, que hubo cortes. No entiendo esa crítica porque el resultado es inmejorable. Ahora bien, yendo a la historia la misma es muy simple y lineal. Queda claro que ese no es el fuerte del film y que lo malo viene por unas cuantas arbitrariedades en el guión. El elenco está bien, y entiendo que no hayan querido usar a ningún actor consagrado para los roles protagónicos, pero creo que fue un error y que le quitó legitimidad a los personajes. Sam Mendes, responsable de maravillas tales como American Beauty (1999), Revolutionary road (2008) o Skyfall (2012), hace un laburo de dirección espectacular. Y es el gran motivo de todo el revuelo que está causando la película. Es verdad que tiene unas cuantas falencias y que no suma a “la gran tradición de films bélicos” tal como muchos dicen, pero el (no) simple hecho de los planos secuencia ya hace que merezca todo el alboroto que está teniendo. Muchas películas han ganado premios (incluso el Oscar) por mucho menos. ¿Por qué no habría de hacerlo un film por una gran proeza técnica/visual? 1917 no es la mejor película de la temporada, pero tiene todos los elementos que a Hollywood (y a la Academia) le encanta y es una digna merecedora. Es una gran experiencia verla en el cine. Casi no pestañás de principio a fin. Te tensiona mucho y no podés dejar de sorprenderte. En definitiva, más allá de lo que pase en los Oscars, 1917 no será recordada como la película bélica definitiva, pero si como gran entretenimiento con un tremendo criterio cinematográfico.
Sam Mendes (Jar Head, American Beauty) regresa al conflicto bélico recreando la misión suicida de dos soldados (George MacKay y Dean-Charles Chapman) en el trasfondo de la Primera Guerra Mundial. Un recorrido emocionante, sin pausas, brutal y definitivamente honesto en sus intensiones 1917 es un retrato audiovisual sobre el honor y el espíritu del deber. Roger Deakins ofrece una nueva masterclass en dirección de fotografía y con este nuevo proyecto – literalmente cada suspiro se siente en pantalla-. Mendes, Deakins y el resto del equipo se encargan de imponer un realismo sorprendente en una película que se expone como si fuera solamente un plano secuencia (y no lo es, hay cortes, no obstante la proeza es monumental); Así mismo cuando la pantalla se enciende y las cosas se ponen en marcha ya no hay vuelta atrás… comienza el viaje. 1917 es una aventura desenfrenada entre el perfeccionismo técnico sobre una simple historia de una gran hazaña. Hay un constante juego de luces y sombras que agarran al espectador por sorpresa. La pantalla habla por medio de los diferentes exteriores y explora el pasado con monumentos erguidos y edificios dañados. Mendes no necesita un relato constante, más bien expone visualmente la historia en sí por parte de gigantes de roca dañados pero sobrevivientes, al fin y al cabo. 1917 es anónima y no necesita explicar el trasfondo, simplemente lo muestra. El ritmo de todo es marcado por la banda sonora ejecutada por Thomas Newman. George MacKay (Peter Pan, Captain Fantasic) muestra un rol que necesita un equilibro justo entre el esfuerzo físico y el acting dramático mezclando vulnerabilidad y fuerza en cada una de las escenas; MacKay, por su actuación en esta película, se instala otra vez en el podio de la nueva generación de actores. En 1917 acompañan muy bien Dean-Charles Chapman y los cameos (necesarios para la trama) de Colin Firth, Mark Strong, Andrew Scott, Richard Madden y Benedict Cumberbatch. ¿Proeza técnica? Eso desde ya, además 1917 es una gran película que merece el reconocimiento de estar entre lo más destacado del cine bélico en torno al fantasma de lo que fue la WWI. Distante de Lawrence of Arabia o Path of Glory, 1917 tiene la capacidad de distinguirse por si sola, ser relevante en el futuro y sin ninguna duda: tener mucha presencia el 9 de febrero en la próxima entrega de los premios de la academia. Valoración: Muy Buena.
Sería más que pertinente dejar en claro dos o tres cosas sobre este filme de corte bélico dirigido por Sam Mendes, director recordado y premiado por la Academia por su película Belleza americana (1999), y que allá lejos y hace tiempo fuera director teatral destacado en el off londinense. El filme en ciernes 1917 no es ni La gran ilusión (1937) de Jean Renoir, ni La patrulla infernal (1957) de Stanley Kubrick dos obras maestras que se mantienen poderosas y vitales, vivas contra el embate de cualquier moda o tecnología, sólidas y ricas como todo gran relato humano. Si es cierto que el filme de Mendes narra, o intenta narrar, una historia que discurre en el contexto de la Primera Guerra Mundial, aquí la trama se abre cuando dos jóvenes soldados británicos reciben una misión a cumplir que roza más lo imposible que lo factible de ser llevado acabo. Tienen, además, que cumplir esta meta en una carrera contra reloj para poder hacerles llegar a otros frentes de batalla ingleses un mensaje que los haría detener el movimiento hacia un nuevo ataque ya planeado. Pues en caso de hacerse este mismo, un hecho, terminaría en una tragedia, el mensaje revela que todo el contexto para el ataque es una trampa planeada, una emboscada de los alemanes. Que obvio, siempre son traidores, asesinos, y muy ordenados (valga la humorada sobre el cliché de la cultura germana que aparece en una escena de este filme). Detener esta acción militar haciendo llegar “el recado” es la gran aventura bélica que se desplegará en todo el territorio de la película. Este disparador tan vetusto como poco profundo, produce primero una lectura, algo obvia, la de recordarnos al tan mentado Rescatando al soldado Ryan del taquillero Steven Spielberg, quien con similar idea de misión imposible se explayó con un relato, que nunca valoré con especial interés, pero que al lado de 1917 se me viene a la memoria casi con emoción. Al menos algo vibraba en esos personajes, y sin duda el desembarco en Normandía era de una riqueza visual digna de ameritar un rescate cinéfilo. Digamos que el gancho del filme de Mendes es la venta de un falso plano secuencia de dos horas de duración atravesando los caminos y calles internas del campo inglés en una misión épica, respirando el mismo aire que respira el protagonista a quien la cámara no se le despega un instante, salvo en los pocos cortes que tiene el filme. Un ejercicio fastuoso de destreza tecnológica y del enorme control que Mendes tiene sobre una puesta en escena compleja, costosa y con intenciones de alto impacto. Impacto sí, porque conmover a un espectador avezado es otra cosa muy distinta. Pero 1917 tampoco es La soga (1948) de Alfred Hitchcock, o El arca rusa (2002) de Aleksandr Sokúrov, filmes que utilizaron en distintos momentos de los avances tecnológicos la complejidad material de poner en acto un plano secuencia de extensiones mayores. Hitchcock desafió las limitaciones del celuloide y los 35 mm, Sokurov se embarcó en los primeros experimentos de las cámaras digitales red de los años 90, y cada uno logró llevar las aguas de ese terreno estético al sentido mismo del corazón de la narración. El plano secuencia como la esencia misma del filme, forma y contenido unidos en un solo movimiento de cámara. Aquí en cambio, salvo la confirmación de que un filme por encargo y con altas chances de cargarse unos cuantos premios más, hace un uso majestuoso de la imagen al servicio de sí misma. No hay nada que allí no esté explicitado, incluyendo la magia de Roger Deakins que con años magistrales de oficio hace de la luz un festín de formas en movimiento. No podemos llevarnos ni de ese momento histórico, ni de esos personajes superficiales nada más que la línea bien filmada de su superficie, valga la redundancia. Quienes amamos el cine bélico como un universo crítico que permite poner en juego las contradicciones más insoportables en situaciones límites, solo veremos aquí un desfile de contingencias y obstáculos para alcanzar el final de la carrera zanjando un sinfín de desgracias bélicas y llegar con el recado bendito al final de la historia. Demasiado poco para tanto artificio. Por Victoria Leven @LevenVictoria
Tiempo de guerra. Dos jóvenes soldados británicos emprenden la misión de dirigirse al norte de Francia para prevenir a uno de sus batallones de una emboscada por parte del ejército alemán. Bajo esta premisa y punto de partida, el director Sam Mendes crea una sofisticada pieza de relojería en la cual el tiempo, la precisión y la fluidez de su desarrollo le dan forma al enorme despliegue técnico con el que escoge contar su historia. Dicha proeza técnica lleva consigo un excelente pulso de tensión temporal que no se detiene, al igual que los personajes y la cámara emulando un plano secuencia —o al menos dos. Sin embargo, esa pulsión constante es algo nula en relación a una historia que no tiene demasiado para decir, más sí para mostrar. 1917 es un film que encuentra su poderío de la mano de su director y de la leyenda de la dirección de fotografía (Roger Deakins). El trabajo autoral en pantalla es compartido por ambos en una muestra de sincronía y entendimiento del aspecto visual. La dirección de ambos le brinda ese desarrollo que se percibe imparable ante el paso del tiempo que se maneja entre las luces y sombras de los campos franceses y la odisea de todos los elementos que componen el campo cinematográfico siempre cambiante y todo lo que se halla en movimiento dentro de él. El cine es movimiento, y la marcha constante de estos soldados por lograr su cometido se ve plasmada de ello. Los soldados Blake (Dean-Charles Chapman) y Schofield (George MacKay) conducen el recorrido de esta historia, siendo la cámara quien los sigue entre la pasividad rural y el caos bélico que los rodea y que debe ser atravesado por ellos. El registro fílmico describe con belleza estética el terreno a recorrer, el esplendor y la destrucción que tan solo puede apreciar en verdad el espectador, ya que los protagonistas solo tienen en mente la meta a cumplir, sin importar lo que encuentren a su paso. De manera inteligente, la dirección resalta todo lo que hay de fondo de estos soldados, y es así como se aprecia el clima gris que baña con su luz a los personajes y el camino, o la labor de otros soldados que se mueven apresuradamente o descansan por las sinuosas trincheras. La excelente variedad de iluminación del trabajo de Deakins viene acompañado muchas veces de los casi imperceptibles cortes que dan lugar a que los hechos tomen lugar en distintos espacios. Es así como con la sutileza de su fluir pasa de exteriores a interiores donde el cambio de luz, la variedad tonal de una luminosidad fría a cálida de un segundo a otro, es lo que hace notorio el protagonismo fotográfico que se le brinda al film. Algo similar ocurre con la que es la mejor secuencia de todo el film, la cual enaltece la vitalidad artística con la que el trabajo es tratado. Schofield despierta luego de una fuerte caída, lo que marca el corte más evidente a la mitad del metraje, permitiendo pasar del día a la noche. Cuando se lo encuentre una vez más en las afueras, todo el campo visual se ve descrito entre la oscuridad de la noche, solo iluminada por el fragor de las llamas y de las implosiones que atacan el territorio. La grandeza visual con la que la cámara recorre el entorno, delineando con cada estallido el cementerio arquitectónico en el que se encuentra el personaje, alcanza un mayor grado de perfección gracias a la banda sonora de Thomas Newman que termina de completar la maestría con la que estos eventos son contados. No obstante, los momentos que invitan a ser más reflexivos o muchos de los episodios que se dan en la trama no poseen otro aspecto más que el hacer gala de su perfección técnica. La manera en que están tratados los personajes, la construcción de ellos se percibe cuasi unidimensional. El director pone en el centro de su film a dos actores no muy conocidos, haciendo que los actores más de renombre solo tengan breves apariciones en su trayecto, tales como Colin Firth, Andrew Scott, Mark Strong o Benedict Cumberbatch. Todos ellos cumpliendo el rol de altos mandos, como deslizando la interesante idea de que los actores experimentados tienen cargos importantes, y los jóvenes que recién empiezan afrontan el camino más difícil, en el caso de los soldados, ya que son mandados al matadero, lo que hace que se lamente el hecho de que estos nuevos actores, no sean aprovechados brindándoles un mayor trasfondo o peso dramático. 1917 se destaca fuertemente debido a su virtuosismo estético y a su precisión en los aspectos técnicos, la ausencia de una trama que invite a dejar algo más que la experiencia de atestiguar su despliegue audiovisual, es lo que hace sentir que estamos ante un material algo vacuo —o al menos no a la altura de su enorme construcción. La odisea llevada a cabo por los soldados se refleja en las formas, más no en el contenido. Claramente Sam Mendes busca ello como propuesta fílmica que se logra apreciar con toda su grandeza, con lo cual el film no falla pero deja cierto sabor a poco para quienes disfrutan que les cuenten una historia. Pero, una vez más, el cine es movimiento, y eso mismo ofrece Mendes con el poderío de un ejército.
