Con Eastwood, sin Eastwood Fui a ver esta ópera prima de Robert Lorenz con la expectativa de que fuese una película “de” Eastwood sin el gran Clint detrás de cámara. Al fin de cuentas, Lorenz fue su asistente, director de segunda unidad y/o productor en más de 20 películas. Sin embargo, este guión del debutante Randy Brown -que sí tiene a Eastwood como protagonista- está más cerca de los lugares comunes del telefilm de la semana que de la nobleza del realizador de Los imperdonables. ¿Por qué, entonces, la calificación de 6 puntos? Porque este es un claro ejemplo de cómo unos inmensos actores (sí, desde Clint hasta Amy Adams, pasando por el siempre genial John Goodman y hasta el carilindo Justin Timberlake están impecables) pueden sobreponerse, trascender, hacerse cargo y de alguna manera levantar y salvar a una película que en cuanto a historia y a puesta en escena es más que limitada. Clint -como los vinos, con cada año que pasa es mejor actor, aunque ya la edad (82) le pesa en el rostro y en el cuerpo- compone aquí un personaje que es una suerte de mezcla entre el de Million Dollar Baby (el veterano experto en un deporte) y el gruñón, intolerante e individualista de Gran Torino. Su Gus Lobel es un viejo descubridor de talentos para el equipo de béisbol de los Atlanta Braves. En un deporte cada vez más dominado por las estadística (algo que ya explicó en detalle la muy superior El juego de la fortuna), Gus no sabe usar una computadora y sigue viendo los numéros en los diarios (de papel, claro). Al protagonista le quedan apenas tres meses de contrato y, para colmo de males, su vista empieza a fallar. Su misión es viajar a un pueblito de Carolina del Norte para decidir si los Braves tienen que fichar o no en el draft a un bateador gordito y engreído. A su rescate y en su ayuda va su hija (Adams), una exitosa abogada a la que él abandonó de niña (la mandó a vivir con un tío y se olvidó del asunto), tras la muerte de su esposa. Entre reproches, cuentas pendientes, reconciliaciones y subtramas románticas (Mickey se rendirá ante los encantos de Johnny, el joven scout de los Boston Red Sox que encarna Timberlake), Curvas de la vida toca fibras, apela a una estética de comercial y abunda en hirientes musicalizaciones que Clint como director (aquí es también productor) jamás hubiese permitido. Así, más allá de algunas simpáticas observaciones sobre el mundo del deporte profesional y ciertas irrupciones de bienvenido humor, estamos más cerca del culebrón que del clasicismo eastwoodiano. Por suerte, quedó dicho, allí están los protagonistas (y los increíbles secundarios) para hacer de este film menor una experiencia tolerable.
Las películas de béisbol son un clásico yankee; todos los años se estrena alguna que tiene entre sus protagonistas ese campo verde en forma de diamante. Hubo de todo, desde jugadores fantasma en la siempre conmovedora Field of Dreams, hasta mujeres que se hacen valer en A League of Their Own, donde Madonna y Geena Davis agitan el campo. Las películas que nos muestran este deporta ya no son novedad, y para lograr serlo, tienen que poder mostrarnos una realidad diferente, cosa que consiguió maravillosamente el año pasado Moneyball pero que, lamentablemente, no pudo conseguir Curvas de la Vida. Primera base Para ver Curvas de la vida hay un dato que no puede faltar, el espectador debe presentarse en el cine teniendo en cuenta lo siguiente: el director de este film fue por casi 10 años el asistente de dirección de Clint Eastwood, y produjo más de 10 películas del queridísimo actor americano. Sabido esto, uno sube automáticamente sus expectativas hasta llegar casi al Clint Eastwood level. Y así uno se dispone en la butaca, creyendo que algo bueno tiene que haber hecho para que un actor como Eastwood se embarque en una ópera prima, para que encima financie esta película y ayude a conseguir un reparto con actores como Amy Adams y Justin Timberlake. Les cuento que no, no les recomiendo esperar tanto de Curvas de la vida porque se van a decepcionar, no porque sea una mala película, sino porque jamás va a llenar el espacio que uno se imagina. La obra de Robert Lorenz es buena para ser su debut como director, pero no hace justicia para ser el debut del asistente de dirección de Eastwood. Segunda base La historia es así, Eastwood interpreta a Gus Lobel, un viudo veterano del béisbol que toda su vida se dedicó a descubrir nuevos talentos viajando por las rutas americanas, sin embargo la edad empieza a jugarle una mala pasada, y eso se empieza a notar en sus elecciones de vida. Lobel va lentamente perdiendo su visión, lo que claramente le impide, o más bien le dificulta, realizar su trabajo. En paralelo a esto, conocemos a Mickey, la hija de Gus, una joven abogada en ascenso que se mantiene siempre ajena a los problemas de su padre, si bien intenta acercarse, es alejada por él una y otra vez, esto la lleva a desistir, aunque no por largo tiempo. Gus, tiene que realizar un viaje laboral que determinará su futuro en el club en el que trabaja, y su hija, convencida por un amigo de él y en secreto, decide acompañarlo, para ayudarlo y para así, tratar de arreglar el vínculo que hace años está roto entre ellos. Tercera base El argumento del film es bueno, es válido, es una linda historia emotiva sobre la especial relación entre un padre y su hija; y a medida que se desarrolla, también se enfoca en la vida amorosa de esa hija. El problema es básicamente, la obviedad, lo previsible en que trascurre todo, es evidente que ellos se van a reconciliar, salta a la legua el problema que los separó en la infancia y todos sabemos que la minita termina enamorándose por primera vez. Es todo demasiado predecible y hasta esperable. Otro tema que complica al film es la actuación de Clint Eastwood, no es que él actué mal (¿acaso es eso posible?), es que hace el papel de siempre. Es Walt Kowalski reversionado en un cazatalentos del béisbol, un viejo gruñón que no hace más que refunfuñar sobre las nuevas tecnologías y patear muebles. Es bastante agotador ver como un personaje se repite una y otra vez en un actor que da para hacer cualquier papel y podría haberse aprovechado mucho mejor. Conclusión Curvas de la vida es una buena película, con una historia sencilla, se nota que es una ópera prima, aunque lamentablemente no está a la altura de sus actores, y si no fuese por ellos, dudo hasta de que hubiese tenido posibilidades de presentarse en cine, en lugar de pasar directo a dvd. Para un sábado a la tarde, tirado en el sillón de casa, es una gran opción; para el cine, esperamos cosas mejores.
Trouble with the Curve representa la primera vez en 19 años que Clint Eastwood actúa en una película que no está bajo su total dirección. Si bien la produce a través de su empresa Malpaso, él se pone bajo las órdenes de uno de sus protegidos, Robert Lorenz, quien ha sido su asistente y productor durante años pero acá se lanza a las tareas directoriales con un film de corte más ligero y sentimental que no es usual en las películas de esta leyenda de Hollywood. Transcurriendo plenamente en el ámbito americano de este deporte pero en una base más cotidiana que la hipertécnica de Moneyball, nos cuenta la historia de Gus Lobel, eterno cascarrabias al que finalmente la edad lo está alcanzando. En la escena inicial -tras el extraño galope de un caballo negro en la oscuridad que tendrá su significado eventualmente- vemos cómo lucha por orinar en un momento melodramático que marcará el tono de esta propuesta. Ese no será su único problema, ya que su inigualable visión de águila para encontrar jóvenes promesas del deporte ya no es lo que era y su decisión es crucial para contratar a los nuevos talentos de la temporada. El contraste entre el gruñón y orgulloso Gus se encuentra en su hija Mickey, una no tan cándida abogada que está a pasos de llegar a su sueño y elige no obstante ayudar a su padre y reconstruir la turbulenta situación que los une. De yapa, tenemos a Justin Timberlake, quien completa una trifecta actoral que se las trae. Y aquí viene el principal problema con la curva -ejem- de la película: no hay sorpresa alguna de cómo terminará, ni siquiera un giro a mitad de camino que haga reconsiderar al espectador cierto aspecto de tal o cual personaje. Para aquel avezado que sepa identificar las enormes pistas que deja el guión de otro novato, Randy Brown, se sabrá entonces que durante el primer cuarto de hora las fichas están preparadas para ese final que todos esperamos. Sabemos que Eastwood está imponente y, como los buenos vinos, añeja con soberbia al paso de los años, y la química que comparte con la hermosa y talentosa Amy Adams es para los libros, pero dichos puntos fuertes son los que salvan a la película de caer en el olvido absoluto con tantos clichés de relación conflictiva padre-hija, la familia versus el trabajo o lo viejo contra lo nuevo. Al final, Trouble with the Curve es bastante predecible y difícilmente el tipo de película que a uno le produzca una revelación en la sala del cine, pero su manera de entretener -en una forma agradable y humilde- es ciertamente de buen ver, incluso para los fanáticos de Clint.
Desde sus comienzos, la historia de Hollywood está plagada de fábulas hermosas sobre el sentido moral, el estilo perfecto de la vida; esas historias de esperanzas, de nunca rendirse y alcanzar lo imposible. Lo ha hecho de diferentes maneras, en films de contenido social, en romances imposibles, en dramas sobre la adversidad, y también en épicas deportivas. Curvas de la vida tiene un poco de todos esos tópicos, y mucho del estilo edulcorado del mainstream estadounidense. Sin vueltas, es la historia de Gus Lobel (Clint Eastwood), un cazatalentos del baseball que trabaja para los Bravos de Atlanta, ya desde la primer escena vemos que los años están pesando sobre él, su capacidad física ya no es la de antes, y además tiene un principio de glaucoma que intenta ocultar torpemente. Como si tuviese poco, en el club/equipo/empresa ya no lo consideran como antes, y su talento “natural” para conseguir a las mejores estrellas pareciera querer ser remplazado por las computadoras de su rival Phillip (un Mathew Lillard que se repite a sí mismo desde el Stu de Scream). Gus tiene una hija, Mickey (Amay Adams), pronta a ser nombrada socia en la firma de abogados para la que trabaja incansablemente. La chica tiene una relación difícil con su padre ya que fue abandonada por él mismo luego de la pronta muerte de su madre. Pero cuando Pete (John Goodman notorio en un papel pequeño), un colega y amigo de su padre le pida que lo acompañe a este en un “viaje de negocios”, ella primero se negará, para luego asistir, como siempre sucede. Gus dedbe ir a ver personalmente a una joven promesa del basebal, universitario, pero de la que desconfía de su talento para el juego. Como es de esperarse este viaje servirá para que padre e hija se conozcan, se reprochen, y se reconcilien. Además, será un viaje iniciático para los dos, a Gus le servirá para afrontar su ancianidad y la posibilidad de una jubilación (voluntaria u obligada), y Mickey le servirá para descubrir cuáles son las prioridades en su vida, qué es lo que la apasiona realmente. Ah, y además, en el medio, hace su aparición Justin Timberlake como Johnny “La Flama” Flanagan, un cazatalentos del equipo rival, los Red Sox, ex lanzador, y con una promesa de empleo como relator del deporte. Johnny llega buscando al mismo bateador que Gus, pronto se reencuentra con quien fue su “descubridor” y claro, romancea con su hija. Curvas de la vida marca el debut en la dirección de Robert Lorenz, quien fue repetidas veces segunda dirección en films de Eastwood, y esto se nota; estamos ante un film del director de Los Imperdonables (que anunció un posible alejamiento en el “puesto”) solo que menor. La historia entretiene y se sigue con interés y una sonrisa ( y hasta alguna lagrimita), pero desde entrada uno debe saber que estamos ante un film idílico y sin grandes sorpresas. Más o menos leyendo el párrafo anterior uno podría saber cómo empieza, sigue y termina todo; el mensaje familiar está clarísimo. Llegado el momento Gus va a tener su “excusa” para el abandono, y no estoy adelantando ninguna posible sorpresa. Nada sería lo mismo sin sus protagonistas, Clint Eastwood y Amy Adams son los motores de la película, el relato se apoya en mostrarlos “naturalmente” (o lo que nosotros creemos que son naturalmente). Clint tiene los mejores momentos, sus chascarrillos como viejo gruñón son por lejos lo mejor que tienen para mostrarnos, el relato encuentra en esa incipiente ancianidad la excusa ideal para mostrarnos al actor en lo que mejor sabe hacer. Por su parte, a Amy siempre se le creen estos papeles de mujer simple, que puede parecer refinada o de la gran ciudad pero que esconden una campechana; la pelirroja es tan bonita como buena actriz y tan adorable en pantalla que no se le puede reprochar nada. Timberlake (al que ya no se lo juzga como cantante haciendo de actor) no cuenta con un rol atrayente que logre interesar, su Flanagan parece metido con fórceps (otros secundarios parecen fluir mucho mejor, como los amigos de Gus o el citado Pete), para incluir la necesaria cuota romántica, y hasta sus apariciones no son del todo necesarias, lástima el muchacho tiene carisma. Curvas de la vida es una película amable, pasajera (sus extensos 111 minutos no se sienten tanto), y agradable de ver; no le pidamos más. Tal vez con algún brio más de originalidad la cosa hubiese ido mucho mejor, pero pareciera no necesitarlo, sabe con las armas que juega, y las utiliza bien para ganarse al espectador. ¿Se esperaba más de un film de Clint Eastwood? Puede ser, pero este es uno de Robert Lorenz quien ya encontrará un estilo propio en otra oportunidad, acá tenemos esto, un estilo ajeno y en menor calidad.
