Los imbéciles del gobierno y la prensa En su nueva película, El Caso de Richard Jewell (Richard Jewell, 2019), Clint Eastwood da un nuevo signo de su apertura ideológica -como si todavía a esta altura de su carrera fuese en verdad necesario- al ofrecernos lo que podríamos calificar como una realización de izquierda encarada desde el punto de vista de la derecha, en esta oportunidad utilizando como excusa la decisión del FBI y los medios masivos de comunicación de Estados Unidos de señalar como responsable del atentado del 27 de julio de 1996 en Atlanta, con motivo de los Juegos Olímpicos de Verano, a nada menos que la persona que encontró la bomba en cuestión, el guardia de seguridad del título (Paul Walter Hauser), un obeso algo freak, policía frustrado y fanático de las armas que encajaba sin demasiado esfuerzo en el perfil reduccionista del “terrorista solitario”; detalle que asimismo le permite al genial director y productor desnudar a los imbéciles que en vez de hacer su trabajo con ética y eficacia optan en cambio por transformarse en fundamentalistas vinculados al parasitismo y la caza de brujas contra el inocente, aquí homologado a una persona que confunde a la autoridad con sus representantes, tendiendo a respetarlos en demasía sin reaccionar ante sus atropellos. De hecho, Jewell se muestra servicial y bastante pasivo frente a una investigación que pasa de considerarlo un héroe por haber hallado azarosamente el dispositivo explosivo, ese que mató a dos asistentes e hirió a una centena durante un recital de Jack Mack and the Heart Attack, a subrayarlo sin más como el principal sospechoso de todo el asunto, una ciclotimia gubernamental que fue reproducida y magnificada al extremo por los mass media -tanto los supuestamente “serios” como los sensacionalistas… como si existiese en realidad una diferencia entre ellos- durante una cobertura salvaje que arruinó las vidas del hombre y de su madre, Bobi (Kathy Bates), una mujer mayor que ve cómo su tranquilidad se desmorona cuando su vástago comienza a sufrir el acoso de dos de las instituciones más poderosas del planeta, la administración norteamericana y su aparato mediático asociado. Ignorando la máxima prueba de su inocencia, léase el hecho de que no daban los tiempos entre un par de llamados al 911 por parte del responsable y el trayecto que debería haber atravesado el sospechoso hasta la torre de luces y cámaras donde fue plantada la bomba, los agentes y los periodistas se enseñaron con Richard basándose en la hipótesis de un “posible cómplice”. Como siempre ocurre en el cine de Eastwood, El Caso de Richard Jewell es un verdadero prodigio a escala de las actuaciones y lo que se podría denominar el componente humano del relato: en lo que atañe al primer apartado, aquí brillan no sólo Hauser, a quien pudimos ver hace poco en roles secundarios en Yo soy Tonya (I, Tonya, 2017) e Infiltrado del KKKlan (BlacKkKlansman, 2018), sino también la esplendorosa Bates, un Sam Rockwell siempre perfecto que interpreta al abogado de la víctima caprichosa, Watson Bryant, y hasta los dos encargados de componer a los testaferros de la locura del poder, el agente del FBI Tom Shaw (Jon Hamm) y una redactora de The Atlanta Journal-Constitution, Kathy Scruggs (Olivia Wilde, aquí más arpía putona que nunca); y en lo que respecta al glorioso sustrato vincular entre los diferentes personajes, se debe decir que únicamente Eastwood es capaz de alcanzar en el Hollywood marchito y superficial de nuestros días este nivel de humanismo solapado, algo así como una permanente verdad retórica que se condice con las contradicciones del mundo real circundante de la mano de protagonistas que no son para nada perfectos aunque tampoco esas caricaturas cínicas de tantas películas contemporáneas. Una vez más la paciencia narrativa, el apego por los detalles y una puesta en escena muy minimalista se convierten en las herramientas principales de un Eastwood que exprime con una enorme astucia el sencillo guión de Billy Ray, un planteo que vuelve a rendir sus frutos porque el señor de 89 años sabe cómo crear un relato prosaico que deja de lado las salidas facilistas y todas esas poses demacradas a las que nos tiene acostumbrados el mainstream cuando se propone construir una “historia de vida” que asimismo funcione cual caso ejemplar de lo que sea; hoy para colmo denunciando las idioteces, soberbia y ambición ciega de la autoridades centrales y la prensa al momento de seleccionar a un “perejil” que cumpla la función de chivo expiatorio, permitiéndoles despacharse largo y tendido con sus estrategias de odio dirigido con vistas a volcar a la infantilizada opinión pública contra el bobo de turno. Jewell, un símbolo casi olvidado del militante de derecha implícito que se ve crucificado por aquellos a los que admira, pone en cuestión la falta de preparación de las fuerzas represivas -las materiales y las culturales- y su vil propensión a regodearse en el acecho, la vigilancia, los engaños y un maquiavelismo orientado a solidificar su estatus…
El Caso de Richard Jewell: Convertirse en un héroe. Clint Eastwood vuelve con su sentimentalismo a entregarnos una película biográfica basada en una historia real sobre el atentado terrorista en los Juegos Olímpicos de Atlanta. Esta película, con momentos tan conmovedores que te golpean el pecho como la onda expansiva de una bomba, cuenta la historia del guardia de seguridad estadounidense Richard Jewell (Un estupendo Paul Walter Hauser), que salva miles de vidas de la explosión de una bomba en los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996, debido a un ataque terrorista. Es basada en una historia real, y como todo lo real, no todo es color de rosas, ya que es difamado por periodistas y la prensa al informar que él era el mismísimo terrorista. Esos momentos de impotencia y desazón están puestos en pantalla tan crudamente gracias a las actuaciones y un buen guion basado en un artículo de Marie Brenner publicado en 1997 llamado American Nightmare: The Ballad of Richard Jewell. Sin embargo Clint Eastwood y el guionista Billy Ray (Overlord -2018-, Captain Phillips -2013-) se toman bastante libertad en eso, lo que trae controversias allá en el país del norte. Primero con respecto a las controversias: el público, o principalmente los sectores de la prensa, no están de acuerdo en cómo retrataron a la periodista Kathy Scruggs, interpretada por Olivia Wilde, que defendió a su papel en una serie de tweets. Lo que pasa es que el personaje se ofrece a intercambiar sexo por información relevante ante un agente del FBI. Scruggs falleció en 2001 y según sus allegados ella tenía una carrera intachable. Más allá de eso, las actuaciones, incluida la de Wilde, son magníficas. También lo tenemos a Sam Rockwell como el abogado Watson Bryant, que le otorga la mirada más entusiasta y más cercana al público, a veces diciendo lo que nosotros pensamos de esos oficiales del FBI que intentan inculpar al protagonista. Esos hombres de la ley están liderados por el gigante Jon Hamm, del cual los periodistas no se quejaron si es que los cineastas se tomaron alguna libertad en su personaje. Por otro lado están los Jewell. Bobi, la madre del protagonista, es interpretada por una brillante Kathy Bates que fue nominada a los Golden Globes como mejor actriz de reparto por este film. Ella logra llenar de lágrimas la pantalla con uno de los monólogos de madre mejores vistos en el cine. Bobi puede recordar a cualquier madre que no sabe cómo proteger a su hijo de las injusticias del mundo. Y él, Richard Jewell, es el que sostiene toda la película con una actuación formidable de la sorpresa del año, Paul Walter Hauser, el cual si no es nominado como mejor actor en los premios Oscars, debe ser por razones más allá del talento. Se lo merecería. Él logra que te encariñes con el personaje, y hasta dudes de Richard, con ese paso en el campus que apreciamos al comienzo de la película. Hacia el final tiene escenas muy conmovedoras. Esas lágrimas, esa ira contenida, la impotencia que está al borde de la pantalla, todo está reflejado con tanta naturalidad y empeño en la actuación que los ojos del espectador estarán llenos de lágrimas. Puede recordar por momentos a Sully (2016), otro film de Eastwood, o hasta documentales como Making a Murderer (2015). Hay un gran comienzo, y con su clásico ritmo, Eastwood te mete de a poco en la trama que no tiene tanta originalidad, apoyándose solo en la gran historia verdadera que sufrió Jewell. La película te deja en claro que hubo casos anteriores en que, por ejemplo, un bombero ocasiona un incendio para salvar a todos y proclamarse héroe, entre otras historias verídicas. Esa duda existe, a pesar de que sepamos el final. Algo destacable de cualquier obra en la que tengamos noción del final y aun así el viaje te impacte. En lo que falla es en el vago, nada llamativo, estilo visual. No debería serlo, ya que con toda esa prolijidad la película te lleva a recorrer 2 horas de una historia espléndida. De todas maneras, Eastwood con poco hace mucho, como con un simple montaje paralelo entre una competencia de 200m y una pieza clave en la investigación. Lo triste, si es que con todo lo que sucede en la película no alcanza, es que esta obra si hubiese llegado años antes, tendría mucho más valor para cierta persona.
Como digno heredero de John Ford y el western, Clint Eastwood ha tenido como uno de sus temas favoritos la construcción de leyendas que reemplazaban a la realidad. Leyendas que eran aceptadas como tales por el bien común. En Los imperdonables y La conquista del honor, entre otros títulos de Eastwood, aparecía esa idea. En otras, como El caso de Richard Jewell, este tópico va en dirección contraria. El héroe del comienzo de la historia se transforma en villano al ser acusado injustamente por el FBI y la prensa. Estos dos poderes olvidan la verdad y van directo a imprimir una historia falsa acerca de un guardia de seguridad que descubrió una bomba durante los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996. Richard Jewell (Paul Walter Hauser) es un guardia de seguridad que soñó desde siempre ser policía. Por diferentes motivos sus sueños se vieron truncados y para la época de los JJOO es guardia de seguridad. Los policías los miran por encima del hombre, pero deberán reconocer finalmente que este joven gordo que no se toman en serio es capaz de seguir las reglas y salvar muchas vidas. La película toma de Jewell desde que trabaja en un estudio de abogados donde su única amistad es Watson Bryant (Sam Rockwell), un joven abogado que ve lo metódico y servicial que es el extraño Richard Jewell. Jewell vive con su madre y tiene en una de las paredes de su casa una enorme foto propia luciendo en el uniforme policial. Definitivamente no es el héroe atlético y brillante, pero si una persona de un enorme corazón que confía en la ley e intenta hacer el bien. De la noche a la mañana se transforma en un héroe público y tanto él como su madre están felices. Pero lamentablemente este héroe inocente no sabe lo que le espera. Tom Shaw (Jon Hamm), un agente del FBI dispuesto a cualquier cosa para resolver el caso y una reportera, Kathy Scruggs (Olivia Wilde) que desea una primicia se terminan transformando en los enemigos de Jewell, convirtiéndolo en un villano de la noche a la mañana. Solo el abogado Bryant llegará al rescate para equilibrar las fuerzas. Jewell sigue actuando de forma inocente pero convencida, poniéndose a sí mismo en riesgo con su sinceridad. Clint Eastwood tiene acá la mirada desconfiada hacía las instituciones que ya había expresado en muchos de sus anteriores films. Una cultura de héroes que ataca impiadosamente cuando aparece uno real. El propio Jewell descubre en carne propia que los periodistas pueden informar equivocadamente y el FBI puede perseguir a inocentes. ¿Quién va a querer ser un héroe si cuando aparece uno lo crucifican? La persecución que sufre puede desalentar a otros. ¿Pero Acaso no se exponen todos los héroes a la posibilidad de ser incomprendidos? Pero Jewell es un personaje básico, sin sofisticación, pero con una moral clara que respeta. El mundo no es tan sencillo como él cree. El héroe solitario fordiano es también un elemento común con Eastwood. Pero en su inocencia Richard Jewell parece uno de esos personajes de Frank Capra, rodeado de cínicos con los que el personaje tropieza y se desencanta. En el personaje de Kathy Scruggs hay ecos del personaje de Louis Bennett (Jean Arthur) en Mr. Deeds Goes to Town (1936) de Frank Capra. Se armó revuelo con respecto a este personaje, ya que en el año 2019 no se pueden crear personajes femeninos complejos, solo completamente positivos. Pero Eastwood entiende que la pureza de Jewell puede ser la fuerza que cambie la mirada del mundo que tienen muchos. Clint Eastwood es uno de los pocos personajes que no tiene una agenda de corrección política actualizada a los tiempos que corren. Eso le genera muchas críticas en contra y a veces lo deja fuera de la temporada de premios. Pero esto lejos de ser una mala noticia, es una buena. Clint Eastwood no ignora el entorno y aquí nos regala varios momentos casi diseñados para espantar progresistas, pero son apuntes menores dentro de un film enorme. La serenidad del más clásico de los clásicos en actividad lo muestra siempre impecable a nivel narrativo y siempre buscando nuevas facetas en una filmografía imprescindible. Hay una mirada agridulce en la película y Clint Eastwood decide destacar algunos elementos por encima de otros. El abogado progresista y su asistente rusa forman el equipo de los buenos junto a la madre americana (Kathy Bates, fordiana en todo sentido) y su hijo Richard. Simples o sofisticados, ellos están del lado correcto, el de la verdad y la justicia. No hay realizadores americanos actuales capaces de construir un grupo como ese. Spielberg podría ser otra excepción, ambos directores de otra época. En El caso de Richard Jewell, que a esta altura no es necesario aclarar que se trata de una historia real, Clint Eastwood combina una mirada desencantada de las instituciones con una más optimista acerca de las personas. Los nombres de Ford y Capra aparecen como guías para explicar esto, pero eso no significa que la película dependa de ellos. Clint Eastwood ya tiene un universo propio y un trabajo de décadas que encuentra en cada nueva película una página nueva en la obra total de uno de los grandes maestros del cine.
El caso de Richard Jewell es una película biográfica dirigida y producida por Clint Eastwood basada en un artículo que relata un atentado durante los Juegos Olímpicos de 1996, y las consecuencias que tiene para el protagonista: Richard Jewell.
Una tragedia americana. En 1996, la ciudad estadounidense de Atlanta organizó los Juegos Olímpicos. Todo parecía indicar que los juegos del Centenario, como se los llamó, serían realizados por Atenas, a un siglo de que la capital griega albergara la mítica primera edición, pero los dólares y la presión de la CNN y Coca Cola, entre otras empresas con sede en aquella ciudad, desplazaron el evento deportivo desde la milenaria ciudad mediterránea hacia el calor y la humedad del sur norteamericano. Los de Atlanta fueron los juegos de Michael Johnson, el primer atleta de la historia en ganar los 200 y los 400 metros libres. Fueron también los juegos de un Mohamed Ali ya envejecido, tembloroso, frágil y aun así majestuoso encendiendo el futurístico pebetero olímpico en la ceremonia inaugural. Esas imágenes originales y otras, picos de una emoción genuina generada en aquellos días, son exhibidas por El caso Richard Jewell para dar cuenta de la ebullición que la ciudad vivió en esa quincena en la que supo convertirse en la Nueva Roma del mundo, del clima de celebración que allí se desarrollaba. Sirven, al mismo tiempo, para introducir un universo determinado; un universo en el que tras la fachada de un escenario festivo tuvo lugar un drama americano. Como en su anterior La mula, como en la totalidad de su filmografía (la más lúcida y coherente que dio el cine de Hollywood en las últimas décadas), Clint Eastwood se apoya sobre las bases fundantes de una nación para elaborar a partir de ellas una reflexión que tiene siempre al individuo como interés último, como norte. La excusa esta vez es la bomba que en una de aquellas noches olímpicas explotara en el Centennial Park durante uno de los tantos recitales con los que ese tipo de eventos entretiene a su público. En el atentado murieron dos personas y más de cien resultaron heridas. Ese hecho marca el drama de Richard Jewell, el guardia de seguridad allí presente que, como un perfecto modelo hitchcockiano (el hombre común sobrepasado por hechos extraordinarios que no termina de entender del todo y a los que sin embargo debe afrontar) vio cómo mutaba de héroe a villano de la noche a la mañana, de salvador de decenas de vidas a responsable de haber colocado allí la bomba. Que la película tome aquella historia para serle fiel o tergiversarla según sus intereses poco importa, tanto que, casi distraídamente, Eastwood se permite mostrar como al pasar y lateralmente una entrevista televisiva realizada por aquellos días al Jewell original: deudor del cine clásico, sabe que importa menos la manera en la que realidad se revela en la ficción que los modos en los que la ficción es capaz de postular, de crear (de re-crear) la realidad. Como podía preverse, esta y otras diversas licencias para con el corset del realismo (ese lastre pegajoso escondido tras la muletilla del “basado en hechos reales”) no pasaron desapercibidas en los medios norteamericanos, todavía abrumados por su participación directa en los hechos de aquel entonces. Apenas estrenada, el Washington Post lanzó un brulote contra la película, un artículo inefable que comienza así: “En un momento en el que la verdad misma está bajo asedio, las decisiones de los cineastas importan. Las películas comercializadas como una ´historia real´ tienen la obligación (el subrayado es mío) de respetar los momentos y las personas sobre los que gira la narración. Cuando difaman a personas reales, distorsionan los hechos o los inventan para amplificar el drama, no respetan a su público”. Nadie debería sorprenderse por esta declaración antediluviana: excepto honrosas excepciones, para los grandes medios y los críticos de aquel país el cine sigue siendo terra ignota. Por otros medios, más de dos décadas después, la tragedia continúa. El hombre tranquilo. Una década antes de los hechos relatados, Jewell maneja el depósito en algún organismo público atiborrado de abogados y como tal es el encargado de distribuir artículos de librería o de limpieza, según el caso, en los escritorios de los oficinistas. Su tarea le permite establecer un lazo particular con Watson Bryant, el abogado más destacado de esa repartición. Un pacto un tanto extraño, extemporáneo, sella, sin que ellos lo sepan en ese momento, el destino de ambos. En esa primera media hora inicial que es ejemplar en su sequedad narrativa, en su concisión (el cine de Eastwood se ha ido depurando, enmagreciendo con el tiempo hasta eliminar todo lo superfluo), la película se encarga de definir a Jewell con precisión. En él conviven buena parte de las características del americano promedio que horroriza al resto del mundo: el gordo con cara de bonachón, un poco lelo, homofóbico, es un fanático del orden, de las armas, de la devoción y el sometimiento absoluto a la policía y al gobierno, como si un mandato divino operara sobre él. A punto de ingresar a la Academia de Policía (vestir ese uniforme es su máximo anhelo), carga con algún delito menor en su haber, hijo del exceso de celo en el cumplimiento de la ley, mientras trabajaba como guardia privado. Pero Jewell es también un hombre honrado, buen hijo, solitario, algo aniñado. Es, a su manera y como Pyle, el personaje de la novela de Graham Greene, el inocente un tanto idiota al que sus buenas intenciones lo ponen en peligro. En esa dualidad puede empezar a entenderse el interés que el caso despertó en Eastwood, un artista amante de los grises: no porque en su cine no quepan la bondad y los actos generosos, la violencia y la maldad. Pero si la historia del gordinflón que a sus treinta aún vive con su madre llamó la atención del veterano director, es porque precisamente en esa combinatoria ambigua se refleja tanto la individualidad de un personaje como una constante de su obra. Trato de precisar: el cine de Eastwood se ha movido en gran medida alrededor de personajes para quienes la sociedad constituida (con sus regulaciones, sus ritos, sus límites) es una traba, siempre una incomodidad. En esa fricción entre los individuos y el conjunto la salida es abrirse, encontrar algún paraíso propio en el que poder subsistir; o llevar una existencia que no es propia. Ese espíritu entre libertario y anárquico pareciera estar aquí obturado, como si la idea misma fuera puesta en tensión. Cuando cae la acusación sobre Jewell, y en un instante la consideración pública lo transforma de víctima y héroe en victimario, su respuesta es casi insólita. Ante cada atropello del FBI y de la prensa (que se inmiscuyen en su casa, que instalan micrófonos en todos lados, que ejercitan un obstinado escrutinio de su vida y de sus aficiones) su conducta lo muestra aceptando todo mansamente, colaborando con fervor, con cierto goce incluso. El bueno de Jewell pone siempre la otra mejilla, adoctrinado desde chico en la sigilosa carga de la obediencia. Que el proceso que debe atravesar sea la prueba contundente de su impostura parece importarle poco. En este punto es donde la figura del abogado Bryant adquiere una luz y un peso decisivos, porque es el vehículo a través del cual aquella idea encuentra su punto de fuga, la manera de manifestarse. En Bryant se materializa una constante en los personajes de Eastwood: como en las renovadas formas de la pasión de los amantes de Madison, como en el soplo estimulante que aparece de improviso en la vida del viejo convertido en mula, como en la vuelta a la aventura del imperdonable Munny, como en los jinetes declinantes, excéntricos y vitales que surcan el espacio (y la lista podría seguir extensamente), el caso de Jewell es para el abogado la oportunidad de volver a encontrar el sentido de una existencia que, mala fortuna mediante, se ha vuelto demasiado gris. Así, el tándem que conforman cliente y representante va más allá de la esperable fábula sobre la resistencia frente a los poderes constituidos y su atropello. Convertido en el Virgilio de un infierno privado, Bryant guía a Jewell hasta la resolución final, y para hacerlo ambos crean una comunidad mínima, solidaria, que no casualmente completan dos mujeres (la madre de Jewell, la secretaria de Bryant) y que es el núcleo emotivo hacia donde apunta Eastwood. Allí, en ese espacio cerrado, íntimo, los males se mitigan, se toleran, se convierten en una fuerza que, retroalimentada, es usada a favor para volver a salir al mundo; un refugio que permite, sutil alquimia mediante, que en una colección de tupperwares pueda concentrarse el sentido de una existencia. El caso Richard Jewell es menos una película sobre la injusticia y la forma en la que los medios y ciertas fuerzas oscuras pueden manipular la opinión pública. Pasando por encima de la delación como una amenaza constante, incluso de la presencia inquietante de la muerte que asoma aquí y allá todo el tiempo, lo que importa en su devenir seco y tenso es el pulso persistente de ciertos lazos afectivos insobornables, el cariño creciente con el que se adosa a sus personajes, portadores de una noble e intransigente humanidad. El francotirador. En estos días volví a ver, en la web, la serie de cuatro clases que en 2013 Ricardo Piglia dictó sobre Borges en la televisión pública. En la última de ellas abordó el siempre conflictivo tema del posicionamiento político del escritor. Para decirlo en pocas palabras: lo que Piglia pondera de Borges no es tanto su posición abiertamente de derecha, sino el hecho de haber sido siempre capaz de decir, desde ese lugar y a contramano de posturas demagógicas o facilistas, lo que muchos piensan pero callan. Hace exactamente un año atrás, a propósito de La mula y en este mismo sitio, mencionaba la misma actitud y la misma postura con respecto a Eastwood, uno de los pocos conspicuos miembros de Hollywood que prolijamente se ha encargado de mostrar su adhesión al Partido Republicano y sus ideas, a contramano del resto del star system. Vuelvo a la cita del Washington Post. Ese párrafo pertenece a Kevin Riley, el editor en jefe del Atlanta Journal-Constitution, el diario que divulgara inicialmente las sospechas sobre Jewell. Hay un personaje particularmente polémico en la película, el de Kathy Scruggs, la periodista del AJC de quien se insinúa que conseguía información de sus fuentes, en este caso de los agentes del FBI, mediante favores sexuales. Scruggs murió en 2001, y ese dato le permite a Riley argüir en su diatriba que Eastwood se metió con alguien que no puede defenderse. Que esa invectiva desconozca que hacia el final, en una última mueca, Scruggs también tenga la chance de ser redimida poco importa. Más grave es que Riley se focalice menos en la defensa de una periodista que en fomentar que, llegado el caso, sea lícita la imposibilidad lisa y llana de un artista de manifestarse en su obra como le plazca. Esa prescripción lanzada por el editor no es una voz extemporánea, más bien la manifestación de una nueva caza de brujas que ha surgido en los últimos años, sobre la que bien podrían sentarse las bases de algún improbable y cercenado realismo, montado en la buena conciencia y la culpa. Como Borges, Eastwood ejerce una libertad irrenunciable, y persiste obstinado en ocupar el rol de aquel para quien ese bien alguna vez conquistado no se debe negociar. Basta ver el estado actual ya no solo de Hollywood sino del cine en general para asumir que ese rol incómodo, el del francotirador solitario, no tiene, de momento, herederos. Son otros ámbitos y otros medios, pero allí también, reconvertida, la tragedia continúa.