Una misión llena de riesgos “1917” (2019) es una película bélica dirigida, co-escrita y producida por Sam Mendes (Sólo un sueño, 007: Operación Skyfall). Coproducida entre Reino Unido y Estados Unidos, el reparto incluye a George MacKay (Capitán fantástico, Secretos ocultos), Dean-Charles Chapman (Tommen Baratheon en Juego de tronos), Colin Firth, Benedict Cumberbatch, Richard Madden (La cenicienta), Daniel Mays, Andrew Scott, Pip Carter, Taddeo Kufus, John Hollingworth, entre otros. Filmada en Inglaterra y Escocia, la cinta ganó en las categorías de “Mejor Película – Drama” y “Mejor Director” de los pasados Globos de Oro. Además, cuenta con diez nominaciones a los premios Óscar, entre ellos “Mejor Guión Original”, “Mejor Película” y “Mejor Director”. 6 de abril de 1917, norte de Francia. Durante la Primera Guerra Mundial, el joven cabo británico Tom Blake (Dean-Charles Chapman) es llamado por su superior, el general Erinmore (Colin Firth), no sin que antes elija a un compañero. Junto al soldado William Schofield (George MacKay), a Tom se le asigna la tarea de entregar una carta al segundo batallón del regimiento de Devonshire, liderado por el coronel Mackenzie (Benedict Cumberbatch). La carta debe ser leída lo más rápido posible por Mackenzie, ya que ésta indica que se debe cancelar de inmediato el ataque planeado contra los alemanes, de lo contrario ocurrirá una masacre que les costará la vida a 1600 soldados británicos, entre ellos el hermano de Tom. Sin tiempo que perder, y con las líneas telefónicas cortadas, Blake y Schofield se pondrán en marcha para dejar las trincheras y atravesar tierra de nadie. Con una historia sumamente simple pero efectiva, 1917 es de esas películas que si o sí deben ser vistas en pantalla grande, en especial por sus variadas proezas técnicas. Con un sublime trabajo de cámara que nos da la sensación de que el filme fue grabado en una extensa toma secuencia, la cual pareciera solo tener un corte, durante las dos horas de metraje el espectador consigue pasar por distintos estados de adrenalina, tensión, tristeza y calma (que solo va a durar unos segundos). Sin que ninguna locación se repita, el peligro está latente en cada minuto, manteniendo un ritmo intenso que logra que la cinta nunca se llegue a sentir pesada, sino más bien inmersiva. A pesar de que desde el guión no se nos concede mucha información sobre la vida de los protagonistas, es el compañerismo el que prevalece y nos hace sufrir junto a estos dos jóvenes que, como pueden, sobrellevan sus respectivos miedos. George MacKay ya había demostrado que los papeles dramáticos le calzan a la perfección, en especial desde que actuó junto a Saoirse Ronan en la cinta “How I live now” (2013), la cual planteaba una historia de amor durante la Tercera Guerra Mundial. Aquí el británico hace muy buena dupla con Dean-Charles Chapman, siendo este último el más desesperado por cumplir con la misión ya que la vida de su hermano depende de ello. Inspirada en las historias personales que vivió su abuelo, mensajero entre trincheras, Sam Mendes tuvo a uno de los mejores directores de fotografía de nuestros tiempos: Roger Deakins. Luego de ganar su primer (y tardío) primer Óscar por “Blade Runner 2049” (2017), Deakins vuelve a trabajar con Mendes para otorgarnos una obra visualmente deslumbrante. Utilizando diversas tonalidades de marrones, Deakins es capaz de hacernos sentir parte del horror y desolación de una guerra. Cadáveres putrefactos, moscas, ratas, derrumbes, una niebla que no permite ver qué hay más allá y un fuego incontrolable son solo algunos de los aspectos que asquearán y/o mantendrán en vilo al espectador. Además, la iluminación fue pensada hasta el más mínimo detalle, dándole al filme una autenticidad muy valorable. Con un notorio trabajo por parte del departamento de arte, que tuvo que diseñar maquetas de los distintos escenarios antes de filmar, aparte de un director inteligente que sabe exactamente cuáles tomas dan mejor resultado sin música, “1917” brinda un espectáculo cinematográfico que tiene merecido ganar varias categorías de los próximos Óscars. Si te considerás cinéfilo, el filme es una cita obligatoria al cine.
Primera Guerra Mundial. Ante una aparente retirada de los alemanes, el ejército inglés se da cuenta que en realidad es una trampa para uno de sus batallones. Por eso dos soldados tienen que atravesar campo enemigo con la misión de advertir a sus compañeros que cancelen el ataque y se evite una masacre, todo en menos de ocho horas. 1917 viene arrasando en todas las premiaciones de esta temporada, y por ende, las expectativas que había a la hora de entrar al cine eran bastante altas. Y debemos decirles, que pese a algunas cosas menores, el nuevo film de Sam Mendes está a la altura del hype que venia provocando. Desde el momento que se supo que todo iba a ser un falso plano secuencia, sabíamos que iba a ser un espectáculo visual de esos que son obligatorios ver en el cine. Y si, estábamos en lo cierto, la fotografía y la dirección que tiene 1917 es para sacarse el sombrero y hace entendible que para las premiaciones, este film este por sobre por ejemplo, El irlandés. A esto debemos sumarle que tenemos una de las bandas sonoras mas poderosas de este año, y que en su clímax llega a tocar su punto mas alto, provocándonos un nudo en la garganta incluso, pese a que no estemos viendo una situación triste. Pero no todo es para aplaudir. El gran problema que tiene esta película es el guion. Si bien era sabido que este film radicaba su mayor fortaleza en el apartado visual, la trama en más de una ocasión deja bastante que desear. Y no lo decimos porque la historia es súper simple (aunque no llega al nivel de pereza de Dunkirk), sino que también los personajes principales están muy pobremente construidos. Nunca sabemos nada de su pasado, o de esa amistad que se nos intenta vender. En ese sentido una duración de unos diez minutos donde se nos cuente más de ellos, hubiera sido de agradecer. Pero así y todo, este apartado no logra tirar al suelo todo lo positivo que tiene 1917. Pedimos encarecidamente que vean esta película en el cine, porque no solo van a poder disfrutar el apartado visual en todo su esplendor, sino también de una música, que acompañado con las imágenes, le va a quitar el hipo a más de uno. Eso sí, en una opinión muy personal, entendemos la mas que segura victoria de Sam Mendes en los Oscar, pero no así que 1917 se alce como mejor película. Lo dicho, una opinión personal.
Con diez nominaciones a los premios Oscar, con acumulación de premios anteriores sorpresivos por fin llega la película de Sam Mendes que nos transporta gracias a su prodigio técnico a las terribles trincheras de la primera guerra mundial. Lo que más impresiona, lo que se impone a su contenido o las actuaciones, es que esa pericia que simula un largo plano secuencia, en realidad como explico el director, tomas de nueve minutos encadenadas por las maravillas de un montaje impresionante, que nos hacen seguir la misión de dos soldados a través de líneas amigas, bunkers alemanes, tierra de nadie y por fin otra vez fuerzas propias, para avisar de una trampa mortal que puede significar la muerte de miles de hombres, como si fuera en tiempo real. Todo lo que tiene de reconstrucción y suspenso, y con una vuelta de tuerca hasta de terror, de inmersión en una pesadilla, es lo que deja boquiabiertos a los espectadores y a los votantes de premios. Un entretenimiento que une espectacularidad, recreación histórica perfecta, emoción, con un mensaje antibélico, un homenaje a los caídos, al propio abuelo del director, al temor de la falta de memoria de un enfrentamiento tan cruel. Pero por momentos la tensión del suspenso y la calidad de la factura técnica no disimulan una superficialidad, un tratamiento de personajes a vuelo ligero en pos de lo visual. Los dos soldados encarnados por Dean-Charles Chapman y George MacKay con un elenco donde tienen pequeñas apariciones de Daniel Mays, Colin Firth y Benedict Cumberbatch, cumplen muy bien su labor. El libro de Sam Mendes y Krysty Wilson-Cairns se pone al servicio de esta filmación nacida para asombrar.
1917, tensión presente en el marco de una justificada proeza técnica. Ala hora de analizar 1917, hay una cuestión que se debe contemplar: Sam Mendes es un hombre tanto de teatro como lo es de cine. Incluso podríamos decir que es más un hombre de teatro que un hombre de cine. No tenemos que olvidar que hasta rodar su debut en la dirección, Belleza Americana, ya contaba con muchísima experiencia en las tablas de Londres. ¿Por qué es relevante tal dato para esta crítica? Porque tratándose de una película cuyo gancho de venta es la experiencia de una historia sin cortes, da seguridad que quien la dirige sea alguien que hizo “planos sin cortes” varias funciones por noche y en vivo durante años… solo que sin una cámara de por medio. La Larga Trinchera El guion es claro y sencillo, con una sencillez que hasta podríamos decir es funcional al desafío técnico al que se expone la película. Sin embargo, esa clara subordinación no es utilizada como una excusa para ser negligente en cuestiones dramáticas esenciales. La motivación y las potenciales consecuencias son claras, el flujo narrativo sabe cuándo subvertir las expectativas. Hay un claro desarrollo emocional, yendo de la mano con una estratégica inteligencia para saber cuándo ocultar información al espectador y cuando revelársela. La subordinación a la proeza técnica, naturalmente, les trae ocasionales desventajas en dos o tres pequeños detalles: estos pueden desafiar el verosímil, pero no lo suficiente para achacárselo como una contra que le baje calidad al film. Lo que hace que este objetivo masivo (evitar un ataque que puede costarle la vida a 1600 soldados) sea cercano, es principalmente la apuesta personal (uno de esos hombres es hermano de uno de los soldados que lleva el mensaje de cese), pero es evidente que el ojo está puesto en el objetivo mayor. Esa apuesta personal es, en gran parte, lo que nos hace subir la adrenalina como espectadores y meternos más en el punto de vista de estos soldados, logrando que se aceleren las cosas porque la tensión ya está ahí, la urgencia ya está ahí. Como buena película bélica que es, pueden esperar grandes escenas de acción. Paradójicamente, las que más sorprenden por su ejecución son aquellas que no involucran un intercambio de fuego. Ejemplo de esto es una escena en un bunker alemán, donde los soldados ven unos sacos distribuidos por todo el lugar… del mismo modo que los soldados, el espectador nunca se imaginará el por qué de semejante detalle dejado por los alemanes. Decir que 1917 es solo una proeza de cámara es despreciar los miles de detalles nutridos que tiene su puesta en escena. Para empezar, goza de un prodigioso trazo escénico, donde la cámara y los actores están en un ballet coordinado de deliciosa precisión. Donde cada alejamiento y acercamiento entre ambos es de una gran naturalidad. Una naturalidad que le permite determinar cuándo debe acentuarse la tensión y cuándo se debe alcanzar el segundo aire. Otro detalle que posee es su diseño de producción. Desde el primer encuadre, Mendes y su equipo se preocupan por crear un espacio característico que ostente tanta personalidad como los protagonistas. Detalles tales como los sendos cadáveres diseminados por el campo de batalla, los casquillos de descomunales calibres con los que se tropiezan los soldados, y los laberintos de edificios destruidos. Tampoco se puede obviar el uso de los colores. Tenemos que hablar de la notable (sí, otra vez) fotografía de Roger Deakins, pero no tanto de los movimientos de cámara sino de su uso de la luz. Las secuencias diurnas están capturadas con una palidez que se acopla perfectamente a la suciedad de la textura de los escenarios. Y en las escenas nocturnas, donde predomina el fulgor naranja del fuego y el contraluz que deja a los personajes en silueta, consigue realmente brillar con un trabajo casi reminiscente del tercer acto de Skyfall, film de Bond en el cual Deakins también estuvo a las órdenes de Mendes.
1917 es una maravilla visual y técnica que mediante su maravillosa realización logra enaltecer una historia que a priori no tiene demasiado atractivo pero que a fin de cuentas termina siendo una historia que tiene todas las emociones posibles. Escrita y dirigida por Sam Mendes (007: Skyfall), con la colaboración en el guion de Krysty Wilson-Cairns, llega a nuestros cines 1917, una película de la cual se viene hablando mucho gracias, entre otras cosas, a la decisión de Mendes de rodarla cómo si fuese un plano secuencia. En ella, el director nos teletransportará a la Primera Guerra Mundial y nos meterá de lleno en un pelotón inglés y más específicamente en dos soldados: Schofield (George MacKay) y Blake (Dean Charles Chapman). Ellos tendrán la importante misión de atravesar las líneas enemigas alemanas para darle un mensaje urgente al Coronel de un pelotón aliado que se aproxima a lo que parece ser una emboscada. Los dos soldados protagonistas deberán correr una carrera contra el tiempo para evitar que sus tropas caigan ante las fuerzas enemigas e intentar lograr una ventaja frente a sus adversarios. A lo largo de sus casi dos horas de duración la propuesta que otorga Mendes logra deslumbrar al espectador desde su primer fotograma. Con un despliegue técnico asombroso y un manejo de la tensión que va subiendo y bajando de acuerdo a lo que la trama propone, la cinta termina estando a la altura de las expectativas que se tenían de ella. Si bien podría parecer que dicho despliegue “merecería” tener una historia más frondosa, en donde más personajes tengan un tiempo en pantalla más prolongado y más desarrollo, el guion se las ingenia para que esas primeras impresiones queden en el olvido una vez que la historia se desarrolla. Lo más importante para que el espectador vea es la relación entre los dos soldados y ver como ambos se las ingenian para lograr su cometido con todas las trabas que puedan tener y a pesar de que ésta situación al comienzo del film, sobretodo su relación, no es de un interés demasiado grande, esa relación se va a ir incrementando con tal los minutos van pasando y el espectador puede verse involucrado en esa relación también. Dos aspectos que hacen de la película una experiencia increíblemente disfrutable son la fotografía y la composición de la banda sonora. En el primer aspecto hay que destacar a Roger Deakins como un protagonista esencial para la puesta en escena ya que a ésta altura ya tiene colaboraciones con el director (007: Skyfall) pero que además es el responsable de haber logrado las magníficas puestas visuales en sus trabajos con Denis Villeneuve (Blade Runner 2049; Sicario; Prisoners) o con los hermanos Coen -juntos o por separado- (No Country for Old Men; The Big Lebowski; Fargo). El trabajo de Deakins es absolutamente brillante y lo que otorga es realmente increíble sobre todo en una escena que se desenvuelve de noche y ahí los colores y su conjunción de ellos brindan una imagen final emocionante. De la mano con el tema visual, el trabajo de la banda sonora, la mezcla de sonido y su edición no se quedan atrás. Thomas Newman, quién vuelve a trabajar también con Mendes, es el responsable número uno de que el espectador logre sentir empatía con los personajes, cosa que el guion no hace del todo, gracias a las notas que acompañan su aventura cuasi suicida. La banda sonora es gran responsable de que la tensión se maneje logrando un in crescendo, notorio pero efectivo, que denotan cuando la situación se va a poner más o menos complicada para los protagonistas. Si bien el elenco está compuesto por actores de renombre y primer nivel mundial como Colin Firth, Mark Strong, Andrew Scott, Richard Madden y Benedict Cumberbatch, los que se destacan por sobre todos ellos son los protagonistas MacKay y Chapman. No sólo por el tiempo que tienen en pantalla, sino por lo que también brindan física y, sobre todo, expresivamente. Sin duda alguna el gran intérprete que tiene ésta película es George MacKay que da una clase de actuación yendo de menos a más en todos los aspectos ya que en una primera instancia el ni siquiera sería el protagonista principal de la trama. 1917 es una de esas películas que no se puede dudar de ir a ver a la gran pantalla. Gracias a un despliegue técnico brillante y un par de actuaciones que la ponen en la carrera para llevarse el Oscar a mejor película. Si bien desde lo que a guion se refiere la cinta no tiene los atributos necesarios para considerarla como una de las grandes producciones bélicas de los últimos tiempos su calidad visual y la decisión de filmarla como un falso plano secuencia harán de ella una película difícil de olvidar.