Quién está en primera base? El viejo Clint está de vuelta en la pantalla. Otra vez como un viejo repodrido, cabrón, mal llevado y ahora dedicado a buscar talentos en pequeños equipos de béisbol para llevarlos a las grandes ligas. El problema con el que se enfrenta es que su visión está fallando, algo muy malo para su trabajo, del que solo le quedan tres meses de contrato y encima alguien dentro de su propia organización lo boicotea para que sea retirado. Gus, tal el nombre del personaje, tiene una hija de treinta y tres años llamada Mickey, abogada exitosa a punto de convertirse en socia del buffet en el que se desempeña. Ella creció en el mundo del béisbol, sabe todo en cuanto a estadísticas y heredó la oservación de su padre. Todo ese conocimiento será de mucha utilidad cuando Mickey acompañe a Gus en un viaje en el que deberá evaluar a un jugador. En ese viaje, ella conocerá a Johnny (Justin Timberlake), exjugador ahora también dedicado a ser cazatalentos. Pocos deportes nos son tan ajenos como el béisbol y su mundo, por lo que este filme solo llega a nuestras salas por contar con Eastwood, de lo contrario no llegaría ni en dvd. De hecho las escenas donde se intenta mostrar cierta tensión deportiva son las menos trascendentes y las más aburridas. Si la historia funciona es por lo básico de su propuesta, que contrariamente a lo que se podría pensar nunca llega a dar ningún golpe bajo, pero en cambio abunda en maniqueísmos y personajes propios de un cuento para chicos. Algo de eso tiene esta película, de cuentito con final feliz, casi casi una "película de la semana", pero bien fotografiada y mejor actuada. No mucho más que eso.
La vuelta del viejo gruñón En Curvas de la vida (Trouble with the curve, 2012) Clint Eastwood compone a un personaje muy similar al de Gran Torino (2008) -última aparición en cine- pero en esta oportunidad bajo el registro de la comedia dramática. Cuando Gus Lobel (Clint Eastwood), el mejor cazatalentos del beisbol comienza a perder la visión, su hija Mickey (Amy Adams) decide acompañarlo en lo que podría ser su último viaje de trabajo por Carolina del Norte. Ella es una exitosa abogada que deberá postergar su ascenso laboral –asociarse a una importante firma de abogados- para cuidar de su gruñón padre. El viaje acercará a las opuestas personalidades y a la vez restablecerá el vínculo entre ambos, dándoles un giro a sus vidas. Aunque la dirección recayó en manos de Robert Lorenz, Curvas de la vida puede considerarse una película de Clint Eastwood. Está producida por Malpaso, su productora de añares, protagonizada por él y cuenta con un estilo narrativo clásico, propio del octogenario realizador. Clint Eastwood vuelve a componer a un anciano al borde del retiro, malhumorado y muy terco en sus modales como en Gran Torino, papel que le valió la nominación al Globo de Oro. Pero aquí su personaje no se redime religiosamente, pero sí socialmente. En aquella película Eastwood se llevaba mal con sus hijos hasta que éstos lo abandonan. Su relación con el trabajo era sólo a modo de recuerdo y reconocía que su lugar en el mundo había terminado. En Curvas de la vida hay una suerte de redención de todos los males que aquejaban a tal personaje: buscará recomponer la relación con su hija, demostrar que todavía es hábil para su trabajo, y que sigue siendo necesario para las generaciones venideras a pesar de sus problemas de salud. Pero quien realiza la verdadera “curva” dramática en el film es su hija, una soltera treintañera que encuentra el verdadero sentido de su vida al pasar unos días “en el mundo del beisbol” junto a su padre. En ese camino aparece el personaje de Justin Timberlake, con el mismo espíritu de su padre de joven (de hecho apadrinado por él) para resolver el Edipo que arrastraba de pequeña. Curvas de la vida no deja de ser un melodrama sentimental, con amplias escenas de diálogo y construcción de personajes buenos y malos, uno de los puntos flojos del film. Sin embargo tiene el carisma necesario en sus personajes para solventar las obvias resoluciones argumentales.
Tras afirmar que su participación como actor en "Gran Torino" sería la última para dedicarse por completo a la dirección, Clint Eastwood retoma la profesión en este drama deportivo ambientado en el mundo del béisbol (un deporte no muy popular en nuestras tierras). Aquí encarna a Gus Lobel, uno de los mejores cazatalentos de esta disciplina que se niega a asumir que la avanzada edad se está comenzando a sentir, lo cual interfiere con su trabajo, especialmente porque está perdiendo la visión. Sin embargo, este viejo cascarrabias muy similar al personaje de la cinta mencionada al comienzo de esta nota -quien puede diferenciar un golpe de bate tan sólo por cómo suena- se rehúsa a pensar en un posible retiro, pero todo indica que su carrera -haciendo referencia a la terminología propia de este deporte- está transitando las últimas entradas, ya que los que encabezan la dirección del equipo para el que recluta jugadores de las ligas menores (papeles a cargo de los actores Matthew Lillard y Robert Patrick), está comenzando a cuestionar su criterio. No así su jefe y amigo Pete (John Goodman), quien hace lo posible para ayudarlo. En el que podría ser su último viaje para ver nuevos talentos, su hija Mickey (Amy Adams), quien forma parte de una importante firma de abogados a la espera de ser nombrada socia, posterga su ascenso laboral y arriesga su carrera para acompañar a su terco padre, quien no ha estado muy presente durante su niñez, ya que no se sentía preparado para ser un padre soltero después de la muerte de su esposa. En Carolina del Norte, mientras todos ponen sus ojos en el fenómeno de bateo más famoso del país con posibilidades de ser reclutado, el arrogante Bo Gentry (Joe Massingill), ambos se ven obligados a pasar bastante tiempo juntos por primera vez en muchos años, poniendo en evidencia antiguas verdades acerca de su pasado y su presente que podrían cambiar su futuro. Si bien la dirección de "Curvas de la Cida" estuvo a cargo del debutante Robert Lorenz, durante muchos años socio de producción de Eastwood y su compañía Malpaso Productions, la estructura y el desarrollo del film es muy similar al estilo que le imprime el actor de "Harry el Sucio" a sus propias cintas. En lo que respecta al desempeño actoral, quien resalta es la talentosa Amy Adams cuyo personaje (una verdadera experta que lleva en la sangre el amor por el béisbol), es el que se redescubre a sí mismo y su relación con su progenitor, gracias a la ayuda de otro reclutador con un pasado como lanzador y con ansias de convertirse en locutor deportivo (encarnado por Justin Timberlake). Como bien dice el lema de la película "nunca es tarde para la última jugada".
Un drama bien narrado El consagrado Clint Eastwood regresa a la actuación cuatro años después de su gran papel en Gran Torino (2008), en un film que también lo tiene como productor pero esta vez no en la dirección. Algo que no sucedía desde 1993 en el thriller En la línea de fuego, con su memorable trabajo a las órdenes de Wolfgang Petersen. Esta vez el director fue Robert Lorenz, un legítimo discípulo del maestro que tras acumular mucha experiencia como asistente de dirección y productor de Clint Eastwood en más de 20 películas, incluyendo Poder absoluto (1997), Río místico (2003), la ganadora del Oscar a Mejor Película Million Dollar Baby, (2004), Cartas de Iwo Jima, J. Edgar e Invictus entre otras, debuta en la dirección. Dato a tener en cuenta ya que podría explicar como un drama con todos los elementos para ser una gran película termina siendo un film muy bien realizado. Curvas de la vida nos trae a quien ha sido uno de los mejores cazadores de talentos de béisbol por décadas, pero se niega a reconocer el paso del tiempo y afrontar que su carrera podría terminarse. Con una hija con la que nunca tuvo una relación estrecha y cuyas vidas los han llevado en direcciones opuestas, pero que lo acompañara en su último viaje como cazatalentos obligándose a enfrentar sus diferencias. Dos personas que escudadas en su trabajo evitaron siempre enfocarse en algo más y no tener que explorar su lado más profundo y emocional. Una historia que indaga sobre nuestras prioridades, carreras, amistades y familia, ante ciertas circunstancias que la vida nos pone enfrente. Con personajes que enfrentan una transición, un punto de quiebre que los obliga a cambiar a pesar de lo aterrador que pueda ser el cambio Clint Eastwood, interpreta magistralmente a este hombre que se acerca al final de una larga carrera y que es demasiado orgulloso, o demasiado necio como para revelar que sus ojos ya no son tan precisos como sus instintos, que cree en los métodos ya conocidos y comprobados de hacer las cosas pero que le guste o no deberá afrontar los cambios. Un personaje con muchos elementos de aquel veterano entrenador de Million Dollar Baby y el viejo cascarrabias, prejuicioso y egoísta de Gran Torino, que Eastwood desarrolla con gran naturalidad y sus dosis de humor corrosivo. Pero a pesar de la estupenda actuación de C. Eastwood y Amy Adams, acompañados de un gran elenco con nombres de la talla de John Goodman, Matthew Lillard, Matt Bush, Robert Patrick, Scott Eastwood, Curvas de la vida no profundiza en los aspectos sombríos de estos personajes y solo los atiende sobre el final, para dar curso a las acciones que devendrán en un clásico happy end y lugares comunes que se acercan más a los dramas románticos que Clint Eastwood jamás hubiese incluido. Con una estética y puesta en escena que hacen recordar permanentemente a su maestro, Lorenz eligió, tal vez, una veta más romántica y una banda sonora sin jazz para diferenciarse. Curvas de la vida es un drama bien narrado y prolijo en su construcción, pero sustentado principalmente por las excelentes actuaciones de un gran elenco.