“El Caso de Richard Jewell” de Clint Eastwood. La manipulación de la opinión pública en tiempos de la pre post-verdad. Richard Jewell era un guardia de seguridad de los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996 que descubrió una mochila con explosivos en su interior y evitó un número mayor de víctimas al ayudar a evacuar el área poco antes de que se produjera el estallido. En “Sully”, protagonizada por Tom Hanks, Clint Eastwood contaba la historia real de un piloto de avión que logró amerizar de emergencia en medio del río Hudson en Nueva York. Gracias a esa heroica maniobra, se salvaron las vidas de los 155 tripulantes. En aquella gran película el longevo director de 89 años contaba la lucha del heroico trabajador (el piloto de avión) contra los desalmados funcionarios y trabajadores de la empresa que ponían en duda sus maniobras para descender la aeronave averiada. En la misma sintonía, Clint regresa con la historia de uno de los mayores héroes de los Juegos Olímpicos de Atlanta de 1996, Richard Jewell. No ganó medallas ni batió récord, tampoco era un atleta ni un gimnasta. Era un guardia de seguridad con contrato temporal que, con 33 años, seguía viviendo con su madre, y en la madrugada del 27 de julio de 1996 evitó lo que podría haber sido la peor tragedia en la historia olímpica. Y, pese a ello, pasó de héroe a enemigo público en cuestión de días. Pero esta vez no fueron empresarios ni funcionarios los que hicieron que este héroe se transforme en sospechoso de la noche a la mañana. El FBI y los medios de comunicación fueron los culpables de poner a Richard en ese lugar para la opinión pública. El encargado de investigar el caso, Tom Shaw (Jon Hamm) comienza a recolectar testimonios sobre el pasado del guardia que lo hacen dudar sobre el accionar del guardia. Esa información se filtra e los medios por culpa de una inescrupulosa periodista del Atlanta Journal llamada Katryn Scruggs (Olivia Wilde), lo que hace que la vida del Richard Jewell se transforme en una pesadilla. No saber como finalizó el caso hace que la película tenga un condimento extra, ya que la mano maestra de Clint hace que estemos expectantes por saber como terminó. El director inserta elementos dentro de la historia que nos hace sospechar sobre el papel de Richard Jewell. Sea o no sea culpable del atentado, logra construir de manera precisa el amarillismo destructivo de los medios como forma de vender dos ejemplares más, así como la desesperación de los investigadores por encontrar un culpable y cerrar el caso. Las perfectas actuaciones de Paul Walter Hauser como el sospechoso guardia, en sintonia con el carisma de Sam Rockwell como Watson Bryant, su ex jefe y ahora abogado defensor le dan realismo a la historia, sobre todo el primero, un calco del guardia original. Pero quien se lleva todos los laureles es la siempre maravillosa Kathy Bates como Barbara “Bobi” Jewell, la sufrida madre de Richard, quien más sufre todos los ataques que sufre su hijo (el discurso final de ella frente a los medios es profundamente emotivo). Si analizamos la postura política del director (reconocido como Republicano) no es casualidad que esta película salga a la luz en estos momentos. El film cae justo como herramienta crítica a los medios de comunicación en momentos en que el presidente DonaldTrump está enfrentado con los mismos. A pesar de eso, uno no puede negar que la injerencia de los medios a la hora de manipular a la opinión pública y a la hora de reproducir fake news de manera epidémica. A través de grandes actuaciones y la mano magistral de Clint Eastwood a la hora de narrar historia y filmar momentos de acción (es genial el suspenso que le imprime a la escena del atentado), “El Caso Richard Jewell” refleja de forma muy inteligente la construcción de la idea del héroe convertido en villano a través de los medios en tiempos de pre post-verdad. Puntaje: 90/100.
Solo un cineasta de la talla de Clint Eastwood es capaz de realizar un film tan actual como trascendente a los 89 años de edad. El director demuestra que todavía tiene mucho para decir mediante su cinematografía y “Richard Jewell” (2019) es la prueba perfecta de ello. Algunos podrán rechazar sus pensamientos de derecha y otros no estarán de acuerdo con el nacionalismo exacerbado que representó muchas veces en la pantalla grande pero lo cierto es que su exquisita mirada narrativa como director lo convierten en uno de los cineastas más interesantes de la actualidad. Incluso resulta una sorpresa que a esta altura se digne a realizar una película como la que aquí nos convoca, donde se pone en tela de juicio a las fuerzas de seguridad, a las autoridades y a los medios masivos de comunicación como miembros activos de las investigaciones llevadas a cabo como una simple “cacería de brujas” en lugar de realizar las averiguaciones correspondientes para dar con los verdaderos culpables. El largometraje cuenta la historia del personaje del título, Richard Jewell (Paul Walter Hauser), un guardia de seguridad de los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996 que se convirtió en héroe al descubrir una mochila llena de explosivos en su interior, avisando inmediatamente a los policías del lugar y logrando reducir el número de víctimas al ayudar en el proceso de evacuación de la zona antes de que se produjera la explosión. En un principio fue presentado como un héroe ante la sociedad, un hecho en el cual la prensa especializada tuvo mucho que ver pero posteriormente Jewell pasó a ser considerado como el principal sospechoso de la investigación federal y convertido en presunto culpable de la noche a la mañana. El film, basado en hechos reales, tiene un ritmo avasallante y una sensación de registro documental bastante lograda. El director, como siempre, nos sumerge en la intimidad de los sucesos, en las vidas personales de los verdaderos protagonistas para teorizar sobre cuestiones más grandes a medida que avanza el relato. Es impresionante la solidez narrativa que maneja Eastwood y la forma en que dispone la puesta en escena a la hora de representar los hechos. El protagonista (compuesto por un genial Hauser) es un hombre excéntrico, algo excedido de peso, con problemas a la hora de relacionarse con los demás y con una extrema devoción por las autoridades (incluso es un policía frustrado que nunca llegó a desarrollar su función), además de ser un amante de las armas. Por otro lado, vive con su madre Bobi (Kathy Bates), cuestión que termina de completar el perfil de “terrorista solitario” y posible “héroe culpable”, haciendo que tanto el FBI (representado por un correcto Jon Hamm en su composición del agente Shaw) como la prensa (en la figura de Olivia Wilde como periodista del Atlanta Journal Constitution) comiencen a tirar la imagen de héroe para erigir la de terrorista. El sujeto acusado es aislado y obligado a acudir ante un viejo y conocido abogado con el cual trabajó previamente, Watson Bryant (compuesto por un descomunal Sam Rockwell). Entre ambos deberán defender el nombre de este ciudadano corriente de esta despiadada persecución. El guion de Billy Ray, que ya tiene experiencia en este tipo de films basados en hechos reales después de la interesante “Captain Phillips” (2013), se propone mostrar cómo el seno familiar y afectivo de este “hombre común” termina por quebrarse cuando es perseguido por la prensa y el gobierno norteamericano, mediante una interesante yuxtaposición de la intimidad del protagonista con los hechos de público conocimiento que terminan convirtiéndose en algo masivo. Una obra maravillosa que denuncia el sensacionalismo y las teorías conspirativas. “El Caso de Richard Jewell” es una película atrapante e imponente, que se vale de un elenco extraordinario, de un trabajo de guion inspirado y de la siempre infalible dirección de Clint Eastwood. Un film que demuestra que el director de casi 90 años todavía representa uno de los mejores narradores clásicos de Hollywood pero que, a su vez, aún puede sorprender con ideas frescas y provocadoras que desafían sus propias creencias. Un cineasta con todas las letras que cierra una enorme década con ocho películas, siendo esta una de las más destacadas.
Clint Eastwood no es sólo un gran actor, ha sabido elegir muy bien sus historias y plasmarlas aún mejor en la pantalla grande como director. En ésta historia se basó en el artículo de Vanity Fair: “American Nightmare: The Ballad of Richard Jewell”, escrito por Marie Brenner. Richard Jewell (33) aquí interpretado por Paul Walter Hauser, fue un hombre obsesionado con las leyes y el orden, vivió y cuidó de su madre, y trabajaba como guardia de seguridad la noche de los Juegos Olímpicos de Atlanta del 27 de Julio 1996 en Centennial Park. El evitó que todo fuera una catástrofe peor de la que fue al descubrir una mochila sospechosa debajo de un banco con explosivos y logró que saliera la mayor cantidad de gente posible del lugar antes de la explosión. Así y todo hubo más de cien heridos y dos muertos. El hecho, en vez de transformarlo en un héroe, lo transformó en un sospechoso por culpa de una campaña armada por los medios, cuya principal culpable fue Kathy Scruggs (Olivia Wilde), quien mezcló sexo con información y el FBI que comenzó a perseguirlo con interrogatorios. Por eso, injustamente, pasó a ser sospechoso. Una gran actuación de Hauser, muy inocente, queriendo hacer cumplir la ley de cualquier manera. Su aspiración máxima era ser policía y se lo dice a Tom Shaw (Jon Hamm), basado en el agente Donald Johnson, (“yo soy uno de ustedes”...) responsable de las investigaciones de ese momento, el agente federal que no le pierde pisada. El abogado que lo defiende, y muy bien es Watson Bryant (Sam Rockwell) a quien Richard había conocido en un trabajo anterior. Watson lo acompaña, le cree, lo asesora y se forma entre ellos una hermandad que jamás se quiebra. Es el gran apoyo para su cliente y para su madre Bobi (la gran Kathy Bates) quien conoce a su hijo como nadie y no puede creer la intensa vigilancia a la que son sometidos y el escrutinio público que se de vuelta de la noche a la mañana. El director de 89 años supo llevar esta historia con todo el suspenso que requiere, de héroe nacional a posible criminal. Las actuaciones son excelentes, desde la sensibilidad de Hauser, hasta la mencionada Bates, desesperada por comprobar la inocencia de su único hijo y la voracidad y malicia de Wilde por sacar una noticia a cualquier precio. Un gran filme, para degustar con paciencia, que no hace foco en la historia, porque es una de tantas, pero sí en los trabajos de todos los actores y un director que dirige con alma y corazón. https://www.youtube.com/watch?v=gMXcdL26Rnw ACTORES: Sam Rockwell, Olivia Wilde, Jon Hamm. Kathy Bates. GENERO: Suspenso , Drama . DIRECCION: Clint Eastwood. ORIGEN: Estados Unidos FECHA DE ESTRENO: 02 de Enero de 2020 FORMATOS: 2D.
Eastwood lo hizo de nuevo. El arranque de Richard Jewell es arrollador. Se toma su tiempo para presentar a cada uno de los personajes involucrados. Los delinea con maestría. Los describe con grandeza y sencillez a la vez. Introduce a Jewell, ese enorme hombre de gran corazón y sueños. Alguien con quien empatizaremos hasta el punto de gritarle a la pantalla: REACCIONA. Porque esta película, basada en un caso real, nos habla de la dolorosa mirada del otro, de los preconceptos y prejuicios que aniquilan, acusan, barren con todo, pero también de la amistad, de los vínculos, de la sangre, de la pasión por hacer lo que a uno le gusta a pesar de todo. Una lección de cine, tres actos imperdibles. Gracias Eastwood.
A punto de cumplir 90 años, el legendario Clint Eastwood sigue tan activo y vigente como en los '70 (cuando filmaba, por ejemplo, El fugitivo Josey Wales), los '80 (cuando dirigía Bird), los '90 (cuando subyugaba con Los imperdonables o Los puentes de Madison) o los 2000 (cuando regalaba desde Million Dollar Baby hasta Gran Torino). Y llegó la década de 2010, con un ciclo de nada menos que ocho nuevas películas que se cierra con El caso de Richard Jewell, su 38º largometraje como director y basado -como en la mayoría de sus últimos trabajos- en una historia real. El Richard Jewell del título (Paul Walter Hauser en su primer protagónico) es un hombre excedido en peso, amante de las armas, frustrado por no poder ingresar a la policía y bastante patético en su cotidianeidad, que vive con una madre posesiva y sobreprotectora (la siempre notable Kathy Bates) y se desempeña como guardia de seguridad en el Centennial Olympic Park durante los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996. En principio, vemos cómo, al descubrir una mochila llena de explosivos y alertar sobre su existencia, salva la vida de muchos asistentes a un concierto que se estaba realizando esa noche. Sin embargo, su estatus de héroe le dura apenas unas horas, ya que casi de inmediato el diario Atlanta Journal-Constitution publica que él es, en verdad, el principal sospechoso para el FBI. El guion de Billy Ray (Los juegos del hambre, Capitán Phillips, Shattered Glass y la remake hollywoodense de El secreto de sus ojos) pendula entre la intimidad de Jewell y la reconstrucción de los hechos: desde la mencionada explosión hasta el posterior caso judicial en el que contó con la ayuda del excéntrico abogado (y ex jefe suyo) Watson Bryant (un impecable Sam Rockwell), la investigación por parte del FBI que incluyó presiones y métodos muy poco transparentes (el responsable del caso está intepretado por Jon Hamm) y el accionar de una periodista sin demasiados escrúpulos a la hora de obtener una primicia (Olivia Wilde), que generó una polémica extra cinematográfica entre quienes acusan a los creadores de la película de tergiversar los hechos. Más allá de esas controversias (que sirven para alimentar la cobertura periodística, pero no afectan los valores de un film de ficción que puede permitirse incluso cualquier “licencia poética”), lo cierto es que El caso de Richard Jewell constituye una valiosa reflexión sobre el lugar del héroe en la sociedad estadounidense (ese hombre ordinario en medio de circunstancias extraordinarias), la conspiranoia reinante a nivel colectivo y el muchas veces cuestionable papel de los organismos de seguridad (dispuestos a cualquier manipulación con tal de conseguir una resolución a la medida de sus necesidades) o de los medios de comunicación. Lo hace con la habitual solidez narrativa, ese oficio encomiable, ese clasicismo innegociable y esa nobleza a flor de piel que son la marca de fábrica del brillante e inoxidable Clint Eastwood.
Circo mediático “El mundo se estaba desmoronando. Necesitaban un chivo expiatorio. Encontraron a Wayne”. Son las tres oraciones al pie de una viñeta del caricaturista Gary Larson, la cual muestra una turba de gente armada con carteles protestando ante la casa de quien debe ser Wayne. No se sabe qué aqueja al mundo ni quién es Wayne, así que la conexión entre ambos es tan injusta y aleatoria como permite la imaginación. Ése es el chiste de la tira y también la esencia del conflicto detrás de El caso Richard Jewell (Richard Jewell, 2019), que tiene sus intersticios de levedad pero no es para nada chistosa. Jewell fue el “Wayne” del bombardeo de Atlanta durante los Juegos Olímpicos de 1996, un simple guardia de seguridad que fue injustamente designado por el FBI y los medios como el culpable del atentado. Esto a pesar de (e incluso gracias a) descubrir personalmente la bomba y evacuar a la muchedumbre, salvando incontables vidas. En muchos sentidos Jewell es un héroe chapado de la misma calaña que el epónimo héroe de Sully: Hazaña en el Hudson (Sully, 2016): un hombre que salvó vidas por virtud de mantener la calma bajo presión y cumplir con su trabajo, y que posteriormente fue martirizado caprichosamente por el escrutinio burócrata. En realidad la conexión entre crimen y criminal es fácil de presuponer. Jewell (Paul Walter Hauser), un policía fracasado con sobrepeso que posee ínfulas de gloria pero aún vive con su madre (Kathy Bates), es un sospechoso tentador. Las primeras escenas de la película también lo establecen como alguien ingenuo, impopular y capaz de extralimitarse en su devoción por hacer cumplir la ley. Es un sospechoso tan conveniente que la narrativa se vuelve más importante que cualquier evidencia que lo culpe o lo exima. Dirigida por Clint Eastwood y escrita por Billy Ray (sobre un artículo periodístico de Marie Brenner), la película demuestra de manera esquemática y efectiva cómo el estado y los medios se potencian mutuamente para crear y legitimar narrativas que le convienen a ambos. En este caso la motivación también es personal: el agente Tom Shaw (Jon Hamm) se siente presionado por encontrar un culpable y la periodista Kathy Scruggs (Olivia Wilde) está desesperada por adueñarse de una historia y propulsarse a la fama. Un guión inferior los vilificaría pero éste no pierde de foco el verdadero problema: la tendencia del circo mediático a nutrirse de opiniones en vez de hechos y validar los prejuicios que cada persona tiene, sean cuales sean. Éste tipo de historias “basadas en hechos reales” sobre injusticia y reivindicación suelen invitar a la autocrítica y el sentimentalismo en sus formas más complacientes. El caso Richard Jewell obvia estos lugares comunes al aferrarse a la imperfección de su protagonista, sin exagerar sus méritos ni escatimar los detalles más indignantes de su situación. Como Jewell, Paul Walter Hauser tiene una presencia atípica y entrañable. Le acompañan dos veteranos formidables: Kathy Bates como su madre y Sam Rockwell en el papel de su abogado, huraño pero bienintencionado. Es un testamento a la discreta genialidad de la película que aún en los papeles más cliché encontramos pequeños detalles de actuación y dirección que los vuelven reales.
