Hail, Woody! En el 2016 dos festivales realizaron sus aperturas con films que transcurren en la época dorada de los grandes estudios cinematográficos norteamericanos: los hermanos Coen abrieron Berlín con ¡Salve, César! y Woody Allen abrió Cannes con Café Society, por tercera vez fuera de competencia, decisión personal del director tras no estar de acuerdo con la modalidad para calificar una obra audiovisual frente a otras. Allen -quien realiza un film al año- incursiona en un relato amable sobre la llegada de un joven neoyorquino, Bobby (Jesse Eisenberg), a Hollywood, a pedido de un integrante de su clan familiar de religión judía. Así, de la mano de su tío Phil, un famoso agente de estrellas interpretado por Steve Carell, conoce a Vonnie (Kristen Stewart), amante del tío y con quien comienza a entrelazarse sentimentalmente. Como primera historia, están Bobby y Vonnie, junto a la utilización de elementos de comedia a partir del judaísmo, la inclusión de un matón de turno y -en esta oportunidad- cierta representación marcada de distintas clases sociales, incluida una escena muy efectiva sobre la prostitución de una chica judía. Café Society intercala las experiencias de Bobby en New York y sus homólogas en Hollywood, y transcurre alrededor de fiestas, interiores de oficinas y cabarets de época, entre ellos el que le da el título al film. Utilizar el formato digital no convence en muchos de sus aspectos de textura a pesar de la colaboración del excelso director de fotografía italiano Vittorio Storaro, quien se caracterizada por la utilización del color en sus trabajos. Abundan la luminosidad en cada plano, las referencias a artistas de la época hasta el hartazgo y los temas musicales que resuenan -como Jeepers Creepers– una y otra vez. Woody parece haberse olvidado de la mención por omisión, algo similar a lo que hizo en la agradable Medianoche en París. Eisenberg se suma a los protagonistas de films de Woody que simulan ser Woody y lejos están de serlo. Cuesta entender cómo se magnifica en diversos medios la labor de Stewart en este y otros films, presentada como un ícono sexual cuando en realidad su postura es gélida. No hay química entre ella y Eisenberg, algo que sí estaba presente en Adventureland. Café Society funciona como un film de desencuentros y frustraciones amorosas que alternan entre el drama y la comedia, con una nostalgia abrumadora.
Woody Allen vuelve a inaugurar el festival con una de sus películas anuales. La última que pasaron aquí como película de apertura era del género turismo cultural y transcurría en Francia. A Café Society no la auspicia ninguna municipalidad o secretaría de turismo, y es por eso que Allen prescinde de la postal y prefiere viajar al pasado (de la industria del cine), una región imaginaria en donde se siente cómodo. Pero antes de hablar de Allen es conveniente desviarse un poco. Hablemos de una actriz hermosa, digamos algo de una presencia cinematográfica clásica que ningún guión puede concebir. Llegó caminando con un vestido discreto a la conferencia de prensa. Si no estuviera ahí, investida por el glamour del cine, ella podría ser una más entre los periodistas que esperan por Allen y el elenco de Café Society. Pero Kristen Stewart tiene en pantalla lo que toda estrella de cine necesita transmitir, eso que por aquí se llama un “je ne sais quoi”. Ese “no sé qué” tiene un nombre en el cine: fotogenia. Cada aparición de Stewart es un plus de hermosura que está por encima del ampuloso diseño de arte del film, que revive la década del ‘30 en Nueva York y Los Ángeles con la eficiencia propia de un presupuesto holgado. La elegancia es evidente en Café Society. Esta historia de amor fallida entre un joven neoyorkino que llega a Hollywood con deseos de progresar al lado de su tío, un famoso productor de cine, y la secretaria (y amante) de este último, pertenece en la obra del director a sus películas ligeras, las menos celebradas y canónicas. Nada del turismo obsceno ni del existencialismo pesimista característico de sus films recientes; la trivialidad amable de la trama apenas alcanza para un par de chistes sobre judíos, el mundo del espectáculo y del hampa, y alguna que otra meditación irrelevante pero sensata sobre los vínculos amorosos. Leer el propio deseo es una tarea casi imposible; obedecer a él, una verdadera proeza del espíritu. En el fondo, de eso se trata Café Society, de cómo se desoye y desobedece la ley del deseo, y el magnífico fundido encadenado en el que los dos amantes se reúnen en el plano, durante el desenlace, es justamente la representación exacta en la que se localiza la traición del deseo. La escena es inequívoca: ambos personajes adquieren una mínima clarividencia emocional que revela a quién y qué quieren, y es obvio, a su vez, que en ese nuevo año que se festeja los dos están amantes están solos, aunque cada uno esté con su respectiva pareja. Hay una diferencia notable entre Café Society y otras películas recientes del director. La pereza formal de sus precedentes films queda eludida desde el plano inicial hasta el último. El travelling lateral con el que empieza el film, algunos encuadres virtuosos para filmar curiosamente un par de asesinatos y el fundido encadenado que antecede al plano de cierre, ya aludido, que empieza en el rostro de Stewart y es sustituido por el de Jessie Eisenberg, están entre lo mejor del último Allen en materia cinematográfica. Es cierto que el travelling sobreactúa un poco en Café Society, a tal punto que un sinnúmero de escenas empiezan con un travelling hacia delante, como si se tratara de un dogma. El movimiento de cámara, una marca obsesiva de la puesta en escena que regula la mayoría de las transiciones entre escenas, viene siempre acompañado de algunos motivos musicales de jazz que dinamizan el relato. La fluidez es programática, como la menudencia de la trama y el decorado y la reconstrucción de época, que compensan la simpática trivialidad de todo lo que sucede. Poco y nada. Allen da vueltas sobre el deseo y no llega a decir mucho, y cuando lo intenta los lugares comunes están acechando. Café Society seduce y así convence, pero no es para tanto. No es otra cosa que una antología de pequeños inconvenientes amorosos, con algunos toques estetizados que abarcan incluso la vileza criminal mafiosa de la época y bien podrían pertenecer a otra película.
Luego de Irrational Man (2015) regresa Woody Allen, con esta comedia romántica, con sus característicos toques de drama, humor y hasta realidad. Bobby Dorfman (Jesse Eisenberg), es sobrino de un importante agente y productor de Hollywood (Steve Carrell), que se enamora de la joven y hermosa secretaria de su tío (Kristen Stewart). Desde ese momento pasará todo lo que imaginan y un poco más. Ver la época dorada de los años 30 en Hollywood, donde todo lo que brilla es oro… Hay nostalgia en ese mundo. Ver New York como sólo él sabe mostrar. Eisenberg, interpreta a un joven “Woody”, con un estilo propio, nervioso y rápido en sus diálogos, divertido e ingenioso, se luce en su personaje que parece improvisar a cada paso. Ella, Stewart, acompañada de la increíble fotografía del magnífico Vittorio Storaro, y rodeada de hermosos escenarios, luce su rostro y el vestuario, sumado a toda esa ambientación que deslumbra. Pero su interpretación sigue sin impactar, pocas expresiones, incluyendo cuando hay grandes diálogos, en donde aquello que se dice tiene gran peso. Por otro lado, Carrell hace su característico personaje, correcto, ubicado, sin exagerar, que apuesta al amor, aunque sea con una mujer mucho más joven que él. El director toca los temas que ama: la pasión, el judaísmo y el desamor. Con un inteligente guión. Por supuesto que hay humor y grandes frases, y también está la justificación constante (o no), sobre los actos que una persona puede realizar en nombre del amor. Allen es inteligente y también hace un show de terapia en pantalla grande. Un desenlace que muestra un poco como también puede ser la vida real.
Amor y ascenso social Desde hace ya muchos años que Woody Allen es completamente inimputable porque sus películas -más allá de los desniveles cualitativos entendibles en una carrera tan extensa y prolífica- siempre se ubican muy por encima del promedio industrial contemporáneo y su pobreza conceptual. Aclarado lo anterior, se puede afirmar que Café Society (2016) es otra comedia redonda del octogenario realizador, quien en esta oportunidad conserva el tono distendido de su opus previo, la también interesante Hombre Irracional (Irrational Man, 2015), sólo para volcarlo hacia el derrotero de un triángulo amoroso con el Hollywood clásico de la primera mitad del siglo pasado como telón de fondo (ahora las referencias a Crimen y Castigo, de Fiódor Dostoievski, mutan en un homenaje/ parodia concienzuda al que podemos definir -fruto de la recurrencia- como el período histórico favorito de Allen). Si bien el eje central del relato es el juego de interrelaciones entre Bobby Dorfman (Jesse Eisenberg), un joven neoyorquino que en la década del 30 llega a Los Ángeles en busca de un lugar en la industria del espectáculo, Phil Stern (Steve Carell), tío del anterior y representante de actores famosos, y Vonnie (Kristen Stewart), secretaria/ amante de Phil y cada día más allegada a Bobby; a decir verdad el guión se abre continuamente para abarcar a la familia judía del muchacho (que incluye a unos padres muy particulares, una hermana casada con un docente y un hermano con una carrera meteórica en el crimen organizado) y a toda la fauna del todopoderoso mainstream cultural (esta dimensión está trabajada con cierta superficialidad por Allen, principalmente a través de sus propias intervenciones como narrador de la historia, aunque por suerte siempre remarcando la hipocresía de Hollywood). De hecho, a medida que avanza el metraje se hace palpable que el cineasta utiliza las idas y vueltas, las “caras de piedra” y las mentirillas del triángulo como una metáfora del doble discurso de Los Ángeles. En esta denuncia tangencial hay una diferencia importante en cuanto a la graduación si comparamos al film con ¡Salve, César! (Hail, Caesar!, 2016), una obra temáticamente similar: mientras que en el opus de los hermanos Joel y Ethan Coen el ritmo era frenético y la trama abarcaba las aristas agridulces del negocio, aquí el ímpetu de Allen es más reposado y hasta trata con cariño a Stern, el personaje que representa al mainstream (si antes Eddie Mannix era un adicto al trabajo, tan riguroso como eficiente en su rol de “fixer” de los estudios, hoy Carell le otorga a Stern un brío ameno que lo exculpa vía sus dubitaciones sensatas en torno a la posibilidad de renunciar a su esposa por Vonnie). Un problema frecuente de algunas de las últimas películas de Woody está condensado en los elencos, cuyo desempeño es apenas correcto debido a que la gran mayoría de los intérpretes actuales deja mucho que desear y se sitúa muy lejos del nivel de lo que fueron Diane Keaton o Mia Farrow, por nombrar sólo dos ejemplos. Eisenberg y Stewart son exprimidos con inteligencia por el neoyorquino, sin duda uno de los más grandes directores de actores de la historia del cine norteamericano, pero el señor tampoco hace milagros: ambos cumplen dignamente aunque nunca terminan de aprovechar del todo la riqueza de base del guión, y en los primeros planos -en especial los del desenlace- se perciben las deficiencias dramáticas. Una vez más el poderío del relato recae en la sabiduría narrativa y existencial de un Allen siempre arrollador, con una claridad de intenciones en verdad prodigiosa. Los entretelones del amor se unifican con el sueño del ascenso social, dos quimeras entrecruzadas por las mismas paradojas y la misma melancolía ante lo perdido…
“Café Society” es una de las mejores películas de los últimos años del mítico guionista y director Woody Allen. Con una marcada reminiscencia a Balas sobre Broadway (1994), aquella película situada en la década del veinte y que también contaba con una subtrama mafiosa. Pero esta vez Allen no deposita todo en la búsqueda de risas, logrando una intensidad que permanece largo tiempo después de que la pantalla se funde a negro. Los treintas. Bobby Dorfman (Jesse Eisenberg) es un neoyorquino hasta la médula, pero también es un ambicioso buscavida que viaja a Los Angeles donde tiene una conexión que podría darle un trabajo: su tío Phil (Steve Carell), un agente de alto perfil en Hollywood que ha dominado totalmente la industria. En un primer momento, Phil no está demasiado interesado en darle la bienvenida a su sobrino al mundo de tinsel town. Pero cuando su asistente Vonnie (Kristen Stewart) actua como guía de Bobby en Hollywood, serán los encantos de Vonnie – y su falta de pretensiones – que harán que Bobby encuentre mucho más que un trabajo. Pero claro, Vonnie tiene un secreto… Eisenberg cuadra perfectamente como el neurótico Bobby, cuyos tics, gestos, patrones de voz y tendencia a la sobreactuación le cae perfecto para el rol de doppelganger de Allen. Pero el protagonismo de la película realmente le pertenece a Stewart, que imprime a Vonnie con su inquietante y despojada belleza de un actuación sutil en la que tiene la difícil tarea de mostrar una personalidad dual. El hermano mayor de Bobby, el gángster Ben (Corey Stoll) se está involucrando en todo tipo de travesuras violentas y a pesar de que Ben es un asesino, interpretado por Stoll funciona como comic relief de la película. Algunos de los hechos más infames de Ben parecen orquestadas sólo para el efecto cómico, y funciona. El legendario director de fotografía Vittorio Storaro (ganador del Oscar en tres ocasiones) fotografía digitalmente con una cámara Sony 4K los tonos ricos en calidez en las impresionantes escenas del Hollywood de aquella era. Una historia de amor imperfecta y empapada de nostalgia, “Café Society” es una película de rara belleza. A los 80 años, Woody Allen como realizador es el equivalente a un padre o abuelo que no tiene ningún interés en la cultura popular moderna, pero que ama revisitar viejos álbumes de fotos mientras escucha la música de una época pasada. Esa nostalgia es también toda una declaración de principios, para Allen en algún caso, todo tiempo pasado, fue mejor. Su película número 47 toca temas que ha explorado una y otra vez, desde los asuntos ilícitos a los misterios de romance mientras sus personajes contemplan el significado de la existencia y la terrible certeza de la muerte y la futilidad del día a día. En este punto, seamos fans de su cine, o no, nadie va a ver una película de Woody Allen esperando ser sorprendidos. “Café Society” es una dulce y ligera carta de amor al Hollywood de mediados de la década de 1930, así como el de Nueva York de la misma época. Podría decirse que no hay nada remotamente plausible en “Café Society”, pero no podría importar menos porque como en Días de radio, Blue Jasmine, Misterioso asesinato en Manhattan y todas las grandes películas de Woody, esto es un cuento en la visión única de un hombre con su propias ideas de cómo eran las cosas, son y deben ser. Como en la vida real, nada es perfecto, el amor y el deseo no tienen reglas ni moral y los caminos retorcidos del romance y la seducción con jazz de fondo son las invenciones de la imaginación exuberante de Allen. El pasado cobra vida como un metraje en loop que se ejecuta en su memoria, en fragmentos. Allen siempre tiene algo para decir, aunque eso que tiene para decir sea siempre lo mismo. En lugar de una búsqueda de profundidad, la película tiene una simplicidad lineal que, a la luz de toda la basura pretenciosa que nos venden como arte, es muy refrescante. Paradójicamente un cineasta de 80 años y con 47 películas en su haber resulta un bálsamo de calidad y talento en el panorama cinematográfico actual.
La 47ª película del incansable director (12ª que presentó en Cannes y 3ª que inauguró el prestigioso festival) lo lleva a terrenos conocidos (el mundo del cine y el jazz, Nueva York y Los Angeles, las familias judías, los triángulos afectivos, las infidelidades, los desengaños amorosos), pero en este caso consigue una leve, luminosa, ligera y encantadora comedia romántica ambientada en la segunda mitad de la década de 1930. Eisenberg y Stewart -la misma pareja de la notable Adventureland: Un verano memorable, de Gregg Mottola- se lucen a puro carisma, al igual que el formidable director de fotografía Vittorio Storaro. ¿Que tiene algo de déjà-vu? ¿Que ofrece una mirada idealizada del Hollywood de los grandes estudios? ¿Que por momentos puede resultar demasiado inocente y hasta algo ñoña? Puede ser, pero aun con esos u otros reparos/cuestionamientos, Café Society es uno de los films más disfrutables del Woody reciente. Y también uno de los más sofisticados y cuidados en términos narrativos y visuales. Es como si este primer trabajo de su carrera en digital y con el director de fotografía italiano Vittorio Storaro (ganador de tres premios Oscar por Apocalipsis Now, Reds y El último emperador) le hubiera insuflado nuevos ánimos al ya octogenario realizador. Así, las múltiples y masivas escenas de fiestas y bailes a-la-El gran Gatsby (hay bastante de F. Scott Fitzgerald en la película) tienen una belleza y elegancia notables, sostenidas también en el excelente diseño de producción y reconstrucción de época de Santo Loquasto. Con una estructura de novela con el propio Woody Allen adoptando la voz del autor/narrador, Café Society sigue las desventuras de los distintos personajes de una familia judía del Bronx. La historia transcurre tanto en la Los Angeles de los grandes estudios (el tío Phil Stern que interpreta Steve Carell es un poderoso agente de la industria) como en Nueva York (donde Corey Stoll encarna a Ben, un mafioso digno de las películas de Martin Scorsese que regentea el popular club nocturno del título). Entre esos dos mundos aparecen los protagonistas, Bobby (Jesse Eisenberg, otra vez como perfecto alter-ego del director), hermano de Ben y sobrino de Phil, y Vonnie (Kristen Stewart), secretaria de la agencia que lidera el personaje de Carrell. El director de Manhattan, Zelig y Annie Hall: Dos extraños amantes apela a su costado más lúdico y romántico para una película que hasta en sus aspectos más despiadados (las miserias de Hollywood, la violencia sádica de los mafiosos o la crueldad de ciertas mentiras) siempre tiene un tono leve y tranquilizador, con una broma siempre lista y unas alegres melodías de jazz de fondo. Así como los hermanos Coen hace poco en ¡Salve, César! Woody (se) regala unos cuantos homenajes cinéfilos a la era dorada de los estudios de Hollywood, se ríe de sus raíces judías y consigue -otra vez- notables actuaciones (uno se cree cada uno de los cambios, las perplejidades, las desilusiones de Eisenberg y de ese diamante que es Stewart). A esta altura uno da por sentados muchos de los logros del cine de Woody, pero lo que este director consigue año tras año en cada una de sus películas es algo que muchos otros colegas no alcanzan en toda su carrera. Así, aunque podamos decir que Café Society es “una más” de Allen, se trata de un reencuentro decididamente feliz.