Ni el béisbol puede arruinarla Se decía que Gran Torino sería el canto de cisne de Clint Eastwood en su vertiente interpretativa. Y tal vez sea así en su triple función como actor / director / productor. La buena noticia es que Curvas de la Vida (2012) viene a desmentir su retiro de la actuación aunque dada su edad (82 años) nadie puede saber cuántos papeles más le quedan guardados bajo la manga. Después de todo en la última década sólo ha protagonizado cuatro largometrajes: Deuda de Sangre (2002), Million Dollar Baby (2004), Gran Torino (2008) y el que motiva estas líneas. Razón de más para disfrutarlo como si fuera la última vez en la ópera prima de Robert Lorenz, su asistente de dirección devenido con los años en productor y mano derecha, que en tanto realizador ha asimilado varios recursos estilísticos del maestro. Y no lo hace nada mal, por cierto, pese a que el guión de Randy Brown carece de grandes sorpresas en su ameno transcurrir. Las películas deportivas con el béisbol o el football americano como telón de fondo se me antojan insoportables con honrosas excepciones. Curvas de la Vida es una de ellas aunque insisto en afirmar que no es de ningún modo una gran obra. Como en cualquier drama competente lo que importa aquí son los personajes, sus conflictos y cómo se relacionan unos con otros. Conflictos universales, comunes a todos los seres humanos, sabiamente potenciados por los mejores actores que se le puede reclamar a Hollywood hoy día. Clint Eastwood, Amy Adams (que es quien en verdad se pone la historia al hombro), Justin Timberlake (que hace rato dejó de ser considerado apenas una cara bonita), John Goodman, Robert Patrick, Bob Gunton, el veteranísimo Ed Lauter y Matthew Lillard son demasiados nombres de peso como para que las cosas salgan mal. En esta oportunidad el deporte escogido es el béisbol. Podría haber sido otro sin que eso cambie la esencia del film que gira en torno a Gus Lobel (impagable Clint), un hombre viudo con edad de jubilarse, con serios problemas de visión y con un contrato a punto de expirar como buscador de talentos para el equipo Atlanta Braves. No obstante estos obstáculos pasan a segundo plano con la entrada en escena de su hija Mickey (una Amy Adams fantástica, cada día más actriz), abogada de profesión y con muchas cuentas pendientes con un padre que la dejó al cuidado de unos familiares tras fallecer su mamá a la tierna edad de seis años para mandarla a un internado de señoritas al cumplir los 13. ¿Por qué? Ése es el gran interrogante de Mickey (nombre de varón atribuible al jugador Mickey Mantle, ídolo de Gus) que el guión se irá ocupando de responder a partir de varias pistas sembradas aquí y allá. Curvas de la Vida es lo que en la jerga del cine se denomina una “crowd pleaser”, una película pensada para complacer al gran público a través de situaciones –algunas trágicas pero muchas otras netamente humorísticas- ya vistas en la rica historia de Hollywood. Los estereotipos están ahí y si bien algunos hacen un poco de ruido (el villano amante de las estadísticas encarnado por Matthew “Shaggy” Lillard sería el peor para el caso) las maravillosas actuaciones de los actores logran que funcionen dentro del universo propuesto por Randy Brown y ejecutado perfectamente por Eastwood, nuevamente productor con su compañía Malpaso, Lorenz y el resto del equipo. Como en cualquier emprendimiento de Eastwood hay mucho para sacar en limpio en cuanto a la filosofía de vida que impulsan a sus personajes. Y que uno intuye son los mismos en los que debe creer el icónico actor de la Trilogía del Dólar. Que Gus no necesite ver a los jugadores para tener la certeza de si valen el esfuerzo de ser contratados es una idea genial. El sonido del golpe sobre la pelota le alcanza al hombre para definir lo que muchos no pueden ni siquiera viéndolo a cinco metros de distancia. Curvas de la Vida es una comedia dramática tan interesante como previsible que explota muy bien la química entre Adams y Clint, y entre Adams y Timberlake. La subtrama romántica quizás no sea nada del otro mundo pero ayuda a darle matices al papel de Amy. La revelación del módico misterio que rodea a la separación de Gus de su hija llega con cierta dosis de melodrama pero por fortuna nada tan extremo como el final de Million Dollar Baby, filme que no por nada vincula a Clint con una chica que podría ser su hija. Se ve que la temática le gusta… Atención con la escena en la que un imberbe beisbolista conversa con Gus a principio de la película: si ven al joven deportista con un aire a Clint no se habrán equivocado. El actor es Scott Eastwood, de 26 años, uno de los nueve hijos que ha engendrado el admiradísimo creador de Los Imperdonables. Prolífico para todo el señor...
De béisbol y finales felices Clint Eastwood vuelve al deporte. Después del boxeo en Million Dollar Baby y del rugby en Invictus , llega la hora del béisbol en esta mediocre Curvas de la vida, que no parece la mejor despedida para un actor de su talla (cabe confiar en que, más allá de sus 82 años, habrá algún otro papel en el futuro que ocupe el lugar de "último personaje interpretado por?" con tanta dignidad como lo hacía hasta ahora el de Gran Torino ). Claro que hay en este caso una ausencia fundamental, la del propio Eastwood en la dirección, si bien hasta podría quedar la duda de si habría sido suficiente su mano experimentada para sacar a flote un guión tan convencional y tan superpoblado de lugares comunes como el que aquí propone Randy Brown. De todas maneras, no cuesta sospechar que el resultado habría sido, como mínimo, más razonable que el que obtiene el debutante Robert Lorenz, colaborador de Clint en distintas funciones desde Los puentes de Madison . Eastwood asume aquí el papel de un veterano y experimentadísimo cazatalentos que trabaja para los Atlanta Braves y corre el riesgo de quedarse sin contrato en pocos meses no porque sus habilidades hayan disminuido a causa de los achaques propios de la edad (los que el film ilustra con especial dedicación) sino porque algunos de los dirigentes de la franquicia han empezado a confiar más en los informes que brinda la tecnología que en la sabiduría que un ojo experto puede haber ido acumulando en una práctica de años. El personaje del anciano solitario, hosco y malhumorado no le es extraño al actor, aunque comparado con el jubilado de Gran Torino este Gus parece casi una caricatura del clásico estereotipo del viejo gruñón. Pero no sólo de béisbol se alimenta la historia, sino también de un viejo conflicto que ha ensombrecido la relación del hombre con su hija (una abogada a punto de convertirse en socia del estudio para el que trabaja) desde que, al enviudar aún joven, la confió a unos parientes, primero, y a un instituto, después. La ficción quiere que padre e hija resuelvan sus diferencias durante una breve temporada que pasan en Carolina del Norte, donde él debe evaluar las reales condiciones de un nuevo bateador y ella debe elegir entre una vida consagrada al trabajo o escuchar los reclamos de su verdadera vocación, también vinculada al béisbol, lo mismo que el ex jugador que fue una vez protegido de su papá y ahora su inesperado galán. Si la construcción del guión hace agua por todos lados y los personajes no van más allá de la fórmula, pese a los esfuerzos de Eastwood, Amy Adams (la hija) y Justin Timberlake (el galán), y si todo se vuelve al mismo tiempo largo y previsible, mucho más sorprende el remate: una increíble acumulación de finales felices como pocas veces debe de haber merecido una producción de Hollywood.
La lección del maestro y un homenaje Para su primera película, el asistente de dirección y productor de muchas películas de Eastwood decidió convocar al mismísimo Clint. El gran actor llena la pantalla con su presencia y esta sencilla película funciona y emociona. Clint Eastwood comenzó a actuar en la década del '50, pero se transformó en estrella una década más tarde. Desde entonces, Eastwood se ha convertido en la máxima estrella del cine contemporáneo. Más de 40 años de estrellato, algo que nadie más que él puede detentar hoy. Su imagen es tan famosa que hasta los que no ven sus películas saben cómo es su cine. Su imagen mejoró por el hecho de ser también director, un excelente director, transformándolo en un verdadero maestro para las siguientes generaciones. Eastwood es un modelo a seguir. Desde 1993, con En la línea de fuego, que no protagonizaba un film que no dirigía, pero el debut en la realización de Robert Lorenz se convirtió en una obligación para él. Lorenz ha sido durante años asistente de dirección de varios films de Eastwood y productor de otros tantos. Para su ópera prima decidió contar la historia de un viejo sabio, así que era casi inevitable pensar que lo hizo para tener como protagonista a su propio maestro. La historia de Curvas de la vida es la de un viejo cazatalentos del béisbol. Gus (Clint Eastwood) sabe todo acerca del béisbol, reconoce, aun siendo un anciano, a cualquier gran jugador que aún está jugando fuera de las ligas mayores. Pero los tiempos cambian y el mundo del béisbol también. Entonces entra en escena su hija Mickey (Amy Adams), una abogada camino a convertirse en exitosa dentro de un importante estudio. El reencuentro entre Gus y Mickey trae nuevamente los conflictos entre ambos y las cuentas pendientes, pero Gus está viejo y sólo Mickey lo puede ayudar. Historia de padre e hija, algo que le interesa bastante a Eastwood, como ya demostró en Poder absoluto y Million Dollar Baby, por ejemplo. Lorenz sabe que en su primera película los comentarios acerca de él serán los más obvios. Que no está a la altura del maestro, que es un Eastwood menor, y otros clichés que se pueden escribir incluso antes de ver la película. Pero ese es el objetivo, agradecerle a un maestro, reconocer su talento y homenajearlo. Clint Eastwood siempre llena la pantalla con su presencia y la película, sencilla y directa, funciona y emociona. En tiempos mediocres siempre es bueno recordar que hay sabios, que hay expertos, que hay gente que sabe de verdad, como Gus, como Eastwood.