Clint Eastwood en esta última etapa, y la más madura de su carrera, que comenzó con Los imperdonables (1992), le gusta abordar hechos de la vida real estadounidense. Personajes de carne y hueso que tuvieron acciones heroicas, pero que para muchos -y para los medios o el Gobierno- tal vez no fueran tan así. A Francotirador, Sully: Hazaña en el Hudson, 15.17: Tren a París y hasta La Mula ahora le sigue El caso de Richard Jewell, un agente de seguridad que en plenos Juegos Olímpicos de Atlanta, en 1996, encontró una mochila sospechosa, que contenía artefactos explosivos en Centennial Park, alertó a la policía y salvó muchas vidas. Lo dicho, Jewell era un héroe, hasta que dejó de serlo. Tres días más tarde, el FBI lo tenía como principal sospechoso. Ya se sabe: al primero al que se investiga es al que encuentra la bomba, el Atlanta Journal-Constitution decidió publicar la información que tenía y la vida de Richard pasó a ser un calvario. "Este perfil generalmente incluye a un hombre blanco frustrado que es un ex oficial de policía, miembro del ejército o de la policía", un aspirante "que busca convertirse en un héroe”, dice Kathy Scruggs (Olivia Wilde), la periodista detrás de la bomba, en todos los sentidos que le quieran poner. Sus flirteos con el agente del FBI Tom Shaw (Jon Hamm, de Mad Men) dan indicios de que habría conseguido información precisamente a través de su relación con él, lo que generó una controversia mayúscula alrededor del filme en su estreno en los Estados Unidos. Pero Eastwood pone la mira de lleno en Richard Jewell. Es más: como quiere limpiar el nombre del protagonista, decidió que el filme se titulara directamente como su personaje, para que todo el mundo lo supiera o lo recordase. Pero Richard, como mal o bien decía la periodista, llenaba lo casilleros para ser sospechoso. Algo inocentón, un poco nerd, Richard fue denigrado varias veces, vivía con su madre y su físico –hombre blanco, excedido en peso- parece que lo convertía en el terrorista solitario que buscaba el FBI. Eastwood confió en Paul Water Hauser, dándole el primer protagónico de su carrera al hombre que, sí, lo recuerdan como uno de los racistas de Infiltrado del KKKlan, y en Yo soy Tonya. Y está perfecto en su papel, ya que para los que no conocen la historia real, las dudas se mantienen sobre su grado o no de participación en el atentado. El director de Río Místico lo rodeó de talentos. A los ya mencionados Hamm y Wilde, agreguen a Kathy Bates como la madre, en otra composición memorable de la actriz de Misery y Titanic, y Sam Rockwell, esta vez en un rol que se presume “bueno”, algo inhabitual en el ganador de un Oscar por 3 anuncios por un crimen. El caso de Richard Jewell está no sólo bien contada, sino que mantiene en vilo y en tensión al espectador por más de dos horas. Las libertades creativas que se hayan tomado guionista y director no hacen a la cuestión cinematográfica, pero es difícil saber si la ficción superó a la realidad.
Ya no tiene demasiado sentido afirmar que Clint Eastwood es uno de los últimos directores clásicos en vigencia. ¿Qué significa eso hoy en día? ¿Que es solvente en la construcción narrativa? ¿Que coloca la cámara a la altura de los ojos? Sus virtudes exceden cualquiera de esas frases hechas y se consagran en su mirada del mundo, más allá de modas y coyunturas, tensando el mármol que le corresponde a su trayectoria con el riesgo de su trabajo continuo. En El caso de Richard Jewell, elige una historia (real) con aristas controvertidas: Richard Jewell (Paul Walter Hauser), guardia de seguridad con ambiciones de policía, encuentra una bomba durante un concierto celebrado en el marco de los Juegos Olímpicos de Atlanta 96. Su hazaña lo convierte primero en héroe, y luego en el terrorista doméstico de turno. Allí confluyen la desidia del FBI, la voracidad de los medios, la tendencia de las sociedades a celebrar los extremos. Sin embargo, lo que a Eastwood le interesa es el efecto devastador que ese hecho tiene en la vida de un hombre que cree en las instituciones como garantes del orden social. Es esa convicción la que se pone en entredicho, en tensión con sus valores inculcados y frente a un entorno que lo seduce al mismo tiempo que lo destruye. La película fue polémica en los Estados Unidos por dos razones. El efectivo tiro por elevación a la administración demócrata de Clinton (desde la voz de un republicano), marco en el que un hombre inocente es acusado por poderes impostores, propensos a los simulacros y la doble moral. Pero sobre todo por su retrato sesgado de la periodista Kathy Scruggs (Olivia Wilde), promotora de la acusación periodística de Jewell, convertida en una infeliz metáfora de la inmoralidad de los medios de comunicación. Es este el punto débil de la película, donde sacrifica la complejidad de Scruggs para convertirla en el engranaje ideal de un andamiaje de errores y complicidades. Los heroísmos en el cine de Eastwood son siempre ambiguos y ajenos a la épica. Como su ejemplar Bronco Billy, sus personajes son idealistas de un mundo obsoleto. Pero es justamente esa falta de grandeza a los ojos de la época lo que los eleva para la mirada de Eastwood, lo que los destaca -como a Jewell-cuando nada en su genética o circunstancias podría haberlo indicado. Su cine está consagrado a esa justicia en la representación, que únicamente la ficción puede asumir, deudora sí de los mandatos crepusculares de John Ford, pero atravesada por una proeza que solo le pertenece a este gran director.
Hace rato que Clint Eastwood ha entrado en el grupo selecto de directores de los que se esperan sus películas con entusiasmo. Es un realizador clásico que ha entrado en una tónica de contar hechos reales más bien inmediatos, cuyo tema parece ser cómo se crean los héroes y la consecuencia posterior de esa construcción. Esa fue por lo menos la estructura de El francotirador con Bradley Cooper (es particularmente interesante ya que sobre el final elude el hecho real sobre sobre cómo murió el personaje central) y de Sully: Hazaña en el Hudson. Luego llegó 15:17 Tren a París, en donde narró un hecho ocurrido en un tren parisino en el que tres estadounidenses (dos de las fuerzas armadas) impidieron un atentado, con los protagonistas reales que se interpretaron a sí mismos. Ahora es El caso de Richard Jewell y ahí vamos de nuevo con un héroe americano, que después fue poco menos que destruido y que finalmente fue reivindicado. Richard Jewell (Paul Walter Hauser) es un guardia de seguridad que encontró un bolso con explosivos y evitó que estallara en el medio de un parque de la ciudad de Atlanta, mientras se desarrollaban los Juegos Olímpicos de 1994. La película arranca mostrando la carrera de Jewell dentro de las fuerzas de seguridad y cómo terminó trabajando en la empresa. Jewell fue policía pero su actitud y su forma de encarar esa función terminó dejó terminándolo afuera. De ahí pasó a trabajar como custodio de dormitorios universitarios de donde también fue separado por tratos bruscos y a sí llegamos a ese trabajo temporario como seguridad de los juegos olímpicos, donde se produce el hecho que lo llevó a la fama a después a ser el villano elegido por el FBI, en tiempos de de pre terrorismo islámico y cierto auge de movimientos de ultra derecha vinculados con el Ku Klux Klan y otros grupos que cobijan sujetos anti sistema que llegaron a volar edificios del Estado. Jewell es un personaje con el que por supuesto es difícil sentir empatía, es desagradable, conservador, vive con la madre, adora la autoridad y por eso los castigos que sufre haciendo cumplir los valores en los que el cree lo vuelven un sujeto más y más amargo, reservado y con pocos amigos. Cuando Jewell descubre un bolso lleno de explosivos y salva a un montón de ciudadanos que disfrutaban de unos shows paralelos a los Juegos Olímpicos -Kenny Roggers y baila el tema de moda: Macarena-. A pesar de descubrir el bolso se produce la explosión y provoca algunos daños pero muchos menos de los que pudo haber producido de no haber sido por Jewell y las fuerzas de seguridad. El FBI comienza a investigar el atentado y ante la falta de indicios los investigadores se concentran en el héroe del momento: Quién es Richard Jewell y por qué hizo lo que hizo y de dónde viene. Los datos que van obteniendo hace que a las autoridades Jewell les parezca que puede ser el que puso la bomba para después quedar como el héroe de la jornada. Jewell no termina de entender lo que pasa, o no quiere entender y no reacciona de la manera en que una espera de alguien que de repente ve que su gobierno se vuelve contra él. Lo mejor de esta nueva película de Eastwood pasa por las actuaciones, Sam Rockwel, Olivia Wilde, Kathy Bates y Jon Hamm, que se lucen y si hubiera justicia en ese tema de los premios, el protagonista se los merece a todos. Eastwood se mete de lleno en el tema de la manipulación de la historia con la ayuda de un guión que acentúa la parte bidimensional del asunto y convierte en villanos a los investigadores y a la periodista en una verdadera arpía trepadora. El caso Richard Jewell ataca a la prensa, a los medios y al FBI de manera fulminante, para reflexionar además sobre el lugar del héroe en la sociedad. La película es efectiva pero tan manipuladora como lo fueron la prensa y el FBI con el Jewell de la vida real. Así que por estas horas el diario en el que trabajaba la periodista mencionada en la película anuncia el inicio de una demanda contra el director. Lo cierto es cualquiera que investigue un poco descubre que el Jewell real es menos afable y más turbio que el de la película. Pero está claro que por más desagradable que sea una persona, eso no habilita a nadie a que lo destruya con una causa armada y lo vuelva carne de cañón solo para satisfacer la necesidad del público. EL CASO DE RICHARD JEWELL Richard Jewell. Estados Unidos, 2019. Dirección: Clint Eastwood. Guión: Billy Ray. Elenco: Paul Walter Hauser, Sam Rockwell, Kathy Bates, Jon Hamm, Olivia Wilde, Brandon Stanley, Ryan Boz, Charles Green, Mike Pniewski, Ian Gómez. Producción: Clint Eastwood, Leonardo DiCaprio, Jonah Hill, Jennifer Davisson, Jessica Meier, Kevin Misher y Tim Moore. Distribuidora: Warner Bros. Duración: 129 minutos.
Si solo contamos las películas que dirigió Clint Eastwood podemos decir que la octogenaria estrella hizo mas o menos un film cada dos años. El caso de Richard Jewell llega para cerrar a modo de broche de oro una década que, salvo algunas excepciones, lo encontró explorando hazañas humanas, descubriendo héroes y mostrando flamear decenas de banderas estadounidenses.
El caso de Richard Jewell: Buscando la verdad. Si hace poco hablábamos sobre cómo alguien con tantos años encima podía dirigir una película como «El irlandés», el genial Clint Eastwood acaba de llegar a la mesa y le recordó a todos que, con sus 89 años de edad, es capaz de dirigir una película tan redonda como «El caso de Richard Jewell» (2019). ¿De qué trata esta nueva película? «El caso de Richard Jewell» cuenta la historia de un atentado durante las olimpiadas de 1996 en Atlanta. En este suceso, un guardia de seguridad descubre los explosivos que iban a perpetrar el atentado, y gracias a su hazaña y un trabajo en equipo de la fuerza policial, logran disminuir la cantidad de muertos y heridos considerablemente. A pesar de esta situación prácticamente heroica, el guardia comienza a ser sospechoso de haber sido el causante de la explosión y queda mediáticamente como supuesto culpable del atentado. Lo primero a remarcar de esta historia a mi juicio es el título. El original de este film es simplemente «Richard Jewell». Su sencillez tiene un fundamento primordial y se debe a algo que la película describe con sumo detalle. El eje principal del film gira alrededor de presenciar cómo los medios de comunicación destrozan psicológicamente la vida del guardia, llamado Richard Jewell. Las notas en la televisión, los diarios, la radio, y toda la presión social que recae en él y todos sus allegados es el punto central del film. Los mismos medios que unos días antes lo entrevistaron y lo llamaron héroe nacional, terminan destrozándolo y convirtiéndolo en un auténtico monstruo. Su nombre pasa de ser divino a satánico. Dentro de esa construcción, la película obviamente postula su opinión sobre el rol que la sociedad le da a los medios de comunicación y al supuesto periodismo, personificado en quizás el punto más flojo del film que es el personaje de Olivia Wilde, la periodista malvada que acusa al guardia. Dentro de la construcción poco detallada y de trazo grueso que se da en este personaje, la película evidencia todos los estereotipos del popularmente llamado «cuarto poder». La búsqueda por la nota fácil, por el amarillismo barato y, sobre todo, la total falta de humanidad en el trabajo de investigación terminan siendo lapidarias para el rubro en su totalidad. Pero volvamos al nombre original del film. ¿Por qué es tan importante? Porque Clint Eastwood, llamándola «Richard Jewell», se separa del periodismo. Esta película no podía tener otro nombre. La intención de limpiar el nombre de Jewell es lo que realmente genera y motiva la creación de esta película. Vemos en su metraje como en una simple historia, el director logra demostrar todas sus dudas en relación a la justicia, al sistema estadounidense y, sobre todo, vemos cómo realmente le parece importante lo que está contando. Una historia totalmente ajena a cualquiera de nosotros, que no vive en Estados Unidos, que no estuvo en Atlanta en 1996 y que nunca descubrió una bomba en un evento público pero que, gracias a la perspectiva que muestra Eastwood, podemos comprender. Quizás como último detalle queda destacar el trabajo fenomenal de Paul Walter Hauser, el protagonista de la película. Fuera de la similitud con el Richard Jewell real, el actor logra darle un tono tan natural y tan único que termina ayudando en demasía a mantener la atención del espectador y a mimetizarse con el mismo. Realmente merecedor de todo halago, su interpretación es increíble y termina siendo una de las mejores actuaciones de 2019. En conclusión, «El caso de Richard Jewell» es una gran película. Vemos en Clint Eastwood una energía y una potencia dramática para filmar muy alta. Quizás el punto más destacable sea eso, que vemos que cada momento del relato está plagado de cuidado y detalle. Se nota que no fue una película más para el director, y esta motivación es clave para terminar generando una de las mejores películas del año y una nueva demostración de por qué tenemos que seguir confiando en la humanidad. Por lo menos Clint, a sus casi 90 años de edad, sigue confiando. ¿Ustedes?
En la película que Clint Eastwood nos trae para este comienzo del 2020, se cuenta la verdadera historia del hombre que pasó de ser héroe a primer sospechoso por los atentados de los Juegos Olímpicos de 1996. Eastwood, con su habilidad conocida para contar a través de imágenes, retrata con precisión y de manera ágil el largo proceso al que Richard Jewell se ve sometido. Richard Jewell es un muchacho solitario que todavía vive con su madre y que sueña con ser policía. No se lo suele tomar muy en serio y pasa de empleo a empleo, aunque gracias a uno de ellos conoce a un abogado independiente que lo trata “como a un ser humano”. De seguro no se imaginó que ese encuentro sería clave para lo que le tocaría vivir después. En un empleo que le gusta porque lo acerca al oficio de policía que ansía, Jewell trabaja como seguridad durante los conciertos de los Juegos Olímpicos de 1996. Una de esas noches descubre una mochila sola y, por lo tanto, sospechosa. Nadie cree que sea tan importante pero efectivamente se descubre unos explosivos que al menos, al ser descubiertos y tener tiempo de despejar un poco la zona, no causa mayores problemas. Este muchacho del que todos se burlaban pronto se convierte en un héroe. Al menos hasta que el FBI lo investiga y descubre que su perfil coincide con el que ellos tienen como posibles sospechosos de este tipo de atentados: hombres perdedores, que viven con la madre, obsesionados con la fuerza militar, armados, solitarios. Y cuando a uno de estos investigadores (Jon Hamm) suelta la lengua con una periodista ávida de atención (Olivia Wilde), Jewell no tarda en ser el foco de una manera completamente opuesta a la que esperaba. Ahí entra en juego aquel abogado de excéntrica personalidad interpretado por Sam Rockwell. Porque no se olvida de Jewell y porque confía en él, aun cuando tenga tantas posibilidades en contra. El otro gran sostén será su madre, con una maravillosa Kathy Bates. El film no juega con la tensión propia de saber si es o no finalmente Richard Jewell culpable, seguro porque, sobre todo en Estados Unidos, ya todos conozcan la historia. Sino que la tensión y las emociones radican en todo lo que le pasa a este personaje, en este largo proceso en el que se ve envuelto. Ahí entra Paul Walter Hauser en la piel de este personaje, una especie de niño en el cuerpo de un adulto, que aguanta cada cachetada y que aun cuando suele tenerla siempre en contra intenta mantenerse del lado del gobierno y del FBI, porque admira y quiere ser como ellos. Eastwood narra su película con mucho ritmo y sin descuidar a ninguno de sus personajes. Cada uno de ellos tienen sus momentos para lucirse y cada uno es un ladrillo imprescindible de la trama. Además maneja muy bien tanto las escenas más intimistas como las judiciales o mediáticas. “El caso de Richard Jewell” es una muestra más del talento y oficio de Clint Eastwood para contar historias de personajes que le resultan interesantes, y consigue que eso se transmita y contagie. Es un film entretenido, atrapante y emocionante.
Clint Eastwood vuelve al ruedo con “EL CASO DE RICHARD JEWELL”. La historia presenta a Richard Jewell, un guardia de seguridad que da aviso de un dispositivo durante el atentado terrorista en Atlanta de 1996. Ese reporte lo convierte en un héroe cuya rápida acción salva incontables vidas; pero al cabo de unos días, lo que fuera simple cumplimiento del deber, lo convierte en el principal sospechoso del atentado; vilipendiado tanto por la prensa como por el público su vida queda destrozada. Contará con Watson Bryant, un abogado independiente y contestatario, para profesar su inocencia, limpiar su nombre y enfrentarse al acoso de las fuerzas combinadas del FBI, el GBI y la APD. Adam Driver, en su charla Ted, decía que el cine puede ser muchas cosas: un hecho artístico, un acto político, un servicio a la comunidad, o puro entretenimiento entre otras. La cinta que hoy nos convoca es una enorme contribución social. De esas películas que resultan interesantes ver para reflexionar sobre nuestra historia y comportamiento como humanos (Como la también reciente “THE REPORT” para linkear con Driver y Hamm). Clint Eastwood es un director que, en mi opinión, hizo grandes películas, otras regulares y otras tantas malas. Pero en esta oportunidad nos trajo una de sus mejores cintas (al menos de su filmografía reciente). Basada en hechos reales, la historia logra trasladarse a la pantalla grande de interesante manera, bien llevada con momentos de humor meritoriamente bien logrados sin perder el peso del acontecimiento en cuestión. El primero de sus fuertes son las actuaciones. Un elenco de lujo con Sam Rockwell, Kathy Bates y Jon Hamm brindando excelentes interpretaciones. Pero es el enorme Paul Walter Hauser quien se lleva todas las miradas. Una actuación verosímil y entretenida que nos da la absoluta sensación de un tipo común y corriente. No así es el caso de Olivia Wilde que le tocó un papel excesivamente estereotipado y clichoso casi como si fuese una villana de dibujos animados que no fue cuidada desde la dirección y la expone frente a tanta buena actuación. El otro punto interesantísimo es la historia que aborda en sí misma que nos invita a pensar en la manipulación de los medios, la posverdad, el prejuicio y hasta qué punto ciertas entidades de poder están dispuestas a llegar para cumplir sus deseos. Incluso algunas situaciones que ocurren en el film que parecieran irreales y hollywoodenses resultaron haber ocurrido de ese modo. ¿Cómo elegimos digerir la información? ¿Buscamos corroborar aquello que creemos o realmente estamos dispuestos a interpelarnos? Para recordar un episodio histórico, para conocerlo aquellos que nos lo perdimos, para ver de vuelta a Eastwood trabajando como nos gusta, para ver cine no sólo como un entretenimiento es que vale la pena sentarnos a ver “EL CASO DE RICHARD JEWELL”. Por Matías Asenjo
Lo mejor que te puede suceder antes de entrar a ver El caso de Richard Jewell es no saber nada al respecto. Es una historia real pero no tan conocida en Argentina. Y si bien es impactante, ha habido casos más resonantes, más populares, más locos, más despiadados, más inverosímiles llevados a la pantalla, pero en la mayoría de esos no estaba Clint Eastwood detrás, que es lo que hay que señalar y subrayar aquí. Todo lo que toca este maestro se convierte de manera automática en el mejor de los testimonios. Y tal como dice el póster “El mundo ahora sabrá su nombre y la verdad”. Así nos adentramos en el mundo de este guardia de seguridad tan particular, con el que tal vez como argentinos no coincidimos en nada, pero al mismo tiempo nos es imposible no empatizar. El tipo salvó un montón de vidas y quisieron inculparlo por ese mismo hecho. Lo pasaron de héroe a terrorista en cuestión de horas. La película desnuda toda esa situación a través del (mal) accionar de la prensa y del FBI, y es allí donde el elenco brilla. Tanto Paul Walter Hauser, quien de a poco se va construyendo un nombre muy sólido en el medio, como los consagrados Sam Rockwell y Olivia Wilde. Todos geniales e inapelables. Pero sin dudas la figura indiscutida es el director. La puesta que logra Eastwood y la narrativa son contundentes. Su filmografía es impecable y sus últimas dos décadas repletas de obras magníficas a un ritmo de casi una película por año. El tipo tiene 89 y filma como lo dioses, motivo más que suficiente para disfrutar su arte en pantalla grande. El caso de Richard Jewell es una gran película. Una injusticia expuesta para todo el público a través de la lupa de un gran maestro.