1917 llegó en silencio. La última en estrenarse -junto con Mujercitas– en Argentina de las nominadas a mejor película en los premios Oscar. Sorprendió a todos llevándose los Globos de Oro a mejor película dramática y mejor dirección. Y siguió cosechando importantes reconocimientos durante este último mes. Sam Mendes, quien ya había deslumbrado en Belleza americana (1999) y 007: Operación Skyfall (2012), se puso detrás de cámaras para traer a la pantalla grande (cuanto más, mejor) la odisea de dos soldados británicos en la Primera Guerra Mundial, quienes deben llevar urgentemente un mensaje a una tropa que va directo hacia una emboscada. La cinta es pura proeza técnica. De principio a fin, juega con la belleza de los planos secuencia -tiene muy pocos cortes- y nos sumerge en una aventura bélica casi palpable. Un nivel enorme de producción bajo el prodigioso ojo de Roger Deakins (director de fotografía), quien ya se ha llevado el Oscar por su trabajo en Blade Runner 2049, estrenada en 2017. Naturalmente, nos vuelve a hipnotizar a la pantalla, con una utilización de las luces y sombras perfecta y arriesgada, una paleta de colores ideal, y un encuadre más impresionante que el anterior. Y todo esto edulcorado por los planos secuencias. Asombroso. La historia es, por así decirlo, sencilla. Ir del punto A al B. Sin embargo, no se reduce solo a ello. La trama está impregnada de sensibilidad y realidad. Nos tira la guerra encima constantemente, lo que se pierde, lo que se arriesga. La música juega un componente ideal en la narración, con una banda sonora que pone los pelos de punta, a cargo de Thomas Newman. 1917 es una de las mejores películas bélicas en lo que va del siglo. Arriesgada, visualmente impactante y conmovedora. Sam Mendes merece el Oscar a mejor dirección (ya lo obtuvo con Belleza americana) y Deakins, a mejor fotografía. Para mejor película, digamos que le tocó un año con mucha competencia. Puntaje: 8,5/10 Manuel Otero
EL INGENIERO MENDES Desde Belleza americana, su exitosa ópera prima, Sam Mendes se ha mostrado como una suerte de impostor. No sólo porque la mayoría de sus películas exhiben cierta falsedad, sino porque además intentan capturar conceptos y estéticas que le son ajenas, especialmente con cierta tradición del relato norteamericano. Ya sea su vampirización acartonada del indie en la citada Belleza americana o su reinterpretación del american way of life de Sólo un sueño o del noir con Camino a la perdición. Tal vez en Away we go, porque contaba con intérpretes confiables en su honestidad como John Krasinski y Maya Rudolph, Mendes alcanzó algunos momentos verdaderos. Mayormente el cine de Mendes es pose y efectismo (desde la ironía de Belleza americana hasta la disfuncionalidad del matrimonio de Sólo un sueño), y tal vez por eso 1917 sea la más auténtica de todas sus películas, aquella con la que termina de confesarse ante el espectador y quedar al desnudo como el gran impostor que es: un vacío narrativo disimulado en su banalidad por una suerte de pericia técnica (llamarla proeza sería enaltecerla un poco), un plano secuencia de dos horas que en verdad no lo es, y que se ha convertido en motivo de marketing, de reconocimiento en la temporada de premios y de aceptación por parte del público. La falsificación de 1917 es, ni más ni menos, que la del gran cine. Que aquí faltó a la cita pero con el que termina confundiéndose por pura devoción tecnócrata. 1917 cuenta algo mínimo y no hay nada de malo con eso: a dos soldados se les encomienda una misión riesgosa, salir de la trinchera británica, atravesar territorio ganado por los alemanes y llegar a otra trinchera británica para impedir que se lleve adelante un ataque que podría terminar con la muerte de 1600 soldados. Eso es lo que cuenta la película, apenas esa travesía, ese viaje al interior de la guerra, que será en verdad una muestra de carácter para los dos protagonistas. Y no está mal, al recurrente heroísmo inflamado del cine bélico 1917 le antepone apenas dos héroes que tienen como fin una misión pequeña, y que deciden ejecutarla con un nivel de responsabilidad envidiable. Mendes deja en espacio off la épica gigante y se concentra en sus protagonistas, algo con lo que amagó Nolan en Dunkerque, por ejemplo, antes de terminar seducido por el nacionalismo y el triunfalismo británico. En todo caso el problema de 1917 no es lo que dice (que tampoco dice mucho), sino la forma en que elige decirlo. Entonces su principal estrategia de venta, el dichoso plano secuencia, se le termina volviendo absolutamente en contra porque obliga a la narración más de lo que la hace fluir. El recurso, que en un comienzo llama la atención prontamente se vuelve innecesario, o sólo justificado para el mero exhibicionismo del director y sus ganas de pavonearse. Si Hitchcock recurría al plano secuencia en La soga para evidenciar el artificio y jugar con lo posiblemente teatral del asunto, no hay nada en 1917 que indique la necesidad de contar todo en un plano. Mucho menos cuando determinados eventos dan paso a elipsis que rompen el verosímil creado, o algunos movimientos de cámara se ven forzados por el dispositivo elegido. Como quedó claro, la de Mendes no es la primera película contada en un solo plano (sabemos que es falso y que los cortes se ocultan sabiamente con determinados movimientos de cámara, pero es una convención que aceptamos) e incluso tenemos un ejemplo reciente como la horrible Birdman. El plano secuencia es un virtuosismo que cuenta con muchos adeptos (estoy entre ellos, voy a fundar un club) y el avance tecnológico ha permitido que sea mucho más común de lo que lo era antes, pero como toda herramienta (y el plano secuencia no deja de serlo) precisa de algo que lo justifique narrativamente. Tal vez para Mendes volver continuo el tiempo es una forma de sumergir al espectador en la experiencia de los personajes, pero en verdad no lo logra porque en demasiadas ocasiones nos descubrimos más atentos al truco, a pensar cómo filmaron lo que estamos viendo, que a introducirnos en lo que le está pasando a los soldaditos. Cuando el dispositivo narrativo se vuelve demasiado protagonista la evasión es inevitable. Y la experiencia inmersiva que promete la película pierde su esencia. 1917 es como un mal mago al que le estamos viendo constantemente cómo hace el truco. Claro que 1917 tiene algunos momentos logrados, como aquel en el que los protagonistas inspeccionan un búnker alemán y la tensión se vuelve realmente insoportable, o cuando uno de los soldados sale corriendo por una ciudad destruida y las luces y sombras del gran Roger Deakins generan un efecto entre hipnótico y aterrador. Son momentos narrados con cierta pericia, pero donde la fotografía y el sonido juegan un papel más que fundamental para la construcción de los climas. De todos modos, son pasajes que también muestran un camino posible que la película nunca termina de asimilar: el del impacto constante, el de la fragmentación del relato por secuencias de alto impacto que no tengan una linealidad temporal. Pero volvemos al plano secuencia y a esa búsqueda pretenciosa que hace Mendes. Hacia el final la película elige la circularidad como una forma de terminar de definir las formas geométricas que la gobiernan. Y si bien uno puede intuir el sabor de la victoria de esos personajes que lograron el objetivo, no hay nada en la película de Mendes que emocione, que genere un efecto por fuera de la celebración de la prepotencia técnica. Es todo tan distante, frío y calculado que resulta imposible comprometerse con lo que pasa ahí dentro. Mendes se termina revelando como un ingeniero antes que como un director de cine.
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La comprensible maldad de algunos críticos y cinéfilos le adjudicó al film de Sam Mendes la naturaleza narrativa de un videojuego. En 1917, dos soldados ingleses tienen que atravesar el campo enemigo para advertir al superior de una tropa que detenga su ataque porque es una emboscada del enemigo. 1600 vidas están en juego. En dos secuencias (una es nocturna, por si se quiere identificarla), la marcha de los dos jóvenes del ejército de infantería remite a la estética de obstáculos propia de un videojuego, pero muchos otros pasajes desmienten que así sea. 1917 no es mediocre por ese señalamiento.
Sam Mendes y su epica bélica son un espectáculo que se disfruta al 100% adentro de una sala de cine.
La potencial ganadora del Oscar a Mejor película del británico Sam Mendes ("Belleza americana", "Solo un sueño", "Operación Skyfall"), reúne todos los ingredientes necesarios para imponerse el próximo 9 de febrero sobre sus más fuertes contrincantes: "Guasón" y "Había una vez... en Hollywood". Esto claramente si quitamos de la ecuación a "Parasite", que seguramente cosechará el galardón a Mejor película internacional, pero no la más codiciada estatuilla a Mejor película, rubro en el que también compite, y merecería con creces por encima del film bélico en cuestión. Por nobleza cinematográfica y ruptura de paradigmas, la gran triunfadora debería ser "Joker", pero sus contundentes niveles de violencia y crítica social en clave de alta aspereza, no son del gusto del domesticado paladar de los miembros de la Academia de Hollywood. En tanto que el film de Tarantino, se llevará seguramente un par de trofeos, pero resulta demasiado "cinéfilo" para alzarse con el hombrecito dorado más cotizado. Hasta el momento, lo que más se comenta de "1917" es su virtuosismo formal, por tratarse de una película concebida a través de un largo plano secuencia, que en realidad son unos cuantos planos hilvanados con cortes disimulados. Más allá del enojo de un sector de la crítica, que ha atacado al film de Mendes reduciéndolo a la categoría de "videojuego artístico", lo cierto es que la opción del plano secuencia es absolutamente pertinente al relato. La premisa argumental es sencilla: un par de soldados ingleses reciben la orden de iniciar un arriesgado periplo para detener un ataque que pondría en riesgo la vida de 1.600 hombres en medio de una trampa del ejército alemán. El tiempo para desarrollar tal epopeya es tan acotado como determinante, por lo tanto la ausencia (o camuflaje de cortes), es totalmente funcional a esa impronta de urgencia que el director imprime sobre el andamiaje de su película. Visualmente, la propuesta es arrasadora. Kilómetros de trincheras construidas, campos de batalla empantanados y arquitecturas destrozadas; remiten a una experiencia tan física como realista. Sin embargo, el facilismo y la pereza de algunas opciones narrativas atentan desde un comienzo contra el resultado general de esta obra. De la peligrosa misión que enfrentan los soldados, depende la vida del hermano de uno de ellos. El componente del drama familiar ha sido fundamental en varios hitos de la historia del cine bélico, pero aquí queda expuesto de un modo tan llano como ramplón. A su vez, la constante premura por llegar al destino indicado, va en detrimento de algunas instancias de detención en las que aparecen personajes y subtramas que quedan sistemáticamente a mitad de camino. Así y todo, hay escenas que sobresalen con suficiente garra, aunque cierta tendencia a la solemnidad y una omnipresente banda sonora que subraya los climas dramáticos por demás, terminan por menoscabar algunos climas sepultados bajo una tonelada de orquestación. En este sentido, la irrupción de un soldado cantando a capela frente a una tropa tras una secuencia vibrante y desgarradora, demuestra que un tratamiento musical despojado hubiese resultado más potente y orgánico para la película. Con respecto al verosímil, "1917" también enfrenta algunos inconvenientes. Hay espectaculares escenas que remiten a la más pura tradición del cine bélico, pero en algunos pasajes la acción se torna tan desmesurada que queda más cerca del universo Marvel. A favor hay que admitir que más allá del heroísmo, el film no carga tanto las tintas en el fetichismo nacionalista, de hecho uno de los protagonistas ha canjeado una medalla que considera un pedazo de chapa por una botella de vino. Más allá del notable trabajo de los dos actores que encabezan esta historia, ambos ninguneados en la nominaciones por sus interpretaciones, Mendes se muestra más preocupado en que cada etapa de la misión se complete con precisión, que en darles mayor profundidad a sus criaturas. De esta manera, su película cumple con la platea a la hora de desplegar una épica de ribetes pirotécnicos, pero al hacerlo desde la ordenada configuración de un expediente, por más de que detone unas cuantas bombas, queda en evidencia que a su mecha le falta una contundente dosis de sustancia. 1917 / Reino Unido-Etados Unidos / 2019 / 119 minutos / Apta para mayores de 16 años / Dirección: Sam Mendes / Con: George MacKay, Dean-Charles Chapman, Mark Strong, Andrew Scott, Richard Madden, Colin Firth, Benedict Cumberbatch.
“Sam Mendes: vendedor de fantasías módicas”, dice la tarjeta de presentación. Todo el mundo lo conoce por haber filmado algunas películas que se iban enteras en uno o dos golpes de efecto: sátira estadounidense cruel narrada por un muerto, drama psicológico con la pareja de Titanic, ajuste de cuentas de James Bond con su infancia. Todos gimmicks de esos que hacen que uno salga de la sala hablando de la película y que la comente el lunes en la oficina. 1917 lleva la marca de Mendes. Una película de la Primera Guerra Mundial contada en tiempo real y filmada con tomas muy largas. Así se la promocionó, como un prodigio técnico, un lujo de producción: nadie debía ver 1917 sin haber sido informado previamente por el making-of. Hay guerra, pero esto no es cine bélico: no está el género con sus convenciones, queda apenas el setting para que Mendes y Deakins dispongan su máquina de fabricar bellas imágenes. Suena despectivo, pero en realidad no lo es: 1917 se ve bien, cada plano, cada movimiento reverbera en el sistema visual de la película. En otra época se repetía como un mantra que el cine no podía ser un montón de imágenes lindas (se lo dijo, por ejemplo, de 2001: Odisea del espacio), que hacía falta imponerles un orden, darles una sintaxis, que contar era otra cosa. Pero cualquiera se da cuenta de que los géneros son un arte mayormente olvidado: quedan rémoras, coletazos, “relecturas”: todas maneras de admitir que ya no se sabe cómo narrar de acuerdo con esas reglas. 1917 es en sí misma un acto de renunciamiento, como si se confesara que si ya no podemos imitar estos objetos del pasado, mejor dediquémonos a diseñar otras cosas. Cuesta un poco entrar en el mundo de la película: es verdad que se está todo el tiempo con los protagonistas, que se los sigue a todas partes, pero eso no alcanza, faltan las coordenadas narrativas, el mapa elemental de signos con los que nos acostumbramos a interesarnos por la vida de las personas que vemos en una pantalla. En algún punto, uno se sobrepone a esa carencia y se entrega a la trayectoria: los espacios se suceden unos a otros y aprendemos a disfrutarlos, a distraernos en las singularidades de cada uno, como si el conjunto fuera algo así como un parque temático de la WWI (la idea se la leí a Rodrigo Seijas en un chat de otro sitio). El momento espectacular llega con la noche y los juegos de la fotografía: iluminado por el fuego, Roger Deakins se engolosina y desparrama por todas partes efectos de luces. Se afirma con malicia que 1917 es una película de fotógrafo: no creo, pero la secuencia nocturna sin dudas le pertenece. El recorrido concluye poco después. La película sigue sin tener idea de cómo ordenar las partes. Domina el tono realista, ese que fue impuesto al menos desde Salvando al soldado Ryan: la guerra es cruda y brutal, no ofrece más que horrores sangrientos que borrar cualquier posible patriotismo o ideario. Si queda espacio para algún acto noble, es para el heroísmo individual, al margen de las grandes causas: salvar a un amigo, a un inocente, dar la vida por otro. De acuerdo. Pero Mendes alterna ese registro con algunas actuaciones solemnes que parecen sacadas de otra película: comparen el tono desenvuelto de la mayoría de lo soldados con la efigie que hace Benedict Cumberbatch o con el tono teatral con el que un personaje muere en brazos del otro mientras escupe diálogos de melodrama. Confirmamos, entonces: cuando tiene que narrar (y eso implica cierta idea de conjunto, una mínima conciencia de los propios materiales), la película no tiene mucha idea de lo que hace. Lo que se ve puede ser la confesión de esa imposibilidad, pero también una propuesta a futuro: si no se sabe cómo contar, tal vez se pueda atenuar el cuento y, en su lugar, ofrecer un otra cosa, un viaje, un tour de force visual que disimule un poco todo lo que el cine ya no puede hacer. A falta de algo mejor, Mendes nos pide que nos conformemos con las bellas imágenes.