Hablando se entiende la gente Clint Eastwood y Amy Adams son padre e hija en un filme... como los de antes. Es una película como las de antes, gracias a Dios que lo es. Una trama sencilla a partir de la posible reconciliación de un padre y su hija, con el béisbol como telón de fondo, algunos personajes secundarios unidimensionales, humor, cierta cuota de ternura. Y algo que no suele encontrarse en el Hollywood de hoy en día: corazón. Curvas de la vida es una película de miradas, de lágrimas, con un Clint Eastwood que vuelve al gruñón de Gran Torino , con un personaje que, siendo un filme como dijimos de miradas, está perdiendo la vista. Es un cazatalentos del béisbol, un tipo de la vieja escuela que con sólo escuchar cómo le pega el bate a la pelota sabe si el bateador tiene -o no- lo que hay que tener. A los 82 años no es la primera vez que el actor -que vuelve a protagonizar un filme que no dirige desde En la línea de fuego (1993)- encarna a un personaje que está lidiando con el paso del tiempo y se niega a retirarse. A Gus le quedan tres meses de contrato con los Atlanta Braves, el equipo que está detrás de un bateador joven, rubio, gordito y fanfarrón. Gus y sus colegas lo seguirán en las pequeñas ligas, para ver qué tan bueno es, viajando por pueblos, parando en moteles y bares, comiendo comida grasosa. Su amigo Pete (John Goodman, cada vez mejor) nota que el hombre ya no es el de antes y convence a Mickey (Amy Adams), la hija con la que se ha distanciado desde hace años, a que lo acompañe en el viaje. Mickey tiene mucho por perder -está justo, justo a punto de ser nombrada socia en la firma de abogados en la que trabaja-, pero va igual. Junto a Gus está Johnny (Justin Timberlake, uno de esos personajes de un solo tono, pero que el actor y cantante sabe remontar), haciendo el mismo trabajo de Gus, pero para los Red Sox. Cartón lleno. Eastwood sabe afilar y sacarle la más colorida veta a la madera de Gus mejor que nadie. Es un tipo que prefiere ver las estadísticas de los jugadores en el papel del diario y no regirse “por la interweb”, como llama a Internet, un hombre que usa el teléfono público, no tiene celular y que da ¡5! dólares de propina al chico del delivery de la pizza. Sí, evidentemente es una película de las de antes, y de la clase de las que sabemos lo que va a pasar, todo parecerá arruinarse y... Pero nos dejamos embaucar. Y disfrutarlo. La secuencia del cementerio, en la que Gus va a visitar a su esposa, tuvo mucho de improvisación. Y si por esa escena Eastwood logra una nueva nominación al Oscar, bien merecido lo tendrá.
Problemas con la curva... dramática El día que Clint Eastwood no haga de recio, cabezadura y cascarrabias, vamos a estar ante un hito cinematografico. Sería como pedirle a Woody Allen que no personifique a un neurótico o a Michael Bay que haga cine arte. En Curvas de la vida, Eastwood vuelve a ser un viejo malhumorado enojado con el mundo, que tras una coraza de mohines y gestos de desprecio esconde a un hombre sensible y dolido. En este caso su vida gira en torno a la búsqueda de nuevos talentos para el béisbol aunque su larga carrera parece estar cerca de su ocaso, empujado por la sangre nueva de los estadistas y tecnófilos analistas tras las computadoras...
En el ocaso de un entrenador La historia es previsible. Ex cazatalentos deportivo en decadencia, más hija de la que se desentendió luego de la muerte de su mujer: melodrama con muchas peleas intermedias y comprensión final. Esta vez el protagonista con problemas visuales es Clint Eastwood (Gus), que reproduce mucho de su "Gran Torino". La hija en discordia es una sola y no varios como en aquél filme, los antipáticos son los de la oficina Central "Los Bravos" de Atlanta, de los que depende el futuro del gran entrenador de béisbol, en situación de vejez (ahora se dice así) y hay un viaje a Carolina del Norte, que va a posibilitar, seguramente, la reconciliación de Gus, el padre y Mickey (Amy Adams), la hija y ¿por qué no? el conocimiento de un posible novio para la joven abogada, papel a cargo de Justin Timberlake (Johnny). SIN SORPRESAS La película tiene buen ritmo, se ve con agrado. Presenta una historia común, sin sorpresas, pero con un tema siempre al borde de lo emocional. Es correcto el trabajo formal, hay un buen diseño de producción, ritmo acelerado y fundamentalmente la presencia de excelentes actores. Desde la simpática Amy Adams (Mickey), recordada por su papel de monja en "La duda", hasta Justin Timberlake (Johnny), el mismo de "Red social", como rival laboral del personaje que interpreta Clint Eastwood (Gus) y posible pareja de su hija. A todo esto se suma el recordado John Goodman (Pete Klein), actor fetiche de los hermanos Joel y Ethan Cohen. "Curvas de la vida" es la "opera prima" de Robert Lorenz, el director y productor estadounidense que siempre ha trabajado con Clint Eastwood.
Eastwood al borde del melodrama La idea de una comedia dramática familiar, pero de béisbol, no suena como muy atractiva, aun cuando se trate del proyecto elegido por Clint Eastwood para volver a la actuación, algo a lo que había renunciado hace años, luego de protagonizar «Gran Torino». Una vez que se acepta que es una película de béisbol, luego también hay que admitir que, en cuanto a comedia, se maneja solamente dentro del terreno de la ironía, mientras que en la parte dramática por momentos se deja llevar casi peligrosamente hacia el más puro melodrama. Pero el conjunto está equilibrado, sorprendentemente, gracias al foco en el béisbol como marco de todo lo demás. Y por supuesto, las excelentes actuaciones de todo el elenco ayudan mucho, empezando obviamente por Eastwood -que inicia el film con un extraño soliloquio dedicado al aparentemente complejo acto de orinar-, y siguiendo por una sólida Amy Adams que logra mantener un ping pong de diálogos corrosivos de intensa mala onda con el protagonista, su padre en la ficción. Eastwood interpreta a un legendario buscador de talentos beisbolísticos, que no sólo hace rato está desactualizado al no tener la menor intención de usar una computadora, sino que además está sufriendo serias afecciones en la vista, lo que puede ser un grave problema para alguien que debe ver las performances de los jóvenes jugadores de las ligas universitarias que debe calificar para ser comprados por su equipo. Amy Adams es su solitaria hija abogada, workaholic y resentida por una infancia en la que, luego de la muerte de su madre, fue enviada a casas de tías lejanas o a colegios de pupila. Los problemas de su padre llevan a que un amigo y directivo del equipo (John Goodman) le pida que acompañe al viejo gruñón durante la elección final de los jugadores que podrían convertirse en la estrellas de la próxima temporada. En el medio aparece también un antiguo jugador protegido de su padre, dañado por la presión de las grandes ligas y ahora convertido en un buscador de talentos, pero para otro equipo. Dado que es el personaje de Justin Timberlake, el factor romántico está garantizado, aunque termina siendo un poco light para un film donde el padre de la novia es Eastwood. Con tantos buenos actores (incluyendo a Ed Lauter, Robert Patrick y Bob Gunton) la película se disfruta, más allá de sus puntos débiles. Y, sobre todo, termina convenciendo por sus notables escenas de béisbol, atractivas incluso para aquellos espectadores que no tengan la menor idea de las reglas de este deporte. En este sentido, el título original, «Trouble with the curve», algo así como «el problema con la curva», daría una idea mejor de todo el asunto.
Clint Eastwood como los vinos buenos, a sus 82 años vuelve a dar una conmovedra actuación, donde se expone a la crueldad de la decadencia física, sin atenuantes, de un cazatalentos de béisbol que se está quedando ciego. Amy Adams es su hija, la que esta a su lado aún con tantas cuentas pendientes. No es una gran película, vale por estos dos grandes actores.
El béisbol. Un deporte que es aburridísimo de ver, divertido para jugar y en el cine brindó muchísimas películas fabulosas. En este caso estamos ante una propuesta con esta temática que se destaca por tener como figura central a un grande de Hollywood. Después de muchos años Clint Eastwood volvió a protagonizar un film dirigido por otro director, algo que no ocurría desde 1993 cuando hizo En la línea de fuego, de Wolfgang Petersen. Desde entonces cada producción en la que apareció Clint siempre estuvo involucrado en la dirección. Curvas de la vida es una propuesta de su productora pero la dirección corrió por cuenta de Robert Lorenz, quien fue asistente de Eastwood en filmes como Río Místico, Cartas de Iwo Jima, La conquista del honor y Millon Dolar Baby entre otros. Desde Poder absoluto (1997) que vienen trabajando juntos por lo que no es raro que el veterano cineasta le confiara la película a Lorenz. En este caso Eastwood ofrece un buen drama que se destaca principalmente por la química que tuvo con Amy Adams que es la columna vertebral de esta historia. Si bien el tema del béisbol está muy presenta en la trama e inclusive se retratan aspectos interesantes de este deporte, el film se centra más en los conflictos de comunicación que tiene un padre con su hija y cómo entre ambos intentan conectarse nuevamente y construir una relación más estrecha. Eastwood vuelve a interpretar el rol de viejo gruñón que vienen haciendo en sus últimas apariciones como actor y en este caso estuvo rodeado de un muy buen reparto secundario donde se destacan principalmente John Goodman y Justin Timberlake. Curvas de la vida es un buen drama con algunos momentos graciosos que si bien no será recordada como una de las producciones memorables de Eastwood no deja de ser otra buena oportunidad para disfrutar del viejo Clint en la pantalla grande con una historia entretenida.
Este debut en el largo de Robert Lorenz asistente histórico de Eastwood, resulta un tanto decepcionante, por la estética de telefilme que no deja de sobrevolar durante todo el metraje. El guion, está plagado de clichés y lugares comunes, pero las contundentes actuaciones del elenco y la presencia del protagonista de “Los imperdonables” que repite por enésima vez su papel de viejo huraño con voz cascada, salvan la jugada. Obviamente, el problema principal es que Eastwood está solo delante de cámaras. Si se hubiera sentado detrás de estas, seguramente el hilo narrativo, la puesta, la música y el montaje en general, hubiera sido ampliamente superior.
Clint Eastwood es el principal atractivo de un film intrascendente En los últimos veinte años Clint Eastwood se ha venido afianzando como uno de los mayores directores de la cinematografía mundial. Resulta imposible dejar de recordar títulos tan notables como “Los imperdonables”, “Río místico”, “Milllion Dollar Baby” o “Gran Torino” dentro de su larga filmografía de más de treinta películas como realizador. Desde la última mencionada que no se lo veía como actor, un hecho que es cada vez más esporádico. Por ello resulta a priori una noticia saludable recuperar al gran Clint como intérprete, tal cual acontece con el estreno de “Curvas de la vida” (“Trouble with the Curve”). Más difícil de entender es la causa por la cual es sólo actor y no es el director del film, un hecho que obliga a remontarse a 1993 (“En la línea de fuego” de Wolfgang Petersen). Quizás haya sido su avanzada edad (supera los ochenta años) lo que lo motivara a ceder la realización al debutante Robert Lorenz, su colaborador como asistente de dirección y productor en los últimos años. Pero la decisión no parece haber sido la más acertada. “Curvas de la vida” es una más sobre béisbol, un deporte con el cual la mayoría de los argentinos no estamos muy familiarizados. Gus (Eastwood) es un veterano cazatalentos al que la creciente pérdida de la vista le está jugando en contra. Pero es también un relato sobre la conflictiva relación entre padre e hija, esta última interpretada por la ascendente Amy Adams (“Encantada”, “Atrápame si puedes”). El es un cascarrabias que perdió a su esposa cuando la niña tenía apenas seis años y que la abandonó con unos tíos por motivos que recién se conocerán al mediar la trama. La primera mitad del film se sigue con bastante interés merced a la buena interpretación que hace Eastwood. Hay algunas situaciones insólitas sobre todo cuando está al volante de su auto y se queja al afirmar que “unos enanos diseñaron su garaje” luego de chocarlo al salir de éste. O también cuando su hija le pregunta que pasó con el auto abollado y él le responde que es su “garaje que se está encogiendo”. Cuando la hija se entera de los problemas de la vista del padre, decide ayudarlo en la tarea de búsqueda de promesas de jugadores noveles, al dominar además nuevas tecnologías electrónicas que el padre desconoce. Pero es en ese momento que aparece una especie de competidor encarnado por Justin Timberlake y la historia decididamente entra en un convencional melodrama con final previsible. Poco aporta John Goodman, que tan bien impresionara recientemente en Argo”, aquí como un directivo del club de béisbol. En otros roles secundarios tampoco se destacan Bob Gunton (también visto en “Argo”), Ed Lauter y Robert Patrick. El mayor atractivo de “Curvas de la vida” es la presencia del siempre eficaz Clint, uno de cuyos hijos (Scott Eastwood) también aparece en corto rol.