¿Héroe o demonio? Nos no cansamos de repetir, película tras película, la habilidad para narrar que tiene Clint Eastwood. A pesar de sus 90 nunca pierde el timing y está más lúcido y vigente que nunca. Después de interpretar y dirigir La Mula, nos trae El caso de Richard Jewell, película basada en una historia real, sobre un guardia de seguridad que alerta sobre una mochila con explosivos, en medio de un show brindado por motivo de los Juegos Olímpicos de Atlanta (1996), salvando así cientos de vidas. El problema es que Richard (Paul Walter Hauser) se convierte de héroe a traidor en cuestión de días, cuando el FBI lo acusa de ser el principal sospechoso del atentado, debido a su perfil psicológico. Eastwood se centra de lleno en el personaje, partiendo de la base que quiere dejar en alto su nombre (claro que más tarde nos enteraremos que él no fue el autor de los hechos), pero no lo presenta idílicamente como un ganador, sino que también lo hace con sus defectos y virtudes. Un hombre algo naif, soltero, que vive con su madre a pesar de su edad. Con ideales de justicia y un amor por las instituciones de su país algo exacerbados, a tal punto de tener denuncias de abusos de poder, cortándole esto su máximo sueño de ser agente de la policía. Un blanco ideal para el FBI, quien junto con la prensa local ponen en cuestión la culpabilidad del abnegado guardia… sin pruebas. Y sí, de esta manera, se arman casos para la opinión pública. Con una precisión cronológica, y una puesta en escena minimalista, Eastwood nos mantiene tensos toda la cinta, haciendo sentir al espectador la irritabilidad y los nervios del acusado, durante este proceso de “aprietes” policiales y mediáticos. Claro que siempre es incomoda la ambigüedad del director, por ejemplo, no deja de lo mejor parada a la periodista (Olivia Wilde), pero este pone foco en las consecuencias personales que atraviesa Richard, con una habilidad única. Clásico, narrativamente escrupuloso y polémico, lo cierto es que Clint nunca nos deja indiferente, y es a destacar también el casting de sus films, todos se lucen en sus papeles. A través de este caso real, la película habla de la mirada y de los prejuicios del otro, las formas de vincularse, los apremios y necesidades por culpar o vender. Pero por sobre todo Eastwood cree en su personaje, mira por el lente del sufrimiento y la mirada reparadora de ese ser humano más allá de lo ideológico.
Richard Jewell es un hombre solitario que vive con su madre, y sueña con unirse a cualquier cuerpo de seguridad de Estados Unidos. Luego de pasar por varios trabajos, termina siendo seguridad en los Juegos Olímpicos de Atlanta 96. Luego de que el famoso atentado suceda y Jewell sea considerado un héroe, con el transcurso de las horas, las cosas se irán dando vuelta y él es considerado como el principal sospechoso. Luego de La Mula, y ya a su edad, nadie esperaba mucho de una nueva película de Clint Eastwood, pero no hay nada mejor para un cinéfilo, que le cierren la boca; y El caso de Richard Jewell lo hace con creces, y sin traicionar el espíritu de Eastwood como realizador, quien gusta de contar estas historias protagonizadas por héroes anónimos o muy chicos. Y en este sentido la gran sorpresa de El caso de Richard Jewell es Paul Walter Hauser, quien encarna a Jewell, y muestra que lo visto en Yo soy Tonya(donde hacía del verdadero villano) no fue solo un accidente; sino que de verdad el actor tiene talento, y no solo eso, que puede soportar el peso de una película a sus espaldas sin despeinarse. Sería bastante agradable verlo llevarse una nominación al Oscar, e incluso, para los que vean la película, van a identificar una escena que se presta para que sea puesta mientras vemos su nominación. Dos secundarios que también se llevan las palmas son Kathy Bates y Sam Rockwell. La primera haciendo un hermoso personaje, que es el de la madre sufrida de Richard, quien ve como mancillan el nombre de su hijo solo porque se necesita un chivo expiatorio. El segundo al dar vida al abogado defensor, rol que se transforma en el sustento emocional de los Jewell, y quien nunca se rendirá a la hora de proteger a su cliente. Es una pena que el resto, en especial Olivia Wilde y John Hamm, estén desperdiciados al nivel de que sus personajes lo podrían haber interpretado cualquiera. Donde también gana la película, es en el ritmo. Las dos horas son las idóneas para contarnos la vida de Jewell hasta el incidente, con un gran momento de tensión previo a la explosión de la bomba; para luego ver el mini ascenso y posterior caída del personaje. Quizás en esa primera parte el film bajonea un poco, hasta que Rockwell entra en pantalla, y de ahí el ritmo se estabiliza. El caso de Richard Jewell es una gran película, que, de haberse estrenado el año pasado, casi seguro hubiera estado en el Top 5 de quien les habla. Aún no sabemos de dónde saca energía Clint Eastwood para seguir filmando; pero ojalá nunca se le acabe.
Clint Eastwood sigue siendo personal y maestro en cuanto a contar historias e instalar lo medular de lo que le ocurre a su protagonista. Como en sus cinco últimas películas, se centra aquí otra vez en un hombre común que hace cosas extraordinarias en hechos límite. Y los analiza como solo él sabe hacerlo. Como ocurrió con el caso del filme “Sully” un héroe, que es sometido a un juicio despiadado por su compañía aérea. Aquí Richard Jewell evitó una tragedia terrible en un atentado terrorista en los Juegos Olímpicos de Verano de 1966. Primero festejado como un héroe, luego acusado como autor material, cuando se filtró a la prensa una línea de investigación de FBI. Fue “linchado mediáticamente”. La mirada de Eastwood y del autor del guión Billy Ray (“Los juegos del Hambre”), es crítica y feroz. Muy a contramano de la valoración que se hace por tradición sobre el cuarto poder. El protagonista, un aspirante a policía que “todas las noche lee el código penal” que se desempeña sin suerte como empleado de seguridad, es aspiracionalmente un ciudadano ejemplar, pero demasiado intenso en prevención del mal, invasor, de pocas luces, de gran poder de observación, coleccionista de armas, obsesivo en el entrenamiento de tiro. Todas características que de un soplo lo transforman en un terrorista que quiere ser mimado como falso héroe. Una reportera ávida e inescrupulosa, consigue la primicia y comienza el calvario para Jewell y su madre. Los actores son perfectos. Comenzando por Paul Walter Hauser como protagonista, acompañado por Sam Rockwell, Olivia Wilde, Jon Hamm y la maravillosa Kathy Bates, le dan al film un brillo único.
Un Eastwood conmovedor y crítico que pega justo en el corazón. La temporada cinematográfica 2020 no pudo empezar mejor. Dicho inicio es de la mano de uno de los más celebrados y clásicos realizadores norteamericanos: la pericia narrativa de Clint Eastwood dice presente con toda su potencia y sensibilidad en El Caso de Richard Jewell. La Joya que es Richard Si hay algo que conmueve, aparte de la indiferencia mediática y gubernamental con la que pretenden inculpar al protagonista, es cómo este sigue creyendo en la ley y el orden a pesar de todo. Tiene el detallismo y la percepción para ser policía, más no el respeto de dichas fuerzas. A pesar de algunas actitudes medio extrañas, el cómo quiere seguir siendo una buena persona a pesar de todo el daño que le han hecho, hace que quieras a Richard. Es ese policía que quiere proteger, siendo capaz de dar su vida si es necesario. La película es un viaje de aprendizaje más que de cambio rotundo. Es la historia de Richard aprendiendo que hay quienes toman ese deseo de proteger como plataforma para ostentar poder, y lo que son capaces de hacer algunas personas para obtenerlo. Una búsqueda despiadada que la película no solo refleja en las fuerzas del orden, sino en el mismísimo cuarto poder. La crítica de Eastwood a ambos organismos es potente, al nivel de que el espectador les llega a tomar algo de desdén. Esto sale a la luz en pequeños detalles estéticos, como mostrar a Olivia Wilde en busca de su noticia con la sombra de las persianas en su cara; sosteniendo en plano un logo volteado del FBI denotando su cara oculta, opuesta a ese ideal de justicia que estigmatiza cuando debería proteger; o en ese número con marcador indeleble en el tupper de la madre, como recordatorio permanente de la invasión y la acusación falsa que hoy cayó sobre su hijo pero mañana puede caer sobre cualquiera. Uno no puede evitar notar que el pedido que su abogado le hace a Richard -no ser un imbécil cuando egrese de la academia de policía, ya que “Un poco de poder puede volver a cualquiera un imbécil”- es una promesa que el protagonista mantiene a lo largo del film. Expone como imbéciles a quienes son, aparentemente, más aptos que él. El virtuosismo con la cámara y el trazo escénico de Eastwood no deben de sorprender a nadie. El Caso de Richard Jewell no es la excepción. Reparte las piezas con enorme sutileza y consigue conmover con cosas tan estrambóticas como la detonación de una bomba, o algo tan sencillo como comerse un donut. Mucho de esto también es obra y gracia del sólido plantel de actores, quienes entregan grandes labores del primero al último. Jon Hamm y Olivia Wilde imponen autoridad como las poco simpáticas figuras del orden y la prensa; Sam Rockwell interpreta a un peculiar abogado que no tarda en ganarse la simpatía del espectador. Kathy Bates lo da todo como la madre del protagonista, en particular en un discurso a los medios que estruja el corazón de quien lo escuche. Sin embargo, una considerable parte de las loas debe ir a Paul Walter Hauser, quien da vida a Richard. Una interpretación callada, aguda, sutil, con una calma que expresa millones de sentimientos.
"El caso de Richard Jewell": tema del traidor y del héroe Después del paréntesis que significó "La mula", el veterano director continúa desarrollando, a partir de otro hecho real, el problema de la naturaleza del héroe. El 27 de julio de 1996, durante un show musical en el marco de los Juegos Olímpicos de Verano de Atlanta, Estados Unidos, explotó una bomba casera, que dejó un muerto y 111 heridos. Las víctimas podrían haber sido muchas más si no hubiera intervenido un guardia de seguridad privada llamado Richard Jewell, que fue quien descubrió la mochila que contenía la bomba y el primero en despejar el área. Que apenas tres días después ese hombre fuera acusado de ser el principal sospechoso del atentado es la paradoja que movió a Clint Eastwood a hacerse cargo de un proyecto que originalmente estaba destinado por los estudios de Hollywood a otro director (Paul Greengrass) y a otros actores (Jonah Hill y Leonardo Di Caprio, que aquí figuran en los créditos como productores asociados). Con El caso de Richard Jewell, Eastwood vuelve –después del paréntesis feliz que significó La mula(2018)— a un tema que lo ha obsesionado durante buena parte de su obra como director y que reapareció con particular fuerza cuando decidió en los últimos años tratarlo a partir de casos reales, extraídos de la crónica periodística. El problema de la naturaleza del héroe fue el núcleo de Francotirador (2014), Sully (2016), 15:17 Tren a París (2018) y vuelve a ser el centro de El caso Richard Jewell. Así como Sully parecía dialogar con La conquista del honor (2006), en tanto los soldados que habían posado para la célebre foto de la bandera estadounidense en Iwo Jima se convirtieron en “héroes accidentales”, de la misma manera que le sucedió al piloto del Airbus 320 que salvó la vida de 155 pasajeros, El caso de Richard Jewell vendría a ser el espejo invertido de esas dos películas. Si en aquellos antecedentes era el poder de los medios el que ungía a sus héroes, aún faltando a la verdad (como era el caso de la icónica foto), aquí en cambio es el periodismo el primero en señalar y demonizar a Richard Jewell, a quien Eastwood presenta como un ser simple e ingenuo, sobre quien recae de pronto todo el peso del aparato de la ley y de la manipulada opinión pública. La gloria perdida, el honor mancillado se abaten sobre un personaje a quien Eastwood muestra como particularmente frágil, algo infrecuente en su cine. Excedido de peso como un niño goloso, básico y pueril en sus razonamientos, Jewell (excelente protagónico a cargo del eterno secundario Paul Walter Hauser) quiere lucir un uniforme y cree estar llamado a combatir el mal en nombre del bien, una idea elemental que también le fomenta su madre (Kathy Bates), con quien sigue conviviendo ya de adulto. Contra este personaje, a su modo puro e incluso sexualmente virginal, cargan de pronto el FBI y la prensa, apurados por conseguir un culpable. Que ese contubernio -agigantado como una bola de nieve- haya nacido del encuentro nocturno de un miembro de la agencia de seguridad estatal (John Hamm) con una cronista promiscua e inescrupulosa (Olivia Wilde), que habría intercambiado sexo por una supuesta primicia, no hace sino reforzar la candidez inmaculada del protagonista. Es en ese contraste donde aparece en El caso de Richard Jewell el espíritu del cine de Frank Capra. Cineasta clásico como ya no quedan en Hollywood, Eastwood (89 años) tuvo en su obra primero como modelo a Don Siegel, luego en su etapa crepuscular pareció mirarse en el espejo de John Ford y en los últimos años hay giros de su cine que recuerdan a las llamadas “tragedias optimistas” de Capra. Es el caso de esta nueva película, donde aparece un abogado pobre, valiente y quijotesco (Sam Rockwell), un estadounidense común a la manera de los personajes de James Stewart para Capra, que no dudará en salir en defensa de un acusado condenado de antemano. Casi sin planteárselo, este hombre está defendiendo así también los ideales de un sistema falible pero por el cual vale la pena dar batalla, dice la moraleja de El caso de Richard Jewell. En el final del cuento “Tema del traidor y del héroe”, Jorge Luis Borges escribe: “En la obra de Nolan, los pasajes imitados de Shakespeare son los menos dramáticos; Ryan sospecha que el autor los intercaló para que una persona, en el porvenir, diera con la verdad. Comprende que él también forma parte de la trama de Nolan... Al cabo de tenaces cavilaciones, resuelve silenciar el descubrimiento. Publica un libro dedicado a la gloria del héroe; también eso, tal vez, estaba previsto”. Tal vez Jewell –fallecido de un ataque al corazón en 2007— también previó que alguien, Eastwood por caso, iba a considerarlo un héroe y dedicarle una película a su gloria.
Clint Eastwood todavía está vigente y en esta dramatización lo demuestra. Emocionante y por momentos muy graciosa, El caso de Richard Jewell da la pauta de que las historias bien contadas, por más chicas o desconocidas que sean, pueden servir como entretenimiento y concientización en partes iguales. En 1996 Atlanta fue sede de los Juegos Olímpicos y debido a ello la cantidad de turistas que recibe la ciudad creció de manera circunstancial. Dentro de esos turistas hubo quienes no iban a visitar la fiesta más grande que puede brindar el deporte y en pos de lograr todo lo contrario, terroristas lograron plantar una bomba en medio del Centennial Park, uno de los lugares con más concurrencia en el mes olímpico ya que allí se realizaban diferentes espectáculos musicales y eventos artísticos. Por fortuna para los espectadores, un guardia de seguridad llamado Richard Jewell logró detectar a tiempo la plantación de la bomba y pudo evacuar casi totalmente el lugar donde el explosivo se encontraba dejando una mínima cantidad de muertos. Pero Richard no sólo se iba a encontrar con reconocimiento lógico de haber evitado una masacre internacional sino que también, debido a diferentes prejuicios y situaciones por fuera del hecho, las autoridades responsables de investigar el atentado y los medios de comunicación lograron poner a Richard en las primeras planas mundiales cómo el presunto organizador del atentado que él mismo detuvo. Clint Eastwood toma este suceso local para llevarle a todo el mundo El Caso de Richard Jewell (Richard Jewell), una película que muestra cómo fueron los eventos que sucedieron en el Centennial Park antes y después del atentado terrorista. En esta recreación se tomará como punto de enfoque la vida de Richard Jewell (Paul Walter Hauser) un hombre que a lo largo de toda su vida estuvo alineado con las fuerzas de la ley pero que debido a su personalidad un poco ingenua nunca logró entrar a la policía local. Cuando éste logre prevenir el atentado y luego de ser un héroe local por unos días el FBI, a cargo de Tom Shaw (John Hamm), y la periodista Kathy Scruggs (Olivia Wilde) lograrán mediante teorías con poco sustento y una habilidad sin igual para manipular la información, establecer a Richard como el principal sospechoso del planteamiento de la bomba. Ante la tormentosa situación, Richard deberá recurrir al abogado Watson Bryant (Sam Rockwell) uno de los pocos amigos que tiene y con el que tendrá que trabajar codo a codo para lograr limpiar su nombre. En sus películas más recientes Eastwood se ha encargado de llevar a la gran pantalla películas en donde los “héroes” son gente común y corriente que se ven afectados por alguna circunstancia especifica y ellos deben actuar. La historia que más podría asemejarse a ésta es la de 15:17 Tren A París (2017), en donde un grupo de turistas americanos detuvieron un ataque terrorista en un tren. Siguiendo por esa linea Eastwood vuelve a tomar un caso con el que pueda sorprender a los espectadores de todo el mundo y que desconocen por completo este evento. Con un guion escrito por Billy Ray y Marie Brenner, la película muestra y transmite una fuerte critica a los medios de comunicación y a la utilización de su poder para condenar o enaltecer personas según sus intereses, y también al sistema federal de investigación que muchas veces se encarga de sentenciar el futuro de una persona sin tener todas las pruebas necesarias cómo para hacerlo. Siendo esos sus pilares fundamentales para relatar la historia, la película es mucho más que una critica hacía esas dos “fuerzas”, la cinta logra combinar de manera exitosa el drama y la comedia generando momentos de tensiones muy fuertes y al mismo tiempo que el espectador pueda disfrutar de buenos chistes o situaciones hilarantes bien planteadas y ejecutadas. En los momentos en donde la búsqueda de pruebas para llevar el caso de Richard, los métodos que se utilizan son similares a los que se pueden ver en 12 Hombres en Pugna (12 Angry Men, 1957) una de las obras cumbres en la filmografía de Sidney Lumet y que tiene muchos puntos en contacto con la presente película de Eastwood. Quizás lo “reprochable” para esta película sean algunas decisiones de guion que muestran de manera abrupta y repentina el cambio de postura en algunos personajes y de la mano con eso un montaje que deja bastantes dudas con respecto a su ejecución. También esta es una película que tiene el sello de la filmografía de Eastwood en todas partes y eso para quienes no logran separar el trabajo del director con la manera de pensar del propio Clint puede encontrar en la película algunos indicios de su ideología en el relato. A lo largo de sus poco más de dos horas de duración, la película ofrece inmediatamente la posibilidad de empatizar con los personajes principales y ahí se destaca de manera elocuente la selección de los actores para interpretar a los personajes. Básicamente el trío compuesto por Sam Rockwell, Paul Walter Hauser y Kathy Bates hacen que la película tenga la fuerza necesaria cómo para hacer que el relato sea entretenido permanentemente. Lo mismo puede suceder con los personajes de Hamm y Wilde pero de la vereda de enfrente, ya que interpretan a dos personajes a los que se los puede detestar inmediatamente por los caminos y decisiones que toman y por el poco interés que demuestran en lograr conseguir la verdad. Sus interpretaciones son correctas pero da la sensación de que ambos pudieron haber hecho mucho más. El Caso de Richard Jewell da la pauta de que Eastwood tiene más hilo en el carretel y que para que se vea su retiro de la dirección aún falta un poquito más. Graciosa y emocionante, ésta dramatización funciona cómo una dura critica hacía la prensa y al sistema federal y que gracias a las actuaciones de sus protagonistas el espectador puede empatizar de manera inmediata y lograr verse representados en más de uno de ellos.