La nueva película del neoyorquino lo muestra en su lado más romántico y nostálgico. Es la historia de un joven que viaja a Hollywood en la década del ’30 y allí se enamora de una chica que trabaja con él. Pero las cosas no resultan como lo planeado en esta elegante comedia dramática con Jesse Eisenberg, Kristen Stewart y Steve Carell. Más elegante y, si se quiere, refinada que sus últimas películas, pero también con pocos momentos realmente divertidos, CAFE SOCIETY, de Woody Allen, abrió la muestra del Festival de Cannes –fuera de competencia– demostrando que con un buen elenco y un director de fotografía que deja sus propias marcas como Vittorio Storaro sus películas pueden tomar un cariz ligeramente diferente. No tanto como para no ser de inmediato reconocibles como suyas, pero lo suficiente como para generar otro tono. Lo que diferencia a la película de inmediato es su época y escenario (Los Angeles en la década del ’30 y luego Nueva York) y un look que hace recordar, en su primera parte, al de EL AVIADOR, de Martin Scorsese, con su repaso por la época de oro de Hollywood en tono glamoroso. En una similar vena, aunque unas décadas después, la película de los hermanos Coen SALVE, CESAR! conseguía mejores resultados, aunque aquí Allen usa a Hollywood solo como punto de partida y disparador de una historia que luego va por otro lado. Jesse Eisenberg –-luego de sobrevivir a Batman y a Superman–- es Bobby Dorfman, un joven judío de Brooklyn quien se va a Los Angeles y a quien, luego de esperar varias semanas para ser atendido, su tío (Steve Carell), poderoso agente de Hollywood, le consigue un trabajo de asistente. Este tío de nombre Phil tiene una asistente, Vonnie (Kristen Stewart), quien se encarga del recien llegado a la Meca del Cine, llevándolo de paseo por la ciudad, las casas de celebridades y así. Ambos conectan rápidamente (ninguno de los dos se siente de todo a gusto con los excesos de Hollywood) y Bobby cae rendido a sus pies. El problema es que, aunque él no lo sabe, su tío también tiene lo suyo con la chica, a pesar de estar casado. Ese el conflicto narrativo principal de la película, conflicto que lleva a Bobby a tomar algunas decisiones fuertes respecto a su carrera y a su vida, o a aceptar las que otros toman por él. Y, a Allen, a retornar a escenarios más clásicos de su cine, como las familias judías de Nueva York y sus por momentos grotescos conflictos. De ahí en adelante la película tiene más similitudes con el universo de DIAS DE RADIO o de otras películas nostálgicas del realizador de ANNIE HALL en Nueva York. De regreso en su ciudad, Bobby se involucra en el salón que da título al filme y que es propiedad de su hermano mayor, el gangster de la familia. Y trata de dejar atrás su experiencia romántica hollywoodense, aunque le será imposible, ya que más temprano que tarde el pasado regresará. La película no se sale de los líneamientos tradicionales del cine de Allen –el triángulo amoroso, los textos sobre el amor y la pasión, y hasta usa una voz en off hecha por el propio director– aunque tiene menos bromas directas y un tono algo más clásico y romántico. Acaso su punto más alto es su entendimiento de todos los personajes: pese a haber deseos y pasiones cruzadas, ningún personaje es transformado en villano o enemigo. Las decisiones y actitudes de cada uno son respetadas sin jamás ser juzgadas. La evidente neurosis de Bobby (Eisenberg es un actor más que adecuado para hacer de alter-ego de Woody) no está tan explotada a nivel histriónico como en otras películas del autor, pero sí su romanticismo y sus penas del corazón, que son las que lleva como una pesada carga en la espalda. Es un hombre que no termina de sentirse cómodo en el lugar que ocupa y que añora un romance que fue y que, sueña, puede volver a ser. La que vuelve a demostrar otra vez que está pasando por la mejor etapa de su carrera es Kristen Stewart, la que se convierte en el verdadero punto fuerte de la película, junto al trabajo en digital de Storaro, en la primera vez que Allen explora el formato con muy buenos resultados. Dos aportes importantes son los de Blake Lively, como ua mujer clave en la vida de Bobby, y Steve Carell, como su tío-agente estrella de Hollywood. CAFE SOCIETY, por su elenco y tono, funcionará un poco mejor que las últimas películas que hizo el neoyorquino después de BLUE JASMINE (como MAGIA A LA LUZ DE LA LUNA y UN HOMBRE IRRACIONAL), pero no modificará en demasía lo que cada uno piense de su obra reciente. Estarán los que siguen siendo fanáticos de todo lo que haga y los que creemos que, más allá de algunos muy buenos momentos que puedan tener sus útimas películas, sus mejores obras son las del siglo pasado. Son clásicos que ya pertenecen a la historia del cine y difícilmente eso vaya a cambiar.
Uno siempre espera una sorpresa de los proyectos anuales de Woody Allen. El neoyorkino guarda un as bajo la manga y, cuando uno pierde las esperanzas, se despacha con una espectacular Blue Jasmine, olvidando las pequeñas transgresiones pasadas. Pero tras las amables Magic in the Moonlight e Irrational Man, las cartas guardadas no siempre son ganadoras, y así tenemos a Café Society, un hermoso intento de deconstruir la maquina de picar carne que es Hollywood, pero que pierde su propósito entre tanto esplendor. Quien ocupa el lugar de alter ego del director es Jesse Eisenberg interpretando a Bobby, un joven lleno de esperanzas que llega desde el Bronx hasta la cálida Los Angeles de los estruendosos ’30 para hacerse un lugar en la creciente industria del cine. Tiene a su favor el costado nepotista de su tío, un famoso agente de la ciudad que desperdicia un poco a Steve Carrell, pero cuya participación introduce a la adorable asistente Vonnie en un papel que le calza justo a Kristen Stewart. Eisenberg y Stewart retoman esa química tan fácil de conseguir que ya compartieron en Adventureland y brillan juntos en un romance digno de ver, que se convierte en la columna vertebral de la fábula de Woody. Poco y nada más ocurre tras bambalinas excepto el cortejo insistente de Bobby hacia Vonnie. Hay un inesperado triángulo amoroso que llega a complicar las cosas cuando ya están complicadas, pero la escalada de Bobby en el difícil medio del arte se resume a un par de fiestas con gente pomposa y menciones a estrellas al pasar. La familia de él tiene sus líneas argumentales propias, con un hermano gangster que aporta liviandad a la vida criminal pero que desaprovecha el inmenso talento de Corey Stoll -que, sabemos, dinamitó Midnight in Paris con su Ernest Hemingway- y una hermana casada con un hombre que prefiere evitar cualquier tipo de confrontación que no se pueda resolver verbalmente. Los padres de él están para unir a la familia y ser el disparador de la trama, amén de algún que otro chiste sobre judíos que siempre tienen que tener los guiones de Woody. Hay muchas subtramas paralelas que sirven menos para distraer del conflicto principal que para rellenar una historia de amores platónicos y la fuerza gravitacional que tiene ese primer gran amor. Hay un buen conflicto, que en el camino agrega a una luminosa Blake Lively -que sigue eligiendo buenos papeles- para sobresalir por sobre el resto del elenco, pero no es suficiente para suplir la carencia de emoción que generan las películas del adorado cineasta. En su producción número 47, Woody se pasa al formato digital y, con la ayuda de Vittorio Storaro y su suntuosa fotografía, hace maravillas recreando una época de la Meca del Cine gloriosa y muy detallista, que ayuda al espectador a zambullirse en una era que puede dejar mucho más peso dramático que la trama en general. Si hay que elegir un momento en donde se note esta brillante colaboración, es en la charla con fondo de jazz que tienen los personajes de Eisenberg y Lively donde ella, a medida que cuenta una anécdota, brilla radiante. La cámara la ama, Woody la ama y hay que esperar que sea el comienzo de un lindo camino donde Blake sea su nueva musa. Café Society es diminuta en la monstruosa filmografía del realizador, aunque siempre una película suya resulte un sabroso bocado al paladar entre tanto tanque hollywoodense. Tiene sus cosas buenas, pero denota un poco de talento desperdiciado en una historia que cuando concluye raudamente deja ganas de más. Esperemos que la próxima Crisis in Six Scenes, su serie para Amazon, retome un poco esa chispa sagaz y cínica que Woody tiene de sobra.
El color amarillo. El amanecer. El atardecer. La “hora dorada”. Ese momento en el que el director decide grabar. No en plena noche. Tampoco en pleno día. Es un momento específico y por eso es que en el mundo del cine este concepto tiene una definición. Y Café Society, la nueva obra de Woody Allen, podría ser (de la mano, en este caso, del director de fotografía italiano Vittorio Storaro) un claro ejemplo de esto. La película se divide en dos partes, la primera, que transcurre en Hollywood, y la segunda, que transcurre en New York. Allen decide contar su historia en la década del 30 y lo hace con la maestría que sólo alguien con su experiencia puede atesorar. Woody aquí no actúa pero su voz en off aparece de forma arbitraria para contarnos los entretelones de la familia que decide retratar. Jesse Eisenberg es Bobby. Vive con su familia en New York y decide ir a probar suerte al otro lado del país: Holywood. Va a ver a su tío Phil Stern (Steve Carell), un representante de estrellas de cine. Le da trabajo y así es como conoce a Vonnie (Kristen Stewart). Hasta aquí lo habitual en las películas de Woody: chico conoce chica, se enamoran, etc. Pero la trama se complica y otro de los temas recurrentes en las historias de Allen aparece con fuerza: el amor de dos personajes con una diferencia de edad muy marcada. ¿Pero qué diferencia a Café Society del resto de sus películas? Emana el amor que el director siente por el séptimo arte. No es casualidad la época elegida para el desarrollo de la historia. La década del 30 fue la era dorada del cine de Hollywood y cada plano, cada locación y cada actriz o actor nombrado hacen que la película respire cine. Pero no todo es amor en Café Society. Las subtramas se vuelven por momentos hasta más interesantes que la historia principal y están basadas en el resto de la familia de Bobby. Los padres, que viven en un departamento oscuro en New York y que recuerdan por momentos a la familia del protagonista de Días de Radio. La hermana, que se pelea con un vecino y le pide ayuda al hermano mayor (Corey Stoll), un incipiente gangster de New York que no tiene pruritos a la hora de resolver problemas. Todo esto contado de una manera magistral, y enlazado con la historia de Eisenberg y Stewart, hace de Café Society una gran película de Woody Allen y una de las mejores de los últimos 10 años.
Un joven llega al Hollywood de los años 30 para trabajar en la industria del cine, se relaciona con su tío, un productor poderoso, y se enamora de su secretaria. La película 47 de Woody Allen vuelve a desplegar sus obsesiones con gracia y maestría. En la nueva película de Woody Allen, ambientada en la década del treinta, se vuelven a desplegar las obsesiones personales del realizador, como el mundo del cine, el jazz y los complicados vínculos que se generan entre los personajes. Café Society cuenta la historia del joven Bobby Dorfman -Jesse Eisenberg-, quien abandona Nueva York para trasladarse a Los Angeles en busca de trabajo. Por recomendación de su madre, llega a la lujosa oficina de su tío, el poderoso empresario y productor cinematográfico Phil Stern -Steve Carrell- y se termina enamorando perdidamente de Vonnie -Kristen Stewart-, su secretaria. Con este esquema y colocando el contraste de realidades, como la familia judía trabajadora de Bronx y el esplendor de Hollywood con sus ambientes fastuosos, se desarrolla esta comedia dramática que instala a una mujer -nuevamente una impecable Stewart, la actriz de la saga Crepúsculo- en el centro de las miradas y los corazones de dos hombres que se la disputan. No faltarán las vinculaciones de la familia neoyorquina con la mafia -la aparición del tío Ben, rol a cargo de Corey Stoll- y los cadáveres que serán sepultados bajo kilos de cemento. La cuota sexy y fresca la lleva la ascendente Blake Lively -recientemente vista en Miedo profundo- y el vecino molesto que será "atendido" a su debido momento. Café Society define el espíritu de una época y el cine de Allen vuelve a brillar con la maestría de siempre a partir de una historia sencilla, disfrutable de principio y fin, y plasmada en la excelente fotografía de Vittorio Storaro -Apocalypsis Now, El último Emperador-. El film 47 de Allen despliega una vez más sus preocupaciones -Bobby funciona como el alter-ego del realizador- y se pasea cómodamente por la elegancia de un entorno ocupado en hacer negocios, lograr contratos millonarios y hablar con estrellas, mientras el amor se asoma e instala su cuota amarga en los minutos finales.
La nueva película de Woody Allen pone a los sentimientos en el centro de la escena a través de una historia protagonizada por Jesse Eisenberg y Kristen Stewart. Década del ´30. Bobby (Jesse Eisenberg) es un joven que se muda a Hollywood con la intención de trabajar en la industria cinematográfica. Allí consigue empleo en la empresa de su tío (Steve Carell) y conoce a Vonnie (Kristen Stewart), de quien se enamora perdidamente. Ese lazo afectivo se mantendrá a lo largo del film, pero tendrá que sobreponerse a la madurez, a los intereses personales, a los privilegios que les ofrece ese ambiente y al "animarse a dejarlo todo por amor". El sello de Allen está presente en Café Society: música de jazz, un narrador que le da continuidad al relato, momentos de distensión y comicidad. Como es habitual, el director consigue que el espectador reflexione sobre lo que ve en pantalla: el pasado y presente de dos personajes cuyas vidas fueron transformadas por sus decisiones. Y es en ese aspecto en el que surge la identificación por parte del público. Eisenberg es un actor carismático que logra transmitir las emociones a través de su interpretación; Stewart y Blake Lively lo acompañan correctamente, pero tampoco descollan. Mientras que Carell tiene la posibilidad de mostrar una faceta distinta. Café Society atrapa desde el inicio, aunque presenta una historia sin demasiadas pretensiones. Y deja un final que puede ser cerrado o abierto, según se mire. Porque permite que el espectador se conforme o se atreva a imaginar el suyo. Puntuación: 8
Café Society, opus 47 de Woody Allen. Bobby Dorfman (Jesse Eisemberg) es un joven neoyorkino que decide probar suerte en Los Ángeles. Después de varias semanas de espera, consigue que su tío Phil (Steve Carrel) le consiga un trabajo como asistente en su agencia de representante de estrellas de Hollywood. En la oficina conocerá a Vonnie (Kirsten Stewart) quien será la encargada de mostrarle el funcionamiento de la meca del cine: las fiestas, las casas de las estrellas, pero también la visión desencantada de esa opulencia vacía. Bobby no tardará en enamorarse de Vonnie, pero ella es la amante de un hombre casado. Y el triángulo amoroso tendrá derivaciones insospechadas. La de Allen es la voz en off de ese narrador que nos cuenta esta historia. Una historia que es casi siempre la misma, con las variaciones del mismo cuento al que le va agregando condimentos para arribar de un modo agridulce, a los difíciles caminos del amor. Pero Café Society también suma elementos de su obra que estaban relegados en sus últimas películas: la subtrama cómica de la familia judía, en el diálogo de Bobby con una prostituta ¿referencia a Poderosa Afrodita?, relaciones con gangsters para resolver problemas como en Balas sobre Broadway, y miradas nostálgicas a la familia como en Días de radio. Hay algunas diferencias formales del director de Zelig en cuanto a sus obras anteriores, Allen es un autor que pone el acento en sus historias y sus diálogos, y no tanto en sus encuadres y movimientos de cámara. El travelling con el que comienza el film y el fundido encadenado del final dan cuenta de estos cambios. El tono visual que consigue uniéndose con el director de fotografía Vittorio Storaro es genial: desde los dorados de Hollywood, la sobriedad en los ambientes de Los Ángeles, a la brillantez de los clubes nocturnos de New York. Además de la manera en que están encuadrados algunos de los asesinatos. Woody, que en algún momento de su carrera dijo que no necesitaba salir de New York para filmar, salta de una costa a la otra para contar su cuento. Claro que luego de su filmografía turística (Londres, Barcelona, París y Roma) quizás se haya dado cuenta que las ciudades son meros escenarios de fondo para hablar de sus obsesiones de siempre que ha explorado una y otra vez, que el amor y sus dificultades pueden estar en el Hollywood de los años 30 y en el New York del jazz y los clubs de la misma época, sin cambiar de país, pero sí de costa. La solidez del elenco está encabezada por un Jesse Eisemberg, como alter ego de Allen pero bajado el tono de algunos de sus últimos desbordes. Corey Stoll como un brillante gánster, hermano de Bobby, la solidez y sobriedad de Steve Carrel y como broche de oro, dos mujeres de diferentes estilos e igual magnetismo: Kirsten Stewart y Black Lively, difícil elegir a quién amar mas. Porqué si hay algo que el director de La rosa púrpura del Cairo maneja con maestría es el no juzgar moralmente a sus personajes, mantiene un tono neutro con la sutileza de dejar en manos del que mira la reflexión sobre la conducta de lo que está viendo. Café Society es un Allen disfrutable de principio a fin, con sus temas de siempre, con el humor, el amor y la nostalgia de un director prolífico de ochenta años, que filma a un ritmo envidiable y que alguna vez extrañaremos. Y ahí nos daremos cuenta que la realidad se impone al deseo, como en su cine.