Qué difícil que es aceptar algunas cosas… Por suerte siempre hay alguien que desde afuera ve la realidad sin distorsiones. Calificación - 2.5/5 Personalmente prefiero a Clint Eastwood detrás de las cámaras o, en su defecto, haciendo ambas cosas. Sin embargo, siempre es bueno verlo gruñir en pantalla. El director del film (Robert Lorenz) no hizo un mal trabajo, pero sí se nota la falta de experiencia, ya que básicamente siempre ha trabajado como asistente o como productor ejecutivo. Sin embargo hay momentos de profundidad narrativa muy emotivos con un sabor y una estética que sólo Clint Eastwood sabe imprimir en las películas, lo cual nos hace sospechar que, o Lorenz está buscando ser su discípulo o Clint está pensando en jubilarse cediendo de a poco su lugar a otros talentos. Curvas de la Vida (Trouble With the Curve, 2012) se centra en un hombre ya muy entrado en años que trabajó siempre como cazatalentos del beisbol y que sólo respira, come y duerme con ese deporte. Pronto comienza a sentir el peso de la vejez, principalmente en sus ojos que ya no responden a las bolas rápidas. Imaginen que un grave problema en la visión haciendo tal actividad, no es muy alentador que digamos, por lo que su mejor amigo, su hija, su médico y un viejo alumno tratan de que la ceguera se limite puramente a una cuestión ocular… Es que, el problema de no ver se utiliza en la película de un modo metafórico, ya que si bien el protagonista va perdiendo ese sentido con el correr de los días, demuestra a fuerza de gruñidos que para hacer su trabajo no necesita más que la experiencia y el amor hacia el deporte. A su hija le preocupa lo que está pasando con él, pero a su vez trata de hacerle entender lo ciego que ha estado toda su vida, reprochándole la falta de cariño y contención para con ella, generando roces constantes y forzando al pobre tipo a querer estar cada día más solo, renegado e incomprendido. Por otro lado, sus amigos y colegas de trabajo notan el problema pero sienten que deben darle una segunda oportunidad en lo laboral haciéndole ojos ciegos a las nuevas tecnologías que se utilizan en el ámbito deportivo, para que Gus siga acarreando valijas de un pueblo a otro como lo hizo toda su vida, mientras observa a los jóvenes y ascendentes beisbolistas. En medio de todo este problema relacionado a la visión y a medida que las consecuencias se hacen notar, van a salir a la luz peores problemas. De a poco se sumarán además otros personajes que calentarán la pista, como lo es la figura de Justin Timberlake, que pese a destacarse mejor como músico, no hace un mal trabajo. En el caso de Amy Adams en cambio, me vi sorprendida por su floja performance. Creo que hay ciertas cosas que quedaron pendiendo de un hilo por no ser resueltas correctamente, pero el espíritu del mensaje está claro y eso no se discute. Una vez más, vemos a un Clint Eastwood amargado, con un problema de salud y exageradamente porfiado pero que muy en el fondo guarda a un tipo bueno y con sentimientos bien desarrollados, ya quecarga con una historia de vida difícily por ejemplo, lo vemos llorar en la tumba de su mujer fallecida aliviando un poco esa dureza inquebrantable. Sin más, sabemos que el señor sabemucho de talentos deportivos y de largas y solitarias jornadas en bares de mala muerte,y aunque en esta ocasión la película caiga en lugares comunes sin destacarse demasiado, posee momentos que recrean su sello personallo cual me obliga adecir: “Clint por favor si la fuerza te acompaña, la próxima vez, no abandones la silla de director.” @CinemaFlor
Cerca de la última base No es lo mismo una película de Clint Eastwood que una película con Clint Eastwood, por más que Curvas de la vida sea firmada por su ayudante de dirección, Robert Lorenz, y el veterano actor esté rodeado de magníficos intérpretes como John Goodman, Amy Adams o Justin Timberlake. El hecho de que uno de los más grandes cineastas norteamericanos permanezca de un solo lado de la cámara en una historia que parece perfecta para su talento clásico limita el espectro de posibilidades dramáticas y narrativas del argumento. Pero esa reducción en la escala de las ambiciones no impide que Curvas de la vida siga siendo una buena película. Por empezar, ofrece el espectáculo único de Eastwood en el rol de un viejo reclutador de talentos de béisbol, que se está quedando ciego, lo cual lo hace sentirse patético por chocar el auto contra las paredes del garaje y tropezarse contra los muebles de la casa. Como desde la época de Harry el Sucio, a Eastwood le basta una sola mirada infrarroja para expresar su furia interior, pero en un personaje medio inválido, esa mirada aparece también cargada de una profunda impotencia y sentido de injustica cósmica. Eastwood es Eastwood. Eso significa que siempre está más cerca del rey Lear que de un abuelito de geriátrico. Los problemas oculares ponen en peligro su carrera como reclutador de jóvenes talentos. Además, nada puede hacer contra los nuevos procesos de reclutamiento basados en la tecnología (que mostró otra buena película, El juego de la fortuna), de modo que su misma forma de trabajar está quedando obsoleta. Si bien cuenta con una amigo fiel (John Goodman) dentro del equipo, su vida profesional ha entrado en una especie de cuenta regresiva. Aquí aparece el otro personaje crucial de Curvas de la vida, la hija del reclutador, interpretada por Amy Adams. Ella es una abogada exitosa, ocupada en un caso que puede significar su promoción a socia del estudio donde trabaja. Claro que la relación con su padre le importa demasiado como para ignorar esos primeros síntomas de senilidad. Lo adora, lo respeta, aunque a la vez le reprocha haberla abandonado durante un año tras la muerte de la madre. Ese sentimiento ambiguo la impulsa a acompañarlo en una gira de reclutamiento en la que su padre se juega el trabajo y el prestigio. Durante la gira se suma la tercera figura decisiva de la trama, un ex lanzador convertido en reclutador (Justin Timberlake) que será el vértice romántico del triángulo. Con esos elementos se desarrolla un relato simple y directo, que gracias a esa tercera dimensión de humanidad que le otorgan los intérpretes consigue sobreponerse a muchas escenas previsibles y varios momentos emocionales de bajo presupuesto imaginativo.
Orgulloso anacronismo La vejez, el paso del tiempo y las cuentas pendientes a saldar antes de la inexorabilidad de la muerte han planeado como una sombra en la obra de Clint Eastwood, desde Los imperdonables (1992) hasta Gran Torino (2008), que se suponía –él mismo lo dio a entender– iba a ser su despedida como actor. Con Curvas de la vida, Eastwood vuelve a esos mismos temas y vuelve también a ponerse frente a cámara. El problema es que, esta vez, él no es su propio director. Opera prima de Robert Lorenz, que durante dos décadas fue su productor y asistente, Trouble with the Curve tiene todos los elementos constitutivos de la productora Malpaso, fundada por Eastwood allá por 1967: el culto por una narrativa clásica; un diseño de producción austero, en los antípodas de la cultura digital, y el mismo equipo técnico que ha venido secundando a Clint durante los últimos tiempos. Lo que falta –y se extraña– es el talento. En la dirección y también en el guión, de un convencionalismo (precipitado happy end incluido) que sólo se podría defender desde su orgulloso anacronismo. John Goodman, Amy Adams y Clint Eastwood, por los viejos tiempos. Eastwood aquí es Gus, un veterano (veteranísimo, se diría) cazatalentos del béisbol. En los Atlanta Braves se lo quieren sacar de encima, pero le dan una última oportunidad: que viaje a Carolina del Norte a evaluar a un bateador que promete. Lo que no saben es que Gus tiene un glaucoma y ve menos que Mister Magoo. Pero con su experiencia y con su oído le basta. Y no está solo. Su hija (Amy Adams) lo acompaña, no tanto porque se lo ha pedido un viejo amigo de la familia (John Goodman), sino también porque quiere resolver la conflictiva relación con su padre, otro tema recurrente en algunos de los últimos Eastwoods. Se diría que si hay algo que le da dignidad a Curvas de la vida –además de las sólidas actuaciones, no sólo de Clint sino especialmente de Amy Adams, casi la protagonista del film– es su carácter ingenuo, como si todavía fuera posible hacer un cine a la manera en que se hacía medio siglo atrás.
Escuela Malpaso Muchos ya se están preguntando quién será el sucesor de Clint Eastwood. Y mientras algunos ya apuntan a Ben Affleck, el viejo Clint ya le va dando espacio a sus discípulos en su productora Malpaso. Uno de ellos es Robert Lorenz, quien fue su asistente de dirección en films como Millon Dollar Baby, Río místico, Deuda de sangre, Jinetes del espacio y Medianoche en el jardín del bien y el mal. Con él concreta su retorno a la actuación en Curvas de la vida. Se nota, y mucho, que Lorenz ha aprendido las lecciones de Eastwood. En primera instancia, por el relato que elige contar: la historia de un reclutador de talentos en el béisbol, Gus, que está perdiendo la vista y por ende la habilidad para detectar a las próximas estrellas, que termina embarcado en un viaje con su hija (Amy Adams, quien sale perfectamente airosa del desafío que era medir fuerzas con una leyenda como Clint) donde se jugará la última chance de descubrir a alguien destacado. Aquí se concreta una vuelta al espíritu más genérico de Eastwood, alejado de sus películas más ambiciosas y testamentarias de los últimos años, como Río místico o Invictus, y más cercana a otras cintas donde prevalece más la voluntad de desarrollar personajes, como Gran Torino, Deuda de sangre, Jinetes del espacio o El principiante. Eso no significa que Curvas de la vida no sea un film donde no se pueda rastrear un diagnóstico sobre ciertos esquemas sociales. De hecho, se la puede relacionar perfectamente con El juego de la fortuna, gran película con Brad Pitt estrenada el año pasado: ambas vienen a problematizar ciertas nociones imperantes en el deporte (y en la sociedad toda) vinculadas al éxito inmediato, las nuevas tecnologías y el pensamiento corporativo, para proponer una vuelta a la pureza de la competencia, la confianza en el trabajo de campo y la confianza en la palabra dada. Pero más que nada, Curvas de la vida es un relato de aprendizaje. De aprendizaje y reconciliación. Lorenz vuelve a tomar elementos de la filmografía de Clint, mixturando capas de análisis. Y el esqueleto termina siendo la progresiva reconstrucción del vínculo entre un padre y su hija, casi como una remake en el plano deportivo de Poder absoluto. Para esto, el realizador deposita su confianza (y acierta al hacerlo) en un gran elenco, donde también se destacan Justin Timberlake (quien definitivamente va camino a ser un muy buen actor) y John Goodman. Es cierto que la película cae en unos cuantos esquematismos sobre el final, con algunas resoluciones apresuradas, y al presentar a los villanos, en especial con el personaje interpretado por Matthew Lillard, un ejecutivo del equipo de béisbol para el que trabaja Gus, que busca echarlo a toda costa. Pero esto no deja de ser algo habitual en el cine made in Eastwood, al que en realidad le importan más los “buenos”, los pequeños héroes de sus pequeñas historias, con sus defectos y virtudes, sus aciertos y desaciertos, sus miedos y los riesgos que se atreven a correr. Y Lorenz, por ahora, es un Eastwood pequeño, buscando aún definir su autonomía como cineasta.