De héroe a villano de un día para otro “El caso de Richard Jewell” (Richard Jewell, 2019) es una película biográfica de drama dirigida y producida por Clint Eastwood. Con un guión a cargo de Billy Ray, la cinta está basada en el artículo de Vanity Fair "American Nightmare: The Ballad of Richard Jewell" escrito por la periodista de investigación Marie Brenner. Protagonizada por Paul Walter Hauser (Yo soy Tonya), el reparto se completa con Kathy Bates (Misery, Titanic), Sam Rockwell (3 anuncios por un crimen), Jon Hamm (Baby driver), Olivia Wilde (El precio del mañana, Rush), Nina Arianda, Alex Collins, Charles Green, entre otros. Tuvo su premiere mundial dentro del AFI Fest (Instituto Estadounidense del Cine). La trama gira alrededor de Richard Jewell (Paul Walter Hauser), un guardia de seguridad de 33 años que, luego de haber trabajado en un campus universitario, el 27 de julio de 1996 se encontraba en el Centennial Olympic Park de Atlanta para controlar que la inauguración de los Juegos Olímpicos de Verano no presentara ningún tipo de inconveniente. Mientras la multitud estaba concentrada en uno de los conciertos al aire libre, Richard se dio cuenta de que debajo de un banco había una mochila bastante sospechosa, por lo que de inmediato decidió empezar a gritar para que la gente se alejara lo más posible de ese sector. A pesar de que el atentado tuvo dos muertos y más de cien heridos, gracias al rápido accionar de Jewell muchísimas personas se salvaron. Sin embargo, una vez que el FBI se pone a investigar quién fue el terrorista, el agente Tom Shaw (Jon Hamm) filtra información hipotética a la periodista Kathy Scruggs (Olivia Wilde), la cual no tiene mejor idea que publicar al día siguiente la culpabilidad de Jewell en primera plana del Atlanta Journal-Constitution. Desde ese momento, la vida de Richard cambiará para siempre. Con ganas de retratar pequeños actos heroicos dentro de su país, Clint Eastwood continúa sorprendiéndonos por la admirable manera que posee para contar historias. A sus 89 años, se nota que a Clint le interesa muchísimo que el espectador llegue a conocer a sus personajes en profundidad, tomándose el tiempo para desarrollar las respectivas escenas sin perder el ritmo ni el interés. Así es como de inmediato conectamos con Richard Jewell, un hombre que sufre de sobrepeso, vive con su madre Bobi (Kathy Bates) y siente un respeto inigualable por el cuerpo policial de Estados Unidos. Sin caer en golpes bajos, el director refleja con maestría la crueldad de los medios de comunicación y la tremenda irresponsabilidad del FBI. En su conjunto, estas dos entidades logran que la población pase de la veneración al odio de un guardia de seguridad que lo único que pretendía ese 27 de julio de 1996 era proteger las vidas de los ciudadanos que se encontraban disfrutando de la música en el parque Centennial. A través de variadas manipulaciones y engaños, Richard será juzgado con argumentos tan ridículos como incomprobables, difamándolo de una forma que sin duda nos llega a producir bronca y tristeza. La película no solo consigue destacarse en la dirección y el guión, sino también en las actuaciones. Paul Walter Hauser está espléndido como Richard Jewell porque el actor decide nunca dejar de lado la esencia de su personaje: un hombre que, por más ingenuo que parezca, no es ningún tonto; él no quiere dejar atrás su forma de ser y mostrar algo que en realidad no es. Por otro lado, Sam Rockwell como el abogado y amigo Watson Bryant tiene algunas de las mejores escenas del filme junto al protagonista, siendo la voz de la razón para que a Jewell no se lo coman vivo. Olivia Wilde sorprende con el papel de Scruggs, una vil periodista a la que lo único que le interesa es que ocurran tragedias para tener material que pueda ser publicado en el periódico. Sin chequear la información otorgada, y con aires de grandeza, Scruggs es el claro ejemplo de lo que no se tiene que hacer al desempeñarse en los medios. Además, Kathy Bates como la madre de Jewell aporta la cuota emocional del filme, mostrando una preocupación, dolor y miedo de lo más sinceros. De muy fácil comprensión, sumamente interesante y atrapante, “El caso de Richard Jewell” se convierte en una muy buena película para iniciar el año 2020. Clint Eastwood demuestra que los casos reales sobre injusticias pueden ser adaptados a la pantalla grande con éxito.
“En mi país, si el Gobierno acusa a una persona, esta persona es inocente. ¿Acá es distinto?”. Esta es la línea de diálogo con la que Clint Eastwood marca el territorio ideológico de su última película. ¿Así que este viejito reaccionario y republicano está diciendo que el gobierno de su país acorrala a ciudadanos inocentes con tal de obtener resultados? Parece entonces que este viejito no era tan reaccionario como decían los verdaderos reaccionarios, ya que en el cine estadounidense este tipo de hipótesis siempre estuvo en manos de progresistas de izquierda o centro-izquierda como Alan J. Pakula (ver The Parallax View, 1974) o Sydney Pollack (ver Los tres días del cóndor, 1975). Qué placer es asistir a la disolución de estas gotas de cianuro en el mar de la razón que otorga el paso del tiempo. Está claro que tener un accidente cardiovascular, quedar paralizado en una silla de ruedas y ser alimentado con una cucharita mientras le secan la baba con un repasador es probablemente la única manera de que Clint Eastwood, que cumple 90 años en mayo, a esta altura haga una película deficiente; la expresión popular “Tiene la vaca atada” cobra en la obra de esta leyenda viva la categoría de Verdad para ser perpetuada en una cueva como arte rupestre del futuro. Mientras tanto, creemos que la única forma de juzgar deficientemente (con perdón de la matonería) las aristas polémicas de El caso de Richard Jewell es no haberse tomado la molestia de ver ni un pu** minuto (“un puro minuto” es lo que queremos decir, no sean malpensados como el FBI) de la obra maestra del maestro Gran Torino, su definitiva y magistral y clásicamente sincrética declaración de principios éticos y morales absorbida desde el Shangri-La del cine estadounidense de sus maestros, arrebatadoramente moderna fuente de consulta del manual “La Gente Idiota es Idiota”, por el Prof. Clint Eastwood (pronto, disponible en PDF). Por supuesto que es polémico el retrato de Kathy Scruggs (Olivia Wilde): es borracha, malévola y ambiciosa. Pero antes es simbólico: Eastwood afila sus dientes y los clava en la yugular de la prensa, no de las periodistas. El género de este personaje es femenino porque fue Scruggs quien en la vida real hizo pública la investigación sobre Jewell (lo mismo el personaje de Hamm: fue un hombre, no una mujer del FBI, e Eastwood lo defenestra en igualdad de condiciones: es borracho, malévolo y ambicioso). Eastwood vomita su diatriba de más de mil palabras válidas en una imagen sobre la lacra abyecta de lo peor del periodismo (y sobre lo indefensos que estamos ante el abuso de poder de las instituciones gubernamentales), y seguramente reside allí el secreto de gran parte del castigo mediático que está recibiendo. En una estrategia de poca sutileza, la prensa le está dando la razón al retrato de Scruggs al desviar arteramente la disputa hacia un tema tan sensible como la misoginia en tiempos en los que cualquier derecho a réplica se pierde como lágrima en la lluvia de hashtags. Además, hablemos de género, hasta es posible que logren que la gigantesca Kathy Bates, al frente del personaje más querible de la película (el corazón que bombea la sangre emocional de la historia: la madre sufrida de Jewell), no sea nominada al Oscar por una de las actuaciones más emotivas de su carrera. Sin mencionar la dulzura del personaje de la asistente expeditiva del abogado de Jewell, labrado extraordinariamente por Nina Arianda, que desde Medianoche en París viene pidiendo su lugar en el podio de las mejores actrices de carácter (también sobresale en la serie Goliath, por si la quieren buscar). Ella, su personaje, es quien pronuncia la frase clave con la que empezamos esta reseña. El grado de miseria oportunista de algunos colegas críticos los ha llevado a las mazmorras infectas de afirmar que esta película es “trumpista”. Por San Peckinpah y todos los Santos Evangelios según San Mateo de Pasolini, ¿dónde demonios –valga el oxímoron místico– hay rastros del ideario de Trump en El caso de Richard Jewell? Por defender a Mrs. Scruggs son peores que Mr. Scrooge. El caso de Richard Jewell es un nuevo relato verídico que Eastwood dirige y produce para seguir subrayando con flúo que bien pudo haber leído “Los miserables” de Victor Hugo. O que está cansado de embestir los daños colaterales de la corrección política. O una cosa producto de la otra. O que tiene enmarcada sobre su escritorio la frase de Marshall McLuhan “La indignación moral es la estrategia del imbécil para parecer digno”, acaso la frase más pertinente de esta era de socialización en red. Porque, como todos sabemos, si alguien sabe mostrar los dientes y fruncir el ceño es Clint Eastwood, el último lobo solitario de una era donde la libertad de expresión tenía sentido. Pero este casi nonagenario conjura la tentación de la nostalgia con la vitalidad de una filmografía casi sexagenaria cuya fuerza estriba en la fórmula una-película-por-año (a-veces-dos) de eficacia temible y de control cinematográfico de pleno magisterio, con esa fuerza creativa galopante de fluidez sanguínea sistémica que irriga uno de los cerebros más lúcidos y valientes de los que goza el patrimonio universal del arte contemporáneo. Ah, nos olvidábamos: sí, El caso de Richard Jewell tiene algunos defectos. Tiene sus virtudes y tiene sus defectos. Pero como con exactamente cuatro notas de piano (en serio: 4) del músico Arturo Sandoval y cuatro tomas (en serio: 4) sobre los rostros de sus personajes Clint Eastwood, en una breve escena, tiene la capacidad de plantear el tono emotivo que tendrá toda la película, obviaremos estas nimiedades pertenecientes a recetas académicas. El cine no es Ciencias exactas.
The Mule fue una excepción dentro de la filmografía reciente del inoxidable Clint Eastwood, no solo porque marcó su vuelta frente a cámaras tras algunos años enteramente dedicado a estar detrás de ellas, sino porque rompió con lo que era una exploración del heroísmo norteamericano en diferentes variantes. Sea el francotirador más letal de la historia estadounidense en American Sniper, o los hombres comunes llevados a situaciones extremas en The 15:17 to Paris o Sully, el cineasta volvió a indagar en aquellos actos de valor de héroes silenciosos que examinó a lo largo de toda su carrera. Richard Jewell es un personaje a la medida de las sensibilidades del realizador, un guardia de seguridad que, llegado el momento clave, respondió como tenía que hacerlo. Y lejos de celebrarlo, se lo condenó a un calvario.
Sólo pocos como el talentoso Clint Eastwood podían cargarse al hombro con talento narrativo y con variedad de recursos esta historia de la vida real basada en el protagonista que da titulo al film, quien fue sindicado como el autor de un atentado durante las Olimpíadas en Atlanta en el mes de Julio de 1996. Sorprende y agrada asimismo su elección temática que cuestiona el poder deformador, tendencioso y poco riguroso de los medios e ironiza con la inutilidad e ineficacia de los servicios de inteligencia, y la mirada básica de una sociedad americana manipulada y poco crítica, que transita sin escalas de la entronización a la demonización de nuestro héroe de turno. También focaliza en los prejuicios hacia el freak, el obeso y en apariencia algo tonto, encomiable trabajo del protagonista Paul Walter Hauser Como en todas las películas del casi nonagenario director, Richard Jewell se desarrolla de manera minimalista, priorizando por encima de todo al relato, y con actuaciones muy ajustadas y convincentes: Sam Rockwell, como el tenaz abogado de Jewell, Kathy Bates, como su madre, Olivia Wilde como la inescrupulosa periodista y Jon Hamm como el controvertido investigador del FBI. La música del talentoso Arturo Sandoval enmarca esta historia de introspección sobre el comportamiento de los medios y la ausencia de autocrítica. POR QUE SI: «Se desarrolla de manera minimalista, priorizando por encima de todo al relato, y con actuaciones muy ajustadas y convincentes»
LA PÉRDIDA DE LA INOCENCIA Richard Jewell quería ser policía porque creía en eso de cuidar y servir al otro. Su sistema de creencias tenía a la ley por sobre todas las cosas, el Bien y el Mal diferenciados como solamente la gente repleta de certezas puede hacerlo. Richard quería pertenecer, pero lamentablemente su físico que se prestaba para las bromas y su aparente falta de luces, entre otras cuestiones vinculadas con un perfil psicológico poco recomendable, lo volvieron un paria, pero uno amable, uno de esos que forman parte de la maquinaria de manera invisible y muy a gusto. Pero claro, el destino -que es un pillo- lo terminó poniendo en el centro de la escena: primero como héroe, luego como villano. Richard encontró una mochila cargada de explosivos mientras era guardia de seguridad en el Centennial Olympic Park, durante los Juegos Olímpicos de Atlanta en 1996. La bomba explotó, por ese hecho murieron dos personas y más de cien fueron heridas, y Richard fue elevado a la figura de héroe público por los medios, que destacaron cómo su atención permitió impedir una tragedia mayor. Claro, los mismos medios que a las pocas horas comenzaron a mostrarlo como el principal sospechoso del atentado cuando el FBI lo cercó con una furibunda investigación. El caso de Richard Jewell, la nueva maravilla filmada y firmada por Clint Eastwood, muestra ese episodio con un nivel de detalle increíble, pero se toma las libertadas necesarias para que la película no sea la ilustración de una página de Wikipedia. No importa si Richard era tal cual se lo representa aquí, lo que todo artista enorme sabe (e Eastwood es uno de ellos, tal vez uno de los pocos), es que lo verídico es un vehículo sobre el cual la ficción avanza para que el autor ofrezca una mirada sobre el mundo y nos invite a reflexionar. El caso de Richard Jewell lo hace. De las bondades de Eastwood como narrador ya hemos hablado hasta el hartazgo. Alcanza aquí con ver la manera en que va presentando a los personajes, el clima hitchcockneano que construye alrededor de una bomba que (sabemos) va a explotar y cómo va disponiendo las piezas en función de lo que realmente importa en la película y lo que nos quiere contar. En una película que cruza sentencias sobre los medios, las fuerzas de seguridad, los sectores conservadores de la sociedad, la Justicia, el armamentismo y demás instituciones, además de la ética profesional, lo que en definitiva le parece central a Eastwood es el camino que emprende el protagonista, esa epifanía melancólica en la que termina descubriendo que todo aquello en lo que creía era finalmente una mentira. El Richard que presenta el director (y que construye Paul Walter Hauser en una actuación consagratoria) es un ser ingenuo, casi infantil en su conducta, aunque con una violencia subterránea que no es más que la exposición de una herencia cultural que brega por la extrema seguridad y militarización (como el Seth Rogen de Observe and report pero en un tono menos zumbón). La película juega constantemente y de manera para nada ingenua con el prejuicio alrededor de la figura de Richard: por eso el momento en que hace clic y acepta su lugar en esta parodia social es sumamente doloroso; Eastwood trabaja sobre una cuerda que se balancea entre la conmiseración y el patetismo con una habilidad notable. En otra dirección, este Richard es hermano del “tecnócrata” Sully de Hazaña en el Hudson: ambos creen en la honestidad y rectitud de un sistema que termina siendo su propio victimario. Lo que sobresale aquí, entonces, a la par del Eastwood narrador es el Eastwood reflexivo, el que piensa los materiales que tiene entre manos, el que mira la historia universal pero también la personal, porque si hay algo interesante en la última etapa del director es la capacidad que tiene para asumir su propio personaje y deconstruirse en pantalla sin caer en discursos pedantes. A los 88 años le alcanza y sobra con su sabiduría narrativa y su honestidad intelectual. Habría que pensar entonces que hace casi 30 años Eastwood miró el western, el género que lo convirtió en emblema cinematográfico, y lo definió por completo con la conclusiva Los imperdonables, y que hace ya 12 con Gran Torino agarró su propia iconografía y le puso una lápida. El caso de Richard Jewell, pues, es un nuevo viaje autorreflexivo por el mundo del director, pero uno que indaga en un imaginario (el de Richard, ¿el de Clint?) que pudo estar equivocado durante mucho tiempo, y lo clausura con el aprendizaje del cine clásico, sin una palabra ni un gesto de más. Incluso desde la aparente contradicción, estamos ante una película que sabe dónde está el mal y dónde el bien (o al menos cuáles son los buenos), pero que es valiente al reconocer que tanto el Mal como el Bien son conceptos maleables, imperfectos. Lejos de los aparentes progresistas que le señalan con el dedo acusador su conservadurismo y su republicanismo (aunque como el Bien y el Mal, ¿quiénes son los conservadores de hoy, no?), Eastwood se anima a dudar no de los otros sino de sí mismo. Y ese es un gesto de valentía y grandeza que desde su inimputable ancianidad vale más que mil espíritus bienpensantes. Porque ya no sabemos bien cuántas muestras más tendrá que dar el bueno de Clint para terminar con ese debate estúpido alrededor de su figura. Por suerte tenemos su filmografía y su encomiable energía para entregarnos estos cuentos de un valor humanista imperecedero. El caso de Richard Jewell, desde la enorme humanidad del ingenuo Richard, de la paciencia maternal de Bobi y de la honestidad profesional del abogado Watson, emociona como pocas películas recientes. Y lo hace porque es un retrato preciso sobre los quemados, sobre aquellos ciudadanos comunes apaleados por sistemas e instituciones injustas. Por suerte está Clint, más virulento y corrosivo que nunca, para defenderlos con su cámara que siempre está en el lugar indicado.
¡Y lo hizo otra vez!... El enorme talento del gran Eastwood Es redundante año a año, pero es así. Clint Eastwood lo hizo de nuevo. El último de los narradores norteamericanos tradicionales tomó nuevamente un hecho real y lo adaptó a lenguaje cinematográfico para convertirlo en alegato, en este caso sobre la dignidad, el amor propio, y de paso hacer una crítica (tal vez involuntaria) a la caza de brujas mediática, que bien puede paralelizarse con estos tiempos de viralización de noticias falsas que en las redes, desde “WhatsApp” a “Facebook” distorsionan la verdad, los hechos y van a contrapelo de la presunción de inocencia, o sea la base de la jurisprudencia occidental. ¿Y cuál es el vehículo para lograr esto? Nuevamente “la historia de un tipo que…”. Sucedió en varias de sus últimas obras basadas en libros o artículos periodísticos, desde “El sustituto” (2008) hasta “Sully” (2016) pasando por “15:17 tren a París” (2018) y la reciente “La mula” (2018), y su fórmula permanece intacta porque sigue mirando a estos hechos desde otra perspectiva para poder contar el costado humano que los rodea. Para construir “El caso de Richard Jewell”, Marie Brenner y Billy Ray, los guionistas de éste estreno, con el que se inicia la temporada cinematográfica vernácula 2020, bebieron de la fuente de una noticia que sorprendió al mundo por partida doble en los Juegos Olímpicos de Atlanta en 1996: Un atentado en medio de uno de los recitales de presentación y luego la presunta culpabilidad del guardia de seguridad que advirtió del peligro y evitó que el hecho se cobrase muchas más víctimas. Como en las referencias anteriores, el atentado en sí mismo sirve como piedra basal y contextual para que Clint Eastwood pueda hablar de lo que realmente le interesa. Por eso, tanto el desarrollo del atentado como la investigación están mirados desde la perspectiva de Richard (Paul Walter Hauser), y el gran cuco aquí no es la bomba ni quien la plantó, sino el manejo mediático que terminó por señalar al guardia y prácticamente condenarlo públicamente de una manera voraz e impune. El hombre pasa de héroe a villano a partir de los medios de comunicación, pero sobre todo del accionar de Kathy Scruggs (Olivia Wilde), una periodista, y Tom Shaw (Jon Hamm), un agente del FBI; ambos ávidos (y necesitados) de pegar una buena en sus trabajos. La tensión del relato de un tranquilo pero notable in crescendo se produce íntegramente por virtud de la construcción del personaje y la coherencia de sus acciones. Richard, (tácitamente) republicano hasta le médula, amante de las armas y ansioso de poder servir a la patria, no encuentra su lugar en el mundo pues su contextura física, eminentemente obesa y la presunción de un carácter impredecible lo hacen vivir una vida algo desteñida, levemente frustrante. Rechazado por el ejército y degradado en la policía, su trabajo como guardia es un anclaje fundamental para poder vivenciar al menos algo relacionado con ese universo al cual no quiere dejar de pertenecer. Un universo de ley y orden que sin embargo no devuelve esa devoción de la misma manera. Se sabe del poder intuitivo de Eastwood con sus elencos. Para cualquier actor o actriz que recibe un llamado del californiano es una potencial nominación al Oscar, y no hay nadie hasta ahora que no haya ponderado la libertad creativa con la cual se puede trabajar en el set. Más allá de Wilde, Hamm, la sólida labor de Sam Rockwell, como el abogado, y la deliciosa actuación de Kathy Bates en el rol de la madre de Richard, la superlativa composición de Paul Walter Hauser (que ya le mereció nominación a los Globos de Oro), es responsable de gran parte del resultado de la película. Con él se completa el podio de las tres mejores actuaciones masculinas protagónicas de 2019, junto a Joaquin Phoenix en “Joker” y Antonio Banderas en “Dolor y Gloria”. Estos tres trabajos, pese a la diferencia de estilos, escuelas, y registros, tienen la contención emocional como punto en común, contención que se traslada por ósmosis a la sensibilidad del espectador. Fotografía correctísima (en especial en el interior de la casa del protagonista), la música de Arturo Sandoval (mesurada, tranquila) colaboran para que queden en la memoria algunos momentos notables de El caso de Richard Jewell (la escena de la madre enfrentando al periodismo, la charla entre Richard y el director de una universidad, la de la segunda discusión con el abogado, etc); pero más allá de eso. y pese al fracaso de taquilla en su país, éste estreno es una ratificación más del enorme talento de uno de los mejores directores de nuestro tiempo.