En la Nueva York de los años treinta, la creme de la creme, aquellas personas adineradas y famosas, se reunían en los bares a comer y beber y celebraban fiestas hasta altas horas de la noche, mientras ostentaban sus casas “con piscina”. Cafe society fue el término que se le adjudicó a ciertos grupos de aristócratas y celebridades de aquellos tiempos. Woody Allen dirigió y escribió una historia simple y nostálgica capaz de abrir las puertas del último festival de Cannes. Estrenada para las grandes masas en la plataforma online Amazon, es la película más regocijante del director desde Medianoche en París.
Siguiendo con su línea de películas que reflexionan sobre el amor y las diferentes formas que puede adoptar a medida que se avanza en una relación, Woody Allen suma en “Cafe Society” (USA, 2016) una mirada mucho más compleja que aquella que en apariencia y superficialmente suele proponer. La alta sociedad de Nueva York y Chicago, con sus inmensas y lujosas casas, en las que viven una rutina hacia el afuera para mostrarse políticamente correctos, sirve de escenario para que el dinámico guión y la cuidada dirección enmarquen la historia de un joven llamado Bobby (Jesse Eisenberg), una persona que patea el tablero y decide ir a la gran manzana para someterse a las exigencias de su tío (Steve Carrel), un poderoso productor, quien no ve con buenos ojos su llegada. Mientras comienza una tibia relación con éste, porque el tío le impide un acercamiento más profundo y cálido, pese a ser familia, Bobby conoce a Vonnie (Kristen Stewart), una joven que ayuda al productor a sacar adelante todo y de la que inevitablemente se enamorará. De a poco, Vonnie le mostrará la ciudad y el negocio, y en cada encuentro la relación comienza a afianzarse hasta el punto que ella le confiesa que no puede aceptar sus insinuaciones ya que mantiene una relación con otro hombre, un ser desconocido para éste hasta determinado momento del filme. Así, Allen, ubica el conflicto central de “Cafe Society”, con su mirada desprejuiciada sobre la industria del cine, sus negocios, mentiras y secretos, y también con su incipiente star system, que comienza a exigir lugares específicos para el ocio, alejados de la gente común, y ese lugar será el que Bobby termine por regentear tras las negociaciones “non sanctas” que su hermano (Corey Stoll) termine por hacer. Otorgando al espectador la sabiduría total de las situaciones que se plantean, Allen, además, hace del equivoco y la confusión su motor narrativo, para uno de sus filmes más correctos, lo que, en el fondo, le permite superar cierta chatura en el planteo, con una puesta deslumbrante. Y justamente en lo artificioso de esa puesta, de esa reconstrucción momentánea del espíritu festivo y lúdico, hay también un mecanismo por medio del cual se afirma la imposición de la misma ante el ojo de la cámara. Es como si Allen decidiera que más allá del plot, el mcguffin se reitere y se muestre, tan artificialmente que en esa no naturalidad, como esa primera escena en una fiesta lujosa en una casa que a priori no percibimos como de la época en la que se narra el relato, hay una toma de partido más por los personajes que por el entorno. La bella fotografía y la composición equilibrada de las escenas son otro de los puntos a favor de esta historia de amor y de desamor, de conocimiento y acercamiento, de ruido y silencio y de elecciones. Porque también Allen es eso, un gran artífice de salidas impensadas ante situaciones narrativas clásicas, provocadoras y que inevitablemente terminan por disparar otras historias, las que, claramente, terminan por superar cualquier planteo inicial que se haya hecho. “Cafe Society” es un filme de Allen reconocible en cada una de sus escenas y pretensiones, sus títulos iniciales con el jazz de la época, además, sirven de contextualización para el espectador, el que sabe que verá una película pensada, dirigida y guionada por él.
Hay un evento al año que debería ser inevitable para todo los que gustan del cine de calidad. Hace años que todos los años se estrena una película de Woody Allen. Se le pueden achacar muchas cosas, que ya no es el mismo de antes, que se repite a sí mismo, que entró en una zona de confort; pero de todos modos sigue siendo el viejo y querido Woody. Su estreno 2016 lo lleva nuevamente a una recreación de época, a una fina sátira social partiendo de un mundillo; esta vez con la mirada puesta en el Hollywood de Oro, con un guiño a su adorada New York. Su nuevo alter ego (esta es de esas en la que decide ubicarse sólo detrás decámara) es Jesse Eisemberg (Red Social), en la piel de Bobby Dorfman, veinteañero recién llegado del Bronx que se instala en la ciudad meca del cine para encontrar un trabajo que lo haga prosperar de la mano de su tío Phil Stern (Steve Carell), magnate de la industria, agente de las estrellas más codiciadas de la época. A modo de relato paralelo, o viñetas, se cuenta algo de la vida de los Dorfman en su ciudad de origen. Familia típicamente judía (obviamente), con tradiciones algo particulares, en especial las de un hermano de Bobby, y un terrible contrapunto en la relación de mamá y papá. Bobby ingresa tímidamente en el ambiente, y Phil le da el impulso que necesita ubicándolo en un cargo directo debajo de su ala. También lo ayuda en la inserción a la ciudad, y le presenta a su secretaria Vonnie – diminutivo de Verónica – interpretada por Kristen Stewart (La Habitación del Pánico). Vonnie lo lleva a recorrer la ciudad, los puntos más atractivos, pero a la vez más alejados del glamour, demostrando ser la más sensata y centrada de ese nuevo universo al que Bobby debe pertenecer. Obviamente, Bobby se enamora perdidamente de Vonnie; obviamente Vonnie tiene pareja; obviamente Vonnie es la amante del tío Phil. Cláramente hay un quiebre en la historia de Café Society, un punto en el que el relato cambia de ambiente y el tono va virando hacia otro sentido, quizás más dramático y reflexivo. Es en el primer tramo en el que el film más brilla, con una comedia típica de enredos, sin un pretexto muy original (el último Allen rara vez necesita serlo); pero en el que se permite ser más juguetona y lanzar algunos dardos risueños a esa panacea que Hollywood decía/dice ser. Utilizando el nombre de muchas estrellas reales, pero sin la recreación de ninguna de ellas, hay una mezcla entre una declaración de amor a esa época (declaración que ya ha hecho en varias de sus obras maestras) y un golpazo de realidad frente a la falsedad quese esconde detrás de la cortina de seda. También se impone la historia en el Bronx, que atraviesa todo el film, con los mafiosos que arreglan las cuestiones simples a su manera, y un matrimonio judío que será lo mejor de la película en cuanto a comicidad. El segundo tramo, más desencantado, quizás más duro en cuanto a las críticas, nos lleva a Nueva York con cierta negrura y añoranza de otros films de Woody con temáticas de insatisfacción que también ha retratado en varias de sus mejores películas. Allen no solo es un gran libretista, con mucha sensibilidad y un sutil tacto para la comedia verbal; es también un excelente director de actores. Cada vez que decide no ponerse a sí mismo como protagonista, elije un actor que haga de su alter ego, y siempre logra sacar lo mejor de cada uno, y que extrañamente todos se parezcan a él sin ser una imitación. Eisemberg, a quien ya había probado en A Roma con Amor, no es la excepción, el actor pierde varios de sus registros habituales, para mostrarnos a un Woody Allen joven, hablando kilométrica y maratónicamente, con gesticulación ocular, y con una pose corporal comprimida. Podríamos pensar que Bobby al envejecer se hará más flaco, perderá pelo y se calzará esos gruesos lentes para transformare finalmente en ese que todos creemos que es. Junto al actor de Zombieland se lucen Carell; Jeannie Berlin y Ken Stott como ese matrimonio en disputa; Parker Posey como una típica dama de las relaciones públicas; y hasta Blake Lively logra un tono correcto para su personaje, que ingresa en el segundo tramo, mereciendo una mayor presencia de la obtenida. Lamentablemente, hasta el director de Manhattan encuentra su kryptonita en Kristen Stewart que parece participar de otra película. Para ser una mujer que enamora perdidamente a dos hombres, a Stewart le falta todo para ser una femme fatale, una mujer con intriga. No hay nada duro para criticar de su participación, simplemente no va acorde al film sin presentar matices. Posiblemente un enroque con el rol de Lively y viceversa, hubiese fortalecida al personaje de Vonnie. Café Society no es la mejor película del realizador, se ubica dentro de sus films más accesibles y se disfruta con una sonrisa permanente. Con una recreación de época correcta y no ampulosa, más en los modos que en la vista; Allen puede estar en plan descansar, pero su agudeza y mirada vivaz, perspicaz, sigue intacta; y eso es lo que lo hace un creador único. Disfrutemos de esta maravilla que se nos ofrece una vez por año.
Historia de dos ciudades y dos amantes. El opus N°46 de Allen, una de sus mejores películas en varios años, no es tanto una añoranza sobre un pasado idealizado como una lectura en clave irónica sobre el cine producido en Hollywood en su era dorada, que tiene su correlato en una Nueva York de jazz y gangsters. Incansable, Woody Allen avanza inexorablemente hacia su largometraje número cincuenta, transformándose en uno de los autores cinematográficos más prolíficos de la era moderna. Finalizado en apariencia su periplo turístico por Europa, Café Society lo encuentra elaborando una de sus mejores películas en varios años, una comedia melancólica, amable y usualmente ligera. Su opus n° 46 no es tanto una añoranza sobre un pasado idealizado como una lectura en clave moderadamente irónica sobre el cine producido en Hollywood en su era dorada, cercana temporalmente a la historia que retrataba La rosa púrpura del Cairo, aunque de un romanticismo menos exacerbado. Como ocurría en Annie Hall, además, el film transcurre en dos extremos del territorio estadounidense, aunque aquí California y Nueva York se dividen los dos segmentos en partes idénticas, escindidas por una elipsis que indica una crisis en la pareja protagónica, encarnada con una gran prestancia y presencia por Jesse Eisenberg y Kristen Stewart. A grandes rasgos, la historia es la de Bobby, un chico judío del Bronx que abandona el barrio para encontrarse en Los Angeles con su tío Phil (medido, relajadísimo Steve Carell), un poderoso representante de estrellas cinematográficas que suele almorzar con Bette Davis o navegar en velero con Errol Flynn. Ese reinicio laboral y personal de una joven vida en tránsito le cede eventualmente el lugar a la historia de amor incipiente con la encantadora Vonnie, una de las tantas secretarias de Phil, de la cual el muchacho se enamora profundamente luego de meses de encuentros y paseos amistosos. Y es sólo entonces, como suele decirse, que las complicaciones comienzan a encadenarse. Junto al veterano diseñador de producción Santo Loquasto y con la inestimable colaboración del legendario director de fotografía italiano Vittorio Storaro (el responsable de las imágenes de Novecento y Apocalipse Now, por citar apenas dos de sus trabajos más famosos), Allen reconstruye un Hollywoodland repleto de oro y oropeles, movie palaces y mansiones “estelares”, construcciones bajas de estilo español y amplias arboledas. Más tarde, ya en N.Y., algún que otro plano recordará fugazmente las calles proletarias de Érase una vez en América (hay aquí una trama secundaria que incluye mafiosos, asesinatos e investigaciones policiales) y un plano digitalmente reelaborado representará idealmente una ciudad que nunca volvería a ser la misma luego de la Segunda Guerra. El propio Allen se reserva el papel de narrador omnisciente con una voz en off que acompaña a los personajes y sus peripecias de principio a fin del relato, como si se tratara de un texto literario, aunque su presencia es esporádica y usualmente menos descriptiva que sarcástica. Y allí están, por supuesto, los ligeros toques de humor verbal y esos gags que, típicamente, apuntan sus dardos cómicos al judaísmo de entrecasa (la actriz Jeannie Berlin encarna eficazmente a una idishe mame en versión light). A medida que Bobby comienza a ascender en la vida social neoyorquina, como responsable visible de un popular club nocturno, y da una vuelta de página a su vida sentimental al casarse con una bella y joven viuda (Blake Lively, protagonista de la recientemente estrenada Miedo profundo), Café Society se acerca a su segmento más potente, cuando tiempo después de la separación se produce el primero de una serie de posibles reencuentros. En esos momentos, particularmente durante los últimos minutos, el film demuestra haber construido pacientemente un hilvanado emotivo que ofrece sólo entonces su recompensa, un lamento amoroso por aquello que no fue ni podrá ser y que, a pesar de remitir parcialmente al cine de otros tiempos, es tan atemporal como universal. El último Allen no posee una mirada o una intensidad narrativa particularmente clásicas, pero no deja de ser cierto que la película no sería igual sin las presencias de Eisenberg y Stewart, dueños de algunas de esas características que suelen asociarse con las estrellas de antaño. El logra cruzar nerviosismo con ingenio y algo de candor con inteligencia en un mismo plano, sin solución de continuidad; ella encanta la pantalla cada vez que ocupa la totalidad o una porción del cuadro y demuestra nuevamente (por si hacía falta recordarlo) que es una de las actrices más sutilmente talentosas de su generación.
Película de milagros sutiles Café Society, película de milagros sutiles, es uno de esos logros gigantes que parecen fáciles: un film que simula narrar y profundizar en sus personajes como si meramente respirara; en realidad juega a simular porque sabe jugar, porque el juego lo dirige un sabio que aprendió mientras hacía, e hizo mucho. Otra vez en el cine y en el cine de Woody Allen, con una introducción que nos ubica en el Hollywood de los años treinta, década amada por el responsable de este entretenimiento sofisticado. Conocemos al protagonista, Bobby (Jesse Eisenberg), el principiante que entra a un mundo cuyas reglas desconoce, que tiene que surfear las diferencias de clase y de costa dentro de la misma familia. Películas y personajes anteriores de Allen se nos aparecen como estructuras familiares, como obsesiones, casi como retazos de sueños. La relación entre el arte y la mafia, como en Disparos sobre Broadway; la promesa de felicidad del amor que puede escurrirse, como en Manhattan; la vivacidad de la Annie Hall de Diane Keaton recuperada en la Vonnie de Kristen Stewart, y las diferencias entre Los Ángeles y Nueva York, y la eterna elección de Allen por una de las costas. Están las marcas del cine de Allen -afortunadamente no está el desdén moral y cinematográfico del período londinense-, están los diálogos, el humor; están las dudas, y está el gris de los motivos para hacer, para decir, para tomar decisiones, como en sus películas más grandes, como Crímenes y pecados. Todos tienen sus razones, el joven que llega para hacer carrera en Hollywood y se enamora, su tío el gran agente (Steve Carell), su hermano el mafioso, la propia Vonnie. Hay ocultamientos que no suenan forzados, y que revelar aquí sería atentar contra el disfrute de la película. Y el disfrute de Café Society es de esos placeres que se hacen cada vez más raros: una comedia agridulce que fluye con constante interés sin necesidad de forzar resoluciones o de ponerse terminante o maniquea. Una película en cuyos personajes creemos, incluso en aquellos más cercanos a la caricatura -el cuñado intelectual de izquierda, los mafiosos-, porque manejan deseos, inseguridades, tienen personalidades. Son personajes que interactúan entre ellos y no se recortan contra algún concepto de remake, revival o diseño de marketing. Comedia sobre Hollywood, comedia romántica, comedia sobre la finitud de la vida, comedia sobre las oportunidades, comedia de diferencias de clase y de religiones. Y también sobre la imposibilidad de la comedia y las comedias, sobre el arte y su relación con el espectáculo y la moda. Además, Café Society es una demostración esplendorosa del manejo de la luz para embellecer, y que constituye la primera colaboración entre Allen y Vittorio Storaro. Y como si todo esto fuera poco, el elenco completo debería ganar todos los premios de ensamble actoral del año. Kristen Stewart -su fotogenia debería estar asegurada en una suma astronómica- brilla y demuestra, como lo hace desde hace años, que es una actriz descomunal, que puede combinar malicia, seducción y frescura, como ya lo hizo en Adventureland. Y de yapa tenemos a los dos personajes secundarios más encantadores del año: Rad Taylor (Parker Posey) y Steve (Paul Schneider). Café Society no es una película de ruptura, sino pura tradición, personal e histórica, una gran película que no busca imponerse, quizá porque está llena de seguridades y sabiduría para poner en escena dudas, decisiones, errores y aprendizajes.
Publicada en edición impresa.
Crítica emitida por radio.