Insoportable por naturaleza “Fuck yourself” le dice displicente Gus a su hija cuando ella se retira de la mesa y lo deja solo, harta por del malhumor y el destrato de su padre. Y el hombre sigue comiendo y mirando televisión, como si ella nunca hubiese estado ahí. Eso ocurre en los primeros minutos de “Curvas de la vida”, el filme con el que Clint Eastwood, a sus 82 años, vuelve a un tipo de personaje parco del estilo de “Gran Torino”. Ese es también el estilo de este filme, sazonado con réplicas mordaces que Gus se dedica a sí mismo y al que se interponga en su camino, a quien es capaz de decirle cosas como “Andate ya, antes que me dé un infarto mientras de estoy matando a golpes”. ???En este caso se trata de un cazatalentos del béisbol. Contra toda evidencia de lo que le ofrece la tecnología, Gus se empecina en seguir su método para descubrir futuros astros de ese deporte, lo que amenaza con adelantarse su jubilación. ???La efectividad de esta comedia dramática se basa en un guión con humor seco y plagado de ironías, que evita la autocompasión por los achaques de la edad y las ñoñerías del subgénero padre insoportable con pésima relación con su hija. Y también en las sobrias actuaciones del elenco encabezado por Eastwood, un duro que, con recursos mínimos, sabe cómo hacer una buena película a partir de una anécdota mínima.
Cuando se pensaba que no iba a volver a trabajar frente a las cámaras, Clint Eastwood regresa a un protagónico e incluso cede la dirección (el film es puro Eastwood) a su habitual colaborador, Robert Lorenz. Aquí es un veterano cazador de talentos del béisbol que está quedándose ciego y debe recibir la ayuda -a regañadientes- de su hija (Amy Adams), una joven abogada a punto de volverse socia de su bufete. En ese viaje con el padre, además, encontrará el amor en otro joven cazatalentos (Justin Timberlake). Puede pensar que son todos lugares comunes, que se vieron mil veces, etcétera, y tendrá razón. Pero la película es también de una placidez (y un placer) notables, que inscribe esta historia de familia en el marco de las presiones del mundo laboral. De hecho, el gran tema de la película es si uno tiene derecho de vivir de acuerdo a sus propias reglas, de trabajar de aquello que le da gusto. En el fondo, es un film sobre el mundo estadounidense y sobre la validez de sus tradiciones en un universo que se tecnifica cada vez más, que se vuelve cada vez más inhumano. Y además están los paisajes, los bares, la extraordinaria chispa de la Adams y la química que establece con Timberlake (sin contar ese talento genial llamado John Goodman), Hay pocas películas que aúnen perfección técnica y narrativa clásica con una búsqueda del placer. “En Curvas…” eso sucede para los personajes y para los agradecidos espectadores.
El viaje del reencuentro Amable película sobre un cazador de talentos al borde del retiro que recibe la indeseada asistencia de su hija, con quien tiene una relación distante, y donde juntos tomaran un viaje para el reencuentro. Simple historia, de buenos y malos definidos (tal vez su mayor problema) donde con gran carisma y mucha emotividad se puede disfrutar apaciblemente de una trama de pocas pretensiones pero con mucho corazón. Una historia agradable, donde Clint Eastwood interpreta a un personaje terco, testarudo y muy reservado, quien tras la muerte de su esposa ha mantenido una relación distante con su hija, Amy Adams, la cual ha sufrido del abandono de su padre en varias instancias y en consecuencia se le hace difícil relacionarse emocionalmente con otras personas. Un conflicto potente que a pesar de comenzar de una manera bastante básica, se va complejizando gradualmente hasta el punto de terminar siendo llevado de la manera más natural posible. Incluso la aparición de un joven cazatalentos, Justin Timberlake y posterior relación con la hija irá demostrando que ha medida que ella vaya solucionando sus temas con su padre podrá finalmente irse abriendo sentimentalmente. La película tiene el mérito de tratar complejas relaciones afectivas de manera muy natural y sencilla. Aunque en algunos momentos las palabras dicen más que las acciones, es admirable como con sutileza se logra desarrollar con interés el desarrollo de la relación padre e hija. Incluso es posible que la causa de la separación sea algo exagerada, sin embargo en un sentido logra darle un aire de nobleza al abandono del cual ella sufre. No obstante la película pierde muchísima fuerza emocional al crear personajes e instancias muy predecibles. Los personajes secundarios, aunque puedan ser reales, destruyen cualquier noción de intriga de la trama. Incluso los distintos avatares laborales que sufren tanto Amy Adams como Clint Eastwood, son también muy básicos. Probablemente ninguno de estos inconvenientes sean demasiado graves, pero el modo tan común y tan transitado por el cine, en que son llevadas cada situación perjudican el verosímil de la película. Por otro lado, la trama intenta llevar un mensaje sobre priorizar la vocación sobre la carrera exitosa o , dicho de otro modo, la felicidad sobre el dinero. Sin embargo, es imposible tomarlo en serio, ya que presenta el problema de toda la película. Parece ser más una verdad obvia sobre la buena vida, que una conclusión o reflexión extraída de la historia. En conclusión, "Curvas de la vida" es una película muy disfrutable que se sustenta en base del carisma de sus actores y que propone una historia bastante simple de recorrido amable donde, a pesar de ser predecible, emociona a lo largo de su duración.
Gus (Clint Eastwood) es un cazatalentos de los de antaño: basa sus decisiones en estadísticas impresas en los principales periódicos de su ciudad y hacia los pequeños pueblitos viaja personalmente para conocer a los jugadores y verlos desplegar todo su arte en la cancha. Desde hace décadas que trabaja ligado al mundo del baseball y su olfato jamás ha fallado. Pero los tiempos cambian, la tecnología gana terreno, su vista sufre grandes inconvenientes y desde el comité directivo del equipo los Bravos de Atlanta creen que es hora de pensar en un retiro. No todo está dicho: hay una última oportunidad. Gus deberá evaluar a la sensación del momento y decidir si merece un lugar en su amado club. Sabiendo de su incapacidad visual, su hija Mickey (Amy Adams) a punto de convertirse en socia del bufete jurídico en el cual trabaja desde hace siete años, resigna parte de su futuro laboral para ayudar a su padre y en este viaje intentará reconstruir la relación que jamás han tenido desde el trágico fallecimiento de su madre. En Curvas de la vida los inconvenientes no surgen desde la dirección, muchos menos desde lo actoral (Eastwood como el cascarrabias potenciado por la edad y Adams como su comprensiva hija son un dúo filial aguerrido e incluso tierno). Sin embargo, el guión aletargado genera que cinto diez minutos de proyección se sientan muchísimo más extensos. Están presentes todos los clichés y los lugares comunes de cualquier historia que cimiente gran parte de su relato en el ámbito deportivo (en este caso el baseball), pero se suman algunos flashbacks que pretenden explicar (de modo algo forzado, pretencioso) el por qué del alejamiento entre padre e hija. Justin Timberlake, el interés romántico de Adams, compensa sus aún escasos dotes interpretativos con carisma y simpatía, pero ni siquiera eso nos distrae de la acumulación de finales felices de los que somos testigos en los últimos quince minutos de proyección.
Clint Eastwood a los 82 años se somete al rigor de las cámaras para interpretar una vez más su personaje, inolvidable, de viejo cascarrabias en “Gran Torino” (2009). En esta oportunidad se aleja del boxeo (“Millon dollar Baby”, 2004) y del Ruby (“Invictus”, 2010) para incursionar en béisbol en “Trouble with the curves” -“Curvas de la vida”, o como se tradujo en España “Golpe de efecto”-, para ponerse bajo el mando, en el debut como director, de su asistente de larga data (20 años): Robert Lorenz. Clint Eastwood no deja nada al azar y se aseguró la producción, tal vez para definir el corte final. “Curvas de la vida” no es una película de beísbol a pesar de que el beísbol aparece tangencialmente en la historia, tampoco se trata de un melodrama (género favorito de Clint Eastwood en los últimos tiempos), es un filme cuya trama apunta a los vínculos, ya sean entre padre e hija, de trabajo o de amigos, entre jugadores, y también entre rivales cazadores de jóvenes talentosos para llevarlos a las ligas mayores. “Curvas de la vida” es una metáfora a medio camino entre lo obvio y temas que nos permiten reflexionar, cuando éstas están empleadas por creadores de talento. En este caso deja entrever los problemas del juego (un rolling toque de bola errante, o un fly que cayó bien o un paso fuera de velocidad que sólo toma el borde de la zona de strike o un Slider), y los cambios inesperados que nos ofrece la realidad, que siempre son un quiebre o una curva del destino en nuestras vidas. “Curvas de la vida” es una realización que retrata a un hombre de 80 años, que va perdiendo la vista y que todo el tiempo rumia para sí mismo su mal humor -aunque ya no sea frente a una silla vacía de una campaña partidaria- sino en su trabajo de cazatalentos que se ve amenazado por un joven ejecutivo (Matthew Lillard – Saggy en Scoby Doo, 2002) , que no dejará de sorprender con su curioso curriculum profesional ) cuyo enfoque del beísbol carece de experiencia y todo lo mide a través de números y computadora, si hubiera sido protagonista de “Moneyball” (2011) sería un héroe, pero “Curvas de la vida” es el anti-“Moneyball”. En una se burlan de los instintos y la intuición, y en este caso los privilegian. Los últimos filmes Clint Eastwood, “Space Cowboys” (2000), “Gran Torino”, hace triunfar la experiencia sobre la inteligencia juvenil. Tanto Robert Lorenz como el guionista Randy Brown en el terreno metafórico poseen grandes limitaciones, pero a pesar de que mantienen la línea de su maestro, poco se deja ver la rúbrica de éste en la producción. El fotógrafo Tom Stern enfocó su cámara hacia lugares al aire libre en una paleta restringida de bonitos paisajes de Carolina del Norte, sin demasiado sol, poco nublado y casi nada lluvioso, y a los edificios de Atlanta. En ese marco Gus se encontrará con su hija Mickey (Amy Adams), llamada así en honor al gran jugador de los yankees Mickey Mantle, exitosa abogada a punto de convertirse en socia de importante de una firma de abogados, en la que ella tratará de restablecer la relación perdida con su padre. También se da un toque de música countrie con un baile que se llama “cooning” y el maravilloso tema “You Are My Sunshine”, en un pub en el cual Mickey entabla relación con Johnny (Justin Timberlake), el rival joven de Gus en la exploración del semillero de jugadores. La trama propiamente dicha es el eterno conflicto edípico entre padre e hija, por el abandono al fue sometida Mickey desde que, al enviudar aún joven, su padre la entregó a parientes y orfanato. El guión busca conectar a padre e hija durante un fin de semana en Carolina del Norte, donde él debe considerar comprar o no un nuevo bateador para los Bravos de Atlanta y ella debe elegir entre dedicare full time a la abogacía o escuchar a su corazón que es el que mantiene viva su verdadera vocación, también relacionada con la búsqueda y representación de nuevos jugadores. Asimismo Mickey debe elegir entre abandonar a su novio o relacionarse con Johnny, el ex jugador que en su momento fue descubierto por su padre, y por un accidente se convierte en explorador para los Red Sock y luego en su impensado pretendiente. En uno de los cuatro días se revelará el secreto que atormentó a padre e hija durante más de veinte años, el por qué del aislamiento, y en el cual a modo de homenaje, con un fotograma, el director trae a la memoria del espectador a Harry Callaghan (“Harry el sucio”, 1971), en el momento de matar a un hombre por que había manoseado a su hijita de siete años. Por otra parte la producción se apoya en los excelentes roles secundarios de Bob Gunton, George Wyner, Robert Patrick, Ed Lauter, Chelcie Ross o John Goodman, que como amigos son incondicionales. Pero a pesar de contar con buenos intérpretes el filme tiene demasiados altibajos por el modo irregular en que la dirección realizó la edición, fotografía, encuadres y sostener la muy deslucida banda sonora de Marco Beltrami. A pesar de los errores no deja de ser un buen debut para el realizador que siguió a pie juntillas la regla de oro hollywoodense de los tres actos, con una historia en la cual el espectador no tiene sorpresas y que a pesar de la peripecias el final, es feliz.