Como ya lo hiciera en el filme "La mula", el director Clint Eastwood elige como protagonista de su película un personaje real, dado a conocer entonces por la prensa escrita. En este caso, Richard Jewell, una figura que inspiró un artículo de Vanity Fair, "Pesadilla americana. La balada de Richard Jewell" (1997), base del nuevo filme del director. Aquella historia cinematográfica hablaba del mejor vendedor de droga del cartel de Sinaloa, un hombre común que presionado por las circunstancias y cierta lasitud ética, se convierte en partícipe de una sociedad ilícita. Por el contrario, el Richard Jewell del último trabajo de Eastwood es un hombre común que sueña con ser policía y se desvive por proteger a todo ciudadano. El Estado al que pretende servir y los medios periodísticos lo acusan de ser culpable de un atentado que, paradójicamente, fue anticipado gracias a sus tareas de seguridad. El verdadero Richard Jewell fue el guardia de seguridad que descubrió una bomba en el Centennial Park durante un multitudinario recital de los Juegos Olímpicos de Verano de Atlanta en 1996. Posteriormente, su acción durante la evacuación impidió que la tragedia fuese mayor (más de cien heridos, un muerto). Sin embargo, la desafortunada conjunción entre un miembro del FBI que colaboraba en la investigación, y su infidencia con una periodista de un diario sensacionalista convirtió al nuevo héroe urbano, halagado hasta el momento, en el presunto causante del atentado. UNA PESADILLA Eastwood retoma al hombre común de sus películas ("Gran Torino"", "La mula") y muestra cómo una circunstancia cualquiera cambia la vida de un individuo y el Estado al que quiso servir se convierte en enemigo, mientras la prensa amarilla transforma su vida en una pesadilla Filme que reúne los ingredientes del drama policial, la tensión del cine catástrofe y la emoción familiar, "El caso de Richard Jewell" se hace grande con sus intérpretes: Paul Walter Hauser, el gordito de "Infiltrado en el KKKlan"; Sam Rockwell, el abogado disidente, tan transparente como él, y la estupenda Kathy Bates como la madre. Con su fluidez narrativa y esa calidez humana con que diseña sus personajes, Eastwood (89 años) sigue dando lecciones de cine. Y lo hace más allá de la misoginia de la que se lo acusa por tratar al personaje de la periodista (muy bien Olivia Wilde) como alguien que recurre al sexo para conocer el nombre de Richard Jewell, sospechoso al que un integrante del FBI resguardó hasta ese momento. Un drama actual que replantea manejos discutibles de los cuerpos de seguridad estatales (arteros intentos del FBI por lograr una confesión de Jewell, desbaratados por el abogado Bryant), y la prensa amarilla, a los que se suma la ausencia de verificación de fuentes responsables de la prensa en general. Como es clásico en sus películas, Eastwood logra plantear todos estos temas entre bromas sobre Tupperware y al ritmo de "Macarena".
Luego de la sublime La Mula, el director de 89 años que, año tras año, nos deleita con una nueva película (pese a su avanzada edad), vuelve a la pantalla grande con El caso de Richard Jewell, otra historia inspirada en un caso real. La película nos sitúa en Atlanta, en el atentado que tuvo lugar el 27 de julio de 1996, en el marco de los Juegos Olímpicos de verano. Richard Jewell (Paul Walter Hauser), un policía frustrado devenido en guardia de seguridad, es uno de los encargados de mantener el orden en el lugar. Una bomba (encontrada por el protagonista) termina explotando en el festival, ocasionando la muerte de dos personas y decenas de heridos. Cuando todo parecía consagrar a Richard Jewell (por advertir esta mochila sospechosa) como el nueve héroe nacional, la historia termina dando un giro de 180°: los investigadores del FBI, ahora, están completamente seguros de que en realidad es él quien implantó la bomba en el estadio, con el objetivo de ser, de una vez por todas, amado y respetado por la sociedad. Si bien constantemente se considera a la figura de los policías como algo malo, hasta desagradable (en especial a los pertenecientes al FBI), también se instala la duda de qué tan realmente bueno es el protagonista de esta historia. La incógnita de: ¿y si los “malos” tienen razón y Richard es en realidad quien colocó la bomba? nos seguirá durante gran parte de la trama. La realidad es que ningún aspecto ayuda a creer por completo en la inocencia del protagonista, ni siquiera su exceso de bondad hasta con quienes quieren incriminarlo con cada paso que da. Como es común en la filmografía de este consagrado director, El caso de Richard Jewell también será una película que nos genere diversos tipos de emociones y sensaciones. Será cuestión de minutos para que pasemos del enojo a la risa, la conmoción, la incertidumbre, la indignación y más. Esto se hará aún más intenso para aquellos que no tengan noción sobre el caso real y cómo finaliza. El único punto en que la película flaquea es en el desarrollo de algunos personajes secundarios, como el de la periodista Kathy Scruggs (interpretada por Olivia Wilde). Si bien en un comienzo se la muestra como un personaje clave para el desarrollo de la trama (de hecho, en parte, lo es), con el correr de los minutos es dejada completamente de lado y sus apariciones hacia el final no aportan absolutamente nada a la trama. Misma situación se repite con algunos otros personajes secundarios. Si bien El caso de Richard Jewell es una historia dentro de todo sencilla (sobre todo teniendo en cuenta que se trata de un hecho verídico), que no tiene grandes giros en su trama, es una película que nos mantendrá expectantes desde el primer minuto hasta el último, llegando a poner la piel de gallina en más de una ocasión. Las actuaciones también son claves para que esto sea así: Jon Hamm (agente del FBI) y Kathy Bates (madre de Richard) se meten de lleno en sus respectivos personajes y brindan escenas inolvidables.
Clint Estudios va a cumplir 90 pero sigue sacando casi una película por año! Acá nuevamente con una historia basada en hechos reales.
Clint Eastwood, en un año plagado de grandes y aclamadas obras de renombrados directores, también dio su cuota de la calidad habitual que tiene su cine. Aunque llegó a los cines el 2 de enero en Argentina, vale aclarar que esta cinta ya se había estrenado el año pasado en Estados Unidos. El caso de Richard Jewell cuenta los sucesos ocurridos durante los Juegos Olímpicos de Atlanta de 1996, en la que un guardia de seguridad descubrió una mochila con explosivos en un parque y, gracias a esto, logró evitar un número mayor de víctimas al ya haber comenzado a evacuarlos. El problema fue que, aunque en principio era tomado como el gran héroe, poco a poco fue transformándose en el principal sospechoso. Con un atinada presentación de los personajes principales y el momento del accidente cargado de tensión, Eastwood nos involucra en esta historia con total facilidad. Trabaja desde lo empático y lo humano, con su habitual pulso para dirigir. Con el correr de los minutos, el film nos sitúa en un plano más legal y de investigación, pero sin que nunca nos despeguemos de lo relatado. Las actuaciones son brillantes. El protagonista (con un notable parecido físico al verdadero Jewell) hace un trabajo muy personal y emotivo, mientras que el resto del reparto simplemente eleva la calidad. Rockwell y Bates, formidables. Una cuidada fotografía completa la escena, con una buena utilización de los espacios según cada toma. Es una película sobre la integridad, la familia, el compromiso, que va directo a las fibras más sensibles de cualquier espectador. Juega con lo efectivo, quizá. ¡Pero con qué maestría, querido Clint! Totalmente recomendable. Puntuación: 8/10 Manuel Otero
Otro acierto de Clint Eastwood Alguien que hace lo que debe hacer y sobre quien caen las peores sospechas justamente por hacer lo que se debe hacer. Como en Sully, como en Francotirador, en este nuevo film de Clint Eastwood (que nunca más hará una película mala, queda clarísimo) es sobre alguien que hace lo que debe hacer y sobre quien caen las peores sospechas justamente por hacer lo que se debe hacer. El caso es real, el de un tipo obeso que intentó ser agente del orden y que, por perspicacia, por azar, logra salvar muchas vidas antes de que cierta bomba estalle. Pero luego comienzan a investigarlo y pasa de héroe a verdugo para una opinión pública voluble y para un sistema de seguridad que requiere propaganda a favor. Eastwood nuevamente toma con mano firme el tema de la moral y de la ética, de la diferencia entre ambas, y del prejuicio (porque eso es lo que está en el fondo de toda la cuestión) como motor de condenas y alabanzas. De cómo los hechos importan menos que la impresión de los hechos, digamos. Como siempre don Clint nos habla del tiempo en el que vivimos sin conceder un ápice ni a la corrección política ni a la demagogia. Y salimos satisfechos: es cine y de eso se trata.
Balada de un hombre común Decir a esta altura que Clint Eastwood, a los casi noventa años, sigue siendo el ultimo de los grandes narradores clásicos del cine es una obviedad. Nadie en la actualidad tiene la capacidad de síntesis y la mano firme del realizador de Los imperdonables y Los puentes de Madison a la hora de construir un relato atrapante que llegue sin fisuras hacia la meta final. Lo que todavía sorprende es que su carrera continúa desafiando los paradigmas que tristemente marcan al cine del presente, en donde la corrección política está aniquilando toda noción de libertad creativa y son contadas las obras que realmente cuestionan a la sociedad norteamericana y expongan sus contradicciones. En El caso de Richard Jewell, Eastwood sigue en la línea de sus últimos films: toma un caso real de auténtico heroísmo y muestra cómo todo es puesto en duda por la propia sociedad que el protagonista defiende. El Richard Jewell del titulo, como el piloto de avión Sully, realizó un verdadero acto de coraje al descubrir una bomba escondida en un recital durante las olimpiadas de 1996 en Atlanta. Pero su aspecto bonachón y solitario lo convirtieron en principal sospechoso a los ojos del FBI y de los medios de comunicación, representados por el agente interpretado por Jon Hamm y por la periodista que encarna Olivia Wilde. De esa forma quedan establecidas las ideas que más fascinan al director en esta última etapa de su carrera: la de el hombre común de clase trabajadora enfrentado a un sistema corrupto que cuestiona su accionar y lo denigra. La odisea de Jewell, que acusado de terrorismo y sufre el hostigamiento y el acoso de la prensa junto a su madre, es la excusa perfecta para que Eastwood ponga la lupa sobre el abuso de poder del gobierno norteamericano y el rol de la prensa. Que lo logre valiéndose de un relato que nunca decae, y con actuaciones sobresalientes tanto de Paul Walter Hauser como el sufrido Richard, de Sam Rockwell haciendo de su abogado y amigo, y de Kathy Bates como la madre, habla de un director que sigue manteniendo un control absoluto de las herramientas mas nobles del cine sin desperdiciar un segundo en bajadas de linea y que se manteniene siempre dentro del terreno del thriller. El caso de Richard Jewell confirma al director nonagenario como uno de los mas vitales e importantes del último siglo, y que no ha perdido nada de vigor cuando se trata de contar grandes historias de héroes comunes.
No es novedad que el cine de Clint Eastwood ya tiene una marca registrada, que no sólo el actor y director se ha convertido hoy en uno de los más prestigiosos autores dentro del cine americano contemporáneo, revisitando en cada nuevo trabajo, sus propias obsesiones y preocupaciones, sino que ya es dueño de un estilo propio que hace que apenas comience a desarrollarse la historia, ya no tengamos dudas de que se trata de una narración al mejor estilo Eastwood. Como lo ha hecho en sus últimas películas, vuelve a tomar una historia basada en hechos reales como trampolín para volver a trazar una radiografía social sobre las propias contradicciones de un sistema imperfecto y corrupto: en este caso se ocupará del importante atentado ocurrido en el marco de los Juegos Olímpicos de Atlanta de 1996. Centennial Park era el lugar destinado para aquellas actividades que se desarrollaban en forma paralela a los juegos olímpicos y justamente en ese parque, pasada la medianoche del 27 de Julio, Ricard Jewell da aviso de que ha encontrado una mochila con explosivos, oculta debajo de un banco. La historia ha aparecido en las primeras planas y noticias alrededor del mundo, con lo cual al iniciar la historia ya sabemos que ese bolso explotará y dejará cientos de heridos más una víctima fatal. El hecho de que Jewell haya dado aviso oportunamente, permitió crear un cerco perimetral, pudo comenzar a evacuarse el multitudinario espacio y por lo tanto salvar una cantidad incontable de vidas y de esta forma, amortiguar el impacto de la tragedia. Esto lo convierte al protagonista de nuestra historia, casi de la noche a la mañana, en un héroe nacional. Pero el relato tiene como principal objetivo mostrar como rápidamente esa construcción del héroe se desmorona a los pocos días cuando un artículo publicado en el periódico local, deja al descubierto que el propio Jewell ha pasado a ser, para el FBI, el principal sospechoso de lo todo lo acontecido y de esta forma se ha comenzado a cimentar fuertemente la idea de un terrorista solitario. Eastwood inteligentemente arma el retrato del protagonista en la primera parte del filme, de forma tal de dejar al descubierto los puntos de la vida privada de los que se nutre el FBI para demonizar un inocente, desde las ambigüedades de un hombre adulto sumamente aniñado, con una madre sobreprotectora, su gusto por las armas, la caza y la figura policial y tomando como punto de partida el artículo firmado por Marie Brenner que hubiera sido publicado oportunamente en Vanity Fair titulado “Una pesadilla americana: la balada de Richard Jewell”, otra vez más vuelve a desnudar a la sociedad americana con todas sus imperfecciones y su feroz e incisiva autocrítica al sistema. La construcción de un ídolo o un demonio según las necesidades de encontrar rápidamente un culpable aún con una marcada negación a la falta de pruebas o a aquellos elementos que señalaban a las claras, los errores que viciaban la investigación del FBI y por otra parte, la corrupción en los medios y la búsqueda de noticias que causen impacto a cualquier precio. El entramado del caso, se “complica” más aún cuando la película pone al descubierto que la periodista que empuja el caso a la primera plana del diario local, Kathy Scruggs (interpretada por Olvia Wilde), había obtenido los datos del caso a través del vínculo que mantiene con el agente del FBI Tom Shaw (a cargo de Jon Hamm), intercambiando sexo e información confidencial. Esto también permite que el guion de Billy Ray (guionista, entre otras, de la remake para Hollywood de “El secreto de sus ojos” de Campanella, de “Capitán Phillips” por la que obtuvo una nominación al Oscar y “Gemini Man” con Will Smith) muestre todos los repliegues de una historia en donde la mirada sesgada de una información y la manipulación, permita pivotar entre generar desde los medios la figura de un héroe nacional o la de un terrorista e instalarlo en la sociedad con igual facilidad. “EL CASO DE RICHARD JEWELL” lo vuelve a encontrar a Eastwood trabajando sobre esa idea que ya había elaborado en “Sully” –aunque en este caso, el ritmo de thriller enmarcando la investigación le imprimía un registro diferente- y que en cierto modo también sucedía en “La conquista del honor”, sobre la reflexión de cómo se construye la figura de un héroe, aún con todos los dilemas morales que ello implica, y fundamentalmente en el uso / omisión de ciertos datos para favorecer / perjudicar, según convenga, a sus protagonistas y al entramado político que está detrás de cada caso. Aquella idea de un hombre común en medio de una situación extraordinaria vuelve a estar presente y particularmente en esta ocasión, la ingenuidad y hasta cierta inmadurez de la que dota a Jewell durante toda la primera parte de la película hace que como espectadores, tomemos partido rápidamente apenas comienza a presentarse los elementos de la historia. Esto se acrecienta más aún con el extraordinario trabajo de Paul Water Hauser (quien había tenido secundarios en “Infiltrado del KKKlan” de Spike Lee, “Late Night” o “Yo, Tonya”) quien con este protagónico absoluto logra dar con la fibra indicada, no sólo en su aspecto físico sino también en la construcción emocional al que lo muestra con todas las inseguridades, dudas y dobleces de su personaje. Esta sensibilidad a flor de piel se potencia en las escenas que desarrollan ese patológico (?) vínculo que mantiene con su madre, interpretada por Kathy Bates, papel que le ha valido una nominación al Globo de Oro como mejor actriz de reparto, en donde la simbiosis que hacen en pantalla es verdaderamente formidable. Completa el elenco otro excelente trabajo de Sam Rockwell como el abogado que acompaña a Jewell en todo su proceso judicial, en otro de los rasgos humanizadores que presenta la historia, otro de los casos reales que sirven para la radiografía implacable que traza Eastwood sobre estos tiempos que corren.
Potente como sólo el cine clásico Basada en la vida del guardia que alertó sobre una bomba en los Juegos Olímpicos de Atlanta, la película de Eastwood reflexiona sobre una sociedad carcomida desde adentro. De una manera ya recurrente –como pocos pueden–, Clint Eastwood asesta otro golpe de cine; y en esta oportunidad, a la altura de un film de Frank Capra. De todos modos, entre tantos maestros como los que le preceden y es deudor –Capra, Ford, Hawks, Fuller–, hay que decir que Eastwood comparte desde hace bastante ese mismo sitial. Lo que falta por ver es quiénes estarán dispuestos a proseguir una senda tan sólida, coherente y polémica. La referencia al cine de Capra viene a cuento porque El caso de Richard Jewell bien podría ser emparentado con alguno de los personajes del director de Caballero sin espada: crédulo, confiado, solidario, atento. Así como en aquel cine, aquí también la paradoja escondida, porque lo que rodea al Jewell eastwoodiano o al Mr. Smith capriano, no es otra cosa más que un nido de víboras. Justamente por esto, y porque se es parte de un tejido social, más vale atender a la ética. Éste es el lugar desde el cual el cine de Clint Eastwood prosigue de manera firme, elocuente en sus títulos más recientes –Francotirador, Sully, 15:17 Tren a París, La mula-, protagonizados por héroes incómodos o ejemplares. En todos ellos, contradicciones que se asumen para finalmente trascender hacia una solución superadora. De no ser por estos (anti)héroes, el todo se desharía. Un todo –la sociedad norteamericana- que parece estar en un estado de quiebre permanente. Tal vez a punto de sucumbir y sin (querer) darse cuenta. Que Eastwood acentúe esta necedad, dice mucho sobre su mirada de mundo: se trata de un autor de 89 años, alguien que siempre hizo primar la resolución por sobre la burocracia o el parloteo de hojarasca. Un rasgo polémico que atraviesa toda su obra. Así, el Richard Jewell que compone Paul Walter Hauser es la expresión más urgente del personaje prototípico que el mismo Eastwood encarnara en El jinete pálido. Ya no se trata de un cowboy fantasma, sino de la historia real del guardia de seguridad que durante los juegos olímpicos de Atlanta 1996, descubre una bomba y evita lo que podría haber sido una catástrofe mayor. Acto seguido, el FBI lo señala como sospechoso. Varias instancias convergen en el hecho. Entre todas ellas, y de manera sustancial, sobresalen dos: el rol del abogado defensor (Sam Rockwell) y el de la periodista que interpreta Olivia Wilde. Así como el abogado Watson Bryant se constituye en amigo y consejero de un risueño Jewell, que vive con su mamá (la extraordinaria Kathy Bates), confía en la policía, y acumula armas en sus roperos –para cazar ciervos y porque es Georgia, dice-; Kathy Scruggs es la periodista arribista que no duda en intimar sexualmente con tal de conseguir información. Lo hará con Tom Shaw, el agente del FBI (de nombre inventado) que interpreta Jon Hamm. Al respecto, no vale la pena el escándalo sobre el accionar sexual que inventa (o no) la película. Por un lado, se trata de un vínculo que los dos personajes sostienen de un modo histérico y desde hace mucho, tal como se entrevé, y por otra parte o a propósito de ello, lo sustancial es la alegoría carnal, impúdica, entre los dos poderes más importantes de la sociedad: el gobierno y el periodismo. Esto es así señalado, y de un modo literal, durante uno de los parlamentos de Bryant, cuando precede en su palabra al descargo público de la madre de Jewell. Vale decir, entre el FBI y la prensa existe una connivencia histórica. Peor aún, a la manera de una relación rota, no faltará el momento en donde él le diga a ella que ya no la necesita. Por todo esto, como alabardero que sabe esperar su momento, Bryant perfila sus palabras de manera precisa y las reúne de modo irreprochable. Cuando sostenga su diatriba con la periodista, lo que hace –acción metonímica, al fin y al cabo- es proferir el desdén que siente por tanta ética malvendida, pendiente de la notoriedad e irresponsable. En suma, de lo que se trata es del juego del poder, y de qué sucede cuando se dispone de una porción del mismo. Allí está el desafío temprano que el film expone. Basta con llegar a ser policía para estar a un paso de ser un imbécil, le dice Bryant a Jewell. En la película no faltarán imbéciles; de hecho, así denomina Bryant a quienes detentan las placas del FBI: individuos que descuidan el sustrato social que comparten, al cual ponen en riesgo. Y esto es algo que el cine de Eastwood viene señalando de manera angustiante. Al respecto, basta ver el comportamiento que del grupo social el film muestra: bailes de coreografía autómata, desprecio por la normativa compartida, burla sobre el más débil o “distinto”. Justamente, Jewell es obeso, un blanco para una mofa que excede edades determinadas o de “bullying”. El “¡USA, USA!” que la muchedumbre corea parece un despropósito. En todo caso, se trata de una sociedad que espera la oportunidad del desprecio y el escarnio, con la televisión y el periodismo venal como herramientas de apoyo. “Mamá, quieren que escriba un libro”, dice impresionado Jewell a las pocas horas de haber sucedido el atentado. Pero nada es lo que parece. A esos libros –se le explica a Jewell y a tantos espectadores distraídos, que leen cosas similares– los escriben otros. Sólo es cuestión de decir si se está de acuerdo con lo escrito, y ganar dólares. Siempre y cuando se siga siendo el héroe que se dice. Por eso, más vale estar atentos. Así como lo señala la frase que Bryant guarda en su despacho y que la cámara de Eastwood no disimula: “Le tengo más miedo al gobierno que al terrorismo”. Puesto que el terrorismo es la figura que asola la organicidad del grupo social, El caso de Richard Jewell debe tomarse de manera irónica, con los propios encargados de sostener a la sociedad siendo consecuentes con su disolución. En este sentido, hay una secuencia ejemplar. La madre de Jewell se encierra en su habitación y llora. Mientras Bryant aguarda en el living, el hijo golpea a la puerta. Ella se resiste. Sale, y entre lágrimas dice que tiene miedo. De golpe, todo el mundo se viene encima. No hay de dónde sostenerse. Es uno de los momentos más hermosos y terribles de todo el cine de Clint Eastwood. Como corolario, vale destacar el plano medio de Jewell, disparando al público con su arma de video-juego durante una de las primeras secuencias. Un evidente acto reflejo del famoso plano de Asalto y robo al tren, de Edwin Porter, con un bandido en misma acción. Porter es uno de los padres del cine. Eastwood viene de esta progenie.