‘Los horrores de la guerra’, también llamado ‘Las consecuencias de la guerra,’ es una alegoría de las guerras que habían asolado a Europa, pintada por Peter Paul Rubens en 1637, con destino al Palacio Pitti del duque Fernando II de Médici. También podríamos citar a ‘Los desastres de la guerra’, una serie de 82 grabados del pintor español Francisco de Goya, realizada entre los años 1810 y 1815. Allí el horror de la guerra se muestra especialmente crudo y penetrante, desnudando las crueldades cometidas en la Guerra de la Independencia Española. Un siglo después, en plena Primera Guerra Mundial, la desidia humana no ha cambiado, ni su ambición dominadora menguado un ápice. El reconocido director responsable de joyas del cine americano contemporáneo como “Belleza Americana” (1999) y “Camino a la Perdición” (2002) se apunta una de las más destacadas películas que engalanan la presente temporada de premios. “1917” representa el regreso de Mendes al género bélico luego de su incursión en la fallida “Jarhead” (2005) y el resultado es un producto absolutamente sorprendente. El germen de esta película se encuentra en las vivencias de Alfred Mendes, veterano de la Primera Guerra Mundial y abuelo del director. De sus historias al frente de batalla y las anécdotas transmitidas de generación en generación es que surge este guión firmado por el propio realizador. Y en la misión heroica e improbable que debe cumplir el personaje principal de “1917” se recrea una Odisea de míticas proporciones, directamente dirigido hacia una tierra de nadie. El desafío será atravesar un rosario de dificultades, que incluyen notables exigencias físicas y una entereza mental a toda prueba. También, una cuota de suerte que la ficción cinematográfica exagera a la enésima potencia a fin de conseguir un crescendo dramático acorde a las circunstancias que apremian a nuestro héroe de turno atravesando el territorio enemigo. Si el cine de guerra se ha especializado, a lo largo de su profusa historia, en ilustrarnos la crueldad de los conflictos bélicos y la futilidad de su fin en sí, “1917” no agrega nada nuevo a lo ya abordado. Pero es su suculenta cuota de realismo, crudeza e impacto las que sustentan a un guion sumamente hábil como para explotar las aristas dramáticas de su devenir. Y allí está la prodigiosa cámara de Mendes para registrarlo todo. El uso que hace del plano secuencia es, sencillamente, magnifico. Su lente, inquieta y movediza persigue ángulos originales e improbables, surca interminables trincheras, se arrastra en travelling o sigue a sus personajes cuerpo a tierra, prescindiendo del montaje a fin de envolvernos en la barbarie del campo de batalla. El extremo realismo de Mendes y su preciosismo visual se fusiona con la adrenalínica banda sonora compuesta por Thomas Newman para entregar escenas antológicas. Asimismo, la plástica fotografía empelada consigue entregar auténticos lienzos del horror: campos minados, ciudades de devastadas, artillería estallando por los aires, los cazabombarderos surcando el cielo de un territorio que no conoce ni de Dios ni de piedad. Allí se posa la mirada, desde el subjetivo punto de vista británico, inserto en una improbable misión de rescate que se extenderá por toda una jornada, sazonada por episodios dantescos, donde la vida pende de un hilo. Las vicisitudes que debe atravesar nuestro protagonista nos lleva a reflexionar sobre la fragilidad de la vida humana y el trágico destino sellado para estos jóvenes, abandonados a la suerte de una contienda demencial. Víctimas inocentes aquí y allá. El caos imperante en el frente de combate y las familias destrozadas que aguardan la peor noticia desde sus hogares. Dos jóvenes soldados enarbolan la responsabilidad de un cometido en extremo dificultoso. La misión comienza en un día brumoso, acaso la dificultad climática ensombrece aún más este cuadro fatalista. El paisaje es atroz: animales sin vida esparcidos a lo largo de un océano de lodo, un cementerio de cuerpos apilados de veteranos que brindaron su vida la causa bélica, más allá cuervos devorando cadáveres y un enjambre de moscas revoloteando el hedor de los restos animales apilados. Hacia el otro lado del batallón, un estremecedor campo de enfermería que atiende a soldados mutilados. Sin quererlo, “1917” se convierte en el mejor film de terror posible. Una realidad que cala en los huesos. Vale la pena hacer mención a los efectos colaterales. Al finalizar la Primera Guerra Mundial se comenzó a hablar de ‘neurosis de guerra’, un término utilizado para describir el trastorno por estrés postraumático que afectó a muchos soldados cuya patología se trata de una reacción ante la intensidad de los bombardeos y la lucha que produce una impotencia que se traduce en múltiples síntomas físicos y psíquicos de desequilibrio. De esta forma, Mendes inspecciona el alma corrompida de unos hombres al comando de una guerra que perdió el rumbo y no teme asomarse al abismo de lo inhumano y lo sanguinario de la condición enfrentada a la propia finitud. Un par de escenas antológicas nos llevan a pensar que estamos ante un nuevo clásico del género. Este tándem de pasajes destaca por su belleza poética, extrayendo poesía del más puro horror para brindar un mensaje esperanzador. Una anécdota contada a manera de fábula de un solado a su compañero nos interna en un verde bosque mientras dejan atrás la brumosa ceniza del paisaje que dominaba el deteriorado frente alemán. Luego, una bella metáfora acerca del florecimiento de los árboles de cerezos blancos como alegoría del ciclo de la vida y el poder redentor de la naturaleza que asemeja a la pulsión vital que vence la ceguera de una ambición bélica inútil. Por último, las sabias y turbulentas aguas de un río salvaje depositan al sufrido soldado a las puertas de su tierra prometida. Espectacular y conmovedor, este film nos lega un desenlace a la altura de lo esperado, con la virtud de conseguir destacar lo pavoroso de un cuadro de situación que configuraría el destino político del mundo a corto plazo, colocando en perspectiva el endeble valor de la vida humana, directamente proporcional a la maldad que propelen los acontecimientos. En este viaje al corazón de las tinieblas, el mal originario habita en el sinsentido del enfrentamiento, sin embargo el mensaje final otorga una luz de esperanza: la solidaridad naciente en los momentos más acuciantes y el valor emotivo que representa el honor por la palabra hacia una promesa cumplida son capaces de vencer a este temido enemigo llamado miedo. El plano final, mostrando a un añoso y gigante árbol y a un soldado exhausto rendido a sus pies hace que sobren las palabras.
«Quién sabe, quizás haya una medalla después de esto», les dice un oficial tras despertarlos y decirles que el General quiere verlos. Schofield y Blake son encomendados con la difícil tarea de frenar un ataque en el frente que terminará en masacre. 1917 es la nueva película de Sam Mendes y es mucho más que «un ejercicio técnico», es un recordatorio de por qué el cine es maravilloso. Una impresionante historia bélica que deja al espectador agotado y emocionado.
por Nahuel Tulian “La guerra, la guerra nunca cambia” La primera guerra mundial (1914 - 1918) fue una de las guerras más crueles y sangrientas de la historia, en el contexto actual-social, llega una película que deja en claro lo que sentir una guerra. 1917 (2019), es una película bélica dramática dirigida por Sam Mendes (American Beauty 1999, Skyfall 2012), guionada por él mismo en conjunto con Krysty Wilson - Cairns. La misma narrada en un mismo día, 6 de abril de 1917. Película multipremiada, entre ellos, mejor película de drama y mejor director en los Golden Globes, y así mismo, recibiendo 10 nominaciones a los premios Oscars 2020, incluyendo mejor película, director y guión original. 1917, sigue a dos jóvenes soldados del ejército británico, Schofield (George Mackay) y Blake (Dean - Charles Chapman), ellos reciben una misión muy difícil, entregar un mensaje atravesando territorio enemigo, buscando así, evitar la masacre de 1600 soldados, incluyendo al mismo hermano de Blake. Comenzarán una carrera contrarreloj para poder cumplir la misión. La dirección es magistral, Sam Mendes logra transportarnos al lugar de los hechos, de manera literal, acompañamos a los protagonistas en todo momento con sus planos secuencias muy bien editados, así nos lleva desde el comienzo de la historia hasta un corte muy bien planteado que le brinda una fluidez natural a los sucesos que se van desarrollando. La película destaca en su contenido técnico, una mezcla de sonido a cargo de Thomas Newman que nos deja escenas épicas y escenas cargadas de tensión. Además hay que destacar la excelente fotografía de Roger Deakins, que hace un trabajo formidable con el paso del tiempo de ese día dentro de la película. También se debe destacar el trabajo de producción puesto en esta película para que se respete cada detalle de la época, vestimenta, escenarios, herramientas, etc. Con respecto a las interpretaciones de los protagonistas, cabe destacar que hacen un trabajo estupendo, transmiten la angustia y la sensación de camaradería, fluyen y convergen en actuaciones convincentes. "En fin, 1917 es una película que si bien se considera del género bélica, la misma contiene un fuerte impacto dramático, y esto es lo que más la hace brillar, sobrecargada de emociones que se transmiten al espectador, tensión, miedo o claustrofobia son algunas de las emociones que transmite la historia en su hora y 59 minutos de duración, es un film que apela al realismo, dos jóvenes con miedo realizando una misión casi imposible y todo lo que ello conlleva, por ende, por ciertos tramos a algunas personas pueda parecer de ritmo algo lento, pero este ritmo es lo que confluye en una historia creíble, digna de contar y experimentar, gracias a la autenticidad de sus personajes."
El cine bélico de las últimas décadas se ha caracterizado por cuestionar los ideales de la nación, el sacrificio y los modelos prefabricados de héroes y enemigos que construyó aquel lejano Hollywood de la edad de oro. El género que supo popularizar Estados Unidos con mero objetivo propagandístico durante la Segunda Guerra Mundial, desde hace ya bastante tiempo ha apartado de su camino el nacionalismo ciego para profundizar en el sufrimiento, la camaradería y la humanidad de los soldados. Películas como Cartas desde Iwo Jima (2006) de Clint Eastwood o The Hurt Locker (2008) de Kathryn Bigelow, con la que por primera vez una directora mujer fue galardonada por la Academia, dan cuenta de ello. Con estos antecedentes, no es casual que uno de los filmes que más ha asombrado a la crítica norteamericana en 2019 y que se muestra como una de las firmes candidatas al premio mayor en la próxima edición de los Oscars, sea una historia de guerra en donde el patriotismo y el desarrollo histórico del conflicto armado es dejado a un costado. Hablamos de la tan comentada 1917 del inglés Sam Mendes (Belleza Americana; 007: Operación Skyfall), que ha estado en boca de todos gracias a un impecable apartado técnico que incluye, por supuesto, la proeza de haber sido filmada en su totalidad como un largo falso plano secuencia. Basada en las anécdotas que el abuelo de Mendes le contó a su nieto sobre sus días como cabo del ejército británico durante la Primera Guerra Mundial, 1917 narra la travesía de dos soldados ingleses, Tom Blake y Will Schofield (Dean-Charles Chapman y George Mackay), quienes son encomendados a una misión de alto riesgo en territorio enemigo alemán. Ambos deben atravesar toda una ciudad con el fin de impedir un nuevo ataque por parte de uno de sus pelotones, ya que se trata de una emboscada que podría cobrarse la vida de nada menos que 1600 hombres, entre ellos la del hermano mayor de Blake. Mendes vuelve a zambullirse en el cine bélico luego de Jarhead (2005), pero esta vez mediante una historia mínima ambientada en un enorme y trágico contexto como fue la llamada Gran Guerra. Con una estética narrativa similar a la de los videojuegos de acción, la cámara sigue permanentemente a estos dos cabos que deben ir del punto A al B sorteando una serie de obstáculos peligrosos en una carrera a contrarreloj. Despojados de todo tipo de heroísmo y honor, la razón que mueve a estos jóvenes a embarcarse en esta misión suicida no es la posible derrota de su país ante las tropas alemanas, sino la de rescatar al hermano de Tom y evitar una masacre. Los diálogos triviales que mantienen ambos soldados, donde entre otras cosas uno de ellos cuenta que canjeó su medalla del ejército por una bebida, dejan en claro que lo importante aquí radica en el compañerismo y el apoyo mutuo más que en la idea de morir por el bien de una nación, algo muy común en el cine de guerra actual y sobre todo en el inglés. Al igual que lo hiciera en 1948 su compatriota Alfred Hitchcock con La Soga, este director inglés también americanizado decide demostrar su excelencia como realizador a partir de un destacado plano secuencia continuo y prolijamente editado que amplifica la sensación de suspenso y claustrofobia, logrando mantener al espectador en vilo durante toda la trama. Una técnica que por momentos puede tornarse un arma de doble filo, puesto que el público podría estar más atento a ella y a hallar los notorios cortes que a lo que está sucediendo dentro de la historia. Sin embargo, la atmósfera envolvente junto con los momentos de extrema tensión, como así también los más calmos (uno de los pasajes en un bosque detenta un aire de ensueño que parece sacado de un filme de Tarkovski), consiguen su cometido y el filme encandila como pocas veces sucede con este género. Por supuesto, nada de esto hubiera sido posible sin la belleza poética de la fotografía de Roger Deakins (Blade Runner 2049), quien ya había trabajado con Mendes en Skyfall, y la música épica a cargo de Tomas Newman (American Beauty). Los dos protagonistas, hasta ahora bastante desconocidos por el común de la gente, generan emoción a través de pequeños gestos, miradas, y una inocencia que incluso podría prescindir de todo diálogo. El reparto se completa con las breves pero acertadas apariciones de reconocidos actores ingleses como Richard Madden, Benedict Cumberbatch y Colin Firth. Sin lugar a duda, 1917 es un filme que sobresale tanto por su forma como por su contenido. Uno que vuelve a colocar a Sam Mendes en el centro de atención de la crítica, como ocurrió con su opera prima en 1999, y cuya realización seguramente se convierta en futuro material de estudio de las escuelas de cine de todo el mundo.