Esta es la ópera prima de Robert Lorenz. En una historia clásica, nos introduce en el mundo del béisbol y nos habla de los vínculos entre padre e hija. En esta ocasión Clint Eastwood es Gus Lobel un cazatalentos de béisbol ya veterano que se niega a ver el paso del tiempo, intolerante, gruñón, tiene bastante mal humor; él siempre supo encontrar el jugador exitoso, no solo se guiaba por verlos sino por el sonido en el juego, un olfato especial se podría decir, pero ahora su cuerpo siente los años y su contrato está próximo a vencer. Los dirigentes del Atlanta Braves ya no confían tanto en Lobel, y un experto de las computadoras Phillip Sanderson (Matthew Lillard) quiere incorporar nuevas ideas. Por otro lado Pete Klein (John Goodman) un amigo y quien también está involucrado en el club, le pide a Mickey (Amy Adams), hija de Lobel, que tiene 33 años, es abogada trabaja en un bufete de abogados, y que encuentra su carrera en pleno ascenso a punto de convertirse en socia, que vuelva al pueblo para ayudar a su padre. Entre idas y venidas finalmente ella acepta el reencuentro con su padre, ya comienzan las situaciones previsibles que continúan a lo largo de su relato, mientras ellos intentan unirse (padre e hija), parece Johnny (Justin Timberlake) también un entendido en el juego, que llega al pueblo, se une a Lobel y siguen los datos que el espectador ya los ve venir: el amor y el desencuentro entre Mickey y Johnny. En esta historia existe mucha química entre Amy Adams y Clint Eastwood (a los 82 años todavía da que hablar), una gran fotografía y música, existen secretos y mentiras, el gran atractivo que tiene el film es el elenco: Clint Eastwood, John Goodman, Amy Adams, Bob Gunton, Justin Timberlake, Matthew Lillard y Robert Patrick de sólidas actuaciones; pero uno de los tantos problemas que tiene es que se mezclan los géneros: primero es un drama, y después es una comedia romántica. Esto podría funcionar, sin un guión tan dividido que pasa a ser poco creíble, pobre y anodino.
Más clásica que el Béisbol Curvas de la Vida representa la primer película en 19 años en la que Clint Eastwood no se dirige a sí mismo. Aún así, como seguidor de su cine creí que en esta película dirigida por Robert Lorenz (asistente de Eastwood en varios films) iba a flotar el espíritu eastwoodiano en las cámaras, debo decir que nunca me equivoque tanto. Curvas de la Vida es una película que cuenta con uno de los guiones más trillados de los últimos tiempos, no aporta nada que no se halla visto en los cientos de films que hablan de la autosuperación y los otros cientos que hablan de recomponer relaciones filiales, esto enmarcado en el ámbito del Béisbol como metáfora de vida. Las confesiones de bar, las metáforas deportivas y el final feliz (que en esta no es uno sino una acumulación de varios). Aún así un guión puede ser salvado en ocasiones por una puesta en escena, por la mano de un director con suficiente visión para cambiar el enfoque, lamentablemente tampoco fue el caso, los recursos con los que cuenta Robert Lorenz como director todavía son bastante pobres, no encuentro ninguna intención estética en la decisión sobre donde poner una cámara en esta película, todo desborda de clasicismo, desde una subjetiva fuera de foco que nos muestra un problema en la visión hasta la música usada, todo parece sacado del manual de drama de quinto grado y en el medio de todo esto nada más ni nada menos que Clint Eastwood, Amy Adams, Justin Timberlake, Robert Patrick, Matthew Lillard y John Goodman, todos dando brillantes actuaciones y sacando la película para adelante a pesar de todo. Curvas de la Vida es llevadera por su exceso mismo de corrección, la película no se arriesga en ninguna tomando todos los lugares comunes que puede pero tiene actores increibles y todos dando actuaciones destacadas dentro de sus propias carreras por lo que termina salvándose del desastre. Una película que pudo haber sido algo grande y termino siendo un entretenimiento pasajero.
Hay que saber ver y escuchar Es cierto que la historia es conocida, que se sabe cómo terminará y que algunas resoluciones argumentales suenan forzadas. Pero es cine de ayer con los condimentos de siempre, un plato bien servido que roza sentimientos ignorados por los filmes efectistas de estos días. Habla de la amistad, de las vocaciones, del paso del tiempo, de las competencias, del ajuste de cuentas con el pasado y de la importancia del azar, en la cancha y en la vida. Es convencional, candorosa y liviana, pero transmite nobleza. Clint Eastwood es un caza talentos de beisbol que en cualquier momento empezará a jugar para el equipo de los jubilados. Es gruñón y solitario. Ve poco y sólo escucha. Y su hija es una abogada exitosa que lo acompañará al viejo entrenador en su búsqueda de nuevos jugadores. Tienen una relación tensa y distante. Y no saben que en ese viaje encontrarán algo más que un buen jugador. La encantadora Amy Adams pone toda su calidez al servicio de un personaje entrañable que necesita pasar en limpio los difíciles partidos que le ha tocado jugar. Y aprenderá que al querer salvar a su padre también pondrá a salvo su vida, tironeada entre un novio y un trabajo que no la colman. El filme no es redondo, pero es cálido, ingenuo y está sostenido por un elenco excepcional, aunque Clint ya no está para ponerse delante de la cámara. Tiene el aroma antiguo de una de esas películas que dignifican a la buena gente y recompensan a los que apuestan por la vida. Este padre y esta hija se redescubren: ella aprenderá a ver y él aprenderá a escuchar.
La felicidad en lo simple "Curvas de la vida" es una de esas películas que se destacan más por sus interpretaciones que por su trama principal. La historia no es nada del otro mundo, pero tiene ese carisma poderoso que se produce como resultado de las personalidades que habitan la pantalla. Clint Eastwood hace de viejo gruñón con buen corazón, un rol que se sabe de taquito y que le sienta especialmente bien en esta etapa de su vida. Amy Adams es ya una actriz consagrada de la gran pantalla aún con sus pocos años en el estrellato, basta con recordar algunos títulos como "El ganador", "La Duda", "Encantada" o la reciente "The Master". En esta ocasión ilumina la pantalla cada vez que interviene y le aporta frescura componiendo una dupla disfuncional con Eastwood. Completan John Goodman, pasando un gran momento laboral, y Justin Timberlake que debo decir, aún me incomoda con su tono de voz aunque va mejorando con su actuación. La historia trata acerca de las vueltas de la vida, como muy obviamente indica su título latino. Relación disfuncional entre padre e hija, la búsqueda de la felicidad en las cosas simples, un poco de amor clásico con situaciones romanticonas, todo forma parte de este film, que si bien logra entretener bastante, no está destinado a ocupar un lugar de importancia en la biblioteca cinéfila mental de los espectadores. "Curvas de la vida" también tiene otra particularidad que a los espectadores latinos y sobre todo, argentinos, no les copará tanto... la temática del Béisbol. Es un deporte del cual casi no tenemos historia y que muchas veces ni siquiera entendemos. Si se puede superar esta temática y la cuestión de ver un drama acerca de las relaciones familiares con un toque de romance entre medio, cuestión que hemos visto muchas veces ya, se podrá pasar un buen rato en compañía de talentosos del séptimo arte cuyas estrellas están en la flor de su luminosidad. Para aquellos que disfrutan de historias realistas y cotidianas, que potenciadas por buenas interpretaciones, logran hacer sentir identificado al público con algunas de las situaciones que se viven en pantalla.