El veterano realizador de Los imperdonables (1992) y Los puentes de Madison (1994), entre tantísimas otras, recrea el caso de Richard Jewell, un agente de seguridad que alertó a sus superiores sobre la presencia de una bomba durante las Juegos Olímpicos de 1996 en Atlanta y posteriormente fue acusado de montar todo un operativo para erigirse como un héroe. - Publicidad - Tras varias obras que tomaron como punto de partida casos reales (algunas de ellas grandes películas, como J. Edgar y La mula), Clint Eastwood mantiene esta línea en su último opus, El caso de Richard Jewell (2019). La historia de aquel hombre soltero, excedido de peso, que vive con su madre, es fanático de las armas y aspira a ser un buen policía le sienta muy bien al director para poder revisitar algunos tópicos esenciales de su filmografía, tales como el enfrentamiento entre el individuo y su entorno, las convicciones personales y el sentimiento de patriotismo. Sentimiento que, por otra parte, comulga con su propia ideología pero que aquí cobra un sentido mucho más profundo que en la fallida 15:17 Tren a París, en donde narraba –de nuevo, a partir de un hecho real- cómo tres jóvenes soldados lograron desmontar un ataque terrorista. Una de las principales diferencias es que en El caso de Richard Jewell opera una matriz crítica, anclada al mismo tiempo en el “corazón del drama”. Son los propios cuestionamientos que le hacen los agentes del FBI a Jewell (interpretado estupendamente por Paul Walter Hauser) los que señalan sus principales aspiraciones y vinculaciones con la Patria (así, con mayúsculas) y que quedan sintetizados en un arsenal digno de una masacre y en una granada vacía (conservada a modo de souvenir). Son algunos de los elementos que encuentran en su casa y que lo terminan ubicando como posible culpable. Glorificado inicialmente, Jewell también tuvo que lidiar con otra fuerza no menos corrupta: la prensa. Sobre todo, desde la publicación de un artículo firmado por una inescrupulosa periodista interpretada por Olivia Wilde. Desde ese momento en adelante, el aspirante a policía tuvo que soportar permanentes intromisiones. Colateralmente, su madre sobreprotectora (infalible Katy Bates) también se vio perjudicada. Alejado del territorio del western (género en el que también brilló como actor), Eastwood recupera aquí la figura de los dos hombres aunados en una misma causa. Uno, en posición de indefensión; el otro, dispuesto a restablecer el orden perdido. Cliente y abogado (notable Sam Rockwell), dispuestos a dar batalla ya no en el lejano oeste, sino en los medios y en los diversos espacios del poder estatal en los que deberán probar la inocencia del acusado. Construida en buena medida a partir de los encuentros entre ambos, El caso de Richard Jewell despliega el mejor oficio de cine clásico, aquel en donde todo puede ser conocido (más aún en tiempos de Wikipedia) pero la tensión siempre está, porque permite acceder a capas de sentido que exceden a las contingencias de la Historia.
Durante los últimos años el cineasta Clint Eastwood centró su filmografía en personajes reales que fueron una suerte de héroes para Estados Unidos. Por defender a su país, por realizar una gran hazaña o cuidar de los ciudadanos. En esta oportunidad, toma la figura de Richard Jewell para contarnos un relato emocionante e interesante. El mismo es sobre un guardia de seguridad de los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996 que descubrió una bomba durante un recital y salvó a muchos de sus asistentes. Sin embargo, este acto heróico se va a ver opacado cuando el FBI empiece a investigarlo como el principal sospechoso. La historia que nos trae Estwood es sumamente atrapante. Mantiene un buen ritmo a pesar de sus dos horas 10 de duración, gracias a un clima de suspenso y tensión constante, pero sin dejar de lado el humor, recurso que sirve para aliviar las presiones. Además, debemos resaltar a su elenco. Si bien Paul Walter Hauser, el protagonista, no es tan conocido, realiza una magistral tarea a la hora de componer a este personaje tan extraño como extravagante cuya bondad es innegable. Desde el primer momento podemos empatizar con él por su carisma y forma de ser. Si bien el actor participó de films populares como “I, Tonya” o “Blackkklansman”, sin dudas este papel lo llevará al estrellato. Hauser está muy bien secundado por Sam Rockwell, uno de esos extraordinarios actores que tienen menos reconocimiento del que merecen, ejerciendo el rol de su abogado que hará lo posible para demostrar su inocencia. Terminan de conformar el elenco Jon Hamm como el especialista del FBI, Olivia Wilde como la periodista del diario principal que cubre la historia y Kathy Bates como la madre de Richard. Gracias a este film podemos indagar más aún en lo que sucede cuando las autoridades policiales y los medios de comunicación se entrometen en la vida de una familia, donde un evento trascendental cambia su rutina de la noche a la mañana. En síntesis, Clint Eastwood vuelve a demostrar que a pesar de sus 89 años sigue en forma para traernos historias fascinantes, conmovedoras y que reúne a un elenco no solo importante por sus nombres sino sobre todo por su talento. Uno de esos films que nos hará querer ahondar en la vida real del protagonista por la calidad narrativa del director.
El muy veterano Clint Eastwood toma una historia real para su película número 38. La del guardia de seguridad, aspirante a policía, que evitó una tragedia mayor en el atentado de Atlanta, en 1996, durante los Juegos Olímpicos. Richard Jewell es un muchacho gordito y de pocas luces, que no logra concretar su sueño de entrar a la policía. Y que se convertirá, de esa noche a la mañana, en un héroe nacional. El tipo que vio una mochila sospechosa y corrió a alertar para que la muchedumbre que la rodeaba, durante un recital al aire libre, se alejara del lugar. Pero igual de rápido, como una pesadilla repentina, Jewell pasará de héroe a villano, cuando la prensa filtra que el FBI lo investiga como principal sospechoso. Eastwood arma con este material uno de sus habituales relatos sólidos, clásicos, que crece en tensión mientras va y viene entre los dos mundos de Jewell. Su vida austera vida privada, junto a una madre que lo cuida como a un niño (Kathy Bates) y el terremoto que se genera en torno de su caso. Ahí intervienen buenos (el abogado, que es el único que conoce, a cargo de un estupendo Sam Rockwell), y malos (el agente del FBI interpretado por un desganado Jon Hamm, un tipo dispuesto a colgarlo de la plaza con tal de ofrecer un culpable). Acaso más problemático es el espacio que da Eastwood, y su guionista Billy Ray, a la otra villana, la periodista interpretada por Olivia Wilde. Una inescrupulosa capaz de vender el cuerpo por una primicia, de las que primero publican y averiguan después. Pero la bajada de línea contra el periodismo no se limita a su personaje. En todo caso, la villana es la prensa, que ella representa. A lo largo del proceso que lleva al juicio, los periodistas, como moscas, le hacen la vida imposible. Mientras se suceden los discursos contra los medios, esos monstruos capaces de endiosar y destruir, en cuestión de horas, a seres como Jewell, con su peligrosa ingenuidad de amante de las armas. Un querible inocente que atesora un arsenal y tiene un historial de abuso de fuerza. Claro que el ruido que genera este planteo incide poco en las virtudes de la película. Una historia que se toma el tiempo de conocer y observar a su puñado de perdedores. A narrar los vínculos que establecen, la -hollywoodense-transformación que experimentan, con una mirada profundamente humana. Capaz de producir emoción, épica, y enorme placer.
"El caso de Richard Jewell" es ante todo una gran historia, y nadie mejor que Clint Eastwood para contar una historia de esta magnitud. A los 89 años, y con su estilo clásico que mantiene a pulso firme, Eastwood se mete con el infierno real que vivió Richard Jewell, un guardia de seguridad que pasó de héroe a villano en tan sólo tres días. En 1996, durante los Juegos Olímpicos de Atlanta, explotó una bomba casera que dejó dos muertos y 111 heridos. Las víctimas podrían haber sido muchas más si no hubiera intervenido Jewell, que descubrió la mochila que contenía la bomba y fue el primero en despejar el área. Esta hazaña lo convirtió en un héroe, pero poco después, por presiones del FBI y de un medio local, fue señalado como el principal sospechoso de colocar el explosivo. Eastwood sobrevuela el cinismo del FBI y la voracidad de los medios, pero se detiene en el calvario que le toca vivir a Jewell, un tipo pueril e idealista que cree profundamente en las instituciones y el cumplimiento de la ley. El protagonista, junto a su madre y su leal abogado, ve cómo su mundo de valores se desmorona, y el director centra la tensión de la narración en ese proceso, que conmueve y cuestiona al espectador. La película levantó polémica por el retrato que hace de una periodista sin escrúpulos. Sin embargo este tema es un aspecto menor. "El caso..." descansa en la fuerza de sus personajes centrales y el trabajo de los actores, desde el eterno secundario Paul Walter Hauser (ahora protagonista) hasta los brillantes Kathy Bates y Sam Rockwell.
por Celeste Herrera "El buen samaritano" Clint Eastwood, no piensa en el retiro y vuelve a sentarse en la silla de director para contarnos, con arrollador clasicismo, la historia de un héroe anónimo que termina convirtiéndose en víctima de un sistema corrupto. Podrán catalogar a Eastwood de republicano, con la intención de incomodarlo -sin éxito lógicamente-, sin embargo, es indiscutible que sabe como pocos retratar la condición humana. Richard Jewell (2019), relata la historia de Richard Jewell (Paul Walter Hauser) un guardia de seguridad en los Juegos Olímpicos de Atlanta ’96 que descubre una mochila con explosivos, evitando así que la tragedia fuese mayor. Al principio se lo muestra como un héroe nacional que salvó vidas, pero luego Jewell es considerado el mayor sospechoso y es investigado como posible culpable. Retrato de un hombre común, y casi primo hermano de Sully (2016) porque es también una historia sacada de la vida real. Clint Eastwood a sus 89 años continúa fiel a su estilo. Puede ser que filme y haga un cine como el que ya no se hace, pero él es de la vieja escuela. Cine clásico puro, con una cámara que lentamente se acerca a sus personajes para que éstos lleven adelante el relato; su héroe no es perfecto, pero es el héroe que todo relato necesita; al igual que sus villanos, estos encarnados por los medios de comunicación sensacionalistas (su capacidad de condenar socialmente a una persona), y el gobierno en forma de inescrupulosos agentes del FBI. Destaca junto a la actuación de Paul Walter Hauser una grandiosa Kathy Bates como la devota madre de Jewell. "Con 38 películas en su haber, Clint Eastwood se mantiene vigente, tal vez su cine parezca algo pasado de moda para las nuevas generaciones y carezca de cierta corrección política, pero sabe como pocos retratar a esos hombres comunes, desentrañar a la especie humana sin perder nunca la capacidad de estupendo narrador." Clasificación 7/10. Título original: Richard Jewell Año: 2019 Duración: 131 min. País: Estados Unidos Dirección: Clint Eastwood Guion: Billy Ray (Artículo: Marie Brenner) Música: Arturo Sandoval Fotografía: Yves Bélanger Productora: Malpaso Productions / Warner Bros. Brasil / Appian Way / Misher Films / 75 Year Plan Productions. Distribuida por Warner Bros. Brasil Género: Drama | Basado en hechos reales. Juegos olímpicos. Años 90. Periodismo
En 1996 la ciudad de Atlanta fue sede de los juegos olímpicos. Richard Jewell era parte del staff encargado de cuidar los equipos de sonido. Jewell, expolicía, había perdido su trabajo debido a una concepción muy personal y poco ortodoxa de lo que significa la ley y el orden. Lo que nunca perdió Jewell es la idealización de las fuerzas de seguridad y su deseo de volver a formar parte de la institución. La noche del 27 de julio, en medio de un concierto celebratorio de las olimpiadas, Jewell encuentra una mochila abandonada y es el único que sigue el protocolo y se impone ante la policía para convocar a las fuerzas antiterroristas, lo que, en definitiva, salva la vida de muchos de los asistentes. Sin embargo, la prensa (personificada en una periodista) y el FBI (individualizado en tres agentes) instalan la idea de que Jewell, más que el héroe, puede ser él mismo el terrorista, un fracasado policía que intenta volver a formar parte de las fuerzas y que hará todo lo que sea necesario. Jewell es falsamente acusado y pasa de héroe nacional a probable terrorista en horas. Eastwood parece expresar a través de la simplicidad del protagonista que nada es tan complicado. Que hacer las cosas bien es una frase que se entiende en un solo sentido y que si prima la moral por sobre los intereses personales nada tendría que ser tan complicado. Que no hay nada malo con la naturaleza de las instituciones, sino que el problema son los idiotas que las representan, en palabras del abogado interpretado por un impecable Sam Rockwell. Eastwood forma parte de la historia del cine y es uno de los pocos clásicos que sigue activo. Pero se echa en falta que este recorrido de más de 70 años de carrera (y ésta, la película número 38 que dirige) casi no se cristalice en la elección de las herramientas cinematográficas con las que elige contar esta historia. Los claroscuros por los que recordamos a Millon dollar baby o los travelling desde el auto de El Gran Torino no están aquí. Al final de cuentas, resulta más interesante cinematográficamente el tráiler que el filme.
LA HUMANIDAD DE CLINT 1. Clint Eastwood presenta a Richard Jewell (Paul Walter Hauser) de la siguiente manera. El tipo trabaja en una dependencia estatal de abogados en la parte de suministros y reparte de manera muy eficiente lo que ellos necesitan. Nadie parece reparar en su dedicación, excepto Watson (Sam Rockwell), quien le brindará unos minutos para conversar. No lo hace con amabilidad, más bien con la curiosidad propia de quien se cruza con alguien que se sale del modelo de empleado habitual. Richard le confiesa que algún día será policía y Watson le entrega un billete de cien dólares con la condición de que le prometa que no se le subirá el poder a la cabeza. Eastwood vuelve sobre una de sus obsesiones. En 1997 filmaba Poder absoluto desde el punto de vista de un ladrón profesional y artista que se enfrentaba a la maquinaria política para deschavar al presidente de la nación. El título mismo de la película aludía a un viejo aforismo inglés del siglo XIX que refiere cómo el poder absoluto corrompe absolutamente. En El caso Richard Jewell, Watson teme lo peor, aun tratándose de un ciudadano cuyo perfil está lejos de cuadrar con la supuesta capacidad de una fuerza de seguridad, al menos como se entiende en el imaginario yanqui. Unos minutos después, elipsis mediante, ya lo vemos a Richard desempeñándose como seguridad en el evento en cuestión, los juegos olímpicos de Atlanta de 1996 y comprobamos los esfuerzos desmedidos para desarrollar su actividad, sean físicos (la dificultad para desplazarse por el exceso de kilos, su indisposición en medio del quilombo) o emocionales (el desfasaje entre el deseo de colaborar, de ser espetado y la indiferencia y discriminación de los otros). Sin embargo, el destino le brinda una posibilidad extraordinaria: él será quien descubra una mochila con explosivos. La manera en que Eastwood rueda la escena previa a la explosión confirma una vez más las dotes como narrador y su poder de síntesis. En un abrir y cerrar de ojos, Richard se convertirá en un héroe forjado por la prensa y el poder, y al rato, en un villano, sospechoso de haber puesto la misma bomba. Lo terrible es que la mismas estructuras del poder político y mediático fabrican tanto los sueños como las pesadillas, y un hombre envuelto en circunstancias extraordinarias (los fantasmas de Hitchcock y Lang sobrevuelan la película) puede pasar en un santiamén de la felicidad al tormento. Entonces asoma nuevamente una de las tensiones más interesantes en el cine de Eastwood, a saber, de qué modo las convicciones políticas republicanas se abren en la ficción a una dimensión con matices más ricos, como si se tratara de un campo donde colisionan las figuras del anarquista/paria/rebelde con las del patriota. Richard intenta sostener un modelo de conducta que se corresponde con el deber, la justicia y el orden. Sin embargo, el curso de los hechos y la trama macabra del poder le harán perder su inocencia. Al igual que en Poder absoluto, hay una convicción en los protagonistas que no tranza con las imperfecciones del sistema del cual forman parte. El ladrón de joyas es capaz de apoyar la Guerra del Golfo con una calcomanía que guarda en un baúl, pero termina enfrentando al mismísimo presidente envuelto en un crimen. Richard Jewell tiene un arsenal de armas en su casa, adora poseerlas y se guarda un resto del banco que explotó en Atlanta, sin embargo, llegará el momento en que su persona se vea tan exprimida por la corrupción del FBI que decidirá estar en la vereda del frente, con la ayuda de Watson. 2. Una de las ideas que atraviesa el cine de Eastwood es la que incomoda a los discípulos del realismo bien pensante, aquellos que condenan a priori por la ideología del artista, se refugian en la corrección política, ese monstruo atroz que gobierna nuestros días, y padecen la condena de refugiarse en los patrones de la fidelidad del cine con el mundo. Una de las certezas que siempre ha tenido claro Eastwood (aun con sus altibajos y contradicciones) es que una cosa es la realidad y otra la mirada que se tiene sobre la misma. En este sentido, la película nunca busca someterse a la cronología ordenada de los hechos, a enfocarse en la reconstrucción del acontecimiento como podría hacerla un noticiero. Lo que prevalecen son los bordes y las consecuencias morales para quienes están implicados de manera directa o por accidente. Esto le permite introducir una dimensión humanista que excede la ideología propiamente dicha. En otra gran película, Crimen verdadero (1999), Steve es un periodista políticamente incorrecto que se caga en las dos instituciones que el propio Eastwood sostiene en su vida pública, el patriarcado con tinte religioso y la justicia republicana. Tiene que cubrir un caso de pena de muerte, pero su olfato le indica que el negro acusado es inocente. De repente, el tipo se obsesiona con ello y va hasta las últimas consecuencias. Es más, en una escena extraordinaria, se lo dice, le confiesa que él está ahí porque huele que es inocente, que no le importa una mierda su religión, su vida o lo que sea. La causa humana es más importante que una institución o que una convicción ideológica. En El caso de Richard Jewell, el personaje de Sam Rockwell despierta de su abulia profesional cuando le llega la posibilidad de enfrentar a un fraude. No es el amor ni el cariño lo que lo ata a Richard. En principio, cierto interés por formar parte del virtual éxito editorial de su historia. Luego, la obligación ética de que la impunidad del poder no se salga con la suya. Eastwood lo tiene en claro: se puede ser republicano pero no un pelotudo funcional. Así lo hizo saber en varias películas, y sobre todo en La mula (2018). La ética humanista está por encima de las instituciones, que siempre son perfectibles. Y en la ficción siempre las cosas se abren a un abismo más interesante, incluso la ideología. Hoy están de moda los comandos policiales retroactivos. Se sabe: toda acción tiene su reacción. La Historia nos encuentra en el presente con una fuerza reivindicativa de los derechos de la mujer, una serie de actos y discursos que mundialmente arrojan un manto de justicia en busca de la igualdad de oportunidades. Quien pueda oponerse a ello no hará más que consolidar un sistema retrógrado y continuar avalando las formas de exclusión y de violencia de hace siglos. No obstante, como todo, cada innovación arrastra esos caminos que se bifurcan en consideraciones delirantes como estériles. La peor en el terreno del arte es la condena moral. Resulta que ahora tales películas son “misóginas”, que las “mujeres” son degradadas, etc. Tarantino, Eastwood y otros tantos han caído en la volteada con argumentos que invitan a la risa. Entre tantas locuras, he leído por ahí que acusaban a Eastwood de misógino por el personaje que interpreta Olivia Wilde. Reducir su cine a eso es tan imbécil como leer Hamlet y decir que Shakespeare estaba enamorado del padre o decir que Eastwood es feminista en Los imperdonables (1992) porque las putas provocan la rebelión. Las dos objeciones principales lanzadas a El caso de Richard Jewell son insólitas. La primera: “no refleja lo que sucedió verdaderamente”, como si el arte debiera ser un espejo de la realidad (habría que liquidar a Picasso por el Guernica, entonces); la otra gira en torno al comando feminista actual que se queja del tratamiento del personaje, una periodista trepa que DECIDE tener sexo con un sujeto del FBI muy desagradable, porque le gusta y porque busca primicias, como si eso fuera un rasgo misógino. Tiempos difíciles diría Dickens. Por supuesto, nadie reparó en los otros dos personajes femeninos. Uno es el de la madre (Kathy Bates), con los matices que debe tener todo ser humano, aunque sea en la ficción, para no caer en una construcción plana o estereotipada. Así como es conmovedor el amor que mantiene con su hijo y cuyo lazo servirá para afrontar las circunstancias más adversas, ese mismo lazo ha sido una cadena para criar a una especie de mammone que sufre la discriminación, al que le cuesta construir un vínculo social y se obsesiona con la posibilidad de pertenecer y ejercer el poder desde las fuerzas de seguridad. No es la primera vez que Eastwood repara en este tipo de relaciones. Ya en Medianoche en el jardín del bien y del mal (1998) había escena que visualmente daba cuenta magistralmente del nexo enfermizo entre William y su madre. Mientras éste declara en un juicio por el asesinato de su amante, en otra habitación sentada está ella. La alternancia de planos es la soga que forja una complicidad fundada en las apariencias. En El caso de Richard Jewell, detrás de cada abrazo entre madre e hijo hay algo más que un consuelo mutuo y la ausencia de un padre no es un dato menor, como tampoco lo era en películas como Un mundo perfecto (1993) o El sustituto (2008). Del mismo modo, Nadya Light (Nina Arianda), el otro personaje de la triada femenina, podría parecer a simple vista el objeto predilecto de los ataques morales, dada la relación de dependencia con Watson, si no fuera porque más tarde el mismo abogado la califica algo así como la razón de su vida. Así son los vínculos. No hay blanco y negro como les gustaría encontrar a los inquisidores de turno. Las tres mujeres son necesarias para el desarrollo de la historia y colaboran para que la trama se construya. Al igual que en Deuda de sangre (2002) son determinantes para sacudir las identidades masculinas. Nadya, principalmente, despierta al abogado dormido y la vida de Watson ya no será la misma. 