UNA DE WOODY INTELIGENTE, ROMÁNTICA, MELANCÓLICA Una película de Woody Allen supone una gran expectativa para sus admiradores en nuestro país. Y este film del octogenario director, si bien no esta a las alturas de “Blue Jazmin” por ejemplo, es disfrutable, inteligente, romántico, un verdadero placer. El alter ego del director es otra vez Jesse Eisenberg, perfecto en su personaje del joven de familia judía que va a Los Ángeles a buscar su destino. Su encuentro con el representante de estrellas, su tío (Steve Carell) le permite el acceso al mundo de Hollywood de los años 30 y a su gran amor (Kristen Stewart), que también es la amante de su empleador y familiar. Como dice su personaje principal la vida esta escrita por un autor sádico. Pero también hay otro tío, un gangster al estilo “buenos muchachos”, cuestionamientos de su familia judía, la reinvención del protagonista en un lugar que da nombre a la película, y un romanticismo nostálgico que va directo al corazón. El paso al cine digital con la colaboración del fotógrafo Vittorio Storaro le da al film un lujo extra como la ambientación en fiestas con un despliegue y un buen gusto únicos, igual que el deleite de la banda sonora. Kristen Stewart nunca estuvo mejor, muy bien Steve Carell y el resto del elenco. Todo brilla de manera melancólica y bella.
El Woody Allen de este año remite, felizmente, al de antes. El de los ochenta y noventa. El de la magnífica Días de Radio. El anterior a algunas películas con aire de encargo o piloto automático de los últimos tiempos, que no estuvieron a la altura de su leyenda. Café Society es una película amable, liviana en apariencia, diáfana y si se quiere menor. Al menos si se las compara con sus obras maestras. Allen sobrevuela a su triángulo de personajes en una historia de amor. Otra vez con Jesse Eisenberg como protagonista, el actor que parece reconocer la deuda del Allen actor, con sus manías, neurosis y physique du rol. Él es Bobby, que llega a la LA de la era de oro del cine para buscarse una vida, amparado por su tío, un poderoso agente de la industria (Steve Carell). Allí se enamora de la asistente del tío (Kristen Stewart), ignorando que ella tiene ya una relación. Entre grandes mansiones, glamour y martinis secos, Allen relata, con su voz en off, las desventuras de Bobby y las de su familia judía del Bronx. La segunda parte de Cafe Society sucede en territorio alleniano, la ciudad de Nueva York, donde aparecen otros personajes, como el de la estupenda Blake Lively. Con una bella fotografía del prestigioso Vittorio Storaro, Cafe Society se ve con el placer que el mejor Woody Allen puede compartir y transmitir. Y si la mirada nostálgica puede resultar un poco empalagosa, hay un humor que funciona y una potente melancolía romántica. La de los amores perdidos o imposibles, la de esos que se sueñan con la certeza de que no sucederán en esta vida.
LA SONRISA TRISTE Bobby (Jesse Eisenberg), nacido y criado en el Bronx, decide mudarse a Los Angeles. Allí le pide ayuda, es decir, trabajo, a su tío Phil Stern (Steve Carrell), un importante productor cinematográfico. Trabajando con Phil, Bobby se enamorará de su secretaria, Vonnie (Kirsten Stewart). ¿Por qué seguimos yendo a ver películas de Woody Allen? Sabemos que no volverá a filmar Annie Hall (1977) ni Manhattan (1979). Tampoco vamos a sorprendernos por giros inesperados de la trama ni una “experimentación” con el lenguaje habilitada por nuevas tecnologías. La respuesta demasiado personal y simple que encontré a esa pregunta es que voy a ver películas de Woody Allen para disfrutar de vivir aunque sea por un rato alguna fantasía. Sin esta premisa me sería imposible mirar Midnight in Paris (2011), To Rome with Love (2012) e incluso Irrational Man (2015); se perdería también algo de la magia de Purple Rose of Cairo (1985). Café Society nos permite vivir amores imposibles y adentrarnos en los años ‘30s, favorita de muchos nostálgicos entre los que me incluyo. Cafe Society se construye con elementos ya vistos y trabajados a lo largo de la filmografía e Allen: triángulos amorosos, los años ‘30, familias judías, ironía, neurosis, cine, jazz. Woody se las ingenió para nunca dejar de ser él mismo, incluso cuando eso implicó ser su peor versión (como en la reciente y fallida Magic in the Moonlight). Incluso por momentos parecería que ningún chiste es enteramente nuevo y todo lo que dice Bobby es alguna reformulación de algo ya dicho por Alvy Singer. Afortunadamente, eso no lo hace menos gracioso. La narración se toma un excesivo tiempo para transportarnos a la época, con largas secuencias de fiestas, cenas y una trama sobre la mafia neoyorkina que sólo se vincula tangencialmente hasta el final con el conflicto central. La majestuosidad del vestuario y la fotografía alcanzaban para ésto, a la vez que volvían amenas estas pequeñas digresiones. La expresión de incomodidad constante de Jesse Eisenberg lo hace ideal para interpretar al protagonista masculino woodyallenesco por excelencia. En cambio, venía dudando de la elección de Kristen Stewart como Vonnie; le faltaba algo de vivacidad sin llegar a ser una completa indiferente. Con el correr del film fui entendiendo que hay algo de ese enigma que era esencial para el personaje, diferente de la Verónica de Blake Lively, igual de encantadora pero totalmente transparente y posible. Fue sin embargo el anteúltimo plano de la película, una sonrisa triste y corta, el que me convenció de Stewart por completo. Al terminar la película recordé que una vez un profesor nos dijo que gran parte del disfrute de ir al cine consiste en mirar rostros; en ese plano se condensan la amargura y el placer de la fantasía y el deseo, y como espectadores podemos asistir a su íntima lucidez. Si dejáramos de exigirle obras maestras a Woody Allen tal vez podríamos sonreir como Vonnie…
Bobby Dorfman (Jesse Eisenberg), de familia judía, está cansado de trabajar en la joyería de su padre, en el Bronx. Así que deja Nueva York para ir a Los Ángeles, más específicamente a Hollywood, y contactar al hermano de su madre, Phil Stern (Steve Carell), un poderoso agente de la industria cinematográfica. Su tío le consigue un trabajo como su asistente en la empresa. Para que la adaptación no sea tan cruda, le presenta a su secretaria, Vonnie (Kristen Stewart), para que ella lo lleve a recorrer la ciudad. De más está decir que Bobby se enamora de Vonnie. Y es una película de Woody Allen, así que de más está decir que ella está con otro. A esta altura del partido, Woody Allen solo puede ser comparado con Woody Allen. Por eso no sorprende que Café Society toque temáticas que son habituales en la filmografía del director: el amor (en forma de triángulo amoroso, pero menos exquisito que el de Manhattan -1980-), el destino, la culpa, es decir, básicamente la vida. La herramienta para tratar estos asuntos es el humor, que opaca las aristas dramáticas de forma constante: por ejemplo, el hermano mafioso de Bobby, Ben (Corey Stoll), tira cuerpos y los tapa con cemento todo el tiempo, pero el jazz de fondo y algún chiste en la escena siguiente hacen que el espectador no se preocupe tanto por estos asuntos. Es así como el humor de Café Society hace que la película sea un viaje llevadero, porque tiene el ingenio clásico de Allen. Los diálogos entre los padres de Bobby son excelentes, graciosos sin esfuerzo: la muerte y la religión son las cuestiones recurrentes en este matrimonio y aquel que tenga una bobe los va a apreciar más todavía. El problema es que todo está tratado con mucha ligereza. Se habla de un poco de todo, pero se profundiza en casi nada y queda la sensación de que la historia es de cartón y, aunque su gracia la hace muy tolerable, este hecho logra que por momentos el espectador pierda interés en la trama. Los 96 minutos de duración parecen bastante más. Otro factor que hace que el film resalte sobre el resto de la última producción de Allen (que saca una película por año, más o menos, y nunca ninguna termina de satisfacer) es la fotografía. Vittorio Storaro (ganador de tres premios Oscar), director de fotografía, se ocupa de que Los Angeles, Nueva York y todo el glamour de los 30’ luzcan radiantes y elegantes. Las actuaciones también son un gran apoyo. El director da un paso al costado y le deja a Eisenberg la tarea de ser su alter ego: durante la primera mitad de la película, que transcurre en Los Angeles, el actor canaliza a un Allen joven, con toda la neurosis judía que eso implica, y lo hace mejor que cualquier otro que lo haya intentado. Mientras tanto, el director es el narrador del film, como un abuelo que ahora le da lugar a los menores para que éstos sean las estrellas. Stewart es encantadora y seductora, y aunque esté vestida de época, cautiva con la rebeldía que la caracteriza. La dupla protagónica trabaja bien entre sí, algo que se nota y se aprecia. Blake Lively y Steve Carell como secundarios también funcionan, pero no se destacan. No, Café Society no es la mejor película de Woody Allen, pero tampoco pretende serlo. Pero desde Blue Jasmine (2013) que el director no hace algo tan completo. Si la película no diera vueltas alrededor de lo mismo tantas veces, funcionaría mejor, pero eso no impide que sea un producto agradable que trae alguna que otra reminiscencia del viejo (y mejor) Woody Allen.
Comedia de esas que sólo sabe hacer Woody Allen Un elenco liderado por Jesse Eisenberg y Kristen Stewart se luce animando los diversos personajes de un film irónico y nostalgioso en el que nada es sólo lo que parece. A los 80 años, nada reblandecido, siempre clásico, elegante, nostalgioso, y refrescantemente reiterado (valga la paradoja) Woody Allen nos envía una comedia irónica de esas que él sabe hacer, livianas pero con sustancia, de buenos diálogos, refinadas y un tantito agridulces. La trama es aparentemente simple: corren los dorados años 30, y un joven actor neoyorquino va a probar suerte en Hollywood, donde su tío, agente de cierto peso, le brinda un pequeño espacio y le deja a mano una secretaria que alguna vez también fue a probar suerte a Hollywood. Ambos ilusos no tardarán en entenderse. El detalle es que la chica también se entiende con el tío. Nada es sólo lo que parece. La gente y los lugares suelen tener dos caras, y otras cuantas cosas también se dan por partida doble: dos hermanos, dos amores del muchacho, dos de la chica, dos ciudades para enamorarse, un mismo nombre para dos mujeres, y así, llevándonos con melancólica simpatía por dulces recuerdos de diversos cariños, tiempos glamorosos, ecos de estrellas lejanas, hasta cuya puerta llegamos, y también ecos de actividades non-sanctas, romantizadas por el cine, todo envuelto en el humor leve, las penas y las obsesiones habituales de Allen, sobre la religión, la familia, la ética, los negocios, el espectáculo, el amor, la realidad y el paso del tiempo. Precioso el final, propio de alguien que ha vivido y ha sabido observar y reflexionar sobre la vida. En la pantalla, Jesse Eisenberg, alter ego del autor, Kristin Stewart, la rubia Blake Lively, Steve Carell como el tío, Corey Stoll el mafioso, etc., y otros cuantos, luciéndose debidamente en personajes variopintos. Detrás de la pantalla, como se dice, linda música, Vittorio Storaro, dirección de fotografía, Santo Loquasto, diseño de producción, Goldman y Huszti, dirección de arte, un largo equipo de impecable nivel. Y sobrevolando todo, poniéndole su propia voz al relato, el viejo Allen. Admirable, ésta es su película número 47.
Café Society puede ser una película más de Allen, pero no deja de ser un film amoroso, divertido, agudo y otra muy buena oportunidad para reencontrarse o redescubrir a este maestro. [Escuchá la crítica completa]
“Café society” Llega el estreno de la última película escrita y dirigida por el genial Woody Allen “Café society” distribuida por Amazon. Esta historia de amor se va desarrollando entre New York y Hollywood en los años 30′. El protagonista (Jesse Eisenberg) llega a la ciudad de los grandes estudios de cine en búsqueda de trabajo en la compañía de su tío (Steve Carell). Luego de conseguir que lo atienda, logra que lo empleen, y allí se enamorará de la secretaría de él (Kristen Stewart) que también es la amante del tío. El film tiene una impecable fotografía. El elenco esta muy bien elegido con excelentes actuaciones (la familia del protagonista, padre, madre, la hermana y su esposo, el hermano gangster, desopilante). Con todo ese humor negro, y como se burla con tanta gracia de la religión judía, que ya nos tiene acostumbrados, pero nunca deja de sorprender. Pienso que este enorme director de 80 años de edad, tiene esa gran capacidad de plasmar en la pantalla esas ideas locas que se le pueden ocurrir a cualquier joven estudiante de cine, con la diferencia que esas escenas las coloca en el contexto ideal, dentro de un gran libro (claro está que cuenta con el “nombre” y el presupuesto para llevarlas acabo). Muy bien escrita, y mejor contada “Café society” es de esas películas que no se pueden dejar de ver. Volvió Woody Allen más filoso que nunca.
Un universo propio Woody Allen se las ingenia para estar en varios personajes a la vez y contarnos otra vieja historia nueva, anclada en los años '30. Cualquiera que haya visto, digamos, una docena de las películas de Woody Allen, inevitablemente va al encuentro de sus nuevas obras como si fuese a charlar con un amigo que siempre tiene historias para contar. Historias que, de algún modo, le permiten contarse a él mismo. Hay encuentros, charlas, buenos y malos, y Café Society, sin duda está entre los primeros. Por la historia central. Que es un drama de amor aunque Woody lo disfrace de triángulo con implicancias familiares. Por la ambigua solidez con que construye a sus protagonistas, Bobby (Jesse Eisenberg) y Vonnie (Kristen Stewart), por la inagotable cantera de chistes judíos, por crear una mafia, también judía, a la altura de cualquiera, por hablar de la industria del cine, del glamour barato, la exposición aburrida, los fanfarrones insulsos, esbozando una crítica ácida sin de dejar nunca de ser Woody Allen. En los años 30 o ahora. ¿Qué importa el tiempo? Todos sus personajes tienen un poco de él, ¿no? Se agradece incluso que haya vuelto a Nueva York, y a Los Angeles, al mundo del cine y del arte, con sus escaladores superfluos y sus poetas naturales. Porque Bobby va del Bronx a la meca de Hollywood, donde se enamora de la secretaria de su tío. Vonnie es una chica que no quiere ser como las otras. Un flechazo de juventud. Y claro, la comparación entre Los Angeles y Nueva York, la ostentación versus el jazz, el poder y el amor, que a veces se juntan. Pocas veces. Y esa capacidad intacta pese a las revisitas, de construir al personaje ingenuo, tímido, pero imbuido de una valentía sin filtros. “Sos un venado frente a las luces de un auto”, le dice Vonnie. Hay comedia y hay tragedia, ¿dónde no? Y verdades matizadas. Las de Hollywood, con esas chicas vueltas prostitutas para llegar a actrices, con su tío gritando una verdad (“En esta industria el peor negocio es ser prematuro) con un star system desacralizado y endiosado a la vez, rechazo y fascinación por ese mundo, el suyo. Y ese volver a Nueva York, a la vida del Café Society, con éxito, con la familia siempre atrás, con un padre quejándose de ser judío también, porque viene la parca y ellos no creen en la resurrección. Aunque algunos recuerdos nunca mueran, aunque no sepamos a veces si eso es bueno o malo.
Tenemos como narrador a Woody Allen, ambientada en la década del treinta,con música de jazz, llena de personajes y donde vuelve a mostrar sus obsesiones de forma inteligente y con gracia. Cuenta con la extraordinaria fotografía de Vittorio Storaro (“El último Emperador”), un gran vestuario y un elenco estupendo, todos brillan es sus distintos personajes. Vemos al joven Bobby Dorfman (Jesse Eisenberg, podríamos decir que representa a un Woody de joven),que deja su hogar en Nueva York para buscar un futuro mejor en Los Ángeles, su madre le gestiona un encuentro con su tío Phil Stern (Steve Carrell) un importante empresario y productor cinematográfico, bastante antipático. Luego se enamora de Vonnie (Kristen Stewart, en una actuación diferente se saca ciertos modismo o tics) la secretaria de su tío y los sueños cambian. Por otro lado está la familia judía y la mafia. Tenemos al tío Ben (Corey Stoll) quien todo lo soluciona sepultando a seres molestos bajo kilos de cemento, también se luce con toda su sensualidad Blake Lively (“Miedo profundo” que se encuentra en cartel). Vemos la época dorada de Hollywood, cine dentro del cine, con buenos diálogos, inteligentes, buen ritmo, divertidos y llenaos de nostalgia.
Un juego de ingenio dulce Woody Allen siempre sorprende y se renueva a si mismo. Con Café Society trae nuevamente esa genialidad que tanto lo caracteriza. Personajes interesantes y buen construidos, una historia de fama y amor y la comunidad Judía presente. Un clásico de Woody. La reconstrucción de los años 30 en ese Hollywood que recién empezaba a crear el cine está gratamente reconstruido, ya sé con el vestuario o la puesta en escena. La iluminación es otra cosa a destacar, sobre todo durante las escenas oscuras. Actores y Actrices: Jesse Eisenberg: yo tengo una duda con este joven, no termino de saber si es buen actor o no, al hacer casi siempre personajes parecido (típico joven e introvertido) es difícil encontrarle una performance fuera de su zona de confort. Kristen Stewart: esta joven actriz ha mejorado muchísimo a través de los años, siendo elegida para papeles más serios, su veta actoral creció y se va para arriba. Steven Carrell: otro gran cómico/ actor dramático que viene sorprendiendo en roles más serios, a los cuales parece haberle agarrado la mano.