por Santi Migdal “La guerra como un ejercicio cinematográfico” Llega la temporada de premios y las salas de cine se inundan de películas prestigiosas, con actores de renombre y directores importantes. Una de las favoritas del público, sin dudas, es “1917” (2019): film de temática “histórica” (de las que nunca faltan entre las nominadas). Pero lo que resulta interesante de esta película es que no se estanca en aquella idea, sino, que plantea una propuesta distinta y muy bien ejecutada. El director Sam Mendes (“American Beauty” y “Skyfall”, entre otras), nos traslada hacia una fecha específica, en un lugar específico: 1917 sobre el norte de Francia; en pleno apogeo de la Primera Guerra Mundial. Dos soldados británicos deben cumplir una misión con un objetivo claro: salvar a un grupo de hombres que corre el peligro de ser engañados por las fuerzas alemanas. La travesía se vuelve cada vez más riesgosa, y el tiempo se convierte en su enemigo. En mi opinión, el argumento de la película no es muy original. Es una película de “guerra” como muchas otras. Lo original se encuentra en el excelente uso de los recursos técnicos: una banda sonora impecable (de la mano de Thomas Newman), y una fotografía excelentemente ejecutada. Existen muchas definiciones que intentan explicar el plano secuencia. La que me parece más acertada, describe que el mismo tiene la función de “capturar el tiempo directo”. Esto es lo más maravilloso del film. La historia se encuentra a disposición de las largas tomas que tienen esa única función, la de capturar el tiempo aquí y ahora. Realmente el espectador puede presenciar una historia en un tiempo relativamente directo, dejando que las emociones se potencien y la tensión se eleve. "En resumen, la historia no es de lo más atractiva pero la manera en la que se plantea, logró que se encuentre dentro de mis favoritas del año. Recomiendo “1917” para ver exclusivamente en un cine: es una experiencia sorprendente." Puntaje: 8/10 Título original: 1917 Año: 2019 Duración: 119 min. País: Reino Unido Dirección: Sam Mendes Guion: Sam Mendes, Krysty Wilson-Cairns Música: Thomas Newman Fotografía: Roger Deakins Reparto: George MacKay, Dean-Charles Chapman, Mark Strong, Richard Madden, Benedict Cumberbatch, Colin Firth, Andrew Scott, Daniel Mays, Adrian Scarborough, Jamie Parker, Nabhaan Rizwan, Justin Edwards, Gerran Howell, Richard McCabe, Robert Maaser, John Hollingworth, Anson Boon, Jonny Lavelle, Michael Jibson, Chris Walley, Pip Carter, Paul Tinto, Andy Apollo, William Postlethwaite, Gabriel Akuwudike, Josef Davies, Spike Leighton, Adam Hugill, Benjamin Adams, Tommy French, Merlin Leonhardt, Jos Slovick, Jack Shalloo, Elliot Edusah, Jacob James Beswick, Daniel Attwell, Samson Cox-Vinell, Michael Rouse, Richard Dempsey, Phil Cheadle, Jonah Russell Productora: Coproducción Reino Unido-Estados Unidos; Amblin Partners / Neal Street Productions / DreamWorks SKG / New Republic Pictures. Distribuida por Universal Pictures Género: Bélico. Drama | I Guerra Mundial
Apenas dos semanas antes de la entrega de los premios Oscar, llega a los cines locales 1917, una de las favoritas debido a sus 10 nominaciones; entre ellas las de “mejor película”, “director”, “fotografía”, y “guión original”...
Cuando se pensaba que se había visto todo en cuanto a filmes bélicos, aparece "1917" y lentamente, como un sueño, se transforma en la gran pesadilla de la guerra. Pocas veces se ha visto en cine de manera tan contundente la alevosa inutilidad de un conflicto bélico. El director Sam Mendes, con la mano dorada del maestro de la fotografía Roger Deakins, diseña un laberinto de trincheras y larga a sus protagonistas, inocentes que alguna vez creyeron en el sacrificio por Dios, el rey o la patria, en una carrera trágica. Inspirado en los cuentos de guerra que le contaba su abuelo, el escritor Alfred Mendes, nacido en Trinidad Tobago y miembro de la 1ra. Brigada de Fusileros (1917), el director, junto con la guionista Kristy Wilson-Cairns, arma un relato de ficción. Dos soldados británicos casi adolescentes deben llevar a través del campo de batalla un mensaje a sus superiores advirtiendo que el ejército alemán armó una trampa y ellos no deben entrar en batalla. Unas 1.600 vidas están en juego. Una ficción replantea la locura de la guerra y la posibilidad de que ser héroes puede ser una consecuencia natural en situaciones extremas. CON SENSIBILIDAD Filme que va tomando las características de la epopeya a medida que avanza con su estructura de falso plano secuencia, "1917" permite compartir un escenario que se inició en medio de la naturaleza. Poco a poco Schofield y Blake conducen al espectador al verdadero campo de operaciones de la guerra, lejos de todo, con su aridez, su mugre, sus ratas y su olor a cadáveres. Pintar el horror no le impide a Mendes apropiarse de la poesía más sutil ante los cerezos en flor, que a pesar de la metralla derraman belleza en su caída en la que el blanco remeda la nieve. "1917" dice lo indecible a propósito de la guerra. Duele en las escenas de agonía, donde sólo el recuerdo familiar es capaz de mitigar el dolor (escenas luego de la caída del avión en la granja), y es capaz de indignar cuando se percibe la soberbia de los superiores inconscientes de la proximidad de la muerte (llegada de Schofield a destino). Escenas inolvidables como el encuentro con el hermano del cabo Blake o durante el bombardeo, la presencia de un pequeño cajón de armario protector de la vida de una pequeña sobreviviente (Schofield y el encuentro con la chica y el bebé en la granja). Grandes y jóvenes actores estos George MacKay y Dean Charles Chapman, acunados por la música de Newman, delicada hasta en los agudos, que pueden estremecer con esas acciones inútiles frente a la magnitud de la guerra inexplicable. Un filme que aglutina lo mejor de la técnica y la abrumadora sensibilidad de gente talentosa.
La trama muestra a dos soldados en una misión contrarreloj que consiste en entregar una carta a otro batallón y que es muy importante que llegue a destino para evitar más muertes. Para cumplir con esa misión deberán cruzar líneas enemigas, donde todo es soledad, muerte, cadáveres, cuerpos destrozados, alambres de púas, trincheras embarradas, trampas, lugares destruidos y paisajes llenos de horror. Esta es una de las mejores películas épicas, y en este caso sobre la Primera Guerra Mundial. Se ha filmado mucho sobre la Segunda Guerra Mundial, pero no tanto sobre la primera. Visualmente es brillante, filmada en plano secuencia, el espectador queda atrapado dado que esta forma de filmar le da mayor dinámica. La película posee buen ritmo, es vibrante, se encuentra llena de tensión, intriga y suspenso. Acompaña a la perfección la gran banda sonora de Thomas Newman (“Skyfall”, “Historias cruzadas”), la edición de sonido y el montaje. La fotografía de Roger Deakins (“Frago”, “Skyfall”,” Sin lugar para los débiles”) es fascinante. Además de tener como protagonistas a George MacKay y Dean-Charles Chapman, forman parte del elenco: Colin Firth («El discurso del rey»), Benedict Cumberbatch (“El código enigma”; “Doctor Strange”); Josef Davies («Dumbo»), Mark Strong “Red de mentiras”) y Richard Madden (“Rocketman”), entre otros. Las actuaciones no son sobresalientes pero tiene diálogos precisos y momentos muy emotivos y conmovedores. A pesar de que el guión es flojo, se toma sus tiempos para hablar de la lealtad, el amor y la amistad. Muestra el infierno de la guerra, cuando la vida humana no vale nada. Contiene varias metáforas, un claro mensaje antibelicista para reflexionar y que en todo momento apuesta por la vida frente a la muerte. Este film es una lección de cine. Esta es una gran película sobre la Primera Guerra Mundial que se encuentra un poco inspirada por historias del abuelo de Mendes, quien a los 17 años (1916-1918), fue un soldado que combatió durante la misma y es un homenaje a él y todos esos hombres que lucharon. Tiene alguna similitud a “Senderos de gloria” (1957) de Stanley Kubrick, entre otras. Hace pocos días y muy merecidamente ganó 2 Globos de Oro y se encuentra nominada a diez Premios de la Academia incluyendo Mejor Imagen y Mejor Director, Sam Mendes.
"Desde las trincheras" Luego de ganar dos premios Golden Globes y de ganar siete premios BAFTA, la película 1917 posee diez nominaciones a los premios Oscars, entre ellas Mejor Película del año, Mejor Director y Mejor Guión Original, posicionándose como una de las favoritas. La entrega de los Academy Awards se llevará a cabo el próximo domingo 9 de febrero. Por Denise Pieniazek 1917 (2019) es una excelente película bélica que inicia el 6 de abril de 1917 (año que por supuesto da título al filme), y posee un significado peculiar para su director y guionista Sam Mendes. El director inglés de Belleza Americana (1999), 007: Operación Skyfall (2012) y Sólo un sueño (2008), le dedicó 1917 a su abuelo Alfred H Mendes “quien nos contó historias”, dado que se inspiró en dichos relatos para crear esta obra cinematográfica. La Historia es que el abuelo del Sam Mendes, sirvió al ejército durante la primera guerra mundial y posteriormente se convirtió en un prestigioso escritor. 1917 inicia el seis de abril de dicho año, en unas trincheras en el territorio enemigo que tienen como contexto histórico la Primera Guerra Mundial. Allí un par de soldados tienen una misión: llevar un mensaje a otra tropa con el fin de evitar que se dirijan hacia una trampa. El relato mezcla algunos acontecimientos históricos con otros ficcionales que tienen como resultado una película perteneciente el género bélico que logrará mantener concentrado e intrigado al espectador de principio a fin. A pesar de ser las guerras mundiales los temas más utilizados en la historia del cine, Mendes mediante la simulación del plano secuencia (toma larga y sin cortes) y la audaz elección de sus escenarios logra cautivar nuestra atención y emocionarnos, evidenciando que a través de los mecanismos narrativos y formales dicha temática es inagotable. El recurso del plano secuencia, el cual implica un planeamiento y un rodaje minucioso con un sinfín de cuestiones técnicas complejas, que se acentúan en esta ocasión por rodar casi totalmente en exteriores, permite seguir bien de cerca al protagonista en cuestión, consiguiendo que el espectador sea un testigo cercano en esta historia. Espacialmente la propuesta de 1917 es más que interesante, en virtud de que el protagonista lucha contra los avatares de la guerra y tiene un límite temporal que agrega tensión a la narración. La representación espacial expresa formalmente estas ideas, puesto que las trincheras y los caminos sinuosos se vuelven opresores y asfixiantes. Los alambres de púa, los cuerpos muertos en el espacio, lo putrefacto, metaforizan las trampas constantes a las que debe someterse el héroe en cuestión, quien hace avanzar la acción. Incluso en una de las pocas secuencias a oscuras con un gran trabajo de iluminación, a través de un enfrentamiento en unas ruinas, las mismas son confeccionadas como un complejo laberinto. Esta concepción espacial es fundamental ya que una de las ideas principales del filme radica en comprender como en tiempos de guerra los territorios son “tierra de nadie”. En adición, Sam Mendes expresa en 1917 varias reflexiones respecto de la guerra. En primer lugar, se esboza cómo la Primera Guerra Mundial cambió por completo la concepción de las batallas, generando el inicio de la guerra moderna. También se menciona el discutible valor del reconocimiento o de las medallas a un soldado, lo cual se plantea en la película en la expresión “medalla a las viudas”, quizás el soldado ha muerto, pero se actúa como si esto pudiese revertirse con una “medalla a su viuda”. En este relato la guerra parece ser un mundo particularmente de hombres, solo aparece una sola mujer en todo el relato. Asimismo, la crueldad de la guerra, las manipulaciones de los superiores a cargo y las mentiras, pues parece que “algunos solo quieren pelear”. Después de todo, en unas ruinas mediante un plano podemos observar los resabios de un poster de circo como una metáfora de que la guerra es también una gran puesta en escena. En cuanto a la representación de cada bando los alemanes son representados como mejor capacitados y con mayores recursos y planeamiento, como así también negativamente como traicioneros y crueles, a diferencia de los británicos que son caracterizados como bondadosos y sensibles. Sin embargo, a pesar de esta obvia representación y punto de vista 1917 es una sobresaliente película con varios momentos de clímax, y al verla se comprende porque posee tantos premios y nominaciones…Pero sobre todo nos invita a reflexionar ¿quién sobrevive realmente a la guerra?
Técnicamente, de las mejores cosas que he visto en los últimos años. Finalmente pude ver 1917 en una pantalla de cine. La película de Sam Mendes que hasta ahora sorprendió a todos en la temporada de premios, superando nada más que a Martin Scorsese y Quentin Tarantino como mejor director. Al igual que la gran mayoría, tenía mis dudas respecto a este film. Dudas que se despejaron en los primeros diez minutos por la intensidad y los recursos técnicos desplegados de principio a fin. Es simplemente increíble y brillante. Película de guerra filmada y narrada desde un ángulo distinto, que reinvidica al cine una vez más como un arte que no deja de sorprender. Los planos, la fotografía, las actuaciones, el soundtrack, las emociones, etc. Más la pienso, más me gusta. Terminé agotado al verla, es una película que trabaja directamente en el cerebro del espectador y te mete ahí en la guerra, un lugar horrible y desolador para estar. Gran candidata para los #Oscars de este domingo. Gane lo que gane, no habrá discusión alguna.
Maten al mensajero Por lo general la Primera Guerra Mundial se encuentra opacada por la Segunda a nivel cinematográfico. Las razones son varias: en primer lugar, como en la Primera participaron los Estados Unidos pero en menor medida, no se dan las pautas para que Hollywood desarrolle grandes despliegues cinematográficos heroicos y complacientes. En segundo lugar, no existían aún los nazis, quienes se han convertido hoy en el enemigo más demonizable y común a todos. Es entonces particularmente extraño encontrarse con una película de este porte, con el foco en la contienda desde las trincheras, como también fueron las excepcionales La patrulla infernal (1957), de Stanley Kubrick, y Caballo de Guerra (2011) de Steven Spielberg.