Es por lo menos curioso que una película con tan pésimo oído como Curvas de la vida haga del sonido y la música pequeñas claves dramáticas (el ruido de la pelota al impactar contra el guante; la canción que cantan Gus y su hija Mickey). La banda sonora subraya permanentemente lo que le pasa a los personajes de manera grosera, y lo mismo hace el guión cuando insiste una y otra vez con temas como el diálogo postergado entre padre e hija. En este sentido, el malestar del personaje de Eastwood con la gente y el trabajo puede leerse de otra manera: como el desajuste de un tipo hosco, corto de palabras y nada dado al sentimentalismo que debe adecuarse a un relato que gusta del drama y que confía en la psicología para resolver conflictos. Y no menos problemas deben traerle a Gus (a él, con su eastwoodiana) las imágenes simbólicas de un caballo y una puerta abierta que revelan su significado recién en el final, cuando una vuelta de tuerca imposible llegua para unir a los personajes y zanjar las diferencias del pasado. Gus parece pelear tanto contra eso como contra la presión de sus jefes y el ritmo vertiginoso de un deporte que decide su futuro en una computadora antes que en el ojo de un cazatalentos (así, Curvas de la vida es una respuesta al optimismo tecnológico de El juego de la fortuna). Eastwood vuelve a trabajar en una película que no dirige después de casi veinte años, y se lo nota bastante cómodo: el papel de viejo amargado y decrépito pero todavía con algunos cartuchos por quemar le sale de taquito, tanto que muchas veces el tipo actúa para la platea, tiene líneas que son dichas para hacer reir al público (ver la escena del baño al comienzo). Un paisaje laboral feroz es el fondo que amenaza todo el tiempo tanto a Gus como al resto de los personajes. Como si se tratara de un fresco desencantado y silencioso de la crisis estadounidense, Curvas… no ceja en señalar las injusticias y la brutalidad que rigen cualquier trabajo, desde un bufete de abogados, pasando por la dirigencia de un club de béisball hasta llegar una carrera de jugador profesional. En todas partes hay excesos, energúmenos preparados para pisar cabezas (como el que compone maravillosamente un cínico y desalmado Matthew Lilliard), jefes ruines y, como el trabajo escasea, para conservarlo hay que sobreexigir el cuerpo hasta romperlo (Johnny) o dedicarle días y noches solo para aspirar a conseguir un ascenso que nunca llega (Mickey). Al menos en este sentido, Curvas… viene a engrosar, junto con Robo en las alturas, Larry Crowne o Quiero matar a mi jefe, la lista de películas que dan cuenta de una crisis económica terrible que, como ocurre siempre, hace extensibles al resto de la vida sus peores estragos. Llamativamente, cuando se dedica a pintar la desesperación propia del mundo laboral, el film de Robert Lorenz demuestra tensión, buen ojo, sabe mirar el detalle (el plano de las manos nerviosas, ágiles y voladoras de Mickey con que habrá de presentarse al personaje) y escuchar la palabra sin necesidad de subrayados (gran interpretación de Robert Patrick, la más clásica de todas -después de la del propio Clint, se entiende). Algo de eso también hay en las escenas de béisball, donde la película se apropia con éxito del nervio y el dinamismo del deporte, como ocurría en buena parte de Invictus o en la primera gran mitad de Million Dolar Baby (Lorenz fue productor de Eastwood en varias ocasiones, y se nota que algo aprendió de su cine). Como en aquella, cuando el deporte y el hambre de trinfo salen de escena y lo que queda es el drama más descarnado, Curvas… cede ante la sensiblería y la catarsis de un cine ajeno a la narrativa tradicional más pura a la que la película parecía adscribir; Lorenz ahora opta por darle espacio al reproche, el llanto o el recuerdo triste (el muy feo título de estreno local privilegia esta parte del conjunto en vez de referir a la técnica y la precisión del béisball, como hace el original). De todas formas, se agradece la generosidad de una fotografía colorida y luminosa en vez de la oscuridad y la falta de matices cromáticos que podría haber pedido una película trágica del montón; algo de la vitalidad de la película se juega también en el brillo cegador del sol y en el verde límpido de las canchas. Los actores sobrellevan los momentos dramáticos lo mejor que pueden; Eastwood, más que ninguno, con su hosquedad y reticencia al diálogo dicta algo muy parecido a una clase de interpretación clásica. Amy Adams, que está más linda que nunca, también es capaz heredar la mordacidad y la fuerza la Gus y de hacerlas creíbles: la relación de los dos, cuando no se pasan factura por hechos del pasado, es de lo mejor de la película. Justin Timberlake se lleva bien con la comedia y mal con la seriedad del drama, pero su deportista arruinado tempranamente por una lesión tiene carnadura y hasta un resto de héroe eastwoodiano, en el sentido de hacerle frente a la adversidad más tremenda sin lamentarse, sin entregarse a la queja fácil.
Curvas de la vida es una película pasatista más digna de ver en cine por la gran calidad de su elenco y su correspondiente trabajo actoral que por la historia en sí. El comienzo del relato pinta muy bien y da la sensación que vamos a ver un drama profundo sobre los problemas que traen la vejez, el avance obligado de la tecnología sobre el hombre que sabe hacer muy bien...
El espaldarazo de Eastwood a Lorenz Es la opera prima del joven director Robert Lorenz, que trabajó como productor ejecutivo de las películas de Clint Eastwood desde Los puentes de Madison y a partir de esa fecha también fue su ayudante de dirección. Hacía casi 20 años (En la línea de fuego , 1993, de Wolfgang Petersen) que Eastwood no era dirigido por otro. Cuando concluyó Gran Torino , prometió que no volvería a actuar. Y si rompió ese compromiso, habría sido sólo para avalar la incipiente labor en la dirección de Lorenz. Eastwood interpreta a Gus Lobel, un exitoso cazador de talentos de béisbol, que hace treinta años trabaja para los Atlanta Braves. Pero le está llegando el momento de jubilarse, porque sus ojos ya no le responden y tampoco posee las energías necesarias para lidiar con los contratiempos. Eastwood compone aquí a un personaje que se asemeja al que interpretó en Gran Torino : un hombre viudo, solitario, terco, cascarrabias, mal hablado y un tanto enojado con la vida. La principal diferencia: en este caso es padre de una hija. Se llama Mickey, tiene 33 años, es abogada, trabaja para un bufet de profesionales ultramaterialistas y está próxima a ser incorporada como socia. La madre murió cuando tenía seis años y desde entonces habría vivido diversos abandonos, que derivaron en otros tantos conflictos. A pedido de Pete, el entrañable amigo de Lobel, Mickey acepta viajar a Carolina del Norte para acompañar a su padre en lo que supuestamente puede ser su último trabajo como cazatalentos. El director utiliza ese viaje como excusa para sacar a la luz ciertos secretos familiares y observar si todavía es posible una reconciliación. Esto da lugar a varias secuencias donde la confrontación entre ambos alcanza picos de tensión y, a su vez, aportan un matiz de humanidad. En realidad, esos conflictos o heridas del pasado sin restañar son las únicas sorpresas de esta propuesta fílmica. Para matizar un poco más la historia, el director añade un tercer personaje clave: un ex jugador de béisbol, alguna vez recomendado por Lobel, que tuvo que retirarse por una lesión y aspira a convertirse en comentarista. Otros temas abordados por Lorenz son la confrontación entre el cazatalentos como especie en extinción y las nuevas tecnologías, y la búsqueda desaforada del éxito profesional, que suele afectar la calidad de las relaciones interpersonales. La narración es clásica --es difícil que Eastwood admita otro estilo-- y la historia es previsible, convencional --mucho más lo es su resolución--, y está cargada de tópicos y estereotipos. La película se sostiene básicamente sobre el carisma de Eastwood que, aun repitiéndose por enésima vez, aporta solidez a su personaje y a la propia historia. Eastwood aparece acompañado por secundarios valiosos, como John Goodman (Pete), y por Amy Adams, una actriz de rostro dulce y luminoso, dueña además de una considerable fuerza expresiva, cuyo personaje también aparece lanzado a la búsqueda de un redención personal, pero por una vía que quizás el espectador no espera encontrar.
El afiche nos recuerda en tono al de Moneyball. Los primeros fogonazos de la trama nos indican alguna epopeya dura y contundente símil Million Dollar Baby. Pero no: Curvas de la Vida no pasa del híbrido complaciente y -para nosotros- fastidioso. Raro, teniendo en cuenta que este bebé de probeta salió de Malpaso, productora cien por cien de la mejor carne creativa del viejo Eastwood. Gus parece la versión beta de Walt Kowalski (Gran Torino), o sea, un señor mayor que en lugar de toser sangre se está quedando ciego. Es igual de cabronazo. En este film no mata centenares de coreanos, tan solo parece haber liquidado a un violador. Y al contrario de Walt, Gus aún mantiene una relación digamos cordial con su simiente, representada aquí por Amy Adams, caracterizada como una pepona arrogante similar a Agustina Kampfer. La muchacha está por lograr un ascenso en su nido de caranchos, pero descuida sus responsabilidades para cuidar de papá, que está a punto de perder su laburo de cazatalentos deportivo por obra y gracia de su incipiente ceguera. Un acto de amor que redundará en paseos por los sitios mas bonitos de Atlanta, Georgia (en materia de geografía gringa se estila escribir primero ciudad y después estado, por que queda re-pistola, como cuando te dicen "en Tucson, Arizona"). ¿Cómo hago para suscribirme a Minga? El paseo no se supone gratuito: La idea es darle una mano a nuestro padre, y mientras tanto desviar nuestra vocación leguleya y redescubrir otra vocación (igual de redituable) relacionada con pelotas, guantes de cuero, estadísticas, vestuarios y hot-dogs. A partir del 2do rollo hace su ingreso Justin Timberlake (cuya participación en este film no supone poroto alguno, excepto quizá por la imperdible oportunidad personal de compartir planos con Eastwood), interpretando a un joven deportista devenido cazatalentos que se acoplará a la disfuncional pareja protagónica -padre e hija- cumpliendo dos funciones: Admirar a uno de ellos y desear profundamente al otro. El inconveniente mayor de Curvas de la Vida radica en su falta de nicho. Y en su engaño. Su protagonista masculino, sus líneas de diálogo e incluso su fotografía (aunque este último punto resulte de una apreciación exclusivamente personal) nos sugieren una historia de esas en las que un condenado hallará consuelo transitorio para luego -y de una vez por todas- tirar la toalla y hacernos llorar. Se presiente el golpe, pero no llega nunca. Todas las escenas que cuentan con densidad dramática son seguidas de alguna huevada hipster de Timberlake que más que descomprimir, desconcierta. Y aún a sabiendas de que lo siguiente probablemente arruine la sorpresa de aquél que aún no haya visto Curvas de la Vida, diremos que el flashback que explica la distancia que papá estableció respecto a su hija es (y estamos siendo benignos) una boludez. Sabemos que Clint Eastwood es capaz de arrancarle los ojos a un trapito en aras de conservar su noción de Pax Americana, pero aquí no sólo era innecesario, si no que nos hizo querer abandonar la sala (ó cerrar el DivX).
Publicada en la edición digital Nº 4 de la revista.
Publicada en la edición digital Nº 4 de la revista.
Al cumplir los 80, Clint Eastwood aseguró que abandonaba su carrera de actor para dedicarse solo a la dirección. Por lo visto, ha hecho una excepción en este caso, por tratarse de la opera prima de Robert Lorenz, uno de sus asistentes desde “Los Puentes de Madison”. Aquí se mete con comodidad en la piel de Gus, un veterano cazatalentos de béisbol que no se guía por criterios ortodoxos a la hora de descubrir jugadores de raza. Le basta con su olfato de viejo zorro en el campo de juego para detectar a los más aptos para calzarse la camiseta de los Atlanta Braves. Como el personaje está perdiendo la vista, necesitará de la ayuda de su hija Mickey para pescar a los mejores. A Eastwood el papel le viene servido y la película brilla y conmueve cuando entran a jugar las emociones. Entre los roles secundarios, se destaca John Goodman, siempre a punto como fiel amigo de Gus. Auspicioso comienzo para Lorenz. Cine del sentimiento y la nobleza.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
La curva no es el único problema... Trouble with the curve es un drama bien llevado, nada del otro mundo pero entretenido, que en los últimos 15 minutos arruina todo su proyecto de película seria al caer en la banalidad del típico cine comercial estadounidense. Arribando a la conclusión, de manera casi insospechada, la película se lanza con dos o tres recursos argumentales vulgares, propios de otro tipo de cine y no de lo que se veía viendo hasta el momento. Casi como por arte de magia, Trouble with the curve pasa de ser un drama adulto a una especie de comedia romántica sin romance donde todos los conflictos se resuelven en cuestión de minutos, con coincidencias por lo menos asombrosas. Un drama familiar, tres carreras profesionales y el destino amoroso de una joven pareja súbitamente alcanzan el mejor escenario posible en forma simultánea contra todas las posibilidades. El cine comercial tiene una audiencia cautiva y lejos estoy de juzgarlo. Cada uno disfruta a su manera de la pantalla grande, pero yo soy de los que creen que debe haber coherencia narrativa de principio a fin. No se puede encarar una película desde un plano verosímil, desarrollar líneas argumentales sensibles y en los últimos 15 minutos concluirla como un cuento de hadas. Trouble with the curve no es lo que esperaba.