Tras un regreso a su mejor forma con Hombre irracional, una joyita en que la que Woody Allen supo intercalar dosis perfectas de ligereza y nihilismo, el realizador vuelve a mostrarse encantador y vital a los 80 años con Café Society, film que ensaya una nostálgica mirada al Hollywood de los años '30; pero que en su conjunto resulta un tanto ingenuo y disperso. Bobby (Jesse Eisenberg) llega desde el Bronx a Los Ángeles, con la firme intención de hacerse un lugar en un universo tan competitivo y pomposo como el de la meca del cine. Su tío Phil (Steve Carell) es un poderoso agente de estrellas que, tras unas semanas de espera, atiende a su sobrino y le da la chance de hacer algunos mandados en las coquetas calles de Beverly Hills. El triángulo protagónico se completa con Vonnie (Kristen Stewart), la secretaria de Phil que entabla una pronta cercanía con el recién llegado. Eissenberg y Stewart antes habían sido dupla protagónica en la maravillosa Adventureland, y aquí la química entre ambos vuelve a funcionar. La presencia del propio Woody Allen, desde la voz en off que va hilvanando personajes y situaciones, agrega un plus de confidencia y guiño para su habitual espectador. Café Society tiene los ingredientes típicos del mundo Woody. Desde el humor sobre las convenciones del judaísmo (aunque aquí las situaciones de comicidad se presenten más espaciadas que de costumbre); hasta una mirada sobre los vínculos que deambula entre el sarcasmo y el romanticismo. Para los fans del cine clásico de Hollywood, es un regalo que desfilen menciones sobre glorias de los '30 como Paul Muni, Bette Davis, Howard Hawks, Barbara Stanwyck, Fred Astaire y Ginger Rodgers; entre otros tantos. La nostalgia por aquellos tiempos de esplendor, empatiza con la atmósfera romántica y agridulce que impregna buena parte del film de Allen. Desde lo visual, el salto de la pátina artesanal del fílmico a la ultra precisa imagen digital, supuso para el legendario realizador todo un desafío. En este sentido, su primera alianza con el director de fotografía Vittorio Storaro (responsable de la imagen de hitos como Último tango en París y Acopalypse Now), da en la tecla justa. Las texturas de Café Society no sólo recrean con glamoroso ensueño aquellos años '30, sino que construyen un interesante juego entre la impronta del cine clásico y el actual. En esta nueva creación de Allen, lo que funciona entonces es la atmósfera, pero no tanto la dinámica de los conflictos. El entramado de infidelidades, triangulaciones y desengaños amorosos; fluyen de modo demasiado juguetón. Falta esa distintiva virtud del director de transitar con encanto sobre conceptos que tienen un inevitable doblez perturbador. De esta manera, la historia discurre con un tono excesivamente naif, y si bien se celebra que el realizador no caiga en el adoctrinamiento o la "lección moral"; queda flotando cierta sensación de medianía. Que el tramo más convincente del relato este concentrado en los sucesos que acontecen en Los Ángeles, y que luego el film cobre un rumbo disperso en Nueva York - con la innecesaria subtrama del hermano matón del protagonista-; resulta extremadamente llamativo para un cineasta que supo construir la quintaesencia de su cine alrededor de "La Gran Manzana". En ese segmento neoyorquino, el encanto de Café Society se ve claramente resentido una vez que Allen aparta el eje de la pareja protagónica. Otro tema no menor entre los puntos que flaquean en este film, reside en que más allá de la sublime belleza fotogénica de Kristen Stewart; la matriz de su personaje no tiene la entidad suficiente como para enamorar no sólo a uno, sino a dos de los protagonistas de esta historia. Así y todo, obviamente hay algunos pasajes en los que Woody ensaya su perdurable toque mágico, pero a nivel de conjunto; el pequeño gran hombre enfrenta la paradoja de terminar perdido en las calles y bares de su amada ciudad. Café Society / Estados Unidos / 2016 / 96 minutos / Apta para mayores de 13 años / Dirección: Woody Allen / Con: Jesse Eisenberg, Kristen Stewart, Steve Carell, Blake Lively, Corey Stoll y Parker Posey.
Al cine con amor Cansado de la rutina y de las pocas posibilidades de crecimiento profesional, Bobby (Jesse Eisenberg) deja New York para probar suerte en Hollywood con la ayuda de su tio Phil (Steve Carell), un importante empresario de la industria cinematográfica. En el trajín de las nuevas costumbres del sitio y obnubilado por las luces decorosas de la ciudad, Bobby conoce a Vonnie (Kristen Stewart) la secretaria de su tío con la que compartirá reflexiones sobre la industria y pormenores amorosos. Café Society (2016) recrea a la perfección el glamour, el paisaje y los grandes cócteles que reunían a las estrellas, directores y guionistas en la gran época de la ciudad de Los Ángeles de los años 30. El vestuario, las locaciones y diálogos nos transportan a ese submundo donde pocos residen, pero lo hace de una forma acogedora y cercana. El ambiente en sí traspasa la pantalla con un efecto energético creando una empatía importante entre espectadores y film. Woody Allen, desde la dirección, guión y siendo el narrador off de la película, expone de manera noble este maravilloso mundo a su manera y forma de hacerlo: los planos, tomas y fotografías van a la par de un contexto perfecto gracias a la coordinación ejemplar entre fotografía, dirección y montaje. En el aspecto visual, Café Society es un deleite para el espectador en cada escena. Cada escenario y lugar brilla con luz propia y en su punto máximo, en un juego de colores y matices y en sintonía también con el aspecto sonoro del film. Cafe Society divierte y entretiene: diálogos ingeniosos, rápidos y vivaces con mucho humor generan complicidad con el espectador, ya que gran parte de ellos se nutren de los prejuicios y costumbres relacionados a la etnia judía. Sí, como siempre, Woody Allen se ríe de sí mismo y de las etiquetas que conlleva su religión. Sin embargo, en Café Society potencia tales escrúpulos para redoblar la apuesta y usarlos a su favor, en un claro artilugio por tomar positivamente todo lo malo que se puede decir sobre algo o alguien. Café Society genera un lugar común en el transito de los protagonistas con sus historias, aunque en ciertos momentos decaiga en su intensión y parece un poco extensa. En lo referido a las actuaciones, Jesse Eisenberg alcanza un buen nivel con un personaje divertido, ingenuo y desopilante, al igual que ocurre con Steve Carrell, aunque no mucho más allá de lo que suele ofrecer generalmente, pero igual de preciso y eficaz. Lamentablemente, Kristen Stewart no genera nada relacionado a su personaje ni cuenta con un carisma especial, saca a flote actuaciones carentes de sentimientos. El punto más flojo de Café Society recae en este punto: la química entre Eisenberg y Stewart no alcanza para romper la cuarta pared para establecer algún vínculo con el espectador, se trata de una relación superficial y simple. Cumplen a raja tabla su función en escena y nada más, algo que en las películas de Woody Allen suele esperarse un poco más, debido al calibre del director. El brillo de Café Society está en su gran ambientación en Hollywood y, en parte, en New York como los mayores actores en escena para explotar y experimentar. La historia entre Bobby y Vonnie es solo una excusa para dejarnos llevar por un ambiente ejemplar recreado por el glamour de las estrellas en su forma de vestirse, caminar y hasta relacionarse. La música es justa y precisa para cada momento -imprescindible tener el oído atento ante las piezas de Richard Rogers-. Y los diálogos muestran un recorrido muy divertido, irónico y vivaz entre las reflexiones y prejuicios de cada uno de sus protagonistas.
El gag del familiar mafioso que se carga víctimas con corcheas de trompeta de jazz como música de fondo; la joven con el hombre mayor; el joven impertinente; el infiel; la pulseada entre lo que deseamos y lo que nos toca. Woody Allen recurre en Café Society a los tips que le funcionaron mejor que a nadie en los años 70 y que de vez en cuando incluyó en sus films de los 80s, 90s y, por supuesto, de 2000 para esta parte. Pero, sin embargo, ninguno opera en contra del relato como sí lo hace la voz en off que el propio director pone a lo largo de los poco más de 90 minutos de cinta. Porque aquí más que nunca Allen reitera, reafirma, subraya y vuelve a señalar situaciones, características, pasado y presente de los personajes como si las imágenes no lograran transmitir lo que quiere contar. Y tenía con qué. El derrotero del triángulo amoroso que juegan el manager de un Hollywood de los años ´30 (Steve Carell), su amante (Kristen Stewart) y el sobrino de aquel (Jesse Eisenberg) es atractivo y goza de performances impecables -sobre todo Eisenberg, gran alter ego de turno de Mr. Allen-, pero una y otra vez, escena tras escena, la voz omnipresente del narrador castiga la fluidez que logran algunas secuencias certeras. Sería injusto pedirle renovación eterna al tipo que hizo del humor estadounidense una referencia obligada a la hora de buscar ideas y diálogos brillantes. Y, sobre todo, sería estúpido hacerlo desde cierta bravuconería impostada de crítico sabelotodo cuando el caballero pasó las ocho décadas y pese a eso sigue haciendo películas año tras año, corriendo una carrera que disfruta y de la que para cualquiera de nosotros es un privilegio generacional formar parte como espectadores. La mosca en el Café Society es el pecado de la solemnidad en los momentos de humor y de tedio cuando se quiere contar otra cosa o ir más allá de la anécdota. Se trata de un film amable e inofensivo, de esos que Allen entrega año por medio (el último fue Magic in the Moonlight, de 2014), intercalados con búsquedas más ásperas (como Blue Jasmine o Irrational Man, de 2013 y 2015 respectivamente). ¿Hay semillas de verdad en este WA modelo 2016, con su primera historia plantada en Los Angeles después de casi medio siglo de carrera? Desde ya, y están no solo en el cast o en la ambientación de época, están en el pulso todavía vivo de uno de los realizadores más admirables que nos haya dado la meca del cine industrial. Porque el petiso sigue tan dentro como fuera del mainstream, con su final cut y su trinchera intelectual incólume. Nos vemos en Crisis in Six Scenes, maestro. Y en el cine en 2017, claro.
La nueva película de Woody Allen es dulce y melancólica Nuestro comentario de Café Society, una fábula de amor que conmueve. Protagonizada por Jesse Eisenberg y Kristen Stewart. Ya hace mucho tiempo que Woody Allen ha demostrado su enorme ductilidad para cambiar de tono. Por eso los pases de magia que realiza en su cuadragésima séptima película para hacer desaparecer de una mano la comedia y hacer aparecer en la otra la melancolía no deberían sorprender a nadie. Sin embargo, sorprenden, fascinan y generan algo así como la necesidad íntima de aplaudirlo o de ovacionarlo. Cafe Society es una fábula de amor que conmueve pese a sí misma. Con esa atmósfera de despreocupada ansiedad que consigue no bien suenan los primeros acordes de una banda de jazz, Allen cuenta las isdas y vueltas de la relación sentimental entre Bobby, un joven judío neoyorquino, y Vonnie, una bella secretaria de una agencia de cine, quienes se conocen en Los Ángeles a fines de la década de 1930. La pareja protagónica ya ha superado la prueba de dos películas anteriores, la enorme Adventurland y la menos memorable American Ultra, y sin dudas hay entre ellos eso que es mágico pero que se denomina con un término científico: química. Jesse Eisenberg y Kristen Stewart, cada cual una leyenda a su modo, encarnan en Cafe Society lo opuesto a estrellas de Hollywood: seres comunes con sueños comunes. Sin embargo, el hecho de que tengan los pies sobre la tierra no les impide vivir un romance de dimensiones siderales. Después de esta película, nadie puede cuestionar que Woody Allen entiende la materia fantasmal del amor. Por más que disimule esa sensibilidad detrás de una trama rocambolesca y de una época mitologizada por la industria cultural, resulta evidente que la fe en la conexión única e inexplicable entre dos personas es el impulso principal de esta historia. No es extraño que sea la voz del propio Allen la que narra en off las peripecias biográficas de Bobby. Pero lo que en otras películas hubiera sido un signo de identificación entre el director y el personaje principal, aquí es una forma de tomar distancia. En vez de un intelectual neurótico o atormentado, Bobby es alguien que comprende rápido que hay que vivir la vida, y aunque sea consciente de que el destino sólo se expresa a través de la ironía, no sucumbe a la resignación ni al cinismo. Es probable que esa distancia no sea necesariamente un giro en la filosofía del gran director neoyorquino sino sólo el tono más apropiado para la historia que está contando. Lo cierto es que se proyecta al conjunto de las situaciones y personajes de Cafe Society y, así, todo –incluso la caricatura de una familia judía, los crímenes mafiosos o las dudas de un hombre casado– se ilumina de una rara dignidad.
Uf, Woody Allen. O mejor dicho, uf, Woody Allen a los ochenta años, niño mimado de New York a pesar de la vejez, con carta blanca en el cine para filmar lo que se le venga en gana. Generalmente, caprichos. De vez en cuando una película buena, pero cuya “bondad” reside más bien en apelar al encanto del pasado. Como Medianoche en París (2011) y Magia a la luz de la luna (2014), la última película de Woody Allen elige una época lejana -en este caso los años 30-para inocular en ella el tipo de humor judío-nihilista-burgués que el director desarrolló en los setenta y explotó sin variaciones por cuarenta años. Para lxs que disfruten de comentarios del tipo “La vida es una comedia escrita por un comediante sádico” como remate de una pequeña historia, Café society (2016) puede resultar una gran película. No es que Woody Allen tenga mucho para decir, pero tiene a su favor la capacidad para incorporar en su mundo actores mucho más jóvenes y de generaciones y estilos de actuación distintos: Emma Stone, Owen Wilson y en este caso, Jesse Eisenberg y Kristen Stewart, se integran espléndidamente en las películas en las que Allen los dirige. Algunos, como Jesse Eisenberg en este caso, logran incluso armar un personaje que sea, claro, el sempiterno y mutante alter ego del director pero a la vez otra cosa. Café society es la historia de los desencuentros de una pareja, o más bien un triángulo: Bobby (Eisenberg) llega a Los Angeles desde Nueva York con la esperanza de que los contactos de un tío productor de cine le consigan un trabajo en el que hacer carrera. Ese tío (Steve Carrell) tiene una secretaria, Voonie (Kristen Stewart) que a Bobby lo captura desde la primera vez que ve sus ojos verdes. No es difícil entender por qué: como Olivier Assayas, Woody Allen cayó bajo los encantos de esa chica varonera, de dientes de conejo, voz grave y ojos alucinantes que cultiva un perfil de controvertida-rebelde-no me importa nada-intelectual-me gustan más las chicas. Kristen Stewart encarna aquí uno de esos personajes femeninos fuertes en los que el cine de Woody Allen abunda: mujeres algo varoniles, como Diane Keaton en Annie Hall (1977), con mucha iniciativa, frente a las cuales el protagonista-Woody Allen-de-turno apenas puede balbucear, empequeñecido. El problema es que el tío de Bobby también la ama y por ella quiere dejar a su mujer, pero le da mucha culpa. Así dirán algunxs críticos que esta es la más autobiográfica de las películas del director, una especie de explicación tardía y no solicitada de sus sentimientos al dejar a Mia Farrow por una chica más joven, él que también se salió con la suya al poder continuar una carrera sin que las acusaciones de abuso sexual le hicieran mella (¿hará una película al respecto?). Es cierto que no se puede confundir el arte con la vida, pero en todo caso es notorio cómo ese pequeño universo neurótico y burgués que recorta el cine de Woody Allen, con sus pequeños complejos y culpas, siempre bonachón, se complementa en alguna dimensión no ficcional con una zona mucho más oscura, de secretos sórdidos y complicidades que protegerán hasta el fin la sacrosanta figura del “genio” en la que el director está instalado, pedófilo y todo. Parecería ser que cuanto más acuciante se volvió el presente para el director, con una hija ya convertida en mujer que se animó a revelar abusos que por años se habían silenciado, el cine de Woody Allen no dejó de fugarse a un pasado siempre ideal, con brillos casi ingenuos. Así es Café society y en ella hay de todo: humor bastante burdo y reiterativo, buenos chistes, lindas escenas de amor, chicas hermosas con vestuarios en los que regodearse, problemitas de consciencia que para algunos tendrán cierto interés, y pese a todo, un destello genuino y memorable de melancolía por amores perdidos, en las miradas de Stewart y de Eisenberg, más verdadero que toda la cháchara de la que el director hizo su marca personal.