Reciente, y casi sorpresiva, ganadora del Globo de Oro a Mejor película y seria candidata al Oscar. 1917 aúna destreza técnica de indudable poderío visual con emoción. El segundo batallón del regimiento de Devonshire se prepara, en el norte de Francia, para una contraofensiva alemana. Ante la sospecha que la retirada del enemigo puede ser una emboscada, se les encomienda a dos cabos la misión de entregar en mano un mensaje que puede evitar la muerte de 1600 soldados británicos. Sam Mendes parte de una anécdota mínima contada por su abuelo, Alfred Mendes, para crear un guion, escrito junto a Krysty Wilson-Cairns, en el que se narra, en un aparente plano secuencia (no vale la pena discutir dónde están los cortes o los trucos para empalmar las secuencias, todo el resultado es prodigioso) que tiene distintos niveles, tanto narrativos como estéticos, el seguimiento a los soldados, alejándose de ellos para mostrar el horror circundante, a la vez que adoptando tomas subjetivas para mostrar lo que estos dos están viendo. Hay quienes achacan que lo escrito es pobre, pero: ¿qué es el cine, si no narrar con imágenes? y, en ese sentido, 1917 es innegablemente una proeza. La cámara es quien escribe la gramática de esta película y prescinde de palabras para reforzar caminatas y corridas entre ratas gigantes, cadáveres, trincheras, poblados bombardeados y ataques aéreos. Todo con el fin de lograr una carrera contrarreloj, que la elección formal de filmarlo en continuo refuerza. Hay una sola manera de disfrutar de 1917, y es en el cine. Por lo tanto, la película del director de Belleza americana, podría decirse que es una toma de postura frente a tanta producción que sólo se ve en Netflix. Tanto planeamiento milimétrico, que, es cierto, es una experiencia casi inmersiva en la guerra, mantiene una tensión permanente. Los detractores de este film bélico la atacan diciendo que es como un videojuego. Entonces todos los videojuegos se inspirarían en La Odisea, en tanto desarrolla el camino del héroe para lograr su fin. Ambas premisas son falsas. Tal prodigio de despliegue técnico no sería posible sin la luz y la cámara de Roger Deakins, habitual colaborador de los hermanos Coen y de las últimas películas de Denis Villeneuve, entre ellas Blade Runner 2049, en un derroche de precisión pocas veces visto antes en el cine, aunque se citen los antecedentes de La soga de Alfred Hitchock, El Arca rusa de Alexander Sokurov, Birdman de González Iñarritu o Victoria de Sebastian Schipper. Pero Deakins, 14 veces nominado al Oscar, lleva la realización a limites inimaginables.
Grandilocuencia y pobreza a la vez Un viaje de dos que debe salvar la vida de muchos. Así podría resumirse "1917", una de las favoritas de los Oscar y de las más sorpresivas ganadoras en esta temporada de premios. Los filmes bélicos son un género en extinción, y solo vale la pena destacar algunas de las propuestas. Una de ellas es "Dunkerke", de Christopher Nolan, que tranquilamente podría ser prima de "1917", tanto en clima como en trabajo de fotografía y producción. En el filme de Sam Mendes (conocido por su trabajo en "Belleza americana" y las últimas dos de James Bond), el público se une a dos jóvenes soldados británicos, Blake (Dean-Charles Chapman) y Schofield (George MacKay) durante la Primera Guerra Mundial, que tienen una misión imposible: entregar un mensaje ingresando en territorio enemigo para evitar que el ejército inglés pierda un batallón entero, entre los que se encuentra el hermano de uno de ellos, al caer en una emboscada alemana. El filme funciona en su intención técnica y despliegue, con un gran reparto que comienza con los dos protagonistas, sigue con Colin Firth y Benedict Cumberbatch que hacen breves pero buenas participaciones, y continúa infinitamente con la inaudita cantidad de extras que personifican a los soldados en batalla. Lo que dicen los tráilers sobre el largometraje, en este caso es la pura verdad. Actúa desde el primero hasta el último hombre en pantalla y hace que la acción sea más realista. El trabajo de cámara es excepcional, ya que para decidir qué mostrar y que no, se vale de supuestos planos secuencia -que tampoco intentan engañar al ojo sino que la decisión de largas tomas tiene que ver con mantener la tensión- y travellings encargados de crear climas de soledad y desesperación. Con la tecnología y la técnica al servicio de la historia, quizás el problema en "1917" sea justamente que con el afán de ponderar toda la estética, la narración comience a hacerse más pequeña con el correr de las escenas. Vamos perdiendo el eje protagónico, al no conocer prácticamente nada de la dupla que seguirá la cámara, al mismo tiempo que nos sorprenderemos con los diseños de producción, y la pantalla nos hace testigos de los horrores de la guerra. Grandilocuencia por un lado, y pobreza de desarrollo por el otro.
Para disfrutarlo como el verdadero espectáculo que el cine suele regalarnos a veces El relato bélico (o antibélico, según se lo mire) en formato cinematográfico sigue siendo apasionante más allá de los resultados que, por supuesto, han sido dispares a lo largo de más de cien años de producciones. Si bien Hollywood insiste en mostrarnos buenos exponentes de la guerra moderna como “Francotirador” (Clint Eastwood, 2017) o “Vivir al límite” (Kathryn Bigelow, 2008), la verdad es que las dos guerras mundiales (y tal vez la de Vietnam), continúan al frente de las preferencias en orden general. En este sentido no hay eufemismos sobre de qué guerra habla “1917”, el estreno de esta semana que se llevará tres o cuatro premios Oscar el domingo 09 de febrero, incluyendo mejor película. Momento de tenso descanso en las trincheras británicas. Schofield (George MacKay) es abordado por un superior para lo que él cree será un encargo de rutina, y ante el pedido de un partenaire para cumplirla elige a Blake (Dean-Charles Chapman). El encargo en realidad es una misión suicida descripta por el General Erinmore (Colin Firth): hay que atravesar campo propio y luego una trinchera alemana para avisarle al jefe de un regimiento. que se encuentra unas millas más adelante, que pare el ataque contra el repliegue alemán porque se trata de una trampa mortal. Schofield no puede negarse por cuestiones de rango, pero además está determinado a ir ya que su hermano mayor está en ese regimiento y debe salvarlo. En definitiva, dos soldados deben atravesar líneas enemigas para cumplir una misión durante la primera guerra mundial. Hasta aquí argumentalmente nada nuevo bajo el sol ¿Se acuerda de “Gallipoli” (Peter Weir, 1981) por ejemplo? No obstante eso será lo de menos porque la verdadera estrella aquí es la forma. En estos primeros minutos habrá una cantidad de información que parece irrelevante al principio, pero luego, el muy buen guión de Krysty Wilson-Cairns y Sam Mendes, la utilizará sistemáticamente como parte funcional, dramática o humorística del filme. Todo lo que vemos y oímos tendrá su minucioso cierre, desde una cantimplora a una bengala; pero también sutilezas que justificarán el cambio de protagonista. aunque el camino del héroe permanezca intacto. En una entrevista, Sam Mendes contó que su opus se basa casi íntegramente en historias de la Primera Guerra que su abuelo le contó. Pequeños relatos y anécdotas sin necesaria correlación unas con otras pero que aquí, como si fuesen etapas o niveles de un video juego, el director logra amalgamar en una película que brinda la sensación de estar hecha en una sola toma-secuencia perfectamente lograda, y que se acerca más a los trucos de “Birdman” (Alejandro González Iñárritu, 2014) que a esos preciosos planos detalle a los que Alfred Hitchock iba y volvía en “Festín diabólico” (“La soga”, 1948). Pero más allá del truco el otro prodigio es técnico, y en esto “1917” se codea un ratito con “El arca rusa” (Alexandr Sokurov, 2002) por el enorme engranaje coreográfico puesto en marcha en cuanto a la sincronización y coordinación de dobles, extras, sonidistas, objetos, vehículos y protagonistas puestos a disposición del despliegue escenográfico de cada momento de la realización. Las escenas en las tres trincheras (principio, medio y final de la historia) son para recortar, colgar en un cuadro y mirarlas de vez en cuando. Por cierto, cabe mencionar la mayor de las virtudes: en ningún momento lo mencionado anteriormente pasa al frente opacando o eclipsando la narración. El director logra que su forma no interfiera con el contenido que es mucho y variado. Tampoco alza las banderas del alegato antibélico, porque ésta producción se asume como lo que es: una aventura que no pretende ser otra que eso y de paso mostrar, sutilmente, aquello que estaba muy presente en el gran documental “Jamás llegarán a viejos” (2018) de Peter Jackson. La impronta de chicos británicos que creyeron que ir a esa guerra estaba más cerca de un campamento de verano que de un horror omnipresente. El buen trabajo de la dupla protagónica, comprometido física y emocionalmente apuntala el resultado final, junto con un tremendo diseño sonoro y una dirección de fotografía del veterano Roger Deakins que hace caer la mandíbula al piso. Estamos lejos de la profundidad de referentes como “Blanco y negro en color” (Jean Jaques-Annaud, 1976) o “La cinta blanca” (Michael Haneke, 2012), porque “1917” es una película más de acción que de reflexión, y debe tomársela como tal para entenderla y disfrutarla como el verdadero espectáculo que el cine suele regalarnos a veces.
Si en su dormitorio, esta noche, apareciera un dinosaurio, es probable que el asombro le impida dormir. Si aparece esta noche, y mañana, y pasado mañana, y todos los días, en algún momento dejará de prestarle atención, a menos que el terrible lagarto, en cada ocasión, haga algo que rompa la rutina, ya sea mostrarle los dientes o bailar tap. Lo mismo pasa con cualquier película basada en un único y acrobático dispositivo visual. El más utilizado por quienes primero creen ser artistas y después buscan justificar el cartelito, en el cine, es el plano secuencia. Ya Hitchcock había dicho que era una tontería, pero tanto Iñárritu en Birdman como ahora Sam Mendes, alguna vez comparado con Orson Welles (cuando Belleza Americana, ese film subrayado y sobreactuado) deciden abrazarlo. 1917 sigue las andanzas de un par de soldados en la Primera Guerra Mundial que tienen un tiempo limitado para frenar un avance y evitar una masacre. Mendes se regodea con la arbitrariedad que la guerra le permite, pero basta un plano (cierta mano, casi a media hora de rodaje, que ingresa inadvertidamente en un cadáver descompuesto) para que todo se desmorone: interesa más shockear con la crueldad y con el dispositivo (el famoso “mirá, mamá, filmo sin manos”) que narrar algo. Atracción de feria autoimportante (ok, Avengers: Endgame también lo es, pero de frente y de modo honesto), es un dinosaurio que pasa ante los ojos sin siquiera desearnos “buenas noches”.
Peripecias en un tren fantasma La película despliega un virtuosismo que empalaga, mientras deja de lado el horror de la guerra y tiene buenas intenciones. Hubiese sido suficiente con el plano secuencia inicial. El que introduce y contiene de manera deslumbrante –por virtuoso– la propuesta fílmica. En este sentido, del encuadre que detalla la naturaleza al plano más abierto, el de la siesta y su despertar. Del sueño al aire libre a la pesadilla que espera, al ahogo. A partir de la orden recibida, el descanso se interrumpe y comienza el descenso por el laberinto de trincheras. En un último recinto, sumido de oscuridad –contrapunto lumínico del inicio-, esperan las autoridades (¿infernales?) y la misión. El plano secuencia atiende al tiempo en decurso, la invitación al realismo está hecha. Desde el momento en el que los soldados acaten la orden –llevar un mensaje que suspenda el ataque inglés a las tropas alemanas, ante la trampa que éstas han urdido–, el tiempo comenzará a correr diferente. Como una bomba de tiempo. El tic tac o MacGuffin que hará más frenético lo que sigue. Allí, en ese momento, podría haber concluido el plano secuencia. Pero no. Sigue. Y sigue. A grandes rasgos, y como una de sus virtudes, bajar al infierno es la invitación de 1917, película favorita de los Oscar, con 10 nominaciones y contando premios: Globo de Oro, AFI, entre otros. El realizador británico Sam Mendes evoca aquí historias de su abuelo, veterano de la Primera Guerra, y las hilvana en esta especie de toma única, en donde los cortes del montaje se disimulan, así como lo hiciera Alfred Hitchcock en Festín diabólico. De todos modos, la proximidad habrá que pensarla con los planos secuencia que Stanley Kubrick ensayara en La patrulla infernal, con el propósito puesto en acompañar el avance mortal de un pelotón junto al coronel Dax (Kirk Douglas), o de hundir al espectador en el camino trazado por las trincheras. En todo caso, lo que molesta es que Mendes lleva el procedimiento al hartazgo, mientras acompaña el devenir de estos dos soldados (George MacKay y Dean-Charles Chapman), cuyas órdenes recibidas –vale destacar– encierran el cinismo de los altos mandos: el hermano de uno de ellos está entre quienes serían fatalmente emboscados de no llegar el mensaje a tiempo. Habrá que ver, por eso, cómo se desenvuelve el vínculo entre los dos compañeros de armas, dada la implicación personal que acciona en uno, y atender a cómo mira la cámara, a cuál de los dos progresivamente elige, porque es en ese recurso en donde la película preanuncia lo que sobrevendrá. También lo hace con un relato humorístico y cruel (es la guerra, vale recordar), en donde intervienen una oreja y una rata. La inclusión no es decorativa. Detalles que dan cuenta de la virtud narradora de Sam Mendes. En otras palabras, se trata del director de Belleza americana y Soldado anónimo, esta última cercana también al universo de Kubrick en Nacido para matar. Responsable, al menos, de una de las mejores películas de toda la serie James Bond: Skyfall. Su mirada crítica es un rasgo que las películas asumen. Aun cuando estén cada vez más afectadas, fascinadas, por las posibilidades técnicas. 1917 sería el súmmum. ¿Hace falta tanta pericia cuidada y digital? Puede que sí. Pero en el camino –con una cámara que simula rasgos de documental– algo se escapa. En este sentido, una cosa es el plano secuencia con el que abre Spectre (también de Bond), en donde el tono de la propuesta permite el disfrute mayúsculo; otra es cuando esa posibilidad es el soporte desde el cual indagar en los horrores de la guerra. Así, es tanta la prolijidad técnica –admirable, por cierto– que en algún momento se torna empalagosa, reiterativa. El horror deviene calculado. Y desaparece. Desde lo narrativo, la misión a cumplir tendrá algunos momentos de clausura momentánea. Pequeños descansos que permitan recobrar fuerzas, y volver al ruedo. Cada uno de ellos marcado por la aparición de algún oficial con rasgos de actores famosos, a la manera de guiños cómplices. (Algo similar sucede con Dunkirk, de Christopher Nolan, y la participación políticamente correcta de Kenneth Branagh; así y todo, Dunkirk ofrece un cine más relevante por orquestal, con sus hilos narrativos y vueltas temporales). En 1917 las paradas funcionan como estaciones de un vía crucis infernal. La alusión religiosa no es banal, habrá un momento de milagro vuelto canción, tras el fuego destructor y un baño purificador. Pero para llegar allí, al sol del día, antes el infierno. La secuencia de la ciudad caída entre demonios tiene ecos surreales, de un Dalí nocturno: las sombras se alargan, los escombros se estremecen en gritos y vómitos, los fantasmas disparan balas, y los colores rememoran el cine de Mario Bava. Es alucinante. Desde ya que habrá que reconocer el mérito de ese maestro de la luz que el film ofrece, habitual en Mendes y los hermanos Coen: Roger Deakins. Pero aun cuando instancias similares permitan una experiencia más o menos inmersiva –cercana al Día D de ese otro film con el que también se dialoga: Rescatando al soldado Ryan-, la peripecia de pesadilla a veces se parece a la de un tren fantasma. El problema está en que no se trata de una película de terror, sino de horror. Y éste, si es que está presente, se disipa pronto, a pesar de sus promesas: aquí, por eso, el plano secuencia inicial, estupendo, que baja al foso del infierno para adquirir el pasaje a la muerte, a lo indecible. La película está allí, en esos minutos del comienzo. Lo que sigue son variaciones, de peripecias técnicas distintas, con situaciones que pelean entre sí por distinguir cuál de todas fue la más compleja de sortear o realizar. 1917 es una película atendible y en la vena de su realizador, pero sumamente preocupada por un desafío técnico que amenaza con desligarse de la afección primera, la que dice tener, la del dolor de esos relatos legados por un abuelo que tuvo el valor de ponerlos en palabras. La transición a las imágenes es de una moral correcta, que cuestiona el proceder militar, fraterniza entre extraños –siempre ingleses, nunca alemanes, delineados como traicioneros-, y deposita algún parlamento dedicado a bucear en el sinsentido de la experiencia bélica, imbécil y asesina. Pero falta el horror, el horror.