3. La cuestión humana es otra obsesión para el director. La mayoría de sus protagonistas deben tomar decisiones y muchas veces eso implica verse interpelados hacia sus propias convicciones. Richard se siente horrible viendo como aquellos hombres que respeta por las instituciones que representan lo someten a trampas continuas para cubrirse. Por más rígido que pueda parecer el mundo con su sistema de reglas y valores, a veces, las circunstancias extraordinarias obligan a saltarse el protocolo. En el cine de Eastwood esto se disfruta la mayoría de las veces (Sully), permite dudar en otras ocasiones (Million Dollar Baby) y genera rechazo también (Francotirador). Dentro de un mundo imperfecto, nada es tan claro bajo el sol, por supuesto. Sin embargo, la salvación nunca es individual exclusivamente o completa. ¿Podría afirmarse que Richard Jewell termina siendo un héroe consagrado cuando es absuelto después del tormento que ejerce el poder sobre él? No es lo que propone Eastwood. Una nueva elipsis lo muestra trabajando para la policía, se entera de que han hallado al culpable y a los pocos años se muere de una insuficiencia cardíaca. En todo caso, lo que prevalece es el valor de la camaradería y la construcción de un vínculo para enfrentar la adversidad (como en Jinetes del espacio). Hace un buen rato que su cine se aleja del aura de popularidad que se ha ganado en torno a la venganza y se acerca a una forma de humanismo donde la amistad prevalece. Esto no es nunca sinónimo de corrección política. Se ve en La mula cuando el viejito se acuesta con tres mujeres en medio de una fiesta de narcos, o le dice nigger a un tipo varado en la ruta, situación que no le impide ayudarlo con el auto. Una cosa son los valores que se sostienen y muy distinto el punto de vista en el cine. A diferencia de otros, Eastwood se guarda la careta bien guardada. La cuestión de la glorificación americana que desvela a unos cuantos, siempre está puesta en un lugar que nunca significa una clausura. Alguien me recordaba el otro día la escena de Bronco Billy (1980) en la cual Bronco y los suyos arman una carpa cosiendo centenares de banderas con barras y estrellas. La imagen misma predispone a lo peor, a la exaltación patriótica. El detalle es que lo hacen en un manicomio, lo que daría lugar a pensar en que el sueño americano tiene más de esquizofrenia que de consagración. Otra gran escena que ha sido sometida a juicio pertenece a Gran Torino (2008). Eastwood es Walt, un veterano de guerra, viudo, mal llevado y xenófobo. Sus vecinos coreanos lo enferman, los considera parte de una oleada desagradable que ha invadido al barrio. En un momento, por ciertas circunstancias que serán determinantes, estarán en su jardín, entonces Walt empuña su escopeta y acude a sacarlos. Desde el plano visual muchos alegarán que se trata de una apología, sin embargo, poco se detuvieron en la música bélica que enmarca la situación, un signo que describe a un tipo que está, como suele decirse, loco de la guerra. Es música la que puntúa la irracionalidad de las acciones y que nunca desaparecerá, aun cuando Walt revea sus convicciones. Las películas de Eastwood llevan a EE.UU. adentro, el lugar donde ciertos tipos guardan un arma en la guantera pero pisan el freno para no matar a una ardilla (El guerrero solitario, de 1986). El mundo de Richard es el de Río místico (2003) o Más allá de la vida (2010), un mundo de tipos solos portadores de una sensibilidad al borde del estallido, sobre todo porque pertenecen a una comunidad que los mira de reojo. Richard se debate en esa dualidad (ante los ojos del espectador) entre un sujeto bonachón que quiere ayudar a los demás pero que no obedece al perfil deseado y otro que puede explotar en cualquier momento con todo ese arsenal de armas que guarda en su habitación. Durante toda su carrera, Eastwood ha mantenido cierta tensión icónica entre la exacerbación de la venganza y la construcción de héroes vulnerables, ya sea por una condición física, psicológica o moral. Desde El fugitivo Josey Wales (1976), pasando por Bronco Billy o El jinete pálido (1985) y culminando en Los imperdonables, por citar una posible secuencia, la venganza es un plato que disfruta en la pantalla, sin embargo, quienes la ejercen son muertos que regresan, marginales bondadosos, tipos atormentados por su pasado y hasta sacerdotes. Esta ambivalencia en sus últimas películas aparece de manera más sutil y ese lado oscuro es sustituido (tal vez debido a cierto cansancio que proporciona la vejez) por la dimensión humana. Es lo que queda de Richard, la imagen de un gordo bueno y querible, un héroe que se queda solo. O en todo caso, es captado por la cámara de un cineasta que lo acompaña en sus imperfecciones, en su proeza humana y en una nobleza (aun contaminada por el sistema del que forma parte) que lo distingue del resto. Y que por supuesto no es perfecto. Como dice Red Garnett, el oficial de Un mundo perfecto cuando arroja la placa al final: No sé nada, no sé una mierda. Por Guillermo Colantonio @guillermocolant
Esta historia se encuentra basada en hechos reales tomando como referencias, una novela y un artículo de una revista escrito por Marie Brenner. Se realizó un buen casting porque hay un buen parecido físico entre el Jewell real, ex oficial de policía y guardia de seguridad, y el actor y monologuista estadounidense Paul Walter Hauser (“Infiltrado en el KKKlan”, “Late Night”). La historia se encuentra muy bien contada, mezclando imágenes de archivo, con un muy buen montaje y hasta se ha logrado filmar en el lugar donde sucedió el atentado. Paul Walter Hauser logra una soberbia interpretación, mostrando a un hombre trabajador, honesto y cuidadoso que piensa en proteger a las personas y cumplir ley. Los acompaña con una actuación sobresaliente Kathy Batesy y Sam Rockwell quien se encuentra espléndido, entre otros. Una vez más enorme Clint Eastwood, intenso, tenaz y ofreciendo un gran ritmo, le da los toques precisos de ironía y humor. Narrando una historia real, con muy buenos diálogos, una mirada a la sociedad y a los medios de comunicación que mal aplicados te pueden hundir. Exponiendo como vende más un villano que un héroe. La producción se encuentra a cargo de Jonah Hill y Leonardo DiCaprio, entre otros.
Decir que cuanto más añejo mejor, sería caer en una redundancia. O acaso repetir la misma frase que se suelta, incrédula pero irreductible, hace más de dos décadas y con una frecuencia casi anual. Si, Clint Eastwood está de vuelta y a punto de cumplir 90 jóvenes años no da muestras de disminuir un ápice de su genialidad y agudeza intelectual. El presente lo mira con una mueca extrañada. Y el viejo Clint se burla de las hojas del almanaque, que caen rotundas. Ni se da por enterado, sigue rodando. Cuesta creer que este sabio narrador detrás de cámaras sea el mismo que estelarizara aquella trilogía de spaghetti western de Sergio Leone hace medio siglo ya. Cineasta perteneciente a una especie en extinción, se codea con auténticos monumentos vivientes como Allen, Scorsese, Polanski y basta de contar. Su inagotable llama creativa busca la enésima historia profana americana y la balanza moral de sus exquisitas historias no teme en inclinar su peso hacia un lugar de profunda autocrítica sobre las bases constitutivas de la sociedad americana. Clint no dubita en expiar propias culpas de un mal endémico con cierto auge premonitorio. Estamos en el año 1996, en los Juegos Olímpicos de Atlanta. Tan solo cinco años antes de que la locura terrorista haga estallar por los aires el centro neurálgico bursátil americano. Aquella nación otrora inexpugnable… Su agudeza y perspicacia lo lleva a hurgar en una historia semi olvidada, la de Richard Jewell; y allí descubre una joya en materia cinematográfica, si cabe la gracia del guiño idiomático. Jewell es el prototipo del ciudadano americano de clase media, un anónimo que busca fraguarse un futuro en medio de una sociedad cuya carnívora cadena alimenticia, envilecida de avaricia, suele devorarse a los más débiles. Pero, sin embargo, el joven Richard es un muchacho de bien que busca hacer lo correcto. De modesto proceder, vive con su madre, pretende formarse y superarse. Por el bien comunitario. To serve and protect. No obstante, su perfil psicológico prefigura ciertas conductas que nos podrían hacer dudar sobre si este novel policía no llevaría hasta el extremo de lo permitido (y más allá) esa noción autoritaria sobre el respeto a la autoridad. Ha tenido algunos contratiempos laborales producto de su rigurosidad a rajatabla sabemos que la idiosincrasia americana adora respetar uniformes y colocar medallas. También, como nos enseñó Michael Moore en su imprescindible documental “Bowling for Columbine” (2002), el ciudadano americano se compró el ego más grande del mundo, luego se armó hasta los dientes y el resto es historia…o guerra civil. The american way of life… Richard Jewell cumplía su sueño de estar al frente de la responsabilidad sobre la seguridad y protección de uno de los eventos internacionales más importantes del mundo. Los ojos de cientos de naciones estaban posados sobre las olimpiadas. Se requería un cuidado extremo, la capital del estado de Georgia podía convertirse en un target peligroso. Allí esta Richard, cumpliendo su turno de guardia mientras el escenario se llena de reconocidos músicos y Muhammad Ali enciende la llama olímpica, olvidando la vieja afrenta de arrojar su medalla al río luego de obtener el máximo galardón en Roma 1960. Por afrentas políticas y raciales, el entonces Cassisus Clay pasaba de héroe a villano de la noche a la mañana. Algo similar ocurrirá con este improbable pero proverbial guardia de seguridad que velo por la integridad de aquellos presentes, esa fatídica noche en donde un explosivo detono, sembrando el pánico en toda una nación. ¿Cómo puede ser? El mismo muchacho que esparce su entusiasmo entre sus pares, ese cordial y gentil bonachón que convidaba agua a una embarazada. Sagaz y manejando los hilos del drama criminal de forma maestra, Clint nos siembra la duda. Y mientras deposita la mirada sobre el más débil, nos regala un vivo fresco de una sociedad hipócritas, corrompida y éticamente cuestionable, de pies a cabeza. El FBI, los medios masivos de comunicación, las altas esferas políticas. Lo dice a modo de prólogo Sam Rockwell, en el inmenso papel de abogado defensor: ‘el poder convierte a un simple hombre en un monstruo’. Lo repite, a modo de epilogo un providencial Rockwell, a quien Eastwood dirige de maravillas y nos deleita: ‘la política y los medios de comunicación minaron las bases morales de este país’. Uno de sus tantos parlamentos lacerantes. Acostumbrado en nadar en aguas turbias, este leal, pero imperturbable hombre de leyes sabe de lo que se trata cuando el poder está en juego. Busca por todos los medios hacérselo saber a su defendido, de quien jamás duda. Richard no concibe la inmensa telaraña de maldad tramada a su alrededor, pero es incapaz de alzar la voz. La procesión va por dentro. Intenta sacar pecho, pero duele. Literalmente. Hay heridas que no cerraran jamás, han manchado el buen nombre y han vilipendiado a un inocente. Han vejado el hogar de su madre, a inmensa Kathy Bates, brindando uno de los monólogos más conmovedores de la historia reciente del cine. Una revelación y hallazgo absoluto, Paul William Hauser se coloca bajo la sufrida piel del enemigo público número uno. Un cordero presto a ser devorado por lobos hambrientos. Es la teoría conspirativa que cuadra perfecto a los intereses y el orgullo dañado del FBI y su detestable jefe de operativo (John Hamm, de la serie de culto “Mad Men”) también la portada en primera plana del diario de mayor tirada o el titular amarillista de un noticiero que persigue primicias a toda costa. Allí emerge la figura de, paradigma de periodista sin escrúpulos (Olivia Wilde) dispuesta a todo. Si desde “El Francotirador” (2014) a esta parte el eterno Eastwood se ha vuelto un experto en examinar los resquicios morales de una sociedad resquebrajada en su integridad, el caso Richard Jewell demuestra aquella tan mentada máxima penal: todo sospechoso es culpable hasta que se demuestre lo contrario. No importa el daño causado. Los negligentes casi siempre toman el timón del poder repitiendo como un mantra aquella ley maquiavélica: ‘el fin justifica los medios’. Este ejercicio cinematográfico del veterano realizador de “Million Dolar Baby” nos lega un poderoso testamento acerca de la oscura naturaleza humana, también un acabo retrato histórico sobre un hecho medianamente reciente y olvidado. “Los Imperdonables” (1992), “Gran Torino” (2008), “Sully” (2016). Hace décadas que Eastwood no suele fallar. Maestro sempiterno, su sobria narración nos alecciona, su tratamiento del acompañamiento musical nos subyuga, su impronta visual nos recuerda a un cine clásico cada vez más exigió y su dominio de los registros genéricos nos recuerda que el suyo es un cine en estado puro…A Malpaso production. Créditos finales pantalla a negro. No hablemos de réquiems ni despedidas.
Historias verdaderas Con acendrado clasicismo, Clint Eastwood retoma el drama de pequeños héroes en El caso de Richard Jewell, sobre un hombre acusado de terrorismo. Hay un patrón similar, y una diferencia importante, en las películas de Clint Eastwood de la etapa previa y posterior a Los imperdonables. Si bien, en su larga carrera, el actor y director de hoy 89 años ha hecho todo tipo de films y contado decenas de diferentes tipos de historias, hay un eje que une a la mayoría de ellas: la idea de un héroe individual enfrentado a un sistema que no lo apoya o que, más bien, se pone en su contra. En la primera etapa de su carrera como director (de 1971 a 1990) ese héroe solía ser un tipo violento, un justiciero, alguien capaz de ordenar las cosas que el sistema, perdido en su burocrática mediocridad, ignoraba. En la segunda (que es más larga en años y en títulos que la primera, aún cuando la comenzó cuando tenía ya 62), lo que distingue a sus protagonistas suelen ser actos de heroísmo incomprendidos, ignorados o hasta boicoteados por las propias instituciones. El caso de Richard Jewell suma a los protagonistas de Sully: hazaña en el Hudson, 15:17 Tren a París o La conquista del honor, entre otros, en esa lista de héroes de la vida real. En el caso de Jewell, se trata del más incomprendido de todos ellos. Un tipo que salvó las vidas de muchas personas al advertir la existencia de una bomba en un evento de los Juegos Olímpicos de Atlanta en 1996 para luego transformarse en el principal sospechoso de ese atentado que terminó, igualmente, costando las vidas de dos personas (que bien podían haber sido muchas más de no mediar su intervención). ¿Cómo es que el héroe se terminó convirtiendo en villano? Bueno, de eso va la película y es ese el eje que motiva su existencia, ya que la historia real es conocida y la película de entrada no intenta confundir al espectador al respecto. Lo que sí hace, con inteligencia, en esa primera parte –que cuenta la vida de Jewell hasta y durante el atentado— es pintar un retrato de un hombre sencillo pero complicado a la vez. Richard (encarnado por el muy bueno y poco conocido actor Paul Walter Hauser, visto hace poco en Yo soy Tonya) es un ex policía que trabaja en distintos lugares como guardia de seguridad. Es un tipo amable y honesto pero también tiene comportamientos un poco extraños y una metodología un tanto discutible y potencialmente irritante, que lo lleva a durar poco en muchos de esos trabajos. En 1996 consigue un puesto como seguridad en los Juegos Olímpicos de Atlanta y en medio de un show musical advierte la existencia de un sospechoso bolso que podría contener una bomba. Eastwood estirará el suspenso de este momento para mostrar en detalle lo que pasó allí y lo que hizo Jewell para evitar daños mayores. El problema empieza después, ya que el FBI y la prensa local –que reproduce de forma un tanto irresponsable la investigación interna del caso— empiezan a ver a Jewell no como héroe sino como sospechoso, como alguien capaz de haber puesto la bomba para luego tener un acto de pseudo-heroísmo y convertirse en un héroe para el público, algo que no solo podría satisfacer su ego sino generarle oportunidades laborales. Lo cierto es que algunas conductas pasadas y malas referencias laborales de Jewell podrían dar a pensar en esa posibilidad. Y el FBI –a falta de otros sospechosos— pone los ojos en él. En muy poco tiempo hay un circo mediático en torno a Jewell y a su madre (Kathy Bates), con quien vive, y la percepción de la gente ha cambiado radicalmente: el héroe popular se ha convertido, a los ojos de todos, en un terrorista. Es claro hacia dónde va Eastwood en El caso de Richard Jewell desde su costado temático/político. Su intención es mostrar cómo las autoridades y, especialmente, la prensa (sintetizados en los caricaturescos personajes de Jon Hamm y Olivia Wilde, quienes se intercambian información de maneras éticamente reprobables) persiguen y, en el caso de los medios, condenan a personas sin pruebas. Es un tema que creció en peso e importancia desde ese lejano 1996 en el que aún no existían las redes sociales que hoy se especializan en este tipo de “cancelaciones” brutales sin casi derecho a réplica. En ese sentido, el de Jewell es un caso testigo de lo que puede salir mal en este tipo de linchamientos mediáticos y sociales que no se basan en evidencias tangibles. Lo que no es tan claro es cómo Eastwood construye dramáticamente esa experiencia ya que, una vez planteado el conflicto, la película se estanca en una zona un tanto trabada y repetitiva narrativamente. La relación de Jewell con su madre y con su peculiar abogado (encarnado por Sam Rockwell), que se enfrenta con un caso que claramente le queda demasiado grande, son los ejes principales de la película, los que la sostienen dramáticamente cuando las cartas narrativas parecen bastante echadas y no hay demasiado lugar para sorpresas. En ese sentido, a Eastwood le juega a favor su clasicismo narrativo, la manera en la que se toma tiempo para desarrollar esas relaciones afectivas pudiendo sostener el drama pese al estancamiento de la supuesta investigación. Es gracias a esa paciencia que, cuando el drama vuelve a cobrar fuerza y relevancia sobre el final, el espectador sigue prendido y a la expectativa. Uno puede ya saber qué va a pasar, pero no cómo afectará personal y emocionalmente a los protagonistas. Richard Jewell no es de las mejores películas de Eastwood y no tendrá ni el éxito de La mula ni generará –más allá de algunos enojos de los medios de Atlanta que cubrieron entonces el caso– la controversia de Francotirador, por citar algunos de sus éxitos recientes. Es un film si se quiere menor pero que, de todos modos, se incorpora de manera noble dentro de un cuerpo de obra tan coherente como personal. En la mirada del viejo Clint, la de Jewell es una batalla más dentro de esta cruzada de hombres comunes, héroes incomprendidos, que intentan mantener vivos ciertos ideales que deberían representar a los Estados Unidos, pero que hace mucho tiempo que dejaron de hacerlo.
Clint Eastwood y otra biopic con pulso clásico. Lejos de la ideología que lo caracteriza, esta vez hay palos para las entidades gubernamentales y los medios de comunicación. La dupla de Paul Walter Hauser y Sam Rockwell la rompe.