EMOCIONES JUSTAS Y al principio fue la palabra. Es sabido que la condición prolífica de Allen como realizador está ligada directamente al valor que le otorga al hecho de contar historias. Cuando se dice que como cineasta es un gran escritor, no debe entenderse en un sentido despectivo. Cada uno de sus films es una puesta en funcionamiento de la máquina narrativa donde se reescriben y se reciclan ideas. Esta no es la excepción. En el comienzo de Café Society, una voz en off (la del director) nos introduce en el lujoso mundo de una fiesta hollywoodense de los años 30 en la que un productor engreído (Steve Carrell) comparte sus tragos con los invitados al mismo tiempo que lanza veinte nombres de estrellas por minuto. La cámara recorre ese mundo de egos empalagosos y comienza a delinear la mirada hedonista hacia un pasado visto a través de ojos curiosos y deslumbrados. El fetichismo queda a salvo gracias a la notable fotografía de Storaro, capaz de iluminar los ambientes de manera tal que se destaque el artificio del glamoroso rincón californiano. Sin embargo, hay otro ambiente. Se trata de la familia del joven protagonista, que vive en una casa donde las penumbras se hacen presentes en medio de un clima alocado en el que el dinero se obtiene por medios gangsteriles. Entonces Bobby (Jesse Eisenberg) cruza al otro lado para pedirle trabajo a su poderoso tío. En toda esta secuencia la narración fluye y su aliento jamás pierde de vista al auditorio. Allen pone en marcha el motor y las historias se materializan casi imperceptiblemente, además de todas las que quedan sin contar. El fuerte es el timing, ese don que poseen los comediantes y el recorrido no es traumático (pese a la pila de cadáveres que desfilan) porque el drama es otro: el amor entre parejas. Si hay un mandamiento que nunca se cumple en las películas del realizador neoyorkino es “no desearás a la mujer de tu prójimo”. Bobby se enamora de la mujer equivocada, una estupenda Kristen Stewart cuya fotogenia es un honor para los que aman el cine. Como suele ocurrir, los personajes toman decisiones desacertadas, buscan al otro más problemático y suelen sufrir el martirio por no elegir bien. Allen ha desarrollado esta idea desde siempre. Se podría decir que es la gran desgracia desplegada en sus historias; cuando las parejas no apagan el velador y empiezan a hacer preguntas salta la fecha de vencimiento. Pueden ser muy dotados intelectualmente pero torpes con sus emociones. En este caso, la diferencia es que la pareja protagónica no alardea con conocimientos literarios y filosóficos, lo que le otorga una agradable ligereza al film. El alter ego que compone Eisenberg está en el punto exacto y su porte físico es muy similar al Allen de la primera época, el de los shows televisivos. Y Vonnie recuerda a las conflictuadas heroínas que no se resignan a estancarse en un matrimonio estable. Suelen ser más inteligentes que los hombres y Café Society conserva esa visión, aún con la víctima de todo esto, la otra Verónica (la mujer de Bobby que tan bien encarna Blake Lively) que en su ingenuidad no deja de mostrarse auténtica. El marco genérico es la gran cáscara para esconder detrás del glamour el fracaso amoroso. El final tiene el encanto de esas historias que se cuentan con nostalgia por un paraíso perdido e irrecuperable. Es similar a la mirada que proyecta Allen sobre ese mundo de fantasía que ya fue, una vuelta más al pasado donde ver los ampulosos decorados se transformaba en algo asombroso. Son los ojos del niño de Días de radio (1987) que va por primera vez al cine; es la inocencia de Owen Wilson en Medianoche en París (2011). No obstante, nunca está desprovista de un sesgo de ironía hacia un mundo materialista y de fama efímera que se diluye ante las dificultades emocionales. En el medio, hay parejas que se arman y se desarman con la facilidad de un juego de cartas. Y ese es el tono justo de la película: una mezcla de añoranza con recelo hacia una época que lo dio todo y se hundió como un Titanic. La película se disfruta como un buen whisky hasta el momento en que el trago se acaba. Porque como dice Bobby: “la vida es una comedia escrita por un sádico”.
Sabor amargo Woody Allen nos tiene acostumbrados a una desencantada visión del mundo en sus películas. Una mirada de autor con la cual expresa sus obsesiones personales, que tiene al amor, al matrimonio, al judaísmo y a la muerte entre sus temas predilectos. En su última película logra conjugar todos sus dilemas existenciales a través de un espacio y un tiempo determinado. Si, Café Society (2016) es una película tanguera. Estamos en el Hollywood de los años treinta y el joven neoyorkino Bobby Dorfman (Jesse Eisenberg), de familia judía, consigue un puesto de trabajo menor en el mundo del cine gracias a su tío Phil (Steve Carell), magnate de la industria cinematográfica. Vonnie (Kristen Stewart), la secretaria del hombre que lo apadrina, pasa tiempo con él mientras le muestra la ciudad. El inevitable romance surge entre ambos pero rápidamente se interrumpe. El tiempo pasa y Bobby regresa a su Nueva York natal a gerenciar el bar de su hermano gángster Ben (Corel Stoll) y se convierte en un hombre de negocios rehaciendo su vida aunque no con la plenitud esperada. La historia y sus vicisitudes son narradas con la apariencia de una comedia romántica como sucedía con Hombre irracional (Irracional men, 2015), aunque al igual que en aquella película, bajo ese manto estéticamente bello, se esconde el pesimismo acerca de las relaciones humanas condenadas a la infelicidad. Tenemos por un lado el Hollywood de los años treinta (con múltiples referencias a las estrellas y films del momento), y por el otro a la Nueva York de años posteriores en donde se halla el bar en cuestión, el cual Woody Allen utiliza como micro universo para establecer su mirada cínica del mundo. Allí deambulan políticos junto con gángsters, maridos con sus amantes y amigos por conveniencia, bajo la mística música de jazz -ideal para expresar la belleza del momento y la añoranza del pasado perdido. Una visión bastante oscura sobre el éxito (y mediante éste, del poder) a partir de extorsión, mentiras y sangre. Las bases de un sueño americano ficticio e irreal, donde nadie está libre de pecado. Algunos de los hechos que parecen transcurrir en un segundo plano pero que “hablan” de la configuración de la sociedad según Allen, son el accionar violento del hermano gángster, que termina siendo funcional a la familia, o la postura social no tenida en cuenta de Leonard (Stephen Kunken), marido culto e intelectual de la tía de Bobby. No dejamos de pasar un momento agradable en la película por esto, siempre con el encanto del director en su modo de narrar aunque el resultado deje un sabor amargo. Ahí radica su genialidad, nos presenta la información de una forma placentera y, con pequeñas pinceladas, nos adentra en su agridulce visión del mundo. Café Society es la película más personal de Woody Allen en años, para establecer a través de un tiempo pasado y un espacio particular, su mirada acerca del mundo.
Una pequeña historia de amor "Café Society" es una película con ciento por ciento del ADN de Woody Allen. Allí están Nueva York, su nostalgia por el pasado, en este caso el Hollywood de los años 30; el jazz, sus chistes judíos (por momentos de gusto dudoso: "Tengo un hijo muerto, y además católico. No sé qué es peor", aunque en este filme el humor casi no existe o parece forzado), sus digresiones filosóficas, su cita a la izquierda bienpensante -que ahora muestra con mordacidad-, sus diferencias de clase, su elenco de actores blancos con personajes heterosexuales (sólo aparece 15 segundos una latina haciendo de mucama y la película hace una alusión a la prostitución de una aspirante a actriz). El filme es también un ejercicio extraordinario de iluminación, responsabilidad de Vittorio Storaro y una magnífica demostración de producción, del diseño de arte, escenografía y vestuario. La narración es sólida y fluida; la trama y las subtramas tienen una estructura ingeniosa que no deja decaer el interés por el destino de los personajes y su historia de amor. "La vida es una comedia, pero escrita por un cómico sádico", dice uno de ellos, lo que resume la línea y el tono general del relato sobre un joven de una familia pobre judía que se muda de Nueva York a Hollywood para probar mejor suerte. Todo ese esfuerzo encuentra el punto más flojo en el trabajo de los protagonistas, Jesse Eisenberg, que parece imitar a Allen, y la bella pero inexpresiva Kristen Stewart.
La política de los actores Hollywood, los años treinta, las estrellas, el glamour, la luz dorada, las grandes mansiones, el sueño americano. El joven Bobby llama a la puerta de su tío, un influyente agente de Hollywood en la cima de la efervescencia, para pedirle trabajo y al mismo tiempo escapar de su destino en Nueva York. A partir de esta premisa, el guion imagina, sin mucha convicción, un triángulo amoroso entre Bobby, el tío y su secretaria. Los malentendidos sentimentales en un ambiente de trabajo recuerdan a la típica comedia screwball de esa época. Café Society pretende invocar las emociones de aquel cine con un diseño ampuloso, bellos vestidos y pequeñas melodías de jazz, pero solo consigue un producto tan brillante como insípido. El contexto de la película parece anecdótico, la historia se reduce a lugares comunes predecibles y a un largo desfile de nombres (desde Ginger Rogers a Howard Hawks, pasando por Valentino, Gary Cooper o Judy Garland) pronunciados para darle credibilidad al personaje que interpreta Steve Carell. Los grandes cineastas encuentran el personaje en el actor, en lugar de imponerlo desde el exterior. Aunque la película los nombre como Bobby y Vonnie, vemos en la pantalla a Jesse Eisenberg y a Kristen Stewart, así como es imposible no ver en Bobby un alter ego de Allen. En Café Society, los actores lucen prisioneros de un guion típico del director, que muestra poco interés por los que no son Bobby/Woody. Eisenberg logra imitar algunos gestos de Allen y al mismo tiempo apropiarse del personaje: sus tics personales funcionan como una suerte de melancolía introspectiva por su fracaso en el amor. En cambio, la natural presencia cinematográfica de Kristen Stewart fluye mientras debe ocultar su dilema, pero cuando decide casarse con su jefe, la elección sentimental parece forzada desde el guion. La escritura de Allen es cada vez más perezosa: Vonnie era un personaje mucho más interesante que el que actúa Stewart. Peor aún, el narrador (el propio Allen) la describe como una mujer sin complicaciones, mientras que los sentimientos de Stewart parecen bastante difíciles de desentrañar. El director utiliza el cine clásico como una forma de recordar cierta frescura propia. Los actores contemporáneos recrean aquel imaginario pero nunca se convierten en verdaderos personajes. La fotogenia se pierde en un vestuario recargado. La notable paleta plástica de Vittorio Storarole aporta elegancia a una película mecánica, encorsetada y sin sorpresas, que solo respira en los encuentros, los paseos y las conversaciones entre Jesse Eisenberg y Kristen Stewart.
Café con scones. En los ’70 era seguido por jóvenes con ansiedades intelectuales, que encontraban en sus ironías de monologuista inspirado y sus personajes agitados e informales algo del espíritu inconformista de la época, mientras espectadores conservadores lo ojeaban con desconfianza. Curiosamente, tras un período de transición con homenajes y tragicomedias que conservaban todavía algo de filo (Zelig, Broadway Danny Rose, Hannah y sus hermanas, Crímenes y pecados), Woody Allen (1935, New York, EEUU) empezó a encontrar su público en quienes antes lo desechaban: desde Match Point (2005) en adelante, sus paseos por Europa y regodeo con ambientes glamorosos fueron convirtiendo a su cine en presa codiciada por buscadores de entretenimientos confortables. ¿Está mal que así sea? A veces pareciera que jóvenes freaks que se regocijan con exponentes del cine clase B son más dignos que damas acicaladas que disfrutan de películas sin sobresaltos. En realidad, lo que debería importar es la calidad de la obra, más allá de su carácter amable o revulsivo. En este sentido, el Allen aburguesado de estos tiempos ofrece una suerte de paradoja: sus primeras películas no tienen la solidez formal de las últimas, pero, al mismo tiempo, no había en ellas ciertas dosis de solemnidad y prudencia que sobrevuelan ahora. Café Society transcurre en la ciudad de Los Ángeles en los años ’30 y se interna en el mundo del cine a través de un simpático personaje: el joven sobrino de un poderoso productor de Hollywood, a quien le pide trabajo. La película comienza ágilmente, con el gracioso encuentro del muchacho con una prostituta inexperta, sus dificultades para ser tenido en cuenta por el atareado tío y el progresivo amorío con la secretaria de éste. Distraídamente se desprenden de los diálogos razonamientos capciosos (“Un amor no correspondido produce más muertes que algunas enfermedades”, “Hay que vivir cada día como si fuera el último, porque algún día lo será”), en tanto breves secuencias, como las de la playa, revelan la madurez del director para encuadrar y dirigir a los actores, con el marco de los cálidos colores provistos por Vittorio Storaro. Pero pronto el film empieza a tornarse un melodrama inofensivo, con una historia romántica que no depara demasiadas sorpresas, contratiempos por un crimen y referencias a Hollywood dichas en voz alta y al boleo. Jesse Eisenberg y Kristen Stewart se desenvuelven con vivacidad pero sin dejar de ser un poco ellos mismos con ropas de época: el entusiasmo con el que algunos han visto allí ecos de míticas figuras del cine clásico parece desmedido. La historia de amor que surge entre Eisenberg y la rubia Blake Lavely –de madura belleza– no resulta creíble, y no faltan simplones estereotipos (la grotesca madre judía, el tío mafioso fumando con pose de bravucón). Tal vez haya algo del propio Allen en el final mismo (notable, bien resuelto) de Café Society, cuando el protagonista parece tomar conciencia de la frescura que alentaba su pasión juvenil, mientras éxito y dinero parecen rodearlo. Por Fernando G. Varea
CLÁSICO PERO NO OXIDADO Una vez al año Woody Allen abre el cajón en el que guarda las cosas que escribe, elige una, la pule o la termina de reescribir, manda a hacer las copias necesarias y le dice a sus encargados de casting que llamen a los actores que tiene en la cabeza para la historia elegida y los cita para empezar a trabajar. Una vez al año aplica todo lo que aprendió de hacer de cine y cuenta una de sus historias de manera artesanal en el medio de una industria cada vez más mecánica. Allen consigue agrupar grandes elencos y mezcla en ellos actores de moda con otros que no lo son tanto. Lo que se sabe es que hasta los más caros están dispuestos a bajar sus pretensiones si es necesario para estar en una de sus películas. Una vez al año se estrena una de esas pequeñas gemas que el ya anciano director filma con sabiduría y mientras los cinéfilos y los críticos y los seguidores, del mas neoyorquino de los directores, discute si la nueva películas está o no a la altura de Manhattan o de Annie Hall. Café Society se llama lo nuevo de Woody Allen y lo muestra como un director sensible, clásico, relajado y dispuesto a visitar sus obsesiones para ponerlas en pantalla con gracia, buen ritmo y bastante desparpajo. Jerry Elsenber y Steve Carrel se lucen los personajes centrales masculinos pero como suele suceder en las películas de WoodyAllen, son las mujeres el motor y el centro la historia. En este caso se trata de Kristen Stewart, la mujer a la que el director le da el centro de todo y no se equivoca, la cámara ama a Kristen y en este caso en especial la hace brillar. Es para celebrar que Woody haya llamado nuevamente a Parker Posey, que había participado del elenco de su película anterior. Un joven de New York, Bobby (Elensberg) va a Hollywood a probar suerte y allá entre otras cosas se conecta con su tío, Phil (Steve Carrell) que es un representante de actores que conocen todos y que se pasa el tiempo de reunión en reunión. El joven se enamora de la amante de su tío y el viaje a Hollywood termina un poco abruptamente. Una vez de vuelta en Los Ángeles, Bobby se instala de nuevo en Los Ángeles y parece aplicar todo lo que aprendió en su viaje a la costa Este y crece como dueño de un club nocturno que se vuelve un verdadero éxito. En este viaje de una costa a la otra y de un mundo a otro Allen se apoya para desarrollar una mirada sobre el mundo donde se entremezclan desde posiciones filosóficas hasta la mafia. Todo teñido de cierta melancolía. La vida la muerte, el sentido religioso, la filosofía, la conciencia de que hay cosas en la vida que no cambian y la convicción de que el corazón es un músculo demasiado elástico. Ojalá podamos disfrutar más del trabajo de hormiga que WoodyAllen hace dentro del espectáculo y que podamos seguir discutiendo si sus películas está a la altura de obra pasada aunque quizás haya llegado el momento de no discutirlo más y disfrutar de un director que ya nos ha demostrado madurez y a la vez sentido del riesgo. CAFÉ SOCIETY Café Society. Estados Unidos,2016. Guión y dirección: Woody Allen. Intérpretes: Jesse Eisenberg, Kristen Stewart, Steve Carell, Blake Lively, Corey Stoll y Parker Posey. Fotografía: Vittorio Storaro. Edición: Alisa Lepselter. Diseño de producción: Santo Loquasto. Duración: 96 minutos.