Visual y técnicamente impecable –filmado en un aparente único largo plano secuencia–, este film centrado en una peligrosa misión durante la Primera Guerra Mundial no va mucho más allá de sus indiscutibles logros formales. Como toda película «prodigiosa», 1917 pone, de entrada, las cartas sobre la mesa. Se anuncia, de algún modo, al mundo. Es, a la vez, una película épica e íntima, grandilocuente y simple, importante y, curiosamente, un tanto intrascendente. En otro contexto, sin esa guerra como escenario, estaríamos hablando de una película técnicamente impactante pero estaría lejos de obtener los reconocimientos que el film de Sam Mendes está obteniendo. ¿Qué quiero decir con esto? Imaginemos que este mismo prodigio de fluidez audiovisual, diseño de producción, vestuario, efectos especiales y sonido esté puesto en función de una thriller de ciencia ficción protagonizada por, digamos, Vin Diesel. ¿Tendría tantos premios, nominaciones, reconocimiento? Seguramente se apreciaría su notable factura pero se la descartaría más allá de los rubros técnicos. Aquí pasa algo parecido. 1917 es, por momentos, un prodigio técnico asombroso, pero a la vez es una película que no tiene demasiado para decir acerca del tema que trata. Como dirían en otra película de las nominadas al Oscar: «Es lo que es». Y no es poco, convengamos. La película tiene una potencia visual única, un manejo narrativo de los espacios físicos que es fascinante (tiene pocos diálogos y el uso del silencio dramático es por momentos notable) y, más allá de algunos reparos sobre el tema que especificaré más adelante, es irreprochable desde ese punto de vista. Ahora bien. A más de cien años de esa guerra y también con un siglo encima de películas bélicas, ¿qué es lo que tiene para aportar 1917 además de su virtuosismo técnico? Tengo la impresión que poco, muy poco. Sus dos personajes principales son diseñados con mínimos elementos y no es mucho lo que podemos involucrarnos en la película desde un punto de vista, digamos, humano. Si bien es cierto que experimentamos los sucesos desde su lugar y su mirada, más que nada lo hacemos como espectáculo, como carnicería, sin especificidad alguna. Otras películas, como APOCALYPSE NOW, RESCATANDO AL SOLDADO RYAN o LA DELGADA LINEA ROJA podían ser fascinantes técnicamente pero, a la vez, nos involucraban desde un lugar mucho más íntimo, personal. Entendíamos las ambigüedades de los personajes, sus sacrificios y esfuerzos pero también algunos gestos incómodos, éramos testigos de experiencias no del todo aleccionadoras. 1917 es, dramáticamente hablando, una película un tanto conservadora o tradicional en cuanto a sus personajes. Apenas los define un par de conceptos básicos (sacrificio, heroísmo, responsabilidad, solidaridad, entrega), pero nunca sabemos quiénes verdaderamente son. Es una película bélica que no tiene mucho para decir más que lo que ya sabemos: que la guerra es cruenta y descarnada, que es algo que no debería existir pero que, de todos modos, les agradecemos a nuestros padres, abuelos o bisabuelos que se hayan sacrificado en esa lucha dejando, por usar una metáfora futbolística, «todo en la cancha». No hay nada necesariamente malo en esa serie de ideas, pero Stanley Kubrick ya iba mucho más lejos en 1957, cuando dirigió LA PATRULLA INFERNAL, película que tiene algunos puntos en común con ésta. La historia que narra 1917 es muy sencilla y quizás por eso –en un tweet– la comparé con un video-game bélico. En medio de la Primera Guerra Mundial, dos cabos ingleses reciben una misión de parte de un general (Colin Firth): cruzar un territorio peligroso y detener un ataque que otro pelotón británico está por hacer ante los alemanes que, supuestamente, se han replegado. El general les dice que se trata de una trampa, que los alemanes los están esperando en su nueva posición para caerles con todo, y que ellos tienen que informar y así evitar esa masacre. Sin medio de comunicación alguno más que darles una carta en papel, a los dos cabos no les queda otra que mandarse en esa misión casi suicida a través de una peligrosa «tierra de nadie» y en el menor tiempo posible. Blake (Dean-Charles Chapman) tiene a su hermano en esa otra división y es el más apurado. Su amigo Schofield (George MacKay), en cambio, parece estar pensando para qué se metió en esto. La película narra ese recorrido. Y ahí vuelve la idea del video-game. Lo que sigue es una serie de obstáculos –explosiones inesperadas, aguas peligrosas, cadáveres por todas partes, bombardeos enemigos, aviones que sobrevuelan todo el tiempo, ratas de gran tamaño y trincheras, más y más trincheras– que los dos amigos deben recorrer, atravesar y superar para llegar al siguiente nivel. Uno no puede evitar la sensación de estar viendo algo parecido a las misiones de ese tipo de juegos, ya que también suelen estar organizadas a partir de las dos particularidades que distinguen a la película de Mendes: el plano secuencia y el punto de vista subjetivo. Digamos que el gran llamado de atención del film es que, aparentemente, está narrado en un solo plano continuo a lo largo de sus dos horas de metraje. Es obvio que no es así –hay cortes escondidos y otros que, digitalmente, hoy son muy manipulables–, pero es esa la sensación, la respiración que la película busca transmitir. Si bien no utiliza necesariamente el concepto de tiempo real (debería usarlo, si nos ponemos estrictos), nos mete en el cuerpo de estos dos cabos esquivando balas, cadáveres, ratas y explosiones. El punto de vista no es estrictamente subjetivo tampoco: los personajes son parte de la diégesis del film, aún cuando experimentemos lo que sucede desde su punto de vista. Y, en ese sentido, la película es impactante. Uno no puede más que aplaudir la ingeniería de su construcción formal, lo aceitado del trabajo de equipo que permite la notable fluidez de la película, empezando por el extraordinario director de fotografía Roger Deakins, casi un segundo realizador de 1917. A veces, es cierto, la magnificencia del «aparato» puede volverse un problema dramático. Uno se queda más tiempo mirando los movimientos de cámara, la coreografía de cuerpos, aviones, elementos naturales y acciones que involucrándose de lleno en lo que sucede. En ese sentido, al no ser demasiado complicado lo que hay para contar, tampoco es que nos perdemos mucho. De hecho, da la impresión que la trama es tan simple y discreta, más que nada, para que no nos distraiga de la proeza técnica, lo cual es exactamente lo contrario a lo que se enseña en los manuales. Quiero pensar que no fue esa la intención de Mendes y de su equipo, sino la de relatar la guerra como experiencia sensorial, pero es inevitable por momentos sentir que la trama en sí está pensada en función del lucimiento de su parafernalia técnica. Los reiterados recorridos por las larguísimas trincheras (¿es posible que siempre la persona a la que hay que encontrar esté al final de todo?) parecen darme la razón. Pero acaso esté siendo demasiado suspicaz. Admito que, de haber visto 1917 sin tanta expectativa por la súbita cantidad de premios y nominaciones que la película tiene, quizás podía haber apreciado más todo lo fascinante que hay en ella, en lugar de centrarme tanto en lo que, me parece, son sus problemas. La expectativa, en ese sentido, le juega en contra y me parece que lo mejor es reconocerlo. La objetividad en la crítica no existe y así como uno tiene mayor o menor interés en ciertos temas, directores o actores, también es cierto que lo que rodea a una película muchas veces nos termina influyendo a la hora de verla y hasta de analizarla. Es por eso que prefiero por ahora poner en la balanza sus logros y sus problemas, tratar de desmenuzarlos, y volver a ver 1917 dentro de un tiempo, alejado ya de todo el circo que rodea a la temporada de premios. Quizás, quién sabe, termine reconociéndole más valores de los que hoy le puedo encontrar.
Mensaje trunco Con un estupendo trabajo visual, 1917, una de las competidoras en los premios Oscar, termina siendo un ejercicio formal sin demasiado sustento. El comienzo es casi idílico. El foco de cámara sobre una estereotípica campiña francesa retrocede gradualmente hasta descansar sobre dos soldados entregados a los brazos de Morfeo, uno (izquierda) con el casco filtrando los rayos de sol sobre su cara, el otro (derecha) recostado sobre un árbol y de espaldas a la luz. Su rostro lampiño, inglés, de larga mandíbula y ojos abultados, rasgos que el lápiz de un dibujante podría replicar en dos trazos, está no casualmente más cerca de la cámara. El experimentado director de fotografía Roger Deakins sabe de retratos. La escena, de no ser por los uniformes, podría haber sido una pintura de Andrew Wyeth. Entonces, la patada de un sargento que se muestra de la cintura hacia abajo despierta al primero, el teniente Tom Blake (Dean-Charles Chapman), ordenándole que elija a un compañero para una tarea que le será asignada en el comando de campaña. Quizá por una cuestión de proximidad, Blake despierta al cabo Will Schofield (George MacKay), cuya mirada de desagrado, más que malestar por el despertar, parece proyectar su resistencia al presagio. Allí empieza un extensísimo plano secuencia que podría rivalizar con El arca rusa, de no ser porque, más de una hora más tarde, un intercambio de disparos apagará la pantalla durante casi un minuto –un lapso que se siente interminable–. Pero el travelling del inicio es devastador. Los soldados dialogan banalidades, como para distraerse del nerviosismo; pasan entre soldados tendiendo ropa, cocinando, cortándose el pelo. Cuando entran a la zona de trincheras, el director Sam Mendes (Belleza americana) nos saca del ensueño al situarnos de lleno en la Gran Guerra. Acá los soldados ya reparan el alambrado, fuman abstraídos o están directamente abatidos sobre las bolsas de arena. Al entrar al comando en penumbras, los recibe el general Erinmore (Colin Firth) y los pone al tanto de la misión. En el Bosque de Croisilles, una milla al sureste del pueblo de Ecoust, hay una formación de 1600 soldados británicos al mando del coronel MacKenzie (Benedict Cumberbacht), listos para avanzar sobre un asentamiento alemán. Lo que MacKenzie no sabe es que la operación es un señuelo de los alemanes que terminará en una masacre. La orden es llegar hasta el campamento para evitarla. Es una misión patriótica, humanística y hasta personal: el hermano de Blake, el teniente Joseph (Richard Madden), es uno de los soldados de esa formación. Los lazos sanguíneos impulsan a Blake como un cohete por las trincheras. Más soldados jugando a las cartas, durmiendo, malheridos trasladados en camillas, ofuscados por los encontronazos. Blake y Schofield buscan contactos como héroes mitológicos en el laberinto de Creta. El teniente Leslie (Andrew Scott) finalmente les indica por dónde salir al campo que disputa el enemigo. Leslie es irónico, despectivo, pero es el único personaje que expresa algo de cordura, la futilidad de la empresa a la que los sometió el destino. Los recibe con una pregunta para resolver una apuesta insólita (¿qué día es?) y los despide con una bendición de whisky. Les anticipa que verán caballos muertos y cráteres de los que resulta imposible salir. Por las dudas, para saber que no han muerto, les entrega una bengala. Acabado el monumental despliegue subterráneo, todo su virtuosismo no puede empañar la clásica pregunta. Si ya sabemos que la guerra es mala, inhumana y permite las peores atrocidades de las que el hombre es capaz, ¿qué más puede ofrecer la nueva película de Mendes? En principio, el motivo parece ser una historia familiar. Sólo al llegar los créditos finales nos enteramos de que 1917 está dedicada a la memoria de su abuelo, que combatió en la Gran Guerra y de quien, al parecer, se extrajeron los testimonios que documentaron el guion del mismo Mendes. En segundo –y no menor– lugar, la película parece una inversión de la trama de Rescatando al soldado Ryan (1998). En el clásico de Steven Spielberg, un pelotón encabezado por el capitán John Miller (Tom Hanks) se lanza a la búsqueda del soldado James Ryan (Matt Damon), único sobreviviente de una familia de cuatro hermanos que ha desaparecido tras el desembarco en Normandía. 1917, en cambio, es la odisea de dos hombres por salvar a 1600. Y las citas no acaban allí, porque las desesperadas performances de Chapman, primero, y de MacKay, después, recuerdan a las quijotescas misiones de Hanks en la oscarizada Forrest Gump (1994). Hablando de Oscar, el film está nominado en ocho categorías para la inminente celebración nº 92 de la Academia, y ninguna pertenece al rubro actoral (ya ganó el Globo de Oro a mejor película y mejor director, entre otras premiaciones menos altisonantes). Los únicos actores de reconocimiento internacional, Firth y Cumberbatch, cumplen roles definitorios con actuaciones que son apenas cameos: el primero como un Josué de la salvación, el segundo como un Kurtz oculto en un lugar inexpugnable, alguien que, según palabras del capitán Smith (Mark Strong), en el fondo “prefiere la guerra”. La advertencia recién llega a mitad de la película, pero ya en el inicio de la misión se advierte una atmósfera que remite a las tantas adaptaciones de Corazón de las tinieblas. Animales muertos, cuerpos en descomposición, ratas del tamaño de gatos. En realidad, la película de Mendes no aspira a hacer el reverso de Rescatando al soldado Ryan, y mucho menos Apocalypse Now. Simplemente parece caer en sintonía de una manera accidental, llevada por el propio material bélico. La pomposidad de los planos secuencia (en realidad, tomas de nueve minutos empalmadas digitalmente), la espléndida fotografía de Deakins, la reluctancia a la expresión actoral, ocultan una palpable laxitud argumental. Es indudable que en el inicio Mendes tuvo una buena idea, pero al finalizar la película flota la sensación de que no supo desarrollarla. El verdadero significado del horror de la guerra, por otra parte, queda ausente. En ese sentido, 1917 termina siendo, mal que le pese, apenas un entretenimiento logrado, con suficiente estética para complacer al espectador arty y escenas calibradas para los amantes del género.