Un Woody Allen pasable pero no exento de baches. Otro año pasa y otro año que nos llega lo nuevo de Woody Allen. Con el Jazz, Nueva York, Hollywood y una historia de amor delante de todo, llegó a las salas Café Society. Con el agregado de que se trata del primer film del legendario director rodado íntegramente en digital. Cuadrángulo Hollywoodense: Corren los años 30 y Bobby Dorfman viaja de Nueva York a Hollywood porque desea formar parte del mundo del cine, y cree que su Tío Phil, un agente que representa a sendas estrellas de Hollywood, puede ayudarlo a conseguir esa meta, pero las cosas se complicarán cuando se enamore de Vonnie, la secretaria de Phil, pues Bobby no sabe que ella resulta ser también su amante. El guion esta moderadamente bien estructurado, con algunas escenas de comedia bien logradas (en particular la del encuentro del protagonista con una prostituta debutante), y se vale de algunos tics de guion interesantes tales como la utilización de recursos visuales para accionar los giros de la trama, asi como de administrar sabiamente la información que saben los personajes y la que sólo sabe el espectador. Pero, como un todo, debe decirse que tiene un problema de desarrollo que llama la atención: a mitad de película, se abandona súbitamente el conflicto principal, no se lo toca durante 20 o 30 minutos, y la narración se lo saca de la galera en el tercer acto para cerrar una historia cuyo rumbo se perdió. Lo ocurrido en esos 20 o 30 minutos si bien contribuyen al crecimiento del personaje, contribuyen muy escasamente al conflicto esencial de la película como un todo. En materia técnica, Allen sale más que airoso de su primer desafío digital, ya que la fotografía de Vittorio Storaro es magistral por su uso de los colores y los chiaroscuros que son una marca registrada de su estilo desde Apocalypse Now. Es más, su estilo es mucho más apreciable cuando se pone al servicio de un estilo de rodaje que no depende de tantas puestas de cámara como es el de Woody Allen. Aparte cabe aclarar que todo esto es complementado por una dirección de arte que refleja con un gran nivel de detalle (en textura, color y diseño) el Hollywood y el Nueva York de los años 30 y 40s En lo que a las actuaciones refiere, Jesse Eisenberg es modesto, pero se esfuerza demasiado en parecerse a Allen. Kristen Stewart, aun en las manos de un director ganador del Oscar, sigue siendo Poker Face. Steve Carell y Corey Stoll los únicos destacables, y de paso cañazo pregunto ¿Alguien más se avivó que quien hace de la mujer de Carell es Sheryl Lee (Laura Palmer de Twin Peaks)? Conclusión: Aunque dueña de una riqueza visual incuestionable, Café Society termina siendo una película apenas pasable, gracias a un guion que abandona su conflicto a mitad de camino y un ensamble actoral donde no todos destacan. Sólo para los incondicionales que siguen año a año la filmografía de Woody Allen.
Woody Allen tiene su Lobo de Wall Street. Café Society es la historia de Bobby (Eisenberg), otro alter ego de Allen: un judío de Brooklyn que viaja a Los Ángeles en los años 30 para probar suerte en la industria del cine. La idea de Bobby es conseguir el padrinazgo de su tío Phil (Steve Carell), un exitoso representante de actores. Una vez en LA, deberá lidiar con el ego de Phil y con una inesperada rivalidad amorosa en torno a la bella Vonnie (Kristen Stewart), mientras su hermano Ben (Corey Stoll) se enriquece gracias a la mafia y fundará el cabaret que da título al film. ¿Qué conviene más? ¿Ser un mafioso de Broadway o un entrepreneur de Hollywood? Allen retorna a algunos de sus tópicos: la atmósfera jazzy, NYC versus LA; pros y contras de ser judío; enriquecimiento bajo cualquier término. Si la gracia del estereotipo es uno de sus fuertes, aquí aparece de un modo desparejo. Quizá lo mejor del film sea la dirección artística de Vittorio Storaro, el primero en introducir fílmico digital en la filmografía de Allen. Storaro estiliza los momentos más rutilantes, haciendo énfasis en el glamour de la época. Las escenas en el café tienen una dinámica cautivante, de la que el director parecía haberse olvidado. Los diálogos, en comparación, resultan rudimentarios. Ben dice que va a arreglar los problemas de un familiar, al modo de Vito Corleone, pero sigue una secuencia que vuelve al diálogo redundante. Igualmente exigido resulta el problemático trío de pasiones entre tío, sobrino y Vonnie. Allen dista de ser ampuloso, pero deja las cosas en claro. Pese a esos excesos (de fábrica), Café Society tiene un ritmo atractivo y todas las marcas de estilo que dejarán satisfechos a los fans del director de Manhattan.
¿Qué sería del mundo cinematográfico sin Woody Allen? Seguramente un lugar más triste y menos pintoresco. “Café Society” es una de esas películas que lamentablemente no se hacen muy seguido, un drama romántico con toques de comedia que absorbe al espectador y lo traslada a un maravilloso, y algo pesimista, universo.
"Café Society, otro viaje woody-allenesco hacia un pasado nostálgico" El film Café Society (2016), escrito y dirigido por Woody Allen, propone un viaje nostálgico a los Estados Unidos de los años 30 embebido en el jazz y el cine clásico. No obstante, el relato será mucho más que eso, también nos recordará lo inigualable del primer amor. Por Denise Pieniazek La última película del reconocido Woody Allen,Café Society (2016) está ambientada en el Estados Unidos de los años´30 y narra el encuentro amoroso entre un joven neoyorquino Bobby Dorfman (Jesse Eisenberg) y Vonnie (Kristen Stewart), una joven nada inocente. El encuentro tiene lugar en la impactante California -sede dorada de los estudios de cine-, a la cual se ha mudado Bobby para pedirle trabajo a su tío Phil Stern (Steve Carrel), un prestigioso productor de dicha industria. Woody Allen utiliza su voz en off para ser el mediador del relato, como un gran demiurgo de ese universo diegético. Es interesante hacer un paralelismo entre Allen y Bobby, ya que es posible que éste último funcione como alter-ego del creador, incluso la postura corporal del personaje de Bobby remite al tono corporal de Woody. Ambos son de origen judío y neoyorquino, y gustan de la música del jazz. Jesse Eisenberg, cuya interpretación es acertada aunque suele repetir ciertos tics que posee usualmente, posee algo de torpe pero inteligente muy similar a Allen cuando actúa. Podría decirse que Eisenberg es como un “mini Woody” sobre todo al decir: “La vida es una comedia, escrita por un cómico sádico”. Bobby es un joven muy apegado su familia, la cual está compuesta por sus padres, su hermana (la cual ya ha formado una familia) y su hermano mayor un gánster, que es el mecenas económico de todos. Como es habitual en el director, la familia Dorfman posee elementos característicos judíos -que Allen sabe explorar muy bien a través de la comicidad y el sarcasmo- y otros que los hacen personajes únicos. Para reforzar esta idea es un estilema del director la presentación en paralelo de los diversos y múltiples personajes. En relación a dicho aspecto, la presencia de la familia judía y el mundo de los gánsteres en New York, es muy interesante puesto que expone la multiplicidad cultural de la ciudad de aquellos años compuesta principalmente por italianos, judíos, irlandeses y afroamericanos, entre otros. Esta observación puede ser acentuada por el tratamiento que Allen le da a los clubes. En el “Café Society” un lugar elegante y de élite los músicos que tocan jazz son blancos, mientras que en los clubes “under” el jazz es tocado por negros. Retomando la caracterización de los protagonistas, en cuanto a Vonnie es una joven muy independiente que ha pasado de un pueblo a la gran ciudad, pero sin embargo no se ve deslumbrada por ella. A diferencia de lo que sucedía en las películas de cine clásico donde las jóvenes eran corrompidas por ese nuevo mundo cosmopolita. Sin embargo, Vonnie es muy audaz, puede conquistar a un joven ingenuo como Bobby o a un hombre mayor como Phil. No es casual, en dicho sentido, que su actriz favorita sea una femme fatale como Barbara Stanwyck. Así como tampoco es casual que el actor preferido de Phil Stern sea icono de masculinidad y romanticismo como Rudolph Valentino. Aquí aparece otro tópico frecuente en la filmografía de Allen: el romance entre una mujer muy joven y un hombre mayor, muchas veces comprometido tal como sucede en esta ocasión casado. Este triángulo amoroso entre Bobby-Vonnie-Phil, y sus respectivos enredos permiten vincular al film con el género clásico de la screwball-comedy. “Cafe Society” es el nombre de un club que da vida nocturna y elegante a la Nueva York de aquellos años, en el cual Bobby es “dueño y señor”. En Cafe Society es fundamental la mirada nostálgica e idealizada del pasado, que también trabajaba el director en películas como La Rosa Púrpura del Cairo (1985), Días de radio (1987) y Medianoche en París (2011). En dicha película hay una idealización constante a la época de oro del cine clásico de Hollywood. Algo que también está presente en otro largometraje estrenado este año; ¡Salve, César! (2016) de los hermanos Coen, pero ellos lo hacían ese homenaje en forma de parodia afectuosa. Cafe Society es una película entretenida y entrañable, si bien no es lo mejor de Allen, tampoco pertenece a esa pequeña porción de su filmografía poco lograda. Es un gran film que merece ser visto, ya que su creador entiende lo que entendían los hacedores del cine clásico norteamericano que él tanto admira: lo fundamental del guión y sus diálogos. Woody sabe otorgarle realismo a sus diálogos y profundidad psicológica a sus personajes. Cafe Society tiene la audacia de evitar el happy-end y a pesar de ello dejar satisfecho al espectador, con la nostalgia de la intensidad del primer amor.
Vigencia de un grande del cine, que como viejo zorro “lo hizo de nuevo” Habremos de admitir un lujo en la asignación de películas esta semana en contrapartida de la anterior. Nobleza obliga, el editor se reivindicó. Debemos estar en un punto de la historia de la cinematografía mundial en el cual hay que aceptar la repetición de los títulos, como una forma de explicar las sensaciones producidas por algunos artistas contemporáneos. Si eso implica titular este comentario (nuevamente) con “Woody Allen lo hizo de nuevo”, es porque efectivamente eso es lo que ocurre cada vez que estrena una realización.. El neoyorkino hace anualmente como mínimo una película con sus ochenta y pico de años. Más cantidad que Clint Eastwood que ostenta una edad parecida y filma como los dioses. ¿Hace falta intelectualizar todo lo que hace? ¿Cuán revelador resulta decir que este no es el Woody Allen de “Manhattan” (1979)? ¿Se aplicaba el mismo criterio en todas las décadas (para ponderar o defenestrar su cine)? O sea. ¿Cuándo estrenó “Interiores” (1978) se dijo que no es el Woody Allen de “Robó, huyó y lo pescaron” (1969)? Cuando “Crímenes y pecados” (1989) vio la luz, ¿se protestó por no ser el mismo delirante responsable de “Bananas” (1971)? Es más, “Sombras y nieblas” (1991), su homenaje al expresionismo alemán, qué sería? ¿Un error de concepto comparado con “Días de radio” (1987)? Quien escribe estas palabras se conectó por primera vez con el artista con varios VHS, antes de concurrir a verlo por decisión propia al cine cuando se estrenó “Hanna y sus hermanas” en 1986. Tenía 13 años y requirió un guiño al acomodador del Gran Splendid, ya que era “Apta para mayores de 16 años”. Desde entonces (30 años ya) no se perdió ninguna, e hizo el camino inverso cada vez que se editaba algo de su filmografía anterior. No se puede sino rendir tributo a alguien que, ante todo, cuenta una historia, y la cuenta bien. Con una alta dosis de profundidad, ya sea en el texto o en la propuesta, porque en los dos casos, el cine de Woody Allen resulta evocador. De épocas, de situaciones familiares, de la historia, lo que sea, pero evocador al fin. Como si hacer de bufón en el siglo XVII, o en el futuro, estuviese teñido de la misma idea, no importa la época, ni las clases sociales, ni la coyuntura política, la gente sigue teniendo los mismo kilombos irresolutos de siempre: sueños por cumplir, realidades atosigantes, y en el medio un par de anécdotas amorosas. Punto. Por eso, ver esta carta de amor al Hollywood de la década del 30 tiene la misma intención que la escrita a Roma en “A Roma con amor” (2012), “Medianoche en París” (2011), o a Broadway en “Broadway Danny Rose” (1984). “Café Society” es precisamente eso, un recorrido por nombres ilustres que alguna vez formaron el universo del cine tal cual lo conocemos hoy, como consecuencia de esos tiempos. Bobby (Jesse Eisemberg) es un capullo recién salido al sol de Brooklyn, pero el guión lo lleva a Hollywood a probar suerte con la ventaja (o no tanto, hay que ver) de tener una suerte de padrino que lo pone bajo su ala, Phil (Steve Carrell), quien a su vez también tiene la idea de escaparse de su rutina fantaseando con su secretaria Vonnie (Kristen Stewart). En este triángulo de personas, con anhelos y frustraciones, estará puesto el foco alrededor del cual giran todas las historias posibles. Entonces habrá que ser un fanático de la historia del cine porque, como si fuese un émulo de “Odol Pregunta”, hay un juego de nombres y hechos que, además de funcionar cual símbolo de añoranza, sirven para contextualizar al personaje en su pequeño objetivo de salir adelante en una época por cierto durísima en la historia de Estados Unidos. Es el viejo Woody, de manera tal que su relación con la industria siempre va a estar mejor criticada a través de su cine que de sus declaraciones a la prensa, lo cual también es una marca registrada. En todo caso, es de remarcar un extraño pie en el freno del ritmo narrativo en los 40 minutos finales. Incluso la narración parece más leída del guión que sentida desde el personaje. Vittorio Storaro es el director de fotografía. ¿Hace falta aclarar algo? Ya no importa lo que éste genio quiera contar, ni tampoco la dosis autorreferencial, estamos frente a la vigencia de un grande que ya es el autor de algunas de las más importantes obras del cine de todos los tiempos. Este es el momento para disfrutar de las ocurrencias de un viejo bien zorro, que se ufana de esto último, para compartir un rato de buen cine.
Los reflejos que dibuja el agua Los años 30 y Hollywood como telón de fondo para el melodrama. Contrapunto estético, miserias escondidas, mentiras del glamour. La primera película de Allen y el legendario Vittorio Storaro. La puesta en escena de Woody Allen es tan afilada, que basta la primera de las imágenes de Café Society para adentrarse en su planteo temático/estético/moral: se trata de una fiesta en una gran mansión, con mucha gente ordenadamente reunida, alrededor de la piscina. La cámara ingresa desde un travelling que invita al espectador. Por una parte, la inserción espacial de narrativa clásica, desde el plano general al más particular, sin cortes. Por el otro, el desdoblamiento que el agua espeja, en donde nadie se baña, sólo un adorno fastuoso más de la comuna hollywoodense. Hasta arribar al punto de encuentro que supone Phil Stern (Steve Carrell), el agente de las estrellas rutilantes del Hollywood de los años '30. Un comienzo similar, en clave negra, proponía El ocaso de una vida (1950), una de las obras maestras de Billy Wilder y del cine: el travelling inicia mirando el asfalto, contracara de las palmeras y el glamour del título original (Sunset Boulevard), hasta culminar en la piscina de la gran mansión, símbolo de la cima hollywoodense. Pero allí hay un cadáver. Que flota y que habla. En aquel film, la voz protagonista era de un guionista, en Café Society es la voz del propio Allen -guionista, al fin y al cabo- la que acompaña la acción e introduce en el asunto: se trata de una familia judía con residencia en Nueva York, y un pariente de éxito que vive en Los Angeles. Hacia allá se dirige entonces Bobby (Jesse Eisenberg), con la esperanza puesta en trabajar para su tío. Si el agua de la piscina desdobla, Allen lo acentúa a partir del corte de montaje: el origen del llamado que perturba la placidez de Stern no proviene de ninguna luminaria ni estudio de cine, sino de su hermana neoyorkina Rose (una espléndida Jeannie Berlin), de vida en casita de barrio, austera y apegada a las tradiciones judías. De esta manera, el contrapunto abre el camino hacia ese costado del que es parte también el hombre de Hollywood, en una familia donde no faltan el hijo gangster (Corey Stoll) y el yerno comunista (Stephen Kunken). El doblez habrá de marcar a todos los personajes, a la manera de un marco conceptual donde hacer caber los contrastes familiares y afectivos. Café Society logra, de este modo, conciliar las preocupaciones de su director con un rasgo que la emparenta con la vertiente del mejor cine norteamericano, capaz de indagar en el cieno social, entre miserias y subterfugios que validan espacios de poder y -ya que de esto se trata- de cine. Al respecto, el mundo fascinante del que se rodea Phil Stern permanecerá siempre fuera de campo, como una invocación con la que el film de Allen quiere convivir, pero a distancia prudente; aspecto que diferencia a Café Society de Medianoche en París, en donde el viaje en el tiempo se permitía la interacción con los personajes del mundo extraordinario de los años '20. El pulso de Café Society estará puesto en el idilio melodramático entre Bobby y Vonnie (Kristen Stewart), la secretaria del tío de Hollywood. Puesto que se trata de un melodrama, la pulsión que les requiere también les separa; movimiento que repercutirá en profundizar la diáspora aparente que ya significaba la apertura del film. Lo que ocurre entre los dos es medular, no pueden ser uno sin el otro, pero sin embargo sus decisiones habrán de profundizar la distancia, para hacer de Nueva York y Hollywood el escenario dual que el agua de la piscina señalaba. En esta línea es cómo se entienden las elecciones de Vonnie y de Bobby, cuyos nombres señalan también fonéticas similares. Y cómo, a su vez, los comportamientos de quienes ocupen los lugares de parejas suplentes, seguramente conscientes de hasta dónde tensar el hilo de la verdad. Es por esto que la localización del film en pleno Hollywood años '30, constituye un homenaje al cine y su gran pantalla, depositaria de los deseos de sus espectadores, con los cuales modelar películas que sirvan a la catarsis y, de paso, ayudaran a paliar el clima de angustia económica de aquellos años. Tal como sucedía en La rosa púrpura del Cairo. Allí había aventuras exóticas, pero acá sucede algo ligado a la intriga y los secretos, tal como lo corrobora la elección de marquesina que Allen se permite con La mujer de rojo (1935), con Barbara Stanwyck enredada en un asesinato, que Bobby y Vonnie concurren a ver alegremente. Es menester distinguir que lo predicho tiene en el hacer fotográfico de Vittorio Storaro uno de sus bastiones. La tarea del maestro italiano es de un deleite tal, que obliga a rever el film, dado el apego a los colores suaves, la atención a las diferentes temperaturas del día, y la elección de la luz de vela con la que rubricar el cortejo entre los enamorados. Así como el paseo por Central Park -difícil no pensar en Brindis al amor, de Vincente Minnelli-, los momentos "gangster" (con ejecuciones y cemento), y la luz dividida dentro del mismo encuadre: capaz de provocar el montaje paralelo en el mismo plano, así como el maestro lo hiciera en Golpe al corazón, la película maldita de Coppola. En suma, Café Society continúa el periplo admirable de Woody Allen. Con algún momento introspectivo admirable: "¿Por qué, por qué luego de tanto rezar, nunca me respondiste?", dice el marido agnóstico. Y la esposa: "No responder, ya es una respuesta".
UN AMOR TRISTE Triste, romántica, sencilla, demasiado leve pero a veces encantadora. Woody Allen lo hizo otra vez. Retorna al Hollywood de los 30 para decirnos que al final el amor tiene tanta consistencia como esas falsas burbujas de un mundo del cine hecho de sueños. Nos trae a un muchacho neoyorkino que va allí a trabajar con su tío, un exitoso representante de artistas. Y que se enamorará de la amante de su tío. Y será esa confrontación (entre New York y Los Angeles, alegorías de realidad y ficción) la que mostrará que al final todo es artificioso y que, como parte de ese gran sueño, está el amor, esa burbuja que a veces nos une y a veces nos separa. Sencilla en su apariencia formal, pero rica en sus entrelíneas. Tiene una sobresaliente Kristen Stewart, una claridad narrativa que es marca de fábrica y la voz de Woody comentando lo que va sucediendo, como para subrayar que todo es un cuento, pero un cuento cierto. El plano final es magnífico: se ve a los amantes pensativos, tristes y a miles de kilómetros, mientras, a su alrededor, el brindis y la alegría del fin de año se vive como otro sueño imposible
Woody Allen no es un cineasta: es un recurso natural. En ocasiones, esa mina casi constante nos depara algún diamante -el último fue Blue Jasmine- y, en otras, algún canto demasiado rodado (seamos piadosos). Café... es una aleación bastante consistente de metales nobles y bajos, que narra las aventuras intelectuales de un joven (Jesse Eisenberg, el mejor alter ego que Woody encontró en estos años) entre el glamoroso Hollywood y el intelectual Nueva York de los años treinta. El personaje además tiene un romance con una perfecta Kristen Stewart (la dupla Eisenberg-Stewart hace años que funciona muy bien, su química es de acero inoxidable: vean Adventureland) que agrega una sensualidad calmada y perfecta. Claro que el film, amable y feliz, no es de oro puro: Allen elige el sarcasmo, a veces, en lugares donde no corresponde. Es un problema menor en cierto sentido, que no disminuye demasiado los momentos de placer de la película. Es un poco más molesta, de todos modos, la voz en off del propio Allen incorporando un punto de vista que, más que llevar la trama, termina dándole una dirección demasiado definida. Es un recurso que el hombre ha utilizado en muchas otras ocasiones (quizás el mejor resultado lo obtuvo en Días de radio, film notable pero pocas veces subrayado como se merece). Es evidente que Allen, hoy, reflexiona sobre el tiempo, el ayer y los recuerdos, y cree en algo así como una edad de plata que, con sus bemoles, sigue siendo fascinante. Esa fascinación, transmitida con alma, otorga belleza al engarce.
Algunos sentimientos nunca cambian Woody Allen ya se había metido con la década del ‘30 no hace tanto: con la celebrada “Medianoche en París” y con “Magia a la luz de la Luna” (en realidad ambientada en el ‘28), pero esos acercamientos tenían que ver con una Europa de entreguerras, años de libertad en los cabarets y en las mansiones de la alta sociedad. En “Café Society”, Allen vuelve a trasladar la acción a Estados Unidos (lo había hecho en “Triste y melancólico” del ‘99, en los años aciagos antes del “renacimiento” con “Match Point”), a caballo entre la Los Ángeles de la era dorada de Hollywood y su studio system, y su infaltable Nueva York. En realidad podríamos decir que son dos películas en una, y que cada ciudad es el eje de cada tramo en la vida de Bobby Dorfman, cada uno con su tono particular. Todo para narrar una historia que apela tanto a la comedia (de a pinceladas precisas), el culebrón (el triángulo amoroso, los que no saben y los que se dan cuenta) con elementos de la novela de educación sentimental dieciochesca (la experiencia que marca a fuego una subjetividad) y alguna referencia a “El gran Gatsby” (el muchacho que se abre paso en la gran sociedad y logra algún éxito, al costo de la derrota afectiva). El cruce también es de clase, entre la experiencia proletaria de su niñez y la bohemia burguesa de artistas y farsantes que ha sabido retratar como nadie en su obra (especialmente en el tramo de madurez). Iniciaciones Bobby Dorman es un muchacho judío de Nueva York, en la época en que Allen nació (es del ‘35), así que el realizador puede contar algo de lo que alcanzó a percibir en su infancia (como Borges con los malevos que habían desaparecido años atrás): aquellas familias judías que se repartían entre una clase trabajadora y esforzada y algunos muchachos que vieron la salida en el ambiente de las calles, junto a otros muchachones italianos e irlandeses. Menor de tres hermanos (un pandillero digno de Scorsese y una maestra casada con un intelectual comunista), Bobby sueña otra cosa, y la factoría de sueños por aquel entonces era Hollywood, en una época en que Greta Garbo y Errol Flynn todavía se codeaban con Hedi Lamarr y Barbara Stanwyck (claramente estamos en el ‘35, el año de estreno de “Woman in Red”). Así que se va a la costa californiana para emplearse con su tío materno Phil Stern, agente de estrellas de cine, quien se compromete finalmente a ocuparse de él. A cargo de su ambientación queda Vonnie (Veronica), secretaria de Phil, de quien el muchacho se enamora al instante, a pesar de que ella está con otro. No contaremos mucho de esa parte aquí, pero sí diremos algo de los largos años en el medio, las vidas separadas, la despampanante mujer ideal (también llamada Veronica) que llega a la vida de Bobby (devenido en gerente de un club nocturno financiado por su hermano Ben) para hacer una vida con él, nunca suficiente para llenar el vacío. Atmósferas “Algunos sentimientos nunca cambian”, le dice Bobby a Vonnie a la vuelta de los años, en un diálogo hermano del “siempre nos quedará París” de “Casablanca”, en un filme lleno de diálogos propios del cine clásico estadounidense. Y no es el único elemento clásico que aflora: la reconstrucción de época es impresionante, a pesar de que Allen evita mostrar estudios y decorados, el lado “duro” de la industria, como hicieron los Coen en “¡Salve, César!”: prefiere recorrer el reverso, el mundo de las cócteles en Beverly Hills, con ejecutivos tomando champagne en copas Pompadour a la vera de una piscina, en mansiones de ensueño (la fotografía de Vittorio Storaro las hace lucir, como lo hace también en las conversaciones a la luz de una vela); pero también el Alí Babá Motel donde se aloja el protagonista, una estética que el espectador avezado reconocerá cercano al departamento de Betty en “Mullholland Drive” de David Lynch (que a su vez jugaba con el homenaje, desde el mismo título, a “Sunset Boulevard” de Billy Wilder). Allen nos tiene acostumbrado a que suene smooth jazz, dixieland, ragtime o manouche cuando vemos esos parcos créditos de apertura en tipografía Windsor, blancos sobre negro. Pero cuando puede tematiza al jazz: si en “Triste y melancólico” Django Reinhardt era la figura a admirar, y en “Magia a la luz de la Luna” se homenajeaba a las canciones de Bertolt Brecht y Kurt Weill (con Ute Lemper como cantante), acá hay un homenaje a las canciones de amor desolado de Rodgers y Hart (“finalmente Rodgers y Hart tenían razón”, se dice por ahí), que aparecen tanto en “selectas grabaciones” como interpretadas por la orquesta del club Les Tropiques con su cantante al estilo Anita O'Day: épocas del jazz llenas de inocencia y anteriores a ciertos desatinos que hoy se engloban bajo esas cuatro letras. Por supuesto, también está el jazz instrumental de los pequeños boliches neoyorquinos, en tanto venos en el protagonista un alter ego del realizador. Alquimia Porque justamente no se puede pensar una película del buen Woody sin el elenco, parte central de la alquimia de cada mojón en su carrera. Y la construcción del alter ego es un elemento clave: si en “Que la cosa funcione” era el Larry David de “Curb your enthusiasm” la identificación de lo viejo, cínico y cascarrabias que se esconde en Allen, para “Café Society” encontró en Jesse Eisenberg una versión juvenil de sí mismo: un muchachito judío, atolondrado, con tics y manías y diálogos disparatados (el encuentro de Bobby con la prostituta debutante es un pase de comedia elegante, con Anna Camp en el rol de Candy). Pero Eisenberg hace crecer a su personaje en dramatismo y síntesis, con el correr de la historia. Por supuesto no puede faltar una musa para enamorar al héroe (previo enamorar al director, obvio) para enamorar también al espectador. Y allí está Kristen Stewart, con su pollerita de playa y sus sandalias con zoquetes, con sus dientes a la vista y su voz grave y afónica de estrella de cine clásico, en excelente química con su partenaire (la misma frescura original, el mismo minimalismo expresivo hacia el final). El esplendor de Blake Lively como la segunda Veronica (realmente brilla en la pantalla, como su sonrisa) viene a reforzar el vacío, todo lo que su personaje no podrá ser. Steve Carell ya demostró que es un gran actor más allá del comediante, y aquí le sobra para construir a Phil como un antagonista querible, con las expresiones justas. Corey Stoll con pelo agregado construye a un Ben humano y casi simpático; mientras que Parker Posey como Rad, secundada por Paul Schneider como su esposo Steve, le dan vida a los amigos facilitadores de Bobby. El resto de la familia Dorfman tiene algunos buenos pasajes en cuanto al humor de la colectividad: ellos son Ken Stott (Marty, el padre), Jeannie Berlin (Rose, la madre), Sari Lennick (Evelyn, la hermana) y Stephen Kunken (Leonard, el cuñado). Allen dijo alguna vez que produciendo un filme al año, por la “teoría cuantitativa”, llegue en algún momento a hacer algo trascendente y Café Society tal vez sea una de las candidatas al puesto. A fin de cuentas ya nació clásica, y con temáticas eternas.
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Son los años ‘30. Hollywood está en pleno apogeo, con un star system de pie, al igual que los grandes estudios. Phil Stern (Steve Carrel) es un agente de actores a quien todos buscan. Rose (Jeannie Berlin), su hermana del Bronx, le dice que Bobby (Jesse Eisenberg) está yendo hacia allí. “¿Quién?”, pregunta sin entender: Bobby Dorfman, su sobrino, decide abandonar su ciudad natal -tratando de escapar de una casa con padres judíos, y de Ben, su hermano gángster- e ir a la búsqueda de nuevos horizontes. El joven llega ilusionado, deja sus maletas en el hotel y va a la oficina de Phil, ignorando que su tío tiene una agenda bastante apretada como para pensar en la familia. Pero Bobby pone empeño, y si algo “enseña” el sueño americano es que si uno se esfuerza, puede tener lo que quiera –o al menos eso dicen. Phil decide contratarlo como su asistente, y le pide a Vonnie (Kristen Stewart como su secretaria angelical) que le enseñe la ciudad. Su sobrino queda inmediatamente enamorado. Veronica –Vonnie para los conocidos- es diferente al resto de esa sociedad superficial que acaba de conocer: ella parece ser simple. Lo que este festejante inocentón ignora es que ella está de novia y ese suertudo es su tío quien, a su vez, está casado con hijos.
Todo fan de Woody Allen sabe que el tipo siente mucho afecto por las películas y las estrellas de la época dorada de Hollywood. Fueron los que llenaron sus sueños cuando niño, y muchos años después mezclaría lo que más amaba de esas películas con influencias del cine europeo para crear algunas de su obras más memorables y exitosas. Sin embargo, Café Society, el nuevo trabajo de Allen, es puro glamour y encanto hollywoodense, y eso la ayuda a superar algunos de sus defectos. Situada durante los años treinta, el film cuenta la historia de Bobby (interpretado por Jesse Eisenberg), quien abandona su New York natal para irse a probar suerte a Hollywood. Allí empieza a trabajar para su tío, el exitoso agente Phil Stern (Steve Carell). Mientras se va congraciando con los varios millonarios y famosos de la ciudad, Bobby se enamora de la asistente de su tío, Vonnie (Kristen Stewart) pero ella está de novia con otro hombre. En la película se ven todas las marcas de autor que se esperan de un filme de Woody Allen: el montaje veloz, música jazz de fondo, chistes sobre judíos, un triángulo amoroso en el que no hay soluciones fáciles. Eso vuelve, en cierto modo, predecible a la película: no es nada nuevo de parte de Woody. Además, la historia daba para una duración más larga, pero todos sabemos que Allen nunca hace películas de más de noventa minutos. Pero no por eso es menos agradable. Las actuaciones como siempre son un punto fuerte, en especial las de los tres protagonistas. También la ambientación es impecable, todo el vestuario y la dirección de arte. Otro punto interesante es la fotografía de la película: con ayuda del legendario Vittorio Storaro, esta es la primera película de Allen en filmarse en digital. El cine muchas veces nos lleva a mundos que nunca conocimos, de los que sólo hemos oído hablar. Seguramente, con Café Society muchos se verán transportados al fascinante mundo del antiguo Hollywood, ese mundo cada vez más distante en el tiempo. En ese sentido, no es diferente a otras obras de Allen como Días de Radio o Medianoche en París. Excepto porque ésta no es tan buena como aquellas dos. VEREDICTO: 6.5 - OCHENTA AÑOS NO ES NADA Café Society es otra buena película de Woody Allen. No es una gran obra pero, al menos para los fans del director y de la época dorada de Hollywood, será una película encantadora.
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Este año, con su película número 47, el talentoso Woody Allen se traslada -al menos por un rato- a la ciudad que supo defenestrar a lo largo de toda su obra: Los Ángeles. El protagonista de Annie Hall (1977), Alvy Singer (personificado por el mismo Allen), diría: "No me quiero mudar a una ciudad cuya única ventaja cultural es poder hacer un giro a la derecha con el semáforo en rojo". Café Society, situada en los años 30, es la historia de Bobby (Jesse Eisenberg, de buen papel), un judío neyorquino cansado de su Manhattan natal que migra a la costa oeste de los Estados Unidos a buscar trabajo en la industria del espectáculo, esperando que su tío Phil (Steve Carell) le dé una oportunidad en el medio. Allí conoce a su secretaria, Vonnie (Kristen Stewart) de quién Bobby se enamorará sin mucho trabajo. Sin embargo, no todo marcha según lo planeado, pues Vonnie tiene una aventura romántica con Phil, que a su vez, está casado. ¿El resultado? Un triángulo amoroso característico de Woody, aunque infalible. Se podría decir que la película casi parece una biopic del personaje que encarna Jesse Eisenberg: su familia, su paso por Hollywood, sus intentos fallidos y acertados de ingresar en la industria, sus romances y su vuelta a Nueva York, están narrados a través de la voz en off del mismo Allen y un montaje vertiginoso, con un ritmo digno de una película de Scorsese. De hecho, el hermano de Bobby, Ben (Corey Stoll) podría tranquilamente ser un personaje de las películas del director recién mencionado ya que es un matón neoyorquino quién no tiene reparos a la hora de matar. Si bien es cierto que Allen filma la primera mitad de su película en Hollywood, no lo hace más que para criticar la frivolidad, el cinismo y la hipocresía de sus integrantes y tal vez es demasiado repetitivo con esta idea, tornándola obvia y abrumadora. No obstante, el filme goza de un humor ácido e inteligente y algunos pequeños momentos de lucidez que recuerdan al Allen de Hannah y sus hermanas (1986). Por otro lado, quizás esta sea una de las películas menos autorreferenciales del director, cosa que es una fija en su carrera. Una de las sorpresas del filme es Kristen Stewart interpretando a Vonnie. La joven protagonista de la saga de Crepúsculo, criticada a menudo por sus papeles, esta vez tiene cierta presencia en cámara, por su belleza o por su interpretación, que realmente son un condimento interesante. La dupla con Eisenberg funciona y además ella fluye bien en cuadro y con los demás personajes. El paso del fílmico al digital no ha hecho más que traer cambios positivos para Allen, pues la fotografía, a cargo de Vittorio Storaro (también DF de Apocalypse Now, Francis Ford Coppola) es soberbia. Los colores y los tonos funcionan muy bien en escenas de baile y de música, siendo este el aspecto menos sobresaliente de la filmografía de Woody. Café Society es una película simpática, que no se destaca pero que tampoco decepciona, como si lo pudo haber sido alguna de las películas del director de la década corriente, como Magia a la luz de la luna (2014). Lo más importante es que Woody Allen conserva su sello, mejor o peor, y lo mantiene en todas sus películas, más allá de que agraden o no al espectador. ¿Qué hay en la mira para el director? La serie llamada Crisis in six scenes, que lo tendrá como protagonista a él y a Miley Cyrus.