Un clásico instantáneo y un punto de inflexión del género bélico que buscará el Óscar La película de Sam Mendes es una espectacular experiencia fílmica inmersiva que nos lleva a la primera línea de combate. Nominada a diez premios de la Academia de Hollywood, hoy llega a las salas argentinas Pocas veces el cine comercial ha tomado la acción de la Primera Guerra Mundial para desarrollar una historia de estas proporciones. Sam Mendes, el realizador de gemas del séptimo arte moderno como Belleza americana o Camino a la perdición, aprovecha aquel escenario casi inexplorado en la ficción para contar la travesía de dos soldados británicos, los cabos Schofield (George MacKay) y Blake (Dean-Charles Chapman) que deben cumplir con una misión de tinte suicida: entregar un mensaje urgente y decisivo al coronel MacKenzie (Benedict Cumberbatch). Para realizar esta tarea deberán abandonar la trinchera a plena luz del día y avanzar por el campo francés ocupado por los alemanes. Si no llegan a tiempo, 1.600 soldados perderán la vida. Con un gran manejo de la puesta en escena, y apelando a la técnica del falso “plano secuencia” (tomas rodadas supuestamente sin cortes), el director de cine no da respiro al espectador y lo embarca en una carrera contrarreloj, acompañando a los dos soldados mientras atraviesan angostas trincheras, alambres de púa y un sanguinario campo de combate minado donde abundan los cadáveres desmembrados, las balas, las explosiones y las filosas bayonetas. Si visualmente 1917 resulta revolucionaria y audaz; también hay que remarcar que todos los artilugios técnicos están puestos al servicio de la historia. Es verdad que por momentos el metraje parece ser parte de un videojuego moderno, pero el realizador nunca deja de lado a los personajes y logra que el público empatice con ellos. La labor de Roger Deakins, el director de fotografía, es parte fundamental de la magnífica composición que el largometraje presenta. La lente de su cámara logra captar el barro, la sangre, el humo, la suciedad y la desolación pasando por varios tamaños de planos que van desde los detalles hasta las grandilocuentes panorámicas. También hay que destacar el montaje que consigue disimular los cortes y que realmente logra convencernos de que todo ocurre en tiempo real y en una sola toma de 120 minutos. El filme tiene diez nominaciones a los premios Oscar El filme tiene diez nominaciones a los premios Oscar Sam Mendes, también responsable de las dos últimas películas de James Bond, ya había demostrado su apego a los planos elaborados y exuberantes, pero en este, su nuevo opus, se justifican como nunca, ya que permite sentir las sensaciones de los soldados (el miedo, la congoja y el dolor) en primera persona. 1917 es un clásico instantáneo, un punto de inflexión fundamental del género bélico, que en el futuro será materia de estudio y revisión en las escuelas de cine. Una historia profundamente humana, sin héroes extraordinarios ni villanos híper malvados, un filme cautivante, asombroso e imponente. En los Globos de Oro ganó en las categorías película dramática y director. Y es una de las preferidas para los Óscar, ya que tiene diez nominaciones (película, director, fotografía, maquillaje y peinado, diseño de producción, guión original, mezcla de sonido, edición de sonido, efectos especiales y banda sonora).
BAND OF BROTHERS La gran candidata para los Oscar de este año San Mendes nos mete de lleno en el horror de la Primera Guerra Mundial con una historia contada a través de u "solo plano". En 1999, Sam Mendes saltó de exitosas puestas teatrales en el West End londinense y en Broadway a su debut cinematográfico con “Belleza Americana” (American Beauty). La apuesta de DreamWorks por este nuevo talento le reportó cinco premios Oscar, incluyendo el de Mejor Película y Mejor Director para el ignoto Mendes. La carrera del realizador británico tiene sus altos y bajos, sus películas independientes y sus mega sucesos taquilleros como las últimas entregas de James Bond, pero con “1917” (2019) está un paso más cerca de conseguirle un compañero a su hombrecito dorado. El drama bélico coescrito junto a la debutante Krysty Wilson-Cairns -quien también comparte crédito en la futura “Last Night in Soho” (2020) de Edgar Wright- nos lleva a las trincheras de Francia en plena Primera Guerra Mundial, más precisamente al 6 de abril de 1917, donde todavía estamos a un largo trayecto de ponerle fin al primer gran conflicto armado del siglo XX. Las fuerzas aliadas se preparan para incursionar en territorio enemigo, pero el general Erinmore (Colin Firth) tiene una misión más importante para dos de sus jóvenes cabos: Blake (Dean-Charles Chapman) y Schofield (George MacKay) deben correr contra el reloj y atravesar la llamada “Tierra de Nadie” (No man's land) para alcanzar al regimiento del coronel MacKenzie (Benedict Cumberbatch), dispuesto a desplegar a unos mil seiscientos soldados que marcharán derechito hacia una emboscada mortal. La misión de Blake y Schofield es sobrevivir a la odisea, atravesar el terreno abandonado por los alemanes, entregar el mensaje salvador y prevenir la avanzada de sus compañeros. Una tarea simple, pero muy peligrosa para estos dos soldados que sólo piensan en volver a casa con sus seres queridos. Mendes y Wilson-Cairns no escatiman tinta a la hora de utilizar todos los tropos (elementos comunes) de este subgénero cinematográfico. En definitiva, “1917” no deja de ser una epopeya donde los ‘héroes’ deben ir del punto A al punto B y sortear todos los obstáculos que se presentan en su camino, nada muy diferente a “Apocalipsis Now” (Apocalypse Now, 1979) o “Rescatando al Soldado Ryan” (Saving Private Ryan, 19989), en cuanto a estructura narrativa se refiere. Pero el gran atractivo de la película -y habría que replantearse cuán atractiva sigue siendo sin este recurso- es que el director decide contar su historia “sin cortes”, o sea, en un larguísimo (falso) plano secuencia que nunca se detiene y ayuda a marcar la tensión, el pulso y la inmediatez del momento, casi en tiempo real. La hazaña (técnica y artística) también se la tenemos que agradecer al gran Roger Deakins, director de fotografía que con este trabajo, seguramente, volverá a coronarse en los premios de la Academia. Dos contra el peligro Así, estamos más que obligados a acompañar la cruenta travesía de los dos protagonistas, que atraviesan trincheras repletas de cadáveres putrefactos, aldeas destruidas y abandonadas, y el constante peligro del enemigo al acecho. Su misión es simplemente (y no tan simple, ni sencilla) sobrevivir para entregar una carta... de la que depende la subsistencia de todo un regimiento, incluyendo al hermano mayor de Blake. Hombres que deberán estar más que preparados para la siguiente batalla, porque todavía estamos a más de un año del fin de la guerra. Mendes, como todos los directores que abordaron este tema en las últimas décadas (sea la contienda que sea), hace hincapié en la camaradería entre soldados -esa unión y desolación que sólo entienden los ex combatientes- y el despropósito de tanta muerte y destrucción, dejando bien en claro que su mensaje es antibélico. Nada que no se haya visto en cualquier exponente del género, de ahí que “1917” brille mucho más por su virtuosismo visual y narrativo que por su escasa profundidad argumental. ¿Lo habrá visto a Moriarty? El peso de la historia termina recayendo en Chapman y MacKay. Los nombres más “reconocidos” (Mark Strong, Andrew Scott, Richard Madden, Firth, Cumberbatch) no son más que personajes que se atraviesan en el camino de estos protagonistas, jugando el papel de simples ‘ayudantes’ que permiten que el relato siga avanzando. No queda claro por qué el director los envuelve con cierta aura de misterio y sorpresa como si el espectador no estuviera al tanto de su participación en la película. Estas extrañas decisiones intentan compensar un argumento que tiene pocos matices y no es más que una excusa para que “1917” se luzca desde sus aspectos más “técnicos”. Mendes utiliza el mismo recurso de “Birdman o (La Inesperada Virtud de la Ignorancia)” (Birdman or (The Unexpected Virtue of Ignorance), 2014) para dotar a su film de cierto aire documental, pero no siempre logra mantener la tensión y la sensación de peligra que la historia necesita, al menos, para que los espectadores pueden conectar con los protagonistas y preocuparse por su suerte y la de la misión. El guión no nos deja muchas opciones, pero sí una clase magistral de cine puro cuando nos concentramos en cómo la película trasmite sus ideas de heroísmo exacerbado a través de imágenes y sonidos contundentes, perfectamente delineados.
Si bien todo el despliegue técnico es impecable, no deja de ser una propuesta que recurre constantemente al gesto solemne. Es otra jugada superficial de Sam Mendes pero nos sacamos el sombrero frente a Roger Deakins.
Uno puede hacer la diferencia Vuelve el gran director Sam Mendes (''American Beauty'', ''Skyfall'') con una nueva película que la rompe desde su historia hasta los aspectos técnicos cinematográficos. Mendes es un director muy bueno en lo que hace, un artista muy cuidadoso de la estética y aquí lo demuestra en la máxima expresión. Lo más impresionante que tiene esta propuesta es sin duda su factura técnica. Mendes se asoció con el gigante director de fotografía Roger Deakins, responsable de la cinematografía de películas como ''Skyfall'', ''Blade Runner 2049'', ''Sicario'' y varias más. Deakins ya había ganado un Oscar por ''Blade Runner 2049'' y este año sumó su segunda estatuilla por este trabajo, que es realmente excepcional. ''1917'' parece haber sido grabada en un solo y largo plano secuencia que va siguiendo a los protagonistas durante las dos horas que dura el film. Grabar realmente un plano secuencia de esa cantidad de tiempo hubiera sido imposible, pero lo que hicieron Mendes y Deakins acá tampoco es para nada fácil. Fueron uniendo las secuencias en puntos estratégicos para que nunca se noten los cortes entre una escena y otra. Para esto tuvieron que ensayar muchísimo con los actores y los extras debido a que lo que filmaran un día sería la secuencia que iría al producto final. Lo lograron de tal manera que el espectador realmente siente el peso de estar inmerso en una historia que no tiene respiro y que se torna alienante. Bien merecido el Oscar a Deakins. Logran mostrar los horrores de la guerra de manera cruda y elegante a la vez, algo muy complicado de lograr. Pasando puntualmente al trabajo de Mendes, creo que tiene un sentido del entretenimiento envidiable. Entiende muy bien el cine y sabe contar historias con sus cámaras. El film tiene tintes de drama crudo, buddy movie, aventuras y acción, todo cohesionado de una manera que se potencia hasta alcanzar un producto final genial. La historia es por sobre todo un relato de esperanza entre tanta miseria humana, la demostración de que un pequeño grano de arena puede hacer cambios muy relevantes, de que uno puede hacer la diferencia. Los dos protagonistas hacen un muy buen laburo, mientras que estrellas de la talla de Colin Firth, Mark Strong y Benedict Cumberbatch, aunque aparecen de manera limitada, aportan jerarquía y presencia. Si tuviera que decir algo para los escépticos, les diría que es una película bélica para un público amplio, no sólo para los que son seguidores de este tipo de género. Lo único que tengo para criticar tiene que ver más con lo ideológico, y por tanto con el guión. Creo que es hora de dejar de hacer películas sobre guerras reales y crueles que vivió la humanidad, sobretodo porque la mirada política siempre se posa en la nacionalidad del país que la lleva a cabo. En esta ocasión el relato se centra en una dupla de soldados británicos que se convirtieron en héroes para su nación por llevar un mensaje que salvaría miles de vidas. En ese camino, inevitablemente matan a otras personas. Eso creo que un horror y no algo para conmemorar. Es hora de dejar de ensalzar de todas las formas posibles los enfrentamientos bélicos.
Es una película para verla en el cine cueste lo que cueste. Una película de plano secuencia de inicio a fin. Existen cortes seguramente en el medio, pero esta realizada de esa forma para que el espectador viva y sienta la guerra, el peligro, la tensión, la sorpresa, el miedo. Todo todo esta para crear una experiencia en el espectador. Como pelicula en general es bastante básica en cuanto a guion, trama y personajes. Muy horizontal todo, plano, pero sin embargo Mendes te logra introducir al mundo de los protagonistas y que sientas empatia por ellos. En cuanto a lo técnico, lo mas espectacular y sensacionalista que todas las películas que salieron el año pasado. Deakins y Newman unos genios en lo suyo, pero realmente la forma de narrar que tienen los dos en sus áreas es magnifico. Y como “Blade Runner 2049”. 1917 trata de hipnotizarte a través de la maestría técnica. La vas a pasar excelente, eso seguro. Si vas al cine, pero pido seriedad y reflexion a la hora de juzgar si es una película excelente o muy buena. Sigo pensando que las mejores películas de Mendes son “Skyfall” y “American Beauty”.